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Lo que nos une

Cascabel
Hace tres días que los oigo. No me he atrevido a mirar. Hay tantas cosas que nos dicen
de los monstruos que, la verdad, todos tenemos miedo. Pero hoy… hoy será diferente.
Hoy voy a asomarme al patio de atrás si escucho los ruidos. ¿Qué podría pasar? Si es
un monstruo correremos hasta la casa y nos meteremos bajo la cama. O tal vez sólo sea
un gato que viene a buscar desperdicios para su cena, tal vez podría hacerlo mi amigo.
Aquí me siento tan sola. ─Pensaba María mientras abrazaba su conejo de peluche
favorito.

Siempre hablaba con su conejo. Se llamaba Rabito y ella lo consideraba su único amigo
en el mundo porque la había acompañado desde que era muy pequeña. Pensaba que
sin importar cuantas veces tuvieran que cambiar de casa él, Rabito, siempre iba a estar
con ella.

Desde que llegamos aquí los días transcurren aburridos, ¿no lo crees? ─ Le decía a su
conejillo.─ Extraño mucho la otra casa… y a mis compañeros. Me gustaba la escuela
anterior, las maestras eran buenas ¿te acuerdas?, y aunque me tarde un tiempo en
encontrar con quien jugar en el recreo al final lo logré. Me habría gustado que los
conocieras, pero no me dejaban llevarte a la escuela desde segundo año, por lo del pleito
con Ramón, cuando te tiro en un charco de agua sucia, ¿te acuerdas Rabito? Siempre
me pasa eso, nos mudamos a algún lugar, me cuesta mucho trabajo hacer amigos y
luego un día, como de la nada, llega mi papá y dice que lo cambiaron de ciudad, y así
nada más nos vamos. Pero tú siempre vienes conmigo, por eso te quiero tanto Rabito.

Sumergida en esa conversación María no se dio cuenta de que era hora de cenar hasta
que oyó a su mamá:

─María, la cena esta lista.

─Voy mamita─ Le respondió.

No le apetecía mucho sentarse a la mesa y tener que platicar a sus padres como le había
ido ese día en el nuevo colegio, ni cómo eran los demás niños. La verdad era que siempre
que llegaba a un nuevo lugar los niños ya tenían amiguitos y la ignoraban, no obstante
siempre había alguna compañerita que la acogía y se hacía su amiga pero ella tenía
miedo de encariñarse porque sabía que tarde o temprano iba a tener que cambiar
nuevamente de escuela.

Para la cena, esa noche, había pechuga de pollo asada y verduras. A María no le gustaba
el pollo, su única esperanza era poder esconderlo y a la mañana siguiente dárselo al
perrito del conserje en el colegio. La gran oportunidad llegó cuando tocaron a la puerta y
llegó la vecina de enfrente para presentarse, como traía un panqué recién horneado, su
padre amablemente la invito a cenar y su madre se levantó por un momento para servir
el plato, María aprovechando la distracción escondió un gran pedazo de pechuga y sólo
tuvo que comer un pedacito.

Pasaron un par de horas muy agradables. La señora Georgina era viuda, vivía con su
sobrino, un joven ingeniero que casi siempre estaba de viaje. Tenía un gato llamado
Botas y le gustaba mucho la repostería.

Cuando la señora Georgina se fue María ayudo a su madre a recoger los platos, preparo
su mochila para la mañana siguiente y se fue a acostar. Su mamá, amorosa, la arropó y
le canto una canción como todas las noches. Entonces María iniciando una breve
conversación le preguntó:

─ Mami, ¿tú crees en los monstruos?, ¿y en las brujas?, ¿y en los fantasmas?

─ No, mi amor. Los fantasmas sólo están en nuestra cabeza cuando permitimos que nos
atormente el pasado, las brujas son personajes de cuento y los monstruos también.

─ Pero mamá, el otro día viendo las noticias tú le dijiste a papá: ¿cómo puede haber
gente así? ¡Son unos monstruos!

─ Pero los monstruos a los que me refería no son como los que vemos en películas o en
cuentos, esos no existen.

─ Entonces ¿cómo son los monstruos de los que hablabas, mamá?

─ Los monstruos verdes con muchos ojos y garras no existen, pero algunos hombres
tienen en su corazón la semilla de la maldad y desprecian a sus semejantes, los hacen
sufrir y provocan grandes calamidades, esos hombres son como monstruos, pero no te
preocupes, ellos no te harán nada porque papá y yo estamos para cuidarte.
─ ¿Por qué tienen la semilla de la maldad esos hombres, mami?

─ Por muchas cosas, algunos han sufrido mucho y actúan como animales heridos y
atacan a los demás porque creen que sí estarán seguros, algunos están enfermos y
piensan que el poder y el dinero lo son todo, algunos simplemente creen que son mejores
que otros por su color o su nacionalidad. Hay muchas razones por las que un hombre se
convierte en monstruo y olvida que todos somos iguales y estamos unidos. Pero ahora
ya duérmete porque mañana tienes que ir a la escuela. Otro día hablaremos de
monstruos.

─ Te quiero mamá. ─Dijo María para terminar.

─ Y yo a ti mi amor. ─Respondió su madre entregándole a Rabito.

María abrazo su conejito y trató de dormir, pero esperaba que en cualquier momento
sonaran los ruidos que oía en el patio de atrás. Pasaron muchas horas y María se había
quedado dormida, pero de pronto, como a las dos de la mañana, sonó un ruido cerca de
los botes de basura del patio.

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