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Hay miles de personas e instituciones a las que les fascina meterse en el medio.
Unos de esos son los intérpretes de patrimonio, que no ejecutan una partitura, ni
bailan al compás de una música y que en muchos casos también podrían ser
ejecutados por metidos.
De todo lo que pude leer nunca han utilizado el término mediar, que es otra forma
de meterse en el medio, nunca mejor dicho, pero de significado totalmente
diferente. Veamos; en su primera acepción, mediar es llegar a la mitad de algo. Esto
puede ser fatal o muy bueno según se presente. Pero sobre todo mediar es
interceder o rogar por alguien, interponerse entre dos o más que riñen o
contienden, procurando reconciliarlos y unirlos en amistad.
¿No es lamentable que en nuestro medio la ip deba ser interpretada? No hay clase,
artículo o libro que no relate en sus inicios la heroica historia de la interpretación
del patrimonio. Como la de aquel que levantó la cabeza y contempló uno de los
espectáculos más grandiosos que la naturaleza ofrece a los ojos del ser humano:
una aurora boreal, de “suprema, serena y celestial belleza” y que, sobrecogido por
tanta belleza “regresé a mi cabaña, avivé el fuego, me calenté un poco y me preparé
para ir a la cama, aunque demasiado feliz y rico en auroras como para dormirme.”
Quien así habla es John Muir, sin duda uno de los más importantes e influyentes
ambientalistas y defensor de la naturaleza de todos los tiempos, desgraciadamente
tan poco conocido en España.
Como aquél otro que se mudó a Colorado y comenzó a construir una cabaña de
troncos de madera cerca de las faldas de la montaña llamada Long's Peak, y que
más tarde escribió: "Todas las grandes felicidades de mi vida parecen haber estado
centradas alrededor de la cabañita que construí en mi adolescencia". Su nombre
era Enos Mill. Muir llevó a Mills a acampar a Yosemite y le contó sobre su sueño de
convertir a Yosemite en un parque nacional. Mills escuchó el consejo de Muir de
convertirse en un hábil observador de la naturaleza y luego escribir al respecto.
Muir también animó a Mills a que se convirtiera en un orador público y él así lo
hizo. Sus sueños se hicieron profecías cuando Mill escribíó en uno de sus libros :
"No tardará en que ser guía naturalista será una ocupación de honor y distinción.
Ojalá que seamos más".
Es así que resulta muy difícil entonces comprender las diferencias entre asociarse
para una disciplina o defender los derechos laborales y/o intelectuales de los que
se suponen deberían estar ejerciéndola.
Resulta confuso encarar una tarea formativa cuando no se sabe quienes saben y
quienes no saben (aunque estos últimos son mucho más fáciles de reconocer) y
menos aún quién se arroga el derecho de enseñar algo. También es complicado
ponerse de acuerdo en enviar una carta de protesta sobre intrusismo profesional
porque si se trabaja para algo no importa que se es y por tanto nadie puede ocupar
un sitio de no se sabe qué. O sea, se han encadenado a un destino común de
defensa y valoración de una disciplina que no se sabe quién la ejerce plenamente,
al menos en España.
Cuando un grupo de personas se asocian para una disciplina lo más seguro es que
deban tener que precisar hasta el hartazgo de qué se trata y sostener a rajatabla
una definición única y valiosa, para que no se deteriore el objeto de culto que los
mantiene asociados. Por tanto si la definición es taxativa en cuanto al tiempo o al
sitio donde se ejerce, cualquier duda o propuesta de otra interpretación resulta
una herejía.
Tal vez a algunos les gustaría pertenecer a una asociación de pésimos intérpretes
de patrimonio (PIP), al menos sabría cuales son sus intereses y cuales los de los
demás, sabría qué no sé y necesito aprender y sabría qué camino tomar a la hora
de hacer algo en conjunto con sus co-asociados.
La segunda circunstancia es la ausencia de una dirección intelectual unívoca y
permanente que tenga objetivos claros en la formación, investigación y relación de
este arte con otras disciplinas afines y/o complementarias de las que habría que
valerse para una efectiva adaptación al medio cultural y idiosincrático de nuestro
panorama patrimonial, tanto en el ámbito natural como histórico. Incluso que
existiera una o más corrientes de pensamiento con intereses en parte
contrapuestos, que permitiera un ejercicio de reflexión y selección por los
profesionales del ámbito que quisieran aplicar este arte a sus ámbitos de trabajo.
La ip es un arte muy valioso e interesante y como tal necesita ser enseñado por
maestros que vivan, piensen y desarrollen su arte de forma efectiva en el ámbito
cultural al que pertenecen. Tal vez no ocurra lo mismo con la pintura, la escultura o
la música, o sí, depende de la ideología con la que el arte se entienda.
A partir del momento de ir más allá de la exposición lineal de un tema, usando los
objetos como simples testigos y donde el visitante es tratado como un receptor
pasivo, la intención cambia a la de un diálogo con el visitante, privilegiando en la
concepción, producción y realización de la misma, el uso adecuado de las
particularidades de su lenguaje, así lo expresa, por ejemplo literalmente una
investigadora de museos que no tiene relación con la ip.
Creo que no hay ninguna herejía en sostener que el diseño de un sendero y una
exposición tienen puntos en común muy importantes, sobre todo el lenguaje de los
objetos. En el museo, en el yacimiento arqueológico o en un sendero cada objeto es
un desafío para el visitante, es portador de un significado, de un sentido, y un valor
ajeno tal vez a nuestro mundo cotidiano y el deseo de apropiarse de ello es el
motor de la experiencia como medio de comunicación. Parafraseando a Barvier-
Bouvert la experiencia es el recorrido, “una práctica del cuerpo en el espacio: las
características del lugar, la dialéctica de lo lleno y lo vacío, de lo sombrío y lo claro,
lo exterior y lo interior, de lo cerrado y lo abierto inciden directamente sobre la
percepción misma de esos que se está mostrando”.
Pero en otra escala, la memoria es la traza que deja la experiencia, las marcas del
pasado que permanecen latentes en cada acto humano sea individual o colectivo, la
memoria se fija a través de las emociones, un olor, un color o una palabra puede
desencadenar una serie de pequeños instantes que constituirán el recuerdo del
evento. Los museos, sectores de la ciudad, un yacimiento arqueológico, un sitio o
monumento natural, son el centro de las emociones colectivas donde se alberga la
materialización de la memoria, los objetos son sus instrumentos y la presentación
in situ es el espacio donde se configura: lugares para incentivar el encuentro
emotivo e intelectual con el conocimiento y la expresión colectiva. (Angélica
Núñez, 2007).
Así pues, muchas veces existen recelos parte de muchos profesionales, entre los
que me incluyo, que vemos prescripciones del tipo ABC (amena, breve y concisa)
o decálogos como: esto requiere armonizar impresiones y señales positivas;
eliminar señales negativas; iinvolucrar los cinco sentidos; tematizar y ofrecer
recuerdos tangibles (regalo), que nos hablan más de mercadotecnia o publicidad
que de comunicar el patrimonio y generar experiencias efectivas para inspirar al
visitante en la conservación de nuestra herencia patrimonial.
Me sumo a la propuesta de Jorge Morales cuando dice: “creo firmemente que los
que nos dedicamos a la docencia de esta materia (y yo agrego también a los que la
ejecutan) necesitamos un reciclaje permanente, así como unas bases mínimas
-estándares- para abordar con rigor estos aspectos ‘esenciales’ (las comillas no
son mías) de la metodología de la ip” . Muy bien ahora pregunto¿ están dispuestos
a ofrecer una interdisciplina, no vamos a abjurar de la pedagogía del patrimonio,
de las teorías modernas del lenguaje, de entender qué es la hermenéutica o saber
trabajar con dinámica de grupos, y expresión y lenguaje corporal? O reciclarnos
será seguir viendo qué novedades nos ofrecen los centros de producción
intelectual de la disciplina?
Tal vez aquí deba dejar este texto y replantearme seriamente si tiene sentido.