Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
Manuel Pimentel
Hasta la aparición de la imprenta, a mediados del siglo xv, todos los libros eran manuscritos. Se
copiaban a mano, y ese carácter artesanal los embellecía por un lado, pero los encarecía
extraordinariamente por otro. Ese altísimo precio de los libros combinado con la alta tasa de
analfabetismo reducían el mercado del libro a monasterios, centros de formación, casas
nobiliarias y bibliotecas de eruditos con posibles. A pesar de lo reducido del mercado, desde
siempre existieron mercaderes de libros y traficantes de manuscritos, que alimentaban con
novedades las bibliotecas de los poderosos que podían pagarles sus servicios. Los talleres de
copistas reproducían los textos clásicos y los mercaderes de libros los distribuían. La invención
de la imprenta hizo aparecer la figura del impresor-industrial, que cubrió las funciones de
editor durante varios siglos. El negocio de los mercaderes prosperó. Las imprentas se
extendieron con inusitada rapidez. Y corno muestra un botón. Llamamos incunables a los libros
impresos antes de 1500, es decir en un periodo de apenas cincuenta años desde el nacimiento
de la imprenta. Pues bien, se conocen más de cuarenta mil títulos incunables. Sus tiradas
oscilaban entre algo menos de cien ejemplares hasta varios millares, en aquellos considerados
como superventas. Teniendo en cuenta que también se seguían distribuyendo obras
manuscritas, y otras menores, sorprende el elevado volumen de títulos y libros que se movían
en un mercado que debía de ser muy reducido debido a la escasa población europea, y, sobre
todo, a la baja tasa de alfabetización.
Durante sus primeros cincuenta años de vida, casi el 50 % de los libros producidos por la
recién nacida imprenta fueron de tema religioso, y casi dos tercios de todos los incunables
fueron escritos por dominicos y franciscanos. El latín fue la lengua más utilizada, J. M. Lenhart
analizó 24.421 incunables, de los que más de 77 % estaban escritos en latín. A lo largo del siglo
XVI, las lenguas vulgares fueron tornando protagonismo. El libro se acerca a la lengua que
hablaban los ciudadanos medios. Pronto, impresores y comerciantes precisaron de lugares de
encuentro. A principios del siglo XVI, los mercaderes de libros de toda Europa se encontraban
en las ferias alemanas, destacando sobre todo Frankfurt, seguida de Leipzig. Hoy en día,
Frankfurt sigue siendo la principal feria mundial del libro, nadie puede, negarle sus méritos
adquiridos.
Las ideas de la Reforma religiosa primero y las revolucionarias después cabalgaron a lomos
de libros distribuidos por toda la geografía europea. Pensadores, escritores, impresores y
mercaderes de libros contribuyeron a la extensión de las ideas y al progreso de nuestra
sociedad. Durante siglos, el concepto de editor no existió, vinculándose al impresor. Será a lo
largo del siglo XIX cuando aparezca la figura del editor, que tomará impronta definida a lo largo
del XX, tal y corno veremos a continuación:
El mundo editorial, tal y como hoy lo conocemos, comenzó a tomar forma a lo largo del siglo
XIX. De hecho, algunas de las grandes editoriales de nuestros días nacieron por aquel
entonces. Desde principios del siglo XIX, Madrid y Barcelona fueron los grandes centros
impresores-editores. Inicialmente, la mayor actividad se desarrollaba en Madrid, pero, poco a
poco, la capital catalana fue adquiriendo mayor volumen hasta equipararse, prácticamente,
con Madrid a final de siglo. En efecto, durante el último tercio del siglo XIX, la actividad
editorial adquirió un gran dinamismo en Barcelona, con el nacimiento de editoriales tan
importantes como Montaner y Simón, Espasa, Salvat o Sopena, que ya respondían a la
moderna fórmula de sociedad mercantil, quedando en el olvido la figura del editor a título
individual.
Espasa se fundó en Barcelona, en el siglo XIX, asociándose después a la madrileña Calpe
para convertirse en Espasa Calpe. En 1937, Espasa creó en Argentina la colección Austral, que,
después de editar cien títulos en el país sudamericano, regresó a España en 1939. Austral ha
marcado toda una época de lecturas y tiene el mérito de haber sido herramienta insustituible
para popularizar la lectura. La enciclopedia de Espasa Calpe supone toda una catedral al
conocimiento. Salvat fue fundada en 1869, al igual que la desaparecida Montaner y Simón, que
editó unos bellísimos libros ilustrados que alcanzaron a finales del siglo XIX una gran difusión.
En 1900, se creó en Barcelona el Centro de la Propiedad Intelectual y, en 1901, la
Asociación de la Librería de España en Madrid. En Barcelona se constituyó la Cámara del Libro
en 1918 y, en Madrid, en 1922. En 1908, se celebró el VI Congreso Internacional de Editores;
en 1909, se reunió en Barcelona la I Asamblea Nacional de libreros y editores, que volvió a
reunirse en 1911. En 1917 la Asociación de la Librería de España se bautizó como Federación
Española de Productores, Comerciantes y Amigos del Libro. Hasta la Guerra Civil, se fueron
celebrando periódicos encuentros y congresos del sector.
Los más viejos del lugar afirman que fue el editor Gustavo Gili el primer promotor de la idea
de que era necesaria una verdadera política del libro en España. En 1917, en una conferencia
de editores y amigos del libro, afirmó que existía la necesidad de:
[. ..] abandonar nuestro viejo error de considerar los problemas del libro como
problemas que sólo atañen a nuestro negocio actual y abordarlos como lo que
realmente son: como problemas vitales que afectan a lo más hondo de España, a su
prosperidad en el interior, a su prestigio e influencia en todas las naciones de lengua
española.
Estados Unidos ha sido el gran laboratorio donde podemos observar los acontecimientos que
han terminado por configurar el actual mundo editorial. Hasta los años veinte del siglo XX, las
editoriales tradicionales norteamericanas tenían casa en Nueva York o en Boston, pertenecían
a familias WASP. La cultura era algo demasiado serio e influyente como para dejarlo en manos
sospechosas. Pero este monopolio racial y social se rompió en esa década con la entrada de
toda una generación de editores judíos, que otorgó un nuevo impulso al sector. La mayoría de
esas antiguas y respetables casas editoriales habían sido fundadas a mediados del siglo XIX, y
se negaban a contratar a judíos. En Boston radicaban Little Brown, Houghton Mifflin, y Atlantic
Monthly Press, mientras que, en Nueva York, destacaban Harper & Brothers, Harcourt-Brace,
Doubleday, MacMillan, Scribner's y G. P. Putnam. El primer judío que entró con fuerza en el
mundo editorial fue Horace Liveright, creando Boni & Liveright en 1917.
En los años treinta, Robert de Graffse se empeñó en la idea de vender reimpresiones en
formato pequeño, encuadernados en rústica simple, a un precio muy económico, para tratar
de acercar la cultura a la gran masa. Leon Shimkin, que dirigiría posteriormente Simon &
Schuster durante años, tomó la idea y fundó, con gran éxito, Pocket Books. El concepto actual
de libro de bolsillo había nacido. Económico, con títulos y autores que habían tenido éxito en
su primer lanzamiento en tapa dura, y con una distribución que excedía a las tradicionales
librerías, abarcando estaciones de servicio, supermercados, drugstores, etc. Una fórmula
exitosa que perdura en nuestros días.
En la actualidad, las dos principales editoriales norteamericanas son Simon & Schuster y
Random House. Simon & Schuster nació de la unión de Max Schuster, editor de una revista de
automovilismo con Dick Simon, vendedor de pianos. Su primera obra fue un libro de
crucigramas, con lápiz incorporado, que alcanzó gran éxito. Invirtieron 8.000 dólares que
tenían ahorrados. Años después, en 1944, Richard L. Simon y M. Lincoln Schuster decidieron
venderle su empresa editorial, Simon & Schuster a Marshall Field III. Al morir este, los antiguos
socios lanzaron una oferta a la viuda de Marshall para adquirir de nuevo la editorial. La viuda
accedió, pero exigiendo que dieran entrada a Shimkin -que ya gestionaba Pocket Books con
éxito en el capital. Accedieron y volvieron a entrar en el capital en 1957, y de ahí nació la
relación entre las dos empresas, Simon & Schuster y Pocket Books, que, aunque distintas,
tenían un socio en común, Shimkin.
En 1959, Bennet Cerf y Donald Klopfer decidieron sacar a Bolsa Random House, a un precio
de 11,25 dólares por acción. No tardaría en alcanzar 45. A raíz de ese inicial éxito, durante la
siguiente década las salidas a Bolsa animaron un intenso proceso de fusiones y adquisiciones,
que fueron alejando a las editoriales de su exclusivo interés editorial para adentrarse en el
tortuoso mundo de los tiburones financieros. Los Angeles Times-Mirror Corporation compró
New American Library, MacMillan adquirió CrowellCollier, Times Books y Bernard Geis
Associates se fusionaron, mientras otras, como Harcourt, Brace o Western Publishing salían a
Bolsa. Pero la operación más significativa fue la adquisición de la prestigiosa editorial Knopf
por Random House. Parecía que el verdadero negocio editorial no era editar y vender libros,
sino comprar y vender editoriales. Poco después, Random House volvía a pegar un gran
zarpazo, y compraba Pantheon, que, pese a su juventud —había sido fundada en 1944 por
Helen y Kart Wolf—, habían adquirido gran prestigio, en literatura europea sobre todo. Las
consecuencias de esta adquisición las narra pormenorizadamente André Schiffrin en La edición
sin editores. Random House continuó su proceso de gigantismo. Tras Knopf y Pantheon
siguieron Fawcett, Ballantine, así como otras británicas. La otra gran editorial, Simon &
Schuster no se quiso quedar atrás y siguió su misma estela de adquisiciones. Compró Prentice
Hall y MacMillan, que previamente se había tragado a Atheneum y Scribner's. Al final Simon &
Schuster terminó en manos de Gulf & Western. Todo se argumentaba a favor de las economías
de escala, aunque los números de explotación de la editorial no satisfacían las grandes ansias
de beneficios de los grupos inversores.
La devoradora Random House terminó siendo devorada por RCA, para después ser
engullida por Newhouse y terminar, con unas cuentas francamente malas, prácticamente en la
ruina, en manos del gigante alemán Bertelsmann. Paradojas del destino. La mayor editorial
norteamericana es propiedad de un grupo europeo.
Otras editoriales europeas también entraron a cazar sobre el suelo norteamericano. El
grupo británico Pearson compró Viking para fusionarla con Penguin, reconocida, sobre todo,
por su gran colección de clásicos en bolsillo. Después adquirió Putnam, añadiendo otro gigante
al escenario global. Por último, en este nacimiento de titanes, también merece la pena reseñar
la compra de Time Inc. por parte de Warner, fusionando firmas históricas como Little —de las
originarias de Boston—, Brown, Book of the Month Club y Time Life Books.
La edición actual de libros en EE. UU. está gobernada por cinco grandes grupos, dos de ellos
con sede en Alemania y uno en Londres. Bertelsmann es propietaria del grupo Random House
y Holtzbrinck posee Sto Martins, Farrar y Straus & Giroux. Longmans Pearson, con sede en
Londres, es propietaria de Viking, Penguin, Putnam y el grupo Dutton. La News Corporation, de
Rupert Murdoch, posee Harper Collins y William Morrow. Viacom, propietaria de Paramount
Pictures y de MT posee Simon & Schuster y Pocket Books.
Esa tendencia a formar grandes grupos también llegaría, de forma casi simultánea, a
Europa. Y en esa tendencia aún nos encontramos, aunque ya sabemos que muchas de esas
fusiones engendran gigantes con pies de barro.