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Un resumen parcial
Hablaré del sujeto barrado, un sujeto atravesado por la falta; mencionar la falta nos
vuelca irrevocablemente sobre el reconocimiento de su condición deseante, el
sujeto desea porque esta castrado por el lenguaje, dividido entre lo que dice y lo
que quiere decir, entre su yo ideal y su ideal del yo, entre el enunciado y la
enunciación, entre la palabra vacía y la palabra plena, es víctima de la división
subjetiva, esta escindido en instancias psíquicas, en lugares psíquicos; todo esto
por el solo hecho de estar atravesado por el lenguaje.
El lenguaje ha asesinado el organismo, asaetándole hasta dejarlo lleno de
agujeros, repleto de faltas, colmado de resquicios deseantes. El organismo muere
cuando el cuerpo nace, cuando el símbolo aguijonea la carne y la sangre de la
completud se derrama sobre el tabernáculo vacilante de la cultura. Debajo del
cuerpo, habitarán las ruinas del organismo, cual fantasma ancestral y animalesco,
cual sobreviviente anímico de una guerra de palabras.
El sujeto del cual hablaremos, es un cuerpo que ha sido regalado por el Otro, por la pulsión
y la cultura. Es un sujeto de actuaciones inconsciente, de fantasmas, defensivo frente a la
angustia y sobre todo es un sujeto que ama. El amor es la prueba más grande de su falta.
No existe miedo más grande para el sujeto que no estar sujetado, en otras palabras, el
sujeto teme enloquecer, y es que enloquecer implica morir, pero morir en este sentido, no
es la negación de la vida, morir es estar fuera del discurso del gran otro.
El psicótico estaría fuera de la dialéctica del amo y el esclavo, puesto que hay un
borramiento de la consciencia deseante, en otras palabras “desea no desear”, por lo cual
el psicótico se encuentra aprisionado en el deseo del otro, víctima de una “madre
cocodrilo” (Lacan, 1970), que lo ha absorbido entre sus fauces.
“El que siente deseo, desea lo que no tiene a su disposición y no está presente, lo que no
posee, lo que él no es y aquello de que carece, desea aquello de que está falto y no desea
si está provisto de ello”.
Solo ama quien esta escindido, quien esta castrado, quien está separado de algo que lo
completa, el amor es la búsqueda de lo que no se tiene, de lo imposible de conquistar,
puesto que si es tenido, negaríamos con ello la falta, negaríamos nuestra humanidad,
nihilizando el amor mismo.
El objeto pequeño a, es mitad nuestro y mitad del otro, no se ubica en ningún lugar, es
inasible, escurridizo, no cabe en nuestro bolsillo.
Nuestro narcisismo, no permite amar a nadie más que a nosotros mismos; nos miramos en
el espejo de otros, como aquel narciso mítico se miró en el agua, para intentar amar su
reflejo, es decir, intentamos amarnos a nosotros mismos en otros; el otro es el espejo que
me permite saber quién soy.
Sintetizando, amar es buscar lo que no se tiene, amar no es tener lo que se buscaba; amar
es un acto sin fin, es la búsqueda constante de una unidad perfecta inencontrable ¿donde
está la ciencia unificada?, ¿dónde está el mundo unificado? ¿Donde está la religión
unificada?, ¿Dónde está el hombre unificado?, una risa sarcástica para quien lo haya
encontrado.
El deseo del hombre siempre ha sido encontrar estas unidades, pero las unidades están
extraviadas, el amor las escondió, solo existen diferencias, solo existen cadenas dialécticas
perpetuas, tesis y antítesis que se sintetizan eternamente y que mueven el mundo al ritmo
del amor.
El amor en la psicosis, sin duda estará mejor representado por el idealismo hegeliano que
por el empirismo, el psicótico no experimenta un estado de separatividad, el ha logrado la
unidad absoluta, pero no sin antes haber frenado la cadena dialéctica para siempre
Freud afirma: “el objeto no es una cosa real en el sentido físico, sino una cosa fantasmática
en el sentido psíquico” (Freud-Jung, 1906-1913). Este mismo objeto dirá Freud: “Es el
compañero de la experiencia sexual”
“Los que viven en sociedad han aprendido a mirarse en los espejos, tal como los ven sus
amigos” (Sartre, 1938).
En la psicosis, existe la imposibilidad de reflejarse sobre el espejo que representa el “otro
de la realidad”, configurándose el psicótico como una imagen de su propio delirio, es decir,
el espejo deja de ser el otro y pasa a ser el delirio mismo.
El otro de la realidad ha sido delirado por el psicótico, sustituido por la fuerza del
delirio”.
Se evidencia allí una forma característica de erotomanía “ser amado por personajes
representativos de la cultura.
En el anterior caso, podemos ver la forma particular en que el psicótico, trata de restablecer el
lazo social, esto habla de rupturas existente entre su yo y el otro, esta ruptura tiene su origen
en relación a lo simbólico, específicamente en el rechazo del significante fundamental
(Nombre del padre).
“Lo que fue rechazado de lo simbólico, reaparece en lo real” (Lacan, 1984, p.71), esto
mediante la forma de delirios y alucinaciones.
La atracción es una función puramente instintiva, del orden de lo real, no tocada por el
lenguaje, sometida a inclinaciones biológicas inconstreñibles; es una función propia del
organismo, alejada de la racionalidad y conducida por leyes naturales indisolubles. La
seducción, es una función propia de un cuerpo representante de la cultura, un cuerpo que
en cierto sentido está por encima de lo instintivo, esto es, un nuncio fálico del deseo;
función de un sujeto traspasado por el símbolo y la racionalidad.
En el encuentro sexual por atracción pura, se tejerá una relación entre objetos naturales,
mientras en el encuentro sexual por seducción, una relación entre sujetos atravesados por el
símbolo.
El encuentro sexual entre hombres primitivos, es un ejemplo claro de los encuentros por
atracción; el primitivo era en esencia un ser despreocupado del otro, infatuado de yo,
derramado a la inmediatez de la vida y la subsistencia, un ser sin consciencia de futuro, sin
consciencia de un “nosotros duradero”. La relación yo-otro era fundamentalmente
instrumental, basada en la utilización del objeto y no en la conservación del mismo.
El hombre primitivo en busca del objeto, se encontró con que este no estaba
disponible para servirle como medio de descarga sexual, pues otro hombre
primitivo lo había tomado y lo estaba utilizando para el mismo fin.
Al tener que aplazar la descarga, se despertaron en él, sentimientos hostiles contra
su semejante, experimentando fuertes sensaciones de odio y de celos.
Desde aquel momento, surgió la necesidad en este hombre primitivo de conservar al
objeto, para que nadie más gozara sexualmente de él. Desde entonces, lo que lo une al
objeto, no es la simple necesidad de descarga sexual, sino el miedo a perderlo. Ahora lo
considera como parte de sí mismo y aún en aquellos momentos en donde la necesidad
sexual no es sentida, lo cuida de todo aquel que quiera quitárselo.
La cultura ha maniatado la vida instintiva del hombre; este es el precio que debe pagar
nuestra naturaleza para vivir en sociedad. Desligarse de las ataduras impuestas es
permitirse enloquecer.
“la cultura se basa en la represión” “la consecuencia de la represión es la neurosis” “el hombre
de la cultura es un neurótico” “el hombre siente malestar en la cultura” “la razón no hace feliz
al hombre” “la palabra perturba lo natural”.
“A mayor cultura y a mayor uso de procesos racionales, el hombre está más desprovisto de la
felicidad”.
La razón no es ninguna diosa que con su divina providencia, pueda llenar las faltas
estructurales del hombre; ingenuo error el del ilustrado, que ha creído que aquel monstruo
podrá liberarnos de la irracionalidad.
El concepto de amor en nuestra cultura, está fuertemente atravesado por una ideología
cristiana.
Nada es tan dañino en una relación como la ausencia de condiciones, amar a alguien sobre
todas las cosas, es perder las fronteras del propio yo y diluirse por completo en el deseo
del otro, quien ama incondicionalmente esta en un constante riesgo emocional, esto
implica “Amar cuando me mienten” “Amar cuando me maltratan” “Amar cuando el otro
me engaña y me irrespeta”. Creer que el amor todo lo soporta, todo lo espera y nunca
deja de ser, se convierte al mismo tiempo, en una negación de la humanidad.
“El egoísmo, la envidia, el orgullo, la vanidad, el rencor, la irritación, la injusticia, la mentira,
todo ello se le contrapone”, así se forja un ideal del amor, que no expresa características de lo
que es en sí mismo, sino de aquello que debería ser para el cristianismo, este deber ser del
amor, niega de cierta manera la humanidad conflictiva del hombre, que gravita en un
persistente si/no alternante entre lo erótico y lo tanático. El sujeto mientras camina, pone un
pie en la vida y otro en la muerte, este tipo de concepciones religiosas, se filtran en los
imaginarios sociales y convierten el amor en una utopía que trasciende la vida misma.