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Sandro Penna

El pasajero insomne
Con el primer grillo, cuando el aire aún

es todo luz, reniego de la extensa

árida lista de los encuentros nocturnos.


Desembarco en Ancona

Desde las nubes de polvo de carbón

me saluda una sonrisa toda blanca.

Pero el ángel de madera del barco

mira los urinarios tristes y olorosos

improvisados en las esquinas –rivales

o amigos queridos para las sandías rojas.

Mis amigos los urinarios… Pero yo

¿no aspiro acaso al monte donde está

–lejos del mar y del olor perverso–

el adolescente perfumado de higos?


Cuando la esbelta lechera bajó

sintió crecer en el prado una mata

el chico asonantado, y en la punta,

abierta como rosa matutina,

aunque como rocío más caliente,

la leche le quedó, no la lechera.


Inmóvil y perdido, lentamente

alentaba en lo oscuro la mano.


El pasajero insomne

si el tren se ha detenido

un momento a la espera

de retomar aliento

pudo oír el suspiro

de ese país oscuro

en un acorde breve…
Iba alegre entre las casas

pensando en la primavera.

Cuando de pronto un gran negro

se apareció. Era de noche.

Al otro día pensaba

en el negro junto al oro

de la mañana; qué idea

loca me invadió: un coro

de soldados, apretados

entre las casas nocturnas,

¿fue el dulcísimo volante

que anunció la primavera?


Si el verano cede, la luna

ablanda el cielo, blandísimo.

Al negro espeso follaje de los árboles

les otorga blandura.


Pesa sobre la ciudad el pleno verano.

En el jardín de una casa hay un chico

feo, que mira abstraído su sexo

erecto. Después suspira y agarra

de nuevo a su poeta. Y cae la tarde.


Éramos tan amigos que un secreto

de uno era del otro. De uno solo

él no volvió a hablar más consigo mismo.


Cuando más me sentía unida a vos

amaba la Naturaleza

como desde una cárcel.

(Tranquila leía un libro y contemplaba el mar

largamente la miss desde su alta terraza.)

Pero cuando faltaste el cielo o el mar

fueron falsos al mediodía, y supe

que mi cárcel era la libertad.


¿Existe todavía la belleza en el mundo?

Oh no entiendo los rasgos delicados.

Pero en la estación lleno de embriaguez

al joven con la vista en sus lejanas playas.


Las noches vacías, llenas de tambores

que pasan de golpe. Aunque la luna

ajusta cada gemido en el silencio.


A Renzo Vespignani

Subían despacio las noches

y el mundo seguía contento.

Mi juventud era liviana

leve dicha imprevista de soldado.

Después llegó la guerra o en la vida

no subieron las noches ya despacio.

Polvorientos ocasos. E infinito

el denso aburrimiento de las primaveras.


A Eugenio Montale

El domingo hacia el anochecer voy

en dirección opuesta de la masa

que alegre y ágil sale del estadio.

No miro a ninguno y los miro a todos.

Cada tanto cosecho una sonrisa.

Más rara vez un saludo festivo.

Y entonces no me acuerdo de quién soy.

Pero no me gustaría morir.

Morir me suena demasiado injusto.

Aun si no me acuerdo de quién soy.

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