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Después de la descripción del ambiente tenemos la presentación de los personajes que se
realiza en primera instancia a través de los nombres de las dos mujeres, mientras que el
desconocido aparece caracterizado solamente por su aspecto exterior, visto desde la perspectiva
de la muchacha. “En el rancho de Tiburcio estaban solas Carmen, su mujer y Elvira, su hija
(…) cuando oyeron ladrar al perro hacia el lado del camino. Se asomó la muchacha y vio un
hombre desmontar con el poncho empapado y el sombrero como trapo por el aguacero. (…)
¿Quién es?-preguntó la vieja –No lo conozco. La joven volvió al lado de su madre y quedó
expectante.”
Dar hospedaje a los viajeros es una costumbre muy común en el campo, por eso las mujeres
reciben al desconocido sin desconfianza. A pesar de ello, veremos que desde el arribo del
desconocido y durante toda su permanencia en el rancho, se desarrollará en Elvira una inquietud
que comienza con un estar a la expectativa, pasa por la desconfianza, hasta llegar al miedo que la
ahogaba y la lleva a ver en su imaginación “al hombre de barba negra clavándole los ojos
como chispas; veía el poncho negro, movido por el viento como anuncio de ruina…”
A lo largo de todo el episodio que transcurre en el interior del rancho veremos, por un lado, la
inquietud hasta llegar al miedo que despierta el hombre pálido en Elvira; por otro lado, la lucha
interior del desconocido que se produce entre sus propósitos que se van dando a conocer a
medida que avanza el relato, matar y robar a las mujeres, y el amor que despierta Elvira en él. El
abandono del propósito inicial se produce tras el cambio que se opera a causa de los sentimientos
hacia Elvira que se despiertan en él. Estos acontecimientos quedan plasmados a través de los
diálogos de los protagonistas donde el autor utiliza un lenguaje que imita el lenguaje oral de los
hombres del campo; y a través de las intervenciones de un narrador omnisciente que a lo largo del
relato va cambiando su punto de vista. Desde la perspectiva de Elvira tendremos la presentación
del desconocido, mientras que desde el punto de vista del hombre pálido tendremos, no solo la
descripción de Elvira, sino también a través de sus pensamientos la lucha en su interior entre sus
instintos sensuales y lo que él llama “deseos buenos”.
Es a partir de esa alternancia de puntos de vista que tenemos la presentación del protagonista,
visto desde el ángulo de la muchacha, por una serie de datos exteriores (grafopeya) “el hombre
delgado y alto, de cara pálida en la que se enredaba una negrísima barba que la hacía más
blanca, no tenía aspecto para tranquilizar a nadie…”. Dichos datos nos permiten, a la vez, ir
armando la interioridad del hombre pálido: la barba que aparece adjetivada y el empleo del
superlativo “negrísima” para destacarla y marcar el contraste con la blancura de su cara connotan
maldad y muerte, nos habla de las perversas intenciones del protagonista, este dato se ve
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complementado con la característica de los ojos que son comparados con “chispas” (en esta
comparación “ojos” es el término comparado y “chispas” es el término comparante) para
mostrar el brillo y lo hiriente de su mirada al punto que Elvira se ve obligada, cuando el hombre
la mira, a bajar, temerosa, su propia mirada. La referencia a los ojos es fundamental, pues se trata
de un rasgo físico que se considera como reflejo del alma y a través de las miradas de ambos
personajes tenemos el planteo y el desarrollo del conflicto que se manifiesta en el interior de
ellos: el miedo que en Elvira la lleva a ver “al hombre de la barba negra clavándole los ojos
como chispas” y al protagonista que lo lleva a cambiar sus intenciones perversas “el hombre
recorría con la vista el cuerpo tentador de la muchacha, pero más adelante comenta el narrador
“Embebecido cada vez más con la contemplación, el hombre sólo al rato advirtió que la
muchacha estaba asustada. Entonces, algo le pasó también a él”.
Desde la mirada del hombre pálido tenemos la presentación de Elvira a través de su
grafopeya. También asistimos, a partir de lo que despierta esa descripción en el personaje, a su
conflicto interior entre el bien y el mal y la decisión de cambiar de planes (no robar el dinero de
la casa aprovechando que las mujeres estaban solas) con la que se cierra el primer capítulo. Esta
decisión se materializará en el capítulo II, en la negativa de actuar de acuerdo a lo pactado con su
cómplice y, frente a la insistencia de éste de llevar adelante lo planeado, darle muerte en un justo
duelo a cuchillo.
Elvira es vista y presentada a través de una serie de imágenes que muestran una belleza
sensual que se mezcla con una serie de sentimientos que el protagonista no sabe explicar.”¡Oh,
sí! había que cansar muchos caballos para encontrar otra tan linda. Brillante y negro pelo, lo
abría al medio una raya y caía por los hombros en dos trenzas largas y flexibles. Tenía unos
labios carnosos y chiquitos que parecían apretarse para dar un beso largo y hondo, de esos
que aprisionan toda una existencia. La carne blanca, blanca como cuajada, tibia como
plumón. El pecho abultadito, lindo pecho de torcaza.”
En la descripción de los labios de Elvira tenemos el primer indicio del despertar de la
sensualidad en él, ya que no solo aparecen los labios caracterizando la boca, sino que también lo
que estos pueden conseguir si actúan al besar, son capaces de aprisionar una existencia. En el
resto de la descripción se acentúan las características sensuales de la muchacha. El color blanco
de la piel aparece reforzado, no solo a través de la reiteración del adjetivo: “blanca”, que
constituye una anáfora (repetición de una palabra para enfatizar un significado); sino que además
la piel aparece caracterizada por dos comparaciones tomadas del mundo rural, la primera de las
cuales alude al color blanco de la leche cuando es utilizada para hacer queso: “blanca como
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cuajada”, y la segunda refiere a la tibieza de esa blanca piel igualándola a la tibieza del
“plumón”(pluma delgada y sedosa de las aves). Esta última comparación agrega, a la
importancia del color blanco que simboliza la pureza y el bien, la delicadeza de esa piel.
La anáfora cumple una doble función, por un lado, hace hincapié en la blancura de la piel, y
por otro, como recurso fónico, a través de la repetición imita el lenguaje oral por medio de la
escritura. En el mismo párrafo, luego de la descripción de Elvira, asistimos a los pensamientos
del protagonista donde vemos la mezcla de sentimientos opuestos que la visión de la muchacha
despertó en él: “toda ella producía unas ansias extrañas; entreveradas ansias de caer de
rodillas, de cazarla del pelo, de hacerla sufrir apretándola fuerte entre los brazos, de
acariciarla tocándola apenitas…¡yo qué sé!, una mezcla de deseos buenos y malos que
viboreaban en el alma como relámpagos entre la noche. Porque si bien el cuerpo tentaba el
deseo animal, los ojos grandes y negros eran de un mirar tan dulce, tan leal, tan tristón, que
tenían a raya el apetito, y ponían como alitas de ángel a las malas pasiones…”. La dualidad
entre los deseos carnales y los sentimientos nobles que despierta la joven (se produce una
oposición o antítesis entre ambos), genera confusión en el hombre y son presentados por medio
de una nueva comparación, esta vez la mezcla de deseos buenos y malos son vistos como
relámpagos debido a que se presentan en su alma de forma intensa, fugaz, intermitente y
alternándose. En el final del párrafo tenemos el triunfo del bien o de los “buenos deseos”, cuando
a las malas pasiones, transformadas por las características del mirar de la muchacha “tan dulce,
tan leal, tan tristón”, se las relaciona a una parte representativa y distintiva de los seres que viven
en presencia de Dios y por lo tanto encarnan el bien: las alas de los ángeles, además el
diminutivo “alitas” señala tamaño, algo pequeño y frágil, el afecto inocente por oposición a los
deseos carnales y violentos. “Tan dulce, tan leal, tan tristón” es un asíndeton que es el recurso
literario que consiste en enumerar varias cosas (en este caso los sentimientos que trasmiten los
ojos de Elvira) por medio del uso de la coma, sin la utilización del nexo “y”.
En el párrafo siguiente, el narrador indica que el cambio en el hombre pálido ha sido producto
de la contemplación de la joven, pero también plantea el miedo que ha despertado en Elvira la
presencia del forastero que se extenderá durante el resto de la noche mientras aquél permanezca
en la casa. El capítulo I se cierra cuando, luego de la cena, los tres se retiran a dormir con una
nueva referencia a la lluvia que parece envolverlo todo.
Parte B
En este segundo capítulo asistimos al acontecimiento que lleva al desenlace del cuento ya que
tenemos la evolución del miedo de Elvira que llega hasta el ahogo al imaginarse atacada por la
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mirada del desconocido; también imagina la salida de éste, confirmada por el narrador, y tras ella,
su encuentro en la noche con su cómplice. Sigue la discusión con el negro para no llevar adelante
el robo de la casa y, frente a la insistencia de éste, el duelo que termina con la muerte de quien, a
través de su color de piel, representa el mal en estado puro que no da siquiera lugar al conflicto
como sí ha ocurrido en el protagonista.
Hay que considerar el hecho de que el protagonista, para no llevar adelante el robo de las
mujeres, debe actuar en forma violenta matando a su cómplice, quien no cree en la
transformación moral del hombre pálido. Dicha incredulidad la manifiesta a través de una
creencia popular en el campo las luces malas que en este caso sirven para ilustrar el pasado
criminal del protagonista y la justificación, por parte del negro, de no creer en el cambio del
hombre pálido. “Si te salieran en luces malas los que has matao, te cegaría la iluminación, y
ahora te ha entrao por hacerte el angelito”. Frente a la insistencia del negro de cumplir con lo
pactado, manifestando que entonces iría él solo, el hombre se ve obligado a sacar el cuchillo,
acción que aparece a través de un juego de palabras a partir de una de las intervenciones del
negro.“-¿Desde cuándo es mi tutor el que habla?” aludiendo a que él no necesita quien le diga
lo que debe hacer, es entonces cuando el protagonista le responde, ya con el cuchillo en mano “-
Desde que tengo la tutora”. A partir de este momento se lleva adelante un enfrentamiento a
cuchillo, que es breve y se cierra con la muerte del negro que aparece personificada a través de la
mano con la cual le quita la voz y con ella la vida: “-¡Jesús, mama! – exclamó el negro. Fue lo
único que dijo. La muerte le tapó la boca”.
El cuento se cierra con el comentario del protagonista sobre el hecho ocurrido donde vemos a
través de sus palabras la extrema necesidad de haber actuado. Además, se remarca el intento del
autor manifestado a lo largo del relato, de reproducir el lenguaje oral del hombre de campo,
característica propia de la literatura criollista. “-¡Pucha que había sido cargoso el negro!
“¡Estaba emperrao! Finalmente el narrador vuelve aludir a la lluvia, que cobra ahora todo el
carácter simbólico que habíamos marcado en el comienzo. Ella, en su caída, limpiará la sangre
del negro, cuya muerte es necesaria para no llevar adelante el robo y quizás la muerte de las
mujeres; sino que, además, refiere a la limpieza moral del hombre pálido, a la purificación de
éste a raíz del sentimiento de bondad surgido a partir de lo que despertó Elvira en él. “La lluvia,
gruesa, helada, seguía cayendo”.