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Después que Dios habló muchas veces y de muchas maneras por los Profetas,
«últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo» (Hb 1, 1-2).
Envió a su Hijo, es decir, al Verbo eterno para que llevara a cabo la obra de la
salvación, verlo a Él es ver al Padre, el cual con toda su presencia y manifestación de sí
mismo, con sus palabras y obras, señales y milagros, y, sobre todo, con su muerte y
resurrección gloriosa de entre los muertos, con el envío, finalmente, del Espíritu de
verdad, completa la Revelación.
Cristo Señor, en quien se consuma la revelación total de Dios altísimo, mandó a los
Apóstoles a que predicaran el Evangelio a todos los hombres, como fuente de toda
verdad salvadora y de toda ordenación de las costumbres. Y para que el Evangelio se
conservara constantemente íntegro y vivo en la Iglesia, los apóstoles dejaron como
sucesores suyos a los obispos.
La santa Madre Iglesia, según la fe apostólica, tiene por santos y canónicos los libros
enteros del Antiguo y del Nuevo Testamento con todas sus partes, porque, escritos bajo
la inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor.
Los interpretes de la Sagrada Escritura deben investigar con atención que pretendieron
expresar realmente los hagiógrafos, para ello hay que atender a los géneros literarios,
puesto que la verdad se propone y se expresa de maneras diversas en los textos de
diverso género, históricos, proféticos, poéticos o en otras formas de hablar; debe tomar
en cuenta también la condición de su tiempo y cultura, las formas nativas de pensar, de
hablar o de narrar vigentes en los tiempos del escritor sagrado.
CAPÍTULO IV. EL ANTIGUO TESTAMENTO
Dios se eligió un pueblo a quien confió sus promesas. Hizo el pacto con Abraham y con
el pueblo de Israel por medio de Moisés; y les habló él mismo por medio de los
Profetas.
La santa Madre Iglesia, firme y constantemente, ha creído y cree que los cuatro
Evangelios, cuya historicidad afirma sin vacilar, comunican fielmente lo que Jesús Hijo
de Dios, viviendo entre los hombres hizo y enseño realmente para la salvación de ellos.
En cuanto a las cartas de Pablo y otros libros apostólicos escritos bajo la inspiración del
Espíritu Santo , con los cuales, según la sabia disposición de Dios, se confirma todo lo
que se refiere a Cristo el Señor, su doctrina, su poder salvador, así como los principios
de la Iglesia, difusión y consumación.
La Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo cuerpo del
Señor, las ha considerado y considera, juntamente con la Tradición, como la regla
suprema de su fe.
Por tanto es conveniente que los cristianos tengan amplio acceso a la Sagrada Escritura,
por ello la Iglesia tomo como suya la antiquísima versión griega del Antiguo
Testamento llamada de los setenta, y conserva con honor otras traducciones orientales y
latinas, sobre todo la que llaman Vulgata. Es conveniente también el fomento del
estudio de los Santos Padres del Oriente como del Occidente, y de las sagradas liturgias.