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EL

RENACIMIENTO

MARIO AVALOS

“Hoy me gusta la vida mucho menos,


pero siempre me gusta vivir”
-César Vallejo-.





























ISBN: 9781657127074
Sello: Independently published
© Mario Avalos

¡Ah! ¡Qué agradable es sentir el viento cuando pasa por mi cabeza! Al menos
eso pienso yo, siento que todas las preocupaciones que rondan en las mentes
de las personas se esfuman con el soplar del viento.
Como todo neoyorquino, me gusta pasear de vez en cuando en una
tarde-noche por el Puente de Brooklyn, más aún, si es un clima gélido como
los que tenemos en otoño o en invierno, creo que a la mayor parte de las
personas nos gusta el clima frío, hasta los niños que sudan a mares en las
planicies africanas imagino que cierran sus ojos por un segundo y se ven a
ellos mismos jugando con bolas de nieve. Aquí es donde yo, Kenneth Lincoln,
pienso: ¡Hoy es un gran día para morir!
A pesar de que aún no cumplo los treinta años, mi mente ya no funciona
como antes, es más, aunque pasará la monstruosa edad de los cuarenta mi
mente debería funcionar a todo vapor, mi rostro y… ¡ah mi cuerpo!, le dice a
las personas que tengo casi cincuenta. Si bien, el viento se siente agradable
cuando sopla en mi rostro, tengo en mente que en un vendaval mi inservible
cuerpo sea derribado al suelo. ¡Ya no! ¡Ya no más!, ahora que tengo la
oportunidad, ¡es hora de acabar con todo!
Y aunque mi mente ya no es la que era, recuerdo ese día, ese maldito día
hace varios años. El día que mi vida se arruinó, estuve ausente de este mundo
por un largo tiempo, tiempo suficiente para entender que mi tiempo aquí ha de
terminarse. De dar un paso al costado y como en los textos hindúes que había
leído espero resucitar en un gusano o en una cucaracha para que todos los que
me hicieron daño disfruten de volverme a pisotear aún después de muerto.
¡Que otro tonto sufra en este mundo! Yo sufrí hasta por mis descendientes,
sufrí hasta por el que no ha nacido, sufrí por las naciones que aún no han sido
fundadas, sufrí hasta por las almas que se retuercen en las llamas del Averno;
hasta yo sé que si muero iré al Cielo, porque ningún ser humano puede estar
en el infierno más de dos veces.
Apenas y el reloj indica que son las 7:30 am., y como ya dije, me gusta
pasear por el puente al atardecer, desde que era joven me ha gustado hacerlo
así. Dicen que antes de morir tu vida pasa a través de tus ojos, yo no creo que
eso sea cierto, así que, mejor iré a pasear por el Central Park y sentarme en
una banca y repasar lo que me pasó, para no arrepentirme de mi decisión; es
más, pensaré en ello mientras camino hacia el parque, no sea que los recuerdos
nostálgicos del parque hagan que me arrepienta porque en ese parque tengo los
pocos recuerdos felices en los que puedo pensar en este momento (creo que es
la primera vez desde que estoy consciente que se me dibuja una sonrisa en el
rostro), aunque también en este lugar sucedió lo peor que mis ojos pudieron
presenciar…


II

¡Vaya que día el de hoy! ¡Por Dios! ¡Solo soy un hombre que trata de
sobrevivir en un mundo lleno de mierda! ¡Intento verle el lado positivo a las
cosas! ¡¡¡Que tan malo es hacer eso!!!
Mejor levanto mi mirada y dejo de mirar hacia el suelo, también debo de
sacar las manos de mis bolsillos y tengo que dejar de caminar como si quisiera
detener el tiempo. Mi esposa me conoce muy bien, ella sabe que esos son los
gestos que yo hago cuando tengo un sentimiento de decepción, ¿y cómo le
explico que fui despedido de la Gaceta de la Gran Manzana? El único
periódico local que se tomó la molestia de contratar a un joven columnista sin
experiencia como yo.
¡Pero no acepté, no me vendí! Ni loco iba a ocultar los escándalos de esa
rata mafiosa de Gino Domincini, podía haber sido mi jefe y todo pero… (hice
un gesto de un puñetazo) ¡Maldito viejo!, las personas no son monedas de
cambio, ni objetos con los que puedes jugar. Al cabo que ni quería seguir
trabajando en esa ratonera, ¡ni que fuera el New York Times!, debí de haberle
partido la cara en dos hace tiempo.
Gino Domincini, Un señor de unos 43 años, descendiente de una de las
familias más ricas de Sicilia, es el jefe de la Gaceta de la Gran Manzana. Mis
ex compañeros de trabajo le habían apodado Il Diávolo Di Sicilia, por su
acento pseudoitaliano que sonaba macabro, además, cuando se quitaba su
sombrero de bombín se podía notar que en su cabello habían dos mechones de
pelo que asemejaba a los cuernos de Lucifer. Me dio trabajo de muy mala
gana, pero en ese entonces no lo podía odiar, después de todo, fue el hombre
que me dio una oportunidad de trabajo cuando más la necesitaba. Intenté ver
nuestra relación como la de amor-odio entre un padre estricto y su hijo
rebelde. Sin embargo, Domincini no trata de la mejor manera a sus empleados
y yo no sería la excepción. La única vez que él me trató de una forma muy
cortés fue un día que mi esposa me trajo el almuerzo que había olvidado, se
dirigió a mí y a mi mujer como si fuera una especie de rey que trata de darle lo
mejor a sus súbditos y pude observar que él dirigía más su cortesía y encanto
hacia mi esposa, como no soy celoso no me pasó por la mente alguna especie
de insinuación.
Hace unas semanas nos enteramos que Domincini es el cabecilla de una
red de la mafia más importantes de todo New York y entre sus crímenes
estaban el contrabando de sustancias desde América a Italia, así como la trata
de personas y el tráfico de estas, como un joven que fue criado con principios
por un padre estricto y alguien que repugna esa clase de cosas convencí a
varios de mis ex colegas (al menos los que más odiaban a Domincini) de hacer
pública la noticia ayer; la publicamos y obvio que el viejo se enfadó y nos
despidió, conmigo se complicó la cosa porque él me culpaba de ser la mente
maestra detrás de todo (en cierta parte lo fui), me amenazó de muerte, dijo que
me mataría y que para escupir en mi tumba él se quedaría con mi mujer. Por
primera vez en mis veinte años de vida actúe violentamente y nos repartimos
unos buenos golpes, obvio el salió más golpeado, ya que me dirigí a su rostro
mientras que los golpes que él me dio fueron más al cuerpo, aproveché a
patearle el culo como nunca se lo habían pateado a sabiendas que no llamaría a
la policía por lo que habíamos publicado.
¡Personas como él deberían dejar de existir! La verdad es que me dolía
un poco los nudillos de la mano, mientras me acariciaba la mano para calmar
el dolor porque estaba a punto de entrar a casa, pensé en mi esposa, Dawn
Lincoln, hasta ese día jamás pensé en lo hermosa que ella podía llegar a ser y
en lo afortunado que yo era por tenerla como esposa.
La conocí hace unos tres años, cuando ingresé a la Universidad y ella ya
cursaba segundo año de su carrera (Dawn es un año mayor que yo), ella
estudiaba medicina y era muy cercana a las enfermeras de la Universidad, yo
fui a la clínica a que me atendieran porque me torcí un pie jugando Fútbol
Europeo (Soccer como lo conocen aquí) y no quería que mi padre se enterara
que estaba jugando ese deporte, porque él lo odia por no haberse inventando
en el país como el Baseball. Ella estaba en el consultorio y las enfermeras le
dijeron que me atendiera porque no era algo de gravedad. No es la mejor
forma de conocer al amor de tu vida, pero agradezco que haya sido así.
Después de la explicación de como me pasó, descubrimos que teníamos
mucho en común, yo me presenté como Ken Lincoln y ella como Dawn Owen
(un nombre perfecto pues ella fue el amanecer que mi vida necesitaba).
Después de casi dos meses de conocernos la invité a un paseo por el
Puente de Brooklyn y le propuse que fuera mi novia, me preguntó si yo tenía
planes para el futuro y le respondí que después de mi graduación, conseguiría
un trabajo en algún periódico de renombre en el país y después viajaría a la
India, porque quería escribir sobre su cultura que tanto me fascina, ella solo
sonrió y se abalanzó a mi diciéndome “eres un soñador, Kenny” . Creo que
nos dejamos cegar por el amor a muy temprana edad, después de un año de
relación y de conocer su vida y de como su padre la menospreciaba por ser
mujer, le propuse que se fuera a vivir conmigo y con mi padre, ella un poco
inquieta aceptó la invitación.
Al tocar la puerta de mi casa, ella abrió y casi se llenan mis ojos de
lágrimas al ver como me recibió con tanta dulzura y como ella se acariciaba su
vientre, Dawn estaba por cumplir su primer trimestre de embarazo, razón por
la que tuvimos que abandonar nuestros estudios y me vi obligado a trabajar en
una pocilga de mierda. Ella no se culpa ni se arrepiente de lo que hicimos,
pero a veces siento que yo le arruiné su vida.
— Hola, Kenny — me dijo dándome un abrazo —. Ven a la mesa, te hice una
taza con té.
No me atrevía a verla a los ojos cuando me dirigí hacia la mesa. Para mi
sorpresa, allí estaba sentado en una silla el padre de Dawn, el Sr. Samuel
Owen y mi padre bebiendo café. Los saludé con un tono un poco seco, como
si me importara un carajo que ellos estuvieran allí. Solo me concentraba en
mirar fijamente mi taza con té, parecía como si la quisiera enfriar con la
mirada.
— ¿Te pasa algo, cielo? — me dijo Dawn.
— No, amor
— Ken — se dirigió mi padre hacia mí —, a pesar de ser una pareja muy
joven, Dawn te conoce como la palma de su mano. ¿Te pasa algo?
— No es nada, en serio. Solo estoy cansado.
— Ah, Ken — habló el Sr. Owen —. He venido el día de hoy a casa de tu
padre para hablar el asunto del nombre del bebé, me gustaría que lleve mi
nombre, Samuel, como yo y mis antecesores.
— ¡Vamos, Sam! — Le respondió sereno mi padre — Ni siquiera sabemos si
será varón, puede ser una muchachita.
— ¡Ni que Dios quiera! — se sobresalió el padre de Dawn. — La tradición del
nombre Samuel no puede saltarse dos generaciones.
— Puede llamarse Samantha. — respondió mi padre, que en vez de soltar una
carcajada, soltó un ataque de tos muy grave.
— ¡¡¡Ya basta!!! — me levanté de la mesa sacado de mis casillas y casi
llorando — Papá, Sr. Owen, Dawn; ¡El maldito de Domincini me ha
despedido!
— ¡Kenny! ¡Kenny vuelve! — me grita Dawn.
— Será mejor hablarlo en otra ocasión, Sam. Ken es un muchacho sensible,
como lo era su madre.
— La verdad me sorprende que un muchacho tan sentimental sea hijo de un
hombre con un temple de hierro como lo es usted, Kennedy.
— ¡Ya basta los dos! Mejor iré a ver como está Kenny.
Me encerré en el estudio de mi padre, la verdad que lo único que me
podía calmar en estos momentos era un poco de lectura y si era algo
relacionado con la zona Indochina sería mucho mejor, hasta ver solo una
fotografía del Angkor Wak para mí sería alcanzar un estado casi parecido al
Nirvana. A lo lejos escuchaba a Dawn llamarme y tocar la puerta, sin soltar los
libros que había sacado del estante, me dirigí a abrir la puerta, no dejé siquiera
hablar a Dawn y le besé la frente y toqué su vientre mientras le decía: “no
dejaré de estar allí para ustedes".

III

Los días pasaban más rápido de lo que podía darme cuenta, después de haber
sido despedido me dediqué a buscar otro empleo, de lo que fuera, ya no me
importaba ser columnista, lo que quería era una fuente de ingresos para mi
familia, para saldar las facturas. Me daba un sentimiento de angustia ver el
vientre de Dawn crecer día a día sin que yo pudiera hacer algo por culpa de la
maldita Depresión en la que se encuentra el país entero.
Lo que me partió en dos fue lo que mis ojos presenciaban, mi padre, el
hombre más duro que he conocido en mi vida, Kennedy Lincoln, estaba a un
suspiro de dejar este mundo. Mi padre arrastraba ya desde hace un tiempo una
fuerte neumonía y ya como un hombre de cierta edad era casi un milagro que
se pudiera salvar de esta enfermedad. Solo ansiaba que mi padre viviera lo
suficiente para conocer a su nieto, pero es obvio que a la Muerte no le
importaba tal estupidez.
Mi padre es el estereotipo de un hombre de familia, estricto, trabajador y
toda una coraza de hombre que pasó la mayor parte de su tiempo en la Milicia.
Él conoció a mi madre a la edad de treinta y ocho años y mi madre tenía
veintisiete. Él decidió formalizar su relación y renunció al servicio militar.
Cinco años después nací yo. Después de mi nacimiento, se dedicó a ser
profesor de Química en una secundaria, en la cual, yo estudiaría
posteriormente. Mi madre, Juliette Lincoln, falleció cuando yo tenía cinco
años y hasta el día de hoy desconozco el motivo de su muerte. Yo era muy
pequeño y solo recuerdo verla acostada en su cama con la piel pálida y mi
padre a su lado, recuerdo que él se levantó y me subió hasta su pecho para
abrazarme, me sacó de la habitación y me llevó al patio de la casa donde jugó
conmigo, mientras que a los minutos, unos señores sacaban una especie de
saco y lo subían a una ambulancia, cuando le pregunté a mi padre quienes
eran, él me respondió que eran “ángeles” que se llevaban a mi madre al Cielo
por ser la persona más amable de la Tierra.
Después de la muerte de mi madre, mi infancia fue de lo más normal.
Nunca volví a ver a mi padre con otra mujer. Mientras él trabajaba, mi abuela
por parte de mi madre llegaba a la casa a cuidarme. Mi abuela era aun más
estricta que mi padre y no me gustaba que ella me cuidara, a veces parecía
como si me odiara por algo. Solo me gustaba cuando llevaba a mis primos
para jugar, hijos de la hermana mayor de mi madre; no es que tuviera una
relación tan fraternal con mis primos, pero jugando con ellos era el único
momento en que me podía sentir como un niño y no un muñeco de trapo. Mis
primos: Caleb quien era el mayor del grupo siendo tres años mayor que yo,
Heather de mi misma edad y la única niña, y Sean quien era el más pequeño
siendo dos años menor que yo. Siempre preferí jugar con Sean, ya que los
otros eran muy pesados para jugar, una vez a los doce años, Heather me dio
una patada innecesaria en las bolas y le mintió a mi abuela diciéndole que lo
hizo porque cuando ella dormía, sintió que alguien le levantaba el vestido y
que al despertar vio que era yo y que tenía una “pequeña erección” mientras lo
hacía, ella solo se defendió. Aún recuerdo la golpiza que me propinó mi
abuela y el duro castigo que me dio mi padre, mi abuela ya no llevó a mis
primos a mi casa por un largo tiempo.
Volví a ver a mis primos tres años después, mi abuela había fallecido
unos meses atrás. Los llevó mi tía quien era una persona menos cuadrada que
mi abuela. Mientras estaban en la casa hablando mis tíos con mi padre de una
“pequeña herencia” y de como la iban a repartir entre los nietos, yo estaba
haciendo tarea y cuando dirigía la mirada al estudio donde estaban hablando
distraídos los adultos, veía a Caleb y a Heather hacerme burlas, Heather se
levantaba el vestido y me mostraba parte de su moldeado cuerpo de
quinceañera, al mismo tiempo, Caleb se sujetaba la entrepierna y simulaba que
gritaba de dolor, ignorando por completo que ya era casi era un adulto de
dieciocho años. Sean se acercó a mí y me propuso que fuéramos al patio para
ignorar a sus hermanos y jugar Baseball, como ya dije, no me gusta mucho el
Baseball, pero haría cualquier cosa para no tener que aguantar a los “bufones
de la familia".
Estando en el patio, Sean tomó del suelo una rama de árbol y con una
pelota que estaba por allí empezamos a jugar. No pasó mucho tiempo para que
Caleb y Heather se incluyeran forzosamente al juego. Caleb le arrebató la
rama a Sean y me retó a que le lanzara la pelota diciéndome que batearía todo
lo que le lanzara, tenía entendido que él se había unido hace poco el equipo de
Baseball de su Universidad. Al muy estúpido le costaba batear lo que le
lanzaba debido a que soy zurdo, así que le resultaba incómodo jugar contra mí;
era normal que no hubiera notado que soy zurdo, la mayor parte del tiempo
ocupo mi mano derecha por órdenes de mi padre y solo la utilizo para escribir
o cuando estoy solo. Frustrado de perder, le hizo un gesto a Heather y ella me
empujó por la espalda, en eso, Caleb me dio dos golpes muy fuertes con la
rama de árbol justo en el antebrazo izquierdo, después se abalanzó hacia mí,
pero Sean intervino por mí y se lanzó en contra de su hermano que es cinco
años mayor que él, yo me levanté y le dejé ir un puñetazo en la cara a Caleb,
Heather comenzó a pedir ayuda a gritos y cuando mi padre y mis tíos llegaron
a separarnos ella se hacía la víctima, les mintió diciendo que yo y Sean no la
dejábamos jugar solo por ser niña y que Caleb intervino por ella para que la
dejáramos jugar, Sean la desmentía y decía como pasaron las cosas. A partir de
ese día ya no volví a ver a mis primos y aunque le dejé la nariz rota a Caleb, él
me fracturó mi brazo izquierdo, estuve casi dos meses con mi brazo
inmovilizado.
El día que mi padre susurraba sus últimas palabras fue el día que quebró
mi alma y me hizo querer sentirme inhumano para no sentir tristeza. Debido al
estado de Dawn, no quise que entrara a la habitación de mi padre, solo
estábamos él y yo, como había sido toda nuestra vida, conversamos un poco:
— Si no quitas esa cara me levantaré y te golpearé con el cinturón — Me dijo
mi padre.
— No te lloro a ti, lloro por mi madre — le respondí — No la lloré cuando era
niño, así que la lloro hoy.
— Ken, jamás te dije la causa de la muerte de tu madre, no la hubieras
entendido en ese entonces.
— No tienes que decírmelo ahora, mi madre murió y ya — dije apunto de
quebrarme en llanto.
— Si tengo, tienes que saber… ¡Tú madre se suicidó!
Al escuchar eso dejé de sollozar instantáneamente, solté la mano de mi
padre y llevé las mías a mi rostro para retener el grito de cólera que me ardía
en la garganta; siempre odié esa palabra “suicidio” nunca supe el porque la
gente lo hace, la verdad, hubiera preferido escuchar que mi madre murió por
alguna enfermedad cualquiera que escuchar que acabó con su vida. Volví a
sujetar la mano de mi padre y le cuestioné con una voz casi sin aliento.
— Lo hizo por mí, ¿cierto? Se suicidó por mí.
— Decir eso es algo estúpido. Yo debí de haber estado más pendiente de ella.
Ambos te fallamos como padres, Ken.
— Tú no, fuiste y eres el pilar de mi vida, padre.
— Ya no, ahora tienes un mástil más fuerte que yo, y pronto tendrás dos.
Mientras te crié, nunca me vi como un roble criando a un cerezo; me vi
como la leña que hace arder una fogata que dará calor y protección a un
hogar.
Después de estas palabras, mi padre cerró sus arrugados párpados y dio
un profundo respiro, como los que das para contener la respiración. Así como
si nada fue que mi padre, Kennedy Albert Lincoln, le dijo adiós al mundo.
Presente en mi mente que a mi padre no le gustaba ver ni escuchar
personas llorar, su sepelio fue discreto, solo estuvimos presentes yo, Dawn, el
padre de Dawn y mis tíos, quienes se presentaron sin mis odiosos primos; ellos
me comentaron que Sean quería verme, pero ellos no lo dejaron porque no
quieren que él pierda clases en su primer año de Universidad y no me dijeron
nada acerca de Caleb y Heather, me dieron fuerzas para poder llevar una
nueva vida con mi esposa y mi futuro hijo.

IV

Tras la muerte de mi padre me desconecté un poco de la realidad, muchas


veces ignoraba cuando Dawn me hablaba, me volví un tanto frío; la verdad,
estaba más ausente que presente en esta vida. Toqué fondo cuando adquirí el
hábito de beber varias copas de vino mientras leía en el estudio de mi padre,
una vez, pasé casi tres días encerrado allí y salí porque a pesar de todo soy
humano y necesitaba comer y sentirme libre.
El Sr. Owen comenzó a visitarnos más seguido, intenté volver a ser el
mismo de siempre porque me preocupaba que él viniera a la casa para proteger
a Dawn, puedo ser todo en lo que me convertido, pero seguía queriendo a
Dawn como el primer día y algo que nunca me iba a perdonar era hacerle daño
o incluso hablarle de forma violenta, no soy tan basura para eso. En una de las
visitas que recuerdo nos hizo el Sr. Owen mencionó el tema del nombre del
bebé de la nada:
— Ken, hijo — me llamó “hijo” por primera vez —. Ya pasó un tiempo de la
última vez que lo hablamos, pero, deberíamos hablar sobre el nombre del
niño, debería de llamarse Samuel como yo.
— ¡Papá!— interrumpió Dawn — No es momento para hablar de eso. Se
llamará como tú y ya, ¿no es así, Kenny?
— ¡No! — respondí algo exaltado — Lo he pensado y si mi bebé es niño se
llamará Kennedy como mi padre.
— No seas infantil, Ken. ¡Respeta mis tradiciones y llámalo como yo! — me
levantó la voz el Sr. Owen.
— ¡No, por un demonio! — Di un golpe en la mesa — ¡Es mi hijo y yo
decido!
— ¡Será mi nieto y es mi hija quien lo va a parir!
— ¡Usted siempre menospreció a Dawn por ser mujer! ¡No me venga con la
actuación de padre amoroso!
Me levanté y fui al estudio que había hecho ya mi refugio. No pensé en
nada, ni siquiera en Dawn. Me encerré y comencé a leer un libro sobre la
religión budista mientras sollozaba un poco, esperé a que el padre de Dawn se
fuera para salir y disculparme con ella por mi reacción.
El Sr. Owen nos seguía visitando, cada vez que lo hacía, me encerraba
en el estudio para leer el mismo libro sobre la religión budista mientras bebía
un poco vino. Me llamó la atención una parte de la biografía de Siddartha
Gautama “Buda”, la cual, hablaba de como este abandonó a su mujer e hijo
recién nacido para alcanzar la felicidad, en mi mente me cruzó esa imagen,
pero siendo yo el de la acción, me espanté tanto con ese pensamiento que
arrojé el libro lejos de mí y solo me dediqué a beber vino. Nunca había bebido
hasta un punto de embriaguez hasta ese día, me paré del sillón y abrí de par en
par la puerta del estudio, volví adentro para servirme otro trago y cuando lo
hice, de repente mi vista se volvió oscura, como si hubieran cerrado cortinas
dentro de mis ojos, solté el vaso con vino y caí al suelo; después de eso solo
recuerdo a lo lejos escuchar pasos que venían hacia mi y que gritaban “Kenny,
Kenny no me dejes".
Después de eso solo escuchaba voces balbucear palabras sin sentido y
también un llanto de esos que te rompen el alma, pero a lo lejos también oí
una voz casi siniestra, tras un tiempo las voces se aclararon y pude
identificarlas: la del llanto era Dawn, el Sr. Owen que hablaba con una mujer
que ubiqué como la Dra. Sandy Evans, amiga de mis padres; más la voz
siniestra no la pude identificar, de la conversación, sólo pude escuchar
claramente el llanto de Dawn y al Sr. Owen gritando “¡Ken! ¡Ken despierta
maldito cobarde! ¡Desgraciado cobarde!” Después me desconecté del mundo y
me quedé en silencio. ¿Acaso había muerto?...
Abrí mis ojos y no miraba nada, todo estaba oscuro, pensé que me había
quedado ciego. En mi mente resonaban las palabras “cobarde", “maldito" y
“suicidio”, comencé a llorar en una infinita oscuridad aprovechando que
estaba solo allí, o al menos pensé que estaba solo.
— ¡¿Así que soy un cobarde?! — dije llorando — ¿Dónde estoy? ¡Dawn! ¡Mi
bebé! ¡No soy un cobarde! ¡Los voy a proteger! ¡¡¡Quiero volver!!!
— ¡¿Volver?! ¿A dónde? — me respondió una voz que hizo una risa burlona.
Al escuchar esa voz profunda y elegante que se burlaba de mí sentí un
escalofrío y del temor me temblaban las piernas y cerré mis ojos fuertemente,
me armé de valor y le pregunté con miedo a que me respondiera.
— ¿Quién eres? ¿Quién habla? ¿Contéstame?
— ¡¿Quién soy?! Por donde comienzo… ¡Ah sí!, ¡soy lo que tu quieras que
sea! ¡Tu padre, tu hijo, tu mujer!... o tal vez ¡tu Dios! — soltó otra risa
burlona cuando dijo “Dios".
— ¡¿Mi Dios?! ¡Te escuchas como un demonio! ¿Es este el infierno?
— Abre los ojos y comprueba si lo es o no.
Al abrir los ojos quede anonadado por lo que presencié, estaba en un
estudio, no, mejor dicho una biblioteca que parecía no tener fin, habían dos
sillones y un sofá que se miraban muy cómodos y un escritorio que parecía
haber sido hecho de madera de roble. A la distancia, una figura caminaba
hacia mí; era un tipo como de mi estatura, esbelto, de tez blanca y cabello
castaño peinado hacia atrás, vestido con un traje de etiqueta negro y una
corbata color carmesí, venía sacudiendo un sombrero de pastel negro que
luego se pondría en la cabeza. Obviamente era él quien me contestó
anteriormente, al verlo, por alguna razón dejé de tener miedo y me sorprendí
al ver a alguien como él en un lugar tan fúnebre.
— Dime ahora, ¿parezco un demonio?
— Pues, se supone que Lucifer era uno de los ángeles más bellos de Dios — le
respondí sereno.
— Contigo no hay remedio, has sido así de terco desde pequeño, aunque es lo
que siempre he admirado de ti.
— ¿Qué sabes tú sobre mí, maldito?
— ¡Qué agresivo! — hizo un gesto burlón — Escucha Kenneth, te tengo un
trato…, quédate aquí conmigo para siempre y vuelve a ser feliz.
— ¡Vete al infierno! ¡Sin mi familia no soy feliz!
— Pero…, ¿lo eras cuando estabas con ellos, Kenneth?
— Lo era hasta cierto punto, por eso quiero verlos, para ser una familia feliz.
— Un hombre que no es feliz no puede hacer feliz a los que dice amar, los
harás más infelices que a ti.
— ¿Acaso me quieres destruir? ¡Esto sí es el infierno y tú el diablo!
— Como dije, soy lo que tú quieras, solo quiero tu felicidad, ¿acaso no soy un
buen samaritano? Si no te convenzo yo, tal vez tu nueva familia lo haga.
Nos vemos más tarde, Kenneth.
Pensé en las últimas palabras que me dijo “una nueva familia", ¿a qué se
refería con eso? Me acosté en la alfombra del piso en posición fetal y cerré
mis ojos, no lloré, pero comencé a rezar por mi familia y para salir de este
infierno, mi sufrimiento era tan real como para estar muerto, pero… ¿de
alguna manera estaba muerto o no? No lo sabía.
Mientras estaba recostado en la alfombra comencé a sentir un escalofrío,
no de temor, de alguna manera sentía que a mi alrededor la temperatura había
descendido notablemente, me volví a preguntar ¿Es este el infierno? ¿Acaso el
Infierno no era un mar de llamas, si no, una habitación gélida en dónde los
humanos seremos torturados por demonios hermosos? La verdad… no lo sé.

Es curioso, pero la verdad, cada segundo que pasa estoy más convencido de
que estoy muerto. Desde que me acosté en la alfombra después de la plática
con aquel hombre elegante no me he levantado, ni siquiera he abierto mis ojos,
sin embargo; siento que he estado en esta situación ya muchas horas, bastantes
horas y aun así no siento necesidad de comer, beber agua ni de hacer mis
necesidades; aunque es curioso que aún sienta escalofríos y comenzó a ser más
frío desde que la fogata en la chimenea se apagó.
Después de unos momentos, escuché unos pasos con un ritmo muy
sincronizado que pasaron a mi lado, no quise abrir los ojos, pero sentí que esa
persona encendió la fogata de nuevo, luego sentí que me derramaban un
líquido en la cara y en ese momento desperté y vi a la persona frente a mí; era
una persona de edad media avanzada, un cabello gris que a pesar de ser rizado
se le veía muy elegante, era delgado y vestía casi igual que el sujeto
diabólicamente elegante, sólo que éste señor, no tenía abrochado el saco ni los
dos primeros botones de su camisa blanca, obvio; lo supe por que no usaba
corbata y en su mano, una botella de algún trago muy fino que seguramente
fue lo que me derramó en mi rostro. El tipo se sentó a un lado del sofá, cruzó
una pierna sobre la otra como lo hacen las personas finas, tomó dos copas que
estaba en la mesa junto al sofá y sirvió dos tragos; al final, hizo un gesto con
su mano para que me sentara en el sillón, lo cual hice.
— ¿Qué desea señor? — le dije discretamente.
— Sólo quiero hacer un brindis. — me contestó haciendo una sonrisa burlona
— Me gusta beber mucho y he bebido mucho, pero nunca lo hecho hasta
quedar inconsciente, mis respetos — me dio un aplauso sarcástico.
— ¡¿Qué eres tú?! — le cuestioné señalándole furiosamente.
— ¡Ah, soy una decepción!
— ¿Una decepción? ¿Qué demonios significa eso?
— Me gusta beber con personas animadas y felices, pero tú no me sirves, te
ves triste y deprimido.
— ¿Piensas emborracharme?
— No, me gusta beber para pasar buenos momentos, no me gusta beber con
personas que quieren olvidar sus problemas; detesto jugar al psicólogo.
— ¿Y por qué serviste dos tragos?
— ¡Ummm, aún tengo fe de que te alegres y quieras beber! ¡Si quieres ser mi
compañero de tertulias, quédate conmigo y disfrutarás de los mejores
vinos!
— ¡Beber me metió en esta situación!, ¡vete de aquí, ebrio de mierda!
— ¡Ahh! — El hombre bebió de su copa — No seas descortés muchacho, este
vino tiene tal vez tu edad de estar añejado, ¿lo vas a desperdiciar?
— ¡Claro que no! — tomé la copa de vino y le vacié el líquido en la cara,
luego le tiré la copa en el pecho.
— ¡Vaya bárbaro!, conozco a alguien así de impulsivo — dijo mientras se
secaba la cara con una servilleta.
— Perdón, se que no debí de reaccionar así, pero váyase de aquí y no vuelva a
hablarme de licor.
— Si así lo quieres mi estimado, pero no dudes que volveré, a la próxima
traeré un trago tan sofisticado que se te hará pedir trago tras otro; también
traeré algo de comer, hace rato que no comes nada.
— Para qué comer si luego lo defecamos, solo lárguese señor.
— Adiós, — dio media vuelta a su cuerpo mientras se alejaba — a propósito,
no vas a durar mucho en este lugar con esa actitud.

VI

Después de la visita de aquel señor, volví a recostarme en el suelo y cerré mis
ojos por un largo tiempo. Antes de entrar en un sueño profundo, un olor a
tabaco vino a mi nariz, un olor tan grotesco, siempre detesté el olor del tabaco;
abrí mis ojos y vi a un joven (incluso más que yo), también vestido
elegantemente, aunque éste no usaba saco, de tez morena, fumaba mientras se
sentó en un sillón.

— ¿Te llamas Ken, no? — me preguntó con un tono de voz algo chillante.
— Sí, ¿y tú no eres muy joven para fumar?
— ¿Y tú no eres muy joven para morir? — dijo burlándose.
— Ya veo, eres amigo del demonio hermoso y del ebrio que vino antes, ¿o me
equivoco? — dije alborotado por la pregunta que me hizo.
— ¡Ni me hables de esos hijos de puta, hombre! En especial del viejo, es tan
irresponsable para ser un ebrio sin vergüenza, y es responsable como para
darle de beber a un menor de edad.
— ¿Y de dónde demonios sacaste ese tabaco?
— Me lo obsequió el otro, puede ser algo creído y creerse fino, pero al menos
es descuidado y le importa un carajo si soy joven o no, así que me lo
regaló.
— ¿Puedes apagarlo por favor? No me gusta que la gente fume cerca de mí —
le pedí con confianza de jóvenes.
— No sabes lo que es bueno, hombre.
Se levantó y tiró el tabaco a la fogata de la chimenea, se recogió las
mangas de la camisa, luego se acostó a lo largo del sillón y moviendo sus
piernas de arriba abajo, me hizo un gesto para que me sentara en el otro sillón
de la sala.
— ¡Ah, Ken! Perdóname por lo que te diré, pero, ¡eres un pedazo de idiota!
— ¿Por qué lo dices?
— Si hubiera estado en tu lugar, hubiera aprovechado tu oportunidad. Siendo
joven y con gran futuro, te hubieras ganado la confianza del viejo
Domincini y llegar muy lejos.
— ¡Esa rata mafiosa!, él debería sufrir este infierno. Tratando a las personas,
mujeres y niños como si fueran juguetes o monedas de cambio.
— Por alguna razón me agradas, ¿por qué no ser amigos? — me palmeó la
espalda y se frotó ambas manos — ¡Podemos obtenerlo todo!
— Lo que quiero tú no me lo puedes dar, ¡quiero estar con mi familia otra vez!
— ¡¿Qué acaso no ambiciosas más que una vida cotidiana?!, tú quieres a tu
familia, ¿pero ellos te querrán de vuelta?
— ¡Se nota que no sabes lo que es tener familia! ¡Estar al lado de las personas
que más amas!
— Cierto, muy cierto Ken. No sé qué carajo significa tener familia… pero —
hizo una pausa dramática — ¡por eso soy feliz!, algo de lo que tú no puedes
presumir.
— ¡Ya no quiero escuchar nada más! — cerré mis ojos y esperé a que se fuera.
— Bueno hombre, tú sabes lo mejor. — sacó otro tabaco y lo encendió —
Pero no eres mal proyecto, me gusta tu futuro y potencial. Puede ser que
estando contigo el viejo al fin me ofrezca una copa de coñac. Nos vemos.
Me quedé sentando en el sillón y miré fijamente la fogata, en ese
momento se me humedecieron los ojos pero los limpié rápidamente. Cerré mis
ojos fuertemente y los cubrí con mis manos, solo quería ver oscuridad de
nuevo, estar solo con mis pensamientos y susurrar perdón esperando una
respuesta que hasta yo sabía no me la hallaría jamás.

VII

Creo que ya perdí la noción del tiempo, pero por primera vez desde que estoy
en este infierno me siento cansado, quisiera dormir un rato y no despertar
jamás. Nunca fui bueno para pasar noches en vela, por lo general me dormía
muy temprano. Una vez hablando con Sean me dijo que este tenía una especie
de “nictofobia”, le daba miedo la oscuridad y para contrarrestarla él cerraba
fuertemente los ojos: la oscuridad no se elimina con la luz, se erradica con
más oscuridad — me dijo Sean.
A primera instancia, esa frase me pareció sumamente estúpida, pero
resultó cierta… la oscuridad que obtenemos al cerrar los ojos es un beso del
sol comparada con la oscuridad de las personas y con la oscuridad de este
lugar infernal.
Estaba en el sillón con la mente en blanco, casi entrando en sueño
cuando sentí el golpe de una almohada en la parte posterior de la cabeza, debo
de reconocer que no fue un gran golpe, pero si me irritó bastante. En efecto, vi
a un energúmeno de baja estatura, un poco regordete con una almohada que se
recostó boca arriba en el sofá; me sorprendió su vestimenta muy informal y
descuidada, como si estuviera preparándose para dormir. Antes de que me
dijera una palabra soltó un gran bostezo mientras estiraba sus brazos y piernas.
— ¡Qué buen trato hiciste muchacho! Optar por la muerte para evitar tus
obligaciones, cometiendo una especie de suicidio. No sé si llamarlo
inteligencia o cobardía, aun así te felicito.
— ¿Quién diablos eres tú para juzgarme? — dije exaltado por escuchar la
palabra “suicidio”.
— ¡Cierto, niño! La verdad, yo hubiera hecho lo mismo. ¡La vida da asco!
Requiere de mucho esfuerzo y sufrimiento, al menos morir lo puede hacer
cualquiera y es un descanso eterno.
— ¿Quién carajo quisiera morir para descansar?
— ¡Tu madre por ejemplo! — dijo medio bostezando.
— ¡Qué dijiste hijo de puta! — me levanté y estuve a punto de golpearlo
cuando este se levantó rápidamente y me empujó en el sofá.
— Pelear es una flojera, en especial con alguien que está más muerto que vivo
como tú.
— ¡Vete a la mierda! — le dije y luego escupí al suelo.
— Discutir contigo es como hablar con una pared, estás de mal humor porque
no has dormido, mejor descansa, ¡dulces sueños!
Antes de alejarse, apagó la fogata y aplaudió dos veces; al realizar está
acción se apagaron las luces y quedé en total oscuridad.
Otra vez quedé con mi mente en blanco, no pensé en nadie, por primera
vez ni siquiera pensé en mi familia. Sólo cerré mis ojos y susurré levemente la
palabra “suicidio”, luego caí presa de Morfeo.

VIII

Una pequeña luz atravesaron mis párpados y desperté lentamente. Pude ver
que la fogata estaba encendida otra vez y la habitación estaba rodeada de un
color carmesí casi como si la hubieran pintado de sangre, en la mesa estaban
dos velas aromatizadas muy grandes que también se iluminaban de rojo y
estaban dos copas servidas con vino… el ebrio debe de estar por aquí, pensé
rápidamente. La verdad, de la nada me entró algo de sed y estuve tentado a
beber del vino, pero resistí y grité para que el viejo apareciera.
A lo lejos, escuché el ruido galopante de unos tacones que se acercaban
y… ¡Vaya sorpresa la que me llevé! Una mujer entró a la sala (si no es por mis
recuerdos de Dawn, hubiera olvidado que existe ese espécimen al que llaman
“mujer"). La mujer era muy agradable a la vista. Era de edad joven adulta (tal
vez entre veinticinco a treinta años), de estatura mediana, de cabello largo y
elegantemente rizado, sus labios pintados de rojo como la habitación, una
mirada que describía un sentimiento entre curiosidad y coqueteo, todo su
esbelto y formado contorno de cuerpo que se cubría en un vestido sin mangas
negro. Hasta comencé a sentir calor después de mucho tiempo una vez la vi.
— ¡¿Tan niño y haciendo tonterías?! — dijo mientras se sentó a mi lado y se
quitaba su bufanda — ¡Los jóvenes no pierden tiempo!
— ¿Quién eres tú? ¿Qué buscas en mí? — dije un tanto nervioso.
— ¡Ah, Kenny, Kenny, Kenny! — sujetó mis hombros — lo único que quiero
es a ti, mi joven y tierno Kenny.
— Discúlpeme señorita, — le aparté los brazos — con todo respeto quiero
estar solo.
— ¿Solo para qué? ¿No te aburres, mi querido Kenny?
— También le pediré que no me llame así, solo mi amada esposa Dawn me
llama así.
— ¿Amada esposa? Eres muy joven para esas cosas. Apuesto que aún tienes
sueños húmedos como un adolescente precoz. En este momento no hay
esposas que te digan que hacer, solo me tienes a mí.
— Usted no es como ella, ella es lo único que me hacía querer la vida… ella,
la única mujer que me amó tal como soy… ella… ¡Cómo la extraño!
— ¡Pero ahora estoy yo aquí! ¡¿Vas a negar que soy mucho más hermosa que
ella?! Además, soy más atrevida.
— Todo lo que me ha descrito es lo que amo de ella — dije mientras me
quitaba el saco — es culta y leal. Una mujer hermosa es buena para los
ojos, pero una mujer amable es buena para el corazón.
— Eres noble Kenny, algo has despertado dentro de mí que me provoca a
quebrar tu voluntad, a que caigas en el deseo, no cualquiera me genera ese
sentimiento — hizo una mueca de coqueteo mientras bebía el vino.
— Prefiero la voz tenue en una mujer que una voz incitadora, prefiero la
timidez al atrevimiento — dije casi sonrojado — el sexo es solo un
momento de placer, el sentimiento es un amor que perdura y hace feliz a las
personas.
— Todo lo que dices sobre ella es lindo, pero, ¿cómo sabes que ella piensa y
siente lo mismo por ti?
— No solo sé que lo siente, ¡sé que lo siente aun más que yo!
— ¡Vaya que eres una dulzura! — se paró del sofá — Volveré para comenzar
una historia de amor parecida o mejor contigo.
— Lo dudo mucho, señorita.
— Solo recuerda una cosa Kenny… ama a las personas que te aman, no a las
personas que tú quieras amar — mientras se alejaba, volteó y me mandó un
beso en el aire.
Por primera vez en mucho tiempo, pensé en mi esposa con un deseo de
lujuria, como la primera ocasión que se entregó a mí. Después de todo, creo
que así comenzó todo este problema… ¿Acaso Dawn será la culpable de mis
problemas? ¿Será ese fruto de su vientre la manzana de la discordia?

IX

No sé por qué, pero es la primera vez que me entró la curiosidad de investigar


en el “infierno disfrazado de estudio” en el que me encontraba. Habían cientos
de miles de libros para disfrutar, hasta pensé de hacer este infierno una especie
de habitat natural … no me malinterpreten, seguía sufriendo por mi familia,
por verlos otra vez y abrazarlos, pero sentía una paz interior, tal vez hasta me
estaba volviendo masoquista o simplemente al fin estaba enloqueciendo.
El primer libro que saqué me decepcionó (en esa ocasión aprendí a ya no
juzgar un libro por su portada), era un álbum de niños de todo el mundo, como
una especie de almanaque, me sorprendió ver en una página una fotografía de
dos niños jugando lanzándose un balón. Mi mente en un flash rápido trajo a mí
recuerdos míos jugando con Sean y la vez que tuve que sacrificar mi brazo
izquierdo por dos meses y él un ojo morado para poder jugar tranquilamente
en el patio de mi casa, consideraba a Sean más un hermano que un primo, es
más, lo consideraba más un hermano que los propios Caleb y Heather. Tomé
un lápiz de la mesa y comencé a escribir al lado de la foto el nombre de Sean,
luego pensé: Kennedy - Sean Lincoln, sería un buen nombre para el bebé si
fuera niño.
Escuché entrar en el estudio a alguien, rápidamente solté el lápiz, me
importó más soltar el lápiz que poner el álbum en su lugar. Oí una voz casi
apagada que me preguntó ¿Por qué me avergonzaba? Era una joven de casi
mi misma edad, no sé si el recuerdo de Sean estaba muy presente en mí, pero
esta joven me lo recordó mucho. La diferencia es que ella era chica, de cabello
negro y ojos cafés (Sean tiene cabello castaño rojizo y sus ojos son grises).
— ¿No me escuchaste? ¿Por qué te avergüenzas? — me preguntó un poco
indiferente.
— ¿Avergonzarme de qué? — respondí sereno.
— De tu mano, ¿eres siniestro, no? Sabes que eso te hace especial.
— Más que un beneficio, para mi ha sido un maleficio.
— Me das lástima, una lástima raquítica.
— ¿Por qué te daría lástima? Ustedes están aquí para hacerme la vida
imposible ¿No es así?
— ¡Eres un imbécil! ¡¿Sabes cuánto hubiera dado yo por estar en tu lugar?!
— ¿Mi Lugar? ¿Por qué? ¡¿No has visto cuánto he sufrido?! ¡¿Cuánto estoy
sufriendo?!
— ¿Sabes? Los humanos a mi forma de ver son unos seres estúpidos. Son las
únicas formas de vida que se hacen adictas a la felicidad convirtiéndola en
una droga destructiva, se acostumbran a ella tanto que cuando ya no la
tienen…
— ¡Ya basta! — interrumpí — ¡Ya cállate!
— ¿Por qué callarme? No hay peor ciego que el que no quiere ver. Tú mejor
que nadie sabe que para ser feliz, primero hay que sufrir; que en la vida hay
altos y bajos.
— ¡Yo no quería estar en esta situación! ¡No quiero estar en esta situación!
— Entonces, vuelve con ellos, sigue soñando con que algún día los volverás a
ver.
— ¡¿No me convencerás de quedarme?!
— No, hay escorias que se merecen estar aquí más que tú y más que yo.
— ¿Y cómo es que alguien como tú está aquí?
— A veces, tomamos decisiones erróneas. Hace tiempo era como tú, ahora ya
ni sé que soy o que siento. Muchas veces quisiera llorar, en ocasiones
quisiera reír, por momentos deseo liberar mi furia pero eso me haría más
miserable. ¿Soy mujer? ¿Soy hombre? ¿Soy niña? ¿Soy humano? Ya no lo
sé.
Me levanté de mi asiento y casi por instinto me lancé hacia ella con un
sollozo de niño que se ha machacado los dedos y abracé a mi amiga de
miseria.
— Si te quedas, bienvenido — me dijo fríamente — y si no, felicidades. La
vida es vida independientemente si es buena o mala. Hay millones de
personas, millones de ellas serán mejores que tú, pero tú también serás
mejor que millones de las demás. La felicidad es efímera, pero la tristeza
nos hace apreciarla.
— ¡Gracias, amiga! Espero verte pronto, en otra situación.
— Nos vemos, Kenneth Lincoln. — se alejó sin mirar atrás.
— ¡Eres como la luna. Bella, pero sin vida!
Después de ese encuentro vino a mi un aire nostálgico, el sollozo se
volvió un llanto muy fuerte, aún más fuerte que el que se me salió cuando
murió mi padre, hubiera querido que ese momento no acabara nunca, quisiera
que mi amiga volviera. Ese lapso de tiempo, me senté en el sofá e hice una
lista de las cosas que haría al reencontrarme con Dawn y el nuevo integrante
de la familia.

El tiempo transcurría y transcurría, mi visita anterior no volvió a acercarse, me


tomé la libertad de leer los libros que allí se encontraban; nada sobre budismo,
nada de sacrificios, nada que me recordase lo que estaba acostumbrado a leer y
que me dio pensamientos de los cuales, quisiera no tener jamás.
Nunca he sido una persona muy religiosa, aunque tengo la imagen de un
Dios Todopoderoso en mi consciencia. ¿Qué ganaría Dios al ver sufrir a las
personas? Si se nos ha dicho que hay que amar al prójimo tal como Él nos
ama, entonces haríamos sufrir a medio mundo.
El encuentro anterior con la muchacha ausente de sentimientos, con la
chica parecida a la luna, me hizo reflexionar en como reaccioné ante
Domincini, el señor ebrio y contra el perezoso rechoncho: ¿Qué gano con
reaccionar violentamente? – pensé – ¡Eso no me hará volver con mi familia!
¡Eso no hará que vuelva a ver a mi padre otra vez! Vuelven a mí siempre los
textos budistas que he leído, sobre la paz interior, sobre como la violencia no
tiene que ser la solución a todo.
Poca atención le prestaba a lo que leía, la verdad es que casi por instinto
volteaba página por página del libro sin detenerme a analizar un mísero
párrafo, me sentí un poco frustrado, así que cerré el libro y lo puse en la mesa,
justo en ese momento se acercaba al estudio otra visita; esta vez se trataba de
un hombre muy alto y fornido, traía un sacó apoyado en su espalda (no lo traía
puesto), un sombrero de bombín que cubría su calva, a pesar de eso, tenía una
barba frondosa pero muy bien cuidada. Se sentó en el sillón contrario al que
yo estaba y comenzó a hojear el libro que yo estaba leyendo, después de un
rato, comenzó a arrancar las hojas del libro y las lanzaba al aire, algunas me
las lanzaba a mi mientras soltaba una risa tenue pero macabra:
— ¡Vaya tonterías!, debieron de haberle dado una medalla al que inventó los
libros — dijo burlándose — ya que creo los somníferos más efectivos de
todos.
— No creo que fuera lo adecuado destruir el libro — dije en tono serio — él
no tenía la culpa de ser leído por gente que no sabe apreciarlos.
— ¡Vayamos al grano! — dijo con tono elevado mientras me lanzó la pasta del
libro — Tienes dos opciones: te quedas en este lugar o te quedas, si no,
tendré que recurrir a medidas drásticas como matarte tal vez.
— ¡¿Pensé que yo ya estaba muerto?!
La conversación parecía irritarlo de manera evidente, lo último hizo que
se levantara de su puesto y se dirigiera hacia mi con un puñetazo en la mejilla
izquierda, fue un golpe muy fuerte, desde la vez que me fui a los golpes con
Caleb no recibía un golpe así en el rostro (ni en la pelea con Domincini recibí
un puñetazo en la cara).
— ¿Lo sentiste no? — me dijo agitadamente — ¡Dime si estás muerto!
— ¿Sentirlo? Hace tiempo que dejé de sentir algo al respecto.
Y así fue como desaté una furia dentro de mi visitante que hizo que me
golpeara repetidamente, fue una pelea en la que me rehusé a participar, fue
como si yo fuera una especie de muñeco de trapo al que pueden arrojar por los
aires como si nada.
— Dicen que es doloroso sentirse solo, de saber que nadie te necesita — dijo
furiosamente — ¡Eso es una estupidez! ¡¿Quién carajo es tan débil para
sentir dolor sólo por estar solo?!
— ¡¿Qué nadie me necesita?! — le respondí casi sollozando — ¡Estás loco!
¡Mi familia me necesita y voy a volver con ellos! ¡Vamos sigue
golpeándome, tal vez así pueda despertar de esta pesadilla!
— ¡Necio, deja de decir incoherencias! ¿Quieres sentirte vivo? ¡Defiéndete!
¡Pelea! ¡¿Qué clase de persona intenta quitarse la vida después de leer
mitos sobre un hindú que ni siquiera se sabe si existió?! ¡Vamos, golpéame!

— ¡Tú eres el necio! ¡No necesito golpearte para sentirme vivo!


— ¿Ansías ver a tu familia? ¡¿Quieres defender a tu familia y ni siquiera
puedes defenderte a ti mismo?! ¡Golpéame!
— ¡¿Para qué defenderme?! ¡Me vas a matar independientemente de si me
quedo en este lugar o si intento escapar!
— ¿Y comenzarás a llorar, marica? ¡Defiéndete! ¡Ojo por ojo, diente por
diente!
— ¡¿Qué gano con golpearte?! ¡¿Para que tratarte como me tratas?! ¡El ojo
por ojo no debería de existir! ¡Ojo por ojo y todo el mundo se quedaría
ciego!
— ¡Ya me tienes harto, niño!
En ese momento pude haber muerto de nuevo si no es por una voz que
interrumpió en ese momento con un grito de ¡¡¡Detente!!! Mi salvador no era
más ni menos que aquel sujeto hermoso con pinta de diablo elegante que me
dio la bienvenida a este lugar, mi visita se detuvo al verlo, como si hubiera
visto al propio Dios con sus ojos.
— ¿Acaso eres estúpido? — dijo el sujeto elegante — ¿Cómo quieres que se
quede con nosotros si lo quieres matar?
— ¿Y tú para que mierda quieres que un desperdicio como él se quede aquí?
— ¡Porque nosotros somos su nueva familia! Y tú, Kenneth — se dirigió hacia
mí — es tu última oportunidad, en serio, quédate aquí y no sufrirás.
— ¡¿Qué no sufriré?! Más que los golpes, me duele no ver a mi familia…
— ¡Familia, familia, familia! ¡Ya cállate! — me interrumpió mi visita casi
explotando de furia — ¿Qué no sabes decir nada más?
— ¡Cállate y vete antes de que me enojes! — le dijo el elegante.
— Esta bien, pero aleja a esa nena que quieres como familia de mí.
Sin refutarle nada, el violento salió del estudio obedeciendo a su amo, el
diablo fino me levantó muy caballerosamente, me sacudió y me recostó en el
sofá, una vez estaba yo más tranquilo este me habló: “Alguien que no sabe
qué es familia jamás te entenderá, pero yo si lo sé, tú eres mi familia, nos une
un vínculo más fuerte que la sangre". Al momento de decirme esas palabras
apuntó con su dedo hacia mi cabeza, luego se levantó y se alejó sacudiendo su
sombrero. Solo me quedé asombrado de no tener ningún rasguño después de
esa golpiza brutal que me propinó aquel sujeto.

XI

Ahora después de un tiempo no sé cuantas horas o días llevo en esta situación,


me tocó el rostro y no tengo barba, mi cabello sigue igual, incluso aún siento
limpio mi cuerpo por el baño que tomé esa mañana; más aún, siento que ya
llevo una eternidad así, pero no puede ser, a lo mucho solo han pasado un par
de días, tal vez ni siquiera ha pasado una semana entera.
Sentí anhelo de leer, revisé uno de los estantes más apartados para ver si
encontraba un libro más o menos interesante, hasta el momento ninguno de los
que había leído en ese lugar me habían gustado. No tardé mucho en revisar y
¡vaya sorpresa! ¿Será una prueba divina? ¿O es el destino que juega conmigo
y me escupe en la cara mientras se ríe de mí? Ni más ni menos que una
edición de la epopeya épica hindú, el Ramayana, escrito por Valmiki. Cuando
ya tenía un tiempo trabajando en la Gaceta, me hice de una copia del
Mahabharata escrito por Vyasa, estas dos epopeyas se consideran más
antiguas y son más extensas que La Ilíada y La Odisea escritas por Homero,
más aún no leía el Ramayana y estaba más que excitado en comenzarla a leer.
Y así fue, no sentía transcurrir el tiempo cuando estaba leyéndola, me
importaba una mierda lo que pasaba a mi alrededor, me importaba una mierda
si un nuevo visitante entraba al estudio, no pensaba en nada más que en las
imágenes que sucedían en esa epopeya. ¡Al carajo todos los demás libros que
estaban allí! Sólo quería leer el Ramayana una y otra vez.
Después de leerla por un tiempo, no tardó en provocarme una mezcla de
empatía culposa… Rama, hijo del rey Dazaratha, lo tenía todo a la edad de
nueve mil años, Sita quien es la esposa que Rama más amaba de todas sus
trescientas cincuenta esposas y con la quería tener su primer hijo es
secuestrada por el Rey de los Demonios y es recluida en una isla, mientras que
Rama es desterrado en la selva; Rama libra una serie de heroicas luchas para
rescatar a Sita, al final lo hace y ambos son felices para siempre.
¿Coincidencia? Solo pensaba en Dawn cuando se mencionaba a Sita,
lástima que yo estaba lejos de ser como Rama, ¿por qué he dejado de luchar
por estar con mi familia? ¿Por qué ya no he intentado salir de este infierno?
Terminé asqueado y cerré el libro, en otra situación admitiría que es una
de las mejores obras escritas por el hombre y de las mejores que he leído si no
fuera por la situación en la que me encuentro. No es la primera vez que una
religión destruye a una persona, sería demasiado ignorante de mi parte culpar
una religión por las cosas que me han pasado por no saber pensar; si hubiera
querido practicar un budismo perfecto no hubiera golpeado al viejo diablo, no
hubiera llorado por la muerte de mi padre porque él está libre de esta prisión
de sufrimiento a la que llamamos "vida", no hubiera bebido como un loco sin
remedio aquel día. ¿Acaso era demasiado infeliz? ¿Tal vez en mi interior no
quería una esposa? ¿No quería tener un hijo? ¿Me importaba un carajo el
suicidio de mi madre? ¿En realidad odiaba a mi padre y me alegraba su
muerte? ¿Quería a Sean porque envidiaba a su familia? ¿Y si en serio quise
ver la intimidad de Heather? ¿Y si hubiera matado a golpes a Caleb? Si pienso
en que hubiera hecho alguna de esas cosas sería el Satanás de los budistas,
sería el peor ser humano del mundo.
Pasé un tiempo mirando fijamente el Ramayana que estaba en la mesa,
no quería leerlo otra vez, pero por alguna razón no quería separarme de esos
pensamientos, quería sentirme culpable por algo, hallarle razón al calvario que
estaba viviendo. “¿Te gustó la historia, señorito? Una voz habló detrás de mí,
después de mucho tiempo vino al estudio otro visitante. Esta vez era un tipo de
tez pálida, delgado, vestido con un traje blanco que adornaba con una rosa en
una de sus solapas, usaba un bastón color negro, su tono de voz era muy
extravagante, así como sus gestos algo afeminados.
— Dime, ¿te gustó la historia?
— Me gustó hasta cierto punto, caballero. No puedo decir que me encantó del
todo.
— ¿Sabes que el Ramayana es considerado un “poema afortunado”?
— ¿A qué se refiere, amigo?
— ¿Leíste el párrafo final?
— No, no quise terminar de leerlo.
— En él se explica que la persona quien lo lea completo constantemente, verá
todos sus deseos realidad, incluyendo que si tienes familiares en tierras
lejanas, los podrás ver muy pronto.
— No creo que sea posible, el budismo prohíbe desear cosas.
— ¡Ah, Ken! Eres aún un poco ignorante. No confundas el budismo con el
hinduismo. Son religiones diferentes.
— Lo sé compañero. No me gustaría ser hinduista, no quisiera reencarnar en
otro ser vivo, no pudiera volver a ver a mi familia.
— Te lo tengo que preguntar, ¿en serio quieres volver a ver a tu esposa?
¿Quieres ver crecer a una criatura la cual no deseabas? ¿Puedes vivir sin la
guía de un padre?
— ¡Sí, estoy más que decidido!
El hombre aquel comenzó a hacer un baile que está demás decir que se
veía ridículo, comenzó a aplaudir e hizo una carcajada burlona casi forzada.
— ¡Ken, Ken, Ken! Bailando estoy porque te tengo una propuesta. Será una
gran noticia para ti.
— ¿Por qué? ¿Qué significa todo este acto?
— ¡Ah, mi estimado joven! Tendría que ser ciego para no notar que tú no eres
feliz, pero eso puede cambiar, Kenneth Lincoln, solo te pido que te quedes
aquí.
— ¿Para que quisiera quedarme aquí?
— En serio Ken ¿Crees en Dios?
— ¡Sí! A mi modo, pero creo en Él.
— El homicidio y el suicidio son los peores delitos que puedes cometer, ir en
contra de las leyes de Dios, quitando vidas como si tú fueras el mismísimo
Rey de Reyes, de paso decirte que estás mal.
— Te lo tengo que preguntar ¿Estoy muerto?
— Si vuelves a la vida que tenías lo estarás. Quédate aquí y así no serás
juzgado por tu acto el día que llegue tu hora de partir.
— ¿Por qué me dices eso? ¿Qué sabes tú de mi familia?
— Yo sé lo que tú sabes, muchacho.
En eso, fuimos interrumpidos por la presencia de aquel hombre elegante
que era el anfitrión en toda esta obra, se sentó en una de los sillones y
cruzando sus piernas tomó la palabra para opinar.
— Todos nosotros, en especial yo, sabemos lo que tú sabes, Ken; sabemos lo
que pasa a tu alrededor, lo que estás pensando en este momento, todo.
— ¿Pero qué demonios pasa? ¿Estoy muerto si o no? ¿Esto es un sueño? ¿Una
ilusión provocada por el alcohol? — pregunté al aire, esperando que
cualquiera de los dos que se encontraban conmigo me contestaran.
— Pues, creo que eso te lo tendrán que decírtelo nuestra familia, Ken —
contestó aquel sujeto con pinta de demonio refinado.

XII

Luego de que el anfitrión de mi infierno dijera aquellas palabras se retiró junto


con el hombre con gestos afeminados. No pasé mucho tiempo solo en el
estudio, era obvio que se trataba de otro visitante, pensé que sería uno nuevo,
pero se trataba del refinado señor ebrio de la primera vez. Se sentó en el
mismo lado del sofá que la primera vez y sirvió dos copas de un trago que se
miraba muy sofisticado.
— Lo prometido es deuda muchacho ¿Me acompañarás está vez?
— Lo acompañaré, pero no beberé mucho — contesté mientras me llevaba a la
boca la copa que había servido.
— ¡Vaya cambio de actitud! ¿Te gusta la bebida, chico?
— Muy buena, señor. Pero, la razón por la que acepté su invitación es porque
quiero saber qué sabe de mi familia.
— Con todo respeto, muchacho. Lo que ocurra con tú familia me es
indiferente y muchos de nosotros pensamos lo mismo.
— Pero… ¿Por qué esas ganas de invitarme a beber? ¿Qué buscan ustedes en
mí? ¿Qué quiere usted de mí?
— Tal vez muchos de nosotros sentimos envidia de ti, Ken.
— ¿Envidia de qué? ¿Me suena algo absurdo?
— Bebiste tu primera gota de licor a los veintiún años y aun así no te gustaba,
sólo lo hacías para desconectarte del mundo. Yo en cambio, he sido ebrio
desde que lo recuerdo, claro, el alcohol ha afectado un poco mi memoria.
— ¿Qué encuentras de bueno en el licor?
— ¿Y tú por qué quieres volver a estar con tu esposa?... ¡Lo ves!, simplemente
en la vida hay cosas sin las que no podemos vivir.
— Aun así, no le veo gracia ser adicto a algo tan destructivo.
— ¿El alcohol… destructivo?, ni que fuera un arma. El alcohol no mata, son
las personas que se matan por no saber beberlo, hacen de un elixir un
instrumento de tortura.
Hubiera pasado horas y horas hablando de adicciones con el anciano y
así amortiguar un poco los efectos del alcohol, pero está vez, él decidió parar
de beber y se disponía a retirarse.
— Recuerda muchacho, tienes en mi a un compañero de tertulia
— La verdad señor, dudo que se vuelva a repetir una situación así, no creo que
vuelva a beber licor en mi vida.
— ¿Por qué no, chico? — me preguntó decepcionado.
— A mi esposa no le gustaría, además, no quiero darle un mal ejemplo a mi
hijo o hija.
— Salud, Ken — levantó la copa de vino.
— Salud, a usted — también levanté mi copa.
Y así despedí al ebrio, por la forma en como se despidió de mí me hizo
comprender que nunca me volvería a visitar. Al menos me liberé de un
demonio de este infierno, espero no volver a probar el alcohol en mi vida.

XIII

Me sentí cansado de nuevo, un deseo por quedar dormido se apoderó de mí,


tenía tantas ganas de dormir y que al despertarme estuviera en mi casa,
levantarme de la cama y ver a mi esposa justo a mi lado. No lo pensé dos
veces, las luces se apagaron tras un aplauso y me recosté en el sofá que ya se
había acostumbrado a sentir mi espalda.
No sé cuánto tiempo me quedé dormido, pero me desperté al sentir un
golpe de humo de tabaco en mi rostro; al abrir mis ojos volví a ver a aquel
chico moreno de la segunda visita riéndose tras la broma pesada que me hizo,
me irritó mucho, pero no volvería a actuar violentamente como en ocasiones
anteriores.
— En serio, ¿qué encuentras de bueno en fumar? — le pregunté un tanto
molesto.
— Es obvio, hombre. Porque es prohibido para menores y el humano siempre
encontrará placer en lo prohibido, me sorprende que tú no lo sepas.
— Si lo sé, pero no soy como los demás.
— ¿En serio? — me preguntó lanzando una carcajada burlona — ¿Por qué te
interesante tanto en el budismo? Sabes que en una sociedad cristiana no es
muy bien visto seguir ese tipo de creencias.
— Te equivocas, amigo. Jamás me interesó practicar el budismo, simplemente
me gustaba su historia y sus formas de concebir la vida.
— Bueno, si tú lo dices, hombre… A propósito, ¿ya te han dicho que eres
aburrido?
— Me lo han dicho, sí. A lo que me importa que lo piensen.
Hubo un silencio de unos dos minutos en los que “mi invitado” se
dedicó solo a fumar su tabaco que parecía ya ni disfrutarlo, parecía fumar solo
para incomodarme. Di un bostezo muy forzado para romper el silencio… si
hubiera sabido lo que él hablaría, no hubiera roto el silencio.
— ¿Cómo calificarías tu vida, hombre? ¿Buena o mala? ¿Tenías todo o te
faltaba algo? —me pregunto sin voltearme a ver.
— ¡¿Mi vida?! Era buena hasta cierto punto. Nunca pasé hambre. Mi padre
trabajó como perro para que yo pudiera subsistir. Cuando quería un libro lo
podía costear, pero nunca tuve los juguetes de los demás chicos, salvo unos
cuantos balones. Cuando le dije a mi padre que quería a aprender a tocar
Piano, me dijo que era un lujo que no podía costear.
— ¿Cómo fue que te interesaste en ser periodista? — me preguntó con un tono
tan serio que me sorprendió que saliera de él.
— Siempre estuve rodeado de libros. Además, tenía un diario secreto y
disfrutaba escribir en él. Cuando me iba a graduar de Secundaria pensé en
estudiar Literatura o Teatro en la Universidad, pero, me di cuenta que solo
me gustaba la literatura como pasatiempo y el teatro no me parecía muy
completo. Descubrí que más que leer, lo que me apasionaba era escribir,
expresarme.
— ¿No pensaste en ser escritor, hombre? — volvió a preguntar serio, a la vez
que apaga el tabaco que fumaba.
— Intenté, pero de alguna forma no pude. Descubrí que solo sabía escribir
pequeños párrafos y si me intentaba extender perdía el sentido de mis
escritos.
— Aún no me queda claro el por qué periodismo.
— Tenía que estudiar algo. Vi que tenía potencial en ello sin saber lo que me
esperaba.
— ¿Te arrepientes de tu decisión? — me preguntó mientras se llevó a la boca
otro tabaco que no encendió.
— No. En mi primer año de Periodismo, hice una tarea que consistía en
escribir una columna sobre algún acontecimiento mundial.
Lastimosamente. El mejor de la clase, un chico de buena posición llamado
Richmond Harrison se nos adelantó y eligió hacer un artículo sobre la Serie
Mundial de 1928. Me interesé en el Fútbol Europeo o Soccer en
Secundaria, así que, hice uno de las Olimpiadas de 1928 en Amsterdam y la
medalla de oro que ganó Uruguay en esa disciplina.
— De por sí, los deportes son aburridos. Al igual que tú, varón — me palmeó
el hombro.
— Lo gracioso fue que nuestro docente era de Saint Louis y por ende, fan de
los Cardinals y le puso una nota mediana a Harrison. Yo fui la mejor nota
de la clase en esa ocasión.
— ¿Y ese es el logro del que no te arrepientes? ¿Haber vencido “con suerte” a
un sabelotodo arrogante?
— No. Después de eso, comencé a practicar fútbol y una vez me torcí un
tobillo. Mis compañeros me llevaron a la clínica de la Universidad y allí
conocí a Dawn, quien era asistente de las doctoras y fue ella quien me
atendió.
— Eres aburrido, hombre. Pero lo admito, conociste a tu esposa de una de las
formas más excéntrica posible — hizo una pausa y se levantó encendiendo
el tabaco —. Bueno, me voy. Si me quedo más tiempo tal vez te de una
golpiza.
— ¿Por qué, hombre? — le pregunté con su jerga.
— Alguien con potencial lo tiró todo. Mujeres hay millones, pero
oportunidades pocas. Te hubieras ganado la confianza de Domincini y
luego lo hubieras dejado sin nada.
— ¡Jódete, hombre! — le dije con molestia disfrazada de sonrisa y le mostré
mi dedo medio.
Él me regreso la sonrisa y el gesto del dedo. Luego, salió por la puerta y
desapareció.

XIV

Después de recordar cuando practicaba deportes, en mí entró un deseo de
hacer algún ejercicio. Obvio, en este estudio solo se me ocurría hacer algunas
lagartijas o un poco de Yoga. Tenía años de no ejercitarme y tampoco es que
me gustara, pero por alguna razón quería sentir el ardor del cuerpo en vez del
ardor de los ojos de tanto leer.
— Uno, dos, tres… y así comencé las lagartijas.
Más que cansarme, me aburría. Llegué hasta las mil veinticinco y no me
cansaba, así que lo dejé y me recosté en uno de los sillones. Ni una gota de
sudor, ni nada de tener una respiración pesada. — ¿Agua? — Escuché que me
ofrecieron a lo lejos. Giré mi rostro en dirección a la puerta del estudio y entró
aquel sujeto regordete de la almohada, aunque, esta vez no la traía con él. Acto
seguido, se recostó en el sofá y comenzó a tararear una especie de canción de
cuna.
— ¡Vaya! ¡Hoy está de buen humor! — dije con un tono sarcástico.
— ¡¿Qué te puedo decir?! Cuando duermes bien, amaneces de muy buen
humor. Te dan ganas de hacer cualquier cosa y de hablar con cualquiera.
— ¿Cuánto tiempo ha dormido?
— No lo sé. Ni siquiera soñé nada. Ha sido un descanso perfecto.
— ¿En serio no soñó nada? Yo cuando dormía tenía hasta cuatro o cinco
sueños.
— ¡Vaya, niño! Eres el primero que conozco que cuenta cuántos sueños tiene.
¿Recuerdas algunos de tus sueños?
— No con exactitud. Solo una vez que soñé con mi madre cuando yo tenía
como doce años. Dábamos un paseo ella, yo y mi padre por el Central Park.
Mi madre se sentó en una banca a leer un libro y mi padre me presionaba
para jugar Baseball con él, obvio, yo no quería y le decía que odiaba el
Baseball.
— Tengo la sensación de que tu sueño se transformó en pesadilla en algún
punto, niño. ¿O me equivoco?
— De hecho, ese fue todo el sueño.
— ¡Vaya decepción! Eso ni siquiera debe de considerarse como un sueño.
— ¡Oh, espere! ¡Hay más! Después de eso, fui a la banca donde mi madre leía
y me senté a la par suya. Ella dulcemente me contaba palabra a palabra lo
que leía. Pero, al mismo tiempo mi padre jugaba con un niño.
— ¿Con otro niño? ¿Estás seguro que no eras tú? Ya sabes, como cuando te
imaginas en dos puntos distintos.
— No recuerdo el rostro del niño, pero mi padre se divertía con él como si
fuera su hijo. Incluso, parecía que disfrutaba más estar con él que conmigo.
Ahora que recuerdo, mi madre le grito a mi padre “Kennedy, trae a Ken. Ya
nos vamos”. Y yo me encontraba a la par de mi madre. En ese momento
desperté.
— ¡Lo ves! Pudiste imaginarte como dos presencias. La que quería estar
leyendo con tu madre y la que quería pasar tiempo con tu padre.
— Lo curioso es que mi madre no me llamaba “Ken”, me llamaba “Kenneth”.
— Es normal que hayas soñado que te llamara “Ken”. Lo que me sorprende,
es que te acuerdes de tu madre en un sueño que tuviste a los doce. Tengo
entendido que ella murió cuando tu tenías cinco.
— Efectivamente — bebí el vaso con agua que me había traído el regordete
—. Murió muy joven, tenía treinta y siete años. Se llamaba Juliette. Era
muy fina de cuerpo, así como su rostro, su cabello no era tan largo, pero ni
corto y amaba los sombreros.
— ¿Los sombreros?
— Sí. Los combinaba muy bien con sus vestidos. Siempre me sujetaba de la
mano izquierda al pasear, mientras lo hacía, me la acariciaba — casi me
sale una lágrima al describir a mi madre.
— ¡Oye, niño! — me dijo bostezando el rechoncho — ¿Te molesta si descanso
un poco más en este sofá?
— Un poco. No sé por qué siempre estás cansado.
— Lidear con estos tipos es abrumador, todos me causan problemas. Hasta el
ebrio que es el mayor de todos es un caso perdido por su adicción. No
tendría que ser así.
— Bueno, adelante. Creo que ya ni recuerdo la última vez que dormí las ocho
horas requeridas. El trabajo, el estudio o mi familia nunca me dieron
oportunidad de descansar.
— ¿Quieres regresar con ellos o descansar en paz?
— Regresar con ellos, sin duda.
— ¡Qué pereza! — dijo bostezando — Buenas noches y gracias por el cuento
para dormir. ¡Ah, a propósito! Si sueño con tu madre, le diré que le mandas
saludos y que la amas.
— Gracias. También saludas a mi padre si lo ves.
Levantó su pulgar en señal de aprobación y se acostó de costado en el
sofá. En mi interior pensé que podía despedirme yo mismo de mi madre, así
que también decidí dormir e intentar soñar con mi madre y mi padre. Después
de todo, seré padre, pero se me olvida que también soy hijo.

XV

Desperté sin saber cuanto tiempo dormí, pero si fue un sueño profundo. El
robusto ya se había marchado, probablemente no soñó con mis padres, pues
me hubiera dejado una nota al respecto. En cambio, yo no pude soñar con mis
padres, aunque si tuve un pequeño sueño con Dawn.
El sueño fue raro en cierto punto. Yo y Dawn caminábamos como de
costumbre por el parque, nos sentamos en una banca y le comencé a preguntar
que si tenía otros pretendientes?
— Alguien como tú. Tan linda, tan sincera, tan buena. ¿Por qué yo? ¿Qué no
tenías otros pretendientes?
Yo sabía que esto no era cierto. Cuando comencé a acercarme a ella,
muchos de mis compañeros de clases me pedían que les presentará a Dawn
pensando que solo seríamos amigos.
— ¡Umm!... ¿Tú que crees? — me respondió con una mirada de bromista y
luego me besó.
En eso, una amiga de nosotros llamada Danielle, quien estudiaba
Psicología se dirigió hacia nosotros y nos entregó a un bebé mientras nos decía
que ella no podía tener esa responsabilidad (Danielle dejó sus estudios tras
saber que estaba embarazada y su novio la abandonó por eso, aludiendo su
responsabilidad).
Tomé al bebé en mis brazos y esta reía. Era una niña y era una muy
hermosa. Dawn sujetó también a la bebé, pero en ese momento comenzó a
llorar. Ella intentaba alegrarla pero sin resultados favorables. Cuando le pedía
que me dejara cargar a la niña, Dawn se mostraba molesta y no me dejaba.
— ¡Oye, Dawn! Déjame cargarla. Ella estaba riéndose cuando la tenía yo.
— ¡No, Kenny! No nos conviene que se encariñe contigo. No sería lo correcto.
No somos sus padres.
— ¡¿Qué dices?! — le pregunté anonadado de su reacción.
— Debemos buscar a Danielle y regresarle a su hija. Tiene que ser consciente
de sus actos.
— ¡No, no podemos! Ella podría maltratarla o incluso regalarla a cualquier
persona que se encuentre en la calle — le dije mientras acariciaba la cabeza
de la bebé y esta volvía a reír.
— Eso no es asunto de nosotros, al menos no mío. Kenny, es hija de Danielle.
Lo que ella quiera hacer con la bebé es asunto suyo.
En ese momento, Dawn se levantó con la bebé en brazos y comenzó a
gritarle a Danielle para que volviera por su hija. Al no tener respuesta, ésta
comenzó a alejarse con la niña en brazos. Yo no podía moverme de donde
estaba, como si hubieran pegado mis pies al suelo.
— ¡Dawn! ¡¿A dónde vas?! ¡¡¡Regresa con la bebé!!!
— ¡No es tu hija! ¡Buscaré a Danielle y se la devolveré! ¡Si no te gusta,
entonces no me vuelvas a buscar!
— ¡¡¡Regresa!!! ¡¡¡Dawn, regresa!!! ¡¡¡Es mi hija!!! ¡¡¡Es mi bebé!!! ¡¡¡Es mi
hija!!!...
Y Dawn se perdió en el atardecer y no regresó con la bebé. Así de
extraño fue ese sueño. Comencé a repetir las últimas palabras.. “mi hija”.
¿Qué significaba ese sueño? Y, lo que más me atormentó, ¿Por qué Dawn
actuó así? Como si fuera una desconocida, como si fuera todo lo que desprecio
en una persona. — ¿Problemas en el Paraíso? — Escuché una voz que me
interrogaba. Resultó ser la mujer atractiva, la cuarta en visitarme en aquella
ocasión y también en esta.
— Aunque hubiera problemas en el Paraíso, ir al infierno a solucionarlos sería
estúpido — le contesté con una voz tan ronca, como si inconscientemente
tratara de seducirla.
— ¡Parece que te has despertado en modo poeta, hoy! — me exclamó mientras
se sentó a mi lado, tanto que nuestros cuerpos se juntaban.
— Yo diría más en modo filosófico. Aunque, dudo que algún gran filósofo
dijera una tontería como esa.
— ¿Quién sabe? El amor hace que los humanos hagan y digan locuras.
— Con todo respeto, señorita — me dirigí hacia ella titubeante —. Una mujer
como usted parece que nunca se ha enamorado.
— ¿Por qué lo dices, Kenny? — me preguntó mientras me rodeó con su brazo
derecho.
— Por su actitud. Parece de las mujeres que solo juegan con los sentimientos
de los hombres, también parece una especie de “cazafortunas”.
— ¡¿Sabes, Kenny?! — me dijo bebiendo una copa con vino que ella había
servido — Nosotros también tenemos sentimientos.
— No lo dudo. Pero son muy excéntricos.

— ¿Cuántos años tienes, Kenny? ¿Veintidós? ¿Veintitrés?


— Tengo veintiún años, señorita.
— ¿A qué edad diste tu primer beso?
— A los dieciocho, fue el día en que le pedí a Dawn que fuera mi novia.
— ¿Imagino que a esa edad perdiste la virginidad?
— Me siento incómodo hablando de eso, señorita — volteé la mirada
contrario a ella.
— No me equivoco, ¿cierto? — me tomó del mentón e hizo que la viera a los
ojos.
— No recuerdo si fue a los dieciocho o si ya había cumplido diecinueve. ¿Por
qué quiere saber esas cosas?
— A penas y disfrutaste del sexo, ¿no?
— No me gusta hablar de esas cosas, ¡en serio!
Quería salir corriendo de ese lugar. Más que sentirme incómodo con esas
preguntas, pensaba que si me quedaba allí, terminaría de caer en la tentación
de acostarme con esa mujer.
— Tu historia no es fuera de lo común. Es la clásica historia de amor joven —
dijo con una mirada que más de coqueteo, parecía de compasión.
— ¿A qué se refiere? ¿Me podría explicar? — le pide cortésmente mientras
me serví vino en otra copa.
— Piénsalo un momento. Amor joven a primera vista, la primera cita, paseos
por el parque tomados de la mano, los primeros abrazos, el primer beso, la
primera vez, la segunda, la tercera y luego… ¡Upss! Una sorpresa que no
esperabas. No tuviste más remedio que casarte. Hay millones de casos así
en el mundo.
— ¿Pero, cuántos sufren lo que estoy sufriendo yo? ¡Amo a Dawn como a
nadie! ¡Quiero estar allí cuando tenga al bebé! ¡Seré el mejor padre del
mundo!
— ¡Vaya que sí eres noble, Kenny! Hubiera querido conocer a alguien como
tú. Aunque no parezca, a mi también me han roto el corazón.
— Sufrir por amor es una basura, ¿no?
— Si tu bebé es una niña será tan amable como tu mujer y tan hermosa como
yo. ¡No lo dudes, Kenny!
— Aunque… será noble como yo — solté una risa forzada.
La mujer me dio un beso en la mejilla y cuando se daba vuelta pude ver
que una lágrima se reflejó en su ojo, además, escuché un tenue sollozo.
¡Parecía más a Dawn que la Dawn que apareció en mi sueño.

XVI

¡¿Qué demonios está pasando aquí?!— dije sorprendido. Sentí un escalofrío


muy parecido al que sentí cuando llegué a este lugar. Además, escuchaba el
ruido de la lluvia que arreciaba. ¿Era posible que lloviera en este sitio? ¿Ya
había perdido totalmente el juicio?
Tomé un cerillo que estaba en la mesa, lo había dejado el chico de los
tabacos. Con el cerillo encendí la fogata que se encontraba en la chimenea por
mi cuenta, era la primera vez que lo hacía. Me senté frente a ella y me puse el
saco, mientras que aún sorprendido de oír que llovía, tomé el Ramayana y
comencé a leer el tramo final de éste.
Escuché la puerta abrirse muy despacio, pero no le presté atención e
intenté leer el tramo final rápidamente. El frío y el sonido a lluvia no
desaparecían, pero no me sentía incómodo. Ni siquiera por la visita, en
especial porque, sabía de quien se podía tratar.
En efecto. Se trataba de mi amiga de miserias, mi amiga bella pero sin
vida. A diferencia de la primera vez que la vi, su mirada me transmitía un
destello de vida, casi nulo, sé que había luz en esa oscuridad. Se sentó a mi
lado y alternando su mirada en la fogata que ardía y mi rostro, se animó a
hablarme.
— ¿Solo otra vez? — me preguntó a forma de broma, aunque con semblante
serio.
— Naturalmente. — le solté una sonrisa de confianza.
Hubo un silencio incómodo. Sabía que ella no rompería el hielo, así que
lo hice yo. Me moría por tener una conversación con esta mujer.
— Sabes. Me sigo preguntando, ¿por qué eres así? ¿Y por qué estás aquí?
— Lo que dicen algunas personas es cierto. La envidia mata.
— ¿La envidia? ¿Envidia de qué?
— De personas como tú, Kenneth. Personas vivas, felices, con familias
cariñosas que harían cualquier cosa por ellos.
— Es curioso. Yo tengo envidia de ti.
— ¿De mí? ¿De qué hablas?
— Eres una mujer muy linda, aunque no lo sientas eres amable, destilas
misterio. Envidio que alguien como tú, no disfrute de una vida como otros.
Al momento de decirle esas palabras pude ver como su cara se sonrojó.
Mientras ella miraba la fogata con su cara que había obtenido un tono rojizo,
pude notar las tenues pecas en su rostro, su cabello corto para una mujer que
adornaba un flequillo de niña colegiada, me fijé en su cuerpo y me recordó
mucho al de Dawn. Mi sorpresa llegó cuando vi sus labios. Esos labios
naturalmente rojizos y finos, y una ligera sonrisa en sus labios. Me conmoví al
ver esa sonrisa a grado de que se me humedecieron los ojos y casi lloro al ver
ese espectáculo que parecía una contradicción de la naturaleza.
— Te voy a confesar algo — le tomé suavemente el mentón y le dirigí su
mirada a la mía —. Cuando entraste al estudio me recordaste a mi primo
Sean, él ha sido casi como un hermano para mí, lo extraño mucho, él
siempre me comprendió y supo como me sentía.
— Yo no sé cómo te sientes. No siento empatía hacia ti, si eso es a lo que te
refieres — me dijo aún ruborizada.
— Me equivoqué. Definitivamente me equivoqué. Tú no eres como Sean, eres
como Dawn.
— ¿Cómo tu esposa? ¿Explícate?
— Es difícil de hacerlo, pero me recuerdas mucho a ella.
— No creo. Dawn. Me gusta su nombre. Ella debió de ser el amanecer que tu
vida necesitaba, ¿no?
— Sin duda lo fue, lo es y lo seguirá siendo. Sabes, no dudo que tú también
tienes un nombre hermoso. ¿Tienes uno, no?
— Ya no sé. Y si lo tengo, lo ignoro por completo — al momento de decir eso,
sus ojos se humedecieron.
— Llora. ¡Vamos llora! ¡Muéstrame que tienes sentimientos! ¡No te
contengas!
Y así, mi amiga comenzó a convulsionar en sollozo y está vez fue ella
quien se lanzó a mí para abrazarme, también la abracé y lloramos juntos.
Nuestros llantos se volvían más fuertes, permanecimos llorando por un tiempo
prolongado; incluso, cuando yo dejé de llorar, ella seguía llorando como un
bebé hambriento, como un niño perdido. En este llanto, mi amiga demostró
todos los sentimientos que no había mostrado jamás: tristeza, dolor, odio,
pasión, hasta amor.
Después de un tiempo, su llanto cesó. Lentamente la separé de mi
hombro con mis dos brazos. Todavía rodaban algunas lágrimas en sus mejillas
que me dediqué a secarlas con mesura.
— ¿En serio me envidias, Ken?— me llamó “Ken” por primera vez.
— Sí y mucho. Me demostraste que eres fuerte. Yo hubiera querido ser fuerte
como mi padre, ser como mis irresponsables amigos, ser como esos niños
que tienen el amor de una madre. Envidio al pasado, quisiera tener un
presente distinto y vivir en un futuro mejor para mi familia y para mí.
— ¡Los humanos son seres estúpidos! Hacen que la felicidad se pueda
transmitir como una enfermedad venérea en los demás — me dijo
dibujando una sonrisa más notoria en su rostro.
— Tus metáforas son desagradables. Espero que trabajes en eso, amiga — le
acaricié el mentón.
— Y tú deberías de dejar de sentir vergüenza de tu mano izquierda — bromeó
soltando una carcajada muy contagiosa y llena de júbilo.
— Ojalá tus demás amigos fueran lo mitad de humano de lo que tú eres —
volví a sujetar su mentón sin soltarlo.
Su mirada se reflejaba muy cristalina debido al llanto y su rostro brillaba
al reflejo de las llamas de la fogata. Sentía que miraba a otra persona, amaba la
felicidad que reflejaba. Tal como en su primera visita, no quería que esta visita
se fuera, congelar este momento mucho más tiempo, sentirme tan vivo yo
también. Noté que mi mano no soltaba su mentón, ella también lo notó. Sujetó
mi mano y la puso en su mejilla, la cual, comencé a acariciar suavemente
mientras me miraba fijamente. No pude más y la besé en los labios, ella lo
aceptó. Fue un beso largo, cariñoso, como si fuera el último y obvio sí lo sería.
— Ya no me da igual si te vas o te quedas. ¡Quisiera que te quedaras
conmigo y me protegieras! — me dijo cariñosamente.
— Créeme. Si no tuviera a nadie. A alguien que me esperara, no me
apartaría de ti.
— Siempre estaré aquí, esperándote.
Esta vez fue ella quien me besó y fue más corto que la primera vez. Se
levantó y salió del estudio. En cuanto salió, me di un bofetón en la cara. No
pensé en Dawn en ningún momento, como si la hubiera olvidado y me hubiera
enamorado de mi amiga que, ahora es bella y con vida.

XVII

Traté de no pensar en lo sucedido anteriormente y, así fue. Aunque cuando me


volvía el recuerdo de mi amiga, obvio no pensaba en mi esposa. Me da
vergüenza aceptar que en otra situación, hubiera a hasta hecho el amor con
ella. Menos mal que no pasó.
No soy tonto ni ignorante para no notarlo. Eran los mismos visitantes los
que entraban al estudio y lo hacían en el mismo orden en que lo hicieron la
primera vez. Después de mi amiga, sé quién sería el siguiente y eso me tenía
desconcertado. Sería el bruto que me propinó aquella golpiza. No se cómo
reaccionaría esta vez y no se cómo lo iba contrarrestar.
Mi predicción fue acertada. Fue el tipo fuerte quien entró, pero no lo
hizo solo. Tras él entró el tipo afeminado de la última visita de la primera
ronda. Eso hizo que me tranquilizara mucho, ése tipo al menos razona muy
bien. Ambos se sentaron en un extremo distinto del sofá. El refinado se sirvió
una copa de vino.
— Así qué. ¿Cómo has estado, Kenneth? — me preguntó el refinado.
— He estado peor. La verdad, no me quejo esta vez. Y con usted aquí me
siento un poco seguro.
Obvio lo que dije hizo que el bruto abriera ampliamente los ojos y me
echara una mirada de repite-lo-que-dijiste. Pero no hizo un gesto corporal, eso
me calmó.
— ¡Haber tú, bárbaro! — se dirigió al musculoso como si le hablara a un
mayordomo — ¿Habla con el chico? ¡Vamos! ¿O acaso eres tan vulgar que
no puedes hablar como una persona civilizada? ¿Cómo si fueras un
Cromañón?
— No tengo nada que decirle a alguien como él — dijo conteniendo las ganas
de gritar.
— ¡Es una lástima! — dijo el Divo — ¡No nos iremos de aquí hasta que
hables con el muchacho! Y el vino se está acabando. Sabes como me pongo
cuando se acaba el vino, ¿no?
El fortachón cerró su puño con furia y se dirigió a mí. Me lanzó una
mirada de desafío y yo no se la rechacé, pero es obvio que él me intimidaba
mucho más
— A ver. ¿Cuál te dolió más? Dime. — me preguntó con tono subido.
— ¿A qué te refieres?
— ¿Qué golpiza te dolió más? ¿La de tu primo o la de tu jefe?
— La que tú me propinaste, sin duda.
— ¡Ya ponte serio! — se levantó furioso del sofá.
— ¡Cálmate! — le dijo el afeminado mientras meneaba la copa de vino —. Y
tú también, Kenny. Compórtate como persona madura — se dirigió hacia
mí.
— ¡Perdón! — dijimos al unísono.
— Físicamente me dolió más la golpiza de Caleb. Aunque fue un “empate” no
le pude ganar, sin mencionar que me fracturó el brazo y no lo pude usar a
plenitud durante muchas semanas. Emocionalmente me dolió más la de
Domincini. Cierto, le partí la cara, pero sus motivos y consecuencias
resultaron peor para mí — le contesté sin vacilar.
— Ahora te pregunto ¿Cuál disfrutaste más?
— Cuando le pateé el culo al viejo italiano, sin duda.
— ¿Y sabes por qué fue? Porque liberaste toda una acumulación de ira que se
encontraba dentro tuyo durante veinte años.
— La violencia no es buena respuesta a los problemas.
— Es como gritar. Violentas tu garganta y te desahogas. Además, lo hiciste
por una buena causa, protegiste a tu familia.
— Tengo que admitirlo. Fue hilarante ver como el viejo trataba de defenderse
— solté una risa un poco maquiavélica.
— Te diré algo que te sorprenderá — dijo el fornido con un tono más calmado
—. Hasta yo tengo límites.
— ¿Límites? ¿De qué?
— Admiro la forma como defendiste a tu esposa. ¿Nunca te pasó por la cabeza
que si fueras así de valiente todo el tiempo no te hubieran pasado muchas
cosas?
— La verdad, no. Detesto la violencia — hice una pausa efímera —. No me
has respondido, ¿límites de qué?
— Como lo es actuar violentamente sin razón. Irrespetar a una mujer es
cobardía y no porque sean débiles, sino porque son hermosas. Lo hermoso
no debe de arruinado con la fuerza. ¿Entiendes lo que te digo, chillón? —
me palmeó la mejilla tres veces a modo de bofetón.
Recordé la golpiza que me había propinado este troglodita. A pesar de
que fue violenta, no tuve alguna lesión grave, ni siquiera sangré. En mi aún
surgía la duda de si estaba vivo o no.
Tras un silencio prolongado y después de meditarlo, le pedí
amablemente al refinado que me dejara a solas con el bruto, pues, teníamos
asuntos pendientes. Al escuchar mi pedido, el bárbaro sonrió de oreja a oreja y
comenzó a tronar sus puños, luego, el otro sin refutar salió de la habitación y
nos quedamos solos.

XVIII

Es obvio. La única forma en que lograría que ese Neandertal me respetara era
rebajándome a su nivel de “eslabón perdido”. Debo decir que en algún
momento me sorprendí al ver que le di buena pelea en lapsos, pero siempre me
derrotó, debo de admitir que liberé varios demonios que estaban dentro de mí.
Él fue el que decidió parar la pelea, que ya no me miraba como un cobarde
llorón; pero me dijo que aun así, yo no iba a poder enfrentarme ni a este lugar,
ni al mundo que yo solía conocer. Salió por la puerta y la azotó con tal fuerza
que algunos libros de los estantes se cayeron.
Muchos minutos después o asumo que pasaron minutos, entró el
afeminado. Traía consigo otra botella de vino y al parecer llevaba un libro
consigo. De una manera extravagante, sirvió las copas y se sentó cruzando una
pierna sobre la otra. Me hizo un gesto para que yo hablara, pero le devolví el
gesto dándole a entender que iniciara él.
— Y bien, señorito. ¿Cómo te fue? ¿Civilizaste al bárbaro? — soltó una risa
sarcástica.
— Me fue igual que la primera vez. Aunque, creo que ahora respeta más los
libros — fijé mi mirada en el libro que traía —. A propósito, ¿de dónde
sacó ese libro? No vi que tomara uno de los estantes cuando salió.
— ¡¿Ah, este libro?! Este libro es de mi biblioteca personal, muñeco. No creo
que te interese ya que es sobre finanzas. Me gusta saber sobre Economía y
Negocios, así comprendo como se mueve el Mundo.
— ¡¿Biblioteca personal?!
— Yo también tengo un Estudio. Incluso, es más extenso que este. Algún día
te invitaré a para charlar.
— ¿Cada uno tiene su espacio?
— Claro, señorito. Es uno de tus problemas, piensas que eres el único e
ignoras a las demás personas. Obvio, cada uno está ordenado como se le
plazca. No me imagino el espacio del bravucón o el del muchachito
problemático, me da nervios de solo pensar.
— Imagino que el del señor ebrio debe ser una especie de bar, ¡eh! — hice una
suposición a forma de broma.
— ¿Y de dónde crees que he sacado este excelente vino, muñeco?
— ¿Es esto posible? ¿Cómo es que en este lugar hay libros? Y no sólo eso,
libros que nunca he leído y los leo tal como están, asumo que así es su
contenido.
— Algunos son libros que ya tienes grabados en tu memoria, otros son libros
que están en mi memoria y te los he pasado y, así sucesivamente. Repito,
no eres el único. Los pocos que has conocido es porque somos una familia,
para bien o para mal, con nuestros aciertos y defectos nos aceptamos.
— Sabe. Me gustaría escuchar la historia de cada uno de ustedes y cómo se
hicieron familia.
— Hay cosas en las que no soy el indicado para decírtelas… y, la historia de
cada uno de nosotros es una de ellas. Con gusto te contaría mi historia, pero
soy de las personas que no le gusta ver hacia atrás. Aprendo de mis errores
y sigo adelante. Esa es mi filosofía.
— ¡¿Ósea que podemos compartir nuestros pensamientos y todo lo que hemos
vivido?! ¡¿Es por eso que ustedes saben lo de mi pasado, sobre mi familia y
demás?!
— ¡Bingo! ¡Acertaste, caballerito! Vendrán más personas a unirse a nuestra
familia y tú harás lo mismo que hacemos nosotros contigo. Claro,
asumiendo que te quieras quedar.
— Imagino que tú eres como la figura paterna de todos. El que los ha unido
como familia, ¿no?
— No. Ni remotamente he sido yo. La persona que nos ha unido como familia
es único, le debemos todo a él. Tú te le pareces en algunas cosas, no me
sorprende que él este muy interesado en que te quedes aquí y seas parte de
nosotros.
— ¡No me digas que…! ¡¿El demonio que viste elegante…?!
— ¡¿No sé por qué le llamas demonio?! Esto no es el infierno y hay peores
demonios que viven y rondan en el Mundo Exterior.
Después de una larga pausa, el afeminado se terminó el vino y se
marchó. Me dijo que si necesitaba algún otro libro vería si lo encontraba en el
Estudio de alguien más y me lo pasaría.
Mi duda Acrecentó. ¿Estoy muerto? ¿Es el infierno o no? ¿Por qué el
cambio de actitud de estos sujetos? ¿Qué buscaba el hombre elegante y bello
en mí? Lo único en lo que estaba seguro es que quería volver.

XIX

Aún me desconcertaba lo que me dijo el señor con rasgos afeminados sobre


los otros lugares. Una curiosidad infantil entró en mí y me puse a imaginar: —
¿Cómo sería la habitación de mi amiga? —. Imaginé si también poseía un
Estudio con estantes y libros ¿Cuáles habrá leído? ¿Su espacio será frío como
ella lo era? También pensé en el espacio del joven y que tan infantil podía ser,
con tabacos y juguetes de aquí y allá. En el espacio del regordete que
seguramente solo poseía una cama para dormir. No me quise concentrar en las
habitaciones de los demás, como dijo el afeminado, sus espacios deben ser un
desastre total.
Quería visitar los Estudios de mi amiga y del señor con gestos
afeminados, pero me daba miedo salir de mi Estudio, nunca me había pasado
por la mente salir de él. Así que esperé a que el hombre bello y elegante
apareciera para preguntarle como podía hacerlo. Pero no se asomaba.
¡No soporté más! Desesperado me levanté del sillón y me dirigí hacia la
puerta del Estudio. Estaba a punto de girar la perilla cuando escuché un grito
muy ronco y violento, un claro “¡DETENTE!” que llegó a mis oídos. Al
voltearme vi que el tipo apuesto y elegante estaba detrás de mí. Me sorprendió
verlo en mi Estudio sin entrar por la puerta como hacían los otros. Mis ojos se
iluminaron al verlo y él parecía conmovido al verme. Lo acorralé enseguida.
— ¡Hombre! ¿Cómo puedo ir a ver a mis amigos, tal y como ellos hacen
conmigo? Quiero saludarlos. — le dije con voz de misericordia.
— Tú no puedes, Kenneth. Simplemente no puedes.
— ¡¿A qué te refieres?! ¡¿Me estás jodiendo?! — me exalté al dirigirme a él.
— Si quieres saber el por qué. Primero cálmate, segundo, toma asiento y
tercero, tienes que saber escuchar y comprender.
Me hizo un gesto para sentarme en el sofá, le obedecí. El tipo se quitó el
sombrero de pastel, se levantó y encendió la fogata, también sirvió vino en
unas copas y me dijo que no había problema si yo no deseaba beber.
— Bien, Kenneth. Iremos paso a paso. Tú me harás preguntas y yo con todo
gusto te contestaré; eso sí, te pido que sepas escuchar sin alterarte.
¿Entiendes? — me palmeó la espalda.
— Entiendo. Sé que estoy con alguien de confianza — dije mientras me serví
una copa de vino —. Acepté el vino, pues creí que iría para largo.
El tipo hizo una sonrisa casi angelical, se quitó el saco a pesar de que el
ambiente estaba fresco. Me hizo el gesto para que comenzara a hablar. Yo
tardé un poco en preguntarle, debido a que quería armar bien las preguntas que
quería hacerle. Primero lo primero, sabía que preguntarle.
— Quiero que seas sincero y conciso. ¿Acaso estoy muerto? — fui directo al
grano.
— Es complicado. No te exaltes por lo que te diré. Pero eso depende de cómo
te quieras sentir, si vivo o muerto. Tú, corporalmente vives, mentalmente
estás ausente y espiritualmente estás muerto.
— ¿Explícate? ¿Puedes ser más específico, por favor?
— Con gusto. La presencia terrenal humana se divide en dos: corporal y
mental, pero muchos se olvidan de la espiritual. Al morir, primero deja de
funcionar tu cuerpo y luego tu mente, ¿te has preguntado qué pasa con el
espíritu? ¿A dónde va?
— Al Cielo o al I
— infierno, dependiendo como has vivido.
— No, Kenneth. Ese es el alma. Alma y espíritu son cosas distintas. El espíritu
te seguirá a donde vayas en vida, pero mueres y está se esfuma; el alma en
cambio, es inmortal y se va a esos lugares. Claro, suponiendo si existen o
no, ni yo lo sé.
— ¿Y qué pasa conmigo? ¿Si mi espíritu murió y mi alma no ha ido a ningún
lugar. Estoy vivo o muerto?
— Estás en coma, Kenneth. No moriste, pero tu cerebro colapsó. Eso significa
que en cualquier momento puedes despertar y volver al mundo, depende de
tu voluntad volver.
¡¿En coma?! Bebí de un sorbo el trago de vino que me había servido.
Aunque es difícil de creer, no es imposible. Eso explica que sienta frío, que
escuchara la lluvia caer en esa ocasión, los libros que leo pueden ser los que
alguien allá fuera me esté leyendo. Todo un mundo se me abrió y yo podía
volver al mundo otra vez.

XX

Tras asimilar la situación en la que me encontraba, tomé varios minutos para


analizar lo que me dijo mi elegante anfitrión. Tras analizarlo, surgió la
segunda pregunta que le iba a hacer. Me serví otra copa de vino y le serví otra
a él.
— ¿Ya preparaste la siguiente pregunta que me vas a formular? — me dijo
mientras cruzó sus piernas.
— Sí — dije titubeante, aún pensando como se la haría —. ¿Qué es este lugar?
Tú mismo lo dijiste, no es Cielo ni infierno. ¿Qué es entonces?
— Mi amigo te lo explicó anteriormente como vienen estos “libros” aquí. Se
podría decir que es a lo que se le puede llamar “Purgatorio”, un lugar en
donde los espíritus atormentados permanecen hasta que encuentran paz, se
vuelven almas y pasan a otro plano.
— ¡¿Espíritus atormentados?! ¿Eso te incluye a ti?
— ¡Umm! Digamos que en parte lo soy — dijo esto con un tono seco e
indiferente mientras movía la copa de vino.
— Mi tercera pregunta: ¿A qué viene eso de familia? ¿Cuál es la historia de
cada uno de ellos?
— Aunque no lo creas, yo soy el que lleva más tiempo aquí, fui el primero. Al
igual que muchos de ellos, me sentía solo en ese entonces. Paulatinamente
vinieron los demás. Primero el ebrio, luego el infantil, después el gordito y
así hasta el último que eres tú… ¡Tú eres el noble!
— ¿Fue tu idea lo de la familia? ¿No?
— Efectivamente, sí. Vi en ellos distintas personalidades que podía ocupar a
mi favor. No todas las familias son perfectas, pero tenía que intentarlo.
— ¿Crees que funcionó? ¿Hacerlos tu familia?
— No son mi familia, ¡somos una familia! Y sí, funcionó. Pude hacer que
personalidades distintas se llevarán bien y se comprendieran entre sí. Las
dos chicas tienen personalidades distintas, pero congenian muy bien. Claro,
tuve ayuda. El ebrio me ayudó mucho a controlarlos y llegar a ellos y
cuando apareció el afeminado al final, las cosas se consolidaron.
— Ya veo. Las almas atormentadas, perdón, los espíritus atormentados que
están aquí tienen una historia igual a la mía. ¿Estoy en lo correcto?
— Si lo quieres ver de esa forma, estás acertado. A veces creemos que el
mundo gira alrededor nuestro ¡Vaya error!
— ¿Vas a contarme la historia de los otros?
— Seguro. Voy a complacerte.

XXI

Mi estimado me preguntó de quien quería saber su historia primero, le


respondí que fuera en orden de llegada a este lugar. Según capté con
anterioridad, el orden en que me visitaban tenía que ver con su orden de
llegada aquí. Le cedí la palabra al tipo elegante para que hiciera un monólogo
con las historias de los demás:
— El primero en venir después de mí fue el señor ebrio. Su nombre era Daniel
Peterson, tenía cincuenta y seis años de edad. Era un doctor muy bueno,
salvó muchas vidas y estaba dispuesto a ayudar a sus pacientes. Tenía un
matrimonio estable y una hija quien quería estudiar Psicología y luego
doctorarse en Psiquiatría. Las amaba mucho.
— Me cuesta creer que el ebrio, perdón, el Sr. Peterson fuera un hombre de
hogar muy cariñoso — interrumpí el monólogo.
— Puedes llamarle Dan, si quieres. En fin, una vez en el hospital en donde
trabajaba tenía que atender el caso de una muchacha quien había sufrido de
asfixia cerebral tras intentar suicidarse. Resultó ser que la paciente era su
hija, Sophia. Intentó salvarle la vida pero no pudo. En la autopsia
descubrieron que Sophia tenía ocho semanas de embarazo.
— ¿Cuántos años tenía Sophia?
— Creo que dieciséis. Supongo que le daba vergüenza su embarazo y
aparentemente el padre no se haría cargo del bebé.
— Tengo una amiga con un caso parecido, se llama Danielle. Sólo que ella
decidió criar a su bebé y abandonó sus estudios en Psicología, también.
¿Curioso? Los que estudian Psicología resultan ser los más locos.
— Tras la muerte. La esposa de Dan enloqueció como vaca, desapareció. Dan
por su lado, se hizo alcohólico y se negaba a las terapias porque le
recordaba que su hija quería ser psicóloga. Bebió, bebió y bebió hasta que
un día tuvo una sobredosis. Se ahogó con su propio vómito.
— Casi igual a mi caso — dije seriamente.
— Más o menos, pero no diría que es lo mismo — dijo bebiendo su copa con
vino —. No te has fijado, pero él es muy cercano a los dos más jóvenes de
nosotros, en especial con el muchacho infantil. Lo cuida mucho, es al único
que no le regala ni una gota de alcohol.
Nunca imaginé al ebrio como un gran doctor y padre de familia
amoroso, ahora conocía a Daniel Pererson. Le pedí que ahora siguiera con la
historia del joven que actuaba como un niño travieso.
— El “chico travieso” como le llamas, fue el segundo en venir. Se llamaba
Robert Foster, le digo Robbie, tenía diecisiete años. Había terminado la
Secundaria y quería estudiar Periodismo en alguna Universidad.
— ¿Periodismo? — dije emocionado — ¡Ahora veo porque estaba tan
interesado en saber el motivo por el cual, elegí esa carrera.
— Robbie aprobó el examen universitario con la segunda mayor nota de todos
los muchachos que ingresaron. Sin embargo, a unas pocas semanas de
comenzar sus estudios universitarios, Robbie quedó huérfano tras perder a
sus padres en un accidente, él no específica que tipo de accidente. Ningún
familiar quiso tomar su responsabilidad y sus gastos universitarios, quedó
solo en la calle. Fue muy duro para él. Fue asesinado por el dueño de una
tienda de abastos, la cual, el intentó robarle comida y algo de dinero.
— ¡Qué forma más terrible de morir! ¿Quién quisiera morir asesinado? ¡Pobre
Robbie! — terminé mi segundo trago.
— El chico tenía futuro, al igual que tú. Seguramente pudiera haber llegado a
ser Columnista o jefe del New York Times o del Wall Street Journal.
Pudieron haber sido compañeros de trabajo.
— Ya veo porque se complementan. El Sr. Peterson mira en Robbie a su hija y
Robbie mira en el Sr. Peterson a sus padres.
— Yo en lo personal, miro a Robbie como el hermano menor que… ¡No
importa! ¡Olvídalo! — se interrumpió el elegante.
XXII

Ya había escuchado dos historias, las dos igual de tristes y encajaban entre si
como piezas de rompecabezas, ya comprendía la actitud de esos dos. Un padre
con mucho amor para dar y un hijo quien necesitaba amor parental.
Le pedí al demonio, perdón, al sujeto apuesto que siguiera con las
historias. Ahora, él seguía con la historia del tipo gordito.
— El hombre de aspecto gracioso, bajo y regordete. Se llama Alberto
Sánchez, tenía treinta y siete años, excelente hombre trabajador.
Proveniente de una familia muy humilde, tuvo que lidear con estudiar y
trabajar para su familia. Era el mayor de cinco hermanos quienes vivían
únicamente con su madre, a parte de ser el único que hasta entonces
estudiaba.
— Se oye a alguien que apenas le quedaba tiempo de respirar, en especial
siendo muy joven.
— Terminó sus estudios básicos y en vez de ir a la Secundaria, se dedicó a
sacar adelante a su familia con una empresa de medicamentos en la que
ayudaba al dueño, él y un amigo. Su patrón se encariñó con él por ser tan
dedicado en su trabajo, le ofreció un poco más de sueldo para que enviará a
sus tres hermanos menores a la escuela y llevará al hermano que le seguía a
trabajar con él.
— ¡Hubiera querido tener un jefe así! — pensé en voz alta.
— Su patrón se enfermó y falleció, al no tener hijos, dejó la empresa a Alberto
y a su amigo, Jorge, apenas con veinticinco años cada uno. Jorge siempre
envidió que su jefe sintiera más afecto por Al, incluso la empresa
funcionaba gracias a Al. A los treinta y dos, Alberto fue a la cárcel por
medicamentos caducados y negocios con el narcotráfico, todo era una
farsa, Jorge lo había planeado fríamente todo.
— ¡Vaya hijo de perra! Traicionar su mejor amigo por envidia.
— Alberto sólo pensó en su familia, igual que lo haces tú. Pensó en su madre
ya muy anciana, en los estudios de sus hermanitos; también en su nueva
familia, tenía esposa y dos hijos, niño y niña. Lo perdió todo injustamente.
Solo soportó cinco años de su condena, murió en la cárcel tras un colapso
cerebral provocado por el estrés.
— Ahora comprendo todo — analicé.
— ¿Qué quieres decir? — me dijo curioso.
— Entiendo la causa de que Al siempre se la pasa cansado, con sueño,
fatigado.
— ¡Ah, eso! Creo que era la única forma en que él descansara, en paz.
— Y tampoco se le puede llamar un “descanso en paz”.
No me extrañaría que en su Estudio solo se encontrara una cama, pero el
fino me corrigió. Tenía un pequeño escritorio dónde Alberto escribía sus
memorias y que se lamentaba de no encontrar a su jefe en este lugar, además
de dibujar; según mi anfitrión es muy buen dibujante.
El sujeto elegante se sirvió otra copa y con un suspiro pesado prosiguió a
hablar de la mujer atractiva. No sé si él suspiro fue de alguien enamorado o de
alguien que ya estaba fatigado de hablar, creo que era más lo segundo.
— ¿Qué te puedo decir de ella? — dijo suspirando — ¡Es muy bonita! ¿No te
parece?
— Es hermosa, muy hermosa — le recalqué —. ¿Estás enamorado de ella?
— ¿Tú te enamorarías de alguien con su personalidad? ¿Qué sólo te utilizará?
— Buen punto. Estoy muy de acuerdo.

— Su historia no es tan linda como ella — prosiguió —. Su nombre era


Elizabeth Shawcross, tenía veintiséis años de edad, desde pequeña fue muy
astuta. A partir de la adolescencia se dio cuenta de su belleza cuando
muchos chicos se le acercaban y le pedían ser sus novios, ella no quería
tener novio, le importaba muy poco eso.
— Me cuesta creer que no le interesara tener novio.
— No lo necesitaba. Tenía padres y hermanos amorosos, buenas amigas y
aunque no era muy intelectual, se las arregló para entrar en la Universidad
para ser veterinaria. Ama a los animales.
— ¡¿Es en serio?!
— Sí, su Estudio está lleno de fotografías de animales de todo tipo. Te lo juro.
— ¿Cuántas veces has ido a su Estudio?
— No es el punto. Concéntrate — dijo seriamente mientras me golpeó en la
cabeza.
— Cierto. Perdón por eso — me sonrojé por la vergüenza.
— Cuando tenía veintiún años, conoció a un chico de clase acomodada que se
interesó en ella, si no me equivoco el tipo estudiaba alguna Ingeniería.
— ¿Y se enamoró de él?
— ¡Casi forzosamente! Prácticamente el tipo no la dejaba respirar hasta que
Elizabeth aceptó, pero, con el tiempo creo que ella lo asimiló; además, que
el chico fuera de familia acomodada ayudó un poco. Pero ella lo respetaba
mucho.
— No me queda claro, ¿estaba o no enamorada?
— A eso voy. A los meses de relación, conoció a un joven de su misma edad
que estudiaba Música, poseía un gran talento para tocar el piano. Ella se
interesó en aprender a tocar el piano y se hizo amiga de este chico, quien se
ofreció a enseñarle con gusto. Este chico se llamaba Leon y se enamoró
perdidamente de ella. Casi después de las primeras lecciones, Leon se dio
cuenta que Elizabeth tenía novio, pero eso no lo detuvo, él notaba que
Elizabeth no estaba muy enamorada de su novio.
— ¿O sea que no lo amaba?
— Bueno. La amistad crecía más y más, así como el amor de Leon por
Elizabeth. El punto de quiebre llegó cuando Leon le contó a Elizabeth que
grabaría un disco, ya que, un promotor musical quería impulsar su talento,
ella lo felicitó y le abrazó. En ese momento él le dijo que su primer disco se
llamaría “Elizabeth” y le confesó que estaba enamorado de ella.
— ¿Cómo reaccionó ella? ¿Qué hizo?
— ¡Lo rechazó! Dijo que respetaba a su novio y que ella solo lo miraba como
amigo.
— Ella respetaba a su novio, más no lo amaba.
— Ella no vio a Leon, ni siquiera llegaba para seguir con las lecciones. A la
semana y media de no verlo, le llegó a su casa una entrega, era un disco de
vinilo con una nota que decía La Elegía de Elizabeth, lo puso en un
fonógrafo y sonó una pieza de piano muy bonita, pero melancólica.
Después se enteró que Leon se suicidó, creo que se disparó con la pistola
de su padre o algo así.
— ¡Qué triste! Pero, ¿cómo se sintió ella?
— Culpable, pero lo disimulaba muy bien. Siguió con su vida. Se casó con su
novio dos años después de la muerte de Leon. Su novio no fue un buen
esposo, le era indiferente y le era infiel constantemente. Quiso divorciarse,
pero su esposo no; así que, huyo de su esposo.
— ¿A dónde fue ella? ¿Regresó con su familia?
— No se atrevió a volver con su familia, pensaba que ellos la criticarían por
abandonar a un hombre de tal clase. Vagó por las calles hasta que encontró
trabajo en unas especie de burdel.
— ¿Quieres decir que se hizo una prostituta? ¡Vaya destino!
— Pues, no sé si fue una ramera. Ella me ha jurado que solo tocaba el piano en
ese lugar; según ella, cuando aprendió a tocar bien, sentía que era Leon
quien tocaba y no ella.
— Con respeto, no me sorprendería si fue una; en especial, si se sentía sola y
culpable.
— Falleció tras un infarto, aparentemente causado por una combinación letal
de pastillas antidepresivas y alcohol que bebió en una fiesta, en la cual, ella
tocó el piano.
— ¡Qué muerte más irónica! ¡La mujer que rompió un corazón, murió por su
propio corazón!
— A veces ella me pide que busque a Leon en algún Estudio, pero, no he
tenido suerte.
— Por la forma de morir de Leon su espíritu debe estar muy atormentado, no
es descabellado pensar que su espíritu este por aquí.
— Lo seguiré buscando, detesto ver mujeres llorar. De alguna forma, siento
que tú le recuerdas mucho a su añorado Leon, por eso esa actitud hacia ti.
— Lástima que se dio cuenta muy tarde de lo que sentía por Leon. O si ya lo
sentía, lástima que lo ignoró.
— En su fonógrafo, pone una y otra vez Elegía de Elizabeth. También, en su
Estudio tiene un piano en donde la toca; luego toca una canción que ella
compuso y la llamó Elegía de Leon, mientras recita un poema que ella
escribió. Aunque te de risa, la maldita resultó ser una gran poeta.



XXIII

Por alguna razón, sentía que conforme él buen mozo contaba una nueva
historia, esta se volvía más triste que la anterior. Eso me preocupaba. Sabía de
quien se trataría la siguiente historia, de mi amiga. Le pedí a mi anfitrión que
me contara todo lo que sabía de ella, detalladamente. Él me dijo riendo que yo
me sonrojé mientras le pedía que hablara de ella.
— ¿Tanto te interesa la muchacha, Kenneth? — me sacudió mi cabello
infantilmente.
— Sólo quiero saber por qué ella era así, tan fría, sin sentimientos. — le dije
con un semblante muy serio.
— La actitud de esa niña me dio muchos dolores de cabeza. Cuando le
hablaba y ella me miraba, sentía que me hundía en un bosque de una espesa
oscuridad, casi y yo también me deprimo.
— A mi me dio una impresión similar, le tuve más miedo que a ti — solté una
carcajada sin gracia —. Es como la luna, bella, pero sin vida.
— Ese símil le queda excelente con su nombre. Se llamaba Luna Lombardi,
tenía a penas veinte años, como tú. No tenía hermanos y vivía sólo con su
“cariñosa” madre — resaltó con sus manos las comillas —. Su madre
trabajaba como mesera en un pequeño restaurante en Catania.
— Es la segunda persona italiana que conozco, bueno, si a la primera se le
puede considerar “persona” — hice un gesto para que continuara.
— Era una niña muy inteligente, en su escuela siempre tenía notas excelentes
y su conducta era impecable. Solo tenía un pequeño problema, no le
gustaba socializar. Siempre fue callada y no hablaba con los demás niños y
niñas de su clase, si no fuera porque opinaba en clases, la gente hubiera
pensado que era muda, incluso, cuando la querían premiar por sus logros,
esta no asistía a la escuela.
— ¿Por qué crees que ella era así?
— Tal vez porque siempre estuvo sola desde que era pequeña. No tenía padre
ni hermanos y su madre estaba muy ocupada, solo le dedicaba las noches a
su hija. Luna siempre ayudaba en lo que podía a su madre en el restaurante
y de allí aprendió a ser muchos trabajos domésticos sin ningún tipo de
recompensa, allí fue donde él…
Mi relator se calló de un inmediato y puso su copa en la mesa, su mirada
se apagó por un momento y puso una expresión de dolor y melancolía.
— Creo que deberíamos dejarlo hasta aquí, Ken — me dijo sin mirarme y de
forma muy seria —. No creo que deberías seguir escuchando lo demás.
— Por favor continúa — sugerí mientras me serví otro trago que dejé en la
mesa —. No creo que sea tan malo, ¿o sí?
— Bueno… este es el momento en que la cosa se vuelve un poco tétrica — me
mencionó de forma cortante —. Aunque no lo creas, te verás un poco
involucrado en la historia.
Me sentí curioso por saber lo que seguía, pero me atormentó un poco lo
de mi involucramiento en la historia de mi amiga Luna. No recuerdo haberla
visto en ningún lugar, en especial si ella vivía en Italia y yo en el otro lado del
charco. Supuse lo peor.
— Sigue por favor, amigo mío. ¿Por qué su espíritu es tan siniestro?
— Se graduó con honores de su educación básica, Luna era considerada una
prodigio en varias disciplinas: historia, literatura, matemáticas y
manualidades. Era muy hábil en destrezas manuales y en el arte, le gustan
mucho las artes plásticas. Se le dio una beca en un Instituto Católico para
señoritas de renombre en Roma, pero solo duró dos años allí; a pesar de sus
buenas notas, siempre su actitud recíproca la estigmatizó. No solo fue
expulsada del Instituto, sino que fue enviada a un sanatorio donde sería
tratada.
— No pensé que fuera tratada como loca, estoy más loco yo que ella, me
parece una persona muy razonable.
— ¡Y lo es! Pasó en ese sanatorio durante dos años, desde los catorce a los
dieciséis. Su madre la visitaba cada tres meses y cuando lo hacía, le
comentaba que su vida cambiaría al salir de allí, que no se preocupara.
Salió antes de terminar su tratamiento porque se llegó a la conclusión que
no lo necesitaba más. Al salir, su madre la recogió y Luna le mostró una
sonrisa muy radiante mientras la abrazaba.
— Se oye como un final feliz y aún no se qué tengo que ver yo aquí.
— Al regresar a Catania. Su madre le comentó que había renunciado al
restaurante y la llevó a una casa muy bonita donde le comentó que vivía
cuidando a una mujer joven que se encontraba muy enferma. Aquí es donde
la historia se conecta contigo — hizo una pausa para beber vino —. El
nombre de esa mujer era Bianca Domincini.
— ¡¿Domincini?! — exclamé golpeando mi pierna contra la mesa sin querer
— ¡No puede ser! ¡¿En serio es tan pequeño este mundo?!
— El mundo puede ser grande, pero el destino no y este mundo se rige por lo
que diga el destino. Bianca fue la primera esposa de tu ex jefe, sin
embargo, no pasaba mucho tiempo con ella debido a sus constantes viajes
de negocios a Norteamérica y Europa. Contrató a la madre de Luna como
criada para cuidarla de su repentina enfermedad.
— Me cuesta creer que ese diablo sentía amor por alguien.
— ¿Quién dice que lo sentía? Domincini es de los tipos que tiene una amante
en cada ciudad que visita, eso como mínimo. En fin, Luna parecía más
alegre y social que antes. Vivió en la casa de Domincini junto a su madre y
allí le ayudaba en los oficios, a parte de eso, se hizo amiga de la hija de
cinco años de Domincini, Francesca. Tal vez, la única amiga que ella ha
tenido en su vida.
— Conocí a Francesca Domincini una vez que él la llevó al trabajo, tenía una
actitud arrogante y un ego inmenso como él. Si no me equivoco, Francesca
tenía dieciséis años cuando la conocí; deduzco por eso, que Luna no lleva
ni diez años en este lugar.
— Unos meses después de la llegada de Luna, la señora Domincini falleció y
allí se tornó todo oscuro. Gino Domincini le dijo a la madre de Luna que ya
no necesitaba sus servicios, pero — tragó saliva de forma pesada —, si le
interesaban los servicios de Luna. Se excusó diciendo que ella era una
buena figura fraterna para Francesca y por eso le interesaba en que ella se
quedara, incluso la podía adoptar como su hija.
— ¡No puede ser que pidiera algo así! ¿Qué hizo su madre?
— Su madre no era tonta. Sabía de las intenciones de Domincini, pero las
ignoró cuando este le ofreció una especie pensión bien remunerada por los
servicios de Luna. Prácticamente, su madre la vendió, le entregó el cordero
al lobo.
— ¡¿Y cómo reaccionó Luna?! ¿No se defendió?
— ¿Qué podía hacer una muchacha de diecisiete años? Domincini la engañó
diciéndole que su madre la abandonó porque se avergonzaba de tener a una
“enferma mental” como hija y que por llevarla a la casa, se descuidó de la
señora Domincini y por eso falleció.
— ¡No me digas que ella se quedó sola con Domincini!
— Por desgracia, sí. Domincini se aprovechó de la profunda depresión en la
que Luna había caído y comenzó a sostener relaciones sexuales con ella,
prácticamente la violaba.
— ¡¡¡Qué hijo de puta!!! — me levanté de golpe y lancé la copa de vino lejos
— ¡¡¡Maldito viejo de mierda!!!
— Así fue durante muchos meses. Hasta que llegó el día en que Domincini “se
aburrió” de Luna y decidió ofrecerla a una señora que tenía un burdel en
New York, así fue, comenzó a prostituirse en un burdel de mala muerte sin
que ella dijera algo. Luna estaba apagada, no se negaba a sostener
relaciones, apenas gemía cuando estaba teniendo relaciones con sus
clientes. Era como hacerlo con una muerte, una especie de necrofilia.
— ¡La puta madre! — dije sollozando conteniendo mi ira.
— Fueron dos años de sufrimiento para ella. Escapó del burdel y se dedicó a
vagabundear por la calle, hasta que se suicidó. Se cortó las venas y luego se
lanzó del Puente de Brooklyn. Acabó con su sufrimiento.
— ¡¡¡Domincini hijo de puta!!! ¡¡¡Mil veces hijo de puta!!! ¡¡¡Y maldito
suicidio!!! ¡¡¡Odio los suicidios!!! ¡¡¡Por qué existen!!! ¡¡¡Por qué un Dios
permite que existan suicidios!!! ¡¡¡Me cago en Dios!!! ¡¡¡Me recago en
Dios!!! ¡¡¡Me cago un millón de veces en Dios!!! — grité llorando sin
remedio, como un loco, maldiciendo a diestra y siniestra.
Mi anfitrión me sujeto fuertemente y me intentó calmar, yo estaba tan
fuera de sí que si yo hubiera tenido un cuchillo tal vez lo habría apuñalado.
Lloraba y gritaba, llegué a detestar aún más la palabra suicidio, odié a muerte
a Gino Domincini, quisiera volver y matarlo con mis propias manos, como
cuando tuve la oportunidad.
El sujeto hermoso me besó en la frente y comenzó a despeinarme el
pelo. El tipo me dijo que él también lloró cuando ella le contó todo, me
consultó si quería seguir con las historias y yo le dije que sí. Fue la primera
vez que vi aquel hombre llorar. Lloramos juntos.

XXIV

Pasamos un muy buen rato en silencio. Yo solo acabé el resto de la botella de


vino y le pedí al tipo apuesto que trajera otra botella de algo más fuerte, él se
negó y me recomendó que no lo hiciera, las cosas pasan y hay que continuar
—. Todos tenemos una historia que contar. No importa sexo, raza, religión,
inteligencia, ser pobre o rico. Todos sufrimos y todos reímos en algún
momento. En lo personal, prefiero sufrir para después ser feliz que ser feliz
para luego sufrir hasta el día de mi muerte —. Me dijo forzando una sonrisa
de las que acostumbra a dar.
— Y bien — dije cuando dejé de sollozar —. ¿Qué tienes que decir sobre los
otros dos?
— Seré breve para no hacerte largo el cuento — me dijo mientras me dio su
pañuelo para secarme las lágrimas.
— Me parece bien, amigo mío.
— El fortachón se llamaba Wyatt Decker, de treinta y un años. Era el menor
de cuatro hermanos, a diferencia de los otros, él era un buscapleitos. Se
juntaba con malos muchachos y se hizo un pandillero juvenil. A los
diecinueve años, conoció a un promotor de boxeo que lo vio en una pelea
callejera, este le propuso dedicarse al boxeo y hacer millones, Deckey
aceptó sin titubear.
— ¡¿Deckey?! — le interrumpí haciendo un esfuerzo por reír.
— Su apodo de boxeador era “The Deck”, yo le comencé a llamar "Decky" y
es al único que permite que lo llame así.
— A los veintitrés, el nombre de “The Deck” se hacía pasó por Las Vegas y
decidió a abandonar por completo su vida de pandillero. No solo era un
boxeador de renombre, se casó con una muchacha que era mesera en Las
Vegas y ganaba bien. No tenía vicios y era cariñoso, según él, ha sido de
los mejores esposos que han pisado la Tierra.
— ¿Qué hizo que cambiara su personalidad?
— Un día, encontró en su alcoba que su mujer estaba jodiendo como puta fina
con su mánager. El hombre que le había dado todo con la mujer de su vida.
Él reaccionó violentamente, tomó al pequeño mánager y lo lanzó por la
ventana del apartamento; luego, se abalanzó sobre su esposa y comenzó a
golpearla ciegamente, como una bestia.
— Recuerdo que me dijo que hasta él tenía límites y que era de cobardes
golpear a una mujer.
— Cuando entró en sí, se detuvo. Pero ya era tarde. Trato de disculparse frente
a su mujer moribunda, pero en ese momento llegó la Policía y lo arrestó.
Obvio, el mánager murió y su esposa quedó inválida de sus piernas y
perdió la visión de un ojo. Su sentencia fue pesada. Ya en la cárcel, se
encontró a ex compañeros de su pandilla y se cobraron por la traición de
haberlos abandonado. Murió de una golpiza fatal, recibió como treinta y
siete puñaladas.
— Debió de haber sido brutal para que Decker no pudiera hacer nada.
— Eran doce contra uno y no creas, logró cargarse a dos de ellos y otro respira
artificialmente.
Después de la historia de Luna, está no me pareció tan cruda, pero aún
así fue impactante. No hubiera imaginado al bruto… digo, a Decker ser
cariñoso, pero una traición es difícil de asimilar.
Le pedí que siguiera con la historia del tipo de comportamiento raro, a
pesar de eso, era una gran persona.
— Yo creo que es de los que más me alegra que vinieran aquí. Su nombre era
Jean-François Chartenaux, le llamamos “Frankie” porque nos cuesta
pronunciar su nombre, a todos menos a Alberto. Tenía cuarenta y cinco
años.
— Pero si lo acabas de pronunciar bien — le interrumpí.
— He tenido tiempo para practicar. Su familia era muy acomodada y
respetada, tuvo todo en su infancia y adolescencia y aun así, él actuaba de
forma humilde. Su familia arregló un matrimonio sin consultarlo con él al
graduarse con honores como Administrador de Empresas, su esposa sería
una muchacha muy hermosa y de alta sociedad.
— Tengo que preguntarlo. ¿Él actúa así porque es…?
— ¿Homosexual? Sí, lo es. Descubrió que era homosexual cuando estaba en la
Universidad. Sin querer vio a su compañero de habitación masturbándose
mientras se bañaba, él comenzó a hacer lo mismo y descubrió que su
compañero era homosexual, cuando lo aceptó, tuvieron una relación
homosexual oculta hasta el fin de sus estudios.
— ¿Relación oculta?
— ¿Te imaginas si la gente se enteraba que el único hijo de Jacques
Chartenaux, uno de los hombres más poderosos de Saint-Dennis era
homosexual? Y así permaneció casado durante veintidós largos años. Tuvo
dos hijos en ese periodo, Joan y Loiç-Marie.
— Debió de ser difícil llevar una vida ocultando lo que él era.
— Se desahogaba escribiendo novelas, escribió y publicó tres. Pero no era de
lo que vivía. Nunca tuvo un amante mientras estuvo casado y dio el mejor
de los ejemplos a sus hijos.

— ¿Qué le pasó, se suicidó?


— No. Tuvo un accidente de tránsito y murió. Se escuchará terrible lo que
diré, pero ese accidente quizás fue de lo mejor que le pudo haber pasado.
Se liberó de su prisión. ¡¿Para que vivir si no eres feliz?!
— Para qué vivir, si no eres feliz — repetí.

XXV

Después de escuchar todas las historias comprendí porque ellos se


consideraban familia, de repente me dieron ganas de también pertenecer a ella,
pensé en el mundo exterior y me quité ese pensamiento de la cabeza.
— Ahora comprendo porque a pesar de que todos son diferentes, se llevan
como familia — dije a modo de estar sorprendido.
— Fue difícil un principio, pero unos se complementaban con otros — me dijo
orgullosamente.
Comprendí que el Sr. Peterson y Frankie eran como padres para los
demás, seguros y responsables. Alberto era como un hermano mayor, debido a
que ha aprendido de forma autodidacta varios idiomas, se tomó la molestia de
enseñarle el nuestro a Luna, quien, solo sabía italiano y también le enseñaba a
dibujar. Luna muy inteligente aprendió rápido y de a poco comenzó a llevarse
con los demás. Vi un lado de Elizabeth y de Decker que no me hubiera
imaginado nunca, que en vida fueron personas muy buenas para terminar así.
Robbie, parecía ser un chico que quería superarse, ser mejor, lástima que su
futuro se opacara.
Todo encajaba perfecto, pero aún no estaba conforme, me faltaba
escuchar la historia de alguien más... Obvio, se lo preguntaría.
— ¿Y tú? — le pregunté sonriente.
— ¿Yo qué, Kenneth?
— Dijiste que todos tenemos una historia, ¿cuál es la tuya?
— Soy todo lo que tú quieras, principalmente soy el hermano de estas
personas.
— Tú espíritu si debe de estar atormentado, demonio hermoso.
Después de unas risas vino una pausa larga y de reflexión. Mi amigo se
despojó del sombrero y me miró directamente a los ojos.
— ¿En serio quieres saber mi nombre y de mi historia, Kenneth Moses
Lincoln?
— Estoy muy intrigado. Sabes todo de mí sin decirte nada, como si has estado
junto a mí siempre.
— Bien — suspiró —. Mi nombre es, bueno era Kendall. No tengo edad,
aunque se supone que tuviera veinticinco años.
— ¡¿Kendall?! — me sorprendí — ¡Se parece a mi nombre! ¿Cuál es tu
apellido?
— Mi apellido — titubeó — Es… Lincoln. Mi nombre es Kendall Joshua
Lincoln.
— Es curioso, nuestros nombres se parecen y tenemos el mismo apellido.
¿Podríamos ser hasta familia? Hasta te podría llamar “Ken”.
— ¡No seas pendejo! —. Me golpeó en la cabeza — ¡Claro que somos
familia! ¡Soy tu hermano mayor!
— Eres buen anfitrión, pero eres mal bromista.
— ¿Recuerdas cuando te dije que nos unía un vínculo muy fuerte? ¡Es la
sangre! ¡Créeme, soy tu hermano mayor Kenneth? — se abalanzó hacia mi
y me abrazó fuertemente.
— ¿Cómo es posible? — dije al ver que era serio.
— Mi madre se embarazó de mi padre a los veintisiete, sin embargo, el
embarazo se complicó y nací sin vida. Morí antes de nacer. Obligaron a mis
padres a bautizarme, a un niño muerto, me llamaron Kendall, mi madre me
llamó “Ken” antes de entregarme. Por eso ella nunca te llamó “Ken”.
— ¡Morir antes de nacer! — dije atónito — Cinco años después, nací yo. Con
vida, el segundo “Ken”.
— Es por eso que me imagino de esta forma, nunca supe como sería de adulto
y un bebé inocente, sin pecado, no sabe si ir al Cielo o al infierno.
— El sueño que tuve… tú eras el niño que jugaba con mi padre mientras yo
estaba con mi madre, ¿cierto?
— A veces, siento que la depresión de mi madre… su suicidio fue culpa mía
— dijo con lágrimas en los ojos y voz cortada.
— ¡Oh, hermano! Tú debiste vivir mi vida, pero, mi vida no se la deseo a
nadie.
— ¡Te lo pido! ¡Te lo suplico! ¡Quédate conmigo, hermano! ¡Te necesito!
— Y yo también te hubiera necesitado, pero tengo familia, tendré un hijo.
Hizo una pausa y luego retrocedió e hizo memoria. Se levantó, se secó
las lágrimas y me miró desconsolado.
— ¿Tanto los quieres ver, Kenneth? ¿Tanto los amas?
— Haría cualquier cosa por Dawn. ¡Quiero ver nacer y crecer a mi bebé! ¡A tu
sobrino!
— Esta bien, hermano. Si no te quieres quedar, ya no te detendré más — me
jaló del brazo y me abrazó —. Perdóname por hacerte pasar mal momento,
hace tiempo que te quería conocer. Ve hacia la puerta del Estudio y sal.
— ¡¡¡Gracias, hermano!!! ¡Te amo! ¡Hace tiempo que no me sentía feliz.
— La soledad duele y quiero que sepas que yo no te aseguro la felicidad en el
mundo exterior. Sabes, también busco a mi madre en este lugar, si la
encuentro, le diré que ya conocí a mi hermano menor.
— Adiós, Kendall Lincoln, hijo de Kennedy y Juliette Lincoln.
— Adiós, Kenneth Lincoln, hijo de Kennedy y Juliette Lincoln.
A ambos nos rodaron las lágrimas de despedida, pero, era hora de volver
a mi realidad. Con Dawn y con mi bebé.

XXVI

Así terminó mi estadía en “El País de las Pesadillas”. Desperté y lo primero


que golpeó mi vista fue un haz de luz blanca, me vi en la habitación de un
hospital y sin reacción, como un moribundo escuchaba a mi alrededor gritos:
“Por fin despertó, el joven despertó, avísenle a Sandra…”
Asimilé la situación después de unas horas y pregunté a una enfermera
robusta y mayor que se encontraba a mi lado en dónde estaba, mi voz se oyó
tan seca y ronca que creí que hablaba otra persona por mí, como una especie
de ventriloquismo. No me respondió, pero me comentó que se alegraba de
verme bien y que ya vendría la persona que me explicaría todo. Entonces, a
muchas horas después de análisis y revisiones, apareció la Dra. Evans.
— ¡Oh, Ken! ¡Es un milagro! ¡Bendito sea el Cielo y tu madre que te protege
desde él! — me abrazó con cautela y sollozando se recordó de mi madre,
de la cuál, conocía desde la adolescencia
— ¿Dónde estoy? ¿Qué pasó? ¿Por qué me duele la cabeza? — dije mientras
mi mente traía a mí el recuerdo de la voz de la doctora que escuché con las
otras voces.
— Vayamos paso a paso, hijo — se secó las lágrimas —. Primero descansa un
buen tiempo y luego te contaré todo.
— ¿Y Dawn? — pregunté como si ella la conociera y creo que no — Necesito
hablar con ella, contarle de una pesadilla que tuve.
— ¡Cierto! Tu padre me había comentado que te habías casado hace años, sé
quién es tu esposa. Pero todo a su tiempo. Hay muchas cosas de las que
hablar.
Ella me besó en la frente y salió de la habitación. Yo pensaba en mi
padre mientras recordaba mi sueño, ese donde sufrí con personas atormentadas
y en donde había un tipo que juraba ser mi hermano mayor.
Pasé en cama durante varios días más, me sentía tan moribundo que no
pude contar cuantos, pero sí sé que fueron muchos. Al fin, los doctores me
dieron el aval para que me levantara de la cama y me llevaron a las sala de
rehabilitación. La Dra. Evans cuidaba de mí como si fuera mi madre, pero
callaba cuando le preguntaba por qué nadie me visitaba, tendría que ser una
noticia milagrosa que alguien despertara de un coma.
Un día, mi mundo sufrió la primera sacudida. En la sala de
rehabilitación, dos enfermeras que estaban al tanto mío y de otros pacientes
comenzaron a chismorrear, la clásica práctica de la hora del descanso.
— ¡Oye, Abby! ¿Cómo te fue ayudando en el parto de las Sra. Bloom? — le
preguntó una a la otra sin despegar sus ojos de un periódico que leía.
— ¡Oh, bastante bien! No hubo complicaciones. Resultó ser un varón sano, lo
llamó John Charles Bloom.
— ¡¿John?! ¡¿Charles?! — comentó con repulsión la del periódico — Esos
son nombres muy comunes, no me gustan para nada. Si yo tuviera un hijo,
no le pondría esos nombres de gente corriente.
— ¡Ay, sí! A diferencia mía. Mi prima Julia decidió seguir viviendo en ese
pequeño pueblucho en Liverpool, en vez de venir a esta gran Metrópoli
llamada New York. Ella decía que a su primer hijo varón lo llamaría
“John”. ¡¿Te imaginas?! “John Winston”.
— ¡Pobrecito! ¡¿Imaginas a toda a la gente llamando a sus hijos así?! ¡John
Winston o James Paul! ¡Niños con esos nombres no llegarán a ser alguien
en la vida!
— A mí me gustan — me metí en la plática — son comunes, pero son nuestros
nombres. Sería peor llamar a nuestros hijos con nombres extranjeros que no
podemos ni mencionar.
— ¿Cómo llamarías a un hijo tuyo, muchacho? — me preguntó la enfermera
de mayor edad, la que no leía.
— Kennedy, así se llamaba mi padre y él me bautizó Kenneth. Kendall sería
otra opción — esto último lo dije con tono sombrío al recordar aquel sueño
raro.
— ¡Ummm! No suenan tan mal, hasta se oye como un juego de palabras — se
río la más joven, la del periódico.
— Sin embargo — comentó la otra —, me quedo con el nombre “Kenneth”,
suena más indicado para un niño.
— Cambiando de tema — comento la del periódico — ¡Qué bien está
haciendo las cosas el presidente Roosevelt! No le tenía tanta fe después de
la Depresión.
— ¡Ay, Annie! — soltó una risa la mayor — Te gusta más la política a ti que a
mi marido. A él sólo le importa saber si los Yankees llegarán a la Serie
Mundial este año.
— ¿Quién sabe? Puede que los Yankees pierdan su hegemonía este año.
— Aunque, si Roosevelt hace que los Yankees ganen la Serie Mundial, será un
Dios para mi Serge.
— ¡¿Roosevelt?! — comenté para corregir — Disculpen pero, ¿de qué hablan?
Roosevelt le cedió la presidencia a William Howard Taft en 1909, ni
siquiera había nacido yo cuando el fue presidente, yo nací en 1910.
— ¿No se ha enterado aún, muchacho? — me comentó con seriedad la mayor
—. Estamos en 1937 y gobierna el presidente Franklin Delano Roosevelt.
Es obvio que Teddy dejó de ser presidente hace veintiocho años.
— ¡¡¡1937!!! ¿Cómo puede ser?
— Tú eres un milagro, muchacho. Permaneciste siete largos dormidos en
coma. Muchos de los que trabajamos aquí pensamos que nunca ibas a
despertar y se te mantuvo aquí por órdenes de la Dra. Evans quien
intercedió por ti.
Me negaba a creerlo, pero era cierto. Cuando iba a los baños me miraba
a los espejos y me miraba muy añejado, muy delgado casi sin carne y con una
barba frondosa, pero cuidada y el pelo ni largo ni corto, pero lo tenía largo a
comparación de como lo uso. No había duda la Dra. Evans se preocupaba para
mantener mi aseo personal. Pensé en los siete largos años que me había
ausentado de Dawn, ni hijo ya estaba creciendo sin mí. No pude hacer más
cosa que echarme a llorar.
Llegó el día en que abandoné el hospital. La Dra. Evans me dijo que me
llevaría a su casa para ponerme al tanto de todo y así yo podría incorporarme a
la vida de nuevo. Me subió al auto que conducía su esposo, el también doctor,
Warren Evans. El camino a su casa fue discreto, llegamos a una casa muy
acogedora a dos kilómetros del Central Park. Allí comenzó a explicarme todo.
— ¿Por qué? ¿Cómo pasó siete años? — pregunté mientras sollozaba.
— Fue duro para mí también — dijo la doctora mientras clavó su mirada en el
té que nos sirvió su esposo —. La muerte de Juliette me dolió, perdí a
alguien que fue como mi hermana y un par de días antes de tu accidente me
había enterado de la muerte de Kennedy. Yo no te veía desde que tenías
dieciséis años, desde que te atendí tras darte una fuerte calentura. Verte
llegar en ese estado me impactó mucho, hijo.
— Recuerdo escuchar unas voces que me gritaban “¡Ken, maldito cobarde!” y
escuché su voz, la de mi esposa y la de mi suegro, además de una voz que
me dio miedo y no pude identificar — comenté sorprendido de que me
acordara de algo así.
— En efecto. Fue cuando les di la noticia de tu coma. A esa linda muchacha se
le rompió el corazón y el padre de esta comenzó a insultarme por ser
“incompetente” y a ti te gritaba “cobarde”, “inútil”, “maldito”. Se me
rompió el corazón — comenzó a sollozar mientras su esposo la consolaba.
— ¿Y la voz tenebrosa? — le pregunté.
— Fue un señor que entró a la habitación y comenzó a consolar a la muchacha
y le ofreció sus servicios a la joven y a su padre. Parecía preocupado por ti,
pero no me inspiraba total confianza. Llamaba a tu esposa “dulzura”,
“preciosa” y cosas así; luego, habló a solas con el padre de ella y a lo lejos
vi que le dio algo de dinero.
— ¿Cómo era ese señor? — le pregunté con poco de temor.
— Era tal vez un poco más bajo que tú, una panza se asomaba fuera de su saco
a rayas, usaba sombrero de bombín y al quitárselo, dejó a la vista un
peinado gracioso.
— Voz tenebrosa — susurré —. ¿Hablaba con un acento extranjero?

— Sí, así es. Como un acento italiano o español.


No había duda. Era Domincini, el maldito hijo de puta. Después de la
plática, me puse ropa limpia que me dio el Dr. Evans, me bañe, más no me
rasuré ni recorté mi cabello. Le pedí amablemente que me llevara a dar una
vuelta al parque, accedió.

XXVII

Llegamos al Central Park. Me preguntaba por qué no tuve visitas de Dawn en


el hospital, la curiosidad me mataba y se lo pregunté al Dr. Evans antes que se
retirara a una cafetería, la cual, rechacé su invitación, me interesaba más dar
un paseo.
— Doctor. ¿Usted también se mantuvo al tanto de mí? — le pregunté con tono
de esperanza.
— ¡Claro, muchacho! Sandy te conoce desde que gateabas y ella quería
mucho a tus padres y a ti. Ella nunca pudo tener hijos y creo que se miraba
como una tía para ti. Yo también di orden que se te mantuviera en el
hospital y me encargué de los que costara, Sandy tenía fe de que
despertarías, esa mujer tiene una intuición admirable.
— Se los agradezco… pero… ¿Qué pasó con mi esposa? ¿No me visitaba en
el hospital?
— Lo hizo durante los primeros tres o cuatro meses, pero después ya no se
acercó de nuevo a visitarte — hizo una pausa para meditar —. Si quieres,
te puedo llevar a la casa de tu padre y ver a tu esposa. Tal vez aún viva allí.
— Quizás más tarde, doctor — le dije escéptico que ella aún viviera allí —.
Primero quiero pasear por el parque y luego le aviso.
— Esta bien, Ken. Si me necesitas, estaré en la cafetería de los señores Austin,
¿la recuerdas?
— Sí, sin duda se lo buscaré.
Nos despedimos dándonos unos besos en las mejillas, al fiel estilo
europeo. Me dio unos cuantos dólares por si me daba hambre o si quería
comprar el periódico. Me dirigí directo a una banca, fue en la banca donde
acostumbra a sentarme cuando venía con mi padre. Dejé mi mente en blanco y
en mí solo pensaba en el sueño del Estudio, ni siquiera pensaba en Dawn. Me
recordé del sueño de aquel y del niño jugando con mi padre… ¿Cómo puedes
tener un sueño dentro de un sueño? Aquello fue tan real, ¿habrá sido real? No
lo sé.
Estaba a punto de quedarme dormido cuando escuché un susurro que me
dijo “Kenneth, prepárate para la realidad”. Reaccioné y vi que no había
nadie, una pelota roja me golpeó en la pierna y un niño se acercó a recogerla.
Era un niño muy ágil en sus movimientos, no aparentaba ser muy mayor. Solo
recordé a mi bebé que crecía sin mí, ¿habrá sido niño o niña?
— Lo siento, señor. Fue accidente, de veras. — me dijo con una firmeza que
era de admirar en un niño pequeño.
— No te preocupes, chico. ¡Aunque golpeas muy fuerte el balón! — me reí
mientras me acariciaba la pierna del dolor.
— ¡Gracias! Algún día seré un gran goleador, señor.
— ¡¿Fútbol?! ¡¿Fútbol europeo?! ¡¿Soccer?! — me sorprendí —. Sabes, a mí
también me gusta el fútbol, a pesar de que a casi nadie le llame la atención
aquí.
— Sí, me encanta. Hace dos meses, fuimos con mis padres a Italia para ver un
partido entre el Génova y el Torino, los mejores equipos del país.
— ¡¿Italia?! — Dije sorprendido mientras escuchaba a lo lejos a una voz
llamar al niño.
— Debe ser mi hermana, estaba jugando con ella — me dirigió la palabra
jovialmente.
Vi acercarse a una mujer joven y muy apuesta hacia donde estaba yo y el
niño… ¡No puede ser! ¡Qué acaso estoy maldito! ¡¡¡Por el gran hijo de puta
que controla mi destino!!! Era Francesca Domincini quien se acercaba y tras
ella una mujer también joven se aproximaba.
— ¡Hermana, mira! ¡A este señor le gusta el fútbol también! — dijo
emocionado el pequeño.
— ¿En serio? ¿Y es oriundo de New York o tiene descendencia europea,
señor? — se dirigió a mí la hija de puta.
Yo no le respondí, quise gritar al ver a la semilla del diablo. Me
concentré en la mujer detrás de ella. ¡¡¡No puede ser!!! Era nada más y nada
menos que Dawn, ¡mi amada Dawn! Me paré de la banca y la miré fijamente,
ella se dio cuenta y también lo hizo. Me reconoció, me reconoció y casi se
soltó a llorar y yo quería hacer lo mismo. Dawn le pidió a la semilla maldita
que se llevara a jugar al niño a otro lado. Nos quedamos solos ella y yo.
— ¡Como has cambiado, Dawn! Estás más hermosa de lo que recuerdo, me
reconoces, ¿no? Soy yo, Kenny.
— ¿Acaso crees que soy un chiste? — Dawn se alteró y me dio una bofetada
que casi me derriba, no lo hizo, pero sí derrumbó mi mundo —. ¿Cómo te
atreves a ponerte enfrente de mí así? ¡Después de que me abandonaste hace
siete años!
— ¿Un chiste? ¿De qué hablas? ¿Cómo es eso de abandonarte? ¡Estuve en
coma y tú lo sabes!
— ¡No seas cínico! ¡Lo sé todo! — dijo con un grito desgarrador — ¡Tú no
estuviste en coma! ¡Lo fingiste todo!
— ¿A qué te refieres? ¿Tú fuiste testigo de lo que me pasó? ¡Yo nunca te
mentiría!
— Gino fue claro y me lo comprobó. Tú te drogarse fuertemente para caer en
un sueño profundo, luego despertaste y te escapaste con otra mujer durante
siete años. ¡Me dejaste a mí y a tu hijo sin importar nada!
— ¡¿Gino?! ¡Te refieres a ese hijo de puta de Domincini! ¡El hombre que
destruyó mi vida! ¡Nuestra vida!
— ¡No hables así de Gino! — me levantó la voz — Tras tu traición, mi padre
y Gino se hicieron amigos. Después, Gino me ofreció cuidar de mí y criar
al niño. Movió sus influencias para invalidar nuestro matrimonio y luego
nos casamos.

— ¡Oh, Dawn! ¿Cómo pudiste? ¡Yo te amo!


— No. Me diste el mayor sufrimiento de mi vida.
— ¿Y el niño? ¿Quién es ese niño? ¡Dímelo por favor!
Hubo una pausa… después mi mundo se terminó de venir abajo con lo
que presenciaron mis ojos. El hombre que provocó todo esto. Domincini traía
de la mano al niño que jugaba con Francesca y se acercaba hasta donde
estábamos.
— ¡Es mi hijo! No hay nada más que decir. Es hijo mío y de Gino. Pronto
cumplirá siete años, su nombre es Ángelo Kennedy Domincini.
— ¡¿Kennedy?! — rompí en llanto al escuchar el nombre de mi padre
mezclado con el de ese demonio.
— Pero, yo le llamo “Kenny”. Siempre me gustó ese nombre — dijo llena de
melancolía.
Y allí estaba él, justo frente a mí. Quería ahorcarlo, patearle la cara como
lo hice en aquella ocasión.
— ¿Sucede algo? ¿Dawn? ¿Ángelo? — dijo Domincini mientras me analizaba
de pies a cabeza —. ¡Vaya! Eres tú. No parece que fueras un joven de
veintisiete años. La mujer con la que escapaste si que te exprimió, ¿ o no
Kenny?
— ¡¡¡Maldito!!! ¡¿No sabes por todo lo que he pasado?! ¡Te voy a matar, hijo
de puta!
Me arrojé contra él, pero su chofer se acercó y nos separó y me golpeó
fuertemente, caí en el suelo casi sin reacción.
— Tenías más fuerza antes, muchacho — me dijo mientras me daba un beso
en la frente —. Te dije que me las ibas a pagar, al final, yo gané.
¡Arrivederci, Ken!
Ni siquiera los vi alejarse, ni tuve tiempo de seguir llorando. No tuve
tiempo ni de maldecir a Domincini ni a Dios… no tuve tiempo de nada y caí
inconsciente.

XXVIII

Y así es como llegué aquí. Ya pasaron casi dos semanas de ese incidente.
Cuando estuve inconsciente en el parque, volví al Estudio de nuevo, más me
convenció que no se trataba de un sueño. ¿Quien me recibió? Nada más y nada
menos que mi hermoso anfitrión, mi hermano mayor, Kendall Lincoln.
— ¡Perdón por no hacerte caso, hermano! — dije con voz caída — Trataste de
detenerme y no te obedecí, quisiste evitarme la decepción más grande de
mi vida.
— ¿En serio pensaste que Domincini se quedaría de brazos cruzados? — dijo
con tono molesto — Él contactó a tu suegro y le ofreció “grandes
beneficios” si te quitaba del camino y acercarse a Dawn. El Sr. Owen uso
una sustancia mortal en las bebidas que estaban en tu estudio, pero no
moriste, sólo caíste en coma. Luego le dijeron a Dawn que todo era una
farsa y que escapaste con otra mujer.
— ¡¿Así que me intentaron matar?!
— Es difícil de creer; pero, c'est la vie, hermano. Triste pero cierto.
— El padre de Dawn debe de estar nadando en oro.
— No creas. Después del matrimonio entre Dawn y Domincini, el Sr. Owen
murió de “causas naturales” — se pasó el dedo por el cuello simulando que
es un cuchillo.
— ¡Vaya ironía! ¿Pero sabes? Aprendí que si sufrimos significa que estamos
vivos… — retomé de nuevo la palabra — Y dime, Kendall. ¿Cómo están
todos?
— Muy bien, la verdad. Aún me esfuerzo por buscar a Leon y a mamá.
— Los vas a encontrar y a mamá dile que la quiero, la querré siempre.
— Lo haré… A Luna le hubiera gustado verte.
— Y a mí también me hubiera gustado verla… pero, no me gustaría volver a
ese lugar.
— Y tienes razón. Si vuelves, significa que tu espíritu sigue atormentado y tu
alma no ha trascendido. Fue un gusto conocerte, hermano; pero, ¿quién
sabe? Tal vez todo mejore para ti.
— Ya no sé, hermano. Ya no sé.
Volví en sí después que me encontrara el Dr. Evans y me diera primeros
auxilios, me llevo de nuevo a la casa y allí les conté todo lo que había
sucedido. Creo que si le hubiera contado todo eso a otra persona no me
hubieran creído. Le conté a la Dra. Evans sobre mi hermano Kendall y ella lo
confirmó. Me contó que mi madre estuvo embarazada y que el niño nació sin
vida, o vivió unos minutos y luego murió; el asunto es que solo se lo comentó
a su familia y a ella, pidió guardar el secreto a todos. Cinco años después, se
volvió a embarazar y nací yo. Kenneth.
¡Que agradable es sentir el viento soplando en tu rostro! Y estoy aquí en
el lugar donde recordé que Luna se quitó la vida, me siento infeliz. ¿Qué más
puedo hacer sino saltar?
No tengo nada por qué vivir, nada. Todo me fue arrebatado. No tengo,
familia ni un Dios que me ayude. Ya ni me importa a Dawn, solo me enfocaba
en mi hijo.
Tengo dos opciones: quedarme en este mundo donde no tengo nada o
volver a un lugar donde me sentí en familia y hay personas que me esperan,
con un hermano que quiso evitar mi sufrimiento… un hermano, que me dijo
que siguiera viviendo, que tal vez algo cambiaba en mi vida. ¿Quién sabe?

XXIX

Aquí estoy. No lo hice, no salté ese día al vacío. Después de todo, soy un terco
y no podía sufrir más de lo que ya había sufrido. Esa misma tarde, regresé a
casa de los doctores Evans y les dije lo que estuve a punto de hacer, ellos me
brindaron su ayuda y se convirtieron en mi nueva familia. En la familia en la
que me podía refugiar.
Comencé a trabajar como asistente en el hospital donde estuve internado
y un año después, reingresé a la Universidad para continuar con mis estudios
de periodismo. Al regresar a la Universidad, conocí a una docente del área de
Bellas Artes, de nombre Madeleine Stocker; tenía veintinueve años en ese
entonces y era muy inteligente, compartíamos la pasión de leer y descubrí que
ella era budista, ya que, cuando era adolescente viajó a Europa Oriental con su
familia y conoció un templo budista y le fascinó la historia. Terminé los años
que me faltaban en la carrera y me gradué, una vez graduado, me casé con
Maddie y le prometí que algún día íbamos a visitar Angkor Wak. Retrasamos
el viaje debido al estallido de la Segunda Guerra.
Después de casarnos, Maddie siguió trabajando como docente de Arte,
más que recordarme a Dawn, ella me recordaba mucho a mi amiga Luna, un
poco en lo físico, pero más en su forma de querer vivir y en su inteligencia.
Tenemos dos hijos, Juliette Lincoln de siete años y Kendall Lincoln de cinco.
Me abrí pasó por el mundo periodístico y me hice amigos de editores y así
publiqué un par de libros. Mi capacidad me llevó escribir algunos artículos
para el Wall Street Journal. Hace unos cuatro años, el Dr. Evans falleció y me
incluyó en su testamento, le pedí permiso a mi nueva madre, a la Dra. Evans,
de utilizar mi parte del dinero para fundar una biblioteca y una editorial si se
podía. Así lo hice.
En este tiempo, me puse a averiguar sobre personas de las que quería
saber al respecto. Mi primo Caleb abandonó la Universidad para dedicarse al
Baseball profesional. Comenzó de a poco en Ligas Menores, estuvo a punto de
firmar contrato de Ligas Mayores con Los Yankees, pero se fracturó el brazo
unos días después, ¡Vaya ironía! Pasó cinco meses lesionado y al recuperarse
ya no jugó igual. Se volvió entrenador de un equipo de niños en la comunidad,
hasta que fue reclutado por el Ejército y fue a la Guerra. Lo mandaron de
regreso al quedar sordo tras explotar una granada cerca de la base en donde se
encontraba. Regresó a su trabajo como entrenador de baseball infantil, más
bien, asistente de entrenador.
Heather estudió actuación, llegó incluso a tener uno o dos papeles en
Broadway. Allí conoció a un actor de renombre y comenzaron una relación,
fue la amante de este durante dos años hasta que su esposa lo descubrió y este
la abandonó. Heather resultó estar embarazada y dejó de actuar un tiempo.
Volvió a casa de sus padres y tuvo una niña preciosa. Cuando su hija cumplió
dos años, Heather la abandonó en casa de sus padres y no regresó, escapó con
un tipo que había conocido y del que se había enamorado. No quiso comenzar
una nueva vida con su hija.
A mi querido primo Sean lo volví a ver dos meses después del día que
casi me lanzo del Puente de Brooklyn. Llegó con una mujer en cinta al
hospital cuando yo trabajaba allí como asistente, no me reconoció al principio,
pero una vez lo hizo, nos abrazamos fuertemente y lloramos. Me comentó que
la mujer era su esposa y que él estudiaba medicina en Universidad donde yo
estudié Periodismo. A su hijo iba a llamarlo Kenneth por mí, pero yo le dije
que no. Le llamó George, las enfermeras chismosas casi mueren cuando les
dije que convencí a mi primo de llamar a su hijo con un nombre común.
Cuando se graduó de médico, también fue reclutado a la Guerra por sus
conocimientos médicos, pero regresó con bien. Le pedí a la Dra. Evans que le
diera oportunidad en el hospital, lo contrataron y trabaja allí desde entonces.
También se hizo cargó de la hija de Heather, Michelle, y la trata como su hija.
Hay personas de las que no he vuelto a saber de ellas, como Richmond
Harrison y Danielle. Me gusta pensar que Danielle conoció a alguien
importante y que la amaría a ella y a su hija. De Richmond tal vez se graduó
con honores, le ofrecieron trabajo en la Universidad y en el New York Times y
este los rechazó porque se iría al extranjero a seguir superándose. ¿Quién
sabe?
¡Oh, Domincini! Tras el estallo de la Guerra, en Italia pidieron su cabeza
cuando asesinaron a Mussolini, este tenía contactos cercanos con el dictador.
La Policía Internacional lo capturó y lo mandó a Italia, le dieron pena de
muerte. Con respeto a mi familia e hijos, esa ha sido la mejor noticia que me
han dado en la vida. Casi tuve un orgasmo cuando la editaba en el Journal.
Francesca vendió La Gaceta de la Gran Manzana y se fue a vivir al otro lado
del país. No le interesó nunca el negocio.
¿Qué puedo decir de Dawn? ¡La amé profundamente! Un mes de lo
sucedido con Domincini, se contactó conmigo y acepté su invitación. Nos
juntamos en un restaurante y ella llevó a Kenny consigo, quien tenía ya casi
quince años. Me dijo que le había contado toda la verdad al chico sobre mí y
que estaba dispuesta a escuchar mi historia, no le mentí, le conté de mi
hermano mayor muerto y que consultara en el hospital que si estuve en coma
durante siete años, le dije sobre el plan de Domincini y lo de la muerte de su
padre. Allí, sí le mentí y le dije que salió a la luz en los crímenes que
Domincini confesó, dudo que ella creyera mi historia de cuando estuve en
coma. Le ofrecí darle mi apellido a Kenny y que nos visitara cuando quisiera,
después de todo, pasé un infierno por él, lo amaba más que ha mi vida, como a
mis otros hijos, sin embargo, le aclaré que yo soy muy feliz con Maddie y no
la dejaría. Ella aceptó la situación. Dawn aún es una mujer joven, hermosa y
de buena posición. Seguro encontrará a alguien.
Después de eso, Dawn me confesó que intentó suicidarse sin éxito. Por
el amor que le tuve, la regañe como si aún fuera mi esposa, pero ahora era
Dawn Owen otra vez. Recapacitó y tomó la decisión de ir a terminar sus
estudios en Medicina a Francia, además de servir de ayudante médica para los
heridos de la Segunda Guerra y que utilizaría parte de su dinero para donarlo a
las familias afectadas. Le dije que si iba a Saint-Dennis, preguntara por la
familia Chartenaux y les comentara que ella conoce a una persona que fue
amigo íntimo de Jean-François Chartenaux y que él los amó con locura. Así lo
hizo y la familia en agradecimiento, me mandaron copias de las novelas que
escribió Frankie por medio de correo, Dawn fue el medio de comunicación,
aún estoy aprendiendo francés para leerlas.
Mi hijo Kenny se vino a vivir conmigo y con Maddie mientras Dawn
regresa de Francia, se lleva muy bien con Juliette y con Kendall. Sean me
visita en ocasiones y trae a Michelle y a George. Todos ellos juegan fútbol en
el patio, Kenny y Michelle tienen mucho cuidado con los demás niños por ser
los mayores.
En estos diez años desde que desperté del coma, he visto reflejada las
personalidades de aquellos sujetos en personas que he conocido en mi vida y
que hay en el mundo. Hay ebrios, chicos problemáticos, vagos, hombres que
trabajan sin descanso, mujeres con complejo de Femme Fatale, muchachas
violentadas y homosexuales. Es lo que vemos día a día en nuestra sociedad.
Veo a Kenny, Maddie, Juliette, Kendall, la Dra. Evans, el Dr. Evans que
en paz descanse, Sean, Michelle, George y me alegro de ver que recuperé a la
familia que perdí. La familia de mi madre, mi padre y de Dawn.
Veo reflejados en ellos aquellos sujetos que actuaban como familia. Al
Sr. Peterson, a Robbie, a Alberto, a Elizabeth, a Decker, a Frankie, a mi
querida amiga Luna. Mi hermano, me alegro de haber sabido de él y que jamás
estuve solo.
Mi nombre es Kenneth Lincoln, tengo treinta y ocho años, y soy
periodista. Soy el hombre que perdió toda una familia y ganó otra. El hombre
que tuvo la experiencia más rara de todas, el hombre que sabe la diferencia
entre espíritu y alma… Soy el hombre que murió y volvió a nacer.

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