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Mayo 10 DE 2019

OJO: PARECE SER QUE CONTRA LO DECIDIDO


POR EL INTENDENTE, EN SU SENTENCIA, COMO
NO CONDENÓ EN COSTAS, PODRÍA ALEGARSE
LA ACCIÓN REVOCATORIA Y DE SIMULACIÓN
DE QUE TRATA EL ART. 74 DE LA LY 1116/06.

AQUÍ EL TRIBUNAL SUPERIOR DE BOGOTÁ :

a) Declaro la nulidad de todo lo actuado: Por tratarse


de un proceso de única instancia: Para corregir un
error y evitar incurrir en una nulidad insaneable
por falta de competencia funcional

b) Inadmitió la apelación.

STC2595 de Marzo 02 de 2016CORTE SUPREMA DE JUSTICIA -SALA DE


CASACIÓN CIVIL MARGARITA CABELLO BLANCO

3.2.- Reposición y apelación subsidiaria formulada por la tutelista contra la


anterior resolución (fls. 695 a 698, ídem).

3.3.- Decisión 2015-01-117681 de 7 de abril siguiente, por la que la


Supersociedades determinó: «Primero. Modificar la providencia recurrida, y en
consecuencia decretar las siguientes pruebas: del demandado Banco de Occidente: a.
Documentales: ténganse como prueba los documentos presentados con el escrito de
llamamiento en garantía a Rina Cecilia Mendoza Beltrán. b. Interrogatorio de parte: el
día de la audiencia [de que trata el artículo 432 del Código de Procedimiento Civil], se
llevará a cabo el interrogatorio de parte a la llamada en garantía a Rina Cecilia
Mendoza Beltrán. Segundo. Confirmar, en lo restante, el auto […] de 12 de marzo de
2015. Tercero. Rechazar de plano el recurso de apelación interpuesto contra el
mencionado auto, por no ser susceptible de este recurso» (fls. 731 a 733).

3.10.- Resolución de 20 de octubre de la pasada anualidad, por la cual


la sala querellada declaró «la nulidad de todo lo actuado en esta instancia por
falta de competencia funcional y, por consiguiente, inadmiti[ó] el recurso de
apelación interpuesto por [la entidad quejosa] frente a la sentencia que profirió
el 20 de mayo de 2015» la Superintendencia de Sociedades.

Lo anterior, en compendio, habida cuenta que «[e]l régimen de


insolvencia empresarial consagrado por la Ley 1116 de 2006 estableció un
sistema unificado aplicable a comerciantes, personas jurídicas y sucursales de

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sociedades extranjeras, con el fin de velar por la protección del crédito,


preservar la empresa como unidad de explotación económica y fuente de
empleo, y, en el caso de ser necesario, obtener una liquidación pronta
buscando el aprovechamiento del patrimonio del respectivo deudor», por lo
cual para «materializar tales objetivos se establecieron los mecanismos de
reorganización empresarial y liquidación judicial, primero de los cuales
pretende la conservación de una empresa viable, mientras que el segundo
procura la distribución patrimonial del insolvente para atender equitativamente
las obligaciones a su cargo, en el evento en que la susodicha unidad
económica esté llamada a extinguirse».

4.- Auscultada la censura concerniente con el auto de 20 de octubre


2015, mediante el cual el tribunal acusado «declar[ó] la nulidad de todo
lo actuado en e[s]a instancia» e «inadmiti[ó]» la «apelación» que
interpuso la entidad bancaria reclamante frente a la «sentencia» de 20 de
mayo de ese año que dictó la Superintendencia de Sociedades, advierte
la Corte que cumple otorgar el amparo instado sobre el particular
reclamo, mismo que comprende los demás reparos aquí expuestos
(tocantes con el no estudio en esta última providencia de las «excepciones de
mérito» planteadas por la quejosa, como la falta de pronunciamiento sobre la
«prestación mutua» de reintegro a su favor del bien objeto del leasing
habitacional, amén de haber sido desestimada la «súplica» con que atacó
el proveído ut supra), comoquiera que al no tramitarse la «segunda
instancia» del litigio abreviado (hoy día verbal conforme al artículo 21 de la
Ley 1395 de 12 de julio de 2010) de la acción revocatoria sub júdice se incurrió
en anomalía en tanto que dicho fallo sí está sujeto a alzada, según lo previsto
normativamente, siendo que no es dable hacer interpretaciones de reglas
procesales de orden público; a más que se defraudó la «confianza legítima» de
la entidad apelante. Todo lo anterior, según pasa a verse.

5.- Se han planteado divergencias en torno a si los fallos que emiten los jueces
del concurso, en punto de las acciones revocatorias, son «apelables» o no,
habida cuenta que sobre el particular median dos tesis.

Una pregona que son inapelables por cuanto que, grosso modo, según estipula el
artículo 6º de la Ley 1116 de 27 de diciembre de 2006, por la cual «se establece
el Régimen de Insolvencia Empresarial en la República de Colombia y se
dictan otras disposiciones», el «proceso de insolvencia adelantado ante la
Superintendencia de Sociedades es de única instancia», y en vista de que esas
acciones se surten bajo el cobijo legal de la insolvencia, en calidad de
accesorias, esa es la senda que también se impone para ellas. La otra, sostiene
que tanto la «acción revocatoria» como la de «simulación», reguladas por los
preceptos 74 y 75 ejúsdem, refieren a una acción autónoma que, por ende, se
rige por pautas particulares que autorizan el recurso vertical de las sentencias de
primer grado al efecto dictadas.

No obstante, si bien podría pensarse que el juzgador de tutela, al hallarse ante


sendos criterios que, ab initio, no se vislumbran abierta y ostensiblemente
ayunos de sustento en la normatividad, tendría que predicar que esas posturas
resultan «razonables», esto es, desprovistas de capricho o subjetividad tal que lo

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obligaran a predicar la existencia de una «vía de hecho», lo cierto es que ello


aquí no ocurre en modo alguno, habida cuenta que, sin rodeos, la Sala deja en
claro que las sentencias dictadas al interior de las acciones revocatorias o de
simulación, de que tratan los artículos 74 y 75 de la Ley 1116 de 2006, que se
surten mediante el procedimiento abreviado, hoy verbal, sí son objeto del
recurso de alzada (siempre y cuando se trate de verbales de mayor y menor
cuantía), comoquiera que al efecto claramente las mismas demarcaron las
pautas del procedimiento a seguir (abreviado, hoy verbal) y, por ende, se
impartieron directrices de orden público que devienen invariables al juez o a las
partes, por lo que otro entendido no es aceptable a la luz del ordenamiento legal
colombiano.

En efecto, el aludido artículo 75 ordena, en el aparte pertinente, que


«[l]a acción se tramitará como proceso abreviado regulado en el Código de
Procedimiento Civil».

5.1.- Antes que otra cosa, valga aclarar que si bien esta Corporación en CSJ
STC12055-2015, 11 sep. 2015, rad. 01993-00, sostuvo en un asunto que guarda
simetría con el ahora planteado que «los procesos de liquidación que sean
tramitados ante la Superintendencia de Sociedades, incluyendo las peticiones
de revocatoria que se resuelvan dentro de éstos juicios, son de única instancia,
por lo que no pueden concederse recursos de apelación contra las decisiones
proferidas en tales controversias», lo cierto es que tal manifestación se trató de
un «dicho al pasar», o sea, que esa apreciación constituyó un obiter dictum que
como tal carece de poder vinculante, por cuanto su naturaleza fue meramente
complementaria si no se olvida que en tal providencia el asunto abordado se
zanjó conforme al «requisito general de procedencia de la acción de tutela
contra providencia judiciales» denominado como «subsidiariedad» o
«residualidad», habida cuenta que al efecto en esa oportunidad se sostuvo, en
suma, que no fueron «agotados todos los mecanismos de defensa judicial,
previstos en el ordenamiento jurídico», tópico este que materializó la ratio
decidendi de la decisión en tanto que dicho argumento fue el que constituyó la
base por la que finalmente se resolvió sobre la materia sometida a conocimiento
en esa ocasión.

Expresado en breve, si bien se adujo en la mentada providencia lo arriba


anotado, ello se hizo a título de simple opinión que, en ese orden de ideas y
dada su precisa connotación, no obliga a los funcionarios, razón por la cual se
hace necesario profundizar el tema.

5.2.- Las acciones a que viene aludiéndose, históricamente han sido abordadas
por el legislador en varios compendios legales, los que por regla general
otorgaron a las decisiones definitivas la posibilidad de segunda instancia.
Veamos:

5.2.1.- Entre los remotos y mediatos, están el Código de Comercio de Panamá,


que rigió para toda la República de Colombia desde 1869 hasta los años 1940;
el Decreto 750 de 1940; el Estatuto Mercantil, es decir, el Decreto 410 de 1971;
y, el Decreto 350 de 1980.

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5.2.2.- Los más recientes son las Leyes 222 de 20 de diciembre de 1995, «[p]or
la cual se modifica el Libro II del Código de Comercio, se expide un nuevo
régimen de procesos concursales y se dictan otras disposiciones»; 550 de 30 de
diciembre de 1999, «[p]or la cual se establece un régimen que promueva y
facilite la reactivación empresarial y la reestructuración de los entes
territoriales para asegurar la función social de las empresas y lograr el
desarrollo armónico de las regiones y se dictan disposiciones para armonizar
el régimen legal vigente con las normas de esta ley»; y, 1116 de 2006, enantes
mentada; amén, en el Decreto 1910 de 27 de mayo de 2009, «[p]or el cual se
reglamenta parcialmente el Decreto 4334 de 2008, la Ley 1116 de 2006, y el
artículo 2 del Decreto 4591 de 2008 y se dictan otras disposiciones».

En esos conjuntos normativos, predominantemente, se les otorgó un trámite en


donde es factible activar la «doble instancia» que por regla general tiene cabida
en toda actuación procedimental. Y, solamente cuando les ha dado la vía de
«única», así lo ha pregonado expresamente conforme es la salvedad que los
inhabilita para ser conocidos por el ad quem de cara a lo positivado por los
preceptos 31 de la Carta Política, 3º del Código de Procedimiento Civil y 9º del
Código General del Proceso.

5.2.2.1.- Así se desprende de la Ley 222 de 1995, en sus artículos: 146,


correspondiente a la «acción revocatoria concursal» que se surte por el trámite
abreviado; 183, que contempla la «acción revocatoria»; 184, que trata de la
«acción de simulación»; y, 187 atañedero con el «trámite» que se debe impartir
a juntas acciones, correspondiente al «proceso verbal de mayor y menor cuantía
que regula el Código de Procedimiento Civil, el cual no suspenderá ni afectará
el curso del trámite liquidatorio» (denótase).

5.2.2.2.- La Ley 550 de 1999, en sus preceptos: 39, que a título


excepcional y explícitamente estipuló que las «acciones revocatorias y de
simulación» se tramitarán «ante la Superintendencia de Sociedades, en única
instancia y a través del procedimiento verbal sumario»; y, 71, que atañe con las
«acciones revocatorias y de simulación en los procesos concursales».

5.2.2.3.- Por su parte, la Ley 1116 de 2006, vigente y aplicable al caso, ordenó
en las normas: 74, al tratar de la «acción revocatoria y de simulación», que «[d]urante
el trámite del proceso de insolvencia podrá demandarse ante el juez del concurso, la
revocación o simulación de los siguientes actos o negocios realizados por el deudor
cuando dichos actos hayan perjudicado a cualquiera de los acreedores o afectado el
orden de prelación de los pagos y cuando los bienes que componen el patrimonio del
deudor sean insuficientes para cubrir el total de los créditos reconocidos […]».

Su par 75, reguló lo concerniente con la «legitimación, procedimiento, alcance y


caducidad», contempló que «[l]as acciones revocatorias y de simulación podrán
interponerse por cualquiera de los acreedores, el promotor o el liquidador hasta dentro
de los seis (6) meses siguientes a la fecha en que quede en firme la calificación y
graduación de créditos y derechos de voto.

«La acción se tramitará como proceso abreviado regulado en el Código de


Procedimiento Civil. […]» (sublineado propio).

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5.2.2.4.- Finalmente, el Decreto 1910 de 2009, en su regla 14, abordó la


«acción revocatoria y reconocimiento de los presupuestos de ineficacia»,
enseñando que «las acciones revocatorias y de reconocimiento de los
presupuestos de ineficacia, se tramitarán de conformidad con lo establecido en
los artículos 74, 75 y 76 de la Ley 1116 de 2006 y procederán durante el
trámite del proceso de toma de posesión para devolver o de liquidación
judicial. […]».

5.3.- Según viene de verse, los artículos 74 y 75 de la Ley 1116 de 2006, que es
el compendio normativo que regula el punto objeto del presente
pronunciamiento, en manera alguna permiten deducir válidamente que los
juicios abreviados (hoy día verbales, de acuerdo al precepto 21 de la Ley 1395
de 2010) en que se debaten acciones revocatorias -como lo es la proferida en el
sub examine- o de simulación no sean susceptibles de ser tramitados en doble
instancia, esto es, asimismo, que las sentencias dictadas al interior de tales no
sean aptas de recurso de apelación (salvedad hecha, eso sí, de los asuntos de
mínima cuantía que, entonces, se adelantarán por el procedimiento verbal
sumario y bajo las precisas pautas de este), pues si nos remitimos al rito que
legalmente está demarcado en el Código de Procedimiento Civil para esa
especie de litigios declarativos, surge que los asuntos que se regulan por dicha
cuerda procesal (preceptos 408 a 426 de la ley de ritos civiles), salvo aquellos
en que puntualmente se ha hecho excepción (verbigracia, ver el trámite de
restitución de bien raíz arrendado: artículo 424 ibídem, que ha de armonizarse
con el 39 de la Ley 820 de 2003), son dignos, todos, de surtirse ante a quo y ad
quem, en este último evento si tempestivamente se activa por los interesados el
debido ejercicio del medio impugnativo vertical que al efecto es menester.

Con todo, vale la pena apuntar que no obstante que en algunas épocas, como
quedó visto, se les dio «trámite de única instancia» según de ese modo lo
prescribió la ley, lo cierto es que esa eventualidad ya no ocurre con las acciones
de simulación o revocatorias contempladas en la 1116 de 2006, porque si hoy
día se surten por la vía verbal, lo propio lo único que depara es que según la
cuantía tengan o no «doble instancia»; es de ver que ese entendido se predica,
también, para las «acciones revocatorias de que tratan los artículos 19, 20 y 56
del Decreto 350 de 1989», según así lo contempla el canon 427-14 del Código
de Procedimiento Civil, lo cual refuerza el aserto de marras.

Ello, en tanto que, primeramente, esa prohibición no está contemplada en


dichos mandatos, como tampoco en el decreto reglamentario atrás referido, y
menos en las normas procesales que regulan los ritos por donde han de transitar
las acciones -que regulan los cánones 74 y 75 de la Ley 1116 de 2006- aquí en
comento, con lo cual se impone atender la regla general que prima sobre el
punto contemplada, como ya se dijo, en las normas 31 Superior, 3º del Código
de Procedimiento Civil y 9º del Código General del Proceso, máxime que, valga
recordarlo, las de procedimiento son reglas que se erigen como de inaplazable y
perenne observancia, a más que no resisten interpretación alguna tendiente a
modificar los parámetros por los que debe transitar toda acción.

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6.- En segundo término, dado que en tales no se sostuvo que las acciones de
marras sean de naturaleza subalterna a las demás contempladas en el Régimen
de Insolvencia, lo cual no es un tópico coyuntural sino que, como se vio, el
legislador así lo ha venido estableciendo históricamente al punto que ha llegado
a relievar, expresamente, que por el hecho de iniciarse una «acción revocatoria»
o una «de simulación», ello «no suspenderá ni afectará el curso del trámite
liquidatorio».

Es decir, observándose la precisa naturaleza de las acciones, sus propósitos


sustantivos y el particular sendero procedimental que legalmente se les dio, no
emerge que haya sustento valedero para predicar que los procesos por los que
transite se erijan en asuntos accesorios al «proceso de reorganización» de que
tratan los preceptos 9º a 46 ibid, o al «proceso de liquidación judicial»
contemplado en las normas 47 a 66 ibídem, si no que más bien, en cambio, se
revelan independientes.

Por supuesto, el legislador las abordó en el Título II de las «disposiciones


comunes», de donde surge que si bien tienen como fin que se declaren
revocados o simulados los negocios allí aducidos «cuando dichos actos hayan
perjudicado a cualquiera de los acreedores o afectado el orden de prelación de
los pagos y cuando los bienes que componen el patrimonio del deudor sean
insuficientes para cubrir el total de los créditos reconocidos» y ello en aras de
que se «recuperen» bienes para el patrimonio del deudor o se reporten
«beneficios» a este, lo propio no comporta que el concreto procedimiento por el
que se han de mover en el tráfico jurídico (es decir, en la actualidad según sea el
caso, ya verbal -de menor o mayor cuantía- ora verbal sumario -mínima
cuantía-, tendiente a lograr un fallo eminentemente «declarativo») se vea
impregnado del de naturaleza «concursal», que sí se aplica a la
«reorganización» o a la «liquidación judicial».

Valga decirlo, si bien es cierto se estipuló que tales acciones «podrá[n]


demandarse ante el juez del concurso», también lo es que lo así dicho no
implica que ello sea causa de amalgama alguna en el procedimiento a seguir.
Dicho con otras palabras: no por darse el caso de avocarlas el mismo
funcionario judicial (ya sea de la Rama Judicial o del sector administrativo
desempeñando funciones judiciales) ante quien se lleva a cabo el trámite de
«insolvencia», es dable colegir que dicha circunstancia implique que él les deba
imprimir el rito -de única instancia- por el que este último asunto transita, ya
que, itérase, aquellas, en cuanto a los postulados procesales a que atienden, se
orientan por las pautas del Código de Procedimiento Civil a que expresamente
las normas en cuestión hacen referencia y remiten claramente.

Con la anotada expresión, en cambio, lo que meramente se contempló fue un


«fuero de atracción», que es el acontecimiento que, con fines prácticos, opera
por mandato legal para atribuir a un juez, desplazando a otros que serían los
originalmente competentes, la potestad de conocer asuntos que ordinariamente
corresponderían a otros administradores de justicia; lo propio con el fin de que
el funcionario que asuma la insolvencia también avoque las acciones de que se
viene hablando, pero llevando estas bajo la tramitación adjetiva que legalmente
les corresponde y, aquella, por el específico curso que le ha de imprimir.

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7.- En tercer lugar, comoquiera que las apuntadas acciones detentan unas
connotaciones que las perfilan como totalmente autónomas e independientes del
proceso de insolvencia.

Es decir, al momento de regularlas fueron establecidos ciertos supuestos que


menester hay que observar, con los que se perfilaron separadas y distintas a las
de reorganización o liquidación judicial, que la misma Ley 1116 de 2006
también contempla; lo dicho, habida cuenta que, entre otras cosas, para
diferenciarlas, se estableció, para su caso en particular, cuáles son los actos
jurídicos sobre los que pueden gravitar; se indicó con precisión quiénes son los
sujetos activos -calificados- que las pueden promover; se contempló el lapso
durante el que es dable su proposición, so pena de caducidad; se determinó el
juez que las puede conocer; y, vuelve a decirse, se explicitó, por vía de envió
normativo al Código de Procedimiento Civil, el puntual «trámite» por el que
han de cursar: abreviado (hoy día verbal).

8.- Aparte de lo anterior, otro aspecto pone de presente que los fallos dictados
al interior de dichas acciones son apelables: no puede olvidarse que en tales está
de por medio la contingente intervención de terceros extraños a la actuación de
insolvencia que paralelamente cursa, por lo cual de ser sometidos a un trámite
de única instancia, se verían vulnerados en su derecho al debido proceso pues
sólo a ellos se les sometería a litigar en un juicio de naturaleza abreviada (hoy
verbal) en que, sin que el legislador hubiere hecho excepción, así se les
impusiere, cuando sabido es que sólo los ritos en que expresamente se
contempla aquella connotación está restringida la apelabilidad de las decisiones
que se adopten.

9.- Al margen de lo anterior, cabe relevar que en el puntual y específico


asunto otra circunstancia también impone el otorgamiento de la salvaguardia
peticionada, según ya se dijo, o sea, la sorpresiva manera como, mediante la
resolución de 20 de octubre de 2015, la colegiatura querellada declaró
«inadmisible» la alzada enfilada contra la sentencia de 20 de mayo de esa
anualidad que en el sub lite emitió la Superintendencia de Sociedades, pese a
que previamente admitió dicha apelación por proveído de 21 de agosto del año
pasado, luego corrió «traslado a las partes para presentar sus alegaciones en esta
instancia, en la forma y por el término previsto en el artículo 360 del C. de P. C.» por
determinación de 2 de septiembre ulterior, y después precisó que era del caso señalar
hora y fecha «para llevar a cabo la audiencia a la que refiere el artículo 434 del
C. de P. C.» el día 10 del mismo mes y año, con lo que, abrupta y
sorpresivamente, tras dar a entender, como así se venía haciendo en otros casos
de similar connotación, que sí era viable desatar el medio impugnativo vertical
interpuesto y emprender sendas actuaciones judiciales tendientes a ello, cambió
de parecer jurídico y declaró la ilegalidad de lo actuado aduciendo la
inapelabilidad al efecto apuntada, con lo cual quebrantó la confianza legítima de
la entidad reclamante.

9.1.- En cuanto al «principio de confianza legítima», ha dicho esta Sala que tal
postulado:

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“[P]rocura garantizar a las personas que ni el Estado ni los particulares, van a


sorprenderlos con actuaciones que, analizadas aisladamente tengan un
fundamento jurídico, pero que al compararlas, resulten contradictorias”, ya
que el proceder inicial puede generar legítimas expectativas en los usuarios de
la administración de justicia, que deben ser respetadas (auto de 4 de febrero de
2008, exp. 2002-00537-00).

En efecto, sin perjuicio de reafirmar que las normas procesales son de orden
público y de interpretación estricta, existen casos excepcionales en los que la
determinación de una autoridad judicial genera una expectativa legítima en el
particular respecto del mantenimiento de una situación determinada o sobre la
manera como una solicitud debe ser planteada ante los jueces, circunstancia
ésta en la que la administración de justicia no puede con posterioridad adoptar
decisiones contradictorias, desconociendo las expectativas que dicho
particular, de buena fe, se haya formado. Por esa razón, se ha señalado, por
ejemplo, que las consecuencias de un error judicial no pueden afectar
negativamente a la parte procesal que lo padece al punto de socavar su
derecho a la defensa o el acceso a la administración de justicia (CSJ STC 18
dic. 2012, rad. 00119-01; reiterada en CST STC2410-2015, 5 mar. 2015, rad.
00384-00).

Asimismo, sobre el tópico en comento la Corte ha expresado que:

El principio de confianza legítima tiene origen en la buena fe con que se presume que
los particulares obran frente a la administración; se halla interrelacionado con el de
seguridad jurídica que reclama estabilidad en las decisiones de la jurisdicción, y guarda
tensión con el de legalidad que implica apego irrestricto a las leyes.

Decantado en un comienzo para asegurar que ciertas situaciones creadas a favor de las
personas no pudieran ser alteradas inopinadamente por el Estado, la sugestiva
dinámica de su predicamento ha permeado y anidado en el campo del litigio civil, en
donde ya no se trata del individuo a merced del Leviatán, sino contrapuesto a otro con
la inmediación de éste (CSJ STC5160-2015, 30 abr. 2015, rad. 2014-00660-02).

9.2.- Por supuesto, el proceder desplegado, es decir, la concesión de la


apelación y su posterior admisión, aunada a las demás gestiones desarrolladas
en torno a lo propio, atrás enunciadas, creó para el banco actor, allí impugnante,
la fundada convicción de que su accionar se ajustaba a la ritualidad exigida y,
por tanto esa seguridad le permitió creer confiadamente en que su
disconformidad sería examinada por el ad quem, el que, una vez estudiara sus
argumentos, tomaría la decisión de revocar, confirmar o modificar la sentencia
de primer grado que en tiempo cuestionó.

Empero, como finalmente ese entendido, de improviso, se trastocó, surgió


afrenta a los intereses de la entidad bancaria peticionaria, lo que resquebraja sus
prerrogativas, ya que, como ha apuntado la Sala, «[c]uando el juez o
magistrado acepta o admite el cumplimiento de unos requisitos, como los
indispensables aquí para conceder un recurso, no puede so pretexto del apego
hermético, plano y literal a la legalidad y a los ritos del proceso, apartarse
motu proprio de lo ya resuelto en detrimento, menoscabo y desconocimiento de

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la confianza legítima de la parte» (CSJ STC14182-2014, 17 oct. 2014, rad.


02260-00).

10.- Así las cosas, surge que la sala recriminada vulneró a la entidad
suplicante el derecho fundamental al debido proceso al dictar el
pronunciamiento objeto de reparo constitucional, es decir, el de 20 de octubre
de 2015, a través del que «inadmiti[ó]» la «apelación» que esta interpuso
frente a la «sentencia» de 20 de mayo de ese año que dictó la
Superintendencia de Sociedades, por lo que, entonces, emerge próspera la
reclamación extraordinaria, como efectivamente se dispondrá, y en
consecuencia, se dejará sin valor y efecto el aludido proveído, así como las
actuaciones que del mismo se desprendan, ordenando a la colegiatura
accionada, que en el término de un (1) día, contado a partir del momento en que
tenga conocimiento de esta determinación, tome la decisión que corresponde en
ese puntual aspecto, a fin de que se siga surtiendo el trámite de ley en la
segunda instancia según se venía haciendo, para luego definir la controversia,
consultando las disposiciones legales que gobiernan la materia, de conformidad
con lo plasmado en la parte motiva de este pronunciamiento.

DECISIÓN

En mérito de lo expuesto, la Corte Suprema de Justicia, en Sala de


Casación Civil, administrando justicia en nombre de la República y por
autoridad de la ley,

RESUELVE:

PRIMERO: AMPARAR el derecho fundamental al debido proceso de


Banco de Occidente S. A., conforme a la motivación exteriorizada, por lo que se
resta valor y efecto al auto de 20 de octubre de 2015, dictado dentro del juicio
sub júdice de acción revocatoria referido en los antecedentes, así como las
actuaciones que de este se desprendan.

SEGUNDO: ORDENAR al Tribunal Superior del Distrito Judicial de


Bogotá, Sala Civil que, dentro del término de un (1) día computado a partir de
la fecha en que reciba notificación de la presente resolución, dicte providencia
que sobre el exclusivo punto de marras tome la decisión correspondiente, a fin
de que se siga surtiendo el trámite de ley en la segunda instancia, para luego
definir la controversia, consultando las disposiciones legales que gobiernan la
materia, de conformidad con lo plasmado en la parte motiva de este
pronunciamiento.

Envíesele copia de esta decisión.

TERCERO: Comuníquese telegráficamente lo aquí resuelto a los


interesados y, de no ser impugnada, oportunamente envíese el expediente a la
Corte Constitucional para su eventual revisión.

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Notifíquese

ÁLVARO FERNANDO GARCÍA RESTREPO


(Presidente de Sala)

DORA CONSUELO BENÍTEZ TOBÓN


CONJUEZ

MARGARITA CABELLO BLANCO

RAFAEL H. GAMBOA SERRANO


CONJUEZ

FERNANDO GIRALDO GUTIÉRREZ

ARIEL SALAZAR RAMÍREZ

LUIS ARMANDO TOLOSA VILLABONA

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LVAMENTO DE VOTO

Respetuosamente me permito expresar las razones por las cuales


discrepo de la decisión que adoptó la mayoría de la Sala Civil en la
acción de tutela de la referencia.

1. El Parágrafo 1o del artículo 6o de la Ley 1116 de 2006 establece: «El


proceso de insolvencia adelantado ante la Superintendencia de
Sociedades es de única instancia».

6. Finalmente, la Sala consideró que el Tribunal vulneró el 'derecho


fundamental a la confianza legítima' del tutelante al revocar la
providencia que admitió el trámite del recurso de apelación, sin tener en
cuenta que la sede tutelada tomó esa decisión para
corregir un error y evitar incurrir en una nulidad
insaneable por falta de competencia funcional. El
tratamiento que la Corte dio en esta oportunidad al supuesto 'principio'
de la confianza legítima se apartó de los precedentes establecidos por
la jurisprudencia nacional y de todo cuanto hasta ahora la doctrina
autorizada había dicho respecto de dicho concepto.

Con relación a la teoría de la confianza legítima, la jurisprudencia


nacional ha sido bastante profusa e igual de difusa, sin que hasta el
momento se haya dictado un solo fallo que aclare de manera
satisfactoria los fundamentos y el alcance de dicha figura, su relación de
identidad, implicación o diferencia con la buena fe, la seguridad jurídica,
el deber de coherencia, la teoría de los actos propios, la máxima venire
contra factum proprium no valet, entre otros conceptos similares a
los que los jueces han acudido excepcionalmente cuando la aplicación
del derecho positivo genera la apariencia de una decisión injusta en una
situación vista aisladamente, pero que si se analiza en su debido
contexto tiene su fundamentación en otros principios o normas
interpretadas de manera sistemática.

No menos clara ha sido la posición de la doctrina, tanto nacional como


extranjera, que aunque ha realizado ingentes esfuerzos en proporcionar
una explicación analítica de las referidas ideas, no ha logrado ofrecer
una conceptualización satisfactoria acerca de su fundamentación
fenomenológica, ni menos de su necesidad, pertinencia y utilidad para
ser consideradas como verdaderas instituciones jurídicas.

Específicamente, aún no se ha respondido por qué la confianza legítima


no ha sido incorporada al ordenamiento positivo como fuente formal de
derecho o como entidad jurídica autónoma; cómo es su relación con los

11
Rad.: 11001-02-03-000-2016-00092-00

principios y normas jurídicas; si la aplicación de la confianza legítima es


residual, excepcional y restrictiva ¿es posible que se la considere un
principio general del derecho?; si es una excepción y, de hecho, una
negación del ordenamiento positivo ¿cuál es la línea divisoria entre la
aplicación de tal figura y su restricción?; ¿tiene un rango, valor o
posición dentro de la escala de las fuentes del derecho, o su aplicación
queda reservada al inextricable ámbito de la ponderación?; ¿cuál es el
criterio de corrección racional de una decisión judicial que se funda en la
noción difusa de la confianza legítima en detrimento del ordenamiento
legal vigente?

Éstas y otras preguntas que surgen de la formulación de la teoría de la


confianza legítima aún no han sido resueltas por la doctrina y han
quedado indefinidamente postergadas por la jurisprudencia, sin que sea
posible entrar a dilucidarlas en esta oportunidad, pues ello excedería la
finalidad de este salvamento de voto. No obstante, es necesario dejar
en evidencia los problemas que suscita la aceptación desprevenida de
aquella tesis cuando se utiliza para fundamentar providencias que no se
detienen a analizar sus repercusiones en el desconocimiento de los
mecanismos procesales que hacen posible la materialización de los
derechos sustanciales de las personas.

Al margen de tales interrogantes, lo cierto es que existe consenso


generalizado respecto de la aplicación excepcional y residual de dicha
figura; la cual debe partir de una confianza fundada y razonable que no
comprende expectativas ingenuas o temerarias, ni mucho menos
creencias fundadas en la violación de la ley. La regla general es, sin
duda alguna, que el simple cambio de propósito o perspectiva de las
autoridades no genera ninguna situación jurídica a favor de los
administrados, y quienes se forman falsas ilusiones frente a tal manera
de proceder deben atenerse a su propia ingenuidad (o malicia en
algunos casos).

La variación de una determinación de la autoridad no constituye una


conducta vinculante ni genera per se una tutela judicial porque no
define una situación jurídico-sustancial. En ese orden, las autoridades
de la República no solo pueden, sino que están obligadas a ajustar sus
actuaciones al imperio de la ley, aun cuando ello suponga un cambio de
su conducta anterior, siempre y cuando no lesionen los bienes jurídicos
de los administrados o sus posibilidades objetivas de adquirirlos.

De igual modo cabe recalcar que dicha figura se restringe, en principio,


al ámbito del derecho administrativo, y opera cuando las entidades u
organismos del Estado expresan

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Rad.: 11001-02-03-000-2016-00092-00

objetivamente un cambio de actitud actual frente a una situación


jurídica de carácter particular y concreto que fue previamente valorada
como relevante, generando de ese modo un daño cierto y resarcible
en el titular de un interés jurídico que, aunque no es aún un derecho
adquirido, sí se patentiza en una expectativa legítima en razón del
cumplimiento de los requisitos legales para ser merecedor de tal
derecho, al cual habría accedido de no haber sido por el cambio
intempestivo e irrazonable del comportamiento de la autoridad. La
confianza legítima, en suma, surge de su potencialidad contenciosa,
pues aunque la persona no cuenta todavía con un derecho adquirido,
sí tiene una máxima probabilidad de acceder a él, no tanto porque la
administración le haya 'prometido' un derecho, sino porque
objetivamente el sistema legal le ha atribuido esa expectativa.

En idéntico sentido la jurisprudencia constitucional ha recalcado que la


confianza legítima deriva de la seguridad que genera la conducta de
las autoridades estatales, en virtud de la cual las personas no pueden
ser sorprendidas por actuaciones que resultan contrarias al
ordenamiento jurídico considerado como unidad, aun cuando
aisladamente podrían parecer legales. (Corte Constitucional, sentencia
C-836 de 2001)

Mas, lo que no había ocurrido hasta el momento, y no ha sido


aceptado por la doctrina ni la jurisprudencia nacional ni comparada, es
el uso de una teoría de borrosos contornos y aún en construcción,
para desconocer las normas de orden público que regulan el proceso
civil y que son la única garantía de legalidad e imparcialidad con que
cuentan las partes que intervienen en las actuaciones judiciales.

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Rad.: 11001-02-03-000-2016-00092-00

En ningún caso la 'confianza legítima' puede utilizarse para proteger


comportamientos temerarios e infundados, ni mucho menos para
generar expectativas equivocadas que vulneran el respeto al derecho
ajeno protegido por las normas jurídicas. Si en algo ha sido clara la
jurisprudencia de esta Corte ha sido en señalar que la confianza
legítima no procede contra los actos que corrigen errores (CSJ SC de
24 de enero de 2011); de suerte que si la función de esta figura es
proteger la confianza suscitada en los demás, entonces sería un
contrasentido aplicarla para desconocer una actuación que corrige los
errores cometidos, puesto que no es posible que la confianza se
afiance en la violación de la ley, dado que ello iría en contra de los
postulados de buena fe, honestidad, honradez, coherencia y seguridad
que son, precisamente, la fuente moral de la aludida teoría.

La confianza objetiva general es un presupuesto esencial de la


seguridad jurídica en tanto mecanismo de reducción de la complejidad
del sistema normativo, por lo que todas las instituciones jurídicas se
fundamentan en el propósito de generar y preservar la confianza
legítima de los asociados, que para el caso de las acciones judiciales
se circunscribe a la observancia de las normas procesales. La ley
procesal es, entonces, la premisa de contraste que hace factible la
objetivación de la confianza que las partes pueden depositar
legítimamente en el ordenamiento jurídico.

La concepción de justicia que ha de materializarse en el caso concreto


es la expresada en los principios y normas constitucionales y legales, y
no en la particular idea que de ella se llegue a figurar el juez con base
en nociones extrajurídicas. El ordenamiento jurídico vigente es el único
parámetro con que cuentan los particulares para conocer hasta dónde
pueden ir sus legítimas expectativas. De lo contrario, no habría ningún
criterio racional para atribuir a las creencias subjetivas de una de las
partes mayor peso que a las de la otra. Una confianza tal -se reitera-
no sería legítima sino una inocua y trivial esperanza.

La teoría de la confianza legítima no podía aducirse en este caso para


proteger ilusiones dudosas, irracionales e ilegales que contradicen la
asignación improrrogable de la competencia funcional, porque ello se
tradujo en el inestimable e irremplazable costo de socavar la seguridad
que está a la base de todo el sistema jurídico y que es la razón de ser
de las normas procesales en tanto son el resultado de una histórica
lucha por garantizar los derechos fundamentales al debido proceso, la
legalidad y la defensa, que se erigen en pilares esenciales del Estado
Social de Derecho.

El mensaje que va implícito en la sentencia de la referencia no es otro


que decirle a los jueces de la República que de llegar a cometer
errores están conminados a persistir en ellos, aun a riesgo de incurrir
en prevaricato, pues corregir las actuaciones equivocadas o ilegales
significaría -según el fallo objeto de este salvamento- violar la

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Rad.: 11001-02-03-000-2016-00092-00

'confianza legítima' de quienes se crean falsas ilusiones a partir de la


incorrecta aplicación de la ley.

7, En todo caso, si el descontento del tutelante se concretó, al fin de


cuentas, en que la sentencia dictada por la Superintendencia no se
pronunció sobre uno de los extremos del litigio, toda vez que declaró la
revocatoria del contrato de leasing y ordenó la devolución del dinero sin
pronunciarse sobre la restitución del inmueble, tal falencia se superaba
con la simple solicitud de adición del falló, en la forma y término
previstos en el articulo 311 del Código de Procedimiento Civil; sin que
fuese necesario valerse del uso inapropiado de una acción
constitucional para llegar al nefasto resultado de violentar las normas
de orden público que consagra el estatuto procesal, sobre todo
cuando la decisión terminó por desconocer el sistema de las
nulidades insaneables, que hasta el momento habían sido
absolutas.

En los términos que anteceden, dejo expresado mi disentimiento.

ARIEL SALAZAR RAMÍREZ


Magistrado

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CORTE SUPREMA DE JUSTICIA
SALA DE CASACION CIVIL

SALVAMENTO DE VOTO
Radicación n° 11001-02-03-000-2016-00092-00

Con todo el respeto que profeso por quienes suscriben la providencia, debo señalar
las razones de mi voto disidente en la tutela STC2595-2016, radicación 11001-02-03-
000-2016-00092-00, en los siguientes términos:

1. La sentencia no debió conceder el auxilio deprecado porque la acción de tutela, por


su carácter residual y excepcional, no es instrumento para variar los criterios
hermenéuticos del juez natural, máxime cuando aquéllos tienen asidero legal y
jurisprudencial válido, como pasa a explicarse.

2. Lucen razonables los argumentos utilizados por el Tribunal accionado para declarar
la nulidad de lo actuado en esa sede e inadmitir la apelación promovida contra el auto
dictado por la Superintendencia de Sociedades el 20 de mayo de 2015, tras inferir:
“(…) si la ley instituyó el régimen de insolvencia [y] señaló que ese proceso es de
única instancia, significa que esa regla rige para los trámites allí autorizados
(reorganización, liquidación judicial, revocatoria o simulación) (…)”.

Adujo la Sala acusada que, no obstante, el trámite revocatorio subexámine regirse por
las normas del proceso abreviado, hoy oral, en virtud de la remisión llevada a cabo
por el canon 75 de la Ley 1116 de 2006, no por esto se abre paso a una segunda
instancia para ese tipo de procedimientos accesorios, pues los mismos deben sujetarse
en lo pertinente a las reglas del asunto principal, esto es, la insolvencia, que para el
caso en concreto, estatuye solo, una única sede para su resolución cuando se adelanta
ante la Superintendencia de Sociedades, desgajando la posibilidad de apelar las
determinaciones allí adoptadas (parágrafo 1º del artículo 6 ibídem).

Por tanto, las conclusiones adoptadas se observan lógicas; de su lectura, prima facie,
no refulge vía de hecho o atropello; la Colegiatura efectuó una juiciosa valoración
normativa que llevó a la decisión ahora atacada. Lo realmente perseguido en este
amparo por el Banco de Occidente es reabrir un debate fenecido, pretensión sin
asidero en esta sede constitucional, por cuanto no constituye una posibilidad revisora
adicional a las previstas por el legislador ordinario.

Desde esa perspectiva, debió haberse convalidado la providencia examinada, pues no


se observa descabellada al punto de permitir la injerencia de esta justicia. Según lo ha
expresado esta Corte, “(…) independientemente de que se comparta o no la
hermenéutica de los juzgadores atacados, ello no descalifica su decisión ni la
convierte en caprichosa y con entidad suficiente de configurar vía de hecho (…)”1.

Téngase en cuenta que la sola divergencia conceptual no puede ser venero para
demandar el amparo porque la tutela no es instrumento para definir cuál
planteamiento hermenéutico en las hipótesis de subsunción legal es el válido, ni cuál
de las inferencias valorativas de los elementos fácticos es la más acertada o la más

1
CSJ. Civil. Sentencia de 18 de marzo de 2010, exp. 2010-00367-00; ver en el mismo sentido
el fallo de 18 de diciembre de 2012, exp. 2012-01828-01.
Radicación n°11001-02-03-000-2016-00092-00

correcta para dar lugar a la intervención del juez constitucional. El resguardo previsto
en la regla 86 es residual y subsidiario.

3. Como colofón de lo antelado, corresponde precisar que el régimen de insolvencia


previsto en la Ley 1116 de 2006, tiene como finalidad “(…) la protección del crédito
y la recuperación y conservación de la empresa como unidad de explotación
económica y fuente generadora de empleo (…)”; y para el efecto, diseñó una
arquitectura compatible con los “procesos de reorganización y de liquidación
judicial” (art. 1º).

De esta manera, todos los trámites y herramientas, “en su integridad”, contenidas en


ese compendio normativo, se encuentran encaminadas a lograr la recuperación
económica y reactivación de la empresa, garantizando su viabilidad cuando sea
posible, y, en caso contrario, adelantar la liquidación pertinente. Lo antelado,
entendiendo el papel preponderante de las empresas dentro del sistema financiero y
en la estructura económica de la sociedad.

Por tanto, para alcanzar los cometidos precedentes, el legislador entendió


indispensable crear un procedimiento caracterizado por la eficiencia y la celeridad, en
el cual, las autoridades cognoscentes adoptarían sus decisiones en el menor tiempo
posible, preservando los intereses y derechos, tanto de la sociedad intervenida como
de sus acreedores y, por esa senda, impedir el estancamiento del aparato económico o
la aniquilación de las compañías, con la promoción de procesos extenuantes.

La persona jurídica mercantil sometida a esta actuación judicial se infiere, atraviesa


un período crítico para su normal funcionamiento, por causa de insolvencia o de
cualquier otro fenómeno, atentatorio inclusive de su existencia; por ende, requiere
para su recuperación de la estructuración de institutos procesales que procuren
resolver sus incumplimientos obligacionales eficazmente, los cuales no pueden
convertirse en mecanismos de destrucción, sino en medios para apalancar su
resurgimiento, el empleo y la generación de riqueza para todos los que intervienen en
el ciclo económico.

4. Una de las principales medidas para llevar a cabo este cometido, en procura de un
salvamento pronto es el ya citado parágrafo 1° del canon 6 ejúsdem, según el cual,
“(…) el proceso de insolvencia adelantado ante la Superintendencia de Sociedades
es de única instancia (…)”, como instrumento para evitar un litigio interminable.

Asimismo, las normas anteriores que regulaban la materia, también atendían el


mismo cometido: lograr un trámite preferente, eliminando expresamente o limitando
la posibilidad de apelar las determinaciones adoptadas, en actuaciones tan relevantes.

La Ley 550 de 1999 estatuyó en el parágrafo 1º del artículo 39: “(…) Las acciones
revocatorias y de simulación (…) se tramitarán ante la Superintendencia de
Sociedades, en única instancia y a través del procedimiento verbal sumario (…)”
(subraya fuera de texto).

En sentido análogo, la Ley 222 de 1995 consignó que en el trámite concordatario


adelantado por la Superintendencia de Sociedades, las siguientes providencias, entre
otras, sólo podrán controvertirse a través de reposición: i) lo resuelto en la audiencia
preliminar (art. 129); la calificación y graduación de créditos (art. 133); y iii) la
declaratoria de cumplimiento del acuerdo (art. 141). Además, la decisión que fija
fecha para la audiencia final “no tendrá recurso alguno” (art. 130). En lo

17
Radicación n°11001-02-03-000-2016-00092-00

concerniente a la acción revocatoria dispuso que se surtirá conforme al proceso


abreviado (art. 146).

El Decreto 410 de 1971 estableció, las “(…) acciones de revocación, de simulación y


de disolución se tramitarán y decidirán como incidente dentro del proceso de quiebra
(…) se fallarán en la sentencia de reconocimiento y graduación de créditos, para lo
cual el juez estimará todas las pruebas que obren tanto en el proceso civil como en el
penal (…)” (art. 1972), fallo que en esa oportunidad podía apelarse en el efecto
devolutivo (art. 1981).

En la controversia de ahora y donde salvo voto, se pretende utilizar como argumento, el


hecho de que algunas de las leyes precedentes permitían la doble instancia, empero, tal
aseveración no halla asiento fértil, pues no todas esas normas la autorizaban. Por el
contrario, la última vigente antes de entrar en vigor la actual, la Ley 550 de 1999, la
prohibía expresamente; claro, sin olvidar que esos compendios se encuentran derogados
al día de hoy.

Además, todas esas leyes, al unísono, dejan entrever el ánimo muy razonable por
construir recursos, concordatos o insolvencias ágiles y expeditas, en las cuales las
apelaciones son excepcionales o inexistentes para mantener la productividad, pero
también para proteger las fuentes de empleo.

5. Ahora bien, al interior del trámite de insolvencia, regido en la actualidad por la Ley
1126 de 2006, se incluyó la posibilidad de iniciar las acciones de revocatoria y de
simulación (art. 74 ídem.), con el fin de proteger el éxito mismo de ese procedimiento,
ceñidas a las reglas especiales del trámite principal, mediado éste por la celeridad y
prontitud, y ajustado en un todo a la única instancia, sin importar que las acciones
accesorias deban evacuarse “como proceso abreviado regulado en el Código de
Procedimiento Civil”. Lo contrario desvertebra el fuero de atracción y el principio de
universalidad.

Por tanto, carece de fundamento la providencia adoptada mayoritariamente por la Sala.


La orientación de la norma es la de propender por un proceso de única instancia, y la
remisión efectuada al procedimiento civil para las acciones precedentes, no implica la
posibilidad de permitir apelar lo allí decidido, pues ello va en contravía de dos
principios, a saber: i) lo accesorio sigue la suerte de lo principal; y ii) la norma especial
prima sobre la general.

Además, no es admisible avalar contradictoriamente que una determinación parcial


adoptada dentro de la insolvencia pueda ser impugnada verticalmente, mientras la
decisión definitoria y central del asunto en su totalidad, y la más relevante en ese
procedimiento revista plena horizontalidad al no admitir apelación, por tratarse de única
instancia.

Así lo ha entendido esta Corte en reciente jurisprudencia:

“(…) [L]os procesos de liquidación que sean tramitados ante la Superintendencia de


Sociedades, incluyendo las peticiones de revocatoria que se resuelvan dentro de esos
juicios, son de única instancia, por lo que no pueden concederse recursos de apelación
contra las decisiones proferidas en tales controversias (…)”2.

2
CSJ. Civil, STC12055 de 12 de septiembre de 2015, rad. 2015-01993-00.

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Radicación n°11001-02-03-000-2016-00092-00

En síntesis, la sentencia de la cual me aparto, desconoce la normativa, la jurisprudencia


y los principios aplicables al caso concreto, abriendo una brecha injustificada en
contravía del espíritu mismo del régimen de insolvencia, defenestrando la seguridad
jurídica, y todos los demás principios previstos en el artículo 4 de la Ley 1116 de 2006,
los cuales resulta necesario iterar: i) universalidad; ii) igualdad; iii) eficiencia; iv)
información; v) negociabilidad; vi) reciprocidad; y vii) gobernabilidad económica.

Fecha, ut supra

LUIS ARMANDO TOLOSA VILLABONA

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