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Estudiante
José Vicente Gómez Chávez
4638814
Cel. 3163540055
Grupo No. 171
Tutor
María Elva Sánchez
Referencias
Bibliograficas:
Halgin, R. &
Whitbourne, K.
(2004).
Perspectivas
Teóricas.
Psicología de la
Anormalidad:
Perspectivas
Clínicas sobre
Desórdenes
Psicológicos.
México: McGraw-
Hill
Interamericana
(4a. ed.), p. 9- 11,
126-177.
Recuperado de:
https://bibliotecavi
rtual.unad.edu.co:
2538/lib/unadsp/re
ader.action?ppg=3
5&docID=319573
2&tm=154221212
9342
En este caso se puede evidenciar que el paciente presenta síntomas, signos y trastorno de
ansiedad, La ansiedad es un concepto muy popular, pero no siempre bien entendido. Una
definición aceptable de ansiedad sería ésta: “un estado subjetivo de incomodidad, malestar,
tensión, desplacer y alarma que hace que el sujeto se sienta molesto”. Se trata, por lo tanto,
de una emoción que aparece cuando el sujeto se siente amenazado por un peligro, que puede
ser externo o interno. La respuesta ante esta situación es evitar la ansiedad mediante diversos
procedimientos.
En un ámbito descriptivo, podemos distinguir tres áreas en las que repercute la ansiedad sobre
las personas:
La característica básica del trastorno por ansiedad generalizada es la preocupación, que puede
ser sobre circunstancias vitales y cotidianas muy diferentes. Las preocupaciones de estos
pacientes suelen hacer referencia a aspectos como la salud, la familia, cuestiones económicas,
el trabajo, los hijos, etc. El sujeto tiene dificultades, muchas veces, para discriminar o
puntualizar con exactitud qué es lo que provoca sus síntomas. Por eso se dice a veces que el
sujeto tiene ansiedad difusa. Las preocupaciones de este tipo de paciente han de durar, por
definición, al menos seis meses, lo cual da una primera idea de la cronicidad a la que tiende
este trastorno.
A su vez, los individuos con trastorno por ansiedad generalizada informan de muchos
síntomas somáticos (especialmente de tensión motriz, temblores y fatiga) y relacionados con
estrés (dolor de cabeza, hipertensión arterial, colon irritable, trastornos gástricos,
insomnio, manos frías y pegajosas, boca seca, sudoración, náuseas o diarreas, poliuria,
problemas para tragar o quejas de tener algo en la garganta, etc.). Las dificultades para
concentrarse, la inquietud y la irritabilidad suelen ser motivo de queja de estos pacientes.
Suelen reaccionar con ideas negativas ante las novedades o circunstancias mínimamente
adversas. Por ejemplo, si alguien se retrasa pueden pensar que le ha pasado algo malo, y por
eso siempre se mantienen atentos y alerta. De hecho, se suelen agrupar los síntomas de este
trastorno en cuatro grandes grupos:
a) tensión motriz
b) hiperactivación vegetativa
c) expectación aprensiva
d) vigilancia y alerta, los síntomas depresivos también son frecuentes.
El trastorno por ansiedad generalizada parece ser un trastorno bastante común y el más
frecuente de todos los trastornos de ansiedad. Algunos datos norteamericanos mencionan
porcentajes de incluso el 4%. Pese a estas cifras, se trata de uno de los trastornos de ansiedad
menos vistos en las clínicas especializadas, probablemente porque los pacientes suelen
vivirlo, lo cual, aunque produce un deterioro importante del funcionamiento global del sujeto,
no lo hace de manera rotunda (como puede pasar con algunos trastornos de la serie ansiosa).
Trastorno mixto ansioso depresivo Este trastorno, muy presente en la mente de cualquier
clínico, está reconocido como tal por la clasificación ICD-10, pero no por el DSM-IV, que
lo incluye en el capítulo titulado “Criterios y ejes propuestos para estudios posteriores”. Sin
duda, se trata de una situación que se debe remediar, ya que además de la opinión de los
profesionales, hay muchos estudios que muestran cómo los síntomas de ansiedad y de
depresión se entrelazan de manera muy frecuente. Es sabido, por ejemplo, que entre el 40 y
el 80% de los pacientes con trastorno de pánico exhiben también síntomas de depresión
mayor, y que en torno al 25% de los deprimidos experimentan alguna vez un ataque de pánico
(Katun y Roy-Byrne, 1991).
Desde este enfoque se otorga una gran importancia al estudio de la predisposición genética a
partir de determinados trastornos, aunque a menudo adopta una perspectiva interaccionista
que tiene en cuenta tanto la predisposición genética como la incidencia de agentes patógenos
externos. Tradicionalmente, los modelos biológicos han diferenciado entre trastornos
mentales orgánicos y trastornos mentales funcionales. Los primeros presentan unas causas
físicas muy claras (como la corea de Huntington o la enfermedad de Alzheimer), mientras
que para los trastornos funcionales todavía no se han encontrado indicios tan claros de
alteraciones orgánicas cerebrales. Las principales aportaciones del modelo son:
Modelo humanista: El modelo humanista plantea que cada persona tiene de forma innata un
potencial de crecimiento y actualización que constituye el motor de su conducta. Cuando
estas capacidades hacia la autorrealización y la autenticidad se ven bloqueadas o
distorsionadas tanto si es por el excesivo uso de los mecanismos de defensa, como por un
estrés, etc., entonces se produce la patología. Desde esta perspectiva se rechazan las
clasificaciones e, implícitamente, no se considera que el método científico sea el método
natural de acercamiento a la conducta anormal.
2.3 Limitaciones de cada modelo, desde lo evidenciado en el equipo reflexivo, las lecturas y
la matriz de análisis.
Estos factores proporcionan las causas subyacentes de las conductas que se manifiestan
abiertamente, sean problemáticas o no. Por ejemplo, la ansiedad incapacitante o los delirios
de persecución de un paciente son el resultado de conflictos internos no resueltos o de
necesidades no satisfechas.
Modelo Humanista: Este modelo contempla al ser humano como en constante desarrollo y
evolución, lo que implica un movimiento y procesos constantes. La persona se encuentra en
constante relación con su medio, ya que es vista como ser-en-el-mundo (Dasein), lo que
implica que su existencia se vea constantemente enfrentada a circunstancias que le exigen
respuesta.
Modelo Cognitivo: ve los problemas psicológicos como un problema con los procesos de
pensamiento del paciente. Los terapeutas cognitivos a menudo hablan de la teoría A-B-C,
según la cual un paciente reacciona a un evento activador con ciertos pensamientos o
creencias que luego llevan a consecuencias emocionales o conductuales. El modelo
cognitivo describe cómo las percepciones de las personas o los pensamientos espontáneos
sobre las situaciones influyen en sus reacciones emocionales, conductuales (ya menudo
fisiológicas).
2.5 Aportes que brinda la estrategia de equipo reflexivo a la comprensión del caso y al
profesional de psicología.