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Luego de las reformas constitucionales sobre la Justicia y el Marco General para la Paz, es

Colombia: ¿Estado de Derecho o ESTADO SOCIAL DE DERECHO?

Recientemente el Congreso de la República de Colombia en unión con el Gobierno y Altos Magistrados o en


otras palabras, de consuno con los poderes públicos, esto es, todos como uno, inobservando el principio de
independencia de las ramas del poder, so pretexto de una colaboración armónica, aprobó dos importantes
reformas constitucionales: El marco general para la paz y la llamada reforma a la Justicia. Estas reformas han
causado en la opinión pública en general, así como en la comunidad académica y científica, una serie de
sinsabores, no solo por la forma, sino por su alcance, que constituyen la constitucionalización de un conjunto
de prebendas y beneficios para unos pocos, con lo que se desvirtúan las características de la norma jurídica
según las cuales esta debe ser general, impersonal y abstracta y dichas reformas tienen nombre propio.

Lo anterior, por su forma y por desnaturalizar, además, el Estado SOCIAL de derecho, debe encender un
conjunto de alertas que lleven a revisar si Colombia empieza a reversar hacia el caduco modelo de Estado de
Derecho que con la Constituyente de 1991 se trató de superar al darle paso al ESTADO SOCIAL DE DERECHO
(Artículo 1 de la Constitución Política, entre otros), en el cual derechos humanos y servicios públicos tienen una
posición esencial y la Justicia es un derecho y un servicio público. El término "social", agregado a la clásica
fórmula del Estado de Derecho, que antes de 1991 se tenía, "no debe ser entendido como una simple muletilla
retórica que proporciona un elegante toque de filantropía a la idea tradicional del derecho y del Estado. Una larga
historia de transformaciones institucionales en las principales democracias constitucionales del mundo,
está presente para dar testimonio de la trascendencia de este concepto. (Sentencia T-406 de 1992 M.P Ciro
Angarita Baron).

Volver al escueto Estado de Derecho que es aquel en el que con normas jurídicas (más que todo formas) se
legalizan prácticas injustas de los poderes públicos, como otrora ocurrió en Alemania que sustentado en un
Estado de Derecho formalista vulneró los derechos humanos sin consideración y compasión y provocó la
segunda guerra mundial, por las causas y con las consecuencias que todos conocemos, es abrirle paso al
retroceso que sólo conducirá a abolir derechos y garantías de los colombianos y a someterlo a la arbitrariedad.
Por el contrario, el Estado SOCIAL de Derecho debe ser edificado como equivalente al Estado
constitucional democrático que es, como se expresa en la sentencia ya citada, la respuesta jurídico-
política derivada de la actividad intervencionista del Estado. Dicha respuesta está fundada en nuevos
valores-derechos consagrados por la segunda y tercera generación de derechos humanos y se
manifiesta institucionalmente a través de la creación de mecanismos de democracia participativa, de
control político y jurídico en el ejercicio del poder y sobre todo, a través de la consagración de un
catálogo de principios y de derechos fundamentales que inspiran toda la interpretación y el
funcionamiento de la organización política.

Que Colombia haya modificado o cambiado de Estado de Derecho a Estado SOCIAL de derecho ha producido
en el derecho como área del conocimiento, no sólo una transformación cuantitativa debida al aumento de la
creación jurídica, sino también un cambio cualitativo, debido al surgimiento de una nueva manera de interpretar
el derecho, cuyo concepto clave puede ser resumido de la siguiente manera: pérdida de la importancia
sacramental del texto legal entendido como emanación de la voluntad popular y mayor preocupación por
la justicia material y por el logro de soluciones que consulten la especificidad de los hechos. Estas
características adquieren una relevancia especial en el campo del derecho constitucional, debido a la
generalidad de sus textos y a la consagración que allí se hace de los principios básicos de la organización social
y política. De aquí la enorme importancia que adquiere el juez constitucional en el Estado social de derecho. En
este contexto, las reformas constitucionales, así como las leyes u otras fuentes del derecho que se produzcan,
tienen como límite el Estado SOCIAL de Derecho y los formalismos legales que las arropen, no les dan la validez
si estas lo vulneran.
La producción de una norma jurídica y más, aún, constitucional, no es sólo el producto del consenso del poder
legislativo, aunque actúe de consuno con otros poderes públicos. No. Las normas jurídicas de
cualesquiera rango, en un contexto neoconstitucional que es el adoptado por Colombia con la Constitución de
1991, requieren tres elementos: legitimidad, validez y eficacia, y juristas como el Alemán Robert Alexy, con
claridad han señalado que la validez del derecho requiere una validez moral, una validez jurídica y una validez
social, y sin estos requisitos, una norma jurídica no podrá tenerse por válida, ni por justa.

En ese sentido, nadie está obligado a tener por válidas normas jurídicas o reformas constitucionales injustas,
aunque estas hayan pasado por procesos formales que les dan un ropaje de legalidad.

Así las cosas, se hace necesario reflexionar el alcance del preámbulo y de los Artículos 1 y 3 de la Constitución
Política de Colombia, que expresamente adopta la titularidad de la soberanía y de la democracia
participativa. Particularmente, el ARTICULO 3 indica que "la soberanía reside exclusivamente en el pueblo, del
cual emana el poder público. El pueblo la ejerce en forma directa o por medio de sus representantes, en
los términos que la Constitución establece". Y en este contexto, se cree que cuando los colombianos
comprendan el sentido y el significado del Artículo 3 de la Constitución Política, se podrá cambiar la iniciativa
legislativa con legitimidad, validez y eficacia, para obtener la aprobación de normas constitucionales y legales
pertinentes, que realicen el Estado social de derecho, cuyo alcance es garantizar los derechos humanos y los
servicios públicos. Naturalmente, con la observancia de procedimientos legítimos que no conduzcan a un Estado
de Opinión, sino a la edificación del Estado Social, Constitucional y Democrático de Derecho.

El Artículo tercero debe dejar de ser letra muerta, porque su verdadero alcance es superar la democracia
representativa centrada en un Estado-Nación, en el que la ciudadanía se convocaba sólo para elegir, culminado
lo cual, debía asumir un papel pasivo e hibernar hasta las próximas elecciones. Pero ya esto no es así, el
sistema representativo, como modelo, ha caducado y así ocurrió en Colombia con la Constitución de 1991, que
introdujo una exigencia democrática diferente, una exigencia, que parafraseando a Rosan Vallon, impone el
surgimiento de una ciudadania activa. Una ciudadanía que se impone sobre las estrategias colectivas. Los
derechos políticos de ciudadanía, como lo dice este autor, no pueden reducirse a la simple designación de
representantes encargados de administrar los asuntos del país, sin reflejar en las decisiones los fines reales del
Estado. La democracia participativa o ciudadanía activa, entraña el derecho de fiscalización sobre las políticas
públicas: la democracia "de elección" se acompaña de una democracia " de expresión" (por la alocución), de una
democracia "de implicación" (por el debate) y de una democracia "de intervención" (por la acción
colectiva). Como lo expresa Chevallier en su obra el Estado Postmoderno, la promoción de los procesos
deliberativos y participativos tiende así a involucrar directamente a los ciudadanos en la elaboración de las
políticas, lo cual parece dar prueba de la transición a una "democracia continua" (rousseau), que excluye toda la
idea de monopolio de los representantes.

Gloria Vélez
Abogada
Especializada en Derecho Probatorio
Especializada en Derecho Público
Candidata a Magister en Derecho Procesal
Candidata a Doctora en Derecho (U Externado de Colombia)
Conciliadora en Derecho
Email: direccion@vozjuridica.com
www.vozjuridica.com
Soraya Argüello presidenta del Cajar denuncia – ¿Para quienes legislan?

9 AGOSTO, 2019.

Las presiones económicas siguen pesando a la hora de legislar en Colombia. Acaba de ocurrir en la reciente
legislatura, cuando se quedaron por fuera varios proyectos de ley que apuntan a mejorar las condiciones de vida
de la gente.

Aunque la derrota de los proyectos anticorrupción ha sido la más visible, también hay que destacar el
hundimiento del proyecto de ley 214, que establecía medidas contra la obesidad y que incluía acciones como
etiquetado frontal de advertencia en envases de bebidas azucaradas y en empaques de comestibles
ultraprocesados con información clara y cierta sobre los riesgos para la salud. El proyecto también incluía
restricciones a la publicidad de productos que sobrepasaran límites no saludables y la promoción de entornos
saludables en escuelas y colegios.

El mencionado proyecto de ley iba dirigido especialmente a favorecer a niñas, niños y adolescentes, para lo que
no tendrían que existir excusas de ninguna índole. Como mamá que soy pensaba que este era un tema que
debía contar con un respaldo unánime y sin condiciones. Pero para la mayoría de congresistas colombianos
parece que sí hay una larga lista de peros. Por eso, un proyecto de este calibre solo tuvo una oportunidad de
debate en la Comisión VII de Cámara y en el último segundo de la legislatura, cuando no tenía opción de
sobrevivir.

No era otra cosa que ponerle freno a las llamadas Enfermedades No Transmisibles, como la diabetes, que
guardan una estrecha relación con la obesidad por el consumo de ciertas bebidas y comestibles, hecho
comprobado por centros de investigación y alertado por entidades como la Organización Mundial de la Salud
(OMS) y la Organización Panamericana de la Salud (OPS).

Se sabe, por ejemplo, que solo en el 2016 en América Latina y el Caribe fallecieron 1,9 millones de personas por
enfermedades relacionadas con las condiciones de alimentación, según esos mismos organismos.

El proyecto 214 debió enfrentar la oposición de la misma industria, que sin duda, metió las narices en la intimidad
de la discusión. Por ejemplo, en vísperas del debate, la Andi hizo público un comunicado en el cual, en uno de
sus apartados, condenaba la presión de organizaciones contra los congresistas para que votaran a favor del
proyecto. Como si fuera indebido movilizarse para garantizarles la salud a nuestros niños y niñas. Las
organizaciones de la sociedad civil que han buscado que se apliquen estas medidas han priorizado el bienestar
de los colombianos por encima del interés particular. Es un elemental compromiso ético.

A la mayoría de los congresistas de la Comisión VII de la Cámara les molestó que la gente participara desde
diferentes escenarios para lograr la aprobación del proyecto original. Tal molestia es un gesto antidemocrático
para un asunto de la cotidianidad de las familias colombianas, como si estuvieran legislando para otro país.

De ahí que en la apertura del debate el tema central no fue el propósito del proyecto, sino las supuestas
presiones de la sociedad civil. Como ‘matoneo’ calificó Jairo Cristancho (Centro Democrático), presidente de la
Comisión VII de la Cámara, a la libre y democrática participación ciudadana, y se fue por las ramas en lugar de
debatir el proyecto de ley.

Se puede decir que en la Comisión VII el proyecto tuvo más detractores que defensores a la hora de la verdad y
que estuvo expuesto a una estrategia de dilación permanente. Incluso el representante Jairo Humberto Cristo
Correa (Cambio Radical), el coordinador ponente, le hizo cambios al proyecto original, al punto de proponer una
comisión en la que inexplicablemente tuviera presencia la industria para que, después de aprobada la ley, se
sentara a discutir la manera de etiquetar los productos.
Colombia tiene que legislar sobre ese tipo de bebidas y de comestibles, como se hace en otras partes del mundo
de manera eficaz y donde la industria no ha sufrido ni por disminución de ingresos, ni por la pérdida del empleo.
Las organizaciones de la sociedad civil seguirán promoviendo una ley que interprete lo que debe ser una política
pública contra la obesidad, las enfermedades no transmisibles y sus consecuencias. Esperamos que los
legisladores piensen más en la infancia y en el país, y menos en sus intereses o en los bolsillos de quienes
patrocinan sus campañas políticas.

(*) Presidenta del Colectivo de Abogados ‘José Alvear Restrepo’.

TOMADO DE: CAJAR

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