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Lic.

Rodrigo Díaz

UNIDAD 4
El fin de la educación
///// ESCUELA DE HUMANIDADES
03 – Filosofía de la Educación – U4 El fin de la educación
2

Índice
Introducción .........................................................................................................................................3

Todo agente obra por un fin .............................................................................................................3

Dimensión natural del fin de la educación ............................................................................................6

La virtud ...........................................................................................................................................6

Dimensión sobrenatural del fin de la educación ................................................................................. 13

Notas distintivas del fin último ........................................................................................................ 13

Consecuencias pedagógicas .......................................................................................................... 14

Mater et magistra ............................................................................................................................... 15

Aportes de la Filosofía de la educación al Proyecto Educativo.......................................................... 17


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03 – Filosofía de la Educación – U4 El fin de la educación
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Introducción
Todo agente obra por un fin
Vamos a demostrar primeramente cómo todo agente, cuando obra, intenta algún fin.
En los seres que obran manifiestamente por un fin, llamamos fin a aquello hacia dón-
de va dirigido el impulso del agente; de modo que, cuando lo consigue, se dice que
ha conseguido el fin; y cuando no lo consigue, que no ha alcanzado el fin perseguido,
como ocurre con el médico, que trabaja por la salud, y con el hombre que corre hacia
una meta determinada. Y respecto de esto, nada importa que quien tiende tenga o no
conocimiento, pues el blanco es el fin tanto del saetero como del movimiento de la sae-
ta. Ahora bien, el impulso de todo agente se dirige hacia algo cierto, pues de una po-
tencia determinada no procede cualquier acción, sino que del calor procede la calefac-
ción y del frío la refrigeración. Por eso los actos se especifican por sus objetos. Pero a
veces la acción termina en un hecho, como la construcción respecto de la casa y la cu-
ración respecto de la salud; y otras veces no, como en los actos de entender y sentir. Y
si la acción termina efectivamente en un hecho, el impulso del agente tiende por ella al
hecho; mas si no termina en un hecho, el impulso del agente se resuelve en la misma
acción. Luego es preciso que todo agente, al obrar, intente algún fin, que unas veces
será el acto mismo y otras, algo obtenido por él.

El fin último de cuantos obran por un fin es aquel tras el cual nada busca el
agente; por ejemplo, la acción del médico tiene por meta la salud y, una vez consegui-
da ésta, nada intenta fuera de ella. Sin embargo, en la acción de un agente se ha de
dar con algo tras lo cual nada intente, pues de lo contrario sus acciones tenderían al in-
finito. Lo cual es ciertamente imposible, porque, como “es imposible rebasar el infinito”,
el agente nunca comenzaría a obrar, dado que nada se mueve hacia un objeto cuya
consecución es imposible. Todo agente, pues, obra por algún fin.

Si las acciones de un agente tienden al infinito, o se sigue de ellas un hecho, o no.


Si se sigue, la existencia de este hecho tendría realidad después de una serie infinita
de acciones. Pero lo que exige el infinito no puede existir, pues “el infinito nunca se
puede rebasar”. Y como es imposible hacer lo que no puede existir, y nadie puede ha-
cer lo que no puede ser hecho, síguese que no es posible que un agente empiece a
hacer algo que exige una serie infinita de acciones. Si de dichas acciones no se si-
gue ningún hecho, entonces el orden de dichas acciones será, o según la jerarquía de
las potencias activas, como si el hombre siente para imaginar, imagina para entender,
entiende para querer; o según el orden de los objetos, como considero el cuerpo para
considerar el alma, y ésta para considerar la substancia separada, y ésta, a su vez, pa-
ra considerar a Dios. Pero no es posible que tiendan al infinito ni las potencias activas
ni las formas de las cosas, como se prueba en el II de los “Metafísicos”, pues la forma
es principio de operación. Y tampoco los objetos y los seres, pues hay un primer ser,
según se probó (1. 1, capítulo 42). Luego es imposible que las acciones tiendan al infi-
nito, y, por consiguiente, es necesario que haya algo en cuya posesión descanse el
esfuerzo del agente. Así, pues, todo agente obra por algún fin.

En los seres que obran por un fin, todos los intermedios entre el primer agente y el
fin último son fines respecto de los medios que les preceden y principios respecto
de los subsiguientes. Por eso, si el impulso del agente no dice relación a algo deter-
minado, sino que, como queda dicho, sus actos se dirigen al infinito, es preciso que los
principios activos tiendan al infinito, lo cual, según vimos, es cosa imposible. Por consi-
guiente, es necesario que la intención del agente se dirija hacia algo determinado.

Todo agente obra por instinto o intelectualmente. Y no cabe duda de que los que
obran intelectualmente lo hacen por un fin, puesto que con la mente conciben lo que
llevarán a cabo con la acción, y con tal concepto previo obran, que es obrar intelec-
tualmente. Ahora bien, así como en el entendimiento previdente existe una total seme-
janza del efecto que se realizará mediante la acción, así también, en quien obra por
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instinto, preexiste la semejanza del efecto natural, por la que se determina la acción a
dicho efecto; por eso vemos que el fuego engendra al fuego y la oliva a la oliva. Por
tanto, así como el que obra intelectualmente tiende mediante su acción a un fin deter-
minado, del mismo modo tiende el que obra por instinto. En consecuencia, todo agente
obra por algún fin.

El defecto existe exclusivamente en los seres que están ordenados a un fin, pues
a nadie se le imputa como defecto el fallar en aquello a que no está ordenado. Por
ejemplo, al médico se le imputa como defecto el no sanar, y no al arquitecto o al gra-
mático. Ahora bien, el defecto se da tanto en las cosas artificiales, por ejemplo cuando
un gramático no habla correctamente; en las cosas naturales, como en el caso de los
partos monstruosos. Según esto, tanto el que obra según naturaleza como el que obra
según el arte e intencionadamente, obran por un fin.

Si el agente no intentara un efecto determinado, todos los efectos le serían indife-


rentes; mas, como lo que es indiferente respecto a muchas cosas no tiende más hacia
una que hacía otra, síguese que de lo que es totalmente indiferente no resulta nin-
gún efecto si algo no lo determina en un sentido. Sería, por lo tanto, imposible que
obrara. En consecuencia, todo agente tiende hacia un objeto determinado, que es su
fin (Santo Tomás de Aquino. Suma contra Gentiles. I, III, Cap. 2)

Todo agente obra por un fin. Explicando esta afirmación, Santo Tomas decía: "es
necesario que todo agente obre por un fin", pues de otro modo la acción sería inde-
terminada y no existiría ya que lo indeterminado no existe en la realidad concreta.

Un fin es aquello en vistas de lo cual se hace algo. Motiva e impulsa al agente a Un bien es objeto
obrar, lo atrae y en tal sentido lo determina e influye sobre él, especifica su acción. de las aspiraciones
de quienes aún no lo
Una vez conocida y aprobada, la causalidad final mueve nuestro apetito, suscita han alcanzado y es
nuestro deseo, y en tanto vemos en el fin un bien se convierte en el principio de la ac- objeto de amor para
ción, en el orden de la intención y en el término de la acción, en el orden de la ejecu- quienes ya lo po-
ción. Es el bien en cuanto deseable lo que da razón de la causalidad de fin. Sin cau- seen. Por eso se
dice que el fin y el
sa final los seres carecerían de entidad y de sentido. bien son converti-
bles. La causa final
El fin puede presentarse bajo distintos aspectos o dimensiones. Se habla de di- tiene razón de bien,
mensiones del fin y no de fines en plural, justamente para subrayar la unicidad del y si su propiedad
fin; pues estamos hablando de fin último de la educación y este no puede ser sino característica es
atraer, es porque su
uno. bondad perfecciona
y coadyuva a la
Por lo tanto, esta temática se abordará atendiendo a la causa final desde dos di- perfección de quie-
mensiones: nes van en pos de
ella.

una natural: se refiere a la finalidad de la educación misma. Como todo lo


que llega a ser, la educación debe estar ordenada a algo. Debe contener
una finalidad incita en su misma entraña. Como la sustancia es el fin de los
accidentes y la educación ha quedado inscripta en el orden accidental con-
cretado en el sujeto humano, tendrá por causa final al hombre mismo.

otra sobrenatural: surge de la consideración del educando. Ordenándose


a él la educación, pero siendo a su vez una realidad ordenada, el fin de la
educación deberá subordinarse al fin del hombre. De otra manera: si esta-
blecemos que el fin de la educación es la perfección del hombre, y adverti-
mos que la perfección del hombre consiste en la posesión de su fin, será
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necesario concluir que la educación, ordenándose a la perfección del hom-


bre, se ordena al fin del hombre: Dios. Por lo tanto aquí hablamos de una
dimensión sobrenatural.

Entonces así comprendemos mejor lo que citaba Lamas (1980):

Que el fin de la educación es la verdad plenaria de la vida humana. Como fin na-
tural supone la perfección formal de la vida misma y de los hábitos rectificadores. Como
fin trascendente, es Dios, el Ipsum Esse Subsistens, la Verdad viva, el Bien infinito,
fuente de todo ser, de toda verdad y de todo bien. En Él la vida humana encuentra la
plenitud del conocer y del querer; en torno de Él –y sólo de Él- se torna posible la per-
fección de la vida especulativa (bios teoretikós) y de la vida práctica (bios praktikós). Y
así como sin sol no hay luz, sin Dios no hay educación, porque falta la verdad que vi-
vifica, el fundamento y el fin (6).
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Dimensión natural del fin de la educación


La educación se ordena a la manifestación de la perfección primera del hombre,
o lo que es igual, a la actualización de todas las virtualidades naturales del hom-
bre, a fin de que la naturaleza humana obtenga acabamiento y plenitud.

La educación hace que el hombre sea lo que debe ser, que el educando se convier-
ta en el hombre cumplido, que la naturaleza humana consiga su acabamiento. Ella se
ordena al buen ejercicio de las operaciones humanas en cuanto implican un auténtico
perfeccionamiento del hombre. La finalidad de la educación viene dada por la perfec-
ción de las operaciones puestas al servicio del perfeccionamiento armónico de las fa-
cultades humanas fundados sobre el integral perfeccionamiento del hombre mis-
mo.

El Papa Pío XI en la Divini Illu Magistri (1929) hacía el siguiente aporte a nuestro
tema:

Por tanto, el verdadero cristiano, lejos de renunciar a las obras de la vida terrena o
amenguar sus facultades naturales, más bien las desarrolla y perfecciona coordinándo-
las con la vida sobrenatural hasta el punto de ennoblecer la misma vida natural y de
preocuparle un auxilio más eficaz, no sólo de orden espiritual y eterno, sino también
material y temporal (n. 60).

Como se ve, es el hombre el sujeto de la educación, como la "materia" en la cual se


educe la forma de la educación. Pero no es concebido como una materia inerte de la
cual se hace algo, ni es tampoco la forma substancial que ya informa al cuerpo confi-
riéndole el ser tal hombre.

Cuando se habla de formación integral del hombre integral, se quiere expresar la


progresiva educción de nuevas formas perfectivas.

Tales formas suponen la unidad sustancial alma- cuerpo, no se trata solamente de


un perfeccionamiento del espíritu en cuanto tal, sino de aquellas cualidades accidenta-
les pero constitutivas de todo hombre, tanto en el orden sensible como en el orden
espiritual. Es decir el perfeccionamiento de las potencias del hombre mediante los há-
bitos motores, intelectuales y morales. Los hábitos constituyen una segunda natura-
leza, un enriquecimiento progresivo y como tales hábitos deben ser ordenados al bien,
se trata por lo tanto de hábitos operativos buenos: virtudes.

Aquí retoma transcendencia la definición de Santo Tomás que ya analizáramos en


la unidad anterior: "conducción y promoción de la prole al estado perfecto del hombre
en cuanto hombre, que es el estado de virtud".

La virtud
La virtud se constituye en el núcleo central de la definición realista. Para un mejor
esclarecimiento del estado perfecto del hombre en cuanto hombre habrá que aprove-
char todo lo que en la teoría tomista de la virtud sea significativo para el análisis.

Lo primero que se comprueba es que la Virtud, por su esencia, es perfección; de lo


contrario resultaría imposible, por principio, la consideración del estado perfecto de
nuestro ser precisamente como estado de virtud.
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La acepción más frecuente de la virtud es en Santo Tomás la que acentúa y subra-


ya la idea de perfección de una potencia.

Etimología

El término “virtud” no siempre se ha utilizado con el mismo sentido.

Los latinos, desde Cicerón, la entienden según su procedencia: “vir” que


significa varón.

Los griegos le han dado mayor variedad de significados, porque no siempre


emplean la misma palabra. Sócrates habla de la virtud como "epistéme",
es decir, una fuerza intelectual por la que el hombre es preservado de toda
ignorancia. Platón y Aristóteles la extienden a toda perfección intelectual o
moral "areté". Los estoicos la utilizaban para designar una fuerza moral.

Santo Tomás genéricamente y según el sentido por todos admitido, entiende


por virtud la perfección de una potencia operativa y etimológicamente la
hace derivar de "vis".

Los humanistas de los siglos XIV y XV la interpretaron como sinónimo de


sagacidad política.

La definición propiamente dicha

El tema de la virtud ha sido objeto de innumerables meditaciones en la filosofía an-


tigua y medieval.

Santo Tomás extrae los elementos metafísicos de las fórmulas de Aristóteles:

hábito que hace bueno al sujeto y buena a su obra" (1-2q.55).

Si bien no es una definición completa, es la preferida por el santo (ver comentario al


margen), porque implica:

hábito electivo consistente en una posición intermedia [término medio]para noso-


tros, determinada por la razón y tal como lo establece el hombre prudente (Aristóteles, Esta definición
Ética a Nicómaco, citado en Santo Tomás de Aquino, 1-2q.55). se adapta sólo a las
virtudes morales.
la disposición de lo perfecto a lo óptimo (Aristóteles, Físicos, citado en Santo Tomás
de Aquino, 1-2q.55).

lo último de la potencia (Aristóteles, De Coelo, citado en Santo Tomás de Aquino, 1-


2q.55).

La virtud no significa el objeto o el acto de la potencia sino su última perfección en


el orden del principio operativo.

También de San Agustín adopta la definición más tradicional:

buena calidad de la mente por la que se vive rectamente, de la que nadie usa mal
y que Dios causa en nosotros sin nosotros.
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En esta definición se estaría señalando:

la causa formal: "buena calidad" (contiene el género y la diferencia específi-


ca = hábito virtuoso).

la causa material: "la mente" (cuando no se trata de esencias substanciales


sino accidentales, el sujeto representa el papel de causa material).

la causa final: "por la que se vive rectamente" (el fin de la virtud es ser siem-
pre operadora del bien, por donde se distingue de los hábitos malos o indi-
ferentes).

la causa eficiente: "que Dios obra en nosotros sin nosotros" (Basso 1993), al
formularse así deja fuera las virtudes adquiridas y lo hace intencionalmente,
pues no sólo reconoce como verdaderas virtudes a las infusas, sino que
ellas sí son las únicas que ordenan rectamente al fin sobrenatural.

Con estos elementos, Santo Tomás concluirá en que

la virtud es un hábito operativo bueno.

Es una definición de tipo lógica dado que el género es el término hábito y las dife- Se considera a
rencias específicas lo constituyen los términos: operativo (psicológico) y bueno (mo- una definición
ral). lógica cuando en
ella pueden distin-
guirse el género
La explicación de cada término de la definición es la siguiente: próximo y la dife-
rencia específica.
La virtud como hábito: Las potencias indeterminadas frente a sus objetos
tiene necesidad de hábitos que las determinen, si esa determinación es al
bien, entonces se llama virtud. Las potencias racionales y las sensibles
cuando obran imperadas por la razón, necesitan de hábitos para obrar pron-
ta, fácil y deleitablemente.

La virtud como hábito operativo: La virtud humana comprende todos los


hábitos que son perfecciones de las potencias humanas. Como el hombre
es tal por su forma o alma y su materia o cuerpo y existe en él una doble
potencialidad: al ser (por parte de su materia o cuerpo) y al obrar (por parte
de su forma o alma) la virtud pertenece a las potencias ordenadas a la ope-
ración.

La virtud como hábito operativo bueno: Se trata de una bondad ante todo
moral. La bondad, en cuanto se afirma del hábito operativo, significa dispo-
sición de la potencia operativa a su acto característico. La bondad implica La definición de
perfección de una cosa. La perfección del agente, por lo tanto se deduce del Aristóteles lo ex-
acto que es su propio término. La bondad y la malicia son las diferencias presa mediante una
doble adjetivación:
morales específicas de los hábitos. En relación a la diferencia específica: la
es una perfección
virtud como hábito del bien es el concepto específico diferencial. buena del sujeto
que le dispone para
Este hábito operativo no podrá ser sino bueno, puesto que de lo contrario la virtud obrar bien.
no podría concebirse como una perfección del sujeto, determinando y capacitando
sus potencias a óptimas y mejores operaciones. El mal no es perfección sino defecto.
Se trata de una perfección y bien no sólo por parte del objeto que especifica el acto
sino también y con prioridad por parte del sujeto, puesto que la virtud no podría mover
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a los actos buenos, si antes no efectuara, como disposición conveniente, a la potencia


misma; no sólo es el hábito del buen obrar sino que torna bueno al sujeto.

Clasificación de las virtudes

Santo Tomás retoma del legado de Aristóteles y de la filosofía antigua el esquema


de ordenación o distinción de las virtudes.

Partiendo de la conocida división del alma en racional e irracional que sirve de


fundamento para hacer esa doble distinción de virtudes que ya hemos enunciado: las
virtudes éticas y dianoéticas, que Santo Tomás precisa como morales e intelectuales.
Ambas son virtudes adquiridas:

hábitos operativos buenos que con la sola capacidad natural humana pueden
ser adquiridos.

Virtudes intelectuales: son las que perfeccionan a la inteligencia para que


realice bien sus operaciones.

Virtudes morales: tienen como objeto directo e inmediato la bondad de los


actos humanos. Estas virtudes perfeccionan los apetitos del hombre, la vo-
luntad con su libertad y afectividad y las tendencias sensibles. Y es por eso
que no sólo perfeccionan las acciones y las pasiones sino al hombre mismo
que se realiza a través de ellas.

El sujeto de la virtud

Es el hombre, el sujeto más propio y adecuado de hábitos debido a:

la indeterminación libre de su obrar,

su capacidad ilimitada de perfección,

su ser compuesto de cuerpo y alma, de facultades sensibles y racionales.

En el hombre son sujetos de la virtud las distintas potencias del alma. La razón de
ello radica en su definición genérica: de hábitos operativos, como en su concepto es-
pecífico de nuevos principios de acción que perfeccionan las facultades para el bien
que es la operación óptima. Ello supone una relación inmediata con las potencias a las
que disponen para obrar.

Otro aspecto a considerar aquí es la imposibilidad de que la virtud pueda tener co-
mo sujeto psíquico más de una sola potencia. La misma virtud específica no puede
residir en varias potencias a la vez. Esto se debe a que el accidente no puede estar
en varios sujetos diversos, tanto más el hábito virtuoso, que siendo cualidad simple, no
puede dividirse en sujetos varios. La virtud se de-
termina esencial-
mente por el bien,
por el orden a la
acción buena que
debe realizar. La
verdad o la obra de
arte son material-
mente un bien, el
bien conveniente a
la facultad intelec-
tual. Puede uno
poseer con perfec-
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Virtudes morales Virtudes intelectuales


En sentido más propio y pleno, virtudes "virtudes imperfectas" en sentido menos
"simpliciter" del orden natural propio
Las virtudes morales no sólo dan la fa- Las virtudes intelectuales no dan el buen
cultad de obrar el bien, nos dan el buen uso de la propia habilidad o perfección,
uso de esa facultad moviéndonos a em- ya que el uso -aplicación de las potencias
plearla rectamente. a sus actos- pertenece sólo a la voluntad,
a quién corresponde toda moción en el
orden ejecutivo.
A la voluntad compete rectificar el uso, Los hábitos intelectuales dejan al sujeto
ejercicio de las demás potencias y hábi- en indiferencia para el uso de su ciencia
tos, hacer que éstas obren rectamente. o arte. Uno puede tener perfecta pericia
en su arte, en la ciencia física y desinte-
resarse por el recto uso de la misma1.

La voluntad es por excelencia sujeto de virtud, dado que la facultad volitiva se


presenta en primera línea como sujeto de las virtudes perfectas o de la vida mo-
ral, porque siendo su objeto propio el bien total del hombre, a ella corresponde
mover las demás potencias y rectificar su uso en orden a ese bien total.

Así, toda facultad que es principio de acción voluntaria y moral debe ser perfeccio-
nada por un hábito virtuoso que haga buena su acción.
De él brotan to-
El apetito sensible humano, concupiscible o irascible, también es sujeto de virtud dos los movimien-
en tanto es movido por la razón y es principio de acciones humanas y morales. De ahí tos afectivos y
que debe ser también principio de acciones virtuosas, de pasiones moderadas y pasionales que el
hombre controla y
moralmente buenas para lo cual necesita ser provisto de las virtudes propias de la han de producirse
moderación, para someter todo movimiento pasional al dominio de la razón. según el orden de la
razón. Por lo tanto,
Por lo tanto, este apetito en su doble vertiente es es sujeto de virtudes propias: to- se llama racional
por participación,
das las virtudes morales ordenadas a la moderación de las pasiones.
pues movido por la
voluntad participa
El concepto de virtud ayer y hoy de la libertad de
ésta.
Si existe una coincidencia generalizada entre diversos autores contemporáneos es
la ausencia de promoción del término clásico virtud, teniendo como consecuencia
tras su desuso, un generalizado desconocimiento.

Este tópico es de especial interés para este curso dado que uno de los móviles para
profundizar la temática en cuestión radica en la imperiosa necesidad de actualizarlo,

1
Suma Teológica, I-II, q. 56, a.3.: "Y siendo la virtud lo que hace bueno a su poseedor y buena su obra,
son éstos los hábitos que llevan el nombre puro y simple de virtudes, porque hacen que la obra sea ac-
tualmente buena y bueno también su poseedor. Por el contrario los hábitos de la primera modalidad no se
dicen de modo absoluto virtudes, porque no hacen buena la obra sino que confieren cierta capacidad
para hacerla tal, y por que no hacen a su poseedor bueno absolutamente. En efecto, no se llama simple-
mente bueno a un hombre por el solo hecho de ser sabio o artífice, sino que se lo llama bueno en algún
aspecto; por ejemplo, buen gramático o buen artesano. Por esta razón, muchas veces la ciencia y el arte
se clasifican por oposición a la virtud, y alguna vez se les da el nombre de virtudes, como consta por Aris-
tóteles.
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en primer lugar, en el ámbito educativo pero también hay que hacerlo en el ámbito
filosófico, ético, etc.

Romano Guardini señala que esta palabra empieza por sonarnos como algo ex-
traño e incluso antipático: fácilmente suena a anticuada y moralizadora.

Otro clásico estudioso de la virtud, como lo es Josef Pieper (1988), en la introduc-


ción a su tratado de Las Virtudes Fundamentales cita la siguiente ponencia:

…Paúl Valery pronunció en la Academia Francesa un discurso sobre la virtud. En


este discurso se dice "Virtud", señores, la palabra "virtud" ha muerto o por lo menos es-
tá a punto de extinguirse... A los espíritus de hoy no se muestra como la expresión de
una realidad imaginable de nuestro presente. Yo mismo debo confesarles: no la he es-
cuchado jamás, y es más, sólo la he oído mencionar en las conversaciones de la so-
ciedad como algo curioso o con ironía. Podría significar esto que frecuento una socie-
dad mala, si no añadiese que tampoco recuerdo haberla encontrado en los libros más
leídos y apreciados de nuestros días; finalmente me temo no exista periódico alguno
que la imprima o se atreva a imprimirla con otro sentido que no sea el ridículo. Se ha
llegado a tal extremo que las palabras virtud y virtuoso sólo pueden encontrarse
en el Catecismo, en la farsa, en la Academia, en la opereta (14).

Ante tal declaración, Pieper retoma su texto señalando que no debe extrañarnos
demasiado, dado que en parte se trata seguramente de un fenómeno natural del des-
tino de las grandes palabras. En efecto, ¿por qué no han de existir en un mundo des-
cristianizado, unas leyes lingüísticas demoníacas, merced a las cuales lo bueno le
parezca al hombre, en el lenguaje, como algo ridículo? Aparte de esta última posibili-
dad, digna de tomarse en serio, no hay que olvidar que la literatura y la enseñanza de
la moral no han hecho que el hombre corriente capte con facilidad el verdadero sen-
tido y realidad del concepto "virtud".

La virtud no es la honradez y corrección de un hacer u omitir aislado. Virtud más


bien significa que el hombre es verdadero, tanto en el sentido natural como en el so-
brenatural. Incluso, dentro de la misma conciencia universal cristiana, hay dos posibi-
lidades peligrosas de confundir el concepto de virtud:

la moralista, que aísla la acción, la realización, la práctica y las independiza


frente a la existencia vital del hombre.

la supernaturalista, que desvaloriza el hábito de la vida bien llevada, de lo


vital y de la honradez y decencia natural.

Pero aquí no podemos olvidarnos que la virtud, en términos completamente genera- Santo Tomás de
les, es la elevación del ser en la persona humana. La virtud es, como dice Santo Aquino invoca el
Tomás "ultimatum potentiae", lo máximo a que puede aspirar el hombre, o sea la rea- texto aristotélico del
lización de las posibilidades humanas en el aspecto natural y sobrenatural. El hombre libro I De caelo:
"Virtus est ultimun
virtuoso es tal que realiza el bien obedeciendo a sus inclinaciones más íntimas (Guar- potentiae". La virtud
dini). se concibe como
perfección de la
Max Scheler escribió también un artículo que lleva por título: “Para la rehabilitación potencia que la
de la virtud” (2002: 10), allí aludió a la transformación que había experimentado en el determina y la capa-
cita para los actos
curso de la historia la palabra y el concepto virtud hasta tomar el carácter que hoy re- más perfectos.
viste. Así, para los griegos, la virtud "areté" era el modo de ser del hombre de índole
noble y de buena educación. Para los latinos, "virtus", significa la firmeza con que el
hombre noble se situaba en el estado y en la vida. La edad media germánica entendió
por "tugent" la índole del hombre caballeroso. Poco a poco, sin embargo, esa virtud
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se volvió provechosa y decente hasta adquirir ese peculiar acento que sintetiza inte-
riormente algo que el hombre ha adquirido.

En lo concerniente a la virtud intelectual, la situación es más delicada dado que


como se señala en la introducción al tratado de la virtud:

En toda la Escolástica se llama también virtudes a todos los hábitos intelectuales,


las ciencias, sabiduría, las artes liberales, las artes mecánicas y técnicas. Son las virtu-
des intelectuales. Esta acepción no tiene cabida en el lenguaje y uso moderno. A partir
de la modernidad la palabra virtud entrañó un sentido específico estrictamente moral.
Denominó sólo las virtudes de la vida moral (Suma Teológica, 1-2-q.56).

La actualidad no hace menos que profundizar el diagnóstico antes mencionado. La


noción de virtud intelectual ha caído en desuso y la virtud moral es concebida de forma
muy particular en la actualidad. Se ha puesto de moda, una corriente que promueve la
formación en valores a través de la "currícula". Si bien este aspecto es altamente
positivo dado que rescata fundamentos de una formación integral, es necesario seña-
lar que esta nueva propuesta de formación ética en la escuela, surgida con la reforma
educativa, reduce la formación moral a aquel conjunto de valores necesarios para la
vida cívico-política, que es sólo un aspecto de la misma, pero, lo más importante
aquí, es la omisión a toda referencia a la virtud.

Stella Maris Vázquez (1996), en un análisis de los contenidos de la reforma educa-


tiva, señala:

La educación ética parece tener como sentido último la educación del ciudadano y
no la del hombre pleno. Ambas asunciones tienen su raíz en la filosofía hegeliana en la
que la persona no cuenta sino en cuanto parte del todo, del Estado. No importa tampo-
co la dimensión moral personal, el plano de la conciencia, la definición personal libre
ante el bien moral, sino que lo que cuenta es una cierta ética de la convivencia que
resulta privada de su verdadero fundamento y, a la larga, deberá buscarlo en el con-
senso (56).

El fin de la educación está dado por la necesidad de la formación del ciudadano


para la autonomía y el ejercicio de ciertos valores públicos necesarios para la con-
vivencia sin referencia a ninguna concepción del bien y de la plenitud humana.

De allí, el gran desafío que tenemos en el campo de la filosofía de la educación


que es el de revalorizar la virtud en la escuela de hoy.
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Dimensión sobrenatural
del fin de la educación
El hombre puede tender a muchos fines, no todos ellos dicen razón de fin último
pues unos se ordenan a otros. El fin último de toda realidad creada es Dios y en rela-
ción con él todos los otros fines no dicen sino razón de medios.

El fin último o dimensión sobrenatural de la educación es el Bien perfectísimo,


hacia él cual todo tiende. Hacia Él se ordenan todas las realidades y todos los
demás bienes de Él participan.

El hombre que se abre por su inteligencia a una realidad múltiple ordenada, finita,
se reconoce a la vez en sus actos como ser espiritual cuya plena realización no se sa-
tisface en un horizonte puramente temporal, histórico - cultural. Reconoce una trascen-
dencia que no se agota en la relación social ni en el quehacer cultural, por lo que se
proyecta y perdura más allá de sí mismo y de su tiempo. Reconoce con su inteligencia
un fundamento objetivo absoluto de lo real: Dios Creador. Y a la vez sólo en un Dios
personal se reconoce plenamente como ser espiritual (Vazquez 1996: 107)

La perfección definitiva del hombre consiste en la posesión de su fin. Es necesario


pues que todas y cada una de las acciones humanas cumplan sus respectivos fines en
subordinación y dependencia del fin último.

Por lo tanto, la educación no podrá desentenderse del fin último sobrenatural del
hombre para reducirse a la consideración exclusiva del fin natural. Dejaría, si así lo
hiciese, de abarcar al hombre en su real integridad. El fin último de la educación no
puede ser otro que el fin último del hombre: Dios.

Notas distintivas del fin último


Es ordenador: resulta imposible la comprensión de la multiplicidad sin la re-
lación a la unidad que es el fundamento de la multiplicidad. Dicha relación
recibe el nombre de ORDEN. Los distintos elementos de la complejidad se
ordenan al principio integrador y unificador. Este principio ordenador es
el fin último.

Es autosuficiente: se basta a sí mismo. Si se alcanza ese fin último sobra


cualquier otra finalidad.

Es perfecto: en razón del orden teleológico postulado, cualquier otro fin se


ordena a él mientras que él no se ordena a ningún otro. El término perfecto
tiene aquí un sentido dinámico y no lógico, no se considera perfecto en el
sentido de completamente acabado, de plenamente culminado, sino como
referencia última de la operatividad humana.

Es principio y término: el fin como principio opera como causa, pues se da


antes en la ejecución como intención o pretensión del sujeto. El fin es lo
primero en la intención. El fin como término o efecto; es lo último que se da
en la actuación como logro o consecución de la intención subjetiva. Su
realización supone la culminación operativa de la vida humana.
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03 – Filosofía de la Educación – U4 El fin de la educación
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No basta decir que el fin de la educación es el hombre en su mayor grado de per-


fección. Si lo imperfecto se ordena y subordina a lo perfecto, y por tanto, lo natural a
lo sobrenatural, el fin último de la educación no es otro que Dios porque solamente
en El puede el hombre alcanzar su plena perfección.

Consecuencias pedagógicas
Definir la existencia de una dimensión sobrenatural del fin de la educación tiene
consecuencias determinantes desde el punto de vista pedagógico. Adquiere aquí un
gran sentido, el asumir a la educación como educación integral, no solamente por la
presencia necesaria de una dimensión religiosa en la tarea de educar sino porque di-
cha dimensión debe tener un lugar de preeminencia.

Hablar de educación integral y decir que ha de tener en cuenta además el desarrollo


de las tendencias religiosas del ser humano supone una precisión. Lo religioso, en
efecto, no es un elemento más, un añadido. Tampoco basta considerar lo religioso co-
mo un valor importante e indispensable. La plenitud de la vida sólo puede darse cuando
se la vive interpretada unitariamente en torno a Dios como principio fundante de todo
y el fin que reorienta hacia sí todos los fines intermedios (Vazquez 1996: 110).

La dimensión religiosa de la educación humana debe ocupar un lugar jerárquico


en todo proyecto educativo. Es una dimensión con exigencias propias, a la que una
educación integral debe atender. Tiene un lugar de derecho en la estructura del sa-
ber y quehacer educativo exigida por la naturaleza humana misma. Si no es conside-
rada la dimensión trascendente del hombre no se puede hablar de educación integral.

La dimensión religiosa de la naturaleza humana es pues una propiedad, un acci-


dente propio, que brota necesariamente de la esencia y cuyo desarrollo exige que su
objeto propio- lo Absoluto como fundamento del ser finito y como término de las capa-
cidades específicamente humanas- sea presentado en concreto al intelecto y a la vo-
luntad libre (Vázquez 1996:107).

Si educar es ayudar al hombre para que descubra la clave profunda de su ser y su


destino y colaborar para que pueda darle una respuesta responsable, la educación más
verdadera y profunda es la que trabaja como pedagogía del sentido de Dios (Cf. Confe-
rencia Episcopal Argentina 1985: n. 68).
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Mater et magistra
El documento escogido para esta sección guarda una íntima relación con la temáti-
ca de la unidad. El 7 de abril de 1988, la Sagrada Congregación para la Educación
Católica presenta el documento Dimensión religiosa de la educación en la Escuela
Católica. El texto plantea el gran desafío de asumir la dimensión religiosa de la edu-
cación en el mundo contemporáneo.

Recordemos lo afirmado en el desarrollo conceptual de la unidad:

la dimensión religiosa de la educación no es una dimensión mas tiene preemi-


nencia sobre el resto, las ilumina y las ordena.

En tal sentido el documento realiza dos afirmaciones esenciales en cuanto a la


reflexión sobre el fin último y la dimensión religiosa, a saber:

En la compleja vida escolar, la escuela católica, totalmente afín a las otras escuelas,
difiere de ellas en un punto esencial: ella está anclada en el Evangelio, de donde le
viene su inspiración y su fuerza. El principio de que ningún acto humano es moralmente
indiferente ante la propia conciencia y ante Dios encuentra aplicación precisa en la vida
escolar... No es sólo progreso educativo humano, sino verdadero itinerario cristiano
hacia la perfección (Sagrada Congregación para la Educación Católica 1988: n. 47-
48).

La escuela católica encuentra su verdadera justifi-


cación en la misión misma de la Iglesia. Con el fin de
hacer realidad esta dimensión, el documento plantea
una profunda descripción de la situación juvenil.

El lugar protagónico de la relación familia-escuela,


como así también las características del ambiente
educativo se constituyen en elementos que contribui-
rán de modo prioritario a la dimensión que es objeto de nuestro tratamiento. Un desa-
fío por excelencia que tiene la escuela católica es el de la dimensión religiosa de los
aprendizajes y el documento da continuidad a lo planteado en la temática por el Do-
cumento Escuela Católica.

Un segundo fundamento de elección de este documento se relaciona con los


apartados que él mismo le dedica a la enseñanza religiosa escolar y en especial al
profesor de enseñanza religiosa, del cual esboza un rico perfil que sintetizamos:

Los frutos de la enseñanza orgánica de la fe y de la ética cristiana, dependen, en


gran parte, del profesor de religión: de lo que es y de lo que hace.

El es persona-clave.

Agente esencial en la realización del proyecto educativo.

La incidencia de su enseñanza está vinculada a su testimonio de vida, que actuali-


za eficazmente a los ojos de los alumnos la enseñanza misma.

Se espera que sea una persona rica en dones naturales y de gracia, capaz de
manifestarlos en la vida.
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Preparado adecuadamente para la enseñanza, con amplia base cultural y profe-


sional, pedagógica y didáctica, y abierta al diálogo.

Es maestro de fe; debe ser, también, a semejanza de su modelo, Cristo, maestro


de humanidad.

Toda improvisación es nociva. Es preciso hacer lo posible para que la escuela cató-
lica tenga profesores idóneos para su misión.

Su formación es una de las necesidades intrínsecas más importantes (Dimensión


religiosa de la Escuela Católica. Sagrada Congregación para la Educación Católica
1988).
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Aportes de la Filosofía de la educación


al Proyecto Educativo
Recordando
La presente unidad, habiendo abordado la causa final de la educación, presentará conceptos vertidos
los fundamentos teológicos del PEI. en unidades ante-
riores, todo proyec-
Llamamos así al conjunto de principios que permiten definir aquellas notas que to educativo se
sustenta sobre una
hace de la escuela un medio privilegiado de la Iglesia para continuar la obra sal- serie de principios
vífica de Cristo. de carácter filosófi-
co, teológicos,
educativos y políti-
Cristo fundamento cos. Son definicio-
nes fundantes que
En el proyecto educativo de la escuela católica, Cristo es el fundamento. Los princi- constituyen al PEI,
pios evangélicos se convierten para ella en normas educativas interiores y al mismo otorgándole identi-
dad, sentido y
tiempo en metas finales. orientación a la
práctica educativa.
Educación y gracia Este conjunto de
principios es deno-
Este fin absoluto asignado al hombre minado fundamen-
tos del proyecto.
trasciende su naturaleza. Él, por consi-
guiente, no puede alcanzar con sus solas
fuerzas aquella misma felicidad para la
que ha sido creado. Dios, sin embargo
intervino y dio al alma humana principios
sobrenaturales de actos sobrenatural-
mente meritorios: la gracia y las virtudes
infusas a través de las cuales podrá al-
canzar ese fin sobrenatural.

La gracia divina, al cualificar con cuali-


dades divinas las fuerzas espirituales del
hombre no sólo no destruye la naturaleza
humana sino que la supone y la eleva.

Pecado original y educación cristiana

El sujeto de la educación es siempre alguien cuya naturaleza sufre las consecuen-


cias del pecado original pero que ha sido redimido por Cristo y tiene una vocación
sobrenatural. Una educación cristiana precisa del auxilio de la gracia, pues sin ella,
ningún hombre puede alcanzar su perfección.

La doctrina del pecado original ilumina la situación y condición del educando y


orienta el sentido de toda la obra educativa. La Iglesia ha precisado en diversas oca-
siones la necesidad de considerar las consecuencias de ese pecado que gravitan so-
bre nosotros para que la educación corresponda a la verdad del hombre.
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Educación y redención

Pero la Iglesia no considera únicamente al hombre herido por el pecado original


sino ante todo al hombre que en Cristo ha sido redimido, salvado e incorporado a una
vida nueva. Podemos afirmar la existencia de una Pedagogía divina, entendiendo
por ésta, al modo admirable y misterioso como Dios conduce a sus hijos a la vida eter-
na.

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