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Michel Foucault

El orden del discurso

Análisis

En la lección inaugural del College de France, Foucault comienza su discurso rehuyendo


de él; más que tomar la palabra –afirma – “hubiese preferido verme envuelto por ella y
transportado más allá de todo posible inicio” (Foucault;2009:11) El comienzo del discurso
se vuelve la ejecución de una orden, la manifestación del poder que detrás de las palabras
se articula. Por esta razón Foucault utiliza el comienzo de su propio discurso como una
excusa a su propia ejecución, aceptando que el mismo se encuentra sumido en las formas de
opresión que anidan en la construcción del lenguaje.
Como elementos concatenados de un mismo problema, Foucault enumera cuatro
“inquietudes” que explican la motivación que existe tras la eclosión del discurso:
a) Inquietud con respecto a lo que es el discurso en su realidad material de cosa
pronunciada o escrita.
b) Inquietud con respecto a esta existencia transitoria destinada sin duda a desaparecer.
c) Inquietud de sentir bajo esta actividad (hablar) poderes y peligros difíciles de
imaginar.
d) Inquietud al sospechar la existencia de luchas, victorias, heridas, dominaciones,
servidumbres, a través de tantas palabras en las que el uso, desde hace tiempo, ha
reducido las asperezas.

Esta perspectiva lleva al filósofo francés a percibir un peligro y a intentar descubrir cuál es
este peligro. Foucault propone humildemente una hipótesis, la de que en toda sociedad la
producción del discurso está controlada por procedimientos. El discurso manipulado y
direccionado hacia fines específicos de dominio. El primer procedimiento que se muestra es
el de exclusión, que a veces opera bajo la forma de prohibición. No se puede hablar de
cualquier cosa en cualquier lugar, existen dogmas y protocolos invisibles que giran en torno
a tres tipos de prohibiciones:

1. El tabú
2. El ritual de la circunstancia
3. El derecho exclusivo del sujeto que habla.

Estos elementos forman un tejido que muta según las épocas y las circunstancias. Foucault
cita la aparición de estas formas de control específicamente en dos regiones: la sexualidad
y la política. En dichas coyunturas el discurso nunca es libre. Las prohibiciones o
intenciones (la neutralidad no existe) revelan sus vínculos con el deseo y el poder. Foucault
afirma: “el discurso no es simplemente aquello que traduce las luchas o los sistemas de
dominación, sino aquello por lo que, y por medio de lo cual se lucha, aquel poder del que
quiere uno adueñarse” así pues, el discurso se aleja de la neutralidad que durante mucho
tiempo se atribuyó sobre el lenguaje mismo. El discurso es el campo de lucha de temibles
formas de poder.
Existe otro principio de exclusión: separación y rechazo. El discurso de los locos no
puede circular como el de los otros, puesto que el lenguaje de los otros se articula desde la
razón. Así entre razón y locura se abre un abismo insalvable. En Europa durante siglos la
palabra de loco ha estado desvinculada de la verdad. El termino separación, es usado aquí
como yuxtaposición entre la “palabra” y la palabra de la locura. La palabra del loco, que no
es “portadora de la verdad”, no es más que ruido, una representación simbólica de lo real.
Los avances de la medicina y el especial énfasis de la psicología en la palabra del loco no
bastan para borrar la línea divisoria. Prueba de ello es que la palabra del loco encuentra
sentido solo en las perspectivas de la institucionalidad. Es la verdad del médico o
psicoanalista, su razón, la que da sentido al “ruido” de la locura. Es evidente que si la
palabra no posee una significación autónoma y depende del valor que la medicina o la
psiquiatría le quiera dar, la disyunción entre verdad y locura opera desde otras formas.
El tercer sistema de exclusión guarda alguna relación con el anterior. Es una
diferenciación entre atributos de la palabra misma: lo verdadero y lo falso. Esta
diferenciación si no es arbitraria se origina en contingencias históricas. A nivel
proposicional la verdad no parece modificada arbitrariamente, a otro nivel sin embargo se
ve en el devenir histórico la participación de instituciones coercitivas que actúan bajo la
voluntad de saber. La verdad que en el siglo VI se veía ritualizada y contenida en las
formas del hacer y no en el contenido mismo del discurso. Un siglo después la verdad se
depositó en lo que se decía, en el objeto y en la relación con su referencia. Lo verdadero se
aleja del discurso precioso y deseable y se centra por primera vez en el sentido.
En los siglos XVI y XVII se le dio al sujeto una nueva forma de mirar la realidad. Una
forma empírica y verificable de ver el mundo. La voluntad de saber no es otra cosa que una
nueva forma de exclusión, forma que también se apoya en una base institucional que a su
vez es reforzada por la academia, el sistema de libros la pedagogía, pero principalmente por
las formas particulares de saber presentes en una época. Todas las disciplinas conocidas
están a merced de esta voluntad de saber, la literatura, la economía, incluso la moral ya
desde el siglo XVI ha pretendido fundarse racionalmente. El sistema penal ha tratado de
revestir su discurso de la verdad sociológica, medica, psiquiátrica, como si la palabra
misma de la ley no bastase.
En conclusión, Foucault abordo tres grandes sistemas de exclusión que afectan el
discurso:
1. La palabra prohibida.
2. La separación de la locura.
3. Y la voluntad de Saber.

Los dos primero a lo largo del tiempo han devenido hacia el ultimo. La diferenciación
que se da desde los griegos ha sido relativa, es el deseo y el poder los que confieren al
discurso su envestidura de verdad. El discurso ignora la voluntad de verdad que lo
atraviesa, verdad que es otra forma de desear y excluir.
Los procesos de control y delimitación abordados hasta aquí son externos; hay también
procedimientos internos que se manifiestan tanto en calidad de principios de clasificación
como intentando dominar otra faceta del discurso, la primera de estas formas externas es el
comentario. No todos los discursos están predestinados a una existencia efémera, en toda
sociedad hay ciertos elementos que signan también una tradición “y que se conservan
porque se sospecha que esconden algo como un secreto o una riqueza” (Foucault; 2009:26)
este tipo de discurso no solo pertenece a un simple acto de decir, no son solo una
articulación ordenada fonéticamente, representan un rito, un acto que apertura otros actos.
Son ejemplos claros el discurso religioso, el discurso literario, el jurídico y el científico. Si
bien la diferenciación entre este tipo de discursos sacralizados y los demás, no es estable, ni
constante, ni absoluto, estos discursos encuentran su lugar privilegiado en la acumulación
del discurso banal y cotidiano.
Para Foucault esta separación no puede ser más que un juego y una imposibilidad. Se
podría hablar largamente de una obra literaria que no existe o hacer un comentario que
repita palabra a palabra el discurso y el mensaje. El discurso esta terriblemente determinado
por su pasado, por su acumulación histórica, a pesar de ello el discurso religioso se
obsesiona con el “sueño lirico de un discurso que renaciese absolutamente nuevo e
inocente en cada uno de sus puntos y que reapareciese sin cesar en toda su frescura,
partiendo de los acontecimiento, de los pensamientos o de las cosas” (Foucault; 2009:27)
La interpretación de este tipo de discursos vive de la sublimación y en la polisemia de sus
significado.
El otro principio interno y que es complementario al primero, se refiere al autor. No
hablamos aquí del autor como el ejecutor verbal del discurso, sino como signo de su origen,
su procedencia e intención. A diario se experimentan formas discursivas cuyo emisor es
anónimo, las conversaciones cotidianas, o los carteles informativos pueden ser un buen
ejemplo. La filosofía, la literatura, la ciencia comprometen desde la edad media y quizá
desde los griegos, su veracidad en torno a la figura de un autor. Por esta razón, en el orden
del discurso literario, que es el ejemplifica Foucault, al autor se le exige su aparición y que
su aparición misma desvele la cortina de misterio que cubre su obra. Es evidente que la
existencia de dichos discursos exige de forma necesaria una identidad ya que esta forma
parte esencial de su interpretación y su duración.
Comentario

Los primeros párrafos de El orden del discurso dan por sentada la tesis fundamental de
Foucault: “en toda sociedad el discurso está controlado”. Lejos de ser una problemática de
índole semántica o lingüística, Foucault reconoce en el discurso, un entretejido de carácter
factico, que ha sido hilvanado a lo largo del devenir histórico y que desemboca en una
voluntad de saber que permea la construcción del discurso a diferentes niveles. El discurso
del que se habla aquí posee una realidad material, como si a lo largo de la historia entre el
individuo y el discurso haya surgido una ruptura, un alejamiento que confiere a esta nueva
entidad, una autonomía propia, un deseo y voluntad que aunque determinados por reglas de
poder, forman parte inmanente de su ser. Esta lección inaugural pronunciada el 2 de
diciembre de 1970 es el reflejo mismo del discurso, al cual se analiza y critica. Foucault
afirma; “antes de ponerme a hablar ya me precedía una voz sin nombre desde hacía mucho
tiempo”. Antes del discurso ya precede otro discurso que posibilita la “significación” de los
siguientes. A pesar de las características evidentemente literarias y porque no poéticas de
estos primeros párrafos, una idea es constante: el discurso no tiene un inicio, un comienzo
exacto, forma parte de una serie de patrones sociales y culturales imposibles de ubicar en el
devenir histórico puesto que influyen en el mismo acaecer temporal.
A pesar de que el análisis de Foucault no posee un desarrollo lingüístico o semántico del
problema que el discurso suscita, si posee en cambio señalamientos claros de las
incidencias de este en las concepciones de la realidad y del reconocimiento de la
humanidad misma. Así púes, he decidido analizar las inquietudes de Foucault con respecto
al discurso, señaladas en el análisis anterior, bajo las luces que brinda el pensamiento de
Paul Ricoeur. La primera inquietud: “Inquietud con respecto a lo que es el discurso en su
realidad material de cosa pronunciada o escrita” (Foucault;2009:13) constituye un rasgo
fundamental del discurso, acaso su condición material y no teórica, concede al pensamiento
de Foucault cierta complejidad que vale la pena analizar desde la perspectiva que Ricoeur
denomina ‘dialéctica del acontecimiento y sentido’ la cual consiste en utilizar la lingüística
de la oración, de la fenomenología del sentido y del análisis lingüístico. Un análisis de tal
magnitud, uno que reuniera todas estas formas de interpretación, resultaría demasiado
ambicioso para los fines de este trabajo. Lo que se intenta es analizar como el sistema de
poder presente en el discurso posee también un correlato lingüístico o semiótico, trazando
paralelismos claros entre las formas de opresión que giran en torno al discurso y sus
incidencias en el lenguaje.
Para Ricoeur el discurso es un movimiento bidireccional entre facticidad y sentido; por
un lado el discurso acaece como un hecho, como una puesta en escena, por otro lado el
discurso es pura significación. En un discurso (la lección inaugural de Foucault es el mejor
ejemplo) se dan dos fenómenos. En el primero, el sujeto que habla y el espectador se
enfrentan a formas de dominio y coerción que están presentes en el discurso de manera
subrepticia y que los envuelve en una serie de determinaciones sin que entre ambos haya
una posición privilegiada o exenta de tales poderes. En segundo lugar y esta es la posición
de Ricoeur, bajo los sistemas de dominación presentes en el lenguaje, coexisten junto al
deseo, propiedades lingüísticas que dan cuenta de la tensión existente entre lenguaje y
discurso. En ese sentido, referirse a la realidad material del discurso es reflexionar sobre el
papel del sujeto humano como intérprete y víctima así como a una realidad que evade lo
subjetivo y que se adentra en los predios de sus propios límites a manera de un sistema
cerrado.
En el devenir histórico, el sujeto parlante ha perdido el control de lo que habla y ha sido
relegado a una estancia pasiva, espectador absoluto de la realidad que su propio discurso
constituye. La presencia de un discurso siempre previo a otro discurso, brinda al discurso
características a priori, y es justamente esta característica el pilar fundamental de su propia
materialidad. El significado de las palabras, sus posibles interpretaciones no dependen aquí
tener una relación con el mundo real, es irrelevante dentro del sistema del discurso la
mimesis entre una palabra y su referente. No hay en el discurso una teoría semántica de la
verdad o un espacio donde las palabras son signos de nuestras ideas como pensaba Locke,
el discurso es un sistema autónomo que obedece a determinaciones históricas y que a su
vez determina sus propias reglas como en movimiento dialectico.

Los códigos fundamentales de la cultura –los que rigen su lenguaje, sus esquemas
perceptivos, sus cambios, sus técnicas, sus valores, la jerarquía de sus prácticas–
fijan de antemano para cada hombre los órdenes empíricos con los cuales tendrá
algo que ver y dentro de los que se reconocerá. 1

Es necesario aclarar que no estamos frente a una entidad que tiene vida y piensa, sino frente
a “algo” que guarda características similares a las entidades platónicas, pero que si posee
una temporalidad y un espacio determinado. Códigos ocultos, poderes anónimos atraviesan
transversalmente las practicas comunicativas del hombre y establecen de antemano limites
fuera de los cuales toda palabra es marginada y anulada. Se habla aquí de una fuerza que
no necesita el concurso del sujeto para establecer o hacer ciertas las cosas o los objetos.
La segunda inquietud que tiene que ver con la transitoriedad, la brevedad temporal del
discurso. A diferencia del mundo de las ideas platónico (ejemplo que usare constantemente
en este comentario) el discurso padece los influjos de la temporalidad de una forma
diferente. Una palabra cualquiera, pensemos en la palabra Ser; a través de un largo proceso
conocido como sedimentación del lenguaje, esta palabra terminaría significando algo
completamente diferente de lo que un principio su significado original contenía. Prueba de
es la genealogía del Ser llevada a cabo por Heidegger, donde se restituye su significado
primigenio. El significado de una palabra es relativamente efímero, jamás será el mismo
después de algunas generaciones. Las formas de control presentes en el discurso no
cambian arbitrariamente, se organizan entorno a los sistemas de poder, y reproducen sus
demandas, sus modismos. Las entidades lingüísticas concretas (verbos, adverbios,
sustantivos, etc.) poseen significados solo dentro del sistema al interior del discurso. La
palabra amar por ejemplo, palabra que designa estados mentales o físicos depende
completamente del discurso que la pronuncie y no de su referente “real”. Se debe
puntualizar que esta es la principal diferencia entre Foucault y Ricoeur; el primero solo
vislumbra las formas de control presentes en el discurso, Ricoeur reconoce como el sistema
absorbe la significación pura de las palabras, su sentido, en el uso más llano de la palabra.

1 Michel Foucault, Las palabras y las cosas, Paris, Gallimard, 1966, pp.11-12.
La tercera y cuarta inquietud están estrechamente relacionadas, hablar de los poderes y
peligros de la actividad discursiva es también hablar las luchas dentro de las prácticas
discursivas que existen en derredor a los aparatos de saber, de poder y de subjetividad. En
el discurso psiquiátrico por ejemplo las formas de poder controlan aspectos del lenguaje
expuestos a la tención histórica de la medicina clásica, a la censura y desplazamiento del
sujeto en el que la locura se manifiesta. No fue hasta finales del siglo XVIII que el discurso
del loco fue escuchado y sacado de su estatus de ruido; sin embargo el valor que se le ha
concedido es simbólico, y sujeto a las perspectivas de los dispositivos de poder, entre ellos
la medicina y la psiquiatría. Es evidente que desde la perspectiva de Foucault que un
discurso ligado a un campo del conocimiento cualquiera está delimitado, condicionado y
controlado por instituciones y dispositivos del poder. Las contribuciones del psicoanálisis
lejos de borrar la separación entre razón y locura la han reducido a un objeto de estudio
donde la reflexión sobre la locura tiene sentido desde el discurso psicológico o filosófico.
El resultado es una visión reglamentada de lo que la locura debería ser.
Los grandes procesos que definen los límites de la labor discursiva son la separación, el
rechazo y la exclusión. La empresa que compete es determinar si estas formas de represión
inciden de manera significativa en el lenguaje y con esto me refiero a la relación entre el
sujeto y el objeto, y la triada, significado, sentido y referencia. Hasta aquí se deja en Comentado [EGML1]: EN ALGUNOS AUTORES AMBAS
evidencia que la presencia de procedimientos de exclusión e instancias de delimitación al DENOTAN LO MISMO. Y APOYAN LA TRIADA “PALABRA”
“SENTIDO-SIGNIFICADO” y REFERENCIA.
interior del discurso, inciden de manera directa el lenguaje.
Durante la época clásica y me animo a pensar que esta época mencionada por Foucault
abarca también los siglos XVI y XVII, la voluntad de saber adquirió un nuevo imperativo
que consistía en construir un método que condujera hacia una certeza en cuanto a la
existencia del mundo real y a la adecuación de este método con el lenguaje mismo. A partir
del empirismo inglés y aun hasta nuestros días sigue vigente la idea de verdad como
adecuación entre los signos y sus referentes. Es necesario diferenciar la idea arbitraria del
origen del nombrar que desde Epicuro y Aristóteles asentó las bases del análisis del
lenguaje: una diferenciación entre lo nombrado y la cosa nombrada. La cuestión aquí vas
más allá de la relación entre nombre y objeto, de lo que se trata es de analizar la
significación de los conceptos sujetos a los sistemas de poder. Locke en su Ensayo sobre el
entendimiento humano, afirmaba que los sonidos (palabras) son solamente signos de las
ideas, no signos de las cosas mismas, excluyendo de su pensamiento cualquier posibilidad
de isomorfismo entre en lenguaje hablado y la realidad. A pesar de ello Locke atribuía a los
signos la capacidad de ordenamiento del mundo, clasificando sistemáticamente los entes
reales, mentales o de otra índole que en su conjunto conforman el mundo. Esta es como dirá
Foucault “una exigencia epistémica”, exigencia de nombrar lo percibido.
Son muchas la definiciones que se podría usar para referirse al sigo; llama
particularmente la atención el hecho de que el en diccionario de lingüística de Ramón
Massó, signo sea todo elemento portador de contenido semántico e integrado en un sistema.
He escogido esta definición puesto que el ella se muestra la problemática que ambos
pensadores, Foucault y Ricoeur señalan. No se puede negar que el signo posee contenidos
semánticos, resaltamos el hecho de que estos contenidos son variables y que no están
definidos de manera inmanente al lenguaje mismo, sino como ya se ha venido diciendo,
dependen directamente de los efectos de poder. En otras palabras es posible establecer una
relación entre la significación de las palabras y las formas de coerción. Foucault afirma:
Los códigos fundamentales de una cultura –los que rigen su lenguaje, sus esquemas
perceptivos, sus cambios, sus técnicas, sus valores, la jerarquía de sus prácticas –
fijan de antemano para cada hombre los órdenes empíricos con los cuales tendrá
algo que ver y dentro de los que se reconocerá

Con la palabra códigos, Foucault se refiere a estructuras y cánones que permiten que el
discurso sea significativo. Como Russel pensaba, a pesar de que dos individuos hablen la
misma lengua y tengan facultades mentales en similares condiciones, el uso de un lenguaje
técnico haría ininteligible cualquier enunciado a menos que ambos hablantes posean una
misma significación sobre los mismos términos. Aquí pues, no es el lenguaje técnico o el
hermetismo de una “ontología regional” lo que le dan propiedad significativa al discurso; es
una largo despliegue de coyunturas históricas y sedimentos culturales los que determinan la
significación del discurso y de cada una de las palabras que lo componen. A pesar de que el
discurso puede estar sesgado o inclinado hacia ciertas subjetividades afines a los intereses
del sujeto que lo emite, el signo estará constantemente dominado por las formas de
representación metadiscursivas.
Uno de los más evidentes procedimientos de exclusión según Foucault es lo prohibido.
Constantemente en el discurso, en su ejecución, en sus pausas, en sus recursos literarios o
de otra índole, constantemente se choca con una barrera invisible. Una malla puesta ahí
desde hace tiempo y que sirve de marco referencial a los sistemas de dominación. Según
Foucault podrían reconocerse dos zonas neurálgicas donde la red es más ajustada: la
sexualidad y la política. Los peligros presentes en el discurso y de los que contantemente
habla Foucault trascienden el plano semiológico, sin embargo en el “uso” de las palabras
hay una alienación del individuo que ahora es un espectador.
En su libro Historia de la sexualidad, Foucault constantemente brinda ejemplos de la
forma en la que la sociedad no necesariamente puritana y conservadora, relega el tema
sexual a lugares recónditos, anónimos y clandestinos y los que pueden acceder personas de
edad madura. He olvidado el lugar exacto, sin embargo en el primer libro de su trilogía,
Foucault hace mención de un evento al que fueron invitados pensadores prominentes de
Alemania. Frente a ellos un grupo de niños eran interrogados sobre temas sexuales,
mencionando de forma tajante la palabra pene y Vagina se preguntaba a niños de entre 9 y
14 años por el funcionamiento de dichos órganos reproductivos. Sus respuestas eran de lo
más certeras y sencillas, en cambio el público reía estrepitosamente para ocultar el rubor de
sus caras.
En el discurso, el predicado se identifica con el sujeto que habla o con el que escucha y
ambos son sumergidos en el significado de la oración, pero lejos de ser esta forma de
manifestarse completamente transparente “es uno de esos lugares en que se ejerce, de
manera privilegiada, algunos de sus más temibles poderes” (Foucault;2009:15) de esta
manera la palabra “pene” abstraída de su uso clandestino ha sufrido rompimientos y ha sido
expuesta a vacíos y tensiones originados por la prohibición. Desde una trilogía fregueana y
sin caer en las dificultades de determinar si el sentido es una entidad mental o real, lo cierto
es que el sujeto ha muerto, y que no es el quien determina el sentido de la oración, la
padece. En ese sentido la relación significado-sentido-referencia se encuentra subsumida
dentro de los procedimientos de exclusión. Es difícil hablar de las formas en que los
sistemas de poder tergiversan la significación de la palabras puesto no se puede determinar
con exactitud como este influye ya sea en el significado, en el sentido o en su referencia. Lo
cierto es que en un proceso tríadico donde se coloque al referente como principio del
proceso cognitivo, este ya estaría precedido por ciertas determinaciones culturales
históricas que condicionarían el sentido de su significado.
El siguiente principio de exclusión encuentra un asidero ejemplificacional en una
condición humana que desde antaño ha producido repulsión y asombro: la locura. El
problema a discutir aquí no es la locura en si misma sino la separación de esta de otras
propiedades del lenguaje como la verdad o la razón. En la edad media el discurso del loco
no solamente desposeía un basamento racional, sino que también estaba enfrentado de
manera antagónica a la idea de verdad. Como se dijo al comienzo de este comentario,
Foucault no desarrolla por completo algunas ideas centrales de su texto, acaso el problema
de la locura sea abordado con exhaustividad en Historia de la locura en le época clásica,
sin embargo, los señalamientos de Foucault desde la perspectiva de la filosofía del lenguaje
apertura una serie problemáticas esencialmente humanas y que inciden en el
reconocimiento de esta humanidad, porque no decirlo, fundada en el lenguaje o como
explica Rita Canto:

El problema de la locura es también el problema de la búsqueda de los límites al


interior del pensamiento filosófico, en la medida en la que responde a la necesidad
de renombrar los lazos ontológicos que intervienen en la creación de conceptos y,
en tanto, de mundo. (Canto; 2011:151)

Nuestras formas de apropiación de la realidad, son formas coercitivas que encuentran


sus basamentos en el discurso racional. Pronunciarnos sobre lo real es ya la aceptación de
toda una institucionalidad previa, la desaprobación de otras formas de ontologizar lo que
existe. El discurso monodireccional, no permite la existencia de campos alternos o paralelos
a la razón, demanda la hegemonía absoluta. La aceptación de otras perspectivas es válida
siempre y cuando estas refuercen el marco ya construido por la cordura. Así la locura es
pensada desde los dominios de la verdad, lo que deviene en una situación de
inconmensurabilidad entre estas dos formas aprehensión.
En Europa durante muchos siglos la voz del loco fue ahogada por el discurso racional,
por metodologías veritativas y por el discurso de la medicina. La palabra del loco era
reconocida como ruido y siglos después este ruido cobro sentidos solo si era acogida por la
palabra de la verdad, por la institución de poder. La pregunta fundamental que se plantea es
si la locura es una enfermedad patológica –como se interroga Perona–o también tiene, de
aceptarla como patología, una implicación lingüística. La idea de que la locura descanse en
problemas propios del lenguaje es sin duda sugerente pero no fácil de demostrar. En su
Historia de la locura, a diferencia de lo que la medicina del siglo XIX pensaba, Foucault
considera a la locura como una forma de saber: “es saber ante todo, porque todas estas
figuras absurdas, son en realidad los elementos de un conocimiento difícil, cerrado y
esotérico” (Foucault;2010:39). La separación entre locura y verdad o verdad y razón
evidentemente también es una separación ontológica entre individuos. El loco se muestra
como un ente, (no es siquiera individuo) cuyas representaciones del mundo son
“ininteligibles” para el sujeto cuyas percepciones son “normales”.
Quizá resulte trillado citar el texto de Thomas Nagel ¿Qué se siente ser un murciélago?
Sin embargo las similitudes entre la propuesta de Nagel y la separación entre la
representación del loco y los individuos sanos, en el texto de Foucault, es significativa. El
texto de Nagel presume que las representaciones de mundo que un murciélago experiencia
son imposibles de comprender para el ser humano por dos razones fundamentales. La
primera es que los sentidos (específicamente el sentido de la audición) encargados de captar
los estímulos externos son diferentes a los nuestros, la segunda razón y esto podría ser
aplicado a cualquier otro animal, es que no podemos recrear a través del lenguaje ni las
percepciones de lo no-humano, ni dar cuenta a través de signos los procesos mentales de un
animal. ¿Cómo es posible entonces que el lenguaje del loco sea reducido a un mero ruido,
cuando nuestros sentidos son semejantes? Antes de caer en un psicologismo –como el
mismo Foucault evita– debemos afirmar que no hay pruebas científicas que demuestren
que la locura es una enfermedad, su condición de “mal” se origina en su la otredad del loco,
en su a-normalidad.
Para comprender ciertos estados mentales es preciso padecer esos estados mentales.
Pensar la locura desde la filosofía es solo una aproximación, un discurso que no está exento
de las formas de poder y opresión. Es posible, a pesar de las dificultades que esto significa,
analizar esta otra forma de ser, la locura. Dado que las impresiones sensoriales del loco son
idénticas a las nuestras y lo que diferencia a un individuo cuerdo de un loco es la forma de
procesar y transmitir la información podemos arribar a conclusiones arriesgadas como a las
que llega Rita Canto; la primera es que la locura “es un movimiento que pone en juego la
dimensión ontológica del hombre, en el que tanto la carencia, como el exceso de sentido
son formas en las que el fenómeno patológico se muestra” y la segunda, que “Si bien, la
dimensión primaria de la falta se juega en el campo del inconsciente es en el ámbito del
lenguaje donde cobra sentido” (Canto; 2011:153). La Dr. Perona consiente de que nuestra
forma de comprender la realidad es dialéctica ha concebido dos triadas para explicar cómo
el lenguaje y el comportamiento se conectan:

Normalidad Locura

Juegos sistema juegos de sistema


de lenguaje De creencias lenguaje de creencias

Formas de vida formas


De vida

Dado lo anterior, parece verosímil pensar que además de manifestaciones somáticas, es el


lenguaje donde “la locura” tal y como se piensa desde la época clásica, se manifiesta.
Volviendo a la triada fregeana (referencia, signo, significado) análogamente a los
diagramas de la doctora Perona, se podría argumentar que las relaciones entre estas tres
entidades, en los estados de la locura, se traslapan, interactuando de manera confusa. A
pesar de que el inicio del momento tríadico no se puede conceder a la referencia al signo o
el significado, puesto que están concatenados de manera inseparable y relacionados de
forma dinámica, las funciones y características de cada uno de estos elementos se disfuman
en la locura.
Para la psicología y la ciencia moderna, resulta complicado describir los procesos
cognitivos sin caer en un reduccionismo o en un mecanicismo, aun así, en las
manifestaciones de locura es observable, una variación de los procesos cognitivos. Más
que señalar si la locura es una “cuestión gramatical” o más bien patológico, lo que las
contribuciones de Ricoeur muestran respecto al discurso de la locura, es que al igual que
con la prohibición, la separación razón-locura pasee incidencias en el lenguaje que vale la
pena ser analizadas. Conceder a la locura una nueva posición en el orden del discurso solo
es posible negando las certezas que los restos de empirismo y de positivismo pretendían
sostener en el pensamiento contemporáneo. Si los poderes que tan acuciosamente señala
Foucault, están presentes en cualquier época y en cualquier sociedad, la verdad absoluta o
cualquier tipo de certeza solo son una ilusión. Foucault afirma: “A su inteligencia limitada
no se ha abierto, la verdad parcial y transitoria de la apariencia; su locura solo descubre
el anverso de las cosas, su lado nocturno, la contradicción inmediata de su verdad”
(Foucault;2010:54)
Dado lo expuesto anteriormente y analizando los argumentos utilizados podemos afirmar
que ambas posturas, la posición semántica-lingüística de Ricoeur y los señalamientos a los
sistemas de poder realizados por Foucault, constituyen es su conjunto una perspectiva más
amplia respecto a la estructura del discurso y los agentes que lo modifican. Los diferentes
procedimientos de exclusión, me refiero a la prohibición, a la separación y a dos elementos
externos que no mencionare en este comentario, entretejen una compleja red de elementos
históricos, sociales y culturales donde aspectos de lo humano, como la locura, existen bajo
otras reglas de significación determinadas por la voluntad y el deseo de saber.
Bibliografia

Castro, Edgardo: “Pensar a Foucault” 1ª. Ed. editorial Biblos. Buenos aires, 1995.

Foucaul, michel: “El orden del discurso” . Tusquets editores. México, 2009.

Foucault, Michel: “Las palabras y las cosas”, editorial Gallimard. Paris, 1966.

Artículos de revistas electronicas

Canto, Rita: ¿Por qué la locura se dice en el lenguaje de la filosofía. Occidente enfermo.
Filosofía y patologías de civilización. pp. 151-160] UNAM.

Miramon, Marco: Michel Foucault y Paul Ricoeur: dos enfoques del discurso. La
Colmena 78 .abril-junio de 2013. UNAM.

Articulo anónimo. Disponible en: http://www.filosoficas.unam.mx/~tomasini/NOTAS-


DISCUSIONES/Perona.pdf

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