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Referencias
1. ↑ http://www.artehistoria.com/v2/contextos/11218.htm
2. ↑ https://books.google.com.mx/books?
Bibliografía
León-Portilla, Miguel (1992) [1959]. The Broken Spears: The Aztec Account of
the Conquest of Mexico. Ángel María Garibay K. (Nahuatl-Spanish trans.),
Lysander Kemp (Spanish-English trans.), Alberto Beltran (illus.), foreword by J.
Jorge Klor de Alva. (Expanded and updated pbk edición). Boston, MA: Beacon
Press. ISBN 0-8070-5501-8. OCLC 59935413.
“Su garrote golpeaba los cráneos, los vientres y las extremidades de los
enemigos pensando sólo en preservar la gloria de los dioses y el pueblo azteca”
Hubo una gran confusión en la gran Tenochtitlán cuando los hombres blancos –
alojados en las casas de los mexicas desde hacía meses– atacaron al pueblo el 20
de mayo de 1520. Era plena festividad de Tóxcatl en el Templo Mayor cuando las
huestes de Pedro de Alvarado (quien se había quedado al frente de los españoles
mientras Cortés estaba fuera de la ciudad) atacaron a traición a los aztecas. La
historia dice que los llegados de una tierra lejana del otro lado del mar, alertados
por los actos que vieron, creyeron que se trataba de una trampa planeada por el
Tlatoani Moctezuma y tomaron sus armas.
Ni las oraciones y ritos que se estaban haciendo hacia los dioses Tezcatlipoca y
Huitzilopochtli lograron que éstos salvaran a los mexicas de la matanza: las flechas
y espadas de los invasores tiñeron de sangre el suelo frente al Templo Mayor. El
pueblo se levantó en contra de su emperador al ver que éste se negaba a atacar a
sus huéspedes y según la versión oficial, una piedra en su cabeza lo hirió de muerte
(otras fuentes aseguran que fue asesinado por los mismos españoles).
La pelea fue salvaje: los mexicas arremetieron con valor –usando sus garrotes,
lanzas y escudos– contra los españoles, quienes también sabían mucho del arte de
la guerra. Sin embargo, se vieron sorprendidos y atemorizados ante la sombra del
recién llegado Tzilacatzin, un guerrero y capitán de origen otomí que era temido
entre los aztecas mismos y los pueblos vecinos por su fuerza e invencible destreza
en el uso de armas.
«Pero cuando los españoles se cansaron, cuando nada podían hacer a los
mexicanos, ya no podían romper las filas de los mexicanos, luego se fueron, se
metieron a sus cuarteles, fueron a tomar reposo».
Pedro de Alvarado, impresionado por lo que acababa de ver de este gran guerrero,
sintió muy en su interior un gran respeto, pero a la vez un agudo odio hacia este
hombre que parecía indestructible. Alvarado no se enfrentó de manera directa ante
él, pero le bastó ver su coraje de lejos para saber que todos los días rezaría a Dios
y su hijo Jesús para nunca tener que medirse ante aquel coloso. Fue así que ordenó
que uno de los navíos surcara el lago para ir en búsqueda de este hombre a
Tlatelolco.
«El capitán mexica Tzilacatzin Tzilacatzin gran capitán, muy macho, llega luego.
Trae consigo bien sostenidas tres piedras: tres grandes piedras, redondas, piedras
con que se hacen muros o sea piedras de blanca roca. Una en la mano la lleva, las
otras dos en sus escudos. Luego con ellas ataca, las lanza a los españoles: ellos
iban en el agua, estaban dentro del agua y luego se repliegan».
No fue la primera vez que el feroz Tzilacatzin lograba un repliegue de las tropas
españolas. Muy en su interior yacía el deseo de que la gloriosa Tenochtitlán y sus
zonas aledañas se mantuvieran en pie libres del asedio español.
«Lucharemos como sea necesario para que estos hombres, que han derramado
sangre sobre nuestro suelo, caigan derrotados. ¡Nuestros dioses y nuestros
antepasados nos ayudarán en esta tarea!», gritó el guerrero en uno de tantos
discursos que clamó antes de las sucesivas batallas contra los españoles.
En los meses posteriores a la matanza del Templo Mayor, incluyendo aquel mítico
enfrentamiento en los caminos hacia Tenochtitlán en que se logró la expulsión
momentánea de los españoles en la madrugada del 30 de junio y el 1 de julio de
1521, el otomí se distinguió como uno de los grandes líderes mexicas. Era capaz
de pelear contra tres españoles al mismo tiempo y asesinarlos de manera hábil y
feroz. Su garrote no tenía misericordia: golpeaba los cráneos, los vientres y las
extremidades de los enemigos pensando sólo en vencer y en preservar la gloria de
los dioses y el pueblo azteca.
«Por eso no tenía en cuenta al enemigo, quien bien fuera, aunque fueran españoles:
en nada los estimaba sino que a todos llenaba de pavor. Cuando veían a Tzilacatzin
nuestros enemigos luego se amedrentaban y procuraban con esfuerzo ver en qué
forma lo mataban, ya fuera con una espada, o ya fuera con tiro de arcabuz».
En cada batalla, Tzilacatzin se hacía consciente del terrible miedo que infundía en
los españoles y sus aliados, pero también de que ya era considerado el rival a
vencer. Por ello es que en cada enfrentamiento se vestía de diferente manera para
evitar ser reconocido por quienes querían terminar con su vida. «Nunca dejaré
atraparme. Y si un día ellos lo consiguen, pediré morir sacrificado o con un golpe
del arma que contra ellos he usado», decía a sus compañeros de batalla.
Este indómito guerrero soportó de pie, con heridas y sin ellas, enfermo o sano,
hambriento o saciado, los largos meses de batallas que siguieron hasta la inevitable
caída de los mexicas el 13 de agosto de 1521. Su corazón se llenaba de profunda
tristeza cuando veía que los tlaxcaltecas y otros pueblos –que debieron aliarse en
una misma causa, pensaba– hicieron frente común con los conquistadores debido
al rencor que tenían hacia los mexicas. «¡Hoy, ellos y nosotros, y todos los que
vivimos en este territorio sagrado, deberíamos luchar contra los que han querido
someternos!», gritaba Tzilacatzin.
Así como sus diferentes vestimentas surtieron efecto en el campo de batalla, donde
sus mortíferos golpes destrozaron varias veces al orgullo español y su dios
crucificado, también lo hicieron en la Historia, ya que se desconoce cuál fue el
destino del gran guerrero Tzilacatzin. Su desprecio por los que llegaron a someter
a su gente fue tan legendario como el de aquellos temibles guerreros aztecas que
se inspiraban en el águila y el jaguar para entrar en combate. Las leyendas a veces
dejan un rastro desconocido a sus espaldas, por ello es que Tzilacatzin fue el
hombre al que la Conquista jamás alcanzó.
Bibliografía:
Etiquetas:
Historia mundial
Historia de México
Aztec Culture
Referencias:
Más de México
https://culturacolectiva.com/historia/tzilacatzin-el-guerrero-prehispanico-que-aterrorizo-a-los-espanoles