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Compruebo con desolación que cada vez se debate más, pero cada vez se
dialoga menos. Erróneamente creemos que dialogar y debatir son
términos sinónimos, cuando sin embargo denotan realidades
frontalmente opuestas. Como hoy 21 de enero se celebra el Día Europeo
de la Mediación, quiero dedicar este artefacto textual a todas esas
mediadoras y mediadores con los que la vida me ha entrelazado estos
últimos años tanto en el ámbito de la docencia como fuera de ella. El
mediador es un prescriptor del diálogo entre los agentes en conflicto allí
donde el diálogo ha fenecido, o está a punto de morir por inanición, o es
trocado por el debate y la discusión. Dialogamos porque necesitamos
converger en puntos de encuentro con las personas con las que
convivimos. «El hombre es un animal político por naturaleza, y quien crea
no serlo o es un dios o es un idiota», ponderó Aristóteles en una sentencia
que condecora al destino comunitario con la medalla de oro en el evento
humano. Dialogamos porque somos animales políticos. Si la existencia
fuera una experiencia insular en vez de una experiencia al unísono con
otras existencias, no sería necesario. El propio término diálogo no tendría
ningún sentido, o sería inconcebible. Diálogo proviene del prefijo «día»
(adverbio que en griego significa que circula) y «logos» (palabra). El
diálogo es la palabra que circula entre nosotros, que como he escrito
infinidad de veces debería ser el gentilicio de cualquier habitante del
planeta Tierra con un mínimo de inteligencia y bondad.