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X I I .

L A E V O L U C I Ó N D E L O S V I R U S

LOS VIRUS sufren cambios evolutivos al igual que los seres vivos. Los genomas virales
están sujetos a la mutación con la misma frecuencia común a todos los ácidos nucleicos, y
cuando las condiciones favorecen a un mutante en particular, éste es seleccionado, dando
origen a una nueva cepa que paulatinamente substituye a la anterior. Hoy día existen dos
opiniones predominantes en relación con el origen de los virus. La primera opinión
considera que los virus se originaron a partir de células degeneradas que perdieron la
capacidad para hacer vida libre. De acuerdo con la segunda opinión, los virus se
originaron a partir de fragmentos de ácido nucleico celular que escaparon de la célula
original. La biología molecular de los fagos y bacterias difiere en forma considerable de la
de los virus de eucariotes y sus respectivas células hospederas, al grado de que no es
posible propagar bacteriófagos en células eucarióticas o virus animales en bacterias. Esto
sugiere que los fagos y los virus de eucariotes se originaron en forma independiente.

Los virus están exitosamente diseminados en los reinos animal y vegetal, al grado de que
ningún grupo de organismos conocidos hasta la fecha se encuentra libre de ser infectado
por virus. La evolución exitosa de cualquier parásito requiere de la supervivencia de la
especie hospedera. Un ejemplo interesante de esto lo constituye la evolución del virus del
sarampión, el cual sólo infecta al ser humano y la infección generalmente resulta en la
adquisición de inmunidad permanente por parte del individuo infectado.

Se ha estudiado la frecuencia de la incidencia de sarampión entre los habitantes de


diversas islas y se ha encontrado una buena correlación entre el tamaño de la población y
el número de casos de sarampión registrados en cada isla a lo largo del año. Se requiere
una población de cuando menos 500 000 individuos para proporcionar suficientes
individuos susceptibles (recién nacidos) capaces de mantener la prevalencia del virus en
la población. En poblaciones menos numerosas el virus tiende a desaparecer, a menos de
que sea reintroducido desde el exterior.

Desde el punto de vista geológico, el hombre es una especie muy reciente y solamente ha
existido en poblaciones numerosas durante los últimos 8 000 o 10 000 años. Por lo tanto,
se sospecha que el virus del sarampión no existía en su forma actual en épocas cuando
los núcleos de población humana eran todavía muy pequeños. Basándose en la similitud
antigénica entre el virus del sarampión y aquellos del moquillo canino y la ictericia febril
del ganado, F. L. Black ha postulado que estos tres virus provienen de un antepasado
común, el cual infectaba por igual a humanos, perros y ganado en épocas prehistóricas. El
virus ancestral evolucionó hacia el actual virus del sarampión cuando los cambios en el
comportamiento social del hombre dieron origen a poblaciones lo suficientemente grandes
para mantener la prevalencia de la infección. Este evento evolutivo debió de haber
ocurrido en los últimos 6 000 años, a partir del establecimiento de las primeras
civilizaciones en Mesopotamia.

En el caso del virus de la influenza es posible distinguir tres diferentes tipos de acuerdo
con la antigenicidad de sus nucleoproteínas; estos tipos son: A, B y C. El virus tipo A es
causante de epidemias mundiales (pandemias) de influenza.

Los virus de la influenza tipos A y B causan epidemias durante el invierno. El virus tipo C
sólo causa padecimientos respiratorios menores. La resistencia a la infección depende de
que el organismo susceptible haya sido expuesto previamente al virus infectante. Los
antígenos virales más importantes en relación con la producción de inmunidad protectora
son la hemaglutinina externa (HA) y la glicoproteína neuraminidasa (NA). Los virus A y B
de la influenza se encuentran en evolución continua produciendo nuevos tipos de los
antígenos HA y NA; por lo tanto, resulta inefectiva la inmunidad previamente adquirida
por el organismo.

A partir de 1932 se empezaron a aislar cepas del virus de la influenza tipo A. Cada nuevo
aislado del virus ha sido probado serológicamente con antisueros capaces de neutralizar
las otras cepas conocidas del virus A. Con el paso del tiempo se ha hecho evidente que las
nuevas cepas aisladas difieren cada vez más en el nivel antigénico de las primeras cepas
aisladas. Actualmente ya no es posible aislar en la población humana virus tipo A
correspondientes a las cepas originales aisladas en 1932. Este fenómeno se conoce como
deriva antigénica y presupone que en forma natural se producen cepas de virus que
presentan nuevos antígenos; estos mutantes son seleccionados en forma natural de entre
la población de virus de la influenza. Experimentos in vitro, en los cuales el virus es
propagado en cultivos de células en presencia de concentraciones de anticuerpos
insuficientes para neutralizar la totalidad del virus inoculado, permiten obtener progenie
viral que al ser transferida a otro cultivo celular en presencia de anticuerpos contra el
virus de la cepa original demuestran que después de siete transferencias en serie la
progenie viral resultante difiere radicalmente en sus determinantes antigénicos cuando se
le compara con el virus del inóculo original. Se supone que esta evolución in vitro es
equivalente al proceso de selección natural que ocurre por el repetido pasaje del virus de
la influenza por el tracto respiratorio de diferentes individuos.

El análisis de cepas aisladas a lo largo de 40 años demuestra que la evolución del virus de
la influenza tipo A no depende exclusivamente de la deriva antigénica sino también ocurre
en saltos evolutivos que representan la casi misteriosa aparición de nuevas cepas
denominadas subtipos, diferentes por completo en sus antígenos HA y NA a las cepas
prevalentes en los años previos inmediatos. Este fenómeno se conoce como cambio
antigénico y es característico del virus tipo A, mientras que el virus tipo B, como se ha
visto, solamente evoluciona por deriva antigénica.

Existe evidencia serológica de que en el pasado reciente el hombre ha sido infectado por
subtipos del virus de la influenza que están emparentados con las cepas contemporáneas
H2N2 y HbN2 que infectan al humano, y la cepa HswlNl que infecta al cerdo. La
importancia de los subtipos virales es evidente cuando se considera la correlación entre su
aparición y la ocurrencia de pandemias de influenza. Algunas hipótesis para explicar el
origen del cambio antigénico se basan en el hecho de que cepas del virus de la influenza
de humanos pueden infectar a los animales, y diferentes subtipos del virus A tienen al
cerdo, al caballo y a algunos tipos de pájaros como hospederos naturales. El virus tipo B
solamente infecta al ser humano; por lo tanto, existe una correlación entre la ausencia de
cepas de virus tipo B capaces de infectar especies animales y la falta de cambio
antigénico, lo que contribuye a explicar la ausencia de pandemias de influenza debidas al
virus tipo B. La explicación más sencilla para el fenómeno de cambio antigénico consiste
en que una cepa del virus capaz de infectar animales adquiere la capacidad para infectar
al hombre. Esto explicaría el hecho de que en la pandemia de influenza de 1957 se aisló
una cepa del virus que tiene antígenos HA y NA totalmente diferentes a los de la cepa del
virus más común en el año 1956. A mediados de los años setenta se aisló en varias
regiones de Estados Unidos el mismo subtipo de virus de la influenza a partir de cerdos y
granjeros dedicados a la cría de cerdos; este hecho demostró que realmente ocurre el
intercambio de cepas de virus de la influenza entre diferentes especies animales. Sin
embargo, no se produjo ninguna pandemia a pesar de que la población humana carecía
de inmunidad contra el subtipo viral HswlNl característico del cerdo. Por lo tanto, se ha
especulado que este subtipo del virus carece de la capacidad para ser transmitido
directamente entre seres humanos.

Los indios americanos sufrieron un gran desastre demográfico en los años inmediatos
posteriores al descubrimiento de América; este desastre ha sido generalmente atribuido a
la introducción de la viruela en el Nuevo Mundo. Sin embargo, la viruela no fue
introducida en Santo Domingo sino hasta 1518, o sea, veintiséis años después del
descubrimiento; ya para entonces la población de la isla había disminuido de más de un
millón (en 1492) a poco más de diez mil habitantes, por lo tanto, la viruela no es la causa
de esta mortandad. El historiador Francisco Guerra ha sugerido, basándose en los relatos
de diversos cronistas de Indias, como Bartolomé de las Casas, Fernández de Oviedo,
Hernando Colón y Herrera y Tordesillas, que la mayor parte de la mortandad entre los
indios de Santo Domingo fue causada por una epidemia de influenza porcina. De acuerdo
con las crónicas, la epidemia se inició en La Isabela, la primera ciudad del Nuevo Mundo,
el 9 de diciembre de 1493, un día después de la llegada de 1 500 hombres y animales
domésticos transportados en los diecisiete barcos que constituían la segunda expedición
de Colón. Los animales domésticos, que incluían ocho cerdas, habían sido embarcados en
el la nave insignia en La Gomera, Islas Canarias, entre el 5 y el 7 de octubre de 1493,
pero el contacto entre los animales y los miembros de la expedición ocurrió solamente
después del desembarco en Santo Domingo cuando, de acuerdo con las crónicas, los
caballos fueron considerados perdidos a causa de una enfermedad. Todas las fuentes
históricas están de acuerdo en la fecha, lugar y descripción de las manifestaciones clínicas
y mortandad de la epidemia. El cuadro clínico corresponde a una infección aguda
extremadamente contagiosa capaz de afectar en forma inmediata a todos los miembros
de la expedición incluyendo al propio Colón. Los sintomas consistían en fiebre elevada,
escalofrío, postración y elevada mortalidad, aunque aquellos que sobrevivieron
manifestaron resistencia a las recaídas.

Crónicas que hablan de otros brotes de la enfermedad posteriores a la invasión de tierra


firme, entre 1514 y 1519, mencionan problemas respiratorios y epistaxis (hemorragias
nasales) como síntomas asociados. Los cronistas indican que después de haber afectado a
los españoles, la enfermedad empezó a provocar la muerte de "innumerables indios".

El corto periodo de incubación observado en la epidemia de 1493 y la evolución del


padecimiento descartan al paludismo como causante de la epidemia y, por el contrario,
apoyan clínica y epidemiológicamente que la enfermedad causante fue la influenza.
Guerra ha estudiado el papel de los virus de la influenza porcina en la producción de
pandemias de influenza en humanos, y ha comparado la evolución demográfica de las
Antillas desde la llegada de Colón en 1492, con la evolución demográfica de las Filipinas
desde la llegada de Magallanes en 1521. Ambos archipiélagos tienen una extensión y
clima similares. Sin embargo, los indígenas precolombinos prácticamente carecían de
animales domésticos y por lo tanto fueron por primera vez expuestos a los virus de estos
animales después de la llegada de Colón. Los filipinos poseían animales domésticos
incluyendo tres especies de cerdos, antes de la llegada de Magallanes. Por lo tanto, los
filipinos habían adquirido inmunidad que les permitió tolerar la colisión inmunológica con
los exploradores españoles, mientras que los antillanos perecieron en grandes cantidades
debido a la carencia de inmunidad previa. Los cronistas han dejado constancia de la
inmunidad selectiva mostrada por los indígenas. Fernández de Oviedo comentó la
resistencia de los indios a las enfermedades venéreas y la frambesia, mientras que el
obispo Las Casas hizo notar lo susceptibles que eran a los padecimientos respiratorios. El
cronista Solórzano Pereira escribió que "el aliento ajeno mata al indio"

Existe una teoría cíclica para explicar el cambio antigénico; esta teoría se basa en la
observación de anticuerpos contra la influenza en el suero de personas que estaban vivas
antes de 1932, año en que fueron aisladas las primeras cepas del virus. Suero humano
obtenido en 1957, el año en que apareció el virus subtipo H2N2, fue mantenido en
congelación y posteriormente probado para establecer si contenía anticuerpos contra las
cepas contemporáneas H2N2 y H3N2. El suero de individuos que ya estaban vivos en
1889, pero no, en 1888, mostró la presencia de anticuerpos contra el subtipo H2N2; esto
sugiere que estos individuos habían sido infectados por una cepa H2N2 en 1889.
Experimentos similares demostraron que la cepa H3N2 ya estaba presente alrededor de
1900. Por lo tanto, la teoría cíclica supone que las cepas virales se "ocultan" con cierta
periodicidad, permaneciendo quizá en otra especie que actúa como hospedera hasta que
la población de la especie hospedera natural, que manifiesta inmunidad contra el virus, es
substituida paulatinamente por un número suficiente de nuevos individuos susceptibles
que no han estado expuestos al contagio por el virus. Bajo estas condiciones, el virus
puede resurgir e infectar una vez más una proporción considerable de la especie
hospedera natural.

El ciclo observado en el caso de los subtipos H2N2 y H3N2 es de alrededor de 60-70 años,
o sea, equivalente a la expectativa de vida promedio. Sin embargo, la aparición en 1977
de una cepa HINI idéntica desde el punto de vista serológico y de hibridación de ácidos
nucleicos a la cepa presente en 1950 sugiere que una nueva población de individuos
susceptibles puede acumularse en sólo 25 años.

El genoma del virus de la influenza (tipos A y B) consta de ocho segmentos de ARN de


cadena sencilla, cada uno de los cuales da origen a un ARN mensajero monocistrónico.
Cuando una célula es infectada en forma simultánea por más de una cepa del virus de la
influenza los nuevos fragmentos de ARN viral sintetizados pueden mezclarse al azar, dando
origen a viriones híbridos que son genéticamente estables. Se ha demostrado que estas
cepas híbridas pueden diseminarse en forma natural e infectar animales susceptibles.
Cepas que pueden haberse originado por la combinación genética espontánea entre cepas
de virus humano y de virus de animal han sido aisladas en forma natural. Algunos autores
sugieren que la recombinación genética espontánea constituye el principal mecanismo por
el cual surgen las nuevas cepas o subtipos del virus de la influenza tipo A.

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