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BIBLIOGRAFIA
DE APOYO:
INSTITUCIÓN EDUCATIVA LUIS CARLOS GONZALEZ MEJIA
Resolución 3706 de octubre 29 de 2009
Nit. 816006339-9 DANE 166001003505
Carrera 17 No. 82-103 Gamma II-III Tels. 3271545 - 321 6473435
COORDINACIÓN ACADÉMICA
Autor: Augusto Monterroso. Título: El paraíso imperfecto. Editorial: De Bolsillo.
Autor: Jorge Luis Borges Título: El libro de los seres imaginarios. Editorial: Fondo de cultura Económica
Autor: Juan Manuel Barrero Título: Juan Manuel Valero Editorial: Revista de poesía La otra
ANEXO DE MICROCUENTOS
La tortuga y Aquiles
Por fin, según el cable, la semana pasada la tortuga llegó a la meta.
En rueda de prensa declaró modestamente que siempre temió perder, pues su contrincante le pisó todo el tiempo los talones.
En efecto, una diezmiltrillonésima de segundo después, como una flecha y maldiciendo a Zenón de Elea, llegó Aquiles.
La fe y las montañas
Al principio la Fe movía montañas sólo cuando era absolutamente necesario, con lo que el paisaje permanecía igual a sí mismo durante milenios. Pero cuando la Fe comenzó a propagarse y a la gente le
pareció divertida la idea de mover montañas, éstas no hacían sino cambiar de sitio, y cada vez era más difícil encontrarlas en el lugar en que uno las había dejado la noche anterior; cosa que por
supuesto creaba más dificultades que las que resolvía.
La buena gente prefirió entonces abandonar la Fe y ahora las montañas permanecen por lo general en su sitio. Cuando en la carretera se produce un derrumbe bajo el cual mueren varios viajeros, es
que alguien, muy lejano o inmediato, tuvo un ligerísimo atisbo de fe.
Al cabo de varios años, y después de persistentes esfuerzos sobre sí mismo, caminaba con facilidad en dos patas y a veces sentía que estaba ya a punto de ser un hombre, excepto por el hecho de que
no mordía, movía la cola cuando encontraba a algún conocido, daba tres vueltas antes de acostarse, salivaba cuando oía las campanas de la iglesia, y por las noches se subía a una barda a gemir viendo
largamente a la luna.
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COORDINACIÓN ACADÉMICA
Como él estuvo de acuerdo, ellos se retiraron corridos, como la vez que la Cigarra se decidió y dijo a la Hormiga todo lo que tenía que decirle.
El dinosaurio
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
ABTU Y ANET
Según la mitología de los egipcios, Abtu y Anet son dos peces idénticos y sagrados que van nadando ante la nave de Ra, dios del sol, para advertirlo contra cualquier peligro. Durante el día, la nave viaja
por el cielo, del naciente al poniente: durante la noche, bajo tierra, en dirección inversa
Desenlace súbito
Este cuento se acabó.
Confesión
Sí, lo lamento de todo corazón, ¿pero ¿qué se gana el muerto con tanto arrepentimiento y compasión?
En el insomnio sí
Antes soñaba con ella, ahora sueña con poder dormir.
Desamores rancheros
No quiero hacer de esta ruptura una canción de José Alfredo Jiménez, pero por Dios que me partiste el alma.
El viudo *
Uno quisiera ponerse triste y agarrarse a este sentimiento como una suerte de expiación. Pero todo es inútil: soy presa de la felicidad y temo echarme a reír con cada nuevo abrazo de pésame por la
muerte de mi esposa.
La casa embrujada
Crucé la puerta de la entrada y me invadió el terror: mi suegra, mis cuñadas y mi esposa platicaban animadamente en el comedor.
Parece mentira
De un solo grito mi mujer destruyó mis sueños de escritor:
–¡Vete con tus cuentos a otra parte!
Fiesta sorpresa *
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COORDINACIÓN ACADÉMICA
Ayer mi casa era una fiesta. Mis papás invitaron a todo mundo: llegaron parientes, amigos y vecinos, todos muy bien disfrazados. Hubo abrazos, café y coca colas. Mi tía Lola recitó algunos versos de
Horacio Quiroga, una prima lejana fingió un desmayo, yo estrené pantalón largo y nadie me mandó a la cama temprano. Todo, gracias a la muerte repentina de mi hermanita.
La fatídica realidad
Nuestro amor parecía de novela y se convirtió en un cuento corto.
Pedal y fibra *
Quiso darle un giro a su vida y cambió el cigarrillo por la bicicleta. Un microbús echó a perder sus planes.
La mujer infiel
Azucena perdió la compostura, empezó a engañar al amante con el marido
Llegó la paz
Terminó la guerra porque ya no había ni buenos ni malos, todos estaban muertos.
Monomanía
Desde tu partida, la hoja en blanco se convirtió en una sábana donde te sigo haciendo el amor.
Ahogo
Lloró toda la noche, hasta convertir a la habitación en una alberca. El amante se cayó de la cama y no sabía nadar.
Sin duda…
No hay mayor placer que encontrar a una mujer perdida.
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Un grito desesperado
Su último recurso fue sumirse en el silencio, pero nadie escuchó nada.
En un desierto lugar del Irán hay una no muy alta torre de piedra, sin puerta ni ventana. En la única habitación (cuyo piso es de tierra y que tiene la forma de círculo) hay una mesa de madera y un banco.
En esa celda circular, un hombre que se parece a mí escribe, en caracteres que no comprendo, un largo poema sobre un hombre que en otra celda circular escribe un poema sobre un hombre que en
otra celda circular… El proceso no tiene fin y nadie podrá leer lo que los prisioneros escriben.
-¡Que extraño! -dijo la muchacha avanzando cautelosamente-. ¡Qué puerta más pesada!
La tocó, al hablar, y se cerró de pronto, con un golpe.
-¡Dios mío! -dijo el hombre-. Me parece que no tiene picaporte del lado de adentro. ¡Cómo, nos han encerrado a los dos!
-A los dos no. A uno solo -dijo la muchacha.
Pasó a través de la puerta y desapareció.
El poeta de moda murió, y levantaron una estatua. Al pie grabaron uno de los epigramas que le valieron la inmortalidad y que ahora provoca la indiferencia o la risa, como la chistera, el corbatín y la
barba de chivo del pobre busto. El Infierno no es de fuego ni de hielo, sino de bronce imperecedero.
Tengo gafas para ver verdades. Como no tengo costumbre no las uso nunca.
Sólo una vez…
Mi mujer dormía a mi lado.
Puestas las gafas, la miré.
La calavera del esqueleto que yacía debajo de las sabanas roncaba a mi lado, junto a mí.
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El hueso redondo sobre la almohada tenía los cabellos de mi mujer, con los rulos de mi mujer.
Los dientes descarnados que mordían el aire a cada ronquido, tenían la prótesis de platino de mi mujer.
Acaricié los cabellos y palpé el hueso procurando no entrar en las cuencas de los ojos: no cabía duda, aquello era mi mujer.
Dejé las gafas, me levanté, y estuve paseando hasta que el sueño me rindió y me volvió a la cama.
Desde entonces, pienso mucho en las cosas de la vida y de la muerte.
Amo a mi mujer, pero si fuera más joven me metería a monje.
Todas las mañanas llego a la oficina, me siento, enciendo la lámpara, abro el portafolios y, antes de comenzar la tarea diaria, escribo una línea en la larga carta donde, desde hace catorce años, explico
minuciosamente las razones de mi suicidio.
Me senté en la última fila del autobús escolar, suplicando baches. Por fin salíamos de excursión toda la clase, y mis compañe ras se regocijaban en sus asientos, mientras piropeaban al conductor. La
profesora decía que la primavera no tiene remedio. Unos días antes yo había hecho el amor por primera vez. Sin precauciones.
Apostados cada uno en una esquina de la cama le veían cada noche rezar y dormir. Una vez quisieron mostrarse. El niño rompió a gritar y su madre trató de convencerle de que los monstruos no existían.
Ellos bajaron la cabeza, avergonzados, y ocultaron su fealdad tras sus alas.
Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu.
Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía cinco años. Fue una de esas tragedias familiares que sólo alivian el tiempo y la circunstancia de la familia numerosa. Veinte años después mi hermano Eloy
sacaba agua un día de aquel pozo al que nadie jamás había vuelto a asomarse. En el caldero descubrió una pequeña botella con un papel en el interior. «Este es un mundo como otro cualquiera», decía
el mensaje.
Perseguido por tres libélulas gigantes, el cíclope alcanzó el centro del laberinto, donde había una clepsidra. Tan sediento estaba que sumergió irreflexivamente su cabeza en las aguas de aquel reloj
milenario. Y bebió sin mesura ni placer. Al apurar la última gota, el tiempo se detuvo para siempre.
En el paraíso terrenal, en el día luminoso en que las flores fueron creadas, y antes de que Eva fuese tentada por la serpiente, el maligno espíritu se acercó a la más linda rosa nueva en el momento en
que ella tendía, a la caricia del celeste sol, la roja virginidad de sus labios.
-Eres bella.
-Lo soy -dijo la rosa.
-Bella y feliz – prosiguió el diablo-. Tienes el color, la gracia y el aroma. Pero…
-¿Pero?…
-No eres útil. ¿No miras esos altos árboles llenos de bellotas? Ésos, a más de ser frondosos, dan alimento a muchedumbres de seres animados que se detienen bajo sus ramas. Rosa, ser bella es poco…
La rosa entonces –tentada como después lo sería la mujer- deseó la utilidad, de tal modo que hubo palidez en su púrpura.
Pasó el buen Dios después del alba siguiente.
-Padre –dijo aquella princesa floral, temblando en su perfumada belleza-, ¿queréis hacerme útil?
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-Sea, hija mía –contestó el Señor, sonriendo.
Y así vio el mundo la primera col.
La sentencia, de Wu Ch’eng-en
Aquella noche, en la hora de la rata, el emperador soñó que había salido de su palacio y que en la oscuridad caminaba por el jardín, bajo los árboles en flor. Algo se arrodilló a sus pies y le pidió amparo.
El emperador accedió; el suplicante dijo que era un dragón y que los astros le habían revelado que al día siguiente, antes de la caída de la noche, Wei Cheng, ministro del emperador, le cortaría la
cabeza. En el sueño, el emperador juró protegerlo.
Al despertarse, el emperador preguntó por Wei Cheng. Le dijeron que no estaba en el palacio; el emperador lo mandó buscar y lo tuvo atareado el día entero, para que no matara al dragón, y hacia el
atardecer le propuso que jugaran al ajedrez. La partida era larga, el ministro estaba cansado y se quedó dormido.
Un estruendo conmovió la tierra. Poco después irrumpieron dos capitanes, que traían una inmensa cabeza de dragón empapada en sangre. La arrojaron a los pies del emperador y gritaron:
-¡Cayó del cielo!
Wei Cheng, que había despertado, la miró con perplejidad y observó:
-Qué raro, yo soñé que mataba a un dragón así.
El novelista, en mangas de camisa, metió en la máquina de escribir una hoja de papel, la numeró, y se dispuso a relatar un abordaje de piratas. No conocía el mar y sin embargo iba a pintar los mares del
sur, turbulentos y misteriosos; no había tratado en su vida más que a empleados sin prestigio romántico y a vecinos pacíficos y oscuros, pero tenía que decir ahora cómo son los piratas; oía gorjear a los
jilgueros de su mujer, y poblaba en esos instantes de albatros y grandes aves marinas los cielos sombríos y empavorecedores.
La lucha que sostenía con editores rapaces y con un público indiferente se le antojó el abordaje; la miseria que amenazaba su hogar, el mar bravío. Y al describir las olas en que se mecían cadáveres y
mástiles rotos, el mísero escritor pensó en su vida sin triunfo, gobernada por fuerzas sordas y fatales, y a pesar de todo fascinante, mágica, sobrenatural.
En una de sus guerras, Alí derribó a un hombre y se arrodilló sobre su pecho para decapitarlo. El hombre le escupió en la cara. Alí se incorporó y lo dejó. Cuando le preguntaron por qué había hecho
eso, respondió:
-Me escupió en la cara y temí matarlo estando yo enojado. Sólo quiero matar a mis enemigos estando puro ante Dios.
Una mujer está sentada sola en una casa. Sabe que no hay nadie más en el mundo: todos los otros seres han muerto. Golpean a la puerta.
Por fin. La desconocida subía siempre en aquella parada. «Amplia sonrisa, caderas anchas… una madre excelente para mis hijos» , pensó. La saludó; ella respondió y retomó su lectura: culta, moderna.
Él se puso de mal humor: era muy conservador. ¿Por qué respondía a su saludo? Ni siquiera lo conocía.
Dudó. Ella bajó.
Se sintió divorciado: «¿Y los niños, con quién van a quedarse?»
Un hombre pobre se encontró en su camino a un antiguo amigo. Éste tenía un poder sobrenatural que le permitía hacer milagros. Como el hombre pobre se quejara de las dificultades de su vida, su
amigo tocó con el dedo un ladrillo que de inmediato se convirtió en oro. Se lo ofreció al pobre, pero éste se lamentó de que eso era muy poco. El amigo tocó un león de piedra que se convirtió en un
león de oro macizo y lo agregó al ladrillo de oro. El amigo insistió en que ambos regalos eran poca cosa.
-¿Qué más deseas, pues? -le preguntó sorprendido el hacedor de prodigios.
-¡Quisiera tu dedo! -contestó el otro.
Cuenta la historia que había una vez un verdugo llamado Wang Lun, que vivía en el reino del segundo emperador de la dinastía Ming. Era famoso por su habilidad y rapidez al decapitar a sus víctimas,
pero toda su vida había tenido una secreta aspiración jamás realizada todavía: cortar tan rápidamente el cuello de una persona que la cabeza quedara sobre el cuello, posada sobre él. Practicó y practicó
y finalmente, en su año sesenta y seis, realizó su ambición.
Era un atareado día de ejecuciones y él despachaba cada hombre con graciosa velocidad; las cabezas rodaban en el polvo. Llegó el duodécimo hombre, empezó a subir el patíbulo y Wang Lun, con un
golpe de su espada, lo decapitó con tal celeridad que la víctima continuó subiendo. Cuando llegó arriba, se dirigió airadamen te al verdugo:
-¿Por qué prolongas mi agonía? -le preguntó-. ¡Habías sido tan misericordiosamente rápido con los otros!
Fue el gran momento de Wang Lun; había coronado el trabajo de toda su vida. En su rostro apareció una serena sonrisa; se volvió hacia su víctima y le dijo:
-Tenga la bondad de inclinar la cabeza, por favor.