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Está conformada esta obra por seis capítulos, que se inicia con la crítica situación del
penalismo en Latinoamérica, cita el profesor de la Universidad de Buenos Aires: “Las agencias
del sistema penal disponen apenas de una capacidad operativa ridículamente inferior en
comparación con la magnitud de lo planificado”, para el autor estamos ante la evidente vigencia
de un derecho penal simbólico, leyes, procedimientos, delitos, penas e instituciones que
observamos vigentes pero que no se aplican, no se persigue a ningún sujeto por cometer esos
delitos, menos se les sanciona, y lo que es más grave se cometen estos delitos sin conocer que
son conductas prohibidas, pero así se desenvuelve en nuestra sociedad el derecho penal
oportunista, es decir, que solo se persigue lo que ocasionalmente resulta necesario perseguir,
por razones normalmente políticas ejemplo de esta realidad tenemos la persecución de los
delitos financieros en particular el delito de lavado de dinero o de activos como se le denomina
en Sudamérica, relegándose los restantes delitos a los archivos –ahora denominadas carpetas-
de asuntos pendientes.
Por su parte, se hace mención en esta obra en forma detallada y por demás referenciada
de la deslegitimación del derecho penal, al sostener: “Se niega la coherencia interna del discurso
jurídico-penal cuando se esgrimen argumentos tales como así lo dice la ley, lo hace porque el
legislador lo quiere, etc., son expresiones frecuentemente usadas en nuestra región y la abierta
confesión del fracaso de cualquier tentativa de construcción racional y, por ende, legitimadora
del ejercicio de poder del sistema penal.” Efectivamente, es paradójico que hoy, que vivimos en
plena época de argumentación jurídica, debido a que la simple subsunción –la aplicación
mecánica del caso a la ley-ya no es suficiente, nos encontramos con la problemática que se
desarrolla en esta obra, pues basta con que una sentencia o resolución haga mención de esas
concepciones como: es de interés publico, por razones de orden publico, etc., y con ello se cierra
cualquier debate y argumentación al respecto.
Esta obra hace mención que, el derecho penal y las penas están plenamente
deslegitimadas, considerando como referencia del propio autor al profesor italiano Alessandro
Baratta al citar: “Alessandro Baratta… demostró que la dogmática jurídico penal encerraba
conceptos cuya falsedad era palmariamente demostrada por la sociología tradicional”, y desde
luego que, no dejo pasar por desapercibido la actual falta de interés por las consecuencias del
trabajo del jurista sentencia el también otrora Juez de la Corte de Argentina E. R. Zaffaroni
respecto a la actitud del ejercicio del poder del jurista: “no me importa si lo que hago es o no
conforme a la ética, eso no lo decido yo sino la instancia que sanciona la ley, yo me limito a
cumplir lo que ella me ordena” evidentemente que ese es uno de los fracasos del derecho penal
la intrascendencia en las consecuencias del trabajo que se realiza en las instituciones penales
desde el propio juez pasando por toda la instancia judicial, y llegando a los propios abogados
defensores, así como los fiscales.
Desde luego que en esta obra “En Busca de las penas perdidas”, formula una definición
des-legitimante de la pena al señalar: “Es todo sufrimiento o privación de algún bien o derecho
que no resulte racionalmente adecuado a alguno de los modelos de solución de conflictos de las
restantes ramas del derecho” Es evidente que esta obra elaborada por un penalista es de suma
trascendencia la posición que asume, en donde se hace mención, y se explica en forma
pormenorizada las razones por las cuales el derecho penal se encuentra en crisis, al grado que
no se trata de un mecanismo que permita resolver los problemas que se presentan en la
sociedad, simplemente los contiene, lo peor es que actualmente en lugar de vivir en una sociedad
en donde el Estado tutele la seguridad jurídica, justifica la seguridad pública, utilizando como
principal herramienta a este rama del derecho, inobjetablemente perdido en su rumbo.
Está conformada esta obra por seis capítulos, que se inicia con la crítica situación del
penalismo en Latinoamérica, cita el profesor de la Universidad de Buenos Aires: “Las agencias
del sistema penal disponen apenas de una capacidad operativa ridículamente inferior en
comparación con la magnitud de lo planificado”, para el autor estamos ante la evidente vigencia
de un derecho penal simbólico, leyes, procedimientos, delitos, penas e instituciones que
observamos vigentes pero que no se aplican, no se persigue a ningún sujeto por cometer esos
delitos, menos se les sanciona, y lo que es más grave se cometen estos delitos sin conocer que
son conductas prohibidas, pero así se desenvuelve en nuestra sociedad el derecho penal
oportunista, es decir, que solo se persigue lo que ocasionalmente resulta necesario perseguir,
por razones normalmente políticas ejemplo de esta realidad tenemos la persecución de los
delitos financieros en particular el delito de lavado de dinero o de activos como se le denomina
en Sudamérica, relegándose los restantes delitos a los archivos –ahora denominadas carpetas-
de asuntos pendientes.
Por su parte, se hace mención en esta obra en forma detallada y por demás referenciada
de la deslegitimación del derecho penal, al sostener: “Se niega la coherencia interna del discurso
jurídico-penal cuando se esgrimen argumentos tales como así lo dice la ley, lo hace porque el
legislador lo quiere, etc., son expresiones frecuentemente usadas en nuestra región y la abierta
confesión del fracaso de cualquier tentativa de construcción racional y, por ende, legitimadora
del ejercicio de poder del sistema penal.” Efectivamente, es paradójico que hoy, que vivimos en
plena época de argumentación jurídica, debido a que la simple subsunción –la aplicación
mecánica del caso a la ley-ya no es suficiente, nos encontramos con la problemática que se
desarrolla en esta obra, pues basta con que una sentencia o resolución haga mención de esas
concepciones como: es de interés publico, por razones de orden publico, etc., y con ello se cierra
cualquier debate y argumentación al respecto.
Esta obra hace mención que, el derecho penal y las penas están plenamente
deslegitimadas, considerando como referencia del propio autor al profesor italiano Alessandro
Baratta al citar: “Alessandro Baratta… demostró que la dogmática jurídico penal encerraba
conceptos cuya falsedad era palmariamente demostrada por la sociología tradicional”, y desde
luego que, no dejo pasar por desapercibido la actual falta de interés por las consecuencias del
trabajo del jurista sentencia el también otrora Juez de la Corte de Argentina E. R. Zaffaroni
respecto a la actitud del ejercicio del poder del jurista: “no me importa si lo que hago es o no
conforme a la ética, eso no lo decido yo sino la instancia que sanciona la ley, yo me limito a
cumplir lo que ella me ordena” evidentemente que ese es uno de los fracasos del derecho penal
la intrascendencia en las consecuencias del trabajo que se realiza en las instituciones penales
desde el propio juez pasando por toda la instancia judicial, y llegando a los propios abogados
defensores, así como los fiscales.
Desde luego que en esta obra “En Busca de las penas perdidas”, formula una definición
des-legitimante de la pena al señalar: “Es todo sufrimiento o privación de algún bien o derecho
que no resulte racionalmente adecuado a alguno de los modelos de solución de conflictos de las
restantes ramas del derecho” Es evidente que esta obra elaborada por un penalista es de suma
trascendencia la posición que asume, en donde se hace mención, y se explica en forma
pormenorizada las razones por las cuales el derecho penal se encuentra en crisis, al grado que
no se trata de un mecanismo que permita resolver los problemas que se presentan en la
sociedad, simplemente los contiene, lo peor es que actualmente en lugar de vivir en una sociedad
en donde el Estado tutele la seguridad jurídica, justifica la seguridad pública, utilizando como
principal herramienta a este rama del derecho, inobjetablemente perdido en su rumbo.
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También expone las irregularidades del sistema penal formal mediante el cual
no sólo se viola estructuralmente la legalidad procesal, sino que también se
viola a la legalidad penal; para lo cual, sigue distintos caminos:
1. La duración extraordinaria de los procesos penales provoca una distorsión
cronológica que da por resultado que el auto de prisión preventiva -“de formal
prisión”, “de reo”, etc.- se convierta en sentencia.
2. La carencia de criterios legales y doctrinarios claros para la cuantificación de las
penas.
3. La proliferación de tipificaciones con límites difusos, con elementos valorativos
etizantes, con referencias de ánimo. Con omisiones u ocultamientos del verbo
típico, etcétera.
4. Las agencias ejecutivas frecuentemente operan al margen de los criterios
pautados para el ejercicio de poder por las agencias judiciales
En cuanto a las ficciones, el autor nos dice que una ficción es una invención y
que, cuando en un discurso sólo hallamos ficciones y metáforas, es
decir, invenciones y transportes, es porque está faltando demasiado, y que
nuestro discurso jurídico penal es así, nunca operó con datos concretos de la
realidad social. Habla además de los modelos organicista y contractualista.
Para el autor la cárcel es sinónimo de jaula y señala que “las condiciones que
debe reunir un movimiento abolicionista para mantener su vitalidad como tal,
son su permanente relación de oposición con el sistema y su relación de
competencia con éste. El autor Nils Christie, destaca expresamente la
condición destructora de las relaciones comunitarias del sistema penal, su
carácter disolvente de las relaciones de horizontalidad y los consiguientes
peligros y daños de la verticalización corporativa y así, niega la interpretación
de Durkheim que entendía que el proceso de modernización hace progresar a
la sociedad. Y, finalmente, Michel Foucault que recomienda usar la técnica del
judoca.
En este últimos subtemas de esta tercera y última parte del libro, se presentan
los principios que limitan la violencia en primer lugar, por carencia de
elementalísimos requisitos formales:
Principio de Reserva de Ley o de exigencia del máximo de legalidad en sentido
estricto.
Principio de máxima taxactividad: Implica la proscripción de toda integración
analógica de la ley penal e impone su interpretación restrictiva como regla
general.
Principio de irretroactividad.
Principio de máximo de subordinación a la ley penal Sustantiva.
Principio de representación popular.