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En la práctica, la eutanasia es “el acto que pone fin a la vida de un enfermo terminal”
(Hurtado, 1999: 131) mediante una omisión o acción que concluya de forma intencional, o
no, con la vida del paciente en cuestión. Dicho acto puede ser de conocimiento del paciente,
o, en situaciones específicas, puede no serlo (por ejemplo, en los casos en los que el/la
enfermo/a no se encuentre en la capacidad física o mental de brindar consentimiento al
procedimiento).
1.”El homicidio intencional de aquellos que han expresado, de manera libre y con
competencia plena, el deseo de ser ayudados a morir;
3.La muerte intencional de los recién nacidos con anomalías congénitas que pueden o no
ser una amenaza para la vida”.
Para fines del presente artículo, entenderemos a la eutanasia como aquel procedimiento
que, llevado a cabo por un/a médico, es aplicado a un/a solicitante que padezca de una
enfermedad incurable, terminal y sin indicadores de mejora alguna. Además, que haya
expresado su voluntad y la forma de proceder en caso se torne incapaz de comunicar su
voluntad en determinada situación. Sin embargo, es necesario señalar que el tema es
extremadamente complejo y existen diversas variables a tomar en cuenta.
1.
1. El/la paciente con la enfermedad terminal deberá declarar la voluntad
de someterse al procedimiento.
2. El/la médico a cargo deberá presentarle opciones terapéuticas a las
que puede someterse.
3. El/la paciente ya informado deberá reiterar su voluntad de acceder a
una «muerte digna».
4. El/la médico deberá entregar la información a un comité
interdisciplinario científico integrado por un/a médico especialista,
un/a abogado/a y un/a psicólogo/a, para que determinen el
cumplimiento de las condiciones necesarias para aplicar al proceso.
5. El comité científico contará con el plazo de 10 días para tomar una
decisión.
6. Finalmente, en caso el comité considere que se cumplen las
condiciones, nuevamente se deberá preguntar al paciente y si este
reitera su voluntad, se realizará el procedimiento en un término de
máximo 15 días.
En nuestro país, el artículo 112 del Código Penal reza lo siguiente acerca del homicidio
piadoso:
“Artículo 112.- El que, por piedad, mata a un enfermo incurable que le solicita de
manera expresa y consciente para poner fin a sus intolerables dolores, será
reprimido con pena privativa de libertad no mayor de tres años”.
Como se podrá observar, el artículo 112 no menciona como requisito a una “enfermedad
terminal”, solo hace mención de “enfermos incurables”, cuando no todas las enfermedades
incurables son terminales. Un claro ejemplo de lo mencionado es el asma, enfermedad
incurable pero tratable, y por tanto, actualmente es poco probable que un paciente fallezca
debido a la misma. De igual manera, estas no ocasionan en la persona necesariamente un
progresivo deterioro que conduzca a su deceso. Por tanto, la regulación de la norma ignora
una de las características necesarias para la eutanasia: una persona que padezca de una
enfermedad terminal, y no solo incurable (Mendoza, 2014: 39).
“Artículo 113.- El que instiga a otro al suicidio o lo ayuda a cometerlo, será reprimido,
si el suicidio se ha consumado o intentado, con pena privativa de libertad no menor
de uno ni mayor de cuatro años”.
Al respecto, se puede inferir que este artículo busca regular el suicidio asistido y no la
eutanasia. Sin embargo, lo que ignora el artículo 113, es que ambos (la eutanasia y el
suicidio asistido) se fundamentan en proteger una decisión autónoma proveniente de la
misma persona, con la diferencia de que en el caso de la eutanasia será con la ayuda de
un tercero y, en el caso de un suicidio asistido, quien ejecuta el acto que conlleva al deceso
de la persona, es ella misma. Por tanto, ninguna de las dos figuras mencionadas concibe
la incitación para que la persona desee ejecutar un suicidio, pues ambas se basan en
decisiones autónomas.
A la luz de este análisis se puede observar que el artículo referido al homicidio piadoso y el
referido a la instigación al suicidio distan por definición de lo que entendemos por eutanasia.
En ese sentido, es válido preguntarnos si realmente los artículos 112° y 113° del Código
Penal serían aplicables en caso se llevara a cabo este procedimiento. (Mendoza, 2014: 41)
Consideramos que una opción viable sería no despenalizarla en su totalidad, sino solo
eximir de responsabilidad estrictamente en casos específicos y cumpliendo los requisitos
predeterminados por ley. Esto, de manera similar a su regulación en países como Holanda
-o como ya se mencionó- en Colombia con el fin de evitar la desnaturalización de la
eutanasia y para no dar amplio espacio a la interpretación o aplicaciones arbitrarias.
A manera de conclusión, es necesario recalcar que la eutanasia nunca debe ser entendida
como un deber para ninguna de las partes involucradas. Como ya mencionamos, debe ser
una elección individual y basada en el derecho a decidir sobre la propia vida. De igual
manera, el debate democrático para su regulación debe enfocarse en argumentos jurídicos,
políticos e incluso económicos. Por consiguiente, siendo un Estado laico el peruano, se
deben excluir del debate objeciones de carácter religioso que brinden una connotación
divina a la vida y le otorguen la naturaleza de irrenunciable. No se puede razonar en base
a la fe o moral individual y pretender que sea de aplicación generalizada .
Todo derecho fundamental de la persona tiene que verse de manera muy directa con la
dignidad de la persona; asimismo, garantizando otros derechos que deriven de este;
entendiéndose que la muerte digna, es un derecho fundamental, precisamente porque
ampara y preserva la dignidad de la persona en un momento postrero; esto se desprende
el artículo 1° de la Constitución, que no se inicia con el derecho a la vida; sino, con la
defensa de la persona, haciendo énfasis en su dignidad; siendo esta justamente la clave
para desarrollar y aplicar todo el ordenamiento legal en la defensa de la dignidad de la
persona. La constitución Política del Perú, es garantista de la vida humana; es decir, afirma
que nadie puede atentar contra la vida de la persona humana; pero es importante, precisar
que el derecho a la vida, tiene que desenvolverse en un contexto compatible con la
dignidad; quedando claro que la dignidad es fundamental en todos los derechos, incluyendo
en este contexto el derecho a la vida. Hoy en día, la Eutanasia está muy lejos de
equipararse al suicidio, en la eutanasia es el propio enfermo quien dispone de su vida, pero
cada vez son más los casos de Eutanasia no voluntaria en los que otra persona, médico o
familiar, dispone de la vida del que sufre, muchas veces sin consultarle al respecto. En este
caso, no puede argumentarse el derecho a disponer libremente de su vida que pudiera
reconocérsele al enfermo. Solo puede emplearse este argumento en caso de suicidio, no
de Eutanasia. La eutanasia tiene, por tanto, características propias que la tipifican, como
son el ser ejecutada por un personal médico, paramédico o por un familiar o amigo cercano;
poder ser conformada de forma activa o pasiva; y que la finalidad confesa sea evitar
sufrimientos a alguien que es portador de una enfermedad incurable y anteriormente se
planteaba que debía encontrarse en etapa terminal de una enfermedad mortal, pero que
los defensores actuales de la Eutanasia aceptan que la enfermedad sea incurable y
conlleve sufrimientos “insoportables” para aceptar la aplicación de la acción u omisión.
Finalmente, morir con dignidad, significa morir con la atención médica requerida, con los
recursos necesarios para aliviar los síntomas, morir en condiciones que permitan hacerlo
en forma privada, no donde la curiosidad pública convierta la muerte en un acto de feria y
morir rodeado de los que nos quieren y a los que queremos. Eso es morir con dignidad, no
acelerar el proceso normal de la muerte.
Ana Estrada Ugarte es una psicóloga peruana de 42 años que desde hace 30 padece de
polimiositis, enfermedad degenerativa que, poco a poco, le ha ido paralizando los músculos
de todo el cuerpo. Esto ha ocasionado que dependa de un respirador artificial y del cuidado
de profesionales para continuar con su vida. Actualmente, ella exige la legalización de la
eutanasia para que un/a médico especializado/a pueda suministrarle un medicamento letal
y así consiga la muerte digna que desea.
En ese sentido, a propósito del caso de Ana Estrada, consideramos necesario traer el
debate sobre la despenalización de la eutanasia nuevamente sobre la mesa, ya que,
mientras nuestro ordenamiento carezca de una regulación adecuada, los/as afectados/as y
sus familiares se verán obligados/as a soportar la agonía de una muerte tan insufrible como
evitable.