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Reflexiones sobre el ecumenismo

Por José Miguel Arráiz

El Concilio Vaticano II en su decreto Unitatis Redintegratio define al ecumenismo como el


movimiento impulsado por el Espíritu Santo para restaurar la unidad de los cristianos. Exhorta
también a todos los fieles católicos a que “reconociendo los signos de los tiempos, cooperen
diligentemente en la empresa ecuménica”.

Define pautas muy claras para el movimiento ecuménico, las cuales por desconocimiento de muchos
católicos, son ignoradas logando efectos adversos y perjudiciales para la Iglesia, al punto que
muchos fieles terminan practicando una especie de pancristianismo sincrético contrario no solo al
espíritu sino a la letra misma del Concilio.

Que no es ecumenismo

A continuación coloco algunos ejemplos que algunos católicos poco formados confunden con
ecumenismo pero no lo es:

Caso número 1: Hace unos años una vecina tenía un círculo de oración en su casa. Al querer
participar del movimiento ecuménico invitó a participar a un grupo de evangélicos. Se cuenta que las
oraciones –a las que llegaba a participar ocasionalmente algún sacerdote católico- eran “hermosas”.
Posteriormente el ambiente terminó enrarecido debido a las enseñanzas que se estaban predicando,
por lo que algunos católicos dejaron de asistir, otros sin embargo siguieron asistiendo. Hoy algunos
de esos católicos son protestantes y la vecina luego de acondicionar el garaje de su casa terminó
siendo la pastora de la Iglesia evangélica “El amor de Dios”.

Caso número 2: Scoth Hann (ex pastor presbiteriano) narra en su libro Roma Dulce Hogar su camino
de conversión a la Iglesia Católica:

“Fue duro, porque ella [aquí se refiere a su esposa] no quería saber nada de la Iglesia católica, y
resultó más duro aún porque varios sacerdotes a los que visité tampoco querían hablar sobre su
Iglesia. Cada dos por tres yo me escapaba en busca de un sacerdote que pudiera contestar a algunas
de las dudas que aún me quedaban; pero uno tras otro me desilusionaban. A uno de ellos le
pregunté:

-Padre Jim, ¿qué debo hacer, convertirme al catolicismo? -Antes que nada -me dijo-, no me llame
«padre», por favor. En segundo lugar, creo que en realidad usted no necesita convertirse. Después
del Vaticano II eso no es muy ecuménico. Lo mejor que puede hacer es, simplemente, ser mejor
como presbiteriano. Le hará más bien a la Iglesia católica si usted se mantiene en lo que es.

Asombrado, le contesté:

-Mire, padre, yo no le estoy pidiendo que me tome del brazo y me haga católico a la fuerza. Creo
que Dios puede estar llamándome a la Iglesia católica, donde he encontrado mi hogar, mi familia de
alianza.

Él contestó fríamente:

-Bueno, si lo que quiere es alguien que le ayude en su conversión, yo no soy la persona adecuada.

-Me quedé helado.” [1]

Caso número 3: Hace unos meses, mi amigo Salvador Melara (ex pastor evangélico) fue invitado a un
congreso católico de evangelización para compartir su testimonio de conversión a la Fe Católica y al
mismo tiempo invitaron a un predicador internacional bastante conocido. Luego de que Salvador
habló de las dificultades y renuncias que tuvo que hacer para regresar a la Iglesia escuchó pasmado
como en la siguiente conferencia el predicador internacional decía que “ ya los católicos no debemos
creer que pertenecemos a la única Iglesia que Cristo fundó ” y que “todas las Iglesias son iguales
porque siguen al mismo Cristo” (Ver historia completa)

He aquí tres ejemplos reales de lo desastroso que puede ocasionar una mala comprensión del
ecumenismo.

Que busca el verdadero ecumenismo

El decreto Unitatis Redintegratio establece

“Solamente por medio de la Iglesia católica de Cristo, que es auxilio general de la salvación, puede
conseguirse la plenitud total de los medios salvíficos. Creemos que el Señor entregó todos los
bienes de la Nueva Alianza a un solo colegio apostólico, a saber, el que preside Pedro, para
constituir un solo Cuerpo de Cristo en la tierra, al que tienen que incorporarse totalmente todos los
que de alguna manera pertenecen ya al Pueblo de Dios.” [2]

El verdadero ecumenismo busca por medio del diálogo aumentar el entendimiento entre las distintas
confesiones cristianas, y buscar la unidad con todos aquellos que se encuentran alejados de la
Iglesia Católica, a la plenitud de la fe que solo se puede encontrar en ella.

El Papa Juan Pablo II respecto al tipo de unidad que busca el ecumenismo explica en Ut unum sint:
“Jesús mismo antes de su Pasión rogó para « que todos sean uno » (Jn 17, 21). Esta unidad, que el
Señor dio a su Iglesia y en la cual quiere abrazar a todos, no es accesoria, sino que está en el centro
mismo de su obra. No equivale a un atributo secundario de la comunidad de sus discípulos.
Pertenece en cambio al ser mismo de la comunidad. Dios quiere la Iglesia, porque quiere la unidad y
en la unidad se expresa toda la profundidad de su ágape.

En efecto, la unidad dada por el Espíritu Santo no consiste simplemente en el encontrarse juntas
unas personas que se suman unas a otras. Es una unidad constituida por los vínculos de la
profesión de la fe, de los sacramentos y de la comunión jerárquica. Los fieles son uno porque, en el
Espíritu, están en la comunión del Hijo y, en El, en su comunión con el Padre: « Y nosotros estamos
en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo » (1 Jn 1, 3). Así pues, para la Iglesia católica, la
comunión de los cristianos no es más que la manifestación en ellos de la gracia por medio de la cual
Dios los hace partícipes de su propia comunión, que es su vida eterna. Las palabras de Cristo « que
todos sean uno » son pues la oración dirigida al Padre para que su designio se cumpla plenamente,
de modo que brille a los ojos de todos « cómo se ha dispensado el Misterio escondido desde siglos
en Dios, Creador de todas las cosas » (Ef 3, 9). Creer en Cristo significa querer la unidad; querer la
unidad significa querer la Iglesia; querer la Iglesia significa querer la comunión de gracia que
corresponde al designio del Padre desde toda la eternidad. Este es el significado de la oración de
Cristo: « Ut unum sint ».” [3]

En Reconciliatio et Paenitentia el Papa sostenía:

“Hay que reafirmar que, por parte de la Iglesia y sus miembros, el diálogo, de cualquier forma se
desarrolle —y son y pueden ser muy diversas, dado que el mismo concepto de diálogo tiene un
valor analógico— , no podrá jamás partir de una actitud de indiferencia hacia la verdad, sino que
debe ser más bien una presentación de la misma realizada de modo sereno y respetando la
inteligencia y conciencia ajena. El diálogo de la reconciliación jamás podrá sustituir o atenuar el
anuncio de la verdad evangélica, que tiene como finalidad concreta la conversión ante el pecado y la
comunión con Cristo y la Iglesia, sino que deberá servir para su transmisión y puesta en práctica a
través de los medios dejados por Cristo a la Iglesia para la pastoral de la reconciliación: la
catequesis y la penitencia.”

De allí la importancia de evitar el relativismo y la atenuación del anuncio de la verdad en el diálogo


ecuménico, un error muy frecuente entre católicos que temen caer en “proselitismo”. Sin embargo,
no necesariamente hay que entender el término en sentido negativo (como el uso de métodos
deshonestos para captar seguidores, entre los que se puede incluir la violencia física, moral, el
engaño, etc.). A este respecto aclara le padre Fernando Ocáriz:

“En algunos documentos eclesiásticos posteriores al Concilio Vaticano II, cuando se emplea la
palabra “proselitismo” en sentido negativo, se aclara ese sentido, que el término no lo contiene en sí
mismo. Por ejemplo, en el “Directorio ecuménico” de 1967, se exhorta a los Obispos a hacer frente
al peligro de proselitismo en relación a la actividad de las sectas, pero se aclara inmediatamente que
«por la voz “proselitismo”, se entiende aquí un modo de obrar no conforme con el espíritu
evangélico, en cuanto utiliza argumentos deshonestos para atraer los hombres a su Comunidad,
abusando, por ejemplo, de su ignorancia o pobreza, etc. (cfr. Decl. “Dignitatis humanae”, 4)».
(...) En otros documentos eclesiásticos, se fue introduciendo el uso del término “proselitismo” en
sentido negativo, especialmente en referencia al “proselitismo de las sectas”. En ocasiones, también
se ha usado el término para indicar, sin matiz alguno, una actividad injusta. Así, por ejemplo, en un
documento de la Comisión Pontificia “pro Russia”, de 1992, se dice: «Lo que se llama proselitismo es
decir cualquier presión sobre la conciencia, de quienquiera que sea practicado o bajo cualquier
forma, es completamente diverso del apostolado y no es en absoluto el método en que se inspiran
los pastores de la Iglesia». En el nuevo Directorio ecuménico de 1993, desapareció el matiz presente
en el anterior Directorio, con el que se precisaba el sentido en que se hablaba de proselitismo. A
partir de entonces, ha sido frecuente que con esta palabra se designen “tout court”
comportamientos dirigidos a forzar, presionar o, en general, tratar en forma abusiva la conciencia
de las personas.

Sin embargo, en el ámbito ecuménico no se llegó a prescindir siempre de la distinción entre un


proselitismo bueno y uno malo. Por ejemplo, en un documento de 1995 del Grupo mixto Iglesia
Católica-Consejo Ecuménico de las Iglesias, se aclara que, aunque el término proselitismo «ha
adquirido recientemente una connotación negativa cuando se ha aplicado a la actividad de algunos
cristianos dirigida a hacer seguidores entre los miembros de otras comunidades cristianas»,
históricamente este término «ha sido empleado en sentido positivo, como concepto equivalente al
de actividad misionera», y se explica que «en la Biblia este término no tiene connotación negativa
alguna. Un “prosélito” era quien creía en el Señor y aceptaba su ley, y de este modo se convertía en
miembro de la comunidad judía. La cristiandad tomó este significado para describir a quien se
convertía del paganismo. Hasta época reciente, la actividad misionera y el proselitismo se
consideraban conceptos equivalentes»”

En este sentido el católico que participa en el diálogo ecuménico debe ser “proselitista” pero no
meramente buscando un ecumenismo “de regreso”, pues no se pide a los demás que renieguen de
su propia historia de fe, tampoco implica uniformidad en todas las expresiones de la teología de la
espiritualidad, en las formas litúrgicas y en la disciplina[4]. Se trata de exponer la verdad con
caridad, respecto pero a la vez con firmeza y sin atenuaciones en busca de la unidad en la
diversidad: unidad en lo fundamental (una misma fe) pero no perdiendo de vista la existencia de
diversidad en las expresiones de la misma.

Un ejemplo de esto lo encontramos en la masiva conversión de anglicanos que han optado por
regresar a la comunión plena de la Iglesia Católica, aceptando formalmente la Constitución
Apostólica Anglicanorum coetibus [5]. Por medio de la institución de ordinariatos personales
conservarán elementos cruciales de espiritualidad, liturgia, teología e historia, y disciplina, que
forman parte del patrimonio anglicano, pero a su vez aceptarán la fe católica en su integridad, y
reconociendo la primacía jurisdiccional del Papa estarán sujetos a la Congregación para la doctrina
de la fe y a los demás dicasterios de la Curia romana según sus competencias.

El ecumenismo no aplica a las sectas

Otro error común difundido entre muchos católicos es el de creer que el ecumenismo aplica a las
sectas. Frecuentemente encuentro a hermanos bien intencionados (pero no bien preparados)
tratando de dialogar con testigos de Jehová, adventistas, mormones y otros grupos proselitistas de
corte sectario, muchos de los cuales aprovechan esta disposición al diálogo para minar su fe
(Muchos de estos grupos ni siquiera son cristianos porque no profesan una fe trinitaria).

Es un hecho que estos grupos tienen una doctrina especialmente orientada a atacar puntos clave de
la fe católica. En algunos casos pueden conocer escasos cinco o seis versículos bíblicos, pero
especialmente seleccionados para confundir al católico de a pie. (No es desacertado aunque pueda
sonar despectivo la frase “católico ignorante, seguro protestante”). De allí que la apologética, es un
elemento indispensable en la formación de aquellos que quieren participar en el diálogo ecuménico
e interreligioso. A este respecto comentaba el Papa Juan Pablo II:

“Es esencial desarrollar en vuestras Iglesias particulares una nueva apologética para vuestro pueblo,
a fin de que comprenda lo que enseña la Iglesia y así pueda dar razón de su esperanza”. La
necesidad de esta nueva apologética la explica enseguida: “En un mundo donde las personas están
sometidas a la continua presión cultural e ideológica de los medios de comunicación social y a la
actitud agresivamente anticatólica de muchas sectas, es esencial que los católicos conozcan lo que
enseña la Iglesia, comprendan esa enseñanza y experimenten su fuerza liberadora. Sin esa
comprensión faltará la energía espiritual necesaria para la vida cristiana y para la obra de
evangelización” [6]

(2)

El proselitismo religioso en América Latina

Y la respuesta católica

Análisis del fenómeno sectario y su solución.

Por el P. Flaviano Amatulli Valente, fmap

Aunque el fenómeno de la globalización trate de suavizar las cosas, es un hecho que en América
Latina la nota dominante no es el diálogo ni la comprensión, sino el proselitismo religioso más
descarado.

Proselitismo religioso de parte de las sectas, los nuevos movimientos religiosos, los nuevaerianos
(New Age), las religiones no cristianas y las mismas iglesias históricas, cuya membresía en gran
parte está compuesta por excatólicos.

Desfase cultural

Pues bien, teniendo presente todo esto, ¿dónde está la causa más profunda del derrumbe de la
Iglesia Católica en muchos lugares de América Latina y al mismo tiempo la razón más profunda del
avance de los grupos proselitistas? En una cierta desubicación o un desfase cultural presente en la
Iglesia Católica, especialmente en su jerarquía.

En efecto, existe una enorme diferencia entre la manera de ser y actuar del pueblo católico y la
manera de ser y actuar de los grupos proselitistas. Mientras en la Iglesia Católica se privilegian el
ser, la mente y el conocimiento, en los grupos proselitistas se privilegian el quehacer (la acción), el
corazón y la experiencia. Mientras en la Iglesia Católica se aprecian de una manera especial los
valores de la verdad y la fidelidad, en los grupos proselitistas se ponen en el primer lugar los valores
de la eficacia y el éxito. Mientras nuestro estilo es esencialmente profético, el estilo de los grupos
proselitistas es esencialmente empresarial. Mientras para nosotros el mejor católico es el teólogo, el
que conoce más profundamente el misterio de Dios y su plan de salvación (casi todos los obispos
salen de los teólogos), para los grupos proselitistas el auténtico discípulo de Cristo es el apóstol, el
que anuncia a Cristo y conquista almas, utilizando todos los medios posibles, lícitos o ilícitos.

Es suficiente comparar los documentos de la Iglesia Católica con los documentos de los grupos
proselitistas para darnos cuenta de que nos encontramos frente a dos mundos profundamente
diferentes. En efecto, los documentos de la Iglesia Católica son esencialmente doctrinales y
exhortativos, mientras los documentos de los grupos proselitistas son esencialmente operativos,
con planes concretos de acción para poder avanzar más. Según mi manera de ver las cosas, aquí
está el secreto de sus éxitos y al mismo tiempo la causa de nuestro retroceso. De seguir así las
cosas, no será difícil pronosticar el futuro religioso de América Latina.

Teniendo presente todo esto, lo que se necesita en la Iglesia Católica es un cambio cultural
profundo en la línea de la modernidad o post-modernidad, buscando un equilibrio entre el pensar y
el actuar, exhortar y planear, conocer y experimentar. Es lo que están intentando hacer los
Movimientos Eclesiales, cuya membresía está compuesta esencialmente por laicos comprometidos,
que por su misma condición humana y eclesial representan un puente entre la sociedad, totalmente
metida en el presente, y la jerarquía católica culturalmente ligada al pasado por su misma formación
teológico-filosófica.

Actores y espectadores

Cuando la Conferencia Episcopal Mexicana me confió el Departamento de la Fe frente al Proselitismo


Sectario, los encargados del Ecumenismo así quisieron definir mi papel: “Su tarea será la de tener
informado al Episcopado acerca del avance de las sectas.” ¡Qué bonita tarea, la de ser el testigo
oficial de la derrota católica! Ser espectador y nada más, tratando de no influir en el curso de los
acontecimientos, como si el avance de los grupos proselitistas obedeciera a un proceso histórico
ineludible. Lo que naturalmente rechacé por completo, abocándome a la ardua tarea de buscar las
estrategias más oportunas en orden a fortalecer la fe de los católicos ante la embestida de los
grupos proselitistas.

Nos preguntamos: “¿A qué se debe una actitud tan pasiva y generalizada de parte del clero católico
ante el fenómeno del proselitismo sectario con una acción tan organizada, capilar y arrolladora?”
Sencillamente se trata de una lógica consecuencia del desfase cultural del que hemos hablado
anteriormente. Al tener la conciencia clara de la propia incapacidad a reaccionar adecuadamente
ante un fenómeno tan hondo y global, opta por ignorarlo (la política del avestruz) o no atribuirle la
debida importancia, dando muestra de una enorme insensibilidad ante el sufrimiento del pueblo
católico, que se siente abandonado a sí mismo en una lucha sin cuartel desatada por los grupos
proselitistas.
En realidad, para poder enfrentar con sano realismo el fenómeno del proselitismo religioso, se
necesitan cambios profundos al interior de la Iglesia, que lleven a un nuevo tipo de pastoral, hecha
ya no de simpatías personales, humores del momento o improvisación, sino de investigación,
planeación y un adecuado manejo de los recursos humanos y económicos.

Pretextos

Ahora bien, al no sentirse capacitado ni dispuesto a un cambio tan radical y al mismo tiempo
queriendo dar la apariencia de una actitud abierta y progresista, el clero se refugió en su terreno
propio, que es la reflexión teológica, tratando de justificar su decisión de no intervención mediante
pretextos sin ningún fundamento en la realidad:

· Cristo no necesita a nadie que lo defienda; sabe defenderse solo.

· La fe no se defiende, se vive.

· Si muchos dejan la Iglesia Católica, es porque su fe ya no les satisface. Por lo tanto, si en otro
lugar encuentran algo mejor, ¿por qué molestarlos?

· La apologética es cosa de otros tiempos. Ahora ya no sirve.

· Hay que evitar la apologética, puesto que puede entorpecer el proceso ecuménico.

Evidentemente, se trata de puros pretextos. Es desconocer la realidad del proselitismo religioso, que
se sirve de todo para “conquistar” al católico: la calumnia, la dádiva, el testimonio falso, la
manipulación bíblica, la presión psicológica, etc. No es que uno, al no sentirse satisfecho por las
respuestas que le ofrece su fe católica, se pone a incursionar por otro lado, buscando algo que dé
sentido a su vida. Más bien, se trata de otros que utilizan cualquier medio para hacerlo dudar y así
llevárselo a sus grupos.

Además, no se trata de defender a Cristo o defender la fe en abstracto. Cuando hablamos de


defensa de la fe, nos estamos refiriendo a la fe del católico en carne y hueso, que se encuentra
desprotegido frente a los ataques del proselitismo religioso, vengan de donde vengan. Se trata,
entonces, de ayudar a ese católico concreto a defender su fe con relación a los que la quieren
perturbar, en la línea del buen pastor que no huye frente al peligro, como hace el mercenario (Jn 10,
12-13), sino que está dispuesto a dar la vida por las ovejas (Jn 10, 15).

Apologética y ecumenismo

Así que la apologética no es cosa de otros tiempos; es algo fundamental para el creyente de todos
los tiempos, que lo ayuda a mantenerse firme en su fe ante cualquier amenaza. ¿Recuerdan aquella
estatua que vio en el sueño Nabucodonosor? Todo perfecto: oro, plata, bronce, hierro... (Dn 2, 31-
33). Solamente un punto débil: los pies de barro y hierro. Bastó una piedra para que todo se
derrumbara.
Es lo que está pasando ahora con nuestro pueblo católico: catequesis a todos los niveles y con todos
los recursos pedagógicos imaginables, diferentes movimientos apostólicos, liturgia, altos vuelos
teológicos..., pero falta una cosa: la apologética, que fundamente y fortalezca la fe del católico ante
las amenazas presentes en el ambiente que lo rodea. Estando así las cosas, aunque todo parezca
bonito y perfecto, a la hora de la prueba no resiste y se derrumba.

Uno de los grandes errores que se han cometido después del Concilio, ha sido el de apostar todo
por el ecumenismo y el diálogo interreligioso, eliminando la apologética, el no haber entendido que
no hay oposición entre la apologética y el ecumenismo. Más bien se trata de dos actividades
complementarias: ecumenismo con los que están dispuestos a dialogar y apologética con los que no
aceptan el diálogo y luchan por conquistar al católico. Dos caras de la misma medalla, que es el
problema de la unidad: unidad que hay que preservar (apologética) y unidad que hay que recuperar
(ecumenismo).

El no haber entendido esto, ha llevado al abandono del pueblo católico frente a la embestida
proselitista. Sacerdotes, seminaristas, religiosas y laicos comprometidos, totalmente aislados del
pueblo, ufanándose de sus conocimientos en el plan ecuménico e interreligioso, pero totalmente
incapacitados para ayudar al católico ante las objeciones y los ataques de los grupos proselitistas.

En el plan operativo, el error más grande ha sido el haber puesto el asunto de las sectas, los nuevos
movimientos religiosos y la religiosidad alternativa en general en las manos de los encargados del
ecumenismo. Estos, en lugar de ver qué se puede hacer para ayudar al pueblo católico ante la
amenaza del proselitismo religioso, se abocaron a analizar aspectos marginales y desviantes: si es
correcto hablar de sectas y nuevos movimientos religiosos o es preferible hablar de grupos
sectarios y cultos libres: si los grupos pentecostales y neo- evangélicos son iglesias o sectas, etc.

Y cuando vieron que el problema del proselitismo religioso se hacía siempre más grave y la meta de
la unidad aparecía siempre más lejana, en lugar de volverse más realistas y cambiar estrategia,
brincaron el obstáculo, afirmando que en el fondo todos constituimos la misma Iglesia de Cristo
“complementariamente”. Con relación al asunto del diálogo interreligioso, para facilitar las cosas, no
tuvieron reparo en negar la unicidad del papel de Cristo y su Iglesia en orden a la salvación,
comparando a Cristo con Buda o Mahoma y hablando de distintos caminos de salvación, igualmente
válidos, quitando así todo sentido a la misión.

Las reacciones al documento “Dominus Iesus” dan razón de cuán lejos se llegó, una vez tomado el
camino equivocado, haciendo oídos sordos a la realidad concreta del pueblo católico y a la voz de
las Escrituras en sintonía con la Tradición auténtica, presente en la Iglesia Católica y que ahonda sus
raíces en Cristo y los apóstoles.

Naturalmente no todos llegaron a estos excesos. De todos modos, esto nos invita a reflexionar
sobre la gravedad de la situación que se ha ido creando, al no haber sabido enfrentar con la debida
seriedad y cautela el asunto del pluralismo religioso, la división entre los cristianos y el proselitismo.

Nueva apologética
¿En qué consiste? No en intentar convencer a los grupos proselitistas, cuya única preocupación
consiste en “conquistar” a los demás, tratando siempre de hablar sin nunca escuchar, sino de
fortalecer la fe de los católicos de tal manera que puedan resistir ante sus solicitaciones e insidias.
¿Cómo lograr esto? Aclarando nuestra identidad y ofreciendo una respuesta a cada uno de sus
cuestionamientos.

Identidad católica

Somos la Iglesia de Cristo. Aquí están nuestro orgullo más profundo y nuestra seguridad. No en
largos ayunos, completa integridad moral o enormes conocimientos bíblicos. Para nosotros lo que
más vale es obedecer a Cristo, perteneciendo a la única Iglesia que Él fundó personalmente, cuando
vivió en este mundo y llegará hasta el final de la historia. En ella reside la plenitud del Evangelio y de
los medios de salvación. Sus pastores cuentan con los poderes que Cristo entregó a Pedro y los
apóstoles para el bien de su Iglesia.

Todas las demás entidades eclesiásticas poseen algo, pero no todo ni en la misma medida. En la
medida en la cual su patrimonio religioso coincide con el patrimonio de la Iglesia Católica, cuenta
con la garantía divina; en la medida en que se aparta u opone, ya no cuenta con la misma garantía.

Además, no cuentan con la nota de la indefectibilidad, propia de la Iglesia de Cristo, que es la Iglesia
Católica. Por lo tanto, como empezaron en un determinado momento de la historia de la Iglesia, así
pueden desaparecer, sin ninguna garantía de permanecer hasta el regreso de Cristo.

Biblia e Iglesia

Para que la salvación llegara a todo el mundo, Jesús no escribió la Biblia, sino que fundó la Iglesia.
Además, la misma Biblia tiene que ver mucho con la Iglesia fundada por Cristo, que pronto se llamó
Católica.

En realidad, Jesús mandó a “predicar” el Evangelio, no a escribirlo. De hecho, los apóstoles y sus
sucesores predicaron el Evangelio. Poco a poco se fue escribiendo algo por razones prácticas; no se
escribió todo. Pues bien, entre todo lo que se escribió, la Iglesia declaró lo que es “Palabra de Dios”.
Así surgió el Nuevo Testamento.

Por lo que se refiere al Antiguo Testamento, la Iglesia escogió la edición que se hizo fuera de
Palestina, con la traducción al griego de la edición hecha en Palestina en hebreo y añadiendo siete
libros escritos originalmente fuera de Palestina en griego. Es la edición que utilizaron los apóstoles,
al predicar fuera de Palestina.

Estando así las cosas, ¿cómo se puede razonablemente aceptar la Biblia y rechazar la Iglesia, que
tiene tanto que ver con los mismos orígenes de la Biblia?

Respuesta a las objeciones

Cada grupo cuenta con sus objeciones en orden a confundir al católico y llevárselo (bautizo de los
niños, imágenes, virginidad de María, confesión, sábado, etc.). Pues bien, una vez que el católico
esté al tanto de esas objeciones y al mismo tiempo conozca la respuesta a cada una de ellas, se
siente seguro en su fe.

Por el momento estamos enfrentando el problema de los grupos proselitistas de origen cristiano,
que son los más activos y que más gente están apartando de la Iglesia. Poco a poco, pensamos
enfrentar el fenómeno de la Nueva Era, la santería, el espiritismo, el satanismo, etc. y el proselitismo
que empiezan a ejercer las religiones no cristianas.

Ministerio especial

Puesto que el fenómeno del proselitismo religioso está afectando tan hondamente la vida del pueblo
católico, es necesario que se establezca a todos los niveles un ministerio especial, que se aboque a
enfrentar este problema. Su tarea será la de intervenir en la catequesis, las asociaciones y
movimientos apostólicos en orden a fortalecer la fe de los católicos. Que al momento de la
dificultad, en cada comunidad haya siempre alguien que pueda dar una mano de parte de la Iglesia;
lo mismo cuando alguien se encuentre en el camino del regreso y necesite apoyo.

Los Apóstoles de la Palabra, ya presentes en todos los países del continente americano, más en
Italia, España y Portugal, nos estamos abocando a esta tarea, promoviendo en todos los lugares, en
que nos permiten trabajar, Comisiones de Promoción y Defensa de la Fe y distribuyendo material de
apoyo: libros, folletos, cassettes, videocassettes, programas de radio, etc. La experiencia demuestra
que, donde se ha establecido nuestro método de trabajo, se detiene el proselitismo religioso y
empieza un fenómeno de regreso hacia la Iglesia Católica.

En esta línea, vemos necesario que se establezca una cátedra de apologética, juntamente a la de
ecumenismo y diálogo interreligioso, en todos los centros de formación para los agentes de pastoral
(facultades de teología, institutos teológicos, seminarios, centros catequísticos, etc.). Al mismo
tiempo sería oportuno que surgiera una facultad teológica especializada en apologética, destinada a
profundizar la problemática del proselitismo religioso con todas las manifestaciones religiosas
alternativas, como son la santería, los cultos afro brasileños, el espiritismo, el esoterismo, el
ocultismo, el satanismo, la Nueva Era, etc.

Sin duda, un análisis atento de toda esa vasta gama de creencias religiosas sería de suma utilidad,
no solamente para la actividad pastoral, sino también a la formación de los mismos agentes de
pastoral (sacerdotes, religiosas y laicos comprometidos), que, por desconocer estos fenómenos
religiosos, se encuentran en la más grande incertidumbre. Por eso prefieren no abordar estos temas
en la catequesis, las homilías o la consejería espiritual y, cuando se sienten interpelados al respecto,
por lo general su respuesta es muy superficial, corriendo el riesgo de perjudicar más que ayudar a
los feligreses.

El lugar ideal para establecer este tipo de facultad sería el Estado de California (USA), que representa
un verdadero caldo de cultivo para el surgimiento de las más variadas expresiones religiosas.

Biblia y catecismo: un cambio radical en la catequesis presacramental


La Biblia representa el señuelo más grande, que utilizan los grupos proselitistas de origen cristiano
para impactar y atraer a los católicos. Frente a ellos, normalmente los católicos se sienten
acomplejados precisamente por desconocer la Biblia.

Entonces, me pregunto: “¿Por qué no enfrentamos el problema una vez por todas?” ¿Cómo?
Empezando con la Biblia desde la catequesis presacramental, en concreto desde la preparación para
la Primera Comunión.

Primero se presenta una panorámica general de la Biblia (Historia de la Salvación), utilizando la Biblia
y un pequeño subsidio con todos los recursos pedagógicos posibles. Esto servirá para que el niño se
vaya familiarizando con la Biblia. Después se pasa al catecismo, verificando en la Biblia todos sus
contenidos. Al final se imparte un breve curso de apologética, fundamentando su fe ante los ataques
de los grupos proselitistas. En otras latitudes posiblemente será mejor insistir en el aspecto del
diálogo ecuménico o interreligioso, siempre partiendo de la conciencia de la propia identidad.

Lo mismo se tiene que hacer con la preparación para la Confirmación y cualquier otro tipo de
catequesis, retiros, etc. Todo con la Biblia y nada sin la Biblia. Que la Biblia recobre en la vida del
católico el lugar que le corresponde, como texto básico para alimentar su fe y punto de referencia
obligado para cualquier asunto relacionado con la fe. Al llevar a cabo este proyecto, en pocos años
el pueblo católico podrá contar con una plataforma y un lenguaje común en orden a la vivencia de la
fe, la vida litúrgica y la acción pastoral, saliendo del enorme bache cultural en que se encuentra
actualmente, sumido como está en la así llamada “Religiosidad Popular”.

De esta manera, en una forma sencilla y utilizando la infraestructura catequética de la que ya


disponemos, será fácil aumentar la autoestima del católico, ofrecerle la herramienta básica para su
maduración cristiana y al mismo tiempo crear un puente con relación a los que se encuentran en la
línea ecuménica y un dique ante la amenaza de los grupos proselitistas.

Conclusión

Sin duda, el proselitismo religioso nos tomó totalmente desprevenidos, preocupados esencialmente
por el diálogo ecuménico e interreligioso. Por eso logró causar grandes estragos en el pueblo
católico del continente americano. Tratándose de un pueblo que aún cuenta con enormes reservas
religiosas, muchos piensan aprovecharlas para ensanchar sus filas.

Es tiempo de reaccionar de parte de la Iglesia Católica. O pronto el Continente de la Esperanza se


volverá en el Continente de la Pesadilla.

(3)

La apologética en el Documento de Aparecida


“Hoy se hace necesario rehabilitar la auténtica apologética que hacían los padres de la Iglesia
como explicación de la fe…"

“Según nuestra experiencia pastoral muchas veces la gente sincera que sale de nuestra Iglesia no
lo hace por lo que los grupos “no católicos” creen, sino fundamentalmente por lo que ellos viven;
no por razones doctrinales sino vivenciales; no por motivos estrictamente dogmáticos, sino
pastorales; no por problemas teológicos, sino metodológicos de nuestra Iglesia. En verdad, mucha
gente que pasa a otros grupos religiosos no está buscando salirse de nuestra Iglesia sino que está
buscando sinceramente a Dios.” (DA 225)
“Hoy se hace necesario rehabilitar la auténtica apologética que hacían los padres de la Iglesia
como explicación de la fe. La apologética no tiene por que ser negativa o defensiva “per se”.
Implica, más bien, la capacidad de decir lo que está en nuestras mentes y corazones de forma clara
y convincente, como dice San Pablo “haciendo la verdad en la caridad” (Ef. 4,15). Los discípulos
y misioneros de Cristo de hoy necesitan más que nunca, una sana apologética
renovada para que todos puedan tener vida en Él”. (DA 229).

(4) you tuve

(5)…..

(6)……

(7)

DECLARACIÓN

NOSTRA AETATE

SOBRE LAS RELACIONES DE LA IGLESIA


CON LAS RELIGIONES NO CRISTIANAS

Proemio

1. En nuestra época, en la que el género humano se une cada vez más estrechamente
y aumentan los vínculos entre los diversos pueblos, la Iglesia considera con mayor
atención en qué consiste su relación con respecto a las religiones no cristianas. En
cumplimiento de su misión de fundamentar la Unidad y la Caridad entre los hombres y,
aún más, entre los pueblos, considera aquí, ante todo, aquello que es común a los
hombres y que conduce a la mutua solidaridad.

Todos los pueblos forman una comunidad, tienen un mismo origen, puesto que Dios
hizo habitar a todo el género humano sobre la faz de la tierra, y tienen también un fin
último, que es Dios, cuya providencia, manifestación de bondad y designios de
salvación se extienden a todos, hasta que se unan los elegidos en la ciudad santa, que
será iluminada por el resplandor de Dios y en la que los pueblos caminarán bajo su luz.

Los hombres esperan de las diversas religiones la respuesta a los enigmas recónditos
de la condición humana, que hoy como ayer, conmueven íntimamente su corazón:
¿Qué es el hombre, cuál es el sentido y el fin de nuestra vida, el bien y el pecado, el
origen y el fin del dolor, el camino para conseguir la verdadera felicidad, la muerte, el
juicio, la sanción después de la muerte? ¿Cuál es, finalmente, aquel último e inefable
misterio que envuelve nuestra existencia, del cual procedemos y hacia donde nos
dirigimos?

Las diversas religiones no cristianas

2. Ya desde la antigüedad y hasta nuestros días se encuentra en los diversos pueblos


una cierta percepción de aquella fuerza misteriosa que se halla presente en la marcha
de las cosas y en los acontecimientos de la vida humana y a veces también el
reconocimiento de la Suma Divinidad e incluso del Padre. Esta percepción y
conocimiento penetra toda su vida con íntimo sentido religioso. Las religiones a tomar
contacto con el progreso de la cultura, se esfuerzan por responder a dichos problemas
con nociones más precisas y con un lenguaje más elaborado. Así, en el Hinduismo los
hombres investigan el misterio divino y lo expresan mediante la inagotable fecundidad
de los mitos y con los penetrantes esfuerzos de la filosofía, y buscan la liberación de
las angustias de nuestra condición mediante las modalidades de la vida ascética, a
través de profunda meditación, o bien buscando refugio en Dios con amor y confianza.
En el Budismo, según sus varias formas, se reconoce la insuficiencia radical de este
mundo mudable y se enseña el camino por el que los hombres, con espíritu devoto y
confiado pueden adquirir el estado de perfecta liberación o la suprema iluminación, por
sus propios esfuerzos apoyados con el auxilio superior. Así también los demás
religiones que se encuentran en el mundo, es esfuerzan por responder de varias
maneras a la inquietud del corazón humano, proponiendo caminos, es decir, doctrinas,
normas de vida y ritos sagrados.

La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y


verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos
y doctrinas que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, no
pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres.
Anuncia y tiene la obligación de anunciar constantemente a Cristo, que es "el Camino,
la Verdad y la Vida" (Jn., 14,6), en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida
religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas.

Por consiguiente, exhorta a sus hijos a que, con prudencia y caridad, mediante el
diálogo y colaboración con los adeptos de otras religiones, dando testimonio de fe y
vida cristiana, reconozcan, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y
morales, así como los valores socio-culturales que en ellos existen.
La religión del Islam

3. La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes que adoran al único Dios,
viviente y subsistente, misericordioso y todo poderoso, Creador del cielo y de la tierra,
que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse con toda el
alma como se sometió a Dios Abraham, a quien la fe islámica mira con complacencia.
Veneran a Jesús como profeta, aunque no lo reconocen como Dios; honran a María, su
Madre virginal, y a veces también la invocan devotamente. Esperan, además, el día del
juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres resucitados. Por ello, aprecian
además el día del juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres resucitados. Por
tanto, aprecian la vida moral, y honran a Dios sobre todo con la oración, las limosnas y
el ayuno.

Si en el transcurso de los siglos surgieron no pocas desavenencias y enemistades entre


cristianos y musulmanes, el Sagrado Concilio exhorta a todos a que, olvidando lo
pasado, procuren y promuevan unidos la justicia social, los bienes morales, la paz y la
libertad para todos los hombres.

La religión judía

4. Al investigar el misterio de la Iglesia, este Sagrado Concilio recuerda los vínculos con
que el Pueblo del Nuevo Testamento está espiritualmente unido con la raza de
Abraham.

Pues la Iglesia de Cristo reconoce que los comienzos de su fe y de su elección se


encuentran ya en los Patriarcas, en Moisés y los Profetas, conforme al misterio salvífico
de Dios. Reconoce que todos los cristianos, hijos de Abraham según la fe, están
incluidos en la vocación del mismo Patriarca y que la salvación de la Iglesia está
místicamente prefigurada en la salida del pueblo elegido de la tierra de esclavitud. Por
lo cual, la Iglesia no puede olvidar que ha recibido la Revelación del Antiguo
Testamento por medio de aquel pueblo, con quien Dios, por su inefable misericordia se
dignó establecer la Antigua Alianza, ni puede olvidar que se nutre de la raíz del buen
olivo en que se han injertado las ramas del olivo silvestre que son los gentiles. Cree,
pues, la Iglesia que Cristo, nuestra paz, reconcilió por la cruz a judíos y gentiles y que
de ambos hizo una sola cosa en sí mismo.

La Iglesia tiene siempre ante sus ojos las palabras del Apóstol Pablo sobre sus
hermanos de sangre, "a quienes pertenecen la adopción y la gloria, la Alianza, la Ley,
el culto y las promesas; y también los Patriarcas, y de quienes procede Cristo según la
carne" (Rom., 9,4-5), hijo de la Virgen María. Recuerda también que los Apóstoles,
fundamentos y columnas de la Iglesia, nacieron del pueblo judío, así como muchísimos
de aquellos primeros discípulos que anunciaron al mundo el Evangelio de Cristo.

Como afirma la Sagrada Escritura, Jerusalén no conoció el tiempo de su visita, gran


parte de los Judíos no aceptaron el Evangelio e incluso no pocos se opusieron a su
difusión. No obstante, según el Apóstol, los Judíos son todavía muy amados de Dios a
causa de sus padres, porque Dios no se arrepiente de sus dones y de su vocación. La
Iglesia, juntamente con los Profetas y el mismo Apóstol espera el día, que sólo Dios
conoce, en que todos los pueblos invocarán al Señor con una sola voz y "le servirán
como un solo hombre" (Soph 3,9).

Como es, por consiguiente, tan grande el patrimonio espiritual común a cristianos y
judíos, este Sagrado Concilio quiere fomentar y recomendar el mutuo conocimiento y
aprecio entre ellos, que se consigue sobre todo por medio de los estudios bíblicos y
teológicos y con el diálogo fraterno.

Aunque las autoridades de los judíos con sus seguidores reclamaron la muerte de
Cristo, sin embargo, lo que en su Pasión se hizo, no puede ser imputado ni
indistintamente a todos los judíos que entonces vivían, ni a los judíos de hoy. Y, si bien
la Iglesia es el nuevo Pueblo de Dios, no se ha de señalar a los judíos como
reprobados de Dios ni malditos, como si esto se dedujera de las Sagradas Escrituras.
Por consiguiente, procuren todos no enseñar nada que no esté conforme con la verdad
evangélica y con el espíritu de Cristo, ni en la catequesis ni en la predicación de la
Palabra de Dios.

Además, la Iglesia, que reprueba cualquier persecución contra los hombres, consciente
del patrimonio común con los judíos, e impulsada no por razones políticas, sino por la
religiosa caridad evangélica, deplora los odios, persecuciones y manifestaciones de
antisemitismo de cualquier tiempo y persona contra los judíos.

Por los demás, Cristo, como siempre lo ha profesado y profesa la Iglesia, abrazó
voluntariamente y movido por inmensa caridad, su pasión y muerte, por los pecados
de todos los hombres, para que todos consigan la salvación. Es, pues, deber de la
Iglesia en su predicación el anunciar la cruz de Cristo como signo del amor universal de
Dios y como fuente de toda gracia.

La fraternidad universal excluye toda discriminación

5. No podemos invocar a Dios, Padre de todos, si nos negamos a conducirnos


fraternalmente con algunos hombres, creados a imagen de Dios. la relación del
hombre para con Dios Padre y con los demás hombres sus hermanos están de tal
forma unidas que, como dice la Escritura: "el que no ama, no ha conocido a Dios" (1
Jn 4,8).

Así se elimina el fundamento de toda teoría o práctica que introduce discriminación


entre los hombres y entre los pueblos, en lo que toca a la dignidad humana y a los
derechos que de ella dimanan.

La Iglesia, por consiguiente, reprueba como ajena al espíritu de Cristo cualquier


discriminación o vejación realizada por motivos de raza o color, de condición o religión.
Por esto, el sagrado Concilio, siguiendo las huellas de los santos Apóstoles Pedro y
Pablo, ruega ardientemente a los fieles que, "observando en medio de las naciones una
conducta ejemplar", si es posible, en cuanto de ellos depende, tengan paz con todos
los hombres, para que sean verdaderamente hijos del Padre que está en los cielos.
Todas y cada una de las cosas contenidas en esta Declaración han obtenido el
beneplácito de los Padres del Sacrosanto Concilio. Y Nos, en virtud de la potestad
apostólica recibida de Cristo, juntamente con los Venerables Padres, las aprobamos,
decretamos y establecemos en el Espíritu Santo, y mandamos que lo así decidido
conciliarmente sea promulgado para la gloria de Dios.

Roma, en San Pedro, 28 de octubre de 1965.

Yo, PABLO, Obispo de la Iglesia católica.

(8)

CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE

DECLARACIÓN
DOMINUS IESUS
SOBRE LA UNICIDAD Y LA UNIVERSALIDAD SALVÍFICA
DE JESUCRISTO Y DE LA IGLESIA

INTRODUCCIÓN

1. El Señor Jesús, antes de ascender al cielo, confió a sus discípulos el mandato de anunciar
el Evangelio al mundo entero y de bautizar a todas las naciones: « Id al mundo entero y
proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará; el que se
resista a creer, será condenado » (Mc 16,15-16); « Me ha sido dado todo poder en el cielo y
en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.
Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo » (Mt 28,18-20;
cf. también Lc 24,46-48; Jn 17,18; 20,21; Hch 1,8).

La misión universal de la Iglesia nace del mandato de Jesucristo y se cumple en el curso de


los siglos en la proclamación del misterio de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y del
misterio de la encarnación del Hijo, como evento de salvación para toda la humanidad. Es
éste el contenido fundamental de la profesión de fe cristiana: « Creo en un solo Dios, Padre
todopoderoso, Creador de cielo y tierra [...]. Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único
de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios
verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, consustancial con el Padre, por quien
todo fue hecho; que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por
obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre; y por nuestra
causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato: padeció y fue sepultado, y resucitó al
tercer día según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de
nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin. Creo en el
Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre, que con el Padre y el Hijo
recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas. Creo en la Iglesia, que es
una, santa, católica y apostólica. Confieso que hay un solo Bautismo para el perdón de los
pecados. Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro ».1

2. La Iglesia, en el curso de los siglos, ha proclamado y testimoniado con fidelidad el


Evangelio de Jesús. Al final del segundo milenio, sin embargo, esta misión está todavía
lejos de su cumplimiento.2 Por eso, hoy más que nunca, es actual el grito del apóstol Pablo
sobre el compromiso misionero de cada bautizado: « Predicar el Evangelio no es para mí
ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara
el Evangelio! » (1 Co 9,16). Eso explica la particular atención que el Magisterio ha
dedicado a motivar y a sostener la misión evangelizadora de la Iglesia, sobre todo en
relación con las tradiciones religiosas del mundo.3

Teniendo en cuenta los valores que éstas testimonian y ofrecen a la humanidad, con una
actitud abierta y positiva, la Declaración conciliar sobre la relación de la Iglesia con las
religiones no cristianas afirma: « La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas
religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de
vivir, los preceptos y las doctrinas, que, por más que discrepen en mucho de lo que ella
profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos
los hombres ».4 Prosiguiendo en esta línea, el compromiso eclesial de anunciar a Jesucristo,
« el camino, la verdad y la vida » (Jn 14,6), se sirve hoy también de la práctica del diálogo
interreligioso, que ciertamente no sustituye sino que acompaña la missio ad gentes, en
virtud de aquel « misterio de unidad », del cual « deriva que todos los hombres y mujeres
que son salvados participan, aunque en modos diferentes, del mismo misterio de salvación
en Jesucristo por medio de su Espíritu ».5 Dicho diálogo, que forma parte de la misión
evangelizadora de la Iglesia,6 comporta una actitud de comprensión y una relación de
conocimiento recíproco y de mutuo enriquecimiento, en la obediencia a la verdad y en el
respeto de la libertad.7

3. En la práctica y profundización teórica del diálogo entre la fe cristiana y las otras


tradiciones religiosas surgen cuestiones nuevas, las cuales se trata de afrontar recorriendo
nuevas pistas de búsqueda, adelantando propuestas y sugiriendo comportamientos, que
necesitan un cuidadoso discernimiento. En esta búsqueda, la presente Declaración
interviene para llamar la atención de los Obispos, de los teólogos y de todos los fieles
católicos sobre algunos contenidos doctrinales imprescindibles, que puedan ayudar a que la
reflexión teológica madure soluciones conformes al dato de la fe, que respondan a las
urgencias culturales contemporáneas.

El lenguaje expositivo de la Declaración responde a su finalidad, que no es la de tratar en


modo orgánico la problemática relativa a la unicidad y universalidad salvífica del misterio
de Jesucristo y de la Iglesia, ni el proponer soluciones a las cuestiones teológicas
libremente disputadas, sino la de exponer nuevamente la doctrina de la fe católica al
respecto. Al mismo tiempo la Declaración quiere indicar algunos problemas fundamentales
que quedan abiertos para ulteriores profundizaciones, y confutar determinadas posiciones
erróneas o ambiguas. Por eso el texto retoma la doctrina enseñada en documentos
precedentes del Magisterio, con la intención de corroborar las verdades que forman parte
del patrimonio de la fe de la Iglesia.

4. El perenne anuncio misionero de la Iglesia es puesto hoy en peligro por teorías de tipo
relativista, que tratan de justificar el pluralismo religioso, no sólo de facto sino también de
iure (o de principio). En consecuencia, se retienen superadas, por ejemplo, verdades tales
como el carácter definitivo y completo de la revelación de Jesucristo, la naturaleza de la fe
cristiana con respecto a la creencia en las otra religiones, el carácter inspirado de los libros
de la Sagrada Escritura, la unidad personal entre el Verbo eterno y Jesús de Nazaret, la
unidad entre la economía del Verbo encarnado y del Espíritu Santo, la unicidad y la
universalidad salvífica del misterio de Jesucristo, la mediación salvífica universal de la
Iglesia, la inseparabilidad —aun en la distinción— entre el Reino de Dios, el Reino de
Cristo y la Iglesia, la subsistencia en la Iglesia católica de la única Iglesia de Cristo.

Las raíces de estas afirmaciones hay que buscarlas en algunos presupuestos, ya sean de
naturaleza filosófica o teológica, que obstaculizan la inteligencia y la acogida de la verdad
revelada. Se pueden señalar algunos: la convicción de la inaferrablilidad y la inefabilidad
de la verdad divina, ni siquiera por parte de la revelación cristiana; la actitud relativista con
relación a la verdad, en virtud de lo cual aquello que es verdad para algunos no lo es para
otros; la contraposición radical entre la mentalidad lógica atribuida a Occidente y la
mentalidad simbólica atribuida a Oriente; el subjetivismo de quien, considerando la razón
como única fuente de conocimiento, se hace « incapaz de levantar la mirada hacia lo alto
para atreverse a alcanzar la verdad del ser »;8 la dificultad de comprender y acoger en la
historia la presencia de eventos definitivos y escatológicos; el vaciamiento metafísico del
evento de la encarnación histórica del Logos eterno, reducido a un mero aparecer de Dios
en la historia; el eclecticismo de quien, en la búsqueda teológica, asume ideas derivadas de
diferentes contextos filosóficos y religiosos, sin preocuparse de su coherencia y conexión
sistemática, ni de su compatibilidad con la verdad cristiana; la tendencia, en fin, a leer e
interpretar la Sagrada Escritura fuera de la Tradición y del Magisterio de la Iglesia.

Sobre la base de tales presupuestos, que se presentan con matices diversos, unas veces
como afirmaciones y otras como hipótesis, se elaboran algunas propuestas teológicas en las
cuales la revelación cristiana y el misterio de Jesucristo y de la Iglesia pierden su carácter
de verdad absoluta y de universalidad salvífica, o al menos se arroja sobre ellos la sombra
de la duda y de la inseguridad.

I. PLENITUD Y DEFINITIVIDAD
DE LA REVELACIÓN DE JESUCRISTO

5. Para poner remedio a esta mentalidad relativista, cada vez más difundida, es necesario
reiterar, ante todo, el carácter definitivo y completo de la revelación de Jesucristo. Debe ser,
en efecto, firmemente creída la afirmación de que en el misterio de Jesucristo, el Hijo de
Dios encarnado, el cual es « el camino, la verdad y la vida » (cf. Jn 14,6), se da la
revelación de la plenitud de la verdad divina: « Nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni
al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar »
(Mt 11,27). « A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él
lo ha revelado » (Jn 1,18); « porque en él reside toda la Plenitud de la Divinidad
corporalmente » (Col 2,9-10).

Fiel a la palabra de Dios, el Concilio Vaticano II enseña: « La verdad íntima acerca de Dios
y acerca de la salvación humana se nos manifiesta por la revelación en Cristo, que es a un
tiempo mediador y plenitud de toda la revelación ».9 Y confirma: « Jesucristo, el Verbo
hecho carne, “hombre enviado a los hombres”, habla palabras de Dios (Jn 3,34) y lleva a
cabo la obra de la salvación que el Padre le confió (cf. Jn 5,36; 17,4). Por tanto, Jesucristo
—ver al cual es ver al Padre (cf. Jn 14,9)—, con su total presencia y manifestación, con
palabras y obras, señales y milagros, sobre todo con su muerte y resurrección gloriosa de
entre los muertos, y finalmente, con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda
la revelación y la confirma con el testimonio divino [...]. La economía cristiana, como la
alianza nueva y definitiva, nunca cesará; y no hay que esperar ya ninguna revelación
pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo (cf. 1
Tm 6,14; Tit 2,13) ».10

Por esto la encíclica Redemptoris missio propone nuevamente a la Iglesia la tarea de


proclamar el Evangelio, como plenitud de la verdad: « En esta Palabra definitiva de su
revelación, Dios se ha dado a conocer del modo más completo; ha dicho a la humanidad
quién es. Esta autorrevelación definitiva de Dios es el motivo fundamental por el que la
Iglesia es misionera por naturaleza. Ella no puede dejar de proclamar el Evangelio, es decir,
la plenitud de la verdad que Dios nos ha dado a conocer sobre sí mismo ».11 Sólo la
revelación de Jesucristo, por lo tanto, « introduce en nuestra historia una verdad universal y
última que induce a la mente del hombre a no pararse nunca ».12

6. Es, por lo tanto, contraria a la fe de la Iglesia la tesis del carácter limitado, incompleto e
imperfecto de la revelación de Jesucristo, que sería complementaria a la presente en las
otras religiones. La razón que está a la base de esta aserción pretendería fundarse sobre el
hecho de que la verdad acerca de Dios no podría ser acogida y manifestada en su globalidad
y plenitud por ninguna religión histórica, por lo tanto, tampoco por el cristianismo ni por
Jesucristo.

Esta posición contradice radicalmente las precedentes afirmaciones de fe, según las cuales
en Jesucristo se da la plena y completa revelación del misterio salvífico de Dios. Por lo
tanto, las palabras, las obras y la totalidad del evento histórico de Jesús, aun siendo
limitados en cuanto realidades humanas, sin embargo, tienen como fuente la Persona divina
del Verbo encarnado, « verdadero Dios y verdadero hombre »13 y por eso llevan en sí la
definitividad y la plenitud de la revelación de las vías salvíficas de Dios, aunque la
profundidad del misterio divino en sí mismo siga siendo trascendente e inagotable. La
verdad sobre Dios no es abolida o reducida porque sea dicha en lenguaje humano. Ella, en
cambio, sigue siendo única, plena y completa porque quien habla y actúa es el Hijo de Dios
encarnado. Por esto la fe exige que se profese que el Verbo hecho carne, en todo su
misterio, que va desde la encarnación a la glorificación, es la fuente, participada mas real, y
el cumplimiento de toda la revelación salvífica de Dios a la humanidad,14 y que el Espíritu
Santo, que es el Espíritu de Cristo, enseña a los Apóstoles, y por medio de ellos a toda la
Iglesia de todos los tiempos, « la verdad completa » (Jn 16,13).

7. La respuesta adecuada a la revelación de Dios es « la obediencia de la fe (Rm 1,5:


Cf. Rm16,26; 2 Co 10,5-6), por la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios,
prestando “a Dios revelador el homenaje del entendimiento y de la voluntad”, y asintiendo
voluntariamente a la revelación hecha por Él ».15 La fe es un don de la gracia: « Para
profesar esta fe es necesaria la gracia de Dios, que previene y ayuda, y los auxilios internos
del Espíritu Santo, el cual mueve el corazón y lo convierte a Dios, abre los ojos de la mente
y da “a todos la suavidad en el aceptar y creer la verdad” ».16

La obediencia de la fe conduce a la acogida de la verdad de la revelación de Cristo,


garantizada por Dios, quien es la Verdad misma;17 « La fe es ante todo una adhesión
personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo e inseparablemente el asentimiento libre a
toda la verdad que Dios ha revelado ».18 La fe, por lo tanto, « don de Dios » y « virtud
sobrenatural infundida por Él »,19 implica una doble adhesión: a Dios que revela y a la
verdad revelada por él, en virtud de la confianza que se le concede a la persona que la
afirma. Por esto « no debemos creer en ningún otro que no sea Dios, Padre, Hijo y Espíritu
Santo ».20

Debe ser, por lo tanto, firmemente retenida la distinción entre la fe teologal y la creencia en
las otras religiones. Si la fe es la acogida en la gracia de la verdad revelada, que « permite
penetrar en el misterio, favoreciendo su comprensión coherente »,21 la creencia en las otras
religiones es esa totalidad de experiencia y pensamiento que constituyen los tesoros
humanos de sabiduría y religiosidad, que el hombre, en su búsqueda de la verdad, ha ideado
y creado en su referencia a lo Divino y al Absoluto.22

No siempre tal distinción es tenida en consideración en la reflexión actual, por lo cual a


menudo se identifica la fe teologal, que es la acogida de la verdad revelada por Dios Uno y
Trino, y la creencia en las otras religiones, que es una experiencia religiosa todavía en
búsqueda de la verdad absoluta y carente todavía del asentimiento a Dios que se revela.
Este es uno de los motivos por los cuales se tiende a reducir, y a veces incluso a anular, las
diferencias entre el cristianismo y las otras religiones.

8. Se propone también la hipótesis acerca del valor inspirado de los textos sagrados de otras
religiones. Ciertamente es necesario reconocer que tales textos contienen elementos gracias
a los cuales multitud de personas a través de los siglos han podido y todavía hoy pueden
alimentar y conservar su relación religiosa con Dios. Por esto, considerando tanto los
modos de actuar como los preceptos y las doctrinas de las otras religiones, el Concilio
Vaticano II —como se ha recordado antes— afirma que « por más que discrepen en mucho
de lo que ella [la Iglesia] profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella
Verdad que ilumina a todos los hombres ».23

La tradición de la Iglesia, sin embargo, reserva la calificación de textos inspirados a los


libros canónicos del Antiguo y Nuevo Testamento, en cuanto inspirados por el Espíritu
Santo.24 Recogiendo esta tradición, la Constitución dogmática sobre la divina Revelación
del Concilio Vaticano II enseña: « La santa Madre Iglesia, según la fe apostólica, tiene por
santos y canónicos los libros enteros del Antiguo y Nuevo Testamento con todas sus partes,
porque, escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo (cf. Jn 20, 31; 2 Tm 3,16; 2 Pe 1,19-
21; 3,15-16), tienen a Dios como autor y como tales se le han entregado a la misma Iglesia
».25 Esos libros « enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso
consignar en las sagradas letras de nuestra salvación ».26

Sin embargo, queriendo llamar a sí a todas las gentes en Cristo y comunicarles la plenitud
de su revelación y de su amor, Dios no deja de hacerse presente en muchos modos « no
sólo en cada individuo, sino también en los pueblos mediante sus riquezas espirituales,
cuya expresión principal y esencial son las religiones, aunque contengan “lagunas,
insuficiencias y errores” ».27 Por lo tanto, los libros sagrados de otras religiones, que de
hecho alimentan y guían la existencia de sus seguidores, reciben del misterio de Cristo
aquellos elementos de bondad y gracia que están en ellos presentes.

II. EL LOGOS ENCARNADOY EL ESPÍRITU SANTO


EN LA OBRA DE LA SALVACIÓN

9. En la reflexión teológica contemporánea a menudo emerge un acercamiento a Jesús de


Nazaret como si fuese una figura histórica particular y finita, que revela lo divino de
manera no exclusiva sino complementaria a otras presencias reveladoras y salvíficas. El
Infinito, el Absoluto, el Misterio último de Dios se manifestaría así a la humanidad en
modos diversos y en diversas figuras históricas: Jesús de Nazaret sería una de esas. Más
concretamente, para algunos él sería uno de los tantos rostros que el Logos habría asumido
en el curso del tiempo para comunicarse salvíficamente con la humanidad.

Además, para justificar por una parte la universalidad de la salvación cristiana y por otra el
hecho del pluralismo religioso, se proponen contemporaneamente una economía del Verbo
eterno válida también fuera de la Iglesia y sin relación a ella, y una economía del Verbo
encarnado. La primera tendría una plusvalía de universalidad respecto a la segunda,
limitada solamente a los cristianos, aunque si bien en ella la presencia de Dios sería más
plena.

10. Estas tesis contrastan profundamente con la fe cristiana. Debe ser, en efecto, firmemente
creída la doctrina de fe que proclama que Jesús de Nazaret, hijo de María, y solamente él,
es el Hijo y Verbo del Padre. El Verbo, que « estaba en el principio con Dios » (Jn 1,2), es
el mismo que « se hizo carne » (Jn 1,14). En Jesús « el Cristo, el Hijo de Dios vivo »
(Mt16,16) « reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente » (Col 2,9). Él es « el
Hijo único, que está en el seno del Padre » (Jn 1,18), el « Hijo de su amor, en quien
tenemos la redención [...]. Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la plenitud, y reconciliar
con él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la
tierra y en los cielos » (Col 1,13-14.19-20).

Fiel a las Sagradas Escrituras y refutando interpretaciones erróneas y reductoras, el primer


Concilio de Nicea definió solemnemente su fe en « Jesucristo Hijo de Dios, nacido
unigénito del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios
verdadero de Dios verdadero, engendrado, no hecho, consustancial al Padre, por quien
todas las cosas fueron hechas, las que hay en el cielo y las que hay en la tierra, que por
nosotros los hombres y por nuestra salvación descendió y se encarnó, se hizo hombre,
padeció, y resucitó al tercer día, subió a los cielos, y ha de venir a juzgar a los vivos y a los
muertos ».28 Siguiendo las enseñanzas de los Padres, también el Concilio de Calcedonia
profesó que « uno solo y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, es él mismo perfecto en
divinidad y perfecto en humanidad, Dios verdaderamente, y verdaderamente hombre [...],
consustancial con el Padre en cuanto a la divinidad, y consustancial con nosotros en cuanto
a la humanidad [...], engendrado por el Padre antes de los siglos en cuanto a la divinidad, y
el mismo, en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, engendrado de María
Virgen, madre de Dios, en cuanto a la humanidad ».29

Por esto, el Concilio Vaticano II afirma que Cristo « nuevo Adán », « imagen de Dios
invisible » (Col 1,15), « es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia
de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado [...]. Cordero inocente, con la
entrega libérrima de su sangre nos mereció la vida. En Él Dios nos reconcilió consigo y con
nosotros y nos liberó de la esclavitud del diablo y del pecado, por lo que cualquiera de
nosotros puede decir con el Apóstol: El Hijo de Dios “me amó y se entregó a sí mismo por
mí” (Gal 2,20) ».30

Al respecto Juan Pablo II ha declarado explícitamente: « Es contrario a la fe cristiana


introducir cualquier separación entre el Verbo y Jesucristo [...]: Jesús es el Verbo
encarnado, una sola persona e inseparable [...]. Cristo no es sino Jesús de Nazaret, y éste es
el Verbo de Dios hecho hombre para la salvación de todos [...]. Mientras vamos
descubriendo y valorando los dones de todas clases, sobre todo las riquezas espirituales que
Dios ha concedido a cada pueblo, no podemos disociarlos de Jesucristo, centro del plan
divino de salvación ».31

Es también contrario a la fe católica introducir una separación entre la acción salvífica del
Logos en cuanto tal, y la del Verbo hecho carne. Con la encarnación, todas las acciones
salvíficas del Verbo de Dios, se hacen siempre en unión con la naturaleza humana que él ha
asumido para la salvación de todos los hombres. El único sujeto que obra en las dos
naturalezas, divina y humana, es la única persona del Verbo.32

Por lo tanto no es compatible con la doctrina de la Iglesia la teoría que atribuye una
actividad salvífica al Logos como tal en su divinidad, que se ejercitaría « más allá » de la
humanidad de Cristo, también después de la encarnación.33

11. Igualmente, debe ser firmemente creída la doctrina de fe sobre la unicidad de la


economía salvífica querida por Dios Uno y Trino, cuya fuente y centro es el misterio de la
encarnación del Verbo, mediador de la gracia divina en el plan de la creación y de la
redención (cf. Col1,15-20), recapitulador de todas las cosas (cf. Ef 1,10), « al cual hizo
Dios para nosotros sabiduría de origen divino, justicia, santificación y redención » (1
Co 1,30). En efecto, el misterio de Cristo tiene una unidad intrínseca, que se extiende desde
la elección eterna en Dios hasta la parusía: « [Dios] nos ha elegido en él antes de la
fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor » (Ef 1,4);
En él « por quien entramos en herencia, elegidos de antemano según el previo designio del
que realiza todo conforme a la decisión de su voluntad » (Ef 1,11); « Pues a los que de
antemano conoció [el Padre], también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo,
para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a ésos
también los justificó; a los que justificó, a ésos también los glorificó » (Rm 8,29-30).

El Magisterio de la Iglesia, fiel a la revelación divina, reitera que Jesucristo es el mediador


y el redentor universal: « El Verbo de Dios, por quien todo fue hecho, se encarnó para que,
Hombre perfecto, salvará a todos y recapitulara todas las cosas. El Señor [...] es aquel a
quien el Padre resucitó, exaltó y colocó a su derecha, constituyéndolo juez de vivos y de
muertos ».34 Esta mediación salvífica también implica la unicidad del sacrificio redentor de
Cristo, sumo y eterno sacerdote (cf. Eb 6,20; 9,11; 10,12-14).

12. Hay también quien propone la hipótesis de una economía del Espíritu Santo con un
carácter más universal que la del Verbo encarnado, crucificado y resucitado. También esta
afirmación es contraria a la fe católica, que, en cambio, considera la encarnación salvífica
del Verbo como un evento trinitario. En el Nuevo Testamento el misterio de Jesús, Verbo
encarnado, constituye el lugar de la presencia del Espíritu Santo y la razón de su efusión a
la humanidad, no sólo en los tiempos mesiánicos (cf. Hch 2,32-36; Jn 20,20; 7,39; 1
Co 15,45), sino también antes de su venida en la historia (cf. 1 Co 10,4; 1 Pe 1,10-12).

El Concilio Vaticano II ha llamado la atención de la conciencia de fe de la Iglesia sobre


esta verdad fundamental. Cuando expone el plan salvífico del Padre para toda la
humanidad, el Concilio conecta estrechamente desde el inicio el misterio de Cristo con el
del Espíritu.35Toda la obra de edificación de la Iglesia a través de los siglos se ve como una
realización de Jesucristo Cabeza en comunión con su Espíritu.36

Además, la acción salvífica de Jesucristo, con y por medio de su Espíritu, se extiende más
allá de los confines visibles de la Iglesia y alcanza a toda la humanidad. Hablando del
misterio pascual, en el cual Cristo asocia vitalmente al creyente a sí mismo en el Espíritu
Santo, y le da la esperanza de la resurrección, el Concilio afirma: « Esto vale no solamente
para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo
corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del
hombre en realidad es una sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos creer que el
Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se
asocien a este misterio pascual ».37

Queda claro, por lo tanto, el vínculo entre el misterio salvífico del Verbo encarnado y el del
Espíritu Santo, que actúa el influjo salvífico del Hijo hecho hombre en la vida de todos los
hombres, llamados por Dios a una única meta, ya sea que hayan precedido históricamente
al Verbo hecho hombre, o que vivan después de su venida en la historia: de todos ellos es
animador el Espíritu del Padre, que el Hijo del hombre dona libremente (cf. Jn 3,34).

Por eso el Magisterio reciente de la Iglesia ha llamado la atención con firmeza y claridad
sobre la verdad de una única economía divina: « La presencia y la actividad del Espíritu no
afectan únicamente a los individuos, sino también a la sociedad, a la historia, a los pueblos,
a las culturas y a las religiones [...]. Cristo resucitado obra ya por la virtud de su Espíritu
[...]. Es también el Espíritu quien esparce “las semillas de la Palabra” presentes en los ritos
y culturas, y los prepara para su madurez en Cristo ».38 Aun reconociendo la función
histórico-salvífica del Espíritu en todo el universo y en la historia de la humanidad,39 sin
embargo confirma: « Este Espíritu es el mismo que se ha hecho presente en la encarnación,
en la vida, muerte y resurrección de Jesús y que actúa en la Iglesia. No es, por consiguiente,
algo alternativo a Cristo, ni viene a llenar una especie de vacío, como a veces se da por
hipótesis, que exista entre Cristo y el Logos. Todo lo que el Espíritu obra en los hombres y
en la historia de los pueblos, así como en las culturas y religiones, tiene un papel de
preparación evangélica, y no puede menos de referirse a Cristo, Verbo encarnado por obra
del Espíritu, “para que, hombre perfecto, salvara a todos y recapitulara todas las cosas” ».40

En conclusión, la acción del Espíritu no está fuera o al lado de la acción de Cristo. Se trata
de una sola economía salvífica de Dios Uno y Trino, realizada en el misterio de la
encarnación, muerte y resurrección del Hijo de Dios, llevada a cabo con la cooperación del
Espíritu Santo y extendida en su alcance salvífico a toda la humanidad y a todo el universo:
« Los hombres, pues, no pueden entrar en comunión con Dios si no es por medio de Cristo
y bajo la acción del Espíritu ».41

III. UNICIDAD Y UNIVERSALIDAD


DEL MISTERIO SALVÍFICO DE JESUCRISTO

13. Es también frecuente la tesis que niega la unicidad y la universalidad salvífica del
misterio de Jesucristo. Esta posición no tiene ningún fundamento bíblico. En efecto, debe
serfirmemente creída, como dato perenne de la fe de la Iglesia, la proclamación de
Jesucristo, Hijo de Dios, Señor y único salvador, que en su evento de encarnación, muerte y
resurrección ha llevado a cumplimiento la historia de la salvación, que tiene en él su
plenitud y su centro.

Los testimonios neotestamentarios lo certifican con claridad: « El Padre envió a su Hijo,


como salvador del mundo » (1 Jn 4,14); « He aquí el cordero de Dios, que quita el pecado
del mundo » (Jn 1,29). En su discurso ante el sanedrín, Pedro, para justificar la curación del
tullido de nacimiento realizada en el nombre de Jesús (cf. Hch 3,1-8), proclama: « Porque
no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos
» (Hch 4,12). El mismo apóstol añade además que « Jesucristo es el Señor de todos »; «
está constituido por Dios juez de vivos y muertos »; por lo cual « todo el que cree en él
alcanza, por su nombre, el perdón de los pecados » (Hch 10,36.42.43).

Pablo, dirigiéndose a la comunidad de Corinto, escribe: « Pues aun cuando se les dé el


nombre de dioses, bien en el cielo bien en la tierra, de forma que hay multitud de dioses y
de señores, para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas
las cosas y para el cual somos; y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y
por el cual somos nosotros » (1 Co 8,5-6). También el apóstol Juan afirma: « Porque tanto
amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca,
sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al
mundo, sino para que el mundo se salve por él » (Jn 3,16-17). En el Nuevo Testamento, la
voluntad salvífica universal de Dios está estrechamente conectada con la única mediación
de Cristo: « [Dios] quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno
de la verdad. Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los
hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos
» (1 Tm 2,4-6).

Basados en esta conciencia del don de la salvación, único y universal, ofrecido por el Padre
por medio de Jesucristo en el Espíritu Santo (cf. Ef 1,3-14), los primeros cristianos se
dirigieron a Israel mostrando que el cumplimiento de la salvación iba más allá de la Ley, y
afrontaron después al mundo pagano de entonces, que aspiraba a la salvación a través de
una pluralidad de dioses salvadores. Este patrimonio de la fe ha sido propuesto una vez más
por el Magisterio de la Iglesia: « Cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por todos
(cf. 2 Co 5,15), da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo a fin de que pueda
responder a su máxima vocación y que no ha sido dado bajo el cielo a la humanidad otro
nombre en el que sea posible salvarse (cf. Hch 4,12). Igualmente cree que la clave, el centro
y el fin de toda la historia humana se halla en su Señor y Maestro ».42

14. Debe ser, por lo tanto, firmemente creída como verdad de fe católica que la voluntad
salvífica universal de Dios Uno y Trino es ofrecida y cumplida una vez para siempre en el
misterio de la encarnación, muerte y resurrección del Hijo de Dios.

Teniendo en cuenta este dato de fe, y meditando sobre la presencia de otras experiencias
religiosas no cristianas y sobre su significado en el plan salvífico de Dios, la teología está
hoy invitada a explorar si es posible, y en qué medida, que también figuras y elementos
positivos de otras religiones puedan entrar en el plan divino de la salvación. En esta tarea
de reflexión la investigación teológica tiene ante sí un extenso campo de trabajo bajo la
guía del Magisterio de la Iglesia. El Concilio Vaticano II, en efecto, afirmó que « la única
mediación del Redentor no excluye, sino suscita en sus criaturas una múltiple cooperación
que participa de la fuente única ».43 Se debe profundizar el contenido de esta mediación
participada, siempre bajo la norma del principio de la única mediación de Cristo: « Aun
cuando no se excluyan mediaciones parciales, de cualquier tipo y orden, éstas sin embargo
cobran significado y valor únicamente por la mediación de Cristo y no pueden ser
entendidas como paralelas y complementarias ».44 No obstante, serían contrarias a la fe
cristiana y católica aquellas propuestas de solución que contemplen una acción salvífica de
Dios fuera de la única mediación de Cristo.

15. No pocas veces algunos proponen que en teología se eviten términos como « unicidad
», « universalidad », « absolutez », cuyo uso daría la impresión de un énfasis excesivo
acerca del valor del evento salvífico de Jesucristo con relación a las otras religiones. En
realidad, con este lenguaje se expresa simplemente la fidelidad al dato revelado, pues
constituye un desarrollo de las fuentes mismas de la fe. Desde el inicio, en efecto, la
comunidad de los creyentes ha reconocido que Jesucristo posee una tal valencia salvífica,
que Él sólo, como Hijo de Dios hecho hombre, crucificado y resucitado, en virtud de la
misión recibida del Padre y en la potencia del Espíritu Santo, tiene el objetivo de donar la
revelación (cf. Mt11,27) y la vida divina (cf. Jn 1,12; 5,25-26; 17,2) a toda la humanidad y
a cada hombre.
En este sentido se puede y se debe decir que Jesucristo tiene, para el género humano y su
historia, un significado y un valor singular y único, sólo de él propio, exclusivo, universal y
absoluto. Jesús es, en efecto, el Verbo de Dios hecho hombre para la salvación de todos.
Recogiendo esta conciencia de fe, el Concilio Vaticano II enseña: « El Verbo de Dios, por
quien todo fue hecho, se encarnó para que, Hombre perfecto, salvara a todos y recapitulara
todas las cosas. El Señor es el fin de la historia humana, “punto de convergencia hacia el
cual tienden los deseos de la historia y de la civilización”, centro de la humanidad, gozo del
corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones. Él es aquel a quien el Padre resucitó,
exaltó y colocó a su derecha, constituyéndolo juez de vivos y de muertos ». 45 « Es
precisamente esta singularidad única de Cristo la que le confiere un significado absoluto y
universal, por lo cual, mientras está en la historia, es el centro y el fin de la misma: “Yo soy
el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin” (Ap 22,13) ».46

IV. UNICIDAD Y UNIDAD DE LA IGLESIA

16. El Señor Jesús, único salvador, no estableció una simple comunidad de discípulos, sino
que constituyó a la Iglesia como misterio salvífico: Él mismo está en la Iglesia y la Iglesia
está en Él (cf. Jn 15,1ss; Ga 3,28; Ef 4,15-16; Hch 9,5); por eso, la plenitud del misterio
salvífico de Cristo pertenece también a la Iglesia, inseparablemente unida a su Señor.
Jesucristo, en efecto, continúa su presencia y su obra de salvación en la Iglesia y a través de
la Iglesia (cf. Col 1,24-27),47 que es su cuerpo (cf. 1 Co 12, 12-13.27; Col 1,18).48 Y así
como la cabeza y los miembros de un cuerpo vivo aunque no se identifiquen son
inseparables, Cristo y la Iglesia no se pueden confundir pero tampoco separar, y
constituyen un único « Cristo total ».49 Esta misma inseparabilidad se expresa también en el
Nuevo Testamento mediante la analogía de la Iglesia como Esposa de Cristo (cf. 2
Cor 11,2; Ef5,25-29; Ap 21,2.9).50

Por eso, en conexión con la unicidad y la universalidad de la mediación salvífica de


Jesucristo, debe ser firmemente creída como verdad de fe católica la unicidad de la Iglesia
por él fundada. Así como hay un solo Cristo, uno solo es su cuerpo, una sola es su Esposa:
« una sola Iglesia católica y apostólica ».51 Además, las promesas del Señor de no
abandonar jamás a su Iglesia (cf. Mt 16,18; 28,20) y de guiarla con su Espíritu
(cf. Jn 16,13) implican que, según la fe católica, la unicidad y la unidad, como todo lo que
pertenece a la integridad de la Iglesia, nunca faltaran.52

Los fieles están obligados a profesar que existe una continuidad histórica —radicada en la
sucesión apostólica—53 entre la Iglesia fundada por Cristo y la Iglesia católica: « Esta es la
única Iglesia de Cristo [...] que nuestro Salvador confió después de su resurrección a Pedro
para que la apacentara (Jn 24,17), confiándole a él y a los demás Apóstoles su difusión y
gobierno (cf. Mt 28,18ss.), y la erigió para siempre como « columna y fundamento de la
verdad » (1 Tm 3,15). Esta Iglesia, constituida y ordenada en este mundo como una
sociedad, subsiste [subsistit in] en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y
por los Obispos en comunión con él ».54 Con la expresión « subsitit in », el Concilio
Vaticano II quiere armonizar dos afirmaciones doctrinales: por un lado que la Iglesia de
Cristo, no obstante las divisiones entre los cristianos, sigue existiendo plenamente sólo en
la Iglesia católica, y por otro lado que « fuera de su estructura visible pueden encontrarse
muchos elementos de santificación y de verdad »,55 ya sea en las Iglesias que en las
Comunidades eclesiales separadas de la Iglesia católica.56 Sin embargo, respecto a estas
últimas, es necesario afirmar que su eficacia « deriva de la misma plenitud de gracia y
verdad que fue confiada a la Iglesia católica ».57

17. Existe, por lo tanto, una única Iglesia de Cristo, que subsiste en la Iglesia católica,
gobernada por el Sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él.58 Las Iglesias
que no están en perfecta comunión con la Iglesia católica pero se mantienen unidas a ella
por medio de vínculos estrechísimos como la sucesión apostólica y la Eucaristía
válidamente consagrada, son verdaderas iglesias particulares.59 Por eso, también en estas
Iglesias está presente y operante la Iglesia de Cristo, si bien falte la plena comunión con la
Iglesia católica al rehusar la doctrina católica del Primado, que por voluntad de Dios posee
y ejercita objetivamente sobre toda la Iglesia el Obispo de Roma.60

Por el contrario, las Comunidades eclesiales que no han conservado el Episcopado válido y
la genuina e íntegra sustancia del misterio eucarístico,61 no son Iglesia en sentido propio;
sin embargo, los bautizados en estas Comunidades, por el Bautismo han sido incorporados
a Cristo y, por lo tanto, están en una cierta comunión, si bien imperfecta, con la
Iglesia.62 En efecto, el Bautismo en sí tiende al completo desarrollo de la vida en Cristo
mediante la íntegra profesión de fe, la Eucaristía y la plena comunión en la Iglesia.63

« Por lo tanto, los fieles no pueden imaginarse la Iglesia de Cristo como la suma —
diferenciada y de alguna manera unitaria al mismo tiempo— de las Iglesias y Comunidades
eclesiales; ni tienen la facultad de pensar que la Iglesia de Cristo hoy no existe en ningún
lugar y que, por lo tanto, deba ser objeto de búsqueda por parte de todas las Iglesias y
Comunidades ».64 En efecto, « los elementos de esta Iglesia ya dada existen juntos y en
plenitud en la Iglesia católica, y sin esta plenitud en las otras Comunidades ».65 « Por
consiguiente, aunque creamos que las Iglesias y Comunidades separadas tienen sus
defectos, no están desprovistas de sentido y de valor en el misterio de la salvación, porque
el Espíritu de Cristo no ha rehusado servirse de ellas como medios de salvación, cuya
virtud deriva de la misma plenitud de la gracia y de la verdad que se confió a la Iglesia ».66

La falta de unidad entre los cristianos es ciertamente una herida para la Iglesia; no en el
sentido de quedar privada de su unidad, sino « en cuanto obstáculo para la realización plena
de su universalidad en la historia ».67

V. IGLESIA, REINO DE DIOS Y REINO DE CRISTO

18. La misión de la Iglesia es « anunciar el Reino de Cristo y de Dios, establecerlo en


medio de todas las gentes; [la Iglesia] constituye en la tierra el germen y el principio de este
Reino ».68 Por un lado la Iglesia es « sacramento, esto es, signo e instrumento de la íntima
unión con Dios y de la unidad de todo el género humano »;69 ella es, por lo tanto, signo e
instrumento del Reino: llamada a anunciarlo y a instaurarlo. Por otro lado, la Iglesia es el «
pueblo reunido por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo »;70 ella es, por lo
tanto, el « reino de Cristo, presente ya en el misterio »,71 constituyendo, así,
su germen einicio. El Reino de Dios tiene, en efecto, una dimensión escatológica: Es una
realidad presente en el tiempo, pero su definitiva realización llegará con el fin y el
cumplimiento de la historia.72

De los textos bíblicos y de los testimonios patrísticos, así como de los documentos del
Magisterio de la Iglesia no se deducen significados unívocos para las expresiones Reino de
los Cielos, Reino de Dios y Reino de Cristo, ni de la relación de los mismos con la Iglesia,
ella misma misterio que no puede ser totalmente encerrado en un concepto humano. Pueden
existir, por lo tanto, diversas explicaciones teológicas sobre estos argumentos. Sin embargo,
ninguna de estas posibles explicaciones puede negar o vaciar de contenido en modo alguno
la íntima conexión entre Cristo, el Reino y la Iglesia. En efecto, « el Reino de Dios que
conocemos por la Revelación, no puede ser separado ni de Cristo ni de la Iglesia... Si se
separa el Reino de la persona de Jesús, no es éste ya el Reino de Dios revelado por él, y se
termina por distorsionar tanto el significado del Reino —que corre el riesgo de
transformarse en un objetivo puramente humano e ideológico— como la identidad de
Cristo, que no aparece como el Señor, al cual debe someterse todo (cf. 1 Co 15,27);
asimismo, el Reino no puede ser separado de la Iglesia. Ciertamente, ésta no es un fin en sí
misma, ya que está ordenada al Reino de Dios, del cual es germen, signo e instrumento. Sin
embargo, a la vez que se distingue de Cristo y del Reino, está indisolublemente unida a
ambos ».73

19. Afirmar la relación indivisible que existe entre la Iglesia y el Reino no implica olvidar
que el Reino de Dios —si bien considerado en su fase histórica— no se identifica con la
Iglesia en su realidad visible y social. En efecto, no se debe excluir « la obra de Cristo y del
Espíritu Santo fuera de los confines visibles de la Iglesia ».74 Por lo tanto, se debe también
tener en cuenta que « el Reino interesa a todos: a las personas, a la sociedad, al mundo
entero. Trabajar por el Reino quiere decir reconocer y favorecer el dinamismo divino, que
está presente en la historia humana y la transforma. Construir el Reino significa trabajar por
la liberación del mal en todas sus formas. En resumen, el Reino de Dios es la manifestación
y la realización de su designio de salvación en toda su plenitud ».75

Al considerar la relación entre Reino de Dios, Reino de Cristo e Iglesia es necesario, de


todas maneras, evitar acentuaciones unilaterales, como en el caso de « determinadas
concepciones que intencionadamente ponen el acento sobre el Reino y se presentan como
“reinocéntricas”, las cuales dan relieve a la imagen de una Iglesia que no piensa en sí
misma, sino que se dedica a testimoniar y servir al Reino. Es una “Iglesia para los demás”
—se dice— como “Cristo es el hombre para los demás”... Junto a unos aspectos positivos,
estas concepciones manifiestan a menudo otros negativos. Ante todo, dejan en silencio a
Cristo: El Reino del que hablan se basa en un “teocentrismo”, porque Cristo —dicen— no
puede ser comprendido por quien no profesa la fe cristiana, mientras que pueblos, culturas
y religiones diversas pueden coincidir en la única realidad divina, cualquiera que sea su
nombre. Por el mismo motivo, conceden privilegio al misterio de la creación, que se refleja
en la diversidad de culturas y creencias, pero no dicen nada sobre el misterio de la
redención. Además el Reino, tal como lo entienden, termina por marginar o menospreciar a
la Iglesia, como reacción a un supuesto “eclesiocentrismo” del pasado y porque consideran
a la Iglesia misma sólo un signo, por lo demás no exento de ambigüedad ». 76 Estas tesis son
contrarias a la fe católica porque niegan la unicidad de la relación que Cristo y la Iglesia
tienen con el Reino de Dios.

VI. LA IGLESIA Y LAS RELIGIONES


EN RELACIÓN CON LA SALVACIÓN

20. De todo lo que ha sido antes recordado, derivan también algunos puntos necesarios para
el curso que debe seguir la reflexión teológica en la profundización de la relación de la
Iglesia y de las religiones con la salvación.

Ante todo, debe ser firmemente creído que la « Iglesia peregrinante es necesaria para la
salvación, pues Cristo es el único Mediador y el camino de salvación, presente a nosotros
en su Cuerpo, que es la Iglesia, y Él, inculcando con palabras concretas la necesidad del
bautismo (cf. Mt 16,16; Jn 3,5), confirmó a un tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que
los hombres entran por el bautismo como por una puerta ».77 Esta doctrina no se contrapone
a la voluntad salvífica universal de Dios (cf. 1 Tm 2,4); por lo tanto, « es necesario, pues,
mantener unidas estas dos verdades, o sea, la posibilidad real de la salvación en Cristo para
todos los hombres y la necesidad de la Iglesia en orden a esta misma salvación ».78

La Iglesia es « sacramento universal de salvación »79 porque, siempre unida de modo


misterioso y subordinada a Jesucristo el Salvador, su Cabeza, en el diseño de Dios, tiene
una relación indispensable con la salvación de cada hombre.80 Para aquellos que no son
formal y visiblemente miembros de la Iglesia, « la salvación de Cristo es accesible en
virtud de la gracia que, aun teniendo una misteriosa relación con la Iglesia, no les introduce
formalmente en ella, sino que los ilumina de manera adecuada en su situación interior y
ambiental. Esta gracia proviene de Cristo; es fruto de su sacrificio y es comunicada por el
Espíritu Santo ».81Ella está relacionada con la Iglesia, la cual « procede de la misión del
Hijo y la misión del Espíritu Santo »,82 según el diseño de Dios Padre.

21. Acerca del modo en el cual la gracia salvífica de Dios, que es donada siempre por
medio de Cristo en el Espíritu y tiene una misteriosa relación con la Iglesia, llega a los
individuos no cristianos, el Concilio Vaticano II se limitó a afirmar que Dios la dona « por
caminos que Él sabe ».83 La Teología está tratando de profundizar este argumento, ya que
es sin duda útil para el crecimiento de la compresión de los designios salvíficos de Dios y
de los caminos de su realización. Sin embargo, de todo lo que hasta ahora ha sido
recordado sobre la mediación de Jesucristo y sobre las « relaciones singulares y únicas
»84 que la Iglesia tiene con el Reino de Dios entre los hombres —que substancialmente es
el Reino de Cristo, salvador universal—, queda claro que sería contrario a la fe católica
considerar la Iglesia como un camino de salvación al lado de aquellos constituidos por las
otras religiones. Éstas serían complementarias a la Iglesia, o incluso substancialmente
equivalentes a ella, aunque en convergencia con ella en pos del Reino escatológico de Dios.

Ciertamente, las diferentes tradiciones religiosas contienen y ofrecen elementos de


religiosidad que proceden de Dios85 y que forman parte de « todo lo que el Espíritu obra en
los hombres y en la historia de los pueblos, así como en las culturas y religiones ».86 De
hecho algunas oraciones y ritos pueden asumir un papel de preparación evangélica, en
cuanto son ocasiones o pedagogías en las cuales los corazones de los hombres son
estimulados a abrirse a la acción de Dios.87 A ellas, sin embargo no se les puede atribuir un
origen divino ni una eficacia salvífica ex opere operato, que es propia de los sacramentos
cristianos.88 Por otro lado, no se puede ignorar que otros ritos no cristianos, en cuanto
dependen de supersticiones o de otros errores (cf. 1 Co 10,20-21), constituyen más bien un
obstáculo para la salvación.89

22. Con la venida de Jesucristo Salvador, Dios ha establecido la Iglesia para la salvación
detodos los hombres (cf. Hch 17,30-31).90 Esta verdad de fe no quita nada al hecho de que
la Iglesia considera las religiones del mundo con sincero respeto, pero al mismo tiempo
excluye esa mentalidad indiferentista « marcada por un relativismo religioso que termina
por pensar que “una religión es tan buena como otra” ».91 Si bien es cierto que los no
cristianos pueden recibir la gracia divina, también es cierto que objetivamente se hallan en
una situación gravemente deficitaria si se compara con la de aquellos que, en la Iglesia,
tienen la plenitud de los medios salvíficos.92 Sin embargo es necesario recordar a « los hijos
de la Iglesia que su excelsa condición no deben atribuirla a sus propios méritos, sino a una
gracia especial de Cristo; y si no responden a ella con el pensamiento, las palabras y las
obras, lejos de salvarse, serán juzgados con mayor severidad ».93 Se entiende, por lo tanto,
que, siguiendo el mandamiento de Señor (cf. Mt 28,19-20) y como exigencia del amor a
todos los hombres, la Iglesia « anuncia y tiene la obligación de anunciar constantemente a
Cristo, que es “el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6), en quien los hombres
encuentran la plenitud de la vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas las
cosas ».94

La misión ad gentes, también en el diálogo interreligioso, « conserva íntegra, hoy como


siempre, su fuerza y su necesidad ».95 « En efecto, « Dios quiere que todos los hombres se
salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad » (1 Tm 2,4). Dios quiere la salvación
de todos por el conocimiento de la verdad. La salvación se encuentra en la verdad. Los que
obedecen a la moción del Espíritu de verdad están ya en el camino de la salvación; pero la
Iglesia, a quien esta verdad ha sido confiada, debe ir al encuentro de los que la buscan para
ofrecérsela. Porque cree en el designio universal de salvación, la Iglesia debe ser misionera
».96 Por ello el diálogo, no obstante forme parte de la misión evangelizadora, constituye
sólo una de las acciones de la Iglesia en su misión ad gentes.97 La paridad, que es
presupuesto del diálogo, se refiere a la igualdad de la dignidad personal de las partes, no a
los contenidos doctrinales, ni mucho menos a Jesucristo —que es el mismo Dios hecho
hombre— comparado con los fundadores de las otras religiones. De hecho, la Iglesia,
guiada por la caridad y el respeto de la libertad,98 debe empeñarse primariamente en
anunciar a todos los hombres la verdad definitivamente revelada por el Señor, y a
proclamar la necesidad de la conversión a Jesucristo y la adhesión a la Iglesia a través del
bautismo y los otros sacramentos, para participar plenamente de la comunión con Dios
Padre, Hijo y Espíritu Santo. Por otra parte, la certeza de la voluntad salvífica universal de
Dios no disminuye sino aumenta el deber y la urgencia del anuncio de la salvación y la
conversión al Señor Jesucristo.
CONCLUSIÓN

23. La presente Declaración, reproponiendo y clarificando algunas verdades de fe, ha


querido seguir el ejemplo del Apóstol Pablo a los fieles de Corinto: « Os transmití, en
primer lugar, lo que a mi vez recibí » (1 Co 15,3). Frente a propuestas problemáticas o
incluso erróneas, la reflexión teológica está llamada a confirmar de nuevo la fe de la Iglesia
y a dar razón de su esperanza en modo convincente y eficaz.

Los Padres del Concilio Vaticano II, al tratar el tema de la verdadera religión, han
afirmado: « Creemos que esta única religión verdadera subsiste en la Iglesia católica y
apostólica, a la cual el Señor Jesús confió la obligación de difundirla a todos los hombres,
diciendo a los Apóstoles: “Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo
os he mandado” (Mt 28,19-20). Por su parte todos los hombres están obligados a buscar la
verdad, sobre todo en lo referente a Dios y a su Iglesia, y, una vez conocida, a abrazarla y
practicarla ».99

La revelación de Cristo continuará a ser en la historia la verdadera estrella que orienta a


toda la humanidad: 100 « La verdad, que es Cristo, se impone como autoridad universal
». 101 El misterio cristiano supera de hecho las barreras del tiempo y del espacio, y realiza la
unidad de la familia humana: « Desde lugares y tradiciones diferentes todos están llamados
en Cristo a participar en la unidad de la familia de los hijos de Dios [...]. Jesús derriba los
muros de la división y realiza la unificación de forma original y suprema mediante la
participación en su misterio. Esta unidad es tan profunda que la Iglesia puede decir con san
Pablo: « Ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de
Dios » (Ef 2,19) ».102

El Sumo Pontífice Juan Pablo II, en la Audiencia del día 16 de junio de 2000, concedida al
infrascrito Cardenal Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, con ciencia
cierta y con su autoridad apostólica, ha ratificado y confirmado esta Declaración decidida
en la Sesión Plenaria, y ha ordenado su publicación.

Dado en Roma, en la sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el 6 de agosto de


2000, Fiesta de la Transfiguración del Señor.

Joseph Card. Ratzinger


Prefecto

Tarcisio Bertone, S.D.B.


Arzobispo emérito de Vercelli
Secretario
Notas

(1) Conc. de Constantinopla I, Symbolum Costantinopolitanum: DS 150.

(2) Cf. Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio, 1: AAS 83 (1991) 249-340.

(3) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes y Decl. Nostra aetate; cf. también Pablo VI,
Exhort. ap. Evangelii nuntiandi: AAS 68 (1976) 5-76; Juan Pablo II, Enc. Redemptoris
missio.

(4) Conc. Ecum. Vat.II, Decl.Nostra aetate, 2.

(5) Pont. Cons. para el Diálogo Interreligioso y la Congr. para la Evangelización de los
Pueblos, Instr. Diálogo y anuncio, 29; cf. Conc.Ecum. Vat II, Const. past. Gaudium et spes,
22.

(6) Cf. Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio, 55.

(7) Cf. Pont.Cons. para el Diálogo Interreligioso y la Congr. para la Evangelización de los
Pueblos, Instr. Diálogo y anuncio, 9: AAS 84 (1992) 414-446.

(8) Juan Pablo II,Enc. Fides et ratio, 5: AAS 91 (1999) 5-88.

(9) Conc. Ecum Vat. II, Const. dogm.Dei verbum, 2.

(10) Ibíd., 4.

(11) Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio, 5.

(12) Juan Pablo II, Enc. Fides et ratio, 14.

(13) Conc. Ecum. de Calcedonia, DS 301. Cf. S. Atanasio de Alejandría, De Incarnatione,


54,3: SC 199,458.

(14) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm.Dei verbum, 4

(15) Ibíd., 5.

(16) Ibíd.

(17) 3 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 144.

(18) Ibíd., 150.

(19) Ibíd., 153.


(20) Ibíd., 178.

(21) Juan Pablo II, Enc. Fides et Ratio, 13.

(22) Cf. ibíd., 31-32.

(23) Conc. Ecum. Vat.II, Decl.Nostra aetae, 2. Cf. también Conc.Ecum. Vat. II, Decr. Ad
gentes, 9, donde se habla de todo lo bueno presente « en los ritos y en las culturas de los
pueblos »; Const. dogm. Lumen gentium, 16, donde se indica todo lo bueno y lo verdadero
presente entre los no cristianos, que pueden ser considerados como una preparación a la
acogida del Evangelio.

(24) Cf. Conc. de Trento, Decr. de libris sacris et de traditionibus recipiendis: DS 1501;
Conc. Ecum. Vat. I, Const. dogm.Dei Filius, cap. 2: DS 3006.

(25) Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm.Dei verbum, 11.

(26) Ibíd.

(27) Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio, 55; cf. también 56. Pablo VI, Exhort.
ap.Evangelii nuntiandi, 53.

(28) Conc. Ecum. de Nicea I, DS 125.

(29) Conc. Ecum de Calcedonia, DS 301.

(30) Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Gaudium et spes, 22.

(31) Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio, 6.

(32) Cf. San León Magno, Tomus ad Flavianum: DS 269.

(33) Cf. San León Magno, Carta « Promisisse me memini » ad Leonem I imp: DS 318: « In
tantam unitatem ab ipso conceptu Virginis deitate et humanitate conserta, ut nec sine
homine divina, nec sine Dio agerentur humana ». Cf. también ibíd.: DS 317.

(34) Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 45. Cf. también Conc. de Trento,
Decr. De peccato originali, 3: DS 1513.

(35) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 3-4.

(36) Cf. ibíd., 7.Cf. San Ireneo, el cual afirmaba que en la Iglesia « ha sido depositada la
comunión con Cristo, o sea, el Espíritu Santo » (Adversus Haereses III, 24, 1: SC 211,
472).

(37) Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 22.
(38) Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio, 28.Acerca de « las semillas del Verbo » cf.
también San Justino, 2 Apologia, 8,1-2,1-3; 13, 3-6: ed. E. J. Goodspeed, 84; 85; 88-89.

(39) Cf. ibíd., 28-29.

(40) Ibíd., 29.

(41) 3 Ibíd., 5.

(42) Conc. Ecum. Vat. II, Const. past.Gaudium et spes, 10; cf. San Agustín, cuando afirma
que fuera de Cristo, « camino universal de salvación que nunca ha faltado al género
humano, nadie ha sido liberado, nadie es liberado, nadie será liberado »: De Civitate
Dei 10, 32, 2: CCSL 47, 312.

(43) Conc. Ecum. Vat.II, Const. dogm. Lumen gentium, 62.

(44) Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio, 5.

(45) Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 45. La necesidad y absoluta
singularidad de Cristo en la historia humana está bien expresada por San Ireneo cuando
contempla la preeminencia de Jesús como Primogénito: « En los cielos como primogénito
del pensamiento del Padre, el Verbo perfecto dirige personalmente todas las cosas y legisla;
sobre la tierra como primogénito de la Virgen, hombre justo y santo, siervo de Dios, bueno,
aceptable a Dios, perfecto en todo; finalmente salvando de los infiernos a todos aquellos
que lo siguen, como primogénito de los muertos es cabeza y fuente de la vida divina »
(Demostratio, 39: SC 406, 138).

(46) Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio, 6.

(47) Cf. Conc. Ecum. Vat.II, Const. dogm. Lumen gentium, 14.

(48) Cf. ibíd., 7.

(49) Cf. San Agustín, Enarrat.In Psalmos, Ps 90, Sermo 2,1: CCSL 39, 1266; San Gregorio
Magno, Moralia in Iob, Praefatio, 6, 14: PL 75, 525; Santo Tomás de Aquino, Summa
Theologicae, III, q. 48, a. 2 ad 1.

(50) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm.Lumen gentium, 6.

(51) Símbolo de la fe: DS 48.Cf. Bonifacio VIII, Bula Unam Sanctam: DS 870-872; Conc.
Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 8.

(52) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Unitatis redintegratio, 4; Juan Pablo II, Enc. Ut unum
sint, 11: AAS 87 (1995) 921-982.
(53) 3 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 20; cf. también San
Ireneo,Adversus Haereses, III, 3, 1-3: SC 211, 20-44; San Cipriano, Epist. 33, 1: CCSL 3B,
164-165; San Agustín, Contra advers. legis et prophet., 1, 20, 39: CCSL 49, 70.

(54) Conc. Ecum Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 8.

(55) Ibíd., Cf. Juan Pablo II, Enc. Ut unum sint, 13. Cf. también Conc.Ecum. Vat. II, Const.
dogm. Lumen gentium, 15, y Decr.Unitatis redintegratio, 3.

(56) Es, por lo tanto, contraria al significado auténtico del texto conciliar la interpretación
de quienes deducen de la fórmula subsistit in la tesis según la cual la única Iglesia de Cristo
podría también subsistir en otras iglesias cristianas. « El Concilio había escogido la palabra
“subsistit” precisamente para aclarar que existe una sola “subsistencia” de la verdadera
Iglesia, mientras que fuera de su estructura visible existen sólo “elementa Ecclesiae”, los
cuales —siendo elementos de la misma Iglesia— tienden y conducen a la Iglesia católica »
(Congr. para la Doctrina de la Fe, Notificación sobre el volumen « Iglesia: carisma y poder
» del P. Leonardo Boff, 11-III-1985: AAS 77 (1985) 756-762).

(57) Cf. Conc. Ecum. Vat.II, Decr. Unitatis redintegratio, 3.

(58) Cf. Congr. para la Doctrina de la Fe, Decl. Mysterium ecclesiae, n. 1: AAS 65 (1973)
396-408.

(59) Cf. Conc. Ecum. Vat.II, Decr. Unitatis redintegratio, 14 y 15; Congr. para Doctrina de
la Fe, Carta Communionis notio, 17 AAS 85 (1993) 838-850.

(60) Cf. Conc. Ecum Vat. I, Const. Pastor aeternus: DS 3053-3064; Conc. Ecum. Vat. II,
Const dogm. Lumen gentium, 22.

(61) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr.Unitatis redintegratio, 22.

(62) Cf. ibíd., 3.

(63) Cf. ibíd., 22.

(64) Congr. para la Doctrina de la Fe, Decl. Mysterium ecclesiae, 1.

(65) Juan Pablo II, Enc. Ut unum sint, 14.

(66) Conc. Ecum. Vat. II, Decr.Unitatis redintegratio, 3.

(67) Congr. para la Doctrina de la Fe, Carta Communionis notio, 17.Cf. Conc. Ecum. Vat.
II, Decr. Unitatis redintegratio, n. 4.

(68) Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 5.


(69) 3 Ibíd., 1.

(70) 3 Ibíd., 4. Cf. San Cipriano, De Dominica oratione 23: CCSL 3A, 105.

(71) Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 3.

(72) Cf. ibíd., 9. Cf. También la oración dirigida a Dios, que se encuentra en la Didaché 9,
4: SC 248, 176: « Se reúna tu Iglesia desde los confines de la tierra en tu reino », e ibíd.,
10, 5: SC 248, 180: « Acuérdate, Señor, de tu Iglesia... y, santificada, reúnela desde los
cuatro vientos en tu reino que para ella has preparado ».

(73) Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio, 18; cf. Exhort. ap. Ecclesia in Asia, 6-XI-
1999, 17: L'Osservatore Romano, 7-XI-1999. El Reino es tan inseparable de Cristo que, en
cierta forma, se identifica con él (cf. Orígenes, In Mt. Hom., 14, 7: PG 13, 1197;
Tertuliano,Adversus Marcionem, IV, 33, 8: CCSL 1, 634.

(74) Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio, 18.

(75) Ibíd., 15.

(76) Ibíd., 17.

(77) Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 14. Cf. Decr. Ad gentes, 7;
Decr.Unitatis redintegratio, 3.

(78) Juan Pablo II,Enc. Redemptoris missio, 9. Cf. Catecismo de la Iglesia Católica,
846-847.

(79) 3 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm., Lumen gentium, 48.

(80) Cf. San Cipriano, De catholicae ecclesiae unitate, 6: CCSL 3, 253-254; San
Ireneo,Adversus Haereses, III, 24, 1: SC 211, 472-474.

(81) Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio, 10.

(82) Conc. Ecum. Vat. II, Decr.Ad gentes, 2. La conocida fórmula extra Ecclesiam nullus
omnino salvatur debe ser interpretada en el sentido aquí explicado (cf. Conc.Ecum.
Lateranense IV, Cap. 1. De fide catholica: DS 802). Cf. también la Carta del Santo Oficio
al Arzobispo de Boston: DS 3866-3872.

(83) Conc. Ecum. Vat.II, Decr. Ad gentes, 7.

(84) 3 Juan Pablo II, Enc.Redemptoris missio, 18.

(85) Son las semillas del Verbo divino (semina Verbi), que la Iglesia reconoce con gozo y
respeto (cf. Conc.Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, 11, Decl. Nostra aetate, 2).
(86) Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio, 29.

(87) Cf. Ibíd.; Catecismo de la Iglesia Católica, 843.

(88) Cf. Conc. de Trento, Decr. De sacramentis, can. 8 de sacramentis in genere: DS 1608.

(89) Cf. Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio, 55.

(90) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 17; Juan Pablo II,
Enc.Redemptoris missio, 11.

(91) Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio, 36.

(92) Cf. Pío XII, Enc. Myisticis corporis, DS 3821.

(93) Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 14.

(94) Conc. Ecum. Vat. II, Decl. Nostra aetate, 2.

(95) Conc.Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, 7.

(96) Catecismo de la Iglesia Católica, 851; cf. también, 849-856.

(97) Cf. Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio, 55; Exhort. ap. Ecclesia in Asia, 31, 6-XI-
1999.

(98) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decl. Dignitatis humanae, 1.

(99) Ibíd.

(100) Cf. Juan Pablo II, Enc. Fides et ratio, 15.

(101) Ibid., 92.

(102) Ibíd., 70.

(9)

La apologética no está de moda


La apologética tiene que ser considerada como parte integrante de la
misma evangelización.

Por: P. Flaviano Amatulli Valente | Fuente: Ap?les de la Palabra


La gran tiranía

Hoy existe una gran tiranía, que se está apoderando de todos los sectores de la sociedad, en todas las latitudes.
Es un monstruo que avanza imponiendo su ley, la de la demanda y la oferta, con sus apéndices que son el
éxito, la fama y la moda. Se trata del «mercado», una palabra mágica, un poder oculto, que todo lo pervade
con su fascinación irresistible, el «business», el negocio. Para que algo tenga valor, tiene que transformarse en
«negocio», entrar en el «mercado», mirar hacia el éxito, dando fama y poder. De otra manera no sirve para
nada.

Este monstruo se está posesionando también de la religión, la religión de la demanda y la oferta, del éxito, del
negocio. Si algo le gusta a la gente, quiere decir que es bueno, hay que dárselo. Tantas religiones cuantos son
los gustos de la gente con sus preocupaciones reales: salud, curiosidad, superación persona, emocionalismo,
euforia, espanto... La religión «cocktail» para cada gusto. Gusto y negocio, demanda y oferta, éxito...

¿Y la verdad? «¿Qué es la verdad?», preguntó Pilato a Jesús (Jn 18,38). Es la lógica de las sectas, que son la
versión religiosa de la ley del mercado, de la demanda y de la oferta, sin ninguna preocupación por la verdad
y la moralidad objetivas. En muchos casos, la misma Biblia es un ingrediente más para el «cocktail», hecho
de psicología, hipnosis, terapia grupal, etc.

Apologética en decadencia

Lo malo es que también dentro de la Iglesia ha entrado algo de este virus del «mercado», el «éxito» y el
«negocio». Así se justifican ciertas prácticas, rayanas en la idolatría, por el simple hecho que «así le gusta a la
gente», «es la fe del pueblo sencillo» «representa una buena entrada económica»...

Por el simple hecho de que alguien aparece en la pantalla televisiva, hace noticia, cuenta con muchos
seguidores, le va bien económicamente, quiere decir que tienen razón, anda bien, agarró la onda... hace
progresar la obra de Dios, es un ejemplo a seguir. ¡Ay de los inconformes! A menos que de la inconformidad
no se haga una moda y no se transforme en un negocio. Entonces, sí, vengan todas la inconformidades
posibles. Hasta el hombre «controvertido» y el «asesino» pueden transformarse en «estrellas» alimentar el
«mercado», engendrando «business», fama, poder y éxito. Por eso la apologética hoy se encuentra en tanta
decadencia, por el hecho de que se presenta como algo característico del pasado, fuera de moda.

Hoy las palabras claves son «apertura», «tolerancia», «ecumenismo». El mejor elogio que se puede hacer a
uno es calificarlo de «progresista», de «avanzada». Claro que, en esta perspectiva, no hay lugar para la
apologética. Y no faltan los sofismas: «la fe no se defiende, se vive»; «Cristo no necesita que alguien lo
defienda, sabe defenderse solo», etc., etc. Como se tratara de defender la fe escondida en las bibliotecas o al
Cristo glorioso que está en el cielo. El hecho es que quieren aparentar ser «progresistas» y se espantan frente a
la perspectiva de ser considerados «retrógradas».
Al interior de la Iglesia, ¿acaso nadie se da cuenta de los múltiples errores que circulan entre los fieles?
Entonces, ¿porqué no intervienen? Evidentemente para no ser incluidos en la lista de los «conservadores».

¿Acaso muchos presbíteros no se dan cuenta que sus ovejas están siendo arrebatadas por los lobos rapaces?
Entonces, ¿por qué no toman cartas en el asunto? Por miedo a ser considerados «conservadores».

Es tan grande este miedo, que no valen ni las reiteradas intervenciones del Papa, ni la angustia y el
sufrimiento del pueblo para cambiar de actitud. Les resulta más fácil y gratificante decir: «Yo me llevo muy
bien con esa gente; hasta tengo algunos amigos que son pastores», que prepararse sobre el tema de las sectas
para ayudar a los feligreses que se encuentran con problemas.

Falta de amor

El buen nombre, la fama, el deseo de vivir en paz, el egoísmo pueden más que el amor. Sí, en resumidas
cuentas, de eso se trata: escoger entre los propios intereses y el bien del prójimo, la propia comodidad y el
riesgo a enfrentarse a un problema tan complicado y de tan pocas satisfacciones. A esos señores, que se
sienten tan seguros de haber escogido el camino más correcto por no meterse en líos, les pregunto:

«¿Acaso a lo largo de la historia los que se entregaron a la ardua tarea de profundizar, aclara y defender la fe
ante el acecho de los herejes, lo hicieron por el simple gusto de pelear? ¿Acaso no lo hicieron por el amor
hacia la verdad y los hermanos, acosados por la duda y deseosos de una orientación que les devolviera la
paz?»

He aquí lo que escribió a este propósito San Ireneo en la introducción a sus cinco tomos Adversus Haereses
(Contra los herejes):

«Para mí es insólito escribir, no tengo práctica alguna, pero me empuja el amor...Hay que hacer todo lo
posible par evitar que algunos sean arrebatados como corderos por lobos vestidos de oveja».

Origen de un malentendido

En los tiempos pasados, la apologética consistía en defender la fe católica de los ataques de sus enemigos. Se
dirigía esencialmente a los de afuera, para que tomaran conciencia de la falsedad de sus ataque. Hoy, la
apologética se dirige, antes que nada, a los de adentro para que no se dejen confundir por los que se salieron
de la misma Iglesia y tratan de llevárselos a sus grupos. Antes, los que no conocían la fe eran los de afuera;
hoy, los que no conocen la fe son los de afuera y los de adentro.

(10)

¿Apologética después del Vaticano II?


Una Nueva Apologética en consonancia con el magisterio de la Iglesia

Por: Martín Zavala | Fuente: Ap?les de la Palabra


Una de las razones por la cual en algunos ambientes no es aceptada la Apólgetica es porque piensan que
queremos practicarla o resucitarla tal como se practicaba antes del concilio Vaticano II. Donde en algunos
casos era muy racional, combativa, triunfalista y un monólogo donde se quería vencer a un enemigo en la Fe.
Además que se le veía como algo contrario al ecumenismo. La verdad es que hoy en día en muchos países se
esta practicando una nueva Apologética pero desde una perspectiva donde se ha incorporado la visión
teológica del Vaticano II.

Veamos a continuación algunas de las caracteristicas principales de ella y seguramente que estará de acuerdo
con nosotros en promover la importancia de una nueva Apologética en todas las areas de pastoral:

* Que surge de la vivencia del sacramento de la confirmación por el cual somos enriquecidos con el Espirítu
Santo para ser testigos de Cristo y extender y defender la fe con obras y palabras. (Catecismo de la Iglesia No.
1285).

* Que sea un elemento integrante de la evangelización. (Catechesi Tradendae No. 18).

* Que no es monólogo sino al contrario, pues establece las bases para un sano diálogo. (Cfr. La Iglesia y las
sectas ¿pesadilla o reto? Pag. 269 P. Flaviano Amatulli).

* Que al mismo tiempo que fortalece la identidad del católico está abierta a los valores y elementos de
santidad existentes fuera del ámbito eclesial visible (Unitatis Redintegratio No. 3).

* Que no está ni contra las sectas ni con ellas. Mas bien busca instruir con serenidad sobre las características y
diferencias de las diversas sectas y sobre las respuestas a las injustas acusaciones contra la Iglesia. (Cfr.
Documento de Santo Domingo CELAM No. 146).

* Que se injerta como una disciplina mas dentro del conjunto teológico. (Pastores Dabo Vobis No. 51).

* Renovación de la Apologética que no busca pelear o condenar sino fortalecer la fe del católico
capacitándolo a dar razones de su esperanza. (Cfr. El compromiso pastoral de la Iglesia frente a las sectas.
Comisión doctrinal de la Conferencia del episcopado mexicano No. 55; 1 Pe 3,15).

* Que no es antagónica con el ecumenismo, sino que se complementa con el mismo. (Cfr. Apologética y
Ecumenismo. Dos caras de la misma moneda. P. Flaviano Amatulli).

* Que no solamente ve el error en el otro, sino que al mismo tiempo se autocritica y descubre en el otro los
signos de los tiempos. (Ut Unum Sint No. 34).

* Que une el valor del testimonio con la necesidad del anuncio explícito del Evangelio. (Evangelii Nuntiandi
No. 22).
* Que defiende y promueve a la vez la riqueza espiritual que el Señor nos dejó pues sólo en la Iglesia católica
se encuentra la plenitud de los medios de salvación establecidos por Jesucristo. (Cfr. Sínodo de América No.
282).

* Que no es triunfalista sino un profético anuncio de una verdad que se propone y penetra por la misma fuerza
de la verdad con suavidad y firmeza en el alma. (Ut Unum sint No. 3).

* Que desarrolla principalmente toda una labor de pastoral preventiva. (cfr. El compromiso pastoral de la
Iglesia frente a las sectas. Comisión doctrinal de la Conferencia del episcopado mexicano No. 61 y 70).

*Que se complementa con el ecumenismo, pues entre ambas líneas de pastoral no hay oposición sino
complementariedad. El Ecumenismo busca restablecer la Unidad con los que ya se apartaron (Unitatis
Redintegratio) y la Apologética busca preservar la unidad de los que todavía están en la Iglesia (Unitatis
Praeservatio).

Es esta la Nueva Apologética que estamos proponiendo y promoviendo, en consonancia con el magisterio de
la Iglesia.

Preguntas y comentarios al autor de este artículo

Artículo cortesia de www.defiendetufe.org y librería MISION 2000

(11)

Necesidad de una apologética


La introducción a una nueva estrategia para evitar el avance de las
sectas, viendo su realidad, cuáles han sido las reacciones ante el
proselitismo y la necesidad de una nueva apologética.

Por: Catholic.net | Fuente: Catholic.net


Desde el año 1983 se está trabajando con un método para hacer frente al proselitismo de las sectas
fundamentalistas. Actualmente esto se lleva a cabo en más de quince países. Un hecho es cierto: donde sé esta
aplicando este método, las sectas ya no avanzan y comienza un lento regreso hacia la Iglesia Católica.

Introducción

Sin duda que uno de los retos más grandes que enfrenta la Iglesia Católica a principios del Tercer Milenio es
el avance de las sectas fundamentalistas con su proselitismo, teniendo un enorme ritmo de crecimiento en
muchos países del continente americano y en otros continentes.

En realidad lo que se propone no es una varita mágica ni mucho menos, más bien se trata de retomar algo que
durante siglos la Iglesia realizó como parte esencial de su misión evangelizadora.

La estrategia consiste en desencadenar todo un proceso que lleve a la incorporación de la Apologética en


todas las estructuras parroquiales y diocesanas. De esta manera la Nueva Apologética se convierte en un
elemento integrante y dinamizador dentro de los Planes de Pastoral que actualmente ya forman parte de los
programas de las diócesis. En la medida en que esto se logra, en igual medida va disminuyendo el ritmo de
crecimiento de las sectas. Ésta ha sido una experiencia comprobada en varias diócesis.

El objetivo es fortalecer la identidad de miles o millones de católicos. Para lograrlo lo más conveniente sería
introducirla a nivel diocesano desde un principio, si esto no es posible, podría hacerse en las vicarías o
decanatos, o inclusive en el ámbito parroquial.

En esta estrategia se visualiza la Apologética como una pastoral específica ante el proselitismo sectario y
considera totalmente indispensable y necesario que se trate de unir, ante este fenómeno del sectarismo, toda la
acción pastoral global o general. (Catequética, litúrgica y social).

Aquí nos concentraremos en la Apologética dejando las otras áreas de pastoral a los expertos en ellas.

Para lograr el objetivo de este “programa” es totalmente indispensable" que sé realicen las cuatro fases en las
que consiste esta estrategia. Quitar alguna o cambiar el orden es tirar por la borda el 50 o 70 % de lo que se
pretende conseguir. Al mismo tiempo, en cada fase, hay elementos que se deben cuidar con precisión.

Otro elemento indispensable es el conocimiento y la aprobación de la estrategia por parte de la jerarquía de la


Iglesia. Solamente así, se podrá llegar a las estructuras parroquiales y diocesanas.

El uso del material de Apologética ya existente es muy importante para la realización e implementación de las
diferentes fases.

El fin no es hacer un poco de “ruido” y dar algunas charlas de defensa de la fe, creando un grupito especialista
en sectas y a ver que se le ocurre hacer. NO. El objetivo es frenar en serio el ritmo de crecimiento de las
sectas fortaleciendo la “identidad” de los miles o millones de católicos de cada diócesis, en un período de uno
o dos años. Haciendo que cada uno de los católicos conozca su Iglesia, la Biblia y poder dar respuesta a los
ataques injustos por parte de las sectas. Documento de Santo Domingo n.145.

La primera fase es una concientización masiva, la segunda es la etapa de capacitación de los agentes de
pastoral y de los ministerios de promotores y defensores de la fe. La labor permanente y fundamental de la
tercera etapa irá disminuyendo cada vez más el porcentaje de católicos que abandonan la Iglesia católica a
causa de las sectas. La cuarta fase forma agentes de pastoral altamente cualificados en esta área de pastoral.

El fin que tenemos es el de compartir esta experiencia como una propuesta para que se pueda repetir por todo
el mundo donde el proselitismo sectario esté presente y se quiera enfrentar con seriedad y profundidad al
mismo. Tal como lo indica el documento fruto del Sínodo de América presentado por su Santidad Juan Pablo
II:

Para que la respuesta al desafío de las sectas sea eficaz, se requiere una adecuada coordinación de las
iniciativas a nivel supradiocesano, con el objeto de realizar una cooperación mediante proyectos comunes
que puedan dar mayores frutos.
Ecclesia in America n. 286
La realidad del sectarismo fundamentalista

Diferentes instancias eclesiales y estudios estadísticos han señalado el creciente avance de las sectas en el
continente americano y en otros países. Entre ellos cabe destacar lo mencionado en las conclusiones del
Sínodo de América recientemente presentado:

“Los avances proselitistas de las sectas y de los nuevos grupos religiosos en América no pueden
contemplarse con indiferencia. Exigen de la Iglesia en este continente un profundo estudio, que se ha de
realizar en cada nación y también a nivel internacional, para descubrir los motivos por los que no pocos
católicos abandonan la Iglesia”
No. 283 de Ecclesia in América
Igualmente la IV Conferencia General del episcopado latinoamericano nos habla del crecimiento de las sectas
fundamentalistas como algo grave:
“El problema de las sectas ha adquirido proporciones dramáticas y ha llegado a ser verdaderamente
preocupante sobre todo por el creciente proselitismo” No. 139 del Documento de Santo Domingo.

Algunos estudios estadísticos que nos confirman esto son los siguientes:

 En América Latina cada hora 400 personas abandonan la Iglesia Católica.


 En 1900 eran 250,000 para el año 1990 ya son 46 millones en América latina.
 En Guatemala aproximadamente el 25% de la población ya es evangélica.
 En el Salvador cerca del 30% ya no son católicos y han pasado a diversas sectas.
 En Brasil de seguir el mismo ritmo de crecimiento para el 2050 la mitad de la población sería
evangélica.
 En México, a pesar de no ser de los mas dañados en este aspecto, en 1970 el total de
protestantes era 880,000 actualmente ya son cerca de cinco millones.
 En Estados Unidos todas las sectas tienen un altísimo ritmo de crecimiento. Algunas llegan a
más del 1000%.

Todo esto ha sido posible por diferentes causas. Sin embargo es importante subrayar algunos factores
principales que han contribuido a esta realidad:
1. El voraz proselitismo de las sectas a través de los más diversos métodos incluyendo los ilícitos desde una
perspectiva cristiana. (Engaño, intereses económicos, presión psicológica, ayuda material...)

2. Los “Planes” de conquista evangélicos con toda una estrategia para disminuir la presencia de la Iglesia
Católica y lograr engrosar las filas de las sectas fundamentalistas.

3. Otro factor importante es sin duda el llamado “Teoría de la conspiración” en el cual se considera al
protestantismo como a la vanguardia A partir del Concilio Vaticano II nuevos aires soplaron en la Iglesia
Católica. En América Latina el CELAM en Medellín y después en Puebla impulso a la Iglesia en su opción
preferencial por los pobres y paso a la acción de una manera muy visible y comprometida.

4. En el aspecto social muchos de los elementos que los sociólogos mencionan como caldo de cultivo para el
sectarismo se dan en la mayoría de los países del continente en diferentes grados:

 Pobreza extrema
 Concentración urbana con la secuela de masificación
 Narcotráfico y violencia
 Rápidos y profundos cambios sociales que producen crisis existencial y búsqueda de seguridad e
identidad

Reacciones frente al proselitismo sectario

Desde hace años en muchos países se han tenido estudios y encuentros para analizar el fenómeno del
sectarismo y marcar líneas o propuestas de acción, pero la triste realidad es que después de todos estos
análisis el resultado es que las sectas siguen creciendo igual o más que antes. ¿Por qué no se ha logrado frenar
el ritmo de crecimiento de las sectas?

Veamos algunas de las acciones y actitudes que se tomaron frente al avance de las sectas y que han provocado
las consecuencias ya mencionadas.

1.- Parálisis :

 Derrotista: Se pensó que no se podía hacer nada porque las sectas contaban con todo un
financiamiento económico y un aparato de mercadotecnia impresionante. Esto fue respaldado
por la llamada “teoría de la conspiración”
 Triunfalista: Algunos, por el contrario, creyeron que no era necesario hacer algo porque las
sectas iban a desaparecer solas. Como a la Iglesia Católica la fundó Cristo no había que perder
tiempo en esas cosas.

 Indiferentismo: Otros simplemente ignoraron el problema, es más ni problema había. Algunos


incluso pensaron que si se iban 3000 a las sectas no importaba, pues lo importante era que se
quedaran 400 bien comprometidos. Además los otros grupos también les hablaban de Dios.

2.- Ecumenismo ingenuo:

La falta de una verdadera formación ecuménica unido a la imposibilidad de practicarlo con las sectas
fundamentalistas que son antiecuménicas provocó que en muchos lugares se cayera en un ecumenismo
ingenuo.

 No se diferenció entre Protestantismo histórico y sectas fundamentalistas.


 El problema de las etiquetas aumentó esto, pues muchas iglesias que en teoría son ecuménicas
en diferentes lugares adoptaron toda la mentalidad anticatólica y antiecuménica de las sectas, lo
cual todavía muchos no alcanzan a distinguir.
 En el contexto socio-religioso actual las Iglesias Protestantes disminuyen y las sectas
fundamentalistas están creciendo. Ante esto, algunos no supieron que hacer pues toda su
formación apuntaba al ecumenismo que no es aceptado por las sectas fundamentalistas.
 La discusión sobre la terminología a usar a muchos todavía los tiene estancados. (Sectas, cultos,
Nuevos grupos religiosos, Iglesias etc.)
 Algunos practicaron el Ecumenismo de café: charlar y convivir con cualquier pastor tomándose
un café y dejando fuera las directrices dadas por el Magisterio de la Iglesia. Con esto se
favoreció el crecimiento de las sectas fundamentalistas.
 En algunos lugares de un ecumenismo verdadero se pasó a un indiferentismo religioso de graves
consecuencias.

3.- Análisis parciales:

Pero sin duda, algo que ha tenido una influencia muy grande en este aspecto del crecimiento de las sectas es el
resultado de los estudios y análisis que se han realizado en diferentes países y en diferentes niveles eclesiales.

Las conclusiones y propuestas se hicieron, y después de 5, 10, y 15 años las sectas siguieron creciendo. Si
analizáramos los diferentes resultados de los estudios y propuestas realizadas, notaríamos que son muy
similares sus conclusiones sobre el por qué los católicos se van a las sectas y también muy similares sus
propuestas sobre que hacer para que ya no se vayan a engrosar esas filas. Todos estos análisis son parciales,
hay que llevar a cabo las propuestas pero integrándole el elemento apologético como identidad del católico.
La triple dimensión de la pastoral: profética, litúrgica y social es una tarea prioritaria y esencial de la Iglesia.

Renovación de una nueva apologética

Impulsar una Nueva Apologética de cara al tercer milenio es una de las prioridades que estamos proponiendo
y gracias a Dios hemos visto excelentes resultados.

En los lugares o países donde hemos presentado un programa de cuatro etapas fundamentales que conforman
una estrategia básica que en poco tiempo produce frutos excelentes en cuanto a frenar el ritmo de crecimiento
de las sectas a costa de la Iglesia Católica.

Nueva apologética o defensa de la fe:

 Elemento integrante de la evangelización. (Catechesi Tradendae No. 18).


 Capaz de un sano diálogo. (Cfr. La Iglesia y las sectas ¿pesadilla o reto? Pag. 269 P. Flaviano
Amatulli).
 Surgida de la vivencia del Sacramento de la Confirmación por el cual somos enriquecidos con el
Espíritu Santo para ser testigos de Cristo y extender y defender la fe con obras y palabras.
(Catecismo de la Iglesia No. 1285).
 Fortaleciendo la identidad del católico abierto a los valores y elementos de santidad existentes
fuera del ámbito eclesial. (Unitatis Redintegratio No. 3).
 Sin estar en contra de las sectas ni con ellas. Mas bien busca instruir con serenidad sobre las
características y diferencias de las diversas sectas y sobre las respuestas a las injustas
acusaciones contra la Iglesia. Documento de Santo Domingo CELAM No. 146.
 Injertada como una disciplina más dentro del conjunto teológico. Pastores Dabo Vobis No.
51.
 No buscando la confrontación, sino el fortalecimiento de la fe del católico capacitándolo paraa
dar razones de su esperanza. (Cfr. El compromiso pastoral de la Iglesia frente a las sectas.
Comisión doctrinal de la Conferencia del episcopado mexicano No. 55; 1 Pe 3,15).
 No siendo antagónica con el ecumenismo, sino que se complemente con el mismo. (Cfr.
Apologética y Ecumenismo. Dos caras de la misma moneda. P. Flaviano Amatulli).
 Que no solamente vea el error en el otro, sino que al mismo tiempo se autocrítica y descubra en
el otro los signos de los tiempos. Ut Unum Sint No. 34
 Que une el valor del testimonio con la necesidad del anuncio explícito del Evangelio. Evangelii
Nuntiandi No. 22.
 Que defiende y promueve a la vez la riqueza espiritual que el Señor nos dejó en los medios de
salvación, instituidos por Él y de los cuales la Iglesia Católica es la depositaria. Ecclesia in
America No. 282.
 Que sea un profético anuncio de una verdad que se propone y penetra por la misma fuerza de la
verdad con suavidad y firmeza en el alma. Ut Unum Sint No. 3
 Que desarrolla principalmente toda una labor de pastoral preventiva. (cfr. El compromiso
pastoral de la Iglesia frente a las sectas. Comisión doctrinal de la Conferencia del episcopado
mexicano No. 61 y 70).
(12)

La unidad de la Iglesia Católica

"Tales ejemplos, por lo tanto, hermanos, es correcto que debemos seguir; ya que está escrito,
'unirá a la santa, para los que se han pegado a ellos, a [ellos] hacerse santo.' Y de nuevo, en otro
lugar, [la Escritura] dice, "Con un hombre inofensivo has de demostrar a ti mismo inofensivo, y con
un hombre electo serás elegidos, y con un hombre perverso serás muéstrate perverso. ' Vamos a
adherirnos, por lo tanto, a la inocente y justo, ya que estos son los elegidos de Dios. ¿Por qué hay
contiendas, y alborotos, y las divisiones y cismas y guerras entre vosotros? ¿No tenemos [todos]
un solo Dios y un solo Cristo ? ¿no hay un solo Espíritu de gracia que se derrama sobre nosotros? y
no lo hemos hecho un llamamiento en Cristo? ¿por qué nos divide y despedacen los miembros de
Cristo, y levante pleito contra nuestro propio cuerpo, y han llegado a tal de la locura como para
olvidar que "somos miembros los unos de los otros? ' Recuerda las palabras de nuestro Señor
Jesucristo, que dijo: "¡Ay de aquel hombre [por quién (delitos vienen]! Sería mejor para él que
nunca había nacido, que debe emitir un tropiezo delante de una de mi escogido. Sí, sería mejor
para él que una piedra de molino se debe colgar sobre [su cuello], y él debe ser hundido en las
profundidades del mar, que se debe emitir un tropiezo delante de uno de mis pequeños. su cisma
ha subvertido [la fe de] muchos, ha desalentado a muchos, ha dado lugar a la duda en muchos, y
ha causado dolor para todos nosotros. y todavía su diligente sedición. Toma la epístola del
bienaventurado apóstol Pablo. lo que hizo él escribir a usted en el momento en que el Evangelio
comenzó a ser predicado? en verdad, bajo la inspiración del Espíritu en primer lugar, que escribió
esto sobre sí mismo, y Cefas y Apolos, porque incluso entonces se habían formado partidos entre
vosotros. Pero esa inclinación para uno encima del otro implicado menos culpa sobre ti, por
cuanto sus parcialidades se muestran a continuación, hacia apóstoles, ya de alta reputación, y
hacia un hombre a quien habían aprobado. Pero ahora que reflejan esas son que han pervertido y
ha reducido la fama de su amor fraternal famosa de largo. Es una vergüenza, amado mío, y
altamente vergonzoso e indigno de su profesión cristiana, que tal cosa debe ser oído de lo que la
Iglesia más firme y antigua de los corintios debe, en razón de una o dos personas, participar en la
sedición en contra de sus presbíteros. Y este rumor ha llegado no sólo a nosotros, sino también los
que son ajenos a nosotros; de manera que, a través de su enamoramiento, el nombre del Señor es
blasfemado, mientras que el peligro también se lleva sobre sí mismos ".

Clemente de Roma, Primera Epístola a los Corintios, 47-7 (98 A.D.), En Y, I: 20

"Porque todos los que son de Dios y de Jesucristo son también con el obispo. Y todos los que
deberá, en el ejercicio de arrepentimiento, de regreso a la unidad de la Iglesia, estos también
pertenecerán a Dios, para que puedan vivir según Jesucristo. no errar, mis hermanos. el que le
sigue que hace un cisma en la Iglesia, que no heredará el reino de Dios. Si alguno anda según una
opinión extraña, que no está de acuerdo con la pasión de Cristo.]"
Ignacio de Antioquía, Carta a los de Filadelfia, 3 (110 A.D.), En ANF, 3: 80

"Y Isaías habla como si estuviera personificando a los apóstoles, cuando dicen a Cristo que no
creen en su propio informe, sino en el poder de Aquel que los envió Y así dice:." Señor, ¿quién ha
creído a nuestro anuncio? y para los cuales es el brazo de Jehová? Hemos predicado delante de él,
como si [Él era] un niño, como si una raíz de tierra seca. " (Y lo que sigue en el orden de la profecía
ya citada.) Sin embargo, cuando el pasaje habla como de los labios de muchos, 'Hemos predicado
delante de él ", y añade," como si un niño ", que significa que los malos serán una sujetos a él, y
serán obedecer su comando, y que todos serán como un niño Tal cosa, ya que puede ser testigo en
el cuerpo:.. aunque los miembros se enumeran como muchos, todos son llamados uno, y son un
cuerpo para, de hecho, un estado libre asociado y una iglesia, aunque muchos individuos en
número, son, de hecho, como uno, llamado y dirigida por uno denominación ".

Justino Mártir, Diálogo con Trifón, de 42 años, en ANF, I (155 A.D.): 215-6

" 'Oye, hija, y mira, e inclina tu oído, y olvida tu pueblo y la casa de tu padre, y el Rey deseo tu
belleza: porque él es tu Señor, y tú le adoran. Por lo tanto estas palabras dan testimonio
explícitamente que Él se da testimonio de que por Aquel que creó estas cosas, como merecedor
de ser adorado, como Dios y como Cristo. Por otra parte, que la palabra de Dios dice a los que
creen en él como una sola alma, y uno sinagoga, una iglesia, como a una hija, que por lo tanto se
dirige a la iglesia que ha surgido de su nombre y participa de su nombre (por todos estamos
llamados cristianos), está claramente proclamado en la misma manera en las siguientes palabras,
que enseñan nosotros también para olvidar [nuestros] viejas costumbres ancestrales, cuando
hablan de este modo: 'Oye, hija, y mira, e inclina tu oído; olvida tu pueblo y la casa de tu padre, y
el rey desearemos tu belleza: porque Él es tu Señor, y tú adorarle '. ""

Justino Mártir, Diálogo con Trifón, de 63 años, en ANF, I (155 A.D.): 229

"Hegesipo en los cinco libros de memorias que han llegado hasta nosotros ha dejado un registro
más completo de sus propios puntos de vista. En ellos se establece que en un viaje a Roma se
encontró con un gran número de obispos, y que recibió la misma doctrina de . todo es apropiado
para oír lo que dice después de hacer algunos comentarios sobre la epístola de Clemente a los
Corintios Sus palabras son como sigue:. "Y la iglesia de Corinto continuó en la verdadera fe hasta
Primus era obispo en Corinto. Conversé con ellos en mi camino a Roma, y se quedaron con los
corintios muchos días, durante los cuales fueron actualizados mutuamente en la verdadera
doctrina. Y cuando yo había llegado a Roma, me quedé allí hasta un Aniceto, cuya diácono era
Eleuterio. Aniceto y fue sucedido por Sóter, y por Eléuteros. En cada serie, y en cada ciudad que se
celebra el cual es predicado por la ley y los profetas y el Señor. "
Hegesipo, fragmento de Historia Eclesiástica, 4:22 (c dC 180), en NPNF2, I: 198-199

"Como ya he señalado, la Iglesia, después de haber recibido esta predicación y esta fe, aunque
dispersos por todo el mundo, sin embargo, como si de ocupación pero una casa, conserva con
cuidado. Ella también cree que estos puntos [de la doctrina] como si que tenía una sola alma y un
solo y mismo corazón, y ella les proclama, y les enseña, y las manos hacia abajo, con una perfecta
armonía, como si ella poseía una sola boca. Porque, a pesar de las lenguas del mundo son
diferentes, sin embargo, la importación de la tradición es uno y el mismo. Para las iglesias que se
han plantado en Alemania no creen o dictar nada diferente, ni tampoco los de España, ni las de la
Galia, ni las de Oriente, ni las de Egipto, ni las de Libia, ni las que se han establecido en las regiones
centrales del mundo. Sin embargo, como el sol, esa criatura de Dios, es una y la misma en todo el
mundo, así también la predicación de la verdad va en aumento en todas partes , e ilumina a todos
los hombres que están dispuestos a llegar a un conocimiento de la verdad. Ni tampoco para
cualquiera de los gobernantes en las iglesias, sin embargo altamente dotados que él puede estar
en el punto de la elocuencia, enseñan doctrinas diferentes de éstos (para nadie es mayor que el
Maestro); ni, por otra parte, será el que es deficiente en poder de la expresión causar una lesión
en la tradición. Por la fe es siempre uno y el mismo, ni tampoco aquel que es capaz en la gran
longitud de discurso respecto a ella, hacer que cualquier adición a la misma, ni tampoco una, que
puede decir pero poco disminuirla ".

Ireneo, Contra las Herejías, 1:10 (180 A.D.), En ANF, I: 331

"[L] a los apóstoles ... fue el siguiente vuelta al mundo y predicado la misma doctrina de la misma
fe a las naciones. A continuación, de la misma manera redondeada iglesias en cada ciudad, de la
cual todas las otras iglesias, una tras otra, derivados de la tradición de la fe, y las semillas de la
doctrina, y los están derivando todos los días, para que se conviertan en iglesias. en efecto, es en
esta cuenta única que van a ser capaces de considerar a sí mismos apostólica, como la
descendencia de apostólica iglesias. Cada tipo de cosas deben volver necesariamente a su original
para su clasificación. por tanto, las iglesias, a pesar de que son tantos y tan grandes, comprenden
pero la iglesia primitiva, (redondeada) por los apóstoles, de la que todos (primavera) . de esta
manera todos son primitivos, y todos son apostólica, mientras que todos ellos están demostrado
ser uno, en la unidad (ininterrumpida), por su comunión pacífica, y el título de la hermandad, y el
vínculo de la hospitalidad, - privilegios que ninguna otra regla dirige que la tradición del misterio
mismo ".

Tertuliano, La prescripción de los herejes, 20 (200 A.D.), En ANF, III: 252

"Porque, en verdad, el pacto de salvación, llegando hasta nosotros desde la fundación del mundo,
a través de diferentes generaciones y tiempos, es uno, aunque concebido como diferentes
respecto de regalo. Para ello se deduce que no es un regalo inmutable de la salvación dada por un
solo Dios, por medio de un solo Señor, beneficiando de muchas maneras. por lo cual la pared
intermedia que separaba el griego de la Judio es quitado, a fin de que podría haber un pueblo
peculiar. Y por lo tanto se encuentran en la unidad de la fe, y la selección de los dos es uno, y los
elegidos de los elegidos son aquellos que, por razón del conocimiento perfecto se llama [como el
mejor] de la misma Iglesia, y honrado con la gloria más augusta - los jueces y. gobernantes - cuatro
y veinte (la gracia que se duplicó) por igual de Judios y los griegos ".

Clemente de Alejandría, Stromata, VI: 13 (202 A.D.), En ANF, II: 505-6

"De lo que se ha dicho, entonces, es mi opinión que la verdadera Iglesia, lo que es muy antigua, es
uno, y que en ella los que conforme al propósito de Dios son simplemente, están inscritos. Porque
de la misma razón que Dios es uno, y el Señor uno, lo que está en el más alto grado de honor es
alabado como consecuencia de su sencillez, por ser una imitación del primer principio. en la
naturaleza del uno, a continuación, se asocia en una herencia conjunta de la Iglesia, que se
esfuerzan duramente en muchas sectas. por lo tanto, en esencia, y la idea, en su origen, en la
preeminencia, se dice que la antigua y católica Iglesia está solo, recogiendo como lo hace en la
unidad de la única fe; que resulta de los Testamentos peculiares, o más bien el testamento en
diferentes momentos por la voluntad de un solo Dios, a través de un Señor -. los que ya están
ordenados, a quienes Dios predestinó, a saber antes de la fundación del mundo que serían justos,
sino la preeminencia de la Iglesia, como el principio de la unión, es, en su unicidad, en esta
superando todas las demás cosas, y no tener nada similar o igual a sí mismo. Pero de este después
".

Clemente de Alejandría, Stromata, VII: 17 (202 A.D.), En ANF, II: 555

"[W] e dice que las Sagradas Escrituras declaran que el cuerpo de Cristo, animado por el Hijo de
Dios, para ser toda la Iglesia de Dios, y los miembros de este órgano - considerada en su conjunto -
que consisten en los que son creyentes; ya que, como un vivifica el alma y mueve el cuerpo, que
de por sí no tiene el poder natural de movimiento como un ser vivo, por lo que la Palabra,
despertar y mover todo el cuerpo, la Iglesia, a la propia de la acción, despierta, por otra parte ,
cada miembro individual que pertenece a la Iglesia, por lo que no hacen nada, aparte de la Palabra
".

Orígenes, Contra Celso, VI: 48 (dC 250), en ANF, IV: 595

"Y esta unidad que debemos sostener con firmeza y hacer valer, en especial aquellos de nosotros
que son obispos que presiden en la Iglesia, que también pueden resultar episcopado a sí misma
como una e indivisa Nadie se engañe a la hermandad por una falsedad:. Deje nadie corromper la
verdad de la fe por prevaricación pérfida. el episcopado es uno, cada parte de la cual está en
manos de cada uno para el conjunto. la Iglesia también es uno, que se ha extendido a lo largo y
ancho en una multitud por un aumento de fecundidad Como hay muchos rayos del sol, pero una
luz;. y muchas ramas de un árbol, pero una fuerza basada en su raíz tenaz, y como de un flujo de
primavera muchas corrientes, a pesar de la multiplicidad parece difunde en la liberalidad de una .
desbordante abundancia, sin embargo, la unidad aún se conserva en la fuente Separar un rayo de
sol de su cuerpo de luz, su unidad no permite una división de la luz; romper una rama de un árbol,
- cuando se rompe, no lo hará ser capaz de florecer; cortar la corriente a partir de su fuente, y lo
que es cortada se seca. Así también la Iglesia, brillaba sobre la luz del Señor, derrama sus rayos
sobre el mundo entero, sin embargo, es una luz que se difunde por todas partes, ni es la unidad
del cuerpo separado. Su abundancia fructífera extiende sus ramas por todo el mundo. Ella se
expande ampliamente sus ríos, que fluye libremente, sin embargo, la cabeza es uno, su fuente de
uno; y ella es una madre, abundantes en los resultados de la fecundidad: de su seno hemos
nacido, por su leche nos alimentamos, por su espíritu estamos animados ".

Cipriano, Unidad de la Iglesia, 5 (251 A.D.), En ANF, V: 422-23

"Si se llevaban a cabo en contra de su voluntad, como usted dice, se demuestra que tal ha sido el
caso por su retiro voluntario. Para que hubiera sido, pero obediente haber sufrido ningún tipo de
enfermos, a fin de evitar desgarradora la Iglesia . de Dios y un martirio transmitidas por el bien de
la prevención de una división de la Iglesia, no habría sido más ignominiosa de un soportaron por
negarse a adorar ídolos; es más, en mi opinión, al menos, el primero habría sido una cosa más
noble que este último. Porque en el primer caso, una persona da un testimonio tan sólo por su
propia alma individual, mientras que en el otro caso es un testigo para toda la Iglesia. Y ahora, si se
puede persuadir o restringir a los hermanos que vienen a ser de un mismo sentir de nuevo, su
rectitud será superior a su error;. y el último no será cargada en su contra, mientras que el primero
se elogia en ti Pero si no puede prevalecer hasta el momento con sus hermanos recusantes, velar
por que se salvar su propia alma. Mi deseo es, que en el Señor es posible que vaya bien, al estudiar
la paz ".

Dionisio de Alejandría, Epístola a Novato, 2 (ante dC 265), en ANF, VI: 97

"Creemos en una única Iglesia Católica, la apostólica, que no puede ser destruido a pesar de que
todo el mundo fuera a tener un abogado para luchar contra ella, y que gana la victoria sobre todos
los ataques impías de los heterodoxos, que somos en Envalentonado por el palabras de su
Maestro, 'Sed de buen ánimo, yo he vencido al mundo ".

Alejandría de Alejandro, Epístola sobre la herejía arriana, (A.D. 328), en NPNF2,40


"Ahora diría algo con relación al Espíritu Santo; no declarar su sustancia con exactitud, por esto
fuera imposible, mas para hablar de los diversos errores de algunos con respecto a él, no sea de la
ignorancia debemos caer en ellos, y para bloquear el caminos de error, que pueden viajar en un
camino del rey. y si ahora de repetir el amor de precaución ninguna declaración de los herejes,
dejamos que el retroceso en la cabeza, y que podamos ser libres de culpa, tanto nosotros los que
hablamos, y vosotros que oyen ".

Cirilo de Jerusalén, Lecturas Catequéticas, 16: 5 (350 A.D.), En NPNF2, VII:

"Porque, lo que nuestros padres han entregado, esto es realmente la doctrina; y este es realmente
el símbolo de los médicos, a confesar la misma cosa con la otra, y para variar ni de ellos ni de sus
padres, mientras que los que no tienen este carácter han de ser no llamados verdaderos médicos,
pero el mal Así, los griegos, como no dar testimonio de las mismas doctrinas, pero pelearse unos
con los otros, no tienen la verdad de la enseñanza;. pero los mensajeros santos y verdaderos de la
verdad están de acuerdo en conjunto, y no difieren . Porque aunque vivían en diferentes
momentos, sin embargo, todos y cada uno tiende la misma manera, siendo profetas del Dios
único, y la predicación de la Palabra misma manera armoniosa "

Defensa del Consejo de Nicea, 4 (351 A.D.), En NPNF2, IV: 153

"Pero confío en que la Iglesia, a la luz de su doctrina, será por lo ilumine vana sabiduría del mundo,
que, a pesar de que acepte no es el misterio de la fe, se reconocerá que en nuestro conflicto con
los herejes nosotros, y no se , son los verdaderos representantes de ese misterio porque grande es
la fuerza de la verdad;. no sólo es su propio testigo suficiente, pero cuanto más se atacó la más
evidente se hace; los choques diarios que sólo recibe aumentar su estabilidad inherente. es la
propiedad peculiar de la Iglesia que, cuando se ve sacudida que ha triunfado, cuando es agredida
con el argumento que demuestra su valía en la derecha, cuando es abandonado por sus
seguidores que posee el campo. es su deseo de que todos los hombres deben permanezca a su
lado y en su seno, y si se acostó con ella, ninguno llegaría a ser digno de respetar al abrigo de esa
augusta madre, ninguno sería arrojado u obligado a salir de su refugio tranquilo, pero cuando los
herejes abandonarla o ella. los expulsa, la pérdida que perdura, en el que no puede salvarlos, es
compensada por un aumento de la seguridad de que sólo ella puede ofrecer dicha. Esta es una
verdad que el celo apasionado de las herejías rivales trae a la prominencia más clara. La Iglesia,
ordenado por el Señor y establecido por sus Apóstoles, es una para todos; pero la locura frenética
de las sectas discordantes les ha separado de ella. Y es obvio que estas disensiones relativas a la fe
el resultado de una mente distorsionada, que tuerce las palabras de la Escritura en conformidad
con su opinión, en lugar de ajustar dicho dictamen a las palabras de la Escritura. Y así, en medio
del choque de errores mutuamente destructivas, las gradas de la Iglesia revelaron no sólo por su
propia enseñanza, sino por la de sus rivales. Se variaron, todos ellos, en contra de ella; y el hecho
de que ella está sola y por sí sola es la respuesta adecuada a los delirios sin Dios. Los anfitriones de
la herejía se ensamblan en contra de ella; cada uno de ellos puede derrotar a todos los demás,
pero no se puede ganar una victoria para sí mismo. La única victoria es el triunfo que la Iglesia
celebra sobre todos ellos. Cada herejía ejerce en contra de su adversario un arma ya destrozado,
en otro caso, por la condena de la Iglesia. No hay punto de unión entre ellos, y el resultado de sus
luchas intestinas es la confirmación de la fe ".

Hilario de Poitiers, Sobre la Trinidad, 7: 4 (359 A.D.), En NPNF2, IX: 119-20

"¿Qué, pues he aprendido a mí mismo, y he oído hombres de juicio dicen, he escrito en pocas
palabras, pero hacen que, permaneciendo sobre el fundamento de los Apóstoles, y afianzándose
las tradiciones de los padres, orar que ya al fin de todo la lucha y la rivalidad pueden cesar, y las
preguntas inútiles de los herejes pueden ser condenados, y todos logomachy, y la herejía culpable
y asesina de los arrianos pueden desaparecer, y la verdad pueden volver a brillar en los corazones
de todos, para que todos en todas partes puede 'decir lo mismo', y pensar lo mismo, y que, no
contumelias Arian restante, puede decirse, confesaron en cada Iglesia, "un Señor, una fe, un
bautismo ', en Cristo Jesús, nuestro Señor, a través de quien al Padre sea la gloria y el poder, por
los siglos de los siglos. Amén ".

Atanasio, en los consejos de Arminum y Seleucia, de 54 años, en NPNF2, IV (360 A.D.): 479

"Es para mi estado, que, o cuando, es que una iglesia;. Que es la iglesia, ya que además de que
uno, no hay otro"

Optato de Mileve, contra el donatista, 7 (A.D. 367), en el FOC, 158

"Pero todos los creyentes en Cristo son un solo pueblo; todas las personas de Cristo, aunque Él es
aclamado de muchas regiones, son una sola Iglesia, y por lo que nuestro país se alegra y se
regocija en la dispensación del Señor, y en lugar de pensar que ella es un hombre cuanto más
pobre, tiene en cuenta que por un hombre que ha sido poseído de Iglesias enteras ".

Albahaca, Para Anfiloquio, (374 A.D.), En NPNF2, VIII: 1

"Herejías De ahí la separadas han, como ramas, han arrancado; llamada de hecho después del
nombre de Cristo, pero no de él, sino que son, algunos de ellos, a una gran distancia de él;
mientras que otros, a causa de algún asunto muy leve, desheredados porque se hicieron
competentes y los niños extranjeros a él, ya que no están dentro de los límites, pero se han
establecido fuera, y no tener nada de Cristo, sino el nombre allí, pero sigue siendo para nosotros
para mostrar que expone la verdad, y la unidad de ello. paloma, que es alabado por el novio ".
Epifanio, Panarion, 80 (A.D. 374), en el FOC, 170

"Usted que han pasado por todo este trabajo de tiempo, o parte de ella, ora por mí que Dios
puede conceder a mí una parte de esa iglesia santa y una católica y apostólica, el verdadero, el que
da vida, y el ahorro. "

Epifanio, Panarion, (A.D. 377), en el FOC, 170-1

"El que ha aprendido que Cristo es la cabeza de la Iglesia, lo dejó, antes de todas las cosas, tener
esto en cuenta, que la cabeza es siempre de la misma naturaleza y sustancia que el cuerpo debajo
de ella, y que existe una cierta coherencia de cada uno de los miembros con el conjunto ... de
donde si alguna parte cortarse del cuerpo, que es completamente desconectado con la cabeza ".

Gregorio de Nisa, Sobre la perfección, 3 (A.D. 381), en el FOC, 165

"Creemos ... en la Iglesia una, santa, católica y apostólica".

Consejo de Constantinopla, nicenoconstantinopolitano (A.D. 381), en el FOC, 171

"Y ni siquiera ahora, estar bien asegurado, deberíamos haber escrito esto, si no habíamos visto
que la Iglesia estaba siendo tom pedazos y dividida, entre sus otros trucos, por su sinagoga actual
de vanity.But si alguien cuando decimos y protestar por esto, ya sea desde una cierta ventaja que
de este modo se logrará, ni por el temor de los hombres, o pequeñez monstruosa de la mente, oa
través de algún descuido de los pastores y los gobernadores, o a través del amor de la novedad y
la propensión a las innovaciones, rechaza nosotros como dignos de crédito, y se une a sí mismo a
tales hombres, y divide el cuerpo noble de la Iglesia, él llevará la sentencia, quienquiera que sea,
(a) y deberá dar cuenta a Dios en el día del juicio ".

Gregorio Nacianceno, Para Cledonius, (dC 382), en NPNF2, VII: 442-3

Todos estos esfuerzos sólo son de utilidad cuando se hacen dentro pálido de la iglesia; debemos
celebrar la pascua en la casa, hay que entrar en el arca con Noé, hay que refugiarse de la caída de
Jericó con la ramera justificada, Rahab. Tales como las vírgenes no se dice que están entre los
herejes y entre los seguidores de la infame Manes (11) deben ser consideradas, no vírgenes, pero
las prostitutas. Porque si - ya que alegan - el diablo es el autor del cuerpo, ¿cómo pueden cumplir
con lo que se formó por su enemigo? No; es porque saben que el nombre de la virgen da gloria
con él, que van sobre los lobos con piel de cordero. Como anticristo se hace pasar por Cristo, tales
vírgenes asumen un buen nombre, para que puedan ocultar la mejor una vida deshonrosa.
Alégrate, mi hermana; regocijarán, mi hija; regocijarán, mi virgen; para que haya resuelto ser, en
realidad, lo que otros insinceramente fingir ".

Jerome, A Eustoquio, Epístola 22,38 (384 A.D.), En NPNF2, VI: 39

"Si usted llevó a cabo la cabeza que se consideraría que todo el cuerpo, uniendo entre sí en lugar
de mediante la separación, crece hasta el aumento de Dios (2) por el vínculo de la caridad y el
rescate de un pecador."

Ambrosio, sobre la penitencia, I: 28 (390 A.D.), En NPNF2, X: 334

"Si no es un motivo carnal, mi señor, pero, como yo creo, una llamada espiritual, que le ha llevado
a solicitar información de nosotros la credibilidad de la verdad católica, era su primer deber (ya
que no mantienen fieles a la fuente y fuente de la (principal) de la iglesia de los padres, pero han
surgido, por lo que yo puedo ver, en algún momento u otro, desde una simple riachuelo) para
precisar cuáles son sus opiniones, o en lo que difieren de nosotros, y así descubrir ¿cuál fue la
causa de que todo se separe de la unidad del cuerpo ".

Paciano, Epístola 1, (A.D. 392), en el FOC, 168

"" A la iglesia de Dios. ' No 'de este o de aquel hombre,' sino de Dios. "Lo que está en Corinto". ¿No
ves que en cada palabra que pone abajo su orgullo hinchazón;? La formación de sus pensamientos
en todos los sentidos para el cielo Él lo llama, también, de la Iglesia de Dios; ' mostrando que
debería estar unidos Por si es 'de Dios', que está unida, y es uno, no en Corinto, sino también en
todo el mundo:. para el nombre de la Iglesia no es un nombre de la separación, pero de la unidad y
la concordia ".

Juan Crisóstomo, Homilía 1 en la 1ª Carta a los Corintios, 1 (392 A.D.), En NPNF1, XII: 3

"Reconocemos la palabra del Señor. De ahí también el apóstol dice:" si tuviese toda la fe, de tal
manera que trasladase los montes, y no tengo caridad, nada soy. ' Aquí, por tanto, debemos
preguntamos quién es el que tiene la caridad: se dará cuenta de que es nadie más que aquellos
que son amantes de la unidad ... ya que estamos investigando en la Iglesia de Cristo ha de ser
encontrado, escuchemos a la palabras de Cristo mismo, que redimió con su propia sangre: 'Seréis
mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta en toda la tierra.' Veis, pues, que es
con la que un hombre se niega a comunicar que no se comunicará con esta Iglesia, que se extiende
a lo largo de todo el mundo, si al menos se oye cuyas palabras son. Por lo que es una prueba
mayor de la locura de sostener comunión con los sacramentos del Señor, y de rechazar de que
pueden comunicarse con las palabras del Señor? Tales hombres en todo caso son propensos a
decir, en tu nombre hemos comido y bebido, y escuchar las palabras, 'Nunca supe que, 'viendo
que comer su cuerpo y beber su sangre en el sacramento, y no reconocen en el evangelio Sus
miembros, que se distribuyen en el extranjero por toda la tierra, y por lo tanto no son ellos
mismos cuentan entre ellos en el juicio ".

Contra las cartas de Petiliani, 126 (405 A.D.), En NPNF1, IV: 562

"Por lo tanto qué decimos que el misterio de Cristo debe ser celebrado en las iglesias de Dios,
como en tiendas sagrados ..." En una casa se comerá, y no habéis de llevar adelante de la carne de
los mismos fuera de la casa (Ex 12) los mentalidad muchos herejes violan esta voluntad de Dios,
que se fijan por sí mismos, como lo hacen, otro tabernáculo, además de lo que es verdaderamente
el tabernáculo santo, y sacrificar el cordero fuera, y llevarla adelante en alguna parte a una
distancia muy grande de que una casa, y dividiendo el indivisble. Por Cristo es uno, y perfecto en
todo ".

Cirilo de Alejandría, el culto y adoración en Espíritu y Verdad, 1: (. A.D 429) 10, en el FOC, 183

"Para el esquema de los misterios de la Iglesia y la fe católica es tal que el que niega una parte del
misterio sagrado no puede confesar la otra. Por todas partes de ella están tan ligados y unidos
juntos que ninguno puede subsistir sin el otro y si un hombre niega un punto de toda la serie, es
de ninguna utilidad para él creer en todos los demás. y así, si se niega que el Señor Jesucristo es
Dios, el resultado es que al negar el Hijo de Dios negar al Padre también ".

Casiano, la encarnación de Cristo, VI: 17 (. A.D 430), en NPNF2, XI: 600

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Joseph A. Gallegos © 2004 Todos los derechos reservados.


(13)

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA
CATECHESI TRADENDAE
DE SU SANTIDAD
JUAN PABLO II
AL EPISCOPADO
AL CLERO Y A LOS FIELES
DE TODA LA IGLESIA
SOBRE LA CATEQUESIS
EN NUESTRO TIEMPO

INTRODUCCIÓN

La última consigna de Cristo

1. La catequesis ha sido siempre considerada por la Iglesia como una de sus tareas
primordiales, ya que Cristo resucitado, antes de volver al Padre, dio a los Apóstoles esta
última consigna: hacer discípulos a todas las gentes, enseñándoles a observar todo lo que
Él había mandado[1]. Él les confiaba de este modo la misión y el poder de anunciar a los
hombres lo que ellos mismos habían oído, visto con sus ojos, contemplado y palpado con
sus manos, acerca del Verbo de vida[2]. Al mismo tiempo les confiaba la misión y el poder
de explicar con autoridad lo que Él les había enseñado, sus palabras y sus actos, sus
signos y sus mandamientos. Y les daba el Espíritu para cumplir esta misión.

Muy pronto se llamó catequesis al conjunto de esfuerzos realizados por la Iglesia para
hacer discípulos, para ayudar a los hombres a creer que Jesús es el Hijo de Dios, a fin de
que, mediante la fe, ellos tengan la vida en su nombre[3], para educarlos e instruirlos en
esta vida y construir así el Cuerpo de Cristo. La Iglesia no ha dejado de dedicar sus
energías a esa tarea.

Solicitud del Papa Pablo VI

2. Los últimos Papas le han reservado un puesto de relieve en su solicitud pastoral. Mi


venerado Predecesor Pablo VI sirvió a la catequesis de la Iglesia de manera especialmente
ejemplar con sus gestos, su predicación, su interpretación autorizada del Concilio Vaticano
II —que él consideraba como la gran catequesis de los tiempos modernos— con su vida
entera. Él aprobó, el 18 de marzo de 1971, el «Directorio general de la catequesis»,
preparado por la S. Congregación para el Clero, un Directorio que queda como un
documento básico para orientar y estimular la renovación catequética en toda la Iglesia. Él
instituyó la Comisión internacional de Catequesis, en el año 1975. Él definió
magistralmente el papel y el significado de la catequesis en la vida y en la misión de la
Iglesia, cuando se dirigió a los participantes en el Primer Congreso Internacional de
Catequesis, el 25 de septiembre de 1971[4], y se detuvo explícitamente sobre este tema
en la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi[5]. Él quiso que la catequesis,
especialmente la que se dirige a los niños y a los jóvenes, fuese el tema de la IV Asamblea
general del Sínodo de los Obispos[6], celebrada durante el mes de octubre de 1977, en la
que yo mismo tuve el gozo de participar.

Un Sínodo fructuoso

3. Al concluir el Sínodo, los Padres entregaron al Papa una documentación muy rica, que
comprendía las diversas intervenciones tenidas durante la Asamblea, las conclusiones de
los grupos de trabajo, el Mensaje que con su consentimiento habían dirigido al pueblo de
Dios[7], y sobre todo la serie imponente de «Proposiciones» en las que ellos expresaban
su parecer acerca de muchos aspectos de la catequesis en el momento actual.

Este Sínodo ha trabajado en una atmósfera excepcional de acción de gracias y de


esperanza. Ha visto en la renovación catequética un don precioso del Espíritu Santo a la
Iglesia de hoy, un don al que por doquier las comunidades cristianas, a todos los niveles,
responden con una generosidad y entrega creadora que suscitan admiración. El necesario
discernimiento podía así realizarse partiendo de una base viva y podía contar en el pueblo
de Dios con una gran disponibilidad a la gracia del Señor y a las directrices del Magisterio.

Sentido de esta Exhortación

4. En este mismo clima de fe y esperanza os dirijo hoy, Venerables Hermanos, amados


hijos e hijas, esta Exhortación Apostólica. En un tema tan amplio, ella no tratará sino de
algunos aspectos más actuales y decisivos, para corroborar los frutos del Sínodo. Ella
vuelve a tomar en consideración, sustancialmente, las reflexiones que el Papa Pablo VI
había preparado, utilizando ampliamente los documentos dejados por el Sínodo. El Papa
Juan Pablo I —cuyo celo y cualidades de catequista tanto asombro nos han causado— las
había recogido y se disponía a publicarlas en el momento en que inesperadamente fue
llamado por Dios. A todos nosotros él nos ha dado el ejemplo de una catequesis fundada
en lo esencial y a la vez popular, hecha de gestos y palabras sencillas, capaces de llegar a
los corazones. Yo asumo pues la herencia de estos dos Pontífices, para responder a la
petición de los Obispos, formulada expresamente al final de la IV Asamblea general del
Sínodo y acogida por el Papa Pablo VI en su discurso de clausura[8]. Lo hago también
para cumplir uno de los deberes principales de mi oficio apostólico. La catequesis ha sido
siempre una preocupación central en mi ministerio de sacerdote y de obispo.

Deseo ardientemente que esta Exhortación Apostólica, dirigida a toda la Iglesia, refuerce
la solidez de la fe y de la vida cristiana, dé un nuevo vigor a las iniciativas emprendidas,
estimule la creatividad —con la vigilancia debida— y contribuya a difundir en la comunidad
cristiana la alegría de llevar al mundo el misterio de Cristo.

TENEMOS UN SOLO MAESTRO:


JESUCRISTO

En comunión con la persona de Cristo

5. La IV Asamblea general del Sínodo de los Obispos ha insistido mucho en el


cristocentrismo de toda catequesis auténtica. Podemos señalar aquí los dos significados de
la palabra que ni se oponen ni se excluyen, sino que más bien se relacionan y se
complementan.

Hay que subrayar, en primer lugar, que en el centro de la catequesis encontramos


esencialmente una Persona, la de Jesús de Nazaret, «Unigénito del Padre, lleno de gracia
y de verdad»[9], que ha sufrido y ha muerto por nosotros y que ahora, resucitado, vive
para siempre con nosotros. Jesús es «el Camino, la Verdad y la Vida»[10], y la vida
cristiana consiste en seguir a Cristo, en la «sequela Christi».

El objeto esencial y primordial de la catequesis es, empleando una expresión muy familiar
a San Pablo y a la teología contemporánea, «el Misterio de Cristo». Catequizar es, en
cierto modo, llevar a uno a escrutar ese Misterio en toda su dimensión: «Iluminar a todos
acerca de la dispensación del misterio... comprender, en unión con todos los santos, cuál
es la anchura, la largura, la altura y la profundidad y conocer la caridad de Cristo, que
supera toda ciencia, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios»[11]. Se trata por lo
tanto de descubrir en la Persona de Cristo el designio eterno de Dios que se realiza en Él.
Se trata de procurar comprender el significado de los gestos y de las palabras de Cristo,
los signos realizados por Él mismo, pues ellos encierran y manifiestan a la vez su Misterio.
En este sentido, el fin definitivo de la catequesis es poner a uno no sólo en contacto sino
en comunión, en intimidad con Jesucristo: sólo Él puede conducirnos al amor del Padre en
el Espíritu y hacernos partícipes de la vida de la Santísima Trinidad.

Transmitir la doctrina de Cristo

6. En la catequesis, el cristocentrismo significa también que, a través de ella se transmite


no la propia doctrina o la de otro maestro, sino la enseñanza de Jesucristo, la Verdad que
Él comunica o, más exactamente, la Verdad que Él es[12]. Así pues hay que decir que en
la catequesis lo que se enseña es a Cristo, el Verbo encarnado e Hijo de Dios y todo lo
demás en referencia a Él; el único que enseña es Cristo, y cualquier otro lo hace en la
medida en que es portavoz suyo, permitiendo que Cristo enseñe por su boca. La constante
preocupación de todo catequista, cualquiera que sea su responsabilidad en la Iglesia, debe
ser la de comunicar, a través de su enseñanza y su comportamiento, la doctrina y la vida
de Jesús. No tratará de fijar en sí mismo, en sus opiniones y actitudes personales, la
atención y la adhesión de aquel a quien catequiza; no tratará de inculcar sus opiniones y
opciones personales como si éstas expresaran la doctrina y las lecciones de vida de Cristo.
Todo catequista debería poder aplicarse a sí mismo la misteriosa frase de Jesús: «Mi
doctrina no es mía, sino del que me ha enviado»[13]. Es lo que hace san Pablo al tratar
una cuestión de primordial importancia: «Yo he recibido del Señor lo que os he
transmitido»[14]. ¡Qué contacto asiduo con la Palabra de Dios transmitida por el
Magisterio de la Iglesia, qué familiaridad profunda con Cristo y con el Padre, qué espíritu
de oración, qué despego de sí mismo ha de tener el catequista para poder decir: «Mi
doctrina no es mía»!

Cristo que enseña

7. Esta doctrina no es un cúmulo de verdades abstractas, es la comunicación del Misterio


vivo de Dios. La calidad de Aquel que enseña en el Evangelio y la naturaleza de su
enseñanza superan en todo a las de los «maestros» en Israel, merced a la unión única
existente entre lo que Él dice, hace y lo que es. Es evidente que los Evangelios indican
claramente los momentos en que Jesús enseña, «Jesús hizo y enseñó»[15]: en estos dos
verbos que introducen al libro de los Hechos, san Lucas une y distingue a la vez dos
dimensiones en la misión de Cristo.

Jesús enseñó. Este es el testimonio que Él da de sí mismo: «Todos los días me sentaba en
el Templo a enseñar»[16]. Esta es la observación llena de admiración que hacen los
evangelistas, maravillados de verlo enseñando en todo tiempo y lugar, y de una forma y
con una autoridad desconocidas hasta entonces: «De nuevo se fueron reuniendo junto a
Él las multitudes y de nuevo, según su costumbre, les enseñaba»[17]; «y se asombraban
de su enseñanza, pues enseñaba como quien tiene autoridad»[18]. Eso mismo hacen
notar sus enemigos, aunque sólo sea para acusarlo y buscar un pretexto para condenarlo.
«Subleva al pueblo, enseñando por toda Judea, desde Galilea, donde empezó, hasta
aquí»[19].

El único «Maestro»

8. El que enseña así merece a título único el nombre de Maestro. ¡Cuántas veces se le da
este título de maestro a lo largo de todo el Nuevo Testamento y especialmente en los
Evangelios![20]. Son evidentemente los Doce, los otros discípulos y las muchedumbres
que lo escuchan quienes le llaman «Maestro» con acento a la vez de admiración, de
confianza y de ternura[21]. Incluso los Fariseos y los Saduceos, los Doctores de la Ley y
los Judíos en general, no le rehúsan esta denominación: «Maestro, quisiéramos ver una
señal tuya»[22]; «Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para alcanzar la vida
eterna?»[23]. Pero sobre todo Jesús mismo se llama Maestro en ocasiones
particularmente solemnes y muy significativas: «Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y
decís bien, porque de verdad lo soy»[24]; y proclama la singularidad, el carácter único de
su condición de Maestro: «Uno solo es vuestro Maestro»[25]: Cristo. Se comprende que, a
lo largo de dos mil años, en todas las lenguas de la tierra, hombres de toda condición,
raza y nación, le hayan dado con veneración este título repitiendo a su manera la
exclamación de Nicodemo: «has venido como Maestro de parte de Dios»[26].

Esta imagen de Cristo que enseña, a la vez majestuosa y familiar, impresionante y


tranquilizadora, imagen trazada por la pluma de los evangelistas y evocada después, con
frecuencia, por la iconografía desde la época paleocristiana[27], —¡tan atractiva es!—
deseo ahora evocarla en el umbral de estas reflexiones sobre la catequesis en el mundo
actual.

Enseñando con toda su vida

9. No olvido, haciendo esto, que la majestad de Cristo que enseña, la coherencia y la


fuerza persuasiva únicas de su enseñanza, no se explican sino porque sus palabras, sus
parábolas y razonamientos no pueden separarse nunca de su vida y de su mismo ser. En
este sentido, la vida entera de Cristo fue una continua enseñanza: su silencio, sus
milagros, sus gestos, su oración, su amor al hombre, su predilección por los pequeños y
los pobres, la aceptación del sacrificio total en la cruz por la salvación del mundo, su
resurrección son la actuación de su palabra y el cumplimiento de la revelación. De suerte
que para los cristianos el Crucifijo es una de las imágenes más sublimes y populares de
Jesús que enseña.

Estas consideraciones, que están en línea con las grandes tradiciones de la Iglesia,
reafirman en nosotros el fervor hacia Cristo, el Maestro que revela a Dios a los hombres y
al hombre a sí mismo; el Maestro que salva, santifica y guía, que está vivo, que habla,
exige, que conmueve, que endereza, juzga, perdona, camina diariamente con nosotros en
la historia; el Maestro que viene y que vendrá en la gloria.

Solamente en íntima comunión con Él, los catequistas encontrarán luz y fuerza para una
renovación auténtica y deseable de la catequesis.

II

UNA EXPERIENCIA TAN ANTIGUA


COMO LA IGLESIA

La Misión de los Apóstoles

10. La imagen de Cristo que enseña se había impreso en la mente de los Doce y de los
primeros discípulos, y la consigna «Id y haced discípulos a todas las gentes»[28] orientó
toda su vida. San Juan da testimonio de ello en su Evangelio, cuando refiere las palabras
de Jesús: «Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os
digo amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer»[29]. No son
ellos los que han escogido seguir a Jesús, sino que es Jesús quien los ha elegido, quien los
ha guardado y establecido, ya antes de su Pascua, para que ellos vayan y den fruto y para
que su fruto permanezca[30]. Por ello después de la resurrección, les confió formalmente
la misión de hacer discípulos a todas las gentes.

El libro entero de los Hechos de los Apóstoles atestigua que fueron fieles a su vocación y a
la misión recibida. Los miembros de la primitiva comunidad cristiana aparecen en él
«perseverantes en oír la enseñanza de los apóstoles y en la fracción del pan y en la
oración»[31]. Se encuentra allí sin duda alguna la imagen permanente de una Iglesia que,
gracias a la enseñanza de los Apóstoles, nace y se nutre continuamente de la Palabra del
Señor, la celebra en el sacrificio eucarístico y da testimonio al mundo con el signo de la
caridad.

Cuando los adversarios se sienten celosos de la actividad de los Apóstoles, se debe a que
están «molestos porque enseñan al pueblo»[32] y les prohíben enseñar en el nombre de
Jesús[33]. Pero nosotros sabemos que, precisamente en ese punto, los Apóstoles juzgaron
más razonable obedecer a Dios que a los hombres[34].

La catequesis en la época apostólica

11. Los Apóstoles no tardan en compartir con los demás el ministerio del apostolado[35].
Transmiten a sus sucesores la misión de enseñar. Ellos la confían también a los diáconos
desde su institución: Esteban, «lleno de gracia y de poder», no cesa de enseñar, movido
por la sabiduría del Espíritu[36]. Los Apóstoles asocian en su tarea de enseñar a «otros»
discípulos[37]; e incluso simples cristianos dispersados por la persecución, iban por todas
partes predicando la palabra[38]. San Pablo es el heraldo por antonomasia de este
anuncio, desde Antioquía hasta Roma, donde la última imagen que tenemos de él según el
libro de los Hechos, es la de un hombre «que enseña con toda libertad lo tocante al Señor
Jesucristo»[39]. Sus numerosas cartas amplían y profundizan su enseñanza. Asimismo las
cartas de Pedro, de Juan, de Santiago y de Judas son otros tantos testimonios de la
catequesis de la era apostólica.

Los Evangelios que, antes de ser escritos, fueron la expresión de una enseñanza oral
transmitida a las comunidades cristianas, tienen más o menos una estructura catequética.
¿No ha sido llamado el relato de San Mateo evangelio del catequista y el de San Marcos,
evangelio del catecúmeno?

En los Padres de la Iglesia

12. La Iglesia continúa esta misión de enseñar de los Apóstoles y de sus primeros
colaboradores. Haciéndose día a día discípula del Señor, con razón se la ha llamado
«Madre y Maestra»[40]. Desde Clemente Romano hasta Orígenes[41], en la edad
postapostólica ven la luz obras notables. Más tarde se registra un hecho impresionante:
Obispos y Pastores, los de mayor prestigio, sobre todo en los siglos tercero y cuarto,
consideran como una parte importante de su ministerio episcopal enseñar de palabra o
escribir tratados catequéticos. Es la época de Cirilo de Jerusalén y de Juan Crisóstomo, de
Ambrosio y de Agustín, en la que brotan de la pluma de tantos Padres de la Iglesia obras
que siguen siendo modelos para nosotros.

No es posible evocar aquí, ni siquiera brevemente, la catequesis que ha mantenido la


difusión y el camino de la Iglesia en los diversos períodos de la historia, en todos los
continentes y en los contextos sociales y culturales más diversos. Ciertamente las
dificultades no han faltado nunca. Mas la Palabra del Señor ha realizado su misión a través
de los siglos, se ha difundido y ha sido glorificada, como indica el Apóstol Pablo[42].

En los Concilios y en la actividad misionera

13. El ministerio de la catequesis saca siempre nuevas energías de los Concilios. A este
respecto el Concilio de Trento constituye un ejemplo que se ha de subrayar: en sus
constituciones y decretos dio prioridad a la catequesis; dio lugar al «catecismo romano»
que lleva además su nombre y constituye una obra de primer orden, resumen de la
doctrina cristiana y de la teología tradicional para uso de los sacerdotes; promovió en la
Iglesia una organización notable de la catequesis; despertó en los clérigos la conciencia de
sus deberes con relación a la enseñanza catequética; y, merced al trabajo de santos
teólogos como san Carlos Borromeo, san Roberto Belarmino o san Pedro Canisio, dio
origen a catecismos, verdaderos modelos para aquel tiempo. ¡Ojalá suscite el Concilio
Vaticano II un impulso y una obra semejante en nuestros días!

Las misiones constituyen también un terreno privilegiado para la práctica de la catequesis.


Así, desde hace casi dos mil años, el Pueblo de Dios no ha cesado de educarse en la fe,
según formas adaptadas a las distintas situaciones de los creyentes y a las múltiples
coyunturas eclesiales.

La catequesis está íntimamente unida a toda la vida de la Iglesia. No sólo la extensión


geográfica y el incremento numérico sino también, y más todavía, el crecimiento interior
de la Iglesia, su correspondencia con el designio de Dios, dependen esencialmente de ella.
De entre las experiencias de la historia de la Iglesia que acabamos de recordar, muchas
lecciones —entre tantas otras— merecen ser puestas de relieve.

La catequesis: derecho y deber de la Iglesia

14. Es evidente, ante todo, que la catequesis ha sido siempre para la Iglesia un deber
sagrado y un derecho imprescriptible. Por una parte, es sin duda un deber que tiene su
origen en un mandato del Señor e incumbe sobre todo a los que en la Nueva Alianza
reciben la llamada al ministerio de Pastores. Por otra parte, puede hablarse igualmente de
derecho: desde el punto de vista teológico, todo bautizado por el hecho mismo de su
bautismo, tiene el derecho de recibir de la Iglesia una enseñanza y una formación que le
permitan iniciar una vida verdaderamente cristiana; en la perspectiva de los derechos del
hombre, toda persona humana tiene derecho a buscar la verdad religiosa y de adherirse
plenamente a ella, libre de «toda coacción por parte tanto de los individuos como de los
grupos sociales y de cualquier poder humano que sea, de suerte que, en esta materia, a
nadie se fuerce a actuar contra su conciencia o se le impida actuar ... de acuerdo con
ella»[43].

Por ello la actividad catequética debe poder ejercerse en circunstancias favorables de


tiempo y lugar, debe tener acceso a los medios de comunicación social, a adecuados
instrumentos de trabajo, sin discriminación para con los padres, los catequizados o los
catequistas. Actualmente es cierto que ese derecho es reconocido cada vez más, al menos
a nivel de grandes principios, como testimonian declaraciones o convenios internacionales,
en los que —cualesquiera que sean sus límites— se puede reconocer la voz de la
conciencia de gran parte de los hombres de hoy[44]. Pero numerosos Estados violan este
derecho, hasta tal punto que dar, hacer dar la catequesis o recibirla, llega a ser un delito
susceptible de sanción. En unión con los Padres del Sínodo elevo enérgicamente la voz
contra toda discriminación en el ámbito de la catequesis, a la vez que dirijo una
apremiante llamada a los responsables para que acaben del todo esas constricciones que
gravan sobre la libertad humana en general y sobre la libertad religiosa en particular.

Tarea prioritaria

15. La segunda lección se refiere al lugar mismo de la catequesis en los proyectos


pastorales de la Iglesia. Cuanto más capaz sea, a escala local o universal, de dar la
prioridad a la catequesis —por encima de otras obras e iniciativas cuyos resultados
podrían ser mas espectaculares—, tanto más la Iglesia encontrará en la catequesis una
consolidación de su vida interna como comunidad de creyentes y de su actividad externa
como misionera. En este final del siglo XX, Dios y los acontecimientos, que son otras
tantas llamadas de su parte, invitan a la Iglesia a renovar su confianza en la acción
catequética como en una tarea absolutamente primordial de su misión. Es invitada a
consagrar a la catequesis sus mejores recursos en hombres y en energías, sin ahorrar
esfuerzos, fatigas y medios materiales, para organizarla mejor y formar personal
capacitado. En ello no hay un mero cálculo humano, sino una actitud de fe. Y una actitud
de fe se dirige siempre a la fidelidad a Dios, que nunca deja de responder.

Responsabilidad común y diferenciada

16. Tercera lección: la catequesis ha sido siempre, y seguirá siendo, una obra de la que la
Iglesia entera debe sentirse y querer ser responsable. Pero sus miembros tienen
responsabilidades diferentes, derivadas de la misión de cada uno. Los Pastores,
precisamente en virtud de su oficio, tienen, a distintos niveles, la más alta responsabilidad
en la promoción, orientación y coordinación de la catequesis. El Papa, por su parte, tiene
una profunda conciencia de la responsabilidad primaria que le compete en este campo:
encuentra en él motivos de preocupación pastoral, pero sobre todo de alegría y de
esperanza. Los sacerdotes, religiosos y religiosas tienen ahí un campo privilegiado para su
apostolado. A otro nivel, los padres de familia tienen una responsabilidad singular. Los
maestros, los diversos ministros de la Iglesia, los catequistas y, por otra parte, los
responsables de los medios de comunicación social, todos ellos tienen, en grado diverso,
responsabilidades muy precisas en esta formación de la conciencia del creyente, formación
importante para la vida de la Iglesia, y que repercute en la vida de la sociedad misma.
Uno de los mejores frutos de la Asamblea general del Sínodo dedicado por entero a la
catequesis sería despertar, en toda la Iglesia y en cada uno de sus sectores, una
conciencia viva y operante de esta responsabilidad diferenciada pero común.

Renovación continua y equilibrada

17. Finalmente la catequesis tiene necesidad de renovarse continuamente en un cierto


alargamiento de su concepto mismo, en sus métodos, en la búsqueda de un lenguaje
adaptado, en el empleo de nuevos medios de transmisión del mensaje Esta renovación no
siempre tiene igual valor, y los Padres del Sínodo han reconocido con realismo, junto a un
progreso innegable en la vitalidad de la actividad catequética y a iniciativas prometedoras,
las limitaciones o incluso las «deficiencias» de lo que se ha realizado hasta el
presente[45]. Estos límites son particularmente graves cuando ponen en peligro la
integridad del contenido. El «Mensaje al pueblo de Dios» subrayó justamente que, para la
catequesis, «la repetición rutinaria, que se opone a todo cambio, por una parte, y la
improvisación irreflexiva que afronta con ligereza los problemas, por la otra, son
igualmente peligrosas»[46]. La repetición rutinaria lleva al estancamiento, al letargo y, en
definitiva, a la parálisis. La improvisación irreflexiva engendra desconcierto en los
catequizados y en sus padres, cuando se trata de los niños, causa desviaciones de todo
tipo, rupturas y finalmente la ruina total de la unidad. Es necesario que la Iglesia dé
prueba hoy —come supo hacerlo en otras épocas de su historia— de sabiduría, de valentía
y de fidelidad evangélicas, buscando y abriendo caminos y perspectivas nuevas para la
enseñanza catequética.

III

LA CATEQUESIS
EN LA ACTIVIDAD PASTORAL
Y MISIONERA DE LA IGLESIA

La catequesis: una etapa de la evangelización


18. La catequesis no puede disociarse del conjunto de actividades pastorales y misionales
de la Iglesia. Ella tiene, sin embargo, algo específico propio sobre lo que la IV Asamblea
general del Sínodo de los Obispos, en sus trabajos preparatorios y a lo largo de su
celebración, se ha interrogado a menudo. La cuestión interesa también a la opinión
pública, dentro y fuera de la Iglesia.

No es éste el lugar adecuado para dar una definición rigurosa y formal de la catequesis,
suficientemente ilustrada en el «Directorio General de la Catequesis»[47]. Compete a los
especialistas enriquecer cada vez más su concepto y su articulación.

Frente a la incertidumbre de la práctica, recordemos simplemente algunos puntos


esenciales, por lo demás ya consolidados en los documentos de la Iglesia, para una
comprensión exacta de la catequesis y sin los cuales se correría el riesgo de no llegar a
comprender todo su significado y su alcance.

Globalmente, se puede considerar aquí la catequesis en cuanto educación de la fe de los


niños, de los jóvenes y adultos, que comprende especialmente una enseñanza de la
doctrina cristiana, dada generalmente de modo orgánico y sistemático, con miras a
iniciarlos en la plenitud de la vida cristiana. En este sentido, la catequesis se articula en
cierto número de elementos de la misión pastoral de la Iglesia, sin confundirse con ellos,
que tienen un aspecto catequético, preparan a la catequesis o emanan de ella: primer
anuncio del evangelio o predicación misional por medio del kerigma para suscitar la fe
apologética o búsqueda de las razones de creer, experiencia de vida cristiana, celebración
de los sacramentos, integración en la comunidad eclesial, testimonio apostólico y misional.

Recordemos ante todo que entre la catequesis y la evangelización no existe ni separación


u oposición, ni identificación pura y simple, sino relaciones profundas de integración y de
complemento recíproco.

La Exhortación apostólica «Evangelii nuntiandi» del 8 de diciembre de 1975, sobre la


evangelización en el mundo contemporáneo, subrayó con toda razón que la evangelización
—cuya finalidad es anunciar la Buena Nueva a toda la humanidad para que viva de ella—,
es una realidad rica, compleja y dinámica, que tiene elementos o, si se prefiere,
momentos, esenciales y diferentes entre sí, que es preciso saber abarcar conjuntamente,
en la unidad de un único movimiento[48]. La catequesis es uno de esos momentos —¡y
cuán señalado!— en el proceso total de evangelización.

Catequesis y primer anuncio del Evangelio

19. La peculiaridad de la Catequesis, distinta del anuncio primero del Evangelio que ha
suscitado la conversión, persigue el doble objetivo de hacer madurar la fe inicial y de
educar al verdadero discípulo por medio de un conocimiento más profundo y sistemático
de la persona y del mensaje de Nuestro Señor Jesucristo[49]. Pero en la práctica
catequética, este orden ejemplar debe tener en cuenta el hecho de que a veces la primera
evangelización no ha tenido lugar. Cierto número de niños bautizados en su infancia llega
a la catequesis parroquial sin haber recibido alguna iniciación en la fe, y sin tener todavía
adhesión alguna explícita y personal a Jesucristo, sino solamente la capacidad de creer
puesta en ellos por el bautismo y la presencia del Espíritu Santo; y los prejuicios de un
ambiente familiar poco cristiano o el espíritu positivista de la educación crean rápidamente
algunas reticencias. A éstos es necesario añadir otros niños, no bautizados, para quienes
sus padres no aceptan sino tardíamente la educación religiosa: por motivos prácticos, su
etapa catecumenal se hará en buena parte durante la catequesis ordinaria. Además
muchos preadolescentes y adolescentes, que han sido bautizados y que han recibido
sistemáticamente una catequesis así como los sacramentos, titubean por largo tiempo en
comprometer o no su vida con Jesucristo, cuando no se preocupan por esquivar la
formación religiosa en nombre de su libertad. Finalmente los adultos mismos no están al
reparo de tentaciones de duda o de abandono de la fe, a consecuencia de un ambiente
notoriamente incrédulo. Es decir que la «catequesis» debe a menudo preocuparse, no sólo
de alimentar y enseñar la fe, sino de suscitarla continuamente con la ayuda de la gracia,
de abrir el corazón, de convertir, de preparar una adhesión global a Jesucristo en aquellos
que están aún en el umbral de la fe. Esta preocupación inspira parcialmente el tono, el
lenguaje y el método de la catequesis.

Finalidad específica de la catequesis

20. La finalidad específica de la catequesis no consiste únicamente en desarrollar, con la


ayuda de Dios, una fe aún inicial, en promover en plenitud y alimentar diariamente la vida
cristiana de los fieles de todas las edades. Se trata en efecto de hacer crecer, a nivel de
conocimiento y de vida, el germen de la fe sembrado por el Espíritu Santo con el primer
anuncio y transmitido eficazmente a través del bautismo.

La catequesis tiende pues a desarrollar la inteligencia del misterio de Cristo a la luz de la


Palabra, para que el hombre entero sea impregnado por ella. Transformado por la acción
de la gracia en nueva criatura, el cristiano se pone así a seguir a Cristo y, en la Iglesia,
aprende siempre a pensar mejor como Él, a juzgar como Él, a actuar de acuerdo con sus
mandamientos, a esperar como Él nos invita a ello.

Más concretamente, la finalidad de la catequesis, en el conjunto de la evangelización, es la


de ser un período de enseñanza y de madurez, es decir, el tiempo en que el cristiano,
habiendo aceptado por la fe la persona de Jesucristo como el solo Señor y habiéndole
prestado una adhesión global con la sincera conversión del corazón, se esfuerza por
conocer mejor a ese Jesús en cuyas manos se ha puesto: conocer su «misterio», el Reino
de Dios que anuncia, las exigencias y las promesas contenidas en su mensaje evangélico,
los senderos que Él ha trazado a quien quiera seguirle.
Si es verdad que ser cristiano significa decir «sí» a Jesucristo, recordemos que este «sí»
tiene dos niveles: consiste en entregarse a la Palabra de Dios y apoyarse en ella, pero
significa también, en segunda instancia, esforzarse por conocer cada vez mejor el sentido
profundo de esa Palabra.

Necesidad de una catequesis sistemática

21. En su discurso de clausura de la IV Asamblea general del Sínodo, el Papa Pablo VI se


felicitaba al «advertir que todos han señalado la gran necesidad de una catequesis
orgánica y bien ordenada, ya que esa reflexión vital sobre el misterio mismo de Cristo es
lo que principalmente distingue a la Catequesis de todas las demás formas de presentar la
Palabra de Dios»[50].

Frente a las dificultades prácticas, hay que subrayar algunas características de esta
enseñanza:

 debe ser una enseñanza sistemática, no improvisada, siguiendo un programa que


le permita llegar a un fin preciso;
 una enseñanza elemental que no pretenda abordar todas las cuestiones disputadas
ni transformarse en investigación teológica o en exégesis científica;
 una enseñanza, no obstante, bastante completa, que no se detenga en el primer
anuncio del misterio cristiano, cual lo tenemos en el kerigma;
 una iniciación cristiana integral, abierta a todas las esferas de la vida cristiana.

Sin olvidar la importancia de múltiples ocasiones de catequesis, relacionadas con la vida


personal, familiar, social y eclesial, que es necesario aprovechar y sobre las que os remito
al capítulo VI, insisto en la necesidad de una enseñanza cristiana orgánica y sistemática,
dado que desde distintos sitios se intenta minimizar su importancia.

Catequesis y experiencia vital

22. Es inútil insistir en la ortopraxis en detrimento de la ortodoxia: el cristianismo es


inseparablemente la una y la otra. Unas convicciones firmes y reflexivas llevan a una
acción valiente y segura; el esfuerzo por educar a los fieles a vivir hoy como discípulos de
Cristo reclama y facilita el descubrimiento más profundo del Misterio de Cristo en la
historia de la salvación.

Es asimismo inútil querer abandonar el estudio serio y sistemático del mensaje de Cristo,
en nombre de una atención metodológica a la experiencia vital. «Nadie puede llegar a la
verdad íntegra solamente desde una simple experiencia privada, es decir, sin una
conveniente exposición del mensaje de Cristo, que es el "Camino, la Verdad y la Vida"
(Jn 14, 6)»[51].
No hay que oponer igualmente una catequesis que arranque de la vida a una catequesis
tradicional, doctrinal y sistemática[52]. La auténtica catequesis es siempre una iniciación
ordenada y sistemática a la Revelación que Dios mismo ha hecho al hombre, en
Jesucristo, revelación conservada en la memoria profunda de la Iglesia y en las Sagradas
Escrituras y comunicada constantemente, mediante una «traditio» viva y activa, de
generación en generación. Pero esta revelación no está aislada de la vida ni yuxtapuesta
artificialmente a ella. Se refiere al sentido último de la existencia y la ilumina, ya para
inspirarla, ya para juzgarla, a la luz del Evangelio.

Por eso podemos aplicar a los catequistas lo que el Concilio Vaticano II ha dicho
especialmente de los sacerdotes: educadores del hombre y de la vida del hombre en la
fe[53].

Catequesis y sacramentos

23. La catequesis está intrínsecamente unida a toda la acción litúrgica y sacramental,


porque es en los sacramentos y sobre todo en la eucaristía donde Jesucristo actúa en
plenitud para la transformación de los hombres.

En la Iglesia primitiva, catecumenado e iniciación a los sacramentos del bautismo y de la


eucaristía, se identificaban. Aunque en este campo haya cambiado la práctica de la
Iglesia, en los antiguos países cristianos, el catecumenado jamás ha sido abolido; conoce
allí una renovación[54] y se practica abundantemente en las jóvenes Iglesias misioneras.
De todos modos, la catequesis está siempre en relación con los sacramentos. Por una
parte, una forma eminente de catequesis es la que prepara a los sacramentos, y toda
catequesis conduce necesariamente a los sacramentos de la fe. Por otra parte, la práctica
auténtica de los sacramentos tiene forzosamente un aspecto catequético. En otras
palabras, la vida sacramental se empobrece y se convierte muy pronto en ritualismo vacío,
si no se funda en un conocimiento serio del significado de los sacramentos y la catequesis
se intelectualiza, si no cobra vida en la práctica sacramental.

Catequesis y comunidad eclesial

24. La catequesis, finalmente, tiene una íntima unión con la acción responsable de la
Iglesia y de los cristianos en el mundo. Todo el que se ha adherido a Jesucristo por la fe y
se esfuerza por consolidar esta fe mediante la catequesis, tiene necesidad de vivirla en
comunión con aquellos que han dado el mismo paso. La catequesis corre el riesgo de
esterilizarse, si una comunidad de fe y de vida cristiana no acoge al catecúmeno en cierta
fase de su catequesis. Por eso la comunidad eclesial, a todos los niveles, es doblemente
responsable respecto a la catequesis: tiene la responsabilidad de atender a la formación
de sus miembros, pero también la responsabilidad de acogerlos en un ambiente donde
puedan vivir, con la mayor plenitud posible, lo que han aprendido.
La catequesis está abierta igualmente al dinamismo misionero. Si hace bien, los cristianos
tendrán interés en dar testimonio de su fe, de transmitirla a sus hijos, de hacerla conocer
a otros, de servir de todos modos a la comunidad humana.

Necesidad de la catequesis en sentido amplio


para la madurez y fuerza de la fe

25. Así pues, gracias a la catequesis, el kerygma evangélico —primer anuncio lleno de
ardor que un día transformó al hombre y lo llevó a la decisión de entregarse a Jesucristo
por la fe— se profundiza poco a poco, se desarrolla en sus corolarios implícitos, explicado
mediante un discurso que va dirigido también a la razón, orientado hacia la práctica
cristiana en la Iglesia y en el mundo. Todo esto no es menos evangélico que
el kerygma, por más que digan algunos que la catequesis vendría forzosamente a
racionalizar, aridecer y finalmente matar lo que de más vivo, espontáneo y vibrante hay en
el kerygma. Las verdades que se profundizan en la catequesis son las mismas que hicieron
mella en el corazón del hombre al escucharlas por primera vez. El hecho de conocerlas
mejor, lejos de embotarlas o agostarlas, debe hacerlas aún más estimulantes y decisivas
para la vida.

En la concepción que se acaba de exponer, la catequesis se ajusta al punto de vista


totalmente pastoral desde el cual ha querido considerarla el Sínodo. Este sentido amplio
de la catequesis no contradice, sino que incluye, desbordándolo, el sentido estricto al que
por lo común se atienen las exposiciones didácticas: la simple enseñanza de las fórmulas
que expresan la fe.

En definitiva, la catequesis es tan necesaria para la madurez de la fe de los cristianos


como para su testimonio en el mundo: ella quiere conducir a los cristianos «en la unidad
de la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios y a formar al hombre perfecto, maduro, que
realice la plenitud de Cristo»[55]; también quiere que estén dispuestos a dar razón de su
esperanza a todos los que les pidan una explicación[56].

IV

TODA LA BUENA NUEVA


BROTA DE LA FUENTE

El contenido del Mensaje

26. Siendo la catequesis un momento o un aspecto de la evangelización, su contenido no


puede ser otro que el de toda la evangelización: el mismo mensaje —Buena Nueva de
salvación— oído una y mil veces y aceptado de corazón, se profundiza incesantemente en
la catequesis mediante la reflexión y el estudio sistemático; mediante una toma de
conciencia, que cada vez compromete más, de sus repercusiones en la vida personal de
cada uno; mediante su inserción en el conjunto orgánico y armonioso que es la existencia
cristiana en la sociedad y en el mundo.

La fuente

27. La catequesis extraerá siempre su contenido de la fuente viva de la Palabra de Dios,


transmitida mediante la Tradición y la Escritura, dado que «la Tradición y la Escritura
constituyen el depósito sagrado de la Palabra de Dios, confiado a la Iglesia», como ha
recordado el Concilio Vaticano II al desear que «el ministerio de la palabra, que incluye la
predicación pastoral, la catequesis, toda la instrucción cristiana... reciba de la palabra de la
Escritura alimento saludable y por ella dé frutos de santidad»[57].

Hablar de la Tradición y de la Escritura como fuentes de la catequesis es subrayar que


ésta ha de estar totalmente impregnada por el pensamiento, el espíritu y actitudes bíblicas
y evangélicas a través de un contacto asiduo con los textos mismos; es también recordar
que la catequesis será tanto más rica y eficaz cuanto más lea los textos con la inteligencia
y el corazón de la Iglesia y cuanto más se inspire en la reflexión y en la vida dos veces
milenaria de la Iglesia.

La enseñanza, la liturgia y la vida de la Iglesia surgen de esta fuente y conducen a ella,


bajo la dirección de los Pastores y concretamente del Magisterio doctrinal que el Señor les
ha confiado.

El Credo: expresión doctrinal privilegiada

28. Una expresión privilegiada de la herencia viva que ellos han recibido en custodia, se
encuentra en el Credo o, más concretamente, en los Símbolos que, en momentos
cruciales, recogieron en síntesis felices la fe de la Iglesia. Durante siglos, un elemento
importante de la catequesis era precisamente la «traditio Symboli» (o transmisión del
compendio de la fe), seguida de la entrega de la oración dominical. Este rito expresivo ha
vuelto a ser introducido en nuestros días en la iniciación de los catecúmenos[58]. ¿No
habría que encontrar una utilización más concretamente adaptada, para señalar esta
etapa, la más importante entre todas, en que un nuevo discípulo de Jesucristo acepta con
plena lucidez y valentía el contenido de lo que más adelante va a profundizar con
seriedad?

Mi predecesor Pablo VI, en el «Credo del Pueblo de Dios» proclamado al cumplirse el XIX
centenario del martirio de los Apóstoles Pedro y Pablo, quiso reunir los elementos
esenciales de la fe católica, sobre todo los que ofrecían mayor dificultad o estaban en
peligro de ser ignorados[59]. Es una referencia segura para el contenido de la catequesis.

Elementos a no olvidar
29. El mismo Sumo Pontífice ha recordado, en el capítulo tercero de su Exhortación
Apostólica Evangelii nuntiandi, «el contenido esencial, la substancia viva» de la
evangelización[60]. Es necesario para la catequesis misma tener presente cada uno de los
elementos y la síntesis viva en que ellos han sido integrados[61].

Me contentaré por consiguiente con ofrecer aquí alguna simple alusión[62]. Todos ven,
por ejemplo, la importancia de hacer entender al niño, al adolescente, al que progresa en
la fe, «lo que puede conocerse de Dios»[63]; de poderles decir, en cierto sentido: «Lo que
sin conocer veneráis, eso es lo que yo os anuncio»[64]; de exponerles brevemente[65] el
misterio del Verbo de Dios hecho hombre y que realiza la salvación del hombre por su
Pascua, es decir, a través de su muerte y su resurrección, pero también con su
predicación, con los signos que realiza, con los sacramentos de su presencia permanente
en medio de nosotros. Los Padres del Sínodo estuvieron bien inspirados cuando pidieron
que se evite reducir a Cristo a su sola humanidad y su mensaje a una dimensión
meramente terrestre, y que se le reconociera más bien como el Hijo de Dios, el mediador
que nos da libre acceso al Padre en el Espíritu[66].

¡Cuán importante es exponer a la inteligencia y al corazón, a la luz de la fe, ese


sacramento de su presencia que es el Misterio de la Iglesia, asamblea de hombres
pecadores, pero, al mismo tiempo, santificados y que constituyen la familia de Dios
reunida por el Señor bajo la dirección de aquellos a quienes «el Espíritu Santo... constituyó
vigilantes para apacentar la Iglesia de Dios»![67].

Es importante explicar que la historia de los hombres, con sus aspectos de gracia y de
pecado, de grandeza y de miseria, es asumida por Dios en su Hijo Jesucristo y «ofrece ya
algún bosquejo del siglo futuro»[68]. Es importante, finalmente, revelar sin ambages las
exigencias, hechas de renuncia mas también de gozo, de lo que el Apóstol Pablo gustaba
llamar «vida nueva»[69], «creación nueva»[70]., ser o existir en Cristo[71], «vida eterna
en Cristo Jesús»[72], y que no es más que la vida en el mundo, pero una vida según las
bienaventuranzas y destinada a prolongarse y a transfigurarse en el más allá.

De ahí la importancia que tienen en la catequesis las exigencias morales personales


correspondientes al Evangelio y las actitudes cristianas ante la vida y ante el mundo, ya
sean heroicas, ya las más sencillas: nosotros las llamamos virtudes cristianas o virtudes
evangélicas. De ahí también el cuidado que tendrá la catequesis de no omitir, sino
iluminar como es debido, en su esfuerzo de educación en la fe, realidades como la acción
del hombre por su liberación integral[73], la búsqueda de una sociedad más solidaria y
fraterna, las luchas por la justicia y la construcción de la paz.

Por lo demás no se ha de creer que esta dimensión de la catequesis es absolutamente


nueva. Ya en la época patrística, san Ambrosio y san Juan Crisóstomo, por no mencionar a
otros, destacaron las consecuencias sociales de las exigencias evangélicas y, más cerca de
nosotros, el catecismo de san Pío X citaba explícitamente, entre los pecados que claman
venganza ante Dios, el hecho de oprimir a los pobres, así como el defraudar a los
trabajadores en su justo salario[74]. Especialmente desde la Rerum novarum, la
preocupación social está activamente presente en la enseñanza catequética de los papas y
de los obispos. Muchos Padres del Sínodo han pedido con legítima insistencia que el rico
patrimonio de la enseñanza social de la Iglesia encuentre su puesto, bajo formas
apropiadas, en la formación catequética común de los fieles.

Integridad del contenido

30. A propósito del contenido de la catequesis, hay que poner de relieve, en nuestros días,
tres puntos importantes.

El primero se refiere a la integridad de dicho contenido. A fin de que la oblación de su


fe[75] sea perfecta, el que se hace discípulo de Cristo tiene derecho a recibir la «palabra
de la fe»[76] no mutilada, falsificada o disminuida, sino completa e integral, en todo su
rigor y su vigor. Traicionar en algo la integridad del mensaje es vaciar peligrosamente la
catequesis misma y comprometer los frutos que de ella tienen derecho a esperar Cristo y
la comunidad eclesial. No es ciertamente casual el hecho de que una cierta totalidad
caracterice el mandato final de Jesús en el evangelio de Mateo: «Me ha sido dado todo
poder... Haced discípulos a todas las gentes... enseñándoles a guardar todo... yo estoy
siempre con vosotros». Por eso, cuando un hombre, presintiendo «la superioridad del
conocimiento de Cristo Jesús»[77], descubierto por la fe, abrigue el deseo, aún
inconsciente, de conocerle más y mejor, mediante «una predicación y enseñanza
conforme a la verdad que hay en Jesús»[78], ningún pretexto es válido para negarle parte
alguna de ese conocimiento. ¿Qué catequesis sería aquella en la que no hubiera lugar
para la creación del hombre y su pecado, para el plan redentor de nuestro Dios y su larga
y amorosa preparación y realización, para la Encarnación del Hijo de Dios, para María —la
Inmaculada, la Madre de Dios, siempre Virgen, elevada en cuerpo y alma a la gloria
celestial— y su función en el misterio de la salvación, para el misterio de la iniquidad
operante en nuestras vidas[79] y la virtud de Dios que nos libera, para la necesidad de la
penitencia y de la ascesis, para los gestos sacramentales y litúrgicos, para la realidad de la
presencia eucarística, para la participación en la vida divina aquí en la tierra y en el más
allá, etc.? Asimismo, a ningún verdadero catequista le es lícito hacer por cuenta propia
una selección en el depósito de la fe, entre lo que estima importante y lo que estima
menos importante o para enseñar lo uno y rechazar lo otro.

Con métodos pedagógicos adaptados

31. De ahí esta segunda observación: es posible que en la situación actual de la


catequesis, razones de método o de pedagogía aconsejen organizar la comunicación de
las riquezas del contenido de la catequesis de un modo más bien que de otro. Por lo
demás, la integridad no dispensa del equilibrio ni del carácter orgánico y jerarquizado,
gracias a los cuales se dará a las verdades que se enseñan, a las normas que se
transmiten y a los caminos de la vida cristiana que se indican, la importancia respectiva
que les corresponden. También puede suceder que determinado lenguaje se demuestre
preferible para transmitir este contenido a determinada persona o grupo de personas. La
elección sería válida en la medida en que no dependa de teorías o prejuicios más o menos
subjetivos y marcados por una cierta ideología, sino que esté inspirada por el humilde afán
de ajustarse mejor a un contenido que debe permanecer intacto. El método y el lenguaje
utilizados deben seguir siendo verdaderamente instrumentos para comunicar la totalidad y
no una parte de las «palabras de vida eterna»[80] o del «camino de la vida»[81].

Dimensión ecuménica de la catequesis

32. El gran movimiento, inspirado ciertamente por el Espíritu de Jesús, que, desde hace
un cierto número de años, lleva a la Iglesia católica a buscar con otras Iglesias o
confesiones cristianas el restablecimiento de la perfecta unidad querida por el Señor, me
induce a hablar del carácter ecuménico de la catequesis. Este movimiento cobró todo su
relieve en el Concilio Vaticano II[82], y, a partir del Concilio, ha conocido en la Iglesia una
importancia, concretada en una serie impresionante de hechos y de iniciativas, conocidas
por todos.

La catequesis no puede permanecer ajena a esta dimensión ecuménica cuando todos los
fieles, según su propia capacidad y su situación en la Iglesia, son llamados a tomar parte
en el movimiento hacia la unidad[83].

La catequesis tendrá una dimensión ecuménica si, sin renunciar a enseñar que la plenitud
de las verdades reveladas y de los medios de salvación instituidos por Cristo se halla en la
Iglesia Católica[84], lo hace, sin embargo, respetando sinceramente, de palabra y de obra,
a las comunidades eclesiales que no están en perfecta comunión con esta misma Iglesia.

En este contexto, es muy importante hacer una presentación correcta y leal de las demás
Iglesias y comunidades eclesiales de las que el Espíritu de Cristo no rehúsa servirse como
medio de salvación; por otra parte «los elementos o bienes que conjuntamente edifican y
dan vida a la propia Iglesia, pueden encontrarse algunos, más aún, muchísimos y muy
valiosos, fuera del recinto visible de la Iglesia católica»[85]. Además esta presentación
ayudará a los católicos por un lado a profundizar su propia fe y por otra a conocer mejor y
estimar a los demás hermanos cristianos, facilitando así la búsqueda común del camino
hacia la plena unidad en toda la verdad. Ella debería además ayudar a los no católicos a
conocer mejor y a apreciar a la Iglesia católica y su convicción de ser el «auxilio general
de salvación».

La catequesis tendrá una dimensión ecuménica si, además, suscita y alimenta un


verdadero deseo de unidad; más todavía, si inspira esfuerzos sinceros —incluido el
esfuerzo por purificarse en la humildad y el fervor del Espíritu con el fin de despejar los
caminos— no con miras a un irenismo fácil, hecho de omisiones y de concesiones en el
plano doctrinal, sino con miras a la unidad perfecta, cuando el Señor quiera y por las vías
que Él quiera.

Finalmente, la catequesis será ecuménica si se esfuerza por preparar a los niños y a los
jóvenes, así como a los adultos católicos, a vivir en contacto con los no católicos, viviendo
su identidad católica dentro del respecto a la fe de los otros.

Colaboración ecuménica en el ámbito de la catequesis

33. En situaciones de pluralismo religioso, los Obispos pueden juzgar oportunas, o aun
necesarias, ciertas experiencias de colaboración en el campo de la catequesis entre
católicos y otros cristianos, como complemento de la catequesis habitual que, de todos
modos, los católicos deben recibir. Tales experiencias encuentran su fundamento teológico
en los elementos comunes a todos los cristianos[86]. Pero la comunión de fe entre los
católicos y los demás cristianos no es completa ni perfecta; más aún existen, en
determinados casos, profundas divergencias. En consecuencia, esta colaboración
ecuménica es por su naturaleza limitada: no debe significar jamás una «reducción» al
mínimo común. Además, la catequesis no consiste únicamente en enseñar la doctrina, sino
en iniciar a toda la vida cristiana, haciendo participar plenamente en los sacramentos de la
Iglesia. De ahí la necesidad, donde se da una experiencia de colaboración ecuménica en el
terreno de la catequesis, de vigilar para que la formación de los católicos esté bien
asegurada en la Iglesia católica en lo concerniente a la doctrina y a la vida cristiana.

Durante el Sínodo, cierto número de Obispos señaló casos —cada vez más frecuentes,
decían— en los que las autoridades civiles u otras circunstancias imponen, en las escuelas
de algunos países, una enseñanza de la religión cristiana —con sus manuales, horas de
clase, etc.— común a católicos y no católicos. Sería superfluo decir que no se trata de una
verdadera catequesis. Esta enseñanza tiene además una importancia ecuménica cuando
se presenta con lealtad la doctrina cristiana. En los casos en que las circunstancias
impusieran esta enseñanza, es importante que sea asegurada de otra manera, con el
mayor esmero, una catequesis específicamente católica.

Problema de manuales comunes a diversas religiones

34. Hay que añadir aquí otra observación que se sitúa en la misma dirección aunque bajo
óptica distinta. Sucede a veces que las escuelas estatales ponen libros a disposición de los
alumnos, en los que las religiones, incluida la católica, son presentadas a título cultural
histórico, moral y literario. Una presentación objetiva de los hechos históricos, de las
diferentes religiones y confesiones cristianas puede contribuir a una mejor comprensión
recíproca. En tal caso se hará todo lo posible para que la presentación sea
verdaderamente objetiva, al resguardo de sistemas ideológicos y políticos o de
pretendidos prejuicios científicos que deformarían su verdadero sentido. De todos modos,
estos manuales no deben considerarse como obras catequéticas: les falta para ello el
testimonio de creyentes que exponen la fe a otros creyentes, y una comprensión de los
misterios cristianos y de lo específicamente católico, todo ello sacado de lo profundo de la
fe.

TODOS TIENEN NECESIDAD


DE LA CATEQUESIS

La importancia de los niños y de los jóvenes

35. El tema señalado por mi Predecesor, Pablo VI, para la IV Asamblea general del Sínodo
de los Obispos versaba sobre «la catequesis en nuestro tiempo con especial atención a los
niños y a los jóvenes». El ascenso de los jóvenes constituye sin duda el hecho más rico de
esperanza y al mismo tiempo de inquietud para una buena parte del mundo actual. En
algunos países, sobre todo los del Tercer Mundo, más de la mitad de la población está por
debajo de los veinticinco o treinta años. Ello significa que millones y millones de niños y de
jóvenes se preparan para su futuro de adultos. Y no es sólo el factor numérico:
acontecimientos recientes, y la misma crónica diaria, nos dicen que esta multitud
innumerable de jóvenes, aunque esté dominada aquí y allí por la incertidumbre y el miedo,
o seducida por la evasión en la droga y la indiferencia, incluso tentada por el nihilismo y la
violencia, constituye sin embargo en su mayor parte la gran fuerza que, entre muchos
riesgos, se propone construir la civilización del futuro.

Ahora bien, en nuestra solicitud pastoral nos preguntamos: ¿Cómo revelar a esa multitud
de niños y jóvenes a Jesucristo, Dios hecho hombre? ¿Cómo revelarlo no simplemente en
el deslumbramiento de un primer encuentro fugaz, sino a través del conocimiento cada día
más hondo y más luminoso de su persona, de su mensaje, del Plan de Dios que él quiso
revelar, del llamamiento que dirige a cada uno, del Reino que quiere inaugurar en este
mundo con el «pequeño rebaño»[87] de quienes creen en él, y que no estará completo
más que en la eternidad? ¿Cómo dar a conocer el sentido, el alcance, las exigencias
fundamentales, la ley del amor, las promesas, las esperanzas de ese Reino?

Habría que hacer muchas observaciones sobre las características propias que adopta la
catequesis en las diferentes etapas de la vida.

Párvulos

36. Un momento con frecuencia destacado es aquel en que el niño pequeño recibe de sus
padres y del ambiente familiar los primeros rudimentos de la catequesis, que acaso no
serán sino una sencilla revelación del Padre celeste, bueno y providente, al cual aprende a
dirigir su corazón. Las brevísimas oraciones que el niño aprenderá a balbucir serán el
principio de un diálogo cariñoso con ese Dios oculto, cuya Palabra comenzará a escuchar
después. Ante los padres cristianos nunca insistiríamos demasiado en esta iniciación
precoz, mediante la cual son integradas las facultades del niño en una relación vital con
Dios: obra capital que exige gran amor y profundo respeto al niño, el cual tiene derecho a
una presentación sencilla y verdadera de la fe cristiana.

Niños

37. Pronto llegará, en la escuela y en la iglesia, en la parroquia o en la asistencia espiritual


recibida en el colegio católico o en el instituto estatal, a la vez que la apertura a un círculo
social más amplio, el momento de una catequesis destinada a introducir al niño de manera
orgánica en la vida de la Iglesia, incluida también una preparación inmediata a la
celebración de los sacramentos: catequesis didáctica, pero encaminada a dar testimonio
de la fe; catequesis inicial, mas no fragmentaria, puesto que deberá revelar, si bien de
manera elemental, todos los principales misterios de la fe y su repercusión en la vida
moral y religiosa del niño; catequesis que da sentido a los sacramentos, pero a la vez
recibe de los sacramentos vividos una dimensión vital que le impide quedarse en
meramente doctrinal, y comunica al niño la alegría de ser testimonio de Cristo en su
ambiente de vida.

Adolescentes

38. Luego vienen la pubertad y la adolescencia, con las grandezas y los riesgos que
presenta esa edad. Es el momento del descubrimiento de sí mismo y del propio mundo
interior, el momento de los proyectos generosos, momento en que brota el sentimiento
del amor, así como los impulsos biológicos de la sexualidad, del deseo de estar juntos;
momento de una alegría particularmente intensa, relacionada con el embriagador
descubrimiento de la vida. Pero también es a menudo la edad de los interrogantes más
profundos, de búsquedas angustiosas, incluso frustrantes, de desconfianza de los demás y
de peligrosos repliegues sobre sí mismo; a veces también la edad de los primeros fracasos
y de las primeras amarguras. La catequesis no puede ignorar esos aspectos fácilmente
cambiantes de un período tan delicado de la vida. Podrá ser decisiva una catequesis capaz
de conducir al adolescente a una revisión de su propia vida y al diálogo, una catequesis
que no ignore sus grandes temas, —la donación de sí mismo, la fe, el amor y su
mediación que es la sexualidad—. La revelación de Jesucristo como amigo, como guía y
como modelo, admirable y sin embargo imitable; la revelación de su mensaje que da
respuesta a las cuestiones fundamentales; la revelación del Plan de amor de Cristo
Salvador como encarnación del único amor verdadero y de la única posibilidad de unir a
los hombres, todo eso podrá constituir la base de una auténtica educación en la fe. Y
sobre todo los misterios de la pasión y de la muerte de Jesús, a los que san Pablo atribuye
el mérito de su gloriosa resurrección, podrán decir muchas cosas a la conciencia y al
corazón del adolescente y arrojar luz sobre sus primeros sufrimientos y los del mundo que
va descubriendo.
Jóvenes

39. Con la edad de la juventud llega la hora de las primeras decisiones. Ayudado tal vez
por los miembros de su familia y por los amigos, mas a pesar de todo solo consigo mismo
y con su conciencia moral, el joven, cada vez más a menudo y de modo más
determinante, deberá asumir su destino. Bien y mal, gracia y pecado, vida y muerte, se
enfrentarán cada vez más en su interior como categorías morales, pero también y sobre
todo como opciones fundamentales que habrá de efectuar o rehusar con lucidez y sentido
de responsabilidad. Es evidente que una catequesis que denuncie el egoísmo en nombre
de la generosidad, que exponga sin simplismos ni esquematismos ilusorios el sentido
cristiano del trabajo, del bien común, de la justicia y de la caridad, una catequesis sobre la
paz entre las naciones, sobre la promoción de la dignidad humana, del desarrollo, de la
liberación tal como las presentan documentos recientes de la Iglesia[88], completará
felizmente en los espíritus de los jóvenes una buena catequesis de las realidades
propiamente religiosas, que nunca ha de ser desatendida. La catequesis cobra entonces
una importancia considerable, porque es el momento en que el evangelio podrá ser
presentado, entendido y aceptado como capaz de dar sentido a la vida y, por
consiguiente, de inspirar actitudes de otro modo inexplicables: renuncia, desprendimiento,
mansedumbre, justicia, compromiso, reconciliación, sentido de lo Absoluto y de lo
invisible, etc., rasgos todos ellos que permitirán identificar entre sus compañeros a este
joven como discípulo de Jesucristo.

La catequesis prepara así para los grandes compromisos cristianos de la vida adulta. En lo
que se refiere por ejemplo a las vocaciones para la vida sacerdotal y religiosa, es cosa
cierta que muchas de ellas han nacido en el curso de una catequesis bien llevada a lo
largo de la infancia y de la adolescencia.

Desde la infancia hasta el umbral de la madurez, la catequesis se convierte, pues, en una


escuela permanente de la fe y sigue de este modo las grandes etapas de la vida como faro
que ilumina la ruta del niño, del adolescente y del joven.

Adaptación de la catequesis a los jóvenes

40. Es consolador comprobar que, durante la IV Asamblea general del Sínodo y a lo largo
de estos años que lo han seguido, la Iglesia ha compartido ampliamente esta
preocupación: ¿Cómo impartir la catequesis a los niños y a los jóvenes? ¡Quiera Dios que
la atención así despertada perdure mucho tiempo en la conciencia de la Iglesia! En ese
sentido, el Sínodo ha sido precioso para la Iglesia entera, al esforzarse por delinear con la
mayor precisión posible el rostro complejo de la juventud actual; al mostrar que esta
juventud emplea un lenguaje al que es preciso saber traducir, con paciencia y buen
sentido, sin traicionarlo, el mensaje de Jesucristo; al demostrar que, a despecho de las
apariencias, esta juventud tiene, aunque sea confusamente, no sólo la disponibilidad y la
apertura, sino también verdadero deseo de conocer a «Jesús, llamado Cristo»[89]; al
revelar, finalmente, que la obra de la catequesis, si se quiere llevar a cabo con rigor y
seriedad, es hoy día más ardua y fatigosa que nunca a causa de los obstáculos y
dificultades de toda índole con que topa, pero también es más reconfortante que nunca a
causa de la hondura de las respuestas que recibe por parte de los niños y de los jóvenes.
Ahí hay un tesoro con el que la Iglesia puede y debe contar en los años venideros.

Algunas categorías de jóvenes destinatarios de la catequesis, dada su situación peculiar,


postulan también una atención especial.

Minusválidos

41. Se trata ante todo de los niños y de los jóvenes física o mentalmente minusválidos.
Estos tienen derecho a conocer como los demás coetáneos el «misterio de la fe». Al ser
mayores las dificultades que encuentran, son más meritorios los esfuerzos de ellos y de
sus educadores. Es motivo de alegría comprobar que organizaciones católicas
especialmente consagradas a los jóvenes minusválidos tuvieron a bien aportar al Sínodo
su experiencia en la materia, y sacaron del Sínodo el deseo renovado de afrontar mejor
este importante problema. Merecen ser vivamente alentadas en esta tarea.

Jóvenes sin apoyo religioso

42. Mi pensamiento se dirige después a los niños y a los jóvenes, cada vez más
numerosos, nacidos y educados en un hogar no cristiano, o al menos no practicante, pero
deseosos de conocer la fe cristiana. Se les deberá asegurar una catequesis adecuada para
que puedan creer en la fe y vivirla progresivamente, a pesar de la falta de apoyo, acaso a
pesar de la oposición que encuentren en su familia y en su ambiente.

Adultos

43. Continuando la serie de destinatarios de la catequesis, no puedo menos de poner de


relieve ahora una de las preocupaciones más constantes de los Padres del Sínodo,
impuesta con vigor y con urgencia por las experiencias que se están dando en el mundo
entero: se trata del problema central de la catequesis de los adultos. Esta es la forma
principal de la catequesis porque está dirigida a las personas que tienen las mayores
responsabilidades y la capacidad de vivir el mensaje cristiano bajo su forma plenamente
desarrollada[90]. La comunidad cristiana no podría hacer una catequesis permanente sin
la participación directa y experimentada de los adultos, bien sean ellos destinatarios o
promotores de la actividad catequética. El mundo en que los jóvenes están llamados a
vivir y dar testimonio de la fe que la catequesis quiere ahondar y afianzar, está gobernado
por los adultos: la fe de éstos debería igualmente ser iluminada, estimulada o renovada
sin cesar con el fin de penetrar las realidades temporales de las que ellos son
responsables. Así pues, para que sea eficaz, la catequesis ha de ser permanente y sería
ciertamente vana si se detuviera precisamente en el umbral de la edad madura puesto
que, si bien ciertamente de otra forma, se revela no menos necesaria para los adultos.

Cuasi catecúmenos

44. Entre estos adultos que tienen necesidad de la catequesis, nuestra preocupación
pastoral y misionera se dirige a los que, nacidos y educados en regiones todavía no
cristianizadas, no han podido profundizar la doctrina cristiana que un día las circunstancias
de la vida les hicieron encontrar; a los que en su infancia recibieron una catequesis
proporcionada a esa edad, pero que luego se alejaron de toda práctica religiosa y se
encuentran en la edad madura con conocimientos religiosos más bien infantiles; a los que
se resienten de una catequesis sin duda precoz, pero mal orientada o mal asimilada; a los
que, aun habiendo nacido en países cristianos, incluso dentro de un cuadro
sociológicamente cristiano, nunca fueron educados en su fe y, en cuanto adultos, son
verdaderos catecúmenos.

Catequesis diversificadas y complementarias

45. Así pues, los adultos de cualquier edad, incluidas las personas de edad avanzada —
que merecen atención especial dada su experiencia y sus problemas— son destinatarios
de la catequesis igual que los niños, los adolescentes y los jóvenes. Habría que hablar
también de los emigrantes, de las personas marginadas por la evolución moderna, de las
que viven en las barriadas de las grandes metrópolis, a menudo desprovistas de iglesias,
de locales y de estructuras adecuadas. Por todos ellos quiero formular votos a fin de que
se multipliquen las iniciativas encaminadas a su formación cristiana con los instrumentos
apropiados (medios audio-visuales, publicaciones, mesas redondas, conferencias), de
suerte que muchos adultos puedan suplir las insuficiencias o deficiencias de la catequesis,
o completar armoniosamente, a un nivel más elevado, la que recibieron en la infancia, o
incluso enriquecerse en este campo hasta el punto de poder ayudar más seriamente a los
demás.

Con todo, es importante que la catequesis de los niños y de los jóvenes, la catequesis
permanente y la catequesis de adultos no sean compartimientos estancos e
incomunicados. Más importante aún es que no haya ruptura entre ellas. Al contrario, es
menester propiciar su perfecta complementariedad: los adultos tienen mucho que dar a
los jóvenes y a los niños en materia de catequesis, pero también pueden recibir mucho de
ellos para el crecimiento de su vida cristiana.

Hay que repetirlo: en la Iglesia de Jesucristo nadie debería sentirse dispensado de recibir
la catequesis; pensamos incluso en los jóvenes seminaristas y religiosos, y en todos los
que están destinados a la tarea de pastores y catequistas, los cuales desempeñarán
mucho mejor ese ministerio si saben formarse humildemente en la escuela de la Iglesia, la
gran catequista y a la vez la gran catequizada.
VI

MÉTODOS Y MEDIOS
DE LA CATEQUESIS

Medios de comunicación social

46. Desde la enseñanza oral de los Apóstoles a las cartas que circulaban entre las Iglesias
y hasta los medios más modernos, la catequesis no ha cesado de buscar los métodos y los
medios más apropiados a su misión, con la participación activa de las comunidades, bajo
impulso de los Pastores Este esfuerzo debe continuar.

Me vienen espontáneamente al pensamiento las grandes posibilidades que ofrecen los


medios de comunicación social y los medios de comunicación de grupos: televisión, radio,
prensa, discos, cintas grabadas, todo lo audio-visual. Los esfuerzos realizados en estos
campos son de tal alcance que pueden alimentar las más grandes esperanzas. La
experiencia demuestra, por ejemplo, la resonancia de una enseñanza radiofónica o
televisiva, cuando sabe unir una apreciable expresión estética con una rigurosa fidelidad al
Magisterio. La Iglesia tiene hoy muchas ocasiones de tratar estos problemas —incluidas
las jornadas de los medios de comunicación social—, sin que sea necesario extenderse
aquí sobre ello no obstante su capital importancia.

Múltiples lugares, momentos o reuniones por valorizar

47. Pienso asimismo en diversos momentos de gran importancia en que la catequesis


encuentra cabalmente su puesto: por ejemplo, las peregrinaciones diocesanas, regionales
o nacionales, que son más provechosas si están centradas en un tema escogido con
acierto a partir de la vida de Cristo, de la Virgen y de los Santos; las misiones
tradicionales, tantas veces abandonadas con excesiva prisa, y que son insustituibles para
una renovación periódica y vigorosa de la vida cristiana —hay que reanudarlas y
remozarlas—; los círculos bíblicos, que deben ir más allá de la exégesis para hacer vivir la
Palabra de Dios; las reuniones de las comunidades eclesiales de base, en la medida en
que se atengan a los criterios expuestos en la Exhortación Apostólica Evangelii
nuntiandi[91]. Quiero recordar también los grupos de jóvenes que en ciertas regiones, con
denominaciones y fisonomías distintas —mas con el mismo fin de dar a conocer a
Jesucristo y de vivir el Evangelio—, se multiplican y florecen como en una primavera muy
reconfortante para la Iglesia: grupos de acción católica, grupos caritativos, grupos de
oración, grupos de reflexión cristiana, etc. Estos grupos suscitan grandes esperanzas para
la Iglesia del mañana. Pero en el nombre de Jesús conjuro a los jóvenes que los forman, a
sus responsables y a los sacerdotes que les consagran lo mejor de su ministerio: no
permitáis por nada del mundo que en estos grupos, ocasiones privilegiadas de encuentro,
ricos en tantos valores de amistad y solidaridad juveniles, de alegría y de entusiasmo, de
reflexión sobre los hechos y las cosas, falte un verdadero estudio de la doctrina cristiana.
En ese caso se expondrían —y el peligro, por desgracia, se ha verificado sobradamente—
a decepcionar a sus miembros y a la Iglesia misma.

El esfuerzo catequético, posible en estos lugares y en otros muchos, tiene tantas más
probabilidades de ser acogido y de dar sus frutos, cuanto más se respete su naturaleza
propia. Con una inserción apropiada, conseguirá esa diversidad y complementariedad de
contactos que le permite desarrollar toda la riqueza de su concepto, mediante la triple
dimensión de palabra, de memoria y de testimonio —de doctrina, de celebración y de
compromiso en la vida— que el mensaje del Sínodo al Pueblo de Dios ha puesto en
evidencia[92].

Homilía

48. Esta observación vale mas aún para la catequesis que se hace dentro del cuadro
litúrgico y concretamente en la asamblea litúrgica: respetando lo específico y el ritmo
propio de este cuadro, la homilía vuelve a recorrer el itinerario de fe propuesto por la
catequesis y lo conduce a su perfeccionamiento natural; al mismo tiempo impulsa a los
discípulos del Señor a emprender cada día su itinerario espiritual en la verdad, la
adoración y la acción de gracias. En este sentido se puede decir que la pedagogía
catequética encuentra, a su vez, su fuente y su plenitud en la eucaristía dentro del
horizonte completo del año litúrgico. La predicación centrada en los textos bíblicos, debe
facilitar entonces, a su manera, el que los fieles se familiaricen con el conjunto de los
misterios de la fe y de las normas de la vida cristiana. Hay que prestar una gran atención
a la homilía: ni demasiado larga, ni demasiado breve, siempre cuidadosamente preparada,
sustanciosa y adecuada, y reservada a los ministros autorizados. Esta homilía debe tener
su puesto en toda eucaristía dominical o festiva, y también en la celebración de los
bautismos, de las liturgias penitenciales, de los matrimonios, de los funerales. Es éste uno
de los beneficios de la renovada liturgia.

Publicaciones catequéticas

49. En medio de este conjunto de vías y de medios —toda actividad de la Iglesia tiene una
dimensión catequética— las obras de catecismo, lejos de perder su importancia esencial,
adquieren nuevo relieve. Uno de los aspectos más interesantes del florecimiento actual de
la catequesis consiste en la renovación y multiplicación de los libros catequéticos que en la
Iglesia se ha verificado un poco por doquier. Han visto la luz obras numerosas y muy
logradas, y constituyen una verdadera riqueza al servicio de la enseñanza catequética.
Pero hay que reconocer igualmente, con honradez y humildad, que esta floración y esta
riqueza han llevado consigo ensayos y publicaciones equívocas y perjudiciales para los
jóvenes y para la vida de la Iglesia. Bastante a menudo, aquí y allá, con el fin de
encontrar el lenguaje más apto o de estar al día en lo que atañe a los métodos
pedagógicos, ciertas obras catequéticas desorientan a los jóvenes y aun a los adultos, ya
por la omisión, consciente o inconsciente, de elementos esenciales a la fe de la Iglesia, ya
por la excesiva importancia dada a determinados temas con detrimento de los demás, ya
sobre todo por una visión global harto horizontalista, no conforme con la enseñanza del
Magisterio de la Iglesia.

No basta, por tanto, que se multipliquen las obras catequéticas. Para que respondan a su
finalidad, son indispensables algunas condiciones:

 que conecten con la vida concreta de la generación a la que se dirigen, teniendo


bien presentes sus inquietudes y sus interrogantes, sus luchas y sus esperanzas;
 que se esfuercen por encontrar el lenguaje que entiende esa generación;
 que se propongan decir todo el mensaje de Cristo y de su Iglesia, sin pasar por
alto ni deformar nada, exponiéndolo todo según un eje y una estructura que hagan
resaltar lo esencial;
 que tiendan realmente a producir en sus usuarios un conocimiento mayor de los
misterios de Cristo en orden a una verdadera conversión y a una vida más
conforme con el querer de Dios.

Catecismos

50. Todos los que asumen la pesada tarea de preparar estos instrumentos catequéticos, y
con mayor razón el texto de los catecismos, no pueden hacerlo sin la aprobación de los
Pastores que tienen autoridad para darla, ni sin inspirarse lo más posible en el Directorio
general de Catequesis que sigue siendo norma de referencia[93].

A este respecto, no puedo menos de animar fervientemente a las Conferencias episcopales


del mundo entero: que emprendan, con paciencia pero también con firme resolución, el
imponente trabajo a realizar de acuerdo con la Sede Apostólica, para lograr catecismos
fieles a los contenidos esenciales de la Revelación y puestos al día en lo que se refiere al
método, capaces de educar en una fe robusta a las generaciones cristianas de los tiempos
nuevos.

Esta breve mención a los medios y a las vías de la catequesis contemporánea no agota la
riqueza de las proposiciones elaboradas por los Padres del Sínodo. Es reconfortante pensar
que en cada país se realiza actualmente una preciosa colaboración para una renovación
más orgánica y más segura de estos aspectos de la catequesis. ¿Cómo es posible dudar de
que la Iglesia pueda encontrar personas competentes y medios adaptados para responder,
con la gracia de Dios, a las exigencias complejas de la comunicación con los hombres de
nuestro tiempo?

VII

CÓMO DAR LA CATEQUESIS


Diversidad de métodos

51. La edad y el desarrollo intelectual de los cristianos, su grado de madurez eclesial y


espiritual y muchas otras circunstancias personales postulan que la catequesis adopte
métodos muy diversos para alcanzar su finalidad específica: la educación en la fe. Esta
variedad es requerida también, en un plano más general, por el medio socio-cultural en
que la Iglesia lleva a cabo su obra catequética.

La variedad en los métodos es un signo de vida y una riqueza. Así lo han considerado los
Padres de la IV Asamblea general del Sínodo, llamando la atención sobre las condiciones
indispensables para que sea útil y no perjudique a la unidad de la enseñanza de la única
fe.

Al servicio de la Revelación y de la conversión

52. La primera cuestión de orden general que se presenta concierne el riesgo y la


tentación de mezclar indebidamente la enseñanza catequética con perspectivas
ideológicas, abierta o larvadamente, sobre todo de índole político-social, o con opciones
políticas personales. Cuando estas perspectivas predominan sobre el mensaje central que
se ha de transmitir, hasta oscurecerlo y relegarlo a un plano secundario, incluso hasta
utilizarlo para sus fines, entonces la catequesis queda desvirtuada en sus raíces. E1 Sínodo
ha insistido con razón en la necesidad de que la catequesis se mantenga por encima de
las tendencias unilaterales divergentes —de evitar las «dicotomías»— aun en el campo de
las interpretaciones teológicas dadas a tales cuestiones. La pauta que ha de procurar
seguir es la Revelación, tal como la transmite el Magisterio universal de la Iglesia en su
forma solemne u ordinaria. Esta Revelación es la de un Dios creador y redentor, cuyo Hijo,
habiendo venido entre los hombres hecho carne, no sólo entra en la historia personal de
cada hombre, sino también en la historia humana, convirtiéndose en su centro. Esta es,
por tanto, la Revelación de un cambio radical del hombre y del universo, de todo lo que
forma el tejido de la existencia humana, bajo la influencia de la Buena Nueva de
Jesucristo. Una catequesis así entendida supera todo moralismo formalista, aun cuando
incluya una verdadera moral cristiana. Supera principalmente todo mesianismo temporal,
social o político. Apunta a alcanzar el fondo del hombre.

Encarnación del mensaje en las culturas

53. Abordo ahora una segunda cuestión. Como decía recientemente a los miembros de la
Comisión bíblica, «el término "aculturación" o "inculturación", además de ser un hermoso
neologismo, expresa muy bien uno de los componentes del gran misterio de la
Encarnación»[94]. De la catequesis como de la evangelización en general, podemos decir
que está llamada a llevar la fuerza del evangelio al corazón de la cultura y de las culturas.
Para ello, la catequesis procurará conocer estas culturas y sus componentes esenciales;
aprenderá sus expresiones más significativas, respetará sus valores y riquezas propias.
Sólo así se podrá proponer a tales culturas el conocimiento del misterio oculto[95] y
ayudarles a hacer surgir de su propia tradición viva expresiones originales de vida, de
celebración y de pensamiento cristianos. Se recordará a menudo dos cosas:

 por una parte, el Mensaje evangélico no se puede pura y simplemente aislarlo de


la cultura en la que está inserto desde el principio (el mundo bíblico y, más
concretamente, el medio cultural en el que vivió Jesús de Nazaret); ni tampoco, sin
graves pérdidas, podrá ser aislado de las culturas en las que ya se ha expresado a
lo largo de los siglos; dicho Mensaje no surge de manera espontánea en ningún
«humus» cultural; se transmite siempre a través de un diálogo apostólico que está
inevitablemente inserto en un cierto diálogo de culturas;
 por otra parte, la fuerza del Evangelio es en todas partes transformadora y
regeneradora. Cuando penetra una cultura ¿quién puede sorprenderse de que
cambien en ella no pocos elementos? No habría catequesis si fuese el Evangelio el
que hubiera de cambiar en contacto con las culturas.

En ese caso ocurría sencillamente lo que san Pablo llama, con una expresión muy fuerte,
«reducir a nada la cruz de Cristo»[96].

Otra cosa sería tomar como punto de arranque, con prudencia y discernimiento,
elementos —religiosos o de otra índole— que forman parte del patrimonio cultural de un
grupo humano para ayudar a las personas a entender mejor la integridad del misterio
cristiano. Los catequistas auténticos saben que la catequesis «se encarna» en las
diferentes culturas y ambientes: baste pensar en la diversidad tan grande de los pueblos,
en los jóvenes de nuestro tiempo, en las circunstancias variadísimas en que hoy día se
encuentran las gentes; pero no aceptan que la catequesis se empobrezca por abdicación o
reducción de su mensaje, por adaptaciones, aun de lenguaje, que comprometan el «buen
depósito» de la fe[97], o por concesiones en materia de fe o de moral; están convencidos
de que la verdadera catequesis acaba por enriquecer a esas culturas, ayudándolas a
superar los puntos deficientes o incluso inhumanos que hay en ellas y comunicando a sus
valores legítimos la plenitud de Cristo[98].

Aportación de las devociones populares

54. Otra cuestión de método concierne a la valorización, mediante la enseñanza


catequética, de los elementos válidos de la piedad popular. Pienso en las devociones que
en ciertas regiones practica el pueblo fiel con un fervor y una rectitud de intención
conmovedores, aun cuando en muchos aspectos haya que purificar, o incluso rectificar, la
fe en que se apoyan. Pienso en ciertas oraciones fáciles de entender y que tantas gentes
sencillas gustan de repetir. Pienso en ciertos actos de piedad practicados con deseo
sincero de hacer penitencia o de agradar al Señor. En la mayor parte de esas oraciones o
de esas prácticas, junto a elementos que se han de eliminar, hay otros que, bien
utilizados, podrían servir muy bien para avanzar en el conocimiento del misterio de Cristo
o de su mensaje: el amor y la misericordia de Dios, la Encarnación de Cristo, su cruz
redentora y su resurrección, la acción del Espíritu en cada cristiano y en la Iglesia, el
misterio del más allá, la práctica de las virtudes evangélicas, la presencia del cristiano en
el mundo, etc. Y ¿por qué motivo íbamos a tener que utilizar elementos no cristianos —
incluso anticristianos— rehusando apoyarnos en elementos que, aun necesitando revisión
y rectificación, tienen algo cristiano en su raíz?

Memorización

55. La última cuestión metodológica que conviene al menos subrayar —más de una vez se
hizo alusión a ella en el Sínodo— es la memorización. Los comienzos de la catequesis
cristiana, que coincidieron con una civilización eminentemente oral, recurrieron muy
ampliamente a la memorización. Y la catequesis ha conocido una larga tradición de
aprendizaje por la memoria de las principales verdades. Todos sabemos que este método
puede presentar ciertos inconvenientes: no es el menor el de prestarse a una asimilación
insuficiente, a veces casi nula, reduciéndose todo el saber a fórmulas que se repiten sin
haber calado en ellas. Estos inconvenientes, unidos a las características diversas de
nuestra civilización, han llevado aquí o allí a la supresión casi total —definitiva, por
desgracia, según algunos— de la memorización en la catequesis. Y sin embargo, con
ocasión de la IV Asamblea general del Sínodo, se han hecho oír voces muy autorizadas
para reequilibrar con buen criterio la parte de la reflexión y de la espontaneidad, del
diálogo y del silencio, de los trabajos escritos y de la memoria. Por otra parte,
determinadas culturas tienen en gran aprecio la memorización.

¿Por qué, mientras en la enseñanza profana de ciertos países se elevan críticas cada vez
más numerosas contra las lamentables consecuencias que se siguen del menosprecio de
esa facultad humana que es la memoria, por qué no tratar de revalorizarla en la
catequesis de manera inteligente y aún original, tanto más cuanto la celebración o
«memoria» de los grandes acontecimientos de la historia de la salvación exige que se
tenga un conocimiento preciso? Una cierta memorización de las palabras de Jesús, de
pasajes bíblicos importantes, de los diez mandamientos, de fórmulas de profesión de fe,
de textos litúrgicos, de algunas oraciones esenciales, de nociones-clave de la doctrina...,
lejos de ser contraria a la dignidad de los jóvenes cristianos, o de constituir un obstáculo
para el diálogo personal con el Señor, es una verdadera necesidad, como lo han recordado
con vigor los Padres sinodales. Hay que ser realistas. Estas flores, por así decir, de la fe y
de la piedad no brotan en los espacios desérticos de una catequesis sin memoria. Lo
esencial es que esos textos memorizados sean interiorizados y entendidos
progresivamente en su profundidad, para que sean fuente de vida cristiana personal y
comunitaria.

La pluralidad de métodos en la catequesis contemporánea puede ser signo de vitalidad y


de ingeniosidad. En todo caso, conviene que el método escogido se refiera en fin de
cuentas a una ley fundamental para toda la vida de la Iglesia: la fidelidad a Dios y la
fidelidad al hombre, en una misma actitud de amor.

VIII

LA ALEGRÍA DE LA FE
EN UN MUNDO DIFÍCIL

Afirmar la identidad cristiana...

56. Vivimos en un mundo difícil donde la angustia de ver que las mejores realizaciones del
hombre se le escapan y se vuelven contra él[99], crea un clima de incertidumbre. Es en
este mundo donde la catequesis debe ayudar a los cristianos a ser, para su gozo y para el
servicio de todos, «luz» y «sal»[100]. Ello exige que la catequesis les dé firmeza en su
propia identidad y que se sobreponga sin cesar a las vacilaciones, incertidumbres y
desazones del ambiente. Entre otras muchas dificultades, que son otros tantos desafíos
para la fe, pongo de relieve algunas para ayudar a la catequesis a superarlas.

... en un mundo indiferente ...

57. Se hablaba mucho, hace algunos años, de un mundo secularizado, de una era
postcristiana. La moda pasa... Pero permanece una realidad profunda. Los cristianos de
hoy deben ser formados para vivir en un mundo que ampliamente ignora a Dios o que, en
materia religiosa, en lugar de un diálogo exigente y fraterno, estimulante para todos, cae
muy a menudo en un indiferentismo nivelador, cuando no se queda en una actitud
menospreciativa de «suspicacia» en nombre de sus progresos en materia de
«explicaciones» científicas. Para «entrar» en este mundo, para ofrecer a todos un
«diálogo de salvación»[101] donde cada uno se siente respetado en su dignidad
fundamental, la de buscador de Dios, tenemos necesidad de una catequesis que enseñe a
los jóvenes y a los adultos de nuestras comunidades a permanecer lúcidos y coherentes
en su fe, a afirmar serenamente su identidad cristiana y católica, a «ver lo
invisible»[102] y a adherirse de tal manera al absoluto de Dios que puedan dar testimonio
de Él en una civilización materialista que lo niega.

... con la pedagogía original de la fe

58. La originalidad irreductible de la identidad cristiana tiene como corolario y condición


una pedagogía no menos original de la fe. Entre las numerosas y prestigiosas ciencias del
hombre que han progresado enormemente en nuestros días, la pedagogía es ciertamente
una de las más importantes. Las conquistas de las otras ciencias —biología, psicología,
sociología— le ofrecen aportaciones preciosas. La ciencia de la educación y el arte de
enseñar son objeto de continuos replanteamientos con miras a una mejor adaptación o a
una mayor eficacia, con resultados por lo demás desiguales.
Pues bien, también hay una pedagogía de la fe y nunca se ponderará bastante lo que ésta
puede hacer en favor de la catequesis. En efecto, es cosa normal adaptar, en beneficio de
la educación en la fe, las técnicas perfeccionadas y comprobadas de la educación en
general. Sin embargo es importante tener en cuenta en todo momento la originalidad
fundamental de la fe. Cuando se habla de pedagogía de la fe, no se trata de transmitir un
saber humano, aun el más elevado; se trata de comunicar en su integridad la Revelación
de Dios. Ahora bien, Dios mismo, a lo largo de toda la historia sagrada y principalmente
en el Evangelio, se sirvió de una pedagogía que debe seguir siendo el modelo de la
pedagogía de la fe. En catequesis, una técnica tiene valor en la medida en que se pone al
servicio de la fe que se ha de transmitir y educar, en caso contrario, no vale.

Lenguaje adaptado al servicio del Credo

59. Un problema, próximo al anterior es el del lenguaje. Todos saben la candente


actualidad de este tema. ¿No es paradójico constatar también que los estudios
contemporáneos, en el campo de la comunicación, de la semántica y de la ciencia de los
símbolos, por ejemplo, dan una importancia notable al lenguaje; mas, por otra parte, el
lenguaje es utilizado abusivamente hoy al servicio de la mistificación ideológica, de la
masificación del pensamiento y de la reducción del hombre al estado de objeto?

Todo eso influye notablemente en el campo de la catequesis. En efecto, ésta tiene el


deber imperioso de encontrar el lenguaje adaptado a los niños y a los jóvenes de nuestro
tiempo en general, y a otras muchas categorías de personas: lenguaje de los estudiantes,
de los intelectuales, de los hombres de ciencia; lenguaje de los analfabetos o de las
personas de cultura primitiva; lenguaje de los minusválidos, etc. San Agustín se encontró
ya con ese problema y contribuyó a resolverlo para su época con su famosa obra De
catechizandis rudibus. Tanto en catequesis como en teología, el tema del lenguaje es sin
duda alguna primordial. Pero no está de más recordarlo aquí: la catequesis no puede
aceptar ningún lenguaje que, bajo el pretexto que sea, aun supuestamente científico,
tenga como resultado desvirtuar el contenido del Credo. Tampoco es admisible un
lenguaje que engañe o seduzca. Al contrario, la ley suprema es que los grandes progresos
realizados en el campo de la ciencia del lenguaje han de poder ser utilizados por la
catequesis para que ésta pueda «decir» o «comunicar» más fácilmente al niño, al
adolescente, a los jóvenes y a los adultos de hoy todo su contenido doctrinal sin
deformación.

Búsqueda y certeza de la fe

60. Un desafío muy sutil viene algunas veces del modo mismo de entender la fe. Ciertas
escuelas filosóficas contemporáneas, que parecen ejercer gran influencia en algunas
corrientes teológicas y, a través de ellas, en la práctica pastoral, acentúan de buen grado,
que la actitud humana fundamental es la de una búsqueda sin fin, una búsqueda que no
alcanza nunca su objeto. En teología, este modo de ver las cosas afirmará muy
categóricamente que la fe no es una certeza sino un interrogante, no es una claridad sino
un salto en la oscuridad.

Estas corrientes de pensamiento, no cabe duda, tienen la ventaja de recordarnos que la fe


dice relación a cosas que no se poseen todavía, puesto que se las espera, que todavía no
se ven más que «en un espejo y obscuramente»[103], y que Dios habita una luz
inaccesible[104]. Nos ayudan a no hacer de la fe cristiana una actitud de instalado, sino
una marcha hacia adelante, como la de Abrahán. Con mayor razón conviene evitar el
presentar como ciertas las cosas que no lo son.

Con todo, no hay que caer en el extremo opuesto, como sucede con demasiada
frecuencia. La misma carta a los Hebreos dice que «la fe es la garantía de las cosas que se
esperan, la prueba de las realidades que no se ven»[105] Si no tenemos la plena
posesión, tenemos una garantía y una prueba. En la educación de los niños, de los
adolescentes y de los jóvenes, no les demos un concepto totalmente negativo de la fe —
como un no-saber absoluto, una especie de ceguera, un mundo de tinieblas—, antes bien,
sepamos mostrarles que la búsqueda humilde y valiente del creyente, lejos de partir de la
nada, de meras ilusiones, de opiniones falibles y de incertidumbres, se funda en la Palabra
de Dios que ni se engaña ni engaña, y se construye sin cesar sobre la roca inamovible de
esa Palabra. Es la búsqueda de los Magos a merced de una estrella[106], búsqueda a
propósito de la cual Pascal, recogiendo un pensamiento de san Agustín escribía en
términos muy profundos: «No me buscarías si no me hubieras encontrado»[107].

Finalidad de la catequesis es también dar a los jóvenes catecúmenos aquellas certezas,


sencillas pero sólidas, que les ayuden a buscar, cada vez más y mejor, el conocimiento del
Señor.

Catequesis y teología

61. En este contexto, me parece importante que se comprenda bien la correlación


existente entre catequesis y teología.

Esta correlación es evidentemente profunda y vital para quien comprende la misión


irreemplazable de la teología al servicio de la fe. Nada tiene de extraño que toda
conmoción en el campo de la teología provoque repercusiones igualmente en el terreno de
la catequesis. Ahora bien, en este inmediato post-concilio, la Iglesia vive un momento
importante pero arriesgado de investigación teológica. Y lo mismo habría que decir de la
hermenéutica en exégesis.

Padres Sinodales provenientes de todos los continentes han abordado la cuestión con un
lenguaje muy neto: han hablado de un «equilibrio inestable» que amenaza con pasar de la
teología a la catequesis, y han señalado la necesidad de atajar este mal. El Papa Pablo VI
había abordado personalmente el problema, con términos no menos netos, en la
introducción a su solemne Profesión de Fe[108] y en la Exhortación Apostólica que
conmemoró el V aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II[109].

Conviene insistir nuevamente en este punto. Conscientes de la influencia que sus


investigaciones y afirmaciones ejercen en la enseñanza catequética, los teólogos y los
exegetas tienen el deber de estar muy atentos para no hacer pasar por verdades ciertas lo
que, por el contrario, pertenece al ámbito de las cuestiones opinables o discutidas entre
expertos. Los catequistas tendrán a su vez el buen criterio de recoger en el campo de la
investigación teológica lo que pueda iluminar su propia reflexión y su enseñanza,
acudiendo como los teólogos a las verdaderas fuentes, a la luz del Magisterio. Se
abstendrán de turbar el espíritu de los niños y de los jóvenes, en esa etapa de su
catequesis, con teorías extrañas, problemas fútiles o discusiones estériles, muchas veces
fustigadas por san Pablo en sus cartas pastorales[110].

El don más precioso que la Iglesia puede ofrecer al mundo de hoy, desorientado e
inquieto, es el formar unos cristianos firmes en lo esencial y humildemente felices en su
fe. La catequesis les enseñará esto y desde el principio sacará su provecho: «El hombre
que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo —no solamente según criterios y
medidas del propio ser inmediatos, parciales, a veces superficiales e incluso aparentes—
debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su
vida y con su muerte acercarse a Cristo. Debe, por decirlo así, entrar en Él con todo su
ser, debe "apropiarse" y asimilar toda la realidad de la Encarnación y de la Redención para
encontrarse a sí mismo»[111].

IX

LA TAREA NOS CONCIERNE A TODOS

Aliento a todos los responsables

62. Ahora, Hermanos e Hijos queridísimos, quisiera que mis palabras, concebidas como
una grave y ardiente exhortación de mi ministerio de Pastor de la Iglesia universal,
enardecieran vuestros corazones a la manera de las cartas de san Pablo a sus compañeros
de Evangelio Tito y Timoteo, a la manera de san Agustín cuando escribía al diácono
Deogracias, desalentado sobre el gozo de catequizar[112]. ¡Sí, quiero sembrar
pródigamente en el corazón de todos los responsables, tan numerosos y diversos, de la
enseñanza religiosa y del adiestramiento en la vida según el Evangelio, el valor, la
esperanza y el entusiasmo!

Obispos
63. Me dirijo ante todo a vosotros, mis Hermanos Obispos: el Concilio Vaticano II ya os
recordó explícitamente vuestra tarea en el campo catequético[113], y los Padres de la IV
Asamblea general del Sínodo lo subrayaron expresamente.

En el campo de la catequesis tenéis vosotros, queridísimos Hermanos, una misión


particular en vuestras Iglesias: en ellas sois los primeros responsables de la catequesis, los
catequistas por excelencia. Lleváis también con el Papa en el espíritu de la colegialidad
episcopal, el peso de la catequesis en la Iglesia entera. Permitid, pues que os hable con el
corazón en la mano.

Sé que el ministerio episcopal que tenéis encomendado es cada día más complejo y
abrumador. Os requieren mil compromisos, desde la formación de nuevos sacerdotes, a la
presencia activa en medio de las comunidades de fieles, desde la celebración viva y digna
del culto y de los sacramentos, a la solicitud por la promoción humana y por la defensa de
los derechos del hombre. Pues bien, ¡que la solicitud por promover una catequesis activa y
eficaz no ceda en nada a cualquier otra preocupación. Esta solicitud os llevará a transmitir
personalmente a vuestros fieles la doctrina de vida. Pero debe llevaros también a haceros
cargo en vuestras diócesis, en conformidad con los planes de la Conferencia episcopal a la
que pertenecéis, de la alta dirección de la catequesis, rodeándoos de colaboradores
competentes y dignos de confianza. Vuestro cometido principal consistirá en suscitar y
mantener en vuestras Iglesias una verdadera mística de la catequesis, pero una mística
que se encarne en una organización adecuada y eficaz, haciendo uso de las personas, de
los medios e instrumentos, así como de los recursos necesarios. Tened la seguridad de
que, si funciona bien la catequesis en las Iglesias locales, todo el resto resulta más fácil.
Por lo demás —¿hace falta decíroslo?— vuestro celo os impondrá eventualmente la tarea
ingrata de denunciar desviaciones y corregir errores, pero con mucha mayor frecuencia os
deparará el gozo y el consuelo de proclamar la sana doctrina y de ver cómo florecen
vuestras Iglesias gracias a la catequesis impartida como quiere el Señor.

Sacerdotes

64. En cuanto a vosotros, sacerdotes, aquí tenéis un campo en el que sois los
colaboradores inmediatos de vuestros Obispos. El Concilio os ha llamado «educadores de
la fe»[114]: ¿Cómo serlo más cabalmente que dedicando lo mejor de vuestros esfuerzos al
crecimiento de vuestras comunidades en la fe? Lo mismo si tenéis un cargo parroquial que
si sois capellanes en una escuela, instituto o universidad, si sois responsables de la
pastoral a cualquier nivel o animadores de pequeñas o grandes comunidades, pero sobre
todo de grupos de jóvenes, la Iglesia espera de vosotros que no dejéis nada por hacer con
miras a una obra catequética bien estructurada y bien orientada. Los diáconos y demás
ministros que pueda haber en torno vuestro son vuestros cooperadores natos. Todos los
creyentes tienen derecho a la catequesis; todos los pastores tienen el deber de impartirla.
A las autoridades civiles pediremos siempre que respeten la libertad de la enseñanza
catequética; a vosotros, ministros de Jesucristo, os suplico con todas mis fuerzas: no
permitáis que, por una cierta falta de celo, como consecuencia de alguna idea inoportuna,
preconcebida, los fieles se queden sin catequesis. Que no se pueda decir: «los
pequeñuelos piden pan y no hay quien se lo parta»[115].

Religiosos y religiosas

65. Muchas familias religiosas masculinas y femeninas nacieron para la educación cristiana
de los niños y de los jóvenes, principalmente los más abandonados. En el decurso de la
historia, los religiosos y las religiosas se han encontrado muy comprometidos en la
actividad catequética de la Iglesia, llevando a cabo un trabajo particularmente idóneo y
eficaz. En un momento en que se quiere intensificar los vínculos entre los religiosos y los
pastores y, en consecuencia, la presencia activa de las comunidades religiosas y de sus
miembros en los proyectos pastorales de las Iglesias locales, os exhorto de todo corazón a
vosotros, que en virtud de la consagración religiosa debéis estar aún más disponibles para
servir a la Iglesia, a prepararos lo mejor posible para la tarea catequética, según las
distintas vocaciones de vuestros institutos y las misiones que os han sido confiadas,
llevando a todas partes esta preocupación. ¡Que las comunidades dediquen el máximo de
sus capacidades y de sus posibilidades a la obra específica de la catequesis!

Catequistas laicos ...

66. En nombre de toda la Iglesia quiero dar las gracias a vosotros, catequistas
parroquiales, hombres y, en mayor número aún, mujeres, que en todo el mundo os habéis
consagrado a la educación religiosa de numerosas generaciones de niños. Vuestra
actividad, con frecuencia humilde y oculta, mas ejercida siempre con celo ardiente y
generoso, es una forma eminente de apostolado seglar, particularmente importante allí
donde, por distintas razones, los niños y los jóvenes no reciben en sus hogares una
formación religiosa conveniente. En efecto, ¿cuántos de nosotros hemos recibido de
personas como vosotros las primeras nociones de catecismo y la preparación para el
sacramento de la reconciliación, para la primera comunión y para la confirmación? La IV
Asamblea general del Sínodo no os ha olvidado. Con ella os animo a proseguir vuestra
colaboración en la vida de la Iglesia.

Pero el título de «catequista» se aplica por excelencia a los catequistas de tierras de


misión. Habiendo nacido en familias ya cristianas o habiéndose convertido un día al
cristianismo e instruidos por los misioneros o por otros catequistas, consagran luego su
vida, durante largos años, a catequizar a los niños y adultos de sus países. Sin ellos no se
habrían edificado Iglesias hoy día florecientes. Me alegro de los esfuerzos realizados por la
S. Congregación para la Evangelización de los Pueblos con miras a perfeccionar cada vez
más la formación de esos catequistas. Evoco con reconocimiento la memoria de aquellos a
quienes el Señor llamó ya a Sí. Pido la intercesión de aquellos a quienes mis predecesores
elevaron a la gloria de los altares. Aliento de todo corazón a los que ahora están
entregados a esa obra. Deseo que otros muchos los releven y que su número se
acreciente en favor de una obra tan necesaria para la misión.

... en parroquia ...

67. Quiero evocar ahora el marco concreto en que actúan habitualmente todos estos
catequistas, volviendo todavía de manera más sintética sobre los «lugares» de la
catequesis, algunos de los cuales han sido ya evocados en el capítulo VI: parroquia,
familia, escuela y movimiento.

Aunque es verdad que se puede catequizar en todas partes, quiero subrayar —conforme
al deseo de muchísimos Obispos— que la comunidad parroquial debe seguir siendo la
animadora de la catequesis y su lugar privilegiado. Ciertamente, en muchos países, la
parroquia ha sido como sacudida por el fenómeno de la urbanización. Algunos quizás han
aceptado demasiado fácilmente que la parroquia sea considerada como sobrepasada, si no
destinada a la desaparición en beneficio de pequeñas comunidades más adaptadas y más
eficaces. Quiérase o no, la parroquia sigue siendo una referencia importante para el
pueblo cristiano, incluso para los no practicantes. El realismo y la cordura piden pues
continuar dando a la parroquia, si es necesario, estructuras más adecuadas y sobre todo
un nuevo impulso gracias a la integración creciente de miembros cualificados,
responsables y generosos. Dicho esto, y teniendo en cuenta la necesaria diversidad de
lugares de catequesis, en la misma parroquia, en las familias que acogen a niños o
adolescentes, en las capellanías de las escuelas estatales, en las instituciones escolares
católicas, en los movimientos de apostolado que conservan unos tiempos catequéticos, en
centros abiertos a todos los jóvenes, en fines de semana de formación espiritual, etc., es
muy conveniente que todos estos canales catequéticos converjan realmente hacia una
misma confesión de fe, hacia una misma pertenencia a la Iglesia, hacia unos compromisos
en la sociedad vividos en el mismo espíritu evangélico: «... un solo Señor, una sola fe, un
solo bautismo, un solo Dios y Padre...»[116].Por esto, toda parroquia importante y toda
agrupación de parroquias numéricamente más reducidas tienen el grave deber de formar
responsables totalmente entregados a la animación catequética —sacerdotes, religiosos,
religiosas y seglares—, de prever el equipamiento necesario para una catequesis bajo
todos sus aspectos, de multiplicar y adaptar los lugares de catequesis en la medida que
sea posible y útil, de velar por la cualidad de la formación religiosa y por la integración de
distintos grupos en el cuerpo eclesial.

En una palabra, sin monopolizar y sin uniformar, la parroquia sigue siendo, como he dicho,
el lugar privilegiado de la catequesis. Ella debe encontrar su vocación, el ser una casa de
familia, fraternal y acogedora, donde los bautizados y los confirmados toman conciencia
de ser pueblo de Dios. Allí, el pan de la buena doctrina y el pan de la Eucaristía son
repartidos en abundancia en el marco de un solo acto de culto[117]; desde allí son
enviados cada día a su misión apostólica en todas las obras de la vida del mundo.
...en familia...

68. La acción catequética de la familia tiene un carácter peculiar y en cierto sentido


insustituible, subrayado con razón por la Iglesia, especialmente por el Concilio Vaticano
II[118]. Esta educación en la fe, impartida por los padres —que debe comenzar desde la
más tierna edad de los niños[119]— se realiza ya cuando los miembros de la familia se
ayudan unos a otros a crecer en la fe por medio de su testimonio de vida cristiana, a
menudo silencioso, mas perseverante a lo largo de una existencia cotidiana vivida según el
Evangelio. Será más señalada cuando, al ritmo de los acontecimientos familiares —tales
como la recepción de los sacramentos, la celebración de grandes fiestas litúrgicas, el
nacimiento de un hijo o la ocasión de un luto— se procura explicitar en familia el
contenido cristiano o religioso de esos acontecimientos. Pero es importante ir más allá: los
padres cristianos han de esforzarse en seguir y reanudar en el ámbito familiar la formación
más metódica recibida en otro tiempo. El hecho de que estas verdades sobre las
principales cuestiones de la fe de la vida cristiana sean así transmitidas en un ambiente
familiar impregnado de amor y respeto permitirá muchas veces que deje en los niños una
huella de manera decisiva y para toda la vida. Los mismos padres aprovechen el esfuerzo
que esto les impone, porque en un diálogo catequético de este tipo cada uno recibe y da.

La catequesis familiar precede, pues, acompaña y enriquece toda otra forma de


catequesis. Además, en los lugares donde una legislación antirreligiosa pretende incluso
impedir la educación en la fe, o donde ha cundido la incredulidad o ha penetrado el
secularismo hasta el punto de resultar prácticamente imposible una verdadera creencia
religiosa, la iglesia doméstica[120] es el único ámbito donde los niños y los jóvenes
pueden recibir una auténtica catequesis. Nunca se esforzarán bastante los padres
cristianos por prepararse a este ministerio de catequistas de sus propios hijos y por
ejercerlo con celo infatigable. Y es preciso alentar igualmente a las personas o
instituciones que, por medio de contactos personales, encuentros o reuniones y toda
suerte de medios pedagógicos, ayudan a los padres a cumplir su cometido: el servicio que
prestan a la catequesis es inestimable.

... en la escuela ...

69. Al lado de la familia y en colaboración con ella, la escuela ofrece a la catequesis


posibilidades no desdeñables. En los países, cada vez más escasos por desgracia, donde
es posible dar dentro del marco escolar una educación en la fe, la Iglesia tiene el deber de
hacerlo lo mejor posible. Esto se refiere, ante todo, a la escuela católica: ¿Seguiría
mereciendo este nombre si, aun brillando por su alto nivel de enseñanza en las materias
profanas, hubiera motivo justificado para reprocharle su negligencia o desviación en la
educación propiamente religiosa? ¡Y no se diga que ésta se dará siempre implícitamente o
de manera indirecta! El carácter propio y la razón profunda de la escuela católica, el
motivo por el cual deberían preferirla los padres católicos, es precisamente la calidad de la
enseñanza religiosa integrada en la educación de los alumnos. Si es verdad que las
instituciones católicas deben respetar la libertad de conciencia, es decir, evitar cargar
sobre ella desde fuera, por presiones físicas o morales, especialmente en lo que concierne
a los actos religiosos de los adolescentes, no lo es menos que tienen el grave deber de
ofrecer una formación religiosa adaptada a las situaciones con frecuencia diversas de los
alumnos, y también hacerles comprender que la llamada de Dios a servirle en espíritu y en
verdad, según los mandamientos de Dios y los preceptos de la Iglesia, sin constreñir al
hombre, no lo obliga menos en conciencia.

Pero me refiero también a la escuela no confesional y a la estatal. Expreso el deseo


ardiente de que, respondiendo a un derecho claro de la persona humana y de las familias
y en el respeto de la libertad religiosa de todos, sea posible a todos los alumnos católicos
el progresar en su formación espiritual con la ayuda de una enseñanza religiosa que
dependa de la Iglesia, pero que, según los países, pueda ser ofrecida a la escuela o en el
ámbito de la escuela, o más aún en el marco de un acuerdo con los poderes públicos
sobre los programas escolares, si la catequesis tiene lugar solamente en la parroquia o en
otro centro pastoral. En efecto, donde hay dificultades objetivas, por ejemplo cuando los
alumnos son de religiones distintas, conviene ordenar los horarios escolares de cara a
permitir a los católicos que profundicen su fe y su experiencia religiosa, con unos
educadores cualificados, sacerdotes o laicos.

Ciertamente, muchos elementos vitales además de la escuela contribuyen a influenciar la


mentalidad de los jóvenes: asuetos, medio social, medio laboral. Pero los que han
realizado estudios están fuertemente señalados por ellos, iniciados a unos valores
culturales o morales aprendidos en el clima de la institución de enseñanza, interpelados
por múltiples ideas recibidas en la escuela: conviene que la catequesis tenga muy en
cuenta esta escolarización para alcanzar verdaderamente los demás elementos del saber y
de la educación, a fin de que el Evangelio impregne la mentalidad de los alumnos en el
terreno de su formación y que la armonización de su cultura se logre a la luz de la fe.
Aliento pues a los sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares que se ocupan de ayudar a
estos alumnos en el plano de la fe. Por lo demás, es el momento de declarar aquí mi firme
convicción de que el respeto demostrado a la fe católica de los jóvenes, incluso facilitando
su educación, arraigo, consolidación, libre profesión y práctica, honraría ciertamente a
todo Gobierno, cualquiera que sea el sistema en que se basa o la ideología en que se
inspira.

... en los movimientos

70. Reciban finalmente mi palabra de aliento las asociaciones, movimientos y


agrupaciones de fieles que se dedican a la práctica de la piedad, al apostolado, a la
caridad y a la asistencia, a la presencia cristiana en las realidades temporales. Todos ellos
alcanzarán tanto mejor sus objetivos propios y servirán tanto mejor a la Iglesia, cuanto
más importante sea el espacio que dediquen, en su organización interna y en su método
de acción, a una seria formación religiosa de sus miembros. En este sentido, toda
asociación de fieles en la Iglesia debe ser, por definición, educadora de la fe. Así aparece
más ostensiblemente la parte que corresponde hoy a los seglares en la catequesis,
siempre bajo la dirección pastoral de sus Obispos, como, por otra parte, han subrayado en
varias ocasiones las Proposiciones formuladas por el Sínodo.

Institutos de formación

71. Esta contribución de los seglares, por la cual hemos de estar reconocidos al Señor,
constituye al mismo tiempo un reto a nuestra responsabilidad de Pastores. En efecto, esos
catequistas seglares deben recibir una formación esmerada para lo que es, si no un
ministerio formalmente instituido, si al menos una función de altísimo relieve en la Iglesia.
Ahora bien, esa formación nos invita a organizar Centros e Institutos idóneos, sobre los
que los Obispos mantendrán una atención constante. Es un campo en el que una
colaboración diocesana, interdiocesana e incluso nacional se revela fecunda y fructuosa.
Aquí, igualmente, es donde podrá manifestar su mayor eficacia la ayuda material ofrecida
por las Iglesias más acomodadas a sus hermanas más pobres. En efecto, ¿es que puede
una Iglesia hacer en favor de otra algo mejor que ayudarla a crecer por sí misma como
Iglesia?

A todos los que trabajan generosamente al servicio del Evangelio y a quienes he


expresado aquí mis vivos alientos, quisiera recordar una consigna muy querida a mi
venerado predecesor Pablo VI: «Evangelizadores: nosotros debemos ofrecer... la imagen...
de hombres adultos en la fe, capaces de encontrarse más allá de las tensiones reales
gracias a la búsqueda común, sincera y desinteresada de la verdad. Sí, la suerte de la
evangelización está ciertamente vinculada al testimonio de unidad dado por la Iglesia. He
aquí una fuente de responsabilidad, pero también de consuelo»[121].

CONCLUSIÓN

El Espíritu Santo, Maestro interior

72. Al final de esta Exhortación Apostólica, la mirada se vuelve hacia Aquél que es el
principio inspirador de toda la obra catequética y de los que la realizan: el Espíritu del
Padre y del Hijo: el Espíritu Santo.

Al exponer la misión que tendría este Espíritu en la Iglesia, Cristo utiliza estas palabras
significativas: «El os lo enseñará y os traerá a la memoria todo lo que yo os he
dicho»[122], y añade: «Cuando viniere Aquél, el Espíritu de verdad, os guiará hacia la
verdad completa ..., os comunicará las cosas venideras»[123].

El Espíritu es, pues, prometido a la Iglesia y a cada fiel como un Maestro interior que, en
la intimidad de la conciencia y del corazón, hace comprender lo que se había entendido
pero que no se había sido capaz de captar plenamente. «El Espíritu Santo desde ahora
instruye a los fieles —decía a este respecto san Agustín— según la capacidad espiritual de
cada uno. Y él enciende en sus corazones un deseo más vivo en la medida en la que cada
uno progresa en esta caridad que le hace amar lo que ya conocía y desear lo que todavía
no conocía»[124].

Además, misión del Espíritu es también transformar a los discípulos en testigos de Cristo:
«Él dará testimonio de mí y vosotros daréis también testimonio»[125].

Más aún. Para san Pablo, que sintetiza en este punto una teología latente en todo el
Nuevo Testamento, la vida según el Espíritu[126], es todo el «ser cristiano», toda la vida
cristiana, la vida nueva de los hijos de Dios. Sólo el Espíritu nos permite llamar a Dios:
«Abba, Padre»[127]. Sin el Espíritu no podemos decir: «Jesús es el Señor»[128]. Del
Espíritu proceden todos los carismas que edifican la Iglesia, comunidad de cristianos[129].
En este sentido san Pablo da a cada discípulo de Cristo esta consigna: «Llenaos del
Espíritu»[130]. San Agustín es muy explícito: «El hecho de creer y de obrar bien son
nuestros como consecuencia de la libre elección de nuestra voluntad, y sin embargo uno y
otro son un don que viene del Espíritu de fe y de caridad»[131].

La catequesis, que es crecimiento en la fe y maduración de la vida cristiana hacia la


plenitud, es por consiguiente una obra del Espíritu Santo, obra que sólo Él puede suscitar
y alimentar en la Iglesia.

Esta constatación, sacada de la lectura de los textos citados más arriba y de otros muchos
pasajes del Nuevo Testamento, nos lleva a dos convicciones.

Ante todo está claro que la Iglesia, cuando ejerce su misión catequética —como también
cada cristiano que la ejerce en la Iglesia y en nombre de la Iglesia— debe ser muy
consciente de que actúa como instrumento vivo y dócil del Espíritu Santo. Invocar
constantemente este Espíritu, estar en comunión con Él, esforzarse en conocer sus
auténticas inspiraciones debe ser la actitud de la Iglesia docente y de todo catequista.

Además, es necesario que el deseo profundo de comprender mejor la acción del Espíritu y
de entregarse más a él —dado que «nosotros vivimos en la Iglesia un momento
privilegiado del Espíritu», como observaba mi Predecesor Pablo VI en su Exhortación
Apostólica Evangelii nuntiandi[132]— provoca un despertar catequético. En efecto, la
«renovación en el Espíritu» será auténtica y tendrá una verdadera fecundidad en la
Iglesia, no tanto en la medida en que suscite carismas extraordinarios, cuanto si conduce
al mayor número posible de fieles, en su vida cotidiana, a un esfuerzo humilde, paciente, y
perseverante para conocer siempre mejor el misterio de Cristo y dar testimonio de Él.

Yo invoco ahora sobre la Iglesia catequizadora este Espíritu del Padre y del Hijo, y le
suplicamos que renueve en esta Iglesia el dinamismo catequético.
María, madre y modelo de discípulo

73. Que la Virgen de Pentecostés nos lo obtenga con su intercesión. Por una vocación
singular, ella vio a su Hijo Jesús «crecer en sabiduría, edad y gracia»[133]. En su regazo y
luego escuchándola, a lo largo de la vida oculta en Nazaret, este Hijo, que era el Unigénito
del Padre, lleno de gracia y de verdad, ha sido formado por ella en el conocimiento
humano de las Escrituras y de la historia del designio de Dios sobre su Pueblo, en la
adoración al Padre[134]. Por otra parte, ella ha sido la primera de sus discípulos: primera
en el tiempo, pues ya al encontrarle en el Templo, recibe de su Hijo adolescente unas
lecciones que conserva en su corazón[135]; la primera, sobre todo, porque nadie ha sido
enseñado por Dios[136] con tanta profundidad. «Madre y a la vez discípula», decía de ella
san Agustín añadiendo atrevidamente que esto fue para ella más importante que lo
otro[137]. No sin razón en el Aula Sinodal se dijo de María que es «un catecismo
viviente», «madre y modelo de los catequistas».

Quiera, pues, la presencia del Espíritu Santo, por intercesión de María, conceder a la
Iglesia un impulso creciente en la obra catequética que le es esencial. Entonces la Iglesia
realizará con eficacia, en esta hora de gracia, la misión inalienable y universal recibida de
su Maestro: «Id, pues; enseñad a todas las gentes»[138].

Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 16 de octubre del año 1979, segundo de mi
pontificado.

JOHANNES PAULUS II

NOTAS

[1] Cf. Mt 28, 19 s.

[2] Cf. 1 Jn 1, 1.

[3] Cf. Jn 20, 31.

[4] Cf. AAS 63 (1971), pp. 758-764.

[5] Cf. n. 44; cf. también los nn. 45-48; 54: AAS 68 (1976), pp. 34-35; 35-38; 43.

[6] Se sabe que, según el Motu proprio Apostolica Sollicitudo del 15 septiembre 1965 (AAS 57
[1965], pp. 775-780), el Sínodo de los Obispos puede reunirse en Asamblea general, en Asamblea
extraordinaria o en Asamblea especial. En la presente Exhortación Apostólica, las palabras
«Sínodo» o «Padres Sinodales», o «Aula Sinodal», se referirán siempre, a no ser que se diga lo
contrario, a la IV Asamblea general del Sínodo de los Obispos, tenida en Roma en octubre de 1977,
sobre la catequesis.

[7] Cf. Synodus Episcoporum: De catechesi hoc nostro tempore tradenda praesertim pueris atque
iuvenibus, Ad Populum Dei Nuntius, e Civitate Vaticana, 28.X.1977; cf. « L'Osservatore Romano »
(30 octubre 1977), pp. 3-4.

[8] Cf. AAS 69 (1977), p. 633.

[9] Jn 1, 14.

[10] Jn 14, 6.

[11] Ef 3, 9. 18s.

[12] Cf. Jn 14, 6.

[13] Jn 7, 16. Este es un tema preferido por el cuarto Evangelio: cf, Jn 3, 34; 8, 28; 12, 49 s; 14, 24;
17, 8. 14.

[14] 1 Co 11, 23: la palabra «transmitir», empleada aquí por san Pablo, ha sido repetida a menudo
en la Exhort. Ap. Evangelii nuntiandi para describir la acción evangelizadora de la Iglesia; por
ejemplo nn, 4, 15, 78, 79.

[15] Act 1, 1.

[16] Mt 26, 55; cf. Jn 18, 20.

[17] Mc 10, 1.

[18] Mc 1, 22; cf. también Mt 5, 2; 11, 1; 13, 54; 22, 16; Mc 2, 13; 4, 1; 6, 2. 6; Lc 5, 3. 17; Jn 7, 14;
8, 2; etc.

[19] Lc 23, 5.

[20] Aproximadamente en unos cincuenta pasajes de los cuatro Evangelios, este título, heredado por
toda la Tradición judía pero adornado aquí de un significado nuevo que el mismo Cristo trata a
menudo de iluminar, es atribuido a Jesús.

[21] Cf., entre otros, Mt 8, 19; Mc 4, 38; 9, 38; 10, 35; 13, 1; Jn 11, 28.

[22] Mt 12, 38.


[23] Lc 10, 25; cf. Mt 22, 16.

[24] Jn 13, 13 s.; cf. también Mt 10, 25; 26, 18 y paralelos.

[25] Mt 23, 8. Ignacio de Antioquía recoge esta afirmación y la comenta así: «Nosotros hemos
recibido la fe, por esto nosotros nos mantenemos a fin de ser reconocidos como discípulos de
Jesucristo, nuestro único Maestro» (Epistula ad Magnesios, IX, 1: Funk 1, 239).

[26] Jn 3, 2.

[27] La representación de Cristo en actitud de enseñar aparece ya en las catacumbas romanas. Está
usada profusamente en los mosaicos del arte romano-bizantino de los siglos III y IV. Constituirá un
motivo artístico predominante en las imágines de las grandes catedrales románicas y góticas de la
edad media.

[28] Mt 28, 19.

[29] Jn 15, 15.

[30] Cf.. Jn 15, 16.

[31] Act 2, 42.

[32] Act 4, 2.

[33] Cf. Act 4, 18, 5, 28

[34] Cf. Act 4, 19.

[35] Act 1, 25.

[36] Cf Act 6, 8 ss.; cf. también Felipe catequizando al funcionario de una reina de Etiopía, Act 8,
26 ss.

[37] Cf. Act 15, 35.

[38] Cf. Act 8, 4.

[39] Act 28, 31.

[40] Cf. Cart. Enc. Mater et Magistra del Papa Juan XXIII (AAS 53 [1961], p. 401): La Iglesia es
«madre», porque engendra sin cesar nuevos hijos por el bautismo y hace aumentar la familia de
Dios; es «educadora», porque hace que sus hijos crezcan en la gracia de su bautismo alimentando
su sensus fidei por la enseñanza de las verdades de la fe.
[41] Cf. por ejemplo: la carta de Clemente Romano a la Iglesia de Corinto, la Didaché, la « Carta de
los Apóstoles », los escritos de S. Ireneo de Lyon (Demonstratio Apostolicae
praedicationis y Adversus haereses), de Tertuliano (De baptismo), de Clemente de Alejandría
(Paedagogus), de S. Cipriano (Testimonia ad Quirinum), de Orígenes (Contra Celsum), etc.

[42] Cf. 2 Tes 3, 1.

[43] Conc. Ecum. Vat. II, Decl. sobre la libertad religiosa Dignitatis humanae, n. 2: AAS 58 (1966),
p. 930.

[44] Cf. Declaración universal de los Derechos del Hombre (ONU), 10 diciembre 1948, art. 18,
Pacto Internacional relativo a los derechos civiles y políticos (ONU), 16 diciembre 1966 art. 4; Acto
final de la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa, par. VII.

[45] Synodus Episcoporum: De catechesi hoc nostro tempore tradenda praesertim pueris atque
iuvenibus, Ad Populum Dei Nuntius, nn. 1 y 4: loc. cit., pp. 3-4 y 6-7; cf. « L'Osservatore Romano »
(30 octubre 1977), p. 3.

[46] Ibid., n. 6: loc. cit., pp. 7-8.

[47] S. Congregación para el Clero, Directorium Catechisticum Generale, nn. 17-35: AAS 64
(1972), pp. 110-118.

[48] Cf. nn. 17-24: AAS 68 (1976), pp. 17-22.

[49] Synodus Episcoporum: De catechesi hoc nostro tempore tradenda praesertim pueris atque
iuvenibus; Ad Populum Dei Nuntius,n. 1: loc. cit., pp. 3 s.; cf. « L'Osservatore Romano » (30
octubre 1977), p. 3.

[50] Discurso de clausura del Sínodo (29 octubre 1977): AAS 69 (1977), p. 634.

[51] Ibid.

[52] Directorium Catechisticum Generale, nn. 40 y 46: AAS 64 (1972), pp. 121 y 124s.

[53] Decr. sobre el ministerio y la vida de los presbíteros Presbyterorum Ordinis, n 6: AAS 58
(1966), p. 999.

[54] Cf. Ordo initiationis christianae adultorum

[55] Ef 4, 13

[56] Cf. 1 Pe 3, 15
[57] Const. dogm. sobre la divina Revelación Dei Verbum, nn. 10 y 24: AAS 58 (1966), pp. 822 y
828 s.; cf. también S. Congregación para el Clero, Directorium Catechisticum Generale, n. 45
(AAS 64 [1972], p. 124), que sitúa bien las fuentes principales o complementarias de la catequesis.

[58] Cf. Ordo initiationis christianae adultorum, nn. 25-26; 183-187.

[59] Cf. AAS 60 (1968), pp. 436-445. Al lado de estas grandes profesiones de fe del Magisterio, se
pueden ver profesiones de fe populares, arraigadas en la cultura cristiana tradicional de ciertos
países; cf. lo que yo decía a los jóvenes en Gniezno, 3 junio 1979, a propósito del canto-mensaje
«Bogurodzica»: «No es solamente un canto: es también una profesión de fe, un símbolo del Credo
polaco, es una catequesis y también un documento de tradición cristiana. Las principales verdades
de fe y los principios de la moral están contenidos en él. No es solamente un objeto histórico. Es el
documento de la vida. Se le ha llamado también el catecismo polaco»: cf. AAS 71 (1979), p. 754.

[60] N. 25: AAS 68 (1976), p. 23.

[61] Ibid., principalmente nn. 26-39: l. c., pp. 23-25; los «elementos principales del mensaje
cristiano» están expuestos de manera más sistemática todavía en el Directorium Catechisticum
Generale, nn. 47-69 (AAS 64 [1972], pp. 125-141) en el cual se encuentra también la norma del
contenido doctrinal esencial de la catequesis.

[62] Se podrá consultar también el capítulo del Directorium Catechisticum Generale sobre este
punto, nn. 37-46 (l.c., pp. 120-125).

[63] Rom 1, 19.

[64] Act 17, 23

[65] Cf. Ef 3, 3.

[66] Cf. Ef 2, 18

[67] Act 20, 28.

[68] Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, n.
39: AAS 58 (1966), pp. 1056 s.

[69] Rom 6, 4.

[70] 2 Co 5, 17.

[71] Cf. ibid.

[72] Rom 6, 23.


[73] Cf. Pablo VI, Exhort. Ap. Evangelii nuntiandi, nn. 30-38: AAS 68 (1976), pp. 25-30.

[74] Cf. Catecismo mayor, V parte, cap. 6, nn. 965-966.

[75] Cf. Flp 2, 17.

[76] Rom 10, 8.

[77] Flp 3, 8

[78] Ef 4, 20 s.

[79] Cf. 2 Tes 2, 7.

[80] Jn 6, 69; cf. Act 5, 20; 7, 38.

[81] Act 2, 28, citando el Sal 1a, 11.

[82] Cf. todo el decreto sobre el ecumenismo Unitatis Redintegratio: AAS 57 (1965), pp. 90-112.

[83] Cf. ibid., n. 5: l.c., p. 96; cf. también Conc. Ecum. Vat. II, Decr. sobre la actividad misionera
de la Iglesia Ad Gentes, n. 15:AAS 58 (1966), pp. 963-965; S. Congregación para el
Clero, Directorium Catechisticum Generale, n. 27: AAS 64 (1972), p. 115.

[84] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. sobre el ecumenismo Unitatis Redintegratio, nn. 3-4: AAS 57
(1965), pp. 92-96.

[85] Ibid., n 3: l. c., p. 93.

[86] Cf. Ibid.; cf. también Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, n 15: AAS 57 (1965), p. 19.

[87] Lc 12, 32.

[88] Cf., por ejemplo, Conc. Ecum. Vat. II, Const past. sobre la Iglesia en el mundo
actual Gaudium et spes: AAS 58 (1966), pp. 1025-1120; Pablo VI, Cart. Enc. Populorum
Progressio: AAS 59 (1967), pp. 257-299; Cart. Ap. Octogesima Adveniens: AAS 63 (1971), pp. 401-
441; Exhort. Ap. Evangelii nuntiandi: AAS 68 (1976), pp. 5-76.

[89] Mt 1, 16.

[90] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. sobre el oficio pastoral de los Obispos Christus Dominus, n.
14: AAS 58 (1966), p. 679; Decr. sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad Gentes, n.
14: AAS 58 (1966), pp. 962-963, S. Congregación para el Clero, Directorium Catechisticum
Generale, n. 20: AAS 64 (1972). p. 112; cf. también Ordo initiationis christianae adultorum.
[91] Cf. n. 58: AAS 68 (1976), pp. 46-49.

[92] Cf. Synodus Episcoporum: De catechesi hoc nostro tempore tradenda praesertim pueris atque
iuvenibus, Ad Populum Dei Nuntius, nn. 7-10: loc. cit., pp. 9-12; cf. « L'Osservatore Romano » (30
octubre 1977), p. 3.

[93] Cf. S Congregación para el Clero, Directorium Catechisticum Generale, nn 119-121;


134: AAS 64 (1972), pp. 166-167; 172.

[94] AAS 71 (1979), p. 607.

[95] Cf. Rom 16, 25; Ef 3, 5.

[96] Cf. 1 Co 1, 17.

[97] Cf. 2 Tim 1, 14.

[98] Cf. Jn 1, 16; Ef 1, 10.

[99] Cf. Enc. Redemptor Hominis, nn. 15-16: AAS 71 (1979), pp, 286-295.

[100] Cf. Mt 5, 13-16.

[101] Cf. Pablo VI, Enc. Ecclesiam suam, III parte: AAS 56 (1964), pp. 637-659.

[102] Cf. Heb 11, 27.

[103] 1 Co 13, 12.

[104] Cf. 1 Tim 6, 16.

[105] Heb 11, 1.

[106] Cf. Mt 2, 1 ss.

[107] Blas Pascal, El misterio de Jesús: Pensamientos, n. 553.

[108] Pablo VI, Sollemnis Professio Fidei, n. 4: AAS 60 (1968), P. 434.

[109] Pablo VI, Exhort. Ap. Quinque iam Anni: AAS 63 (1971), P. 99.

[110] Cf. 1 Tim 1, 3 ss.; 4, 1 ss.; 2 Tim 2, 14 ss.; 4, 1-5; Tit 1, 10-12; cf. también Exhort.
Ap. Evangelii nuntiandi, n. 78: AAS 68 (1976), p. 70.
[111] Enc. Redemptor Hominis, n. 10: AAS 71 (1979), p. 274.

[112] Cf. De catechizandis rudibus: PL 40, 310-347.

[113] Cf. Decr. sobre el oficio pastoral de los Obispos Christus Dominus, n. 14: AAS 58 ( 1966),
p. 679.

[114] Decr. sobre el ministerio y vida de los presbíteros Presbyterorum Ordinis, n. 6: AAS 58
(1966), p. 999.

[115] Lam 4, 4.

[116] Ef 4, 5 s.

[117] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. sobre la sagrada liturgia Sacrosanctum Concilium, nn. 35,
52: AAS 56 (1964), pp. 109, 114; cf. también Institutio generalis Missalis Romani promulgada por
decreto de la S. Congregación de Ritos el 6 abril 1969, n. 33, y lo que se ha dicho más arriba en el
cap. VI sobre la homilía.

[118] Desde la alta edad media, los Concilios provinciales insistían sobre la responsabilidad de los
padres en materia de educación de la fe: cf. VI Concilio de Arlés (a. 813), can. 19; Concilio de
Maguncia (a. 813), cann. 45-47; VI Concilio de París (a. 829), libro I, cap. 7: Mansi, Sacrorum
Conciliorum nova et amplissima collectio, XIV, 62, 74, 542. Entre los documentos más recientes
del Magisterio, conviene citar la Enc. Divini illius Magistri de Pío XI, 31 diciembre 1929: AAS 22
(1930), pp. 49-86; muchos discursos y mensajes de Pío XII; y sobre todo los textos del Concilio
Vaticano II: Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, nn. 11, 35:AAS57 (1965), pp. 15, 40,
Decr. sobre el apostolado de los seglares Apostolicam Actuositatem, nn. 11, 30: AAS 58 (1966), pp.
847-860, Const. past. sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, n. 52: AAS 58 (1966),
p. 1073; y especialmente la Decl. sobre la educación cristiana de la juventud Gravissimum
Educationis, n. 3: AAS 58 (1966), p. 731.

[119] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decl. sobre la educación cristiana de la juventud Gravissimum
Educationis, n. 3: AAS 58 (1966), p. 731.

[120]. Conc. Ecum. Vat. II, Const dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, n. 11:AAS 57 (1965), p.
16; cf. Decr. sobre el apostolado de los seglares Apostolicam Actuositatem, n. 11: AAS 58 (1966),
p 848.

[121] Exhort. Ap. Evangelii nuntiandi, n. 77: AAS 68 (1967),

[122] Jn 14, 26.

[123] Jn 16, 13.


[124] In Ioannis Evangelium Tractatus, 97, 1: PL 35, 1877.

[125] Jn 15, 26-27

[126] Cf. Rom 8, 14-17; Gal 4, 6.

[127] Rom 8, 15.

[128]. 1 Co 12, 3.

[129] Cf. 1 Co 12, 4-11

[130] Ef 5, 18.

[131] Retractationum liber I, 23, 2: PL 32, 621.

[132] N. 75: AAS 68 (1976), p. 66.

[133] Cf. Lc 2, 52.

[134] Cf. Jn 1, 14; Heb 10, 5; S. Th. IIIª, Q. 12, a. 2; a. 3, ad 3.

[135] Cf. Lc 2, 51.

[136] Cf. Jn 6, 45.

[137] Cf. Sermo 25, 7: PL 46, 937-938.

[138] Mt 28, 19.

© Copyright 1979 - Libreria Editrice Vaticana

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DECRETO

APOSTOLICAM ACTUOSITATEM

SOBRE EL APOSTOLADO DE LOS LAICOS

PROEMIO

1. Queriendo intensificar más la actividad apostólica del Pueblo de Dios, el Santo Concilio se dirige
solícitamente a los cristianos seglares, cuyo papel propio y enteramente necesario en la misión de la
Iglesia ya ha mencionado en otros lugares. Porque el apostolado de los laicos, que surge de su
misma vocación cristiana nunca puede faltar en la Iglesia.

Cuán espontánea y cuán fructuosa fuera esta actividad en los orígenes de la Iglesia lo demuestran
abundantemente las mismas Sagradas Escrituras (Cf. Act., 11,19-21; 18,26; Rom., 16,1-16; Fil.,
4,3).

Nuestros tiempos no exigen menos celo en los laicos, sino que, por el contrario, las circunstancias
actuales les piden un apostolado mucho más intenso y más amplio. Porque el número de los
hombres, que aumenta de día en día, el progreso de las ciencias y de la técnica, las relaciones más
estrechas entre los hombres no sólo han extendido hasta lo infinito los campos inmensos del
apostolado de los laicos, en parte abiertos solamente a ellos, sino que también han suscitado nuevos
problemas que exigen su cuidado y preocupación diligente.

Y este apostolado se hace más urgente porque ha crecido muchísimo, como es justo, la autonomía
de muchos sectores de la vida humana, y a veces con cierta separación del orden ético y religioso y
con gran peligro de la vida cristiana. Además, en muchas regiones, en que los sacerdotes son muy
escasos, o, como sucede con frecuencia, se ven privados de libertad en su ministerio, sin la ayuda de
los laicos, la Iglesia a duras penas podría estar presente y trabajar.

Prueba de esta múltiple y urgente necesidad, y respuesta feliz al mismo tiempo, es la acción del
Espíritu Santo, que impele hoy a los laicos más y más conscientes de su responsabilidad, y los
inclina en todas partes al servicio de Cristo y de la Iglesia.

El Concilio en este decreto se propone explicar la naturaleza, el carácter y la variedad del


apostolado seglar, exponer los principios fundamentales y dar las instrucciones pastorales para su
mayor eficacia; todo lo cual ha de tenerse como norma en la revisión del derecho canónico, en
cuanto se refiere el apostolado seglar.

CAPÍTULO I

VOCACIÓN DE LOS LAICOS AL APOSTOLADO


Participación de los laicos en la misión de la Iglesia

2. La Iglesia ha nacido con el fin de que, por la propagación del Reino de Cristo en toda la tierra,
para gloria de Dios Padre, todos los hombres sean partícipes de la redención salvadora, y por su
medio se ordene realmente todo el mundo hacia Cristo. Toda la actividad del Cuerpo Místico,
dirigida a este fin, se llama apostolado, que ejerce la Iglesia por todos sus miembros y de diversas
maneras; porque la vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado.
Como en la complexión de un cuerpo vivo ningún miembro se comporta de una forma meramente
pasiva, sino que participa también en la actividad y en la vida del cuerpo, así en el Cuerpo de Cristo,
que es la Iglesia, "todo el cuerpo crece según la operación propia, de cada uno de sus miembros"
(Ef., 4,16).Y por cierto, es tanta la conexión y trabazón de los miembros en este Cuerpo (Cf. Ef.,
4,16), que el miembro que no contribuye según su propia capacidad al aumento del cuerpo debe
reputarse como inútil para la Iglesia y para sí mismo.

En la Iglesia hay variedad de ministerios, pero unidad de misión. A los Apóstoles y a sus sucesores
les confirió Cristo el encargo de enseñar, de santificar y de regir en su mismo nombre y autoridad.
Mas también los laicos hechos partícipes del ministerio sacerdotal, profético y real de Cristo,
cumplen su cometido en la misión de todo el pueblo de Dios en la Iglesia y en el mundo.

En realidad, ejercen el apostolado con su trabajo para la evangelización y santificación de los


hombres, y para la función y el desempeño de los negocios temporales, llevado a cabo con espíritu
evangélico de forma que su laboriosidad en este aspecto sea un claro testimonio de Cristo y sirva
para la salvación de los hombres. Pero siendo propio del estado de los laicos el vivir en medio del
mundo y de los negocios temporales, ellos son llamados por Dios para que, fervientes en el espíritu
cristiano, ejerzan su apostolado en el mundo a manera de fermento.

Fundamento del apostolado seglar

3. Los cristianos seglares obtienen el derecho y la obligación del apostolado por su unión con Cristo
Cabeza. Ya que insertos en el bautismo en el Cuerpo Místico de Cristo, robustecidos por la
Confirmación en la fortaleza del Espíritu Santo, son destinados al apostolado por el mismo Señor.
Son consagrados como sacerdocio real y gente santa (Cf. 1 Pe., 2,4-10) para ofrecer hostias
espirituales por medio de todas sus obras, y para dar testimonio de Cristo en todas las partes del
mundo. La caridad, que es como el alma de todo apostolado, se comunica y mantiene con los
Sacramentos, sobre todo de la Eucaristía.

El apostolado se ejerce en la fe, en la esperanza y en la caridad, que derrama el Espíritu Santo en los
corazones de todos los miembros de la Iglesia. Más aún, el precepto de la caridad, que es el máximo
mandamiento del Señor, urge a todos los cristianos a procurar la gloria de Dios por el advenimiento
de su reino, y la vida eterna para todos los hombres: que conozcan al único Dios verdadero y a su
enviado Jesucristo (Cf. Jn., 17,3).

Por consiguiente, se impone a todos los fieles cristianos la noble obligación de trabajar para que el
mensaje divino de la salvación sea conocido y aceptado por todos los hombres de cualquier lugar de
la tierra.

Para ejercer este apostolado, el Espíritu Santo, que produce la santificación del pueblo de Dios por
el ministerio y por los Sacramentos, concede también dones peculiares a los fieles (Cf. 1 Cor., 12,7)
"distribuyéndolos a cada uno según quiere" (1 Cor., 12,11), para que "cada uno, según la gracia
recibida, poniéndola al servicio de los otros", sean también ellos "administradores de la multiforme
gracia de Dios" (1 Pe., 4,10), para edificación de todo el cuerpo en la caridad (Cf. Ef., 4,16).

De la recepción de estos carismas, incluso de los más sencillos, procede a cada uno de los creyentes
el derecho y la obligación de ejercitarlos para bien de los hombres y edificación de la Iglesia, ya en
la Iglesia misma., ya en el mundo, en la libertad del Espíritu Santo, que "sopla donde quiere" (Jn.,
3,8), y, al mismo tiempo, en unión con los hermanos en Cristo, sobre todo con sus pastores, a
quienes pertenece el juzgar su genuina naturaleza y su debida aplicación, no por cierto para que
apaguen el Espíritu, sino con el fin de que todo lo prueben y retengan lo que es bueno (Cf. 1 Tes.,
5,12; 19,21).

La espiritualidad seglar en orden al apostolado

4. Siendo Cristo, enviado por el Padre, fuente y origen de todo el apostolado de la Iglesia, es
evidente que la fecundidad del apostolado seglar depende de su unión vital con Cristo, porque dice
el Señor: "El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí nada podéis hacer"
(Jn. 15,4-5). Esta vida de unión íntima con Cristo en la Iglesia se nutre de auxilios espirituales, que
son comunes a todos los fieles, sobre todo por la participación activa en la Sagrada Liturgia, de tal
forma los han de utilizar los fieles que, mientras cumplen debidamente las obligaciones del mundo
en las circunstancias ordinarias de la vida, no separen la unión con Cristo de las actividades de su
vida, sino que han de crecer en ella cumpliendo su deber según la voluntad de Dios.

Es preciso que los seglares avancen en la santidad decididos y animosos por este camino,
esforzándose en superar las dificultades con prudencia y paciencia. Nada en su vida debe ser ajeno a
la orientación espiritual, ni las preocupaciones familiares, ni otros negocios temporales, según las
palabras del Apóstol: "Todo cuanto hacéis de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del
Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por El" (Col., 3,17).

Pero una vida así exige un ejercicio continuo de fe, esperanza y caridad.

Solamente con la luz de la fe y la meditación de su palabra divina puede uno conocer siempre y en
todo lugar a Dios, "en quien vivimos, nos movemos y existimos" (Act., 17,28), buscar su voluntad
en todos los acontecimientos, contemplar a Cristo en todos los hombres, sean deudos o extraños, y
juzgar rectamente sobre el sentido y el valor de las cosas materiales en sí mismas y en
consideración al fin del hombre.

Los que poseen esta fe viven en la esperanza de la revelación de los hijos de Dios, acordándose de
la cruz y de la resurrección del Señor.

Escondidos con Cristo en Dios, durante la peregrinación de esta vida, y libres de la servidumbre de
las riquezas, mientras se dirigen a los bienes imperecederos, se entregan gustosamente y por entero
a la expansión del reino de Dios y a informar y perfeccionar el orden de las cosas temporales con el
espíritu cristiano. En medio de las adversidades de este vida hallan la fortaleza de la esperanza,
pensando que "los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que
ha de manifestarse en nosotros" (Rom., 8,18).

Impulsados por la caridad que procede de Dios hacen el bien a todos, pero especialmente a los
hermanos en la fe (Cf. Gál., 6,10), despojándose "de toda maldad y de todo engaño, de hipocresías,
envidias y maledicencias" (1 Pe., 2,1), atrayendo de esta forma los hombres a Cristo. Mas la caridad
de Dios que "se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido
dado" (Rom., 5,5) hace a los seglares capaces de expresar realmente en su vida el espíritu de las
Bienaventuranzas. Siguiendo a Cristo pobre, ni se abaten por la escasez ni se ensoberbece por la
abundancia de los bienes temporales; imitando a Cristo humilde, no ambicionan la gloria vana
(Cf. Gál., 5,26) sino que procuran agradar a Dios antes que a los hombres, preparados siempre a
dejarlo todo por Cristo (Cf. Lc., 14,26), a padecer persecución por la justicia (Cf. Mt., 5,10),
recordando las palabras del Señor: "Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome
su cruz y sígame" (Mt., 16,24). Cultivando entre sí la amistad cristiana, se ayudan mutuamente en
cualquier necesidad.

La espiritualidad de los laicos debe tomar su nota característica del estado de matrimonio y de
familia, de soltería o de viudez, de la condición de enfermedad, de la actividad profesional y social.
No descuiden, pues, el cultivo asiduo de las cualidades y dotes convenientes para ello que se les ha
dado y el uso de los propios dones recibidos del Espíritu Santo.

Además, los laicos que, siguiendo su vocación, se han inscrito en alguna de las asociaciones o
institutos aprobados por la Iglesia, han de esforzarse al mismo tiempo en asimilar fielmente la
característica peculiar de la vida espiritual que les es propia. Aprecien también como es debido la
pericia profesional, el sentimiento familiar y cívico y esas virtudes que exigen las costumbres
sociales, como la honradez, el espíritu de justicia, la sinceridad, la delicadeza, la fortaleza de alma,
sin las que no puede darse verdadera vida cristiana.

El modelo perfecto de esa vida espiritual y apostólica es la Santísima Virgen María, Reina de los
Apóstoles, la cual, mientras llevaba en este mundo una vida igual que la de los demás, llena de
preocupaciones familiares y de trabajos, estaba constantemente unida con su Hijo, cooperó de un
modo singularísimo a la obra del Salvador; más ahora, asunta el cielo, "cuida con amor maternal de
los hermanos de su Hijo, que peregrinan todavía y se debaten entre peligros y angustias, hasta que
sean conducidos a la patria feliz". Hónrenla todos devotísimamente y encomienden su vida y
apostolado a su solicitud de Madre.

CAPÍTULO II

FINES QUE HAY QUE LOGRAR

Introducción

5. La obra de la redención de Cristo, que de suyo tiende a salvar a los hombres, comprende también
la restauración incluso de todo el orden temporal. Por tanto, la misión de la Iglesia no es sólo
anunciar el mensaje de Cristo y su gracia a los hombres, sino también el impregnar y perfeccionar
todo el orden temporal con el espíritu evangélico. Por consiguiente, los laicos, siguiendo esta
misión, ejercitan su apostolado tanto en el mundo como en la Iglesia, lo mismo en el orden
espiritual que en el temporal: órdenes que, por más que sean distintos, se compenetran de tal forma
en el único designio de Dios, que el mismo Dios tiende a reasumir, en Cristo, todo el mundo en la
nueva creación, incoactivamente en la tierra, plenamente en el último día. El laico, que es a un
tiempo fiel y ciudadano, debe comportarse siempre en ambos órdenes con una conciencia cristiana.

El apostolado de la evangelización
y santificación de los hombres
6. La misión de la Iglesia tiende a la santificación de los hombres, que hay que conseguir con la fe
en Cristo y con su gracia. El apostolado, pues, de la Iglesia y de todos sus miembros se ordena, ante
todo, al mensaje de Cristo, que hay que revelar al mundo con las palabras y con las obras, y a
comunicar su gracia.

Esto se realiza principalmente por el ministerio de la palabra y de los Sacramentos, encomendado


especialmente al clero, en el que los laicos tienen que desempeñar también un papel importante,
para ser "cooperadores de la verdad" incoactivamente aquí en la tierra, plenamente en el cielo(3 Jn.,
8). En este orden sobre todo se completan mutuamente el apostolado de los laicos y el ministerio
pastoral. A los laicos se les presentan innumerables ocasiones para el ejercicio del apostolado de la
evangelización y de la santificación. El mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas,
realizadas con espíritu sobrenatural, tienen eficacia para atraer a los hombres hacia la fe y hacia
Dios, pues dice el Señor: "Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, para que viendo vuestras
buenas obras glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt., 5,16).

Pero este apostolado no consiste sólo en el testimonio de la vida: el verdadero apóstol busca las
ocasiones de anunciar a Cristo con la palabra, ya a los no creyentes para llevarlos a la fe; ya a los
fieles para instruirlos, confirmarlos y estimularlos a una vida más fervorosa: "la caridad de Cristo
nos urge" (2 Cor., 5,14), y en el corazón de todos deben resonar aquellas palabras del Apóstol: "¡Ay
de mí si no evangelizare"! (1 Cor., 9,16).

Mas como en nuestros tiempos surgen nuevos problemas, y se multiplican los errores gravísimos
que pretenden destruir desde sus cimientos todo el orden moral y la misma sociedad humana, este
Sagrado Concilio exhorta cordialísimamente a los laicos, a cada uno según las dotes de su ingenio y
según su saber, a que suplan diligentemente su cometido, conforme a la mente de la Iglesia,
aclarando los principios cristianos, defendiéndolos y aplicándolos convenientemente a los
problemas actuales.

Instauración cristiana del orden temporal

7. Este en el plan de Dios sobre el mundo, que los hombres restauren concordemente el orden de las
cosas temporales y lo perfeccionen sin cesar.

Todo lo que constituye el orden temporal, a saber, los bienes de la vida y de la familia, la cultura, la
economía, las artes y profesiones, las instituciones de la comunidad política, las relaciones
internacionales, y otras cosas semejantes, y su evolución y progreso, no solamente son subsidios
para el último fin del hombre, sino que tienen un valor propio, que Dios les ha dado, considerados
en sí mismos, o como partes del orden temporal: "Y vio Dios todo lo que había hecho y era muy
bueno" (Gén., 1,31). Esta bondad natural de las cosas recibe una cierta dignidad especial de su
relación con la persona humana, para cuyo servicio fueron creadas.

Plugo, por fin, a Dios el aunar todas las cosas, tanto naturales, como sobrenaturales, en Cristo Jesús
"para que tenga El la primacía sobre todas las cosas" (Col., 1,18). No obstante, este destino no sólo
no priva al orden temporal de su autonomía, de sus propios fines, leyes, ayudas e importancia para
el bien de los hombres, sino que más bien lo perfecciona en su valor e importancia propia y, al
mismo tiempo, lo equipara a la integra vocación del hombre sobre la tierra.

En el decurso de la historia, el uso de los bienes temporales ha sido desfigurado con graves
defectos, porque los hombres, afectados por el pecado original, cayeron frecuentemente en muchos
errores acerca del verdadero Dios, de la naturaleza, del hombre y de los principios de la ley moral,
de donde se siguió la corrupción de las costumbres e instituciones humanas y la no rara
conculcación de la persona del hombre. Incluso en nuestros días, no pocos, confiando más de lo
debido, en los progresos de las ciencias naturales y de la técnica, caen como en una idolatría de los
bienes materiales, haciéndose más bien siervos que señores de ellos.

Es obligación de toda la Iglesia el trabajar para que los hombres se vuelvan capaces de restablecer
rectamente el orden de los bienes temporales y de ordenarlos hacia Dios por Jesucristo. A los
pastores atañe el manifestar claramente los principios sobre el fin de la creación y el uso del mundo,
y prestar los auxilios morales y espirituales para instaurar en Cristo el orden de las cosas
temporales.

Es preciso, con todo, que los laicos tomen como obligación suya la restauración del orden temporal,
y que, conducidos por la luz del Evangelio y por la mente de la Iglesia, y movidos por la caridad
cristiana, obren directamente y en forma concreta en dicho orden; que cooperen unos ciudadanos
con otros, con sus conocimientos especiales y su responsabilidad propia; y que busquen en todas
partes y en todo la justicia del reino de Dios. Hay que establecer el orden temporal de forma que,
observando íntegramente sus propias leyes, esté conforme con los últimos principios de la vida
cristiana, adaptándose a las variadas circunstancias de lugares, tiempos y pueblos. Entre las obras de
este apostolado sobresale la acción social de los cristianos, que desea el Santo Concilio se extienda
hoy a todo el ámbito temporal, incluso a la cultura.

La acción caritativa como distintivo del apostolado cristiano

8. Si bien todo el ejercicio del apostolado debe proceder y recibir su fuerza de la caridad, algunas
obras, por su propia naturaleza, son aptas para convertirse en expresión viva de la misma caridad,
que quiso Cristo Señor fuera prueba de su misión mesiánica (Cf.Mt., 11,4-5).

El mandamiento supremo en la ley es amar a Dios de todo corazón y al prójimo como a sí mismo
(Cf. Mt., 22,27-40). Ahora bien, Cristo hizo suyo este mandamiento de caridad para con el prójimo
y lo enriqueció con un nuevo sentido, al querer hacerse El un mismo objeto de la caridad con los
hermanos, diciendo: "Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo
hicisteis" (Mt., 25,40). El, pues, tomando la naturaleza humana, se asoció familiarmente todo el
género humano, con una cierta solidaridad sobrenatural, y constituyó la caridad como distintivo de
sus discípulos con estas palabras: "En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis
caridad unos con otros (Jn., 13,35).

Como la santa Iglesia en sus principios, reuniendo el ágape de la Cena Eucarística, se manifestaba
toda unida en torno de Cristo por el vínculo de la caridad, así en todo tiempo se reconoce siempre
por este distintivo de amor, y al paso que se goza con las empresas de otros, reivindica las obras de
caridad como deber y derecho suyo, que no puede enajenar. Por lo cual la misericordia para con los
necesitados y enfermos, y las llamadas obras de caridad y de ayuda mutua para aliviar todas las
necesidades humanas son consideradas por la Iglesia con un singular honor.

Estas actividades y estas obras se han hecho hoy mucho más urgentes y universales, porque los
medios de comunicación son más expeditos, porque se han acortado las distancias entre los hombre
y porque los habitantes de todo el mundo vienen a ser como los miembros de una familia. La acción
caritativa puede y debe llegar hoy a todos los hombres y a todas las necesidades. Donde haya
hombres que carecen de comida y bebida, de vestidos, de hogar, de medicinas, de trabajo, de
instrucción, de los medios necesarios para llevar una vida verdaderamente humana, que se ven
afligidos por las calamidades o por la falta de salud, que sufren en el destierro o en la cárcel, allí
debe buscarlos y encontrarlos la caridad cristiana, consolarlos con cuidado diligente y ayudarlos con
la prestación de auxilios. Esta obligación se impone, ante todo, a los hombres y a los pueblos que
viven en la prosperidad.

Para que este ejercicio de la caridad sea verdaderamente extraordinario y aparezca como tal, es
necesario que se vea en el prójimo la imagen de Dios según la cual ha sido creado, y a Cristo Señor
a quien en realidad se ofrece lo que se da al necesitado; se considere como la máxima delicadeza la
libertad y dignidad de la persona que recibe el auxilio; que no se manche la pureza de intención con
ningún interés de la propia utilidad o por el deseo de dominar; se satisfaga ante todo a las exigencias
de la justicia, y no se brinde como ofrenda de caridad lo que ya se debe por título de justicia; se
quiten las causas de los males, no sólo los defectos, y se ordene el auxilio de forma que quienes lo
reciben se vayan liberando poco a poco de la dependencia externa y se vayan bastando por sí
mismos.

Aprecien, por consiguiente, en mucho los laicos y ayuden en la medida de sus posibilidades las
obras de caridad y las organizaciones de asistencia social, sean privadas o públicas, o incluso
internacionales, por las que se hace llegar a todos los hombres y pueblos necesitados un auxilio
eficaz, cooperando en esto con todos los hombres de buena voluntad.

CAPÍTULO III

VARIOS CAMPOS DE APOSTOLADO

Introducción

9. Los laicos ejercen un apostolado múltiple, tanto en la Iglesia como en el mundo. En ambos
órdenes se abren varios campos de actividad apostólica, de los que queremos recordar aquí los
principales, que son: las comunidades de la Iglesia, la familia, la juventud, el ámbito social, el orden
nacional e internacional. Como en nuestros tiempos participan las mujeres cada vez más
activamente en toda la vida social, es de sumo interés su mayor participación también en los
campos del apostolado de la Iglesia. Las comunidades de la Iglesia

10. Los laicos tienen su papel activo en la vida y en la acción de la Iglesia, como partícipes que son
del oficio de Cristo Sacerdote, profeta y rey. Su acción dentro de las comunidades de la Iglesia es
tan necesaria que sin ella el mismo apostolado de los pastores muchas veces no puede conseguir
plenamente su efecto.

Pues los laicos de verdadero espíritu apostólico, a la manera de aquellos hombre y mujeres que
ayudaban a Pablo en el Evangelio (Cf. Act., 18,18-26; Rom., 16,3), suplen lo que falta a sus
hermanos y reaniman el espíritu tanto de los pastores como del resto del pueblo fiel (Cf. 1 Cor.,
16,17-18).

Porque nutridos ellos mismos con la participación activa en la vida litúrgica de su comunidad,
cumplen solícitamente su cometido en las obras apostólicas de la misma; conducen hacia la Iglesia
a los que quizá andaban alejados; cooperan resueltamente en la comunicación de la palabra de Dios,
sobre todo con la instrucción catequética; con la ayuda de su pericia hacen más eficaz el cuidado de
las almas e incluso la administración de los bienes de la Iglesia.
La parroquia presenta el modelo clarísimo del apostolado comunitario, reduciendo a la unidad todas
las diversidades humanas que en ella se encuentran e insertándolas en la Iglesia universal.
Acostúmbrense los laicos a trabajar en la parroquia íntimamente unidos a sus sacerdotes; a presentar
a la comunidad de la Iglesia los problemas propios y los del mundo, los asuntos que se refieren a la
salvación de los hombres, para examinarlos y solucionarlos por medio de una discusión racional; y
a ayudar según sus fuerzas a toda empresa apostólica y misionera de su familia eclesiástica.

Cultiven sin cesar el sentido de diócesis, de la que la parroquia es como una célula, siempre prontos
a aplicar también sus esfuerzos en las obras diocesanas a la invitación de su Pastor. Más aún, para
responder a las necesidades de las ciudades y de los sectores rurales, no limiten su cooperación
dentro de los límites de la parroquia o de la diócesis, procuren más bien extenderla a campos
interparroquiales, interdiocesanos, nacionales o internacionales, sobre todo porque, aumentando
cada vez más la emigración de los pueblos, en el incremento de las relaciones mutuas y la facilidad
de las comunicaciones, no permiten que esté encerrada en sí misma ninguna parte de la sociedad.
Por tanto, vivan preocupados por las necesidades del pueblo de Dios, disperso en toda la tierra.
Hagan sobre todo labor misionera, prestando auxilios materiales e incluso personales, puesto que es
obligación honrosa de los cristianos devolver a Dios parte de los bienes que de El reciben.

La familia

11. Habiendo establecido el Creador del mundo la sociedad conyugal como principio y fundamento
de la sociedad humana, convirtiéndola por su gracia en sacramento grande... en Cristo y en la
Iglesia (Cf. Ef., 5,32), el apostolado de los cónyuges y de las familias tiene una importancia
trascendental tanto para la Iglesia como para la sociedad civil.

Los cónyuges cristianos son mutuamente para sí, para sus hijos y demás familiares, cooperadores de
la gracia y testigos de la fe. Ellos son para sus hijos los primeros predicadores de la fe y los
primeros educadores; los forman con su palabra y con su ejemplo para la vida cristiana y apostólica,
los ayudan con mucha prudencia en la elección de su vocación y cultivan con todo esmero la
vocación sagrada que quizá han descubierto en ellos.

Siempre fue deber de los cónyuges y constituye hoy parte principalísima de su apostolado,
manifestar y demostrar con su vida la indisolubilidad y la santidad del vínculo matrimonial; afirmar
abiertamente el derecho y la obligación de educar cristianamente la prole, propio de los padres y
tutores; defender la dignidad y legítima autonomía de la familia. Cooperen, por tanto, ellos y los
demás cristianos con los hombres de buena voluntad a que se conserven incólumes estos derechos
en la legislación civil; que en el gobierno de la sociedad se tengan en cuenta las necesidades
familiares en cuanto se refiere a la habitación, educación de los niños, condición de trabajo,
seguridad social y tributos; que se ponga enteramente a salvo la convivencia doméstica en la
organización de emigraciones.

Esta misión la ha recibido de Dios la familia misma para que sea la célula primera y vital de la
sociedad. Cumplirá esta misión si, por la piedad mutua de sus miembros y la oración dirigida a Dios
en común, se presenta como un santuario doméstico de la Iglesia; si la familia entera toma parte en
el culto litúrgico de la Iglesia; si, por fin, la familia practica activamente la hospitalidad, promueve
la justicia y demás obras buenas al servicio de todos los hermanos que padezcan necesidad. Entre
las varias obras de apostolado familiar pueden recordarse las siguientes: adoptar como hijos a niños
abandonados, recibir con gusto a los forasteros, prestar ayuda en el régimen de las escuelas, ayudar
a los jóvenes con su consejo y medios económicos, ayudar a los novios a prepararse mejor para el
matrimonio, prestar ayuda a la catequesis, sostener a los cónyuges y familias que están en peligro
material o moral, proveer a los ancianos no sólo de los indispensable, sino procurarles los medios
justos del progreso económico. Siempre y en todas partes, pero de una manera especial en las
regiones en que se esparcen las primeras semillas del Evangelio, o la Iglesia está en sus principios,
o se halla en algún peligro grave, las familias cristianas dan al mundo el testimonio preciosísimo de
Cristo conformando toda su vida al Evangelio y dando ejemplo del matrimonio cristiano.

Para lograr más fácilmente los fines de su apostolado puede ser conveniente que las familias se
reúnan por grupos.

Los jóvenes

12. Los jóvenes ejercen en la sociedad moderna un influjo de gran interés. Las circunstancias de su
vida, el modo de pensar e incluso las mismas relaciones con la propia familia han cambiado mucho.
Muchas veces pasan demasiado rápidamente a una nueva condición social y económica. Pero el
paso que aumenta de día en día su influjo social, e incluso político, se ven como incapacitados para
sobrellevar convenientemente esas nuevas cargas.

Este su influjo, acrecentado en la sociedad, exige de ellos una actividad apostólica semejante, pero
su misma índole natural los dispone a ella. Madurando la conciencia de la propia personalidad,
impulsados por el ardor de su vida y por su energía sobreabundante, asumen la propia
responsabilidad y desean tomar parte en la vida social y cultural: celo, que si está lleno del espíritu
de Cristo, y se ve animado por la obediencia y el amor hacía los pastores de la Iglesia, permite
esperar frutos abundantes. (Ellos deben convertirse en los primeros e inmediatos apóstoles, de los
jóvenes, ejerciendo el apostolado entre sí, teniendo en consideración el medio social en que viven).

Procuren los adultos entablar diálogo amigable con los jóvenes, que permita a unos y a otros,
superada la distancia de edad, conocerse mutuamente y comunicarse entre sí lo bueno que cada uno
tiene. Los adultos estimulen hacia el apostolado a la juventud, sobre todo en el ejemplo, y cuando
haya oportunidad, con consejos prudentes y auxilios eficaces. Los jóvenes, por su parte, llénense de
respeto y de confianza para con los adultos, y aunque, naturalmente, se sientan inclinados hacia las
novedades, aprecien sin embargo como es debido las loables tradiciones.

También los niños tienen su actividad apostólica. Según su capacidad, son testigos vivientes de
Cristo entre sus compañeros.

El medio social

13. El apostolado en el medio social, es decir, el esfuerzo por llenar de espíritu cristiano el
pensamiento y las costumbres, las leyes, y las estructuras de la comunidad en que uno vive, hasta tal
punto es deber y carga de los laicos, que nunca lo pueden realizar convenientemente otros. En este
campo, los laicos pueden ejercer perfectamente el apostolado de igual a igual. En él cumplen el
testimonio de la vida por el testimonio de la palabra. En el campo del trabajo, o de la profesión, o
del estudio, o de la vivienda, o del descanso, o de la convivencia son muy aptos los laicos para
ayudar a los hermanos.

Los laicos cumplen esta misión de la Iglesia en el mundo, ante todo, por aquella coherencia de la
vida con la fe por la que se convierten en la luz del mundo; por su honradez en cualquier negocio,
que atrae a todos hacia el amor de la verdad y del bien, y por fin a Cristo y a la Iglesia; por la
caridad fraterna, por la que participan de las condiciones de la vida de los trabajos y de los
sufrimientos y aspiraciones de los hermanos, y disponen insensiblemente los corazones de todos
hacia la operación de la gracia salvadora; con la plena conciencia de su papel en la edificación de la
sociedad, por la que se esfuerzan en saturar sus preocupaciones domésticas, sociales y profesionales
de magnanimidad cristiana. De esta forma ese modo de proceder va penetrando poco a poco en el
ambiente de la vida del trabajo.

Este apostolado debe abrazar a todos los que se encuentran junto a él, y no debe excluir ningún bien
espiritual o material que pueda hacerles. Pero los verdaderos apóstoles, lejos de contentarse con esta
actividad, ponen todo su empeño en anunciar a Cristo a sus prójimos, incluso de palabra. Porque
muchos hombres no pueden escuchar el Evangelio ni conocer a Cristo más que por sus vecinos
seglares.

Orden nacional e internacional

14. El campo del apostolado se abre extensamente en el orden nacional e internacional, en que los
laicos, sobre todo, son los dispensadores de la sabiduría cristiana. En el amor a la patria y en el fiel
cumplimiento de los deberes civiles, siéntanse obligados los católicos a promover el verdadero bien
común, y hagan pesar de esta forma su opinión para que el poder civil se ejerza justamente y las
leyes respondan a los principios morales y al bien común. Los católicos peritos en los asuntos
públicos, y firmes como es debido en la fe y en la doctrina católica, no rehúsen desempeñar cargos
públicos, ya que por ellos, bien administrados, pueden procurar el bien común y preparar a un
tiempo el camino al Evangelio.

Procuren los católicos cooperar con todos los hombres de buena voluntad en promover cuanto hay
de verdadero, de justo, de santo, de amable (Cf. Fil., 4,8). Dialoguen con ellos, superándolos en
prudencia y humanidad, e investiguen acerca de las instituciones sociales y públicas, para
perfeccionarlas según el espíritu del Evangelio.

Entre las características de nuestro tiempo hay que contar, especialmente, con el creciente e
inevitable sentimiento de solidaridad de todos los pueblos: el promoverlo solícitamente y
convertirlo en sincero y verdadero afecto de fraternidad es deber del apostolado de los laicos. Los
laicos, además, deben conocer el nuevo campo internacional y los problemas y soluciones ya
doctrinales, ya prácticas que en él se originan, sobre todo respecto a los pueblos en vías de
desarrollo.

Piensen todos los que trabajan en naciones extrañas, o les ayudan, que las relaciones entre los
pueblos deben ser una comunicación fraterna, en que ambas partes dan y reciben. Y los que viajan
por motivos de obras internacionales, o de negocios, o de descanso, no olviden que son en todas
partes también heraldos viajeros de Cristo, y han de portarse como tales con toda verdad.

CAPÍTULO IV

LAS VARIAS FORMAS DEL APOSTOLADO

Introducción

15. Los laicos pueden ejercitar su labor de apostolado o como individuos o reunidos en diversas
comunidades o asociaciones.
Importancia y multiplicidad del apostolado individual

16. El apostolado que se desarrolla individualmente, y que fluye con abundancia de la fuente de la
vida verdaderamente cristiana (Cf. Jn., 4,14), es el principio y fundamento de todo apostolado
seglar, incluso el asociado, y nada puede sustituirle.

Todos los laicos, de cualquier condición que sean son llamados y obligados a este apostolado, útil
siempre y en todas partes, y en algunas circunstancias el único apto y posible, aunque no tengan
ocasión o posibilidad para cooperar en asociaciones.

Hay muchas formas de apostolado con que los laicos edifican a la Iglesia y santifican al mundo,
animándolo en Cristo.

La forma peculiar del apostolado individual y, al mismo tiempo, signo muy en consonancia con
nuestros tiempos, y que manifiesta a Cristo viviente en sus fieles, es el testimonio de toda la vida
seglar que fluye de la fe, de la esperanza y de la caridad. Con el apostolado de la palabra,
enteramente necesario en algunas circunstancias, anuncian los laicos a Cristo, explican su doctrina,
la difunden cada uno según su condición y saber y la profesan fielmente.

Cooperando, además, como ciudadanos de este mundo, en lo que se refiere a la ordenación y


dirección del orden temporal, conviene que los laicos busquen a la luz de la fe motivos más
elevados de obrar en la vida familiar, profesional y social, y los manifiesten a los otros
oportunamente, conscientes de que con ello se hacen cooperadores de Dios Creador, Redentor y
Santificador y de que lo glorifican.

Por fin vivifiquen los laicos su vida con la caridad y manifiéstenla en las obras como mejor puedan.

Piensen todos que con el culto público y la oración, con la penitencia y con la libre aceptación de
los trabajos y calamidades de la vida, por la que se asemejan a Cristo paciente (Cf. 2 Cor.,
4,10; Col., 1,24), pueden llegar a todos los hombres y ayudar a la salvación de todo el mundo.

El apostolado individual en determinadas circunstancias

17. Este apostolado individual urge con gran apremio en aquellas regiones en que la persecución
desencadenada impide gravemente la libertad de la Iglesia. Los laicos, supliendo en cuanto pueden
a los sacerdotes en estas circunstancias difíciles, exponiendo su propia libertad y en ocasiones su
vida, enseñan a los que están junto así a la doctrina cristiana, los instruyen en la vida religiosa y en
el pensamiento católico, y los inducen a la frecuente recepción de los Sacramentos y a las prácticas
de piedad, sobre todo eucarística. El Sacrosanto Concilio, al tiempo que da de todo corazón gracias
a Dios, que no deja de suscitar laicos de fortaleza heroica en medio de las persecuciones, aun en
nuestros días, los abraza con afecto paterno y con gratitud.

El apostolado individual tiene un campo propio en las regiones en que los católicos son pocos y
están dispersos. Allí los laicos, que solamente ejercen el apostolado individual por las causas
dichas, o por motivos especiales surgidos por la propia labor profesional, re reúnen a dialogar
oportunamente en pequeños grupos, sin forma alguna estrictamente dicha de institución o de
organización, de forma que aparezca siempre delante de los otros el signo de la comunidad de la
Iglesia, como verdadero testimonio de amor. De este modo, ayudándose unos a otros
espiritualmente por la amistad y la comunicación de experiencias, se preparan para superar las
desventajas de una vida y de un trabajo demasiado aislado y para producir mayores frutos en el
apostolado.

Importancia de las formas asociadas

18. Como los cristianos son llamados a ejercitar el apostolado individual en diversas circunstancias
de la vida, no olviden, sin embargo, que el hombre es social por naturaleza y agrada a Dios el que
los creyentes en Cristo se reúnan en Pueblo de Dios (Cf. 1 Pe., 2,5-10) y en un cuerpo (Cf. 1 Cor.,
12,12). Por consiguiente, el apostolado asociado de los fieles responde muy bien a las exigencias
humanas y cristianas, siendo el mismo tiempo expresión de la comunión y de la unidad de la Iglesia
en Cristo, que dijo: "Pues donde estén dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio
de ellos" (Mt., 18,20).

Por tanto, los fieles han de ejercer su apostolado tendiendo a su mismo fin. Sean apóstoles lo mismo
en sus comunidades familiares que en las parroquias y en las diócesis, que manifiestan el carácter
comunitario del apostolado, y en los grupos espontáneos en que ellos se congreguen.

El apostolado asociado es también muy importante porque muchas veces exhibe que se lleve a cabo
en una acción común o en las comunidades de la Iglesia o en los diversos ambientes. Las
asociaciones, erigidas para los actos comunes del apostolado, apoyan a sus miembros y los forman
para el apostolado, y organizan y regulan convenientemente su obra apostólica, de forma que son de
esperar frutos mucho más abundantes que si cada uno trabaja separadamente.

Pero en las circunstancias presentes es en absoluto necesario que en el ámbito de la cooperación de


los seglares se robustezca la forma asociada y organizada del apostolado, puesto que solamente la
estrecha unión de las fuerzas puede conseguir todos los fines del apostolado moderno y proteger
eficazmente sus bienes. En lo cual interesa sobre manera que tal apostolado llegue hasta las
inteligencias comunes y las condiciones sociales de aquellos a quienes se dirige; de otra suerte,
resultarían muchas veces ineficaces, ante la presión de la opinión pública y de las instituciones.

Variedad de formas del apostolado asociado

19. Las asociaciones del apostolado son muy variadas; unas se proponen el fin general apostólico de
la Iglesia; otras, buscan de un modo especial los fines de evangelización y de santificación; otras,
persiguen la inspiración cristiana del orden social; otras, dan testimonio de Cristo, especialmente
por las obras de misericordia y de caridad.

Entre estas asociaciones hay que considerar primeramente las que favorecen y alientan una unidad
más íntima entre la vida práctica de los miembros y su fe. Las asociaciones no se establecen para si
mismas, sino que deben servir a la misión que la Iglesia tiene que realizar en el mundo; su fuerza
apostólica depende de la conformidad con los fines de la Iglesia y del testimonio cristiano y espíritu
evangélico de cada uno de sus miembros y de toda la asociación.

El cometido universal de la misión de la Iglesia, considerando a un tiempo el progreso de los


institutos y el avance arrollador de la sociedad actual, exige que las obras apostólicas de los
católicos perfeccionen más y más las formas asociadas en el campo internacional. Las
Organizaciones Internacionales conseguirán mejor su fin si los grupos que en ellas se juntan y sus
miembros se unen a ellas más estrechamente.
Guardada la sumisión debida a la autoridad eclesiástica, pueden los laicos fundar y regir
asociaciones, y una vez fundadas, darles un nombre. Hay, sin embargo, que evitar la dispersión de
fuerzas que surge al promoverse, sin causa suficiente, nuevas asociaciones y trabajos, o si se
mantienen más de lo conveniente asociaciones y métodos anticuados. No siempre será oportuno el
aplicar sin discriminación a otras naciones las formas que se establecen en alguna de ellas.

La Acción Católica

20. Hace algunos decenios los laicos, en muchas naciones, entregándose cada día más al apostolado,
re reunían en varias formas de acciones y de asociaciones, que conservando muy estrecha unión con
la jerarquía, perseguían y persiguen fines propiamente apostólicos. Entre estas y otras instituciones
semejantes más antiguas hay que recordar, sobre todo, las que, aun con diversos sistemas de obrar,
produjeron, sin embargo, ubérrimos frutos para el reino de Cristo, y que los Sumos Pontífices y
muchos Obispos recomendaron y promovieron justamente y llamaron Acción Católica. La definían
de ordinario como la cooperación de los laicos en el apostolado jerárquico.

Estas formas de apostolado, ya se llamen Acción Católica, ya con otro nombre, que desarrollan en
nuestros tiempos un apostolado precioso, se constituyen por la acepción conjunta de todas las notas
siguientes:

a) El fin inmediato de estas organizaciones es el fin apostólico de la Iglesia, es decir, la


evangelización y santificación de los hombres y la formación cristiana de sus conciencias, de suerte
que puedan saturar del espíritu del Evangelio las diversas comunidades y los diversos ambientes.

b) Los laicos, cooperando, según su condición, con la jerarquía, ofrecen su experiencia y asumen la
responsabilidad en la dirección de estas organizaciones, en el examen diligente de las condiciones
en que ha de ejercerse la acción pastoral de la Iglesia y en la elaboración y desarrollo del método de
acción.

c) Los laicos trabajan unidos, a la manera de un cuerpo orgánico, de forma que se manifieste mejor
la comunidad de la Iglesia y resulte más eficaz el apostolado.

d) Los laicos, bien ofreciéndose espontáneamente o invitados a la acción y directa cooperación con
el apostolado jerárquico, trabajan bajo la dirección superior de la misma jerarquía, que puede
sancionar esta cooperación, incluso por un mandato explícito.

Las organizaciones en que, a juicio de la jerarquía, se hallan todas estas notas a la vez han de
entenderse como Acción Católica, aunque por exigencias de lugares y pueblos tomen varias formas
y nombres.

El Sagrado Concilio recomienda con todo encarecimiento estas instituciones que responden
ciertamente a las necesidades del apostolado entre muchas gentes, e invita a los sacerdotes y a los
laicos a que trabajen en ellas, que cumplan más y más los requisitos antes recordados y cooperen
siempre fraternalmente en la Iglesia con todas las otras formas de apostolado.

Aprecio de las asociaciones

21. Hay que apreciar debidamente todas las asociaciones del apostolado; pero, aquellas que la
jerarquía ha alabado o recomendado, declarado y urgentes, según las necesidades de los tiempos y
de los lugares, han de apreciarlas sobremanera los sacerdotes, los religiosos y los laicos y han de
promoverlas cada cual a su modo. Entre ellas han de contarse, sobre todo hoy, las asociaciones o
grupos internacionales católicos.

Laicos que se entregan con título especial


al servicio de la Iglesia

22. Dignos de especial honor y recomendación en la Iglesia son los laicos, solteros o casados, que
se consagran para siempre o temporalmente con su pericia profesional al servicio de esas
instituciones y de sus obras. Sirve de gozo a la Iglesia el que cada día aumenta el número de los
laicos que prestan el propio ministerio a las asociaciones y obras de apostolado o dentro de la
nación, o en el ámbito internacional o, sobre todo, en las comunidades católicas de misiones y de
Iglesias nuevas.

Reciban a estos laicos los Pastores de la Iglesia con gusto y gratitud, procuren satisfacer lo mejor
posible las exigencias de la justicia, de la equidad y de la caridad, según su condición, sobre todo en
cuanto al congruo sustento suyo y de sus familias, y ellos disfruten de la instrucción necesaria, del
consuelo y del aliento espiritual.

CAPÍTULO V

ORDEN QUE HAY QUE OBSERVAR

Introducción

23. El apostolado de los laicos, ya se desarrolle individualmente, ya por fieles asociados, ha de


ocupar su lugar correspondiente en el apostolado de toda la Iglesia; más aún, el elemento esencial
del apostolado cristiano es la unión con quienes el Espíritu Santo puso para regir su Iglesia
(Cf. Act., 20,28). No es menos necesaria la cooperación entre las varias formas de apostolado, que
ha de ordenar la Jerarquía convenientemente.

Pues, a fin de promover el espíritu de unidad para que resplandezca en todo el apostolado de la
Iglesia la caridad fraterna, para que se consigan los fines comunes y se eviten las emulaciones
perniciosas, se requiere un mutuo aprecio de todas las formas de apostolado de la Iglesia y una
coordinación conveniente, conservando el carácter propio de cada una.

Cosa sumamente necesaria, porque la acción peculiar de la Iglesia requiere la armonía y la


cooperación apostólica del clero secular y regular, de los religiosos y laicos.

Relaciones con la Jerarquía

24. Es deber de la Jerarquía promover el apostolado de los laicos, prestar los principios y subsidios
espirituales, ordenar el ejercicio del apostolado al bien común de la Iglesia y vigilar para que se
respeten la doctrina y el orden.

El apostolado seglar admite varias formas de relaciones con la Jerarquía, según las varias maneras y
objetos del mismo apostolado.
Hay en la Iglesia muchas obras apostólicas constituidas por la libre elección de los laicos y se rigen
por su juicio y prudencia. En algunas circunstancias, la misión de la Iglesia puede cumplirse mejor
por estas obras y por eso no es raro que la Jerarquía las alabe y recomiende. Ninguna obra, sin
embargo, puede arrogarse el nombre de católica sin el asentimiento de la legítima autoridad
eclesiástica.

La Jerarquía reconoce explícitamente, de varias formas, algunos otros sistemas del apostolado
seglar.

Puede, además, la autoridad eclesiástica, por exigencias del bien común de la Iglesia, de entre las
asociaciones y obras apostólicas, que tienden inmediatamente a un fin espiritual, elegir algunas y
promoverlas de un modo peculiar en las que asume una responsabilidad especial. Así, la Jerarquía,
ordenando el apostolado de diversas maneras, según las circunstancias, asocia más estrechamente
alguna de sus formas a su propia misión apostólica, conservando, no obstante, la propia naturaleza y
peculiaridad de cada una, sin privar por eso a los laicos de su necesaria facultad de obrar
espontáneamente. Este acto de la Jerarquía en varios documentos eclesiásticos se llama mandato.

Finalmente, la Jerarquía encomienda a los laicos algunas funciones que están muy estrechamente
unidas con los ministerios de los pastores, como en la explicación de la doctrina cristiana, en ciertos
actos litúrgicos, en cura de almas. En virtud de esta misión, los laicos, en cuanto al ejercicio de su
misión, están plenamente sometidos a la dirección superior de la Iglesia.

En cuanto atañe a las obras e instituciones del orden temporal, el oficio de la Jerarquía eclesiástica
es enseñar e interpretar auténticamente los principios morales que hay que seguir en los asuntos
temporales; tiene también derecho, bien consideradas todas las cosas, y sirviéndose de la ayuda de
los peritos, a discernir sobre la conformidad de tales obras e instituciones con los principios morales
y decidir cuanto se requiere para salvaguardar y promover los bienes del orden sobrenatural.

Ayuda que debe prestar el clero al apostolado de los laicos

25. Tengan presente los Obispos, los párrocos y demás sacerdotes de uno y otro clero que el
derecho y la obligación de ejercer el apostolado es común a todos los fieles, sean clérigos o
seglares, y que éstos tienen también su cometido en la edificación de la Iglesia. Trabajen, pues,
fraternalmente con los laicos en la Iglesia y por la Iglesia y tengan especial cuidado de los laicos en
sus obras apostólicas.

Elíjanse cuidadosamente sacerdotes idóneos y bien formados para ayudar a las formas especiales
del apostolado de los laicos. Los que se dedican a este ministerio, en virtud de la misión recibida de
la Jerarquía, la representan en su acción pastoral; fomenten las debidas relaciones de los laicos con
la Jerarquía adhiriéndose fielmente al espíritu y a la doctrina de la Iglesia; esfuércense en alimentar
la vida espiritual y el sentido apostólico de las asociaciones católicas que se les han encomendado;
asistan con su prudente consejo a la labor apostólica de los laicos y estimulen sus empresas. En
diálogo continuo con los laicos, averigüen cuidadosamente las formas más oportunas para hacer
más fructífera la acción apostólica; promuevan el espíritu de unidad dentro de la asociación y en las
relaciones de éstas con las otras.

Por fin, los religiosos Hermanos o Hermanas aprecien las obras apostólicas de los laicos,
entréguense gustosos a ayudarles en sus obras según el espíritu y las normas de sus Institutos;
procuren sostener, ayudar y completar los ministerio sacerdotales.
Ciertos medios que sirven para la mutua cooperación

26. En las diócesis, en cuanto sea posible, deben existir consejos que ayuden la obra apostólica de la
Iglesia, ya en el campo de la evangelización y de la santificación, ya en el campo caritativo social,
etcétera, cooperando convenientemente los clérigos y los religiosos con los laicos. Estos consejos
podrán servir para la mutua coordinación de las varias asociaciones y empresas seglares, salva la
índole propia y la autonomía de cada una. Estos consejos, si es posible, han de establecerse también
en el ámbito parroquial o interparroquial, interdiocesano y en el orden nacional o internacional.

Establézcase, además en la Santa Sede, algún Secretario especial para servicio e impulso del
apostolado seglar, como centro que, con medios aptos proporcione noticias de las diversas obras del
apostolado de los laicos, fomente las investigaciones sobre los problemas que hoy surgen en estos
campos y ayude con sus consejos a la Jerarquía y a los laicos en las obras apostólicas. En este
Secretariado han de tomar parte también los diversos movimientos y empresas del apostolado seglar
existentes en todo el mundo, cooperando también los clérigos y los religiosos con los seglares.

Cooperación con otros cristianos y con los no cristianos

27. En común patrimonio evangélico y, en consecuencia, el común deber del testimonio cristiano
recomiendan, y muchas veces exigen, la cooperación de los católicos con otros cristianos, que hay
que realizar por individuos particulares y por comunidades de la Iglesia, ya en las acciones, ya en
las asociaciones, en el campo nacional o internacional.

Los valores comunes exigen también no rara vez una cooperación semejante de los cristianos que
persiguen fines apostólicos con quienes no llevan el nombre cristiano, pero reconocen estos valores.

Con esta cooperación dinámica y prudente, que es de gran importancia en las actividades
temporales, los laicos rinden testimonio a Cristo, Salvador del mundo, y a la unidad de la familia
humana.

CAPÍTULO VI

FORMACIÓN PARA EL APOSTOLADO

Necesidad de la formación para el apostolado

28. El apostolado solamente puede conseguir plena eficacia con una formación multiforme y
completa. La exigen no sólo el continuo progreso espiritual y doctrinal del mismo seglar, sino
también las varias circunstancias de cosas, de personas y de deberes a que tiene que acomodar su
actividad. Esta formación para el apostolado debe apoyarse en las bases que este Santo Concilio ha
asentado y declarado en otros lugares. Además de la formación común a todos los cristianos, no
pocas formas de apostolado, por la variedad de personas y de ambientes, requieren una formación
específica y peculiar.

Principios de la formación de los laicos para el apostolado


29. Como los laicos participan, a su modo, de la misión de la Iglesia, su formación apostólica recibe
una característica especial por su misma índole secular y propia del laicado y por el carácter
espiritual de su vida.

La formación para el apostolado supone una cierta formación humana, íntegra, acomodada al
ingenio y a las cualidades de cada uno. Porque el seglar, conociendo bien el mundo contemporáneo,
debe ser un miembro acomodado a la sociedad de su tiempo y a la cultura de su condición.

Ante todo, el seglar ha de aprender a cumplir la misión de Cristo y de la Iglesia, viviendo de la fe en


el misterio divino de la creación y de la redención movido por el Espíritu Santo, que vivifica al
Pueblo de Dios, que impulsa a todos los hombres a amar a Dios Padre, al mundo y a los hombres
por El. Esta formación debe considerarse como fundamento y condición de todo apostolado
fructuoso.

Además de la formación espiritual, se requiere una sólida instrucción doctrinal, incluso teológica,
ético-social, filosófica, según la diversidad de edad, de condición y de ingenio. No se olvide
tampoco la importancia de la cultura general, juntamente con la formación práctica y técnica.

Para cultivar las relaciones humanas es necesario que se acrecienten los valores verdaderamente
humanos; sobre todo, el arte de la convivencia fraterna, de la cooperación y del diálogo.

Pero ya que la formación para el apostolado no puede consistir en la mera instrucción teórica,
aprendan poco a poco y con prudencia desde el principio de su formación, a verlo, juzgarlo y a
hacerlo todo a la luz de la fe, a formarse y perfeccionarse a sí mismos por la acción con los otros y a
entrar así en el servicio laborioso de la Iglesia. Esta formación, que hay que ir complementando
constantemente, pide cada día un conocimiento más profundo y una acción más oportuna a causa de
la madurez creciente de la persona humana y por la evolución de los problemas. En la satisfacción
de todas las exigencias de la formación hay que tener siempre presente la unidad y la integridad de
la persona humana, de forma que quede a salvo y se acreciente su armonía y su equilibrio.

De esta forma el seglar se inserta profunda y cuidadosamente en la realidad misma del orden
temporal y recibe eficazmente su parte en el desempeño de sus tareas, y al propio tiempo, como
miembro vivo y testigo de la Iglesia, la hace presente y actuante en el seno de las cosas temporales.

A quiénes pertenece formar a otros para el apostolado

30. La formación para el apostolado debe empezar desde la primera educación de los niños. Pero los
adolescentes y los jóvenes han de iniciarse de una forma peculiar en el apostolado e imbuirse de
este espíritu. Esta formación hay que ir completándola durante toda la vida, según lo exijan las
nuevas empresas. Es claro, pues, que a quienes pertenece la educación cristiana están obligados
también a dar la formación para el apostolado.

En la familia es obligación de los padres disponer a sus hijos desde la niñez para el conocimiento
del amor de Dios hacia todos los hombres, enseñarles gradualmente, sobre todo con el ejemplo, la
preocupación por las necesidades del prójimo, tanto de orden material como espiritual. Toda la
familia y su vida común sea como una iniciación al apostolado.

Es necesario, además, educar a los niños para que, rebasando los límites de la familia, abran su alma
a las comunidades, tanto eclesiásticas como temporales. Sean recibidos en la comunidad local de la
parroquia, de suerte que adquieran en ella conciencia de que son miembros activos del Pueblo de
Dios. Los sacerdotes, en la catequesis y en el ministerio de la palabra, en la dirección de las almas y
en otros ministerios pastorales, tengan presente la formación para el apostolado.

Es deber también de las escuelas, de los colegios y de otras instituciones dedicadas a la educación,
el fomentar en los niños los sentimientos católicos y la acción apostólica. Si falta esta formación
porque los jóvenes no asisten a esas escuelas o por otra causa, razón de más para que la procuren los
padres, los pastores de almas y las asociaciones apostólicas. Pero los maestros y educadores, que
por su vocación y oficio ejercen una forma extraordinaria del apostolado seglar, han de estar
formados en la doctrina necesaria y en la pedagogía para poder comunicar eficazmente esta
educación.

Los equipos y asociaciones seglares, ya busquen el apostolado, ya otros fines sobrenaturales, deben
fomentar cuidadosa y asiduamente, según su fin y carácter, la formación para el apostolado. Ellas
constituyen muchas veces el camino ordinario de la formación conveniente para el apostolado, pues
en ellas se da una formación doctrinal espiritual y práctica. Sus miembros revisan, en pequeños
equipos con los socios y amigos, los métodos y los frutos de su esfuerzo apostólico y examinan a la
luz del Evangelio su método de vida diaria.

Esta formación hay que ordenarla de manera que se tenga en cuenta todo el apostolado seglar, que
ha de desarrollarse no sólo dentro de los mismos grupos de las asociaciones, sino en todas las
circunstancias y por toda la vida, sobre todo profesional y social. Más aún, cada uno debe
prepararse diligentemente para el apostolado, obligación que es más urgente en la vida adulta,
porque avanzando la edad, el alma se abre mejor y cada uno puede descubrir con más exactitud los
talentos con que Dios enriqueció su alma y aplicar con más eficacia los carismas que en el Espíritu
Santo le dio para el bien de sus hermanos.

Adaptación de la formación a las varias formas de apostolado

31. Las diversas formas de apostolado requieren también una formación conveniente.

a) Con relación al apostolado de evangelizar y santificar a los hombres, los laicos han de
formarse especialmente para entablar diálogo con los otros, creyentes o no creyentes, para
manifestar directamente a todos el mensaje de Cristo. Pero como en estos tiempos se
difunde ampliamente y en todas partes el materialismo de toda especie, incluso entre los
católicos, los laicos no sólo deben aprender con más cuidado la doctrina católica, sobre
todo en aquellos puntos en que se la ataca, sino que han de dar testimonio de la vida
evangélica contra cualquiera de las formas del materialismo.

b) En cuanto a la instauración cristiana del orden temporal, instrúyanse los laicos acerca del
verdadero sentido y valor de los bienes materiales, tanto en sí mismos como en cuanto se refiere a
todos los fines de la persona humana; ejercítense en el uso conveniente de los bienes y en la
organización de las instituciones, atendiendo siempre al bien común, según los principios de la
doctrina moral y social de la Iglesia. Aprendan los laicos, sobre todo, los principios y conclusiones
de la doctrinal social, de forma que sean capaces de ayudar, por su parte, en el progreso de la
doctrina y de aplicarla rectamente en cada caso particular.

c) Puesto que las obras de caridad y de misericordia ofrecen un testimonio magnífico de vida
cristiana, la formación apostólica debe conducir también a practicarlas, para que los fieles aprendan
desde niños a compadecerse de los hermanos y a ayudarlos generosamente cuando lo necesiten.
Medios de formación

32. Los laicos que se entregan al apostolado tienen muchos medios, tales como congresos,
reuniones, ejercicios espirituales, asambleas numerosas, conferencias, libros, comentarios, para
lograr un conocimiento más profundo de la Sagrada Escritura y de la doctrina católica, para nutrir
su vida espiritual, para conocer las condiciones del mundo y encontrar y cultivas medios
convenientes. Estos medios de formación tienen en cuenta el carácter de las diversas formas de
apostolado en los ambientes en que se desarrolla.

Con este fin se han erigido también centros e institutos superiores, que han dado ya frutos
excelentes.

El Sagrado Concilio se congratula de estas empresas, florecientes en algunas partes, y desea que se
promuevan en otros sitios donde sean necesarias.

Establézcanse, además, centros de documentación y de estudios, no sólo teológicos, sino también


antropológicos, psicológicos, sociológicos y metodológicos, para fomentar más y mejor las
facultades intelectuales de los laicos, hombres y mujeres, jóvenes y adultos, para todos los campos
del apostolado.

EXHORTACIÓN

33. Por consiguiente, el Sagrado Concilio ruega encarecidamente en el Señor a todos los laicos, que
respondan con gozo, con generosidad y corazón dispuesto a la voz de Cristo; que en esta hora invita
con más insistencia y al impulso del Espíritu Santo, sientan los más jóvenes que esta llamada se
hace de una manera especial a ellos; recíbanla, pues, con entusiasmo y magnanimidad. Pues el
mismo Señor invita de nuevo a todos los laicos, por medio de este Santo Concilio, a que se unan
cada vez más estrechamente, y sintiendo sus cosas como propias (Cf. Fil., 2,5), se asocien a su
misión salvadora. De nuevo los envía a toda ciudad y lugar adonde El ha de ir (Cf. Lc., 10,1), para
que con las diversas formas y modos del único apostolado de la Iglesia ellos se le ofrezcan como
cooperadores aptos siempre para las nuevas necesidades de los tiempos, abundando siempre en la
obra de Dios, teniendo presente que su trabajo no es vano delante del Señor (Cf. 1 Cor., 15,58).

Todas y cada una de las cosas contenidas en este Decreto han obtenido el beneplácito de los Padres
del Sacrosanto Concilio. Y Nos, en virtud de la potestad apostólica recibida de Cristo, juntamente
con los venerables Padres, las aprobamos, decretamos y establecemos en el Espíritu Santo y
mandamos que lo así decidido conciliarmente sea promulgado para gloria de Dios.

Roma, en San Pedro, 18 de noviembre de 1965.

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