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Amor, neurosis, psicosis. Hernández 2013.

Un resumen parcial

Hablaré del sujeto barrado, un sujeto atravesado por la falta; mencionar la falta nos
vuelca irrevocablemente sobre el reconocimiento de su condición deseante, el
sujeto desea porque esta castrado por el lenguaje, dividido entre lo que dice y lo
que quiere decir, entre su yo ideal y su ideal del yo, entre el enunciado y la
enunciación, entre la palabra vacía y la palabra plena, es víctima de la división
subjetiva, esta escindido en instancias psíquicas, en lugares psíquicos; todo esto
por el solo hecho de estar atravesado por el lenguaje.
El lenguaje ha asesinado el organismo, asaetándole hasta dejarlo lleno de
agujeros, repleto de faltas, colmado de resquicios deseantes. El organismo muere
cuando el cuerpo nace, cuando el símbolo aguijonea la carne y la sangre de la
completud se derrama sobre el tabernáculo vacilante de la cultura. Debajo del
cuerpo, habitarán las ruinas del organismo, cual fantasma ancestral y animalesco,
cual sobreviviente anímico de una guerra de palabras.
El sujeto del cual hablaremos, es un cuerpo que ha sido regalado por el Otro, por la pulsión
y la cultura. Es un sujeto de actuaciones inconsciente, de fantasmas, defensivo frente a la
angustia y sobre todo es un sujeto que ama. El amor es la prueba más grande de su falta.

No existe miedo más grande para el sujeto que no estar sujetado, en otras palabras, el
sujeto teme enloquecer, y es que enloquecer implica morir, pero morir en este sentido, no
es la negación de la vida, morir es estar fuera del discurso del gran otro.

El hombre se sujeta al discurso, no el discurso al hombre, la no sujeción la llamaré soledad


discursiva, esto no indica de ninguna manera estar fuera del lenguaje, solo trato de
introducir con ello, una proposición central de este escrito “la soledad discursiva es
fundamento de una identidad delirante”

Una identidad delirante no es ninguna fantasmagoría abstracta del pensamiento


que esta desconectada en absoluto de la realidad, el hombre racional no puede
traspasar los límites de sus experiencias; en este sentido, el delirio es un
entramado de ideas e impresiones determinadas por la creencia y la fe del sujeto,
las cuales se alejan no de las experiencia de la mente, sino de los discursos
sociales predominantes.
La psicosis, es concebida por el conocimiento ordinario, como la condición de un sujeto
metafísico sin suerte (aunque de esto no haya mucha consciencia) digo sujeto, porque su
delirio lo sujeta, y hablo de metafísica en el sentido que Emmanuel Kant da al concepto.

El prefijo “meta” en relación a la psicosis no implica ausencia de fundamento


empírico, ni un apriorismo mágico; consiste en primer plano, estar forcluido de la
ley y en segunda instancia ir más allá de la misma.
El psicótico es declarado un sujeto muerto a la razón social, en la mayoría de las ocasiones
es un misologo (desprecio a los argumentos o razonamientos) predicador de la certeza
delirante. Su discurso es enteramente interpretable; toda idea, por mas etérea e
infundada que parezca no se aleje definitivamente del lenguaje consensuado.

delirar implica fe en el delirio, y la fe crea moustruos que se alucinan”.


El psicótico es un poeta de las ideas; las mezcla, las traspone, las aumenta, las
disminuye; ciertas instituciones comparten su poesía, sin ellas, el psicótico se
quedaría sin lugar en el discurso, moriría de soledad discursiva, penaría sin su
tribu.
Metafóricamente, aquellos que nos diferencia del psicótico, es que mientras él es un
poeta, nosotros somos historiadores; mientras él valora el arte abstracto, nosotros
apreciamos el arte figurativo. De allí que haya una propensión a que el poeta y el artista
sean tocados por la locura, pareciese que la mucha represión nos hiciera más normales
(sin saber esto que significa) y la mucha sublimación, “monstruos” que como piensa
Aristóteles, van en contra de la generalidad de la naturaleza (Aristóteles, SF).

El psicótico padece la imposibilidad de amar neuróticamente, no existe en él, una relación


de objeto, porque él está en el lugar del objeto. El no “ama” porque encarna el amor en sí
mismo. El amor es la búsqueda de lo que no se tiene, no la tenencia de lo que no se busca.
El psicótico posee lo que busca el neurótico, en otras palabras, es la absolutez, él es uno
con el todo (uno con la madre) en virtud de la ausencia del nombre del padre.

El psicótico estaría fuera de la dialéctica del amo y el esclavo, puesto que hay un
borramiento de la consciencia deseante, en otras palabras “desea no desear”, por lo cual
el psicótico se encuentra aprisionado en el deseo del otro, víctima de una “madre
cocodrilo” (Lacan, 1970), que lo ha absorbido entre sus fauces.

El deseo de servir y de ser servido, es el que brinda la ilusión de completud; completud


que diría, se hace certeza en la psicosis.

“El que siente deseo, desea lo que no tiene a su disposición y no está presente, lo que no
posee, lo que él no es y aquello de que carece, desea aquello de que está falto y no desea
si está provisto de ello”.

Solo ama quien esta escindido, quien esta castrado, quien está separado de algo que lo
completa, el amor es la búsqueda de lo que no se tiene, de lo imposible de conquistar,
puesto que si es tenido, negaríamos con ello la falta, negaríamos nuestra humanidad,
nihilizando el amor mismo.

El “objeto a” es la metaforización de la perdida, la causa del deseo; todos deseamos


porque estamos castrados, porque el fantasma de la pérdida nos persigue.

El objeto pequeño a, es mitad nuestro y mitad del otro, no se ubica en ningún lugar, es
inasible, escurridizo, no cabe en nuestro bolsillo.

Nuestro narcisismo, no permite amar a nadie más que a nosotros mismos; nos miramos en
el espejo de otros, como aquel narciso mítico se miró en el agua, para intentar amar su
reflejo, es decir, intentamos amarnos a nosotros mismos en otros; el otro es el espejo que
me permite saber quién soy.

Sintetizando, amar es buscar lo que no se tiene, amar no es tener lo que se buscaba; amar
es un acto sin fin, es la búsqueda constante de una unidad perfecta inencontrable ¿donde
está la ciencia unificada?, ¿dónde está el mundo unificado? ¿Donde está la religión
unificada?, ¿Dónde está el hombre unificado?, una risa sarcástica para quien lo haya
encontrado.

El deseo del hombre siempre ha sido encontrar estas unidades, pero las unidades están
extraviadas, el amor las escondió, solo existen diferencias, solo existen cadenas dialécticas
perpetuas, tesis y antítesis que se sintetizan eternamente y que mueven el mundo al ritmo
del amor.

El sujeto por naturaleza tiende a la búsqueda de la unificación. Para el empirismo esta


unificación es una utopía, para la dialéctica hegeliana es un comienzo y un recomienzo
interminable.

Desde el idealismo hegeliano, el amor eliminaría las separaciones, los enamorados se


unificarían y se reunificarían una y otra vez, pero siempre será una unificación transitoria
Para el empirismo el amor nunca podrá excluir todas las oposiciones, dos sujetos
enamorados nunca podrán conformar una totalidad, no puede existir la totalidad entre
dos opuestos.

El amor en la psicosis, sin duda estará mejor representado por el idealismo hegeliano que
por el empirismo, el psicótico no experimenta un estado de separatividad, el ha logrado la
unidad absoluta, pero no sin antes haber frenado la cadena dialéctica para siempre

Freud afirma: “el objeto no es una cosa real en el sentido físico, sino una cosa fantasmática
en el sentido psíquico” (Freud-Jung, 1906-1913). Este mismo objeto dirá Freud: “Es el
compañero de la experiencia sexual”

Hecho significativo, es que el amor humano se vea amenazado en aquellos momentos en


que hay un ocultamiento de los fantasmas, debido al miedo de no encontrarlos de nuevo,
esta es la verdadera angustia del sujeto, ver que el gran otro también esta barrado “la
angustia se manifiesta donde falta el fantasma” o como lo dice lacan “la angustia aparece
allí donde falta la falta.

El amor es la búsqueda de lo que no está en uno ni en el otro, es la búsqueda de lo que no


es real, por tanto, eso que llamamos amor, es amor esencialmente entre fantasmas.

El fantasma siempre es incierto y difuso, es efecto de la castración y opuesto a la certeza.


“la certeza no admite un lugar para el fantasma, por lo tanto en la psicosis no hay
fantasma. Y sin fantasma no hay amor.

“Los que viven en sociedad han aprendido a mirarse en los espejos, tal como los ven sus
amigos” (Sartre, 1938).
En la psicosis, existe la imposibilidad de reflejarse sobre el espejo que representa el “otro
de la realidad”, configurándose el psicótico como una imagen de su propio delirio, es decir,
el espejo deja de ser el otro y pasa a ser el delirio mismo.

El otro de la realidad ha sido delirado por el psicótico, sustituido por la fuerza del
delirio”.
Se evidencia allí una forma característica de erotomanía “ser amado por personajes
representativos de la cultura.

En el anterior caso, podemos ver la forma particular en que el psicótico, trata de restablecer el
lazo social, esto habla de rupturas existente entre su yo y el otro, esta ruptura tiene su origen
en relación a lo simbólico, específicamente en el rechazo del significante fundamental
(Nombre del padre).

En la medida en que el Nombre del Padre es rechazado, es objeto de un rechazo primitivo,


no entra en el ciclo de los significantes, y por eso también el deseo del Otro,
especialmente el de la madre, no está simbolizado.”

“Lo que fue rechazado de lo simbólico, reaparece en lo real” (Lacan, 1984, p.71), esto
mediante la forma de delirios y alucinaciones.

La atracción es una función puramente instintiva, del orden de lo real, no tocada por el
lenguaje, sometida a inclinaciones biológicas inconstreñibles; es una función propia del
organismo, alejada de la racionalidad y conducida por leyes naturales indisolubles. La
seducción, es una función propia de un cuerpo representante de la cultura, un cuerpo que
en cierto sentido está por encima de lo instintivo, esto es, un nuncio fálico del deseo;
función de un sujeto traspasado por el símbolo y la racionalidad.

El deseo consiste no en la aniquilación de la atracción, sino en un recubrimiento y


redireccionamiento cualitativito de la misma, sobre objetos y practicas culturalmente
histerizadas. En un hombre racional, la histerización cultural erotizaría las vías de descarga
pulsional de sus inclinaciones.

En el encuentro sexual por atracción pura, se tejerá una relación entre objetos naturales,
mientras en el encuentro sexual por seducción, una relación entre sujetos atravesados por el
símbolo.

Culturalmente, el orgasmo masculino es un momento crucial en el desarrollo del acto sexual,


en el encuentro por atracción, este momento pone fin al acto mismo, pues la descarga sexual
es el fin absoluto de este tipo de encuentro, es decir, dos objetos se utilizan como medios para
la descarga individual de tensión física y luego se separan. Por el contrario, el encuentro sexual
por seducción, no finaliza en el orgasmo sino que perdura después de él, como una forma de
orgasmo anímico que unifica. En este, la descarga sexual no es el único fin, es más bien un
medio para vencer la separatividad y reasegurar el sentimiento de unidad entre dos sujetos.

El encuentro sexual entre hombres primitivos, es un ejemplo claro de los encuentros por
atracción; el primitivo era en esencia un ser despreocupado del otro, infatuado de yo,
derramado a la inmediatez de la vida y la subsistencia, un ser sin consciencia de futuro, sin
consciencia de un “nosotros duradero”. La relación yo-otro era fundamentalmente
instrumental, basada en la utilización del objeto y no en la conservación del mismo.

El hombre primitivo en busca del objeto, se encontró con que este no estaba
disponible para servirle como medio de descarga sexual, pues otro hombre
primitivo lo había tomado y lo estaba utilizando para el mismo fin.
Al tener que aplazar la descarga, se despertaron en él, sentimientos hostiles contra
su semejante, experimentando fuertes sensaciones de odio y de celos.
Desde aquel momento, surgió la necesidad en este hombre primitivo de conservar al
objeto, para que nadie más gozara sexualmente de él. Desde entonces, lo que lo une al
objeto, no es la simple necesidad de descarga sexual, sino el miedo a perderlo. Ahora lo
considera como parte de sí mismo y aún en aquellos momentos en donde la necesidad
sexual no es sentida, lo cuida de todo aquel que quiera quitárselo.

La cultura ha maniatado la vida instintiva del hombre; este es el precio que debe pagar
nuestra naturaleza para vivir en sociedad. Desligarse de las ataduras impuestas es
permitirse enloquecer.

“la cultura se basa en la represión” “la consecuencia de la represión es la neurosis” “el hombre
de la cultura es un neurótico” “el hombre siente malestar en la cultura” “la razón no hace feliz
al hombre” “la palabra perturba lo natural”.

“A mayor cultura y a mayor uso de procesos racionales, el hombre está más desprovisto de la
felicidad”.

La represión desempeña un papel fundamental, allí donde las pulsiones instintivas


empujan como fuerza destructiva. Prescindiendo de un valor mínimo de constricción, el
hombre moriría en su goce desbordado y aquella expresión Hobbesiana del “Homo homini
lupus” cobraría pleno sentido.

La razón no es ninguna diosa que con su divina providencia, pueda llenar las faltas
estructurales del hombre; ingenuo error el del ilustrado, que ha creído que aquel monstruo
podrá liberarnos de la irracionalidad.

La exaltación de lo bueno, lo bello y lo verdadero, ha convertido al instinto en el


responsable de “lo malo, lo feo y lo falso”.

El concepto de amor en nuestra cultura, está fuertemente atravesado por una ideología
cristiana.

Nada es tan dañino en una relación como la ausencia de condiciones, amar a alguien sobre
todas las cosas, es perder las fronteras del propio yo y diluirse por completo en el deseo
del otro, quien ama incondicionalmente esta en un constante riesgo emocional, esto
implica “Amar cuando me mienten” “Amar cuando me maltratan” “Amar cuando el otro
me engaña y me irrespeta”. Creer que el amor todo lo soporta, todo lo espera y nunca
deja de ser, se convierte al mismo tiempo, en una negación de la humanidad.
“El egoísmo, la envidia, el orgullo, la vanidad, el rencor, la irritación, la injusticia, la mentira,
todo ello se le contrapone”, así se forja un ideal del amor, que no expresa características de lo
que es en sí mismo, sino de aquello que debería ser para el cristianismo, este deber ser del
amor, niega de cierta manera la humanidad conflictiva del hombre, que gravita en un
persistente si/no alternante entre lo erótico y lo tanático. El sujeto mientras camina, pone un
pie en la vida y otro en la muerte, este tipo de concepciones religiosas, se filtran en los
imaginarios sociales y convierten el amor en una utopía que trasciende la vida misma.

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