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Rodrigo Díaz
UNIDAD 4
El fin de la educación
///// ESCUELA DE HUMANIDADES
03 – Filosofía de la Educación – U4 El fin de la educación
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Índice
Introducción .........................................................................................................................................3
La virtud ...........................................................................................................................................6
Introducción
Todo agente obra por un fin
Vamos a demostrar primeramente cómo todo agente, cuando obra, intenta algún fin.
En los seres que obran manifiestamente por un fin, llamamos fin a aquello hacia dón-
de va dirigido el impulso del agente; de modo que, cuando lo consigue, se dice que
ha conseguido el fin; y cuando no lo consigue, que no ha alcanzado el fin perseguido,
como ocurre con el médico, que trabaja por la salud, y con el hombre que corre hacia
una meta determinada. Y respecto de esto, nada importa que quien tiende tenga o no
conocimiento, pues el blanco es el fin tanto del saetero como del movimiento de la sae-
ta. Ahora bien, el impulso de todo agente se dirige hacia algo cierto, pues de una po-
tencia determinada no procede cualquier acción, sino que del calor procede la calefac-
ción y del frío la refrigeración. Por eso los actos se especifican por sus objetos. Pero a
veces la acción termina en un hecho, como la construcción respecto de la casa y la cu-
ración respecto de la salud; y otras veces no, como en los actos de entender y sentir. Y
si la acción termina efectivamente en un hecho, el impulso del agente tiende por ella al
hecho; mas si no termina en un hecho, el impulso del agente se resuelve en la misma
acción. Luego es preciso que todo agente, al obrar, intente algún fin, que unas veces
será el acto mismo y otras, algo obtenido por él.
El fin último de cuantos obran por un fin es aquel tras el cual nada busca el
agente; por ejemplo, la acción del médico tiene por meta la salud y, una vez consegui-
da ésta, nada intenta fuera de ella. Sin embargo, en la acción de un agente se ha de
dar con algo tras lo cual nada intente, pues de lo contrario sus acciones tenderían al in-
finito. Lo cual es ciertamente imposible, porque, como “es imposible rebasar el infinito”,
el agente nunca comenzaría a obrar, dado que nada se mueve hacia un objeto cuya
consecución es imposible. Todo agente, pues, obra por algún fin.
En los seres que obran por un fin, todos los intermedios entre el primer agente y el
fin último son fines respecto de los medios que les preceden y principios respecto
de los subsiguientes. Por eso, si el impulso del agente no dice relación a algo deter-
minado, sino que, como queda dicho, sus actos se dirigen al infinito, es preciso que los
principios activos tiendan al infinito, lo cual, según vimos, es cosa imposible. Por consi-
guiente, es necesario que la intención del agente se dirija hacia algo determinado.
Todo agente obra por instinto o intelectualmente. Y no cabe duda de que los que
obran intelectualmente lo hacen por un fin, puesto que con la mente conciben lo que
llevarán a cabo con la acción, y con tal concepto previo obran, que es obrar intelec-
tualmente. Ahora bien, así como en el entendimiento previdente existe una total seme-
janza del efecto que se realizará mediante la acción, así también, en quien obra por
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instinto, preexiste la semejanza del efecto natural, por la que se determina la acción a
dicho efecto; por eso vemos que el fuego engendra al fuego y la oliva a la oliva. Por
tanto, así como el que obra intelectualmente tiende mediante su acción a un fin deter-
minado, del mismo modo tiende el que obra por instinto. En consecuencia, todo agente
obra por algún fin.
El defecto existe exclusivamente en los seres que están ordenados a un fin, pues
a nadie se le imputa como defecto el fallar en aquello a que no está ordenado. Por
ejemplo, al médico se le imputa como defecto el no sanar, y no al arquitecto o al gra-
mático. Ahora bien, el defecto se da tanto en las cosas artificiales, por ejemplo cuando
un gramático no habla correctamente; en las cosas naturales, como en el caso de los
partos monstruosos. Según esto, tanto el que obra según naturaleza como el que obra
según el arte e intencionadamente, obran por un fin.
Todo agente obra por un fin. Explicando esta afirmación, Santo Tomas decía: "es
necesario que todo agente obre por un fin", pues de otro modo la acción sería inde-
terminada y no existiría ya que lo indeterminado no existe en la realidad concreta.
Un fin es aquello en vistas de lo cual se hace algo. Motiva e impulsa al agente a Un bien es objeto
obrar, lo atrae y en tal sentido lo determina e influye sobre él, especifica su acción. de las aspiraciones
de quienes aún no lo
Una vez conocida y aprobada, la causalidad final mueve nuestro apetito, suscita han alcanzado y es
nuestro deseo, y en tanto vemos en el fin un bien se convierte en el principio de la ac- objeto de amor para
ción, en el orden de la intención y en el término de la acción, en el orden de la ejecu- quienes ya lo po-
ción. Es el bien en cuanto deseable lo que da razón de la causalidad de fin. Sin cau- seen. Por eso se
dice que el fin y el
sa final los seres carecerían de entidad y de sentido. bien son converti-
bles. La causa final
El fin puede presentarse bajo distintos aspectos o dimensiones. Se habla de di- tiene razón de bien,
mensiones del fin y no de fines en plural, justamente para subrayar la unicidad del y si su propiedad
fin; pues estamos hablando de fin último de la educación y este no puede ser sino característica es
atraer, es porque su
uno. bondad perfecciona
y coadyuva a la
Por lo tanto, esta temática se abordará atendiendo a la causa final desde dos di- perfección de quie-
mensiones: nes van en pos de
ella.
Que el fin de la educación es la verdad plenaria de la vida humana. Como fin na-
tural supone la perfección formal de la vida misma y de los hábitos rectificadores. Como
fin trascendente, es Dios, el Ipsum Esse Subsistens, la Verdad viva, el Bien infinito,
fuente de todo ser, de toda verdad y de todo bien. En Él la vida humana encuentra la
plenitud del conocer y del querer; en torno de Él –y sólo de Él- se torna posible la per-
fección de la vida especulativa (bios teoretikós) y de la vida práctica (bios praktikós). Y
así como sin sol no hay luz, sin Dios no hay educación, porque falta la verdad que vi-
vifica, el fundamento y el fin (6).
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La educación hace que el hombre sea lo que debe ser, que el educando se convier-
ta en el hombre cumplido, que la naturaleza humana consiga su acabamiento. Ella se
ordena al buen ejercicio de las operaciones humanas en cuanto implican un auténtico
perfeccionamiento del hombre. La finalidad de la educación viene dada por la perfec-
ción de las operaciones puestas al servicio del perfeccionamiento armónico de las fa-
cultades humanas fundados sobre el integral perfeccionamiento del hombre mis-
mo.
El Papa Pío XI en la Divini Illu Magistri (1929) hacía el siguiente aporte a nuestro
tema:
Por tanto, el verdadero cristiano, lejos de renunciar a las obras de la vida terrena o
amenguar sus facultades naturales, más bien las desarrolla y perfecciona coordinándo-
las con la vida sobrenatural hasta el punto de ennoblecer la misma vida natural y de
preocuparle un auxilio más eficaz, no sólo de orden espiritual y eterno, sino también
material y temporal (n. 60).
La virtud
La virtud se constituye en el núcleo central de la definición realista. Para un mejor
esclarecimiento del estado perfecto del hombre en cuanto hombre habrá que aprove-
char todo lo que en la teoría tomista de la virtud sea significativo para el análisis.
Etimología
buena calidad de la mente por la que se vive rectamente, de la que nadie usa mal
y que Dios causa en nosotros sin nosotros.
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la causa final: "por la que se vive rectamente" (el fin de la virtud es ser siem-
pre operadora del bien, por donde se distingue de los hábitos malos o indi-
ferentes).
la causa eficiente: "que Dios obra en nosotros sin nosotros" (Basso 1993), al
formularse así deja fuera las virtudes adquiridas y lo hace intencionalmente,
pues no sólo reconoce como verdaderas virtudes a las infusas, sino que
ellas sí son las únicas que ordenan rectamente al fin sobrenatural.
Es una definición de tipo lógica dado que el género es el término hábito y las dife- Se considera a
rencias específicas lo constituyen los términos: operativo (psicológico) y bueno (mo- una definición
ral). lógica cuando en
ella pueden distin-
guirse el género
La explicación de cada término de la definición es la siguiente: próximo y la dife-
rencia específica.
La virtud como hábito: Las potencias indeterminadas frente a sus objetos
tiene necesidad de hábitos que las determinen, si esa determinación es al
bien, entonces se llama virtud. Las potencias racionales y las sensibles
cuando obran imperadas por la razón, necesitan de hábitos para obrar pron-
ta, fácil y deleitablemente.
La virtud como hábito operativo bueno: Se trata de una bondad ante todo
moral. La bondad, en cuanto se afirma del hábito operativo, significa dispo-
sición de la potencia operativa a su acto característico. La bondad implica La definición de
perfección de una cosa. La perfección del agente, por lo tanto se deduce del Aristóteles lo ex-
acto que es su propio término. La bondad y la malicia son las diferencias presa mediante una
doble adjetivación:
morales específicas de los hábitos. En relación a la diferencia específica: la
es una perfección
virtud como hábito del bien es el concepto específico diferencial. buena del sujeto
que le dispone para
Este hábito operativo no podrá ser sino bueno, puesto que de lo contrario la virtud obrar bien.
no podría concebirse como una perfección del sujeto, determinando y capacitando
sus potencias a óptimas y mejores operaciones. El mal no es perfección sino defecto.
Se trata de una perfección y bien no sólo por parte del objeto que especifica el acto
sino también y con prioridad por parte del sujeto, puesto que la virtud no podría mover
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hábitos operativos buenos que con la sola capacidad natural humana pueden
ser adquiridos.
El sujeto de la virtud
En el hombre son sujetos de la virtud las distintas potencias del alma. La razón de
ello radica en su definición genérica: de hábitos operativos, como en su concepto es-
pecífico de nuevos principios de acción que perfeccionan las facultades para el bien
que es la operación óptima. Ello supone una relación inmediata con las potencias a las
que disponen para obrar.
Otro aspecto a considerar aquí es la imposibilidad de que la virtud pueda tener co-
mo sujeto psíquico más de una sola potencia. La misma virtud específica no puede
residir en varias potencias a la vez. Esto se debe a que el accidente no puede estar
en varios sujetos diversos, tanto más el hábito virtuoso, que siendo cualidad simple, no
puede dividirse en sujetos varios. La virtud se de-
termina esencial-
mente por el bien,
por el orden a la
acción buena que
debe realizar. La
verdad o la obra de
arte son material-
mente un bien, el
bien conveniente a
la facultad intelec-
tual. Puede uno
poseer con perfec-
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Así, toda facultad que es principio de acción voluntaria y moral debe ser perfeccio-
nada por un hábito virtuoso que haga buena su acción.
De él brotan to-
El apetito sensible humano, concupiscible o irascible, también es sujeto de virtud dos los movimien-
en tanto es movido por la razón y es principio de acciones humanas y morales. De ahí tos afectivos y
que debe ser también principio de acciones virtuosas, de pasiones moderadas y pasionales que el
hombre controla y
moralmente buenas para lo cual necesita ser provisto de las virtudes propias de la han de producirse
moderación, para someter todo movimiento pasional al dominio de la razón. según el orden de la
razón. Por lo tanto,
Por lo tanto, este apetito en su doble vertiente es es sujeto de virtudes propias: to- se llama racional
por participación,
das las virtudes morales ordenadas a la moderación de las pasiones.
pues movido por la
voluntad participa
El concepto de virtud ayer y hoy de la libertad de
ésta.
Si existe una coincidencia generalizada entre diversos autores contemporáneos es
la ausencia de promoción del término clásico virtud, teniendo como consecuencia
tras su desuso, un generalizado desconocimiento.
Este tópico es de especial interés para este curso dado que uno de los móviles para
profundizar la temática en cuestión radica en la imperiosa necesidad de actualizarlo,
1
Suma Teológica, I-II, q. 56, a.3.: "Y siendo la virtud lo que hace bueno a su poseedor y buena su obra,
son éstos los hábitos que llevan el nombre puro y simple de virtudes, porque hacen que la obra sea ac-
tualmente buena y bueno también su poseedor. Por el contrario los hábitos de la primera modalidad no se
dicen de modo absoluto virtudes, porque no hacen buena la obra sino que confieren cierta capacidad
para hacerla tal, y por que no hacen a su poseedor bueno absolutamente. En efecto, no se llama simple-
mente bueno a un hombre por el solo hecho de ser sabio o artífice, sino que se lo llama bueno en algún
aspecto; por ejemplo, buen gramático o buen artesano. Por esta razón, muchas veces la ciencia y el arte
se clasifican por oposición a la virtud, y alguna vez se les da el nombre de virtudes, como consta por Aris-
tóteles.
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en primer lugar, en el ámbito educativo pero también hay que hacerlo en el ámbito
filosófico, ético, etc.
Romano Guardini señala que esta palabra empieza por sonarnos como algo ex-
traño e incluso antipático: fácilmente suena a anticuada y moralizadora.
Ante tal declaración, Pieper retoma su texto señalando que no debe extrañarnos
demasiado, dado que en parte se trata seguramente de un fenómeno natural del des-
tino de las grandes palabras. En efecto, ¿por qué no han de existir en un mundo des-
cristianizado, unas leyes lingüísticas demoníacas, merced a las cuales lo bueno le
parezca al hombre, en el lenguaje, como algo ridículo? Aparte de esta última posibili-
dad, digna de tomarse en serio, no hay que olvidar que la literatura y la enseñanza de
la moral no han hecho que el hombre corriente capte con facilidad el verdadero sen-
tido y realidad del concepto "virtud".
Pero aquí no podemos olvidarnos que la virtud, en términos completamente genera- Santo Tomás de
les, es la elevación del ser en la persona humana. La virtud es, como dice Santo Aquino invoca el
Tomás "ultimatum potentiae", lo máximo a que puede aspirar el hombre, o sea la rea- texto aristotélico del
lización de las posibilidades humanas en el aspecto natural y sobrenatural. El hombre libro I De caelo:
"Virtus est ultimun
virtuoso es tal que realiza el bien obedeciendo a sus inclinaciones más íntimas (Guar- potentiae". La virtud
dini). se concibe como
perfección de la
Max Scheler escribió también un artículo que lleva por título: “Para la rehabilitación potencia que la
de la virtud” (2002: 10), allí aludió a la transformación que había experimentado en el determina y la capa-
cita para los actos
curso de la historia la palabra y el concepto virtud hasta tomar el carácter que hoy re- más perfectos.
viste. Así, para los griegos, la virtud "areté" era el modo de ser del hombre de índole
noble y de buena educación. Para los latinos, "virtus", significa la firmeza con que el
hombre noble se situaba en el estado y en la vida. La edad media germánica entendió
por "tugent" la índole del hombre caballeroso. Poco a poco, sin embargo, esa virtud
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se volvió provechosa y decente hasta adquirir ese peculiar acento que sintetiza inte-
riormente algo que el hombre ha adquirido.
La educación ética parece tener como sentido último la educación del ciudadano y
no la del hombre pleno. Ambas asunciones tienen su raíz en la filosofía hegeliana en la
que la persona no cuenta sino en cuanto parte del todo, del Estado. No importa tampo-
co la dimensión moral personal, el plano de la conciencia, la definición personal libre
ante el bien moral, sino que lo que cuenta es una cierta ética de la convivencia que
resulta privada de su verdadero fundamento y, a la larga, deberá buscarlo en el con-
senso (56).
Dimensión sobrenatural
del fin de la educación
El hombre puede tender a muchos fines, no todos ellos dicen razón de fin último
pues unos se ordenan a otros. El fin último de toda realidad creada es Dios y en rela-
ción con él todos los otros fines no dicen sino razón de medios.
El hombre que se abre por su inteligencia a una realidad múltiple ordenada, finita,
se reconoce a la vez en sus actos como ser espiritual cuya plena realización no se sa-
tisface en un horizonte puramente temporal, histórico - cultural. Reconoce una trascen-
dencia que no se agota en la relación social ni en el quehacer cultural, por lo que se
proyecta y perdura más allá de sí mismo y de su tiempo. Reconoce con su inteligencia
un fundamento objetivo absoluto de lo real: Dios Creador. Y a la vez sólo en un Dios
personal se reconoce plenamente como ser espiritual (Vazquez 1996: 107)
Por lo tanto, la educación no podrá desentenderse del fin último sobrenatural del
hombre para reducirse a la consideración exclusiva del fin natural. Dejaría, si así lo
hiciese, de abarcar al hombre en su real integridad. El fin último de la educación no
puede ser otro que el fin último del hombre: Dios.
Consecuencias pedagógicas
Definir la existencia de una dimensión sobrenatural del fin de la educación tiene
consecuencias determinantes desde el punto de vista pedagógico. Adquiere aquí un
gran sentido, el asumir a la educación como educación integral, no solamente por la
presencia necesaria de una dimensión religiosa en la tarea de educar sino porque di-
cha dimensión debe tener un lugar de preeminencia.
Mater et magistra
El documento escogido para esta sección guarda una íntima relación con la temáti-
ca de la unidad. El 7 de abril de 1988, la Sagrada Congregación para la Educación
Católica presenta el documento Dimensión religiosa de la educación en la Escuela
Católica. El texto plantea el gran desafío de asumir la dimensión religiosa de la edu-
cación en el mundo contemporáneo.
En la compleja vida escolar, la escuela católica, totalmente afín a las otras escuelas,
difiere de ellas en un punto esencial: ella está anclada en el Evangelio, de donde le
viene su inspiración y su fuerza. El principio de que ningún acto humano es moralmente
indiferente ante la propia conciencia y ante Dios encuentra aplicación precisa en la vida
escolar... No es sólo progreso educativo humano, sino verdadero itinerario cristiano
hacia la perfección (Sagrada Congregación para la Educación Católica 1988: n. 47-
48).
El es persona-clave.
Se espera que sea una persona rica en dones naturales y de gracia, capaz de
manifestarlos en la vida.
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Toda improvisación es nociva. Es preciso hacer lo posible para que la escuela cató-
lica tenga profesores idóneos para su misión.
Educación y redención