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LIBRO COMPLEMENTARIO ESDRAS Y NEHEMÍAS 4T 2019

11
CAPÍTULO

Gente recaída

Después de completar el muro de Jerusalén, Nehemías supo que


tenía que dedicarse a buscar un reavivamiento y una reforma
espirituales. Renovar la relación vertical con Dios era su principal
prioridad. Poco después de finalizar el muro en agosto (Elul 25) de
444 a. C., dirigió su atención a la restauración espiritual. El mes
siguiente, en Tishréi 1, el día de Año Nuevo en el calendario judío,
Esdras, junto con otros levitas, comenzó a enseñar al pueblo la
Palabra de Dios y a leer e interpretar oralmente la Ley de Moisés
(Nehemías 8).

A través de la lectura de las Sagradas Escrituras, el pueblo llegó a


conocer la voluntad de Dios y su enseñanza. Se dieron cuenta de que
eran pecadores, confesaron sus pecados (Nehemías 9) y prometieron
ser fieles al Señor (Nehemías 10). Pero había más. Bajo juramento,
aceptaron una promesa que Nehemías redactó, que declaraba que:
1) no se casarían con cónyuges no judíos; 2) que guardarían
fielmente el sábado; y 3) que cuidarían la casa del Señor, incluyendo
dar los diezmos y las primicias (Nehemías 10: 30-39). Nehemías
consideró tres temas cruciales para el éxito de los israelitas como
nación. Primero, debían restaurar su relación con Dios guardando y
viviendo el mandamiento del sábado. Segundo, la vitalidad del
matrimonio debía preservarse, debido a que todas las demás

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relaciones humanas nacen de matrimonios saludables. Y tercero, la


adoración habitual traería continuidad y vida genuina.

Nehemías 13: 1-3 registra que la lectura constante de la Ley de Dios


llevó al pueblo a descubrir que los extranjeros, como los moabitas y
los amonitas (Deuteronomio 23: 3-6) no debían formar parte de la
«congregación de Dios». No está claro si la exclusión de los
extranjeros era de la adoración o de la tierra, pero parece que no
solo se aplicaba a la religión de Israel sino también al territorio de
Israel, como lo sugiere Nehemías 13:3. Esto parece que fue así,
debido a la expulsión de las esposas extranjeras mencionadas en
Esdras 10.

Un análisis más detallado de esta receta mosaica no sustenta la


expulsión de todos los extranjeros simplemente por su origen
étnico. La intención de esta ley era alejar a los israelitas de la práctica
de la idolatría, y la prohibición no tenía la intención de excluir de
Israel a los extranjeros que aceptaban al Dios vivo como su Señor.
Un ejemplo claro de esta interpretación la tenemos en el caso de Rut
la moabita, que aceptó al Dios de Israel y se convirtió en parte
integral del pueblo de Dios, en la bisabuela de David y en antepasado
de Jesucristo (Rut 4: 21-22; Mateo 1).

Otros profetas del Antiguo Testamento también usaron un lenguaje


inclusivo. El profeta Isaías declaró que a ningún extranjero o eunuco
que observara el sábado y se aferrara al pacto de Dios (Isaías 56: 3-
8) se le debía prohibir adorar al Señor en el templo. El templo debía
ser una «casa de oración para todos los pueblos» (versículo 7).
Ezequiel hizo hincapié en que en la distribución del territorio de
Israel después de su regreso, la nueva tierra debe darse como
herencia a los israelitas nativos, así como «a los extranjeros que

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vivan con ustedes y que tengan hijos entre ustedes» (Ezequiel 47: 22
DHH).

Los nuevos viejos problemas

Después de servir en Jerusalén durante doce años, del 444 a. C. al


432 a. C. (Nehemías 5: 14), Nehemías regresó a Babilonia para servir
nuevamente al rey Artajerjes (Nehemías 13: 6). Durante la ausencia
de Nehemías en Jerusalén, es probable que su hermano Hanani haya
sido nombrado gobernador (Nehemías 1: 2; 7: 2; 12: 36). Sin
embargo, después de varios años, Nehemías regresó a Jerusalén (no
se indica en qué momento exacto en Babilonia) para descubrir que
las principales cosas a las que había hecho jurar a los líderes no se
estaban cumpliendo (Nehemías 10: 30-39). Habían fracasado en tres
aspectos prácticos: 1) el apoyo de los sacerdotes, levitas, cantantes,
guardianes y servidores en la casa de Dios a través de sus diezmos
y ofrendas (Nehemías 13: 5, 10-14, 30-31); 2) la observancia del
mandamiento del sábado (Nehemías 13: 15-22); y 3) los
matrimonios mixtos con no israelitas (Nehemías 13: 23-29). En este
capítulo nos concentraremos en los dos primeros temas: el diezmo
y el sábado.

El diezmo: la sabia provisión de Dios

La primera reforma de Nehemías fue restablecer el diezmo. Israel


había olvidado que todo lo que tenían era un regalo de Dios. Él es el
dueño y dador de todo. «La tierra es del Señor y todo lo que hay en
ella; el mundo y todos sus habitantes le pertenecen» (Salmo 24: 1,
NTV; ver también Hageo 2: 8). Dieron por hecho que sus posesiones
eran el resultado de su propia sabiduría, fortaleza e inteligencia,
olvidando que toda habilidad y don proviene del Señor: «Acuérdate
de Jehová, tu Dios, porque él es quien te da el poder para adquirir

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las riquezas» (Deuteronomio 8: 18). Por eso el Señor dio esta


bienaventuranza:

«Honra a Jehová con tus bienes y con las primicias de todos


tus frutos; entonces tus graneros estarán colmados con
abundancia y tus lagares rebosarán de mosto» (Proverbios
3:9-10).

El primer registro del diezmo en Génesis está relacionado con la


asombrosa victoria de Abraham sobre sus enemigos y su
reconocimiento de Dios como el Creador y la fuente de sus
bendiciones. Abraham expresó su gratitud por la presencia y la
cercanía de Dios a través de sus diezmos (Génesis 14: 18-20). Años
después, Jacob también reconoció la fidelidad de Dios y prometió
diezmar fielmente las bendiciones que Dios le concediera (Génesis
28: 20-22).

Estos patriarcas reconocieron la sabiduría divina de darle a la


humanidad el sistema del diezmo. Sus descendientes, el antiguo
Israel, finalmente recibieron la instrucción de diezmar en tres
aspectos en los que era necesario:

1. El primer diezmo era para el Señor (Levítico 27: 30-32;


Números 18: 21, 24; Proverbios 3: 9). Este diezmo tenía el
propósito de sustentar el sistema de adoración del santuario,
sus espacios sagrados, sus servicios, así como a los sacerdotes
y cantantes que allí ministraban. Este principio se mantiene en
el Nuevo Testamento, donde todos son invitados a diezmar
(Mateo 23: 23; Hebreos 6: 20-7: 4; 1 Timoteo 5: 18; ver
también Malaquías 3: 8-10). Hoy, el diezmo ayuda a la
proclamación del mensaje, sosteniendo «a los que anuncian el
evangelio» (1 Corintios 9: 14).
2. El segundo diezmo estaba destinado a la celebración de los
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festivales (Deuteronomio 12: 6-7; 14: 22-27). En Éxodo 23:


14-19 y otros pasajes del Antiguo Testamento, como Éxodo
34:18-24 y Deuteronomio 16: 16-17, se ordenó a los
israelitas que fueran a Jerusalén tres veces al año para
observar las tres fiestas principales: la Pascua, la Fiesta de la
Cosecha (o Semanas), y la Fiesta de los Tabernáculos. Tenían
que viajar y pasar varios días en festividades religiosas. ¿Cómo
solventaban ellos la necesidad de transporte y alimentación de
aquellos que celebraban durante estos festivales? No había
bancos ni sistema de ahorro, así que el segundo diezmo servía
para satisfacer estas necesidades. La gente daba este diezmo
para satisfacer sus necesidades durante las fiestas. La lección
para nosotros es que debemos reservar dinero para las
diversas celebraciones privadas y religiosas, así como otros
momentos de confraternidad en los que el pueblo de Dios se
reúne (como por ejemplo los campestres, actividades de
estudio de la Biblia o programas de salud).
3. El tercer diezmo era para los pobres y los marginados
(Deuteronomio 14: 28-29; 26: 12-15). Se daba cada tres años
y servía para ayudar a los más desfavorecidos: los huérfanos,
las viudas, los pobres, los extranjeros y los levitas. La lección
que podemos aprender: debemos dar en apoyo a
organizaciones humanitarias dignas, como ADRA, que
trabajan en favor de los que más lo necesitan.

Estos tres diezmos formaban parte del ingenioso sistema que Dios
instituyó para proveer para todos sus hijos. Esta interpretación está
respaldada por evidencia extrabíblica en el libro de Tobit (Tobit 1:
6-8) y en los escritos del prolífico historiador judío Flavio Josefo:
«Además de esos dos diezmos, que ya he dicho que deben pagar
cada año, uno para los levitas, el otro para los festivales, deben traer
cada tercer año un tercer diezmo para distribuirlo entre los que lo
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necesitan, a las mujeres que también son viudas y a los niños


huérfanos» (Flavio Josefo, Antigüedades de los judíos, iv. 8. 22).

A través del uso inteligente de nuestros recursos, Dios intenta ayudar


a los demás y asegurar su obra en la tierra. Pero aún más, él quiere
estimular en nosotros la dadivosidad y la sensibilidad hacia las
necesidades de los que nos rodean. Esto implica dar para proyectos
a largo plazo, así como para satisfacer las necesidades de cualquier
crisis inmediata.

Cuando damos, debemos hacerlo motivados por un corazón


agradecido. Dar es una expresión de gratitud por el amor y el
cuidado que Dios nos brinda. Esta es la razón por la que «hay más
dicha en dar que en recibir» (Hechos 20: 35, DHH), ya que, al dar,
estamos colaborando en la causa de Dios. Cuando nuestro corazón
está bien, nuestro comportamiento también lo está. Pablo lo
corrobora, al decir: «Dios ama al dador alegre» (2 Corintios 9: 7).

La observancia del sábado

La segunda reforma de Nehemías estaba relacionada con el sábado


y su observancia. Ordenó que las puertas de Jerusalén fueran
cerradas durante las horas de sábado, ya que no habría intercambio
de mercancías durante el día de reposo. «Y dije a los levitas que se
purificaran y fueran a guardar las puertas, para santificar el sábado.
"¡También por esto acuérdate de mí, Dios mío, y perdóname según
la grandeza de tu misericordia!"» (Nehemías 13: 22). Nehemías
estaba ansioso por mantener la debida observancia del sábado
porque tenía muy clara su importancia para poder mantener una
verdadera relación con Dios. Hacerlo era un recordatorio de quién es
Dios, de quiénes eran ellos mismos y con qué propósito fueron
creados. Sirve para iluminar el potencial y el significado de la vida.

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En el principio, el sábado fue el momento culminante de la creación


(Génesis 1: 1-2: 4). Como acto culminante, Dios hizo el sábado y lo
separó de todos los demás días con un propósito especial. Dios creó
un espacio en el tiempo y lo llenó con su santidad.

En el relato de la creación, todo se finaliza en el sábado. Los seres


humanos son el pináculo de la creación física de Dios, pero el sábado
es el ápice culminante de la semana de la creación. Resulta
interesante que cada día de la creación se menciona solo una vez en
el relato del Génesis (Génesis 1: 5, 8, 13, 19, 23, 31), pero el séptimo
día se menciona tres veces, y las tres aproximadamente en medio de
tres oraciones consecutivas (Génesis 2: 2-3; dos instancias del
séptimo día se mencionan en el versículo 2). Cada oración consta de
siete palabras en hebreo, que subrayan hermosamente el significado
del sábado.

Los teólogos afirman de manera acertada que los seres humanos son
la corona de la creación. Si esto es así, ¿por qué es el sábado y no la
humanidad, lo que está en el corazón del acto creativo de Dios?

Ciertamente la creación de Adán y a Eva representó el acto final de


la creación física del mundo. Dios hizo la tierra, formó el espacio y
la llenó de peces, aves, animales y, finalmente, el hombre y la mujer.
Adán y Eva entraron al mundo físico como la obra maestra final. Pero
a Dios le interesaba mucho más que la simple materia. Él estaba
interesado en crear relaciones, y por eso el sábado pertenece a una
categoría diferente. El sábado no se puede ver ni tocar, pero tiene un
valor tremendo en el reino espiritual para las relaciones. Es una
realidad diferente. Es la realidad de la comunión en el tiempo y el
espacio.

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Creados a imagen de Dios, los humanos necesitaban mantener esta


imagen. Continuarían siendo criaturas por toda la eternidad, siempre
dependientes de Dios, pero nunca convirtiéndose en Dios. Para
poder mantener y desarrollar plenamente su humanidad y su
potencial, necesitaban mantener una relación adecuada con su
Creador. Esto explica por qué después de crear a los humanos el
sexto día, Dios estableció rápidamente el séptimo elemento en la
realidad más importante de todas: en mantener una relación con él.
Toda la historia de la creación es, por lo tanto, teocéntrica y no
antropocéntrica. Sin Dios, los humanos tratarían de usurpar el papel
de su Creador y se desviarían rápidamente hacia el egocentrismo y
la rebelión.

¡El punto culminante de la historia de la creación no es, pues, la


creación de los seres humanos, sino el haber colocado al hombre y
la mujer en una relación cercana con Dios! No es el sexto día (los
seres humanos como la obra culminante de la creación física de
Dios), sino el sábado (los seres humanos en una relación vivida y
mutua con su santo Creador, adorándolo). El sábado representa, ante
todo, una relación: la relación de belleza y esplendor de Dios con los
seres humanos y de los seres humanos con Dios. Todo rey necesita
un palacio, pero también necesita un pueblo. El sábado es un palacio
donde el Rey y sus súbditos disfrutan de la plenitud de su relación.

El concepto bíblico del tiempo está siempre estrechamente vinculado


e incluso identificado con su contenido. Lo mismo ocurre con el
concepto de santidad, que no puede existir independientemente de
Dios. El sábado tiene que ver con relacionarnos con Dios. Emmanuel,
que es Dios con nosotros, es lo que hace que sea mucho más que un
simple período de veinticuatro horas.

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El mejor comentario sobre la creación lo ofreció Jesús en Marcos 2:


28-29. Este pasaje nos ayuda a comprender la historia de la creación
y nos muestra que una interpretación que haga hincapié la presencia
de Dios es correcta. En este pasaje, Jesús confirma que el sábado fue
creado como un regalo especial para toda la humanidad, y que nos
ayuda a vivir en dependencia de Dios. Fue creado primordialmente
para nuestro gozo y beneficio. Jesús dice: «El sábado se hizo para el
hombre [note el lenguaje universal de la creación que incluye todo;
es decir, toda la humanidad está incluida], y no el hombre para el
sábado», y además añade: «Por esto, el Hijo del hombre tiene
autoridad también sobre el sábado» (Marcos 2: 27-28, DHH). Solo
cuando adoramos al Señor del sábado podemos disfrutar de una vida
plena de abundancia. El sábado sin Cristo es una malinterpretación
del verdadero propósito, significado e intención del sábado. Es como
tener un cielo sin sol. Solo cuando vivimos el sábado con Cristo
obtenemos gozo, paz y satisfacción genuinos.

Dios entra en su descanso y hace posible que los humanos


descansen. Cuando hacemos una pausa, participamos en el
descanso divino y descansamos en él. Dios obra y nosotros
disfrutamos de los beneficios. Vale la pena mencionar que el día de
descanso de Dios fue el primer día completo de la humanidad, ¡lo
que significa que los humanos descansaron antes de trabajar! Este
es el evangelio. El sábado es un signo de la gracia, un tiempo libre
de las obligaciones del trabajo para celebrar una vida feliz con Dios.

El sábado es también un muro contra la adicción al trabajo, un


antídoto contra el estrés. Es una protección divina de nuestra
tendencia a trabajar sin parar. Debemos aprender a poner la
comunión sobre el desempeño. Las relaciones son más importantes
que los logros. El sábado es una lección que enseña a los humanos
a ser seres orientados hacia Dios y hacia los demás, no hacia las

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cosas o hacia el trabajo. El sábado garantiza que comencemos cada


semana renovados, listos para nuevos desafíos.

La santidad genera una energía creativa. Los que guardan el sábado


participan en la santidad de Dios; es decir, se fortalecen y se
transforman en el ideal de Dios para su vida y su trabajo creativo.
Este fue el propósito de Dios al bendecir el sábado. Al experimentar
el sábado, los creyentes asumen la devoción a su Creador, así como
un respeto por su poder creativo.

Un viaje próspero con Dios

La observancia del sábado y el diezmo demostraron ser elementos


importantes en la renovación espiritual de Israel. Junto con la
adoración y el matrimonio, generaron una reforma necesaria en el
pueblo de Dios. Esdras y Nehemías entendieron que estas reformas
representarían un fundamento seguro para la salud y la longevidad
de la nación elegida por Dios. Tanto en ese momento como ahora,
la atención cuidadosa a estos principios divinos allana el camino para
un viaje próspero con Dios.

DR. JIRĺ MOSKALA

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