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“JESÚS HOMBRE LIBRE”

ESBOZO DE UNA CRISTOLOGÍA

Presentado por:
ARMANDO JHONATHAN CALLE MUÑOZ

Presentado a:
Pbro. JUAN PABLO JIMÉNEZ FETECUA

Curso:
CRISTOLOGÍA

SEMINARIO MAYOR VILLA PAÚL


FUNZA – CUNDINAMARCA
Noviembre de 2019
“JESÚS HOMBRE LIBRE”
ESBOZO DE UNA CRISTOLOGÍA

AUTOR: CHRISTIAN DUQUOC. Nació en Nantes (Francia) el 22 de diciembre de 1926 y


murió el 28 de septiembre de 2008. Realizó sus estudios en Friburgo, Le Saulchoir y en la
Escuela bíblica de Jerusalén, donde se doctoró en teología. Perteneció a la Orden de
predicadores.
Dedicó su vida a la enseñanza de la teología dogmática en la facultad teológica de Lyon y
perteneció al consejo de dirección de la revista “Lumiére el Vie”.
Sus estudios estuvieron orientados sobre todo a la figura de Jesús y su significado para
algunos problemas de la cultura contemporánea como son la secularización, la injusticia
social o el diálogo interreligioso.
La mayoría de sus obras han sido traducidas al castellano. Entre ellas destacan: Cristología;
Jesús hombre libre; Mesianismo de Jesús y discreción de Dios; El destierro de la teología o
cristianismo, memoria para el futuro. Otras de sus obras fueron: Ambigüedad de las teologías
de la secularización, 1974; Cristología, 1992 (6a ed.); Dios diferente, 1982 (2a ed.); Iglesias
provisionales: ensayo de eclesiología ecuménica, 1986; Liberación y progresismo,
1989; Mesianismo de Jesús y discreción de Dios, 1985; Política y vocabulario litúrgico,
1977.

ESQUEMA DEL LIBRO

Introducción
La obra de Duquoc comienza con una introducción, en la que se destaca entre otras cosas,
que se ha escrito y hablado bastante acerca de Jesús, su misterio, su historia y su personalidad
que intrigan y fascinan a muchos. El controvertido predicador de Galilea, con su amor a los
pobres y excluidos, su enfrentamiento y crítica a los poderes de este mundo, y su mensaje
centrado en el mandamiento nuevo del amor, sigue inspirando a artistas, pensadores, líderes
sociales y humanistas. El testimonio que se tiene del Jesús histórico, el rabino judío que murió
crucificado hace más de 2000 años, se encuentra en los Evangelios, los cuales, aunque
basados en la vida de Jesús, en sus hechos y palabras, según la perspectiva del autor, son
narraciones escritas desde la fe de las comunidades eclesiales del siglo I, una fe que confiesa
a Jesús, como el Cristo, el Mesías – Ungido de Dios.
En la introducción se aclara que los evangelios no son biografías de Jesús, sino testimonios
de creyentes, y que en cada uno de ellos aparece por entero toda la personalidad de Jesús.
Confesar a Jesús como “mesías” es recoger las esperanzas que animaron y siguen animando
a Israel el pueblo judío. Además, Jesús no es solamente para la fe cristiana aquel hombre que
hizo el bien en Galilea, tomando en sus manos la causa de los oprimidos y sacudiendo el
yugo de los sacerdotes y de los profesionales de la religión judía. Es también el “Cristo”, el
enviado del Padre para hacer pasar a este mundo desde su esclavitud a una novedad tan
radical que la Biblia la define como reino de Dios, ya que ninguna sociedad pasada o presente
es capaz de evocar su imagen. Y la señal de que él es el “Cristo” es que está vivo.
Con estas palabras introductorias, el autor define el propósito que se traza en esta obra:
Manifestar quién es Jesús para nosotros a partir de este doble nombre suyo (Jesús – Cristo).
Dicho propósito lo presenta a través de un doble cuestionamiento al que intenta dar respuesta
en el desarrollo de la obra: confesar a Jesús, ¿no será rechazar al Cristo, tal como nos lo
describe la doctrina tradicional? y proclamar a Cristo, ¿no será olvidar a Jesús, tal como
se impone su personalidad en las fuentes neotestamentarias?
Así pues, basándose en estas preguntas, el autor define lo que para él significa la labor de un
teólogo, ya que en su obra no pretende realizar un estudio histórico-crítico y exegético acerca
de los testimonios sobre Jesucristo existentes en las fuentes neotestamentarias sino,
reflexionar teológicamente respecto de aquel personaje histórico que por su forma de ser y
estilo de vida cambió el rumbo de la humanidad e imprimió en ella un carácter propio basado
en la verdadera libertad con la que él actuó y con la que supo instaurar una nueva forma de
ver y llevar la vida: el Reino de Dios. Esta obra es pues, un esfuerzo teológico por esbozar
una cristología bajo la categoría de Jesucristo como hombre libre.
Para Duquoc, el teólogo es aquel que toma suficientemente en serio a la escritura proclamada
en la Iglesia como comunicación de Dios para hacer de ella el objeto de su investigación y
de su pensamiento, y que no tiene otras fuentes de información distintas de las del exégeta,
pues se sitúa al lado del creyente que vive hoy su fe en medio de la incertidumbre y de la
duda.
Por otra parte, la cristología es para él el esfuerzo por pensar en la unidad a Jesús y al Cristo
en función de las cuestiones que actualmente se suscitan entre los creyentes. Este esfuerzo
exige una gran honradez ante las fuentes neotestamentarias y ante la manera con que en el
curso de la historia de la Iglesia los cristianos han vivido y expresado su fe, así como ante las
incertidumbres y las dudas de hoy.

1. El acontecimiento pascual, su importancia en la cristología


Jesús de Nazaret no es para nada un desconocido. En la actualidad existen admirables
estudios históricos que ha demostrado que los evangelistas no tenían la intención de escribir
una biografía. Los evangelios son testimonios de creyentes. Esto no significa que no
contengan nada histórico, sino que han sido escritos de modo que cada episodio se baste a sí
mismo, ya que en él aparece por entero toda la personalidad de Jesús.
Esa personalidad es la de aquel Jesús que a continuación recibió de las iglesias el nombre de
«Cristo», el «mesías». En este sentido, Jesús no es solamente para la fe cristiana aquel
hombre que hizo el bien en Galilea, tomando en sus manos la causa de los oprimidos. Es
también el «Ungido», el enviado del Padre para hacer pasar a este mundo de la esclavitud a
la novedad radical del reino de Dios.
El paso del Jesús de la historia al Cristo de la fe, está determinado por un acontecimiento
singular: la Pascua, la experiencia de la muerte y resurrección de Jesús. De hecho, cuando se
dice Jesucristo, se está haciendo una confesión de fe: reconocer que este Jesús, muerto en la
cruz y resucitado, es el Cristo, el Señor de la historia, el Hijo unigénito del Padre.
A la luz de la experiencia fundante de la Pascua, los creyentes interpretaron toda la
experiencia histórica que habían vivido con el maestro de Nazaret. Esto quiere dar a entender
que por el hecho de concebir a Jesús como el Cristo después del acontecimiento pascual, no
se puede excluir la posibilidad de una búsqueda paciente, desde la inteligencia, de la
personalidad histórica de Jesús de Nazaret, ya que el mismo que resucitó es el mismo que se
encarnó, realizó signos visibles de la llegada del Reino de Dios, padeció, murió y fue
sepultado.
2. Jesús de Nazaret: un hombre libre
La humanidad libre de Jesús convoca a vivir en libertad; y es que la experiencia con el rostro
humano de Dios, Jesucristo, revela a cada hombre y a cada mujer el misterio de su propia
humanidad, aquella dignidad única que los hace hijos de Dios y hermanos entre sí.
Uno de los elementos que destacan los evangelios acerca de Jesús es su autoridad con la que
realizaba los signos que ratificaban su acción instauradora del Reino de Dios y con la que
predicaba y enseñaba a sus discípulos. Tal autoridad, denota una manera de hablar y actuar
con la que se define su auténtica personalidad: la libertad. Jesús actuaba y hablaba libremente
frente a su familia y entorno social, ya que tenía clara su misión y por decirlo de algún modo,
no tenía miedo de hacer y decir lo que debía hacer y decir, ya que en eso consistía su misión
y con sus palabras y acciones lo único que pretendía era ayudar a sus coetáneos a que
descubrieran ese mismo camino de libertad para tener una vida digna y plena.
Por ello, Jesús no tenía miedo de relacionarse con las mujeres, los pecadores y los excluidos,
así como tampoco temía a las autoridades políticas y religiosas de su época a quienes, en
varias ocasiones, según los evangelios, supo confrontar y desenmascarar.
Así mismo, Jesús se siente y se declara libre ante la ley y las costumbres de su época, sobre
todo porque él es capaz de ver más allá de lo prescrito y políticamente correcto, su intención
es poner de manifiesto como ley suprema el amor, la verdad y el bien al servicio del prójimo,
para defender su libertad y dignidad, sin distinciones ni exclusiones. Es por esto, que las
personas humildes y sencillas fueron las que mejor empatía y aceptación tuvieron hacia Jesús,
pues les sabía llegar al corazón. Su libertad fue sencilla, como la de un niño y enseñó a partir
de esa sencillez, que el verdadero camino de Dios se realiza con libertad. Esta libertad y
autoridad son la explicación a los conflictos que provocará su palabra y que finalmente lo
llevarán a la condenación. Y es esta libertad y autoridad, lo que explica que sus
contemporáneos le hayan calificado de profeta.

3. Jesús según el juicio de sus contemporáneos


Para los de su época, Jesús fue catalogado como un hombre carismático, un profeta de palabra
y de obra, capaz de realizar el último tan esperado enfrentamiento con las potencias contrarias
a Dios. Jesús acepta que lo llamen profeta, porque para los judíos de su época, el verdadero
profeta era posesor del Espíritu de Dios, lo cual nunca rechazó ni negó, y por lo cual también
fue juzgado como posesor del espíritu del mal. Jesús se autoproclama profeta y se declara
enviado a anunciar la buena noticia a los pobres y proclamar el año de gracia del Señor, como
lo dice Isaías.
Es bueno aclarar, que Jesús no es profeta por haber predicho el porvenir, es profeta porque,
con una fidelidad absoluta a su misión y con una libertad sin compromisos, anuncia las
exigencias radicales de Dios, con plena lucidez sobre los acontecimientos individuales y
sociales. Jesús supo responder con la autoridad de sus gestos y palabras de una manera más
convincente que la de las autoridades religiosas de su época y tal vez por eso lo consideraban
como un gran profeta, título que nunca rechazó.
Cuando lo designan como Mesías, Jesús rechaza rotundamente este título que le atribuyen,
debido a que para sus contemporáneos el mesías estaba vinculado a la liberación política de
Israel, a la venganza con poder para destituir a los poderosos y corruptos y hacer justicia a
los oprimidos mediante el reinado humano con ejércitos y gran poder y soberanía. Jesús ante
estas pretensiones huye y acalla a quienes quieren otorgarle poderes, puestos y títulos
mesiánicos en el campo de lo terreno. Esta actitud revela su identidad y su libertad en sus
relaciones, acciones y enseñanzas, su único interés es la causa de los oprimidos, liberarlos de
sus cautividades y esclavitudes e instaurar desde abajo un reino de justicia y de igualdad,
basado en la máxima del amor.

4. El testimonio de Jesús sobre sí mismo


En este capítulo se discute acerca de la conciencia mesiánica de Jesús. Si Jesús rechaza las
pretensiones de sus contemporáneos de declararlo mesías y al mismo tiempo acepta su
condición de profeta, pero se sabe por la pascua, que después las primeras comunidades le
atribuirán el título de mesías e Hijo de Dios, ¿es posible que en un comienzo él no haya sido
consciente de esta realidad?
En los evangelios aparecen, a pesar de lo descrito en el capítulo anterior, cómo en ciertos
pasajes Jesús asume y acepta ser reconocido con los títulos de mesías, hijo de Dios, hijo del
hombre y siervo. Según los estudios y las reflexiones del autor, estos cuatro títulos aparecen
en los evangelios como aceptados y reconocidos por Jesús, pero en realidad son
aproximaciones y construcciones teológicas hechas por las primeras comunidades
pospascuales, es decir, fueron títulos atribuidos a Jesús después del acontecimiento pascual.
Por tanto, la conciencia que Jesús tuvo de sí mismo se revela en la autoridad y en la libertad
que tuvo Jesús al hablar y actuar y que tanto impresionó a sus contemporáneos. Esto fue
evidente en Jesús, pues en todo momento fue capaz de unir sus actitudes y su ejemplo con
sus enseñanzas, es decir, era capaz de hacer y vivir lo que él mismo recomendaba y enseñaba,
y he ahí su novedad y aquello por lo cual lo admiraban y respetaban, reconociéndolo como
un gran profeta. Además de esto, es también muy importante destacar que asombraba a sus
contemporáneos porque su enseñanza no se refería a la tradición de los antiguos, sino que se
ponía a sabiendas en frente de ella: “se os ha dicho… pero yo os digo”. El no apoyarse en
ninguna autoridad, el no buscar el amparo de una palabra de Dios como los profetas, esa
manera de proceder no tiene paralelismos en el mundo judío. Esa decisión personal, ligada a
una actitud filial para con Dios como Padre, es lo que mejor caracteriza a la personalidad de
Jesús y sin duda alguna a su conciencia.

5. El proceso y la muerte
Lo que generó el conflicto entre Jesús y las autoridades religiosas de su época, dividiendo a
sus contemporáneos, no fueron sus palabras, el contenido de su mensaje consistente en el
anuncio del reino de Dios y la exigencia de la conversión, sino su actitud, que para ellos
contradecía el orden religioso, moral y político.
Las razones del conflicto, según el autor, fueron la crítica de la autoridad de la ley, el
desplazamiento del centro de gravedad de la religión, la decepción provocada por la negativa
ante las representaciones mesiánicas y la intrusión en la organización social. Estas causas
motivaron a que se diera la acusación religiosa, condenándolo como falso profeta y además
sentenciándolo por un delito político, al acusarlo de amenazar al ocupante romano por
intentar sublevar a las turbas para devolver a Israel la independencia. Se sabe que Pilato juzgó
a Jesús inocente, sin embargo, le condena a muerte para garantizar que no se produjeran
desórdenes a puertas de celebrar la pascua, ya que era mejor preservar el orden de todos y no
salvar a un inocente que tenía poca importancia para la estrategia política. Jesús fue víctima
como muchos malhechores y oprimidos que no contaban para los poderes político y religioso.
La condena y muerte de Jesús, apagó todas las esperanzas mesiánicas que se habían gestado
con su presencia en medio de sus seguidores.
6. La experiencia pascual: Jesús vivo
La experiencia pascual no se basa en la visión de un milagro o prodigio. Los relatos de las
apariciones hablan de la sorpresa de los testigos, descubren la realidad del encuentro con
Jesús vivo, pero nunca del acto de la resurrección. El testimonio recae en el hecho de que el
que había sido condenado y ejecutado está vivo, y que Dios acredita así ante los hombres al
que había sido desacreditado y calumniado por los poderes religiosos y políticos.
Se deben superar estos malentendidos: la resurrección no es la reviviscencia de un cadáver,
ni se reduce a la energía presente de la palabra evangélica, ni elimina la vida histórica de
Jesús, sino que manifiesta, por el contrario, su valor universal; tampoco debe ser tratada como
un acontecimiento del pasado, sino como un hecho actual y futuro.
En cuanto a la oposición que suele darse entre Jesús y el Cristo, el autor afirma: el grito de
rebeldía del justo perseguido ha sido escuchado por Dios; no es la misma situación definitiva
de aquel que construye en la libertad y en el amor que la del que destruye en el odio. El
resucitado no se ha revestido del poder de Dios para imponerse a sus adversarios y destruirles,
sino para suscitar nuevos testigos que, como él, derriben la lógica destructora del mal
mediante la sobreabundancia del bien. El resucitado manifiesta su poder únicamente
mediante el don del Espíritu que concede la libertad.

7. Jesús hace al hombre libre


La muerte de Jesús no fue algo planeado para liberarnos del pecado ni una casualidad, ya
que, su actitud, su palabra y las esperanzas suscitadas por él hicieron indeseable su libertad
de expresión. Su muerte es el resultado de una lógica histórica. El Dios que predicaba no era
el Dios que garantizaba los intereses materiales y religiosos. Su Dios no debía sustituir al
Dios conocido.
Jesús fue capaz de liberar a sus seguidores del Dios imaginario, creado por la manipulación
legalista de las autoridades religiosas de su época, un Dios que no puede compaginarse con
el odio, ya que Jesús con su actitud evangélica de perdón, de no odio y de no venganza ni
discriminación alguna, es capaz de liberar a sus seguidores de las imágenes de Dios y las
actitudes religiosas que oprimen.

8. Jesús el hijo, rostro humano de Dios


Ante la pregunta sobre quién es Jesús, aparece la respuesta y el testimonio que dan los
discípulos después de la experiencia pascual: es el Señor, el Cristo, el mesías, el enviado de
Dios para instaurar el reino. Pero a la pregunta no hay que responder con títulos sino con un
nombre de identidad: el de Hijo, reconocido como tal sobre la base de la resurrección, no a
pesar de su vida terrena, sino en ella, ya que sólo en ella podemos captar el sentido de su
filiación divina, en una personalidad, en una autoridad, en una libertad de hombre, en el
perdón, en el partido que tomó por los oprimidos, pues allí es reconocido Dios, en el rostro
humano del Hijo Jesús y en su lucha por cambiar el sentido de la historia humana.

Conclusión
Ante la cuestión inicial: ¿es posible reconocer a Jesús sin confesarlo como Cristo? Se
concluye que no, ya que no se oponen ni se separan ambos nombres, pues según el testimonio
de la primera comunidad, el acontecimiento pascual, lejos de borrar la figura histórica de
Jesús, ha incitado a la comunidad primitiva a asegurarse los recuerdos más serios que de él
tenía.
No es el título de Cristo el que configuró la historia de Jesús, sino la historia de Jesús la que
transfiguró el sentido de este título. Jesús es actual por ser Cristo, pero es Cristo porque fue
Jesús de Nazaret. Es en Jesús de Nazaret donde se aprende quién es el Hijo de Dios y, por
medio de él quién es el Dios de los cristianos.
Se impone por tanto una conversión: abandonar nuestras representaciones, nuestras imágenes
instintivas, nuestros medios ancestrales, nuestras construcciones intelectuales, nuestras
seguridades filosóficas, para dejarnos informar por aquel que es el resto humano de Dios. Se
necesita el don del Espíritu para que se realice esa conversión.

POSICIÓN PERSONAL

La reflexión teológica del autor me parece muy acertada, estoy totalmente de acuerdo con su
postura y me gustó bastante la lectura de su obra y pensamiento.
Hablar de Jesús y de forma independiente hablar de Cristo, como bien lo plantea el autor, es
imposible, ya que, en definitiva, está comprobado que los escritos neotestamentarios son
pospascuales, por lo tanto la referencia al Jesús histórico, aunque se base en testimonios de
la tradición oral recogidos por las primeras comunidades, se realiza siempre en completa
concordancia con el Cristo de la fe, y partiendo de la certeza que poseen en su vida y corazón
los primeros cristianos de que se trata de la misma persona: Jesucristo el Hijo de Dios.
Es interesante cómo el autor deja en claro la centralidad del acontecimiento pascual para
poder hacer un juicio objetivo acerca de la historicidad de Jesús y su trascendencia en la
humanidad como el verdadero Hijo y Ungido de Dios.
Además de la controversia suscitada por el Jesús histórico y el Cristo de la fe que el autor
claramente intenta subsanar y reconciliar, es de vital relevancia el acento que pone durante
todo el libro en la autoridad y libertad con que Jesús, vivió, habló y actuó, y que fue
precisamente este elemento el que le permitió a Jesús hacerse consciente de su misión como
Hijo de Dios y como instaurador del Reino de su Padre para establecer la justicia, la
liberación y la caridad como única norma de vida de sus seguidores. Fue su actitud de acogida
y defensa de los desprotegidos, vulnerables y oprimidos la que hizo que los sencillos le
reconocieran como un gran profeta y la que puso en evidencia las incoherencias e injusticias
de las autoridades políticas y religiosas de su época, provocando inestabilidad en las altas
esferas de su época y desembocando inevitablemente en su juicio y condena a muerte de cruz,
haciéndolo víctima indefensa y culpable, aunque siempre fue inocente.
Concluyo afirmando que es precisamente la libertad de la cual siempre ha gozado Jesús el
Cristo, la que le ha permitido, por la fuerza del Espíritu Santo ser acreditado por el Padre, no
dejar frustrada su opción al resucitarlo de entre los muertos y así instaurar definitivamente
en el mundo la salvación y el comienzo de su reino de amor, justicia y libertad.

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