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Interpretar es meterse en el medio.

En el caso de que uno explique o comunique el sentido de un texto, un objeto u una


actividad puede decirse que se interpone entre ese algo, y aquellos a quienes va dirigida
nuestra locución o escrito. Si de traducir de una lengua a otra se trata, sobre todo cuando
se hace oralmente, meterse en el medio se convierte en una profesión.

Volvemos a lo mismo cuando se trata de representar una obra teatral, cinematográfica,


etc. o ejecutar una pieza musical mediante canto o instrumentos, o ejecutar un baile con
propósito artístico y siguiendo pautas coreográficas. Estamos en el medio entre el autor
y un montón de gente, y hasta es posible ser ejecutados en caso de una mala
interpretación.

Hay miles de personas e instituciones a las que les fascina meterse en el medio.
Unos de esos son los intérpretes de patrimonio, que no ejecutan una partitura, ni
bailan al compás de una música y que en muchos casos también podrían ser
ejecutados por metidos.

La interpretación del patrimonio, me niego a usar mayúsculas (ip), es un arte, una


disciplina, originaria del mundo anglosajón, que presume de meterse en el medio y
además de ser estratégica y efectiva.

De todo lo que pude leer nunca han utilizado el término mediar, que es otra forma
de meterse en el medio, nunca mejor dicho, pero de significado totalmente
diferente. Veamos; en su primera acepción, mediar es llegar a la mitad de algo. Esto
puede ser fatal o muy bueno según se presente. Pero sobre todo mediar es
interceder o rogar por alguien, interponerse entre dos o más que riñen o
contienden, procurando reconciliarlos y unirlos en amistad.

Es muy posible que los anglosajones no temieran el enfrentamiento abierto y


sanguinario entre la gente y su patrimonio, histórico y natural y no necesitaron
apelar a este concepto. Sin embargo hoy, al menos en nuestros medios, la
mediación cultural es un término que, si bien es cierto que como otras ocasiones
desde la cultura se fuerzan los límites de la Real Academia de la Lengua, se trata de
una forma positiva y define una manera de trabajar para conectar intelectual y
emocionalmente a la gente con el arte, la música, la literatura y también el
patrimonio, y de hacer encuentros y conexiones entre esas gentes entre si, en sus
diferencias culturales.

Volvamos al origen. La ip es como el prospecto de un medicamento, lo interpreta


todo pero se corre el peligro de que, en infinidad de casos, acabe en la papelera. Y
no hay nada más científico, útil, y esclarecedor que un prospecto, bueno a veces
hay partes un poco incomprensibles, en ip también.

La ip no es universal, por tanto, hay gente que pasa de indicaciones e


interpretaciones y prefiere fiarse de si mismo o de sus fuentes. Aunque sí puede
aplicarse en cualquier parte del mundo, el tema será ver dónde es más efectiva y si
los líderes de opinión de la disciplina son capaces de ver qué “ajustes” necesita ese
arte para conseguir sus plenos objetivos.
No se si referirme a objetivos o principios. La ip es un arte con principios. Es
posible que no admitieran a Groucho Marx, genial intérprete (de cine) que dijo.
“estos son mis principios, pero si no les gustan tengo otros”. Todos aceptamos que
es bueno tener principios, pero es mucho mejor tener finales. Resultados, obra
realizada, concreciones. Por cierto en este campo en el mundo anglosajón hay para
dar y regalar. Desde literatura, cursos, tesis doctorales, buenos servicios de
interpretación personal (malos también pero no es aquí el caso), interesantes y
efectivas exposiciones, etc. No sabemos en que medida la ip se ha metido en el
medio entre la gente y las obras y objetos en los museos (ignorante yo).

¿No es lamentable que en nuestro medio la ip deba ser interpretada? No hay clase,
artículo o libro que no relate en sus inicios la heroica historia de la interpretación
del patrimonio. Como la de aquel que levantó la cabeza y contempló uno de los
espectáculos más grandiosos que la naturaleza ofrece a los ojos del ser humano:
una aurora boreal, de “suprema, serena y celestial belleza” y que, sobrecogido por
tanta belleza “regresé a mi cabaña, avivé el fuego, me calenté un poco y me preparé
para ir a la cama, aunque demasiado feliz y rico en auroras como para dormirme.”
Quien así habla es John Muir, sin duda uno de los más importantes e influyentes
ambientalistas y defensor de la naturaleza de todos los tiempos, desgraciadamente
tan poco conocido en España.

Como aquél otro que se mudó a Colorado y comenzó a construir una cabaña de
troncos de madera cerca de las faldas de la montaña llamada Long's Peak, y que
más tarde escribió: "Todas las grandes felicidades de mi vida parecen haber estado
centradas alrededor de la cabañita que construí en mi adolescencia". Su nombre
era Enos Mill. Muir llevó a Mills a acampar a Yosemite y le contó sobre su sueño de
convertir a Yosemite en un parque nacional. Mills escuchó el consejo de Muir de
convertirse en un hábil observador de la naturaleza y luego escribir al respecto.
Muir también animó a Mills a que se convirtiera en un orador público y él así lo
hizo. Sus sueños se hicieron profecías cuando Mill escribíó en uno de sus libros :
"No tardará en que ser guía naturalista será una ocupación de honor y distinción.
Ojalá que seamos más".

Enos Mills sugirió que la meta de un guía naturalista es "iluminar y revelar".


Freeman Tilden tomó la idea de revelación y la hizo parte de sus seis principios de
interpretación.

Además de principios, que se siguen sumando a los seis originales y ya llevan un


buen par de docenas, explícitos e implícitos, la semántica interpretativa, sobre
todo por ser traducida a nuestro idioma, ha requerido, en ese afán de hacer de las
partes un todo, de verdaderos glosarios de términos de interpretación que luego
los intérpretes usan para hablar entre si y reconocerse en la uniformidad.

Términos como audiencia, atributos tangibles, intangibles y universales (me


referiré a estos en particular como una de los temas más interesantes de este arte),
rasgo, relevancia, develar, tópico (concepto funesto al menos para España, se
refiere a la materia o conceptos por tratar en una presentación. Luego tema pasa a
ser mensaje u oración-tema o clave interpretativa, ay!); y luego una extensa serie
de palabras corrientes de nuestro universo lingüístico a la que sólo hay que
agregarle interpretativo para que adquiera de forma automática un estatus
diferente y reconciliador con el grupo. Tal el caso de itinerario, medio, mensaje,
plan, servicios, rótulo, potencial, planificación.

Este último ha sido, al menos durante el fructífero y estimulante periodo en el que


formé parte de la Asociación para la Interpretación del Patrimonio, el objeto de
deseo de la mayoría de lo no iniciados. Uno podía leer en inglés una amplia
bibliografía del tema, podía darse cuenta que se trataba sin más que planificar los
medios interpretativos en un territorio, con todas sus implicancias y como todas
las planificaciones de servicios o regulaciones de uso, o esperar que la Asociación
diera un curso en condiciones en español y uno satisficiera sus expectativas de
tamaña herramienta. Por incapacidad idiomática, ausencia de recursos y formas de
hacerse con la bibliografía, carencia de ese ansiado curso (siempre había poco
tiempo, el tema daba para mucho más, etc. etc.) el tema es que la planificación
interpretativa, estimo, fue elevada a la condición de mito interpretativo para
muchos de los demandantes de conocimiento reciclado a nuestras circunstancias y
particularidades culturales.

Me he referido a la Asociación para la Interpretación del Patrimonio, asociación


altruista sin fines de lucro, que dio a este arte una condición y un estatus que de
otra forma y por el trabajo individual de ilustres maestros y reconocidos
profesionales de la interpretación, no hubiera tenido.

En su núcleo duro, al menos cinco personas conformaban una concentración de


conocimiento teórico y práctico de la interpretación en su versión anglosajona de
relevancia. Tal el caso de Jorge Morales, Francisco “Nutri” Guerra Rosado, Oscar
Cid, Alberto Benayas del Álamo y Jorge Ramos, todos ellos en un amplio espectro
profesional y de trabajo desde la esfera pública, la universidad y el ámbito privado.
En sus inicios debían ser más, pero eso forma parte de una historia de la que no fui
testigo.

Estas personas aportaron no solo conocimiento sino el convencimiento de que


nuestro arte era posible, efectivo y duradero en tanto pudiéramos como Asociación
implantarlo en la práctica profesional. Debo agregar a Guillermo …. Que desde
Canarias supo impulsar otro importante grupo y que tuvo la clarividencia de crear
una lista /foro de intercambio, igual que lo hizo la AIP, pero mientras esta última
se quedó en el ámbito íntimo y doméstico Guillermo supo inscribirla en la Red Iris
de ámbito universitario de investigación.

¿Cuál es el derrotero que no colocó a la AIP en el lugar relevante y potencialmente


difusor que este arte necesita aún en España? Doy por hecho que esto es así, y será
interesante ver qué opina al respecto la AIP de tamaña insolencia de afirmación.

Mi diagnóstico apunta a varias circunstancias, la primera es que se trata de una


asociación para una disciplina y no de los que la ejecutan, difunden, investigan y
amplían en un medio cultural muy diferente al de su origen. Asociación para la
Interpretación del Patrimonio y no Asociación de Intérpretes de Patrimonio.
Una asociación de profesionales, de médicos, chóferes, albañiles, ingenieros
nucleares, etc. tendría menos problemas que una Asociación para la Medicina,
para la conducción de vehículos, la construcción de casas o la ingeniería
subatómica. Menos problemas sobre todo porque serían, con mayor o menor
pericia, todos iguales profesionalmente hablando. Pero una Asociación “para”
(hacer, decir, disfrutar, enseñar, vilipendiar, reprimir, ensalzar) la Interpretación
es mucho más complicado por la falta de una identificación común en el hacer
de todos sus integrantes.

Es como pertenecer a una sociedad filantrópica universal, a una secta de afinidades


metafísicas o a un club de hedonistas por amor al arte (de interpretar?). Allí no
importa si uno es o no es, si sabe o no sabe; solo permanece la convicción de vivir
para o trabajar para, en este caso la Interpretación, con mayúsculas.

Es así que resulta muy difícil entonces comprender las diferencias entre asociarse
para una disciplina o defender los derechos laborales y/o intelectuales de los que
se suponen deberían estar ejerciéndola.

Resulta confuso encarar una tarea formativa cuando no se sabe quienes saben y
quienes no saben (aunque estos últimos son mucho más fáciles de reconocer) y
menos aún quién se arroga el derecho de enseñar algo. También es complicado
ponerse de acuerdo en enviar una carta de protesta sobre intrusismo profesional
porque si se trabaja para algo no importa que se es y por tanto nadie puede ocupar
un sitio de no se sabe qué. O sea, se han encadenado a un destino común de
defensa y valoración de una disciplina que no se sabe quién la ejerce plenamente,
al menos en España.

Cuando un grupo de personas se asocian para una disciplina lo más seguro es que
deban tener que precisar hasta el hartazgo de qué se trata y sostener a rajatabla
una definición única y valiosa, para que no se deteriore el objeto de culto que los
mantiene asociados. Por tanto si la definición es taxativa en cuanto al tiempo o al
sitio donde se ejerce, cualquier duda o propuesta de otra interpretación resulta
una herejía.

Trabajar para una disciplina y no desde ella produce muchos miedos: si se


considera que uno ya es un intérprete, miedo a no hacer lo correcto, a que me
cuestionen o que pierda mis privilegios de haber ingresado al club de los
exquisitos; si no se es intérprete miedo a no saber que estamos haciendo, a no
cumplir con las definiciones o ser juzgados por los verdaderos intérpretes.

Tal vez a algunos les gustaría pertenecer a una asociación de pésimos intérpretes
de patrimonio (PIP), al menos sabría cuales son sus intereses y cuales los de los
demás, sabría qué no sé y necesito aprender y sabría qué camino tomar a la hora
de hacer algo en conjunto con sus co-asociados.
La segunda circunstancia es la ausencia de una dirección intelectual unívoca y
permanente que tenga objetivos claros en la formación, investigación y relación de
este arte con otras disciplinas afines y/o complementarias de las que habría que
valerse para una efectiva adaptación al medio cultural y idiosincrático de nuestro
panorama patrimonial, tanto en el ámbito natural como histórico. Incluso que
existiera una o más corrientes de pensamiento con intereses en parte
contrapuestos, que permitiera un ejercicio de reflexión y selección por los
profesionales del ámbito que quisieran aplicar este arte a sus ámbitos de trabajo.

Hay más, la permanente afirmación de que en España no se hace Interpretación,


que los centros de interpretación no deben llamarse así y que en la mayoría de
ellos no hay interpretación, de que sólo es válida la interpretación personal (y en
ese sustento se ignora la museografía y las nuevas tecnologías), cuando en la
realidad muchos de esos centros tuvieron a integrantes (el que suscribe por
ejemplo) en el diseño y realización de una infinidad de ellos y que casi todos sus
integrantes trabajan o aportan su trabajo de forma directa o indirecta en planes,
programas y acciones que tienen a la interpretación del patrimonio como principal
objetivo.

La ip es un arte muy valioso e interesante y como tal necesita ser enseñado por
maestros que vivan, piensen y desarrollen su arte de forma efectiva en el ámbito
cultural al que pertenecen. Tal vez no ocurra lo mismo con la pintura, la escultura o
la música, o sí, depende de la ideología con la que el arte se entienda.

El siglo XX trajo aparejado lo inter disciplinario, la conexión de saberes, la paradoja


del mundo global en convivencia con los particularismos culturales. La ruptura de
los grandes relatos históricos escritos desde la centralidad del poder político y
económico, de los paradigmas científicos aparentemente inamovibles. Aparecen
las historias particulares, de la vida cotidiana, de los homosexuales, los indígenas;
se indaga en la física subatómica, la nanotecnología, la física cuántica donde los
parámetros de la materia cambian y hasta se diluyen. Perdón me puse pedante y
exagerado, pero digo, ¿se pueden mantener media docena o hasta dos docenas de
principios por los cuales regir un arte?

¿Cuántos textos e ideas hablan de interpretación del patrimonio desde otros


saberes sin que nos relacionemos con ellos? ¿Se puede ser exclusivista y sostener
un coto cerrado de conocimiento?

De una importante serie de conceptos y experiencias positivas de la ip quiero


destacar aquí el tema de las conexiones intelectuales y emocionales, el concepto de
los tangibles, intangibles y universales y el potencial que implica involucrar las
teorías de la comunicación y el lenguaje, la psicología del conocimiento, así como
los alcances de las ciencias humanas en estudios de cultura material y economía
política y hasta turismo.

La conciencia de la complejidad y la particularidad del uso de diferentes lenguajes,


incluso el de los objetos y el del arte, pueden convertir a la ip en un poderoso
medio de comunicación estratégica, para usar términos de Morales.

A partir del momento de ir más allá de la exposición lineal de un tema, usando los
objetos como simples testigos y donde el visitante es tratado como un receptor
pasivo, la intención cambia a la de un diálogo con el visitante, privilegiando en la
concepción, producción y realización de la misma, el uso adecuado de las
particularidades de su lenguaje, así lo expresa, por ejemplo literalmente una
investigadora de museos que no tiene relación con la ip.

La ip incluye (sin decirlo porque se trata muchas veces de un prospecto) de


sintaxis, semántica y pragmática, de mediación entre cosas, temas, fenómenos y
personas. De la exposición (museográfica) aunque lo que nos llega sean reglas de
carácter muy general, aún cuando existen profesionales que estudian y trabajan
con el diseño como medio eficaz para la ip en exposiciones (citar). “La exposición
cobra sentido en el que el visitante descubre las claves del mensaje y lo re-
interpreta siguiendo las pautas de quién lo concibe, confrontándolos con su
experiencia personal y sus referentes en el mundo real”. Sentencia sustentada
fuera del ámbito de la ip y que se ajusta en todo a su filosofía. No voy a continuar
por este camino. Queda claro, no solo saben de ip los que están inmersos en su
mundo; buscar referentes y coincidencias en otros saberes sería muy estimulante
para quienes vemos en la ip “tradicionalista” una especie de grupo secreto, o secta
de iniciados.

Creo que no hay ninguna herejía en sostener que el diseño de un sendero y una
exposición tienen puntos en común muy importantes, sobre todo el lenguaje de los
objetos. En el museo, en el yacimiento arqueológico o en un sendero cada objeto es
un desafío para el visitante, es portador de un significado, de un sentido, y un valor
ajeno tal vez a nuestro mundo cotidiano y el deseo de apropiarse de ello es el
motor de la experiencia como medio de comunicación. Parafraseando a Barvier-
Bouvert la experiencia es el recorrido, “una práctica del cuerpo en el espacio: las
características del lugar, la dialéctica de lo lleno y lo vacío, de lo sombrío y lo claro,
lo exterior y lo interior, de lo cerrado y lo abierto inciden directamente sobre la
percepción misma de esos que se está mostrando”.

En determinadas circunstancias el saber interpretativo local, resulta poco eficiente


no solo en la interpretación personal, sino también en la poca relación con el
patrimonio histórico y principalmente con los vestigios patrimoniales ya sea de
carácter mueble o inmueble (centros históricos, arquitectura singular dispersa o
colecciones de museos) cuando en el mundo anglosajón, sobre todo europeo, las
diferencias no son tan marcadas. El paso de la educación ambiental a la
interpretación ambiental y a la interpretación del patrimonio mantiene aún sus
secuelas.

Un concepto poco tratado es el de la memoria, cuando esta se convierte en el


medio para retener y socializar la sensación o el conocimiento experimentado en la
exposición o el itinerario; el encuentro con el patrimonio (experiencia de primera
mano insustituible, pero no siempre necesariamente mediatizada por un guía
personal) es algo que quiere ser recordado.

Pero en otra escala, la memoria es la traza que deja la experiencia, las marcas del
pasado que permanecen latentes en cada acto humano sea individual o colectivo, la
memoria se fija a través de las emociones, un olor, un color o una palabra puede
desencadenar una serie de pequeños instantes que constituirán el recuerdo del
evento. Los museos, sectores de la ciudad, un yacimiento arqueológico, un sitio o
monumento natural, son el centro de las emociones colectivas donde se alberga la
materialización de la memoria, los objetos son sus instrumentos y la presentación
in situ es el espacio donde se configura: lugares para incentivar el encuentro
emotivo e intelectual con el conocimiento y la expresión colectiva. (Angélica
Núñez, 2007).

En esas conexiones intelectuales y emocionales se hace poderosa la ip. Aunque he


tenido la sensación que siempre se apela a las conexiones personales con el
patrimonio y debe agregarse que también interesan las conexiones de las personas
que asisten a una experiencia patrimonial entre si y entre distintos saberes y
conocimientos.

Pensemos en la visión del otro, ya sea como público o expositor; en un país


pluriétnico y multicultural donde existen memorias que se resisten a desaparecer
donde, por el contrario, adquieren fuerza como el caso de lo indígena, lo afro o
incluso lo mestizo y lo híbrido, la percepción de la interpretación empuja a una
acción más completa que hablar solo de conexiones intelectuales y emocionales
sino también a convertir experiencias de reflexión y motivación para la
construcción de identidades.

Hay finalmente un espacio para el debate desde una perspectiva europea y en


particular meridional y mediterránea. Los particularismos culturales para el
consumo de experiencias patrimoniales. La presencia masiva de vestigios del
pasado común, del aluvión y decantación de pueblos que fueron dejando de forma
progresiva capas, unas encima de otras, de su producción material e inmaterial en
un espacio antropizado donde resulta difícil saber hoy que es natural, nos anima a
tener que definir qué es ip en nuestro contexto.

La práctica europea y la americana, aun en sus esferas anglosajonas y latinas en la


comunicación y presentación del patrimonio natural y cultural son muy diferentes.
Pensemos que en un país como Italia, que presume de poseer el 50% del
patrimonio cultural occidental, es casi una disciplina desconocida, mientras que en
los Estados Unidos de Norteamérica, donde abundan los servicios interpretativos
sobre todos en los grandes parques nacionales, el patrimonio histórico representa
un volumen muy inferior en el consumo cultural que la potencia de su naturaleza.
Mientras en Europa el uso y disfrute del patrimonio está vinculado en gran parte a
un estatus socioeconómico en otros países como Canadá, Usa o Australia
responden más a criterios de consumo ligado al ocio y el esparcimiento en
contacto con lo natural.

Así pues, muchas veces existen recelos parte de muchos profesionales, entre los
que me incluyo, que vemos prescripciones del tipo ABC (amena, breve y concisa)
o decálogos como: esto requiere armonizar impresiones y señales positivas;
eliminar señales negativas; iinvolucrar los cinco sentidos; tematizar y ofrecer
recuerdos tangibles (regalo), que nos hablan más de mercadotecnia o publicidad
que de comunicar el patrimonio y generar experiencias efectivas para inspirar al
visitante en la conservación de nuestra herencia patrimonial.

Se me puede decir que todo podría resumirse a un manejo más cuidado de la


terminología profesional, pero yo aludo a que las palabras y las formas definen la
ideología de una disciplina. En la ip anglosajona americana persiste un marcado
resabio de psicología conductista, un velado propósito de cambiar algo en la
conducta del visitante… E incluso en la de los aspirantes a intérpretes, analicemos
estas frases: “si usted comienza a notar un patrón de autores que construyen sobre
la obra de sus antecesores, entonces empieza a pensar como un intérprete y a ver
los vínculos que nos unen a todos” o que el educando en “metodología de la
interpretación tenga que ‘asumir’ los principios de Tilden, los planteamientos de
Aldrige, conocer y asumir el trabajo de Williams Lewis” es como si me dijeran que
sólo los intérpretes de patrimonio reconocen que el conocimiento se sustenta en el
conocimiento de los predecesores (tamaña obviedad) o que debo inmolarme ante
el altar de Darwin si quiero ser biólogo. Lo siento es un despropósito educativo y
una forma maniquea de formación. Sostengo con Descartes que dudo luego existo y
seré o no seré un intérprete de patrimonio pero no asumo ningún principio de
antemano porque muchas de estas afirmaciones tienen un sustento conductista de
haber sido trabajadas en laboratorio (sea físico o virtual). No puedo ir por aquí ni
en formación ni en comunicación estratégica de lo que sea y menos del patrimonio.

Si formar un intérprete es entrenar la conducta de un individuo para que asuma,


conozca y ejecute acciones y formas de trabajo establecidas por el National Park
Service (sobre todo) o la NAI o unos profesores que se reafirman en su sucesión y
en un patrón de conductas, me bajo del tranvía. ¿Es una “revolución” que en los 90
el NPS hizo que todo el enfoque de la ip se centrara en el desarrollo de la ecuación
(CR+CD)xTA=OI
Donde CR es conocimiento del recurso CD el conocimiento del destinatario, TA
técnicas apropiadas y OI oportunidades para interpretar. Es una obviedad por un
lado y me llevaría años definir que son técnicas apropiadas, y no lo lograría porque
solo con el avance de la tecnología informática tendría que replantearme el tema
cada año, al menos, claro está, que sostenga que la ip solo es válida a nivel
personal, y solo es efectiva si cumplo con los términos contractuales que me
impone un servicio de parque nacionales de otro país. (tequieriryá quillo!)

Me sumo a la propuesta de Jorge Morales cuando dice: “creo firmemente que los
que nos dedicamos a la docencia de esta materia (y yo agrego también a los que la
ejecutan) necesitamos un reciclaje permanente, así como unas bases mínimas
-estándares- para abordar con rigor estos aspectos ‘esenciales’ (las comillas no
son mías) de la metodología de la ip” . Muy bien ahora pregunto¿ están dispuestos
a ofrecer una interdisciplina, no vamos a abjurar de la pedagogía del patrimonio,
de las teorías modernas del lenguaje, de entender qué es la hermenéutica o saber
trabajar con dinámica de grupos, y expresión y lenguaje corporal? O reciclarnos
será seguir viendo qué novedades nos ofrecen los centros de producción
intelectual de la disciplina?

Sigo teniendo la sensación del prospecto, indica la dosis, advierte de las


contraindicaciones, es objetivo pero no puede decirnos porqué estoy enfermo.
La literatura de la ip deja tranquilo, tiene la virtud de ser fácilmente entendible,
organizada, breve, concisa, no lleva mucho leerla pero produce un abismo interior
en pasar a decidir ponerla en práctica, me recuerda a unos cursos de dibujo por
correo que había cuando era niño y que te hacía sentir que tu también podías ser
Leonardo. Hasta que cogías el lápiz.
Quiero reforzarme en decir que la ip es un arte muy interesante, creo que puede
ser efectivo, pero para dejarme convencer quiero que no me den principios sino
probabilidades que se produzca una adaptación de sus técnicas a nuestros países y
nuestras idiosincracias.

Tal vez aquí deba dejar este texto y replantearme seriamente si tiene sentido.

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