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NATURALEZA DEL ESTADO

El Estado es sociedad más Poder, es decir, una sociedad políticamente organizada.


La entidad o ser del Estado deriva de la sociabilidad humana. Estado y sociedad son indesligables
en la práctica, si bien se les separa conceptualmente. En cuanto realidad socio-política, el Es tado es
una obra del hombre, pero de acuerdo con la naturaleza social de éste. Como dice Heller, el hombre
es producto y a la vez productor de la historia. En la historia que se produce actúa la ya producida.
Analizar la naturaleza del Estado es un estudio conexo al de los elementos de su trama, que son la
sociedad, el poder y el derecho. Corno toda institución, el Estado es un producto de la interacción
humana.

Al Estado no lo advertimos en forma corpórea sino a través de sus acciones, esto es, a través de la
legislación, de la administración pública, de la fuerza armada y de los símbolos. De ahí que su
naturaleza aparezca inaprensible, y es que el Estado es un concepto, ante todo. Su realidad se
concreta en la sociedad. El concepto de sociedad es más extenso que el de Estado; el primero
representa el género y el segundo la especie. No es un orden normativo, por más que las normas
reflejen la estructura que decide darse. No está formado por hombres sino por actividades
humanas.
Aclarando la noción, enseña Carnelutti que una sociedad se llama Estado en tanto y en cuanto
produce derecho. Precisamente la palabra Estado expresa la consistencia que la sociedad adquiere
merced al derecho. "El Estado es una sociedad que está, es decir, que dura, porque el derecho
impide la disgregación".
El destino del hombre es influido por lo social porque la existencia, como precisara Heidegger,
comporta la dimensión de vivir con otros. Esta condición gregaria está en la esencia de la historia.
El hombre es naturalmente social: ordena su vida a través de una convivencia necesaria. El Estado
realiza una inclinación humana radial: la de organizarse políticamente. Pero el hombre, a la vez que
recibe el Estado como una imposición de la realidad social, lo reforma a su voluntad.
La Filosofía del Derecho nos explica el sentido radical de lo jurídico en la vida humana y en el
universo. Nos presenta la sociedad como convivencia humana bajo unos mismos principios, según
definió Ortega y Gasset, el cual aclara que el Estado-es también sociedad, pero no toda ella, sino
un modo de ella. Es importante subrayar, además, la coexistencia de sociedad e individuo, para
valorizar que el hombre, sea como persona o como colectividad, es el sujeto final, por lo que no
puede ser como un medio para la grandeza del Estado.

Con un fin didáctico, puede definirse el Estado como la colectividad humana organizada
políticamente sobre un territorio. No tiene una existencia natural propia; es una entidad formada
por la agrupación de individuos. De ahí que se empleen indistintamente los términos Sociedad y
Estado, pues éste no es sino la forma más elevada de organización social. Como fenómeno social
concreto, se distingue de las demás agrupaciones por el elemento Poder. Ante todo, cabe
preguntarse, ¿cuál es la naturaleza o esencia del Estado? La naturaleza de su realidad es la de un
ser de relación, vale decir, un tejido de comportamientos.
Como estructura social-histórica, se basa y se sustancializa en los hombres en sociedad que lo
componen; sin esta base social, el Estado no es nada. El concepto Sociedad es más general que el
de Estado, pues éste, aunque muy importante, es sólo un aspecto de lo social, el aspecto político-
jurídico.
La naturaleza de su realidad es la de un ser de relación pues no existe a la manera de un árbol o un
animal los cuales tienen sustancia. El Estado no existe y subsiste por sí mismo; existe y subsiste en
el ser de los individuos. No es la mera pluralidad de éstos pues al conjunto de hombres agrega una
realidad nueva: la relación de poder indestructible y necesario. De otro lado el fenómeno social que
llamamos poder político suscita una actitud intelectual cuyo resultado es el Estado.
El Estado existe porque es pensado. No es una construcción a partir de lo real sino un concepto
porque su realidad reside en el espíritu de los hombres que lo componen corno explica Burdeau. Es
una institución de instituciones, la institución suprema, algo que ha sido fundado.

El Estado es un ser de derecho que resume abstractamente una colectividad humana. Definirlo por
sus elementos es didáctico pero equivale a una presentación heterogénea, que pugna con la esencia
unitaria y homogénea del Estado tal corno advierte Jorge Xifra Heras. Sumar sus elementos es una
manera aritmética de definirlo por yuxtaposición pero no brinda la concepción unitaria que le
corresponde. Con todo en calidad de aproximación al personaje Estado es válido definirlo por sus
tres elementos, pueblo, territorio y poder, agregando la finalidad que lo animal es decir el bien
común. El poder y el fin son los datos que fundamentan el orden jurídico, el cual es la textura
institucional del Estado.

ELEMENTOS DEL ESTADO


Pueblo, territorio y poder son los tres elementos del Estado. Si se añade que el poder existe para
realizar el bien común, la definición se completa. Algunos autores consideran corno un cuarto ele-
mento el ordenamiento jurídico, pero nosotros creemos que tal arquitectura de normas es la
producción del Estado, a la vez que el sistema que lo estructura. Refleja la voluntad que dicta las
normas, es decir, el Poder. Esencialmente, el Estado es poder, impuesto ini cialmente y más tarde
institucionalizado. Derecho y Estado se entremezclan y se suponen recíprocamente. Los actos
coactivos que caracterizan al Derecho y al Estado son los mismos. El Estado, como dice Del
Vecchio, puede concebirse en dos formas: 1º Como unidad de un sistema jurídico que tiene vigor
positivo, esto es, que puede ser impuesto por la fuerza; 2º Como sujeto invisible pero real de ese
mismo orden jurídico.

ORIGEN DE LA DENOMINACIÓN "ESTADO"


La palabra Estado es moderna y corresponde en puridad a la unificación política lograda después
de la era medieval. Para los griegos, la palabra polis ó ciudad expresaba la comunidad dife renciada
por un modo de vida propia. El Estado era entendido por los romanos como res pública o civitas.
Del uso de expresiones tales como "status rei romanae" puede provenir la voz Estado. Al extender
su dominación, Roma llamó imperium a su organización política, acentuando así el elemento
decisivo del concepto Estado, que es el imperio o potestad de mandar. En el derecho germánico
también se acentuó el elemento de dominio, pues el Estado fue llamado "Reich", voz que procede
de "regnum", que significa mando de un príncipe.
El, Estado moderno en cuanto construcción consciente u obra de arte, apareció en la Italia de los
siglos XIV y XV, cuando se centralizó el poder por reacción contra el feudalismo. La denomina-
ción "Estado" fue acuñada por Maquiavelo, desde las líneas iniciales de su obra El Príncipe. Tal
acepción de la palabra "stato", derivada de la voz latina "status", que expresa un orden, vino a
responder a una necesidad general, ya que ninguna de las voces antes usadas servía para denominar
la pluralidad de formas políticas existentes en la Italia renacentista. Unido al nombre de una ciudad
como Florencia, Génova o Venecia, el término "stato" dio expresión a todas las formas, fueran
republicanas, monárquicas o tiránicas, o bien aplicadas a sólo una ciudad o a toda una región
sometida a una misma autoridad. La nueva denominación fue adoptada antes de dos siglos por los
principales idiomas y su uso se convirtió en universal.

FORMACIÓN HISTÓRICA DEL ESTADO


El Estado es el resultado de una larga evolución de la convivencia humana. Aparece con la
civilización sedentaria, cuando el grupo pasa de la vida nómada a la vida agraria. Con el Estado se
alcanza el grado más alto de la organización social, el de una unidad colectiva dotada de capacidad
para la auto-determinación y regida por una ordenación jurídica. El hecho de que el hombre esté
naturalmente destinado a la convivencia fue lo que determinó las formas primitivas de la vida
social y la aparición del Estado.
Los elementos humanos más próximos del Estado no son los individuos, puesto que la sociedad no
es un agregado de átomos, sino las comunidades locales y las familias. Se ha constituido histó-
ricamente por la asociación de los grupos naturales, esto es, la familia y comunidades locales; las
cuales formaron un grupo superior en cuyo desarrollo se fueron distinguiendo las funciones que
hacen necesario el Poder, que son básicamente las siguientes:
1º Establecer reglas para las actividades del grupo.
2º Hacer efectivas dichas reglas, contrarrestando los actos que estén en conflicto con ellas.
La primera sociedad natural fue, sin duda, la familia. Por extensión o crecimiento espontáneo de la
familia, o bien por agregación de otras, se formaron el clan y la tribu. Ésta fundó la ciudad, reali-
dad permanente que arraiga al hombre a un territorio. Las necesidades de la defensa común y el
intercambio comercial favorecieron la agregación de ciudades dentro de una más vasta unidad
social: la nación. Sólo dentro de ella puede el hombre realizar sus destinos y alcanzar el mayor
grado posible de perfección.
Históricamente, ha sido el Poder el que ha creado al Estado, organismo social encargado de realizar
el derecho. Lo más probable es que el Estado reconozca su origen en el acatamiento tácito de la
autoridad de quienes asumieron el Poder por un simple impulso de voluntad. La coexistencia de
familias, o bien quizá la sujeción de unas familias a otras, añadida a la descendencia común de una
es tirpe, no bastan para dar nacimiento a la sociedad civil, que es específicamente distinta de la
familia. Se precisa siempre un factor de asentimiento a las obligaciones recíprocas, de costumbre o
aceptación tácita, para explicarse la formación del Estado.
El poder del Estado moderno es incontrastable. Desde el siglo XV ha venido dominando toda
feudalidad. El ejército permanente, la burocracia jerarquizada y el establecimiento de impuestos
generales lo han emancipado. Concentra el empleo legítimo de la fuerza e impone su dominación.

EL PROBLEMA DEL ORIGEN DEL ESTADO


El problema del origen del Estado no es tan fácil de resolver como el de su definición, pues ésta se
hace en vista de tres elementos empíricos: un territorio, un pueblo y un gobierno. Como quiera que
el problema del origen y el problema de la esencia del Estado son de carácter predominantemente
sociológico y filosófico, respectivamente muchos juristas han renunciado a investigar los princi-
pios esenciales del Estado y se limitan a enfocar su atención sobre el estudio del derecho positivo.
Así, el eminente tratadista Hans Kelsen sostiene que la teoría política debe renunciar por principio
a todo intento de explicación del Estado y sus fuentes, pues su causalidad es metajurídica, ya que
se halla más allá de la ciencia del Estado. Según Kelsen, cada Estado debe ser estudiado con pautas
puramente jurídicas; la norma original de cada Estado, la ursprungnorm, determina la naturaleza
de su estructura y el estudio de dicha norma original escapa a la teoría política.
A una conclusión igualmente escéptica llegó Carré de Malberg, quien afirmó que la ciencia del
derecho no se relaciona con la investigación del origen del Estado, problema ajeno al examen de
los juristas. Semejante conclusión, válida para los juristas no lo es para la politología, pues
comporta una abdicación de la ciencia política a su carácter de ciencia si renunciara a ofrecer una
explicación racional de las causas primeras.
El problema del origen del Estado, extremando su planteo, consiste en saber si el Estado existe
como una exigencia de la naturaleza humana o si es una creación de la voluntad. El problema
interesa directamente al Derecho, pero pertenece a la filosofía social, pues entraña un juicio de
valores; equivale a preguntarse si el Estado es dado o construido. La respuesta acertada es una
media entre ambos extremos, pues el Estado es natural por su origen y también es voluntario por el
hecho de contar con el asentimiento del grupo.
Entre las diversas teorías sobre el origen del Estado, merecen especial estudio las cuatro siguientes:
la teoría organicista, la teoría de la lucha de clases, la teoría del contrato social y la teoría de la
naturaleza social del hombre.

TEORÍA ORGANICISTA
En general, los organicistas establecen analogías entre el individuo orgánico, inclusive los animales
inferiores, y el compuesto social. Para sus representantes, que son particularmente Spencer,
Spengler y Kjellen, la sociedad es un organismo, es el producto de la evolución histórica.
Bluntschli extremó tal concepción, afirmando que el Estado alemán era de sexo masculino y había
alcanzado su edad viril con Federico
La célebre comparación de Platón de que el Estado es como un hombre en grande, no da a entender
que el filósofo haya concebido el Estado como un organismo biológico, sino más bien como una
unidad de voluntad. La concepción de Aristóteles se acerca más a la teoría organicista, pues
advierte una analogía en el hecho de que el Estado, al igual que el hombre o los animales, posee
órganos y funciones que hacen posible la vida del todo.
Spencer vio en el Estado a un organismo biológico, pero se ufanaba de que el Poder iría
disminuyendo con el progreso democrático. La experiencia ha demostrado lo contrario, pues por
doquiera se ha producido la acentuación del poder. Por eso, el eminente biólogo Huxley afirma que
la analogía del cuerpo político con el cuerpo fisiológico sirve, más bien, para justificar el
crecimiento de la autoridad gubernativa. "Supongamos que, de acuerdo a esta doctrina, cada
músculo arguya que el sistema nervioso no tiene derecho a intervenir en su propia constricción si
no es para impedir la constricción de otro músculo; o que cada glándula pretenda segregar de modo
que su secreción no moleste a ninguna otra; supongamos a cada célula entregada a su propio
interés, y que el dejar hacer presidiese en «el todo», ¿qué ocurriría al cuerpo fisiológico? La verdad
es que el poder soberano del cuerpo piensa por el organismo fisiológico, actúa por él y gobierna
con mano de hierro todas las partes que lo componen. Inclusive los glóbulos sanguíneos no pueden
tener una reunión pública sin que se les acuse de causar una congestión, y el derecho, al igual que
otros déspotas que hemos conocido, llama enseguida al acero del bisturí".
La teoría organicista yerra en cuanto desconoce la diferencia radical que existe entre la
composición de la sociedad y la del organismo, pues mientras en éste los órganos existen para
servir al conjunto, en el Estado cada individuo tiene un fin propio. Pero tiene un mérito
indiscutible: haber puesto de relieve el carácter real del Estado, en oposición a la doctrina de los
liberales, imperante en el siglo XIX, que hacía del Estado una simple construcción jurídica, un
mero producto ideológico.
Para el más importante de los organicistas modernos, Rudolf Kjellen, los Estados cuyo proceso
conocemos por la historia son verdaderos seres vivos, aunque no en el sentido biológico; están
dotados de sensibilidad y de razón e influidos en cierta forma por el territorio. Fue él quien propuso
dar el nombre de Geopolítica a la investigación del fundamento geográfico de los Estados. Subrayó
así la importancia del elemento espacial para las naciones. En su célebre obra El Estado como
forma de vida, dice Kjellen: "Los Estados son realidades objetivas que residen fuera de los
individuos y al mismo tiempo dentro de ellos; por eso están sometidos al influjo de las leyes
fundamentales de la vida. Desde que Platón, por vez primera, concibió el Estado como forma
humana, no ha dejado nunca de discutirse filosóficamente este problema del Estado como perso-
nalidad. Desde que Menennius Agripa explicó la fábula del estómago y los miembros del cuerpo,
los estadistas prácticos no han abandonado la idea de que el Estado es un organismo. Si lo esencial
de éste es que puede desarrollarse en la lucha por la existencia mediante su propia fuerza interior,
podemos dar por terminada la discusión sobre la esencia del Estado. Estado es una forma de vida,
sujeta a la influencia de las grandes leyes que rigen la misma".
La concepción organicista tiene, similitudes con la concepción romántica e historicista que supone
la existencia del alma popular, es decir, de una psique colectiva. Ambas son de tipo comunitario;
hacen predominar el valor colectivo sobre las personas individuales. La tendencia es en gran parte
germana, pues el pensamiento alemán es proclive a atribuir esencia al todo social, a una estructura
que insume al hombre. Desde Hegel al comunismo de nuestros tiempos cabe observar que la
noción de individuo es sustituida por la de estructura o totalidad. En cambio los latinos admitimos
la importancia de la colectividad, pero mantenemos como sujeto real y esencial al hombre, cuyo
desarrollo debe armonizarse con el de la sociedad en que vive inmerso.
Los organicistas extreman el planteamiento forzando una disyuntiva, al igual que los
contractualistas, pues dicen: El Estado proviene o bien del impulso natural o bien de la libre
voluntad del hombre. Pero estos dos factores no tienen porqué ser opuestos corno lo hacen ambas
teorías, igualmente extremas y unilaterales, En efecto, la Sociedad y el Estado provienen de ambas
causas a la vez, esto es, de una inclinación que impele al hombre a la vida en sociedad, y de la libre
voluntad humana, que es la que da forma concreta a la comunidad y la remodela continuamente.

TEORÍA DE LA LUCHA DE CLASES


Según ella, el Estado es una superestructura de opresión de la clase poseedora, impuesta con el fin
de asegurar un orden de privilegios. En forma rotunda, fue Marx el primero en sustentar esta teoría,
si bien su crítica se contrajo sólo al Estado actual, sin profundizar en cuanto al origen mismo del
Estado. En el Manifiesto Comunista, de 1848, llamó al Estado "comité de gerencia de la
burguesía", afirmando que la clase preponderante funda su posición política en la tenencia de los
medios de producción, "La estructura económica de la sociedad es la base real sobre la que se
levanta el edificio jurídico y político, y a la cual corresponden determinadas formas de la
conciencia social". La estructura económica, las condiciones de producción, es lo que determina la
superestructura política y la ideología. En el siglo XIX, cuando las relaciones de producción y la
evolución cultural condicionada por ellas permitieron descubrir que la servidumbre humana deriva
de la propiedad privada, dice Marx, el hombre advirtió que se halla enajenado al Estado por la
ilusión d encontrar en él un instrumento de seguridad y libertad.
Engels, amigo y discípulo de Marx, señaló en la base de la civilización la explotación de una clase
por otra. En su obra más importante, Origen de la familia, de la propiedad y del Estado, afirma que
el Estado no existe desde toda la eternidad, que hubo sociedades que se pasaron sin él y que no
tuvieron ninguna noción de la autoridad. "En cierto grado del desarrollo económico,
necesariamente unido a la escisión de la sociedad en clases, esta escisión hizo del Estado una
necesidad impuesta por los poseedores para continuar imperando sobre los proletarios. La
burguesía, al crear la gran industria, ha creado el proletariado y éste habrá de enterrada".
En la obra citada, Engels afirma: "No faltaba más que una cosa: una institución que no sólo
asegurase las nuevas riquezas de los individuos contra las tradiciones comunistas de la
organización de la gens, que no sólo consagrase la propiedad individual tan poco estimada
previamente e hiciese de esta santificación el fin más elevado de la sociedad humana, sino que,
además, legitimase en nombre de la sociedad en general las nuevas formas de adquirir la propiedad
que se desarrollasen unas después de otras, es decir, el crecimiento cada vez más acelerado de las
riquezas; en una palabra, una institución que no sólo perpetuase la naciente división de la socie dad
en clases, sino también el derecho de la clase poseedora de explotar a la que no poseyese nada, y la
preponderancia de la primera sobre la segunda"... "Y se inventó el Estado".
El marxismo postula que la sociedad es anterior al poder y al derecho. Éstos aparecieron por obra
de la usurpación y la violencia, cuando algunos introdujeron la propiedad privada de los medios de
producción. La división del trabajo ha engendrado la diferenciación política, la cual entraña la
alienación de la sociedad en favor de la clase económicamente fuerte. Para restituir la sociedad a su
pureza origina!; deben ser eliminadas las clases. Aparecida sin derecho ni Estado, la sociedad
continuará existiendo sin ellos, puesto que son fenómenos efímeros y pasajeros.
Para el marxismo, todo esfuerzo de libertad política es un engaño si el hombre sigue estando
alienado social y económicamente. La política no es sino un reflejo de la realidad social y el Estado
desaparecerá cuando se extinga la lucha de clases. Contradictoriamente, la experiencia soviética ha
demostrado que son los instrumentos políticos los más eficaces para alterar los mecanismos socio-
económicos, y no a la inversa. Era utópica la teoría de Marx, enunciada en escritos anteriores al
Manifiesto Comunista, en los manuscritos de 1844, respecto de que la vida civil no tiene necesidad
de ser integrada por el Estado, de que es éste quien resulta mantenido por la vida civil de relación,
es decir, por el conjunto de relaciones de producción y distribución, y no a la inversa. El marxismo,
que erigió en doctrina la primacía de lo económico sobre lo político, ha realizado lo contrario: la
primacía de lo político sobre lo económico. La nacionalización de los medios de producción no ha
logrado un aumento de la producción que permita atender las necesidades de todos, como afirmó
Marx. Tampoco, ha conducido a la abolición de las clases ni menos aún, a la extinción del Estado.

Sin conexión ideológica con Engels y Marx, algunos sociólogos con invocación a cierta
antropología arbitraria, han basado la diferenciación política en la raza y en las predisposiciones
individuales heredadas. Gumplowicz en el siglo XIX y Franz Oppenheimer en el XX han
asegurado que el Estado es una institución social impuesta por un grupo victorioso de hombres a
una estirpe vencida, con el único fin de regular la dominación y precaverse contra rebeliones
internas. Posteriormente, estas diferencias de raza se han transformado en diferencias de clase. El
Estado, para dichos autores, es un instrumento de opresión clasista. Al igual que Marx,
Oppenheimer sostuvo que, al desaparecer la expoliación de una clase por otra, desaparecerá
también el Estado para ser reemplazado por una sociedad de libre armonía.
Las teorías que conciben al Estado como un órgano de dominación clasista no alcanzan a explicar
la sumisión del grupo primitivo a la casta sacerdotal o la colonización de los territorios inhabitados.
Tampoco explican satisfactoriamente el Estado actual, cuya política consiste en prestar protección
a las clases no poseedoras y en regular el poder de la riqueza. En la actualidad, por elemental
sentido de defensa, el Estado impone restricciones al poder económico y hace viables,
continuamente, nuevas formas de redistribución del ingreso. La notable elevación del nivel general
de vida en los países de Europa Occidental, por ejemplo, así como la extensión de la clase media,
hacen patente dicho impulso. Nuestra era es altamente política y la jerarquía social resulta muchas
veces derivada de la jerarquía política. El poder político es hoy más fuerte que cualquier clase
económica y se dirige a la .protección jurídica general y al bienestar de la mayoría. El
nacionalismo de los países en desarrollo, que plantea re distribuir la riqueza, ha fortalecido al
Estado, tanto en lo interno como frente a los países altamente capitalizados.

TEORÍA DEL CONTRATO SOCIAL


Sostenida especialmente por Hobbes y Rousseau, aunque expuesta indeterminadamente por varios
autores desde muy antiguo, la teoría del pacto social afirma que el Estado proviene de la con-
vención de los hombres. En sus tratados De Cive y Leviatán, fue Hobbes el primero en exponer la
tesis del contrato. Es importante anotar que la hipótesis del pacto celebrado por los individuos con-
duce a Hobbes a legitimar el absolutismo del príncipe, en tanto que a Rousseau lo lleva a afirmar la
soberanía popular.
Hobbes, el gran teórico del absolutismo, parte del supuesto de que el hombre es un ser anti-social,
lo que ha hecho necesario el Estado como autoridad omnipotente e incontrastable, nacida del
temor. Los hombres lo han establecido para asegurar un orden que sustituyera el estado natural de
la sociedad, que es el de una lucha implacable: "homo homini lupus". El hombre primitivo se vio
ante la disyuntiva de la anarquía o la autoridad absoluta del Estado y convino en admitir esa
autoridad como precio necesario para su seguridad. El hombre, animal egoísta, nada sabe de lo que
es justo e injusto; obedece a sus naturales apetitos y .aversiones, lo que determinaría un estado
permanente de lucha si no se hubiera conferido la autoridad suprema al Estado, al que los hombres
obedecen porque cuenta con fuerza para obligarles.
Por ser fundamentalmente racionalista, Hobbes atribuye la formación de la sociedad a un "contrato
de paz" y subraya la importancia del poder, que ha recibido en transferencia los derechos indi-
viduales porque el ejercicio anárquico de ellos conduciría a la desaparición de la paz social.
La tesis política de Rousseau es expuesta en su Discurso sobre el origen y los fundamentos de la
desigualdad entre los hombres, que es un ensayo de historia conjetural del género humano, y más
ampliamente en El contrato social. Sostiene que el hombre es un ser bueno y social por naturaleza.
En el origen, todos los hombres eran libres e iguales; los más fuertes se impusieron a los demás y
crearon la propiedad privada conjuntamente con el predominio político. El primero que cercó un
campo y dijo "esto es mío" fue el factor de la infelicidad humana. La sociedad civil se ha
constituido por un pacto tácito acordado con el fin de proteger bienes y personas. Por virtud de
dicho pacto, "cada uno, uniéndose a los otros, no obedece, a pesar de esto, más que a sí mismo y
permanece tan libre corno antes", pues obedece a la voluntad general. De esta manera, el hombre
se despoja de su derecho de libertad en favor de la comunidad. Pierde su voluntad particular,
sometiéndose a la voluntad general expresada por la mayoría. Tal concepción es una petición de
principio o círculo vicioso, puesto que el pacto supone como condición previa la vida en la
sociedad, ya que sin aquella experiencia social no podían haberse advertido las ventajas del orden
civil.
Rousseau se pregunta por qué el hombre está por todas partes encadenado o sometido a una
disciplina social. Del estado natural de libertad, ha pasado al estado de sujeción por virtud del
pacto social cuyas cláusulas se reducen a una sola, a saber: "la enajenación total de cada asociado,
con todos sus derechos, a la comunidad". En compensación, el hombre ha recibido la libertad civil
que si bien es más restringida, es también mucho más eficaz, puesto que está garantizada por la
voluntad general. Corno quiera que el hombre ha consentido en perder su libertad natural, "la
obediencia a la ley que uno se ha prescrito es libertad". Sólo un convenio, dice Rousseau, es capaz
de constituir un pueblo, es decir, un cuerpo moral y colectivo, dotado de personalidad.
Para la tesis pactista, por tanto, el Estado no proviene de la naturaleza. Incurriendo en
contradicción, el propio Rousseau deja entender que la vida en sociedad es una exigencia de la
naturaleza: "supongo a los hombres habiendo llegado a un punto en que los obstáculos que atentan
a la conservación en estado de naturaleza exceden a las fuerzas que cada individuo puede emplear
para mantenerse en este estado. Entonces ese estado primitivo ya no puede subsistir; y el género
humano perecería si no cambiase su manera de ser". Así reluce que si los hombres acordaron vivir
en sociedad para no perecer, no eran libres para convenir lo contrario.
En otro pasaje dice que "el tránsito del estado de naturaleza al estado civil produce en el hombre un
cambio muy notable, sustituyendo en su conducta la justicia al instinto y dando a sus acciones la
moralidad de que antes carecían... Por más que se prive en este estado de muchas ventajas que
recibe de la naturaleza, gana otras muy considerables, sus facultades se ejercitan y desarrollan, sus
ideas se amplían, sus sentimientos se ennoblecen, y su alma entera se eleva a tal punto que, si los
abusos de esta nueva condición no lo degradasen a menudo por debajo de aquella que antes tenía,
debería bendecir sin cesar el feliz instante que lo arrancó de ella para siempre y que, de un animal
torpe y limitado, lo hizo un ser inteligente y un hombre".
Bien mirada, la posición de Rousseau no repudia la sociabilidad natural del hombre y tiene el
mérito de haber redescubierto la comunidad. Al afirmar que el individuo realiza su condición de
hombre en la sociedad política, está reconociendo que ésta es necesaria al perfeccionamiento
humano. Creemos obvio que el deseo de orden social no ha aparecido de súbito, sino que se
exteriorizó al desarrollarse las agrupaciones locales, pero, aunque no haya nacido con el primer
hombre, es innegable que pronto se hizo sentir como una exigencia de la naturaleza humana. Por
tanto, si la voluntad humana tradujo una tendencia natural, la sociedad ha nacido de la naturaleza y
el orden civil no depende de la pura voluntad ni puede ser disuelto por acuerdo.
En la teoría del pacto social lo más importante es la afirmación de un elemento voluntario en la
institución del Estado. Si bien la causa primaria de la sociedad política reside en la naturaleza
humanal no puede negarse que es la voluntad la que ha coordinado los esfuerzos y que la razón ha
admitido las ventajas de la vida en sociedad, con lo que se formó un consenso general de
obediencia. La tendencia natural fue estimulada, sin duda por la comprobación que la experiencia
proporcionó respecto de las bondades del orden y de la seguridad colectiva. Seguramente fue así
como nació el Estado, por exigencia de la naturaleza y por el propósito o voluntad de mantener
una organización.

TEORÍA DE LA NATURALEZA SOCIAL DEL HOMBRE


Confirmando enseñanzas de Sócrates, Platón afirma como origen del Estado la necesidad de
asociarse dada la insuficiencia del hombre. En su célebre tratado Politeia, voz que equivale a
Estado y que fue traducida por los romanos como La República, el filósofo enuncia una
organización ideal cuyo fin es la justicia.
Sostiene que la ciudad se formó con vistas a lo necesario “Por darse la circunstancia de que
ninguno de nosotros se basta a sí mismo, sino que necesita de muchas cosas. Son las necesidades
las que construyen el Estado, cuya población se diversifica por razón de la división del trabajo. De
la clase de los guardianes de la sociedad, de los guerreros, salen los gobernantes.
De acuerdo a su concepción idealista, Platón atribuye al Estado una existencia propia que, en
cuanto ideal es más real que la de los individuos que lo componen. Esta individualidad colectiva
guarda analogía ética y fisiológica con la naturaleza humanal pues se funda en tres facultades
diferentes: razón, valor y deseo. A cada una de estas facultades corresponde una clase social. Los
magistrados corresponden a la razón; sus almas están fabricadas con el metal más noble, el oro,
siendo su función el gobernar. Los guerreros están animados por el desprecio al peligro y el amor a
la gloria; están hechos de plata y tienen por misión la defensa de la comunidad. Los artesanos y los
labriegos, hechos de hierro y de bronce, respectivamente, están motivados por la necesidad de
ganar el sustento; por excepción, puede surgir de entre ellos un hombre con virtudes de oro y
encumbrarse a la clase más alta.
Aristóteles, que estudió los Estados reales a través de centenas de constituciones, afirmó la polis, el
Estado, como una comunidad natural. En su tratado La Política trata del origen y naturaleza del
Estado, de sus formas de organización y de sus funciones. El Estado, dice, es un hecho natural; el
hombre es por naturaleza un animal político, destinado a vivir en sociedad. La ley impone una obe-
diencia en la que son libres e iguales los ciudadanos y los gobernantes. Señala el valor impersonal
de la ley y las excelencias de un gobierno fundado en el bien general. Mira al Estado, la polis,
como una asociación política originada en la naturaleza humana.
También la filosofía cristiana explica el origen de la sociedad civil o Estado como institución de la
naturaleza. En la encíclica Inmortale Dei, relativa a la constitución del Estado, afirma León XIII:
"El vivir unido en sociedad e una tendencia natural del hombre, pues siéndole imposible
procurarse todo lo necesario y útil para la vida y alcanzar su perfección espiritual y cultural
haciendo una vida solitaria, fue destinado por disposición divina a hacer vida en común con sus
semejantes, tanto in sociedad familiar como en la civil, la cual es la única capaz de procurarle lo
que basta a la perfección de su vida". Dado que ninguna sociedad puede subsistir sin alguien que
coordine los esfuerzos de todos hacia el fin común, se deduce que, al constituirse los hombres en
sociedad, debe haber una autoridad que los rija.
El hombre, ser sociable por naturaleza, es un zoom politikon, como afirmaba Aristóteles. Por tanto,
la sociabilidad y la politicidad le han sido impuestas como un hecho ineludible. No puede vivir
fuera del Estado de la misma manera que no puede vivir fuera de la sociedad. Pero, en su calidad
de ser libre, puede imprimir a la sociedad formas de vida cada vez menos imperfectas, ya que la
colectividad humana difiere sustancialmente de las colectividades animales en el hecho de que el
hombre prefigura idealmente el esquema de sus organizaciones.

IMPORTANCIA DE LA GÉNESIS DEL ESTADO


Inquiriendo sobre su formación, tratamos de conocer la naturaleza del Estado. Cuando menos, de
aproximamos a ella. Los elementos de su estructura serán así de más fácil estudio.
La Escuela Histórica del Derecho, de la que Savigny fue el representante insigne, opuso al ente
racionalista individual la realidad de un ente colectivo, como reacción contra el racionalismo abs-
tracto e individualista de la época precedente. En vez de un derecho situado en un mundo
puramente racional, la escuela histórica de Savigny situó al hombre dentro del mundo concreto en
que se halla inscrito. Miró el derecho como una de las realidades históricas, positivas, semejante al
lenguaje y a otras manifestaciones culturales. La energía espiritual que brota del hecho de vivir los
hombres en comunidad, esto es, como pueblo, determina una conciencia común, un espíritu
popular, un alma popular, aquello que para Hegel es el espíritu objetivo concretado en el Estado.
Para Savigni, el pueblo es el sujeto activo y personal del derecho. Cada pueblo es el creador y el
sujeto del derecho positivo, es decir, que éste no es obra del espíritu humano en general sino crea-
ción debida al hecho de vivir en común una determinada colectividad de hombres. El pueblo
supone un fondo espiritual común, que infunde unidad a la vida social. Dicho fondo, compuesto de
tradiciones, de recuerdos, de acciones comunes y de ideales proyectados al futuro, se ve reforzado
por la conciencia de .necesidad de funciones colectivas. Así se configura un orden jurídico, el
Estado, que comprende la totalidad de la vida social. Un pueblo, que reviste rasgos individuales
bajo el nombre de nación, es un sujeto persistente, que no se limita a la reunión de los individuos
existentes en una misma época, sino que abarca las generaciones que se suceden. El Estado es la
manifestación objetiva culminante, suprema, del Derecho. "El Estado da cuerpo a la unidad
nacional, con lo cual se fijan rigurosamente sus límites. Si investigamos lo que da nacimien to al
Estado, encontramos, como para el derecho en general, una necesidad superior, una fuerza interna
que trata de extenderse hacia fuera e imprime al Estado un carácter individual".

En conclusión, después de haber analizado las diversas teorías que tratan de explicamos el origen
del Estado, cabe afirmar que la existencia de éste no puede explicarse si se toma como punto de
partida a los individuos, puesto que todo Estado surge de una sociedad y descansa sobre ella; más
aún, el Estado es la Sociedad en cuanto ella se estructura políticamente. El individuo aislado, el
hombre en abstracto, considerado independiente de la sociedad, no tiene existencia real, puesto que
el hombre ha vivido siempre en grupos, aun en las edades remotas. Los que creen en el hombre
asocial podrían proclamar que "nada existe en la sociedad que no haya sido antes en el individuo",
parafraseando el conocido aforismo de Aristóteles de que "nada hay en la inteligencia que no haya
estado antes en los sentidos". Pero, así como Leibniz refutó el alcance exa gerado del aforismo
aristotélico al añadir que "nada hay en la inteligencia que no haya estado antes en los sentidos,
salvo la inteligencia misma", puede decirse que nada existe en la sociedad que no haya sido antes
en el individuo, salvo la sociedad misma, pues lo social deriva del hecho de ser la sociedad
connatural al hombre.
La sociedad nacional no es mero agregado de hombres sino asociación natural. No se ha formado
por el pacto, como quiere Rousseau; tampoco para contrarrestar la ferocidad de los instintos, como
dice Hobbes, el cual se imagina al Estado o Leviatán como un gigante cuya silueta está
compuesta de formas humanas superpuestas. La sociedad política no puede disgregarse por la
disociación de los hombres que la componen, para entregarse a una lucha de todos contra todos. La
existencia del Estado es necesaria, impuesta por la naturaleza de las cosas. En lo que respecta al
Estado moderno, éste se constituye desde que el poder se despersonaliza institucionalizándose
como dice Burdeau. En la formación del Estado hay un hecho de conciencia: la aceptación de los
gobernados al establecimiento de un orden cuyo titularato es imputado a una entidad abstracta.

TIPOS HISTÓRICOS DE ESTADO


Como observa Bertrand de Jouvenel, el pensamiento no es autónomo respecto del lenguaje y de las
representaciones corrientes.
Para que la metafísica admitiera la realidad de la sociedad, esto es, que ésta no es una convención
ni una metáfora que exprese el hecho de hombre viviendo en común, fue necesario que apareciera
el concepto de nación con claridad. A partir de la Revolución Francesa, la población o conjunto de
súbditos se precisa como nación y forma el carácter de una persona, la figura de un ser que asume a
la sociedad.
A través de la historia universal y sin que ello implique la necesidad de tales etapas para cada
grupo histórico, puede apreciarse que el Estado ha pasado por las fases de Estado-imperio, Ciudad,
Estado y Estado-nación. En el seno de este último nació el actual Estado de Derecho. Las grandes
monarquías de Oriente se formaron por la agregación de pueblos sometidos al imperio de la raza
mejor dotada para la lucha o para la organización social. Eran Estados-imperios, de fundamento
despótico y teocrático, aunque con un cierto orden jurídico, particularmente en lo relativo a los
intereses privados, El Estado-ciudad aparece configurado en la Grecia homérica y se perfecciona
con la democracia ateniense, en la cual existe ya el imperio de la ley, si bien es débil el respeto a la
persona. Cada ciudad constituye un Estado soberano y el individuo está inerme frente al Poder.
En efecto, la libertad helénica consistía en la participación del individuo en la formación de las
leyes, pero éstas dominaban al individuo de un modo totalitario. La Roma monárquica, y aun la
Roma de los primeros siglos de la república, era un Estado-ciudad, que había logrado formar el
imperio sin confundir el territorio de la urbe latina con el de sus dominios. Después de las primeras
empresas extrapeninsulares, Roma fue constituyendo un inmenso Estado-imperio en el que se
concedió la ciudadanía paulatinamente a todos los súbditos. El Estado romano, por obra del
Derecho notablemente avanzado, tuvo un concepto más claro de la capacidad jurídica de la
persona. En la Edad Media, paralelamente a la idea sacra del Imperio y a la teoría de una
comunidad universal comienzan a constituirse las nacionalidades europeas, pero el proceso es
detenido por la fragmentación del poder que conocemos con el nombre de Feudalismo. Nuevamen-
te cobran autonomía política muchas ciudades y las comarcas sirven de referencia para el espíritu
de comunidad. La formación de un poder central en cada país sobreviene después del medioevo.
Es en la Edad Moderna cuando aparece el Estado arraigado a la nación. Después de que Francia,
España e Inglaterra formaron unidades nacionales, opuestas al ecumenismo anterior, el mundo
occidental vio extenderse el tipo de Estado-nación como sistema político normal. La idea de
unidad y la de autolimitación del Estado frente al individuo, son los caracteres esenciales del
Estado moderno. Nace como "obra de arte", según el dicho de Burckhardt, a la sombra de la
monarquía absoluta que absorbe los poderes locales y luego evoluciona hacia la libertad por influjo
de la doctrina del derecho natural. Triunfante la Revolución Francesa, se configura la democracia,
la cual acentúa la idea de la voluntad nacional y tiende a identificar los conceptos de nación y
Estado. Por último, después de la Primera Guerra Mundial, se disuelve el último Estado-imperio,
Austria - Hungría, para dar vida a varios Estados constituidos sobre nacionalidades diversas.
Actualmente, el ideal político consiste en la coincidencia de los fenómenos Nación y Estado. De
ahí que cada comunidad nacional se organice como comunidad estatal, o bien que una gran
comunidad estatal se esfuerce por crear un sentimiento nacional capaz de unir grupos de distinto
origen. No pocas veces el Estado ha logrado transformar la convivencia política de grupos diver-
sos' en una verdadera unidad nacional, por un proceso de homogenización. En los países africanos
de multiplicidad tribal es el Estado el poder unificador que va imponiendo una conciencia nacional
dentro de fronteras que no han surgido del sentir colectivo sino del trazo que fijaron las potencias
colonizadoras europeas. Dentro de ese ámbito, hasta hace poco artificial, van cohesionándose las
nacionalidades.
El Estado democrático moderno, surgido de la Revolución Francesa y de la era de Transformación
Industrial, ha superado al Estado - nación, al cual prolonga, y se ha organizado como Estado de
Derecho, poniendo énfasis en los derechos humanos. Se reconoce hoy la preeminencia de éstos
sobre la empresa histórica del Estado y se atribuye la soberanía a la comunidad, suponiendo una
voluntad general encaminada al bien común. Para el Estado democrático, la acción estatal debe
fomentar la libertad y promover el bienestar del conjunto social.
Tal corno afirma Mac Iver, en El tejido del gobierno, la democracia consiste precisamente en la
distinción entre la sociedad y Estado como planteamiento constitucional, es decir, en el control del
Estado por la comunidad. No radica en el predominio de la masa sino en la soberanía del
electorado pacífico y en el respeto recíproco de los derechos de gobernados y gobierno.

RELACIÓN DE LOS CONCEPTOS ESTADO, NACIÓN Y PATRIA


El Estado puede existir tanto cuando el pueblo constituye una nación corno cuando pertenece a
diversas nacionalidades. Pero, ordinariamente, la nación es el medio social en el que se produce el
hecho Estado. Entre los conceptos Estado y Nación hay un paralelismo y no una identificación,
pues el uno es concepto jurídico y el otro es sociológico.
La nación es una sociedad, corno también lo es el Estado, pero con la diferencia de que el Estado
es una sociedad organizada, en tanto que la nación carece de organización o bien la tiene en el
Estado. Hacia 1851, el profesor Mancini definía la nación corno "una sociedad natural de hombres
a los que la unidad de territorio, de origen, de costumbres y de idioma conduce a la comunidad de
vida y conciencia sociales". En cuanto una nación adquiere conciencia de sí misma, aspira a la
unidad estatal; y a su vez, una comunidad estatal no es verdaderamente armónica sino cuando
reposa sobre una auténtica comunidad nacional.
La nación es un complejo que reúne diversos elementos de índole natural y cultural (geográfico,
étnico, lingüístico, antropológico e histórico). Es el conjunto de hombres unidos por una
comunidad espiritual, forjada por la convivencia histórica en el mismo territorio y proyectada
idealmente hacia el futuro. Su factor esencial es la tradición. En cuanto a la palabra nacionalidad,
distingamos que tiene dos acepciones. En sentido objetivo, significa el conjunto de caracteres que
configuran una nación; en sentido subjetivo, designa para un individuo el hecho de pertenecer a un
determinado Estado.
La presencia de los caracteres de raza, religión, lengua y costumbres puede darse en general, pero
no es indispensable: Lo importante es que exista entre los miembros de una nación el sentimiento
de afinidad, la conciencia social. Cuando ésta se halla en formación, es decir, fundiendo elementos
dispares a través de la vida en un mismo territorio, el proceso es llamado integración. La
solidaridad del compuesto es la nota que revela haberse alcanzado la homogeneidad, la cual es
fruto de una secular evolución en común. La nacionalidad se nutre por el cruce de razas, por la
larga convivencia, por la tolerancia recíproca, por la libertad de las tendencias contradictorias, todo
ello de un modo real y vivo.
Ha dicho Renán que la nación se constituye por "un plebiscito de todos los días". La nación es un
alma, un principio espiritual. "Dos cosas que, a decir verdad, no hacen más que una, constituyen
esta alma: una, es la posesión en común de un rico legado de recuerdos; la otra, es el
consentimiento actual, el. deseo de vivir juntos, la voluntad de continuar haciendo valer la herencia
que se ha recibido indivisa... tener glorias comunes en el pasado, una voluntad común en el
presente, haber hecho grandes cosas en común, querer realizarlas todavía, he ahí la condición
esencial para hacer un pueblo".
Patria es la nación, en cuanto ha adquirido conciencia de sí misma y ha llegado a ser objeto de
culto y amor para sus miembros, según definió Hauriou. Cuando nación y Estado coinciden, el
sentimiento patriótico arraigado a la nación fortalece el Estado y lo hace concebir como una
empresa histórica. "Los hombres sienten en su corazón que son un mismo pueblo cuando tienen
una comunidad de ideas, de intereses, de afectos, de recuerdos y de esperanzas. He aquí lo que
hace la patria y la patria es lo que amamos". Así define Fustel de Coulanges la comunidad
espiritual a la cual adherimos más por respeto al pasado, a las generaciones que nos han precedido,
que por amor al suelo.
La patria no es sólo la tierra en que se nace, realidad que arraiga; no sólo es la bandera, emblema
que exalta; no sólo son los muertos, cuyos huesos sagrados son el pasado. Es también el futuro con
la aspiración de grandeza y de destino por cumplir. Como dijera José de la Riva Agüero, la patria
supone la comunidad de los compatriotas contemporáneos y también la comunidad de las
generaciones sucesivas. Vive de dos cultos, el del recuerdo y el de la esperanza, esto es, el de los
muertos y el del ideal proyectado en lo venidero.
El sentimiento patriótico unge de espíritu la política, anota Ruiz del Castillo, y es el factor más
activo en la cooperación del grupo social, dado que concilia en el alma de cada persona su
conciencia de individualidad con el sentimiento de pertenecer a una comunidad. La exaltación del
patriotismo contribuye a definir la nacionalidad. Acelera el proceso de integración interna por
virtud de una solidaridad nueva: el nacionalismo. Éste se inspira en la tradición, pues invoca los
sentimientos de lealtad histórica, pero a la vez forja un credo modernizador, dirigido a reforzar la
identidad de la nación. Tratándose de países que han sufrido opresión externa o vasallaje
económico, la mira del nacionalismo es independizarse del control extranjero.

NACIONALISMO Y AUTODETERMINACIÓN
El nacionalismo es un sentimiento de adhesión a la comunidad ya los valores que ella encarna. En
muchos países del tercer mundo el nacionalismo tiene el carácter de reivindicación de su indepen -
dencia, dirigida contra los rezagos del colonialismo o bien contra las dependencias forjadas
después de la emancipación política. Fundamentalmente, el nacionalismo es un sentimiento y no
una doctrina; pero, dada su virtualidad impulsor a, actúa eficazmente al mezclarse con las
ideologías.
La palabra nación expresa un concepto de gran complejidad, pues en su realidad se entrecruzan
factores muy diversos y es la totalidad de ellos lo que confiere carácter nacional a una comuni dad
histórica. Entendida como empresa que se proyecta al futuro, es decir como unidad de destino, la
nación origina el nacionalismo, sentimiento apasionado en el que puede sustentarse una acción
política elevando a doctrina lo que es adhesión emocional. El nacionalismo es una exaltación del
patriotismo, un combustible que potencia las más diversas ideologías, una fuerza sicológica
altamente motivadora. Si se le atribuye la calidad de doctrina, el nacionalismo "'(invoca el sentido
de comunidad como si de ésta emanara la existencia individual o la identidad de las personas.
El nacionalismo está hecho de lealtad a la historia y de voluntad de forjar un porvenir común. Las
patrias son hechos legales por la historia, verdaderas creaciones colectivas. Constituyen una encar -
nación y una vocación; una unidad que ensancha y prolonga nuestra persona en el tiempo. Tal
unidad es indivisible. Supone una mística que sublima lo malo que haya en el pasado y exalta lo
bueno, en una continuidad que es arbitrario fragmentar, interrumpir o silenciar. Quiérase o no, en la
historia que se forja en el presente influye el pasado, pues constituye la historia ya producida, esto
es, un ámbito de cultura desde el cual se parte para mejorarlo.
Los brotes de nacionalismo, sobre todo en los países recién independizados o en aquellos que
desean reducir su independencia, alientan ideologías activas que se traducen hoy en una tendencia
desarrollista y de reformas estructurales. Comúnmente, el nacionalismo es mirado como si fuera
una "ideología de la nación", en cuanto conduce a la integración de sus componentes en un todo
solidario. Pero, en rigor, es un sentimiento, un hecho "a-ideológico", un combustible que puede ser
usado por diversas ideologías, como observa Mario Amadeo. En cuanto núcleo de valores y lealta-
des, es factor de movilización social que mira a un destino solidario. Con ello proporciona un
formidable impulso de autodeterminación en la marcha del Estado.
La combinación de factores que forman una nacionalidad adquiere mayor coherencia por obra de la
autoridad del Estado. Ello es patente en los países multinacionales, como la Unión Soviética, o en
aquellos que han partido de una situación de pluralidad de tribus rivales, corno en el África.
Muchas veces no puede distinguirse entre una nacionalidad en atisbas y el momento en que ella
forma un Estado. La nación es la materia prima del Estado, es una sociedad individualizada gracias
a un cierto grado de organización política. No es una entidad previa al Estado; más bien, se
constituye a medida que se va configurando la entidad política.
Los nacionalismos estrechos de base lingüística y étnica, los chauvinismos que deforman la
realidad social, llevan a la intolerancia o a la agresión. En cambio, un nacionalismo constructivo,
que no contradiga el humanismo, que tenga conciencia de la humanidad, permite al Estado
profundizar el carácter nacional, a la vez que contribuye a la armonía internacional. Al respecto
recordemos el pensamiento de Perroux: una sociedad nacional es una creación colectiva, pero lo
humano es un valor más alto y el culto al Estado nacional puede llevar a una alienación que hace
perder libertad de decisión a multitud de hombres concretos. La identidad y el valor de cada
persona humana deben ser considerados en la raíz de los grupos sociales que llamamos naciones, lo
mismo que el valor global de la humanidad.
Gracias al nacionalismo, el espíritu individual se funde en una conciencia colectiva. Ha sido la
religión del siglo XIX y de parte del XX hasta la Primera Guerra Mundial. Alentó la formación de
importantes Estados, bien fuera mediante la fusión de entidades políticas afines, como sucedió en
los casos de Alemania e Italia, o por formación de naciones dentro de cada demarcación
establecida por el coloniaje, como en el caso de América Latina. Fomentó también la expansión
imperialista, por razones económicas y de poderío, de orgullo patrio agresivo, como lo demostró el
reparto colonialista del mundo. Se inspiró unas veces en-razones étnicas, o por lo menos las invocó
como pretexto, como sucedió con el pangermanismo y el paneslavismo. Otras veces se reflejó en la
creencia de un "destino manifiesto", como fue la expansión de Estados Unidos a costa de México.
El nacionalismo de los poderosos fue agresivo. El de los países menores fue defensivo, por lo
menos de modo general como respuesta a la explotación y a las frustraciones.
El nacionalismo no está vinculado a ningún régimen político ni determinado por las concepciones
políticas que llamamos ideologías, como podría creerse por la exaltación que del Estado Nacional
y de la raza, respectivamente, hicieron el fascismo y el nazismo.
En verdad, el nacionalismo ha sido izado sucesivamente por los liberales románticos, por los
conservadores y luego por los socialistas. Desde fines del siglo XIX, el nacionalismo comenzó a
erosionarse por el cosmopolitismo burgués de ciertas elites y por el internacionalismo proletario
preconizado por los marxistas. En el período intermedio entre ambas guerras mundiales, el
comunismo preconizó el abatimiento de las fronteras, la solidaridad horizontal de todos los obreros
del mundo en sustitución de la solidaridad vertical pluriclasista que cada nación genera. Pero
luego, advirtiendo el inmenso valor del nacionalismo, lo adoptó corno ingrediente táctico en los
países del tercer mundo, sin perjuicio de recortarlo en los países de Europa Oriental sometidos a su
órbita de poder armado. Respecto de éstos, la Unión Soviética sustentaba la tesis de la "soberanía
limitada", que se contrapone al nacionalismo y que pudo llegar al extremo de las invasiones de
Hungría y Checoslovaquia, para conservadas corno satélites.
La autodeterminación aparece cuando hay voluntad común de pertenecer a una nación y al propio
tiempo a un Estado. El sentimiento de frustración si se pertenece al marco de otro Estado por
coacción, subleva el propósito de independencia política. Si ésta se ha logrado, el principio de
autodeterminación conduce a una nueva acción para alcanzar independencia económica, esto es,
para lograr que los centros de decisión sean nacionales y no externos. El nacionalismo se torna un
propósito de desarrollo en los países recién independizados o en aquellos que se emanciparon hace
tiempo, corno los de América Latina, y ahora toman conciencia de la necesidad de acentuar su
independencia económica para salir del subdesarrollo. Después de la Segunda Guerra Mundial el
proceso de descolonización se precipitó de modo irreprimible, pero la existencia de unos pocos
centros de decisión es obvia, marginando una vasta zona periférica. Dado que la configuración de
poder ha variado en la última década, pues se ha pasado de una situación bipolar de dos
superpotencias a otra de multipolaridad, las esferas de influencia tienden a una cierta atenuación, o
cuando menos se disimulan en homenaje a los nacionalismos.

Desde 1991, con la desaparición de la URSS, asistimos a una unipolaridad en lo político-militar,


con una solitaria hegemonía de los EE.UU. La multipolaridad, sin embargo, se mantiene en el
terreno económico, en donde los principales centrOS de poder económico se distribuyen entre los
EE.UU., la Unión Europea y el Asia altamente industrializada (Japón, Carea, Taiwán, etc.).
Vemos, por tanto, que más allá de los elementos perceptibles en la textura de un Estado existe una
proyección ideal que atrae emocionalmente. Dicha flama es el nacionalismo, en el cual no es
propio mirar una doctrina o una ideología, sino un combustible muy activo, cuya polivalencia le
permite robustecer y viabilizar toda ideología. Así como es el motor principal para la liberación de
los pueblos independientes, también nutre la vocación de predominio de las naciones poderosas.
Además, sublimando el egoísmo nacional para profundizar los vínculos entre pueblos afines, forja
conciencias colectivas de mayor amplitud, tales como el incipiente nacionalismo latinoamericano o
la conciencia integracionista de Europa Occidental. Es notable el caso del nacionalismo árabe, que
fusiona varias conciencias nacionales unidas por una tenaz adhesión al Islam, por la identidad
étnica y por el antagonismo hacia Israel.
La germinación de estos nacionalismos ampliados es perceptible en los grupos rectores de cada
país, pero opera muy lentamente en los sectores más vastos. Comporta una transferencia de leal-
tades y quienes creen anticipadamente en la unidad mayor pasan por desleales a su país o pagan
caro su actitud de visionarios. La patria ampliada es, por ahora, un ideal con escasas realizaciones,
siempre tímidas y con retrocesos frecuentes. Por ello, conviene repetir que el avance hacia áreas de
integración comercial que un día puedan convertirse en áreas de asociación política, no significa
renegar del ser nacional que cada país ha forjado a lo largo de siglos. El nuevo ser no alcanzará a
palpitar emocionalmente sino dentro de mucho tiempo y siempre será preferente la adhesión al país
de origen. La patria ampliada es una simple vislumbre, realizable después de un largo período en el
cual se haya experimentado una organización de tipo federativo, es decir, aquello que de Gaulle
propiciaba sólo como "república de patrias", antes de llegar propiamente a una fusión de naciones.
Dicha fase previa, esbozaba con timidez en las comunidades económicas en marcha, supone un
paso de muy difícil concertación: el sometimiento de los Estados a las autoridades supranacionales,
aunque sólo sea en lo comercial o industrial. Las sucesivas crisis que se presentan año tras año en
los sistemas de mercado común demuestran que la supranacionalidad se halla apenas perfilada. No
bien un evento impensado fomenta actitudes regresivas o bien plantea la necesidad de soluciones
más adelantadas, casi futuristas, los nacionalismos se erizan a la defensiva, sobre todo por temor a
la opinión pública interna.
La verdad es que adherimos a la nación por inercia de siglos y por factores sentimentales
arraigados. Ello determina que rechacemos las nuevas formas de dominación, aunque sean sutiles.
De otro lado, la tendencia humanista, le da realce a la primacía de la humanidad. Pero afirma, a la
vez, que la entraña de toda sociedad son los destinos personales, vinculados históricamente a
organizaciones políticas autónomas, ya que es gracias al Estado que cada comunidad nacional se
afina y ahonda.

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