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La nueva relación con ese continente se tradujo en nexos económicos, influencias y estilos
de vida que fueron adoptados por los sectores dirigentes. Estos hicieron que las costumbres
y modos de ser de los grupos más adinerados se convirtieran al estilo europeo.
La ampliación de la base social de los grupos de terratenientes se vio engrosada con una
pujante burguesía minera, comercial y bancaria, que generó cambios en la composición
política de los grupos dominantes. En ella, estos nuevos sectores impulsaron
modernizaciones en el plano educacional, en el monetario y en las relaciones de equilibrio
que existían constitucionalmente entre el Ejecutivo y el Legislativo.
Pero fue en el estilo de hacer política, más que en las normas legales, donde se encontraron
los elementos más representativos para explicar el ascenso de los liberales en el Gobierno.
La política era ahora el escenario para un debate público sobre al menos dos cuestiones
importantes: el tema principal era restar —por la vía legal o de la práctica— la mayor
cantidad de atribuciones al Presidente. La otra discusión se centraba en avanzar en la
laicización de la sociedad o mantener la tutela clerical en los asuntos de la educación, la
moral y las relaciones con el Estado.
La formación del llamado Club de la Reforma en 1868, fue el inicio del lento proceso
ideológico que propiciaría el desplazamiento desde las formas autoritarias de gobierno
hacia el establecimiento de un parlamentarismo, que se impuso finalmente en 1891.
Laicización de la sociedad
En el otro debate —aunque influenciado también por las tendencias liberales— estaba el
intento de laicización de la sociedad. Los objetivos de los reformadores eran emancipar la
educación y las costumbres de la tutela religiosa, así como también establecer un sistema en
donde el Estado fomentara el libre pensamiento.
La dictación de una ley interpretativa que permitiría el ejercicio de otros cultos religiosos,
la ampliación y fomento de un sistema educacional laico representado por el Instituto
Nacional y la Universidad de Chile, las leyes sobre el registro civil y la de matrimonio civil,
y el traspaso de la administración de los cementerios al poder civil, más la fundación de una
universidad pontificia, constituyeron las formas en que la separación de la Iglesia y el
Estado se fue abriendo.
Durante esta etapa, los partidos políticos comenzaron a adquirir forma de instituciones con
organizaciones internas, con programas electorales que nacían de convenciones partidarias,
y con una política de alianzas que buscaba concertaciones para alcanzar la presidencia de la
República o mantenerse como mayoría en el Congreso.
Un caso representativo de lo anterior fue la formación de la fusión liberal-conservadora,
que fue una combinación entre sectores que se separaron en asuntos religiosos, pero se
unieron en el intento por debilitar al Ejecutivo. Tal vez la más compleja actuación política
de este grupo fue el veleidoso comportamiento de los liberales. Con una tendencia natural
al fraccionamiento, estos se movían desde cargos en el gobierno a la más férrea oposición.
Relaciones internacionales
Este período se caracterizó por las difíciles relaciones internacionales con los países
vecinos y con España. A ello se sumaron los intentos de otros países europeos por
intervenir directa o indirectamente en los territorios americanos.
Con Argentina —aunque no se llegó a una guerra— una difícil negociación diplomática
culminó con el Tratado de Límites de 1881 y la entrega por parte de nuestro país de los
territorios patagónicos, la cesión de la mitad de la Tierra del Fuego y el control definitivo a
Chile del Estrecho de Magallanes. Este era el principal nexo de comunicación entre el
Atlántico y el Pacífico.
Nuevas fronteras
Este proceso significó el reajuste de las fronteras exteriores e interiores del país, con una
expansión territorial y reordenamiento espacial, que derivó en que al término de esta etapa
aparecerán configuradas en sus líneas generales las actuales fronteras de Chile.
Entre 1860 y 1870 las importaciones chilenas de productos ingleses alcanzaban un 42% del
total y un 66% de nuestras exportaciones eran destinadas a Gran Bretaña.
Estos años estuvieron marcados por la ampliación de las actividades extractivas de recursos
naturales, destinados a servir de insumos a la nuevas tecnologías.
Pero el recurso que consolidó la vocación minera de nuestra economía fue el salitre.
Solicitado como fertilizante por la expansiva agricultura europea, el descubrimiento de este
mineral en nuestro territorio en 1860 inició la expansión territorial y de la población de
Chile hacia el desierto, que hasta ese momento era conocido como el despoblado de
Atacama.
La industria del salitre se convertiría en el soporte de las entradas del fisco chileno por casi
40 años.
Modernidad y continuidad
El cambio podía observarse en las ciudades, donde los nuevos ricos demostraron fortuna en
la edificación de palacios y mansiones, que desencadenaron una corriente de
transformaciones urbanas.
En esta etapa los sectores medios se prepararon para su irrupción histórica, lo que se
expresó a través de su matrícula en el sistema educacional primario hasta el universitario.
La prensa y la literatura realista fueron los espacios que este sector utilizó para denunciar
las inequidades y discriminaciones.