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Fuenzalida, N. 2017.

Apuntes para una arqueología de la dictadura chilena


Revista Chilena de Antropología 35: 131-147
doi: 10.5354/0719-1472.2017.46205

Apuntes para una arqueología de la dictadura chilena


Notes for an archaeology of Chilean dictatorship

Nicole Fuenzalida

Centro de Estudios Arqueológicos e Históricos Aikén, Guardiamarina Ernesto Riquelme 586, Dept. 3
(Santiago, Chile) nicole.fuenzalida.bahamondes@gmail.com

Resumen

Se expone una historiografía de los principales aportes realizados por la arqueología chilena al estudio de
la dictadura cívico-militar (1973-1990). Su objetivo es situar el estado de la cuestión en el marco de la
preocupación por el pasado contemporáneo y la arqueología de la represión latinoamericana, para
evaluar las posibilidades y limitaciones que se presentan. El análisis bibliográfico exhibe esfuerzos
acotados pero relevantes, enfocados en dos grandes temáticas. Una de estudios forenses realizados
durante la década del ochenta y noventa, relacionados con procesos judiciales de reparación de crímenes
de lesa humanidad; y otra, enfocada en la reflexión actual sobre centros de detención, tortura y
exterminio. A diferencia de otras líneas teóricas, en esta arqueología se conjuga la voluntad política por
una praxis socialmente útil, con una perspectiva crítica sobre las epistemologías tradicionales. Ejemplo de
ello son los trabajos sobre la arquitectura del horror, que dan cuenta del promisorio desarrollo en la
arqueología de la dictadura chilena por traer a discusión el pasado que nos cuesta hablar, en un contexto
actual donde se conjugan políticas, sitios y colectivos de memoria, casos judiciales, retóricas
patrimoniales, entre otros.

Palabras clave: arqueología, dictadura, pasado contemporáneo, centro de detención, Chile.

Abstract

This article presents an historiography review of the main contributions made by Chilean archaeology in
the study of the civic-military dictatorship (1973-1990). Its objective is to situate the status of the issue
within the framework of the contemporary past and the archaeology of repression in Latin America to
evaluate its possibilities and limitations. The bibliographic analysis shows limited but important efforts
focused on two topics. One about forensic studies developed in the eighties and nineties, in relationship
with legal process of crimes against humanity; and the other, centred on current reflection about
detention, torture and extermination centres. To take distance from other theoretical lines, this
archaeology combines a political choice for a useful praxis, with a critical point of view about traditional
epistemology. An example is the study about the horror architecture that shows a promissory
development in archaeology works during the Chilean dictatorship to discuss the past, which is very hard
to talk for us, within a current context that combines politics, sites and collective memory, legal cases, the
heritage rhetoric, among others.

Key words: archaeology, dictatorship, contemporary past, detention centre, Chile.

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INTRODUCCIÓN

A partir de 1973 y durante 17 años, el terrorismo de estado permaneció en Chile conformando un


contexto cotidiano. Un elemento privilegiado para diseminar el horror lo constituyó la represión y tortura,
aplicados como rutina de tratamiento a la oposición política. La dictadura cívico-militar se definió así como
un sistema de horror y muerte, ideológica e institucionalmente planificado para derribar progresivamente
las estructuras del mundo socialmente constituido hasta entonces.

Pensar el horror teniendo en cuenta la experiencia vivida, implica repasar políticamente las experiencias
de víctimas y victimarios, así como redefinir la relación amplia entre violencia y política (Agamben 2000;
Ávila 2013; Calveiro 2004; entre otros). Desde ahí la recuperación de la materialidad represiva de la
dictadura: centros clandestinos de detención, tortura y exterminio, fosas comunes, memoriales, objetos
personales de desaparecidos, entre otros, resulta imprescindible para otorgar sustancia y sumar sentidos
a la memoria (Calveiro 2006; Jelin 2001; Illanes 2002; Todorov 1995). La mirada arqueológica contribuye
a relatar "la otra historia": una historia alternativa a los discursos oficiales, en este caso sobre la
materialidad de la dictadura.

Ante la dominancia de la discursividad histórica en torno a lo contemporáneo, es preciso cuestionarse


cuál es el aporte real de la arqueología para discutir particularmente, los procesos dictatoriales que
involucran traumas sociales vigentes y batallas de memorias y olvidos (Calveiro 2006; Jelin 2001; Illanes
2002; Todorov 1995).

Este artículo se plantea la posibilidad de consolidación de este campo de estudios arqueológicos en Chile.
Su objetivo, por tanto, es exponer una historiografía y un estado de la cuestión actualizado, encauzado en
la preocupación por el conflicto contemporáneo desde un marco global, el entendimiento de las
implicancias teóricas que tiene lo precursoramente denominado “the archaeology of us” (Gould y Schiffer
1981), así como el desarrollo aplicado que ha tenido en Latinoamérica a partir del estudio de las
dictaduras.

ARQUEOLOGÍAS CONTEMPORÁNEAS

Pese a que la preocupación por el pasado reciente en arqueología no es exclusiva del advenimiento de
una episteme postmoderna (Lyotard 1987), solo desde la década del 90 ha sido posible trazar puntos de
vista que, combinados con apuntes desde el patrimonio, arte, antropología o historia, involucran una
inquietud por el presente (Buchli y Lucas 2001; González Ruibal 2008; 2014; Gould y Schiffer 1981; Rahtje
y Murphy 1992; Schofield et al. 2006, entre otros).

La necesidad de abordar el pasado contemporáneo desde la materialidad (Fahlander y Oestigaard 2004;


Hicks y Beaudry 2012; Meskell 2005; Miller 2002; Shanks y Tilley 1992) ha derivado en una multiplicidad
de enfoques arqueológicos cuyo tema principal es el cuestionamiento del tiempo (González Ruibal 2014).
Por materialidad hacemos alusión a los objetos y lugares, al componente físico de éstos, cuyas cualidades
se entienden siempre en relación a un contexto social particular en que se insertan, pues son producto de
prácticas sociopolíticas concretas, contemplan cualidades performativas y cumplen un rol en la
reproducción del orden social (Appadurai 1991; Bourdieu 1997). La relación entre ésta, las personas y el
tiempo, se sintetiza en las posibilidades que presenta la materialidad como vehículo por el cual la agencia
humana trasciende los propios límites temporales y tiene que ver con procesos sociales relativos al

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embodiment, la objetivación, la socialización, entre muchos otros (Fahlander y Oestigaard 2004; Meskell
2005; Miller 2002; Shanks y Tilley 1992).

Por ejemplo, en el Reino Unido se ha desarrollado una arqueología que se focaliza en el estudio de los
últimos 50 años, siendo su objetivo último el abordaje de la sociedad actual, en lo que se ha definido como
Archaeology of the Recent Past (Dawdy 2010). Por otro lado, existe una discusión sobre la comprensión
del presente dentro de grandes tendencias históricas como la construcción de “la modernidad” o “lo
contemporáneo”, para entender los procesos sociohistóricos que tienen efectos hoy (González Ruibal
2014). En general, hay consenso sobre la necesidad de repensar las temporalidades modernas y
transgredir las estructuras de ordenamiento impuestas desde la arqueología convencional (González
Ruibal 2014; Leyton 2009; Rathje et al. 2001). En este sentido, una problemática recurrente será la
pregunta sobre para qué y por qué hacer una arqueología del pasado reciente, así como cuál es la
naturaleza que define a esta clase de registro arqueológico (González Ruibal 2008).

Las temáticas son también diversas, considerando desde la puesta en valor de la vida cotidiana, las
consecuencias del proceso industrial o la subalternidad (por ejemplo, Buchli y Lucas 2001; Edensor 2005;
González 2009; Varsanyi 2011; Vilches 2011; Zimmerman et al. 2010), pero sin duda la mayor cantidad de
estudios refiere al conflicto moderno, tratando por ejemplo la Primera Guerra Mundial y la Segunda
Guerra Mundial desde los campos de batalla, las ciudades destruidas, los campos de concentración y las
tecnologías de la represión, entre otros (por ejemplo, Buchli 1999; Kiddey y Schofied 2011; Gassiot 2008;
González Ruibal 2007; 2008; 2010; 2014; Moshenska 2009; 2010; Saunders 2002; Schofield et al. 2006;
Sturdy 2012).

Dentro de este gran tema que representa el conflicto moderno es posible situar la discusión sobre las
dictaduras y las violaciones a los derechos humanos en general, no obstante, este campo conlleva la
incorporación de temáticas específicas relacionadas con la resistencia y la vida cotidiana en estos
contextos, las demandas por justicia, entre otros. Su tratamiento en la arqueología europea ha
desarrollado vetas relativas a la exhumación de fosas comunes, el estudio de campos de concentración y
en general, aquello que tiene relación con las tecnologías del terror, los objetos de las víctimas, el paisaje
(por ejemplo, en el caso del urbanismo soviético), la sobrevivencia a estos regímenes, entre otros (por
ejemplo, Crossland 2000; González Ruibal 2007, 2016; Moshenska 2010).

PASADO RECIENTE Y ARQUEOLOGÍA

La noción de pasado reciente, extrapolada acríticamente desde el campo de la historia a la arqueología,


remite a una representación lineal del tiempo y la experiencia histórica-política, en que se encuentra
implícita una determinada condición de proximidades sociales entre pasado y presente, reproduciendo
una correspondencia funcional respecto del pasado pretérito, objetivado como distante (Leyton 2009).

Más allá de la necesaria discusión respecto de las políticas de representación temporales en arqueología
y la definición de la disciplina como saber moderno (Gnecco 2012; Leyton 2009), acá se desea destacar
que este espacio temporal reconoce que hay un quiebre, el cual tiene efectos hoy. Se trata en definitiva
de un pasado “que duele” (Romero 2007). En el reconocimiento de su especificidad, parece ser consenso
el régimen particular que la sustenta, basado en diversas formas de coetaneidad entre pasado y presente:
la supervivencia de actores y protagonistas del pasado en condiciones de brindar sus testimonios, la

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existencia de una memoria social viva sobre ese pasado, la contemporaneidad entre la experiencia vivida
por el investigador y ese pasado del cual se ocupa (Franco y Levin 2007).

Este campo de estudio se enlaza con la crítica sobre los usos políticos del pasado, donde necesariamente
hay que trazar una posición y preguntarse, ¿para qué traer este pasado reciente? El trabajo de los
arqueólogos, antropólogos, historiadores, entre otros, en este espacio nuevo de enunciación retórica
constituye un desafío: ¿cómo hacer que el silencio de la materialidad se vuelva presente? Ese es el gran
reto y la gran responsabilidad.

De esta manera, hacer arqueología de este pasado es: “the archaeology of us who are live, for sure (no
other archaeology can claim that) but is also, more than any other, the archaeology of trauma, emotion
and intimate involvement” (González Ruibal 2008:3)

Ocuparse del pasado reciente desde la óptica arqueológica podría definirse como una labor compleja.
Esto porque involucra superar la barrera impuesta desde la epistemología tradicional que aludía, entre
otras cosas, a la distancia con implicancias temporales entre el arqueólogo y su objeto de estudio, aspecto
que conjeturaba la objetividad necesaria para la validez de las observaciones y presumía la interpretación
de un tiempo moderno, ligado a la noción de progreso, irreversibilidad y acumulación (Rathje et al. 2001;
Gnecco 2012; Thomas 2004). Con esto, se asume una actuación dentro de los márgenes del campo
disciplinar, cuestionando y tomando posición respecto de la ciencia ortodoxa y sus regímenes de verdad
y valor (Leyton 2009).

Hacer una arqueología de estos tiempos considera desplazar la relevancia otorgada a la cultura material
como texto o norma, hacia el abordaje de la materialidad, las experiencias y las prácticas, no solo de lo
investigado, sino del investigador también (Buchli & Lucas 2001; González Ruibal 2008).

En esta perspectiva, se reivindica la idea de la arqueología como sistemática de la materialidad que puede
explorar la relevancia de los objetos y lugares como soportes de los procesos de memoria, accediendo a
registros no discursivos y más amplios: “haciendo que las piedras y los lugares hablen” (Buchli y Lucas,
2001: 13). La arqueología, tal como una fotografía, debería ser capaz de narrar historias alternativas sobre
los eventos recientes, documentando (dibujando artefactos, realizando planos, mapas de distribución y
gráficos), pero ejerciendo críticamente su rol –siendo política– exhibiendo una mirada disturbadora,
diferente sobre los objetos (González Ruibal 2008).

HISTORIOGRAFÍA DE LA ARQUEOLOGIA DE LA DICTADURA CHILENA

Desde hace veinte años se ha ido instaurando una perspectiva de estudio que tiene como objetivo el
análisis de las dictaduras desarrolladas en el continente durante los años 70 y 80 del pasado siglo (Bellelli
y Tobin 1985; Funari et al. 2010; Marín 2014; Zarankin & Salerno 2008). Allí nos encontramos con diversos
términos: arqueología de los desaparecidos (Bellelli y Tobin 1985), arqueología de la represión (Funari y
Zarankin 2006), arqueología de la violencia política (Arenas et al. 2005; Cáceres y Núñez 2012), entre otros,
que definen con matices este campo de estudios.

Una de las variantes más relevantes de esta línea la constituye la antropología forense en lo relativo a la
recuperación de los cuerpos de desaparecidos (Bellelli y Tobin, 1985; Cáceres 1992, 2011; Carrasco et al.
2003, 2004; Crossland 2000; Fondebrider 2007; López Mazz 2006; Marín 2016). No obstante, se trata de

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un campo más amplio que abarca diversos aspectos de las estrategias represivas y su expresión en la
materialidad (centros de tortura y detención clandestinos, cárceles, tecnologías de tortura), así como la
resistencia a esas manifestaciones y los imaginarios de los detenidos (túneles de fuga, objetos y otras
expresiones tales como grafitis realizados por los detenidos) (Funari y Zarankin, 2006; Funari et al. 2010;
Fuenzalida 2011, 2014; Fuenzalida y Sierralta 2016; González y Lema 2011; Jofré et al. 2016; Navarrete y
López 2006; Marín 2014; Rosignoli y Biasatti 2016; San Francisco et al. 2010; Salerno 2007; Vilches 2011;
Zarankin y Niro 2006; Zarankin y Salerno 2008).

En Chile, la arqueología ha contribuido solo parcialmente en estos aspectos, puesto que históricamente
han predominado enfoques teóricos apolíticos y cientificistas que, tematizando el pasado prehispánico
bajo tendencias teóricas eclécticas, desatienden por lo general el involucramiento disciplinar en la
realidad social contemporánea (Carrión et al. 2015; Troncoso et al. 2008). Esto pese a que en el contexto
actual este esquema se encuentra tensionado por el fenómeno de la mercantilización del patrimonio, así
como la situación conflictiva que se percibe con los reclamos étnicos (Carrión et al. 2015).

En efecto, el proceso de inserción de la arqueología en Chile en la demanda por esclarecer los hechos
relativos a la violación de los derechos humanos en la década de los 80 es casi accidental. Dicha instancia
se inicia en la búsqueda de personas detenidas desaparecidas, en el año 1986, cuando un grupo de
arqueólogos del Museo Chileno de Arte Precolombino colabora en la resolución del caso “Cuesta Barriga” 1
(Cáceres 2011). Las pericias judiciales entonces obligaron a la participación de arqueólogos, en un hecho
inédito fuera de la actividad académica y laboral “estos no solo no estaban acostumbrados a participar en
esta arqueología del presente, sino que en ciertos casos declinaron” (Cáceres 1992: 15).

En 1989, organizaciones familiares de detenidos y desaparecidos hicieron un llamado al Colegio de


Antropólogos para que consideraran la creación de un grupo de especialistas dispuestos a participar ante
eventuales hallazgos. Recibiendo este llamado, se crea el Grupo Chileno de Antropología Forense (GAF),
junto a otros profesionales, que intervino en distintas pericias judiciales en época de democracia, entre
ellas, el caso “Patio 29 del Cementerio General” 2 (Cáceres 2011).

1
La detención y desaparición de 11 militantes del Partido Comunista y 2 del Movimiento de Izquierda
Revolucionaria a fines de 1976, realizada por agentes del Comando Conjunto compuesta, en su mayor parte, por
uniformados de las fuerzas armadas, carabineros y civiles pertenecientes a Patria y Libertad, dio inicio a lo que se
conoció como el "caso de los 13". Se trató de uno de los procesos que cobró gran notoriedad en la dictadura por el
desarrollo del proceso judicial a cargo del ministro Carlos Cerda, quien logró procesar a 40 integrantes de esta
asociación ilícita. La arqueología en este caso ayudó al esclarecimiento de la investigación mediante la
caracterización del sitio por medio de excavaciones de sondeo, donde se recuperaron restos de una antigua
chimenea, 69 fragmentos óseos humanos que incluyen piezas dentales y una prótesis dental, restos de proyectiles
y vestimenta. En los análisis de laboratorio, se logró identificar a Juan Orellana y Luis Maturana, asesinados en
forma clandestina (Cáceres 2011).
2
Se trata de una parcela ubicada en el Cementerio General de Santiago de Chile, que fue usada en la dictadura
como espacio de sepultación clandestina de ejecutados políticos. El Servicio Médico Legal ha desarrollado la
identificación de los cuerpos no exento de polémicas. En 1994 Iván Cáceres planteó ante tribunales sus
cuestionamientos a la metodología utilizada y en el año 2006 se confirman las denuncias de error en las
identificaciones (Torres 2011). Hasta la actualidad el tema permanece inconcluso, existiendo poco
pronunciamiento sobre las responsabilidades políticas y éticas de estos hechos.

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Fuera del GAF hay que mencionar la labor de Olaff Olmos, quien, en el año 1990, junto al apoyo de
familiares y ex presos políticos, realiza el hallazgo de una fosa clandestina con los cuerpos de las víctimas
de Pisagua 3. Más tarde, en colaboración con la Comisión Chilena de Derechos Humanos y la Vicaría de La
Solidaridad trabajará en el Patio 29 y en las localidades de Paine, La Rana, Pintué, entre otras (Núñez 2006;
Sanhueza 2006).

La inserción de la disciplina al ámbito forense, especialmente ligado a las violaciones de los derechos
humanos, consideró una serie de rasgos particulares a su quehacer. El principal de éstos es que la
investigación se lleva a cabo en el marco de un juicio y el arqueólogo actúa como perito, siendo así el
objetivo final la recuperación de la máxima cantidad de información tendiente a la identificación de la
víctima, causa y modo de muerte. En su labor, el arqueólogo logra establecer épocas de inhumación,
remociones, rasgos de las identidades involucradas en los hechos (víctimas y victimarios). Desde ahí se
despierta el potencial que posee la arqueología en su experticia técnica para estos contextos políticos
donde se necesita patentizar “la evidencia” a partir de restos materiales (Cáceres 1992; 2011; Cáceres y
Jensen 2007; Carrasco et al. 2003). La relación de cotidianeidad con la materialidad y el trabajo experto
en subsuelo que el arqueólogo poseía, permitía establecer una gran diferencia respecto de otros
profesionales vinculados en esta problemática.

De todas formas, ésta arqueología aplicada ha sentado precedentes de trabajos inéditos a nivel disciplinar
y ha permitido esclarecer casos judiciales muy relevantes. Un ejemplo de esto es el caso “Ex Fuerte
Arteaga”, donde la definición de la inhumación (fosa) permitió la exhumación de Juan Rivera Matus, quien
en la mesa de diálogo había sido declarado por los militares como desaparecido en el mar (Cáceres 2011).

En la actualidad, esta forma de hacer arqueología permanece en la dinámica de la colaboración tangencial


para el sistema jurídico, constituyéndose, en términos generales, en una práctica que enfatiza el uso
técnico de la disciplina.

Otra forma arqueológica más reciente se ha orientado a la reflexión sobre la arquitectura de los centros
de detención, tortura y exterminio (Fuentes et al. 2009; Fuenzalida 2011, 2014; Vilches 2011; San
Francisco et al. 2010). Desde estos trabajos, se han pensado los centros como dispositivos de poder
represivo propios de la dictadura, espacios que maximizaron los efectos de las instituciones punitivas
hasta llevar al exterminio, cuya función ya no es detener y corregir, sino destruir y eliminar (Zarankin
2006).

En tanto, en el trabajo de Seguel et al. (2013) y Glavic et al. (2016) se conjugan miradas forenses con una
reflexión metodológica para el caso de “Londres 38”, donde desde una escala micro-espacial y con la
aplicación de tecnología de vanguardia, se buscó alcanzar un objetivo concreto: recuperar pericialmente
evidencias biológicas y culturales en pos de aportar con verdad y justicia respecto de las violaciones de
los derechos humanos y sobre las huellas de uso del recinto en el marco de terrorismo de Estado.

3
Ubicado en la Primera Región y característico por su difícil acceso, el centro de detención, tortura y exterminio
Pisagua fue utilizado en la etapa más represiva de la dictadura entre 1973 a 1974. Se estima que más de 800
personas estuvieron detenidas en la cárcel, en las dependencias contiguas al teatro del pueblo y en un galpón,
nombrado El Supermercado, además se señala la ejecución de unas 19 personas (Comisión Rettig 2005). El
hallazgo de Olmos a solo meses de recuperada la democracia, remeció la memoria nacional y puso al descubierto
la brutalidad con la que se actuó.

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Por otro lado, se encuentran nuevas reflexiones que tematizan, por ejemplo, las trayectorias y memorias
de resistencia popular sintetizadas en la materialidad de panfletos y murales realizados en la década del
80 (Fuenzalida y Sierralta 2016). Con un enfoque situado desde las producciones y prácticas que
implicaron panfletos y murales, se buscó problematizar las estrategias políticas que se desarrollaron en
espacios poblacionales y en contextos de clandestinidad dictatorial (Fuenzalida y Sierralta 2016).

Desde la evaluación actual, es posible decir que existen esfuerzos relevantes, pero poco sistemáticos
(Arcaya et al. 2016; Cáceres 1992; Carrasco et al. 2003; Carrasco et al. 2004; Fuenzalida 2011, 2014;
Fuenzalida y Sierralta 2016; Lizardi 2015; San Francisco et al. 2010; Seguel et al. 2013; Vilches 2011). Esta
tendencia no constituye una propuesta inserta en el ámbito disciplinar (salvo la oportunidad ofrecida por
Cáceres y Núñez en un simposio en un congreso nacional en 2012).

No obstante, y a diferencia de otras líneas teóricas, en esta arqueología se conjuga la necesidad de aportar
a la memoria reciente, vinculada al pasado dictatorial y traumático de Chile, con una voluntad política
explícita en los planteamientos (Carrión et al. 2015). Ya sea cuando se tiene en consideración que la
arqueología puede servir de “evidencia” en casos judiciales abiertos (Cáceres 1992; Carrasco et al. 2003;
Cáceres y Jensen 2007; Seguel et al. 2013) o contribuir a visibilizar memorias no historizadas en los
discursos oficiales (Arcaya et al. 2016; Fuenzalida 2011, 2014; Fuenzalida y Sierralta 2016; San Francisco
et al. 2010; Vilches 2011), se abre la posibilidad de realizar una praxis “útil socialmente”, desde una
perspectiva que amplía y discute además las epistemologías tradicionales.

ARQUITECTURA DEL HORROR CHILENA DESDE LA PERSPECTIVA ARQUEOLÓGICA

La arquitectura del horror se instala en Chile para ejecutar de forma sistemática y con total impunidad
delitos de terrorismo de Estado, persecución política, violación, secuestro, homicidio, desaparición
forzada e ilegal, entre otros crímenes (Landaeta 2008). En este escenario surgen los centros de detención
y tortura (en adelante CDT) como dispositivos que actualizan las prácticas de detención ilegal, tortura y
asesinato, propias del estado de excepción imperante (Ávila 2013).

A lo largo del territorio nacional, la arquitectura del horror contempló diversos espacios: entre ellos, casas
particulares o fundos, clínicas, edificios públicos y civiles, como centros deportivos, balnearios,
universidades, colegios, hospitales, estaciones de bomberos, estaciones de trenes, así como instalaciones
militares, cárceles, cuarteles policiales, incluso barcos o salitreras, entre otros (Comisión Rettig 2005). Una
primera distinción nace respecto de aquellos espacios a los que públicamente se les concedía la función
de detención, mientras otros permanecían bajo secreto y, en algunos casos, todavía no se sabe que fueron
utilizados para fines de detención y tortura dictatoriales.

De acuerdo a los estudios arqueológicos realizados en estos CDTs la arquitectura y espacialidad juegan un
rol esencial en el funcionamiento punitivo (Di Vruno et al. 2008; Fuentes et al. 2009; Fuenzalida 2011;
Zarankin y Niro 2006). En Chile, se ha constatado que en algunos casos se implementó una infraestructura
donde no existía, pero en la mayoría se adecuó la existente. Es decir, casi en la totalidad de los centros de
detención y tortura se aprecia una reconfiguración de los lugares disponibles: espacios que nacieron con
otras finalidades fueron habilitados para la reclusión clandestina, tortura y asesinato (Fuenzalida 2011;
Santos 2016a). Se trata de una re-estructuración total relativa al significado y la funcionalidad de estos
recintos, en virtud de ejercer las prácticas de represión y violencia política dictatoriales.

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Existen distintos ejemplos de lo anterior, entre los que se puede mencionar el CDT de Puchuncaví,
perteneciente en un inicio a la Junta Nacional de Auxilio Escolar y Becas (JUNAEB), donde se instaló un
campo de detenidos organizado por la Armada Nacional. Mientras, el CDT de Chacabuco contiene
particularidades relativas a la propia historia del lugar, pues antes de la dictadura, en este espacio
funcionaba la compañía minera de nitrato Sociedad Química y Minera de Chile. De este modo, la Oficina
Salitrera Chacabuco es testimonio del desarrollo de la revolución industrial en Chile y de la dictadura en
tanto CDT. Para Vilches (2011) existen muchos rasgos de continuidad y cambio en esta conversión, por
ejemplo, los restos de una torre de vigilancia y la locación estratégica en el desierto y, de hecho, la mayoría
de los detenidos fueron transferidos desde el puerto de Valparaíso en un barco de transportes de nitrato
llamado Andalién.

Es relevante el caso del actual Estadio Víctor Jara (ex Estadio Chile) que, de ser un espacio recreativo-
deportivo, pasó a convertirse en un CDT masivo en los primeros años de la dictadura, adecuando los
recintos existentes a nuevas funciones. Por ejemplo, el nivel subterráneo que correspondía a los
camarines, bodegas y gimnasio, debido a sus rasgos de conectividad, escasa visibilidad y dimensiones,
fueron usados como lugares de interrogatorio y tortura individual, así como calabozos (Fuentes et al.
2009).

Villa Grimaldi o Cuartel Terranova era una casona de estilo colonial ubicada de forma aislada en los años
70. El uso como CDT determinó la adaptación de la construcción original implementando nuevos espacios
de carácter ligero, restringiendo la circulación y accesos, aumentando la capacidad de segmentación de
algunos recintos, entre otros (Fuenzalida 2011). Por ejemplo, una antigua torre para almacenar agua fue
modificada para realizar celdas especiales, en algunos casos menores a un metro cuadrado, donde se
detenían a más de una persona y se desarrollaba una tortura singular, más intensa. Este espacio tenía una
connotación simbólica particular, porque se ubicaba al final del recorrido y debido a las condiciones
especiales que albergaba, pocos fueron los sobrevivientes (Fuenzalida 2011). Otra expresión de cómo el
espacio reproduce fines represivos se manifestaba en el antiguo espacio para animales de Villa Grimaldi,
donde se instalaron las salas de tortura y detención. Fundado en la premisa de cuanto más expuestos/más
públicos, y cuanto más ocultos/más privados, el análisis sobre la privacidad y exposición a la vista aplicado
a estas salas, tenía la expectativa de relevar espacios con mayor grado de privacidad (según su
funcionalidad). No obstante, se encuentra todo lo contrario. Es decir, se establecieron menores grados de
privacidad en estas salas para hacer evidente la tortura de los detenidos y así ocupar este mismo hecho
como mecanismo de sujeción (Fuenzalida 2014).

En Londres 38 a partir del trabajo de Seguel et al. 2013 y Glavic et al. 2016 se han logrado establecer
distintas fases de ocupación del lugar, desde su uso como casa-habitación, pasando por su funcionamiento
como centro secreto de detención y exterminio (Cuartel Yucatán) y la ocupación del Instituto
O’Higginiano 4, hasta más tarde las luchas por la recuperación del espacio y la consagración en tanto sitio
de memoria. A su vez, de manera muy interesante se problematizan las dinámicas de uso de Londres 38
como Cuartel Yucatán, señalando distintas fases temporales relacionadas con distintos objetivos y
funcionalidades del lugar: tecnificación, intensificación, entre otros. En definitiva, se complejiza la

4
El Instituto Ohigginiano es un organismo de derecho privado que busca promover los valores de Bernardo
O’Higgins. Se encuentra vinculado al Ejército. A este organismo en 1978, Pinochet traspasa el inmueble por
decreto supremo N°964 (Seguel et al. 2013).

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reflexión sobre el desarrollo de las estrategias de represión, no bastando con decir “se torturó y asesinó”,
sino cómo se realizó y cómo estos mismos aparatos se convirtieron en pos de los objetivos totalitarios.

El pasado, el presente y el futuro se integran en los CDTs que representan no solo la violencia del
terrorismo de Estado, sino también el coraje de los sobrevivientes, familiares y otros que han intentado
recuperar estos espacios. Los CDTs involucran batallas de memorias de luchas pasadas, actuales y
horrores, permiten canalizar a los sobrevivientes (y a todos) las emociones que nos producen. De este
modo, estos dispositivos realizan una acción terapéutica, describen el pasado del que nos cuesta hablar,
una experiencia difícil de comprender.

Diversos centros de detención y tortura han desaparecido en el Chile de hoy, no se les ve o no se sabe de
ellos. Santos (2016b) y Silva y Rojas (2005) sintetizan las formas en que ocurrió este proceso. Concordamos
con Santos (2016b) que “la más peligrosa de estas desapariciones sería la epistemológica, si un lugar sale
del ámbito del saber, desaparece para siempre” (p. 274). En consecuencia, mientras se sepa, seguirá
existiendo, de ahí el rol central que adquiere su documentación e interpretación. Más allá de un fin
analítico, involucra un propósito amplio respecto de la contribución de visibilizar espacios de gran
sensibilidad pública, que poseen un impacto real en la memoria y en las experiencias de las sociedades
actuales. Su estudio en último término, promueve las bases para poder hablar de lo que no se quiere y
meditar sobre los proyectos de futuro a los que se aspira.

DIRECTRICES FINALES

El estudio arqueológico del pasado contemporáneo constituye un campo consolidado a nivel global, con
énfasis en la interpretación del conflicto moderno a partir del registro de la materialidad que incluye
campos de concentración, tecnologías de represión y resistencia, inhumaciones clandestinas, objetos
personales de detenidos, política gráfica, memoriales, entre otros.

En Latinoamérica el estudio de este pasado reciente no representa un ejercicio neutral y ya desde los años
80 nuevas generaciones asumen un compromiso político. No obstante, las diversas experiencias
existentes en la actualidad continúan situadas desde la periferia académica, cuestión que incide en el
funcionamiento desde carencias institucionales, falta de recursos y escasa sistematicidad (Funari y
Zarankin, 2006; Funari et al. 2010; Rosignoli y Biasatti 2016; Zarankin y Salerno 2008).

En el caso chileno hay que sumar a este desarrollo una tradición disciplinar hegemónica muy ligada a los
parámetros de mercado y estatales que privilegia enfoques apolíticos, ocupándose del pasado más
remoto bajo una pretendida objetividad y sin mayor inserción comunitaria (Carrión et al. 2015; Troncoso
et al. 2008). Es por esto que los esfuerzos desarrollados son del todo relevantes, tanto los aportes de
estudios principalmente forenses, que refieren a una arqueología aplicada a marcos judiciales de acción,
y han constituido una contribución científica y política sumamente relevante en el esclarecimiento de la
verdad y justicia en derechos humanos (ver Cáceres 1992; Carrasco et al. 2003; Cáceres y Jensen 2007;
Cáceres 2011), así como la reflexión arqueológica sobre los lugares de detención y tortura (Fuentes et al.
2009; Fuenzalida 2009; 2011, 2014, Glavic et al. 2016; San Francisco et al. 2010; Vilches 2011), que han
establecido las formas en las que actúan estos espacios como dispositivos del poder represivo propio de
la dictadura. No obstante, en general estos planteamientos han carecido de una agenda propia de
investigación, fuera de la actuación en contextos acotados, por ejemplo, cuando se necesitaban

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antecedentes arqueológicos para el expediente de solicitud de un espacio de memoria (caso del ex Estadio
Chile) o se entregaban las pericias en un marco judicial.

Desde nuestro punto de vista, los trabajos arqueológicos que se llevan a cabo, por ejemplo, en ex centros
de detención, tortura y exterminio, permiten relevar información que se complementa con la aportada
por otras fuentes gráficas, testimoniales, judiciales, entre otros. No obstante, a diferencia de otras fuentes
de información, la materialidad dictatorial en estos casos se encuentra ahí: hace visible aquello que se ha
querido ocultar, vincula pasado y presente de manera directa-sensible, llamando a la memoria. Traer a
discusión la materialidad del horror nos permite caracterizar “los excesos” (sensu González Ruibal 2008)
de la dictadura.

Por otra parte, también se entiende que un elemento trascendental es el aporte de la metodología
arqueológica en la recuperación pericial de evidencias biológicas y culturales (Glavic et al. 2016; Seguel
et. al. 2013) en estos espacios represivos. Cabe destacar acá que la obtención de evidencias biológicas o
culturales, huellas de uso, entre otros elementos entendidos como “toma de muestras”, constituye un
imperativo para los CDT y debiesen ser preservados en instituciones depositarias para futuras
investigaciones que superen la cultura del silencio actual.

En todos los casos de trabajo, existe un diálogo interdisciplinario crucial, el vínculo con la experiencia de
actores sociales relevantes (familiares, ex detenidos, vecinos, militares, entre otros), así como la existencia
de marcos judiciales de acción. La interpelación y discusión entre estos elementos es compleja, tanto para
dar lugar a soluciones de orden técnico, valoraciones respecto de resultados, así como para llegar a
conocer las condiciones históricas en que se sucedieron los hechos.

Desde acá se abre un camino de potencial amplio para una arqueología de praxis reflexiva que pueda
sostenerse no solo desde la legitimidad científica, sino también social y judicial, por ejemplo, aportando
concretamente en los procesos de recuperación de estos espacios del horror en sitios de memoria. Sobre
ello solo se puede esbozar el inicio de un debate que involucra diversos aspectos y agencias: procesos
activos de la memoria con las luchas por la recuperación, la inserción de estos espacios en la retórica
patrimonial, la problemática que implica la orgánica institucional en las definiciones como Monumentos
Históricos, los derechos de propiedad, la musealización de los lugares, la gestión comunitaria, entre
muchos otros. Aspectos que también se enlazan con reflexiones en el ámbito disciplinar como, por
ejemplo, cuáles son las fronteras que definen a estos sitios arqueológicos, cómo desarrollar metodologías
propias para estos espacios o de qué maneras estos recintos van definiendo la singularidad del fenómeno
dictatorial chileno y la relación respecto de regímenes similares desarrollados en el Cono Sur.

Fuera del campo de la arquitectura del horror, se están abriendo otras instancias de estudio arqueológico
sobre el pasado reciente en Chile (Arcaya 2016; Fuenzalida y Sierralta 2016; Lizzardi 2015) que contribuyen
a posicionar a la arqueología chilena como un espacio de reflexión válido en el ámbito sudamericano. De
forma relevante, se instala desde aquí la necesidad de reponer una arqueología autónoma respecto de
los lineamientos que se realizan desde la hegemonía, en particular por el Estado, en cuanto a las
voluntades de olvido y la “sanitización” de la memoria patente en las políticas públicas de las democracias
actuales.

Para sintetizar, es posible ya trazar un programa de trabajo para la reflexión del pasado dictatorial en
Chile, que podría contener más allá de la documentación del horror y el desarrollo de labores sofisticadas

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respecto de la técnica, nuevos niveles de análisis respecto de las estrategias de represión y resistencia
desarrollados, las maneras en que se enlaza la materialidad con la violencia política o la singularidad o no
del fenómeno dictatorial, entre otros.

Finalmente, la relevancia de un proyecto así se enmarca en un contexto amplio sobre los procesos de
recomposición que se desarrollan actualmente en el país y en el contexto latinoamericano, en torno a los
derechos de verdad, justicia y reparación. Un proyecto como el que se propone contiene así una intención
política en virtud de la contribución que se desea realizar, “al traer el pasado del que nos cuesta hablar”,
no como mero acto rememorante, sino desde la restitución justa de una lucha oprimida, que posibilite la
emergencia de nuevos proyectos más justos y participativos.

Agradecimientos

A Rodrigo, Simón, Francisca, Sandra y Cata por sus aportes y críticas al escrito.

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Recibido: 29 Sep 2015


Revisado: 6 Dic 2016
Aceptado: 3 Mar 2017

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