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Indios guaraníes según un dibujo de la época
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de García. Creyendo haber encontrado la ruta hacia las riquezas del Perú,
Gaboto nombró al río Paraguay como “Río de la Plata”, aunque hoy el nombre
sólo se aplica al estuario donde a sus orillas está actualmente la ciudad de
Buenos Aires.
Gaboto se volvió a España en 1530 y el emperador Carlos V (1519-56)
fue informado sobre sus descubrimientos. Carlos V le dio permiso a Don Pedro
de Mendoza para poder montar una expedición al estuario del Plata. El
emperador también nombró gobernador del Río de la Plata a Mendoza y le
concedió el derecho de nombrar a su sucesor. Pero Mendoza, un hombre
enfermizo, perturbado, incapaz de ser líder cuya crueldad casi minó la
expedición. Escogiendo lo que probablemente sea el peor sitio del continente
para el primer villorrio español en América del Sur, Mendoza construyó un
fortín en un pésimo puerto natural en el lado del sur del estuario del Plata en
una llanura inhóspita fuertemente azotada por los vientos en 1536. Polvoriento
en la estación seca, un cenagal en las lluvias, el lugar estaba poblado por la
feroz tribu querandí para mayor desgracia española. Al nuevo fortín se le
nombró “Buenos Aires” (Nuestra Señora del Buen Ayre para ser exactos),
aunque apenas era un lugar que uno visitaría para pescar un “buen aire”.
Mendoza provocó que el pueblo querandí declarara la guerra a los
europeos. Millares de esos aborígenes, los timbú y sus aliados, los charrúas
sitiaron la miserable compañía de soldados aventureros y hambreados. Los
españoles se vieron obligados hasta de comer ratas y los cadáveres de sus
camaradas difuntos.
Entretanto, Juan de Ayolas que era el segundo de Mendoza y a quién se
le había enviado aguas arriba en ruta de reconocimiento, volvió con una
providencial carga de maíz y noticias de que el fuerte de Gaboto en Sancti
Spiritu había sido abandonado. Mendoza despachó a Ayolas rápidamente para
explorar una posible ruta a Perú. Acompañado por Domingo Martínez de Irala,
Ayolas navegó otra vez hacia el norte hasta que llegó a una bahía pequeña en
el río Paraguay que bautizó Candelaria, el actual Fuerte Olimpo. Dejando a
Irala como lugarteniente suyo, Ayolas se aventuró en el Chaco en búsqueda
de la Sierra del Plata llegando a saquear el Perú y nunca se lo volvió a ver de
nuevo aunque se cree que lo hayan matado los payagua, indios chaqueños.
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Fundador de Asunción.
Estatua de Juan de Salazar de Espinosa en Asunción.
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Provincia Gigante de las Indias.
Paraguay, ostentosamente como la Provincia Gigante de las Indias en este
mapa inglés a fines del Siglo XVII
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frecuentemente andaban guerreando. Ellos creían que las esposas
permanentes eran impropias para la conducta de un guerrero de modo que en
algunas tribus practicaban la poligamia con el objetivo de aumentar el número
de descendencia. Los caciques tenían a menudo veinte o treinta concubinas,
las cuales ellos compartían libremente con visitantes ocasionales. Esos jefes
trataban bien a sus esposas oficiales pero no dudaban en castigar a menudo a
las adúlteras con la muerte. Vale aquí la siguiente observación: como eran
polígamos, tal vez los españoles se sintieron alentados a seguir tal norma de
vida. Y como compartían las mujeres, los indios se vieron diezmados
posteriormente por la sífilis, enfermedad desconocida en América e importada
por los conquistadores. De esa manera los guaraníes puros se vieron
reducidos numéricamente en el transcurso de los años.
Como las otras tribus de la zona, los guaraníes eran caníbales. Pero ellos
normalmente comían sólo a sus enemigos más valientes capturados en batalla
con la esperanza de adquirir la valentía y poder de sus víctimas.
En contraste con el guaraní hospitalario, las tribus de Chaco, como los
payaguás (de donde provenía el nombre Paraguay según una de las varias
versiones sobre el origen del nombre del país), los guaycurúes, los m'bayá, los
abipones, los mocovíes y los chiriguanos eran enemigos implacables de los
blancos. Los viajeros en el Chaco narraban que los indios eran capaces de
aprender rápidamente el uso de los caballos (animales de origen europeo)
para ganar guerras. Los guaraníes aceptaron la llegada de los españoles y los
buscaban para protección contra las tribus feroces vecinas pero también
esperaron que los hispánicos los llevaran una vez más a una lucha contra el
Inca.
La paz que había prevalecido bajo Irala se arruinó en 1542 cuando
Carlos V nombró a Alvar Nuñez Cabeza de Vaca, uno de los conquistadores
más famosos de su época, como gobernador de la provincia. Cabeza de Vaca
llegó a Asunción después de haber vivido durante diez años entre los indios de
la Florida (Norteamérica). Casi inmediatamente, la provincia del Río de la Plata
con 800 europeos como elite se escindió en dos facciones antagonizantes y
belicosas. Los enemigos de Cabeza de Vaca lo acusaron de opositor de los
intereses de los indios y de autoritario recalcitrante. Éste intentó aplacar a sus
enemigos lanzando una expedición en el Chaco en busca de una ruta a Perú.
Este movimiento molestó enormemente a las tribus del Chaco tanto que ellos
iniciaron una guerra de dos años de duración contra la colonia y amenazaron
virtualmente su propia existencia. En la primera de las innumerables revueltas
de la colonia contra la Corona, los colonos arrestaron a Cabeza de Vaca, lo
enviaron a España cargadísimo de cadenas y le devolvieron el gobierno a
Irala. En medio de ese fragor, la comunidad colonial se dividió entre “leales”
(a la Corona) y “comuneros”, éstos últimos llamados así en honor a los
comuneros castellanos caídos ante Carlos V en defensa de sus derechos
populares contra los privilegios reales.
Irala gobernó extensamente y sin interrupción hasta su muerte en 1556.
En muchos aspectos, su gobierno era uno de los más humanos en el Nuevo
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Mundo español en ese momento y marcó la transición de los conquistadores a
los hacendados en la colonia. Irala mantuvo relaciones óptimas con el pueblo
guaraní, con los indios antaño hostiles luego pacificados, hizo exploraciones al
Chaco y dio inicio a las relaciones comerciales con el Perú. Ese vasco soldado
de fortuna fue el que originó los principios de una industria textil y la
introducción de ganado que floreció en las colinas fecundas y prados del país.
La llegada del padre Pedro Fernández de la Torre el 2 de abril de 1556, como
el primer obispo de Asunción marcó en Paraguay el establecimiento de la
Iglesia Católica. Irala también fue testigo de la construcción de una catedral,
dos iglesias, tres conventos y dos escuelas.
Irala antagonizó a los indios de todas formas. En los últimos años de su
vida, se rindió ante las presiones de los colonos y estableció la encomienda.
Bajo este sistema, los colonos recibieron tierras a modo de propiedad junto
con el derecho a la labor y producción de los indios que vivían en esas
propiedades. Aunque se esperaba que los encomenderos satisfagan las
necesidades espirituales y materiales de los indios, el sistema se degeneró
rápidamente en una virtual esclavitud. En Paraguay 20.000 indios eran
divididos entre 320 encomenderos. Esta acción chispoteó una revuelta india
muy grande en 1560 y 1561. La inestabilidad política preocupó a la colonia y
las revueltas eran moneda corriente. Además con recursos y milicia limitados,
Irala poco pudo controlar las correrías de merodeadores portugueses a lo
largo de las fronteras orientales. Aun así Irala dejó el Paraguay próspero y
relativamente en paz. Aunque no había encontrado ningún El Dorado para
empatar los hallazgos de Hernán Cortés en México y los de Pizarro en Perú,
fue amado por su pueblo quien lamentó su muerte.
Los gobernadores que les siguieron siempre fueron una sombra al lado
del gran Irala excepto tal vez de Hernando Arias de Saavedra apodado
“Hernandarias”, hijo de españoles pero nacido en Asunción en 1560. Fue el
primer criollo que gobernó sus lares natales, creando así el orgullo local
apoyándose en las masas mestizas y criollas. Hernandarias siempre mantuvo
una imagen y actitud democráticas lo cual le permitieron dominar el escenario
político del Paraguay hasta su muerte en 1631 en la ciudad de Santa Fe (otra
villa hija de Asunción, ahora en la actual Argentina).
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Monograma de la Compañía de Jesús
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aventuraron aún más lejos de casa dando con el hallazgo de las reducciones
ricamente pobladas. Las autoridades españolas escogieron no defender los
lugares jesuitas.
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armarse. Bien entrenados y altamente motivados por los jesuitas las unidades
indias derrotó a lo grande a los invasores y se los expulsó.
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Debido a su éxito, los 14.000 jesuitas que se ofrecían voluntariamente
para servir en Paraguay, se ganaron muchos enemigos. Estos hombres de
Dios eran una fea espina en el ánimo de los colonos quienes los veían con ojos
envidiosos y resentidos. Luego propalaron rumores sobre minas de oros
ocultos y la amenaza a la Corona proclamando una presunta república
jesuítica independiente en un futuro corto. Pero para la Corona, las
reducciones eran como una manzana que se iba madurando y esperando para
ser recogida.
Las reducciones fueron presa de los tiempos cambiantes. Entre los años
1720 y 1730, los colonos paraguayos se rebelaron contra los privilegios
jesuitas y el gobierno que los protegía. Aunque esta revuelta falló, era una de
las más virulentas contra la autoridad española en el Nuevo Mundo y provocó
en la Corona la duda sobre la conveniencia de seguir apoyando a los jesuitas.
La Guerra de las Siete Reducciones (1750-61) que se libró para evitar la
entrega de siete misiones al sur del río Uruguay al control portugués ocasionó
el sentimiento en Madrid de que debería suprimir “el imperio dentro de un
imperio”.
En un movimiento para adjudicarse las riquezas de las reducciones para
ayudar a las decaídas finanzas de la Corona, el rey español, Carlos III (1759-
88), expulsó a los jesuitas en 1767. Después de unas décadas de la expulsión,
la mayoría de todo lo bueno que los jesuitas habían hecho se desperdició. Las
misiones perdieron su valor, se administraron mal y fueron abandonadas por
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los guaraníes. Los jesuitas casi desaparecieron sin rastro. Hoy día, unas ruinas
cubiertas por el musgo es el único testimonio de ese largo y variado periodo
de 160 años de la Historia paraguaya.
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su hermano, José Bonaparte desunió lo que quedó de los eslabones entre la
metrópoli y sus satélites. José no tenía ningún tipo de apoyo ni lealtad en la
América española por lo tanto sin un rey reconocido, todo el sistema colonial
perdió su legitimidad y los colonos se sublevaron. Alentados los porteños por
su reciente victoria sobre las tropas británicas, el cabildo de Buenos Aires
depuso al virrey español el 25 de mayo de 1810 y juró gobernar en nombre de
Fernando VII.
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embargo los oficiales de ambos ejércitos fraternizaron abiertamente durante la
campaña. Gracias a estos contactos los paraguayos comprendieron que la
dominación española en América del Sur acabaría por extinguirse y que en
ellos, no los españoles, está el verdadero poder.
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http://www.terere.com/terere/temas/paraguay/historiapy/cap05.php3
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