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Contra el brutalismo libertario

Jeffrey A. Tucker, 12 de marzo 2014

¿Por qué deberíamos favorecer la libertad humana frente a un orden social regido por la
fuerza? Para responder a esta pregunta, sugeriría dividir a los libertarios en dos grupos:
humanitarios y brutalistas.

A los humanitarios les motivan razones como las siguientes: La libertad permite la cooperación
humana pacífica, nos inspira a beneficiar creativamente a los demás, mantiene a la violencia a
raya, permite la creación de capital y la prosperidad, evita que los derechos humanos de todos
sean violados, permite que florezcan asociaciones humanas de todo tipo en sus propios
términos, estimula y recompensa a las personas por llevarse bien en lugar de pelearse los unos
con los otros y conduce a un mundo en el cual las personas son vistas como fines en sí
mismos en lugar de alimento para planes centrales. Sabemos esto gracias a historia y la
experiencia. Todas esas son grandes razones para amar la libertad.

Pero no son las únicas razones por las que la gente apoya la libertad. Hay un segmento de la
población que se autoproclaman “libertarios” (aquí descritos como “brutalistas”) que encuentran
todo lo anterior bastante aburrido, demasiado amplio y excesivamente humanitario. Para ellos,
lo que es impresionante de la libertad es que permite que las personas reafirmen sus
preferencias individuales, formen tribus homogéneas, pongan en práctica sus prejuicios, y
marginen a otras personas basándose en criterios ‘’políticamente incorrectos’’, odien de
corazones sin usar la violencia como medio, insulten a otras a personas con motivo de su
origen u opinión política, sean abiertamente racistas y sexistas, excluir y aislar, ser adversos a
la modernidad en general y se oponerse a las normas civiles de valores y etiqueta,
favoreciendo normas antisociales.

Estos dos impulsos son radicalmente diferentes. El primero valora la paz social que emerge de
la libertad, mientras que el segundo valora la libertad de rechazar la cooperación en favor de
prejuicios viscerales. El primero quiere reducir el papel del poder y los privilegios en el mundo,
mientras el segundo busca la libertad de reafirmar el poder y los privilegios dentro de los
estrictos límites de los derechos de propiedad privada y libertad de desasociación.

Ciertamente, la libertad permite tanto la perspectiva humanitaria como la brutalista, por más
poco plausible que eso pueda parecer. La libertad es amplia y rica y no afirma algún fin social
en particular como el camino único y definitivo. Dentro del sistema de la libertad existe la
libertad para amar y para odiar. Al mismo tiempo, estas perspectivas constituyen formas muy
diferentes de ver el mundo; uno es liberal en el sentido clásico y el otro es anti-liberal en todos
los sentidos, y es bueno considerar uno mismo como libertario, si te encuentras aliado con
personas que no comprenden el objetivo principal del ideal liberal.
El humanitarismo tal como lo entendemos busca el bienestar de la persona humana y el
florecimiento de la sociedad con toda su complejidad. El humanitarismo libertario ve como la
mejor manera de alcanzar eso un sistema social que se auto-ordene, libre de los controles
externos de los medios violentos del estado. El objetivo aquí es esencialmente benévolo y los
medios por los cuales se logra ponen énfasis en la paz social, la libre asociación, intercambios
mutuamente beneficiosos, el desarrollo orgánico de las instituciones y la belleza de la vida en sí
misma.

¿Qué es brutalismo? El término se asocia generalmente a un estilo arquitectónico de los años


50 a los años 70 que enfatizaba grandes estructuras de cemento, sin refinación y sin
preocuparse del estilo y la gracia. La falta de elegancia es su principal impulso y causa de
orgullo. El brutalismo pregonaba la ausencia de pretensión y la cruda practicidad del uso del
edificio. El edificio debía ser fuerte, no bonito; agresivo, no delicado; imponente, no sutil.

El brutalismo en arquitectura era una afectación que emergió de una teoría sacada de contexto.
Fue un estilo adoptado con precisión consciente. El brutalismo se enorgullecía de obligarnos a
mirar realidades sin adornos, una creación sin distracciones, para establecer un fin didáctico.
Este fin no era tanto estético sino ético: el brutalismo rechazaba la belleza como principio.
Embellecer es comprometer, distraer y arruinar la pureza de la causa. De esto sigue que el
brutalismo rechazaba la necesidad del atractivo comercial y descartaba cuestiones de
presentación y comercialización; estas cuestiones; en el marco brutalista, evitan que nuestros
ojos vean la esencia radical.

El brutalismo afirmaba que un edificio no debería ser ni más ni menos que lo necesario para
cumplir su función. El brutalismo afirmaba el derecho a ser feo, que es precisamente la razón
por la cual el estilo fue tan popular entre los gobiernos de todo el mundo, y por la cual las
formas brutalistas actualmente se ven como monstruosidades en todo el mundo.

Miramos hacia atrás y nos preguntamos de donde vinieron esas monstruosidades y nos
asombramos al descubrir que nacieron de una teoría que rechazaba la belleza, la presentación
y el arreglo por cuestión de principios. Los arquitectos imaginaban que nos estaban enseñando
algo que de otro modo nos negaríamos a enfrentar. Sin embargo, sólo puedes apreciar los
resultados del brutalismo si ya has aceptado la teoría y crees en ella. De lo contrario, sin la
ideología extremista y fundamentalista, los edificios parecen espantosos y amenazantes.

Por analogía, ¿qué es el brutalismo ideológico? El brutalismo reduce la teoría a sus partes más
crudas y fundamentales y fuerza la aplicación de esas partes en primer lugar. El brutalismo
pone a prueba los límites de la idea quitando la finura, los refinamientos, la gracia, la decencia,
los arreglos. No le importa nada la gran causa de la civilidad ni la belleza de los resultados. Le
interesa tan sólo la pura funcionalidad de los resultados. Desafía a todos a cuestionar la
apariencia general del aparato ideológico y calla a las personas que lo hacen como si fueran
insuficientemente devotas de la esencia de la teoría, que se afirma sin contexto ni
consideración de la estética.
No todo argumento a favor de principios puros y análisis simplificados es inherentemente
brutalista. La verdad esencial del brutalismo es que necesitamos reducir para poder ver las
raíces, necesitamos a veces enfrentarnos a verdades difíciles y tenemos que estar impactados
ya veces impactar con implicaciones aparentemente implausibles o incómodas de una idea. El
brutalismo va aún más lejos: es la idea de que el argumento debería detenerse allí y no
avanzar. Que desarrollar, calificar, arreglar, matizar, admitir incertidumbre o ampliar más allá de
afirmaciones duras lleva a una corrupción de la pureza. El brutalismo es implacable y
descarado en su negación a avanzar más allá de los postulados más primitivos.

El brutalismo puede aparecer en diversas formas ideológicas. El bolchevismo y el nazismo son


los dos ejemplos obvios: la clase y la raza se convierten en las únicas métricas, conduciendo la
política hacia la exclusión de todas otras consideraciones. En la democracia moderna, la
política partidaria tiende hacia el brutalismo en la medida en que afirma el control partidario
como único asunto relevante. El fundamentalismo religioso es otra forma obvia.

Sin embargo, en el mundo libertario el brutalismo está enraizado en la pura teoría de los
derechos individuales de vivir según sus valores sean los que sean. Esto es esencialmente
cierto, pero la aplicación se hace cruda para forzar esta idea. Así los brutalistas aseguran el
derecho a ser racista, el derecho a ser misógino, el derecho a odiar a los judíos o a extranjeros,
el derecho de ignorar los estándares civiles de interacción social, el derecho a ser incivilizado, a
ser grosero y vulgar. Todo es permisible y hasta meritorio porque aceptar lo que es horrible es
una especie de prueba. En fin, ¿qué es la libertad si no el derecho de ser una patán?

Este tipo de argumentos hace que los libertarios humanitarios se incomoden profundamente,
dado que son estrechamente verdaderos con respeto a la teoría pura pero se olvidan de la gran
idea de la libertad humana, que no es hacer el mundo más dividido y miserable sino permitir el
florecimiento humano en paz y prosperidad. Igual que queremos que la arquitectura sea
agradable a la vista y refleje el drama y la elegancia del ideal humano, también una teoría del
orden social debería proveer la estructura para una vida bien vivida y comunidades de
asociaciones que permitan a sus miembros prosperar.

Los brutalistas técnicamente tienen razón cuando afirman que la libertad también protege el
derecho a ser un completo idiota y el derecho a odiar, pero tales impulsos no surgen de la larga
historia del ideal liberal. En relación a la raza y el sexo, por ejemplo, la liberación de las mujeres
y las minorías de mandatos arbitrarios ha sido un gran logro de esta tradición. Continuar
afirmando el derecho de retroceder en el tiempo en tu vida privada y comercial da la impresión
de que la ideología se ha desarraigada de su historia, como si estas victorias para la dignidad
humana no tuviesen nada que ver con las necesidades ideológicas de hoy.

El brutalismo es más que una versión reducida, anti moderna y visceral del libertarismo original.
Es también un estilo de argumentación y un enfoque retórico. Como en la arquitectura, rechaza
la comercialización, la esencia comercial y la idea de “vender” una visión de mundo. La libertad
debe ser aceptada o rechazada basada enteramente en su forma más reducida. Por tanto,
rápidamente ataca, acusa y declara la victoria. Detecta compromiso en todas partes. Lo que
más le gusta es señalarlo. No tiene paciencia para sutileza de exposición y mucho menos para
los matices de las circunstancias de tiempo y lugar. Ve solo verdad cruda y se aferra a ella
como la única verdad para excluir todas las otras verdades.

El brutalismo rechaza la sutileza y no encuentra excepciones circunstanciales para su verdad


universal. La teoría se aplica independientemente del tiempo, lugar o cultura. No debe haber
margen para modificaciones ni tampoco descubrimientos de nueva información que pueda
cambiar la manera en que se aplica la teoría. El brutalismo es un sistema cerrado de
pensamiento en el cual ya se sabe toda la información relevante y se presume que la forma en
que se aplica la teoría está ya dada por el aparato teórico. Incluso en áreas difíciles como ley
familiar, reparación de daños, propiedad intelectual, responsabilidad ante infracciones y otras
áreas sujetas a tradición judicial caso por caso se convierten en parte de un aparato a priori
que no admite excepciones o correcciones.

Y dado que el brutalismo es un impulso periférico en el mundo libertario (Los jóvenes ya no


están interesados en todo este enfoque), se comporta de la manera que esperaríamos de los
grupos realmente marginales. Afirmando los derechos e incluso los méritos del racismo y el
odio, ya está excluido de la conversación general sobre la vida pública. Las únicas personas
que realmente escuchan argumentos brutalistas; que son intencionalmente repulsivos, son
otros libertarios. Por esa razón, el brutalismo se dirige cada vez más hacia un faccionalismo
extremo. Atacar a los humanitarios por intentar embellecer el mensaje se convierte en una
ocupación de tiempo completo.

En el curso de ese faccionalismo, los brutalistas por supuesto aseguran que ellos son los
únicos verdaderos creyentes de la libertad pues sólo ellos tienen el estómago y la desfachatez
necesaria para llevar la lógica de la libertad a sus fines más extremos y tratar con los
resultados. Pero no es la valentía o el rigor intelectual lo que está en funcionando aquí. Su idea
de libertarismo es reduccionista, truncada, burda, incolora, no está corregida por la práctica de
la experiencia humana y se olvida del contexto histórico y social en el que se encuentra la
libertad.

Supongamos que una ciudad es tomada por una secta fundamentalista que excluye a todas las
personas que no compartan su fe, obligan a vestirse a las mujeres con ropa de similar a la
burka, impone un código legal teocrático y margina a gays y lesbianas. Podrías decir que todos
están allí voluntariamente, pero aun así, no hay liberalismo presente en esta estructura social
en absoluto. Los brutalistas estarán en primera línea para defender a esa microtiranía por
basándose en la descentralización, derechos de propiedad y derecho a discriminar y excluir;
Descartando completamente el panorama más amplio aquí que; al final, las aspiraciones
básicas de las personas de vivir una vida plena y libre se les está negando diariamente.

Además, los brutalistas acreditan que ellos ya conocen los resultados de la libertad humana, y
frecuentemente se conforman con impulsos de tronos y altares de tiempos pasados. Al final,
desde su perspectiva, la libertad significa desatar todos los impulsos más básicos de la
naturaleza humana que ellos creen que el estado moderno ha suprimido: el deseo de mantener
homogeneidad racial y religiosa, la permanencia moral del patriarcado, rechazo a la
homosexualidad, etc. Lo que la mayoría de las personas consideran avances de la modernidad
contra el prejuicio, los brutalistas consideran que son excepciones impuestas contra la larga
historia de los instintos humanos tribales y religiosos.

Está claro que el brutalista que he descrito es un personaje ideal, probablemente no


enteramente personificado en ningún pensador en particular. Pero el impulso brutalista se
evidencia en todas partes, especialmente en las redes sociales. Es una tendencia de
pensamiento con posiciones y prejuicios previsibles. Es una gran fuente para las tensiones
racistas, sexistas, homofóbicas y antisemitas dentro del mundo libertario, negando que esa
tendencia es verdadera mientras que defiende con igual pasión los derechos de los individuos
a sostener y actuar bajo esos puntos de vista. Al final; dicen los brutalistas, ¿qué es la libertad
sin el derecho a comportarse de maneras que ponen a prueba nuestras sensibilidades más
preciosas, y hasta la propia civilización?

Todo se reduce a la motivación fundamental detrás del apoyo mismo a la libertad. ¿Cuál es su
mayor propósito? ¿Cuál es su principal contribución histórica? ¿Cuál es su futuro? Aquí los
humanitarios están fundamentalmente en desacuerdo con el brutalismo.

Es verdad, nunca deberíamos negar la esencia, nunca huir de las implicaciones difíciles de la
teoría pura de la libertad. Al mismo tiempo, la historia de la libertad y su futuro no se trata solo
sólo de afirmaciones crudas de derechos sino también de gracia, estética, belleza, complejidad,
servicio a los demás, comunidad, el gradual surgimiento de normas culturales y el desarrollo
espontáneo de órdenes amplios de relaciones privadas y comerciales. La libertad es lo que da
vida a la imaginación humana y permite que el amor funcione y se extienda desde nuestros
más altos y benevolentes anhelos.

Una ideología despojada de sus vestimentas, por otro lado, puede volverse una monstruosidad,
como las grandes monstruosidades de cemento construidas hace décadas, impuestas en
escenarios urbanos, incómodas para todos, ahora solo esperando su demolición. ¿El
libertarismo será brutalista o humanitario? Todos necesitamos decidir.

Jeffrey Tucker es Director de Contenido de la Fundación para la Educación Económica.


También es "Chief Liberty Officer" y fundador de Liberty.me, Miembro Honorario Distinguido de
Mises Brasil, investigador del Instituto Acton, asesor de política del Instituto Heartland, fundador
de la Conferencia de CryptoCurrency, miembro del comité editorial de la Revista Molinari, Un
asesor del constructor de aplicaciones Blockchain Factom, y autor de cinco libros. Ha escrito
150 introducciones a libros y varios miles de artículos apareciendo en la prensa académica y
popular.

Este artículo fue publicado originalmente en FEE.ORG bajo licencia internacional Creative
Commons Attribution 4.0.
https://fee.org/articles/against-libertarian-brutalism/

Traduccion por Aldo Dávalos para plm.org.mx

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