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Capítulo Uno: El nacimiento del Corazón de América

La historia del Paraguay empezó indirectamente en 1516 con la


expedición fallida de Juan Díaz de Solís al estuario del Río de la Plata que
divide los actuales Argentina y Uruguay. Después de la muerte canibalizada de
Solís en manos de indios charrúas (La versión mas antigua atribuye el festín a
los charrúas. pero los antropólogos dirán que los charrúas eran pámpidos,
cazadores, recolectores o sea, paleolíticos. Y los que poseen esta cultura, no
comen gente. En cambio sí lo hacen los neolíticos, cultivadores, para poder
suplir carencias proteicas. En síntesis: los sospechosos de la comilona son los
guaraníes, que poblaban las islas del Río de la Plata, pero no habitaban los
territorios de tierra firme, en esa región. Esos isleños eran cultivadores,
característica que no es propia de charrúas sino de guaraníes), lo que quedó
de la expedición nombró al estuario “Río de Solís” y se marchó a España pero
en el camino de regreso, naufragó uno de los barcos enfrente de la isla Santa
Catalina en la actual costa brasileña. Entre los sobrevivientes estaba Alejo
García, un aventurero portugués que había adquirido conocimientos del
guaraní viviendo entre los indigenas. Mediante ese melodioso idioma, García
se maravillaba con narraciones sobre “El Rey Blanco” quién, se decía, vivía
más allá al oeste y gobernaba ciudades de incomparable riqueza y grandioso
esplendor. García finalmente rejuntó unos hombres y recolectó suficientes
suministros para un viaje al interior y finalmente logró dejar la isla Santa
Catalina tras casi ocho años de permanencia para poder hacer la tan anhelada
incursión hacia los dominios de “El Rey Blanco”.
Marchando hacia el oeste, el grupo de García descubrió las cataratas de
Iguazú (en guaraní, “Aguas Grandes”), cruzó el río Paraná (según el
historiador Efraim Cardozo, solo habría cruzado el Paraná a la altura del
Monday y que las Cataratas fueron descubiertas por Alvar Núñez Cabeza de
Vaca, no por Alejo García, años después), y llegó al sitio de la actual Asunción
trece años antes de que fuera fundada. Allí el grupo reclutó un ejército
pequeño de 2.000 guerreros guaraníes locales como refuerzo para invadir las
tierras prometedoras y debió adentrarse en el Chaco, un semidesierto áspero.
Ahí debieron enfrentarse con duros obstáculos como la sequedad, diluvios y
las tribus chaqueñas indias sumamente peligrosas pero no tanto como los
indios guaraníes canibales que acompañaban a García. Eso fue entre fines de
1524 y comienzos de 1525.

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Indios guaraníes según un dibujo de la época

García fue el primer europeo en cruzar el Chaco y logró penetrar las


defensas exteriores del Imperio Inca en las colinas de los montes Andes en la
actual Bolivia, ocho años antes que el fiero y codicioso Francisco Pizarro. El
grupúsculo mixto entró en plan de pillaje alzándose con un botín
impresionante de plata pero antes de que el ejército del Inca reinante, Huayna
Cápac, llegara para presentarle combate, se retiró en orden con el botín a
cuestas pero Alejo García fue asesinado por sus aliados indios cerca de la
actual ciudad de San Pedro sobre el río Paraguay respetando la vida de su
hijo, el primer mestizo paraguayo. Pero las noticias de la correría en el país
incaico sedujeron a posteriores exploradores españoles y atrajeron a Sebastián
Gaboto al Río Paraguay dos años después.
Hijo del famoso explorador genovés Juan Gaboto (quién había llevado a
cabo la primera expedición europea a América del Norte), Sebastián Gaboto
estaba navegando al Oriente en 1526 cuando oyó hablar de las hazañas de
García y dedujó que el Río de Solís podría proporcionar un pasaje más fácil al
Pacífico y al Oriente que los laberintos traicioneros y tormentosos del Estrecho
de Magallanes que era el paso conocido en ese entonces para poder ir hacia
las riquezas de Perú. Gaboto fue el primer europeo en decidir explorar a
conciencia el estuario del Plata.
Dejando una fuerza pequeña en la orilla norteña del anchuroso estuario,
Gaboto procedió tranquilamente por el río Paraná por aproximadamente unos
160 kilómetros y fundó un fortín llamado Sancti Spiritu cerca de la actual
ciudad argentina de Rosario. Continuó aguas arriba para otros 800 kilómetros
más, más allá de la confluencia con el río Paraguay siempre sobre el Paraná.
Cuando la navegación se tornó dificultosa, Gaboto retrocedió no sin obtener
algunos objetos de plata que los indios del lugar afirmaron que venían bien
lejos de una tierra al oeste. De ese modo Gaboto decidió desandar su ruta en
el río Paraná y entrar en el río Paraguay. Aproximadamente cuarenta
kilómetros debajo del sitio de Asunción, Gaboto encontró una tribu guaraní
con posesión de objetos plateados, quizás algunos de los despojos del tesoro

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de García. Creyendo haber encontrado la ruta hacia las riquezas del Perú,
Gaboto nombró al río Paraguay como “Río de la Plata”, aunque hoy el nombre
sólo se aplica al estuario donde a sus orillas está actualmente la ciudad de
Buenos Aires.
Gaboto se volvió a España en 1530 y el emperador Carlos V (1519-56)
fue informado sobre sus descubrimientos. Carlos V le dio permiso a Don Pedro
de Mendoza para poder montar una expedición al estuario del Plata. El
emperador también nombró gobernador del Río de la Plata a Mendoza y le
concedió el derecho de nombrar a su sucesor. Pero Mendoza, un hombre
enfermizo, perturbado, incapaz de ser líder cuya crueldad casi minó la
expedición. Escogiendo lo que probablemente sea el peor sitio del continente
para el primer villorrio español en América del Sur, Mendoza construyó un
fortín en un pésimo puerto natural en el lado del sur del estuario del Plata en
una llanura inhóspita fuertemente azotada por los vientos en 1536. Polvoriento
en la estación seca, un cenagal en las lluvias, el lugar estaba poblado por la
feroz tribu querandí para mayor desgracia española. Al nuevo fortín se le
nombró “Buenos Aires” (Nuestra Señora del Buen Ayre para ser exactos),
aunque apenas era un lugar que uno visitaría para pescar un “buen aire”.
Mendoza provocó que el pueblo querandí declarara la guerra a los
europeos. Millares de esos aborígenes, los timbú y sus aliados, los charrúas
sitiaron la miserable compañía de soldados aventureros y hambreados. Los
españoles se vieron obligados hasta de comer ratas y los cadáveres de sus
camaradas difuntos.
Entretanto, Juan de Ayolas que era el segundo de Mendoza y a quién se
le había enviado aguas arriba en ruta de reconocimiento, volvió con una
providencial carga de maíz y noticias de que el fuerte de Gaboto en Sancti
Spiritu había sido abandonado. Mendoza despachó a Ayolas rápidamente para
explorar una posible ruta a Perú. Acompañado por Domingo Martínez de Irala,
Ayolas navegó otra vez hacia el norte hasta que llegó a una bahía pequeña en
el río Paraguay que bautizó Candelaria, el actual Fuerte Olimpo. Dejando a
Irala como lugarteniente suyo, Ayolas se aventuró en el Chaco en búsqueda
de la Sierra del Plata llegando a saquear el Perú y nunca se lo volvió a ver de
nuevo aunque se cree que lo hayan matado los payagua, indios chaqueños.

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Fundador de Asunción.
Estatua de Juan de Salazar de Espinosa en Asunción.

Mendoza ordenó a dos miembros de la expedición, Juan de Salazar de


Espinosa y Gonzalo de Mendoza a buscar a Ayolas mientras él los esperaría a
bordo de sus buques enfrente de Buenos Aires no en tierra firme. Ambos
exploraron el río Paraguay y se detienen en un excelente anclaje. Ahí
comenzaron a construir un fuerte el 15 de agosto de 1537, la fecha de la
Fiesta de la Asunción, y lo llamaron Asunción (Nuestra Señora de Santa María
de la Asunción). Ambos declararon que era un buen lugar de “amparo y
reparo de la conquista”. Luego subieron río arriba y se encontraron con Irala
quien tenía órdenes de esperar a su jefe Ayolas. Los tres hombres lo buscaron
sin resultados positivos. Entonces Salazar y Gonzalo de Mendoza descendieron
el río de regreso a Asunción.
Irala luego de esa fundación debió de librar unas batallas contra los
indios kario dueños de esa tierra capitaneados por su mitológico cacique
Avambae, debiendo vencerlos duramente al pie de un cerro que domina la
vista de la actual Asunción. Esa formación geográfica fue bautizada como
Lambaré, españolizando así el nombre del cacique vencido. Hoy es una
populosa ciudad vecina a la capital paraguaya. A la larga esos indios kario se
aliaron con sus vencedores para hacer frente ante los indios guerreros
payagua y guaikuru. En prenda de alianza, los kario dieron mujeres a los
españoles, tocando hasta diez féminas a cada jefe español.
Después de unos 20 años, el pago tenía una población de
aproximadamente 1.500 personas. Los embarques transcontinentales de plata
atravesaron ese villorio desde el Perú hacia Europa, de esa forma Asunción se
convirtió en el núcleo de una provincia española que abarcó una porción
grande de Sudamérica, tan grande que fue apodada como la “Provincia
Gigante de las Indias”. Asunción también era la base en donde esa parte
sudamericana fue colonizada. Los españoles se movieron hacia el norte, por el
Chaco, para fundar Santa Cruz en la actual Bolivia; hacia el este para ocupar
el resto de Paraguay actual; y hacia el sur a lo largo del río Paraná para
refundar Buenos Aires en 1580. Ya antes había sido abandonado por sus
defensores para poder cobijarse en Asunción en 1541. Desde Asunción han
partido varias expediciones más para fundar fortines que hoy día son grandes
ciudades sudamericanas lo cual le valió a Asunción el apodo de “Madre de
Ciudades” que aún llena de orgullo a los asunceños.

Capítulo Dos: Joven Colonia

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Provincia Gigante de las Indias.
Paraguay, ostentosamente como la Provincia Gigante de las Indias en este
mapa inglés a fines del Siglo XVII

Las incertidumbres generadas por la salida de Pedro de Mendoza


llevaron a Carlos V a promulgar una cédula (decreto) algo único en la
Latinoamérica colonial. Las cédulas concedían el derecho para elegir al
gobernador de la provincia del Río de Plata a los colonos si Mendoza no
hubiese designado un sucesor o si el sucesor se hubiese muerto. Dos años
después, los colonos eligieron a Irala como gobernador. Su dominio incluyó al
Paraguay actual, Argentina, Uruguay, la mayoría de Chile y buenas partes del
Brasil y de Bolivia. En 1542 la provincia se transformó en parte del Virreinato
recientemente establecido del Perú, con capital en Lima. Iniciándose en 1559,
la Audiencia de Charcas (actual Sucre, Bolivia) controló los asuntos legales de
la provincia.
El gobierno de Irala puso el modelo para los asuntos interiores de
Paraguay hasta la independencia. Además de los españoles, en Asunción
también vivía gente proveniente de Francia, Italia, Alemania, Inglaterra y
Portugal. Esta comunidad de aproximadamente 350 hombres escogieron como
esposas y concubinas entre las mujeres guaraníes. Irala tenía varias
concubinas aborígenes y animó a sus hombres para que se casaran con
mujeres indias así se eliminaban las ganas de retorno a la madre patria. El
Paraguay se erigió como tierra de mestizos rápidamente e incitado por el
ejemplo de Irala, los europeos levantaron su descendencia como españoles.
No obstante, las llegadas continuas de más europeos permitieron el desarrollo
de una elite tipificada del criollo.
Los guaraníes, los kario, los tapé, los itatines, los guarajos y los tupi
eran tribus que habitaron una inmensa área que comienza desde las regiones
montañosas de las Guyanas cerca del Brasil hasta el río Uruguay. Los
guaraníes siempre estaban rodeados por otras tribus hostiles por lo tanto

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frecuentemente andaban guerreando. Ellos creían que las esposas
permanentes eran impropias para la conducta de un guerrero de modo que en
algunas tribus practicaban la poligamia con el objetivo de aumentar el número
de descendencia. Los caciques tenían a menudo veinte o treinta concubinas,
las cuales ellos compartían libremente con visitantes ocasionales. Esos jefes
trataban bien a sus esposas oficiales pero no dudaban en castigar a menudo a
las adúlteras con la muerte. Vale aquí la siguiente observación: como eran
polígamos, tal vez los españoles se sintieron alentados a seguir tal norma de
vida. Y como compartían las mujeres, los indios se vieron diezmados
posteriormente por la sífilis, enfermedad desconocida en América e importada
por los conquistadores. De esa manera los guaraníes puros se vieron
reducidos numéricamente en el transcurso de los años.
Como las otras tribus de la zona, los guaraníes eran caníbales. Pero ellos
normalmente comían sólo a sus enemigos más valientes capturados en batalla
con la esperanza de adquirir la valentía y poder de sus víctimas.
En contraste con el guaraní hospitalario, las tribus de Chaco, como los
payaguás (de donde provenía el nombre Paraguay según una de las varias
versiones sobre el origen del nombre del país), los guaycurúes, los m'bayá, los
abipones, los mocovíes y los chiriguanos eran enemigos implacables de los
blancos. Los viajeros en el Chaco narraban que los indios eran capaces de
aprender rápidamente el uso de los caballos (animales de origen europeo)
para ganar guerras. Los guaraníes aceptaron la llegada de los españoles y los
buscaban para protección contra las tribus feroces vecinas pero también
esperaron que los hispánicos los llevaran una vez más a una lucha contra el
Inca.
La paz que había prevalecido bajo Irala se arruinó en 1542 cuando
Carlos V nombró a Alvar Nuñez Cabeza de Vaca, uno de los conquistadores
más famosos de su época, como gobernador de la provincia. Cabeza de Vaca
llegó a Asunción después de haber vivido durante diez años entre los indios de
la Florida (Norteamérica). Casi inmediatamente, la provincia del Río de la Plata
con 800 europeos como elite se escindió en dos facciones antagonizantes y
belicosas. Los enemigos de Cabeza de Vaca lo acusaron de opositor de los
intereses de los indios y de autoritario recalcitrante. Éste intentó aplacar a sus
enemigos lanzando una expedición en el Chaco en busca de una ruta a Perú.
Este movimiento molestó enormemente a las tribus del Chaco tanto que ellos
iniciaron una guerra de dos años de duración contra la colonia y amenazaron
virtualmente su propia existencia. En la primera de las innumerables revueltas
de la colonia contra la Corona, los colonos arrestaron a Cabeza de Vaca, lo
enviaron a España cargadísimo de cadenas y le devolvieron el gobierno a
Irala. En medio de ese fragor, la comunidad colonial se dividió entre “leales”
(a la Corona) y “comuneros”, éstos últimos llamados así en honor a los
comuneros castellanos caídos ante Carlos V en defensa de sus derechos
populares contra los privilegios reales.
Irala gobernó extensamente y sin interrupción hasta su muerte en 1556.
En muchos aspectos, su gobierno era uno de los más humanos en el Nuevo

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Mundo español en ese momento y marcó la transición de los conquistadores a
los hacendados en la colonia. Irala mantuvo relaciones óptimas con el pueblo
guaraní, con los indios antaño hostiles luego pacificados, hizo exploraciones al
Chaco y dio inicio a las relaciones comerciales con el Perú. Ese vasco soldado
de fortuna fue el que originó los principios de una industria textil y la
introducción de ganado que floreció en las colinas fecundas y prados del país.
La llegada del padre Pedro Fernández de la Torre el 2 de abril de 1556, como
el primer obispo de Asunción marcó en Paraguay el establecimiento de la
Iglesia Católica. Irala también fue testigo de la construcción de una catedral,
dos iglesias, tres conventos y dos escuelas.
Irala antagonizó a los indios de todas formas. En los últimos años de su
vida, se rindió ante las presiones de los colonos y estableció la encomienda.
Bajo este sistema, los colonos recibieron tierras a modo de propiedad junto
con el derecho a la labor y producción de los indios que vivían en esas
propiedades. Aunque se esperaba que los encomenderos satisfagan las
necesidades espirituales y materiales de los indios, el sistema se degeneró
rápidamente en una virtual esclavitud. En Paraguay 20.000 indios eran
divididos entre 320 encomenderos. Esta acción chispoteó una revuelta india
muy grande en 1560 y 1561. La inestabilidad política preocupó a la colonia y
las revueltas eran moneda corriente. Además con recursos y milicia limitados,
Irala poco pudo controlar las correrías de merodeadores portugueses a lo
largo de las fronteras orientales. Aun así Irala dejó el Paraguay próspero y
relativamente en paz. Aunque no había encontrado ningún El Dorado para
empatar los hallazgos de Hernán Cortés en México y los de Pizarro en Perú,
fue amado por su pueblo quien lamentó su muerte.
Los gobernadores que les siguieron siempre fueron una sombra al lado
del gran Irala excepto tal vez de Hernando Arias de Saavedra apodado
“Hernandarias”, hijo de españoles pero nacido en Asunción en 1560. Fue el
primer criollo que gobernó sus lares natales, creando así el orgullo local
apoyándose en las masas mestizas y criollas. Hernandarias siempre mantuvo
una imagen y actitud democráticas lo cual le permitieron dominar el escenario
político del Paraguay hasta su muerte en 1631 en la ciudad de Santa Fe (otra
villa hija de Asunción, ahora en la actual Argentina).

Capítulo Tres: La República Jesuítica


Durante los próximos 200 años, la Iglesia Católica Romana, sobre todo
los ascetas y simples miembros de la Sociedad de Jesús (los jesuitas), tenía
mucho más influencia en la vida social y económica de la colonia que los flojos
gobernadores que sucedieron a Irala y a Hernandarias. Tres jesuitas, un
irlandés, un catalán y un portugués, llegaron en 1588 desde el Brasil. Se
marcharon rápidamente de Asunción para promoverse entre los indios a lo
largo del curso superior del río Paraná. Los guaraníes como ya creían en un
ser impersonal y supremo con anterioridad, demostraron ser buenos alumnos
de los jesuitas.

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Monograma de la Compañía de Jesús

En 1610 Felipe III (1598-1621) proclamó que sólo “la espada de la


palabra” debe usarse para dominar a los indios paraguayos y de esa forma
ellos serían personas felices. La Iglesia le concedió poderes extensos al padre
jesuita Diego de Torres para poder llevar a cabo un nuevo plan con
bendiciones reales que se preveía el fin del sistema de la encomienda. No les
gustó para nada este plan a los colonos cuyo estilo de vida dependía de la
incesante labor india. La resistencia de los colonos convence a los jesuitas de
mudar su base de actividades a la provincia de Guairá en el distante sudeste.
Después de esfuerzos infructuosos para civilizar a los recalcitrantes
guaycurúes, los jesuitas pusieron esta vez todos sus esfuerzos en el futuro en
trabajar con los guaraníes. Distribuyendo a los indios guaraníes en
“reducciones” (municipios), los empeñosos padres empezaron un sistema que
duraría más de un siglo. En uno de los más grandes experimentos de vida
comunitaria en la Historia, los jesuitas habían organizado aproximadamente
100.000 guaraníes en unas veinte reducciones y prontamente soñaron con un
imperio jesuítico que abarcaría desde la confluencia de los ríos Paraguay y
Paraná hasta las cabeceras del río Paraná. Sin rangos fijos en su sociedad, la
comunidad como único fin, la labor de esos jesuitas es interpretada como una
república comunista, tal vez la primera en su género en el mundo.
Las nuevas reducciones jesuíticas estaban desgraciadamente dentro de
la zona de saqueo de los bandeirantes, gente que recluta esclavos y que
desciende de una mezcla de portugueses y aventureros holandeses.
Empleaban ejércitos de “mamelucos” (mestizos de negros e indios), pobres
infelices a quienes los lanzaban al frente en las aventuras más riesgosas. Los
bandeirantes tenían por base en San Pablo, Brasil que se había vuelto un asilo
para los saqueadores y piratas por los primeros años del siglo XVII porque
estaban fuera del control del gobernador colonial portugués. Sobrevivían
capturando a los indios y vendiéndolos como esclavos a los plantadores
brasileños. Habiendo vaciado la población india cerca de San Pablo, Brasil, se

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aventuraron aún más lejos de casa dando con el hallazgo de las reducciones
ricamente pobladas. Las autoridades españolas escogieron no defender los
lugares jesuitas.

Area de Trinidad de antes de su restauración

España y Portugal se fusionaron en un solo reino de 1580 a 1640.


Aunque sus asuntos coloniales estaban sujetos en actos de guerra, el
gobernador del Río de la Plata tenía muy poco incentivo para enviar escasas
tropas y suministros contra un enemigo que era nominalmente de la misma
nacionalidad. Además, los jesuitas no eran populares en Asunción donde los
colonos tenían asegurado su control sobre el gobernador de turno.
Los jesuitas y sus neófitos tenían así muy poca protección de las
depredaciones de los paulistas (asi llamados a los bandeirantes por su
proveniencia de San Pablo). En una correría en 1629, aproximadamente 3.000
paulistas destruyeron reducciones que encontraron en su camino quemando
iglesias, matando a ancianos y niños (quienes carecían de valor como
esclavos) y llevando a cabo a la costa las poblaciones humanas enteras, así
como el ganado. Sus primeras correrías contra las reducciones les redituaron
por lo menos unos 15.000 cautivos.
De cara ante el imponente desafío de un virtual holocausto que estaba
asustando a los neófitos que los inducía volver al paganismo, los ingeniosos y
valientes jesuitas tomaron medidas drásticas. Bajo la dirección del padre
Antonio Ruiz de Montoya, algo más de 30.000 indios (2.500 familias) se
retiraron usando canoas viajando centenares de kilómetros hacia el sur para el
lado de otra gran concentración de reducciones jesuíticas cerca del curso más
bajo del Paraná. Aproximadamente 12.000 personas lograron sobrevivir. Pero
la retirada no detuvo a los paulistas que continuaron haciendo una incursión
más en la cual casi extinguían esas reducciones. La amenaza de los paulistas
sólo se acabó luego de 1639, cuando el virrey en Perú permitió a los indios

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armarse. Bien entrenados y altamente motivados por los jesuitas las unidades
indias derrotó a lo grande a los invasores y se los expulsó.

Detalle de las ruinas de Trinidad

La aplastante victoria sobre los paulistas inauguró la edad dorada de los


jesuitas en el Paraguay. Los guaraníes estaban desacostumbrados a la
disciplina y la vida sedentaria prevalecientes en las reducciones pero se
adaptaron fácilmente a ambas cosas ya que se les ofrecían normas vivientes
más altas, protección de los crueles e insensibles colonos asuncenos y la
seguridad física. Ya en 1700 los jesuitas podían contar 100.000 neófitos en
aproximadamente 30 reducciones. Las reducciones exportaban materias
primas y productos variados incluyendo algodón y tela de lino, cueros, tabaco
y principalmente la yerba mate (una infusión como el té pero más amargo que
es muy popular en Paraguay, Argentina, Uruguay y el sur del Brasil). Los
jesuitas también levantaron reservas de comida y enseñaron artes y destrezas.
Además pudieron dar un servicio considerable a la corona proporcionando
ejércitos indígenas contra los ataques perpetrados por portugueses, ingleses y
franceses. En el momento de la expulsión de los jesuitas del Imperio español
en 1767, las reducciones eran enormemente ricas y comprendían más de
21.000 familias. Sus inmensas manadas incluían aproximadamente 725.000
cabezas de ganado, 47.000 bueyes, 99.000 caballos, 230.000 ovejas, 14.000
mulas y 8.000 asnos.

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Debido a su éxito, los 14.000 jesuitas que se ofrecían voluntariamente
para servir en Paraguay, se ganaron muchos enemigos. Estos hombres de
Dios eran una fea espina en el ánimo de los colonos quienes los veían con ojos
envidiosos y resentidos. Luego propalaron rumores sobre minas de oros
ocultos y la amenaza a la Corona proclamando una presunta república
jesuítica independiente en un futuro corto. Pero para la Corona, las
reducciones eran como una manzana que se iba madurando y esperando para
ser recogida.
Las reducciones fueron presa de los tiempos cambiantes. Entre los años
1720 y 1730, los colonos paraguayos se rebelaron contra los privilegios
jesuitas y el gobierno que los protegía. Aunque esta revuelta falló, era una de
las más virulentas contra la autoridad española en el Nuevo Mundo y provocó
en la Corona la duda sobre la conveniencia de seguir apoyando a los jesuitas.
La Guerra de las Siete Reducciones (1750-61) que se libró para evitar la
entrega de siete misiones al sur del río Uruguay al control portugués ocasionó
el sentimiento en Madrid de que debería suprimir “el imperio dentro de un
imperio”.
En un movimiento para adjudicarse las riquezas de las reducciones para
ayudar a las decaídas finanzas de la Corona, el rey español, Carlos III (1759-
88), expulsó a los jesuitas en 1767. Después de unas décadas de la expulsión,
la mayoría de todo lo bueno que los jesuitas habían hecho se desperdició. Las
misiones perdieron su valor, se administraron mal y fueron abandonadas por
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los guaraníes. Los jesuitas casi desaparecieron sin rastro. Hoy día, unas ruinas
cubiertas por el musgo es el único testimonio de ese largo y variado periodo
de 160 años de la Historia paraguaya.

Capítulo Cuatro: Vientos de Mayo


El Virreinato de Perú y la Audiencia de Charcas tenían la autoridad
nominal sobre el Paraguay, mientras Madrid por lo general desatendía esa
colonia para evitar las complejidades, el gasto de gobernar y defender una
colonia remota que había demostrado una lealtad inicial pero para luego no
tener mucho valor en el vasto imperio español. Por esa razón los
gobernadores del Paraguay no tenían ninguna tropa real a su disposición
dependiendo así de una milicia irregular compuesta por colonos. Los
paraguayos nativos se aprovecharon de esta situación y exigieron que las
cédulas del año 1537 les dieran el derecho para elegir y deponer a sus
gobernadores.
La colonia (en particular el cabildo de Asunción) se granjeó la reputación
de ser una frecuente tierra revoltosa contra la Corona.

Las tensiones entre las autoridades reales y los colonos alcanzaron el


pico máximo en 1720 a causa del estado de los jesuitas cuyos esfuerzos por
organizar a los indios habían negado a los colonos el usufructo a la labor india.
Una gran rebelión conocida como la Revuelta Comunera estalló cuando el
virrey en Lima reintegró a un gobernador pro-jesuita a quien los colonos ya
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habían depuesto antes. Esa revuelta era un ensayo en varias formas de los
eventos que desembocaron en la Independencia de 1811. Las familias más
prósperas de Asunción (cuyas plantaciones de tabaco y de yerba mate
competían directamente con los jesuitas) organizaron esa revuelta pero
cuando el movimiento atrajo apoyo de los campesinos pobres en el interior,
los ricos la abandonaron y seguidamente solicitaron a las autoridades reales la
restauración del orden. Como respuesta, los campesinos empezaron a incautar
propiedades de la clase alta y llevárselas al campo. Un ejército radical casi
capturaba Asunción e irónicamente fue repelido por las tropas indias
provenientes de las reducciones jesuíticas.
La revuelta era el síntoma de un declive. Desde la refundación de
Buenos Aires en 1580, el firme deterioro de la importancia de Asunción
contribuyó a crecer la inestabilidad política dentro de la provincia. En 1617 la
provincia del Río de la Plata fue dividida en dos provincias más pequeñas: el
Paraguay, con Asunción como capital y el Río de la Plata con Buenos Aires
como ciudad principal. Con esta acción, Asunción perdió el mando del estuario
del río de la Plata y pasó a ser dependiente de Buenos Aires para envíos
marítimos. En 1776 la Corona creó el Virreinato de Río de la Plata; Paraguay
que era subordinado a Lima pasó a ser una región controlada por Buenos
Aires. Localizado en la periferia del imperio, el Paraguay sirvió como un estado
tapón: los portugueses bloquearon la expansión territorial paraguaya en el
norte, los indios también lo bloquearon, hasta su expulsión, en el sur y los
jesuitas lo bloquearon en el este. Se forzaron a jóvenes paraguayos a servir en
la milicia colonial para realizar giras extendidas lejos de casa y eso contribuyó
a una severa escasez obrera.
Debido a que Paraguay estaba ubicado lejos de los centros coloniales,
tenía muy poco poder de mando en las decisiones importantes que afectaban
su economía. España se apropió buenas partes de la riqueza de Paraguay a
través de pesados impuestos y demás regulaciones. Al mismo tiempo, España
estaba recolectando la mayoría de la riqueza del Nuevo Mundo para importar
productos fabricados de los países más industrializados de Europa
especialmente Inglaterra. Los comerciantes españoles pedían crédito de los
comerciantes británicos para financiar sus compras, a su vez los comerciantes
de Buenos Aires pedían crédito de España, la gente de Asunción pedían
prestado de los porteños (naturales de Buenos Aires) y finalmente los peones
paraguayos (campesinos sin tierra en deuda con los propietarios) compraban
mercadería a crédito. El resultado era una horrible pobreza en el Paraguay y
un imperio empobrecido espiral y paulatinamente.
La Revolución Francesa, el ascenso de Napoleón Bonaparte, y la guerra
subsecuente en Europa inevitablemente debilitó la capacidad de España para
controlar sus colonias. Cuando las tropas británicas intentaron invadir y
dominar Buenos Aires en 1806, el ataque fue reprimido por los residentes de
la ciudad con alguna ayuda paraguaya, no por España. La invasión
napoleónica de España en 1808, la captura del rey español Fernando VII
(gobernó 1808 y 1814-33) y la imposición de Napoleón en el trono hispánico a

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su hermano, José Bonaparte desunió lo que quedó de los eslabones entre la
metrópoli y sus satélites. José no tenía ningún tipo de apoyo ni lealtad en la
América española por lo tanto sin un rey reconocido, todo el sistema colonial
perdió su legitimidad y los colonos se sublevaron. Alentados los porteños por
su reciente victoria sobre las tropas británicas, el cabildo de Buenos Aires
depuso al virrey español el 25 de mayo de 1810 y juró gobernar en nombre de
Fernando VII.

14 de Mayo de 1811 (Obra del pintor Da Ré)

Vicente Iturbe intima la rendición al gobernador español Bernardo de


Velazco momentos antes de declarar la Independencia.
La acción porteña tendría consecuencias imprevistas para las historias
de Argentina y Paraguay. Las noticias de los eventos en Buenos Aires
aturdieron a los ciudadanos de Asunción quienes solían ser fieles a la posición
realista al principio. Pero no importa cuán grave habían sido las ofensas del
antiguo régimen, los paraguayos no quisieron acatar las órdenes de los
porteños, naturales de un otrora pago escuálido en medio de una pampa vacía
cuando el Paraguay era toda una potencia colonial en el Imperio español...
Los porteños insistieron en su esfuerzo para englobar al Paraguay bajo
su mando escogiendo a José Espínola y Peña como su portavoz en Asunción.
Espínola era “quizás el paraguayo más odiado de su época” según las palabras
de historiador John Hoyt Williams. La recepción de Espínola en Asunción no
fue para nada cordial, en parte porque se había unido estrechamente a las
políticas atroces del ex gobernador, Lázaro de Rivera, quien ordenó disparar
sobre centenares de conciudadanos hasta que dimitió en 1805. Escapóse para
el destierro al lejano norte de Paraguay, Espínola luego huyó a Buenos Aires y
mintió sobre la magnitud de apoyo a favor de los porteños en el Paraguay y
logró que el cabildo de Buenos Aires envíe unas tropas al norte. Manuel
Belgrano, general y abogado porteño se puso a la cabeza de 1.100 hombres
con la intención de entrar a Asunción. Pero las tropas paraguayas azotaron
espectacularmente a los porteños en Paraguarí y después en Tacuarí. Sin

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embargo los oficiales de ambos ejércitos fraternizaron abiertamente durante la
campaña. Gracias a estos contactos los paraguayos comprendieron que la
dominación española en América del Sur acabaría por extinguirse y que en
ellos, no los españoles, está el verdadero poder.

La Casa de la Independencia en pleno centro asunceno.

Si el caso de Espínola y Belgrano sirvieron para despertar las primeras


pasiones nacionalistas en Paraguay, las acciones enfermizas y concebidas por
los realistas paraguayos que aún permanecían en la colonia las inflamaron.
Creyendo que los oficiales paraguayos que habían fustigado al ejército porteño
representaban una amenaza directa a su gobierno, el gobernador Bernardo de
Velasco dispersó y desarmó las fuerzas bajo su orden y envió la mayoría de
los soldados a casa ni siquiera pagarles por sus ocho meses de servicio.
Velasco ya había perdido el respeto de sus gobernados cuando huyó del
campo de batalla en Paraguarí pensando que Belgrano iba a ganar. Como
último disgusto, el cabildo de Asunción solicitó la protección del ejército
portugués contra las fuerzas de Belgrano cuando éstas solo acamparon justo
al lado de la frontera de la actual Argentina. Lejos de sostener la posición del
cabildo, un movimiento encendió un levantamiento y el derrocamiento de la
autoridad española al mismo instante en Paraguay en la noche del 14 y la
madrugada del 15 de mayo de 1811.
La independencia se declaró formalmente el 17 de mayo.

Interior de la casa de la Independencia

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http://www.terere.com/terere/temas/paraguay/historiapy/cap05.php3

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