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RENACIMIENTO
MARIO AVALOS
ISBN: 9781657127074
Sello: Independently published
© Mario Avalos
¡Ah! ¡Qué agradable es sentir el viento cuando pasa por mi cabeza! Al menos
eso pienso yo, siento que todas las preocupaciones que rondan en las mentes
de las personas se esfuman con el soplar del viento.
Como todo neoyorquino, me gusta pasear de vez en cuando en una
tarde-noche por el Puente de Brooklyn, más aún, si es un clima gélido como
los que tenemos en otoño o en invierno, creo que a la mayor parte de las
personas nos gusta el clima frío, hasta los niños que sudan a mares en las
planicies africanas imagino que cierran sus ojos por un segundo y se ven a
ellos mismos jugando con bolas de nieve. Aquí es donde yo, Kenneth Lincoln,
pienso: ¡Hoy es un gran día para morir!
A pesar de que aún no cumplo los treinta años, mi mente ya no funciona
como antes, es más, aunque pasará la monstruosa edad de los cuarenta mi
mente debería funcionar a todo vapor, mi rostro y… ¡ah mi cuerpo!, le dice a
las personas que tengo casi cincuenta. Si bien, el viento se siente agradable
cuando sopla en mi rostro, tengo en mente que en un vendaval mi inservible
cuerpo sea derribado al suelo. ¡Ya no! ¡Ya no más!, ahora que tengo la
oportunidad, ¡es hora de acabar con todo!
Y aunque mi mente ya no es la que era, recuerdo ese día, ese maldito día
hace varios años. El día que mi vida se arruinó, estuve ausente de este mundo
por un largo tiempo, tiempo suficiente para entender que mi tiempo aquí ha de
terminarse. De dar un paso al costado y como en los textos hindúes que había
leído espero resucitar en un gusano o en una cucaracha para que todos los que
me hicieron daño disfruten de volverme a pisotear aún después de muerto.
¡Que otro tonto sufra en este mundo! Yo sufrí hasta por mis descendientes,
sufrí hasta por el que no ha nacido, sufrí por las naciones que aún no han sido
fundadas, sufrí hasta por las almas que se retuercen en las llamas del Averno;
hasta yo sé que si muero iré al Cielo, porque ningún ser humano puede estar
en el infierno más de dos veces.
Apenas y el reloj indica que son las 7:30 am., y como ya dije, me gusta
pasear por el puente al atardecer, desde que era joven me ha gustado hacerlo
así. Dicen que antes de morir tu vida pasa a través de tus ojos, yo no creo que
eso sea cierto, así que, mejor iré a pasear por el Central Park y sentarme en
una banca y repasar lo que me pasó, para no arrepentirme de mi decisión; es
más, pensaré en ello mientras camino hacia el parque, no sea que los recuerdos
nostálgicos del parque hagan que me arrepienta porque en ese parque tengo los
pocos recuerdos felices en los que puedo pensar en este momento (creo que es
la primera vez desde que estoy consciente que se me dibuja una sonrisa en el
rostro), aunque también en este lugar sucedió lo peor que mis ojos pudieron
presenciar…
II
¡Vaya que día el de hoy! ¡Por Dios! ¡Solo soy un hombre que trata de
sobrevivir en un mundo lleno de mierda! ¡Intento verle el lado positivo a las
cosas! ¡¡¡Que tan malo es hacer eso!!!
Mejor levanto mi mirada y dejo de mirar hacia el suelo, también debo de
sacar las manos de mis bolsillos y tengo que dejar de caminar como si quisiera
detener el tiempo. Mi esposa me conoce muy bien, ella sabe que esos son los
gestos que yo hago cuando tengo un sentimiento de decepción, ¿y cómo le
explico que fui despedido de la Gaceta de la Gran Manzana? El único
periódico local que se tomó la molestia de contratar a un joven columnista sin
experiencia como yo.
¡Pero no acepté, no me vendí! Ni loco iba a ocultar los escándalos de esa
rata mafiosa de Gino Domincini, podía haber sido mi jefe y todo pero… (hice
un gesto de un puñetazo) ¡Maldito viejo!, las personas no son monedas de
cambio, ni objetos con los que puedes jugar. Al cabo que ni quería seguir
trabajando en esa ratonera, ¡ni que fuera el New York Times!, debí de haberle
partido la cara en dos hace tiempo.
Gino Domincini, Un señor de unos 43 años, descendiente de una de las
familias más ricas de Sicilia, es el jefe de la Gaceta de la Gran Manzana. Mis
ex compañeros de trabajo le habían apodado Il Diávolo Di Sicilia, por su
acento pseudoitaliano que sonaba macabro, además, cuando se quitaba su
sombrero de bombín se podía notar que en su cabello habían dos mechones de
pelo que asemejaba a los cuernos de Lucifer. Me dio trabajo de muy mala
gana, pero en ese entonces no lo podía odiar, después de todo, fue el hombre
que me dio una oportunidad de trabajo cuando más la necesitaba. Intenté ver
nuestra relación como la de amor-odio entre un padre estricto y su hijo
rebelde. Sin embargo, Domincini no trata de la mejor manera a sus empleados
y yo no sería la excepción. La única vez que él me trató de una forma muy
cortés fue un día que mi esposa me trajo el almuerzo que había olvidado, se
dirigió a mí y a mi mujer como si fuera una especie de rey que trata de darle lo
mejor a sus súbditos y pude observar que él dirigía más su cortesía y encanto
hacia mi esposa, como no soy celoso no me pasó por la mente alguna especie
de insinuación.
Hace unas semanas nos enteramos que Domincini es el cabecilla de una
red de la mafia más importantes de todo New York y entre sus crímenes
estaban el contrabando de sustancias desde América a Italia, así como la trata
de personas y el tráfico de estas, como un joven que fue criado con principios
por un padre estricto y alguien que repugna esa clase de cosas convencí a
varios de mis ex colegas (al menos los que más odiaban a Domincini) de hacer
pública la noticia ayer; la publicamos y obvio que el viejo se enfadó y nos
despidió, conmigo se complicó la cosa porque él me culpaba de ser la mente
maestra detrás de todo (en cierta parte lo fui), me amenazó de muerte, dijo que
me mataría y que para escupir en mi tumba él se quedaría con mi mujer. Por
primera vez en mis veinte años de vida actúe violentamente y nos repartimos
unos buenos golpes, obvio el salió más golpeado, ya que me dirigí a su rostro
mientras que los golpes que él me dio fueron más al cuerpo, aproveché a
patearle el culo como nunca se lo habían pateado a sabiendas que no llamaría a
la policía por lo que habíamos publicado.
¡Personas como él deberían dejar de existir! La verdad es que me dolía
un poco los nudillos de la mano, mientras me acariciaba la mano para calmar
el dolor porque estaba a punto de entrar a casa, pensé en mi esposa, Dawn
Lincoln, hasta ese día jamás pensé en lo hermosa que ella podía llegar a ser y
en lo afortunado que yo era por tenerla como esposa.
La conocí hace unos tres años, cuando ingresé a la Universidad y ella ya
cursaba segundo año de su carrera (Dawn es un año mayor que yo), ella
estudiaba medicina y era muy cercana a las enfermeras de la Universidad, yo
fui a la clínica a que me atendieran porque me torcí un pie jugando Fútbol
Europeo (Soccer como lo conocen aquí) y no quería que mi padre se enterara
que estaba jugando ese deporte, porque él lo odia por no haberse inventando
en el país como el Baseball. Ella estaba en el consultorio y las enfermeras le
dijeron que me atendiera porque no era algo de gravedad. No es la mejor
forma de conocer al amor de tu vida, pero agradezco que haya sido así.
Después de la explicación de como me pasó, descubrimos que teníamos
mucho en común, yo me presenté como Ken Lincoln y ella como Dawn Owen
(un nombre perfecto pues ella fue el amanecer que mi vida necesitaba).
Después de casi dos meses de conocernos la invité a un paseo por el
Puente de Brooklyn y le propuse que fuera mi novia, me preguntó si yo tenía
planes para el futuro y le respondí que después de mi graduación, conseguiría
un trabajo en algún periódico de renombre en el país y después viajaría a la
India, porque quería escribir sobre su cultura que tanto me fascina, ella solo
sonrió y se abalanzó a mi diciéndome “eres un soñador, Kenny” . Creo que
nos dejamos cegar por el amor a muy temprana edad, después de un año de
relación y de conocer su vida y de como su padre la menospreciaba por ser
mujer, le propuse que se fuera a vivir conmigo y con mi padre, ella un poco
inquieta aceptó la invitación.
Al tocar la puerta de mi casa, ella abrió y casi se llenan mis ojos de
lágrimas al ver como me recibió con tanta dulzura y como ella se acariciaba su
vientre, Dawn estaba por cumplir su primer trimestre de embarazo, razón por
la que tuvimos que abandonar nuestros estudios y me vi obligado a trabajar en
una pocilga de mierda. Ella no se culpa ni se arrepiente de lo que hicimos,
pero a veces siento que yo le arruiné su vida.
— Hola, Kenny — me dijo dándome un abrazo —. Ven a la mesa, te hice una
taza con té.
No me atrevía a verla a los ojos cuando me dirigí hacia la mesa. Para mi
sorpresa, allí estaba sentado en una silla el padre de Dawn, el Sr. Samuel
Owen y mi padre bebiendo café. Los saludé con un tono un poco seco, como
si me importara un carajo que ellos estuvieran allí. Solo me concentraba en
mirar fijamente mi taza con té, parecía como si la quisiera enfriar con la
mirada.
— ¿Te pasa algo, cielo? — me dijo Dawn.
— No, amor
— Ken — se dirigió mi padre hacia mí —, a pesar de ser una pareja muy
joven, Dawn te conoce como la palma de su mano. ¿Te pasa algo?
— No es nada, en serio. Solo estoy cansado.
— Ah, Ken — habló el Sr. Owen —. He venido el día de hoy a casa de tu
padre para hablar el asunto del nombre del bebé, me gustaría que lleve mi
nombre, Samuel, como yo y mis antecesores.
— ¡Vamos, Sam! — Le respondió sereno mi padre — Ni siquiera sabemos si
será varón, puede ser una muchachita.
— ¡Ni que Dios quiera! — se sobresalió el padre de Dawn. — La tradición del
nombre Samuel no puede saltarse dos generaciones.
— Puede llamarse Samantha. — respondió mi padre, que en vez de soltar una
carcajada, soltó un ataque de tos muy grave.
— ¡¡¡Ya basta!!! — me levanté de la mesa sacado de mis casillas y casi
llorando — Papá, Sr. Owen, Dawn; ¡El maldito de Domincini me ha
despedido!
— ¡Kenny! ¡Kenny vuelve! — me grita Dawn.
— Será mejor hablarlo en otra ocasión, Sam. Ken es un muchacho sensible,
como lo era su madre.
— La verdad me sorprende que un muchacho tan sentimental sea hijo de un
hombre con un temple de hierro como lo es usted, Kennedy.
— ¡Ya basta los dos! Mejor iré a ver como está Kenny.
Me encerré en el estudio de mi padre, la verdad que lo único que me
podía calmar en estos momentos era un poco de lectura y si era algo
relacionado con la zona Indochina sería mucho mejor, hasta ver solo una
fotografía del Angkor Wak para mí sería alcanzar un estado casi parecido al
Nirvana. A lo lejos escuchaba a Dawn llamarme y tocar la puerta, sin soltar los
libros que había sacado del estante, me dirigí a abrir la puerta, no dejé siquiera
hablar a Dawn y le besé la frente y toqué su vientre mientras le decía: “no
dejaré de estar allí para ustedes".
III
Los días pasaban más rápido de lo que podía darme cuenta, después de haber
sido despedido me dediqué a buscar otro empleo, de lo que fuera, ya no me
importaba ser columnista, lo que quería era una fuente de ingresos para mi
familia, para saldar las facturas. Me daba un sentimiento de angustia ver el
vientre de Dawn crecer día a día sin que yo pudiera hacer algo por culpa de la
maldita Depresión en la que se encuentra el país entero.
Lo que me partió en dos fue lo que mis ojos presenciaban, mi padre, el
hombre más duro que he conocido en mi vida, Kennedy Lincoln, estaba a un
suspiro de dejar este mundo. Mi padre arrastraba ya desde hace un tiempo una
fuerte neumonía y ya como un hombre de cierta edad era casi un milagro que
se pudiera salvar de esta enfermedad. Solo ansiaba que mi padre viviera lo
suficiente para conocer a su nieto, pero es obvio que a la Muerte no le
importaba tal estupidez.
Mi padre es el estereotipo de un hombre de familia, estricto, trabajador y
toda una coraza de hombre que pasó la mayor parte de su tiempo en la Milicia.
Él conoció a mi madre a la edad de treinta y ocho años y mi madre tenía
veintisiete. Él decidió formalizar su relación y renunció al servicio militar.
Cinco años después nací yo. Después de mi nacimiento, se dedicó a ser
profesor de Química en una secundaria, en la cual, yo estudiaría
posteriormente. Mi madre, Juliette Lincoln, falleció cuando yo tenía cinco
años y hasta el día de hoy desconozco el motivo de su muerte. Yo era muy
pequeño y solo recuerdo verla acostada en su cama con la piel pálida y mi
padre a su lado, recuerdo que él se levantó y me subió hasta su pecho para
abrazarme, me sacó de la habitación y me llevó al patio de la casa donde jugó
conmigo, mientras que a los minutos, unos señores sacaban una especie de
saco y lo subían a una ambulancia, cuando le pregunté a mi padre quienes
eran, él me respondió que eran “ángeles” que se llevaban a mi madre al Cielo
por ser la persona más amable de la Tierra.
Después de la muerte de mi madre, mi infancia fue de lo más normal.
Nunca volví a ver a mi padre con otra mujer. Mientras él trabajaba, mi abuela
por parte de mi madre llegaba a la casa a cuidarme. Mi abuela era aun más
estricta que mi padre y no me gustaba que ella me cuidara, a veces parecía
como si me odiara por algo. Solo me gustaba cuando llevaba a mis primos
para jugar, hijos de la hermana mayor de mi madre; no es que tuviera una
relación tan fraternal con mis primos, pero jugando con ellos era el único
momento en que me podía sentir como un niño y no un muñeco de trapo. Mis
primos: Caleb quien era el mayor del grupo siendo tres años mayor que yo,
Heather de mi misma edad y la única niña, y Sean quien era el más pequeño
siendo dos años menor que yo. Siempre preferí jugar con Sean, ya que los
otros eran muy pesados para jugar, una vez a los doce años, Heather me dio
una patada innecesaria en las bolas y le mintió a mi abuela diciéndole que lo
hizo porque cuando ella dormía, sintió que alguien le levantaba el vestido y
que al despertar vio que era yo y que tenía una “pequeña erección” mientras lo
hacía, ella solo se defendió. Aún recuerdo la golpiza que me propinó mi
abuela y el duro castigo que me dio mi padre, mi abuela ya no llevó a mis
primos a mi casa por un largo tiempo.
Volví a ver a mis primos tres años después, mi abuela había fallecido
unos meses atrás. Los llevó mi tía quien era una persona menos cuadrada que
mi abuela. Mientras estaban en la casa hablando mis tíos con mi padre de una
“pequeña herencia” y de como la iban a repartir entre los nietos, yo estaba
haciendo tarea y cuando dirigía la mirada al estudio donde estaban hablando
distraídos los adultos, veía a Caleb y a Heather hacerme burlas, Heather se
levantaba el vestido y me mostraba parte de su moldeado cuerpo de
quinceañera, al mismo tiempo, Caleb se sujetaba la entrepierna y simulaba que
gritaba de dolor, ignorando por completo que ya era casi era un adulto de
dieciocho años. Sean se acercó a mí y me propuso que fuéramos al patio para
ignorar a sus hermanos y jugar Baseball, como ya dije, no me gusta mucho el
Baseball, pero haría cualquier cosa para no tener que aguantar a los “bufones
de la familia".
Estando en el patio, Sean tomó del suelo una rama de árbol y con una
pelota que estaba por allí empezamos a jugar. No pasó mucho tiempo para que
Caleb y Heather se incluyeran forzosamente al juego. Caleb le arrebató la
rama a Sean y me retó a que le lanzara la pelota diciéndome que batearía todo
lo que le lanzara, tenía entendido que él se había unido hace poco el equipo de
Baseball de su Universidad. Al muy estúpido le costaba batear lo que le
lanzaba debido a que soy zurdo, así que le resultaba incómodo jugar contra mí;
era normal que no hubiera notado que soy zurdo, la mayor parte del tiempo
ocupo mi mano derecha por órdenes de mi padre y solo la utilizo para escribir
o cuando estoy solo. Frustrado de perder, le hizo un gesto a Heather y ella me
empujó por la espalda, en eso, Caleb me dio dos golpes muy fuertes con la
rama de árbol justo en el antebrazo izquierdo, después se abalanzó hacia mí,
pero Sean intervino por mí y se lanzó en contra de su hermano que es cinco
años mayor que él, yo me levanté y le dejé ir un puñetazo en la cara a Caleb,
Heather comenzó a pedir ayuda a gritos y cuando mi padre y mis tíos llegaron
a separarnos ella se hacía la víctima, les mintió diciendo que yo y Sean no la
dejábamos jugar solo por ser niña y que Caleb intervino por ella para que la
dejáramos jugar, Sean la desmentía y decía como pasaron las cosas. A partir de
ese día ya no volví a ver a mis primos y aunque le dejé la nariz rota a Caleb, él
me fracturó mi brazo izquierdo, estuve casi dos meses con mi brazo
inmovilizado.
El día que mi padre susurraba sus últimas palabras fue el día que quebró
mi alma y me hizo querer sentirme inhumano para no sentir tristeza. Debido al
estado de Dawn, no quise que entrara a la habitación de mi padre, solo
estábamos él y yo, como había sido toda nuestra vida, conversamos un poco:
— Si no quitas esa cara me levantaré y te golpearé con el cinturón — Me dijo
mi padre.
— No te lloro a ti, lloro por mi madre — le respondí — No la lloré cuando era
niño, así que la lloro hoy.
— Ken, jamás te dije la causa de la muerte de tu madre, no la hubieras
entendido en ese entonces.
— No tienes que decírmelo ahora, mi madre murió y ya — dije apunto de
quebrarme en llanto.
— Si tengo, tienes que saber… ¡Tú madre se suicidó!
Al escuchar eso dejé de sollozar instantáneamente, solté la mano de mi
padre y llevé las mías a mi rostro para retener el grito de cólera que me ardía
en la garganta; siempre odié esa palabra “suicidio” nunca supe el porque la
gente lo hace, la verdad, hubiera preferido escuchar que mi madre murió por
alguna enfermedad cualquiera que escuchar que acabó con su vida. Volví a
sujetar la mano de mi padre y le cuestioné con una voz casi sin aliento.
— Lo hizo por mí, ¿cierto? Se suicidó por mí.
— Decir eso es algo estúpido. Yo debí de haber estado más pendiente de ella.
Ambos te fallamos como padres, Ken.
— Tú no, fuiste y eres el pilar de mi vida, padre.
— Ya no, ahora tienes un mástil más fuerte que yo, y pronto tendrás dos.
Mientras te crié, nunca me vi como un roble criando a un cerezo; me vi
como la leña que hace arder una fogata que dará calor y protección a un
hogar.
Después de estas palabras, mi padre cerró sus arrugados párpados y dio
un profundo respiro, como los que das para contener la respiración. Así como
si nada fue que mi padre, Kennedy Albert Lincoln, le dijo adiós al mundo.
Presente en mi mente que a mi padre no le gustaba ver ni escuchar
personas llorar, su sepelio fue discreto, solo estuvimos presentes yo, Dawn, el
padre de Dawn y mis tíos, quienes se presentaron sin mis odiosos primos; ellos
me comentaron que Sean quería verme, pero ellos no lo dejaron porque no
quieren que él pierda clases en su primer año de Universidad y no me dijeron
nada acerca de Caleb y Heather, me dieron fuerzas para poder llevar una
nueva vida con mi esposa y mi futuro hijo.
IV
Es curioso, pero la verdad, cada segundo que pasa estoy más convencido de
que estoy muerto. Desde que me acosté en la alfombra después de la plática
con aquel hombre elegante no me he levantado, ni siquiera he abierto mis ojos,
sin embargo; siento que he estado en esta situación ya muchas horas, bastantes
horas y aun así no siento necesidad de comer, beber agua ni de hacer mis
necesidades; aunque es curioso que aún sienta escalofríos y comenzó a ser más
frío desde que la fogata en la chimenea se apagó.
Después de unos momentos, escuché unos pasos con un ritmo muy
sincronizado que pasaron a mi lado, no quise abrir los ojos, pero sentí que esa
persona encendió la fogata de nuevo, luego sentí que me derramaban un
líquido en la cara y en ese momento desperté y vi a la persona frente a mí; era
una persona de edad media avanzada, un cabello gris que a pesar de ser rizado
se le veía muy elegante, era delgado y vestía casi igual que el sujeto
diabólicamente elegante, sólo que éste señor, no tenía abrochado el saco ni los
dos primeros botones de su camisa blanca, obvio; lo supe por que no usaba
corbata y en su mano, una botella de algún trago muy fino que seguramente
fue lo que me derramó en mi rostro. El tipo se sentó a un lado del sofá, cruzó
una pierna sobre la otra como lo hacen las personas finas, tomó dos copas que
estaba en la mesa junto al sofá y sirvió dos tragos; al final, hizo un gesto con
su mano para que me sentara en el sillón, lo cual hice.
— ¿Qué desea señor? — le dije discretamente.
— Sólo quiero hacer un brindis. — me contestó haciendo una sonrisa burlona
— Me gusta beber mucho y he bebido mucho, pero nunca lo hecho hasta
quedar inconsciente, mis respetos — me dio un aplauso sarcástico.
— ¡¿Qué eres tú?! — le cuestioné señalándole furiosamente.
— ¡Ah, soy una decepción!
— ¿Una decepción? ¿Qué demonios significa eso?
— Me gusta beber con personas animadas y felices, pero tú no me sirves, te
ves triste y deprimido.
— ¿Piensas emborracharme?
— No, me gusta beber para pasar buenos momentos, no me gusta beber con
personas que quieren olvidar sus problemas; detesto jugar al psicólogo.
— ¿Y por qué serviste dos tragos?
— ¡Ummm, aún tengo fe de que te alegres y quieras beber! ¡Si quieres ser mi
compañero de tertulias, quédate conmigo y disfrutarás de los mejores
vinos!
— ¡Beber me metió en esta situación!, ¡vete de aquí, ebrio de mierda!
— ¡Ahh! — El hombre bebió de su copa — No seas descortés muchacho, este
vino tiene tal vez tu edad de estar añejado, ¿lo vas a desperdiciar?
— ¡Claro que no! — tomé la copa de vino y le vacié el líquido en la cara,
luego le tiré la copa en el pecho.
— ¡Vaya bárbaro!, conozco a alguien así de impulsivo — dijo mientras se
secaba la cara con una servilleta.
— Perdón, se que no debí de reaccionar así, pero váyase de aquí y no vuelva a
hablarme de licor.
— Si así lo quieres mi estimado, pero no dudes que volveré, a la próxima
traeré un trago tan sofisticado que se te hará pedir trago tras otro; también
traeré algo de comer, hace rato que no comes nada.
— Para qué comer si luego lo defecamos, solo lárguese señor.
— Adiós, — dio media vuelta a su cuerpo mientras se alejaba — a propósito,
no vas a durar mucho en este lugar con esa actitud.
VI
Después de la visita de aquel señor, volví a recostarme en el suelo y cerré mis
ojos por un largo tiempo. Antes de entrar en un sueño profundo, un olor a
tabaco vino a mi nariz, un olor tan grotesco, siempre detesté el olor del tabaco;
abrí mis ojos y vi a un joven (incluso más que yo), también vestido
elegantemente, aunque éste no usaba saco, de tez morena, fumaba mientras se
sentó en un sillón.
— ¿Te llamas Ken, no? — me preguntó con un tono de voz algo chillante.
— Sí, ¿y tú no eres muy joven para fumar?
— ¿Y tú no eres muy joven para morir? — dijo burlándose.
— Ya veo, eres amigo del demonio hermoso y del ebrio que vino antes, ¿o me
equivoco? — dije alborotado por la pregunta que me hizo.
— ¡Ni me hables de esos hijos de puta, hombre! En especial del viejo, es tan
irresponsable para ser un ebrio sin vergüenza, y es responsable como para
darle de beber a un menor de edad.
— ¿Y de dónde demonios sacaste ese tabaco?
— Me lo obsequió el otro, puede ser algo creído y creerse fino, pero al menos
es descuidado y le importa un carajo si soy joven o no, así que me lo
regaló.
— ¿Puedes apagarlo por favor? No me gusta que la gente fume cerca de mí —
le pedí con confianza de jóvenes.
— No sabes lo que es bueno, hombre.
Se levantó y tiró el tabaco a la fogata de la chimenea, se recogió las
mangas de la camisa, luego se acostó a lo largo del sillón y moviendo sus
piernas de arriba abajo, me hizo un gesto para que me sentara en el otro sillón
de la sala.
— ¡Ah, Ken! Perdóname por lo que te diré, pero, ¡eres un pedazo de idiota!
— ¿Por qué lo dices?
— Si hubiera estado en tu lugar, hubiera aprovechado tu oportunidad. Siendo
joven y con gran futuro, te hubieras ganado la confianza del viejo
Domincini y llegar muy lejos.
— ¡Esa rata mafiosa!, él debería sufrir este infierno. Tratando a las personas,
mujeres y niños como si fueran juguetes o monedas de cambio.
— Por alguna razón me agradas, ¿por qué no ser amigos? — me palmeó la
espalda y se frotó ambas manos — ¡Podemos obtenerlo todo!
— Lo que quiero tú no me lo puedes dar, ¡quiero estar con mi familia otra vez!
— ¡¿Qué acaso no ambiciosas más que una vida cotidiana?!, tú quieres a tu
familia, ¿pero ellos te querrán de vuelta?
— ¡Se nota que no sabes lo que es tener familia! ¡Estar al lado de las personas
que más amas!
— Cierto, muy cierto Ken. No sé qué carajo significa tener familia… pero —
hizo una pausa dramática — ¡por eso soy feliz!, algo de lo que tú no puedes
presumir.
— ¡Ya no quiero escuchar nada más! — cerré mis ojos y esperé a que se fuera.
— Bueno hombre, tú sabes lo mejor. — sacó otro tabaco y lo encendió —
Pero no eres mal proyecto, me gusta tu futuro y potencial. Puede ser que
estando contigo el viejo al fin me ofrezca una copa de coñac. Nos vemos.
Me quedé sentando en el sillón y miré fijamente la fogata, en ese
momento se me humedecieron los ojos pero los limpié rápidamente. Cerré mis
ojos fuertemente y los cubrí con mis manos, solo quería ver oscuridad de
nuevo, estar solo con mis pensamientos y susurrar perdón esperando una
respuesta que hasta yo sabía no me la hallaría jamás.
VII
Creo que ya perdí la noción del tiempo, pero por primera vez desde que estoy
en este infierno me siento cansado, quisiera dormir un rato y no despertar
jamás. Nunca fui bueno para pasar noches en vela, por lo general me dormía
muy temprano. Una vez hablando con Sean me dijo que este tenía una especie
de “nictofobia”, le daba miedo la oscuridad y para contrarrestarla él cerraba
fuertemente los ojos: la oscuridad no se elimina con la luz, se erradica con
más oscuridad — me dijo Sean.
A primera instancia, esa frase me pareció sumamente estúpida, pero
resultó cierta… la oscuridad que obtenemos al cerrar los ojos es un beso del
sol comparada con la oscuridad de las personas y con la oscuridad de este
lugar infernal.
Estaba en el sillón con la mente en blanco, casi entrando en sueño
cuando sentí el golpe de una almohada en la parte posterior de la cabeza, debo
de reconocer que no fue un gran golpe, pero si me irritó bastante. En efecto, vi
a un energúmeno de baja estatura, un poco regordete con una almohada que se
recostó boca arriba en el sofá; me sorprendió su vestimenta muy informal y
descuidada, como si estuviera preparándose para dormir. Antes de que me
dijera una palabra soltó un gran bostezo mientras estiraba sus brazos y piernas.
— ¡Qué buen trato hiciste muchacho! Optar por la muerte para evitar tus
obligaciones, cometiendo una especie de suicidio. No sé si llamarlo
inteligencia o cobardía, aun así te felicito.
— ¿Quién diablos eres tú para juzgarme? — dije exaltado por escuchar la
palabra “suicidio”.
— ¡Cierto, niño! La verdad, yo hubiera hecho lo mismo. ¡La vida da asco!
Requiere de mucho esfuerzo y sufrimiento, al menos morir lo puede hacer
cualquiera y es un descanso eterno.
— ¿Quién carajo quisiera morir para descansar?
— ¡Tu madre por ejemplo! — dijo medio bostezando.
— ¡Qué dijiste hijo de puta! — me levanté y estuve a punto de golpearlo
cuando este se levantó rápidamente y me empujó en el sofá.
— Pelear es una flojera, en especial con alguien que está más muerto que vivo
como tú.
— ¡Vete a la mierda! — le dije y luego escupí al suelo.
— Discutir contigo es como hablar con una pared, estás de mal humor porque
no has dormido, mejor descansa, ¡dulces sueños!
Antes de alejarse, apagó la fogata y aplaudió dos veces; al realizar está
acción se apagaron las luces y quedé en total oscuridad.
Otra vez quedé con mi mente en blanco, no pensé en nadie, por primera
vez ni siquiera pensé en mi familia. Sólo cerré mis ojos y susurré levemente la
palabra “suicidio”, luego caí presa de Morfeo.
VIII
Una pequeña luz atravesaron mis párpados y desperté lentamente. Pude ver
que la fogata estaba encendida otra vez y la habitación estaba rodeada de un
color carmesí casi como si la hubieran pintado de sangre, en la mesa estaban
dos velas aromatizadas muy grandes que también se iluminaban de rojo y
estaban dos copas servidas con vino… el ebrio debe de estar por aquí, pensé
rápidamente. La verdad, de la nada me entró algo de sed y estuve tentado a
beber del vino, pero resistí y grité para que el viejo apareciera.
A lo lejos, escuché el ruido galopante de unos tacones que se acercaban
y… ¡Vaya sorpresa la que me llevé! Una mujer entró a la sala (si no es por mis
recuerdos de Dawn, hubiera olvidado que existe ese espécimen al que llaman
“mujer"). La mujer era muy agradable a la vista. Era de edad joven adulta (tal
vez entre veinticinco a treinta años), de estatura mediana, de cabello largo y
elegantemente rizado, sus labios pintados de rojo como la habitación, una
mirada que describía un sentimiento entre curiosidad y coqueteo, todo su
esbelto y formado contorno de cuerpo que se cubría en un vestido sin mangas
negro. Hasta comencé a sentir calor después de mucho tiempo una vez la vi.
— ¡¿Tan niño y haciendo tonterías?! — dijo mientras se sentó a mi lado y se
quitaba su bufanda — ¡Los jóvenes no pierden tiempo!
— ¿Quién eres tú? ¿Qué buscas en mí? — dije un tanto nervioso.
— ¡Ah, Kenny, Kenny, Kenny! — sujetó mis hombros — lo único que quiero
es a ti, mi joven y tierno Kenny.
— Discúlpeme señorita, — le aparté los brazos — con todo respeto quiero
estar solo.
— ¿Solo para qué? ¿No te aburres, mi querido Kenny?
— También le pediré que no me llame así, solo mi amada esposa Dawn me
llama así.
— ¿Amada esposa? Eres muy joven para esas cosas. Apuesto que aún tienes
sueños húmedos como un adolescente precoz. En este momento no hay
esposas que te digan que hacer, solo me tienes a mí.
— Usted no es como ella, ella es lo único que me hacía querer la vida… ella,
la única mujer que me amó tal como soy… ella… ¡Cómo la extraño!
— ¡Pero ahora estoy yo aquí! ¡¿Vas a negar que soy mucho más hermosa que
ella?! Además, soy más atrevida.
— Todo lo que me ha descrito es lo que amo de ella — dije mientras me
quitaba el saco — es culta y leal. Una mujer hermosa es buena para los
ojos, pero una mujer amable es buena para el corazón.
— Eres noble Kenny, algo has despertado dentro de mí que me provoca a
quebrar tu voluntad, a que caigas en el deseo, no cualquiera me genera ese
sentimiento — hizo una mueca de coqueteo mientras bebía el vino.
— Prefiero la voz tenue en una mujer que una voz incitadora, prefiero la
timidez al atrevimiento — dije casi sonrojado — el sexo es solo un
momento de placer, el sentimiento es un amor que perdura y hace feliz a las
personas.
— Todo lo que dices sobre ella es lindo, pero, ¿cómo sabes que ella piensa y
siente lo mismo por ti?
— No solo sé que lo siente, ¡sé que lo siente aun más que yo!
— ¡Vaya que eres una dulzura! — se paró del sofá — Volveré para comenzar
una historia de amor parecida o mejor contigo.
— Lo dudo mucho, señorita.
— Solo recuerda una cosa Kenny… ama a las personas que te aman, no a las
personas que tú quieras amar — mientras se alejaba, volteó y me mandó un
beso en el aire.
Por primera vez en mucho tiempo, pensé en mi esposa con un deseo de
lujuria, como la primera ocasión que se entregó a mí. Después de todo, creo
que así comenzó todo este problema… ¿Acaso Dawn será la culpable de mis
problemas? ¿Será ese fruto de su vientre la manzana de la discordia?
IX
XI
XII
XIII
XIV
Después de recordar cuando practicaba deportes, en mí entró un deseo de
hacer algún ejercicio. Obvio, en este estudio solo se me ocurría hacer algunas
lagartijas o un poco de Yoga. Tenía años de no ejercitarme y tampoco es que
me gustara, pero por alguna razón quería sentir el ardor del cuerpo en vez del
ardor de los ojos de tanto leer.
— Uno, dos, tres… y así comencé las lagartijas.
Más que cansarme, me aburría. Llegué hasta las mil veinticinco y no me
cansaba, así que lo dejé y me recosté en uno de los sillones. Ni una gota de
sudor, ni nada de tener una respiración pesada. — ¿Agua? — Escuché que me
ofrecieron a lo lejos. Giré mi rostro en dirección a la puerta del estudio y entró
aquel sujeto regordete de la almohada, aunque, esta vez no la traía con él. Acto
seguido, se recostó en el sofá y comenzó a tararear una especie de canción de
cuna.
— ¡Vaya! ¡Hoy está de buen humor! — dije con un tono sarcástico.
— ¡¿Qué te puedo decir?! Cuando duermes bien, amaneces de muy buen
humor. Te dan ganas de hacer cualquier cosa y de hablar con cualquiera.
— ¿Cuánto tiempo ha dormido?
— No lo sé. Ni siquiera soñé nada. Ha sido un descanso perfecto.
— ¿En serio no soñó nada? Yo cuando dormía tenía hasta cuatro o cinco
sueños.
— ¡Vaya, niño! Eres el primero que conozco que cuenta cuántos sueños tiene.
¿Recuerdas algunos de tus sueños?
— No con exactitud. Solo una vez que soñé con mi madre cuando yo tenía
como doce años. Dábamos un paseo ella, yo y mi padre por el Central Park.
Mi madre se sentó en una banca a leer un libro y mi padre me presionaba
para jugar Baseball con él, obvio, yo no quería y le decía que odiaba el
Baseball.
— Tengo la sensación de que tu sueño se transformó en pesadilla en algún
punto, niño. ¿O me equivoco?
— De hecho, ese fue todo el sueño.
— ¡Vaya decepción! Eso ni siquiera debe de considerarse como un sueño.
— ¡Oh, espere! ¡Hay más! Después de eso, fui a la banca donde mi madre leía
y me senté a la par suya. Ella dulcemente me contaba palabra a palabra lo
que leía. Pero, al mismo tiempo mi padre jugaba con un niño.
— ¿Con otro niño? ¿Estás seguro que no eras tú? Ya sabes, como cuando te
imaginas en dos puntos distintos.
— No recuerdo el rostro del niño, pero mi padre se divertía con él como si
fuera su hijo. Incluso, parecía que disfrutaba más estar con él que conmigo.
Ahora que recuerdo, mi madre le grito a mi padre “Kennedy, trae a Ken. Ya
nos vamos”. Y yo me encontraba a la par de mi madre. En ese momento
desperté.
— ¡Lo ves! Pudiste imaginarte como dos presencias. La que quería estar
leyendo con tu madre y la que quería pasar tiempo con tu padre.
— Lo curioso es que mi madre no me llamaba “Ken”, me llamaba “Kenneth”.
— Es normal que hayas soñado que te llamara “Ken”. Lo que me sorprende,
es que te acuerdes de tu madre en un sueño que tuviste a los doce. Tengo
entendido que ella murió cuando tu tenías cinco.
— Efectivamente — bebí el vaso con agua que me había traído el regordete
—. Murió muy joven, tenía treinta y siete años. Se llamaba Juliette. Era
muy fina de cuerpo, así como su rostro, su cabello no era tan largo, pero ni
corto y amaba los sombreros.
— ¿Los sombreros?
— Sí. Los combinaba muy bien con sus vestidos. Siempre me sujetaba de la
mano izquierda al pasear, mientras lo hacía, me la acariciaba — casi me
sale una lágrima al describir a mi madre.
— ¡Oye, niño! — me dijo bostezando el rechoncho — ¿Te molesta si descanso
un poco más en este sofá?
— Un poco. No sé por qué siempre estás cansado.
— Lidear con estos tipos es abrumador, todos me causan problemas. Hasta el
ebrio que es el mayor de todos es un caso perdido por su adicción. No
tendría que ser así.
— Bueno, adelante. Creo que ya ni recuerdo la última vez que dormí las ocho
horas requeridas. El trabajo, el estudio o mi familia nunca me dieron
oportunidad de descansar.
— ¿Quieres regresar con ellos o descansar en paz?
— Regresar con ellos, sin duda.
— ¡Qué pereza! — dijo bostezando — Buenas noches y gracias por el cuento
para dormir. ¡Ah, a propósito! Si sueño con tu madre, le diré que le mandas
saludos y que la amas.
— Gracias. También saludas a mi padre si lo ves.
Levantó su pulgar en señal de aprobación y se acostó de costado en el
sofá. En mi interior pensé que podía despedirme yo mismo de mi madre, así
que también decidí dormir e intentar soñar con mi madre y mi padre. Después
de todo, seré padre, pero se me olvida que también soy hijo.
XV
Desperté sin saber cuanto tiempo dormí, pero si fue un sueño profundo. El
robusto ya se había marchado, probablemente no soñó con mis padres, pues
me hubiera dejado una nota al respecto. En cambio, yo no pude soñar con mis
padres, aunque si tuve un pequeño sueño con Dawn.
El sueño fue raro en cierto punto. Yo y Dawn caminábamos como de
costumbre por el parque, nos sentamos en una banca y le comencé a preguntar
que si tenía otros pretendientes?
— Alguien como tú. Tan linda, tan sincera, tan buena. ¿Por qué yo? ¿Qué no
tenías otros pretendientes?
Yo sabía que esto no era cierto. Cuando comencé a acercarme a ella,
muchos de mis compañeros de clases me pedían que les presentará a Dawn
pensando que solo seríamos amigos.
— ¡Umm!... ¿Tú que crees? — me respondió con una mirada de bromista y
luego me besó.
En eso, una amiga de nosotros llamada Danielle, quien estudiaba
Psicología se dirigió hacia nosotros y nos entregó a un bebé mientras nos decía
que ella no podía tener esa responsabilidad (Danielle dejó sus estudios tras
saber que estaba embarazada y su novio la abandonó por eso, aludiendo su
responsabilidad).
Tomé al bebé en mis brazos y esta reía. Era una niña y era una muy
hermosa. Dawn sujetó también a la bebé, pero en ese momento comenzó a
llorar. Ella intentaba alegrarla pero sin resultados favorables. Cuando le pedía
que me dejara cargar a la niña, Dawn se mostraba molesta y no me dejaba.
— ¡Oye, Dawn! Déjame cargarla. Ella estaba riéndose cuando la tenía yo.
— ¡No, Kenny! No nos conviene que se encariñe contigo. No sería lo correcto.
No somos sus padres.
— ¡¿Qué dices?! — le pregunté anonadado de su reacción.
— Debemos buscar a Danielle y regresarle a su hija. Tiene que ser consciente
de sus actos.
— ¡No, no podemos! Ella podría maltratarla o incluso regalarla a cualquier
persona que se encuentre en la calle — le dije mientras acariciaba la cabeza
de la bebé y esta volvía a reír.
— Eso no es asunto de nosotros, al menos no mío. Kenny, es hija de Danielle.
Lo que ella quiera hacer con la bebé es asunto suyo.
En ese momento, Dawn se levantó con la bebé en brazos y comenzó a
gritarle a Danielle para que volviera por su hija. Al no tener respuesta, ésta
comenzó a alejarse con la niña en brazos. Yo no podía moverme de donde
estaba, como si hubieran pegado mis pies al suelo.
— ¡Dawn! ¡¿A dónde vas?! ¡¡¡Regresa con la bebé!!!
— ¡No es tu hija! ¡Buscaré a Danielle y se la devolveré! ¡Si no te gusta,
entonces no me vuelvas a buscar!
— ¡¡¡Regresa!!! ¡¡¡Dawn, regresa!!! ¡¡¡Es mi hija!!! ¡¡¡Es mi bebé!!! ¡¡¡Es mi
hija!!!...
Y Dawn se perdió en el atardecer y no regresó con la bebé. Así de
extraño fue ese sueño. Comencé a repetir las últimas palabras.. “mi hija”.
¿Qué significaba ese sueño? Y, lo que más me atormentó, ¿Por qué Dawn
actuó así? Como si fuera una desconocida, como si fuera todo lo que desprecio
en una persona. — ¿Problemas en el Paraíso? — Escuché una voz que me
interrogaba. Resultó ser la mujer atractiva, la cuarta en visitarme en aquella
ocasión y también en esta.
— Aunque hubiera problemas en el Paraíso, ir al infierno a solucionarlos sería
estúpido — le contesté con una voz tan ronca, como si inconscientemente
tratara de seducirla.
— ¡Parece que te has despertado en modo poeta, hoy! — me exclamó mientras
se sentó a mi lado, tanto que nuestros cuerpos se juntaban.
— Yo diría más en modo filosófico. Aunque, dudo que algún gran filósofo
dijera una tontería como esa.
— ¿Quién sabe? El amor hace que los humanos hagan y digan locuras.
— Con todo respeto, señorita — me dirigí hacia ella titubeante —. Una mujer
como usted parece que nunca se ha enamorado.
— ¿Por qué lo dices, Kenny? — me preguntó mientras me rodeó con su brazo
derecho.
— Por su actitud. Parece de las mujeres que solo juegan con los sentimientos
de los hombres, también parece una especie de “cazafortunas”.
— ¡¿Sabes, Kenny?! — me dijo bebiendo una copa con vino que ella había
servido — Nosotros también tenemos sentimientos.
— No lo dudo. Pero son muy excéntricos.
XVI
XVII
XVIII
Es obvio. La única forma en que lograría que ese Neandertal me respetara era
rebajándome a su nivel de “eslabón perdido”. Debo decir que en algún
momento me sorprendí al ver que le di buena pelea en lapsos, pero siempre me
derrotó, debo de admitir que liberé varios demonios que estaban dentro de mí.
Él fue el que decidió parar la pelea, que ya no me miraba como un cobarde
llorón; pero me dijo que aun así, yo no iba a poder enfrentarme ni a este lugar,
ni al mundo que yo solía conocer. Salió por la puerta y la azotó con tal fuerza
que algunos libros de los estantes se cayeron.
Muchos minutos después o asumo que pasaron minutos, entró el
afeminado. Traía consigo otra botella de vino y al parecer llevaba un libro
consigo. De una manera extravagante, sirvió las copas y se sentó cruzando una
pierna sobre la otra. Me hizo un gesto para que yo hablara, pero le devolví el
gesto dándole a entender que iniciara él.
— Y bien, señorito. ¿Cómo te fue? ¿Civilizaste al bárbaro? — soltó una risa
sarcástica.
— Me fue igual que la primera vez. Aunque, creo que ahora respeta más los
libros — fijé mi mirada en el libro que traía —. A propósito, ¿de dónde
sacó ese libro? No vi que tomara uno de los estantes cuando salió.
— ¡¿Ah, este libro?! Este libro es de mi biblioteca personal, muñeco. No creo
que te interese ya que es sobre finanzas. Me gusta saber sobre Economía y
Negocios, así comprendo como se mueve el Mundo.
— ¡¿Biblioteca personal?!
— Yo también tengo un Estudio. Incluso, es más extenso que este. Algún día
te invitaré a para charlar.
— ¿Cada uno tiene su espacio?
— Claro, señorito. Es uno de tus problemas, piensas que eres el único e
ignoras a las demás personas. Obvio, cada uno está ordenado como se le
plazca. No me imagino el espacio del bravucón o el del muchachito
problemático, me da nervios de solo pensar.
— Imagino que el del señor ebrio debe ser una especie de bar, ¡eh! — hice una
suposición a forma de broma.
— ¿Y de dónde crees que he sacado este excelente vino, muñeco?
— ¿Es esto posible? ¿Cómo es que en este lugar hay libros? Y no sólo eso,
libros que nunca he leído y los leo tal como están, asumo que así es su
contenido.
— Algunos son libros que ya tienes grabados en tu memoria, otros son libros
que están en mi memoria y te los he pasado y, así sucesivamente. Repito,
no eres el único. Los pocos que has conocido es porque somos una familia,
para bien o para mal, con nuestros aciertos y defectos nos aceptamos.
— Sabe. Me gustaría escuchar la historia de cada uno de ustedes y cómo se
hicieron familia.
— Hay cosas en las que no soy el indicado para decírtelas… y, la historia de
cada uno de nosotros es una de ellas. Con gusto te contaría mi historia, pero
soy de las personas que no le gusta ver hacia atrás. Aprendo de mis errores
y sigo adelante. Esa es mi filosofía.
— ¡¿Ósea que podemos compartir nuestros pensamientos y todo lo que hemos
vivido?! ¡¿Es por eso que ustedes saben lo de mi pasado, sobre mi familia y
demás?!
— ¡Bingo! ¡Acertaste, caballerito! Vendrán más personas a unirse a nuestra
familia y tú harás lo mismo que hacemos nosotros contigo. Claro,
asumiendo que te quieras quedar.
— Imagino que tú eres como la figura paterna de todos. El que los ha unido
como familia, ¿no?
— No. Ni remotamente he sido yo. La persona que nos ha unido como familia
es único, le debemos todo a él. Tú te le pareces en algunas cosas, no me
sorprende que él este muy interesado en que te quedes aquí y seas parte de
nosotros.
— ¡No me digas que…! ¡¿El demonio que viste elegante…?!
— ¡¿No sé por qué le llamas demonio?! Esto no es el infierno y hay peores
demonios que viven y rondan en el Mundo Exterior.
Después de una larga pausa, el afeminado se terminó el vino y se
marchó. Me dijo que si necesitaba algún otro libro vería si lo encontraba en el
Estudio de alguien más y me lo pasaría.
Mi duda Acrecentó. ¿Estoy muerto? ¿Es el infierno o no? ¿Por qué el
cambio de actitud de estos sujetos? ¿Qué buscaba el hombre elegante y bello
en mí? Lo único en lo que estaba seguro es que quería volver.
XIX
XX
XXI
Ya había escuchado dos historias, las dos igual de tristes y encajaban entre si
como piezas de rompecabezas, ya comprendía la actitud de esos dos. Un padre
con mucho amor para dar y un hijo quien necesitaba amor parental.
Le pedí al demonio, perdón, al sujeto apuesto que siguiera con las
historias. Ahora, él seguía con la historia del tipo gordito.
— El hombre de aspecto gracioso, bajo y regordete. Se llama Alberto
Sánchez, tenía treinta y siete años, excelente hombre trabajador.
Proveniente de una familia muy humilde, tuvo que lidear con estudiar y
trabajar para su familia. Era el mayor de cinco hermanos quienes vivían
únicamente con su madre, a parte de ser el único que hasta entonces
estudiaba.
— Se oye a alguien que apenas le quedaba tiempo de respirar, en especial
siendo muy joven.
— Terminó sus estudios básicos y en vez de ir a la Secundaria, se dedicó a
sacar adelante a su familia con una empresa de medicamentos en la que
ayudaba al dueño, él y un amigo. Su patrón se encariñó con él por ser tan
dedicado en su trabajo, le ofreció un poco más de sueldo para que enviará a
sus tres hermanos menores a la escuela y llevará al hermano que le seguía a
trabajar con él.
— ¡Hubiera querido tener un jefe así! — pensé en voz alta.
— Su patrón se enfermó y falleció, al no tener hijos, dejó la empresa a Alberto
y a su amigo, Jorge, apenas con veinticinco años cada uno. Jorge siempre
envidió que su jefe sintiera más afecto por Al, incluso la empresa
funcionaba gracias a Al. A los treinta y dos, Alberto fue a la cárcel por
medicamentos caducados y negocios con el narcotráfico, todo era una
farsa, Jorge lo había planeado fríamente todo.
— ¡Vaya hijo de perra! Traicionar su mejor amigo por envidia.
— Alberto sólo pensó en su familia, igual que lo haces tú. Pensó en su madre
ya muy anciana, en los estudios de sus hermanitos; también en su nueva
familia, tenía esposa y dos hijos, niño y niña. Lo perdió todo injustamente.
Solo soportó cinco años de su condena, murió en la cárcel tras un colapso
cerebral provocado por el estrés.
— Ahora comprendo todo — analicé.
— ¿Qué quieres decir? — me dijo curioso.
— Entiendo la causa de que Al siempre se la pasa cansado, con sueño,
fatigado.
— ¡Ah, eso! Creo que era la única forma en que él descansara, en paz.
— Y tampoco se le puede llamar un “descanso en paz”.
No me extrañaría que en su Estudio solo se encontrara una cama, pero el
fino me corrigió. Tenía un pequeño escritorio dónde Alberto escribía sus
memorias y que se lamentaba de no encontrar a su jefe en este lugar, además
de dibujar; según mi anfitrión es muy buen dibujante.
El sujeto elegante se sirvió otra copa y con un suspiro pesado prosiguió a
hablar de la mujer atractiva. No sé si él suspiro fue de alguien enamorado o de
alguien que ya estaba fatigado de hablar, creo que era más lo segundo.
— ¿Qué te puedo decir de ella? — dijo suspirando — ¡Es muy bonita! ¿No te
parece?
— Es hermosa, muy hermosa — le recalqué —. ¿Estás enamorado de ella?
— ¿Tú te enamorarías de alguien con su personalidad? ¿Qué sólo te utilizará?
— Buen punto. Estoy muy de acuerdo.
XXIII
Por alguna razón, sentía que conforme él buen mozo contaba una nueva
historia, esta se volvía más triste que la anterior. Eso me preocupaba. Sabía de
quien se trataría la siguiente historia, de mi amiga. Le pedí a mi anfitrión que
me contara todo lo que sabía de ella, detalladamente. Él me dijo riendo que yo
me sonrojé mientras le pedía que hablara de ella.
— ¿Tanto te interesa la muchacha, Kenneth? — me sacudió mi cabello
infantilmente.
— Sólo quiero saber por qué ella era así, tan fría, sin sentimientos. — le dije
con un semblante muy serio.
— La actitud de esa niña me dio muchos dolores de cabeza. Cuando le
hablaba y ella me miraba, sentía que me hundía en un bosque de una espesa
oscuridad, casi y yo también me deprimo.
— A mi me dio una impresión similar, le tuve más miedo que a ti — solté una
carcajada sin gracia —. Es como la luna, bella, pero sin vida.
— Ese símil le queda excelente con su nombre. Se llamaba Luna Lombardi,
tenía a penas veinte años, como tú. No tenía hermanos y vivía sólo con su
“cariñosa” madre — resaltó con sus manos las comillas —. Su madre
trabajaba como mesera en un pequeño restaurante en Catania.
— Es la segunda persona italiana que conozco, bueno, si a la primera se le
puede considerar “persona” — hice un gesto para que continuara.
— Era una niña muy inteligente, en su escuela siempre tenía notas excelentes
y su conducta era impecable. Solo tenía un pequeño problema, no le
gustaba socializar. Siempre fue callada y no hablaba con los demás niños y
niñas de su clase, si no fuera porque opinaba en clases, la gente hubiera
pensado que era muda, incluso, cuando la querían premiar por sus logros,
esta no asistía a la escuela.
— ¿Por qué crees que ella era así?
— Tal vez porque siempre estuvo sola desde que era pequeña. No tenía padre
ni hermanos y su madre estaba muy ocupada, solo le dedicaba las noches a
su hija. Luna siempre ayudaba en lo que podía a su madre en el restaurante
y de allí aprendió a ser muchos trabajos domésticos sin ningún tipo de
recompensa, allí fue donde él…
Mi relator se calló de un inmediato y puso su copa en la mesa, su mirada
se apagó por un momento y puso una expresión de dolor y melancolía.
— Creo que deberíamos dejarlo hasta aquí, Ken — me dijo sin mirarme y de
forma muy seria —. No creo que deberías seguir escuchando lo demás.
— Por favor continúa — sugerí mientras me serví otro trago que dejé en la
mesa —. No creo que sea tan malo, ¿o sí?
— Bueno… este es el momento en que la cosa se vuelve un poco tétrica — me
mencionó de forma cortante —. Aunque no lo creas, te verás un poco
involucrado en la historia.
Me sentí curioso por saber lo que seguía, pero me atormentó un poco lo
de mi involucramiento en la historia de mi amiga Luna. No recuerdo haberla
visto en ningún lugar, en especial si ella vivía en Italia y yo en el otro lado del
charco. Supuse lo peor.
— Sigue por favor, amigo mío. ¿Por qué su espíritu es tan siniestro?
— Se graduó con honores de su educación básica, Luna era considerada una
prodigio en varias disciplinas: historia, literatura, matemáticas y
manualidades. Era muy hábil en destrezas manuales y en el arte, le gustan
mucho las artes plásticas. Se le dio una beca en un Instituto Católico para
señoritas de renombre en Roma, pero solo duró dos años allí; a pesar de sus
buenas notas, siempre su actitud recíproca la estigmatizó. No solo fue
expulsada del Instituto, sino que fue enviada a un sanatorio donde sería
tratada.
— No pensé que fuera tratada como loca, estoy más loco yo que ella, me
parece una persona muy razonable.
— ¡Y lo es! Pasó en ese sanatorio durante dos años, desde los catorce a los
dieciséis. Su madre la visitaba cada tres meses y cuando lo hacía, le
comentaba que su vida cambiaría al salir de allí, que no se preocupara.
Salió antes de terminar su tratamiento porque se llegó a la conclusión que
no lo necesitaba más. Al salir, su madre la recogió y Luna le mostró una
sonrisa muy radiante mientras la abrazaba.
— Se oye como un final feliz y aún no se qué tengo que ver yo aquí.
— Al regresar a Catania. Su madre le comentó que había renunciado al
restaurante y la llevó a una casa muy bonita donde le comentó que vivía
cuidando a una mujer joven que se encontraba muy enferma. Aquí es donde
la historia se conecta contigo — hizo una pausa para beber vino —. El
nombre de esa mujer era Bianca Domincini.
— ¡¿Domincini?! — exclamé golpeando mi pierna contra la mesa sin querer
— ¡No puede ser! ¡¿En serio es tan pequeño este mundo?!
— El mundo puede ser grande, pero el destino no y este mundo se rige por lo
que diga el destino. Bianca fue la primera esposa de tu ex jefe, sin
embargo, no pasaba mucho tiempo con ella debido a sus constantes viajes
de negocios a Norteamérica y Europa. Contrató a la madre de Luna como
criada para cuidarla de su repentina enfermedad.
— Me cuesta creer que ese diablo sentía amor por alguien.
— ¿Quién dice que lo sentía? Domincini es de los tipos que tiene una amante
en cada ciudad que visita, eso como mínimo. En fin, Luna parecía más
alegre y social que antes. Vivió en la casa de Domincini junto a su madre y
allí le ayudaba en los oficios, a parte de eso, se hizo amiga de la hija de
cinco años de Domincini, Francesca. Tal vez, la única amiga que ella ha
tenido en su vida.
— Conocí a Francesca Domincini una vez que él la llevó al trabajo, tenía una
actitud arrogante y un ego inmenso como él. Si no me equivoco, Francesca
tenía dieciséis años cuando la conocí; deduzco por eso, que Luna no lleva
ni diez años en este lugar.
— Unos meses después de la llegada de Luna, la señora Domincini falleció y
allí se tornó todo oscuro. Gino Domincini le dijo a la madre de Luna que ya
no necesitaba sus servicios, pero — tragó saliva de forma pesada —, si le
interesaban los servicios de Luna. Se excusó diciendo que ella era una
buena figura fraterna para Francesca y por eso le interesaba en que ella se
quedara, incluso la podía adoptar como su hija.
— ¡No puede ser que pidiera algo así! ¿Qué hizo su madre?
— Su madre no era tonta. Sabía de las intenciones de Domincini, pero las
ignoró cuando este le ofreció una especie pensión bien remunerada por los
servicios de Luna. Prácticamente, su madre la vendió, le entregó el cordero
al lobo.
— ¡¿Y cómo reaccionó Luna?! ¿No se defendió?
— ¿Qué podía hacer una muchacha de diecisiete años? Domincini la engañó
diciéndole que su madre la abandonó porque se avergonzaba de tener a una
“enferma mental” como hija y que por llevarla a la casa, se descuidó de la
señora Domincini y por eso falleció.
— ¡No me digas que ella se quedó sola con Domincini!
— Por desgracia, sí. Domincini se aprovechó de la profunda depresión en la
que Luna había caído y comenzó a sostener relaciones sexuales con ella,
prácticamente la violaba.
— ¡¡¡Qué hijo de puta!!! — me levanté de golpe y lancé la copa de vino lejos
— ¡¡¡Maldito viejo de mierda!!!
— Así fue durante muchos meses. Hasta que llegó el día en que Domincini “se
aburrió” de Luna y decidió ofrecerla a una señora que tenía un burdel en
New York, así fue, comenzó a prostituirse en un burdel de mala muerte sin
que ella dijera algo. Luna estaba apagada, no se negaba a sostener
relaciones, apenas gemía cuando estaba teniendo relaciones con sus
clientes. Era como hacerlo con una muerte, una especie de necrofilia.
— ¡La puta madre! — dije sollozando conteniendo mi ira.
— Fueron dos años de sufrimiento para ella. Escapó del burdel y se dedicó a
vagabundear por la calle, hasta que se suicidó. Se cortó las venas y luego se
lanzó del Puente de Brooklyn. Acabó con su sufrimiento.
— ¡¡¡Domincini hijo de puta!!! ¡¡¡Mil veces hijo de puta!!! ¡¡¡Y maldito
suicidio!!! ¡¡¡Odio los suicidios!!! ¡¡¡Por qué existen!!! ¡¡¡Por qué un Dios
permite que existan suicidios!!! ¡¡¡Me cago en Dios!!! ¡¡¡Me recago en
Dios!!! ¡¡¡Me cago un millón de veces en Dios!!! — grité llorando sin
remedio, como un loco, maldiciendo a diestra y siniestra.
Mi anfitrión me sujeto fuertemente y me intentó calmar, yo estaba tan
fuera de sí que si yo hubiera tenido un cuchillo tal vez lo habría apuñalado.
Lloraba y gritaba, llegué a detestar aún más la palabra suicidio, odié a muerte
a Gino Domincini, quisiera volver y matarlo con mis propias manos, como
cuando tuve la oportunidad.
El sujeto hermoso me besó en la frente y comenzó a despeinarme el
pelo. El tipo me dijo que él también lloró cuando ella le contó todo, me
consultó si quería seguir con las historias y yo le dije que sí. Fue la primera
vez que vi aquel hombre llorar. Lloramos juntos.
XXIV
XXV
XXVI
XXVII
XXVIII
Y así es como llegué aquí. Ya pasaron casi dos semanas de ese incidente.
Cuando estuve inconsciente en el parque, volví al Estudio de nuevo, más me
convenció que no se trataba de un sueño. ¿Quien me recibió? Nada más y nada
menos que mi hermoso anfitrión, mi hermano mayor, Kendall Lincoln.
— ¡Perdón por no hacerte caso, hermano! — dije con voz caída — Trataste de
detenerme y no te obedecí, quisiste evitarme la decepción más grande de
mi vida.
— ¿En serio pensaste que Domincini se quedaría de brazos cruzados? — dijo
con tono molesto — Él contactó a tu suegro y le ofreció “grandes
beneficios” si te quitaba del camino y acercarse a Dawn. El Sr. Owen uso
una sustancia mortal en las bebidas que estaban en tu estudio, pero no
moriste, sólo caíste en coma. Luego le dijeron a Dawn que todo era una
farsa y que escapaste con otra mujer.
— ¡¿Así que me intentaron matar?!
— Es difícil de creer; pero, c'est la vie, hermano. Triste pero cierto.
— El padre de Dawn debe de estar nadando en oro.
— No creas. Después del matrimonio entre Dawn y Domincini, el Sr. Owen
murió de “causas naturales” — se pasó el dedo por el cuello simulando que
es un cuchillo.
— ¡Vaya ironía! ¿Pero sabes? Aprendí que si sufrimos significa que estamos
vivos… — retomé de nuevo la palabra — Y dime, Kendall. ¿Cómo están
todos?
— Muy bien, la verdad. Aún me esfuerzo por buscar a Leon y a mamá.
— Los vas a encontrar y a mamá dile que la quiero, la querré siempre.
— Lo haré… A Luna le hubiera gustado verte.
— Y a mí también me hubiera gustado verla… pero, no me gustaría volver a
ese lugar.
— Y tienes razón. Si vuelves, significa que tu espíritu sigue atormentado y tu
alma no ha trascendido. Fue un gusto conocerte, hermano; pero, ¿quién
sabe? Tal vez todo mejore para ti.
— Ya no sé, hermano. Ya no sé.
Volví en sí después que me encontrara el Dr. Evans y me diera primeros
auxilios, me llevo de nuevo a la casa y allí les conté todo lo que había
sucedido. Creo que si le hubiera contado todo eso a otra persona no me
hubieran creído. Le conté a la Dra. Evans sobre mi hermano Kendall y ella lo
confirmó. Me contó que mi madre estuvo embarazada y que el niño nació sin
vida, o vivió unos minutos y luego murió; el asunto es que solo se lo comentó
a su familia y a ella, pidió guardar el secreto a todos. Cinco años después, se
volvió a embarazar y nací yo. Kenneth.
¡Que agradable es sentir el viento soplando en tu rostro! Y estoy aquí en
el lugar donde recordé que Luna se quitó la vida, me siento infeliz. ¿Qué más
puedo hacer sino saltar?
No tengo nada por qué vivir, nada. Todo me fue arrebatado. No tengo,
familia ni un Dios que me ayude. Ya ni me importa a Dawn, solo me enfocaba
en mi hijo.
Tengo dos opciones: quedarme en este mundo donde no tengo nada o
volver a un lugar donde me sentí en familia y hay personas que me esperan,
con un hermano que quiso evitar mi sufrimiento… un hermano, que me dijo
que siguiera viviendo, que tal vez algo cambiaba en mi vida. ¿Quién sabe?
XXIX
Aquí estoy. No lo hice, no salté ese día al vacío. Después de todo, soy un terco
y no podía sufrir más de lo que ya había sufrido. Esa misma tarde, regresé a
casa de los doctores Evans y les dije lo que estuve a punto de hacer, ellos me
brindaron su ayuda y se convirtieron en mi nueva familia. En la familia en la
que me podía refugiar.
Comencé a trabajar como asistente en el hospital donde estuve internado
y un año después, reingresé a la Universidad para continuar con mis estudios
de periodismo. Al regresar a la Universidad, conocí a una docente del área de
Bellas Artes, de nombre Madeleine Stocker; tenía veintinueve años en ese
entonces y era muy inteligente, compartíamos la pasión de leer y descubrí que
ella era budista, ya que, cuando era adolescente viajó a Europa Oriental con su
familia y conoció un templo budista y le fascinó la historia. Terminé los años
que me faltaban en la carrera y me gradué, una vez graduado, me casé con
Maddie y le prometí que algún día íbamos a visitar Angkor Wak. Retrasamos
el viaje debido al estallido de la Segunda Guerra.
Después de casarnos, Maddie siguió trabajando como docente de Arte,
más que recordarme a Dawn, ella me recordaba mucho a mi amiga Luna, un
poco en lo físico, pero más en su forma de querer vivir y en su inteligencia.
Tenemos dos hijos, Juliette Lincoln de siete años y Kendall Lincoln de cinco.
Me abrí pasó por el mundo periodístico y me hice amigos de editores y así
publiqué un par de libros. Mi capacidad me llevó escribir algunos artículos
para el Wall Street Journal. Hace unos cuatro años, el Dr. Evans falleció y me
incluyó en su testamento, le pedí permiso a mi nueva madre, a la Dra. Evans,
de utilizar mi parte del dinero para fundar una biblioteca y una editorial si se
podía. Así lo hice.
En este tiempo, me puse a averiguar sobre personas de las que quería
saber al respecto. Mi primo Caleb abandonó la Universidad para dedicarse al
Baseball profesional. Comenzó de a poco en Ligas Menores, estuvo a punto de
firmar contrato de Ligas Mayores con Los Yankees, pero se fracturó el brazo
unos días después, ¡Vaya ironía! Pasó cinco meses lesionado y al recuperarse
ya no jugó igual. Se volvió entrenador de un equipo de niños en la comunidad,
hasta que fue reclutado por el Ejército y fue a la Guerra. Lo mandaron de
regreso al quedar sordo tras explotar una granada cerca de la base en donde se
encontraba. Regresó a su trabajo como entrenador de baseball infantil, más
bien, asistente de entrenador.
Heather estudió actuación, llegó incluso a tener uno o dos papeles en
Broadway. Allí conoció a un actor de renombre y comenzaron una relación,
fue la amante de este durante dos años hasta que su esposa lo descubrió y este
la abandonó. Heather resultó estar embarazada y dejó de actuar un tiempo.
Volvió a casa de sus padres y tuvo una niña preciosa. Cuando su hija cumplió
dos años, Heather la abandonó en casa de sus padres y no regresó, escapó con
un tipo que había conocido y del que se había enamorado. No quiso comenzar
una nueva vida con su hija.
A mi querido primo Sean lo volví a ver dos meses después del día que
casi me lanzo del Puente de Brooklyn. Llegó con una mujer en cinta al
hospital cuando yo trabajaba allí como asistente, no me reconoció al principio,
pero una vez lo hizo, nos abrazamos fuertemente y lloramos. Me comentó que
la mujer era su esposa y que él estudiaba medicina en Universidad donde yo
estudié Periodismo. A su hijo iba a llamarlo Kenneth por mí, pero yo le dije
que no. Le llamó George, las enfermeras chismosas casi mueren cuando les
dije que convencí a mi primo de llamar a su hijo con un nombre común.
Cuando se graduó de médico, también fue reclutado a la Guerra por sus
conocimientos médicos, pero regresó con bien. Le pedí a la Dra. Evans que le
diera oportunidad en el hospital, lo contrataron y trabaja allí desde entonces.
También se hizo cargó de la hija de Heather, Michelle, y la trata como su hija.
Hay personas de las que no he vuelto a saber de ellas, como Richmond
Harrison y Danielle. Me gusta pensar que Danielle conoció a alguien
importante y que la amaría a ella y a su hija. De Richmond tal vez se graduó
con honores, le ofrecieron trabajo en la Universidad y en el New York Times y
este los rechazó porque se iría al extranjero a seguir superándose. ¿Quién
sabe?
¡Oh, Domincini! Tras el estallo de la Guerra, en Italia pidieron su cabeza
cuando asesinaron a Mussolini, este tenía contactos cercanos con el dictador.
La Policía Internacional lo capturó y lo mandó a Italia, le dieron pena de
muerte. Con respeto a mi familia e hijos, esa ha sido la mejor noticia que me
han dado en la vida. Casi tuve un orgasmo cuando la editaba en el Journal.
Francesca vendió La Gaceta de la Gran Manzana y se fue a vivir al otro lado
del país. No le interesó nunca el negocio.
¿Qué puedo decir de Dawn? ¡La amé profundamente! Un mes de lo
sucedido con Domincini, se contactó conmigo y acepté su invitación. Nos
juntamos en un restaurante y ella llevó a Kenny consigo, quien tenía ya casi
quince años. Me dijo que le había contado toda la verdad al chico sobre mí y
que estaba dispuesta a escuchar mi historia, no le mentí, le conté de mi
hermano mayor muerto y que consultara en el hospital que si estuve en coma
durante siete años, le dije sobre el plan de Domincini y lo de la muerte de su
padre. Allí, sí le mentí y le dije que salió a la luz en los crímenes que
Domincini confesó, dudo que ella creyera mi historia de cuando estuve en
coma. Le ofrecí darle mi apellido a Kenny y que nos visitara cuando quisiera,
después de todo, pasé un infierno por él, lo amaba más que ha mi vida, como a
mis otros hijos, sin embargo, le aclaré que yo soy muy feliz con Maddie y no
la dejaría. Ella aceptó la situación. Dawn aún es una mujer joven, hermosa y
de buena posición. Seguro encontrará a alguien.
Después de eso, Dawn me confesó que intentó suicidarse sin éxito. Por
el amor que le tuve, la regañe como si aún fuera mi esposa, pero ahora era
Dawn Owen otra vez. Recapacitó y tomó la decisión de ir a terminar sus
estudios en Medicina a Francia, además de servir de ayudante médica para los
heridos de la Segunda Guerra y que utilizaría parte de su dinero para donarlo a
las familias afectadas. Le dije que si iba a Saint-Dennis, preguntara por la
familia Chartenaux y les comentara que ella conoce a una persona que fue
amigo íntimo de Jean-François Chartenaux y que él los amó con locura. Así lo
hizo y la familia en agradecimiento, me mandaron copias de las novelas que
escribió Frankie por medio de correo, Dawn fue el medio de comunicación,
aún estoy aprendiendo francés para leerlas.
Mi hijo Kenny se vino a vivir conmigo y con Maddie mientras Dawn
regresa de Francia, se lleva muy bien con Juliette y con Kendall. Sean me
visita en ocasiones y trae a Michelle y a George. Todos ellos juegan fútbol en
el patio, Kenny y Michelle tienen mucho cuidado con los demás niños por ser
los mayores.
En estos diez años desde que desperté del coma, he visto reflejada las
personalidades de aquellos sujetos en personas que he conocido en mi vida y
que hay en el mundo. Hay ebrios, chicos problemáticos, vagos, hombres que
trabajan sin descanso, mujeres con complejo de Femme Fatale, muchachas
violentadas y homosexuales. Es lo que vemos día a día en nuestra sociedad.
Veo a Kenny, Maddie, Juliette, Kendall, la Dra. Evans, el Dr. Evans que
en paz descanse, Sean, Michelle, George y me alegro de ver que recuperé a la
familia que perdí. La familia de mi madre, mi padre y de Dawn.
Veo reflejados en ellos aquellos sujetos que actuaban como familia. Al
Sr. Peterson, a Robbie, a Alberto, a Elizabeth, a Decker, a Frankie, a mi
querida amiga Luna. Mi hermano, me alegro de haber sabido de él y que jamás
estuve solo.
Mi nombre es Kenneth Lincoln, tengo treinta y ocho años, y soy
periodista. Soy el hombre que perdió toda una familia y ganó otra. El hombre
que tuvo la experiencia más rara de todas, el hombre que sabe la diferencia
entre espíritu y alma… Soy el hombre que murió y volvió a nacer.