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18 monte video
MINISTERIO DE EDUCACION Y CULTURA
BIBLIOTECA NACIONAL
Académico Coronel
ARTURO SERGIO VISCA JORGE E. MARFETAN
Director General Director Administrativo
BIBLIOTECA NACIONAL
DEFERENCIA Y BIBLIOGRAFIA
N» 18
MONTEVIDEO
MAYO 1978
CARTAS INEDITAS
DE
HORACIO QUIROGA
Presentación por
ARTURO SERGIO VISCA
Horacio Quiroga. Caricatura de Cao.
1. UN NUTRIDO EPISTOLARIO
9
es el caso de Horacio Quiroga, el dato biográfico puede resultar fun
damental para bien iluminar la creación literaria.
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en Buenos Aires, y aún soltero, pasaba sus vacaciones (era profesor
de castellana y literatura en la Escuela Normal N9 8) en San Ig
nacio; las cartas 2 a 27, que van de 1910 a 1916, son del período
en que, ya casado, se radica en Misiones; las cartas 27 y 28, del año
1919, y la 38, pertenecen a los años en que radicado otra vez en
Buenos Aires volvía esporádicamente, por períodos más o menos
largos a su habitat de Misiones; las cartas 30 a 37, de acuerdo a lo
dicho, deben incluirse dentro del grupo 2-27. A fin de ubicar estas
cartas dentro de su entorno vital conviene dar algunos datos sobre
la vida de Horacio Quiroga en ese período, fundamental, de 1910
a 1917 en el cual la mayor parte —la casi totalidad— de las cartas
fueron escritas.
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incienso por destilación seca, de carbón, de cáscaras abrillantadas de
apepí, de tintura de lapacho precipitada por la potasa y otras mu
chas más. También el cuidado de animales lo atrae: tiene en su
predio un coatí, un venado, un buho y un yacaré, cuyos nombres
son, respectivamente, Tutankamon, Dick, Pitágoras y Cleopatra. Edu
ca a sus dos hijos en el hábito del peligro, para que según dice,
adquirieran conciencia de él y, al mismo tiempo, supieran no temerle.
En su libro Vida y obra de Horacio Quiroga (Montevideo, Claudio
García, editor, 1939), José María Delgado y Alberto J. Brignole
afirman que Horacio Quiroga sometía a Eglé y a Darío, siendo aún muy
niños, a “experiencias inauditas, como la de dejarlos largo tiempo
solos en una espesura del bosque, o la de sentarlos en el borde de
los acantilados con las piernas balanceándose sobre el abismo." En
tanto, su actividad literaria continúa. Colabora asiduamente, como
se ve a través de las cartas que ahora se publican, en Caras y Caretas
y Fray Mocho (revista porteña dirigida por Carlos Correa Luna y
de la cual también era encargado de redacción Luis Pardo, y que tenía
como dibujante a José M. Cao, ilustrador de muchos cuentos de
Quiroga y que ha dejado de él una memorable caricatura de cuerpo
entero). En esta vida selvática y de intensa actividad agrícola y lite
raria, sobreviene, de pronto, una tragedia: Ana María Cirés toma
una fuerte dosis de sublimado, y, tras ocho días de agonía, muere.
No se conocen las causas del suicidio. Quizás imposibilidad de adap
tarse a la vida impuesta por Horacio Quiroga, quien en muy raras
ocasiones, y muy parcamente, 6e refirió a su primer esposa. ***
Ana María Cirés falleció el 14 de diciembre de 1915. Un año después,
a fines de 1916, Horacio Quiroga regresa a Buenos Aires con sus
dos hijos y se instala en un sótano de la calle Canning 164. Se radica
en Buenos Aires y el 16 de julio de 1927 contrae nuevo enlace: se
casa con María Elena Bravo, una joven de 20 años (Horacio Qui
roga tenía 49) condiscípula de Eglé. El 10 de enero de 1932 vuelve
a radicarse en San Ignacio, donde permanece hasta fines de 1936,
en que regresa a Buenos Aires y se interna, para operarse, en el
Hospital de Clínicas. El 18 de febrero de 1937 se suicida, ingiriendo
una dosis de cianuro.
4. ACUMULACION TEMATICA
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BÍón expresiva es, precisamente, uno de los valores excelentes de su
prosa. La intensidad expresiva de esa prosa proviene de su concisión
(y el mismo Quiroga afirmó, en su famoso Decálogo del perfecto
cuentista, que no se debían agregar al sustantivo adjetivos inútilesj.
Esa concisión, que hace tan expresiva su escritura, va acompañada
de otro rasgo saliente: la total naturalidad de su prosa. No incurre
en coloquialismo, pero carece de todo rebuscamiento artificioso. Su
prosa (y sin que esto sea negar la validez y legitimidad de otros modos
expresivos) es la de un hombre que, ante todo, quiere comunicar
con claridad y vigor, y con los vocablos del habla corriente, aquello
que se propone comunicar. Quizás sean estos los motivos que dan
una fresca actualidad permanente a sus páginas, aun a aquellas que,
desde otros puntos de vista, no tienen mayor importancia. Siempre
son interesantes. Esto es bien visible en su correspondencia: se le
lee con gusto aunque comunique hechos circunstanciales, de la vida
cotidiana y pasajera. No hay hiato o solución de continuidad entre
su estilo epistolar y el de sus cuentos. Tras estas observaciones,
corresponde agregar que tanto en estas como en las otras cartas
que de Quiroga se conocen se le siente vivir, tienen el tono y la
temperatura vital del momento en que las redactó. No son cartas
literarias y en ellas no hay un tema sino una acumulación temática:
la impuesta por las circunstancias y el ritmo de su propia vida. Se
detallarán a continuación algunos de los temas que aparecen en estas
38 cartas.
4.1. Literatura
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vanidad; yo escribo por motivos inferiores, bien se ve. Pero lo
curioso es que, escribiera yo por lo que fuere, mi prosa sería siempre
la misma. Es cuestión entonces de palanca inicial o conmutador
intercalado por allí: misterios vitales de la producción, que nunca
se aclararán.”
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primera da una imagen cabal y muy completa del hombre Quiroga
en su ambiente misionero y tiene un hermoso extenso pasaje donde
narra vivamente la mordedura de víbora sufrida por una sirvienta
y la posterior búsqueda del ofidio. Este pasaje, además, prefigura
un episodio intercalado en un cuento, El peón (La novela semanal,
Buenos Aires, Año II, N° 9, 14/1/1918), escrito casi cinco años después.
En el cuento figura, incluso, la misma exclamación (¡No me hallo con
esta mordedura!) que el dolor arranca a la sirvienta. En relación
con esta carta conviene consignar que “madama mi suegra”, según
expresión de Quiroga, es la madre de la primera esposa de Quiroga,
Ana María Cirés, que, al enviudar en enero de 1911, se radicó en
Misiones, en predio próximo al que ocupaban Quiroga y Ana María.
En cuanto al Soiza mencionado en la carta, es el periodista Juan José
de Soiza Reilly. Fue un periodista de talento pero sensacionalista
y egolátrico. Sus artículos están escritos con brillo pero plagados
de inexactitudes. Contribuyó a crear el mito de la morfinomanía
de Julio Herrera y Reissig, con artículo publicado en Caras y Caretas
(Buenos Aires, 10/1/1907) y titulado Los martirios de un poeta
aristócrata. En cuanto a la carta 38, complementa, con nuevos datos,
la visión de la vida selvática de Quiroga. Especialmente, en lo que
atañe a la vida familiar, como se ve en las referencias a Eglé y Darío.
Recuérdese que en esos años, Quiroga, viudo, debe atender la direc
ción de la casa. Y que su viudez explica su exclamación hacia el
final de la carta: “No hay aquí una mujer que merezca el nombre
de tal. Perra cosa.”
4.4. Personas
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Itocumenhd tic la Riblioteca Nacional. Fueron publicada» en: El
ñamado ideal de Horacio Quiroga y cartas inéditas de Quiroga a Isidoro
líacalera. Prólogo y estudio preliminar de Antonio Hernán Rodríguez,
j (entro de Investigación y Promoción Científico-cultural • Instituto
Superior del Profesorado "Antonio Ruiz de Montoya", Posadas, 1971).
— 1 —
H. Quiroga
— 2 —
S. Ignacio, Julio 28 - 10
Amigo Pardo: No sé
qué efecto pueda causarle
esta manera de hablarle
en lenguaje que es de usté.
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Y que tengo dos caballos,
una oveja, chica aún,
un agutí mamón, y un
diorama de grandes callos.
En el semestre corrido,
planté tres mil pies de yerba,
puestas, por hoy, en conserva
(perdone la v su oído)
a papeleo y revistas
es una cosa estupenda;
de aquí, luego que suspenda
su folletín de anarquistas,
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¿Y por qué Rúas llenó
en tan zonzas confusiones
cierto cuento de elecciones
que nadie a concluir llegó?
a Romerito y a mí,
por cierto Gustavo Adolfo
que era apenas llorón golfo
para el ex dios de Mimí.
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Y Cao, discreto, que las
discusiones siempre elude,
y a cuya casa no pude
llegar sin Pernaud, jamás.
— 3 —
S. Ignacio, Setiembre 26 - 10
— 4 —
S. Ignacio, Noviembre 28 - 10
20
— 5 —
Posadas. Diciembre 16 . 10
H. Quiroga
— 6 —
S. Ignacio, Diciembre 26 - 10
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7 —
S. Ignacio, marzo 6-11
Amigo Pardo: Llegó carta y dentro, giro. Va cuentucho, pasa
blemente largo: ¿qué haces, Dios mío?
Hacia el 25 de éste —no más— saldrá de aquí folletín melan
cólico, llamándole así no por su asunto, sí que por haberme gastado
en sucios pañales su pulcritud literaria. Vd. sabrá bien de ello.
Soy, ciertamente, padre efectivo, por más que su reticente efec
tivo pudiera hacer creer que me he vanagloriado alguna vez de hijos
ajenos. Es una chica flacucha y forzuda, hambrienta y fastidiosa.
Esto me cohibe correr ante el bosque y gritar abriendo los brazos:
¡soy padre! — cuan indudablemente hizo Oses en la su ocasión.
El Romerito anda escaso de epístolas conmigo. Últimamente me
pedía con urgencia que le escribiera para sostener su desamparo avi
cultor. Como ahora seguramente se come sus pollos, no precisa
segundo.
Me considero capaz de otro folletín para el transcurso del año,
siempre que Vd. se considere capaz de solicitarlo.
¿Y el dibujo de Aurelio? Vea que me costó 30 pesos, 10 por
derecho propio y 20 que me regaló Vd. Suyo, mande cuadro.
Afectos a los muchachos, y muy suyo
H. Quiroga
— 8 —
S. Ignacio, Abril 27 • 11
Amigo Pardo: Va cuento de dos páginas. Si Vd. insiste en impri
mirlo como “los ojos sombríos” y otros, en tipo grande, podrá dar
tres páginas. Pero en el fondo de mi conciencia yo cuento dos, por
que no pasa todo el artículo de 2.300 palabras, cifra máxima y fatal
de las dos páginas.
Cobré giro en Posadas. Me obligaron a cobrarlo allá sine qua
non dinero. Gasté 20 pesos de viaje. Por todo lo cual envíeme mo
desto giro epistolar.
Hace frío y parte correo.
Hasta otra. Suyo
H. Quiroga
— 9 —
S. Ignacio, Agosto 24 - 11.
Amigo Pardo: van dos historietas, tasadas en 1 página y 1 J/2‘
En el próximo correo le envío aún otro de 1 y2- Mucho es, amigo,
pero su apetito, más o menos grande, ha sido siempre fuerte de los
artículos a que llaman cuentos. Perdona?. Venga algún día carta
suya —larga dice Vd.— y lo saluda su amigo
H. Quiroga
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-10-
San Ignacio, julio 3 • 1912
Mi amigo Pardo: Le envío versos que a ejemplo de Giménez
Pastor, hago en la vejez. En verdad, estaban casi hechos de mucho
tiempo atrás, cuando Lugones me perseguía en mi propia factura.
Los he arreglado, pareciéndoine tienen cierto dejo de cantata román
tica que no ha de desagradar a las doncellas. Lo que sí, no deseo
firmar eso. Si le gustan para su revista, póngale título y firma que
le parezcan bien. No la mía.
Enviaré en próxima semana folletín y acaso artículo. ¿Recibió
uno A la deriva? Me extraña Romerito no me haya dicho nada.
Cuando Gozalbo bajó a ésa, busqué a outrance la famosa urra
ca azul, sin hallarla. Mas ella ha de ir, aunque deba llevarla yo,
cuando Dios quiera que vaya.
Muy bien por aquí, salvo algún contratiempo de que Romerito
acaso le hable. En este caso, le ruego haga acordarse a aquél de res
ponderme enseguida.
Le deseo paz en su casa, prosperidad en ésa, y lo saluda su amigo
H. Quiroga
23
Y cuando en torno de ese miraje
que de ti tiene su íntimo encanto,
emprendo el diario y oscuro viaje;
y mi alma vuelve de ese miraje
pura, de haberte querido tanto,
— 11 —
H. Quiroga
— 12 —
S. Ignacio, diciembre 6 - 12
24
— 13 —
— 14 —
Buenos afectos
H. Quiroga
— 15 —
25
— 16
Febrero 24 - 1913
H. Quiroga
— 17 —
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De todos modos, iré allá hacia octubre o noviembre. Los 200
pesos que Vd. me ofrece con otro folletín, servirán para eso. Claro
es, iré solo, por 15 días. Ya se que estaba inquieto por eso de los
folletines. Como el anterior demoró bastante en aparecer, y como
fue ilustrado de un modo más bien peregrino, temía por él. Bien
sea su ofrecimiento.
Todo esto no es justamente confidencias coloniales, según pro
mesa; pero sigamos charlando. Vi en nota de morfinomanía de Soiza,
alusión a mí. Me alegra por él, probando su recuerdo que no obstante
el espacio que ocupa en el arte, deja lugar a los otros. Por lo demás,
este Soiza me ha apreciado siempre, aunque luego diga Vd. que
no me honra mucho esto.
Me parece que el Rúas? anda un poco en decadencia; ¿no le
parece? Un poco más de ideas o menos —o igual— juego malabar,
no le vendría mal. ¿Es que Térra, Alberto Térra, no está más con
Vds.? Vi algo suyo en C[aras] y C[aretas] de donde la inquietud a su
respecto. Esta revista de C. y C. se parece como un huevo a otro a una re
vista ideal que estuviera hecha por Puga, Villalobos viejo y Castellanos.
Sé que el 1Q y el 3? impulsan a C y C; pero los tres citados solos
lo harían igual. Lo cierto es que me pierdo en ella, como en “La
Argentina”.
Estuvo por aquí por 3 días y hace otros tantos, un tal Hauman-
Morck, botánico, que vivió en casa, y a quien no conocía. Sujeto
magnífico, con mucha mayor cultura literaria que la mía. Quedé
encantado con él, y supóngase los relinchos que daría yo, después
de un año y medio de soledad. Me vino con una tarjeta de Posadas;
lo acompañé a ver yuyos, y a la [media?]. Pero nos descubríamos
mutuamente la coyuntura. Lo llevé al hotel, donde había dejado
su valija, pero allí me confesó que si no me molestaba, volvería de
noche a casa a charlar aún. Luisa, se quedó hasta las doce, para
volver al día siguiente a tomar café con nosotros y no dejarnos más.
Indudablemente, para mí, uno de los hombres de inteligencia más
alta que haya conocido. Y excelente muchacho, menor que yo, con
el que volcamos juntos de nuestro sulky. El preámbulo es para esto:
me dijo que tenía gran estima por Cándido Villalobos. ¿Es creíble
esto? No sé nada de Villalobos, fuera de un aforismo de la mala
lengua de Romero: “el gran hombre”, le llama. Ilústreme al respecto;
tengo muchas ganas de saberlo.
Cuando vaya a ésa, llevaré buen stock de veneno de víbora, y
con Hauinan Morck, que es profesor de la Facultad de Agronomía
de la Chacrita, haremos experimentos sobre llantén-veneno. Si re
sulta, como espero, estamos de fiesta los que vinimos por aquí. Este
año las víboras han hecho de las suyas. Volvieron a morderme otra
sirvienta, sin éxito; por suerte. La muchacha, llorando de dolor,
decía: “¡no me hallo con esta picadura!”. Desde algún tiempo atrás
se decía que cerca de casa —tres cuadras— vivía una yarará desco
munal. Hace un par de meses fue vista en el sendero que va de
casa mía a la de mi suegra. Al día siguiente pescó a una foxterrier
de aquélla que alcanzó asimismo a vivir cuatro horas. Mi mujer,
que la vio y curó —malamente, porque madama mi suegra no resistía
a la inquietud de la perra con las inyecciones de permanganato— me
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dijo que loe dos pinchazos de la víbora tenían una separación de
tres a cuatro centímetros. Total, al otro día, de buen sol y viento
[norte?], me fui a buscar a la víbora. Lo curioso de esta buscada
—y por eso se la cuento— es que tenía que hacerla en un yuyal de
60 centímetros, apartando con buena cautela el yuyo para poner
el pie, y una vez en firme tantear [...]. Mondieu, al cabo de unos
minutos los nervios se ponen de una cobardía única; el menor yuyo
movido, la más vaga coloración en el suelo casi invisible, hace cos
quilleo. Algo como la superstición que agarra en tal circunstancia
al hombre menos supersticioso. Lo cierto es que estaba seguro de
que el bicho tenía que estar infaliblemente por allí, y de aquí lo
anterior. La encontré, por fin. Pasó por delante de mí, tocándome
casi las botas, bien despacio. Se paró a mirarme, y le estropeé la
cabeza con el machete. Tenía 160 de largo, buen tamaño para yarará.
Le saqué 24 gotas de veneno. Algo de esto va en una nota para
Romero.
Entre las mis muchas profesiones, tengo la de ser perito en
cuestión ofidios. Nadie aquí ni en todo el norte, las conoce como
yo. Pero son también incalculables los informes de oídos y de visu
que tengo. No hay cosa de mordedura en hombre o animal que
no me lo haga contar con mínimos detalles, y es por esto que cuando
el gobierno me cree una estación de seroterapia ofidiana, seré útil
a la humanidad. Hay mordeduras que dan parálisis súbitcs, y otras
del mismo animal que no dan casi nada. Fuera de la receptividad,
diferentes en los sujetos, del lugar de la mordedura o de la casualidad
de pinchar un vaso, de la época, etc., hay sobre todo una observación
de Calmette, por la cual se ve que todos los individuos que se asustan
mucho con el percance, tienen síntomas más graves. Vds. tienen allí
el mismo fenómeno en las epidemias.
Le cuento largo e6tas quisicosas, porque interesan a los hombres
que viven bajo los cables eléctricos. Pero sépase, amigo Pardo, que
en mi tierra donde ayudé a florecer a mi infancia dando de palos
a toda víbora, hay muchas más que aquí, y entiendo que lo mismo
pasa en esa provincia inmediata. Lo que asusta aquí es el tamaño
de los bichos, y en especial, que todo se sabe. Mi registro civil
abarca más de 150 leguas cuadradas, y el año pasado ha muerto un
solo individuo de mordedura de víbora, y ésta una vieja de 70 años.
En Francia hay anualmente 400 casos de mordeduras. Esto va no
tanto para Vd., que tiene nervios discretos, como para Romerito
que en hablando de víboras subtropicales se vuelve una doncella.
Hauman Morsk, el hombre de que le hablé, al enterarse mal
que bien de mis finanzas mezquinas y de mis especialidades conco
mitantes, me ofreció el puesto de abastecedor de yuyos del Museo
de H. Natural y de otras cosas. Debo juntar pastos y hojas de árboles
de toda especie, poner tres ramitas entre 2 hojas de papel, anotando
fecha de la prueba de la recolección y de la floración, si es posible.
Por ello pagan 25 centavos la muestra. Hauman dice que aquí había
(alrededor de casi, no más) 3 a 4 mil especies. ¡Curioso, todo esto!
Luego, habiendo sido propuesto yo por tener en casa una estación
meteorológica —que está en este momento en otra, poco idónea por
ausencia del observador— Hauman moverá la cosa, muy. contento
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de hacerlo porque no le acepté un termómetro que me quiso dejar.
De modo que armaré el más grande disparatadero posible en cuanto
a procederes para ganar plata.
La gente continúa cayendo en este país. Hay dos nuevos esta
blecimientos de yerba mate, y en vísperas de fundarse otro. En total,
cuatro empresas con ideas de llegar a 500 hectáreas cada una. La
más antigua tiene ya 600 hectáreas plantadas. Hay yerbales par
ticulares de 50 hectáreas con aspiración a más, y mi suegra se ha
ingeniado para tener 10. Yo tengo 9 plantadas, en las que he hecho
un cerco vivo so pretexto de ... a los curiosos plantadores.
Gozalbo y compañía no sé cuantas hectáreas, pero algunas en
unos cerros tan raros que cuantos van a visitarlas prometen no volver
a hacerlo nunca. Cuando Gozalbo no quiere que un sujeto vuelva
a verlo, lo lleva a sus parajes. No se, en verdad, cuánta gente tiene;
pero sí que está trabajando siempre en plantar más. Se me ha mos
trado un poco apenado del ofrecimiento de [... ] y Rúas. Le dije
que cada cual sabe donde le aprietan los suecos y los zapatos,
y se reserenó.
Tenemos ahora un médico de verdad. De donde Gozalbo vol
verá a su farmacia exclusiva, con más eficacia para su bolsa.
En el ensanche de la planta urbana que han creado, hay frac
ciones de /4, ^2 Y 1 hectárea, a $ 10 la fracción mínima. Para
cualquiera, tal cognpra no tendría interés, pero para un yabebirense
acaso le agradara el asunto. Cierto es que hay obligación —escrita,
por lo menos— de edificar en piedra, hacer pozo, alambrar. Pero
como hay 3 o 4 años de plazo para esto, no sería nunca plata perdida,
previo traspaso. Hay lindos lugares lindantes varios con la chacra de mi
suegra. Yo he reservado una hectárea, la más próxima a mi chacra,
de la que dista 500 metros, justos y cabales.
La carta no salió carta. La hallé larga de más, porque hoy por
hoy, incluso Gozalbo, soy lo más interesante de este país para Vd.
Pero como recibir a fondo ayuda mucho cuando el receptor se entre
tiene un tanto, acúseme dos líneas de recibo agradable. Entonces
le mandaré miel, una especie de marrón glacé de mi sabiduría, y
más cartas largas.
Recuerdos a I03 muchachos, y un afecto de su siempre amigo
H. Quiroga
— 18 —
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de comercio de aquí, y aplicado esta vez a cosas un poco espirituales,
me conturbó. Mas lo malo viene luego, cuando en pos de la alegría
de ser tasada en $ 200 la nota de víboras, vi que no era acreedor
más que a cien pesos. La cosa me era tanto más dolorosa cuanto
que creía recordar bien que antes de la citada nota, estábamos a
mano. ¿Error en Puig? ni pensarlo.
Mas he aquí que mi mujer, persona interesada si las hay, y
que había comenzado en esta aventura por abominar de Puig, se
puso a olfatear la planilla por aquí y por allí, leyendo y releyendo,
hasta que salió con la suya: faltaba la nota “El oro vegetal”,
cuestión de yerba. Y como por ésta se abonó cien pesos, allí estaba
la diferencia, que consiste en S 200 a mi favor, en vez de cien.
¡Benditas sean las mujeres propias! Yo ni me atrevía siquiera
a escudriñar la planilla, convencido de la infalibilidad de Puig, viendo
así que este maligno sujeto se equivoca en contra del más lejano
e infeliz colaborador.
Este es el asunto famoso de la cuenta de Puig. Por cierto que hoy
mismo le escribo, diciéndolc que lejos de prestar conformidad a
su cuenta, pido que se me mande lo que es mío.
Nuestra estúpida tarea —mi mujer y yo— es contar las páginas
de avisos de F. M. en cuanto llega. Después vemos C y C, y muy
contentos cuando notamos suba y baja. El Romero, que con sus
pretensiones es bastante iluso, no ha sabido nunca ser un poco explí
cito respecto al profundo problema de los avisos. Verdad es que
él fía en Puig, así como yo fío en Romero. Cuando vaya a ésa trataré
de entender algo más. Se que pasaron pellejerías al principio, cuando
tenían 44 a 52 páginas. Pero no comprendo cómo ahora, con un
número semejante de aquéllos, van mejor. Menos mal que hay
infinidad de cosas que no comprendo, y que Julio Castellanos,
por ejemplo, debe entender bien.
Este Castellanos es un tipo de agallas, creo que tan grandes en
negocios como en escribir, que es a lo que me refiero. A este respecto,
he recordado la definición de Vd. y Romero: “es un infeliz”. Real
mente, llega apenas a eso.
Como le decía a Romero en carta anterior, la nota de víboras
me ha acarreado un pedido del Museo de Histeria Natural de esa,
consistente en bichos de aquéllas, y especialmente de los citados
en la nota. Hace tiempo ofrecí 0.50 por ejemplar a efecto de obtener
veneno, pero me trajeron dos malas. Ahora he recurrido a la gente
ofreciendo de $ 1 a 10 por ejemplar, según tamaño y clase, y ya tengo
tres, una víbora y dos culebras. Me dijeron ayer que en tal sitio,
un cazador halló cuatro vararás de cola blanca, variedad muy exter
minada y bastante rara. Lástima esa pérdida.
Apronto además mi herbario, que tiene ya trescientas y tantas
muestras cada uno —son dos herbarios—. Así es que con esto y la
futura estación meteorológica de que hablé a Romero, me convierto
en hombre casi científico.
Tengo algunas cosas lindas aquí. En primer término, un po-
trerito de % de manzana, que rocé, quemé, carpí y llené de cierto
pasto llamado aquí polaco, famoso para los animales. Trasplanté
una por una matas de pasto de los caminos o de casa de mi suegra,
30
donde hay algunos manchones. Hice cosa de veintitrés mil veces la
operación, en la que empleé cuatro meses, porque no trabajaba sino
de mañana temprano, antes de la hora de oficina. Luego en la pri
mavera creció el yuyo, tapando mi ¡tasto. Ayer concluí de cortar
éste a machete, y da gusto ver el potrerito ahora, verde y raso lo
que era [...] [...] es monte echado abajo y que ha rebrotado.
No hay expresión —creo— en español para denotar eso. pues —le
renuevo, que no es exactamente lo mismo. El gusto es particular
para mí, que la sudé como un perro. Seguramente la satisfacción
del gran esfuerzo corporal es más íntima que el intelectual, se siente
más, porque entró el elemento sudor. Vd. hombre bendito, no conoce
más que la segunda.
Tengo además chirimoyas que transplanté esta primavera, ha
biendo averiguado que a despecho de lo que se dice, la chirimoya
soporta muy bien el trasplante, y aún prende de gajo; esto es im
portantísimo. Me avisan de Posadas que chirimoyas de allí han fruc
tificado a los cinco años. Como yo tengo ya algunos pies de cuatro,
espero comer de ellos. (Este “de ellos” me hace acordar de un
mucliachote negro del país, abrasilerado y zonzón. que se trajo días
atrás una mujer con tres hijos, no se sabe de dónde. Alguien le
preguntaba cuantos falsos (?) le había celado la primera noche, y
él respondió: “dois de ellos”).
Cuento para Soiza, o para el autor de “El perro de Morgan”.
Sabiendo que un poco de hollín (?) tiene tal complicada fórmula
química, y que el más insignificante yuyo la tiene extensísima,
[...] el progreso de los epitafios a grabar en un tubito de en
sayo que contenga las cenizas del difunto, su fórmula química:
C2H N 02N Fe S4. Una etiquetita así, en el tubo bien [...] con
sus compañeros en una caja de homeopatía que lleva en el bolsillo
o guarda el jefe del Registro Civil, haría efecto. Si se quiere más
escrúpulo, la impresión digital bajo la fórmula.
H. Quiroga
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una página, pues no es más larga que algunas que aparecieron en
color en viejos tiempos. He reducido lo posible, mas no se puede
honradamente más.
Demoré algo en enviar, siendo culpable de esto el correo, ende
moniado hasta ahora. Calculo que ésta le llegará el 19, según esfuerzo
postal que he hecho. Felicidad a Vd. y todos, de su amigo
H. Quiroga
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que se caía el cielo al reconocer su tembleque letra. Le he de escribir
largo, según deseo.
Afectos de su amigo
H. Quiroga
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Junio 11 - 19
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H. Quiroga
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Amigo Pardo: Van 1 l/2 páginas. Se me ha ocurrido, leyendo
historietas romanas de Conan Doyle, un folletín sobre asuntos simi
lares: aquella vez que los pretorianos pusieron en subasta al impe
rio, y tras fuertes pujas lo adquirió un comerciante milanés, que
reinó 2 meses. Hay incidentes, y se crearía alguno, muy interesante.
Me extraña que Doyle haya desaprovechado este trozo de folletín ro
mano. ¿Qué le parece? Ruégole una contesta[ciónj. Muy suyo
H. Quiroga
— 36 —
Agosto 12.
Amigazos: Desde días atrás Glusberg me ofrece recibirles a dúo.
Ahora el hombre está escribiendo a máquina; supongo que dando
órdenes editoriales. Hace un frío de todos los diablos. Pasado mañana
le escribiremos ambos, en versos que hará Glusberg, y yo corregiré.
El Glusberg volverá a fin de mes. Yo, a fines de S/e/t/iem/bre.
Hasta la carta en verso.
H. Quiroga
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— 38 —
Marzo 30
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que es volver a ordenar mil herramientas, frascos, útiles. En fin:
la pieza de Agüero, decuplicada. Hoy por fin he podido orientarme
y hallar las cosas.
Pero el país, amigos: Aunque [...] y Glusberg piensan a la
sordina en venir, no vendrán. Si vienen, verán lo que es bueno.
De modo que no queda otra esperanza que la promesa de Bilbao.
Comprométanlo, si gana cinco mil pesos en el año, a que compre
para la sociedad un billete del millón.
De la yerba del año pasado, hice guardar unos veinte kilos,
canchada. La mandaré moler, y enviaré muestras a Bilbao y Bravo.
Y a algunos otros.
Películas de celuloide, me hacen falta todavía.
Don J osé Francés me reiteró pedido de cuento, retrucándome
con una historieta suya. Se la llevaré a Pardo para que la lea.
Escribí a Glusberg, apenas llegué aquí, en son de negocios.
No hay aquí una mujer que merezca el nombre de tal. Perra
cosa. Abordo, conocí a una tucumana, cosa así, que embarcó en
Paraná, con destino a Barracón, Misiones. Cuando llegue aquí, des
pués de seis días de viaje, transbordos y retransbordos, ella tenía
para tres días de vapor aún, y luego tres días a lomo de muía, por
entre cuarenta leguas de monte. De noche, dormir en el monte, con
lluvias como la de hoy. Recién ayer había llegado a su Barracón.
Y es maestra de allá.
Adios, amigazos. Piensen en lo agradable que es ir a buscar
correspondencia de Vds. escandalizando al país con la moto. Por
el momento, feliz como una uva. Igual cosa les deseo, y un abrazo
para cada uno.
H. Quiroga
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ARTICULOS SOBRE LA GUERRA DE 1904
PUBLICADOS EN “LA TRIBUNA POPULAR”
Presentación por
JOSE PEDRO BARRAN
ARTICULOS PERIODISTICOS DE ARTURO P. VISCA
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sentían en aquel instante: “¿Muerto? —dijo Mariano— en la...
perra vida”.
Esta guerra de 1904 que creó un foso infranqueable entre Batlle
y el medio rural —de tan nefastas consecuencias para ambos—, es
vista en sus miserias —aspecto de los revolucionarios, estado de la
campaña al concluir la contienda— como en sus alardes de heroi
cidad y caballerosidad entre enemigos leales a ciertos valores que
planeaban por encima de ellos: la figura de Carmelo Cabrera, la
carta rememorativa a Tomás Berreta que aquí se incluye, son pruebas
de todo ello. También se filtra la nota del desaliento blanco en
breves apuntes que denotan el dolor de la derrota. Esa atmósfera de
desencanto no pasó inadvertida para el hombre a quién el teatro
habituara al gesto simbólico: “En la estancia de Camilo Rodríguez
treinta y tres revolucionarios —cifra histórica— hicieron fogones con
la madera de sus fusiles, abandonando los caños entre las brasas”.
Después de los artículos periodísticos de 1904, se ha incluido una
carta de Arturo P. Visca a Tomás Berreta, flamante Ministro de Obras
Públicas en 1944. Ella complementa la visión del conflicto civil y
de otros acontecimientos no menos interesantes ocurridos en -el Uru
guay de las dos primeras décadas del siglo XX.
♦ ♦ ♦
La segunda serie de artículos fue publicada por el diario “La
Razón” en 1908. De nuevo el periodista actúa como corresponsal y
relata lo que observa directamente. Creo que si hubiera que buscar
un hilo conductor en esta segunda serie, él sería el de la vida en la
frontera, esa frontera tan viva entre Uruguay y Brasil.
La frontera vista como línea política: las relaciones uruguayo-
brasileñas en el contexto de las en ese entonces tensas argentino-
brasileñas; las posibilidades de rectificar el daño que se nos infli
giera por el tratado de límites de octubre de 1851, acordándonos
el dominio sobre las aguas del Yaguarón y la Laguna Merín.
La frontera observada como realidad social: la descripción del
caudillo riograndense Joao Francisco en su feudo militar y ganadero
del Caty y sus relaciones con nuestra vida política desde 1893 a 1908.
La frontera como peligroso lazo integrador en lo económico, como
factor que desdibuja la soberanía: el contrabando de ganado en pie,
la vida en los saladeros Barra Do Quarahi y Novo Quarahi, propiedad
de orientales, las solidaridades que la economía crea y la política
quiere eliminar.
La frontera como algo a conquistar por el gobierno central de
Montevideo: la construcción del ramal Nico Pérez-Melo, esa vía
férrea que iba a hacer más por la unificación del Uruguay que la
batalla de Masoller.
Todo salpicado de vida, del dato concreto que el buen periodista
retiene y luego el historiador observa apasionado: en el tendido
del ramal férreo Visca observa “cuadrillas de (trabajadores) japo
neses y chinos”. He allí, en la crónica cotidiana y local, el rasgo
universal: el uso de la barata mano de obra “oriental” —tan común
por aquel entonces en todo el mundo americano— en esta tierra que
para ironía de aquellos obreros se autodesignaba también ella
“oriental”.
José Pedro Barran
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EL DESARME
Entrega de la artillería
LLEGADA DE GALARZA
(por telégrafo)
Comunicaciones oficiales
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Los revolucionarios entregaron el parque y artillería.
Hoy comenzará el desarme por divisiones.
Antes de entregar la artillería, los nacionalistas hicieron una salva
de veintiún cañonazos in memoriam de Saravia por ser ayer el primer
mes de su fallecimiento. — Enviado Especial.
EL DESARME
SU REALIZACION
Nuestras correspondencias
UNA INTERVIEW CON EL Sr. NOBLIA
Revelaciones interesantes
Telegramas oficiales
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Detalles del desarme
Disgusto nacionalista
La comisión delegada
Correspondencia interesante
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casualidad la buena suerte de llevar por compañero —hasta
solamente— al doctor Alfredo Castellanoe y a un oficial de 1
sión Tacuarembó— pobre víctima del sostenimiento de las i
ciones, más ansioso de volver a sus lares a trabajar en paz p
intereses de su casa, que de aprovechar de los privilegioe y [
gativas que le da su galoneada divisa, despnés de todo esto, he 1
a Nico Pérez sin que un mal descarrilamiento viniera a rom]
monotonía de las últimas horas del trayecto.
Los informes primeros —referentes al trascendental suces<
con tanta ansia espera la población de Montevideo, y sobre e
aun se vive allí a oscuras, o a medias laces, por lo menos— s
siguientes: El desarme —según las más serias fuentes de inJ
ción—-, se verificará, o no se verificará, en el correr de la pr
semana. Los ejércitos —a la hora qae esto escribo—, se encw
distanciados, y ocupando las siguientes posiciones: Lo que
llamarse vanguardia del ejército revolucionario a cinco legu
Nico Pérez, habiendo pasado por el Paso de la Jabona de las
hace días; el resto —diseminado desde ese paso hasta el C
Grande—. a 20 leguas de Nico Pérez. En este último paraje
cuentra Basilio Muñoz (hijo), con el parque, que se sabe, e¡
pesado. Las fuerzas que marchan a la vanguardia son mandad:
Pancho Saravia y Aldama.
El total de revolucionarios, en la actualidad asciende a cint
pero a diario se producen deserciones, viéndose los campos en
por pelotones y soldados sueltos, que a pie o a caballo, hacen i
a sus pagos huyendo del ceremonial del desarme.
El coronel Galarza se encuentra en Santa Clara de Olii
18 leguas de Nico Pérez. Hace sus marchas en muy malas condit
por falta de medios de traslación. Es creencia generaL que la
¿ante lluvia caída desde el sábado, dificultará aún más su a
miento al grueso del ejército revolucionario, y éste, por lo tai
podrá ser desarmado oficialmente tan pronto como de <
fuera La generalidad de los revolucionarias, abandonan el ej
desarmados. En el trayecto de Nico Pérez a Santa Clara —
personas que acaban de recorrerlo—. se nota una singular mezo
de divisas rojas y blancas, cuya fusión nadie se explica, per
indudablemente es un síntoma de la desorganización con c
Brean a cabo todas las operaciones de desarme.
Anoche deben haber celebrado una conferencia Basilio ?
y Basilio Saravia. en la cual han de haber quedado ulti
las negociaciones. para el licénciamiento de las fuerzas.
El general Vázquez con la extrema vanguardia de su e
se encuentra acampado desde ayer en las sierras de Valentines te:
por cuartel general, la pulpería de Guianza. Se cree que se r
hasta Nico Pérez.
Aquí, el pueblo se encuentra rteríma de una animación
ordinaria y con vivísimos deseos, especialmente los que en él
«unercio. de que el desarme se haga cerca de él. como en
moanentos. me dicen es probable se haga.
(9.30 de la noche) — Acabo de visitar al coronel de las fuerzas
nacionalistas, don Isidoro Noblia, ex jefe de la división Cerro Largo.
Ha llegado esta mañana al pueblo, con cinco hombres, y se aloja
en casa de uno de los más respetables vecinos de aquí, el señor An
tonio Cora. El señor Noblia, dejó al ejército nacionalista anteayer,
entre el Olimar y las Pavas, llegando a Nico Pérez con una licencia
del ex coronel Lamas, jefe del estado mayor revolucionario. Le ha
sorprendido tanto como disgustado las medidas que con él se han
visto obligados a tomar la comandancia militar a cargo del coronel
Acuña, en virtud de órdenes superiores sin duda.
El señor Noblia venía en la perfecta convicción de que podía
trasladarse tranquilamente hasta los Molles de Godoy —donde piensa
demorar un tiempo— sin que nada le importunara, tanto por los
documentos que para transitar tenía, como por la sencilla razón
de que suponía ya todo terminado, el país en completa paz, pues es
uno de los jefes firmantes de ella, y de los más entusiastas de ella
también; ha llegado aquí y se le impide seguir viaje hasta nueva
orden, previa consulta al señor presidente de la República, y mientras
tanto no viniera la contestación, se le daba el pueblo por cárcel.
Este detalle inesperado también fue conocido por Visillac, Irureta
Goyena y todos cuantos revolucionarios han llegado aquí.
Según los datos del señor Noblia, el ejército nacionalista al
abandonarlo él, se hallaba muy reducido, no alcanzando a mucho
más de seis mil hombres que disminuirán seguramente a medida que
se acerquen a Nico Pérez. Preguntóle sobre el efecto que la paz había
producido entre los soldados revolucionarios y contestóme, tras una
corta vacilación, una de esas vacilaciones, tan cortas como caracterís
ticas del país, que no quiere comprometerse y sabe dar vida a la
voz de la prudencia.
—Regular...! Buena...! Sí! regular, eso es.
—Y cree Vd. que sea duradera?
—Sí! Cómo no? ¡la hemos firmado todos! —dijo como argu
mento irrefutable.
Enseguida de esto, preguntóme con sumo interés, si conocía
el paradero del coronel Pampillón, pues éste, hasta el sábado último,
no se había incorporado con sus fuerzas a las que manda Muñoz,
y en el ejército nacionalista nada se sabía de su vida y hazañas,
después que con tan poca suerte cruzó el Uruguay. No pude infor
marle respecto al punto que le interesara, pero ello no fue motivo
para que no continuáramos ocupándonos del hombre, quien, según No
blia, es como jefe y caudillo, de gran valimiento, habiendo sido re
cibida la noticia de su pasada con gran alegría en el ejército revo
lucionario.
—Si se hubiera incorporado a tiempo —me dijo— todos los
jefes lo hubiéramos proclamado el sucesor del general Saravia.
Preguntóle si era cierto, que después de Masoller —batalla en
la que se encontró mandando la extrema derecha, frente a la arti
llería gubernista— habían dejado un parque considerable en Caty.
—No, señor! me contestó rotundamente.
—Sin embargo, el mayor Visillac, así lo asegura en reciente
reportaje...
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Volvió a vacilar el paisano viejo, y luego, con alguna ironía:
—No se... El sabía más que yo... mejor que yo.
Después de esto, quedó algo reconcentrado, y habiendo decaído
por lo tanto el ánimo de charla, me retiré. Noblia debe marchar
mañana de Nico Pérez, pues la orden de liberación no debe tardar
en llegar. • * •
Al caer la noche, ha cesado de llover aquí, pero ha seguido a
la lluvia un chispeo bastante molesto, especialmente para los que
pensamos aprovecharnos a la brevedad posible de campos y caminos.
Ha refrescado mucho, y esto según algunos Teydes rurales que
he consultado, es síntoma de buen tiempo. Dios los oiga o acierten,
pues también mi espíritu, como el de Osvaldo —el personaje ibse-
niano—está ansioso di solé, di un po di solé!
Hasta pronto... por carta.
Arturo P. Visca
Enviado especial
EL DESARME
(POR TELEGRAFO)
52
EL DESARME
OTRAS NOTICIAS
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diputados dispuestos a no votar una moción de esa especie, y
combatirla francamente, se cita el nombre del señor Rodó, espíri
reposado y ecuánime.
Coincidiendo con estas ideas, dice “El Tiempo” de esta manan
“La intensa expectativa producida por las últimas emergenci
y la demora en el desarme han entibiado los entusiasmos popular
que fueron apagándose por grados a medida que informaciones e
cesivas confirmaban la realización definitiva de la paz. No quie
esto decir que se acoja con desgano tan fausto acontecimiento, sil
que no se experimenta ya el vivo anhelo de expansiones que
principio hubiera hecho quemar cohetes y bombas por días entere
“Y sino, véase la frialdad con que ha sido recibido el acto fin.
Es que hay cansancio, la pacificación está descontada y la gente
preocupa de cosas apremiantes que embargan toda su atenció
quiere salir cuanto antes de esta situación precaria y pisar terrei
firme para dedicarse de una vez a sus asuntos.
“La mejor fiesta sería desmontar la máquina de la guerra qi
está pesando todavía sobre las espaldas del país. Todo urge, h¡
necesidad de recuperar el tiempo perdido, y no se puede en cons
cuencia malograr los días hábiles. Según el diario oficial, es co
resuelta por el gobierno que los festejos tengan lugar el sábado
la noche y el domingo, quedando así desechado el propósito <
declarar dos días feriados para ese objeto, lo cual habría perturbac
las transacciones y ocasionado perjuicios al comercio y a los hombr
de negocios.
“No se necesitan días de fiesta sino días de trabajo.”
(Por Telégrafo)
POR CORREO
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Este ataque motivó la venida del coronel Acuña —que se hallaba
en San Ramón— quedando desde esa fecha en la localidad coi
fuerzas considerables.
Con motivo de la inusitada aparición de esas fuerzas revolucio
narias, el coronel Acuña tomó las medidas conducentes a evitar cual
quier sorpresa, e hizo llamar a la Comandancia al ex jefe de la
división Cerro Largo, don Isidoro Noblia, que como dije en mi anterioi
se halla detenido aquí, con el pueblo por cárcel primero, y el hotel
Zarazola (el Lanata de Nico Pérez), después. Entre Acuña y Noblia
hubo una entrevista, en la que el primero trató de obtener del
segundo una explicación respecto a la rara actitud de los revolu
cionarios, pero sólo pudo obtener de Noblia la declaración de que
él tenía la más arraigada convicción de que estaba hecha la paz
por los jefes revolucionarios, y que ella tenía que ser un hecho,
a pesar de lo que en contrario pudieran hacer suponer ciertos sucesos
inesperados.
Al propio Noblia, de oí decir, con entonación de convencimiento
y convencedora: ¿Si continuara la guerra, estaría yo aquí? De zonzo
me había de venir a meter entre ustedes. Yo haría falta en mi
división, porque aunque sólo soy coronel de nombre, mando gente
y no títeres. Porque está hecha la paz he salido del ejército...
A las cuatro de la tarde, llegaron al Hotel Zarazola, donde tiene
sus oficinas la Comandancia, cuatro revolucionarios.
Vienen del grueso del ejército, desde el Olimar Grande.
Uno de ellos es hijo del comandante Antonio Mena, muerto en
Masoller. De los otros tres, dos son ayudantes de Basilio Muñoz hijo.
Se apellidan Franco y Amespil.
Me dicen que Muñoz ha quedado demorado en Olimar debido
a las lluvias, pero a la fecha es casi seguro que ha bandeado el
Olimar Grande, después de haber hecho entrega del parque, y debe
encontrarse en marcha hacia Nico Pérez, donde licenciará sus divi
siones.
« « •
(9 de la noche) — En momentos de cerrar esta carta me llegan
buenas noticias. Todo está tranquilo. Los revolucionarios que coronan
la Sierra Sosa están acampados. El coronel Acuña ha puesto guardias
para evitar dispersiones, y es casi seguro que mañana se proceda al
desarme. Se espera que ellos manden antes una comisión para tratar
con la Comandancia la mejor forma de llevar a cabo ese acto.
Telegrafiaré en oportunidad. Me dicen que Carmelo Cabrera se
encuentra entre la gente esa. Parece confirmarse la noticia traída
por un chasque esta mañana, y que trasmití. Basilio Muñoz (hijo)
no pudiendo avanzar por la creciente del Olimar Grande, ha hecho
entrega del parque y artillería, en ese paraje.
Aquí ha llovido todo el día con breves descansos. En los mo
mentos que esto escribo la lluvia arrecia.
• * *
Un señor Betancourt, farmacéutico de Santa Clara de Olimar,
comunicó —garantiendo la versión— a personas que han estado en
las Sierras de Valentines, que durante la revolución, sólo dos persona:
36
del ejército nacionalista, los señores Percovich y Segundo, recaudaron
en concepto de impuestos, contribución directa, etc. la suma de dos
cientos mil (200.000) pesos, en los distintos pueblos que ocupa
ron, haciendo a los vecinos una rebaja de un 25 % de aforo oficial.
También el famoso pardo Adán recolecté) unos diez mil pesos
por el mismo concepto, en la frontera. Se dice que después se hizo
humo con ellos, pasando al Brasil.
Arturo P. Visca
Enviado especial
EL DESARME
EL ACTO DE AYER
ARMAMENTO ENTREGADO
57
EL DESARME
OTRAS NOTICIAS
(Por telégrafo)
EL DESARME
La entrega de dinero
58
EL CORONEL GALARZA
DIVISIONES PAGADAS
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mente debido a la forma personal adoptada. Los soldados .son llama
dos por lista, formando por compañías. Hay más de cuatro mil. Tar
dará un semana, por lo tanto, en concluirse este trámite. Los revo-
focionaríos echan rayos y centellas contra la comisión de Montevideo.
Para evitar desórdenes la comandancia hizo impartir órdenes
a la policía de cerrar los despachos de bebidas. Varias divisiones
fueran licenciadas sin esperar el dinero.
Casi todos los soldados dicen no volverán a tomar las armas
porque después de los sacrificios realizados en nueve meses han
cMaeluído con un vergonzoso sometimiento.
Hay entre los revolucionarios disgusto contra Ganzo Fernández.
Enviudo Especial.
EL EJERCITO LEGAL
LIBERTAD DE SAAVEDRA
60
BASILIO MUÑOZ A MONTEVIDEO
EL DESARME
(POR TELEGRAFO)
61
dinero recorrían las calles y casas de comercio, empachándose. Las
calles quedaron materialmente sembradas de estrafalarias vestimentas,
con las que se cubrían en el campamento. Las escenas de fraternización
son tan numerosas como emocionantes. — Enviado Especial.
La proclama de Saavedra
62
Pues vea: Se empuja la basura con la escoba, se amontona contra
la puerta y después, de un escobazo se la echa fuera. — Enviado
Especial.
Basilio Saravia
DE NICO PEREZ
REVELACIONES IMPORTANTES
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plata. Después de manifestarle el doble objeto de mi visita, despedí
me y ponerme a sus órdenes en Montevideo, y obtener algunas opiniom
suvas respecto a los últimos importantes sucesos ocurridos en nuesti
país, entramos de lleno en materia, y a la primer pregunta, que fi
¿Cuál es su opinión respecto a las causas que han determinado 1
conclusión de la guerra y qué participación tuvo Vd. en las negi
ciaciones de paz? —contestóme con una franqueza, que según auti
rizadas referencias se exterioriza siempre en él y se manifiesta e
todos sus actos y de la que jamás se arrepiente.
Las causas que han precipitado la paz, no es otra que la anarquí
la profunda anarquía existente entre los jefes. Cuanto a mi actitu
fue la de un gran partidario de la paz, cuando en virtud de es
comprendí, que a pesar de los elementos o buen pie de nuesti
ejército, —cosa que usted habrá podido apreciar— continuar
campaña hubiera sido una obra criminal, que podía habernos pues!
más adelante en condiciones de imponer una paz más ventajosa.
Empezaré por manifestarle, que si el partido nacional se levanl
en armas, no ha sido por cuestión de jefaturas sino porque se v:
agredido por el superior gobierno, que en la noche del 2 de enero d
corriente, abrió ya sus hostilidades, mandando asaltar por fuerzi
del 4 y 5 de caballería la casa del respetable vecino de Corrale
don Juan M. Jaureguy, a pretexto de que en ella había armas e
condidas. El hecho produjo la natural indignación en el departamenl
y el consiguiente alboroto entre los elementos nacionalistas, y en et
fecha, recibí yo, que como usted recordará ocupaba la jefatura p
lítica, un telegrama del ministro de gobierno, con los siguientes té
minos: “Imponga usted a los nacionalistas de Corrales, el respeto qi
deben observar a las fuerzas gubernamentales.”
Luego, la guerra estalló y los sucesos se desarrollaron has
que hemos venido a parar en la paz esta.
—¿Podría decirme, cuál fue en ésta la verdadera intervenció
o la actitud de la minoría nacionalista?
—¡Ninguna! Absolutamente ninguna, ni ellos la tomaron, i
nosotros lo hubiéramos permitido, decorosamente, la tomaran ¡Ni ur
sola palabra hubiéramos escuchado a esos señores!
—¿Y qué papel representaron los señores Ignacio Mena, Paseyi
y Rodríguez, durante su estadía en campaña, y especialmente en
ejército revolucionario?
—Le diré a Vd. Yo fui casualmente quien primero tra
con ellos, por el hecho de que mi división venía a la retaguardi
cuando ellos llegaron. El señor Mena se me presentó diciéndome qi
él no era ni había sido nunca de la minoría, que había salido (
Montevideo impulsado solamente por sus anhelos de paz, sin llev
la inspiración de ningún partido, que era oriental y solamente con
oriental, se presentaba ante nosotros deseoso de cortar nuevos derr
mamientos de sangre. A ese título es que lo admitimos. Díjome tai
bién que él venía trayendo las anhelos de paz de la banca, el c
mercio, y el Centro de Ganaderos; el señor Mauricio Rodrígu
pertenece a la mayoría y en cuanto al señor Paseyro ninguna par
cipación activa tuvo. Vino como un simple acompañante y no di
64
una palabra, en lo que hizo muy bien, pues no se lo hubiéramos
permitido.
—¿Estuvo entonces el señor Paseyro en el ejército de ustedes?
—Si señor.
—En Montevideo se dudó que llegara hasta el ejército revolu
cionario.
—No había por qué. El señor Paseyro podía venir tranquilamente
a nuestro ejército, sin temor alguno. El conoce bien a los que fueron
sus correligionarios y sabe que no son cobardes. Puede ser que
algún loco suelto le pegue un tiro, pero en el seno de la colectividad
su vida no corría peligro, sería respetado.
—¿Es cierto que el principal objeto de la ida de esos señores
al ejército nacionalista era garantizar a los jefes que no sería motivo
de obstrucción en los arreglos, el monto de la cantidad que se des
tinara a subsidios?
—Eso hubo en realidad, porque el señor Mena, me habló prin
cipalmente de ello, ofreciéndome que el gobierno entregaría cien mil
pesos, y que entre la banca y el comercio, se recolectaría dinero
hasta redondear una suma no menor de doscientos mil.
—¿Qué importancia tiene la no participación del directorio en
las negociaciones de paz?
—Importancia, ninguna. El Directorio tenía entera confianza en
todos nosotros, y sabía que no habíamos de pactar una paz indecorosa,
de manera que nosotros contábamos de antemano con su unánime
aprobación respecto a cuanto hiciéramos. Sin embargo, las bases y
contrabases presentadas durante las negociaciones, fuéronle trasmiti
das por telégrafo, o debieron ser trasmitidas, entienda usted bien,
o debieron ser trasmitidas, quedando encargado de ello Basilio Muñoz,
quien el día 22 o 23 no recuerdo exacto, nos aseguró haberlo hecho,
y que esperaba la contestación. Esta no ha venido hasta la fecha.
—¿Es cierto que ustedes enviarán un documento al directorio
detallando las negociaciones de paz, y dándole explicaciones por la
actitud que han observado?
—Es verdad. Nosotros vamos a enviar una comunicación en este
sentido, ratificando además la decidida adhesión de todo el ejército
y pidiendo a las personas que componen este directorio, permanezcan
en sus puestos. Ellos han cumplido en su esfera, como nosotros cum
plimos en el campo de batalla.
—¿Cuál fue la importancia, real y efectiva de los servicios pres
tados a la revolución por el señor Abelardo Márquez, quien, si no
me equivoco, fue uno de les más activos brazos de ella?
—La conducta del señor Abelardo Márquez, desde el comienzo
de la guerra, y antes del comienzo de la guerra, ha sido hasta la
fecha la de un traidor...
—El término es algo fuerte: ¿Me autoriza Vd. para contarlo?
—El hecho de habérselo dicho, constituye una autorización. La
de un traidor a su partido en cuanto a su acción política y militar;
la de un corrompido, como Inspector General de Fronteras, puesto
para el que desgraciadamente lo designó el general Saravia en el mes
de abril, y cuya designación hubo de ser causa de mi retirti del
ejército; la de un cobarde en el campo de batalla...
—¿Tuvo real y verdadera eficacia, la incorporación del coror
Lamas, a la revolución? ¿Su actuación en ella como jefe de Estai
Mayor del Ejército, respondió a las esperanzas que en su nombi
miento se tenían?
—Las vinculaciones de amistad, el respeto y el cariño que ten¡
por la señora Mercedes Delgado de Lamas, me impiden emitir juic
franco al respecto.
—Los diversos puentes contraídos en toda la campaña ¿son ob
exclusivamente suya? ¿No tuvo usted un eficaz colaborador en
señor Ganzo Fernández?
—Le explicaré la única participación que tuvo el señor Gana
en la cuestión puentes. Cuando se trató de hacer el de Carpinteri
el general lo comisionó para contratar un ingeniero en el Brasil,
arrimar al paraje designado, la madera correspondiente, Ganzo lle¡
con la madera, pero sin el ingeniero. En esos días llegué yo; y ei
prendí la construcción del puente, siendo puesto a mis órdenes
señor Ganzo, por ser considerado como muy hábil en la tarea <
estirar alambre. En esta tarea —para la construcción de cables sopo
tes—, lo ocupé junto con tres oficiales, el capitán Cardona y los herm
nos Mier... Fue todo lo que hizo —y sólo esa vez— en cuanto
refiere a la construcción de puentes.
—Volviendo, señor Cabrera, a nuestro primitivo tema, la pa
¿cree Vd. que ésta sea duradera?
—En manos del presidente está ello. Si él hace verdad, el concii
programa que las bases de paz encierran, puede tener la aeguridí
de que esta vez, como en todas las épocas de su historia, el partic
nacional prestará su concureo dentro de la órbita de todos los der
chos y por consiguiente de las leyes patrias. Los soldados del partir
nacional han depuesto las armas espontáneamente —no obligados <
ninguna manera por una situación precaria, en cuanto a element
de guerra— y es de esperarse que como un justo tributo a su patri
tismo, a la abnegación —podría decirse— con que han procedid
sean respetados en las prerrogativas, y libre ejercicio de los derechc
que como ciudadanos les corresponde. Yo creo que así será, y qi
las hostilidades del gobierno, sólo se limiten a llamarlos insurrect
o cosa por el estilo, y que se usará tacto y tino suficientes como pa
que no sobrevengan acontecimientos graves.
Aquí, puede decirse, terminó la faz interesante de nuestra enti
vista, limtándose después a parrafear sobre los inconvenientes y ti
bajos pasados con la comisión llegada de Montevideo, de cuyos pi
cederes se encuentra plenamente satisfecho el señor Cabrera, rec
nociendo que si algunas dificultades hubo para ponerse de acuerd
con la Comisión de Hacienda revolucionaria, ellas fueron puramer
en cuestiones de detalle, respecto a la forma y modo como se del
hacer la distribución, aunque sobre los principales puntos estuvier
de acuerdo desde el primer momento. Advirtióme sin embargo q
se estuvo a punto de rechazar el dinero, dejando que con él reg
sara a Montevideo la citada Comisión, pero sólo habría ocurrí
esto, si hubieran extremado la nota, en ciertas exigencias de que
llegó a hablar.
• • •
66
El señor Cabrera, partirá para Montevideo en el correr de esta
semana, pero no radicará allí. Se trasladará inmediatamente a Buenos
Aires, donde piensa instalarse, y entrar en funciones en un empleo
que desde el principio de año se le tiene ofrecido y que estaba dis
puesto para ir a desempeñar cuando lo sorprendieron los aconteci
mientos que pusieron en convulsión al país.
Arturo P. Visca
EN NICO PEREZ
Ayer acampó en Nico Pérez el ejército del Sur, que a las órdenes
del general Muniz, primero, y del coronel Pablo Galarza después,
tan activa actuación tuvo en la reciente campaña. A las 12 a. m.,
comunicó el coronel Galarza a sus fuerzas, que por orden superior
se iba a proceder a su disolución, embarcándose para Montevideo
los cuerpos que a esta ciudad le corresponde. Después de esta comu
nicación dictó la siguiente orden general:
“Artículo 2’. Para ser leídas a las fuerzas que componen el
ejército a mi mando a la hora de lista principal se transcribe lo
siguiente:
Señores jefes, oficiales y soldados del Ejército del Sur: Después
de nueve meses de una lucha tenaz y sangrienta, brilla por fin en
el cielo de la patria el Iris hermoso de la paz.
A ella habéis contribuido con vuestro denuedo y sacrificio. Mucha
sangre generosa se ha derramado en holocausto a las instituciones,
que es la causa del glorioso partido que fundara el inmortal Rivera,
y hoy que la calma renace en los espíritus... debemos anhelar que
esa sangre y esos sacrificios no sean estériles si queremos verla enca
minada por la senda de la prosperidad y el engrandecimiento. Para
ello, para hacer feliz a la patria, a la que una desgraciada cuanto
inicua insurrección llevaba a la ruina y al desquicio, es necesario que
con la misma buena voluntad y ardor con que empuñasteis las armas
que ella confiara para su sostén y garantía, empuñéis ahora la no
menos digna del trabajo que ennoblece y dignifica y arranquen de
su fecundo suelo los frutos, que, exportados al extranjero, produce
en el intercambio que hace a las naciones progresistas figurar en el
gran concierto de la civilización...
Al retiraros a vuestros cuarteles y hogares podéis hacerlo con
la conciencia del deber cumplido. Vuestro comandante en jefe sólo
tiene palabras de íntimo agradecimiento por el buen comportamiento
que habéis observado y por el desinteresado contingente que le habéis
prestado para que pudiera llenar el delicado cometido que el Supe
rior Gobierno le confiara, y ese agradecimiento me tiene tan ligado
a las filas del ejército que si alguna vez allá en mis horas de aisla
miento, mi semblante se oscurece por una nube de tristeza, no será
67
debido a los sacrificios y sinsabores pasados, pero sí a los de tantos
compañeros ausentes y sobre todo al sacrificio de aquellos que, en
cumplimiento del deber, tuvieron por tumba nuestros campos ya
históricos. A estos últimos dediquemos nuestros verdaderos recuer
dos.. .
Al despedirme de los señores jefes y oficiales y soldados que
forman el ejército que me cupo la honra de mandar como comandante
en jefe, espero me acompañen a dar un viva a las instituciones, otro
al glorioso partido colorado y uno al eminente ciudadano que rige
los destinos de la patria, al Excmo. señor Presidente de la República.”
Las milicias
Proclama presidencial
68
Volved a las ocupaciones de la paz con la conciencia de vuestro
deber. Volved con el orgullo de vuestro esfuerzo, de vuestro desin
terés y de la obra que habéis realizado. Llevad también el perdurable
recuerdo de los que eligió la muerte a vuestro lado. Pero no deis
entrada en vuestros pechos a loe odios y rencores que engendra la guerra.
Los que ayer, extraviados, eran vuestros enemigos en los campos de
batalla, hijos de la misma tierra, hermanos vuestros, serán mañana,
devueltos al cumplimiento de sus deberes, vuestros aliados en la
tarea del progreso y del engrandecimiento de la patria.
En nombre de la República os doy las gracias por los grandes
intereses que habéis salvado. Montevideo, Octubre 18 de 1904. JOSE
BATLLE Y ORDOÑEZ.
Galarza y Basilio
Se espera lleguen dentro de unos días a Montevideo, los corone
les Pablo Galarza y Basilio Saravia, dos de las figuras que más se
han destacado en el ejército disuelto.
Son blancos!!!
Una frase tomada al vuelo en Nico Pérez y pronunciada segu
ramente a raíz de un comentario a una de las causas a que se atri
buye la pacificación del país:
—Amigo..., hemos llegado a una situación, que convierte en
mentira aquel refrán: Ellos son blancos y se entienden!
69
Cansancio oportuno
Tupambaé número 2
ARTURO P. VISCA
EL DESARME
70
En la estancia de Camilo Rodríguez, treinta y tres revolucio
narios —cifra histórica— hicieron fogones con la madera de sus
fusiles, abandonando los caños entre las brasas.
Aldama entregó en calidad de preso al comandante Acuña al
soldado revolucionario Angel Samandú, de la división Durazno, acu
sado del asesinato de un anciano de 80 años, llamado Eusebio
Pintado. El hecho ocurrió en el pueblo Sarandí del Yi, el mes pasado.
Enviado Especial.
Nico Pérez, 14. — A LA TRIBUNA POPULAR. — Montevideo. —
Hállase preso por orden superior, en la comandancia militar, el jefe
revolucionario Saavedra. Creo que la causa es ocultación de armas.
Llegó esta tarde a la estación el general Vázquez, siguiendo
viaje para el campamento del ejército, a distancia de dos leguas
sobre la cuchilla Grande.
Llegó también Basilio Muñoz, formando su cuartel general en
las proximidades de Nico Pérez. El ejército lo dejó a la entrada de
Sierra Sosa muy diseminado. Esto facilitará la distribución del dinero.
Enviado especial.
• • «
71
Nico Pérez 15 (8 a. m.) — A LA TRIBUNA POPULAR. — La
causa que según informes que tengo, ha decidirlo la prisión de
Saavedra, son ciertas declaraciones de Basilio Muñoz respecto de
ocultación de dos ametralladoras Colt hecha por aquél. Parece que
las referidas piezas se encontraban en un coche que aquél ocupaba y que
ha desaparecido. — Enviado especial.
¿Vandalismo?
(Por correo)
72
A la 1 y 30 de la tarde, en una explanada del campamento de
la división Cabrera, se aprestó todo para comenzar el desarme. Se
desplegó la escolta, formando el ala frente al sitio que debían des
filar los revolucionarios, y el coronel Acuña, acompañado del mayor
de las fuerzas nacionalistas, Félix Pompilio Barrios, en representación
de Cabrera, comenzó a recibir el armamento.
Inició el desfile el 1er. comando de la división, a las órdenes del
mayor Laborde. Un remington hizo punta y poco a poco a suá
costados, fueron amontonados máuser, carabinas, Dateaus, etc. que
cada uno de sus poseedores iba dejando, acompañado de una acari
ciadora mirada de despedida y más de una vez, de hondo suspiro,
surgido de pecho curtido y bronceado, pero en cuyo fondo, latía
más fuerte que de lo acostumbrado, el músculo de la sensibilidad.
Cuando estuvo desarmada la división, quedó un hacinamiento
de fusiles, de varios centenares de lanzas y una rara mezcolanza de
cananas y proveedoras, con el sello de la industria nacional revolu
cionaria, en las que se juntaban los últimos miles de cartuchos que
Masoller no llegó a concluir.
A las 2 y 40 de la tarde lio quedaba armado un solo hombre de la
división 13, una de las más aguerridas del ejército nacionalista, y la que
más recio fuego sufriera en la batalla de Masoller. Pasamos al campa
mento de Cicerón Marín, y allí el propio veterano de tanta con
tienda civil, hizo desfilar sus maragatos, que entregaron 157 fusiles
y 5513 tiros, la mayoría de los primeros sistema Máuser, y con olor
la mayoría a Fray Marcos, pues fue la división de Marín la que llevó
la mayor parte de brega en esa acción y a la que le cupo en suerte
hacer el mayor número de prisioneros.
En cada una de las entregas, se labraron actas duplicadas, del
tenor siguiente:
En la Sierra de Sosa a trece de Octubre de 1904, se procedió al
desarme de la división núm. 13 del ejército revolucionario efec
tuándola el coronel don Cándido Acuña autorizado al efecto por
el excelentísimo señor Presidente de la República y mayor don Félix
Pompilio Barrios en representación de su jefe don Carmelo L. Ca
brera, constando dicho armamento de doscientas noventa y ocho
armas, entre fusiles y carabinas, catorce mil quinientos ocho tiros,
un sable, una bayoneta, dos lanzas y una trompa. Además se ha
recibido como parque de la división una carreta y ocho carros con
la dotación de bueyes correspondientes. — Cándido Acuya - Félix
Pompilio Barrios.
* * *
73
Además se han recibido trece armas y ciento veinte y dos tiros
correspondientes a la división núm. 4 de don Juan José Muñoz.
Cándido Acuña • Cicerón Marín.
• • •
No hubo una nota discordante en toda la ceremonia del desarme,
por lo que a los hombres corresponde. Sólo se oían expresiones de
condenación para las guerras civiles, y el tradicional: ¡Todos somos
hermanos! surgía de los labios de casi todos.
Cicerón Marín alternaba cordialmente- con su viejo y ex pri
sionero el coronel Manuel Acuña; y ambos a dos buscan en sus
frases sencillas de buenos paisanos, los mejores conceptos para la
glorificación de la paz y el trabajo, mientras un tierno cordero
puesto al asador, hasta que quedó a punto y que el coronel Marín
ofreciónos como plato único de improvisado banquete de confra
ternidad.
« • •
He dicho más arriba: por que a los hombres corresponde, refi
riéndome a la buena armonía y cordialidad que reina y que reinó
en el desarme, y debo explicarlo. El acto no fue sólo presenciado por
elemento barbudo: Hubo señoritas en él. Y fue una bella nico pe-
rcnse (?) —una morocha muy blanca por vocación y por efecto de
no pequeña cantidad de polvos más o menos Roget y Gallet— quien
encontrando que aquello debía ser deprimente para sus correligio
narios, creyó de su deber hacerlo saber así al mismo Marín, a quien
con un apretón de manos y alterada voz, dijo no sin cierto tonillo
imperativo: Adiós! Y a ver si para otra vez, no hacen este papel,
si se portan mejor!...
Y quedó muy ancha.
Hubo sonrisas, cuchicheos, etc.
Arturo P. Visca
Enviado especial
ULTIMO MOMENTO
74
DESDE NICO PEREZ
Por correo
Las vestimentas
75
de estas prendas cantidades equivalentes a un veinte por ciento de
los hombres que componían el ejército, y las provisiones por otros
puntos fueron tan escasas, que muy pocas veces se contó con ellas.
Los que durante las travesías por la república lograban acercarse a
sus pagos, conseguían empilcharse algo, y anclar bien aviados por
algún tiempo, pero los que no, tenían que esperar la poco agradable
perspectiva del carcheo en los días de combate... si no les iba mal.
Los de los departamentos muy al Sur, Sureste y Suroeste, han sido
quienes más han sufrido, por la causa arriba expresada y por eso
las divisiones de Marín y Cabrera son de las más castigadas, pues
pertenecen a la primera gente de San José y Canelones, y a la
segunda de Flores, Colonia, Florida y Soriano, etc., departamentos
que —el primero especialmente—, no eran visitados desde muchos
meses atrás.
Los uniformes argentinos son los que predominan. Un buen por
centaje de tropa y oficialidad lo usa, quien completo, quien sólo
pantalón o chaquetilla más o menos en buen estado. Las bombachas
son rurales, y los chiripás son por lo general, hechos con... con
todo! La división Marín, verbigracia, parece que hubiera saqueado
el más estrafalario de los bric-a-brac que rodean el Mercado Central.
De todo he visto en ella: capotes de Hull, camisas de mujer con
cartera, elegantes americanas de lona, capote de todas las edades
y especies y en todos los grados de descomposición imaginables;
restos de zapatos, botas, zapatillas de mil y una formas, clase y color,
ponchos, frazadas, toallas, gorras, boinas, etc., etc. Las camisas y
los calzoncillos son artículos de lujo, desconocidos en los campamentos.
Agregúese a esta mezcolanza tan rara, unas melenas a lo cha
maco y barbas a lo... insurrecto, y se supondrá el imponente
aspecto de esas tropas, que en aras del ideal partidario u homenaje
a los odios tradicionales, se ha sostenido con tan singular tesón du
rante meses y meses en lucha abierta con la adversidad y con la
naturaleza.
Y sin embargo, la alegría no es extraña en los campamentos,
y como una nota de amarga ironía, la he visto retozar en la gene
ralidad de los rostros, y hacer sus manifestaciones en las carpas o
al abrigo de las rocas que se yerguen en las cumbres o se inclinan,
cual si fueran a derrumbarse, en las pendientes.
Pampillón
77
I
78
Volviendo a la paz. El 26 de setiembre tuvimos una nueva reunión en
la que entregamos las bases ampliadas, y ellas fueron mandadas desde
lo de Pintos por Basilio. Después... el 2 de Octubre se resolvió
aceptar la paz, con las bases que ya son conocidas, porque la paz
había que hacerla. El ejército no tenía jefe...
—¿Y Basilio Muñoz?
—El ejército no tiene jefe y todos optamos por la paz, en bien
del partido.
—¿Es cierto que fue propuesto el coronel Morosini para suce
der a Saravia?
—Sí, eso hubo.
—¿Es cierto que esa proposición fue hecha por Juan Francisco
en una reunión de jefes que él solicitó?
—Es cierto, Juan Francisco nos habló de eso, pero creo que no
tenía mayor consistencia. Se trataba quizá con ello de retemplar el
espíritu de la tropa, de sacudir energías...
—¿Cree usted que esta paz sea duradera?
—Sí, siempre que se nos respete, y se respete lo pactado. En la
buena política, en el acierto del gobierno estriba ello.
—¿Usted desarmó su gente en el Olimar?
—En el Olimar. Allí entregamos la artillería y el parque, ha
ciendo el día 10, en memoria del general Saravia, una salva de 21
cañonazos, a la salida del sol; descargas de fusilería por división,
y otra salva de cañón a la entrada del sol.
—¿Y cómo les fue en Masoller?
—Bien. El día l9 quedamos en el campo victoriosos.
—¿Y hubieran triunfado si atacan el día 2?
—Seguramente.
—¿Es verdad que Saravia les trasmitió la orden de hacerlo, por
boca de Joao Francisco?
—Es verdad.
—¿Y cómo no lo hicieron?
—Pues... La pérdida del general había abatido a los jefes,
y nadie quiso llevar la responsabilidad. Hubo vacilaciones, y se
resolvió marchar y nos retiramos.
—¿Cree usted entonces que fue la muerte de Saravia la causa
esencial de la conclusión de la guerra?
—¡Ah! Claro... ya no hubo cabeza...
La llegada de varios jefes, para acordar la entrevista a celebrarse
con la comisión de Auxilios, me obligó a dejar el campo, llevando
el sentimiento de no poder continuar mi agradable charla con el
ex jefe de la división Maldonado, pues tenía el convencimiento de
que aún quedaban algunos puntos que aclarar...
La pérdida de Saravia
79
y siempre la respuesta ha sido afirmativa. He oído opiniones muy
radicales y otras moderadas, pero todas concluyentes en ese sentido.
—Era el único jefe de la revolución, se nos llegó a decir, en
un rapto de exaltación.
—Saravia no hubiera triunfado, pero, con los elementos que
había logrado reunir, hubiera hecho una gran paz. Su propósito no
era pelear, sino vadear el Río Negro, avanzar hacia el centro de la
república, y allí tratar de paz porque era un gran partidario de ella.
Y sin embargo, he encontrado quienes, en el ejército, dudan
de que el general haya muerto!
Arturo P. Visca
Enviado especial
80
Un telegrama del general Vázquez — La muerte de Saravia y la paz
Declaraciones del mayor Moreira — En la carpa de Basilio Muñoz (h)
Esperanza risueña — Por qué se hizo la paz
La lucha del futuro — Reconquista de posiciones perdidas
81
dejándoles el aspecto —a muchos de ellos— cuyas carnes se res
guardaban de las inclemencias del tiempo, por secciones, imperfec
tamente. La primer carpa que encontramos fue en la división Marín,
y pertenecía al comandante Domingo Cortinas, que la habitaba en
compañía de un hijo suyo, Ismael, una de las intelectualidades de
la sociedad maragata, joven que ha sabido encontrar en el correr
de la campaña, los paréntesis necesarios, para dar curso a sus afi
ciones literarias, dejando el arma en su lugar d<3 descanso, para
esgrimir el lápiz y anotar en su diario ideas y sensaciones. Seguimos
viaje —gratamente impresionados por la cordial acogida del co
mandante Cortinas— en quien la cultura y buenas maneras trascendía
a pesar de la vestimenta gauchesca que lo cubría— y en dos galopa
das llegamos a una cumbre, tras la cual mirando al Norte, había plantado
su carpa, el jefe interino de la 13 división revolucionaria, Carmelo
L. Cabrera. Una banderola negra, gastada y rota, flameaba acariciada
por las brisas serranas. Afectuoso salió a recibirnos el famoso volador
de puentes, el hombre explosivo de todas las últimas revoluciones,
uno de los brazos más enérgicos y también más útiles del ejército
en la reciente campaña.
Vestía bien, casi traje pueblero, y tras una corta entrevista con
el mayor Berreta —en la que se trató de la manera más rápida y
fácil del desarme de las divisiones en esos parajes diseminadas—
vino a formar rueda al pie de la carpa, donde entre sorbo y sorbo
del amargo mate, nos habla de la guerra y de la paz, de los males
de la primera y de los beneficios de la segunda; pero no pudimos
encontrar en su mirada o en su gesto algo que nos revelara el pleno
sometimiento de su espíritu agitador y bélico, a las quietudes de
la paz en momentos que más ancho campo encontraba para sus
belicosas expansiones. Sin embargo, yo iba en conocimiento de que
era uno de los jefes que con más tesón sostuvo las gestiones de paz
que se iniciaron ante ellos.
Nuestra conversación siguió generalizada, sin demorar sobre nin
gún punto, dando nosotros referencias de la ciudad lejana, y reci
biendo en cambio breves notas y comentarios de la campaña termi
nada. En eso estábamos cuando vino a caer entre la rueda un hombre
ya anciano, de espesa cabellera y poblada barba blanca, de simpático
rostro, frente y mirada despejada y cuyo exterior revelaba al paisano
en su clásica vestimenta, era el jefe de la división San José, coronel
nacionalista don Cicerón Marín. Llegaba a la reunión mandado buscar
por Cabrera para ponerse de acuerdo sobre el tema que acababa de
resolverse con el mayor Berreta: el desarme.
Oída la opinión de Marín, levantamos campo y seguimos nuestra
peregrinación por la sierra dejando a los dos jefes mano a mano,
junto al asta de la negra banderola que flameaba siempre en la punta
deshilachada y rota.
Seguimos encontrando a nuestro paso los signos palpables de
la destrucción y ruina que la guerra originara, y estrafalarias figuras
que aparecían un momento entre las piedras y luego desaparecían,
como si las sierras se las tragaran. La tarde comenzaba a declinar,
el sol ya no lucía ante nuestra vista, ocultado por las nubes y la
melancolía nos hubiera invadido, si nuestro baqueano, el sargento
82
mayor revolucionario Alejo R. Moreira, no nos hubiera entretenido
con el relato siguiente, venido al caso tras unas breves referencias
al hombre explosivo, a Cabrera.
—Es hombre que ha prestado muchos servicios al ejército...
tan pronto volaba un puente al gobierno, como construía otro para
el ejército.
—¿Cómo, pregunté, hacía puentes también?
—¡Cómo no! Todos los hizo él.
—¿Todos? Y los que hizo Ganzo Fernández?
—¡Si Ganzo Fernández nunca hizo un puente! Lo más fue pre
parar materiales para que otros lo hicieran.
—Se tenía entendido que él era el constructor oficial del ejército.
En Montevideo y Buenos Aires goza fama de eso.
—No, amigo. Nunca, puede decirse, estuvo en la revolución.
Casi siempre estaba en Bagé... En el ejército se le veía poco.
Además, una tarde, Cabrera se encolerizó seriamente con él.
—¿Cómo?
—Acababa de hacer el puente de Carpintería, y ponderaba su
construcción, uno de los jefes de nuestra división, diciendo que por
ello había que felicitar a Cabrera, cuando Ganzo insinuó la afirma
ción de que el puente lo había hecho él. Cuadró la casualidad, que
el propio Cabrera pasara por allí y lo oyera. Dio vuelta el hombre y
se expresó en términos durísimos, costando trabajo evitar que tradu
jera sus apostrofes en hechos. .. Hasta echó mano al revólver y si no
es por mí, quizás ocurre una desgracia.
A este punto llegaba el narrador cuando enfrenta uno a la carpa
del comandante Miguel Cortinas, y ante una tan galante como insis
tente invitación, cebamos pie a tierra, ganando bajo la lona para
ampararnos del viento, que cada vez se hacía más frío y más cortante.
Cuando salimos de allí, entre mil datos dispersos, que se entreveraban
en mi mente, llevaba la siguiente relación que de Masoller y sus
consecuencias, nos hiciera el dueño de la carpa.
—La batalla del día 1’, no debió tener lugar. El propósito del
general ese día no era más que hacer gastar munición al enemigo,
y pelearlo el 2, pero un avance demasiado arriesgado del general
García, que fue el primero que entró en pelea, con orden de tomar
un cerro, y que se pasó al patio, quedando en mala situación, pues
lo agarraron entre tres fuegos, determinó la batalla. Hubo que mandar
las divisiones para que se sostuviera y el combate quedó desde ese
momento formalizado. Se peleó fuerte y bien, hasta caer la tarde.
A esa hora llegamos nosotros al campo.
Venían marchando, sorprendidos de que se estuviera trabando
combate, y el general, desde una altura, empezó a gritarnos que
avanzáramos. Así lo hicimos. El enemigo estaba cerca, y cuando
pasamos al lado del general, éste estaría a unos treinta o cuarenta
metros del fuego enemigo, acompañado de su hijo Mauro y su ayu
dante Ponce de León.
—Retírese, general —le gritó con su modo peculiar, el coronel
Marín—. ¿Qué hace aquí? ¿Está buscando que lo maten? ¡Mándese
mudar! Se retiró el general, pero fue para acercarse a la línea de fuego
de Nepomuceno, y allí, a los pocos minutos, lo hirieron. Llegó la
83
noche y cesó el fuego. La gente durmió sin saber en su mayoría la
desgracia. Nosotros quedábamos en nuestras posiciones, y al otro
día Juan Francisco reunió a los jefes y les trasmitió la orden de
Saravia de atacar al enemigo, que la victoria era segura. Más de la
mitad de nuestro ejército no había peleado, y teníamos municiones
abundantes.
—¿Y el general Vázquez?
—Estaba mal. Vea lo que mandaba decir al presidente, en un
telegrama que lo tomamos en Tranqueras, y cuyo original tiene
Basilio. Y nos enseñó un telegrama concebido en estos términos:
“Puntas del Arapey, Setiembre 1° de 1904.— Peleamos a 3000
hombres en Masoller. Nos tomaron tres veces posiciones. Tengo mu
chísimas bajas. Municiones agotadas. Si enemigo ataca mañana tendré
que retirarme. — VAZQUEZ.”
—¿Y por qué no atacaron?
—Nos faltaba el general. Nadie quería hacerse cargo del ejército.
Los jefes vacilaron, y se emprendió la marcha... Desde ese momento,
la paz, puede decirse que empezó a hacerse. La bala que hirió al
general fue la que la inició, porque si el general no cae, nosotros hubié
ramos vencido a Vázquez, y seguido el avance hacia el centro del
país, y la paz se habría hecho, pero de otra manera.
* * *
Nico Pérez, Octubre 14 de 1904. — A la hora en que el sol calen
taba con más fuerza los pedregosos campos de este bendito pueblo
—fríos como la nieve en los días de invierno, ardiente como el cora
zón de una criolla en el verano— llegué a la carpa de Basilio Muñoz
(hijo) —Basilio como ya lo llamaban sus soldados— situada entre las
primeras rocas de la Sierra de Sosa, con la entrada mirando al Este
Nord Este, hacia Cerro Largo, los pagos de sus amores. Llevaba como
guía y presentador oficioso uno de sus más jóvenes ayudantes, Gui
llermo Amespil, e iba conducido por un flete parejero que el famoso
Pampillón, en sus apurados gambeteos, dejó entre las fuerzas legales,
y que la amabilidad del mayor Tomás Berreta me proporcionó para
el viaje.
Bajo la soleada lona, tendido en su modesta cama campera,
encontré al sucesor de Aparicio y con una afabilidad que no des
miente su carácter franco y abierto, que tanto prestigio y adhesión
le han hecho conquistar entre sus subalternos. Se entró de lleno
a una conversación amistosa, que si por determinadas circunstancias
no tuvo real y verdadero carácter de interview no careció de pasajes
de interés para ser apuntados por el lápiz de un periodista.
Hablamos poco de la guerra y algo de la paz, y entre sus mani
festaciones reveló desde el pimer momento el generalísimo, que
ella se había producido, forzada por las circunstancias, necesaria
y fatalmente; no cabía otra cosa después de Masoller, si se quería
salvar los últimos principios de civilización, las últimas energías que
aún quedaban al país.
—Fui —dijo— a la primer entrevista con Basilio, convencidc
de que ella debía y había de hacerse, y me aparté de Basilio con
vencido también de que la paz estaba hecha. Y ya ve usted, hecha está
84
— Es cierto —dije—, pero en dos series.
—¿Cómo en dos series?
—Porque a la que se está festejando, la llaman la segunda paz,
en virtud del fracaso de sus primeras gestiones.
—¡Pero si nunca hubo fracaso! Las gestiones sufrieron sus de
moras y atrasos, debido a las dificultades naturales de los medios
de comunicación, pero desde el primer día que se iniciaron, tuvieron
éxito. Si algunos jefes se apartaron de ellas, marchando por su cuenta,
en los rumbos que se les antojara, ello no puede constituir causa
de fracaso. Esos jefes, al apartarse del ejército, perdían su derecho,
se colocaban, puede decirse, fuera de la ley, y si a pesar de ello
decidí consultarlos, fue para evitar escisiones graves, para no dejar
otra revolución en campaña, para hacer obra buena, para que la
pacificación la aceptaran todos, como la aceptaron cuando la reflexión
y la sensatez se hicieron oir.
—¿Y el armisticio?
—Nunca lo hubo; jamás se celebró. Fue un simple acuerdo verbal
que celebré con Galarza, conviniendo el cese de las hostilidades
para evitar cualquier choque de consecuencias fatales. Si nuestras
fuerzas se hubieran vuelto a encontrar en campo de pelea, todo se
hubiera perdido. La guerra habría seguido entonces inevitablemente,
y de manera desastrosa, pues toda idea de arreglo habría sucumbido
en un ambiente de destrucción, de exterminio, en el que habría
desaparecido quizá para siempre la fortaleza de uno de los dos
partidos. Para evitar esos choques, y aún hasta el más pequeño
tiroteo, fue que abandoné Aceguá, tratando de poner una regular
distancia entre mi ejército y el de Galarza, pero lo hice en la creencia
de que éste continuaría también la marcha detrás mío. No pudo ser así,
porque se había quedado a pie, y yo seguí avanzando hasta el Paso
de las Pavas, en el Olimar, donde me volvió a alcanzar Galarza, y
donde se efectuó el desarme. Algunas divisiones que habían bandeado
el Olimar siguieron marcha, y esas fueron las que hubo que desarmar
aquí.
Ahora que estos hechos se han producido, que la acción material
ha terminado, una nueva campaña tenemos que emprender. El par
tido ha realizado una protesta armada en la que ha probado que
su valer es indiscutible, por su fuerza y sus proporciones; se ha
derramado mucha sangre, se ha derrochado mucho valor. La lucha
por las armas ha terminado; la lucha en otros terrenos debe co
menzar, y comenzará seguramente con más vigor y más empuje que
nunca.
El partido ha demostrado ser fuerte en la guerra; ahora tiene
que demostrar su consistencia en la paz, y 6Í todas las fuerzas y
voluntades se aúnan, si todos concurren con su acción a la obra
común, las conquistas del partido nacional serán más considerables
de lo que se suponen. Si hemos perdido posiciones, por la razón
y el libre ejercicio de nuestro derecho, hemos de reconquistarlas
y en mayor número de las que pudiéramos materialmente haber
perdido.
Y al decir esto sonreían los labios del “generalísimo” con son
risa de esperanza y brillaban sus ojos con fulgores de triunfo, como
85
si sus palabras le trajeran a la mente un plan quizás madurado en
la tienda de campaña, y dispuesto a ser llevado a la práctica en las
mesas electorales, en el parlamento, en todos los sitios donde debe
triunfar la razón y el derecho, abatiendo la fuerza y desalojando
la arbitrariedad.
Animado por esas risueñas esperanzas, lo dejé en su modesta
carpa de lona que el sol caldeaba y el viento norte sacudía hasta
inspirar temor por la seguridad de sus puntales.
« • «
Anochecía cuando llegamos a Nico Pérez, bien saneados los pul
mones por el aire de la sierra y deseosos de ganar el comedor del
hotel y la reparadora cama más tarde.
RECUERDOS DE LA REVOLUCION
Emigración de Mariano
86
Contadores
Gastos revolucionarios
Infancia belicosa
87
Un epitafio... valiente
Balazos célebres
88
Ttacmnbú (Dpto. de Artigas). Helada caída en la noche del 10 de Junio. (1897)
RECUERDOS DE LA REVOLUCION
91
Quizo conseguir él, casi solo, lo que la batalla de Masoller —donde
entraron en línea miles de hombres— produjo: la desaparición de
Aparicio Saravia. Preparó un golpe a la tienda de “el general”, y
momentos antes de intentar llevarlo a cabo le dio gusto a la lengua,
haciendo en una pulpería apreciaciones pesimistas sobre la duración
del prestigio —y creo que hasta de la vida— del jefe supremo de las
fuerzas insurrectas.
La fortuna no lo ayudó, y lina tumba fue el premio que la
adversidad deparara a su audaz empresa.
Cuando entró en acción, el cazador resultó cazado. En la sola
compañía de un indiecito, bravo como ají cumbarí, se vio impelido
a luchar cuerpo a cuerpo con elementos a las órdenes del general que
él, en su bélico extravío, soñó copar, y llevárselo en ancas, fuera
de los campos dominados por sus fuerzas, atado de pies y manos
como una odalisca robada por violencia a las quietudes del harem.
En esos arduos momentos —en que varios sables intentaban achu
rarlo despiadadamente— tuvo Belén la noción clara del peligro a
que casi inconscientemente había ido, y pensó entonces, que podía
ser el hombre a quien pensaba perder, el áncora de su salvación
y las últimas energías que le quedaban, las empleó en defender el
bulto naturalmente, y en prorrumpir en exclamaciones de este tenor:
—¡Ah compañeros, si estuviera el general aquí, no me dejaría
matar!
El general no estaba allí, y lo mataron, pero hasta allí llegaban
las sonoridades de unas estentóreas carcajadas —únicas en el ejército
revolucionario— que un hombre, a caballo, y con un quitasol en
la mano derecha, lanzaba a los callados ámbitos desde una media
cuadra escasa del sitio del suceso, que dijera un cronista policial.
A pedradas!...
92
de los atacantes, señor Prudencio Soria, llegó el momento en que las
armas largas fueron abandonadas por inútiles, para apelar al revólver
a la bayoneta y... hasta las piedras, dando el ejemplo de lo último
uno de mis ayudantes, el joven Salvador Olivera, quien en esos
momentos encontró en tan primitivo medio ofensivo, un gran
recurso para combatir al enemigo!...
Arturo P. Visca
EL GESTO DE BASILIO
La fuerza y el pensamiento
93
1
Los que miraban los toros desde la barrera, así como los que
no comprendieron a Basilio —y entre estos, gran número de los
elementos que formaban la masa dominada— buscaron en su reper
torio de vocablos hirientes, los más duros para calificar su gesto.
Vieron a bulto y a bulto juzgaron. Vieron al ejército revolucionario
fuerte por su número y no entraron a considerar si era también
fuerte por su situación; vieron a Basilio, jefe supremo de ese ejér
cito, armado como nunca, y su actitud pacificadora, cuando creyeron,
que la acción guerrera debía de determinar la contienda, les irritó sacu
diendo la generalidad de los espíritus, tan accesibles a las turbulencias
como refractarios a la meditación y a la calma. Se falló sin juzgar, acci
dente muy común en los pleitos populares. Pocos comprendieron que
Basilio era hombre de las circunstancias, y que las circunstancias se
le impusieron con marcado rigor, porque a su vez ellos lo habían
impuesto, levantándolo hasta la cima del pedestal de la jefatura del
ejército revolucionario; se esperaba sin detenerse a considerar si fuera
de las condiciones personales estaba en condiciones de hacerlo, que
relevaría a Aparicio, y más de uno, en el calor de los primeros entu
siasmos, le atribuyó ciertas cualidades que lo hacían superior a éste.
Y en realidad, quizá las tuviera y las tenga, pero no era Aparicio Sara
via, —no era el “tornillo de cohesión” de que ya con mucho acierto
habló un periodista hoy argentino— no era hombre que aunaba todos
los esfuerzos, todas las voluntades, alrededor de cuya personalidad se
deponían todos los odios y prevenciones del ejército, y a quién todos
seguían por sincero cariño unos, por temor otros, por conveniencia
los de más allá; no era Aparicio Saravia, ni tenía tiempo para hacerse
tal, y, —hombre de más alto vuelo quizá, en su modo de pensar, de
más claras vistas para darse cuenta perfecta de una situación, conocer
el mal y acertar el remedio, —-que las demás cabezas de la revolu
ción,— tuvo la visión inmediata de la verdadera realidad, comprendió
la necesidad de adoptar la guerra o la paz, pero sin términos medios,
y guiado por un principio de civilización y humanidad, sin duda, y
fue primero hacia la paz, en la perfecta convicción de que ella la
imponían los acontecimientos, la carencia de cohesión —probabilidad
de ineficacia por lo tanto— de los elementos de fuerza que él tenía
a su mando, y porque —y esto lo aceptó muy principalmente— aun
que la paz de hoy fuera parca en ventajas, vendría pictórica de hala
güeñas promesas para su partido en no lejano porvenir.
Aceptó en principio —como jefe supremo del ejército— todas
las responsabilidades que el pacto de paz significaba, como hubiera
aceptado todas las responsabilidades de la guerra, porque no son condi
ciones de valor y energía las que se le pueden negar al jefe de la división
en quien más rudamente se cebó la reciente campaña, pero ¿fue
Basilio Muñoz el primero o el único que tuvo, casi a raíz de Maso-
Uer, la percepción de que la paz se imponía o era necesario buscarla,
por lo menos? Si se ha de dar crédito a una versión muy generalizada
en las filas revolucionarias —sin distinción de categorías— el señor
Juan José Muñoz, apenas presentaba su renuncia de “generalísimo”,
el día 2 de Setiembre envió un telegrama al señor Manuel Artagaveytia,
indicándole la conveniencia de entrar en negociaciones de paz, pues
en esos momentos el terreno era favorable para ellas; el jefe del
94
Estado Mayor, coronel Gregorio Lamas, y el jefe de la división Flores,
don José González, son así mismo indicados como de los que más
pronto y fácilmente se mostraron accesibles a la idea de la paz, y
ésta pronto hizo carne hasta concluir por aceptarla todos —o casi
todos por lo menos. Paz —o tratado de pacificación, mejor dicho—
indecorosa? No, seguramente. No por los señores nacionalistas —cabe el
reconocerlo en primer término— pues quienes la firmaron, no hubieran
entrado por ella si con menoscabo de su decoro y de sus antecedentes,
se la hubieran impuesto. Es que —y esto debiera ser un freno para
ciertos criterios extraviados, para ciertos censores en quienes no cabe
la simplicísima idea de que el no saber debe traer por consecuencia
el callar— es que, decía, la razón triunfó de ellos, en virtud de los
principios de que he hablado al comienzo de estas líneas, y vino el
convencimiento de que la paz —mejor que la guerra a ou trance—
se imponía, en virtud también de algo grave, muy grave, que ocurría
en el ejército, y podía, en breve tiempo, minar su organismo, y agotar
su vitalidad aparente. De otra manera, no es admisible que las
principales cabezas del ejército revolucionario hubieran aceptado un
pacto de paz, que estaba en sus manos rechazar, así como estaba
en sus manos despojar de su investidura de “generalísimo” a quien
había insinuado su aceptación, si lo hubieran creído capaz de fraguar
algo contrario al decoro y a la dignidad del partido a que pertenecen.
La misma autoridad en virtud de la cual se expidieron el 3 de Se
tiembre, mantenían el 25 del mismo mes.
La paz se ha hecho, la cabeza de la minoría directiva del ejér
cito la aceptó desde el primer momento; la minoría la aceptaba tam
bién después y la masa dirigida —la fuerza material— se avino a
ella más tarde, confiada, vuelvo a decirlo, en el pensamiento de
quienes la dirigían. El hecho está consumado, y los señores naciona
listas, —principalmente aquellos que más fácil rienda dan a la
diatriba desmembradora— deben hacer hoy práctica de estas pala
bras que en hora de franqueza me dijo el que en reemplazo de Sa
ravia fue nombrado generalísimo del ejército revolucionario:
La acción de la fuerza material ha terminado: debemos pues dejar
la de lado y aprovecharnos para futuras conquistas, de lo que como
fuerza moral somos y valemos.
Es lo que corresponde. La era de recriminaciones, —que parecía
haber comenzado con la terminación de la guerra— debe morir
non nata, que en el interés de los que forman y sostienen el partido
nacional, está ello.
Y terminaré diciendo: Es de suponer, que los que con motivo de
los acontecimientos que determinaron la pacificación del país, tuvie
ron la entereza de usar para alguien la palabra traidor mantengan
esa entereza para cuando la suerte les ofrezca oportunidad de pedir al
traidor, personalmente, detallada cuenta de su traición.
Arturo P. Visca
95
CARTA A TOMAS BERRETA
96
Dr. Alfredo Castellanos — uno de los pocos puntales sobrevivientes
del efímero Partido Constitucional, periodista de autre fois, de lucha
y garra, que tuvo sus últimos vislumbres de tal, al frente del diario
LA CONSTITUCION, en los últimos tramos de la presidencia de D.
Juan Idiarte Borda, — fines de 1896 — ya sobre los azarosos días de
la pre-revolución, que culminó con la invasión “Lamas-Saravia” en
Marzo de 1897.
Más tarde, ya en coloquio de “viejos conocidos de una hora”, y
en mesa común del “wagón-restaurant’’, hablaron el periodista en
poniente, el veterano que vivía del recuerdo en su voluntario retiro,
y el periodista en naciente, que iniciaba su vida de tal, en plena acti
vidad profesional y que en vez de la vida recordativa, vivía en la ilu
sión y en la esperanza de un porvenir auspicioso y lisonjero que
lo llevara a ser algo en el mundo... Pasajeras, fugaces percepciones
que la realidad supo esfumar con su implacable desdén por los jóve
nes soñadores sin básica reciedumbre para el éxito...
Tejieron, sobre temas del momento el periodista de ayer y el de
ese instante, una conversación de comentarios generales, cuyo motivo
inicial fue el mal tiempo, para derivar de inmediato y de lleno al de
los acontecimientos del año y de la hora, la revolución pasada; la
incertidumbre latente, y la paz de hecho y de derecho, reconocida
como cierta para ambos interlocutores.
—La guerra no me sacó de Montevideo — dijo el periodista en
funciones — pero la paz me lleva a Nico Pérez y tal vez más allá,
a La Ternera, o a quien sabe a donde. Pero a donde haya que ir iré,
en cumplimiento de la misión que me lleva, si puedo conseguir caba
llo, o cualquier otro medio de traslación seguro y efectivo.
El periodista en funciones dió entonces a conocer su misión: la
de Enviado Especial de un diario metropolitano, con severo encargo
de un eficaz diligenciamiento para trasmitir la más completa infor
mación sobre el próximo desarme, interwiws a los jefes desarmados
y notas sobre la bélica jarana recién terminada.
—En Nico Pérez, encontrará usted a la División al mando del
Coronel Acuña —manifestó el periodista de otrora— y sus movimientos
le indicarán con precisión el lugar del desarme, pues al Coronel Acuña
tocará la tarea de organizar la ceremonia de la entrega y recepción
de armas.
Y agregó:
—Conoce usted a D. Tomás Berreta?
—No!
—Es el secretario y Mayor-Ayudante del Coronel Acuña. Es ami
go mío. Hombre mozo, atento y servicial, su relación para sus tareas
periodísticas puede serle muy útil. Voy a darle una tarjeta de pre
sentación.
Y, sobre el pucho la escupida, o sobre la mesita del wagón-
comedor, la albura de la cartulina y sobre esta el garrapateo de unas
líneas con expresivas, aunque lacónicas frases de salutación y pre
sentación.
—Tome —dijo el Dr. Castellanos textualmente (lo recuerdo como
si fuera ayer) — no deje de verlo y darle esta tarjeta. Sabe ser amigo
y lo va a servir bien!
97
El joven esmirriado y rubio, el periodista en funciones — que
era el mismo que hoy — cuarenta año» después — escribe estas líneas
y hasta tiene el atrevimiento de firmarlas — recibió la diminuta cre
dencial, y antes de las cuarenta horas de recibida ya pudo confirmar
“sobre el terreno” que las palabras del Dr. Castellanos no eran vanas,
ni sus aseveraciones “de hombre mozo, servicial y buen amigo”, con
referencia a I). Tomás Berreta, tampoco eran ilusorias, ni dichas en
el aire.
98
pero tampoco podía agregarme a la comitiva sin medio de conducción
apropiado. Ese medio de conducción apropiado tenía que ser un
caballo — elemento tan precioso como escaso en esos días, luego de
las mortandades producidas en el curso de la guerra, e intensificadas
en el transcurrir del cruento invierno, de hecho aun no desaparecido
del todo... Era necesario un caballo “en forma', con ánimo y fuerza
suficiente para no quedar aplastado — dejando a su jinete “en la
sierra y a pie”, como Güemes en Chile... Mi anticipado encargo tele
gráfico al agente-corresponsal del diario que yo representaba — Sr.
Petrafessa — no había dado por mejor resultado — a pesar de las
diligencias y buena voluntad de aquel — que la obtención de un escuá
lido caballejo amarillo, ejemplar redivivo del que inmortalizara Ale
jandro Dumas en “Los Tres Mosqueteros” al describir la llegada a
París del airoso D’Artagnan. Diez veces, en dos horas, fui a contem
plarlo en la caballeriza del hotel donde yacía, y a pesar de la so
brealimentación intensiva a que estaba sometido desde hacía varios
días, poco o nada prometía a la vista el pobre animal. Al tacto, solo
acusaba cuero y huesos. No había caballo cierto, ni para dar una
vuelta a la manzana.
Ante esa triste realidad de “inconductibilidad equina”; ante la
perspectiva de mi forzada inercia, de mi yacencia en el hotel, mien
tras los demás se moverían rumbo a la sierra de Sosa, y por ende
a los campamentos del ejército revolucionario, fue que tuve la ins
piración de poner a prueba las palabras y las aseveraciones del
Dr. Castellanos con respecto a Ud.: “mozo atento y servicial cuya
relación le será muy útil para el mejor desenvolvimiento de sus
tareas periodísticas”.
La relación ya estaba hecha. Había que poner a prueba el resto.
Y lo hice. Acudí a usted. Le expuse el caso de “parálisis profesional”
a que me veía expuesto. Lo llevé a contemplar el arpa eólica y
desfalleciente que el destino —malhadado destino— me daba como
único medio de posible movilidad, o mejor dicho, de inmovilidad.
Ante tan triste cuadro —el del jamelgo— y ante mi periodística
angustia, a Ud. —como al sargento Cruz de la obra de Hernández—
“tal vez en el corazón le tocó un santo bendito”, porque, con una
sonrisa y una palmada en el hombro, usted supo acallar mi inquie
tud del momento, y darme la certeza de mi tránsito cierto, entre
el pueblo y la sierra de Sosa, con su respectivo y seguro viceversa.
—No se preocupe —me dijo Ud.— Yo le consigo caballo, y
usted vendrá con nosotros.
Así fue. Un golpe de teléfono a la comisaría local; un pedido
con ribetes de orden, y a las 2 de la tarde, en los fondos del hotel,
estaba a mi disposición un caballito de media talla; oscuro, pico
blanco, de anca redonda, campera y correctamente enjaezado.
No he olvidado —ni olvidaré nunca— la cara atribulada y las
expresiones de ansiedad del “prestamista” oficial, sub-oficial, o simple
agregado de la comisaría. No era moco de pavo en esos días desha
cerse en préstamo, aunque sólo fuera por unas horas del pingo del
propio andar, mantenido y sostenido, a fuerza de ración, en buenas
carnes, casi gordo. Y tan luego para que lo abichocase, mal jine
teándolo, un extraño, por añadidura “pueblero y maturrango, en
fija!...”
99
I
—No me lo vaya a cansar, mozo —me dijo el prestador.— Es
algo vivo pero manso; de buena boca y buena rienda... Tenga
cuidado con el pedregal en la sierra... No vaya a dar un “trompezón”
y se adicione.-. ¿Me lo devuelve hoy, no?
—No se preocupe, amigo —hube de contestarle.— No porque
ande vestido de lana vaya a creer que soy carnero. Se lo que son
caballos, y se lo que es andar a caballo y cuidar éste y conservarlo,
sobre todo cuando es ajeno.
Y como el movimiento se demuestra andando —a pie o a caballo—
quise hacerle una demostración que lo convenciera de visu de que
aquella perla equina no iba a ser estropeada por ningún maturrango.
Aflojé las pilchas; acomodé correctamente el recado; estiré las estri
beras —como para una anatomía de un metro ochenta y dos de eslora—
y ya todo compuesto me enhorqueté en el pingo, con la agilidad
propia de mis pocos años y pocos kilos y con soltura tal que hubiera
envidiado el más veterano jinete de los húsares napoleónicos.
Por el abierto portón del hotel, saqué el pingo a la calle, para
probarlo yo y para que me “aprobara” el dueño, cuyo visto bueno
sinceramente deseaba, y obtuve. Pero no sin una renovación de pru
dentes —o temerosas— recomendaciones, finalizadas con la consabida
preguntita: —¿Me lo devuelve hoy, eh, mozo?...
Así, por Ud. y gracias a Ud. pude agregarme esa tarde a la
comitiva de excursión al campamento revolucionario, y pude hacerlo
bien montado en todo sentido: por lo de abajo, y por el de arriba.
Porque yo —en ese entonces— era lo suficientemente de a caballo,
y lo bastante buen jinete, como para hacer figura entre la más
garrida y aguerrida gente de caballería ante la que las circunstancias
me impusieron actuar... Por algo me había acreditado yo como
un “Pampillón Chico” a los quince años, en los rientes pagos del
Rincón de Albano y sus alrededores: Valdez, Capurro, Ituzaingó,
arroyo Las Vírgenes...
100
4
tarde y de esa recorrida serrana; de las deshilacliadas carpas, del
cuereo de ovinos en masa, y de los senderos entre las pétreas aspe
rezas, jalonados a ratos por largas filas de osamentas de equinos,
mudas pero elocuentes expresiones de un triste y doloroso pasado
cercano.
Al día siguiente —miércoles 13— a la 1.45 se procedió al
desarme de las divisiones: la de Cabrera y la de Marín, y el recuento
de elementos de combate dio el siguiente resultado: 468 fusiles;
20.143 cartuchos; 3 bayonetas y 2 sables. Poca cosa para tanta
gente!...
Entiendo que otras divisiones fueron desarmadas más arriba,
hacia La Ternera, impedidas de llegar a Nico Pérez por las lluvias
y por las crecientes.
Sobre el Olimar hubo también desarme, recibiéndose allí las
dos piezas de artillería de que disponían los revolucionarios y que
fueron copadas en la acción de Fray Marcos. Pero no aparecieron
un par de ametralladoras, escamoteadas por arte de birli-birloque, lo
que trajo el procesamiento y arresto del ‘"comandante” Saavedra.
El jueves 14 —a media mañana— una comisión “chefiada” por
usted, procedió al desarme de la División Durazno al mando del
“coronel” Miguel Aldaina. Formé, por atenta gentileza suya, en esa
comisión, que integraba, como delegado de Aldama, un paisano
joven, muy simpático y muy suelto de pico, de nombre Francisco
Soria, capitán de la División Durazno, el que lucía en su sombrero
blanca divisa, con la siguiente pintoresca inscripción: Para Francisco
Soria todas son glorias.
Tengo bien en mi memoria —como un episodio de interesante colo
rido— la presentación y el desarme de la División Durazno. Estaba
compuesta por 450 hombres y la figura ya anciana de su jefe, con
pobladas patillas blancas, se me representó, fisonómicamente, como
una reproducción viviente del inexplicable Juan Orts, el misterio
samente desaparecido archiduque de Austria. La División Durazno
(que según versiones, hizo en las postrimerías de la campaña lo que
el famoso Coronado en la guerra del Paraguay, vale decir, “se cortó”
del ejército para campar por sus respetos, trabajando por su cuenta, de
jando en llanos y cuchillas ingratas memorias de su actuación) lucia,
en destaque de las otras fuerzas revolucionarias, una sorprendente
abundancia de caballada, en general bastante bien acondicionada.
Gauchadas del jefe, que no era manco para arriar lo mismo hombres
que cuadrúpedos, sin fijarse mayormente en pelo ni marca. Pecatta
minuta para él...
Los 450 hombres de Aldama no rindieron mucho para el archivo
de talleres del Arsenal de Guerra. En total 144 fusiles, 1 lanza, 1
clarín, 3 sables y 3.004 cartuchos... Como complemento, a falta de
cosa mejor, el “coronel” Aldama entregó a Ud., para ser sometido
a la justicia ordinaria, al soldado de la división Angel Samandu,
autor del asesinato de un anciano de 80 años, Eusebio Pintado, hecho
cometido un mes antes en Sarandí del Yi.
103
No quiero dar por terminado el relato de lo actuado esa mañana,
sin destacar un detalle final de ese desarme parcial, detalle que ha
quedado gratamente retenido en mi memoria.
Dábase ya el acto por concluido; ya habían hecho entrega de sus
armas y trebejos de pelea oficialidad y tropa, cuando a mi me cupo
observar que por distracción, seguramente, no lo había hecho “la
cabeza de la unidad: el coronel Aldama, quien seguía ciñendo una
—para su calidad civil-revolucionaria— exótica espada de jefe del ejér
cito regular: espada de hoja recta y empuñadura chata, chapada en
nácar, pescada en quien sabe que arroyo de aguas turbias y revueltas.
Gangas de buen pescador...
Propicié un aparte con usted, le ¡tasé el dato, o mejor, mi
personal observación. Tuvo entonces Ud. un gesto de nobleza que me re-
sultó la mar de simpático. Renunciando al “derecho de petición” que
le correspondía, para hacer menos sensible la entrega del arma al
imperativo de un pedido directo suyo, me encomendó diplomática
mente a mi esa misión, recomendándome que “como cosa mía” lla
mara la atención de Aldama sobre su olvido para que, “espontánea
mente” le ofreciera su espada. Hice la advertencia a Aldama y éste
—a mi juicio sinceramente, involuntario omiso— se apresuró a allegar
se a usted, presentándole la rectilínea, envainada hoja. Y en esta nueva
ocasión tuvo Ud. un gesto aun más caballeresco, al negarse a recibirla, o
a que ella fuera entregada “a un adversario”, e indicó a su dueño
la pusiera en mis manos, “campo neutral”, que al recibirla en calidad
de tal algo atenuaba en el ánimo del recalcitrante y turbulento lu
chador y revolucionario, el doloroso trance de la entrega de la
tajante insignia de su calidad de jefe!-..
Y así, por esa especial cuan relevante circunstancia, regresé yo
al pueblo de Nico Pérez como portador y custodia de la espada del
jefe de la División Durazno, tan propia y reglamentaria en la mano
de un jefe de línea, como inadecuada y exótica colgando a la vera
de un tumultuoso caudillo de huestes revolucionarias!...
105
Las trágicas diabluras del bandolero Aquino —a raíz de su
triste hazaña que costó la vida al valiente mayor Cardozo y al buen
comisario Román— volvieron a juntarnos —siendo usted jefe de
policía de Canelones— en un sombrío domingo de 1913, y de Ud.
obtuve para La Rosón, la más completa información de los aconte
cimientos de la noche anterior, sobre el Paso de Arias, y de otros
hechos previos a la tragedia del día anterior.
Más tarde, mucho más tarde —a treinta años casi de nuestro
primer encuentro de 1904 en Nico Pérez—, un “azar a medias” —mis
tarcas de organizador de raids extra-fronteras— nos volvió a reunir,
por varios días, en la ciudad de los cinco ríos, la amena capital de
Río Grande del Sur: en Porto Alegre. Yo viviendo mis inquietudes
de trotacaminos: Ud. pasando las nostálgicas horas de exilado polí
tico, doblemente desterrado: desterrado de la tierra natal, y des
terrado de... Térra. Y fue Ud. el primer compatriota que se llegó
hasta mi —a pocas horas de mi nocturna llegada— en las primeras
horas de una calurosa mañana de febrero de 1934. De ese encuentro
—que ante la lejanía de 1904 puedo llamar “reciente”—, usted y yo
conservamos muchos y variados recuerdos, personales y.. gráficos.
Y así fueron pasando los años —y hoy— a cuarenta años de
Nico Pérez, a treinta de Canelones-Santa Lucía, y a diez de Porto
Alegre, en pleno 1944, las vueltas del mundo y de nuestras vidas,
nos vuelven a juntar “casi bajo el mismo techo”: a usted como titular
del Ministerio de Obras Públicas, y a mi —por su particular ini
ciativa— como “humilde colaborador” del mismo, en mi calidad de
miembro integrante de una Comisión Asesora, adscripta a aquél...
106
TEMAS POLITICOS INTERNACIONALES
INTERVIEW CON EL Dr. PEDRO MOACYR
107
Estas declaraciones, como es de comprender, delatan una agresión
a la legalidad comicial de un estado; significan sencillamente un
concurso fraudulento, vicioso, que, aunque no me han tomado de
sorpresa, no han dejado de impresionar nueva y desagradablemente
mi ánimo. Y digo que no me han tomado de sorpresa porqule,
en mi reciente estadía en Río Grande, fui notificado de ese aten
tado —no extrañe el término— por el jefe federalista don
Torcuato Severo, que me puso de manifiesto los fraudes llevados
a cabo con elementos nacionalistas en el municipio de Don Pedrito,
así como otras personas me enteraron de que igual cosa ha ocurrido
en Bagé...
—¿Le impresionan y afectan hondamente, dijimos, la ocurrencia
de tales hechos?
—¡Naturalmente!
—Ellos tienen, sin embargo, una explicación fácil y sencilla, agre
gamos. Los jefes, o por lo menos algunos jefes nacionalistas que tienen
su sede en el Norte, buscan la manera de acentuar, o continuar acen
tuando la buena armonía y la mutua ayuda de republicanos y nacio
nalistas, que tan provechosa fue a éstos en la revolución de 1904.
La elección de gobernador fue un momento propicio y... se
aprovechó el momento. Los votos prestados al partido republicano,
que quizás no necesitaba de ellos para vencer, más que un valor
material, tenían un valor representativo: significaban la buena vo
luntad y reconocimiento de hoy a los aliados de ayer y... de hoy
todavía, según alguien asegura.
Quizá objetará usted en su interior, y no se atreva a decírnoslo,
que semejante demostración envuelve un principio vicioso que debe
repudiar un partido, o por lo menos los jefes de un partido que tantos
sacnficios de sangre, y tantas energías ha consumido en defensa del
sufragio universal, y que ante la pureza del sufragio universal debe
inclinarse toda entidad o colectividad, sea en la propia casa, sea en la
ajena. Muy bien. En teoría estamos de acuerdo con usted, pero en
la práctica no lo acompañarán, quienes como los jefes aludidos, se
han formado en lucha continua con toda clase de esperanzas; que
han tenido que mantener en distintas ocasiones, verdaderas luchas
de recursos, y... precisamente esa ayuda electoral, aunque viciosa,
y que tanto le ha afectado, no es sino un recurso...
Hay que sembrar para recoger, no importa que la siembra sea
en terreno ajeno, el provecho queda en casa, y juzgando provechoso
prestar su concurso a los republicanos, es que han ido a las elecciones
de Río Grande elementos del Partido Nacional. Se ha observado, en
tal emergencia, una actitud conveniente.
—Sí, conveniente, lo reconozco. Pero, puedo asegurar a usted
que la conveniencia que hoy puede sacar el Partido Nacional —como
cualquier otro partido uruguayo que piense en futuras contingencias
bélicas— al buscar la alianza o las simpatías de las fracciones políticas
riograndenses, no serán sino consecuencias de efectos puramente pla
tónicos.
—¿Cree usted también que la adhesión de Río Grande, o del
sur de Río Grande, para la causa de la revolución ha dejado de
existir, o si existe, ya no tiene la importancia material que hasta
hace poco significara?
108
—Lo creo de todo corazón, y conmigo, todos los que están dentro,
o conocen la evolución moral y política por que pasa, no solamente
Río Grande, sino el Brasil entero.
Ya no estamos en los tiempos.. • de otros tiempos. Hoy se marcha
con una orientación distinta a la de antes, con una orientación su
perior y más criteriosa, si se admite la expresión, orientación a la
que no son extraños ni hombres ni partidos de estado alguno del Brasil,
y que rige también en las altas esferas oficiales; en el gobierno
central, mismo. Un casus belli que tuviera por campo la República
Oriental, sería motivo de preocupación, ya no solamente para el
gobernador de Río Grande, sino también para el gobierno de Río
de Janeiro.
Todo lo que de él surgiera sería considerado como caso de in
ternacionalismo, relacionado directamente con la política externa de
la Nación, y al Gobierno de la Nación tocaría intervenir, porque
sobre él caerían todas las responsabilidades. Si estallara una revo
lución en la República Oriental, el gobernador de Río Grande toma
ría de inmediato las más acertadas medidas para garantizar la más
'rigurosa neutralidad, no tolerando, en forma alguna, la intromisión,
o connivencia de ningún hombre o partido del estado a su cargo.
Si la debilidad o complacencia del gobernador estadual fueran
causa de que esa neutralidad se alterara, entonces, por sobre hombres,
partidos y gobernador se impondría, para reprimir todo avance,
con energía que habría de sorprender a muchos, el Gobierno Central.
—¿Lo cree usted?
—Se lo repito, de todo corazón, y desafío a que ningún brasi
leño —no hablo de partidarios uruguayos interesados— desmienta
mi aserto.
He dicho e insisto, que la orientación política —interna y externa,
del Brasil—, ha cambiado, tan radical como rápidamente en los
últimos cuatro años, y hoy, son los programas los que se imponen
sobre el individualismo o el caciquismo. Puedo asimismo asegurarle,
que a ningún jefe, sea quien sea, se le tolerará comprometa las
relaciones exteriores de un estado, o de la Nación en aras de sus
simpatías, cuando no de sus intereses personales...
Hay en el espíritu del gobierno brasileño la firme decisión de
hacer de Río Grande un verdadero estado de la Nación, que se
desenvuelva políticamente, ajeno a toda convulsión interna de los
países limítrofes.
—El gobernador Barboza, en su carácter de republicano, ¿no
sería víctima del Partido Nacional?
—El doctor Carlos de Barboza, ha tenido y tiene, especialmente
en la región del Yaguarón, numerosos amigos nacionalistas, pero el
doctor Barboza gobernador de Río Grande, da pruebas y promete
ser, uno de los más esclarecidos y conscientes funcionarios brasileños,
y su conciencia de tal, le da la de las altas responsabilidades de su
cargo, ante los cuales debe deponer, y depondrá, sus simpatías y
amistades personales.
—¿Y si el coronel Joño Francisco Pereira fuera una de esas
personalidades que en favor de sus simpatías o vinculaciones perso
nales violara toda neutralidad en pro de un movimiento armado en
el Uruguay... ?
109
—Sería sujetado como cualquier otro. Debo a este respecto hacer
una aclaración. La elevada personalidad de Joño Francisco, que se
ha confeccionado en el Uruguay, no es tal en el estado de Río Grande.
Ustedes, los uruguayos, han hecho de Joáo Francisco una personalidad
muy superior a lo que realmente es. El coronel Pereira, desde el
punto de vista militar, es toda una entidad de grandes méritos.
Sus condiciones de organizador son sobresalientes como lo prueba
el magnífico pie en que ha puesto la zona militar de Caty. Es la
obra de un innovador y de un estratega. Es a más, un jefe ilustrado
y de talento, capaz de llevar con éxito una campaña. Su prestigio en el
Sur del estado, es grande, pero su acción principal no tiene más campo
que los municipios de Quarahy y Livramento. Como personaje po
lítico, no actúa en las esferas superiores del estado, en lo que podemos
llamar alta política. En esos centros su influencia es nula o casi nula.
Desde este punto de v¡6ta Joáo Francisco es brazo, no es cerebro.
Su mismo prestigio de jefe militar, de caudillo, si se quiere, irá
mermando día a día en intensidad y extensión, ante el avance de las
nuevas ideas, y aún mismo de los nuevos procedimientos políticos.
Para encauzarlo en osa vida moderna —a él como a otros jefes—
el gobernador Barboza, según se dice, lo mandó buscar hace poco,
y mantuvo con él una entrevista política que es la primera de una
serie cuyo fin podrá ser la evolución total de Joáo Francisco.
Su mismo poder militar quedará en breve bastante debilitado,
más aún, quedará en realidad sin poder militar de hecho, si se
realiza la disolución de las fuerzas a su mando.
Esta supresión talvez entre en el plan de rigurosas economías
que ha planteado el doctor Alvaro Baptista, ministro de Hacienda,
estadual, para conjurar la actual crisis financiera porque pasa Río
Grande.
—¿Hay también crisis política?
—Crisis, verdaderamente, hoy puede decirse que no la hay. La
situación un tanto agitada en que quedaron los partidos federal y
republicano como consecuencia de la reciente elección presidencial,
se halla, si no normalizada, definida. Sobre este tópico —sobre el
que acaban de hacerse algunas publicaciones—, quiero darle algunos
informes que plantearán —en pocos párrafos— el actual estado de
cosas en Río Grande.
En enero de 1906 con motivo de las elecciones de diputados,
el partido federal se dividió en dos fracciones, una de las cualeB
dirigía el consejero Maciel.
En la lucha coinicial, esta fracción sacó un diputado, el propio
doctor Maciel, y la fracción contraria, dos: Wenceslao Escobar y yo.
Esto da una idea de las fuerzas de las dos fracciones y de qué lado
está la mayoría del partido.
Más tarde, cuando la elección de gobernador, la fracción diri
gida por Maciel aconsejó la abstención; nosotros aconsejamos votar
la candidatura Abbot, republicano, que se presentaba acompañado
de valiosos elementos de su partido, como candidato era indepen
diente y de oposición. Votarlo el partido federal, en acción conjunta
con los republicanos disidentes, era, más que debilitar la candidatura
oficial, derrotarla seguramente.
110
Ello hubiera sido un gran golpe político de nuestro partido
opositor, y que en nada nos comprometía, ni en el presente ni en el
futuro como en nada comprometía al candidato doctor Abbot, cuyo
triunfo, si se hubiera producido, no habría venido refrendado por
contratos ni componendas.
Terminadas las elecciones, iniciamos trabajos de acercamiento
con la fracción contraria, a fin de fusionar todos los elementos de
oposición, para formar un gran block frente al adversario triunfante.
La intransigencia del consejero Maciel impidió el éxito de los
trabajos y entonces, nuestro grupo, que es mayoría de partido, deci
dió dar todo por terminado, y seguir solo la marcha. Agregaré, que
el obstáculo que impidió el éxito de las gestiones de reconciliación,
estribó como he dicho en la intransigencia de Maciel, que no quiso
aceptar, de ningún modo, la fórmula de aplazar, no renunciar, la
propaganda parlamentarista.
Las demás proposiciones estaban aceptadas. Se admitía la incor
poración de Abbot y sus elementos que ingresarían al partido con
el nombre de federalistas, no otro, y se admitía la revisión de la
Constitución.
Fracasados los trabajos, trabajamos por nuestra cuenta —aislados
de la fracción macielista— de acuerdo con el doctor Abbot y sus
amigos.
—¿Para formar el Partido Demócrata?
—Para establecer las bases de la fusión en primer término. El
Partido Demócrata, de que se habló, no se llegó a formar.
Nuestros trabajos dieron por resultado la admisión de Abbot y
sus partidarios que dejaron de ser republicanos, para convertirse en
federalistas. Con esta incorporación nuestro grupo queda más fuerte
y más sólido que nunca, y con la halagadora perspectiva de irse
enriqueciendo día a día.
—¿Quiénes son las cabezas dirigentes de la fracción de ustedes?
—A mi salida de Bagé, quedaba constituida la comisión direc
tiva de Bagé, que será la fuerza directora. Forman en ella los doctores
Freitas y Abbot, Rafael Cabeda, yo y otros.
Hoy, las más completa solidaridad de principios y de propósitos
impera entre nosotros, y en breve haremos sentir nuestra acción firme
y coordinada en el capo de la política estadual.
—¿Será... acción de guerra?
—¡De ninguna manera!... Le he hablado al principio de la “inter
view”, de la nueva orientación brasileña, y esa orientación tiene por
norte, la paz.
Paz en el interior; paz en el exterior. Nuestra gran fuerza pre
cisamente, la de todo el pueblo brasileño, está en nuestro gran amor
al pacifismo para realizar, dentro de éste, las más grandes conquistas
del progreso.
La nación se rige hoy por ese pensamiento, y encargados de
mantenerlos, y manifestarlo con toda claridad, están el Presidente de
la República, doctor Penna, y el Ministro de Relaciones Exteriores,
Barón de Río Branco.
El plan del gobierno Central, es hoy desenvolver y explotar las
poderosas fuerzas vitales del país. Ese plan, es secundado con la
111
mejor voluntad por la opinión de todos los estados. Se procura dar
impulso a todas las industrias y facilitar los medios para el más
rápido desenvolvimiento del comercio. Exposiciones para las prime
ras; ferrocarriles para el segundo.
En Río, como se sabe, se efectuará dentro de un par de meses
una gran exposición interterritorial.
Todos los estados se preparan a concurrir animados de un entu
siasmo extraordinario. En Bello Horizonte, capital de Minas Geraes,
se realizó otra gran exposición.
Fue agropecuaria y está llamada a poner de manifiesto la colosal
riqueza de nuestra industria pastoril. Ha coadyuvado eficazmente a
esa obra, el gobernador Juan Pinbeiro, una de las personalidades
descollantes, no del estado, sino del Brasil.
Los trazados de ferrocarriles, en proyecto unos, en construcción
los más, establecerán, antes de dos años, comunicaciones rápidas entre
Rio Janeiro y los estados más apartados.
Las redes ferroviarias lo unirán en breve, con Matto Grosso,
Pará, Ceará, San Pablo, Parahyba y Río Grande.
Con ellas, se atraerá fácilmente la inmensa producción del centro
y del oeste, a la costa.
—¿Esas redes obedecen solamente al propósito del engrande
cimiento industrial y comercial?
—Es fácil comprender que no se habrá descuidado la idea
militar, estratégica, de esos trazados. Todo está previsto, y de la
misma manera que se podrá movilizar rápidamente la producción
del interior y centralizarla en un punto dado, se podrá movilizar la
población, con la misma rapidez, y en la misma gran cantidad.
—¿De modo que en caso de una guerra.. ?
—En caso de una guerra se haría eso... y mucho más.
—¿Y se producirá el caso?
—¿Con quién? ¿Para qué? Insisto que en el Brasil, sólo se
piensa en la paz, en un gran porvenir de paz y de concordia inter
continental. Muy difícilmente el Brasil llegará a una guerra inter
nacional. En todo caso, jamás la provocaría. Su Constitución se lo
prohibe; antes que la hostilidad guerrera, está el arbitraje...
—¿Y si las circunstancias lo llevaran a afrontar una situación
guerrera?
—Ah! Entonces, entonces el gobierno de Brasil daría una nueva
prueba de su poder, así como el pueblo daría otra de su patriotismo.
Puedo garantizarle que toda la población, toda, como un solo hombre,
iría a una guerra.
—¿Con la Argentina?
—Con cualquiera. Iría a una guerra, decía, como a una guerra
sacra!... Daríamos un ejemplo grandioso de la gran homogeneidad
de sentimientos de la fuerza del amor a la patria que hay arraigado
en el alma nacional.
—¿Teme usted que en un futuro no lejano, sobrevengan al Brasil
conflictos internacionales?
—No puedo preverlo. No estoy tampoco habilitado para expedirme
sobre este punto. Por nuestros intereses y vinculaciones en el exterior,
112
vela con su preclaro talento y su experiencia invalorable, nuestro
gran canciller el barón de Río Branco...
—¿Proyecta Vd. alguna obra que tenga atingencia con los inte
reses políticos de Río Grande frente a loe intereses también políticos
de los países limítrofes?
—Ño por ahora. De lo que me ocuparé, a mi llegada a Río
Janeiro, será de trabajar ante Río Branco, la renovación de loe
tratados de extradición existentes con la República Oriental, pues
éstos fueron denunciados cuando los lamentables sucesos de marzo
de 1905, en Rivera.
—¿Nada más, doctor?
—Nada más, por ahora.
Con esto dimos por terminada la entrevista, que de todo puede
pecar pero no de breve.. ■
Arturo P. Visca
113
ritu antiproteccionista, y las tentativas hechas ante el Congreso para
aumentar el impuesto que grava el charque procedente del Río de
la Plata, han fracasado completamente. Es una conquista de la
razón y de la lógica. Y conquista de la razón y de la lógica es también
la rebaja de 5 por ciento acordada a la tasa que rige para el ganado
que procedente de nuestro territorio se introduce en Río Grande
y la libre introducción —con sólo una tasa de 2 por ciento durante
los meses de junio a octubre— de los animales destinados a inver
nada, que despeja el horizonte de nuestras relaciones comerciales
con el vecino país y abre más claros y precisos rumbos a la iniciativa
y al esfuerzo de nuestros ganaderos e industriales.
El Congreso de Uruguayana ha realizado con altura el propósito
que se persiguió con su celebración. El espíritu más amplio de amistad,
de buenos deseos, de excelente vecindad, ha predominado sobre el
espíritu puramente comercial. Orientales y riograndenses han pre
ferido estrechar más y más los vínculos de cariño que los une, y
que se traducen esta vez en hechos elocuentes, a encastillarse terca
mente en la defensa de sus intereses materiales y enfriar la buena
armonía que une a ambos países y que puede ser, en un futuro no
lejano, fuente fecunda de beneficios y satisfacciones recíprocas.
He aquí lo que nos comunica nuestro Enviado Especial, y que
en su laconismo dice mucho más de lo que nosotros podríamos ex
presar en largos párrafos y comentarios:
LIBRES, 19 (10.20 p. m.). — A LA RAZON. — Montevideo. —
Hoy se clusura el Congreso Comercial e Industrial inaugurado con
éxito indiscutible en ésta. Tres días con tres sesiones diarias, muy
laboriosas, por cierto, ha durado la deliberación de los señores con
gresales. Las conclusiones a que han llegado son importantísimas.
El espíritu que predominaba era antiproteccionista. Los elementos
industriales de la frontera están convencidos de que el ultraprotec-
cionismo existente es causa de graves perjuicios para el amplio
desenvolvimiento del comercio riograndense.
Las insinuaciones hechas para solicitar el aumento de los im
puestos que gravan el charque platense —idea, por cierto, muy
viable, a consecuencia de las actuales tendencias del gobierno— fue
ron rechazadas por unanimidad. Los congresales adoptaron esa acti
tud en virtud de creer que no deben ponerse mayores trabas a los
países vecinos, aún cuando la introducción de sus productos en gran
escala, afecte la zafra de los saladeros riograndenses.
El congresal señor Irigoyen presentó un proyecto relacionado
con los derechos que 6e imponen al ganado oriental, que considera
excesivos. El Congreso, después de interesante deliberación, sancionó
“in totum’ sus proposiciones, que son las siguientes:
“El impuesto al ganado introducido a Río Grande debe ser co
brado “ad valorem”, con base del valor comercial, manteniéndose
la tasa del 10 % en sustitución del 15 % que rige actualmente.
“Al ganado destinado a invernada se le concede libre introduc
ción, con sólo una tasa de 2 % durante los meses de junio a octubre”.
Los congresales propónense, según mis noticias, sostener firme
mente ante los poderes competentes, las bases que quedan transcrip
tas, contando desde luego con poderosísimas influencias cerca del
gobierno central.
114
Plausible y extraordinariamente activa ha sido y es la actuación
del doctor Susviela Guarch, que figuró en todas las comisiones e
hizo sentir la influencia de su palabra elocuente y de su prestigio
indiscutible para impedir que se adoptaran resoluciones desfavorables
a las industrias uruguayas. Muy felicitado fue, y con justicia.
El Congreso aprobó el establecimiento de puentes internaciona
les, de cuya importancia fácilmente se dará cuenta el lector.
Anoche se efectuó el banquete con que el comercio local obse
quió a los congresales. Asistí a él, galantemente invitado por la co
misión organizadora. Presidía la mesa el señor Calo, teniendo a
su derecha al doctor Susviela, al señor Castro y al que esto les
comunica, y a su izquierda a los señores Soarez y Regolins. La fiesta
resultó un acto hermoso de confraternidad. En el clásico momento
hicieron uso de la palabra el doctor Regolins, que terminó su brindis
con cariñosas frases para el Uruguay, dignamente representado por
el doctor Susviela, y los señores Castro y Ulricli d’Oliveira, que abun
daron en frases y conceptos altamente lisonjeros para las relaciones
fronterizas. El director de “0 Debate”, de Livramento, señor Ulrich,
y el de “A Nazao” de Uruguayana, saludaron con cariñosas frases
a la prensa uruguaya, representada —dijeron— por el redactor de
LA RAZON. Esta galantería me obligó a contestar en nombre del
diario expresado los sentimientos elevados que a mi país inspira el
Brasil y que han de contribuir a estrechar más fuerte y sinceramente
los lazos de amistad que une a ambas naciones. Con un viva entu
siasta al Brasil y al Uruguay se clausuró la interesante fiesta.
Llueve torrencialmente, lo que me impide continuar mi ruta
hasta el jueves.
El doctor Susviela regresa hoy a Montevideo.
115
Santa Anna, por el Sur el Cuareim y por el Oeste el Uruguay. A
nuestro regreso de Uruguayana, nos detuvimos dos días en él, acep
tando un amable ofrecimiento de hospedaje hecho por el gerente-
director del establecimiento, señor José Arjimbau, compatriota oriun
do de Salto, que desde hace muchos años viene dedicando al esta
blecimiento todas sus energías y sus actividades, y una singular y
no común preparación. El señor Arjimbau, con los señores Calo,
Susviela Guarch e Irigoyen, formó el grupo de uruguayos delegados
al reciente Congreso Comercial e Industrial realizado en Uruguayana.
El saladero de la Barra está formado por un cuerpo de modernas
instalaciones de material y fierro galvanizado, dentro del cual se
desenvuelve todo un gran movimiento, desde la tarea inicial a la
matanza, hasta la limpieza de astas y huesos, artículos de exportación
a Europa, preparación de gorduras grasas y sebo, cuyo consumo es
de exclusividad brasileña. La base de todas sus instalaciones, la for
man el galpón de “playa” (matadero), enfriamiento de carnes, pre
paración de tasajo, y salazón de cueros. Para el ciudadano de la
capital, la vida de un establecimiento de tal índole, está pletórica
de novedades, y es fuente inagotable de impresiones más o menos
intensas. Los detalles que la forman, y que contribuyen a la buena
armonía del conjunto, revelan un consumo extraordinario de energías
individuales, que se suceden sin interrupción, en un elaboramiento
fatalmente necesario para la consistencia del poderoso organismo de
la práctica. El exacto funcionamiento de un gran establecimiento
saladeril significa una complicadísima tarea en la que no se puede
descuidar ningún resorte, por inferior que sea, en que todas las piezas
deben estar en un perfecto ajuste. Para darse cuenta de esto basta
pensar que la función de un saladero consiste en el aprovechamiento
de una inmensa cantidad de materia viva, que llega en pie al local,
y que debe ser elaborada muerta, clasificando, distribuyendo y pre
parando distintas constituciones orgánicas.
La observación sobre el terreno nos ha dado la pauta de la
magnitud y complicación de la tarea. El movimiento de “playa”,
solamente, en un día de matanza, es tan interesante como sorpren
dente, por la correlación de todos los trabajos, y las disposiciones
prácticas que en ellas dominan, y sin las cuales —observadas hasta
en sus nimiedades— todo esfuerzo se malograría.
Lo trazaremos a grandes rasgos: Las reses, amontonadas en el
corral, pasan, en pequeñas “puntas”, al “callejón” que no es sino
una “antesala” del “brete”, que es la capilla fatal, donde la res
se encuentra “giunto sul paso estremo”. Un lazo de gruesa cuerda
de cáñamo —manejado por el desnucador— cae sobre los cuernos
de la víctima, que inmediatamente, a pesar de sus resistencias y
esfuerzos contrarios, se ve arrastrada, por la fuerza del vapor, hasta
dar con la cabeza contra un cabezal, sobre el que, daga en mano,
espera de rodillas el “verdugo”. El arma se hunde en la nuca hasta
tocar órganos vitales. La res —herida de muerte, pero no muerta—
cae a lo largo sobre una zorra chata. De su cuello herido, mana un
delgado chorro de sangre. La cabeza se apoya pesadamente sobre el
sangriento zinc de la zorra; sus ojos miran con mirada estúpida,
vacía. Rueda la zorra sobre los carriles, y rodando aún, dos hombres
116
echan sobre la res una fuerte cadena que se enlaza entre las patas
delanteras. Un alto, un brusco tirón, y el animal cae tendido sobre
las lozas de la “playa”, y a los pies del degollador, que espera entrar
en funciones, con la “chaira” en el cinto y la ancha y tajante cu
chilla en la diestra. Una mirada al pecho, la cuchilla baja guiada por
la segura mano del operador, y un largo tajo divide el cuero. La
res se sacude en un estertor agónico. Sus patas baten el piso. El
cuchillo se hunde, desaparece; tras él desaparece la mano del dego
llador; el corazón, abierto en canal, deja escapar un torrente de
sangre que baña los pies del obrero. La res sigue estremeciéndose.
Un tajo rápido separa el cuero frente al nacimiento de la oreja.
Otro tajo lo divide en la frente; un minuto más y la cabeza blanquea
desprovista de su natural cobertura. El degollador “vuelca” la cabeza,
busca con el cuchillo las vertebras cervicales y en dos golpes la
separa del tronco. Un golpe con el pie y la cabeza se escurre un
par de metros sobre el piso. Aún en los ojos hay vida; la lengua,
que cuelga sobre la “carretilla” sufre una contracción y se debliza
entre las mandíbulas que se cierran con un ruido seco...
La cabeza cae bajo la herramienta de un hachador, que le se
para los cuernos, y la abandona al extirpador de lenguas, quien
cumplida su tarea, la deja a su vez para que la levante la carretilla
colectora que debe llevarla a los grandes tachos digeridores, donde
se extraerán las materias grasas.
La masa inerte y descabezada ha quedado en manos del
degollador. Este prosigue su obra, que es obra de destreza, de prác
tica y no exenta de cierto arte. La punta de su cuchilla abre el cuero
por encima del garrón de un remo trasero. La res —cuya cabeza
“está lejos del cuerpo”— sufre la última contracción. Sus cuatro
miembros se sacuden nerviosamente y caen... Las carnes van apa
reciendo. El cuchillo se desliza con rapidez maravillosa. El brazo
del degollador desaparece bajo el amplio cuero; se escurre por los
costillares; baja o sube sin cesar, separando siempre el cuero de la
carne, como si más que manejado fuera máquina; como si en vez
de paciente fuera agente.
Un vaho húmedo y caliente envuelve al operador. Media res
está en descubierto. La cuchilla entra en funciones distinitas: la
separación de las mantas de carne que cubren los costillares, de
nuevo se ejercita la destreza del operador. Un ojal en la manta,
para enganchar en ella el pulgar de la mano izquierda, y la cuchilla
se escurre nuevamente sobre y entre las costillas, que aparecen
unas tras otras, mondadas, limpias de adherencias y carnosidad,
casi “nítidas”. Con la amputación de los cuartos traseros y delan
teros, el operador tiene hecha la mitad exacta de su trabajo. Una
vuelta al semi-esqueleto y lo demás es una repetición de lo ya
descripto.
Terminada la faena del degollador, el esqueleto es arrastrado
hasta la cancha, donde a golpes de hacha queda trozado y pronto
para ser material de graseria. Las mantas de carne pasan a las mesas
de charques, donde son abiertas con una serie de tajos, que las
dejan preparadas para recibir la salmuera primero, y la sal después,
previo un enfriamiento de media hora, medida prudente que
117
evita alteraciones muy probables del futuro tasajo. Colgada en los
varales de enfriar, viva momentos antes, sigue estremeciéndose, pal
pitando, en una suprema rebeldía a la inercia final...
Tan poco tiempo ha mediado del estado de “carne en pie” al
de carne muerta! Esta rapidez de procedimiento permite al saladero
de la Barra do Quarahim faenar hasta cincuenta reses por hora.
118
—¿Todos los productos del saladero salen por vía platina?
—preguntamos durante nuestra visita, al señor Arjimbau.
—Todos, exceptuando las “gorduras”, grasa y sebo, que nos
consume Río Grande. El tasajo y los cueros, así como los subpro
ductos, tienen su salida por el Uruguay y el Plata. El primero va
en totalidad al Brasil. Los otros a Europa. Toda la mercadería pasa
“en tránsito” por la República Oriental, después de atravesar el
Cuareim en la flotilla del establecimiento...
—¿Con utilidad para quién?
—Para los ferrocarriles.
—¿De modo que nuestro país oficia de “paserelle” sencillamente.
Es la válvula de salida de los productos saladeriles del Sur de Río
Grande, estado que, a más, tiene que ser necesariamente tributario
de la ganadería oriental, y siendo así, ¿por qué todos los estable
cimientos de charque, en su generalidad propiedad de capitalistas
uruguayos, se ubican en territorio brasileño?
—Por razones fáciles de comprender. Elaborando la carne en
territorio brasileño, el tasajo es considerado producto nacional
en las aduanas del Brasil, y teniendo fácil salida por vía del Plata
y libre entrada en los puertos brasileños, se evita, siendo Brasil el
único mercado consumidor, el pago de los derechos subidísimos que
tiene el tasajo platino. Cuanto al tributo que se paga a la ganadería
oriental —por lo menos ante la ley— es nulo. Nosotros —desde que
el proteccionismo imperante impuso tasa prohibitiva a los ganados—
sólo faenamos tropas riograndenses, lo que en años malos, como el
presente, origina mermas en la matanza. El año actual ha sido pé-
simo; los ganados flacos y muy “refugados” nos obligarán a concluir
la faena con “déficits” en relación a los años buenos. Nuestra zafra
de 1908 no pasará probablemente de 45.000 cabezas, cuando en años
buenos se ha llegado hasta 70.000, y aún en los más buenos a 90.000.
—¿Cree usted que tendrán éxito las gestiones que se hagan ante
el gobierno brasileño para que éste acepte las conclusiones a que
se llegó en el reciente Congreso de Uruguayana, respecto a la con
veniencia en rebajar los impuestos a la introducción de ganados de
“corte gordo”?
Todos esperamos que sí, pues acordando rebajas razonables en
vez de perjudicar beneficiarían la industria riograndense, se pon
drían las cosas en un terreno en que, si bien se favorecerían a los
ganaderos del Norte de la República Oriental, el Estado conseguiría
detener el contrabando de ganado que seguramente debe hacerse,
especialmente por la frontera Sudeste. Los saladeros riograndenses
consumirían igualmente el ganado bueno del estado y se tendría a
más la oportunidad de carnear tropas uruguayas, “que pagarían su
respectivo derecho”, cosa que ahora no puede hacerse, pues una
res importada cuesta el doble de una res del país...
En este sentido hemos trabajado la mayoría de los congresistas
en Uruguayana, y esperamos que nuestros esfuerzos nos llevarán al
resultado deseable.
Arturo P. Visca
San Eugenio. 1908
de “LA RAZON”. • Montevideo, 9 de junio de 1908 - Año XXX N’ 8744.
119
DESDE EL CUAREIM A CATY
Setenta kilómetros en el lomo de un bayo
120
—¡Quién sabe! El tiempo está feo y algún aguacero nos va a
agarrar. El viaje es largo; dieciséis leguas.
—¿Eh? La última “versión” no da más de catorce...
—Catorce-., y la “yapa”...
Nos resignamos a aceptar las catorce leguas con “yapa y todo”,
bien dispuestos a no investigar más sobre distancias, convencidos
de que nada concreto sacaríamos en medio de tal “acordoneo”. ¡A
Caty por todo! dijimos “impetto”, con catorce, cincuenta o cien le
guas de camino.
Cruzado un riacho, despuntado un arroyo, recorridas varias hon
donadas, y salvadas algunas ásperas alturas, llegamos, cerca de medio
día, a un mísero boliche, propiedad de un “gringo”, que era la
imagen viviente —aunque casi espeluznante— del gran Víctor Hugo.
Vacíos los estantes de vituallas, apenas pudo ofrecernos para reparar
fuerzas, algunas trozos de raspadura —(mazacote)— queso del país,
vino untidigestivo, y un líquido a modo de café, hecho con maíz
tostado. . . Apechugamos con lo que pudimos, dimos lo demás a media
docena de perros tan flacos como hambrientos que se agruparon en tor
no del “extranjereo”, preñados los ojos de miradas suplicantes, y con
un cigarrillo de marca montevideana entre los labios —el mejor número
del almuerzo— salimos a media hora de llegar.
De nuevo en marcha. El paisaje se presentaba más agreste y
más pintoresco por lo tanto. Teníamos por delante montones de
cerros de escasa elevación. Bordados por extensos aunque no muy
nutridos palmares. Subimos unos, rodeamos otros, pasamos a “dos
dedos” de la natación el Areal; espantamos algunas bandadas de
ñanduces, y pensando que dentro de poco tiempo estaríamos en
Caty, pues con toda gentileza se nos hizo saber en el “boliche”
que sólo faltaban “dos leguas”, miramos el cielo amenazante, con
mirada de triunfo. Un poco más, y estaríamos al amparo de sus iras.
Error. Los cerros seguían amontonándose a nuestro paso; el camino
parecía estirarse y nuestro bayo comenzaba a pedir relevo... En lo
más hondo de un agreste valle, encontramos —marchando en
dirección contraria a la nuestra— una joven pareja: ella, amazona
en un zaino tapado; él, jinete en un tostado. Alto: —¿Cuánto falta
para llegar a Caty? —preguntamos. —Dos leguas. —¿Brasileras? —Sí,
señor. —Pues... hace una hora nos dijeron lo mismo. Hasta la vista!
Sin que variara el paisaje, y siempre con nuevos cerros que
subir, bajar o rodear —parecía que los malditos surgían espontá
neamente, como hongos, para dificultarnos la marcha—, “galopamos”
todavía una hora. Nuevo encuentro; nuevo interrogatorio. —¿Para
llegar a Caty? —Dos leguas!... —Hombre! Desde medio día que
se nos dice lo mismo y.. • son las 2 y 30.
Paciencia y... ¡arre! Una fina llovizna empieza a mojarnos
la cara. Apuramos el paso. El agua apura también, y a los pocos
minutos nuestras espaldas soportan un hermoso aguacero. Sin dar
paz a la espuela coronamos una planicie. La providencia se nos
presenta en forma de pulpería. Ganamos la protectora ramada; y
nos cobijamos luego en un minúsculo rancho, donde los cueros secos
de carnero “viven” en grato consorcio con los escasos artículos que
dan al local el pomposo titulo de comercio.
121
Pedimos café, y mientras nos lo preparan, pregunta, en su
idioma, un pardito brasileño, dueño de la casa:
—¿Los señores van a Caty?
—Les falta poco, dos leguas.
Nos fastidió la reaparición de las “dos leguas”, y mirando fija
mente a nuestro interlocutor, dijimos:
—Diga, amigo. ¿Es que por aquí no se sabe contar más que
hasta dos, o es que a lo que pasa de uno se le llama “dos” siempre?
Hace cuatro horas que se nos viene diciendo que para llegar a Caty
faltan dos leguas, y si nuestros caballos hablaran...
—Pues, le juro que no puede haber más de dos leguas...
—¡Allá veremos!
—Mire, señor —nos dice en buen castellano, un buen hombre,
de pobladas patillas, coniñés según declaración posterior— deja usted
el camino a la derecha, hace una curva, y “enseguidita” 6e ve el
cuartel.
—Enseguidita, eh? Bueno.
El aguacero había amenguado sus fuerzas y unos minutos des
pués, el tiempo nos daba puerta franca. Dispuestos a aprovechar
la franquía, salimos en dirección a nuestros bucéfalos, despidién
donos de la concurrencia al “boliche”, no sin decir antes al propie
tario: —Con que dos leguas, ¿no?------- Sí, señor; dos legüitas, nada
más.
Espoleamos el bayo; imitó nuestro movimiento el “baqueano”,
y nos pusimos al galope largo, porque la tregua de la lluvia prometía
no ser larga. Llevábamos casi una hora de camino, acabábamos de
coronar un cerro, cuando nos dice nuestro acompañante: —¡Allá
está Caty!
—¿Aquella mancha blanca?
—Aquella. ¿Cuánto calcula que distará?
Legua y media, —dijimos por no decir dos, que podría parecer
broma...
Estábamos a la vista de Caty, no tan “enseguidita” como se
nos había dicho, pero a la vista al fin. Ya nos no importaba el
agua que de nuevo empezaba a acariciarnos. Eran cerca de las cinco
de la tarde, y el cielo entoldado nos prometía una noche prematura.
El camino —salvo algunos trechos predregosos— era propicio a la
marcha rápida, y nuestros caballos, como si presintieran el próximo
fin de la jomada, se mostraban voluntariosos al galope. En pocos
momentos llegamos a la costa del arroyo Caty.
Estábamos cerca de las “colonias”, en el paso del arroyo, en
campos, pues, del coronel Joao Francisco Pereira. El arroyo “traía”
bastante agua; lo badeamos por un boquete que divide el monte
que se “estira” en sus orillas y abierta una ancha portera nos interna
mos en un callejón, de macizo muro de piedra, pletórico de maleza. Es
tábamos en el camino que conduce directamente al Cuartel de Caty. Al
callejón sucedió una calle alambrada en cuyo comienzo se alza
la primera “población” del pago. Bajada una pendiente, vadeado un
arroyuelo sobre el que se ha levantado un angosto puente, nos encon
tramos en el nacimiento de un terraplén que muere entre los diversos
cuerpos que forman el Cuartel.
122
A las 5 y 15 echábamos pie a tierra. Había oscurecido. El viaje
había durado cerca de ocho horas y media de las cuales siete habían
sido de marcha. Echamos nuestros cálculos, para “acertar” de una
vez con el recorrido, y sobre la base de dos leguas por hora calculamos
el trayecto en “catorce” leguas. Setenta kilómetros a lomo de bayo,
metro más, metro menos.
123
y amigo como el Estado Oriental, sino que también redundan en
perjuicio del propio Río Grande. Este no puede por sí solo —a pesar
de su riqueza ganadera— dar el suficiente número de cabezas, que
el consumo del tasajo en el Brasil reclama. Río Grande sólo puede
abastecer una tercera parte de los mercados brasileños, cuyo consumo
representa el sacrificio de un millón y medio de cabezas. Nuestro
Estado sólo puede dar quinientas mil; luego, sus establecimientos
saladeriles tienen que ser siempre tributarios de los estados vecinos.
La tasa prohibitiva impuesta a los ganados, ha cerrado la puerta
a la introducción “legal” de éstos, pero la ha abierto —porque la ha
obligado— al contrabando...
—En ese mismo sentido, hemos escuchado ya varias opiniones.
Se nos ha asegurado que anualmente se contrabandean más de
cien mil cabezas.
—Es muy probable. La frontera es muy extensa y muy difícil
de guardar, por consiguiente, ofrece grandes comodidades al contra
bandista, amén de que éste tiene en su favor otros auxiliares no
menos considerables que la naturaleza. Por eso, creo que sería
altamente razonable la reducción de las tarifas acompañadas de un
convenio amistoso con los estados vecinos en el que una reciprocidad
de acción, si no extinguiera, hiciera por lo menos más leve el contra
bando, que hoy se hace, no sólo de ganados, sino de toda clase de
mercaderías...
—La represión se ha acentuado de unos meses a la fecha, y hoy
ese “trabajo” es más arduo.
—Es cierto. La represión activada enérgicamente desde princi
pios del año por el coronel Santos Filo, ha hecho más difícil, o si
se quiere más peligroso el contrabando, pero no se ha disminuido
el número de contrabandistas. En el servicio de represión se emplea un
considerable número de fuerzas, la mitad de mi regimiento ha sido des
tacada por disposición del gobierno estadual, en la frontera, para prestar
su concurso a las aduanas, pero como he dicho, la frontera es extensa
y muy abierta, y para guardarla debidamente sería necesario un
ejército numerosísimo. Por otra parte, los recursos y los auxiliares
de los contrabandistas, son infinitos. El contrabando lo hace el co
mercio, y al comercio —por mil causas distintas— está directamente
vinculada la población general de todo el país. Y es el pueblo,
precisamente, uno de los más poderosos auxiliares del contraban
dista, por cuanto al auxiliar al contrabando, se auxilia a sí mismo.
Es un efecto lógico de las leyes prohibitivas. Estas por más que como
leyes de la nación deben ser sagradas y respetadas, afectan la vida
económica de la población, y la población falta o contribuye a
faltar a la ley, por la cuenta que le tiene... Nadie denuncia el
contrabando; pero suman cientos las denuncias hechas a los contra
bandistas. Nadie concurre a decir a una receptoría: por tal parte
va a pasar un contrabando; pero son muchos los que dicen a los
contrabandistas; no vayan por tal lado, que hay fuerzas destacadas...
Y esto que ocurre aquí, tiene que ocurrir necesariamente en todos los
países que tienen fronteras extensas, derechos prohibitivos. Por eso
creo que la única manera de reducir a la mínima expresión el
contrabando estriba en la rebaja de tarifas, y en el común acuerdo
de los estados colindantes. De la misma manera —por un buen tra
tado de extradición— debe buscarse la eliminación de otro contra
bando, no menos generalizado que el comercial: el crimen. El cri
minal tiene en estas regiones vías expeditas para trasladarse al te
rreno de la impunidad o poco menos. Se mata o se roba aquí, y
se pasa en pocos momentos allá; se mata o se roba allá y con poco
trabajo se está aquí...
—Hemos oído hablar que la acción de usted en el sentido de
la represión criminal, o mejor dicho, de la “desinfección” ha sido
provechosa en la frontera.
—He hecho lo que he podido, y creo haber conseguido algo, lim
piando de foragidos y bandoleros, regiones verdaderamente inhabi
tables hasta hace algunos años. Terminada la revolución de Río
Grande, la frontera quedó verdaderamente infestada de bandidos.
Los asaltos, robos y asesinatos, eran diarios o poco menos. En mi
establecimiento en Caty, por ese tiempo, comencé una enérgica cam
paña, peligrosa por cierto, dada la calidad de gente con quien había
que entendérselas...
—Lo suponemos. No debían ser fáciles de convencer con buenas
palabras, ni cosa parecida...
—¡Figúrese usted! La energía y la constancia dieron sus frutos
y hoy, sino desarraigada, la criminalidad en una gran zona fronte
riza, está amenguada. Esto me permite tomar largos descansos y
entregarme de lleno a las tareas ganaderiles, que constituyen hoy
mi principal ocupación. Casi puede decirse anexado al cuartel, tengo
un plantel de cabaña donde he reunido un regular número de
ejemplares de las tres razas; vacuna, caballar y lanar.
—De la primera, ¿a qué tipo de preferencia?
—Cuido el Polled Angus que tiene excelentes condiciones de
aclimatación y es de una rusticidad a toda prueba. Tengo también
algunos ejemplares Durham, con los que últimamente he hecho un
ensayo que me ha dado un halagador éxito: crucé el Durham con zebú,
tipo “Indiano”, de gran cuerpo, obteniendo bueyes formidables, que
carneados recientemente en el saladero de los señores Anaya e Iri-
goyen, en Santanna, dieron un rendimiento estupendo: catorce arro
bas brasileñas, o sea doscientos diez kilos, de tasajo, sin hueso; un
quinto del peso en sebo, y cuero de “ochenta y cinco kilos”. Una
vaca de la misma cruza dio once arrobas brasileñas de tasajo sin
hueso o sean ciento sesenta y cinco kilos! El buey en pie pesaba
ochocientos sesenta kilos; la vaca seiscientos setenta. Estos productos
los enviaré a la próxima exposición Nacional de Río Janeiro.
—¿No mandará animales en pie?
—Tengo para exponer un toro Polled Angus. Quizá mande algo
más. Casi todos los ganaderos de Río Grande se hallarán presentes
en la exposición. De nuestro Estado figurarán sesienta productos
en pie.
Sobre razas y cruzas, con singular entusiasmo y con palabras
que revelan una especial preparación, se extendió largo rato el co
ronel Pereira, hasta que un toque de clarín, anunciando “silencio”
en el cercano Cuartel, le recordó la hora del reposo. Instándonos
a que así lo hiciéramos, en beneficio de nuestro cuerpo, que bien
125
lo necesitaría después de un día de viaje a caballo, dio nuestro
huésped por terminada la visita y se retiró a sus habitaciones.
Afuera rugía desesperadamente el viento. Un temporal huraca
nado —de violencia alarmante— coronaba en la noche las anorma
lidades meteorológicas del día. Miramos durante un momento las
paredes y techos pensando en lo desagradable que sería un “raso”
improvisado; tuvimos también un recuerdo piadoso para nuestro po
bre bayo, que soportaba a esas horas el temporal a “cuerpo gentil”
en el campo, y... concluimos por dormirnos “malgré” las furias de
los elementos.
Que era lo mejor que podíamos hacer.
Arturo P. Visca
San Eugenio, junio 3 de 1908
126
de cuyos costados, al norte, se abre formando trinchera. Dentro
del edificio, hay cuatro bien aereados departamentos donde se alojan
los cuatro escuadrones del Regimiento. Cada apartamento tiene sus
instalaciones completas, de tarimas higiénicas, levantables, fáciles
de armar y desarmar. Todo el interior pintado al óleo: en los techos,
los colores del pabellón brasileño; en las paredes el azul celeste de
la bandera riograndense del año 35.
Los refectorios —comedores— lucen todos mesas de mármol,
y piso de baldosa que el ojo vigilante de la superioridad mantiene
siempre en el más perfecto aseo. Los soldados y los clases tienen
comedor separado, así como la oficialidad. En el subsuelo, está ins
talada la cocina, de hierro, sistema moderno, con cañería de aguas
corrientes e iluminación a gas acetileno, que es la iluminación general
del cuartel. En el ala sur de éste, hállanse instalados el cuerpo de
guardia, cuarto de banderas, archivo, secretaría y mayoría, todo con
mobiliario novísimo, y todo luciendo los colores del pabellón bra
sileño y de la bandera del 35. En el mismo cuerpo, está el depósito
de armas y bagajes. En amplias fuertes estanterías, perfectamente
apiladas y clasificadas, cantidad de uniformes, kepis, botas, espuelas,
sables, lanzas, clarines, arreos de montar, municiones en cuñetas, car
gueros de excelente modelo y de fabricación cuartelera. Una sola ojeada
al depósito, da una clara idea del orden y el severo cuidado que rigen
en el cuartel. Completa el grupo de las instalaciones del cuartel,
una bien montada sala de armas, donde reciben lecciones jefes y
oficiales y que es dirigida por un joven compatriota nuestro, don
Manuel Visillac, hijo del coronel del mismo apellido, diplomado en
la academia de Buenos Aires.
En el cuartel hoy sólo se aloja la mitad del regimiento: los
escuadrones 1? y 2’ que forman el ala derecha. El ala izquierda,
3’ y 4’ escuadrón se hallan destacados en la frontera, en el servicio
de represión del contrabando. El regimiento completo, en pie de
guerra, forma ochocientos hombres, pero en la actualidad, sus es
cuadrones no revistan más de noventa y seis hombres, inclusive la
oficialidad. Todos los soldados, a más del ejercicio de sable, prac
tican el de carabina máuser. Dos de los escuadrones, el segundo y
el tercero, son también lanceros.
El ejercicio de tiro se hace en un polígono delineado al pie de un
cerro distante unos doscientos metros del cuartel.
La oficialidad y la tropa usa para cada día de la semana un
uniforme distinto, rigiendo, al efecto, una ordenanza especial.
A uno de los costados del cuartel se extiende la plaza “Julio de
Castillos” a la cual da frente la morada del “comandante”. Todos los
domingos por la tarde, la banda del regimiento arma en ella sus atriles
y ejecuta las mejores piezas de su repertorio. Se retira a la entrada
del sol haciendo oír los acordes de una marcha, generalmente “Sau
dades de minha térra”, más conocida en Montevideo con el nombre
de “Marcha Brasilera”. Una vez en el cuartel, forma en la plaza, y
al arriarse el pabellón ejecuta el Himno Nacional del Brasil. La
banda, a más, se hace oír, en el cuartel los sábados de tarde y los
lunes de mañana.
127
El clarín es el instrumento de ordenanza en el regimiento, para
las órdenes, pero no se desdeña la corneta. Con las primeras sombras
del crepúsculo se toca “oración”; a las 9 de la noche “silencio” y
a las 4 y 30 de la madrugada, “diana”.
128
8!
129
De nuestra gira por los alrededores de Caty regresamos al “caer
la tarde”, y en momentos que un ordenanza venía en nuestra busca
para noticiarnos que el coronel nos esperaba en el comedor, y que
la cena estaba pronta.
De lo que durante la cena conversamos con el coronel Pereira,
hablaremos mañana.
Arturo P. Visca
San Eugenio, junio 4 de 1908.
(LA RAZON - Montevideo, 13 de junio de 1908. - Año XXX, N
* 8748.)
130
tura bélica con el Brasil tendrán que caer bajo la influencia de los
elementos sensatos de la Argentina —y en último caso de la América—,
que dándose cuenta del gravísimo peligro que una guerra acarrearía
para todos sabrían domeñar belicosidades y sujetar mal inspirados
impulsos.
Por otra parte, es difícil traer una guerra, cuando no se cuenta
con un gran número de posibilidades de triunfo, y cuando la cordura
de una de las partes no dispone a ellos. En este último caso se
encuentra el Brasil.
En nuestro país no se quiere la guerra, ni se puede, ni se qui
siera declararla a nadie, porque la Constitución lo prohíbe en forma
que no da lugar a erróneas interpretaciones. El Brasil no quiere la
guerra, porque ésta —que es la ambición de loe pueblos ávidos de
expansión territorial—, no es aplicable a nuestra patria, que en ma
teria de territorio no tiene por qué desear el bien ajeno. No necesita
tampoco la guerra para enriquecerse porque le bastan y le sobran
las inmensas riquezas que posée, y en la explotación pacífica de esas
riquezas, en el mayor desenvolvimiento de su propia vitalidad, está
concentrado el esfuerzo de hoy y la gloria del mañana. En conse
cuencia, el Brasil desea, quiere la paz, y sólo irá a la guerra, cuando
una agresión temeraria lo obligue a ello, lo obligue a defender su
integridad moral y material. En un caso así, pelearíamos, y pelea
ríamos como fuertes!
Pero las consecuencias —como he dicho— de un casus belli,
serían gravísimas. Una declaratoria de guerra, equivaldría a una
conflagración sud americana, que es preciso evitar.
Difícilmente el Uruguay podría mantener su neutralidad, y cae
ría, voluntaria o involuntariamente, dentro de una parcialidad pasiva
por lo menos, arrastrado por los acontecimientos; el Paraguay se
encontraría en el mismo caso; Chile no se mantendría quieto durante
la lucha, y al primer movimiento de Chile se harían presentes con toda
seguridad, Perú y Bolivia... Calcúlese si hay motivos para —pensan
do cuerdamente— desear y trabajar porque la paz no sea alterada
en la zona del Plata. Luego, terminada la guerra, venza el Brasil,
venza la Argentina el triunfo significaría tal suma de sacrificios,
tal suma de energías y recursos perdidos que nada bastaría a com
pensarlos. Ese mismo triunfo estaría preñado de peligros, de ame
nazas, y aún mismo de tristes y funestas realidades, que nos vendrían
de allende el Atlántico... Las reclamaciones diplomáticas, las in
demnizaciones, los conflictos, en fin, de que tan fácilmente se apro
vechan las potencias europeas para justificar sus intervenciones en
los continentes cuyas fuerzas materiales son inferiores a las suyas.
Es en Europa donde el imperialismo existe de verdad, porque así
se lo imponen las circunstancias.
Sus principales potencias tienen día a día mayor necesidad de
sangrar su territorio, porque sufren la estrechez del limite territorial.
Las poblaciones se hacen cada vez más densas, y los territorios son
chicos para contenerlas. Hay necesidad de aumentarlos, y esa nece
sidad los llevaría a aprovechar cualquier coyuntura para dirigir su
acción hacia América del Sur, y de cualquier circunstancia se apro
vecharían para justificar intervenciones —cuando no anexiones— en
131
ella. Ante el avance de una potencia europea, de primera clase ¿qué
fuerza material podría oponer el país atacado? Frente a Inglaterra,
Francia, Alemania o Italia, el poderío militar, naval, especialmente,
de Chile, la Argentina, o el Brasil, resultaría nulo.
_ ¿No cree usted que la Argentina, sin meditar en los peligros
enumerados, busque, en porvenir más o menos lejano, una ocasión
cualquiera para hostilizar seriamente al Brasil?
_ Dudo mucho. La Argentina —por muchos deseos que tuvie
ra o que tenga un grupo de sus hombres dirigentes— no abordaría
una situación tan grave sin contar con un número muy crecido de
probabilidades, que hoy no tiene.
—¿Ni aún contando con la parcialidad, a su favor, del Uruguay?
—Ese sería un caso distinto. Seguramente, que si la Argentina
contara con semejante auxiliar, no vacilaría en asumir resueltamente
una actitud agresiva contra el Brasil. Pero: ¿Cómo conseguir esa
ayuda? Las relaciones existentes entre el Uruguay y el Brasil, son
cordialísimas. Recientes acontecimientos hacen que no ocurra lo
mismo entre el Uruguay y la Argentina. La situación es, pues, favo
rable a Brasil. Para llegar al caso aludido habría que cambiar la
situación...
—¿Y no cree Vd. que el gobierno —ciertos hombres del go
bierno— argentino, interesado en que así suceda, lo intentarán?
—¿Cómo? Para ello sería necesario traer una perturbación al
Uruguay, derrocar todo un estado de cosas. Provocar y favorecer en
una palabra, una revolución.
—¿Le parece imposible que se llegue a eso?
—No creo, ni espero que suceda. Sería un juego peligroso. Si
mañana la Argentina alentara, por ejemplo, al partido blanco, que
se alzara en armas, y éste —lo que tampoco creo— aceptara los
auxilios de la Argentina, el Brasil no permanecería indiferente, y
antes, mucho antes de que el plan tomara cuerpo, adoptaría sus
medidas, que serían enérgicas por cierto, para reprimir la interven
ción de gobiernos extraños en la emergencia que se suscitara. La
protección argentina no podría hacerse ocultamente. Tendría que
proporcionar elementos de armas y hasta bagajes, que la denuncia
rían de inmediato; tendría a más que proteger las expediciones que
intentaran cruzar el Uruguay, tendría, en fin, que dar la cara, y
como el propósito sería conocido en el Brasil, como aquí se medirían
las funestas consecuencias que el éxito de esa protección aparejaría,
fácil es comprender que la acción en contra sería tan enérgica como
rápida. El Brasil haría observar la más estricta neutralidad y en
estas condiciones, la revolución que pudiera cambiar la actual ar
mónica situación, no se produciría. Hoy, más que nunca, está probado
que las revoluciones en estas zonas, son improductivas, y que no
se va por ese camino a una victoria completa. El partido blanco urugua
yo, que en tantas ocasiones ha luchado por sus ideales con las armas
en la mano, tiene que estar, hoy más que nunca, dentro de ese
convencimiento. La victoria se le ha puesto varias veces al alcance
de la mano, y sin embargo, una continua fatalidad se la ha alejado.
1904 da un ejemplo con Masoller. Aniquilado el ejército del gobierno
el 2 de setiembre, la sola presencia de las divisiones nacionalistas
132
en la línea de combate les hubiera dado la victoria, y sin embargo
se optó por la retirada... Es cierto que allí había caído la cabeza
del ejército revolucionario, Aparicio Saravia, víctima de su arrojo
llevado hasta la imprudencia, y fue la desmoralización general, pero
es cierto también que hoy no hay otro Aparicio que pueda provocar
otro Masoller...
—¿Cree Vd.?
—Naturalmente. Saravia organizó todas las fuerzas del partido
blanco; constituyó por decirlo así la base sobre la que éste podía
esperar el triunfo. Cayó Saravia, y ningún jefe se sintió con fuerzas
para continuar una obra casi concluida: Masoller. Más aún, se dejó
disgregar la base. De los que estaban dentro de ésta: ¿es de espe
rarse que haya alguno que sea capaz de reconstruirla cuando no
se fue capaz de sostenerla, estando formada, y bien formada? No
es lógico... No veo, pues, hoy, el jefe que pueda tomar sobre sí
la pesada carga de llevar al partido blanco a una revolución, camino
que, vuelvo a decir, no dará nunca a éste una victoria completa. Sólo
en una contienda guerrera sus probabilidades merman día a día, en
razón que aumentan la6 del gobierno que tiene todos los recursos
y las facilidades para aumentar, como aumenta, sus medios de de
fensa; la protección de la Argentina traería la oposición desbara
tadora del Brasil.
—Quedaría el proteccionismo de Río Grande.
—No crea en él. Ya no existe, ni debe existir. El partido no
sería hoy el auxiliar de otros tiempos. Las razones que existieron
para que fuera mirada con simpatía —y aún auxiliada— toda revo
lución que se produjera en el Uruguay contra determinados gobier
nos, hoy han desaparecido, y el partido republicano —que no puede
ni debe ser un eterno amigo de las convulsiones de un estado veci
no—, está dispuesto a mantenerse dentro de la más correcta neu
tralidad. La explicación es fácil. Las simpatías que siempre demostró
el partido republicano al partido blanco, tiene su origen en causas
conocidas y justificables. Ellas nacieron con la revolución de 1893,
de la que fueron simpatizadores los gobiernos colorados de Herrera
e Idiarte Borda. La acción de éstos molestó a los republicanos que
vieron en el partido de gobierno uruguayo, un enemigo, y por ir
contra ese enemigo, fueron con los que lo combatieron: con los
blancos. Hoy la situación ha cambiado. La cordialidad existente no
sólo entre el Gobierno Central del Brasil y el Uruguayo, sino entre
éste y el del Estado de Río Grande del Sur, han hecho desaparecer
antiguas prevenciones y viejos rencores. La armonía más sólida une
a nuestro Gobierno con el del Uruguay, y las recientes manifestaciones
de los pueblos de ambas naciones, es prueba evidente de que esa
cordialidad no es de meras fórmulas diplomáticas o gubernamentales,
sino que tiene arraigo en lo más hondo de los dos pueblos vecinos.
Todo el Brasil y, por consecuencia todo Río Grande del Sur, está
interesado en el mantenimiento y en la vigorización de esa noble frater
nidad, y no han de ser seguramente los riograndenses quienes traten
de destruirla, haciendo desprecio de la más absoluta neutralidad
en el caso desgraciado de una revolución en el Uruguay. Faltar a
la neutralidad sería faltar a la fraternidad, y el partido republicano
no está dispuesto a consumar tal sacrificio en aras de intereses par
tidarios, sean del color que sean.
—¿Opina usted entonces que los actuales momentos marcan una
diferencia muy grande con recientes pasadas épocas? ¿Que 1908 no
es, en una palabra, 1904?
—Naturalmente. Y le he dado lo6 motivos. Creo firmemente
que ni un solo riograndés —sea republicano o no— faltaría a esa
neutralidad.
—Sin embargo las vinculaciones, la simpatía personal...
—No son, no pueden ser motivo. Esos son motivos y sentimientos
subalternos, a los que hay que anteponer razones y sentimientos de
orden superior. Las simpatías y las vinculaciones pudieron, en otro
tiempo, señalar una actitud; el bienestar y la paz de nuestra patria
nos marcan hoy otra distinta y esta es la que debemos seguir.
Suponiendo una revolución en la que esté interesada la Argen
tina, con los fines de que he hablado: ¿qué brasileño podría auxi
liarla, sin ir contra los intereses de su patria? Vea usted como hay
razones de orden superior que deben dominar, y dominan los sen
timientos subalternos que puedan emanar de las vinculaciones o
simpatías personales o partidarias.
Las revoluciones que pueden surgir —si desgraciadamente sur
gieran— en el Uruguay, no deben esperar nada del Partido Repu
blicano de Río Grande...
—¿Ni de ninguno de sus jefes?
—¡De ninguno! Río Grande desea la paz en el Estado vecino y ami
go, como desea, y está dispuesto a fomentar la cordialidad reinante.
Desea la paz porque en ella está interesado el Brasil entero, y porque
comprende que ella nos es necesaria a todos, para poder realizar
los más grandes ideales de bienestar y progreso. Debemos pues, pro
pender —con todas nuestras fuerzas— al sostenimiento de la frater
nidad brasileño-uruguaya, y no aprovechar convulsiones para debi
litarla o extinguirla.
—¿Contribuirá a ese robustecimiento, en un porvenir no lejano,
el reconocimiento de derechos de la República Oriental en las aguas
de la Laguna Merim?
—Lo creo infaltable, tanto más cuanto opino que ese reconocimien
to no significaría una concesión sino un acto de justicia, que reclaman
desde hace tiempo los principios democrático-republicanos que pro
fesamos. La declaración de esos derechos al Estado del Uruguay,
debió ser un hecho hace ya muchos años. Estaba casi acordada,
nada faltaba para que se produjera, cuando las desinteligencias sur
gidas entre el gobierno del Dr. Herrera y el de nuestro país vinieron
a entorpecer la idea. El partido republicano ha abogado siempre por
ella y creería faltar a sus fundamentales principios si asi no lo hi
ciera. Precisamente, en una época en que celebraron una entrevista
el doctor Julio de Castilhos y el general Pinheiro Machado para
cambiar ideas sobre un tratado comercial entre Río Grande y el
Uruguay, el general Pinheiro Machado insinuó la idea de obtener
algunas concesiones a cambio del reconocimiento de derechos del
Uruguay en las aguas de Merim, Yaguarón y Quarahy. Se opone a
ello nuestro gran maestro, observando que el Partido Republicano
134
—por sus principios y tendencias— no podía sacar ventajas a cambio
de lo que era un derecho universal y que espontáneamente debía
declararse y reconocerse!...
Y en verdad que sólo lamentables procedimientos del régimen
monárquico o debilidad y falta de competencia de quienes aceptaron
los antiguos tratados, pudieron quitar ese derecho al Estado Oriental.
Pero el paso rehabilitador está próximo a darse, y se dará. Es
cuestión de momentos.
El, y la celebración de acertados convenios comerciales, de un
buen tratado de extradición, y otro que establezca la acción mutua en
la represión del contrabando, darán una prueba a la América del
Sur, de la buena voluntad que hoy anima a uruguayos y brasileños.
—Coronel, dijimos, sus palabras y sus ideas sobre los distintos
temas —de interés innegable para nuestro país— serán publicadas
en Montevideo, por el diario en cuya representación hemos venido
hasta Caty... Esperamos no se extrañará usted de ello.
—No hay inconveniente. Como republicano de fe, no oculto mis
pensamientos ni tengo por que negarme a que sean conocidos por
quienes quieran conocerlos.
Así nos habló el coronel Joao Francisco Pereyra de Souza, en su
residencia de Caty, la noche del 30 de mayo último.
Arturo P. Visca
San Eugenio, junio 5 de 1908
135
ganadero de la República, imprime a esa industria un impulso vi
gorosísimo. El número de saladeros de alguna importancia es consi
derable en el territorio del estado, pero es sobre su frontera con
nuestro país donde tienen arraigo las más importantes unidades de
la citada industria. Los saladeros de la Barra, Novo Quarahy, Anaya
e Irigoyen y La Pastoril, todos situados sobre la frontera, son los
que marchan a la cabeza de la zafra del tasajo en Río Grande. En
todos ellos está interesado el capital uruguayo, y a su movimiento
está vinculado el Estado Oriental pues, por su posición geográfica
y por las facilidades que ofrece a la salida de los productos es la
vía de tránsito obligada de la casi totalidad de éstos.
De los cuatro establecimientos nombrados, el “Novo Quarahy”
es quien marcha delante al frente en importancia, y esto se debe
a la elevada cifra de reses que faena anualmente, y a las condiciones
de organización e instalación en que ha sido puesto de algunos años
a la fecha.
Durante nuestra permanencia en San Eugenio tuvimos cómodas
oportunidades de visitarlo y de verlo funcionar, y en esas visitas,
siempre atentamente asistidos por uno de sus propietarios, don Emi
lio Calo, y por el personal superior de la casa, nos dimos perfecta
cuenta de su importancia y de su valer.
El saladero “Novo Quarahy” ae halla situado en territorio rio-
grandense, sobre la margen derecha del Cuareim en línea casi recta
a San Eugenio y a unos tres kilómetros de Sao Joao Bautista. Fue
fundado en 1894 por los señores Cluzet y Guerra, quienes más tarde,
en 1901, lo traspasaron a los señores Jorge Dickinson, de Buenos Aires
y Emilio Calo. Hoy gira bajo la razón: Calo y Ca.
Todas sus instalaciones son modernísimas. Como en el de la
“Barra do Quarahim” la base de éstas lo constituyen la gran galpo-
nada de “playa”, salazón de carnes y cueros, y los corrales, gruesos
muros de piedra, que abarcan una vasta extensión y que semejan
una cintura de fortaleza. En esta galponada se realiza el trabajo
fundamental del establecimiento: matanza, charqueo, salazón de car
nes y cueros, fabricación de grasas y limpieza de huesos. La matanza
se efectúa en forma que por haberla descrito nos relevamos de ha
cerla nuevamente. En las épocas de auge de la zafra se trabaja día y
noche utilizándose la iluminación eléctrica, de su arco voltaico, propor
cionada por una excelente usina que da energía a todo el establecimiento.
Anexada al saladero está la fábrica para la conservación de
lenguas, usándose los más apropiados y modernos procedimientos.
En los años en que la zafra se presenta en condiciones normales sia
preparan de noventa a cien mil lenguas, cuya exportación, “in totum”,
se hace a Inglaterra.
En otros galpones, de solidísima construcción, se hace la cla
sificación y enfardelaje del tasajo, que más tarde; por vía platina,
ha de marchar rumbo al Brasil.
Una de las instalaciones que mejor dan idea de cómo “se vive
al día” en el saladero “Novo Quarahy” es la que actualmente se
emplea para el transporte aéreo de los productos del establecimiento
a través del río Cuareim. Consiste en cuatro sólidos soportes de hierro
—dos en cada orilla— de los que penden sobre gruesos cables de
136
acero, do» vagonetas de madera capaces de cargar cada una tres mil
quinientos kilos. Un motor a vapor —ubicado en territorio uru-
guayo— da la fuerza de tracción necesaria para movilizar a un
tiempo ambas vagonetas.
Este sistema de transporte, ideado por el señor Calo, y cuya
instalación fue dirigida por ingenieros de la empresa del Ferrocarril
Norte del Uruguay, ha venido a sustituir —con grandes ventajas—
al lento c incómodo de las chatas. Su inauguración es reciente, pues
data del 19 de abril del corriente año. Un ramal férreo —propiedad
del saladero— facilita la conducción de los productos hasta la esta
ción de San Eugenio que dista alrededor de kilómetro y medio.
El saladero tiene anexada una importante cabaña, donde se
cuidan excelt rites productos Hereford, algunos de los cuales serán
expuestos en la próxima exposición de Río Janeiro.
En plena actividad el establecimiento ocupa alrededor de qui
nientos hombres, en su casi totalidad orientales. La zafra en años
buenos se eleva de noventa y cinco a cien mil cabezas. Este año el
saladero “Novo Quarahy”, como todos los de Río Grande y del
Uruguay, ha sentido las consecuencias de la seca que tanto empo
breció los rodeos, y a pesar de los esfuerzos realizados para la ob
tención de ganados, la matanza -—que en más de una ocasión hubo
de suspenderse por falta de tropas— se terminó con bóIo sesenta y
cinco mil reses faenadas. Una merma de treinta mil cabezas.
El movimiento que el saladero Novo Quarahy proporciona al
Ferrocarril Norte del Uruguay es enorme. Como hemos dicho, todos
sus productos y sub productos, vayan al Brasil o a Europa, salen por vía
Uruguay-Plata. En los años de grandes faenas, en que la zafra se eleva a
cien mil resrs, puede el lector hacerse una idea de los beneficios
que dejará a la empresa. Un novillo criollo —de regulares carnes—
da alrededor de ochenta kilos de tasajo. El cuero da 31 y uno,
y hasta treinta y cinco kilos. Súmense luego los sub-productos: gra
sas, lenguas, colas, astas, cenizas, huesos, etc.
137
de la zafra se hace sensible. Río Grande no da por sí solo para
abastecer de carne tasajo al Brasil, cuyo consumo es enorme, no
menos de ochenta millones de kilos de tasajo por año, y Río Grande
no alcanzó a producir treinta.
—¿Ese consumo no estará llamado a disminuir en virtud de la
importación de carnes de frigorífico, o del establecimiento mismo
de establecimientos de esa índole en el Brasil?
—I)e ninguna manera. Los frigoríficos, no dañan ni dañarían
en nada a la industria tasajera; que cada día adquiere mayor impor
tancia y encuentra más campo de acción... sin necesidad de recu
rrir al Congo o a las minas de carbón de Francia. El tasajo tendrá
que ser por muchos, muchísimos años, el alimento principal del
pueblo pobre brasileño, especialmente en los estados del interior.
I,o impone así su baratura y la facilidad de su transporte, dos
condiciones con las que no puede competir la carne de frigorífico.
El tasajo, a más, está llamado a mejorar sus cualidades, con
el mejoramiento de los ganados, lento hoy en el Río Grande, pero
que vendrá en época no muy lejana. El día que los saladeros puedan
carnear ganados mestizos, la industria habrá hecho una gran con
quista. Hoy sólo se faena criollos, cuyo rinde es peor, y hay que
sacrificar grandes cantidades. Un animal mestizo da casi el doble
de tasajo, y de mejor calidad, en gordura, especialmente.
—Todo el tasajo que se elabora en Río Grande, sale con marca
“natural”. Hemos oído hablar de “suplantación” de nacionalidad...
—“Canards”. Vd. ha víbIo nuestro enfardelaje. Cada fardo lleva
en letras bien grandes y visibles el establecimiento y la región de
procedencia. Luego, todo él se consume en el Brasil y sería absurdo
suponer que ningún saladerista riograndense caiga en la inocentada
de presentar en las aduanas del Brasil, un producto del país como
producto extranjero...
—Lo cual, dijimos, terminando el palique; nos parece un argu
mento irrefutable.
Arturo P. Visca
Rivera, junio 21 de 1908.
De “L« Razón” . Montevideo, 30 de junio de 1908 • Año XXX. • Núm. 8760
POLITICA RIOGRANDENSE
138
prestigio en el Estado, han hecho sentir su acción en la última elec
ción <le gobernador. Más tarde, cuando la lucha comicial no recla
maba la fusión de fuerzas para afrontar las huestes adversarias junto
a las urnas, esas mismas agrupaciones se subdividieron y la que se
formó con las disidencias federalistas y republicanas quedó dividida
en dos bandos; una que corresponde, al diputado y brillantísimo
orador, doctor Pedro Moacyr; otra adherida a las ideas y tendencias
de dos personalidades de altos conceptos en el Estado y fuera de él:
los doctores Assiz Brazil y Fernando Abbott.
Esta última acaba de echar las bases de un nuevo partido, el
Partido Republicano Democrático, partido del futuro, según nos lo
decía el propio Assiz Brazil, durante nuestra permanencia en la
ciudad de Santa María y el día precisamente que se inauguraba el
congreso inicial, en la localidad citada.
Formarán dentro del nuevo partido elementos de conocida opo
sición al gobierno del doctor Barbosa (ron<t-alves.
Para fundamentar el programa que ha de regir en la nueva
entidad política, los organizadores del partido, organizaron un Con
greso, en el que debían ser representados los distintos municipios
estaduales, y se señaló como punto de reunión la pintoresca ciudad de
Santa María.
Una simple casualidad nos hizo llegar a Santa María en la
misma fecha en que lo hacían los delegados del Congreso, la víspera
de éste, sábado 19 de setiembre. El Congreso se efectuó al día siguiente.
En el misino convoy en que viajaban los doctores Assis y Abbott,
y demás representantes, llegamos nosotros, y de cerca pudimos apre
ciar el entusiasmo con (pie el pueblo riograndense, exterioriza sus
simpatías y opiniones políticas. La estación del ferrocarril estaba
invadida por varios centenares de personas entre las que figuraban
todas las clases sociales y cuando hicieron su aparición los huéspedes,
el estruendo de los vítores, las bombas y los cohetes voladores unido
al cobre de una banda popular, ensordeció por varios minutos. Des
cendieron los doctores Abbott y Brazil y enseguida formóse una
manifestación que encabezaba un grupo (le niñas y damas de la
localidad. Con tan gentil acompañamiento llegaron los viajeros al
hotel Benhault, cuando ya el sol tocaba retirada quemando con sus
últimos rayos las agrestes campiñas que rodean la población.
Por la noche, “aproa diner” fuimos sorprendidos por una ver
dadera “marche au flambeau”. Eran nuevamente los simpatizadores
del congreso que volvían al hotel a saludar a los ilustres huéspedes.
Hubo discursos tan entusiastas como patrióticos, vítores, música, y
luego desfile popular, ordenado a pesar del nerviosismo del momento.
Al día siguiente se inauguró el Congreso, en el teatro Treze de Mayo,
alrededor del cual se levantaron arcos triunfales con las siguientes
leyendas: “¡Salve Assis Brazil!”.
La asamblea, por unanimidad, aclamó presidente provisorio al
doctor Fernando Abbott. Luego, formando una lista para mesa
definitiva, fue votado presidente efectivo el doctor Assiz Brazil.
Durante los días 21 y 22 trabajóse afanosamente en la constitución
del nuevo partido, cuyas bases fundamentales son las que siguen:
139
El “Partido Republicano Democrático” continuador de las tra
diciones de la Democracia Riograndense y Nacional, adopta, como
base de su organización, los siguientes principios:
140
ducción y circulación de la riqueza, estableciendo en lugar de ello»
o de la renta del consumo de artículos no esenciales a la vida o al
territorio, basado éste sobre el valor intrínseco de la tierra sin
incluir las mejoras que sobre ella realice su dueño o su ocupante.
11. — Consagrar la mayor cuota posible de los recursos del
Tesoro al servicio de la instrucción pública y de la educación pro
fesional principalmente en lo que toca a agricultura e industrias
rurales, como medio más seguro de desenvolver la producción.
12. — Reducir al mínimo los dispendios improductivos, comenzan
do por el de la fuerza armada que debe limitarse a un cuerpo esta
cionado en la capital destinado especialmente a apoyar la ejecución
de las sentencias u otros actos legales para lo que contribuirán también
eventualmente otras milicias y el ejército federal cuando sea requerido.
13. — Respetar invariablemente la autonomía municipal, inter
viniendo tan sólo en los negocios locales y en casos claramente de
terminados por la ley y confiando en que, el mal uso de la libertad
que por acaso hagan algunos municipios, desaparezca más rápida y
fácilmente con el régimen de la propia libertad que no con el de
la “tutela”.
El 22 sesionó el Congreso hasta la 1 de la madrugada en sesión
clausura.
El último momento del Congreso se dedicó a la elección de
Comisión Central Ejecutiva del partido, encargada de llevar adelante
los trabajos de organización emprendidos. Se eligió por aclamación
la siguiente lista:
Presidente, doctor Fernando Abbott; vice-presidentes, doctores
Plinio Alivm y Joaquín Tiburcio; miembros, doctor Pedro Osorio,
coronel Aparicio Mariense, doctor Adolfo Menezes, coronel Francisco
de Macedo Couto, doctor Euclydes Brazil Milano, coronel José Anto
nio Netto, doctor Berchon des Essarts, Aníbal Lopes, Virgilio de
Abren, doctor Pinto de Rocha, Oscar Canteiro, doctor Ernesto Ludwig,
mayor Juvenal Leal y coronel Antero de Barros.
A propuesta del doctor Fernando Abbott fue aclamado presidente
de Honor de la Comisión Central, el doctor Assis Brazil.
141
DESDE EL CUAREIM A PORTO ALEGRE
142
a ratos, y peleando donosamente con los mosquitos a ratos también,
se mata el tiempo... y mosquitos, hasta que la madrugada comienza
a batir dianas al mismo tiempo que el hotelero bate las puertas,
con toques de prevención para liar petates y transportarse de nuevo
hasta los vagones de la Viacao Férrea, que alineados a lo largo del
andén sólo esperan la tracción inicial para echarse a rodar camino
de Santa María, tercera etapa del viaje. El tren arranca y de nuevo
se tiene el uniforme ondulado panorama. Se avanza, y parece sin
embargo que sólo se circulara en una extensión de campo. Muy a me
nudo arroyos y cañadas, que representan cada uno un puente. A
decenas ha tenido que fabricarlos la “Viacao Férrea” de Uruguayana
hasta Alegrete, y desde Alcgrete hasta Cacequy.
Cuando la locomotora tiene hecha dos horas de viaje, hacia las
ocho de la mañana, una ancha cinta de plata comienza a divisarse.
Se está en las proximidades de Tigre, y el caudaloso Ibicuy asoma.
La frondosidad de sus montes, las quebradas de su cauce rompen
con la monotonía del paisaje. El tren marcha orillándolo más de
una hora. Le “saca el cuerpo”, se le escurre como huyendo de la
potencia de su correntada, y concluye por escapársele al fin, en busca
del Santa María al que no teme; y por sobre el cual pasa casi a flor
de agua, haciendo temblar el puente provisorio que a ras de tierra
se ha echado de una a otra margen. Mientras el tren se desliza len
tamente sobre el estrecho puente, se puede contemplar el Santa Ma
ría en toda su anchura —casi dos mil metros— y la obra que el ingenio
humano está realizando para salvar el líquido obstáculo. El río tiene
toda la hermosura de una de las grandes obras de la naturaleza.
Mismo donde lo cruza la vía férrea se muestra en toda su grandeza,
bifurcándose en caprichosos brazos, ampliándose en poéticas lagunas
sombreadas por espesísimos montes. El puente, o mejor, los prole
gómenos del puente que la empresa ferroviaria, desde años atrás,
y sobreponiéndose a iniciativas frustradas, a desalientos y sombríos
augurios, viene cimentando sobre el lecho del río, tiene toda la
soberbia hermosura de las grandes obras de arte. Mil setecientos
metros de extensión, tendrá la obra terminada y su realización en
trañará uno de los más grandes esfuerzos, y uno de los más bellos
triunfos del ingenio humano, en la América del Sur.
Pasado el Santa María, en pocos minutos se llega a Cacequy,
donde se almuerza, en medio de un va-i-ven incesante de viajeros
que sobre la estación arrojan los trenes que en sus vías empalman.
Umbú, Sao Lucas, Sao Pedro, Canabarro, Boca do Monte y Santa
María, llevan tres horas y media de marcha. La llegada a Santa
María significa un descanso de día y medio en un verdadero oasis.
Se vive en plena Suiza riograndense —al decir de los que conocen
Suiza—, y aun ésta mucho de hermoso, mucho de bello y de poé
tico tiene que amontonar en sus “villas” para sobrepasar a cuanto
la naturaleza ha acumulado en los alrededores de la localidad bra
sileña. Las escarpadas sierras, los “mattos” frondosos, los palmares
cuyos largos penachos ondulan gallardos mecidos por la brisa se
rrana, las abras umbrosas, los pintorescos cerros entre los que está
enclavada la población, los millares de jardines naturales, forman el
más espléndido conjunto que puede desear la vista para su recreo
143
y abarcan una extensión en que la vista se pierde... Santa María
es como magnífica puerta de entrada al paraíso “real y verdadero”
de Río Grande. Al que —continuando la peregrinación hacia Porto
Alegre— van encontrando los admirados ojos del viajero. Cuando a
cincuenta kilómetros por hora, deja tras suyo la locomotora las sierras
de Santa María; cuando éstas se han esfumado en el azulado hori
zonte, se entra de lleno en la región forestal de Río Grande, que
comienza en las cercanías de Restinga Seca y termina... no sabemos
aun donde, pues en el momento de borronear nuestras carillas tenemos
aun por delante un mar de verduras... La campiña, que ha dejado
de ser llana o ligeramente ondulada, va mostrándose a cada paso
más fiera, más escarpada. Los cerros surgen ante el agudo miriñaque
de la locomotora y los montes, vírgenes en su mayor extensión, se le
oponen al paso. Pero la locomotora no se detiene. La mano del hom
bre, el hacha del Progreso, le han abierto un camino a través de
los bosques, y en ellos penetra, zumbante, dominadora. A sus flancos
la naturaleza bravia, el monte salvaje. Millones de árboles en com
pacta e irregular alineación. Quebrachos, sarandíes, querandyes, cey-
bos, birapitás... y cientos de distintas especies de la riquísima flora
riograndense, se acumula como si les faltara espacio para extender
sus ramas; se entrelazan los más débiles a los más fuertes; se reúnen
unos sobre otros como poseídos de la embriaguez de la propia exu
berancia de su savia, de la lujuria con que ha brotado. La vista se
marea en la contemplación del paisaje, que a ratos rompe las sinuo
sidades y los remansos del Yacuhy, y se piensa entonces que un
porvenir muy grande, un futuro muy hermoso, tiene en fuerza que
esperar a los pobladores de tan fecunda tierra, a los que un día,
animados por el espíritu de trabajo, guiados por la divina inspiración
de un “más allá” vayan a pedir a tan generosa madre, la riqueza
de los frutos que ella guarda en su fecundo seno.
Más de cinco horas se camina en medio a tan maravillosa na
turaleza, y teniendo siempre ante los ojos un mar de arbolado que
se pierde en el horizonte. Hacia las cuatro de la tarde el convoy se
detiene ante la estación Margem, ubicada casi en el ángulo del Ta-
cuary y del Yacuhy. La vía terrestre a tocado a su fin. En pocos
minutos todo cuanto encerraba el convoy ferroviario, se halla ins
talado en el vapor, que a favor de su hélice, transportara a todo el
mundo en pocas horas hasta la capital riograndense: Porto Alegre.
Arturo P. Visca
144
EL PRESIDENTE DE RIO GRANDE
Y UN REDACTOR DE “LA RAZON”
145
empezado aún sus trabajos la empresa constructora, porque antes de
hacerlo, fuerza le es tomar las más severas y bien meditadas disposi
ciones. Con el esfuerzo inicial hay que llegar hasta el fin y se
expondría a un fracaso al menor “alto” que hiciera. Hay que volcar
diariamente, “cinco mil toneladas” de piedra en el canal que se irá
abriendo, y esta operación debe ser incesante hasta la terminación
de las obras.
—¿Y mientras éstas se realicen, subsistirá el impuesto adicional
de dos por ciento oro sobre toda mercadería que entre o salga de
Río Grande?
—Sin duda alguna. Es un tributo necesario.
—Y como él, subsistirán los que actualmente rigen con carácter
de “prohibitivos”, especialmente los que afectan al ganado de impor
tación para faenar? El gobierno de la Unión, contra lo que era
creencia general entre los industriales de la frontera, acaba de re
chazar las proposiciones tendientes a aminorarlos...
—Es verdad. Como es sabido, las leyes de esta índole, son im
puestas en nuestro país por el Congreso dé Río, y tienen sóilo un
año de duración. Este año, contra mi deseo, y contra el de muchos
de mis compatriotas, se renovaron las antiguas disposiciones, por la
que se pone una valla casi insuperable a la importación de ganados.
Ellas han sido dictadas por personas ilustradas y concienzudas, que
sus motivos y razones tendrán para declararse en favor del ultra-
proteccionismo sobre que se basan esas leyes, pero yo y como yo
muchos en Río Grande, pensamos que no es este el mejor camino
para cooperar al engradecimiento industrial y económico del Estado,
y tenemos la esperanza, casi la convicción, de que en no lejano
tiempo triunfarán nuestras ideas. Apoyo, porque encuentro lógico y
razonable el proteccionismo, pero el proteccionismo moderado y ra
zonable, el que sólo trae beneficios, pero no el que al lado de éstos
eroga perjuicios más considerables que los provechos que se obtienen.
Río Grande es un estado agrícola y pastoril, pero más lo segundo
que lo primero. Sin embargo, sus haciendas, que son muchas, no le
bastan, para satisfacer las necesidades de sus zafras anuales, porque
Río Grande, que si bien tiene ganado para satisfacerse a sí propio,
no lo tiene para satisfacer a todo el Brasil que es su grande consw-
midor de tasajo. Por consecuencia, y desde el momento que el ganado
propio no nos basta, lo razonable es dar entrada al ajeno, y no
cerrarle las puertas como se hace hoy...
—Pero... hemos oído opiniones de que ello vendría con grave
perjuicio de los ganaderos del estado, que en competencia con los
de los países vecinos, verían bajar necesariamente el precio de sus
ganados, cambiando la situación al punto de tener que aceptar pre
cios, en vez de imponerlos como ocurre hoy...
—Seguramente. La disminución, o la supresión de los derechos
prohibitivos, significaría un perjuicio para una colectividad, que es
minoría, pero ese perjuicio es leve, insensible, comparado con los
beneficios que ella aparejaría, y el buen sentido debe siempre incli
narse hacia lo que beneficia más. Es verdad que los ganados nacionales
sufrirían una baja pequeña, pues la demanda siempre sería grande,
y por lo tanto los precios firmes, pero es también verdad que con la
146
I
147
Las innumerables picadas del río sirven maravillosamente para fa
cilitar la tarea de los contrabandistas. Estos llegan al oscurecer con
los “cargueros” a la costa; esperan la noche en el monte, y a favor
de las sombras pasan con sus mercaderías al Estado Oriental. De
vuelta, introducen mercadería, clandestinamente también, al Brasil.
Se opera por partida doble.
La vigilancia, la persecución es rigurosa; todo lo rigurosa que
es posible, tengo quinientos hombres distribuidos en la frontera para
ayudar la represión del contrabando. Pero el mal está arraigado;
las causas que he mencionado lo estimulan y los contrabandistas
no se arredran ni se disminuyen. Hay, por lo tanto, que atacar el
mal por su base, que hacer desaparecer sus causas; hay que reducir
los impuestos en uno y otro Estado. Por eso creo que el remedio está
en la celebración de un tratado que sea en extremo ventajoso para ambos
gobiernos. Pero es preciso sellar un tratado duradero: a regir durante
años, que señalará un futuro, no un transitorio presente. Un tratado
cuya duración fuera no menor de ocho o diez años. Las buenas
relaciones existentes hoy entre el Uruguay y el Brasil señalan mo
mento propicio, una oportunidad inmejorable.
—Principalmente, interrumpimos, si esas relaciones se afianzaran
aún más, con la declaratoria de condominio en las aguas del Yagua-
rón y de Merín...
—Ciertamente. Sería la mejor coronación del acontecimiento,
■i ese acontecimiento se produce...
—¿Y se producirá?
—Todo hace creer que sí. En Río Grande, tanto en la población
como en su gobierno, no encuentra resistencias.
—Las gestiones de que se ha hablado recientemente ¿tendrán
pronto solución satisfactoria en el sentido de que él se produzca?
—No podría asegurarlo. Nada sé oficialmente al respecto. No
tengo más informes que los que la prensa ha publicado, pero se,
porque de sus propios labios lo he oído, que el Barón de Río Branco,
acaricia ese proyecto desde hace años.
—¿Encontrará alguna oposición en la “bancada” de Río Grande?
—No, en general. Hasta ahora sólo el consejero Maciel, jefe
oficial del partido federal, que se ha declarado francamente en contra,
nadie lo ha impugnado. Sólo si esperamos —que aun cuando se trata
de un acontecimiento de índole internacional, pues las aguas de Me-
rín son exteriores— en esos acontecimientos sólo interviene direc
tamente la Unión, el gobierno de Río, no dará el gran paso sin antes
ponerse de acuerdo con el gobierno del Estado de Río Grande, ya
que al Estado de Río Grande pertenecen esas aguas...
—En el Uruguay se tiene la certeza de que la declaración no
tardará en producirse.
—Yo creo lo mismo, y por eso me expresaba en el sentido de
coronar esa obra —que reconozco como obra de justicia— con la
celebración de un tratado que afianzará aún más las excelentes re
laciones que hoy tiene el Brasil con el Uruguay.
—Río Grande, especialmente.
—Es cierto. Nunca como ahora quizás han sido tan sólidas y tan
sinceras. El Uruguay tiene hoy en Río Grande un amigo leal y
148
verdadero que sabrá hacer efectiva en todo momento, la “entente
cordiale” iniciada hace algunos años por el señor Batlle y Ordóñez,
y sostenida con todo éxito por el actual presidente, doctor Williman.
—Entente iniciada a raíz de la terminación de la guerra de
1904...
—¡No! Antes. Cúpome, precisamente, el papel de mediador en
ella. Hallándome de visita en Montevideo, allá por el mes de junio
de 1903, me pidió, y accedí a ella, una entrevista el presidente,
señor Batlle y Ordóñez. Conversamos sobre nuestro Estado, y el
señor Batlle me puso de manifiesto sus temores sobre el próximo
estallido de un movimiento armado por parte del partido Nacional,
y me manifestó al mismo tiempo que recelaba una abierta protec
ción por parte de algunos elementos republicanos de Río Grande.
Le confesé con toda franqueza, que ello era cierto, pero que esa
protección que mi partido, prestara a todo movimiento contra los
gobiernos uruguayos colorados, eran en cierto modo lógicos, pues
obedecían a humanos sentimientos de represalia, de “revancha”, por
cuanto, durante la cruenta guerra civil que asoló nuestro Estado en
1893, no había tenido más decididos sostenedores, que los elementos del
gobierno colorado de esa época. Como una consecuencia natural, el Par
tido Republicano se ponía a la recíproca, y no sólo simpatizaría con
las revoluciones blancas sino que le prestaría también su protección.
Aceptó como razonable mi explicación el señor Batlle, y me expuso
que su modo de pensar y de sentir, eran completamente opuestos al
de sus antecesores, y que hallábase dispuesto a deshacer la obra de
éstos, probando una sincera amistad hacia el gobierno de Río Grande,
y prometióme que en ese sentido se entendería con la más buena
voluntad con el entonces Presidente de Río Grande, doctor Borges
de Medeiros, a quien me pidió hiciera conocer sus pensamiento».
Cuando algún tiempo después regresé a Porto Alegre, encontré una
tarde en Palacio, al señor Joaquín Machado, a quien, según enseguida
supe, lo había traído hasta nuestra capital, una misión confidencial
y amistosa de parte del señor Batlle y ante el presidente Medeiros —
A partir de eso, la calidad de las relaciones entre ambos gobiernos
sufrieron un serio cambio. Unos meses después se produjo la temida
revolución. Esta encontró aún alguna protección entre ciertos ele
mentos riograndenses, pero ella no fue de la magnitud que pudo ser,
ni siquiera de la que se supuso, y se limitó solamente a alguno»
municipios fronterizos.
Hoy, afianzadas las buenas relaciones, la “entente cordiale” entre
el gobierno uruguayo y el riograndense, probada la buena voluntad
de éste por distintas manifestaciones, entre las que debo mencionar
complacido, las muy amistosas que recibí con motivo de mi exalta
ción al poder por parte del doctor Williman, que fue el punto inicial
de recíprocos y simpáticos cambios de salutaciones, hoy, decía, puedo
asegurarle que en cualquier emergencia grave que surgiera en el
Uruguay, ni un solo buen republicano faltaría a la más absoluta
neutralidad...
—En ese mismo sentido, y con argumentación acabada, se nos
expresó hace pocos meses, el coronel Joao Francisco Pereira, en su
residencia de Caty.
149
i
150
gado a las labores pastoriles, tan preocupado con su Granja Modelo,
como pudo estarlo un tiempo en medio a sus tareas de ministro pleni
potenciario. Una mañana del corriente octubre tomamos en la esta
ción de Pelotas el rápido a Bagó, y después de seis horas de viaje,
descendíamos en Piedras Altas, sin más armas que nuestras máquinas
fotográficas y sin más propósitos que conocer de cerca a una de las
más brillantes figuras de la bien prestigiada diplomacia brasileña.
Camino de la granja —que dista un centenar de metros de la
vía férrea— encontramos al doctor Brazil. No tuvimos necesidad
de exponer el objeto de nuestra visita, que ya era conocido: ver su
establecimiento; conversar sobre algunos temas de pública notorie
dad. Y al primer punto dedicamos toda la tarde; una caprichosa
tarde de primavera, de sol espléndido y viento... espléndido también.
Con el acento de un enamorado —y lo es, realmente, de su
obra, o mejor de su pensamiento— nos fue describiendo el doctor
Brazil, cada una de las fases de su granja, cada uno de los detalles
que la componen. Nos habló de lo que la granja es hoy, y nos habló
de lo que será en el porvenir, y siempre lo hizo con el tono que da
el convencimiento de quien se siente con fuerzas e inteligencia para
emprender y llevar a cabo una obra buena. Hizo desfilar ante
nosotros los productos que forman el plantel de cabaña, y al ha
blarnos de sus características y de su origen, advertimos —porque
también tenemos nuestras aficiones por el tema— la verba del cria
dor experto, del “eleveur” de buena ley que sabe distinguir y se
leccionar, que no va “a fondo” por impulso sino por conclusiones
razonables, por criterio inteligentemente formado. Y así ha reunido
el doctor Brazil un selecto conjunto en el que se puede admirar un
árabe buscado personalmente, después de larga travesía, en las leja
nas comarcas donde pastaron las cinco yeguas del Profeta; un “pur
sang” de carrera, que tiene en la primera línea de su “pedigrée”
el nombre del gran Flyn Fox; un toro de la más pura familia Jersey,
arrancado por el interés de su comprador a las delicias de su tranquila
isla, y hasta el representante de los gallináceos, representa también
un largo viaje al interior de la República norteamericana.
Pero no es sólo la pureza de las sangres en las distintas ramas
de la ganadería; no sólo la selección de variadas especies de arbori
cultora y floricultura, lo que ha inspirado al doctor Assis Brazil
el planteo de su establecimiento. Amante de su país y de su estado,
quiere prestar a él el concurso de su esfuerzo, quiere que éste alcance
también a sus compatriotas, a aquellos especialmente que pretenden
orientar sus energías y sus actividades hacia el engrandecimiento
industrial y pastoril de Río Grande del Sur. Y para ello lo que es
hoy una granja de usufructo particular, será convertida, cuando todo
el plan de instalaciones 6e haya llevado a cabo, en Escuela de Agro
nomía, a donde podrán ir en busca de las luces que da la teoría,
y la experiencia que da la práctica, los que, como hemos dicho,
piensen en el futuro agrícola de Río Grande, y a él quieran dedicar
su vida y su inteligencia.
Para lo primero, fundará el doctor Brazil una biblioteca de
“quince mil” volúmenes; para lo segundo, bastará la granja misma.
151
En la mañana siguiente a nuestra llegada a Piedras Altas, con
versábamos con el doctor Assis Brazil, en su escritorio de la granja,
una pieza de verdadero “fermer” moderno, donde viven en consor
cio la biblioteca con la incubadora, el arado con el honniguicida,
el bronce de un “pur sang” con la estampa de un campeón bovino.
Sustrayéndonos al ambiente que nos rodeaba, transportamos nuestro
pensamiento fuera de las cosas rurales, y dispuestos a hacer revivir
al hombre público, nos dirijimos así al ex ministro del Brasil en
la Argentina.
—¿Piensa usted, doctor, rebatir en alguna forma las recientes
publicaciones que el doctor Zeballos ha hecho en “La Prensa” de
Buenos Aires?
—En forma alguna. Sólo he visto —y no sin sorpresa—, la pri
mera de esas publicaciones, y aunque el señor Zeballos se permite
decir algunas cosas que me atañen, y que son inexactas, no creo
en mi deber entrar con él, ni con nadie, en una polémica periodística.
La labor del diplomático no reclama la ostentación, ni la publicidad;
y de la mía, de mi actuación como ministro en la Argentina, está
ampliamente informado, quien debe estarlo: el señor Barón de Río
Branco, a quien ya he dado cuenta acabada de cuantas negociaciones
he llevado a cabo ante el gobierno y la cancillería argentinos.
—¿Y cuál es su opinión respecto a las pretensiones de ésta res
pecto a la cuestión del Río de la Plata, y a la teoría sentada de
que éste es de propiedad exclusiva de la Argentina?
—No me corresponde opinar sobre ello. Contrariamente a lo que
muchos han pensado y han llegado a decir, el Brasil no intervendrá, ni
piensa intervenir —salvo que lo soliciten las partes— en el debate...
—Pero, su opinión particular, la del diplomático intemaciona
lista, ¿nos la podría decir?
—Estoy de acuerdo en considerar el Río de la Plata como mar
libre. Creo que es la teoría que mejor armonizaría los intereses de
ambos estados, y los de cuantos tienen relaciones con ellos. Esta
teoría ya ha sido emitida, y sentada por Inglaterra, en un reciente
incidente habido con el Uruguay y motivado por el apresamiento
de unos barcos tripulados por pescadores de lobos...
—¿Considera peligroso, o de próximos futuros peligros, el actual
estado de cosas entre la Argentina y el Brasil?
—No soy pesimista, y conociendo como conozco los propósitos y las
tendencias del gobierno y la cancillería de mi país, no puedo creer
ni remotamente en la posibilidad de una guerra. Algunos espíritus
quisquillosos han creído ver un propósito bélico-agresivo en el Brasil,
debido a la reciente adquisición de barcos. Y sin embargo nada
más natural que así suceda. Brasil está obligado, por múltiples causas,
a costearse una escuadra que le de el puesto que le corresponde en
el concierto americano pero esto no significa un propósito imperia
lista ni mucho menos. El Brasil debe equiparar sus fuerzas a las de
las naciones más fuertes de Sud América, porque la estabilidad de
la paz del continente lo reclama, porque la misma seguridad de
las naciones débiles, lo impone. Si la Argentina se elevara sola;
si, yendo más lejos, ésta provocara una guerra al Brasil y lo humi
llara, ¿no es fácil darse cuenta del peligro que su preponderancia
significaría para los estarlos vecinos? Y lo que es aplicable a la
Argentina es aplicable a cualquier otro país sudamericano. Es nece
sario, pues, hacerse fuerte frente a los fuertes, para evitar un des
equilibrio que podría ser de fatales consecuencias.
Pero con armamentos o sin ellos, la idea del Brasil en su po
lítica externa, es la idea de la paz, de la confraternidad, “malgré”
todos los augurios y todos los alarmismos. Hacia esa idea convergen
todos sus esfuerzos y por esa idea hemos trabajado y trabajaremos
todos. Los argentinos que creen ver en el Brasil un enemigo, sufren
una lamentable equivocación; son víctimas de una ceguera inexpli
cable. Rival, sí, naturalmente lo es: rival por su poder, por su desa
rrollo industrial y comercial; por su afán de engrandecimiento y
de progreso, pero enemigo, no, y puedo decirlo a conciencia, porque
mi actuación en la diplomacia de mi país me permite declararlo así.
Cuanto al Uruguay, inútil me parece poner de relieve las buenas
intenciones del Brasil, el espíritu amistoso que hoy prima en sus
relaciones.
—¿Primarán al extremo de ser en breve un hecho la declaratoria
de condominio en las aguas del río Yaguarón y de la laguna Merín?
—Todos creemos que sí, y nada de extraordinario se debe ver
en ello si se tiene en cuenta las causas que determinaron los tratados
por el cual el Brasil quedó en uso exclusivo de esas aguas, y las que
deben determinar la reconquista de esos derechos por parte del Uruguay.
A raíz de ser decarado libre e independiente, el Uruguay entró
en un período de convulsiones —muy propias de las naciones nuevas—
y como consecuencia de ello, se creó un estado de cosas tal que
pudo ser de graves consecuencias externas. Una fuente de esos peli
gros estaba precisamente, en las aguas de Merín y Yaguarón, que
se prestaban a fáciles transgresiones de neutralidad y respeto a los
derechos de nuestro país. Por otra parte, las diferencias en esas
épocas del servicio de vigilancia aduanera, envolvía un ataque cons
tante a los intereses brasileños. Fue entonces que se realizaron los
tratados a que me he referido, y por los cuales como una medida
de seguridad, como un medio de evitar probables conflictos, el
Brasil reclamó para sí, exclusivamente, el uso de esas aguas. Los
años han pasado; los tiempos cambiaron, y la situación del Uruguay
es hoy muy distinta a la de aquellas épocas. Sólidamente asentada
su nacionalidad; desenvolviéndose en medio de una vida normal,
los motivos que dieron lugar a su despojo de los derechos sobre el
Yaguarón y Merín, ya no tienen razón de ser, y el Brasil, que no
reclamó para sí exclusivamente el uso de esos derechos con un fin
egoísta, piensa que ha llegado el momento de devolver al Uruguay
lo que al Uruguay perteneció. Y esta devolución será una nueva
prueba de las intenciones que guian a mi país en las cuestiones
externas; intenciones cuyo desinterés también fue puesto en eviden
cia cuando se solucionó el conflicto con Bolivia, por la anexión del
territorio del Acre. En este asunto tendría precisamente el doctor
Zeballos, campo para inspirarse, cuando se propone escribir sobre
“La diplomacia de la franqueza”, como irónicamente llama a la
nuestra.
153
—¿Para qué fecha calcula expedirá su declaración el gobierno
federal?
—No es posible precisarlo, tengo entendido que no se dilatará,
y hasta creo que se ha pensado en designar al ingeniero, señor Eucli-
des Da Cunha —una de las entidades de alto mérito con que hoy
cuenta el Brasil— para trazar la línea divisoria de las aguas, pero
no se podría hablar de nada fijo. La declaratoria ya estaría hecha,
a no haber surgido las desinteligencias que han distanciado un tanto
las cancillerías de la Argentina y de Río. Es necesario buscar, o
llegar, antes de hacerla, a una oprtunidad que no de lugar a mal
entendidos, a interpretaciones falsas, a que no se crea, en una pa
labra, que ese gesto amistoso del Brasil hacia el Uruguay, sea una
manifestación hostil a la Argentina.
Arturo P. Visca
De “LA RAZON” — Montevideo, 26 de octubre de 1908 — Año XXX — N’ 8861
15&
I
Arturo P. Visca
De “LA RAZON” — Montevideo, 28/X/1908 — Año, XXX — N» 8863
156
Disminuye en veinticuatro horas el viaje a Meló, pues el viaje en
diligencia de Tupambaé a esta localidad es factible en algunas horas.
La estación Tupambaé es el punto terminal de la segunda de
las tres secciones que corresponden al trayecto Nico Pérez-Melo. La
primera que comprende de Nico Pérez a Cerro Chato, fue inaugu
rada hace ya tiempo.
Conocemos por haberlas visto —y hasta casi podemos decir por ha
berlas “vivido” un poco— las obras que en estos momentos se llevan a
cabo para unir Montevideo a Meló. Hemos recorrido —sobre rieles aun
no asentados de la flamante vía— y en medio al humo, al vapor...
y a los silbidos de una locomotora, la extensión de Tupambaé a Frayle
Muerto, localidad hasta donde hoy llegan las puntas de rieles, y
esa “vista de ojo” nos ha dado la pauta de la importancia de la obra
emprendida, la considerable del esfuerzo realizado. Conocemos de “vis
ta” por lo menos, más de los dos tercios de vía férrea nacional, y ningún
recorrido, ni aún el de Central a Rivera, que comprende el pasaje
de abruptas sierras, significa una labor tan costosa como el del reco
rrido a Meló. La naturaleza, que no presta su concurso a la obra,
ha obligado a la empresa constructora a vencer palmo a palmo el
terreno, sin nivel y accidentado, por medio de trabajosas obras de
terraplén y desmonte. En toda la extensión de la vía, no hay un
kilómetro, un solo kilómetro, que no haya reclamado la pala o
el pico.
Todo el esfuerzo que esa construcción entraña, toda esa pacien
te y costosa labor que se viene realizando desde hace veintisiete
meses, ha tenido y tiene la dirección inteligente de Mr. Holt Dickin-
son, un espíritu sajón, de los que en sus más leves exteriorizaciones, re
velan las cualidades óptimas de los verdaderos pioneros del progreso.
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1
Terraplenes..................................................................... 674
Balastraje......................................................................... 442
Estaciones ....................................................................... 152
Puentes y alcantarillas.................................................. 100
Colocación de rieles ..................................................... 75
Telégrafo y alambrado ................................................ 28
Ingenieros y ayudantes ................................................ 7
Dibujantes....................................................................... 4
Empleados de oficinas, servicios de vías, talleres, etc. 230
1.712
Todas las obras de terraplenes —en las que trabajan desde hace
varios meses algunas cuadrillas de japoneses y chinos— estarán ter
minadas en diciembre.
La estación Cerro de las Cuentas, que sigue inmediatamente a
Tupambaé, estará terminada a pricipios del entrante año.
Arturo P. Visca
(LA RAZON — Montevideo, 16 de noviembre de 1908 — Año XXX — N’ 8879)
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JOSE LUIS (DIMAS) ANTUÑA
1894 - 1968
I. — Presentación.
II. — Datos Biográficos: 1) Infancia y juventud en Uruguay (189-4-1913);
2) en la Argentina (1913-1942) ; 3) Los viajes (1937-1943);
4) En Uruguay (1942, 1943-1968).
III. — Obras: 1) Libros; 2) Colaboraciones en diarios y revistas;
3) Inéditos.
IV. — Retrato hablado.
I. — Presentación
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Antuña, por ser un orador y (o pero) al mismo tiempo orante, tenía
que padecer fatalmente la suerte que a tan rara raza de hombres
les suelen deparar las colectividades humanas obsesionadas —o por
lo menos demasiado distraídas— por los imperativos de la acción
eficaz e inmediata. Cultor de un género sapiencial (califiquémoslo
así aunque sea provisoriamente) donde el saber no es divorciable
de un determinado sabor, Antuña no pudo, no quiso, no le supo,
hacer concesiones al gusto del público. Y éste, en su mayoría, preso
en una constelación cultural, no fue capaz de apreciar la originalidad
de un modo de pensar, de una temática y formas de expresión que
se nutrían en aquella perenne novedad de los orígenes, volviendo
hacia lo que —por algo— nuestra cultura llamó fuentes.
A poco de aproximarse a la historia y a la obra de Antuña se
descubre además, con sorpresa, un alma de ermitaño, una libertad
interior que rehúsa atarse al do ut des de los provincianismos inte
lectuales. Antuña no se acogió a ningún grupo promocional y no fue
promovido. No prodigó elogios con el secreto afán de buscar retri
bución de alabanza. Su labor de escritor, conferencista o poeta, no
brotó del incentivo de la fama, ni siquiera la que se gana justamente.
No persiguió más ganancia que la de crear libremente, la de con
templar gratuitamente y abrir la puerta —hospitalario— al banquete
de la sabiduría. Tuvo bastante con su luz interior y no consideró
oscuridad el quedar ignorado o incomprendido.
162
lo dicho en él con el arrebato del ardor juvenil, sirve a la pintura
de una época, de una generación y —no obstante las posibles retrac
taciones posteriores— guarda el registro de una historia del espíritu.
La suya, la de muchos, y también parte de la nuestra.
Una tercera veta de la actualidad de Antuña y su obra reside
precisamente en su mirada contemplativa que escruta la singularidad
de lo individual, personas y objetos, en busca de sentidos ocultos en
las cosas elementales. Pero —nótese bien— sin hacer de la naturaleza
simbólica o metafórica un reservado de la sensibilidad poética, acce
sible sólo a la exquisitez, y coto donde la sofística modernista edifi
caba las torres de su aislamiento. Para Antuña el símbolo no es sólo
pretexto de fuga a la poesía. Es sobre todo vehículo de pensamiento,
como lo es en la más pura raíz platónica del pensamiento occidental,
y como lo es también, en forma aún más elevada, en la raíz judeo-
cristiana. Antuña le devuelve al hombre, al hombre común, el len
guaje del alma. Rescata la imagen y la intuición, del olvido hostil
en que lo habían relegadoi tiempos más ocupados con la razón y con
las ciencias. Por sus propios caminos, nuestro autor transita en la
dirección que la psicología, desde Freud pero sobre todo desde
Jung, señala con insistencia. Antuña descubrió y proclamó —hieratra
o hieragogo— la radical validez humana de los símbolos litúrgicos,
y la grandeza litúrgica de la cotidianidad humana. Lo hizo sin
concesiones a un intimismo individualista. Pero sólo gracias a una
acogida íntima y personal de los símbolos objetivos —cuyas vicisi
tudes privadas él quiso mantener secretas y nosotros debemos res
petar— pudo señalarlos con firme convicción, al alma extraviada y
olvidada de sí misma, de sus contemporáneos. Lo que Rodó intentó
rescatar en sus parábolas, joyas aisladas en un discurso racional y
por él sometidas a una función instrumental que las humilla y opaca,
eso lo perfecciona Antuña, haciendo de los símbolos (es decir de
la dimensión simbólica de todas las cosas reales) el objeto final y
directo de su contemplación. Lo que había olvidado hasta la teología;
lo que la cura de almas y la dirección espiritual están redescubriendo
trabajosamente; lo que las costumbres poéticas vigentes habían arre
batado al hombre común; lo que un vendaval iconoclasta había
aventado junto con los excesos del barroco; todo eso lo recoge
amorosamente este hombre desconocido entre nosotros.
Lo mejor de la obra de Antuña lo constituye su presentación
interpretativa de la simbología cultual: la liturgia, el templo, los
ritos sacramentales, las imágenes. Sin concesiones intimistas.
No hay que sorprenderse de que el primer encuentro —y encon
tronazo— con este estilo, que sólo puede parecer críptico y exótico
para los hombres que han derivado lejos de su propia alma, lo
haya tenido Antuña comentando el Cántico de las Creaturas de San
Francisco.
El hombre, cuando oye tratar en público de un tema psicológico,
es decir de su alma, siempre espera otra cosa: “la primera de todas,
se espera a sí mismo en el tema. Espera sus recuerdos, sus pasiones,
sus ideales, sus amores. Si es posible, algún trazo también —firme
y rápido— de sus odios y rencores del momento. Y todo eso elaborado
por el pensamiento y llevado en el calor, en la nobleza, en la eles
163
vación en cierto modo beatífica del sentimiento religioso, a su
más alto grado de interés y de intensidad” (’). Certero diagnóstico
de una reacción a la que su público, aún el de los amigos, lo con
frontó perennemente: “Hombre sincero y generoso, su hidalguía le
obligó a decirme toda la verdad, y así, cordial, confuso, apenado y
sin rodeos, pasando con amplitud su mano de caballero antiguo sobre su
noble barba rojiza, me dijo con un profundo suspiro y una gran
voz resuelta: Mi amigo, YO ESPERABA OTRA COSA” (1 2)
164
de la literatura, es decir, por memoria de la sola justicia. Visible
es esta religiosidad absoluta en el poema que hemos elegido” (4).
A estas dos breves menciones se reduce —que sepamos— lo que
se ha publicado en nuestro medio sobre Antuña. Si bien le hacen
la justicia del recuerdo, son en su brevedad forzosamente incompletas.
El lector desprevenido, no sospechará a través de su lectura la ver
dadera magnitud de Antuña y su obra. A remediar en algo esta
carencia, completando la semblanza que nuestros dos antólogos apenas
esbozan, aspira esta presentación.
165
Cursó allí la escuela de Comercio, que culminó en 1911 con las más
altas calificaciones y como el mejor alumno de su promoción (8).
La inseguridad familiar creada por el mal estado de salud de su padre,
aconsejó orientarlo hacia una capacitación profesional rápida que le
abriera pronto acceso a un empleo. El tiempo desmintió —su padre gozó
de extraordinaria longevidad— aquella opción familiar que le cerraba
a este joven brillante las puertas de la Universidad y de una profesión
más acorde con sus cualidades intelectuales y quizás también con su
vocación íntima de estudioso. Poco después —1913— entraba de
empleado en el Banco de la Provincia de Buenos Aires.
Es interesante transcribir una página de Israel contra el Angel
en la que Antuña pinta el retrato espiritual de la infancia y juventud
de su generación. Bajo el título Herencia (págs. 13-15) traza estos
rasgos que reflejan parcialmente algo de su propia experiencia:
“La madre cristiana; el padre, liberal. Mamá nos juntó las manos
para el padrenuestro y el bendito; a papá nunca lo vimos en oración,
pero nos hablaba de la patria y del progreso. Nuestra madre nos
presentó al señor cura, para que fuésemos buenos cristianos y le
ayudáramos a misa. Nuestro padre al maestro laico, diciéndole:
— Aquí tiene Vd. un ciudadano.
“El cura nos hablaba de la providencia del Padre que está en los
cielos y de la fe que traslada las montañas. Y el maestro decía:
— La Naturaleza lo explica todo con sus leyes inmutables, fatales
y constantes. Y para las fiestas patrias agregaba: — Es preciso obe
decer al Estado: obedecer a sus leyes, aun cuando sean injustas.
“Llegaron los quince años: el cura nos pasó del catecismo a la
congregación; el maestro nos transfirió de la clase al bachillerato.
Nuestro pensamiento comenzaba a organizarse: tuvimos un cierto
sentido de la ciencia, de sus métodos, de sus leyes... Dóciles, asom
brados, felices y orgullosos, recibimos y repetimos —creyendo que
era ciencia— el residuo materialista del positivismo...
“La congregación, entretanto, no nos daba ideas. Todo eran reu
niones piadosas, devociones, limosnas, vaguedades de beneficencia
social, y arranques apologéticos tan fabos como los cientifistas de
la enseñanza secundaria.
“Madre, cura, congregación: padre, escuela, universidad. A los
veinte años teníamos la cabeza poblada de dos engendros que se
daban de puñetazos tan pronto un secreto instinto del alma, una
intuición vaga, una esperanza, dejaba de mantener entre ambos un
tabique. Tabique de separación y salvación.
“El dualismo era completo: aquí la certeza científica, allí las
afirmaciones piadosas y sentimentales. La concepción del mundo era
la de un engranaje perfectamente montado que, a su hora, nos iba
a triturar con la más tranquila indiferencia. Mientras no llegaba
esa hora, y una vez satisfechas las necesidades inferiores de comida
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y confort, podíamos enternecernos con alguna endecha pesimista,
y hacer líricos llamados a la piedad.
“Por ese tiempo empezábamos a leer: Taine nos dio la fórmula
inexorable del axioma eterno; Renán, la manera de guardar, sin los
dogmas, un sentimiento religioso exquisito”.
2. — En la Argentina (1913-1942)
Hasta su jubilación por motivos de salud, Dimas Antuña se
desempeñó en su empleo del Banco de la Provincia y vivió en Buenos
Aires. Por este camino, que parecía un desvío esterilizante de su
vocación de estudioso, el destino aseguraba sin embargo dos rasgos
fundamentales de su perfil interior.
En primer lugar lo ponía en contacto con las personas y los
movimientos de la cultura católica argentina: allí se vinculó a la
Tribuna Universitaria, a los cursos de Cultura Católica; a los grupos
de jóvenes que fundaron para desfogar sus inquietudes las revistas
Signo, Criterio, Ortodoxia, Número; a sacerdotes que tuvieron influen
cia decisiva en su vida: el Padre Protain, religioso asuncionista, el
Padre Maluenda, el Pbro. Edmundo Vannini, y los benedictinos P.
Nicolás Rubín y Eleuterio González. A través del Convento Bene
dictino bonaerense se vinculó a la vasta familia benedictina, también
en el Brasil.
Reconocido por lo que debe a su amistad, dedica en 1921 su
primer libro Israel contra el Angel a seis de sus amigos. Cita el
nombre de dos de ellos en el epílogo: Héctor de Basaldúa y Enrique
Requena. Y ya en la plenitud y madurez, hacia 1947, los recordará
aún. Entre los que le estuvieron más unidos por amistad, hay que
citar al que habría de ser hasta su muerte el amigo más fiel y más
íntimo: Carlos Saenz. Un fatal accidente le quitó a Beltrán Morrogh
Bernard, otro gran amigo.
Es ese grupo inicial, recordado en su primer libro, el que funda
junto con algunos nuevos integrantes, la revista NUMERO (°) que
aparece mensualmente dos años enteros, desde 1930 a 1931. En los
veinticuatro números publicados se encuentran colaboraciones de
Dimas, excepto en el número trece, donde Rodolfo Martínez comenta
su tercer libro titulado El que Crece .
167
En segundo lugar, indirecta pero eficazmente, su condición de
empleado sujeto a un horario y a un trabajo, marca desde dentro
esa manera de acceder a las letras sin intención de literatura, y esa
manera de pensar, sin intención de erigirse en maestro. Lejos de re
sentirse, Antuña da muestras de amar su condición de hombre del común.
En lo eclesial, Antuña se vio siempre —y no pierde ocasión
de proclamarlo— como un simple fiel, sin misión de enseñar. Sometía
) e insiste a menudo
sus escritos a previa autorización eclesiástica, (1011
en que habla sólo como cristiano a cristianos y de cosas que les son
comunes. Cuando en cierta conferencia alguien le objetó que todo lo
que había dicho no era más que mera repetición de ideas de los
Santos Padres, respondió que jamás se le podía haber hecho mejor
elogio.
Como ciudadano, Antuña se autocalifica de hombre privado, en
contradistinción con la categoría del hombre público, es decir sin
pretensiones de repercutir en el orden político o en el dominio de
las ideas. Quizás es esta postura religiosa la que le atrajo —tratamos
de interpretar ese “recelo” a que alude Real de Azúa— objeciones.
Antuña es muy explícito: como hombre privado se siente inmerso
en el orden exterior del mundo —y no siente necesidad de escapar
de él— y dentro de ese mundo y de ese orden, justo o injusto, no
quiere hacer otra cosa que callar, obedecer, y buscar el pan de cada
día. Sólo hemos glosado en lo que antecede las mismas palabras de
Antuña (n). Pero desde esa conscientemente abrazada condición de
hombre del llano, sin títulos de dignidad, sin rol de mando o repre
sentación, abocado a buscar cada día el sustento, es precisamente
desde donde brota y desde donde se explica su capacidad para con
siderar con sencillez todas las cosas. Por esta condición cobra inmu
nidad contra todo alambicamiento mental, contra toda complacencia
profesional en verbalismos vanidosos o esotéricos. Antuña se mantiene
siempre a un nivel de lenguaje que conjuga la hermosura y la ele
vación con la accesible sencillez. Es bien capaz de leer con plena
comprensión y deleite un aristotélico tratado de lógica (1213 ). Pero
inmediatamente —hombre del llano—: “después de cerrar este libro,
y vuelto al comercio de los hombres, una pregunta me persigue: ¿de
qué modo, me digo con insistencia, de qué modo razonan los que no
han leído nunca a Aristóteles? ¿Cómo se produce el discurso en la
inteligencia de los simples? El paisano, el vendedor de feria, la se
ñorita bien educada, y otros aún: el artista, el hombre de simple
buen sentido, todos aquellos, en jin, cuyo trato me es agradable ¡y
seguro, y cuyo pensamiento es habitualmente espontáneo” (ls) Antu
ña se contesta: “el hombre que no ha leído a Aristóteles —ni a Kant—
se pone en contacto con las cosas del mismo modo que el filósofo
(10) Excepto Israel contra el Angel todos sus libros aparecen con Impri-
matur. Véase a este propósito T. p. 11.
(11) Vida de San José (=VSJ) pp. 11-14.
(12) Israel contra el Angel (= IA) p. 60 ss. Pensamos que se trata de una
obra de Kant. En una conferencia se refirió a la crisis interior que le produjo su
encuentro con Kant y cómo la superó, siendo el punto de partida de sus estudios
de teología, liturgia e historia del cristianismo,
(13) IA. p. 61, el subrayado es nuestro.
168
más rancio. Las ve, las siente, las palpa” (1415
). Y su reflexión culmina
con el descubrimiento: “Si el individuo —omne individuum ineffabite
est— está en la base del conocimiento, también puede estarlo en el
término. Y si la intuición da el contenido a la conciencia, el fruto
pleno del trabajo intelectual, no debe ser un concepto precisamente,
sino un conocimiento intuitivo: una vuelta a la intuición después
de haber atravesado el concepto, para apreciar en el medio vivo
inefable, el valor del trabajo discursivo. Nada suple el contacto con
lo real” (18).
Este último párrafo nos parece programático y encierra el germen
que regirá el estilo propio de Antuña: más contemplativo que discur
sivo, orientado más hacia las individualidades concretas que hacia
los conceptos y razonamientos.
Es desde esta condición de hombre privado —que se complace
y se siente seguro con el hombre de simple buen sentido— desde
donde Antuña se pone en guardia contra una posible deformación
intelectualista de la inteligencia, por la cual el hombre se fatiga
sin término en el manejo de conceptos, sin llegar jamás al acto puro
de conocer intuitivamente la realidad individual. Y, en el extremo
paroxismo de esta deformación, llega a erigir la fatiga intelectual
—que sólo puede ser un medio— en fin y medida del valor de sus
frutos, con el consecuente desprecio por la inmediatez deleitosa de
la contemplación que descansa en la evidencia de su objeto.
Los treinta años de residencia en la Argentina marcan así deci
siva y fuertemente su persona y su obra.
En 1926, por la generosidad de otro amigo, aparece como libro
y con el título de El Cántico su comentario al Canto de las Creaturas
de San Francisco de Asís. Dos años después, el 18 de abril de 1928
contrae matrimonio con María Angélica Valla.
En 1937, accediendo a una invitación, viaja a Córdoba a dictar
algunas conferencias. Se inicia así una etapa de viajes y conferencias
que dura unos seis años.
169
En este período 8e sitúan dos de sus obras. Resultado de su
primer encuentro con el Brasil es su librito de poemas en francés
titulado Mon Brésil (1938). Unas conferencias dictadas en Buenos
Aires ante un público muy sencillo, las recoge en su libro La Vida
de San José (1941) en el que el desarrollo temático, basado sobre
los viajes del Patriarca, decanta el reflejo espiritual de los propios.
No sería pues exacto imaginarse que Antuña llevó una vida
trashumante, como puede interpretar algún desprevenido lector a
partir de la concisa presentación de Real de Azúa.
170
torre Güemes, donde gustaba subir, en ciertos días muy claros ve
dibujarse a lo lejos la linca de la costa uruguaya: “un reborde que
todos pueden ver, una costa que muchos conocen, pero que, sin
embargo, solamente los orientales reconocen.
“Yo soy oriental: esa línea plomiza que subraya el horizonte
es mi dulce tieirra.” (17)
III. — Obras
1) Libros
1921 — ISRAEL CONTRA EL ANGEL, Ediciones de Tribuna
Universitaria, 268 págs. 18,5 x 13,5 cms.
Se terminó de imprimir en la imprenta de A. Baiocco y Cía.
el 15 de octubre de 1921. Se. imprimieron 20 ejemplares en papel
especial fuera de comercio, con la firma del autor. La tapa es un
forro impreso que se aplica directamente sobre la primera página del
primer pliego y la última del último. Está ilustrada por Enrique
Requena. El mismo dibujo se repite en la portada de la página 3.
En la página 2 hay una viñeta que representa un árbol con frutos,
sobre el cual una divisa con el nombre de Ilimas Antuña, al pie se
lee: Miraturque Novas Frondes et non sua Poma — Ex libris. En
la contratapa, otra ilustración de Requena que representa una forma
de escudo en copa, sobre un fondo decorado con vides en fruto hay
una espada y una divisa: Non paccni sed gladium.
1926 — EL CANTICO, Buenos Aires MCMXXVI, 52 págs.
23 x 18 cms.
Acabóse de imprimir esta edición original de seiscientos ejem
plares numerados en los talleres gráficos de la Soc. Anónima Casa
Jacobo Peuser Ltda., el día IV de Octubre de MCMXXVI, Séptimo
Centenario de la muerte de San Feo. de Asís. Una viñeta de Juan
Antonio en la tapa. La edición fue costeada por Don Matías Errázuriz,
a quien va dedicado el libro. La primera desfavorable impresión de
su mecenas frente a este comentario al Cántico de las Creaturas, lo
relata el mismo Dimas en su Introducción al Testimonio, pág. 10.
Según parece fue Victoria Ocampo la que convenció a Don Matías
Errázuriz del valor del trabajo. Este libro fue reeditado en El Tes
timonio, págs. 31-44.
1929 — EL QUE CRECE, París MCMXXIX, 64 págs. 28x 23 cms.
Ilustraciones de Héctor Basaldúa, Editor.
Acabóse de imprimir esta edición original de trescientos ejem
plares numerados, en los talleres gráficos de la Imprenta L’Hoir,
calle del Delta 26, París, el día treinta y uno de julio de mil nove
cientos veinte y nueve. También fue reimpresa en El Testimonio,
págs. 285-312.
1938 — MON BRES1L, Buenos Aires 1938, 30 págs., 24 x 19 cms.
Sobre la tapa una viñeta (un ancla) de Juan Antonio que diri
gió la edición.
Achevé d'imprimer le 24 décembre 1938 par F. A. Colombo, A
Bueno» Ayres.
Edition origínale, hor» commerce, tirage á 100 exemplaires nu
meróte».
También fue reimpreso en El Testimonio, págs. 117-130.
1941 — LA VIDA DE SAN JOSE, Ediciones San Rafael, Buenos
Aires 1941, 88 págsn 20 x 15 cms.
Este libro se acabó de imprimir en Buenos Aires en casa de
D. Francisco A. Colombo el día XX de diciembre del año MCMXLI,
Laus Deo.
Conferencia pronunciada en la Fraternidad de la Asunción el
9 de junio de 1940.
1947 — EL TESTIMONIO, Ediciones San Rafael, Buenos Aires,
316 págs., 20 x 13 cms.
Se terminó de imprimir el treinta de mayo de mil novecientos
cuarenta y siete, en los talleres gráficos de la Cía. Impresora Argentina.
Lo distribuyó el Grupo de Editoriales Católicas, Viamonte 525.
En la página 315 se anuncia el libro Inter convivas, que Dimas Antuña
dejó inconcluso.
El l9 de junio de 1947 firma Dimas Antuña su prólogo al Vo
lumen de Homenaje (un libro, que como su género se ha hecho
raro entre nosotros) que bajo el título Discursos y Semblanzas dedica
una comisión de notables —de la que Dimas forma parte como
vocal— al Canónigo Luis Roberto de Santiago.
El volumen se terminó de imprimir el 5 de diciembre de 1947
en Montevideo. El prólogo de Antuña ofrece en 21 páginas (pp. 9-28)
una introducción y presentación de la persona y de las piezas ora
torias pronunciadas en diferentes ocasiones. Por su valor biográfico,
por los datos y anécdotas, es una pieza que interesará al historiador,
al igual que el volumen al que introduce. Pero además, y aunque
se abstiene de analizar detenidamente el valor de los escritos que
pretende salvar del olvido, trasunta multitud de aspectos del pensa
miento de Antuña, que deberá tener en cuenta quien aspire a es
tudiarlo con más detalle.
172
con la revista pues incosultamente se permitieron cambiar una pa
labra, imprimiendo humana por buena.
En la revista Número, en cambio, colaboró asiduamente en
todos los números con prosas poéticas breves, poesías y algunos ar
tículos. Buena parte de estas colaboraciones las imprimió en El Testi
monio. Señalamos aquí sólo las que no fueron reimpresas, que se
pamos, ya que no nos ha sido posiblecompulsar los textos, y ea
posible que haya habido cambio de títulos en los trabajos reimpresos.
N? 1, Enero de 1930, p. 3: El coro.
N9 3, Marzo, p. 24: “La Palma y el Cedro. (Introito de la Misa
de San José del 19 de Marzo)” (poesía).
N9 7, Julio, p. 63-64: “Ave María” (artículo).
N’ 8, Agosto, p. 75: “Silencio” (poesía).
N’ 12, Diciembre, p. 120: “El Nacimiento” (poesía).
N9 13, Enero 1931, p. 8: Comentario de Rodolfo Martínez Espinosa
sobre el libro “El que Crece”.
N’ 15, Marzo, p. 18-19 “Fiestas de la Cruz” (artículo).
N? 18-19, Julio, p. 46: “Misterio de la Inmaculada” (poesía).
N9 20, Agosto: “Carta a un escultor” (Sobre las imágenes de San
J osé).
N9 21-22, Octubre, p. 73: “Tres misterios del Señor San José: Pre
sentación - Huida - Niño perdido”.
N9 23-24, Diciembre, p. 82-83: “Calix” (artículo, con ilustración de
Juan Antonio).
En la revista ITINERARHJM, Revista Franciscana bimestral
publicada por la Provincia argentina de la Orden hay varias colabo
raciones suyas. La revista comenzó a publicarse entre abril-mayo
de 1945 y cesó con el número 13 hacia enero-marzo de 1949. Hay
colaboraciones de Dimas Antuña en los números del uno al cuatro
(de abril-mayo de 1945 hasta enero-febrero de 1946). Los cuatro
trabajos se publican bajo el título común: La liturgia y el ciego y se
distinguen por los cuatro subtítulos: 1) Introito; 2) Kyries, Gloria y
Dominus vobiscum; 3) Colecta; 4) Entrada y Reunión. En el número
5-6 aparece la Oda a un Acólito dedicada a Guillermo Basombrío,
que puede verse reimpresa en El Testimonio (p. 178 ss). Los cuatro
trabajos sobre la liturgia de la Misa son sin duda capítulos de su
obra Inter convivas que como dijimos quedó incompleta e inédita.
3) Inéditos
Debemos a la deferencia de la Sra. María Angélica Valla de
Antuña que nos dio acceso a parte del archivo familiar algunos datos
que nos parece interesante consignar acerca de la correspondencia
y conferencias o trabajos aún inéditos. Entre las relaciones con per
sonajes importantes que trató en Bs. As. se cuentan Garrigou-Lagrange,
Maritain y Bernanos, con el que mantuvo más tarde correspondencia
y que le envió uno de sus libros dedicado.
Están inéditas aún la mayoría de sus conferencias dictadas en
Córdoba, Salta, Brasil y Montevideo sobre la Liturgia de la Misa y
son fragmentos del libro Inter convivas. Entre ellas El Canto del
173
Evangelio pronunciada el 20 de octubre de 1948 en la casa de la
Tercera Orden Franciscana (Bs. As.).
Existe una conferencia inédita sobre El Sacerdocio escrita para
celebrar un aniversario sacerdotal, del P. Edmundo annini. Con
Motivo del Año Santo de 1950, pronunció una conferencia sobre
El Carácter Peregrinal de la Iglesia organizada por Amigos del Libro,
Buenos Aires, el 11 de mayo de dicho año. También en 1950, el
27 de agosto y el 27 de setiembre se propaló por el SODRE su
conferencia sobre Montevideo, que es la única de carácter no religioso.
IV — Retrato hablado
174
librada del texto. Al pasar a la imprenta, la necesidad de no hacer
muy costosa la edición, obligó a achicar la letra y a suprimir muchos
espacios blancos.
Otro recuerdo vinculado a su sencillez en la que no se mezclaba
el descuido, es el de los momentos en que leía sus escritos, ya en
privado, ya para algún grupo. Los lugares en los que se le invitaba en
Montevideo, con cierta frecuencia eran El Apostolado litúrgico del
Uruguay y uno sin nombre oficial y sin sede propia, formado por
personas a las que atraía la espiritualidad benedictina. Al comenzar
Dimas a leer —poesía o prosa— su figura parecía entrar en la pe
numbra y su voz clara, suave y armoniosa ocupaba ella sola toda
la atención. Esto, unido al ritmo de que ya he hablado, hacía que
su pensamiento penetrase en quienes le escuchábamos no sólo como
conceptos dirigidos a la inteligencia sino como algo, que creando
una profunda atmósfera de silencio y aquietando los sentidos, nos
envolvía y ayudaba notablemente a gustar lo que exponía y que
se refería siempre de algún modo a las maravillas de la Plenitud
del Ser, manifestadas en la naturaleza o donde quiera que se revelara.
Ignoro cuales fueron las alternativas de su última enfermedad.
Lo único que supe de él después de una última visita en 1966 fue
que este varón silencioso entró definitivamente en la Plenitud del
Silencio el 24 de agosto de 1968.”
Horacio Bojorge
175
EDUARDO ACEVEDO DIAZ
VIAJE DE MONTEVIDEO
A LONDRES
Presentación de
ALICIA CASAS DE BARRAN
y
SERGIO PITTALUGA
Estas melancólicas memorias de viaje que publicamos hoy, parecen
dar razón a Alberto Lasplaces cuando afirma que Eduardo Ácevedo
Díaz fue escritor sólo cuando las circunstancias no le permitieron
ser un político o un periodista. (1>
Al dar su apoyo a la candidatura de José Batlle y Ordóñez y
tomar éste posesión de su cargo el 1? de marzo de 1903, el Directorio
del Partido Nacional expulsó de sus filas a Acevedo Díaz y aquellos
legisladores blancos que habían votado su elección.
La violenta reacción de Acevedo Díaz no se hizo esperar; se
alejó en forma definitiva de la dirección de “El Nacional” y condenó
las revoluciones caudillistas que perturbaban el orden institucional
de la nación, desde su famosa Carta política.
El 14 de setiembre, el gobierno de Batlle, honrando a este ori
ginal enemigo político lo nombró Ministro Plenipotenciario en EE.UU.,
México y Cuba. Fue entonces que inició la última fase de su múltiple
vida pública, ahora como diplomático, sin volver atrás la cabeza.
Partió el 19 de noviembre en el Wittekind, barco alemán con destino
a Vigo, Southampton y Chicago.
Haremos una breve reseña de su vida pública, para así poder
enmarcar este escrito.
Podemos destacar tres fases en ella, la primera, la del joven
romántico principista de 1870, la segunda, la del maduro tribuno
de 1895 a 1903, de agudo realismo político, la tercera, la del di
plomático.
Nació el 20 de abril de 1851 en el seno de una familia patricia,
en la Villa de la Unión y allí transcurrió su infancia. Ingresó a la
Facultad de Derecho pero luego interrumpió sus estudios y se incor
poró a las filas de Timoteo Aparicio, al iniciarse en 1870 la “Revo
lución de las lanzas”. Tenía 19 años. Eligió el rumbo de su vida;
sus aulas y salones serán en adelante el campo de batalla y el cala
bozo; la arena política, el destierro, terminando en ese otro exilio
dorado, la diplomacia, para nunca más volver a su país. Él mismo
consignó con severa objetividad ese vuelco heroico de su destino en
una carta que dirigió a Aureliano Rodríguez Larreta en julio de
1902 donde le reprocha haber preferido la seguridad a la aventura
en defensa del ideal: “A los 19 años de edad, siendo estudiante de
derecho, abandonando mi carrera y mi porvenir, concurrí como soldado
a la gran Revolución de 1870. Tú no estabas allí y pudiste estarlo”.
Firmada la paz, el 6 de abril de 1872, se unió sin vacilar al
grupo principista que había formado el “Club Nacional”. Se buscó
con esta denominación, sin renegar de la tradición blanca, poner
distancia con las fuentes caudillistas de la misma. Fue la reacción
de la juventud universitaria liberal ante el espectáculo de la destruc
tiva y sangrienta contienda civil. Para ella la ambición y el autori
tarismo de nuestros caudillos eran los grandes responsables del mal
que aquejaba a la nación. El respeto a la voluntad popular expresada
en los actos electorales debía ser la base del entendimiento entre
los orientales.
179
Ya irreversiblemente involucrado en la vida política, Acevedo
Díaz tomó parte en la “Revolución Tricolor” de 1875 que buscaba
derribar al gobierno de Pedro Varela surgido de un motín. Por
ello fue detenido y expulsado del país. Volvió al Uruguay cuando
Santos subió al poder, se opuso al autoritarismo del régimen y fue de
nuevo desterrado.
Durante su exilio en la Provincia de Buenos Aires, dividió su
tiempo entre la labor literaria y la docente, siendo varios años Ins
pector de Escuelas.
Regresó al país en 1895 por iniciativa de la juventud nacionalista
que lo reclamaba. En julio de 1896 se hizo cargo de “El Nacional”,
que pasó a ser, bajo su dirección, un arma de dura oposición al
gobierno de Idiarte Borda. En el mismo año 96, desató una campaña
feroz contra todo el sistema político del “colectivismo”, que como
dice Pivel Devoto “empezaba a morirse irremisiblemente”.
Fue uno de los promotores de la “Revolución del 97”, siendo
durante la misma secretario particular de Saravia. Luis Alberto de
Herrera al hacer la crónica de esa revolución en su libro Por la
patria(4) lo dibuja como “un hombre de gran coraje, aunque
terriblemente empecinado”.
Firmado el Pacto de la Cruz el 18 de setiembre de 1897 se
dedicó a la reorganización del Partido Nacional. En abril de 1898
fue designado un Directorio definitivo presidido por Juan José de
Herrera. Se planteó allí el problema que será más tarde la piedra
de toque de las disidencias entre Acevedo Díaz y los Directorios pos
teriores: si se debería firmar un acuerdo electoral con los colorados.
Finalmente, el 19 de de 1898, se concretó el acuerdo elec
toral, integrando la Comisión del Partido Nacional: Eduardo Acevedo
Díaz, Carlos A. Berro y Aureliano Rodríguez Larreta. También
durante ese mismo año fue sancionada la Carta Orgánica del Partido
Nacional.
En 1901 el dilema se replanteó. En noviembre debían renovarse
la cámara de Representantes, las Juntas Electorales y las Juntas Eco
nómico-Administrativas. De esa elección dependía la decisión que
tomara la Asamblea General que nombraría un nuevo Presidente
el 1ro. de marzo de 1903.
A la trascendencia del hecho político, se agregaba el optimismo
justificado del Partido Nac’onal que confiaba en que, si las elecciones
eran libres, obtendría la mayoría. Todo ello daba a este acuerdo un
carácter decisivo y dramático. En las elecciones de noviembre de
1900 en que se eligieron 6 senaturías, los blancos ganaron 5. Dentro
del Partido existían poderosas fuerzas antiacuerdistas organizadas en
torno a la tendencia denominada “radical”. Acevedo Díaz en Mon
tevideo, pero sobre todo los caudillos del interior, deseaban la lucha
electoral franca y abierta.
Pero las autoridades nacionalistas, tanto las civiles como las
militares, se mostraban dispuestas a acceder al acuerdo, que, final
mente se realizó en vísperas de las elecciones, el 24 de noviembre
de 1901. Acevedo Díaz desde “El Nacional” criticó con fuerza el
pacto, formándose a raíz de esto dos grupos en el Partido Nacional:
180
el acuerdista que apoyaba al Directorio, y el antiacuerdista, liderado
por Acevedo Díaz. Se llegó al cisma.
En 1902, ante tentativas de conciliación, Acevedo Díaz sostuvo
desde “El Nacional” que la reunificación exigía renovar las autori
dades partidarias, lo que provocó la dimisión masiva de los miembros
del Directorio.
A fines de ese mismo año, comenzó a agitarse el ambiente
político a propósito de las candidaturas para la próxima elección
a la Presidencia de la República. Acevedo Díaz, desde “El Nacional”
se definió siempre como partidario de que los legisladores nacio
nalistas trazaran un programa y votaran al candidato que más se
ajustara a él.
En noviembre fue suscrita por todos los legisladores naciona
listas una “Manifestación de Propósitos” que debía ser aceptada en
lo fundamental por el candidato a la Presidencia de la República
que deseara el apoyo blanco.
Este acuerdo fue publicado en “El Nacional” y “El Tiempo”.
Surgieron tres candidaturas: Eduardo MacEachen, Juan Carlos
Blanco y José Batlle y Ordóñez.
Acevedo Díaz manifestó su preferencia por José Batlle y Ordóñez,
ya que a su entender MacEachen venía impuesto por Cuestas. Se
opuso a la candidatura de J. C. Blanco porque creía que de
triunfar éste con los votos nacionalistas, los colorados provocarían
la guerra civil. El apoyo de Acevedo Díaz a Batlle pudo también
motivarse en la admiración que por él siempre sintiera.
Dijo Acevedo Díaz en un reportaje que le hizo el diario “El
Tiempo” el 30 de diciembre de 1902: “Si es la guerra, si es la
revolución, lo que quiere el partido y sus autoridades, acepto como
bandera la candidatura del Dr. Blanco, con sólo ocho votos colo
rados”, y en el caso de MacEachen se expresó en estos términos:
“la opacidad del Sr. MacEachen tiene la circunstancia agravante
de la imposición gubernativa”.
Más adelante, el 21 de enero de 1903, Acevedo Díaz desde “El
Nacional” se declaró desligado del compromiso de votar unidos que
habían firmado los legisladores blancos, pues al inclinarse por Juan
Carlos Blanco lo hacían por quien no reunía los requisitos conve
nidos anteriormente.
Poco después, José Batlle y Ordóñez hizo público su programa,
que en el entender de Acevedo Díaz cumplía con las condiciones
aceptadas por la mayoría nacionalista en la famosa “Manifestación
de Propósitos”. Por lo tanto, “El Nacional” se inclinó por Batlle.
Cuatro legisladores nacionalistas siguieron a nuestro autor acompa
ñándolo en esa actitud política.
Más tarde el Directorio y 32 legisladores nacionalistas votaron
candidato a J. C. Blanco. La candidatura de Blanco no tenía el
número suficiente de votos colorados, y según se había establecido
el Directorio resolvió ofrecer los votos nacionalistas a MacEachen.
La candidatura de MacEachen no tuvo éxito tampoco, porque
la de Batlle fue apoyada por la mayoría de los legisladores colo
rados, y de acuerdo con lo convenido entre ellos,, el candidato, que
181
triunfara en la elección interna sería el votado por todo el Partido
Colorado.
Planteada esta situación, los nacionalistas decidieron votar por
un candidato propio: Enrique Anaya.
Llegado el momento de la elección para la Presidencia de la
República el 1ro. de marzo de 1903, Acevedo Díaz y ocho legis
ladores nacionalistas votaron por Batlle.
Esta actitud de Acevedo Díaz y de los legisladores que lo acom
pañaron les valió la expulsión del Partido Nacional.
Acevedo Díaz se vio en el terrible dilema de dividir al Partido
o declinar de sus principios. Fue en ese entonces que sostuvo su fa
mosa regla programática: “No hay disciplina contra los principios”.
Pocos de sus correligionarios reunían sus méritos políticos, lo
grados en la guerra y en la paz. De ahí que el calificativo de reprobo
lo hiriera intimamente.
Es importante recordar también que el Partido Nacional hasta
ese momento, no había impuesto una disciplina tan estricta a sus
dirigentes.
Fue en estas especiales circunstancias, luego de vividos los dra
máticos momentos que hemos descrito, que Acevedo Díaz, al recibir
el nombramiento como diplomático del gobierno de Batlle, inició
su viaje.
Su testamento —que transcribimos a continuación— es otra
prueba de su desencanto y la amargura en que lo sumieron estos
momentos que hemos narrado:
182
Es, en esta circunstancia, que nuestro autor comienza su viaje de
Montevideo a Southampton, y que origina este libro, que comentamos,
y publicamos.
El paisaje que vive en el océano viene a ser, un reflejo del
paisaje de su alma. Medita: “Algo rara la vida en el océano. Mucha
luz, mucho aire, mucho cielo; mucho abismo. Un poco de goce,
un poco de melancolía. Paisajes infinitos en lo alto y debajo: en el
fondo del alma un mar de recuerdos. Exceso de soledad en el espacio
y en el océano inmenso, pero más honda en el corazón esa soledad”.
Conmovedoras palabras de nuestro autor, que dicen de la inmensidad
de su tristeza, y de como se confunden con el sobrecogedor entorno
que lo traspasa.
Más adelante, como sobreponiéndose, le entusiasma la súbita
aparición de unas ballenas, a quienes describe en el contraluz de
sus juegos.
La escena de los inmigrantes, que viene a continuación; de
esos infelices “que vuelven a sus patrias vencidos en sus esperanzas”,
lo embarga de indescriptible tristeza; esos hombres, mujeres y niños,
“que regresan taciturnos de Buenos Aires”, viéndose claro, “que la
odisea había sido triste y el desengaño cruel”, y a continuación describe
la forma inhumana en que viajan, sabiendo descubrir, sin embargo,
dentro de sus almas, “toda una desesperanza sin consuelo”.
Describe también, una tenue aventura sentimental que mantiene
durante el viaje, con una hermosa y pálida rubia anglo argentina,
que lo asombra y encanta, con su juventud, plena e ingenua. También
una exótica viajera japonesa, que su imaginación lo transporta hacia
un mundo de ensueño del lejano Oriente.
Llama la atención, en Acevedo Díaz, la ternura que siempre
demuestra hacia las mujeres, ya de esas frágiles viajeras de carne y
hueso, o de esas otras figuras femeninas históricas, como hacia los
propios personajes que inventa en sus novelas.
Cuando relata su visita a la Torre de Londres, nos trasmite su
espanto, ante esa imaginación desatada, dedicada a la confección
de crímenes, crueldades sin fin, torturas; pero guarda su recuerdo
más conmovedor, para esa saga de mujeres-mártires, sacrificadas
impunemente, a la ambición de hombres y mujeres, que desde el
poder descargaban su furia sobre cabezas inocentes.
El primer impacto que recibe de Londres lo sume en el des
concierto: nada menos que bajo el Imperio Británico, en el apogeo
de su gloria, el pueblo inglés ofrece el espectáculo de su espantosa
miseria. Algo, que nos lleva a recordar las “Cartas de Londres” de
Dostoiewski, en las que recoge las mismas impresiones, de asombro
y tristeza, que le produce también, a él, su viaje a Londres. Asi
mismo, aunque en otra dimensión, le asombra el desorden de las
calles de esta ciudad sumergida en el desbarajuste y el jolgorio, sin
acatar las reglas del flemático carácter inglés. A pesar de tantas per
plejidades, emite un elogio para este pueblo y alaba las virtudes de
su cultura y civilización.
Son muy justos los comentarios literarios e históricos, que le
sugiere la memoria de Byron, en especial de esa rebelión contra
el inapelable juicio, que se cierne sobre los orígenes de las personas,
imposible de modificar, una vez emitido. Tiene, a su vez un nostál
gico recuerdo, hacia Herbert Spencer, quien mucre por esos días
en Londres, acompañado por la ausencia y por la indiferencia de
sus congéneres.
Hay dos trozos de estas memorias, en que Acevedo Díaz, incurre
en la tentación de un pensamiento político, aunque, lo reviste celo
samente de un manto metafórico. Uno de ellos es el del relato de las
águilas azules, aves de nobleza infinita, que “Vuelan alto”, y “se
bañan al sol”; enfrentadas a los malvados cuervos y a los angelicales
cisnes, que se dejan comer por aquellos. Rescatamos fácilmente en
la metáfora, la imagen de los “políticos de juego sucio”, en los
cuervos; de los seres irreales, que no cuentan para la historia, en
los cisnes; para quedarse finalmente, con la de las águilas, que andan
por el cielo, por las alturas, pero que por la fuerza de sus ideales,
son los dueños de ambos, cielo y tierra. El otro trozo, es la alegoría,
donde nombra “Revolución” a una rara y maravillosa flor, que al
parecer sólo se da en Sudamérica. Es ahí, cuando interviene la pálida
rubia de sus amores, reprochando a los sudamericanos sus guerras
civiles, dando como por cierto, que los ingleses no usaron de la vio
lencia y de la crueldad para imponer su poder al mundo, expre
sando, entre ingenua y asombrada: “Yo no se, pero creía que en
Inglaterra sólo se habían peleado dos o tres veces los hombres”.
Cierra estas memorias, con su viaje y llegada a N. Y. Representa,
este “Libro de viaje” de Acevedo Díaz, como un alto en su vida
intensa y llena de vicisitudes; en ellas, se permite, quizás por primera
vez en su vida, la licencia de ser un espectador del mundo, aunque
la visión que nos ofrece, es, a su modo también comprometida.
Acevedo Díaz, fue por eminencia el gran forjador de nuestra
conciencia nacional, y es en ese sentido que debemos interpretarlo
v asumirlo históricamente. Si quisiéramos buscar paralelos, podríamos
decir, que algo similar, fue para la Argentina, Hernández con su
“Martín Fierro”.
Su literatura, aunque vinculada a un universo muy localizado,
es obra de inspiración universal; da una visión totalizadora del mundo,
en el transcurso de un tiempo, y en el tránsito de un espacio; siendo
por lo tanto, un novelista, en el sentido cabal del término.
Su inspiración puede clasificarse como romántica. Arturo Sergio
Visca (5) dice: “El mundo novelesco de A. D., aunque fuertemente
infiltrado de realismo, es, en su conjunto, el fruto de una concepción
romántica del arte y de la vida”. De esa veta romántica, es que
surge su gran obra épica: su inolvidable “Tetralogía”: “Ismael” (1888),
“Nativa” (1890), “Grito de Gloria” (1893). También en esa línea
podemos nombrar “Lanza y Sable” (1894) y “El Combate de la
Tapera”.
Toda su obra es la exaltación poética de nuestra vida nacional,
de la que transcurrió, a lo largo y ancho de nuestras cuchillas; en
ellas, sus protagonistas, unen en un extraño haz, el bárbaro con el
héroe, la crueldad con el sentimiento, la soledad con la comunión.
Sus personajes son un símbolo de poesía y verdad, de realidades y
mitos.
184
En sus libros, en la prensa, en sus actos, estarán siempre pre
sente, aunados en apretada simbiosis, sus cstremeccdorcs sueños de
aliento romántico, que lo impulsaron a emprender su larga aventura
a través del arte y de la vida, y la gran pasión que tuvo siempre
por su patria que desde sus 19 años, dirigió su paso por la historia.
185
1
LA VIDA EN EL MAR
Quince
187
ñero; y hasta uno de ellos parecía carecer de hocico pues era chato
en absoluto, bastante lanudo, y goloso de bombones y caramelos.
Al principio hubo cierta reserva y los diálogos eran muy breves,
cumplimientos de estilo entre compañeros de viaje, observación
y cuchicheos generales; pero, la jornada era a su vez larga, y poco
a poco los encogimientos fueron desapareciendo, para dar lugar a
franca familiaridad. Hasta la señorita Jori empezó a expedirse en
jerga castellana aprendida en Buenos Aires; y así solía decir con
mucha gracia lo que más había impresionado sus oídos, a saber:
“¡Come nó!” “¡Caracoles!”.
En estos días cansados de navegación, la lectura no basta, por
seductora que sea; y se anhela el encuentro de espíritus gentiles con
quienes establecer una corriente simpática que armoniza al fin ideas
e impresiones, y forma como un vínculo de sinceridad y de confianza
que duele después romper, al separarse, porque los que viajan para
opuestas zonas no dejan de su tránsito más huellas que las que deja el
ave que cruza la atmósfera y se pierde en la inmensidad del espacio.
Tarde o nunca se vuelve a ver.
Con todo, dulce es crear lazos aunque sean efímeros y fugaces,
cuando se anda entre dos abismos, y se corre el mismo destino en
caso desgraciado.
Hallar esos espíritus de que hablo, es lo difícil, dientro de un
barco que recorrerá dos mil leguas, y que no conduce de prefe
rencia más que quince personas, entre ellas cuatro niños.
Mis amistades empezaron con estas lindas criaturas, hijos de
la uruguaya que he mencionado, y que hablaban inglés y castellano
con una ingenuidad encantadora, confundiendo términos de los dos
idiomas, como pájaros que emiten distintos cantos y no se asombran
de que disuenen. Tres hembritas y un varón, blancos, rubios y 6anos.
Este último era travieso y rebelde, por lo que se produjo algún
interdicto abordo. Yo logré que el niño siguiera los consejos de su
buena madre y fuese mi amigo. Algunos días después, la señora
bastante incomodada, se expresó así conmigo, respecto a cierta per
sona:
—Usted lo habrá notado. Es de una inflexión extrema, echán
doselas de muy instruido y culto, cuando no pasa de un marinero con
uniforme de duque.
—Qué se ha de hacer, señora. Es el jefe del barco, inviste
autoridad...
—Bien podrían nombrar otro. Porque vea usted, este señor em
pezó de capitán de última categoría, es decir, en vapores que hacen
la carrera a los mares de la China; y de repente se le pasó
a uno de primera, nada menos que de los que van al Plata exclu
sivamente.
—Tendrá méritos reconocidos, será un capitán muy experto.
—En eso no entro. Pero lo que es su trato, no lo demuestra.
¿No vé usted que está riñendo a cada paso mis niños? Yo he tenido
que conducirme con firmeza, y usted ha visto anoche lo que ocurrió
en la cena, cambiando yo de lugar.
—No había razón para tanto, señora, pues no hay que dar impor
tancia a ciertas ligerezas o impertinencias. Usted hace bien en de
fender lo que cree sus derechos, y estoy yo para apoyarla; pero...
—Ya el cisma está promovido, —me interrumpió riéndose. Verá
usted que ese señor no concurre más a la mesa, en tanto vaya yo.
Los uruguayos también somos altivos cuando se ofrece!
Me penetré que aquella madre, que viajaba sola con sus cuatro
niños, era capaz de lanzarse al mar si viese a uno de ellos en peligro,
y disputárselo a los tiburones voraces; y la contemplé con honda
simpatía.
Sucedió lo que ella dijo: Aquiles se retiró a su tienda, hasta
llegar a Southampton.
II
En la borda
189
El día muy hermoso, por otra parte, distrajo los ánimos.
Mientras yo hacía una partida de ajedrez con el señor Jorge
Ufnagel, instruido y atento agente de negocios que venía de Paysandú
para Amberes, otros jugaban al “sapo” o “toro”, y al “billar” de
abordo. Las damas sobresalían en estos pasatiempos, de títulos tan
extraños, y entre ellas una joven delgada y rubia que viajata con
su tía.
La esplendidez del ocaso, nos llevó a cubierta, cesando los
juegos. Ufnagel había perdido al suyo, con la entrega de la reina.
Caía el sol. Al verde de las aguas, se iban sucediendo multipli
cidad de reflejos, no siendo el menos bello el de la sombra pardo-
tornasolada del humo de la chimenea que en largo y espeso penacho
dejaba a estribor el barco. La ancha estela y el borbollón de las
espumas aparecían más blancos que la nieve. La atrevida proce
laria del cabo venía junto a la banda en raudo vuelo, y a intervalos
se abatía sobre las aguas agitadas por la quilla para hacer su pesca.
El aire estaba tibio; la noche se presentía de una serenidad majestuosa.
Ya Sirio había aparecido y brillaba nítida la constelación de
Orion.
Recostado en la borda, recordaba yo una reciente lectura de
Cooper, con descripciones espantables sobre los furores del mar, y
la imagen siempre seductora con una aureola de abnegación y de
pureza angelical de Roderick, la casta hermana del pirata rojo,
cuando interrumpió mi divagación, un ruido leve de vestido de linón
y muselina; algo así como un aleteo de mariposa nocturna que busca
sitio donde posarse, cansada de divagar también.
III
190
—A mi nada me hablan las estrellas.
—Pues. Las pobres no pueden conversar. Me refería al lado poé
tico de la vida, algo que pudo usted dejar en Buenos Aires...
—Yo no tengo el alma poética.
—Es otra cosa. Yo no soy poeta. Sin embargo, usted hizo cuando
niña el rol de Ofelia, la que lanzaba notas de sentimiento adorable
como las arpas cólicas.
La señorita Josefa se encogió de hombros, mirando las aguas
con aire de indiferencia.
Estuvimos un rato callados.
De pronto ella dijo, con naturalidad y sencillez:
—Me voy, porque mi tía va a creer que me he tirado al mar.
Y sin recogerse siquiera el vestido, desapareció en un instante.
Descendía espléndida la reina de la noche, trazando un camino de
plata en la superficie serena del océano; y sin pensar ya en la escena
ocurrida, se agolparon en mi memoria los celebrados versos de Leo-
pardi: —“plácida notte— e versecondo raggio della cadente luna...”
IV
Vía de la esperanza
191
la uniformidad de color en el océano, sea producido por un polvo
amarillo de las costas brasileñas, más liviano que el agua y trans
formado por las sales marinas. Sea o no eso, lo exacto, el hecho
es que el fenómeno interesa, y se hace admirar más que los borbo
tones verdes que saltan junto a la banda entre el añil tintóreo.
Cuando declinaba el día, una brisa ligera encrespó las aguas;
y empezaron a sucederse los escalones de olas; que al chocar con
la proa se dividían dóciles en sábanas de alabastro.
En tanto la soledad aumenta con el crepúsculo, sube de punto
el recogimiento de los ánimos, entre los postreros fulgores del poniente
y los roncos susurros del mar.
192
Por primera vez vi sonreir de buena gana a Jessie; quien al pa
recer había dejado el lecho al murmullo de abordo, pues siéndole
propia una palidez marmórea, tenia las mejillas llenas de rosas,
frescas y encendidas.
VI
193
La señorita Josefa se apareció de pronto; y aproximándose a mi,
dijo quedito, apoyando el codo en la baranda:
—Enséñeme usted lo que hablan las estrellas.
—Si usted no tiene el alma poética, difícilmente seré compren
dido. “Ay, del que nace poeta” como “ay, de la que nace hermosa”!
Estas frases son ajenas, y las he leído por casualidad en algunos
de esos libracos que entretienen a los desocupados. Yo soy como
usted positivista. Nada de poner ojo melancólico al éter, ni de pensar
que soñando un poquito la vida sería más grata. Cosas de bardos
llorones, señorita Josefa; o de novias, que no tienen más remedio
que fantasear, mientras no están en posesión del novio...
—Menos conozco eso.
—Oh, no dudo! Yo lo decía, porque los buenos partidos, como
se estila hablar en idioma práctico; o sea novio hermoso, rico y caba
llero, especialmente rico, 6Ólo baja de vez en cuando.
—¿De las estrellas?
—Tanto como eso, no. Pero, a este mundo opaco, bajan mon
tados en un rayo de luna, barrio equivalente, y el más cercano.
Jeasie se fue tarareando a'go de sus musiquillas familiares; y
a los pocos momentos regresó con su aire marcado de abatimiento
y languidez para ponerse cerca de mi, c^n la vista en los buques
lejanos, como si aún no hubiéramos cambiado una palabra de aten
ción y cortesía.
Jori Kamatzu, cruzó a nuestro lado, con su perenne sonrisa,
y uno de los perrillos a cuestas, —el que no tenía hocico,— muy
orondo sobre los senos de la virgen amarilla, lo mismo que un
nene regalón.
Jori se dejaba besar por él a cada paso, y le permitía que le
lamiese la mejilla y un ojo de los muy pequeñas que ostentaba.
—Jori tiene sus afectos, —susurré.
—A mi no me gustan los perros.
—Oh! lo mismo me sucede a mi. Fe toman con frecuencia li
bertades que incomodan al más bondadoso.
Pero volviendo a nuestro tema primero, repito que yo no soy
poeta. Mi poesía, si la hay, o aquella a que me refiero, es otra que
la de los versos.
—He estudiado poco. Confieso que no se nada.
—Yo tampoco. Con todo, pienso que hay cosas que no se aprenden
en los libros...
—Será así —replicó con un gesto frío y displicente. Ha visto
usted como brillan luces extrañas en el mar? En la estela más,
cuando la espuma se levanta. Vamos a popa?
—Con mucho gusto. Las estrellitas del agua la preocupan más
que las de arriba.
—Están cerquita.
En esta joven impasible, con el cabello dorado, en parte caído
sobre su rostro delgado de una blancura extrema sólo se descubría
una curiosidad casi infantil.
Fuimos a popa.
Era como ella decía. Allí sobre el rastro que dejaba el buque,
las lardas se multiplicaban al infinito, siendo algunas de ellas de
194
gran magnitud, las semejantes a “tucos” de doble foco que lucían
muy debajo del remolino formado por el timón.
—Esas grandes ¿no le parecen a usted ojos de ondinas o sirenas
mitológicas sorprendidas en su sueño, que se abren y destellan
irritadas?
—Yo no conozco sirenas ni ondinas.
—Yo mucho menos! lo que he visto, lo ha visto usted: bichos
de luz, y muchos muy opacos.
—Abora me acuerdo —dijo ella— que mi tía iba a tocar el
piano, y tengo que arreglarle los papeles.
—En ese caso, señorita Josefa, ruéguele usted que no se olvide
de Strauss.
—Bueno.
Y nos volvimos a prisa.
Jori estaba de nuevo en su sitio, mirando las lardas.
vn
Una hernia
195
En tanto resonaban las teclas deliciosamente bajo las manos
maestras, ella volvía las hojas y tarareaba con su aire indolente, y
una vocecita de flauta, como si hablase en tono de escala con espí
ritus invisibles.
El joven médico de abordo, con una simpática voz de tenor,
solía cantar en alemán, acompañándose él mismo en el piano; y
hasta hubo de atreverse más de una vez al salve dimora, con algún
descalabro.
No ponía Jessie mucha atención en estos conciertos entre mar
y cielo.
Al otro día se impresionó de veras al saber que en la noche
había sido arrojado un muerto al agua.
—¿Es verdad eso?— me preguntó.
— Sí. A las doce en punto. Se ha perdido usted un espectáculo
solemne, a cansa de entregarse temprano al sueño.
—No me diga, usted! ¿Y qué pasó? El muerto es aquel enfermo
que recogimos de una barca?
—Exactamente: en la barca “Pasquale Laura”. Sucede que, ope
rado de una hernia producida por un esfuerzo desmedido en las
tareas de su buque, el pobre marinero que ya era viejo para esas
fatigas no resistió al bisturí, y falleció a las pocas horas.
—Y decían que seguía mejor; ¡qué deseos de engañar!... Y
una hernia ¿qué es?
—¿Una hernia? ¡Friolera una hernia!... Diré a usted, aunque no
soy perito en la materia, cómo la definen los patólogos. Este mal
consiste en una prolongación del peritoneo o tumor en forma de
saco, blando, elástico, que se forma en el ombligo o en las ingles
entre los músculos del abdomen, y...
Aquí me interrumpió mi indagadora con gran frialdad, obser
vando:
—¿Eso es lo que le enseñan a usted las estrellas?
—No. Pero sí las cosas de la vida positiva, que a usted tanto
gustan.
Ella se fue a largos pasos con los brazos caídos, como una libé
lula bañada por la luz de la luna, y se perdió pronto en la sombra
del entrepuente. Acostumbrado a aquellas rarezas, me puse a mirar
el mar junto a la línea de flotación.
Brillaban los corpúsculos con un fulgor muy vivo de relám
pagos verdes en mayor número que nunca, y algunas veces se dila
taban en círculos concéntricos con chispas celestes entre las burbujas
bullidoras.
El azul profundo de las aguas indicaba allí una hondura verti
ginosa; y absorto estaba en los hechizos de aquellos antros sin fondo,
cuando una voz muy suave sonó cerca, diciendo:
—¿Y cómo lo arrojaron al mar?
—¡Ah, es usted, señorita Josefa!... Pues. De la manera más
sencilla. Envolvieron el cuerpo en una lona bien ceñida en sus ex
tremos, y lo llevaron a popa cuatro marineros. Una vez allí, en
presencia de los oficiales y demás personal disponible del barco,
que al efecto se detuvo unos minutos... ¿no sintió usted cuando se
paró?
196
—Estaría dormitando.
—Es posible. En presencia digo, de un regular auditorio, el
capitán abrió un librito, y a la claridad de la bujía eléctrica leyó
una oración o un salmo con la mayor seriedad. Nadie se persignó;
pero los labios de todos, tremulaban en silencio. Enseguida cargaron
con el difunto, a cuyos pies se habían adherido balas de buenos
quilos, lo colocaron de dorso sobre la borda, con aquellos para
afuera, y lo dejaron deslizar suavemente...
No hubo más ruido que el de una zambullida.
—¡Ah, qué triste!
—En verdad. Esos fueron los funerales, sin riego de agua ben
dita, ni cánticos sagrados. El cuerpo se fue a muchos metros, que
es bien amplia sepultura para un lobo de mar.
Estuvo Jeesie callada muy largo rato, y se fue sin darme las buenas
noches.
VIII
Secretos recuerdos
197
tendido de banda, al viento todos los paños, como alas de albatros
en grupo que van al encuentro de la tormenta.
Se le contempla con placer, se le dice que es bello y arrogante;
que ha de serle propicia la estrella de los mares, y... se le confían
secretos adioses.
Y hasta que no traspone la línea, todos los ojos le siguen, y
con ellos los pañuelos blancos, en incesante agitación. Es como un
buen amigo que se aleja, y que acaso nunca se volverá a encontrar.
IX
A proa
198
todos más bien del soliloquio, con la vista perdida en los horizontes
lejanos, errabunda como la nube y la ola.
Se notaba a la evidencia en esa carga humana, pocas ideas y
exceso de instintos, poca sustancia en el cerebro y mucho desgaste
de pasiones.
Eran como fardos de tercera, con rótulo de desperdicio.
Uno, bastante joven y bien hablado, me dijo que era la segunda
vez que tornaba, para no reincidir más en su peregrinación estéril. Ya
para desencanto muy hondo decía él la prueba había sido bastante
ruda!
Desde el extremo del barco, allí donde la proa hiende las aguas
y las divide bullentes, la perspectiva era hermosa.
Mucho celeste de un tinte sin igual por su intensidad y su pureza;
mucha brisa de estío que ha impregnado sus alas con las sales ma
rinas y dilata los pulmones; mucho espacio límpido por delante;
y en la línea ideal, una que otra blanca lona bien hinchada de bergan
tines costaneros que iban rumbo al Brasil.
De cerca, siempre el hervidero de las burbujas; y poco más
allá, el océano sereno, terso, tan claro y transparente, que se veían
nadar veloces las medusas de cinturón rojo, y desplegar las aletas
a los peces voladores, para lanzarse al aire destilando gotas dia
mantinas.
Cierto es que los cuadros no cambiaban; pero, a fuerza de
examinar día a día la zona en las dos bandas, se descubrían detalles
nuevos.
Así llegamos a navegar durante horas por una de esas zonas,
cubiertas de ortigas marinas en forma de rodelas o medallas, que
bien pudieran compararse a grandes escamas de plata en un manto
de raso turquí.
Y volviendo a los habitantes de proa debo agregar que también
ellos tuvieron sus enfermos graves, sus emociones profundas y
sus funerales una noche, sin vela del cadáver ni cirios, aunque con
bíblica lectura o evangélico salmo.
Con este motivo, mi compatriota me informaba que poco tiem
po antes de partir ella de Montevideo, había llegado a esa capital
un vapor procedente de Río Janeiro, a cuyo bordo había muerto de
difteria una niña de cuatro años, siendo sus restos arrojados al mar
en presencia de su madre casi loca de dolor. Era ésta una distinguida
dama inglesa que viajaba sin su esposo.
Al regresar de la excursión a proa, ya caían las sombras de la
noche, y me encontré con Jessie recostada de espaldas en la borda.
—¿No vio ballenas? me preguntó con bastante aire de aburri
miento.
—Ninguna; y eso que, según entiendo esta es su región predi
lecta. Se habrán retirado a dormir.
Sonrióse mi compañera de viaje; y dando un cuarto de
conversión, apoyó en sus dos manos el rostro, y los codos en la
baranda.
Yo hice lo mismo a su lado.
Detrás de los dos, a corta distancia, sentí un paso firme, y ruido
de sillones largos como camas, que se ponían en arreglo. ............
19?
Eran la uruguaya y sus niños, que ocupaban sus asientos como
de costumbre, media hora antes de la cena, para saciarse con el
aire del océano.
200
vinieron a colocarse bajo el ala protectora del naturalista; y aunque
éste con ojo experto notó que aquellas calvicies, algunas prematuras,
denunciaban aves matreras y acaso muy viciosas decidióse a per
mitirles la junción dada la buena armonía que entre todas parecía
reinar, sin perjuicio de ahuyentarlas, apenas vislumbrara principio
de corrupción o de mal ejemplo.
Sin embargo: apesar de su vigilancia, ausente algunos días,
llegó a advertir, aunque tarde, que habían desaparecido con varios
de cabeza pelada, bastantes de los cuervos jóvenes; y le llamó la
atención que, entre los restantes, figurasen todavía dos o tres de los
calvetes.
Mi primera intención — me dijo—, fue la de acabar con ellos
con una escopeta cargada de sal gruesa; pero, los vi tan discretos
y graves, permitiendo que los jóvenes les rascasen las lacras y les
espulgasen los avisujos con tal aire de inocuidad patente, que desistí
por el instante de mi idea de exterminio.
—Yo que él no dejo uno vivo de los intrusos.
—Ahí verá usted.
Los sabios son previsores para todo, menos para cuidar de su
haber propio. Edifican, destruyen y reconstruyen, y a veces andan
sin corbata.
—Sí, ¿pero el cuento?
—Para colmo de males, viene de improviso una peste, una es
pecie de “muerte morada” y le fulmina en pocos minutos los seis
cisnes, sin dejarle siquiera tiempo para el empleo de algún especí
fico o reactivo eficaz.
Apesadumbrado con tamaña pérdida, resuelve conservar embalsa
madas las aves magníficas que constituían toda su afección de orni
tólogo y su ensueño.
Al efecto, hechas las preparaciones químicas necesarias, puso
manos a la obra apenas clareó la mañana.
¡Qué decepción amarga!
En el instante se fijó que todos los cuervos viejos y jóvenes se
habían ausentado; pero lo peor del caso fue que, al examinar los
yertos cuerpos de los seis cisnes, pudo verificar con espanto que
aquellas malditas aves negras los habían cribado a picotazos para
devorarles los corazones y los doce ojos celestes.
Desde ese día —agregó, para concluir su lamentable historia—,
juré no criar más cuervos y disparar con sal gruesa al primero que
asomase por mi quinta.
Ahora —siguió diciendo resignado—, empleo algún tiempo en
la cría de águilas, de las azuladas que giran en las sierras...
—He visto de esas en la sierra del Tandil, y también en la de
la Ventana —observó Jessie pensativa.
¿Y no tiene miedo que le suceda con ellas algo peor? Yo lo
digo por los patitos y los pichones.
—Parece que no. El aguarda el resultado, que a su juicio ha de
ser satisfactorio.
Afirma que hay nobleza ingénita en las aves que vuelan muy
alto y se bañan al sol.
201
—¡A propósito! exclamó de súbito Jessie golpeándose las pal
mas de las manos. Han llamado a la mesa... Usted ha hablado de
una peste morada y con ello me recuerda que tengo que hacer co
locar el ventilador cerca del asiento de ini tía, pues la pobre vive
en un tormento a causa de los golpes de sangre en el rostro.
—Bien pensado, señorita.
La simpática joven se marchó presurosa. Mi compatriota, que
estaba descansando con sus niños en las amplias sillas de cubierta,
y que sin duda había escuchado lo bastante del cuento, me dirigió
la palabra con su tono sajón enérgico, para decirme:
—Muy lindos los cisnes de ojos de cielo.
—Así es, señora; pero ideales, como el del héroe de los nibe-
1 ungos.
—En eso está su belleza. Y habrá Jessie entendido bien el apólogo.
—Quizá por completo, aunque se reserva.
Se rio aquella interesante mujer; y mirándome con expresión
sagaz, murmuró:
—Pronto le ha de anunciar su amigo naturalista que para que
darse sólo con ellas, ha hecho concluir todos los plenirrostros y
lechuzones por las águilas azules.
—Sería una excentricidad de sabio, señora. Lo sentiría por todos
esos pobres avechuchos, que tienen igual derecho al aire, la luz, el
agua y la tierra.
—Menos los cisnes ideales
XI
Un peñasco sombrío
202
El pico por delante, se iguala a una almena de castillo feudal,
con mil pies de altura.
Espontánea y acertadamente acudió la estrofa de Andrade:
En la negra tiniebla se destaca, —como un brazo extendido
hacia el vacío— para imponer silencio a sus rumores...
La isla es un antiguo presidio. Se me informó a bordo que ahora lo
era para delincuentes comunes y políticos, dato que no he podido con
firmar más tarde.
Al pasar, brilló una luz muy viva en la falda de un cerro, y el
barco saludó con sus silbatos.
La sonda arroja en aquellos lugares más de tres mil metros.
Siempre andando, rumbo a la isla de San Paulo, que no vimos
en alta noche, al día siguiente a las cinco de la tarde tocamos la
línea del ecuador, con cerca de una legua de profundidad.
Para celebrar el suceso, hubo fiesta de marineros, y mucha
alegría a bordo, en plena mar, muy lejos de toda tierra.
Empezó por una murga a proa, en que se mezclaba el vals
menudo a punta de pie de otros tiempos, con la mazurka clásica y
la jota aragonesa, todo con instrumentos improvisados y grotescos.
Luego aparecieron el oso bailarín y el caballo escarceador, pa
sándose la “troupe” a cubierta, a título de un fuero tradicional de
marina mercante que autoriza el jolgorio una vez que se llega a
mitad de la jornada. Escena de circo, con menos detalles; y la
murga sin cesar, como estimulante de las cabriolas de los pobres
marineros, eso fue todo hasta medianoche.
El cielo al levante y al setentrión, se presentaba cargado de
densos vapores. El aire ardía. En vez de decrecer en proporción del
avance hacia el norte, el calor aumentaba por grados.
XII
XIII
Nuevos funerales
XIV
Flor hiperbólica
Teníamos lejana todavía la isla de Madeira, y era una tarde de
calma asombrosa, al punto de no verse ni una golondrina de mar,
ni un rizo en las aguas, ni una negreta vagabunda.
205
En cambio se agrupaban a un lado, como formando una sola
línea con el océano, nubes de muy extraños colores, remedos de
selvas y de playas de arenillas de oro, que iban acentuando la ilu
sión de un paisaje verdadero, a medida que el sol se hundía en el
ocaso y tomaba creces la refracción de la blanca luna.
Se pasaron largos momentos en el puente del timonel, mirando
con anteojos, alguna vela perdida a lo lejos que marchaba de frente
y al través, apartándose cada vez más de nosotros, al igual de una
gaviota que vuela firme y segura hacia remotas riberas, sin preo
cuparse para nada de las ondas ni de los vientos encontrados.
Cuando volvimos a cubierta, el astro a medio esconderse apa
recía como un horno imponente de un rojo subido. La atmósfera
estaba llena de ardores.
Se recurrió a los baños. Pero también parecieron calientes.
Tornóse a cubierta, con esa pertinacia propia de los que quieren
mucho oxigeno, un aura cualquiera que refresque y reactivos contra
el hastio.
Las nostalgias del encierro en los camarotes, por cómodos que
sean, deben ser peores que los de una celda en 6uelo firme, porque hasta
altas horas de la noche quedan abandonados.
Los espacios inmensos agua y cielo, atraen, por más que nin
guno se ocupe de ellos.
Nos aglomeramos pues, en la borda y allí se conversó de todo
lo concerniente al largo viaje empezando por el juego del “sapo”,
tan divertido para tantos viajeros.
Al cuarto de hora, como de costumbre, se fue operando la
disolución de la tertulia improvisada.
Me iba a retirar a mi vez, cuando mi compatriota me detuvo
un instante, para decirme:
—Tendré mucho gusto que usted lea un pensamiento puesto
en mi álbum por un poeta uruguayo, y mañana se lo enseñaré, para
que me de opinión.
—Me será agradable, señora...
La señorita Josefa nos interrumpió aquí, diciendo, como si no
hiciera más que reanudar un diálogo suspendido:
—También me gustan los relatos sobre flores, pero de flores
raras que pocas veces se ven...
—¡Qué casualidad! —exclamó mi compatriota con extrañeza.
Sin dar importancia a la ocurrencia, Jessie se puso a mirar el
mar, cual si buscase un nenúfar soberbio o una victoria regia del
tamaño de una fuente.
—Por aquí no hay ni flor de camalote —respondí, siguiendo su
vista vaga.
—Ya se.
—Me pone usted en serio compromiso, porque yo no pulso
la lira.
—Yo no quiero flores de poeta. Pido que me hable usted de flores
de verdad, así como de los cuervos...
—Es distinto. Pero, me parece muy difícil complacer a usted.
—¿ Yu volvemos?...
—¡De qué flor he de hablarle!
206
—De alguna de su país, que afirman es tan bello.
—Verdad, así lo creo yo; sin que esto importe pretender que
otros no lo sean en alto grado, y lo superen. Sus jardines no difieren
de los de otras regiones.
—No, -—prorrumpió la uruguaya en su mezcla anglo-espafiola—
según el poeta que puso el pensamiento en mi álbum, hay allí una
flor que no está en todas partes, porque es propia nacida de la tierra.
Si ustedes quieren pasar al salón de lectura, yo lo mostraré ahora,
sin esperar mañana, como dije.
—De acuerdo.
Fuimos con Jessie al salón; y no habíamos terminado de ins
talarnos junto a una elegante mesa de bésig, cuando mi compatriota
estaba ya de regreso con su álbum.
Era éste pequeño, de tapas finas con incrustaciones de nácar,
y unas iniciales doradas en el centro.
Contenía diversas banalidades, de esas que se llaman “pensa
mientos”, aunque más se asemejen a flor de cardo o a “santamaría
cimarrona”.
No importa esto negar que hubiese en realidad dos o tres her
mosos.
Por su intención, descollaba esta alegoría, que era a la que se
había referido la dueña de los autógrafos, escrita así textualmente
en tinta violeta:
“Flor-doble. — Es de tinte blanqui-rojo, llena de misterioso
encanto.
“Nace en el bosque; aparece en la falda de las sierras, en rivali
dad con los claveles del aire; sur je en el valle; brota a millares en
la orilla de los ríos, en las márgenes de los arroyos, y hasta en los
bordes de las lagunas.
“Para todos tiene interés en el llano, en la altura, en los cármenes
urbanos, en los campos más desiertos, al ribazo de lo lagos, en los
montes abruptos, en la tapera abandonada, en el potril oscuro.
“Se le suele ver al pie del ombú gigante; luce en el ventanillo
de los ranchos; se impone en las cuchillas a las pobres margaritas;
humilla arrogante a la violeta; y va a disputar su sitio al humilde
trébol en el fondo de los barrancos. ..
—“¿Será la que dicen camelia disciplinada?
—“Esta flor no se llama camelia. Los hombres la arrancan y se
la ponen en el ojal de las blusas; las mujeres en el seno; l«s niños
la llevan en las manos desde que la conocen; las novias en el ca
bello; los viejos la conservan en floreros especiales; las viudas la
riegan cada día con sus lágrimas; los huérfanos la besan entre so
llozos; y no pocos ministros del Señor la colocan en lou altares
como la rosa de Jericó.
—“Ah!... Será la flor del ceibo?
—“No es del ceibo. Esta flor embriaga con su aroma agreste,
casi salvaje, a los varones; hace desvariar a l;<s mujeres; pone fuera
de sí a los ignorantes; transforma en héroes a los valientes de verdad;
convierte en mártires a los fanáticos; y es en el fondo de los hogares,
algo semejante al incienso en las iglesias; su perfume llena el ambiente
de cada mañana.
207
—“Qué flor maravillosa! Y cómo se llama?
—“Souzamérica.”
Después venía la firma del poeta.
Para mi, era un seudónimo, que respeté.
Tampoco la dueña del álbum puteo interés alguno en desvane
cer mi duda.
Concluida la lectura, pregunté a la señorita Josefa si se daba por
satisfecha con aquella flor tan singular.
Ella se volvió rápida; y por primera vez me miró con mucha
fij?za un buen momento, como queriendo leer en mi cara si yo
hablaba en serio.
—Por lo demás, —añadí—, esta flor parece de mayor valimiento
que la pasionaria, vulgarmente conocida como flor del mburucuyá,
que contiene en sus hojas todos los símbolos del calvario.
Entonces, Jessie rompió su silencio, con aire grave, para decir:
—Así como la flor se llama, se expresan en Inglaterra al hablar
de nuestras repúblicas. Lo he oído varias veccis en Southampton.
—Si... Lo creo.
Mi compatriota intervino aquí con su tono resuelto habitual, y
estas frases concretas:
—Los ingleses al decir, a veces, Soutliamérica, quieren isignificar
guerra civil permanente.
—¡Ah! ignoraba, señora. Es una traducción bien extraña y vio
lenta. Entonces... la pobre flor se llamará así!
—Y ha estado bien este poeta, al escribir eso, en el álbum mío?
—Ya que usted me pide opinión la daré con franqueza. Me
parece que el poeta exagera, señora.
Las personas de buen pensar y de buen sentir de nuestra patria,
que no son pocas, no quieren la guerra civil; y si acaso, sólo toleran
las revoluciones con causa justificada y recto derecho. Estas mismas
van a desaparecer muy pronto, porque nuestra sociabilidad ha avan
zado ya lo suficiente para no aceptarlas sino como medios muy extre
mos, como se admitirían en Inglaterra misma, si el rey, en vez de
un varón discreto y justo, fuese un tirano peligroso. Tal vez venga una
guerra más, que asolé el país por algún tiempo; pero, es mi convicción
personal de que será la postrera de carácter serio por el número de
elementos y de hombres en acción.
Así es que el trovador del álbum ha fabricado una flor hiper
bólica ...
—Pero, hay guerras siempre.
—Sí, en casi toda la América del Sud, más en unas zonas que
en otras. Ninguna de ellas ha escapado o escapa a esa ley fatal. Por
otra parte, sabido es que son repúblicas muy jóvenes y aún bastante
despobladas. Desprendidas no ha un siglo de la vida de colonias,
han hecho sin embargo bastante en sentido de sus progresos.
No se ganó Zamora en una hora.
Ningún país como Inglaterra, pasó por más espantosas y deiso-
ladoras guerras civiles, durante siglos enteros, para constituirse.
—¿Estuvo usted ya otra vez allí? —me interrogó Jessie algo ad
mirada.
208
1
—No. Voy para allá de paso. Por mucho más de mil años tuvo
su flor rara, que no se llamó como la nuestra Souzamérica, sino algo
peor; y tuvo sus rosas inás letales y terribles que las aromas de la
India, llamadas “rosa blanca y encarnada rosa”.
Nuestra flor es apenas de ayer y pronto no quedará de ella más
que la tradición.
Comparada con las viejas rosas inglesas, es nuestra Souzamérica
una rosa de Malherbe: fugaz vida de una mañana.
—Yo no se, —dijo Jessie un poco confusa y con una ingenuidad
encantadora—, pero yo creía que en Inglaterra sólo se habían peleado
dos o tres veces, los hombres!
Mi compatriota, al oir esto, se echó a reir con la mayor donosura.
209
La ascensión por gradas llega a rendir, aun cuando se vean
nuevas maravillas más arriba: una iglesia a dos mil pies; una torre
en lo alto de una montaña; y en sus cercanías, por todos lados,
cabañas que apenas asoman, constantes viñedos, hoteles, mansiones
de descanso v de recreo, glorietas perfumadas, avenidas dentro de
boscajes, pabellones y doseles, que brindaban paz y quietud con
exquisitos manjares, vinos y frutas.
Había primerizos de luna de miel, y no pocos novios de otros
países, ingenuamente recostados en los asientos del tránsito, debajo
de los pinos, riéndose de los afanes de los que escalaban las cimas.
En la gran maraña poética de aquel plano de accidentes extra
ordinarios. no se percibían rostros lindos, ni aún al pasar rasando
con las vidrieras o balcones, sin que esto importe negar que lols
haya, pues las horas de admirarlos quizás no fueran esas. En el
hermoso templo, que está a dos mil piéis de elevación, no había con
currencia. En este edificio, como en muchos otros, se ha hecho obra
de varón; representa un esfuerzo considerable de ingenio y de tra
bajo material.
El viaje de regreso hasta determinado sitio, es de poca pena.
Se baja suavemente contemplando grandezas naturales; y luego
se usa de un vehículo sin ruedas, ni tracción de ninguna especie,
fuera del impulso muscular del hombre que lo dirije por detrás,
y marcha con gran velocidad y firmeza sobre dos maderos en forma
de patines por rectas y curvas, caminillois y vericuetos, entre casas,
huertos y viñedos, a los bordes de los barrancos, sin tropezar jamás,
más o menos lo mismo que los carrito^ de las montañas rusas.
En terreno muy descendente, produce ansias, sino vértigo, pues
se le abandona a su propio arranque inicial en tanto el guiador lo
acompaña a la carrera, cuidando que no se desvíe y dé en tierra
con su carga o se precipite a las profundidades de uno u otro flanco,
al igual de un lagarto perseguido que se arroja con el apéndice en
alto ladera abajo salvando obstáculos con la rapidez de una flecha.
A pesar de esto vuelo, más que viaje, el especial trineo tiene
su parada de reposo, cerca ya de Funchal; y allí se vendían flores,
que se aceptaron, aunque se traían muchas obtenidas en la socorrida
fuente de nuestra señora del Monte, precioso paraje intermedio en
la fantástica gradería que conduce a la iglesia de la cumbre.
De esa pequeña industria, como de la de guía, se ocupan los
pobres siendo de notar cómo las mujeres siguen y vigilan a sus
menores que expenden camelias, y a sus maridos inválidos o no,
que sirven de lazarillos, en razón de la dádiva, y por si estos últimos
van a destinarla a cosas impropias cuando la miseria reina en el hogar.
Algo observé también en la excursión a los cerros que me trajo a la
memoria detalles del Salto uruguayo y de Concordia; y fue el canto
de los gallos a la caida de la tarde, en tan crecido número, que era
difícil distinguir uno completo entre una red nutridísima de notas
guturales. Como en todas las cosas los de los malos y medianos en
mayoría, ahogaban los de raza pura, correctos y vibrantes. Parece
que los gallináceos están en proporción con la» viñas, y que del pollo
y el huevo se hacen grandes acopios.
210
Una vez en el puerto, cuando ya el sol se escondía, no pude
menos que fijarme en la construcción del pequeño fuerte artillado,
así como en las murallas de la cárcel.
También me habían llamado la atención algún acueducto y
varios puentes de corto radio; y, ante aquella arquitectura, que se
conserva en buen estado, a pesar de los años, instintivamente recordé
las ruinas y vestigios aún en pie de la Colonia del Sacramento, donde
Portugal dominó por siglos, con la clarividencia del conquistador
de genio, que encuentra la llave de ríos prodigiosos, y prevee emporios
de grandeza en remoto porvenir.
Partimos muy de noche del puerto de Funchal.
La iluminación eléctrica, tanto en la ciudad como en los apar
tados puntos de la isla, que dominaba la vista, era de un efecto
sorprendente.
Las luces no se reducían a simples picos o bujías, pues brillaban
lámparas de fuerza y grandes focos, de distintas formas y colores
según el cristal que la¡s rodeaba. La naturaleza del terreno no permitía
seguir paralelas de antorchas; pero en cambio las alturas las presen
taban en todas figuras geométricas, sea por su distribución casual o
por arte de multiplicidad calculada.
El hecho es que, de la playa a la mayor altura de las montañas,
la fuerza motriz se diluye en ángulos y triángulos, cuadrados y tra
pecios, fanales blancos y rojos, diademas y tres Marías, todo espar
cido en un manto de terciopelo negro a manera de rubíes, topacios
y lentejuelas de oro.
Era un remedo de cielo, cuyas estrellas titilan en aquellas aguas
como en una lámina de plata tersa y bruñida.
Al zarpar de su cómodo puerto, todos la saludamos con simpatía.
Adiós, linda Madeira! Aunque Fenelón no te hubiese escogido
como lugar de descanso de Ulyses y Telémaco, te admiramos y te
erigimos en reina del mar por los portento» de tu hermosura y tus
halagos de sirena.
XVI
Aquilea en au tienda
211
El interdicto proseguía con el jefe del buque, que tampoco aparecía
en la mesa por evitar discretamente cualquier desazón.
La causa era insignificante. El buque se pintaba, y los pequeños
en sus juegos, borraban en alguna parte al recodarse, la mano de
obra. El capitán de genio un poco ligero, y demasiado imbuido
de su disciplina alemana, protestó contra la conducta de los niños.
Entonces la señora madre, dijo:
—El buque no se pinta cuando se viaja. Mis hijos tienen el
derecho de andar por donde pueden y deben, mientras no falten
a nadie.
A esto argüía el capitán:
—El vapor se pinta antes de pasar la línea, porque después el
frío y la nieve malograrían la refacción; y ésta se hace para que
esté en términos así que llegue a Bremen, pues ha de realizarse a
bordo una fiesta de navidad.
—Y qué me importa a mí que esté o no en términos para sus
fiestas. Mis hijos han pagado su pasaje para viajar, y no para ser
amonestados.
De ahí el conflicto. La uruguaya desplegó energía y se mantuvo
firme.
El día que arribamos a Funchal estaba cerca de mi esta dama,
cuando el agente de la empresa preguntó al capitán desde el bote
en que venía, lo que necesitaba en víveres de refresco. El capitán
contestó en el mismo idioma; esto es, en alemán.
—¿Sabe usted lo que ha dicho? —me preguntó mi compatriota.
-Ño.
—Pues ha respondido que ni agua precisa, cuando consta a todos
a bordo, que se nos da agua del mar mal destilada, y salobre. ¿No
es cierto?
—Un tantico. Pero hay que contemporizar, señora. En estas
cosas...
—¡No! es que ese hombre abusa de nuestra paciencia.
Comprendí que se agravaba el entredicho; y me propuse desde
ese momento de atenuar sus efectos, aún cuando el capitán continuase
retirado en su tienda.
La señora compatriota a que aludo, era bastante instruida, y de
nobles aficiones intelectuales.
Hacía pocos días me había manifestado deseos de leer la vida
de Jesús por Ernesto Renán, que ella sorprendió una mañana en
mis manos.
Aproveché esta circunstancia para facilitarle el libro así como
la obra de Fedor Dostoyewski titulada La casa de los muertos, que
le servirían de distracción.
XVII
212
arreciaba la tormenta, sin darnos lugar a un desembarque oportuno,
para aprovechar las cortas horas de estadía en el pueblo de Vigo.
Sin embargo, poco después se establecía una relativa calma, y
quedaban serenas las aguas de la bahía.
Invité entonces a mi compatriota a bajar con sus niños en busca
de un poco de pasatiempo, a lo que accedió complacida.
Eran varios los de la excursión.
Los alrededores de Vigo son terrenos montuosos. En uno como
morro, existe una fortaleza vieja. La ciudad es bonita con algunas
calles y edificios de estructura moderna, y muchos de arte antiguo
con grandes vidrieras corredizas, patios y flores.
El carruaje en que íbamos, a causa de haber recomenzado una
lluvia menuda, circuló por diversos sitios, y se engolfó en callecitas
originales de pocos metros de largo y sumamente estrechas, asiento
del pequeño comercio, y en las que pululaban buen número de
criaturas y mujeres.
De aquellas casas caprichosas, patios y balcones de un estilo en
desuso, parecía surgir entre los claveles un aroma medieval.
A pesar de la inclemencia del tiempo que a todo daba un tinte
de tristeza, el aspecto de esos barrios me fue muy agradable por
lo singular de la arquitectura, el envidriado profuso, la diversidad
de tipo y el parloteo de la hermosa lengua española.
El tránsito por este extremo de la gloriosa e histórica nación
que tanto amamos en el Plata, fue de breves instantes; pero la
impresión duradera.
El detalle de la exigüidad de dimensiones en ciertos ríos, había
de sorprenderme en mayor grado en Londres, fuera del centro, por
su extensión y lugubridad.
Siquiera en Vigo se poetizaba la ruina y la pobreza con patios
hermosos con macetas de lilas, cedrones y jazmines como una faz ri
sueña de la vida entre las angustias mismas de los días sombríos.
Las rondallas de por allí tienen el encanto del cuento y de la fábula,
y no el horror de indecibles tragedias!
Nos reembarcamos de tarde, bajo temporal.
Un día después, la dama uruguaya me devolvió el libro de Renán,
dicicndome que lamentaba no comprender con claridad algunos giros
de la traducción, a causa de haberse consagrado desde muy niña
con preferencia al inglés; pero al mismo tiempo, me señaló dos juicios
del autor, que la habían preocupado.
Los releí en alta voz.
El primero decía:
“Sócrates y Moliere no hacen sino arañar la epidermis. Jesús
introduce el hierro candente hasta la médula de los huesos.”
—¿Es eso exacto? me preguntó.
Guardé silencio.
Y pasé al segundo:
“Y él, que tan dueño de sí mismo y tan desembarazado se encon
traba en las márgenes del risueño lago de Tiberíades, se sentía incó
modo y como fuera de su centro junto a aquellos pedantes. Sus perpe
tuas afirmaciones de 6Í mismo llegaron a tener algo de fastidioso, y, a
su pesar, tuvo que hacerse controversista, jurista, exégeta y teólogo.
213
Su conversación, tan llena de gracia ordinariamente, llega a ser un
fuego graneado de disputas, una sucesión interminable de luchas
eclesiásticas. Su armonioso genio se gasta en insípidas argumentaciones
sobre la ley y los profetas, en las cuales desearíamos no verle algunas
veces el papel de agresor.”
—¿Y esto? —volvió a interrogar ella, apenas terminé el releído.
—¿Esto? Para comprenderlo bien, sería preciso recordar todo
lo pasado a orillas del Tiberíades y en el valle terrible de Ghenna;
los hechos y la calidad de sus adversarios; y por fin, el espíritu y
tendencias de la época.
—Sí, —observó con gran viveza; pero en el fondo resulta que
él también perdió la paciencia ¿no es cierto?
—Si a tal conclusión vamos, señora, diré que en el texto de Renán,
eso se afirma.
Interrumpió aquí nuestro diálogo un gran balanceo del buque
y el embarque de una onda audaz junto a la cámara del timonel que
nos obligó a separarnos.
XVIII
214
El vapor se detiene. A más de montañas de agua en escalones,
tiene nieblas densas por delante. La máquina trabaja en vano; el
timón se alza sobre el nivel, y las hélices giran impotentes en el aire.
Algún tiempo se conservó estacionario, como si hubiera echado
anclas en fondo firme.
La golondrina de mar inseparable compañera, sigue en sus giros
admirables; y cual si quisiera dar a la nave ejemplo de serenidad
e intrepidez, se abatía fina y ágil en la pequeña llanura que impro
visaba la onda mugidora, y allí se estaba flotando hasta que otra
cresta imponente llegaba al sitio y la compelía a una airosa curva
en el espacio, para volver a posarse un poco adelante entre riegos
de burbujas como ella voladoras.
A modo de serpientes que se revuelven y se enroscan entre sil
bidos se sucedían las oleadas, que el viento pulverizaba en lo alto,
o convertía en verdosos remolinos de una velocidad pasmosa.
Cuando el buque reinició su marcha a un tercio de fuerza, por
haber aclarado, la tempestad recrudeció con mayor violencia, y em
pezó a embarcar torrentes bullidores por la banda de estribor.
Estas aguas invasoras corrían a lo largo de la cubierta y tornaban
al mar por conductos especiales y canaletas.
A nuestra derecha, para confirmar que el mal era llevadero,
un vapor pugnaba por vencer obstáculos entre espantosos vaivenes;
y un bergantín, también con rumbo opuesto, y corridas todas sus
grandes velas, se había detenido entre el hervidero de espumas, re
cordando a un vigoroso domador firme y tieso en los lomos de un
potro salvaje.
Nos hallábamos muy próximos al canal de la Mancha, o del
paso Inglés, como le llaman algunos marinos jóvenes.
El cambio no tenía nada de halagador en esa zona traviesa; pues
apenas nos deja la tempestad con que nos recibiera el golfo de Gas
cuña, para que nos tributase honores durante tres días, pasado Cher-
bourg, volvió a cogernos como quien dice de bolea, sin dejarnos de
mano, ni aún en Southampton mismo, a cuya dársena no pudimos
arribar por falta de práctico y la oscuridad de la noche.
Recuerdo que en medio de la borrasca, viéronse en el oriente
dos rayos de sol muy pálidos y débiles a través de espesos vapores,
en tal forma colocados que no difería de los que se presentan en
ciertas estampas sobre la cabeza de Moisés con las tablas de la
ley en la cima del Sinaí.
Un judío que venía abordo, así los contempló un momento, dijo:
“en el canal nos aguarda el epílogo”. Así fue.
XIX
En tierra de prodigios
215
travieso; Jessie y su tía, que iban a pasar seis meses en esa bella
ciudad, llena de encantos y de notables monumentos históricos, em
pezando por la capilla gótica en que contrajo nupcias Catalina de
Aragón y terminando por la última de sus antiguas fortalezas.
Al despedirme de Jessie, hice votos por su dicha. Todos éramos
aves de paso; acaso no dejáramos más rastro que ellas al surcar los
aires; tal vez nos volviéramos a encontrar en otras regiones algún día,
que pocos saben adonde les arrastra la fuerza de su destino.
Por el momento había terminado nuestra odisea en el mar con
buena suerte; y tiempo vendría de entregarse de nuevo a sus azares...
El simpático cónsul general de Norte América, coronel don Al
berto W. Swalm, tuvo la deferencia de recibirme en la dársena, y
de constituirse en mi guía y mentor en el país isleño; y justo es
que aquí le reitere mis más sentidos agradecimientos, a6Í como a su
distinguida esposa, por sus nobles bondades.
También el señor Herbert Guillaume, canciller del consulado
uruguayo, quien se sirvió trasmitirme informaciones útiles.
Ya muy tarde, al otro día seguí con mis hijos viaje a Londres
en un tren rápido.
Marchaba éste entre una doble serie de ciudades y pueblos y
cuando se manifestaban claros, cesando las nutridas filas de edificios,
y de humear millares de chimeneas, era para admirar bosques
artificiales, trazos de correcto labradío, ingeniosos canales, intermi
nables acequias, fábricas dispersas en las colinas como jalones de
la industria que no ha dejado a la holganza ni un palmo de terreno.
Luego con las sombras, se hizo más imponente el pasaje por
los túneles, el encuentro cada dos minutos con otros trenes que en
traban y salían de las agujas con la velocidad del rayo, la reaparición
de ciudades y villas bajo el resplandor eléctrico, el cruzamiento de
nuevas columnas de vagones con destellantes linternas multicolores,
la irrupción a los puentes y la entrada a las curvas antes que hubiera
concluido la sorpresa, y a medida que se disminuía la distancia,
más compactos aparecían los centros urbanos, más fantásticas sus
calles inundadas de focos, más densos los gases en la atmósfera, más
ruidosos y colosales los talleres, todo como revuelto en un torbellino
de relámpagos, truenos, brumas en el fondo oscuro de la noche.
Al fin, el tren se detuvo...
Estábamos en Londres.
Antes de entrar al emporio conviene anticipar que la población
de muchas capitales se refundiría de un modo insensible en esta
metrópolis, así como las legiones de cien ciudades cabían bajo el
casco de oro de Minerva.
Para concluir con otra imagen de orden mitológico, exacto es
agregar: que nadie ve nunca en Londres la cuadriga de Helios avan
zando rápida por las regiones de la aurora.
Habíamos llegado al centro maravilloso de los días 6Ín sol, de
los crepúsculos tristes y de las noches sin luna y sin estrellas.
216
se aleja del foco radioso, se engolfa en las vidas del plano semi-
oscuro, se interna por grados en la maraña de callejas de la ciudad
tenebrosa donde empiezan a esbozarse los tipos siniestros, y se hunde
por fin en el dédalo de arrabales casi dantescos donde se vaga, se
gime, se ruge por aceras sombrías, se estropea el idioma, se ultraja
a la moral en la tiniebla, y corren riesgo la propiedad y la vida.
Cierto es que la acción policial alcanza hasta allí, que acom
paña al viandante si éste la solicita, y que el orden no siempre se
altera, aunque en semejantes lugares sean casi nulos los lazos de
la disciplina y el temor mismo al castigo. En ese pandemónium de
las bajas capas sociales se entraña el peligro, no fácilmente conjura-
ble, si espíritus mal inspirados, instruidos y enérgicos agitaran con
alguna violencia el ambiente corrompido. Hay tal grado de pobreza,
trascienden tantas tribulaciones, trasudan tantas agonías, se incuban
hora a hora tan crueles dolores, se desarrollan dramas íntimos de
naturaleza tan salvaje, que extinguir estas ciénagas del vicio parece
obra imposible.
Como lo afirman todos, causa impresión el aventurarse en esos
laberintos circunvalados de casas altas, oscuras, silenciosas donde
parecen refugiarse las almas en pena, oirse hermanados el reniego
y el lamento, sino es la carcajada cínica con la disputa feroz. Lo
repudiado y lo abyecto han hecho liga; se incrementa y cunde el
vicio como un ácido deletéreo. White-chapel, por sí solo, cuenta
medio millón de hombres. Se ven en este barrio apartado callejuelas
extrañas, moradas tétricas, rostros taciturnos, que en rigor imponen,
y mueven a pensar en los estragos de una reacción atávica en el día
fatal de la decadencia.
Allí mismo, y en el barrio de los judíos, se alzan algunas cons
trucciones de la opulencia, como un contraste obligado al exceso de
miseria. Por lo frías y severas, recuerdan a los feudos con almenas
y puentes, y a ellas no llega la protesta ni la ira del de abajo, que
se estrella en sus muros al igual del ave errabunda cegada por la
refracción solar en una pared blanca.
A cada uno de esos palacios aislados siguen interminables hileras
de mansiones vetustas, asilos de las familias infortunadas en que
se sufre la pena negra, y en cuyos escondrijos y tugurios pavorosos
no se eleva la plegaria o el ruego, porque ha muerto toda conciencia
moral y hasta la última esperanza.
Empero desde el tiempo en que Foucher lanzaba frases conmi
natorias sobre Londres, mucho han hecho sus altas clases en sentido
del cambio, del confort y de las comodidades para obreros. Muchas
son las instituciones de caridad; y los hospitales se sostienen y pros
peran con los dineros de la aristocracia. Los hay hasta para los
animales útiles, con profesores de nota. ¡Cómo sería ha veinticinco
años la condición de los proletarios, si ahora los inhábiles asombran
por su número!
Fuerza es detener el automóvil ante las fauces abiertas del barrio
de San Gil, y regresar al centro.
Cae la noche. Todos miran, se agrupan y comentan, porque
aquel vehículo se usa poco, es caro y se le mira con cierta prevención.
Por esos lejanos parajes, llenos de caminos tortuosos, muy angostos,
217
mal soleados y escasa lumbre, el carruaje eléctrico es novedad de
lujo.
Los cuadros conmovedores de la desgracia no necesitan muchas
miradas; basta una, para el que sabe del sufrimiento humano.
¿Quién en ese caso, no se da cuenta exacta del horrible amargor
diario de la infeliz ralea, que se arrastra al pie de los jardines col
gantes de Babilonia?...
XXI
XXII
218
mina; las chimeneas continúan lanzando bocanadas espesas con chis
pas; el tráfico toma vuelo, se acrecienta, se condensa, lo mismo que
un montón informe de equipajes y trenes de guerra a la entrada de
un camino perdida la batalla.
Parece que los vehículos se empujan, se atropellan y van a des
trozarse. Y el choque no se produce. El mayoral hace una seña;
el cochero se desvía; el carrero se contornea; el automóvil cruza
roncando; el ómnibus parece cimbrarse; el tranvía marca el paso;
y hasta se da tiempo a que un entierro desfile tranquilo por las rendijas
o claros.
Es que se encuentra el policeman en su sitio, en posición acadé
mica de esgrima, con su casco bien ceñido y tendida la diestra para
evitar el menor contacto.
Ante estos espectáculos llenos de vigor, de pujanza y de radia
ción intensa; ante este movimiento insuperable de multitudes que
elaboran y que lucran conscientes y viriles, comprende el observador
atento cómo es que ya para ellos la voluntad es reina y el tiempo es
oro, la paz pública un precepto inviolable, el ahorro una virtud,
autoridad simple la del rey, y no majestad de tirano, templo la
escuela práctica, religión el hogar, gloria la industria, todo con fe
en el futuro y Dios en el alma.
El pueblo inglés es una sociabilidad de ingenio, de iniciativa y
de labor; tres condiciones indispensables para mantenerse por arriba
del nivel común, y seguir reclamando un buen grado de superioridad
moral en la lucha por la existencia.
De este ejemplo deberían aprovechar otros pueblos sin celos ni
precipitaciones, si aspiran a elevarse aunque sea en silencio sobre
sus propios extravíos, para surgir alguna vez con aptitudes indiscu
tibles, y brillar en definitiva a expensas tan sólo de su esfuerzo y
de su sudor.
Un detalle muy interesante, es justo consignar aquí, ya que eco
nomistas y publicistas de gran renombre han negado el hecho, o
por lo menos, augurado mal del antagonismo de las dos fuerzas.
La grande y la pequeña industria, en vez de hostilizarse, mar
chan como buenas hermanas. La mayor mira sin desprecio a la menor.
No son decenas, son centenas de miles de fábricas, talleres y obra
dores, las que cuenta Inglaterra, correspondiendo a Londres la más
considerable porción; y no son centenas de miles, sino millones de
obreros los que trabajan en ellas día y noche, acumulándose en la
metrópoli la suma más alta, con el empleo del vapor, del gas, del
petróleo y de la electricidad como medios motores. Hay también
talleres en que sólo se usa la fuerza muscular, con un tesón y una
energía asombrosos. En materia de hilados, el esfuerzo se multiplica
al infinito, lo mismo en tejidos de lana y de algodón, que en los de
seda, de encajes, de rasos, de medias, de lino, de cáñamo en enormes
cantidades. Los obradores montan también a decenas de miles, y
de su seno salen sólidos vagones y trenes, numerosos artefactos de
hierro, cadenas, anclas, cables, barras, lingotes, composición de tintes
e infinidad de objetos reclamados por el comercio y la industria del
transporte dentro y fuera del país.
219
Todavía se estilan allí los ómnibus que desterramos de Monte
video hace muchos años, en las calles donde no hay tranvías, que
son las centrales y las populosas.
En talleres pequeños, que son incontables, se fabrican el gas, las bu-
jías y velas, las cerillas, muebles de todas clases, utensilios de hierro, pro
ductos alimenticios, sombreros, calzados, cuchillos, cerraduras, enseres
de escritorio, baúles, valijas, armas de caza, anteojos, relojes, instru
mentos de música, aparatos de óptica, vajillas de mesa, y otros mu
chos objetos que, a pesar de su aumento constante, nunca superan
las exigencias de la demanda.
De todo ello resulta que, en este admirable país manufacturero
y fabril, las grandes industrias se sienten cómodas y prósperas, y
las pequeñas muy ufanas y desenvueltas sin miedo alguno a la sombra
del manzanillo, o de la aruera, para emplear un uruguayismo
oportuno.
Esta vida de Londres, que es un prodigio, sólo puede ser pareada
por otro prodigio: el de New York, su rival incomparable en el
renombre y la fortuna.
XXIII
La Torre
220
históricos, rebullen en la mente y adquieren tinte y vida los dramas
crueles; créese oir allá en el fondo de la capilla un perpetuo salmo
a la muerte, renacer las escenas palpitantes de amor y odio, de in
mensos cariños y agravios formidables, y verse brotar hilos de lá
grimas y gotas de sangre muy roja de la muralla fatídica.
De lo profundo de aquella noche de piedra no surge ni un
resplandor, sino que se alza un vaho asfixiante de memorias horrendas
con su cortejo de rencores y venganzas, de intrigas y de calumnias,
de celos y de envidias, de suplicios sin proceso ni sentencia, de pa
siones rebeladas en sublime paroxismo, de virtudes santas que trasudan
con la protesta escrita en el muro despiadado, y de roncas voces de
la conciencia pecadora que se retuerce en la soledad infinita de su
duelo.
La Torre Beauchamp se destaca fría, de una lugubridad inde
cible, frente al patio de las ejecuciones.
Penetré en ella, con mis acompañantes.
Un guardián de casaca roja y bonete redondo de piel de mono,
bajo y cuadrado de espaldas, ojos saltones y patillas de tigre de
Bengala, nos salió al encuentro para enseñarnos las inscripciones di
versas hechas en el muro por personajes célebres que allí moraron
durante lustros o de allí salieron para el último suplicio.
Esas inscripciones se conservan íntegras algunas, y otras borradas
en parte, aunque practicadas a punzón; y para todas por ser casi
indescifrables a simple vista, se necesita el uso del lente.
Las hay con adornos y escudos, amontonadas, como archipié
lago, sin duda para aprovechar el corto espacio de los parástades,
utilizable a la escritura por la tersura del revoque.
Están en latín, según la costumbre de la época.
El aspecto impone; los detalles estremecen; el conjunto árido y
severo invita al recogimiento.
Todo dice en su silencio espantoso: debí ser una obra sin nombre.
XXIV
Eduardo y Ricardo
Empieza el paseo dantesco...
Aquí, en esta estancia lóbrega, un hombre de gran valor sollozó
años enteros; en aquella otra de rudo enverjado, una bella impeni
tente besó con su bermeja boca el granito, creyéndolo menos duro
que el corazón de su dueño implacable; allá, bajo esa bóveda ceni
cienta, levantó su plegaria Ana Boleyn, calificada de infiel y de
incestuosa por Enrique el octavo, Barba-azul de levadura real...
Por este descenso de escalones increíbles, empinados y torcidos,
cubiertos de grietas y desgastes, que más semejan tramos de una
gruta, formados por lobos marinos, bajó la infeliz hermosa al pe
queño corredor sombrío que conducía al puente y al patio fatal,
donde la aguardaban el sayón, el tajo y el ataúd...
El mismo sendero de congojas y tinieblas siguió Catalina Howard,
quinta esposa desdichada, envuelta por el suspicaz monarca en una
trama de celos...
221
su
XXV
222
es el coronamiento de la torre Blanca, cuyas paredes de grande
espesor y claraboyas caprichosas por no decir troneras, denuncian
a pesar de la mano de obra posterior que también tuvo sus puntos
de analogía con la torre del hambre en que se mordió las manos
Ugolino y vio fallecer uno a uno sus cuatro donceles para que él
comiese de su carne.
Con todo, mucho atenúa allí un notable museo de armas antiguas
el horror de los recuerdos.
De blanca no tiene la torre nada, salvo esas armas; sin duda
de ahí proviene su nombre.
Por lo menos, aparejadas con las épocas que ellas simbolizan,
sugestionan por distintos conceptos; aunque pasada la impresión, el
recinto mismo obligue a pensar en las escenas pavorosas desenvueltas
durante centurias en medio de tanta grandeza.
Hay allí abismos para la memoria, como misterios en un mar
de fondo.
En contraste con las sombras del delito, lucen los aceros heroicos.
Lo legendario en el amor y el odio, se entremezcla y confunde
con lo legendario de la gloria, a modo de intrincados gavilanes en
el puño de una espada triunfadora.
Bajo las arcadas negras, destellan claridades las prendas del
valor y de la guerra; aun aquellas que empuñaron los monarcas
homicidas, sin excluir las del paje, el juglar y el escudero.
La costumbre caballeresca encerrada en la torre, inmóvil dentro
de sus armaduras y tiesa en sus corceles vestidos de hierro, no es
estafermo para el comerciante, el industrial, el cambista y el obrero
que la miran y contemplan con asombro y respeto, por ese espíritu
conservador a que me he referido al hablar de Londres y de los
caracteres de la raza.
Es un deber casi religioso, guardar en cofre o bajo lápida el
puñado de polvo a que ha quedado reducido el cuerpo de un procer
o de una adúltera, de un mártir o de un reo no vulgar. Con mayor
motivo, los objetos valiosos o sencillos que en paz y en guerra usaron
otras generaciones de más talla física, más ardorosas e impulsivas,
con otras propensiones y muy diferentes ideales.
El culto de los muertos se extiende a todos los símbolos mate
riales de sus épocas respectivas, y los museos tienen por fin la ense
ñanza y el ejemplo por los ojos con sus muestrarios solemnes orga
nizados por reglamentos irreprochables y vigilados por guardias
severos.
Lo grande, lo mediocre, lo pequeño, lo diminuto tiene su repre
sentación y su composición de lugar, desde el rey guerrero hasta el
barón modesto; desde los gigantes lanzones de torneo hasta la
panoplia de estiletes y puñales; desde la coraza y el escudo feudal,
hasta los hierros oscuros del suplicio.
Do quiera brillan puntas y broqueles, espuelas y acicates, cascos
y viseras, porque el ciudadano es extremoso en estas vetustas reliquias.
Más que amar la forma, que suele ser tosca, se venera el objeto.
Las cosas de la edad media se destacan por su originalidad, su
peso, sus cinceladuras, sus brocados, sus rendajes, y estribos, coimo
223
una resurrección de artes vulcánicas que no han de volver porque
la fragua se apagó y los moldes se perdieron.
Descuellan armaduras defensivas de un temple poderoso y de
una mano de obra inimitable, como las de Enrique VIII, Carlos I,
Jacobo II; o estimulan a creer en el “hechizo del músculo” lanzas
y espadas, sables y picos; corseletes y morriones, adargas y dagas
de triple filo; rodajas de hierro y borceguíes de acero; guantones de
escamas y manoplas de mallas; mazas aplomadoras y clavas de diez
agujas; arcabuces de chimenea y pistolas de extraños gatillos; ca
charros de boca estriada y cuchillas de doble curva; cañones y
obuses de proyectil de piedra; hachas cortas y tajantes yataganes;
pesadas alabardas y gumías de canal; enormes chuzas y rejones de
sierra, garfios de tres garras y espadones de gran taza o anillos en rosca;
cotas de metal fino perforadas por balas y escudos cóncavos refor
zados de punzas; rodilleras de plata y pretales de bronce; cabecetes
fornidos y corazas de una pieza; admirables juegos de espadines y
de estoques, de birretes y colleras, de talabartes y cinturones; mos
quetes de sustentar con horquilla antes de aplicar la mecha, y en
medio, formando barrera alrededor de jinetes y lidiadores ilustres,
una baranda de machetes de celebrados veteranos con mango de
bronce en cruz.
A los costados, más armeras y perchas cargadas de hojas primo
rosas por su calidad y estructura; fusiles de cazoleta y pistolones de
chispa; alfanjes damasquinos y bayonetas de un siglo; hacia la
izquierda de la gradería de entrada, nuevos trofeos artísticos con
incontables ofensivas, de tal bruñido y limpidez, que destellan a
la luz eléctrica como soles de acero.
Este cúmulo de antigüedades históricas, hacía contraste con lo
que yo había visto en otros museos notables de la gran metrópoli;
los que sin dejar de poseer su caudal precioso de armaduras, inclu
yendo hasta el sable de vaina dorada que en Marengo llevó Bona-
parte, exhiben infinidad de objetos de diversos órdenes en correcta
distribución y armonía.
XXVI
224
Interesa y conmueve el de la ejecución de María Estuardo en el
castillo de Fotheringay; la célebre reina que enviudó a los dieciocho
años y estuvo diecinueve cautiva de su rival hasta la hora de la
muerte.
La presentan de rodillas, muy bella y elegante, esbelta, todavía
en flor de juventud, con los ojos vendados y las pequeñas manos
tendidas hacia el tajo, trémulas, casi crispadas por el terror.
Su talla, su porte, sus brazos, su seno, sus labios encendidos y
entreabiertos por el sollozo final, atraen y suspenden.
Delante del poste fúnebre se ve un montón de hojarascas para
absorber la sangre. A su izquierda se halla el verdugo de pie, con
su instrumento cogido a dos manos.
Este personaje está enmascarado, lleva antifaz hasta la boca,
y parece gozarse de antemano del deleite feroz que ha de proporcio
narle aquella trágica hora.
La crónica del tiempo informa que la desventurada reina de
Escocia no sucumbió al primer golpe, y que fue necesario un segundo
muy recio para separar del tronco gentil su cabeza encantadora.
Dicen que hubo saña, y se ha tejido una leyenda lúgubre en
redor de este misterioso sayón.
El noble Tomás Howard había intentado salvarla, acaso atraído
por una fuerza pasional irresistible; y poco después, pagaba con la
vida su denuedo.
Antes, habían caído por ella y con ella, las cabezas de Trock-
morton de Parry, de Babington y de Parsons.
Sin duda era la viuda de Francisco II una María llena de gracia,
desde que personalidades tan distinguidas daban por ella hasta la
última gota de su sangre. Esto honra a la nobleza inglesa.
Tal vez fue gran delito de aquella princesa el haber nacido
hermosa, en ejercer prestigio fascinante con sus personales encantos,
en prestarse por su misma contextura física y moral al alto poema,
y en poseer el don de cautivar los más probados caracteres sin esfuerzo
y sin violencia, así como lo hacen la flor y el ave con su aroma y con
su canto al nacer de la aurora o en el silencio de la noche.
Como los grandes caracteres, que son siempre muy escasos, sólo
pueden ser atraídos y dominados por mujeres superiores, que son
muy contadas también, la historia explica por qué Isabel, de educación
clásica, sin haberse encausado nunca seriamente en un proceso de amor,
sintió celos y premeditó desagravios.
XXVII
225
¿Quién era Isabel? Una hija de Enrique el octavo y de Ana
Boleyn. Había heredado de su terrible genitor el carácter volunta
rioso y dominante. La tradición triste de su madre muerta en el
cadalso por mandato de su propio consorte, la hicieron desde niña
prudente y reservada, melancólica y reflexiva.
El enlace de Enrique con Juana Seymour le atrajo la desgracia
de ser declarada “ilegítima”, pues que ella descendía de mujer ful
minada por adulterio e incesto.
Las veleidades de su padre, al contraer nuevo matrimonio con
Catalina Parr (siempre el nombre de Ana comprendido en estos
nombres), anuló el acta anterior.
Pasado el tiempo, y en tanto fue monarca su hermano Eduar
do VI, se consagró por entero a la vida intelectual. Apenas salió de
la edad de niña, fueron para ella familiares la música y el canto;
hablaba con corrección un idioma muerto, el latín, y entendía otro,
el griego, al punto de enamorarse de la vieja Hélade.
Cuando fue reina, y gran reina por su talento, su cultura y su
habilidad política, entre otros hombres de altos méritos la asesoró
Bacon; dominó y venció a enemigos poderosos; supo atraerse el
amor de su pueblo por luengos años; y bajo su cetro brillaron con
luz incomparable Spencer y Shakespeare.
Esta mujer de tan elevada talla, por no desmentir a muchas de
su sexo, gustaba mucho de la coquetería, a juicio de sesudos analistas.
Quería imperar en todo, hasta en el cariño y la admiración de
los varones que sobresalían por sus virtudes y el lustre del apellido.
¿Amó a alguno de los muy eximios que la rodearon? No se sabe.
Pero, en cambio, María Estuardo tenía siempre en torno un
cortejo selecto de caballeros, hipnotizados por su hermosura y el
hechizo de sus halagos.
Era esta una gran piedra en el camino de su hegemonía.
Esa dama privilegiada, que tenía de hada y de ángel para reunir
a su lado notables personas y rendirlas con una mirada o una sonrisa,
estaba demás en la misma escena, y fuerza era hacerla desaparecer.
Isabel ansiaba ser sola, y lo fue. Para ello, introdujo en Escocia la
discordia explotando las preocupaciones religiosas. El plan obtuvo éxito.
María tuvo que venir a ella a suplicarle amparo, y muy clemente
Isabel se lo concedió, para encarcelarla luego con sus amigos leales,
y condenarla más tarde a la última pena.
Este cuadro final del romance, fue también para ella una amar
gura.
Cierta crónica afirma que el hombre que hizo de sayón, y de
sayón torpe, no ejerció tal oficio ni se puso antifaz para cumplir
la ley o la orden, sino para satisfacer un instinto de venganza
personal.
Hasta en eso, a partir del dato sufrió un quebranto la coquetería
de la ilustre reina: no fue por sumisión a ella, mas sí por agravio
o desdén, que alguien se prestaba a servir de verdugo con una
máscara, para su sentencia implacable.
María había nacido para el amor, y no para el gobierno.
Isabel soñó acaso con el amor intenso en su mocedad huraña, y
casi romántica; pero aquella rival feliz, aun escondida en su tierra de
226
montañas donde sólo resonaba el eco de la cornamusa, le distrajo
los seres superiores que ella hubiera deseado ver a sus pies, humildes
y sumisos.
Cuando María murió; cuando ya la estrella se había extinguido;
cuando por quererla con frenesí habían caído bajo el hacha indo
mables caballeros, Isabel sintió una reacción, y hasta llegó a cen
surar a sus hombres de estado como culpables de exceso de celo.
Tal vez reconoció haber incurrido en un error o en un pecado
en el fondo de su espíritu, y declinó responsabilidades sobre sus
vasallos.
En el santuario de su conciencia pudo oir la voz tierna y
suplicante de la reina de los torneos, de la trova y del idilio que
le decía que no era suya la culpa de haber nacido para merecer la
adoración de muchos; y quizás por esto, ya anonadado para siempre
aquel tipo sugestivo de la pasión, la gran reina se recogió en sí
misma, sintió el torcedor del remordimiento, se consideró pequeña
ante tanto infortunio, y retorció con increíble energía en su corazón
todo anhelo de dicha egoísta, condenándose a no amar a ningún
hombre, ni a “quemar aromas en los altares de la poesía de la vida”.
La imagen de María debió estar de continuo en su memoria;
porque se volvió adusta y fría, pudorosa, inaccesible, aun en los
años ardientes en que se sueña y se exalta el sentimiento hasta el
delirio.
Aquellos triunfos de la pasión en grado sublime, aquellas dulces
venturas de la juventud entusiasta y ambiciosa, que constituyen
la plenitud del ensueño humano, no eran para ella, hija de pecadora
—según la sentencia de su fiero genitor—; y a todo renunció para
ser sólo reina y señora de sus súbditos, árbitra exclusiva de los
grandes destinos de Inglaterra.
XXVIII
Juana Grey
227
En el fúnebre patio fue el drama.
Al contrario de María Estuardo, a quien dominó la angustia
en el minuto fatal, Juana Grey se mostró altiva y enérgica, diri
giendo palabras dignas a las mujeres que cerca de ella lloraban.
Se le puso la venda; escuchó las frases de aliento del obispo:
se hincó en el almohadón colocado frente al poste; extendió las
manos para tantearlo... A su izquierda, estaba quieto el verdugo,
con la siniestra firme en la extremidad del mango del hacha, que
pareciera ocultar compasivo.
A juzgar por el cuadro de Paúl de la Roche que me sirve de
guía, y que en opinión de los más competentes es de una fide
lidad perfecta, este ejecutor resulta un mozo alto y fornido, vestido
de gala, de rostro bien modelado y barba nazarena. Llama la aten
ción su mirada baja, humilde, hondamente triste, a la espera que la
noble cabeza se pose en el tajo. A su lado vése el féretro forrado
en negro.
A una mujer de tan alto intelecto, no se le premitió estar junto
a su marido, con quien hubiera confundido sus tribulaciones y con
solándose como la desterrada de César “de su dolor presente con
el recuerdo de la felicidad pasada”.
Tampoco ella lo llamó para despedirse, sin duda temiendo fla
queara su ánimo con el adiós en la hora de agonía.
Se acordó que había sido reina, y puso el cuello...
Cuando esto pasaba a Juana en la torre Verde, allá en un
ámbito de la torre Hill ya había rodado la cabeza de su esposo
Guilford de un solo hachazo certero.
XXIX
228
de alivio y de consuelo. Es tan difícil consolar a los espíritus ilu
minados!... Aunque él la adoraba, como todo hombre de fortaleza
a sus criaturas, no necesitaba de alientos. Tenía la conciencia de
su grandeza moral; y así es que dijo, al conocer la orden del mo
narca: “deseo que se me den por el verdugo cinco hachazos, uno por
cada herida de Cristo”.
Frente a esa puerta que mira al río, de enverjado de hierro con
lancetas, baja, enarcada y maciza, ya no hay puente.
Tras de ella, han sido cegados los fosos y destruidas las escali
natas que conducían a los subterráneos.
Al que penetraba por allí, como Tomás More, cuando éstos
existían, había que improvisarle pasaje con tablones, hasta llegar
a los tramos de una escalera de piedra guardada por alabarderos,
y que era como la gradería de los martirios en celdas sin oxígeno
y sin luz.
Por allí entraron, como otros muchos, en nombre del quia no-
minor leo, el arzobispo Craumer y lord Strafford.
Este último hizo el tránsito para morir desde la torre “San
grienta”.
No hay más que contemplar el lienzo de Goodall Craumer ai
traitor gate, para darse una idea completa de la vieja prisión en
esa parte y del horror que debía inspirar al recién venido con sus
bóvedas de ala de cuervo en el color, sus muros ciclópeos, sus ven
tanillas avaras, sus abismos al flanco y sus misterios al frente.
Apenas se andaban cuatro escalones, la claridad se perdía, como
azorada de tanta negrura.
De qué gusto sería el agua que el cielo no niega al ave vaga
bunda y de qué color el pan miserable que se repartía a los reos;
de qué timbre la voz de los guardianes y de qué grado el rigor de
la consigna; de qué jergón el duro lecho y de qué blandura la pobre
almohada; a qué extremo llegaba el sufrimiento y cuántos quilates
medía la esperanza, sólo podrían revelarlo las propias piedras que
fueron testigos de tantos poemas ignorados, de tantos sollozos des>-
garradores, de tanta inocencia y de tanta culpa ahogados brutalmente
en el silencio.
En cada pasillo lóbrego se cree ver un espectro; en cada curva
de escalera un sayón taciturno; y parece oirse en cada bajada una
voz triste que implora, y en cada revuelta una queja que se extingue.
Sólo falta allí el murciélago, porque el cuervo se cría.
He visto dos que se mantenían sosegados y se rascaban a la
recíproca, junto a la puerta por donde salió Ana Boleyn para darse
al verdugo.
Pasé muy cerca de ellos, y no se inquietaron.
Tal vez fueran quintos nietos de otros que miraron impasibles
el degüello de Catalina Howard.
Preguntado un guardián por qué estaban esas aves allí, contestó
que eran de la casa.
A un lado de la ventana estrecha por entre cuyos barrotes sacó
sus manos el arzobispo Land para bendecir a Strafford, que puso
una rodilla en el descanso de la escalera, cuando marchaba al patí
bulo, hay calabozos de aspecto tan lóbrego que . causan aprensión
229
y angustia. Por delante de ellos pasó Wentworth al salir de la torre
“Sangrienta”, víctima de un “billmenguado” del rey a quien había
servido fielmente, para concluir su vida con singular entereza.
El mismo Land que le dio en el tránsito su absolución, siguió
tiempo después igual destino, pisando uno a uno los tramos que
hollaron la planta de Strafford.
Carlos I, que consintió y firmó la muerte de este último, que
era su leal amigo, entregó bien pronto su cabeza al tajo.
También se le calificó de traidor.
Ante el juicio sereno de la historia, no lo fue ninguno de los
que pasaron los umbrales de la famosa puerta.
Entonces como ahora, se consideraba muchas veces como traidor
a todo hombre que se ponía en pugna con los intereses menguados
y personales en salvaguardia de los principios, y practicaba actos
de conciencia, con la diferencia de que al presente no existe sino
en el nombre el delito de majestad y no se condena por tribunales
en comisión, lo que deja indemne la integridad de la personalidad
moral contra la imposición absolutista de uno solo o de muchos
reunidos, pues que la índole del despotismo no cambia, ya provenga
de un tirano, ya de una oligarquía o de una turba desbordada.
XXX
230
Fuera de ella, la colmena repleta de miel y de enjambre, los
fragores de usinas y talleres que arrojan cosas útiles a miríadas,
como las imprentas a millones las hojas volantes; dentro, los fan
tasmas vestidos de hierro, los recuerdos épicos, las románticas leyen
das escritas con sangre, la calma del sepulcro!
Pero, el pueblo que por allí a toda hora pasa y ronda, mira con
veneración la reliquia; no precisamente por el respeto que debe
a sus héroes, a sus sabios, a sus mártires y ¿por qué no decirlo?
a sus mismos grandes déspotas, sino antes bien por el culto que debe
a su historia nacional, tomando a la humanidad como ha sido y
como es.
El león alado, con la garra poderosa puesta sobre unas como
tablas de la ley, que yo contemplé en un hueco de la torre Blanca,
mirando fiero a los reyes y hombres de bronce, queda allí como
símbolo de fuerza y libertad; pero todas sus fabulosas energías se
han desparramado fuera entre las masas del pueblo para servir al
trabajo, a la civilización y al progreso.
...abandonar la abadía.
Me privó esto, entre otras cosas, verificar si los restos de Byron
se encontraban allí.
Creo que lo estén, donde se hallan los de otros que no lo superaron
ni igualaron siquiera en inspiración y genio.
Este poeta infortunado, que vivió pobre hasta que su abuelo
murió, y que después, lord y opulento, abandonó sin causa a su
esposa, siendo por ello execrado y acerbamente maldecido, sin darle
lugar al arrepentimiento y al perdón, era de índole melancólica y
propensa a la extravagancia.
Produjo mucho su admirable numen; pero fueron notas sobre
agudas Childe-Harold y Don Juan —su obra maestra.
Acosado por las emulaciones y los odios, fue duro, mordaz e
inexorable. A la amargura de los antagonismos crueles y del desco
nocimiento de sus méritos, agregaba él la de una casi cojera de
nacimiento que le mortificó en su breve vida hasta hacerle adusto,
escéptico y agresivo.
Aspiró en sus primeros años aire de libertad sin freno en las
montañas de Escocia como un águila vagabunda; y después, en
otros países, pidió a la nostalgia el estro que le negaba su patria.
Se distingue de todos por lo irónico, personal e hiriente; es
apasionado y sugestivo; reniega de la fe y hasta preconiza el mal,
tiene algo de arcángel rebelde y de dragón; vuela en la luz, y
aparece sombrío!
En las aulas, todavía adolescente, sostuvo teorías extrañas, y
dio la más alta nota de la indisciplina y del desorden.
Sus amores precoces tuvieron resonancia y le prepararon una
atmósfera de recelos y prevenciones, que debía aumentar en densidad
con las rivalidades, una vez que demostró talento.
Se lo negaron.
231
No podía poseer ese don superior, según sus coetáneos, un sujeto
que ellos habían conocido pobre cuando niño, mal vestido y peor
peinado, con costumbres licenciosas, osado y atrevido, especie de
vago de los desfiladeros de Escocia, sólo digno de soplar la cornamusa,
nunca la trompa épica.
Además era casi cojo. ¿Cómo había de tener talento un mozo
rengo? Ni suponerlo siquiera. No faltaba más!
La tempestad de las envidias y de los rencores fue terrible,
apenas él dio una base cualquiera para el ataque y Ja mordedura.
Según aquel criterio, una mujer que pretendía brillar en los
Balones de la época por sus dotes físicas sobresalientes perdía en
vano su tiempo, pues cuando niña había tenido lagañas, de balde
era que ostentase dos ojos maravillosos.
Y a eso, que argüía algún émulo del genio, le contestaba otro,
apoyándolo con todas sus fuerzas: “ni que hablar; no puede ser
bella, desde que la habéis conocido lagañosa cuando era muchacha!”
Sobre estas cosas, propias de lo que, en el realismo contempo
ráneo se ha llamado la “bestia humana” bordó con mucha gracia
su “verruga” tiempo después el malogrado Mariano de Larra.
El error de Gordon, fue darles importancia excesiva, y escribir
su famosa sátira sobre los bardos ingleses, que fue su principio de
perdición.
—Por lo menos, ya que le negáis el talento, reconoced que el
joven tiene virtudes —observaban algunos que no lo conocían, pero
Bobre quienes por irradiación obraba de un modo mágico el genio
de Byron.
—¿Virtudes? —replicaban sus rivales—. Ni por herencia. Su
padre fue un libertino que disipó su haber, sin dejarle ni para el
calzado. El chico tenía que ser a la fuerza un pilludo, desde que
iba a la escuela con los botines rotos, y comía de vianda mísera y
fría tan sólo una vez...
Y ante esta grita despiadada, que no acalló ni el adiós a su
esposa ofendida, se alzaban allá en lo oscuro algunas voces humildes
y tristes, ecos tal vez del sentimiento de justicia refugiado como un
mendigo en los antros mismos del dolor, para decir:
—En nombre del señor crucificado, que nunca recibió coturnos
de su padre: recordad que cada uno es hijo de sus obras.
—¡Falso! —respondía en masa la hueste enemiga. Este es un
hijo del pecado.
Y el poeta, descendiente de reyes por una y otra rama, aún
poseedor de alto diploma y de la cuantiosa fortuna de su abuelo
el almirante, en plena juventud y repleto de bríos, fue por siempre
infeliz.
Al alejarse de Inglaterra, no llevó consigo ni una ilusión diáfana
y pura. For ever and ever.
Compréndense así aquellos versos de hondo desencanto, que
dicen traducidos en prosa amarga:
“Todo acabó!... Pero dejad siquiera a un desgraciado el con
suelo de amar”.
Había nacido con privilegios. En su hermosa cabeza de nobles
contornos, intensamente animada con dos ojos de fuego, acumularon
232
increíble fuerza de inspiración las agrestes soledades en que creció
su infancia, el libre ambiente de las montañas, las playas y las rocas
de los mares procelosos.
Al defenderse con ímpetu juvenil, propio de campeón de una
olimpíada, fue cruel en la burla y el sarcasmo. Hirió en la carne
y en el alma a los que nunca perdonan, a las medianías.
De ahí su voluntario destierro perpetuo.
A Jorge Natividad Gordon, más conocido por Lord Byron, le
faltó variedad en el estilo; que a haberlo tenido, hubiese sido por
su talento apóstol, tribuno y redentor para masas populares que
necesitan conjugar el “verbo”, conforme a sus anhelos y paralela
mente a sus instintos.
Las energías de Byron no se manifestaron en su propia tierra,
porque en ella la envidia pudo más que sus méritos, antes que sus
culpas reales; y se diluyeron en el extranjero, hasta morir a los
treinta y seis años de una fiebre, en Missolhongy, defendiendo la
libertad de Grecia.
“El espíritu mordaz es a todos los países, lo que la sangre al
cuerpo; circula en el organismo colectivo en tal grado, que la idea
de lo justo se encoge y retrae, haciéndose tan pequeña, que puede
buscar asilo en el último escondrijo del cerebro, a condición de
que no resuelle y guarde absoluta abstinencia”.
Esto me decía en cierta ocasión, uno de tantos buenos escritores
de mi tierra, muy sorprendido de que yo nunca hubiera contestado
a una siquiera de ciento y una críticas de mis obras literarias, cuando
sólo de literatos, era “el amor propio”.
“Pues yo no lo tengo, —le respondí—, por más que asombre
a usted. Pueden decir mis críticos en pro o en contra lo que quieran.
Escribo, porque está en mi temperamento, y dejo que cada uno
juzgue a su manera”.
Con este criterio, aprecié a los grandes hombres que los ingleses
consideran como orgullo de su raza y de su pueblo, que reposan
en Westminster, ya reducidos a polvo; y los compadecí, no por en
contrarse juntos amigos y enemigos, gozando muertos lo que anhe
laron en vida —que es gozar insensible y nulo—, sino por lo que
sufrieron a su paso por el mundo.
XXXVI
233
Los temores del desmoronamiento de la abadía, vienen de tiempo
atrás.
Mes y medio después de mi visita a Londres y al edificio gótico,
encontrándome ya en Washington, he sabido que un químico inte
ligente, el profesor Church, acaba de presentar un medio resolutivo
de conservación, que informa del siguiente modo: El ácido sulfúrico
que existe en el aire de la gran metrópoli, ataca al carbónico de la
piedra, convirtiendo a ésta en yeso, o en un material análogo suave
y deleznable. Entonces, hay que regar la superficie de las piedras
con simple agua de barita, y ellas se cubren con una capa de sulfito
de barita, que no se afecta con los ácidos. El agua de este cuerpo
químico penetra al interior de la piedra y la endurece, obstando a
que se forme el yeso.
El profesor añade, en confirmación de su tesis, que desde dos
años a esta parte ha hecho sus ensayos en la restauración de las
piedras de la capilla, tanto por fuera como por dentro, y que el
éxito ha coronado sus esfuerzos.
Con este motivo, se ha dicho con alborozo que la ciencia viene
en auxilio del arte.
También tomo participación en ese júbilo. Nada más grato al
que ama lo bello, que creerlo eterno, o por lo menos firme y durable
en tanto el sol no se extinga.
Pero, ¡cuántos otros monumentos maravillosos han desaparecido,
o quedan reducidos a simples esqueletos por la evolución lenta de
la especie y de los siglos, o los conflictos permanentes de razas con
su cohorte de odios y fanatismos implacables!
Una hegemonía sucede a otra, cambian los hombres y los im
perios, se renuevan las costumbres, y la irrupción de los atavismos
arrasa con las obras de arte como lo atestiguan hechos de historia
contemporánea, sin respeto alguno a las que debieron ser siempre
memorias venerandas.
Los cataclismos físicos y la formación de nuevas cosmogonías,
parecen estar en el fondo de esa ley de cambio incesante, que Herbert
Spencer colocaba por encima de todas las leyes.
¿Qué queda de aquellos grandes altares de Olympias, que de
año en año se fortalecían y agrandaban con las cenizas de los sa
crificios? ...
Un venerable intelectual de Sud América, el señor Bartolomé
Mitre, ha hablado más de una vez con elocuencia del “bronce de
la historia”, como de una inmortalidad segura.
Es un consuelo para los que aspiran y luchan con méritos po
sitivos, y han hecho carne la ilusión de la supervivencia.
La pasión de la fama ha creado muchos héroes y mártires, y
seguirá forjándolos según la idiosincrasia de cada raza o pueblo.
Acaso la historia sea algo así de fuerte, de incontrastable y de
épico, como un bronce bien fundido; sonará su trompa por todas
las zonas habitadas durante largos años anunciando una victoria,
una conquista, un progreso o también la caída estrepitosa de potes
tades que parecían invencibles, para ser tal vez sustituidas por otras
inferiores o degeneradas, que todo está y se encuadra en la imper
fectibilidad de la especie; y ha de proseguir por tiempo indefinido
234
en tarea titánica de ofrecer elementos de juicio que sirvan al me
joramiento o perpetuación de la gran familia de Abel y Caín “en
tanto el mundo sin cesar navega — por el piélago inmenso del
*
vacio.
[falta folio 89 de los originales.]
235
una estatua mutilada (le Teseo; las <Ic las tres parcas; el torso de
Selené, y la cabeza de su caballo; las luchas de los centauros y
lapitas; fragmentos de Zeus, Juno e Iris; el león formidable de
Cnidos; la estatua de Ceres; un basamento precioso del templo de
Efeso; un capitel de Salarais formado con dos cuerpos de toros;
varios bustos de Apolo, entre ellos una cabeza de hermosura pro
digiosa; la cariátide de Erectión; pedazos de propileos; un busto
admirable de Pericles; relieves de tumbas; porciones de sepulcros
con cabezas de mujeres ideales; estelas funerarias; ánforas de tierra
con incrustaciones de plata y oro; vasos sepulcrales; otros relieves
de corceles y jinetes; el de Xantipo, y el mármol de Hércules del
frontis oriental del Partenón. Agregúense a todo este tesoro, restos
inapreciables de Roma y de Egipto, partículas del Coliseo, recuerdos
de Siria y Palestina. Poco o nada falta allí que haya merecido la
pasión de hombres y de pueblos civilizados. Es una miscelánea asom
brosa de lo más bello en las artes, aunque muchos de sus objetos
se presentan cercenados. Hay hasta armas y utensilios de aborígenes
americanos, porque cosa alguna se desprecia, y cada una tiene su
mérito por razón de procedencia y raza. Una sociabilidad (le senti
miento tan alto y delicado, es menos digna de poseer la esfinge,
las pirámides y la aguja de Cleopatra. Su don de asimilación de lo
bello y de lo sublime, de apropiación de lo que abortó el ingenio
humano bajo cualquier clima, difícilmente encontrará competidores,
o será sobrepujado.
Si algo debe extrañarse, dado ese temperamento exquisito de
amor a lo viejo abandonado o mal tenido por los que debieran
honrarlo y quererlo, es que no se ostenten en los estantes de cristal
el manteo de Tráseas, la cola disecada del perro de Alcibíades, la
piedra que mató a Graco, la teja que derribó a Pirro, la túnica de
María de Magdala, y el gallo que cantó la última vez, cuando Pedro
negó a Cristo.
En cambio de todo eso; ¿se quieren más complementos? Pues
los hay, escogidos de un modo asombroso.
Nada más fácil para estos acumuladores de riquezas artísticas.
Enumeremos una serie.
Bustos de emperadores romanos, confundiéndose allí Julio César,
con Tiberio y Nerón; estatuas de artistas latinos, copiadoras de
modelos griegos; esculturas arcaicas, con no pocas del templo de
Diana; una cabeza de Alejandro Magno; tumba de Mausoleo, Prín
cipe de Cavia, con su enorme estatua y la de su esposa; el friso
oriental de Artemisa, monumento que medía ochenta pies de lon
gitud, esculpido por el ateniense Scopas, autor según opiniones res
petables, de la Venus de Milo; del buril egipcio, una cabeza de.
Tliotnes II, dieciséis siglos antes de Cristo, la estatua de Ramses 11,
uno de los faraones que expulsaron a los judíos, de trece siglos
anterior; del cincel de Babilonia, los toros-leones alados, escenas
de caza y de combates; de Nínives, esculturas de dos de sus reyes
y episodios de ahora dos mil seiscientos años; del tiempo de Salma-
nasar, obelisco con inscripciones sobre sus hazañas; momias, pinturas,
procesiones funerales, sarcófagos, porcelanas, vasos, amuletos de la
época faraónica; tabletas de Babilonia con inscripciones de la sumi
sión de Israel, y la conquista de aquella ciudad por Cyro; cosas abo
rígenes de las dos Américas; antigüedades del cristianismo, de la
religión de Buda y otras de la India, de la tierra de Canaan, de
los ctruscos, ánforas panatenoicas; de Atenas, bronces helénicos,
cabeza de Afrodita, armas, lámparas, ornamentos de oro y meda
llones; preciosas terracotas, descollando las figuras de Tanagra, an
tigua Beocia; reliquias británicas prehistóricas, de Irlanda, Scandi-
navia, Germania; armaduras medievales; porcelanas japonesas, chinas,
índicas y pérsicas; cerámica de Damasco, Teherán, Pekín, Italia,
Fenicia, España, Grecia; ídolos y útiles de tribus asiáticas, de la
Oceanía, Australia, Polinesia, Africa y América; manuscritos grie
gos, latinos y modernos; papiros de tres siglos antes de la era
vulgar; el código alejandrino; la carta-magna y autógrafos de gran
valía; ruturas de ornamentación, y camafeos esculpidos por los grandes
artistas griegos, bustos de Homero y de Demóstenes; e infinidad de
otros vestigios venerables que escapan a nuestro recuerdo.
He citado el pergamino de la carta-magna; y debo añadir que
en otro museo he vÍBto reconstituido el episodio histórico con abso
luta fidelidad, en sentir de personas consagradas a estos estudios, y
cuya competencia no se discute.
XXXVIII
La escena de Rumnymead
237
Sin duda era el designado para ejecutar de inmediato la acción
en caso de resistencia.
Los demás han puesto las manos en las crucetas de sus espadas,
y aguardan...
Para darse una explicación exacta de la...
XXXIX
238
prodigioso de experiencia. Refutó en teoría el imperialismo y el
sistema unitario de Chamberlain, cuyos planes llegaron a prevalecer
contra la oposición de pensadores y estadistas europeos coaligados;
pero, Spencer halló cabida para sentar su rígido juicio de que a la
misma patria no se le debía concurso cuando en nombre de ella
se procedía “sin justicia y sin razón”. Para él, era el caso. El ministro
de las colonias sostenía por su parte con voluntad de hierro, que
Inglaterra necesitaba triunfar “con razón o sin ella”.
El primero, al afirmarse en sus principios, se atrajo antipatías
profundas, que él supo resistir firme y estoico dentro de su armadura
de forjador de ideas. Pensaba en una mejor humanidad futura con el
avance y las victorias de las verdades exactas. Creía acaso que el
elemento popular inglés no difería en nada del de los otros países
cultos; que era voluble, caprichoso, versátil en sus inclinaciones y
afectos, fácil de ser guiado por un político que supiese incitar sus
ahíncos vehementes y sus preocupaciones tradicionales. Y así cre
yendo, vertió su opinión como una profilaxia científica, sin tener
en cuenta ese amor de las muchedumbres que él no quería. Ni de
qué le valiera. Los hombres y las generaciones pasan. De todos los
que pueblan el mundo, muy raro es el que queda todavía en pie
pasados noventa años. Todos han desaparecido, para ser reem
plazados por igual número; sólo las ideas sobreviven, las verdades
matemáticas que en rigor tienen asegurada más durabilidad que la
gloria del bronce, los principios eternos que han de servir a nuevas
cosmogonías políticas, a otros pueblos y de otras civilizaciones.
Si se interesaba Spencer por la fama, no se sabe. Es posible,
porque eso está en lo que es encarnadura, fibra y nervio. Por lo
menos, encomendó a un su aventajado discípulo que se encargase de
la defensa de sus doctrinas filosóficas. La talla intelectual de Spencer
era muy superior a la de muchos de sus coetáneos ilustres: un
cerebro poderoso y un carácter. Sociólogo profundo estudió y buscó
las primeras causas, no con la pretensión de corregir de inmediato
enfermedades crónicas en el organismo social, mas sí con el intento
nobilísimo de dejar no pocas bases sólidas de clarividencia a la
ciencia del porvenir. Como todo sabio se aisló del mundo en apa
riencia, pues estaba en él, lo observaba, lo auscultaba, lo seguía en
sus caídas y progresos, acciones y reacciones, grandezas y decadencias,
sin descuidar en su atención prolija ni uno solo de los fenómenos
que pudiera allegar a su espíritu selecto alguna luz reveladora. De
lo que en realidad estaba él lejos, era del aplauso o aclamación de
los pobres de entendimiento, o de la crítica favorable o acerba de
los de su época en su afán constante hacia lo impersonal, hacia lo
incognosc'ble, hacia lo que debe ser, y no es.
Su reino entonces era de este mundo, como lo fue para su
padre, humilde maestro de escuela. Este educó niños; él quiso en
señar hombres. Bien sabía que esos hombres no serían los de su tiem
po, pero que podrían serlo los de días más remotos y propicios, cuando
él ya ni polvo fuese sino impalpable nada. Quedarían las claridades
de su talento, tan durables al menos dentro del orden de las cosas
como Jas de cualquier astro que en el espacio las tiene propias.
239
Por e»o murió tranquilo sin sombra de vanidad, cuando reso
naban todavía los himnos de la victoria de Chamberlain. No le
condujeron a Wcstminster, donde reposan proceres eminentes, y tam
bién otros de menor valía. Y entendemos que él no lo deseó. La
familia llevóle a su ciudad natal de campaña y lo inhumó en su
modesto cementerio. No le acompañó la pompa real que irradió
sobre el féretro de un Garrick. Bajo un ciprés solitario descansaría
bien, quien mucho pensó y trabajó por acercarse un paso a lo
eterno. Aquella era su morada. Solo en la muerte, como estuvo casi
solo en la vida.
Cuando esto, el caso me sugeríu, no se acordaba ya nadie de
Berberí Spencer, y la vida febril y arrolladora en formidable mo
vimiento henchía de ruidos fragorosos la enorme metrópoli del tra
bajo, del comercio y de la industria.
XL
Viejo parlamento
Rey y caudillo
240
En una que se podría llamar sala de “pasos perdidos”, extensa,
majestuosa por su bóveda altísima y sus cristales calados, que pre
cederá la cámara de los lores, huy dos pinturas que abarcan respec
tivamente todo el espacio de uno y otro muro: a la derecha, el
combate de Trafalgar con el episodio heroico de Nelson derribando
en su buque almirante; a la izquierda, la batalla de Waterloo en
el momento decisivo de la llegada de Bliicher.
Son dos hechos culminantes colocados frente a frente; dos glorias
viejas sin rival que estimulan a nuevas hazañas, aunque ya los hom
bres y los tiempos han cambiado, y no es el mismo espíritu épico
el que flota sobre el polvo de tres generaciones.
Junto a la edificación más moderna, y formando siempre de
ella parte integrante, aunque reservada a rememorar, se mantiene
como un monumento sagrado la inmensa sala del antiguo recinto,
aquel que cerró un día Cromwell, guardándose las llaves en el bolsillo.
No posee más que estatuas a los flancos, entre ellas la de Carlos I.
En ese recinto, hoy desierto y vacío, fue juzgado este monarca,
después do sus rudas luchas de “Caballeros”, contra los “Cabezas
Redondas” del parlamento, para morir enseguida en Withe-Hall,
plaza situada frente al que fue su palacio.
Se siente como una impresión doloroso al cruzar lentamente este
recinto, donde se reunió ha siglos un tribunal extraordinario, ta
chado de incompetencia, para dictar la última pena contra un rey
por supuestos delitos de traición y homicidio; y esa sensación au
menta, apenas se nota la friuldad extrema de aquel espacio encerrado
entre paredes de espesor ciclópeo y desprovisto de todo mueble o
adorno, libre y limpio, silencioso, desolado.
Créese estar en el fondo de un panteón, cuya bóveda se pierde en
las alturas, y cuyo frío llega poco a poco a los huesos, para advertir al
transeúnte que la majestad humana es efímera y que la obra del
gusano supera a todo poderío.
Como lo dejo dicho, en éste que más se asemeja a claustro
medieval que a antiguo sitio de discusión de leyes políticas y civiles,
descuella entre otras, todas colocadas lateralmente, la estatua de
Carlos I, largo, fino, elegante, con su nariz afilada, su perilla con
cluida en punta y su gesto de simpática nobleza.
Del lado de afuera, en un flanco al descubierto, mirando a
la avenida, se yergue la de Oliverio Cromwell, entidad fornida,
con espada y espuelas, pecho muy amplio, con redoma, cabellera
recia, uire de triunfador.
La figura aristocrática y delicada del rey, contrasta con eBta
ruda y atrevida.
El hombre de la reyecía y el hombre del pueblo están separados
por el ancho del recinto memorable, y por un muro espeso.
Al amparo de la inclemencia el primero; al aire libre el segundo.
Lu sombra piadosa pura uno, elaridad para el otro; meditación
y asombro en la plazuela, frente a la cual la muchedumbre pasa
y contempla al temido jefe de los Cotas de malla de hierro.
Para juzgar de una vida, hay que medir con la vara y la sonda
concienzudamente cadu uno de sus actos y de su destino en la tierra;
y parece que los ingleses ya han juzgado y sentenciado sobre el ins-
241
pramir iri gorfamea
** lare
* y <el «e mur-óí ib tifa fas ~rv.5
**
.fat xorfamm *a fa «Mamxfa y wvae» jw ríe-nú» y feanaÉr-Bs ¿,
4taHr ónt jerwufczp’r fañníñMa, ai Bucuar»
*» fa jH»out rne r^siet-
Say ot *
* ¡f^tJsT ete fifi
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Ca/tn y Lysic
243
aquí fulguran y las cautiva a su vez, sin mengua de la alta
emulación...
Mucho silencio y gran compostura, en este teatro, reveladora
de una severa educación social. Todo ello, sin perjuicio del derecho
de los concurrentes para pedir la repetición de audiciones que les agra
den, partiendo siempre la iniciativa del paraíso.
Los palcos son pocos y estos absolutamente cerrados, amplios
y confortables, con servicio de camareras.
Una particularidad: el silbo importa aplauso, y es una mani
festación vehemente de entusiasmo. En las plazas, estaciones y vías
públicas se utiliza con gran éxito, como llamado a los aurigas, como
anuucio, como pasaje, como advertencia rápida y eficaz.
Es notable el contraste de hermosuras en los teatros, donde des
cuellan la cultura y la elegancia. El rubio dorado, el castaño relu
ciente, el negro azabache en las cabelleras profusas; el azul sereno,
el verde esmeralda, el pardo sombrío de los ojos; los talles correc
tísimos, los bustos egregios, las gargantas de alabastro; la tersura de
los rostros, el tinte de las mejillas que parece aljaba que nace entre
la nieve y cierto aire austero rodeando como una aureola evangélica
las cabezas llenas de juventud, de ilusión y de esperanza, constituyen
detalles de palpitante interés y forman un conjunto que deslumbra.
El bello Bexo inglés tiene reflejos de oro y esplendores de cielo,
y con razón se venera el texto viejo de la biblia, porque Eva debió
ser así.
Los tipos de la creación fantástica son nada comunes; no obs
tante se ven.
Allí está un símil de Ofelia, acá una de Desdémona, acullá una
semblanza feliz de Cordelia.
También de los que fueron reales, de los que reviven en la
historia con toda la magia de los dramas dolorosos, se exhiben al
gunos de improviso, como trasuntos sorprendentes de Ana Boleen
y de Juana Grey, de María Stuard y aún de la nobilísima Victoria,
cuando era doncella de quince primaveras.
Puede haber en esas ostentaciones mucho de las “ferias de las
vanidades” de Tackeray, autor de la tierra y observador psicológico,
a quien sin embargo se moteja de forjador de ficciones; pero, en
puridad de verdad, y sin quitar ni poner defectos, las londinenses
con etiqueta señorial son muy elegantes y lindas, figuras poéticas y
delicadas, que atraen por su nobleza indiscutible.
En cuanto al teatro, “la mise en escene” es irreprochable, quizás
en exceso lujosa. Salta a la vista, que es para ésta, como un comple
mento salvador del éxito, en caso de mal desempeño de los roles o
peor acogida de la pieza.
Si esta es opereta, llama la atención la diversidad de tonos y
de giros que se da a la trama o argumento, especialmente en la parte
musical y coreográfica.
Los cantos alegres y los bailes se suceden desde el principio
hasta el fin; pero, en mitad del jolgorio, o a un tercio de la zambra,
siempre viene un intermezzo de música grave, casi sagrada, algo como
un cantar de David o un salmo de Jeremías, monótono y solemne,
244
que recuerda los coros de las catedrales o el diapasón de los oficios
fúnebres.
—Reconozco que la cosa es original, pero muy humorosa.
—Humorismo, —observó el doctor Nery D’Oliveira, sonriendo.
XLII
Relieves notables
245
El sistema liberal en cuanto a las reglamentaciones, al trabajo,
y a los hábitos en general puede ser un óbice a la decadencia de
los intereses económicos.
Ahora, respecto a la raza en sí misma, y a su supervivencia por
la unidad, ciertas estadísticas parciales van arrojando datos un tanto
desalentadores.
Véase aquí una de ellas, publicada en la prensa en la primera
quincena de marzo de este año:
“Un informe del Inspector General de Reclutamiento llama la
atención sobre el hecho de que de cada tres hombres que se pre
sentan para ser alistados al ejército británico, uno está enfermo o
falto de inteligencia. La cuestión es tan seria, que se dice que una
comisión real indagará las causas de este fenómeno.
“Más de la mitad de los reclutas vienen del campo, y éstos
presentan una vista deplorable en lo tocante a su físico, abundando,
como hemos dicho, entre ellos, los faltos de inteligencia.
“Se opina que la decadencia de la raza se debe al vicio, a los
matrimonios prematuros y falta de educación física. De los reclutas
aparentemente sanos se enferman muchos antes de haber servido dos
años en el ejército.
“Los principales defectos que se presentan entre estos reclutas
son: corazón enfermo, pulmones débiles, falta de la vista o del oído,
pies planos, enfermedades nerviosas y del aparato digestivo; fuera
de que muchos no tienen la estatura y el peso requeridos.”
Ya lord Kirchner en la guerra de Sud Africa, y con moti'o
del envío de refuerzos, había hecho notar más o menos las deplo
rables deficiencias que menciona este informe en la calidad de los
soldados, y hasta pedido que se suspendiese la remisión de nuevos
contingentes, si habían de constar éstos de hombres inútiles para
la dura carrera de las armas.
Los estudiosos y peritos se dedican al tema, de suyo grave, en
busca de fórmulas salvadoras, aún cuando reconocen que estos males
tienen raíces muy profundas.
La conmixtión de raza, es otro problema arduo, considerada
como medio de crisis histórica purgadora, y nadie se atreve a emitir
juicios sobre tan delicado asunto.
Los prodigios de la cruza germana con la raza latina decadente^
no se reproducen a cada paso y menos en nacionalidades que con
servan su orgullo de prístina pureza, aunque estén ya muy traba
jados por los siglos.
En la capilla gótica de Westmin6ter, hay un sitio de preferencia
para los despojos de un Santo, separado por un cancel de las naves.
La puerta es de roble, y también lo son el umbral y el zócalo.
El dintel ha soportado el pasaje y roce de tantas plantas, durante
edades, que se ha desgastado y ahondado en el centro de una ma
nera considerable, hasta formar una depresión de algunos centímetros.
Pero, el roble, aún con haberse así adelgazado en su mismo centro,
no presenta resquebrajo ni grieta visible y se conserva fuerte y resis
tente, a pesar del 6Ín número de generaciones que lo han hollado.
No sé si esta imagen da una idea comparativa del desgaste de
la raza; pero, la tomo de su mismo suelo y de sus propios monumentos
consagrados a los inmortales.
246.
XLIII
Un cabo suelto...
XLIV
248
imagen de Jesús está en el corazón de todos; —el niño de cabecita
de luz se pasea por todos los hogares como el bienvenido, esparciendo
con los dulces reflejos de su nimbo las primeras promesas y espe
ranzas de su misión y de su gloria evangélica.
Bajo la impresión de estos simpáticos regocijos, dejé un sábado
las costas de Inglaterra, emprendiendo viaje a Norteamérica.
Aunque estábamos ya en invierno, fue ese un día templado y
sereno, acaso el último que nos brindaba un bueno y ya fugitivo
otoño.
Los mares del norte en invierno son imponentes y bravios.
Bajo la ráfaga alada se sacuden y conmueven encrespando ondas
como montañas, al punto de tomar la nave más poderosa como des
peñadero, asaltarla a cada momento, y pasar por su cubierta en enormes
raudos sin respeto alguno al tamaño, ni a la fuerza extrema de sus
máquinas propulsoras.
A la salida de Southampton, todo fue plácido, navegando entre
aguas muy parecidas en el color al mármol verde jaspeado.
Los que éramos oriundos de las tierras del sol, nos preguntá
bamos de vez en cuando, en qué día venturoso lo volveríamos a ver.
Algún rayo débil asomó así que desfilamos por la tarde frente
a la isla en que exhaló su último suspiro la venerada reina Victoria.
La estrella volvió a esconderse; pero en la jornada siguiente
empezó a irradiar con real poder y esplendor.
Tornaron los matices en el mar, tan claro en las costas, como
sombrío en lo profundo.
Poco duró aquella plenitud solar.
Es cierto que nos hallábamos en el primer mes de la estación
ruda y que no eran de esperarse horas bonancibles.
El viaje, sumaba buen número de días y de noches, especial
mente si se interceptaban brumas densas, o sobrevenía tempestad.
Y esto sucedió.
Desencadenados los vientos con gran violencia, como si el pellejo
que los encerraba hubiese reventado ni más ni menos que una
burbuja sin dejar rastros, el mar se hinchó de súbito, se retrajo,
dilató sus olas bramando, y dio comienzo a una serie de avances
irresistibles, hasta regar con sus espumas el castillete de proa.
A sotavento, se embarcaba de un salto la onda atrevida, recorría
como un torrente arrollador todo el largo del pasadizo e iba a
deslizarse cerca de la popa a favor del declive al igual de un regi
miento que carga a fondo, atraviesa la línea, y una vez a retaguardia
evoluciona de flanco y vuelve a su centro asombrado de su propia
audacia para renovar luego la carga con más precisión y brío.
En medio de estas cargas, el “San Luis” serpenteaba airoso, pero
a cuatro movimientos, sin contar con el que venía de abajo y pro
venía de las hélices, semejante al tremular de una tapa de caldera
con agua hirviendo a cien grados.
El balanceo era de banda a banda, y de popa a proa, siguiendo
el ritmo del viento y de las olas, por lo que el gran buque no podía
pretender ser más que una caña de bambú flotante a pesar de sus
duplicadas energías y chimeneas.
249
Llegó un instante en que hubo de moderar la marcha; y luego
otro en que la simplificó al exceso, por motivo de la niebla.
En aquellas latitudes, los colisiones son temibles.
El barco lanzaba un ronco silbato de prevención cada cinco
minutos. El horizonte estaba a las barbas, formado por escalones
de ondas que la borrasca disolvía en las alturas como una polvareda.
Los “hombres de mar”, que así llaman a bordo a ciertos lobos
con pantalones, aparecían de rato en rato con unos rodillos de goma
apenas la ola había corrido furiosa por el puente, y empujaban las
aguas reacias a las canaletas con notable rapidez y perfecto equilibrio.
Algo como una tarea de Sísifo; pues no había terminado una
de estas diligencias a popa, cuando del lado de proa se precipitaba
una nueva cascada arrolladora que ponía en fuga a todos los cir
cunstantes, y en fuerte maniobra a los ágiles marineros.
El San Luis tenía cosas extraordinarias. Fuera de la sala de
concierto con buen piano arriba, ostentaba un gran órgano en <d
comedor, y una oficina de telégrafo sistema Marconi a popa.
El piano funcionaba según el capricho de los aficionados; el
órgano, para ceremonia religiosa en día domingo, con sermón y
cánticos; y el telégrafo siempre que ocurría novedad digna de co
municarse.
Durante la ventisca sonó el piano a medias; se dijo misa con
órgano y coro; y trabajó el telégrafo sin hilos para un despacho a
New York que se me pidió expresamente dando noticia del estado
en que dejaba mi país.
Las teclas se oyeron muy poco. No así el órgano, que resonó
media hora, con intervalos, y profesor especial. En cuanto a la
máquina de Marconi, colocada en un camarote estrecho, y manejada
por ingeniero experto, trabajó sin ninguna dificultad en mi despacho
“urgente”, soltando sus pilas chispas azul violetas del tamaño del
granizo, y un estridor de pororó.
Pero ni piano, ni órgano, ni salmos, ni crepitaciones violetas del
aparato eléctrico, ni corridas de “hombres de mar”, ni vocerío de mu je
res, ni cien ruidos más que salían de aquel navio enorme, lograban
distraer el oído del himno formidable de las olas.
Por otra parte, el columpio gigantesco, que no debía dejarnos
sino a la entrada de New York, no permitía mucho tiempo de quietud
y estabilidad en los recintos cerrados, siendo muy pocos los que. se
daban al placer de andar por los sitios de preferencia entre furi
bundas sacudidas.
Muy singular detalle, el de que, tanto en música como en canto,
predominase en aquel palacio flotante la nota sagrada o el tono re
ligioso que había tenido ocasión de apreciar en las ciudades de
Inglaterra, aún tratándose de creaciones frágiles, cual si la gama
de colores debiese siempre terminar o por lo menos matizarse con
lo fúnebre y solemne.
A ese detalle hay que añadir otro, que fuera de duda no carece
de vigor; y es el de que se llamaba a la mesa a toque de clarín,
soplado con tanta corrección tres veces al día, que en verdad se
creería estar en una academia militar o en pleno campamento en
marcha, por lo marcial del llamado y la sonoridad de los ecos.
250,
«
XLV ; .....
., ■ I •< I.b I i • ■ • •
La primera nevada . <t .
251
sonas; en una islilla con resguardo de útiles heroicos contra los
avances del mar, altiva e imponente sobre basamentos ciclópeos,
vencía la distancia y concentraba los ojos fascinados la estatua de
la Libertad con su antorcha, dominando soberana el panorama enorme,
acaso con más poder sugestivo que en los tiempos épicos la maravilla
llamada coloso de Rodas, entre cuyas piernas pasaban los navios:
a la derecha se erguía incomparable en majestad y grandeza el
emporio de New York, con sus casas de veinte y treinta pisos, sus
fábricas de una potencia sobrehumana, sus ferrocarriles aéreos y
sus rumores de abejas de acero dentro de una colmena hiperbólica
de cristal de roca.
El barco iba lentamente, rompiendo la densa capa de hielo que
cubría las aguas, y sobre la cual habría podido patinarse sin peligro
de sumersión.
En esta tarea se estuvo toda la tarde, hasta arribar al apostadero.
Cuando acabó de romper las últimas placas con su proa poderosa
y echó el ancla, empezaba el crepúsculo, con un frío de varios grados
bajo cero.
Los portentos de las mil y una noches, con sus genios, sus silfos,
sus bellezas y sus monstruos en confuso amontonamiento, y las fan
tásticas lumbres de los castillos encantados a la orilla de los lagos
o en la soledad de los montes; las esfinges, los mausoleos, las pagodas
indicas, las pirámides, los obeliscos y las agujas, que todos conocemos
por cien descripciones y críticas de sabios, cuando no por observación
propia en Londres o París, donde han sido trasladados algunos de
esos seculares monumentos, todo eso y mucho más aparece pálido
o eclipsado por estas moradas, fábricas, puentes de la gran ciudad
que se destaca en las regiones del norte esparcida en islas, como una
constelación de pléyades, las más esplendorosas de su escudo y su
bandera, por la magnitud del brillo y el poder incontrastable de
sus riquezas.
252
ERICH KLEIBER
EN MONTEVIDEO
255
Mahler. Desde entonce
*, Kleiber «e convirtió en un asiduo visitante
de La galería alta de la Opera de Vienau En 1948. Kleiber retornó
a Praga. dividiendo mi tiempo entre La Lnítersidad y el Conserva-
taña. en el cual había «ido admitido “eoodieíwi t hmt nt *-~. Encontró
insatisfactorias y poco útiles la» enseñanza
* de ambos instituto-, v
finalmente fue expulsado del Ccmaer» atorio y abandonó la Unber-
«ádad. En cambio, «e convirtió en “habitué" de la * funcione- y ¿e
im ensayos del “Deutachea Theater" de Praga. Dorante un ensayo de
*E Ocaso de los Dioses", en 1911, el anónimo y eonoecwnte visitante
fne descubierto por el intendente del teatro. Angelo Neumarn. y
«•■tratado como ayudante, sin sueldo. Kleiber ni «quiera había
sotado de una enseñanza normal ¿e piano, que e» 1946 había erryr.e
xada a aprender sin maestro, pero a fíne» de 1911 ya lo dominaba
i» suficientemente como para actuar de “Korrepetilor" en los en
rayas de algunos cantantes. En el curso de tale» actividades secan
darías. fue “descubierto" por segunda vez. esta «ez por el Inter 'ente
de la Opera de Darmstadt, quien contrató a Kleiber como “tercer
director de orquesta" < siendo el primer director FéSx Veinpartner
Kleiber diripió operetas vienesas en la Opera de esa peq^ezz cíuJal
alemana, que sin embargo podía permitirse el Jnjo de contrata- w
servicias, durante años, de K'einpartner. y. •easártmajmeme. de Nikiscb
y Blcch. Luego de dirigir inmune rabie * operetas, fmalmeale Je
permitido conducir algunas represenlaciomes de “El *T ZoabiL de b
Rosa", de Strausa. Lentamente <y ajeniada par e' rrzr director
Artirar Nikisch, a quien Kleiber vemeriba la carrera ¿el terc-r
¿redor de Darmstadt fue haciéndose más nráma y camcet-lt. y en
1*9 pasó, ahora como director titular, a la Opera de Vnpperta’:
en 1921 a la de Dusseldorf: y en l'^ü a M. mu b «■ puesto que.
de» años antes, había sido ocupado por Fnrtw «mgier .
Y luego se produjo el pran sallo a La í&ma: A raíz de una
actuación en Berlín, dirigiendo “FideSo- despmés de ntt rái» ensavo.
Kleiber fue designado Director Musical GemeraZ de la Opera del
Estado, de Berlín, en agosto de ÍE 1** Kjeíber atusa <z aquel sí
menlo 33 años de edad, y había kerad * d muñir un iettt,: a pesar
de que los otros dos candidatos se llznzabun: Brama Valüer y •’hto
Klcmperer; la elección. a tan aho penes .
** de m femáoe retatñz-
mente desconocido, provocó tormentas de p«©esens en la ber-
hncsa. Pero esas protestas rápidamente se acaíLaran. cmunús Kleibrr.
<n sus primeras 5 semanas en Berlux. dsrigaé xmrvm peuirnrei.ce.rs
de 8 óperas \ Fidelio, lobengrút. FaZsta£L T uwríhra-er. IXitz Ga»<xzn_
Aída. Carmen y El Catador Furtivo . segwñas numorru?.tnrnnte por
*E1 Anillo de los Ni be longos,"
La "época de Kleiber" fue ama Je las anas betíLmocs en la lrntoria
Je la prestigioaa Opera del Estado, Je Beehm. y sms nrexuraMus
* coas?
¿rector de ópera* se compkn^utahaav. en trab crev.euze. cvc Li
«maJuvt'ioH «le eum'iertaa aiufonko
* Je sas «revpnrecns zrms jrescgxvsas.
Yanto en «pera como eu concrertviss. KWebec se «tuaretrCM en m xr-
dkente JefenMi «le la música vxmk'napocamtu. y w mratÁce eso. x-c-
*
euda con Jos estreno de "Jenuia" ¿r Fanu^eK. y» svrbce Je
"IkaanvsK" de Ubau Her^. Vambum ay *
< sritnagnt jpnueswstnmats z
25»
los colegas más jóvenes: Entre sus asistentes y alumnos en Berlín
figuraban Dimitri Mitrópulos y Georg Szell.
La fama de Kleiber pronto sobrepasó las fronteras de Alemania
e incluso los confines del continente europeo. En 1926 actuó por
primera vez en el Teatro Colón, de Buenos Aires, y en esa tempo
rada Kleiber realizó las primeras audiciones para la Argentina, de
la Sinfonía Pastoral de Éeethoven (!!), la Cuarta de Mahler y el
“Réquiem Alemán”, de Brahms. El año siguiente, 1927, centenario
de la muerte de Beethoven, Kleiber estrenó para la Argentina la
“Missa Solemnis”.
Ya en esas dos primeras visitas de Kleiber a Sud-América (1926
y 1927), emerge su personalidad en el doble aspecto de cómo él
veía la vida musical de aquel entonces, y de cómo, a su vez, él era
juzgado por los públicos y músicos argentinos.
Cuando Kleiber llegó a la Argentina en 1926, su nombre era
totalmente desconocido. Nadie sabía que se trataba del Director Ge
neral de la Opera del Estado, de Berlín, se había hecho muy poca
publicidad para sus conciertos, y la concentración —tanto de la
orquesta como del público— dejaba mucho que desear.
Kleiber, trabajador incansable, realizó exactamente 100 ensayos
completos con la orquesta, en menos de 2 meses. El resultado: Desde
su tercer concierto, nunca hubo un asiento vacío. Sus programas
resultaban poco ortodoxos por cierto: Al lado de las grandes obras
sinfónicas y corales, incluía en sus conciertos la música de danza
de Dvorak, Mozart y, sobre todo, de Johann Strauss (padre e hijo).
Y a su vez, Kleiber se enamoró de la danza típica rioplatense, del
Tango. “La orquesta de tango es más pura y afinada que una de
jazz, y el Tango mismo es una verdadera obra de arte, tanto como
el Vals, y usted sabe lo que el Vals significa para mí”, escribiría a
casa.
La profunda admiración que Kleiber supo despertar, ya en esa
primera visita a Sud-América en 1926, en los músicos argentinos,
se refleja gráficamente en lo que recuerda Carlos Pessina, en aquel
entonces concertino de la orquesta del Teatro Colón, con las palabras:
“Lo que daba un sabor y carácter especiales a los ensayos del
Maestro Kleiber, era su penetrante mirada inquisitiva, el comentario
exacto, exigente e irónico, la comprensión de nuestros problemas
individuales, y el rigor inflexible en lo que se refiere a disciplina
y obligaciones artísticas. Con su ingenio tan original y sus compa
raciones y chistes tan a punto, encendía el interés hasta de los más
remisos y menos dotados elementos de la orquesta. Tenía un sentido
del estilo que era realmente milagroso, y que se manifestó tanto
en los valses de Johann Strauss o en las Danzas Eslavas de Dvorak
de sus primeros conciertos como en el “Ring” y “La Mujer sin
Sombra” de años después. E incluso en las “Escenas Argentinas”
de Carlos López Buchardo, yo sentía que ningún músico local había
captado el espíritu de esta auténtica pieza argentina con tanta per
fección como él.
Nunca cansó a la orquesta con observaciones innecesarias ni
ensayó un compás más de lo que era absolutamente necesario. El
día del Concierto, el ensayo solía durar menos de media hora y
257
era raro que se tocara tan siquiera una nota. En vez de ello, solía
sacar del bolsillo una larga lista, en la cual, decía, el autor le había
pedido que anotara los errores cometidos durante los ensayos. Luego
de haber trabajado durante 30 años bajo su dirección, me atrevo
a afirmar que ningún músico que haya actuado con él puede recor
darlo sin el más profundo afecto y respeto.” Hasta aquí los recuerdos
de Carlos Pessina.
Fue en esa primera visita a la Argentina que Kleiber conoció
a la norte-americana Ruth Goodrich, quien se convertiría pronto en
su esposa. (De ese matrimonio, que más tarde iba a adquirir la
ciudadanía argentina, iba a nacer, también en Buenos Aire-, su
hijo CARLOS KLEIBER, cuya carrera de director de orqueste, es,
en estos momentos, la sensación musical de Europa).
Los años siguientes, aparte de la intensa actividad en la Opera
del Estado, de Berlín, traían nuevas aventuras en el extranjero. Así
por ejemplo, una gira de conciertos a Leningrado- y Moscú, que
incluía la Novena Sinfonía de Beethoven, en la que las autoridades
soviéticas habían ordenado suprimir la palabra “Dios” en el texto
de Schiller! También, la conducción, en Bonn, del concierto en
homenaje al centenario de la muerte de Beethoven, y la dirección,
en 1925 y 1927, de los conciertos en Berlín de la Orquesta Filarmó
nica de Viena. Y en Berlín, aparte del estreno de “Wozzeck". la
primera audición mundial, en 1930, de la ópera “Cristóbal Colón”
de Darius Milhaud. El mismo año 1930 significó su debut en los
Estados Unidos de Norte-América, con 30 conciertos al frente de la
Filarmónica de Nueva York y de la orquesta de la N. B. C.
Mientras tanto, en Alemania, el panorama político cambiaba
rápidamente: El 30 de enero de 1933, Hitler asumió el poder. Bajo
la órbita de su Ministro de Cultura y Propaganda, Dr. Goebbels,
caía toda la vida cultural del país. Todos los artistas judíos fueron
inmediatamente despedidos de sus puestos, se prohibió la ejecución de
obras teatrales o musicales de autores “no arios”, y, por encima de ello,
todo el arte moderno fue calificado de “arte decadente” y prohibido.
Ya no se podían ejecutar en Alemania las composiciones de Strawinsky,
Bártok, Schoenberg, Alban Berg, von Webern, Krenek, Kurt Weill,
Hindemith y tantos otros.
Hubo una mayoría de artistas que se sometía y colaboraba:
Cuando a Bruno Walter se le prohibió dirigir un concierto en Munich,
Richard Strauss no dudó un momento en reemplazarlo: también
renunció a la colaboración de Stefan Zweig, quien le había escrito
sus últimos libretos de ópera, y asumió la Presidencia de la Cámara
de Música del Reich.
Diferente fue la posición de algunos pocos otros músicos: De
Fritz Buscli, de Hermann Sclierchen, de Erich Kleiber, y —en un
primer momento— de Wilhelm Furtwaengler. A Kleiber se le había
prohibido el estreno, ya programado, de la ópera “Lulú” de Alban
Berg, calificándola de “arte decadente”. El diario “Voelkischer Bco-
bachter” del 16.XI. 1934 escribió acerca de “La Consagración de la
Primavera” de Strawinsky, dirigida por Kleiber: “Nos sorprende
que un Director General de Música se atreva a presentamos, como
si fuera arte, ese producto, ajeno a nuestra raza, de un cómico de
258
los sonidos, apoyado por críticos judíos.” Se ordenó una investigación
oficial, a fin de averiguar si Kleiber no tendría por lo menos alguna
abuela de sangre judía; el informe termina con las palabras: “En el
caso ¿c Kleiber, Y A PESAR DE NUESTRA MEJOR VOLUNTAD,
no hemos podido encontrar nada”.
Nada impedía ahora que Kleiber siguiera actuando en Alema
nia, salvo su propia conciencia. Se combinó con Wilhelm Furtwaengler
para que éste, en un artículo en el “Voclkischer Beobachter”, defen
diera el arte de Paúl Hindemith y específicamente su ópera “Matías
el Pintor”; al día siguiente, Furtwaengler y Kleiber iban a renunciar
a sus puestos. El artículo de Furtwaengler, defendiendo a Hindemith,
apareció, las renuncias se presentaron —pero unas semanas después
Funvaengler se arrepintió, publicó una carta de disculpas, y fue
re-instalado en sus puestos. En cambio, Erich Kleiber estaba decidido
a abandonar Alemania. El propio Ministro-Presidente, Mariscal Goe-
ring, le imploró a Kleiber que retirara su renuncia y siguiera actuando
en Alemania, ofreciéndole un sueldo enorme pagadero en francos
suizos. La contestación de Kleiber a Gocring fue: “Acepto, pero
con la condición de dar un programa dedicado a Mendelssohn en
mi primer concierto.”
Kleiber abandonó, pues, voluntariamente, Alemania. Se dirigió
primero a su patria, Austria, actuando en el festival de Salzburgo
de 1935. Dirigió en Inglaterra (donde obtuvo triunfos sensacionales
en el Covent Garden, de Londres), Praga, Amsterdam, Bruselas y
Ginebra. Al anexar Alemania a Austria, este país quedó cerrado para
Kleiber. Y al prohibir la Scala de Milán (donde Kleiber debía dirigir
“Fidelio”) el acceso al público judío, Kleiber renunció al contrato
y pagó una multa de 20.000 Liras, publicando una carta abierta que
decía: “La música es para todos los hombres como el aire y el sol.
Y donde, justamente en estos tiempos difíciles, este consuelo tan
necesario se cierra a ciudadanos por el simple hecho de pertenecer
a otra religión o raza, no puedo colaborar: ni como músico, ni como
ario, ni como cristiano.”
Ahora Kleiber pertenecía al grupo de los hombres sin patria.
En 1939, en ocasión de un concierto en Bruselas, una princesa de
antigua nobleza austríaca lloró en su presencia por el destino de
Austria. Kleiber le dijo: “Yo también me vi en la obligación de
encontrar un nuevo suelo. Vea: Las cinco tablas de madera en las
cuales estoy en pie para dirigir, serán siempre el mejor suelo de
la vieja Austria, y constituirán por ahora, mi única patria”.
En junio de 1939, Kleiber se embarcó para Montevideo y Buenos
Aires. Y llegó a Montevideo en julio, para preparar el ciclo de las
9 Sinfonías de Beethoven con la orquesta del SODRE. Los que vivimos
esos conciertos, y los de los años posteriores, jamás habremos de
olvidar la figura de Kleiber, llegando al podio, permaneciendo allí
callado durante unos minutos, con la mano izquierda en alto, pidiendo
atención al auditorio y máxima concentración a sí mismo, l’ero, ¿cómo
vio Erich Kleiber a su vez a la orquesta y al público del Uruguay?
Algunas de sus cartas desde Montevideo nos lo revelan:
Montevideo, julio 2 de 1939. Estoy instalado aquí en un departa
mento precioso y casi tranquilo, del Parque Hotel, de propiedad
259
Municipal. Me han hecho un precio especial: 9 pesos uruguayos por
dos habitaciones, baño y pensión completa. Pero extraño mucho a
Austria, y esta tarde, sentado al sol en el hermoso Parque Rodó, al
repasar la Escena junto al Arroyo, de la Pastoral, sentí que las
lágrimas me quemaban los ojos.
Montevideo, 3 de julio. Mi primer concierto aquí se realizará
el 18 de julio. Un concierto de gala, en la fecha de la gran fiesta
nacional: Himno Nacional dirigido por Baldi, y luego Beethoven
Primera y Tercera. Comida maravillosa aquí, dormitorio muy pasable.
Hago muchas caminatas en el hermoso aire primaveral.
Domingo 9 de julio. Ahora el trabajo realmente empieza. Baldi
me trajo de visita a Kolischer, director del Conservatorio. Acaban
de tener un hermoso bebé. Los uruguayos le aplastan las orejas a los
bebés con Elastoplast para impedir que se les separen; nunca lo
había visto antes, es bastante gracioso. Cambié de habitación por
tercera vez. Vista al mar. Todo en el cuarto de baño (lavatorio, bidet
y bañera), es de color azul oscuro. Imagínate, huh!
Lunes 10 de Julio. Hoy 9 30 a 11,30, primer ensayo de orquesta.
Estudiamos un movimiento de la Heroica todo el tiempo. La or
questa: Muy buena voluntad, pero realmente ni la menor idea. Luego
la Unión de Músicos me invitó a un almuerzo al aire libre, fuera
de la ciudad. Se dijeron algunos lindos discursos y después hubo
un gran partido de fútbol entre los músicos. Yo tuve que dar la
patada inicial y me sentí muy honrado. Aquí no se cena hasta las 21,30.
A esa hora, en Europa, estaríamos durmiendo.
Julio 16. Preparando el concierto Wagner Beethoven hoy,
ensayamos el Preludio de Lohengrin. Al finalizar, la orquesta, re
pentinamente, estalló en aplausos; habían creído que yo sólo podía
hacer Beethoven.
Sábado 23 de julio. El concierto ayer estaba todavía más concurrido
que la primera vez, y todo anduvo mejor y más parejo. Durante la
Pastoral, me saltó el botón del cuello y tuve que luchar con esto,
discretamente. Escena en el arroyo: conservé el lado derecho del
cuello firmemente apretado con el mentón. Tormenta: cambié al
lado izquierdo. Tiene que haber sido patente para todos (el Presi
dente de la República se hallaba justo encima de mí). Durante el
último movimiento, conseguí mantener el cuello bien debajo de la
corbata, y cuando comenzaron los aplausos, saludé una vez y me fui
hacia un ala, y, protegido por los contrabajos, agarré el cuello y
lo tiré con una rabia tremenda. Volví a la sala, donde el público
estaba haciendo un ruido enorme —la Pastoral había salido, en
realidad, muy satisfactoriamente. Después del intervalo, Beethoven
Segunda: Fue un éxito todavía mayor, no sólo porque mi botón ahora
se portaba bien, sino porque la gente no se había dado cuenta antes
de que la Segunda era “tan” hermosa y “tan” importante.
Sábado 30 de julio. Otra vez lleno completo en el concierto.
Después de la Quinta Sinfonía se produjo un griterío tremendo.
Hacía mucho que no oía semejante estruendo. La orquesta aquí rinde
TODO lo que tiene; la Cuarta, realmente, estuvo bastante bien, pero
en la Quinta se superaron.
260
Lunes 31 de julio. Las críticas de los primeros tres conciertos
me parecen sospechosamente buenas. Hoy ensayé el primer movi
miento de la Séptima durante dos horas y tres cuartos, y ahora haré
una caminata con la Novena.
Martes 1? de agosto. Asistí a la función de la tarde de la com
pañía teatral española y vi a la gran artista Margarita Xirgu en
“Bodas de Sangre” con música de Juan José Castro. — Fue mara
villoso.
Jueves 3 de Agosto. Ensayar la Séptima es, realmente, una tarea
ardua. La orquesta no está acostumbrada a ensayar en forma con
centrada durante más de tres semanas por vez. Pero estoy decidido
a que los cinco conciertos, todos, sean verdaderamente buenos. Los
del coro (100 personas; entre ellos hay gente de la alta sociedad,
aficionados europeos refugiados, y emigrantes judíos) trabajan como
negros, por amor al arte, y creo que al final resultarán muy buenos.
Solistas: La soprano, una húngara, buena: la mezzo-soprano, com
pletamente imposible — tengo que conseguir a alguien de Buenos
Aires o del Brasil; el tenor (yo lo descubrí), con una hermosa voz,
un obrero uruguayo al que espero conseguirle una beca del Estado
para que pueda estudiar bien; el bajo, también es uruguayo, su
aspecto es gracioso: parece un bebé de cine, con un bigotito, nada
de grasa, pero con un rugido de león. De modo que ahora conoces
a todos mis delincuentes...
Domingo 6 de agosto. El concierto de ayer (mi 499 cumpleaños)
fue un gran éxito. Sobre todo la Séptima, por supuesto. Verdadera
mente la habían estudiado bien y atacaron el último movimiento
con tal frenesí que apenas tuve que usar la batuta.
Lunes 14 de agosto. Aquí ya estoy en Buenos Aires. La Novena
en Montevideo fue un éxito colosal. El auditorio se levantó como
un sólido muro y siguió gritando durante un cuarto de hora. Tuve
que salir delante del telón de seguridad para complacerlos, y me
siguieron hasta en la calle__
Tales, pues, algunas de las impresiones del propio Kleiber sobre
su primera actuación entre nosotros. Habrían de seguir muchas tem
poradas más en Montevideo, así como en Buenos Aires, Santiago
de Chile y Cuba. Kleiber se hizo ciudadano legal argentino, y amó
estas tierras rioplatenses y sus gentes de la misma manera como era,
a su vez, querido, admirado y venerado por los melómanos y los
músicos del Río de la Plata.
Terminada la guerra, Kleiber volvió a Europa. Sus más grandes
triunfos los obtuvo en Londres. Actuó algún tiempo en la Opera de
Berlín Oriental, hasta que el clima político opresivo se le hizo ina
guantable. Volvió a actuar en Nueva York. El único lugar donde
no obtuvo ni un puesto ni apareció frecuentemente, fue en su propia
ciudad natal: En Viena. Y murió inesperadamente, en un hotel en
Zürich, el 27 de enero de 1956, el día en que se celebraba el bicen-
tenario del nacimiento de Mozart. Ningún diario austríaco mencio
naba siquiera la noticia de la muerte de Kleiber. Pero en Nueva
York, en Londres, en Buenos Aires no se le había olvidado. Y por
cierto tampoco en Montevideo. Hasta hoy perdura entre nosotros
el recuerdo del gran director, que, con infinita paciencia hacia una
261
orquesta que por cierto no reunía los elevadísimos standards artís
ticos a los que él había estado acostumbrado en Europa, nos brindó
primeras audiciones de la Suite Lírica y de Fragmentos de “Wozzek”
de Alban Berg, del Concierto para Orquesta de Béla Bártok, del
Don Quijote de Richard Strauss, e inolvidables versiones de Mozart,
de Schubert, de Bach, de Brahms, de Dvorak, de Wagner, de Tschai-
kowsky — y sobre todo, interpretaciones impactantes de las Sinfonías
de Beethoven.
En este año en que se conmemora el 1509 Aniversario de la
muerte de Beethoven, tenemos, pues, motivos más que suficientes
para recordar a ese gran director beethoveniano, Erich Kleiber, quien
una vez, al ser preguntado cuál era su compositor favorito, contestó:
“Siempre aquel que estoy dirigiendo”.
Erico Stern
BIBLIOGRAFIA:
JOHN RUSSELL: “Erich Kleiber”, Londres 1957, Buenos Aires 1958.
GEORG FREUND: “Erich Kleiber, Artista Luchador”, Montevideo 1941.
JOSEPH WULF: “Musik im Dritten Reicli”, Guetersloh 1963.
DAVID WOQLDRIDGE: “Conductor’s World”, Londres 1970.
262
SOBRE DIALECTOLOGÍA URUGUAYA
Por A. Rosell
SOBRE DIALECTOLOGÍA URUGUAYA
El concepto y su designación
265
a los lenguajes que hablaban los pueblos americanos], prácticas, di
versiones, industrias, etc.?” Verdaderamente, parece mentira que
para las fechas en que Bermúdez estampaba esos conceptos, hubiese
que enarbolarlos como pendón de protesta! Sin duda se había pro
ducido, paralelamente a los avatares histérico-políticos, un retroceso
en la valoración de los fenómenos lingüísticos, pues en 1614, y en
España, Jiménez Patón ya atribuía tal valor al hecho dialectal que
inclusive lo usaba como piedra de toque para determinar la calidad
de las lenguas; y nada digamos de la posición del superlatiinista
Sánchez de las Brozas (el Brócense, 1523-1600), que en el último
cuarto de su siglo defendía el uso de las lenguas romances, dialectos
del latín, en los estudios escolásticos — lo cual implicaba ratificar,
a cuatro siglos de plazo..., la actitud de todo un Ramón Llull.
Siglos después los estudiosos de lingüística fueron asignando más
importancia al fenómeno dialectal, hasta que los neogramáticos
—segunda mitad de la pasada centuria— lo tomaron como base de
sus trabajos. Y desde ese momento ningún nombre ilustre de esa
rama de la Ciencia dejó de aprovechar el material primario dia
lectal. Hoy, sobre la trascendencia e importancia de los trabajos dia-
lectológicos señala Renato Minore (“II Messaggero”, Roma, 27/X/76;
y traduzco) que “con los instrumentos de la trascripción, que no es
mero ejercicio filológico, [el estudioso] participa de la relaboración-
invención de un imaginario [lenguaje] colectivo; mediante la praxis
política evita su estancamiento en formas mitificantes y de consuelo,
y se esfuerza por caracterizar “la tendencia humana [respecto] de
sentimientos, aspiraciones y pensamientos” (Goldman) del grupo de
que se ha tornado portavoz”.
Saussure, al organizar los estudios lingüísticos sobre los dos
pilares ¡taróle / langue implicó la importancia de los dialectos, al
extremo de considerar que “abandonada a sí misma, la lengua co
noce dialectos” — o sea, si no yerro el raciocinio, que el dialecto es
la forma (parole) real del lenguaje. Y termina Saussure el capítulo
dedicado a la diversidad de las lenguas, con esta definición concep
tual: “Los idiomas que no divergen más que en un grado muy débil
se llaman dialectos", de modo que “entre dialecto y lengua hay una
diferencia de cantidad, no de naturaleza”; dicho de otra manera:
que es artificioso el establecimiento de una relación valorativa entre
‘dialecto’ y ‘lengua’: “Los dialectos no son más que subdivisiones
arbitrarias de la superficie total de la lengua” — por lo cual la
integridad y pureza de una lengua son padrones relativos, que en la
práctica nunca se logran (cualquier hijo de vecino puede alegar
que la expresión de su interlocutor no es la más apropiada al caso...)
La importancia humanística de la dialectología resulta del con
cepto de Brunot, recogido por Gon<jalves Vianna, según el cual “a
linguagem acusa as mais pequeñas varia^óes de clima”, “e nao só do
clima [agrega el comentador portugués], mas da própria constituyo
fisiológica, das circunstancias do meio-ambiente, das características
raciais, dos cruzamentos étnicos, etc.”, todos factores biológicos del
hombre, sér social, por esto palpitantes en el lenguaje. De ahí que
la expresión dialectal sea más tenaz que la forma académica; caso
patente de ello entre nosotros y hoy es Julio C. da Rosa, cuyo estilo
266
—no literario, no retórico; o, a lo sumo, como ensayista, llano,
anti-erudito—, como lia señalado Visca, conserva las expresiones de
su habla coloquial (').
La precisión detallista puede llevarnos, con Saussure, a expresar:
“No hay más que caracteres dialectales naturales, no hay dialectos
naturales [!!]; o, lo que viene a ser lo mismo: hay tantos dialectos
como localidades”. No se aparta de esa orientación Swadesh cuando,
al definir ‘dialecto’ dice que es “variante local de una lengua”, que
bien pueden ser las “normas divergentes” de que habla Casares, que
permiten individualizar el dialecto y “circunscribir su ámbito”.
Pero en opinión de Vendryés “el dialecto es más o menos defi
nible”. “Los dialectos se crean espontáneamente por el juego natural
de las acciones lingüísticas. Allí donde las maneras de hablar conti
guas presentan particularidades comunes y un aire general de seme
janza sensible para los sujetos que hablan, hay dialecto”.
Los neogramáticos, y cuantos han profundizado en el proceso
productor de las lenguas han señalado los mecanismos y etapas de
6U formación; baste un nombre: Sapir. Este autor, cuya obra es
básica en la lingüística moderna, explica algunos de esos procesos,
que señalo por convenir especialmente al panorama dialectológico
que presenta el Uruguay.
Dice Sapir en la p. 171: en un momento determinado “pueden
encontrarse individuos aislados que emplean un lenguaje intermedio
entre dos dialectos de una lengua, y si aumenta su número y su
importancia pueden dar lugar a una nueva norma dialectal, a un
dialecto en el cual coincidan las peculiaridades extremas de los dos dia
lectos de que procede”. Y más adelante (pp. 174-5): “En el curso
del tiempo los dialectos se van dividiendo a su vez en subdialectos,
los cuales adquieren gradualmente categoría de dialectos indepen
dientes, mientras que los dialectos originales se convierten en lenguas
ininteligibles las unas para las otras. Y así continúa el proceso de
germinación, hasta que las divergencias llegan a ser tales que sólo
un lingüista, armado de todas las pruebas documentales y de un
método comparativo o reconstructivo, puede deducir que las lenguas
en cuestión están genealógicamente emparentadas, o, dicho en otra
forma, que representan líneas de evolución independientes de un
mismo y remoto punto de partida”. En suma: ningún lingüista
conciente —o sea, que aplique en sus trabajos criterio y método
científicos— puede dejar de utilizar lo dialectal como primera he
rramienta para sus labores. Más aún: como concepto y como rea
lidad actuante en un complejo social, el ‘dialecto’ es muy sutil, de
múltiples direcciones según el afinamiento del análisis y la intención
del estudio; es un mecanismo-estructura muy palpitante (vé. López
del Castillo), y que ha de merecer atención tanto de los lingüistas
a secas, como de educadores y sociólogos.
Dentro del concepto ‘dialecto’ referido a “variedades lingüísticas
con una localización geográfica particular” (Martinet), cabe estable-
267
cer valores de área o territorio lingüístico, y aun de permanencia o
efimeridad. En este punto ya el conflicto no es categorial, sino sus
tancial, abarcando, así, todo el cosmos lingüístico: “Hay las llamadas
áreas centrales, dentro de las cuales es en general uniforme el modo
de hablar, y áreas marginales o de transición, en las cuales varía
rápidamente de lugar en lugar. En estas áreas de transición se hallan
también a menudo formas que se presentan como cruzamientos de
las formas usuales en las áreas centrales próximas” (Porzig). Dicho
de otro modo, y con sentido de terminología de trabajo —más allá
de la precisión que hace Sapir, de que “los términos dialecto, lengua,
forma, familia son puramente relativos” en las especulaciones lin
güísticas—: hay grados en la sustancia y dimensión de los fenómenos
dialectológicos: subdialectos, patuás, hablas particulares, localismos,
variaciones (o variantes) (2).
Por otra parte, Zamora Vicente no designa como ‘dialecto’ el
fenómeno lingüístico castellano que se da en América; ¿supone ello
negar su producción aquí?... No parece posición sensata ni sostc-
nible; por lo menos referida a grandes comarcas, de las cuales el
Río de la Plata es una de las más caracterizadas. Bermúdez ya seña
laba en 1901 que por el “mayor caudal de variados elementos traídos
por la crecida inmigración que a es[t]as playas acude, [el lenguaje
del Río de la Plata] ha de ser el más abundoso y rico, y en el que
se comunique el mayor número de gente”. Y por lo que respecta a
la dimensión y sustancia del fenómeno dialectal, agregaba Bermúdez:
las nuestras “no son palabras que ‘tienen una misma o muy parecida
significación’ [entrecomillaba Bermúdez, lo que deja suponer que
era una reticencia que pretendió levantarse contra el derecho de
los americanismos] [que las peninsulares] dentro del idioma vernáculo:
son, poco más o menos, como la versión de un idioma a otro idioma".
Más aún, y por lo que se refiere al campo occidental rioplu-
tense: Gandolfi Herrero daba por sentada en 1961 la existencia de
varios dialectos en lia República Argentina, al señalar que “un por
teño, un catamarqueño, o un riojano pareciera que no pertenecen
al mismo país”. Entonces, a fortiori, cabe reconocer dialectos entre
una y otra Banda; de lo contrario, ¿qué diríamos que emplean los
de la occidental, o los de la oriental? Será lícito designarlos como
268
subdialectos, naturalmente; pero entonces ¿cómo señalar las dife
rencias zonales o comarcales? No son patuás —designación que, apar
te su valor calificativo, Martinet reserva para Francia—, ni bables,
—según el concepto ‘dialecto de los asturianos’ (Drae), más preciso
en boca de Agustín Pascual Pino, cuando (“Canigó”, Bama.; 16 de
junio de 1976, p. 6) señala que “del suelu Astur, [... la] llingua
ye’l Bable”; ve. también Alarcos Lloracli. p. 185—. ¿Cómo desig
narlas? A mi entender, como hablas, simplemente.
II
La técnica
269
“Para establecer el atlas de una región se define primeramente
un cuestionario tipo, que por lo común incluye tres clases de pre
guntas: ‘¿Cómo se expresa tal noción?', ‘¿Cómo se pronuncia tal
palabra?', ‘¿Cómo se traduce tal frase?’. Después se envía a un grupo
de investigadores a un determinado número de localidades de la
región (la elección de las localidades plantea problemas difíciles),
y éstos, mediante interrogatorios y observaciones, procuran [obtener
respuesta] a todas las preguntas formuladas para cada una de las
localidades elegidas” (Ducrot).
Claro está que esos trabajos no son tan fáciles como podría
parecer por esas escuetas explicaciones de Ducrot; más bien se asi
milan a las exploraciones folklóricas — por lo demás, se comprende
que el lenguaje es un elemento que el folklorólogo debe tener en
cuenta.
Finalmente, además de brindar ese material vivo, los trabajos
de campo permiten reunir “el léxico archivo [que postulaba Menéndez
Pidal; que] en la medida de lo posible [debe] registrar todo vocablo
local”; o sea: rimeros dialectológicos, donde estén recogidos “todos
los elementos lingüísticos dispersos”.
También ofrecen material útil, aunque de otra sustancia, los
monumentos literarios. Con esta expresión entiendo aludir no sola
mente a la obra de arte, sino también al documento específico; por
ejemplo: a los dialectalismos que pueda detectarse en los textos
oficiales de la época colonial —es decir, cuando aquí la expresión
literaria autóctona era poco menos que inexistente—, tarea que ha
emprendido, aunque no concluido ni divulgado la Profa. Matilde
Bianqui; o en las correspondencias y escritos de figuras eminentes
de nuestra historia: un Artigas —por no remontarse a los flagrantes
de Rivera...
El rastreo de los documentos teniendo en cuenta factores bio
gráficos y culturales puede brindar elementos útilísimos, inclusive en
autores no costumbristas, pero que manipulan la palabra con sentido
de realidad y sencillez, como Felisberto Hernández; en cambio,
otros autores que pretenden ser realistas en algunas páginas, incurren
en una inautenticidad —la expresión es de Visca— que nace en las
propias comillas con que encierran voces que para ante nosotros
no necesitan de tales muletas.
Por otra parte, a su vez, los monumentos, sobre todo según los
diferentes géneros literarios, pueden revelar materiales que acaso
no afloren en las investigaciones ceñidamente dialectológicas; mu
chas expresiones episódicas —el ‘óigalél’ que encantó a Joaquín de
Vedia cuando lo oyó de labios del Cantalicio sanchiano, por ejem
plo—, o coloquiales, o bien acepciones particulares —subdialectales,
o acaso idiolécticas— o metafóricas, pueden muy bien pasar inad
vertidas por los más sagaces investigadores. De cualquier modo, no
se pierda de vista la advertencia que hacía el Dr. Martínez Vigil: “Es
equivocado elevar a la categoría de reglas lo que han hecho, sin
conciencia a las veces, escritores calificados”; y aun que “el conflicto
que se alza entre la lengua literaria y los dialectos” —que señalaba
Saussure— obliga al lingüista “a examinar las relaciones recíprocas
de la lengua de los libros y de la lengua corriente”, y aun tener en
270
cuenta factores no concretamente lingüísticos, como: a) oriundez y
permanencia, o peripecias vitales del autor (45); b) calidad (género)
de la obra de arte; c) estilo, propiedad e intención expresiva —casos
notorios de Magariños Cervantes o de Yamandú Rodríguez—; d)
modalidad del lugar y momento; y aun e) sujeción o no a “modas”
en auge en el momento de la creación. Todo sin olvidar que en
manos del artista, aun la más fiel reproducción del habla de los
personajes “no deja de haber pasado por el filtro de un sujeto que
selecciona con feliz acierto sicológico, humano y estético las piezas
con que ellos aparecen articulando el habla” (Rosell, “El habla...”).
Sea como sea, el monumento literario tiene valor confirmatorio
de la calidad estética del dialecto dado; en todos los idiomas, épocas
y lugares se encuentran abundantes pruebas de ello —desbordán
dose el fenómeno desde las voces de germanía que recoge Cervantes,
al cocolichesco que Sánchez pone en boca de Gamberoni en “Moneda
Falsa”, o Herrera en la de Pucchini en “El caballo del comisario”
—y en éste, aínda mais, se inserta algún giro fronterizo.
Los técnicos
(4) Casos como Romildo Risso (con su permanencia de doce años en Ro
sario de Santa Fe); o de Lirio Fernández, en Córdoba; o bien de Osiris Rodrí
guez Castillos.
Este aspecto de la oriundez de los usuarios es de la mayor importancia en
diversos sentidos de las especulaciones lingüisticas; asi véase cómo Amado Alonso
(“De la pronunciación medieval...”), al estudiar los matices fonéticos (simple
mente, o en relación con la ortografía) y su evolución en ciertas letras, se
remonta al lugar de origen del testigo —que a veces puede ser no una comarca
sino apenas un pueblo— o de vivienda de los autores que cita; y el detalle
señalado tiene tanto mayor valor cuanto que se trata de preceptistas, gramáticos
o maestros, que en razón del objeto de sus trabajos y estudios cabría presumir
o esperar que fuesen capaces de despojarse de cualquiera y toda particularización.
Y digo —-para insistir en la importancia de la oriundez del autor—: ¿cómo
pretender, entonces, que un artista, arrebatado por la fuerza de la inspiración
y el vigor de la forma vivos, deje de expresarse según las características del
lugar donde nació o se formó — más, inclusive, que del ambiente o persona
que describe!
También puede darse el caso de autores capitalinos (ciudadanos, así) que,
empero, aficionados a las cosas camperas recorren el país a lo largo y lo ancho,
y recogen en sus obras no sólo episodios sino lenguajes de todo el perímetro
nacional; caso, entre nosotros, actual y ejemplar, de Alberto Bocage.
(5) Al tratar de dialectología uruguaya hay que recurrir casi inevitablemente,
como ejemplo y ámbito de estudios, al habla fronteriza; por la singularidad
nuestra del fenómeno, por haber recibido la mayor atención de los estudiosos,
y aun por la esencialidad de algunos exponentes — Bisio, por ejemplo, sigue
siendo casi el único autor que ha producido en un habla particular uruguaya.
271
Pottié sobre argentinismos y uruguayismos en Amorim; o los traba
jos lexicográficos del grupo de profesoras encabezado por la acadé
mica Celia Mieres; o el “Vocabulario” de Pérez Ubici; y desde luego
las copiosas obras de Guarnieri — trabajos todos, de cualquier modo,
en que poco efecto tiene la técnica dialectológica, y aun la lexico
lógica; pues no se pierda de vista la observación de Sergio Bermúdez
(“El lexicógrafo...”, p. 10), de que “renunciando a[l...J estudio
pesquisidor [etimológico, semántico, práxico, documental] el lexicó
grafo es simplemente un colector sin autoridad de lingüista”.
Entre nosotros aún hoy sigue vigente, con pocas variaciones,
la empresa que en 1955 replanteaba —la partícula reiterativa alude
al trabajo de los Bermúdez, que abarcaba medio siglo largo— el
Prof. Berro García (vé. “Revista Nacional”, de enero-junio/1965):
“El material lingüístico que surge del habla popular uruguaya [... ]
es enorme y avasallante, desbordando notoriamente el contenido li
mitado de los diccionarios existentes”, y que en 1962 le indujo a
promover una encuesta para “precisar el habla popular uruguaya
en la época actual” (BFIES, mar-set/62), cuyos resultados no han
llegado a conocimiento público; y de la que son —más que ecos—
netos planteos, reclamos que de tanto en tanto aparecen en la prensa
diaria —así, en “El Día” del 1 de otubre de 1976 (p. 12) dos seu
dónimos corresponsales señalan: uno, que como “el idioma español
es hablado por más de doscientos millones de seres a lo largo de
más de veinte países, es imposible pretender que en todas partes
se utilicen las mismas palabras”; y otro, que como “estamos en el
Río de la Plata y no en España [. .. ] tenemos derecho a realizar
los ajustes de la lengua madre conforme a nuestras costumbres de
dicción”.
Los observadores
(6) Este procedimiento ha sido muy socorrido por nuestros escritores, más
que por los editores; de memoria cito: Yamandú Rodríguez, Morosoli, Carbajal,
el Da Rosa de los primeros tiempos, aun Abel Soria que lo emplea a voleo. La
imprecisión o peligrosidad del recurso radica en que con las comillas se llama,
sí, Ja atención del lector, pero no se indica cuál es el sentido o la intención que
afecta al caso léxico: tanto pueden eeñalar un gauchisni,o flagrante, como un
matiz metafórico especial —irónico, p.e.— que el autor asigne a la expresión;
tanto insinuar el entono particular con que haya de imaginarse en boca del per
sonaje, como la condición extraña al idioma en uso. Todo a pique de no apli
carlas en cualquier vuelta del camino... (vé. en “Los albañiles...’’ de Morosoli,
pp. 168-169, los dialectalismos ‘rumbero, sumido, mimosear, pialar’, no registrados
272
o abastardil'lando sin más la escritura de la voz o la expresión (Ma
gariños Cervantes), o los que explican en nota de pie de página
(también Magariños Cervantes, con lo cual el lector queda más des
concertado; caso idéntico ofrece Bisio), o conformando el texto con
aclaraciones indirecta o levemente definitorias, al estilo de: “El
pampero, ese viento terrible...”, o: “...o sea cuchilla, como la lla
man en el país...”, o “... varios ranchos, o sean chozas de barro
y paja, parecidas a...”, o “su poncho, especie de...”, o aun “Un
gaucho es un hombre...” (Magariños Cervantes).
Acevedo Díaz advirtió lo riesgoso de esos procedimientos, y agre
gó (vé. “Nativa”) una “Aclaración de algunas voces locales...”,
ejemplo que siguieron Fernández y Medina (1893) y Montiel Ba
llesteros en “Gaucho Tierra” (1949), entre otros.
Precisamente sobre el valor incidental o episódico asignado a
los dialectalismos en ciertas obras literarias pueden ser significativos
algunos conceptos contenidos en los “Breves apuntes filológicos” que
Montiel agrega a esa su obra.
Comienza declarando que emplea “el español corriente en nues
tro medio, que aunque deje mucho que desear como modelo de
corrección, tiene nuestro sello personal” —y entiéndase este adje
tivo como referido a la personalidad étnica—; que a fin de “evitar
dificultades a quienes dentro de nuestras fronteras lingüísticas rio-
platenses ignoran la jerga idiomática de nuestros campesinos”, y
a los lectores de los “pueblos fraternos de América”, agrega esos
mismos apuntes y el Vocabulario; pero deja constancia de que “las
formas de expresión de nuestras gentes no son siquiera dialectales,
reduciéndose exclusivamente a deformaciones fonéticas del lenguaje,
a escasos neologismos y a algunos modismos, vicios regionales, si
no disculpables, explicables”. Reconoce, empero, que con la extirpa
ción de formas particulares (precisamente: dialectales) “restamos sa
bor y color, especialmente a los diálogos”. Y finalmente nota que
“muchos de los vocablos que tomamos como típicos de nuestro medio
son simplemente palabras castizas en España, o a las cuales damos
diversa acepción —ejemplo: rebenque, alarife, roncear, bocado, gua
po, torear, flete, changa, priesa, retortero, etc., etc.”
“Como, pese a nuestros propósitos nos ha sido inevitable ser
vimos de americanismos, regionalismos y frases que, en general, sig
nifican imágenes gráficas, sentencias y definiciones de actitudes —tra
ducidas con singular acierto, eficacia, graficidad y humorismo por el
vivaz ingenio popular—, nos hemos visto precisados a explicar al
pie de cada página el sentido o la intención de lo que estimamos
dudoso o difícil de interpretar”.
No acabo de explicarme esas que antójanseme contradicciones
de un espíritu lúcido como el de Montiel Ballesteros...; sobre todo
si se tiene en cuenta unas precisas y cálidas palabras del Prólogo,
que implantan la obra en el medio natural de nuestra tierra: "Lo
en el Drac, o no con el sentido que entre nosotros puedan tener esas voces, sin
tales comillas); y acaso, viceversa, aplicadas a frases o proverbios como señalando
su particularidad rioplatense o uruguaya, cuando a menudo pertenecen al más
rancio refranero español...
demás no es sino ambición. Pero aunque tal, limpia, diáfana, hu
milde: la de realizar algo entrañablemente nuestro, como si fuese
posible transustanciar la prístina gracia inédita de las almas y de
las cosas indígenas a las formas del Arte.
“Todo lo que no se aproxime a ese desmesurado intento lo esti
mamos ganga, retórica, relleno y nadería.
“Para nosotros es ese el humano fin del Arte. Por eso algo nos
devolvió al límite lugareño, a la pureza primitiva del campo, a la
soledad tremenda y tierna de la tierra y el cielo.
“Y sin dejar de ser lo otro, nos descubrimos naturales de un
reducido espacio del mundo, estaqueado entre unos cerros, con pra
deras y colinas verdes, con un monte eufónico y un arroyo de frío
cristal oscuro y un cielo suntuoso, asegurado por unas estrellas
dueñas de toda la Poesía”.
Y digo: si esa obra de arte, “Gaucho Tierra”, se nutre de
elementos naturales, ¿puede realizarse sin el lenguaje terrígeno, que
es forzosamente dialectal?
Otra laya de “observadores” la constituyen aquellos escritores
que en obras literarias o no, señalan o atisban el fenómeno dialec-
tológico. Así, en varias páginas de “Maneco Chico” Carbajal señala
el aspecto cultural del problema: “Era un intento de portugués o
de español plagados de barbarismos riograndenses. No llegaba, e:i
general, a completar una frase con vocablos o giros de un solo
idioma” (p. 97); así en Bouton, en cuyas heteróclitas páginas se
encuentra desde el escarceo lexicológico hasta el paso como sobre
ascuas por la expresión gauchesca más cargada de connotaciones.
Lo más arduo de esos rastreos estriba en que esos aportes están
desperdigados, y su computación es engorrosa (7), y obliga a aplicarse
a una búsqueda minuciosa. Pero este trabajo es inevitable; hasta me
atrevo a decir que por no haberlo realizado metódicamente, los es
tudiosos concicntcs se ven forzados a declarar que es imposible esta
blecer 'la verdadera condición aun del habla fronteriza (De Marsilio,
Agar Simóes).
Entran asimismo en categoría de “observadores”, aunque tras
cendiendo el marco dialectológico estricto, escritores al estilo del Prof.
Adolfo Rodríguez Mallarini, con una profusa labor de estudio y divul
gación tanto en el plano lingüístico gramatical y literario, como en el
periodístico. 0 bien periodistas que incidentalniente han especulado so
bre la materia —especialmente en torno al habla fronteriza; tengo a
mano, como probatorios, un Ramón I. Alvarez (Supl. dominical de.
“El Día”, principios de 1961); un Fernando Aínsa — “El Diario”
de varias fechas de la segunda quincena de agosto de 1968, a propósito
de un episodio gubernativo a que en su punto me referiré.
274
III
275
dominical de “El Día” un mapa dialectológico uruguayo compue?to
con datos de diverso origen, principalmente de los medios docentes
secundarios. Dividía el territorio nacional en cuatro zonas subdia
lectales: 1t Litoral ( parte): Salto, Paysandú. Río Negro. Soriano.
Colonia: 2) Sur: Colonia. San José, Montevideo Canelones. Mil-
donado. Flores. Durazno, Florida. Lavalleja: 3i Norte (del río Ne
gro): Artigas, Salto. Rivera, Tacuarembó. Cerro Largo. Treint.: v
Tres. Rocha: y 4) el mismo departamento de Rocha, que constituía
“una isla lingüística”. El Prof. Sábat Pebet declaraba estar realizando
estudios dialectológicos. aunque no sé que hayan sido publicados.
Horacio de Marsilio es el autor que ofrece (19691 el más com
pleto y orgánico atisbo sobre el panorama lingüístico uruguayo. De
clara nobstante. su “provisionalidad”. y en esa condición presenta
’n. 211 un mapa —“basado en test'monios fragmentarios e insu
ficientes”— en que se distinguen cuatro grandes zonas:
1) la fronteriza, de mavor o menor interferencia de portugués-
brasileño (Artigas. Rivera. Cerro Largo. Salto. Tacuarembó,
buena parte de Treinta y Tres), zona desmenuzada, en otro
mapa de la p. 40, en seis variedades:
2) la litoral (Paysandú Río Negro. Soriano. parte de Tacua
rembó. Durazno, Flores, y parte de Florida), con abundan
cia de portuguesismos:
3) la esteña (Florida, parte de San José. Canelones, Lavalleja.
Maldonado. Rocha), con abundancia de arcaísmos —se en
tiende: castellanos—; y
4> Montevideo y su zona de influencia, que toma una faja cos
tera de Canelones. San José y Colonia (aunque de este
Departamento declara el autor que carree de datos), que
“han formado su parla con particularismos de origen ur
bano [montevideano], rico en italianismos”.
Como se advertirá, de las demarcaciones zonales hechas por esos
dos autores, apenas coinciden la tercera de Sábat Pebet con la pri
mera de De Marsilio. Éste, además, caracteriza y circunscribe la
influencia de la capital, que aquél diluía en un área más vasta: v.
en cambio, amplia la zona arcaizante —que Sábat reducía a una "isla
lingüistica”: cu realidad, dialectal—. como se aceptaba desdo los
trabajos de Berro García en 1937. No cuesta admitir que las diferen
cias respondan a mayores y más profundos estudios y relev amientes
efectuados en los tres lustros largos que median entre la realización
de ana y otra.
Desde luego que liemos de tener presentes los aspectos históricos
del fenómeno: el origen o influencia —no creo que pueda propia
mente hablarse de substratum— de las formas particulares de zonas
españolas: Asturias. Maragatería y Canarias, que conforman el pri
mer momento ¿el habla usada aquí, y subsiste en los arcaísmos
inimitablemente señalahles en la zona esteña o serrana —Fernández
y Medina precisa: los “asturianos pobladores de Minas” (in “Monte
cerrado"i; y liona (“Aspectos...”): “Era muy frecuente que todos
los colonos de una región americana de estas zonas procedieran de
la misma aldea española o d? unas pocas aldeas vecinas, o, al menos.
276
(le la misma provincia. Así, la ciudad de Montevideo fue fundada
en 1726 con veinte familias canarias, a las cuales se reunieron en
1728 otras treinta familias, también canarias. En cambio, la¡ zona
ultraserrana (Rocha, Maldonado, Minas) fue colonizada por galle
gos, y, sobre todo, asturianos. Y hasta hoy se conserva una neta dis
tinción lingüística entre las dos zonas, que puede deberse o no a
la diferencia regional de sus primeros colonos [...]”—; bien pronto
los portuguesismos —que sobreviven en la franja fronteriza, y con
figuran el cuadro dialectológico más rico y estudiado del Uruguay—;
y finalmente, en tiempos más próximos, y naturalmente con menos
fuerza, los contingentes italianos y suizos —sobre todo ítalo-germanos—
esparcidos por una considerable área de Colonia.
Como, según ha sido repetido, no se conoce, aun de la zona fronte
riza, mapa alguno de isoglosas, forzoso nos es, a los aficionados, deter
minar las áreas a ojo de buen cubero; y en este plan los ■‘monumentos”
pueden ser —con interés atento, como he dicho, sobre datos biográficos
de los respectivos autores— una primera cantera de materiales dia'lec-
tológicos. Empero hay que distinguir fuerzas: el uso de dialectalismos
como elemento retórico (artístico) coadyuvante en los relatos (un Ace-
vedo Díaz o un Moncgal), como expresión de los personajes imaginados
(un Lussich, un Juan Ma. Oliver), o aun como estilo personal del
habla dél narrador (un Da Rosa).
Corresponde también valorar la intención extensiva; me explico:
que el empleo del dialectalismo pretenda dar por entendido su uso para
toda el área nacional (“Caramurú”), aun limitado a los factores episó
dicos y a una configuración de los personajes; o bien, sin declararlo,
dar como circunscritos'los dialectalismos (Fernández y Medina).
Finalmente, recuérdese los factores de técnica literaria o de estilo:
que, ajustando la obra a los moldes académicos, la lengua discurra
por dos planos: el general, propio del narrador, y el dialectal, del
mundo y las personas de la obra de arte; o que toda la obra se pro
duzca según una expresión auténtica unitaria —con lo que estamos
colocándonos en nuestros días—, propia de aquellos tres factores.
Según esos cernidos, a tenor de la división que hace De Marsilio
(p. 21) —a la que desde ahora, salvo declaración en contrario, me refe
riré— menciono algún autor de cada zona; como simple muestra, ob
viamente, desde que no conozco ni manipulo toda la producción de
nuestros nativistas y costumbristas; omito, además, las zonas fronteriza
y montevideana, a las que dedicaré subcapítulos particulares.
Curiosamente, en la segunda zona —litoral-central— sólo he se
ñalado el nombre de Oliver (Juan Solito); y desde luego ello implica,
no qne no haya producido creadores o literatos, sino mi ignorancia
o falta de afinamiento en el estudio...
La tercera zona —sudoesteña— presenta un Garba jal (“Crónica
de ‘El Sitio’”), y un Abel Soria en San José, y aun a Paco Espinóla
—aunque a éste De Marsilio lo ve, igual que a Acevedo Díaz y a
De Viana, como realizador total de nuestro lenguaje campesino—;
en Canelones, Trelles —óptima cantera de canarismos, pese a su
oriundez gallega—, Custodio y Bonavita; en Lavalleja, un Cuadri y
un Morosoli, autores de obras bien sustanciosas y características tatu-
bién en el aspecto que nos interesa (uobstante, eu Cuadri no se
277
singulariza la nota dialectal verbal y su correlato pronominal canó
nico, propia de aquel Departamento y de los de Rocha y Maldonado).
En la cuarta zona, desglosado Montevideo, debemos referirnos
a Colonia —en que tenemos anotado a Oroná— y el borde sur de
San José y Canelones, poblado iniciabnente por gentes de la Maraga-
tería peninsular (8) y de la Canaria insular — y no se olvide, por
lo que a este ‘dialecto’ se refiere, que Zamora Vicente lo considera
“lengua de tránsito”.
Los realizadores
278
tudiad las frases de la lengua, no la de los autores”. Ahí he men
cionado los atisbos lingüísticos de algunos autores (Acevedo Díaz,
Fernández y Medina, Montiel Ballesteros, Carbajal, Bisio); además,
he adjudicado algunos nombres a áreas subdialecta'les, aunque no
a tenor de un plan crítico sistemático; ni desde luego, agotando la
materia. Pero he de exhortar a que no se pierda de vista la distan
cia que pueda haber entre la forma estética (creada, tal vez artifi
cial) y la vulgar (espontánea, natural). Sea como sea, y a mayor
abundamiento, si el artista (caso de Sánchez, ayer; de Da Rosa, hoy)
es capaz de captar y producir la forma coloquial verdadera, en la
obra literaria puede hallarse magníficos materiales; lo que, si acaso,
hay que hacer, es utilizar otros factores en la determinación de sus
valores dialectales.
Los ordenadores. — Asiaín Márquez dice que en 1850
Hilario) Ascusubi publicó aquí un “Vocabulario”, que lógicamente
había de contener voces de ambas Bandas; y que Magariños Cer
vantes, seis años después de publicado “Caramurú”, hacía lo propio.
Con Granada (1889) se formaliza la lexicografía dialectal rio-
platense, pero sin extremarse en distinguir formas particulares de
una u otra margen.
Sobre la segunda edición de Granada (1890) Doroteo Márquez
Valdez fue haciendo unas “Acotaciones marginales”, de las que recién
ahora se tiene un atisbo público (RBN, N? 15, de abr/76), que según
su noticiador, Asiaín Márquez, venía haciendo desde 1875 hasta su
muerte, acaecida el año 1922. Según él exegeta, poseedor de dicho
ejemplar anotado, esas acotaciones “duplican largamente el original”
(es decir: Granada). Claro está que para juzgar la utilidad que
puedan prestar tales “acotaciones”, es imprescindible conocerlas en
su totalidad.
Apenas en estos días he tenido noticia del “Diccionario” que
los Bermúdez (padre e hijo: Washington y Sergio) tesoneramente
redactaron, y empeñosamente (e infructuosa) trataron de publicar
durante medio siglo largo. Según lo conocido (seis “entregas”; se
ignora el paradero de los restantes originales inéditos f1]), se trata
de un trabajo sistemático, minucioso, bien realizado, tanto más va
lioso porque abarca toda la cuenca rioplatense (Argentina, Paraguay,
Uruguay).
Juan Carlos Guarnieri —nuestro trabajador más empeñoso en
materia lexicográfica, con seis títulos en un período de catorce años—
inicia sus vocabularios en 1957; pero en ellos, como ocurre con
Granada, muy escasamente se demarca lo uruguayo (9). Así también
279
en el “Glosario de voces lunfardas y populares” que en 1964 Daniel
Vidart agrega a su “Teoría del tango”.
Del mismo modo son parcialmente útiles —no abarcan todo el
perímetro uruguayo— los repertorios ordenados por el grupo de
profesoras encabezado por Celia Mieres (1966); o el “Vocabulario
de San Carlos” del l’rof. Pérez Ubici (10); asimismo existe material
beneficiable en Bouton; otro tanto dígase del “Refranero” de Escobar;
y ya he aludido a los glosarios o “noticias” de Acevedo Díaz, de Fer
nández y Medina y de Montiel Ballesteros, que por la condición de
sus autores y el motivo de su redacción contienen elementos muy
positivos. Carbaja] ofrece bastante material fronterizo, y aun pro
fundiza en el fenómeno socio-cultural, pero no lo ordena sistemáti
camente. Finalmente, aunque no es uruguayo esencial, Belgeri señala
varias notas nuestras; lo mismo ocurre, aunque más raramente, con
Saubidet. Por último, tanto de Morínigo, que señala particularismos
uruguayos en el panorama americano, como de Gobello en el porteño,
pueden extraerse materiales para nuestra Dialectología.
281
que Arreguine, el Inspector de Enseñanza Primaria, Prof. Homero
Varsi, volvía a denunciar el “avance lento pero firme que en nuestro
idioma hace el portugués” (vé. “El País” de Mont",| 24/XII/55).
En 1958 José Pedro Roña, que desde años atrás había efectuado
trabajos de campo, elevó al I Congreso Brasileño de Dialectología
y etnografía (Porto Alegre, setiembre) un estudio sobre “La exten
sión de las isoglosas portuguesas en territorio uruguayo, y el pro
blema de la frontera entre el portugués y el español en el Norte
del Uruguay”; y en 1965, con su incompleto “Dialecto fronterizo...”
echó los cimientos del estudio científico del tema; pero sus trabajos
no tuvieron continuidad.
Tres años después la cuestión adquirió estado público a raíz
de una inconsulta decisión del Consejo N. de E. Primaria, que al
fin no se cumplimentó; de ese episodio quedan, empero, varias notas
de prensa (en “El Diario”., p.e., de Fernando Aínsa), e informes
de autoridades en la materia: tengo conocimiento de un escrito de
la Profa. Zamora de García, y conservo una nota de prensa de la
Profa. Bianqui; no conozco, en cambio, el dictamen que la Academia
Nacional de Letras encomendó ese año a su Presidente, Emilio
Oribe (vé. BANL/II-l, p. 102).
Prima jacie, la posición de los compatriotas que se ocupan del
problema es, lógicamente, de denuncia —caso similar se da en la
Argentina: recuérdese una serie de artículos de Arturo Capdevi'la
en los Suplementos de la “La Prensa” de Buenos Aires (1960); así
como notas de la revista “Gente” de la capital porteña, de 16/VIII/73
y ll/XI/76— y de protesta por la ineficacia o apatía en resolverlo.
Digna de señalación es, por el Bentido inverso del planteo, la referida
nota de Alvarez, en la que, confirmando a Arreguine, se marcan los
castellanismos en el habla sulriograndense (n).
(11) Como ocurre en todas partes donde dos Estados de signo lingüístico
distinto tienen fronteras comunes (vé. Martinet), a lo largo de la linca divisoria
con el Brasil se producen recíprocas intrusiones; a ellas alude Arreguine; y en
nuestros dias el Prof. Ganzález Pénelas documenta, con profundo sentido prag
mático: “Con ellos (los contrabandistas], y con la gente del pueblo, en las calles,
caminos y montes de la frontera, nos entendimos en ese lenguaje interpolado,
que para un montevideano suena a portugués, y a español [castellano] a un habi
tante de Porto Alegre”.
No sé que los nativos de Rio Grande do Sul echen a mala parte ese proceso
en su territorio; sobre todo desde P. Alegre hacia el sur —donde tienen a gala
denominarse “gaúchos”— no dejan de designar risueñamente su propia habla,
especialmente en determinados niveles culturales, cuando tratan de expresarse
en castellano, como “portuñol” —esto es: sincopa de ‘portu(gués + espa)ñol’—,
que también ha sido designado como “hispagués” ‘hispa(no + portu)gués’—, o
aun “espagués” —o sea ‘espalñol 4- portu)gués’.
De mayor significación científica es el hecho de que en el “Vocabulario...”
son muchas las voces en que se precisa su origen castellano; y aún en el “Voca
bulario pampeano” de Caetano Braun se autorizan muchas de ellas con amplias
trascripciones de textos castellanos de autores platenscs —y aun de más de
un autor gaucho que escribe en ese idioma. Por lo demás, las eminentes figuras
de las letras sulriograndcnBes —un Ramiro Barccllos, con su “Antonio Ghimango”
hombreándose con el “Martín Fierro” y “Los tres gauchos orientales”; un Lopes
Neto (traductor de Florencio Sánchez), un Azambuja— emplean sin la menor
violencia, y acaso con fruición estética —sea otra vez caso eminente el ‘óigale!,
en otros lugares comentado— voces y aun sintagmas de pura prosapia castellana.
282
La nómina de técnicos que han estudiado el problema en enfo
ques que van desde lo socio-cultural (v.g.: Carbajal, González Pé
nelas) hasta lo ceñidamente lingüístico, es reducida. Según mis no
ticias, el informe del Prof. Varsi (1955), los trabajos fundacionales
de Roña (1965), los roles lexicográficos de la profa. Varzi de López;
el capítulo y referencias en el tomito de De Marsilio; similarmente,
el capítulo de la Profa. Simóes en el tomo dedicado al Departamento
de Rivera; y una ponencia presentada por el Prof. Adolfo Elizaincin
a un Congreso de Salta en 1973, con “Observaciones sobre la socio-
lingüística del dialecto fronterizo” (vé. “Marcha”, 2/II/73), que
desconozco. Además, en un reportaje que se publica en “El Día” de
18/IX/76, el mismo Elizaincin —Director del Departamento de Lin
güística de la Facultad de Humanidades— concluye casi la entrevista
con estas palabras: “Hace muchos años que estoy investigando el
problema del portugués hablado en la frontera. Es una investigación
muy costosa, pero las implicancias educativas y sociales de1! bilin
güismo son enormes” —que sientan dos afirmaciones: el habla de
nuestro territorio fronterizo es el portugués, lo cual implica que sus
pobladores son bilingües. Y el Prof Elizaincin concluye: “Estoy
estudiando algunas particularidades del español hablado en Mon
tevideo [con lo que sus trabajos atienden también la fenoménica
dialectal montevidcana]. Aquí también creo que la lingüística puede
hacer su contribución a la sociología” — plan y sentido de esos es
tudios que involucran lo dialectológico.
284
Para c.~ta tarea es menester un serio trabajo de equipo, pues excede,
desde todo punto de vista, las posibilidades individuales”.
Medio año más tarde la Profa. Simóes Larbanois, tras declarar
que el “lenguaje fronterizo es la lengua materna de la mayor parte
de la población del Departamento [de Rivera]”, hace un somero
repaso de las características dialectales, señalando —como en su
momento Aínsa— que muchas de ellas “son ajenas al español y al
portugués” — ¿podríamos pensar, entonces, que estamos ante fe
nómenos lingüísticos extra dialectales?
¿Cuáles son las áreas y las dimensiones del tal “dialecto”, y
de sus “sub-dialectos”? (,2) Tanto Roña como De Marsilio ofrecen
mapas y divisiones bien expresivos. El segundo discierne (p. 40) seis
zonas: portugués artiguense —que comprende casi todo e'l Departa
mento—, castellano artiguense —una pequeña porción de Artigas
y la mayor parte de Salto—•, portugués riverense —todo Rivera y
pequeñas porciones de Artigas, Salto, Paysandú, Tacuarembó y Cerro
Largo—, castellano riverense —la mayor parte (norte) de Tacua
rembó (donde se señala a 'los oriundos de la frontera por su habla
“abayanada”), y porciones de Salto, Paysandú y Cerro Largo—, por
tugués melense —una franja de Cerro Largo sobre la línea fronte
riza—, y castellano melense —que abarca la mayor parte de Cerro
Largo y de Treinta y Tres, con pequeñas entradas en Durazno y
Rocha—. Aceptando la tesis de que el portugués abrasileñado de
Rio Grande do Sul —a su vez influido por castellanismos— prepon
dera en una parte de nuestro territorio, el fenómeno se produce en
casi todo Artigas y Rivera, y en la franja fronteriza de Cerro Largo;
el resto del territorio “dialectal” fronterizo es de sustrato castellano
con más o menos inserciones portuguesas —que, por lo demás, algunos
autores reconocen también en casi todo el territorio uruguayo.
Los grados y valores de ese dialectalismo —en cierto modo de
penetración portugucsista— no son bien conocidos; lo declaran de
consuno Agar Simóes y De Marsilio. Éste explica con cierta extensión
los detalles más notables de ese panorama, pero concluye: “La carencia
de materiales que informen 6obre el lenguaje de nuestra frontera es
casi total”; y tras recordar el trabajo de Roña, señala que “la lexi
cografía, la morfología y la sintaxis tampoco han sido estudiadas”.
Los artistas. — Hay que reconocer que por su producción
artística la zona fronteriza —desde Artigas a Treinta y Tres— ha
sido ampliamente favorecida —no se pierda de vista, empero, la
(12) Anoto, simplemente: en primer término, que muy pocos autores (ar
tistas) emplean como único y pleno instrumento de su creación la tal habla
fronteriza (sobre el particular me extenderé más adelante). En segundo lugar,
que el interés de los estudiosos se ha centrado, como conglomerado humano,
en el Departamento de Rivera, y aún más concretamente su ciudad capital. Múl
tiples factores explican ese enfoque, y acaso no sea de menor importancia el
hecho de la unidad urbana de las dos poblaciones Santa Amia do Livramento y
Rivera, con un sinnúmero de coincidencias c intercambios, de penetraciones y
contrapenetraciones.
Es evidente, empero, que para determinar la significación social de las
formas y zonas sub-dialcctales hay que partir indefectiblemente de un mapa de
isoglosas, y de un estudio profundo de la cuestión desde el punto de vista
sociolingüístico (estadísticas, fenómenos económicos, y aun sicológicos...)
dimensión de su área, y aun otros factores subsidiarios concurrentes—;
no precisamente en el empleo sistemático y pleno del “dialecto” de
esa zona —del cual pueden computarse apenas algunas composiciones
de Bisio y Simóes—, sino en la utilización de elementos de ese len
guaje, ya para dar “un toque de color local o ( ) un rasgo de
carácter a escenas y actores” (Carbajal), ya como expresión propia
y natural del narrador, consustanciado con su decir —caso más no
table: Da Rosa.
De esos empleos “dialectales” e'1 más común —y en cierto modo
menos valioso desde un estricto punto de vista científico— es el de
esas inserciones pintoresquistas de que habla Carbajal; otros pueden
obedecer simplemente a oriundez del autor o de los personajes, al
ambiente o episodio descritos.
Ordenando una lista de autores que emplean tales dialectalismos
fronterizos, nativos de esa zona, y espigando en sus obras las voces o
rasgos más característicos, ya se tendría un buen punto de partida para
compilar, principalmente en lo léxico, el vocabulario de la zona fronte
riza. Luego habría que agregar los autores no oriundos de esa tierra,
que por una razón u otra, recurren a esas voces o morfemas. Consigno
a continuación unos primeros nombres para tal lista.
Desde luego, hay que encabezarla nada menos que con Maga-
riños Cervantes y Acevedo Díaz, hasta llegar a De Viana en el inme
diato ayer, y Carbajal poco después (éste ofrece materiales y enfoques
que por sí solos darían un buen tratado (?) de fronterizo), hasta
un Rodríguez Castillos hoy.
Artigas ofrecería en primer término el nombre de Elíseo Sal
vador Porta; Rivera, los reiteradamente citados de Simóes y Bisio
—éste proporcionando abundante material para la determinación
completa del dialecto riverense—; Cerro Largo, Justino Zavala
Muniz y José Monegal, ambos con magníficas obras de hondo sabor
terrígeno; Salto, Enrique Amorim; y Treinta y Tres nombres tan
consagrados en las letras nacionales como Montiel Ballesteros, Serafín
J. García, Julio C. Da Rosa y José Ma. Obaldía.
Finalmente. — ¿El ‘fronterizo’ se consolidará, adquirirá mo
dalidades propias que lo definan como dialecto?; ¿o tendrá una
existencia efímera, como el russenorsk (v. u. s.)? Con algunos ob
servadores, me inclino a prever un proceso regresivo. No precisamente
en base a que esa habla es f'luctuante y diversa, consistente princi
palmente en préstamos o calcos, sino al hecho de que el grupo
humano que la conforma no es homogéneo; la liibridez del habla
es fruto de la hibridez sociocultural, y aun económica. En realidad,
tal estado de cosas ya lo denunciaba en 1892 Benjamín Fernández
y Medina, en “Alma, vida y corazón”; véase su primera página:
“Los ecos del grito de guerra lanzado en 1886 contra el tirano Santos,
llegaron como un presagio fatídico a los pagos de la frontera nordeste.
“En aquella sociedad apartada del trato civilizado, donde los
brasileños, que son los ricos, dominan todo, pocos corazones se
alegraron al recibir la noticia de la revolución.
“Los estancieros criollos lamentaban de antemano el ganado que
perderían, los caballos que arrearía la policía, y la interrupción en
los trabajos que causaría la leva llevándose los peones.
286
“Los brasileños esperaban más tranquilos y confiados los su
cesos: como extranjeros, tenían derecho a reclamar ventajosa in
demnización por cuantos perjuicios les ocasionaran.
“Sólo los pobres, los puesteros y los peones, que bajo su ruda
corteza tenían corazón de patriotas, miraban con la alegría de las
aves que saludan la aurora, aquel anuncio de guerra.
“Muchos de ellos tenían todavía en un rincón del rancho la
vieja lanza de moharra enmohecida por el tiempo...”
El día que se aplique a una y otra parte de la línea una polí
tica económico-cultural y educativa irán cerniéndose los caracteres
idiomáticos —sin que, empero, dejen de aplicarse particularismos
lingüísticos en la fonética, el léxico o la sintaxis, que permitirán
siempre señalar a los oriundos de esa zona por sus modalidades
hablantes.
Lo que podría definir la estructuración del ‘fronterizo’ como
dialecto o como idioma es su vitalidad a través de la producción
de monumentos literarios. Pues bien: según esta pauta, el hecho de
que desde 1935 —fecha en que se publicó la primera edición de
“Brindis agreste”; 3/1966— no se baya anotado otros títulos, ni
aparecido otro autor —y no olvido a Olinto Simóes (1950)— está
demostrado que por lo menos el habla fronteriza no se enriquece,
no adquiere temple. ¿Cabe presumir, entonces, que se produzca el
mismo proceso que según Vendryés se dio en la Picardía francesa?:
“El dialecto picardo se extinguió cuando los sujetos que lo hablaban
perdieron el sentimiento de independencia y de dignidad del dialecto”.
El montevideano
287
es difícil discernir la» líneas y direcciones del fenómeno lingüístico.
Si bien las hablas capitalinas, por múltiples circunstancias —desde
las político-administrativas, hasta las de simple oropel—, actúan
sobre todo el territorio de la nación como pautas modélicas, no
es despreciable el movimiento inverso: del flujo campesino quedan
rastros en el habla ciudadana (13), según resulta de la señalación
que hace De Marsilio: “Desde el punto de vista fonético el lenguaje
montevideano tendrá fuertes reminiscencias campesinas”.
Ya, pues, en este aspecto tenemos una masa de elementos positivos;
pero ¿basta eso, junto con la innegable influencia metropolitana,
para pensar en algo así como una ‘koiné’ uruguaya? Parece exage
rado, aunque ni en las zonas fronterizas donde el castellano
está más deformado aun la expresión ecuménica deja de ser en
tendida.
Como factores coadyuvantes en la conformación de un dialecto
montevideano (uruguayo?) debe tomarse en cuenta los histérico-
geográficos, que explican los portuguesismos y afronegrismos (vé.
Vicente Rossi, Pereda Valdés y Laguarda Trias), los lunfardismos
y los cocolichismos, de modo que “la significación lingüística de
Montevideo es la de una zona de confluencia donde se han amalga
mado todos lcji modos del país más los traídos por los ‘gringos’
(De Marsilio). No estoy en condiciones de apuntar siquiera en qué
proporción esos factores han contribuido a la configuración dialectal
montevideana: pero ésta es evidente —lo6 críticos de Sánchez ya
lo denunciaban; y hoy desde Gandolfi Herrero a Belgeri es recono
cido—, y, en determinada forma y medida, diversa de la porteña (14 l.
Si para la determinación de dialectos campesinos la rebusca
ha de hacerse poco menos que a un solo nivel, para las hablas
ciudadanas hay que efectuarla en varios —desde la jerga delincuen-
cial hasta el estilo académico—, y fijar su condición. Agréguese las
peripecias históricas, que en las capitales acumulan y acaso perpetúan
singularidades; o aun, en países de aluvión como el nuestro, la
intrusión de elementos de diverso origen, para convenir en que en
las ciudades I03 rasgos dialectales se desvirtúan o complican.
Según el origen de los primeros pobladores de Montevideo (1726),
el castellano que se oyó por primera vez en el territorio que luego
Bería ‘uruguayo’ tenía acento canario. Sobre ese indudable pedal
histórico Guarnieri sustenta que, sobre todo en el Departamento de
Canelones, nuestra disposición dialectal es canaria; y se supone que
más allá del mero léxico. Al respecto, y en cuanto lo dialectal involucra
la entonación, la canturía de la frase, fue esto lo que, por ejemplo, se
fijó en el recuerdo de Ángel Guimerá: aun pocos meses antes de morir
evocaba, a 71 años de haber abandonado su tierra natal: “¡Todavía pa-
288
rece que estoy oyendo a mi madre! Se expresaba con ese dejo dulce,
amoroso, inconfundible, de 'las mujeres isleñas. ¡Ah, no sabe usted
lo que me gusta oírlas hablar; oír su cadencia suave, armoniosa!...
Hace poco estuvo en Barcelona una pariente, y me deleitaba oyén
dola conversar. Qué acento tan dulce, tan grato, tan espiritual,
¿verdad? Y por su parte el biógrafo, Miracle, trae la cuestión de
nuestros días y campos, destacando (nota 16, en la p. 94) el “dol?,
i gronxolant castellá que us fa adonar que us trobeu entre Anda-
lusia i Sud-América”, referencia en que apunta —cosa natural en
un filológo de la talla del alumno de Fabra— la calidad dialectal
de las hablas americanas.
No se ha hecho, que yo sepa, una indagación meticulosa y
crítica del habla montevideana —y esto, pese al título del breve
subcapítulo que le dedica De Marsilio, “El lenguje de los montevi
deanos”, y su conato de estudio léxico-etimológico de algunas voces,
morfemas o rasgos particulares.
A este fin —y en general para toda especulación dialectal—
una actitud previa es la de abrir el Drae, y con él y los vocabularios
gauchescos y lunfardescos confrontar las piezas singulares del habla
montevideana; este trabajo conducirá además, aun sin proponérselo,
y asimismo por contrastación, a establecer las demás modalidades
que se dan en el área uruguaya.
Salvo caso que se proceda a una rebusca y encuestamiento sin
crónicos del presente dialectal montevideano —en los cuales hubiera
de entrar la exploración del campo periodístico, tarea compleja que
sólo un Instituto con sus equipos de trabajo estaría en condiciones
de acometer—, el recurso a los monumentos —como hemos indicado
para otras zonas uruguayas— es un procedimiento válido. Un primer
documento de ese lenguaje estaría ya en algunos cuentos de Fer
nández y Medina, que, al estilo del “Rinconete y Cortadillo” cer
vantino, serviría para descubrir algunas piezas del lunfardesco, y por
lo menos aunque fuese por reflejo, de la parla de los negros post
16), y aun del habla fronteriza. Después —por dar
coloniales (15
algunos nombres— se me ocurre Florencio Sánchez, aunque el len
guaje ciudadano de la mayor parte de sus obras es porteño —por
lo demás, en sus escritos no teatrales puede hallarse algunos dialec
talismos uruguayos; vé. RBN, N? 11—. También podría traerse a
cuenta a Romildo Risso; y aun no dejan de ser clarificadoras algunas
páginas de Vicente Rossi / e instalados en Córdoba, tenemos también
al alcance de la mano un. Lirio Fernández.
No pediremos dialectalismos a Zorrilla de San Martín, pero sí
a Fernández y Medina —en quien Visca señala inclusive lunfardis-
tnos—■, y a Emilio Frugoni, pues aunque éste se atenga en lo “lite
rario” a la norma castiza, algunos temas y planteos de su poesía
impónenle formas dialectales.
289
Montiel Ballesteros aprovecha, naturalmente, desde “Montevideo
y su cerro” (1928) a “Barrio” (1937), los montevideanismos para am
bientar su obra (sin que se eluda acaso alguna forma extranjera:
el protagonista de “Barrio” es catalán).
Mas de Ayala asimismo en “Montevideo y su cerro” (1956) es
pródigo en tales dialectalismos. Tal vez Felisberto Hernández recurre
a ellos; Paulina Medeiros señala: “Su propio estilo, de aparente
simplicidad”, y “sus desaires por cierta sintaxis, giros o vocablos
gramaticales demasiado castizos, que no congeniaran con su forma
coloquial”, que presumen el empleo de alguna expresión dialectal.
Manuel de Castro, tanto en lo sico-sociológico como en lo lin
güístico brinda materiales positivos para la configuración de lo
montevideano.
Mario Benedetti, en cuentos, crónicas o ensayos (particular
mente su “País de la cola de paja”) utiliza nuestro lenguaje en una
aleación noble con las mejores tradiciones clásicas del idioma. Fi
nalmente, Martínez Moreno en su última novela presenta con sufi
ciente veracidad el lenguaje de los bajos fondos montevideanos.
Un nivel popular antiescolástico ofrecía Julio E. Suárez (“Pelo-
duro”) desde sus historietas gráficas hasta sus locuciones radiales;
pero en esas páginas talvez se encuentre la verdadera jerga monte-
videana callejera.
En la misma línea que Suárez —más por lo radiotelefónico
que por lo popular estricto —está “Wimpi” (16); pero en algunos
de sus títulos hace alarde de erudición histórica, científica, lite
raria...; igualmente hay que hacer la reserva de que muchas páginas
se amoldan al dialecto porteño, y otras al gauchesco —éste, en “Los
cuentos de don Claudio Machín”.
290
sea por vía de estudio— y su valoración, redunda en desfiguración
de la fisonomía dialectal (extremadas las cosas: idiomática) uruguaya.
Para satisfacer la inquietud recurramos a la experiencia recogida
en otros campos idiomáticos; y entonces encontramos en López del
Castillo estas palabras precisas: la práctica “ha demostrat que el fet
de mantenir els treta diferenciáis fins i tot a nivell literari, no sois
no margina(va), sino que encara potencia(va) mes la integració cul
tural”; esto es: crea una conciencia de la personalidad idiomática.
Y esto permitirá determinar cuáles de nuestras deformaciones debe
mos desechar como impropias del genio del idioma; y, en suma,
colaborar más eficazmente —como sostenían los Bermúdez— al enri
quecimiento de la lengua castellana.
Se comprende, entonces, inclusive en presencia de la masa de
materiales a manipular, que hay una sola manera de cumplir nuestro
deber: trabajar inteligente, silenciosa, abnegadamente. Se tomará el
buen camino el día que un grupo de muchachos se largue por los
campos de la patria a fijar los puntos de isoglosas, y otro grupo de
estudiosos adquiera una verdadera y profunda noción de conjunto
del panorama lingüístico uruguayo.
Sin perder de vista, claro está —e insisto—, que tal tarea se proyec
tará en alguna forma sobre la porción de humanidad que habla el caste
llano si prevenimos errores de parcialización, comunes por lo fáciles,
evitando la reproducción de hechos como los que menciona Casares:
“Si el investigador del léxico en Honduras, por ejemplo, tropieza
con una palabra o acepción más o menos corriente en ese país, y
comprueba que no figura en el Diccionario académico, la anota
como hondureñismo; e inversamente el lexicógrafo español —pongamos
por caso, D. Vicente Salvá—, sentado aquí en la mesa de trabajo
para incorporar a su Diccionario varios miles de americanismos re
coge ese hondureñismo sin ulterior comprobación” (1T). Y como ese
defecto no 8e evitará si se procede a una simple recopilación cuanti
tativa, hemos de habituarnos a manipular críticamente todo material
lingüístico; sólo así nuestro esfuerzo logrará frutos positivos, y serán
aportes efectivos a la obra del Diccionario general a que aspiran
cuantos estudian estas materias en el ecumeno castellanoparlante.
Cierto que trabajos de este tipo “demandaría[n] muchos años
de labqr” (Varsi de López); pero “es preciso, de una vez por todas,
realizar un serio trabajo de equipo que nos permita avaluar nuestra
geografía lingüística, que es, a pesar de lo pequeño del territorio,
riquísima en matices” (De Marsilio).
Dispuestos a la tarea, vale repetir aquellas palabras con que
nuestro Bermúdez ponderaba los esfuerzos invertidos en su “Diccio
nario”: “Mucho es llevar a cabo una tarea tan monótona y pesada
tan abundosa en contrariedades diversas, y de tan escaso lucimiento
291
para los autores, cuyos ímprobos afanes únicamente saben apreciar
los que a tal género de trabajos se dedican”. Palabras de las que
son como eco las de exhortación de Casares a sus colaboradores del
Seminario de Lexicografía de 1947: “Os aguarda una labor ardua
y paciente, que es imposible dominar sin poner a su servicio una
vocación decidida, un espíritu juvenil y una singular aptitud, con
la que de antemano no es posible contar; labor tan delicada, difícil
y agotadora, que quien no encuentre en ella misma complacencia y
deleite sentirá pronto el deseo de abandonarla”.
¡Ojalá pudiéramos decir pronto en el Uruguay lo que Marta Mata
dice en la Cataluña de 1976: “Més hores tingués el dia i més dies la
setmana, per a tots aquella treballadors obsessionats de la llengua que
han picat pedra a tots els aires, i ara comencen a produir claus de
volta”; para poder también terminar diciendo: “Sortosa la llengua
nostra, de posseir tant de trcball deis filis en el seu patrimoni!”
A. Rosell
Montevideo, noviembre de 1976.
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INDICE
IMPRESORA REX S. A.