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UN HOMBRE QUE
SABE BAILAR
ÍNDICE
Capítulo 1...........................................................3
Capítulo 2...........................................................9
Capítulo 3.........................................................17
Capítulo 4.........................................................25
Capítulo 5.........................................................32
Capítulo 6.........................................................38
Capítulo 7.........................................................45
Capítulo 8.........................................................51
RESEÑA BIBLIOGRÁFICA......................................58
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CATHY MAXWELL UN HOMBRE QUE SABE BAILAR
Capítulo 1
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CATHY MAXWELL UN HOMBRE QUE SABE BAILAR
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para una fiesta que se celebraría dentro de cuatro días. La fiesta se daba
en honor de la señorita Lucinda Whitlow con el explícito objetivo de
presentarla a todos los buenos partidos de Edimburgo.
Blair se inclinó acercándose a él.
—El comandante de la guarnición desea ver casada a su hija. Corre el
rumor que quiere ir a la India a buscar fortuna, pero que no desea exponer
a su bellísima hija a las fiebres y peligros de los trópicos. La quiere casada
enseguida y el hombre que ella elija en la fiesta recibirá una dote
magnífica por sus esfuerzos —Le quitó la invitación a Graham—. Yo seré
ese hombre. Nadie en todo Edimburgo es mejor bailarín que yo.
Graham se quedó mirando la sonrisa presuntuosa en la cara de su
primo. Era cierto. Blair era un buen bailarín. No obstante…
—No va dirigida sólo a ti —dijo Graham— “Todos” los buenos partidos
de la casa del tío Edward están invitados.
—¿Y tú crees que eso te incluye? —preguntó Blair con una risotada,
sonido que repitió Cullen, e indicó—: Por “caballeros”, el comandante de la
guarnición no se refiere ni a curanderos ni a médicos —Con el bastón
golpeó el costado del maletín de instrumentos de Graham—. ¿Llevas ahí
tus taladradoras y serruchos, primo? ¿Ya has cortado algún cuerpo esta
mañana y jugado con sus entrañas?
En el pasado, Graham siempre había ignorado las pullas de Blair. Pero
hoy no.
Hoy, algo dentro de Graham reaccionó. Después de años de ser la
víctima de sus burlas, estaba decidido a poner a Blair en su lugar.
Y además, su sentido del honor no podía permitir que la señorita
Whitlow acabara con un hombre tan cobarde y tan perezoso como Blair.
Ella se merecía algo mejor.
Graham miró de frente a su primo.
—Voy a ir a la fiesta —Se dio la vuelta para ir hacia la casa, pero Blair
se interpuso en su camino rápidamente con los ojos entrecerrados y
furiosos.
—No te pongas en ridículo, primo.
—No me pondré —contestó Graham con seguridad.
Blair soltó un bufido.
—Avergonzarás a la familia. Nunca has ido a una fiesta. ¿Qué te
pondrás? ¿Ese traje vulgar que llevas ahora? —Se rió—. Supongo que ni
siquiera sabes bailar.
—Aprenderé —Graham rodeó a Blair y continuó caminando hacia la
casa.
—Harás el ridículo —prometió Blair. Las palabras bruscas
reverberaron en la calle que de repente había quedado silenciosa.
Graham se detuvo y se dio la vuelta. La discusión tenía público. Los
mozos de almacén, todos ellos hombres a los que conocía y que le
respetaban, estaban mirando, al igual que los vecinos, con los ojos muy
abiertos ante la suerte inesperada de ser testigos de un chisme
escandaloso.
Incluso el tío Edward estaba allí. Había salido del almacén con la
peluca marrón algo ladeada.
El orgullo se impuso. Durante años había vivido como el asalariado de
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su tío, pero ahora era un hombre, un hombre con una profesión. Graham
se enderezó con toda su altura.
—La señorita Whitlow será mi prometida.
Blair sonrió ampliamente y se colocó las manos en las caderas.
—¿Te gustaría apostar algo? —preguntó con suavidad.
—¿Apostar?
Blair se pavoneó al avanzar.
—Apostaré diez monedas de oro a que conquistaré la mano de la
señorita Whitlow.
—¿Tú? —Graham puso todo el desprecio que sentía por su primo en
aquella palabra.
—Sí, yo —Abrió los brazos, como un mago demostrando que no
ocultaba ningún truco—. ¿Y tú, primo? ¿Eres lo bastante “caballero” para
aceptar la apuesta? ¿O dudas de tus capacidades con las damas?
Cualquier otro día Graham hubiera huido de estas tonterías, pero hoy
no. Consciente de los espectadores, preguntó:
—¿Y qué esperas de mí a cambio? Sabes que no tengo oro.
—Yo cubriré la apuesta por ti —dijo el tío Edward. Todos los ojos se
giraron, muchos de los que estaban allí se quedaron asombrados de que
un padre apostara en contra de su único hijo. A fin de cuentas, todos
sabían que sir Edward mimaba en exceso a Blair.
Demasiado tarde, Graham tuvo un mal presagio.
—¿Y cuáles son tus condiciones, sire?
El tío Edward sonrió con benevolencia.
—Lo hago en bien de mi alma —dijo.
—¿Pero si no gano…? —aguijoneó Graham.
—Ah, bien —El tío Edward lo consideró unos momentos y luego
propuso—: Si no ganas, puedes pagar la apuesta trabajando en mi
empresa como has hecho hasta ahora.
Graham titubeó. Le llevaría años pagar una deuda así. Y aún así…
recordó el momento de conexión entre la señorita Whitlow y él. Hasta el
aire había vibrado con aquel poder. Ella se había sentido tan atraída como
él. Incluso el alma se lo gritaba.
Observó a su tío.
—Necesitaré las ropas de un caballero.
—Mi sastre personal te atenderá —contestó el tío Edward—. Si ganas
la apuesta, el abrigo nuevo será mi regalo de bodas.
Y si perdía, Graham no dudaba en lo más mínimo que el precio se
añadiría a la deuda.
Dudó sólo un instante.
—Acepto la apuesta —Se oyó decir a sí mismo casi como en un sueño.
En este momento se puso en manos del destino. Ni siquiera el peso del
maletín de médico y de los instrumentos podía desalentarle.
Los mozos de almacén se pusieron a aplaudir. Los vecinos los
desafiaron y se cruzaron apuestas amistosas, y toda la calle volvió a la
vida.
—¿Y si ninguno de los dos consigue la mano de la muchacha? —
preguntó el viejo Nate, uno de los mozos de almacén. Todos se callaron
para escuchar.
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Capítulo 2
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era una luz en su monótona vida. Era uno de los pocos hombres en los que
confiaba. Y pensaba que lo sabía todo de él.
Obviamente no.
—¿Enamorado? —Repitió la palabra, y, cautelosa, preguntó para
asegurarse—. ¿Estabas "enamorado" esta mañana cuando nos hemos
visto en el desayuno?
—No. Pero ahora lo estoy, Sarah, y tú eres mi única esperanza —Le
cogió las dos manos—. Tienes que enseñarme a bailar.
A ella le era imposible seguir su línea de razonamiento.
—¿Por qué?
—Porque no sé —le contestó él muy serio.
—Sí —estuvo ella de acuerdo—. Por lo general es el motivo por lo que
la gente necesita lecciones de baile —Movió la cabeza. Nada de lo que él
decía tenía sentido, y tampoco quería considerar las implicaciones que
tendría para sí misma. Si él estuviera enamorado…
Cogió la manilla de la puerta que estaba detrás de ella.
—Hablaremos de ello más tarde. Tengo que volver con las gemelas —
Y tal vez, mientras tanto, él recobraría el juicio. Rezaría por ello.
Graham le cubrió la mano que tenía en la manilla con la suya y abrió
la puerta, aplastando a Sarah entre su cuerpo y el marco de la puerta de
una manera que la hizo sonrojar, y dijo:
—Jean, Janet, dejad vuestras pizarras en el escritorio de la señorita
Ambrose y corred a ver al ama. Creo que tiene té con melaza para
vosotras.
No tuvo que decirlo dos veces. Las niñas obedecieron de inmediato,
dejando las pizarras en el escritorio con un fuerte estrépito.
Sarah soltó un sonido de exasperación y se escabulló por la puerta
para hacer que regresaran, pero no llegó a tiempo. Janet ya salía por la
puerta después de su hermana y, con un portazo, la cerró tras ella.
Sarah se giró hacia Graham.
—¿Por qué has hecho esto? No son buenas estudiantes ni en las
mejores circunstancias y, ahora, no conseguiré nada de ellas en el resto
del día.
—Bien —contestó él, feliz—. Entonces tienes tiempo para empezar a
enseñarme a bailar.
Ella se quedó mirando aquellos ojos verde claro que había creído que
conocía tanto como sus propios ojos grises y comprendió que se había
convertido en un extraño. Aquel pensamiento era inquietante, al igual que
la reacción de su estómago que le había dado un vuelco ante la
declaración del hombre de que estaba… "enamorado".
—Esto es repentino. Demasiado repentino —admitió ella. Él siempre
estaba demasiado dedicado al trabajo y a sus estudios para preocuparse
por frivolidades—. Quiero decir que anoche esperabas el día de hoy
porque el señor Fielder iba a dar por finalizado tu aprendizaje.
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del rechazo se cernían sobre ella. Graham era el primer hombre con el que
había hecho amistad en años. Quizá, porque él era varios años más joven,
ella no había temido acabar enamorada.
Sin embargo, debido a esa amistad, tenía que hacerle entrar en
razón. Con mucho cuidado escogió las palabras.
—Esta apuesta… podría arruinarte la vida —se calló durante unos
instantes; necesitaba hacerle entender, pero era reacia a confesar su
nefasta experiencia—. Como institutriz, he vivido en diferentes casas.
Tengo experiencia en observar la experiencia humana —Se agarró al
borde de la mesa con tanta fuerza que los nudillos se le quedaron blancos
—. Una vez que la primera ilusión del amor se desvanece, y se desvanece
con rapidez, Graham, créeme, lo que queda en su lugar no es lo que uno
espera.
La tensión de él cedió un poco.
—Hay una conexión entre la señorita Whitlow y yo. Es algo especial.
—Graham, y qué pasará si ganas y te ves obligado a casarte con esa
joven…
—La deseo con todas mis fuerzas.
Sarah soltó el escritorio, dando un golpe sobre él para remarcar las
palabras.
—¿O lo que no deseas es que la tenga Blair?
Graham movió la cabeza a un lado como si ella lo hubiese golpeado.
Sarah cerró los ojos. No era propio de ella el arremeter de esa manera.
—No hace falta que me ayudes, Sarah.
Aquellas palabras le atravesaron el corazón. Abrió los ojos. Él iba
hacia la puerta. Cogió la manilla.
—Y sí, estoy cansado de hacer de criado. Si bailar para pedir la mano
de una mujer es la manera de lograr que mi tío y mi primo me respeten,
entonces bailaré —Abrió la puerta.
—Graham…
Él se detuvo, esperando.
Sarah apretó los puños. No sabía que decir. Pero antes de que su
mente pudiera formar las palabras para hacer las paces, Betty, la
descarada criada del piso de arriba llamó a Graham, excitada.
—Señor McNab, le he estado buscando. ¿Qué es eso que he oído
sobre una apuesta y un baile?
Betty apareció en la entrada, con una enorme sonrisa feliz en la cara
y moviendo las caderas con descaro. Llevaba la faja tan apretada que
daba la impresión que los pechos, que parecían dos enormes colmenas en
movimiento, iban a explotar.
Graham se vio obligado a dar un paso atrás dentro del aula para no
ser atropellado.
—Dicen que la hija del comandante de la guarnición casi se ha caído
del caballo cuando lo ha visto —gorjeó Betty con suavidad—. Y desde
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Capítulo 3
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Todos los criados estaban allí, Cook, Bailey, los criados de abajo y del
jardín, la ayudante de cocina, y hasta los mozos de almacén.
Graham estaba de pie, delante de todos. Se había aflojado el cuello y
ya no llevaba el abrigo marrón de lana. Betty le rozó los hombres con sus
pechos colmena cuando se acercó a él para decirle algo. La criada
también se había cambiado de peinado, dejando que le cayera suelto
hasta la cintura como una brillante cortina.
Por suerte, cuando Sarah entró en la sala, Graham se alejó de los
insistentes pechos de Betty y la saludó.
—Esto se ha llenado de gente. Han venido para verme aprender a
bailar.
—¿Para verle, señor McNab? —Sarah frunció el ceño. Como institutriz
rara vez se mezclaba con los otros criados. No era apropiado—. Bueno,
pues no pueden —dijo con firmeza. Se dirigió a Bailey—. Deben irse
enseguida. ¿Qué dirá sir Edward cuando vea todas las velas de las casa
encendidas?
—Son los cabos de las velas —dijo la cocinera con su cerrado acento
del norte—. Se han ido guardando. Además el amo estará fuera varias
horas. Hasta que vuelva podemos hacer lo que deseemos —Calló durante
unos segundos—. Y digo yo, señorita Ambrose, ¿ha cambiado algo en su
aspecto? —dijo al final con su mirada de águila clavada en el pecho de
Sarah.
—No llevo las gafas puestas —contestó Sarah remilgadamente,
girándose un poco para evitar que se fijaran en su pecho. Tal vez había
exagerado un poco.
—El cabello —dijo Graham con afecto—. Se ha cambiado de peinado.
Me gusta el nuevo estilo, señorita Ambrose —Se dirigió a ella con toda
formalidad delante de los criados—. Pero echo de menos las gafas —
añadió en voz baja.
Su respuesta la conmovió. Y se preguntó que hubiera dicho él si
hubieran estado solos.
El momento se echó a perder por culpa de Betty la descarada.
—Pues yo creo que ella ha cambiado algo más que las gafas.
Las otras criadas empezaron a soltar risitas. Se habían dado cuenta
del pecho, pero de repente a Sarah no le importó.
—¿Cómo sabían todos ustedes que íbamos a dar la clase de baile
aquí?
Contestó Betty.
—Usted se lo ha dicho al señor McNab delante de mí. Yo se lo he
dicho a Cook, Cook se lo ha dicho al señor Bailey, y el señor Bailey se lo ha
dicho a los demás.
—Ya veo —dijo Sarah—. Bueno, no creo que el señor McNab necesite
auditorio para las clases de baile. Bailey, ¿puede acompañar a todos a la
puerta, por favor?
Bailey era un hombre con el pelo cano que había aprendido el oficio
en Londres. Su opinión tenía una gran influencia en la casa.
—Señorita Ambrose, con el debido respeto, ¿qué daño podemos hacer
al quedarnos? Queremos ayudar al señor McNab.
—No me lo diga. Usted también ha apostado —dijo Sarah.
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los criados?
—Soy médico. Eso es lo que hago —dijo, encogiéndose de hombros—.
Además, no creí que te interesara.
Aquella respuesta la sorprendió.
—¿Por qué no?
Él le dirigió una mirada divertida.
—Sarah, tú ya tienes a las gemelas para preocuparte. Lo último que
querrías sería escuchar mi inquietud por un niño con fiebre.
Unos cuantos detalles encajaron en su sitio, aquellos momentos en
los que parecía preocupado.
—Te hubiera escuchado —dijo ella—. Soy tu amiga.
Él levantó una ceja, pero ella no dio más explicaciones. Por algún
motivo, las palabras no habían sonado exactamente como las había
querido decir.
Por suerte, se libró de examinar sus motivos con más atención por el
último compás de la música. El baile había terminado. Había llegado la
hora de lanzar a Graham al ruedo.
Le cogió la mano y empezó la fila. Betty dio un paso al frente.
—Estaría encantada de bailar con el señor McNab, mientras usted
marca los pasos, señorita Ambrose.
—Bailaré yo con él —afirmó Sarah—. Es mejor que yo le guíe la
primera vez.
Betty frunció los labios. Por un momento, Sarah se temió que la
criada la acusara de querer guardarse a Graham para ella, y tendría razón.
Sarah no quería compartirlo. No con una mujer con el pecho y la relajación
moral de Betty.
Betty entrecerró los ojos con aquella mirada de estar al tanto de todo,
y Sarah se preparó para el enfrentamiento, pero en ese momento Graham
salvó la situación.
—La señorita Ambrose es mi profesora, Betty —aclaró y a la criada no
le quedó más remedio que volver, con mucho movimiento de caderas, a
su lugar frente a Nate.
Sarah intentó ocultar un parpadeo de triunfo, sin mucho éxito. A fin
de cuentas, Graham la había elegido a ella.
—Empezaremos otra vez. Bailey y Cook primero, como antes.
—Tenga cuidado —le susurró Cook—. Puede salirse del corpiño con
los movimientos y por todo ese relleno que lleva ahí dentro.
Sarah se quedó con la boca abierta, consternada, pero estaba de tan
buen humor que al cabo de un momento empezó a reír. Cook también se
puso a reír.
—Es usted algo insólita, señorita Ambrose. Nunca me lo hubiera
imaginado.
—Y usted es algo pícara —respondió Sarah. Las dos habían hablado
entre ellas en muy contadas ocasiones. Graham y Bailey les preguntaron
qué era tan gracioso, pero Cook y Sarah ahora eran cómplices y no
contarían nada.
Empezó el baile. Sarah y Graham serían los últimos. Ella marcaba los
pasos para Graham mientras los demás hacían los giros esperando que él
cogiera el ritmo. Graham fue incapaz. Sarah nunca había visto algo
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parecido. Los ojos del hombre brillaban de placer por la música. Inclinaba
la cabeza al ritmo adecuado pero el resto de él iba por su cuenta, y
cuando giró quedó en el centro.
Graham le agarró las manos con tanta fuerza que le hizo daño,
levantó los pies y siguió con la peor imitación que había visto en su vida
de un chaine anglaise o incluso de una "persecución a una dama". Había
mostrado más gracia cuando la había hecho girar en el aula. Ahora él iba
dando tumbos de arriba a abajo, moviendo los pies sin orden ni concierto
y ella se vio en apuros para no ser pisoteada.
Iban dando zapatazos a izquierda y derecha. Los otros bailarines
fueron apartándose del camino de Graham y deteniéndose; al final, hasta
el violinista dejó de tocar mirando boquiabierto los pasos de baile de
Graham.
Y lo que era peor aún, Graham estaba tan absorbido por aquellos
pasos de su propia invención, que le costó un poco darse cuenta del
silencio. Se detuvo.
—¿Qué? ¿Pasa algo? ¿Por qué no están bailando? ¿Sarah?
Levantando una mano, Sarah lo hizo callar, necesitaba un momento
para recuperar la respiración. Fuera lo que fuese lo que Graham había
estado haciendo, lo había hecho con mucha energía.
—Lo estabas haciendo bien —mintió ella—. No ha estado mal por ser
la primera vez.
—¿Pero? —la apremió él.
Betty se rió con disimilo y Sarah decidió hablar con claridad.
—Has de fijarte más donde colocas los pies. Todos los principiantes
tiene este problema —añadió con rapidez—. Lo solucionaremos. Bailey,
póngase a un lado del señor McNab. Nate, póngase al otro lado.
Repasaremos los pasos poco a poco. Sólo los hombres.
—¿Quiere que toque, señorita Ambrose? —preguntó el violinista.
—La primera vez contaremos los pasos. Cuando haya cogido el ritmo,
añadiremos la música —Sarah estaba segura que sería fácil corregir el
problema de Graham.
Empezó a contar.
—Pie derecho, y abajo y uno… dos… tres —Repitieron los pasos varias
veces y todo parecía ir bien, pero al añadir la música y el ritmo ya fue una
historia diferente. Graham le pegó un pisotón a Bailey.
El mayordomo se retorció de dolor y soltó un gemido.
—Lo siento —barbotó Graham. Retrocedió y sin querer le dio un
codazo a Nate en el estómago.
Al mozo de almacén le salió el aire que tenía en el cuerpo con un
silbido.
Bailey fue cojeando hacia una silla para sentarse.
—Estoy bien, señor McNab. No creo que tenga nada roto.
—Yo… no… me encuentro… muy bien —dijo Nate, respirando con
dificultad.
—Déjame ver —le pidió Graham, pero Sarah le agarró por el codo y le
hizo volver a su sitio.
—Los examinarás después —dijo, mientras Nate recuperaba el aliento
y Bailey empezaba a mover el pie—. No tenemos tiempo que perder. Sir
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Capítulo 4
Sarah se giró con rapidez para quedar frente a sir Edward. Graham se
puso de inmediato a su lado… pero todos los demás dieron un paso atrás.
Una de las fregonas incluso se escondió muerta de miedo tras la silla en la
que Bailey estaba sentado.
Sir Edward entró en la sala con pasos lentos y mesurados. Blair se
quedó detrás balanceando el bastón, y con el sombrero colocado de forma
arrogante. El padre se detuvo delante de Sarah y Graham.
Bajo el escrutinio de sir Edward, Sarah se recordó que no tenía por
qué sentirse culpable, y no obstante se sentía como un niño agarrado con
las manos en el tarro de miel.
Graham dio un paso adelante protegiéndolos a todos.
—Me están enseñando a bailar.
—Ummmhmmmm —Sir Edward apartó los ojos de Graham para mirar
hacia donde Bailey estaba sentado y luego hacia Cook y los demás. Se
tomó su tiempo, estudiando a cada criado con suma atención y pasando al
siguiente sólo cuando quedaba satisfecho al ver cómo se retorcían de
miedo. Dejó a Sarah para el final.
Ella se negó a acobardarse. Era una institutriz, no una criada.
—Señorita Ambrose, ¿valora en algo trabajar para mí?
—Tío… —empezó a decir Graham, pero Sarah le interrumpió.
—Sí, sir Edward —contestó entrelazando las manos para que él no se
diera cuenta que le temblaban.
—Entonces será mejor que deje de organizar reuniones con los
criados para cosas tan tontas como el baile o se reunirá usted conmigo en
la biblioteca.
A Sarah le dio un vuelco el corazón. Para lo único que sir Edward
llevaba a un empleado a la biblioteca era para despedirlo.
—Tío, ha sido cosa mía —dijo Graham con severidad—. No culpes a
Sarah.
Sir Edward se quedó mirando a su sobrino durante unos momentos.
Esto siempre era una guerra de voluntades y nunca se sabía quién sería el
vencedor. Esta vez fue sir Edward quién apartó primero la mirada.
—Muy bien —murmuró el hombre mayor—, en ese caso te aconsejo
que dejes de incitar a los criados o me veré obligado a pedirle a la señorita
Ambrose que deje su trabajo.
Graham tensó la mandíbula.
—No puedes hacerle responsable de mis acciones.
—Puedo y lo haré —contestó sir Edward—. Puede retirarse, señorita
Ambrose.
Graham abrió la boca para protestar, pero Sarah le tocó ligeramente
el brazo en señal de advertencia. No saldría nada bueno de un
enfrentamiento continuo. Con una inclinación de cabeza se deslizó entre
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los hombres y fue hacia la puerta. Al pasar ante Blair, él se quedó mirando
con lascivia la curva expuesta del pecho. Ella hizo una mueca de
repugnancia que él no notó al no levantar la mirada en ningún momento.
¡Hombres!
Sin embargo, una vez fuera, en el oscuro vestíbulo, Sarah se rebeló.
No iba a irse a su habitación como una niña castigada. En vez de eso, se
metió en un rincón y se escondió en las profundas sombras, decidida a
esperar a Graham. Una vez allí se dedicó a condenar mentalmente el
despotismo de su patrón.
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tuviera con su primo tenía un precio muy alto… quizás no para él, pero sí
para alguien a quien apreciara. Por ese motivo solía reprimirse.
Pero aquel acto de Blair de limpiar la sangre de otro hombre en la
pierna de Graham sin ningún cuidado o preocupación por el coste de una
vida humana fue como un sacrilegio que le ofendió el alma. Agarró el
brazo de Blair por la muñeca con un control férreo.
—Vosotros podéis retiraros —ordenó Graham a los criados, con la
mirada clavada en Blair.
No tuvo que repetirlo. Todos se dispersaron con rapidez.
La cara de Blair se ruborizó e intentó acercar la hoja a la pierna de
Graham. Blair era fuerte, pero su primo lo era aún más. Graham lo apartó
con tal fuerza que Blair trastabilló hacia atrás, pero recuperó el equilibrio
con rapidez y levantó la espada, dispuesto a clavársela al otro hombre.
Graham se negó a retroceder y miró a Blair a los ojos.
—Traspasar a un hombre desarmado con la espada no es algo de lo
que puedas jactarte —le dijo—. Creo que se llama asesinato.
—No me tientes, primo.
—Pues no me hagas enfadar —respondió Graham sin alterarse—. Eres
valiente cuando tienes tus juguetes en las manos —señaló la espada-
bastón—. Pero incluso así, yo podría aplastarte. He aprendido la técnica
para salvar vidas. En contraposición, también he aprendido como
tomarlas. Quizás deberías pensar en ello, “primo” —Observó cómo sus
palabras empezaban a abrirse camino.
Su primo retrocedió.
—No lo harías. No tienes esa clase de coraje.
—¿Es que crees que hace falta coraje para matar a alguien? —A
Graham le era imposible imaginar aquel concepto—. Somos mucha más
diferentes de lo que creía —dijo con tristeza.
—Sí, uno de los dos trabaja y el otro es un caballero.
—Uno de los dos salva vidas, y el otro las toma —rebatió Graham.
La sonrisa arrogante volvió al rostro de Blair.
—Entonces somos un equipo —alardeó. Bajó el bastón y envainó la
espada—. Excepto en que yo sé bailar —añadió una última burla. Dio un
par de pasos de baile mientras se dirigía hacia la puerta—. Buenas noches,
primo. Mañana salgo a montar con la señorita Whitlow. Te saludaremos
cuando pasemos por tu lado —Su risa todavía se oía cuando desapareció
en la oscuridad del pasillo.
Graham se quedó mirando por donde se había ido y se sintió
atrapado. ¿A qué trato diabólico había accedido? En estos momentos
apenas recordaba el aspecto de la señorita Whitlow, aparte que era muy
bella, y aún así había estado de acuerdo en aquella maldita apuesta con
Blair para conseguir su mano.
Sarah había tenido razón al sospechar de sus motivos.
Durante años se había visto obligado a tragarse el orgullo y ver como
su primo amenazaba e intimidaba a otros. Se había sentido halagado por
el marcado interés que había mostrado por él la señorita Whitlow y había
querido superar a Blair. Era su única excusa para aceptar una apuesta tan
impulsiva.
Era un auténtico idiota.
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más grande que el trabajar para tu tío unos cuantos años más.
Él consideró aquellas palabras. Sarah tenía razón.
—Vas a ir a la fiesta —le dijo ella, convencida—. Serás el hombre más
guapo…
—¿Más guapo? —preguntó él en broma, intentando desviar su
atención. Su situación era desesperada. ¿Es que Sarah no se daba cuenta?
—Seguro que sí —contestó ella con seriedad—. Vas a encandilar a la
señorita Whitlow, conquistarás su corazón, y la salvarás de un animal
como Blair Brock. Y después, serás el médico más importante de toda
Escocia. Tendrás una vida noble y fructífera y yo me sentiré orgullosa de
conocerte.
Una llama de esperanza se encendió dentro de él. Aquella tarde,
primero con la entusiasta alabanza del señor Fielder sobre su capacidad
de ser un buen médico y luego con el encuentro con la señorita Whitlow,
Graham, durante un momento, se sintió capaz de todo. Sarah había tenido
razón sobre sus motivos. Ella leía en su corazón mejor que él. Sería tan
fácil rodear a Sarah con sus brazos y dejar que ella…
—Pero soy incapaz de bailar —dijo él de forma tajante, y se dirigió
hacia el siguiente candelabro.
Ella le bloqueó el paso y le puso la mano en el pecho.
—Bailarás cuando yo haya acabado contigo. Todos los caballeros
deberían saber bailar, y tú eres un caballero, Graham. Eres el hombre más
valiente y más noble que he conocido —y añadió en un tono más suave—.
Y mi amigo. No voy a abandonarte. No he tenido muchos amigos durante
los últimos años y tu amistad es muy importante para mí.
Graham le cubrió la mano con la suya. De forma instintiva, los dedos
de la mujer se entrelazaron con los de él, en una muestra de confianza.
—Sarah, mi tío te despedirá si se entera que lo has desafiado con tu
ofrecimiento. No voy a permitir que salgas perjudicada por mi culpa.
Los ojos de ella se posaron en las manos unidas. Se soltó casi con
timidez.
—Naturalmente tendremos cuidado. Nadie ha de saber lo que
hacemos —Inclinó la cabeza mientras pensaba y el suave brillo dorado de
la luz de la vela, dejó ver unos reflejos rojos en su cabello. Qué extraño,
nunca antes había notado aquel color.
Ella alzó la vista y lo miró.
—Ven al aula mañana a medianoche.
—¿A medianoche?
—Sí, todos pensarán que, al igual que ellos, estaremos en nuestras
respectivas camas. En vez de eso, prepárate para aprender a bailar. Te
aseguro que soy tan buena dando clases de baile como enseñando a
bordar.
—Sarah…
Ella le cubrió los labios con los dedos.
—Nada de protestas. Vas a ganar la apuesta. Te lo prometo.
Sin darle tiempo a responder, Sarah se dio la vuelta y salió del cuarto
con un decidido movimiento de caderas.
Graham levantó la mano y se tocó la boca, allá donde ella le había
puesto los dedos. Los labios le hormigueaban. ¿Es que Sarah no se daba
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—No nos han presentado —dijo ella con una voz ronca y musical.
Graham se inclinó.
—Soy Graham McNab, médico —pronunció su título con orgullo.
—He oído hablar de usted, señor McNab. Dicen que tiene un don para
curar. El mes pasado, usted y el señor Fielder fueron a visitar a mi criada.
Cuando mi padre pagó al señor Fielder, el doctor dijo que fue usted que la
había curado de la enfermedad que la aquejaba.
—Intento hacer todo lo que puedo, señorita Whitlow. Dios también
tuvo algo que ver.
Ella le ofreció una sonrisa radiante, que hizo que sus dientes, blancos
e impecables, destellaran bajo la luz del sol.
—También me han informado que asistirá usted al baile de mi padre.
Aprecio mucho a mi criada, señor. Reservaré el primer baile para usted.
Detrás de ella, él se dio cuenta de la frustración y la envidia que
asomaba a los rostros de todos los pretendientes, y en Blair más que en
los demás. Nate, que estaba haciendo rodar un barril de melaza hacia el
almacén, oyó por casualidad el honor que se le otorgaba. Dando un suave
silbido se alejó con rapidez para decírselo a los demás, dejando el barril en
la calle.
Graham no sabía bien lo que sentía. El repentino honor y la envidia en
la mirada de los otros hombres le dejaron un poco aturdido. Por suerte, la
señorita Whitlow no parecía esperar una respuesta. Le dio al caballo con
los talones y volvió al camino. Sus pretendientes se amontonaron
alrededor de ella, excepto Blair, que contempló a Graham sin disimular su
odio.
Graham se giró y se fue.
Más tarde, diez minutos después de la medianoche, llamó a la puerta
de Sarah, preparado para una lección de baile.
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Capítulo 5
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ese asunto de la jovencita Whitlow se acabara ya. Todos estos duelos van
a enfurecer a mucha gente.
—El asunto se acabará cuando me deshaga de Dumfries. Nadie, ni
siquiera ese presumido capitán se interpondrá en mi camino —Levantó la
voz para añadir—. Ni mi primo.
El silencio siguió a aquellas palabras. Sarah se imaginaba a Blair
esperando a ver si había alguna reacción a su jactancia. Aguantó la
respiración…
Y se sobresaltó por el sonido de un ronquido que salía de debajo de
su cama. Era demasiado fuerte para ser natural. Graham lo había hecho a
propósito.
Blair y Cullen sofocaron las carcajadas.
—¿Has oído eso? —susurró Cullen entre risas—. La institutriz ronca
más fuerte que mi caballo.
Nuevas carcajadas siguieron a aquella declaración. Temblando de
indignación, Sarah logró resistir el impulso de agarrar a Graham y sacarlo
de malos modos de debajo de la cama.
—Vamos —dijo Cullen—. Dejemos dormir a la institutriz.
El ruido de las botas alejándose y el sonido de una puerta que se
cerraba indicaron que los dos hombres habían salido del aula.
Sarah no perdió el tiempo. De barriga, se inclinó por un lado de la
cama en el momento en que Graham se deslizaba de espaldas saliendo de
allá abajo. Ella le impidió que siguiera moviéndose poniéndole una mano
en el pecho.
—Ahora creen que ronco —le acusó.
Él se rió en silencio, mostrando los dientes blancos en la oscuridad.
—El que ronques o no, no tiene importancia. Quería desviar su
atención.
Ella le agarró la camisa con el puño.
—Me importa a mí.
Un destelló apareció en los ojos de Graham.
—Entonces haré correr el rumor de que no roncas.
Sarah echó hacia atrás.
—¡No! Tal como es la gente, se preguntará como ha llegado hasta ti
esa información.
—Y tú tendrás que decirles que estaba debajo de tu cama.
Ante la mirada indignada de ella, Graham se rió y se sentó. Las
narices de los dos quedaron a unos centímetros de distancia. La irritación
de Sarah se evaporó. Estaban tan cerca que era como si respiraran el
mismo aire.
Ella no se apartó.
Y él tampoco.
—¿Has estado enamorada alguna vez? —le preguntó él.
Sarah retrocedió un poco, sorprendida por la pregunta… y luego
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Capítulo 6
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Y fue un desastre.
Las caderas de Graham chocaron contra las suyas de la forma más
íntima posible. Estaba dando los pasos tan largos que casi la hace
tropezar. Fue una comedia de equivocaciones.
Graham y Sarah se apartaron como si fueran los mismos polos de dos
imanes que se repelían. Durante un segundo se quedaron mirándose
aturdidos antes de estallar en carcajadas y doblarse por la risa. Se reían
con tanta fuerza que tuvieron que sostenerse el uno al otro.
Ella consiguió hacerle callar temiendo despertar a toda la casa.
—¿Lo intentamos otra vez? —preguntó él cuando pudo volver a
respirar con normalidad—. Creo que casi lo tengo.
Sarah sofocó los hipos por la risa llevándose la mano a la boca e
intentó ponerse seria.
—Sí, vamos a intentarlo otra vez, y ya verás como va bien —Se secó
las lágrimas de los ojos—. Lo mismo, pero no de la misma forma.
Las horquillas se le habían soltado entre el baile y las risas. Con
movimientos eficientes, se recogió el pelo y empezó a trenzarlo.
—No, déjatelo así —le dijo él—. Ya te dije anoche que me gusta
suelto. Tienes un pelo precioso, Sarah.
El cumplido la dejó sin aliento. La atmósfera del cuarto pareció
volverse íntima, muy íntima. A Sarah le dio miedo darle un sentido a
aquello donde no había ninguno y decidió que la mejor manera de
manejar el asunto era actuar como si todo fuera normal… aunque el
corazón le galopara en el pecho.
Se puso de espaldas.
—¿Listo? —Era la única palabra capaz de pronunciar con voz firme.
Él se puso tras ella, quedándose tan cerca que notó el calor que
irradiaba su cuerpo. Esta vez, Graham le colocó las manos en la cintura
con una seguridad muy masculina… pero Sarah no se apartó.
—Uno… Dos… Tres —dijo ella y empezó a tararear, casi
atragantándose con la melodía cuando sus nalgas se movieron
sugestivamente contra la entrepierna de él. Sarah no era ninguna ingenua
colegiala que no comprendía lo que pasaba entre hombres y mujeres.
Graham estaba muy excitado.
Y ella también.
Los dos se movieron, esta vez en armonía. Un paso a la derecha, un
paso a la izquierda.
—Ahora el “chassis” —susurró ella.
—¿Quieres decir el “salto con un pie”? —preguntó él
sorprendentemente cerca de su oído. El sonido de su voz vibró en todas
sus terminaciones nerviosas.
Sarah no confió en sí misma para contestar. En vez de intentarlo dejó
de pensar por completo. Se permitió relajarse en sus brazos y durante
algunos momentos fingió que eran más que amigos.
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Capítulo 7
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—Dijisteis que estaba tan apuesto, que quise verlo —Se obligó a
sonreír.
La cara de Jean se puso triste.
—Ha llegado tarde. Ya se ha ido. Blair también estaba guapo. Incluso
padre tenía mejor aspecto. Se ha comprado una peluca nueva. Blair
también.
—Entonces siento no haberlos visto —dijo Sarah. Les pasó una mano
por el brillante pelo rojizo y luego les dio un beso a cada una—. Vamos.
Será mejor que os metáis en la cama antes de que vuelva la niñera,
¿verdad?
—De acuerdo —contestaron las dos al unísono y corrieron a la cama
para ver quién era la primera en acostarse bajo las mantas.
Sarah las siguió, incapaz de hablar. Echaba de menos a Graham. Él
iría al baile y conquistaría a la señorita Whitlow tal como Sarah había
predicho… y el mundo para ella seguiría como antes. Besando a los hijos
de otras personas. Vivienda en casas de otros. Durmiendo sola en una
cama fría…
—¿Señorita Ambrose?
—¿Sí, Janet? —contestó, distraída.
—Si tanto le gusta Graham como para estar triste, ¿por qué no le ha
impedido ir al baile?
Sarah no supo que decir.
—Bueno, porque… él —calló un momento—. Porque él tenía que ir a
encontrarse con la señorita Whitlow.
—Pero él también parecía que estaba triste —dijo Jean—. Janet y yo
estamos convencidas. Se quedó mirando su ventana como si deseara que
estuviera usted allí para despedirse.
—¿Eso hizo? —Sarah encontró aquella información muy reveladora.
La enfermera, que había regresado, se rió desde la puerta.
—Venga a la cama —Le echó una ojeada a Sarah—. Son dos
pequeñas casamenteras. Siempre han creído que usted y el señor McNab
hacían una hermosa pareja.
—Son amigos —corrigió Jean.
—Sí, amigos —dijo la niñera jovialmente, acariciando la cabeza de la
niña.
—A los amigos se les puede amar —sentenció Janet.
—Ach, ella es mucho mayor que él —contestó la niñera de modo
significativo.
Jean alzó los ojos al techo.
—A Graham no le importa su edad.
Janet mostró su acuerdo asintiendo con la cabeza, entusiasmada.
—Graham ama a la señorita Ambrose.
La niñera desdeñó aquellos comentarios pero Sarah ya no escuchaba
lo que decían.
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principal. Una vez dentro, se movió con los demás hacia el salón de baile.
Los músicos estaban calentando y afinando las cuerdas.
A causa del objetivo del baile, las conversaciones que iba oyendo
Sarah al pasar entre los otros invitados se referían a los caballeros que
había en el salón. Cada vez que alguien mencionaba la altura de un
hombre, el corazón le daba un vuelco temiendo que hablaran de Graham,
al que todavía no había visto.
Y en ese momento:
—Oh, mira, la señorita Whitlow está yendo con su pareja a la pista
para el primer baile —susurró una matrona a otra—. ¿Verdad que son una
pareja muy atractiva?
Los abanicos se movieron con rapidez.
—Él es el más atractivo de todos.
Sarah se detuvo de golpe. Había llegado demasiado tarde. Graham ya
había llevado a la señorita Whitlow a la pista de baile. De todos modos,
volvió a avanzar, empujando a los demás. Tenía que verlo con sus propios
ojos. Le rompería el corazón ver como bailaba con otra mujer, pero no
podía pararse. La música empezó, y los acordes sonaron ahora dulces y
claros.
La melodía era para una cuadrilla. Su predicción había sido correcta.
Todos los ojos estaban puestos en la pareja que inauguraba el baile.
Un hombre corpulento y ancho de hombros impidió que Sarah pudiera ver
la pista de baile. Ella se movió. Él se movió. Se puso de puntillas pero el
hombre era demasiado grande. Por fin, frustrada, le dio un pellizco al
hombre, que dio un brinco y se apartó de su camino.
Ahora Sarah tenía una visión clara de la pista de baila y de la señorita
Whitlow… que bailaba con un oficial militar con peluca blanca.
No era Graham.
Con la mirada recorrió el salón. No lo veía. El corazón le latía con
pánico y alivio a la vez.
Hasta que vio a sir Edward. Blair, con su aspecto de matón, estaba a
al lado de su padre junto con sus compinches. La expresión bajo la peluca
blanca era peligrosa.
Sarah retrocedió y se mezcló con la muchedumbre antes de que
pudieran verla y la obligaran a irse. ¿Dónde estaba Graham?
Buscó en varios sitios —la librería, el comedor, la salita— pero no
estaba por ninguna parte. En aquellos momentos el baile estaba en todo
su apogeo. La gente iba moviéndose libremente por todas las estancias,
así que era posible que ella hubiera pasado cerca de Graham cien veces
sin haberse dado cuenta. En ningún momento lo había visto al lado de la
señorita Whitlow aunque Blair había sido su pareja en el segundo baile.
Algunas personas comentaron que era un hombre muy bien parecido. A
Sarah no podía importarle menos.
Al final, tuvo que admitir la derrota. Cuando vio que sir Edward se
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dirigía hacia ella para ir al comedor, comprendió que tenía que salir de allí
antes de que la descubrieran.
Una vez fuera, respiró el aire fresco de la noche y emprendió su
regreso a casa. El destino había decidido. Dudaba mucho que volviera a
reunir el coraje para admitir su amor. Quizás era lo mejor porque al menos
todavía conservaba el orgullo.
En la puerta se encontró con Bailey. El hombre había estado
disfrutando de una siestecita mientras esperaba a sir Edward. Ella le dio
las buenas noches, cogió una vela, y empezó a subir las escaleras.
Era mejor que todo hubiera acabado así, se dijo a sí misma. Se había
salvado de hacer el tonto… y a pesar de saberlo no se sintió mejor.
Todo estaba tranquilo en el cuarto infantil y el aula. Sus pasos no
hicieron ningún ruido en la gruesa moqueta. Abrió la puerta de su
habitación… y se detuvo en seco, sorprendida al ver una vela encendida.
Graham estaba allí.
Él se levantó de la silla en la que había estado sentado al entrar ella.
Durante un tiempo que parecieron años, se quedaron mirándose el uno al
otro.
Las gemelas habían tenido razón. El hombre era la imagen de la
perfección masculino con sus galas nuevas. El abrigo de terciopelo azul
marino y el encaje almidonado del cuello enfatizaban sus amplios hombros
y sus ojos color verde claro. No llevaba peluca como los demás, pero se
había recogido el cabello oscuro en una prolija cola atada con una cinta de
terciopelo negro.
—¿Dónde has estado? —le preguntó él.
—He ido a buscarte a casa del comandante de la guarnición.
—Me he marchado… antes del baile.
El corazón de Sarah empezó a latirle a un ritmo atronador.
—¿Por qué?
—Porque ella no es tú.
Las rodillas casi se le doblaron. Le daba miedo estar soñando aquellas
palabras.
—Pero Graham, ella es hermosa y yo soy más mayor que tú.
La maravillosa boca de Graham se suavizó con una sonrisa.
—Sarah —dijo él con suavidad, susurrando su nombre como una
bendición—. Nunca te he preguntado tu edad.
—Pero somos amigos.
—Sí… y seremos mejores amantes.
Su promesa derritió toda resistencia. Graham le cogió la mano.
—Te amo, Sarah. Quiero casarme contigo.
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Los golpes continuaron, pero Graham los ignoró. Lo que hizo fue
pasar el pulgar a lo largo de la línea de su sonrisa somnolienta.
—Buenos días.
—Buenos días —contestó ella susurrando.
—Hoy es un gran día.
Ella asintió.
—Y ha sido una gran noche —acabó él.
Ella lo abrazó con fuerza, deleitándose en la desnudez de ambos. Se
había convertido en una disoluta, una total disoluta. A lo largo de la noche
había descubierto en sí misma una criatura muy carnal. Graham y ella
eran unos amantes que se complementaban a la perfección.
—¡Señorita Ambrose! —Los golpes empezaron otra vez. Betty estaba
tocando a la puerta.
—Será mejor que contestes —le dijo Graham.
—Para decirle que se vaya.
—¿Señorita Ambrose? —llamó la criada otra vez.
—¿Qué pasa, Betty? —contestó Sarah, sonriendo al atrapar a Graham
con las piernas para impedir que saliera de la cama. Él le besó el pecho.
—¿Ha visto al señor McNab? —preguntó Betty—. Es una emergencia.
El señor Blair está en la sala. Se está muriendo. Desangrado. Hemos de
encontrarle.
Con un ágil movimiento, Graham se levantó de la cama y cogió los
pantalones de terciopelo. Sarah se sentó.
—Enseguida estará allá, Betty —anunció Sarah, mientras alargaba la
mano para buscar las gafas.
Se hizo un silencio.
—¿Él está “ahí”? —preguntó Betty—. ¿Con “usted”?
Graham se estaba poniendo la camisa y Sarah no vio ningún motivo
para contestar como se merecía tanto descaro.
—Sí. Teníamos una lección de baile.
Él pasó la cabeza por la apertura de la camisa, la miró a los ojos, y
sonrió antes de decir:
—Betty, ve a mi habitación y lleva a la sala mi maletín médico. Nos
encontraremos allá.
—Sí, señor McNab —contestó Betty. Ambos oyeron con toda claridad
el sonido de sus pasos cuando la criada se alejó corriendo por el pasillo.
—Debo ir —dijo Graham con serenidad. Se ató el pelo
descuidadamente con la cinta negra—. Más tarde le hablaré a mi tío sobre
nosotros. Primero permíteme que vea a Blair.
Ella asintió, pero luego se dio cuenta que no podía quedarse allí sin
hacer nada. Cuando él salió, se vistió con rapidez, se trenzó el pelo, y le
siguió.
Un reloj de la casa tocó las ocho. Sarah recordó que era domingo. La
niñera salió al pasillo todavía en camisón.
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pintura se tratara.
En el encabezamiento estaba impreso, Un hombre que sabe bailar,
sabe hacerlo todo bien.
Pero más abajo, había unas palabras escritas a mano: Pero un
hombre de corazón leal es el mejor bailarín de todos.
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RESEÑA BIBLIOGRÁFICA
CATHY MAXWELL
Cathy Maxwell se crió en Olathe, Kansas. Y como buena oriunda se
considera terca, leal e independiente (aunque sigue siendo muy crédula y
cae en todas las bromas que le hagas).
Considera que lo más peligroso que ha hecho en la vida ha sido
casarse al mes de conocer a su gran amor, Kevin (la hacía reír y estaba tan
guapo de uniforme…). Fue un buen matrimonio que duró veinticinco
años, lleno de risas y de respeto.
Cathy pasó seis años en la armada, trabajó en el pentágono,
colaboró con la inteligencia naval, dirigió una fábrica de relojes, fue
locutora local e incluso se dedicó a hacer trajes para el teatro local.
Directora, sastre, soldado, espía…
Empezó a escribir romance porque siempre había querido escribir un libro, y mientras
leía Fierce edén de Jennifer Blake supo que ese era el estilo que quería seguir. Piensa que lo
más importante de una novela son los caracteres de sus personajes, y así como un personaje
principal puede llevar en algún momento una trama débil, un personaje secundario jamás
puede llevar una trama importante.
Ahora vive en Virginia y se ha adaptado muy bien a la forma de vivir del sur (aunque
nunca será una buena cocinera). En este momento su familia la componen sus hijos, dos
perros, dos caballos y un gato. Lo que hace que tenga una vida muy ocupada.
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CATHY MAXWELL UN HOMBRE QUE SABE BAILAR
© 2001Cathy Maxwell
Título original: A Man Who Can Dance
En la antología In praise of younger men
Editorial original: Signet Books
ISBN original: 0451203801
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