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Estado nacional y región

Pensamiento Político Ecuatoriano

Estado nacional y región

Introducción y selección de Mónica Mancero Acosta


Pensamiento Político Ecuatoriano
Colección fundada por Fernando Tinajero

©De la presente edición:

Secretaría Nacional de Gestión de la Política


Guayaquil 300, entre Morales y Loja
(593) 2 2953–368
www.politica.gob.ec

BEATRIZ TOLA BERMEO


Secretaria Nacional

MIGUEL VALLIER URBINA


Gerente del Proyecto de Pensamiento Político

ISBN: 978-9942-07-513-0

Editores:
Guillermo Maldonado Cabezas
Esteban Poblete Oña

Diseño de portada e interiores:


Tecnoprint

Quito, diciembre 2013


Presentación

Beatriz Tola Bermeo

Sin ninguna duda, las regiones han tenido un peso decisivo en el desarrollo
histórico del Ecuador. La configuración de nuestro territorio, marcada en forma
indeleble por la inmensa cordillera de los Andes, ha dado lugar al nacimiento
y consolidación de distintas formas de vida humana, condicionadas podero-
samente por las características del clima, del suelo y de las corrientes de agua,
pero también condenadas a una secular separación que ha sido un permanente
obstáculo para la integración social y política: no se trata, por lo tanto, de las
regiones naturales solamente, que constituyen el soporte de distintas formas de
vida humana, sino también de las regiones socialmente definidas, bien sea por
las modalidades del comercio y la cultura, bien por el aislamiento en que han
debido vivir por la falta de caminos capaces de vencer a la rebelde geografía.
Tal ha sido, con toda seguridad, una de las causas del desarrollo desigual
de la población ecuatoriana, que si bien ha tenido la fortuna de habitar en un
paraíso de fecunda diversidad, también ha debido soportar los males derivados
de la incomunicación. En la Historia de la Compañía de Jesús en el antiguo te-
rritorio de la Audiencia de Quito, compuesta por el Padre Juan de Velasco en
su exilio, se puede leer la narración de las penalidades que hubieron de pasar
los jesuitas expulsados por Carlos III en 1767: el viaje de Quito a Guayaquil
tardaba entonces veinte días, y debía seguir la ruta de los caminos trazados por
los propietarios de la tierra en sus diversos latifundios, porque no había caminos
de uso público, o se encontraban intransitables. Y todavía a finales del siglo si-
guiente, el mismo trayecto tenía una duración semejante y había que seguirlo a
lomo de mula. La carga, como es bien sabido, era llevada sobre la espalda de los
guandos, cargadores indígenas que debían seguir a pie a los arrieros.
¿Cómo podía construirse un país en esas condiciones? ¿Qué democracia
era entonces posible? La costa y la sierra eran mundos que se desconocían
mutuamente y cada uno engendró una clase dominante de características dis-
tintas; pero también el Austro hubo de vivir y crecer en medio de un absoluto
aislamiento, lejos de la remota capital y lejos también del puerto, que sin
embargo se mostraba menos inaccesible. Igual suerte había de correr la región
de la costa norte, aunque con distintas circunstancias, y ni siquiera se puede
hablar de la región oriental, que hasta hace poco más de medio siglo fue una
selva impenetrable.

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De ahí que la sociedad ecuatoriana tuvo enormes dificultades para integrar-
se como una unidad política, y presentó, durante la mayor parte de su historia,
el aspecto de un conjunto de comunidades desarticuladas, que alimentaron vi-
siones distintas de lo que se consideraba como “realidad nacional”, para la cual
se concibieron también políticas muy poco coincidentes.
Mérito enorme es el de Mónica Mancero al haber rastreado en la historia
de la producción intelectual ecuatoriana la huella de esta dura realidad social,
política, humana. A través de las páginas que ha recopilado para este volumen,
el número nueve de nuestra Colección Pensamiento Político Ecuatoriano que
lleva por título: Estado nacional y región, podemos ahora seguir el trayecto de las
reflexiones que se han desarrollado sobre el Ecuador y sus aspiraciones, atrave-
sadas siempre por la sombra de lo regional, que ha gravitado como una amenaza
permanente para la unidad nacional. La lectura de los textos que siguen nos
ayudará a comprender, por lo tanto, que la construcción de una sociedad mo-
derna ha sido una obra titánica en la que han estado comprometidos muchos
esfuerzos, uno de los cuales, desarrollado desde los cuatro puntos cardinales, ha
sido sin duda el esfuerzo por alcanzar la anhelada integración, sobreponiéndose
siempre a las condiciones impuestas por una naturaleza inmensamente rica,
pero a veces inmensamente ajena.
La reapropiación de nuestro territorio, su integración física mediante las
vías de comunicación, y como consecuencia, la movilidad de los grupos hu-
manos, los encuentros, los intercambios, son por lo tanto un tema político de
fundamental interés. No, desde luego, de la política coyuntural: hablo de la
política fundamental, de esa que se mide siempre en plazos largos, en lo que
Braudel llamaba “la larga duración”.
Hoy creemos haber llegado ya a una integración de nuestro país, sin pre-
tender borrar las culturas regionales, que tanta riqueza humana agregan a nues-
tra riqueza natural. Aprendamos a disfrutar de una y de la otra, sabiendo sin
embargo que ambas se encuentran siempre en permanente mutación.

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Índice

Presentación .................................................................................................. 5
Beatriz Tola Bermeo
Estado nacional y región en el pensamiento político ecuatoriano.................... 9
Mónica Mancero Acosta

Antología

Benigno Malo, “Centralización o descentralización” (1856)......................... 33


Alfredo Espinosa Tamayo, “El regionalismo” (1919)..................................... 41
Jacinto Jijón y Caamaño, “El Municipio según el
Partido Conservador Ecuatoriano” (1929).................................................... 47
Luis Bossano, “Apuntes acerca del
regionalismo en el Ecuador” (1929).............................................................. 71
Belisario Quevedo, “Notas sobre el carácter
del pueblo ecuatoriano” (1931).................................................................. 121
Remigio Crespo Toral, “El Estado orgánico” (1938)................................... 129
Pío Jaramillo Alvarado, “Etapas del progreso en
las provincias orientales del Ecuador” (1964).............................................. 143
Benjamín Carrión, “El sustentáculo físico” (1977)...................................... 151
Ricardo Muñoz Chávez, “Centralismo
y regionalismo “1830–1980” (1980).......................................................... 183
Manuel Córdova Galarza, “Centralización y descentralización” (1980)....... 189
Leonardo Espinoza, “Hacia un nuevo proceso de dependencia.
Crisis de la producción toquillera e intentos de
reactivación de la economía regional” (s/f )................................................. 193
Carlos Contreras, “Guayaquil y su región en
el primer boom cacaotero” (1994).............................................................. 213

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Carlos Calderón Chico, “Guayaquil, cuna de la libertad.
El 9 de octubre de 1820” (2009)................................................................ 245
Tatiana Hidrovo, “Región Manabí,
desde el centro a la periferia” (2013)........................................................... 251

Referencias............................................................................................... 271

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Estado nacional y región en el pensamiento
político ecuatoriano
Mónica Mancero Acosta

“Toda obra sigue siendo un frágil intento de producir un comple-


mento de inteligibilidad, mediante la escritura. Acaso aquí más aún
que en otros lugares” (Pierre Rosanvallon, 2002).
“Lo que importa es que nosotros, independientemente de lo que He-
gel pensara sobre América, nos sentimos también parte de la historia
universal, y no precisamente por haberla hecho, sino por haberla pa-
decido” (Tinajero, 1986).

PREMISAS
La conformación del Estado nacional y la cuestión regional han constituido dos
dimensiones cruciales de nuestra peculiar modernidad política1, a lo largo de los
dos siglos de historia republicana. Sin embargo, estos procesos se han decantado de
diversas maneras, de acuerdo al tipo de configuración social y de poder vigentes al
momento.
Las élites políticas y nuestros pensadores políticos han reparado sobre estos
procesos y los han confrontado a través de mecanismos diversos, por un lado nuevos
arreglos institucionales plasmados en nuevas Constituciones, leyes y políticas, y por
otro, a través de escritos y textos políticos de diversa magnitud y envergadura. El
presente estudio introductorio se va a centrar en caracterizar el segundo ámbito, es
decir las reflexiones de los pensadores políticos ecuatorianos a lo largo del siglo XIX
y XX, y a buscar sentido a estos discursos. Esto no quiere decir que, en algún caso,
confluyan ambos registros, es decir élites políticas que a la vez son los autores de los
textos que hemos seleccionado.
Uno de los puntos de partida, es definir qué es lo político. Para ello nos adscri-
bimos al concepto de Rosanvallon que lo define como “el lugar donde se articulan
lo social y su representación, la matriz simbólica en la cual la experiencia colectiva
se arraiga y se refleja a la vez” (Rosanvallon, 2002: 126). Este es un concepto su-

1 De acuerdo a Bolívar Echeverría la modernidad de América Latina está permeada de un


ethos barroco que supone “vivir la contradicción (de la sociedad capitalista) desrealizándola, trasladándola
a un plano imaginario en el que pierde sentido y se desvanece, donde el valor de uso puede restaurar su
vigencia a pesar de haberla perdido” (Tinajero, 2011: 31).

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ficientemente amplio, que va por supuesto más allá del significado pragmático de
“la política”.
Por otro lado es necesario que definamos, si eso es posible, al menos perentoria-
mente, la naturaleza y la función del pensamiento político. Al respecto hay un largo
debate en el seno de las Ciencias Sociales. Una visión preponderante en la historia
tradicional ha sido analizar las ideas de los autores desde una perspectiva biográfica
y como si estas ideas iluminadas pudieran aclarar la confusa realidad que describen
los textos. Otras visiones reduccionistas han querido ver las ideas políticas más bien
como un simple reflejo de la clase social, de la etnia, o del lugar específico en que
se ubica la o el autor. En la actualidad, estas posturas han sido contestadas. Hacer
la historia conceptual de lo político, de acuerdo a Rosanvallon (2002) es la forma
social cómo se construyen respuestas a lo que se percibe como problemas, constru-
yendo de esta forma nuevas racionalidades políticas que modifican las representa-
ciones de lo político. Entonces no se trata primordialmente de analizar la estructura
interna del texto, o de contraponer texto al contexto, sino que nos acogemos a la
siguiente propuesta “hemos sugerido que hacer la historia del pensamiento es ocu-
parse de la emergencia, de la estructura, de la dinámicas interna y de la mutación
de los campos de visibilidad e inteligibilidad. En esta historia lo que interesa son
las reglas constitutivas de los saberes, sus objetos y sus maneras de narrar y escribir”
(Polo, 2010: 40).
También nos interesa aclarar lo que significa el Estado nacional, y a su vez la
cuestión regional, y explicitar que hay diversas perspectivas de análisis que encaran
estos conceptos2. Cuando nos referimos al Estado nación lo relacionamos con una
compleja articulación de ámbitos culturales, territoriales e institucionales que defi-
nen esta forma de organización societal característica de la modernidad. El Estado
nacional opera por medio de una concentración de poder, recursos y símbolos de la
identidad nacional que, a veces, se contrapone con identidades regionales o locales.
La región, en cambio, es una forma espacial de la sociedad; más específicamente las
regiones son ámbitos definidos a partir del dominio territorial de una relación de
acoplamiento o de una relación de semejanza (Coraggio, 1989). En virtud de que
las dimensiones territoriales, culturales, económicas de ambas entidades se entre-
cruzan, puede preverse que exista una tensión irreductible entre ambos.
En efecto, existe una tensión subyacente entre el Estado–nación y la región en
dos ámbitos, el territorial y el cultural. Lo importante, más que resolver esta con-
tradicción, es entender sus dimensiones y manifestaciones. Cuando nos referimos
al ámbito territorial aludimos a vínculos de poder o pertenencia de parte de los
sujetos sobre un espacio geográfico (Montañez, 2001). Se trata de advertir si estos
vínculos se despliegan fundamentalmente a nivel regional o nacional. Cuando nos

2 Este apartado se ha elaborado en base al texto “Estado-nación y región”, de mi autoría,


publicado en 2010.

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referimos al ámbito cultural pensamos no solo en el sentido de identidad que tienen
los sujetos sobre la región y/o sobre la nación; sino hablamos de la cultura, en un
sentido amplio, que incluye también el aspecto material y las formas económicas de
subsistencia. No obstante, postulamos que es muy restrictivo plantear una oposi-
ción nación/región y apostamos más bien por afirmar una articulación entre ambas.
Es decir la región no solo que no se subsume en la nación, sino ambas instancias,
frecuentemente, se superponen y compiten en intereses tanto territoriales como
culturales.
Según Bauman (2001) el término Estado–nación combina la nación, un con-
cepto alentador y calurosamente emocional, con la distante y fría realidad del Esta-
do. Es decir, el Estado tiene básicamente un componente de carácter institucional,
legal y territorial. Mientras que la nación tiene un componente cultural y territorial,
que puede o no coincidir con el territorio del Estado. Sin embargo cuando habla-
mos del Estado–nación nos referimos a esta compleja articulación de elementos.
Nuestra perspectiva en el presente estudio es tomar la definición de la nación
como una comunidad imaginada (Anderson, 2000) con una relativa base étnica
(Smith, 2004), politizada y en busca de soberanía; mientras el nacionalismo es la
ideología y el pensamiento que desarrollan los partidarios de la nación para lograr
sus fines.
De acuerdo con Harvey (citado en Delgado, 2001) hay espacios dominantes
y espacios de resistencia, y exigen una interpretación materialista de la espaciali-
dad. Establecen una relación trialéctica entre la espacialidad percibida, concebida
y vivida. Se prioriza el análisis de los espacios relacionados con lo clandestino, en
los espacios de los dominados, de las periferias, de los márgenes, llenos de política
e ideología que descansan en las prácticas materiales. El espacio, por tanto, no es
neutro.
Territorio, en cambio, significa la tierra que pertenece a alguien. Territorio es
un concepto relacional que insinúa un conjunto de vínculos de dominio, de poder,
de pertenencia o apropiación entre una porción o la totalidad del espacio geográfico
y un determinado sujeto individual o colectivo (Montañez, 2001). Territorio es
el espacio apropiado y valorizado, simbólica o instrumentalmente, por los grupos
humanos. El espacio es la materia prima del territorio.
Específicamente la regionalización es la forma espacial de una sociedad. Es un
complejo social–natural (Coraggio, 1989). El concepto más reciente de desarrollo
territorial trasciende el campo económico para ingresar en las dimensiones social,
cultural y política. Está demostrado, nos dice Moncayo (2001), que las regiones que
“ganan” son aquellas donde los valores, las instituciones y en general la atmosfera
sociocultural refuerzan el potencial tecno–económico del desarrollo local.
Sostener que los conflictos regionales podrían tener en su mayor parte caracte-
rísticas contestatarias, es complicado a criterio de Sabaté (1989) como resultado del
llamado “colonialismo interno”. Los habitantes del interior resultan como los do-

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minados. Esta, a final de cuentas, resulta una concepción dependentista populista.
Según Radcliffe y Westwood (1999) el término “patria chica” expresa en Lati-
noamérica un sentimiento de filiación espacial. Plantean la idea de filiaciones espa-
ciales superpuestas con la patria y el lugar de origen.
Hoerner distingue dos tipos de territorio: los territorios próximos o identitarios
y los territorios más vastos. La región sería la bisagra entre ambos, entre la patria
y la “matria”, entre la nación y la localidad. La región es demasiado grande para
responder a las preocupaciones de la vida cotidiana y demasiado pequeña para ser
institucionalizada como un estado (Hoerner [1996] en Giménez, 2000).
Bajo esta consideración, el debate de si es la nación o la región es un falso de-
bate. Se trata más bien de ver cómo se manifiesta esta tensión, no resuelta, en la que
ambos elementos se entrelazan. La relación entre región/nación es una dinámica
que se retroalimenta y está íntimamente articulada. Corresponde investigar proce-
sos históricos y sociales específicos para advertir si la tensión nación/región favorece
a alguna de ellas como principio articulador.
La selección de textos que hemos realizado corresponde a un criterio de equili-
brio ideológico político y equilibrio regional, que no ha sido fácil lograr. Lamenta-
blemente no hemos podido encontrar muchos textos escritos por mujeres para dar
cuenta de una equidad de género. Esta misma ausencia, sin embargo, no es inocente
sino un síntoma de la construcción, por un lado de un pensamiento político pa-
triarcal y por otro, de la configuración de un Estado nación con exclusiones signifi-
cativas, no solo de importantes grupos étnicos, sino también de amplios grupos de
mujeres, que han estado relegadas a su rol familiar, justo a pesar de haber erigido a la
familia ecuatoriana, de algún modo, en la base de la nación. Para Balibar (1991) la
nacionalización de la familia tiene como contrapartida la creación de un parentesco
simbólico que anuncia una descendencia común. Sin embargo, el nacionalismo
tiene una connivencia secreta con el sexismo no solo por ser parte de una misma
tradición autoritaria, sino porque la desigualdad de roles impone la mediación jurí-
dica, económica, educativa y médica del Estado.
Los diferentes textos aquí compilados corresponden a un período amplio de la
historia republicana. Van desde las últimas décadas del siglo XIX, hasta la primera
década del siglo XXI. La mayor parte corresponden, sin embargo a la primera mitad
del siglo XX. Este amplio espectro cronológico ratifica la permanencia de la cues-
tión regional en el Ecuador.
Con todos estos elementos, podemos abocarnos a desarrollar el tema en cues-
tión, esto es las ideas políticas sobre el Estado–nación y la cuestión regional en
autores ecuatorianos.

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EL ESTADO NACIONAL Y LA CUESTIÓN REGIONAL EN EL
ECUADOR DECIMONÓNICO
El Ecuador nace con un sino que va a sobrellevar durante dos siglos de existencia: el
territorio, y más concretamente la disputa por el establecimiento del poder político
sobre el territorio, lo que da paso a lo que se denomina regionalismo político (Mai-
guashca, 1994). Este tipo de regionalismo se va a desarrollar a lo largo de casi todo
el siglo XIX y configura, de algún modo, las disputas políticas de ese momento y,
por cierto, la propia institucionalidad jurídica y política.
En el momento mismo de su constitución, el Ecuador, nace desarticulado, seg-
mentado en sociedades regionales que no lograban cuajar en una forma de Estado
nacional. Así describe Tinajero el nacimiento del Estado ecuatoriano, una perspec-
tiva compartida por varios historiadores:

Y ese Estado, marcado por la desarticulación geográfica y social, fragmentado por


las autonomías regionales y descuartizado por latifundios locales que no acababan
de imponerse los unos a los otros y que a veces estaban complicados con intereses
mercantiles, era una armazón jurídica que no podía expresar aspiraciones genera-
les sencillamente porque no existían (Tinajero, 1986: 29).

Uno de los más sólidos estudios sobre la cuestión regional en el siglo XIX en
nuestro país, es el realizado por J. Maiguashca (1994). El autor resalta el prolongado
conflicto que se provocaba entre lo que denomina élites nacionales, enfrentadas a
élites regionales. Afirma que éstas no respondían a intereses de clase, sino más bien
a poderes establecidos en el territorio, una suerte de fuerzas que constituían verda-
deros sistemas locales o regionales de dominación. Este tipo de configuración fue
precisamente lo que permitió la pervivencia de estos poderes en las tres regiones más
importantes del país, a lo largo del XIX:

Los agentes históricos principales no fueron clases sociales sino más bien fuerzas
que se enfrentaron a nivel espacial, es decir, “el poder central”, “los poderes re-
gionales” y los “poderes locales” (…) Los “poderes regionales” y “locales”, mien-
tras tanto no fueron instituciones formales sino sistemas locales de dominación
social. Los principales entre los primeros fueron Quito, Guayaquil y Cuenca.
En cuanto a los segundos, estos fueron los municipios del país (Maiguashca,
1994: 359).

En este escenario, la constitución del Estado nacional fue una tarea cues-
ta arriba, que sin embargo fue emprendida con determinación en todo este
período histórico. Y precisamente fueron las élites políticas nacionales las que

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tomaron a su cargo este desafío, en la interpretación de Maiguashca. Destaca a
varios gobernantes del siglo XIX que asumen este reto, pero el más descollante
de ellos es sin duda García Moreno, quien como sabemos, se enfrenta a la des-
articulación regional más crítica en 1859, que amenazó la hegemonía de Quito
y la unificación del Estado nacional.
En relación al período garciano, Tinajero al igual que muchos otros histo-
riadores, plantea que el objetivo de García Moreno era la integración nacional,
aunque cuestiona no solo la forma para lograrlo, sino la tarea ilusoria que esto
suponía:

La política garciana, empeñada en hacer el bien a la fuerza: hacer el bien era


centralizar el poder, integrar geográficamente a las regiones, fraguar la unidad
nacional, reunir el cuerpo disperso del Esclavo en la conciencia renacida del Amo
que imponía su deseo de ser para llenar el vacío de ser–nada, pero que solo podía
llenarlos con el vacío de su propia ilusión (Tinajero, 1986: 31).

Por su parte Maiguashca, de forma penetrante, diferencia dos niveles de de-


bate en torno a la cuestión regional en ese período: el primero entre unitaristas
y federalistas, donde el punto de discusión era el tema de la institucionalización
del poder del Estado en el territorio. Y el segundo, entre centralistas y descentra-
listas, cuyo eje era la organización y administración de los recursos. Ciertamente
son debates con matices diferentes, aunque corresponden al gran tema de la
cuestión regional instaurada en nuestro país, desde sus orígenes.
La interpretación de Maiguashca sitúa a las élites nacionales como las pro-
tagonistas en la construcción del Estado nación, mientras que las regionales
son, de algún modo, las obstruccionistas y desintegradoras de este proceso. Esta
puede resultar una perspectiva algo maniquea. En mi percepción, ambas élites
pretendían la consecución de un Estado nación, el tema era la forma política y
organizativa que se planteaban para tenerla, y eso dependía de la propia ubica-
ción de estas élites y no precisamente de si tenían una vocación más regional o
más nacional.
De acuerdo con Bourdieu (2001) la delimitación de las fronteras de la re-
gión es un acto mágico–religioso, que lo ejecuta aquel investido de autoridad,
para separar y dividir el interior y el exterior:

La regio y sus fronteras […] no son otra cosa que la huella muerta del acto de auto-
ridad consistente en circunscribir el país, el territorio […], en imponer la definición
[…] legítima, conocida y reconocida, de las fronteras y del territorio, en suma, el
principio de división legítima del mundo social (Bourdieu, 2001: 88–89).

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No solo que la división geográfica es consecuencia de este acto de autoridad
mágico–religioso, incluso Bourdieu va más allá, y afirma que cuenta mucho para
la orientación que tomarán los investigadores, la posición central o local que ellos
mismos tengan.
La lectura de los textos que a continuación se compilan, nos permiten afirmar
que estas élites políticas regionales no eran secesionistas, sino que imaginaban otro
Estado nación, una organización equilibrada y con mayor equidad territorial. Ima-
ginaban en el sentido que da Anderson, pues no es una fantasía, sino un acto con
profunda eficacia.
El texto del cuencano Benigno Malo (1807–1870), escrito en 1856, que se
compila en este libro, es una fervorosa defensa del federalismo como la mejor forma
de organización de un Estado. Malo pone en boca de George Washington un dis-
curso sobre la importancia y las ventajas de la descentralización, de la organización
estatal federal y de dar poder a los municipios. Hace depender del sistema de go-
bierno y político federativo, casi íntegramente la prosperidad, desarrollo e incluso la
paz de las naciones. Malo recorre casi toda la geografía mundial y concluye que no
hay mejor sistema que la descentralización, mientras que las democracias centrali-
zadas traen consigo “consecuencias desastrosas”.
También atisba un elemento interesante al afirmar que el totalitarismo y el
despotismo político se facilitan enormemente con sistemas centralizados aunque se
llamen federales. El texto de Malo está dirigido a respaldar iniciativas federalistas
que se pronunciaban en diferentes diarios del Ecuador sobre la conveniencia de la
Federación colombiana. Y afirma categóricamente las ventajas que el sistema federal
traería para nuestras naciones: “La Federación es un puerto de seguridad, no solo
para la nave de los Estados Americanos que navegan entre tantos escollos y borras-
cas, sino también para los mimos pilotos que la dirigen” (45).
El mérito del texto de Malo es que se adentra en los meandros políticos del
beneficio del federalismo. Para el autor el despotismo se puede desarrollar más fácil-
mente en un sistema central, mientras que un sistema federal es más propicio para
que se desarrollen una diversidad de tendencias y partidos políticos que frenen el
carácter autoritario de cualquier régimen.
Sin embargo, las tesis de Malo y las élites regionales que las sustentaban fueron
derrotadas, con el consecuente repliegue que estas élites debieron hacer. Se conso-
lidó en Ecuador el centralismo como forma de organización territorial del poder
político en el siglo XIX. A pesar de ello, el regionalismo pervivió, aunque bajo una
nueva forma, como veremos más adelante.
No hemos encontrado otros textos en forma de ensayos, correspondientes a
este período. Está claro que las iniciativas de las élites políticas se dirigían en ese
momento hacia la formulación de los diferentes textos constitucionales en donde
se expresa el debate sobre la cuestión regional, así como en los diarios de la época.

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EL ESTADO NACIONAL Y LA CUESTIÓN REGIONAL
A PARTIR DE LA REVOLUCIÓN LIBERAL

La cuestión regional no se agota en el siglo XX, al contrario, adquiere un nuevo ca-


rácter y se revitaliza. La división territorial marcada por la geografía se hace presente:
costa y sierra se convierten ahora en dos grandes contendoras que rivalizan en impor-
tancia económica y en identidad, aunque ya no se disputan la centralidad política.
De acuerdo a Gustavo Cosse (1986), el proceso político ecuatoriano pero tam-
bién el económico está marcado por la diferenciación regional, fundamentado en la
geografía. El control ejercido sobre el Estado y la economía por parte de los terra-
tenientes serranos, en alianza con la Iglesia, fue disputado en la revolución liberal.
El liberalismo constituyó la expresión de nuevos sectores vinculados a una naciente
burguesía costeña:

Al llegar el fin del siglo XIX, la dicotomía sierra–costa, organizada con base
en la diferenciación productiva (cuyo fundamento último es la diferenciación
ecológica) estaba marcada por un proceso social caracterizado por la pérdida
de posiciones de los hacendados serranos en la sociedad (…) El Estado terrate-
niente eclesiástico, organizado en función de un sistema social y económico de
la hacienda precapitalista empezaba a ser rebasado por el avance del capitalismo
costeño. La clase terrateniente, que había controlado el poder desde la indepen-
dencia en alianza estrecha con la Iglesia, debió enfrentar la Revolución Liberal
(1895), expresión político–ideológica de las nuevas fracciones burguesas cos-
teñas. El liberalismo fue más bien, una expresión del conflicto entre las clases
propietarias costeña y serrana, antes que un proyecto nacional nuevo en el país
(Cosse, 1986: 323–324).

En este contexto, los poderes regionales se rearticulan. Las regiones Quito,


Guayaquil y Cuenca se reconfiguran en una nueva regionalización que responde a
un nuevo momento económico y político y, se erige la disputa sierra–costa como
expresión de este proceso histórico.
Se sostiene que, en este momento Cuenca rompe su tradicional alianza con
Guayaquil, y se articula a Quito, en correspondencia a sus intereses serranos en
cuanto a la lógica terrateniente (Quintero y Silva, 1982). Sin embargo esto puede
ser parcialmente cierto. Podemos ver en los textos que se compilan en este libro,
cómo las alianzas entre Guayaquil y Cuenca, que sobrepasan los intereses econó-
micos y que tienen que ver hasta con intercambios de parentesco, perviven durante
todo el siglo XX. Además la disputa contra el centralismo quiteño constituyó el leit
motiv para que Cuenca y Guayaquil continúen aliadas.
Hemos seleccionado el texto el Estado orgánico, de Remigio Crespo Toral
(1860–1939), quien fuera literato, político y rector de la Universidad de Cuenca.

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En este texto, Crespo Toral reflexiona sobre la realidad del país desde una pers-
pectiva de las carencias o déficits para la consecución de un auténtico Estado na-
cional. Deja traslucir un concepto patriarcal del Estado, que lo visualiza como la
prolongación de la familia y el concepto de soberanía popular lo cuestiona decidi-
damente pues para él la democracia “resulta imposible y absurdo, es el caos” (126).
Sin embargo, desde una visión conservadora cristiana, Crespo Toral se opone a un
individualismo protestante que puede producir autarquía, y si dirige más bien a un
“régimen societario de común auxilio” (127).
Bajo este contexto, Crespo Toral, enfoca el territorio como el espacio natural
sobre el cual se hace posible “la prolongación y cristalización en la nacionalidad”.
Sostiene que, por historia y trascendencia de la función, resulta más importante
la región o provincia. Relata minuciosamente en este ensayo, la disputa centralis-
mo vs. federalismo a lo largo de América. Frente a ello se ubica Crespo Toral en
la posición de defensor del federalismo como la mejor forma de organización del
Estado, pues las “naciones más importantes se han organizado federativamente”.
A su vez, acusa al Ecuador de ser un Estado donde prima el modelo centralista y
critica duramente a la organización territorial en base de las provincias, pues éstas
constituyen “simples secciones geográficas… sin atribución alguna” desdeñando las
anteriormente reconocidas a los Municipios, y sobre todo menoscabando la im-
portancia que anteriormente tenían entidades como los distritos, que gozaban de
ciertos derechos.
Una tesis central de Crespo Toral es la configuración de la nación sobre la base
de la tradición, de la comuna, de la familia, de lo local y regional. Por ello plantea
la importancia del reconocimiento de su estatus y sus derechos a cada grupo social,
de este modo la nación se configura a través del respeto a lo que existe en cuanto
a población y territorio. El defecto principal del centralismo es que “no posee la
eficiencia inmediata para atender a las urgencias sociales”. Es necesario contar con
recursos para el progreso y bienestar: “todo para bien de todos, considerando que
somos una sola familia, y que en ella ninguno de sus miembros ha de ser excluido
de la mesa, del techo y del suelo” (141).
En la misma tesitura conservadora, Jacinto Jijón y Caamaño (1890–1950), his-
toriador y político quiteño, realiza un ensayo sistemático y logrado acerca del Mu-
nicipio, en su texto “Municipio”, parte de su libro Política conservadora. Se maneja
en dos dimensiones para su análisis, el ser y el deber ser. A la segunda dimensión la
relaciona con el programa político del Partido Conservador Ecuatoriano, de quien
fue su conspicuo representante. El autor parte de explicitar una visión orgánico–
biológica de la sociedad, puesto que la concibe como “un ser vivo”, es una sociedad
natural que está subordinada al Estado. El fin de la nación y el fin del Municipio es
diverso según Jijón y Caamaño, mientras la nación busca la protección del derecho
y la tutela de los intereses sociales, el Municipio tiene por fin el “bien comunal de
los vecinos”. Una excesiva autonomía es peligrosa para el Estado, pero también una

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absorción desde el Estado hacia el Municipio constituye un proceso de “desorgani-
zación nacional”.
Plantea que cuando una nación formada por nacionalidades distintas se fun-
den en un todo armónico, la limitación de atribuciones de sociedades secundarias
es necesaria. En una República indohispana, donde conviven dos razas de distinta
cultura, para Jijón y Caamaño, provoca un “cierto apartamiento de masas determi-
nadas de la población de la vida activa de la República”. Frente a esto, un excesivo
centralismo agravará la situación.
El análisis del autor no deja de ser agudo, en el sentido de que a la luz del con-
texto étnico de la realidad nacional, evalúa la relación Estado–región. En efecto, en
el Ecuador no puede discutirse el tema del Estado nacional, y de la realidad regional
sin considerar la variable étnica, y eso le da al ensayo de Jijón y Caamaño un sentido
tanto de complejidad como de actualidad, si consideramos que el tema étnico ha
sido puesto sobre el tapete con fuerza, solo en las últimas décadas.
Jijón y Caamaño se muestra profundamente crítico con lo que él denomina
una “organización mecánica” en relación a la división administrativa del país y
a las atribuciones legales otorgadas a los Municipios. Es la homogeneidad y la
inflexibilidad en la organización político–administrativa que Jijón y Caamaño
crítica. Esa realidad, de acuerdo a su lectura, llevó a una parálisis y a un caos de
la República.
Plantea el autor restricciones mutuas al poder central y al Municipio para su
mejor funcionamiento. La vertiente conservadora de Jijón y Caamaño trasluce cla-
ramente cuando afirma que la propiedad se convertiría en la fuente de represen-
tación para las elecciones de los Municipios. Sin embargo su conservadurismo se
aplaca, y de forma bastante sorprendente, cuando plantea tres ideas que la sociedad
ecuatoriana ha retomado recientemente: el referéndum, la iniciativa popular y la
revocatoria del mandato.
Propone una nueva división orgánica con cabildos de clase A, B, C, de acuerdo
al número de sus habitantes y su posición. El planteamiento de fondo es claro, se
requiere modificar la vida orgánica del país a través de una organización distinta,
esto redundará para su progreso. Insiste el autor en la importancia de respetar la
diversidad para que la ley regule de acuerdo con esa diversidad, y expone una pene-
trante tesis que continúa muy vigente: “Donde no existe igualdad no puede crearla
la ley: lo fundamentalmente diverso necesita instituciones distintas”.
Por otra parte, Alfredo Espinosa Tamayo (1880–1918) en Psicología y sociología
del pueblo ecuatoriano, desarrolla un capítulo referido al regionalismo. Lo entiende
como un gran obstáculo para la configuración de la nación. En su texto se encarga
de describir las causas que provocan este “grave mal de la vida ecuatoriana”, así
como las expresiones del mismo. El autor encuentra en la geografía, en la biología y
en la economía las explicaciones para que se provoque este regionalismo.

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El texto de Espinosa es de 1919, un momento en el que el oriente no era perci-
bido, y está totalmente ausente de los debates sobre regionalismo. Así, sierra y costa
se erigen en dos mundos distintos, paralelos y hasta contradictorios en el relato de
Espinosa Tamayo. Se originan disputas por temas de tributación, obras públicas,
comercio internacional, en los cuales Espinosa Tamayo va encontrando antagonis-
mos profundos en sierra y costa.
Una de las formas que permite superar estas crecientes confrontaciones, para
el autor, son las alianzas familiares y la creciente migración que se provoca desde la
sierra hacia la costa. Esto galvaniza las confrontaciones. En el análisis de la nacio-
nalidad para Espinosa Tamayo, cuenta el elemento regional pero no el tema étnico,
por eso puede concluir la existencia de la nación.
Belisario Quevedo (1883–1921) en su texto “Notas sobre el carácter del pueblo
ecuatoriano”, hace una descripción focalizada en los rasgos de carácter de lo que
él denomina “el pueblo ecuatoriano” en cuanto etnia y en cuanto región. Parecen
juntarse en el pueblo ecuatoriano los peores rasgos heredados del español y del
indio. Quevedo, de forma incisiva, describe cada una de las facetas que afectan este
carácter, en la educación que es superficial pero con aspiraciones enciclopédicas; en
la política siempre a la búsqueda de un caudillo que nos lidere, dando al líder la
suma de todos los poderes y de todas las libertades; en el trabajo y la producción que
refleja inconsistencia, debilidad, pobreza.
La perspectiva regional es muy acentuada en Quevedo, e incluso daría lugar a
una tipología: “Hay dos tipos del pueblo ecuatoriano, no hay que olvidar: el costeño
que habita en clima ardiente y por cuyas venas corre mucha sangre negra y el serra-
no del clima benigno que tiene cuatro quintos de sangre india, si acaso no es indio
puro. El primero es alegre, vengativo, ocioso; el segundo melancólico, tranquilo,
indolente” (609).
Sin embargo hay una característica general para Quevedo que cruza a las razas
y a las regiones: “esta característica es la violencia acompañada de la mala fe en sus
diferentes matices” (610). Esta crítica demoledora no deja ninguna perspectiva de
salida. El pesimismo, la autoincriminación fue una característica propia de varios
pensadores de la época, entre ellos Quevedo, quien tuvo una ruptura con el libera-
lismo y se adscribió más bien a la tendencia política socialista.
Es interesante observar que en el texto de Quevedo se plantea ya el tema del
oriente, como un aspecto crucial para la sobrevivencia del Estado nación. Para Que-
vedo nosotros debemos ser un “pueblo conquistador” del oriente ecuatoriano.
Por su parte, Pío Jaramillo Alvarado (1884–1968) de origen lojano, fue de los
pocos autores interesados en el oriente, en su texto Las provincias orientales del Ecua-
dor. Debido a su condición de Director General del oriente, escribe este texto en el
que en medio de un formato similar a un informe de gestión, logra deslizar ideas
fundamentales sobre la región oriental, que permeaban la sociedad y las políticas
del Estado ecuatoriano.

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El leit movit del informe es el tema de la vialidad, el transporte, las rutas que
unirían esos territorios distantes y aislados, con población escasa, pero con recursos
importantes para el desarrollo y progreso del país. Pío Jaramillo es un digno repre-
sentante de su tiempo y le anima un fervor especial al escribir estas páginas. Nos
habla de una “gran empresa civilizadora” que requiere de varias etapas para lograr su
cometido. El da cuenta de cómo su gestión ayudó a sentar las bases, desde el Estado,
para desarrollarla.
El oriente, como ya ha sido dicho, inicia en el imaginario de las élites políticas
como un territorio de conquista y de evangelización. Estas son las puntas de lanza
de la avanzada que arrancó desde el mismo momento de la conquista española, y
que fue una constante por varios siglos en la relación tanto de la administración
colonial, como luego del Estado nación constituido en el siglo XIX. Por lo tanto
son los conquistadores y los misioneros las figuras claves de estos momentos. Pos-
teriormente, son los tenientes políticos, los exploradores, los colonizadores, y por
cierto los nativos, los actores en este inmenso territorio, como bien lo enuncia Pío
Jaramillo Alvarado.
La tesis de Jaramillo Alvarado era dividir en provincias ese inmenso espacio y
facilitar así su administración; establecer una representación política de esos terri-
torios; construir carreteras que lo integren hacia diferentes provincias de la sierra.
Todo esto tiene como trasfondo la idea de librar “una inmensa lucha contra la natu-
raleza”, que para el momento que escribió su artículo Jaramillo Alvarado, no estaba
totalmente ganada. Y, por supuesto, este esquema responde también, aunque no
obsesivamente en el autor, al tema de la defensa nacional. Pero la “desmembración
territorial” para el momento que escribió el texto el autor, ya fue un hecho, aunque
no lo fue en el momento que él ocupó el cargo referido y sugirió este conjunto de
políticas, por lo cual se lamenta.
En este sentido, increpa lo que él considera “criterio absurdo de los gober-
nantes”, refiriéndose fundamentalmente a Velasco Ibarra, para quien el oriente no
requería mayores atenciones ni reformas administrativas. La consecuencia palmaria
de esto fue precisamente la pérdida de “gran parte de su rico e inmenso territorio
amazónico”.
En fragmentos del texto habla el autor de “los habitantes” del oriente y encomia
su participación en la consecución del progreso y desarrollo de la región. No dife-
rencia entre los colonos y los nativos, o los incluye a ambos en esta categoría. Este
progreso lo contrapone con una frase que retoma de un artículo de prensa como los
“oscuros trágicos años”.
Benjamín Carrión (1897–1979) desarrolla sus ideas sobre el regionalismo en su
texto “El sustentáculo físico”, Plan del Ecuador de 1977. El ensayo de Carrión parte
de describir lo que él denomina un cliché reiterado, la definición de “tropicales” a
los ecuatorianos. En su ensayo define cada una de las regiones, sus habitantes, sus

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principales atributos geográficos unidos a su tipo de producción y forma de vida.
Las diferencias que hay entre estos habitantes: el indio y el montubio para la sierra
y la costa, mientras que para el oriente habla de la existencia de varias naciones, y
manifiesta que

La región oriental en plan de descubrimiento y colonización, no ha podido apor-


tar ninguna característica esencial al modo de ser ecuatoriano: ni una palabra, ni
un sonido, ni una anécdota. En la contemplación que nos estamos planteando, la
región oriental no tiene palabra sustancial que pronunciar (Carrión, 2010: 185).

Esta desafortunada apreciación de Carrión arrasa indudablemente con culturas


ancestrales y con el carácter plurinacional de nuestro país.
Plantea la importancia de la geografía para la definición de la nación, y divide
en cuatro regiones al Ecuador, sumando a las tres tradicionales, precisamente una
zona intertropical, de altura mediana, de exuberancia geográfica y de dinamismo
especial, en la que se juntan ecuatorianos de todas las procedencias e incluso ex-
tranjeros. Esta región denominada intertrópico la plantea como la base de la unidad
nacional.
En este texto no observamos ninguna tesis fuerte de Carrión. Su ya conocida
tesis de la “pequeña nación”, ha sido analizada de forma penetrante por Fernando
Tinajero, quien afirma que contribuyó a cimentar lo nacional buscando juntar los
dos polos de culturas distintas, la burguesa y la subalterna, “bajo el ilusorio objetivo
de compensar con una gran cultura la pequeñez material y el fracaso internacional
de 1941” (Tinajero, 1986: 65).
Luis Bossano (1905–1997), en su obra Apuntes acerca del regionalismo en el
Ecuador, sin duda, desarrolla uno de los más completos análisis del tema regional
en el país, temprano en 1929. El autor despliega un amplio análisis de las diferentes
connotaciones que el regionalismo puede implicar y, desde una perspectiva compa-
rada, examina cada uno de estos aspectos.
El ensayo de Bossano aborda por igual el regionalismo vinculado a temas
geográficos, históricos, raciales, religiosos, jurídicos, de idioma, costumbres, cla-
ses sociales, económicos, intelectuales, administrativos, entre otros. En esta amplia
perspectiva Bossano se toma el trabajo de emplear un método comparado en cada
uno de ellos y va progresivamente analizando las pertinencias o no de elementos re-
gionalistas en el caso de nuestro país. Hemos incluido en esta compilación los textos
más significativos de Bossano relacionados al tema, primero elementos conceptuales
y luego aquellos que tienen que ver con lo que él, en su momento, denomina raza;
posteriormente con costumbres, clases sociales y luego con aspectos históricos y
económicos.
Bossano califica al regionalismo como el apego al terruño y el afán de engran-
decer al mismo. En este sentido, este regionalismo auténtico está opuesto a otro re-

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gionalismo que incentiva la rivalidad y la lucha, por lo tanto es ilegítimo y bastardo.
El regionalismo de buena laya se enmarca en un ideal reformista y conserva las bases
de la nacionalidad, por tanto no constituye un nacionalismo separatista.
Dentro de la ideología regionalista se encuentran tanto un provincialismo,
municipalismo, localismo, descentralismo, federalismo, entre otras expresiones. De
acuerdo a Bossano ni la base geográfica, ni la cuestión étnica sería determinante
para un regionalismo. Lo cual desdice a algunos autores que ven en la geografía la
base del regionalismo. Su tesis es más bien que lo social es aquello que dinamiza el
regionalismo.
En cuanto a lo que en ese momento el autor califica como “raza”, lo hemos
incluido para tener el referente histórico de este interesante texto, que sigue vigente
en la medida que el tema étnico es parte de nuestra complicada configuración de la
nacionalidad. Bossano plantea que en el Ecuador no existen razas regionales, sino
que en las regiones se expresan dos temperamentos distintos de los individuos de la
sierra y la costa.
Escudriña el autor la historia y concluye, a pesar de que examina ciertas eviden-
cias, que en la historia ecuatoriana no existen hechos destinados a posicionar una
región por sobre otra, sino que en todo el devenir histórico, ha sido la nacionalidad
ecuatoriana como unidad, la que ha primado. Frente a los casos de Loja, de Guaya-
quil, el autor “estira” de algún modo su interpretación y quiere encontrar un triunfo
del nacionalismo sobre el regionalismo. Lo que sí admite Bossano es la existencia
de un regionalismo económico en Guayaquil, como la única forma de expresión
de este tipo, que busca independizar del poder central las fuentes de riqueza de la
región.
Finalmente el autor quiteño concluye que ni la historia, ni la geografía, ni la
antropología darían pie a levantar una propuesta federalista, sino que más bien al
contrario, todos estos antecedentes que él analiza, conducen a la unificación y a
vigorizar los vínculos de la nacionalidad. Bossano enfrenta al odio regional existente
en ese momento, la necesidad de la cooperación y solidaridad. Es un regionalismo
“comprensivo y bueno”, como lo llama Bossano, aquello que debemos emular.
Ricardo Muñoz Chávez (1933–2010) en su texto “Centralismo y regionalismo
1830–1980”, comparte la tesis de que el regionalismo constituye un problema so-
cial y político, implica “una realidad insoslayable de alcance y validez universales”.
Además afirma que el regionalismo en el Ecuador existe, y que se puede hablar más
bien de diversos regionalismos. Señala que es diferente el regionalismo guayaquile-
ño, frente a la sierra y particularmente frente a Cuenca. Todo esto está muy marcado
por una cierta determinación geográfica que el autor enfatiza.
Para Muñoz Chávez el regionalismo no es un tema trasnochado sino que tiene
actualidad, sobre todo en un contexto de centralismo que cada vez está más desac-
tualizado por injusto. Se reconoce a las regiones como realidades que no pueden ser

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marginadas. Se esfuerza el autor en señalarnos que el regionalismo no está relacio-
nado con visiones aldeanas o provincianas, por tanto no implica una “estrechez de
miras”, ni tampoco atenta contra la unidad del Estado nacional.
Finalmente rescata el “vigoroso” sentimiento regionalista que se ha forjado en
Cuenca, pero este sentimiento, lo anuncia el autor, como parte de un “cabal sentido
de ecuatorianidad”. También denuncia una suerte de “doble tutelaje” que se ha pro-
vocado en relación a Loja pues ha estado sometida a Quito y a Cuenca.
Manuel Córdova Galarza (1933–1980), en su texto “Centralización y descen-
tralización”, plantea un justo equilibrio entre la centralización y la descentraliza-
ción, apelando a la “buena fe” y el “patriotismo”. Enumera aspectos como defensa,
manejo monetario, función legislativa, justicia, contraloría que deben necesaria-
mente ser centralizadas para no degenerar en caos. Mientras que otros aspectos
como seguridad social, los distintos temas que competen a los diferentes ministerios
deberían descentralizarse.
El autor sostiene que los gobernadores deberían recobrar su función de “jefes
efectivos de la administración provincial” para que puedan resolver los problemas
provinciales. En definitiva se trata de descentralizar “todo lo que, sin romper la
unidad administrativa nacional, pueda tener resolución ágil, acertada y justa en
cada circunscripción territorial, para mejor servicio de la colectividad” (198). Una
condición para descentralizar es el aspecto económico. Córdova Galarza enfatiza en
la necesidad de robustecer la economía de las entidades autónomas provinciales y
cantonales.
Leonardo Espinoza (1935–2010), historiador y economista cuencano, anali-
za en su texto “Hacia un nuevo modelo de dependencia. Crisis de la producción
toquillera e intentos de activación de la economía regional”, uno de los períodos
más críticos de la economía regional articulada a Cuenca: la crisis de exportación
de sombreros de paja toquilla, producida en la década de los 50 del siglo XX. Este
análisis lo hace inserto siempre en el contexto más amplio de la economía y la polí-
tica nacionales. El análisis de Espinoza se encuentra profundamente atravesado por
categorías marxistas, bajo este esquema que a momentos aparece un tanto rígido, da
cuenta de cómo la economía regional entró en la más profunda crisis del siglo XX
y cómo luego salió de ella.
En este contexto, los temas económicos constituyen el telón de fondo, o la
“última determinación” como solía decirse en el marxismo. Analiza la propiedad
de la tierra, la desigualdad abismal de ingresos entre los diferentes grupos sociales,
la precariedad del trabajo, los circuitos comerciales, los grupos beneficiarios de la
renta, el nivel de industrialización, el analfabetismo, la migración.
El relato de Espinoza adquiere especial relevancia cuando introduce en cada
momento histórico el análisis de la organización social y sindical, demostrada en el
número de organizaciones existentes al momento, y las luchas desplegadas por estos
sectores sociales.

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Analiza especialmente el rol de organismo de desarrollo regional establecido
para el efecto CREA. Este organismo impulsó una serie de políticas y medidas para
restablecer la aguda situación en el sector rural de la región austral. Sus acciones
tuvieron algunos efectos positivos, sin embargo plantea Espinosa que las élites po-
líticas y económicas de la región, lograron revertir para su beneficio el direcciona-
miento y los recursos del organismo.
Una tesis fuerte de Espinoza es que la crisis se superó por causas endógenas, que
fundamentalmente eran dos: “el interés creciente de la población de buscar nuevas
actividades agrícolas y artesanales, en la presión y movilización social que obligó a
concluir carreteras importantes a Guayaquil, Machala y el oriente; y la acción del
CREA, en su etapa inicial, encaminada a canalizar el gasto público hacia (diversos)
programas” (Espinoza, 1981: 165–166). Este reconocimiento trae implícita una
queja contra el centralismo que ha sido un tema recurrente en la historia de la
región austral.
Sin embargo, este esfuerzo colectivo por la recuperación de la economía re-
gional tuvo desiguales beneficiarios. En síntesis, fueron las clases propietarias las
beneficiarias, debido a su participación en el proceso productivo.
El escritor guayaquileño recientemente fallecido Carlos Calderón Chico
(1953–2013), en su texto “Guayaquil, cuna de la libertad. El 9 de octubre de
1820”, resalta el carácter dinámico, emprendedor, y mercantil de la ciudad de Gua-
yaquil. Se remonta a las culturas manteño–huancavilca para lograr un continuum
en el tema del comercio y su vinculación al mercado mundial.
La clase que impulsa estos procesos es una clase mercantil vinculada a los pro-
pietarios agrícolas que consolidan una acumulación originaria de capital derivada
del boom cacaotero.
Nos dice Calderón Chico que “Guayaquil era un hervidero de intereses en
juego” e identifica tres grupos con intereses aparentemente irreconciliables: la ten-
dencia peruanófila identificada con comerciantes cacaoteros con fuertes intereses
en Lima; la tendencia bolivariana pro colombiana; la tendencia autonomista que
mantenía la frase “Guayaquil por la patria” representada por Olmedo, sin embargo,
dado el carácter de su artículo no desarrolla estas ideas, solo las enuncia.
La posterior anexión de Guayaquil a la Gran Colombia molestó mucho a las
élites con intereses en Perú. Sin embargo destaca que Guayaquil participó y coope-
ró para la causa de la independencia de la batalla del Pichincha en mayo de 1822.
Guayaquil y el naciente Ecuador tenían como destino integrarse en un país que los
grandes utopistas de la libertad soñaron.
Se ha incorporado en esta selección el estudio de Carlos Contreras, autor gua-
yaquileño vivo. Es una investigación sobre un período correspondiente a la colonia,
“Guayaquil y su región en el primer boom cacaotero 1750–1820”. Esta inclusión
se explica en la medida en que resulta importante evidenciar por un lado la solidez
del pensamiento de esa región sobre sí misma, y por otro, porque podemos adver-

24
tir tempranamente la configuración de Guayaquil como una región consolidada a
partir de la exportación de productos agrícolas como el cacao. El estudio evidencia
el tránsito de la región costera desde una zona despoblada, periférica y agreste, cons-
tituida solo en un punto de embarque de exportaciones provenientes de la sierra,
hacia una dinámica economía de exportación de tipo agrícola.
Del extenso y sólido texto de Contreras, elaborado bajo un enfoque de historia
regional, hemos privilegiado, en esta publicación, extraer el apartado relacionado
al comercio del cacao. El autor evidencia que en este período de la historia de esta
región, sin duda, se anuncia la gran dinámica que adquirirá el puerto principal de
nuestro país. Las élites dinamizadoras de este proceso no fueron únicamente las
regionales, sino que éstas estaban articuladas y subordinadas a las de Lima, pues en
esta época formaba parte de esa jurisdicción.
La denominada “pepa de oro” constituyó un potente dinamizador de una eco-
nomía de exportación que articulaba a un conjunto de sectores de exportación.
La mano de obra necesaria para esta actividad provino no solo de la región, sino
también de la migración serrana. Las relaciones establecidas fueron salariales, aun-
que se acudió a ciertos mecanismos para el enganche de los trabajadores. Este auge
exportador generó cambios demográficos, sociales, económicos, urbanos de alguna
envergadura. Sin embargo, en la conclusión del autor, no permitió arribar hacia una
superación de la matriz extractivista de la economía. Característica que, por cierto,
se mantiene en la actualidad en el conjunto de nuestra economía.
El último texto incorporado, pero no por ser último menos importante, ha
sido el de la historiadora Tatiana Hidrovo (1960) titulado “Región Manabí, desde
el centro a la periferia”. Al incluir este texto inédito, deliberadamente, hemos vul-
nerado una regla de esta compilación y de la Colección de Pensamiento Político
Ecuatoriano, y es que habitualmente los textos que se seleccionan no corresponden
a autores vivos. Lo hemos hecho por dos consideraciones importantes, primero
porque ella es una mujer, y las mujeres ecuatorianas han estado excluidas de la cien-
cia, el pensamiento y la esfera pública por la primacía de un sistema patriarcal, que
recién ahora empieza a resquebrajarse. Y, en segundo lugar, porque ella reflexiona
en su texto sobre una región que tampoco ha sido muy posicionada en los estudios
regionales. Estos argumentos justifican la incorporación de este texto reciente que
se focaliza en la provincia de Manabí.
El planteamiento central de la autora es que Manabí se constituyó en el pasado
en un centro de cultura y de poder, y que con el advenimiento de la conquista y
colonización se inició un desplazamiento de la región que no acaba de ser resarcido.
La perspectiva histórica y de larga duración da al estudio reciente de Hidrovo un
aporte importante para los estudios regionales. La autora muestra las maniobras
de las élites y de los sectores populares en una configuración regional, que termina
siendo influida por el Estado central.

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CONCLUSIÓN
Los textos recogidos en esta compilación, han sido los más significativos sobre temas
regionales a los que hemos accedido. Este libro intenta ser un testimonio histórico
y político de los principales debates sobre la compleja configuración del Ecuador
como Estado nacional, atravesado por la cuestión regional.
Podemos advertir una abierta heterogeneidad en los estudios aquí compilados.
La mayor parte se inscriben en el género de ensayo. Algunos son profundos y siste-
máticos, otros más bien son artículos de opinión. Pero unos y otros expresan un po-
sicionamiento de los autores sobre los temas de la región frente al Estado nacional.
Ahora bien, las luchas regionales de ninguna manera son inocentes, ni están exentas
de las disputas de grupos sociales, y de la dominación que se pretende imponer en
una sociedad. Bourdieu (2001) ha sido muy agudo en analizar el significado de las
disputas regionales:

Las luchas sobre la identidad étnica o regional, es decir, respecto a propiedades


(estigmas o emblemas) vinculadas en su origen al lugar de origen y sus señas
correlativas, como el acento, constituyen un caso particular de las luchas de cla-
ses, luchas por el monopolio respecto al poder de hacer ver y hacer creer, hacer
conocer y hacer reconocer, imponer la definición legítima de las divisiones del
mundo social, y, a través de esto, hacer y deshacer los grupos: en efecto, lo que se
ventila en esas luchas es la posibilidad de imponer una visión del mundo social
(Bourdieu 2001: 88).

El posicionamiento de los autores indudablemente está relacionado con el lugar


y la situación desde la cual enuncian su discurso. Lo cual no quiere decir de forma
simplista que si se ubica en la capital es centralista y si lo hace desde una provincia
o región es regionalista. No obstante, podemos advertir a lo largo de esta compila-
ción, cómo los autores defienden, con más o menos pasión, unas tesis que abogan
por una mayor o menor política regional, fuertemente influidos por su ubicación.
De la lectura y análisis de estos textos se desprende la existencia de una visión
que podríamos calificar de un regionalismo intelectual, como lo llamó uno de los
autores compilados en este texto, Luis Bossano. Es decir, un regionalismo que a
través de las ideas, el pensamiento y la construcción de discursos, se expresa a favor
de la descentralización, de empoderar a las regiones y municipios. Sin embargo,
otras regiones se expresan a través de poner demandas y agendas en el escenario
político, este es el caso de Guayaquil, donde ha resultado difícil contar con textos
que expresen el profundo sentimiento regional de esa región. Esta aparente ausencia
de reflexión sobre el tema regional y la bandera autonómica en Guayaquil y su área
de influencia, es un tema que merece analizarse, aunque está fuera del alcance de
este trabajo.

26
Del análisis de los diferentes textos que compilamos, podemos afirmar que
no ha habido un regionalismo, sino regionalismos, lo cual significa que podemos
entenderlo de diversas formas. Algunos autores han planteado la existencia de un
cierto regionalismo suave, aquel que aboga por una fuerte identidad regional, por
ciertas reivindicaciones del territorio, pero conservando la unidad del Estado na-
cional. Pero ha habido otro regionalismo que busca la autonomía, el cambio de
la configuración estatal, el federalismo, diríamos un regionalismo más radical. En
algunos autores “regionalismo” es usado como un término con carácter peyorativo,
secesionista. Para otros en cambio, es un término que explica un rasgo distintivo de
nuestra configuración nacional, y un sentido ineludible de nuestra identidad.
Si cruzamos el regionalismo con las perspectivas ideológicas, no podemos con-
cluir que tengan una vinculación directa. Aquí observamos textos de pensadores y
políticos conservadores que hacen análisis y abogan por otorgar mayor poder a los
municipios. Pero también hay pensadores liberales, en su momento, o más cercanos
a la izquierda que plantean el tema de la equidad regional.
Finalmente, una gran interrogante es saber si la cuestión regional sigue como
un tema pendiente en el Ecuador contemporáneo. Una tendencia en la investiga-
ción social es analizar el tema vinculado a lo político–electoral, hay investigaciones
valiosas que han evidenciado la existencia de clivajes regionales fuertes, es decir de
escisiones de partidos y tendencias vinculadas a lo regional, fenómeno que se habría
provocado desde el retorno a la democracia. Sin embargo, en este sentido, los cli-
vajes regionales vinculados a la política electoral, estarían siendo superados por pri-
mera vez en la historia política contemporánea, a través del proyecto político actual
que tendría un carácter nacional. Esta hipótesis es interesante, pero requiere aún no
solo ser investigada y demostrada, sino que se decante mejor este período histórico.
Si tomamos la cuestión regional desde una perspectiva más amplia que lo po-
lítico electoral, como lo hemos hecho en este trabajo, debemos considerar que el
tema de la justicia territorial ha sido una bandera de lucha de los actores en el terri-
torio, que fue retomada por el proyecto político actual. Esto ha dado lugar a nuevas
leyes y una nueva estructura conformada por mecanismos de división administrati-
va como la existencia de zonas, distritos, circuitos, así como de planificación regio-
nal, que daría cuenta de un nuevo momento para la regionalización. No obstante, se
observa una tensión en este sentido, puesto que el retorno del Estado ha significado,
de algún modo, una mayor centralización. Esto pone sobre el tapete la necesidad
de realizar estudios minuciosos que analicen el real alcance de la concreción de las
demandas desde las regiones y localidades.
Sin duda, la cuestión regional, ha sido, es y seguirá siendo un tema que atra-
viese no solo nuestra configuración nacional, sino nuestra identidad, aunque esto
adquiera diferentes particularidades, de acuerdo a cada momento histórico.

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30
Estado nacional
y región
Centralización o descentralización (1856)3
Benigno Malo

Queridos ecuatorianos:

Desde esta región de paz, de imparcialidad, de conocimiento perfecto de los hom-


bres y de las cosas, vuelvo de vez en cuando mi vista a ese planeta en que vosotros
habitáis, y en el que yo también di principio a mi existencia. Llegado aquí, donde
todo es reposo, todavía me complazco en traer a mi memoria los gratos nombres de
los Estados Unidos, de Virginia y de Mont–Vernont; patria querida que me labró
un nombre inmortal, y cuya prosperidad, sin ejemplo en los anales del mundo, se
debe al sistema de gobierno que adoptó. Pero en medio de esta satisfacción que se
aumenta cada día con el bienestar creciente de Norteamérica, nos contrista, aún a
nosotros, almas impasibles y beatificadas, el espectáculo doloroso que presentan las
demás naciones de la tierra.
El África siempre bárbara, poblada de una raza que resiste en masa a la
civilización de todos los siglos. El Asia oprimida por el peso de sus gobiernos despó-
ticos, y de sus castas. La Europa radiante de luz, es verdad, hercúlea por sus fuerzas,
coronada por la triple corona de la gloria industrial, científica y militar, reverbero
inmenso de la inteligencia humana, heredera de todas las civilizaciones primitivas y
creadora de todas las civilizaciones modernas. Esa Europa que ha sido y es la cabeza,
el brazo y el corazón del mundo; esa Europa tan noble, tan poderosa y tan brillante,
se retuerce, se debate bajo la presión de sus cortes fastuosas, de sus innumerables
ejércitos, de su pauperismo y malestar individual y por lo general de su centralismo
opresor. La América, virgen inocente sacada por la mano de Colón del seno de las
ondas, ha pasado en rápida jornada del pupilaje de una larga infancia, al ejercicio
sangriento de los derechos de la virilidad independiente.
Los antiguos virreinatos, capitanías generales y algunas presidencias del régi-
men colonial, han sido remplazados por Repúblicas centrales o federaciones mal
comprendidas. En este desierto de organización social, la vista descansa, como en
un oasis, en el Brasil y en Estados Unidos; únicos países salvados del viento asolador
de las revoluciones, dignos por lo mismo de ser estudiados por vosotros, ecuato-
rianos. Notad que entre los varios elementos de estabilidad que hay en estos dos

3 Tomado de: Benigno Malo, “Centralización o descentralización” [1856], en Benigno Malo


(1807-1870), Estudio introductorio selección y notas de Claudio Malo, Colección Pensamiento Funda-
mental Ecuatoriano, Quito, Corporación Editora Nacional/Universidad Andina Simón Bolívar, 2007,
pp. 39-49.

33
países, ninguno sobresale más, ninguno ejerce una influencia más marcada, que
el principio de descentralización. El Brasil, al proclamar el principio monárquico,
ha tenido el cuidado de rodearlo de instituciones municipales tan fuertemente de-
sarrolladas, que puede decirse que aquel es un imperio federativo. En cuanto a los
Estados Unidos no hay, ni ha habido, un solo pueblo en que se haya sancionado
con mayor amplitud el principio federal. Comprendimos, los de la República de
Norteamérica, que sin la Federación eran, desde todo punto, imposibles la vida, el
movimiento pacífico y regulador, el progreso material y la fuerza de la República
moderna. El tiempo ha venido a confirmar nuestra previsión, presentando el fenó-
meno político, hasta hoy desconocido, de un pueblo que en sesenta y nueve años
de vida, ha elevado su población de tres a veinticuatro millones de hombres libres y
satisfechos de su gobierno.
Creímos nosotros que este ejemplo de paz y riqueza, y de respetabilidad en el
exterior, fuese una lección elocuente, que convidase a los pueblos por organizarse, a
que adoptasen el sistema federal. Creíamos que cuantas veces se viese a las naciones
sacudir hasta el cimiento de sus antiguas instituciones, y no dejar piedra sobre pie-
dra en sus pesadas leyes, se apresurarían en el día de sus Asambleas Constituyentes,
a proclamar el gran principio de la descentralización; principio obvio, fecundo,
simpático, comprensible, como todas las verdades fundamentales.
Pero nosotros, los fundadores de los Estados Unidos, hemos quedado sorpren-
didos al ver que una nación tan ilustrada como Francia, hubiese proclamado la
República central por dos veces en medio siglo, después de nosotros. En ambas
veces ha ido a caer, como era natural, la una en la sangrienta y nefasta dictadura
de la Convención y de Robespierre; y la otra, en manos de un imperio pacífico, es
verdad, pero estrangulador de todas las libertades políticas.
Nos hemos sorprendido también, al ver brotar en nuestro bello continente
americano, y al lado de nosotros, tantas Repúblicas centrales, sin que hubiese basta-
do nuestro ejemplo persuasivo y seductor, para la adopción del sistema federal. Des-
de entonces todos previmos las consecuencias desastrosas que iban a seguirse en el
continente hispanoamericano, y los amargos frutos que debían recoger aquellas de-
mocracias centralizadas. Maddison, uno de mis sucesores, al saber la proclamación
de nuestra independencia y la forma de gobierno que habíais adoptado, exclamó en
estas proféticas palabras: <<He aquí una cantidad de plumas que muy luego vendrán
a adornar el águila norteamericana>>. Texas y California acaban de anunciar este
pronóstico. Nicaragua, Honduras y tal vez el Istmo, están en vísperas de entregarse
al movimiento anexionista; y éste amenaza envolver a todo el continente, si él no
se apresura a levantar grandes y poderosas confederaciones hispanoamericanas, que
bien gobernadas y llenas de fuerza, puedan oponerse a la Federación Anglosajona.
Vosotros os alarmáis por el engrandecimiento rápido de Norteamérica y declamáis
contra su ambición; cuando ninguna culpa tiene mi nación por gobernarse bien, y
por recibir en su seno a pueblos infelices que ensangrentados y fatigados de luchas

34
estériles, vienen a descansar a la sombra de instituciones protectoras. Adoptad nues-
tra estructura social, gobernaos bien como nosotros, y entonces no habrá anexiones.
No me opongáis, ecuatorianos, como argumento a mi convicción y como ex-
cepción a mis doctrinas, la deplorable suerte que han corrido México, Centroamé-
rica y las provincias del Plata, a pesar de haberse construido bajo la forma federal,
porque ninguna de estas Repúblicas ha comprendido el verdadero sistema de Fe-
deración. En el Plata y en México, el elemento municipal ha sido debilísimo, la
independencia de los Estados era nominal y la presión ejercida por sus dos ciudades
capitales sobre las provincias, más bien que Estados, era tan fuerte que desaparecía
la acción de gobiernos locales delante del gobierno general. Nosotros los norteame-
ricanos, tuvimos la preocupación de colocar la capital de la Unión en un pequeño
territorio y en una ciudad naciente que lleva mi nombre, pues creímos peligroso
colocarla en New York, en Philadelphia, etc., ciudades cuya influencia habría tal vez
contraído la marcha del gobierno de los Estados. La ciudad de Buenos Aires, por su
población, riqueza e ilustración, vale en las provincias argentinas más de lo que diez
o veinte de sus otras ciudades; y así fue que tan luego como Rosas se hizo dueño de
ella, tiranizó con facilidad y de un modo sangriento a toda la nación. Los goberna-
dores de los Estados eran sus procónsules, la independencia de las provincias una
burla, un sarcasmo de la idea federal; y la voluntad despótica del dictador reasumía,
en sí sola, todas las voluntades del pueblo argentino. Puede decirse que Rojas entro-
nizó un sistema de gobierno más unitario que el que podían haberse establecido los
ultraunitarios a los que él degollaba; su programa, federación, ha sido la más cruel
ironía que se ha lanzado contra el pensamiento federal. En Centroamérica ha suce-
dido lo contrario: la independencia de los Estados tenía tanta latitud, y la autoridad
del gobierno federal estaba tan desnuda de fuerza, que a poco tiempo quedó disuel-
to el lazo federal y hoy marchan esos Estados pigmeos con absoluta independencia.
Sin embargo, en medio de este cuadro sombrío que oprime hasta el pecho de
los inmortales que vivimos en estas afortunadas regiones, déjense columbrar algunas
chispas de luz, algunos síntomas de regeneración social en la América española. La
Nueva Granada, que es el corazón de esa América, ha levantado el glorioso lábaro
de la Federación bien entendida. Todos se agrupan en torno de este signo de salud
y de victoria: tanto el radical impetuoso que, como los dioses de Homero, quiere ir
en dos saltos a los polos del mundo moral y político; como el prudente conservador
que, con la sonda de la experiencia en la mano, huye de caer en la espantosa vorági-
ne de reformas prematuras y desastrosas.
Venezuela, patria de vuestros héroes, hoy envuelta en triste sudario, por el ma-
ridaje impuro de la pseudodemocracia con el militarismo, parece resucitar a la po-
derosa voz de la Federación.
En el Ecuador, toca la gloria de la iniciativa a El Filántropo de Guayaquil, que
dio a luz artículos nutridos de sagaces observaciones sobre la necesidad y convenien-
cia de apresurar el día de la Federación colombiana. Le ha seguido El Termómetro,

35
elogiando esta noble causa con una expresión de laconismo pintoresco y con una
belleza de pensamiento y de dicción, que ella sola vale por un libro. <<La Confe-
deración colombiana, ha dicho, es seductora como la esperanza, y seria, como la
razón>>. Yo, Jorge Washington, desde el empíreo en que moro, bendigo al escritor
que concibió y expresó tan notable rasgo de genio literario y político.
Luego se ha publicado en Cuenca, por ustedes señores redactores, a quienes di-
rijo esta mi carta, el número primero de La República consagrado en su mayor parte
a preconizar mi sistema favorito, mi idea fundamental del orden social. Os felicito
por ello, y más todavía por haber dado a vuestra publicación un carácter desapasio-
nado respecto de las personas, y de seria discusión respecto de las doctrinas políti-
cas: paz con los hombres y guerra con los errores. En la exacta apreciación que sin
adulación ni venganza habéis hecho de los ecuatorianos distinguidos, os mostráis
justos admiradores del mérito, sea cual fuese la región política donde se encuentre,
y dais el ejemplo, por primera vez en vuestra patria, de no formar un partido perso-
nal, sino un partido de principios. Y he ahí el primer fruto que vais recogiendo de
vuestras nuevas ideas: salir del estrecho y ruin círculo de las pasiones individuales,
para elevaros a la órbita luminosa de las discusiones doctrinarias, ir abandonando
poco a poco las denominaciones personales que tienen vuestros partidos políticos,
lo que les da el repugnante aspecto de banderías o facciones, para reemplazarlas con
otras alusiones alusivas a principios políticos, sociales o económicos. Día llegará en
que no os llamaréis Roquistas ni Floreanos, Novoistas ni Elizaldistas; así como en
Nueva Granada, donde ya luce el crepúsculo federal, a nadie se le llama Mosquerista
ni Lopista, Santanderista ni Marquista, sino conservador o radical.
En caso de seguir nuestra noble tarea, solo os doy los siguientes consejos, que
deberán tener mucho peso y autoridad en boca del patriarca de la democracia ame-
ricana, que lo soy: Primero, nada, nada aceptéis de mano de la revolución y de lo
que vosotros llamáis pronunciamiento. Esperadlo y recibidlo todo de la discusión
parlamentaria y de las convicciones que crea la acción luminosa de la prensa. Cuan-
do los ecuatorianos, de todos los colores políticos, estén ya persuadidos de la convi-
vencia del sistema federal, él se inaugurará por un esfuerzo simultáneo y sin ocasio-
nar reacciones ni violencias. Hasta la Federación sería pésima si fuese proclamada
por la voz de la revolución. Segundo, tened paciencia respecto del advenimiento de
la época más o menos próxima en que ha de realizarse la Federación; a veces las ideas
salvadoras marchan despacio, por la lucha incesante que tienen que sostener contra
la ignorancia y los intereses egoístas, pero al fin todo lo arrollan y les llega el día de
proclamar su triunfo. La utopía, ha dicho Lamartine, es una idea prematura. Hoy
puede parecer utópica la Federación para el Ecuador y mañana será considerada
como posible, como necesaria, como cuestión esencial de vida.
No dudo que vosotros, señores redactores, estáis imbuidos de la sabiduría que
encierran mis consejos; pues cuando decíais que os prometéis la Federación que
realizará el nuevo Presidente que vais a elegir, y que si él no la realiza, la realizará

36
algún otro que le suceda; es claro que esperáis que vuestro pensamiento nacido de
los órganos legítimos del pueblo, no hoy o mañana, pero será...
La Federación es un puesto de seguridad, no solo para la nave de los Estados
americanos que navegan entre tantos escollos y borrascas, sino también para los
mismos pilotos que la dirigen. Haced un estudio comparativo de la suerte que han
corrido los jefes de las naciones federales y de las centralizadas, y veréis que la suerte
de los de las últimas es más deplorable. En la República federal que yo fundé, desde
mí que fui su primer Presidente, hasta el General Taylor que fue el penúltimo; todos
han muerto en su lecho, y ninguno durante su vida sufrió los rigores del ostracismo.
En Nueva Granada, país cuya cuna se meció bajo la Federación, y que desatada de
Colombia central, volvió a sembrar gérmenes de Federación en su Constitución de
1830, los que han llegado hoy a toda su madurez; en Nueva Granada, digo, no ha
sido proscrito ninguno de sus presidentes, desde Santander hasta López. Pero en el
Ecuador con un gobierno central, vemos que vuestro primer presidente nacional,
Rocafuerte, sufrió persecuciones y aun destierros desmerecidos. Que vuestro jefe
supremo, Valdivieso, ha sido perseguido y desterrado; que vuestro tercer presidente,
Roca, está asilado bajo el pabellón venezolano para evitar nuevas persecuciones;
que vuestro jefe supremo, Elizalde, sufrió una dura persecución y fue borrado para
siempre de la lista militar; y que vuestro cuarto y penúltimo presidente y dos veces
jefe supremo, Novoa, está hoy mismo en playas extranjeras, comiendo el pan de la
emigración: Dísciti justitiam móniti4. En el centralizado Perú, su primer presidente,
Lamar, murió desterrado en Costa Rica; el segundo, Gamarra, anduvo proscrito en
el Ecuador y Chile; el tercero, Orbegozo, llegó emigrado en las playas ecuatorianas;
el cuarto, Salaverri, murió fusilado en Arequipa; el quinto, Santa Cruz, hace diez y
siete años que anda proscrito; el sexto, Vivanco, ha vivido desterrado en Manabí y
Chile; el séptimo, Castilla, ha conocido también como emigrado playas extranjeras;
y finalmente el octavo y penúltimo, Echanique, vive hoy desterrado en Chile. Ved
cómo el centralismo trata a sus presidentes: Et nunc reges intelligite; erudimidi qui
judicatis terram5.
Solo a la sombra del principio federal pueden crecer y desarrollarse las formas
republicanas y democráticas, porque el poder central en discusión, pongámoslo así,
se precipita a los fondos más bajos de la sociedad. Allí el municipio, el cantón o el
condado, la parroquia, administra la cosa pública, legisla, gobierna con tanto más
interés, cuando conoce mejor todas las necesidades locales. Mientras más pequeño
es el Estado, más parte toman en él los ciudadanos y más se democratiza el poder

4 “Habiendo sido amonestado, aprended la justicia”. Las frases en latín de esta antología han
sido traducidas al castellano por el Dr. Richard Schneck, S.J., latinista de la Pontificia Universidad Ca-
tólica del Ecuador (nota del editor).
5 Estas palabras vienen del Salmo 2: “Y ahora, reyes, sed sensatos; escarmentad, los que regís
la tierra”.

37
público. El gobierno central, resume todas las voluntades en la del gobierno general
y todos los intereses en los de la capital. Si los girondinos hubieran logrado federar a
la Francia se habría consolidado la República; pero ellos y los sesenta departamentos
que se habían adherido a su pensamiento, fueron sacrificados por los montañeses,
apoyados en las tendencias centralizadoras del pueblo de París. No hay una nación
menos apta para la República que la Francia: Richelieu, Luis XIV, La Convención
y Napoleón, todos han comunicado una homogeneidad, una fuerza de adhesión,
y hábitos tan fuertes de centralización, que allí, al querer, la opinión y los intereses
de treinta y seis millones de hombres se reducen siempre a su menor expresión: un
hombre o una corporación despótica. Antes se establecerá la República Federativa
en Rusia que en Francia.
El despotismo consiste en que la parte de la sociedad que tiene el poder público
sacrifica a la parte desarmada. Esto resulta muy fácil en el sistema central; pero no
en el federal, en el que el triunfo variado de los partidos en los diversos Estados, y
hasta el antagonismo de sus intereses y de su política, sirven de venganza del gobier-
no general. De allí viene también, que en las naciones centralizadas se generaliza
con tanta facilidad cualquier revolución y no hay gobierno que pueda sostenerse:
una revolución en París, en Lima o en Guayaquil, arrastra a toda la nación; al paso
de una revolución en Pasto o en Cartagena y aun la revolución de Melo en la capital
de Bogotá, no han podido envolver a toda la nación en el trastorno.
Y de paso notad, ecuatorianos, que de propósito escojo a la Francia como obje-
to de mis comparaciones, para que veáis que a pesar de su incontestable ilustración
no pude serviros de escuela de la política que os conviene adoptar. Vuestra juventud,
en vez de beber doctrinas en fuente francesa, debía venir a la nuestra, a estudiar de
día y noche la historia de nuestra emancipación, de nuestros partidos, de nuestra
organización social. Nosotros somos el pueblo modelo de la verdadera democracia y
de la República, como decía vuestro Bolívar: a nuestros libros podría aplicarse entre
vosotros el nocturna vérsate manu, vérsate diurna6 del poeta. Dedicaos a analizar e
imitar las instituciones de un pueblo como el norteamericano, que ha resuelto el
difícil problema político de hermanar las libertades públicas e individuales con el
orden, la paz y la estabilidad de los gobiernos, atándolas con solo el lazo federal.
La escuela francesa de la República una e indivisible, solo conduce a la República
ensangrentada, de Robespierre o a la República efímera del Príncipe–Presidente. La
Suiza, que no es ilustrada como la Francia, se mantiene republicana, en medio del
continente europeo, sembrado todo él de gobiernos monárquicos.
La Federación es a los pueblos, lo que la fraternidad y la caridad a los indivi-

6 Esta frase proviene del poeta de Roma, Horacio. Debemos suplir la palabra “páginas” entre
vérsate y manu, así: Nocturna vérsate (páginas) manu, vérsate diurna: “Dad la vuelta a las páginas con tu
mano por la noche; dad la vuelta por el día”. Es el consejo de Horacio en su obra Ars Poética, con respecto
a la poesía griega.

38
duos: apaga los odios, cimenta la tolerancia entre las opiniones e intereses más en-
contrados, respeta todos los derechos y pone en armonía los elementos sociales más
opuestos. El demócrata de Ginebra vive en paz con el patricio de Berna; la oligar-
quía de Lucerna no se molesta con la tosquedad de los grisones; y la monarquía de
Neufchatel no tiene celos del poder teocrático de Porentru. En los Estados Unidos,
el abolicionista del norte no persigue al negrero del sur, ni los locos–focos del oeste
destierran ni matan a los whigs del este.
La Federación bien entendida, comunica al gobierno general aquella fuerza
prodigiosa que resulta del patriotismo colectivo de tantos pueblos contentos con su
bienestar social. Los pequeños Estados de la Grecia, en tanto que se mantuvieron
confederados, vencieron a reyes diez veces más poderosos que ellos; la Confedera-
ción que el temor del centralismo romano creó al otro lado del Rhin y del Danubio,
detuvo, venció y conquistó a los dominadores del mundo; la Federación nortea-
mericana, se mide hoy con las primeras naciones de la tierra. Si el Presidente que
vais a elegir, encaminase vuestra nación al régimen federal, sería el bienhechor, el
Washington ecuatoriano; y su nombre merecería las bendiciones de la posteridad.

Vuestro amigo
Jorge Washington

La República, mayo de 1856

39
El regionalismo (1919)7
Alfredo Espinosa Tamayo

Uno de los más graves males de la vida ecuatoriana que afecta sus relaciones econó-
micas, políticas y sociales, y que, a cada momento se transparenta, provocando si no
serios conflictos, complicando por lo menos todas las cuestiones pendientes, es el
regionalismo, mal común en muchas naciones de América y aun de otros continen-
tes. Ya hemos visto al estudiar el carácter general del pueblo ecuatoriano, así como
su composición étnica, las diferencias que existían entre los pobladores de las dos
regiones: la llana y la montañosa o sea la sierra y la costa. Mas, no solamente son
estos dos factores los que intervienen en la creación de este conflicto, otros de orden
biológico, topográfico y económico intervienen también para perpetuar y agravar
este achaque de nuestra existencia como nación.
El serrano, o habitante de las planicies interandinas, mestizo de sangre india y
blanca o indio puro, es como ya dijimos un montañés adherido a un suelo de origen
volcánico, en general poco fértil, que tiene que labrar dura e incesantemente para
hacerlo producir. Vive en contacto con una naturaleza abrupta, en ocasiones árida
y desierta, en ocasiones poética y pintoresca, teniendo a la vista las altas cumbres
siempre nevadas de la Cordillera. La influencia de este paisaje, el contraste entre la
puna sombría y solidaria y el valle fértil y risueño, el nevado majestuoso y el volcán
coronado de fuego, influyen sobre él inclinándolo hacia la vida contemplativa y
estática impregnada de unción un tanto mística, de melancolía y de tristeza.
Su imaginación suele extasiarse en la contemplación del vasto paisaje lleno de
contrastes que lo rodea, pero, al mismo tiempo, la realidad de una vida estrecha y
dura, modera los impulsos de la exaltación imaginativa.
El mulato, habitante de las llanuras y tupidos bosques de la costa se halla en
conflicto con una naturaleza salvaje y bravía en que todo es exuberante y luminoso,
con el vigor de la fertilidad de los climas tropicales. Su carácter está en relación con
la naturaleza selvática en la que vive. El clima cálido y húmedo, el suelo fértil y fácil
de cultivar, el paisaje lleno de verdor perenne, acentúan los rasgos de su fisonomía
moral: él es también bravío, levantisco y exuberante como la naturaleza; mucho
más alegre y expansivo, más locuaz y atrevido que el tímido y melancólico habitante
de las cordilleras; irónico y fanfarrón en ocasiones es más dado a la expansión y a

7 Tomado de: Alfredo Espinosa Tamayo (1880-1918), “El regionalismo”, en Psicología y socio-
logía del pueblo ecuatoriano [1919], Quito, Universidad Alfredo Pérez Guerrero, 2008, pp. 117-123.

41
la algazara. La facilidad de la vida que la fertilidad del suelo le presta, le hace más
confiado y jactancioso, más imprevisor que el serrano.
La mujer, la guitarra, el alcohol, son los medios que alegran su existencia; ami-
go de la juerga y del bullicio, pasa gran parte de su vida en medio del fandango, lo
mismo si vive en las ciudades que si habita los campos.
De estas influencias étnicas y biológicas, que sobre el carácter de los habitantes
de una y otra región, ejerce el medio físico y la diferencia de raza, depende en gran
parte la desemejanza en el modo de sentir y pensar de unos y otros; pero, además, la
situación topográfica y la diferencia por la producción, originada por la diversidad
del suelo y de clima, influyen grandemente y de una manera más decisiva en crear
el concepto regional.
La costa, más en contacto con el extranjero, es mucho más cosmopolita y me-
nos apegada a las costumbres tradicionales que la sierra, donde la diferencia de las
comunicaciones y la escasez y mala calidad de los caminos estaca y paralizan muchas
energías.
Se vive una vida estática en oposición a la existencia más activa y agitada de las
poblaciones de la costa. La producción en ésta es la más valiosa y constituye casi
todo el comercio de exportación del país.
La sierra solo produce lo necesario para su consumo y un ligero exceso que
halla su mercado natural en las tierras bajas que no producen los cereales y frutos de
la zona alta y templada; pero exceso que no alcanza a cubrir todas las necesidades
y que deja margen a que el comercio tenga que importar el resto del extranjero,
introduciéndose de fuera una gran cantidad de materias alimenticias de primera
necesidad que podrían producirse en el país. Las industrias no se han desarrollado
aún por falta de iniciativa, de capitales y de buenos medios de comunicación y por
consiguiente no existe esta compensación a la escasez de producción agrícola que
vuelva más holgada la situación económica de la región. Existe, pues, una diferencia
de intereses notables entre una y otra, mientras la primera soporta la mayor parte
de los tributos que gravan la exportación y aun la importación, puesto que relati-
vamente los habitantes de la costa se hallan en estado de consumir más que los de
la sierra, lo mismo que los que gravan la propiedad y el suelo, pues las plantaciones
más valiosas están situadas en la costa, la tributación en la sierra no alcanza en al-
gunas provincias, pero ni aun para pagar los gastos de la administración, teniendo
que cubrir ese déficit el exceso que dejan las provincias de la costa. Además, lo
accidentado del terreno, lo quebrado del suelo, la gran extensión de terrenos áridos
que hay que atravesar, la elevación de las montañas hacen que las obras públicas,
principalmente los ferrocarriles y los caminos, los puentes, etc., resulten de un costo
muy elevado: como para construirlos es necesario establecer impuestos, éstos pesan
desigualmente sobre la población, resultando casi siempre que el campesino de la
costa trabaja para pagar el sueldo de los empleados de la sierra o de la obras públicas

42
que allá se emprenden. Hubo una época, no muy lejana, en que el sueldo de la Cor-
te de Justicia de Loja, era pagado con lo que producía una aduana de la provincia de
Esmeraldas. Como resultado de este desequilibrio hay en el Congreso, siempre que
se trata de obras públicas, una lucha encontrada entre los diputados de la costa y la
sierra. Los de esta última tratan de rehuir todo impuesto, principalmente los que
gravan la propiedad, aceptándolos solo para obras públicas locales; pero en cambio
demandan mejoras a expensas del producto de las aduanas. Los de la costa tratan
de evitar que se recarguen los impuestos a la exportación, principalmente del cacao,
que ya paga un tributo muy alto. La costa se acerca al sistema de libre cambio:
desearía que sus productos pagaran menos para que alcanzaran mejores precios y
que en cambio la importación de materias primas y de subsistencias alimenticias
fuera libre de derecho. Esto está en oposición de los intereses de la sierra, pues sus
productos, trigo, cebada, patatas, cereales en general, frutas de los climas templados,
encontrarían fuerte competidor en la importación extranjera.
Lo mismo pasaría el día que sus industrias llegaran a desarrollarse. Como al
comienzo su manufactura será incipiente, tratará de ampararse bajo un arancel pro-
hibitivo; de manera de poder competir así con el producto extranjero. Sucede entre
nosotros lo mismo que sucede en España, aunque con diversidad de circunstancias,
entre Cataluña y las provincias castellanas. Cataluña, manufacturera e industrial,
necesita ampararse bajo un arancel proteccionista, las provincias del Centro y Me-
diodía, agricultoras, preferirían la rebaja en los objetos manufacturados, etc. El con-
cepto marxista que da una base económica a los problemas sociales, tiene a nuestro
juicio cabal aplicaciones entre nosotros y lo tendrá más aún a medida que las fuerzas
económicas del país se vayan desarrollando.
Actualmente, aunque la costa siente bastante la carga que sobre ella gravita,
no la rehúye con demasiada violencia y aun se ufana de su riqueza y de ser la que
sostiene la mayor parte de la obligaciones del Estado; pero no sabemos si más tarde,
cualquier trastorno en el comercio pueda traer como consecuencia la baja de sus
productos y entonces el problema se presentaría más difícil de resolver.
Lo que hace que nuestro regionalismo no tenga un aspecto agresivo y disolvente,
ruinoso para la nacionalidad, es la mezcla de sangre que diariamente se hace y au-
menta por la gran emigración de habitantes de la planicie interandina hacia la costa.
La ciudad de Guayaquil, por su comercio y su antiguo tráfico, atrae un gran número
de ellos y el aumento de su población, puede decirse que es debido a esos emigrantes.
Una tercera o cuarta parte de sus pensadores son serranos o de origen serrano. Mu-
chas de sus haciendas o plantaciones de las provincias de Los Ríos y de Guayas dan
ocupación a gran número de braceros de la sierra. El continuo trato y las alianzas de
familia suavizan las asperezas y los odios y cuando los ferrocarriles en construcción
o en proyecto lleguen a ser una realidad, el conflicto regional disminuirá, aunque
quizás adquiriendo otra faz por las razones que dejamos arriba expuestas.

43
En nuestras numerosas guerras civiles, desde el comienzo de la independencia,
la situación topográfica ha arrojado muchas veces unos contra otros, los habitantes
de la sierra contra los de la costa.
Si un movimiento insurreccional tiene su origen en la sierra, el objetivo militar
inmediato será tomar a Guayaquil, capital comercial y centro de recursos financiero
del país. Si al revés, es en la costa donde comienza, su objeto será apoderarse de
la capital de la República y dominar las poblaciones de la sierra; pero si en estas
luchas y por razón de la topografía, la mayor parte de los ejércitos de uno y otro
bando han estado formados por costeños y serranos alternativamente y así el odio
regional se ha mezclado al odio político y religioso, siempre ha habido en ambos
bandos cierta cantidad de serranos entre los costeños y al revés costeños entre los
serranos, de modo que la mezcla de unos con otros en un mismo bando suavizaba
estos odios por la solidaridad de ideas e intereses. Actualmente, la rivalidad de una y
otra región se traduce en bromas y en epítetos más o menos burlones y despectivos
y en alusiones o reproches hechos al modo de hablar, a las costumbres o al modo de
ser de cada región y hasta a los alimentos propios de ellos. Los andinos llaman a los
costeños “monos” y éstos les devuelven el insulto llamándolos “serranos come papas
con gusano”, que a su vez es contestado poniendo en bocas de los costeños un refrán
que dice: En habiendo pláano y arró, má que no haga Dio (en habiendo plátano y
arroz, más que no haya Dios). A pesar de estas diferencias, los pobladores del Ecua-
dor conviven pacíficamente sin que se pueda decir que el antagonismo, que indu-
dablemente existe entre ellos, los separa tanto que llegan a rechazarse. Unos y otros
comprenden, por ese instinto natural que forma la base de la conciencia popular,
que aisladamente no podrían existir las dos regiones y esta noción mantiene, junto
con los lazos de la tradición y de la comunidad de origen, además de los vínculos de
intereses comunes, muy unidos los lazos que forman la nacionalidad. Bien es verdad
que en las luchas políticas los pueblos de una y otra porción del territorio, se han
inclinado marcadamente hacia distintos bandos por razón de la diferencia de carác-
ter y aun de educación que en ambas predomina: siendo más preponderante la in-
fluencia del clero en la sierra, las ideas tradicionalistas han sido defendidas siempre
con mayor tenacidad y ardor en la altiplanicie, donde hay regiones que alimentan
un fanatismo religioso intolerante y agresivo, en tanto que las ideas liberales tienen
su baluarte en las poblaciones de la costa. Pero la difusión de ideas, lo mismo que
el aumento del intercambio comercial va borrando estas diferencias, con excepción
de algunos lugares que todavía, aislados del resto de la República, permanecen muy
apegados a sus viejas tradiciones. De provincia a provincia, de pueblo a pueblo, de
campanario a campanario, no puede decirse que haya rivalidad regional, con una
sola excepción, la de la provincia del Azuay en donde como ya dijimos anteriormen-
te, el regionalismo es muy marcado y se hace notar aun con las demás de la sierra.
En nuestra historia se registran hechos sangrientos en que por cuestiones de pree-
minencias de un pueblo sobre otro, los moradores se han ido a las manos y se han

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producido luchas sangrientas; mas, por fortuna, estos hechos hace tiempo que no
se registran, lo que prueba que el odio de campanario va disminuyendo. Esta falta
de agresividad quita a nuestras querellas regionalistas la importancia que tendrían,
si el odio político, religioso o los intereses materiales exaltaran las pasiones hasta
tal punto que ella viniera a constituir un grave peligro para la existencia nacional y
para el desarrollo del progreso del país. La antítesis económica que existe entre una
y otra región se ha contrabalanceado por mutua necesidad que la una ha tenido da
la otra y el desarrollo del comercio y el aumento de las vías de comunicación que
facilitaran el éxodo que desde hace muchos años se viene verificando, del exceso de
población de la región alta hacia la región baja, contribuirá a borrar diferencias de
raza y a volver más homogénea la población por medio de las uniones conyugales
cada día más frecuentes entre los pobladores de ambas comarcas. Puede decirse que
una tercera parte de la población de Guayaquil está formada por interioranos o
descendientes de los que emigraron hace veinte o treinta años a la costa. Este éxodo,
motivado por la pobreza y esterilidad de las tierras altas y por la falta de trabajo en
las industrias y de ocupaciones para la clase media, es uno de los dolores nacionales
latentes y también una contribución de sangre, un tributo a la muerte, pues un 50%
de los emigrantes no resisten las inclemencias del clima cálido y sucumben ante las
enfermedades infecciosas tan comunes en él; pero llenan la necesidad económica,
pues la demanda de brazos que hay para la agricultura de las ubérrimas tierras bajas,
se cubre con los braceros que vienen de la altiplanicie y a su vez redunda en bene-
ficio de ésta porque muchos de ellos a fuerza de ahorro y economía regresan con el
capital necesario para convertirse en pequeños propietarios agrícolas, aumentando
así la riqueza de la región alta contribuyendo al parcelamiento de la propiedad que
en algunas regiones como las provincias de Tungurahua y Azuay está ya muy exten-
dido, pues la indolencia de los grandes propietarios ayuda eficazmente a la adquisi-
ción de pequeños lotes por los pobres. Así, de un modo natural se va obteniendo la
extinción de los latifundios, problema que en otros países es una de las cuestiones
más debatidas.
La construcción de ferrocarriles que hoy cada provincia reclama y para los cua-
les los pueblos no vacilar en aumentar fuertemente su tributación, es un pretexto
para que mutuamente se hagan cargos y recriminaciones por supuestas preferencias
que el gobierno dé a ejecución de ésta o de otra vía; pero en lo futuro, cuando el
anhelo de los pueblos se haya realizado, las parcelas de hierro serán el fuerte vínculo
que una y estreche los lazos de la comunidad entre las diferentes regiones que hoy,
al disputarse entre sí, no se dan cuenta que trabajan por su futura unión.
Con esto y todo, la cuestión regionalista no desaparecerá en el Ecuador, que por
ella es asunto de diferencias topográficas y climatológicas y por ende de característi-
cas psíquicas especiales y porque las diferencias económicas que antes señalamos no
desaparecerán totalmente en un período más o menos largo; pero el estrechamiento
de las relaciones, el aumento de intercambio comercial y la fusión de sangre, serán

45
lazos más que suficientes para contrarrestar los peligros que podrían engendrar una
controversia de esta naturaleza. Por lo demás, el regionalismo existe en casi todos
los países del mundo, aun en aquellos donde la nacionalidad tiene más fuerza y co-
hesión; pero mientras no tome un carácter separatista, o bien, mientras una región
no ejerza sobre la otra una especie de tutela y se deje llevar por móviles egoístas,
acaparando la vitalidad de la nación o absorbiéndola en provecho propio, el regio-
nalismo es al contrario un excitante, un estímulo en la vida de los pueblos, porque
desarrolla las energías individuales y mueve a los asociados a trabajar a favor de los
intereses colectivos de una comarca determinada. Mientras la solidaridad que debe
existir entre los individuos que forman una nación no se rompa, y esto no ocurre
ni aun en naciones formadas por pueblos de diferente origen y que hablan diversos
idiomas, la noción de la patria grande predominará sobre la de la patria chica y el
espíritu gregario de la tribu o clan solo se manifiesta cuando se pierde el ideal de
fuerza y de grandeza que acaricia todo pueblo, o se borran las tradiciones, vínculo
moral que sujeta fuertemente a los ciudadanos.
No pasará esto por fortuna en nuestro país y por eso confiamos que aunque el
regionalismo sea uno de los tópicos de que más frecuentemente nos ocupamos, no
llegue a tener sin embargo los caracteres de un verdadero conflicto.

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El Municipio según el Partido
Conservador Ecuatoriano (1929)8
Jacinto Jijón y Caamaño

3° Otorgamiento de plena libertad a los municipios para control de


las escuelas y para sostener los planteles que a bien tuvieren.
12° Estímulo de la acción municipal, para la edificación de casas des-
tinadas a trabajadores.
15° Libertad y autonomía de los municipios sin perjuicio de la vigi-
lancia del poder central. Conversión de las instituciones locales en
escuelas primarias de civismo (referéndum, iniciativa popular, repre-
sentación proporcional). Creación de recursos independientes y su-
presión de impuestos adicionales. Subvención y apoyo municipales a
las escuelas particulares y alumnos desvalidos. Protección a las fami-
lias numerosas, especialmente por la reducción de impuestos. Policía
del comercio. Estímulo a las artes, educación, trabajo y embelleci-
miento locales. Estatuto de funcionarios municipales.
18° Centralización de rentas, sin perjuicio de las prerrogativas de los
municipios.

PROGRAMA DE LA ASAMBLEA CONSERVADORA DE 1925


La sociedad, como hemos dicho más de una vez, es un ser vivo articulado, con orga-
nismos múltiples y diferentes, a que corresponden funciones especiales.
Recordamos la célula fundamental de la sociedad –la familia– y hemos estu-
diado los postulados del Partido Conservador en lo referente a su estructura (Cap.
VI) y a la educación de los hijos (Cap. VIII). Debemos, ahora, hablar de la sociedad
natural, subordinada al Estado, y la región que origina la convivencia de familias en
territorio determinado, que no es necesariamente un pueblo.
Al radicarse varias familias en lugar limitado, se producen dos especies de re-
laciones jurídicas: aquéllas que provienen del respeto a los derechos de los demás,
y de la mutua cooperación social, en cuanto miembros de la humanidad o de la
nación, que incumben al Estado, y las que tienen por causa el hecho de la vecindad

8 Tomado de: Jacinto Jijón y Caamaño (1890-1950), “El Municipio según el Partido Con-
servador Ecuatoriano”, en Política Conservadora [1929]. Biblioteca Básica del Pensamiento Ecuatoriano,
Quito, Banco Central del Ecuador/Corporación Editora Nacional, 1929, pp. 71-101.

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y a él se refieren. Éstas, a su vez, son de dos clases, según provengan de la necesidad
de regular sus relaciones, a fin de que, por la contigüidad, unas no dañen a otras,
impidiéndose su desenvolvimiento y subsistencia o de la convivencia de prestarse
determinados servicios, para el mayor desarrollo de esta agrupación natural.
Dichas relaciones jurídicas suponen la existencia de un organismo encargado
de satisfacerlas, organismo que es la sociedad de vecinos o Municipio.
Es distinta la nación, porque su fin es diverso, local y parcial; es necesaria, ya
que no es el hombre libre para vivir en medio de la sociedad y para perfeccionarse; y
hasta para satisfacer sus más preciosas necesidades, obligado está a vivir en regiones
pobladas; el aislamiento completo de una familia la conduciría al salvajismo, fuera
de que la misma reproducción de la especie destruye la soledad, al multiplicar las
células sociales, de la misma manera que el desarrollo de una planta aumenta el
número de las ramas; es natural, por cuanto su existencia depende de las ineludibles
leyes de la naturaleza. Su fin es el bien comunal de los vecinos.
El Municipio que sustituyese al Estado pudiera indicar el desproporcionado
crecimiento urbano, con menoscabo del conjunto, y que revistiera la forma de ex-
cesiva autonomía, o la de intervención municipal en asuntos que competen a la
nación, o –lo que es más probable y ha ocurrido con mayor frecuencia– desarrollo
embrionario del ser superior o sea el Estado que, en una etapa dada del crecimien-
to de ciertos individuos, se confunde con el organismo municipal, da más rápido
desarrollo.
Pero cuando el Estado ha absorbido al Municipio, reduciéndolo a mero engra-
naje administrativo, sin personalidad, entonces pudiera afirmarse, con certeza, que
se ha iniciado un proceso de desorganización nacional, que al privar de vida propia
a sus miembros naturales, provoca, quizás, de modo lento, pero seguro, la parálisis
del conjunto.
Cuando la nación no se ha constituido plenamente, por efecto de fuerzas
centrífugas o por excesivo debilitamiento del poder central, o cuando arrojadas,
por causas históricas en un país con unidad geográfica, nacionalidades distintas,
tienden, éstas, en virtud de sus comunes intereses, a fundirse en un todo armóni-
co, entonces la limitación de las atribuciones de las sociedades secundarias (no su
aniquilamiento) es, no solo útil, sino necesaria, como proceso transitorio para el
progreso, exige poner cortapisas hasta a ciertos ejercicios legítimos de las entidades
parciales.
La absorción del Estado por el Municipio se observa, por ejemplo, en las ciu-
dades griegas, por la situación embrionaria de la nación. La supeditación del Mu-
nicipio al poder central, en el momento en que la monarquía absoluta en Europa
solidifica las naciones, para que el orden y la cooperación de todo el país permitan el
extraordinario incremento de la cultura, que en occidente se acercaba a la madurez.
Estas son dos etapas clásicas en ciclos diferentes, antes de que la nación esté en
capacidad para asumir sus funciones, y cuando estándolo, quita los obstáculos que,

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para su ejercicio, pueden presentarle las instituciones secundarias. Ambos períodos
de transición y desarrollo se completan, cuando se obtiene el equilibrio deseado, las
dos entidades llenan, con plenitud, sus funciones.
Muy diversa es la limitación necesaria de las entidades locales, en el momento
de la vigorización del Estado; al aniquilamiento de ésas que origina su conversión
en simples rodajes administrativos, con pérdida de su personalidad, síntoma del
debilitamiento del sistema orgánico, sea por vejez del ente vivo (nación) o por con-
diciones que pudiéramos llamar patológicas.
¿Están los países indohispanos, en las condiciones de las ciudades griegas o en
las de las monarquías europeas, al finalizar la época medieval?
Herederos de España y, por serlo, participantes de la cultura europea, tienen
constitución política, en la cual el Estado ha llegado al grado de desarrollo suficiente
para cumplir con su cometido; la nación no está dividida en entidades locales que
perturben el orden y armonía del conjunto; así es muy difícil (por no decir impo-
sible) que el Municipio supedite al Estado, ni conviene que éste limite a ése en el
ejercicio de su misión.
En estos pueblos nuevos, en que, en mayor o menor grado, la demagogia ha
entorpecido su desenvolvimiento, lo que se observa no es debilitamiento del po-
der central, que necesita robustecerse a expensas de las instituciones locales, sino
cierto apartamiento de masas determinadas de la población de la vida activa de
la República. Acontecerá esto: como consecuencia de las perturbaciones políticas,
que engendran desilusión y disgusto por la cosa pública, en parte del pueblo; como
resultado de la iniciación prematura de elementos no preparados en la democracia;
por el aumento rápido de la población, con el acrecimiento de extranjeros, que la
colectividad no ha podido incorporar, considerados como de paso en el país donde
viven y del que sacan recursos; o, como acontece especialmente en las Repúblicas
indohispanas, por la convivencia de dos razas, con distinta cultura, de las cuales la
una contribuye a la vida del país, como el árbol añoso y decadente a la de los pará-
sitos, que lo adornan con prestada lozanía.
Y este vicio es tanto más grave, cuanto más hondas sean las raíces; fácil de
extirpar, si sus causas son pasajeras y circunstanciales; pero de muy lenta curación,
cuando obedece a un fenómeno étnico y de cultura, como sucede donde conviven
una población de mentalidad europea y otra alma aborigen.
Sea cual fuese su origen, es indudable que el excesivo centralismo lo agra-
vará y, en tales circunstancias, un desmesurado crecimiento de las atribuciones
de las entidades locales podría traer, como consecuencia, el menoscabo de don
tan precioso como lo es la unidad nacional; lo primero, por cuanto es menos
probable que los elementos atónicos se conmuevan más por problemas generales
que por intereses locales y, además, por cuanto estarán más dispuestos a discutir
y participar en la dirección de lo local e inmediato, que en lo determinado por el
omnipotente y misterioso poder central, cuyos designios se elaboran en las gran-

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des ciudades y, quizás, con la intervención únicamente de un grupo de políticos
profesionales. Por otra parte, si todo quedase a merced de las entidades locales,
libres de la vigilancia del poder central, la incorporación a la comunidad de estos
elementos inertes podría verificarse con modalidades tan distintas, que la unidad
del conjunto peligraría.
Es preciso no olvidar las lecciones de la historia: en el coloniaje, no obstante la
legislación uniforme y el celo del monarca por reconcentrar en sí toda autoridad, el
hecho de que las audiencias funcionaban con casi completa independencia, unas de
otras, manteniendo escasas relaciones, bastó para que se convirtieran en núcleos de
países distintos; y si la diversidad de patrias en el mundo hispano es un hecho, que
nadie puede contrariar, sin hondo trastorno, perjudicialísimo para el bienestar de
estos pueblos (hecho que, en 1800, estaba ya consumado y que era forzoso recono-
cer); no debe siquiera discutirse que fue perjudicial para la civilización ibérica y para
la grandeza de los pueblos hispanos.
Las razas española e indígena son propensas y, por naturaleza, inclinadas a la
dispersión: la constitución geográfica de la porción de América ocupada por los es-
pañoles la favorece y, hasta cierto punto, impone; por lo cual, en naciones en que, si
el Estado ha alcanzado un grado de desarrollo notable, no toda la raza humana que
vive en el territorio ha sido incorporada por la nacionalidad, la autonomía local es
indispensable, pero no debe concederse sino prudencialmente, para que el desarro-
llo en estas secciones no sea óbice para la existencia del conjunto.
Bastaría, quizás, lo dicho para comprender con cuánto acierto pide el Partido
Conservador: “Libertad y autonomía de los municipios, sin perjuicio de la vigilan-
cia del poder central”.
Pero, para precisar mejor el sentido de esta petición, será conveniente que re-
pasemos, a grandes rasgos, cuál ha sido el régimen de las agrupaciones vecinales en
el Ecuador.
A los aborígenes ecuatorianos parece que no les gustó (salvo en remotos perío-
dos, de que quedan las ruinas de casa colmenas) la vida urbana; el pueblo de indios
debió ser lo que es hoy, una región más densamente poblada que el resto del territo-
rio, repartida en chacras o campos cultivados, en cuyo centro estaban edificadas las
habitaciones de los dueños o usufructuarios de esos cultivos. En tiempos prehistóri-
cos, antes de la “reducción de la tierra”, corto número de estas heredades–viviendas,
formaban un núcleo, sea un aillo pequeño, donde la asociación gentilicia predomi-
naba, una parcialidad, o una subdivisión de estas organizaciones, comandada por
lo que los españoles llamaron capitanes o principales; en la vecindad de este núcleo,
habían otros semejantes, sus moradores constituían un aillo o parcialidad, del cual
los otros grupos eran como subdivisiones o colectividades a él sometidas, y que te-
nían un curaca o jefe común; aquí terminaba, en muchos casos, la agrupación; pero
en otros, en las inmediaciones y a corta distancia, había uno o más núcleos semejan-
tes, que reunidos, constituían el pueblo, a cuya cabeza estaba el cacique principal.

50
El Estado, reino o imperio, parece que en el Ecuador, como en casi toda Sud-
américa, si se exceptúa el Perú, nunca llegó a constituirse, sino como fruto de con-
quista extranjera, y cada pueblo constituía unidad separada; pero si había varios
en un mismo valle, las relaciones entre ellos difícilmente eran pacificas, y, al fin,
uno terminaba por imponerse, con lo que se formaba una como pequeña unidad
política, de contextura floja, imprecisa o vaga y bastante inestable, con un Régulo
por jefe.
El crecimiento del poder de uno de estos, el prestigio adquirido por su hueca
y el peligro de una invasión daban origen a confederaciones inestables y de vínculo
muy laxo.
Conforme con este sistema, no hay verdaderas ciudades ni pueblo, sino regio-
nes más pobladas, porque están mejor cultivadas; cada familia vive en el campo que
trabaja y le da sustento; el pueblo, la ciudad, son el sitio donde están el santuario
del dios o los templos de los dioses de la comunidad: la plaza destinada a las cere-
monias, y las casas en que se hospedan los fieles durante los días en que se celebran,
donde los sacerdotes que viven del culto, si los hay, y, a veces, la habitación per-
manente del cacique. Este lugar coincidía a menudo –no siempre– con la fortaleza
(pucara), donde se refugian los moradores en horas de peligro, y puede encontrarse
a considerable distancia de sus viviendas permanentes.
El imperio incaico –continuación o reconstrucción de otros más antiguos, que
en Perú y Bolivia, como en la hoya del Tigris y el Éufrates, se suceden unos a otros,
rehaciendo el anterior, agrandando y, quizás, perfeccionando la obra de sus predece-
sores, cuando está casi destruida– no pretendió alterar la forma en que la población
estaba distribuida, si bien parece que, para vencer la resistencia que a la acción uni-
ficadora del imperio ofrecían las instituciones locales, intentó el subdividir la pobla-
ción en decenas, centenas y millares, con sus respectivos jefes; división que, salvo en
determinadas provincias, parece que solo tuvo significado económico para el pago
de impuestos, la prestación de servicios determinados, y como organismo militar.
El imperio en sí mismo, solamente era efecto del crecimiento de los aillos cuz-
queños, especialmente de aillo del Inti, que logró –por medios que no registra la
tradición, pero de los que queda vago recuerdo en las fábulas de los ayares–cruelda-
des de Mama Ocllo, encarcelamiento de Huanacaure en la cueva de Paric–tampu,
etc., etc. –y de las luchas del niño Sinchi Roca con los alcavisas– incorporar a las
demás parcialidades del valle del Cuzco y sus inmediaciones, para luego aumentar
su poderío, con la anexión de otras, aprovechando de la decadencia en que, qui-
zás, por excesivo crecimiento, se encontraba la confederación (antiguo imperio o
antiguos imperios) de los chancas y chinchas, hasta poder vencerla en los campos
de Jaquijahuana, extendiéndose enseguida, con inaudita rapidez, cual impetuoso
torrente, a todo el territorio en que dominó Huaina Cápac: organización local que
se ensancha o extiende hasta volverse imperial: el gobierno de Tahuantinsuyo es el

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de la parcialidad de los orejones, que se desparrama, organizada, por los cuatro suyos
y sujeta a las entidades locales. Esta administración se ejerce por medio de los Toco-
ricos, gobernadores y jefes de Huaraca y Pachaca, y se dividen los pueblos en hanan
y hurin: por el ejército que tiene sus pucaraes o campos atrincherados y sus tambos,
que al mismo tiempo que cuarteles y depósitos, son oficinas de recaudación de los
impuestos que pagan las tribus conquistadas: por los templos del sol y conventos
de las acllas o vírgenes consagradas al culto imperial y, por último, por el estableci-
miento de colonias de mitimaes.
Junto a esta organización estatal, subsiste la local, que podemos llamar de Mu-
nicipio, no siempre bien definida; en ocasiones, el inca delega facultades imperiales
a los antiguos caciques que gozan de su confianza.
El jefe del aillo, el cacique, el antiguo Régulo subsisten y a su cargo está el
gobierno vecinal y los intereses locales de su colectividad, como: la siembra y cose-
cha de los terrenos comunales; el culto a los dioses particulares; la conservación de
los canales de regadío, y la construcción de las casas de lo que pudiéramos llamar
pueblo o ciudad, y es de suponer en agrupaciones densas, como algunas de la costa
del Perú; el ornato, aseo e higiene de la población (si es que son posibles en pueblos
primitivos).
Tales parece que eran, según se entrevé o conjetura en las relaciones coetáneas,
en los documentos de la colonia y en las costumbres indígenas actuales, la organiza-
ción vecinal, cuando sobrevino la conquista española.
Los conquistadores, al fundar ciudades y villas, las dotaron de “cabildo”, “jus-
ticia” y “regimiento”, a imitación de los que existían en la madre patria; fue or-
ganización de blancos y para blancos; por lo cual, salvo algunas excepciones en
México y Centro América, solo las hubo en los lugares que servían de morada a los
castellanos.
Las atribuciones del Consejo, acordes con las costumbres europeas de la Edad
Media, eran además de municipales, judiciales; su jurisdicción propia, la población
y sus cinco leguas, medidas frecuentemente, con extraordinaria largueza. Los alcal-
des de primero y segundo votos, y el corregidor o justicia mayor, eran los jefes del
cabildo; pero ése, funcionario municipal, era agente de la Corona, cuyas atribucio-
nes se extendían a todo el Corregimiento, que comprendía además de la ciudad o
villa, algunos asientos, sedes de los tenientes de corregidores, y pueblos de indios.
El asiento podía ser de indios o mixto; en este caso, no tenía autoridades mu-
nicipales; de lo contrario, las relaciones vecinales se regulaban de igual modo que
el de los pueblos de indios, en los que, la unidad municipal la ejercían los caciques,
representantes de la comunidad indígena, y el párroco que nombraba a los alcaldes.
Los cabildos en la historia colonial y en la independencia, especialmente en la
época de la iniciación, desempeñaban papel importantísimo, que honraba grande-
mente a estas instituciones, modelos, entonces, de honradez y solícita vigilancia.

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La vida autónoma los encuentra desequilibrados por la lucha, en que sufren
frecuentes cambios, en constancia con la suerte que corría las instituciones con los
repartidos y alternos triunfos de patriotas y realistas, constitucionales y serviles;
pero, sobre todo, por cuanto la Constitución de Cádiz destruyó su fundamento y
minó sus bases históricas.
Pero, mientras esto sucedía y aunque florecían aún los cabildos, la organización
indígena iba, paulatinamente, desvaneciéndose; los últimos caciques y gobernado-
res de indígenas saludaron la aparición de la República; el teniente político o, como
se lo llamaba, la autoridad del pueblo era simple funcionario del poder civil: solo
quedaron, y sin autoridad legal alguna, los alcaldes, nombrados por el cura, lo que
no obsta a que presenten valiosos servicios a la comunidad.
La República organizó el Municipio sobre el patrón napoleónico y le convirtió
en organismo político y simple rodaje administrativo. Tal situación produjo y pro-
duce el inevitable decaimiento de la vida local.
El Cabildo (hoy, el Municipio) fue y es institución de la población europea (de
origen, por mestizaje o mentalidad) que, de ordinario, vive en las ciudades; por lo
cual, se convirtió en institución urbana, siéndole la aldea o caserío muy indiferen-
tes; de ahí el abandono y atraso en que vegetal.
La República, a impulso de ideas igualitarias y centralistas, ha dividido el país
como un gran tablero de ajedrez, en que cada casilla tiene las mismas atribuciones
legales, la misma misión con que cumplir; es organización arquitectural o mecánica,
tal vez hermosa, pero rígida e incapaz de vida.
La política se dividió en provincias, éstas en cantones o municipios, sin distin-
guir entre los grandes y pequeños recursos, los urbanos y rurales, e incluyendo en el
distrito municipal, junto con zonas pobladas, otras con escasos moradores, y hasta
lugares incultos.
Por una parte, el Municipio, convertido en engranaje administrativo y orga-
nismo político, decayó; por otra, las poblaciones secundarias, privadas de su acción
benéfica, permanecieron estacionarias; por ambos caminos, se desorganizó el todo
vivo de la patria.
Mucho se ha escrito sobre los grandes males que una cantonización indiscreta
y prematura causa a parroquias, que antes de mejorar de categoría, vivían felices
y hasta, quizás, prosperaban; males atribuidos a haberles dotado de organización
municipal. Antes de estudiar este punto, es preciso confesar que poco o nada han
hecho la nación y los municipios en pro de los pueblos, y menos aun de la pobla-
ción campesina; si se advierte progreso es en las ciudades; la red de caminos que
une a algunas de éstas, cuando un interés político ha hecho que se construya, ha
favorecido, por accidente, a alguna aldea; la mayoría de las parroquias es lo que fue
hace doscientos años: sus calles tortuosas son las mismas; el espacio ocupado por las
casas, idéntico; los servicios públicos, salvo la instalación de una oficina telegráfica

53
o de una telefónica (colocadas porque la línea pasa por el lugar, porque al gobierno
le convenía comunicarse con rapidez con sus subalternos, para el servicio de las
haciendas vecinas) son tan primitivos y, seguramente, menos eficientes que hace
tres siglos. El único progreso que se advierte es la existencia de míseras escuelas9 y,
quizás, una iglesia nueva, construida por un cura progresista.
Cuando algún pueblo se aparta de estas míseras condiciones, la causa hay que
buscarla en la acción privada de sus vecinos, nunca favorecida por el Estado, la pro-
vincia o el municipio, que, a menudo, la dificultaron.
Y si es verdad que el progreso del país se ha de obtener por el adelanto de las
ciudades, no es menos cierto que ni éste será sólido, ni se logrará la incorporación de
las masas indígenas a la nación, y del pueblo a la cultura, sino cuando la aldea salga
del marasmo en que yace; y el único modo de conseguirlo es dándole vida propia,
con organización social bien graduada.
Los pueblos son hoy esclavos de la cabecera del cantón; sus recursos se invier-
ten en beneficio exclusivo del centro del Municipio, por lo que están condenados
a perpetuo encantamiento. Las necesidades que pueden ser imperiosas, no solo son
desconocidas de los consejeros municipales, sino –lo que es peor– no les importa
un comino.
En tales condiciones, es imposible que los aldeanos, de cuyos votos debe, en
gran parte, depender la composición del Ayuntamiento, intervengan en su elección,
salvo que ella implique un problema político. Desiertas las mesas electorales de las
parroquias, sin los legítimos sufragantes, las invaden los esbirros del gobierno o de
la trinca que el cantón explota las rentas municipales, cuando no quedan solitarias,
para que el fraude replete las urnas. Abandonando el campo en los pueblos, aquéllos
que en la ciudad aspiran a una reforma o purificación del Municipio, se ven con-
denados a luchar en situación muy desventajosa; con lo que, su estructura padece
grave quebranto.
Distinto es el proceso, pero igual el resultado, si la designación de concejales
tiene significado político; el puesto es secundario, simple engranaje administrativo,
cuyo valor se reduce a adquirir posiciones estratégicas para el próximo torneo elec-
toral; siendo así (salvo si existe un partido al que se niega el agua y el fuego), los
candidatos serían personas secundarias, agentes dóciles, a los que no importen los
asuntos locales, sino exclusivamente los de su agrupación política.
La organización social de los actuales municipios ecuatorianos es, pues, viciosa,
por injusta y perjudicial para los pueblos, y por las consecuencias que en el ejercicio
del sufragio produce.

9 Es en el siglo XVI, en las ordenanzas de los Visitadores de la Tierra dictaron para muchos
pueblos del Reino de Quito, se dispone que haya una escuela de primeras letras, y canto llano, a cargo
del maestro de capilla. ¿Cuánto tiempo existieron?

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¿Cómo evitar estilos inconvenientes, y los males que la experiencia enseña son
producidos por las cantonizaciones indiscretas y prematuras?
Hoy, una misma ley fundamental rige a todos los municipios de la República;
unas mismas son las atribuciones, idénticas, las facultades de los ayuntamientos
de las dos ciudades principales (Quito, la capital, o Guayaquil, el puerto más im-
portante del país, centro de las actividades de la nación), las de una organización
mercantil pequeña, como Manta y Bahía de Caráquez, de un lugar agrícola forestal,
cual Santa Ana, agrícola andino, como Salcedo (San Miguel de León) o ganadero,
como Machachi (Mejía). Este inmenso absurdo se agranda, si a las distintas circuns-
tancias originadas del ambiente, se suman los muchos grados de cultura que separan
a lugares tan disímiles.
Y lo peor es que la diversificación –producto de mal concebidas y mal eje-
cutadas leyes secundarias, elaboradas sin meditación, pero que, por lo menos se
adecuaban, en cierto modo, a la realidad– están en peligro de desaparecer, ya que se
pretende imponer al país un rígido centralismo.
Inevitable es que las instituciones que se adaptan, poco más o menos bien, a las
capitales de provincia, resulten deficientes para Guayaquil y Quito10, e inadecuadas
para los cantones pequeños y rurales; que en el primer caso, la acción del Ayunta-
miento no sea eficaz, y en el segundo, sea perturbadora de la quietud o tranquilidad
y progreso de la comunidad.
Es conveniente, a nuestro juicio, por las razones apuntadas, que en el país haya
mayor número de municipios que los existentes, que toda parroquia tenga cierto
género de organización local propia, para atender a sus necesidades peculiares y de
vecindad; pero, simultáneamente, pensamos que así como es diversa la Constitu-
ción de los varios pueblos, no debe ser uniforme el estatuto municipal.
El vacío que la organización indígena dejó, al desaparecer, es preciso que lo
llene otra entidad adecuada, que no puede ser del Municipio cantonal; es necesario
que el alcalde que hoy nombra el cura, sin jurisdicción alguna, y que bien pronto
desaparecerá, sea sustituido con algo mejor que la carcoma del teniente político,
tiranuelo audaz y sin escrúpulos, que esquilma al rebaño que debe cuidar.
Mas, antes de proseguir disertando sobre la organización vecinal que al Ecua-
dor parece convenir, hay que precisar los defectos, que hoy tiene la municipal.
Si el Municipio tiene funciones políticas, el Estado terminará por anular su
autonomía, convirtiéndole en simple rodaje de la administración; cuando funcio-
narios ejecutivos, como el jefe político, tienen injerencia en los asuntos municipales,
la personalidad del Ayuntamiento desaparecerá tarde o temprano, y esto es lo que
ha acontecido en el Ecuador.

10 Deficiencia demostrada por la creación de las respectivas Juntas de Embellecimiento.

55
Para vigorizar a nuestros organismos vecinales, lo primero que habría que hacer
es impedir que tengan injerencia política, esto es, en el poder electoral no deben
tener participación; conseguido esto, habría que procurar que los funcionarios del
poder central no tengan injerencia en asuntos de carácter vecinal.
El cabildo de la colonia, trasplante del de Europa y que acababa de salir del
feudalismo, poseía, entre sus prerrogativas, atributos de justicia: las villas del Viejo
Mundo, en su deseo de emanciparse del poder señorial, sin caer en la sumisión a la
Corona, habían conquistado, a veces, a costa de heróicos sacrificios, el derecho de
que los vecinos fuesen juzgados por sus iguales; de allí, las atribuciones judiciales de
los ayuntamientos, que en forma atrofiada, ejercen nuestros municipios, al nombrar
a los alcaldes cantonales; este aditamento fósil de la jurisdicción municipal es preciso
que desaparezca, no solo por lo absurdo que es la existencia de jueces legos, que para
el más pequeño paso, necesitan el báculo del asesor letrado, sino que para la eficacia
del Municipio, importa que sus facultades se limiten o contraigan a su objeto propio.
La reforma de la organización municipal tiene excepcional importancia, no
solo porque es útil para el progreso de la República, sino porque el país habiendo
adoptado el gobierno democrático, para que éste sea perfecto o de verdad, es in-
dispensable que los ciudadanos aprendan, ejercitándose a usar sus derechos; y esto
se conseguirá más fácilmente dándole la oportunidad de gobernar a su pueblo, mil
veces menos difícil que dirigir a la nación; por lo cual, con gran acierto, el Partido
Conservador pide la “conversión de las instituciones locales en escuelas primarias
de civismo”.
Esto se lograría mejor en el Municipio pequeño que en el de la ciudad populo-
sa; pues su misma sencillez haría más fácil, más práctica y efectiva la administración
de la cosa pública por todos los vecinos y en beneficio de todos y, por ende, de cada
uno.
El patriotismo y el espíritu nacional son más sólidos y efectivos cuando son
la suma de efectos de campanario bien entendidos, para lo cual, sería conveniente
fomentar la autonomía de las localidades, sin perjuicio de la vigilancia del poder
central.
La familia es la célula elemental de la sociedad (asociación en sí misma natural
y semiforzosa)11; el Municipio es la primera de las agrupaciones fundamentales, ne-
cesaria e involuntaria, y que abarca todos los aspectos de la vida humana; no es mera
circunscripción territorial, para un fin político; es, por lo contrario, comunidad de
familias, que en virtud de las relaciones, se deben mutua cooperación, o están obli-
gadas a limitar sus actividades, para conseguir el bien comunal.
El Estado o asociación general tiene por fin la protección del derecho y la tutela
de los intereses sociales; a la asociación vecinal incumbe defender los derechos de

11 Todos formamos involuntariamente, parte de una familia; pero somos libres para constituir
otra, y escoger uno de sus socios –el otro esposo– mas no de los demás –los hijos–.

56
sus asociados, en cuanto vecinos, no en cuanto ciudadanos, y cuidar de los intereses
vecinales de sus miembros.
Tienen, pues, esfera de acción propia y distinta; y si no se olvida su respectiva
misión, parece fácil conservar la independencia del organismo principal y del subor-
dinado, que, por serlo, está sujeto a vigilancia del primero.

La primera necesidad de las familias, en cuanto vecinas, es asegurar su fácil y


constante comunicación. Por este concepto, toca al Municipio:
• Procurar la más adecuada estructura municipal, urbana o rural, que pide hábil
composición y ordenación de las vías para facilitar la circulación, el movi-
miento, el tráfico;
• Aplicar, eficazmente, cuantos inventos se registren, para hacer, rápida, cómo-
da y económica la comunicación de los vecinos y sus propiedades, sitas en la
jurisdicción (carreteras, tranvías, ferrocarriles, teléfonos).

Pero como al departamento (región) y al Estado interesa también que los


miembros de estas colectividades mayores dispongan de los medios de comunica-
ción suficientes, el Estado tiene el deber y el derecho de vigilar la acción de los mu-
nicipios remisos y de coordinar la de todos, para el desarrollo de una red armónica
de vías de comunicación; además, estas instituciones están obligadas a construir
conservar carreteras y ferrocarriles, redes telegráficas y telefónicas nacionales y de-
partamentales, las que en el país deben construir un conjunto que permita la fácil y
rápida comunicación de todos sus habitantes.

A) A las familias, por el hecho de la vecindad, conviene la metódica distribución de


los servicios comunales, la que requiere que la población esté distribuida acorde
con un plan racional. De ahí que el Municipio deba:
1) Elaborar el mejor sistema de comunicación del centro urbano, merced a la com-
binación, que se estime más adecuada a las habitaciones o casas del vecindario y
a los edificios públicos, institucionales y funcionales: oficinas, estaciones ferro-
viarias, centros de tráfico, mercados, bolsas, bancos, ejidos, oficinas agrícolas y
veterinarias, etc., etc., y cuantos exijan los múltiples servicios de la comunidad.
2) Realizar una calculada distribución de los centros e instituciones de cultura, edu-
cación, expansión, goce estético, diversión y recreo; escuelas, templos, museos,
bibliotecas, campos de juego, parques, espacios libres, en proporción adecuada y
todo abierto para todos.
B) La convivencia es causa de muchas enfermedades, por la difusión de bacterias. El
Municipio debe cuidar de que el medio vecinal sea sano; lo que pide:
3) Organización de servicio de agua potable;
4) La limpieza del Municipio;

57
5) El alcantarillado de los sitios urbanizados y el desagüe de aquéllos que pueden ser
germen de enfermedades infecciosas;
6) La higiene de los cementerios;
7) La salubridad de los lugares públicos;
8) Defensa contra las epidemias;
9) Desarraigo de enfermedades con las aplicaciones profilácticas recomendadas; todo,
en suma, cuanto constituye la materia de la policía sanitaria municipal.
Pero como la salud de las poblaciones no puede ser indiferente al departamento,
en primer término, por razón de la contigüidad, ni al Estado, estas entidades
superiores pueden estimular, vigilar y completar la acción municipal.
C) La educación de los hijos, como se comprobó anteriormente, obligación de la
familia: siendo el Municipio, asociación de familias, a él, en primer lugar, toca
suplir lo que los padres no pueden hacer por sí y organizar sus esfuerzos; esto
es especialmente valedero en lo que a la instrucción primaria se refiere; por este
concepto, el Ayuntamiento:
10) Sostendrá y dirigirá sus escuelas, y tendrá plena libertad para fundar los planteles
que a bien tuviere (Art. 30° del PC);
11) Subvencionará a las escuelas particulares que juzgue convenientes (Art. 14° del
PC);
12) Dará apoyo a los alumnos desvalidos (Art. 14° del PC);
13) Estimulará, por todos los medios a su alcance, la educación local.
D) Para el bienestar de los vecinos, debe el Municipio organizar una Policía, en el más
elevado sentido, enderezada a hacer, del medio local, un medio ético socialmente
sano, por una acción positiva, preventiva y represiva, que consistirá, principal-
mente, en:
14) Evitar el máximo de la miseria por medio de la asistencia y beneficencia muni-
cipales;
15) Prevenir y desarraigar ciertos vicios sociales, como el alcoholismo, la prostitución,
el juego de azar;
16) El estímulo de las artes, del trabajo y el comercio locales;
17) La policía del comercio (Art. 14° del PC) especialmente de los artículos alimen-
ticios.
E) Debe fomentar el progreso de la colectividad por medio de:
18) Establecimientos adecuados para el adelanto técnico en los medios industriales,
para el fomento agrícola o el ganadero en los rurales.

58
F) Para la tutela de los intereses sociales, tiene ancho campo, en la acción social,
especialmente:
19) Protegiendo a las familias numerosas, sobre todo por medio de la reducción de
impuestos;
20) Construyendo casas higiénicas y económicas, destinadas a los trabajadores;
21) Socorriendo, en determinadas circunstancias, a las familias de los que carezcan
de trabajo; al hacerlo, debe cuidar de no facilitar ni la lucha de clase ni el ocio.
G) Los vecinos tienen necesidades religiosas que satisfacer; por lo tanto, el Municipio
debe:
22) Ayudar a la Iglesia única, en los países que tienen religión oficial, cooperar a
aquélla a que pertenece la mayoría de los vecinos, si existe tolerancia o libertad de
cultos, para que los fieles cuenten con los medios necesarios para la satisfacción
de los requisitos de culto.
H) Por último, siendo la belleza de la localidad, aspiración general de los vecinos, se
debe preocupar de:
23) Embellecimiento del Municipio12.

Acerca de estas atribuciones o deberes del Municipio, el Partido Conservador


ha creído conveniente (por juzgarlas más importantes o por haberlas desconocido
el actual régimen) insistir en las siguientes: “Otorgamiento de plena libertad a los
municipios para la dirección de las escuelas y para sostener los planteles que a bien
tuviesen”, “Subvención y apoyo municipales a las escuelas particulares y alumnos
desvalidos”.
Comentando estos postulados, dice el Dr. Tobar Donoso:

El Partido requiere… robustecer la personalidad y autonomía del Municipio,


dándole libertad plena, esencialmente en el orden de programa… El Partido pide
también, consecuente con lo antes dicho (art. 3), la repartición proporcional de
los fondos escolares del Municipio entre los planteles particulares de su jurisdic-
ción y los suyos propios, y el socorro de los alumnos desvalidos de entrambos.
Aun en los países que, como Francia, por las resistencias del jacobinismo radi-
cal, no admiten la igualdad de las escuelas ante el erario nacional, han llegado
a aceptar, siquiera sea parcialmente, que el Municipio apoye a las escuelas libres
y, en particular, a sus educandos indigentes… ¿Por qué el estado ha de obligar a
los ayuntamientos ecuatorianos a mantener el principio corruptor del laicismo
escolar y el monopolio docente, a imitación suya?13:

12 En esta enumeración, sigue el autor, en líneas generales y en párrafos textuales, a la que hace
Posada de las atribuciones del Municipio urbano, en el Régimen municipal de la ciudad moderna, Madrid,
1927, pp. 159-161.
13 Tobar Donoso, La Asamblea General del Partido Conservador y su doctrina, pp. 62-63.

59
• Protección a las familias numerosas, especialmente por medio de la reducción de
impuestos.
• Estímulo de la acción municipal para la edificación de casas destinadas a traba-
jadores.
• Policía del comercio.
• Estímulo a las artes, educación, trabajo, comercio y embellecimiento locales.

Toda asociación, para cumplir con su cometido, necesita de autoridad, que


tiene que ser local tratándose de intereses vecinales, siendo el Ecuador, República
democrática, elegida por sus pobladores o vecinos. La autoridad ejecuta siempre tres
operaciones distintas: la de resolver lo que cree más conveniente a los intereses de la
colectividad, determinar sus requisitos, el modo de llenar las aspiraciones comunes
y las obligaciones de los asociados en razón de tales (poder que, en el Estado se
apellida Legislativo, y, tratándose de la asociación vecinal, sería mejor llamar función
resolutiva); la de ejecutar lo resuelto; y la de juzgar los actos individuales que violen
o perjudiquen los derechos colectivos.
La sociedad Municipio la forman las familias residentes en la circunscripción
vecinal, a quienes toca designar a sus representantes, sin renunciar, por eso, inter-
venir, directamente, en la gestión de los negocios, en determinados casis y llenando
ciertos requisitos (referéndum, iniciativa popular, revocación de poderes), eligiendo
mediante el sufragio, el Concejo o Cabildo Municipal.
Muy común es que el mismo Concejo se encargue de ejecutar resoluciones;
pero para su eficacia, la función ejecutiva debe ser siempre unipersonal y delegada
por el Ayuntamiento, quien nombra comisarios municipales, para que se encarguen
de la justicia y policía vecinales.
La base, pues, para la designación de la autoridad local es el sufragio de los
vecinos.
Ya hemos manifestado, que nuestra opinión personal es que todas las agrupa-
ciones locales deben tener organización propia; que ésta no puede ser igual para
todos los pueblos; luego expondremos cuál pensamos que conviene; ahora exami-
naremos cómo sería el sufragio municipal.
Estas elecciones locales parece que deben distinguirse de las generales, si bien
sujetas a la intervención del poder electoral de la nación, quien las debe organizar
y presidir. Toda intervención del Municipio en el sufragio sería perjudicial. Cómo
deba verificarse éste se estudiará en otro lugar.
Como los municipios serían siempre, según nuestro parecer, circunscripciones
territoriales pequeñas, no convendría que, para la designación de consejeros, se fi-
jaran diversas jurisdicciones, a las que se asigne determinada representación, acorde
con el número de los ciudadanos que en cada una resida; pero aún en este respecto,
deseable sería que las ordenanzas municipales tuviesen la suficiente elasticidad, a fin

60
de que, en aquellos casos en que pareciere oportuno, pueda dividirse el Municipio
en varios distritos electorales.
Deben tener voto, en estas elecciones, todos los vecinos, con capacidad a vo-
tar14. ¿A quienes se dará el título de vecinos?
Para las elecciones generales, nacionales, es preciso que cada ciudadano no ten-
ga voto sino en determinado lugar, fijado según su domicilio, tal cual lo señala el
Código Civil.
Pero, para los locales, parece justo que se lo conceda a cuantos tengan intereses
en la localidad (departamento o municipio). En efecto, para ellos, es igualmente
importante, como para los demás moradores de la localidad, que se gobierne bien
ésta. Así, en el sufragio municipal tendrían voto, los domiciliados en el Ayunta-
miento y los que en él tengan propiedad, raíz o negocio establecido.
El Partido Conservador opina que en todos los cuerpos electivos, tengan lugar
o asiento, los delegados de las mayorías y de las minorías; por lo cual, pide “el esta-
blecimiento del escrutinio de lista, de modo de alcanzar la más amplia representa-
ción proporcional” (Art. 8° y 15° del P. del PCE)15.
Ya apuntamos la importancia que tiene la vida municipal en la efectividad de
la República; el Ayuntamiento es, por esencia, democrático, y lo ha sido aun en los
tiempos más calamitosos para la democracia; por siglos enteros, en que dominó el
poder absoluto de los monarcas, en los cabildos de refugió, como poster reducto, el
gobierno de la comunidad para la comunidad.
La libertad, como lo comprueba nuestra propia historia, con las guerras civiles
de los conquistadores, la Revolución de las Alcabalas y la de la Independencia y,
quizás, con más de un episodio del vivir republicano, siempre ha tenido su baluarte
en el Municipio.
No existe pueblo que, a la larga, conserve su libertad política, si no ha poseído
y no posea sólida organización municipal.
Además, como a nada se adaptan mejor los sistemas democráticos como al
gobierno de colectividades pequeñas, hay que convertir a las instituciones locales en
escuelas primarias de civismo, en un país que ha vivido bajo un régimen republicano.
Para conseguirlo, lo primero es el escrupuloso respeto a la libertad del sufragio;
peo el Partido Conservador, tanto por este fin como por juzgarlas útiles para el buen
gobierno de las localidades, propone, como medios complementarios, el referéndum
y la iniciativa popular.
Quizás se creyó, al redactar el Programa, que la iniciativa comprendía también la
revocación, o, por involuntario descuido, en documentos que encierra tantos postula-
dos nuevos, se olvidó mencionarla. A nuestro modo de ver, debió enunciarse, expre-
samente este complemento y consecuencia necesaria de la iniciativa y el referéndum.

14 Con la excepción apuntada luego.


15 Parécenos que también a este respecto los cabildos más pequeños deben ser excepción.

61
El cuerpo electoral, escribe Posada, aparte de que es quien elige la Comisión
(Consejo), se ha reservado... las intervenciones directas, típicas hoy, en una demo-
cracia gobernante, a saber: 1. La iniciativa: toda propuesta de ordenanza formu-
lada con petición firmada del 25% de los electores, el Consejo, o Comisión debe
o aprobarla en el término de veinte días, o si en la petición se reclama, someterla
a una votación especial de los electores, que decidirán sobre su aprobación; si la
petición no fuese firmada más que por el 10 por 100 de los electores, el Consejo,
de no aprobarla, la someterá al voto general en la próxima elección general. 2. La
protesta y el referéndum... ninguna ordenanza del Consejo, salvo si dispusiesen
otra cosa las leyes del Estado, o la misma ley, o si lo exigiesen razones de urgencia,
orden público, salud o seguridad pública, y mediante la aprobación de los dos
tercios del Consejo, tendrá efecto antes de los diez días siguientes a la fecha de
su aprobación definitiva, y si durante este período se presentase protesta firmada,
por el 25% al menos de los electores, el Consejo deberá considerar tal ordenanza
y si no la anulase, someterla a una votación general o especial del cuerpo elec-
toral, quien decidirá por mayoría... Se exige el referéndum para el otorgamiento
de concesiones. 3. La revocación de un funcionario electivo se aplica cuando se
formula una petición firmada por el 25 por 100, al menos, de los electores, en
demanda de que se proceda a elegir un sucesor del funcionario que se quiere
remover, exponiéndose en la petición los fundamentos de la misma. Si la petición
se estimase fundada, el Consejo ordenará y fijará el día para la nueva elección,
pudiendo el funcionario interesado, presentarse candidato, para ser reelegido o
mejor confirmado16.

Estas instituciones (verdadero coronamiento y remate del gobierno representa-


tivo) sería muy de desear para que le extendiesen al departamento y al Estado; pero,
para conseguirlo, hay que primero implantarlas en el Municipio.
La iniciativa, el referéndum y la revocación dan a los electores participación
directa en el gobierno de la localidad; por lo que parece puede ampliarse el término
del mandato municipal; cuando no existe peligro de que la duración larga de las
autoridades o su reeligibilidad menoscaben los derechos del individuo o degeneren
en despotismo, útil es alejar los plazos de las elecciones, que hasta las más ordenadas
perturban, en algo, la vida colectiva, y dar ocasión para que el pueblo pueda confiar
sus destinos a quienes demuestren patriotismo y capacidad.
Por consiguiente, optaríamos nosotros, un término concejil de seis años, re-
novándose el personal del Ayuntamiento por mitades, cada tres años, siendo los
concejales reelegibles. Mas, como el cargo es gratuito, no sería obligatorio para el
reelecto por dos términos consecutivos.
Hoy el Ayuntamiento es deliberante y ejecutivo; la separación de poderes,
como freno para los desmanes de la autoridad (fin primordial de su división en el

16 Adolfo Posada, op. cit., pp. 327-328.

62
Estado), es innecesaria, y hasta contraproducente, en el gobierno local, sujeto a la
inspección del poder central, vigilado por el referéndum, la iniciativa y revocación
popular; pero, por otra parte, es evidente que los cuerpos colegiados son malos
ejecutores, y que muchas de las funciones municipales son esencialmente técnicas,
y, por lo mismo, mal pueden ser desempeñadas por los consejeros; por lo cual, con-
viene –por lo menos en las agrupaciones importantes– que estén encomendadas a
un funcionario idóneo y responsable; además, siendo gratuitos los cargos concejiles,
importa que la educación y vigilancia de los servicios locales se confíen a un sujeto
rentado, a quien pueda exigirse que destine todo su tiempo y energías a asuntos,
en ocasiones, tan complejos. Éste debe ser nombrado por el Consejo, por tiempo
indefinido, pudiendo removerle cuando creyese oportuno, por propia iniciativa o a
petición de los vecinos. Con razón, el Partido Conservador ha inscrito, en su Pro-
grama: “Gerente municipal, responsable y rentado”.
Para aclarar este punto, citamos nuevamente a Adolfo Posada, jurista español:

Un cuerpo de ciudadanos, como si dijéramos accionistas, que designa un Consejo


de administración, el cual nombra un Gerente general, que lleva prácticamente,
con el personal apto necesario, que él, bajo su responsabilidad, nombra y dirige,
la gestión de los negocios, o sea aquí de los asuntos o servicios públicos. Toda la
autoridad municipal –diríamos los poderes del Municipio– se encomienda, es-
cribe Munro, a una Comisión o pequeño Consejo... El candidato que hubiese
obtenido más votación es el Mayor17 y preside la Comisión, pero sin mayor poder,
es como los otros; no tiene veto, frente a los acuerdos de la Comisión, ni funcio-
nes administrativas especiales. Representa la Corporación y, en ciertas ocasiones,
puede asumir el control directo de la Policía. Aunque elegidos los miembros de
la Comisión por cuatro años18, todos están sujetos a la posible acción de recall
(rebotación) de los electores... La Comisión... es... el órgano legislativo: dicta
ordenanzas, forma el presupuesto anual, etc., etc. Pero las ordenanzas de la Co-
misión deben someterse al Cuerpo electoral –referéndum– cuando lo pida el 25
por 100 al menos de los electores. Se puede iniciar y someter al Cuerpo electoral,
ordenanzas, a petición del mismo número de electores. La Comisión no tiene po-
der ejecutivo o acción de gestión práctica. Solo nombra al City Clerk (Secretario
de la ciudad) y a los miembros del Civic City Board (Comité de Servicio Cívico),
y debe nombrar un City Manager (Gerente Municipal), al que se le encomienda
la dirección de la gestión administrativa. El carácter y funciones de este funcio-
nario es lo más interesante y típico de régimen. Al Manager (Gerente), como se
ha dicho, le nombra la Comisión, por mayoría de votos y por término indefini-
do y puede removerle cuando lo considere oportuno... El carácter del Manager,
por donde se acerca algo al Burgemeister alemán, se perfila cuando dispone “que
pueda o no ser un residente en la ciudad”, y más aun si se añade que debe ser

17 Presidente del Municipio: de aceptarse nuestra indicación, renovable cada tres años.
18 Por seis años, según nuestro proyecto.

63
“designado únicamente, teniendo en cuenta las condiciones administrativas”. El
cargo de Manager es retribuido, como lo exige su naturaleza; ocupa la posición
mejor pagada en el servicio municipal de Dayton y en general en las ciudades con
régimen de Gerente.
Las funciones del Manager, en el sistema de Dayton, son las siguientes: 1. Es el
Consejero o asesor técnico de la Comisión de asuntos municipales; asiste a las
reuniones de ésta con voz pero sin voto; es como el brazo de unión entre lo legisla-
tivo y la administración de la ciudad; 2. Es el agente ejecutivo de las ordenanzas
y acuerdos de la Comisión; 3. Le corresponde el nombramiento y remoción de
los empleados municipales, acomodándose, claro es, a la reglamentación del per-
sonal; 4. Es responsable de la marcha de los diversos departamentos municipales,
o servicios de la ciudad19.

Tal sería el sistema de Gerente Municipal, que propone el Partido Conservador,


con ligeras variantes, tales como las de que el Consejo debería nombrar, directa-
mente, solo al gerente, al secretario y comisarios municipales, y al vocal de turno,
encargado de la inspección de las finanzas, con atribuciones parecidas a las que
desempeña en las compañías anónimas.
El autor, durante varios años, formó parte de la Junta de Embellecimiento de
Quito, verdadera fracción de Municipio, y pudo observar, muy de cerca, cuanto
sufría la eficacia de los servicios de aquella institución, por falta de la acción centra-
lizadora de un funcionario encargado de armonizar y dirigir el trabajo de todas las
diversas oficinas, cosa imposible para el presidente y el vocal de turno, cuyo tiempo
estaba, en gran parte, absorto por sus ocupaciones profesionales; y así tenía que ser
desde que eran cargos gratuitos, por lo que el autor gestionó el nombramiento de
un superintendente o gerente, como así se hizo, con magnífico resultado, durante el
poco tiempo que existió dicho cargo, muy pronto suprimido in odium auctoris20, a
causa de los acontecimientos políticos de principios de 1924.
Nos resta21 tratar de la función judicial del municipio; ésta, como se desprende
de lo ya dicho, es más bien de Policía y deben ejercerla los comisarios nombrados
por el Ayuntamiento.
Quien manda paga es refrán que encierra mucha sabiduría; por otra parte, in-
necesario es decir que la asociación municipal necesita disponer de recursos; para
conseguirlos, solo tiene dos medios, o se los proporciona a sí misma, o los recibe
del Estado, en cuyo caso su libertad y autonomía serían nominales, mejor dicho,
nugatorias.
Por sí misma los puede obtener o del fruto de sus bienes (lo que solo será ramo
auxiliar o secundario) o de las contribuciones de los vecinos, las que señalará, recau-

19 Op. cit., pp. 354-356.


20 “Ocurrir en el oído del autor”.
21 “Réstanos”, en el original (nota del editor).

64
dará e invertirá de acuerdo con sus propias ordenanzas. Así, el conservatismo22, al
pedir la centralización de rentas, advierte que sea sin perjuicio de la autonomía... y de
las prerrogativas de los municipios.
Si estás rentas son recargos a otras que recauda el Estado, es como si éste fuese
el que subvenciona al Ayuntamiento; por lo que, el Partido añade: “Creación de
recursos independientes y supresión de impuestos adicionales”.
Pero en ningún ramo, como en el económico, es tan útil e importante la vigi-
lancia del poder central (no reñida con la libertad y autonomía de los municipios)
que debe ejercerse, para que no impongan cargas a los vecinos de otros ayuntamien-
tos sino en cuanto aprovechan, directamente, los servicios de aquél que los percibe;
así, puede un cabildo señalar un gravamen a los vehículos o las mercaderías que
transiten por vías municipales, pero no a las que aprovechen de las departamento o
las nacionales; exigir que los tesoreros presten caución suficiente, rindan, oportuna-
mente, sus cuentas, y se practiquen los debidos arqueos; comprobar que los gastos
municipales, se hagan con sujeción a las leyes y ordenanzas municipales; en fin,
todo aquello que cae bajo la incumbencia de la contraloría general de rentas, a las
que es necesario se sometan cuantas pertenecen a la colectividad (Estado, Departa-
mento o Municipio).
Habiendo expuesto lo que, en general, debe ser el gobierno municipal, en co-
rrespondencia con las peticiones del Partido Conservador, es hora de que23 trate-
mos de cuál sería la división vecinal que al Ecuador conviniera. Advertimos que, al
hacerlo, manifestaremos solo nuestra opinión personal, ya que en los artículos del
programa nada se dice al respecto.
Ya demostramos lo viciosa de nuestra actual organización, y que la que se dicte,
para que las leyes conformen con la realidad, no debe ser uniforme, sino debe esta-
blecer tantas categorías de ayuntamientos cuantas hay de poblaciones.
Los pueblos rurales que parecen tan poca cosa son la entidad social más fuerte
que se conoce; tienen y han tenido siempre en la historia sus alzas y sus bajas; a veces
han sido poderosos y, a veces, se han hundido en el abatimiento y la pobreza; lo
mismo ocurre con las naciones, las familias y los individuos, pero con la diferencia
de que las naciones, las familias y los individuos son más fáciles de destruir que los
pueblos.
Donde hay tierra que cultivar y agua que beber, se funda un pueblo, y aquel
pueblo sube y baja de habitantes, pero desaparece sino por un motivo extraordina-
rio. Los pueblecillos de mala muerte han visto pasar los emperadores romanos, los
reyes godos, los kalifas de Córdoba, los reyes de Sobrabe, los condes de Barcelona;
los reyes de Toledo, los de Madrid y el soñado más que real José Bonaparte, y todos
esos imperios y grandes poderes caen y se hunden, pasan a la nada, y el pueblecillo

22 “Conservatismo”, en el original (nota del editor).


23 “Hora es de que”, en el original (nota del editor).

65
sobrevive a todos. Unos lo dejan, otros lo toman, ha sido de los celtas, de los car-
tagineses, de los moros, y, en fin, de quien lo ha quitado al que era su señor ante-
riormente; pero el pueblo se queda, subsiste, sirviendo al último que lo conquistó.
Bien claro se ve en esto que un pueblo no es agrupación política o administra-
tiva, no es arbitraria, no es artificial, sino, como han dicho algunos sabios, en una
agrupación natural. Erraron, pues, Moret y Dato, Iradier, a pesar de sus talentos,
al creer que era cosa fácil obligar a los pueblos a que se agregaran unos a otros para
tener ayuntamiento, porque eso quebrantaría la unidad, amputaría miembros de
ese cuerpo que se llama Municipio, con lo que su personalidad social quedaría des-
truida. Es lo mismo que si se pretendiera juntar muchos gastos para hacer un león;
morirían los gatos, y el león no resultaría.
Entre los que viven en un pueblo hay irremediablemente muchos intereses
comunes a todos los vecinos, distintos de los otros pueblos, y, a menudo, contra-
dictorios de los colindantes. Esta es la razón fundamental, para que cada pueblo, a
poco que pueda, tenga su Ayuntamiento, constituya Municipio, en el sentido que
hoy damos a esta palabra, porque tiene intereses particulares”24.
La perduración de los pueblos que el autor español citado advierte en la Pe-
nínsula, se observa también en el Ecuador; los que hoy existen, casi siempre son
continuación de otros anteriores a la Conquista, y que, probablemente, datan de
remotísimas épocas. Verdad es que la “reducción de la tierra” alteró la situación
de algunos, e hizo desaparecer a otros; pero, en muchos casos, en el sitio del an-
tiguo poblado aborigen subsiste o se ha vuelto a formar un anexo o comunidad
de indígenas.
La antigua Amaguaña estuvo donde hoy está el caserío de Cotocchoa, que no
desapareció por haber reducido sus moradores al sitio en que hoy está la parroquia,
y en donde moraba otro aillo25.
Desde que hay un grupo de hombres que viven en vecindad tienen que produ-
cirse las relaciones de derecho que constituyen la esencia del municipio; si son per-
durables y constantes, requerirán, con mayor razón, órgano estable que las regule;
si éste falta, no habrá progreso, que requiere siempre una organización natural que
lo ejecute. La miseria e insalubridad de nuestras aldeas, el establecimiento en que
vegetan, impidiendo el desarrollo armónico del país, en el cual contrastan ciudades
relativamente adelantadas junto a poblachos primitivos, se deben a esta carencia de
una distribución orgánica de la vida social; mientras no la haya, la población rural
o campesina, permanecerá varios siglos en retraso, con relación a la urbana y, si se
civiliza, por esfuerzo inaudito del poder central, abandonará los campos, como ya
está aconteciendo, para congestionar las ciudades con el siguiente quebranto de un
país que necesita de la agricultura para vivir.

24 Membrado citado por Moneva, en Introducción al derecho hispánico, Barcelona, pp. 96- 97.
25 Protocolos del Escribano Dorado.

66
La cultura en nuestra patria, para que el país progrese, partiendo de las ciuda-
des, ha de prender en el virgen suelo de las parroquias y encender también allí su
antorcha; mientras esto no suceda, la civilización en nuestras capitales brillará con
luz prestada, reflejo de la de otras naciones, y será cual los faros, que, brillando en
medio de la oscuridad26 de la selva, atraen por millares, a las avecillas e insectos del
bosque, que, incautos, van a morir quemados en la luz del fanal que los fascina.
Que los municipios de los cantones nada significan hoy, para las parroquias que
de ellos dependen, sino una carga, o un parásito que succiona sus recursos, sin de-
volvérselos en ninguna forma, es hecho tan evidente, que no necesita demostración.
Fijémonos en lo que acontece, por ejemplo, en el cantón Quito. ¿Qué mejora,
qué servicio público costeado por el Municipio capitalino (tan progresista y activo
en los últimos años) y que beneficien a los moradores de Chillogallo, Sangolquí,
Conocoto, Píntag, se notan en estas parroquias? Quizás, la reparación de un cami-
no vecinal. ¿Con qué fin se ejecutó esta obra? ¡Ah!, no nos dejemos engañar por las
apariencias. Para el servicio de los vecinos de Quito que poseen propiedades en la
región; si no las tuvieran, no existiría, tal vez, una mala trocha para caballo.
La progresista capital, en donde tantas obras ejecuta el Consejo, está rodeada
de aldeas que no han salvado, en el calendario de la cultura, el año 200 después del
arribo de Colón a las playas del Nuevo Mundo (1692).
¿De quién la pulpa? No, seguramente, del Consejo de la Capital, que, siéndolo,
no puede ser jamás el de Pintag, Lloa, etc. ¿Entonces? De los que soñaron juntar
muchos gatos y un jaguar, para fabricar un tigre de Bengala.
Y mientras tanto los vecinos de Alangasí, Amaguaña, Cumbayá, Tumbaco, Po-
masqui votan para la elección de un municipio, que a ellos no tiene por qué impor-
tarles, ande tuerto o derecho.
¡Ineficacia por una parte, gangrena constitucional por otra, injusticia por todas!
Supondremos que se ha quitado ya a los municipios, toda injerencia electoral,
política y en la administración de justicia (exceptuando la inherente a la Policía
Municipal, como se explicó anteriormente); ¿se dará igual administración local a
Picoazá o Conocoto, como a Pelileo o Machachi, Ambato o Portoviejo, Guayaquil
o Quito? No, por cierto. Es seguro que el organismo suficiente para Conocoto sería
deficiente para Guayaquil, y que produce buenos resultados en Quito sea perturba-
dor del orden en Pelileo.
Donde no existe igualdad no puede crearla la ley: lo fundamental diverso necesita
instituciones distintas; pero de que las hoy existentes sean dañosas para las agrupacio-
nes pequeñas, no se sigue que no deban tener ninguna y vivir cual cuerpo amorfo.
Ya que el Municipio existe, porque es necesaria una organización que regule las
relaciones jurídicas de la vecindad, estableceríamos un Ayuntamiento en toda loca-
lidad en donde exista, en verdad, un grupo de vecinos, esto es, en cada parroquia.

26 “Obscuridad”, en el original (nota del editor).

67
Debería aclararse, luego, que las rentas municipales que señalen las leyes ge-
nerales de la República o se creen por las ordenanzas de los cabildos, pertenezcan
exclusivamente al Ayuntamiento que las produce, y no puedan intervenirse sino en
obras de su beneficio, entendiéndose que no se estimarían legales, los gastos que
hicieran para solemnizar festejos, aun cuando precediera orden del Ayuntamien-
to, salvo que figurasen en el presupuesto aprobado, en donde se hubiese incluido,
previa debida autorización del Congreso de la República o del Consejo de Estado.
Las parroquias que tuviesen menos de 500 habitantes, en goce de los derechos
de ciudadanía (mayores de 21 años y que sepan leer y escribir) tendrían un cabildo
de clase A.
Este se compondría de cinco vocales, de los cuales uno sería el presidente. La
elección por mayoría absoluta se haría en un cabildo abierto, presidido por repre-
sentantes del poder electoral; las mociones que suscitara la iniciativa popular, las
ordenanzas o contratos que requiriera el referéndum se resolverían en reuniones
iguales en que tendrían voto, aquéllos que a él tengan derecho, según las leyes gene-
rales, y todos los vecinos que posean bien inmueble en la jurisdicción.
Las atribuciones de estos cabildos serían las de velar por el adelanto y bien
comunales; pero con las limitaciones siguientes: el presupuesto y plan de obras
públicas deberían elaborarse antes de que principie el año económico, y de ser so-
metidos a la aprobación del Municipio cantonal, que tendría la obligación de hacer
que sus empleados técnicos comprueben la eficacia de las obras que, de acuerdo
con el plan aprobado, se constituyan; el tesoro del ayuntamiento cantonal haría
los pagos de consonancia con la forma presupuesta aprobada, bajo la inspección y
vigilancia del gerente.
Las parroquias con más de 500 y menos de 1.000 habitantes en uso de la ciu-
dadanía tendrían cabildos de la clase B, que solo se diferenciarían de los anteriores
en el sentido de que los actos electorales se regirían por las leyes generales de la
República, teniendo voto únicamente los ciudadanos en goce de sus derechos; el
escrutinio sería por lista.
Las parroquias con más de 1.000 votantes tendrían Municipio cantonal (clase
C), compuesto de siete miembros, con gerente responsable y rentado; su jurisdic-
ción se extendería a los cabildos clase A y B, que determine una resolución de la
“Cámara departamental”; por la recaudación e inversión de las rentas de éstos, la
dirección de sus obras, el control de sus gastos, tendrían derecho a percibir el tanto
por ciento de sus ingresos señalados por decreto departamental, que fija la extensión
del cantón. Las autoridades cantonales reunirían, por lo menos, una vez al año, a las
de los cabildos subordinados, para discutir los asuntos de interés general; en estas
reuniones, por mayoría de votos, se acordarán las obras de utilidad general, como
caminos cantonales, servicios higiénicos y municipales, que beneficien, directamen-
te, a todos los pueblos del cantón, señalándose la cuota, proporcionada al número

68
de pobladores y riqueza, con que el Municipio y los cabildos deban contribuir a su
sostenimiento o construcción.
La parte que a cada uno se señale para estas obras no convendría que sea mayor
del décimo de sus rentas totales.
Las cabeceras de cantón, con más de cuatro mil votantes tendrían Ayuntamien-
to de nueve miembros (clase D) y gerente, y podrían nombrar hasta dos comisio-
nes técnicas, una “escolar” y otra de “obras públicas”, asesoras del Municipio y del
gerente.
Las ciudades capitales de provincia, independientemente del número de sus
pobladores, siempre que no lleguen a 50.000 almas, tendían municipio de la clase
E, de nueve miembros con gerente y de hasta cuatro comisiones, de las cuales,
la una podría ser de “fomento provincial”, cuyas atribuciones serían: estimular la
cooperación de los diversos cabildos y municipios, para ejecutar las que parezcan
útiles; representar, ante las cámaras departamentales, las necesidades y anhelos de la
provincia. La cuarta comisión podría ser de “higiene”.
Las poblaciones de más de 50.000 almas tendrían municipio urbano de clase F.
Municipio que podría constituir el número de comisiones que juzgara conveniente,
dándole la forma y atribuciones que estimase adecuada, así como los reglamentos
útiles para su mejor organización. En los demás casos, tanto la composición de las
comisiones, como los reglamentos orgánicos de los cabildos o municipios (no son
las ordenanzas, ni la elección de los comisionados) podrían dictarse, a propuesta de
la corporación vecinal, por la “cámara departamental”, y podrían ser generales para
todo el departamento, o particulares para un solo cabildo o municipio.
Éstos, sean la clase que fueran, podrían y de hecho, tendrían, en muchos casos,
en su seno, una o más comunidades de indígenas, de cuya organización trataremos
en otro lugar.
Nos parece27 que la organización propuesta, u otra semejante, devolvería a
nuestros pueblos y campiñas, la vida orgánica de la que hoy carecen, y por lo que el
progreso del país no es ni armónico ni general.

27 “Parécenos”, en el original (nota del editor).

69
Apuntes acerca del regionalismo
en el Ecuador (1929)28

Luis Bossano
PALABRAS INICIATIVAS

Es un ensayo sintético y breve. Un espíritu de investigación nos ha impulsado a


tratar, aunque sea en ligeros lineamientos generales la tesis del regionalismo ecuato-
riano, cuya definición, estimamos constituye para nuestra patria algo trascendente
y fundamental, y que, no obstante, siempre se ha rehuido de abordarla. Periodistas
y políticos lo combaten a ciegas sin hurgar las raíces del problema y sin afrontarlo
desde un plano reflexivo y ponderado.
No tratamos de hacer el estudio con el detenimiento que el trópico lo deman-
da: no tenemos las ínfulas ni someramente de proclamar verdades concluyentes;
primero porque al hacer el trabajo en calidad de mero ensayo de estudiantes con-
fesamos sin eufemismo que nos falta la preparación para ahondarlo, y, acaso o sin
acaso, el problema sea superior a nuestras fuerzas; en segundo lugar porque tenemos
la seguridad de que jamás podrá decirse la última palabra en este campo caprichoso
y rebelde de la actividad de los grupos sociales cuyas modalidades indefinidas y
complejas les imprimen una faz de voluntariedad que llega casi a anular todo deter-
minismo previsor.
Abrigamos la convicción de que es preciso que se abra la ruta de la observación
en este aspecto de nuestro vivir y que la norma se contemple al compás de las cir-
cunstancias y de todas las variaciones de la realidad. Queremos lanzar el guijarro de
un análisis inicial, que llame al estudio concienzudo y sereno. Es el estímulo para
la obra apremiante de rastrear la realidad escueta de este pueblo nuestro y, con ella,
conquistar la norma propicia y eficiente.
Porque contemplamos sucederse en la vida de los pueblos, arduos períodos de
prueba, crisis a menudo dolorosas y cruentas en que al alma nacional se convulsiona
en el afán de aprisionar el secreto de una norma, la X indescifrable que ha de con-
dicionar una vida venturosa en el intenso y enorme devenir de los grupos sociales.
Los conceptos sociológicos sustentados en la teoría relativista nos enseñan
cómo esos grupos sociales, para abordar sus problemas normativos y políticos han

28 Tomado de: Luis Bossano, “Apuntes del regionalismo en el Ecuador” [1929], Anales de la
Universidad Central, Quito, Universidad Central del Ecuador, Tomo XLIII, N. 269, 1929, pp. 181-236;
Tomo XLIII, N. 270, 1929, pp. 431-451.

71
de localizarlos necesariamente en el espacio y en el tiempo, para considerarlos ne-
cesariamente en el espacio y en el tiempo, para considerarlos en su más desnuda
realidad y buscar una norma concreta y circunstancial de acuerdo con las modalida-
des multiformes y con las transformaciones esenciales que acontecen en la vida de
los pueblos y que determinan y condicionan nuevos medios de existencia diversa.
Esta búsqueda de duros esfuerzos y de luchas, es preciso que brote de espíritus
altruistas y serenos; para que la realidad social sea aprehendida en toda diafanidad
de su naturaleza y de su historia y las fuerzas dinámicas de convivencia, surjan ana-
lizadas con estudio, con ciencia y con amor.
Nuestros pueblos latinos de América, al igual que las naciones del viejo conti-
nente, están pasando o han pasado por esa etapa agitada y temblorosa, impacientes
por aprender a gobernarse.
Es un experimento inmenso –dice el argentino don José Nicolás Matienzo,
con relación al problema que va a ocuparnos– nunca visto en la historia de la hu-
manidad, y, sin embargo, cosa extraña, pasa desapercibido en muchas de nuestras
universidades que no lo consignan en sus programas de estudio y no lo presentan a
la atención de los alumnos de hoy que serán los profesores de mañana.
En nuestro empeño pues, de atisbar una rápida perspectiva de esta tesis amplia
y compleja, debemos confesar que no tratamos jamás de catalogarle en el rango de
un estudio sociológico, y, muy lejos de esto, no lo estimamos sino como un somero
ensayo interpretativo de nuestra realidad. Cabe por lo mismo, que expresemos, que
no nos anima sino un inmenso sentimiento nacional; y, al posar nuestra mirada
inquieta de estudiante en tan arduo problema, lo hacemos plenos de una serena
ingenuidad, y movidos del anhelo de tratar de descubrir un trozo de verdad en la
vida de esta tierra ecuatoriana, fragmento claro de la patria grande.
Multifásico en sus manifestaciones y consecuencias, se ha mostrado el regiona-
lismo entre nosotros.
Fantasía inquietante, biombo de explotaciones, plataforma de todas las decla-
maciones a menudo insustanciales, baratas, sabihondas; eso ha sido nuestro regio-
nalismo. Y toda la compleja trama de sus expresiones, urdía siempre en torno a la
red de una política degradante, política de claudicaciones y egoísmos, torcedora de
todos los altos ideales, y aniquiladora de los más altos valores. Esta palabrería hueca
ha hecho un mito de todo idealismo generoso, de la sana y consciente meditación.
Todos los grandes problemas de la patria y de la humanidad deben definirse
a la sombra tutelar del severo ahondamiento científico. Debe buscarse ante todo
para ellos la sinceridad orientadora que, con investigación y con análisis, perfile los
contornos de una realidad viviente y palpitante.
Queremos ensayar el estudio de este problema nuestro, abrir las puertas para una
obra mejor –obra que no dudamos, vendrá– de espíritus autorizados y profundos.
Por lo demás, debemos declarar que no buscamos ni esperamos el aplauso. Nos
contentamos con expresar lealmente lo que pensamos y sentimos.

72
EL CONCEPTO
Al considerar los puntos de vista básicos, vamos a tratar únicamente de encauzar un
criterio y puntualizar los conceptos fundamentales usando en lo posible el método
comparativo.
Estudiando el fenómeno en los países que en forma más saliente y con matices
más dignos de estudio se presenta, es preciso analizar estos conceptos separadamen-
te para considerarlos luego en sus lógicas consecuencias y manifestaciones.
Región y regionalismo: región en general y sustancialmente la concebimos –y
así lo define el léxico– como una porción de territorio determinada por circunstan-
cias especiales, las que indudablemente constituyen caracteres étnicos, clima, condi-
ciones sociales, producción, topografía, etc.
Las definiciones varían. Vázquez Mella enumera así los caracteres de la región.
“La región es una personalidad asentada en una demarcación natural del territorio,
señalada con frecuencia, por la topografía, la producción, y las condiciones de vida
que imponen. Se revela en caracteres étnicos, si no de razas originarias, históricas
o de sus variedades que por su combinación forma el tiempo en diferencias fisio-
lógicas que sin llegar como las más completas lenguas ni aún a dialectos, se revelan
cuando menos en manifestaciones dialectales, en tradiciones e historia particular,
en costumbres que rara vez dejan de trascender al derecho que poseen, propio de las
más perfectas y en una fisonomía moral que llega a marcar la física”.
Debemos comenzar analizando los factores que integran la región. Pero del
concepto fundamental y básico surge la noción del regionalismo como una con-
secuencia: en primer término en un sentido amplio y general y luego como una
concreción de él, corporizándolo.
En el primer caso, es el amor a la región, a sus hombres y a sus cosas. Tiene
este concepto un fundamento sentimental y una explicación racional; es ese vínculo
vigoroso que liga al hombre con su terruño, con el medio físico en el cual se ha desa-
rrollado y ha vivido, creándose, por lo tanto, estrechos lazos, relaciones y simpatías
hasta arraigar en un hondo sentimiento solidario que confunde a los convivientes
de una región geográfica natural.
Este sentimiento se alimenta y vigoriza con el transcurso de los tiempos, con
todo el acervo de vicisitudes que colocan en idénticas situaciones a los individuos
y costumbres. Entonces, el regionalismo es algo indestructible que se traduce en el
cariño a todo lo de la tierra y en el anhelo de engrandecerla.
Consecuencia ésta irremediable dentro de un estricto criterio sociológico, en
virtud de la relación establecida por la naturaleza con el hombre. Aún desechando
por extrema la teoría necesitarista de Ratzel que llega a decir que el hombre es un

73
pedazo de la tierra, bien podemos vincular –de acuerdo con una fuerte corriente
moderna– al hombre con su terruño, considerando que éste crea para aquél, una
relación de posibilidades, las cuales, vividas y cultivadas, condicionan y consolidan a
menudo un especial modo de ser.
De este regionalismo –sentimiento que no proclama un ideal político de re-
forma sino que se traduce únicamente en el fervoroso anhelo por el progreso de la
región sin cambio alguno de estructura; podemos observar en las regiones italianas,
cuyo sentimiento de la patria chica– el amor de la tierra nativa –sobre la base y
con la finalidad de la unidad nacional– se alimenta con el espíritu de la opulenta
tradición de Roma antigua. Los fervorosos ravenates29 son un claro ejemplo de ma-
nifestación en esta faz regionalista.

EL IDEAL REFORMISTA
El concepto que nace ya como una consecuencia práctica del anterior, traduciéndo-
se en una aspiración tangible de renovación político–administrativa, se lo ha com-
prendido así: “Deseo o aspiración de provocar o mantener la personalidad propia de
la región, o bien gobierno y administración característicos de aquella personalidad”.
Se señala en este punto dos modalidades o fases en que puede presentarse este
fenómeno, trascendiendo ya a una manifestación concreta: como posibilidad o
como realidad, esto es, lo primero, ese espíritu de aversión contra el centralismo del
Estado absoluto y absorbente “que trata de borrar hasta las modalidades naturales
de la región para evitar demandas de autarquía”. Bien se ha dicho que este senti-
miento se basa en la existencia de la región sociológicamente y no aún políticamente
como se ha observado en las manifestaciones del regionalismo español. Considérase
una segunda modalidad, o sea traduciéndose ya en una realidad, cuando las regiones
han conquistado su autonomía, dejando la soberanía para el Estado. Es decir, llena
ya la aspiración regionalista de la reforma en el marco político.

EL ESPÍRITU COMPRENSIVO
En todas las fases, pues, y en todas las modalidades del regionalismo y más aún
cuando se manifiesta como un sentimiento afectivo –el aspecto moral–sentimental
es el más profundo y eficaz– bien podemos entender que entre los miembros de dis-
tintas regiones constituyentes de una nación, no pueden ni deben existir oposiciones
irreductibles ni situaciones inconciliables. En el caso de una psicología, modos de

29 De Ravenna, Italia (nota del editor).

74
sentir y de obrar característicos generales y matices específicos de cada idiosincrasia,
es necesario que se resuelva en una integración superior y saludable. Es una integra-
ción de las partes para formar el todo armónicamente, mediante una contemplación
beneficiosa y sincera. Así solo se obtiene el aprovechamiento de diversas corrientes
de energía creadora de una síntesis perfectamente compensada, con una fusión de
ideas y tendencias forjadoras de una nacionalidad arraigada y vigorosa.
Hemos de prescindir aquí de considerar siquiera ese sentimiento exacerbado
que preconiza franca rivalidad y abierta lucha, y que nacido de una ciega incom-
prensión, genera un regionalismo ilegítimo y bastardo.

LOS MATICES
En el caso de revisar, aunque sea brevemente, el sistema de aspiración federalista que
se proclama, como una floración de lo visto.
En términos expresivos indica Mr. Charles Brum al hablar del regiona-
lismo francés y refiriéndose a la forma de asociarse sus adeptos cuando se fundaba
la federación regionalista francesa: “Se convocó pues, a los descentralizadores, a los
regionalistas, a los federalistas, eligiéndose la palabra regionalista por común deno-
minador”. He aquí, diversos matices, encarnándose en un ideal convergente.
La centralización, según Azcárate, convierte al Estado en supremo rector
de la vida socialmente, políticamente conduce a la organización unitaria, y en lo
administrativo absorbe el Estado toda la función ejecutiva.
La descentralización, dice Posada, viene a ser el justo medio entre las aspira-
ciones de centralización y las del sistema de autonomía. En este último sistema
incluiremos la forma federalista que tiene diversas modalidades según los estados;
pues no podemos decir que haya uniformidad en las organizaciones del gobierno
federal en los diferentes países que lo han adoptado. Si bien cada estructura mantie-
ne puntos esenciales de contacto en su vivir político, múltiples son las variaciones
peculiares que presenta. Cada país tiene su problema, y ha de buscar naturalmente
una solución también suya.
En el caso de España se presentan dos ramas sustancialmente diferentes: el
nacionalismo (lo que nosotros veríamos aquí en la tendencia separatista), y el regio-
nalismo propiamente dicho, término comprensivo que luego le veremos pero que
en general preconiza un ideal simplemente reformista, conservando las bases de la
nacionalidad.
El nacionalismo se condensa en la fórmula: “a cada nación, un Estado”, y
sobre este criterio, pueblos como Cataluña y Vizcaya, principalmente, demandan
la concesión de la nacionalidad en el marco político; quieren una autarquía que
llaman integral, un gobierno propio, independiente, plenamente soberano; no basta

75
la simple autonomía regional otorgada a Estados que son partes de un Estado nacio-
nal exclusivamente soberano. Catalanes y vascos han llamado autarquía integral esa
soberanía íntegra y absoluta como la culminación de su ideal por la patria nacional.
En esto se condensa el ideal independizador de los nacionalistas.
El regionalismo persigue la autonomía regional, y en España se inicia vigoro-
samente con Valentín Almirall. Se trata en último término de “marcar de común
acuerdo cuáles son las concesiones que el poder hace a los municipios, a las provin-
cias, a las regiones, teniendo en cuenta su capacidad en el momento presente y sus
leyes reales y personales…”.
Sobre el concepto fundamental surgen diversos rumbos con ligeros matices de
diferencia que se llaman provincialismo, municipalismo, localismo, descentralismo
y federalismo, en fin, y, que en Francia y en España han adoptado los impugnadores
del sistema unitario o centralista. Todos ellos se incluyen en la ideología regionalista.
Nosotros llamamos a ciegas regionalismo en general a cualquier manifestación
de esta tendencia. Aún más, se le concibe únicamente con el espíritu absurdo de
odios antagónicos. Pocos son también quienes puntualizan las ideas de separatis-
mo, de federalismo, de federalismo económico. Nos ahoga la incomprensión, y nos
ahoga más, la tendencia a oscurecer y encubrir algo que debe definirse a plena luz;
y, por lo mismo que está obscuro y encubierto, germina sorda, ciegamente... sobre
todo ciegamente.
Federación, etimológicamente, viene de vincular, unir. Establecer un nexo, un
principio de coexistencia y comunidad en aquello que la naturaleza, la historia y
otros elementos han formado diversamente. Supone por lo mismo, heterogeneidad
preexistente de elementos políticos y sociales.
Se nos presenta como un sistema usado desde los más antiguos tiempos. Em-
pezamos a ver las primeras confederaciones en Grecia con las ligas etolia, beocia y
aquea. En Italia, además de la Liga del Lacio, ya estaban otras ciudades vinculadas.
La de los etruscos estaba subdividida en tres ligas: Po, Campania y Etruria. En Es-
paña sabemos de la Liga de Celtiberia.
Moderadamente, según vimos ya, al cristalizarse en las aspiraciones de los di-
versos pueblos, cual acontece en España y en Francia, ha aumentado en su nomen-
clatura, de acuerdo con las tendencias manifestadas. En cuanto a la ideología y
alcances del federalismo, trataremos de puntualizar con oportunidad.

EL CRITERIO DE NUESTRO SISTEMA


Consecuentes con nuestro programa de un ligero análisis comparativo, pasaremos
una breve ojeada del fenómeno en los países en donde reviste caracteres descollan-
tes. España y Francia que tienen su problema en estado de regionalismo–aspiración,

76
además de las tendencias también de un nacionalismo separatista como acontece en
la nación hispana; sin una cristalización todavía en el sistema de gobierno federal o
de un Estado soberano en su caso.
También consideramos ligeramente, como punto de relación, las condiciones
de uno que otro pueblo en donde se vive la forma federal. De los pueblos europeos
hemos escogido suiza, por suponer sus condiciones típicas como las más propicias
–salvando la extensión territorial creadora de regiones geográficas– para el sistema
de Estados federales.
Podemos pues, considerar que el regionalismo, en su más amplia acepción de
reforma político–administrativa, es una consolidación de todas las tendencias naci-
das de la diversidad de región. Ahí se han de condensar los caracteres diferenciales
de las regiones integrantes de una nación en múltiples fases. Y aquí es donde se crea
naturalmente la aspiración que reclama diversas normas de vida para los grupos
sociales en los cuales las condiciones de vida también se presentan diversamente.
Queremos que en este ensayo, nuestro criterio esté informado por puntos de
vista amplios y comprensivos, al mismo tiempo que estrictos en la observación y
manera de considerar a las regiones. Precisa el estudio sereno de los elementos,
ajustándose siempre a una norma que contemple los fenómenos sin moldes rígidos
al compás del influjo de las circunstancias, y de variantes necesarias. Mantenemos
nuestro criterio negativo para lo absoluto en lo social, ni un orden de invariable
permanencia.
Trataremos de analizar los fundamentos que sustentan a nuestro vivir social;
y allí naturalmente todo el conjunto de factores generadores de esa realidad. En
las condiciones físicas, a tierra, radiación solar, humedad y altura, suelo y paisaje.
En el factor étnico, el estudio de las razas originarias con su consiguiente floración
contemporánea; la herencia social; lo social en fin, con toda su voluminosa cohorte
de factores y elementos.
Y es menester que nos situemos en un punto concreto y humano para con-
templar serenamente todos los horizontes de nuestra realidad social. Conviene mi-
rar ponderadamente cómo todas las circunstancias y todos los valores concurren
de modo concomitante a forjar determinado fenómeno. Nos hallamos frente a un
problema complejo y multiforme. Y, por eso, creemos –acaso contra la opinión de
muchos– que, singularmente en el caso que nos ocupa, no será posible considerar la
exclusiva preponderancia de unos factores determinantes, ni otros de simple acción
condicionante. Todos los elementos se unen y refuerzan para producir el hecho.
Todos con mayor o menor fuerza, en los diversos períodos de evolución de las
manifestaciones sociales. Todos y cada uno pueden tener su marcada influencia en
determinados períodos y procesos de elaboración, no es posible conocer importan-
cia absoluta a tales a cuales raíces generatrices.
No serán, por lo mismo, la esencia étnica ni la base geográfica los requisitos ab-
solutamente determinantes de la existencia de nuestras regiones socialmente, como

77
se cree a menudo en este caso. La base física hace posible sí, y facilita la concurrencia
de algunos elementos. Busquemos esos elementos dispersos y aniquilaremos su im-
portancia en lo que en la realidad han producido.
Conviene por esto, que miremos inicialmente cómo nuestras regiones se pre-
sentan en las condiciones físicas del suelo, y el relieve de éstas, frente a la manera
como se presentan los distintivos regionales en otros países.

LA RAZA
Se concibe la raza como una desviación permanente de la especie con peculiares mo-
dalidades que han llegado a perpetuarse. Hay pues en la raza un principio de seme-
janza y un principio de diferencia que llegan a afirmarse merced a la unión sexual.
Acerca del nacimiento de las razas se han forjado teorías que se condensan en
torno al poligenismo y monogenismo. Poligenistas como Gum Plovikz y Gobineau
han sostenido la superioridad de unas razas sobre otras. Inteligencia, fuerza, belleza,
son atributos altísimos de la raza aria que la elevan a un nivel de superioridad y
dominio sobre los demás. Síguele el núcleo de sociólogos germanos.
La índole de este estudio no nos permite alargarnos como quisiéramos en con-
sideraciones acerca de la raza en general. Pero es necesario ligarla con el medio am-
biente físico, ya que él ha influido indudablemente en la formación de los caracteres
somáticos humanos y en su diferenciación. Sin embargo, cabe observarse que el
animal no reacciona contra el ambiente; el hombre, sí ha reaccionado.
Innumerables han sido las clasificaciones de las razas. La más antigua, que aún
no se abandona, se ha hecho por los colores: amarillo, blanco y negro. El color,
bien se sabe, que no obedece sino a la pigmentación de la mucosa inmediata in-
ferior a la epidermis. Otra clasificación ha sido la de braquicéfalos, dolicocéfalos y
mesocéfalos según las variaciones del índice cefalítico. En fin, sería inútil exponer
todas las divisiones y subdivisiones de razas y subrazas. Hay que considerar en la
raza el elemento psicológico. Es cuestión únicamente de cultura y de cultivo dice
Mac Kenzie al hablar de la superioridad de las razas y afirmando que todas son
iguales. En los momentos actuales vemos que con el Japón surge la raza amarilla.
Y al principio de Gobineau y sus secuaces que preconiza la superioridad germana,
opone modernamente Ferrero su criterio de que ésta solo se manifiesta en la faz
económica, mas no de índole cerebral y sostiene que la única supremacía real de los
valores morales es la latina.
Acerca de la necesidad de la conservación de las razas puras que propugna el
mismo etnólogo francés, afirmando que la humanidad va camino de su degenera-
ción con el cruzamiento de las razas; la opinión moderna tiende a abandonar este
criterio. Se ve que el cruzamiento crea nuevos tipos, quizá superiores a sus creadores.

78
En América tenemos a Vasconcelos, magnífico y vidente que proclama la mezcla
armoniosa de todas las razas, el indio y el blanco, el negro y el amarillo, para forjar
el supremo hombre síntesis, el totinem, tipo final de nuestra especie; “la raza cós-
mica”, plasmándose en América para totalizar a todos los hombres en un marco de
fraternidad orgánica.
Pasemos una ojeada ligera en la manera de actuar el factor étnico en los países
de vida o tendencia orgánica.
La República suiza no data su actual formación sino desde 1291, año en el
cual se realizó la primera alianza entre tres de sus actuales cantones, con el fin de
defenderse. Solo en el siglo XV uniéronse muchos otros municipios y ciudades
y acordaron fundar una Confederación, conservando cada personalidad de estas
su Constitución propia como consecuencia necesaria de su diversidad étnica o de
origen, y con ella de costumbres, instituciones políticas, idioma, etc. Y así es como
la Confederación helvética, teniendo sus raíces étnicas en alemanes, franceses, ita-
lianos, etc., ha acreditado la diferenciación de los hombres de sus regiones políticas
con la independencia gozada por ellas desde antiquísimos tiempos.
Estudiando Francia, y si prescindimos de considerar la división política múlti-
ple en que la Galia desde los primeros tiempos se hallaba, es necesario fijarse en que
las razas de bretones y vascos presentan diferencias capitales de las de la nación. Los
primeros, descendientes de los celtas hablan aún una lengua suya; no son franceses
ni por raza, ni por lenguas, ni por costumbres. Igualmente los vascos, al norte de los
pirineos, procedentes de los de España, presentan idéntico problema en esta última
nación. Son los vascos éuskaros de origen nebuloso y de historia poco conocida.
Problema arduo para etnólogos ha sido el estudio de esta raza que han llegado a
conceptuarla como una “raza isla” diversa de todas las demás de Europa y diversa
también de las demás del mundo. Hablan un idioma que tampoco tiene analogía
con las otras lenguas, y la ha conservado propia y auténtica como su rama étnica.
Debe sumarse a esto un temperamento y unas costumbres que la han caracterizado
también; con un férreo espíritu de independencia han rechazado siempre las inva-
siones extrañas, y son los que menos han sufrido la dominación de las conquistas
aún de las mismas legiones romanas.
Dejemos únicamente anotados los dos principales aspectos que forjan la dife-
renciación racial en el pueblo francés.
Si consideramos la península Ibérica, en lo que se refiere a España, es preciso
convenir en que una inmensa variedad en su procedencia étnica, separa a sus indivi-
duos. Hombres de lejanas latitudes han probado y conquistado las comarcas hispá-
nicas, aportando siempre sus múltiples atributos étnicos. Si han conservado a veces
los sellos característicos y propios, han forjado a menudo un completo mestizaje.
Iberos, celtas, fenicios y cartaginenses habían irrumpido ya las tierras peninsulares.
Y en los casi seis siglos, que duró la dominación romana, solo muy tarde logró la
raza conquistadora imprimir una relativa unidad política, unidad que luego había

79
de ser derrumbada por los bárbaros. Alanos, suevos y vándalos pusieron también sus
plantas invasoras en estas tierras. Luego vinieron los godos; al fin se entronizaron
los árabes. Estos trataron de imponer una unidad en virtud también de la fuerza;
mas ello fue causa para que surgiera fervoroso el espíritu libertario de los pueblos
españoles y naciera así una lucha encarnizada y persistente por la independencia.
Como subramas étnicas con caracteres distintivos de un espíritu indómito, se
señalan los astures y cántabros que, con la raza vasca, iniciaron esta gesta de libertad.
Son dos los principales nacionalismos que tienden por su raza a crear su per-
sonalidad en España: vascos y catalanes. La raza catalana tiene su asiento entre los
Pirineos y las bocas del Ebro y aún más allá de estos límites. Esta constituye una
subrama que procede de la raza ibérica, raza que se fundió con todos los influjos de
conquistadores de innumerables procedencias quienes, debido a facilidades geográ-
ficas, incursionaron en la región. Así se creó un mestizaje con ligures y tartesios, fe-
nicios, griegos y cartaginenses, y, final y especialmente, los romanos que dejaron una
profunda huella y supieron también afirmar una personalidad propia en la región.
Para referirnos a las razas constituyentes de los pueblos de América, creemos in-
dispensable dada la similitud de circunstancias, considerar en conjunto a los pueblos
hispanos. Es necesario por lo mismo hablar en párrafo aparte de la América sajona.
Debemos tener en cuenta que en los asientos de colonización inglesa primitiva
en América, no se presenta el problema de la diversidad étnica. El aborigen, como
sabemos fue eliminado como bestia feroz, y solo prevaleció el elemento conquis-
tador con raza unificada: el inglés. La heterogeneidad surgió con el afán de ensan-
chamiento territorial después de la independencia. Así, el pueblo norteamericano
fue anexado a sus territorios cuyos colonizadores de origen diverso habían dejado el
sello de su nacionalidad y de su raza; españoles, franceses, y también una rama in-
doespañola, los mejicanos. En efecto, en 1803 compró Estados Unidos el territorio
de la Luisiana a Francia; en 1820, la Florida a España. Michigan tomó por la guerra
a los ingleses y a ellos mismo les arrebató en 1846 el territorio de Oregón (también
esto implicaba una conexión de índole diversa de la propia). En aquel mismo año
logró apoderarse de Texas que perteneció a la República de Méjico; a la misma que
dos años después arrancó, por medio de la fuerza, los territorios de Nueva Califor-
nia, Nuevo Méjico, y toda la tierra al este del río del Norte.
Nos hemos concretado únicamente al territorio continental. No obstante cree-
mos sinceramente que esta adición de grupos étnicos diversos, no ha tenido in-
fluencia alguna para crear la forma federal en la República del norte, ya que con
antelación a estas anexiones, habíase establecido aquel sistema.
Seguros estamos de que nada nos toca decir a nosotros ya, acerca de la unidad
del problema étnico en nuestros pueblos americanos, vástagos de España. Ligeras
diferencias, separan el mestizaje. Pueblo mestizo también el español, se fundió con
la raza americana; y se agregó un tercer elemento: los esclavos negros importados

80
durante el coloniaje. Así, cada una de nuestras nacionalidades ha tenido en igual
plano antecedentes de pequeñas diferencias en los progenitores de las regiones es-
pañolas. El pueblo araucano recibió una inmigración especialmente vasca, y, con el
venezolano, son los únicos que presentan por esta causa una mayor diferencia en sus
manifestaciones étnicas contemporáneas. Los conquistadores hispánicos buscaban
para asiento de su nueva patria regiones cuyo clima presentase una mayor similitud
con la propia tierra.
En cuanto a las diversas agrupaciones étnicas del elemento autóctono, hemos
de pasar sobre la base de su ya demostrada unidad antropológica.
La cuestión racial en nuestros países americanos, presenta pues, contornos idén-
ticos. “Catalanes, vascos y canarios –ha dicho Remigio Crespo Toral– que inundan
la América, no han trasplantado aquí la inquina regional ni la clausura del caracol”.
No es por lo mismo, no puede ser tal antagonismo ancestral de los conquistadores
fundado en la divergencia étnica, el que ha originado nuestro espíritu de luchas
localistas, cual afirma Matienzo y exagera Ramos Mejía.
En todas nuestras nacionalidades por igual surgieron diversas modalidades étni-
cas como fruto de la conquista. La raza blanca, generalmente provista de una dosis
de sangre indiana o morena y la más reducida en población; al aborigen, con igual
distintivo que la blanca en cuanto al cruzamiento; la negra, descendiente de la gente
esclava importada del África; la mestiza, esta sí, producto franco del cruzamiento, del
choque, del conquistador y el indio, el mulato que ha surgido del indio y del blanco,
y por fin el zambo, término con que se califica a la mezcla del indio y el negro.
El Brasil, producto luso–indiano, presenta en su orden, caracteres idénticos a
sus hermanas españolas.
He allí el conglomerado de gentes pobladoras de la América Hispánica; todas,
susceptibles de fusión, sin los odios antagónicos ni la violenta disparidad que abun-
da en los pueblos del viejo continente: odios y disparidad generadores de las luchas
y egoísmos localistas y del hermetismo adusto de las razas.
En nuestra América, la inmigración está fomentándose, se propende a dar en-
trada fácil a razas emprendedoras y fuertes que provoquen un cruzamiento saluda-
ble para evitar así el raquitismo y la degeneración.
El Brasil, el Uruguay y particularmente la Argentina, han sido vigorosos asien-
tos de la onda migratoria; dando lugar a que el principio de Alberdi se muestre con
eficacia admirable. El elemento latino, de preferencia italiano, ha venido a plantar
su tienda de trabajo en la hospitalaria tierra americana. La raza de estos países no ha
sufrido disgregación por esta causa. Antes bien ha contribuido al florecimiento de
una vigorosa nacionalidad, cual sucede en la República Argentina. Ahí está Buenos
Aires tentacular, con su enseña de metrópoli del nuevo mundo indohispánico.
La inmigración sana y fuerte, se impone, creemos, como eficiente propulsor de
progreso en pueblos cuya incipiente densidad demográfica demanda brazos para la

81
explotación de sus riquezas, para su aprovechamiento y su cultivo. Inmigración sana
y fuerte decimos, con un criterio de selección necesaria, pese al idealismo generoso
y fraterno de Vasconcelos, que en la fusión creadora de su raza síntesis tiene puesto
equivalente con el blanco, el negro –a quien alguna vez Ingenieros quisiera negarle
ciertos derechos–, y el amarillo, propenso al tóxico y a la degeneración; el chino, el
prototipo, que es un resumen perfecto de los vicios asiáticos. Sociedades en agraz,
demandan una integración cuya fuerza de elevación orgánica y mental fomente
robustamente la formación de una nacionalidad de bases indestructibles.
Ahí están los grupos étnicos de nuestra América, colocados todos en una solita-
ria yuxtaposición, exentos del rencor disolvente que desgarra a las naciones caducas.
No obstante, desde el punto de vista étnico y jurídico, háyase entre nosotros
desequilibrada aún la vida igualitaria. El blanco y el mestizo ejercen una marcada
supremacía sobre los otros, entre los que se hace mayormente notable el indio, por
su cantidad considerable. El desnivel exagerado de cultura, mantenido inicuamente
por las clases dominantes determina esta condición servil de la clase aborigen abo-
gada en la ignorancia y sujeta a la coyunda infamante del concertaje. Raza vencida y
oprimida en etapas centenarias, condenada a ominosa servidumbre, se le ha privado
también de los beneficios de la educación, de la cultura y de la ciencia. Raza calum-
niada de indómita y de inepta, sufre el atrofiamiento de sus admirables facultades,
impresa con el sello resignado de su tristeza humilde. Y ahí está el indígena en su
faena sempiterna de labrador esclavo, regando gota a gota todo el asombroso vigor
de su broncínea contextura para acrecentar las tierras y los caudales del blanco. Y el
indio es ingenioso, es a menudo compresivo, y orgánicamente dócil. Nunca se vio
que a millares de siervos conservasen perpetuamente su condición humilde, sino en
virtud de ingénito sentimiento apacible y sano. Después de una centuria de la inde-
pendencia de América, el indio, el aborigen, autóctono, aún no la ha conseguido; y,
en esta América, tierra llamada de libertad en líricas declamaciones, aún seguimos
manteniendo la esclavitud en esta raza noble cuya situación doliente pesa como una
herida en el corazón de América.
En nuestra tierra, mucho se ha hablado de elevar el nivel de cultura del indio,
de redimir a esos parias miserables. Pero, de nada sirve hablar. De nada sirve gritar
con verbo de apóstoles si el fardo sangriento continúa en las espaldas. Ese es nues-
tro mal, nuestro profundo mal. Contados son aquellos a cuya campaña ideológica
han unido la gestión eficaz para la reforma legislativa. Pero es necesario continuar.
Muchos de nuestros pueblos americanos tienen aún idéntico problema. Conviene
métodos educativos propios en armonía con […] cruzamiento, fusión, legislación
comprensiva y sistematizada; propaganda segura en la instrucción.
En el Ecuador, las razas pues, presentan igual realidad que en los demás países
indohipánicos. Así mezclados, su diferencia obedece al influjo de circunstancias
físicas, diferencia repetimos de temperamento entre las que moran en las costas
o regiones tropicales y los moradores de las comarcas serraniegas. La inmigración

82
ha sido muy escasa por no decir casi nula en nuestro país. Hemos dicho que por
razones del medio físico proviene la diferencia exclusiva de nuestros individuos que,
si bien pertenecientes a diversos grupos étnicos, se han distribuido perfectamente
amalgamados para la convivencia social.
No es la disparidad abierta de razas regionales: decimos, no son razas diferentes
creadoras de una nacionalidad también diversa cada una. Una raza, con todo su
conjunto de caracteres psíquicos de atributos de idioma, religión, ideales, y costum-
bres, asentada en un territorio es suficiente para crear una nacionalidad propia si ha
conservado y cultivado su personalidad histórica. Se constituye así una perfecta y
tangible realidad sociológica independiente: es una necesidad propia, que demanda
una solución también propia, peculiar. Ya vimos cómo concibe Vázquez Tella la
manera de crearse la personalidad de un pueblo sobre la base de las características
de una región. El caso que examinamos, no es, no puede ser el de una divergencia
étnica. Nuestras razas, progenitoras y existentes, distribuidas por igual en nuestra
base física nacional, han desdoblado únicamente matices o modalidades anímicas
accidentales por razón de la influencia física de las regiones, la sierra y la costa. No
se ha creado la bifurcación de dos subrazas, sino simplemente la sencilla expresión
de dos temperamentos cultivados de diversa manera.
Pero, cómo deberemos definir la esencia de los caracteres étnicos frente a la de
las manifestaciones psíquicas del temperamento. ¿Será éste un atributo trascenden-
tal que caracterice la sustancia racial dándole una diferenciación orgánica de otra?
En el temperamento de los individuos no radica la índole, la intrínseca esencia
y aptitud diferencial de las razas. Éstas tienen pues sus cualidades inconfundibles
perpetuadas y modificables por el medio externo. El medio externo, las condiciones
físicas peculiares de diversas regiones geográficas favorecen la creación de matices
diferenciales en el temperamento de los individuos, en el grado –dijimos– de ex-
presión anímica, no obstante ser estos individuos, miembros de un mismo grupo
étnico y tener por tanto una identidad intrínseca en su índole psicológica.
El temperamento pues, cambia facilitado por las condiciones del medio, del
lugar, de las influencias extrañas. Esto se hace más ostensible en una raza que ha sido
sujeta a la influencia y a la adaptación de condiciones físicas varias durante un lapso
capaz de crear una variación también de temperamento, variación que no trasciende
a la sustancia orgánica del grupo racial. ¿Cómo se traducen estas manifestaciones
del temperamento? Las ciencia psicológica ha definido a ésta como a esa capacidad
que tenemos, o mejor que tiene nuestro carácter para reaccionar emotivamente
frente a determinadas sensaciones o representaciones.
Es pues, una manera de reaccionar que depende de muchos y muy variados
factores particulares; de las asociaciones existentes en los casos especiales, y en fin de
los tonos sentimentales de las representaciones asociadas particulares.
El carácter, con la trascendencia individual y necesaria de la índole étnica, es ya
algo personal, es la reacción repetida en un mismo individuo.

83
He aquí, pues, las circunstancias exteriores influyendo, creando una manera
de reaccionar, una expresión anímica especial. El ambiente físico y las condicio-
nes climatológicas, producen respectivamente un conjunto propio de sensaciones y
aumenta o decrece la posibilidad de las representaciones (todo en armonía con las
leyes psicológicas); y aceleran o retardan las asociaciones.
En cuanto a ser emotiva esta manera de reaccionar, cambia también con la
fuerza del clima y con el mayor o menor rigor de las estaciones.
En este sentido podemos conceptuar el temperamento de nuestros grupos so-
ciales, forjado por características físicas y creador de un cúmulo de posibilidades de
trascendencia sociológica múltiple.
La disparidad de temperamentos en los individuos de la costa y de la sierra obe-
dece pues, con evidencia, al influjo peculiar y natural de cada una de las regiones.
Y según ya observamos al hablar de estas regiones. Y según ya observamos al hablar
de éstas, el costeño es más propenso a los entusiasmos, a las reacciones inmediatas
de actividad y dinamismo, que por la misma razón son efímeros; se distingue, en
fin, por una cierta elasticidad de impresión que la caracteriza habitualmente. En
torno de esto todas las actividades y manifestaciones de vida están respaldadas por
una mayor sobreexcitación y en veces de energía aparente. Impulsividad, agilidad,
movimiento están lógicamente favorecidos por el clima y la alimentación. Y tensión
nerviosa, impresionabilidad y una fuerte exuberancia vital, arrecian la lucha cotidia-
na. A todas las cualidades propias del temperamento emanadas de causas naturales
también propias, se añade como irremediable consecuencia de la situación geográ-
fica, la tendencia de innovación, e imitación a elementos de afuera. Es un espíritu
impresionable y susceptible campo de la influencia exterior.
En todas las clases sociales, en todos los órdenes del vivir activo, esta diversidad
de temperamento y variedad de expresión anímica se manifiesta entre el hombre del
litoral y del serrano. Todas las condiciones físicas apuntadas, favorecen pues, por ra-
zón de los caracteres de la región a hacer del morador de la altiplanicie interandina,
un individuo dotado de aptitudes propias y peculiares para reaccionar a las influencias
exteriores, ya que ellas mismas le han marcado un temperamento diverso. Se hace
menos intensa la lucha con la naturaleza. El medio ambiente genera una vida más
tranquila propicia a la meditación y a la serenidad y... también a la pereza, y a la iner-
cia. El dinamismo tropical, la exuberancia de vida de las tierras costaneras, sufren algo
como un detenimiento al choque de la naturaleza con el frío intenso de las cumbres
y los vientos de la montaña. Ahí se forma el temperamento calmado y grave, a me-
nudo propenso a la tristeza. La constitución física generalmente vigorosa del serrano,
atenúa esa aptitud nerviosa dominante en el ambiente del litoral. Por lo demás, hay
comarcas también en la sierra que por tener las condiciones de un clima cálido, sus
moradores guardan una proporcional similitud en su carácter con los costeños.
En fin, de las tres cualidades que Bunge atribuye a la raza hispanoamericana,
quizá la tristeza y la pereza dominan principalmente en el serrano. La tercera cuali-

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dad, heredada del conquistador, llega a exacerbarse más bien en el costeño, el cual,
por lo general cuenta con una dosis mayor de sangre morena que de india (el ele-
mento africano encontró su más fácil adaptación en tierras cálidas). Esta injertación
hace que la exagerada arrogancia del costeño se haya forjado propicia hermanándose
con esa hiperestesia de la aspirabilidad que el mismo sociólogo argentino anota
como distintivo de la raza de color. De ahí que es de notarse con facilidad esa pre-
dominante tendencia del aparentismo.
Y en cuanto a la tristeza y a la pereza, es ostensible en el campesino serrano; ya
por el ambiente que le abriga, ya por el espíritu melancólico de la raza indígena tan
peculiar en ella y tan bien expresado en su sencilla música triste, ya en fin, por las
condiciones del clima.
Al contrario, una tendencia a la exultación desbordante, la propensión a los
delitos de sangre, todo con la exuberancia de su clima, domina en la expresión del
alma del campesino de la costa, poseída del dinamismo y del ardor del trópico.
Y estos caracteres dominan también en mayor o menor grado en las otras esca-
las de los agregados sociales.
La educación del indio y del montuvio –del campesino– salta como un impe-
rativo de redención apremiante. Cincelar y formar esos temperamentos rudos en
beneficio común para aprovechar admirables corrientes de energía y evitar así el de-
sastre a que el mantenimiento de esas almas primitivas e incultas con sus tendencias
incontenibles, puede conducir.
La afinidad, el contacto, la comunidad de espíritus vividos y cultivados por
las clases más o menos altas de las regiones, pueden sufrir trágica anulación ante el
impulso divergente de temperamentos de las masas más numerosas en población.
Masas primitivas o incultas, desprovistas del cincel civilizador, que detenga la rude-
za de sus inclinaciones, crearían la realidad dispar del mayor número, sobre todo los
unos exacerbados y violentos, capaces de fomentar una tragedia, la gran tragedia del
choque desgarrador de la nacionalidad y de la sociedad misma.
Hay comunidad del alma, de índole, de espíritu propio y orgánico; no importa
la diversidad de temperamentos si estos son conducidos por un cauce de educación
y comprensión vinculadoras. Serían esos temperamentos magníficos caudales de
elevación ventajosamente utilizables, dos fuentes que, nacidas en una misma en-
traña, concurrían también en forjar con eficiencia el sustentáculo de una cultura
totalizadora y completa. Razas fundidas y en concurrencia de vida, distribuidas
igualmente, presentan una realidad uniforme, esa unidad de espíritu que surge de
la armónica compenetración étnica. La diversidad de manifestaciones de ese espíri-
tu, la diferencia de grado en sus manifestaciones anímicas, no implica posibilidad
segura de disparidad de conciencias ni oposición de razas. Es la cuestión común en
todas nuestras nacionalidades indohispánicas, cuya unidad no únicamente étnica

85
sino integral, se ha proclamado con legítimo y fervoroso anhelo por los más altos
exponentes de la raza.

LAS COSTUMBRES

Ensayaremos a analizar someramente el panorama de las costumbres. La costumbre


se manifiesta como una repetición constante y duradera de los actos raciales: suges-
tión e imitación priman en ellas. Las costumbres son atributos que acompañan a los
factores ya vistos. Sería, por lo mismo, largo el analizarlas en los diversos pueblos
cuyas diferencias de origen y de raza, crean también una variedad en sus modos de
vivir por sus tradiciones y aptitudes.
Y al considerar la ética de las costumbres de nuestro pueblo, quisiéramos decir
verdades, atisbar profundas, a menudo dolorosas, que laten en las entrañas de nues-
tras sociedades para proclamarlas con la saludable crudeza de un Alcides Arguedas.
La penetración severa y vigilante de este sabio boliviano, supo descubrir muchas
llagas desvergonzadas sangrando la sociedad de su patria. Pero son lacerías que co-
rroen ciegamente todas estas naciones indohispanoamericanas, y en unas con mayor
rudeza, sin un impulso ético fuerte capaz de deprimirlas.
Esta tierra nuestra ha estado también, por desgracia, destinada a seguir esa
corriente atrofiadora y degradante, soportando crisis sangrientas de ideales, crea-
das en un medio de corrupción política, de insinceridad, de una falta sempiterna
de honradez.
Desde los viejos tiempos coloniales, la vida, las costumbres de nuestros días,
tienen su raigambre. Y al compás de las corrientes de innovación, del crecimiento
demográfico y de necesidades nuevas, esas costumbres y esas vidas han seguido tam-
bién una marcha de progreso en todos los órdenes, en todas las direcciones.
La vida social, casi nula, mantenida con hermetismo grave por el hidalgo
español, religioso y orgulloso. El severo desdén para la clase mestiza proscrita de
todas las dignidades. El indio, agobiado a la tierra en una perfecta y consumada
esclavitud. Ambiciones y rivalidades en las familias colonas, y gestos de rehabilita-
ción y timorata rebeldía en los mestizos siempre ahogados por la preponderancia
hispana.
La imposición religiosa, inflexible y ruda había cerrado las puertas de la edu-
cación y la cultura. La higiene era casi desconocida en la sociedad toda, a menudo
azotada por implacables epidemias. La ostentación y el lujo, el aparentismo, eran la
preocupación más constante del criollo hispano, y todas las clases tenían como di-
versión casi única la corrida de toros donde el aguardiente jugaba el principal papel
con todas su consecuencias y desmanes.

86
El trabajo, la obra civilizadora, casi nulos: afán del gratuito enriquecimiento y
holgazanería aventurera en el hispano, tristeza dependiente en el indio y el mestizo
con ambiciones y esperanzas insatisfechas.
He ahí el cuadro, en ligeros brochazos, de nuestra vida inicial, el sustentáculo y
el eje en torno del que se ha tejido nuestra vida de hoy compleja y múltiple.
La sierra y la costa han seguido conjuntamente el vaivén de estas costumbres
convergentes en su génesis. El medio, las necesidades climatológicas, han creado
variantes necesarias. La diversidad de temperamento acrecienta el dinamismo en la
gente no costeña, viva y vocinglera y con una fuerte aptitud también para el trabajo.
No obstante, el carácter hondamente expansivo del costeño, domina una mayor
vida social en algunas urbes serraniegas, de manera especial tomando como punto
de comparación las ciudades de Quito y Guayaquil.
La cultura y la higiene ocupan un nivel equivalente, en las clases altas de las
dos regiones. Su desarrollo y cultivo han tomado regular incremento en los últimos
tiempos. Mayormente acaso domina en la costa las prácticas de la higiene, por razo-
nes de clima y condiciones naturales.
En cuanto a la institución, a la educación, al nivel que ha alcanzado el cultivo
de valores morales… necesitaríamos revestir a nuestras palabras de amable bene-
volencia, para mostrar el plano de la cultura nuestra con una relativa elevación. Es
nuestro gran problema, olvidado y desatendido por falta de espíritus directores, de
maestros de almas, capaces de orientar y cincelar con sabiduría, con abnegación y
con sinceridad; sobre todo con sinceridad.
En las clases bajas, que desde luego forman mayoría inmensa, el cultivo y el
anhelo de mejoramiento físico y moral, presentan una realidad desconsoladora e
inquietante. El abandono casi absoluto de las más rudimentarias prácticas de hi-
giene, deprime a los individuos, conduciéndolos al aniquilamiento físico y a la de-
generación misma de la raza. Y ahí tenemos una clase débil, desprovista de una
alimentación sustanciosa, agobiada por el rudo trabajo cotidiano, y envilecida por
el uso inmoderado del alcohol.
Esta es la dolorosa realidad de las capas inferiores de nuestra sociedad, en la sie-
rra como en la costa. Y en el litoral acaso mayormente, soportando el rigor brillante
del clima cálido.
A nadie se le oculta que en este elemento el afán instructivo es planta exótica.
No obstante, de acuerdo con el temperamento de los individuos, hay en la costa
menos apatía por el conocimiento y el saber, su pueblo busca el periódico, lee, se
preocupa un tanto, y sobre todo habla… habla demasiado (es esta una particulari-
dad irrefrenable del tropicalismo).
No hay variedad alguna en las diversiones acostumbradas por las sociedades de
las dos regiones. Un mayor grado de exultación, prima sí, por punto general, en la
gente del trópico.

87
LA CUESTIÓN ECONÓMICA
La visión universal contemporánea, se ha orientado de manera decisiva, en torno al
hondo problema de la vida y sus necesidades inmediatas. Es la cuestión que estre-
mece de inquietud todos los ámbitos del planeta, trastornando a hombres y pueblos
que marchan como guiados de un mismo misticismo. Aún los rígidos partidos polí-
ticos caducos abren sus puertas de comprensión ante la avalancha indomeñable. Es
el inmenso derecho a la vida. Es el problema del pan, cuya trascendencia y repercu-
sión inmensurables en los últimos tiempos, van verificando cada vez los postulados
sustanciales del materialismo históricos. La razón económica es, ante todo, una
realidad impostergable.
El hombre necesita imprescindiblemente de medios propicios y elementos que
le habiliten a conservar y desarrollar su organismo vital. Este derecho originario
se extiende, en su escala, a todas las esferas de colectividad. Grupos de hombres,
pueblos, ciudades, regiones, naciones, todas son entidades asentadas en este derecho
básico y apremiante; derecho cuyo ejercicio y vitalidad han de manifestarse a pesar
de todo, ya impuestos por la fuerza incontrastable de la necesidad, ya como flora-
ción espontánea y fraterna de una soberana comprensión.
En esta base se sustenta la tesis nacionalista de pueblos agobiados o ambiciosos
de progreso; y, tras ella, asoma también, el ideal regionalista.
Y por eso, es ante todo –asegura A. Stampa y Ferrer– el regionalismo un pro-
blema económico. La aspiración de las regiones se encarrila firmemente hacia la
conquista de las reformas financieras y políticas que se aseguren el bienestar y el
amplio desarrollo económico de los grupos locales. He ahí como, el máximo anhelo
regionalista (no el nacionalista), se dirige a la reforma política, la cual envuelve
necesariamente la autonomía administrativa y económica; y en esta última reforma
concurren al fin, todos los fervores regionalistas. Los pueblos sajones, más amantes
del principio ideal de libertad política, los ha buscado siempre como base profunda
y esencial. El defecto latino ha sido el de dirigirse a conquistar únicamente objetivos
económicos, porque sus ideales de libertades santas se han tornado a menudo en
una trágica realidad de contiendas anárquicas.
El regionalismo económico ha radicado de un modo general en el propósito de
independizar del poder central las fuentes de riqueza de la región, a fin de que, no
distraídos los propios medios, estos se dediquen exclusivamente a impulsar el en-
grandecimiento y la prosperidad local, obstaculizados con frecuencia por los intere-
ses creados de las otras regiones. Las condiciones y aptitudes agrícolas e industriales
de una región, demandan obligadamente una reglamentación peculiar que impulse,
facilite y estimule la explotación y el desarrollo de estos medios económicos de vida
que han de redundar en beneficio del adelanto regional.
La dotación técnica y económica, la previsión social y las cooperativas, como la
reglamentación y el incremento de vías y medios de comunicación y de sindicatos

88
y bancos regionales, se ha dicho, por ningún otro medio pueden tener gestión más
eficaz e idónea, que por los gobiernos regionales.
Por punto general, han coincidido en torno a estos principios los propósitos de
los programas regionalistas en Francia como en España. Se ha impugnado el siste-
ma centralista sosteniendo que su mayor inconveniente acerca de este punto está
en que ahoga toda iniciativa privada; y los grandes establecimientos, comerciales,
favorecidos por una absoluta e integral centralización, hacen terrible concurrencia
al pequeño y mediano comercio, y cuyas dificultades trascienden necesariamente la
industria y a la banca. Serios y continuos disturbios ocasionó, de manera especial en
la República Argentina, esta situación del centralismo económico, agravado mayor-
mente con la privilegiada situación portuaria que favorece a Buenos Aires. La urbe
por excelencia colocada en fácil contacto con el exterior, y salida obligada de los
productos del país, ejercía virtualmente un exagerado monopolio en el orden eco-
nómico, aplastando así las posibilidades e iniciativas de las provincias del interior
cuyos fermentos de engrandecimiento comercial, bancario y aún industrial, eran
ahogados por la absorción tentacular del centralismo cuya sede residía, ya se sabe,
en la capital bonaerense.
El problema, pues, por punto capital gira en torno a las dificultades ya anotadas
de un mundo general. Esto es, un ataque a la iniciativa individual; la centralización
de vías de comunicación de detrimento de las regiones; la ninguna apropiación es-
tricta que hace el poder central de los intereses de cada región; las grandes industria,
comercio y banca de la capital que hacen enorme concurrencia y a menudo anulan
a establecimientos de esta base en mediana y pequeña escala en las regiones; en el
trabajo, en fin, una manifiesta y perfecta falta de organización adecuada. Todo,
dificultando monstruosamente el adelanto material de la región, la capacidad eco-
nómica que ella debe tener para mirar de cerca sus propios intereses y resolver efi-
cazmente sus problemas inmediatos. En España, se ha exigido también concesiones
en el régimen aduanero.
He ahí extractados varios puntos de vista fundamentales en los que hace hinca-
pié la tesis regionalista en el orden económico.
Naturalmente, en torno a estos males ha luchado el fervor reivindicador de las
regiones. Y al compás de cada uno de ellos, la propaganda, el contrapeso al poder
central, a esa estructura absorbente. Allí ha venido el afán por incremento de carre-
teras y vías férreas que faciliten la vida de regiones, la creación de sindicatos o unio-
nes regionales de trabajo que, regularizando las condiciones particulares de la mano
de obra, puedan influir en la restauración de las industrias y la organización local del
trabajo y prevenir la intervención estatal. En fin, una eficaz gestión mutualista local
de banqueros, agricultores, etc., defensores contra la absorción centralista, y enco-
mendados de la obra propia en la región y de dar impulso a la vitalidad económica
en su mayor plenitud. Allí estarán los problemas del éxodo rural, el incremento de
la pequeña propiedad, el cultivo forestal, etc.

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Es preciso que ensayemos a considerar estas circunstancias en nuestra Repúbli-
ca. Todos los mirajes del regionalismo económico tienen singular trascendencia en-
tre nosotros, ya que a él se ha dirigido la tendencia, a juzgar por las manifestaciones
habidas en los tiempos últimos, que es cuando ha tenido ocasión de exteriorizarse
formalmente este sentimiento. Creemos no equivocarnos al afirmar con plena segu-
ridad de lo que decimos que la sede del movimiento regionalista (en la faz que es-
tudiamos es la única que se ha demostrado doctrinariamente), reside esencialmente
en la ciudad de Guayaquil.
La expresión definida de esta aspiración hubo de hacerse pública en noviembre
de 1925 en un telegrama dirigido a Quito a los miembros de la comisión revisora
de la Constitución y leyes de la República y a otros eminentes personajes, y suscrita
por numerosos ciudadanos de Guayaquil.
En esta comunicación se impugnaba francamente la actuación del Ministro de
Hacienda de ese entonces, con cuyos fines anárquicos, se decía vulnera la economía
local condenándola a una postergación indefinida. Se aseguraba que el progreso
material y cultural conquistado hasta entonces por las provincias serraniegas, se
debía, en su mayor parte a los esfuerzos desarrollados por el litoral. En tal virtud, se
terminaba pidiendo a la convención próxima a reunirse, la federación económica
del país “como medida salvadora”.
Antes de pasar a analizar los fundamentos generales del regionalismo económi-
co que habíamos apuntado y que no lo consideramos que entre nosotros se presenta
con la magnitud de un problema difícil; queremos señalar algunos antecedentes de
suma importancia que precedieron a la manifestación pública de los guayaquileños
en el telegrama que acabamos de extractar.
En un lapso considerable inmediatamente a la transformación política del 9
de julio, la República era un teatro de múltiples y complejos fenómenos econó-
mico–financieros mantenedores de una situación extremadamente falsa y de crisis
profundas. Muchos de estos vicios fueron de práctica inmemorial.
Innumerables circunstancias y sistemas funestos contribuían a mantener un es-
tado de cosas corrompido y anárquico, que creaba una situación deplorable para la
economía nacional y una clamorosa desigualdad antidemocrática en que primaban
la explotación y los privilegios.
Examinamos algunas circunstancias.
Con el agravante de una manifiesta pobreza fiscal, estábamos viviendo el siste-
ma de una monstruosa descentralización, sistema del cual nos parece por demás ex-
poner los insalvables inconvenientes que presenta. Solo con esto vino a hermanarse
un desastroso sistema tributario. Sin exageración; no hubo Congreso en el que se
creara un impuesto local con su respectivo colector y tesorero y destinado aquel, a
determinada obra pública. Naturalmente, no pocas veces esas rentas, solo servían
para el empleado recaudador. Sin embargo, de este modo se contentaba a provin-
cias, cantones, etc., y el gobierno no podía disponer sino de una mínima parte de

90
las rentas del presupuesto. Los ciudadanos, de esta manera, se hallaban sujetos a
contribuciones impuestas sin orden ni concierto y sin ninguna base científica. Los
déficits en los presupuestos hubieron de sucederse sin intermitencia y el gobierno se
hallaba en el caso de buscar todos los posibles recursos para llenar sus necesidades
más premiosas. Estos recursos, fueron los empréstitos a los bancos primero, y los es-
tancos o concesiones de monopolio después; éstos, en el tabaco y la caña de azúcar.
Todo aquello debía traer necesariamente lo que trajo: una casta de privilegiados
que dueños del poder económico, hubieron de dirigir virtualmente los destinos del
país. A nadie se le oculta la institución bancaria de Guayaquil que se constituyó en
supremo asesor e inspirador de sus actos. Nada ni nadie pudieron sustraerse a su
férreo poder de explotación: magistrados, presidentes, legisladores, compañías de
monopolio, todo, en fin, hubo de caer bajo su control dictatorial.
Nos cumple aclarar que nos impulsa una absoluta imparcialidad, y que no es-
tamos inducidos por apasionamiento alguno. Los hechos que aseveramos son muy
del dominio público.
Guayaquil era entonces la sede de la bancocracia predominante y de allí ema-
naba toda la gestión político–económica, inclusive la elección de los magistrados
primeros de la nación. En esta fuente brotaron todas las disposiciones legales que
habían de crear la situación económica del país en la época anterior a la Revolución
Juliana.
El impuesto territorial hasta entonces hallábase informado por un criterio de
marcada injusticia: las provincias muy ricas, cual son las de la costa, estaban sujetas a
un gravamen mínimo, mientras que las del interior, cuyo interés por el capital tierra
es muy reducido, pagaban una alícuota desproporcionada y considerable30.
Y vino la ley llamada Moratoria, y luego la gran crisis monetaria; el fracaso que
con la explotación del agricultor pequeño hubo de provocar la crisis de la produc-
ción, la decadencia exportadora y el enorme negociado de giros y con ello la famosa
Ley de la Incautación. El pueblo alucinado y ciego era casi siempre la carne de esa
explotación; ello lo demuestra el 15 de noviembre... pero el predominio absoluto
hallábase en la banca terca y tiránica a cuya cabeza se puso un enorme talento
financiero por todos conocido. El dinero, esto es los billetes sin respaldo, de fácil
circulación, abundaba y corría pródigamente en sueldos y negociados productivos.
Había pues, una desbordante riqueza de oropel. Un banco, dueño de la hegemonía
integral, era el portavoz de esa abundancia apócrifa, con la inmensa satisfacción de
los numerosos privilegiados dueños de todo el predominio de la República, cuya
situación económica marcaba entonces el máximo grado de su miseria y bancarrota.
Nuestra ciudad portuaria, sin embargo, hallábase tranquila y confiada, orgullosa
de sus hombres, de quienes esperaba segura, el supremo milagro de la restauración

30 Luis Napoleón Dillon, La crisis económico-financiera del Ecuador, 1927.

91
financiera. No obstante, la gran masa popular era víctima de engaño sempiterno. Y
he aquí cómo el malestar económico había de trascender a todas las esferas. La crisis
de la República era profunda y general.
En estas circunstancias surgía la revolución del 9 de julio, ruidosamente pro-
misora como una anunciación. El país, con gran número de ciudadanos incon-
taminados y ecuánimes de nuestra metrópoli comercial, la recibían con inefable
beneplácito.
La postración nacional demandaba remedios definitivos. A eso se dirigió la po-
lítica económica del nuevo gobierno. Comienza por derrumbarse la preponderancia
de la plutocracia bancaria. El desprestigio de un banco fraudulento, cuyo gerente
es apresado desde el primer momento, se pone de cuerpo entero. Innumerables
circunstancias y detalles se confabulaban. La política financiera está en manos de un
ministro al que en Guayaquil se le acusaba de abrigar miras personalistas y propósi-
tos hostiles para intereses locales. Impúgnase rudamente su proyecto de fundar un
Banco Central, y los bancos alegan que su oro se pretende usurpar por el gobierno.
Una guardia cívica, organizada con elemento propio para prevenirla de un supues-
to peligro comunista, es disuelta por el mismo gobierno mediante el Ministro de
Guerra guayaquileño.
Estos antecedentes obran acompañados de diversos acontecimientos, enarde-
ciendo, sobreexcitando una conciencia que podíamos llamar local. Y, Guayaquil,
que conservaba con gloria su legítimo orgullo legendario, una ciudad tradicional-
mente altiva y patriótica, aureolada con el procerato de su apostolado libertario;
Guayaquil, la ciudad libre y gallarda, decimos, en estos instantes creyó sentirse cru-
damente vulnerada en lo más íntimo de su amor propio; su conciencia de grupo
que más que nunca habíase compactado y definido, consideraba ofendido el propio
honor, ante la contemplación de un viejo predominio que se pretendía tornado en
ominoso vejamen. La prensa enfervorizaba el sentimiento local, y exacerbaba los
ánimos, fomentando la corriente vigorosa del momento.
Y aquí hubo de encenderse la chispa. Como un trasunto pálido del ambiente,
brotó la demanda de la federación económica del país. Era lo que más se podía
pedir, con un criterio más o menos justificado de la excitación pública; acaso de la
realidad social y política, más que económica…
Debemos expresar honradamente nuestra convicción. En todo ese proceso acti-
vo en que se elabora una orientación en el espíritu guayaquileño por esos momentos
de intensa trascendencia, hubo una gran dosis de maquinaciones veladas de parte de
la gente verdaderamente caída y oportunista; una gran dosis decimos de política, de
esa política criolla, que ciega, que explota, que tergiversa...
En nuestro modesto criterio, ahí fundamentamos una causa eficiente origina-
dora de este aspecto del problema.
El Conde Herman Keyserling, en su libro, Europa, análisis espectral del con-
tinente, al interpretar con su visión penetrante y profunda de gran observador, la

92
esencia de las realidades del pueblo italiano, señala los rasgos peculiares que distin-
guen la vida moderna de esta nación y las bases de sus sentimientos regionalistas.
Fundamentalmente habla de una fuerte cohesión molecular como algo que
caracteriza a sus agregados sociales. Esta cohesión molecular alimentada en una
inconfundible y vieja tradición del poder de las familias, viene a encarnar en esa
unidad regional, la que se concreta virtualmente en una ciudad. De allí que, en una
ciudad, la cultura y la aristocracia han sido siempre regionalistas; han guardado y
cultivado, con orgulloso hermetismo, la conciencia de una antigua preponderancia.
Este regionalismo así considerado, debemos entenderle naturalmente como
una sana y fervorosa aspiración al mantenimiento de las propias glorias y al progre-
so de la localidad.
Mas, también, este mismo ideal, ante una pretendida vulneración de esa co-
hesión molecular en cualquiera de sus aspectos, evidentemente, puede reaccionar,
tornándose en un principio de defensa, en una actitud, muy humana de resistencia.
Con la relatividad y dentro de las condiciones del caso, y la confabulación de
las complejas circunstancias políticas que hemos relacionado, en Guayaquil pudo
haberse operado seguramente, con las agitaciones del momento, esa relación de
causalidad en el proceso que acaba de ocuparnos.
Naturalmente, otras causas hubo también que influyeron en este aspecto del
regionalismo.
En cuanto a los puntos de vista generales del fenómeno que inicialmente ha-
bíamos apuntado, es ostensible que nada es aplicable a nuestro caso; más aún, tra-
tándose especialmente de Guayaquil, la urbe portuaria principal de la República,
la salida obligada y preferente asiento del comercio y concentración productora,
foco de enorme crédito y sede de la ingente recaudación aduanera. En el orden
económico, pues, no puede hablarse de una absorción centralista. Irrisorio sería
decir, tratándose de nuestra metrópoli comercial, que la capital ejerza sobre ella una
competencia en las actividades mercantiles, industriales o bancarias. Antes bien, ya
hemos puntualizado un predominio detentador de nuestros intereses democráticos
en el lapso anterior al 9 de julio.
El éxodo rural de casi toda la República se ha dirigido preferentemente hacia
la ciudad portuaria. Y aquí se ha originado un fenómeno curioso, íntimamente
relacionado con el problema de los salarios. Campesinos y obreros de la República
particularmente interioranos, son atraídos, de modo especial, por la intensa vida de
nuestro puerto principal y creen ver allí la solución fácil para su situación económi-
ca. En el mayor movimiento de trabajo que allí domina miran asegurada una más
alta retribución. Concentrados, pues, así trabajadores serranos en el puerto, fácil les
es llenar sus necesidades inmediatas con un salario mínimo y mayor siempre al que
recibieran en las comarcas de la sierra. Muy a la vista está, el que este elemento es
preferido por el patrón, por rudimentarias razones económicas. El obrero nativo,
que a menudo se ha impuesto algunas exigencias espirituales (periódico, cine, etc.)

93
sufre entonces una ruda y odiosa competencia. Y de aquí emana naturalmente una
honda rivalidad y antipatía hacia el trabajador serrano.
Y gran parte del pueblo que, al interiorano solo le conoce en que aquel obrero
miserable que, contento con muy poco, le hace terrible competencia e su trabajo y
en sus ganancias, gran parte de ese pueblo, decimos odia a ese rival, y, generalizan-
do, fomenta en sí un intenso sentimiento de antagonismo hacia toda una región...
Es evidente que a esto se suma, en no pequeña parte, el refuerzo eficacísimo de la
política personalista…
Ya podemos ver cómo esa falta de medios de trabajo y de equitativa remune-
ración origina esta peligrosa absorción; peligrosa en cuanto da margen a que se
alimente un espíritu ciego de pugnas y rencores.
Un ideal propugnado tendiente a incrementar el renacimiento económico re-
gional ha sido la lucha por la pequeña propiedad. Entre nosotros, a esta aspiración
le daríamos una trascendencia y finalidad social, más que regional. El Estado es
nuestro primer latifundista. Lo que se pretende es incrementar el cultivo intensivo
de la tierra, creando así el aumento seguro de la producción. Hay haciendas que
conservan considerables extensiones de terreno sin cultivo. El anhelo es aprovechar
en beneficio del mayor número de esas fuentes de riqueza que se han mantenido
estérilmente. Es verdad que la costa revela preferentemente esta necesidad. No es
posible que se diga, a este respecto, que ahí tenemos nuestro oriente inmensurable
y solitario; pues éste, como sostiene César E. Arroyo, en el momento presente, no
constituye una tierra de inmediato aprovechamiento. Es una reserva del porvenir,
si, pero cuando el ingenio, las vías y medios de comunicación, etc., hagan posible
un cultivo que pueda domeñar esa naturaleza bravía y letal, donde por hoy el orga-
nismo humano no puede subsistir. Aquello, en la actualidad, no es, evidentemente,
sino una gran Voragine, como de modo magistral supo trazar esa realidad macabra
el colombiano Rivera.
En cuanto al espíritu de asociación con finalidades de resurgimiento local, en el
orden comercial, industrial, bancario, etc., es indudable que esto surge por propio
interés e iniciativa ante el apremio de las necesidades. Se allana el magno problema
de la tierra para atender a su producción y al fomento industrial, paralelamente a
la capacidad de las regiones. A este propósito, nos cumple anotar honradamente,
la orientación brillante que irá construyendo para la agricultura nacional, la fun-
dación del Banco Hipotecario. En el primer año escaso de funcionamiento de esta
institución, se ha evidenciado la gran eficiencia de sus finalidades, encaminadas a
la intensificación de la actividad agrícola nacional. La estadística señala que en sus
nueve iniciales meses de existencia, los préstamos efectuados ascienden a más de sie-
te millones, notándose siempre una tendencia ascendente. La concentración de fe-
cundas energías en el cultivo de la tierra, respalda con esta eficaz ayuda, bien podría
encauzar, como ya se dijo, un claro resurgimiento de la nacionalidad ecuatoriana.

94
Por múltiples medidas se puede, pues, afianzar el progreso de la producción
de las regiones, diferentes naturalmente entre sí por razones físicas. Más rica la de
la costa, dedica, de preferencia, a la explotación, por el precio que especialmente el
cacao alcanza en el exterior, además del café, la tagua, los sombreros de paja toquilla,
etc. Y esta actitud productiva ha sido perfectamente impulsada; pues, hemos visto
que no obstante la gran riqueza de estas provincias, pagaban una contribución terri-
torial muy pequeña, en relación con aquella que se había impuesto a las provincias
serraniegas, cuya riqueza productiva no se dedica al comercio exterior, sino prin-
cipalmente al consumo de la costa, demostrándose así, esa propicia compensación
que se establece por naturaleza para realizar un recíproco aprovechamiento de las
diversas condiciones regionales y un intercambio en la mutua satisfacción de las
necesidades, lo que verifica esa saludable complementación nacional.
Esta compensación en la capacidad económica de las regiones nuestras, ma-
nifestada en la balanza de exportación y el consumo de productos serranos en la
costa, está evidenciada en el permanente equilibrio de la realidad económica de las
regiones, equilibrio que sin esa equivalencia, se habría roto virtualmente a favor de
la región más rica.
Acaso la recaudación aduanera sufra un pequeño desnivel desde el punto de
vista del mayor consumo de los productos extranjeros en la sierra, en cantidad y
calidad, y este último singularmente por razones naturales del clima, como pieles,
casimires y alfombras, etc., artículos de primer valor.
Con relación al problema que otras naciones apuntan en el orden de las vías
de comunicación, respecto del puerto, nada es posible argumentar, ni suponemos
que se haya tratado de sostener; de todos es conocida la situación que presenta el
país en ese sentido. Los caminos que unan las comarcas australes, en el resto de la
República, constituyen y han constituido siempre un anhelo nacional, que quizá
solo últimamente se halla en vías de cumplirse.
Sin que tengamos la pretensión de haber abandonado, ni siquiera totalmente
abordado, este importantísimo problema, nos parece que lo hemos perfilado en sus
lineamientos más salientes y generales.
Ostensible es que el fenómeno, como tal, en ese sentido, no se ha puesto de
manifiesto sino en los últimos tiempos, después de la revolución de julio y median-
do las circunstancias esenciales que, a grandes rasgos, hemos anotado. Es indudable
también que en todo esto se ha movido la maquinación política de los individuos,
hurgadores de momentos oportunos para sus propios fines, y todo, obrando en
el temperamento especial del costeño que habíamos anotado al principio de este
ensayo. Es por esto, que, en el interior, al contrario, no se ha notado ni el más leve
movimiento de reacción. Y es también por este cúmulo de motivos, que la cuestión
que nos ocupa se ha mostrado como una oleada pasajera y efímera, como flora-
ción de hechos e influencias transitorias actuando en un instante dado. En nuestros

95
días nada se ha vuelto a hablar acerca de semejante asunto. No debemos atribuir
a otra causa evidentemente, el que dos destacados ciudadanos guayaquileños que
suscribían también la fervorosa comunicación a que nos hemos referido, pidiendo
la federación económica del Ecuador, estos personajes, decimos, no tuvieron incon-
veniente en venir luego a colaborar en Secretarías de Estado, con una dictadura que
se había orientado por una eficaz ruta centralista. Uno de ellos fue, precisamente, y
por tiempo considerable, Ministro de Finanzas…
De estos ejemplos en inferior esfera, los hay, innumerables... No nos queda
sino declarar francamente que su sinceridad nos obliga a que debamos concluir leal-
mente que las causas del malestar han desaparecido, que la realidad se nos presenta
ahora, cual siempre ha exigido nuestra legislación unitaria.
El fenómeno político como la aspiración de los individuos, ha marchado al
compás de todas estas circunstancias económicas.

LA ÉTICA DE LAS CLASES SOCIALES


Si buscamos analizar un principio de moralidad como eje director de las costum-
bres, forzoso es reconocer, aún situándose en un punto de vista positivista y am-
plio, que domina una marcada propensión a la delincuencia en el momento en el
elemento del litoral, en la gente del bajo pueblo, en el campesino más. Las clases
altas relativamente cultas, de las dos regiones, podrían hallarse, más o menos, en un
plano equivalente.
Las estadísticas lo demuestran y la climatología lo comprueba cómo la crimi-
nalidad se presenta, a veces, con caracteres alarmantes en las comarcas costaneras.
Atentados contra el pudor, latrocinios y crímenes de sangre, preséntanse cotidiana-
mente en ciudades y campos de la costa. En la parte norte domina el elemento de
color más propenso a la violencia y más avezado en la criminalidad. El montubio,
nunca desprovisto de la llamada arma blanca, enloqueciendo por la sugestión con-
tinua de alcohol, es el agente más terrible de la delincuencia. En la casa de Peniten-
ciaría de Quito se puede comprobar este aserto, donde se hallan individuos, muchos
de corta edad, cuya ferocidad sanguinaria ha alcanzado, no una, sino numerosas
víctimas.
La región interandina es menos fecunda en estas manifestaciones de morbosidad
moral. El indio se muestra en raras ocasiones con sus atavíos de salvaje indómito, y
el llamado chagra, es por lo general sencillo y timorato. Y no obstante que en estos
últimos tiempos ha crecido la delincuencia, no llega a igualar a la que ofrece la costa.
En el litoral se presenta la constante y malsana influencia que ha impreso el
contacto con elemento extraño de todas las condiciones no limitado durante mu-
cho tiempo por alguna inteligente legislación inmigratoria. La raza amarilla ha ido
inoculando el virus de su degeneración.

96
En gran parte, sin embargo, de este elemento trabajador domina un sentido
ético natural y sano. Son a menudo los campesinos, laboriosos y honrados. Se en-
cuentra en ellos la resignación humilde del que trabaja sin otro anhelo que la propia
sustentación y de los suyos. La obra que eleve y enderece estas inteligencias incultas,
que las moralice y las defienda de todas las influencias internas y externas; esa obra
decimos y repetimos debe ser nuestro principio acendrado de redención para estas
dos masas formidables, mayoría indiscutible de la población nacional.
Veamos las clases llamadas directoras. La clase alta, la clase media; el elemento
que tiene su principal asiento de concentración, como excepción de la clase campe-
sina, en los centros urbanos, de la misma manera que las clases sociales en general,
esas manifestaciones poliformes de la energía social. En los últimos tiempos se ha
acentuado más la diversificación de las clases sociales por sus distintivos propios y
por la vida de asociación fuertemente incrementada.
Para los fines de este ensayo, pensamos que no sería del caso ahondar el análisis
de estas clases, ya que, aparte de las variantes ya estudiadas, presentan por lo general
una constante semejanza.
La educación moral, la cultura intelectual y espiritual, de las capas medias y
pudientes de la sociedad, se muestra igual en la sierra como en la costa. Acaso ésta,
y concretando, Guayaquil, por su situación portuaria, tiene mayor posibilidad de
continuo trato con el extranjero y su influencia genera una pequeña variante en la
sierra. Puede decirse que allí domina, por punto general, un criterio más liberal en
las costumbres.
La gran burguesía, la plutocracia, si bien suele conservar a menudo un sentido
de selección, descuida por lo general el cultivo intelectual y el desarrollo integral del
espíritu, solo dorado con el barniz de una obligada cultura en el trato cotidiano,
en la relación social. Esto, que predomina de un modo general, tiene magnificas
excepciones en hombres consagrados y profundos, excepciones que van creciendo
hasta la clase que podríamos llamar media, en la cual, con la necesidad apremiante
de la lucha por la vida, se desarrolla una marcada tendencia hacia las profesiones li-
berales y los estudios de especulación utilitaria. Aquí suelen surgir valiosas cumbres
de intelectualidad y de cultura, ejemplos luminosos de austeridad y de sabiduría;
por desgracia, con marcada escasez. Hay maestros de almas, hondos y probos, pero
cuyos propósitos altísimos chocan a menudo ante el desencanto amargo de un am-
biente anquilosado, de ignorancia y de corrupción moral.
Y ahí tenemos gran número de políticos y dirigentes, periodistas y profesores de
honradez, proclamando con oprobiosas quiebras morales, sus ambiciones de mísero
arribismo y hasta la propia inconsecuencia. Poderosa, innumerable es la falange de
esta clase tenida por pensante y abnegada; sin escrúpulos ni virtudes cívicas, des-
orientadoras y corruptoras de todas las conciencias, de la juventud y de las masas.
No puede ser más propicio este elemento para dar cabida a los que con tanto acierto
Juan B. Justo llamara en la Argentina la política criolla: “atraso en las conciencias,

97
triunfo del vicio, destrucción de las fuerzas morales del individuo, servilismo ciuda-
dano y corrupción cívica en todos los órdenes. Todo, para mayor escarnio, disfraza-
do con el antifaz hipócrita de la honradez y la altivez”.
Y en fuente semejante, la juventud –lo digamos sin ambages, sin eufemismos,
lealmente; una clamorosa verdad–, la juventud ha alimentado su espíritu privada de
ideales encumbrados, de sentido ético, de sinceridad.
Aquí también sería del caso hablar de ese aparentismo y megalomanía imperan-
tes, que señalará Arguedas en la tierra boliviana. Se dan a sí mismos el pomposo epí-
teto de intelectuales. Tienen la autoridad omnipotente de aquilatar todos los valores,
y, lo que es más, de desvanecer todos los prestigios; nadie es capaz de saber más,
ninguno puede poseer mejor el conocimiento real, el sentido perfecto de la vida; y
solo sus opiniones serán inapelables. En la frase hueca y en la palabrería sabionda
se fincan los destinos de esta juventud, agobiada de triunfos baratos y de claudica-
ciones deplorables. Y diariamente se proclama en las palabras fáciles y cómodas de
ideales avanzados, de rebeldía; se habla a menudo de luchas nobles del desinterés y
de la ciencia, cuando en los pechos solo cunde la incomprensión, la estrechez espi-
ritual, la ignorancia y la deslealtad.
No hay pensamiento propio, no hay creación, no hay elaboración autóctona.
El importe caricaturesco, el trasplante, la visionaria tendencia imitativa predominan
todas las ideas, sentimientos y realidades, y tienen su transcendencia, malsana en
todas las esferas. No obstante carecer de la influencia preponderante del extranjero
inmigrado, bien podíamos decir, en muchos aspectos, lo que Ricardo Rojas, gran
argentino y gran americano, expresar amargamente de su patria, en el anhelo de
forjar su “Argentinidad”: “De los extranjeros dependemos por abyecto vasallaje de
nuestras clases intelectuales, y por la dolorosa incertidumbre de las clases obreras
somos todavía colonia...”
Y así estamos viviendo, y así nos estamos encauzando, manteniendo un am-
biente envilecido y oscuro, donde el cincel y la desinteresada orientación se han
estrellado con la petulancia ignara. Muchos de los maestros de almas han desertado
o desaparecido, los sembradores de ideas han abandonado su tienda apostólica. Y
gran parte de las juventudes ha perdido la ruta: las vocaciones e ideales se cambian
y se amoldan cómodamente por intereses positivos. El verbalismo se hermana con
la miseria claudicante. Ese verbalismo vacuo tan propenso a manifestarse de manera
especial en los fervores tropicales... De ahí la mediocridad reinante, el desconcierto
de las clases universitarias, corroídas de rivalidades y egoísmos, trasunto ignominio-
so de la política estatal...
Largo sería detenerse en el estudio de las clases, todas con el sello del espíri-
tu imperante. Todas ahogadas en un funesto círculo vicioso. La clase intelectual y
universitaria, desprovistas de un encarrilamiento disciplinario y vigoroso, no han
podido elevarse a la altura necesaria que les habilite a cumplir –salvo una corriente

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de excepción de último […]31 con su apostolado director del obrerismo. Esto, lo va-
mos a ver, ha seguido la corriente con la complicidad de su carencia de cultura. Y la
clase gobernante, tan manoseada y acusada –con justicia la mayoría de las veces– se
ha visto a menudo en la imposibilidad de actuar en un medio hostil que demandaba
curaciones radicales; y ha terminado por envolverse en la vorágine turbia. Magistra-
dos y legisladores se han entregado sin escrúpulos a una venalidad desvergonzada.
Acaso el elemento obrero presenta diferencias pequeñas en la sierra y la costa.
Más trabajador, dinámico y activo el costeño, tiene por lo general el apego al di-
nero, el anhelo de la mayor ganancia. Decíamos arriba, busca elevarse en su nivel
de cultura, perfeccionarse, y por su temperamento es muy susceptible de todas
las influencias, tiene la tendencia a lo nuevo, de fácil sugestión, es impresionable
a la elocuencia, le domina el brillo de la palabra. Es predominantemente liberal
en las ideas.
El artesano interandino presenta una doble fisonomía, fruto de dos corrientes
que tienden a dominarle. El trabajo, el propósito progresista y el ideal del ahorro,
constituyen una tendencia; la otra, la inveterada y rutinaria favorece la pereza, la
apatía y el incumplimiento, solo interésate la ganancia en cuanto llene la necesidad
del aguardiente. Por lo demás, se halla ahogado en la indiferencia cívica, y se oculta
en un barniz de religiosa hipocresía y de ignorancia.
Las sociedades gremiales se hallan mayormente desarrolladas en la costa que en
la sierra, con un criterio de mayor vinculación. El ahorro en general es planta exóti-
ca. La embriaguez incontenida absorbe sus ganancias y aniquila sus energías físicas
y espirituales. Es el vicio degradante generalizado sin distinción de lugar.
El problema obrero, la cuestión trascendental de buscar sus medios de trabajo,
de llenar con su sentido humanitario y fraterno las necesidades del trabajador, se
presenta común en las regiones, en los centros urbanos, en los talleres y en las fábri-
cas. El aumento de salario, la remuneración equitativa y justicia con participación
de las utilidades –pensamos– es el eje indudable de nuestra cuestión social, incom-
prendida y discutida. Una legislación inteligente que contrarreste la codicia voraz
de los patrones en beneficio y previsión del porvenir obrero.
Por lo demás, la educación, la siembra en el espíritu, buscando incasablemente
una elevación cultural, la conciencia ética, es el sustentáculo imperioso de todas las
conquistas y la ruta infalible de mejoramiento, de liberación y redención.
Y como medio de redención económica, de liberación espiritual, hemos de
conquistar el hábito continuado e ilustrado de trabajo, cuya significación de gran-
deza y dignidad cimente en todos los hombres un alto principio de justicia distri-
butiva y de moral profunda.
“El trabajo –dice José Rafael Bustamante, maestro y pensador admirable, en
un profundo ensayo– es un movimiento esencialmente libertador. El trabajo, que

31 En el original falta una línea (nota del editor).

99
da al hombre la conciencia de su valor y dignidad y le infunde fe en el adelanto y el
progreso, en la virtud del esfuerzo y el querer, le da también riqueza, fuerza, poder,
esto es, libertad porque la libertad en sus elementos positivos, es poder creciente de
obrar, facultad de querer y hacer, de crear, de gozar, de aspirar, de moverse y desen-
volverse en un espacio y es una esfera donde se debe haber desalojado los embarazos
brutos y las resistencias materiales. El derecho al trabajo se convierte así en derecho
a la libertad”.
Es preciso abrir horizontes de trabajo, estimular un amplio desenvolvimiento
de energías dinámicas. Pero un trabajo sujeto a normas éticas y humanitarias; no
aquel que se ha tornado en ominosa explotación del trabajador inerme y envilecido
en su miseria, por una casta de plutócratas.
Del resto de clases sociales solo nos quedaría hojear, por su relativa importancia
numérica, la militar, la eclesiástica y la burocracia, todas ellas sin embargo de vida y
distribución uniformes. Comerciantes, agricultores y banqueros, podrían también
haberse incluido en el análisis general de líneas anteriores; sobre32 el desarrollo de sus
actividades trataremos de ver ligeramente al considerar la faz económico–financiera.
Mucho o muy poco tendríamos que decir de la clase militar, la eficacia de
sus finalidades entre nosotros, su proporción cuantitativa y su influjo en la vida
nacional en todos sus aspectos. Más, parece que la conciencia colectiva se halla casi
uniforme en su sentir; y no constituyendo factor regional en forma alguna, dada
la índole esencial de su organización, pasamos por alto. Un estudio detenido del
problema, aplicándolo a nuestras condiciones, de acuerdo con el Derecho Político
y Administrativo y la Ciencia de las Finanzas, podría reforzar, científicamente, el
criterio dominante de la opinión pública, y empeñar así, con paso seguro, una re-
forma diligente y necesaria.
Aquel guerrerismo a la moderna, señalado por Keyserling, debe ser reducido de
su ruta utilitaria, hacia finalidades eficientes.
Ninguna influencia en el desarrollo intrínseco de las regiones como tales, pue-
de atribuirse a la clase eclesiástica y a la burocracia. La primera, con una estructura
regularizada y uniforme, tiene igualmente distribuida su actividad. Los tiempos
modernos han amortiguado su fuerte y preponderante influencia política de los
antiguos tiempos. Es quizá la sierra donde el clero ejerce su influjo mayor, exacer-
bando la religiosidad de manera especial en el elemento femenino; mas sin ninguna
trascendencia para el caso que estudiamos.
La burocracia es también una clase que se manifiesta sin variantes, preferen-
temente en los puntos de concentración urbana: Quito y Guayaquil. Y en ambas,
como consecuencia de la falta de iniciativa, de temor de los capitalistas de invertir
sumas de dinero en el incremento del trabajo, en la multiplicación de la industria,

32 “Pero”, en el original (nota del editor).

100
en el fomento agrícola, la empleomanía constituye una viciada tendencia, forjada de
una clase numerosa, en que a menudo se fomenta el servilismo.
En fin, en el orden moral y social, con una burocracia concentrada y potente
–y refiriéndonos señaladamente a aquellos que no la conciben de otro modo sino
estableciendo una relación forzosa entre el desempeño de una función pública y
la servil degradación– podríamos sí, repetir esa frase sangrienta con que Mauricio
Barrés impugnará el centralismo administrativo: “Somos un pueblo vendido a sus
gobiernos”…

LA FAZ HISTÓRICA
Pensamos que contemplar el fenómeno a través del horizonte de la Historia, de-
manda singularmente una visión serena y profunda. Este atisbo arduo y difícil de
raíces insospechadas, debería brotar de un espíritu rico en intuiciones, sapiente,
animado de sutil clarividencia. No buscaremos nosotros –no despojados aún de la
morbosidad miope de estudiantes indóciles– a conseguir la esencia histórica que
haya impulsado nuestra vida en el curso de los tiempos; esa substancia honda y tras-
cendente en que Spengler asentara el destino vital de las culturas. Esperamos que a
esta ojeada vertiginosa, suceda el concienzudo análisis, la investigación escrutadora,
que hallará en nuestra alma viviente el secreto de un sino que marcara la trayectoria
temblosa de nuestros pueblos.
La comunidad de vida en el transcurso de las edades, crea y vigoriza la persona-
lidad de los grupos sociales. El alma de las regiones se perfila con caracteres propios
cuando se ha cultivado y vivido de manera concurrente a través de todas las vicisi-
tudes históricas. La Historia es entonces el cauce amoroso y fecundo que alimenta
y abriga todos los vínculos forjadores de las comunidades de almas. Pueblos o na-
cionalidades sin historia que las defina con espíritu autóctono a través de las épocas,
son comunidades apócrifas, sustentadas en falsos fundamentos, sin nexo orientador.
La conciencia social, la unidad de espíritu colectivo, es una floración de realidades
comunes elaboradas en el devenir de las edades. Sobre esta base indiscutible de la
vitalidad autónoma de los pueblos, y gran alentador del ideal independiente, puede
cristalizarse una cultura como organismo autónomo individualizado y propio.
En torno a esta unidad vivida se ha mantenido y se ha impuesto a pesar de
todos los choques de la conquista, el alma de las nacionalidades auténticas. Sin citar
a muchos pueblos tenemos el ejemplo más claro en la nación polaca, que ha sabido
resistir y restaurase en medio de todas las usurpaciones, manteniendo más esforzada
que nunca su tradición histórica nacional. No otra cosa podría decirse de Irlanda,
donde su espíritu supervive todavía latente y anheloso. Al igual que Polonia ha
acontecido con las jóvenes y florecientes naciones eslavas.

101
De acuerdo con nuestro plan comparativo, pasemos una rápida revista a otros
pueblos.
La hoy Confederación Helvética ha seguido la ruta señalada por Burges: la
integración, el camino del aislamiento hacia la alianza progresiva. En 1291 se rea-
lizó la primera unión entre tres de los cantones suizos con el fin de defenderse. Sú-
manse posteriormente otros tres a esta alianza; y, conseguida la paz, se constituyen
formalmente en Confederación. A medios del siglo XV y con este ejemplo, se le
une la llamada República de los Grisoues y otras ciudades más, llegando a formar
trece cantones a los cuales se habían asociado políticamente Ginebra, Neufchatel
y otros. Así, pues, vinculados y fuertes ya estos diversos grupos bajo el nombre de
República, conservaron cada cual su propia constitución como consecuencia de su
diversidad de origen, raza, idioma, etc., y con ello de historia diversa y propia cada
uno. La histórica disparidad integral no fue en estos pueblos equilibrados y cultos
un obstáculo para forjar y fomentar la alianza saludable.
Antes bien con la marcha de los tiempos y con el aumento de necesidades, han
ido vigorosas corrientes proclamando el centralismo. Más adelante veremos cómo,
con el orden político este pueblo ha continuado en su desenvolvimiento evolutivo,
la tendencia natural hacia la mayor vinculación y cooperación.
Refiriéndonos a España podemos encontrar muy salientes contornos de diver-
gencia histórica. Hispania constituía la parte del suroeste europeo que formando
una península, está separada del resto del continente por los Pirineos y el Mar de la
Cantabria. Desde los primeros tiempos la constitución dividida en varias naciones
aisladas. Desprovistas casi de todo vínculo no presentan una resistencia conjunta a
las conquistas exteriores. Solo se tiene noticia de la Liga de Celtiberia, confedera-
ción de cinco naciones. Roma, al conquistarla, tampoco pudo constituirla en un
cuerpo uniforme y la dividió, primero, en Citerior y Ulterior, y más tarde en Bética,
Lusitana y Tarraconense. Pueblo incrustado de muchos grupos étnicos, solo en casi
seis siglos de dominación romana, comenzaba a obtener una unidad superficial, la
misma que hubo de ser destruida por los barbaros. Finalmente los árabes trataron
de imponer una unidad también en virtud de la conquista. Entonces se provocó
la reacción independiente y comenzaron a definirse las aspiraciones de las varias
regiones. Astures, vascos y cantabros iniciaron esta lucha que hubo de ser sangrienta
y prolongada. Crecieron y se desparramaron formando estados cada cual con su
propósito de autonomía irreductible; y así lo fueron consiguiendo, comenzando por
Castilla, Aragón y Portugal. Pero las contiendas continuaban interminables llenas
de mil vicisitudes. Las diversas ciudades iban adquiriendo fueros especiales. Los re-
yes, al morir, fragmentaban su Estado para repartirlos por igual entre sus hijos. Aún
la España árabe se vio envuelta en hondas divisiones. Solo en el siglo XVI se conso-
lidó la unión de la Península bajo el cetro de Felipe II quién redujo violentamente
a pueblos como Portugal y Navarra. Portugal sin embargo no pudo ser privado de
sus fueros, y en general las cortes fueron la defensa de los fueros de muchos Estados.

102
No obstante el estar vinculada por el cetro monárquico, las leyes variaban de
pueblo a pueblo, consecuencia necesaria de una diversa realidad en todos los órdenes.
Hacia el siglo XVII salió al fin Portugal a la vida independiente después de
largos años de luchar para obtenerla. Las provincias siguieron conservando sus fue-
ros, en su mayor parte, en medio de todos los disturbios. Al ser exaltado al trono
Felipe de Anjou, Aragón, Cataluña y Valencia se levantaron sosteniendo al Archi-
duque Carlos. Aquel, dueño ya de la Península les arrancó los fueros. Un doloroso
desangre sufrió entonces Cataluña al tratar de sostenerlos y tras los cuales ocultaba
intentos fervorosos de autonomía.
Hacia el año de 1808 fue invadida España por la espada napoleónica y con-
quistada íntegramente. Cada provincia por sí sola entonces, y guardando una vir-
tual autonomía, se levantó en armas en lucha de independencia, la cual, una vez
conseguida, buscó un gobierno provisional en una junta de representantes de cada
una de ellas.
Y a pesar de la restauración de la Corona, la lucha continuó sin desfalleci-
mientos. Ya en marzo de 1885 apareció una “Memoria en defensa de los intereses
morales y materiales de Cataluña”. La lucha autonomista de las provincias continuó
más vigorosa cada vez. Nada tendríamos que decir de la efervescencia casi violenta
de los últimos tiempos.
Ya ahí está el inmenso y profundo fondo histórico del regionalismo español;
cultivado y alimentado con la vida y con el alma de cien generaciones, hecho carne
y sangre del sentimiento de las regiones.
De la nación francesa podemos decir que no siempre estuvo constituida como
una unidad política. Bajo el imperio de los reyes merovingios estuvo dividido en
cuatro reinos. Con el imperio de los Carlovingios33 se distribuyó en ochenta conda-
dos cuyas aspiraciones separatistas les llevo lentamente a emanciparse de la corona.
Los Estados del Rey se hallaban pues, a la caída de los Carlovingios, reducidos a los
territorios de Reims, Laons y Compieña34. Bajo el dominio de Luis VI mismo, los
estados se dividieron en autónomos y del Rey. La unidad se consiguió en muchos

33 Se refiere el autor a la descendencia del emperador Carlomagno (742, 747 o 748-814), rey
de los francos y de los lombardos, y emperador de occidente, conocidos como carolingios, así como
también se conoce a este imperio medieval europeo (nota del editor).
34 Por cómo está escrito el nombre de estas ciudades, se podría suponer que se refiere el autor
a las ciudades de Lyon y Compiégne, pertenecientes a diferentes regiones de Francia, así como Reims,
que pertenece a la región de Champaña-Ardenas, en el noreste francés, limítrofe con Bélgica. Aunque,
por otra parte, el autor, de no referirse a la ciudad de Lyon, perteneciente a la región del Ródano-Alpes,
separada, hacia el sur-este, por la región del Franco Condado de la región de Champaña-Ardenas, pueda
estarse más bien refiriendo a la ciudad de Lille, parte de la región de Paso Norte de Calais, al extremo
norte francés, limítrofe con la región de la Picardía (Compiégne), que limita con la de Champaña-Arde-
nas (Reims). Entregamos está información al parecernos un tanto oscuro el dato del autor al respecto, y
para que el lector mismo tome sus respectivas previsiones al estudiar dichos datos (nota del editor).

103
pueblos mediante la conquista y al fin en varias épocas, hasta los principios de la
edad moderna, tuvo sus alternativas.
La sutileza francesa supo siempre fomentar el espíritu localista con admirable
sagacidad. Se ha tratado ante todo de incrementar el desenvolvimiento de las re-
giones, en pugna con el succionante centralismo de París y del cúmulo de funcio-
nes administrativas y políticas en manos del Estado imprevisor: en el programa de
Nancy de 1865 se dice: “Los asuntos del Municipio al Municipio, los de la región
a la región, los de la nación al Estado”. Y se ha creado el regionalismo llamado
espontáneo, frente al que proclama la inmediata reforma administrativa de los de-
partamentos, es decir, de abajo hacia arriba, propagarlo incansablemente, formarlo
en cada sueldo y cultivarlo mediante todos los medios
De los Estados Unidos de Norte América ya hemos visto que sus condiciones
especiales de raza y de territorio, aseguraban originariamente un sistema autonómi-
co en su organización administrativa y política. Siendo poblados inicialmente en su
mayoría por perseguidos religiosos, cada grupo de éstos, procuró conservar la mayor
libertad para gobernarse.
Y no obstante la sangrienta y desastrosa guerra llamada de la secesión, siempre
los estados de la Unión han seguido una trayectoria tendiente a menoscabar las
facultades legislativas de sus secciones. Así lo afirma Mr. Harrison desde un punto
de vista histórico, y así Brice lo ha señalado y observado. Desde el Pacto primitivo
de los Artículos de la Confederación en cada Estado tenía facultades políticas su-
premas, ya fue reformado en 1787, por una nueva Constitución “tendiente a con-
solidar una más fuerte unión”. Burgess llega a conceptuar que ya no deben llamarse
Estados, sino meramente gobiernos locales.
De los países indo–españoles, han tenido también una historia en que asentar
sus instituciones presentes, aquellos que por razones de extensión territorial y otras
ya anotadas ligeramente habían buscado una relativa autonomía entre departamen-
tos desde los mismos tiempos coloniales; Méjico, Venezuela, Brasil, Argentina. Co-
lombia del régimen federal que tenía, adoptó en 1886 y tiene hasta hoy la combi-
nación provechosa de una centralización política conservando la descentralización
administrativa, siguiendo así la tendencia observada de los pueblos a marchar hacia
su unidad gubernamental.
Desde la colonia, Méjico tiene sus raíces federativas: el gobierno español lo
había dividido en dos audiencias: México y Guadalajara. A raíz de la ejecución de
Iturbide, Méjico se da su Ley Fundamental implantando ya el sistema federal y
republicano cuyo paréntesis de trascendencia solo tuvo con el efímero gobierno del
emperador Maximiliano.
En el Brasil, las mismas imperiosas necesidades geográficas generaron una co-
rriente republicano–federal ya bajo el reinado de Pedro, su primer soberano inde-
pendiente. Germinó esta opinión en tal forma que en 1834 las cámaras proclama-
ron una monarquía casi federativa. A esto siguió, después de muchas vicisitudes,

104
la promulgación de la ley de emancipación de los Estados, la que, ocasionando
múltiples conflictos, terminó con la Revolución de Río de Janeiro en 1889 en la que
se proclamó la República y se adoptó una Constitución, trasunto casi de las de los
Estados Unidos de América. El país se organizó en una República federal, dividida
en veinte Estados.
Argentina presenta una lucha tenaz y antigua entre unitarios y federales. Ha-
llábase fraccionada bajo el régimen colonial y sin una distribución administrativa
debidamente establecida. En 1776 se funda el Virreinato de Buenos Aires dividido
en provincias y quedando bajo su jurisdicción la Audiencia de Chacras. Con la
Ordenanza de 1782 se dividió el Virreinato en ocho intendencias, y en cada una
de sus capitales residía un Gobernador Intendente nombrado en forma directa
por el Rey e investido de múltiples facultades. Había una marcada tendencia a
determinar las secciones. A raíz de la Revolución de Mayo se instaló una Junta
Gobernativa compuesta de diputados de cada provincia dándoles ya una auto-
nomía parcial, Posteriormente, en la Asamblea Constituyente que se llamó de las
Provincias unidas del Río de la Plata, se dio dos representantes a cada provincia y
cuatro a la de Buenos Aires. Más tarde fueron descomponiéndose las provincias y
creando fracciones independientes unas de otras, hasta llegar a constituir catorce
provincias. El Paraguay y la Banda Oriental o República del Uruguay se erigieron
en Estados soberanos. Igual cosa aconteció con las cuatro provincias que compo-
nían la Audiencia de Chacras, que en 1825 formaron la República de Bolivia.
Así, pues, fue quedando fragmentada en Provincias, cuyas ciudades separadas
por enormes distancias y comprendiendo vastísimos territorios muy difíciles de co-
municarse, unos con otros iban tendiendo necesariamente al aislamiento político.
Para no alargar nuestra relación basta decir que cuando en 1816 se reunió el
Congreso de Tucumán creando un Ejecutivo central con facultad para nombrar
Gobernadores provinciales, se provocó la reacción de las Provincias, las cuales co-
menzaron por nombrar ellas sus Gobernadores por medio de Juntas electorales. Y
la lucha continuó sin tregua. Los desenfrenos de la demagogia republicana de los
primeros tiempos se desbordaba en torno a las dos tendencias: unitarismo y federa-
ción. Buenos Aires fue a menudo la piedra angular de todos los ataques, por su si-
tuación privilegiada de puerto que absorbía la energía de las provincias, en virtud de
un centralismo dominante. Caudillos ambiciosos se ocultaban en la aspiración de
cada provincia, dando así margen a luchas sempiternas. La Constitución del 53 ins-
piraba Alberdi, obra armonizadora de sabiduría y patriotismo. Fue la más efímera.
El Federalismo argentino tiene pues su historia indiscutible en sus necesidades
naturales y en su rebeldía de pueblo mozo, en que además, la codiciosa preponde-
rancia militarista fomentaba las rivalidades provinciales.
La Federación Venezolana constituida como tal en 1864, ha estado sujeta de
hecho a un centralismo unitario en virtud del dominio casi absoluto atribuido a una
interminable sucesión de dictaduras.

105
Vemos, pues, que en el proceso histórico de las naciones americanas, la “fuerza
que pone en movimiento a los pueblos” ha seguido una ruta tendiente a la integra-
ción; la evolución integrativa spenceriana; la marcha evidente de la federación al
unitarismo como afirma el Dr. Rodolfo Rivarola, en medio y a pesar de todas las
vicisitudes disolventes de pueblos jóvenes y constantemente anárquicos.
Tócanos considerar también a breves rasgos, la tierra ecuatoriana. Constituida
en los primeros tiempos por tribus y agrupaciones aisladas, vino a afirmarse una
relativa personalidad nacional con el establecimiento de los caras. Los shirys eran
el eje indudable y seguro en este desenvolvimiento. (No parece fundamentada
esa tendencia última que discute la tradición y existencia de los caras en el solar
quiteño).
Investigaciones profundas confirman las huellas auténticas de los caras extendi-
dos hasta el territorio lojano; el cual, en tal forma fue impreso con su sello de propia
individualidad y de frontera, “hasta el punto –afirma el Dr. P. Jaramillo A.– de
poder significar arqueológicamente, en la línea de Macara, la división profunda,
inmemorial, de dos culturas diferentes”. Aquí podemos mirar asentada la base pre-
histórica de la nacionalidad.
Y vino la irrupción incaica en las conquistas de Túpac Yupanqui en el Reino de
Quito, las cuales fueron completadas por su sucesor Huainacápac, quien establece
en Quito la Capital del Imperio. A su muerte, lo divide entre sus hijos, delimitando
una vez más las conocidas fronteras del Reino de Quito. La victoria de Atahualpa
afirma la personalidad fuerte del Reino. El emperador consagra una unidad robusta,
armónicamente organizada.
Llegaron las velas de Colón y con ellas la trisecular dominación de la corona
de España en estas tierras. La política del gobierno español se reduce entonces al
mando imperativo y uniforme en sus nuevas colonias, Se dictan las Leyes de Indias,
disposiciones admirables que el colono sabe adecuarlas a su ambición y a su arro-
gancia imperativa.
Erigida en 1564 la Real Audiencia de Quito, comprende su jurisdicción las tie-
rras del Antiguo Reino, dependiendo alternativamente ya del Virreinato del Perú ya
del de Santa Fe en diversas formas. Pero razones de orden administrativo, distancias
y facilidades de gobierno, divídese la Audiencia en Distritos o Corregimientos y
luego en Audiencia. Guayaquil era capital de lo que hoy es Guayas, Manabí, El Oro
y los Ríos; Esmeraldas se adscribía a Quito. Necesidades naturales de la dificultad
de comunicación de aquel entonces. Ayuntamientos y Cabildos aseguraban además
los gobiernos locales.
Se ha afirmado con insistencia, por los tratadistas argentinos que los cabildos
coloniales han constituido un principio, un fundamento histórico para los ideales
autonomistas de las diversas secciones de la República. Muy aventurado juzgamos
aseveración semejante entre nosotros. Los cabildos se componían de dos Alcaldes
y ocho regidores y estos eran nombrados a menudo por el Rey, adquiriendo en tal

106
caso funciones vitalicias. Los Alcaldes, a su vez, eran nombrados por los regidores.
Estos cabildos o ayuntamientos eran pues, consumadas prolongaciones del gobier-
no real, merced a la influencia que éste ejercía originaria y virtualmente en ellos.
Estos Cabildos, como es natural, se dedicaban exclusivamente a velar por las nece-
sidades de las ciudades; y entre nosotros al principio solo los hubo en Quito, Gua-
yaquil y Portoviejo. Solo posteriormente se crearon en Loja, Cuenca y Riobamba.
Y vinieron las agitaciones emancipadoras. Punto final de mira de todas las co-
lonias españolas nuestras, era la integral independencia americana. Prueba de ello
son innumerables hechos de la época. El objetivo inmediato radicaba en el territorio
propio con su circunscripción establecida. A raíz de la revolución iniciada el 10 de
agosto se pretende conquistar la independencia por medio de las armas en todo el
territorio de la Audiencia. Y el primer paso de la revolución de octubre se dirige a la
campaña emancipadora hacia el interior del país.
Adviene entonces el período de autodirección y con ello los actos de descon-
cierto y los pasos inseguros de una vitalidad embrionaria. El Nuevo proceso histó-
rico radica esta vez en un organismo raquítico, campo propicio de revueltas conti-
nuadas, de ambiciones desenfrenadas y caprichos caudillescos.
Como consecuencia de la revolución de octubre todas las ciudades de la costa y
el interior siguieron el ejemplo. Bolívar se apresuró a favorecer la obra y con Sucre
síguese la campaña que culminó con la victoria de Pichincha. Las provincias de Loja
y Cuenca anéxanse, pues, a Quito, como era natural, formando un Departamento.
Respecto de Guayaquil ya antes había venido un comisionado de San Martin con
el objeto de obtener la incorporación al Perú, más sin lograr conseguir resultado
alguno. El 29 de mayo del año 22, Quito se incorpora formalmente a Colombia,
declarando que tal incorporación incluye a todas las provincias que componían el
antiguo Reino de Quito. Pero en Guayaquil, Guido el comisionado de San Martín,
había dejado un germen de propaganda a favor de la anexión al Perú. Mas también
cuando Olmedo con algunos otros, se oponía a la incorporación a Colombia, solo
lo hacía porque otros, se oponía a la incorporación a Colombia, solo lo hacía porque
“quería la unidad de las provincias que componían la antigua Presidencia de Quito
cual llegó a realizarse en 1830”35.
No desconoceremos que en aquellos días de desconcierto y desorientación po-
lítica aún y cuando cada cual se sentía con derecho a emitir como autorizada su
opinión; hubo también una reducidísima minoría que, en vista de la anexión del
Interior a Colombia, y no queriendo que Guayaquil tomase este partido, quiso
constituir la provincia con poderes soberanos.
Pero la gran mayoría, es indudable, deseaba esa anexión, cuando más que Co-
lombia era una República cuya independencia estaba ya perfectamente consolidada.

35 P. F. Cevallos, Historia, Tomo III.

107
Y Bolívar al fin para evitar que subsistan las disensiones, acabó declarando la incor-
poración a Colombia. Pues, el mayor número de individuos también que compo-
nían el Colegio Electoral estaba por la incorporación.
Y el mismo Procurador General Dr. José Leocadio Llona la había solicitado
al Cabildo, en acatamiento a la voluntad de los habitantes de la Provincia36. Un
estrecho grupo influenciado por el emisario Guido y capitaneado por el peruano
Escobedo que fue Comandante Militar, sostenía la idea de la agregación al Perú en
el afán de contentar a su protector.
El mismo Escobedo fue quien por primera vez ordenó enarbolar en Guayaquil
en la goleta que llevó su nombre, la insignia del ejército peruano de San Martín, que
consistía en tres fajas azules y dos blancas37.
Se aseguró pues, definitivamente la agregación de los Departamentos que com-
ponían la Antigua Presidencia de Quito, para constituir la República de la Gran
Colombia bajo la residencia de Bolívar.
Poco tiempo se dejó esperar la iniciación turbulenta de las insurrecciones
en el Sur. Seducidos por los enemigos de Bolívar proclámense en Lima hacia
enero del 27 y traen su influjo a Guayaquil, Lamar y sus sobrinos Elizalde, gua-
yaquileños de prestancia, realizan y consuman el triunfo de la insurrección. La
Municipalidad convoca una Asamblea popular, la que lleva al gobierno central
de Colombia una petición reclamando un cambio de sistema político. Afirmase
que, ante las tropelías cometidas por gobernantes y capitanes extraños, es preciso,
que se deje “la administración política en manos de los propios hijos” de la tierra.
Quito y Cuenca –dice Cevallos– y las demás poblaciones del Ecuador se habrían
explicado también en el mismo sentido si hubieran tenido libertad para decir con
franqueza lo que sentían.
Fue pues, este un movimiento más bien nacionalista, una protesta cuando el
mandatario extraño que Sucre interpretó como una tendencia inequívoca a cons-
tituir en Estado soberano los departamentos de la Antigua Presidencia de Quito.
Sobrevino la primera contienda internacional en 1829, y Guayaquil solo capi-
tuló después de una resistencia heroica y admirable al invasor peruano.
Y a raíz de la separación de Venezuela, el Ecuador sigue sus huellas constitu-
yéndose en Estado libre e independiente. Quito lo declara inicialmente el 13 de
mayo de 1830, adhiérense Guayaquil el 19 del propio mes y Cuenca el 20. La nueva
República surgía con el fervor unánime de sus hijos. Se instaló la primera Asamblea
Constituyente Nacional con una representación igual de legisladores por cada uno
de los tres departamentos entonces existentes. La Constitución declaró que el nuevo
Estado se confederaba con la Repúblicas de Colombia y Venezuela. Constituíase

36 D’Amecsurt, Historia de la Revolución de Octubre.


37 Posteriormente fue adoptado por el Perú el bicolor nacional dado por San Martín, y cuyo
original auténtico, consérvase en Quito, como trofeo de la victoria de Tarqui.

108
pues, legalmente, la nación ecuatoriana en Estado unitario, con la conciencia y
entusiasmo conjunto de sus pueblos, conciencia que vino a vigorizarse fuertemen-
te, al contrarrestar la revolución de Urdaneta, que quería reducir la nacionalidad
consolidada.
La República estaba entonces regida por un venezolano. El General J. J. Flores,
cuyo período terminó con la revolución de Rocafuerte, larga, accidentada, llena de
hondas prolongaciones y vicisitudes. La Convención del 35 vino como su conse-
cuencia. Ahí se estableció definitivamente la división territorial de la República en
provincias, cantones y parroquias, y rompía la confederación con los Estados de
Colombia, estatuida por la Constitución precedente.
La vida de la República continúa siempre igual, y siempre ahogada en la in-
terminable turbulencia revolucionaria, en luchas de partidos e intrigas de caudillos
ambiciosos. En medio de toda esta algarabía política el Estado va asentando cada
vez su organismo, y prevalece, indiscutido, el unitarismo establecido.
El 6 de marzo fue un movimiento nacionalista que impugnaba la perpetuidad
en el poder del militarismo extranjero.
Dos acontecimientos sin mayor trascendencia dada la superficialidad de los
móviles que, como factores sociológicos para fines autonomistas los impulsaron,
vinieron a interrumpir la quietud de nuestro vivir unitario. Fueron sucesos que,
influyendo el uno sobre el otro y ayudados por circunstancias externas, hubieron
de producir una especial situación política, cuyas consecuencias insignificantes38,
hubiesen adquirido proporciones inmensas de haber sido alimentadas en raíces pro-
fundas del alma nacional y encauzadas hacia finalidades de efectiva disgregación
política. Nos referimos a la proclamación de la federación lojana y a la tendencia
descentralizadora de la Constituyente del 61.
Atravesaba la República por una convulsión dolorosa, ahogada en revueltas
anárquicas en las que primaban la felonía y la traición. Un militar cuyo nombre
menester es olvidarlo39, al ser nombrado jefe de la plaza de Guayaquil se proclama
con supremos poderes, socorrido por el gobernante del Perú, al cual, a su vez re-
compensaba suscribiendo un tratado por el que se cedía a la nación vecina, ingentes
extensiones de territorio nacional. Aún más, cuando la indignación patriótica se le-
vantó en armas para reducir a aquel jefe, éste terminó anexando a la nación peruana
el puerto de Guayaquil.
Un indefinido desconcierto sumió entonces al país cuya soberanía había sufri-
do una sangrienta mengua. La integridad territorial soportaba entonces la primera y
tremenda desmembración merced al arribismo ignaro de un oscuro soldado.

38 “Insignificativas”, en el original (nota del editor).


39 Se refiere el autor al General Guillermo Franco (1811-1873), quien firmó con el presidente
peruano Ramón Castilla (1797-1967) el Tratado de Mapasingue (25 de enero de 1860), en que se entre-
gaban al Perú los territorios ecuatorianos de Quijos y Canelos (nota del editor).

109
Loja, en tales circunstancias, tomó una actitud gloriosa y feliz. Ante la amenaza
inminente de la consumación del vejamen ominoso, nuestra provincia austral optó
por proclamar la Federación. Desde el punto de vista de la conservación de la nacio-
nalidad y de la conservación de sus más caros intereses, este movimiento sí, pode-
mos reputarlo de hondísima trascendencia. Pues, múltiples circunstancias se habían
aunado para agravar la situación del país. Una considerable extensión de territorio
habíase también enajenado incautamente, en compensación a la deuda que por la
guerra de la independencia habíamos adquirido con la Gran Bretaña.
Y Loja, al tomar esta medida transitoria, salvaguardaba eficazmente la autono-
mía y unidad nacionales seriamente amenazadas y ultrajadas.
Necesario es, con conocimiento de la realidad y de las causas, no torcer la
interpretación de este movimiento salvador de consolidación nacional, cual cons-
tantemente se ha pretendido hacerlo con finalidades bastardas.
A este respecto, el distinguidísimo escritor lojano Dr. P. Jaramillo Alvarado afir-
ma: “... Pero en el movimiento federalista no hubo un propósito de secesión como
se ha querido interpretar, sino una actitud política que colocaba a Loja en la posición
neutral que le permitía exonerar el Estado federal de las participaciones y responsa-
bilidades de ese inicuo tratado Franco–Castilla suscrito en Mapasingue, y en otras
adjudicaciones sobre la Deuda Inglesa, que ya adjudicó una vez el oriente lojano, a
los acreedores británicos con detrimento de la Soberanía Nacional. Loja Federal des-
autorizó pues, de hecho, el pacto internacional referido, y excluyó sus consecuencias
de los territorios lojanos que incluían por nuestras antiguas conquistas a Mainas,
Santiago de las Montañas y Yaguarzongo, hasta los confines de Chinchipe... Avisado
el Presidente del Estado Federal, señor Manuel Carrión, acerca del reconocimiento
oficial que hacía de la nueva entidad el General Castilla, con el propósito de interven-
ciones políticas, el señor Carrión declaró, también oficialmente, que el pensamiento
lojano al constituirse en Estado Federal, fue el de seguir integrando la nacionalidad
ecuatoriana en una forma que le permita defender, con mayor eficacia, la soberanía
de ésta, con lo que se ha definido las proyecciones de este suceso, que la historiografía
nacional aún no consigna en sus anales en la plenitud de su importancia”.
Franco fue vencido inmediatamente, anulándose de hecho los tratados por él
efectuados. El primer paso que se dio en estas condiciones para estabilidad de la
República fue la convocatoria a la Convención de 1861.
Varios elementos hubieron de influir esta vez en el sentir y en las tendencias de
los Legisladores de aquel año.
Honda impresión habían dejado los últimos acontecimientos políticos: La Fe-
deración lojana mismo, que fue concebida salvadora sobre todo en aquellas que
buscaban a conseguir innovaciones que les reportasen ventajas personales como
altos empleos administrativos o políticos, o prebendas y situaciones de mando. Am-
bición desmedida, locura caudillesca del oportunismo. Son épocas anárquicas en

110
que surgen numerosos individuos que se sienten los llamados y poseedores de un
gran derecho.
Factores extraños hubieron de añadirse a éstos. Nuestros pueblos, originalmen-
te, desde que surgieron a la vida independiente, han sido organismos de trasplante.
Han buscado sus instituciones en el ejemplo de los otros estados; se ha tendido ante
todo a una viada de imitación.
Colombia por aquel entonces, 1861 transformaba su organización política ad-
ministrativa adoptando el sistema de gobierno federal. (Solo más tarde hubo de vol-
verse a la República unitaria, pero conservando la descentralización administrativa).
En el ejemplo pues, de nuestra vecina del norte trascendía activamente entre
nosotros. A esto sumábase otro elemento que actuaba eficazmente en nuestro medio
político: el tratadista colombiano de Ciencia administrativa, Florentino González
cuya obra habíase dado como texto, impreso especialmente para nuestros estudios
universitarios desde 1847, ejercía decisiva influencia en el ambiente intelectual de
entonces. Su teoría básica propugnaba –según él lo decía– “una idea ordenada de
un sistema de administración para una República central en su gobierno y federal
en su administración”. Algunos de nuestros legisladores, con el ambiente de muchos
políticos de la época, se hallaban profundamente empapados de estas doctrinas, que
en Colombia hubieron de conducir a una transformación radical en su sistema de
gobierno por un lapso de 25 años.
En estas circunstancias íbamos a darnos una Constitución en la que se esperaba
se aseguraría una transformación saludable para la nación, después de la etapa tor-
mentosa que acababa de soportar.
Motivos de índole varia, repetimos, influyeron en las tendencias descentrali-
zadas que nuestros convencionales expresaron en aquel Congreso Constituyente.
Ya, al tratarse de la forma de gobierno, un diputado lojano presentó una pro-
posición tendiente a robustecer el poder seccional: “Se reserva a cada provincia el
derecho de regirse a sí misma en cuanto a los intereses de pura localidad, en todo
lo que no sea contrario a las leyes generales o esté atribuido a los poderes que es-
tablece la Constitución”. No queremos federación, se afirmaba expresamente, sino
descentralizar la administración pública. No obstante, esta reforma que encarnaba
un sistema, similar casi al colombiano, fue negada por la Asamblea.
En una forma atenuada al fin, se acabó por estatuir esta innovación descentra-
lizadora al tratarse del Capítulo del Régimen Administrativo. Habrá Municipalida-
des en provincias, cantones y parroquias, se decía. Se reserva a cada provincia y a
las secciones territoriales el Régimen Municipal en toda su amplitud. Las primeras
eran regidas por un Gobernador el cual era nombrado por juntas o Concejos Pro-
vinciales, cuyos miembros eran elegidos por sufragio popular en cada provincia. La
creación de estas Juntas Provinciales, llegaba a tener enorme significación para el
gobierno seccional, ya que, constituía una verdadera innovación, pues que, ante-

111
riormente no había existido un sistema igual en la efectividad de sus funciones. Si
en la Constitución del año 35 se establecen estos Concejos Provinciales, sus miem-
bros no venían a ser sino verdaderos consejeros del gobierno que era agente directo
del Ejecutivo.
Sin embargo, ninguna trascendencia pudo tener en la realidad esta disposición.
La misma Carta Política disponía transitoriamente que mientras durase el primer
período constitucional del nuevo Presidente [García Moreno], será éste quien nom-
bre sus Gobernadores para que las provincias, sin intervención ni injerencia alguna
de parte de los Concejos o Juntas provinciales.
Concluido este período constitucional, adivino una época de peligro y descon-
cierto revolucionario, tal, que en el lapso de tres años, la nación pasó por la direc-
ción de tres presidentes. Estos, en vista de la constante amenaza, no se despojaron
de las facultades extraordinarias, con las cuales ya tuvieron mucho para anular la
autonomía administrativa de las provincias y continuar, como su antecesor Gar-
cía Moreno, abrogándose la facultad de nombrar gobernadores. Y vino una nueva
Constitución, la de 1869, obra consumada del Presidente últimamente nombrado,
y con ella, quedó abolida, de modo definitivo, esa disposición, escrita por esencia,
que nos ha ocupado, nacida como una lumbrarada efímera y artificial. La realidad
del vivir político, enseñaba, en este vago ensayo, que una reforma de esta naturale-
za, estaba destinada a desaparecer aún como norma simplemente consignada en la
Ley. Desde entonces, nuestra vida política ha continuado, de manera interrumpida,
sujeta, sujeta al margen de régimen unitario. Hasta nuestros días ninguna circuns-
tancia ha roto esta uniformidad. Esto, en el orden político legal, estatuido. Desde el
punto de vista social, mejor dicho, político–social, la realidad se nos ha presentado
diversa, cuyos lineamientos generales iremos a considerar luego, ligeramente.
En fin, de un vistazo, conjunto en nuestro horizonte histórico, nos quedamos
con la convicción profunda, de que nuestro pasado se ha movido en un cauce vital
infecundo y raquítico, exento de acontecimientos trascendentales, de hechos inten-
sos. Una historia vulgar, reveladora de un organismo débil sin complejidades socio-
lógicas y que en todo momento, demandaba una enérgica dirección orientadora,
como única base de proceso seguro.
Si el 10 de agosto fue un gesto hondo y alumbrador, ninguno de los que le
siguieron pudo siquiera igualarle en el valor de su significación histórica. Acaso el
2 de agosto fue más significativo en cuanto fue un brote bellamente conjunto y
heroico del auténtico pueblo de Quito. Y en cuanto a las posteriores luchas intesti-
nas, contadísimas han sido las que han tenido móviles de importancia relevante. La
revolución misma del 95, fue algo irremediable y esperada, una floración necesaria
del momento, cuando las fuerzas políticas de entonces no podían producir otra
cosa, y todavía, realizado sin un principio de ecuanimidad y propia lealtad. Cierto
que los movimientos reformistas, por una ley necesaria, acaban por constituir per-
fectas reacciones, desorbitadas a menudo; pero entre nosotros, el alfarismo [más

112
que Alfaro] llegó a ser un retroceso terrorista, un paréntesis de barbarie, en franca
pugna con la doctrina del partido, y, por lo mismo, mayormente ostensible por el
contraste abominable. Y no hay que establecer ni la mínima analogía en esta extra
limitación con la revolución francesa. Grandiosamente trágica y terrible la del 89,
fecunda en todo, en hombres y en hechos, en actitudes y en ideas; nada tiene que
ver con la nuestra –salvo poquísimos hombres– estéril y pobre: la Libertad, ese
principio excelso y grande, que jamás, hombres ni partidos podrán desconocerlo,
ha continuado a menudo, menospreciado y roto.
¿Contemplaremos el advenimiento de mejores días con el esfuerzo de las ge-
neraciones presentes? Respondan la realidad y los hechos. Pero necesitamos ante
todo fomentar la creación de espíritus con convicciones puras y elevadas. No es
urgente infundir en las almas ideologías hondas y plenas; estimular las conciencias
con santas rebeldías.
Desgraciadamente, muchos de nuestros rebeldes de hoy, son de aquellos cuyas
rebeldías se tornan en miserable servilismo ante un plato de lentejas.
Demos pues, un atisbo sereno a la base histórica que alimenta las raíces de
nuestro regionalismo de hoy, y si miramos desapasionadamente […]

NUESTRA REALIDAD
Si analizamos nuestra realidad, de acuerdo con los antecedentes y los hechos que en
los capítulos anteriores hemos tratado de exponer, necesario es que miremos esos
aspectos fundamentales de nuestro vivir desde un plano desapasionado y sereno.
Cúmplenos, ante todo, confesar ingenuamente que cuando nos proponíamos
empezar este ensayo, que ya largo nos va resultando, por un espíritu quizá de ingé-
nita rebeldía, simpatizábamos profundamente con la tesis regionalista aplicada a las
condiciones de la patria nuestra como principio de reforma. Hoy, definimos nuestra
opinión poseídos también de sincera lealtad.
Frente a otros pueblos, dueños del fenómeno en estudio hemos visto en con-
traste, la existencia de nuestras condiciones uniformes.
La geografía física nos ha revelado la realidad de tres regiones, sí, pero cuyas
condiciones de extensión, de antecedentes antropológicos y de tradicional vitalidad
cooperativa, en fin, evidencian la razón de ser de la unificación fecunda. La unidad
de circunstancias étnicas se sumaba con la necesaria y viable complementación de
temperamentos peculiares. El factor histórico encuadra claramente nuestra marcha
de reconocida armonía en la vida nacional. La realidad económico–financiera no
nos demuestra disparidad en forma alguna si nos anima una serena comprensión.
Las necesidades de la administración en el punto de los municipios se nos han ex-
presado como un imperativo general y común. Es escaso acervo de nuestro tesoro
intelectual, en fin, nada nos dice de exclusivas tendencias y expresiones.

113
Las rivalidades son palpitantes, manifiestas. Jamás podremos nosotros negar
su existencia pura y concreta. Lo que podremos desconocer en vista de nuestras
condiciones a la hora presente, es, a no dudarlo, la necesidad de una reforma que
nos conduzca a sistemas federales. Ya habíamos observado ligeramente al tratarse de
la historia, y respaldados por autores de nota, que pueblos como Suiza y EE.UU.
comenzando con su proceso integrativo, van marchando hacia la mayor unidad en
el fenómeno político. La tendencia innegable hacia la centralización nos demuestra
la realidad de los hechos.
Mr. Harrison, ex Presidente de la Unión Americana y tratadista de su derecho
constitucional, propugnando este aserto, afirma que no es una Confederación de
Estados, y sostiene que en Estados Unidos “la idea de los separatistas de que nuestra
Constitución es un nuevo pacto entre Estados independientes, de que cada Estado
puede separarse de la Unión por cualquier infracción de las estipulaciones del pacto
y de que cada Estado es juez por sí mismo para decidir si el Pacto se ha violado, no
tiene apoyo ni en la historia de la Constitución ni en los términos de este documen-
to”. Y en este sentido sostiene, invocando otras opiniones, que las enmiendas que ha
sufrido la Constitución, han demostrado la tendencia progresiva a menoscabar las
facultades legislativas de las secciones. Brice, el gran comentador de ciencia política,
es dueño de esta afirmación al impugnar ventajosamente la teoría opuesta que Toc-
queville trata de sacarla avante. No otro fenómeno podemos observar en la Confe-
deración Helvética que en las sucesivas Constituciones y reformas que ha adoptado
en los años de 1869, 1884 y 1908, en fin, se ha notado, decididamente un proceso
encaminado a depositar mayor número de poderes en el gobierno central. Ya todos
sabemos, como la Alemania de la posguerra ha tomado su orientación robusta y
sabiamente centralista movida por impostergables razones financieras; pues solo
aunando todas las fuerzas nacionales en la organización unitaria, pudo encontrar
la fuente de vigor económico que le habilite a hacer frente a las imposiciones de
sus vencedores. Es indiscutible que el mantenimiento de gobiernos y organismos
federales, reclama incalculables egresos fiscales imposibles de ser satisfechos por na-
ciones pobres y animadas de propósitos de reconstrucción general.
Don Francisco Pi y Margall, el gran corifeo del Federalismo, nos ha definido la
ideología de su doctrina al hablar de la “Idea y fundamento de la Federación”: “La
Federación expresa, es un sistema por el cual, diversos grupos humanos, sin perder
su autonomía en lo que les es peculiar y propio, se asocian y subordinan el conjunto
de los de su especie para los fines que les son comunes”.
Supone pues, aquí, todo un conjunto de atributos peculiares y propios que han
de caracterizar al grupo humano que va a asociarse con los otros grupos. Síguese por
lo tanto, que mientras esos atributos específicos concurran, han de ser patrimonio
de un mismo grupo.
Continúa el mismo autor diciendo que esta forma establece la unidad sin des-
truir la variedad y puede llegar a reunir en un cuerpo la humanidad toda sin que

114
se menoscabe la independencia ni se altere al carácter de naciones, provincias, ni
pueblos. “Descansa la federación en hechos inconcusos. Las sociedades tienen, a no
dudarlo, dos círculos de acción distintos: uno en que se mueve sin afectar la vida
de sus semejantes; otro en que no puede moverse sin afectarla. En el uno son tan
autónomas como el hombre en el de su pensamiento y su conciencia; en el otro tan
heterónomas como el hombre en su vida de relación con los demás hombres. En-
tregadas a sí mismas, así como en el primero obran aislada e independientemente,
se conciertan en el segundo con las sociedades cuya vida afectan y crean un poder
que a todos les represente y ejecute sus comunes acuerdos. Entre entidades iguales
no cabe en realidad otra cosa; así, la federación, el Pacto, es el sistema que más se
acomoda a la razón y a la naturaleza”.
He aquí pues, que en definitiva, el nombrado tratadista, estima necesaria la
existencia de entidades sustantivas o verdaderas individualizaciones capaces de ha-
cer posible el sistema que él defiende. Y esto, fundamentalmente, con arreglo a cir-
cunstancias, en ningún caso como fórmula única en sí, ni única para determinadas
condiciones.
El ilustre profesor de Ciencia Política de Oviedo nos ha enseñado ya: “pensar
es un derecho político puro, sin tener como poderoso auxiliar para ello ese derecho
político que se vive, que se forma con sangre, es desconocer la naturaleza humana
que para crear algo útil tiene que contar siempre con los elementos que le preste
la realidad; y siendo el Estado obra social, algo a que los hombres están dando
vida constantemente, siendo su idea una de las fuerzas iniciales, digámoslo así, que
impulsan al hombre a obrar en su vida con arreglo a determinadas leyes. ¿Dónde
mejor que en la historia podrá el filósofo encontrar los elementos y los datos sobre
que ejercitar su raciocinio?”.
Nótase, de manera irrefutable, que lo jurídico debe venir al compás de la rea-
lidad sociológica.
Es un error buscar una norma invariable para todos los países. El Estado no
es un cuerpo inerte: se manifiesta como un verdadero organismo, cuyas funciones
vitales han de ajustarse a las leyes biológicas en la realidad de su existencia multi-
forme y en las circunstancias de su evolución. El Estado es pues, la expresión y la
trascendencia de la realidad social.
Ya claramente ha definido este hecho la relatividad spenceriana: “No hay, no
puede haber, principios universales y absolutos cuando se trata de investigar los
problemas relacionados con las organizaciones políticas de las sociedades”.
El organismo de una nacionalidad tiene matices y modalidades características
en el lapso evolutivo de su elaboración y formación y ello no implica que demanden
soluciones extrañas, sino medios propicios autóctonos que determinen la consolida-
ción de esa entidad nacional, vigorizándola, armonizándola cada vez en los elemen-
tos básicos que la afirmen en una estructura robusta y duradera. Es un proceso, de
franca integración, y, con ello de unificación.

115
He aquí las expresiones de Burgess, el famoso tratadista: “Forma centralizada es
aquella en que el Estado confiere toda la autoridad gubernamental a un solo orga-
nismo… la historia demuestra que todos los Estados tienden, más o menos, hacia
esa forma, a medida que se erigen en Estados nacionales, y cuando naturalmente la
han alcanzado, sería un retroceso trocarla por el sistema federal”.
J. de la Vega, el distinguido tratadista de las instituciones políticas de Colom-
bia, concluye también, que “la Confederación de Estados solo puede considerarse
en una forma inestable y transitoria llamada a disolverse o a construirse en Estado
federal; y aún este último sistema de gobierno tiende también como se ha visto, a
la centralización de sus órganos, al ensanchamiento de sus atribuciones federales”.
Cítase oportunamente a Ángel Gavinet, que considerando la organización del gran
Ducado finlandés, propugna que la “Federación no debe ser organización estática
sino dinámica, no propia de un cementerio sino hecha para que podamos vivir y
movernos, no inmutable sino transitoria y encaminada a la unidad”.
Es evidente, por otra parte, que este proceso de unificación presenta naturales
diferencias según las condiciones de los pueblos, factores característicos de geogra-
fía, raza, costumbres, climas, etc.
Creemos indispensable recordar estas frases del mismo publicista colombiano:
“Ahora bien, según la sociología moderna, toda sociedad heterogénea tiende a indi-
vidualizarse por la fusión más o menos lenta de sus variados componentes; vemos,
por ejemplo, que un grupo social de variedad etnológica busca su equilibrio en el
cruzamiento de las razas hasta producir una especie nueva, propia, de caracteres
semejantes; y del mismo modo cuando una sociedad política está formada de ele-
mentos de índole diversa, o sea cuando abarca varias naciones (tomando la palabra
nación en el sentido de unidad étnica geográfica e histórica), se desarrolla necesa-
riamente en su seno la lucha por buscar el equilibrio, vale decir por convertirse en
nación . De ahí la constante aspiración de los Estados políticos modernos a formar
Estados nacionales”.
Casi nada nos tocaría añadir respecto del Ecuador y sus condiciones sociales
evidentes, consideradas en el proceso político–sociológico general de los Estados
que hemos esbozado ligeramente.
La autodirección de grupos, grandes o pequeños supone además, en éstos un al-
tísimo nivel de aptitudes y grado de cultura, ampliamente conquistados. Es ésta una
verdad tan evidente y consagrada que nadie se aventuraría a tratar de rebatirla con
ventaja. Solo la plena conciencia de las propias facultades culturales puede llevar a
exigir una correspondiente libertad de acción. En nuestro Ecuador el arduo proble-
ma de la educación y la cultura, aún no deja de ser tal en provincias, en ciudades,
en los campos... ¡Ah! ¡Nuestros olvidados campos!
En definitiva podemos finalizar con las oportunas frases de M. Boutroux, que
considera que “el problema no consiste en destruir la individualidad de cada ser, de

116
cada grupo, de cada comunidad, de cada forma distinta de sociabilidad propia de
la naturaleza humana, sino por el contrario en hacerla contribuir con sus peculiares
aptitudes a la armonía del conjunto”.
Esta necesaria armonía del conjunto –necesaria ya que ella significa orden, se-
guridad, compactación, fortaleza– se concreta en aquella aspiración de vitalidad
pujante que preocupa en los tiempos últimos: la nacionalidad.
La nacionalidad se fomenta y se estimula con carne y espíritu, con tradición
social y con ideales, ideales más amplios y humanos cada vez.
No debemos extendernos en consideraciones sobre este punto perfectamente
reconocido. Ningún credo, ningún partido tratará de derrumbar honradamente
ese principio, esa necesidad que se impone de exaltar la patria nacional como una
base de cooperación, de solidaridad definitivamente humanas. Es, en este último,
un proceso que exige una necesaria sucesión de grados de educación y preparación.
Pueblos divididos e irreductibles no llegarán jamás a columbrar siquiera ese altísimo
plano de fraternidad universal.
Wolfgang Heine, el connotado socialista alemán, defendía los nexos indestruc-
tibles entre el proletariado y la nación: “Los trabajadores están unidos a la patria de
la manera más estrecha por su deseo de participar en la cultura del espíritu y por la
solidaridad económica de la nación, que subsiste a despecho de todos los antago-
nismos de intereses entre las clases”. Esto, en Alemania, la gran nación milenaria...
Es preciso buscar medios eficaces y legítimos para llegar a conseguir esa anhelada
fortificación de la nacionalidad. Así como los planes de unitarismo, sistemas ade-
cuados federales pueden conducir a esa finalidad. Pero, estos últimos, no tienen
razón de ser, según venimos expresando, sino siguiendo como consecuencia de una
mayor desvinculación seccional anterior; como una fórmula segura de esa indiscu-
tible marcha de los pueblos hacia la compactación, hacia la unificación definitiva.
Grupos políticos cuya vida estatal se asienta históricamente en un sistema centra-
lista, demuestran de manera inequívoca que realidades uniformes han afirmado en
el transcurso de largos tiempos la forma política y administrativa adoptada inicial-
mente, y solo réstales el imperativo de reforzar firmemente esa comunión histórica,
con realidades vivientes sociales y políticas.
Nuestro Ecuador presenta, como pocos países, los sustentáculos más fuertes
y eficaces para asentar ventajosamente, el pedestal robusto de cohesión, de clara
consolidación nacional. Manifiestas situaciones externas que se aúnan cada vez van
definiendo mejor estas realidades.
En fecha prócera con admirable visión sociológica, el presidente de la Conven-
ción de 1929, delineaba los auténticos fundamentos de una unidad integral: “La
Constitución de la nación ecuatoriana fue la expresión meridiana del derecho –que
es razón y consentimiento– consolidados en una firme tradición de las provincias,
unas y solidarias en la geografía, unas y solidarias en los procesos de su vida, unas

117
y solidarias en los intereses comunes, unas y solitarias en el amor, en la atracción
recíproca, que constituye el germen y la esencia de todos los mundos, desde los
mundos sociales”.
Tenemos ante nosotros el imperativo de crear y vigorizar los vínculos de la
nacionalidad. En ella solo podrá afirmarse, claro y propicio, el verdadero propulsor
que encarrile venturosamente los destinos de la patria. Es necesario crearla con es-
fuerzo y con desinteresada convicción.
Y no se dé a todas estas expresiones de un ideal profundo y necesario, aquel
mote desdeñoso con que ciegamente y sin distinción está acostumbrándose em-
plear: ¡patriotería! Patriotería es una expresión de pasiones falsas, verbalismo opor-
tunista y explotador que insinceramente simula ponerse al servicio del gran ideal
de la patria.
No obstante, ya sabemos que, por ciertos grupos se nos dirá que a estas horas
estamos esgrimiendo la espada de patriota candoroso...
Pero es menester que se entienda que la patria de hoy no es agresión, rivalidad
y hermetismo. Patria es la floración primera de la solidaridad, de fraternidad, de
comprensión. Es la obra inicial de cohesión que se realiza por virtud de la nacio-
nalidad consolidada. Y llegaremos a columbrar una humanidad mejor cuando –en
cada patria– nosotros mismos seamos capaces de comprendernos, de solidarizarnos,
de estrecharnos con lazos espirituales sinceros y humanos.
Es la integración por escalas inevitables. Desde el pedestal indestructible de la
patria nacional, propenderemos a construir la conciencia de la solidaridad america-
na, y de allí quizá, a la definitiva cooperación universal.
Debemos en el Ecuador estimular por todos los medios, la educación de las
almas en límpidos ideales de moral, exaltando, clara y someramente el espíritu de
la patria primera. Porque nos está ahogando un desconocimiento letal, generador
de sedimentaciones de odio, odio de grupos, de pueblos, de regiones... Y el odio
provoca irremediables sentimientos de reacción...
Es la hora de imprimir y fomentar un sano rumbo de cooperación. La coope-
ración fraterna es la más elevada y más bella expresión del hombre culto en convi-
vencia con sus semejantes.
Sobre este sustentáculo cooperativo y solidario, ya podemos, sí, magnificar el
sentimiento regional que se esfuerza por el engrandecimiento del terruño, de la
comarca, de la región, con anhelo legítimo y noble, como seguro principio de pro-
greso nacional y libre de las mezquindades del antagonismo enfermo.
Sintiendo y abrigando esos propósitos solidarios ya seremos capaces de orientar
decididamente ese regionalismo comprensivo y bueno. Hay que ser regionalistas
sinceros y fraternos de verdad. En la realidad de las nuevas formas legales que van
a regirnos, hay un campo propicio y fecundo para desarrollar eficientemente las
aspiraciones regionales. Los consejos provinciales establecidos últimamente para el
mejor desenvolvimiento de nuestras secciones, llevarán a no dudarlo, a definir y

118
encauzar armónicamente los destinos nacionales, mediante el concurso progresista
de cada provincia.
El Ecuador asentado ya firmemente en los marcos de su consolidación nacio-
nal, estará hábil para entrar a integrar orgullosamente en el concierto de la gran
comunidad hispanoamericana.
Entonces, cada una de estas patrias indohispánicas, hoy aún desconectadas,
alcanzarán a ser verdaderos organismos regionales de la gran nacionalidad cuyos
pueblos extendidos desde la Patagonia al Río Grande, vivirán la realidad de la glo-
riosa Confederación, que invocara y presintiera su genio creador, Simón Bolívar.
Podremos llegar a ser grandes y felices, más que por normas escritas y reformas
políticas, por un sano remozamiento de las conciencias. Hombres buenos, no leyes
nuevas, nos va clamando con su voz de apóstol, Santiago Argüello.
Busquemos un poco de armonía espiritual, esforcémonos por llegar a la com-
prensión mayor para exaltar luego, sobre agrupaciones y nacionalismos irreduc-
tibles, una comunidad superior llamada y esperada; una suprema armonía de los
espíritus, que florezca con poder de infinitas expansiones, bajo la azul diafanidad
del firmamento americano.

Quito, marzo de 1929

119
Notas sobre el carácter del
pueblo ecuatoriano (1931)40
Belisario Quevedo

Junto con el autoritarismo político y el fanatismo religioso, hemos recibido con la


sangre española el dogmatismo pedagógico.
Aún la lengua impone cierta forma de educación: “hay mucha retórica en las
lenguas del mediodía”, como dice Fouillé, y por consiguiente mucha retórica en la
educación de esos pueblos.
Los defectos tradicionales de la voluntad española, agravados para el trastorno
del descubrimiento de América, que encendió las imaginaciones y debilitó las vo-
luntades, no han hecho más que aumentar al contacto con la sangre india, acostum-
brada a la esclavitud incásica confirmada durante el coloniaje. Ligereza, movilidad,
horror a los grandes esfuerzos continuados y monótonos; propensión a una pereza
agitada que hace más ruido que trabajo; preferencia de un trabajo violento de poca
duración a un trabajo reposado y duradero, tomado en dosis proporcionadas; aban-
dono de los negocios para última hora, contando siempre con el azar y la suerte por
no querer o no poder prever las contingencias más inevitables, tales son los rasgos
más salientes de nuestro carácter. Por eso los colegios están atestados y los campos
abandonados; por eso en los colegios la indolencia de todo el curso se justifica con el
estudio indigesto de las vísperas de examen. Por eso vemos cómo fracasan las peque-
ñas empresas, que exigen apenas mediana preparación. Se pasa el tiempo en hablar
mal del gobierno y en no hacer nada. La labor de la oposición es puramente crítica
demoledora; acción negativa; en vez de ser como debería, constructora y positiva.
La veneración inmaculada con que hemos mirado a Bolívar y a Sucre, poniendo
su imagen por sobre las aspiraciones partidaristas; el arranque insólito en pos de la li-
bertad americana, anticipándonos a todo otro pueblo; las ofertas generosas a Bolívar
escarnecido por Colombia, odiado por Venezuela; los sacrificios hechos a favor de la
independencia peruana; la aislada protesta contra la ocupación de Roma por Víctor
Manuel; el ardimiento generoso con que se ha abrazado la causa de Cuba y los Boers;
el delirante patriotismo evidenciado en el conflicto con el Perú, ya en el encuartela-
miento general, ya en los rasgos espartanos de muchas madres, ya en la largueza de
los donativos, ya en la suspensión prolongada de todo negocio, y particularmente

40 Tomado de: Belisario Quevedo (1883-1921) “Notas sobre el carácter del pueblo ecuatoria-
no” [1931], en Biblioteca Ecuatoriana Clásica, Tomo 24, Quito, Corporación de Estudios y Publicacio-
nes, 1989, pp. 605-615.

121
en el franqueamiento del abismo que separaba al pueblo del gobierno, abismo tinto
en sangre, repleto de ignominia y peculados, esparcido de cadáveres envueltos en la
despedazada bandera de todas las libertades públicas, son rasgos de generosidad que
alimentan la esperanza, desmedrada por los defectos de raza y de educación.
Los pueblos más atrasados, como el grupo de nuestros indios, muestran una
constitución social grandemente esclava de las tradiciones, como que en ellos do-
minan la actividad instintiva sobre la reflexiva, y la imitación sobre la invención.
Sus características suelen ser: impulsos violentos y pasajeros, falta de previsión y de
prudencia, derroche de fuerza y productos; imaginación mitológica, religión su-
persticiosa y moral puramente exterior.
La educación superficial que busca no el saber sino el bien parecer, demasiado
general y vaga a la vez que uniforme y aplastante, no está en relación con las necesi-
dades del país y despierta en los espíritus deseos de una posición social a la que no
se puede llegar sino por la corrupción y el presupuesto. Estos efectos generales de la
educación latina, son más visibles y más funestos en los países pobres y principiantes
como el nuestro.
La aspiración enciclopédica, la falta de instinto para la división del trabajo in-
telectual y material; la creencia de que el talento es, puede y sirve para todo, se nota
claramente en nuestros programas de enseñanza, que abrazan desde el alfa hasta el
omega del saber: se descubre también en nuestros hombres, a la vez doctores, ge-
nerales, estadistas, literatos y cuanto se puede ser; se halla41 igualmente en nuestros
profesores que con igual suficiencia hablan de los astros como de las sales y de los
géneros literarios. Como si se jugara ajedrez, a un hombre le ponemos una cátedra,
después en la dirección de un camino y luego en un puesto diplomático.
Se equivocaba groseramente, en uno de sus Mensajes al Congreso, el Presidente
Leonidas Plaza, cuando sostenía que el gran remedio para las dolencias nacionales
está en el número de las escuelas que hay en el país, siendo así que no importa
tanto su número como su calidad. Si la escuela no suministra el alma nacional,
lo que debe suministrar, es inútil hasta cierto punto. Ya Guillermo de Alemania
ha dicho: “Es necesario educar a la juventud alemana de modo que responda a las
necesidades presentes de la posición que la patria tiene en el Continente y también
para colocarla a la altura de su deber en la lucha por la vida”. Nosotros también de-
bemos ser un pueblo conquistador, pero conquistador de lo que es nuestro oriente.
Debemos también de manera sistemática preparar a nuestras generaciones no solo
a la lucha de la vida nacional, sino también a la lucha por la vida individual y el
colectivo. El guayaquileño, generoso y expansivo como individuo, es reconcentrado
y hasta egoísta como colectividad. Una junta de notables que formula una lista de
candidatos para la Presidencia de la República, no incluye en ella sino nombres

41 “Hállase”, en el original (nota del editor).

122
guayaquileños. La oposición a todo ferrocarril que no parte de Durán es casi un
dogma de fe para todo guayaquileño y esa oposición ha sido en todo tiempo tenaz y
sistemática. Sus parques, a excepción de la estatua del Libertador, no nos muestran
sino a hombres de Guayaquil, a algunos de los cuales había que erigir monumen-
tos, pero después de haber saldado la deuda que tenemos con Colón, con Isabel la
Católica y con otros. Mientras en el interior de la República se declama contra la
desgraciada suerte del maestro de escuela, olvidado por el gobierno, en Guayaquil
se piden sueldos solo para los profesores del Guayas. Sabido es, por lo demás, que
el guayaquileño mira al serrano con cierto aire de superioridad, afable algunas veces
aunque por lo general displicente.
En política, la sierra es romántica, la costa positivista. La primera habla de ti-
ranías, la segunda de peculados. García Moreno es servidor fervoroso del dios éxito
y Olmedo inspira sus mejores cantos de Junín y Miñarica, altares del mismo dios;
al paso de Carrión, Borrero, Espinosa, débiles por temperamento y por respeto a la
ley, prefieren caer antes que violar la Constitución.
En cuanto a religión, cunde en la costa la indiferencia, no nacida del raciocinio,
sino, de la falta de toda creencia, indiferencia de los hombres de negocios que si
no cuidan de dar educación religiosa a sus hijos, alargan una peseta al cura para el
culto de la parroquia. En cuanto a la Sierra podemos decir lo que de los españoles
dijo Fouillé: no proviene su fanatismo como el del alemán o el del anglosajón de un
impulso interior místico, de un pensamiento absorto en Dios, sino más bien de la
devoción inflexible a los actos externos de la religión, al culto y prácticas religiosas;
prácticas del culto externo tan desarrolladas al interior del país, que una observación
estadística me reveló que en Quito había 53 sacristanes y 14 tenedores de libros.
El hombre del campo, futura base de la nacionalidad, o más bien sistema óseo de
ella, aunque es más sincero y más moral, es menos religioso, menos fanático; tiene
creencias nada aparatosas ni fiesteras. Por lo que hace al indio, su religión es pura-
mente exterior.
Hay dos tipos del pueblo ecuatoriano, no hay que olvidar: el costeño que ha-
bita en clima ardiente y por cuyas venas corre mucha sangre negra y el serrano del
clima benigno que tiene cuatro quintos de sangre india, si acaso no es indio puro. El
primero es alegre, vengativo, ocioso; el segundo melancólico, tranquilo, indolente.
Terribles son las pasiones del que llamamos montubio y del indio, pero aunque las
desborda tumultuosamente y hiere, al paso que el último las guarda para ocasión
propicia y pone a su servicio la astucia. El chagra, que ha resultado de la fusión de
las otras clases y es el tipo ya adaptado al medio físico, tiene características muy sim-
páticas; afable, hospitalario, lleno de pundonor, con hábitos de trabajo y disciplina,
religioso, conservador, apegado al terruño, sobrio, tiene pasiones sencillas y monó-
tonas; enemigo de las armas es el nervio vigoroso de la nacionalidad ecuatoriana,
que poco tiene que esperar de la estupidez del indio y de la holgazanería del blanco,
entregado a los libros y a la charla.

123
Hay una característica general en la vida del pueblo ecuatoriano, que es como
el hilo que sostiene la sarta: esta característica general es la violencia acompañada de
la mala fe en diferentes matices. El indio trata a palos al borrico, a su mujer y a sus
hijos y roba al patrón siempre que puede; el patrón trata a palos al indio y también
le roba no dándole el salario que merece. El comerciante roba a sus clientes de bue-
na fe y acaba por quebrar con perjuicio de sus acreedores, quiebra que la justicia,
alegándola, en parte, verdadera excusa de las trampas de los clientes a quienes se ha
vendido a crédito, acepta de buen grado.
El influjo moral de don Vicente León, que después de haber pasado una vida
de privaciones intencionadamente, legó sus bienes cuantiosos al un tiempo célebre
Colegio de Latacunga, merece que se lo tome muy en cuenta, pues es una muestra
evidente de lo que pueden en un medio social dado la imitación y el ejemplo. En
efecto, al mismo Colegio se han hecho por otras personas donativos de alguna con-
sideración, tal el de unos mil sucres donado por el doctor Rafael Quevedo. Las seño-
ras doña Ana y doña Mercedes Páez legaron su cuantiosa fortuna para la fundación
del Hospital de Latacunga. Una casa de beneficencia que se abrirá con el tiempo ha
de tener por capital la herencia dejada por la señora M. Tapia y los legados de más
de ochenta mil sucres del señor don Pantaleón Estupiñán. Una señorita Jácome
que poseía una pequeña propiedad la legó al Hospital y una parte de sus bienes los
legó el doctor Cajiao para la institución primaria. En Latacunga no he encontrado
un solo ejemplo de bienes dejados para una Basílica o un Monasterio, o para una
serie infinita de misas y responsos como ocurre en Quito; con razón los sacerdotes
se quejan de la poca fe que hay en Latacunga, fe que según ellos se debe traducir en
donativos estériles para el prójimo, pero muy fecundos para la divinidad.
Hemos tomado en nuestra reglamentación política por modelo a Francia, en
sus virtudes y defectos, y ahora así como Francia sufre el malestar causado por la
Universidad, también lo sufrimos nosotros, adaptados desde luego a nuestro medio
social, la universidad produce allá socialistas y aspirantes a la división de los capitales;
aquí produce políticos y aspirantes al presupuesto. La Escuela Politécnica de París ha
dado anarquistas para el patíbulo; la Sorbona, Jefes para el socialismo, y en sus aulas
acepta cursos de colectivismo. Nuestras universidades si no han sido revolucionarias,
han sido serviles: universitarios fraguaron la muerte de García Moreno. Descalifi-
cados, incomprendidos, abogados sin puesto, escritores sin lectores, farmacéuticos
y médicos sin clientes, profesores mal retribuidos, titulados sin función, empleados
incapaces, no sueñan sino en crear, por medios violentos, una sociedad en la que
serán los dueños. Así se expresa Gustavo Le Bon de Francia, lo cual es lo mismo que
decir: abogados sin pleitos, médicos sin clientes, estudiantes fracasados, comerciantes
quebrados, militares separados, periodistas sin subvención, políticos sin función, no
sueñan sino en derrocar al gobierno para formar otro, cuyo presupuesto invadirán,
cuyas tropelías aplaudirán, cuyos crímenes justificaran, después de haber transforma-
do el gobierno a nombre de la honradez y de la libertad. Las universidades ecuato-

124
rianas han suministrado alto porcentaje de esos elementos nocivos para la sociedad,
dañosos para la patria, porque si acaso han sabido educar, no han sabido formar
caracteres, formar hombres, única tarea de veras útil y provechosa.
Los ecuatorianos sentimos una innata necesidad de tutela, generada por nues-
tra incapacidad para gobernarnos, A este respecto estamos todavía en los tiempos
heroicos de Grecia y Roma; estamos en los tiempos primitivos en los que, como
dice Montesquieu, son los individuos los que forman al Estado y no el Estado el
que forma a los individuos. Sentimos la necesidad de un caudillo, de un salvador,
de un héroe como los que pinta Carlyle. Queremos siempre encontrar un hombre
para darle junto con la suma de todos los poderes, la suma de todas las libertades a
las que renunciamos gustosos. El estado descrito nos recuerda las teorías filosóficas
descritas acerca de la historia, forjadas por el gigantesco genio de Hegel. Cree este
insigne autor que el progreso de la humanidad presenta tres aspectos: aquel en que
solo uno es libre, aquel en que muchos son libres y aquel en que todos son libres. El
primer aspecto o tipo pertenece a las civilizaciones de oriente, el segundo a Grecia
y Roma, y el último es característico de la sociedad contemporánea. En el Ecua-
dor estamos todavía en la época en que un hombre resume toda la labor social; la
historia ecuatoriana es la historia de Flores, de García Moreno y de Alfaro. Estos
nombres significan épocas históricas, tanto como Hércules, Teseo o Rómulo; épocas
históricas en las cuales la masa social es o pesa como si fuera nada.
En la vida política del Ecuador podemos hacer una distinción bien marcada
entre guerras civiles propiamente dichas, que han afectado hondamente al país en
sí mismas y no solo en sus consecuencias, tales como el cambio entre buenos y
malos gobernantes o viceversa, y revoluciones o cuartelazos, que más bien han de-
terminado solo un cambio personal y una beligerancia más corta y más superficial.
Verdaderas guerras civiles han sido la del año 35, la del 45, la del 83 y la del 9542.
En los primeros años de vida de la República separada de la Gran Colombia, a más
de algunos cuartelazos y revoluciones sofocadas, hemos tenido tres guerras civiles
de importancia y en los cincuenta años posteriores solo dos de ellas. Ahora bien,
este fenómeno es explicable si se tiene en cuenta que como efecto de la guerra de
la independencia debía producirse, y se produjo en realidad, una muy grande des-
moralización; efecto de ésta son las guerras civiles, las que a su vez producen mayor
desmoralización, de suerte que las guerras civiles respecto de la desmoralización
de un país actúan como efecto y como causa a la vez. Los primeros treinta años de
historia ecuatoriana son tristemente corrompidos: opresiones, peculados, robos, la
llenan toda entera; apenas si deben exceptuarse las administraciones de Rocafuerte
y Noboa, mas el primero no pudo sacudirse de la negra tutela de Flores y el se-
gundo fue tan débil y tan inadaptado que a los pocos meses de haber aceptado el

42 Se refiere el autor al siglo XIX (nota del editor).

125
poder hubo de volver a la vida privada. Nunca como respecto a la primera época
de nuestra historia tienen tanta aplicación las palabras de Taine: “La moralidad de
un pueblo está tan inmediatamente unida a la fijeza de sus costumbres como la del
individuo lo está a la regularidad de las suyas; que no hay que extrañarse de ver en
las épocas de perturbación y de crisis, a las naciones revueltas por la larga lucha de
dos civilizaciones, de dos partidos o de dos ejércitos, señalarse por su excepcional
criminalidad”.
La vida más amplia y más intensa, que determina nuestra historia y exige nues-
tro porvenir dentro de la convivencia armónica del internacionalismo americano,
nos habla muy alto de la siempre diferida conquista de nuestro oriente ecuatoriano.
¿Podemos convivir en el consorcio americano renunciando a nuestro oriente? Este
es el gran problema que la sociología resuelve negativamente. Quizá no existe un
derecho abstracto, quizá no existen derechos de origen semi sobrenatural y quizá,
lo que es más, no hacen falta para explicar las leyes de la vida, leyes biológicas y so-
ciales, en una síntesis elevada que llamamos leyes morales; bastarán en tiempos no
muy lejanos para satisfacer las exigencias de la conducta. Pues bien, las leyes de la
vida nos dicen a grito herido: conquistad el oriente; organizad vuestra vida sobre la
base territorial de modo adecuado, a fin de que podáis tomar parte activa y fecunda
en el consorcio americano, en la convivencia universal. ¿Pueden acaso convivir fra-
ternalmente el capitalista y el pordiosero, que muere en el silencio confundido entre
sus andrajos? Y pordioseros seremos los ecuatorianos si no conquistamos el oriente;
pordioseros sentados en medio del desierto a la sombra del triste molle, porque
desierto estéril es nuestro callejón interandino como lo ha demostrado abundante-
mente Wolf. Queda pues sentado muy en claro, que renunciar al oriente equivale
para el Ecuador a renunciar a su vida como nación independiente.
El carácter que debemos desarrollar por medio de la educación, puede definirse
desde el punto de vista psicológico: la tendencia a desarrollar en sí, con la mayor
intensidad posible, y a hacer dominar en el exterior, con la mayor extensión que se
puede, su propia individualidad. Lo que constituye sobre todo al individuo es su
fuerza de voluntad, y una voluntad exuberante, que se coloca ante todo obstáculo
con gran dominación, con un espíritu de lucha que siempre se niega a ceder y que
quiere ser vencedor a todo trance. Esta poderosa personalidad implica necesaria-
mente una intensa conciencia del yo y un sentimiento paralelo de complacencia
en él. Implica asimismo un sentimiento profundo de la responsabilidad personal;
la costumbre de contar consigo mismo y no responder más que a sí mismo en sus
actos. En ciertos respectos podemos nosotros los ecuatorianos aparecer dotados de
poderosa individualidad al presentarnos indisciplinados y rebeldes; pero una volun-
tad verdaderamente enérgica no excluye la obediencia a la regla, que, al contrario,
exige el dominio de sí mismo; por otra parte, indisciplina, movilidad, facilidad en
el olvido de las reglas, dificultad para ofrecer una obediencia sostenida y paciente,
hábito de contar con el apoyo ajeno, de confiar siempre en otro, de descargar sobre

126
otro la propia responsabilidad, todo esto no constituye un valor positivo, fundado
en la fuerza y en el valor personales; esta es más bien una personalidad negativa por
falta de voluntad e imperio sobre sí mismo, como también por falta de unión con
los demás. Demuestra carácter quien sabe cumplir estrictamente con su deber, e
impide así que el encargo de hacerla cumplir restrinja su individualidad imponién-
dose por la fuerza.
La devoción de la costa ha tomado más bien que las vías del ascetismo las de la
filantropía y la caridad. Funda escuelas, casas de artes y oficios, asilos de huérfanos;
el clero se ocupa en labores de cristianismo práctico, mientras que en la sierra se re-
concentra en los monasterios, en una estéril devoción, hace templos, erige capillas,
celebra fiestas pomposas y pasa el tiempo en bordar y hacer flores para los altares.
En la costa, en cambio, Mercedes Molina, hija de Baba, educada en Guayaquil, en
su amor a Dios recibe la inspiración de fundar un instituto dedicado a la enseñanza
de los huérfanos. La devoción de Quito produce una Marianita de Jesús, fragante
azucena cuyo aroma, sin producirse en frutos positivos, se extingue al pie de un
púlpito. Muchos pueblos hay en la costa que recuerdan el nombre de legatarios y
donatarios que fundaron Institutos de educación y beneficencia, en tanto que en
la sierra, se puede citar el nombre de uno que otro convento, o el de otro que dejó
treinta y tres series de misas gregorianas, si ya no es el de aquel que benefició toda
su vida a una iglesia. Devotos románticos, poetas, políticos, cándidos, científicos de
gabinete, abogados casuistas, médicos que creen en milagros, ha producido en gran
número la sierra, en contraposición con los filántropos, banqueros, comerciantes,
políticos de acción, prácticos y entendidos, con los abogados, sociólogos, y médicos
realistas que ha fecundado la costa.

127
El Estado orgánico (1938)43

Remigio Crespo Toral

Doloroso reconocer que nuestro país sin frontera al sur, carece aún de orientación
precisa en la organización política, no posee fisonomía, pues la que se le ha dado
es a manera de disfraz que no corresponde ni a territorialidad ni al componente
demográfico.
La situación en que nos mantenemos, desde hace más de un siglo, determina
la inquietud del enfermo que no acierta la postura, o del caminante que equivoca
el sendero.
Vamos hacia la décimo cuarta Constitución y es menester confesar que no
radica nuestro desasosiego en el régimen constitucional, más o menos aceptable,
sino en el elemento humano, en la heterogeneidad de la población y en la absor-
ción preponderante de una clase poderosa sobre el Estado y el elemento civil. Buen
gobernante ha podido ser casi siempre, a lo menos en lo meramente político, un
patriota de verdad, operando, con las convenientes reformas, dentro de cualquiera
de las constituciones difuntas, desde la de 1830 hasta la de 1928–1929. La cuestión
constitucional no ha servido sino de pretexto para preparación o improvisación de
revoluciones; y presidentes hemos tenido que, en el tiempo de su mando, lo ejer-
cieron con dos constituciones, no contentándose con la primera, no obstante ser
una y otra inspiradas casi siempre en el propósito y la ideología del jefe triunfante
de la conjuración. Recuérdese a los Generales Flores, Urbina y Alfaro, que no se
contentaron con una sola carta. García Moreno que mal de su grado aceptó la de
61, impuso la de 69, expresión sincera de su pensar y sentir. A Borrero se le depuso
por causa de una Constitución que prometió reformar, y que en la parte rechazada
por la opinión dominante, no la practicó, ni la habría practicado en momento al-
guno. El General de Veintimilla que depuso a Borrero, no se puede decir que –por
su Constitución de 1878– que sirvió solo de taparrabo de su traición, fuese mejor
presidente y más legalista que el puritano Borrero.
La ley llamada Constituyente resulta casi siempre ligadura del poder ejecutivo.
Para corregir el mal, surge la dictadura, restableciendo muchas veces el nivel de
verdad. Es el momento, a veces de siglos, del dominio de César: Eone nomine impe-

43 Tomado de: Remigio Crespo Toral (1860-1939), “El Estado orgánico” [1938], en La voz de
la patria, Ensayos de pensamiento ecuatoriano 7, Quito, Universidad Pérez Guerrero, 2008, pp. 123-142.
Conferencia del Rector de la Universidad de Cuenca Dr. Remigio Crespo Toral dada en la Asamblea
universitaria de profesores y estudiantes de las Universidades de Quito y Cuenca, mayo de 1938.

129
rator únice44, e inevitable soberano, según de verso de Catullo. La insuficiencia o el
defecto de la Carta Fundamental, degenera en el régimen totalitario de las jefaturas
supremas unipersonales o plurales. Nuestra historia de gestación de catorce cons-
tituciones comprueba tan morbosa realidad nacional. Por ello, las constituciones
han perdido prestigio, en tal grado que el famoso ironista Manuel. J. Calle dijo de
ellas, que no servían sino para romperlas. Merece repetirse una y otra vez esta frase
de fiera realidad.
Sea que ello obedezca a nuestra idiosincrasia, o que el ensayo de ordenanzas
constitutivas no se adecúe al hecho social, es lo cierto que nos encontramos en el
instante histórico en que también las viejas naciones, en inquietud con la agonía,
rehacen las instituciones, procurando modelar las nacionalidades, a veces con crite-
rio de naufragio y celeridad de vértigo.
Para los nacidos de mujer, bajo el imperio de lo alto y dentro de la convivencia
humana, se plantea el gran problema de vivir, para mantener desde luego la per-
sonalidad con sus deberes y derechos correlativos: vivir y convivir para nosotros y
para los demás.
Es el régimen de la conducta, cuyas actividades se traducen en la procreación
renovadora de la especie, en el sustento para su conservación, en la seguridad contra
los agentes exteriores y la delincuencia. Tales elementos del vivir social se refieren
a la ética: ser, mantenerse y preservarse; existencia, sustentación y defensa; las que
corresponden a las obligaciones fundamentales del hombre consigo mismo, con
Dios y con sus semejantes.
Todo lo que de este programa de soberana simplicidad se aparta contradice el
estatuto de la naturaleza, que compendia las atribuciones de la persona humana,
que ha de saber quién es, de dónde viene, a dónde va y qué debe a sus hermanos.
El hombre solitario significa una entidad de fantasía. El hombre nacido en so-
ciedad significa factor de ella, por su origen, por su finalidad y por su acción.
De esta como matemática de la sociabilidad derivan la doctrina y el método
de vivir en común, a fin de que el individuo, para quien se hizo la sociedad, con-
serve íntegra su personalidad, logre vestir y alimentarse, multiplique y renueve
la familia humana.
De tal concepto de la vida de relación arrancan la ciencia y la experiencia del
gobierno. Éste radica en la naturaleza, en la superioridad del origen del patriarcado,
o en la superioridad de la inteligencia y de la voluntad y también en la superioridad
del valor. Es el concepto primordial de la soberanía, cabeza del cuerpo social, regu-
lador de sus funciones.

44 Esta frase se encuentra en la poesía de Catullus, en Carmina 29. “General, de manera única,
por este nombre”. Pero es mejor citar toda la oración que se refiere a Rómulo, un general. La terminación
ne en latín señala una pregunta. Eo-ne nómine, imperator únice, fuisti in última occidentis ínsula? “¿Por
este (motivo) pretexto, tú general, de manera única, fuiste a la isla más remota de occidente?”.

130
De esta suerte, en los preliminares de la organización, se estableció la monar-
quía, forma originaria y sintética del poder, prolongación de la maternidad.
Mas, el crecimiento de la población, la dispersión de ésta, cada vez más alejada
del tronco paternal y racial, hubo de transformarse en el grupo escogido para la
soberanía, y en su excesiva inclinación hacia los elementos populares: se ingirió
en elementos suyos, en ejemplares determinados y también escogidos, atentas las
condiciones de relativa superioridad sobre la masa; pues la democracia –gobierno de
todos– resulta imposible y absurdo, es el caos, inanis et vacua45, sin otra generación
que el mismo caos.

EL ORGANISMO NATURAL
Causa sustancial de inquietud y agitación de los países, sobre todo de los llamados
constitucionales, viene a ser la de que su organismo no corresponde al hecho social,
al motivo territorial, al origen familiar y tribal de las sociedades.
Se ha creído llegar a resultados definitivos con estatutos más o menos origina-
les, obra de legisladores ilusionados, filósofos más bien que estadistas, creadores de
sistemas y novedades, sin seno fecundo para la generación.
Se ha precedido de arriba hacia abajo, y no a la inversa, contrahaciendo lo
existente, la base, el substráctum, la célula social. Y el instrumento y máquina de la
Constitución –ropa hecha y no sobre medida– nunca ha podido acomodarse a las
modalidades preexistentes, jamás uniformes en los territorios, sino varias, según la
estructura tradicional y el matiz y detalle consuetudinarios.
Se intenta –y es curioso el fenómeno– la originalidad, la nueva invención, pre-
cisamente alejándose del origen, quebrando la línea, en degeneración hacia curvas
de improvisación e imitación.
No que debe subestimarse el ejemplo y la observación del hecho social de afue-
ra; sino que éste nunca puede prevalecer sobre la tradición, en lo que tiene de fun-
damental y constitutivo. Los pueblos poseen fisonomía, y ésta no puede alterarse,
sino mejorar solamente, sin contrahacer la estructura, que en sus líneas y contornos
es inalterable.

LA PERSONALIDAD INDIVIDUAL
Cuando el mismo Señor, árbitro de los destinos humanos, declaró que Él servía
a sus súbditos, ¿qué se dirá de los mínimos poderes de la tierra, que se atreven a

45 “Vano y vacío/inútil y vacío”. Tal vez esto se refiere a los primeros tres versos del Génesis,
donde todo el espacio era un “caos informe”.

131
suprimir la legítima libertad del hombre y las formas primarias de la asociación,
alterando hasta el factor divino, determinante de la naturaleza humana.
La sociedad se hizo para el individuo y no éste para la sociedad. En ella ingresa
aquél, sin renunciar a su normal albedrío, sacrificando solamente, en bien de los
demás, lo que éstos remitan a su favor, en los términos de una solidaridad y mutua-
lidad que conserve, en plano de dignidad y libertad, la persona, la unidad humana,
que el conglomerado social no absorba ni mate: esa unidad que establece la paz,
según declaración del sabio de Aquino.
El individualismo, así entendido, se coordina en el régimen societario de co-
mún auxilio, sin atentado contra las garantías necesarias de la persona, anteriores
al consorcio civil.
El individualismo de las escuelas protestantes, contradictorias con su procla-
mación de libre examen –individualismo prevaleciente sobre todo en el régimen
económico– produce la autarquía, el desacuerdo como sistema de gobernar, la dis-
cordia en el terreno de los hechos.
La realidad del deber y del derecho que engendra la paz, he ahí la fórmula
que concilia la autonomía individual con la autonomía de los demás, mediante la
organización natural de la soberanía, que constituye amparo y no invasión, que ha
de dar, antes que quitar, ordenando, en conciliación, la mutualidad de los deberes
hacia la unidad –fórmula de paz.

LA FAMILIA
Génesis de la sociedad –la familia– fundada en la pareja humana, completada por
el patriarcado, primero de los poderes en el proceso de la historia y en la evolución
del derecho. Así fue, es y será, a pesar del ímpetu de demolición de los conjurados
contra la constitución natural de los pueblos.
Si se respetara la familia, en su calidad de núcleo social y se le reconociesen
derechos políticos, sin menoscabar los civiles, la organización constitutiva iría con
pie firme. Fundada en la base familiar, sobre conservar el prestigio del estatuto
doméstico, daría a las mancomunidades civiles, respetabilidad e indestructibilidad,
sin ensayar agrupaciones, ni improvisar dependencias que carecen del vínculo de la
naturaleza, y solo las impulsa el efímero interés, mutable y caprichoso.
La familia, sociedad perfectísima, presenta la autonomía doméstica, la econo-
mía del grupo germinal, la génesis del régimen penal, la prolongación en la he-
rencia, la respetabilidad biológica y el sacro origen de la unión matrimonial. La
familia, proporcionando ciudadanos al consorcio civil, creyentes a la sociedad reli-
giosa, componentes de la humanidad, ha de considerarse único fundamento social.
Absurdo importa prescindir de la familia y la estructura de las agrupaciones de más

132
extensión, vanidad; igualmente que la legislación que edifique no sobre el estatuto
familiar, sino el atomismo desolador de individuos dispersos sin función ni jerar-
quía, responsabilidad ni finalidad.
El hombre de soledad de Rousseau, el Robinson de la leyenda no pasan de in-
venciones literarias, que no han podido trasplantarse a la filosofía política.
En los gobiernos representativos, ¿cómo prescindir razonablemente de la fa-
milia? ¿No sería más ajustado al hecho y al derecho de representación, de los jefes
de familia –que no la aleatoria e irrealizable de la llamada soberanía popular? ¿Qué
es el pueblo y dónde está el pueblo? Él importa tanto como ficción de totalidad, o
falsificación de la voluntad general, enigma del filósofo poeta del Contrato Social,
contrato sin contrastes. Al paso de la familia, –sociedad originaria– responde a la
realidad viviente, al derecho indiscutible, encarnación del primero de los poderes,
el poder en su raíz.
La organización estatal que gradualmente arranque de la familia, habrá con-
solidado la estructura del Estado y encontrado la fórmula de paz. A lo menos, en
alguna zona electoral de ese poder, organizado en grados, al jefe de familia se le ha
de conceder mandato y función legítima, irreemplazable.
Reconociendo privilegios al jefe de familia en la sociedad política, cobrará ésta
la fuerza que –conservado el prestigio doméstico– mantiene a su vez el del Estado,
que no se forma sino del conglomerado familiar. ¿Será equivocación que al padre de
familia se le reconozcan prerrogativas en la ciudad? Su igualdad con el hijo importa
inversión de valores, cuya jerarquía es la de la naturaleza.
Reconocer atribuciones a la institución doméstica importa favorecer su digni-
dad y desarrollo. Así se logrará enmendar y limitar la despoblación, que se corregiría
en gran parte con el prestigio de la familia, considerada como base del Estado.

LA DIVISIÓN TERRITORIAL
El territorio, casi siempre con límites arcifinios de montañas, ríos o mares, núcleo
de habitación de familias, constituye una comuna, hogar de una tribu, extensión
familiar, germen de la ciudad antigua.
En algunos pueblos, tales territorios se poseían en común, para aprovechamien-
to de los componentes del clan.
Posteriormente a la familia, ha de considerarse la entidad territorial en que ac-
túa la comuna, el consejo rural, nuestra parroquia, el aillu incaico, concordante con
la división eclesiástica, algo como el ayuntamiento del régimen español, el distrito,
el condado, la pequeña circunscripción de hermandad con que se inició la vida civil.
Para su prolongación y cristalización en la nacionalidad.
Un conjunto de comunas constituye un cantón, regido por un cuerpo mu-
nicipal. Éste, con facultades de los viejos cabildos coloniales, subsiste en todos los

133
regímenes republicanos, con derechos de autonomía, casi nunca restringidos, sino
en ocasiones de extralimitación dictatorial o por motivos de unidad.
Con más vitalidad, en virtud de origen tal vez más respetable, por su impor-
tancia histórica y la trascendencia de la función, subsisten las comarcas, regiones o
provincias, formadas ellas sobre antiguos clanes, tribus, comunidades y cacicazgos,
que en nuestra América existieron desde la prehistoria, a veces con idioma propio,
costumbres disímiles y sujeción a poderes superiores.
A estas comarcas incorporadas en entidades más vastas, ya en el período pre-
incaico, ya en la dominación del Incario y en el da la colonización española, se les
reconoció, en lo antiguo, derechos y ciertas exenciones y excentricidades cívicas.
Mas, en el régimen republicano, vino produciéndose, ya en plena revolución de
independencia, la ardiente discordia de centralistas y federalistas, entendiéndose la
federación como separación, en contra de su sentido gramatical. Y hemos llegado,
en el balance de la situación, a lo siguiente:
Desde Méjico al cabo de las tormentas, las naciones más importantes se han
organizado federativamente, respetando los grupos coloniales fundados en las co-
munidades indígenas.
El centralismo, en las tierras de emancipación, fue necesario como fortaleza
para el ataque y eficacia en la resistencia. La guerra a menester férrea unidad, y la
dictadura de la espada nadie la discute en campaña. Es el régimen extraordinario
que consideran las cartas más liberalizantes.
Pero, aquella congestión del poder político no se conforma con el bienestar ge-
neral, con intereses locales ineludibles, con la atención inmediata que ellos deman-
dan, y que no puede satisfacerse sino dentro de una prudente descentralización, en
virtud de la justicia que impone, en cada sector orgánico de la nación, el empleo de
las contribuciones locales, en beneficio de la localidad, deducida la cuota destinada
al gobierno superior y a las exigencias de la unidad nacional.
La antigua Nueva Granada, en que Bogotá dominó como centro de campaña
y de economía durante la revolución de independencia y la jefatura de Bolívar y
Santander, recordando los antecedentes coloniales y los de la primera patria, llama-
da boba, por su dislocadura en secciones autónomas, en plena contienda militar,
proclamó, en el Estatuto de Río Negro algo más que la federación, o más bien una
separación, sin más ligadura que la del papel constitucional. Era el caos, la inde-
pendencia casi absoluta de los flamantes Estados, cada cual con fuerzas militares y
capacidad libérrima en la administración y la hacienda públicas.
Se produjo algo o más que el trastorno de las Provincias Unidas del Río de
la Plata y la más feroz tiranía, en nombre de la patria y del federalismo, que lo
desprestigió el terrible don Juan Manuel Rosas. Mas el sistema federal quedó ahí
inamovible, en el régimen de la paz.
Venezuela hubo de lidiar hasta que los caudillos Falcón y Zamora afirmasen la
organización de los Estados desde el Orinoco hasta Maracaibo. La Federación en

134
aquella República primogénita de la libertad y de la gloria, no ha tenido la respeta-
bilidad y la decorosa autonomía, que no se compadecen con el mando –en largos
años– de caudillos militares, que han ejercido el centralismo despótico sobre esa
como ficción de Estados confederados.
La Nueva Colombia entró en el régimen departamental desde 1886, con inspi-
ración y empuje del famoso estadista don Rafael Núñez. Tal régimen que rectificaba
el de Río Negro, concedió a los departamentos honrosa autonomía con las relati-
vidades de administración que coincidiesen con el interés supremo de la unidad
nacional.
Centro América –la capital general de Guatemala– que debió en forma federal,
conservar la importancia de gran pueblo, acabó rompiendo el vínculo histórico y
el jurídico de la compactación federal, separándose las secciones, para una clausura
dentro de sus fronteras. Los mayores infortunios de esos bellos países, la pérdida de
territorio al norte por absorción de Méjico y la intromisión de Estados Unidos e
Inglaterra en la unión interna de esos pueblos, débiles hasta el tamaño territorial, se
debe a que no se mantuvo la unión de la América Central, la que, a no dispersarse,
habría contribuido al prestigio de Hispanoamérica, por sus riquezas naturales y su
posición magnífica en el golfo. Respetados los derechos de las regiones, merced a
un estatuto de solidaridad, allí y en otros centros hispánicos de ultramar, se habría
logrado la pacificación y la civilización, hasta hoy logradas a medias.
Bolivia, para sus departamentos, posee una organización, si no automática,
por lo menos con amplitud de funciones que participan de la autonomía adminis-
trativa, sin la dependencia del gobierno central y del presupuesto nacional, cuyas
desigualdades vienen casi siempre en perjuicio de las secciones menos consideradas.
El Libertador, en la Constitución boliviana y en la organización ejecutiva vitalicia,
equivocada sin duda, estableció un matiz de libertad relativa –más que relativa qui-
zás– de la descentralización departamental.
El Perú padece la congestión de Lima, y a ésta acuden, para intervenir en todo
negocio o sector gubernamental, los ciudadanos que no se resignan a vegetar sin
fruto en tierras de provincia.
El Libertador, cuya visión alcanzaba a lo más distante y lo más profundo, creyó
–dada la omnipotencia de la capital de Pizarro–, dividir en dos Estados el Perú del
norte con Lima su cabeza y el del sur con Arequipa o la imperial Cuzco, hasta la
frontera del Alto Perú.
En los últimos años –los del llamado Dictador Augusto B. Leguía– se ensaya-
ron concesiones al legítimo regionalismo, y aun se autorizaron congresos secciona-
les en Trujillo y Arequipa. El Perú, con todo, es el tipo de la centralización.
Chile, cayas franquicias municipales y comunales amplísimas han contribuido
al desarrollo, en lo posible armónico y proporcional, de todas las zonas del territo-
rio, no completa aún el régimen de expansión administrativa y de hacienda, recono-

135
ciendo, en las circunscripciones departamentales, las entidades de segunda orden,
después de la nación.
El Perú y nuestro Ecuador representan el modelo de centralismo; y se puede
asegurar que la inquietud interna de estos países obedece su ninguna conformidad
con el régimen de puño cerrado que en ellos predomina, con etiqueta patriótica y
doctrina investida de infalibilidad.
La República del Ecuador la formaban los tres antiguos distritos, las tres in-
tendencias coloniales, las que gozaban de prerrogativas provenientes de que cada
cual, Quito, Guayas y Azuay, por acto separado, proclamaron su libertad, de igual
suerte se incorporaron a Colombia y formaron al fin la República malamente nom-
brada Ecuador, en la territorialidad de la Audiencia de Quito, antiguo Reino de
ese nombre, que quizás debió ser el de nuestra nación, y no el actual de significado
exclusivamente geográfico.
García Moreno, eminente hijo del Guayas, emprendió el ataque contra el pri-
vilegio de los antiguos distritos y de su igualdad de representación, que la defendie-
ron, por motivo histórico, Olmedo, Rocafuerte y Benigno Malo. García Moreno
invocó la base democrática y la justicia de la representación. Esta ha durado hasta
ayer, en que se ha retrocedido, dando representación igual a todas las provincias. Así
es cómo se progresa, a la inversa...
Han quedado, en calidad de entidades gubernativas, las provincias, casi reduci-
das a simples secciones geográficas.
En cuanto a su personalidad, la provincia o gobernación no posee sino el nom-
bre y el territorio, sin atribución alguna, que en algo siquiera llegase a las reconoci-
das al municipio.
De suerte, que entidades de más importancia, de origen remoto y de antece-
dente jurídico, eran reducidas a la misma situación que la parroquia– una y otra
dependencia del poder ejecutivo, cuyos agentes directos apenas tenían atribuciones
de simples mandatarios.
Desde lejana época, en pueblos de lo más semejantes, se ha respetado la orga-
nización cimentada en la naturaleza, sobre los componentes familiar, comunal y
regional.
Aun en los imperios creados por la conquista y mantenidos por la fuerza, se
respetó el núcleo tradicional y se le reconoció autonomía, más o menos restringida:
así en las ciudades griegas, las provincias romanas, las comarcas de China y de la
India, los núcleos tribales de Arabia...
A partir de la Edad Media, en los países germánicos, en las Galias, las Espa-
ñas, las Islas Británicas: Flandes, Italia, las comunidades eslavas, el gobierno local
actuaba con atribuciones de emancipación, en sus varias dependencias: condados,
ducados, comarcas, ciudades libres... Lo que produjo el estupendo desarrollo de
urbes, regiones y hasta pequeños centros, con fueros y hacienda domésticos, en un

136
régimen de libertad, mantenido, en años y siglos, hasta llegar al imperialismo mo-
nárquico y al imperialismo democrático.
A pueblos que, por conquista o acuerdo de comunidad, se agregaban a entida-
des superiores, se les reconocía sus libertades primarias y el manejo de sus tributos.
En esa misma edad, tan calumniada, actuaban los grupos profesionales, los
gremios, las jerarquías diversas de trabajo, con derechos políticos y en parte con
injerencia en los negocios de Estado.
Este antecedente, que no puede desaparecer en la conciencia universal, deter-
minó un hecho famoso de ella, la Unión de los Estados de la América del Norte:
ejemplo magnífico de federación, es decir de liga fraternal de centros políticos y
territoriales, formados y no improvisados, con improvisación de la ley. La costum-
bre, más bien que la ley, crea las naciones, fija sus derechos, dentro del territorio
de ocupación por familias agrupadas en él y ligadas por vínculo histórico y común
propósito de defensa y bienestar.
El despotismo y la revolución debían, más tarde, trastornar el estatuto natural,
creando secciones ficticias y el casillero administrativo, terreno de operación del
cesarismo centralista; en que la respiración y la nutrición se verifican en un solo
cuerpo político –máquina para dominación de tiranos o turbas liberticidas.

ENSAYOS EXTRANATURALES
Ellos trastornaron el desenvolvimiento interno de las nacionalidades. El absolutis-
mo, a partir del Renacimiento, a raíz de combatir y anular el feudalismo, arremetió
contra las comunidades, los gremios, las franquicias locales, a pretexto de fortificar
la institución de Estado, la que debía responder principalmente a las urgencias de la
guerra y a las de la grandeza que cada nación pretendía mantener, creyendo que la
grandeza era posible únicamente con la férrea homogeneidad del régimen central.
Hizo del Estado un solo corazón y una sola cabeza, con atrofia de los demás com-
ponentes del cuerpo social.
Más tarde, vendría el ensayo de gran trascendencia, el de la revolución de Fran-
cia, grito de alarma y de estupor, con la boca de un volcán, grito que cobró exten-
sión hasta los confines del globo. A pretexto de renovar lo antiguo, se eliminaron
los organismos en función dentro del Estado: las comarcas, los parlamentos locales,
las agrupaciones profesionales y de oficios, los estamentos, los cuerpos en verdad
representativos de la nación. Había de irse a la nivelación, a fin de efectuar la ficción
de Rousseau, con dispersión de los componentes sociales, incluso la familia. Queda-
ría, enfrente del Estado, únicamente el ciudadano débil e indefenso. Se dejó a salvo
apenas el municipio, la más frágil y menos resistente de las entidades públicas, que
se incorporarían fácilmente a las falanges de la conjuración omnipotente, cósmica,
difusa, oceánica.

137
Para representación del pueblo, se ideó el sufragio universal que designase a sus
mandatarios, que ejercerían el mandato en una junta, en que obraría la convulsión
constante de la ola política, sin persistencia, en moción a todo viento de doctrina,
de opinión y de interés: un mar en tormenta, encendido con la mente y el ímpetu
de reformarlo todo.
Fue el sistema predominante hasta la edad contemporánea: El sufragio univer-
sal –una mentira– se reduce, a un juego de ambición y provecho de grupos variables
e inconstantes, que mistifican aquel acto, promete lo que no se puede cumplir,
corrompiendo a las multitudes, con la hipocresía de la libertad y la realidad de la
servidumbre de la engañada caterva.
Resta la autonomía municipal –la autonomía más cercana a la multitud– so-
bre todo a la conmovida y maleante. Las secciones importantes, las históricas y de
derecho respetable, subsisten solo en el cuadro de división territorial; y los núcleos
de profesiones y oficios, si actúan, su actuación se incorpora a la función política,
como prolongación del ritmo extenso del poder centralista que monopoliza hasta
las peculiaridades de la vida de relación.
En tal evolución o mejor regresión vertiginosa, es como al cabo se llegó al par-
lamentarismo, fruto de la convulsión, al gobierno de las mayorías precedentes del
turbio fondo del sufragio, que se dice de todos y que de ese nombre, no tiene sino
la falsedad y nunca el hecho veraz.
Para cohonestar el absurdo, se acudió al patrón británico: a las dos cámaras,
a la alta de los escogidos y a la baja de uno como frente popular. Era la copia del
antiguo senado romano y de la Junta tribunicia de los mandatarios del pueblo; de
ese pueblo que en Grecia y Roma, era apenas una exigua minoría que se abrogaba
la representación de la ciudad y del Imperio.
Y desde entonces, el gobierno llamado representativo, ha fluctuado en plena tor-
menta, en las naciones nutridas en la revolución, cuyos tentáculos se extendieron
a España y sus colonias. Entramos nosotros los de Indoamérica en la corriente de
avenida, para constituirnos, a la gruesa ventura, y pasar del aillu al Estado totalitario.
Antes apareció la Unión Norteamericana, la que respetando la soberanía casi
total de los grupos componentes, creó la nacionalidad modelo, con un senado en
que ejercían mandato los Estados originales y un cuerpo popular de diputados que
completaba la organización con un poder ejecutivo fuerte y facultado ampliamente
para conservar la unión, el orden y la paz.

EL FRACASO
Con excepción de la Inglaterra de Europa y de la Inglaterra de América, la estruc-
tura política levantada sobre tan frágiles fundamentos, había de vacilar y quebrarse,
sin que nuevas tentativas y reformas la reconstituyesen.

138
El parlamento llegaría al cabo a un período de crisis. La lucha de partidos, la de
aspiraciones locales, la del interés personal y de agrupación, habían de traer la ines-
tabilidad permanente, la caída de ministerios y presidentes, bogando en deshecho
temporal y a merced de las veleidades del voto, engendro de la pasión o la venalidad,
obrando en aquel terreno, con más éxito que en cualquier otro, la concupiscencia
del poder, la codicia de arrebatar, la soberanía de vencer en las caprichosas lides de la
palabra –triunfo que casi siempre se traduce en humo de vanidad, sin trascendencia
al buen público, procurando honradamente y reflexivamente.
Para conjurar en parte la crisis, se ideó en las monarquías, la inamovilidad del
Rey, a usanza del inevitable tipo inglés, a fin de que las arremetidas de la opinión se
limitasen contra los ministros. Ni tan previsión, astuta y sabia en la realidad, pudo
impedir del todo el desprestigio del poder ejecutivo y los cambios insólitos que en
las asambleas se producen, en mal del Estado y de su solidez.
Vendría la reacción, a corregir incertidumbres y contradicciones democráticas
en daño de la misma democracia, reducida a un ensayo de constante renovación y a
una ordenanza flotante, ficticia y anárquica, en definitiva.
Después de la Gran Guerra, fue la gran reacción, en dos formas: la una con ten-
dencia restrictiva de la autoridad de las asambleas, reduciendo la función legislativa
a un cuerpo único; lo que predominó en las nuevas cartas de las naciones resucitadas
o recientemente formadas, a empuje de la victoria, el más formidable poder que
viene actuando desde 1918, a pretexto de pacificar a la humanidad, en plena locura.
La otra tendencia se lanzó más allá, a lo inesperado, al culmen de la demencia
política, al Soviet de trascendencia universal, por sus promesas de engaño, con sede
pontificia en Rusia, el país menos preparado por su cultura para la invención de
cualquier sistema de reforma, que tal nombre mereciese, y más aplicándose a una
masa enorme –y por ignorancia– imposible de estructura civilizada y perdurable.
El régimen del Zar en ese gigantesco país, había llegado a una franquicia de
una asamblea que participaba en el gobierno, la Douma. El Soviet había de ser el
Leviatán, no solo poder, sino todo el poder, la ciudadanía monopolizada, la vida
integral, sin reserva de los derechos primordiales del individuo, de la comuna, del
mir tradicional... Se retrocedía a la más formidable absorción hasta de los elemen-
tales atributos humanos, por un Estado irresponsable, cuyas sanciones, casi todas se
reducían a la eliminación del hijo de la democracia nueva, que resistiese a privarse
de la personal conciencia de su vida y de sus bienes: la esclavitud máxima, así mismo
dispersa y oceánica.
Se redujo la arquitectura política a una vasta presión, con dominio de poderes
extendidos en una red de acero y de fuego, a merced de delatores, espías y verdugos.
La humanidad entraba en otro período –el de demencia feroz.
Cada vez íbamos alejándonos de la naturaleza, de la vida sustancial, de la ver-
dadera misión fraternal del Estado, que no va a privar al súbdito de sus derechos
esenciales ni a inmiscuirse en la domesticidad y la intimidad, en el sacro recinto

139
de la convicción ni del dominio de la libertad esencial, la que es sangre de nuestra
sangre y cordaje de nuestros huesos; la naturaleza que utiliza el trabajo sin dañar al
semejante y sirve a éste y al Estado con el contingente del brazo y de la inteligen-
cia, sin que a la tutela del poder le sea hacedero considerar al ser racional como a
eterno pupilo, cuya persona y haberes se consideren res nullius46 para las fauces de
Leviatán.

LOS PARTIDOS
Sin respeto alguno al motivo geográfico, al ético y al económico, renunciando al
gremio, al sindicato de intereses, a la defensa de las franquicias de localidad y de
profesión, las naciones se rigen, se alteran se conmueven como el mar, divididas por
los partidos, o mejor partidas por ellos: agrupaciones que a veces no se comprenden
ni ellas mismas, y cuyos programas poseen menos doctrinas que ambición y a veces
se plagian unos a otros.
A propósito de la disidencia religiosa o de la forma de gobierno, se determi-
nan los partidos, que rara vez son únicamente políticos. La ruptura de la unidad
se resuelve de esta manera, alterando el ensamble, a veces desastrosamente, de los
elementos constitutivos de la sociedad, que deja de ser una y se divide, debilitado el
vínculo de formación, retrocediendo a una situación más desgraciada tal vez que la
primitiva, llamada bárbara.
La disidencia se convirtió en formal e inevitable, invadiendo la política, con la
famosa conjuración de la Reforma. Ésta, con antecedentes de cismas y rebeliones
doctrinarias precedentes, dividió los pueblos católicos en dos ramas, generándose
las guerras de religión. La política no pudo ser extraña a esta contienda fundamen-
tal, y menos la religión, pues la Reforma había trasladado al poder civil la facultad
pontificia, lo que el catolicismo no podía aceptar, sin renunciar a su existencia. El
conflicto continuó en marcha de siglos, ingerida la Reforma en el filofismo del siglo
XVIII, en el liberalismo del XIX y en el social–comunismo del XX.
Los partidos de reforma y de avanzada, en frente de los de discreta tradición
y resistencia contra aquéllos, vinieron a constituir factor inevitable en los Estados,
operando, ora en las soberanías autocráticas, ora en la masa, mediante las campañas
del sufragio, la lucha de trinchera de la prensa y las agrupaciones surgidas del fondo
popular, señalándose, por su poder y la intangibilidad del procedimiento de sub-
suelo, las sociedades secretas –motor oculto, casi siempre irresistible en la política.

46 “Propiedad de nadie”.

140
NUESTRO PROGRAMA DE SER Y DE GOBERNAR
El panorama de la política en el tiempo y en el espacio, el de ayer y el contempo-
ráneo, nos fuerza a meditar sobre la manera de regir nuestro destino. Esa manera
no es un secreto: es el regreso a la verdad, la incorporación de la vida pública a la
naturaleza.
Hemos de conocernos y estudiarnos, para según ello proceder a la distribución
de las funciones del poder y a su jerarquización en el territorio, sin prescindir jamás
del hecho histórico, del hecho actual, de la persistencia del dato, de la urgencia de la
necesidad. No traicionemos jamás a la vida. La sociedad es un caso biológico, pro-
blema de observación extraño a la fantasía, indiferente a la imitación, casi siempre
malsana.
Pueblo el nuestro incipiente, su territorio diverso desde las nieves hasta el in-
cendio del trópico, con altas cumbres y playas, islas y quebradas profundas, con
inmensos obstáculos para la vialidad; pueblo es original. Y lo es más por sus compo-
nentes étnicos y aspiraciones diferenciales.
Hemos de responder objetivamente a la situación, respetando lo que existe,
reconociendo facultades y libertades a las grandes y las pequeñas regiones, a la célula
y al grupo.
Hagamos al ciudadano que lo sea de verdad, reconozcamos a la comarca, respe-
temos su existencia y su función.
Y sin envidias ni rencores, cada cual a la sombra de su árbol sobre un pedazo de
tierra y en un rincón de paz, sea feliz; y al morir deje a sus descendientes la simiente
del pan y la honrada virtud para una patria buena, maternal y perdurable.
No tengamos miedo a la santa libertad. Si la concedemos al individuo, al átono
social, no se la neguemos a la región, al grupo–comuna, a la familia. No se opone a
la nacionalidad el reconocimiento del hecho de las formas orgánicas de la sociedad.
Ellas contribuyen, como afirma Duguit, “a reforzar la sociabilidad nacional, dándo-
le una estructura compleja”. Añade un tratadista español: “La nación no excluye la
existencia de otras formas sociales como la familia, la ciudad, la región, las corpo-
raciones. Todos estos organismos sirven para unir más a los hombres y vigorizar el
vínculo nacional”.
El sabio Pontífice Pío XI, en su gran carta sobre los privilegios del trabajo y sus
armonías dentro de la riqueza, insinúa la necesidad de organizar constitucional-
mente los pueblos, respetando las comunas y regiones, a fin de, en ellas, instituir la
defensa del trabajo y su ordenación armónica con el capital. El centralismo no posee
la eficiencia inmediata para atender a las urgencias sociales. Tenga la parroquia,
posea la comuna los recursos indispensables, para atención de sus urgencias de sani-
dad, de educación familiar, de vialidad y las comarcas manéjense por sí mismas, dis-
poniendo de sus tributos, y en rivalidad acrecentando el progreso y el bienestar de

141
sus componentes. Nada de excesivo, ni el poder latitudinario, ni el de la congestión
capitalista: todo para bien de todos, considerando que somos una sola familia, y que
en ella ninguno de sus miembros ha de ser excluido de la mesa, del techo y del suelo.
Somos país que no padece de congestión de capital sino por falta de trabajo, y
porque los gobiernos no desarrollan el programa económico que comienza por la
vialidad y continúa con la educación técnica.
Es lastimoso que traslademos a nuestro país las discusiones y los conflictos de
naciones aquejadas de decrepitud, en las que la aglomeración de habitantes trae la
contienda suprema de las subsistencias, que no se cura a veces sino con la enorme
sangría de la guerra.
Volvamos siempre los ojos a nuestro Estado, a nuestra geografía, a la patología
nuestra. ¡Por Dios, basta de copia, que es servidumbre! A seguir así, nuestra palabra
será sin pensamiento, como el del mono. El Estado totalitario del Fashio o de Soviet
podrá traernos el contagio de una dolencia, nunca la paz resultante de la justicia.
Así formaremos una nación con fisonomía propia, no una caricatura, y podre-
mos imponer a los jefes de los pueblos el imperio de la razón con el fuerte apremio
de la justicia, intimándoles rectitud y conminándoles con el prestigio. Los soldados
de César le dijeron: eres rey si procedes rectamente. Si no lo haces, dejas de serlo:
Rex eris si recte facies: si non facies, non eris47.
Juzgo que la nación toda pide, demanda, urge por una relativa autonomía de
las entidades sociales, sin mengua del Estado, bajo la tutela del Estado, con su inter-
vención en los negocios de hacienda, a fin de que no se dilapide un centavo ni deje
de atenderse a una necesidad legítima.
Hasta la quietud del gobierno superior, conviene la distribución de las
funciones de la autoridad en todas las dependencias que la naturaleza ha creado. Y
no que un Presidente de la República cuide hasta del nombramiento de una oficina.
A cada cual lo suyo, y no más. Que el poder de vigilancia no sea el de policía, el de
detalle, el de la nimiedad.
Y así vamos, compatriotas, a una patria aunque pequeña por la población y
menor que otras por los haberes, honrada y digna, en forma dulcemente familiar,
sin rencillas de ficción, ni partidos sin raíz ni intereses desacordes.
¡Ay no diga de nuestra patria lo que dijo Tácito de la suya: Quedam imago
republicae48, imagen apenas de República!

47 “Tú serás el rey, si actúas rectamente; si no actúas (así), no serás (el rey)”.
48 “Cierta imagen de la República”.

142
Etapas del progreso de las provincias
orientales del Ecuador (1964)49
Pío Jaramillo Alvarado

DEL PROGRESO DE LAS PROVINCIAS ORIENTALES


Probanza de servicio a la manera antigua

Es un hecho evidente que las provincias orientales del Ecuador han entrado en una
era de desarrollo y prosperidad.
En las ciudades de El Tena, Puyo y Zamora, se han realizado ferias agropecua-
rias que patentizan su bienestar.
Con motivo del “día del oriente” se ha hecho en la columna editorial de El
Comercio de Quito, un comentario acerca del progreso de las provincias orientales,
en la edición del 12 de febrero de 1963, que obliga a estudiarlo con el fin de precisar
las etapas de ese progreso, y que sirva también de introducción sintética de este libro
documentado acerca de Las provincias orientales del Ecuador y La ruta Puyo–Napo,
publicaciones necesarias para establecer la verdad en el proceso histórico–adminis-
trativo del progreso de las referidas provincias.
Dice el editorial: “Las ciudades de las provincias orientales, presentan en la ac-
tualidad una fisonomía tan distinta de la que ofrecían hace diez o veinte años. Han
crecido, son una realidad, ya no solo posibilidad y expectativa50, y la vida se mueve
en ellas con el sentido dinámico que es lo que impulsa el progreso acelerado”.
“Es cuantiosa la obra realizada en esas tierras si se considera que no han sido
superados factores básicos como los transportes, aunque es posible llegar y volver
de casi todos los principales centros de esa área; los caminos no tienen aún valor
comercial, a excepción del tramo Puyo–Napo, recientemente terminado, ni se ex-
tienden a los puntos necesarios. Es por eso que se valora en términos excepcionales
lo logrado hasta ahora en las provincias orientales, particularmente la fundación y
desarrollo de las ciudades principales. Fácil es advertir cuánto más podría haberse
movilizado y utilizado los recursos naturales y expandido la producción de ese sec-
tor si a la fecha contara con caminos apropiados para su crecimiento.

49 Tomado de: Pío Jaramillo Alvarado (1884-1968), “Etapas del progreso de las provincias
orientales del Ecuador”, en Las provincias orientales del Ecuador. Examen histórico-administrativo, Quito,
Editorial de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1964, pp. 9-20.
50 “Espectativa”, en el original (nota del editor).

143
“Lo que antes denominábamos como región oriental u oriente ecuatoriano
en forma indefinida, representando una masa boscosa, desconocida y misteriosa,
es ahora un conjunto de provincias, cuya personalidad económica y humana se
identifica y caracteriza cada vez más, señalándonos esta circunstancia el que esa
área verde oriental, es ya la fuerza económica contribuyente, una realidad, y lo que
hoy es desconocido en su verdadera magnitud económica, su potencial futuro en
términos de asimilación de población y de explotación de recursos, pues también
sectores interandinos y litorales son todavía una incógnita para los ecuatorianos”.
Estas afirmaciones de El Comercio son exactas, pero necesitan complementarse
en síntesis, con el recuento del pasado, pues quiso el destino que haya intervenido
en calidad de Director General de oriente, desde 1920 a 1924, en la iniciación de
una etapa para el desarrollo progresivo de la llamada región oriental.
Efectivamente, como decían los conquistadores españoles, “Zamora no se ganó
en una hora” sino que para culminar una gran empresa civilizadora, es preciso re-
correr etapas sucesivas adversas o favorables, en la planificación y ejecución del
trabajo. Toda obra superior solo es posible realizar por la cooperación de los in-
dividuos y de las generaciones. El conocimiento de la parte que les corresponde a
los colaboradores, es el estímulo para superar cada etapa hasta su culminación, que
nunca es definitiva. No es el egoísmo, la propia estimación de la obra, por vanidad,
lo que decide a la exposición de los sucesos creadores de una empresa histórica, en
la que hemos sido actores, sino el deber cívico de poner al servicio de la comunidad
la experiencia o las razones de determinados procedimientos para la unidad general.
La creación de la Dirección General de oriente en 1920, su funcionamiento
con los auspicios del Ministerio del ramo, y la aprobación por el Congreso Nacional
de ese año, de la Ley Especial de oriente, con la reforma sustancial de la creación
de las provincias Napo–Pastaza y Santiago–Zamora, señala el año de 1920, como el
principio de una etapa en el desenvolvimiento de la administración del oriente, a la
que se refiere el editorial de El Comercio.
Por esta reforma a la Ley de oriente se devolvió las poblaciones que habían
sido anexadas a algunos acantones de las provincias interandinas, a las del oriente,
señalando el divortium–acuarum51 de la cordillera oriental, por divisoria entre las
provincias de las dos regiones.
Lo urgente para la Dirección de oriente era el reconocimiento del estado de los
caminos que conducen a la región oriental, y el primero de éstos, el de Baños, en la
provincia de Tungurahua, por ser el camino central. Y la Dirección de oriente pudo
constatar que solo era posible llegar a caballo, desde la población de Baños hasta el
río Topo, y luego el tránsito se realizaba por un sendero de a pie, que trepaba por la

51 “Separación de las aguas”. Parece como una referencia a Génesis 1, donde Dios separó las
aguas en los cielos de las aguas subterrestres.

144
cúspide del cerro Abitahua, siendo éste el mayor obstáculo. Esta parte del camino,
preferente en el Abitahua, fue la obra realizaba por la Dirección de oriente.
La exploración del camino de Quito al Napo, por Papallacta la emprendió la
Dirección de oriente, en este mismo año de 1920, y llegó hasta Archidona, Tena, y
desde Puerto Napo, hasta la desembocadura del río Coca.
Por este conocimiento de la realidad, y el estudio de la geografía y de la his-
toria, sobre todo, la que se refiere a la época heroica del descubrimiento por los
conquistadores y los misioneros coloniales, se pudo obtener una visión integral de
las regiones del Napo y del Pastaza, y sus posibilidades administrativas sobre la base
de la vialidad.
Los caminos, mejor dicho, senderos para llegar al río Napo, eran dos en 1920:
el de Papallacta, y el que, desde el Puyo se dirige por Canelos a las cabeceras del Cu-
racay, para salir a la desembocadura del río Ahuano en el río Napo. Puede llamarse
el de Quito por Papallacta el camino de los conquistadores (Pizarro, Orellana); y el
de Puyo–Canelos–Curaray–Ahuano, el de los misioneros.
Por las condiciones particulares de su extensión y los ríos y las altas montañas que
interceptan la vía, el camino por Papallacta, en tres siglos de trabajo y reparaciones no
ha sido posible utilizarlo con estabilidad. Y, el de los misioneros, además de sinuoso
y su extenso desarrollo en la espesura de la montaña, solo ha sido transitado por los
misioneros, por los tenientes políticos del Curaray, por los nativos y algún explorador.
En el afán de llegar al río Napo por alguna ruta más corta y favorable, la Direc-
ción de oriente se preocupó de realizar una pica de exploración desde el Napo con
dirección al Puyo, por la base de las ramificaciones de la cordillera o contrafuerte del
lado de los Llanganates, siguiendo la desembocadura del río Anzupi, en el río Napo,
aguas arriba, para encontrarse en la base que se conocía en el Puyo en dirección al
Napo. El resultado fue feliz, y la nueva ruta fue establecida. Concluido el trabajo
relacionado con la expedición, realicé, desde el Napo, la exploración de la ruta,
acompañado de don Luis Tinajero y del personal que había realizado el trabajo de
la pica, y llegué al Puyo después de tres días de caminar a pie, con el entusiasmo de
este descubrimiento que, con las variantes que aconseje la técnica, serviría para la
carretera Puyo–Napo, se publican con este libro.
En el año de 1924, realizó el Director de oriente el viaje a Macas, partiendo de
Riobamba, para luego seguir por Sucúa, Méndez y Paute a Cuenca.
La exploración de la región sur–oriental la realicé en este mismo año, desde la
ciudad de Loja hasta la población de Zamora, y siguiendo desde este lugar el curso
del río Zamora, pasando por la desembocadura del río Nangariza, llegó la expedi-
ción hasta la confluencia con el río Bomboiza y salió por el sendero de la montaña
a Gualaquiza y luego a Sígsig, Paute, Cuenca.
Faltó el tiempo necesario para visitar el cantón Chinchipe, y esto significó una
gran contrariedad.

145
Estos reconocimientos, además de suministrar importantes informaciones de ca-
rácter geográfico, histórico y administrativo, permitieron la comprobación de que las
provincias orientales no progresarían por los caminos de herradura, en pésimo estado,
que conducían a Zamora y Gualaquiza; y a Macas se transitaba a caballo desde Rio-
bamba hasta Zuña, y desde este lugar había que avanzar a pie en toda la exploración.
También se reveló impracticabilidad de la administración de los cantones Za-
mora y Chinchipe desde Macas, por la absoluta incomunicación, ni la posibilidad
de construir caminos por la montaña. En el proyecto de Ley de oriente que tuvo vi-
gencia en 1921, constaba la provincia Zamora–Chinchipe, pero fue suprimida por
razones de economía presupuestaria. En 1953 concurrí al Congreso Nacional, ele-
gido senador por la provincia Napo–Pastaza, y presente el proyecto sobre creación
de la provincia Zamora–Chinchipe, que por fortuna fue aprobado, sin embargo de
la objeción del Ejecutivo.
Después de la creación de las provincias orientales se convocó al Congreso Na-
cional de 1940 a un senador y dos diputados por cada provincia, por primera vez,
pues antes le fue negada la concurrencia, por el falso concepto de la exigua cantidad
de electores. Esta convocatoria al Congreso Nacional la motivó la urgencia que tuvo
el gobierno de completar su mayoría y no por un sentimiento patriótico.
De modo que la primera etapa de progreso notable de las provincias orientales
a que hace referencia El Comercio corresponde, precisamente, a la estructuración de
éstas, a la construcción del camino de herradura desde el río Topo hasta Barrancas
(hoy Mera) y el Puyo, vencido el muro de Abitahua.
La nueva ruta, recién descubierta, Puyo–Napo, permitió el tránsito entre estos
lugares, y que se funde por los señores Fernández Salvador la hacienda Zatzayacu,
a la vera de esta ruta, utilizada después para la construcción de la carretera al Napo.
La intervención de los senadores y diputados de las provincias orientales, es hoy, el
factor decisivo de su progreso.
La segunda etapa se caracteriza en 1948 por la creación de Juno (Junta Parro-
quial Pro oriente), por el entusiasmo del Sr. Dr. Juan Tanca Marengo, Ministro
de gobierno y oriente. En esta misma etapa se aprueba en la legislatura la cédula
orientalista que crea cuantiosa renta, de la que se asigna el mayor porcentaje para
la construcción de la carretera Puyo–Napo, y se inicia esta obra, con el apoyo entu-
siasta del Dr. Tanca Marengo, quien pidió en su informe al Congreso, la creación
del Ministerio de oriente, si se quería realizar una obra fundamental, estructurada y
responsable, en la defensa del patrimonio territorial amazónico. Corresponde a esta
etapa, la creación de la provincia Zamora–Chinchipe.
El establecimiento de la Compañía Petrolera Shell, en las proximidades de
Mera y Puyo, favoreció a esta región en grado superlativo, en el orden económico,
con la construcción de la carretera Baños–Puyo, con el emplazamiento de campos
de aviación en diversos lugares de las montañas del Pastaza, que aun sirven a las
poblaciones y a los destacamentos militares.

146
Esta prosperidad hizo posible y necesaria la creación de una cuarta provincia,
denominada Pastaza, por lo que existen hoy cuatro provincias: Napo, Pastaza, Mo-
rona–Santiago y Zamora–Chinchipe.
La tercera etapa contemporánea está determinada por la conclusión definitiva
de la carretera Puyo–Napo, que integra la carretera central hacia el oriente: Amba-
to–Baños–Puyo–Napo–Tena, que decidirá el dominio territorial de un ámbito no
sospechado.
Descubierta la ruta que sirve hoy para la carretera Puyo–Napo, se demostró por
artículos en la prensa diaria, por conferencias y por el libro Tierras de oriente su gran
importancia. Por esta carretera se domina toda la extensión territorial de los ríos Pas-
taza, Napo y sus afluentes; y por la “vía Proaño” recorrida por su descubridor desde el
Amazonas, siguiendo aguas arriba el curso del río Morona, hasta sus orígenes; y luego
siguiendo la ruta hacia el río Pastaza, salió el general Víctor Proaño por Canelos a Ba-
ños y Riobamba, ruta que la completaba en su proyecto con el camino existente des-
de esta última ciudad hasta Guayaquil, y esta era la “vía Proaño” que su descubridor y
explorador ofreció a su patria, para el dominio del Amazonas. En uno de los caminos
de Tierras del oriente, al estudiar la “vía Proaño”, se produce el verdadero itinerario de
esta famosa expedición. Lo que quiere decir que con la carretera Puyo–Napo se llega
a la parte navegable de los ríos Pastaza, Morona, Napo y Putumayo.
Por esta síntesis se puede apreciar en todo su valor, los conceptos sustentados
por El Comercio en lo que toca al estado de prosperidad al que van llegando las
provincias orientales, afirma también: “Lo dicho anteriormente, no significa que
consideremos que la obra que debe realizarse en las provincias orientales está cum-
plida. Nada de eso. Falta por librarse todavía una inmensa lucha contra la naturaleza
y dedicarse inmensos capitales, especialmente en la infraestructura, para habilitar de
modo suficiente a ese sector. Pero es mérito de sus habitantes, de los adelantados
de la patria en esos lugares, el haber conquistado el progreso que con general satis-
facción pueden mostrarlo ahora, no solo comparativamente a los oscuros y trágicos
años pasados, sino como acción de desarrollo en sí mismo”.
Si desde el punto de vista administrativo se puede afirmar que las reformas a la
Ley de oriente han ido perfeccionando el estatuto legal para su correcta aplicación,
la financiación presupuestaria para las obras públicas, y en primer término los ca-
minos de herradura y las carreteras, se ha mejorado mucho, pero no en el volumen
necesario para dar acceso a los ricos e inmensos sectores que aún se hallan incomu-
nicados, como el de Putumayo y el de Chinchipe, precisamente, en las fronteras del
norte y del sur del territorio oriental.
La carretera Puyo–Napo que llegó en este año de 1964 hasta el río Napo y Tena
se puede recorrer en automóvil, carretera que, para llegar a su terminación, contó
con el préstamo de la Caja del Seguro, por la cantidad de diez millones de sucres,
gracias a la intervención de los senadores por la provincia de Pastaza, capitán Luis
Arias Guerra y el doctor Gustavo Chávez Estrella, y del senador por la provincia

147
del Napo, mayor Jaime Coronel. Con este respaldo económico, la carretera Puyo–
Napo es hoy el eje central del dominio amazónico.
Esta visión de conjunto del proceso del bienestar a que van llegando las provin-
cias orientales, permitirá valorar con precisión lo que se ha podido hacer en las etapas
referidas, en transcurso de más de cuarenta años (1920–1964); y si este período
resulta corto, comparado con los “oscuros trágicos años” a los que se refiere El Co-
mercio, también se puede considerar que, si se hubiese construido la carretera Puyo–
Napo antes de 1964, que servicio tan grande habría prestado a la defensa nacional.
Pero la triste verdad es, que después de la desmembración territorial, el crite-
rio absurdo de los gobernantes, con raras excepciones, respecto a las provincias de
oriente, sigue siendo de menosprecio para sus necesidades y reformas esenciales. He
aquí la prueba:
En 1953, en la objeción del Ejecutivo al Decreto del Congreso Nacional, por
el que se creó la provincia Zamora–Chinchipe, se dice: “Si se examina esta creación,
con absoluta imparcialidad y con sentido auténticamente patriótico, se saca como
consecuencia que el progreso material de ese sector territorial, en nada adelantaría
constituyéndolo en una nueva provincia. No sería más que aumentar empleados
y crear medios para que se filtren con facilidad los recursos económicos de que se
pudiera disponer. Además se crearían nuevos intereses políticos con la elección de
legisladores por la provincia de Zamora–Chinchipe. En resumen, la creación de esta
provincia, representaría un gasto inútil de apreciables sumas de dinero, que bien
pudiera tener otra finalidad más provechosa. Ni siquiera se pudiera mentar para la
creación, el estado de aislamiento de los pueblos en Zamora–Chinchipe, porque es
la situación generalizada en casi todo el oriente. Ese es un asunto que administrati-
vamente se lo puede subsanar y no con creaciones territoriales”.
Así se expresó el patriota Dr. Velasco Ibarra, ex Presidente de la República.
Mantenido este criterio a través de los años, se explica con absoluta evidencia,
por qué la República del Ecuador perdió gran parte de su rico e inmenso territorio
amazónico.
Crear entidades administrativas en lo que se llamó “región oriental” no es más
que aumentar empleados, fomentar el peculado. La creación de una provincia nece-
saria es un gasto inútil, que puede emplearse en algo más provechoso. Los senadores
y los diputados solo crearían nuevos intereses políticos. Y referirse al aislamiento de
las poblaciones de un sector oriental “no se debe mentar”, no preocuparse por ese
asunto, que puede resolverse administrativamente.
Si nuestro oriente amazónico está llegando, por etapas, a un progreso evidente,
es por la creación de las provincias, por la presencia en el Congreso Nacional de sus
senadores y diputados, por la abnegación y patriotismo de sus habitantes, por la
poderosa cooperación de las misiones religiosas, por la presencia del Ejército en los

148
destacamentos, en el servicio del transporte aéreo, y por la acción cívica, efectiva,
de la construcción de la carretera “Francisco de Orellana” en el cantón Quijos, en
donde está desarrollándose la colonización, la agricultura y la ganadería en esca-
la importante, y en primero y último término por la conclusión de las carreteras
Puyo–Napo, Loja–Zamora y el avance de otros caminos provinciales.
La terminación de la carretera hasta el río Napo, plantea a la conciencia na-
cional una cuestión de gran importancia, que es preciso considerar en su verda-
dero valor.
Si de lo que se trata de realizar con la construcción de la carretera “Francisco
de Orellana” es llegar desde Papallacta, siguiendo la dirección de los ríos Payamino
o Coca hasta su desembocadura en el río Napo, y luego construir una carretera del
Napo al río Putumayo, la primera parte de esta empresa la ha realizado la carretera
Puyo–Napo. Y para su realización integral bastaría la prolongación de esta misma
carretera hasta la confluencia del río Coca con el Napo; y, para la carretera Napo–
Putumayo, tal vez sería utilizable el varadero llamado de Cuyabeno, que tiene en la
montaña la trayectoria Puerto Montufar–Puerto San Miguel de Putumayo, que ha
servido y sirve a los habitantes y empleados para transitar del Napo al Putumayo.
En todo caso, la carretera entre esto ríos es de la competencia técnica, pero absoluta-
mente factible, sin la altura de 4.000 metros de Huamaní. El varadero referido está
trazado en el mapa del Instituto Geográfico Militar de 1950.
Esto no significaría el abandono de la construcción de la carretera “Francisco de
Orellana” sino que la prelacía en la construcción de carreteras al oriente ecuatoriano
seguiría a favor de la que se construya desde Puerto Napo al Coca y Putumayo, y
así se llegaría a realizar con mayor facilidad, prontitud y economía, el compromiso
existente con el Brasil, sobre la construcción de la “vía Interoceánica” San Lorenzo–
Napo–Putumayo–Manaos.
La dispersión del trabajo y de las rentas en la construcción de carreteras al
oriente, desde varias provincias, a la vez, imposibilitó la conclusión de alguna de
éstas por muchos años. Y en el caso de la “vía San Lorenzo–Napo–Putumayo–Ma-
naos” de interés nacional e internacional, sería absurdo oponer el interés provincial,
por justo que sea, a la realización de la vía internacional, de valor incuestionable y
en un plazo perentorio.
Por fortuna, la red de ferrocarriles, carreteras y el servicio de aviación del Ecua-
dor, están realizando la unidad nacional, a paso acelerado.
La carretera Panamericana extiende el transporte del Carchi al Macará, en co-
nexión con otras carreteras provinciales. Los ferrocarriles de Guayaquil y San Loren-
zo que convergen en Quito, da acceso al mar a las provincias del centro y el norte
en la región interandina, y también convergen en Ambato; y por la carretera central
hacia el oriente, tienen acceso dichas provincias a Puyo y Napo, así como las pro-

149
vincias del Azuay y Loja, por la carretera Panamericana. El servicio aéreo hacia las
provincias orientales completa esta fácil comunicación. La distancia que reparaba a
las regiones del Ecuador, va siendo superada, felizmente.
Y falta explicar que, si de la época colonial tenemos en nuestros archivos las
probanzas que los conquistadores presentaban al Rey, comprobando sus servicios,
documentos que tienen valor histórico, estas páginas presentan también la probanza
de los servicios de un Director de oriente a las provincias orientales del Ecuador.

150
El sustentáculo físico (1977)52

Benjamín Carrión

“¡Abajo la historia, viva la geografía!”


Eugenio d’Ors

Trópico absoluto. ¿Por qué esta comarca de nuestra América se llama Ecuador? Nin-
guna complicada investigación histórica es precisa: simplemente, porque muy cerca
de la capital de la entidad política independiente –¿independiente de qué?– pasa la
línea ecuatorial o equinoccial.
De ahí el cliché53 mil veces repetido: “un país en la mitad del mundo”. Y de ahí
también “la palabra maldita” con la que nos autodisminuimos, nos desacreditamos,
aquí mismo, aquí dentro: somos tropicales. Y lo peor es que, eso de tropicales en
sentido despectivo, lo aplicamos principalmente a los pobladores del litoral, de las
tierras bajas, a menos de 500 metros de altitud sobre el nivel del mar… Al decir
tropicales queremos decir exagerados, charlatanes, superficiales, “sobrados”.
Y es nuestra sociología, la de las universidades, es una sociología de tierra tem-
plada, fundada en las teorías aristocratizantes de Spengler –el profeta Prenazi de la
Decadencia de occidente– de Ratzel, del racista Conde de Gobineau y, naturalmente,
de los teóricos del fascismo italiano y del nazismo de Hitler54.
Mientras tanto, oigamos a Gabriela Mistral en su defensa del trópico, constante
en el prólogo de un primer libro mío55:

52 Tomado de: Benjamín Carrión, “El sustentáculo físico”, en Plan del Ecuador [1977] Colec-
ción memoria de la patria, Quito, Ministerio de Educación, 2010, pp. 105-201. Este subtítulo lo utilizó
Carrión antes en su ensayo “El Ecuador y su vida en la cultura”, incluido en San Miguel de Unamuno,
Quito, Casa de la Cultural Ecuatoriana, 1954, pp. 233-259.
53 Cliché: tomado del francés. Hace alusión a una frase, expresión, acción, o idea usada en
exceso, hasta el punto en que pierde la fuerza o novedad pretendida, sobre todo si inicialmente fue con-
siderada poderosa o rupturadora.
54 Adolf Hitler: (Branau am Inn, Imperio Austrohúngaro, 1889-Berlín, 1945). Militar y polí-
tico alemán de origen austriaco que estableció un régimen nacionalsocialista en el que recibió el título de
Canciller del Imperio y Fuhrer, caudillo, líder y guía. Estableció una dictadura totalitaria y desencadenó
la Segunda Guerra Mundial en Europa con la invasión a Polonia en 1939. Al final de la guerra, las políti-
cas de conquista territorial y subyugación racial de Hitler habían llevado muerte y destrucción a decenas
de millones de personas, incluyendo el genocidio de unos seis millones de judíos en lo que se conoce
como el Holocausto.
55 Benjamín Carrión, Los creadores de la nueva América, Madrid, Sociedad General Española de
Librería, 1928. Este texto, “Cuatro hombres americanos”, también lo incluyó Carrión en Santa Gabriela
Mistral, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1956, pp. 107-115.

151
¿Por qué se ha de decir tanta majadería del trópico? El trópico es el cielo verdade-
ro, el único cielo–cielo; el trópico es la fruta óptima; piña o mango admirables;
el trópico es el árbol casi humano que se llama del pan, el banano que, él solo,
puede alimentar gentes; y el río que no debiera llevar nombre, el Amazonas, cuyas
cuatro sílabas hacen un horizonte de agua poderosa. Pero nos contestan, ¿y el
mosquito, y la víbora y otras bestias que un maniqueo atribuiría a una paralela
creación demoníaca? Ah, es que se pagan de algún modo esos colores, y esos co-
lores y esas excelencias sobrenaturales de un suelo, y se muerde la pitahaya, que
es la mejor púrpura, durante una vida, aceptando que alguna vez la cobra nos
pruebe la sangre.
Aparte de que el trópico malo, el de la fiebre palúdica y el del cacique matón –
nuestros dos descréditos mayores– va raleando o retrocediendo. Se ha de acabar
el trópico del afiche odioso, que contiene alacranes, soldadesca pringosa y pere-
za, entonces, ¡qué tierra de aire vegetal como para que vivan en ella los mejores
hombres de este mundo!... Entonces, ser ecuatoriano, o peruano, o mexicano,
se volverá nobleza natural –la nobleza de los frutos–tipos, de la luz robusta y del
árbol ejemplar– y habrá venido a menos ser alemán o inglés o sueco, hombres de
tierras desabridas, echadas a perder a la larga por los placeres químicos.
Nadie se admire que sea una mujer de un país llamado frío quien hace esta ala-
banza de la tierra caliente. Yo nací en el valle al que faltan yo no sé cuantos grados
–pero muy pocos– para ser tropical, curiosa quebrada de Elgui que Dios me dio
para que, en la luz perfecta, yo adquiriera esta pasión del sol con todo lo que le
es añadido.

Y José Vasconcelos56 en su mejor época de creador de cultura y maestreo


de las juventudes de América lanzó la grande afirmación que es la defensa de la
tierra cálida:

Las grandes civilizaciones se iniciaron entre trópicos y la civilización final


volverá al trópico.

Nombre geográfico, en realidad, el de nuestro país. Acaso debió llevar el nom-


bre de Quito, nombre histórico, que recuerde nuestros orígenes, pero los orígenes
auténticos, que son indígenas y que tanto se quiere olvidar hoy. De manera que no
considero sincero el reclamo de quienes piden que este país nuestro actual debió
llamarse Quito y no Ecuador. Además, el nombre no imprime carácter. A pesar

56 José Vasconcelos: (Oaxaca, 1882-México-1959). Abogado, político, escritor, educador, fun-


cionario público, y filósofo mexicano. Destacan su ensayo La raza cósmica (1925), y su serie autobiográ-
fica Ulises criollo (1935), La tormenta (1936), El desastre (1938), El proconsulado (1939) y La flama. Los
de arriba en la revolución. Historia y tragedia (1959). Carrión le dedicó un ensayo en su libro Los creadores
de la nueva América (1928), incluido en Obras, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1981, pp. 19-58.
Años después, el ecuatoriano tomaría distancias de las posiciones políticas que asumió Vasconcelos.

152
de que la mayor parte de los grandes nombres históricos son nombres geográficos,
nacidos de la tierra: allí está Inglaterra, Francia, Roma, etc. Existe en cambio u país,
el más rico, el más poderoso de todos los actuales, cuyo nombre no significa nada:
ni geografía, ni historia: los Estados Unidos.

LAS ZONAS GEOGRÁFICAS


En realidad, en cortos transversales en el sentido oriente–occidente, se pueden esta-
blecer cuatro zonas o fajas, cuyas influencias sobre los vegetales, los animales y, sobre
todo el hábitat humano, son claramente discernibles:
La geografía oficial señala únicamente tomando igualmente de oriente a oc-
cidente: la costa o región litoral, la interandina que comprende todas las regiones
altas, toda la serranía, el altiplano. Y finalmente el oriente, o región oriental que va
desde las serranías hasta las fronteras orientales con Colombia y Perú.
Pero para los efectos humanos, económicos y sociales de este estudio yo pienso
que el Ecuador actual se decide realmente en las ya referidas cuatro zonas que yo
las señalaría así:

Primera. Litoral o costa: de 0 a 500 metros de altitud.


Segunda. Intertropical: de 500 a 1.500 metros.
Tercera. Sierra o altiplano: desde 1.500 hasta 4.000 metros donde a veces llega el
hábitat humano y luego las nieves permanentes.
Cuarta. La zona oriental que desciende desde las serranías hacia la hoya amazónica.

LA COSTA
La primera región, la litoral, llamada comúnmente la costa, es la que ha mantenido
y mantiene todavía los productos agrícolas exportables. Es decir aquellos produc-
tores de divisas fuertes que hacen intervenir la débil economía ecuatoriana en los
mercados internacionales.
De ahí que la historia nacional, basada en su historia económica, tenga que
dividirse hasta hoy, o sea hasta el año de 1970, en tres eras:
Primera. La era del cacao.
Segunda. La era del arroz.
Tercera. La era del banano.

Con algunos cultivos intermedios y complementarios, de la misma zona cálida:


caucho, café, tagua, maderas, un poco de algodón, y casi nada más.

153
Esta economía ha sido una economía sucesiva, o sea de monocultivo. Cuando
ha fracasado la una línea agrícola se ha seguido con la otra y finalmente con la otra
u otras. Pero puede afirmarse reiteradamente que la economía ecuatoriana ha sido
una economía de monocultivo.

LA ERA DEL CACAO


Aparece Guayaquil –el primer puerto, la mayor escala de vapores de la América
del Sur– siendo un astillero, un lugar de construcción de barcos de cabotaje, a
vela y remo.
Los bosques del litoral guayaquileño, en la cuenca del río guayas, son talados,
desde la dominación colonial, para la construcción de barcos de caleta de todo el
litoral sudamericano. Al norte, solamente el pequeño Havre de Buenaventura y la
islita propicia a piratas y contrabandistas, de Tumaco. Al sur, hasta medio Chile
zonas desérticas, arenales.
En Guayaquil, precedido de la isla de Puná, cuna de civilizaciones prehistóricas,
que la arqueología está esclareciendo paulatinamente gracias al esfuerzo de gentes
como Carlos Zevallos Menéndez, Emilio Estrada Icaza –un millonario inteligente–,
Francisco Huerta Rendón, inspirado por Paul Rivet; en Guayaquil, decimos, se
inicia el comercio marítimo sudamericano, siglos antes del Canal de Panamá, con la
construcción de barcos. Y en Guayaquil también se inicia la primera barbaridad hu-
mana y económica de nuestra pequeña historia: la tala, la destrucción de los mejores
bosques de maderas preciosas, sin sustitución alguna en el plano de la reforestación.
La cuenca del río Guayas pierde su riqueza mayor. Y al alejarse la maderería, materia
prima de su principal, por no decir su única industria , invade las cercanas provin-
cias de Los Ríos primero –parte fundamental, nacimiento de la cuenca– y luego las
vecinas provincias de El Oro y Manabí.
Es entonces el comienzo de la era del cacao. Los montubios –engendro del ca-
cao en los ríos mansos de la gran llanura cálida y la cosecha de la planta productora
de la mazorca preñada de las famosas pepas, cuya elaboración primitiva se realiza
en los corralones de la hacienda, o, en época seca, en las calles mismas de la ciudad
de madera, creciente en miseria de sus pobladores y enriquecimiento fácil de los
propietarios de tierras, adquiridas por herencia o por renuncia gratuita al Estado.
La era del cacao trae consecuencias: en primer término, el ausentismo de los
famosos terratenientes o latifundistas que residían habitualmente en Europa, prin-
cipalmente en París.
La tierra misma no tenía valor. O no era valor cotizable. Lo que valía eran las
matas, como en la Rusia zarista por almas. Don fulano, que tenía tantos millones
de matas, era dueño de tantos millones de sucres. Y, según cálculos apenas aproxi-

154
mados, cada sucre de entonces podía valer dos dólares actuales, en relación al valor
adquisitivo de las monedas de entonces a las de hoy57.
Y, entre el propietario astronómicamente lejano y el peón entregado a las faenas
campesinas en las peores condiciones de miseria y de insalubridad, se hallaba un
personaje intermedio, el más siniestro: el administrador. Este personaje maldito,
colocado a igual distancia entre el lejano e hipotético dueño de las tierras y el infeliz
trabajador, les robaba a los dos. Al montuvio, sometiéndolo a toda clase de explo-
taciones, hambre, enfermedades tropicales, paludismo, tuberculosis, enfermedades
parasitarias de toda clase; el amo ausente, entregándole mermadas, aunque pingues
aún, las rentas producidas por la pepita de oro.

EL MONTUVIO58
José de la Cuadra, maestro de los narradores costeños, en su ensayo El montuvio
ecuatoriano59 –que tuvo por objeto interpretar y explicar el “material humano” con
el que trabajaba su obra de novelista y cuentista– nos ofrece una exhaustiva infor-
mación sobre las características físicas, psicológicas sociales del montuvio. Sobre la
composición racial, de la Cuadra, en forma conjetural y usando el sistema porcen-
tual de mezclas y de sangre afirma:
[…] cabe exponer el aserto de que el fondo étnico del montuvio es indio.
Más aún; si buscáramos números medios, conjeturaríamos que el montuvio cien-
to por ciento se ha formado así:

Indio……………………….60%
Negro……………………....30%
Blanco……………………...10%

Claramente se puede “conjeturar” asimismo, que la fórmula más que étnica,


farmacéutica, ofrecida por el admirable cuentista, no es una aventurada “conjetura”,
sin posible fundamentación. Pero sirve.
En cambio, la fina capacidad de observar y contemplar, característica literaria
admirable en De la Cuadra –la encontramos cuando nos descubre “la vida montu-
via” y las particularidades del hombre y la mujer del litoral ecuatoriano–.

57 Carrión escribe este texto en la década de los setenta del siglo XX.
58 José de la Cuadra, El montuvio ecuatoriano, Buenos Aires, Ediciones Imán, 1937 (nota del
autor).
59 Cfr. El estudio introductorio a El montuvio ecuatoriano de José de la Cuadra, preparado
por Humberto E. Robles y publicado por la Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador, Quito,
Libresa, 1996.

155
En dicho ensayo, el autor de Banda de pueblo trae una cita referente a lo que él
llama “el mapa de la patología montuvia”. Para mayor fidelidad, preferimos trans-
cribir literalmente la cita, que dice así:

El higienista porteño Doctor Francisco Cabanilla Cevallos, en una obra reciente,


Los grandes problemas sanitarios del litoral ecuatoriano –Guayaquil 1935– traza
el mapa de la patología montuvia, es una lectura que acobarda. Los males que
azotan al campesinado del litoral son, según Cabanilla Cevallos entre otros, los
siguientes: bubónica, en brotes esporádicos; tuberculosos, paludismo, anquilos-
tomiasis, fórmulas disentéricas, mal de Pian –provincia de Manabí y Esmeral-
das– lepra –provincia de El Oro–, enfermedades venéreas y varias enfermedades
infecto–contagiosas. Es todo un cuadro terrorífico. Y, felizmente, la fiebre ama-
rilla erradicada.
La era del cacao terminó hacia el año de 1915, debido a las enfermedades que
atacaron a las plantaciones. En primer término, la monilla y finalmente la Escoba
de la bruja. La tragedia del monocultivo produjo una catástrofe en la economía
nacional. Una crisis de tan descomunales proporciones, dentro de la otra tragedia
de carácter universal, la Primera Guerra Mundial, de 1914 a 1918, que en forma
indirecta afectó en desigual medida a los países latinoamericanos.
En esa época en que se puso más al descubierto el nuevo coloniaje en que ha-
bíamos caído. Es entonces cuando habíamos comprendido que los países de habla
española y portuguesa, éramos el traspatio o patio trasero de los Estados Unidos. Ese
descubrimiento lo tuvimos en forma grotesca y vergonzosa. La orden de romper
relaciones y luego de declarar la guerra a las potencias del Eje como se las llamaba
y, sobre todo a Alemania, vino después el gran pretexto que los Estados Unidos
invocaron: el torpedeamiento del transatlántico Lusitania. Al Ecuador, por ejem-
plo, le hicieron alegar como causa, para declararle la guerra a Alemania, la burlesca
torpeza de que el Embajador de aquel país –por mejor hacerlo sin duda– concurrió
al funeral nacional del Arzobispo de Quito, Monseñor González Suárez, sin haber
presentado credenciales.
Este desafortunado país había soportado poco antes de la Guerra Mundial, una
guerra civil, porfiada y tenaz mantenida por los negros de Esmeraldas a cuya cabeza
se encontraba el Coronel Carlos Concha60, contra el Presidente General Plaza61, al
cual acusaban de tener alguna culpabilidad en el arrastre del General Alfaro el 28
de enero de 1912.

60 Cfr. La biografía de Carlos Concha escrita por Jorge Pérez Concha, Quito, El Conejo, 1997.
61 Leonidas Plaza Gutiérrez: (Charapotó, Manabí, 1865-Huigra-1932). Presidente del Ecua-
dor en dos períodos distintos: 1 de septiembre de 1901 al 31 de agosto de 1905, y del 1 de septiembre de
1912 al 31 de agosto de 1916. Se casó con María Avelina Lasso Ascázubi, con quien procreó ocho hijos.
Uno de ellos, Galo Plaza Lasso, que sería Presidente del Ecuador (1948-1952).

156
El nuevo presidente, Baquerizo Moreno, ciudadano ejemplar, poeta, escritor,
músico –un lujo de presidente decían las viejitas– tuvo que pasar el período de la
Primera Guerra Mundial con todos los inconvenientes que ella trajo: paralización o
por lo menos disminución casi completa del comercio exterior. Nuestro producto
principal casi único de exportación, el cacao, no era necesidad absoluta e indispen-
sable en tiempos de guerra. Con bombones y chocolatines no se mata, no se ganan
las guerras. Lo que se necesitaba eran materiales bélicos, cosas para matar gentes,
petróleo, metales…
Pero el colmo fue el agravamiento de las enfermedades seguido de la muerte
del cacao… crisis tremenda. Desempleo, hambre, miseria, sobre todo en la costa.
Los campos calientes y palúdicos lanzan su torrente humano sobre Guayaquil. La
tranquila al parecer alegre y laboriosa ciudad montuvia toda de madera hasta en-
tonces que, cuando se lanzaba un fósforo o una colilla no apagaba, se quemaba
por manzanas de manzanas, como había ocurrido en 1896, en que por poco no
desaparece la ciudad.
Los sin empleo –palúdicos, tuberculosos– ocupan las barriadas lodosas –que
siguen hoy siendo las barricadas lodosas del “suburbio” guayaquileño–. Y no hallan
trabajo. La estiba62 de barcos –de ida o de llegada– está casi paralizada. No hay bar-
cos que lleven cacao, porque no hay cacao que llevar. Y no hay barcos que traigan
cosas del exterior, porque no hay dólares con que comprar esas cosas en el exterior…

EL 15 DE NOVIEMBRE
El 15 de noviembre de 1922 en Guayaquil es, hasta hoy, mis queridos compaisanos
de América Latina, la fecha más monstruosa en materia de luchas obreras, de luchas
intestinas, de todos nuestros países. Desde Río Bravo hasta la Tierra del Fuego…
¿No lo sabían ustedes? Pues no lo sabe casi nadie en los países “hermanos”, y cuando
uno lo cuenta no se lo quieren creer, no se lo creen… ya lo hemos dicho: desde 1915
comienza la tragedia, cuando los primeros brotes de monilla que hicieron disminuir
las cosechas de cacao. El pobrerío campesino se derramó incontenible hacia la ciu-
dad caliente, donde se podría conseguir un plato de cocolón, un poco de majado de
verde, hasta una agua de canela por hacer un mandado, limpiar una vivienda, botar
la porquería de casas, más allacitio, en el fangal podrido.
Ya por el año 20, las “nuevas ideas”, esas malditas ideas venidas desde la Rusia
bolchevique, comenzaron a manifestar políticamente la ya infestada ciudad. Pala-
bras desconocidas: sindicatos, cooperativas, huelgas llegaban más que a las cabezas,

62 Estiba: cargar, descargar y distribuir ordenadamente las mercancías de los barcos.

157
a las barrigas hambrientas de las gentes. Abogados aprovechadores, estudiantes “leí-
dos”, hablaban de cosas que dizque eran maravillosas: justicia social, revolución,
trabajo y comida para todos… y al mismo tiempo, las cosas más caras, el trabajo
más difícil. Y si esto fuera poco, brotes de peste bubónica, que afectaba necesaria-
mente, a los barrios más pobre y más sucios. Había sido organizada recientemente la
Confederación Obrera del Guayas, primea Central Sindical en todo el país.
La cosa comenzó por los trabajadores ferroviarios del otro lado del río. Se pro-
pagó inmediatamente por toda la ciudad y los campos vecinos a Durán. Intelec-
tuales y abogados jóvenes arengaban a las multitudes en la plaza de las avenidas de
Guayaquil. Las autoridades, complacientes, apoyaban al parecer a los huelguistas,
que pedían la baja del costo de la vida y, cosa un poco rara, la baja de la cotización
del dólar. ¡El dólar es a dos sucres! Era el grito febril de los amotinados, que creían
que todas sus desgracias les venían del dólar… y si se equivocaban en la apreciación
inmediata de sus males, en cambios fue profética la voz del pueblo. ¡La voz del
pueblo es la voz de Dios! En realidad, a más de 50 años de distancia, y con todas las
comprobaciones de esclavitud, dominación y neocoloniaje, podemos decir ahora:
todos los males nos vienen del dólar.
Ese inmenso movimiento popular, toda la ciudad puede decirse, volcada en la
avenida 9 de octubre, fue abaleado sin misericordia por el ”heroico” ejército nacio-
nal, que, previamente, había clausurado todas las bocacalles, en una extensión de
más de 3 kilómetros. Cerca de 2.000 muertos –hombres, mujeres, niños– cayeron
heridos o muertos en la vía caliente, recién asfaltada por las fiestas del centenario
del 9 de octubre… las autoridades dedicaron toda la noche de la tragedia al acarreo
de los cadáveres y de los heridos graves, amontonados en camiones, para luego de-
positarlos en lanchas y canoas y arrojarlos a la mitad del río inmenso, tranquilote,
inocente… Joaquín Gallegos Lara, gran novelista y hombre bueno, heroicamente
bueno, pues como Mariátegui63, era inválido de medio cuerpo para abajo, narra esta
tragedia grotesca y salvaje, en su admirable novela: Las cruces sobre el agua64.
Muerto el cacao –que apenas se intenta explicar ahora, a más de 50 años de
la catástrofe– la costa ecuatoriana languideció. Y mientras buscaba otros sustitutos
para continuar en la vía lamentable de la monocultura, por lo menos dedicó lo poco
que le quedaba al país de posibilidades económicas a la obra del saneamiento, de la
extirpación de la peste, sobre todo la fiebre amarilla y la bubónica.

63 José Carlos Mariátegui: (Moquegua, 1894-1930). Periodista, literato, político, pensador,


ensayista y socialista peruano, es considerado como uno de los grandes teóricos del marxismo en América
Latina. Su obra más conocida en 7 ensayos de interpretación sobre la realidad peruana (1925). Carrión
le dedicó, a la muerte de Mariátegui, un artículo de homenaje en Mapa de América, Quito, Casa de la
Cultura Ecuatoriana, 1976 [1930], pp. 131-154.
64 Cfr. Joaquín Gallegos Lara, Las cruces sobre el agua, estudio introductorio de Miguel Donoso
Pareja, Quito, Libresa, Colección Antares, vol. 32, 1994 [1946].

158
El ferrocarril Guayaquil–Quito, máxima obra civilizadora y de integración
nacional realizada por Alfaro65, habilitó a las ciudades de la sierra y estimuló su
agricultura, pobre en posibilidades exportables, pero, por lo menos alimentadora
de hombres: papas, maíz, fréjoles, cebadas, algo de trigo y pastos para el fomento
de una ganadería incipiente. Los ricos por lo menos ya podían comer carne y tomar
leche… porque los pobres, los indios y de la sierra y los montuvios de la costa, se-
guían en la misma inacabable, como continúan hasta hoy.
Los ausentes, con la muerte del cacao, tuvieron que regresar a Europa. Familias
guayaquileñas –una que otra serrana– residieron en Europa durante la época de las
vacas gordas y, con los argentinos alimentados por la carne y la lana, los chilenos y
peruanos alimentados del guano y los metales, los colombianos y venezolanos, sos-
tenidos por el recién sembrado café y el más recién anunciado petróleo, formaban
en Europa la caudalosa población de los metéques que durante la guerra, para hacer-
se perdonar sus pecados, formaron hospitales de sangre para los heridos de la guerra
del 14 al 18, sin abandonar del todo la crapulosa y desgarbada vida de nouveaux
riches66, que se desarrollaba en prostíbulos, antesalas de cocottes y en cafés de poetas,
en los que –los intelectuales y los otros– se dedicaban a los paraísos artificiales, que
luego Gómez Carrillo usaba para deslumbrar a los jóvenes incomprendidos de las
plazas provincianas de lo que comenzó entonces a llamarse –creo que fue Carlos
Octavio Bunge67 el culpable– “nuestra América”.
Los metéques regresaron a sus provincias de América Latina, desplatados, ca-
bizbajos. Pero los ecuatorianos –que aún en las épocas doradas solo representaron
papeles modestos segundones– regresaron a declararse “incomprendidos”, cuando
les había dado por lo de escritores o poetas; o a buscar, en la política principalmente,
un sustitutivo inmediato al cacao fallecido. Y entonces, este país se convirtió, en
los estratos altos y medios, en una inmensa burocracia, en una tribu feroz de “ca-
zadores de empleos”, como los antepasados indios habían sido cazadores de pobres
bestezuelas de nuestra denigrada fauna autóctona… pero éste es un asunto que lo
comentaremos en otro lugar.

65 General Eloy Alfaro (Montecristi, 1842-Quito, 1912). Militar y político ecuatoriano; Presi-
dente del Ecuador entre 1897-1901 y 1906-1911. Líder de la Revolución Liberal de 1895. Fue asesinado
en 1912 antes de un nuevo golpe de Estado. Su cuerpo fue mutilado, arrastrado por las calles y finalmen-
te incinerado en la denominada “Hoguera Bárbara” en el parque “El Ejido” de la cuidad de Quito. Sobre
este episodio cfr. Alfredo Pareja Diezcanseco, La hoguera bárbara, Quito, Campaña nacional por el libro
y la lectura, 2003 [1944].
66 Nuevos ricos.
67 Carlos Octavio Bunge: (Buenos Aires. 1875-1918). Desarrolló una acción intelectual muy
destacada en Argentina, la cual llegó a extenderse a Iberoamérica. Su principal obra es Nuestra América y
principios de psicología individual y social (1903).

159
EL INTERTRÓPICO
Esta zona intermedia, que no aceptan las geografías oficiales, entre los 500 y 1.500
metros sobre el nivel del mar, abre un interrogante histórico no examinado por los
economistas, los sociólogos, los historiadores. Pues bien: los españoles en su larga
era de colonización de más de 300 años se fijaron bien en el litoral, de fácil acceso
y aprovechamiento, sobre todo en el trabajo de astilleros, construcción de barcos,
puertos de cabotaje y ciudades y villas aledañas; por la inmejorable y, al parecer in-
agotable cantidad de maderas de toda clase para esas construcciones. Comenzando
por el palo de balsa, liviano como el corcho pero de gran consistencia, variedades
no conocidas de caoba y roble, hasta esa maravilla del guayacán: como árbol la más
bella catedral vegetal imaginada por el hombre con su estatura gigantesca –acaso
superior al ahuehuete de los mexicanos o al ficus, quizás traído de la India.
O bien avanzaron hasta el altiplano –llamado oficialmente región interandi-
na– compuesto, lo hemos dicho, de pequeños valles cercados por altas montañas,
muchas de ellas permanentemente nevadas; y cuyo acceso era una hazaña ciclópea,
pues había que sobremontar más de 300 kilómetros por escarpaduras casi inac-
cesibles, que recientemente se están dominando por la carretera y el ferrocarril.
Por caminos apenas señalados en la selva tropical, primero y luego precipicios, casi
siempre dominados por torrenteras que, en ciertas épocas del año, entonces como
ahora detenían a estos nuevos descubridores, anhelosos, probablemente de llegar
a tierras de indios, en donde hallar el tan deseado y prometido oro de los incas…
La conquista de las alturas, desdeñando las zonas intermedias –sin desdeñar las
zonas litorales– es un problema no resuelto.
Acaso. Digo yo, abajo los retenía el mar, que limpiaba los ojos y ofrecía fáciles
perspectivas de pesca. Acaso también las leyendas sobre la riqueza de los huancavil-
cas, de los atacames, que se está realmente comprobando en las investigaciones de la
cultura de Valdivia o en la de la Tolita.
Y entonces cuando cerca del mar, no hallaban el oro a paladas que se habían
prometido, unos se establecían tranquilamente a talar los bosques para la construc-
ción de barcos. Además, la invitación del trópico absoluto, con su feracidad inago-
table y con su riqueza pesquera, podía ser retenedora…
En donde nunca se quedaron fue en el intertrópico. Esta faja de tierra que va
desde la frontera de Colombia hasta la del Perú, con una anchura que oscila entre
los 200 kilómetros en la parte más estrecha, y que, en altitud, va desde los 500
hasta los 1.500 metros, como ya lo hemos dicho. Con un clima obviamente más
temperado que el del trópico absoluto a nivel del mar, y menos frío o nada frío, por
comparación al altiplano, que en ciertas provincias –Carchi, Chimborazo– llega a
temperaturas que se acercan a 0 grados…

160
El apresuramiento, la voracidad del conquistador español en esta zona –no
del español como hombre o como nacionalidad, sino como aventurero– reclamaba
botines y hallazgos fáciles y rápidos. Si el descubrimiento, como lo afirma Martínez
Estrada “había nacido de un error”, y luego continúa, “el ideal del recién llegado
no era colonizar no poblar”, en el gran libro Radiografía de la Pampa; esto explica-
ría acaso el salto dado por sobre el intertrópico para llegar a las alturas de la zona
interandina, del altiplano propiamente dicho, donde la leyenda afirmaba que se
encontraban los indios, propietarios acaso del “tesoro de Atahualpa”.
Sin embargo, estas afirmaciones de Martínez Estrada, valederas para la pampa,
acaso no tienen comprobación posible al tratarse de esta región, hoy convertida en
República del Ecuador, por las pequeñitas ambiciones de los libertadores pretoria-
nos que –con la excepción limpia de Sucre68– nos tocaron… Esos Flores, esos Mon-
túfares… por una gran razón: los españoles de Quito, aprovechando la habilidad
manual portentosa de los indios, realizaron los prodigios insuperables de las iglesias,
claustros y conventos sin rival en toda la extensión de América latina, y de los que
nos ocuparemos en su lugar y tiempo.
Me quedo, pues, con una pregunta sin respuesta convincente: ¿por qué los
españoles se saltaron, ignoraron esta faja territorial comprendida entre los 500 y los
1.500 metros y que recientemente –apenas 40 años– gracias a las carreteras y cami-
nos transitables entre la sierra y la costa, se está descubriendo y comprobando que,
para la agricultura, para la fuerza hidráulica, para los bosques de maderas preciosas,
es lo mejor que tiene, en realidad el Ecuador?
Porque el Ecuador –dejemos a un lado la patriotería, enemiga mortal del
patriotismo– no había creado durante la época “de lo que llamamos República”
–1830-1970– poblaciones importantes. Y, hasta las llamadas “ciudades grandes”,
quito y Guayaquil, apenas aumentaban su población, mientras sus hermanas
gemelas, Lima, caracas, Bogotá, eran ya los que pomposamente se dice, “urbes
millonarias”, con la voz solemne y el pecho empinado de sus moradores.
En efecto, y refiriéndome concretamente a Colombia, por allá, por la década
de los treinta, se celebró el cincuentenario de una ciudad del centro, llamada Pereira
que, además de cumplir sus cincuenta primaveras, había también sobrepasado los
100.000 habitantes… El número central y exclusivo de las fiestas cincuentenarias,
para diplomáticos y personalidades invitadas, ,era la presentación del fundador de
la ciudad, el mismísimo y muy respetable señor Pereira, que emocionalmente con-
taba cómo, hacía cincuenta años justos, él había llegado por allí –la actual plaza de
Honor de la progresista ciudad– y había plantado “unas cuatro moticas de cafés”…

68 Antonio José de Sucre y Alcalá, el “Gran Mariscal de Ayacucho”: (Cumaná, Venezuela,


1795-Montaña de Berruecos La Unión, Nariño, Colombia, 1830). Político, estadista y militar venezo-
lano, prócer de la independencia así como Presidente de Bolivia y Gobernador de Perú. General en Jefe
del Ejército de la Gran Colombia y Comandante del Ejército del Sur. Es considerado como uno de los
militares más completos entre los próceres de la independencia sudamericana.

161
En el Ecuador, no. A los pueblos de la sierra, en especial, se puede aplicar
aquello de la novela Casas muertas de Miguel Otero Silva… las gentes se han ido.
Las casas están muertas. Y en los campos y poblados, solamente han quedado los
abuelos y los nietos…
Pero, de pronto, es “hallado” el intertrópico. Hay que hacer caminos para ir
de Guayaquil a quito. De esmeraldas a Quito. De Manabí a Quito. En suma, de
la costa a la sierra. Y en el destroce de montañas, para hacer las “picas” que han de
convertirse en caminos, se ha encontrado esta zona intermedia, poderosa de vegeta-
ción, con ríos que están aún en la infantil insolencia de torrentes, y que sirven para
producir energía eléctrica, para fecundar campos, para que las pobres gentes de la
cultura, muertas de frío, de curas y latifundistas, se fungen allá, para sembrar yuca,
banano, que son cosas que se producen antes del año de sembradas y son alimentos
de consumo directo que va de la planta a la boca de los pobres indios. Y también
para que los pobres montuvios de la costa, enfermos de paludismo, tuberculosis y
parasitarias, suban un poco en busca de mejor aire y de mejor comida.
Allá, en la zona descubierta, no hay quien trabaje, allá no hay –no había–
feudalismo y feudatarios. Allí las tierras, mediante ligeras formalidades llamadas
denuncias, podían hacer propietarios a los infelices huasipungueros, a los muertos de
hambre –así muertos de hambre– de la sierra.
Y allá fueron llegando. Como peones de caminos primero. Y luego, con el co-
nocimiento de las tierras invitadoras y fértiles, se fueron quedando, bañando en los
esteros, estableciendo, “asentando”.

EL CASO DE SANTO DOMINGO DE LOS COLORADOS


Santo Domingo de los Colorados69, todavía a la altura de los años cuarenta, era una
población miserable de unas pocas casas pajizas en las que habitaban gentes que,
por aventura o malaventura, habían llegado hasta allí, y no habían podido ni tenido
fuerzas para salir: 130 kilómetros de despeñaderos y barrizales hasta Quito; 200
kilómetros por entre selvas apenas desbrozadas hasta Esmeraldas; 400 kilómetros
por trochas apenas señaladas hasta Guayaquil.
Hoy, para que el cuento no se haga más largo, es una población de más de
50.000 gentes en el recinto urbano y de más de 100.000 en las proximidades ru-
rales. Tiene todos los servicios urbanos: agua, luz y fuerza eléctrica, teléfonos, emi-
soras de radio, por lo menos tres hoteles de muy buena clase, balnearios bien esta-
blecidos. Una industria naciente –muy pequeña como en todo el Ecuador– y una
actividad comercial superior a la de la mayor parte de las capitales de provincia70.

69 Hoy Santo Domingo de los Tsatchilas, elevada a provincia según acuerdo legislativo del 6 de
noviembre de 2007.
70 Estos datos corresponden a año en que Carrión publica esta ensayo por primera vez, 1977.

162
Cosa igual ocurre con Quevedo. Hasta hace poco, pintoresco pueblecito de la
provincia de Los Ríos, de muy lento crecimiento urbano, igual que Santo Domingo
de los Colorados. Hoy ha prosperado en forma violenta, convirtiéndose en una
ciudad de apreciable consideración.
Esta nueva zona de intertrópico, nada nos dice todavía o muy poco para incor-
porarla a un intento de interpretación de lo ecuatoriano. Pero en cambio, nos dice
mucho –el caso de santo Domingo en especial. Sobre una posibilidad de integra-
ción nacional hasta hoy no conseguida.
Dos casos, originados en eventos catastróficos, nos han dado esta lección:
Por efectos de una sequía prolongada y de un terremoto ocurrido durante la
sequía, de la provincia de Loja, meridional y fronteriza con el Perú, se trasladó a la
nueva Jauja, Santo Domingo, una población de millares de personas. Una verdadera
diáspora en que un pueblo azotado por la naturaleza va a otro lugar en busca de la
salvación. Hay quien habla de 20.000 personas. Provistas de todos sus pequeños
haberes y, sobre todo de su fuerza de trabajo. Allí se han establecido y dominan
gran parte del comercio urbano y han extendido las zonas utilizables para la obra
agrícola: la ganadería de carne principalmente y las grandes plantaciones de palma
africana y otras oleaginosas.
El otro caso impresionante es el ocurrido con la vecina provincia litoral de Ma-
nabí, terriblemente muy extensa y densamente poblada, por una causa igual –la
sequía– se produjo casi en la misma época, otro éxodo masivo de gentes hambrientas
de las orillas del mar resueltas a adquirir terrenos cultivables y habitables a cómo de
lugar. El éxodo manabita, lamentable y mísero, tuvo la virtud que no podía ser man-
tenido en los áridos arenales de la provincia costeña. Muchos de estos ganados, es-
queléticos y desnutridos, murieron en el camino antes de llegar a la tierra prometida.
Desde las demás provincias de la sierra, singularmente de la capital, Quito, en
forma creciente, se trasladan gentes sin trabajo, especialmente pequeños burócratas
que poco o nada saben de la agricultura, que han sido lanzados a la desocupación
por la dictadura de turno. Este personal, acaso el menos productivo, está creando
ya en la nueva ciudad, una zona de burocracia que lleva a la tierra virgen todos sus
defectos. Pero aún muchas personas cuyos contactos con la naturaleza habían sido
hasta entonces muy lejanos y escasos, se han convertido en la nueva ley del trabajo,
y puede decirse que todavía el mal de todos los países, la desocupación, no afecta a
estas zonas nuevas y prometedoras.
El Estado regula, según lo afirma, mediante leyes y decretos, la distribución de
la tierra nueva, baldía. Pero la furia especulativa está restableciendo un feudalismo
grotesco y hasta ridículo de nuevos ricos que por despojos, por compras en precios
irrisorios, han ido cosiendo, zurciendo las parcelas de 50 hectáreas, máximo de
extensión concedida por el gobierno, hasta reconstruir el latifundio. Con caracte-
rísticas imitadas de los gamonales de sierra y costa: puertas cerradas con cadenas,
provistas de porteros que solamente conceden el permiso de entrada para conocer,

163
a personas provistas de autorizaciones por los propietarios de la ciudad. Nada raro
es que actualmente a la orilla de las carreteras construidas por el Estado se haya re-
construido haciendas de 5.000 y 10.000 hectáreas… Todo, desde luego, permitido
y protegido por las famosas y cada cual más disparatadas leyes de Reforma Agraria,
como la de una Junta Militar que desgobernó al país del año 63 al 66. En esa famosa
ley se señalaban porciones cuantitativas en la sierra y en la costa y no se impedía que
con nombres supuestos o de familiares cercanos o lejanos se produzcan gigantescos
acaparamientos de tierras. El neolatifundismo protegido por la ley había nacido,
más nocivo y perjudicial que el latifundismo originado en las leyes españolas. Se co-
noce casos en los que a nombre de cinco o seis hermanos, sobrinos, hijos, esposas y
más familiares, se ha llegado a acaparar extensiones tan grandes, que hoy, solamente
hoy, se está tratando de ceder a inmigrantes principalmente extranjeros que, como
en el caso de los millonarios chilenos, huyen de su patria y la descapitalizan por odio
a su sistema de gobierno71.

HACIA LA UNIDAD NACIONAL


Es verdad eso que decíamos de una posible integración nacional, que tenga por base
y asiento esta cuarta zona: el intertrópico.
Del Carchi al macará, de esmeraldas a El Oro, de todos los confines de la pa-
tria, las gentes llegan por cualquiera de los motivos señalados, se enraízan en Santo
Domingo, y empiezan a tener plata, y empiezan a tener hijos, legítimos o no. Más
no que sí. Y entonces, hablan, “hablando se entienden”. El manaba se entiende con
el morlaco. El serrano con el esmeraldeño negro. El lojano con el pupo del Carchi.
Todos los del centro del país. Una especie de Torre de babel a la inversa: en vez de
la confusión de lenguas se consigue la fusión de acentos, de dialectos. Y lo que es
mejor, de características humanas y de inclinaciones. De habilidades, de comida,
de música…
Al cachullapi72 tristón de los serranos, lo sigue el amorfino73 montuvio, el pa-
sillo lojano, las tonadas cuencanas… y todo está dominado por la música inter-
74

71 Chile a partir de 1976 vivió bajo el terror de la dictadura militar de Augusto Pinochet.
72 Ritmo ecuatoriano asincopado, equivalente a la capishca, y cuyo significado es “pena que
lleva uno mismo”. Ritmo paralelo a las suites del siglo XVIII.
73 Son composiciones poéticas o canciones de origen popular; pertenecen a la tradición oral de
los pueblos en donde, a diferencia de las coplas, mezclan lo romántico y los sentimientos producidos por
el amor. El humor es parte esencial de esta típica forma de expresión de los pueblos costeños.
74 El pasillo lojano es muy refinado en los ámbitos literarios y en lo musical. Hay dos tipos: el
primero que está europeizado, más de salón, y hay otro que es popular y que utiliza muchas melodías
indígenas.

164
nacional de los bailables gringos de moda, los tangos argentinos, los corridos y los
huapangos mexicanos, que por un sucre pieza se tocan a voluntad del cliente en
las rocolas, esos aparatos infernales que se cargan con todas las músicas sensibleras,
fandangueras y contorsionales… Y como reina, en este final de siglo, la cumbia
colombiana…
El “encuentro” –que no el reencuentro, que se hizo palabreja de moda durante el
quinto velasquismo75– se produce allí entre gentes de todas las regiones del país. Y,
para que el puchero sea completo, también llegan y se quedan, casi siempre, gringos
norteamericanos, prófugos del servicio militar y los impuestos; europeos fugados de
las guerras: de la que acaban de pasar y de la que temen se repita en sus tierras maña-
na o pasado mañana. Los norteamericanos, que no han emprendido en forma direc-
ta la industria y el comercio en la sierra y en la costa aún cuando la casi totalidad del
capital industrial y aún agrícola del país sea de ellos –los norteamericanos, decimos,
han sido también abstraídos y retenidos en santo Domingo de los Colorados, sobre
todo en la plantación y procesamiento de la palma africana y otras oleaginosas–.
Hasta el momento son pocos, pero laboriosos y honestos. Hay holandeses, españo-
les, pocos franceses, algunos italianos y numerosos judíos árabes, en plantaciones de
palma, en ganadería y en industrias menores como la avicultura… Una importante
colonia japonesa se ha establecido para el cultivo de abacá y otras fibras orientales y,
naturalmente, algunos chinos han instalado sus restaurantes o chifas.
La especulación sobre la tierra se está desarrollando en forma inmisericorde.
Allí, donde hace treinta años la tierra carecía realmente de valor, y lo que se pagaba
era lo que ella estaba sembrando; la tierra, decimos, ha adquirido precios fabulosos.

LA URBANIZACIÓN DE LOS PADRES POBRES


Un grupo muy numeroso de gentes, a quienes de explotaba con alquileres subi-
dísimos, se organizó, hace muy poco tiempo, en forma clandestina, hábilmente
silenciosa y, en una sola noche, se trasladó a unos terrenos unidos a la población,
que ya dizque tenían dueño… Al día siguiente, como por arte de magia, amaneció
un poblado de más de trescientas tiendas, improvisadas en la noche con estacas de
caña de bambú, sábanas, cobijas, esteras y petates… con un gran letrero en rojo
sobre blanco, eso sí, que decía: Urbanización de los padres pobres.
El estupor fue general. Se pretendió, como en otras ocasiones, hacer intervenir
al Ejército y a la Policía. Pero, “los padres pobres”, con sus mujeres pobres y sus hijos
pobres, no permitieron el desalojo, y allí se quedaron. Y, como la cosa había sido

75 Quinto gobierno presidido por José María Velasco Ibarra (Quito, 1895-1979) que va de
1968 a 1972.

165
bastante bien planeada y proyectada, el jefe de los asaltantes, un capitán retirado y
cargado de hijos, un auténtico padre pobre, había diseñado previamente una plani-
ficación, un poco desordenada pero justiciera.
La venganza burguesa, que ocurrió a todos los arbitrios, se contentó con bau-
tizarlo con un nombre que creían sería un anatema76 y una condenación: El barrio
ruso. Y allí están, con sus casitas bien construidas, sus patios, sus jardines pequeñi-
tos, sus almacenes. Los héroes iniciales –¿por qué van a ser menos héroes que Cortés
y Pizarro?– han crecido y prosperado. Hoy, a los cuatro años, rectificadas las calles,
arreglada la plaza, construido el cine y el mejor mercado de la población, ya pasan
de 10.000.
Cosa parecida ha ocurrido con una población llamada El Empalme, dentro de
la misma zona del intertrópico, formada en torno de un campamento caminero, en
el arranque de la carretera que va hacia Guayaquil y con destino a Manta, en Ma-
nabí: era un verdadero y simple empalme, que no quiere decir otra cosa que unión
de carreteras.
El “Empalme” fueron, inicialmente, las mujeres “comideras” que bajo una tol-
da instalaban sus “comiderías” para venderlas a los trabajadores. Y fueron llegando,
y fueron llegando. Hoy, afirman, pasa de 12.000 pobladores y de más de 1.000
casas, arbitrariamente construidas en la tierra de nadie… Como premio, por el
nombre que los moradores le pusieron, Velasco Ibarra, el dictador de entonces,
elevó a este “empalme” a la categoría de cantón.
En realidad esta zona sin calores excesivos, temperada por la presencia, que des-
graciadamente se va alejando, de las montañas húmedas y verdes, y de una feracidad
asombrosa, que le da validez para toda clase de cultivos, y de gran calidad, constitu-
ye una posibilidad casi inesperada para la vida del hombre. Con ríos que bajan aún
torrencialmente de las altas montañas y que se van agigantando y al mismo tiempo
amansando al llegar a estas regiones con desniveles menos pronunciados… Esta
zona aún “sin hombres que la hay maleado” según dijera Vasconcelos. Pero que al
llegar pueden o bien servirse de ella razonablemente, a la estatura humana, o bien
dejándola contagiarse de las endemias generales.
Allí está la cosa. Las feas prácticas de este momento “occidental y cristiano de
la historia” con su “democracia representativa”, organizada por los amos colonialis-
tas, con su justicia prefabricada y hecha en bloques, están siendo trasladadas a esa
tierras vírgenes y limpias que, desgraciadamente también, ni siquiera tienen fieras
para defender.
Porque, en realidad la fauna nativa es muy escasa y pacífica. Ni leones, ni tigres,
ni panteras. No. Solamente animalitos huidizos, pero que, ignorantes de la exis-
tencia de la mala bestia humana, se dejan cazar muy fácilmente, con trampas, con

76 Maldición, reprobación o condena.

166
engaños. Lo que sí es más grave, aunque no abundante, es la pequeña serpiente, la
culebra, algunas como la equis rabo de hueso y la coral, peligrosamente venenosas.
Y en ciertas zonas –pero no en Santo Domingo o casi nada– las moscas y los
mosquitos.
Allí hay tierra para vivir y frutas para comer, de fácil sembradura y las mejores
de este mundo: el banano, la piña, la papaya, y todas las de las zonas cálidas. Pero ya
las leyes –esa cosa tremenda de las reformas agrarias made in USA– le están ponien-
do veneno a eso que estaba, hace veinte años apenas, invitador y claro.
Esta región de Santo Domingo de los Colorados ha sido desde tiempo inme-
morial habitada por una tribu indígena de extraordinaria apariencia, que es la que
da el nombre a la región: los colorados77. Indios pintarrajeados con líneas ondulantes
que en todas las civilizaciones históricas simbolizan a las olas del mar, con un tocado
originalísimo hecho del propio cabello recortado y endurecido con grasas vegetales
y con achiote. Y desnudos totalmente hombres y mujeres de medio cuerpo para
arriba y una ligera tela, tejida por ellos mismos, para envolver el torso. La arqueolo-
gía y menos aún la etnología han dicho su última palabra. No voy a entrar yo en una
disquisición en la que campean las más variadas opiniones. Lo que sí puedo afirmar,
con testimonios relativamente recientes y con la visión total de las cosas, es que esa
tribu está marchando aceleradamente a su extinción.
Mientras ciertos etnólogos conjeturan que la mayor parte de la costa ecuatoria-
na ha sido habitada por los colorados, otros sustentan que solamente la zona norte
ha sido dominio de estos raros aborígenes.
La extinción se produce día tras día: por su habilidad en la jardinería, por su
honradez comprobada, los colorados son seducidos por gentes de las dos grandes
ciudades ecuatorianas. Quito y Guayaquil. El factor es el alcoholismo al que se
los conduce con préstamos de dinero dirigidos a arrebatarles sus tierras. Porque
no siempre ha sido la invasión violenta –que también ha ocurrido y ocurre– sino
principalmente el halago del préstamo para la escopeta de cacería y de manera pri-
mordial para el licor que los conduce al embrutecimiento.
No hay una estadística precisa, respecto de la población colorada. Mientras a la
altura del año 1850, en que se hizo un censo de población no muy malo, se hablaba
de 5.000, las aspiraciones actuales, hechas a ojo de turista, no conceden un número
mayor de 140 familias. Y esto gracias a que los jefes colorados han adoptado la lu-
crativa y permitida profesión de brujos. Algunos de ellos con grandes anuncios en
las carreteras y hasta una especie de dispensarios o pequeños sanatorios en los que
aceptan clientes de la más alta posición económica, política y social.

77 Colorados, mención que deviene despectiva para referirse al pueblo tsachila que ha sabido
resistir, como otros pueblos ancestrales del país, a una serie de agresiones que los llamados procesos de
colonización y modernización, han puesto en peligro.

167
Un Embajador amigo mío, desesperado por una molestia que no se la pudieron
eliminar en Europa ni en Estados Unidos, resolvió internarse en una de esas clínicas,
en la que se sometió al tratamiento del herbolario o brujo. Los resultados fueron
muy satisfactorios.
Tengo confianza en que esta tierra nueva, esta zona del intertrópico –un poco
nueva aún para el abuso del hombre– se pueda realizar algo de lo que estamos
todos creyendo y haciendo creer que es “nuestra América”: zona virgen, inviolada,
la última esperanza del hombre. Un poco, nada más. Pero implacablemente será
condenada a cargar fardos históricos de los que no es responsable. Clichés prefa-
bricados, casi siempre nocivos: los unos, por un restallante optimismo que predica
que somos los más valientes, los más inteligentes, los mejores hombres de la tierra;
los otros desesperantes de pesimismo lloriqueante: somos desgraciados, somos po-
bres, todos nos perjudican, nos roban, nos mutilan. Somos tropicales, charlatanes,
ostentosos… Entre eses extremos se nos ha hecho vivir, se nos ha educado, se nos
ha enseñado a mal vivir.
Yo voy frecuentemente por esas tierras de intertrópico en donde se ha refugiado
el entusiasmo, las ganas de vivir, de hacer, de enriquecerse, de bañarse, de recibir
el sol. En donde hasta los pobres, que ansían la revolución, quieren hacerla con los
brazos, con los puños, con el grito. Y es allá donde renace la esperanza.

LA SIERRA
En la sierra, el panorama, influido por lo que ocurría en la costa, por las repercusio-
nes del comercio exterior disminuido era, como sigue siendo, distinto. El altiplano
es bello pero pobre. Sus mejores posibilidades están en la ganadería, el pastoreo,
pero esas actividades requieren inversiones cuantiosas, singularmente desde que se
ha puesto especial cuidado en el mejoramiento, en el ennoblecimiento del ganado de
leche. Y últimamente también el de carne.
Como en la costa, en la sierra, la agricultura, como es obvio, está en poder de
las gentes pudientes, de los adinerados, por herencia casi siempre, y, alguna que otra
vez, por trabajo.
En la escala social de las profesiones, a la que dedicaremos un capítulo especial,
la agricultura, tanto de la sierra como de la costa, ocupa la parte más alta de la pi-
rámide. Ser agricultor, y muy especialmente ganadero es casi un título de nobleza.
Buena y honradas gentes que han hecho su capitalito en un oficio, en una ar-
tesanía, sienten como un estigma de vergüenza, sobre todo cuando las niñas crecen
y se encuentran en estado de merecer, el que ellas sean hijas del sastre, del zapatero,
peor aún del albañil –la escala más baja de los oficios– y entonces abandonando esos

168
honrados medios de ganarse la vida, se compran –sacando dinero de los bancos a
intereses usurarios– una finquita carísima, un semental de raza con apellido inglés
y unas yaconas78 “media sangre”… El resultado, reiteradamente ocurrido, es el de-
sastre, la quiebra del novel agricultor, desconocedor absoluto de la actividad en que
se metía y que abandonando su oficio, su artesanía, ha querido escalar otros niveles
sociales por el camino deslumbrante de la agricultura.
(Para fundar la Casa de la Cultura Ecuatoriana, tuve en cuenta, como se dice
en la exposición de motivos, esta necesidad de da altura, a las artesanías, algo de los
mejor y más logrado de los productos humanos de esta tierra)79.
La sierra ecuatoriana, el altiplano entre las cordilleras, es de clima templado,
más bien frío. Sus productos cereales, las gramíneas, el forraje natural o el cultivado
para ganadería mayor o vacuna. El ganado menor, chivos y singularmente ovejas,
se lo ha cultivado en pequeñas porciones, y es el que, con mayor sentido popular
y democrático llega hasta las posibilidades del indio. En proporción mínima, casi
pudiera decirse doméstica se crían también cerdos y gallinas.
Existe ahora un movimiento, sobre todo, con personal y capital extranjero, para
crear en grande la industria avícola.
Es en la sierra donde se halla la capital de la República y varias capitales de
provincia de significativa importancia. La capital está en carrera acelerada hacia
el millón de habitantes, lo que significa una violenta migración interna, que trae
consigo el abandono del campo. Las ciudades provincianas, pocas sobrepasan los
500.000 habitantes. Estamos en 1976.
El altiplano, sobre todo en las zonas norte y central del país, es el dominio del
indio. Aproximadamente dos millones, o sea un tercio de la población nacional, está
constituido por el campesinado predominante indio del Ecuador.
La falta de un censo a que referimos nos obliga en todas estas apreciaciones
a proceder en forma aproximada. Pero la verdad es que nos interesan menos los
elementos étnicos o raciales, de los que tan sabiamente se ocupa el Dr. Santia-
na. Para nuestras elucubraciones nos interesa más el modo de vida, la actividad
–o la inactividad– de esos pobladores, su dieta alimenticia, su capacidad de
trabajo. En suma toda su expresión humana dentro del medio en el que vive,
es lo que nos da la medida más aproximada para nuestra calificación. El grado
de cultura, o de incultura y analfabetismo, la frecuentación escolar sobre todo
la miseria económica que trae consigo la depauperación biológica, la degenera-
ción física a la que llega.

78 Las yaconas, entre los incas, eran siervos que fueron esclavos dedicados a la ganadería, pesca,
alfarería y construcciones. Las yaconas eran sirvientes.
79 Cfr. Benjamín Carrión, Trece años de cultura. Agosto 1944-1957, Quito, Casa de la Cultura
Ecuatoriana, 1957.

169
LA TIERRA Y EL INDIO
Prendido a la tierra, más planta o vegetal que hombre, el indio ecuatoriano es una
acusación viviente, un urgente reclamo, una protesta permanente, dentro de la vida
nacional. En ella el indio es un peso muerto. Ni productor ni consumidor en la
medida en que puede y debe serlo un ser humano. En suma y por sobre todas las
consideraciones, el indio es un hombre.
Alimentador pintoresco de la literatura –novela y poesía– de las artes plásticas,
de los ritos religiosos, de la demagogia politiquera, de la legislación escrita pero no
cumplida…
Rasca la tierra, primero para el servicio de los latifundistas y en muy mínima
escala, para su magro y matador sustento. Bestia de brega, máquina no aceitada, el
indio –sobre todo en la sierra– es el problema, el gran problema de la nacionalidad.
Sobre el cual se declama en los Congresos, invade la novela, la pintura, la poesía,
hasta el teatro… y allí sigue, intocado, sin ninguna solución en perspectivas, al ser-
vicio de la trilogía asesina: la autoridad civil, el latifundista y el fraile. En otro mo-
mento de este estudio tocaremos más a fondo esta lacra que la hemos mencionado
al referirnos al sustentáculo físico, a la tierra, de la cual forma parte de manera casi
indistinguible e inseparable80.

LAS CIUDADES DE LA SIERRA


Estas ciudades, un poco cercadas por las altas montañas, tienen el cielo límpido,
las mañanas luminosas. En ellas hay que mirar hacia arriba, y, al despertar, es bello
el encuentro con las cumbres nevadas. Sin embargo, no es posible generalizar. Eso
de las cumbres nevadas puede decirse de las ciudades del norte y del centro, sobre
todo del centro. Riobamba, por ejemplo, ofrece al turista, al viajero, un verdadero
cerco de los nevados. Al sur la cosa cambia desde el cañar hasta Loja: los vallecitos
chiquitines con ríos que, cansados de ser torrentes se arremansan un poco, y forman
vegas para el cultivo de las frutas de climas templados y la caña de azúcar. Las gentes
sienten el imperativo de cantar –los azuayos por ejemplo, que son capaces de hacer
esdrújulas hasta las palabras de una sola sílaba–. Y, como para respaldar el canto
cotidiano los azuayos hacen versos, muchos, pero muchos versos. Y algunas ocasio-
nes, no muy frecuentes, esos versos son hechos por muy buenos poetas… la última
provincia, hacia el sur, el último rincón del mundo, Loja es mi tierra natal. Allí no hay
nevados –la cordillera se baja hasta un mínimum de 4.000 metros– allí no hay lagos,
y casi no hay valles. Ríos, eso sí. Los que dan origen a grandes ríos orientales como

80 Para profundizar lo que significado y cómo ha gravitado en nuestra historia el indio, vale
consultar el estudio de Pío Jaramillo Alvarado, El indio ecuatoriano, publicado originalmente en 1922.

170
el Zamora; y los que dan origen a grandes ríos occidentales, como el Catamayo…
Loja es realmente otra cosa: ni sierra ni costa. Aún cuando en una anterior división
territorial, llegaba hasta el mar y estaba integrada por lo mismo con territorios de
las tres grandes regiones del país: costa, sierra y oriente. Conserva su parentesco con
lo ecuatoriano, con sus vecindades con El Oro y el Azuay; y mantiene también su
afinidad con lo peruano a través del Río Macará que es la frontera –la condenada
frontera– que aproxima a las gentes.

LA REGIÓN ORIENTAL
De esto, muy poco se sabe. Todavía se mantiene, en buena parte, como para Co-
lombia y Chocó y el Darién, como para México Quintana Roo; como para el
Perú… Bueno la misma región oriental del Ecuador. Se sabe poco. Grandes ríos
que van implacablemente a caer en el gigante descomunal, el Amazonas, río éste
que se lo pelean varias naciones, entre ellas su descubridora auténtica, el Ecuador
actual, singularmente Quito. Tribus de nombres eufónicos: los jíbaros81, los záparos,
los shuaras, los aucas… la región oriental en plan de descubrimiento y colonización,
no ha podido aportar ninguna característica esencial al modo de ser ecuatoriano: ni
una palabra, ni un sonido, ni una anécdota. En la contemplación que nos estamos
planteando, la región oriental no tiene palabra sustancial que pronunciar82.
Ha sido, eso sí, la razón o, más bien dicho, el pretexto para las disensiones, las
diferencias y hasta los conatos de guerra con los países limítrofes.
En realidad ninguno de los países –algunos de ellos demasiado grandes como el
Brasil– tenía bases exploratorias para fundamentar sus derechos. Cada uno alegaba
cédulas reales de institución de virreinatos y audiencias desde lo tiempos de las coro-
nas española y portuguesa. Pero ni la una ni la otra –a pesar de ser países protectores
de expedicionarios y descubridores– habían realizado investigaciones que les dieran
un motivo, una razón para sus alegatos.
El inmenso Brasil, país que puede albergar fácilmente mil millones de pobla-
dores y que apenas llega a cien. El inmenso Brasil no se había ocupado sino de
aprovechar su inmensa costa, una de las más grandes que país alguno de la tierra
pueda detentar. Sin embargo en sus primeras épocas tuvo dificultades territoriales

81 El pueblo de los shuar, más conocido por el nombre de jíbaros (nombre dado por los espa-
ñoles) es originario del altiplano ecuatoriano, en las fuentes del Amazonas, al norte del río Marañón y
entre las cuencas del río Pastaza y el río Chinchipe. Si por algo son realmente conocidos y temidos, es
por la capacidad que tienen de reducir las cabezas de sus enemigos.
82 Esta es una observación que Carrión formula desde los que en ciertos sectores de la cultura
hegemónica y el poder se prensaba sobre el orienta. Hoy sabemos de la riqueza, que no solo en términos
naturales encierra la región, también está los cultural que emana de esos pueblos ancestrales cuya cultura
y mitos amplían el carácter plurinacional y heterogéneo de nuestro país.

171
con todos, hasta con Bolivia. Pero de la contienda amazónica frente a nosotros se se-
paró pronto. Nos hizo una propuesta genial por medio de uno de los estadistas más
grandes que haya producido América latina, el Barón de Río Blanco este político de
genio quiso cortar todas las dificultades amazónicas en provecho propio y, hay que
decirlo, habría sido probablemente en provecho de todos.
He aquí la esencia de la propuesta del Barón: un enorme camino que partiendo
de un puerto brasileño, probablemente Río de Janeiro, viviera hasta el océano Pa-
cífico entre el Ecuador y Colombia, probablemente al norte de Esmeraldas. Ese ca-
mino reconocido internacionalmente por todos, cortaba las pequeñas pretensiones
de agrandar terrenos del Perú, de Colombia a costa nuestra. Parece que en esa época
se dijo que el Brasil quería colonizarnos. Pero bien mirada la cuestión, es posible
sustentar ahora que una potencia latina de nuestra misma raza y de idioma ibero,
acaso nos habría libertado del colonialismo en que hemos caído todos, inclusive
el propio Brasil. Lo que no debemos olvidar es lo que un eminente diplomático
brasileño dijo en un Congreso ecuatoriano: “yo aprendí en la escuela que mi país
limitaba con Colombia, con el ecuador, con el Perú. Y solamente aquí he venido a
saber que ya no somos ecuatorianos y brasileños países limítrofes. Ese diplomático,
a pedido de quien se sintió perjudicado, fue destituido de su cargo, pero se quedó a
trabajar en el oriente ecuatoriano”.
La región oriental fue motivo de divergencias territoriales por el sur y por el
norte. Por el norte, por el amigo secular, Colombia: en el arreglo perdimos más de
doscientos mil kilómetros cuadrados. Por el sur con el Perú, que se consideraba
como nuestro enemigo, en un protocolo impuesto, en Río de Janeiro, perdimos
igualmente más de doscientos mil kilómetros cuadrados. Pero hoy todos andamos
juntos, regateándonos pequeñas cositas, a base del Pacto Andino suscrito en el Acuer-
do de Cartagena83.
La región oriental no es que alguien dijera, un mito. Parece ser que lo que ha
quedado de los arreglos con los vecinos no es de mala calidad. Parece ser también
que los ríos afluentes del Amazonas nos pueden dar abundante fuerza eléctrica.
Y hoy no solo que parece ser, sino que es. En la zona ecuatoriana en la cual se
declaró oficialmente por los mismos exploradores de hoy, que no había petróleo, a
los 25 años justos, se encuentra que sí hay petróleo. Y muchísimo petróleo. Ojala
todas las demás cosas que han sido declaradas inencontrables por los sabios del
colonialismo, se vayan encontrando para beneficio de ellos.
Hoy, en la región oriental y, por consiguiente –en todo el Ecuador, se vive la
era del petróleo, cuyos espejismos han producido, como ocurrió en Venezuela, por
igual razón, un verdadero desconcierto en todos los aspectos de la vida nacional.

83 El Pacto Andino, Acuerdo de Cartagena, hoy Comunidad Andina de Naciones (CAN) se


creó en 1969 con los siguientes países como miembros: Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y
Chile. Al respecto, cfr. Germánico Salgado P., El grupo andino de hoy: eslabón hacia la integración de Suda-
mérica, Quito, Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador/Corporación Editora Nacional, 1998.

172
Hay una verdadera mística del petróleo que tiene dos niveles: el de los explo-
tadores sabios, que conocen la forma científica y, más que todo experimentada,
todas las secuencias de tamaña industria; y la de los deslumbrados habitantes de la
respectiva región. Y sus deslumbrados gobernantes de turno.
Se ha llegado a decir que allí donde salta un pozo de petróleo, se ha colocado
una atracción para la guerra. Guerra que puede ser de tipo económico y llegar luego
a convertirse en un real conflicto bélico. Y guerra de esperanzas, de posibilidades
humanas, de costumbres y maneras de vida.
La humanidad vive varios aspectos, singularmente en el económico una vida
internacional. Poco o nada importan en país y sus pobladores. Poco o nada im-
portan los bienes o los males que a las zonas aledañas pueda traerles la explotación
del oro negro. Lo esencial se calcula en término y nivel de problema económico
mundial, y ya ni siquiera las grandes potencias están en capacidad de manejarlos
a guisa.
América latina ofrece dos ejemplos relacionados con el problema de cómo
los pueblos subdesarrollados, o en desarrollo, como nos dicen ahora caritativa-
mente, han hecho lo posible para defenderse de este colonialismo de significación
universal que conlleva la existencia de yacimientos hidrocarburíferos en un país
determinado.
El primer país es México. Todo el mundo en el gran pueblo azteca recuerda el
dístico del más querido de sus poetas:

El Niño Dios te escrituró un establo


Y los venenos de petróleo el diablo.

La independencia nacional mexicana se vio ampliamente amenazada por la


intromisión de las compañías extractoras de petróleo que, como es sabido, ya no
tienen nacionalidad.
Después de los grandes atracos territoriales, por las cuales México perdió algo
más de lo que es su territorio actual con una población que, en términos actuales
vale asimismo más que toda la población mexicana, pues se acerca a los 70 millones
de pobladores. Después del gran atraco territorial, decimos, en que fue arrebatado
México el estado de Texas, el más poderoso y rico de los Estados Unidos y los de
Arizona, Nuevo México y California, con ciudades como Los Ángeles que pasan de
los 5 millones de habitantes, y todas las demás, a las cuales no se atrevieron –porque
no podían– arrebatar el nombre español y siguen nombrándose: Los Ángeles, San
Francisco, San Antonio, San Diego, Sacramento, etc. Después de todo esto –otra
vez– se quedaron los poderes económicos norteamericanos con las riendas de Mé-
xico por medio del petróleo.

173
Ni la Reforma, con el gran Benito Juárez84, ni el Porfiriato85, que duró 32 años,
ni la revolución que iniciara el apóstol Francisco madero, y que hasta hoy dura
según dicen, había podido hacer gran cosa en este aspecto.
Con una grande y nobilísima excepción: la del General Lázaro Cárdenas86,
que guiado por economistas de la talla de Jesús Silva Herzog87, Narciso Bassols88,
se resolvió alzar la voz, la voz mexicana y decir ¡no! A las compañías explotadoras
adueñadas de la explotación petrolera del país.
Se hicieron en el propio México, las objeciones conocidas: vamos a perderlo
todo; nos van a declarar la guerra los Estados Unidos, no tenemos técnicos nacio-
nales preparados, no tenemos dinero suficiente para el manejo de una empresa tan
fabulosamente grande.
Se le hicieron objeciones desde fuera: el departamento de Estado previno al
General Cárdenas con las más duras amenazas: exigencia inmediata del pago al
contado de todas las inversiones realizadas, amenaza de suspensión de convenios
comerciales, amenaza de cobro inmediato de deudas contraídas. México, su gran
personero, el general Cárdenas, no se amedrentaron y la nacionalización del pe-
tróleo se hizo, constituyendo el hecho nacional más importante acaso después de
la proclamación de la independencia. Era en realidad, el grito de independencia
económica, que abría todos los caminos a la segunda independencia.
El otro caso es el venezolano.
Un pueblo agrícola, de rica agricultura, de zona predominantemente cálida:
café, cacao, banano, todos los productos que las tierras cálidas pueden ofrecer. Ve-

84 Benito Juárez: (San Pablo Guelatao, Oaxaca, 1806-Ciudad de México, 1872). Abogado,
político mexicano, de origen indígena zapoteca. Presidente de México en varias ocasiones (1858-1872).
Es fundamental su proyecto de consolidación del Estado nacional mexicano. Se le conoce como el “Be-
nemérito de las Américas”.
85 En la historia de México, se denomina porfiriato al periodo de 31 años durante el cual
gobernó el país al general Porfirio Díaz en forma intermitente desde 1876 (al término del gobierno de
Sebastián Lerdo de Tejada), con la pequeña interrupción del presidente Manuel González, quien gober-
nó de 1880 a 1884, hasta mayo de 1911, en que renunció a la presidencia por la fuerza de la revolución
Mexicana encabezada por Francisco I. Maderos y los hermanos Flores Magón. Fue un período de estabi-
lidad y mucho progreso económico, pero también con reservas desigualdades sociales (pobreza que aún
prevalece en la actualidad), que terminó con el inicio de la Revolución Mexicana de 1910.
86 Lázaro Cárdenas del Río: (Jiquilpán, Michoacán, 1895-Ciudad de México, 1970). Político
mexicano que durante muchos años en su tarea como revolucionario destacó su carácter reacio y poco
conformista. Presidente del Partido Nacional Revolucionario, dese 1930, accedió a la presidencia del gobierno
(1934-40), cargo desde el que reactivó la Reforma Agraria, creó industrias, nacionalizó las compañías ferroviarias
y petrolíferas, fomentó la educación y favoreció la integración del indio. Apoyó al gobierno republicano español
y acogió, tras la guerra civil, a un gran número de exiliados.
87 Jesús Silva Herzog: (México, 1892-1985). Economista, ensayista y catedrático universitario.
Fundador y director de la mítica revista cultural Cuadernos Americanos.
88 Narciso Bassols García: (Tenango del Valle, Estado de México, 1897- Ciudad de México,
1959). Abogado, político e ideólogo mexicano de la época posrevolucionaria, ocupó los cargos de Secre-
tario de Gobernación y Educación Pública, gran partidario del laicismo y la educación socialista.

174
nezuela llevaba una línea muy dura como acaso ningún otro país del continente; y
ofrecía el caso verdaderamente enigmático de que la patria que había dado todos
los grandes generales de la independencia: Bolívar, Sucre, Páez89, etc., tuvo más de
medio siglo de tiranías sin respiro hasta la primera elección democrática que se hizo
en la persona de Rómulo Gallegos90 hace muy pocos años.
La vida venezolana como nación independiente, se inició con aquel asunto
llamado cosiata, que fue en definitiva el plan del General Páez para separarse de la
Gran Colombia de Bolívar.
La cosiata es un caso de difícil explicación a la distancia, pero, haciendo el
esfuerzo mental de trasladarse a su época, se lo encuentra verdadera y fácilmente
explicable: Páez amaba como pocos a Bolívar, y no concebía que el más grande
hombre de Venezuela y seguramente de América, regalara a su tierra natal a una
posición secundaria, dándole el primer lugar en Nueva Granada, país que, según él,
el general Páez solamente había aportado la capacidad leguleya del general Francisco
de Paula Santander91. Acaso Páez le habría gustado que la nueva gran nación creada
por Bolívar se llamase la Gran Venezuela y no la Gran Colombia. Y como tal cosa
no ocurrió, ni nadie la hubo pensado, el invencible llanero resolvió separarse, no de
Bolívar quizás, sino del procerato neogranadino que se estaba fijando claramente en
Bogotá. La interpretación general, la aceptada por todos, es la de la ambición del
General Páez. Como fue seguida por la de Santander, por la de Flores, por la de la
Mar92, la historia ha preferido adoptar una tesis general: la ambición castrense de
los generales del Libertador, cuando éste declina, perdía popularidad y, finalmente,
no podía defenderse de los terribles males que lo aquejaban, el paludismo y la tu-
berculosis. Esta ambición lo explica todo. Y pone, en la cuna de cada uno de estos
pequeños países un militar, para que acune sus primeros días de pueblo de aprendi-
zaje de independencia política.

89 José Antonio Páez: (Curpa, pueblo perteneciente a la ciudad de Acarigua, estado de portu-
guesa, 1970-Nueva York, 1873). Militar y político venezolano, Presidente de la República en tres ocasio-
nes (1830-1835; 1839-1843; 1861-1863). Es uno de los más destacados próceres de la emancipación de
Venezuela y se lo considera entre los principales representantes del caudillismo americano. Fue uno de
los ideólogos de la consolidación del Estado de Venezuela.
90 Rómulo Gallegos: (Caracas, 1884-19699. Novelista y político venezolano. Fue electo
democráticamente Presidente de la República en 1947. Autor de importantes novelas en la tradición
literaria latinoamericana como La trepadora (1925), Doña Bárbara (1929), Cantaclaro (1934), Canaima
(1935) y Pobre negro (1937).
91 Francisco de Paula Santander: (Cúcuta, 1792-Bogotá, 1840). Estadista, político y prócer
de la independencia de Colombia. Es conocido como “El hombre de las leyes” y “El organizador de la
victoria”. Fue Vicepresidente de la Gran Colombia en el período de 1819-1826 (encargado del poder
ejecutivo) y presidente de Nueva Granada entre 1832 y 1837.
92 José Domingo de la Mar Cortázar: (Cuenca, 1778-San José de Costa Rica, 1830). Presiden-
te del Perú durante los años 1822 a 1823 y de 1827 a 1829, elegido por el Congreso. De la Mar Cortázar
fue un político y militar ecuatoriano considerado por la mayoría de historiadores y tratadistas como el
primer Presidente Constitucional del Perú.

175
La sucesión de dictaduras que siguieron a la primera del general Páez, no se cor-
ta hasta nuestros días en que se produce la primera elección constitucional, como
lo hemos dicho, en la persona del gran escritor y gran político, Rómulo Gallegos.
Se presentaron casos como el de los hermanos Monagas que, cuando terminó
el uno, le sucedió el otro en la presidencia. Cosa que en el tiempo actual ha sido
superada como el caso de verdadera barbarie ocurrido en Haití, donde al Presidente
vitalicio Monsieur Duvalier, le sucede su hijo el presidente vitalicio Monsieur Du-
valier93. O como en Nicaragua, donde tras la muerte del general Anastasio Somoza
–el que llamó a los norteamericanos para que asesinen al héroe del pueblo General
Augusto Sandino– quien heredó la presidencia a su padre, y se llama igualmente ge-
neral Anastasio Somoza. Con la sola diferencia que al primero el pueblo le llamaba
Tacho Somoza y al actual le llaman Tachito94.
Tuvo también Venezuela el caso bien curioso de otro Presidente, el General
Guzmán–Blanco95, que durante su período fijó su residencia en parís, desde donde,
como un Pashá hindú, gobernaba su lejana ínsula. Y luego el caso pintoresco de
Cipriano Castro96 es, ante todo, un personaje de cuento y de leyenda.
La era de los militares bárbaros, llega a su colmo con el gran salvaje general
Vicente Gómez97. Nace de una traición, pues aprovecha el viaje de su compadre
Cipriano castro, que le deja encargado el mando para robárselo. Y luego desarrolla
toda la gama de tiranía tropical, superando al Tirano Banderas de Valle Inclán y al
señor Presidente de Miguel Ángel Asturias. Gómez es el espadón, el militarte brutal
que, como la mayoría de los de su ralea, se pone frente a la cultura y lanza a los
calabozos de La Rotonda y al exilio por todas partes del mundo a lo mejor de la
inteligencia venezolana: cayeron Rufino Blanco Fombona, José Rafael Pocaterra98

93 François Duvalier: (Puerto Príncipe, Haití, 1907-1971). Conocido con el sobrenombre de


papa Doc. Presidente constitucional de su país a partir de 1957 y posteriormente, desde 1964 hasta su
muerte en 1971, dictador de Haití, en calidad de presidente vitalicio. Jean Claude Duvalier, hijo llamado
bebé Doc (Puerto príncipe, 1951). Presidente vitalicio y dictador de Haití entre 1971 a 1986, siendo el
jefe de estado más joven de la historia moderna, tomando el poder a los 19 años de edad.
94 Se refiere a quien para entonces gobernaba Nicaragua, Anastasio Somoza Debaley (1925-
1980). Presidente en 1967 y 1972, y entre 1974 y 1979. Como jefe de la Guardia Nacional, mantuvo el
poder efectivo durante el período intermedio. Fue el último miembro de la familia Somoza que ejerció
el poder, tras su padre y su hermano, una dinastía de dictadores que había comenzado en 1934.
95 Antonio Guzmán-Blanco: (Caracas-1829-París, 1899). Militar, estadista y político venezo-
lano, presidente en tres ocasiones 81870-1877, 1879-1884, 1886-1887).
96 José Cipriano Castro Ruiz: (Municipio Libertad, actual Estado Táchira, 1856-Santurce,
Puerto Rico, 1924). Militar y político venezolano. Jefe de Estado entre 1899 y 1908, primer Presidente
de facto tras el triunfo de una guerra civil, y desde 1901, como Presidente Constitucional.
97 Juan Vicente Gómez (1857-1935). Militar y político tachirense que gobernó de manera
dictatorial a Venezuela desde 1908 hasta su muerte en 1935.
98 José Rafael Pocaterra: (Valencia, Estado Carabobo, 1889- Montreal, Canadá-1955). Nove-
lista, ensayista, periodista y diplomático venezolano. Su obra más conocida, Memorias de un venezolano
de la decadencia, constituye una de las más severas críticas al régimen de Juan Vicente Gómez al que

176
y los más jóvenes como Rómulo Gallegos, Andrés Eloy Blanco99, Rómulo Betan-
court100 y los más jóvenes aún como Miguel Otero Silva, Mariano Picón Salas101 y
centenares de universitarios a los que sepultaba en los calabozos de todo el país o los
enviaba a la muerte en las regiones inhospitalarias de os llanos.
Acaso Gómez cierra el ciclo de los dictadores que, a su violencia, a su avidez de
tortura, unían la rapacidad, el entreguismo al extranjero, el abuso permanente, la
lujuria, la proliferación de familias y de hijos.
Tras el derrocamiento de Gómez vivieron –naturalmente– dos generales: López
Contreras102 y Medina Angarita103.
Es entonces cuando una movilización popular incontenible cuyo jefe era –y
es– el gran revolucionario de entonces Rómulo Betancourt, produce la caída, en
medio del fervor de toda la República, del último representante de los regímenes
castrenses que se habían sucedido en cien años desde el general Páez. El General
Medina Angarita no era el peor. Ni siquiera mereció el título de dictador. Pero era
un General. Y Venezuela estaba cansada de ellos.
Se abre una posibilidad democrática. Se convoca elecciones. Y en ellas, el me-
jor ciudadano, el mejor escritor, el mejor hombre, Rómulo Gallegos, es elegido
por inmensa mayoría presidente de los venezolanos. Naturalmente tuvo que contar
en su gabinete con personales castrenses. Uno de ellos, el preferido del Presidente
Gallegos, Delgado Chalbaoud, concurrió a Palacio, le dio un beso en la frente a su
padrino, y, exactamente como en la escena evangélica, ese fue el beso de la traición,
Volvió Venezuela a tener una corta temporada de desgracia. Los triunviros, co-
roneles los tres, se traicionaron entre sí y uno de ellos, Pérez Jiménez104, organizó el

enfrentó y combatió no solamente desde la escritura.


99 Andrés Eloy Blanco: (Cumaná, 1987-Ciudad de México, 1955). Abogado, escritor, humo-
rista, poeta y político venezolano.
100 Rómulo Betancourt: (Guatire, Miranda, 1908-Nueva York, 1981). Político, periodista,
escritor y orador venezolano. Presidente de Venezuela de forma provisional entre 1945 y 1948 y
constitucional entre 1959 y 1964.
101 Mariano Picón Salas. (Mérida, 1901-Caracas, 1965). Ensayista, crítico literario, biógrafo y
catedrático universitario venezolano. En 1954 recibió el Premio Nacional de Literatura. Autor de Las
nuevas corrientes de arte (1917), Formación y proceso de la literatura venezolana (1940), De la Conquista a
la Independencia: tres siglos de historia cultural latinoamericana (1944), Biografía de Francisco de Miranda
(1946), Dependencia e independencia en la historia hispanoamericana (1953), Biografía de Cipriano Castro
(1953).
102 Eleazar López Conteras: (Queniquea, Táchira, 1883-Caracas, 1973). Militar y político ve-
nezolano, Presidente de Venezuela entre 1935 y 1941. Sucedió en el gobierno a Juan Vicente Gómez
limitando el autoritarismo de su predecesor.
103 Isaías Medina Angarita: (San Cristóbal, 1897-Caracas, 1953). Político y militar venezolano.
Desempeñó los cargos de Ministro de Guerra y Marina entre 1936 y 1945. Fue un modernizador del
Estado, introduciendo audaces reformas que convirtieron a Venezuela en una República moderna y
plenamente integrada al siglo XX.
104 Marcos Pérez-Jiménez: (Michelena, Táchira, 1914-Alcobendas, cerca de Madrid, 2001).
Militar y político venezolano. Gobernó Venezuela como dictador entre 1952 y 1958.

177
asesinato de su colega Delgado Chalbaud. Y le dio un empleo en la Flota mercante
Grancolombiana al otro.
Ni el triunvirato, ni el dictador Pérez Jiménez ya solo, podían tolerar a la gente
de inteligencia y de virtud dentro de los límites de Venezuela. Todos los países de
América se llenaron de exiliados venezolanos. A mí me tocó entonces estar por
México y más de once mil desterrados de la patria de Bolívar hallaron trabajo y
asilo en la patria de Juárez. Allí estuvo Rómulo Gallegos, allí Andrés Eloy Blanco,
allí Rafael Montilla, el pintor Bracho105, Eduardo Barrios106 y los demás estudiantes
de todos los niveles, hombres y mujeres, periodistas. Murió allí Doña Teotiste, la
esposa de Rómulo Gallegos y el gran poeta Eloy Andrés Blanco, célebre por aquello
de píntame angelitos negros.
El dictador Pérez Jiménez vuelve a pretender la presidencia de Venezuela. Na-
turalmente con el apoyo de los magnates extranjeros del petróleo.
Cuando se lee la historia del petróleo en Venezuela se sorprende uno al com-
probar cómo en todas partes se repite lo mismo. Sigamos a Rómulo Betancourt.

En diciembre de 1909 suscribió el Ejecutivo con John Allen Tregellies, quien


actuaba en representación de The Venezuela Development Company Ltda., un
contrato para la exploración y explotación de la enorme área de territorio cubier-
ta por los Estados de Táchira, Trujillo, Mérida, Zulia, Lara, Falcón, Carabobo,
Yaracuy, Anzoátegui, Sucre, Monagas, Nueva España y Delta del Orinoco. Se
hacía excepción de las siguientes porciones territoriales: la península de paria, el
Municipio Pedernales e islas adyacentes del territorio delta Amacuro y del distrito
Benítez, del estado Sucre. Bajo las más liberales condiciones para el concesionario
fue suscrito este contrato. Se fijaban como impuestos un bolívar por hectárea de
terreno ocupado, 5% de Royalty, o regalía sobre el producto explorado, el 50% de
los derechos de importación pagados para entonces por el “Kerosene”, en cuanto
a los productos refinados. Se fijaba en 30años el plazo de duración del contrato y
se comprometía el concesionario a hacer un depósito en el Banco de Venezuela de
cien mil, bolívares en bonos de la deuda pública nacional, como garantía de los
precarios compromisos por aquél adquiridos.

Es preciso recordar que en aquella época se disputaba el dominio mundial del


petróleo la Royal Dutch Shell con la Estándar Oil Company. La primera, anglo
holandesa representada por el magnate Sir Henry Deterding y la otra de propiedad,
aparente por lo menos, de la poderosa familia norteamericana de los Rockefeller.

105 Gabriel Bracho: (Puertos de Altagracia, Estado Zulia, 1915-Caracas, 1995). Muralista for-
mado en la Escuela Mexicana. Estudió Artes Plásticas en Caracas, Chile, México, París y Nueva York.
Realizó numerosas exposiciones en Latinoamérica, Estados Unidos y Europa.
106 Eduardo Barrios: (Valparaíso, Chile, 1884-Santiago de Chile, 1963). Cuentista, dramaturgo
y novelista. Es muy conocida su novela El niño que enloqueció de amor (1915).

178
Eso determinaba una cierta lucha entre los dos monstros universales del petróleo,
que podía favoreces a los pequeños países poseedores de campos petrolíferos. Pero
posteriormente el panorama ha variado: el imperio mundial del petróleo se halla
unificado. Los nombres no importan. Según las simpatías o antipatías existentes en
los lugares productores, el nombre adoptado se inclina más hacia la una o la otra
solución. Se dice por ejemplo que la Estándar llegó tarde a Venezuela, dejando un
buen margen de aprovechamiento a la Shell. Como aquí en el ecuador: mientras
solo se explotaba comercialmente unos míseros pozos existentes en Santa Elena, se
la ha dejado a la Anglo Ecuadorian Oil Fields, aparentemente filial a la Shell. Pero,
como la fusión ya está hecha, el nombre no importa: en la zona oriental, por ejem-
plo, se han adoptado, además de los nombres ya conocidos, de Texaco y Gulf, los
pintorescos de Caimán, Amoco, y otros.

LA ERA DEL PETRÓLEO


Nos hallamos pues en la era del petróleo. La expectativa es grande107. La ingenuidad
popular espera a que lleguen por ese conducto chorros efectivos no del oro negro,
sino del oro de verdad, capaz de convertirse en el desarrollo, en progreso, en mejo-
ramiento de las condiciones de vida, en solución, en suma, de grandes problemas,
como el de la miseria indígena, el analfabetismo, la falta de comunicación entre los
pueblos, la falta de vivienda para las gentes.
Lo cuenta Rómulo Betancourt:
El Presidente Medina Angarita, contestando al interrogatorio de unos periodistas
norteamericanos en 1944 les dijo textualmente: “en Venezuela reina la felicidad”.
Lo cual fue hecho ratificar por unos ingenieros traídos por el gobierno de enton-
ces –sigue contando Betancourt– después de que echaron un vistazo muy a ligera
del país: Venezuela –afirmaron– marcha hoy día a la vanguardia, marcando como
en un barómetro la prosperidad económica del país. Sin embargo, por la opinión
del mismo Betancourt, Venezuela estaba convertida en una factoría petrolera.

Y es entonces, que surgió la frase, que hoy estamos imitando nosotros aquí en
el Ecuador: Hay que sembrar petróleo.
El pensamiento venezolano, como lo pude apreciar en las diferentes ocasiones
en las que he visitado ese país, se traduciría en realidad, en una descentralización
cabal, a nivel nacional de los beneficios que el petróleo puede producir.
Descentralización que lleve consigo una nueva producción, en los campos en los
cuales el país ha estado empeñado: agrícola, ganadero y de robustecimiento para me-
jor aprovecharlo. Del capital humano, para servicio del hombre en todos sus aspectos.

107 Alusión al proceso de exploración y explotación del “oro negro” que se iniciara en el oriente
ecuatoriano en el gobierno “revolucionario nacionalista” del general Guillermo Rodríguez Lara (1972-1976),

179
El ejemplo venezolano, sobretodo el adquirido durante la dictadura castrense
de Pérez Jiménez, estaba conduciendo a Venezuela, por la fuerza y el poder del pe-
tróleo, al más grande descalabro. Porque está comprobado que las dictaduras, son
esencialmente aparenciales, gustan vivir de lo teatral. Cuando pueden y deben hacer
un camino normal, carrozable, humano, de cien kilómetros para comunicar dos
regiones, prefieren hacer una autopista de cuatro vías aun cuando sea para ir a tomar
unos baños. Cuando debieran procurar la vivienda al alcance de las posibilidades
más humildes, para sacar al hombre, al niño sobre todo, de los horrores del tugurio,
de la más sórdida miseria, de la más total falta de higiene, prefieren hacer edificacio-
nes suntuarias en las ciudades principales, como ocurrió en el lamentable período
en que se preparaba la felizmente fracasada Conferencia Interamericana: palacios
legislativos, palacios judiciales, palacios para bancos, para el seguro social, etc.
A Venezuela le ocurrió que el petróleo concentró todos sus beneficios aparentes
en Caracas y acaso Maracaibo, en los balnearios cercanos a caracas, en las famosas
autopistas millonarias, en haber convertido a una lindísima ciudad como Caracas,
en una falsa Nueva York, en la que aun hablando es español nadie se entiende.
Sembrar el petróleo es fortalecer las fórmulas permanentes de la producción
nacional: la ganadería por ejemplo. Estamos llegando ya a absurdos tan grandes de
que en el ecuador falta la carne y la leche; faltan las lechugas y las frutas; en santo
Domingo de los Colorados, “la capital del banano del mundo”, no se puede conse-
guir un banano para ofrecerlo a un niño.
He de repetir hasta el cansancio el símbolo de la novel Casas muertas de Miguel
Otero Silva108. En la sierra ecuatoriana hallamos ya muchas casas muertas, porque
la falta de alimentos, la falta de trabajo obligan a sus moradores a la migración ha-
cia zonas más prometedoras. Pero van a Guayaquil, por ejemplo, y se encuentran
con el suburbio asesino, en que se vive en medio del fango y de las enfermedades
tropicales.
Mariano Picón salas, la más penetrable inteligencia de la Venezuela contempo-
ránea, llamó al petróleo “la sangre del diablo”109. Él, con su capacidad de sociólogo
y de poeta, comprendió que si a esta riqueza no se le dan sino dos destinos: el uno el
crecimiento brutal de las fortunas mundiales, y el otro, el crecimiento, igualmente
brutal de la vanidad de los gobernantes de turno, el petróleo es realmente “la sangre
del diablo”. Algo corrompido y corruptor. Algo que pudiendo hacer todos los bie-
nes tiene capacidad para hacer todos los males.

108 Cfr. El texto que sobre esta novela de Miguel Otero Silva escribió Carrión.
109 El doctor Juan Pablo Pérez Alonso, “Padre de la OPEP”, autoridad máxima de la materia,
acaba de publicar un libro con este título tremendo: Nos hundimos en el excremento del diablo, Caracas,
Editorial Monte Ávila, 1976 (nota del autor).

180
Pero no somos, ni en el diagnóstico ni en el pronóstico, pesimistas respecto
del petróleo. Solo pensamos que no se debe cometer la ceguera, la obnubilación de
todo un pueblo sumido en el atraso, con un señuelo deslumbrante, al que no se le
atribuyan ni fijación de metas ni programas de utilización convenientes.
La siembra del petróleo es en realidad una de las soluciones intermedias que con-
ducen al aprovechamiento de una riqueza más. No como les ha ocurrido a muchos
países, a un a la misma Venezuela de las primera épocas petrolíferas, del abandono
de sus codo de vivir tradicional, para solo pensar en el nuevo milagro.
Y este milagro tiene el peligro, ampliamente comprobado en todas las regiones
del mundo en donde se ha presentado, de ser generador de conflictos, de dificulta-
des nacionales e internacionales y, muchas veces, de guerras110.
En este mismo continente tenemos, además, de los casos mencionados en Mé-
xico y Venezuela, el verdaderamente trágico de las selvas del Chaco: una guerra
cruenta, que duró cuatro años trágicos entre dos países hermanos, fomentada por
los productores y vendedores de armas internacionales, cuyas causas eran las posibi-
lidades de aparición de hidrocarburos de esa rica zona mediterránea111. El imperia-
lismo norteamericano –y ése es un capítulo que ha sido escrito en todos los países
con sangre y con miseria– provoca estas contiendas para favorecer al pequeño país
cuyo gobierno estima puede ser más fácilmente dominable, al efecto de obtener
concesiones y ventajas.
Libros se han escrito sobre la tragedia permanente de todos los países que, en el
Asia Menor y, en general, en el llamado cercano oriente, han sido favorecidos con
la “sangre del diablo”. Una guerra permanente que todos la vivamos a distancia,
sustentada por las grandes potencias, mantiene en la pobreza y el atraso a países
cuya tradición de riqueza es inmemorial y que solamente ha llegado hasta nosotros

110 Sobre las implicaciones de la aparición y explotación de la “sangre del diablo” en el Ecuador,
cfr., Jaime Galarza Zavala, El festín del petróleo, Quito, Solitierra, 1970.
111 Guerra del Chaco: se libró desde 1932 hasta 1935 entre Bolivia y Paraguay por el control de
la región del Chaco Boreal; pese a su aridez y escasa población, el control de la misma motivó la contien-
da por el valor estratégico del río Paraguay, que la limita al oriente. El dominio del río abriría la puerta
al océano Atlántico al país que dispusiese de él, una ventaja crucial para los únicos dos países no costeros
de Sudamérica y una cuestión nacional para Bolivia, que había perdido el acceso al océano pacífico en la
llamada Guerra del pacífico de 1879. El descubrimiento de yacimientos petrolíferos en la pre cordillera
andina alimentaba además la hipótesis paraguaya, urgida de salir de su debacle económico y su debilidad
como estado, de que el Chaco fue la más grande y sangrienta que se libró en América durante el siglo XX.
Durante tres años, 250.000 soldados bolivianos y 150.000 paraguayos se enfrentaron en los cañadones
chaqueños. La malaria y otras enfermedades, al igual que la falta de agua diezmaron más los ejércitos que
las balas. Durante tres años Bolivia y Paraguay pelearon una guerra atroz en la que hubo gran cantidad
de bajas (55.000 bolivianos y 40.000 paraguayos). En lo económico la guerra fue un desastre para ambos
países. Años después se descubrió que no existían más yacimientos petrolíferos aparte de los que ya se
habían descubierto en la pre cordillera boliviana del Chaco.

181
en los cuentos de Las mil y una noches. Todos ellos, o la mayor parte, son fabulosa-
mente ricos en petróleo. Y ninguno de ellos, o casi ninguno, ha llegado a gozar de
los beneficios de la civilización112.
El optimismo debe fundarse en la posibilidad de aprovechamiento de esa nueva
riqueza. Efectivamente, con la expresión de sembrar el petróleo, se ha querido sig-
nificar que ese nuevo ingreso nacional debe ir nuevamente a la tierra y más aún al
hombre. Porque es la tierra trabajada por el hombre la única que puede en realidad
conducirnos a lo que en términos contemporáneos se llama el despegue. O sea la
salida del subdesarrollo113.

112 La noción de civilización hay que entenderla en Carrión no como negación de la riqueza
cultural de los pueblos de Medio oriente, sino como la posibilidad de que esos pueblos alcancen mejores
niveles de desarrollo y condiciones de vida.
113 Esta invocatoria de Carrión, durante los años setenta del siglo XX en que arrancó la explota-
ción a gran escala del petróleo en la región del oriente ecuatoriano, apuntaba a evitar lo que años después
terminaría por generar muchos problemas con el trabajo descontrolado de las transnacionales, sobre
todo a nivel del medio ambiente así como de las comunidades ancestrales que habitan la región. A esto
hay que sumar los violentos procesos migratorios internos que impulsaron el crecimiento veloz de urbes
como Quito y Guayaquil.

182
Centralismo y regionalismo 1830–1980
(1980)114
Ricardo Muñoz Chávez

El aire que se respira causa algún cambio en los espíritus


G. Mardy

El fenómeno del regionalismo, fundamentado en las diferentes situaciones y po-


siciones geográficas que llegan a ocupar los pueblos, ha sido desde la antigüedad
asunto de hondas preocupaciones por las derivaciones de orden social, político, cul-
tural, económico al que da lugar este distinto afincamiento en los diferentes sitios
del globo. Ya en la antigüedad, Hipócrates con su Tratado de “Los aires, aguas y lu-
gares”, ponía de manifiesto la trascendencia de la ubicación geográfica para conocer,
comprender y gobernar a los pueblos. Platón y Aristóteles dedican muchas páginas
de sus obras para conocer estos problemas. Montesquieu en su espíritu de las Leyes,
Michelet y Taine en sus orígenes de Francia, conceden importancia trascendental
al regionalismo como problema social y político. Pero los estudios antropogeográ-
ficos ocupan un lugar destacado en el quehacer cultural universal con los múltiples
trabajos, investigaciones y teorías expuestas por el alemán Federich Ratzel. Desde
luego, en este campo, no todo es acierto y seriedad. Existen muchas generaciones
apresuradas, interpretaciones en extremo arriesgadas, exageraciones y conclusiones
apriorísticas desprovistas de una base de sustentación científica y de investigaciones
técnicas y serias. Las exageraciones llegan hasta el famoso grito de Eugenio de Ors
de “Abajo la historia, viva la geografía”, para concluir que es la geografía el factor
determinante de los fenómenos sociales y políticos, de la calidad de los pueblos y
de los mismos individuos. Estas exageraciones y manifestaciones desorientadas han
llevado a políticos y estadistas a convertir tesis y principios de Geopolítica y Socio-
geografía, en instrumentos políticos de afirmación y propaganda y con los que se ha
pretendido justificar o explicar criminales excesos y abominables abusos como los
del hitlerismo, por ejemplo.
Siendo el fenómeno regionalista indiscutiblemente existente, tenemos que
reconocerlo y estudiarlo como una realidad insoslayable de alcance y validez uni-
versales.

114 Tomado de: Ricardo Muñoz Chávez (1933-2010), “Centralismo y regionalismo 1830-
1980”, en Política y Sociedad. Ecuador 1830-1980, Quito, Corporación Editora Nacional, 1980, pp.
185-191.

183
Nuestra patria no podría ser y estar ajena a este fenómeno y a sus estudios
y observaciones. Los más calificados exponentes de las investigaciones sociales y
los estudios de la realidad ecuatoriana, han tratado el asunto con mayor o menor
acierto, con más amplios o más limitados enfoques. Sin embargo, Luis Monsalve
Pozo afirma que no se ha dado respuesta al problema y cita únicamente al sobre-
saliente sociólogo Luis Bossano y su estudio sobre el Regionalismo, como la única
aproximación a una respuesta. Quizá lo acertado sería decir que en este campo hay
mucho que investigar, exponer y debatir, pero no que es un problema marginado
y soslayado.
¿Existe o no el Regionalismo en el Ecuador? Cualquier lector medianamente
informado de lo que pasa en la patria tiene que responder que sí existe, no se diga el
intelectual que estudia y medita los problemas de la misma. El regionalismo existe
con características muy marcadas y con poliédricos problemas y planteamientos.
Las diferencias de altura y clima, las costumbres y folklore, la producción y las for-
mas de trabajo; los índices y proyecciones culturales, señalan una marcada regionali-
zación en el país que tiene imponderables repercusiones en la manera de ser, pensar,
obrar y actuar de los habitantes de estas diferenciadas regiones. Las proyecciones
del regionalismo han sido distintas según los lugares de donde provengan: uno es el
regionalismo que se presenta en la costa y muy singular dentro de ello es el regiona-
lismo guayaquileño frente a la Sierra en general y particularmente frente a Quito,
diluyendo en su aspecto negativo, frente a Cuenca, por ejemplo, que es una región
con la que se completan. Poéticamente, el Dr. Carlos Arroyo de Río dijo: “Cuando
se escribe Guayaquil con el pensamiento se pronuncia Cuenca con los labios, y
cuando se pronuncia Cuenca con los labios, se escucha Guayaquil con el alma”.
Pero cabe en este momento preguntarse. ¿No es un anacronismo hablar, tratar
y pensar en regionalismos encontrándonos como nos encontramos al borde del
año 2000115? ¿No es una blasfemia o un sacrilegio a la civilización el hablar de re-
giones dentro de los Estados cuando hay crisis de los nacionalismos y se proclama
como imperativo de la humanidad la integración de continentes, el universalismo
y el ecumenismo para la solución de los problemas del mundo y sus integrantes
debiendo más bien considerarnos y comportarnos como ciudadanos de la tierra
toda? Lewis Munford en su obra La Cultura de las Ciudades nos da una respuesta
que la consideramos singularmente acertada: “El regionalismo, lejos de ser arcaico
y reaccionario, pertenece al futuro. Permite reconocer la región como configuración
básica de la vida humana al aceptar diversidades naturales y las influencias cultura-
les como unidad geográfica”. Es pues una posición de actualidad, es un problema
reciente con proyecciones al porvenir, siendo más bien su antípoda, el centralismo,
el que por sus defectos, injusticias, carencia de solidez, fricción con la realidad social

115 “dos mil”, en el original (nota del editor).

184
y humana, está entrando en las tinieblas del olvido cubierto de andrajos y miserias.
Efectivamente, los organismos internacionales, las exposiciones de los teóricos que
recomiendan y asesoran a estos organismos, desde el más alto Tribunal Internacio-
nal como es las Naciones Unidas, hasta incipientes organismos subregionales como
el FAR –Fondo Andino de Reservas– para conceder su aporte y asistencia demanda
y exige el reconocimiento de regiones como realidades que no pueden ser margina-
das y cuyos problemas deben ser atendidos y resueltos. Se condiciona la asistencia
internacional al reconocimiento del problema regional y a una manifestación de
voluntad de dar una solución positiva al mismo. Un imperativo ético de valor uni-
versal condena las agobiantes injusticias del centralismo.
Pero nos encontramos frente a una situación desconcertante. Hay una indefi-
nición sobre el regionalismo. No hay un concepto de validez universal, ni siquiera
regional. Para unos es un simple problema administrativo, para otros una ocasión
para explotar demagógicamente sentimientos afectivos poniendo en peligro la uni-
dad nacional. Para muchos es una fuerza negativa y antipatriótica que es preciso
eliminarla. Distingamos lo que es real y verdaderamente el regionalismo y no le
confundamos con posiciones menguadas y subalternas que nada tienen que ver
con él. Nada tiene ver con él, el ridículo provincialismo que no busca soluciones
al problema, sino que se manifiesta en vulgaridades y envidias, en preocuparse y
sentirse ofendido por un supuesto bienestar ajeno antes que por su propio malestar
y su propia desgracia, del que no busca solución a sus tragedias, sino se lamenta
y maldice porque a otros les atienden y consideran. Lejos del regionalismo está
el parroquialismo de quienes no ven más allá de sus limitadas fronteras y creen
que todos los problemas son los que se miden en su parroquia, y que los límites
del mundo comienzan y terminan en los límites parroquiales; menos muy menos
podemos confundir el regionalismo con el aldeanismo que palpita en la gente de
espíritu subalterno, de miopía de visión, de alma fracasada y acomplejada incapaz
de nada positivo. Gonzalo Cordero Crespo, a los portaestandartes de estas ridículas
posiciones les calificó admirablemente de “Águilas caudales que solo saben volar en
su gallinero”. El regionalismo no significa estrechez de miras, el regionalismo no
es un afán de rivalización con otros lugares y sectores, el regionalismo no atenta ni
menoscaba la fuerza unitaria y unificadora que debe tener la nación, sino más bien,
y por el contrario busca su fortalecimiento con lazos más fuertes y poniendo bases
más sólidas.
No podemos decir que el regionalismo constituya un programa de acción po-
lítica, una corriente ideológica, ni tampoco lo que nos dice, muy superficialmente,
Juan Carlos Mariátegui: “una vaga expresión de malestar o descontento”. Si tu-
viéramos que señalar sus notas características, diríamos que es un sentimiento de
dolor y de indignación, de rabia y de impotencia, un resentimiento colectivo de ver
el paisaje geográfico y humano en condiciones de deterioro y abandono. El regio-

185
nalismo es un sentimiento de amor entrañable al lugar donde se ha nacido que no
menoscaba el amor a la patria total, sino que mira con gratitud su preocupación,
su proyectarse y revertirse sobre ella en afán de servicio y engrandecimiento. El
regionalismo es una posición de lucha vigorosa sobre la estolidez centralista, sobre
el estatismo centralista que olvida su misión y función de servicio a la totalidad
de la patria, para convertirse en pesada maquinaria burocrática, exancionadora de
tributos, la gran bestia del Estado que oprime y no deja prosperar a quienes anhelan
superarse y produce con su desatención el crecimiento hipertrofiado de sectores que
tarde o temprano se ven imposibilitados de ofrecer las atenciones mínimas e indis-
pensables a sus habitantes. Contra el centralismo que genera un éxodo doloroso que
significa el desraicamiento indispensable porque en el pobre lar no se le ofrece ni lo
indispensable para subsistir.
En este sentido de coraje y de protesta, en este sentido de reclamo a una bu-
rocracia insensible e inepta es que se ha forjado en Cuenca un sano, un positivo,
un vigoroso sentimiento regionalista. Con honda conciencia de los derechos que
a la región le asisten, con profundo conocimiento de los altos valores morales e
intelectuales que a través de la historia Cuenca ha ofrecido a la patria, con un cabal
sentimiento de ecuatorianidad, con un orgullo íntimo e inarrancable de ser ecua-
torianos, dispuestos siempre a ofrendar hasta la vida por defender los fueros del
Ecuador, no renuncia ni renunciará a reclamar lo que en justicia le corresponde.
Condena con todo el vigor de su ser el centralismo, porque él trae la invertebración
de la patria, provoca su desarticulación y permite que nazcan malsanos signos de
descontento y de ofensa. El regionalismo afirmación patriótica, que nada tiene que
ver con sentimientos separatistas ni subversivos.
Con cuánta verdad y acierto afirma Jacinto Jijón y Caamaño, profundo co-
nocedor del alma de la patria y estudioso responsable de sus problemas, que “el
patriotismo no está reñido con el cariño al pueblo nativo; por el contrario, en este
efecto como en el amor a la familia, encuentra su más sólido fundamento. Se quiere
a la patria por ser el gran hogar común de los ciudadanos, cuya honra suya es, cuya
prosperidad es la de todos, cuyas desdichas a todos afligen (...). Cuanto más intenso
sea el afecto bien entendido a las localidades (que el tal no engendra enemistad
hacia las otras, sino sana rivalidad; menos aún odio al conjunto, tanto más robusto
será el espíritu nacional”.
La limitación de este ensayo nos impide señalar manifestaciones de regionalis-
mo de otros sectores de la patria, fundamentalmente el que con mucha bravura, que
ha puesto al borde de correr malos caminos, que existe entre Quito y Guayaquil.
Las exasperaciones en estos sectores han llegado a tener peligrosos matices desin-
tegradores y los culpables son los insensibles burócratas que no comprenden a la
patria en la plenitud de su valor e integridad. No necesariamente son los quiteños

186
los que actúan en esta forma, pues, esto en más de una vez se debe a actitudes anti-
patrióticas que se las disfraza de patriotismo.
Cerramos este brevísimo estudio, diremos más bien, este puñado de reflexiones,
con pocas palabras al regionalismo más puro y justificado que existe en el país y que
tiene su origen en el patriotismo y el talento de los lojanos, centinelas leales de la
integridad de la patria, el último rincón del mundo como dijera Benjamín Carrión.
Loja ha estado sujeta a doble dependencia, a doble tutelaje, el de Cuenca y el de la
capital. En innumerables organismos se ha sujetado a Loja el control de organismos
cuencanos, que a su vez eran dependientes absolutos de organismos capitalinos; se
ofendía a Loja y se creaba un serio malestar de inquina, rencor y sentimiento entre
dos sectores de la patria que, por esta torpeza administrativa, no podían cultivar sus
sentimientos de fraternidad. Ningún lugar como Loja para haber sufrido el abando-
no del centralismo. Con frase dramática y patética quiso un gran ecuatoriano, Pío
Jaramillo Alvarado, demostrar hasta qué grado de criminalidad llega el abandono
centralista a tan respetable sector de la patria, “cuando los lojanos quieren bautizar
a sus hijos, dijo el Doctor en ecuatorianidades, deben recurrir a comprar sal en
Perú”. Y cuando un presidente ecuatoriano visitaba Loja, hubo una expresión que
es manifestación de verdad y rebeldía. Se dijo esta dura, esta tremenda verdad: “Loja
está situada entre dos enemigos: el uno que la codicia y el otro que la abandona...”

187
Centralización y descentralización
(1980)116

Manuel Córdova Galarza

Larga y apasionada ha sido la discusión de este tema a lo largo de la vida ecuatoria-


na, y en distintos momentos del desenvolvimiento político de la nación...
No pocos centros apartados de la capital de la República han demandado acalo-
radamente el establecimiento del sistema de descentralización en la administración
pública, mientras algunas provincias y los moradores de la capital han sostenido la
necesidad de la centralización.
A veces esta lucha ha adquirido caracteres apasionados, y se han vertido afirma-
ciones de tono fuerte y elevado en defensa de ambas tesis.
En mi concepto ha faltado precisar los términos para un estudio sereno, justo
y razonable del problema.
Sería conveniente, en primer lugar, definir de qué centralización se ha tratado
en esta disputa largamente sostenida en el país.
Solo al precisar términos y hacer definiciones oportunas se puede encauzar la
discusión en condiciones apropiadas y dar soluciones que logren el objetivo que se
proponen los pueblos al sostener, cada uno desde su punto de vista, la necesidad de
centralizar la vida administrativa o descentralizarla.
Yo me permito analizar este tema, comenzando por sostener que en verdad, de-
bería sostenerse una centralización ponderada, justa y encaminada al bien común,
respecto de ciertos aspectos de la vida administrativa, junto a una descentralización
razonable, que dé agilidad a la administración; que resuelva con oportunidad varios
problemas y acerque más a los ciudadanos al logro de sus aspiraciones y a las pres-
taciones que reclaman en uso de derechos legítimos.
Aclaremos estos conceptos.
Hay cuestiones que deben estar centralizadas para el acierto de la vida admi-
nistrativa, para que exista unidad en la marcha de la nación al unificar programas,
medios de acción gubernativa, distribución de beneficios nacionales, unidad en la
fijación de tributos, etc.; al no centralizarse estos aspectos de la vida nacional, se
correría el peligro de producir lamentables duplicaciones, anarquía en los proce-
dimientos y otros resultados desfavorables para la marcha armónica de la nación.

116 Tomado de: Manuel Córdova Galarza (1933-1980), “Centralización y descentralización”,


en Política y Sociedad. Ecuador 1830-1980, Quito, Corporación Editora Nacional, 1980, pp. 195-199.

189
A este criterio obedece, por ejemplo, la centralización de la Función Legislativa,
que integrada por representación de todos los sectores de la patria, unifica su acción
legislativa, así como armoniza el poder fiscalizador que corresponde al Parlamento.
Centralizado debe mantenerse el más alto Tribunal de Justicia cuya jurispruden-
cia, con su carácter nacional, sirve de guía a tribunales y juzgados en todo el país.
Es justo que se mantenga centralizado todo lo referente a los problemas del
manejo de la moneda nacional, las emisiones monetarias, por ejemplo, etc.
No puede por menos que mantenerse centralizado el sistema fiscalizador del
manejo de las rentas e inversiones públicas, mediante la Contraloría del Estado.
Los altos mandos de las Fuerzas Armadas, inmediatamente dependientes de
la Función Ejecutiva, deben mantenerse centralizados; y así, por este orden, todos
los organismos, que por su carácter de nacionales, deben estar en la capital de la
República, donde está el centro del gobierno y tiene que estar en el centro de la vida
administrativa con proyección nacional.
Esta clase de centralización tiene que ser establecida y definida por todo criterio
sano, ponderado y justo.
Pero esta centralización, no puede extenderse a todos los aspectos de la admi-
nistración y sus medios de ejecución.
Si bien es cierto, por ejemplo, que el Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social,
el IESS, debe estar en la capital de la República, impartiendo desde la matriz normas
generales, es absurdo mantener en provincias agencias de simple tramitación, sin
facultades resolutivas en problemas que demandan procedimientos oportunos para
que sea una verdadera prestación. El pedido de un crédito, dentro de las normas
generales, la demanda de una devolución de fondos de reserva, etc., no pueden, no
deben estar pendientes de resolución centralizada en Quito, esperando turno nacio-
nal, para resolver las cuestiones para las que deberían tener autonomía las respectivas
agencias; cierto que con toda responsabilidad y aviso al superior para centralizar la
contabilidad nacional del Instituto, sin perjuicio de la contabilidad de las agencias.
Hay trámites administrativos dependientes de los distintos Ministerios de Esta-
do, pero que, por su naturaleza, bien podrían estar confiados a las representaciones
locales de esos ministerios, donde deben estar funcionarios correctos, preparados y
ágiles, que cumplan con la obligación de servicio que corresponde a todos los que
actúan en la administración pública. La tardanza, en el despacho de cuestiones que
no deberían hacer el viaje obligado a Quito, causa malestar y produce serios perjui-
cios a los ciudadanos, y en todos estos casos la centralización es absurda y retardará
el progreso.
Lástima que no sé con qué criterio se minimizó la labor y facultades de los
gobernadores de provincia, que eran verdaderos jefes de administración, y se creó
una cantidad inexplicable de dependencias administrativas, totalmente desligadas
del representante del Ejecutivo en provincias. Debería, en mi concepto, volver a es-

190
tudiarse este aspecto de la vida administrativa nacional, y devolver a los gobernantes
su calidad de jefes efectivos de la administración provincial, dándoles facultades
suficientes para invertir en la resolución de problemas provinciales, sin necesidad de
hacer que sean resueltos en la capital de la República.
No hay ramo alguno de la administración nacional en el que se pueda com-
partir responsabilidades con las respectivas instituciones y autoridades locales, des-
centralizando todo lo que, sin romper la unidad administrativa nacional, pueda
tener resolución ágil, acertada y justa en cada circunscripción territorial, para mejor
servicio a la colectividad. Todo depende de que se haga un estudio profundo, hon-
rado, técnico y bien intencionado de los problemas para encomendar su resolución
a la autoridad central cuando éste sea el caso, o a la autoridad local, responsable y
preparada, para servir con agilidad a los ciudadanos, como es el deber de los fun-
cionarios públicos.
Por eso he sostenido y sostengo, que no hay necesidad de trabarse en discusio-
nes acaloradas, y, a veces, agresivas e injustas, para resolver un problema, que sin
generalizaciones antitécnicas y arbitrarias, tiene soluciones justas, que no rompen la
unidad nacional, que más bien la garantizan y estimulan, y sirven para cumplir con
el supremo ideal de estar atentos a las demandas justas de los ciudadanos, a los que
debe darse preferencia en la atención pública, como es un deber legal y un compro-
miso de honor para todos los partidos políticos.
Otro aspecto digno de estudio técnico y responsable para poder dar resolucio-
nes oportunas a muchos aspectos de la problemática nacional en materia de desa-
rrollo armónico en todo el territorio nacional, sería, en mi concepto, el robustecer
la economía de las entidades autónomas provinciales y cantonales, mediante un
estudio definitivo de cuáles deberían considerarse rentas nacionales, para atender
a las necesidades a cargo del gobierno Central, y cuáles las que, adjudicadas a los
gobiernos seccionales, les capacitaría, de modo definitivo, para la atención de ne-
cesidades vitales, y que deben ser resueltos con criterio local y conocimiento del
medio, para ser oportuno en la resolución.
En definitiva, creo que no debería mantenerse la lucha entre aspectos de cen-
tralismo y descentralismo, sino estudiar con buena fe y alto espíritu de patriotismo,
todos los aspectos que dejo enumerados muy ligeramente, dada la naturaleza de
este artículo.

191
Hacia un nuevo modelo de dependencia.
Crisis de la producción toquillera e intentos de
activación de la economía regional117
Leonardo Espinoza

A. HACIA UN NUEVO MODELO DE DEPENDENCIA

El período 1948–1960 marca, en el Ecuador, una etapa de conocida estabilidad


política sustentada en una recuperación económica que se generó por el creci-
miento de la producción bananera de exportación; en efecto, “las exportaciones de
banano, para 1948 fueron de 44.382.000 dólares; en 1950, 63.389.400 dólares y
en 1960 de 148.700.000 dólares. Por otro lado, y en lo que se refiere al volumen
de exportaciones del banano el crecimiento fue de 17.8 (miles de toneladas) en
1945, a 99.6 en 1948, a 169.6 en 1950 y a 855.6 en 1959. Además es importante
considerar el continuo aumento de precios de mercado del banano, los mismos
que subieron de 3.51 sucres el racimo en 1944, a 16.11 sucres en 1950 y a 18.46
sucres en 1952”118.
Ahora bien, esta nueva dinámica de la economía nacional estuvo ligada al for-
talecimiento de la dependencia productiva, comercial y financiera con el imperia-
lismo, utilizando una nueva modalidad que se traduce en la inversión del capital
monopólico internacional en compañías de comercialización y en préstamos desti-
nados a intensificar la producción agroexportadora que asegure la producción de la
fruta por varios años.
En cuanto al destino de la producción bananera, la preferencia la tiene EE.UU.,
que en 1950 compra el 52,3% del total del volumen de exportación, en 1955 el 60%
y en 1960, el 64,5%. El excedente económico de esta actividad productiva se genera
en dos instancias: una, en las plantaciones, merced a la explotación a la mano de obra
agrícola a través del trabajo asalariado, y otra, en la comercialización a través de las re-
laciones de compra y venta por parte de las compañías comerciales multinacionales a
los medianos y pequeños productores que venden la fruta a precios ínfimos impues-
tos por dichas compañías. El destino del excedente, en mínima parte, está destinado

117 Tomado de: Leonardo Espinoza (1935-2010), “Hacia un nuevo modelo de dependencia.
Crisis de la producción toquillera e intentos de activación de la economía nacional”, en Proceso de desa-
rrollo de las provincias del Azuay, Cañar y Morona Santiago. Breve historia económica de la región cañarí,
Cuenca, CREA, s/f.
118 Estrella, Pablo, op. cit., 1977.

193
a mejorar la producción y el resto en beneficio del capital monopólico internacional
y de la burguesía agroexportadora. El Estado recibe una parte del excedente, vía im-
puestos a la exportación que, en esta época, representó significativos ingresos fiscales
destinados a favorecer al resto de grupos dominantes del país.
En el sector agrícola, se trata de favorecer a los terratenientes ampliando el lati-
fundismo y reprimiendo cualquier brote de malestar social en el campo; además, se
conceden miles de hectáreas a comunidades religiosas, se dicta un decreto tendiente
a parcelar las haciendas de la Asistencia Pública a favor de los terratenientes.
La entrega al Imperialismo se acentúa, en este período, mediante una serie de ac-
ciones como: completa libertad a compañías pesqueras norteamericanas, firma de un
contrato para traer los excedentes agrícolas de EE.UU. en perjuicio de la producción
nacional; se entregan tierras de Galápagos a una firma colonizadora yanqui, se crean
impuestos para subvencionar la Conferencia Interamericana que jamás llegó a reali-
zarse; y se mantiene vigente y en crecimiento la política de endeudamiento externo.

CRISIS DE LA PAJA TOQUILLA Y DEPRESIÓN


ECONÓMICA REGIONAL

Mientras el “boom” bananero corría en auxilio de la economía nacional devastada


por la crisis del cacao, café, arroz y caña de azúcar; la paja toquilla detenía su marcha
de exportación sumiendo en una aguda crisis a la economía regional.
En efecto, a comienzos de la década del cincuenta la región experimenta una
profunda depresión económica a consecuencia de un brusco estancamiento de sus
actividades básicas: la agricultura y la manufactura; la primera, por mantener una
anacrónica estructura productiva, agravada por procesos crecientes de erosión del
suelo; y la segunda, por el súbito descenso en la exportación de los sombreros de
paja toquilla, pues, en 1952 el valor y volumen de las exportaciones desciende cerca
del 130% de los niveles alcanzados en el año anterior.
El tratamiento de algunos indicadores económicos realizados por JUNAPLA119
en el volumen “AZUAY Y CAÑAR”, dentro del informe de una comisión asesora
sobre “Sugestiones para una política de desarrollo económico”, el trabajo de Hans
Linnemann analizado por Germánico Salgado demuestra la magnitud de la crisis,
pues, como afirma Hans Linnemamm: “el producto interno bruto por habitante
para 1955 fue de 1.420 sucres mientras que a nivel nacional fue de 2.690 sucres, es
decir que el P.I.B. regional constituía tan solo el 53% del promedio nacional, siendo
el más bajo del país para dicho período”.120

119 Siglas de la Junta Nacional de Planificación (nota del editor).


120 Datos de Hans Linnemann, que formó parte de la comisión asesora de JUNAPLA que
presentó un informe al CREA en 1959 (nota de la edición tomada).

194
La causa principal de la depresión económica se encuentra en la crisis de la
exportación de los sombreros de paja toquilla a partir de 1951, con descensos brus-
cos, tanto del volumen como del precio de las exportaciones; notándose, además,
descendientes significativos en relación al total de exportaciones del país, pues,
mientras en 1945 y 1946 representaban el 22.8% y el 17.2% del total nacional
respectivamente, para 1954, comenzó a representar tan solo el 1.6%.
El siguiente cuadro expresa con claridad este fenómeno.

VOLUMEN Y VALOR DE LAS EXPORTACIONES EN PAJA TOQUILLA


Año Miles de unidades Sucres (miles) Dólares Total de explotaciones %

1940 1.036.0 6.509.2 416.5 6.4


1941 1.980.9 15.230.7 1.014.4 11.7
1942 2.515.9 22.121.1 1.485.6 0.7
1943 2.576.3 25.191.1 1.786.6 8.3
1944 4.372.8 69.032.6 4.895.9 18.0
1945 4.462.4 69.386.1 5.094.4 22.8
1946 4.944.8 81.962.1 6.117.0 17.2
1947 3.171.0 48.963.1 3.654.0 8.5
1948 3.955.5 51.538.1 3.846.1 8.7
1949 4.293.8 51.650.8 3.854.5 12.3
1950 4.245.6 50.980.0 3.751.1 6.9
1951 3.676.6 48.540.4 3.236.0 5.9
1952 3.024.9 41.517.7 2.767.8 3.5
1953 3.518.1 47.476.5 3.165.1 4.3
1954 2.160.2 23.962.0 1.597.5 1.6
1955 2.163.3 32.849.3 1.899.3 –
1956 2.051.3 28.522.9 1.648.7 –
Fuente: Estudio de AZUAY Y CAÑAR, JUNAPLA
Elaboración: Luis Monsalve Pozo, op. cit.

195
DEPRESIÓN ECONÓMICA REGIONAL Y EXPECTATIVAS DE
CRECIMIENTO AGROPECUARIO

Uno de los fenómenos que surgen de la crisis toquillera se relaciona con el abando-
no del campo por parte de los tejedores rurales, pues, en 1950 existían alrededor de
20.668 tejedores rurales; mientras en 1954, su número se había reducido a 9.584,
es decir, más de la mitad de los trabajadores del campo se ven obligados a dejar las
tareas del confeccionado del sombrero. Este hecho presenta expectativas de creci-
miento agrícola regional en medida que existe un mayor volumen de mano de obra
potencialmente dispuesta a trabajar la tierra.
Sin embargo, los procesos crecientes de erosión del suelo, la caduca estructura
de tenencia de la tierra y su injusto sistema de distribución imposibilitaron, en
dicho período, mejorar los rendimientos productivos agrícolas. La población rural
más bien decidió emigrar hacia otros lugares especialmente de la Costa –a las plan-
taciones bananeras o a las zafras de los ingenios–, hacia los centros urbanos de la
región y del país o directamente al exterior.121
En relación con los procesos de erosión del suelo, las cifras obtenidas en el
período demuestran que: “las áreas agrícolas del Azuay y Cañar, son unas de las
más acentuadas y desesperantes en el Ecuador... cientos y miles de hectáreas están
destruidas o en camino de destrucción total... amplias costras o lacras de tierras
erosionadas reducen cada día la tierra laborable. La tercera parte de las tierras labo-
rables del Azuay y Cañar pueden ser consideradas como erosionadas y el 70% está
en camino de destrucción acelerada.
De las 461.142 has., estimadas como agrícolas para Azuay y Cañar, las áreas
erosionadas pueden ser distribuidas así:

1. Áreas con erosión predominantemente natura l10% o sea 46.114 Hás.


2. Áreas con erosión predominantemente ligera 30% o sea 138.342 Hás.
3. Áreas con erosión predominantemente moder. 30% o sea 138.342 Hás.
4. Áreas con erosión predominantemente severa 25% o sea 115.285 Hás.
5. Áreas con erosión predominantemente grave 5% o sea 23. Hás.
TOTAL 100% o sea 461.142 Hás.122

121 El fenómeno migratorio regional no ha sido estudiado en su real dimensión, y presenta


un problema y un vacío en los diagnósticos regionales encaminados a la planificación y programación
sectoriales.
En el presente estudio lo que se pretende es identificar el problema y plantearlo en términos gene-
rales, con el objeto de exponer inquietudes que aviven futuras investigaciones en este campo.
122 Misael Acosta Solís, (1952), Por la conservación de las tierras andinas. La erosión en el Ecuador
y métodos aconsejados para su control, Editorial Ecuador, Quito.

196
DISTRIBUCIÓN DE LA TIERRA EN EL AZUAY
Tamaño de explotaciones Número % Hectáreas %
TOTAL 40.039 100% 249.9 100%

Menores de 1 hectárea 12.852 32.1% 5.9 2.4%

de 1 a 4.0 hectáreas 21.743 54.3% 48.7 19.6%

de 5 a 9.9 hectáreas 3.132 7.8% 22.8 9.2%

de 10 a 19.0 hectáreas 1.352 3.4% 17.9 7.2%

de 20 a 49.9 hectáreas 585 1.5% 17.3 6.9%

de 50 a 99.9 hectáreas 157 0.4% 10.7 4.2%

de 100 a 199.9 hás. 94 0.2% 11.7 4.7%

de 200 a 499.9 hás. 61 0.1% 18.6 7.5%

Mayores a 500 hás. 62 0.1% 96.6 38.8%


Fuente: Azuay y Cañar, cifras de Luis Monsalve Pozo.

En lo relativo a la tenencia de la tierra, en un estudio de JUNAPA sobre Azuay
y Cañar, dice que “la irracional distribución de la propiedad agrícola y la persisten-
cia de anacrónicos sistemas de remuneración de la mano de obra son parcialmente
responsables de la ineficacia de la agricultura en esta región”123.
El mismo estudio trae un cuadro representativo de esta situación relativo al
valor y número de las propiedades rurales del Azuay:
78 propiedades que representan el 0.03 del total son dueños del 11.75%
1.245 propietarios que representan el 3.77 del total son dueños del 26.35%
1.413 propietarios que representan el 4.30 del total son dueños del 11.59%
7.948 propietarios que representan el 23.80 del total son dueños del 39.97%
22.769 propietarios que representan el 68.10 del total son dueños del 17.34%

“Es decir que, alrededor de 1.000 grandes propietarios, que en número no


alcanzan a representar el 4% del total, comprenden tierras cuyo valor se aproxima
al 40% del valor total de las propiedades rurales, en tanto que, por el otro extremo,
30.716 propiedades, equivalentes al 91.90% del total, solo poseen el 50.31% del
valor total de las propiedades rurales del Azuay”124.

123 Luis Monsalve Pozo, (1957), op. cit., pp. 82 –113.


124 Luis Monsalve Pozo (1957), op. cit.

197
En cuanto se refiere al tipo de producción agropecuaria regional, los datos del
Primer Censo Agropecuario Nacional de 1954 arrojan los siguientes resultados en
relación con el total de la República:

En maíz 1.56 % del total de la República


En frejol 19.76 % del total de la República
En trigo 2.65 % del total de la República
En cebada 3.54 % del total de la República
En papas 1.28 % del total de la República
En caña de azúcar 5.59 % del total de la República
En duraznos 39.97 % del total de la República
En ganado vacuno 8.63 % del total de la República
En ganado ovejuno 11.54 % del total de la República
En ganado porcino 4.54 % del total de la República
En aves 6.24 % del total de la República

Fuente: Censo Agropecuario de 1954.


Elaboración: Luis Monsalve Pozo, ob. cit. p. 93.

El ingreso per cápita –si bien es un indicador que no refleja la magnitud de la


crisis por las diferencias que oculta en torno a la distribución del ingreso– demues-
tra que, para 1955, éste alcanza la suma de 724 sucres anuales para la población
agrícola asalariada; 9.74 sucres diarios para el sector industrial; 410 sucres anuales
para los tejedores de sombreros de paja toquilla en el sector urbano y 337 sucres
anuales en el sector rural, es decir, menos de 1 sucre de ingreso diario, mientras que
los exportadores amasaban fortunas de varios miles de sucres diarios por el simple
hecho de comprar y de vender dicho producto.
En cuanto se relaciona a la participación de la población en los beneficios de
la educación, el fenómeno es crítico, pues, para 1950 la tasa de analfabetismo en el
Azuay es del orden del 45.4% y el de Cañar del 52.6%, tomando en consideración
a la población de 10 años y más; mientras que esta tasa a nivel nacional representaba
un promedio de 43.7%; además, la deserción escolar era masiva, sobre todo, en los
sectores rurales vinculados a la confección de los sombreros de paja toquilla.
En lo referente a las posibilidades industriales de la región, éstas son extremada-
mente escasas si se considera la capacidad instalada de energía eléctrica que para el

198
Azuay en 1954 era de 1.805 Kw., de los cuales Cuenca absorbía 1.575 Kw.; mientras
que el Cañar apenas sí tenía una capacidad instalada de 255Kw. Con dicha capa-
cidad era ilusorio pensar en activar procesos industriales de relativa envergadura y
proyección.
Por este motivo en el Azuay, para este tiempo, existían solo 13 establecimientos
industriales que ocupaban a 561 personas; para 1957 se contabilizaban 27 estable-
cimientos industriales que ocupan 851 personas y con un valor de la producción
aproximado de 20 millones de sucres. Los datos demuestran que en tan solo dos
años se duplicaron los establecimientos industriales, lo cual es un síntoma de la
orientación de la economía hacia estos sectores industriales.
Además, para 1957 se instalaron: una industria licorera de alguna magnitud,
una fábrica de embutidos, una curtiembre y se encontraba en construcción y pro-
moción la fábrica de llantas y la Cemento Guapán.

PRODUCTO INTERNO BRUTO POR ACTIVIDADES ECONÓNICAS 1955


Azuay, Cañar (Región 5) y total de 9 regiones económicas (a)
Región 5 (b) Total 9 regiones
Rama de actividad miles de Porcentaje
porcentaje m. de S/.
sucres
Agricultura, silvicultura, caza y pesca
Minas y canteras 159.9 31.71 3.598,0 36,19
Industria manufacturera 6,8 1,35 225,6 2,27
Electricidad, gas y agua 102,3 20,29 1.525,1 15,34
Construcción 4,8 0,95 80,0 0,80
Transporte 22,2 4,40 309,7 3,11
Comercio 23,8 4,72 507,0 5,10
Establecimientos financieros 53,1 10,53 1.265,1 12,72
Servicios (c) 5,8 1,15 172,9 1,74
125,6 24,91 2,259,6 22,73

TOTAL: 504,3 100,00 9.943,0 100,00

(a) Excluye a las zonas bajo 1.500 metros de altura de Napo, Pastaza y Morona Santiago
(excepto la parte sur de Morona Santiago) y las Islas Galápagos.
(b) Azuay, la parte sur templada de Cañar, la parte sur de Morona Santiago adyacente al
Azuay y Cañar.
(c) Incluye renta predial, administración pública y servicios del sector privado.
FUENTE: Hans Linnemann, Regiones Económicas del Ecuador. Junta Nacional de Planifi-
cación y Coordinación Económica.

199
El presente cuadro expresa en términos económicos la magnitud de la crisis eco-
nómica regional de Azuay y Cañar. Además es preciso señalar que, éste y otros
cuadros, son tomados de trabajo de Germánico Salgado: “Crisis y activación de una
economía regional: la experiencia de cuenca y su zona de influencia (1950–1970)”;
cuadro N° 2.

LA DEMOCRACIA ECUATORIANA AL SERVICIO DEL IMPERIALISMO


El campo político, el “boom” bananero, dependiente del imperialismo norteameri-
cano, posibilita la estabilidad de tres gobiernos que representan tendencias políticas
diferentes y supuestamente antagónicas, pero plenamente identificadas con las cla-
ses dominantes del país, y que llevaron una línea de acción conjunta encaminada a
favorecer sus propios intereses de clase, liquidar cualquier expresión o manifestación
de lucha y reivindicación social y entregar los recursos nacionales a la vorágine del
imperialismo. Sin embargo, la presencia y movilización permanente de obreros,
campesinos, estudiantes y sectores populares lograron detener, en parte, esta arre-
metida y buscar un espacio político que permita la expresión y manifestación de las
reivindicaciones sociales.
En términos históricos, el gobierno de Galo Plaza se caracterizó por un total
y abyecto entreguismo al imperialismo norteamericano mediante la sujeción in-
condicional a la política de la CEPAL que procuraba mantener el modelo de creci-
miento económico tradicional del país basado en el monocultivo de exportación; y
la agresiva política de endeudamiento externo, preferentemente norteamericano y
destinado a obras de infraestructura en las áreas de explotación para la exportación.
Por otro lado, se establece un contrato con la United Fruit por el cual se autoriza
para que únicamente pague el 60% de los impuestos de exportación; y mientras el
pueblo se moría de hambre, se autoriza el embargue de miles de quintales de arroz
para sostener a los invasores de Corea, pretendiendo, además, enviar tropas de apo-
yo al intervencionismo extranjero.
Con Velasco Ibarra se implementa la política tradicional de robos, desfalcos,
cadena de impuestos insoportables que llegan al monto de 2.700 millones de sucres
y que representan el 30% del total del ingreso bruto nacional.
En el período de Camilo Ponce Enríquez –primer presidente abiertamente
conservador y clerical después de la revolución liberal– se trató de restituir todos los
privilegios económicos del clero y propició el ingreso masivo de clérigos extranjeros
al país, atacando duramente a los maestros laicos y todas las manifestaciones del
laicismo en el país. Cuando el pueblo protesta y manifiesta su inconformidad, es
violentamente reprimido; será el ejército ante la huelga de los obreros ferroviarios,
la policía en las masacres de los indígenas de Píntag y Guachalá; los estudiantes caen
también ante el peso de la represión como el caso del estudiante Isidro Guerrero; se
reprime a mansalva en Portoviejo y Guayaquil.

200
Frente a esta política conjunta de represión y entrega a los intereses de los grupos
dominantes locales y el imperialismo, por parte de los tres gobiernos antes menciona-
dos, la ofensiva obrera y campesina se hace presente en forma sistemática y efectiva. Es
así como en el período de Galo Plaza el movimiento sindical tiene grandes manifesta-
ciones en defensa de la estabilidad de la moneda; además, se realiza una huelga general
el 1° de octubre de 1949 y se consigue la derogatoria de la infame ley de Conscripción
Vial, una especie de trabajo obligatorio y gratuito de obras públicas.
En el gobierno de Velasco Ibarra, la situación fue especialmente dura para los
trabajadores, su política fue de represión del movimiento sindical.
Los trabajadores bananeros de la provincia de Esmeraldas sufrieron esa repre-
sión. Los trabajadores ferroviarios en huelga fueron despedidos y vieron sus organi-
zaciones sindicales destruidas. Sin embargo, el movimiento sindical supo resistir y
se anotó algunas victorias como la Federación de Trabajadores Agrícolas del Litoral,
FTAL, en septiembre de 1954, con la concurrencia de cientos de delegados de or-
ganizaciones asalariados, campesinos y comunas.
En el período de Camilo Ponce Enríquez, la CTE decretó un paro general en
respaldo de los trabajadores petroleros de Cautivo. El VII Congreso de la CTE
(Guayaquil 17–21 de septiembre de 1957), concluyó sus sesiones en el asiento pe-
trolero de Ancón donde declaró un Paro Nacional a favor de los trabajadores de
Cautivo, que terminó con la victoria de éstos.
Desde enero de 1958 hasta junio del mismo año, los 2.500 obreros municipales
de Guayaquil se declararon en huelga por la estabilidad amenazada por el alcalde y
el consejo municipal dirigidos por CFP, partido populista, ganando la ratificación
en la estabilidad.
En síntesis, la organización y participación de los trabajadores, permitió arti-
cular una lucha sistemática tendiente a imponer estabilidad y mejores condiciones
de trabajo.

LA REPERCUSIÓN DE LA CRISIS TOQUILLERA Y MEDIDAS


INSTITUCIONALES DE RECUPERACIÓN

Los efectos de la crisis toquillera recayeron, fundamentalmente, en los tejedores del


campo y la ciudad quienes, paulatinamente fueron abandonando esta actividad. Así
lo señalan los datos del siguiente cuadro:

NÚMERO DE TEJEDORES DE AZUAY Y CAÑAR


Año Total Urbanos Rurales
1950 26.635 5.967 20.668
1953 18.000 5.500 12.500
1954 14.850 5.266 9.584

201
“Al número de tejedores, se dice en Azuay y Cañar, hay que añadir alrededor de
mil agentes y comisionistas, ochocientos del personal y transporte. Más QUINCE
EXPORTADORES” (Luis Monsalve Pozo).
Los tejedores cargaron con el peso de la crisis en la medida que los ingresos por
el tejido fueron disminuyendo en mayor proporción que la experimentada por los
exportadores. Esto se puede demostrar a través del análisis de los ingresos moneta-
rios de los tejedores y la distribución del ingreso de los exportadores.

Ingreso monetario de los tejedores


Valor neto recibido
Miles de sucres

Año Total Urbanos Rurales


1950 25.369 9.770 15.599
1954 11.220 4.265 6.955
Disminución 55.7% 55.7% 55.7%
FUENTE: Luis Monsalve Pozo, ob. cit.

INGRESO MONETARIO ANUAL PER CÁPITA


(Sucres)
Año N° tejedores Promedio Urbano Rural

1950 47.280 537 963 445

1954 27.393 410 633 337

Disminución 41.1% 23.7% 34.3% 24.3%

FUENTE: Luis Monsalve Pozo, ob.cit.

INGRESO MONETARIO DE LOS EXPORTADORES


Años Unidades Sucres 10% a los
exportadores
1954 2.160.200 23.962.000 2.396.200
1955 2.163.327 32.849.308 3.284.930
1956 2.051.320 28.522.959 2.852.295

202
Del análisis de los cuadros se demuestra que, para 1954, mientras cada expor-
tador tenía un ingreso aproximado de 160.000 sucres, el tejedor recibía la mísera
cantidad de 410 sucres, en el mismo año.
Este hecho repercute en la familia toquillera que tiene que adaptarse a condi-
ciones infrahumanas de vida, como lo manifiesta el Ing. Pitarqué: “en la ciudad de
Cuenca se puede apreciar las condiciones infrahumanas en que se encuentra esta
gente, constituida en su mayoría por madres abandonadas con hijos tiernos, que
reciben un ingreso de sesenta sucres mensuales, de los cuales veinte y cinco dedican
al pago de la miserable habitación en que viven y cocinan para sí y para sus hijos”125.
Por su parte, Luis Monsalve Pozo, en base a una investigación, plantea el cua-
dro de egresos mensuales de una tejedora de Cuenca en los siguientes términos:

Alquiler de la
tienda…………………... 50 sucres
Luz eléctrica…………… 2 sucres
Botica…………………… 20 sucres
Vestido…………………. 50 sucres
Jabón…………………… 15 sucres
Alimentación………….. 300 sucres
TOTAL: 437 sucres

Todas estas circunstancias provocaron una situación crítica en la producción


de los sombreros de paja toquilla, a inicios de la década de los años cincuenta,
ante lo cual se presentaron algunas soluciones como la de formar una cooperativa
“tipo” que funcione como una nueva casa exportadora y financiada por el Banco
de Fomento. Por otro lado, el Banco de Fomento debería organizar almacenes para
comprar los sombreros a los mismos tejedores y luego comercializar con las casas
importadoras extranjeras. Además, crear la Casa del Sombrero, donde existan víve-
res, atención médica y almacenes de comercialización.
Estas sugerencias se concretaron en la creación del “Instituto de Recuperación
Económica de Azuay y Cañar”, que privilegiaba la atención al problema de la paja
toquilla, para lo cual se creó un departamento específico encargado de establecer
factorías de acabado del sombrero, organizar la industrialización para la exporta-
ción, realizar la propaganda necesaria en los mercados del exterior, acción tendiente
a incorporar a los trabajadores al Seguro Social y publicar diariamente y, por todos
los medios posibles, los precios de los sombreros. En síntesis, el proyecto trataba de
crear un aparato destinado a sustituir la acción devastadora de las casas exportadoras
y procurar revertir las ganancias entre los trabajadores.

125 Tomado de “Azuay y Cañar, informe de JUNAPLA”, citado por Luis Monsalve Pozo.

203
Mas, los exportadores acudieron en grupo a defender sus intereses empleando
dos medidas fundamentales: una, desviar la atención de los fondos del Instituto
de Recuperación Económica hacia otros fines que no sean la paja toquilla; y otra,
la más efectiva, manipular al electorado azuayo para enviar al Congreso Nacional
de 1952 a dos de sus fichas más importantes con el claro propósito de liquidar la
acción del mencionado instituto; en efecto, consiguieron nombrar senador por el
Cañar a Miguel Heredia Crespo, dueño de la firma exportadora de su mismo nom-
bre; y senador por el Azuay a Enrique Arízaga Toral, alto empleado de la misma
casa. Siguiendo la consigna, ambos senadores presentaron al Congreso una serie
de reformas a la ley constitutiva del Instituto de Recuperación Económica, por lo
cual lograron eliminar la publicación diaria de los precios de compra del sombrero
y eliminar del Consejo de Administración a todo individuo que no esté de acuerdo
con sus intereses; y, lo más grave, añadir una disposición por la cual se obligaba a
dicho Instituto a absorber la diferencia cambiaria en las transacciones mercantiles
con las casas importadoras, es decir, resarcir sus posibles pérdidas trasladándolas al
Instituto y maniatarlo a favor de sus ambiciones.
Frente a este atropello a la dignidad y economía regionales, el Instituto y el
Municipio de Cuenca acudieron al Congreso a exponer las inconveniencias de las
reformas y su carácter lesivo a la economía regional y del trabajador toquillero en
particular; pero al final, lo de siempre, se impuso la fuerza a la razón y el Congreso
aprobó el proyecto de reformas. Diez y seis días después de ser aceptadas las refor-
mas, se firmó en Cuenca la constitución de una Sociedad Anónima entre los sena-
dores Miguel Heredia Crespo y Enrique Arízaga Toral para dedicarse a la compra y
exportación de sombreros de paja toquilla y artículos similares126.
El estancamiento de la economía regional en este período repercutió, además,
en la organización y movilización de los trabajadores pues, en la década 1951–1960,
se formaron solamente 18 nuevas organizaciones de trabajadores, mientras que en la
década anterior se fundaron 28 organizaciones y en la década siguiente 35. Además,
las organizaciones que se crean en este período, se refieren en su mayoría –13– a
organizaciones de trabajadores ligadas a actividades de carácter administrativo y
comercial, explicable, por cuanto Cuenca comenzaba a constituirse en el centro de
administración de los servicios regionales.

B. CRISIS DE HEGEMONÍA ANTE LA IMPLEMENTACIÓN


DE UN MODELO DE DEPENDENCIA

Terminando el oasis democrático sustentado en el “boom” bananero, advienen días


difíciles para la economía ecuatoriana fomentando un creciente malestar político.

126 Luis Monsalve Pozo (1957), op. cit.

204
En lo económico, el deterioro del modelo exportador desencadena caídas brus-
cas del precio y volumen de los principales productos exportables; por ejemplo: la
cotización internacional del cacao acusa una brusca caída: de 52.8 dólares el quintal
en 1954 a 22.1 dólares en 1961; igualmente el café, que en esos mismos años des-
ciende de 60.3 dólares el quintal a 28.7 dólares. A efectos de tales deterioros, según
la Junta Nacional de Planificación, el país había dejado de percibir 636 millones de
sucres en 1961 con relación a 1955127.
La crisis del modelo agroexportador llevó a determinadas fracciones de la clase
dominante a ensayar un nuevo modelo de crecimiento económico que se estaba im-
plementando en los países subdesarrollados basados en la política de la Alianza para
el Progreso por la cual, el imperialismo exporta capitales y tecnología para alimentar
procesos industriales en los países satélites, constituyéndose subsidiarias de las com-
pañías multinacionales en las áreas periféricas. Este hecho les proporciona mayores
ganancias y seguridad a las transnacionales en el sentido de que cuentan con mano
de obra barata, infraestructura a bajo costo y gobiernos decididos a mantener la paz y
la tranquilidad a toda prueba y utilizando cualquier medio de represión a su alcance.
En esta perspectiva, se activa en el Ecuador el llamado proceso de industriali-
zación impulsado, principalmente, por la Junta Militar de 1963–66 “con una es-
pectacular expansión de la inversión externa directa en el país que de 8 millones de
dólares en 1960 asciende a cerca de 90 millones de dólares en 1970; así como el
significativo incremento de la deuda pública externa que de 83 millones de dólares
asciende a 231 millones en esos mismos años”128.
Ahora bien, este proceso de industrialización en el país adquiere un doble ca-
rácter de dependencia: por un lado, la materia prima, los insumos, capitales, etc.,
vienen del exterior y, por otro lado, dependen de la exportación de los productos
primarios; pues, el auge de exportación acelera los procesos industriales y su crisis
los estanca. De ahí que no es aventurado decir que la industrialización en el Ecua-
dor no ha significado un ahorro de divisas, sino simplemente un cambio en la com-
posición de las importaciones, pues el 61% del total de importaciones se dedican a
la industria nacional, la cual a su vez, absorbe cerca del 90% de las mismas.
Otra de las medidas tendientes a incentivar la industrialización fue la promul-
gación de la “Ley de Reforma Agraria”, encaminada a capitalizar el agro, expulsar a
la mano de obra para incrementar el ejército industrial de reserva, de tal manera que
deprima los salarios e incremente los beneficios.
En cuanto a las posibilidades de mercado para la producción se han creado ins-
trumentos legales y administrativos encaminados a superar las barreras del mercado
interno. Esta es la razón de la existencia del Pacto Andino, mecanismo que busca

127 René Báez, “Evolución reciente de la economía ecuatoriana”. Tomado de: Ecuador en la
colonia de los tiempos actuales, VV.AA., Facultad de Economía de la Universidad de Guayaquil, 1977.
128 René Baez, op. cit., 1977, p. 121.

205
eliminar aranceles a la producción industrial de los países andinos y, ampliando el
mercado, favorecer el desarrollo capitalista de dichos países.

HACIA UN MODELO DE ACTIVACIÓN DE


LA ECONOMÍA REGIONAL

Mientras la economía nacional orientaba el proceso de producción y acumulación


hacia la industrialización, en la región centro–sur se hacían esfuerzos por superar la
crisis toquillera anterior, volviendo la mirada a los recursos productivos disponibles
que eran eminentemente agropecuarios.
En esta medida, la superación de la crisis hay que encontrarla en condiciones
principalmente endógenas, especialmente en el interés creciente de la población de
buscar nuevas actividades agrícolas y artesanales, en la presión y movilización social
que obligó a concluir carreteras importantes a Guayaquil, Machala y el oriente; y
la acción del CREA, en su etapa inicial, encaminada a canalizar el gasto público
hacia programas de apertura de caminos vecinales, construcción o restauración de
canales de riego, embalses, venta de plantas para forestación, semillas de frutales y
labores afines.
Pasando al análisis sectorial, se observa que, en el sector agropecuario se hi-
cieron denodados esfuerzos por diversificar la producción y, a pesar de mantener
vigente la caduca estructura de tenencia y distribución de la tierra, se logró mejorar
la producción de trigo en el Cañar, de verduras y frutales en los valles de la región
y orientado específicamente para la instalación de algunas industrias alimenticias
destinadas al consumo extraregional.
En la artesanía también se lograron cambios significativos, a pesar de mante-
nerse las formas tradicionales de producción; por ejemplo, en Gualaceo creció la
industria de bordados, tejidos y, sobre todo, el calzado; en Cuenca se fomentó la
artesanía utilitaria, la artística y de servicios y se hicieron esfuerzos por fortalecer la
industria metalmecánica; además, se instaló una fábrica de relativa magnitud como
“Arte Práctico”.
El problema que no se ha logrado superar en esta actividad artesanal es la inter-
mediación comercial que eleva sin límites el precio de los productos.
Sin embargo, su valor es inferior al observado en la confección de los sombreros
de paja toquilla, donde 8 horas de trabajo en las peores condiciones era remunerada
con 2.70 sucres.
La infraestructura vial contribuyó, también, a la activación de la economía
regional, por cuanto permitió un flujo más dinámico de bienes y servicios, un acer-
camiento a los mercados en rápido crecimiento como Guayaquil y Machala, y una

206
apertura a zonas agropecuarias de gran futuro como las de Morona Santiago. En
esta medida fue fundamental la terminación de la carretera Durán–Tambo, la Gi-
rón–Pasaje y la terminación del ferrocarril Sibambe–Cuenca.
En relación con la apertura al oriente, en 1955 se encontraban en plena cons-
trucción cinco vías de segundo orden: Azogues–Sucua; Las Palmas–Méndez; Gua-
laceo–Limón; Sígsig–Gualaquiza; y Jima–Gualaquiza.
Una de las consecuencias de la depresión económica regional y que a su vez,
puede ser interpretada como causa de la activación económica posterior en el fenó-
meno de la emigración masiva de Azuay y Cañar hacia la costa y el oriente; en efec-
to, de 1950 a 1974 emigraron más de 91.000 personas a Guayas, El Oro, Morona
Santiago y Pichincha, principalmente; cifra que representa el 24% de la población
regional de 1962.
Quienes sostienen que este fenómeno ayuda a la recuperación económica
(Hans Linnemann y Germánico Salgado), afirman que los migrantes dejan un espa-
cio económico y una inyección de recursos que puede ser aprovechado en beneficio
regional; además, en el caso de la emigración regional temporal los ahorros que se
generan en el período alimentan proyectos familiares de recuperación económica
que beneficia indirectamente a la economía regional.
No compartimos este criterio, porque no creemos que la solución a una crisis
económica regional se resuelva despoblando el territorio y abandonando la familia
y el trabajo por parte de los migrantes; pensamos, más bien, que lo prioritario en
estos casos es la población, especialmente de los trabajadores, y con ellos iniciar la
recuperación atacando las áreas básicas como la agricultura y artesanía, mediante
la diversificación de la producción, la eliminación de la intermediación comercial,
créditos a largo plazo para recuperar los cultivos, tecnificar la producción y, sobre
todo, emprender una auténtica reforma agraria que otorgue tierra a quien la trabaja;
pero de ninguna manera justificar el abandono del campo y más aún promocionar
está política, aduciendo el hecho de que eliminando la población puede crecer el
Producto Interno Bruto por habitante. Además, en algunos lugares, a título de in-
centivar la migración se implementaron procesos de expulsión y arraigo de campe-
sinos de zonas productivas florecientes de la región.

POLÍTICAS DE DESARROLLO REGIONAL


En general, las políticas de desarrollo se sustentan en la caracterización de la pro-
blemática social en base al tratamiento estadístico de las principales variables de
población y sus tendencias de crecimiento; de allí que parece oportuno iniciar al
tratamiento de este acápite exponiendo una ligera reseña de la composición de la
población regional, según los datos censales de 1950–62 y 74.

207
POBLACIÓN TOTAL, URBANA Y RURAL – AZUAY Y CAÑAR
Tasa de Tasa de
1950 1962 crecimiento 1974 crecimiento
1950–1962 1962–1974
AZUAY 250.975 274.642 0,75 367.234 2,55
URBANA 49.118 69.722 2,96 117.493 4,62
RURAL 201.857 204.290 0,13 249.831 1,73
CAÑAR 97.681 112.783 1,20 146.570 2,30
URBANA 13.095 14.801 1,03 19.821 2,56
RURAL 84.586 97.932 1,23 126.749 2,27
FUENTE: Censos Nacionales de Población 1950, 1962,1974.
Elaboración por el CREA.

En cuanto a la población de Morona Santiago, se tiene referencia que el pe-


ríodo censal 1962–74 creció a un ritmo de 6.5% uno de los más altos del país y
que se debió, fundamentalmente, a las corrientes migratorias que, por incentivos
de colonización o por la apertura vial, fueron a poblar especialmente el sector del
valle del Upano.
En relación a la distribución de la población para 1974 se tiene que de un
total regional de 567.219 habitantes, el Azuay representa el 65%, Cañar el 26% y
Morona Santiago el 9%.
Respecto a las densidades se advierten diferencias notables, pues, mientras en
Azuay es de 37.7 habitantes por kilómetro cuadrado, en Cañar es de 42.5 y en Mo-
rona Santiago es alrededor de 1 habitante por kilómetro cuadrado (datos de 1960).
Analizando las tasas de crecimiento en los diferentes períodos se observa que los
índices son inferiores al total nacional y que se explican por el significativo volumen
de migración de la población de esta región hacia otras provincias, principalmente
Guayas, El Oro, Morona Santiago y Pichincha.
En cuanto a la población urbana y rural se observa una tendencia a la urbani-
zación hacia los principales centros de la región, pero además la emigración hacia
otros lugares corresponde en su mayoría a la población rural.
Pasando al análisis concreto de las políticas de desarrollo regional es preciso
destacar la acción de las instituciones públicas jurisdiccionales que se crearon con el
ánimo de implementar políticas tendientes a superar la crisis económica y solucio-
nar los problemas regionales más agudos. Primero fue el Centro de Recuperación
Económica del Azuay y Cañar, creado en 1952 y que se propuso fundamentalmente
racionalizar la producción y comercialización de la paja toquilla y activar la pro-

208
ducción agropecuaria; sin embargo, como se analizó en otra parte de este trabajo,
su labor fue boicoteada y anulada por acción de los exportadores y terratenientes
azuayos. Posteriormente este organismo es reemplazado por el Centro de Recon-
versión Económica de las provincias Azuay, Cañar y Morona Santiago (CREA),
conservando la filosofía del anterior organismo; pero orientando su acción hacia
tareas concretas, acordes con su escaso presupuesto.
La importancia del CREA en este período radica en el hecho de haber respon-
dido a los problemas de una economía tradicional desarticulada, canalizando a nivel
regional el gasto público y orientándolo hacia acciones concretas y de realización
inmediata, unida a una política de promoción ocupacional en las diferentes activi-
dades productivas.
En esta perspectiva, la política del CREA, en un comienzo estuvo centrada en
la investigación, promoción y capacitación de la comunidad en la religión y alguna
ayuda económica en la construcción de caminos vecinales, canales de riego, distri-
bución de semillas, plantaciones forestales y huertos frutales. La razón de esta polí-
tica se encuentra en el exiguo presupuesto que administraba esta institución; pues,
hacia 1959 el CREA inicia su acción con un presupuesto de 5 millones de sucres.
Hacia 1962 estaba en plena labor con un gasto total aproximado de 17.500.000
sucres; de los cuales, alrededor de 14.000.000 se gastaron en inversiones.
Aparte de sus propias rentas y la contribución estatal, el CREA movilizaba
otros recursos públicos destinadas a obras específicas, así como préstamos externos,
al principio para estudios, luego para realización de obras; algunos de ellos fueron
cuantiosos como, por ejemplo, el préstamo del BID por tres millones de dólares
para el proyecto de colonización en el Upano.
De este modo fue creciendo, gradual pero sistemáticamente, el volumen de
gasto y la obra realizada. “En 1969, aparte de sus ingresos presupuestarios de apro-
ximadamente 14 millones de sucres, a través del CREA se canalizaron 4 millones de
sucres para la Empresa Eléctrica Miraflores, 3 millones de aporte local al proyecto
Upano y 1 millón se sucres para la carretera Paute–Méndez; en total, 22 millones de
sucres sin contar asignaciones menores y la asistencia técnica externa”129.
En 1970 el presupuesto fue de algo más de 20 millones agregando los 3 millo-
nes que asumió el gobierno del servicio de la deuda del proyecto Upano.
En la era petrolera: “las cifras ascendieron rápidamente: 1973 el total de ingre-
sos propios y transferencias del Estado llegó a 45 millones de sucres; en 1974 a 167
millones, en 1975 a 151 millones; en 1977 el total de fondos propios, de transfe-
rencias y convenios llega a 207 millones de sucres”130.

129 Germánico Salgado Peñaherrera, Crisis y activación en una economía regional: la experiencia
de Cuenca y su zona de influencia (1950–1970), Publicación del Centro de Reconversión Económica del
Azuay, Cañar y Morona Santiago (CREA), Cuenca, 1980, pp. 69 - 70.
130 Germánico Salgado Peñaherrera, op. cit., 1980, p. 70.

209
Algunos resultados del trabajo realizado por el CREA en la década del 60 cons-
tan en una parte del informe de la labor realizada de 1959 a 1971, que dice: “Hasta
finales de la década del 60 se había construido alrededor de 190 kilómetros de
caminos, directamente o en cooperación por otras entidades; 250 kilómetros de
canales de riego hechos o restaurados, además de obras parciales en otros pequeños
canales, embalses con una capacidad de 235.500 metros cúbicos; hasta 1970 se
habían vendido cerca de 7 millones de plantas para forestación y 158.000 árboles
frutales, etcétera131.
En cuanto a la generación de empleo, no hay estadísticas específicas; pero se
puede afirmar, en cuanto a las plantillas de pagos de obras, que en 1967 dependían
del CREA alrededor de tres mil personas, además, la promoción de actividades
generó empleos en artesanía artística, confecciones y metalmecánica.
Por otro lado, el CREA logró canalizar la inversión del Estado hacia obras de
electrificación, como la Empresa Eléctrica Miraflores; y la construcción vial, funda-
mentalmente la carretera Paute–Méndez y Gualaceo–Limón.
En definitiva, los programas de acción del CREA llevaron a la formación
de una estructura del gasto regional favorable a la ocupación y se constituyó en
una de las medidas orientadas a superar la crisis de la economía regional de la
década del 60.

CRISIS DE HEGEMONÍA, REPRESIÓN Y MOVILIZACIÓN SOCIAL


En el aspecto político, la crisis económica nacional del 60 y los esfuerzos por imple-
mentar el nuevo modelo de dependencia basado en las finanzas y tecnología para
activar procesos industriales, condujeron a una permanente inestabilidad política
pues, en menos de 10 años, tuvo el Ecuador casi todas las formas de gobierno
permitidas por el Estado burgués: gobierno constitucional, dictadura civil, mili-
tar, gobierno interino constituyente, gobierno provisional, gobierno constitucional,
dictadura civil y luego militar. Esto demuestra, por un lado, una crisis de hegemo-
nía de las fracciones de la clase dominante frente a los problemas económicos del
país y, por otro, las dificultades, en términos de negociación política, que ocasiona
la implementación de un nuevo modelo de dependencia.
Otro aspecto interesante que se debe analizar en este período es el costo social
que significó el afán de instrumentalizar este nuevo modelo de dependencia, es de-
cir, las medidas que se tomaron para viabilizar los requerimientos del imperialismo
en la sociedad ecuatoriana.
En este sentido es largo enumerar la suerte de acciones de represión a trabaja-
dores, maestros, estudiantes, campesinos y demás sectores organizados del pueblo;

131 Germánico Salgado Peñaherrera, op. cit., 1980, p. 72.

210
parece ser que la consigna del imperialismo fue tratar de desmovilizar a los sectores
organizados del pueblo y acallar por la fuerza cualquier tipo de protesta o manifes-
tación de inconformidad. Varios líderes estudiantiles, obreros, campesinos, cayeron
en la lucha: René Pinto, Milton Reyes, Lázaro Condo, Cristóbal Pajuña, decenas de
estudiantes en la Universidad de Guayaquil y muchos más.
Se clausuró universidades, se persiguió a dirigentes obreros y campesinos, se ar-
chivaron innumerables pliegos de peticiones, las huelgas y paros se declararon ilega-
les y fueron disueltas por la fuerza pública; se clausuraron diarios, revistas, emisoras;
en una palabra, se trató de silenciar toda manifestación de protesta e inconformidad
y la arbitrariedad fue el común denominador de estos gobiernos.
Sin embargo, frente a estas medidas represivas y antipopulares, la ofensiva obre-
ra y campesina se hizo presente con la misma fuerza y en el plano de una verda-
dera lucha política, dado el grado de conciencia de clase a la que había llegado el
proletariado ecuatoriano. Las medidas implementadas fueron múltiples: creación
de nuevos sindicatos, intentos de unificación de las tres centrales sindicales, lucha
conjunta con las organizaciones campesinas, movilizaciones unitarias, ofensivas de
paros y huelgas generalizadas en toda la República, lucha por reivindicaciones in-
mediatas, por el mejoramiento de la Seguridad Social, por el bienestar de las masas
campesinas y la Reforma Agraria y, en general, por la restitución de las garantías
democráticas.
Estas movilizaciones permitieron la caída de la Junta Militar en 1966, debido
a una huelga general de varios días con el apoyo del movimiento estudiantil y de
sectores de oposición al gobierno.

EXPLOTACIÓN Y MOVILIZACIÓN SOCIAL REGIONAL


Las medidas de activación económica implementadas en la región, si bien logra-
ron superar ciertos índices de crecimiento económico; los esfuerzos y los resultados
estuvieron enmarcados en el ámbito de una deformada estructura social vigente y
presente en la región, por lo cual el esfuerzo de todos favoreció, en su mayor parte,
a unos pocos, especialmente a la burguesía comercial y financiera local que, en los
últimos años, ha ido transfiriendo capital al sector industrial por ser la actividad
económica más dinámica en la medida que proporciona mayores utilidades y divi-
dendos económicos debido a que tiene un mayor grado de explotación al trabajo
humano.
En otros términos, la recuperación económica de esta región fue una necesidad
y un compromiso de todos; pero en los resultados se observa que unos fueron más
favorecidos que otros y no porque hayan hecho mayor esfuerzo, sino porque su
participación en el proceso productivo ha estado diferenciado por una posición de

211
clase, es decir, por la diferente participación en el proceso de creación y distribución
de la riqueza social.
Sin embargo y al interior de la lucha política por defender intereses de clase,
–los unos por reivindicar el trabajo y los otros por aumentar su capital, posición so-
cial y poder–; la organización y movilización política de los trabajadores fue intensa,
permanente y sistemática, pues se crean el 43.5% de organizaciones de trabajadores
de esta provincia, lo que evidencia el nivel más alto de organización del movimiento
de trabajadores en relación con los períodos anteriores.
En efecto, “Se crean en esta década 38 organizaciones de tipo libre y 55 de tipo
empresarial, es decir que el movimiento de trabajadores adopta una consistencia
mayor en relación a la capacidad de presión y de lucha por los intereses de los afilia-
dos; demostraría también una relativa modernización de las relaciones laborales en
la provincia, cuanto existiría una tendencia a crecer, las que se establecen entre tra-
bajador y patrono. Analizando por sectores de actividad económica, 7 (7.5%) son
organizaciones de trabajadores agrícolas, es decir, localizadas en el sector primario;
26 (27.9) pertenecen al sector secundario, de las cuales 6 son de trabajadores libres
y por lo tanto más bien de carácter artesanal y 20 de tipo industrial, aun cuando en
algunas empresas industriales se forman dos o tres organizaciones distintas bajo la
forma de sindicato, comité de empresa y/o asociación de trabajadores; finalmente
32 (43.0%) organizaciones de trabajadores en la década agrupan a empleados y
obreros que laboran en la prestación de servicios de diversa índole; esto es, en
el sector terciario, resaltando así la importancia de este tipo de actividad ocu-
pacional. El resto son organizaciones no tipificadas en actividades económicas
específicas”132.
Conjuntamente al proceso de organización de los trabajadores se debe asociar
la permanente combatividad de dichas organizaciones que, a través de paros y huel-
gas, lograron imponer mejores condiciones de trabajo.

132 Adrián Carrasco (1974).

212
Guayaquil y su región en el
primer boom del cacao (1994)133
Carlos Contreras

EL BOOM DEL CACAO


Evolución de las exportaciones de cacao

Autores que han estudiado la historia económica de la costa ecuatoriana entre


mediados del siglo XVIII y 1820 (Estrada Icaza, 1973; Hamerly, 1973 y 1976;
Conniff, 1977; Chiriboga, 1980) se han ocupado del rol decisivo que le cupo a
la llamada “pepa de oro” en la dinamización de la economía del litoral, llegando a
identificar prácticamente dicha bonanza con las exportaciones cacaoteras. El valor
de las exportaciones de cacao creció casi ininterrumpidamente desde mediados del
siglo XVIII hasta la crisis de 1811, pasando de un valor aproximado de cien mil
pesos hasta cerca del medio millón. Luego de los difíciles años de 1811–1816, las
ventas de cacao al exterior se recuperaron rápidamente, llegando a superar el medio
millón de pesos, alrededor de la independencia. Michael Hamerly ha calculado que
las exportaciones de la pepa de oro representaron durante dicho período “entre las
dos terceras y las tres cuartas partes de las exportaciones” (1973: 112). Pero a la luz
de las cifras del cuadro 5134, que muestran la evolución del valor de las exportaciones
cacaoteras entre la década de 1750 y 1825, podemos sostener que tal estimación
resulta sobrevaluando el peso de tales exportaciones.
Según las cifras del cuadro 5, entre 1765, una vez que ya había comenzado135
el boom del cacao, y 1825, el promedio anual de la magnitud del cacao en el total
exportado fue del 50,9%. Esto es bastante sin duda, pero representa solo unos pun-
tos más que el 43% que significaba el cacao en el momento del take–off del auge
exportador de la costa. Pero como quiera que el paso del 43% al 51% se dio en un

133 Tomado de: Carlos Contreras, “Guayaquil y su región en el primer boom del cacao, en
Historia y región en el Ecuador 1830-1930, Quito, FLACSO/CERLAC, 1994, pp. 202-230.
134 En esta edición hemos omitido los cuadros a los que Carlos Contreras hace referencia. Se
los puede encontrar en el siguiente link: https://www.google.com.ec/?gws_rd=cr&ei=WwxwUtqlHd-
W14APl4YGYBA#q=carlos+Contreras,+%E2%80%9CGuayaquil+y+su+regi%C3%B3n+en+el+pri-
mer+boom+del+cacao,&spell=1 (nota del editor).
135 Véase Informe de Millan y Pinto, en Mercurio peruano, Lima, 1975, l. XII: pp. 165~172.

213
contexto de incremento de las exportaciones generales, ello quiere decir que al com-
pás del cacao también crecieron otros renglones de las exportaciones.
Si volvemos los ojos al cuadro 5 podemos distinguir cuatro etapas en dicho
auge. Entre la década de 1760 y los inicios de la de 1780, podemos ubicar una pri-
mera etapa, donde se verifica un crecimiento lento de las exportaciones de la pepa
de oro, estimulado seguramente por la apertura parcial del mercado novohispano.
En la década de 1780, llegan a duplicarse en relación con los niveles de partida y
después de 1800 alcanzan incluso a multiplicarse por cuatro. Este es realmente el
período del boom del cacao. Factores externos importantes para este repunte fueron
la apertura del mercado europeo, tras la culminación de los conflictos bélicos en
1783, la eliminación, en 1789, de las restricciones en el comercio con el virreinato
mexicano, y la apertura, en 1796, del tráfico con el puerto de San Blas, en la costa
de California.
Después, entre 1811 y 1816, ubicamos una tercera etapa, de drástica declina-
ción, en que se retrocedió incluso del nivel de los años previos al boom. Hamerly
(1973: 130) ha propuesto entre las causas de la crisis tanto la ocurrencia de fenó-
menos naturales que afectaron la producción, como la saturación136 del mercado.
Finalmente, una cuarta etapa, después de 1817, se caracterizaría por una fuerte
recuperación de las exportaciones, comenzando a superarse todos los niveles pre-
cedentes.

ESTRUCTURA DE LA PRODUCCIÓN
A pesar de las valiosas investigaciones de León Borja, Adam Szaszdi y Michael Ha-
merly, la génesis del primer boom del cacao es insuficientemente conocida137. Sabe-
mos que las principales áreas productoras se situaron en las planicies del Guayas que
avanzaban hacia Babahoyo y en el litoral sur. Hacia 1774 Francisco de Requema
calculó en 50 mil cargas la producción de cacao de la costa ecuatoriana; y descom-
puso además este total según los partidos de donde provenía la producción, los dos
partidos de mayor producción eran los de Baba, con 22 mil cargas (44% del total)
y Machala, con 12 mil (24%). De niveles importantes pero menores, eran las co-
sechas de los partidos de Babahoyo, con 6 mil cargas (12%) y Palenque, con 6.500
(13%). Entre estos cuatro partidos sumaban así el 93% de la producción de cacao
en la Audiencia. Después que Requena escribiera su “Descripción...”, la producción
de cacao consiguió expandirse hasta pasar de las 100 mil cargas. Aunque parte de
esta expansión fue resultado seguramente de mejoras en la productividad de las

136 “Saturamiento”, en el original (nota del editor).


137 Mayor atención se ha prestado al estudio del segundo auge cacaotero, entre 1870 y 1925.
Véanse, por ejemplo, los trabajos de Guerrero, 1980 y Chiriboga, 1980.

214
matas, la mayor responsabilidad recayó en el incremento de los cultivos; vale decir
en una estrategia simplemente extensiva de la producción. Varios observadores o
funcionarios, como Francisco de Requena y Josef Muro, señalaron, en 1774 y 1784
respectivamente, la negligencia que reinaba en las técnicas de cultivo, con el resulta-
do consiguiente de desaprovechamiento de las potencialidades del terreno, pero no
sabemos qué resultados tuvieron sus prédicas138.
Durante la administración de García de León y Pizarro, se promovió la siembra
de árboles de cacao, llegándose así a principios de la década de 1790 a una produc-
ción de más de 66 mil cargas. Dicha siembra se realizó fundamentalmente en los
partidos de Baba, Babahoyo, Naranjal y Palenque. Hacia 1793, entonces (una vez
que las matas ya estaban en condiciones de producir), la geografía de la producción
había sufrido cambios, que podían considerarse, sin embargo, más bien leves: el
partido de Baba seguía concentrando la mayor parte del cacao, con un 41%, se-
guido de los de Babahoyo y Machala, con 18% cada uno, y más lejos, de los de
Palenque (14%), Naranjal (4%) y Daule (3%). Babahoyo había mejorado su mag-
nitud, al compás que Machala la había perdido. Por otra parte, Palenque aparecía
ahora con una producción de notoria importancia, y en menor medida, también,
Naranjal, zona recién incorporada a la producción. La expansión de los cultivos
continuó en los años siguientes, pero no debió ocasionar ya mayores cambios en
esta geografía. Baba, Babahoyo, Machala y Palenque seguirían dominando la oferta
de cacao en Guayaquil.
Un problema aún escasamente dilucidado por la investigación histórica se re-
fiere al predominio de qué tipo de unidad productiva hubo en el caso del cacao.
¿Grandes latifundios o pequeñas propiedades? Situándonos más bien en los años de
las décadas de 1780 a 1800, pensamos que los pequeños y medianos fundos jugaron
un rol principal.
Para ello nos apoyamos en varios hechos. Primero, que el mecanismo de apro-
piación de tierras de tan pobre densidad demográfica, consistente en “denuncios” de
“territorios baldíos”, estuvo al alcance de sectores bastante amplios de la población.
De otro lado, tanto este mecanismo como la puesta en marcha de los cultivos, no
demandaba mayores inversiones que fueran privativos de sujetos dotados de capital.
Se encargaba a los propios nativos el cultivo y cuidado de las matas, bajo un sistema
de contrata, en la que los sembradores serían “redimidos” recién en el momento

138 Francisco de Requena se pronunciaba con amargura en estos términos: “Toda la agricultura
del país, consiste en trasplantar del almácigo al hoyo, 5, 7 o 9 arbolitos, ya débiles y maltratadas sus
raíces, que la superstición quiere sean de número impar, y dejar de unos a otros hoyos solo 2 o 3 varas
de distancia, lo que hace un espeso bosque de árboles delicados llenos de mazorcas que se cuajan. La
planta que después de puesta en la tierra no fructifica, no espera ningún auxilio de estas gentes para que
produzca” (1982/1774:59). El alegato de Josef Muro puede verse en AHBCE, Microfilms de Sevilla,
Audiencia de Quito 243, rollo 62, carta 561, 1784.

215
de la entrega de las matas listas para la producción (cfr. Chiriboga, 1980: 16). La
producción de cacao demandaba, además rendir dos mil libras de cacao al año, o
sea 25 cargas. De manera que un pequeño propietario, con diez mil matas de cacao,
requería solamente de diez trabajadores permanentes. Las diez mil matas resultarían
anualmente en unas 250 cargas de cacao, que al precio unitario de cuatro pesos en
el mercado local, significarían mil pesos, en los que los costos de producción no su-
peraban los 300 pesos (según León Borja y Szaszdi 1964: 49/50, el costo de produc-
ción por carga de cacao era de ocho a diez reales; en 1774 Requena (p. 59) lo había
calculado en solo seis a siete reales). Un beneficio anual de 700 pesos convertiría a
los conductores de estos pequeños fundos, en personajes con ingresos equivalentes
a los de un funcionario estatal de mediana jerarquía.
Ser un pequeño o mediano plantador fue, pues, un negocio viable en la costa
ecuatoriana de finales de la Colonia y su aporte, a la producción de cacao, habría
resultado fundamental para la región. Entre medianos y pequeños propietarios su-
maron el 63% de los árboles sembrados; correspondiendo a quienes eventualmente
podían tratarse de grandes propietarios (en la medida que sembraron más de 30
mil árboles durante esos años), solamente algo más de una tercera parte. De modo
que la estructura de la propiedad en la producción de cacao consistió en un corto
número de grandes latifundistas, con una producción que si bien era importante no
alcanzaba a monopolizar ni mucho menos el mercado, aliado de centenares de pe-
queños y medianos cosecheros, que aportaban más de la mitad del cacao producido
y quizás hasta las dos terceras partes.
En ello hubo obviamente diferencias regionales. Mientras en las zonas recien-
temente incorporadas a la producción tendió a producirse la concentración. En
aquellas otras en que la producción gozaba de larga tradición, hubo una tendencia
a mantener la pequeña y mediana propiedad. Por ejemplo, en Balao y Tenguel, en
el partido de Naranjal, una sola persona sembró los 98.310 árboles, asentados ahí
durante el gobierno de García de León y Pizarro, mientras que en las viejas zonas
productoras de Babahoyo, Baba y Palenque predominaron los que sembraron me-
nos de diez mil árboles”139.
Esta relativa democratización en el nivel de la producción, tuvo dos impor-
tantes consecuencias que ahora conviene resaltar. Por una parte, favoreció un veloz
desarrollo urbano de la ciudad principal de la costa ecuatoriana, como acerta-
damente lo ha demostrado Conniff (1977) en su estudio. En efecto, Guayaquil
pasó de contar con cinco mil habitantes, hacia mediados del siglo XVIII, cerca

139 En el caso de Babahoyo, solo dos personas plantaron más de 30 mil árboles, tres, de 10 mil
a 30 mil, mientras que 31 sembraron menos de 10 mil (pero más de 1 mil). En el caso de Baba, una sola
persona alcanzó a sembrar más de 30 mil, cuatro más de diez mil, pero menos que 30 mil. 24 sembraron
ente 1 y diez mil y tres, menos de mil. En Palenque, uno sembró más de 30 mil, uno más de diez mil y
doce más de mil pero menos de diez mil. Cfr. Probanza de García de León y Pizarro. AHBCE, Microfilms
de Sevilla, Audiencia de Quito 329, rollo 78.

216
de veinte mil hacia la época de la independencia. Un desarrollo de esta naturaleza
difícilmente se hubiera conseguido en medio de una estructura de la producción
fuertemente concentrada. Por el contrario, la desconcentración vino a favorecer
más bien una distribución amplia de los beneficios y el consecuente crecimiento
del sector secundario y terciario de la economía, a través de la urbanización. La
otra consecuencia fue que tal situación, de predominio de la pequeña y media-
na propiedad, estimuló y reforzó finalmente la dependencia de los productores
con respecto al capital mercantil. La pequeña escala de operación de las unidades
productivas, las privaba de la posibilidad de acumular capital y de conseguir un
dominio del mercado desde el sector productivo, haciéndolas por el contrario presas
de los comerciantes para estos efectos.
Con respecto al problema de la mano de obra para la producción de cacao,
éste cuenta con información muy escasa para su resolución. Desde que gracias al
exhaustivo trabajo de Hamerly, sabemos que los esclavos en la costa ecuatoriana no
superaron los 2.500 a finales de la época colonial, es claro que esta mano de obra
no era suficiente (1973: 89 y ss.). Indudablemente se debió usar la mano de obra
esclava en las plantaciones de cacao, pero no parece haber sido la predominante.
Había sido utilizada solo en los grandes latifundios y desempeñando funciones más
bien de capataces que de trabajadores propiamente dichos.
La mano de obra principal había sido aportada más bien por población libre,
bajo un régimen que combinaba el pago de jornales y de especies con la concesión
de parcelas al interior de la unidad productiva. Esta mano de obra había sido tanto
de procedencia local como migrantes de la región serrana. En la costa, como ya se
dijo, abundaron los “pardos” (zambos y mulatos), que se hallaban diseminados en el
campo como población rural. Ellos, conjuntamente con alguna población mestiza
local y el aporte de los migrantes serranos, componían la oferta laboral. A diferencia
de la población indígena, que en la evolución de las sociedades andinas, desarrolló
una serie de resistencias culturales que bloquearon o dificultaron largamente su
incorporación a la oferta laboral, las poblaciones mestiza y “parda” fueron mucho
más sensibles a su demanda.
Por el lado de los migrantes serranos, es poco lo que puede adelantarse ante los
escasos testimonios disponibles. La población de la “antigua provincia de Guaya-
quil” (comprendida como la costa sur y central de la Audiencia) creció entre 1780
y 1790 de 30.161 a 38.559 habitantes”140. Los “pardos”, que eran la población
exclusivamente local y no pudieron provenir de la migración serrana, crecieron, por
ejemplo, solo en un poco más de 10%, que había sido la tasa de incremento natural
de la población en la región, de modo que cerca de dos tercios de dicho incremento
demográfico de1 28%, puede ser atribuido razonablemente a los migrantes de la
sierra y eventualmente de las zonas litorales adyacentes como Paita y el Chocó.

140 Según Requena la población es 1774 era de 23.394, por lo que el crecimiento demográfico
entre ese año y 1790 (16 años) habría sido de 65%.

217
De cualquier manera, tal parece que tanto esta oferta como la que agregan los
“pardos” locales no fue satisfactoria, dado que la queja de falta de brazos fue una
constante entre los colonos locales.
Pero si bien hubo sensibilidad frente a la demanda de trabajo entre la población
local y migrante, no hubo en cambio sensibilidad frente a la acumulación salarial.
Gran parte de la población trabajadora de origen nativo debió haber mantenido el
control de parcelas fuera de las unidades productivas o el usufructo de ellas dentro
de las propias unidades, de modo que al menos una parte de los bienes alimenti-
cios necesarios para su subsistencia, podían ser garantizados desde su propia esfera
productiva. Adicionalmente, la remuneración dentro de las plantaciones, incluía la
entrega de algunos bienes o especies. El salario en metálico, fijado según Hamerly
(1973: 111) en seis reales diarios, servía solo como un complemento de la canasta
familiar. Aun así, este salario era elevado en comparación con el vigente en otras
regiones, hacia la misma época.
La respuesta a un salario elevado fue, como era de esperarse en el contexto de
una economía precapitalista, no el incremento de la oferta laboral por parte de los
trabajadores ya empleados, sino por lo contrario, su disminución. Solo un fuerte
movimiento migratorio pudo crear una expansión de la oferta de la mano de obra,
pero la migración serrana debió hallar pronto sus límites. No solo por los vínculos
con la tierra que ataban a esta población, sino además por la insalubridad que para
los pobladores de las alturas representaban las condiciones climáticas y de trabajo
en el litoral. Francisco de Requena (1982/1774/: 38) describía así la situación hacia
los inicios del boom:

El ocio, el abandono y la flojedad es tan común en indios, morenos y blancos


como prueba su género de vida; los primeros apenas trabajan para pagar los tri-
butos, los segundos solo lo que necesitan para vivir, y algunos de los últimos a im-
pulsos de sus obligaciones. (...) Los indios y la gente de color siendo tan baratos
los víveres, hacen tan caro pagar sus jornales que se contentan con pocos al mes
para tenderse los demás días a pasarlo.... apoltronados en la hamaca: a veces no
se encuentra quien se ocupe en las fábricas aunque se les brinde con 4 o 6 reales
de esta moneda (iguales a 10 o 15 de vellón),...

Antes habíamos señalado que un hecho que facilitó el enrolamiento de la po-


blación local en la producción de cacao fue su sensibilidad frente al salario, compa-
rada con la resistencia que frente a tal estímulo desarrolló la población indígena en
otras regiones de los Andes (véase por ejemplo mi trabajo: 1987b); pero es necesario
enfatizar ahora que dicha sensibilidad halló pronto sus límites en el contexto de una
sociedad colonial, que a pesar de hallarse menos estamentalizada que en otros luga-
res de Hispanoamérica (cfr. Conniff, 1977), de cualquier manera llegaba a bloquear
a los pardos el ascenso social. Los problemas con la mano de obra devinieron asi-

218
mismo de la emergencia de un proceso de resistencia a la proletarización, expresado
a través del ausentismo y en general de la indisciplina laboral.
Frente a este tipo de inadecuación de la oferta laboral, emergieron entre los
empresarios de las plantaciones, estrategias de “enganche” para el reclutamiento de
trabajadores. El propietario de la unidad productiva debía adelantar el salario a los
trabajadores antes de que ellos entregasen su fuerza de trabajo, verificándose así una
completa inversión en el tradicional crédito que, según Marx, el trabajador hace al
empresario al adelantarle su trabajo. Además, debía ofrecer una serie de alicientes
bajo la figura de “socorros” o ayudas económicas, en los momentos de súbitos re-
querimientos de moneda por parte del trabajador (como, por ejemplo, en caso de
enfermedad, matrimonio, bautizo de los hijos, defunciones, etc.). Pero este remedio
tampoco llegó a ser suficiente, porque bien pronto los peones aprendieron a usar
tales estrategias para su propio beneficio: se comprometían con varios patrones,
simultáneamente, recibiendo adelantos de todos ellos, huían de la plantación antes
de haber pagado con su trabajo los “socorros” recibidos, etc. Una solución a caracte-
rísticas tan nefastas para la producción de cacao hubiera sido, como lo sugirió Fray
Antonio de Josef Muro en 1784, la importación masiva de esclavos. A imitación del
caso caraqueño, él propuso la importación de 4 mil esclavos para las plantaciones
de cacao, cuyo costo calculó en un millón doscientos mil pesos141. Pero bajo un
régimen de dependencia de los productores con respecto al capital, como ocurría en
este caso, resultaba muy difícil hallar gentes dispuestas a realizar una inversión tan
riesgosa. La introducción de esclavos, por otra parte, hubiera sido factible y quizás
deseable solo en las grandes unidades productivas. En las pequeñas unidades el
problema de la mano de obra debió ser resuelto en gran medida, a través del uso de
la fuerza de trabajo familiar y de una red de “allegados”, que dado el escaso requeri-
miento de trabajadores hubiera funcionado como una solución eficiente.
La producción de cacao en la costa ecuatoriana tuvo entonces fuerzas externas
muy grandes para su surgimiento, que es lo que hasta hoy se ha enfatizado más.
Ellas fueron la expansión de la demanda mundial y de la novohispana en particu-
lar, y el conjunto de reformas legislativas que permitieron el enlace comercial con
tales mercados. En cuanto al nivel interno el impulso había provenido de la nece-
sidad de suplir las decadentes exportaciones de tejidos serranos. Esta intención fue
asimismo promovida por la administración colonial, como una manera de captar
recursos para el fisco y conseguir el activamiento del comercio de retorno desde las
colonias, como compensación a las exportaciones metropolitanas de bienes finales.
Una política de este tipo, condujo así a la crisis de la economía textil serrana y a la
implantación de una agricultura de exportación en el litoral. Pero ¿cómo esta región

141 El informe de Muro se enmarca dentro de una densa del navío San Juan Nopomuccno del
Callao, para embarcar 20 mil cargas de cacao hacia Acapulco, AHBCE, Microfilms de Sevilla, Audiencia
de Quito 243, rollo 62, carta 651, 1784.

219
pudo adaptarse a esta estrategia? Ella contaba con los recursos naturales necesarios,
pero no con el capital ni la clase empresarial propicia, y además la mano de obra,
como acabamos de ver, carecía de una oferta que pudiera considerarse satisfactoria.
Reiteramos entonces, ahora para el caso específico del cacao, lo dicho de ma-
nera general en el capítulo anterior. La dotación de capital y la articulación con el
mercado se constituirían en factores externos, al ser aportados por la clase mercantil
limeña142. Pero observemos que las necesidades de capital no fueron fuertes. En
primer lugar porque no existía un mercado de tierras digno de ese nombre, que
significara erogaciones en la adquisición de este medio de producción; la tierra, por
lo contrario, podía considerarse virtualmente como de oferta ilimitada, bastando
realizar el trámite del “denuncio” (que probablemente irrogaría algunos gastos me-
nores) para conseguirla. En el caso de los pequeños propietarios, aún más, la tierra
era seguramente ya un bien preexistente. Para la siembra de los árboles se empleaba
el tipo de contratos ya descrito, pagándose a la mano de obra recién al final del pro-
ceso. El primitivismo143 del método llevaba, pues, a que el capital inicial necesario,
dependiendo del tamaño de los cultivos, fuera más bien pequeño.
Este aporte consistió, no tanto en la dotación de capital para la producción
como sí en el del necesario para el montaje de la red de comercialización, así como
en el conocimiento del mercado.
Los beneficios que dejaba la producción de cacao eran muy altos. Hemos calcu-
lado que representaron aproximadamente el 70% del valor de la producción. Duran-
te los mejores años del boom del cacao, con unas ventas al exterior de cien mil cargas
anuales, tales beneficios sumaron entonces cerca de 300 mil pesos anuales. ¿Qué se
hizo de esta suma? ¿Se invirtió productivamente en la economía doméstica, o sirvió
solo para incrementar las exportaciones de bienes de consumo? Volveremos a este
asunto más adelante; ahora veamos la esfera de la comercialización de la pepa de oro.

MECANISMOS DE LA COMERCIALIZACIÓN
La ciudad de Guayaquil era ciertamente donde tenía lugar el más grande merca-
do del cacao. En l815 las autoridades explicaron que el diezmo a la producción

142 Esta calificación de “externo” resulta en realidad muy relativa, puesto que desde
1803 Guayaquil fue reincorporando al virreinato peruano, del que fuera desagregado en 1739,
con la creación del virreinato de Nueva Granada; de manera que la externalidad debe asumirse
solamente en un sentido “regional”: era extrema a la región; pero no en el nacional-moderno
(sobre esto cfr. Assadourian, 1982: III y IV y Stern, 1984). Más bien, encaminándonos hacia
este último sentido podríamos decir que el financiamiento de la producción provino de la élite
capitalista del territorio político del que Guayaquil formaba parte.
143 “La primitivez”, en el original (nota del editor).

220
cacaotera se pagaba por costumbre en Guayaquil, independiente del lugar donde
se produjese, pues era a esta ciudad “donde viene a venderse”144. Pero no todos los
productores concurrían hasta el puerto a colocar su mercadería. Los pequeños pro-
ductores de los partidos de Machala, Baba y eventualmente otros, eran visitados por
“tratantes” que les compraban in situ la cosecha. El pago no siempre se realizaba en
dinero en estos casos, sino que a veces se presentaban situaciones de trueque de mer-
caderías145. Es conocido que, históricamente, en estas situaciones se establecía una
subordinación del productor respecto del comerciante. Incluso algunos medianos
productores llegaron a ser víctimas de la usura del capital mercantil, por lo que ya en
1784 se solicitaba el establecimiento de un Banco de Rescate en favor de los produc-
tores, que fijase un precio de refugio para el cacao146. No conocemos, sin embargo,
cuál fue la diferencia entre el precio real pagado al productor en su fundo y el de la
comercialización en Guayaquil, lo que arrojaría la tasa de ganancia de los tratantes,
que seguramente debió ser bastante alta, disminuyendo así la de los productores.
Ya en Guayaquil se verificaba la concurrencia de los grandes productores, la de
aquellos medianos productores de Baba y Babahoyo que podían controlar todavía
el producto en la fase del transporte, y la del cacao “rescatado” por los tratantes. El
producto pasaba entonces a manos de unos pocos y poderosos comerciantes, que
finalmente lo embarcaban hacia Acapulco, el Callao o la misma península Ibérica.
La exportación de cacao fue, en efecto, dominada por unos pocos y poderosos
comerciantes. Los grandes comerciantes controlaban la venta a los mercados más
grandes y distantes. El abastecimiento del Callao, Acapulco y Cádiz era patrimonio
de una élite de comerciantes que operaban en gran escala. Los pequeños y medianos
mercaderes se limitaban a la atención de las mucho más modestas plazas de Panamá,
las costas del Chocó y del norte peruano.
Pero ¿quiénes eran aquellos grandes comerciantes? Este punto no ha sido aún
suficientemente investigado, por lo que existen posiciones discrepantes. Así, mien-
tras Hamerly (1976: 31) sostuvo que desde temprano se dio una fusión entre pro-
ductores y comerciantes, siendo éstos básicamente personajes locales que llegaron a
conformar una “oligarquía del cacao”, Chiriboga (1980: 20) ha señalado que salvo

144 ANH, Q. CSJ, Fondo Naval, caja 4, docto. 430, 15/diciembre/1815.


145 Sobre el partido de Machala, decía Josef de Berda que: “siendo como es tan pingüe en la
cosechas de cacao, porque tienen sus huertas de árboles de cacao que continuamente están cosechando,
se experimenta que son los más pobres, respecto de que en el tiempo de la cosecha, ocurren muchos co-
merciantes, con ropas y aguardientes de que se siguen las embriagueces”. AHBCE, Microfilms de Sevilla,
Audiencia de Quito, 294, rollo 71. Las ropas y aguardientes provenían del Perú y serían trocadas por el
cacao con los pobres productores de cacao machaleños.
146 La justificación para la erección del Banco, descansaba en “…el trato usurario que versa
entre ellos/los hacendados del cacao/ y los apoderados del comercio de Lima, ya que su indigencia /de
aquellos/...”AHBCE, Microfilms de Sevilla, Audiencia de Quito 243, rollo 62, carta 564.

221
el caso de dos personajes (Luzárraga y Martín de Icaza) que compartieron la función
de productores y comerciantes del cacao, no hubo dicha fusión, siendo la comercia-
lización del cacao asunto de sujetos especializados.
Sin pretender zanjar la polémica sobre puntos tan importantes, podemos se-
ñalar, más bien a modo de hipótesis, algunas ideas a la luz de nuestros hallazgos.
Aparentemente en Guayaquil existieron tanto comerciantes especializados como
aquellos que compartían esta función con la de los productores; pero parece que
definitivamente fueron mayoría los primeros. El testimonio de Antonio Marcos de
1787, ya citado por Hamerly, refiere enfáticamente, luego de sindicar a los cuatro
comerciantes que habían virtualmente monopolizado las exportaciones del cacao
a Nueva España, que los más perjudicados habían sido los cosecheros pues no les
quedaba otra alternativa que hacer la transacción con dichos comerciantes, los que
“con solo este renglón han enriquecido estos sujetos más de medio millón, y lo han
retirado del giro de que dimana la gran pobreza de esta República”147.
La declaración de Marcos es especialmente clara en cuanto a la subordinación de
los productores con respecto al capital mercantil; ella se verificaba incluso entre gran-
des productores, de un lado, y pequeños comerciantes, del otro, pero el testimonio
aclara también un punto adicional, que hemos destacado subrayándolo: la íntima
conexión de la oligarquía local de comerciante, con sus colegas de Lima. En efecto,
Guayaquil, a pesar de contar con el mayor astillero de la Mar del Sur –y ésta es una
de las mayores paradojas de la historia americana–, no contaba con una nota propia,
dado que las actividades del astillero eran controladas por los navieros del Callao
(Clayton, 1978). Estos aprovecharon, en cambio, de su poderosa flota mercante para
controlar, a través de una compleja red mercantil y financiera, los renglones más
suculentos del comercio interamericano (cfr. Flores–Galindo 1984: parte 1).
Dicha situación fue detectada de manera relativamente temprana por algunos
funcionarios y observadores. Ellos enfatizaron que la carencia de navíos propios
por parte de los comerciantes de Guayaquil y la consecuente dependencia de los
comerciantes del sur, se convertía en una de las principales razones que obstruían el
“adelantamiento” de la provincia.
La estructura de la producción y comercialización de cacao tuvo así en su vér-
tice dominante a los navieros limeños, y en menor medida a sus colegas mexicanos
y españoles. Ellos logran controlar las actividades de los grandes y pequeños comer-
ciantes locales, a través de la posesión de los navíos indispensables para el transporte
y del financiamiento de su capital de operación. A su vez, estos comerciantes locales
subordinaban a los productores, aun a “los cosecheros gruesos”, mediante un régi-

147 AHBCE. Microfilms de Sevilla, Audiencia de Quito 271, rollo 6, carta s/n. El subrayado es
nuestro.

222
men de monopsonio que descansaba en el hecho de ser ellos las únicas instancias de
comunicación con los comerciantes limeños, los “dueños del mercado”.
Es probable, aunque esto sería necesario investigar con fuentes idóneas (como
los protocolos notariales), que los comerciantes locales realizaran adelantos de capi-
tal a los productores, con los que estos pudieran costear sus actividades, pagar a su
mano de obra, etc. Los comerciantes locales llegaban a realizar bajo su nombre los
embarques de cacao al exterior, pero luego debían compartir los beneficios con los
personajes claves, de quienes no eran al final más que sus apoderados: la élite de la
ciudad de los reyes.
Virtualmente toda la expansión hispanoamericana del siglo XVIII ocurrió den-
tro de un modelo de dependencia del productor frente al comerciante, del que la
costa de la Audiencia de Quito no fue una excepción.
Pero en el caso del cacao del litoral ecuatoriano un hecho distintivo dentro de
tal modelo, fue el carácter relativamente “extranjero” de la clase mercantil domi-
nante148. Pero decimos “relativamente”, porque la anexión parcial de Guayaquil
al virreinato del Perú en los inicios del siglo XIX, intentó integrar políticamente
sociedades que económicamente ya lo estaban, aunque ciertamente en condiciones
asimétricas, y no de igualdad; el dominio económico de Lima sobre Guayaquil, se
vio de esta manera seguido del dominio político.
Resumiendo lo dicho, pocas veces los productores de cacao, como adelantara
Chiriboga, lograron controlar el producto en la fase de la comercialización. Este
régimen de dependencia de los productores con respecto a los comerciantes loca-
les, y luego de estos con relación a sus colegas de Lima, trajo importantes y graves
consecuencias para la economía del litoral ecuatoriano. En primer lugar, significó
para los productores la imposibilidad de acceder a una acumulación importante
de capital, potencialmente, reinvertible en la modernización o expansión de sus
plantaciones. Ya se señaló que en 1784 Fray Antonio de Josef Muro hacía campaña
por la importación de cuatro mil esclavos destinados a contar con una mano de
obra fijada en las plantaciones de cacao, como se había conseguido en Caracas. El
problema era que tal adquisición suponía la inversión de un millón doscientos mil
pesos, capital imposible de reunir para los productores. Ya diez años antes, Requena
se mostró sorprendido por las “muchas mejoras en el cultivo que no se practican”,
acusando de tal situación a la lenidad de las gentes. Proponía, además, como mane-
ra de adelantar la economía de la región, la transformación del cacao a la condición
de cacao en pasta, a fin de que fuese exportado con una mayor dosis de valor agre-

148 Para el caso de la subordinación del capital productivo frente al mercantil en el sector mine-
ro, véase para el caso novohispano: Brading, 1975; para el caso peruano: Fisher, 1977. Una ilustración
del caso del cacao en Venezuela, en Izard, 1977.

223
gado (p. 59/60). Pero dicha transformación hubiera requerido también de sumas
importantes de capital.
En efecto, virtualmente toda la exportación era de cacao en bruto. En los regis-
tros de aduana solo muy ocasionalmente se encuentra la salida de “cacao en pasta”
o como “mantequilla” o “manteca de cacao”. En el quinquenio 1784–1788, por
ejemplo, hubo exportaciones de manteca de cacao por solo un promedio anual
de 1.138 libras, mientras que la salida de cacao sin procesar tuvo un promedio de
4’700.000 libras. La diferencia de precio entre una libra de manteca de cacao y una
libra en bruto, era aproximadamente de 15 a 1149. Lo que equivale a decir que si
todo el cacao guayaquileño se hubiera exportado procesado, los 250 mil pesos de
promedio anual se habrían convertido ¡en 3 millones 750 mil pesos!
En segundo lugar, la dependencia de los comerciantes locales de sus colegas del
sur significó, asimismo, una rápida y aguda descapitalización de la economía. Era
precisamente el comercio con Europa, a través de la intermediación metropolitana,
el rubro más pingue del tráfico del cacao, como lo ha demostrado Carmen Parrón
(1984: 131–32).
La información proporcionada por Parrón, nos permite establecer la diferente
rentabilidad de la comercialización de cacao a lo largo de su recorrido. En Guaya-
quil el precio era de 4 a 5 pesos (llegando solo excepcionalmente a seis o a menos de
cuatro); en Lima fue de 12 pesos y en Cádiz de 38. Con tales datos y otros ofrecidos
por la aurora (ibíd.) podemos componer el siguiente cuadro:

Valor en pesos Valor en porcentajes


Precio pagado al productor o
“tratante’’ por carga en Guayaquil 4p4r 12
Flete Guayaquil–Callao–Cádiz 9p 24
Beneficio del comerciante:
En Guayaquil lp4r 4
En Lima 150 4p4r 12
En Cádiz 118p4r 48
Total 38p 100 %

149 El precio de una libra de manteca de cacao era aproximadamente de 6 reales (según las guías
de almojarifazgo de 1773 y 1775, citadas en el cuadro 3), mientras que el de la carga de cacao en bruto,
de 81 libras, fue más o menos de cuatro pesos.
150 Para este cálculo asumimos un costo de flete entre Guayaquil y Lima, de un peso y cuatro
reales (cfr. Tyler, 1976: 268).

224
De modo que el gran productor guayaquileño, aquel que vendía su cosecha
directamente en Guayaquil, sin cederla a tratantes intermediarios, recibía al final
solo un 12% del valor del cacao vendido en Cádiz. En el caso de los pequeños
productores, que caían con frecuencia en manos de los “rescatadores” o tratantes,
el porcentaje debía ser todavía menor. Por su parte, los comerciantes se apropiaban
del 64% de dicho valor, correspondiendo la mayor tajada a los que cubrían la ruta
a los puertos europeos, una menor a los que la cubrían hasta el Callao, y una ya
mucho más pequeña, a los comerciantes o tratantes locales. El costo de transporte
respondía por el 24% restante.
Claro que para los comerciantes ultramarinos no todo debió ser ganancia; se-
guramente hubo de hacerse gastos en el embalaje o manipuleo de la carga, en el al-
macenaje, en el pago de diversos impuestos y, además, los riesgos eran muy altos por
la frecuencia de las mermas, naufragios, incendios en los almacenes, etc. (muchas
fortunas de comerciantes se perdieron por desastres de este tipo).
En cualquier caso, los mercaderes locales hubieran gozado de un mayor margen
de autonomía en el tráfico a Nueva España, cuyo mercado pelearon largamente con
los productores venezolanos. ¿Cómo se descomponía en el mercado mexicano el
precio del cacao? Este se vendía ahí a dos reales la libra: lo que equivale a decir: 20
pesos la carga. No tenemos referencias acerca del valor del flete entre Guayaquil y
Acapulco, pero tres pesos parece una suma razonable. De esta manera, los comer-
ciantes de la ruta Guayaquil–Acapulco lograban un margen de participación del
orden del 62,5%, en el valor final del cacao colocado en el mercado mexicano; suma
muy semejante al caso del comercio hasta Cádiz.
La navegación hasta Acapulco era más corta y menos riesgosa que hasta Cádiz,
por lo que estuvo al alcance de las embarcaciones de los navieros locales151. Por ello
los grandes comerciantes del cacao en Guayaquil hicieron sus fortunas precisamente
en esta ruta interamericana.
El tope de diez mil cargas anuales, impuesto a Guayaquil en sus exportaciones
de cacao a Nueva España, significó ciertamente un obstáculo en el aprovechamiento
del mercado novohispano. Los comerciantes locales hicieron por ello reiterados pe-
didos que fueron, sin embargo, sistemáticamente denegados, aun cuando se conce-
dieron ocasionalmente algunas licencias. Pero como ha indicado ya Hamerly (1973,
1976), los guayaquileños y sus patrones limeños se las ingeniaron para exportar a

151 Según Josef Muro (1784), ya por entonces los guayaquileños habían iniciado la construc-
ción de sus propios navíos: “... que todo lograrían los vecinos de Guayaquil, si ellos tuviesen navíos
propios (como ya empiezan a construirlos) y por su cuenta llevasen o hiciesen las remisiones. Igualmente
adelantarían en los envíos de cacao y demás producciones, como las introducciones de fuera hiciesen en
sus navíos”. AHBCE, Microfilms de Sevilla, Audiencia de Quilo 243, rollo 62, carta 561; 30 de diciem-
bre de 1784.

225
Nueva España más cacao del legalmente permitido, Una manera de hacerlo, por
ejemplo, era declarando a España como destino final del embarque (con lo que,
además, se obtenía la exoneración del pago del almojarifazgo).

MERCADOS DEL CACAO


De un total de 3’313.901 cargas exportadas durante los años de 1773 y 1813,
un 37% tuvo como destino el Callao, un 29% Acapulco y un 17% directamente
puertos españoles o europeos. Entre los tres sumaron así el 83% de las colocaciones
del cacao. Este porcentaje crecería más si considerásemos que algunos de los embar-
ques que en las guías aparecen consignados a Paita, Panamá o Realejo, contenían
también cargamento cuyo destino final era el Callao, España o Acapulco. De la
misma manera, la magnitud del mercado europeo se ve subvaluada, porque de los
embarques consignados al Callao o Acapulco una buena parte era reexportada a la
península Ibérica. Como lo hemos señalado ya, los puertos del Callao y Acapulco
valiéndose de su posesión de flotas navieras, de la disponibilidad de capital y del
conocimiento del mercado, por parte de su élite, funcionaron como bisagras entre
productores (Guayaquil) y los consumidores europeos.
Fuera de los grandes mercados del Perú, Nueva España y España, otras plazas
de alguna consideración fueron Panamá y Guatemala, y desde finales del siglo, San
Blas. Otros mercados apenas si merecen mencionarse.
Hacia 1773 el Callao virtualmente monopolizaba la distribución del cacao
guayaquileño. Las reformas de 1774 y 1778 y los efectos del desenvolvimiento del
propio boom cacaotero, cambiaron, no obstante, bien pronto este panorama. En
los años de 1791–93 el Callao controlaría ya solo el 50% de la comercialización
del cacao, y entre 1804 y 1813 dicho control había descendido a un 17%. Es muy
ilustrativo que en 1808 Acapulco superara al Callao en el manejo de las reexporta-
ciones a la península. Así es precisamente al compás que el Callao fue perdiendo el
manejo del comercio cacaotero, lo fue ganando Acapulco. Apenas promulgada la
real cédula del 17 de enero de 1774, que permitía el comercio interamericano no
competitivo con la producción metropolitana, el puerto del Pacífico mexicano co-
menzó a recibir cargamentos de cacao de Guayaquil. Entre 1804 y 1813 Acapulco
recibió el 34% del cacao exportado, duplicando ya entonces el volumen recibido
por el virreinato limeño.
En resumen, durante los años dorados del boom, las décadas de 1790 y 1800,
el Callao recibió entre el 25 y 30% de las exportaciones de cacao, Acapulco, entre
el 30 y 35% y los puertos españoles, pero básicamente Cádiz, un 25%. El restante
15 o 20% se repartiría entre otros puertos americanos. Pero, luego, desde el Callao,

226
Panamá, Realejo, Sonsonate y, sobre todo, el puerto novohispano de Acapulco, se
reexportaba cacao hacia la península ibérica, hasta el punto que este mercado llegó
a absorber finalmente un 50% del cacao exportado desde Guayaquil.
De cualquier manera, puede afirmarse que la liberación del comercio, luego
de las reales cédulas de 1774 y 1778 estimuló una diversificación del mercado del
cacao. Entre 1791 y 1793 ya un 8% de las exportaciones guayaquileñas del pro-
ducto tuvo como destinos mercados distintos al Callao y Acapulco. En 1796 se
abriría el comercio libre con el puerto californiano de San Blas, y de este modo ya
en los primeros años del siglo siguiente, Panamá, Realejo y Sonsonate y San Blas, se
convirtieron en mercados de relativa importancia, sumando entre ellos el 27% del
mercado del cacao.

CACAO Y ECONOMÍA REGIONAL


Sin duda, el cacao fue importante en el inicio del boom exportador de la costa. En
1773 y 1775 la exportación de este producto compuso más del 70% de las expor-
taciones; pero en lo posterior otros renglones demostraron también ser gravitantes.
Durante el quinquenio 1784–1788 el cacao participó con un promedio anual del
54% de las exportaciones, pero un grueso 46% fue el resultado de otras exportacio-
nes. Durante la bonancible década de 1790, la participación del cacao bajó incluso
del 50%. En esos años ello quiere decir que más de 400 mil pesos fueron aportados
por exportaciones distintas a las de la pepa de oro. Después de 1800 y 1810, cerca
de las tres cuartas partes del total exportado. La crisis de 1811–1816 significó por
su parte una baja sensible en las exportaciones de cacao, Finalmente, en la recu-
peración posterior, ya en los años de la independencia, el cacao cobró una súbita
importancia primero, para luego ceder paso a una diversidad relativamente amplia
de bienes de exportación (véase cuadro 5).
Asumiendo los años de mediados del siglo XVIII, cuando podemos fechar el
inicio del boom exportador ecuatoriano, como año base, vemos que en el medio
siglo situado entre el último cuarto del siglo XVIII y el primero del XIX, las expor-
taciones de cacao crecieron al punto de obtener un índice promedio de 261. A su
lado, las exportaciones distintas al cacao lograron un crecimiento, si bien impor-
tante, marcadamente menor, situándose en un índice del 97. Esta correspondencia
se reitera con ocasión de la crisis de 1811. Esta vez la caída del cacao deprime
rápidamente a las otras exportaciones; así como su recuperación posterior, impacta,
por su lado, favorablemente en ellas. Pero es en la década 1801–1810 cuando la
correlación falla. Ahí tenemos crecimiento fuerte de las exportaciones de cacao, sin

227
el correspondiente incremento de las otras exportaciones. ¿Qué obstáculos se pre-
sentaron entonces en los mecanismos de transmisión de un sector al otro, si alguna
vez ellos existieron? Resulta imposible dar una respuesta a tal interrogante mientras
no conozcamos cuáles eran esos mecanismos de transmisión.
Por el lado del capital, el estímulo, sabemos que no pudo ser muy grande.
En la medida en que el comercio exterior del cacao, hacia los mercados que de-
jaban mayores beneficios, fue controlado largamente por personajes no afincados
en Guayaquil, no hubo caída para una acumulación de capital en gran escala que
pudiera ser invertida en otros rubros de la economía. Una buena parte del dinero
dejado por la exportación de cacao fue, además, consumido en el comercio de
importación de bienes de consumo, tanto de bienes alimenticios desde los territo-
rios próximos como el norte peruano, como de indumentaria y bienes suntuarios
provenientes de Europa.
Por otra parte, la producción de cacao en bruto desarrollaba muy débiles es-
labonamientos anteriores; la demanda de insumas era prácticamente inexistente. El
único estímulo por el lado del mercado habría estado entonces en la demanda de
bien de consumo local y de servicios, desatado por la redistribución de los bene-
ficios a través del pago de salarios y de los “socorros”, que como sabemos, fueron
relativamente generosos.
De cualquier manera, un primer paso para la develación de esos mecanismos de
transmisión de la producción cacaotera hacia otros sectores económicos de exporta-
ción, pasa necesariamente por conocer cuáles fueron estos.

LAS EXPORTACIONES NO CACAOTERAS:


¿AUGE O DECADENCIA?

En su Informe fechado en 1765, Zelaya y Vergara mencionaban los principales pro-


ductos de exportación de la provincia de Guayaquil. Era la época en que recién se
iniciaba el auge del cacao. Además de este producto, Zelaya mencionaba las made-
ras, el tabaco en hoja, las ceras (“blanca” y “prieta”), las pitas, las suelas y los cocos.
Además de los cocos, los únicos bienes alimenticios de consumo inmediato eran
aquellos que se transportaban a la cercana costa del Chocó: carnes, quesos, sebo y
algunas fanegas de sal. Solamente la cera, las suelas y las pitas eran los productos
en que podemos reconocer algún nivel del valor agregado; tratándose en los demás
casos, fundamentalmente, de bienes de recolección.
Zelaya y Vergara mencionan, además, aquellos productos que animaban el
comercio activo de Guayaquil hacia el exterior, pero que en verdad constituían
solamente re–exportaciones provenientes de otras provincias americanas (textiles

228
serranos, harinas de la costa norte peruana y –el caso más relevante en este tipo de
comercio intermediario– el tráfico de vinos y aguardientes de uva del Perú).
En el medio siglo que siguió al Informe de Zelaya y Vergara, aparecieron cierta-
mente pocos nuevos productos de exportación en la costa ecuatoriana; solo se añade
el arroz, conducido al Chocó, algunos muebles trabajados en madera, exportados a
Lima, un poco de café, hacia el mismo destino y, lo que resultaría la novedad más
importante: los sombreros de Jipijapa, conducidos hacia puertos centroamericanos
y principalmente al virreinato del Perú y la Capitanía General de Chile (Baleato,
1984/1820/: 298–99). Paralelamente al boom de un producto básicamente de re-
colección como era el cacao, surgieron pues algunas exportaciones con mayor grado
de elaboración.

EVOLUCIÓN DE LAS EXPORTACIONES


En el cuadro 8 se sintetiza la evolución de las exportaciones de bienes producidos
en la costa ecuatoriana entre 1765 y c.1819, sin considerar esta vez el cacao. Con-
trariamente a lo sucedido en el período 1773–1790, en los años posteriores a 1790
no contamos con relaciones detalladas de este tipo de exportaciones. Esta carencia
es tanto más lamentable, si recordamos que fue precisamente en la década de 1790
cuando las exportaciones no cacaoteras pasaron por sus mejores momentos.
Recién para una fecha tan distante como 1820, luego de la crisis del cacao
de 1810 y los años posteriores, disponemos de alguna información, aunque me-
nos confiable que las anteriores: la “Monografía de Guayaquil” de Andrés Baleato
(1984: 245–322).
Las cifras para 1765 aparecen como muy infladas con respecto al resto de años,
ya que autores como Zelaya –y probablemente también Baleato– tuvieron la ten-
dencia a sobrevalorar la potencialidad económica de las provincias que describían,
desde el momento que su intención era llamar la atención de las autoridades me-
tropolitanas hacia ellas152. En la columna del “total” del cuadro 8 hemos añadido
por eso el resultado que correspondía solamente a las exportaciones pasibles de im-
puestos (42.174 pesos). Este desdoblamiento, además de facilitar la confrontación
y el manejo del cuadro, permite apreciar que, por lo menos para el caso del año
1765, las ventas al exterior que no pasaban por el control fiscal de las autoridades
coloniales, representaban un monto igual al de las exportaciones gravables (en 1765
aquellas exportaciones sumaron el 53% del total).

152 Ocurría algo drásticamente distinto cuando la intención era solicitar una rebaja o exonera-
ción de impuestos. En estas ocasiones, el método era pintar un cuadro miserables, con poca producción
y peores ventas, a fin de mover a compasión a las autoridades.

229
Tales exportaciones no registradas por las autoridades se compusieron, como
se dijo, fundamentalmente de bienes alimenticios como carnes, pescado seco, pro-
bablemente algunas hortalizas, ganado en pie y productos artesanales de indios
tributarios. Sus mercados eran las costas próximas del Chocó, hacia el norte, y las
de los valles del norte peruano, hacia el sur (los puertos de Paita, Lambayeque,
Guanchaco, etc.). La conducción se realizaba en balsas que llegaron a alcanzar una
sorprendente capacidad de carga, guiadas por los propios nativos, que tenían una
larga tradición en esta actividad (cfr. Dora León Borja, 1976)153. En 1765 sumaron
unos cincuenta mil pesos, lo que representaba aproximadamente un 20% de todas
las exportaciones costeñas y más de la mitad de todas las exportaciones distintas
al cacao.
Las escasas evidencias disponibles sugieren que se trataba de un sector controla-
do principalmente por indígenas tributarios, tanto en la fase de la producción como
en la de la comercialización y transporte hacia los mercados exteriores.
Con respecto a los bienes pecuarios, ya en 1774 Francisco de Requena daba
razón de la existencia de 85 mil cabezas de ganado vacuno (casi cuatro cabezas por
habitante) y de 17 mil de “yeguadizo” en la provincia. Los primeros se concentraban
sobre todo en los partidos de Daule, Portoviejo, Babahoyo, Baba, Palenque y Balzar,
que figuraban entre los más densamente poblados, mientras los segundos lo hacían
en los de Daule, Baba y Palenque, Michael Hamerly (1973: 108/09), por su parte,
refiere también en su estudio de Guayaquil acerca del desarrollo de la ganadería va-
cuna y equina en los partidos de Baba y Babahoyo hacia 1832. Que este desarrollo
descansó esencialmente en manos de indios quedaría comprobado por el hecho de
que en las matrículas de contribuyentes de 1832, que solamente consideraba a quie-
nes no eran contribuyentes indígenas, aparecen muy pocos cuya ocupación fuera la
de ganaderos (ibíd. pp. 113 y ss.).
Por lo menos parte de esta (¿expansión?) de la actividad ganadera obedeció al
estímulo que significaba el auge de la minería aurífera en el Chocó (cfr. Colmenares,
1979), pero además ¿impactó en este sector de alguna manera el boom del cacao del
último medio siglo de la dominación colonial? De un lado, el enrolamiento de la
población indígena en las actividades de producción de la pepa de oro, podría haber
significado una disminución de su dedicación a la ganadería y a otras actividades de
índole artesanal; pero, de otro, también es verdad que el propio desenvolvimiento
del auge del cacao, significó un incremento en la demanda local por bienes de con-

153 Las noticias sobre este comercio indígena de cabotaje pueden verse en el AHN, Q, CSJ.
Naval. La navegación al Chocó estuvo largo tiempo sujeta a la restricción de dos o tres barcos anuales,
de manera que una respuesta a dicha traba fue el activamiento del comercio de sabotaje indígena (cfr. La
Memoria del virrey Guirior, 1776, en Posada-Ibáñez 1910: p. 139 y alrededores).

230
sumo inmediato, como el de alimentos, y de algunos artículos de indumentaria o
menaje casero.
Sin embargo, en la medida en que se acentuó el auge del cacao, después de
1800, las cosas pudieron ser distintas. Entonces todos los elementos parecieron
estar dados para que se desembocara en un radical esquema de aprovechamiento de
ventajas comparativas. La costa ecuatoriana se especializaría cada vez más en la pro-
ducción de cacao, optando por importar (desde los valles de la costa norte peruana
o desde el interior andino) los bienes alimenticios necesarios, ya desplazados de la
producción de la economía local, por el esfuerzo concentrado en la producción de
la pepa de oro.
Ya al margen de este tipo de exportaciones, podemos apreciar cómo evolucionó
el total de exportaciones costeñas distintas al cacao, entre 1765 y c.1819. Es eviden-
te un fuerte crecimiento, aunque el mismo haya tenido “baches” en su recorrido.
Ya a finales de la década de 1780 las exportaciones (en precios constantes) habían
conseguido casi duplicar el valor de la década de 1760; y hacia la época de la inde-
pendencia, sobrepasaron la duplicación. Sin embargo, dado el vacío de información
para los años posteriores a 1800, ignoramos qué ocurrió con este tipo de exporta-
ciones durante los años dorados del cacao. Es presumible, sin embargo, que hayan
seguido el curso de las exportaciones exentas de gravámenes.
Es importante añadir que en esta constatación no hemos considerado otro ru-
bro que fue bastante importante en las exportaciones de la costa; tanto más porque
constituía una exportación de bienes ‘elaborados’ y de servicios altamente especia-
lizados: la construcción y reparación de navíos en el astillero de Guayaquil. Sobre
esto hay estimaciones gruesas de parte de algunos observadores contemporáneos.
Hacia 1774, nuestro fiel informante, Francisco de Requena (1982: 95) calculó en
cien mil pesos “las continuas carenas de los avíos de este mar y la construcción de
los que se fabrican, pues rara vez –observó– se ve el astillero sin quilla”. Hacia 1790
el informe del Mercurio peruano (Lima, 1791, t. I: entre pp. 236 y 237) evaluó en
44.000 pesos lo “que por una regla de proporción se regula anualmente participa
Guayaquil del gasto que allí se hace entre fábricas y carenas de embarcaciones per-
tenecientes a vecinos de Lima”. Hay que añadir que estos vecinos eran precisamente
los principales clientes del astillero. Baleato (1984/1820: 322), finalmente, calculó
hacia 1820 en 300.000 pesos el rubro de construcción y reparaciones navales.
De tal modo, que la industria naval (y no hubo otra actividad en la región
digna de este nombre) debe aparecer como uno de los principales reglones de ex-
portación, solo superado por el cacao”154. Su desenvolvimiento tuvo fuertes efectos

154 Desgraciadamente no existe un estudio de las actividades del astillero para esta época. El
trabajo de Lawrence Clayton (1978) se refiere a los siglos XVI y XVII. Pero por algunas noticias, puede

231
multiplicadores en la economía, por el lado de la demanda de insumos, así como
del pago de salarios. Pero al ser una fábrica que era posesión de la Corona, las uti-
lidades no debieron permanecer en la economía local, sino que debieron marchar
hacia la metrópoli, como parte del “situado” colonial que todos los años salía desde
Cartagena de Indias.
Vayamos ahora al comportamiento de las exportaciones no cacaoteras contro-
ladas por las autoridades coloniales. Señalamos que tales exportaciones (maderas,
suelas, sombreros de paja toquilla, tabaco, pitas, cera, y ya muy atrás algunos pro-
ductos alimenticios como el café, el arroz, los cocos, y hierbas medicinales como
la zarzaparrilla) crecieron de manera relativamente rápida y continua desde 1765
hasta la época de la independencia, evolucionando así de manera más o menos
congruente con el ‘bien principal’ que era el cacao, pero es necesario advertir que tal
tendencia general resume mal procesos específicos harto distintos. Mientras algunas
exportaciones como las maderas y el tabaco, pasaron por altibajos, evidentes por
ejemplo en la década de 1780, otras, como los sombreros de paja o las pilas crecie-
ron con un ritmo más sostenido.
Tales diferencias obedecieron a un conjunto seguramente diverso de factores,
pero que en lo principal atendieron al hecho de qué sector social controlaba la
producción. Según si la producción era controlada por manos indígenas o criollas,
serían distintas no solo las formas de la producción, sino también las motivaciones
que estaban detrás de su sostenimiento.

EXPORTACIONES CONTROLADAS POR


EL SECTOR CRIOLLO–MESTIZO

Estudiemos primero el caso de las exportaciones controladas por el sector criollo–


mestizo. Ellas fueron generalmente de producciones básicamente extractivas y con
un muy escaso margen de valor agregado. Supusieron desplazamientos de mano de
obra a las ‘canteras’ y un bajo grado de calificación de la misma. Estas característi-
cas imprimieron a este tipo de exportaciones un perfil peculiar e impactaron en el
tipo de relaciones que mantuvieron con la exportación ‘principal’, a la que también
podría acomodarse bien en esta categoría de productos vendidos al exterior. El tipo
más característico de ella sería el de la explotación maderera.

afirmarse que si bien las actividades del astillero se caracterizaron por su dinamismo e impresionaron
a los observadores, el manejo de sus rentas se halló trabado por el control que la Corona tuvo de los
mismos. Las autoridades de Guayaquil se quejaban frecuentemente de que las carenas hechas a barcos de
la Real Armada, por ejemplo, casi nunca eran pagadas, pretextando deudas anteriores de la Caja Real de
Guayaquil. Véase un caso en AHN, Q, CSJ. Naval; caja 2, docto. 486; 19/IX/1778.

232
Las maderas, dentro de las exportaciones no cacaoteras, fueron, después de las
exportaciones “fantasma”, compuestas por los bienes alimenticios y artesanales no
gravables, y por la construcción naval, el principal rubro en cuanto a valor. Entre
1765 y 1819 representaron un promedio cercano a los 5 mil pesos anuales, lo que
equivalía al 5% de las exportaciones totales de Guayaquil durante dicho período.
Casi todas las exportaciones de madera consistieron en embarques de maderas en
bruto; constituyendo las maderas “labradas” una porción muy pequeña.
Fuera del Ecuador, donde tenían gran demanda en el astillero, las maderas en
aquella época eran empleadas para muchos propósitos: construcción, mobiliario,
maquinaria, etc. Si bien parte de la madera extraída era retenida para el consumo
interno, la mayor parte se exportaba.
La “organización de la producción” consistía en introducirse con unos cuan-
tos hombres recios a la floresta tupida del Guayas y provistos de los instrumentos
necesarios, proceder a derribar los árboles. Una vez que eran podados de las ramas
se echaban al río, que servía de excelente medio de transporte. La ventaja de Gua-
yaquil sobre otras regiones forestales de América, fue precisamente la de contar con
maderas que tenían la cualidad de ser flotantes, a lo que se añadió la disponibilidad
de una red fluvial oceánica que permitía la rápida y económica comunicación con el
puerto. Una vez en Guayaquil, los troncos eran cortados en las medidas convencio-
nales valiéndose de hachas y cordeles y estaban entonces ya listos para su embarque
(Requena, 1982/ 1774/: 46, n.).
Con una estructura de la producción como la descrita, el único factor limitante
para la producción desde el lado de la oferta, no eran ni la dotación de capital para
la inversión, ni la demanda de insumos, sino casi únicamente la disponibilidad
de mano de obra. Por lo tanto, la expansión de la explotación maderera se halló
así hipotecada a los vaivenes del precio internacional de la exportación principal,
ante la insuficiencia de fuerza de trabajo plenamente proletarizada (despojada del
control de medios de reproducción propios) en la región. El problema de la mano
de obra se complicaba para la explotación forestal, en la medida en que a más
de reclutar los trabajadores necesarios, se hacía necesario fijarlos en campamentos
aislados y frecuentemente inhóspitos; situación que conllevó al desarrollo de una
serie de resistencias entre los trabajadores que seguramente se tradujeron en fugas e
indisciplina laboral.
En lo que respecta a la comercialización de la madera, veamos primero la evo-
lución de las cifras de exportación, en el último medio siglo del régimen colonial.
De 30 mil pesos exportados en los inicios del boom del cacao, se cayó a niveles
inferiores a la mitad en la década siguiente. Posteriormente hubo una recuperación
(por ejemplo, en los años 1784 y 1787) y ya hacia 1790 se volvería a superar los
30 mil pesos. Como esos años fueron de una gran siembra de matas de cacao, fue

233
necesario “limpiar” los bosques, talando los árboles, por lo que, solo en este caso, la
explotación forestal se convirtió virtualmente en un subproducto de la producción
de cacao. Hacia la época de la independencia la exportación de maderas superaba
ya los 50 mil pesos.
La explotación de maderas parece mostrar un patrón que al parecer fue típi-
co de las producciones controladas por el sector criollo–mestizo: hay un primer
momento de contracción de la actividad, en los momentos en que el súbito auge
cacaotero comienza a concentrar casi todos los recursos de la economía y en espe-
cial el de la mano de obra; una vez que el boom del cacao se estabiliza, se produce
una recuperación que, sin embargo, parece siempre estar sujeta a los vaivenes de la
exportación principal. Recién hacia los años de la independencia, el crecimiento en
las exportaciones de cacao parece ya no interferir con el de otras exportaciones. El
elemento que regularía entonces el comportamiento de las exportaciones guayaqui-
leñas del sector criollo–mestizo fue, por lo menos hasta 1810, el precio del cacao
en el mercado internacional. Cuando este precio subía y se veía acompañado de un
mejoramiento en la rentabilidad de la explotación, las demás exportaciones se veían
imposibilitadas de competir con las plantaciones de cacao, por recursos claves como
el de la mano de obra.
El mercado exterior más importante de las maderas fue Lima. Esta realidad no
cambió incluso tras las reformas del libre comercio de 1774 y 1778. Lima compraba
tanto maderas en bruto como elaboradas, mientras mercados como El Chocó con-
sumieron maderas elaboradas.
Este monopsonio de Lima sobre las maderas de Guayaquil, sumado al hecho
del control de la flota mercantil del Pacífico sudamericano por los comerciantes de
la capital virreinal, hicieron que el transporte marítimo y la comercialización hacia
el exterior de la madera fuera controlado por estos comerciantes. Al igual que en
el caso del cacao, esto privó a los guayaquileños de grandes beneficios, porque el
margen de la utilidad que dejaba la comercialización del producto era de “duplicada
ganancia” (Requena, 1982/l774/: 46, n.)”155.
Resulta difícil identificar claramente que otros lectores de exportación de la
costa ecuatoriana fueron controlados por el sector social criollo–mestizo. Pero lo
que sí parece claro es que este sector prefirió los renglones extractivos, ampliamente
especulativos en su naturaleza, que demandaban sobre todo “trabajo vivo” antes que
calificado. Por otro lado la demanda de insumos o “eslabonamientos anteriores” que
creaban, era virtualmente nula. Muy distinto fue el caso de los renglones de expor-
tación costeños controlados por el sector indígena.

155 En 1784 Joseph Muro había llegado a calcular en doscientos mil pesos las ventas a que
podría llegar el rubro de las maderas. AHBCE, Microfilms del AGI rollo 62. carta 561, 30- 12-1784.

234
EXPORTACIONES CONTROLADAS POR EL SECTOR INDÍGENA
Las exportaciones del sector nativo estuvieron compuestas esencialmente por bienes
de tipo artesanal, elaborados en el marco de una economía doméstica, usando fuerza
de trabajo familiar. Existía una demanda de insumas importante, los que eran pro-
vistos por la propia economía familiar o comunal. También pudo darse el caso de
insumos adquiridos de otras unidades domésticas o de otros pueblos bajo formas de
trueque verificados en ferias locales. En cualquier caso, la moneda no entraba en este
tipo de exportaciones en la esfera de la producción; dicho en otras palabras: no había
costos monetarios de producción. Al ser la unidad doméstica el marco social de la
producción, ella se realizaba in situ, sin implicar desplazamientos de la mano de obra.
La tecnología era controlada por los propios productores nativos y generalmente ella
derivó de la pre–existencia de tradiciones ancestrales en una determinada técnica.
Se empleaba, pues, una mano de obra altamente especializada, pero de procedencia
familiar y no reclutada en el mercado de trabajo. Como es evidente, las diferencias
de estas exportaciones con las de aquellas controladas por el sector criollo–mestizo
fueron sustanciales, pero más curioso es todavía comprobar que fue en el marco
de estas unidades domésticas donde se produjeron bienes con un mayor grado de
valor agregado. A las formas más arcaicas de la organización social de la producción
correspondió la creación de mayor valor, mientras las formas más modernas (enfo-
cadas como organización privada de la producción y contratación de mano de obra
asalariada) se limitaron a la explotación de renglones extractivos. El producto de la
exportación de la costa ecuatoriana que se ajusta mejor a estas características, fue el
de los sombreros de paja toquilla. Entre las exportaciones de la región distintas al
cacao, los sombreros ocuparon el tercer lugar en cuanto a valor de las exportaciones,
después de las maderas y las suelas. Los sombreros constituyeron virtualmente la
única producción exportable verdaderamente nueva aparecida durante el boom del
cacao; de modo que la economía indígena, en la que se produjeron, fue ciertamente
sensible a las demandas del mercado exterior, abiertas en la coyuntura de la segunda
mitad del siglo XVII. Los sombreros de paja toquilla o “jipijapas”, como comúnmen-
te se les conoció, no aparecen, en efecto, mencionados en las crónicas más tempranas
de Guayaquil en el siglo XVIII. Será recién Francisco de Requena (1982/ 1774: 82),
quien en 1774 dé las primeras noticias de este producto artesanal, en el que la costa
ecuatoriana pronto adquiriría una encomiable especialización.
Las principales zonas donde se asentó la producción de sombreros, fueron
aquellas dotadas del insumo esencial que era la paja toquilla: los partidos de Porto-
viejo y Santa Elena (Baleato, 1984/1820: 297), poblados predominantemente por
indígenas tributarios (Hamerly, 1973: 90 y ss.). El mercado más importante de los
sombreros no fue ninguno de los tradicionales de Guayaquil. Ni España, ni Aca-

235
pulco, y ni siquiera la capital del virreinato peruano, sino los valles de la costa norte
peruana. En 1790 llegaron a los puertos de Paita y Huanchaco 2.040 sombreros,
mientras el Callao recibió 2.000 unidades (Mercurio peruano, Lima, 1791, t. I, entre
pp. 236 y 237). Los nativos de la costa ecuatoriana supieron pues aprovechar su
dotación del insumo principal, la paja fina, y la habilidad singular de sus tejedores,
cuya tradición en la cestería era de muy larga data.
La ganancia en la comercialización hasta Lima era bastante suculenta. Sin em-
bargo, estos frutos se los llevaron los tratantes locales, que a su vez eran enlaces de
los comerciantes limeños; en efecto, difícilmente puede asumirse que los produc-
tores llegaran a mantener el control de la red de comercialización. Más bien debió
ocurrir lo mismo que sucediera en otro rubro de las exportaciones controladas por
la economía indígena, las pitas, que eran “rescatadas” por los tratantes bajo formas
de intercambio no monetario.
Dentro de las exportaciones costeñas distintas al cacao, las pitas ocuparon el
quinto lugar en importancia, después de las maderas, las suelas, los sombreros de
paja y el tabaco. Las pitas se elaboraban en los partidos de Portoviejo y de La Canoa,
donde era “el principal efecto de comercio” (Requena, 1982/1774: 85). De su tráfico
mercantil dijo precisamente Requena (ibíd., p. 81): “La pita es el renglón más con-
siderable de este comercio /de dichos lugares/: tiene mucha estimación, no solo para
el uso de esta provincia sino también para conducirla al Perú, en donde admitirían
cuanto sacaran. Véndese la pita floja y torcida; la primera vale la mitad menos que la
segunda: se extrae de las plantas conocidas por el mismo nombre que dan al hilo”.
La producción de la pita estuvo en manos de la población nativa, cuya ancestral
destreza en las labores de cestería y aprovechamiento de las fibras vegetales hemos ya
mencionado. Pero al igual que en el resto de exportaciones de la costa ecuatoriana,
en este caso se reprodujo también la subordinación del productor al comerciante.
Esta subordinación tenía, sin embargo, en el caso de las producciones controladas
por las economías domésticas indígenas, como por ejemplo los sombreros de paja y
las pitas, formas y circuitos distintos, dado el hecho de que la moneda no ingresaba
en la esfera de la producción. Los tratantes que iban a rescatar estos bienes, no ade-
lantaban en este caso dinero, sino especies demandadas en la economía indígena,
comprometiendo la entrega de la producción que luego iría a ser comercializada en
Guayaquil. Es el caso, por ejemplo, de las ropas de Castilla que eran provistas por
los comerciantes limeños, creándose entonces un intercambio no monetario: ropas
por pilas, pero que lejos de resolverse en un simple trueque, era solo un paso en una
cadena que terminaría cuando el comerciante de Lima intercambiaba las pitas por
moneda, en el mercado de la capital virreinal. La economía indígena solo partici-
paba en el circuito M–M, apoderándose los comerciantes de los eslabones inicial
y final: D–M (cuando adquirían las ropas de Castilla) y M–D (cuando comercia-
lizaban las pitas en Lima). Este circuito de tres momentos: D–M,–M y M–D, se

236
reducía a dos en el caso de las exportaciones producidas dentro del espacio criollo–
mestizo: D–M y M–D.
¿Por qué la economía indígena se allanó, sin embargo, a introducirse en un
esquema de ese tipo? Aunque Requena menciona únicamente las ropas de Castilla,
como el bien de intercambio utilizado para los «rescates», seguramente hubo otros
bienes, europeos y americanos, que sirvieron para el mismo fin (utensilios de fierro,
aguardiente). En todo caso, todos ellos tendrían una misma característica: no se
conseguían dentro del espacio indígena. El marginamiento de la población indíge-
na del uso de la moneda, fue en todo caso una estrategia deliberada de los sectores
criollos para conseguir dominar mejor su economía en el nivel de los intercambios
(cfr. Carmagnani, 1976: cap. 2).
La producción de objetos artesanales comercializables en el mercado ameri-
cano, debió de ser también resultado de la presión de los cobradores de tributo,
quienes ante la imposibilidad de recaudar la captación en moneda, optaron por
recaudarla en bienes demandados en el mercado; procedimiento que al final debía
resultarles más ganancioso.
En cualquier caso, la evolución de las exportaciones, cuya producción era con-
trolada por el sector indígena, mostró también características distintivas frente a
las demás. Se partió de niveles modestos, para luego crecer con fuerza, incluso en
los momentos de incremento de la producción de cacao; luego sobrevino una es-
tabilización, que a veces significó una previa contracción, debida probablemente
al saturamiento del mercado. Una tendencia de este tipo está mostrando que las
relaciones de las exportaciones indígenas con la producción de cacao, fueron dis-
tintas al caso de las exportaciones controladas desde el sector criollo. El alza en el
precio del cacao no resintió la producción de sombreros de paja ni de las pitas. No
hubo competencia por los recursos –principalmente el de mano de obra– entre estas
producciones y la del cacao, en la medida en que ambas se inscribieron en esferas y
circuitos distintos. Ni siquiera podría sostenerse que el auge del cacao disminuyó la
presión fiscal sobre la población indígena, dado que el incremento de la recaudación
de la Hacienda, fue una ofensiva que se generalizó desde la década de 1770 en todos
los sectores de la sociedad, incluyendo el rubro del tributo indígena156.
En ambos casos, fuesen producciones controladas por el sector criollo o por el
indígena, se trató de producciones inducidas desde el mercado, a través de la acción
de los comerciantes. En la medida en que los mercados eran externos a la región,
se trató entonces también de producciones fuertemente inducidas desde el exterior.
Otros renglones de las exportaciones no cacaoteras de Guayaquil son difíciles
de asignar a uno u otro caso. Entre ellos figuran los casos importantes de las suelas
y las ceras.

156 Cfr. María Luisa Laviana Cueros, 1980.

237
Las ganancias derivadas de la exportación de las suelas al Perú eran sustanciosas.
Josef Muro, señalaba que cada suela, que en Guayaquil se comercializaba en un
precio oscilante entre 7 y 9 reales, se vendía luego en Lima a un precio fluctuante
entre 3 y 4 pesos157. Pero ya sabemos que tales beneficios fueron a parar a manos de
los comerciantes del lado de la demanda (Lima) y no del de la oferta (Guayaquil).
Con relación a la cera, se trataba de un bien con algún grado de elaboración,
más que de mera recolección primaria. La evolución de sus exportaciones se ase-
mejaba más al caso de las exportaciones controladas por el sector criollo, como las
maderas. Hacia 1765 Zelaya y Vergara estimó en 12.200 pesos el valor anual de la
exportación, cifra que no volvería ni remotamente a reedituarse en lo posterior. De
cualquier modo el mercado principal exterior de la cera fue Lima.
Las demás producciones de la costa de la Audiencia no llegaron a mantener
record de exportación significativos.
Fuera de las situaciones señaladas (actividades extractivas y artesanales), existió
una tercera, en la que el sostenimiento de la producción no provino de la acción del
capital mercantil externo, ni tampoco hubo un control de la producción desde el
sector social criollo o indígena. Tal fue el caso del tabaco.

EXPORTACIONES CONTROLADAS POR EL ESTADO


El tabaco es mencionado ya entre las exportaciones destacadas de Guayaquil, por
las más tempranas crónicas del siglo XVIII. Su producción se verificaba en la pla-
nicie del Guayas, en los partidos de Daule, Baba y Balzar. Hacia 1774 Francisco
de Requena estimaba que en la provincia de Guayaquil se cosechaban unos 150
mil mazos de tabaco, la mayor parte de los cuales se lograba en Daule (1982/1774:
69/70). La exportación de tabaco no aumentó durante el boom del cacao. Partió de
un nivel en torno a los diez mil pesos (equivalente a 113 mil mazos) en 1765, para
luego decaer durante la década de 1780 y recuperarse y estabilizarse posteriormente
hasta alcanzar las cifras de partida (véase cuadro 8). Lo interesante del caso de este
cultivo es que su producción dependió institucionalmente del Estado colonial, bajo
la figura del “estanco”.
Dentro de su esfuerzo por mejorar la rentabilidad del territorio de la Au-
diencia de Quito, la Corona puso muchas esperanzas en las utilidades que podía
dejar la producción y exportación de tabaco. En 1778 se fundó en Guayaquil en
la Real Administración Principal Factoría General y la Fábrica de la Real Renta
del Tabaco, Pólvora y Naipes; sin embargo, ya antes de esa fecha Guayaquil de-
pendió de la Administración de Tabacos de Lima. El funcionamiento del estanco

157 AHBCE, Microfilms del AGL rollo 62, carta 561. 30-XII-1784.

238
no implicaba que la esfera de la producción fuera directamente controlada por el
Estado: los “labradores” eran por el contrario sujetos particulares que organizaban
autónomamente sus actividades. Pero era en la esfera de la comercialización cuan-
do el Estado monopolizaba la compra del producto, fijando un precio institucional
para su adquisición. Según los observadores, el sistema traía los peores resultados.
De un lado, por los abusos que se solían cometer con los labradores, pagándoles
viles precios por sus cosechas, y de otro, porque finalmente la figura del estanco
no emancipaba al sector del dominio de los comerciantes foráneos, como hubiera
sido de esperarse.
Requena (1982 –1774–: 69) describe los pingües beneficios que se lograban en
la comercialización a Lima, que era el mercado exclusivo, y que no eran aprovecha-
dos por los productores sino en una mínima parte:

Un mazo de tabaco que compran en medio real o tres quartillos, y estos abonados
en mercaderías que llevan la ganancia, venden en Lima a 2 reales 2 y medio, esto
es con un 300 por 100 de utilidad. ¿Qué obsta el que necesite el rey tabaco en
Lima para estorbar lo conduzcan los mismos cosecheros a venderlo en aquella
capital? Que no se venda sino en la Real Administración es muy justo, pero que el
administrador no lo quiera recibir sino de un solo sujeto es estancarlo dos veces...

Si bien Requena asume que al menos parte de los males del sistema vienen de
la dependencia de la Administración de Tabacos de Lima, el establecimiento de la
oficina local no alcanzó a cambiar mucho las cosas. En el escrito que Miguel Gon-
zález, Procurador General y Síndico Personero, lanzara contra los manejos del ex
visitador García de León y Pizarro, en 1781, incidió en la forma “odiosa” cómo era
administrado el estanco: las tarifas que se pagaban a los labradores eran ahí califica-
das de completamente mezquinas, y lo que antes se embolsillaban los comisionados
de Lima ahora lo hacían los administradores locales. En el más honesto de los casos,
los fondos iban a parar a manos de la Real Hacienda, pero González destacaba que
ella se enriquecía solo a costa del empobrecimiento general de los labradores158.
Los labradores eran campesinos independientes a quienes la administración
compraba sus cosechas; ella llegaba a hacerles algunos “adelantos”, reproduciendo
una vez más, los patrones de funcionamiento de otros sectores exportadores159.

158 El testimonio de González, en AHBCE, Microfilms de Sevilla. A. Quito, rollo 69, docu-
mento del 7IX ·1781.
159 Hamerly (1973: 105/06) declara a manera de hipótesis que los labradores, al menos en
una primera fase, habrían sido empleados trabajando en tierras estatales, y que recién en un segundo
período se apeló a los labradores privados, Pero dadas las prácticas de la administración colonial española
en América, creemos muy difícil que se haya verificado esa primera fase, con “empleados estatales”. De
cualquier manera, es ciertamente un asunto del que existen aún pocas evidencias.

239
De tal manera que el funcionamiento del estanco vino finalmente solo a re-
producir, esta vez a través de mecanismos institucionales, la subordinación de los
productores. La subordinación a los tratantes y ulteriormente a los grandes comer-
ciantes, se hallaba en esta ocasión mediatizada por la instancia de la administración;
pero al margen de este matiz, subsistieron en el caso del tabaco las mismas prácticas
que encontramos en otros renglones de las exportaciones costeñas.

EL MERCADO DE LAS EXPORTACIONES NO CACAOTERAS


El mercado de las exportaciones distintas al cacao tuvo características diferentes. En
primer lugar, el mismo vino a concentrarse en el espacio americano. Segundo, aun
después de la aplicación de las reformas del libre comercio, el Callao siguió siendo
el principal puerto en recibir dichas exportaciones de Guayaquil. De tal manera que
el mercado exterior de estas exportaciones, no alcanzó el mismo grado de diversifi-
cación del de la “pepa de oro”.
Después del Callao, la otra zona portuaria importante como mercado de las
“otras” exportaciones, fue la costa norte peruana (con un promedio de 14% entre
1773 y 1813). Entre el Callao y los puertos de “valles” sumaron el 82% del mercado
entre los mismos años. El virreinato peruano, además de ser un mercado “natural”
para el comercio activo de la costa ecuatoriana, indujo, por otro lado, la propia
producción de la región, no solo a través de la presión de la demanda, sino también
del sistema de “adelantos” y de la acción de los comerciantes intermediarios. Pana-
má fue la última plaza para las otras exportaciones ecuatorianas, digna de tomarse
en cuenta, representando el 11% del mercado. El Chocó era otro mercado natural
para las exportaciones de la costa ecuatoriana, pero su pequeño tamaño le impidió
erguirse por encima de ese 2% que ajustadamente llegó a alcanzar. En el caso del
Callao, conforme el mercado del cacao fue diversificándose y este puerto comenzó
a perder su monopolio sobre el tráfico del mismo, sus importaciones de “otros pro-
ductos” crecieron en importancia, llegando a sobrepasar el 50% en varias ocasiones
durante las primeras décadas del siglo XIX. Los mercados más lejanos del puerto del
Guayas dentro del espacio americano, como Acapulco y San Blas, se especializaron
en cambio en la importación únicamente de la pepa de oro.
La producción de cacao no desarrolló efectos multiplicadores dignos de con-
sideración en la economía local. A través de la aparición de nuevos sectores de ex-
portación o del reactivamiento de otros ya tradicionales, no puede deducirse efectos
de aquel tipo. Los nuevos que surgieron, como los sombreros de paja, nacieron por
razones, cuando no paralelas, distintas a las que estuvieron detrás de la génesis del
boom del cacao, y las viejas, disminuyeron más que aumentaron durante la mayor
parte del boom de la pepa de oro.

240
En lo que respecta a los mercados de las exportaciones no cacaoteras, ellos se
concentraron en Hispanoamérica (con la excepción de la cascarilla, que era un bien
serrano), y dentro de ella, en el virreinato peruano, que concentró más de las cuatro
quintas partes del mercado de tales exportaciones. Panamá y El Chocó fueron plazas
solo complementarias. Las reformas del libre comercio hicieron poco por cambiar la
red mercantil de este tipo de exportaciones.

CONCLUSIONES
El surgimiento de una activa economía de exportación, transformó radicalmente el
litoral ecuatoriano en el siglo XVIII. De un territorio casi despoblado y marginal
para la toma de decisiones políticas en la Audiencia de Quito, pasó a ser una región
con un extraordinario dinamismo demográfico y sede de un grupo social que pron-
to haría sentir sus intereses en el espacio territorial que finalmente se convirtió en la
República del Ecuador. En dicho surgimiento jugaron roles fundamentales, tanto
factores externos como internos; pero en una primera fase fueron estos últimos los
que tuvieron un papel determinante.
El momento del “despegue” de las exportaciones de Guayaquil, se situó du-
rante la década de 1750, dos décadas antes de la promulgación de las leyes del
libre comercio y con tres de anterioridad a su ejercicio efectivo, una vez terminada
la guerra europea. Estas leyes tuvieron el rol de cimentar y potenciar esfuerzos
locales precedentes. Tuvieron, pues, un efecto aditivo, importante, pero no un
efecto original o genético.
En el origen del boom de las exportaciones se halló la preocupación de los co-
lonos y población de la costa, por conseguir una compensación a las decadentes ex-
portaciones de textiles serranos, a las que hasta entonces el puerto del Guayas había
servido de principal punto de salida. Si hasta mediados del siglo XVIII. Guayaquil
había cumplido principalmente las funciones de punto de embarque y entrada del
comercio exterior serrano, en el momento de crisis de dicho comercio debió buscar
nuevas funciones que justificaran su existencia. La mirada se dirigió entonces a los
recursos locales, promoviéndose la producción para la exportación de bienes regio-
nales, como el cacao, las maderas y las pitas, para citar algunos.
El incremento de la producción local debió orientarse hacia la comercializa-
ción exterior, dada la estrechez del mercado doméstico y la carencia de una mone-
da propia. Una diferencia notable de la economía de los espacios antaño periféricos
de la administración española en América, con los grandes virreinatos de México
y Perú, fue precisamente la ausencia de emisión monetaria interna. Ello condujo
a una situación en que solamente a través de las exportaciones, dichas economías
podían contar con numerario. Al lado de una región costeña dinámica y hasta

241
cierto punto próspera, subsistió una región serrana deprimida y desmonetizada,
cuyas escasas exportaciones comenzaron en todo caso a salir por puertos distintos
al de Guayaquil.
Esta desarticulación, así como el cambio de funciones de Guayaquil, se evi-
denció en la composición de su comercio exterior “activo”, pues fue la producción
regional (costeña) la que representó con mucho el mayor porcentaje: 68%, entre
1765 y 1813; correspondiendo a las re–exportaciones, que antaño habían sido uno
de los rubros principales en dicho comercio, apenas un 4%, y a los bienes serranos,
otro rubro principal hasta mediados del siglo XVIII, solo un 28%, que incluso
contenía sobre todo producción de la sierra sur (textiles y cascarilla) antes que de la
sierra central y norte.
Lo que hemos llamado las “fuerzas internas” en la gestación del auge exporta-
dor, fueron el resultado de una alianza entre las condiciones naturales de la región
costeña y la acción de la élite mercantil de la capital del virreinato peruano, a cuyo
gobierno la provincia de Guayaquil estuvo subordinada desde 1803. Los comer-
ciantes de Lima darían el aporte necesario de capital y, sobre todo, la experiencia,
conocimientos y contactos necesarios en el manejo del mercado exterior. El pro-
blema de la mano de obra, si bien llegó a verse aliviado con la migración desde la
región serrana, se mantendría como un problema permanente, ocasionando reite-
radas quejas del sector empresarial. Buena parte de los beneficios dejados por las
exportaciones, emigraron a Lima como resultado de dicha dependencia.
El puerto limeño del Callao dejó de ser la plaza obligada de las exportaciones
locales, surgiendo Acapulco y la propia península Ibérica, como mercados de consi-
deración. Esta diversificación permitiría incluso, en un segundo momento, una re-
lativa emancipación de los comerciantes guayaquileños frente a sus colegas limeños,
en el manejo del comercio exterior.
El cacao fue sin duda el producto de exportación principal, dentro del boom de
las exportaciones costeñas. Entre 1765 y 1825 la “pepa de oro” representó e1 51%
en el valor de las exportaciones. Pero más importante que este porcentaje, es el he-
cho de que fueron los ciclos de producción y exportación de cacao los que dirigieron
la evolución del conjunto de las exportaciones. Fue sobre todo en los momentos de
crisis de la exportación de cacao, cuando se vieron claros sus efectos de arrastre en el
conjunto del sector de exportación, que se veía seriamente deprimido, mientras en
los momentos de bonanza del producto, todas las exportaciones tendieron a subir.
La vigencia de los pequeños y medianos plantadores en la producción del cacao
fue posible debido a la facilidad de acceso a la tierra en un territorio con escasa den-
sidad demográfica, al capital necesario para la empresa de la producción que no era
muy grande, como resultado de la primitivez de la técnica imperante, y finalmente
al peculiar sistema establecido para la siembra de las matas, en que el “sembrador”
era pagado al momento de la entrega de matas listas para la producción.

242
La mano de obra consistió fundamentalmente en la fuerza de trabajo libre y
no esclava, siendo ésta una radical diferencia con otros sistemas de plantación en
América tropical. La mano de obra libre estuvo compuesta por la población de
“pardos” de la región, más el aporte de los migrantes serranos. La sensibilidad frente
al salario era solo parcial, de modo que los plantadores debieron recurrir a formas
de “enganche”, en que se hacían “adelantos” a los trabajadores y se les otorgaba “so-
corros” esporádicamente, todo lo cual terminó por encarecer aún más los costos en
la mano de obra. Precisamente por ello, los pequeños y medianos plantadores, en la
medida en que pudieron apelar la fuerza de trabajo básicamente familiar o eventual,
lograron competir con éxito frente a los latifundistas.
Esa relativa democratización en el nivel de la producción se veía desmentida,
sin embargo, en el nivel de la comercialización. En el vértice de la misma se ubica-
ron los comerciantes de Lima, dueños del capital más suculento, de los contactos
claves en los mercados ulteriores (Cádiz) y sobre todo de las embarcaciones idóneas
para las largas travesías. Ellos llegaron a convertir a los comerciantes guayaquileños
en meros “apoderados” (como denunciaron algunos observadores) suyos, quienes a
su vez mantenían una red de “tratantes” que compraban, en ocasiones a través de
simples operaciones de trueque (“rescate”), la producción de los pequeños planta-
dores rurales.
El mercado exterior del cacao sufrió una veloz diversificación al compás de las
reformas borbónicas del libre comercio. Luego de 1775 el Callao fue reduciendo sus
recepciones hasta descender a niveles de solo una tercera parte de las ventas totales al
exterior del producto, mientras Acapulco y luego Cádiz, fueron incrementándolas.
De cualquier manera, tanto el Callao como Acapulco fueron a la vez que mercados
del cacao, puntos intermedios desde donde los comerciantes limeños y mexicanos
lograban re–exportar el producto hacia Europa, adueñándose de los más pingües
renglones de la comercialización.
Otras exportaciones de la costa ecuatoriana vieron crecer también sus ventas
durante las últimas décadas del régimen colonial. De existir efectos multiplicadores
como resultado de la exportación del cacao, ellos se habrían dado por el lado del
activamiento del mercado local de bienes de consumo y de la demanda de insumos
del astillero (por ejemplo, pitas y maderas), estimulados ambos por el auge cacaote-
ro, antes que a través de eslabonamientos, anteriores o posteriores, generados por la
producción de la pepa de oro.
Las exportaciones a cargo del sector criollo–mestizo se asemejaron en sus ca-
racterísticas al caso de la exportación principal, que era el cacao. Es decir, activi-
dades fundamentalmente extractivas, empleando mano de obra sin calificar, y que
al competir con ella por los mismos recursos, escasos en la economía local (como,
por ejemplo, la mano de obra), no lograron jamás conseguir el “despegue” de sus
ventas al exterior. Distinto fue el caso de las exportaciones controladas por el sector

243
indígena. Ellas se compusieron de bienes de elaboración artesanal, producidas den-
tro del circuito de la economía indígena no monetaria, empleando mano de obra
de procedencia familiar. Ésta tenía un nivel de calificación relativamente alto, pero
que devenía más de una tradición cultural, antes que de un entrenamiento técnico.
En cualquiera de los casos (exportaciones criollas o indígenas), en la fase de la
comercialización exterior se reproduciría el mismo esquema de subordinación del
productor frente al comerciante, que ya apreciáramos para el caso del cacao. Final-
mente, las exportaciones controladas por el Estado a través del sistema de estancos,
no lograron alcanzar un nivel apreciable, reproduciéndose también en la comercia-
lización los mismos vicios ocurridos en el caso de las exportaciones privadas.
En lo que respecta al mercado de las exportaciones no cacaoteras, este estuvo
fuertemente concentrado en el virreinato peruano. Esta realidad no cambió incluso
después de las reformas del ‘libre comercio’.
En conclusión, la costa ecuatoriana disfrutó entre mediados del siglo XVIII y
las primeras décadas del XIX de un importante auge exportador. Si bien dicho auge
promovió desplazamientos regionales, cambios demográficos y un proceso de urba-
nización remarcable en el espacio regional, el mismo no sirvió, sin embargo, al igual
que en otras experiencias latinoamericanas, para cambiar la naturaleza básicamente
extractiva de su economía.

244
Guayaquil: Cuna de la libertad.
El 9 de octubre de 1820 (2009)160
Carlos Calderón Chico

Guayaquil fue siempre una sociedad dinámica, hecha para el comercio, o sea para
las actividades mercantiles. Y eso le dio la capacidad de vincularse al mundo, en-
tiéndase la Europa mercantil de los siglos XVII, XVIII y XIX. Una mirada en re-
trospectiva, de siglos, muestra a las antiguas civilizaciones manteño–huancavilca,
en un tenaz intercambio de productos a lo largo de la costa del Pacífico, que incluía
Centroamérica y México.
Guayaquil no puede negar su condición de sociedad mercantil, lo ha sido y lo
será a lo largo de la historia. Toda la vida cotidiana de los habitantes guayaquileños
está ligada a esas formas de crecimiento, donde todo sabe a intercambio. Así creció
y se desarrolló, así la moldearon sus habitantes, tanto así que cuando las pestes,
incendios y piratas la golpearon, destruyéndola parcial y totalmente, sacó fuerzas de
la nada para erigirse nuevamente en ciudad emprendedora.
A partir del siglo XVII y todo el XVIII va consolidándose una clase mercantil,
vinculada a un conjunto de propietarios agrícolas, que impulsará la producción
cacaotera para terminar consolidando con mucha fuerza una acumulación origi-
naria de capital, convirtiendo a esta región en un enclave cacaotero, productor de
materias primas destinadas al mercado internacional.
Guayaquil, entonces, está en un lugar expectante de su desarrollo, mira el mun-
do, pero no puede integrarse a él, las trabas aduaneras serán el impedimento para
que los comerciantes de esta ciudad no puedan colocar su producción cacaotera en
el mercado mundial. Todos los permisos de exportación tienen que ser solicitados al
Consulado Real de España, en Lima, allí nacen las trabas burocráticas que inmovili-
zan la producción cacaotera. No fue cuestión de años, ni de décadas, fue cuestión de
siglos, que llevó a las élites del Puerto Guayaquileño a buscar la forma de romper es-
tos controles burocráticos como único medio de liberarse del control administrativo
español. Ante esta situación los comerciantes se las ingeniaban, en varias ocasiones
para burlar los controles aduaneros y comerciar con otros mercados internacionales.
A lo largo de todo el siglo XVIII, y principios del XIX, se sintió el intenso bu-
llir de las ideas independentistas. Los gestores de la emancipación mental recorrían

160 Tomado de: Carlos Calderón Chico (1953-2013), “Guayaquil: Cuna de la libertad.
El 9 de octubre de 1820”, en Guayaquil en la Historia. Una visión crítica, Guayaquil: Maxigraf/
Ministerio del Litoral, 2009, pp. 79-83.

245
Hispanoamérica con dos documentos claves para hacer vibrar el sentido de libertad
y autonomía, estos eran la Declaración de Independencia de los Estados Unidos y
la Declaración Universal de Igualdad, Libertad y Fraternidad, emanada en la Revo-
lución Francesa. Aquí están aquellos próceres que buscaban por todos los medios
romper el presidio mental que imponía el imperio español, como forma de prolon-
gar con mayor fuerza sus ideas y el dominio militar. Las acciones de un Eugenio Es-
pejo, Nariño, Andrés Bello, Simón Rodríguez, Lastarria, Alberdi, Hipólito Unanue,
José Joaquín de Olmedo, Vicente Rocafuerte, Fray Servando Teresa de Mier, fueron
las fuentes lúcidas que desde sus escritos cuestionaron el viejo orden colonial, para
que posteriormente sean los campos de batalla donde tendrán que dilucidarse las
contradicciones bélicas, y saldar así la libertad hispanoamericana a nuestro favor.
En el caso nuestro, se había dado ya el 10 de agosto de 1809, que a pesar de
ser un hito libertario, y un ejemplo a seguir, con todas las secuelas trágicas del año
siguiente, 2 de agosto de 1810, quedó advertido de esta manera, el imperio español,
que las contradicciones eran irreversibles, y que su ruptura como necesidad históri-
ca tenía que darse, pues todo apuntaba a un desarrollo de la sociedad, porque así lo
exigían las condiciones de la época.
Guayaquil era un hervidero de intereses en juego, con todas las contradicciones
que ello implica; mientras Simón Bolívar batallaba intensamente por lograr la li-
bertad de la Capitanía General de Venezuela y la de la Nueva Granada (Colombia);
San Martín hacía lo mismo en Argentina, Chile y Perú. Habían llegado a nuestra
ciudad tres soldados venezolanos que eran parte del batallón Numancia, acantona-
do en Lima, Perú y que habían sido expulsados por sus ideas libertarias, y llegaron a
Guayaquil. Se trataba de jóvenes oficiales: León de Febres Cordero, Luis Urdaneta
y Miguel Letamendi. Esta ciudad tropical los atrapó, y la vida cotidiana los asimiló
inmediatamente.
Se había dado en nuestra ciudad una serie de circunstancias que permitieron
que las ideas libertarias se posicionaran definitivamente. Había tres grupos aparen-
temente irreconciliables que marcaban el ritmo político de la urbe: la tendencia pe-
ruanófila, expresada en aquellos comerciantes cacaoteros, fundamentalmente, que
tenían fuertes intereses en Lima, y que buscaban afanosamente una mayor libertad
para sus prácticas mercantiles. La tendencia bolivariana, es decir la colombiana,
que se identificaba plenamente con el Libertador Bolívar, y estaba representada por
familias guayaquileñas de gran poder económico, político y social. La tendencia au-
tonomista, que mantenía la frase: Guayaquil por la patria, representada por el gran
José Joaquín de Olmedo, era a todas luces por la que se inclinaban también, decenas
de ilustres personalidades del Guayaquil de entonces. Este era el hervidero político
que encontró el Libertador y que lo llevó a tomar la decisión de anexar Guayaquil
a Colombia, que de no haberlo hecho, San Martín que venía con las mismas inten-
ciones la hubiese anexado a Perú.

246
Guayaquil era un punto estratégico en las guerras de independencia, su condi-
ción de puerto le daba una particular importancia al proyecto libertario, tanto del
norte como del sur. La movida político–militar del Libertador le permitió contar
con nuevos aliados, la ciudad en este caso y su estratégico puerto, y asumir la con-
ducción total de la independencia. San Martín había comprendido que nada tenía
que hacer en el proceso libertario, y con una grandeza sin igual que recoge la histo-
ria y sus biógrafos, decidió partir al exilio europeo.
Guayaquil era libre, y había sido anexado a la Gran Colombia, particular situa-
ción que molestaría a lo largo de la historia a las élites guayaquileñas, a un sector
de ellos, que siempre miraron con buenos ojos una posible vinculación con el Perú.
La independencia de Guayaquil producida el 9 de octubre de 1820, se constituyó
en una atípica revolución, porque no contó con la violencia que suele ocurrir en
este tipo de procesos sociales. En el documento provisorio elaborado por Olmedo,
se habla ya y con claridad se manifiesta que se trata de una revolución anticolonial,
antimonárquica que busca por todos los medios romper con el coloniaje español. Es
importante señalar la actitud de la élite guayaquileña, de dotar y organizar la Divi-
sión Protectora de Quito, con la finalidad de contar con una fuerza auxiliar militar
que concrete la liberación de los territorios de la Real Audiencia de Quito, para de
esta manera liberarnos de la dominación hispánica. Pertrechos, vituallas, armamen-
tos, hombres, fueron puestos por Guayaquil, y de tres mil hombres, durante dos
años, con encuentros y desencuentros, enfrentando al poderoso ejército internacio-
nalista que demostraba que estábamos frente a un inédito proyecto de liberación
continental que involucraba a todos los que habían nacidos por estos lares. Sucre y
Bolívar tuvieron sobre sus hombros la organización de la estrategia militar de esas
sangrientas batallas que poco a poco irían definiendo el porvenir de estos pueblos.
Los historiadores son unánimes al definir a Guayaquil como punto fundamen-
tal de las grandes jornadas de la libertad y en ese sentido nadie ha negado el aporte
de nuestra ciudad a la hazaña continental, y en este contexto de grandes proyectos y
de grandes hombres, aparecen dos personajes hechos para la historia: Olmedo y Bo-
lívar. El primero dedicándole el más grande poema épico de la historia americana,
La victoria de Junín o Canto a Bolívar, que incluso llegó a generar fricciones entre
ambos. Bolívar, en dos célebres cartas enviadas a Olmedo, rechazaba la idea como
la pretendía el guayaquileño de dar una connotación mitológica a su persona y a su
gestión bélica. Este cruce epistolar solo era el reflejo de cómo dos hombres hechos
para trascender la eternidad podían estar en desacuerdo en una visión de la lírica,
pero no en desacuerdo del proyecto libertario americano.
Sea cual sea el enfoque que se emplee para el análisis de los procesos sociales,
nadie puede negar el carácter complejo de nuestras sociedades y las profundas con-
tradicciones que enfrentan a los distintos grupos humanos; como bien ha señalado
el historiador Juan Paz y Miño: “La independencia de Guayaquil dio continuidad

247
al pronunciamiento de Quito del 10 de agosto de 1809 que instaló una junta sobe-
rana aunque todavía revestida de fidelidad al rey. El éxito guayaquileño en cambio,
se inscribió en un momento revolucionario ventajoso, pues toda Hispanoamérica,
se hallaba en plena revolución anticolonial” (Diario Hoy, Quito, octubre 9, 2003).
Si seguimos examinando el marco histórico de los procesos libertarios, llegamos
a la conclusión de que las guerras de independencia que sellaron nuestra liberación,
dieron la oportunidad de que una nueva clase asuma la conducción de las nuevas
sociedades sin presencia española. Eran los criollos, la clase social emergente, la
que va a asumir la condición de las nuevas sociedades. ¿Había sido una mascarada
la libertad?, ¿cuál era el papel de los grupos sociales que por siglos habían sido do-
minados? Aquel grafiti que apareció en la principales paredes de Quito, diciendo:
“último día del despotismo, y primero de lo mismo”, expresaban a las claras que la
independencia todavía no recogía las ansias de libertad de estas naciones.
Guayaquil y ahora el naciente Ecuador de 1830 tenían una meta y un destino,
unirse, integrarse y más que todo evitar caer en la provocación que las grandes po-
tencias nos llevaron, y construir lentos y seguros el país que aquellos utopistas de la
emancipación mental habían batallado arduamente.
Ahora que estamos celebrando el Bicentenario de una gesta emancipadora, es
bueno reflexionar sobre todo lo ocurrido a lo largo de doscientos años y que las
lecciones que emerjan de este análisis sirvan a los pueblos para que canalicen su
libertad y su unidad. A la larga esa era la estrategia final de los Libertadores.

BIBLIOGRAFÍA
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1842, Michael T. Hamerly, Guayaquil, A.H.G, 1973.
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· Guayaquil–Lectura Histórica de la ciudad, Pablo Lee, Florencio Compte,
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· Guayaquil en el siglo XVIII. Recursos naturales y desarrollo económico, Sevi-
lla, María Luisa Laviana Cuetos, 1987.

249
Región Manabí,
desde el centro a la periferia (2013)161
Tatiana Hidrovo

Este trabajo busca explicar cómo se conformó históricamente un espacio social


complejo que hoy conocemos con el nombre de Manabí162. Así mismo, la relación
de este espacio –región con distintos sistemas económicos y estructuras de domi-
nación. Planteamos la tesis de que una conjunción de factores sociales, geográficos
y ambientales configuró originalmente una centralidad en la costa de lo que hoy
es Ecuador; y que el impacto del sistema colonial–capitalista la convirtió en una
periferia, a partir de lo cual no logra acoplarse suficientemente a los aparatos institu-
cionales modernos ni a los circuitos económicos, al mismo tiempo que su sociedad
conserva una cultura política tradicional. Es debido a esta tesis, que el título de este
artículo es: Región Manabí, desde el centro a la periferia.
El paraguas teórico incorpora un enfoque de larga duración163 puesto que el
territorio central de la costa de lo que hoy es Ecuador ha tenido un continuo de
ocupación por parte de sociedades complejas desde hace más de 5.500 años, pro-
ceso que ha legado un sustrato cultural, que aunque recreado en sustancia y forma,
conforman un sedimento dinámico que se evidencia aún en el presente. En este
tiempo largo no solo observamos las rupturas y discontinuidades, sino también las
continuidades que tuvieron lugar en el espacio social. Michael Foucault define las
discontinuidades como el momento en que la episteme cambia, es decir, cuando las
mentalidades sufren una transformación de fondo. Las discontinuidades significan
también rupturas, cambios o renovaciones profundas que se producen en el contex-
to histórico, en un espacio al cual se lo entiende no solo como el lugar físico, sino
como conjunto de fenómenos sociales, económicos y representaciones colectivas
que se producen en un sitio concreto.
Al explicar a Manabí desde la perspectiva de espacio social histórico, también
cruzamos los datos de la realidad geográfica–ambiental concreta, que en el caso de
este territorio se vuelve una variable sustancial para la interpretación del proceso

161 Artículo preparado inéditamente por Tatiana Hidrovo para esta compilación. Tatiana Hi-
drovo Quiñónez, la autora de este artículo, es Candidata a doctora en Historia por la Universidad Andi-
na Simón Bolívar. Magíster en Estudios Latinoamericanos, Mención Historia Andina.
162 Provincia–región de Ecuador. Localizada en la costa central del Pacífico. Tiene 1,345,779
habitantes según el censo de 2010.
163 La larga duración fue un concepto innovador aplicado por Fernand Braudel quien propuso
mirar la realidad histórica desde distintos niveles: el del ritmo lento donde se sitúa la relación hombre
ambiente; el de los cambios graduales que se dan en la realidad social, económica y política; y el de los
acontecimientos donde se sitúan los episodios (Burke, 1996).

251
histórico. Para ello echamos manos de la información generada por las ciencias
ambientales y geográficas, pero con el propósito de explicar la manera como las
sociedades manejaron ese entorno o reaccionaron frente a éste.
Para el análisis propuesto, sobre todo para explicar los procesos posteriores al
siglo XVI, nos escapamos de la escala nacional y abordamos la de “región”. Con la
aparición de los Estados–nacionales como unidades político–territoriales funcio-
nales al capitalismo, los estudios históricos se abocaron a utilizar la escala nacional
para comprender los procesos políticos–sociales. Por otra parte, al aplicar el enfoque
estructuralista en esta escala, se concluyó que los Estados modernos eran la expre-
sión política de una clase nacional dominante de tipo burguesa. En los años de
1990, varios estudiosos señalaron que el caso de Ecuador mostraba particularidades,
por lo que en el siglo XIX, no existía un grupo hegemónico de carácter nacional,
sino élites regionales y locales y sistemas económicos que no estaban suficientemen-
te integrados entre sí, o, en otros casos, se relacionaban de manera distinta con el
mercado interno y mundial (Maiguashca, 1994). Estos mismos estudios, mostraron
que a pesar de no existir durante el siglo XIX una clase social hegemónica de tipo
nacional, surgió a partir de 1830 un nuevo Estado, como aparato burocrático y
sistema institucional, y, aunque precario, fue el agente principal en el proceso de
articulación de las partes o regiones políticas y económicas. Desde esta perspectiva
se consideró útil la escala y concepto de región para entender el largo siglo XIX en el
que el Estado desarrolló las condiciones para la integración. Este aparato conceptual
aplicó también las nociones de periferia y, por otra parte, el de función del espacio
social en el contexto de un sistema. Dentro de esa perspectiva, se define a la región
como un conjunto espacial y ecológico en el que se ha desarrollado un proceso
histórico que ha dado lugar a una unidad económica y social dinámica, capaz de re-
producir las condiciones de vida de forma relativamente autosuficiente (Palomeque
Silvia, 1994). En los espacios sociales, y por lo tanto también los espacios regionales,
existen localidades que cumplen roles específicos, por lo cual se las explica como
células y agrupaciones funcionales que conforman una estructura espacial (Deler,
1992). Por otra parte, consideramos que cuando existen espacios relativamente des-
articulados del sistema económico mayor, marginales y, además, equidistantes y
descentrados, pueden ser tipificados como periféricos. Los conceptos tales como
“región”, “periferia” o células locales funcionales, se han usado sobre todo para com-
prender cómo se desenvolvieron ciertas sociedades localizadas en determinados lu-
gares, en el contexto del desarrollo capitalista. En ese marco se conciben periferias
territoriales y periferias sociales (Maiguashca, 2003).
Es necesario advertir que este es un artículo que tiene respaldos documentales
para sustentar el proceso de la sociedad regional hasta el siglo XIX. La interpreta-
ción del siglo XX se basa más en la correlación de varios datos, pero también en
reflexiones que son productos de alguien que ha sido testigo del proceso desde
finales del siglo y que aplica bases teóricas para comprenderlo. Agregamos a esto,

252
que como nos interesa sobrepasar la forma de relato, intentaremos realizar conti-
nuamente comparaciones entre los tiempos, con la idea de responder a cuestiones
del presente, que permitan entender las especificidades de Manabí.
El artículo presenta una estructura cronológica. Explica las particularidades
geográficas ambientales; identifica las rupturas históricas; explica a continuación
la formación de una suerte de centralidad y sistema mundo, en el contexto del
Pacífico que creó referentes ideológicos mercantiles permitiendo el funcionamiento
de un sistema económico y cultural. Analiza la desestructuración de esa sociedad
originaria y la formación de una sociedad colonial periférica y desinstitucionalizada.
Posteriormente la violenta inserción al capitalismo y del Estado Moderno desde el
siglo XVIII. Y, por último, los saldos del neoliberalismo a finales del siglo XX.

EL ESPACIO Y LAS DISCONTINUIDADES


La costa central de lo que hoy es Ecuador, correspondiente a la provincia de Mana-
bí, es un espacio ocupado por sociedades complejas desde 5.500 años atrás, lo cual
es un elemento trascendente a considerar a la hora de interpretar la realidad actual.
Estas sociedades sufrieron el gran impacto de la invasión europea hace aproximada-
mente cinco siglos (siglo XVI), momento en el que se impuso un orden colonial que
se desarrolló en Puerto Viejo y La Canoa, de forma relativamente diferente, por lo
cual se mantuvo un sustrato recreado de la cultura originaria. El segundo momento
de ruptura, y por lo tanto efecto de discontinuidad, tuvo lugar en el siglo XIX,
hace aproximadamente 200 años, su actor principal fue el capitalismo y el nuevo
régimen, que buscó sujetar e integrar a la región, y por ello fue permanente y ex-
tremadamente violento, sin que al fin se lograra la articulación suficiente al Estado
nacional, generando al mismo tiempo el nacimiento de la identidad manabita. Un
tercer momento de ruptura, sobre el cual no existen aún suficientes evaluaciones, es
el que se produce alrededor de 1980, cuando a la inversa del proceso anterior, tuvo
lugar un relativo proceso de desarticulación de la región Manabí, tanto de manera
política como económica, como consecuencia de las políticas neoliberales y del
cambio de la estructura económica nacional y mundial.
Una de las características estructurales de Manabí es la de su espacio físico. Está
ubicado en la Zona Tórrida, en el borde costero del Pacífico sur, traspasado por
la línea imaginaria ecuatorial, donde existen más horas–luz solares. Su clima está
también determinado por las corrientes marinas fría o caliente, según la época del
año, que alteran las temperaturas y la humedad, elementos que a su vez interactúan
con un relieve altamente irregular y conjuntos montañosos con altitudes de hasta
800 metros sobre el nivel del mar, atravesados en el territorio en varias direcciones,
localizados cerca o lejos del mar. La cantidad de variables morfológicas y climáticas

253
que interactúan en el territorio, provocan una alta biodiversidad que se expresa en
al menos cuatro zonas de vida clasificadas y ecosistemas distintos muy próximos
entre sí: en Manabí existen desde los bosques secos espinosos, hasta los bosques
húmedos, incluso en un mismo punto geográfico, como ocurre, por ejemplo, con
el cerro Montecristi o los cerros Hojas–Jaboncillo. De todos estos elementos, el que
destaca en relación con el espacio nacional, es el carácter independiente e inestable
de su sistema hidrológico: los ríos del territorio Manabí no reciben recargas hídricas
de los deshielos de los Andes, son sistemas autónomos que dependen de las lluvias
regionales, por lo tanto son cuencas con caudales ecológicos irregulares. Esto se
sintetiza en una historia ambiental de prolongadas sequias o períodos de intensas
lluvias, entre ellos los marcados por el Fenómeno de El Niño. Este tema no es
menor para el caso de Manabí, porque el problema de la falta de agua o su supera-
bundancia traspasa las relaciones de poder, el desarrollo de tecnologías propias, las
relaciones sociales de producción, la cosmovisión, construcción de mitos antiguos y
modernos, y por supuesto, sus culturas.

SOCIEDADES ORIGINARIAS ARTICULADAS Y


“SISTEMA MUNDO DEL PACÍFICO”164

La arqueología ha informado que en la zona central de la costa de lo que hoy es


Ecuador se desarrollaron sociedades más o menos estables y complejas desde hace
aproximadamente 5.500 años165. Estas sociedades desarrollaron tecnologías especí-
ficas para el acopio de agua en albarradas, con lo cual resolvieron el problema de la
inestabilidad hidrológica y aseguraron la producción de alimentos; no de otra ma-
nera se explica que a pesar de las condiciones ambientales, estos colectivos lograron
excedentes productivos, que dieron lugar a la conformación de grupos dirigentes
asentados en “ciudades” como ocurría ya en los años 600 antes de Cristo (cultura
Bahía). Desde Valdivia (3.800 – 1.100 antes de Cristo) ya hay rastros de cone-
xión a distancia por mar, lo cual produjo una serie de innovaciones que concluyó
con la invención de la balsa manteña, una unidad con sistema de guaras que logra
transportar a larga distancia hasta treinta toneladas de productos en travesías de
ida y vuelta. La arqueología ecuatoriana plantea por ello la existencia ya en la fase
manteña (800 – 1526 después de Cristo) de un Estado localizado en la costa con
un epicentro en el área de lo que hoy es Manabí, donde se desarrolló un complejo
aparato político que controlaba la circulación de bienes exóticos que se convirtieron

164 Esta frase es acuñada por un conjunto de teóricos para explicar la economía–mundo mo-
derno. En nuestro caso recreamos esta noción y la usamos para denominar un conjunto económico
prehispánico, que es tal debido al nivel de articulación compleja en un espacio.
165 En Manabí se han encontrado evidencias de la cultura Valdivia en su fase tardía.

254
en referentes panandinos y funcionaban como “capital mercantil” (Marcos, 2012).
La concha spondylus fue un bien sagrado–moneda, uno de cuyos bancos naturales
estaba localizado frente a las costas de Salango, donde operaban buzos especialistas
en su extracción. Desde la etnohistoria se ha probado también la invención de siste-
mas económicos– ideológicos que permitían operar un intenso intercambio media-
do por un tipo de “moneda” o bien escaso con valor sagrado, que efectivamente era
acopiado al modo de un “capital mercantil”. En la zona de Puerto Viejo–Cancebí,
situada entre Coaque, Manta y Jipijapa, la esmeralda constituía un bien convencio-
nal útil para el intercambio de productos con las sociedades de Chincha, pueblo lo-
calizado en la costa del actual Perú, que requería estas piedras como bienes de poder
y prestigio usados en los entierros (Hidrovo, 2011). El sistema permitía “importar”
las piedras preciosas desde el norte (actual Colombia) y acopiarlas en Puerto Viejo
a partir de ofrendas de esmeraldas a “Umiña”, deidad dotada de capacidades para
realizar curaciones “milagrosas”, cuyo templo y chamanes se encontraban en el cerro
Montecristi, Hojas o Jaboncillo.
El espacio manteño de Cancebí, estaba integrado por una vasta red de asen-
tamientos que cumplían diferentes roles, cohesionado por una “ideología” que
amalgamaba lo sagrado y utilitario en una sola unidad: la piedra de esmeralda. El
acopio, circulación y valor sagrado de las esmeraldas permitía el funcionamiento de
un complejo sistema que resolvía al mismo tiempo la interlocución con el mundo
místico, el problema de la salud, el intercambio de productos, la articulación con los
pueblos del norte y del sur del Pacífico, y la jerarquización política y social reque-
rida por un grupo dominante. El espacio cultural y económico manteño amplio,
estaba integrado más allá de Cancebí, por las sociedades de La Puná, del señorío o
cacicazgo de Baltacho, de Salangome y probablemente otros situados hacia el norte,
donde se desarrolló la cultura y sociedad Jama–Coaque. No se conocen datos pro-
bados sobre su demografía, pero se estima que las ciudades principales, como la de
Manta, estaban habitadas por unas 20.000 personas, lo que significa que el espacio
manteño que se extendía a lo largo de la costa de lo que hoy es Ecuador, superaría
los 100.000 habitantes.
En los cerros Hojas–Jaboncillo, situados entre Portoviejo y Montecristi se de-
sarrolló una compleja ciudad de montaña, que tuvo principalmente un rol político
durante una etapa de la sociedad manteña. Ese habría sido el sitio de reunión de
la red de caciques que controlaban distintos señoríos, cacicazgos o jefaturas, presi-
didos por un “Señor Principal”. Los marcadores de poder son las sillas “U” que se
encontraron dentro del espacio donde existen al menos 600 estructuras de edificios
manteños esparcidos en más de 3500 hectáreas. Esta estructura política estaba pues,
sustentada sobre el control de bienes escasos y exóticos con valor económico y sa-
grado, por lo tanto la circulación de productos en el contexto del Pacífico y sobre un
complejo andamiaje de varios niveles de gobierno que se ejercía sobre un conjunto
disperso, pero articulado de ciudades y asentamientos. Así mismo, sobre el desa-

255
rrollo y operación de tecnologías de producción, acopio y conservación de granos
(maíz) y agua, y conectividad a larga distancia. Los manteños producían además
textiles y cerámica sagrada y utilitaria.
Visto este proceso desde el presente, se concluye que estos pueblos estaban no
solo bien articulados a una especie de “sistema mundo” que funcionaba activamente
en un eje principal extendido a lo largo del Pacífico en sentido vertical; y también
en sentido horizontal, a través de una red que operaba circuitos que los conecta-
ban con los pueblos localizados en los Andes, algunos sujetos al incario. Como se
ha visto, los manteños además tenían una esfera política propia y autónoma de
carácter compleja. Todos estos indicadores dejan ver con claridad que el espacio
social, cultural y económico manteño no era ni periférico, ni subordinado ni estaba
desarticulado. Todo lo contrario, constituían una especie de centralidad dentro del
“sistema mundo” del Pacífico. El rol privilegiado de estas sociedades originarias en
la Época Prehispánica, permite inferir el hondo impacto que sufrieron a partir de
la invasión europea y la imposición de una nueva cultura y orden político y econó-
mico de tipo colonial, que convierte al espacio en una zona de frontera, periférica y
casi deshabitada, en menos de dos décadas.

PUERTO VIEJO, PERIFERIA COLONIAL


Los europeos ingresaron al espacio de lo que hoy es Ecuador a través del espacio
de Cancebí (Manabí actual), y produjeron una estampida y debacle demográfica
agravada por la trasmisión de la viruela y otras enfermedades, que redujeron la
población total del área en más del 90%. En 1534 la empresa de Alvarado en su dis-
puta por ingresar y controlar Quito, profundizó la violencia y un año después, para
evitar que ingresaran otras empresas, las huestes de Pizarro fundaron una ciudad
de españoles en el epicentro del antiguo Cancebí, llamada San Gregorio de Puerto
Viejo, para que funcionara como el hito norteño y eje para la conexión entre la costa
y la sierra, proyecto que fracasó por las condiciones orográficas y falta de ríos que
vertebraran la conectividad con la Sierra, por la ausencia de minas de esmeraldas y
fuerza de trabajo (Hidrovo, 2005).
El espacio de la costa central de lo que hoy es Ecuador pasó a ser conocido des-
de el siglo XVI como Puerto Viejo (área centro sur de la actual provincia de Mana-
bí) y La Canoa (área norte de la actual provincia de Manabí). Aunque en términos
administrativos se la suponía subordinada al Corregimiento de Guayaquil, en rea-
lidad a lo largo de la Colonia ejerció una especie de autonomía. Sus únicas institu-
ciones coloniales concretas y visibles fueron el cabildo de españoles de la disminuida
Ciudad o Villa Nueva de San Gregorio de Puerto Viejo, sin mayor poder real, y los
caciques indios de las unidades étnicas, que se constituyeron en mediadores étnicos

256
y en algunos casos capturaron parte de la renta marginal, una vez que se introdujo la
moneda occidental y la noción de riqueza. Para el control geoestratégico del área y
la imposición ideológica–cultural de los valores cristianos, se crearon doctrinas y se
redujeron varios pueblos de indios, entre ellos los de Jipijapa, Picoazá y Charapotó,
localizados en el sur, conformando el Partido de Puerto Viejo del Corregimiento
de Guayaquil. Los espacios del norte, Partido de la Canoa, quedaron prácticamente
deshabitados y se constituyeron en un referente de frontera, donde se localizaba el
pequeño pueblo costero de La Canoa. El orden Colonial no pudo desarrollar de
manera exitosa, ni en Puerto Viejo, ni en La Canoa, instituciones clásicas, como
la Mita, la Encomienda, los obrajes ni las haciendas terratenientes al amparo de
órdenes religiosas. En el siglo XVIII era evidente la existencia de exitosas cofradías
ganaderas en Montecristi, Picoazá y Jipijapa, controladas en un número importante
por indios mayordomos. Los blancos de San Gregorio de Puerto Viejo no pudieron
ejercer dominación por lo cual se produjo un complejo equilibrio entre caciques
indios, ricos y políticos, localizados en Jipijapa, Charapotó y Montecristi, y criollos
empobrecidos con pretensiones blancocráticas, situados en la Ciudad de Villanueva
de Portoviejo, los cuales convirtieron al cabildo en un espacio de poder corporativi-
zado y autónomo que intermediaba con el orden colonial. Los criollos de Villanue-
va no pudieron sostener el cabildo en épocas de crisis, por las condiciones estruc-
turales económicas y políticas, pero en general fue su institución colonial esencial.
El antiguo y floreciente espacio manteño quedó desarticulado en el siglo XVI y
se convirtió en un lugar marginal, periférico, en el contexto del espacio económico
andino que se conformó como un gran circuito económico relativamente autóno-
mo a partir de la captura de una parte del metálico generado en Potosí y el desa-
rrollo de un mercado interno en el cual intervenían varios espacios especializados
en determinada producción (S. XVII) (Burga, 1999). Este fenómeno tuvo que ver
también con la separación natural del Océano Pacífico con respecto a la economía
que se movía a través del Océano Atlántico. Quito proveía textiles, Guayaquil era
el puerto de tránsito, de industria de barcos, y otros espacios se acoplaban con sus
propios productos para responder a la demanda del gran circuito cuyo centro ur-
bano era Potosí. En ese contexto, los indios de Puerto Viejo producían artesanías
complementarias como jarcia para las embarcaciones, maíz para el mercado interno
y ganado, para lo cual utilizaron y hasta controlaron las cofradías ganaderas, y de
esta manera se articularon marginalmente a la economía mercantil. La zona se po-
tenció también como área de contrabando, cuyas redes eran operadas con grupos
de comerciantes de Guayaquil y aun de Quito. Sin embargo, no hubo una acumu-
lación suficiente de renta que diera lugar a una clase poderosa en Puerto Viejo. Su
inserción al espacio económico peruano fue marginal, Puerto Viejo y La Canoa eran
lugares periféricos.
Si bien en términos de discontinuidades se produjo la desarticulación del anti-
guo “sistema mundo” prehispánico (siglo XVI), se mantuvieron también algunas

257
continuidades a través de la cultura, que se recreó a partir de componentes origina-
rios: hay muestras de un fenómeno de “indianización del cristianismo” (Hidrovo,
2003) y por lo tanto de una cosmovisión e interpretación de la realidad traspasada
por la sacralización; se mantuvo el calendario religioso, la tradición artesanal, las
técnicas de pesca, la producción de maíz en pequeñas unidades, a pesar de no ser un
producto de demanda preferencial en el contexto del “espacio peruano”; la forma
de organización familiar, el sistema de caminos y de interconexión; la noción de uso
colectivo de la tierra, entre otros elementos, que al pervivir de manera dinámica en
la larga duración constituyeron la base cultural de los pueblos cholos, localizados en
la zona centro sur y en la franja costera. Una de las particularidades del espacio co-
lonial, fue el uso estacional y libre de la tierra y la ausencia de nociones modernas de
“propiedad privada”, lo cual constituyó una tradición tanto de blancos como de in-
dios y sería una de las razones por las que no se conformó la hacienda terrateniente,
fenómeno que sí tuvo lugar en la Sierra y tardíamente en el área de Guayaquil, y que
explica procesos de acumulación originaria del capital. Otra de las continuidades
que se constituyó en un rasgo característico del espacio y es aún una característica de
esta sociedad, es la dispersión poblacional organizada en una multiplicidad de loca-
lidades, con roles económicos distintos e incluso con elementos culturales propios,
que a su vez formó un sistema de poder relativamente autónomo y autoregulado,
debido a la poca institucionalización del Estado colonial. Esta organización espacial
explica también la dispersión de la renta, lo que sería una de las causas por las que
no se forma una clase hegemónica asentada en un centro. El sistema de localidades
en red, es aún una característica típica de Manabí y debe ser siempre una variable
para entender procesos políticos y económicos.
Para finales del siglo XVIII se produjo una ruptura en el continuo histórico.
El espacio económico peruano estaba en crisis, se expandía el comercio y Puerto
Viejo se articulaba con nuevos productos al naciente sistema capitalista mundial
de tipo industrial, en el contexto de la división internacional del trabajo. Las antes
abandonadas ecologías del norte, atravesadas por los ríos más caudalosos, Chone
y Carrizal, estaban siendo controladas por los criollos de Puerto Viejo, a través de
la posesión de sus tierras, para producir cacao, fruto de gran demanda. En el sur
florecía la economía de elaboración y producción del sombrero de paja toquilla, que
se requería para el amparo de los trabajadores de las grandes haciendas peruanas y
centroamericanas: la economía artesanal fue preponderante en la primera mitad del
siglo XIX y se mantuvo a lo largo del siglo, aunque enfrentó crisis. Esta experticia
tuvo su origen en la época prehispánica y se aplicó a la forma del sombrero español
desde los primeros años de la Colonia, pero no se desarrolló a escala sino desde la
segunda mitad del siglo XVIII, bajo la intermediación de los indios principales de
Jipijapa, el centro económico del Partido de Puerto Viejo, que históricamente se
articuló con el eje Guayaquil, en el circuito tierra adentro. Esta economía artesanal
merece un análisis particular: no se han explicado suficientemente las relaciones

258
sociales de producción, la inserción al comercio global a partir de un artículo con
valor agregado y la posibilidad de que el comercio de este artículo haya iniciado una
acumulación inusitada de la renta, aunque no de manera sostenida ni suficiente
para generar posteriormente el despegue del capital financiero en la región. En todo
caso, la zona periférica de Puerto Viejo se rearticuló de manera directa y favorable
a la economía capitalista de alcance mundial, en el siglo XVIII. Por ello, el aparato
colonial volvía ahora su mirada a este espacio que antes había sido de poco interés,
marginal y periférico.
La nueva ruptura –tras la ocurrida en el siglo XVI con la imposición colo-
nial– se inició a fines del siglo XVIII cuando el Estado absolutista colonial intenta
penetrar en la región con un aparataje de control ejercido desde Guayaquil, y con
nuevas instituciones como los estancos de aguardiente y tabaco, en un espacio que
no experimentó antes la presencia de instituciones clásicas y poderosas del orden
colonial. La misma Iglesia Católica fue bastante débil en el tiempo de la Colonia,
tuvo escasa presencia y los pocos sacerdotes debieron negociar incluso el manejo de
las cofradías ganaderas con los indios. El Estado absolutista eliminó las barreras y
promovió la producción agraria y el desarrollo comercial, para capturar por medio
de impuestos la sobre–renta, en el contexto del emergente capitalismo y la hegemo-
nía de nuevos imperios mundiales. Ante el ingreso del Estado, Puerto Viejo reaccio-
na corporativamente y articuladamente para enfrentar a las autoridades del Estado
absolutista y desarrolla múltiples estrategias de resistencia, desde el uso de la propia
ley, por parte de los indios viajeros de Jipijapa, que buscaban títulos de sus tierras de
uso colectivo, hasta tumultos y asonadas por parte de los criollos de Puerto Viejo,
que usaban su alicaído cabildo para mantener el control de sus territorios.
Manabí caminaba ya a ser una región compleja, que se reinsertaba de mejor
manera a un nuevo sistema económico, pero carecía de una elite centralizada, ilus-
trada y homogénea. Como ya se dijo, durante los dos primeros siglos coloniales ha-
bía mantenido una especie de sistema político colonial autónomo que funcionaba
en red, por lo cual ese mismo sistema se potenciaba ahora para resistir el ingreso
del Estado moderno, centralizado, controlador, extractor de recursos y que impo-
nía instituciones ilustradas, rompiendo además el viejo “pacto” entre los cuerpos,
o como lo dice Federica Morelli, el Estado Mixto que operó a partir del acuerdo
entre el Rey, los nobles y los cabildos o entidades territoriales, y que originalmente
dio espacio en América a los criollos para el manejo del poder en cada territorio
(Morelli, 2005).
En definitiva, se producía un fenómeno de regionalización, de articulación pre-
ferente al mercado mundial y de tensión política con el Estado borbónico, ante el
cual se enfrentarían todos, indios y criollos, disputando la autonomía y el ejercicio
político a través de instituciones tradicionales y coloniales de vieja data, como los
cabildos de criollos, de “naturales” o indios. Sin embargo, hasta ahora, la región no
había utilizado la violencia como recurso de resistencia, sino el propio aparataje

259
colonial, o en otro caso, la cultura. La irrupción de la violencia sería una novedad o
discontinuidad histórica en Manabí, que se produciría en el siglo XIX con el adve-
nimiento de la República, y se mantendría por más de un siglo, persistiendo hasta
ahora en diferentes formas.

INSTAURACIÓN DE LA VIOLENCIA Y PENETRACIÓN


DEL ESTADO DE NUEVO RÉGIMEN

El siglo XIX trajo a la región una sucesión de rupturas y discontinuidades de enor-


me impacto: se produjo una inserción casi directa al mercado internacional lo cual
produjo una larga tensión con el nuevo y débil Estado republicano que intentaba
controlar el espacio a través de instituciones, tales como los puertos oficiales crea-
dos en 1830 (Bahía y Manta). Lo particular de esta inserción es que a diferencia
de otras regiones articuladas al capitalismo a través de monocultivos de materias
primas (cacao), en el contexto de la división internacional del trabajo, la provincia
de Manabí se caracterizó por una diversidad productiva, por la producción de in-
sumos como el ganado y el aguardiente para el mercado interno, y la exportación
de productos con valor agregado, como las artesanías, una de ellas, el sombrero de
paja toquilla. La otra novedad traída por la República fue el desarrollo de la “pro-
piedad privada de la tierra”, modo de apropiación y producción casi desconocido
en la región, donde antes predominó una forma de uso libre y estacional de la tie-
rra y una economía recolectora. El Estado comenzó una penetración institucional
y armada en la región, la cual vio nacer entidades como la Gobernación, la policía
rural, las jefaturas políticas, la red de escuelas, el estanco de sal, la Junta de Ha-
cienda, el nuevo sistema de impuestos, y más. La imposición de la Iglesia Católica
como un brazo del Estado confesional, y la manera como esta entidad ingresó a
la región, “penetrando”166 en el sistema de las ferias comerciales dominicales, en
el sistema educativo y el sistema de comunicación, provocó no solo impacto, sino
que fue una de las causas de la agitación.
En el siglo XIX se instauró en la región la violencia armada, que se mantuvo en
ella largo tiempo. La acción armada fue tanto una forma de “protesta social” como
una forma de acción política, que más tarde, en el siglo XX, fue usada de manera
adversa por el Estado oligárquico–burgués–cacical. Este fenómeno fue impulsado
después de la Independencia por el “enganchamiento” forzado y masivo de hom-
bres, debido a que Manabí era tierra de hombres libres, expertos en el manejo de
caballos y diestros en el machete. Estas acciones no solo eran violentas sino que

166 El concepto de “penetración” ha sido desarrollado por Juan Maiguashca, y se refiere a las
diferentes formas como los Estados andinos penetraron a la periferia territorial y social (Maiguashca,
2003).

260
además cooptaban la fuerza productiva en momentos en que existía presión por la
mano de obra por el desarrollo del sistema agroexportador. Las diversas facciones
regionales en disputa y el propio Estado, a través del ejército, ingresaban violenta-
mente al territorio y presionaban de forma tal que la zona se convirtió en un campo
de batalla, por lo cual la sociedad manabita hubo de desarrollar necesariamente la
estrategia armada propia, para disputar el monopolio de la violencia. Las montone-
ras se politizaron a partir de 1864 y siguieron a un emergente líder regional, Eloy
Alfaro, quien desarrolló un proyecto radical de alcance nacional; junto con él sur-
gieron una serie de líderes y coroneles radicales que ejercieron una suerte de control
de los grupos armados, muchos de los cuales operaban también con otros fines de
manera autónoma en la compleja región costeña.
En el contexto de una revolución demográfica, los descendientes de los anti-
guos criollos conformaron la base social que realizó el proceso de expansión de la
frontera agrícola hacia las montañas, respondiendo a la inserción de la región al
sistema capitalista como proveedora de materias primas agrícolas. Pasaron de ser
usuarios de la tierra, a “posesionarios” y más tarde “propietarios”, con lo cual se
legitimaron además ante un sistema político que otorgaba derechos a los ciudada-
nos–propietarios. En el sur de la provincia, los antiguos indios principales también
se convirtieron en propietarios privados junto con los inmigrantes mestizos que lle-
garon desde el siglo XVIII y se quedaron en las inmediaciones de Jipijapa. A finales
del siglo existían unos cuantos hacendados y una sucesión de pequeños y medianos
finqueros en la provincia de Manabí. Tampoco para entonces se había conformado
una gran clase social dominante y concentrada, ni una acumulación suficiente de
renta que diera el desarrollo del capitalismo financiero.
Es también en el siglo XIX cuando tiene lugar el fenómeno cultural de la iden-
tidad manabita. La región había construido una noción de autonomía frente a las
autoridades coloniales del Estado absolutista del siglo XVIII (Dueñas, 1991). En
1824 se creó la provincia de Manabí, que posteriormente se concretó como unidad
política territorial del Estado Republicano del Ecuador. En ese contexto empieza a
crearse el discurso de la sociedad “manabita”. Este es un tema poco estudiado, pero
todo parece indicar que fue otra de las formas de contestar al Estado confesional–
centralista y una elaboración de los grupos de poder regional, que articulados en
red, necesitaban también un relato de unidad regional.

REGIÓN MANABÍ: ESTADO OLIGÁRQUICO–CACICAL Y


NEOLIBERALISMO

La regionalización de Manabí se afirma a principios del siglo XX, cuando se conclu-


yen las obras de los ferrocarriles del eje norte (Chone–Calceta–Bahía de Caráquez)
y del sur (Santa Ana–Portoviejo–Montecristi y Manta), y con ello se desarrolla la

261
economía exportadora de tagua, cacao, y con un peso menor relativo, la de las
artesanías. En este esquema Bahía de Caráquez y Manta funcionan como puertos
internacionales y células de enlace con el capitalismo mundial. Estos puertos se
potencian como exportadores, pero no logran desarrollar el comercio importador
que sigue siendo un monopolio de Guayaquil. La articulación de estos dos espacios
y ejes económicos se realiza a través de Portoviejo, la capital, que asume el rol de
localidad–plexo o bisagra, centro de articulación regional, y de éste, con el Estado
central; por otra parte, centro de difusión ideológica, tarea a cargo de los emergentes
medios impresos, los intelectuales, el antiguo colegio Olmedo y más adelante la pri-
mera Universidad (1952). Sin embargo, Portoviejo no funciona como una centrali-
dad total, sino como punto de interconexión de bienes y símbolos. Es reproductora
por ello de la nueva identidad manabita.
La crisis económica y social que sacudió al Ecuador en el año de 1925, no
afectó a Manabí de la misma manera que a otros espacios regionales, como el de la
cuenca del Guayas, dependiente del monocultivo del cacao, debido a que mantenía
su enlace directo con el comercio mundial, a través de una producción diversifica-
da canalizada por medio de sus puertos. Manabí ofertaba, como ya se dijo, varios
productos al mercado mundial (tagua, caucho, café, además de cacao). Por otra
parte, su sociedad, preponderantemente rural, tenía otros patrones de consumo;
los modos de producción también eran diversos, uno de los cuales era el recolector;
mantenía una forma de poblamiento disperso; y persistió la propiedad mediana,
aunque existieron grandes propiedades que ocupaban varios pisos climáticos.
En términos políticos, el Estado no logró tampoco institucionalizarse suficien-
temente en el siglo XX, lo que muestra que esta es una característica continua en la
región; sin embargo, sí se posesionaron organismos republicanos como la Gober-
nación, las aduanas, los estancos de aguardiente, las jefaturas políticas, la tenencias
políticas, pero tan débiles, que el Estado tuvo que aceptar la mediación de los nue-
vos caciques. De la época velasquista y aún de la época neoliberal, quedan eviden-
cias de un modo de relación entre el poder central y la región política de Manabí,
mediada por cacicazgos. Estos cacicazgos, por supuesto, ya no eran específicamente
étnicos; se los denomina como tal, porque su cultura política es de tipo tradicional
(Weber, 2007), es decir, basada en relaciones clientelares, familiares, corporativas y
en el control localizado del monopolio de la violencia. El problema de la relación
entre el aparato central y Manabí pasaba no solo por la real ausencia del Estado en
casi toda el área, y por lo tanto la urgencia de pactar con un representante de los
diversos grupos locales, debido al modo de poblamiento y a la dispersión de los
asentamientos, desde los cuales, a su vez, debía controlarse no solo a la sociedad,
sino la producción, extraída en diversos y complejos ecosistemas montañosos uni-
dos apenas por caminos de herradura. Este modelo evoca la tradición pactista de
antiguo régimen, es decir, la forma como gobernó la monarquía española durante
los primeros siglos, estableciendo un Estado mixto, en el cual los cuerpos territoria-

262
les o cabildos, funcionaban como intermediarios y ejercían un poder suficiente para
controlar su territorio. Este sistema pervivió de alguna forma en el tiempo, puesto
que en realidad el Estado nunca logró “penetrar” suficientemente en el territorio–
espacio–región Manabí.
La composición y tejido social de Manabí tampoco se puede definir en la larga
duración bajo un solo prisma. Parece ser que se articula una red hegemónica en el
tiempo y por supuesto en el siglo XX, pero la base social dispersa estuvo desconec-
tada, y eso era de alguna manera útil a la estructura de las élites manabitas. Por otra
parte, culturalmente existían varios espacios o colectivos que compartían referen-
tes más o menos comunes, aunque no necesariamente conformaban un conjunto.
Hacia el sur se localizan grupos que devienen de los pueblos originarios, y que han
acoplado a sus modos de vida fuertes tradiciones coloniales. A ellos se los conoce
con el nombre de “cholos”. Aunque no existe una frontera clara, hacia el norte existe
una población rural consecuencia del proceso del desarrollo de la economía agroex-
portadora, que tiene más elementos occidentales, guardan referentes de la cultu-
ra española, arcaísmos lingüísticos, mantienen instituciones tradicionales como la
familia, los “compadrazgos” y las relaciones clientelares; a este grupo se los llama
“montubios”. Si habría que identificar al menos un elemento diferenciador entre
estos dos grupos, es el modo de propiedad y uso de la tierra. Los del sur, descendien-
tes de los pueblos originarios mantienen formas de propiedad colectiva de la tierra
o “comunas”, lo cual es un fenómeno muy propio de esa zona de Manabí y del área
de Santa Elena. Y, en cambio, los llamados “montubios” han mantenido una noción
de posesión y propiedad privada de la tierra. Esta noción, ha sido incluso la causa
de violencia por el control de los linderos de sus tierras o por principios tales como
el “honor”. Esta cultura “montubia”, como construcción desde el poder, es usada de
alguna forma por las élites del siglo XX, cuyos agentes dan la espalda al proceso de
los pueblos de indios y se afincan sobre los valores de la fuerza, el arrojo, el honor,
el machismo y la folklorización de la cultura montubia vaciada de explicación his-
tórica, por lo cual reproducen frases tales como: “Manabí, tierra de mujeres bellas
y hombres valientes”. La fuerza, el arma, el arrojo y el machismo han sido valores
asimilados como positivos y usados por las élites regionales para sus fines políticos.
En el siglo XX, alrededor de los años 1980, se inicia una severa crisis que des-
acopla a la región del mercado internacional y le plantea por primera vez la urgencia
de depender de la renta petrolera. Manabí había dejado de pesar en la economía
primario exportadora una vez que emergió el Estado petrolero. No obstante, la
región se mantuvo por medio de sucesivos auges agroexportadores, que casi siempre
concluían con una crisis, debido a la dependencia del mercado mundial durante el
siglo XX. Tras la etapa cacaotera–tagüera, Manabí se desarrolló como productora y
exportadora de café; luego incrementó el comercio de pelágicos; fue también cama-
ronera. Produjo para el mercado interno algodón, aguardiente y una serie de frutos
y alimentos. Su economía ganadera no ha sido menor. En la larga duración se ha

263
caracterizado por ser productora de maíz. Sin embargo, no ha desarrollado niveles
sostenidos de productividad no solo por la estructura de su propiedad y una especie
de “economía moral”, sino también porque la tecnología de la agricultura intensi-
va no puede ser aplicada ortodoxamente en una orografía irregular, y porque una
economía primario exportadora dependen de los vaivenes del mercado. Esta misma
característica que podría ser aparentemente negativa para un proceso de acumula-
ción, ha sido de alguna manera positiva, puesto que no se desarrolló una burguesía
y oligarquía comparable a la de Guayaquil. Sin embargo, también ha sido la causa
relativa por la cual, después de la Revolución Liberal radical, no ha tenido suficiente
peso político en la composición de fuerzas fácticas y estatales de carácter nacional.
La crisis de finales del siglo XX desarticuló el espacio interno e impactó sobre
todo en ciudades como Portoviejo. La lectura que hacemos al respecto, es que al
desacoplarse los ejes del sur (Manta–Montecristi–Portoviejo–Santa Ana) y del nor-
te (Calceta–Canuto–Chone–Bahía de Caráquez), tampoco necesitaron un “plexo”
interno. Y, debido a que se radicalizó la condición de Manabí como periferia en el
contexto del Estado nacional, no tuvo un rol definido que impulsara su desarro-
llo. No obstante, siguió siendo el punto débil pero continuo de relación entre la
burocracia regional y la nacional; y lugar de comercio y circulación de mercancías
para atender la demanda interna. Debido a la crisis económica por el quiebre de la
economía agroexportadora, recibió una gran inmigración campesina y su espacio
urbano se pauperizó.
En estas condiciones el neoliberalismo impactó severamente en la región Ma-
nabí. Las ciencias sociales han medido de alguna manera el impacto del neolibe-
ralismo en las escalas nacionales y se ha concluido en que este modelo político y
económico achicó el Estado, el mismo que no fue garante de derechos básicos; dejó
al libre albedrio a las fuerzas del mercado; acunó las condiciones para que grupos
hegemónicos y corruptos capturaran la sobre renta del Estado petrolero; vendieron
la “patria” a través de las inmorales negociaciones de la deuda externa; instauró una
política del olvido para evitar la formación de una conciencia nacional a partir de
la noción de proceso histórico; potenció el individualismo y el objetivo de la renta
como meta de vida; y produjo la ruptura del tejido social siempre débil en el país.
Sin embargo no se ha reflexionado sobre el impacto puntual en localidades y sobre
su papel como agente desarticulador del espacio nacional.
El neoliberalismo afectó a Manabí de diversas maneras, pero una de las formas
fundamentales fue la desarticulación relativa de la región del espacio y Estado na-
cional. Cuando decimos espacio, nos estamos refiriendo también al hecho concreto
de que la siempre precaria conectividad interna, prácticamente desapareció. En rea-
lidad nunca se potenció la conectividad interna para unir a Manabí con los centros
del país; nunca se contó con una vía moderna para la conexión con Quito, incluso
con Guayaquil. Todo parece indicar que las élites regionales tampoco habrían reali-
zado esfuerzos en ese sentido, debido a que su articulación al mercado mundial era
realizado de manera directa a través de Manta, una vez que había colapsado en la
primera mitad del siglo el puerto internacional de Bahía de Caráquez; pero cuando
actuó el neoliberalismo y se producía a la par la crisis económica interna, la soledad
regional, en el contexto nacional, fue visible.
Otra de las maneras cómo el neoliberalismo impactó en la región, fue la desins-
titucionalización de las pocas estructuras ejecutivas, administrativas y judiciales, y
la corporativización de varias de ellas. En estas condiciones, el poder central pactaba
con los caciques regionales, a los cuales pagaba con renta que se trasvasaba a través
de instituciones “autónomas” de la región, instituyendo formas de corrupción que
eran posicionadas en el conjunto elitista como un hecho “natural”. Varios conjuntos
sociales buscaban por ello la inserción a las redes cacicales para captar parte de la
renta marginal que circulaba en la provincia.
Es también el impacto provocado por la crisis económica, la desarticulación
y el neoliberalismo, la que potencia la inserción de algunos grupos regionales a la
economía irregular (comercio de la droga). Estos grupos buscaron reemplazar la
antigua tradición pecuaria, agroexportadora y del comercio a través de circuitos
históricos, con una nueva mercancía para lograr la rápida acumulación de renta. En
una región, cuyas élites no se apegaron a las nociones de ley, se mantuvo el uso de
la violencia aliada al poder, y con condiciones geográficas propicias, fue fácil para
ciertos grupos de las élites acoplarse no solo al circuito de los estupefacientes, sino
además a otras formas económicas irregulares.
Fue, igualmente, la época de los años ochenta, un tiempo de violencia extrema.
Los caciques potenciaron la formación de grupos armados de protección, posible-
mente para decantar sus contradicciones internas. En muchos de los casos estos gru-
pos armados lograron dominar a sus contratantes y se adueñaron de instituciones
educativas y locales, e instauraron la violencia y la pauperización de las mismas. El
Estado entraba a regular el enfrentamiento entre grupos de corte paramilitar, solo
en casos extremos en los que la acción violenta ponía en riesgo el límite necesario
para que la oligarquía nacional controlara el territorio. Fue una época de repetidas
crónicas de muerte y violencia.
En los años noventa el conjunto de la sociedad manabita respondió a la crisis
con repetidos “paros” en los que los protagonistas eran ahora los sectores populares
urbanos, sobre todo de Portoviejo. Los paros iban dirigidos al “Estado centralista”
para pedir la asignación de recursos para la ejecución de obras básicas. Sin embar-
go, cuando las rentas eran asignadas, fueron cooptadas por la élite y su sistema
de corrupción, en la mayoría de los casos. Segmentos de clase media potenciaron
liderazgos de corte intelectual, desde donde se desarrolló por otra parte la tesis de la
“autonomía manabita”. La propuesta era contradictoria, porque aunque tomaba de
manera esnobista un concepto que se relaciona con formas y espacios autónomos
de decisión política, en realidad lo que se buscaba era la rearticulación de Manabí al
espacio y Estado nacional petrolero, una vez que su economía agroexportadora es-

265
taba en crisis. Los voceros de esta propuesta inicial hablaban de institucionalización,
asignación de renta, obras básicas y espacios de decisión propios. En ese contexto
se realizó un referéndum provincial, que obtuvo el voto favorable de los votantes.
La estructura de poder se reprodujo en la época neoliberal, a través de un sis-
tema de medios de comunicación (radio, prensa, televisión) locales y regionales,
que funcionaba como una caja de resonancia potente, continua, intensa, pero in-
terna. Esta estructura reprodujo valores y mitos modernos, fincados en un futuro
promisorio e idílico: todos estos mitos modernos construyeron su relato sobre un
imaginario de “futuro”, escapando del “pasado” y sobre la abundancia de agua para
la producción: en los años ochenta se reproducían campañas sobre la idea del gran
trasvase que convertiría a la región en “el granero de América”, y al mismo tiempo
se contraponía el mito apocalíptico que tenía que ver con “el avance del desierto
peruano sobre Manabí”. El agua estaba por supuesto en el centro del tema. Más tar-
de se construyó el gran mito de la ruta Manta–Manaos, a través de la cual Manabí
se articulaba venturosamente a una ruta económica maravillosa y exitosa. Después
surgió el relato del gran Puerto de Transferencia. Más allá de que estas ideas se con-
viertan en proyectos factibles y reales, lo que se ve en la estructura de estos relatos es
la ilusión de una rearticulación venturosa al mercado y al espacio mundial.
Otro de los derroteros del neoliberalismo, y de alguna manera, de la condición
histórica y periférica de la región, es la existencia de grupos dirigentes precarios y
tradicionalistas. En un momento floreciente del siglo XX, la provincia creó con-
diciones, e incluso formó grupos de intelectuales que acusaron conocimiento de
los grandes debates mundiales, aunque no generaron movimientos autónomos de
reflexión. Más bien, hay evidencia de ese fenómeno durante la época anterior al
triunfo de las fuerzas alfaristas, cuando se expresó una sociabilidad liberal radical
que actuó desde el espacio de Manabí. Lo que sí se produjo en la provincia, entre
los años veinte y ochenta del siglo XX, fueron movimientos culturales y literarios
importantes, articulados a la dinámica cultural nacional, de los cuales quedan pocos
rastros. Estos grupos florecientes se identificaron con la “izquierda” y operaron más
bien contestando al Estado y a los grupos de dominación regional.
El mundo y el Ecuador acusa un período de quiebre de magnitud. No es po-
sible prever lo que pasará con Manabí. Este artículo no busca una descripción del
“deber ser”. Es real que existe una estructura de larga duración que tiene componen-
tes sobre todo culturales y espaciales. La región Manabí, no solo se encuentra ubica-
da política y territorialmente dentro de un espacio nacional que busca fortalecerse
para insertarse o resistir de manera inteligente al capitalismo, que, como es obvio,
atraviesa por una de sus crisis, no se sabe si final; Manabí se encuentra también en
un lugar geoestratégico y zona de circulación de gente y mercancía. Muchas de las
respuestas de lo que pasará con este espacio y sociedad tendrán que ver con la forma
que el Estado regule y articule a este lugar periférico.

266
CONCLUSIÓN
El espacio social que corresponde a lo que hoy es la provincia de Manabí puede
ser entendido a partir de una escala regional y una perspectiva de larga duración.
Desde este enfoque se observa la formación de un espacio histórico que pasó de
ser una centralidad compleja –al menos desde el año 900 después de Cristo hasta
principios del siglo XVI – a constituirse en una zona periférica que ha reaccionado
con diferentes estrategias y con la recreación de su cultura, a los embates de sistemas
violentos de escala mayor.
La región fue desarticulada en el siglo XVI, pero el nuevo orden colonial no
fue del todo exitoso y dio lugar a una sociedad que mantuvo elementos antiguos
como el modelo de poblamiento, la “indianización del cristianismo”, el uso colecti-
vo de la tierra y un sistema político autónomo que funcionó espacialmente en red.
El capitalismo industrial y el Estado absolutista, ingresaron inusitadamente en la
región, la cual reaccionó articulándose de manera directa a circuitos productivos y
comerciales, formando cuerpos políticos cacicales de intermediación y con violencia
armada. El nuevo Estado laico y racionalista no logró institucionalizarse en el siglo
XX en Manabí, pero su economía se mantuvo articulada al capitalismo mundial a
través de la economía primario exportadora, aunque desarticulada del espacio na-
cional. La violencia es usada por los grupos dominantes de la región para el control
de la sociedad regional y para decantar las tensiones internas y comienzan a emerger
cuerpos paramilitares, que incluso toman el control de instituciones básicas. Los
movimientos intelectuales de tipo moderno nacen pero no se desarrollan en medio
de una sociedad tradicional controlada por sistemas de antiguo régimen. A pesar del
largo período primario exportador, las élites manabitas no logran la acumulación
suficiente de la renta ni integrar la estructura nacional del poder, conformada bási-
camente por los grupos de Quito y Guayaquil, con excepción del período alfarista,
en el que no necesariamente actuaron desde el Estado central grupos de esta región.
En los años 80 del siglo XX se agota el venturoso período agroexportador y se inicia
una larga crisis regional caracterizada por una doble desarticulación, tanto del Es-
tado–nación como del mercado internacional. Los grupos dominantes potencian el
rol de “lugartenientes” de la oligarquía nacional y ofrecen intermediar y controlar
a la región a cambio de una parte de la renta petrolera, que sería capturada a través
de formas de corrupción. Sectores populares actúan de manera intermitente y des-
articulada, y muchos de estos grupos terminan corporativizados o cooptados por el
sistema regional de dominación, que impone además una cultura política tradicio-
nal, violenta y clientelar. En este contexto, el neoliberalismo impacta con fuerza,
radicalizando la desarticulación del espacio nacional y la débil cohesión social, po-
tenciando el “individualismo” como anomalía moderna en una sociedad de corte
tradicional. La región Manabí, geoestratégica ahora más que nunca, acusa desde

267
entonces un proceso complejo que se caracteriza, insistimos, por la desarticulación
económica, la articulación irregular al capitalismo, la violencia y el fortalecimiento
de grupos de poder de tipo cacical y corporativo, que se potencian como oligarquías
regionales con suficiente peso para representar el rol del Estado en el espacio Ma-
nabí. Frente a este escenario, el Estado jugaría un rol estratégico para realizar una
transformación de las estructuras políticas, desarrollar la institucionalidad moderna
y facilitar la inserción de la región a un nuevo tipo de sistema económico, a partir
de roles concretos.

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Impreso por:
Tecnoprint 0984641748
02 2529580

primera impresión
4000 ejemplares
diciembre 2013

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