Sunteți pe pagina 1din 4

ENCABEZAMIENTO

1,1-2

SALUDO Y BENDICIÓN
(1/01-02).

1 Pablo, apóstol de Cristo Jesús por voluntad de Dios, a los santos (en Éfeso) y
fieles en Cristo Jesús: 2 gracia a vosotros y paz de parte de Dios nuestro Padre y
del Señor Jesucristo.

La carta tiene un remitente y unos destinatarios, pero no vemos la correspondencia que


pudiera haber entre uno y otros.
Remitente es Pablo, el mismo Pablo de Tarso, tal como había crecido y madurado a lo
largo de sesenta o setenta años. Pero él se presenta como Apóstol, como un enviado,
detrás del cual está, como el verdadero autor de la carta, el que envía al Apóstol:
Jesucristo. Y detrás de Jesucristo está el Padre; por eso se llama «Apóstol... por
voluntad
de Dios». Por voluntad de Dios se entiende siempre, en nuestra carta, el plan divino de
salvación, y la vocación de Pablo a la función apostólica «por voluntad de Dios» quiere
decir que esta vocación forma parte del plan de salvación. Por tanto, no nos salimos del
sentido literal de la expresión paulina si vemos en ello una clara alusión al origen de
este
mensaje: Apóstol-Cristo-Dios. Y así podemos recorrer a la inversa la ruta seguida por la
palabra de Dios para desembocar finalmente, en forma de carta paulina, en el corazón
humano.
Los destinatarios: Pablo se dirige a los santos en Éfeso. Pero esta expresión «en Éfeso»-
falta en los mejores manuscritos, y ello demuestra que no es original, como, por otra
parte,
se deduce por consideración interna: a través de toda la carta no hay ninguna alusión
personal a los destinatarios; cosa inconcebible, siendo así que Pablo actuó en Éfeso
durante más de tres años 1. Hay aquí ya desde el principio una laguna; laguna que muy
bien puede ser llenada por cualquiera de nosotros: concretamente se refiere a ti, a
vosotros, a nosotros. La laguna es una casualidad; pero bien pudiéramos ver en su fondo
una profunda verdad.
Santos y «fieles en Cristo Jesús» llama Pablo a los destinatarios. «Santo» tiene aquí su
significado primitivo: «entresacado del mundo y consagrado a Dios». Éste es el efecto
del
bautismo que ha hecho de nosotros unos consagrados a Dios, unidos en Cristo, templos
del Espíritu Santo. Meras obras de Dios, que precisamente por eso se llaman «santos»,
como hoy decimos «cristianos». Y la expresión «en Cristo Jesús» es en parte
equivalente
de «santo»: Cristo es «nuestra santificación» (cf. lCor 1,30).
Se los llama también fieles o creyentes, porque lo que los hace cristianos es la fe
(juntamente con el bautismo). Para Pablo la fe es «un don de Dios» (2,8), y al mismo
tiempo
un abrirse a la acción de Dios; esto explica la alegría, llena de agradecimiento, con que
el
Ap6stol se dirige a los destinatarios como «fieles en Cristo Jesús» (cf. 1,15).
La bendición es como de costumbre: gracia y paz. Es como una mutua fusión, en un
plano superior, del mundo grecooccidental con el mundo semítico oriental. En todas las
cartas griegas aparece en este lugar el verbo khairein, que significa «alegrarse»,
«alegría». Pablo hace derivar este mundano khairein hacia el sonido emparentado de
kharis, «gracia». Ésta es para el cristiano la nueva fuente de una nueva alegría: la
conciencia del favor divino, que se ha mostrado tan extraordinariamente generoso y se
sigue mostrando aún en Cristo Jesús.
El saludo semítico oriental es «paz», pero en esta expresión se contenía mucho más que
lo que se expresa en nuestro concepto de «paz». Comprendía todo lo que hoy
significamos
con «salvaci6n». «Salvación» significa salud y felicidad terrestre. En el pueblo judío la
expresión «salvación» fue enriquecida con la proyección hacia la era mesiánica de
salvación con todos sus bienes. En san Pablo finalmente y en el cristianismo primitivo
el
deseo de paz se convertía en deseo de participar cada vez más en la plenitud mesiánica
lograda. Y ésta naturalmente sólo puede venir de Dios y de Cristo, y de su total
consecución es garantizador Dios como «Padre nuestro» y Jesucristo como «el Señor».
...............
1. Parece que la designación del lugar «en Éfeso» corresponde al texto de un ejemplar de la carta, siendo
así
que en el texto original había una línea en blanco que después había que rellenar según la comunidad a la
que se enviaba el respectivo ejemplar. Puede pensarse en Hierápolis, Laodicea.
............................

Parte primera

EL MISTERIO DE CRISTO
También los gentiles han sido llamados
a la plena salvación de Cristo
1,3-3,21

I. BENDECIDOS CON TODA BENDICIÓN ESPlRITUAL (1,3-14).

1. LA BENDICIÓN GRATUITA DE DIOS


(1/03-10).

a) Gracias por la bendición de Dios (1,3).

3 Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha


bendecido con toda bendición espiritual en los cielos en Cristo.

Inmediatamente empieza Pablo con un himno al plan divino de salvación. Y esta


obligada
alabanza de Dios nos da qué pensar. María entonó su Magnificat, y lo comprendemos;
Zacarías cantó su Benedictus, y sabemos por qué. Pero aquí no hay ningún pretexto
visible
para este himno de alabanza con que empieza nuestra carta. Todo lo contrario: Pablo
escribe en calidad de prisionero. Reflexionemos sobre lo que esto significa:
prescindiendo
de todas las privaciones exteriores, con el impulso del Redentor en el corazón, con el
encargo divino de llevar el Evangelio a todo el mundo, con la preocupación por todas
las
iglesias que de él necesitan, Pablo está allí detenido día tras día y año tras año,
encajonado entre cuatro irritantes paredes que lo circundan. Y en medio de este dolor y
-humanamente hablando- del fondo de la oscuridad se levanta este canto de acción de
gracias a Dios. Ciertamente, le basta el pretexto de una carta a una comunidad lejana y
desconocida, le basta el recuerdo de una fe común, para que su alma se desborde en
acción de gracias y en alegría radiante. Así es el cristiano Pablo, y así se presenta ante
sus
cristianos: desbordante de alegría en la fe y de gratitud. Pero esto no es más que el
comienzo de aquella plenitud, de aquella indestructible alegría en la fe, que, descollando
de
la más simple monotonía y surgiendo lozana de en medio de las tribulaciones, nos
aporta el
testimonio deslumbrante de que nuestro cristianismo es un «mensaje alegre», no sólo en
el
nombre, sino en la realidad misma.
«Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo». En sí cabría
justificar aquí la alusión, en la alabanza, a Dios creador. Muy poderosas razones habría
para ello. Pero para Pablo retrocede el Dios creador para dar paso al Dios de la
revelación,
«el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo». ¡Qué nombre de Dios! En el Antiguo
Testamento, Dios se llamó a sí mismo y quiso ser llamado «el Dios de Abraham, de
Isaac y
de Jacob». Ya este título era una vibrante confesión de fe. Pascal narra cómo en una
venturosa noche pascual se le reveló por primera vez la profundidad y la alegría que
llevaba consigo este nombre: «el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob». Ello quiere
decir
que Dios no es el lejano y frío Dios de los filósofos, sino el Dios de la historia, que
desde
una infinita lejanía se inclina sobre los hombres y que en un determinado momento de la
historia, en un determinado lugar de nuestra tierra escoge a los hombres como amigos,
hombres cuyos nombres conocemos: Abraham, Isaac y Jacob. Y en consecuencia este
Dios, en una movida historia de casi un milenio y medio, se ha ido siempre
compadeciendo
de su pueblo, a pesar de tanta infidelidad, de tanta apostasía y de tanta traición, en
atención a aquellos antepasados, sus amigos. Necesitamos conocer este trasfondo para
valorar lo que para el judío Pablo significa nombrar a Dios, no ya el Dios de Abraham,
Isaac y Jacob, sino «el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo». Es la suma de todo el
cristianismo: Jesucristo es nuestro Señor, nos pertenece. En Él podemos llamar «Padre
nuestro» a Dios, en un sentido nuevo sin precedentes.
«Que nos ha bendecIdo con toda bendición espiritual en los cielos en Cristo». Así
resume
Pablo el contenido total del don con que Dios nos ha agraciado. ¡Extraño concepto! ¿A
quién de nosotros, requerido para ello, se le ocurriría usar una fórmula semejante para
describir brevemente el don divino de la salvación? Pero, precisamente, cuando la
fórmula
paulina nos sorprende, cuando su mentalidad religiosa difiere de la nuestra, hay que
intentar acomodar la nuestra a la suya. Pablo llama a la bendición de Dios una bendición
«espiritual». Esta palabra lleva siempre consigo, en san Pablo, una actuación del
Espíritu
Santo, ligada a su presencia personal en nosotros. Y así tenemos en esta breve fórmula
de
nuestra salvación una alusión a las tres personas de la Santísima Trinidad: el Padre nos
bendice con toda bendición, al darnos su Espíritu Santo, por medio de Cristo Jesús.
Pero ¿a qué viene aquí la sorprendente expresión «en los cielos»? 2 Lo que Pablo quiere
aquí decir está claro en 2,6: Dios «nos ha resucitado con Cristo y nos ha hecho sentar en
los cielos en Cristo Jesús». Esta es la formulación conceptual más fuerte del
pensamiento
paulino: la resurrección de Cristo es ya nuestra resurrección, y su señorío es nuestro
señorío. Porque es resurrección y señorío de la cabeza que con sus miembros forma un
cuerpo: el Cristo total. Todo esto está incluido en nuestro texto, cuando Pablo habla de
«toda bendición», con la que Dios nos ha bendecido «en los cielos en Cristo»; todo lo
que
en la bendición se nos da está en el orden de la donación divina, que no tiene otra
finalidad
que introducirnos en la órbita del señorío de Cristo. Tan vitalmente segura es para Pablo
su
esperanza cristiana, que habla de ella como si fuera ya la posesión anticipada de lo que
nos aguarda en el señorío del Padre y del Hijo. Igualmente la alegría de la fe en san
Pablo,
que aquí encuentra su obligada expresión, es la alegría de una esperanza desbordante,
asegurada por el don del Espíritu Santo (1,14) y por el señorío de Cristo, nuestra cabeza
en
el cielo. El contenido detallado de esta bendición se expone en 1,4-14.
En estos versículos se ve un corazón rebosante de expresiones de acción de gracias. No
esperemos un discurso pulcro y ordenado. No, los pensamientos se llaman unos a otros
con la fuerza misma con que unos empujan a otros. Pero esto mismo es para nosotros un
valor positivo, ya que nos muestra el orden de los valores según la escala vital de la fe
del
Apóstol y nos describe la auténtica pista de nuestro itinerario de creyentes.
...............
2. Muchos exegetas intentan superar esta dificultad traduciendo: «con dones celestiales». Esta traducci6n
es estrictamente correcta, pero la expresión aparece cuatro veces en esta breve carta (1,20; 2.6; 3,10; 6,12)
y
siempre en el mismo sentido de referencia local.
...............

b) Elegidos desde la eternidad (1,4-6a).

4 Por cuanto nos ha elegido en él antes de la creación del mundo, para ser
santos e inmaculados en su presencia, en amor.

S-ar putea să vă placă și