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No estás leyendo lo que yo estoy escribiendo. Estás leyendo tú interpretación de mis palabras.

Ni me estás viendo a mí. Estás viendo tu interpretación de mí. Según las gafas que tú lleves, me
vas a ver agradable, desagradable, interesante, aburrida, estupenda, rara, odiosa. Y, ¿qué soy yo?
Pues seguramente todas esas cosas. Según quien me mire, claro. Por tanto, yo también soy tú. Y tú
eres yo.

Tendemos a pensar que todo lo que percibimos es la realidad, la verdad absoluta. Y nos
identificamos tanto con nuestros pensamientos que al final pensamos que somos nuestros
pensamientos y además nos los creemos. Es así solo porque yo lo pienso. Fin. Pero aunque nos
duela, nada de lo que pensamos y hemos pensado hasta ahora es verdad.

Todo lo que pensamos es nuestra interpretación de la realidad y por tanto es solo una posibilidad.
Una opción de todas las existentes. No vemos las cosas como son, sino como somos nosotros.

Por eso, antes de juzgar unos hechos en principio neutros, dotarlos de significado y coger el látigo
para autoflagelarnos o para despellejar al de enfrente, date el lujo de observarlos y darte cuenta
de que lo que piensas no es más que una posibilidad. Una de muchas.

Y si el jefe hoy no te ha saludo puede ser porque está enfadado contigo, porque tiene un mal día,
porque no te ha visto, porque tiene que ir al lavabo, porque te odia o porque estaba comiendo.

La lista de posibilidades es larga, dime ¿por qué quedarse con la más negativa y personal? No te
creas siempre lo que te dicen tus pensamientos. Obsérvalos. Y despertemos poquito a poco de
nuestro mundo limitado de pensamientos,

que nuestro mapa no es el territorio.

Ni nosotros el centro del universo.

Y aunque no lo parezca, es una gran noticia.

Lidia Villarejo

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