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Tema 14: África: territorio y sociedades. África Mediterránea y África Subsahariana: contrastes...

TEMA 14: ÁFRICA: TERRITORIO Y SOCIEDADES. ÁFRICA


MEDITERRÁNEA Y ÁFRICA SUBSAHARIANA: CONTRASTES FÍSICOS,
SOCIOECONÓMICOS Y HUMANOS

1- CARACTERIZACIÓN. UNIDAD Y DIVERSIDAD.


2- EL MEDIO FÍSICO: UN FACTOR DETERMINANTE.
3- CONDICIONES HISTÓRICAS DE LA ORGANIZACIÓN ESPACIAL.
4- PERVIVENCIA DE LAS ESTRUCTURAS AGRARIAS
TRADICIONALES Y AGRICULTURA DE EXPORTACIÓN.
5- INDUSTRIA Y TRANSPORTES: LA HERENCIA COLONIAL.
6- LAS CIUDADES: CRECIMIENTO ACELERADO Y DEBILIDAD DEL
ENTRAMADO URBANO.
7- EL ESPACIO AFRICANO: DEPENDENCIA Y DESEQUILIBRIOS
REGIONALES.
8- BIBLIOGRAFÍA.

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1- Caracterización. Unidad y diversidad.


El África mediterránea (Marruecos, Argelia, Túnez, Libia y Egipto) y Subsahariana constituye
un ejemplo de geografía colonial: tal vez éste sea el principal factor de unidad. El análisis de un
área tan heterogénea desde la perspectiva de la Geografía Regional ofrece la complejidad
proveniente de sus grandes dimensiones -30,3 millones de Km2, entre los 37º N y 35º S.
El medio africano llama la atención por una casi geométrica distribución zonal, con una gran
homogeneidad en la distribución de los medios bioclimáticos en franjas simétricas a ambos lados
del Ecuador. El relieve, compuesto en un 96% del continente por el zócalo, sólo se ve
transformados en los extremos N y S (Atlas y Drakensberg), en el sector oriental (de grandes
macizos y rifts): las grandes altitudes, que modifican sustancialmente los medios bioclimáticos,
son relativamente escasos, dominando la monotonía de las grandes plataformas de horizontes
abiertos y llanos, salpicadas de monadnocks. Los materiales del zócalo ofrecen un suelo
extraordinariamente rico en minerales, y el clima, pluvioso, supone un gran potencial teórico
agrario e hidroeléctrico: justo lo opuesto a los geógrafos deterministas aducían para justificar
tradicionalmente el subdesarrollo africano.
La debilidad demográfica predominante (incluso más allá de la aridez del desierto) tiene causas
históricas, pues el análisis de sus comportamientos demográficos pone al descubierto que en la
actualidad son países con un crecimiento de la población relativamente elevado. África tenía en
2010 aproximadamente 1.200 millones de habitantes en sus más de 30 millones de kilómetros
cuadrados, lo que supone una media de apenas 40 habitantes por Km 2 (que sería de unos 61 si se
descontasen los desiertos y selvas inundables), pese a contar en la actualidad con un crecimiento
interanual próximo al 3% (sólo 6 países africanos tienen crecimientos inferiores al 2%), debido al
descenso de la mortalidad (con una media del 15 por mil) frente a una natalidad que apenas se ha
visto modificada en el último siglo: tasas superiores al 40 por mil, muy cercana al límite biológico.
Por poner algún ejemplo, cada mujer tiene en 7.07 hijos (valor más alto del mundo) en 2009, y
salvo excepciones (Sudáfrica cuenta con 2,51), los 54 países se encuentran en tasas de 4 a 6.5 hijos
(Nigeria, con 142 millones de habitantes, tiene 5,17 hijos por mujer)
La debilidad demográfica predominante (incluso más allá de la aridez del desierto) tiene causas
históricas, pues el análisis de sus comportamientos demográficos pone al descubierto que en la
actualidad son países con un crecimiento de la población relativamente elevado. África tenía en
1990 623 millones de habitantes, lo que supone una media de apenas 29 habitantes por Km2 (que
sería de 48 si se descontasen los desiertos y selvas inundables), pese a contar en la actualidad con
un crecimiento interanual algo superior al 2,9% (sólo 6 países africanos tienen crecimientos
inferiores al 2%), debido al descenso de la mortalidad (con una media del 15 por mil) frente a una
natalidad que apenas se ha visto modificada en el último siglo: 44 por mil, muy cercana al límite
biológico.
Las mayores concentraciones de población tienen una ubicación costera, como corresponde al
papel jugado por la colonización, y, más recientemente, también al éxodo rural, una vez rota la
articulación social y económica primitiva, que no desdeñaba del todo las zonas más áridas, o en
franco retroceso. La población va así acumulándose en las ciudades, alimentando de este modo la
hipertrofia urbana y terciaria. En el conjunto del África mediterránea, por encima del 40% de la
población vive en la actualidad en las ciudades, que a principios de siglo apenas albergaban al
15% del total de habitantes del área. En el África subsahariana esta proporción es sumamente
inferior: el 30%.
Todos estos hechos descansan en una estructura socioeconómica específica, tanto por lo que se
refiere al medio rural como al urbano. En el primero se desenvuelve la vida de la mayor parte de
los habitantes, dedicados a una agricultura de subsistencia, con técnicas arcaicas, incapaz de

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abastecer a una población en rápido crecimiento. Al lado del campesinado tradicional, se constata
un aumento de las plantaciones, dedicada tanto a la exportación como abastecer los entornos
urbanos. En las ciudades, junto a las oligarquías, escasas en número, pero enormemente
poderosas, que residen en barrios de lujo segregados, aparecen las masas de desposeídos, en
barrios subintegrados.
Pese a la poca densidad de población, la presión sobre el suelo es evidente, motivada por la falta
de avances técnicos y el atraso en las formas de estructura de la propiedad agrícola.
En los países del África mediterránea, exceptuando la más próspera franja costera (con un
régimen de precipitaciones superior a ese límite de los 250 mm. por metro cuadrado que marca el
umbral de la aridez, y situadas entre los 300 y 650 mm.), el medio físico sigue resultando un
imponderable al desarrollo. Sin embargo, al Sur del Sahara, con una naturaleza fecunda y una
baja densidad de población, es donde el subdesarrollo más palpable, coexistiendo la agricultura
de subsistencia (cada vez menos nítida: mandioca, ñame, maíz, mijo...) con la agricultura colonia
exportadora (plantaciones de cacao, café, ananas, plátanos...), a todo lo cual se suma la
exportación de minerales. Las diferencias regionales también se plasman en la desigual renta per
cápita. En el año 2000 el PIB por habitante ofrecía valores como los 5.308 $ de Argelia (similares
a la cifra de algunos países de la Europa del Este) o los 9.401 de Suráfrica, o los más de 3.600 de
Egipto, frente los 490 de Sierra Leona, 871 de Chad, 746 de Níger o 591 de Burundi.
Economías, pues, escasamente dinámicas pero de grandes potencialidades: razón que explica que
dichas naciones sean las últimas en obtener la independencia, y que sigan sujetas a un
neocolonialismo económico.
Incluso en el África mediterránea existen elementos de unificación y diferenciación geográfica.
Como común tienen:
- Una cultura y formas de vida vehiculadas por el Islam
- Una sociedad de agricultores -los fellahas- arrendatarios al servicio de pastores y comerciantes
(beduino s)
- Un asentamiento fundamentalmente sobre estepas y desiertos, que representa la parte africana
más poblada y urbanizada.
Por contra, sin embargo de este carácter unitario, existen profundas divergencias tanto en cuanto
a su riqueza, forma de gobierno, grado de apertura a occidente, etc. Marruecos cuenta con 3.546 $
por habitante: lo que no quiere decir que no exista una importante masa empobrecida, situación
que queda enmascarada por los ingresos petrolíferos. Si Marruecos presenta una monarquía
dictatorial y frecuentemente acusada por Amnistía Internacional de negadora de los derechos
humanos elementales, incluso tras el ascenso al poder de Mohamed V (con recortes a la libertad
de expresión, encarcelamiento de periodistas, etc.), Argelia y Egipto intentan pese a la oposición
del integrismo islámico asentar un régimen democrático y constitucional, de sesgo laico, y con un
elevado grado de apertura a occidente.
La débil ocupación poblacional ha perdurado hasta la reciente explosión demográfica, pues todavía
a finales del siglo pasado la población africana no alcanzaba más de 120 millones de habitantes, o
4 por Km2. En los últimos 75 años la población creció el triple de lo que había crecido en toda su
historia precedente.
Según la explicación tradicional, determinista, ponía acento en el papel del medio hostil como
justificante de esta escasa densidad: las tierras africanas no tolerarían más que muy bajas
densidades. A veces se transmitía la responsabilidad a las enfermedades y endemias propias del
mundo tropical, sobre todo asociadas a las escasas zonas más húmedas: su importancia, según esta
concepción, estriba en el círculo vicioso que ocasionan, mermando la de por sí escasa mano de
obra y los insuficientes cuidados de la tierra.. Pero a estas interpretaciones hay que superponer una
explicación histórica. La existencia de intervenciones coloniales exteriores ha perturbado el normal
desarrollo social y la organización espacial, atrasada pero con cierta estabilidad, propias del

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pasado. Por otro lado, la baja densidad de población, motivada por factores históricos, favorece la
existencia de técnicas de explotación arcaicas: se trata de hechos que, al pretender ser
transformados por las potencias colonizadoras, han conducido a la ruptura de la organización social
tradicional y a la modificación del panorama político vigente, pero que en fondo han operado sin
cambiar los presupuestos que la nueva civilización alóctona debiera haber modificado para corregir
los desequilibrios.
Por otro lado, como explicación a la despoblación, es preciso tener en cuenta que los árabes, a
partir del siglo VII, multiplicaron los centros de trata de esclavos. Los portugueses, españoles,
ingleses, franceses y holandeses prosiguieron las trata de esclavos en términos más voluminosos a
partir del siglo XVI, bien directamente o a través de mercaderes árabes o jefes de tribus, lo que
también provocó terribles guerras tribales, inseguridad permanente y huída de pueblos enteros
desde la costa al interior, pese a ser un medio físico más desfavorable. Las heridas de este
genocidio todavía no han sido restañadas totalmente.
De esta forma, a mediados del siglo XIX se trata de un espacio semivacío, también como efecto del
desarrollo de una economía colonial, extraña a los intereses de las poblaciones indígenas, que ven
disminuir parte de sus tierras y de sus gentes en pro de la agricultura y minería coloniales,
aumentado de este modo los problemas alimentarios.
Esta dinámica sólo se verá rota en los años 40, en los que tiene lugar una explosión demográfica,
un crecimiento de la población, pero paralelo a su proceso de concentración en los enclaves
costeros. En estos momentos estos países se encuentran aún en plena fase aguda de la transición
demográfica, habiendo pasado a encabezar el ranking del crecimiento mundial por las altas tasas de
natalidad (con una media del 46 por mil, producto también de una religión y orientación estatal
pronatalistas en el área del Islam), que se acompañan con tasas de mortalidad en descenso (15-16
por mil, en países como Sierra Leona, Chad, Sudán del Sur, África del Sur, etc., y mucho menores
en países islámicos: 5,8 en Marruecos y Egipto en 2010).
Se trata de una población joven: por encima del 40% de los habitantes tienen menos de 15 años, y
no llegan al 6% del total las personas en el continente africano con edades por encima de 65 años.
En el África negra, por cada 100 adultos 50 o más niños.
En segundo lugar, es una población crecientemente concentrada en las ciudades: el 65% de los
habitantes de Argelia (en 2010) viven en núcleos urbanos, y cifras similares se encuentran en Libia
y Túnez, con un mínimo para todo el área de un 56% en Marruecos.
Apenas han calado las tímidas políticas estatales de planificación familiar que en países como
Egipto o Argelia se han intentado, con un comportamiento globalmente pronatalista. Por otro lado,
es preciso señalar que la reducción de la mortalidad se debe a causas exógenas, más que a un
desarrollo social efectivo.
La oposición o la timidez con que algunos estados afrontan la tarea de la reducción de la natalidad
tiene un trasfondo ideológico, motivado por el creciente fundamentalismo islámico en el África
Mediterránea, y también una base histórica (la natalidad en el desierto ha sido tradicionalmente
alta, y aún así se veía compensada por elevadísimas cifras de mortalidad infantil). Algunos
geógrafos como Hance criticaron desde hace tiempo como inmoral el no conceder atención a las
prácticas tendentes a reducir la natalidad, si ello conduce a prevenir el sufrimiento y la futura
pauperización del continente. Sus críticas, ya a la altura en 1970, se ven confirmadas: en 1984 esta
depauperización ha sido la consecuencia de conjugar un enorme crecimiento demográfico frente al
muy escaso incremento de los recursos, la insuficiencia de las producciones agrarias, la escasa
inversión de capitales para el desarrollo agrario, parejos también a atenciones médicas que si bien
han reducido la mortalidad global, se han mostrado aún insuficientes para paliar la elevada
mortalidad infantil (existe un médico por cada 9.000 habitantes en Marruecos, y unos 30.000 en
Burkina Faso, Burundi, Etiopía, Chad, Malawi).

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El proceso de densificación demográfica no se ha acompañado de una modernización socio-


económica, como lo prueba el mantenimiento de unas estructuras agrarias arcaicas y
disfuncionales, más evolucionadas en el África árabe, pero insuficientes en todos ellos; así lo
evidencia también el creciente éxodo rural.
Uno de los efectos más llamativos de la disparatada organización territorial que impuso el mundo
occidental sobre África lo constituye el caso de Sudán, en el que se integró a la fuerza los
territorios del norte (musulmanes, de clima árido) con los del sur (de población negra, ricos en
petróleo, y con un clima más lluvioso). En julio de 2011 Sudán del Sur obtuvo tras un referéndum
mayoritario la independencia, tras años de guerra civil y con cientos de miles de refugiados que
lentamente fueron retornando al país. En ese momento, Sudán del Sur apenas cuenta con una
verdadera estructura de Estado, debiendo afrontar una situación de extrema pobreza (el 90% de la
población tiene menos de un dólar al día para subsistir), y estando obligada a entenderse con Sudán
del Norte, por donde pasan sus oleoductos, y con la que mantiene un litigio fronterizo que puede
desembocar en nuevas tensiones.
La evolución de las estructuras agrarias ha sido igualmente insuficiente para atajar el éxodo rural y
la creciente terciarización en precario de la población.
En Argelia, Egipto o Marruecos se supera en el 2010 una esperanza de vida de 71-72 años, con
crecimientos vegetativos medio-altos, 1,2% en Marruecos, 1,5% en Argelia, 1,8% Egipto. Es una
población joven: en los tres países cerca del 35% tiene menos de 15 años, y poco más del 6% es
mayor de 65. La tasa de hijos por mujer es 2,35 en Marruecos, y 2,86 en Egipto.
En los países más pobres, como Etiopía, con casi 78 millones de habitantes en 2009, el crecimiento
demográfico era más alto: 5,2 hijos por mujer... Nigeria, uno de los países más populosos de
África, tiene 7,12 hijos por mujer.

2- El medio físico: un factor determinante.


La baja densidad de ocupación humana encuentra algunos condicionantes estrictamente físicos
(que justifican por sí solos, sin embargo, cifras tan bajas): 10 millones de Km2 corresponden a
áreas desérticas de difícil ocupación y más de otros 2 millones a selvas ombrófilas apenas
pobladas: en total casi un 40% del espacio continental es inadecuado para su poblamiento. Unido
al bajo nivel técnico de la sociedad africana, en una sociedad donde casi dos tercios vive de la
agricultura, supone un condicionante fundamental.
El relieve africano es relativamente simple: aproximadamente el 96% del suelo está formado por
elementos del zócalo precámbrico antiguo, bien aflorado a la superficie o bien recubierto por una
película sedimentaria de formación cuaternaria o volcánica. Aproximadamente un 2,5% del suelo
corresponde a pliegues hercinianos (como en El Cabo), y el 1,5% restante corresponde a las
estructuras alpinas del Magreb.
Se trata de un zócalo precámbrico antiguo, sometido a una desnivelación y un intenso proceso de
erosión, que han permitido la acumulación de depósitos de sedimentos de origen continental, sobre
áreas deprimidas, formando las amplias mesetas en el interior de la República Sudafricana, o en
desierto del Sahara, o en la cubeta del Kalahari.
La distribución altitudinal de las tierras africanas se organiza en dos grandes sectores: uno
sudoriental, de 900/1.000 m. de altitud, culminando en los macizos volcánicos de Etiopía, Kenia y
Tanzania, y otro noroccidental, de mesetas de escasa altitud y tierras bajas, que acaba en las
elevaciones alpinas del Atlas. El factor que explica la creación de los grandes conjuntos
morfoestructurales está relacionada con el movimiento de la placa africana hacia el norte, que crea
las cordilleras alpinas del Atlas.
Un aspecto de gran interés económico relacionado con el zócalo es el relativo a las
mineralizaciones. Entre el Jurásico y Cretácico se produjeron abundantes emisiones de una lava

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diamantífera, a la que se asocian los yacimientos de África del Sur, Tanzania, Angola y República
Centroafricana. La minas de cobre de Tanzania y Zambia se localizan sobre las raíces de una
antigua cordillera precámbrica, lo mismo que los conglomerados auríferos distribuidos por las
proximidades del Golfo de Guinea.
Respecto al clima, los autores del atlas "Jeune Afrique", indican: "los climas son los verdaderos
dueños de la tierra africana". Toda África, salvo el sector norte del Magreb, el área de clima
mediterráneo de El Cabo, y una estrecha franja del SE costero (clima subtropical de fachada
occidental) de sur, se encuentra situada en zonas cálidas: ningún mes desciende de temperatura
media de 18ºC. Existen tres dominios cálidos: clima sin estaciones, clima con estaciones secas y
húmedas alternas y climas áridos, además de los antes citados. La dinámica atmosférica general
consiste en las bajas presiones de la Zona de Convergencia Intertropical (fruto de la persistente
temperatura elevada que provoca la gran insolación); anticiclones subtropicales que se desplazan a
lo largo del año en un sentido pendular, provocando las oscilaciones pluviométricas en el dominio
tropical; finalmente, el descenso de las vaguadas del Frente Polar hasta las latitudes del dominio
mediterráneo producen lluvias invernales y equinocciales. Dominios:
- Existe así un reducido dominio hiperhúmedo de gran homogeneidad paisajística, con una
formación de selva ombrófila con un escalonamiento de pisos arbóreos. Se asienta sobre suelos
ferralíticos, de color rojo, y aluminosos. El estrato de vegetación en descomposición, ayudada por
la existencia de humedad constante y bajas temperaturas (y que compensan el fuerte proceso de
lavado del suelo o lixiviación), son el fundamento de la vida vegetal, de los microorganismos e
incluso de los insectos. En estas condiciones se asienta la selva, frecuentemente con raíces
superficiales. Pese a las precipitaciones abundantes (de 1.500 a 2.000 mm. anuales), el modelado
apenas evolucionan, porque los ríos no tienen gran eficacia erosiva. Se localiza a ambos lados del
Ecuador, en la cubeta congoleña, Gabón, Sur de Camerún, Guinea ecuatorial.
- Amplísimo dominio tropical con alternancia de estaciones secas y lluviosas: consta de un período
de lluvias similar al ecuatorial y otro seco de tipo desértico. La matización del suelo y del uso
humano depende de cuestiones como el relieve, la calidad del drenaje del suelo, mayor proximidad
a la zona ecuatorial o a la desértica.
- El desierto sahaliano afecta a una proporción muy grande de los países mediterráneos,
principalmente a Argelia, Túnez, Libia y Egipto. En Marruecos existe un dominio de la vegetación
arbustiva mediterránea, junto con zonas espinosas constituidas por plantas xerófilas en el sur, que
en el resto de los países dan paso como áreas de degradación al desierto. En este paisaje desértico,
se encuentran oasis intercalados, especialmente notorios y de importancia histórica en el fértil valle
del Nilo. El suelo predominante, fuera del dominio desértico, es laterítico (por tanto poco apto para
la agricultura y de inestable equilibrio ecológico), excepción hecha del fértil terreno aluvial
alrededor del río Nilo. La región sahaliense subárida, antesala del dominio desértico destaca por
una gran homogeneidad en sus paisajes naturales, en virtud de la acentuación de la sequedad. La
degradación pluviométrica se manifiesta en precipitaciones de 200 a 500/600 mm. por metro
cuadrado y año, y en una prolongación de la estación seca (que alcanza unos máximos de 8 a 9
meses), con dos peculiaridades: el carácter torrencial o de aguacero de las precipitaciones, que por
otro lado se caracterizan por la gran intensidad horaria (en apenas unas horas llueve más que en
todo el período seco); y cierta irregularidad interanual, debido a que las precipitaciones están en
dependencia de complejos sistemas de interacción climática que tienen una interacción con
resultados distintos. En ella son manifiestos los rasgos xerófilos de la cobertera vegetal, a los que
se une la discontinuidad espacial. Las formaciones típicas son las sabanas espinosas: árboles
pequeños y espinosos, con troncos retorcidos, como las acacias, y pseudoestepas tropicales, con
una cobertera herbácea de matas discontinuas en el tiempo y en el espacio. Si entramos en
dominios de menos de 300 mm. o en las tierras con una gran irregularidad interanual (período seco
prácticamente sin precipitaciones), la degradación de la cobertera vegetal es mayor,

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desarrollándose arbustos y matorrales de plantas espinosas y suculentas, como los bozaka, bush, a
las que se asocian las espinosas, en tanto las gramíneas aparecen muy localizadas.
Los suelos, por el lavado efectuado por un agua que no encuentra una cobertera vegetal que frene o
regule su absorción, pierden contenido ferruginoso, y apenas conservan materia orgánica, excepto
los más ricos suelos pardo-rojos, que se degradan a lo largo del espacio progresivamente hacia
formaciones grises subdesérticas.
Hacia el sur, por las facilidades que encuentra la erosión, se crean superficies de dilatados
horizontes sobre glacis de erosión; a un nivel superior se encuentran plataformas tabulares
calcáreas o areniscosas, con estructura morfológica horizontal, que cuando han sido basculadas por
las deformaciones del zócalo aparecen como monosinclinales formando cuestas, como sucede en el
sudeste de Argelia, sujeto a una intensa acción eólica: el resultado son ergs o conjuntos dunales de
deflación, que constituyen un 20% del Sahara, y con una vegetación extremadamente xerófila,
plantas efímeras (en reposo durante meses, y que cumplen su ciclo vital en poco tiempo, al amparo
de las precipitaciones ocasionales).
En los dominios del oasis se encuentra la palmera datilera, uno de los principales recursos
alimenticios del desierto.
La proliferación de depósitos minerales, la creación de ese "océano mineral" desértico, tiene que
ver con la falta de lluvias y elementos vegetales que los desplacen o absorban.

4- Pervivencia de las estructuras agrarias tradicionales y agricultura de exportación.


Como sucede en la generalidad de los países subdesarrollados, existe una dualidad de
estructuras agrarias: por una parte, cultivos ligados al autoconsumo, sumidos en prácticas
agrícolas y distribución territorial arcaicas; por otra, una cada vez más próspera agricultura de
exportación. Así, mientras en la década de los 60 el crecimiento anual de la producción agraria en
África subsahariana fue de un 2,3% y de 1,3% en los años 70, los problemas alimentarios se
dejaron sentir fuertemente en África negra. En el África árabe dicho problema se resolvió
recurriendo a la importación de cereal. También los años 80 y 90 suponen un descenso de la
alimentación, sanidad y desarrollo en el África subsahariana, cuyos países más poblados no
cuentan con disponibilidades calóricas suficientes: del total de 53 países africanos, 32 no
alcanzan la cifra mínima de las 2.350 kcal/persona/día (suficiente en los ámbitos calurosos). El
problema fundamental, más que los aspectos climáticos y edafológicos comentados, continúa
siendo el uso concreto agrícola con que se explota el suelo. La subalimentación se ve agravada
por la pobreza de la dieta alimenticia: poco más de 177 de las 2.300 calorías diarias provienen de
alimentos animales. La responsabilidad no puede transferirse a las eventuales condiciones
ecológicas: civilizaciones anteriores habían logrado explotar idóneamente estas potencialidades
del medio natural. De esta forma, parece claro que el problema radica en la distorsión provocada
por las potencias extranjeras, que, al intentar imponer el modelo de desarrollo occidental, se han
quedado a mitad del camino: han modificado el régimen demográfico con inversiones mínimas,
pero no han modificado en la medida necesaria las técnicas tradicionales, cuya modernización
exigiría inversiones mucho mayores. Además, los gobiernos independientes han potenciado el
desarrollo de la agricultura colonial, la que busca ante todo las producciones exportables, sin
paliar las importaciones de alimentos básicos a que muchas veces se ven obligados los países que
las sostienen.
En contra de lo que sucedía en el África negra, en las zonas árabes no cuajó la propiedad
comunal, sino la individual o "melk" como la más extendida, por ser la que defiende el Corán. El
acaparamiento privado de tierras ha conducido a graves desequilibrios, saldados con unas
reformas agrarias totalmente insuficientes, como la que realizó el Egipto naseseriano de la década
de los años 50, o las de Argelia tras el inicio en 1972 de la Revolución agraria, con resultados
decepcionantes: las inversiones agrícolas sólo suponen un 7,3% del total de fondos públicos en

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1977. El regadío sólo cuenta con importancia en Egipto, con 2,86 millones de Hectáreas regadas
en 1981 (en España, como comparación, se irrigan 3 millones), incrementándose de modo
exasperantemente lento.
La agricultura de subsistencia tradicional persiste, de forma inadecuada: si mientras la densidad
de población era baja, el cultivo itinerante de la agricultura de rozas, basado en la quema de selva
(que exige 15-20 hectáreas por persona) era suficiente para alimentar a la población, la reducción
del suelo y el notable incremento de población no permiten mantener (como sucede) este
esquema productivo tan rudimentario. La presión sobre el suelo se traduce en el acortamiento de
los largos períodos de barbecho, por lo que la tierra no se recupera suficientemente, bajando la
productividad. Las regiones ecuatoriales, subecuatoriales y sudanesas dependen exclusivamente
de este sistema agrario. En otras ocasiones se han practicado cultivos de inundación sobre los
valles de los ríos Níger o Logone, con producción de arroz, con producciones pobres por tratarse
de cultivos sin apenas intervención humana (sin abonado) y en zonas semipantanosas y proclives
a la proliferación de insectos.
Los cultivos principales del área irrigada por el Nilo (en Egipto y Sudán) están ligados a
prácticas de autoconsumo son el mijo y sorjo, seguidos de la palmera datilera propia de los oasis.
En menor proporción se cultiva el cacahuete en Egipto, en la zona del medio Nilo. En régimen
extensivo es abundante la ganadería ovina, extendida especialmente por Marruecos, Argelia y
Túnez, y a menor escala la ganadería vacuna en Marruecos. En Libia se da una explotación ovina
más modesta. Las zonas semiáridas son el espacio de extensión del pastoreo caprino.
Los cultivos de exportación, sector en franca expansión, son básicamente el trigo, vid y agrios
(los dos primeros en régimen de secano, y el tercero en las zonas costeras más pluviosas) en
Marruecos, Argelia, Túnez, y el algodón en el Egipto regado por el río Nilo.
Los valles de los grandes ríos suelen estar aprovechados para prácticas agrícolas intensivas de
regadío, o cultivos comerciales. Ahora bien, las técnicas empleadas, sumamente toscas, obligan
incluso a dejar en barbecho los suelos de regadío.
Es reseñable la utilización de bastísimos espacios sobre regiones áridas y subáridas dedicados a
la cría de camellos y de ganado lanar, a la que se asocia el comercio de los beduino s del desierto,
grandes intermediarios que compran los productos a precios bajísimos, y que de esta forma
explotan a los beduino s de los oasis; si bien en general es un sector en franco retroceso.
La agricultura comercial (iniciada desde finales del XIX con el cultivo y comercio de la hevea
-producción de caucho-), se encuentra volcada al exterior y dependiente de las exportaciones a
Europa e Israel, es un sector que en muchas ocasiones está en manos de compañías comerciales
europeas que introducen como forzoso el cultivo de producciones destinadas a satisfacer la
demanda de los mismos. En el proceso de su implantación (fundamentalmente en los años 70 y
80) afectó a los terrenos de producción de subsistencia e indujo a la práctica de nuevas
roturaciones: este había sido ya el caso, más temprano, del algodón de Egipto y Chad, de las
palmeras para aceite del Congo Belga y posteriormente los cítricos (y, a menor escala, pero de
forma mucho más reciente, del pistacho). Este sistema de cultivo fue desarrollado con el apoyo
de los jefes tradicionales, que recibían un porcentaje sobre el valor de las cantidades vendidas.
Este sistema fue desarrollado sobre dos tipos de terrenos: unos destinados a una agricultura de
subsistencia, trabajados individualmente, alternando el mijo, legumbres o mandioca con el
cultivo comercial, y otros trabajados colectivamente, que se roturaban expresamente y eran
dirigidos por los jefes de aldea. El algodón del Chad o el cacahuete del Senegal representan
cultivos comerciales introducidos de una manera forzada por los colonizadores, y que han
supuesto la ruptura de los sistemas agrarios de subsistencia tradicionales, extendiendo la
monetarización. Lo mismo puede decirse de los cacaotales de Costa de Marfil, el té, café o tabaco
del África oriental.

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Como parte positiva, esta agricultura comercial implica la introducción de nuevas técnicas
agrícolas, que pueden repercutir en la mejora de los incrementos de la economía de subsistencia.
En cambio, han supuesto una merma de los terrenos directamente ligados a la producción de
alimentos y, por la exigencia de capitalización que plantean, son un elemento generador de éxodo
rural.

5- Industria y transportes: la herencia colonial.


Pese al relativamente poco tiempo que la colonización ha durado en la zona norteafricana, ha
alterado profundamente los fundamentos de su sociedad. La creación, en todo el continente, de
países repartidos a escuadra y sin respetar isoglosas ni culturas sobre la base de los territorios
conquistados por cada país occidental, ha provocado la unión bajo una misma estructura estatal
de tribus y culturas antagónicas, o la separación de una misma civilización en dos países adscritos
a la órbita de dos metrópolis distintas. En el caso norteafricano, el imperio inglés dominó Egipto,
mientras Argelia, Marruecos Libia y Túnez caerán bajo la órbita francesa, con la obligación de
asimilar la cultura de los colonizadores, su lengua, su técnica, su organización social,
administrativa y política, especialmente a partir del reparto colonial auspiciado por la
Conferencia de Berlín de 1885.
En parte, las consecuencias coloniales son las mismas que en el conjunto de Africa: herencia en
una industria muy escasa, falta de integración espacial, y con un nítido predominio de lad
actividades extractivas mineras, cuya producción se exportaba en casi su totalidad a la metrópoli.
En cuanto a infraestructura, se creará una red viaria escasa, costera, uniendo los puertos con las
explotaciones mineras o agrícolas, y gestada mediante tramos seccionados y faltos de integración
entre sí (a veces, se crean tramos de ferrocarril que terminan en puertos fluviales y desatienden a
la integración espacial del país, como en la cuenta del Nilo).
Una herencia colonial será el tipo de poblamiento imperante: las ciudades por encima de los
100.000 habitantes son sin apenas excepción o ciudades-puerto o ciudades mineras, que deben
por tanto su crecimiento a la explotación económica colonial. Al mismo tiempo, existe una
ausencia de una verdadera red urbana, a consecuencia de la falta de dinamismo económico de las
regiones en que se enclavan las ciudades, excepción hecha del circuito El Cairo-Alejandría-Port
Saïd. En los restantes casos, se trata de ciudades-isla, que no han actuado como catalizador de un
espacio económico que se tejiera en su entorno regional.
Las peculiaridades del espacio norteafricano respecto al resto del continente tienen que ver en
primer lugar con la temprana coloniza de los árabes, seguida ya en el siglo XIX de la de los
franceses en el Magreb e italianos e ingleses en Libia y Egipto.
El Magreb es una de las pocas regiones donde la colonización europea ha tenido el tiempo
suficiente y la voluntad de establecer las estructuras necesarias para el desarrollo de una
economía moderna. En su colonización Francia siguió los criterios prevalecientes en el Antiguo
Régimen, y el axioma "para que una colonia sea útil es preciso que produzca géneros distintos a
los que produce la metrópoli". La filoxera que sufrieran durante las primeras décadas del XX los
campos franceses animó la creación de viñedos de Argelia (que alcanzó la cifra de 400.000
hectáreas en 1935, fecha en la que suponía el 66% de sus exportaciones). Túnez además
desarrolló plantaciones de olivos, como los de la región de Sfax.
A la viticultura (también desarrollada en desarrollada en un segundo momento en Marruecos)
siguieron los cultivos de agrios y trigo en las regiones más secas y de peores suelos, que, merced
a la mejora de los transportes de los respectivos países, permitía una canalización internacional.
Pero la agricultura moderna era practicada por los colonos europeos, cuyas posesiones solían
estar por encima de la extensión de 100 Hectáreas, mientras que los campesinos -los fellahs-
continuaban practicando una agricultura tradicional y dedicándose a la cría del ganado lanar
mientras fuera posible.

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Tema 14: África: territorio y sociedades. África Mediterránea y África Subsahariana: contrastes...
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En el África Subsahariana la disponibilidad de alimentos por persona bajó un 7% entre 1970 y


1980, y con toda seguridad esta tendencia se ha mantenido hasta la actualidad.
La industrialización en un principio tenía un carácter tradicional, consistiendo en fábricas de
harinas, destilerías, conservas de legumbres, etc.; es decir, industrias alimenticias y mineras,
como la explotación del fosfato y petróleo en un momento posterior. La pesca artesanal también
fue sustituida lentamente por la industrial (como sucedió con los prósperos bancos de Marruecos,
inicialmente explotados por potencias extranjeras, como España). Desde una perspectiva
industrial, los países africanos sobresalen por su reducida dimensión. Así lo revela tanto la baja
tasa de población activa industrial como la producción industrial: todo África producía muy poco
más cemento y el mismo acero que España en 1987, y sólo emplea la industria al 15% de la
población, contribuyendo a su PNB en un 34%, aunque en la actualidad tiende al alza. Destaca
también la polarización de las actividades industriales en determinadas áreas -capitales nacionales
y puertos-, que son los únicos puntos fabriles, permaneciendo la mayor parte del territorio como
desierto industrial.
Siguen prevaleciendo las industrias tradicionales: ligeras de bienes de consumo, alimentarias y
textiles, a las que se añaden las extractivas, faltando en líneas generales industria pesada. La
industrialización de África es un hecho reciente, posterior a la Segunda Guerra Mundial, y con
carácter general situado en los años 60.
En algunos casos las exportaciones de minerales no han dado pie al nacimiento de industrias de
transformación: características que se explican por el pacto colonial o del sistema de la exclusiva
de las grandes potencias europeas hasta la víspera de la independencia (una empresa colonial
contrata la compra de toda la producción de mineral a la explotadora)
No falta potencial natural para la creación industrial: cuenta con dos qintas del potencial
hidroeléctrico mundial, pero escasamente explotado, además de grandes reservas de petróleo y
minerales. Pero la falta de cuadros medios y técnicos se traduce en una explotación mediante
pactos con las antiguas metrópolis, encargadas de canalizar estas industrias extractivas y
beneficiarias de buena parte de los ingresos generados. En la industria del petróleo estaban
representados los intereses de la British Petroleum, Esso, Mobil Olis y Royal Dutch Shell, no
suponiendo hasta el momento de la independencia apenas fuente de ingresos o progreso para el
país. Algo similar sucede con la minería del hierro en Mauritania, explotada con capitales
conjuntos mauritanos y europeos.
En Marruecos en 1955 las materias primas y los productos semielaborados representaban el
48% del total de exportaciones, frente a solo un 4% de productos terminados, y en Túnez
respectivamente un 61% y un 4%. La industrialización marroquí en lo fundamental arranca de
1960, fecha a partir de la cual se vienen elaborando diversos planes de desarrollo industrial, pero
que no ha surtido el efecto apetecido pese a la colaboración técnica internacional. No obstante,
además de las industrias coloniales, se han creado otras nuevas, como fábricas de montaje de
autos y una planta de neumáticos; fábricas de transformación de fosfatos de Safi y Casablanca.
Excepto los fosfatos, existe un monopolio nacional, en el que los países extranjeros participan por
medio de sociedades mixtas, que dominan los otros productos mineros. "A diferencia de Argelia,
las realizaciones no forman parte de un sistema general de integración capaz de generar un
desarrollo autosostenido" (según Isnard).
Argelia ha seguido una vía muy diferente, basada en la nacionalización, autogestión y clara
diversificación. En 1962 se declararon estatalizados varios sectores: el petróleo en último lugar
por las dificultades que plantearon los países extranjeros, y siempre adoptando la vía de la
indemnización a sus antiguos propietarios, a partir de 1971. La industrias se gestionan por los
propios obreros en las empresas más pequeñas, en tanto las mayores son organizadas
jerárquicamente a través de los entes públicos estatales. La industria ha logrado gracias a la
intervención estatal una necesaria diversificación y planificación, como sucede con la creación

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del importante complejo industrial de El Hadjar, etc. De este modo, Argelia se haya a puertas de
una industrialización moderna, articulada, a partir de las riquezas naturales (petróleo, gas natural
y minería). Al respecto es preciso resaltar el importante papel desempeñado por su presidente, el
coronel Bumedian y su equipo de tecnócratas en los años 70 y 80.
Túnez es un caso intermedio entre la situación de Marruecos y la de Argelia: el Estado tiene un
papel decisivo en la dirección del proceso de industrialización, pero se otorga un gran peso el
sector privado.
Egipto manifiesta afinidades tanto con los países del Magrebh como con los del África negra.
Pero el hecho de constituir un amplio mercado de consumidores ha atraído a firmas del extranjero
en los sectores de construcción mecánica (automóviles) y bienes de consumo
(electrodomésticos). Con todo, la industria no aporta más que un 10% del PNB, si no se tiene en
cuenta el sector petrolero. Por otro lado, supone un problema su concentración excesiva en el
Delta del Nilo y en el entorno de Assuán, aprovechando la presa.
Sólo las naciones que decidieron una parcial nacionalización de sus industrias han sido capaces
de crear un tejido industrial diversificado y estable. En el África Tropical sólo Ghana y Nigera
(con un mercado nacional superior a los 100 millones de habitantes) contarán con una burguesía
nacional (enriquecida inicialmente con las plantaciones) capaz de invertir en industria.
La red de comunicaciones también muestra en la actualidad un desequilibrio derivado de la
dominación colonial. Las regiones mejor comunicadas son las costeras, en las que se
establecieron los colonos, en tanto que en el interior, montañoso y estepario, las pistas y caminos
tradicionales predominan de una manera absoluta. Los ferrocarriles no aportan nada a muchas de
las regiones que atraviesan, en las que no existen terminales ferroviarias: son meras líneas de
enlace entre puertos y explotaciones mineras, no corrigiendo la falta de integración regional.
La independencia política (alentada por la Conferencia de Bandung, en 1955) fue acompañada
de una dependencia económica o neocolonialismo. El proceso independentista se desarrolló a un
ritmo muy dispar: si Egipto la obtuvo respecto a Inglaterra en 1922, los restantes países tardarán
bastante más en independizarse: Libia en 1951, Marruecos y Túnez en 1956, Argelia en 1962. Se
trató de una independencia que se gestó en precario: todos los países carecen de cuadros y medios
técnicos para sostener la industrialización a ultranza, sufren descontrolados procesos de
crecimiento urbano ("inurbación"), deben soportar la falta de capitales inversores, etc.

6- Las ciudades: crecimiento acelerado y debilidad del entramado urbano.


El mismo contraste que hemos comentado en el campo agrícola entre la producción comercial y
la agricultura de subsistencia, se observa en todos los sectores de la sociedad norteafricana y
subsahariana: existe una yuxtaposición de bindonvilles y barrios históricos degradados con
lujosos barrios residenciales, industrias de técnica avanzada junto al desarrollo creciente del
sector de economía sumergida o informal. De la misma forma, se da la paradoja de que algunas
capitales se encuentran mejor comunicadas con las antiguas metrópolis que con territorios
nacionales.
El rasgo más destacable es la exigüidad de la urbanización y de la población urbana en África,
que en términos absolutos se sitúa alrededor de los 187 millones de personas, equivalentes
aproximadamente a un 30% de la población total.
Pero la escasa urbanización se contrarresta con un proceso acelerado de crecimiento urbano, que
en la actualidad es uno de los más altos del mundo (un 6 a un 7% anual), lo que representa que la
población urbana se pueda duplicar en 10-12 años. Aunque alguna gran ciudad tiene su origen en
el pasado precolonial, la mayoría comienzan su desarrollo con la colonización. Así, con el reparto
colonial surgen muchas de las actuales ciudades: Dar-es-Salaam en 1862, Kinshasa en 1881,
Kampala en 1890... Inicialmente el crecimiento urbano fue muy débil, por lo que en la primera

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década del siglo casi todas las ciudades estaban por debajo de los 20.000 habitantes, exceptuando
las del norte de África, Sudáfrica e Ibadán, que en 1900 sumaban 200.000 habitantes.
El desarrollo se aceleró durante el período de entreguerras. Así, Dakar, Lagos, Áddis Abeba,
dentro del África tropical, superaron los 100.000 habitantes. Pero a partir de 1945 es cuando las
ciudades comienzan un crecimiento acelerado y desigual: las grandes ciudades son las que más
crecen, por dos causas: por una parte, el propio aumento vegetativo debido a la importante caída
de la mortalidad, ante la mayor eficacia de las medidas sanitarias en los medios urbanos, y, sobre
todo, por el éxodo rural de grandes proporciones. Como ejemplo, Abidjan creció entre 1963-69
un 12% anual, del que sólo 2,5% se debió al incremento vegetativo.
Según Benchetrit, este crecimiento se debe a la expansión de la economía comercial y
monetaria: pero es evidente que también las condiciones del medio rural, la presión demográfica,
la falta de incentivos, de capitales, de perspectivas, provoca un éxodo rural sostenido y creciente.
El deseo de disponer libremente de dinero para la compra de productos de importación o
fabricación industrial incita a los jóvenes productores a emanciparse de las tutelas patriarcales, y
a buscar ingresos personales y regulares en la ciudad.
La laxitud del entramado urbano es manifiesta, no pudiéndose hablar de redes urbanas, salvo
excepciones. Las ciudades se han ubicado en los enclaves de explotación elegidos durante la
dominación colonial (puertos y capitales, o ambas cosas a la vez) y de algún centro
administrativo del interior. Pero estas ciudades no han dado lugar a regiones urbanas, sino que se
han configurado como polos aislados, desarrollados en virtud de una función determinada.
La falta de infraestructuras y la imposibilidad de dar empleo a todos los inmigrantes urbanos
han dado lugar a la aparición de extensos barrios marginados, que en algunos casos llegan a
albergar a dos tercios de la población urbana, y que constituyen lo fundamental del incremento de
las ciudades: algunos autores hablan de la ruralización de ciudades más que de una urbanización
de los emigrantes rurales.
La mayor parte de las ciudades se han desarrollado a partir del comercio, que predomina
netamente en ellas. De ahí que buena parte de los países costeros tienen concentradas en el litoral
sus mayores ciudades. Con matices diferenciadores, el África occidental presenta contrastes
evidentes entre las ciudades tradicionales, situadas en lugares defensivos, con murallas, a veces
con plano irregular, y de las de época colonial, más abiertas, con trazado ortogonal. África
oriental es unos de los conjuntos más débilmente urbanizados del continente. Uganda, Etiopía,
Kenia y Tanzania no llegan al 20% de la población urbana, siendo las únicas ciudades que
superan el medio millón de habitantes las capitales.
La sociedad rural, privada por el éxodo del campo de sus jóvenes, elemento llamado a ser el
más dinámico, encuentra mayores dificultades para su modernización.

7- El espacio africano: dependencia y desequilibrios regionales.


El espacio africano tiene un carácter netamente rural, por el mantenimiento de una economía de
subsistencia, o bien por la comercialización de productos típicamente tropicales que se drenan al
mercado exterior. Este carácter rural contrasta con algunas escasas y grandes ciudades, que han
adquirido un desenfrenado crecimiento. Núcleos que además tienden a acentuar las
desigualdades, puesto que crecen aceleradamente, al concentrarse en ellos la mayor parte de las
actividades económicas dinámicas (industria y servicios)
Pero las ciudades son incapaces de dar empleo y vivienda al cúmulo ingente de personas que a
ellas acuden atraídas por unas mayores posibilidades de encontrar trabajo que en el campo. Así,
las ciudades crecen con una ínfima infraestructura urbana, en las que el progreso no aparece (caos
urbano, falta de servicios, de alcantarillas, asfaltado, escuelas, etc.)
No son menores los contrastes entre regiones rurales: predomina la economía de subsistencia
sobre vastos espacios del bosque ecuatorial y la sabana, espacios con una baja densidad de

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Tema 14: África: territorio y sociedades. África Mediterránea y África Subsahariana: contrastes...
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población y mínimamente organizado, cuyas únicas vías de comunicación son caminos. Estos
sectores contrastan con aquellos otros integrados en el mercado internacional: áreas algodoneras
de Sudán o Chad, zonas cacahueteras de Senegal, Nigeria..., amén de todas las áreas costeras o
interiores de plantación.
De esta forma, falta una integración económica y espacial de los territorios nacionales, en los
que la infraestructura de los transportes tienen un trazado dendrítico heredado, incapaz de
vincular las distintas regiones del país, pues sólo se orienta a la exportación.
El medio físico, que tantas veces se ha considerado como determinante de la miseria africana,
ofrece unas posibilidades y un grado de aprovechamiento económico incomparablemente mayor
que el actual, e incluso la gran disponibilidad de materias primas constituye un factor muy
favorable para la industrialización. Sobre este espacio habita una población muy reducida, pero
con un elevado índice de crecimiento vegetativo, que se traduce en una crisis permanente de la
sociedad africana, porque las estructuras pretéritas no se adecuan a las necesidades actuales. Pero
la "modernización" sólo se realiza en los sectores dedicados a la exportación, mientras las
poblaciones de vastísimos territorios viven inmersas en una economía de subsistencia incapaz de
satisfacer sus propias necesidades, por lo que sus elementos más jóvenes emigran.
Modificar esta dinámica exige cambiar los criterios de rentabilidad económica por los de
rentabilidad social: el control exterior actual debe transformarse en inversiones de desarrollo. Pero
mientras las materias primas africanas ocupen un lugar tan importante en la industria internacional,
mientras su concurso a precios baratos siga siendo demandando por el primer mundo, es difícil que
el país oriente tanto sus amplios recursos naturales como la ayuda exterior a una verdadera
transformación económica y social, a un proceso que conduzca a una autonomía económica y un
autodesarrollo sostenible, en condiciones de equidad social (demanda ésta de la que dan cuenta las
revoluciones iniciadas en las redes sociales en los países musulmanes del Norte de África y Medio
Oriente en 2011.
En 2009, las cifras de Índice de Desarrollo Humano hablaban a las claras de los tímidos progresos
y las grandes dificultades del proceso de desarrollo en África. En el África negra, sólo 4 países
tienen un IDH superior a 0,5, encontrándose casos limítrofes como los de Zimbaue (0,151), Congo,
Burundi, Níger (valores próximos a 0,2) Esta cifra ha seguido una evolución muy inferior a la
experimentada por la renta per cápita: el crecimiento de riqueza se está produciendo de forma poco
equitativa. En el África blanca, todos los países superan el 0,5.

8- BIBLIOGRAFÍA.
Joseph Ki-Zerbo: Historia del África Negra. Barcelona, Bellaterra, 2011
Chukwudi Emmanuel: Pensamiento africano. Ética y política. Barcelona, Bellaterra, 2001
Ricardo Méndez y Fernando Molinero: Espacios y sociedades. Ariel, Barcelona, 1991 (4ª ed)
Timberlake, L.: África en crisis. Las causas, los remedios de la bancarrota ambiental. Cruz Roja
Española, Madrid, 1987, 270 pp.
George, Pierre: Geografía de las desigualdades. Oikos-tau, colección ¿Qué sé?. Barcelona, 126
páginas. PUF, París, 1983.
Lacoste, Y.: Geografía del subdesarrollo. Ariel, Barcelona, 319 pp. (PUF, París, 1978)

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