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¿COMO
SE ANALIZA
HOY?
FUNDACION
DEL CAMPO FREUDIANO

¿COMO
SE ANALIZA
HOY?

MANANTIAL
Impreso en la Argentina
Queda hecho el depósito gue marca la ley 11.723

© De esta edición y de la traducción al castellano,


Fundación del Campo Freudiano y
Ediciones Manantial SRL, 1984
Uruguay 263, 1° piso, of. 16
Buenos Aires, Argentina
Tel. 372-8029

Reimpresiones: 1987 y 1993

ISBN 950-9515-02-7

Prohibida su reproducción total o parcial


Derechos reservados

EDICIONES MANANTIAL
PRESENTACIO N

Este libro reune los documentos de trabajo preparados para el


Tercer Encuentro Internacional del Campo freudiano que tuvo
lugar en Buenos Aires, entre e/18 y el 21 de julio de 1984.
El conjunto de ponencias sobre temas relacionados con el tema
que convocó al Tercer Encuentro: ¿Cómo se analiza hoy? no tiene
la intención de servir de manual, sino la de presentar un panorama
de la práctica analítica actual, sin ambicionar un carácter de exhaus-
tividad ni proponer o dar caución a standards de ningún tipo. Et
resultado es un testimonio de convergencias, respetando las diferen-
cias de acento y sensibilidad.
Cabe indicar que por primera vez en encuentros de la Fundación
del Campo Freudiano, se contó para la discusión desarrollada en
éste, con trabajos preparados con antelación por analistas de Argen-
tina, Brasil, Francia y Venezuela, los que fueron reunidos en una
"prepublicación" disponible sólo para los participantes en el
Tercer Encuentro, y que ahora ponemos a disposición del público
interesado. Además, en 1983, en ocasión de una reunión we-
paratoria del Tercer Encuentro, Jacques-Alain Miller y Diana S.
Rabinovich presentaron sus ponencias sobre "Síntoma y fantasma.
Dos dimensiones clínicas" y "La teoría del yo en la obra de
J. Lacan" respectivamente, las que fueron publicadas anteriormente
al Tercer Encuentro en un libro de igual título, e incluidas en las
discusiones del mismo.
La comisión organizadora del Tercer Encuentro Internacional
del Campo Freudiano estuvo integrada por Diana Etinger de Alva-
rez, Juan Carlos Jndart, Zulema Lagrotta, Diana S. Rabinovich y
Osear Sawicke, mientras que la programación fue responsabilidad
de Eric Laurent y Jacques-Alain Miller.
El Cuarto Encuentro Internacional del Campo J<reudiano, cuyo
tema será "Histeria y Obsesión", tendrá lugar en París en febrero
de 1986.

FUNDACION DEL CAMPO FREUDIANO


I

PROBLEMAS
DELA
DIP.ECCION DE LA CURA
TRANSFERENCIA Y CONT RATRANSFERENCIA

Este texto redactado por Michcl


Silvestre, fue preparado con la co-
laboración de: Carole Dowambrc-
chias, Jea n-J acq u es G orog, J can-
Pierre Klotz, Fran¡yoise Ko~hler.,
Philippe La Sugna, Huguettc Me-
nard, Jca n-R obcrt Rabane l, Annie
Staricky.

El acoplamiento de la transferencia y la contratransferencia plan-


t ea de entrada el problem a de las relaciones entre el movimiento
lacaniano y la doctrina llamada ortodoxa, representada por la
IP A. En esto reside su interés.
· En efecto, por una par te la ensefianza de Lacan, desde el princi-
pio, ha conducido a los analistas que se val(an de esta enseñanza, a
descartar la noción de contra tra nsferencia. Este descarte se plantea
desde 195 7 en el texto de los Escritos sobre "La dirección de la
cura", dond e dice que la contratransferencia señala una "dimisión
a concebir la verdadera naturaleza de la transferencia" (p. 221 ). No
obstante , más allá de la "exaltación de los sentimientos" invoqtda
en ese texto, se trataría de mostrar que "la verdadera naturaleza
de la transferencia" justifica este descarte haciendo evidente la inu-
tilidad de esta noción.
Porque, por otra parte, esta noción se mantiene como el pivote
de la práctica del psicoanálisis en su versión IPA. Por esta razón
nos pareció necesario retomarla para hacer un rápido balance. Es
constatable, en efecto, que la con tratransferencja es una noción
clave que funda, además.. el-QJJ..e la interL>retación.. para la doctrina
IPA, sea esencialmente interpretación de la transferencia.
Nosotros nos proponemos siguiendo nuestro plan: 1) recapitular
el pun to de la contratransferencia, 2) abordar la estructu ra de la
transferencia bajo cinco rúbricas: el sujeto supuesto al saber, el

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amor de transferencia, el deseo del psicoanalista, d final de la cura,
transferencia e interpretación.

l. EL PUNTO DE LA CONTRATRANSFERENCIA
Según parece el término es de Freud, que lo utiliza por primera
vez en 191 O (Las perspectivas futuras de la técnica psicoanalítica).
Sin embargo, hay que subrayar que Freud no lo desarrolló nunca.
Strachey lo señala en la Standard Edition (XII, p. 87), dando co-
mo explicación el hecho de que Freud no quería que los pacientes
supieran demasiado al respecto; esta explicación resulta evidente-
mente ínsuficíen te.
Nosotros más bien pensamos que Freud decide esta cuestión, en
esta etapa de su obra, con la propuesta de la regla de abstinencia.
Cuando la retoma tardíamente (Análisis terminable e interminable),
es para recordar a Jos analistas QUe se abstengan de todo .ideaL
Observemos que el término de "neutralidad benevolente"
tiene idéntica historia. Escapado en parte de la p luma de Freud,
deviene "concepto" mayor para sus discípulos.
De hecho, la contratransferencia es una noción que merecería
ser llamada parafreudiana. Su éxito es correlativo a dos factores:
- por una parte, a la insuficiencia de la teoría en lo que concier-
ne al didáctico, es decir a la formación de Jos analistas, por lo tan-
to a la "supervisión". Cuanto más obscuro e incierto se mantiene
este aspecto de la teoría, más preocupante se vuelve la cuestión del
,¡control" de,kQr:á.Qlli;_a_y-ºada_~z más el objeto del control devie-
ne la estandarización de la práctica del analista "bajo control" 2. es-
tañdafízaci6n que identifica .Práctica y técnica. Como a pesar de
todo esta técnica sigue siendo dependiente de la transferencia, las
"desviaciones" de las que el analista: dará cuenta dependerán de
sus fallas en la mantención de su neutralidad frente a esa transfe-
rencia. Esas fallas a través de los fenómenos que implican son Jos
signos de la contratransferencia;
- por otra parte, a la invasió.n cada vez mayor de Jos fenómenos
imaginarios en la práctica. Si el análisis se reduce a una relación
dual, sí el analista tiene, como ideal ser el "espejo" de su paciente,
no le queda otro remedio que el de preocuparse por lo que se refle-
ja sobre ese espejo: ¿se trata del paciente o del analista?
Se comprende por qué el verdadero auge de la "teoría" de la
contratransferencia data precisamente de la instalación de la
ego psychology y del fortalecimiento centralizado de la IPA; o sea
de la post-guerra.
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Una definición generalmente aceptada puede darse: la contra-
transferencia designa los sentímientos y asociaciones producidas
en el anaTista por su paciente.
Cuatro textos centrales son nuestra referencia: D.W. Wínnicot,
"El odio en la contratransferencia" (IJP 1949); P. Heimann "On
countertransference"(JJP, 1950, XXXI,p.25);A. Reich"On countcr-
transference" (IJP, 1951, XXXII, p. 25); M. Little "Countertrans-
ference and the patients responses to it" (IJP, 1951, XXXII, p. 32).
Retomando estos textos resulta que todos giran alrededor de
dos cuestiones.
En primer lugar, si bien la tesis común parece ser considerar
la contratransferencia como nociva a la evolución de la cura, pa-
recería que para el movimiento kleiniano (P. Heimann) esto debe
ser matizado.
Para estos autores, en efecto sería posible que la contratrans-
ferencia fuese un eco, y por ende fiel, del inconsciente del paciente.
Pero, evidentemente, la pregunta se desplaza levemente: ¿cómo
asegurarse de esta fidelidad?
A continuación se presenta una tentación: ¿debe el analista
comunicar sus sobresaltos contratransferenciales al paciente? Pode·
mos reconocer acá una filiaCión Ferenczi, Balint (Transferencia y
contratrans[erencia, 1939) y Winnicott, aJa que se une M. Little.
Tentación de la que testimonian todavía ciertos textos recientes
deliJP.
Nos hemos dedicado especialmente a un analista argentino, H.
Racker, cuya enseñ.anza, esencial según parece en su país, es reco-
nocida en muchos institutos de Norteamérica.
Retendremos esencialmente sus esfuerzos por dar a la contra-
transferencia una función dinámica en la cura: concibe la contra,..
transferencia como el lugar privilegiado del resurgimiento repetiti-
vo de situaciones infantiles del paciente. Se esfuerza incluso por
aislar bajo el término de "neurosis de contratransferencia" a la
parte "no analizada", es decir resistente del analista, en tanto que
ésta se opone a ese resurgimiento.
Abreviando, siempre la misma pregunta: ¿cómo evitar que el
analista se equivoque? A lo que se responde siempre, en forma es-
peranzada: que profundice su análisis. Para el movimiento orto-
doxo la cuestión d~ la contra transferencia compete, in fine~ a la .
formación del psicoan.ali..sia. Siempre se perfila el ideal de un
analista neutro; o, lo que no es precisamente superponffile, un ana-
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lista pura repetición. Si la contratransferencia es una respuesta
fallida. es, de todas formas, una respuesta ante verdaderas dificul-
tades que tiene al menos el mérito de seftalar.
Resulta, en efecto, que la interpretación contradice la neutrali-
dad ; ¿en qué puede fundamentarse el analista para tomar partido
por su interpretación? Detrás del analista "neutro" se perfila el
analista "objetivo": es decir la partición que debe operarse en rela-
ción al fantasma. A este respecto, la tentación de un analista total-
mente silencioso -no que enseña las cartas de1 muerto (Lacan, Es-
critos, p. 221 ), sino que se hace el muerto- es igualmente un im-
passe en tanto que su silencio acentúa, en c;.ceso, su presencia, la
que no puede permanecer mucho tiempo neutra para el analizante
por el solo efecto de la transferencia.
Dicho de otro modo, la contratransferencia aparece como el
anhelo del analista de escapar a la "máquina" de la transferencia y
a su lógica intransigente e implacable.

2. ESTRUCTURA DE LA TRANSFERENCIA
Si la posición de la IPA mantiene la tesis de la contratransferen-
cia, es porque esa designación le parece a los analistas la más ade-
cuada para tratar algunas dificultades técnicas que encuentran en
su práctica.
Solamente encontrando "mejores" respuestas a estas dificulta-
des puede el analista aceptar abandonar el apoyo que encuentra en
sus sentimientos para dirigir la cura.
La estructura de la transferencia, tal como permite despejarla
la ·enseñanza de LacaJil, puede ser abordada en cinco puntus,; el
sujeto supuesto al saber, el amor de transferencia, el deseo del psi-
coanalista, el final de la cura, transferencia e interpretación.
Estos puntos pueden ser organizados por dos eles esenciales cu-
ya convergencia permite llevar la cura a su término. Primero: el
punto de partida de la transferencia reposa y se resume en conec:-
tar al sujeto con el sab~ sostenido por el significante. Segundo: la
invención lacaniana del objeto) ofrece al analista la posibilidad de
tratar la vertiente de resistencia de la transferencia. Estos dos ejes
permiten organizar la estntctura de la transferencía_¡¡or la puesta
ei1 tensión - hasta en conflicto- de las dos vertientes d.eJ.sujelo,
la vertiente del significante y la vertiente del objeto.
Pasemos ahora los cinco puntos enumerados más arriba.

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1. EL SUJETO SUPUESTO AL SABER
Ese concepto da cuenta del despegue de la cura, es decir de la
conmoción del inconcjente por la sumisión del analizante a lu
regla fundamental, es decir la puesta en .marcha del trabajo de "su"
.ínconcieníe.
Se trata de conectar el.inconcientc.J p lant eado como saber, a un
sujeto, como lugar donde los efectos de ese saber tienen que ser
recogidos. La transferencia es, en p rimer Jug_ar, "relación 'con .el
saber") lo que Freud designaba como "lo que es reprimido''.
La r~presión freudia na, el "dev~nir inconsci~nte", se reduce a
desconectar los significantes del sujeto que tienen la función de re-
presentar. El síntoma es su ejemplo y, más banalmente, toda for-
mación del inconciente, donde, sin embargo, el sujeto "se vuelve
a hallar" más fácilm ente, gustosamente. Reencuentra . En todo
caso, vu elve a encontrar en él, más gustosamente su deseo.
El analista ofrece al analizante sost ener el efecto " de sujeto"
para esos significantes inconcientes que, por la asociación libre,
van a volver así a la palabra. Se ve así que la contratransferencia
responde exactamente a la tentación para el analista de creerse el
sujeto supuesto al ~ Lo que equivale para él a interrumpir y
endosar la significación que el analizante produce por sus asocia-
ciones y que "normalmente.., si el analista no se interpone, debe
retornarle.
Proponiendo un sujeto, como tercero, a esos significantes así
liberados por el trabajo, por la " tarea" analizante, la transferencia
abre así la vfa de la repetición. La repetición "bajo transferencia"
deviene el elemento dinámico y necesario de la irrupción del m a t e~
rial, hasta el punto que la teoría no lacaniana de la transferencia
no distingue entre transferencia y repe tición. Mientras que, si bien
la primera es la condición de la segunda, se disocia de ella por dos
razones.
La primera porque la repetición pura y simple no basta: hay
que interpretarla. Segunda razón : porque la repetición no entrega
todo el material necesario al análisis.
El automatismo al que obedece la repetición bajo transferencia
supone, en el límite, un analista puramente transparente, y reduce
la interpretación a la sola escansión, es decir al acuse de recibo por
parte del analista, de la significación que el ret orno del material
inconciente no puede Wa! de prod11cjr,
Lo que Lacan aisla con el término " formaciones del inconcien-
t e'' es uno de sus ejemplos. Su producción, es decir su paso por la
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palabra bajo la égida del sujeto supuesto al saber, es, como tal, ya
interpretación del inconciente en la medida en que el analizante
admita su significación. El inconciente, soportado y sostenido ,por
el sujeto supuesto al saber se hace intérprete del saber que lo com-
pone; en el cual éT coll.SlSiC.
A esto se debe que los efectos de significación dd ínconscknte
sean accesiblt:s fu e:ra del análisis y antes de que Freud lo inventara.
Porque el anajjsta no es el único que puede proponer al ser hablan-
te el enganche del sujeto supuesto al saber. Toda apelación al
saber implica la invocación a un sujeto, cuya irrupciÓn emeerq
necesaria, plantea al analista la cuestión de su e1iñnnací0n, como
sohici6J:Ld~ la cura misma.
Por esta razón la pura repetición automática, la pura metonimia
significante, entraña en sí la consecuencia de una cura que no se
termina. Para este fin es necesario un elemento que escape a esta
metonimia y con el que pueda actuar el analista para hacer surgir
una conclusión.
Sea como fuere, si la asociación libre puede provocar, por el au-
tomatismo de la escansión, el despuntar de la significación, el de-
seo así revelado es solamente el Wun.sch inconciente. Revela al
sujeto, eventualmente, las ilusiones de la "captura de su deseo"
-es decir lo que se da como meta- pero mantiene en la sombra su
motor, es decir lo que lo causa y que, como tal, escapa al saber
inconciente.
Esta causa escapa al saber inconciente en tanto que su trama no
es significante, sino objeto. La transferencia introduce ese objeto
en el discurso analítico, es decir, en el lazo social que se establece
entre el analista y el analizante. Esta introducción sólo es posible
bajo dos condiciones: que el analista mantenga al sujeto supuesto
al saber en posición tercera y que no encarne al Otro como lugar
del saber ; o por lo menos que no se aloje allí.

2. EL AMOR DE TRANSFERI!NCIA
Es el primer cnwentro de Preud con lo que se opone a la acción
del sujeto supuesto al saber, es decir aJ retorno automático de los
significantes reprimidos.
No retomaremos en detalle el fecundo debate que optlsiera a
Freud y Ferenczi, ni las razones de la discreción del primero frente
a los requerimientos del segundo.
Sín embargo lo que estaba en juego era despejar - aunque en
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forma embrionaria- lo que Lacan designa, en la transferencia,
bajo el término tyché, para oponerJo a automaton.
Si bien la transferencia es, en primer lugar, el llamado al incon-
ciente po~ la palabra del analizante, es prontamente el choque
de esta palabra con el analista como presencia; presencia ajena
al saber. Ese momento de transferencia, que no es de escansión, es
pues: cierre del ínconcíente.
Cierre del inconciente cuyos fenómenos son diversos: silencio,
declaración de amor, retención de material, .machacamiento - abre-
viando, lo que desvía o traba la asociación libre- y más general-
mente Jo que intercepta u obstaculiza el desarrollo y culminación
del analista.
Por esta razón, en esta rúbrica habría que incluir tanto a la reac-
ción terapéutica negativa, la adherencia al síntoma, como el recha-
zo a la castración, tope freudiano de la cura.
Este obstáculo manifiesta una cosa: que el sujeto supuesto al
saber, por haber provocado al inconcicntc y el retorno de lo repri-
mido, también ha hecho tambale¡lr la relación del sujeto con el sig-
nificante deJ goce. Este tambaleo depende de muchos factores.
Para empezar, el decto de significación al revelar las ilusiones dd
deseo, pone en peligro el marco significante del fantasma que sirve
de soporte a ese deseo. En la medida en que el fan tasma es inter-
pelado, el confort que el sujeto encuentra en él para su goce se
ve comprometido. El sujeto se ve constreñido a reformar ese mar-
co, es decir a depurar cada vez más su formulación.
Esta depuración -que afecta la wrtiente imaginaria del fantas-
ma- fuerza al saber inconciente hasta sus límites. Es decir sobre
lo que es imposible de decir. Se reconoce aquí la conexión perci-
bida por Freud entre el amor de transferencia y el Agieren y,
accesoriamente, el acting-out donde el O tro es convocado para
suplir un saber en falla, no siempre evitable por el analista.
Pero este obstáculo es también una contrapartida del efecto
"terapéutico" del análisis sobre el síntoma. El síntoma es en efec-
to un alojamiento para el goce, en la medida en que depende de una
denegación de la castración, la cual implica una renuncia a este
goce. Dada la eventualidad de que la metonimia desplace al sínto-
ma liberando su significación para el sujeto, este último puede
· rechazar la ganancia que obtiene en cuanto -a ·su deseo fálico, para
mantener un goce -como lo decía Freud- por él mismo ignorado.
Este obstáculo tiene pues dos vertientes, la primera, como aca-
bamos de ver, consiste en oponerse a la irrupción del material in-
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conciente, vert iente "negativa". Pero una segunda vertiente es, por
el contrario, hacer surgir en la transferencia un material distinto a
la repetición significante, por eso de hecho necesario a la cura.
Si este obstáculo entra justamente bajo la rúbrica del amor> es
en tanto que este último suple al deseo. El sujeto acepta saber lo
que desea, pero no por qué. Al contrario> puesto que el deseo se
sostiene en un desconocimien to de to que lo causa. Lo que el suje-
to desea es accesible por la significación de la repetición, y es
aquí donde debe ser diferenciada la transferencia del Jugar que el
analista ocupa en ella.
Lo que se repite es el sef'íuelo del deseo, lo que produce esta
repetición es lo que causa el deseo. La resist en cia al saber sobrevie-
ne cuando se plantea la pregunta so bre esta causa: el deseo de sa-
ber si el objeto que se desea es el adecuado deja lugar al rechazo de
saber porque el objeto que se desea no es nunca el ad ecuado.
Es en este punto qué el llamado al sujeto supuesto al saber (de-
seo de saber) deja lugar al amor. Por dos razones. La primera va
en el sentido de la resistencia y del cierre del inconcientc. El ana-
lista es interpelado ya no en nombre del saber y como lugar de la
verdad, sino en nombre del amor. la pregunta del sujeto deviene:
"¿soy amable?" y su palabra adquiere la forma de una demanda de
amor.
la segunda razón se desprende de la primera pero permite a la
resistencia actuar en el sentido de la cura. El amor conduce en efec-
to al sujeto a trasladar sobre el analista eso mismo que rechaza
como saber, o sea la causa de su deseo. El analista no es amado por
lo que sabe sino por ser el lugar de lo que el sujeto rechaza saber.
Es el analista como lugar del agalma.
Es desde esta posición que el analista está en condiciones de
vo lver a lanzar la cura, por el sesgo de lo que Lacan llama deseo del
psicoanalista.

3. EL DESEO DEL PSICOANALrSTA


Este es uno de los aspectos más sorprendentes de la do ctrina la-
caniana. Ciertamen te, conviene ponderar la inversión radical que
supone, no sólo frente a lo que la doctrina ortodoxa ha conservado
de la concepción freudiana, sino también en relación a las primeras
posiciones de Lacan con respecto a esta concepción.
No obstante evocaremos br~vemente las repetidas advertencias
que Freud dirige a los analistas, y su recuperación, incluso sus
transformaciones> por los analistas.
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Para empezar se trata de permanecer neutro frente a los deseos,
a los anhelos e ínclLtso ante los proyectos del analizan te, no tomar
partido en esos conflictos actuales. Para esto, cae de su peso que el
analista está obligado a mantener fuera de su práctica todo prejui-
cio, toda ideología, toda concepción del rnundo.
Más aún, recordemos que Freu d sanciona duramen te todo encar-
nizamiento, incluso toda tentación terapéutica, a la que ubica
bajo el registro del ideal que debe, él también, ser dejado de lado
por el analista. Es por ese sesgo que la curación no puede ser enca-
rada directamente. Por otra parte, el ideal para Frcud no concierne
solamente a la "normalidad menta)"., sino también a las posjcioncs
simplemente humanas del paciente, ante las cuales el analista no
podría dejar transparentar ninguna opinión ni ejercer ninguna
presión.
Estas consideraciones han s~rvido d~ soporte a la doctrina de la
contratransferencia, una de cuyas funciones es delimitar las ~ecue­
las -provocadas en el analista por la transferencia- de lo que este
último deberia mantener fuera de la cura.
Desde entonces emergió, a partir de los años 50, una figura es-
tandarizada dd analista: neutra, impasible, sin humor ni emoción,
desprovisto de sentimientos.
El sobrevuelo de la literatura deja sin embargo aparecer algunas
desviaciones de esta concepción. Como, por ejemplo, las virtudes
terapéuticas del amor para Balint, también subyacente en Marga-
ret Little, o la lucha sin cuartel que mantienen algunos analistas
kleinianos con la imago materna del paciente.
Incluso la ego-psychology, promoviendo Ja mira, que hay que
llamar ideal, de un yo fuerte, no escapa a esta crítica. Y, como
consecuencia de esta exaltación del yo, agregaremos la concep-
ción del fin de la cura como identificación al analista, concepción
que, sin embargo, proviene de la corriente anna-fn.:udiana.
Vamos a terminar esta lista con la preocupación por el afecto
que hiciera furor hace algunos años en d seno del movimiento
francés ligado a la IPA. Ciertamente se trataba de oponerse a la .en-
señanza de Lacan, con todo, denotaba el aprieto técnico de los
analistas petrificados en una nct•tralidad que trababa sus más mí-
nimas acciones.
Sin embargo, también con respecto a la primera etapa de la
enseñanza de Lacan la introducción del deseo del analista está
referida a una puta función significante. Ya no se trata para el ana-
lista de ser "purificado" -por el análisis de la contratransferencia-
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de sus impurezas morales, ideológicas o sentimentales. Si el ana-
lista asegura su posición en la localización del Otro y su función en
la mecánica significante, su neutralidad deviene la misma del signi-
fican te, que sólo produce su significación al ser confrontado
con otro significante. El sujeto se deduce allí, simp lemente con ser
substitufdo a esta producción de significación.
No obstante esta neutralidad encuentra su limite y su impasse
en el hecho de que el circuito significante entre el sujeto y el Otro
es también el circuito - el grafo- del deseo. Lo que Lacan llama:
la dialéctica del deseo. El apoyo -y la dependencia- que e] sujeto
encuentra para su d eseo en el Otro, implica que "su" deseo hay que
ubicarlo - en la estructura- como deseo del Otro. Especialmente en
la situación analítica, el deseo se manifiesta para un sujeto prime-
ramente como deseo del Otro.
Esta primera emergencia del deseo -que Lacan llama alienación-
puede encontrar u na resolución puramente significante. Lo q ue
permite a Lacan decir que el deseo es su interpretación, el deseo
en tanto que deseo del Otro. En esta función interpretatíva, el
analista puede aún ser referido al significante. El deseo es aquí
una respuest a.
Sin embargo, como regla general, es decir en la práctica, el suje-
to pennanece cerrado a esta interpretación, en la medida en que la
mantiene en el lugar del Otro. La relación que acepta con ese
deseo sigue siendo la de la identificación. Sino el deseo (del Otro)
sigue siendo enigma p~ra él, pregunta que le dirige el Otro: ¿Qué
quieres? El Che vuoi? mantiene el intervalo entre el deseo del
sujeto y el deseo del Otro. Es precisamente ese intervalo lo que el
analista es llevado a encarnar, incluso a colmar, ubicándolo así
como lugar del deseo. Es incluso por este sesgo que el analista se
hace causa del deseo -causa puramente dialéctica- en tanto que la
pregun ta que sostiene da un envión al sujeto en la prosecución de
su interrogación sobre el deseo.
Sólo que, si este envión de la palabra del analizante es el primer
efecto del ¿che vuoi? entraña también una implicación esencial.
En este punto de inversión, la pregunta se hace respuesta para des-
calificar al analista como lugar del saber. Si el deseo del Otro es un
enigma, es porque el Otro,. en este punto, no tiene el saber de ese
deseo, ésta es una d e las significaciones de la escritura S(~). Tanto
el analizante como el analista - digamos aquí: el'sujeto supuesto al
saber- se ven co11frontados a Jo que falta al Otro, es decir al ob-
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jeto a, él que es causa rea l del deseo del sujeto. Es incluso la causa
del hecho de que él desee.
El deseo del analista puede entonces situarse en un doble regis-
tro. Primero el de la dialéctica del deseo, en tanto que, frente a la
revelación de que su deseo responde al deseo del Otro, el sujeto
está tentado de ratificar esta alienación por la identificación;
desde ese momento el analista pone en función su deseo para des-
baratar esta artimaña que es denegación del deseo. En segu ndo lu-
gar, para el analista se trata de desbaratar el señuelo de un saber úl-
timo sobre el deseo que detentaría el Otro.
Producido en la estructura por la dialéctica del deseo, el deseo
del analista tiene pues una vertiente de envión de esta dialéctica y
una vertient e de tope en tanto que remite al sujeto al objeto de
su fan.tasma que escapa a esta dialéctica.
El deseo del analista sitúa a este último, no como pura fu nción
significante, sino como lo que liga al sujeto a su pasión, es decir
el objeto. El deseo del analista tiene como función conectar el
objeto con la dialéctica del deseo.
Pensamos que semejante ubicación del analista requiere que sea
elaborada una concepción del final de la cura que, precisamente,
haga posible y efectivo el acceso a este objeto, puesto qw~, para el
analista, se tratará de valerse de él en su práctica.

4. EL FINAL DE LA CURA
La cuestión del final de la cura anuda, en efecto, por una parte
por que medio el analizan te deviene el analizado y, por otra, cómo
puede este analizado responder a las particularidades que se le pue-
den exigir a un analista. Para l..acan, lo que permite a una cura ter-
minarse es al mismo tiempo lo que define el acceso a la función del
analista.
Por esta razón Lacan puede decir que todo psicoanálisis es didác-
tico de 'entrada ; que lejos de ser un más aUá del psicoanálisis, es a
partir del psicoanálisis didáctico, por el contrario, que se determi-
na y se limita el psicoanálisis con miras terapéuticas. Digámoslo,
esta posición está a contramano no sólo de la IPA, sino también
de Frcud.
La concepción lacaniana del final de la cura, identificando ésta
al psicoanálisis didáctico, implica que sea decidible, poco o mudw,
un objetivo parcial, terapGLJtico; e incluso que, para esto último,
sean pensables estrategias que Io · tengan en cuenta. Teniendo ( ! JI
cuenta, ciertamente, que esta orientación terapéutica no t il~Ht: ~m
IV
psicoanálisis el mismo . contenido q ue en otros lados. Evoque-
mos, por ejemplo, lo que podrfa tener que ser mantenido de un
síntoma cuando permite al sujeto domesticar allí su goce. Pero,
¿después de todo , no era esto lo que Freurl .Preconizaba cuando
desaconsejaba el idealismo a sus discípulos?
En lo que concierne al didáctico, la oposición con la IPA es
más tajante. La ensefianza de Lacan implica los siguientes puntos:
- si el final de la cunt es tan marcado por un paso, por una solución
de continuidad efectiva, nada asegura destl e el comienzo que ese
punto pueda ser alcanzado; dicho de otro modo, ninguna deman-
da de cura puede ser califica da de didáctica al comienzo;
- si no hay más que un final de la cura, exigible para cualquiera
que se dijera didáctica, ésta es también accesible para cualquier
otro;
- luego, la elección de ser analista puede plantearse en la cura
misma, independientemente de cualquier otro criterio social o
universitario.
Conocemos las consecuencias institucionales de estos aspectos
de la enseñanza de Lacan: caída. en desuso de la denominación de
analista "didacta", apertura a quienquiera de la enseñanza y for-
mación del psicoanalista, multiplicación del psicoanalista "profa-
no" (es decir no médico) ... Entendemos que esta cuestión del final
del análisis, ligada asi al didáctico, ha estado siempre en el centro
mismo de los conflictos que han opuesto a Lacan a los analistas
ortodoxos.
Vayamos ahora al nudo de la cuestión. Algunas palabras sobre el
punto al que llega Freud al final de su obra, que llamaremos el to- ·
pe freudiano.
A partir de 1920, Freud se dedica a resolver una serie de fenó-
menos que martifiestan la oposición del sujeto a la salida y a la ter-
minación de la cura . Puede ser la simple negativa del sujeto a de-
jar a su analista, o su partida precipitada antes de que hayan sido
resueltos los síntomas. Muchos términos freudianos designan
estos fenómenos: negativa a curarse, adherencia al síntoma,
reacción terapéutica negativa, masoquismo... La ihtroducció n de la
segunda tópica y de la pulsión de muerte se produce en parte para
explicar estructuralm ente estos fe nómenos. En 1937, con Análisis
terminable e interminable, Freud hace de la castración, de su acep-
tación o rechazo, el punto· último donde se juega en la práctica la
salida de la cura.
Es sabido que este punto es una roca contra la que Freud reco-
20
noce que el analista fracasa a veces; o a menudo. En pocas pala-
bras, para el sujeto es preferible rcchazur la castración q ue abando-
nar su síntoma. Dos elementos convergen para esta e lección. Por
una parte, el sujeto se niega a abandonar a su analista, es decir que
mantiene en pie al sujeto supuesto al saber. Por o tra, se niega a
renunciar al síntoma porque para él representa un goce; por supues-
to paradoja! porque hay que ubicarlo del lado del masoquismo.
Nos encontramos en presencia de un proceso interminable
donde el llamado de la palabra, la asociación libre, es auto-mante-
nida. La paradoja es que la castración como tope es también una
ausencia de punto de detención para la me tonim ia significante.
No retomaremos la crítica a la posición fre.udiana. Digamos que
ésta depende del soporte que Frcud cncontrabu en el Nombn;-del-
Padre como agente exclusivo de la metáfora . Frcud reconoce,
por otra parte, ünplícitamcntc este punto observando que es
principalm ente al padre al que se dirige ese rechazo de la castra-
ción. Señalemos, sin embargo, que esta exclusividad sitúa al analis-
ta como pura función del signific ante.
Es sabido que, en el álgebra lacaniana, (- ..p) basta para escribir
la castración y el efecto sobre el sujeto - efecto de significación-
de la interven ción del Nombre-del-Padre.
Encontramos nuevamente aquí el problema de la dialéct ica del
d eseo, resultando este último. ta nto para Freud como para Lacan,
eJ motor _m ismo de la cura. Sólo qu e, allí donde Freud funda la
salida subjetiva del deseo -el (- ..p)- en la autoJidacl edípica y la
función significante del padre, Lacan propone tratar esta salida a
partir de la parte no significante del sujeto, el objet o a, que, si cau-
sa el deseo, lo hace en calidad de función de goce, es decir, una
función real.
Si la castración autoriza y legaliza el deseo, es a part ir del ínter-
dicto lanzado sobre el objeto primord ial, la madre ; a partir de aHí
todo objet o se presentará al ana!izante como u n señuelo sobre e]
fondo d e u na interdicción fundan te. Desde esta perspectiva el sín-
toma sólo sería una simple " trasgresión" de esta interdicción.
Ahora bien, es claro que el goce constituido por el síntoma
depende de un más allá de esta interdicción, la cual, por el contra-
rio, resulta muy conveniente a los retrocesos d el neurótico ante los
llamados de su deseo. El obsesivo lo ilustra perfectam ente.
Digámoslo, el deseo nacido de Ja castración, deseo legalizado
por el padre, es un d eseo idealizado - lo que Lacan evoca en d
Seminario XI en referencia a Kant- con el término de deseo puro.
21
Un deseo siempre listo a denunciar su objeto como ílusorio. De-
seo sin duda exaltado, puesto que está sin cesar en pos de "otra
cosa", pero deseo que permite al sujeto ignorar dónde se funda su
causa, causa nada ilusoria sino que bien real. Deseo que pem1ite
mantener en el desconocimiento el goce -de hecho- asido en otra
parte, por ejemplo en el síntoma.
Podemos comprender así una concepción del final del análisis
que tuvo éxito a partir de los años 50 en la [p A. Si el analista encar-
na ese deseo de vuelta de todo, ese sujeto "amo de su deseo", el
impasse de la castración podrá encontrar una solución mediante la
identificación. Balint fue el primero que conceptualizó ese corto-
circuito imaginario, pero esta tesis es retomada hasta en Jos t extos
recientes de la IPA.
Es a esta cuestión, digámoslo francamente: técnica, que trata
de responder el objeto a. Ya no se trata tanto de tratar Lo imagina-
rio del objeto del deseo por lo simbólico, para lo que bastaría el
(- '1' ) , sino de tratar lo real del goce donde reside lo que Lacan lla-
ma la esencia del deseo. Todavía allí, el medio es lo simbólico,
pero su manejo será necesariamente modificado, así como la con-
cepción del analista en la transferencia.
En efecto, el objetivo de la cura, y por lo tanto la salida de la
transferencia, se reduce a desposeer al analista de su función signi-
ficante para reducirlo a una función de objeto.
Esta desposesión implica que el mismo se orienta por un má.s-allá
de la ley fálica que fracasa en resolver el síntoma. Notemos que
este desvío en relación a la ley es también lo que escribe S()/..); por
ejemplo que no hay Otro de la ley. Se encuentra así excluida toda
pretensión adaptativa del analista , dependiendo esta adaptación só-
lo de la elección del sujeto.
Sin embargo, en esta pretensión, todavía en uso en la IPA, está
el esbozo del punto que abordaremos ahora y que se llama: fantas-
ma. El error de los analistas de la IPA es concebir el fantasma co-
mo bloqueo imaginario de una realidad colectiva. Ahora bien, esta
realidad, excepto lQ colectivo, no es distinta de la realidad propia
del sujeto, que es precisamente el efecto imaginario del fantasma.
Pero este último hay que concebirlo sobre todo como lo que man-
tiene la conexión del sujeto con lo real, lo que es la particularidad
misma de un sujeto. Es por el fantasma que el sujeto funda su de-
seo, más allá de su dialéctica con el Otro.
Este más allá exige las siguientes observaciones. Por una parte,
el fantasma se plantea al inicio del análisis en disyunción respecto
22
,aJ saber supuesto al Otro, por lo tanto la asociación libre no apun-
\ta "naturalmen te" a él como lo hace al síntoma. Por otra, e l
fantasma no depende, como tal, del levantamiento d e la represión.
Ahora bien, son estos dos elementos los que producen el materiaJ
lignifican te. Se plantea pues la cuest jón del abordaje y de la em er-
¡encia de1 fantasma.
La regla fundamental somete al analizante al sujeto supuesto al
saber. Paradojalmente, esto lleva a inventarlo dejando de lado pre-
cisamente lo que él ya sabe, es d ecir lo que depende del fantasma.
Así, es en los momentos de fra caso d el sujeto supuesto al saber
momentos de cierre del inconsciente cuando va a surgir el fantas-'
ma para sostener al analizante. Es un modo de "travesía" del fa n-
tasma, en el sentido en que este último atraviesa el campo del
lenguaje.
Sin embargo, ese ma terial compet e solamente al fantasma, no es
más que su sub-producto imaginario. Ese material s~ modifica en
función de las etapas de la cura y, precisamcn tt:, del punto donde
el sujeto supuesto al saber se encontró en falta. l'<Jr esto, sí el fan-
tasma n o se entrega gustosamente, se entrega más por formulaciones
sucesivas que provienen de una construcción. Esta construcción
no está tomada en el inconcien te, sino, de algún modo, añadida a
él, como lo que al inicio no le compete (para decirlo de otro modo
compete al Eso como distinto del inconciente). El axiom a del fa n-
tasma, que es su modo de existencia en el campo del lenguaje, se
encuentra, al inicio, en el silen cio de las pulsiones.
Se ve pues que la transferencia, y sobre todo su despliegue
cuando toma como objetivo el final de la cura, la transferencia
consiste en una puesta en tensión del sujeto su puesto al saber por
una parte, y del objeto pequeflo a por o tra. Pudiendo el primero
fun cionar como una resistencia al advenimiento del segundo, re-
sistencia pues inversa de la comúnmente llamada "de transfe-
rencia".
A lo largo de toda la cura, desde su inicio hasta su conclusión, !le
trata de este advenimien to, a la vez progresivo y repentino, a la vez
continuo y puntual.
Este advenimien to depende, en efecto, de la revelación obtenida
p or el anaJizante de que el sujeto supuesto al saber no es lo esen-
cial de su deseo, sino que, por el contrario, el saber enmascara su
esencia. Esto introduce una dificultad práctica, puesto que la inter-
pret ación, en tanto que depende del saber inconciente, tiene como

'2 3
primer efecto asegurar al sujeto SLlpuesto al saber por la significa-
ción que produce.
Sin embargo, es a medida que esta significación es producida,
pero mantenida como irrisoria que el sujeto puede ser remitido a la
"causa de su fantasma".
Se trata pues de evitar por el ·efecto de significación producido
por la interpretat:ión el confirmar la alíenació"n que esta significa-
ción implica. Y, por otra parte, desplazar, a partir de las modulacio-
nes de Jos enunciados fantasmáticos, la "seguridad" que el sujeto
adquiere allí.
Vemos por qué Lacan p uede decir que el término " liquidación"
de la transferencia es una denegación del deseo del analista.
La transferencia no tiene, en efecto, que ser liquidada, sino que
encontrar ~u solución: su "resolución". Esta resolución puede ser
enfocada desde tres puntos:
- el saber inconciente, el que "produce" el sujeto supuest o al
saber, no tiene valor como saber (con respecto a esto todos los sig-
nificantes S2 son equivalentes), sino como verdad. El saber incon-
cien te sólo está aHí para representar al sujeto. La significación que
el sujeto encuentra allí es siempre tributaria de un sentido que la
vuelve inactual en relación a la transferencia y que remite al sujeto
a su fanta sma;
- la causa del deseo puede ser alcanzada como saber, con la con~
dición de la destitución del sujeto supuesto al saber. Hemos visto
que, este último, permite al sujeto mantener aparte a su fantasma
en tanto que éste escapa al Otro. Pero es porque el analista encarna
también al objeto del fantasma que este último es introducido en
el campo del lenguaje. La transferencia, como amor de transferen-
cia, permita al ana lista constreñir al sujeto a poner en juego a su
fantasma, en tanto que este último "interpreta" el amor que rei-
vindica;
- la transferencia, pues, no se liquida sino que se transforma en
saber sobre el objeto que causa el deseo. Desde ese saber se produ-
ce el deseo del psicoanalista (para al analizante), como lazo del su-
jeto al objeto que lo ha subvertido durante toda la cura. En cier-
ta forma, la transferencia es mantenida, con la salvedad de que nin-
gú n analista puede ya encarnar su destinatario.
Vemos pues que la teoría del final de la cura es necesaria para
concebir la transferencia porque esta última sólo es tratable por el
analista en fu nción de la solución que puede dar a la cura: es decir,
24
a la función que le da al objeto a. Si el sujeto supuesto al saber
instala al analista y analizante en la lógica del significan te, la solu-
ción de est a relación residirá solam ente en la intervención de otra
lógica, la que Lacan llama lógica del fantasma.

' 5. TRANSFERENCIA E INTERPRETACION


La conjunción de estos dos t érminos hay que en tenderla tam-
bién como una disyunción. El hecho es que, para la doctrina qtle
prevalece en la. IPA, Ja interpretación está asociada a la transferen~
cia. Se puede constatar que la interpretación no es concebible más
que a partir de la transferencia. Incluso para algunos, y esta co-
rriente es mayoritaria, la interpretación es una interp retación de la
transferencia.
Recordemos en prim er lugar qu e, para esta corriente analítica,
la transfer encia no es distinta a la repetición, dando ésta su forma
y su contenido a la transferencia. A pa rtir de allí, la transferencia
es lo que procum al analista eJ saber que él va a esforzarse por ha-
cer en tender al pacie nte, por ejemplo para perm itirle distinguir en-
tre sus objetos actuales y Jos infa ntil es. Vean, por ejemplo, Harold
P. Blum The position and value of extratransference interpretation
(JAPA , vol. 31, 1983 , No 3, p. 596) : "Transference i n tc rp r~:: tation
by the o bject of transference strips transferencc illu sion from that
object and separates thc infantile from c urrcnt objcct in a pcrmis-
sive, meaningfuJl experiencc". Ciertamcn te, el :wtor reconoce que
la transferencia puede no ser siempre el ''pun to saliente de la inter-
pretación", con todo, la interpretación encuentra sus cimientos
gracias a la transferencia.
Un segu ndo elemento concu rre a esta conjunción. El conjunto
del movimiento ana lítico, y esto desde Freud , debe tomar en
cuenta la taz de resistenc ia de la tra nsferencia. La ré plica más
inmediata a esta resistencia sería pues suponer que basta con in-
terpreta rla para dejar lugar a su vertiente dinámica.
Reencontram os acá lo q ue opone, por una parte, la dialéctica de
la pala bra entr e el sujeto y el Otro por la cual lo simbólico per-
mite el acceso del sujeto al deseo y, por o tra , la traba de la trans-
ferencia, que viene a interceptar este acceso mediante sus fenó-
menos que marcan el derrc del inconciente.
Esta ubicación permite, en cierta forma, empalmar el primer
período de la enseñanza de Lacan con las aproximaciones de los
analistas de la IPA. Sa lvo algunas diferencias: la concepción de lo
25
simbólico y el rigor teórico del primero, los extravíos imaginarios
y contra-transferenciales de los seg·undos.
Estas diferencias so n enormes, pero permiten situar en general a
la interpretación como apun tando a borrar la resistencia de trans-
ferencia para volver a abrir el inconciente.
Sólo que, lo hemos visto , la transferencia como resistencia es
también un material para la cura, no es un simple artefacto. Se
puede decir incluso que si la transferencia en su vertiente de sujeto
supuesto al saber conduce al sujeto a la verdad de su síntoma, la
transferencia en su vertiente de agalma, es decir de resistencia, es la
vía de acceso a la verdad del fantasma; es así la vía por la cual el
sujeto puede enunciar los tiempos sucesivos de la construcción del
fantasma.
Planteamos la interpretación como el modo por el cual el analis-
ta sostiene su acto desde Jo simbólico. El punto de partida de la
ensefíanza de Lacan proponía al analista dírigir su acción sobre lo
imaginario. Pero de trás de esta primera respuesta surgió la necesi-
dad introducida por la misma práctica, de saber cómo lo simbólico
puede - también- actuar sobre lo real, es decir como hacerlo com-
patible con la lógica del fantasma.
Hemos visto que la dialéctica del deseo impone al analista trans-
formar la respuesta del Otro en ün enigma: ¿Qué quieres? Esta
apertura en el Otro, allí donde carece del significante de la respues-
ta, tiene como primer efecto hacer tambalear al sujeto supuesto al
saber, puesto que la interpretación revela que ese saber falta; es-
te tambaleo remite al sujeto a su fantasma, pero revela además la
caducidad del enunciado que él se daba hasta ese momento.
Paradojalmente, la interpretación, remitiendo al suj eto el enig-
ma del deseo del Otro, provocando en consecuencia la ascensión
del fantasma, puede además producir un cierre del inconciente, en
tanto q ue lleva al objeto a a ocupar el frente de la escena.
Porque la demanda de análisis es en prim era instancia llamado al
sujeto sup uesto al saber, éste último provoca la reapertura del in-
conciente y la reanudación de la cadena asociativa.
Así la interpretación sigue siendo lo que escande el pasaje del
sujeto de una a o tra de estas dos vertientes de la transferencia y Jo
que permite al analista mantener la tensión entre el sujeto supues-
to al saber y el objeto a.

26
BIBLIOGRAFIA

Una bibliografía complet a y actualizada acaba de aparecer en Ornicor? N° 30 (julio-


IICPtiembre 1984 ).

Traducción: Silvia García Espil.

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( 'OMO SE PSICOANALIZA HOY: EL ACTING-OUT

Jorge Chamorro

Ubicado en 1914 en el texto freudiano, el origen de la noción


de Acting-Out, son o bserva bl es all í dos características, qu e tienen
vigencia, tanto en la concep tualización, como en el tratamiento
que se da en la práctica del psicoanálisis a la acción.
En primer Jugar, el Acting-Out nace en oposición al recuerdo,
camin o abierto en aquel momento al progreso de la cura.
En segu ndo Jugar, aparece unido a su repetición, siendo su fun -
damento la resistencia.
El recorrido de e st a noción alcanzará su pu nto culminante en
la concepción del Acting-Out como un efecto de aquella personali-
dad de acción, que hemos conocido como " el Psk ó pata". Si bien
más circu nstancialmente ha sido pensada como el efecto de una in-
tervención del analista que no totaliza, es decir, como el efecto de
u na in terpretación parcial. En esta perspect iva es necesario hacer
notar una concepción d e la palabra , del decir, que se sintetiza bien,
en ese dicho n o siempre verificado que se expresa en: "Si lo dice,
no lo va a hacer".
Este objetivo que apunta a to talizar, no puede más que dirigirse
al sentido. Justamt!ntc es, debemos decir, lo qu~ cl ~ b ~ ser destituido.
No se trata aquí d e parcialidades o totalidades. No se trata de
aquello q ue deja escapar la interpretación; ni d e lo que debiera ser
rescatado en un decir sospechable de estar al servicio del descono-
cimiento de q ue todo no puede ser d ich o.
En una palabra, que hay un rea l que escapa.
Localizado enton ces, el Acting-Out en el analizante, deja delia-
do del analista, el p roblema de como reducirlo, de cómo llevarlo al
campo de las palab ras, de cómo totalizar esta conducta, pensada
como marginal al proceso analítico.
La primera pregun ta q ue debemos hacerle a estas formulaciones,
es la siguiente: ¿la noció n d e Acting-Out resu me toda la acción po-
sible dentro del campo de nuestra práctica?
Jacqucs La can tomando un concepto d e la psiquiatría abre una

28
-cn~ncia que cs ·nccesario especificar. Se trata de lo que ha sídl)
.enominado "Pasaje al Acto".
· f:l trabajo de esta diferencias entre el Acting-Out y el Pasaje al
Aeto darán cuenta de dos estructuras diferentes que señalan dos
ftnomenologías singulares, y nos proponen perspectivas clínicas
ltlstintas.
En pr.imer lugar en la relación alienante entre el hombre y el sig-
aificante, aparecen ambas, como alternativas del Acto, cuya es-
tJ1,1ctura simbólica deja a la acción motriz un lugar en el mejor de
los casos subordinado.
El Acting-Out, en su propuesta conducta!, sostenida, provoca-
tiva, que Daniel Lagache definió como "Parada", entra en el regis-
tro de una actuacjón teatral que busca en su público una respues-
ta. La calidad de esta respuesta, en este caso del analista, estará
complicada por la demanda aJlí en juego, que justamente es la de
que aquél que ocupa el lugar del Otro, interprete, es decir, atienda
al deseo. Esta formulación indica ya, una manera de pensar el Ac-
ting-Out. Será ésta una respuesta específica a la forma en que el
psicoanalista ocupa su lugar. En vez de sostener su acto analítico,
produce un desplazamiento que lo lleva a inscribirse en una dimen-
sión diferente.
Si localizamps, entonces, como dcsencadenante del Acting~Out
del sujeto en análisis, a una forma csp_c cífica de intervención del
analista, se hace necesario .d.ifcren~.llirla de "La Interpretación••,
que es el efecto d el lugar, que Ta estruc tura del acto analítico deja
para el psicoanalista.
Este lugar que sabemos está señalado por una función descante,
abre dos registros que son: el de la realidad y el del deseo.
¿Qué es entonces lo que queda destituido, en este tipo de inter-
vención, llámese opinión, consejo, etc., cuya respuesta posible
en.c ontraremos en el Acting-Out? Esta respuesta que tiene una fl~­
nomenología diversa a otros campos de la acción, y qu e se carade-
riza por su sostenimiento, por su estructura de escena, q ut~ la d il'e-
rencia del Pasaje al Acto, que tiene en cambio, la velocidad y la
drasticidad que nos enseña ejemp]armente, el suicidio lid melancó-
lico.
Para captar entonces, lo que se destituyr, \~:; llt~ccsario puntuali-
zar aquello que hace a la estructu ra misma dd A~~to analítico. E~
tructura de discurso, en el cual el que ocupad lu¡!:ar dd agente, es
decir, el psicoanalista, muy tejos de sosle11er la dim~nsión de la rea-

29
lidad, sostiene en t odo caso, una dimensión de lo real que Lacan
llamó objeto "a", c uya preservación como causa es la que nos abre
Las puestas de acceso al deseo.
Cuando esto no ocurre , esta dimensión real del deseo será soste-
nida de diversas fo rmas, una de ellas es la qu e llamamos Acting-
Out, otra será el Pasaje al Acto.
En el Acting-Out, la acción, la acción motriz, será la que traz.a,
recorta , enmarca la escena, en el registro no d e la repetición, sino
de la reproducción.
La repetición, íntimamente ligada al registro simbólico, subordi-
na a su estructuración significante toda acción motriz, o sea insti-
tuye en el Acto un ordenamie nto donde el sujeto queda colocado
en una poskión difenmte con respecto al objeto "a" y al sign ificant~.:: .
La dim ensión de transgresión, qu e el Out subraya en e l Acting,
nos interroga sobre la regulación de la que el Acting es el Out.
Allí encontramos dos caminos para p ensar e l concepto de Ac-
ting-O ut: 1) Uno a partir del llamado " En cuadre Psicoanalítico", y
el otro 2) a partir de lo que llamamos posición del analista.
E n la primera d e las variantes, al ubicarse el encuadre en el lugar
de los principios psicoanalít icos, r ecordamos la reflexión sostenida
por Jol.'é Ulegcr, con el nomhrc c..Je Psicoaná}jsjs del Encuadr e, lleva-
do hasta cierto 1ínütc, qu e cr<J e l e ncuadre mismo.
Si abrimos entonces una brecha seguramente fértil entre em:ua-
dre y psicoanálisis, el psicoanálisis del encuadre será dentro •kl
psicoanálisis.
El encuadre dibuja con claridad, el Actjng, lo recor ta sobre un
fondo, en e l que tendrá una figura d efinida y que hará posjblc cla-
sificar Act ings, q ue revele n su transgresión al en cuadre. Se subraya
así una oposición Acting-Encuadrc.
Alrededor de] segundo punto es Lacan quien desarrolla en el
humano parlan te la dialéctica del suje to y e l Otro, que no es ajena
a la del Acto analítico, apelará no al en cuadre para pensar el Ac-
ting-Out sino al lugar del Otro.
En este sentido debemos a firm ar 'que el Acting es la respuesta a
,:-:. una posición c~p~.·dfic.<s del a nalista respecto de ese lugar.
De esta dial él:lic:l l~ nl re d sujeto y el Otro, lugar de la pala bra,
sabemos, hay 1111 rL'Slo, r.an!o ti pasaje al Acto como el Acting son
formas disting.u ibles de. tral:.tr <t L:SC objeto.
Por la vía de sentirse. " 1\wr••", e xcluido, el sujeto en eJ Pasaje al
Acto, se encuentra <.:on su objeto en una articu lación que no es la

30
~~~l t~fl(¡l~ lliil -.11111 ljllt' Sl" id cu l rlic:tt'll rllnll a :ths oh t( :l t't •IJ .-( t d •jd ll
"t'1; Ji.&hl hft<tlttf ll':u·tú u a l objl"!o rw:-.accn ;a en cl lcxlo dt•
l · n· ud , il
111 (ornin d t' Jtkn l ll.iradún que se sustituye a la pérdida del ohw
ti ~ l! il l !lut qut· v.s b nwbncolía. Esta rnos aquí l!H c ll írnill' tkll':t
IIJ.~ . Hl Adu , qUL: ocurrir<i efectivamen te en el melancó lico ~.~ ,, 1'1
tlflr ltliu.
lin una p:llahra d Pa saje al Acto es el momento suicida deluH~··
hltwt.•ltm.
llu t•sl:t iden t il'it:ación del sujeto con el objeto, que se p roduce
IJt gj Pasait· a l Acto, sigue el suje to al r ecorrido que el o bjeto rcali-
JA en la t:unstitu ción misma d el ser lturnano, pero c:o n la diferencia
qu ~ t'l sujL: to "se va" con el obj e to, o sea queda fu era. Está, pode-
f'tlll 8 d n :ir, excluido, ya no "se siente" excluido sino que lo está, se
~~ l'!llyt· l'll la acción con lodo su t:Uerpo.
Lu s~~~rcgación, ya no será un mecanismo in tersubjet iva , sino
Ultfl sa lid~• súbita hacia el mundo r~<ll.
Todo lo antedicho es una fo rma pa rticu lar de tn tt"ar la c¡¡stra-
\iiúrt.
Al sujetQ.D..O_J¡;:.falta um~ parle, sino q ue é l m ism o es la parte fal-
liUÚ \··. 1ÚÍ el suicidio melancó lico ~s pensabk com o un último
ink nto de reconexión, de reinstalar la cstmch1ra de una d ialéct ica
liha linal, para prod ucir ese resto no especularizablc.
Pero el costo aquí es alto, en esa búsqueda por producir el r esto,
~~~· termina siéndolo. El sujeto"se cae" <.k su p ropia imagen consti-
llll iva, y se dirige a lo real siguiendo la trayec toria de ese objeto
llamado "a".
Ese momento de identificación al obje to, es e l lím.ik que Frcud
traza entre el duelo y la melancolía , momento de pasaje de la pér-
d ida d e objeto a la pérdida del Yo. Momento que desde la consti-
lución de todo sujeto humano, cuyo compromiso con e l otro sabe-
lll OS ineludible, abrirá para el Pasaje a l Acto, la opción ofrecida al
melancólico entre su p ropia imagen especular y e l r esto no especu-
l;trizable que llamam os "a". Se sostil:me ele la prim~ra o "s~ cal:!" con
L"l segundo.
La perspectiva se ve entonces, a ll í donde e l Acti.ng-Out monta
u na escena, apela a una respuesta, propone digamos un encuadre
difer ente, el Pasaje al Acto, desm onta, sale de la escena hacia el
mundo.
En conclusión: En el "ACTO" es necesar io indicar su c·upacidad
de engendramie nto de lo real como r esto, y el efecto de colocar al

31
iill.ic..~ to
en su lugar, que es el de ser representando por u:n signifi-
t.:ante para otro significante.
En el "PASAJE AL ACTO" , el sujeto se hace resto, identificán-
d o s~ con el objt:!to. Mientras que en el A CTJNG-OUT, laconsistencia
escénica se orienta a la búsqueda de producir una ruptura en la to-
talidad que lo genera, representada no p or una interpretación par-
cial, sino por lo absolu to que un discurso amo representa.
Qué hacer entonces frente a estas tres variantes de la accíón hu-
mana, que como se ve parecen pertenecer a esas tres dimensiones,
en que pensamos el psicoanálisis y que son: lo real, lo imaginario y
lo simbólico.
El Acto regula el hacer, implica esta regulación. No así sus dos
alternativas donde el hacer aparece como forma no regu lada, que
busca en el Acto su límite, en ritmos que son distintos.
Con todo Jo an terior hemos realizado un deslizamiento : desde
aquello que en 19 14, Freud planteaba como una sustitución del re-
cuerdo por la acción.
El deslizamiento operado es del recuerdo al significante. La ac-
ción afrrma una relación especifica al significante, y no una resis-
tencia al recordar.
Se trata entonces, del desarrollo de l~s estrategias del sujeto con
el significante.
Es en este ·sentido, en que hay que pensar tanto el " Out" como
el " In" del Acting- No se trata ya de afuera o dentro de un con-
sultorio, adentro o fu era del encuadre, sino de una relación de ex-
terioridad al signifícant~ que llamamos real (Pasaje al Acto); o
bien de in terioridad al signo (Acting-Out), sino de una producción
del significante corno tal que es el que repre~enta al suj eto (ACTO).
En este senii:ao es necesario hacer una d"l.ferencia entre aquel
dicho: "El que lo dice no lo hace", que no distingue ni formas de
hacer, ni de decir, afrrmando, que no todo decir regula el hacer,
sino en todo caso, el Decir del Acto.

32
BIBLIOGRAFlA

~~~.
;lo~ : Sim biosis y Ambigüedad, Paidós, 1967.

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I,eon : Sobre el Acting-Out en el proceso psicoanalítico, Revista de la Asocia ció u
l'tlcoanalítica, 1968.

t • 1acqucs: Seminario "Acto Psicoanalítico" , 1967/68.


lA Angustia, 1962/63.
/Agica del fantasma, 1966/67.
~D, Daniel: Acting-Out y A cción, Revista de la Asociación Psiooanalítica, 1968.
1; lool: La relación semana-fin de semana en el análisis del acti11g-out, Revista de la
Asociación Psicoanalítica, 1967.

33
EL ACTING-OUT EN LA CURA PSICOANALITICA

Gerardo L. L. Maeso

El término acting-out surgió en la experiencia freudiana ligado


al proceso analítico instaurado a partir de la asociación libre.
Freud señalaba que el paciente no recordaba siempre lo olvidado y
reprimido sino que Jo reproducía como acción. La actuación ligada
a la magnitud de la resistencia hacía que la operación analítica
consistiese en mantener dentro de la esfera psíquica aquello que se
derivaba a la motricidad.
Las contribuciones psicoanalíticas posteriores se alejaron pro-
gresivamente de las ideas que el creador del psicoanálisis había es-
bozado. ·
Algunos psicoanalistas argentinos que se interesaron por el ac-
ting-<>ut, lo hicieron como Freud depender del proceso analítico
pero fueron influidos por corrientes que a través del análisis de psí-
cóticos destacaban el papel de la identificación proyectiva en la
parte psicótica de la personalidad como reemplazante de la repre-
sión en la parte neu rótica de aquella. El análisis producía una re-
gresión a estratos más profundos alterando el equilibrio estableci-
do entre ambas. Así la identificación proyectiva constituida en un
verdadero mecanismo de defensa del sujeto restablecía una preten-
dida armonía a través de la actuación inoculatoria hacia el analista
o el encuadre evitando tomar contacto con la psicosis. El trabajo
analítico consistía en lograr una reintroyección adecuada a través
de la creación de un encuadre firme y estabilizado para evitar la
contaminación del analista por la regresión transferencia! del pa~
ciente.
José Bleger llega a distinguir dos tipos de interpretaciones: las
clivadas en que se muestra al paciente la relación con él mismo y
las no clivadas donde el analista se incluye sin diferenciar en la mis-
ma el objeto interno del depositario. El mismo autor IJegó a plan-
tear que a diferencia con P. Greenacre la alianza terapéutica no es-
tá ligada a la parte sana sino a la psicótica o sim biótica. Esto no lo
llevaría demasiado icjos en su esfuerzo ya que propone finalmente

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recortar y revalidar los elemen tos del contrato trente a las altera·
~iones que el devenir del proceso analítico suscita.
A la luz de estas concepciones surgía el acting-out como uno de
los principales obstáculos haciéndose necesario sostener un campo
_de invariantes para dar una adecuada dirección a la cura.
En una supervisión se consideró la dificultad que se creó con un
_paciente de profesión ingeniero que inició un psicoanálisis a raíz
de trastornos en sus relaciones familiares y laborales_ Sujeto a una
aran angustia y a una extrema escrupulosidad ligada a un anhelo
perfeccionista, creaba continuos enfrentamientos con su mujer y
JIJ.S empleados. Acordó después de varias entrevistas con todas las
·convenciones que se le presentaron bajo la forma de "contrato",
·afirmando que le placía esa forma de reglar la relación ya que sin
método le sería imposible encarar sus problemas que arrancaban
d.e su infancia. Recordó desde sus primeras sesiones los padeci-
mientos ocasionados por tres intervenciones quirúrgicas ocurridas:
la primera a los tres años para extirpar sus amígdalas y las otras a
los ocho y nueve años para reducir una hernia inguinal bilateral.
No dejaba de inculpar al padre a quien revestía con un carácter au-
toritario ya que jamás le proporcionó explicación alguna de los
actos a los que fue sometido. Transcurridos cuatro meses de análi-
sis en franca colaboración con su analista relató que había comen-
zado a sentir una intensa incomodidad al ser mirado por hombres
cuando detenía su automóvil en los semáforos. El tiempo de espe-
ra se tornaba intolerable y en ocasiones tuvo que violar la luz de
paso. Al observar la naturaleza homosexual del problema su analis-
ta enlazó su malestar al lugar pasivo ocupado en la infancia ante las
arbitrariedades paternas. Esta intervención provocó un asombro
desusual y a partir de entonces comenzó a faltar a su análisis, ce-
sando prácticamente de asociar, convirtiendo a sus sesiones en rela-
tos trivi...'lles de la vida cotidiana. Decidió finalmente adelantar sus
vacaciones y en franco desafío comentó que no pagaría las ausen-
cias que correspondiesen a su período de descanso. Su analista ex-
plicaba entonces que este desequilibrio se debía al tema que llamó
su atención y recalcaba la necesidad de mantener lo convenido ya
qut! ésto no era arbitrario y permit ía resguardar d análisis. Su pro-
puesta producía un efecto inverso al que deseaba lograr y no pudo
~vitar una amenaza velada afirmando no sin ironía que continuaría
su análisis ·si no se accidentaba. A comienzos de marzo llamó para
comunicar que por una imprudencia estrelló su coche en una zona
montañosa resu1tando con heridas de consideración. Agregaba
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qu~ a raíz de t:!llas debía interrumpir su análisis por dos meses re-
sultándole imposible pagar la deuda contraída durante su ausencia
p or carecer de recursos. Po co tiempo después enviaba a dos de sus
amigos a consulta ya que consideraba a su analista un buen profe-
sional.
La pregunta que surgía es cómo se analizó este acting-out ya
que no podía inferirse fácilmente algún importante desaderto.
Sin embargo, podemos observar que la puntuación del analista
lejos de abrir el enigma de la sexualidad afirmó el sentido de ésta
convirtiendo la intervención en un juicio de valor que colocó al
analizantc fuera del análisis. Ya en el marco del acting-out se pro-
duce una apelación a la conciencia, a salvo del conflicto, para res-
guardar ciertas constantes a través de las cuales se reencauzaría el
tratamiento.
Este modo de proceder no sólo es resultante de la influencia de
la corriente psicoanalítica antes mencionada sino que revela la inci-
dencia de los "Trabajos sobre la Técnica Psicoanalítica", cuando
con una formación restringida se pretenden resolver los interrogan-
tes de un análisis a través de la estandarización de la práctica. Es
esta práctica la que se verá afectada po.r el acting-out, en tanto éste
se constituye en verdadero obstáculo para la consecución de la cu-
ra, .o bstáculo que Freud reconoció tempranamente en el caso Do-
ra, cuando ésta interrumpió el análisis.
Un modo distinto de conceptualización surgirá a partir de la
práctica de Lacan quien desconociendo los límites impuestos por
la ritualización de la experiencia dará origen a una enseñanza por
la cual será excomulgado de la Asociación Psicoanalítica Interna-
cional.
En las primeras é.p.ncas Lacan entiende al acting-out como equi-
valfmte de un fenómeno alucinatorio de tipo delirante l~gado a la
intervención del analista1 cuando éste SiJ:!l boliz~ prematuramente o ..
toma parte en el orden de la realidad. Agregaba Lacan que esta res-
puesta provocativa y demostrativa del analizante era consecuencia
de una in tervención hecha fuera del re~tro simbólico.
Se preparaba así el paso posterior de su concepción que amplió
la extensión de la noción de acting pensado entonces como llama-
do al otro en demanda de interpretación,. repres.entando a la trans-
ferencia salvaje. Si no hay necesidad de análisis para que haya
transferenda, será. posible extender esta noción, la de acting-out, a
Ja aventura que la homosexual femenina descripta por Freud tuvo
con su amada.
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Sabemos que Lacan describió dos operaciones en la constitución
del sujeto, Ja alienación .Y la separación. La primera de ellas com-
porta una elección ob_ljgªda, la que permitirá la realización del su-
Jeto, su aphanisis, a condición de que aquél encuentre su sentido
·en el campo del Otro. La operación ele separación en cambio, da
lugar a la aparición del sujeto ante la cárericia en el Otro, carencia
que hace evidente la estru ctura misma del significant e y. q_l!e el su-
J~to aprehende como deseo del Otro en las fallas de su discurso.
Esta falta que lo devuelve al primer momento, el de su aphanisis,
constituye la fase de salida ele l a transferencia.
En un intento de a1rancar a la angustia su certeza el sujeto se
precipitará en ese falso acto llamado actlng-out. .Tratando de halJar
en el ser su sentido se convertirá en_puro signo d e una falta. Oe ahí
que Lacan reconozca como dominante la dimensión imaginaría y
plantee por ese camino llevar al sujeto a la identificación , no con el
analista , sino con la imagen que es reflejo de su yo ideal en el Otro.
Otra forma de liberarse del efecto aphanísico consitirá en recu-
brir la falta, alienándose en Jos discursos que Lacan recortó como
histérico, universitario o amo en los que se sostiene la proporción
sexual.
Cuando el síntoma, en el secreto d e su cifra, se convierte en una
interrogación sobre el saber que enferma, se instaura la demanda
de una cura.
El psicoanálisis p ropone un tratamiento, la elección del no pien-
so que Freud formulará como regla de libre asociación, verdadera
vía de alienación en la medida en que el suje to se ausenta situándo-
se en la posición de ser hablado.
En su seminario "El acto psicoanalítico" Lacan dirá que ést e
consistirá en soportar la transferencia la que sería pura y simple
obscenidad si no se la devuelve a su verdadero nudo en la función
de sujeto supuesto saber. Al autorizar el acto psicoanalítico el ana-
lista que sabe que no es él el sujeto supuesto saber, será alcanzado
por el des-ser que sufre dicho sujeto dando cuerpo a Jo que éste de-
viene como ser inesencial o sea objeto de "a" pequeño. Sopor tar la
transferencia implica poder sostener la dimen sión significante para
que el sujeto se pueda realizar como tal en la castración en tanto
que falta al goce de la unión sexual.
El acting-out no es pues la resolución de la inhibición ya que en
ésta se expresa la eficacia de lo simbólico.

:n
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Zac, J ., Construcciones sobre el acting out y aspectos técnico~ úe su trotamicllto. Buenos
Aires, Revista de Psicoanálisi~. vol. XXVII, 2, 1970.

38
COMO SE PSICOANALIZA HOY: SOBRE EL ACTING-OUT

Osear Sawicke

La historia sobre el Acting puede comenzar alr.ededor dt! una fra~


de Freud ~n "Recuerdo, Repetición y Elaboración" que dice "No lo
reproduce como recuerdo, sino como acción , lo repite sin sab er,
desde luego que lo hace", frase que in dica la existencia de un ma-
terial diferente, la cuestión de la acción en la práctica analfticu.
El t érmino que Freud utiliza es "Agieren" que es traducido al
.inglés como Acting, y qut! cuenta con su aprobación, a la que tam-
bién se adhiere Lacan.
En el epílogo de Dora aparece una nueva aprox:illlación a este
término diciendo " lo Que lleva a una ruotura orematura" y "olvidé
(k estar atento a los primeros signos de transferenci<(, no hay que
olvidar qué nos indica la cuestión de la acción, en la relación analí-
tica, en la relación transferencia}, y en determinados momentos de
lntervención d el anatista: "olvidé de estar atento.. . " nos recuerda.
Es aquí que propondría pensar el Acting, donde aparece algo raro,
y del qul! Fnmd diee en el epílogo de Dora "antes de llegar a indivi-
dualizar la importancia d e la corritmte homosexual..." o " ca ( en
total confusión, en el tratamiento de ciertos casos".
Pequefia historia que ubica la cuestión de Acting, de la acción,
como momentos claramente difcrenciables y t eniendo alguna rela-
ción con el analista. " De hecho, en un <rnálisis corriente, casi todo el
Acting-Out, en el sentido restringido del t~rmino que utilizo aqui,
está limitado a una interacción verbal con d analjsta"..... (Dale
Boesky Rev. de APA Tomo XXXVIII 6 pag. 111 9).
En Buenos Aires; también encontramos que el Acting es lo que
"obstruye el objetivo fundamental del análisis" (Rev. de AP A XXV
3/4 Pag. 683, L. Grinberg), el paciente actúa impidiendo la conti-
nuación del análisis, cuestión que debe pensarse como inherente
al Acting. Otra interpretación es que el Acting debe ser pensado
como elemento de información (Rev. APA. pag. 706 tomo XXV
No 3/4), y una forma de aprender (P. Riviere).
39
Mi propuesta, es indicar que d Acting es una señal del análi-
sis, no un cuestionarníento, en determinados momentos del mis-
mo. Momentos singulares en que Freud dice también el "'sigamos
trabajando", intento de mantener la regla fundamental a pesar de
su fracasp, que no deja de ser una enseñanza privilegiada, en el sen-
tido de una posible respuesta: retomar el lugar de analista; que
debe pensarse como el punto quizás más importante, en la cues-
tión del Acting, en tanto que si hay que retom·arlo es porque se ha
perdido.
Continuando con la respuesta al Acting, encontramos, aquí en
Buenos Aires lo siguiente: "Asumir la función del sentir por medio
de la contratransferencia, aquello que el paciente es incapaz de
sentir y luego reintegrarle la capacidad a través de la interpretación"
(Rev. APA pag. 687 tomo XXV 3/4 M. Langer), que no deja de ser
un intento de rdnstalar, lo que antes decíamos que se había perdi-
do, de una forma muy particular, es ubicar la incapacidad del lado
dd paciente. Punto discutible por Jo que ya dijimos antes, pero de
cualquier forma, por lo que vemos, al Acting hay que responderle,
como r econocimiento y como ubicación de esta cuestión proble-
mática.
Pero aclarando que el Acting es ya una respuesta, una señal a
determinada ocupación de lugar del analista. y que puede colocar
del lado del paciente cierto nivel de incapacida9, es mi propuesta
ampliar en principio esta interpretación, en. el sentido de que el
Acting, no es solamente una cuestión del pacient~. Volviendo a
Freud es más bien "'un material diferente"
Recorriendo la bibliografía sobre Acting, en Buenos Aires en-
contramos toda una serie de conceptos e idea:s de gran amplitud,
donde la respuesta marca la relación de implicancia, dentro de los
límitf's de la transferencia, del lugar del analista, como el destinata-
rio del Acting. Es aquf que indicaría qu~ el analista no es exkrior
al Acting, y por eso Lacan nos recuerda que "d Acting-Out tiene
necesidad de Uds." y "es un amago de transferenci'!:'. Pero, d
Acting-Out introduce la acción, que en verdad, es la que más pro-
blemas trae y por eso es reprimido tambi¿n por d mismo Freud
que _Qrohíbe ciertas decisiones en un momento dado, cuestión que
Lacan netoma cuando lo relaciona con el saber médico, dicitmdo la
exagerada preocupación para que el pacienk no se haga demasiado
daño, con lo que podríamos también indicar un cierto lugar singu-
lar y pertinente a la práctica analítica, que hace cuestión y es por
ello que recorre nuestra historia, porque hace cuestión a la ética, al
40
11b.e,t., que ubicado en un cierto nivd imaginario intenta proteger al
;Jipien.te ?e la n;alidad. . . .,
~ De ah1 en mas donde Jas palabras son, el suJeto dev1ene ace1on
:tA busca de aquello que marca su origen, movimiento, desplaza-
~fJrlento, corrimiento del lugar, en el sentido de ubicar con la acción,
~fe que el significante estructura, otra escena, un otro espacio. Re-
jOma la acción, la relación entre sujeto y saber donde el signífican-
:i t todavía tiene cierto lugar.
·n "Se trata para el sujeto de hacerse reconocer" . Recordemos que
·IAcan decía en el Seminario 1, "Encontrar en un acto el sentido de
yalabra".
~ En el Acting hay una búsqueda de A, una demanda de A ahí
donde surge un saber oracular. Es otro espacio que el Acting bus-
;0 en el relato al analista, otro espacio que impone un límite, en
llnto otro.
Es por esto que Freud, recordaba más arriba, ubica el Acting
oomo un tipo particular de reprod ucción, "repite sin saber"; aquí
fn Bs. As. se continúa con esta línea, se la sostiene, "el Acting
'ti un medio de información" y nosotros agregamos, sobre el lugar
4~l an~lista y demanda analista, para. que éste ocupe su lugar, que
1 través de la acción, se lo sostiene. .
· Acting como búsqueda, como movimiento que intenta reinstala1:
un daño, lugar en la escena. analítica, una otra esce.na.para.clreco,.
uocimie.nt.o del deseo, cuestión central, en tanto delimita el funda-
mento del sujeto, su estructuración alrededor de un Jugar imposi-
ble volviendo así la cuestión de la ética, de soportarlo, fundamento
de la práctica analítica. Es decir el Acting abre un espacio donde el
¡nalis.ta es un personaje importante en el s~;:ntido d~ q ue a él le es
dedicado algo dd Acting,_ algo se le demanda, su .Presencia, su
lugar. Por eso continuando con mi propuesta es necesario artkular
lo del Acting con todo aquello que tiene que ver con eJ S s S, co-
mo el analista es un lugar, en cierto sentido inaprehensible ·cae 1 a a)
el analista no es una perscna. Esto es lo que se cuestiona, el Acting-
Out es desafiantt<•. relativiza al individuo. Introduce algo que tiene
que ver con la destitución subjetiva, y que debe ser sostenida con
la función del S s S, de Jo contrario se interpreta que el Acting-
Out es malo y que cuestiona el análisis, y no se lo toma como
tprendizaje, sost~nerlo , ser un error y su decir sobre H Lo q u~
pasa es que Acting-Out a pesar de todo esto no cambie nada en un
~~ntido, es decir no hay cambio en la posición subjetiva, le falta
un pequeño abrochamiento que pasa, por d reconocimiento del
41
deseo , que impon e un lugar relativo, de pasaje, marca un destino
de desecho, sostenido por el "sigamos trabajando", lugar del suje-
to, dt:sde donde se puede pensar no ,sólo el Acting-Out sino nuestra
práctica, como una enseñanza ejemplar en el sentido de que un su-
jeto se propone a ese lugar.
Abriendo así el camino de ubicar la experiencia analítica en u n
recorrido de destüució n, de sostener un lugar imposib le, que espe-
cíficamente en c1 Acting-Out toma la dimensión de la acción, se
podría pensar, en tonces, alrededor d e tres momentos diferentes en
tres análisis.
Uno de ellos fu e el caso de u na muchacha joven y lo suficiente-
mente hermosa como para llamar siempre la atención tanto fuera
del consultorio, donde habitualmente t en ía reiteradas y repetidas
propuestas amorosas, o dentro del consultorio invirtiendo su posi-
ción en el diván, teniendo siempre la preocupación sobre dicha po-
sición, recostada en el diván mirando al analista en tanto se podían
ver sus piernas o su ropa interior.
Con la continuación del análisis, esta muchacha adopta o tra po-
sición. Mucha fue la sorpresa cuando el Jugar elegido fueron las ro-
dillas del analista, para preguntar más de cerca, su dificultad de re-
lacionarse con los hombres. Este análisis se continúa con estas vici-
situdes hasta el momento que el analista interviene díciendo que
en realidad no era la mejor fonna de continuar, lo que fue tomado
a la letra, el análisis se interrumpe.
El otro ejemplo es una paciente que luego d e tener varios análi-
sis donde los analistas fallecen durante el tratamiento demanda un
análisis solamente para que al menos no pase lo mismo.
Al ténnino de su p rimera sesión, se descompone y vomita todo
el consultorio, saca de su cartera un pafiuelo y comienza a limpiar.
El analista propone continuar la sesión un tiempo más.
Todo el análisis durante muchos años transcurre con un interro-
gante que giraba alrededor de cómo el analista no había tenido as-
co y no se había escapado.
El tercer ejemp lo es de un paciente que frente a un intento de
su icidio con ingestió n de gra n cantidad de comprimidos, se propo-
ne que se quede en el consultorio para verla cada treinta minut os
aproximadamente, se realizan cinco o seis sesiones en ese día resol-
viéndose la situación, en aquel momento .
Resumiría mi propuesta sobre el Acting con que se demanda
que la subjetividad del analist a ocupe un lugar de privilegio en la
escena analítica, y es d el analista el privilegio d el significante sost e-
42
"lendo un lugar, que no es sin riesgos ni consecuencias .....y que
fto hay progreso para el sujeto si no es por la integración a que lle~
11 de su posición en lo universal: técnicamente por la proyección
de su pasado en un discurso en devenir." (J . Lacan, Intervención
aDbre la transferencia)

43
INTERPRETACION *
Benjamín Domb
Marta Susana Ferreyra
Gabriel Lombardi
Cristina Marrone
Isidoro Vegh
El término vago de analizar viene
a suplir dema.~iado n menudo a la
fluctuación que retiene ante aquel
de interpretar, por la falta de su
puesta al día .
. . . el analista ahí se sustrae a con-
siderar la acción que le concierne
en la prodllcción de La verdad.
Jacques La can, 1953-1955.
Pero con la ayuda de esto que se
Llama cscrltlUa poética Uds. pue-
den tener la dimensión de lo que
podría ser la interpretación analí-
tica.
Jacqucs Lacrut, 1977.

PUNTUACIONES
Puntuaciones de una enseñanza, ex-ponen al comienzo lo que el
título anticipa: que Ja diferencia de los tiempos se subraye no exi-
me la dialéctica que las conjuga en la palabra del maestro.
También en la ocasión que nos reúne, en extremo de una histo-
ria que responde a otra: hubo analistas (es un pasado que persiste)
que hicieron "progresos"; de un precio que rescató la respuesta
que incitaron: la obra de Lacan, contrapunto reclamado por un re-
torno a Freud.
Recortado por los avatares del Yo - entendido muy parcialmen-
te, tanto como el objeto de su relación- quedó a la arqueología
curiosa de los orígenes, la~ múltiples variaciones de una eficacia
que mereció mayúscula: el [nconciente.

·* Este trabajo fue propuesto por la Comisión Organizadora del Tercer Encuentro a
Benjam{n Domb e Isidoro Vegh, quienes hicieron extensiva la invitación a los miembros
de la Escuela Freudiana de Buenos Aires que estuvieron interesados en el tema.
Firman este ~s~rito quienes participaron en su elaboración.

44
Instancia de Ja letra que el Maestro subrayó no era significante
( 1), ¿por qué igualarla al lugar que las suficiencias le reservan?
Tres tiempos, dijo Lacan, fueron de su enseñanza, acentuaciones
que sucedieron en orden inverso de la herejía: R.S.I.: E!Ja es el
.nudo, borromeo, de estru ctu ra. Sacralización de cada tiempo, en
eambio, disyunción de cuerdas que giran en redondo, recuerdan
que es ilusión de porvenir la creencia en progreso de la religión.
Herejía del nudo, la estructura que las reúne se yergue en el estilo
que conviene: irreverente, salvo a la letra que aún nos guía - Y ella
dice y repíte, hasta el cansancio, prueba que persevera, q ue si una
cuerda se corta, también se separan las otras en inútil discordia (a).
Interpretación, crítica, de otras; razón, también, de lo que sigue
responde a la demanda por " un trabajo, como ya he dicho que, en
el campo por· Freud abierto, restaura e1 surco tajante de su ventad,
y recondu c~ a la praxis original por él instituida con el nombre de
psicoanálisis al deber que en nuestro mundo le con esponde · ·Y
que mediante una crítica asidua, denuncia las desviaciones y com-
promisos que amortajan su progreso, degradando su empleo" (3).

INTERPRETACION Y SINTOMA
Del Otro, al analista llega la demanda que decide su respuesta.
En la é tica que le conviene, la pregunta primera, de su o bj l'.to hace
Jugar. Objeto del análisis, el lugar del analista no lo igual a: el In-
concien te es Ja Cosa Freudiana y el objeto a el del agen te que lo in-
cita.
Comienzo por la estructura, acerca a la cien tificidad una refle-
xión que elige su incidencia por aquella a la que apunta. Ella es en
nudo expuesta y de allí dirige.
¿Ho y como ay er? Dirección de la cura, la flecha ind ica ba una
política . Del síntoma ( 4) que en "Momento de concluir" (5) no
fu e, en fin, su supresión.

(a) "Es de lo que de lo simbÓlico se enuncia como imposible <!Ue surge. lo real" (2).
No cualquier cosa puede ser d icha, por quién asocia o interpreta.
Afirmación que otorga Jugar a lo que no puede ser dicho y de ahí a aquello q ue Jll·n···
sariamente se dice.
Relación que se in vierte: porque algo sea dicho determin3 que no es cualquiera. •p•r
ct inconsciente dice Jo necesario y delimita lo que no puede decirse.
¿Entonces? Efecto -de sentido-- en el medio, la serie situaba
que un síntoma se extingue por una interpretación justa que hace
de la verdad poesía (6).
Si el síntoma se apaga, y la supresión no es el fin, es que otro
síntoma se anuda allí donde el primero no cesaba de escribirse.
Estabilidad de la estructura, la cura no lo suprime, tal vez, por-
que él es remedio. En J oyce se lee en paradigma: al punto que lle-
ga a escribirse: el síntoma, lo simbólico, y lo im aginario (7). Reme-
dio a la falla del Otro, es de lo real, sentido en lo real.
¿No fue acaso propuesta?: por un significante nuevo, por un
efecto de sentido en lo real (8).
S 1 , significante del sin-sentido, en lo real que al sentido excluye,
allí donde fija el lugar de su retorno, por lo mismo, la estructura
anuda.
Agente de la castración, el padre real se escribe -ya que no pro-
nunciable- S 1 , en el corazón de la enunciación lacaniana: "S 1 , el
significante amo, emitiéndose hacía los medíos del goce (S 2 ), no
solamente induce, sino que determina la castración"(9). Y aún: "La
función del padre es tan esencial al discurso analítico, que se pue-
de decir que es su producto. . . El significante amo del discurso
analítico es hasta ahora, el nombre del padre ... El padre es un tér-
mino de la interpretación analítica" ( 10).
La interpretación, la poiesis de un significante nuevo, S1 , nom-
bre impronunciable del padre, -retroactivamente repetitivo, ac-
tualmente no enunciable, prospectivamente asimilable al cuerpo
del saber "urverdrangt", S2 - implica al sujeto en el momento del
goce t raumático, destituyéndolo del confort del fantasma. Es el
corte que produce el pasaje del discurso amo, discurso del incon-
ciente, a su revés, el analítico ( 11 ).
Es un significante en más para la cadena que actualiza en la sin-
cronía lo que de la cadena es defecto; revela del objeto su ausen-
cia.
En 1964 el efecto liberador de la interpretación es adjudicado al
S 1 significante que mata todos los sentidos; en 1975 su alcance es
,
situado más allá: "El efecto de sentido que sUija del decir del ana-
lista no es imaginario, no es tampoco simbólico; debe ser real" (12).

EQUIVOCO S DEL GOCE


Del sentido que fracasa se ocupa el psicoanálisis, de su aversión
y en su caída, !alengua. La interpretación trabaja con el equívoco,
46
de
- allí recoge, en el fracaso del sentido, p or la insistencia signifi-
-
ptntc, de lo mismo, lo reaL
Lalengua sufre en su equívoco un goce ignorado más allá d e hr
palubra.
· Es en los equívocos, en los que se observará la presencia de lo
Im par, que se concentran en tres puntos nudos:
La homofoní a de la que la ortografía depend e -de la cual el
.alcoanalista se sirve allí donde le conviene para su fin o sea, para
pon su decir rescindir al sujeto.
De la gramática de la cual se secunda la interpretación.
Y de la lógica , sin la cual nos dice Lacan, la interpretación
iería imbécil (13 ).
"Lalengua es respec to del goce fál ico, una brizn a de goce. De
&llí que extienda sus ra íces en el cuerpo" ( 14 ). Privilegio de Un go-
DO q ue, fu era de l cuerpo, sólo podrá decir de un desencuent ro con
el goce del Otro, fu era del lenguaje. El sentido se habrá mostrado
en el lugar de !alengua. Esta como ex-sistente, simultáneam ente
itVidencia qu e con el Otro no hay re lación natural.
En uno de sus escritos, Lacan menciona: "es de la fuente del
. $(.~.), no-toda, que el analista encuentra para redecir" ( 15). Deter-
nünada por la función fálica, no se abraza toda allf. Su go~e es un
enigma, es la roca en el mar del bla-bla-bla. Si el amor, si el saber,
IC revela como verdad "a medias", es en el momen to en que lalcn-
JUa posibilita lo real. El signifi cante t rastabilla en su in tento de de-
cir Eso que se dice mal. El Sujeto adviene ahí donde el significan-
te en m ás veta el supuesto universo del discurso, ahí donde el goce
Indica su pérdida. Sitio del plus de gozar, lo que del goce resta, lu-
¡ ar del a.

l!SCANSION, INTERPRETACION, CORTE


De la impotencia de ser, a lo imposible, se introduce al juego lo
real de la pulsión: su agujero.
Estrechez puntual de su p asaje, vacilación del fantasma, que ha-
ce posible el discurso analítico. Subversión del sujeto, causada por
el objeto que era perdido, adviene.
Fin del análisis, de un síntoma al que el sujeto identifica (1 6)
(se identifica tanto como de él se advierte), hay objeción que nos
~n fren ta: ¿no era del fantasm a el terren~ adecuado para una ope-
ración de corte, atravesarriiento también llamada? (17).
47
Que responda quién pu eda: e l aná lisis, donde el Inconcicnte es-
tructurado como un lenguaje, en discurso se ordena ( 18).
Orden del discurso, rigor que excede al sentido, baliza la erran-
cia: es un sólo act o el que concluye la operación que lleva al saber
al Jugar de la verdad: en tre el o bjeto que lo causa y el significante
qu e lo e xcede (19).
Obje to causa que adviene a lo real, en las vueltas suficientes -su
lógica mínima dice dos- (20) llega a su verdad extrema: sicut pa-
lea (21 ).
De trop iezo en tropiezo, d e síntomu en síntoma, e l sujet o avan-
za en la d ialéctica de su verdad: escansión que despliega la deman-
da (a), interpretación que al síntoma extingue (b), corte que dis-
junta en el fantasma su relación al objeto (e).
Para un saber, de la estructura, que es nudo, Tiempo en que el
Otro real ex-pone aJ obje to que era su [alta: lugar del sujeto en el
f<Jntasma, se descubre en el carril primero de la pulsión, su antela-
ción en la demanda del Otro.
Que en la interp retación al sujeto retorna mensaje invertido no
menos propio: ctcsuc d lugar del Otro, no excluye que el anali<;ta
soporte función ctc ¡,¡gen te, sc.r11bbnt de a: es que la condición sim-
bólica de su eficacia (es una frase que tkne un sen tido aunque su
valor resida en el signifjcante sin-sentido al que el sujeto está suje-
tado, (26) es función de lo real que lo causa: a, q ue el anatista sos-
tiene como scmblant, en e l acto que es el suyo: mensaje d el Otro
apuntando a la caída -que lo implica.

(a) "La interpretación para descifrar la diacronía de las repet iciones inconscientes debe
introducir en la sincronía de los significantes que allí se componen, algo que bruscamen-
te hag.1 posible su traducción. Lo q ue permite la función del Otro... ya que es a propósito
de él como aparece su elemento faltan te" (22). ,
(b} T'~rticipa de la cscrítma; del habla del analizan te, equivoca la ortografía. Su decir
dectdc (23). Lejos de promoverla , 1~ in tcrprctación produce un capitonado retroactivo de
la deriya signifkautc. Aunque a posccriori la copulación con el saber reduzca al S 1 al
parloteo monóto no, improbablemente divertido, que parasi túa al sujeto en el placer
dudoso de su principio.
(e) Que la intcrprctaciún es de la castración es aforismo conocido. De la escansión, que
propicie el avance en la regresión no se iguala al corte que separa: que lo cumpla consa-
grará acto su eficacia.
Impronunciable, el significante amo del discurso analÍtico justifica que una escansión
tenga efecto de in tcrpretadón. La palabra plena·-plena de sentido, S 2 en el lugar de la
verdad (24 )- es distinta al S l.
La escansión puntúa la separación entre S2 y S 1 • Lacan la llamó S(~) - léase signifi·
cau te del Otro dividido (25).

48
INTER.PRETACION Y TRANSFERENCIA
Lo imposible causa del decir, es posible anudarlo por lo neccsa~
:tiP que se dice.
f•:n el dicho que cerrándose en un doble bucle logra el corte, de-
jt cn~r su causa.
- La interpretación produce el corte que instituye al sujeto, apun-
tA 11 la causa y d esde su lugar, propiedad que .la distingue del decir
anulizante.
Interpretación en psicoanálisis, se produce en t ran sferencia,
p\Jt)sta en acto de la realidad del inconcicnte.
A partir del dicho prim ero el analizante que formula su deman-
da novedad q ue el psicoanálisis revela : por un saber no sabido qLie
aún cx-siste en su decir- inaugura la transferencia.
"Un decir se específica allí por la demanda, cuyo estatuto lógi-
ClO es del ord en de lo modal, y que la gramática lo certifica."
"Un otro decir, está a llí privilegiado: es la interpretación, la que
no es modal sino apofántica... ella es particular, por interesar al
•ujcto de los dichos particulares, los cuales son notados (asocia-
tlón libre) de los dichos modales (demanda entre otros)" (27).
Es del dec.ir que el dicho toma su sentido; decir ex-sistente al di-
cho, se constituye cuando éste concluye; e l decir del analizantc
¡il't~cipita un corte que no separa: transferencia que así se hace prc-
st•nte.
No separación del sujeto y el objeto qLte lo causa, del significan-
tt: y el saber inconcicnte, se escribe discurso histérico: la impoten-
cia será marca en el orillo de este discurso que abre al acto la reghl
fundam ental.
lndeterminando al sujeto, implica al analista en su doble vertien-
lt:: de saber supuesto y de agente, semblant de a, objeto causa del
tkseo. Desde aquí, de la repetición indl'finidamente enumerable de
In demanda, produce el decir de la interpretación.

CORTE Y SEPARACION
El analizante no termina sino al hacer del objeto a el representa-
k de la representación de su analista (28).
Por lo que del dicho cae resuelve el transfinito impar de la de-
manda con el doble giro de la interpretación; tomado como punto

49
de partida el decir ol~ida.do detrás del dícho deJ analizante, realiza
lo apofántico, p roduce el c0rte que separa y escribe:

a imposible

siendo la imposibilidad su marca.


Sin este decir que la interpretación advierte, el dicho prim ero,
del analizante, no tiene efectos de estructura, no es ni dicho ni
por decir, es la interpretación que hace paraser el decir olvidado:
produciend0 - lo que en topología se denomina corte cerrado, eJ
corte que separa- el corte verdadero (29).
Triple registro de la in terpretación, la caída del objeto - castra-
ción en que ella consiste- advierte al sujeto no solo del poco de
realidad que le es permitido, y el significante sin sentido al que
está sujetado: también d e lo real que excede discurso e imagen;
sexo y muerte que el Otro retorna: su mensaje.

INTERVENCION: EN LO REAL
Que el sujeto no advenga -malestar en la culturct- , ~ el ~uperyó
hará su vuelta, que en extremo será voz en lo real: Dios deSchreber,
él sí tiene relación sexual (30). Allí, si un acto es posible, por otro
lado se accede: intervención en lo real, el nudo anudado de otro
modo, pide también otro corte.
¿Y en la neurosis?. ¿Qué es la observqción lacaniana según la
cual " una vacilación calculada de la "neutralidad" del analista,
puede valer para una histérica más que todas las interpretacio-
nes" (3 1), o la construcción freudiana en el hombre d e los lo-
bos (32) (que leemos como mito instituyente, verdad en lo real)?
Intervención en lo real, se reclama allí donde la represión o el
significa n te (equivalen) faltan ; extremo también de la represión
primaria - Urverdrangung-, el agujero de lo simbólíco es, también,
falta real del Otro que la haría tiempo inevitable de todo análisis
llevado a sus extremos: cuando el analista soporta el horror de
su acto en la caíd.a que concluye.

50
NOTAS

.. L.acan, J., Seminario D·'zm discours qui ne serait pas du semblant, clase del 12-5-71.

1
lf}
tacan, J., Seminario L'enversde la psycllanalyse, clase dellS-3-70.
Lacan, J., Lettre de dissolution, Ornicar'? 20/21, (ed. Lyse, París, 1980), pát;. 9.
Lacan, J., La direction de la cure et les princípes de son pouvoir. Écrits, (cd. du
Seuil, París, 1966), pág. 589.
Seminario R.S.l., clase del 18-2-75, publicada en Ornicar'? 4, (cd. Le Graphe,
Pa!B, 197l),pág. 105.
{1) Lacan, J., Seminario Le moment de conclure. Clases del 13-12-77 y 10-1-78.
a
Ce> Lacan, J., Seminario L'insu quí sait de /'une- bévue s'aile mourre, clase dcl194-77,
publicada en Ornicar? 17/18, (cd. Lyse, Paiis, 1979), pág. 16.
·('1) Lacan, J., Seminario Le Sinthome, clase del 11-.5-76, publicada en Ornicar? 11, {ed.
Lysc, París, 1977), pág. 8.
;.(1) Lacan, J., Seminario L'insu... , clase del l 7-5-77, publicada en Ornicar? 17/18, (ed.
Lysc, París, 1979), pág. 21.
Seminario R.S./., clase del 11-2-75, publicada en Ornicar? 4, (ed. Le Graphe,
Paris, 1975), pág. 96.
(9) Lacan, J ., Seminario L 'enverse... , c lase del 1&-2-70.
(10) lacan, J., Seminario D'un discours... , clase de116-{)-7 l.
(11) Lacan, J., Radiophonie; Scilicet 2/3, (ed. du Scuil, Paris, 1973), págs. 70-7 1.
(12) Lacan, J ., Seminario R.S.l., clase del 11 -2-75, publicada en Ornicar'? 4 (ed. LeGra-
phe, Pari~. 197 5), pág. 96.
(13) Lacan, J., L 'Etourdit; Scilicet 4, (ed. du Seui!, Paris, 1973), pág. 4849.
(14) lacan, J., lA direction de la cure... (:crits, (ed. du Seuil, l'arís, 1966), pág. 593.
(15) Lacan, J., L'Etourdit, Scilicet 4, (cd. du Scuil, París, 1973), pág. 25.
(16) Lacan, J., Scmillario Le moment.. . clase del J0-1-78.
(17) Lacan, J., Proposition du 9 octobre 1967 sur le psychanalyste de /'Eco/e; Scilicet 1,
(ed. du Seuil, París, 1968), pág. 23.
(18) lacan, J., L'Etourdit, Scilicet 4, (ed. du Swil, París, 1973), pág. 9.
(19) Lacan, J., Seminario Encare, (cd. du Seuil, Paris, 1975), pág. 21.
(20) Lacan, J., Seminario Le momento ... , clase dcll0-1-78.
(21) Lacan, J., Propositi011... ; Scilicct 1, (cd . du Scuil, Paris, 1968), pág. 25.
(22) Lacan, J., Seminario Les non dupes errent, clase de111·6-74.
(23) Lacan, J., Seminario Le moment... , clase del 20-1 2-77.
(24) Lacan, J., Seminario L'insu ... , clase del 15-3-77, publicada en Ornicar? 17/18,
(ed. Lyse, París, 1979), pág. 11.
(25) Lacan, J., Seminario L 'insu ... , clase del 10-5-77, publicada en Ornicar? 17/18,
. (ed. Lyse, Paris, 1979), pág. 19.
(26) Lacan, J., Les quarres concepts fondamentaux de la psychanalyse, (cd. du SeuiJ,
París, 1973), pág. 226.
(27) Lacan, J., L'Etourdit, Scilicet 4, (ed. du Seuil, Paris, 1973), pág. 30.
(28) Lacan, J., L'Etourdit, Scilicet 4, (ed. du Seuíl, 1973), pág. 44.
(29) Lacan, J., L'Etourdit, Scilicct 4, (ed. du Seuil, París, 1973), pág. 45.

51
(30) Lacan, J., Seminario S.R.l., clase del 11-3-75, publicada en Ornicar? 5 (ed. Le
Graphe, Paris, 1975/76), pág. 25.
(31) Lacan, J., Subversión du sujet et dialectique du désir, Ecrits, (ed. du Scuíl, Paris,
1966), pág. 824.
(32) Freud, S., Aus der Geschichte einer in[antilen Neurose, Gesammelte Weike 12 (ed.
lmago Publish:ing Co., Lond., 1940-52), pág. 29 ss.

52
"CIERTAS CONCEPCIONES DE LA CURA"

Zulema Lagrotta

"Ciertas concepciones de la cura" ... a partir de las cuales dcli-


.·lear
Jl algunas vías hacia la elucidación de las divergencias, quizás
las más notorias -Y no todas- que separan a ciertas concepciones
1lpsicoanalíticas" del derrotero freudo-lacaniano que guía nuestra
lráctíca. "Práctica psicoanalítica" a la que muchos de nosotros no
hemos arribado "vírgenes", deviniendo a ella desde el efecto de
ruptura con una .línea de pensamiento pregnada de los desvíos que
(ll\ este encuentro tratamos de relevar conceptualmente. Divergen-
éhts y confrontaciones... confrontarnos con nosotros mismos a
truvés de la distancia que nos separa de posiciones caducas -y que
no lo son siempre, puesto que ciertas recaídas en ellas en la prácti-
ca testimonian que no están muertas- pero sin olvidar como nos
lo indica Lacan: "Estas desviaciones no las mostramos por nuestro
susto, sino más bien para hacer de sus escollos boyas de nuestra
ruta" ... y por lo demás ¿quién puede estar libre de ser puesto en el
••banquillo"?
"¿Cómo se analiza hoy"? ... como lo hicimos ayer?... como po-
demos llegar a hacerlo hoy, nosotros mismos cada vez que otro dis-
curso que el del analista nos arroja fuera de él? Por ello todo plan-
teo de las "divergencias" debe orientarse a iluminar nuestros
propios obstáculos, residuos de viejas concepciones por las que fui-
ínos "conformados" pero tal vez no dejen de ser inherentes a
efectos propios de la práctica de la "imposible profesión", de la
dificultad del mantenimiento pleno del "discurso del analista".
Para evitar la mera repetición de las críticas que se elevan con-
tra "quienes no profesan el lacanismo" consideré oportuno retor-
nur a las fuentes, lecturas de ayer, que en nuestro medio se siguen
~osteniendo. Dará pie a este relato un artículo publiGado por el
órgano oficial psicoanalítico, del que brotan innumerables equí-
vocos, distorsiones, teóricas y clínicas. Un texto perfectamente di-

53
scccionable, Se presenta la cromca de un análisis. Está escrito
-no sin cierta candidez- con un cierto tono confesional; parece
por momentos "el diario de un analista" atravesa(n)do en y por
situaciones cruciales en las que tan tas veces tiene que ver como
gestor, a veces cercano al reconocimien t o de ello, pero sin recursos
para "inter venir" respecto de sí mismo, estéril casi siempre en la
posibilidad de auto-referir el cucstionamiento. Y aunque sus res-
puestas no se orienten sino hacia lo p re-concebido - del saber y la
verdad- sin embargo én el trayecto se deja rozar por la pregunta:
"¿y y o f.]ué tengo q ue ver con esto?", pero la respuesta está allí
"pret a porter", inherente al reino de la contratransferencia, por
ejemplo, rectora indiscutible del éxito de un análisis.
En la introducción e] autor enuncia cumplir en su trabajo con
dos objetivos: "1) realizar una crónica de un tratamiento psico-
analítico y 2) subrayar los planos transfer encialcs-contratransferen-
cialcs que hacen del análisis una psicología bip er~ona l " ... "De este
modo procuro ensayar una técnica d e com unicació n p sicoanal i~
tica que logre incluir dentro del campo visual y afectivo d el lec-
tor al par analista-paciente (generalmente el primero es u n ser
eclipsado en los r elatos) ... "
Esto es parcialmente, fe noménicamente cierto, pues cuando Jos
analista s hablan (sea lo que fuere) desde la contratran sferencia,
aunque no lo sepan, no hacen más que hablar de sí mismos; hablan
de su deseo, claro, para el que pueda leer psicoan alíticamente des-
de otro lugar. Es lo que inten taré recortar aquí, fundamentalmente
la "presencia personal del analista", diría, en exceso, pero especial-
mente por el uso particular que se hace de ella, se la instrumenta,
en tanto eje que rige el montaje privilegiado y alternante d e tres
de los cuatro discursos -de la Universidad; de la Histérica; del
Amo-,
Inaugura su relato con una contradicción conceptual, diría,
mo rtal para el Psicoanálisis: si el Psicoanálisis es una "psicología
bípersonal" (por la instrumentación de la contratransferencia)
pues no hay análisis. Nos anuncia lo que será en esencia ese trata-
miento: una relación dual, sostenida en el plano puramente una-
ginario ; dos que entablan un "diálogo", una r elación interpersonal
y simétrica, efectivamente sostenida en el campo de la. mirada,
en la que la brújula de lo afectivo dirige el Norte de toda interven-
ción. Lo que desea suscitar en el lector es lo mismo que se in stitu-
ye como principio d e la acción analítica: el afecto , las sensacion es,
intuiciones... un impulso ...
54
Es la crónica de cuatro años de tratamiento. Al cabo de los cua-
les el paciente aún no usa el diván, pues dejó de hacerlo a poco de
Iniciar porque "se sentía mal" .. . "Está de perfil (respecto de mí).
El mira la ventana, yo a él. En el curso del diálogo con sólo girar la
cabeza me mira de frente" ... El analis ta dice: "gran número de es-
fuerzos m íos para acostarlo'' .. .'.finalmente lo acepté así... al co-
mienzo del tratamiento Pedro tuvo un analista que no comprendía
las razones por las cuales él no podía acostarse, su comprensión es-
taba interferida por el mandato de su superyo analítico que le
exigía la forma acostada" ... Comprender en oposición a des-cifrar
el Inc; se trata en efecto, de la comprensión surgida de la preva-
lencia imaginaria del circuito de los afectos. Ligado a ello, la inter-
vención de un superyo benévolo que inter-cede al mandato de ese
superyo analítico, que según parece es el que gobierna el quehacer
del analista, sü byugado por el plano imaginario de un cierto Ideal
del yo, del analista y su comunidad, que se instaura para ser con-
sagrado en el espejismo de un modelo para ser imitado. Tal ''Su-
per-yo analítico" manda desde la oculta voz del "amo"; este analis-
ta cree correrse de tal Jugar al privilegiar su "ser comprensivo",
un "ser" libre de destitución, claro, siendo este "compren der"
otro recurso del aino, que sin abandonar ese lugar en la estructura
del discurso, persevera así, colocado . en el lugar del agente, unas
veces en S 1 , otras en el $del discurso de la histérica. Y b.icn, se
" comprende" desde lo afectivo y se sostiene así la superioridad del
"amo". Toda o tra incidencia es rechazada, tildada de frío raciona-
lismo intelect ual... ¿No se acusa a Lacan de promoverlo, como
dimensión prop ia del análisis? Del Sujeto Supuesto Saber... al S.S.
Sentir; él sabe (por) lo que siente, de allí comprende, y de al1í
"algo sale" de la lectura de su propia interioridad, subjetivamente ...
una fonna "altruista"de dirigir al paciente.
Ei paciente en cuestión ... " ... llegó a mí preocu pado por padecer
una perversión sexual. Nunca había tenido relaciones con muje-
res, eran para él "un cacho de carne", sentía asco por ellas" ... Era
atraído por hombres. Especialmente "linyeras" . Los buscaba com-
pulsivamente, solicitándoles que se dejaran masturbar o chupar
(fellatio). Cuando lo hacía él eyaculaba. Después se iba velozmente.
" .. .'? Mientras más sucio más excitante. Si estaba borracho y/o
vomitado mejor. .. si era lisiado también" ...
El paciente pedía ser "curado" de su homosexualidad ... " ... un
trabajo que yo haría en otra longitud de onda, que eventualmente
55
tornaría el éx.ito terapéutico por añadidura... ". El analista se plan-
tea interrogantes: ¿el análisis cura a un homosexual?" ..." si acep-
to tratarlo, implícitamente, no me estaré identificando con su fan-
tasía terapéutica? " ... " ¿tengo que curarlo?" ... "ya sé que elfuror
curandis finaJmen te es furor a secas" ... " ... será cierto que podré
considerar el éxito terapéutico como un epifenórneno afortunado,
aunque en el fondo psicoanalitico '?'' ... "¿será lícito comenzar un
tratamiento "queriendo que se cure"? ... ¿podré? ... No sé. Vamos
a ver" ...
Declara que el "conflicto" vivido durante las en trevistas iniciales
era "el componente de una reacción contratransferencial que poco
a poco pude elaborar como absolutamente simétrica a las fanta-
sías de P. consultándome ... "
Pues bien, esta "simetría" se desliza todo a lo largo del relato,
quiere creer que sus procederes son reacciones contratransferencia-
les a Jo "proyectado" por el paciente. Sin embargo desde que inau-
gura su relación con él se lo aprecia comprometido cien por cien
con su persona. Sus interrogantes anticipan tal compromiso, y es
porque lo sabe que se pregunta, y bien ... "se larga" desde lo que
sabe ilícito, pero su. deseo es más fuerte, renegación mediante, se
dice (lo sé, aún así... ) "vamos a ver". Y "vamos a ver" que sumo-
vida inicial lo halla instaurado en el lugar de $, pero sin que ello Jo
excluya de ser quien reine, sobre el (seudo)-amo que representa
su paciente -lo que puede ser reversible-. En definitiva reconoce
su (in)-debido deseo de curarlo, lo achaca a la reacción contra-
transferencia!, y es posible, pero en tanto privilegia su instaura-
ción, lejos de detenerse a analizarla, termina consagrando st' propio
deseo -al que no renuncia- como motor esencial de la dirección
de la cura. Por un lado parece cuestionar la contratransfcrencia,
pero no halla a través de ella misma más que una respuesta, que no
será otra que a la demanda. Lo que ocurre es que la línea teórica
que lo sostiene no ha hecho más que incluir en ella las pretensiones
del analizante, imaginarizando el análisis; por e1lo sus preguntas ya
tienen respuestas. El obstáculo se supera por rencgación.
Pedro pertencía a la clase alta del Noroeste argentino; descendía
de personajes ilustres. Su familia vivía de la explotación de propie-
dades h~redadas. P. no había trabajado hasta comenzado el análisis.
Según su analista su perversión le impidió proseguir dignamente su
prosapia. Sin embargo no abandonaba su condición de aristócrata
omnipotente.
La madre, adicta a los barbitúricos, se suicida cuando P. tenía
56
ló años. "Vida matrimonial tormentosa y malavenida" ... "una fan-
~usfa delirante infantil compartida por P. y su madre en la que "es
).In príncipe, a caballo blanco y con una túnica brillante". "Por un
ludo el narcisismo, el principismo, la omnipotencia, por el otro, el
Jnotivo de consulta ... " y sigue: "al entender la dramaticidad de
Jstu contradicción tuve ganas de ser su analista ..." La contradicción
gue el analista aprecia, no es más que surgida de su imaginario ...
~ro ¿qué es esto de "tuve ganas de ser su analista?" y bien, él
.•quiso", un "querer" volitjvo, elidida una vez más será. la vertiente
jcJ Deseo - el de un dominio del que no es dueiio-·-. "Quiso, sin
~bcr por qué". Pero puede adivinarse 1a in tendón: ¿este sujeto
jUfre por sus rupturas, su duplicidad, su esquizia? pues habrá que
tut~ra r, unir, juntar lo separado; ideal de globalidades totalizantes.
Umr: pasado con presente; fantasía~realidad; externo-interno; "ver-
pones anteriores con experiencias actuales" ... Juntar lo que ncce-
lftriamentc posee carácter estructural de rupturas. Esto es lo que
r.lebe hacer "el analista"; dirigir la tunbición terapéuticn hacia e l
rortalecimiento de la lógica del proceso secundario, hacja }a "cohe-
rentización" del discurso, en el reino del sentido. Recusa <k la
lógica propia dellnc - ni ruptura ni contradicción··-.
Discriminar y unir; la indiscriminación, nos dicen, es propia tlc
!llsquemas arcaicos de pensamiento, poco propicios a la constitu-
ción del yo maduro y fortalecido. Contrapartida que con-lleva la
exclusión de la dimensión de la castración, como así la de la subor-
dinación al orden significante. HalJazgo del efecto gcstáltíco del
cierre, de la "buena forma".
A propósito. El analista refiere de-l estilo discursivo del paciente:
"modalidad supcrordenadora, relato mimeografiado de lo real,
~mm defensas contra algo indiscriminado, confuso, sincrético dcli-
runte que si no hubiese estado modelado bajo la pauta obsesiva
llUbiera impedido el discurso coher en te. Hubieron momentos de
claudicación de esta última barrera que dieron lugar a crisis de an-
~ustia , precedidas de p erplejidad, fantasías agresivas hacia si mis-
mo o hacia mí, casi límites con el actíng-in-session" ...
En estos momentos el analista tuvo "miedo" que el pacicnt<::
·':;altara por la ventana" -y entonces recuerda - a Winnicott que
dcda que "cuando analizaba una de sus metas era sobrevivir"··· .
Es interesante esta alusión clara a1 "pasaje al acto'', ligado a la
illgustia; intento desesperado -en gran medida favorecido efecto
Jc este análisis- de salir de la alienación extrema. La prescntifica-
57
c1on encarnada por el analista, del deseo del Otro, por el que el
paciente se hallaba "poseído", explica seguramente el intento de
caída, en la identificación al objeto "a", que este analista se encarga
permanentemente de restaurar en el "marco". Su paciente no
"sobrevivirá" sino accediendo a lo simbólico, sin embargo su res-
puesta ante este intento de "separación", es la de "poner las cosas
en su lugar;': " ... En esos momentos límites he encontrado que
podía reemplazar y actuar su yo obsesivo, ordenado, rígido,
intentando en mí discurso ofrecer una pauta, controladora, des-
cribiendo en detalle los últimos quince minutos de la sesión ...
intentando hacer coherente y entendible sus crisis de angustia
y sus (nuestras) vivencias aniquilantcs... ". Su propia vivencia
aniquilante puede estar ligada a la amenaza del surgimiento del
S (JY..), inherente a la re--caída del "a", por el cual él ya no podrá
"sobrevivir" en e1 reinado del Gran Otro; defiende a su paciente de
la rajadura por la cual también él resultará borrado y barrido de
ese, su lugar "amo".
Al poco tiempo de empezar el análisis comenzó a trabajar. .. "creó
una empresa propia, dirigida y trabajada por él en persona, llegando
a ganar mucho dinero (mucho más que yo)" ... " ... una verdadera
desparalización que creó el asombro de su familia y amigos (y de
su analista)" ... "Solamente lo pude entender como expresión de
su vocación analítica" ... Esta "vocación"(?!) (será equivalente a
analizabilidad?) fue medida por el analista "por el mantenimiento
y cumplimiento puntilloso del encuadre'" ... Por el tipo de paciente
él no lo esperaba y "mi sorpresa medía una evolución transferen-
ci.al positiva, apta para el comienzo de la tarea analítica" ... "el agra-
do, naturalmente, era mutuo" ...
Pasados cuatro años el analista concluye que los "logros" (en-
cuadre incluído) " ... eran un ..regalo" que le hizo al analista ... para
que tuviera confianza en él, crey-era en él" ... y dice: "quise creer" -
"y durante mucho tiempo fue lo único a lo que pude aferrarme
para no claudicar" ... "los logros aseguraban la continuidad del
análisis" ... Quiere decir que " ...con el vínculo asegurado podía
surgir la enfermedad... "
La escucha del discurso del analizante se ve eclipsada por la
observación de indicadores empíricos de la conducta: - la observan-
cia del encuadre- Por otro lado si "no lo esperaba" es porque el
"a priori" del "saber" ocupó el lugar de la neutralidad, y la espera
58
jt'l "a posteriori", en fin no es fácil evitar hacer pronósticos... Que
fllt' obsesivo cump limien to del encuadre fuera manifestación
.il.; "transferencia positiva" es harto cuestionable, pero más grave
'Atin que esta inferencia surgiera de su propia experi'encia subjeti-
~ -su sorpresa-. ¿Por qué cargar al pac;iente con la responsabili-
lf¡¡d? ... además lo denuncja con inocencia, "el agrado era mutuo" ...
,¡lominio de la contra transferencia, los afectos mandan, la p alabra no
;,¡u ~·n ta sino para vchiculizarlos. Aquí el concepto de transferencia
.. .irnta sobre el fundamento de la "alianza con la parte sana del

t u" ; qué habría apostado con su transferencia de deseos, este ana-


. _ iila para que los " logros" y la "buena conducta" se manifestaran
f(.llllO prueba de la sensatez convocada? Apelada esa parte sana,
tclu lta, se olvida que ella misma está implicada en la transferencia,
t• ... t's ella mism a la que cierra los postigos" - Lacan- Se subvier te
~lit \.:uestión, la transferencia entendida como "rectificación realizan-
ll'" y aq uí la ecuación entre transferencia y fin terapéutico; su
jlinlio : la identificación con el (deseo del) analista; éste se hace en-
ltiil<l r, parece saberlo cuando confiesa: "quise creer1 ' ••• -- y en esta
ctonvot.:atoría la dimensión de verdad de la palabra es olvidada ,
@~:tllada, por la cap tura ÜlUtginaria, dirigida al regodeo narcisista
por pa rte del analista ; recibe regalos, símbolos propiciatorios del
ílitlor ; regalos... ¿obje tos "a"? La transferencia es momento de
.; krrc y Lacan nos recllerd a que " lo que causa radicalmente el
lllnrc que implica la transferencia es el "a" ... " La dimensión del
~nga ñ o es necesaria al abordar el concepto de transferencia y "el
dominio en qlle el d iscurso del engaño puede triunfar es el del
umor" .. .
Aml,r y engaño, espejismo imaginario, reciprocidad de afectos:
''d agr:tdo mu tuo", el paciente será amado. ¿Cómo destituirlo de
liU nardsisrno principesco, si el analista mismo se declara ser su
"l'rasks"... que habrá de faltar-le?
No ~~e sabe si el "naturalmente" (del agrado 1~1utu o) es una
!ron ía del ana lista - ojalá lo fuera-, más bien parece empleado en
lunto , , ;omo es "natural" en toda relación humana , dual e imagi-
naria, ¡ · n que se produce la con-junción del "a" y el 1 de(a) en la
t:ircul:u idad especular. Coherente a la institución de las unidades;
d resorte fundamen tal de la operación analítica, el mantenimien to
de la tltstancia entre "a" e "I" se pierde, con lo cual se mantiene
la iueat:ización y se excluye. la posibilidad de arribar para el anali-
t.an tc. i• "la desigu aldad d el sujeto a toda subjetivación posible
de su H' alidad sexual..." (Lacan).
59
Tal vez sea de la misma especie este "aferrarme para no claudi-
car" ... sería igual a (no) darse por vencido; más adelante veremo~
que la lucha a la que se veía llevado era la de la vida (por él encar-
nada) contra la muerte representada por su paciente. ¿De qué se
aferra sino de su propio deseo de ser sostén, receptáculo, lugar de
Ideal?
El amor, en esa dimensión de engaft.o se ubica en el campo del
narcisismo: "Amar es querer ser amado". En esta captura se halla
este analista que invierte la demanda, o bien que "pone en acto"
su propio deseo de ser amado; por ese "ser", fuera de destitución que
se convierte en el objeto de sus des-velos. Una consecuencia de esta
posición asumida es la de conducir la demanda a la identifica-
ción. La ausencia de la falta reconduce a la perpetuidad de la de-
manda y al reforzamiento de la especularidad, en la que el "ser
amado por el Ideal" no declina. El analista en posición simétrica-
mente invertida a la función del "a". Este analista lo demuestra así:
en una oportunidad que el paciente le refería sus actuaciones
nocturnas con los linyeras, de pronto le dice: ''y ud., qué mira
con esa cara de imbécil?" ... El se sorprende y responde: "¿Por qué
imbécil?!"... luego el paciente termina pidiéndole perdón, "no qui-
se ofenderlo, las cosas me salen así, a mí"... Analista: "Entonces,
imbécil será una persona que hace gestos o cosas que no quisiera
hacer?" ... " "Me mira, sonríe, ntborizado ... ¿éramos dos personas
en ese momento?"... "pienso que soy menos "cacho de carne"
que antes, para él"... El analista sin duda, se alegra, pues como
"buen pastor" ha logrado hacerle retomar la buena senda de la
" .. .línea del sufrimiento por alguien que tal vez active la necesidad
de crear mecanismos reparadores" ...
Se extrañ.a que le vea cara de imbécil, pues su cara debería ser
otra, y dice "de frustración, asco, reproche" ... pues imbécil es el
autorreproche del paciente "proyectado" en él; y a través de con-
frontar "hechos con realidades" le ha hecho volver a "tragar" al
paciente la acusación, con lo cual re-mordimiento mediante lo
reparará, re-constitución del "objeto bueno", que no es otro que el
analista en la transferencia imaginaria.
"Cacho de carne" eran las mujeres, pero también nos evoca
"libra de carne"... objeto "a" pues de ser eso, el analista se cuida
muy bien. Por eso, ser menos la encarnación del objeto "a", y más
un Ideal, o el "objeto total" es toda una "victoria analítica".
Cuántas veces consideramos un "progreso" del análisis vernos
arrojados a ese lugar de desecho! Este analista cuando "sufre" tan-
60
ro por los "males" de su paciente se conmueve extrañado: "He
00gudo a P•ensar que el psicoanálisis no se inventó para gratificar-
w" ... _i,CS .qTue SU didáctiCO lO habría engafíado? ¿es que SU propia
tlt)WncnCla como analizante no le hizo saber dónde va a parar el
·ideul del S.S.S.... ?
Ih~ la co.tncepción de la Transferencia dependerá el destino de la
dtr(.'~dón d<e la cura. Ciertas concepciones hacen de ella un eje, pe-
JO no garan tizan con ello la fundación de acto psicoanalítico. Al-
¡un~s analistas la conciben como efecto de "identificación proyec-
Dvu Y las stlscriben corno esenciales para el buen desarrollo de
la• rclacion~s objetales ... "son la base de la comunicación normal y
dt la empaltía"... La I.P. permite al analista colocarse en el lugar
d~t otro, P<lra comprender los sentimientos y actitudes o reaccio-
ltrL" es l.o que hacemos en nuestro trabajo habitual como analis-
liu" .. · El af\a!ista debe hacerse cargo de ellas, "recibirlas y tolerar-
foil, Y devolvérselas metabolizadas por medio de interpretaciones" ...
P~ro debe Ct!itlarse de no actuar contraidentificatoriamente...
O sea Por un lado deben estimularlas, ya que, como lo indica
ftl)cstro anaJista, (la I.P.) " ... si se aguanta" puede ser un modo de
tAbt~r lo que al otro le pasa .. .'_', el indicador es la contratransfc-
.f@nda ... " ... La proyección de las vivencias de impotencia (del pa-
Ohmte) eran dt!tectadas por mí melancóficamente, sintiéndome im-
potente par<! curarlo"... y por ejemplo se pregunta acerca de los
-t!ling-out, ¿"qué me estaba diciendo que yo no entendía?" ... :
Ltttte si no entendés por las buenas, entenderás por las malas?" .. .
Momento lúcido de su reflexión, pero ya vimos lo que él hacía con
tJ()s "pedidos" del paciente, porque, además, lo que él debía "en-
t•nder" ya estaba de antemano en su cabeza.
Y con qué se defiende para no "actuar" "lo proyectado"? Re-
fit re que eJ paciente "proyectaba en él el' príncipe omnipotente y
illj'lone que era para demostrar que no lo era, y agrega: "de cual-
Quier manera era difícil que un hijo de judíqs inmigrantes, que soy
~n. pudiera aceptar ese papel con facilidad. Por suerte para él y
P.üra mi" ... Una vez más "lo que yo soy" se impone. La "suerte,
d~:penderá de su condición social? ¿del juego del yo-ideal-Ideal del
yu, de ese analista?
Sin ·proponérselo aclara qué es eso de manejar(se) por la contra-
transferencia, una prueba más que no es sino una consecuencia de
lü consagración de la relación bipersonal como eje. Ese "por sucr-
tc ''da cuenta de cómo a partir del automatismo transferencia-con-
lmtransferencia-interpretación el análisis se lanza bajo una especie
61
de "todo vale" , a ciegas... todo depende de lo "buena, equilibrada,
madura y genital" que sea su personalid ad; que si "sabe aguantar"
(las I.P.) mejor.
Hay una especie de mito de. analista "digestivizantc". Mastica,
procesa, metaboliza alguna " sustancia" que de su paciente recibe
en bruto, convirtiéndola en un "buen alimento ", purificado en su
interioridad. O bien, porque transferencia e inconsciente son pen-
sados a la manera de un funcionamiento "defecatorio" , lo cual
comporta la pareja "evacuación-continente", o sea una digestión
que retorna su camino inverso: "me diste "caca", te devuelvo
" alimento" (re-introyección).
Una vez más remite a la inaccesibilidad de la instauración de la
dimensión de la fal ta; el objeto "a" (transformado) retorna; "falta
la falta" - todo se conserva, nada se pierde.. ..
No vemos acá condiciones propicia s para la emergencia de la
angustia y consecuentemente de las variantes del acto? - acting-ou t;
pasaje al acto-? Y se hace imposible, por la elisión del S (f./) la
posibílidad de articulación del fantasma, en tanto relación del "a"
(perdido) con el sujeto dividido.
Su corrimiento como persona está au~ente; .un analista j u~:.>ado
cien por cien con su persona, su deseo, su angustia.
Interpreta la adicción a la marihuana como repetición de lo
vivido, en tanto " satisfacción alucinatoria de deseos" ... ligada a la
espera del objeto ... " le servía para regular maníacamente la necesi-
dad real y perentoria de alguien a su lado, gratificante, incondicio-
nal"... No es él, Gran Otro ideal, quien se ofrece en este sitial? .. .
veamos si no: " Le pedí, le expresé mi deseo de que no fumara .. .
intenté hacerle saber mi deseo... sabía de los efectos psicotizantes
de la marihuana" ... pero como el paciente "era refractario a este
tipo de consejos, lo reconocí y no insistí más" ...
El analista interpreta así la conducta autodestructiva -acting-
out- : "¡las cosas que es capaz de hacer para que lo quiera!"... o
"supongo qu e ud. quisiera que le diera hasta mi último aliento" ...
(como su madre suicida que lo privó de él) ... y dice que lo del
último aliento "no es una metáfora" ... " ...preveía un suicido con
financiación psi.coanalítica" ... Le expresó que "no estaba dispues-
to a ser su cómplice" ... "que condicionaría mi participación en su
vida" ... "yo al decir .basta era como si me suicidara - como su
madre- y lo dejara solo. Quizás se alegró o se asustó de que a mí
había cosas que no me gustaban y se lo hiciera saber" ... Se trataba
" de mi negativa de encarnar el personaje criminal, persecutorio
62
qut 1.'·1 trnía dentro" ... Ese personaje, aclara, era la muerte... " ...yo
Qontabu con medios precarios para interferir en sus explosiones
Í\IIOdt,~~tructivas ... era una lucha desigual..."
Un¡¡ "lucha desigual" que culminaría con su último aliento? Si
f1 per~o11aj e criminal es la muerte -amo absoluto- ¿cómo quién
lt! propondría él, para vencerlo?. Pero, en fin, de la articuiación de
itt pariente con la muerte y el suicidio no ve más que la mera
f'ft!rcl!d:l manifiesta, y lo que pudo ser una intervención, o una
"hHn¡1rt'tación en acto" -que tal vez fuera pertinente- se redujo
e St~r In revelación del mandato ele su propio miedo, cuando el
tmo ~\•mió "caer''.
Cuando el paciente se angustia, él corre de prisa a ca(o)hnarlo,
Jttrc<.:Íii f :l hacerlo las más de las veces tratando de restaurar la ima-
,p .n n:lf·t· (ska "que en el fantasma colma la ilusión de coaptarse al
jest·o. la ilusión de tener su objcto"-(Lacan). Pero quizás su propia
'j)l~ustia (efecto de circularidad imaginaria) se produciría cuando
tí luga¡ del $que él ocupa en el fantasma se encontraría repentina-
Jhcntl' vacío, respecto de no producirse alH "algo" que satisfaga
ti sostén de la imagen narcísíca; cada vez que cJ paciente lo "dcsi-
ht~onu", cada vez que no cumple con su demanda, o cuando él
mismo en su intento de colmar la del paciente, se ve enfrentado,
fi.n salwrlo, a la falsedad de la demanda, tan sólo porque a su pa-
~eutc nada lo confom1a. Nada, de lo que él ofrece, al no percibir
fllll~ <tllizás lo que realmente se le demande (por ej. en los acting-
put) es su corrimiento en cuanto a encamar en acto al $;o bien
fU sustracción como ldE:al. Es que este analista que "se aguanta
todo" no puede soportar la angustia del analizante. No puede ver
in ella más que una amenaza para el análisis. En su horizonte con-
~ptual está ausente la función de la angustia como sostén de la
f\tladón con el objeto del deseo, y del deseo mismo. Este analista
no cst(J allf para lanzar a su paciente a· la dimensión desiderativa,
lJ¡¡jo b égida de la castración simbólica y la subordinación al signi-
fh;anll'. Antes que des-cifrar el significante del deseo del sujeto, le
tobn:-impone el imaginario obturador emanado del suyo, Por eso,
porq ur. su estatuto, el de estar presente bajo el juego de enmasca-
pr "' otro, Ideal, bajo el disfraz del$, es que por la vía del a.Jtruis-
mu y la compasión ofrecerá su angustia, no sólo como señal, sino
~01110 lributo, una forma de devolver el "regalo" y asegurar-(se) el
ft\tlo del amor (el obj. "a" en continuo retorno). En esta tesitura
lfl ''wrsagung" del analista .escapa a toda posibilidad de "dejar des-
fHLtit) d lugar donde por naturaleza está él como Otro, llamado a
63
dñl' la scnal de angustia"-(Lacan). Tod a respuest a colmante a 1a
dcmumla produce angustia, que por otra parte le proviene, al suje-
to, del Otro -aquí encarnada en acto, por el analista- . Circuito
encerrante que aplasta la posibilidad de preservar el lugar del deseo.
Una verdadera "malversación" de los significantes de Ja demanda
que tornan en sugestión y forzamiento el ám bito de la transferen-
da .
Y acerca de la t ransferencia; se la podría llamar "interpretación
centrifuga" y al mismo tiempo de autorreferencia.
Antes de comenzar el tratamiento . esperaba " transferencias
psicóticas de amor delirante conmigo" ... y agrega "no se me escapa
qüe ocurrían afuera y que, simbólicamente hablando, estos persona-
jes podrían tener una connotación personal mía" ... Tam bién hace
referencias a sus " ilusiones" para con su analizado: "mil veces me
dijo para desilusio narme, supongo ... que había pensado en J uan,
en Miguel, o en m í (mientras se m asturbaba) ... "acabé arriba suyo
¿sabe? ¡qué vergüenza!" ... "se refería que mi trabajo con1o ana-
lista era inútil" ... '" pero implícitamente algo de razón tenía... a ve-
ces me ilusionaba o escuchaba con superinterés cuando relataba
que se masturbaba tratando de pensar en una mujer"... " como no
podía, pensaba en un hombre y acababa "bárbaro" ... "
De qué está hecha la ilusión sino de deseo y siguiendo su deside-
ratum, por fin, cambia de partenaire - una Mujer- . Pero al princi·
pío la impoten cia sexual es, para "ambos miembros de la pareja
analítica", ·el "centro de los sufrimientos analíticos'' ... El analista
contratransferencialmente, tam bién está impotente... y al cabo de
tres años de anáJisis se pregunta: " ... el análisis ¿servirá?". El mis-
mo se halla frente a una "encrucijada" como analista: Si concluye
que no sirve (claro, para qué, pero supongamos que se refiere a la
supervivencia del Psicoanálisis), él, por lo tanto, deja de analizar
(ser no analista) ; si si sirve, se verá obligado a renunciar - según él,
a lo que no renunció Freud- a " liberarlo de los t ormentos de la
vida". Si la apuesta es por e) análisis debe renunciar al deseo de
un analista; si apuesta por el deseo de "hacer el bien" no es analis-
ta. Y bien, tendrá que reconocer que si elige una de las alternativas,
.en este acto, perderá algo - "0 la bolsa, o la vida"- . Pero para este
analista hay una salida, una tercera posición: "diferir la respuesta,
parcializarla y descubrir los límites personales que tiene el análisis
ejercido por uno" ... Una vez más la ecuación personal; como si se
dijera: "Yo, con este paciente no puedo (ser analista): "Sin inter-
venir con mi deseo propio" .. : t riunfo otra vez de la tran~ferencia
64
tJft ¡uu\li -.,~ . l'l~ro
lambíén IJega a plantearse la duda: "es buena la
"!
IJQuutn, dl' si sirve o no el Psicoaná~isis';;·· dán_d?~a ~or ~;spo~­
llíi; ~· t.,urlu yt· que, de parte ~eJ analista Psteoanahsts s1~no es Sl-
iJíttiui a la allernativa del paciente: "suicidio si-no", y se lo dice
if,t~ij~t u .. "
l;inaln:ente ni él se suicidaba ni yo dejaba de analizar-
il ¡¡· Y. sah~mos como.
l'~f•i no ~xplicita porqué elige "seguir siendo analista", pero pá-
Mfü llC'guillo nos lo aclara: "se contaba con la ayuda de logros yoi-
pt·, :ahot·a ganaba dinero, rescataba por el trabajo su día útil. .. te-
iUI uu r.ramo de autoestim a no delirante". .. Por lo tanto "aprés
"IJp'' pmJcmos inferir que su deci~i6n de seguir adelante responde
i au pmpio deseo de premiar con su "don de vida" al que sus lo-
~@ n C:· l l;Qnsagrara ... ¿Cómo prueba de "ainor no delirante"?
Al fin de este relato no caben dudas que hemos asistido a la
'"""''1 t~n escena de un "amo en acción" (analítica?)
Siu embargo no puede, quien se sirvió de él, para este relato, de-
jar de ''sentir'' - usemos el significante- cierto reconocimiento, y
prw q11 6 no, hasta esbozar cierta sonrisa benevolente, ante un dis-
~¡-,_n que, con ese tono confesional, humilde, cándido (habré caí-
dr,, l'll part e bajo los efluvios de sus enmascaramientos discursi-
vt• ~t'fl no llega a producir la irritación que sí logran los escritos clí-
lillllS de otros analistas "de su línea", que despliegan con toda
;uutlipo ten cia y arrogancia el derecho al "pleno decir", del saber
a~nh:tdo, de amos patrocinados, sin duda por una línea, una insti-
HII'ió n, una comunidad, que sostienen tal infatuación narcísica,
oc.u!ta tras "la profesión"...

65
II

ACTO Y DISCURSO
"SETTING", ENCUADRE, DISCURSO

Diana Etinger de Alvarez

f:ncuadre, "setting", dispositivo analítico, marco, reglas, distin-


rta formas de nombrar el problema que constituye para el analista
tJdo lo que acontece en su relación con su analizante, desde la
utatuilla con la que ¿hay o no que adornar? la biblioteca, pasando
pr la forma más conveniente de proponer un cambio de horario,
11 comunicación o no de su lugar de vacaciones, hasta qué actitud
iQmar ante un pedido de fuego para encender un cigarrillo.
}>ara el analista que analiza hoy, lacaniano o no, este conjunto
abigarrado de detalles tiene un peso tan importante como la intcr-
tretación misma y exige su ubicación teórica.
· En las primeras épocas del análisis esto no parece haber consti-
tuido un problema para los analistas. Ya fuese porque algunos
adoptaban el dispositivo freudiano con la misma libertad con que
Prcud lo había planteado, ya porque lo transformasen en un rígido
t:onjunto de reglas, sin preguntarse su por qué, el dispositivo no
oonstitu.í.a un tema de discusión.
Pero, leemos en una carta de Freud a Ferenczi 1 " ••• Jos analistas
dóciles no percibieron la elasticidad de las reglas que yo habfa
t1xpuesto y se sometieron a ellas como si fueran tabús. Todo L'slo
tendrá que ser revisado alguna vez, claro está que sin aparlarsl~ (k
lns obligaciones que entonces mencioné".
Este rumbo, el de la sumisión al tabú, fue el quL~ tomó d psico-
nnálisis que se dice clásico, y, así vemos que hasta los arios 50 la
comunidad psicoa.nalítica adhiere sin discusión n un siskma de
reglas que considera "clásico" por cuanto irni!¡¡ uJ .de rrcuó,
pero que se revelará "ortodoxo" cuando estns reglas intangibles
sean puestas en cuestión.
En 1953 la polémica en torno a la técnica de .1. Lacan, especí-
ficamente la escansión del tiempo en el análisis, sacude las telas
de araña, se abre la cuestión, pero casi inmediatamente se cierra,

69
ortodoxamente, vale decir por adhesión unánjme a las reglas est a-
blecidas de la I.P.A. De ahí en más los camin os se separan. Ese mis-
mo año en su discurso de Roma, Lacan se referirá a las profundas
divergencias teóricas que fundamen tan sus modificaciones a la
técnica, enfrentándo lo al resto de la comunidad ana lítica. Estas di-
vergencias confluyen en un punto: "el aban dono del fundamento
de la palab ra" por parte de los psicoanalistas. Y es a este fun damen-
to de la palabra al que Lacan rem ite cuando cuestio na la rutina de
la técnica t radicional. Si bien la sesión de t iempo libre - sesió n
cuyo término habrá de dictar la trama del discurso- ha sido y es
uno de los aspectos más discutidos de estas modificacion es, es el
dispositivo analítico en su conjunt o, en su inmutabilidad el que es
puesto en cuest ión. La responsabilidad del analista no es para La-
can la de sujetarse a un ritual sino la d e servir a un discurso. Por
lo tanto el dispositivo analítico tendrá que "someterse a las fi na-
lidades útiles de la técnica" 2 • Y esta exigencia no d ejará de produ-
Cir efec tos en el p sü.:oanális.is tradicional.
A partir de 1954 3 distin t<~ S corrientes en el seno de la I.P.A.
abordan la cuestión y formula n concepciones diferentes e incluso
incompatibles. Pero, salvo casos excepcionales4 tienen un rasgo en
común: por un camino u otro defienden Ja permanencia de un dis-
positivo analítico inmutable. Una revisión de los textos descubre
que la mayor par te de los plantees son objetados d esde el int erior
de su propia teorizació n. Contradicciones notorias, a veces exp ues-
tas por sus propios autores desembocan en callejones sin salida.
Incluso hay analist as q uc reconocen que la adhesión al dispositivo
inmutable los puede con ducir a eliminar operaciones impor tan tes
para el curso del análisis, pero sin embargo adhieren al mismo 5 •
¿Por qué? Intent aremos aquí dar una respuesta partiendo d el su-
pursto de que las razon es se encuentran en los impasses de la t eo-
ría que orientan la dirección de la cura de est os analistas.
Uno de los rasgos que más inciden en la transformación d el dis-
positivo freudiano en un dispositivo invariable e inmutable es la
manipulación r ígida del tiempo. Es t ambién u no de los puntos más
discutibles y disc utidos, no solamente d esde una perspectiva Jaca-
niana, también por sus propios defensores. Una variedad de argu-
mentos intentan sosten er esta posició n: desde el " time is money" 6 ,
....... pasando por el insólito " pattern orgáruco" de 45' a 60 ' al que se
·~ ceñiría la productividad del inconsciente?, hasta su contrafigura,
70
~' l'¡tllnn. también de 45' a 60' pero que ahora regiría la ~;upati·
\l~U d!' ,·scuchar del analista 8 . Los horarios rígidos serv.irían paro
~díJJII ·" a 1 paciente a su realidad cotidiana9 o para permitir un ade·
tiUJt~lo proceso de simbolización del analísta 10 . Además impl~dirfnn
~ii dr:;vi;u.:iones contratransferenciales 11 , etc., etc. Esta pro1ifcrn-
lfl"u , k razones es por sí misma reveladora de la debilidad de sus
mlll!!<'IIIOS.
· ~ l11 1l'oría de las relaciones objetales, con mayor coherencia t~6·
tilm. tntcn ta establecer cierta congruencia entre su teoría del incons-
~1ent·· y el dispositivo. A partir de las ideas de Winnicott, analista:-;
1)t1r ;ul hieren tanto a una línea klciniana como winnicotiana 1 2 ,
!ll.Ht:,ltkran que el dispositivo constituye el lugar de reinstalación
gt' ¡., relación objeta! primaria y como tal debe ser especialmente
' \ wdado", cuidado que se expresa cspecialmene en la duración,
ftt~,·tll'ncia y continuidad de las sesiones. Desde esta perspectiva el
f\lwlamento d e la invariabilidad del setting reside t'n la necesidad '
~e q tte el analista ofrezca un objeto estable. Se homologa este
l!hwlo estable, el de los cuidados maternales, y la función del
~ltillista. Se trataría pues de preservar la relación con dicho objeto
nn ofreciendo a] paciente un punto de apoyo real a sus fantasías y
pt• •porcinnando Jas condiciones para una experiencia rectificadora.
J\~;iHtismo el témlino de la sesión de una punt ualidad absoluta y . ~ ;
l'"·vista, permitiría al paciente rescatarse de este mundo fantasmü-
tku.
Sin em bargo, más de u n analista inscripto en dicha línea teórica,
~· 11tsidera. que este setting y el holding que el mismo implica tiene
o?lcctos paradojales en el análisis. Uno de ellos 13 discute la compli-
(ada s.ituación a la que se llega y la describe así: " ... los elementos
lantásticos incluyen el deseo mágico de ser protegido de los
l'''ligros dd mundo y la ilusión de que la persona del analista en
cierta í'oma se interpone entre estos peligros y ampara al pacien-
te". Es la ilusión de que el paciente . no est<1 "realmente en el
mundo".
Como veremos , los estragos de esta presencia del analista entro-
nizado en el lugar de un Otro omnipotente, no son escamoteados.
El amlllsis se transforma en una isla maravillosa, un seguro contra
lodo riesgo. Pero tales "gratificaciones" afirma este autor, no
serían la consecuencia de una actividad especial del analista, sino una
"parte intrí nseca de la técnica clásica". Y con esto cierra la cuestión.
En otro trabajo de raigambre klciniana 14 leemos que"... la esta-
bilidad y la constancia del marco favorecen la ilusión de una ausen-
71
da de analista real y de una presencia omnipotente e idealizada
poseída por el paciente... El analista establece el marco pero una
vez que éste ha sido establecido el paciente se apodera del mismo y
lo hace suyo ... vemos así como el marco, que representa la intro-
m[sión más concreta del analista con "sus r eglas del juego" puede
posibilitar la vivencia de una intensa omnipotencia y control".
Verdadero callejón sin salida el que aquí se plantea y del que no se
puede salir con los elementos conceptuales que provee la teoría
de las relaciones objctales.
Esta dirección de la cura, centrada en la dimensión imaginaria,
sumerge a la r elación analítica en la r elación dual. El analista tra·
taría de rescata rse de ésta, apelando a las coordenadas d e la situa·
t:ión analítica, que posibilitarían una "cierta purificación subjetiva"
al servicio del borramiento del analista como 'a' t s . Pero esta ten·
tativa de instular por medio del marco una ley , más allá del capri-
cho de un Otro no barrado, o incluso implantar un real que ponga
freno a lo imaginario, fracasan, porque el anal ista y su marco que-
dan capturados en la trampa narcisística.
E n 1966, J . Bleger publica "Psicoanálisis del encuadre psicoana·
lítico" 16 • Es en este texto que las contradicciones que plantea el
dispositivo t radicional alcanzan su punto culminante. Su enfoque ,
a difere ncia del h abitual, no se ocupa de las cucsti<.lnes que plantea
la ru ptura o alteración del encuadre. Su propuesta es "examinar
aquellos análisis en que el encuadre no es un problema y justa-
mente para mostrar que es un problema".
Resumiremos los puntos de su argumentación.
1) E l encuadre cuando se mantiene como invariable parece inexis-
tente (esto es: no entra en cuenta).
2) El significado del encuadre cuando se mantiene (y parece inexis-
tente) es el problema de la simbiosís 17 .
3) La simbiosis es muda y solo se manifiesta cuando se rompe o
amenaza romperse.
4) El encuad re se constituye en un "mundo fantasma", el de la
organización más primitiva e indiferencia da (el de la sim bio~
sis). Este, existe deposit ado en el encuadre. "aunque éste no se
haya roto o precisamente por eso".
S) Pero es cuando se rompe cuando ést e se pone en evidencia.
6) E n los casos en que se cumple con el encuadre el problema radi-
ca en que el encuadre mismo es el depositario d e la simbiosis y
no está en el proceso analítico.
72
1) P u 1 lo tanto , el encuadre c onstituy~ la más pcrfcc.:t:t compu l·
,a¡fllla la repet ición, la más completa, la menos conocida y ht más
luatl vertida. Esto vale para todo tipo.de paciente.
1111 ,,, ruptura del encuad re por parte del analista gene ra una si-
lu;wión catastrófica. Se p rod uce una grieta por la que se int ro-
dlhT la realidad que conmociona al p aciente.

La conclusión d~ Blcger es, sin em bargo, que "d encuad re solo


puedt· ser a nalizado dentro del encuad re", o "en otros términos, la
"''lll'Hdencia y la organización psíquica m{!s primitiva del paciente
lu lo pueden ser analizado s dentro dd t::ncuadre del analista, que
liu lkhe ser ambiguo, ni cambiante ni a lterado. "
El ;1bordaje que hace I3lcgcr de este problem a es el de un clínico
IIVr.!ado que no retroced e a nte las eviden cias con que su práctica lo
~ni l"l'll ta, pero sus conclu sio nt;s son por lo menos d csconcer tan tes.
llt~ I HIIH.: ia lo que el cump limiento del encuadre mantiene en silencio.
prm plantea como t..:ondición de posibilidad del aná lisis del cn~..: uadre
ol qllc ést e se mant enga, cuando a la vez sostiene que mie n tras éste
,.,. mantiene no tenemos acceso a Jo que allí se j uega. Para resolver
~· -l a antinomia Blcge r propone d ifcn.:n ciar el encuadre de l analista
tkl encuadre del paciente: Lo que habría q ue mantener es el
1 ' 1t~:uaore d el analista.
Para ilustrar su tesis Bleger relata, en tre o tros, el caso de un pa-
lll·ntc que d ura nte mucho tiempo vacilaba, deseaba y tem ía com-
¡II;Jr un departamento, compra que nllnca se realizaba . En un mo-
rm:n to dado, el paciente se entera accidenta lmcn te de que su a na 1is-
ld había comp rado un departamento. Com ien za entonc.:cs un
pt·ríodo d e ansiedad y actuaciones, cuyo análisis le permi te a Bk-
1!1'1" reconstr uir cierta e xperien cia infan tiJ de ese sujeto: "en su casa
\li S padres nunca realizaron nada, absolu tamente nada sin informar-
h· y consultarle, conociendo él, por lo tanto, t odos los detalles del
turso de la vida familiar. " Desp ués de la aparición tlc L~s t os recuer-
dos aparecen toda clase de síntomas, fantasías de suicidio y acu-
~.a ~i onüs a l analista. Y dice Bleger: "pa ra el pu~..:icntc se rompió
11 11 a lgo qu e er a así y q ue d ebía ser com o siempre lo fué , y no con-

n~h ía que pudiese ser de otra manera. Y esta ~o ndición la ha bía


podido mante ner en su vida por medio de una res tricción y limi-
tación en la relación socia l. Había salido a la lu z "lo má s fijo y
··sta blc de su personalidad, su mu ndo fantasma".
Esta descripción p ermite suponer que e fectivamente algo funda-
73
mtmtal ligado a la estructura de su fantasma se movió en este análi-
sis. El punto clave para Bleger es el hecho de que el paciente se
hubiese enterado de su compra de un departamento, vale decir,
la ruptura accidental del encuadre. Pero Bleger plantea la cuestión
de manera paradoja!: es la "no repetición por cumplimiento del
encuadre" lo que determina la emergencia de este material. Subra-
ya uno de los términos de la ecuación "el mantenimiento del
encuadre" y elimina el otro, la ruptur~ que constituyó el punto de
partida. No obstante reconoce que eso no le resuelve el problema,
pues a continuación se plantea ¿cuánto (de este material) no apa-
rece y no resulta posiblemente nunca analizable? (cuando estas
rupturas no se dan), y concluye: "No sé dar respuesta a la pregunta".
¿Cuál es el obstáculo que le impide continuar por el camino al
que lo conduce su propia teorización? ¿Por qué no puede preguntar-
se por una estrategia analítica que podría permitirle salir del im-
passe y clausura la cuestión que con tanta agudeza había inaugu-
rado?
Retomemos el caso. Se desprende del relato del mismo que has-
ta el momento en que el paciente se entera accidentalmente de
la compra del departamento se ·había mantenido oculta una premi-
sa que organizaba su vida. Se podría formular así; "él siempre
estaría informado y sería consultado sobr~ todos los detalles de
la vida del Otro". Esta premisa cae cuando se demuestra, por una
vez al menos, que es imposible para él enterarse de todo. El azar
permitió esta excepción, abrió esa brecha, por donde, no la rea-
lidad - sino lo real, un fragmento de lo real, se hizo presente, en
ese tropiezo con un imposible.
Esto, apunta Bleger, resulta catastrófico para el paciente. ¿Es
ante esto que Bleger se detiene?. No, puesto que considera que di-
cha catástrofe le abre la posibilidad de poner en juego algo que de
otra forma no se habría analizado. La catástrofe fue productiva,
pero no por obra de la interpretación que se limitó a recoger los
frutos de la "ruptura del encuadre''.
Podemos preguntarnos qué habría sucedido si en lugar de haber
intervenido el azar lo hubiese hecho el propio analista. Un ¿sabe
que me compré un departamento? ¿No habría podido quizás pre-
cipitar ese choque con lo imposible, ese encuentro con lo real?
Y la "no repeticiió n" queda garantizada, ya que ésta consiste en
no haber sido informado o consultado previamente 18 • Tal estrategia,
sin duda supone una "ruptura del encuadre", pero se trata de al-
terar el encuadre para mantener un discurso, el discurso analítico
74
~f\ ~~ qnt· d analista encama justamente un real.
¡,Qw~ <'~ entonces lo que está en juego? Que en el análisis no
t(Jdu "~' j11ega en la dimensión simbólica. Porque la emergencia de
U) f\rul q110 "despertó " 19 al paciente no lo provocó una íntcrprcta-
~fl, h·w es el punto en que Bleger se detiene, ante la evidencia de
i}ift.t diwensión, ante lo real. Esto hace trastabillar toda la con-
~J.Wiélll tld análisis y Bleger renuncia a su propio descubrimiento y
lo f~tl!lt~c a la necesidad de un "análisis del encuadre dentro deJ
ftlt?Uadn:". No hay real que subsista fuera de la simbolización. El
dftrHw sü cierra, es perfecto, es absolutamente consistente.
Volviendo a la pregunta inicial. ¿Por qué se sepultan objeciones
ltm f"lll~ rtcs y contradicciones tan evidentes y el setting o el encua-
dft, "iy,ucn siendo sagrados?
t_'n·o que el psicoanálisis de las relaciones objctales no puede no
!ldltt•rir a un encuadre fijo, invariable. Esta imposición estaría de-
tft!!•inada por sus fallas en la teorización de lo imaginario, lo sim-
~.lhm y lo real.
l.t,s análisis conducidos según esta orientación continuamente
14Jttt·uazan con desbordarse en tormentas pasionales, efecto de
un imaginario cebado por una interpretación inexorablemente
ttnnsrcrencial en elaquí, ahora y c.:onmiso. Porque aún cuando en la
!f:úrf~1 kleiniana el analista encarna al objeto, esta teoría no logra
~~!iimaginarízarlo y lo instala en un circuito narcisístico. En el sc-
nn de la degradación imaginaria en la que transcurre la relación nar-
l·jtHstica, una intervención del analista que no se sujete a pautas
fjjns, preestablecidas se vuelve la de un Otro arbitrario que actúa
3~gún su capricho. Un minuto más o un minuto menos de sesión y
!t'ncmos a nuestro paciente deshojando margaritas. Un stop
~~ronométrico garantiza allí que la suspensión no obedece al
llartazgo o al enamoramiento del analista. Y como el analista no
Jiilede no quedar involucrado, es necesario regular las pasiones
"contratransferenciales"20 apelando a reglas rígidas para no
iransgredir la neutralidad o la abstinencia analítica.
Pero supongamos que dicho analista resuelve tomar otro cami-
!lo, ¿qué indicadores lo habrán de guiar? La relación imr.ginaria
no los provee, y no se p-uede puntuar lo que no se escucha. Ei
vaciamiento hacia lo imaginario que sufre la palabra del pacien-
lc- impid e al analista ortodoxo escuchar "a qué parte de ese
dis~urso está confiado· el término significativo"21 y entonces no
kudrá la oportunidad -que por cierto no siempre se da- de
75
ejercer "una puntuación afortunad a que dé sentido al discurso del
sujeto" . Sus hitos no podrán ser entonces los que le marque un
discurso. Tendrá que apelar a una regla que le garantice su neutra-
lidad.
Este analista, aún reconociendo la "marcada productividad" a
que dan lugar las "desviaciones" de las reglas, las "rupturas" del
encuadre, advierte que deben evitarse. ¿Cómo dar cuenta de la efi-
cacia de ciertas irrupciones en el t ranquilo y adormecedor orden
psicoanalítico si se carece de la categoría de lo real? Y entonces
habrá que abandonar ese camino aún cuando por él se lograse
alcanzar -como Jo intuye Bleger- , 'lo más fijo y estable" de Ia
personalidad, vale decir lo que subsiste fuera de toda simboliza
ción , lo real. Ese real, tiene sin embargo, una oportunidad de ser
alcanzado por un acto analítico que "despierte" 22 al sujeto,
aunque solo sea por un instante. Tal el objetivo de una práctíca
analítica que como la de Lacan pone en su centro mismo la
posibilidad de encuentro con este real.
El encuadre, el setting, tal como son concebidos por el análisis
ortodoxo no t iene lugar en la práctica orientada por la ensef'ianza
de Lacan. ''Some ter el dispositivo a las finalidades útiles de la téc-
nica" es no sólo una exigencia técnica, es también una exigencia
ética. No se trata de cumplir con las reglas caiga quien caiga, que a
esto conduce la versión obsesivizada del dispositivo freudiano. Se
le exige mayor responsabilidad al analista, se le exige correr el riesgo
de abandonar las reglas. Pero no se trata de sustituir la apocada
rigidez por un espontaneísmo ingenuo o incluso desdeñoso sino
de poner las coordenadas de Ja situación analítica al servicio del
discurso analítico. El analista se obliga a u ti !izar todos sus recur-
sos para fundar y mantener -no un encuadre, un set ting- sino un
discurso. Desde esta perspectiva cada detalle de la técnica se reva-
loriza y por eso mismo se libera del ritual. Libertad de acción si,
pero ¿para qué? para que el analista dispuesto a renunciar a todo
intento de legislación o dominio Y .a ceptando encarnar ese lugar
insoportable de objeto "a" logre interrogar al ~. Y se abra así la
posibilidad de que se produzca el significante fundamental al que
el sujeto ha quedado encadenado. Si esto se logra da lo mismo que
sea parado, sentado o caminando por un jardín de. Viena. El dispo-
sitivo freudia no que Lacan 11ama discurso analítico h abrá fun cio-
nado.

76
NOTAS

1 Carta de Freud a Ferenczi 4-1-1928 citada por Jones, E. en Vida y obra de Sigmund
l•im d. Ed. Nova. Buenos Aires, 1962.
J .1. Lacan: Función y campo de la paÜJbra y dellenguaie en psicoanálisis. Lectura es-
trru·tuTalista de F'reud. Siglo Veintiuno, Méjico, 1971.
~ Hn 1954 P. Grcenacre saJe ni paso " a los q ue dicen que nuestra organización impone
ú1u obediencia reverente de las reglas y los rituales del análisis a sus devotos" . Allí trata
d ó ( Onsolidar la post ura uaclicional intentando fundamen tar teóricamente las, hasta ese
IIIU"!lento , reglas empúicas. Cf. Tlze role of transference. Journal of American Psycho-
~ IMI!tic Association. Vol. Il ; 6 71-684, 1954 .
~
F. Alexander cuestiona la rigidez y la rutina del dispositivo y opone a e:;to el "princi·
t•i" de flexibilidad" que supone la posibilidad de realizar maniobras "heterodoxas"
4111· ayudarían al progreso del análisis. Cf. Terapéutica Psicoanalítico. Ed. l'aidós, Bs.As.
I 'J~ 6 . S. Nacht. objeta la aplicación de las mísmas reglas indiscriminadamente a todos los
l!!ll'ientes. CF. Pre:;cntación en el Panel " Variations in Classical Psycllo-Analy tlall Techni·
¡¡w·" en el20° Congreso de la I.P.A. Publicado en el Imernarional Journal of Psychoaruzly-
IIN. Vol. 235, 1958.
.i
Langs. Tanto J. Bleger como R. Langs, quien se inspira en el primctO subrayan la
;111urcada productividad" de los pacientes luego de desviaciones técnicas, pero, é~tas dc-
t!<'u evitarse. 11te theropeutic re/ationship and devialions in teclmique en Classics in
f .m:hoanalitic Technique. Aronson, New York, 198 1, p. 475.
¡¡ l . Laplanchc: La rituation psychanalitique en ' 'Psychanalyse a I'Univcrsité, vol. VI,
14,603, 1981.
·¡
. CF. P. Greenacre: op. cit.
A Según P. Castoriadis-Aulagnicr la sesJOn d ebe ser lo más larga posible, 45' - 60',
~~ 11.msión determinada por la capacidad de c s~.:ucha del anatista. Citado por Jcnn-Luc
jJo•met en Sur l'illstitution psychanalitique et la durée de la séance e n Nouvc llc R~vue d e
l'svchanalysc, 20,249, 19 79.
11
P. Greenacre, o p. cit.
Cf. A. Creen: . El analista, la simboüzaciór~ y la ausencia en el encuadre analítico,
111

f(n'ista de Psicoanálisis, vol. XXXII, 1, 88/90, 1975.


1
! 0'. R. Lang: op. cit.
11
Se inscriben en esta línea: Mo deU (1981); Balint (1 9 68), Spitz (1956), Blcgcr 0 966),
tt,•drigué, Langcr (1967) entre o tros.
1 1
A. ModeU: the Holding Eflviromnem and the therapew ic action o! psy dzoanaly sis.
lnurnal of American Associatíon. 24,285/308. 1976.
1
~ J.l. Sz.pilka. Com'ideraciones sobre el marco y el proceso analítico en las psicosis. Re-
Vi~ta de Psicoanálisis, XXIV , 4, 905, 1967.
1
' I . Lacan : El Seminario. T . II., 478. Barcelona, Paidós, 1983.

l<> J. Blegcr (1966) introduce el término encuadre al que define como una parte de la

77
llltuuclón analítica que a diferencia del proceso "que es lo que estudiamos, analizamos e
interpretamos", supone un "no proceso", es decir las constantes dentro:> de cuyo marco
!lC da el proceso. Abarca el conjunto de factores espacio temporales, el contrato, hoxarios,
interrupciones y el rol del analista. Psicoatuílisis dell:.1tcu.adre Psicoana/itico en Simbiosis
y Ambigüedad. Bs.As. Paidós, 1967.
7
l J . Bleger define la simbiosis como la forma de vínculo que asienta sobre la identifica-
ción proyectiva. La simbiosis permitiría inicialmente el desarrollo de su Yo, pero su
inmovilización mantiene el No-Yo, es decir la organiZación más primitiva e indíferenciada,
la parte psicótíca de la personalidad. a. op. cit.
18
D. Rabinovich: Comunicación personal.
J. Lacan: Los cuatro Conceptos fundamentales del Psicoa~rálisis. Barcelona, Barra],
19

1977.78/9.
20
R. Langs: o p. dt.
21
J. Lacan: Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis en Lectura
Estructuralista de Freud. Siglo Veintiuno, Méjico, 1971. p. 73.
22
J.A. MiUcr indica que el término despertar es un hilo que se puede seguir tanto en los
textos frcudianos como en la obra de Lacan. " ...despertar es uno de los nombres de lo
real en tanto que lo imposible" Cf. Reveil Ornícar?, 20-21, 49, París, 1980.

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PSlCOANALISIS DEL ENCUADRE PSICOANALITICO

Juan Carlos /n<:Wrt

" .. .ce ne serait pas un acte gratuit


pour les psychanalystes, de rouvrii le
débat sur la cause, fantóme ímpo-
ssi ble a conjurer de la pensée, cri·
tique o non. " Jacques Lacar~

l~ n 1968, con la publicación en la revista de la Asociación Psicoa-


liJHica Argentina del trabajo de J. Zac 1 , me parece se sella retroac-
ÜVílmente lo que podríamos llamar la doctrina argentina 'ortodoxa'
10bre el encuadre analítico.
Así me parece porque en ese texto se citan los trabajos previos
de M. y W. Baranger2 , J. Bleger3 , D. Liberman 4 y E. Rodrigué 5 un
poc..:o ya a la manera de lo que se evoca con la expresión 'clásicos en
lP materia'. En verdad, puede que su.tja un matiz un tanto artifi-
clul y reverencial de ese juego de citas (muchas cuestiones girarán
~n torno a los aportes de los conspicuos de la l. P.A.), pero me. pa-
rece innegable que tejieron la trama necesaria para dar un funda-
mento local teórico-clínico a las reglas del encuadre.
Lo importante es señalar que la producción de tal fundamento
local no podía hacerse sino haciendo surgir, además, un color
/oca/6 al tema, y al respecto nada nos parece más nítido que el
mejor de esos textos, el de J. Bleger. En el breve comentario que
sigue, será nuestra única referencia 7 •

l . LA PREGUNTA DE BLEGER
Un analizante de Bleger, que él llama A.A., estaba todo el tiem-
po que sí que no con la compra de un departamento. De pronto,
se entera accidentalmente que su analista, ni corto ni perezoso, ya

81
había invertido en uno en construcción. El resultado para el aná-
lisis (luego de la ansiedad, las actuaciones, los sentimient o de odio,
envidia, frustración, los ataques verbales, alejamientos y desespe-
ranzas, fantasías de suicidio, hipocondrías) fue que saliera a luz
"Jo más fijo y estable de su personalidad". Aquello que era el "fon-
do" de su experiencia infantil, aquello que "era así, y que debía
ser como siempre lo fue, y no conceb ía que pudiese ser de otra
manera,. Salió a luz que "en su casa sus padres nunca realizaron
nada, absolutamente nada, sin informarle y consult.a rle".
Bleger valora enormemente haber podido analizar ese materia l,
pero no tanto por el material en sí (que le parece pariente de esos
fe nómenos conocidos y que aparecen, según su term inología, por
"choque y frustración con la realidad del encuadre"), sino por
"lo que es más importante aún", por lo que realmen te quiere plan-
tear, por lo que es su pregunta, la pregunta que merece su nombre :
Entonces, sí no hubiese sido por el accidente, ¿cuánto, cuánto
de todo eso, "cuanto de ello no aparece y posiblemente nunca
resulta analizable"?
"No sé dar respuesta a la pregunta", se contesta.
Hay, sin duda, ahí, una negación, porque la respuesta estaba.
Pero no pudo ni comenzar a formularla, porque le hubiera supues-
to tener que reconocer que una ruptura azarosa del encuadre había
sid o la causa real del trabajo analítico tan valorado. Ahora ya es
inútil apresurarse a aclarar, como él lo hace, que todo fue posible
porque el analista no rompió el encuadre. Pesará üdetalle de que
tampoco lo rompió el paciente.
Según creo, es fácil demostrar que esa pregunta que a Bleger se
le impuso por la verdad de su práctica es la misma que luego redu-
plica teóricamente en el título y argument ación de su trabajo.
Pues del encuadre analítico ya no van a interesarte exclusivamente
las elucubraciones sobre la necesidad de su mantenimient o (aun-
que aproveche para declararse partidario del mismo en cuanta
ocasión se le presen ta); tampoco van a interesarte ya, exclusiva-
mente, los 'ataq ues' y rupturas del encuadre propias del analizan te
(se mostrará incluso más benévolo al respecto, advirtiendo a sus
colegas que no siempre son 'ataques' las transgresiones del pacien-
te); lo que se hará el centro de su interés es tratar de averiguar qué
diablos es el encuadre cuando no es un problema.
Querrá saber.
Querrá saber "qué es lo que involucra el mantenimiento ideal-
82
nwnl e. norm;ld del encuadre", y cuál es su significado psicoanalí-
t¡~·t) cuando r.ladie se o cu pa de él porqu e se c umple a la perfección.
Q w ·rrá fund atr un Jugar teóri co para e l psicoanálisis del encuadre
tliikoanalíticG) en razón de una implicación clínica profunda que
lo Ir a marcad·o. Tal vez algo muy decisivo no puede ser analizado
minr tras el emcuadre subyace c al1adamente, normalm ent e, sin r up-
WfHS.
llleger no~ dirá todo e l tiempo y_ ue ahf hay un problema, que
11 sólo prcte:nde plantearlo, que no t iene respuesta ... !y que d e
tndos modos: siempre hay que mantener el encuadre!. Pero Ja
l,ilws tión lo lleva a art icu lar una serie tan fecunda de contr adic-
.:O io nes que se: justifica, para nosotros, el intento d e exacerbarlas
~011 má~ a p artir de algunas ensefianzas decisivas de Jacques
l,ul":lll .8

u. !Á
l:n mi opinió n, cualquier discusión sobre el en cuadre psicoana-
l!t rt:p conduce inevitablem ente a la c uestión de cuál es su funda-
lllt'll to, por q_ué las reglas son esas y no otras, por q ué hay q u e
IJl :,utenerlas d e modo inflexible. Conduce a eso inevitablemente
lliirque no hay dónde ni cómo situar un postulad o por el que esas
; n.·.Jas o blengan su gara ntía.
IJna mam:ra de ejemplificar esto es la siguiente:
Lo q ue la doctrina argentina 'ortodoxa' sobre el encuadre no
IIC' II ú para nada de original (está en esto a la par de cualqtúer otra),
~!¡ l: l consirlerarlo un conjunto .de estipulaciones, r eglas o normas
t;flll: organizan el dispositivo analítico siempre y e n todos Jos casos
tl'spccto tic aspectos bien concretos o fenoménicos. Esto hace que
qlt:mpre Yen t odos los casos se transmita qué es el e ncuadre sobre
lu hase de un listado incompleto de reglas y al modo de una
rmuneración. "Dentro del encuadre psicoanalítico - dice Bleger-
luduimos el r ol del an alista e l conj unto de factores espacio (am-
hH·n te) temporales y p ar te 'de la técnica (en la cual se incluye el
,..;tablecimicnto y mantenimiento de horarios, honorarios, interrup-
' in u es regladas, e tcétera)" .
1 ~ 1 etcétera es lo esen cial, p ues es de estructura.
Pueden sis tematizarse las reglas todo lo q ue se quiera 9 y seguirá
··l t' ildO lo esencial el etcétera, porq ue no hay un criterio que pon-
r.a límite a lo q ue puede entrar bajo la legislación del encuadr e. ln-
,,.,Jta r legislarlo T odo es imposible, lo que se verifica en e l h echo
83
de que intentarlo se paga con el ridículo. Hay que decir que algu-
nos psicoanalistas 'ortodoxos' conocieron acá eso de la mano de
Meltzer. Si el traje y la corbata del analista deben permanecer
síempre inalterables, entonces, ¿por qué no regular también la can-
tidad de veces que tiene que respirar por sesión?
A esta altura de la argumentación, siempre el temor de Jos ana-
listas 'ortodoxos' es que a raíz qe esa objeción se concluya que,
entonces, pueden alterarse o hasta eliminarse todas las reglas del
encuadre. ¡ Hasta qué punto se supone que el encuadre es una ley
universal! Pero el caso es que no hay por qué recurrir a Popper y
que tampoco es posible legislar que no haya legislación ni funda-
mentar una anarquía Total. También un proyecto así es imposi-
ble e igualmente cae en el rid ículo. Aún cuando un analista se de-
dicara a alterar todo el tiempo el encuadre, su volun tad de hacerlo
in traduciría una constante extraordinaria. Algunos analistas, apa-
rentemente menos 'ortodoxos', conocieron acá eso de la mano de
Cooper.
Bleger elevó la inconsistencia que comentamos a título de su
ensayo. .Evidentemente, Psicoanáliru del encuadre psicoanalítico
constituye una audacia , una audacia motivada por Ja pregunta que
antes destacamos, y que paga un precio: ¿cuál es el encuadre para
psicoanalizar el encuadre?, ¿cuál es el encuadre para psicoanalizar
el encuadre en el que se psicoanaliza el encuadre?. Etcétera.
Como siempre, hay que cortar de tajo esa cuestión, y en la
sintesis final de su trabajo Bleger subraya finnemente: "El encua-
dre sólo puede ser analizado dentro del encuadre". (El subrayado
es de él). Pero, en esa frase, y sin necesidad de citar a Russell, ya el
término 'encuadre' no es usado en el mismo nivel lógico la primera
y la segunda vez. La primera vez, 'encuadre' quiere decir 'el encua-
d re del padente', ,noción que ha tenido que ser inventada en el ca-
mino para eliminar la paradoja. La segunda vez, se trata del encua-
dre en sentido clásico, el del analista, sustraído una vez más del
análisis y pese a la promesa que anunciaba el título del artículo.
"El encuadre sólo puede ser analizado dentro del encuadre - dice
Blegcr, prosiguiendo- o, en otros ténninos, la dependencia y la
organización psíquica más primitiva del paciente sólo pueden ser
analizadas dentro del encuadre del analista, que no debe ser ni
ambiguo, ni cambiante, ni alterado".
Ahora bien, ¿en qué lugar del camino se ha producido la inven-
ción de esa noción 'encuadre del paciente' ?
No en cualquiera. En un recodo donde acechaba Ja verdad. Al
84
5intetizar el caso de A.A., que ya hemos resumido, y aún bajo el
Impacto de esa ruptura acciden ta l de l encuadre q ue permi tió
tan profundo análisis, nos dice Bleger: "Sintetizando se podría
d~.:cir que el en cuadre constituye la más perfecta compulsión de
repetición". Ningún analista ' ortod oxo' pued e tolerar las conse-
cuencias de una afirmación como esa, y Blegcr, su autor, t am poco.
b e manera que continúa su síntesis asf: " ... en realidad hay dos en-
cuadres (es de él el subrayado): uno, el que propone y mantiene e l
psicoanalista, aceptado conscien temente por el paciente, y otro ... el
t¡ue en él proyecta el paciente. Y es te último es una compulsión
d e repetición perfecta, ya que es la más completa, la menos cono-
cida y la más inadvertida".
Admit o que me gustaría se generalizase lo que deduzco de este
ej emplo : creo que toda vez que una noción psicoanalítica origina-
riamente forjada para dar cue.nta d e la posición del analizante (ej.
1
lransferen cia'), o para dar cuent a de la posición del analista
(l~j. 'encuadre'), se desdobla en una versión correlativa ('contra-
transferencia' o •encuadre de l paciente' respectivamente) es porque
hubo encuentro con ese p unto de inconsistencia que comentamos:
JI.. en la escritura de Lacan, o n o hay Otro del Otro. Esos desdobla-
miQ.ntos concep tuales son un verdad ero mecanismo de prod ucción
d ~ "aportes teóricos post-freudianos, de muy buena aceptación en
su difusión institucional, y que no cumplen otra función q ue la de
n~.:gar esa falta de garantía del Otro. Para los analistas, el resultado
de esa negación es t ener que cortar en dos todo el tiempo el agua
en la que se bañan con el paciente, dando lugar a una duplicación
e~tpecular de nociones que llega a ser, si no extraña, por Jo menos
Inquietante.
Bleger r ubrica su invención con la siguiente nota : "Wender des-
cribió en su trabajo que hay dos pacientes y dos analistas, a lo que
uttrego ahora que hay también dos encuadres". A uno, en verdad,
le bastaría con que hubiera un análisis, pero no agrego ironía a la
~~ ucstión, porque es realmente difícil admitir que no hay Otro del
Otro aunque fuese en alguna de sus consecuencias.
Pero el caso es que toda práctica, in cluída la psicoanal.ftica, su-
pone ~ materna de Lacan leible también, según su enseñanza,
cou'lo 'deseo del Otro' , y en la ocasión, como 'deseo del analista'.
fWql,le no hay Otro del Otro es ~ue en análisis la cuestión del
icJ\~seo del analista' adviene insoslayable y por eso esa letra ¡;..
t!$albe algo intrínseco a todo debate sobre el encuadre psicoana-
lilico.
85
Cualquier discusión sobre el encuadre es una discusión sobre el
'deseo del analista'. Sostener tal discusión a nivel de cuáles son las
reglas del encuadre, fundamentos, inflexibilidad del mantenimien-
to, etcétera, oculta la cuestión. la cuestión del 'deseo del analista'
emerge si y sólo si la discusión misma sobre el encuadre se declara
inconsistente.
Tan es así, nos parece, y se lo quiera o no, que intentaré ordenar
los problemas suscitados por el encuadre como respuestas posibles
a esa /1..

m. s2
En mi opinión, un analista 'ortodoxo' enfrentado al argumento
de la inconsistencia de las reglas del encuadre, lo aceptará tan sólo
en el sentido de que se le hará la causa de la presentación de un
saber con el que tratará de refutarlo al par que dar fundamento a
su práctica.
Digo que así es inicialmente. O sea que quiero decir que inicial-
mente no tomará la actitud de declarar que él fija las reglas del
encuadre y las mantiene o no según se le de la real gana, porque él
es el que da las órdenes. Una actitud así, explícita, no me parece la
'ortodoxa' .
Inicialmente, por el contrario, se tratará de mostrar que una
gran acumulación de saber, que se nutre además con numerosísi-
mos aportes de otras ramas del saber que no son el psicoanálisis,
da fundamento a ciertas reglas básicas del encuadre y a la necesi-
dad de su mantenimiento.
Bleger muestra acá sus recursos, que ordena incluso con más exi-
gencias que las propias del argumento del caldero.
En primer lugar, nos dice, el encuadre se distingue del proceso
analítico como las constantes se distinguen de las variables en la
metodología del experimento científico, cuestión que sólo cita
"para que se comprenda que un proceso sólo puede ser investiga-
do cuando se mantienen las mis.rnas constantes (encuadre )". Por
lo demás, Bleger generaliza este enfoque a partir de las más mo-
dernas consideraciones acerca de cómo una teoría, una lógica, un
lenguaje, dependen siempre de un otro niv~l 'meta': metateoría,
meta lógica, metalenguaje. "Así, el encuadre, siendo constante,
resulta decisivo para los fenómenos del proceso de la conducta.
En otros términos, el encuadre es una metaconducta, y de él
dependen los fenómenos que vamos a reconocer como conductas".
86
Todo lo cual co nstituye un argumento formidable, demasiado
fuerte para no ser frágil, según veremos, pero que en principio
cJke que l.as reglas del encuadre son como las reglas del método
~ientífico, y que por tanto La Ciencia las fundamenta.
En segundo lugar, "una relación que se prolonga durante años
con el mantenimiento de un conjunto de normas y actitudes no es
otra cosa que la definición misma de una institución. El encuadre
~!>entonces una institución... ". Argumento no tan formidable, pe-
to más práctico, y que en princip.io nos dice que las reglas del
encuadre son equivalentes a las de la familia, la escuela, el grupo
de estudio, la Asociación Psicoanalítica, la Iglesia, el Ejérci to, el
nstado ... y que, por lo tanto, lo mismo que fundam enta La Socie-
dad las fundamenta.
En tercer lugar, como "cada institución es una parte de la pcr-
ionalidad del individuo", y no una parte cualquiera sino la que co-
ncsponde a "Jos límites del esquema corporal y eJ núcleo funda-
mental de la identidad", entonces resulta que en principio el man-
tenimiento de las reglas del encuadre equivale al mantenimiento
de la Salud Mental.
Observemos que toda esa fundamentación puede apelar como
aaber a la metodología, más clásica o más moderna, a la psicolo~
¡t!a institucional, social, de la conducta, a !a teoría de la comunica-
ción y, en general, podríamos decir que a cualquier cosa menos al
psicoanálisis. Señ.alemos también, se verá en seguida por qué, que
a~:á se trata exclusivamente del encuadre en tanto las reglas que el
onalista debe mantener inalteradas.
¿Cómo funciona ese saber, S2 en la escritura de Lacan, que
viene a intentar colmar ese defecto de todo encuadre, esa presencia
\Jc ~?
En realidad, esas tres grandes zonas del saber mencionadas, La
Ciencia, La Sociedad, la ~alud Mental, son, en sus lugares de elabo-
tlldón, perfectamente inconsistentes. Mínimos ejemplos: la dístin-
dón 'constante-variable', y por poco que se extraiga de ahí la cues-
tión 'metalenguaje-lenguaje', como Jo hace el .mismo Bleger, ¿a
qué conduce sino al debate contemporáneo sobre la misma incon-
Mistencia?; de un saber sobre La Sociedad, ¿no predominó acaso en
lu década del sesenta deducir de él la necesid G~.d de alterar, transfor-
mar, cambiar cada una de las instituciones?• 0 ; en cuanto a la Salud
Mental, ¿qué identidad la define si es que la identídad la define y
ella es algo definible?
Pero todo eso es secundario, y no tiene sentido profundizar
87
esos mtmmos ejemplos, porque el analista no se ocupa propia·
mente ni de metodología de las ciencias, ni de política, ni está
forzado a pontificar sobre la salud mental. En el fondo, su práctica
no es la de experimentar, ni la de gobernar o educar, ni la de esta-
blecer criterios de salud.
Se advierte, entonces, que hay una razón profunda por la que el
saber empleado para fundamentar el encuadre no sea psicoanalí-
tico y que provenga de zonas lejanas. Así- es como al saber se le
quita todo riesgo, se lo hace valer por su prestigio y se lo usa con-
gelado, más allá de toda renovación posible que pueda asumir el
analísta (está fuera de su jurisdicción), y a los sólos fínes de dar
las órdenes necesarias para poner en marcha el dispositivo ana-
lítico. Por eso en esto es de rigor ortodoxo la mayor heterodoxia,
y se puede ser amplísimo de criterio en la confrontación de
saberes, pues la rigidez estará solamente en el uso a que se destina-
rán todos, cualesquiera que sean: dar algunas órdenes.
Queda un resto, sin embargo, queese empleodel saber no cubre.
. El que correspo nde a las inconsistencias del encuadre provenientes
del propio campo clínico y que derivan de los cuestionamientos,
conscientes o no, efectuados por los pacientes. Es exactam ente en
relación a este punto, y corno lo muestra a la perfección Bleger,
que se apela ahora a un saber que me parece merece estricta-
mente el nombre de 'psicopatología'. Es un saber cuyas nociones,
curiosamente, casi nunca son fre udianas, pero que sin duda son
reconocidas por la 'ortodoxia' como pertenecientes al campo
del psicoanálisis, en la medid a en que siempre estuvo dispuesta a
enriquecer su 'psicopatología psicoanalítica' con toda suerte de
aportes provenientes de la psiqUiatría y la psicología.
Nos encontramos ahora, entonces, no sólo con que el encuadre
es "compulsión de repetición~', sino también "no-Yo", "meta- y o",
"Yo sincrético", "fusión Yo-cuerpo-mundo", "parte psicótica de
la personalidad", "simbiosis", "primitiva relación simbiótica".
Para resumir: "siempre es la parte más regresiva, psicó tica, del pa-
ciente (para todo tipo de paciente)".
Como se ve, la cosa cae ahora por entero del lado del analizan·
te, de tm modo, digamos, más severo que benigno. Es sutil que no
se considere que el encuadre pueda dar lugar en el paciente al
síntoma, a una psicopatología... de la vida cotidiana. Es que en
este caso, la verdad del síntoma no dej ar ía de repercutir en los
supuestos fundamentos de las reglas del encuadre. Mientras que
88
sí lo alojamos en lo psicótico... ¡Y aún así por la idea que la
'ortodoxia' se hace de la psicosis!.
Pero nada fuerza a llegar a sutilezas. Hasta aquí queda estable-
ddo:
1) Que las reglas del encuadre, en tanto mantenidas por eJ ana-
lista, encuentran fundamento en La Ciencia, La Sociedad y la Salud
Mental.
2) Que todo problema que susciten en el paciente, por cumplir-
las o no cumplirlas, se explica porque sacaron a luz su parte
psicótica.
Daré un sólo ejemplo que prueba, a mi juicio, que ese es el
trasfondo de la cuestión, al par que muestra que por sóüdo quepa-
' ,:zca ese trasfondo, no es más que defe nsa contra~ en la ocasión,
rl 'deseo del analista'.
Ocurre que la fuerza de sus argumen tos lleva a Bleger a retomar
l11s ideas de Greenacre sobre la 'alianza terapéutica'. Como se
~ube, esta alianza está pensada como teniendo lugar respecto de la
parte más sana del paciente, y como Bleger no duda en cuanto a
ijtHl el encuadre pone en juego algún tipo de alianza, se encuentra
t't lll una contradicción. Es que la alianza a que se refiere Greenacre
l"tHTesponde al proceso anal ítico, nos dirá para salir del paso, pero
n11 al encuadre. "En este último la alianza es con la parte psicó-
Ht:a (o simbiótica) de la personalidad del paciente (¿con Ja corres-
~H,n diente del analista? No lo sé todavía)".
Hay algo un poco sórdido en esa última pregunta y su respuesta
~uspendida, con su aire .de hacer una concesión que ya sabemos
fpsultará inoperante. Bleger, ahí, se detiene, pero sabemos que
ik continuar temínarfa descubriendo que no sólo hay dos pacien-
l~s . dos analistas y dos encuadres, sino también dos partes psicó-
ljl':tS. Una parte psicótica terapéutica,· la del analista , y otra enfer-
ma, la del paciente.
S2 , materna de Lacan leibJe, por ejemplo, corno saber, escribe
(11~-:o intrínseco a todo debate sobre el encuadre psicoanalftico.
8Huar ese saber como fundamento del. dar las órdenes que el en-
t¡uadre supone, me parece la respuesta típica de La doctrina argen-
ttua 'ortodoxa', y sus avatares pueden seguirse en el tex to de
ltll)ger. Pero en éste, por causa de su pregunta, podremos seguir
tnAs allá las cuestiones que suscita el deseo del analista, para lo
~ual pasaremos a estudiar la actitud que subyace a ésta que hemos
~u mentado.
Mientras tanto, ¿no es sencilla la idea de Lacan según la cual el
89
saber no podría nunca ocupar, en el discurso analítico, el lugar de
dar las. órdenes?. ¿No es atendible su idea de que en ese discurso
el saber debe ocupar el lugar de la verdad?. Que ocupe ese lugar,
¿no es acaso tomarlo por el sesgo de su inconsistencia y por lo que
todo el tiempo alude como necesidad de recomenzar?

IV. St
En mí opinión, luego de agotadas las elucubraciones de saber
sobre la necesidad de mantener o no inalteradas las reglas del encua-
dre, y dado que in evitablemente se llega a un hueco por el cual la
cuestión no resulta definitivamente decidible, entonces, justo ahí,
el analista 'ortodoxo' se presentará siempre y en todos los casos
bajo el gesto sin sentido de su decisión indiscutible.
No cuesta mucho darse cuenta, leyendo a Bleger y a los otros
autores de la doctrina argentina 'ortodoxa', que mantener el en-
cuadre sin cambios, en el fondo, está fuera de discusión. Es una
toma de posición, donde no se trata de saber sino de decidirse.
Por eso, quien presente a un analista 'ortodoxo' el argumento de
la inconsistencia del encuadre estará en el buen lugar para observar
que por detrás de una gran amplitud de criterios (en el saber nada
es absoluto, todo es un aporte~ siempre hay acumulación ¡y
progreso!), algo queda agazapado, muy rígido, y por lo que se
está dispuesto a la p elea.
Cuando eso agazapado salta, salta como un:
"Haga Ud. lo que le parezca y apártese con los suyos, que yo
haré lo que me parezca y me quedaré con los míos".
Así, de pronto, se revela la verdad del Amo subyacente a tanto
empleo del saber. No es, desde ya, nada vinculado a una persona-
lidad autoritaria. Se trata de un lugar de estructura, escrito por La-
can como Sl, · lei.ble, por ejemplo, como significante Amo, e
intrínseco también a todo debate sobre el encuadre psicoana-
lítico.
Una pequeña nota escrita por Bleger en su artículo es indicativa
del fun cionamiento propio de ese significante. Viene de considerar
que toda variación del encuadre pone en crisis algo crucial, y está
afectado por la idea de que el análisis de esa crisis puede ser necesa-
rio y fecundo. Llega hasta pensar que la reactivación sin temática
cercana al fin del tratamiento debe tenér esa misma causa. Enton-
ces nos reenvía a esta nota: "Debe ser este hecho lo que ha llevado
a algunos autores (Christoffel) a la ruptura del encuadre como téc-
90
f\i l:a (con el abandono del diván y e ntrevistas cara a cara), criterio
que no comparto".
Eso es todo y ya no hay más discusión. Simplemente t ocamos el
Jllm to de lo que se comparte o n o. Que Christoffel se aparte junto
eon los que comparten su crite rio. Bleger permanecerá con los
•u y os, los qu~ comparten la inflexibilidad en el man tenimiento de
lns reglas. .
El término 'compartir' nos da ahí la clave del funcionamien to
de S1 que me interesa señalar, y admito me gustaría se
Clirundiesen sus implicancias.
Según la enseñanza de Lacan, S 1 puede leerse también como ese
'rasgo único' en el que Freud vio el lugar de precipitación de las
'ldt!ntificaciones q ue hacen a la forma ción de los grupos y sus insti-
tuciones. Se trata de un significante q ue introduce una partición,
pues se yergue fijando el ámbito d e su dominio sieqtpre sobre la
base de·una exclusión o segregación a donde van a parar 'los otros'.
Aquellos que participan de la mism a operación de 'partición' son
]os que 'comparten'. Comparten el pacto de cerrar los ojos a todo
t>ucstionamicnto de ese pacto mism o, y sí esto hace a la estructura
y fundamento de g.rupos e instituc iones, debe ser algo cuidadosa-
mente distinguid o de lo siguiente, a saber, que nada obliga a que
,'ll'an · las reglas o estipulaciones del encumire las que se eleven a
condición de 'rasgo unario '.
Sin embargo, esa es la verdad q u e subyace a la doctrina argen-
tina 'ortodoxa' sobre el encuadre. Que el encuadre no es en la es-
tru ctura má s que el rasgo, S 1 , sobre el que se sostienen las identifi-
cuciones grupales e institucionales y el ancla para hacer dogma del
IIUJluesto saber con el que se aparen ta conducir la práctica.
Desde este punto de vista, me parece sencilla la idea de Lacan
11c:~ún la cual la LP.A. podía llamarse S.AM.C.D.A. , Sociedad de
Ay uda Mutua Contra e l Discurso Analítico. Acá la ironía es secun-
rluria y no tengo complacencias con las risas de .los supuestos
lnt:anianos. Se trata de una idea que deriva de precisiones teóricas,
Hay que pensar cómo una sociedad puede llegar a ese funciona-
lii ÍI.mto.
Mi idea es que toda agrupación que haga del en cuadre el preci-
pitado de sus iden tificacio nes es una sociedad de ayuda mutua
nmtra el discurso analítico. Y toda agrupación lacartiana que haga
tk estipulaciones del encuadre (como la sesión corta o de tiempo
v:triable, por ejemplo) el rasgo de su constitución, también es una
suciedad de ayuda mutua contra el discurso analítico.
91
¿Por qué 'contra'?
Porque en el discurso analítico S1 no puede estar del lado del
analista, ni explícita ni implícitamente, y así se desprende de la
enseñanza de Lacan.
Se verá en esta cuestión la curiosidad e interés del analista
'ortodoxo' por las supuestas nuevas reglas del encuadre de los laca-
nianos, así como el entusiasmo de estos últimos por dividirse en
'ultras' y 'moderados'. Por poco que a esas supuestas nuevas re-
glas se les dé consistencia, todos encontrarán con qué reforzar su
ser, compartiéndolas o no. A la larga, seguramente, se preferirá
cambiar a renunciar a ser, pero Ja conclusión que insiste según mi
punto de vista, es que JI., en la ocasión, el deseo del analista, es
cosa que supone abandonar toda consideración sobre las reglas del
encuadre.

V. $
En mi opinión, las consideraciones sobre las reglas del encuadre
deben sustituirse por un renovado debate teórico-clínico sobre la
represión originaria. ·
No se me podrá negar que tal opinión señala que aspiro a dar un
lugar metapsicológico más que honorable a todas esas menudencias
de los horarios, honorarios, interrupciones de fin de semana y
decoraciones de consultorio. Pero no se me escapa que un planteo
así debe sorprender en relación a la doctrina argentina •ortodoxa',
porque allí, directamente, no se emplea la noción de represión
originaria en ninguna dimensión ni teórica ni clínica. Sin embargo,
trataré de mostrar que es BJeger y el color local que extrajo de su
tema lo que impone tal planteo como conclusión.
Recordemos que su pregunta lo lleva a interesarse por saber
qué es el encuadre desde el punto de vista psicoanalítico cuando
nada lo trae a la atención, cuando no sufre rupturas, cuando fun-
ciona de un modo 'ideal'. Esa p regunta extraordinaria (que merece
su nombre) va a determinar que su saber sobre el encuadre co-
mience a dejar entrever una lógica llena de curiosidades. Hemos
visto que ese saber ·proviene de muchas partes, aunque no del
psicoanálisis, y que lo caracteriza una gran diversidad. Sin embar-
go, algo insiste en toclo aquello a lo que Bleger echa mano para
responderse su pregunta. Por un lado, 'encuadre' es un término que
no puede definir sino por oposición a otro, por ejemplo, 'proceso'.
Es un 'no-proceso'. A partir de ahí, les hace repetir esa lógi_ca, ex-
92
Plil1ll w nen te, a todas las nociones que emplea: no hay 'variables'
ihW l 'e~ r oposición a las'constantc::s'; no hay diversidad de 'compor-
tfJ,fJ\trol os y actitudes' sino sobre el trasfondo de la invariancia
'ímtll.u don al'; no hay 'cond ucta' que no suponga una 'metacon-
du~ t u '; n o hay 'figura' sin 'fond o' y hablamos de ' no. Yo' o de •rne-
t~PY ~~· por oposición al 'Yo'. Por otra parte, Bleger, no digam?s
t~Ue !H~ da cuenta, pero sf que experimenta que en esa relación d1a·
l!fílkn alg o se le pierde y q ue uno de Jos términos de }a oposi ción
g ltt edipsa y lo eclipsa. Es que se pueden estudiar las 'variab les' •
per·o ~~~~ tonces se pierde todo control sobre las 'constantes' . Podrían
luétw l!Studiarse las 'constantes', pero entonces es porq ue se }lan
vut ll o ' variables' y forzosamente quedarán ocultas o tras 'constan-
t•¡• 1.a a lternancia ' fondo-figura' de una Gestalt es muy citada por
L1lé~c r, p ero no sólo porque le ilustra que no hay una sin la otra,
!Úft(l po rque si se tiene una se pierde la otra, y no hay m odo de
Jtlff1 1':u· simultáneamente las dos. Aq uí se ve por q ué hom ologar
''n,·uadre-proceso' a 'constante-variable' resulta una garan tía de-
mtuiudo fuerte (el análisis no es un experimento) para no ser
fr~ il (la garantía misma se vuelve in asible). Por últim o, Bleger
t'll Nt·usib le al hecho por e l cual ese elemento inasible es, sin embar- ,
gu, ,k la mayor importancia porq ue, nos dirá, es lo "implícitO '
i1r ro de lo cual depende lo explícito". Es q ue no se tr ata rnerarnen-
lr- 1k una lógica de o posiciones descriptiva, sino que plantea proble-
lll il'i l·ausales que Jo tienen propiamente embarazado.
T ales son los nudos esenciales que le interesarán del en cuadre,
y pretender est!ldiarlos y analizarlos lo obligará a te ner q ue argu-
l'll~ n l a r en torno a posibles objeciones tales como que ese p sico aná-
lir~h s~a imposible, o más radicalmente aún, que tra t ánd ose de algo
{¡~n inasible, no exista.
l·:l que no se perciba el encuadre no q uiere decir que n o exist a,
tcndr:i q u e aclarar. "Lo que no percibimos tambié n existe". "El
t'lll "tladre se mantiene y tiende a ser mantenido ... como invaria ble,
y liiÍl~ntras existe com o tal, parece inexistente o no e ntra e n cue nta,
htn lt> com o las instituciones o las relaciones de la s q u e sólo se
to w a con ciencia justamente cuando ellas faltan , se o b struyen °
4h' F•II de existir. (No sé quién ha dicho del amor y d el niñ O que só-
J(l :a ~ sabe que existen cuando lloran.) ¿Pero cuál e s el significado
del encuadre cuando se mantiene (cuando "no llo:ra"?. "Es lo que
hi ta ahién ocune con el esquema corporal, cuyo estudio com e nzó
¡u ... Lt patología, que fue la que mostró en primer lugar su e xi sten-
93
cia". Una vez más insistirá en este último argumento, ya que le
ilustra de algún modo esa lógica retroactiva que se le impone, y
que no puede formular como tal.
Es notable, pero característico de la doctrina argentina 'ortodoxa',
el no poder relacionar en modo alguno esas cuestiones con las
ideas de Freud sobre la represión originaria, sus tiempos, la fija-
ción, la segunda escena, su efecto nachtréiglich. El problema es que
entonces habrá que concluir, como lo hace Bleger, que el psico-
análisis de ese encuadre ausente pero presente, que sólo des-
pués de la ruptura 'habrá sido', es el psicoanálisis de algo más
allá de toda represión. Será el psicoanálisis de algo que no está
reprimido sino 'clivado', y que "nunca formó parte de la memoria".
Así, en razón de que sólo se considera como represión la repre-
sión secundaria, ese psicoanálisis del encuadre entrará en una ba-
bel terminológica y en un malentendido tal que desespera uno de
poder sostener a lo que allí se está llegando y conducirlo al lugar
de donde nunca se debería haber salido: el nudo mismo de la ver-
dad frcudiana.
Llamemos a esa verdad 'inconsciente'y digamos, siguiendo a
Lacan, que es ese un concepto f01jado en la búsqueda de saber qué
es lo que opera en la constitución del sujeto. Según Lacan, lo que
opera es una cadena significante reducible a un binarismo.escribible
como S1 /S 2 • De esos términos, ninguno vale sino por oposición
a otro; determinan ambos una temporalidad causal retroactiva, y
su efecto es $, letra acá leíble como 'sujeto del inconsciente'.
Esa letra también escribe algo intrínseco a todo debate sobre el
encuadre analítico, como Bleger, a su manera, con recursos inade-
cuados, logró mostrar si no demostrar.

VI. a
En mi opinión, el error de la doctrina argentina 'ortodoxa' sobre
el encuadre no es haber presentido la necesidad de que el análisis
sostenga algo no ambiguo, ni cambiante, ni alterado.
El error, seguramente inevitable, consistió en querer situarlo en
torno a un conjunto impreciso y ridículo de reglas cuyo destino
será perderse como gota en el océano de las prácticas sociales y sus
historias11 .
Para Lacan, también la posición del analista depende de que
pueda sostenerse y soportarse de modo inflexible un algo ni ambi-
guo, ni cambiante, ni alterado. Pero ha demostrado que ese algo no
94
ttudda situarse respecto de ninguna estipulación o regla, porque
11\1\:, generalmente aún, no podría situárselo respecto de ninguna
~f1111hinatoria significante, incJuida su lógica, su binarismo, su cau-
8fllldad retroactiva, su efecto suje to.
A cambio, ha mostrado que ese aJgo es ubicable en la estructura
t}un t" un obje to , un objeto absoluto, un o bjeto real, un objeto
~1111sa del deseo, un objeto que ha escrito con la letra a, escribiendo,
UUllhién así, algo intrínseco a todo debate sobre el encuadre
tlllahlico .
l11tentaré precisar esto ú ltim o tomando tan sólo dos cuestiones
'&11 las que se entrevé e l esta tuto de ~se obje to, y a las que llega
Uk•.~er persegu ido por su pregunta. (La limitación alude a que en
t~t h • ya la confusión d e lenguas no podría reducirse e n pocas pá-
!Jtuus ).
t.a prim era cuestión se refiere al objeto en las fantasías.
Aunque parezca extraordinario, Blcgcr, sin saberlo, trató de
w rtn}ptualizar con la noción de cn¡;uadrc la estrudura tlel fan tas-
.tfHI Veremos que de eso se hab la, realmente, de lo mismo que La-
Pi t !Ja escrito como$ o a.
<kurre que al pensar qué es e l encuadre de ese modo tan parti-
~!ltn r q ue, lo hemos mostrado, equivale a preguntarse por qué es
1\1 ~-,ddo bajo la re presión originaria, Oleger piem;a t:n una r elación
\,lt' nhjeto. Sólo que, obviamente, para él una r elación de obj eto es
ls que puede te ner a lguien, e l Yo, t:on algo de algún modo percibi-
bk, ci objeto. Entonces, esa relación subyacen te y "m uda" d el en-
.-uud re se le compfica hasta el punto de que habría q ue definirla
~UttJo la que no tiene un no- Yo con un no-objeto. En ningún caso
tu dice estrictamente así, pero son esas las exigencias que d erivan
d~' la noción con la que trata de e laborar lo caído bajo la represión
óflJJ.inaria: la simbiosis.
S q~ún mi parecer, no es esa noción que tenga estructura (como
put ~:jemp lo Ja de su emp leo estricto en biología), s.ino que sirve
a J.llcger más bien para nOmbrar un Jugar de disolución de la or-
Mtl ll iZación previamente pensada como relación de objeto. Por eso,
ii~u11:ndo a Winnicott, aludirá con ese término a lo más regr esivo,
hhll:;,:riminado, indiferenciado, desorganizado y psicótico de la
fh'~ f:;l) nalidad, según el m odelo "fusión madre-hijo".
Al1ora bien, comienza a producirse una dificultad cuando se
tl:'laciona ese nive l sírnbiótico con e l en cuadre, porq ue éste ú llímu
Vk111: a representar un elemento de orden y organización por cK~;t~
Y!!
1encia. A partir de lo cual, resulta-la articulación misma entre
esos dos aspectos tan opuestos los que problematiza a Blegcr. Ya
no se trata simplemente de lo simbiótico como desorganización,
sino de considerar que en todo paciente ese lugar desorganizado
está como enganchado, fijado, inmovilizado en su organización,
del modo más repetitivo y constante. Es lo que Jo conduce a ha-
blar de compulsión de repetición y a decir que al intentar analizar
esa relación "nos encontramos con las resistencias más tenaces".
Como no puede definir esa relación, su noción de encuadre
empieza a oscilar de una punta a la otra del fantasma.
A veces, llama •encuadre' al elemento inmovilizador de lo sim-
biótico, mientras que otra veces 'encuadre' es lo simbiótico e indi-
ferenciado propiamente dicho.
La oscilación deriva de una dificultad de fondo y que es la difi-
cultad para situar la posición del analista. Cuando Blegcr piensa en
el encuadre del analista, piensa en el elemento inmovilizador de
los aspectos simbióticos, pilar fundamental para la construc-
ción de todo el edificio mental. Cuando piensa en el paciente,
piensa que el encuadre es en realidad lo propiamente indiferencia-
do que viene a depositarse en el encuadre analítico. Como, por
otro lado, no puede dejar de reconocer que en el paciente no todo
es simbiótico, tiene que aceptar que éste ya posee un elemento
inmovilizador o de encuadre en el primer sentido. Entonces, ya
estamos conque hay un "encuadre del paciente" que viene a
homologarse al analítico. Pero las dificultades continuan, porque
esa homologación podría dar lugar a una "adicción analítica", o al
menos a una connivencia por Ja cual ese aspecto tan resistencia) y
repetitivo del paciente jamás podría analizarse por haberse hecho
el equivalente del normal e 'ideal'cumpJimiento del encuadre. Para
modificar o activar ese aspecto, entonces, se requeriría un retorno
de algo "indiferenciado", "simbiótico", es decir, una sorpresiva
ruptura del encuadre analítico. Pero, acá, fin del juego, porque
topamos con una alternativa que no se comparte. Sólo queda decir
que en esto hay un problema, y esperar un "accidente" afortunado,
como el del caso de A.A.
Es una cuestión difícil salir de todo ese ~nredo.
La vía de Lacan, me parece, consiste en abandonar toda esa
idea de Jo indiferenciado e indiscriminado, reemplazándola por la
de un objeto no común, pero preciso y localizable en la estruc-
tura: a. Luego, se trata de probar que es por su relación con
ese objeto, y no con una regla, que el sujeto queda fijado en su
96
fantasma: $ O a. Por último, deducir que no es por cumplir o no
l'\lmplir con reglas · que el analistél puede aspirar a movilizar esa
rr.ladón, sino por presentificar ese objeto mjsmo. Obje to no
illlthiguo, ni cambiante, ni alterado, y más allá de toda imagen de
*1 que el analista sostenga con las reglas del encuadre.
La segunda cuestión se refiere al objeto como causa.
Aunque parezca extraordinario, también sin saberlo, es a toda
Una concepción sobre lo real como causa a lo que es conducido
Ull:ger discutiendo el encuadre, así como a escribir sobre esto
Hlt•.unos enunciados que me parecen luminosos.
Digamos, con más precisión, que no lo conduce el encuadre sj-
1\1.> sus 'ntpturas', a las que llama "brechas" o "grietas" por las que
.. hace irrupción la realidad". ¡ H ermosa expresión para mi gusto!.
hnbellecida por el desprecio d e los que hu bieran exigido que
di.jera 'real' y no 'realidad', según el uso imbécil que hacen de la
~i'acia poco merecida por la que accedieron a la enseñanza de
.lacques Lacan.
Seguiré como más interesante la indicadón de que una discu-
¡¡t(•n sobre las 'rupturas' del encuadre conduce a desdoblar el esta-
tuto de la realidad, y así le ocurre a Bleger.
Lo hace con los elementos de que dispone, con los que provic-
nm de la teoría de la percepción y de la noció.n de "ultracosas"
1k Henri Wallon (único, por lo demás, de qujcn no da referencias
liihliográficas).
Está por un lado, nos dirá, todo "lo que existe para la percep-
dún del sujeto". T odo ese universo de cosas que hacen a la reali-
da·J "organizada", y que son las que entraron en el juego frus-
lración-gra tíficaci6n. Con esta última tcrmin ología se enturbia,
~in duda, la mención a la lógica presencia-ausencia propia del signi-
ficante, pero no tanto como para velar que la "organización'' de
,•se mundo proviene para el sujeto de saber que cada uno de sus
nl>jetos "puede faltarle". Hay que empujar un poco este tema
para probar, como lo hace Lacan, segú n me parece, que es la pre·
o.;nvación de esa dimensión de falta lo que define uno de los esta-
tillOs de la realidad.
Pero por otro lado, dice Bleger, está "lo que siempre está". La
" ultracosa", lo que no sabemos qué es porque "no hay percepció n
de lo que siempre está", pero que existe. Aquello de lo que esta-
1\Jns separados, clivados, que "no se percibe sino cuando falta".
Hlcger le pone muchos nombres, que ya hemos mencionado,
pno llamarlo "lo que siempre está", hace que valga la pena empu-
97
jarlo un poco para llegar a una primera concepción de lo real en
La can.
Lo esen cial, para mí, es que también le puso el nombre de 'en-
cuadre', dándonos una muestra de que el tema es insoslayable en
toda discusión sobre la posición del analista.
Qué hacer con ese real en la cura deja a Bleger, claro está, otra
vez, oscilante. " La ruptura del encuadre por parte del analista
- insistirá- supone siempr e, en grado variable, una situación catas-
trófica". Pero el ejemplo con el que apoya su principió es el de
A.A., donde no sabemos si las consecuencias podrán, desde no sa-
bemos qué criterio, evaluarse como catastróficas o no, pero sí
sabemos que Bleger tiene la convicción de que eso hay que anali-
zarlo.
Es que José Bleger, analista 'ort odoxo', da testimonio en su tex-
to Psicoanálisis del encuadre psicoanalítico de hacerse responsable
de lo real a condición de no haber sido él el causante de su inup-
ción. Vale la pena rendir homenaje a esta ética, aunque no esté a la
altura de la exigida por Lacan para el psicoanálisis. Pero es un
tiempo necesario para acceder, en Buenos Aires, a soportar Jo que
pueda ser estar en la irrupción de lo real como causa.

VII. PONENCIA
No un encuadre u otro, sino el discurso analítico:

a $

donde la disposición de la estructura no puede ser ambigua, ni


·cambiante, ni alterada. Donde · quiera se den las condiciones de
ese discurso hay análisis.

98
NOTAS

1
Zac, J. "Relación semana-fin de semana", en Revista de Psicoanálisis , XXV, 1, 1968.
l Uaranger, M. y W. " La situación analítica como campo dinámico", en Revista Uru-
lf411YII de Psicoanálisis, IV, 1, 1961·62.
1
Bleger, J. "Psicoanálisis del encuadre psicoanalítico", en Revista de Psicoanálisis,
XXI V, 2, 1967.
" Uberman D. lA comwlicación en terapéutica psicoanalítica, Eudeba, Buenos Aires,
,.~l.
~ Rodrigué, E. y G. T. de. El contexto del proceso analítico, Paidós, Buenas Aires,
l!JM.
f1 Derivado de haber habido psicoanálisis en Buenos Aires, en condiciones menos esta-
hll'• •rue las londinenses, posiblemente.
1
Todos los entrecomillados pertenecen a su texto antes citado.
11
No haré precisiones en las citas. Las alusiones más constantes me parece remiten a
'l'vakión del inconsciente' en Escritos IJ, Siglo XXI, México, 1975, y al seminario (mi-
~ll'l>l(rafl.ado) 'L'Envcrs de la Psychanalyse'. Un párrafo copia casi textualmente el de una
lardlm del seminario sobre 'L' Angoisse', (también mimeografiado). El punto VI es una
¡wáfmsis de un tema central del seminario dictado por Jacques-Al.ain Miller sobre 'Dos
4illll'IISÍOnes clínicas: síntoma y fantasma', en Duenos Aires, Julio de 1983.
11
Así lo intenta J. Zac (op. cit.). Uegn a cla.~ificar las reglas en cinco categorías: cons-
il!ll t•·~ teóricas, funcio nales, temporales, espaciales y de la persona rca.l del analista. Cada
\lllla se subdivide a su vez en cuatro y más itemR. Pero todo ese cuadro es presentado co-
"'" 1111a "somera descripción de los hechos".
1
" ¡Menos las reglas del encuadte ! - gritaron juntos los analistas 'ortodoxos', al par
ljll" sl~ distanciaban por Las razo nes políticas de la época.
11
Quede como testimonio que la doctrina argen tina 'ortodoxa' sobre el encuadre se
t~~lluha retroactivamente en las vísperas del sacudimiento más violento que iba a sufrir la
iut.k <lad argentina en cualquiera de sus aspectos. Circunstancia ésta última suficientemen-
lB !nígica como para elevar a la categoría de chiste cada una de esas "constantes", y su·
flt.l.-utemente cómica como para recordarles a los psicoanalistas 'ortodoxos' y 'no orto-
il u Kus' que había un encuadre del que dependían sus encuadres.

99
STANDARDS NO STANDARDS

A propósito de las entrevistas preliminares, del control


y de la duración de las sesiones

Este texto, redactado por Colette


Soler, ha sido preparado con la
colaboración de: Jacqucs Adam,
Joseph Attié, Guy Clastres, Hugo
Frcda, Franz Kaltenbeck, Jcan-
Pierre Klotz, Guy Leres, Ronaldo
Portillo, Antonio Quinet de An-
drade, Charles Schrcíber, Fran9oise
Schrciber, Esthella Solano Suarez,
Annie Staricky, Herbert Wachsbcr-
ger.

Standard y no standard es un título que adquiere su sentido a


pruiir de la polémica introducida en el psicoanálisis por la ense-
ñanza de J acq ues Lacan. La cuestión que plantea es la del Otro, la
IPA, de la que extrae la oposición de sus términos. En efecto, es
la IP A quien, por haber promovido una reglamentación standard
susceptible a sus ojos de identificar al psicoanálisis, creyó poder
arrojar fuera del campo del psicoanálisis, como disidente, no
standard, la práctica misma de Jacques Lacan. Sin embargo, Lacan
había partido de un retorno a Freud, o sea de una exigencia de
ortodoxia. La cuestión, refonnulada en los términos del comienzo
de su enseñanza, se vuelve: freudiano o no freudiano.
¿Qué es lo que está en juego? Algo esencial. Se trata nada me-
nos que de defínir las condiciones requeridas para que un psico-
análisis sea un psicoanálisis. O dicho de otro modo, ¿en qué reside
el carácter analítico de una práctica?. Primera respuesta, incuestio-
nada: el eje de un psicoanálisis es el procedimiento freudiano.
Ahora bien, ocurre que el procedimiento inventado por Freud
hace surgir una disimetría: el analizante tiene su "regla fundam en-

100
tul", el analista no. El primero no deja d e saber lo que tiene que
hacer, puesto que la asociación libre es la exigencia, podem os de--
cir, standard, que define su tarea. Nada semejan te e xiste del lado
del analista.
Ciertamente, Freud d efine su función con un término, interpre-
tación, por el que se prescribe una fina lidad, el d esciframien to, el
cual se opone a las dos fina lidades mayores del dominio, gober-
nar y educar. Esto nada dice, sin embargo, sobre cómo efectuar
t~sla función-interpretación. De hecho, la cuestión sobre lo que
dl:be reglar la intervención del analista se plantea d e inmediato p a-
ru los psicoanalistas, qu edando bien claro que si a la asociación se
In llama libre, la interpre tación no lo es. Tiene en la transferencia
Mus condicio nes, pese a dejar a discreción del analista los m omen-
to s, el núrnero, Jos términos y el campo de su s intervenciones,
on donde la asociación, en cambio, no deja al an alízante elección
uinguna y lo determina. El ¿cómo hacer? queda a cargo del analis-
ta , pues no hay r egla fund amental qu e se lo d iga.
Hay pues, incripto en el procedimiento freudiano, una h iancia
cutre el saber y el analista en cuanto a las finalidades y efectivi7.a-
ción de su intervención. Esta hiancia pr~para en el núcleo del
dispositivo ·analítico el lugar d e la impostura virtual. La enseilanza
tk Lacan no cesó de rodearla y de reformularla y, desde los co-
mienzos, los analistas t estimoniaron qu e la sufrían. En este pun to,
lu historia lo muestra, ubicaron primero el modelo - solución indi-
vidual- y luego e~ standard - solución institucional-. Es decir,
t¡ue a falta de un saber cuándo o cómo-hacer, se esforzaron por
hat:er-como; como Freu d al principio, según lo t estimonian sus pri-
rucros discípulos; después, como las reglas instituidas lo prescri-
twn para cada uno, luego de haberlo prescripto para su didacta.
lacan barre ese como-los-otros, y su pretensión de suplir la garan-
1f¡t que falta, con un: simples hábitos. Se une en esto a Freud, quien
no evocaba jamás su téc nica sin cuidarse de alertar contra la imi-
ludón, precisando que no hacía de ella una regla. ¿Se trata de la
l)llcrta abierta a una práctica sin r eglas? Pregunta mal planteada
que la enseñanza de Lacan nos permite corregir, la verdadera es
enher qué las justifica. La pregunta no es standard s o no standards,
liino validados o no.
Lacan responde a Jas preguntas planteadas por la práctica ana-
til ica a partir de los fundamentos mismos de la experiencia en rela-
¡.:jón a las Cüales los hábitos y presiones de grupo carecen de peso,
au nque no d e efectos. Así en su práctica modifica, en efecto, el
101
tiempo de las sesiones, pero en función de un punto de doctrina
esencial. Tam bién mantiene, por ejemplo, la regla de acostar al pa-
ciente. ¿Por qué? Freud la justifica vagamente como favorable a
la asociación. Lacan la funda, desde el principio de su enseñ.anza,
en su distin ción del otro imaginario, el semejan te, del Otro de la
palabra al que el rechazo del cara a cara deja c.l campo libre. Así
como agrei:,ra a las reglas establecidas la de las entrevistas prelímina-
res, y modifica aquellas otras, previas, que organizan los controles.
Aban<:}onada, mantenida, promo vida o modificada, en la enseñanza
de Lacan una regla se j uzga por sus fundam entos y en función de
las finaJidades de la experiencia.
Desde entonces, toda reglamentación heterogénea a la experien-
cia se revela como Jo que es: Irrisión de su lega lid ad. Los sta ndards
deben medirse en re lación a lo que funda al psicoanálisis mismo.

EL NACIMIENTO DE LOS STANDARDS

EL MODELO BERLlNES

Recordemos, en primer lugar, algunos hechos y fechas en cuan-


to a la génesis de los standards.
En el congreso d e Budapest de 191 8, Frcu d, en su intervención
Los caminos de la terapia psicoanalítica, preveía la aplicación del
psicoanálisis a las masas populares. En 1920, Eitington convence a
la asociación berlinesa de la necesidad de fundar, en Berlí n, una
policlínica para el tratamiento psicoanalít ico de las enfermedades
nerviosas. Esperaba dar cuerpo, de ese modo y luego de la efímera
experiencia de Ferenczi en Budapest, a la previsión de Freud.
El proyecto terapéutico de la Clínica se puso a pwlto rápida-
mente: un analista consultor examina y distribuye las demandas.
La sesión dura de tres cuartos a una hora, tres o cuatro veces por
semana. El intento de reducir las sesiones a media hora no f ue con-
cluyente; también la tentativa de acortar la duración de los aná-
lisis fracasó, y la solución adoptada fue la de los "análisis frac-
cionados": alcanzado el objetivo terapéutico el análisis se suspen-
día , pero el paciente podía retomarlo si juzga ba insuficiente su
mejoría.
Paralelamente, para responder a esta extensión del psicoanálisis
y desde la apertura de la Clínica, se planteó el proyecto de formar
a los analistas de la segunda generación. Procedimientos uniformes
de formación adquirieron su forma casi definitiva desde 1924. Se
los dió como modelos a la comunidad analítica y son, en Jo esen-
102
\.'lal, los que se mantienen hasta nuestros d ías. Así, Eitington fliL'
t'l verdadero promotor de Jos standards. En ese contexto, dos
~· 11estiones se habían presentado frontalmente: ajustar la cura e n
111 nción de las urgencias terapéu ticas y contra la opinión de Freud,
lu formación analítica se subordina a la médica, y queda adminis-
!mda por la institución que a su vez crea a tal efecto la comisión
ílr enseñanza. La formación es tripartita: didáctico, enseñanza,
~· o ntrol. En su s tres caras est á sometida a autorización, y está re-
[(lamentada y controlada en lo que h ac~ a su orden , su duración,
1111 ritmo y sus agentes.
En 1925, en el congreso de Bad Homburg, Eitington propone ex-
ll'tlder el proyecto y elaborar standards internacionales. Para tal
r.l'octo, a propues ta de Rado, se nombra una comisión internacio-
nal. Esta presentará en 1932, en el congreso de Wicsbaden, las re-
¡tlas de admisión y de forma ció n de candidatos que serán prolon-
v.udas por las de Lucerna en 193 4. En Jo esencial, retoman la for-
111:1 berlinesa, por lo demás siempre e n uso.
Su interés radica para nosotros en los señalamientos nuevos o
unevamt:tnte acentuados, índices d e una orientación y de pun·
tns de resistencia. Retendremos cinco de ellos:
1) La aparición de criterios de selección nuevos. No sólo deberá
ponerse atención; se precisa, en la calificación pro fesio nal, sino
,·n la integralidad del c::~ rácter, la madurez de la perso na, la estabili·
d;1d del ego, la ca pacidad de insight.
Vemos aquí que la ego-psychology, como t endencia, data de la
t'reguerra.
2) Se insiste en el com promiso necesario y previo del candidat o
de no valerse de su fo rmación antes de haber r ecibido el aval de la
l·omisión de controL Señal sin duda de que se quiere term inar con
algunas veleidades de indisciplina.
3) Se admiten no médicos, pero bajo tutela: no podrün decidir
1'1 análisis, sino que recibirán sus pacien tes el e un m édico. Compro-
nJiso, pues, con la objeción.
4) No se admit irá un cand jdato extranjero e n un ipstituto
•11110 luego de conformidad de su instituto de origen. Se prepara
va la emigr ación.
S) Por últim o, la comisión inte rnacional de formación t endrá el
poder de autorizar y supervisar los institutos y centros de forma-
··ión. Así se l;Ornpleta la construcción de la pirámide internacional
que será tan propicia para la difusión de un credo común, pronta-
lllente egopsicológico.
OPOSICION Y CRITICAS
¿Cómo fu eron recibidas esas reglas?
Encontraron dos tipos de objeciones.
Por una lado, f ueron cuestionadas en cuanto a sus fundamentos
analíticos, especiamente por la escuela húngara. Ferenczi y Ran k
criticaron, por ejemplo, la oposición didáctico-terapéutico. Vilma
Kovacs protestará, en 1935, contra la disyunción didacta·control,
míen tras que al margen de los congresos oficiales proseguirá la
discusión sobre la doble polaridad del control: como elucida·
cíón de las dificultades del analista (Kontrollanalyse) y como
aprendizaje técnico (Analysenkontrolle).
Por el lado opuesto, las críticas americanas fueron por comple-
to de otro orden y concernían al poder institucionaL Los miem-
bros amerkanos rechazaban la ingerencia del comité internacional
de fo rmación. Esta protesta, ya expresada en 1936 en Maricn-
bad, culminó en la ruptura con la IPA en 1938, en el congreso de
París. La asociación americana, que entonces crea una comisión de
standard profesionales, produce en esa ocasión un texto de trece
páginas sobre la formación cuyas obligaciones y rigor sobrepasan
en mucho lo que conocían las sociedades europeas.

EL MODELO AMERICANO
En J 949, en el congreso de la reconciliación, en Züiich, el equi-
librio de fuerzas se ha modificado. América se ha vuelto el foco oc
la actividad analítica, Ja lengua inglesa la del psicoanálisis y la ego--
psychology es en lo sucesivo la corriente dominante. La American .
Psychoanalytic Association instala su liderazgo sobre el mod elo
-rechazado en 1938- de la Comisión Internacional. Los standards
permanecen iguales. Son aquellos a los que Lacan apunta explici-
ta y especialmente en Variantes de la cura-tipo. Se trata del mode-
lo berlin és rigidizado por los criterios de adaptación de la ego-
psychology, que consuman la colusión del psicoanálisis con la psi-
quiatría y la higiene mental. Testimonio de esto es un trabajo en-
cargado en 195 1, llamado de revisión de las prácticas existentes en
los institu tos, y que concluyó con la promulgación, en 1956, de
los standards mínimos para la formación psicoanalítíca de los mé-
dicos.
El plan de formación no satisfizo a nadie. Es lo que revela, en
1960, el Comité de ensefianza, luego del estudio de los programas
de una veintena de institutos. Se lamenta del número creciente de
104
~; n n didatos inanalizables e inaptos, de los méto dos de selección in e-
fh; aces (fonnularios d e candidaturas, tests psicológicos, entrevistas
•k grupo), etc.
Pero, a los efectos producidos por el enfoque evaluativo y selec-
ti vo, la Instit ución no sabe responder sino redoblando su s propios
~~ it erios. De este modo, y siempre para o btener más objetividad, se
f!J ~talarán hacia 1964 comités de selección encargados de super-
'tsar y concluir los informes redactados por los analistas de las en-
ltl;Vistas realizadas a un candidato. Se llega en tonces a un ftmóme-
fl •> tan aberrante como éste: el rechazo , a veces de hasta el 90% de
~ ·s candjdatos presentados con opinión favorable del analista. A
\.'1 iterios perfeccionados, ¡el candidato fa Ita! A la luz de t:sto. no
;m rece que los institutos hay an avan zado mucho desde en tonces.

f:-A FALTA DE FUNDAMENTO

Ese rápido vistazo hist órico sugiere algu nas observacio nes.
Vem os en prim er lugar que la preocupación por definir stan-
fl¡trds que permitan reglar la práctica a nalítica fue. muy pront o una
preo cupación de la comunidad internac ional. Los problemas de la
f., rmación de analistas y las cuestiones concern icn tes :.JI t ielll po en
p·ücoanálisis estuvieron dl~ en tntda en el corazón de Jos d ebates.
~orprende notar que cuarenta afios más t ard e conti tu ycn los mis-
lll<>s o bstáculos puesto que es respecto de ellos que Lacan pudo
~t p arece r como un insumiso del psicoanálisis. En todo caso, es p a-
k nte q ue el esfu erz.o d e la Asociación Internacional para con trolar
t11 práctica analítica tomó como palanca la standarización de los
procedimientos de formación. El objetivo es claro y lógico: para
rq~lar al psicoanálisis, reglar al analista. La instit ución se planteó
~csde el comienzo como el agente d e esta regulación y como el
&ujeto supuesto saber las normas.
¿Cómo no observar, en la instaura ció n de esas normas, el peso
~·: razones externas y la falt a de fundamento intrínseco?
Desde el vamos las razones provenien t es del campo del psi-
V'.análisis en extensión fuero n primordiales. Así estaban prepara-
d• ,s, en 1920, para cambiar los hábit os d e tiempo y pard disponer
in 1a form ación rápida para llegar a más gent e y más rápido. lgual-
lu •:nte es el realismo, incluso el oportunismo, el que en el co n-
Ir xto político d e la d écada de pre-guerra arregla las condicio-
fi•· s de emigración posible para los analistas y sostiene el proyecto
~¡- internacionalizar la formación. En cuan to al diálogo América/

105
= e bien claro que está ?,autaclo por la relación de fuerza
clono!. De ahf la observacton de Lacan en 1953: "El mante-
ttimJento de las normas cae más y más en el orbe de los intereses
del grupo> como se manifiesta en los Estados Unidos do nde ese gru-
po representa m1 poder . Entonces se trata menos de un standard
que de u n standing". (Variantes de la cura tipo, en Escritos.
Siglo XXI>p. 95).
Esos fenómenos surgen, sin duda, de la inevitable inserción del
psicoaná]isis en el mundo. Sin embargo> su contingencia histórica,
junto a la falta de criterios analíticos, acentúa por con traste la no-
table estabilidad del modelo propues to, así como la exigencia in-
condicional a él ligada. Como si el Jegalismo más contingente e
inerte concentrase en sí la prenda misma d e la experiencia. Sor-
prende ver cómo las críticas hechas en nombre del psicoanálisis
-y por las p ersonalidades más eminentes en el interior m ismo de la
IPA (cf. Glover, citado al respecto por Lacan)- no afectó los pro-
cedimientos instituidos. Es de sospechar que una forma de entrada
tan definitiva y tan rebeld e a la evolución debe depender de un
modelo que ya estaba ahí y que está sostenid o por poderosas razo-
nes de estructura: precisamente el que Freud reconoció en la Igle-
sia y el ejército, y que hace lazo de otro modo que el psicoanálisis
(cf. Situación del psicoanálisis y formación del psicoanalista en
1956, en Escritos JI, p. 198). Discurso del Amo, dirá Lacan.

ENTREVISTAS PRELIMINARES

EL ALGORITMO DE LA TRANSFERENCIA
No hay en trada posible en el análisis sin entrevistas preliminares,
decía Lacan en 1971, en . una serie de conferencias intituladas le
Savoir du psychanalyste. Históricamen te, esta práctica es una inno-
vación. Ciertamente, al comienzo de un análisis, a todo analista
siempre se le ha planteado la cuestión de aceptar o no la demanda
hecha> y esta aceptación siempre tuvo también sus implicaciones
diagnósticas ; es lo que Lacan formulaba con un "¿a quién acos-
tamos?". Pero · de las ent revistas preliminares se espera otra cosa.
Las entrevistas preliminares constituyen la modalidad técnica
que responde a: "en el comienzo del psicoanálísis está la transfe-
rencia" (Proposition du 9 octobre 1967 sur le psychanalyste de
rt:cole, en Scilicet, No l , París, Seuil, 1968, p. 18). Es preciso par·
106
tir d e ahí: un psicoanálisis es el trabajo d e la transfcn:mcift, y en la&
entrevistas preliminares lo que está en juego es poner a trabajar la
transferencia.
En tre la queja, que pide alivio, y la entrada en análisis, que su.
pone el trabajo analizante, no hay con tinuidad. A los analizantoa,
decía La can, "se trata d e hacerlos entrar por la puerta, qu e el anáU·
sis sea un umbral, que haya para e11os una verdadera demanda. Es·
ta demanda: ¿qué es de lo qu e q uieren desembarazarse? Un sín·
toma. [... ] Yo trato de que esta demanda los fuerce a hacer un es·
fuerzo... Es preciso en efecto que algo empuje". (Con[érence Ya· a
le University, en Scilicet, No 6/7, 1975, p . 32). Ahora bien, sólo el
sujeto supuesto al saber, como pivote de la transferencia, permite
situar aquello que hace del síntomél una "demanda verdadera".
En efecto , el síntoma se vuelve analizable solamente a condición
de incluirse en la transferencia.
Partamos del algoritmo de la transferencia:

_____s_-_-_- - --+ sq
( s sl , s2 , ........ s")
donde el S, "significante de la transferencia" , escribe la manifesta-
ción sintomática del sujeto que el paeiente presenta al analista y
cuya demanda sostiene. Notemos que le lleva esta man ife stación a
un analista cualquiera (Sq ), es decir reducido a su dcrinh.:ión de
intérprete, de descifrador. La direcció n misma hacía el descifra-
dor, m arcada por la flecha, implica una doble postuladón: t.JUcda
supuesto , por un lado, el carácter cifrado del síntoma (descifra-
miento supone ciframiento) y, por el otro, la represt!lllutividad del
síntoma. Es un h echo de experiencia que el sfnloma no conduce al
análisis sino cuando cuestiona> cuando el analizanto capta ese
incomprensible cuerpo extra ño como propio y portador de un sen-
tido obscuro qu e lo representa como sujeto desconocido para sí
mismo. En este sentido, el síntom a es cucstionumícnto del suje-
to, o más bien, representante del sujeto harrado y no "agotado por
su cogito" (Subversión del sujeto y dialéctica del deseo, en Escri-
tos ! , p. 331). De este modo, por la transferencia, el síntoma es
puesto en forma de pregunta, pregunta del sujeto, en el doble
sentido del partitivo.
Sin embargo~ la transferencia así planteada es muy a menudo, a
decir verdad, previa al análisis. Está ahí desde que el síntoma es
107
.-
. .._,lftlldo como analizable. Casi podría hablarse de transferen-
l i;.Oón el psicoanálisis. Sería preciso evidentemente reservar aquí
Un lugar a los casos particulares, y sobre todo a la excepción,
Pi'cud, como inventor del psicoanálisis.
El momento de la demanda de análisis es aquel donde un
particular, analista cualquiera, se substituye al psicoanálisis en
general. A partir de ahí queda aún por producir la fijación de la
transferencia y ponerla a trabajar.
Es preciso, en efect o, que ese analista venga a. sostener para el
analizante la función de sujeto supuesto al saber, ocurre, se sabe, que
el analizante se haya equivocado de dirección y que la fu nción esté
para él ya fijada en otra parte. A nivel fe noménico, a menudo es el
amor de transferencia quien testimonia esa fijación, pero el fenó-
m eno de estructura es otro: es una transferencia del lado del ana~
lista - en el sentido de desplazamiento- del saber que se supone
puede responder a la pregunta. Efecto de histerizacíón inducido,
señala Lacan por el dispositivo analítico. La transferencia fijada al
analista es una transferencia primariamente demandante: demanda
al Otro que responda. El análisis supone aún que de esa transferen-
cia demandante, se haga una transferencia productora por el sesgo
de la llamada asociación libre. El analizante está en el análisis en el
lugar de aquel que trabaja -esfuerzo, dice Lacan- para que se ela-
bore el saber que responda a la pregunta del sujeto; mientras que
la operación del analista consiste en causar ese trabajo. Lo q ue es-
cribe el algoritmo del discurso del Analista: ..E...--+_!_ (Radiofo nía y
s2 sl
Televisión, Anagrama, pág. 77).
Son estas condiciones del análisis - transferencia analítica (o sea
pregunta del sujeto), fija ción de la transferencia y trabajo de la
transferencia- las que dan a las entrevistas preliminares sus obj eti-
vos para cada caso. Nada que ver con la medición de una capacidad.
Lo que es preciso subrayar, en efecto, es la incidencia del analis-
ta en aquello que se trata de obtener. El acto analítico está en jue-
go desde esas entrevistas, se ubica ah f en el lugar de la causa y su
efecto es el empuje-al-trabajo de la transferencia . .No podemos
desconocer, desde el comienzo, la acción del analista en cuanto a
este impulso q ue evocaba Lacan. La justa inserción del paciente
en lu transferencia no es del orden de la aptitud. Depende, por
cierto, <le la posición del sujeto en su relación con el Otro, pero no
está menos determinada por la respuesta dei partenaire analista.
108
Al respecto, Freud está del lado de Lacan, contra la ego-psycho-
logy.

ALIANZA TERAPEUTICA Y ANALIZABILIDAD


Fue.ra del campo de la enseñanza de Lacarr, la práctica de las
entrevistas preliminares no tiene curso. No o bstante, en todas par-
tes está presente el problema de los requisitos para entrar en análi-
sis. La ego-psychology ha promovido dos nociones que son la
"alianza terapéutica" y "la analizabilidad " .
Su aparíción en los afios 60 respond e evidentemente a las difi-
cultades engendradas por la práctica m isma de esos ego psicólogos.
Este tope vuelto a encontrar hace surgir la pregunta: ¿qué es lo
que condiciona un psicoanálisis?. Respuesta: la alianza terapeútica
es aquello sin lo cual el análisis no es posible. ¿De qué se trata? La
idea fue introducida, sin que figure el término, por Sterba, en
1934. La expresión "alianza terapeútica" fue propuesta, según
parece por Z(!tzel, en 1956, mientras q ue en 1965 Greenson prefie-
re el término "aliam.a de trabajo·~.
De un autor al otro hay, desde ya, matices. Greenson la apoya
en el yo razonante del paciente, m ientras que para Leo Stoue su-
pone el grupo de funci ones evolucion adas del yo y ninguno sirúu
exactamente del mismo modo sus relaciones con la transferencia.
Pero poco importan Jos matices. La concepción de esta alianza nece-
saria reposa sobre la idea de que la transferencia es homogénea con
la vivencia patógena del paciente caracterizada por la presencia de
aspectos " regresivos". Por consiguiente, es necesario algún otro
modo de relación del paciente con el analista, un modo sano, des-
de donde pueda ser analizada la tran sferencia. La alianza terapéuti-
ca no sólo es distinta a la transferencia, sino que es un punto su-
puesto fu era de ella q ue podrá selle opuesto y desde dónde sola-
mente podrá ser reducida.
Es evidente, en todos estos trabajos, que no es la transferencia
sino la aparición de la alia nza Jo que m arca la entrada en análisis y
signa la analizab ilidad del paciente. Sorprendente inversión, pues,
de la posición freudía na, estando la transferencia y la analizabili-
dad en relación inversa una de la otra, la primera termina por apa-
recer como el obstáculo a la cura. Por el contrario, alianza y anali-
zabilidad corren pareja s.
Por Jo demás, es en Jos mismos años 60 q ue el lector de la!> tres
grandes rev istas americana s, lnternational Journal o! Psychoanaly-
109
* Joumal o[ the American Psychoarialy tic Association, .Psychoa·
·tlll)ltlc Quarterly , ve aparecer ese vocablo nuevo; "analizabj)idad",
que debe su promoción a los muy serios trab::tjos del "Kris Study
Oroup" de Nueva York, dirigido por Loewenstein, pero cuyo éxi-
to se debe sobr e todo a la preocupación por restringir las aplicacio-
nes del psicoanálisis y por producir un esquema de selección que
permitiese extraer el mejor candidato que hubiera.
El razonamiento es el siguiente : el paciente, en análisis, enfrenta
una situación particular, sin duda, pero que se inscribe en una serie
de experiencias precedentemente encontradas. La an alizab ilidad
pone a prueba la capacidad de su yo para enfrentarlas. La biografía
del paciente permite calcular cómo las tomará . El acento primor-
dial ya no está puesto sobre el wish inconsciente, sirio sobre el will
de un "querer ser analizado" propio del yo au tónomo.
Así, tanto en la analizabilidad como en la alianza terapéutica, se
t rata siempre del yo autónomo como condición del psicoanálisis.
Al mismo tiempo se supone que el análisis depende de una aptitud,
de un talento previo personal del analizan te y cuyo diagnóstico in-
mediato debería permitir plantear el pronóstico de una experiencia
todavía por hacer. E n la entrada del psicoanálisis está, entonces,
no la transferencia, sino el yo fu era de transferencia, a partir de
donde el psicoanálisis podrá desplegarse como lo que bien pode·
mos llamar un trabajo contra la transferencia. Un signo positivo sin
embargo: no sólo esta analizabilidad parece inasible a los mismos
autores, reducida a criterios ridículos o problemáticos, sino que
además parece que lo analizable se hiciese cada vez más raro. ¿No
podrían estas perplejidades conducir al abrupto "en el comienzo
del psicoanálisis está la transferencia" de Lacan?
Podría ser el retorno de ellos a Freud.

FREUD CON LACAN


En efecto, algunos textos de Freud, escalonados desde Estudios
sobre la Histeria hasta los textos agrupados en el volumen Técnica
ps;coanalítica , nos dan una id ea sobre lo que éste exigía en la en·
tralla de una cura. En ¿Pueden analizar los legos ?, evoca el "acuer·
do ud paciente" y la "preparación a la cura" que apunta a " hacer-
le a~.:eptar la regla fundamental haciendole percibir que sabe más
de lo qut: <.lke". ¿No es esto acaso plantear, explícitan:zente, que la
regla funthlllWnlal implica que se supone un saber al analizante
cuya man i f~ s t.adón se espera por el sesgo de la asociación libre, y
110
que es al hacer entrar al paciente en esa suposición que se le hace
entrar en la regla?
En La Iniciación del tratamiento, Freud evoca una técnica que
le es nueva, el ''tratamiento de ensayo", muy próximo en su inspi-
ración a las en trevistas preliminares y que acentúa, en todo caso, la
idea de las condiciones previas. Retendremos de esto dos precisio-
nes.
Una concierne a lo que debe esperarse del paciente: que se ape-
gue, dice Freud, a su analista.
La otra apunta a la posición del analista mismo. Precisa Freud al
-respecto que durante el tratamiento de ensayo no comentará los
d ecires del paciente "más que lo ind ispensable para la co ntinua-
;Ción del relato". A menudo volverá sobre esta idea de que las "pri-
:meras comunicaciones" no deben hacerse antes de que se haya es-
tablecido una poderosa tran sferencia.
Subray emos, en primer lugar, que Freud ubica las condiciones
de entrada en la cura en relación tan solo a la cuestión de la trans-
ferencia. En segundo luga r , podemos reconocer claramente distin-
guidas la necesidad de la fij ación de la transferencia (apego al mé-
dico) y la puesta a prueba del trabajo de transferencia (aplicación
de la regla). A lo que se agrega una indicación técnica notable:
Freud da su lugar a cierto silencio del analista. Si la regla im plica el
saber analizante, hemos dicho, el hecho de suspender las revelacio-
nes del analista ubica el saber de éste en una posición particular,
casi de encubrimiento. Es un saber que ni se expone ni se man ifies-
ta, que pennanece p or consiguiente sólo en reserva, digamos... su-
puesto.
· Es sorprendente ver que Freud correlaciona el apego transferen-
cia! del paciente precisamente a ese silencio cuestionador del ana-
lista, el mismo que Lacan reconocerá en Sócrates com o anticipan
do la función del analista como sujeto supuesto al saber. Es co-
rrecto, entonces: Freud con Lacan.

LOS CONTROLES
Los controles existen desde que hay analistas. Parecen incluso
haber precedido la creación del término, si nos atenemos a los pri-
meros psicoanal istas que rodearon a Freud.
Se trata de una práctica que La can nunca cuestionó y cuya ne-
cesidad subrayó incluso. Lo que discute su ensefianza, por el con-
trario, es la función institu cional del control, tal como fu e codifi-
11 1
~Q¡t pgr \¡¡lilA. Al ..:a111biar los modos de habilitación, Lacan cam-
bt6 Untbl~ll cl l11ga r y la función del control.

at.C.ONTkOL Y LA lNSTJTUClON
tK(' cam bio tknc como pivote su: "El analista no se autoriza
lino t.h• sí mismo".
"hl úni~,;o princip io d l.:! rto a plantear, dice Lacan, y tanto más
~:uun to qu e ha sido desconocido, es q ue el psicoanálisis se constitu-
Y"' l'lHIW uid<lctico por el querer del sujeto , el cual debe estar ad-
vertido de que el amHisis cuestion ará ese querer, en la medida
mis111 a d e la aproximación del d ese o que encubre". (Note adjointe
al / ktt' de fondatio n, en Annuaire de l'ECF, p . 74). Al poner este
principio en la base de la fundación ele su Escuela, en 1964, Lacan
pone t!n el centro ctel problema de la formación del ana lista la
cuestión misma de su deseo. Su prolo ngació n e n un querer - que
p ued e ser el de vo lver se analista--- no d epende sino de una sola for-
mación ; la que Lacan ~,; sc ribe así: "El psicoanálisis, didáctico" (D e
nuestros antecedentes, en L::scritos 1, p. 10) ; acá la coma, en inciso,
borra la dicoto mía habitualm e nte recibida entre psicoanálisis perso-
nal Y psicoanálisis didáct ico. Es decir que la institución no es, no
debe ser, no podría seL el agente que instituye al psicoanalista.
Lo qne no quiere d ecir que la institución se desentie nda d e ga-
rantizar la form ación. Solame nte desplaza su punto de aplicación.
Una vez que Laca n reconoció y pla nteó que en su acto el analista,
si es analista, no se autoriza de ningún Otro, extrajo las consecuen-
cias: le queda a la institución garantizar el a nalista "que haya he-
cho su s pruebas" . Garantía pues, p ero retroactiva, y no caución
anticipada , como es el caso de los candidatos cuando son seleccio-
nados a la entrada del psicoanálisis o del control.
Al no ser la condición obligada de u na habilitación, el control se
une al campo del psicoanálisis en int ención del que la formación
del analista depende. Se encuentra, a partir d e entonces, profunda-
mente modificado. Para hacerlo valer, planteemos a propósito del
control cuatro simples preguntas, tanto a las prácticas standards co-
mo a la Escuela que Lacan creó en 1964 y volvió a lanzar para una
contra experien cia en 1981: ¿para qué, para q uién, cuándo y có-
mo?
Un vistazo a los documentos contemporáneos de la IP A, espe-
cialme nte a un informe presen tado en 1981 al IX precongreso so-
hn· el didáctico por Anne-Marie Sandler, a propósito de la Selec-
11 2
ción y función del análista didáctico en Europa, p rueba , de ser
necesario, las constancias del fenóm eno y pese algunas ligeras va-
riantes en el tiempo y de un instituto a otro. Los institutos euro-
peos, por ejemplo, piden dos o tres controles, mientras que los
norteamericanos piden cuatro. No obstant e, en todas partes Jos
contro les son obligatorios, en t odas partes están som etidos a auto-
rización, y también en toda s partes el control, garantizado por el
com ité didáctico del instituto, es un didacta.
Las respuestas, por consiguiente, son simp les. ¿Para qué el con-
trol?. Para la habilitación (se agrega a veces, pero subsidiariamente,
una finalidad de garantía para el paciente). ¿Quién va al control?.
Un candidat o al reconocimiento analítico. ¿Cucindo?. Cuando está
autorizado a recibir sus primeros pacientes. ¿Cómo ? Con un con-
trol reconocido por y según las normas (duración, frecuencia, nú-
mero de casos) propios de su institut o. De modo que el control es
a la vez ojo de la institución y baby-sitter de un analista bajo vigi-
lancia.

LA RESPONSABILIDAD DE LA ESClJF.LA
El trastocamícnto operado por Lacan es completo y sus linea-
mien tos se encuentran en el Acte de fond.ation de la Escuela y en
su Note adjo inte.
En primer lugar, el control no es ob ligat orio. La institución no
lo impone, así corno tampoco establece lista de controles ni lista
de didact as. Es decir q ue el sujeto pide u n co ntrol según su parecer,
y al analista de su elección. Por el contrario, la obligación - pues
por cierto hay una obligación- es para la Escuela. Obligación
de responder a la d eman da de éontrol "desde el comienzo y en
todos los casos", dice Lacan (Acte de Fondation., p. 72), lo que
quiere d ecir sin condiciones previas de antigüedad en la carrera
analizante y sin exclusion es. La razón de esto es que el contro l, si
no está impuesto, " se impone" (Note adjointe , p. 75). Se impone,
porque es un hecho que "el psicoanálisis tiene efectos sobre toda
p rác tica del sujeto comprometido con él". Corresponde, entonces,
a una Escuela, el d eber de asegurar "un contro l ca lificado" (y no
califkante) a todo sujeto cuya práctica suponga transferencia, ya
sea institucio nal o privada. y en cualquier fase que esté de su cur-
so .
Una demanda de control, enton ces, si es verdadera, no se recha-
za. Pero su p ráctica se adapta a la posición d el sujet o sin standards
preestablecidos. Porque hay u na necesidad de contro l la responsa-
113
bilidad de 1a Escuela no es rechazar las demandas sino aceptarlas.
Una única liinitnci6n debe señalarse evidentemente, la responsabili
dad de la Escuela es correlativa de la seriedad del compromiso del
sujeto en ln experiencia, y, sobre este punto, la opinión eventual
del analista puede ser det erminante.
¿Por qué el control?. Porque el control es un dispositivo com-
plementario de la cura, donde tratar analíticamente los efectos de
la experien cia analítica; abierto a cualquiera que lo demande,
cuando lo demanda, por el hecho de estar sujeto a las influencias
de sus efectos. ¿Qué relación queda entonces entre el control fun-
dado en una necesidad interna de la práctica analítica y la garantía
institucional? Una relación de hecho, sólo eventual. Cuanto se tra-
ta de discernir que un analista "ha hecho sus pruebas", el control
puede sin duda dar fe en ese sentido, pero de manera no obligada,
y sólo entre otros testimonios.

LA PRACTICA DEL CONTROL


No es abusivo suponer que más allá de las particularidades indivi-
duales, las finalidades institucionales orientan su práctica.
Para los analistas de la IPA el control tiene objetivos de aprendi-
zaje. Se habla de " diagnóstico educacional" , de ''psicoanalistas
educadores" , de "alianza de aprendizaje". Se plantean insolubles
problemas de objetividad y de criterios pues se pretende instru ir,
ayudar, evaluar, observar. El control está centrado prioritariamen-
te en la producción y evaluación de una competencia.
No obstante, se le impone a todos que la supuesta competencia
no deja de estar relacionada con el análisis del analista. El término
análisis de control propuesto por Eitington ya lo implicaba. Sesenta
años después, si tomamos como referencia la Encyclopedia of
Psychoanalysis de Ludwig Eidelberg de 1981, esta idea no ha cam-
biado. Se distinguen "los errores que resultan de la falta de experien-
cia, de los causados por los problemas inconscientes propios del can-
didato", por Jos " puntos ciegos" que depend en de su propio análisis.
El con tro l se presenta entonces como un lugar de prueba de los
lím ites de la cura que repercu ten sobre la práctica del analista. Esta
repercusión es generalmente enfocada a partir de la noción de con-
tra transferencia. Subrayemos empero que los teóricos de la ego-
psychology distinguen uno de sus motores como perteneciente al
registro de la identificación al paciente. Esto sostienen, por ejemplo,
Oavid H. Sachs y Stanley G. Shapiro, referencia tomada de autores
tan diferentes como Searles y Arlow. Se desemboca de este modo
114
en la idea d e un control que completará la tarea d~I HndU&fa, y que
es a la vez indicador y corrector de identificaciones. Hay en eate
punto una coherencia de la doctrina: a un análisis quo opera eon-
tra la transferencia le responde el esfuerzo para reducir lo contri-
transferencia del analista. Un análisis que se propone como fin lit
identificación al yo autónomo del a·nalista se comp lementa con tu
idea de un apren diz de psicoanalista aún embarazado por identifi~
caciones al analizante.

CONTROLAR LA POSICION DEL SUJETO


Para nosotros el problema se plantea de manera harto diferente.
Un psicoanálisis supone la transferencia cuya estructura despejó
Lacan en el postulado del sujeto supuesto al saber. Median te la
transferencia un sujeto es supuesto al sab er, él mismo supuesto
como pudiendo responder por el síntoma en el cual se presenta, en
la entrada de cada cura, la pregunta del sujeto. Pero, entre anali-
zante y analista existe lo que Lacan llama "divergencia" de suposi·
ción, porque el analista n o comparte el postulado analizante al
que, empero, sostiene. Asi llegamos a la posición paradójicu del
que pod emos llamar analista contratante que recurre a un control.
Viene a h ablar sobre su práctica de analista. En tanto es el que de-
manda y habla en el control est á en posición de analizan te; analizan·
t e ya particular, sin duda, porque su regla no es decirlo todo sino, <1 1
contrario, focalizas sus comen tarios. En el polo opuest o, en tanto
analista, en su acto, se supone que n o puede zafarse del pot:itulado
de la transferencia. Esto es Jo que quiere decir efectivamente: "El
analista sólo se autoriza de sí mismo". No hay sujeto supuesto al
saber del acto. El analista no opera a partir de un saber, aun cuan-
do el inco nsciente es saber, y aun cuando hay un saber del analis-
ta.
¿Cuál puede ser, a partir de este p un to, la transferen cia que sos-
tiene el trabajo del analista controlante? Una sola respuesta es po-
sible: la transferencia a secas. No hay otra; y "no hay transferencia
de la transferencia" (Reseñas de enseñanza. El acto psicoanalítico.
Ed . Hacia el3er. Encuentro del C.F., pág. 58), dice Lacan. Es decir,
que tanto en el control como en el análisis se apunta al sujeto y a
que éste se ponga a trabajar. Entre los pocos textos en qu e Lacan
evoca el control, nos det endremos en dos. El primero en Función
y campo de la palabra y el lenguaje, donde Lacan plantea una equi:
valen cia entre la posición del control y la del analista. El segundo,
11 5
de 1967, en el Discurso a la EFP, donde Lacan evoca el "encausa-
miento" del sujeto: "Es diferente controlar un "caso": un sujeto
(yo subrayo) que su acto supera, Jo cual no es nada, pero que, si
supera su acto, crea la incapacidad que vemos prosperar en eljardín
de los psicoanalistas" (Discurso a la EFP en Scilicet no 2/3, p. 14).
Propongamos lo siguiente: eJ control apunta a la posición del su-
jeto en relación a su acto, más que al acto mismo que, sin duda, es-
tá en juego, pero que tanto el control como el controlado sólo
pueden hacer constar. Después de la destitución, a] final de la
cura, del sujeto supuesto al suber del síntoma, quizá falta aún des-
tituir el sujeto supuesto al saber del acto, para que el analista pue-
da hacerse causa de la división del sujeto. En ese caso la finalidad
del control es estrictamente homogénea a la del análisis. Funda-
mentalm ente , no es ni transmisión de saber ni estimación de dones
individuales, sino el lugar dond e, dado el caso, los efectos sobre el
sujeto de esa práctica qu e requiere el acto, lugar donde es puesto
a prueba Jo que podemos llamar, en una primera aproximación, su
capacidad subjetiva de sostener ese acto, pero, a condición de agre-
gar de inmediato que esa capacidad es producida por el análisis
mismo, y sujeta por ende a lo que Lacan llama "una corrección del
deseo del psicoanalista (ibid.} por el análisis. Así control y cura es-
tán anu dados. Esto nada prescribe en lo tocante a los enunciados
del sujeto controlan te, refiéranse o no estos a su paciente, porque,
al igual que en el análisis se apunta al sujeto en su enunciación.

LA L>URACION DE LAS SESIONES


La IPA incluyó los factores de tiempo en los datos standard del
contrato analítico. Con el correr del tiempo, los reglamentó cada
vez más. Al final son fijadas no sólo la duración de las sesiones, si-
no también, tratándose del didáctico, su ritmo, y la duración.de las
curas. La opción consiste por ende en sustraer a la evaluación y so-
bre todo a la intervención del analista el tiempo ; postula, implici-
tamente, entre analizante y analista un tiempo standard para ertra-
bajo de la transferencia, y se autojustifica vagamente en nombre de
las garantías que el paciente tiene derecho a esperar.
Para Lacan, los deberes del analista -que ciertamente existen--
principalmente el de estar ahí, deben definir.se en función de las fi-
nalidades de la eXIJ"~riencia y de sus fundamentos.

116
NO.SIN-EL-TI T::MPO

El punto de partida es el siguiente: tomar no ta de Jo que 11 -tltt


periencia freudiana testimonia. a sa ber que hablar tiene cfcctOIIOo
bre el que habla y principalm ente sobre su s1nt oma. A partir d@ lllll
Lacan pro duce su: "El inconcient e está estructurado como un len•
guaje". Lo simbóüco es lo que " estr uctura y limita" el campo pll•
coanalítico. Ahora bien , él lo señala: "volver a traer la expcrkmcla
analítica a la palabra y al lenguaje como a sus fun damentos, es Dliél
que interesa su técnica".(Función y campo de la palabra y dellengut~­
je, en Escritos/, p. 108). Lacuestiónd e la duración d e las sesione1,
devenida problema crucia l de polémica, se abord a desd e allf, ya
en Función y campo de /apalabra y el lenguaje, donde Laca n precj.
sa en una nota de 1966: "Piedra de desecho o piedra angular, nues-
tra fuerza es no haber ced ido sobre este punto." (ibid. p . 132).
Hay que partir del suj et o involucrado en el psicoanálisis. Laca n
lo distinguió de entrada del viviente. Es lo que del viviente se pro-
duce como efecto de la palabra en el ~.:a mpo del lenguaje. Ahoru
bien, ese sujeto, decir que necesita tiempo para manifestarse es in-
suficiente. Más bien hay que decir que ese sujeto no es sin el tiem-
po. Un tiempo que Laca n califica primero de "subjetivo" para
opon ~rlo al tiempo espacializado cronométrico d el reloj y al tiem-
po r ítmico de la tensión instintiva del viviente. Ese no-sin-el-tiempo
significa que el sujeto como efecto de lenguaje es, por esencia,
temporaL El sujeto que se concluye d e la palabra impJica el efecto
de tiempo. Efecto intrínseco, (í.f. en este punto el tiempo lógico ),
que debe disti ngu irse del t iempo necesario a t odo procesó y, por
ejemplo, del t iempo necesario para desplegar las articulacio nes de
un silogismo, que sigue siendo het erógeneo a Jos elem entos de lu
deducción y por ende ajeno a la conclusión, pero necesario. El
tiempo es pues inherente a la d ialéctica del sujeto. A partir d e aquí,
los problemas del tiempo en análisis son estrictamente co-cxten&i-
vos a lo q.ue Lacan pudo llamar las "metamorfosis" del sujeto en el
proceso de la cura. Es d ecir, que los problemas de duración no
pueden reglarse ni a priori ni desde el ex terior.

TIEMPO REVERSIVO
Segundo asunto: ese t iempo interno al sujeto Lucan In 8ltu6
como u n tiempo det erminado por la est ructura. Dió úivcrl$tt8 fór-
mulas de esa estructuración a lo largo del tiempo, y lwhdn. indu-
117
doblem ente, diferencias a señalar entre la t emporalidad de la pala~
bra intersubjetiva situada en 'Función y campo de la palabra y del
ltmguaje y la temporalidad que en Posición del inconsciente se re-
fiere a la alienación significante del suj eto.
Retengamos tan sólo la tesis fundame ntal: el tiempo del sujeto
hablante es la " retroacción del significante en su eficacia" (Posi-
ción del inconsciente, en Escritos II, Siglo XXI , p. 375) que regla sus
fenóm enos. Es ella la que causa ese "tiempo reversivo" (ibid., 375)
que da cuenta tanto de Jos fenómenos de apres-coup como de la
sobredeterrninación, y que suspende al sujeto entre esa anticipación
y esa retroacción, cuya fórmula gramatical nos brinda el futuro
anterior (él habrá sido y que encuentra su definición y su grafo en
el punto de almohadillado).
Ahora bien, ese tiempo entraña un momento privilegiado, el de
la escansión que, cual una puntuación, ratifica o también desplaza,
suspende el almohadillado del efecto de significación. La escansión
precipita el momento de concluir y decide el sentido. Es pues
homogénea a la interpretación e incumbe al analista, en tanto de él
se espera una respuesta. Es en Funció n y campo de la palabra y del
lenguaje donde Lacan explicitó más esta relación entre la inciden-
cia del analista en el tiempo del suje to y la duración de las sesio ~
nés: "Es una puntuación afortunada la que da sentido al discurso
del sujeto. Por eso la suspensión de Ja sesión de la que la técnica
actual hace un alto puramente cronométrico, y como tal indiferen-
te a la trama del discurso, desempeña en él un papel de escansión
que tiene todo el valor de una intervención para precipitar los mo-
mentos concluyentes. Y esto implica liberar a ese término de su
marco rutinario para someterlo a todas las fmalidades útiles de la
técnica." (ibíd).
Sin duda, ulteriormente, Lacan modificará la idea de que el suje-
to pueda encontrar su consistencia en una palabra plena: pero en
la medida en que la experiencia de la cura pone en juego en todos
los casos la dialéctica del sujeto hablan te que se historiza retroac-
livam ente, el tiempo, lejos de form ar parte de lo que los analistas
llaman el "encuadre'\ forma parte del proceso mism o, y la inci-
dlmciu del analista en ese proceso es siempre correlativa de un
efecto de u~mpo, que sólo puede juzgarse en función de la dialéc-
th;a en la que interviene. Esto excluye, tanto para la sesión como
para la cura, la ~.: uración standard, definida a priori.
118
EL T RABAJO DEL INCONSCIENTE
Es necesario empero un paso más para fundar la sesión llamada
"corta" de Ja cual, sin embargo, Lacan nu nca hizo una norma. Se la
objeta, en general, en nombre del tiempo que necesitaria el incons-
ciente. No se trata d e igualarlos, si se tom a en cuenta lo siguiente:
el inconsciente no tiene horarios y, trabajador ideal, trabaja perfec-
tam ente bien sín respiro. La sesión debe situarse por ende como un
tiemp o de registro, t iempo de "recepción clel producto de ese tra-
bajo" . La elaboración es remitida fuera d e la sesión. Su in terrup-
ción adquiere sentido y valor como "sanción" del producto anali-
zante y es experimentada asimismo como tal.
Un comentario en este punto: esta respuesta del analista sin la
cual, digámoslo, sin la cual la palabra del sujeto no es, ¿por qué ha-
cerla coincidir con la finalización de la sesión? ¿Por qué una res-
puesta actuada en lugar de una respuesta solamen te vocalizada?
Subrayemos que respecto a este punto Lacan señaló también que
el tiemp o depende también de Jo real. Ya lo formula en Función y
campo de la palabra ydellenguaje, texto donde. sin embargo, t!l
tiempo parece estar mas reabsorbido por el regis tro simbólico dd
sujeto. La funci.ó n del tiempo está allí, j unto con la"abstcnción.,
del anaJista, situado como conjunción " de lo simbólico y Jo real"
(ibid. 126-1 27), esta conj unción da fe de que la t ransft~n:ncia.
como Freud lo señaló, no es simple repetición del pasado, sino q u ~
incluye lo que La can llama entonces "un factor de rea lida d". si-
tuado, de entrada, del lado del analista.

LA P ULSACION

Esto nos lleva a situar la cuestión de la duración de las sesio-


nes en relación a aquello que en la experiencia no es simbólico, si-
no real. A ese elemento otro que lo simbólico, que configura la
gravitación de la dialéctica del sujeto y donde se concentran su ser
y su goce, Lacan le dió un nombre: objeto a. Debe verse en él Jo
que Lacan mismo designó co mo su invención propia', realizada a
partir de un nuevo examen, no del concepto de inconsciente sino
del concepto de p ulsió n (cf. al respecto el Seminario XI).
El sujeto definido primero como lo que el significante representa
para otro significante, aunque no esté destinado a ningu na relación
11 9
!IIXURI !lü Clll"\.'t:l' empero de parten aire, parten aire a-sexual, ' 'des-
Pfllindido" dd cuerpo del viviente por la captura significante. De
ll(¡U{ en mús la t emporalidad de la t ransferencia se aclara de mane-
ra dift.~rcn te.
Sin duda, dice La can : "el sésamo del inconscient e es t ener efecto
de palabra , d ser estr uctura d e len guaje, p ero exige que el analista
se th.!tt:nga en su modo d e cierre. Hiancia, palpitación, una alter-
!Hlncia de succión sigu iendo ciertas indicaciones de Freud, esto es
aquello d e lo que t enem os que dar cuenta" (lbid ., las itáHcas son
nu estras).
Hay aquí un hecho: el tiempo " reversivo " del sujeto que se vuel-
ve a en contrar en toda experiencia de discurso se coordina en la
experiencia de transferencia con una "pulsación" de cierre y aper-
tura , d e la q ue no da cuenta por si so la la "retroacció n significan-
te " . La espera que estructura la relación de transferencia, po r diri-
girse al saber, no deja d e est ar gobernada p or una búsqueda de l ser,
del ser perdido por el viviente sexuado que habla." La espera del
advenimiento de ese ser en relación con lo que d esignamos como el
deseo d el anaHsta. [... J, tal es el resorte verdadero y último d e Jo
que co nst ituye la t ra nsferencia. Por eso la t ransferencia es una rela-
ción esencialm ente ligada a l tiempo y a su manejo " (las itálicas son
nuestras ) (Posición d el in conscien t e, Escritos JI, p. 380).

LA f'UNCION DE LA PRiSA
A partir de este p un to, las elaboraciones d e Lacan se d esarrolla-
rán cada vez más en el sentido de indicar que es el obj eto, que
vuelve siempre al mi smo lugar en la transferen cia y en el fantasma,
a la vez. condensador de goce y causa d e deseo, el que brinda I<J
t.:lavc de esa espera . El tiempo lógico no tiene. desde en ton ces, más
"en-si" que ese objeto (Radiofonía y televisión, Anagrama, p. 4 6)
qu t.: preside el encu entro faJiido d e la repetició n y "tetiza la función
dr la prisa" (Seminario XX, A un, Pa idós, p. 63). Ahora bien, en to-
dus los casos la tem p oralidad de sus emergencias es la d el insta nte,
i ns ra n h' casi de frac tura en la duració n del enca denamien to de los
si ¡ •, nil'i r anl ~s. Se con cibe asi que la ú ltima f orma producida por La-
L'all l'll lo qtlt~ se refiere al analista en el Jugar de objeto se acomode
; ¡ lllla Sl"Sión puntual cas i reducida al instante donde encu en tro y
Sl~pa ra ci(ln sl' c o nju~an .
¡, PreniJJii'.arcn lns l~ ntonct.:s la sesión cor ta? Debe señalarse q ue
120
Lacan nunca lo hizo, aunque la misma es coherente con su l'Hrsl'·
ñanza. De manera general, Lacan nunca formuló preceptos tél:ni-
cos para uso d el analista. No retrocedió empero ante algunos imp~,.
rativos, habiendo además retomado a menudo el propuesto por
Freud. Pero, si se siguen las fórmulas . en su enseñanza, desde, por
ejemplo, su: "hay que tomar el deseo a la letra" (Dirección de la
cura, Escritos ! , p. 251) se verá que las mismas se refieren siempn.~ a
los únicos "derechos de un fin primero" (Del Trieb de Freud y de'/
deseo del Psicoanalista, Escritos j!, p. 389).
La técnica no se enscfta allí donde el acto im pone la falla del su-
jeto supuesto al saber y supone la ética.

Traducciór~ : J. C. INDAR.'J'

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123
PODEROSO CABALLERO...

Dudy Bleger
Graciela Brodsky
Juan Luis Delmont Mauri
Gerardo Requiz

Quisiéramos dar cuen ta de ciertos momentos tle viraje en lapo-


sición subjetiva de tres pacientes, dos de ellos obsesivos: el prim ero y
el último, y un tercero cuyo diagnóstico parece inclinarse hacia la
hist eria.
Creemos que si algo justifica esta presentación es que se trata de
pacientes cu yos análisis estaban o bien estancados, a punto de in·
terrumpirse, o ni siquiera empezados, y donde fue necesario inter-
venir, de un modo que podríamos llamar poco convencional, sobre
un significante clave del pacto analítico: los hono rados.
En tanto nos parece posible relacionar esta intervención con
dicho momento de viraje, estos ejemplos resultan apropiados para
una reflexión sobre el acto analítico y, por consiguiente, sobre la
dimensión ética de Ja clínica psicoanalítíca.
Articular estos tres casos nos resultó facti ble porque en cada
uno d e ellos el anaJista operó activamente sobre un objéto de la
demanda: el dinero - ya sea rechazándolo o exigiéndolo- , y fue
como efecto de esta intervención que el acto anaHtico pudo sos-
tenerse.
Pensamos que lo que marcó la entrada en análisis del primer pa-
dcnte fu e la devolución de los honorarios corresp ondientes a un
llH's de sesiones a las que no ha bía asistido, acompañada de la
inyu{:dón: "Tenga claro que usted no pued e pagar por no venir''.
Efectivament e, los o cho meses de tratamiento anteriores habían
aportatlo lo habitual de un obsesivo bien instalado: quejas con res-
ped'l a una l'sposa que representaba los ideales familiares, desvalo-
rizada por l~ l pacicn te, en un hogar donde él se conduce corno un
1ira no do111ésl ico ; f(;mores relativos a una posible explosión en la
l';1h rica d e produl:los químicos donde se d esempeña como gerente,

124
que lo llevan a instalar un extraordinario sistema de seguritlad en
la "planta de tratamiento", ala que se rehusa a entrar: insatisfac-
ción porque en esa fábrica, que pertenece a la familia de su m ujer,
sus ideas no son t omadas en cuenta para las grandes decisiones; y,
finalmente, la preocupación por su "inapetencia" sexual, q m: re-
produce la queja materna hacia el padre.
El paciente responde a la escansión del analista tomándose 1111
tiempo "para ordenar sus horarios", y regresa ... un año despu(~s.
con una demanda de análisis claramente formulada, que instala al
sujeto supuesto saber. "Vuelvo - dice- porque me di c uenta qlll'
uno solo no puede entender lo que le pasa".
En el t ranscurso de ese año se separó de su mujer, renunció a
su trabajo, y ac tu almen te, a un cuando se ha convertido ólll
éxito en un invisib le cobrador de deudas, vacila entre mantcrwr In
seguridad de esta posición, por lo dcm;ís muy bien remunerada, (1
exponerse con la ejecución de un proyecto propio que lo ohliga.rh!
a figurar.
A partir de esta duda, en la que surge la importancia pat! iL'ullu
de la fantasía de invisibilidad, se resignifica el material antcrltlf;
y se puede comenzar a pensar en Jos objetos que el anali:-~ta pm~;.~ ~n
juego cuando, no aceptando que se hiciera reprcscnlar por r-1~1in~
ro, le demandó su presencia.

El segundo paciente llega a análisis con una qtH' ia y li!Hl N'ªIUH•


ta, coincidiendo con el inicio de una relación honlti~OlHlL
Sufre porque está insatisfecho, y quiere sahl'f ;-¡¡ ll\1 hi.JIIlOHilll:i~
lidad es verdadera o no.
En la relación con su parte naire, él se tkj;¡ ll;tl'r.:!, utr~~icmdl Mtf
servicios sexuales a cambio de vivir dl· pn·-;liu!\), Qul~n qut lt~
hagan todo pero, en consecuencia, se sknh' llt Ülil.
Podemos resumir su posición como la dt' 1111 llhHlhmldu: lilliiifli.
nido por su partcnaire, por su padre (qw·, u ~ali Vttl:; ti!i iiHtiil~nido
por su esposa y mantiene a una alllaull' 1 y li!tHiii~il püt Sil unalisla.
que acepta atenderlo por muy pon• d iltt'flt,
Ser mantenido le permite dmmir lunto tt n su viJa cotidiana
como en su análisis: no sólo a¡mrt .. pqn1 material sino que, literal-
mente, acude a echarse una siL~sla . Duruultl dos al)os, ello obligó a
su analista a despertarlo para in dicarle qu r la sl•sión había concluí-
do .
Sin embargo, este donnir 110 f'tn sólo narcisista. Se hizo evidente
para el analista que era un dtlr!llir ofrecido a su mirada. Esto le
125
ptm1lté reorientar La dirección de la cura, y rehusándose entonces
lliOMtencr una mirada para su goce, le duplica los honorario s.
Deshecha la ilusión de ser causa de deseo para su analista, se
enfrenta al ¿qué me quiere?, y se pone a trabajar. Comienza a
preparar su t esis de grado, largamen te postergada, y paralelamente
;l la rup tu ra con su pa rtenaire, realiza su primer gran trabajo:
conquista una mujer que deb e d isputarle a otro, y est ablece con ella
una relación que gira fund arnen tahnente alrededor de un idioma
compartido. En ese idioma, "hacerse ver" es la traducción de su
apellido, S 1 que abrocha entonces su síntoma a su objet o .
Ser ma ntenido se revela finalmen te como ser mantenido p or
la mirada del Otro.
El tercer paciente pide análisis para separarse t! t~ una m uj er a la
que no quiere, pero que es la única con qu ien puede man tener
relacion es sexuales. T odos sus in tentos de ruptu ra han fracasado,
pues su impo ten cia lo lleva a la abst inencia, y ésta a la mujer de
siempre. Quiere desprenderse de ambas: impotencia y mujer, y
también de ciertos p ersonajes masculinos, a través d e cuyos ojos
- se q ueja- ve la cosas. En dos afíos y medio de análisis, repite sus
imposibilidades, su s anhelos de protagonizar hazañas d eportivas y
sexuales, y su sentimiento de estar escondido, viendo la vid a a
través de una ventana, mient ras afuera est á la felicidad . Aporta
tam bién una fantasía: ser invisible para p asar del otro lado sin
riesgo algun o.
En tretanto, algunas cosas van quedan do claras para el analista:
que su paciente está su spendido de la demanda d el Otro, en carna-
do por su novia a la que colma de valiosos objetos, y por algún
amigo de turno que, fun cionando como ideal del yo, or.ienta sus
gustos. Que en su sometimiento a la demanda del Otro, su deseo se
apaga y, girando alrededor de una mujer perfecta, q ue desper-
t:l rfa su amor y su ó rgano dormido, se acentúa como impo sible,
Por último, que el objet o anal, como aquél con el cual respo nde a
la dema nda del Otro, colorea t oda su relación con el m undo:
su voca hu lario , sus p osturas sexuales pred ilectas, los regalos con
los <)Ul' compensa su d esamor.
lJ na reestructuración admin istrativa lo deja cesante. Decide
iul l' rrnrnpir su análisis , y el analista propone atenderlo gratis, por
1111 l;t¡)su l· llyu fin decidirá oportunamente, con el propósito de que
no , ·un lml ~~a d,·utb alguna que pueda saldar con dinero.
1:.x isr la l.' 1 til'sgo tll: que creyera que el analista gozaba de él,
pero después de todo, no es Schreber quien quiere sino quien
puede, y de perverso no tenía nada, salvo la vocación de su fantas-
ma.
Tras un período de verdadt:ro desconcierto, surge la explosión
narcisista, y luego se sorprende recordando expresio nes de goce en
algunas mujeres que, por hermosas, suponía que estaban más allá
del sexo.
Su pregunta por la rnujcr lo histerifica y, en su afán por saber,
espía a su novia, para terminar descubriendo la escena amorosa que,
con ayuda de un vecino, cJta le ha montado para su mirada: Una
borrachera, una masturbación y una carta de amor testimonian su
fantasma desplegado en una noche en la que una y mil veces se
hace espectado r solitario de los pormenores de su descubrim iento.
El pasaje del mirar al ser mirado, como tiempo reconstruido de
su fan tasma, lo hace posible un deta lle de su historia que sorpren-
dentemente había omitido comen tar, aun cuando nunca fue olvi-
dado: su padre, operador cinematográfico de fin de semana, lo
cargaba para hacerle ver gratuitamente por la ventanilJ.a de proyec~
ción, las aventuras que causaban su deseo, y que él, desde en-
tonces, sof)ó protagonizar.
Consideremos estos ejemplos. ¿Qué legitima este modo de ope-
rar en la dirección de la cura? Es evidente que estas intervenciones
van contra el estilo repetitivo, y hasta burocrático, que ca rac-
teriza hab itualmente a la experiencia analítica.
Leamos, por ejemplo , a G.rin berg:

El {irme mantenimiento del encuadre por parte del wmlíslu, liill t:i!!l~r fl
las maniobras del paciente tendientes a alterarlo (lúllur 11 ltlll IHilli/fiit;l1
pedir horas extras o cambios de horario, no acosicmw ~~~~ ,,¡ tli11dn, oto. ,.)1
es de capital importancia para lograr el éxito li!I'!IJ'I'tlfh·tJ,

Preguntémonos por qué no se le act.:l'l ú 1'1 dlné i;o 111 pl'lllltW pa~
ciente, siendo que efectivamente hahra ro lifl'¡¡{dü una dc:udu cou
su ana".ista; po:· qué al segundo le l'twro n hruscn mr.nte lluplicados
lo s honorarios ; por qué se corrió d ries~n tk atender a un obst:-
sivo por nada. En resumidas cucnlas: i.l~ll t¡ué se autoriza una clf-
nica que se reconoce inspirada l:n la obra de Lacan, par& dar al
llamado setting valor de escansiún?
El punto desde el que Jlos int<.~n~sa plan tear esta reflexión es el
de la responsabilidad del analista, que en determinado momento
opta por estas jugadas, y no lo hace en función de un saber que
127
lo I)OtJtliUríll comprender para luego concluír, sino que se arriesga
en un u~to cuyo sentido se decidirá retroactivamente, mostrándo-
1~, en el mejor <.le los casos, haber sabido.
Si para el paciente, la dimensión del acto es aquello que todo el
dispositivo analítico ha buscado siempre evitar, ¿qué decir del
analista que juega con el encuadre?
.Lu cr ítica parece fáciL Se puede recurrir a Freud, y recordar
cómo opone repetición en acto a elaboración. Pero por qué no
ser entonces verdaderamente freudianos, y considerar que en
"Inhibición, Síntom a y Angustia" , Freud nombra lo que hace
tope a la Durcharbetten: la pulsión.
De esta pulsión, Lacan nos enseña el movimiento: una deriva
que contornea al objeto a.
El acto analítico , entonces, debe pensarse desde .una clínica
orientada por el objeto. En los casos mencionados el. analista
intervino sobre el objeto de la demanda - el dinero con el que los
tres eliminaban la barra en el Otro- poniendo así en juego el ob-
jeto causa: cuando la barra cae sobre el lugar del Otro, toma el
fant asma su funció n.
Así, si en el análisis el sujeto resulta subvertido, es porque el
objeto es activo. Ahora bien, para el analista, la dificultad radica
en que poner a dicho objeto en juego implica prestarse para sopor-
tarlo, y esta posición nunca está del lado del confort ni de la ho-
meostasis del dispositivo.
La clínica analítica, en tanto se rige por el objeto, entrafía una
dimensión ética, qu e apunta más allá del principio del placer y
que, aunque imposible, aspira a lo reaL

1 2~
111
FENOMENOS Y ESTRUCTURA
EN LA CURA
LA DEPRESION

Este texto, redactado por Serge


Cottet, ha sido preparado con la
colaboración de Rithée Cevasco,
Maric-Hélenc Krivine, Fran.,;ois
Leguil, Danicle Silvestre, Marc
Strauss.

Esta ca tegoría clínica, en pleno desarrollo actualmen te tanto en


Francia como en otras partes del mundo, sólo depende en muy es-
casa medida de la tradición psiquiá trica.
En efecto, con eso se describe una neb ulosa de hechos clínicos,
de estados objetivos o subjetivos, tan dispares que la unidad de es-
ta categoría tiene poca consistencia analítica. Su éxi to actual se
debe más bien a la disolución de la clínica psiquiátrica en prove-
cho de una psiquiatría pragmática y cuantitativa, constatable por
la difusión del DSM ///, que elabora tipologías cuyo único objetivo
es la eficacia medicamen tosa; ninguna consideración etiológica de-
be alterar la objetividad de la descripción de los diferentes tipos que
conforman este "síndrome".
La vaguedad resultante debe tan poco al ilustre inventor de la
psicosis maníaco-depresiva, Kra cpelin, como a la fase llamada
"depresiva" de Melanic Klein.
Parece que en Francia la promoción de esta categor ía debe su
éxito a factores nacionales: la psicustenia de Janet y los debates
habituales en los círculos médicos sobre el origen orgánico o
psíquico de la afección.
No debe extrañarnos que estos debates se situen fuera del dis-
curso analítico puesto que la "depresión" es una afección sobre la
cual, al estilo de los médicos de Moliere, mucha gente puede
velar junto a la cabecera del enfermo y mantener la mayor cacofo-
n ía, dejando de lado su forma canónica según. Kraepelin, a saber,
la expresión transitoria del trastorno.

131
Por eatu la d istinció n q·ue hacen los psiquiatras franceses entre
lm1 trutoi'iius dd hu mor y los que no lo son los lleva a distinguir
~tiii~ ()IJ 'lt~ d epn~s íón en Jos que predomil1a "la lentificación mo-
furu" junto con trastornos del dormir, pérdida de anim ación, fati-
s.a~ disminución del apetito. Estamos lejos de Esquirol y de esa
"poHlón triste" que es la melancolía.
elite alejamiento de la clínica d e las psicosis se ve reforzado por
lu corri~nte "psicológica". En t orno a Janct y a Georges Dum as,
se;- pla ntea el principio de u na continuidad entre lo normal y lo
palo16gico. Este principio confluye con la exigencia de un Jaspers
d~ asociar lo q ue es psíquico con lo que es comprensible.
Ahora bien , la depn:sión es considerada como la enfermedad
..comprensible" por excelencia: la afección mental más compar-
tida es la que mejor se p resta a la puesta en juego de lo " vivido"
del Erlebnis.
El éxito de la depresión puede acreditarse a tres factores: 1) lcn-
tificación motora como " miedo gen eralizado a la acción" (Janet),
este trastorno trasciende los dos órdenes de causalidad general
-somático o ps íquico- y por eso interesa la competencia del con-
junto del ambiente m édico; 2) es " comprensible" al modo de los
fenomenólogos (M.inkovsky), por ser también comúnmente
compar tida; 3) respuesta emocional de base, la depresión, por el
relevo que acondiciona, protege al individuo de un afecto mayor:
el dolor moral, subst ituído por la impo tencia para actuar ; curables
químicamente, los desórden es neurofisiológicos se mezclan con los
elementos que forjan una historia para dar forma a u na actit ud
espec ífíca: una negativa a la lucha, o sea una enfermedad esencial
al discurso del Amo.
Es además lo qu e encon tramos en la síntesis de los criterios diag-
nósticos del DSM lfl, una vez eliminadas todas las consideraciones
relativas a la etio logía, endógena o exógena , reactiva o no.
Desde el llamado lanzado por la qu ímica después d e la guerra, el
1\narranil en 1958 y después la gama de los anti-depresivos han ter-
lllin;luo por disolver la especific-idad psiquiá trica de las depresiones.
1\ 1(lulo de documentación, comunicamos uno de Jos cuadros
del DSM 11 / ( Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorder,
"J'It lnll~·tlil ion , p. 20-23 ) :

<:1<.11"1·.1{ 11 JS DI A<; NOSTICOS DE UN EPISODIO DEPRESIVO MAYOR ·


1\ r t h ll lll llr d h fc'> rico o la pérdida d e ínterés o de placer por
luda-. o c· ;· ··! tlli L•' ~;¡, adividades usuales y los pasatierr.pos. El
13 2
humor djsfórico está caracterizado por sínt omas tales como los
figuientes: deprimido, triste, desalentado, sin esperanzas. en las
diez de últ imas, irritable. El trastorno del humor debe ser eviden te
y relativamente persistente, pero no es forzosamente el síntoma
predominante, y no inclu ye los cambios repentinos de un humor
liisfórico a otro, por ejemplo el pasaje de la ansiedad a la depre-
Jión y la cólera , tal como se los observa en los estados de pertur-
bación psicótica aguda (En los niños menores de 6 aftos l'l humor
liisfórico debe ser inferido de una expresión facial triste de modo
permanente).
B - Por lo menos cuatro de los síntomas siguientes tienen que
haber estado presentes casi todos los d'Ías durante un período mí-
nimo de dos semanas. (Para los niños menores de 6 ailos, por lo
¡nenas tres de los cuatro primeros).
l ) Anorexia o pérd ida significativa de peso (sin régim en) o au-
mento del apetito y aumento significativo de peso. (En los niños
:menores de 6 afíos tomar en cuenta la ausencia del aumento de
peso esperado).
2) In somnio o hipcrsomnio.
3) Agitación o lcntificación psicomotora (no limitada a un sen-
timiento subjetivo de agitación o lentificación interior). (Fu los
rúfios m enores de 6 años, hipo-actividad).
4) Pérdida de interés o placer por las actividades hah it ualt.:s o
descenso de la actividad sexual no limitado a un período qu~,: haya
entrafiado ideas delirantes o alucinaciones (En niños menores de
6 afios, signos de apatía).
5) Pérd ida de energía; fatiga.
6) Sentimientos de indignidad, de autoacusación o de cu lpabi-
lidad excesiva o inapropiada (pudiendo ser deUrantes).
7) Disminución deJa aptitud para pensar o concentrarse (q uejas
o manifestaciones objetivas) como Jo testimonia una indecisión o
una lt:ntificacíón del pensamiento, no asociada a una disminución
de la lógica de las asociaciones o a una incoherencia.
8) Pensamientos de muerte recunentes, ideación suicida, deseos
de estar muerto o tentativa de suicidio.
C - En ausencia de un síndrome afe<.:tivo (criterios A y B ante-
riormente mencionados), es decir antes de la instalación o después
de la curación de éste, ninguno de los elementos sigujcntes domina
el cuadro clínico:
1) Preocupación por una idea delirante o una alucinación no
133
QtlHJ.ftl0nte cm1 ~1 humor (cf. definición anteriormente mencio-
i\ada).
2> Comportamie nto bizarro.
D -· No sobreañadido a una esquizofrenia, trastorno esquizo-
f'rcniformc o trastorno paranoico.
B ··· No debido a un trastorno mental orgánico o a un duelo no
complicado.

CRITERIOS DIAGNOSTICOS DEL TRASTORNO CICLOTIMICO


A - Numerosos períodos durante los dos últimos afios, en el
curso de los cuales se han presentado algunos sínt omas caracterís-
ticos a la vez de síndromes depresivos y maníacos pero cuya seve-
ridad y duración no son suficientes para responder a los criterios
de un episodio depresivo o maníaco mayor .
B - Los períodos depresivos e hipomaníacos pueden estar sepa-
rados por períodos normotímicos pudiendo persistir varios meses
seguidos; pueden intrincarse o alternarse.
C - En el curso de los períodos depresivos, hay humor depresi-
vo o pérdida de interés o de placer por todas o casi todas las acti-
vidades o pasatiempos habituales y p or lo m enos tres d e los r.ínto-
mas siguientes:
1) insomnio o h ip ersomnio;
2) descenso de e nergía o fa tiga crónica;
3) sentimiento d e inadecuación;
4 ) dismin ución d e la eficacia o del rendimiento en la escuela,
en el trabajo o en la casa;
5) disminución de la ate nción, de la concentración o de la
aptitud para p ensar claramen te;
6) aislamiento social;
7) pérdida de interés o de p lacer por la sexualidad ;
8) reducción de las actividades agradables; sentimientos de
cu lpabilidad por las actividades pasadas;
9) sentimiento de vivir en cámara lenta ;
10) menos charlatán que de costumbre;
1 1) pesimismo hadé el futuro o rumiaciones concernientes a los
sl h:,·sos pasados;
12) c n sis tk lágrjmas o llantos.

f> Fn t•l l:urso de los períodos hipomaníacos presenta un hu-


lH t"•r a k grt• ~·xpansi vo o irritables y por lo menos tres de los sínto-
lllas si!;'.llkli lt\s:
134
1) reducción de la necesidad de suct'lo:
2) má s energía d e lo habitual;
3) sobrestimación d e sí mismo;
4) aumento de la productividad, a menudo asociada a horas de
trabajo in habituales que el paciente se impone a s í m ismo ;
5) agud eza y creatividad inhabituales del pensamiento;
6 ) bú squeda frené tica de compañía (hipersociabilidad);
7) hi perse xualidad sin conciencia de sus eventuales co llsccll l~ll ­
cias p enosas;
8) participació n excesiva en activitlad es agradables con ncv.l i-
.gencia del elevado riesgo d e consecuencias penosas. Ejemplos:
derroches clcsconsiderados , inversiones comerciales imprudentes,
conducl"a pel igrosa en el volante;
9) agitación mo lriz;
1O) más charlatán q ue de costumbre;
11) optimismo exagerado o e xageració n de las rca liza e iones pasa-
das;
12) risas, hromas o juegos de palabra s inu propiados.
E - Ausenciu de características p sicótícas ta les como: ideas de-
lirantes, alucinaciones, incoherencia o relaj ación de las asociadones.
F - No debido a otro trastorno mental como una rl·m isióB
parcial de un trastorno b ipolnr. Con todo un trastorno ck lo l lm ico
puede preceder a un trastorno bipolar.
Nada más alejado que estas indicacio nes de la posiciún d t~
Lacan , como por otra parte de ht experiencia analítica m islll<t. Es
un hecho que la ori~::ntación propiamente médica d~ L'sl:t' cw l <.:l~ pto
que refi ere a un d csequilihrio psico-motor no put'd t· insnill irsc e n
el discurso fre udiano sin c ierto número de prcl."au l'io nt·s.
La va"J idez analítica de esta categoría dq wn¡k dd l11gar qut: la
clínica le otorga e ntre nngustia, in hib ic ió n, dm·lo, culpabilidad.
Sab emos que estas nociones lindan con e l campo analfl k:o.

LAS INDICACIONES LACANIANAS


Se puede notar de entrada el car:kk r profunda mente anti-laca-
niano de los discursos que avalan un " estado de ánimo" 1 • Por dos
raz o nes:
1) Un "estado d e ánimo" es una manifestación tanto psíquica
como somática. El estado dl! ánimo (a lma) denota la unidud de las

1
N.T.: état dame: estado de ánimo,literabnento estado de alma.

135
fuftclQtl~" dd l:ll c..: rpo, como recuerda Lacan en Televisión haciendo
Ftfor~nc iu a Aristó teles (p. 39). .
l) Los estados de ánimo no son fiables en el abordaje d e lo real,
o tnd!i u(l n el afecto es engañoso en la medida en q ue su causa n o se
co nfu nde con el objeto que n os afecta y, en esta medida,eJ incons-
cien te no p arece convocado.
Lucan por el contrario, ret omando so bre la cuestión del afecto
en general una tradición clásica q ue provien e del racionalismo del
siglo XVII, .implica e l pensamien to en la manifestación fenoménica
de los afectos o, como se decía en el siglo XVII , de los sentimientos.
Para decirlo con una palabra que hace Witz, el sentimiento
miente (le sentimen t men t) : el sent i-miento (le scnti-ment ); o
aún: el dominio d e lo sentimenta l no está fuera del discurso.
El t ex to que m ejor resume este punto de vista " intelectualista"
que im p lica la disyunción del inconsciente y del estado d e á nimo
es Televisión: la "viven cia depresiva)) carece de autenticidad.
Plan teando que to da tristeza es incumbencia del pensamiento, La-
can, ret omando algunas palabras del lenguaje clásico, en par ticular
de Sp inoza, d em uestra la correlación entre este a fecto y una ex i-
gencia ética: la de b ien deciL
Trata pues a la t risteza a partir del saber, puesto q ue, según
la d efin ición spin ozist a, si provien e de lo que "disminuye la po ten-
cia de actuar del cuerpo", toda afección d el alma reposa sobre
ideas inadecuadas.
Cuando Spinoza escribe que " no existe afección d el alma de la
qu e podamos formarnos algún concepto claro y net o", p resupone
la m isma exigencia é tica: poner sus ideas en el orden y la conexión
precisa para disolver la pasió n. Es decir que la "depresión", as í tra-
ducida en los términos del vocabu lario clásico, ya no parece ser ele
la incumbencia de la clínica psicoanalítica en tanto que síntoma;
s~:ría el efect o de una t raición del sujet o a sí mismo, y vemos que
l..acan no recurre a nin6runa categoría freud iana en este punto.
Ci ertament e, está hecha la conexión entre fal ta moral y cul pa-
hi lidad, pero podemos notar que la fal ta es del registro el e una ca-
n•nl'ia qu e no es "clínica", ni carencia de ser ni carencia de gozar,
sÍikl lksfa llccimiento del lenguaje: fa lta dt.! bien decir. En consc-
l ' ll\'llr ia , lod:t estruc tura puede verificar la emergencia d e l!-st:c
a fL·cto Pll l:sl o q ur su ausencia se confu nde con el extravío del sujeto
n 1 su prop ia l':ill'll l' lu ra.
1laltria q lll' ll'th:r t·n t.:llcnta algunas cosas y distinguir al menos
cs1· n·¡•.islrn "i rtl l'b:lu:llisla" que hace p revalecer al significan te, de
)3()
otros puntos de r eferencia lac~mianos donde Io q ue domina el cua-
dro clínico es el plano del objeto a y del goce, por ejemplo cuando
:se tratará de la melancolía o del suicidio.
Es d ecir qu e no faltan sólidos puntos de referen cia en Lacan pa-
ra tratar la cues tión de la depresión bajo todos sus aspectos.
Hay que distinguir:
1) los raros pero sugestivos textos donde Lacan utiliza este
término en su acepció n habitual (Telévisión, p . 39);
2) los textos donde Lacan recurre al vocabulario klciniano y da
su propia versión de la fase Jlamada d epresiva; utilizándolo enton-
ces como concep to de l psicoanálisis (cf. bibliografía);
3) las ca tegorias p ropias de L acan q ue permit en t ratar al menos
teóricamente pro blemas relativos a la d epresión en todos Jos com-
part imentos de la clínica: neu rosis, psi cosis, perversión; por ejem-
plo, la dupla lacaniana alienación/separació n o su topologia del
agujero para pon er de r elieve el agujero melancó lico más allá de las
representaciones .imaginarizadas q ue po<.J cmos hacernos; agregue-
mos, por supuesto , la doctrina del superyó ;
4) pero nos parece que el dominio más apropiado para poner en
práctica la teoría lacaniana de la de presió n es el fina l del anál isis,
es decir la depresión "bajo transferencia" según la ~xp rcsió n dr
J acqucs-Alain Miller.
Es en efecto sobre el terreno del finí.ll de aná lisis> o sea :1 ni vvl dt·
la caída del sujeto supuesto al saber y de la t r ansformat.:ic">n dl' la
posición subjet iva con respecto al obj eto, o sea a ni vt: l de la e xp~···
riencia de esa pérdida de goce que es el pase, q ue debemos ubk:1r
el efecto propia mente " m aníaco-depresivo" en La can. Esk punto
de vista justifica amp liamente la comp aració n l:o11 Mdani<.:. Kkin .
Es además en función d~ Jas últimas indi ca t:ionl~S (k Lacan a tinen-
tes al pase que pu ~den ser abordados los prob lemas de la clínit;¡¡
clásica.

PROBLEMAS CLINICOS
Trataremos sucesivamente las neurosis, las psicosis y el final del
análisis.
LAS NEUROSJS
Si abordamos los problemas de la depresión , por la orientación
freudi ana hay que distinguir varias cosas. El estado descr ipto por
esta palabra u o tra equivalente y la estructura cl ínica que lo pone
de relieve.
137
Leyendo Inhibición, síntoma y angustia de Frcud, uno se siente
impactado por el hecho de que el punto de pa rtida de la depresión
08 la inhibición, que define como un "límite funcional del yo".
Distingue dos categorías de limitaciones del yo: 1) ya sea como
medida de precaución, es d ecir com o defensas para "no entrar en
conflicto con el superyó"; 2) ya · sea por "empo brecimiento de
energía". Cita entonces las siguien tes experiencias: "cuando el yo
está sometido a una tarea psíquica de p articular dificultad , corn o
por ejemplo a un duelo, a una represión considerable de los afec-
tos, a la necesidad de contener la emergencia incesante de fantas-
mas sexuales, conoce un empobrecimiento tal de la energía d e la
que disponía, que se vé constreñido a restringir sus gastos en varios
puntos a la vez, como un especulador q ue h a inmovilizado sus ca-
pitales en sus inversiones"
Aquí la depresión es d escripta no como un síntoma, que es una
formación del inconciente (me táfora), sino como efecto " en el
yo", un yo empobrecido cuyo paradigma es el duelo.
Clásicamente es el registro de la pérdida d e objeto y no la repre-
sión lo que interesa el campo de la depresión. Es con el duelo que
Freud dará la explicación "económica" d el dolor y de la desespera-
ción, atribuyendo la pérd ida de " energía" al trabajo de duelo .
Clásicamente es el duelo, desde Freud hasta Melanie Klein, el
que suministra el paradigma d e la depresión, ya sea neurótica o p si-
cótica. Freud trata así el problema que plantea el dolor del duelo:
es el hecho d el duelo lo que su sp ende el interés en el mundo exte-
rior ; la d epresión se caract eriza por esta d esinvestisión y su cau-
~ es el duelo.
Sin embargo, como la depresión no es un afecto, en el sentido
de un desplazamiento simbólico, sü1o el resultado de un despobla-
miento simbólico, es el campo d el Otro lo que está en causa en lo
que Freud- llama u n desinvestimiento del mundo exterior. Lo que
Frcud busca explicar no es la d epresión en sí misma, que, en sum a,
no tiene más q ue c;tu sas mecánicas; es e] dolor psíquico , que es la
causa de las inh ibiciones del yo y su retracción hasta la m uerte vo-
luntaria que le pone fin. En o tros t érminos, la depresión no plan-
tea tantos problemas como la explicación rnetapsicológica del do-
lor mismo.· ¿l'or qué es tan d oloroso el trabajo de duelo? ¿Cuál es
la díforcndu de t!Structura entre la depresión normal y la depresión
melancólica, la que no depende ya de un agujero en el Otro sino d e
un agujero en el yo?
138
Es pues, para la neurosis, una desestabilización de los significan-
tes en el Otro, un agujero en el Otro lo que inaugura la serie duelo,
dolor, inhibición, depresión y no, como en M. Klein, La serie sa-
dismo, angustia paranoide, culpabilidad, depresión.
A pesar de todo, como Lacan ha insistido sobre el aspecto ético
de la tristeza por una parte, y como sus referencias a la fase manía-
co-depresiva de M. Klein son frecuen tes, sobre todo en lo que con-
cierne al final de la cura, es bueno recapitular esta filiación ponien-
do en práctica un matema de Lacan, I(A).

EL ASPECTO PRINCIPAL DE LA DEPRESION EN LAS NEUROSIS


Desde el p unto de vista de la fenomenología de la depresión, es
n otable que sus numerosas manifestaciones fenoménicas son la ma-
yoría de las veces descriptas fuera de la transferencia; en otras pa-
labras, se hace referencia a ella como rasgo del comportamiento y
no com o efecto de la estructura. (Kernberg, por ejemplo, opone
los " deprimidos" a las personalidades narcisísticas, sin esta referen-
-cia a la transferencia).
El gran mérito de los kleinianos es haber tratado la depresión
desde el ángulo del final de la cura y no a partir de las condiciones
de su entrada; agreguemos a la serie de los momentos crudales úc
la cura: el duelo por el objeto a.
Recordemos que en Freud, el trab ajo de duelo se origina en un
imperativo que Freud carga a cuenta de la realidad: el principio de
realidad exhorta al sujeto a volver a situarse en el Otro, dcspucs de
haber sobreinvestído en serie todos los rasgos de la persona por la
que se hace el duelo, de modo que el objeto sea reducido sólo a los
significantes que lo representaban, en el límite en serie, numera-
bles y en número finito.
Habiendo agotado el conjunto de los significantes que hacen la
consistencia del objeto, su casulla narcisista, desvestido éste de su
cobertura imaginaria i(a) que le aseguraba el significante del ideal
del yo, cae al rango de objeto imposible de digerir sin ningún otro
soporte narcisista; el duelo tennina y un nuevo objeto engalanado
con las insignias precedentes pueden hacer su aparición.
Este esquema puede ser utilizado para dar cuenta de la "depre-
sión bajo transferencia".
Ocurre en el análisis, sobre todo al comienzo, que después de un
breve momento de entusiasmo el sujeto llega a un punto de tope, a
un impasse: ya no sabe quién es; su ser le escapa, certezas inamovi-
bles hasta ese momento se disuelven; el trabajo analítico, como el
139
t rabajo d e due lo 1iene un efecto deprimente.
Tratem os de d espejar su estrw:.: tura: no hay ni nguna necesidad
de recurrir al r especto a una fase depresiva cua lquier a que el sujeto
IHtbr fa finalm ente alcanzado, con la necesidad de reparación a la
qu e está asociada. Basta con admitir que el sujeto hace la siguiente
experiencia: evalú a el ¡,rrado de su alienación en Jos significantes
amos de su d iscurso; ahora bien, este efecto es automáticamente
engendrado por el d isposiUvo analítico ni bjen el se presta a la ley
de hierro de la asociación libre, equiva lente en la cura a la exigen-
cia de la r ealidad e n e l duelo; "hay que dec.ir" lo q·.!e uno quisiera
callar. D e allí, el desfile en serie. puntuando los m omentos crucia-
les de la cura, de los St que tejen el d est ino del suj eto.
Admitamos pues qu e el achatamiento de los significa n tes del
ideal del yo desem boca necesariam ente en una pérdida subjetiva:
qu e remos d ecir que la trama na rcisista que susten ta al sujeto en su
infatuación empieza a d cfeccionar. Asistimos a una operación de
pérdída: no se trata, es obvio, d e una pérdida de objeto, sino de su
brillo fáli co. En o tras palabras: la castración. Ya que es te desnuda-
miento del objet o correlativo de la pérdjda de espesor narcisista se
acompaña por supuest o de una pérdida: la del goce, no cua lquiera :
el goce fáli co.
No es raro observar en las curas el efecto resultante: una des-
idealización del o bje to consecutiva al a bandon o de ciertas cer tezas
yoicas somete al sujeto a nuevos jm pcrativos super yoicos: :" ¡Go-
za!" Goce ordenad o en suma como compensación de esa pér dida
de goce fá lico que es el desnudamiento nar cisista. Se puede en-
contrar asi la razón estructura l, ya no " energética'', de la culpa bili-
dad masturbatoria en germ en en el a nálisis freudiano de la neuras-
tenia, forma ant icipada de la depresión a fines del siglo XIX: d
corto circui to del goce deja ndo al Otro indemne, es la indiferencia
al goce d el Otro sexo lo qu e desencadena Ja t;ulpabilidad corno exi-
gencia de goce fál ico.
Es la contrapartida deJa "no relación scxual" en su versión don-
de sc marca Jo imposible de akanza r el p:occ del partc nairc: es pues
t"ll [;¡ '-'XÍ!;!t'ncia fáli ca que podemos situar;.~ lu culpabilid ad que disi-
lllllla d eft'c to n eurasténico.
Record a remos al mismo licn1p o d adal,!:iO utilizado por Freud
en el Nacímicnto dd Psicoarzalisis pa ra dar c u~:nta en pocas pa la-
bras de los esrados <k dc.presión pcriód ica, debidos en este caso a
la falta tk v,oCL' qttl' in1plit·a l'l acto sexual mismo : Omne anima/e
post co i! 11m tris!<" .
140
Así la exhorta ción al goce se estre lla justamente con lo im posi-
ble: imposible d el goce debido a la inexistencia de la r elación St!-
xual.

UN EJEMPLO CLINICO
Record emos que hasta aquí hemos situado a la depresión e n el
registro de la alienación: a saber, la posició n en la cual e l sujeto
tra ta de situarse en e l deseo del O tro y fabrica en consecuen cia la
significación de ese deseo. Lo que se llama posición depresiva t:o·
rresponde al tope de esta significación ; de allí la emergencia de la
culpabilidad, que más bie n tenemos que remitir al fallo del goce y
en consecuencia al objeto en tan to que resiste a la significació n fá-
lica.
Así es típico d e la neurosis obsesiva e l momento crucial en que
el objeto es desidealizado. Se puede anotar como i(Á) este aspec to
del fantasma obsesivo que designa la vestimen ta especial del objeto
a, a saber la idealizació n; no la vestime nta narcisista de este o bjl' lu,
que estaria en las condiciones i{a), sino la idealización de l dcscd1o
como tal, hasta e l punto en que su posición su bjetiva pu e d t~ siluur-
se en el exquisito goce d e "hacerse cagar". En particular, la pro-
moción del o bjeto ana l en la neurosis o bsesiva está velada por 1111
ideal q ue le concie rne muy especialmen te. Se p uede adulil i1 ~111\~ lu
travesía d e.l fantasma en el obsesivo esté a compaí'wda dt• li!~o' tiiiHft=
rías injuriantcs hac ia su analislu mujer, obje to dt· l' ll•!llior¡¡ti\it*llt~
hasta ese momento.
Al mismo tiempo, el suj eto entra en un a fa se dcprcolliVA, tnM(I~P
da por el duelo de una 0!1mipot encia a h1 qtll' rcmmc;iu: la OIOtftll
esencial <.le sus sueños es un desiert o. El dt:sprcnditrthmtc del 1 y
del peque ño a, puesto por Lacan a l principio t:!cl flnul a~d ~nJ\118111,
adquiere en este caso un aspecto tot:dmentt- uh~iH'Vab.Je en la tl XJ'l!··
riencia. El apartamiento progresivo <k 1 y dt~ a ílustru esto dt' sfa ll ~"
c imiento del fantasma para asegura r lt~ l'~~ulnc lón c.Jcl go~l~ pM d
principio del placer.
De manera más genera l, !-iÍ "t~ l l'u ni USIIHl haced p lacer propin al
deseo"' , toda vacilación dd fa nl a ~!llll acarrea una irrupción d l: u n
goce de un nuevo tipo t:orrdul ivo n cierta C;.' x tinción del d eseo;
allí ubicamos nosotros d punro nodal de la d epresión neurótica:
una travesía de] fa ntasma refuerza la exhortación superyoica
debido a la misma pérdida de go<..:c fálico que implica.

14 1
SEGUNDO EJEMPLO
Sigue siendo el finnl del análisis el que nos provee el mejor lugar
de :tnclaje de la depresión " bajo transferencia"; daremos o tra ilus-
tración, extraída esta vez de la histeria fem enina.
Frcud ¡¡ubraya un rasgo de la clínica que no fu e suficientemente
pueato de relieve por la escuela klein iana y que es el difícil duelo
de la ..envidia al pene" en las mujeres; es un hecho que el aná lisis
no puede· prometer nada al respecto; pero la reivindicación fálica
de algunas mujeres en análisis se salda por "graves depresiones"
(Schwerer Depression, G. W. . XVI, P, 99) que parecen sin recurso.
Se puede interpretar esta observación clínica como la manifesta-
ción de un tope que concierne a la ausencia del significante del
deseo, siendo aquí, anatómica su falta de incorporación. Si es cier-
to que no hay otro significante del deseo que el falo, el más allá
del objeto fálico conduce a un más-allá del principio del placer cu-
ya superación desemboca en un goce Otro que no necesariamente
es envidiable.
"La melancolización" de u na histérica que relata Diana Rabino-
vic h lo confirma: la carencia fálica de la niña es irreparable fuera
de la dialéctica del rechazo del objeto m~Io interno.
A propósito de esto Eric Laurent evocó la estructura del super-
yó femenino en la estructura histérica; o sea lo imposible de la reu-
nión de los goces (en plural) bajo la ley del significante fálico,
como esa joven que, durante una procesión se desvanece ante un
retrato de la madona en el lugar de ideal del yo.

MA3 ALLA DE LO SENTI-MENTAL


Podemos ver que estamos lejos de una concepción de la depre-
sión fundada sobre la dialéctica del deseo o Jos avatares de la de-
manda de amor; en lo sucesivo ella esta inscripta bajo la bandera
del goce, del superyó, del objeto a. Podemos afirmar a la vez que
una transcripción lacaniana de la "fase depresiva" tiene todo su pe-
so en la clínica y, al mismo tiempo, disipar el equívoco que flota
sobre la culpabilidad y la necesidad de reparación. Ya en 1966, en
su artículo "Nuestros antecedentes", Lacan rendía homenaje a M.
Klcin por haber descripto a su estilo una dialéctica de tipo hegelia-
no, pero marcando sus límites; la alienación en el deseo del Otro y
la rivalidad agresiva que de ella deriva deja también un vacío que
ningumt di:JJéctíca put!dc atemperar o apaciguar.
Por certera que sea esta dialéctica, en ningún caso abre la vía,
142
para Lacan, de un deseo de reparación: el gran Otro no se repara
su agujero es de estructura.

COMENTARIO SOBRE LA DEPRESION PSICOTICA


Uno de los rasgos que hace obstáculo a la inscripción de la de-
presión en una estructura clínica dada es el fondo de verdad que
encierra; toca lo real; mas allá de la cobardía moral, el abandono
d el Otro.
En ninguna parte alcanza m ejor esta verdad que en la m elancolía
delirante. Lacan, siguiendo a Freud, hablába de la "lucidez" me-
lancólica ; recordemos Jas paJabra.s cínicas de Freud al respecto; en
sus exageraciones mentirosas, el deseo de pequefiez no deja de in·
terrogar al Otro que no responde, revelador de una miseria humana
universal.
Nada más atroz que este dolor eterno acompañado del muyor
d esprecio por sí mismo, identü"icado al desecho que contu min&l
con su pudrición al universo entero ; Freud pregunta: " Por qué tf&o
ne uno que caer enfermo por tener acceso a semejante vcrdnd?"
No hay otro pecado universal que el "dolor de existir".
Con todo, mantendremos, a pesar de est a univcrsnlizuclón. do
principio, la idea de que la depresión en la psicosis tiene sua r11101
propios que en ningún caso permiten ponerla en serie con lo• fonó•
menos del final de la cura que hemos evocado ; y qu e no dependen
d el "puro cultivo del instí.n to de muerte".
Retendremos esencialmente tres:
J) la depresión es más punto de partida que de llc(!Qdil en la pal·
cosis;
2) llevando al paradigma del desamparo, la identlficuctón al agu-
j ero en Jo simbólico, la psicosis melancó lica Pl-'fl\llto una cHnicu del
objeto radicalm ente distinta de toda dialéctica del doaoo y de la re-
paración;
3) Poniendo de relieve la impotencia del f'antasma para.consti-
tuirse, se ve que deja al sujeto a merced de un goce sin nombre Y
del cual la culpabilidad, que lo acompal1a en sus quejas por ejemplo,
no es más que el efecto de la mortificación por el puro significan-
te.
Esta disolución imaginaria, l!.sta muerte d el i(a) hace aparecer al
objeto a en toda su crudeza, sin fanta sma ni vestimenta narcisista.
En este caso, la depresión. eventualmente con su salida suicida,
hace valer la dupla Jaca niana alienación/separación y no la dupla
143
tftll¡lltll J')lttmofde/culpabilidad.
1ft electo, parece que si el sujeto, en el suicidio melancólico se
kl~nW'lca ni agujero que falta en el Otro, el suicidio es sin apela-
ojén; no llama al Otro puesto que apunta a completarlo en lo rea l.
Lo llamaremos, pues suicidio de separación: el sujeto se licencia de
la cadena significante, ya no se hace representar allí y escapa en lo
real a toda inscripción significante.
A esto opondremos el suicidio del llamado deprimido: suicidio
no de chantage sino de llamado, que por el contrario, solicita al
Otro en el punto donde exige ser sostenido. Razón de más para to-
mar en serio las tentativas de suicidio llamadas " histéricas" (una
referencia freudiana un poco olvidada sobre este tema es dada por
el caso de una neurosis demoníaca en el siglo XVII: recuérdese la
gran depresión del pintor Haizmann después de la muerte de su
padre. No puede encontrar como sostén simbólico más que al dia-
blo en persona, el cu al dado el caso, al no hacer de "padre de la
ley", hace al menos "contrato" con él~ dicho de otro modo analis-
ta: lejos está del delirio de las negociaciones del síndrome de Co-
tard).
Opondremos claramente al "dejar plantado•• psicótico todo tipo
de fading del deseo en la neurosis.
Distingamos la maniobra del Otro que acarrea momentos de des-
personalización "bajo transferencia", signo de una impotencia pa-
ra acomodar la imagen especular: como esos pacientes obsesivos en
busqueda de su deseo "propio", no contaminado por el deseo del
Otro, en búsqueda de su "¿Quién soy?" o de su "verdadero yo",
mientras que toda localización de su alienación en el Otro tiene
un efecto de depresió n en el sentido de una imposibilidad de
desear.

FINAL DEL ANA LISIS Y "POSICION DEPRESIVA"


Finalmente nos parece que:
Si la depresión, en la neurosis, interesa al registro imaginario y a
la urgencia del goce fálico; si, en la psicosis, es la falta de estiba en
el Otro lo que encomienda al sujeto al desamparo y a la invasión
del got.:c localizado en el Otro; un tercer registro nos convoca, que
es ~d lid t'iuul del análisis. Es efectivamente en este punto que se en-
cucnl.ran tu ohra de La can y la de M. Klein, puesto que las raras oca-
~ iotH.:ii en qll t~ Laéan emplea el ténnino depresión están siempre li-
gadlls a la posición maníaco-depresiva de M. Klein y al final del aná-
lisis. Ya se tra te dd final o del pase, es un momento crucial de la
144
cura estructurado por la experiencia analítica y que, en consl"...
cuencia, nos aleja tanto de los "estados de ánimo (alma)" com o de
la desgracia de haber nacido {l'unwan ted de la venida al mundo).
No es raro leer bajo la pluma d e Lacan alusiones a una loc<~lizn­
ción kleiniana del final del análisis, en particular ésta que nos
servirá! de guía : "El analizante sólo termina al hacer del objeto a d
representante de la representación de su analista. Es pues tanto
como dura su due lo del objeto a, al cual fina lmente lo ha reducido,
que el psicoanalista persiste en causar su d eseo: mas bien maníaco-
depresivamente" (El Atolondradicho ).
Sin retomar por su cuenta esta terminología que toma prestada
de M. Klein y Balint, Lacan subraya, con todo, SLI valor clínico.
Sin duda la punta de ironía que implica esta alusión apunta a
subrayar que el efecto en cuestión es solidado de una concepdón
d e conjunto de la dirección <.l e la cura y de su final en la que d
deseo del analista no es inocente.
Sin embargo, fa lta extraer de esta fe nomeno logía la estnl(~luru
que responde de su efecto. Lo hemos dicho, uno de los lll)JHbre~
de la depresión es lo que M. Kl cin señala como la desid ealiz.ucl6n
de) objet o, el duelo del objeto.
Pero t ambién hemos visto cuál era el gara nte a nive l dd t~iJct' ,le;
esta desidealizació n . .La separación progresiva de la 1 mayllii~Uh! Y
a. De esto resulta que Jo qUt.: Lacan 1\ama la desuposk.il'•n ''~ sab"r
o caída del sujeto supuesto al saber se refleja sohn~ la rdnrión (;(lll
el objeto, t eniendo en cuenta la travesía del fantas111a. Hl obJetO iJO
desnuda como causa d el deseo, dejando al sujel.o 1:11 el máximo de
su división o, como dice Lacan, de su destitud(u¡ KubjeUVI, que
po dría pasar por otro nombre de la depresió n: $. - -
Acá se impone una precisión: podría pensarse que> aosñn L,ucnu
la d epresión equivale al deser del analiza nk, nndn dt1 CliO.-
El final de] análisis desemboca en el duscr uel nílRillftU, uo del
analizante y, por otra parte, existen en la IH~raturu anuHtlcu ejem-
plos d e depresión d el psicoanalista q lll~ s~ d~ben pr~cisamentc a es-
ta declinación que representan para d unulizante.
Para Lacan. Ja d estitución suojdiva es más bien antinómica de la
depresión, si se admite que esta (¡JI imn es d cfct.:to de un fading del
deseo, una falta d e acomoduci6 n iuw~ina.-ia. El "no pienso" que
está en el horizon te del final dd au¡Hísis tiene como correlato no
un "no soy" sino más hicn por el contrario un aumento de exist en-
cia , ya sea d e od1o o de ser.
Es por esto qu e los "momentos depresivos", según Lacan, no
145
tof\ fO\fQhutores de la estructura, sino, al menos en el análisis, de
momentos, de pasos que testimonian una travesía y no una posi-
Oi6f\ terminal o instalada. Es la razón por la cual el efecto depresi~
YO puede ser autentificado en el paso por excelencia que es el pase:
uoe donde podr ía esperarse un testimonio justo sobre aquel que
superó este pase, sino de otro que, como él, "es" aún , ese pase, a
subcr en quien está p resente en ese momento el deser en el que su
psicoanalista guarda la esencia de lo que le ha pasado como un
duelo, sabiendo así, como cualquiera en fu nción de didacta, que
tambien a ellos les pasará eso. ¿Quién mejor que este psicoanalis-
ta en el pase .podría autentificar allí lo que éste tiene de la posición
depresiva?" (Proposición de/9 de octubre, Scilicet, 1, p 26)
El efect o depresivo atestigua la estructura de la experiencia y no
la del sujeto. Llegado al extremo de la significación, el sujeto, en
ciertos momentos, suelta su estiba al despliegue de la cadena aso-
ciativa, incluso al síntoma que sustenta el sentido : una vez más, su
alienación significante. La depresión da testimonio de esta separa-
ción.
Para resumir: la depresión "bajo transferencia" puede traducir
dos momentos cruciales de la cura :
1) la vacilación del fantasma, marcada por la desestabilización
del significante amo y del ideal del yo: momento de alienación re-
velada;
2) una depresión de separación, que traduce un abandono del
sújeto de la cadena significante y la emergencia del objeto a en las
transfonnaciones de su propio acceso al deseo; momentos que son,
además, momentos de angustia .
Como conclusión subrayaremos e] hecho de que no hay en La~
can elogio de la depresión : privada del contenido ético implícito
en la "reparación" que preserva M. Klein, con dificultad por otra
parte, al final de su obra, la depresión es un afect o inauténtico
pero serio, en el sentido en que señala el fin de una serie.
No hay que tratarla ni como un síntoma ni como una estructu-
ra. Sct'lala , sin embargo, un fading del sujeto ante el deber de bien
dedr. en otros términos de continuar el trabajo: trabajo de duelo
(h"l ~un• imposible.

146
BIBLIOGRAFIA

Cotard, El Delirio de negación (1880)


Freud, La sexualidad en la etiología de la neurosis (1898)
Duelo y Melancolía (1915)
El hombre de los lobos (1918), Introducción
Una neurosis demoníaca de/ siglo XVII (1923)
/nhibiciól!, Síntoma y Angustia ( 1926)
Analisis terminable e interminable (1937), cap 8
Kernberg, A propósito del tratamiento de personalidades narcisistas, JAPA (1970)
Klein, Melanie, "Sentirse solo", en Envidia y Gratitud (1963)
Lacan, Jacques, Escritos, lndice de nombre: Balint, p. 911; Klein, p. 9 14
"Posición del inconciente";
"Nuestros antecedentes"·
Televisión, p. 39
Propuesta del 9 de octubre de 1967, en Scilicet fv"' 4, }l. 26
E1 Ato/ondradicho, en Scilicet N° 4, Escansión N° 1, l'aidós, Buenos Aires.

Rabínovich, Diana, "Una histeria 'desmelancolizada'" en Ornü.wr? N° 2~ Navnrin l;di-


tcur, Escansión N° 1, Paidós, Bs.As., 1984 . • ..
Spinoza, h'tit·a, libro Uf

Traducción: Silvia García Espíl

147
LA CUESTION DEL AFECTO

SamuelBasz
LuisErn~ta
Ricardo Nepomiachi

La práctica analítica o ¿cómo se analiza hoy? es una interroga~


ción que se hace a la intervención que en los fundamentos de la
práctica analítica supone la enseñanza lacaniana.
Es en esta perspectiva en la que nuestro trabajo se ordena sobre
la cuestión del afecto ; cuestión decisiva por cuanto es uno de los
lugares en los que se pretende impugnar la tesis fundamental de la
enseñanza de Lacan, enunciando por ejemplo que la teoría lacania~
na está fundada sobre una exclusión, un olvid.o del afecto, que en
la obra de Lacan el afecto no tiene lugar, que está explícitamente
prohibido y excluído, que Lacan evacúa la connotación eco nó~
mica del representan te freudiano.
Se advierte que el debate en torno al afecto es necesariamente
la puesta en cuestión de la naturaleza del significante así como el
campo subjetivo que el significante instaura.
El retorno a Freud, que produjo Lacan, supuso una ensefianza
fu ndamental: que aquello que es analizable en nuestro campo lo es
pues está fundado en la estructura del lenguaje, que el inconsciente
freudiano está estructurado como un lenguaje de Saussure es el
punto de partida, la piedra de toque que inaugura el camino espe-
cíficamente lacaniano que hará posible, siguiendo todos los alcan-
ces y consecuencias de esta formulación, considerar uno a uno los
conceptos en los 'QUe se funda el psicoanálisis y contar entonces
con ui rcstructuración de todo el campo de nuestra experiencia.
Por su pHrtc, dice Lacan en Televisión, no hizo más que restituir
lo qu~ Freud enuncia en un artículo de 1915 sobre la represión,
y t~n otros que vuúlvc sobre el mismo tema; que el afecto está des-
phsz~l do; la metonimi a es la regla.

14X
Afirma F reud que la represión siendo el destino para la repre-
sentación no lo es para los afec tos; sofocados, trnnsforrnudos.
invertidos, sustitu ídos, su régimen es el de los desplazamientos y
de ningún modo el de la represión; no hay, dice, afectos inconclen·
tes como hay representaciones inconcientes ya que concibe ló8
afectos como procesos de descarga.
En la circunstancia de la represión habrá que rastrear separada·
. mente el destino de la representación del de la energía pulsiónal
que adhiere a esta.
Es la posición freudiana que define al sujeto del inconcientc al·
rededor de lo que Laca11 formalizará bajo la noción de significante,
noción que indica lo que se capta en la es tructura de esa relación,
ese lazo que se especifica como analítico.
Saber lo que ocurre en un psicoanálisis, saber qué se hace cuan-
do se hace psicoanálisis, saber qué discurso es el que se sostiene
cuando se presta cuerpo a la transferencia, es saber la función y el
campo de la palabra y el lenguaje.
Ignorarlo no fue sin consecuencias, el destino de la concep tua-
lización del afecto en el campo psicoanalítico, por ejemplo, tuvo
que ver con Jo que se ignora de lo que lo específica como campo.
De una degradación general de la práctica que hace que los pre-
ceptos que enunció Freud como los que dan marco a la expt.!ricn-
cia no asegurarán su destino de concepto pues se desconoce su
fundamento.
Si la regla de la asociación libre y su correspondiente, la atención
flotante como lo que le conviene al analista en su lugar, ponen
el valor del papel fundamental del discurso y su escucha, estos
preceptos se revelaron insuficientes cuando ignorado el fundamen-
to de la habladuría a la que se invita al paciente, condujo al psi-
coanálisis por caminos de la inmediatez de lo trascendente en un
más allá de lo d.iscursivo, en la búsqueda de un término adecuado
para desempeñar el papel del sujeto protopático, servicio que se es-
peraba pod ía brindar la noción de afecto en la "situación" analítica.
El afecto, lo vivido, "la reacción afectiva del analista frent e a
las comunicaciones del paciente" adquieren entonces un papel
fundamental para comprender y desplegar el campo de la tra nsfe-
rencia ; la respuesta emocional del analista en su trabajo representa-
rá uno de los instrumentos más importantes de su labor, fuente
importante, según Paula Heiman, de "información", en particular
la que se relaciona con las " experien cias preverbales" del paciente.

149
Pearl King en el lnternational Journal of Psychoanalysis Vol. 58
del año 1978 expone con claridad esta posición, retomando
lo que autores como Arlow, Green y Limentani sostuvieron en
1977 en el Congreso d e Jerusalem.
Se encuentra en estos trabajos una asignación de papel a los
afectos en la transferencia de carácter fundamental en tanto y
en cuanto son una expresión reveladora de lo más objetivo, que se
matiza como emociór1 que embarga, sentimiento que auten tifica o
pasión que enceguece; se trata de la búsqueda de una verdadera
adecuación del sujeto con el objeto, donde germinan como señales
indicadoras que en el nivel de objetividad lo dicen todo (es fácil
comp render y existe acuerdo que el que ríe está alegre, el que llora
se encuentra triste).
El afecto se instaura de este modo como un metalenguaje más
allá de la verdad de la palabra, una verdad que autentifica la
verdad, instaura un signo, un significado preciso, unívoco, que
desconoce que el sujeto se efectúa según la operación de lo que un
significante representa para otro significante.
Definición lacaniana del sujeto como efecto, como supuesto al
significante, efecto de una técnica que es la del significante, y es
allí donde la intuición analítica debe encontrar su soporte; el dis-
positivo freudiano se ejerce sobre la relación del sujeto con el sig-
nifican te, relación que introduce la falta en que el sujeto se insti-
tuye, es la estructura del significante la que ord ena los efectos
posibles a la condición del sujeto.
Por este camino la transferencia comúnmente representada
como un afecto se especifica como efecto del sujeto supuesto
saber; la contratransferencia, esa reacción sentimental del analista
por su paciente, al Deseo del analista como pivote de la cura.
Verificar el afecto según la fórmula que dice el inconcien te
está estructurado como un lenguaje, reconsiderar el afecto según
el decir de Lacan es tener que reconocer al cuerpo afectado, pro-
fundamente afectado por la estructura del significante.
E1 afecto alcanza un cuerpo cuya peculiaridad, es la de habitar
el lenguaje que introduce esa doble dimensión, la del sentido y
lo heterogéneo al sentid o, lo no simbolizable, lo irreductible, a
todo lo que cJ discurso del analizante nos confronta como a
una inhibición, síntoma o a ese afecto por excelencia que es la
ANGUSTIA.

150
POR NUESTROS ANTECEDENTES
Por nuestros antecedentes podem os considerar a la cuestión c.lo
los afectos -tanto en su delimitación teórica como en su tratamlon·
to en el curso de un análisis- como el punto más sensible por el
cu al inciden las enseñanzas de Lacan, p ero también como el punto
de m ayor resistencia.
Los efectos de transmisión que intervienen son los ele una cn!J&o
fianza - que se lee- sobre una práctica ya desplegada históricamen·
te: nadie se autoriza de un análisis o un control sistemático con.
Lacan o alguno de sus discípulos directos, ni confronta los ecos do
su propia experiencia en los seminarios en que esa ensef'ianzo
ten ía la voz de su maestro.
Enseñanza que es entonces efectivamente co-rectora. TrataremOI
de indicar la doble vertiente de rectificación y regencia de 11
misma sobre nuestra práctica, de reconocer el resorte de su cficucj"¡
de verificar si ese doble carácter es homólogo o no de la práctica
ta] cual queda instituída por F reud.
Para ello tenemos que concebir la vuelta a Freud qu1· t ll!ic<!!ht
Lacan como debiendo producir una revuelta por Mc.la11il' Kld u
Por dos razones, la primera porque la experiencia k lt·ill ill!!!:\ ~ ~
nuestros antecedentes y Lacan germina en nues! r• • ¡n,..diu 'ª" u"
suelo kleiniano. Y porque aún hoy , quienes se t•.utHr• ¡.tll! 1~ I~Htt~
de M. Klein, tienen algo que decir con respecto ti.· ·.ri 1•1a~ t! ~¡i! ~ü ~
interesa vivamente al debate teórico clíniL:o; ¡ •!IJ ~>lp~t l jh~fltt ""
e~ tratamie_nto de niños, .en ~o~o c?ncebi r In~• ,,¡. ttlll-·qJ df MJ~
ttca analftlca . en el ámb1to mstttuc10nal y t·u 1¡, • IHit\itff~ .J
el tratamiento posible de la psicosis.

DESPLAZAMIENTOS KLEINIANOS
La aplicación del método psicoanal i 111 u ii lulf nU\N ~ i lit JJI~o·
sis fueron sin duda los desplazami •· "¡. '~ kl~initftQt tiüfldl~lt!s Y
genuaron una exploración clínka ~!li"' ~ñ "Wtfilfü itedltl exigió
- de los mejores- un esfuerzo peJIIhHt~ut~ pOf fUndfll liU prác ti ca,
por abrir preguntas sobre punt o11 •l fl l!i liM1fhi que f~8poncticran d~
los resultados obtenidos.
Precisamente es en relación 1 Qfitt~ r~~tt.liUtdos qut' Lacan interro-
ga a la clínica freudiana en I'IUil t\mai'\m~ntol'i; el psicótico habla '(
su posición está fuera del dÍi-ICUfli(), lu ~c,nesis u ~ la palabra en el ni-
ño supone el lenguaje en tanto Ph'•f.X.Ístcnl c: el analista no puede
151
exc.luirse de una ética que lo h ace responsable de los efectos d e su
decir.
En el trabajo "Sobr e los crite rios para la terminación de un psi-
coanálisis" , leído en el XVI Congreso Internacional, Zürich 1949,
M. Klein concibe al duelo como un estado que hay que considerar
más allá de los resu.ltados sa tisfactorio s que se hubieren conseguido
en el momento en qu e se "decide que un análisis puede ser llevado
a su fin al".
Preparar las condiciones, mientras el paciente "está todavía en
análisis", para "avudurlo a elaborar y disminuir el sufrimiento ine-
vitable de la separación"; "allanarle el camino para que termine el
trabajo de duelo por su propia cuenta", son indicaciones de M.
Klcin solidarias di.! su experiencia con los niños, de la caracteri-
zación qllc hac~ de las psicosis y de la conceptualización del
objeto que surge de ellas. Cuando extiende esas indicaciones al
psicoanálisis cid adulto neurótico, se observa claramente que lo
que avanzó su experiencia sufre un descuento teórico con el que
limita d lugar del psicoanalista al de un operador simbólico.
Esa función asignada al analista parece ser tributaria, justa-
mente, de los problemas que plantea la finalización de un trata-
miento en los niños; y vale preguntarse si efectivamente puede
concebirse un fin de análisis en esas condiciones, que se corres-
ponda con la indicación lacaniana del franqueamiento d el plano de
la identificación.
Por otra parte la cuestión de la " transferencia masiva,. con que
se r econoce el peso del Otro en el tratamiento de las psicosis, re-
mite al peligro de verdadera catástrofe que toda in terrupción del
mismo (vacaciones, fin de semana) acecha en su despliegue. Es
ahí que .la respuesta por la elaboración d el duelo adquiere todo su
alc3J}ce, son razones de estructura que no son equivalentes del
adulto neurótico, la especificidad d e la resolución edípica eo el
niño le exige a M. Klein, más allá de su permanente oposición a las
medidas p edagógicas, una operación simbólica, por la que asegura
un objeto que obtura la castración materna. Esa operatoria no deja
de organizar un engaño, un velamiento -por vía de la ampliación
fantasmática- que nada prueba que un niño neurótico pueda asumir
como tal y franqu earlo . Si se trata de ir más allá no debiera indicar-
se en el amUisis de un nifio;.es un límite ético, y confundir la neu-
rosis en un nüio co n la neurosis infantil de un adulto puede llevar
a grav~s consecuencias.
Es notable el papel que M. Kléin le adjudica a la angustia como
152
mediadora para proveer equivalencias de objetos ("La importlilotl
de la formación de símbolos en el desarrollo del yo" . 1930), -y
como lo que pone en marcha el mecanismo de la identificación; pi-
ro así mismo señala que su caráct er angustiante es efec to de lo
operación de equiparación. Hay aquí una dia léc tica que un la
medida que se circunscribe al despliegue imaginario n o tiene
límites; no se ve como el sujeto al identificarse puede detener su
p ermanente "irse" en los objetos. La respuesta por el lado de lu
reiteración de la experiencia de amor que aplaca la hostilidad del
objeto, presupone un cambio de signo, un cambio de cualidad dcJ
objeto que qued a reducido a la dependencia puntual de esa expe-
riencia de amor; y por lo tanto a los partcnaires que la hacen
posible.
Cuando ese lugar es ocupado por el analist a que guía su operato-
ria con esta conceptualización no puede sino reproducirse el carác-
t er ilimitado de esta experiencia. La frustración que presupone el
cumplimiento de la regla de abstinencia y el cumplimiento del
encuadre no ofrece tal límite; ya que el analista si bien representa
-como agente- a lo simbólico, al sustraer al objeto como real,
deja toda la operación de fru stración del lado de lo im aginar io.
Otra variante, que con firma este callejón sin salida, es la teori-
zación kleiniana del fin del análisis como elaboració n del du elo del
seno en tanto objeto, partiendo d e la analogía con el d estet e;
es decir toca a la angustia en el nivel de la pulsión oral donde su
punto efectivamente está en el Otro, en este caso en la madre.
Si a la angustia se le o frece consistencia por mediación de la
fantasía inconciente, no puede en el análisis implícar otr a cosa que
un alejamiento del fanta sma fundamental pero por un rep liegue
imaginario que está más de] lado de la alienación que de la separa-
ción. Y eso genera inevitablemente angustia. De ahí que el recurso
consiste en sostener un lugar que asegur e 1o) que en su interior
está el objeto con el cual el sujeto se articu la en el fa n tasma y
2° ) qu e encontrará, por vía de la elabor ación del duelo. otro lugar
en que ese objeto se halla. La condición para que esto funcione es
que el analista quede inevita blemente equiparado al punto del
ideal del yo, pues es el garante de la elaboración del duelo.
HACER LA ELABORACION DEL DUELO
E n el fin al del análisis tal como lo concibe M. Klein, si bien hay
separación del analista como lugar del pecho idealizado, no puede
haberla como lugar del ideal. La interesante cuest ión de los reanáli-
153
sis tan frecuente entre nosotros, puede pensarse, por lo menos en
parte, vinculada al carácter de la noción de duelo que guía la finali-
zación d e estos tratamientos.
La consideración de estos problemas tomó forma de prescrip-
ción: Pichon Riviere enstlñaba que todo comienzo de tratamiento,
todo pedido de aná lisis debe ser tornado en referencia a una pérdi-
da su bsidiari<l de la "enfermedad única", la depresión. Se trata en
la entrada al análisis de sostener la elaboración del duelo por u n
objeto - de amor- perdido. Así concebido parece no estar dema-
siado lejos de la sugerencia que Lacan hace en el seminario sobre la
angustia rt:spccto de la equiparación del duelo con el acting-out, y
del estatuto de éste respecto de la transferencia en el comienzo de
la operación analítica. Son también, lo prueba la experiencia de
toda cura, momentos cruciales en el transcurso mismo d el análisis.
Pero llevar la terminació n del análisis al plano de la elaboración
del duelo por el objeto narcisístico es correlativo de su recaída tera-
péutica 6 pedagógica : la cura como "proceso corrector", el análisis
como "proceso de aprendizaje".
En este punto, comprometerse en la elaboración del duelo redu-
ce los efectos de la emergencia del sujeto por una retoma imagina-
ria.
Es el modo de responder a la demanda de falo por la provisión
de figurantes del objeto "a" que sólo pueden ser sost enidos si el
analista queda equiparado al lugar del Ideal. Ese es el estatuto del
obj eto total en Melaníe Klein; objeto que es el principal testimonio
(por su promoción renovada en el curso de la cura) de la elabora-
ción de las ansiedades depresivas.
Esto está en el fondo de las derivaciones culturales y normali-
zantes con que se debate Melanie Klein en algunos de sus trabajos,
principalmente en "Amor, culpa y reparación" ( 1937), si bien la
posibilidad de reparación -aceptada en este trabajo para los prime-
ros meses de vida- más adelante aparece ligada a la integración
que posibilita la posición depresiva.
La elaboración del duelo es la ordenación simbólica de los efec-
to ~ clínicos de lo imaginario, hay entonces en M. Klein una clínica
de lo simbólico. En Lacan se perfila u na clínica de lo real.
IIAet: R 1\1 , DUELO DE LA ELABORACION

Fl Fd ipo kmprano y el superyo precoz son nociones privativas


de una pr:ídica que permite, por las grietas que se abren en su des-
pticguc, el interés cada vez mayor en las enseñanzas de Lacan; pero
154
en tanto grietas que resultan de verd aderos limites <k .l análisis son
'también puntos de resistencia para e] alcance de esas cnsct~a u zas .
No se trata solamente de pasar de los órganos a las palabras, dl' 1111
,imaginario fantasmático a una regula ción significante del síntoma.
La enseñanza de Lacan va más allá de la fundamentación eslntr-
tural de la operación simbólica que el kleinismo ejerce de hec:ho.
La conceptualízadón del dtre lo tie ne ese lugar eminente porqw·
.siendo el eje de la resolución del tratamiento klciniano es ul mismo
;tiempo su definicjón del estatu to d el objeto. Y es precisamente e n
1
.el lugar del objeto que el "a" lacania no viene a desplazar h acia otra
.c1ínica, una clinica d e lo real.
La t erminación de la cura en esas condiciones (como elabora-
ción de un duelo que surge por n.:activación de la sHuadón de se-
paración temprana del prim e r objeto de amor, el pecho de lama-
dre) no es la peor forma de concluir una operación terapéutica; di-
cho de otro m odo, es tal vez la mejor manera de interrumpir un
análisis, la más controlable.
Al fin <.le cuentas e l resorte funda mental que distingue el análisis
de la hipnosis es e l mantenimiento d e la distancia entre el 1 y el "a"
y la operación de dcsid ea li:~,.ac i ó n de la persona del ana lista como
seno ayuda a diferenciar e1 objeto narcisista de la fundón dct " a".
Pero e l fin del análisis va con Lacan a un Juga r bien diferente.
desplaza la cuestión d el terapéu tico al didáctico; de la mejor inte-
rrupción a la puesta e n funci ón d e una clínic a d e lo real , de una
ética qu e se demu est ra posible en la estructura del discurso del
analista. Si para elaborar el d ue lo del o bjeto de amor el ana lista no
pue de sino encarnar el lugar del 1 que el sujeto le solicita, para La-
can se trata d e franqu ear esta jcJ~ll ización y es el analista qu ien so-
porta el lugar d el "a" separador.
Los aspec tos maníaco-depresivos del fin d e la cura son el resul-
tado de la destitución su bje tiva por la desagregación del fa n tasma.
Si hay duelo es del ser por "a" , por el objeto que aportó en sa-
crificio a la función del stc. falta nte en el Otro. S{~)
¿Qué debe aparecer al nivel de la privació n '? ¿Qué deviene del
sujeto en tanto ha sido sim bó licamen te castrado? Ha sido si m bó lí-
camente castrado al nivel de su posición como suje to parlante y
no al nívcl de su ser. Su ser tiene que hacer el duelo de lo que apor-
tó en sacrificio, en holocausto a la fu nción deJ significan te faltan te"
(Lacan 29 - IV - 59).

155
Lo que sigue toma la form a de un relato de la experiencia de un
anúlisis; si lo exponemos acá, es por que pensamos que puede testi-
moniar en cierta medida de aquello en lo que nos basamos para
suscribir ciertas afirmaciones de Freud y de Lacan, qu e si bien pue-
den ser tomadas como tesis, creemos que son, ante todo, constata-
ciones de la experiencia clínica. No pretendemos probar nada, sino
exponer ciertas vicisitudes en la direcció n de una cura, que dice del
ejercicio de una escucha, de una ética y de una enséftanza. Ex-posi-
ción que aspira a no ser impostura.
El inconsciente está estructurado como un lenguaje.
El estatuto del inconsciente es éti co y no óntico.
Según Freud, el estatuto ético del deseo no puede resolverse en
los términos de la antigua teoría moral. Esto implica que:
El soberano Bien no exist e; la Madre está vedada; la Cosa es im-
posible; el goce no puede pensarse fuera de las condiciones que el
lenguaje impone al sujeto.
El objeto "a" en su función de causa de deseo alentaría la posi-
bilidad de pensar los afectos como efecto remanente de la consti-
tución subjetiva. Los afectos no son sino objeto.
Se comprenderá que estas afmnaciones no pretenden demostrar
nuestras reflexiones sino situarlas.
Un sujeto, asociando sobre un sueño, y en relación a una mujer
que aparecia como siendo hermana del analista, tropieza con un
olvido: recuerda el apellido con que se designaba a esa mujer, pero
no su nom bre, en lugar del cual aparece otro, al mismo t iempo que
sabe que no es el olvidado. Un momento después, hablando de
otra cosa, recuerda el nombre olvidado: Alba. No hace falta dema-
siado esfuerzo para rec.ordar el capítulo de Olvido de nombre pro-
pio, Signorelli. Como allí. ese significante reprimido lo era en vir-
tud de la conexión con lo que no basta designar como anudamien-
to de la sexualidad y la muerte, sin especificar que ese a nudam ien~
to se desple:gaba en u n fantasma_ cuya estructura podía ahora. deve-
larse.
Alba no es para ese sujeto sólo un nombre de mujer, sino un sig-
nificante que conducía al ramo de flores que su madre llevaba ·el
d (a dt' su casamiento, camelias, que según el relato familiar eran de
un<l dnsc do nominada "alba plena". Ramo que el sujeto nunca ha-
h(u visto , puesto que en la fotografía, tomada unos días después
tic la ceremonia aq uel ramo original debió ser sustituído por otro,
no se sabe si artiridal, dado que el ramo, marchitado, no pudo
co nsc rvarst· para que ocupara en la imagen fotográfica el lugar que
156
tenía en el acontecimiento. Un original perd ido y una pregunta
por el origen; pero acaso, la causa de l deseo, ¿no es una causa per-
dida?
Blancura que al designar a la madre, se hacía extensiva a su cuer-
po, pues su vestido blanco era apenas veladura de un cuerpo más
de una vez expuesto como al descuido a la mirada de nuestro su-
:jeto , sin duda captado por el brillo con qne se fue configurado una
imagen de mujer para la que el califica tivo de intachable no estaría
fu era de lugar, si n o fu ese porque n o se trata aqu í de estatura mo-
ral, sino del defecto que simbolizado en esa sustitución de un ramo
por otro, queremos decir, de un significante por otro, viene a ates-
tiguar retroactivamentc del punto qu e en la imagen revela ht falta,
qu eremos decir de plenitud, y dice por lo tanto de la presencia allí
.del significante Nombre del padre que sustituyendo ni d ~seo de la
madre inscribe en el inconsciente un o rden de Ley, que preserva al
sujeto de la captura en esa plenitud narcisista en la que el amor se
manifi ~s ta como pulsión de muerte.
Si ese recu rso a la sustitución nos habla de la función efectiva de
la m etáfora paterna y garantiza la castración imaginaria, o tra for-
mación del inconsciente permite dar cuenta de la castración en el
plano simbólico; castración simbólica, entonces, como efecto de
una fun ción paterna que soporta ese nombre sin pretender med irse
con ella.
Pues n uestro sujeto lleva al análisis dos sueños, unos días des~
pués, relacionados entre sí por la partícularidad de exponerlos co-
mo un sueño que se repite por dos veces, lo qtw, dicho sea de paso,
nos abre el interrogante de cómo con tarlos, esto es, ¿es un sueño
que se repite, son dos, o tal ve¿ uno y uno ... ?
Pero escuchemos lo que el sujeto wenta: una imagen, una muj er
portadora de un falo se lo ofrecía para que lo tomase en su bo-
ca; algo le impedía hacerlo, lo que no impedía que se produjera
una intensa sensación erógena que culm inaba en un despertar an-
gustiado.
En el segundo sueño cierto deta lle de la imagen fálica, no capta-
do en el primero, hace surgir un significante que de manera súbita
revela para el sujeto un sen ti do q ue .lo deja, por así decir, más bo-
quiabierto que la imagen que simboliz.aba: perro, en ese sesgo pe-
culiar con que nuestra lengua, esu que también y no por un tonto
chauvinismo se suele nombrar de los argentinos, acuf'íó para desig-
nar Jo que alguien nos quisiera hacer tragar como verdad y que su e~
le provocar el rechazo más o menos indignad o de quién lo dcscu-
157
·bra a tiempo; perro, al que el sinónimo de camelo sin duda le con-
Viene si tenemos presente su cercanía a camelia. Quién no admitj-
ría la exclamación.: ¡Flor de perro, muchacho!, o incluso: A otro
perro con ese hueso! en el que resuena, por tratarse de eso, el Kern
unseres Wesen, hueso o núcleo de nuestro ser.
Momento del análisis que nos parece crucial si, como pensamos,
supone el comienzo del fin . . . del análisis, si el fin de éste es llevar
al sujeto al reconocimiento del fantasma en el que hasta ese mo-
mento se sostenía un goce pro fundamente ignorado.
Goce que encuentra su límite en ese significante con que se con-
fronta, y que al operar el corte que hace caer ese objeto que apare-
ce en función de ' 'a" postizo, confronta al sujeto a una doble im-
posibilidad: de ser para la madre objeto de goce; y de gozar de la
madre en tanto Otro sin tachar. Dicho de otro modo, creemos que
el sujeto puede hacer la experiencia de que el ser le falta tanto co-
mo al Otro.
Lo que no deja de precipitarlo en un sentimiento que si es de
alivio, es también desilusión, acompañado de cierto tono depresi-
vo, respecto de lo que no eran sino sus opiniones o su "conoci-
miento" sobre el objeto "a".
Objeto que puede reconocerse como causa de deseo, pero tam-
bién como lo que sostiene su división. No es casual que concomi-
tantemente a la interpretación de ese sueño, literalmente se esfume
una fantasía diurna que desde hacía un tiempo se le aparec i a en
fonna casi compulsiYa y cuya relación con el fantasma podía ahora
reconocerse.
Pensamos también q ue si algo del orden de la pulsión oral y de
su objeto quedaba ahí revelado, el hecho de que fuese un sueño
repetido nos da razó.n para reconocer la función que Lacan estipu-
la como inherente a la lógica del significante, en tanto el trazo de
lo idéntico representa lo no idéntico y la repetición como proc~so
de diferenciación de lo idéntico.
Por otro lado ·no deja de hacerse presente una nota de humor,
indicador efectivo que no deja de sorprender a nuestro sujeto, por-
tador habitual de un ánimo en el que la tristeza solía predominar y
en el que el dolor solía aparecer desligado de toda representación
que lo justificara, aunque se le podía suponer que no era sin obje-
to. El contexto del sueño, que tomaba la forma de una fiesta de
desp ed id~. hacía aparecer al analista respondiendo, ante la pregun-
ta por su lugar de nacimiento, como siendo de Río Negro, lo que
promovió en el analizan te la cuestión: ¿Por qué Rfo Negro?, que
158
no pudo significarse sino·después y mediante el sólo expedient e de
una coma que devolvía al sujeto la pregunta puntuada así por él
mismo: ¿por qué río, negro? Significante éste que daba en el blan-
co, y si su literalidad puede despejar una oposición fon emática ele-
'm ental, al estilo d el Fort-Da, negro es paradójicamente lo que ilu-
_mina para el sujeto una constelación súnbólica sopor tada por cierta
marca de cigarrillos que identificaban al padre y a hombres signifi-
·-cativos de su família y lo lleva al recuerdo de una bandeja de fon-
do verde en el que se veía escrito en letras de humo el número 43,
marca de cigarrillo s, pero también cifra de una esperanza.
La risa, no ajena en su producción a esa mediación del Super-yo
con que Freud la postula en su trabajo sobre El humor, y que se-
·gún él no desmient e su d escendencia de la instancia parental, en-
t endemos paternal, es también de satisfacción, y de un don que al
decir de Freud, es un don pr ecioso y raro del cu al no todos los
hombres son capaces de gozar.
El goce de la palabra no es ajeno a quien puede confiarse a su
movimiento y aceptar las condiciones que supone su ejercicio; para
decirlo con Lacan, la castración quiere decir que es preciso que el
goce sea rech azado para que pueda ser alcanzaclo en la escala inver-
tida de la Ley del deseo.

159
EL ANALISTA RESTAURANTE
(A cerca de sel/', yo y sujeto)

Roberto Harari

" Llámase 'idealistas' a esos filó-


S?fos que, no teniendo conscien-
cia sino de su existencia y de las
sensaciones que se suceden dentro
de ellos mismos, no admiten otra
cosa; sistema extravagunte que no
podía, me parece, deber su naci-
miento sino a ciegos; sistema que,
para vergüenza del espíritu huma·
no Y de la filosofía; es el más difí-
cil de combatir, aunque sea ei más
absurdo de todos".
Diderot, Carta sobre ciegos para
uso de los que ven.

"Man is bom broken. He lives by


mending. The grace of God is
g!ue".
E. O'Neill, The great God Brown.

"Pour prévenir l'effet de colle... "


J. Lacan, D'écolage (11/3/80).

O. A MODO DE PRESENTACION
Los desarrollos post-freudianos "heterodoxos" aftrman recono-
cen en Heinz Kohut a uno de sus más recientes pilares fundam en-
tales. Tal aserto se basa, por un lado, en los conceptos de la meta-
psicología que diseñó según los cánones aggiornados de un género
que podríamos denominar "superación de Freud" y, por otro la-
do, en las innovaciones referentes a la práctica psicoanalítica, las
cuales son estigmatizadas -por ciertos sectores de la IPA- en tan-
to desvíos a la estandarización que dicha institución sustenta. Co-

160
mo prueba de ello , el hábil y atrapan tt! libro de Janc:-t Malcolm ¡:m·
ne en boca del personaje central e ntrevistado ·Un unull!.!ht neoyor-
kino "ortodoxo" que se escuda tras un setHió nimo ~ julcioa come
los siguie ntes: "En el intento de e xplicar lo que ocu rr(a con 1011 pa•
cien tes narcístas [K ohut] se sintió impulsado a gc ncrnU~ur y aPOJi
tuJar que lo mismo ocurre en el desarrollo de cualq uier penona, y
las conclusiones a que ha llegado . .. son, a m i juicio, muy dudOMJ,
Este au tor hace una r evisión de la teoría analítica e n puntos en
que no se justifica una revisió n e int roduce supuestos q ue no hucon
sino trastornar la te oría fundamenta l establecida", agregando luc;..
go que:" La gente que yo r espeto - sí, hombres com o (J acob) Ar•
low y (Charles) Brc nne r- n o escribe ni hab la de esa manera repug-
nan te en que lo hacen Koh u t y sus discípu los" ( !). Empero, l~ll ~1
seno de la misma IPA, mas esta vez en una d e sus filia les argentinas
y p or med io de su Revista, Juan M. Hoffmann culm ina su nota ne-
crológica sobre el nombrado e xclamando: " ¡Que bu~.:no es que ha-
ya habid o un Heinz Ko hut! " (2) . De todos mouos no se colija prc-
. surosamentc --a partir d e la contradicción Sl:!fia lada··- que e l analis-
ta de marras ·-fullecido casi al un ísono qu e· Lacan- hubiese pade-
cido algu na suerte de marginación institucional , pll l~s este vienés
radicado en Chicago p residió en 1964 la Asociacibn Psicoanalítica
Americana, abandonando dicha jerarquía al at~o siguiente para
ocupar la Vice-Presidencia d e la IPA hasta 1973. Su figura polém i-
ca, su atención no usual hac ia la problemática narcísica en general
y, e n especia l, a los aspectos no pa tológicos de la mism a, tanto
como su dedicación a un sector de analizantes que é l estimó no
clásico y - last but not least- sus re fer en cias a Lacan -Algunas
reflexiones sobre el yo y Estadio del espejo - , so n elementos sufi-
cientes para que se eleve el interrogan te: ¿Cómo se ana liza hoy , de
acuerdo a Heinz Kohut? Lo (1Ue sigue, entonces, es el p rieto inte n·
to -cxpositivo-crítico- de dar cuenta d e dichu inq uietud.

l. 131ZARRERlAS DE UN COLLA OE PEGAMENTOSO


Pasemos revista, en primer lugar, a los conceptos según los cua-
Jes Kohut procesa la e xperi encia analítica. A ta l fin , nos cen trare-
mos en la última obra q ue publicó en vida' : La restauración del
self. de 1977 (3). Según Hoffmann, este libro co nforma la segun-
da t ópica de nuestro autor, marcando un giro notable en sus id eas ;
giro que, para un creyente en el progreso continuista como lo es el
firmante de la n ecrológica, es por su puesto para bien'. Hecha la

16 1
reserva de que ta l discípulo ignora la categoría de la repetición,
pues abona el principio de identidad , vale que nos sumemos a él
adentrándonos en Restoration.
Es in dudable que el nódulo del sistema finca en la noción de
self Noción polívoca en el post-freudismo, por cuant o no son su-
perponibles las acepcio nes que a su respecto forjaron - entre otros-
un Hartm ann, un Wisdom, un Winnicott, un Kohut. Para este últi-
mo, el self es un centro de iniciativa psicológica au topropulsa-
do, autosustentado, cohesivo, continuo; es como una unidad
que busca seguir su propio curso otorgando un propósito cen-
tral a la personalidad y una sensación de sentido a la vida . A di-
ferencia de otros auto res, para quienes self se torna sinó nimo de
personalidad - de paranoia en tonces, acota Lacan ... -, Kohu t esti-
m a que, de acuerdo a su concepción, el mentado selfpuede susci-
tar dos decursos: l) tomarlo como un contenido del aparato psí-
quico, o 2) apuntarlo como el inicio de una nueva psicología. Con-
forme al clásico recurso, a la clásica coartada hegelíana consistente
en autocrigirse como clímax de la historia -"De donde soy lo que
soy", reza el sugerente título de un tradicional one-woman-show
porteño ... -, la cumbre kohutiana decide adoptar congruente-
mente la segunda perspectiva El recorrido "progresivo" del psicoa-
nálisis lo estipula así: comenzó co n la etapa topográfica que, con
su divisa de hacer consciente lo inconsciente, obtenía el aumen to
del conocimiento por la vía del insight; prosiguió con la etapa es-
tructural, la cual pro pend ía al logro de un mayor dominio yoico y,
fm almente, la cima encam ada por nuestro autor. Solacémonos: en
esta nueva etapa- ¡Dios nos libre de cualq uier retorno!- se procu-
ra la expresión creat iva y alegre de un self activo, por medio de la
restauración de lo fragmentado o deficitario. Así, al analista
kohutiano cabe denominarlo, con toda propiedad, un analista res-
taurante. Claro que, frente a esto, nos interpela el significante ha-
llado: ¿radicará este m odo de analizar en la facultad de llevarse al
analista, como objeto, a la bóca? (4). Sería prematuro responder
ya, por lo cual sosten dremos la pregunta hasta casi el final de este
trabajo.
Kohut, por otro lado, fue ví ctima del proceso de aculturación
padt:citlo por mu chos analistas europeos que buscaron refugio de
la crilllinalidad nazi en los Estados Unidos; en efecto, su cuJturaJis-
mo coy un tura lista de neto cufio karenhorneyano le lleva a escribir,
por eje mplo, que las actuales cond iciones de vida de una pareja, en
cuan to a actividad es laborales o recreativas, conforman un factor
162
causal prominente respect o de los trastornos del seij', plll~st'o que fie
ha pasado de una ép oca de sobreestimulación del ni ño , a u na de
subestimulación. Est o provoca la aparición d e un 'hombre trthtico',
caract erizad o por un self qu e busca su cohesiva auto~xprc8Íóu y
fracasa en ella; como remanente d el pasado resta el 'hom bro c.:ul-
pable', del cual se ocupase Frcud, y cuyo rasgo salien te t~s \11 ~.: on­
flicto. El cu lpable sufre neurosis estructurales, en camb io su L'Uitl-
plem cnto - ' trágico' - sufre trastornos narcistas de la personalidad
-autoplásticos-, o trastornos narcistas de la conducta - alophístl-
cos. Es sobre todo con referencia a Jos de personalidad q ue Kohut
cimenta uno de sus tesis ftmdamentales: hay analizantes cuyo lll il-
lestar no es el convencional, el tradicional, sino que ellos padcn~n
-d ifusame nte- de fa lta de realización personal, de hiperirritabili-
dad, de depresión, de vacío in terior, de hjpocondría, de autoacep-
t ací6n perturbada. ¿Qué implican estos malestares'? Qu e Jos sujetos
afectados soportan deficiencias primarias, las cuales pueden ser ora
compensadas, ora encubiertas. Y estas deficiencias son el producto
de una disannonía localizable en el self, de acuerdo con alguna fa-
lla en los dos polos con que se relaciona. Para precisar mejor, diga-
mos q ue la falla e n cuestió n comporta la no plena fusió n del se'f
nu clear con los objetos del self que cada polo encama, y que son la
'madre especular' y el 'padre idealizado'. Predicar de ellos que son
objetos del self indica que son experimentad os como partes de es-
te; en cambio, los o bjetos verdaderos son in dependientes de él, en
la medida en que configuren centros autón omos de inicia tiva. Los
objetos del self, entonces, son disefios intrapsíquicos de las expe-
riencias vividas con los progenitores, o con quienes cumplan tal
función. Por ejem plo la 'madre especu lar' - denominación harto
llamativa p ara q uienes seguimos las ensefíanzas de Lacan- , en tan-
to polo, se genera por la internalizaéión del comportamiento d e la
madre, fundamen talmente, en Jo atinent e a la deseable emp atía
con que trata a su hijo. En sus relat os de anaUzan les, entonces,
· Kohut torna decidida posició n. no ahorrando calificativo s para juz-
gar, con .monóto na severidad, a las madres patógenas de esos anali-
zantes adultos; véanse, si no, los siguientes: "superficial", "irnprc-
decible" , "rara", " psicótica latente", "insuficiente", "deficiente'',
et c. Dada esta etiología, ¿qué pensar de las abuelas? ¿Qué pensar
de las bisabuelas? ¿Qué ... ? Sin duda: retomo al infinito tautoló~
gico que para est e semonero predicador psicohigienist a, para este
optimist a incurable imbuid o de fe, sólo pued e finalizar en el ascen-
so a un Dios creacionista. ¡Cómo un puericultor no tend ría éxit o
163
IJl' t1 _paro!so del conductismo empirista! Y este conductista es
también idealista, aspecto que luego veremos con mayor deteni-
miento. ¡,Por qué? Porque sustenta creencialmente la innatidad de
ciertas cualidades primarias, entre las que cabe contar la compren-
sión ernpática de una madre por su hijo, la cual es una capacidad
tan básica, ·nos dice, como la visión, el tacto, el oído, el gusto y el
olfato. Pero entonces, llegó el significante y provocó el desarreglo;
en efecto, el malhadado significante resulta ser el factor diabólico
que trastornó el naturalismo eficaz de la función cmpática mater-
na, según se desprendería de lo sostenido por Kohut. Mas no nos
equivoquemos, pues el naturalismo a-significante se localiza no so-
lamente en la madre, sino tam bién en eJ recién nacido. Sí, ya que
éste espera oxígeno tanto como respuestas empáticas de un medio
empático. Como se colige, la posibilidad de esta armonía empática
sindica que Kohut suple, con esta singular teoría, a la ausencia de
relación sexual. Con todo, no ocluye predicando que falte la falta,
por cuanto nos habla de las frustraciones -no traumáticas, ópti-
mas y limitadas- qu e una madre debe poder escandir en las nece-
sidad es narcistas de su hijo. Estas fallas 'óptimas' motorizan jnclu-
siones y exclusiones colectivas de estructuras psicológicas en el self
rudimentario del niño. Por otra parte, y quizás como producto de
su lectura de Lacan, Kohut posiciona estas basculaciones escanden-
tes -ante todo maternas- en el tempo de la anticipación, dado
que arguye que el medio trata al self rudimentario - del infans-
como si fuese uno ya consolidado.
Decíamos que tanto el objeto del self 'madre especular' cuanto
su homólogo 'padre idealizado' debían - normalmente- fusionarse
con el self nuclear ; pues bien, es acerca de sus desarrollos en este
punto que un salto teórico intempestivo acaece. Dato que, a nues-
tro juicio, implica la irrupción de un orden significante que circuns-
cribirá - junto con ele mentos que luego insertaremos- el deseo de
Kohut. ¿A qué aludimos? A dos cosas: a) a que adjudica el gobier-
no del polo madre al exhibicionismo, lo cual dará origen al self
grandioso-exhibiciorusta, continente de las 'ambiciones' del sujeto
entendidas como patrones autogenerados de iniciativa; y 2) a que
el po lo padre se sustente - congruentemente- en el par antitético
respectivo, vale decir en la escoptofília, que dará pie a los 'ideales',
co nc~hidos 0omo patrones de orientación interna. De la armónica
continuidad t~ntrc las ambiciones, los ideales y \lll área tercera con-
fomatla por los talentos y las aptitudes, sqrge aquello que para
Kohut es dec isivo: lü <.~utocstima confiable, equilibrada, estable,
164
con una identidad perdurable. Habrá, entonces, ambicione~
realistas e ideales alcanzables. Bien, pero ¿y qué del deseo de
Kohut? Por ahora, pensémoslo obviamente orientado hacia la
vertiente escópica; mas previamente a dicha re-velación debemos.
ahora sí, ingresar en la exposición crítica de cómo analizo nuestro
autor.

2. DE COMO ANALIZAR CON EL OJO (OTRA VEZ, MUY PARTICULAR)5


Si el self era lo capital para el desarrollo previo, ahora lo será la
empal ía 3 , dado que Kohut - maternalmente- la sitúa en tanto
definiente del campo de nuestras observaci,ones clínicas. A dicha
empatía se le articula la introspección, término este más que sor-
prendente en la pluma de un analista, por cuanto como método
concita la inmediata juntura que posee con el objeto al que se
aplica: ]a consciencia. Pero hemos visto ya que la cuestión del in-
consciente - para nuestro autor- pertenece a un pasado felizmente
superado. Por ello es que, en suma, aboga por el conocimiento
del otro por comprensión empática, y la posterior introspección
de lo captado, valorando - al estar de Hoffmann- lo intrapsíquico
"por encima de la exterocepción propia de ,las ciencias natura·
les" (6). Esta episteme de la vivencia, diltheyana sin-mención de 1~
fuente -se comprende una vivencia que el otro expresa- , se com-
pleta mediante la integración de tal 'comprensión' con otra cate--
goría pergeñada por el mismo filósofo alemán: se trata de la 'expli-
cación' . Para Dilthey, en efecto, si el primer método se dirige
a la dilucidación del sentido, el segundo lo hace, homológicamente,
respecto de la causa. En el más prístino dualismo imaginario, y de
acuerdo con esta línea "integradora" , Kohut sostiene que primero
el analista debe comprender responsivamente, y recién luego expli-
car genético-dinámicamente, advirtiendo que de todos. modos
hay analizantes que requieren mera comprensión - como fusión-
antes que el segundo paso sea viable. Porque, ¿qué cura en un aná-
lisis? No es la interpretación, no es el tnsight , sino lo que bautiza
como 'intemalizaciones transmutadoras de Jos objetos del se!f, las
cuales advienen por medio - básicamente- del alivio de la ansi~
dad , la tolerancia ante la postergación, y diversos elementos
'realistas de la imagen del analista'. Este educador, promovedor de
sanitarias identificaciones imaginarias en las que la agresividad ni
cuenta, se afana tras la producción de las frustra ciones que - ¡aho-
ra sí, gracias a Dios!- serán óptimas, estimulando a un
165
self que logra su gradual cohesividad debido a. la 'función racional•
del analizante. Además, la mayor parte de un análisis se centra en
la reconstrucción de los rasgos específicos de la personalidad pato-
lógica de los padres, de la atmósfera patológica de la familia en la
infancia. Este montaje de escenas que amplían gozosamente la
pregnancia imaginaria, aherrojando al analizante tras la máscara del
épico martirologio del alma bella, se comp leta con la discrimina-
ción que debe formulársele entre 'las expectativas y las exigencias'
de su niflez, y un presen te que las sanciona en tanto 'no realistas'.
Ahora, la transferencia: supone una 'esencial' que radica en el des-
pliegue al modo de Zejgarnik - Kohut lector de Lacan (7), pero la-
mentablemente al revés- de todo aquello que se halla 'prede-
terminado' en el análisis, ya que en este lo concluible del desa-
rrollo es la compensación de una deficiencia estructural específica
¿Para qué ocultárselo al lector? Quien esto escribe no puede si-
no manifestar su condena global ante esta retahila de despropósi-
tos, inscribibles uno tras otro en las figuras de la resistencia del
analista. 'Figuras que no comportan otra cosa que la puesta en acto
del fantasma del homunculillo, metonimizado desde el antiguo
ego, al actual self Estertor del delirio de la presunción, esta psico-
fatuidad de las Suficiencias (8) ni siquiera enmascara que se trata,
nuevamente, del omnímodo reinado del sujeto de la representa-
ción. En efecto, en ese mirador diseftado por el observatorio
introspectivo, en ese atalaya de espejos telescópicos reclamadamen-
te privilegiados, se instala un oxímoron: un analista prefreudiano.
Munido de su lippseana Einfilhlung, se profesionz.liza en astrono-
mizar sentimientos, impartir ensefianzas acerca de la realidad
- la del analista-, fabricar estímulos aptos para el desarrollo de la
racionalidad del analizante, fabular pactadamente historias acerca
de padres -madres- fallidos, Y. en contemplar, en fin , una trans-
ferencia de la cual no es pagador (9). En medio de esta errática
deriva entre $, S1 y S2 en el lugar del agente, no resulta tarea
fácil posicionar cuándo Kohut semblantea al a. Tanto no es fácil,
que podríamos incluso decir que lo que falta en la concepción
de Kohut es el a, y que, ante dicha falta, nos presentifica -bascu-
lurmentc al (- VJ) y al i(a). Más todavía: su erróneo "reemplazo"
del a por Jos 'objetos del se![', cabe argüir que se debe a que
recusó a la mirada -el más evanescente entre los objetos causa del
deseo-, en pro del ojo. Pero vayamos más detenidamente, a los
efectos de fundame::.ntar esta tesis. Recordemos lo puntuado en el
166
parágrafo anterior respecto de su deseo, articulado al par escópico.
Ahora bien, la ilusión en que cae su introspectivismo empático es
la del inmanente 'me veo verme'. Su 'comprensivismo', por otro
lado, lo toma - decimos con Lacan (10)- speculum mundi, al
instaurarse como consciencia. Agrega - antifrásticamente- Lacan
que por esto "desde el momento que percibo, mis representa-
ciones me pertenecen. Es por eso que el mundo está afectado de
una presunción de idealización, de sospecha de no entregarme más
que mis representaciones" ( 11 ). A la atalaya de Kohut le falta la
luz, el destello, el fuego, que rompería - desde el lugar del Otro-
la lucha a muerte dual de las consciencias entre las que cree
transcurre un análisis. Si todo lo que me mira está al nivel del
punto luminoso, es allí que se posiciona lo elidido en la relación
geometral de la que nuestro autor se halla prisionero. El no cae
en la cuenta de que entre lo que se quiere ver, y la mirada, la rela-
ción es de señuelo: el sujeto se presenta como otro que no es y
lo que se le da aver no es lo que quiere ver (12). Así como recusa
a la mirada, que es el a que esquiva máximamente a la castra-
ción, Kohut hace lo propio con esta última, a la que subordina
ante una supuesta 'ansiedad de desintegración'.
Lo reiteramos: como él no trasciende al sujeto de la consciencia
reflexiva hacia el sujeto del deseo, permanece en el ojo, que es el
reverso de la mirada. Así, entre las apariencias y las aporías de lo
escópico -¿qué se hizo del 'darse-a-ver' (13)? ... -, escribe Kohut
la siguiente nota al pie, que nos parece nodular: "La conducta
orgullosa o afirm~tiva de algunos animales ... se expresa por moví-
míen tos antigravitacionales... ¿Es la 'postura erecta'... la que,
como la más reciente adquisición en la secuencia del desarrollo,
se presta mejor para convertirse en el acto simbólico que expresa la
sensación de orgullo triunfante? El sueño y la fantasía de volar
podrían entenderse entonces como la expresión individual del
deleite de la raza ... ante el hecho de que la cabeza se eleva ahora
por encima del suelo, de que el ojo que percibe, órgano ccentral
del self, se ha desplazado hacia arriba, ha superado la influencia de
la gravedad" (p. 88). Aquí está expuesto no sólo el qué quiere
hacer Kohut de su anatizante, sino también el qué quiere que el
analizante haga de él: esta figuración priápica, este erecccionismo
apotropaico, es el verdadero 'motor' de un 'análisis' kohutiano. El
quiere dar lo que tiene, al modo del ágape del buen cristiano, para
sembrar agabnas4 ; propugna un 'acercamientisrno' aJ modo de
Bouvet y su 'éomprensivismo interior' (14): anhela promover la
167
olacl6n psicosintética -el pegamento- siendo deglu tido - 'micro-
internalizaciones'- como en un restauran te. ¿Qué hacen de él?
Que pueda. verse, cual Príapo, aventando la detumescencia, en el
jolgorio anticayen te. Y -es lógico- de este estagnadamentc
eréctil- y 'orgulloso' - suj eto del ojo- ' órgano central del self,
no cabe asombrarse que corone su empresa sentando las bases de
una Weltanschauung que, por serlo, es antipsicoanalitica. En efec-
to, Kohut se ve conducido a extrapolaciones,que, desde la psico-
logía del self, pretend en dar cuenta del arte contemporáneo y de
la sociedad correlativa, en un afán cuanto menos imprudente en
su preñez historicista y superfetativa. Final, entonces, de empren-
dimiento filosófico - variancia del discurso del Amo- para un tex-
to donde el psicoanálisis brilla por su ausencia. Por eso, convenga-
mos que el Hoffma n referido intenta seguir los pasos del Hoffman
"maestro sin par de lo siniestro en la literatura" (15), cuando cul-
mina su cuento fan tástico escribiendo: " .¡Qué bueno es que haya
habido un Heinz Kohut !" Y pensar que el "hombre de la arena"
le arrancaba los ojos a los niftos...

NOTAS
1 Según lnfonna Hoffmann (op. cit., p. 700), ontre 1977 y 1981 Kohu t redactó tres
libros. Los mismos serán publicados gracias a los auspicios de la Fundación que, como
homenaje lleva su nombre.
2
Permítase al infrascripto señalar su concordancia con el juicio que Malcolm (op. cit.,
p. 156) formula tanto so bre este texto como sobre su precedente Análisis d el self (Amo-
rrortu, Bs. Aires, 1977): "pesados e ilegibles" .
3 Kohut pretende basar su concepto de la e mpatÍ'' en Freud (p. 107), Y se sirve para
ello de una cita del famoso cap. VII ('La identificacióñ') de Psicología de las masas.
Empero, esa nota al píe de Frcud sitúa en el mismo eje de pertinen cia a la empat ía,
la identificación y la imitación, vale decir que no predica sino acerca de la identifica-
ción imaginaria. Recordemos que, en ese capítulo, Lacan lee al Einziger Zug... Por otra
parte, es en El chiste y su relllción con lo fnconsden te donde caben in teligirse -abundan-
te y crit crio~tmente- los desarrollos de Freud acerl;a de la E'inftlhlung. Pero en esta obra,
se fruto de: 'el yo, o la empatía' , y no del kohutiano 'el yo en la empatía'; y como su au-
tur llnhln nllí del Otro -aunque lo escriba con minúscula- podrá en tenderse por qué usa
-·u l>llrtlr !lo e11:1 to~ulización textual (Obras Completas, Amorrortu, T. VUI, pp. 186/7-
191 -214 )- 'f)[ffen•nz' en lugar de 'Unierschied'~ la primera palabra - dice J.L. Etcheverry
en ~~~ tmdu cdbn " os utilizada en matemática y apunta más a una diferencia cuantítati·
va q ue cualit ntlvn" . Ent<lliCC~. ¡,la vía del materna ya era sugerida por Freud como recur-
~0 co ntran In~ "illcuuaatlo~"!

168
4
Entre las caracterizaciones de sus analizantes, extraigo como muestta est u• doAI
" profesor adju nto de matemáti ca, potencial mente brillante pero no de masiado exitu~ 11 ;
"artista talentosa pero improductiva". El ' pcru' adversativo, ¿marcará el choque cnttli ol
deseo del analüante y el de Kohut?

REFERENCIAS BIBLlOGRAFICAS
(1) Malcolm, J ., Psicom¡dlisis: una profesión imposible. Gedisa, Barcelona, 1983, pp.
138/9.
(2) Hoffmann, J.M.: " En memoria de Hcinz Kohu t", E-n Psicoanálisis: IV, N° 3 , APDEBA,
Bs. Aires, 1982, p . 709.
(3) Kohut, H., La restauración del sí-mismo. Paidós, Bs. Aires, 1980.
(4) La can, J., "La direcció n de la cura y los principios de su poder". En Escritos!, Siglo
XXI, México, 1976, p. 239.
(6) Harari, R., "Un Otlil tres pacticulier", Omicar?: 29,1984. (Presentado en el 11 Rncurll·
tro Internacional del Campo Freudiano, l'aris, febrero de 1982).
(6) Hoffmann , J.M., op. cit., p . 701.
· (7) Lacan, J., " Intervención sobre la transfcrenda". En 1\scrims 1, (cit.), p. 37.
(8) Lacan, J., " Situación del psicoaná iL~is y formacilm del psicoa nali~ la en 1956". l•:n /!.";.
critos JI. Siglo XXI, México, 1975,1l. 1\18 y sigs.
(9) Lacan, J., "La d irección ..." (cit.), p. 219 y ~ i¡;s.
(10) Lacan, J., Les quatre concepts fondamentaux de la psychanalyse. Le Sémina/rt•, 11-
vre XL Seuil, Paris, 1973, p. 71.
(ll) La can, J., Les quatre ... (cit.), pp. 76/77.
(12) tacan, J ., Les quatre ... (cit.), p. 96.
(1 3) tacan, J ., La re/aticm d 'objet. Seminario inédito del 6 de febrero de 195 7.
( 14) Bouvet, M., " La clínica psícoanaJÍtica. La relaciónde objeto" . En vnd os: t7 psicoaná-
lisis lroy . M~raclc , Barcelona, 1959, p. 95 y sigs.
(1 S) Frcud, S., "Lo si niestro". En Obras (.'ompleras . S. Rueda, Bs. Aires, 1955, T. XV III,
p. 168.

169
IV

MUJ ERES Y NI~OS EN PSICOANA LISI S


AA ~ de mujeres 1\ niños en psicoanálisis
cerca V

ACERCA DE MUJERES Y NI:f'IOS EN PSICOANALISlS

Silvia Inés Jt'etadr(le

Est as refl exio nes cont inúan las presentadas en Caracas en Julio
de 1980 1 . Allí proponía int errogar las dificultades de articulación
teórica que insisten en plantearse en el psicoanálisis de niños, co-
mo un síntoma, camino que me llevó a preguntarme por los
orígenes, por el nacimiento d el "niño" del psicoanálisis de niños,
q ue aún hoy sigue p resentando tantas dificultades para ser r econo-
cido en el discurso psicoanalftjco. En est e orden de reflexión la
cuestió n del posicionamiento respec to a la paternidad freudlana
-a partir del famoso antagonismo ent re Anna Freud y Melanie
Klein para hacer reconocer el p sicoamHisis de niños como here-
dero di recto y legítimo del psicoanálisis, permit ía reconocer e!
sostén fanta smático de las dificultades para articular psicoanalítica-
mente lo que "descubre" la práctica clínka con niños. ·
Me propongo ah ora, avanzar a partir de esa posición inicial, en la
que podemos reconocer la dimensión del mito edípico, hacia los
interrogantes por la estructura. El niño, y el psicoanálisis, en tanto
provienen de lo real, in-sisten.
Continuemos pues adelante. ¿Por qué el psicoanálisis de niños
es fu ndamentalmente patrim onio de las mujeres analistas? ¿Se
trata só lo de una du plicación del lugar h abitual que nuestra cu ltura
a tribu ye a las mujeres: comprensión natural, saber ancestral, re-
ceptividad maternal , y otros atributos semejantes que "se" reco-
nocen como caract erísticos de las mujeres y que conducinin a que
" naturalm ente" sean las encargadas de educar y cuida r ;¡ los f'li-
ños?
Es un hecho fácil m en te consta tabJe entre íos pskoanalistas, que
los hombres que se proponen como analistas de nifíos, producen
un cierto asombro, el asombro frente a algo que no r esponde a la
generalidad de una regla.

173
No podemos clausurar la cuestión desde el punto de vista psi-
coanalítico contentándonos con pensar que el psicoanálisis - hu-
mano al fin de cuentas- no estaria exento del orden imagina-
rio-simbólico que rige nuestra cultura. No podemos; porque la
producción del psicoanálisis de niños implica un posicionamiento
particular en relación al saber y a la verdad. En tanto producción
que no cesa de no articularse, lo que no le impide proliferar ge-
nerando grandes adhesiones o rechazos por parte de los "otros"
analistas, es necesario interrogar esta conjunción " mujeres y ni-
tíos" no sólo como una extensión al campo psicoanalítico de un
hecho cultural, lo que la sitúa como un hecho empírico, contingen-
te, imaginario, para encontrar categorías que nos permitan pensar
qué lo produce y cuáles son sus efectos en y para el campo psico-
analítico.
¿Habrá acaso alguna misteriosa regla que instituya al psicoanálisis
de niños como "cosa de mujeres''?
Una frase de Freud se hace esencial para adentrarnos en el mis-
terio: "Ha sucedido automáticamente que el análisis de nifios ha
sido terreno de analistas mujeres y sin duda que esto seguirá
siendo así". 2
Dado que la post/eridad freudiana se encargó de demostrarnos
que sin duda las mujeres analistas se confirmaron en este lugar, es
fundamental interrogar el "automáticamente" de la frase de Freud.
¿Se tratará de una invitación o de una orden?
Si pensamos que la única posición "ya dada" es la del Otro pri-
mordial, el gran Otro sin fisuras, LA mujer, La madre, tiempo [un-
dante del sujeto por-venir, no podemos conformarnos con situar
al "automáticamente" como una contingencia cultural, y en cam-
bio intentar pensarlo como un hecho de estructura.
El discurso psicoanalítico nos revela que no hay saber posible
más allá de las articulaciones puntuales que lo van produciendo,
lo que en cierto modo homologa la produccción de la teoría a la
producción inconsciente; por ende la imposibilidad anticipatoria y
totalizadora respecto al saber, surgen como efecto de la práctica
psicoanalítica. Aunque la aspiración al saber absoluto no sea un
patrimonio exclusivo del psicoanálisis de njños, aquí lo interesante
es que esta posición respecto al saber parece legitimada, de algún
modo, desde el mismo psicoanálisi·s. Si así fuera esto nos permiti-
ría pensar que el psicoanálisis, frente a la imposibilidad de lo real
que lo constituye, recupera, restaura, instituye, un lugar dife-
rente -el de la "especialización" en nifios- en el que de entrada
174
la totalid ad del saber y su consecuencia inrnl!diata. la antlcJpación,
se proponen como legítimas.
Interrogando el "automáticamente"de la frase do Preud, ae abre
una serie de posibilidades para pensar este ckstinu alienado de
"mujeres y niños"en p sicoanálisis - derechos que pa rcc~ n no poder
cederse fá cilmente- .
Mientras la conjunción mujeres "y" niños funcione como un
axioma fundan te y por ende fundamental para el psicoanálisis de
niños, es el fantasma de La madre el que allí estaría operando, fa n-
tasma cuyos efectos " ordenan" la práctica y la hacen "obediente"
al mandato. Pero esta "orden" cuya obediencia automática nos
permite recónocer el lugar del discurso del amo, Jugar por el cual el
discurso analítico transita para reenco ntrar el suyo, ofrece un giro
singular.
El "automáticamente" como dispositivo original que pone en
marcha el lugar de las mujeres como analistas de niños, instaura la
paradoja de un saber que por principio es todo (saber absoluto) y al
cual no obstante se hace necesario agregarle siempre algo-más.
Anna Freud pu ede convertirse "automáticamente" en analista de
niños por ser hija de Freud, Melanie por ser madre de un niño, el
pequeño Fritz, y entre nosotros Arminda Aberastury por ser
esposa de Enrique Pichon-Riviere. La figura fundamental de
"madre de", " esposa de", caracteriza los comienzos de la A.P.A. ,
donde las esposas de los analistas, o alguna "buena madre" descu-
bierta por algún analista incipiente todavía dedicado a la consu lta
pediátrica, eran "llamadas" para ocuparse de psicoanalizar niños.
Si los psicoanalistas piden allí que las mujeres ofrezcan al psico-
análisis su saber sobre los niños, ellas producirán , desde esa posi-
ción fálicamen te facilitada, un saber desde el que aspiran a inte-
grar el cuerpo, ya dado, del conocimiento psicoanalítico. Porque
ellas se sacrifican, trabajando como " ncgras" 3 en lo que creen la
verdad revelada: el psicoanálisis.
Allí se hacen esclavas, ya no (]e una orden, sino de su propia
producción. El saber toma el lugar del amo y ordena la práctica
efectivizando un cuarto de giro hacia el discurso universitario. Este
cuarto de giro relanza el "automáticamente" al conocim iento anti-
cipado y obligatorio de las reglas que reglamentan la práctica.
Todos aquellos que quieran "ser" de entrada psicoanalistas de ni-
ños, deberán saber ante todo estas reglas: hora de juego diagnós-
tica, consignas, criterio3 evolutivos, simbolismo del juego, etc.
Discurso que al dar la primacía al punto de partid a, nos perm ite
175
reconocer nuevamente al amo en el lugar del agente que im pone la
obediencia automática a las reglas y cierra de este modO" el camino
a quienes quieran acceder a la interrogación analítica.
Pero en tanto mujer-es, que llegan al psicoanálisis como mujeres
"de", no podemos dejar de reconocer allí, una primera posición que
sitúa al discurso histérico: ofrecen los interrogantes de un saber del
que hasta allí nada saben, el supuesto saber sobre el niño desde el
que se encuentran interrogadas. Por eso, si se las sitúa de entrada
como analistas y no como analizantes, no podrán sino ponerse a
trabajar, para saber siempre-más, a partir de la paradoja inicia l que
determina su posición. Esta posición inicial, la del saber que no
saben, pasa así en el lugar del discurso universitario a constituir-
se como un saber que sí saben. El saber ofrecido a los interrogantes,
el del discurso histérico se vuelve, a partir del "automáticamente"
que las sitúa como analistas de niños de entrada, la aspiración del
saberlo-todo que caracteriza al discurso universitario: en tanto
ellas no son "LA" madre, figura del A, sino mujeres "de" , que
aspiran a serlo pero no pueden del todo. Lo que podemos rccono-
. cer como posición inicial , la del discurso histérico, se hace insoste-
nible, porque en el lugar del analista se encuentra el "automática-
mente" que aplasta al nifio desde el cual son interrogadas. Y la po-
sición analítica, el "a" en el lugar de agente, sólo es encontrada en
los momentos en que la imposibilidad de tener respuestas para
'todo' las precipita en la angustia. Posición por cierto muy fugaz,
que produce un viraje inmediato al discurso universitario -siempre
habrá alguien que sepa más a quien pedir auxilio- , o al discurso
amo -allí la posición del analista se vuelve incuestionable- .
Estos virajes impiden a su vez que el saber en el psicoanál.isis de
.nifíos opere a la manera del oráculo, figura posible del discurso
analítico, en los t iempos en los que éste aún no estaba formali-
zado, aunque se siga consultando a estas mujeres como si fueran
pifonisas. Pero no pueden serlo, porque a partir del "automática-
mente" del punto de partida, lo que ofrecen es un saber acumulado,
producto del trabajo y el esfuerzo, en el lugar del decir a medias
del enigma. La posición analítica se cierra haciéndose inaccesible
en tanto el saber se sigue acumulando en la oscilación continua del
discurso del amo al universitario. Y así se perpetúa una posición
'militante' en la que el saber, ocupando el lugar de la verdad, evoca
el sentido de "revolución" propuesto por Lacan: el del retorno
siempre al mismo punto.
176
Situemos a partir de estas reflexiones dis tintas posibilidades
lógicas:
a) Ser mujer como condición necesaria y suficiente en psicoaná-
lisis p ara trabajar con niños. La comprensión y el saber situados en
el p unto de partida. Sólo se hará necesario agregar algunas r ecetas
técnicas. Del mismo modo que " 'el diablo sabe por diablo pero
más sabe por viejo", en esta posición las analistas sabrán por
analistas, pero más por ser muj eres. Discurso del amo :

b) Ser mujer como condición necesaria p ero no suficiente.


AJlf se instaura un saber de la falta a la manera de agujeros que de-
mandan ser rellenados. Esta es la posición del saber acumulativo,
d e la in terdisciplina, la que produce niños aplastados por el saber-Jo
todo . Discurso universitario :

u
a

e) No es verdad que ser mujer sea una condición necesaria para


ser p sicoanalista de nifios. Al menos la existencia de un hombre-
analista-de-niños negará el universal afirmando el conjunto de las
mujeres analistas de nifíos. El ''che voui" lo podem os reconocer así
en el momento inmediatamente ariterior al "automáticamente", en
la posición de "mujer es de" desde la cual se las interroga. Discurso
h istérico:
H

_$_
a

177
d) Supongamos el "automáticamente" de la frase de Freud
como un hecho de estructura, produciendo efectos que el psicoaná-
lisis se atreva a interrogar, es decir, a no retroceder frente a él. Esto
nos pennitiría hacer el ejercicio de sostener el supuesto-saber-ser-
mujer en el campo del psicoanálisis de niños como una ficción, ni
necesaria, ni suficiente, pero posibilitadora de articular algunos de
Jos interrogantes propuestos por Lacan entre psicoanálisis y posi-
ción femenina.
En este caso se abriría para el psicoanálisis de niños la posibi-
lidad de abandonar el campo de las pre-posiciones en el que se
reitera incansablemente: ¿Psicoanálisis "de" "a" "con" "para"
"en" niños? Porque en cualquiera de estas pre-posiciones el niño
siempre ocupa el lugar de objeto directo, lo que inevitablemente si-
túa la posición del analista en el lugar del predicadofr. ¿Posibilidad
de salir de la alineación sujeto-objeto directo-predicado, pasando
así al registro del semblant de "a"? O dicho de otro modo, ¿trans-
fonnar el "Sujeto: su puesto: saber" .que propone el psicoanálisis de
niños, en un posible analista?
Retomando entonces la metáfora que propuse en el trabajo
leído en julio de 1980 en Caracas, donde dec ía que "Freud no
habría querido, a diferencia del rey Salomón, que el niño se con-
servase entero", poder hacer de su partición no meramente un
re-parto sino el acto de una operación simbólica. Escucha analítica
que posibilitaría entonces, a-partir del niño, la producción desde el
semblant de analista-mujer, de un 8 1 como significante del Nom-
bre-del-Padre, o dicho de otro modo: corno significante de la
castración.
¿Podremos de ese modo transformar la obediencia automática a
una orden cuyo origen y sus fundamentos se desconocen, pero
que no deja de operar para producir mujeres-analistas-de-niños, en
la aceptación de una invitación freudiana?

178
NOTAS

1 (Se)nace un n iño. Actas de la reunión sobre la enseñanza de Lacan, Ed. Ateneo do


Caracas. 1982.
2 S. Freud. Nuevas lecciones imroductorias al Psicoanálisis, conferencia XXXIV. O.C.
T. IH. Ed. Biblioteca Nueva. Madiid 1973.
3 "Negra" era el apodo de Arminda Aberastur:y.
4
En español «parto" significa alumbramiento.

BIBLIOGRAFIA

J. La can: L'envers de la Psychanalyse. Séminaire 1969/1970.

179
ACERCA DE MUJERES
EN EL PSICOANALISIS POST-F R EUDIANO

Mónica Torres
Nélida Hal{on

"Te pido que recha~ lo que te


ofrezco pues no es eso."
Jacques Lacan

Desde determinadas posturas psicoanalíticas que incluyendo la


posición genital, concl uyen en u n cierto concepto de la salud men-
tal y esto, especificado en la consecución de "logros" bien defi ni-
dos. _ . el orden y la razón de las interpretaciones, tanto como el
desarrollo y fin del análisis derriban el "muro" de esta carta a tra-
vés de un aplastamiento del d eseo del analizante que queda asi sub-
sumido al deseo del analista. Producción d 0 "sujetos en serie" ,
serie marcada por un ordenamiento identifi catorio con el ana lista.
Así, el proceso se invjer te. El analista, de d esecho se to rna en hace-
dor. Hacedor de finta s en pos de un determinado criterio pre-coa-
gulado. El bridge es sustitu ido por el pool; no queda espacio para
el advenimiento del deseo del analizantc; el deseo aparece sosteni-
do desde ese Otro, sujeto d e verdad. ¿Qué sost iene esta posición
desde un analista? Diríamos que algo que t iene que ver con un
cierto desaf ío a la castración. Ese algo toma un nombre: saber.
Saber ya no articu lado a la verdad pues aspiraría a la verdad toda.
La posición de S.S.S. (sujeto supuesto al saber) deviene en S.P.S.
(sujeto portador del saber), y la verdad cambia de bando: la del
discu rso del analizante sujeto a la enunGiación queda atrapada en
las lcyl:s del d iscurso teórico en cuestión.
Ciertas desviaciones del Kleinismo - y también de·cierto "lac<Jnis-
mo''- t:ll Argcn tina llevaron esto un paso más allá en cuanto aJ ana-
lista " portado r'' , <ti con fundir en su figura el "semblant de "a" con

180
el objeto mismo, convirtiéndolo a~ f t ' ll " d " Htlllldc!J, tlcf,fldo, dé~R ·
do, etc., a travé~ de intcrpietaciones CfiH' sit· mptt' lo l)(lndtfü\ in ht
mira del deseo del analízante. Entonct::> ;,dt•sco d\' qul6n' Cuttl·
q uier analista puede enredarse en est e tks;ll'h> u In l' ll8fiR"l~n y;
como agente de discurso, esta r no ya en "a" sino t' ll S 1 .
Así, la frase del epígrafe qu edaría transformada cu su ~;o ntrurto :
" Te pido que aceptes lo que te ofrezco pues e s eso''. <)llc nroptt.H
mis interp retaciones que apuntan a mí como "tu" obje to: "me"
ofrezco a tí como el saber; pues "es eso"; tu genita lidad, 111 vhln
plena o incluso un prestigio, un poder, un título , lo que t e ol'n.:zro
a cambio sj a mí te entregas. Si el analista se juega en tal demanda.
¿cómo queda co locado?, ¿qué clase de pacto instaura? Un analista
que, amparado en su función, se ofrece por fuera de ella, como
m odelo identifica torio-reslit utjvo de lo parental, más que análisis
está haciendo pedagogía pues a pesar de las fi ntas, el discurso Amo
lo sostiene. En el pool e n cuestión, las bolas del adversario desapa-
recen del tablero una por una. El "para no-t oda" (Vx. ~x) de las
fónnulas proposicionales de la sexualidad en lo q ue hace a la posi-
ción femenina del ana tista , "no-toda la verdad es" , se transforma
en (3 x. <fX), "toda la verdad es". Si el analista se ubica como no
castrado, ¿cómo podría sostener su función'! Y si no puede por de-
venir mítico, ¿qué hace allí, entonces?
En el libro ''Maternidad y Sexo" , Ma rie Langcr habla de muje-
res, estableciendo una equivalencia entre la maternidad y el ser de
la mujer. Una secuen cia que excluye cualquier posición tercera, o
- por mejor decir-·- cuarta, va desde la madre a la hiju, pa sando por
u na «buena" rela ción sin frustracion es en tre madre e hija que lle-
varía a una aceptación feliz de la sexualid ad (mcnarca, orgasmo,
maternidad, lactancia, climaterio) repitiendo con alegrfa esa prime-
ra bella relación con la madre buena. Y, por otro lad o, una mala
relación con la madr e llevaría a vivir la mena rca como peligrosa,
también a la frig idez, la esterilidad, etc. El esquema es senc illo y
subvierte la propuesta freudiana en un desarro llo d el pensamiento
femenino desde Helen Deutsch, Karen Horney y, en nuestro me-
dio, Arminda Aberastu ry y la citada Marie Langer. La ana lista
puesta en el lugar de la madre rectificaría la imago de la madre ma-
la y promovería la maternidad y el sexo.
Más sabiamente, un analizante se perd ía entre unas mujeres, di-
vidiéndolas en cuatro grupos: su mujer, la madre de sus hijos; las
amantes, las que lo aman; unas cualquieras, prostitutas por dinero
que cobran por el goce; y las prostitutas verdaderas que gozan sin
18 1
cobrar, sólo porque les gusta. So n estas últimas quienes lo cuestio-
nan verdaderamente.
¿Y la analista? En un trabajo reciente q ue escribimos con Silvia
Wainsztein, hablábamos de las damas analistas. De las mejores y
de las peores, al decir de Lacan e intentábamos articular lo real del
sexo del analista en relación a la posición femenina del mismo. Pa-
ra las damas analistas del pensamiento post-freudiano y pre-laca-
niano hay sólo unas damas: las verdaderas muj eres.
¿Y la analista? "T e pido que rechaces lo que te ofrezco porque
no es eso". Y si no es eso, ¿por qué te pido que lo rechaces? El "te
pido" histerifica la demanda del analizante qu e es de que rechaces
lo que ofrece, que no es eso. No basta con rechazar d ofrecimiento
del analizante, aún es necesario que el analista oferte la cura y con
eso demande ser rechazado.
La bella carnicera rechaza la interpretación de Freud de los sue-
f'íos, ofreciéndole la clave del deseo como insatisfecho (no es eso).
En el sueno rechaza lo que le ofrecen porque no es eso (no es el
caviar ni el salmón, es el trozo de trasero de cualquier muchacha,
es decir el objeto 'a' causa de deseo). Freud no puede rechazar en
· Dora la oferta histérica cuando intenta convencerla de que es eso,
no pudiendo sostener la posición sujeto - supuesto- saber y no
permitiendo así que las mujeres se dividan en dos. Es decir en cua-
tro, ya que se articula allí el juego de la demanda y el deseo: la
contingencia del encuentro amoroso, la inexistencia de la mujer
como toda, para permitir el deseo hacia unas cualquieras y aún el
interrogante sobre las entregadas al goce.
La maternidad no es el sexo de la mujer. Aún en la ecuación ni-
ño-falo, el falo, hace de la relación dual madre-hijo un triángulo, y
el cuarto lugar se presentifica con la caída el 'a'. Las damas analis-
tas del pensamiento post-freudiano no saben qQe el saber es insufi-
ciente y que el goce está al margen de aquel1o a lo que eventual-
mente conduce, es decir a la reproducción. Si el objeto 'a' aparece
como capaz .de dar satisfacción al goce, esto sólo es pensable en la
pulsión genital, que no existe en tanto menta la relación del Uno
con lo irreductible del Otro.
El analizante en cuestión; perdido entre tantas "unas mujeres"
no encuentra sino repetido el "no es eso". Del lado del amor, la
trampa del amor cortés; del lado del deseo, la insatisfacción. Si mi-
ra hacia el goce, no hay límite para la saciedad ; a la mujer no pue-
de cesar de no encontrarla.
Melanie Klein cita a E. Jones: " ... La mujer no sería psicológj-
182
fitmente un hombre castrado sino que habría nacido hem bra ...
Marie Langer completa esta idea con la frase final de su libro, refi-
tf{mdose al experimento de los monos de Wisconsín: " ... El moni-
jt, criado con su madre de alambre no puede elaborar el enfrenta-
DI iento con algo desconocido ... y se psicotiza. Un monito criado
fi >r una madre mona verdadera sabrá más adelante elegir su pareja
y unirse adecuadamente. Trasladado esto al terreno humano ...
Onicamente una criatura criada por una verdadera madre podrá
¡mar la vida ... y si es mujer sabrá el día de mañana transmitir su
lit lud a la generación futura".
Desde una perspectiva diametralmente opuesta, Lacan señala:
... .. la desvastación que es en la mujer, para la mayor parte, la re-
~dón a su madre, de donde ella parece esperar como mujer más
íttstanc.ia que de su padre ...".
Introducirnos con esto a Belén, entre el análisis y el análisis
{lt" control. En el análisis de control, cuando la analista presenta el
fiiSO olvida el apellido de la analizante. Este olvido es consistente
"'un el peso del nombre: Belén. ¿Nombre, apellido, lugar? Este
drslizamiento hace al nudo de su casi mítica historia.
Llamada Belén por Jesús, e hija de un carpintero-ebanista,
ingresa en la Orden de las Teresianas, seguidoras de Santa Tc-
fl·sa d e Jesús. Abandona luego la religión. Pide análisis aque-
j¡~Ja por dos síntomas: miedo a los animales y a la muerte. Por
lo demás, su vida le es por completo satisfactoria. Casada, con
una hija, ha encontrado el secreto de la libertad sexual. Un riguro-
S.u orden rotativo,·que la salva de cualquier sospecha de predilec-
dón, la lleva de la cama de su marido a la de sus amigos, ya sean
hombres o mujeres. Su hija es partícipe ocasional de los mismos.
1 ~ 1 marido· cumple también con el ritual: el de la anti-diferencia.
No hay preferencias por cuestiones de institución, ni de amores, ni
tic sexos. Una situació n de excepción detiene esta ronda: cuando
Belén decide embarazarse se asegura de que el padre biológico
sl·a su marido. Esto sucede dos veces, una de ellas durante el análi-
~is . En este lapso, toda actividad sexual se detiene.
Reivindica un feminismo a ultranza, lo cual la ubica desde el ini-
l:io en una actitud querellante respecto al análisis y a la analista.
Dice soportar sus intervenciones sólo porque es mujer. L'l sorpren-
de, sin embargo, y es esa intriga la que - según ella- la mantiene
en análisis, que la analista no hable como ella. Así, como la analis-
la - dice- "sólo hablan los hombres". No se da cuenta de que ella
183
habla como un hombre, un hombre que no se entrega en ningú n
acto y aparenta completarse en todos, de manera donjuanesca.
Su reivindicación alcanza a las mujeres de su familia, m adre y
hermanas sometidas de diferen te modo a sus hombres, cuestión
que le irrita profundamente. Admira sólo a uno de ellos: su padre,
idealista, con permanen tes inquietudes filosóficas, quien la intro-
dujo en la pasión mística. Hombre de mucha presencia y poca ins-
cripción, nos recuerda al padre de Juanito. Su madre, muy elidida
durante el análisis, es atisbada como una mujer bastante insatisfe-
cha, pero secundante del padre en todos sus actos.
Belén quiere creer que existe el objeto, que existen las rela-
ciones sexuales, que la diferencia sÓlo existe como real: Dios es su
máximo exponente. Su idealizado padre es un sustituto amoroso
de aquél: La diferencia, la falta, sólo a p~ece inciertamente articu-
lada. Renegando de la castración, la perversión, esta versión-hacia-
el padre, cobra fuerza en ella. Difusa, ideológicamente sustentada,
sólo hay el coto de un real: un padre biológico para sus hijos es re-
querido como porúendo lím ite al desenfreno. Este es el lugar - só-
lo de real- que le ot orga, en un perfecto correlato con el propio
padre idealizado. Podría decirse que .la función mediatizadora en
su historia fue sostenida por la madre. El padre sólo tejía ilusiones,
ella hace otro tanto. Quien ama, o al menos quien otorga, sostiene
la estructura familiar: primero su madre y luego su marido.
Se podría decir que esta mujer adquirió sustancia de su padre
puesto que su madre era, para ella, insustanciosa. No está claro si
la madre ama, o desea, o sólo sufre. Pero ella, al menos, de "eso"
no sufre, más bien reniega d e lo insustancioso de la condición
femenina. ¿Lo hace esto ser más mujer? Muy pm: el contrario;
entre ese " todo" que era su padre y esa "nada" que era su madre,
queda indemne: fobia a la muerte y a los anim ales. La castración
no efectivizada juega a cada instante; el horror a los animales y el
terror a los acciden tes se ejemplificá bien en un suefío que toca a
lo real no simbolizado. Su.eña: "Estado en su Jugar de trabajo, un
negro, un "cafishío" se le acerca, la mano sangrante. Ella ve que
tiene uno o más dedos cortados y va hacia el botiquín dudando
sobre si intentar curarlo o no". Las asociaciones insisten en repetir
el material del suefío. La analista, confrontada con lo que se le
aparece como una castración en lo real, vacila. ¿Qué decir cuando
"todo"parece estar dicho? Quizá, sólo una intervención hubiese
hecho acto analítico: cortar la sesión cuando ella dice "dedos
184
r~rtados". Esta vacilación nos parece crucial en el desarrollo del
u ~ális!s. La analista ha quedado momentáneamente atrapada en el
l) frecimíento. Sabe que "no es eso" pero no cómo rechazarlo.
¿Qué la lleva a Belén desde Santa Teresa de J esús a la filoso-
fía? ¿Desde allí la circulación sincronizada de los " encuentros"
st·xuales y - sobre todo- desde all í al análisis? A pesar de la renc-
g:lción, la falta bascula. El padre le indica el camino hacia Santa
Teresa, pero allí ella no encuentra el prometido goce de Dios que
pt~rmite a la Santa cantar embelesada que: " ... porque vivo en el
Seftor, que me quiso para sí: cuando el corazón le ui puso en él
l'ste letrero, 'que muero porque no muero'. Desesperanzada, ella
ubandona las Teresianas. Aún sin desilusionarse dcJ padre, prueba
nm la filosofía. Cuando termin a la carrera, la pregunta subsiste.
1ma buscará la respuesta en la imposible libertad sexual, y fina.l-
mente llegará al análisis. Si "todo" ... cuanto más posible parece,
má.s imposible es, ¿una mujer sabrá de l n o-toda de la verdad? ¿,Sa-
brá por qué ella teme a la muerte?
Se diría que la desvastacíón que para una mujer es la relación a
su madre, aún sin aparecer abiertamente es· ··en este ~aso -- aniqui-
lante. No porque no pueda casarse, ni tener hijos ---aparentemente
la ecuación h a sido cumplida-, pero lo hace a la manera de su
hombre, de su padre, del "todo". Acá, el olvido del apellido de
Belén por parte de la analista tiene que ver profundamente con
una verdad d e esta estruct ura. Porque su p adre es alguien que la
nombró como proveniente de Dios (Belén - de Jesús- h.ija del
t.:arpintero) por lo que a cada instante debe batirse con la muerte;
lo real se impone a lo simbólico, tort urándola en esa su vida que,
a no ser por eso, sería sin fisuras.
La paciente se embaraza durante el análisis y lo abandona con el
nacimiento de su hijo. ¿Habrá que pensar que fu e porque tampoco
encontró en el análisis a la verdadera mujer'! Si cJ Don Juan es un
fantasma femenino, tal vez algo de esto fascinó a la analista. Pero
si la mujer sólo p uede dar lo que ni tiene ni es, esto no hace peli-
groso que el analista ame al analizante. Del lado del analizantc, ni
envidia ni gratitud; al contrario , hacer la experiencia de la falta en
el Otro.
Pero la paciente no de-supone el saber en la analista que haría
así apariencia de 'a' y estaríamos en fin de- análisis. Antes bien, la
analizante espera que la analista tenga algo que decir, de Dios,
de la muerte, de la diferencia sexual; y tal vez la analista ha dicho

185
algo de más: ella escribe acerca de mujeres. Siempre en el riesg,,
de estar entre las mejores o las peores. Puesto que no hay que co11
fundir la posición femenina del analista con la existencia de l .:•
mujer.
El miedo a la muerte es el temor que provoca la sospecha de que
no hay Otro del Otro, es decir no hay Dios, no hay La mujer. Qu ··
todo sa lga de una sola madre, Eva, dice Lacan en "El Sinthome'' .
no convierte a la mujer en un universal; sólo hay "ponedoras"
particulares, unas madres, unas mujeres.

BIBLIOGRAFIA
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... O peor. Seminario inédito.
El "sinthome ·: Seminario. Ornicar?
Langer, Marie, Maternidad y Sexo. Edit. Paídós. Buenos Aires, 1964.
Santa Teresa de Jesús, Obras completas. Miñón S.A. Valladolid.

186
EL PSICOANALISIS CON LOS NIÑOS

Este texto redactado pof Eric


Laurent, ha sido preparado con la
colaboración de Robert z.,efort,
Rosine Lefort, Estela So)3JlO Y
Marc Stra.uss.

Que haya psicoanálisis con los niftos es un hecho que Ja ensefían-


za de Lacan nunca puso en duda. Esto contrasta con los debates que
surgen en el ambiente de la IPA a p artir de los afios cincuenta. En
efecto, la distancia tomada err relación al anafreudisrno en diferen-
tes ámbitos del mov.imiento psicoanalítico y especialmente en Ar-
~entina con la firm e posición de Arminda Aberastury, consagr a la
posibilidad del psicoanálisis con los nifios: el arraigo de la ilusión
¡;enética conduce a situar las dificultades en el nifto mismo. pt,~es,
110gún esta ilusión, el desarrollo es planteado, - más exactametlte:
pensado- como inacabado.
Tomaremos como índice de la manera en que se interrogan los
practicantes en el ámbito de la IPA una mesa redonda del N° 5 de
ia Revista de Psicoanálisis de la APA (Asociación Psicoana lítica
Argentina), dedicada a las consecuencias del psicoanálisis con los
nifios. Uno de los p articipante~, Aiban Hagelin dice: "Cuando ¡?Si-
coanalizamos un niño, analizamos la transferencia>las resistencias
y todas las formaciones del inconsciente. Entonces, ¿cuál es la
diferen cia? Esta no es más que cuantitativa, de proporción. En el
ftdulto, inferimos palabras, actos, producciones imaginarias sueñOS,
fantasmas, delirios. En el nifl.o ocurre lo mismo, salvo qu~ éste ac-
túa más: sus discursos asociativos son más reducidos, afm cuando
numentan con la edad. Sus deseos son exteriorizados y dramatí$a-
dos en forma lúdica. En el adulto acudimos en ayuda de un apaf a-
tu psíquico alterado. En el niño, acudimos en auxilio de un apafa·
to psíquico en formación."
Este psicoanálisis de u n aparato psíquico en formación deja a
Jos practicantes, in cómodos ante lo inacabado, con un p roblem a
de legitimidad.
Otro participante de la misma mesa redqnda, Aurora Pér ez,
indica: ..Me parece que hoy , los psicoanalistas de nitlos estamos
en la búsqueda de nuestra propia legitimidad. Estoy cansada dt•
ese problema, ya dije en un trabajo que es u na d e nuestras num ero-
sas discrepancias. Me parece que podemos co nsiderarnos psicoana-
listas, y psicoanalistas d e niños, que t enemos nuestr o lugar, a pesar
de todos Jos c uestio namientos que nos acosan actualmente".
La enseñanza de Lacan, d esde su Inform e de Roma, considera
que no es el nifio el que crea problem as en e l psicoanálisis, sino
más bien las consecuen cias qu e sacan los practicant es de su acció11
con él. En efecto, lo que él encontraba a llí, en los años cincuenta,
era un campo especializado donde se d esplegaban con eficacia las
dos form as de la aparente reforma realizada en t orno a una nociúu
inexistente en Freud y de un sabor que le er a ajeno. La noción l!ll
la de objeto parcial introducida por Karl Abraham en 1924 y quu
pennaneció sin crítica precisam ente hasta el infom1 e d e Roma. b~
sabor es el ascenso al zenith del análisis, no solam ente de lo qu~
Freud llamaba en la Traumdeutung " la consider ació n d ebida a lu
representación", sino de una verdadera pasión por e l inventario ti "
las form as imaginarias del fanta sma, debido al éxito de la investiga.
ción kleiniana. Citamos e l Informe de Roma, do nde el psicoaná lisi11
con los nifío s es considerado como "terreno favorable que ofrcda
tanto a las tentativas como a las t entaciones de los investigadon·11
la consideració n. d e las estructuracio nes preverbales", lo que provu·
cab a ·~ún retomo, p lanteando el problema d e la sanción sim ból il'a
que d ebe darse a los fantasmas en su interpreta ción".
Las cuestiones de t écnica y de tran sferencia que atormentaro n n
los autores en los afíos cincuenta son de esa manera r esituadas pnr
Lacan en su verdad era perspectiva, la de psicoanálisis como tal. l .n
incidencia de la enseñ anza de Lacan como cuestionamiento del
objeto parcial y de la presentació n del fantasma q ue autoriza 1'i
entendida por ciertos practicantes, en Argentina especialme nl r,
como cuestionamiento de la técnica del juego. Hemos t en i~·to
un testimonio en un art ículo del número No 1 de la revista 'f'rl1•
bajo del Psicoanálisis publicada en México en 19 81 por Si lvih
Blcichmar. En este artículo , "Para repensar el psicoanálisis dl· ni·
nos", ella indica, retrospectivamente, lo siguiente: "En la Argl·J1Ii•
188
na, mi país, a partir de los años setenta, se produjo un movimiento
en la teoría, muy complejo, que condujo a una crisis de los mode-
los teóricos y clínicos sostenidos hasta entonces. Hasta ese momen-
to, la predominancia de la escuela inglesa, de la corriente sostenida
por Melanie Klein, había sjdo la guía de nuestro trabajo ... En el
campo del psicoanálisis de nifios, la situación se volvió muy com-
pleja, dado que un cierto purismo que hacía del psicoanálisis el
campo del lengu aje exclusivamente, así com o del movimiento dis-
cursivo del paciente, puso en crisis la técnica del juego propuesta
y desarroJlada por Melanie Klein y sobre Ja cual habíamos fun dado
nuestro trabajo".
Lo que era percibido como dificultad por ciertos practicantes
fue para otros inmediatamente tomado como una vía abierta al
futuro y como un esclarecimiento de las dificultades provocadas
por el psicoanálisis con los nifios.
Seguiremos, en este documento de trabajo, el camino de la inci-
dencia de la enseñ anza de Lacan, no como una doctrina más sino
como un movimiento, un diálogo entre Lacan y aquellos de sus alum'"
.nos que se interesan especialmente en esas cuestiones, en el curso de
los anos. Veremos primero como la primera incidencia de esa cose-
fianza fu e la restauración del objeto fálico como distinto del obje-
to parcial en ese campo especializado. El efecto de renovación de
las preguntas tiene un nombre epónimo, el de Fran<(oise Dolto. Se
verá luego como cierto agotamiento de este abordaje y las contra-
dicciones internas que producía desplazaron el. acento hacia otro
punto que se deducía de la enseíianza de Lacan , o sea el goce de
la madre en tanto que éste no se subsume bajo el falo. Ese m om en-
to tuvo también un nombre epónimo, el de Maud Mannoni. Final-
m ente se verá como nuevas direcciones de investigación aparecen
a partir del punto actual de nuestra relación con la enseñanza de
Lacan. Los trabajos de Robert y Rosine Lefort, o de psicoanalistas
de una nueva generación, permiten reformular la consideración de
esas cuestiones esenciales que so.n el autismo en el niño y los pro-
blemas que plantea la psicosis infantil.

J• EL F ALO NO ES EL OBJETO PARCIAL

Es Lacan mismo quien va a sacar las consecuencias de la Be-


,eutung del falo en el abordaje del niño. Consagra a esta cuestión
189
-.mnwo sobre la R elación de objeto , donde, retomando el
·l.utnJto, distingue cuidadosamente el objeto fóbico del objeto
he, y sitúa en los tres registros de la neurosis, de la psicosis y
.. la perversión el lugar del sigruficante fálico.
Aquellos que practican el psicoanálisis con los nífios no se enga-
tlen con eso. Tenemos un testimonio de esos efectos con la publi-
cación del Caso Dominique, por Fran¡yoise Dolto. En ese nifto,
definido como psicótico, la autora considera la posición subjetiva
como habiendo "escapado a la castración humanizante", dejándo-
lo a merced de una "imagen sin palabra". El uso de los fantasmas
que hacía ese niño con " fines de goce narcisístico" no debe enga-
llar, lo deja en un estatuto de objeto fetiche para la madre. " Do-
minique, aparentemente bien adaptado, ignoraba el papel de
f etiche que era el suyo". O más adelante: " sólo en tanto fetiche
fá lico Domínique ha encontrado valor". Es a partir de ese estatuto
de fetiche que el psicoanalista puede dar todo su valor traumati-
zante al nacimiento de la pequeña hermana: " Desde el día del na-
cimiento de su hermana, Dominique ha perdido sus referencias (. .. }
ha sufrido una completa desnarcisificación". Aquí la situación del
nifio como falo materno, bajo esta modalidad de fetiche, es aislada
de manera que no tiene ningún equivalente en un psicoanalista
anglosajón de la época, por ejemplo.
Sin embargo, su rge una dificultad interna: ¿cómo reconocer real-
mente. la idéntifícación normal del niño como falo de la madre y la
identificación que fija la neurosis, incluso que prepara la psicosis'!
La autora testimonia su dificultad, como lo muestra, por ejemplo,
su recurso a la categorfa de la esperanza: " La entrada en una neu-
rosis obsesiva grave en el momento del nacimiento de la hermana
se volvió regresión a un estado psicótico cuando toda esperanza dt~
evolución fu e rechazada. La espera del crecimiento que es el
fantasma consolador de todas las heridas narcisístkas ( ... ) ya no
tenía sentido para Dominique." Por lo tanto, recurriendo a la sóla
id entificación al fetiche materno, la autora da cuenta del establecj..
miento de una estructura que ella misma califica de paranoica y
delirante en el niño, culminación de una serie de reorganizaciones
sucesivas que dan primero una personalidad de apariencia, desput<s
Wla neurosis grave, para culminar en una psicosis, conjunto deter-
minado por la captura en la perversión de la madre.

190
n. DE LA PERVERSION MATERNA AL FANTASMA DE LA MADRE

Maud Mannoni será quien, en los años sesenta, d·esplazará la inci-


dencia de la enseñanza de Lacan, planteando gener almente al niño
como objeto del fantasma de la madre. Este fantasma no es consi-
derado como.consolador, sino a partir de su efecto. Este efecto no
le parece a Maud Mannoru causalidad suficiente d e una serie de
trastornos que van desde la debilidad hasta la psic()sis. En el Niño
atrasado y su madre (1963), la autora indica~ "El nifi.o está aquí
atrapado en el fantasma materno (. .. ) El nifio, destinado a reempla-
zar la falta en ser de la madre, no tiene o tra signifi cación más que
la de existir para ella y no para él".
La autora se fund a en esta unicidad del fantasma para decir que
el niño y su madre no forman entonces más que un solo cuerpo:
"El nifío retrasado y su madre fonnan en ciertos momentos un
solo cuerpo, el deseo del uno se confunde con el d el otro ( ... )un
cuerpo que tiene, diríamos, idénticas heridas que han adquirido
una marca significante. Lo que en la madre no pudo ser resuelto al
nivel de la experiencia de castración, será vivido en eco por el nifío
que, en sus síntomas, no hará, ftecuentement~, más que hacer
hablar a la angustia materna".
Desde esta perspectiva, subrayada por una nota a pie de página
sobre la concepción del deseo en la enseñanza de Lacan; la primera
dificultad que surge reside en la distinción entre la estructuración
normal y la estructuración patológica del deseo. A partir del mo-
mento en que la estructura del deseo es ser deseo del Otro, ¿cómo
separar lo que es patológico en la confusión con el deseo del Otro?
A eso se debe el acento puesto por Maud Mannoni en el hecho
de que el criterio es esa "fusión de cuerpos".
Esta es la solución que Lacan cuestiona en su Seminario XI, en
1964. Dando cuenta de la salida del libro Y recomendando su
lectura, Lacan rectifica esta tesis. No son el cuerpo de la madre y
·el del niño los que se fusionan, sino más bien la primera pareja de
'significantes se vuelve holofrase cuando el niño es reducido por la
·madre a "no ser más que el soporte de su deseo en un término
,oscuro". La puesta en continuidad de la cadena significan l e
;es presentada entonces como punto común de toda una s(•rk·
,de casos que se diferencian en la medida en que el suj el'o " no
ocupa el mismo lugar... Este lugar, indicado a Partir de la escrit ura
(i (a a' a" a'") ), debe seftalarse que será indicado sen cilla m~ aH o
.~omo a en la continuación de su enseftanza.
En un texto de 1965, cuya fecundidad Jacques~Alain Miller
destacó recientemente, el prefacio a la traducción de las Memorias
del presidente Schreber, Lacan insiste sobre la novedad que presen-
ta su enseñanza de esos años: "La polaridad, reciente en promover-
se en ella, del sujeto del goce y del sujeto que representa el signifi-
cante para un significante siempre distinto ( ... ) ¿no es esto Jo que
nos permitirá una definición más precisa de la paranoia como iden-
tificando el goce en ese lugar d el Otro como tal?"
En el momento de la conclusión de un coloquio sobre la ..infan-
cia alienada, organizada por iniciativa de Maud Mannoni y que
agrupaba una gran diversidad de practicantes, Lacan concluye con
un desacuerdo: lamenta "que nada ha sido.más raro que nuestras
palabras de estos dos días que el recurso a uno de esos términos
que pueden llamarse la relación sexual, el inconsciente, el goce (... ),
presencia nunca articulada teróricarnente." En una serie de propo-
siciones que él mismo confiesa como "palabra, allí donde el acuer-
do está excluido, el aforismo, la confidencia, la persuasión, incluso
el sarcasmo", afirma que en los nifíos como en cualquiera, "d
valor del psicoanálisis es el de operar sobre el fantasma( ... ), impü-
sible de desplazar; marca dejada por la posibilidad de exterioriza-
ción del objeto a". Esta posibilidad de exteriorización del objeto <i
debe ser distinguida de lo que Lacan llamaba en su crítica de la
cura kleiniana "la proyección de los malos objetos internos sobn·
el analista". El objeto a no es el objeto parcial, aunque más no fue-
se por su exterioridad al sujeto. Lacan indica que en el psicoanálisis
con los nifios, el analista define su posición por "oponerse a que
sea el cuerpo del nifío el que responda al objeto a ( ... ),condensa-
dor del goce en tanto que, por la regulación del placer, éste Je es
sustraído al cuerpo".
En una carta enviada a otra practicante, Jenny Aubry, en 19óY
-carta recientemente publicada-, Lacan precisa la diferencia que1
establece entre la identificación del niño al síntoma y la identificll'
ción al objeto del fantasma de la madre. En la concepción qul'
sobre esto elabora Jacques Lacan, el síntoma del niño se encuenlnt
en posición de responder a lo que hay de sin tomático en la es tru c~
tura familiar. El síntoma, éste es el hecho fundamental de la ex•
periencia analítica, se define en ese contexto como representantó
de la verdad. El síntoma puede representar la verdad de la pan)jQ
familiar. Este es el caso más complejo, pero también el más abit~rrtl
a nuestras intervenciones". Lacan acentúa entonces la posició n d ~l
192
síntoma como respuesta del niiío, y el término respuesta dt:bc ser
subrayado, como lo pudo hacer J.-A. Miller en su curso de este
afio, " Respuestas de lo real". Si el síntoma del niiío es respuesta,
que puede ser equivalente a la verdad de la pareja fam iliar, esto
subraya que, en ese caso, es necesario que la m etáfora paterna ha-
ya operado para que haya allí estructura familiar como tal. Lacan
distingue por otra parte muy exactamente el caso qu e se produce
cuando la metáfora paterna no opera: "La d1stancia entre la identi-
ficación al ideal del yo y la parte tornada del deseo de la madre, si
·no tiene mediación (la que asegura nonnalmente la función del
padre), deja al niño a merced de todas las capturas fa ntasmáticas.
Deviene el objeto de la madre y su única fu nción es revelar la ver-
dad de est e objeto". Resulta entonces que el nifío realiza la presen-
cia de lo que Jacques Lacan designa como objeto a en el fantasma.
Satura, sustituyéndose a ese objeto, el modo de falta en q ue se es-
pecifica el deseo (de la madre), cualquiera fu ese la estructura espe-
cial: neurótica, perversa o psicótica".
Al final de los años sesenta, la enseñanza de Lacan permitió ha-
cer una serie con las diferentes posiciones del niño que surgen como
respu esta a la pregunta que se hace sobre el deseo de la madre. De-
be distinguirse el niño corno falo de la madre, el nifio como sínto-
ma - y aquí precisar bien: no síntoma de la madre sino de la pareja
familiar- , y fína1m ente, el nifío como realizando el objeto del fan-
tasma de la madre. No es más que por comodidad del lenguaje
que se puede hablar del " niffo síntoma de la madre", pero es ésta
una posición en impasse. Igualmente, el recurso a una supuesta
"perversidad de la madre" en general debe ser reemplazada en un
contexto más preciso. No se trata de una relación con una perver-
sión de la madre sino más bien del lugar que el niño va a ocupar
en su fantasma y que debe ser caJificado en cada caso. Distinguien-
do esas diferentes posiciones podremos retomar la cuestión de la
atención prestada al discurso llam ado familiar y las consecuencias
que éste tiene para el niño. Referirse a él de modo vago no es sufi-
ciente, es necesario también situar cómo el niño le responde. Y
por lo tanto considerar que la prioridad del análisis con los niños
es la escucha de los nifíos mismos, separada de la de los padres, de
los cuales no son un apéndice sino a los que responden.
Retornaremos ahora la supuesta dificul!ad en la cual la cn sl~ llan­
za de Lacan pondría a los practicantes de la técnica del juq.r,o .
193
UI.SOBRE LA TECNICA DEL JUEGO

Si es cierto que nos hace falta, en la práctica con los nifíos- y


no sist emáticamente- para entrar en contact o, el apoyo de toda
una serie de objetos menudos, como decía Lacan, lo articulado por
el niño en su juego, lo es por estructura, en el sentido en que pode-
mos leer que " el impasse sexual secreta ficciones que racionalizan
lo imposible de lo cual p roviene. No digo imaginadas, leo de ellas
como Freud la invitación de lo real que responde de ello". (Lacan,
Televisión, p. 5·1).
A partir de esto p odemos decir que no se trata en el juego de
un despliegue de imaginación pu ra y simple, que debe pues recha-
zarse a partir de la teoría del significante, sino de una respuesta
de lo real que encuentra su causa en lo imposible de la relación
sexual.
Entonces, en el juego de los nifíos, en tanto que construcción de
ficción, encontramos una respuesta de lo real, o sea una realización
d el sujeto del inconsciente, en tanto que d efinido por Lacan "co-
mo efecto de significación, (el sujeto) es respuesta de lo real'' (El
Atolondi:adicho, p. 28. Escansión N° 1).
¿Cómo responderemos, desde el lugar del analista, a lo que se
presenta como respuesta d e lo r eal al nivel de las ficciones pro duci-
das por el niño en el curso de su cura analítica? La respuesta a esta
cuest ión apunta a lo tocante a la dirección de la cura, y especial-
mete al nivel de su pivote: la maniobra de la transferencia, clave
del acto analítico.
Anninda Aberastury, pio nera del psicoanálisis de ni!ios en la Ar-
gentina, discípula de M. Klein y cuya práctica da fe d e su genio y
de su fina y penetrante intuición escribe en su artículo " La trans-
ferencia en el análisis de niños, en especial en los análisis t empra-
nos", publicado por la R evista de Psicoc;náltsis, T. IX, Nro. 3 (Bs.
As., JuJio:..Agosto-Septiembre de 1952, p. 266): ' 'Según, mi expe-
rien cia, utilizando la técnica del juego , el niño es capaz de esta-
blecer una transferencia con el analista, de manera inmediata y
espontá;1ea, de sentimientos positivos y negativos que siente en
relación a sus objetos originarios, tanto como repetir en la trans-
ferencia , en una modalidad inconsciente, hechos y síntomas".
Subraya asf acertadamente que la transferencia, en la experien-
cia analítica con los niffos, se establece d e manera inmediata y
espontánea. Constata que en t anto que fenómeno, la transferencia

194
está desde el principio. Eso es precisamente lo que Lacan escribió
en su Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el Psicoanalista
de la Escuela: "En el comienzo del psicoanálisis está la transferen-
cia. Lo está por la gracia de quien llamaremos en el inicio de este
texto: el psicoanalizante", para interrogarse, después de esa cons-
tatación, sobre lo que es la transferencia.
Encontramos en la consideración de A. Aberastury una reconsi-
deración de las tesis kleinianas que tom a la transferencia en su
vertiente imaginaria: en la relación analítica, el paciente proyecta-
rá y repetirá los sentimientos de amor y de odio, los fantasmas,
angustias y defensas que se produjero n en el curso de las primeras
relaciones objetales.
El dualismo de esta relación primitiva es claram ente enunciado
por M. Klein en su artículo "Los orígenes de la transferencia" (Re-
vista Francesa de Psicoanálisis, t. XVI, p. 206): "Es un rasgo esen-
cial de esta relación, la más precoz de todas las relaciones objeta-
les, que ella sea el prototipo de una relación entre dos personas, en
la cual no entra ningún o bjeto".
Planteado en estos términos, el análisis de la transferencia redu-
ce entonces la dialéctica de la cura sobre el eje especular, cuya
salida es el mito del Uno, de la unificación operada a partir de las
virtudes del amor y de los sentimientos de separación: "Cuando en
el cursÜ del desarrollo normal, la división entre objetos persecu-
torios y objetos idealizados se encuentra disminuída, y cuando el
odio · se encuentra mitigado por el amor, entonces es posible
establecer buenos objetos en el mundo interior. Esta adquisición
en el curso del tratamiento, nos lleva a la cura", afirma A. Aberas-
tury (op. cit. pág. 268) Podemos preguntarnos al precio de qué
identificación arriba el niño a ese resultado, puede ser al de identi-
ficarse al s.ígnificante supremo.
Lo que la enseñanza de Lacan viene a subvertir, es justamente la
consideración de la transferencia tomada en tanto que intersubje-
tividad. Ahí debe ubicarse la pregunta y no a nivel de las técnicas
puestas en juego en las curas psicoanaliticas con niños. Pues, para
esas curas, como para todas, el analista se encuentra en posición de
reinventar el psicoanálisis: en el acto, el analista no debe responder
a partir de una posición de saber.
La transferencia es una manifestación sintomática del incons..
ciente, y esto se llam a sujeto supuesto al saber, en sí mismo
obstáculo a la intersubjetividad ya que esto im plica "que p\l~!dtJ
19S
decir éUalquier cosa, sin que ningún sujeto lo sepa." ("La equivoca-
ción del sujeto supuesto al saber". Scilicet, Nro. 1).
Suponer un sujeto al saber es una consecuencia lógica para el
hablanteser, en toda formulación de un inconsciente cualquiera.
Pero ese sujeto, en tanto que efecto de significación, no supone
nada, es supuesto: ¿por q uién? Por el significante, dice Lacan, que
lo representa ante otro significante. Y esto resulta ser el pivote de
la transferencia. El sujeto supuesto al saber, en tanto q ue ''signif}.
cante introducido en el discurso que se instaura", dice Lacan en
la Proposición de 1967, es el elemento ternario en una "situación
convenida entre dos partenaires, que se establecen en ella como el
psicoanalizante y el psicoanalista". Lo que da cuenta p erfectamen-
te de lo que no podría haber d e intersubjet ividad en el abordaje de
la transferencia desde el punto de vista estructural.
A partir de aquí, para toda cura, la cuestión d e la transferencia
puede ser abordada desde la estructura. El análisis de la transferen-
cia implica la eliminación de ese sujeto supuesto al saber.
¿Cómo juega ésta en el análisis de niños? Esta pregunta nos pa-
r ece capital. El nifio, como todo hablante-ser, es presa del sujeto
supuesto al saber, pero teniendo en cuenta su posición de depen-
dencia frente al adulto, r esulta que para él el Otro adulto sabe. Lo
que le arranca en tanto saber es la significación, particularm ente la
concerniente al sexo y a la muerte. Significaciones que se vinculan
con la pregunta del deseo, respecto a la cual los ¿por q ué? del nifio,
dirigidos al enigma que se hace presente para ~1 en los intervalos
- en los blancos de lo que enuncia el adulto- deben ser escucha-
dos en el sentido de un Che vuoi?
Es pat1iculannente seductor para cualquiera que ocupe el lugar
del Otro en relación a un nii'lo el darle una respuesta. ¿Hará Jo mis·
mo ~:~ 1 analista? Toda la cuestión que se juega entre psicoa nálisis y
pedagogía reside en este punto. Ningún analista tiene que r espon-
der a partir de un sabtrr que pueda inducii en el analizante, por CSl'
rodeo, una identificación a cualquier ideal. Si hay respuesta del
analista, ella se articula tan solo a partir del acto analítico, "aclo
que se funda en una estructura paradójica pues en él el objeto l~ll
activo y el sujeto es subvertido". ("Equivocación dd suje to supues-
to al saber". Scilicet 1 ).
Si el analista ocupa, en el dispositivo del discurso analítico, t'l
lugar de semblante del objeto a, puede existir la posibilidad, por
encuentro , de que d saber ocupe el lugar de la verdad en la ínll'r·
196
pretación, y de este modo, en el curso de un análisis, lo no-sabido
se ordene como el marco del saber.
Pasemos a nuestro segundo punto: el tiempo de la interpreta-
ción en el psicoanálisis de niños.
A partir de consideraciones que conciernen la transferencia, des-
tinadas a descentrar la cura analítica de sus connotaciones intersub-
jetivas, podemos abordar también la cuestión de la interpretación.
Una interpretación sólo es operatoria , incluso productora de efec-
tos, si se realiza bajo transferencia. Es decir que está articulada con
un sujeto supuesto al saber, lo que no implica en modo alguno que
entrañe el enunciado de un saber por parte dd analista.
El inconsciente procede por interpretación en las formaciones
d el inconsciente que de él se deducen (sueños, lapsus, agudezas).
Podemos decir también que el "material" que el nifio llevará a su
sesión de análisis, sus dibujos, historias, juegos, etc. constituyen
ya interpretaciones que apuntan a dar un sentido a aquello que de
:lo real se presenta en el trauma.
¿Agregará el analista las suyas? Sí, en el caso en que considera
que sabe algo sobre el objdo en juego y que debe aportar la correc-
ción necesaria a la interpretación " ingenua" operada por el niño.
En estos casos nos volvemos a encontrar con lo que Lacan llam a
el carácter de "intrusión y de enchapado sobre el sujeto" (El Semi-
nario Libro I, p. 88) operado por la interpretación Kleíníana, y
que "induct} en el sujeto una paranoia dirigida" (Escri tos, p. 109).
.t:ste género de interpretación no permite alcanzar al sujeto su~
puesto al saber, al contrario. Esto implica que el análisis es condu-
cido con la suposición de la existencia y de la posibilidad de una
relación sexual, siempre evocada, siempre presente y rderida a la
persona del analista. Este posible es homólogo de una suposición
necesaria: la de La Mujer, verdadero sujeto supuesto al saber que
es el analista. Vemos como, por ese desvío , es evacuado lo que en
él hay de contingtmte tm lo concerniente a la función fálica.
Es desde esta perspectiva que podríamos señalar en ciertas curas
un viraje hacia u na posición perversa, éomo en el caso dt! Luisito
presentado por A. Aberastury en su artículo "La transferencia en
L'l análisis de nifíos,.
La interpretación, si seguimos las indicaciones formuladas por
Jacques Lacan en su enseñanza, es lo que opera en tanto que cort~.
escansión a nivel del dicho, a fi11 de aislar lo apofántico del decir.
Bntre enigma y cita, juega con el equívoco, con la lógica y c oll la
1{J7
.-.m•tlca. La interpretación, lejos de dar la respuesta de una sigui•
ficnci6n cualquiera al "Che vuo.i?, es del sentido que apunta l:lilt
tlU·sencia radical que se escribe S(~).
Operar en la supresión de la respuesta permitiría dejar siempru
vado el lugar del objeto causa del deseo y así poner distancia entr"
el I(A) en tanto que punto d e llamado de toda identificación y d
a separador.
¿Qué criterio, entonces, puede servirnos para determinar el n-
nal de la cura psicoanalítica de un niño?
Podemos adelantar que aquí la única respuesta es ética, como lo
es en cualquier otra parte, "sólo hay ética del bit:n decir". Que su
pueda localizar en la estructura, separándose del lugar que ocupabíl
en el fant asma d el Otro, a través del cual su síntoma y su sufrimi~n·
to se encuentran correlacionados con el goce en el Otro, estos so•\
los ejes estructurales que pueden orientarnos para situar el fin al~~ ~·
un análisis de niño. De todas maneras, llegado a est e punto, no d ~­
jará de dejamos caer.

IV.EL CUERPO DEL NIÑO Y EL OBJETO a

La existencia de una relación sexual que podría escribirse, coJt-


d icionará la consideración de la sexualidad infantil por M. Kkin u
incluso, aunque se diferencie de ella, la de Winnicott. Nos sirve co-
mo testimonio la primera interpretación d e M. Klein a Dick: d
tn:m que ~ntra en la estación como representación de la relación
sexual, o la primera inter pretación de Winnicott a Piggle a prop(l..
sito de un lápiz que ponía en un camión.
Las consecuencias de la existencia de una relación tal son d1:
peso en cuanto el centramiento de la dialéctica de la que se trata.
la del cuerpo. Si hay relación sexual, es el cuerpo del Otro, sucesi··
vamente el de la madre y el del padre, el que estará en juego como
existente, como depositario o como portador de los objetos reales
que el niño querría tomar o dtlstruir, ya que no p udiendo realmen-
te alcanzarlos, es perseguido por ellos.
Es una perspectiva que no desconocemos pero es un caso parti-
cular. Todavía falta articular lo rdativo a la naturaleza d el O tro 0H
la psicosis.
Retomaremos el tema, pero lo que aparece, siguiendo más dt·
~crea tanto la clínica como la estructura QU I:l ella implica, es quL:

1 9~
el cuerpo d e que se trata -en el psicoanálisis con los niños, especia 1-
¡nente los muy pequeños- es el dd sujeto que está en análisis, y si
éste int erroga el cuerpo dd Otro, no es evidentem ente para obte-
ner allí algún objeto que lo completaría sino para encontrar en él
lo imposible de ese o bjeto, la caída d e ese objeto, la pérdida irre-
ductibk q ue lo condenará definitivamente en su relación de objeto
:a su relación a la falta de objeto de donde nacerá su d eseo. En
cuanto al objeto , su m utación d e real en significante hará nacer un
sujeto destinado a esos significantes, alienado y dividido por
ellos. El Otro , lejo s de ser el reservorio de objetos reaJes, no será
más que el lugar d e los significantes, perdiendo en él, si es quG
alguna vez la t uvo, la dimensión de una existencia propia.
La ilustración de un proceso t al nos es suministrada, por ejem-
plo, por Nadia -recordaremos que ella tiene trece meses-· durante
la sesión dd 5 de diciembre (Cf. El nacimiento del Otro). Ese dia
quiere tomar el objeto d el cuerpo del analista , es de(;ir dd Otro,
como lo muestra crispando sus manos sobre el pecho d~ ést a. Pero,
ante lo imposible d e desprender de ese objeto real, el significante
surge por primera vez, el significante portador del objeto, bajo la
forma dd "mamá-mamá" que la apacigua y le permite la ternura.
En u n corto in stante, el objeto que intentó tomar se d esvan~.: ce.
dando Jugar a lajaculación del significante: el objeto a ha ca fclo, el
significante ha hecho corte, fundando así la alteridad del Otro, por
el objeto a que cae aquí, el objeto prim ordial , el seno.
Así, la caída del objdo tiene dos consecuencias: eJ Otro cesa de
ser el p ortador real y s~ encuentra tachado (~), cesando de ser d
primer seftuel o especular de ese espejo que es el Otro, propio del
transitivismo; dd lado del sujeto, esta caída dd objdo lo marca
igualmente con u na barra-$.
Todo está p reparado para Nadia para que, ele allí en más, su
deseo de objeto se inscriba en el marco d el fant asma: $ o a.
Tal no es el caso de Ro berto, el niño dd lobo, objeto de un
libro de próxima aparición, cuyo resumen se encuentra en d
Libro 1 del Seminario d e J acques Lacan. Se trata de un psicótico
dé tres años y nueve meses y para él, la _relación con el Otro, ;1s í
como la relación con el objeto, demuestran que la caída del ohjt- 111
a en él se ha vuelto imposible. Por una part~, porque su 01 m l'~
inalcanzable, !.!S decir, no puede ser tachado, ~1 lo ha lom ad o 11 811
cargo, y la d efensa, como en S chreb~r, se las arregla t:ll tt l)it'l~ ; y
por otra parté, el objeto no puede caer porqul! sigue sit·ndu fl1ttL ~~
19~
decir no sufre la mutación en significante (indiquemos aquí que d
objeto es el biberón, qut:) él no·nombra y que jamás nombrará); la
altt!ridad del Otro no puede encontrar allí soporte, tampoco Rober-
to puede tener acceso a la mediación del fantasma en su relación
con el Otro. Pero Roberto, como todo psicótico, está en el lengu a-
je que le impone una pérdida, la del objeto que no puede tener, al
igual que Nadia; a falta de ese objeto caído como para Nadia, deb~
privarse de él realmente intentando mutilarse el pene, proponién-
do~ como objeto del Otro para que éste no sea afectado: se hace
así el objeto del goce del Otro; vía de la psicosis para resolver d
enigma del objeto, entrt! tenerlo y serlo.
Resumiendo, son las difert!ntes fases del tratamiento de Ro b~:::rto
bajo la dependencia de su relación con d Otro en la transferen cia
y las intervenciones del analista Jo que puede aclarar la evolución
clínica y topológica de la constitución de su cuerpo, es decir, aqw-
llo de lo que se trata para todo psicótico.
En un primer tiempo, Roberto designa al agujero de su cuerpo
por el significante "lobo". Se trata de un falso agujero imposibk
de inscribir en el Otro, .salvo designándolo por ese "lobo" que
puede St!r, en el límite, considerado como una metáfora delirante.
En una segunda fase, Roberto hace de ese significante el reprt-'--
sentante de su relación con el mundo exterior, amenazante y per-
secutorio, una relación exclusiva que concierne tanto a la angustia
de la ausencia del Otro, cuando ¿ste se va, como a la relación con
los contenidos de su cuerpo qu~ 'el Otro le impone para llenarlo o
que exige de él para arrojarlos.
No queda c.o mo huella de las envolturas de un cuerpo tal , más
que su delantal, que no puede soportar que le saquen sin sufrir el
mayor desamparo en el horror.
Así, poco a poco, en el tratamiento, expresa su necesidad de
volver a encontrar una envoltura para su cuerpo. El analista
responde a partir de la construcción. Esta hace metáfora de su rela-
ción al Otro y reemplaza la metáfora delirante de su "lobo" qlil:
desaparece en las tres sesiones que siguen.
Entonces, Roberto puede instaurar - por el corte del significan-
te- la superficie de su cuerpo, o más bien su cuerpo en tanto que
superficie, su piel, que toma el lugar del ddantal: durante una
sesión de bautizo, completamente desnudo, hace correr a lo lar-
go de su cuerpo una mezcla de agua y de leche, bajo la mirada
del Otro, diciendo su nombre, "Roberto", tocándose al mismo
200
tiempo su cuerpo , proponiéndose así al reconocimit:nto dd Otro.
Por o tt;"a parte, es tal reconocimiento lo que va a encontrar,
después de un trayecto bastante largo, esta vez en el espejo, ya
q ue cuando encuentra su imagen allí, puede volverse, reir, to-
mando al Otro como testigo y alcanza entonces, pero recién en-
tonces, al i(a), al yo ideal. El agujero de su cuerpo deja de ser
un falso agujero aislado. Ha nacido como sujeto y ha sa lido de la
psicosis; su palabra lo testimonia en la vida cotidiana.
En una última fase, qu~ incluso hab ía comenzado anti:!S del en-
cuentro del espejo, Roberto, q ue había escapado prácticamente
a toda infección y enfermedad, puede sufrir en su cuerpo, puede
estar enfermo, es decir expresar por síntomas somáticos d esta-
tuto significante de su cuerpo, qu e puede ser represen tado por un
significante para otro significante, abordar entonces lo que es para
él el par S 1 - S2 . Una serie de hechos lo testim onian.
Se saca un dfa, en sesión, su dela ntal, que tira como un harapo
en u.n cubo de agua, afirmando con eso que no necesita más de esa
envoltura artifi cial que los otros le ponían y que lo relacionaba a
ellos, no tanto bajo la forma de objeto a sino bajo la forma de un
superyó,resto de una pru eba que no se deja caer. Los objetos de la
sesión a los que durante mucho tiempo ha agrupado alrededor su-
yo como una muralla, o llevado con él luego de cada sesión, puede
abandonarlos y descender un día de su sesjón con las manos va-
cías, no sin haber dejado, como para memorizar, todos esos obje-
tos alrededor del bebe del material, no sin llorar un poco más tarde
para expresar con su llanto, que conocía tan poco antes, un desam-
paro normal cuando el analista deja la institución donde el vive.
Ese llanto es el signo de que otra relación al Otro ha ocupado el lu-
gar de los objetos en los cuales se perd ía. Por otra parte, es capaz
de anticipar y de reclamar su sesión cuando el analista no esta ahí,
contrarjamente a la ausencia de toda demanda anterior.
Esta nueva relación al Otro aparece claramente en tres hechos.
Después de una frustración en el curso de una sesión, es capaz
de agredir directamente el cuerpo del Otro, que ya no. es simple-
mente cuerpo exterior a destruir sino cuerpo portador de un o bje-
to, y no cualquiera, ya que aparta nd o la blusa del analista, Rober-
to le muerde la espalda. El Otro, finalmente, puede ser portador de
un o bj eto causa del deseo.
Sin embargo, del lado de su cuerpo aparecen los síntomas somá-·
ticos que no había conocido an t e~: angina, vómitos, diarrea. Vacia-
·:.o1
mitnto del cuerpo, sin duda, pero que no tiene nada que ver con el
qujero real anterior, ya que tanto su cuerp o como el del Otro se
presentifican en sus síntomas somáticos. En la espera de un signifi-
cante proveniente del Otro y articulado como tal, puede decirse
que su S1 que lo representa y en el cual se aliena un día hasta el
síncope -desaparecía en él- espera el saber del Otro, S2 , que har{l
separación y cuya ausencia todavía de la parte del Otro lo deja do-
positario-holofrase S1 -S2
El S2 , saber sobre sus síntomas som·áticos, es lo que el analista
puede asumir durante una sesión fuera de la pieza habitual porque,
Roberto, enfermo, est á en cama; la analista le va a hablar de sus
síntomas y de su se ntido en los objetos que han sido el sopork de
su castración corporal. Roberto bebe literalmente sus palabras y Sd '
prueba que sus síntomas somáticos eran Ju stamente el deseo el\
Roberto de un significante esperado ya que al día siguiente, est~
curado.

V. LA PSICOSIS DE TRANSFERENCIA

Sus coordenadas son necesariamen te diferentes de las de la new


rosis de transferencia.
Para la neurosis, .el analista está " naturalm ente" llamado a O(:u·
par la posición del destinatario del discurso del sujeto y a comp k'·
mentar así el síntoma, haciendo del sujeto supuesto al saber el pi·
vote de la cura.
La deslocalización del destinatario, el retraimiento autista no si-
túan como tercero al saber e imponen al analista hacer irrupción
en una circularidad que, por estm ctura, prescinde de·él. Qu e el ni·
ño se acostumbre a su presencia y lo integre en su mundo no t'l
suficien te. ¿Cuál debe ser el punto de aplicación para la intervt:ll•
ción del analista que va a crear la posibilidad de una apertura dia·
lectizab le?
Ese punto puede ser designado como el síntoma, a defin ir y a
distinguir de la masa de los fenómenos patológicos por lo q·uc rtl•
presenta de la posición específica del niño. En efecto, si existe u u¡¡
estructura psicótica y una masa de fenómenos indiferenciados d~
un niño al otro, cada uno de ellos presenta una particularidad üh-u·
tificable en su relación al Otro por la puesta >en acto de un sí utn-
ma.
202
El registro significante, tanto como el cuerpo están en ese sínto-
ma implicados y se manifiesta en él la posición del sujeto sometido
a la tarea imposible de articular uno al otro, su ser de significante
desatado y su ser de deshecho. Esta posición, que equivale corno
tentativa de cura a la producción del trabajo delirante del paranoi-
co, está destinada a una repetición sin fin, a menos que el Otro pue-
da alojarse allí. De cierta manera, él ya está allí, porque el registro
simbólico allí está convocado, pero como testim onio indiferencia-
do y neutralizado por la invasión y el desencadenamiento del goce.
Es aqui que, por lo simbólico, o sea por su palabra el ana lista debe
tocar lo real e instaurar la transferencia. Constituyéndose como lu-
gar de recepción del síntoma, procede no a una interpretación sino
a una c'onstitucióH q ue tiend e a separar, para el niño, las coordena-
das sim bó licas de su historia, de su lugar de objeto en el fanta~ma
del Otro materno. Esta sep aració n que opera la construcción y que
tiene como efecto "la interdicción" del goce, sitúa al analista en
posición de tercero y, al mismo tiempo, deviene así el pivote aire-
dar del cual se ordena el signifjcante, y produce un efecto de loca-
lización del goce.
Esta puesta en función del analista a nivel de Jo real de la estruc-
tura. equivale al montaje de u n fantasma. Pero como c·n la psicosis
se trata justamente de una clínica de lo real no exclu ido por lacas-
tración, el objeto queda realizad o, al alcance de la mano del sujeto,
si se puede decir, como el maletín de Joey de Bettelheim, asegu-
rando su función de "condensador de goce" .
La psicosis de transferencia no hace por lo tanto del analista, en
:la psicosis del niño, el artífice que muestra progresjvam ente la es-
tructura sino un intervínie nte real que, por su puesta en fu nción,
opera un reparto, un corte que permite extraer el goce del campo
del Otro; haciendo caer en el m ismo momento las barreras con lo
que esto acarrea de modificaciones sintomáticas.

CONCLUSION

Este documento de trabajo puso el acento sobre el hecho de q th'


,1 nifio es un analizante como tal, en todo sentido. La cuestió n qut"
·p uede plantearse es la de saber qué salid a encuen tra un psicoantilí-
lis con un niño particular. Esta cuestión deber;í ser consi<krada l.!'l
las discusiones que tendrán lugar. Es suficiente aqui indic:1r qul' en
:o,,
todo caso no podemos contentamos con esos criterio s de cura qw
aparecen frecu entemente en los t extos anglosajones y que aluden a
una rcconcíljación cognoscitiva del niño con el sistema simbólico;
haciendo valer por ejemplo la reintegración más o menos efec·
tiva del niño neurótico en la enseñanza normal o del niño psicóti·
co en la enseñanza técn.ica. Para nosotros se trata de sit uar la ro-
conciliación del n:ifto, no con su madre, sino justamente con su go·
ce tal como puede acceder a él en su fan tasma.
Si todo sujeto encuentra su hora de verdad en su encuentro co n
el obje to del fantasma, queda por saber cómo vamos a determinar·
la para el niño. No será apostando a la reconciJiación con el padn.•,
sino más bien a la confrontación con lo peor.

204
V

PSICOSIS
ACERCA DE LA CLINICA DE LAS PSJCOSIS
Texto redactado por Gérar d Millcr
con la colaboración de Rolaml
Broca, Qaude Duprat, Marie-Hé-
lene Krivine, Dominique Miller,
Antonio Quinet de Andrade y
Hélene Séré de Rivieres.

No intentamos aquí componer un conjunto unificado, un


capítulo de manual, sino preservar, por el contrario, la agilidad
de los debates que agitan actualmente a nuestra "comunidad".
No se t rata entonces de una ·confrontación con las tesis anglosajo-
nas, sino más bien una evocación de lo que pueden ser nuestros
puntos de referencia y nuestras exigencias: indicaciones acerca del
modo en que los alumnos de Lacan enfocan las psicosis en su prác-
tica, acerca de la esquizofrenia y de la paranoia, acerca del sín-
toma, del o bjeto a, de la transferencia, etc.
Además de las numerosas referencias a las obras de Freud y de
Lacan, conviene leer estas páginas desde la perspec tiva dd trabajo
que se desarrolló durante varios años, y que aún continúa, en la
Sección Clínica (Conferencias del miércoles sobre "¿Psicóticos en
análisis?" o bien el Coloquio de Prémontré), en las reuniones de la
Escuela de la Causa Freudiana (cf. por ejemplo, sus recientes jor-
nadas en Montpellier), los encuentros de la Fundación del Campo
Freudiano y el curso de Jacques·Alain Miller.

QUE NO ES LA CLINICA PSICOANALITICA DE LA PSICOSIS


La referencia esencia l de la clínica psicoanalítica de las psicosis
siguen siendo las memorias de Daniel Paul Schreber. Recordando
el énfasis que Freud dio a la paranoia, Lacan insistió de entrada en
el carácter central de la alucinación verbal en dicha psicosis, y
mostró que el delirio tenía su estructura, es decir. que se articulaba
en torno a significantes. El delirio del paranoico no es más que un
modo particular de la relación que el sujeto mantiene con el con-
junto del lenguaje. La psicosis no debe ser referida tan sólo a sir,ni-
ficaciones: el drama de la locura se sitúa en la relación dd :-;ujdu
con el significante.

~ 07
Te1il central: hay en la psicosis u na fa lta esencial, la de un signi-
f1cante primo rdial. Si el neurótico cuestiona al padre en tanto sim-
b6lleo y en tan to que imaginario, en el núcleo del delirio p~'icó tico
hay una interrogación acerca de la función real del padre de !a ge-
neración. A Schreber le falta ese significante esencial: ser padre.
Dado que el significante nunca es, por definición, solitario, que
siempre está en relación con una red de otros significantes, la falta
de ese significante privilegiado cuestiona ni más ni menos que al
conjunto de la cadena significante. Retomando el término freu dia-
no de Verwerfung (que se opone al de Verdrii.ngung, al de represión)
y que se puede traducir como supresión, rechazo, o mejor aún co-
mo forclusión, Lacan define entonces !a causa estructural de la psi-
cosis como la imposibilidad de q ue el significante padre advenga a
nivel simbólico. La forc1usión d el Nombre-del-Padre, ese significan-
te fundamental cuya función de punto de almohadillado asegura la
estabilidad del pequefto mundo de todos, expone al sujeto en la
psicosis al nivel mismo de su estructura.
La clínica psicoanalítica de la psicosis excluye debido a este he-
cho una clínica del individuo biológico. Aun cuando el sujeto s~·
sostiene en lo viviente, sólo es sujeto por efecto del significante.
En la determinación d e la psicosis hay una única orga nicidad
"la que motiva la estructura del sujeto". Esta clínica excluye tam-
bién una clínica de lo imaginario. Si Freud insistió en el papel del
padre en el delirio d e Schreber fue porque siempre mantuvo la
referencia al Edipo, a la estructura; referencia que el post-freudis-
mo a menudo dejó d e lado para, por el contrario, poner en primer
plano los mecanismos del yo: splitting of the ego, identificación
proyectiva, rivalidad, hostilidad ... La enseñanza de Lacan no niega
los fenómenos imaginarios en la psicosis, pero muestra cómo son
efectos de inducción del significante sobre Jo imaginario del sujeto.
No podría enfatizarse la proyección -que Freud ya señaló era
insuficiente para dar cuen ta de la psicosis- en las fórmulas freudi<J-
nas de la paranoia. La. proyección que aparece en los tres tipos <h'
negación de la proposición " yo lo amo" , no solo cobra importan·
cia a ·partir de lo imaginario, los determin an tes son allí los probll'··
mas lógicos, formalmente implicados.
La hipótesis de Freud de que el delirio constituye una defens;¡
frente a .impulsos homosexuales se demuestra insuficiente una vez
que en la psicosis se enunció lo siguiente: " lo que fue abolido en
~1 interior retorna en el exterior". Fórmula que lacan ha resituac.Ju
usí:" lo forcluido de lo simbólico ret orna en lo real". La cuestió!l
208
homosexual detectada por Freud se vuelve no ya la causa determi-
nante de la psicosis paranoica, sino "un síntoma articulado en su
proceso".
La clínica psicoanalítica de la psicosis no se funda en el eje nar-
cisístico del sujeto, pues "ninguna formación imaginaria es especi-
fica, ninguna es determinante ni en la estructura ni en la dinámica
de un proceso". Ningún fantasma - ni siquiera el d e procreación o
cambio de sexo-, ningún mecanismo de defensa del yo, puede
caracterizar a la psicosis: la articulación simbólica sigue siendo ne-
cesaria.
Tampoco se trat a de una clínica del desarro11o, desde el punto de
vista genético. Lacan muestra que para el psicoanálisis los estadios
pregenitales se ordenan en la retroacción del Edipo. Sólo adquie-
ren significación en relación a la articulación significa nte. Si Freud
enfatizó la regresión narcisista en las psicosis no lo h.izo empero
para excluir la función paterna.
La regresión temporal (en el desarrollo) al narcisismo es retoma-
da por La can ~n tanto regresión tópica (en la estructura) al estadio
del espejo, lo que permite subrayar, por un lado, el carácter de in-
vestición de la imagen y, por otro, el desdoblamiento de esa ima-
gen. Esto es lo que determina el carácter propio de los fenóm enos
imaginarios. La regresión en el sentido de Lacan no correspond e a
un retorno hacia atrás, en el desarro11o, a algún punto de fijación
o al origen de los fenómenos psicóticos. La regresión tópica al esta-
d io del espejo aparece como consecuencia del defecto de lo simbó-
lico, de la forclusión del No mbre-del-Padre.

LOS TRES ESQUEMAS DE LACAN


Mediante el esquema L, Lacan sitúa el sujeto en la estructura e
indica cómo su condición depende de lo que se despliega en el lu-
gar d el Otro con mayúscula, Otro del significante, de lo que allí se
desarrolla, se articula como discurso. '
Mediante el esquema R , da cuenta luego de la construcción del
campo d e la realidad en el sujeto normal o neurótico, construcción
que exige que éste tenga a su disposición el significante del Nom-
bre-del-Padre. Este significante t iene función de metáfora. La
metáfora del Nombre-del-Padre sustituye ese nombre en el lugar
primeramente simbolizado por la operación de la ausencia de la
209
mudr0. Lacan da el materna de esta metáfora paterna que escribe
ali:
Nombre-del-Padre
Deseo de la Madre
Deseo de la Madie
Signüimdo al sujeto - Nombre-del-Padre (~ )
Falo

La intervención del significante del Nombre-del-Padre tacha L~ l


significante primero del deseo de la Madre, para hacer surgir la
significación fálica. Esta está ligada a la castración. Lacan rccuerd<J
que Freud describió esa función imaginaria del falo como el pi-
vote que culmina, tanto para el hombre como para la mujer, el
cuestionamíento del sexo por el complejo de castración.
La forclusión del significante del Nombre-d el-Padre provoca el
fracaso de la metáfora paterna y le brinda al sujeto su estructura
psicótica. Esta forclusión resulta de la ausencia de una Bejahung
primordial que afecta a ese significante, y Lacan sitúa precisamen--
te en el fracaso de la m etáfora paterna "el defecto que da su cond i-
ción esencial a la psicosis, con la estructura q ue la separa de la
neurosis" .
En el momento de desencadenamiento de una psicosis, en d
punto que se espera el Nombre-del-Padre, responde en el Otro u11
puro y simple agujero. La carencia del efecto metafórico instaura,
allí donde normalmente ocupa su lugar la significación fálica, la
hiancia-de un segundo agujero.
El tercer esquema, el esquema /, muestra entonces la organiza·
ción del mundo de Schreber al término de su proceso 'psicótico.
Lacan localiza allí varios elementos estructurales, y, de entrada, 1 ~1
regresión tópica al estadio del espejo.
De este modo, la identidad de Schreber se reduce a ciertos mo··
mentes de confrontación con su doble psíquico en una relacióu
dual mortífera.
Otro punto cmcial: la delimitación del goce narcisista en Schn:-
ber. Lacan introduce el términ o de goce, concepto fundamenta l.
en particular en la. clínica de las psicosis. Acentúa este goce eh~
Schreber vestido de mujer y contemplándose en el espejo. Este go-
ce imaginario, cercano al del transexual, es una primera aproú
mación a la importancia decisiva de lo que lacan llamará más ta r·
de el efecto empuje-a-la-mujer y la prevalencia del goce del Otro.
Habrá que esperar hasta el Sem inario VII , sobre la Etica dd
psicoanálisis para que Lacan comience a enfatizar el goce y el objl'-
to bajo la forma de das Ding.
210
En los cuatro seminarios siguientes, forja entonces el concepto
de objeto a, que sefialará a menudo como su propio invento.
En 1964, en el Sem inariq XI, Los cuatro conceptos fundamen-
tales del psicoanálisis, y en su artículo de Jos Escritos: "Posición
de1 Inconsciente'', define la dialéctica del sujeto por las dos opera-
ciones lógicas de alienación y de separación. La alienación es la ins-
cripción del sujeto en el lugar del Otro y el sin-sentido que ésta
siempre entraña. A través de la sepa ración, el suj eto se separa de la
cadena significan te, en disyunción del Otro como discurso. En este
último tiempo lógico se desprende el objeto a, y el sujeto encuen-
tra el deseo del Otro. El Otro del deseo está marcado por la barra,
principalmente a la que está ligada al falo como significante del
deseo y del goce.
En este punto, el suje to confronta la falta en el Otro y asim ismo
la fa lta de significante.en el Otro, S (1/.), cuando constata que a su
nivel no hay subjetivación posible del sexo. En el inconsciente, el
significante de la mujer falta, está forcluido. Freud ya había for-
mulado este hecho de estructura, Lacan lo explicita; "No hay rela-
ción sexual".
Luego de haber elaborado una lógica del significante, Lacan
afmará, año tras afio, una lógica del objeto a, acentuando lo real
del objeto y el goce.
En la psicosis, el fracaso de la metáfora paterna vuelve imposi-
ble esa separación del sujeto y la extracción del objeto a. El sujeto
psicótico no puede inscribirse en la función fálica, lo que produce
los consiguientes estragos: al no acceder a la significación fálica el
psicótico no puede simbolizar y localizar el goce gracias a la media-
ción del significante fálico; arriesga entonces el ser invadido por
un goce no localizado, no anclado, no simbolizable.
En la psicosis, el objeto a no incluye el -<p de la castración im a-
ginaria: funciona como puro real. En el tiempo lógico de la sepa-
ración no encuent ra su garante en el deseo del Otro. El objeto a en
el psicó tico no puede engancharse al deseo del Otro, porque, para
el Otro, no fue más que objeto de goce. En la psicosis, el objeto a
tiene un estatuto de puro desecho, de puro real sin articulación
con la castración y el deseo del Otro. En el psicótico, el objeto a
no puede Jlegar a funcionar, como en el neurótico, como causa dt!
deseo. ·
Si el psicótico tiene fa ntasmas éstos se distinguen de lo que ocu-
rre en el neuró tico en tanto el objeto a no incluye en é l la cas(ra•
ción, a eso se debe la ausencia dé límite y de interdicción. Más aún,
211
en la neurosis, el fantasma está imaginarizado, mientras que en lu
p!tlcosis está realizado. Así én esos pasaj es al ac to de automutila-
c16n, el psicó tico tiende a realizar la castración, castración que no
puede ni imaginarizar ni simbolizar. En la psicosis, la forclusión
hace imposible la represión inaugural en la neurosis e impid e ul
sujeto construir un fantasma fundam ental.
Para el psicótico, como para todo ser hablante, hay un ser dt>
lenguaje, Otro que preexiste al sujeto. La psicosis está fuera d e dis-
curso pero no fuera del lenguaje. El psicótico en su dificultad paru
hacer vínculo social y para plantear la relación sexual como im·
posible está fuera de discurso. El psicótico tiene que vérselas con l'l
Otro del goce, con u n Otro no t achado, no agujereado, no descom-
pletado, cuyo objeto condensador de goce él es.

SOBRE EL DESENCADENAMIENTO Y LOS FENOMENOS ELEMENTALES


" Para que la psicosis se desencadene es necesario que el Nombre·
del-Padre que nunca llegó en el lugar del Otro, sea llamad o en élru
oposición sim bólica al suje to. Es el defecto del Nom bre-de l-Padr~
en ese lugar el que, por el agujero que abre en el significado,, t's-
boza la cascada de reordenamientos del significante de donde pro-
cede el desorden creciente de lo imaginario, hasta alcanzar el nivl'l
en que significante y significado se estabilizan en la metáfor;t
delirante." (J. Lacan, Escritos 1/, pág. 262)
Para que el Nombre-d el-Padre sea. llamado d e este modo por l'l
sujeto, basta un encuen tro, d e Un-padre que se sitúe como ter
cero en la relación fu ndada sobre la pareja imaginaria constituida
por el sujeto psicótico y su otro especular, involucrado en su cam·
po de agresión erotizada. El suj eto vacila entonces de ese estado
poco estable que Lacan ilustra con la met áfora del taburete y, al
no haber podido encontrar hasta ese momento " su distancia atk
cuada con lo que se llama la realidad exterior", se ve confrontado
con el vacío simbólico, precipitado en una catástrofe imaginaria,
"crepúsculo del mundoH.
Por eso se ve obligado a respoUJjer mediante nuevos significantes,
a volver a estabilizar el mundo med ian te el trabajo del delirio, a
suplir como puede la carencia del Nombre-del-Padre. Son importa11
t es, por esta razón, antes de qu e estalle la psicosis, lo que sigttt·
designándose como los fenóme nos elementales: " Los fenóm cn()~
elementales no son más elementales que lo q ue subyace al conju nto
d~ la construcción de los delirios", escribe Lacan. ''Son elemenb-
212
le~ como lo es la hoja en ]a que se verá el modo en que se itnbricon
e msertan las nervaduras respecto a una planta. Pero siem •) ·t.c
~· rl:! es a
actuando la misma fuerza estructurante en el delirio, aul:tquc 8 ..
la considere en una de sus partes o en su totalidad." t!
Ejemplo de neologismo, en el que la significación no r emit,
ninguna otra significación, donde la significación es irreo\:tctiblec
La palabra en sí misma tiene peso, huella de lo inefable. ·
Lacan distinguía dos tipos de fenómenos: la intuición y la fór-
mula: "la intuición. delirante, fenómeno pleno qu e tiene para el
sujeto un carácter inundante" y "la fórmula QLJe se ma.ch~ca con
una insistencia estereotipada, el estribillo". Esto da pos1 bil.idad de
marcar dos polos: los neologismos, demasiados llenos de si~nifica­
ción (la lengua fundamental d e Schrebcr); los neologis11105 va-
ciados de significación, reteniendo sólo las cualidades f(Jtmales
del significante.
Según Lacan, entre estos dos polos se situaría principaln\entc el
registro en el que se juega la entrada en la psi cosis.

ACERCA DE LA CURA DEL PSICOTICO


Se plantea el problema de saber sí la aceptación de una d~lnanda
de análisis en un psicótico no declarado puede ser la oportunidad
de su desencadenamiento. Si no puede evitarse ese desen~adena­
miento, ¿se trata acaso de sustituir a un desencadenalniento
crítrco, incluso cataclísmico, un desencadenamiento controlado
por el dispositivo analítico, vale decir una psicosis bajo trans-
ferencia?
Cualquiera sea la respuesta, vemos ya de entrada la irnPOttancia
de las entrevistas. Esto supone en todos los casos que el ert<:ucntro
con .el analista no se sitúa en una relación dual, lo que im{)Hca su
pasaje por el lugar del Otro.
¿Pero, a partir de qué debe operar en primer término el attalista?
¿A partir del Nombre-del-Padre? Nada es menos seguro, {)orque
precisamente el encuentro de Un-padre interviene clásicam~nte en
los desencadenamientos de la psicosis. ·
El Nombre-del-Padre es el significante que nombra al OtrCJ como
lugar d e la ley; que debe distinguirse del Otro como lugar del si•r"
nificante, que existe para el psicótico debido al hecho de que hahl;;,
E~ .o tro del psicótí~o es u~ vinculo. sin ley. El desli~amic,, 10 siJ.!~
mflcante de la metafora delrrante e mcluso la emancipactút¡ uluci•
n.atoria lo muestran.
· En lo tocante a la transferencia, tan a. menudo di seutidu~ ttldtl
lU
du fe de que existe en la psicosis. Pero en lugar y reemplazando a
la neurosis de transferencia se desanolla una psicosis pasional. Se
la puede denominar con toda razón una erotomanía de transferen-
cia. La erotomanía es la modalidad del amor de transferencia en la
psicosis.
En este tipo de transferencia, el psicoanalista entra, en un pri-
mer tiempo, en el síntoma en forma de $. El psicótico en _E_ se di-
S2
rige al analista colocado en__!. En segundo tiempo, este lugar vira
sl
hacia un objeto que desencadena el enamoramiento de transferencia.
lo cual da a la psicosis. un cierto tipo de vínculo social. El psicoana-
lista ocupa para el psicótico, como para Schrcber con el nombre de
Flechsig, el lugar del objeto a, objeto de la erotomanía. Obviamen-
te es necesario actuar de modo tal como para que esto no se trans-
forme en una psicosis pasional clínica, cuya única salida sería en-
tonces el acto.
En un primer tiempo pues, el psicoanalista consiente ser ese
lugar del destinatario en $, sabiendo que en un segundo tiempo,
un momento de viraje se producirá en que el psícótico se sitúa en
1. y se dirige a él en .!!._ . El analista vira hacia la posición de
s~ s2
objeto a de la erotomanía. Lo importante es que consienta dejarse
colocar en esa posición en el semblante. Esto se hace apelando a la
verbalización, especialmente en los momentos en que se manifiesta
cierta proximidad del pasaje al acto. En efecto, el goce está prohi-
bido a quien habla como tal. Se constituyó así, poco a poco. una
ínter-dicción que hace barrera al goce y que ocupa entonces el
lugar de la barrera del rombo que no existe entre$ y a, debido a la
forciusión. Se atempera así el goce.
A partir del instante en que el psicótico se compromete en la
alienación de la metonimia significan te, y según la definición que
Lacan da de la metonimia en Radiofonía (1 967); se efectúa un
giro al inconsciente que e] sujeto psicótico saca de sus fondos de
goce.
En otros términos, la parte de goce que allí se presta se simboli-
za. Hay un desplazamiento de lo real del goce a lo simbólico.
En efecto, aquí reside todo el problema de saber cómo actuar
con lo simbólico de la palabra sobre lo real del goce. Por este pro-
ceso en que el significante se hinca en el organismo se opera un va-
214
ciamiento del goce en ese organismo ; cuyo efecto será precisamen·
te hacer de él un cuerpo en tanto que superficie de inscripción
en el lugar del Otro. " El primer cuerpo (de lo simbólico) hace el
segundo al incorporarse éste a él" (Radiofonía).
¿Qué ocurre entonces con la cuestión de la interpretación?
La interpretación psicoanaiítica Clásica apunta al sujeto del signi-
ficante, habiendo la función fálica normalizado el efecto de signifi-
cación del significante: es la metáfora paterna. La interpretación es
allí .efecto de significación.
En la psicosis se ve claramente que no se trata de modo alguno
de interpretación, incluso hacia el delirio de a dos. Se tratará más
bien de una maniobra de la transferencia que apunte al goce.
La obtención de un diseño de la metáfora delirante, reducida al
estado de simple convicción delirante parece, en sí misma, un fac-
tor de estabilización. Esta estabilización, algunos psicóticos la han
obtenido, al menos por un tiempo, fuera del análisis (por ejemplo
Schreber o Cantor). Tenemos que decir nosotros, analistas, en qué
el análisis le perrn ite al psicótico una mejor relación con esta esta-
bilización espontánea ...

SOBRE EL SINTOMA DEL PSJCOTICO


El síntoma es la respuesta que el sujeto da a la cuestión de saber
qué es él para el Otro. Es un compromiso que suple al enigma del
deseo de ese Otro. Las preguntas a las que responde se reducen a
las preguntas fundamentales que fundan las estructuras: ¿estoy
muerto o vivo? ¿Qué es una mujer? ¿Qué es un padre? Otras tan-
tas preguntas que se ordenan en el neurótico en torno a un saber
supuesto sobre la falta: falta en ser del sujeto y falta en el Otro.
La parte de la falta que le toca al sujeto se incribe en el síntoma
bajo la fomta de una significación, de una metáfora: soy tal por-
que el Otro lo quiere. A cada tipo de respuesta le corresponde una
categoría clínica: n eurosis histérica, obsesiva o fóbica, perversiones
y psicosis.
La respuesta que el síntoma aporta en las psicosis no se organiza
en torno a la falta que supone una simbolización, sino en tomo a
la forclusión. La significación ocupa el primer puesto en el sín-
toma psicótico, para encubrir la ausencia de ordenamiento de la
cadena significante. Se sustituye al sin-sentido, a lo insensato.
Sin embargo, hay que distinguir entre la paranoia y la csqu izo,.
frenia. Mientras que la paranoia se presenta efectivam entl~ como
215
una respuesta a lo que quiere el Otro, la esquizofrenia se define
por no articularse en el campo del significante, sino más bien en el
del cuerpo. Mientras que los significantes se desencadenan y la
significación se despliega desmesuradamente en la paranoia, e1
estribillo y el mutismo representan, al contrario, todo la articula-
ción significante del esquizofrénico y del autista. El Otro no es
enigma para ellos, se da allí en toda su inmediatez. Cuando falta
el delirio, el escrito, ¿puede aún hablarse de intento de respuesta al
Otro?
La función del síntoma es establecer una distancia entre el sujeto
y la pregunta acerca de ese goce del Otro. Respuesta a esa pregunta,
es una significación que llama a otra significación, llamado a un
sujeto supuesto al saber. Tales son las funciones de poner distancia
del escrito, del delirio, o incluso de la alucinación. Constituye una
pantalla ante la Cosa, el núcleo real del goce del Otro. Desvían ha-
cia la vertiente de la signifícación ese enigma enceguecedor del go-
ce del Otro. Más vale entonces para el sujeto una palabra, que es la
cosa misma como en la alucinación, que el abismo del silencio: si
esta dinámica es activa efectivamente en la paranoia, Schreber nos
la demuestra ¿está activa también en la esquizofrenia? De hecho,
¿hay acaso un síntoma en el sentido analítico en la esquizofrenia?
El síntoma es pues, esencialmente, un modo de disponer en un
sujeto la economía del goce. Este se ordena de manera diferente en
Ja paranoia y en la esquizofrenia. Jacques-Alain Miller (Quarto,
no 1O) define esta diferencia en función de las dos vertientes: la
del significante en la paranoia; la del objeto, del cuerpo, en la es-
quizofrenia. Estas dos formas de goce son el efecto de "la herida
de la representación del sujeto en la psicosis". Antes de que éste
encuentre una representación en el campo de lo simbólico, está di-
vidido. Jacques-Alain Miller habla de la "esquizia" primitiva "que
define un modo de goce para todo sujeto, al inicio, sujeto destina-
do al "goce como tal del objeto a, sin anclaje". La forclusión del
significante del Nombre-del-Padre deja al sujeto esquizofrénico en
las garras de ese goce, originariamente goce del Otro, no coordina-
do con el significante fálico. Mientras que el sujeto no puede "ha-
cer cuerpo con lo simbólico", mientras la función fálica no asuma
sobre sí el hacer funcionar los órganos y unific¡u su significación,
"se maquiniza, supliendo así ese defecto simbólico". El esquizo-
frénico es así un sujeto en esquizia con órganos sin función. Se
debe significan tizarlos.
Nos encontramos enfrentados en la esquizofrenia a un "enjam-
llfl
bre 1 de significantes", sin anclaje en el significado, en la significa·
ción fálica. Significantes dispersos al igual que sus órganos, en las
que se abisman los fenómenos esquizofrénicos.
Por el contrario, el paranoico en su deseo, y por excelencia en la
metáfora delirante, hace un intento de anclar ese enjambre signifi-
cante en una significación. Se construye un saber externo a la
metaforízación ofrecida por el Nombre-del-Padre, formando un
Otro con mayúscula de reemplazo, en el que puede concentrarse
su pregunta, esencialmente una pregunta sobre su goce. Mientras
que esa concentración se opera en la neurosis alrededor del signifi-
cante fálico, en la psicosis se lleva a cabo reemplazando en torno al
significante fundamental: La mujer. La mujer aparece como res-
puesta al enigma: ¿qué es un padre? El efecto empuje-a-la-mujer es
entonces una respuesta sintomática.
No logrando am10nizarse en la vertiente del falo, el goce se im-
pone, por otra parte, al sujeto bajo la forma de un imperativo su-
pcryoico, un superyó real que llega hasta manifestarse en la aluci-
nación. El psicótico responde entonces por su delirio a un "tú eres"
superyoico.
Schreber revela a través de su escritura el esfuerw mismo del
psicótico para mantenerse en cJ campo del significante. Mientras
que en una fase "prepsicótica", como diGc Lacan, Schrcbcr se
cree "al borde del agujero", llamado al lugar mismo del defecto
estructural del significante, construye un delirio, un campo de sig-
nificaciones, que coloca en el Jugar del significante forcluido. Esta
significación que abunda en las primeras fases de su deUdo es
" un llamado de socorro correlativo a su abandono''.
Este llamado se transforma poco a poco en el delirio mismo en
una tentativa de "restitución", de "compensación'.', de ese caos
abierto por el llamado de Un-padre. Esta primenl fase da Jugar a
una proliferación de lo imaginario, a la necesidad de recurrir a las
"muletas imaginarias", a una multitud de otros con minúscula, las
almas y los "hombres hechos a la ligera": es el estamclo del ego. El
delirio está entonces en una fase confusional.
Luego, en una etapa intermedia de la contruccjón del mundo de
Schreber, las significaciones se disuelven, para dejar lugar a la
puesta en juego del aparato significante en tanto tal. Poco a poco

1
N. T.: En francés essaim (enjambre) es homófono con S 1 .

217
los significantes se vacían d el significado y el delirio aparece como
un compromiso puramente verbal. Lacan llamó a este comp rom iso
metáfor a delirante, haciendo eco así con el defe.c to de la metáfora
paterna. A la confusión del comienzo se sustituye una estabiliza-
ción en el proceso del delirio.
Si el delirio se abrió con la confrontación de Scbreber co n la
fórmula: "sería belJo ser una mujer sufriendo el acoplamiento",
se cierra con su identificación a la mujer de Dios. El delirio, diL:L!
Lacan, instaura "un orden del sujet o" para Schreber. Resuelve la
pregunta abierta para él de la procreación.
La metáfora delirante es ese S2 que le falta el esquizofrénico,
ese S2 que determina el enjambre (S 1 ) de significantes en una si¡.t·
nificación fundamental. Ser la mujer de Dios es la solución enco n·
trada en apres-coup al en igma abierto por el defecto del signifi-
cante del Nombre~dei-Padre.
De ese modo, el sintoma en la psicosis sólo se entiende como un
suplemento a la conmoción provocada por la forclusión.
Joyce nos da otro ejemplo, diferente dado gue el d esencadena-
miento no se produjo. Su arte lo preservó de él. Tal es al menos la
demostración de Lacan en su Seminario sobre el Sinthoma.
El arte es para Jo y ce el modo de goce que suple el defecto fá lico,
es para J oyce lo qu e el falo es en la neurosis, la "conjunción dt·l
cuerpo y de la palabra". Así como el sujet o par anoico se mantierw
en el lenguaje a través de su delirio, Joyce se mantiene en la pala-
bra. Le es necesario para no encontrar la forclusión del Nom bre-
d el~Padre sostener a su padre hasta hacerlo ilustre, haciendo de su
nombre un nombre reconocido. Ese nombre sólo adquiere un
valor tal por intermedio de su escritura que destina como enigma a
los universitarios durante dos o tres siglos.
Allí donde en la neurosis el padre ocupa el lugar del cuarto nu-
do, del silithoma, que sostiene a los redondeles R.S.I. , es el ego l'l
que ocupa su lugar para Joyce, el ego sobre el que tacan dice qut:
se sostiene en el "artificio de escritura para restaurar la relación
faltante". El ego adquiere este valor del sinthoma en este papel de
sostén. Permite incluir Jo imaginario que sin él se deslizaría, dejan-
do libres los dos redondeles de lo real y de lo simbólico. Al mismo
tiempo, ei ego se repara "af'iadidura mal hecha en la estructura".
Aftadidura que es quizás, se pregunta Lacan, la razón de la impor-
t~ncia del enigma en la obra joyciana.
En efecto, las epifanías que cultivan el enigma inyectan en esta

218
obra el valor propio del sin-sentido, la claridad cnceguecedora del
goce que no pudo anclarse en el fa lo.

SOBRE LA PSICOSIS DEL NIÑO


No especificidad del psicoanálisis del niño en relación al psicoaná-
lisis del adulto, y esto en el enfoq ue mismo de las psicosis: tal es
una de las tesis centrales de la enseñanza del seminario de Rosine y
Robcr t Lefort . Interrogando la estructura (goce, a minúscula, A
mayúscula) encontramos lo que hace la unidad del psicoanálisis, en
todo caso lo que especifica el discurso analítico.
Se trata de interrogar la estructura del significante del Otro. De
no imagínar izar las cosas, sino más bien de topologizarlas para
prescindir de todo deslizamiento psicogenético o familiarista.
Subrayemos algunos punto s q ue surgen de la comparación entre
la psicosis del niño y la del adulto.
La cuestión del Otro y del a minúscula, primero. Para el psi-
cótico, ya sea éste niño o adulto, el Otro es abso luto, no tachado.
No es portador de significantes, tamp oco es portador del a minú s-
cula, salvo la voz como envoltura de las palabras. El psicótico se
refiere al Otro del lado del mandamiento: "El Otro no aparece en
su intimación como con una falta, por el contrario, aparece como
estrictamente portador de un significante imperativo al cual el
sujeto se somete."
El Otro está tan presente en la psicosis que el psicótico, por
transít ivismo, busca ocupar su lugar (de allí que, dado el caso,
ocupe una posiCión megalomaníaca).
Para Roberto, nifío paranoico, el goce del Otro domina. No es el
goce de su cuerpo lo que está en cuestión, sino más b ien el goce
del Otro: se consagra a él. El psicótico necesita terriblemente al
Otro, por eso no se t rata de su asesinato en la psicosis.
El psicótico se coloca en ese lugar del a minúscula del Otro.
También, en la cura del psicótico, será necesario en cierto sentido,
invertir el a minúscula. El analista deberá volverse a minúscula para
que el psicótico advenga como sujeto.
En la psicosis, dicen Rosine y Robert Lefort, ($o a) es reempla-
zada por (A + a): "El a minúscula funciona en la psicosis, pero de
manera totalmente diferente, y no a nivel del fantasma."
En Schreber, al igual que en Roberto, hay exterioridad del sjgní-
ficant e. En ambos, el ·cuerpo está vaciado de sus contenidos, lo q ue
hace que los objetos se transformen en exteriores. Este vac.iamicn-
219
' ¡~, •Hfo águj~ro ~1.:1 cu,erpo qu~ Schreber describe así: " Durante
o -tiempo v1vf sm estomago, sm esófago ... "
1 pslcótico sólo conoce la metáfora delirante. En Roberto, es
uollobo'': ~n Schrcber es esa mujer de Dios en la que se transfor-
mnrd.
Schreber entra en la psicosis a través de una pregunta sobre su
sexo. Esta indecisión de ser hombre o mujer, es lo que plantea de
entrada Roberto. Y, subrayan Rosine y Robert .Lefort, "no hace .la
pr(!gunta, la vive en Jo real de su cuerpo . No es una pregunta de
deseo, una alternativa, es una pregunta de existencia."
Tanto en el niño psicótico como en el adulto no se trata de goce
fálico, ni de pulsión, ni de imagen especular. Sólo se puede habla r
de Jo escópico.
F inalmente, acerca de lo oral: "Es la única clave de la psicosis".
Nunca hub o a nivel oral un objeto d el Otro a simbolizar. y a tornar.
Ahor a bien , allí donde no h ay simbolización d el alimento en rela-
ción a la m adre y constitución de un objeto oral, se plantea la pre-
gunta misma acerca del d esencadenamiento de la psicosis. ¿Cómo
se plantea la pregunta acerca de la cura del niño psicótico? La en-
señanza de Lacan dedicó poca atención a las figura s parentales,
debido a que tanto e n las curas de niños psicóticos como en las
del adulto , se trata d el Nombre-del-Padre, de la estru ctura , de la
topología del Otro con mayúscula, d el estatuto de ese Otro y de su
transformación, de esc uchar en la cura el real en causa: el del corte.
Contrariamente a la posición de M. Klein el psicoanalista debL~
liberarse del sentido y de lo imaginario. Debe prestar se a la evolu-
ción del nifio, a la búsqueda de su identidad topológica, a la bús-
queda de un conjunto vacío que le perm itiría contarse y descontar
al Otro.
En lo que hace al asunto de los padres, Rosine y Robert Leforl
subrayan cómo hablar de su responsab ilidad es un modo de negar
que el niño psícótico sea también p lenamente un sujet o: "Siempn~
tiene que volver a en contrar en la cura su p ropia historicidad"
(que en modo alguno es la que los padres relatan). En los delirios,
decfa Frcud, siempre hay una parte de verdad h istórica: esa es la
parte que el niño debe hallar por su propia cuenta.
Aunque no se trata de descuidar el abordaje del materna, Ro-
sine y Robert Lefort subrayan emper o la prevalencia de la topolo-
gía tórica para entender todo lo tocante al cuerpo del psicóticu:
"El psicótico, niño o adulto, tiene un cuerpo con el que no sahr

220
qué hacer, pero ese cuerpo tiene una estructura que sólo puede
funcio nar porque es tórica, porque no ha sufrido ningún corte y
ninguna inversión."
VI

SOBRE EL FANTASMA
LA D IRECCION DE LA CURA,
REFLEXIONES SOBRE EL FANTASMA*

Jorge Kahano{{
Juan Carlos Cosentino
Alejandro A riel
Javier Aramburu

NEUROSIS PSICOSIS PERVERS ION

I.INTRODUCCION
La dirección de la cura no implica hacia dónde, sino desde dó n-
de se conduce un psicoanálisis. Situado esto, pensamos que el
fan tasma es uno de los lugares que permite una dift:renciación de

* Javier Ararn buru y Juan Carlos Coscntino, invitados por la Fundación del Campo
Freudiano para la realización de este trabajo, invi taron a su vez, como autores del mismo,
a Alejandro Ariel y Jorge Kahanoff.

225
las estructuras que, en tanto tales, son irreductibles unas a la s otras.
Neurosis, Perversió n, Psicosis.
Una cuestión preliminar: la no analizabilidad de las psicopa··
tías, los núcleos psicóticos de la personalidad, la parálisis del ana-
lista, frases que enuncian una exclusión que la tradición de la IPA
ha promovido, de la perversión y de la psicosis.
La enseñanza de Lacan nos propone algún camino de posib le
tratamiento para que esto no quede má s renegado; son sus vías
las que trataremos de llevar más allá de sus indicaciones.
Para la neurosis, en el síntoma, el superyó habla del fantasma.
Para la perversión, en el síntoma, habla el fantasma del superyo.
Para la psicosis, la alucinación habla en el delirio, del fantasma
imposible, como verdad histórica. La castración es alucinatoria.
Introducción necesaria para situar nuestra apuesta, serán cuatro
abordajes que de su estilo, marcan su recorrido.

2. LA COBERTURA DE LA PERPLEJIDAD
La dirección de la cura y el pro blema d el fin del análisis recor-
tan un campo de cuestiones que no deja de sorprender por su espe-
cificidad en cada una de las tres estructuras conocidas: neurosis,
psicosis, perversión.
Uno de los ejes de diferencia es el lugar desde el cual, en tanto
pregunta, se sostiene lo que operará como hilo conductor de nues-
tro recorrido:
Para la neurosis: la demanda del Otro.
Para la perversión: el goce del Otro.
Para la psicosis: la angustia del Otro.
Partiremos de un soporte común para1 luego de hacer algunas
precisiones, recuperar la especificidad de las diferencias.
Intentar la formalización de la experiencia, es, al mismo tiempo,
el único camino para situar sus condiciones de posibilidad.
Se hace ineludible, entonces, el pasaje por algún elemento de
representación que permita la visualización de las relaciones posi-
bles. entre conceptos cuya operatoria es condición de la prod uc-
ción del campo mismo.
La representación que elegimos es la gráfica del deseo, procuran-
do "no olvidar en una imagen intuitiva el análisis que la soporta",
y además intentaremos precisar ese análisis, corriendo el riesgo
de considerar, por analogía, la representación por la estructura y
de ubicar todo el movimiento como un proceso vacío que implica
principios formales estáticamente entendidos.
226
Esta gráfica que, consideramos, es la última gráfica frcudiuna,
pasaje de la primera a la segunda tópica, es un proyecto de fonná-
1ización que delimita en cada momen t o cie su progresión el cam po
abarcado.
Cada línea, soporte de relacio nes n o simétricas, no t iene una
función homogénea con las otras, mostrando la in terferencia
d~ significaciones het erogéneas de términos y de series de pro ble-
mas no men os heterogéneos. Esto permite que se fracture el ca-
rácter intuitivo del espacio d e representación geométrico, fundado
sobre el realismo ingenuo d e las propiedades rnétricas. y se abra a
su vez la pregunta por la articu lación temporal como condición
formal de la gráfica.
Tiempo lógico que, representado por los varios circuitos de re-
torno, muestra que, del acto analítico, momento puntua l de con-
cluir, sólo hay letra, de la que, tan to u na lectura sincrónica como
u na diacrón ica son posibles.
La fo rm a caprichosa del grafo es en esto de una cficacüt clara:
en principio hay elementos que no se integran en una secuencia sí~
no q ue al menos 'p ermite pensar dos líneas de secuencia diferen tes.
Si bien podemos ordenar e identificar sin ambigüedad los ele-
mentos constitutivos, la pseudoevidencia de la representación grá-
fi ca, soporte de la insu ficiencia a la q ue nos conduce su lect ura,
son atribu tos d e un d iscurso no formalizado que, sin embargo, pa-
rece ser el.in tento de compensar el riesgo de exclusión del $ en
una forma lización que ignoraría que es soportada por el lenguaje
mismo del cual se ha d esprendido.
"Aforísticas y no dogmáticas'', cada una de las fór mulas allí
escritas, a las que podemos leer como conceptos de relación, no
sostenidos en ningún referente, pro ducidos, posee una significa-
ción deter minada no por y uxtaposició n sino por com posición con
el conjunto de las rest antes, mien tras que cada operación ahí
planteada muest ra su extraneidad al grafo mismo .
Dichas fórmu las no represen tan a las propos.iciones psicoanalíti-
cas sino q ue indican que la metapsicología ha sido proyectada
dentro del análisis en forma de álgebra.
Este Algebra, escrita, ¿forma sistema?
Un sistema, que parece ser la ambición de Jos proyectos de l'or-
malización, cont endría en sí Ja génesis de su prop io scnt ido y
podría ser considerado como algo autónomo.
Integraría todo el campo accesib le a la intuición y a ~~~ v~ ;
quedaría, debido a la valorización que le da el uso. cxd u hJt.cl de
227
toda referencia a la misma. Es decir que, una vez construído, proli-
ferar ía sólo. Sería capaz de autorreflejarse totalmente y suminis-
traría tod os los procedimientos necesarios para plantear y resolver
los problemas que pudieran formu larse a su respec to : y sería en sf
su propia meta teoría.
¿Cómo relacionar esto con el hecho de que lo real sólo podría
inscribirse en una impasse de la fonnalización?
Para intentar mostrar que el conjunto de fórmulas y operaciones
no es un sistema, tomaremos el $o a como axioma, estatuto qu<.:
le da Lacan en el serrúnario sobre la lógica del fantasma, que no es
ni evidencia ni regla y cuya filiación lógica imp lica un cier to desin-
terés por la verdad del contenido, al que sólo podemos pensar co-
mo desde ahí constitu ído.
Lo que hace falta es demostrar que existe por lo menos una fór-
mula q ue no puede ser derivada del axioma, una fórmula que,
indecidible, es decir, no demostrable, sea verdadera, sin depender
de dicho axioma.
Pensamos que es el S(~} lo que no se deduce del $ o a, sino que
éste es la cobertura de la perplejidad en la que nos sume la función
(letra) de negación de Jo que no existe sino cuando es negado (A).
Retomando el hilo: a) hay una imposibilidad, velada por el
$ O a, y es que no pueden ser simultáneamente falsos A y S(~) :
esto define la estructura de la neurosis.
b) hay una necesidad, soportada por el $O a, y es que pueden ser
simultáneamente posibles A y la renegación del S(~), esto es
S(A): esto defin e la estructura de la perversión.
e) hay una contingencia, que excluye al $ O a, y es que pueden
ser simultáneamente n ecesarios A y la forclusión del S(~), esto es
H(D): esto define la estructura de la psicosis.
Pero la significación vulgar de las categorías modales no es aún
una consideración de principio: sin embargo, su inclusión es el
pu ente que nos permitirá el pasaje de la topología del grafo a la
modalización, de la elección de una ensambladura posible de con-
ceptos donde su ordenamiento intenta estar soportado en la pala-
bra "entre", a una articulación de las categorías modales, rede-
finidas psicoanalíticamente, que no implica por ello poder hablar
de regulación.
Es en esta dirección donde se observa que lo constitutivo queda
limitado desde una lectura de las categorías que no tienen cont e-
nido propio: su coherencia resulta vacía a no ser que se le dé
228
suelo firme anexándola al campo acotado de una experiencia
posible.
Sin embargo constituyen, por la forma particular de estar vin-
culadas entre sí, estructuras invariantes, irreductibles unas a otras.
Usaremos entonces como:
Imposible: lo que no cesa de no escribirse.
Contingente: lo que cesa de no escribirse.
Necesario: lo que no cesa de escribirse.
Posible: Jo que cesa de escribirse.
Planteándolo en forma de esquema para las distintas estructuras
tendremos:

Para la neurosis: Para la perversión: Para la psicosis:

S (J.): Imposible S (J.): Rcngación S (,?.): Fordusión


Castración (S (A) H (O)

1l O a: Contingente ~ O a: Necesuio
Síntoma: Necesario Síntoma: Posible O¡ : CoiJtingcntc

Realidad: Posible Realidad: Paradojal Realidad: Necesario

.u.
Creencia
~
Saber
-Ji,
Certeza

A la falta del Otro Al goce del Otro A la angustia del Otro


responde con su $ O D responde con su f; O 3 responde con su delirio

No existe sistema cerrado que sea el paradigma d~ todo dis-


curso: este uso categorial se soporta en una cxperienda ética que
introduce al analista que, en tanto deseo del anaJísta, descompleta.

3. LA FDACION COMO RESTO


Intentar trazar el estatuto del "objeto" en la obra frelldiana pone
en juego un doble movimiento: la inscripción de la falla de la fun-
ción de] sueño efecto de la fijación de lo real de,l trauma y , en
tanto tal, la repetición del trauma como imposible, encuentro
siempre fallido, que funda la falta de objeto.
"Los caminos de la formación de síntoma?' da cuenta de la
conocida preponderancia concedida a la realidad psíqu ic:a por
Freud, el aparente abandono de su primer noción de trau111a (~· s··
22?
cena de seducción), y su sustitución por la postulación de fantas-
mas primo rdiales.
En el " Hombre de los lobos" construye la escena primordial
- en su nexo con uno de los fantasmas primordiales- como
un encuentro memorable con el goce, en una imposible tentat iva
-para el sujeto- de unir al deseo el objeto irremediablementt~
perdido.
"Pegan a un nifio'' pone un tope a la impaciencia de Frcud:
la constn1cción del fantasma hace diferencia con la escucha de
las fantasías de flagelación. Ese armado gramatical "en ningún
caso es recordado, nunca ha llegado a devenir consciente, se trata
de una construcción del análisis".
Lo escuchable de las fantasías de escena primordial, que Freud
no diferencia de la construcción del fantasma - en tanto lo nombra
primordial - en el " Hombre de los lobos", ant icipa lo real del
trauma que se fundará en la falta de objeto, y deja un resto que a
posteriori se leerá en "Construcciones en al análisis": sonoridad-
voz, verdad histórica, núcleo del delirio.
La vida o nírica de la neurosis traumática, cuando ya cuenta con
la pulsíón de muerte y la repetición, lo lleva a sostener, en la 29a.
conferencia , que sí allí falla la fun ción del sueño, entonces el
sueño es el intento de una realización fantasrnática de deseo. Di-
cho impedimento de la función del sueño se produce desde la pul-
sión ascensional de la fijación trau mática, all í donde falla la ope-
ración del trabajo del sueño.
Al referirse a la compulsión a la repetición, la fijación al trauma
imposible es el resto de la insistencia significante que repite siem-
pre lo mismo: la falta de objeto.
Entonces la fijación - 1ra. fase de la represión en Schreber- es
el resto de la operación de la Urverdrágung. No se reduce a las
formaciones del inconsciente, y es el lugar desde donde se produce
el fracaso de la represión.
Como el fantasma permanece apartado del restante tejido de la
neurosis y no ocupa un sitio legítimo - escapa a la represión-
dentro de su trama , se trata, en " Pegan a un niño" , de la cons-
trucción de la fijación de un fa ntasma que "nunca ha tenido
existencia real". Y si en Freud el fantasma puede diferenciarse
dt~ la fa ntasía, habrá que leer "Pegan a un niño." junto con "Lo
alniestro" que - como "Inhibición .. .''- abre la castración en el
Otro. ulll donde el "apetito de saber" no quiere saber nada.
Cunndo en " Los caminos de la formación de síntoma" se
2lO
pregunta ¿de dónde viene la necesidad de crear tales fantasmas?,
ya que él ha trazado las vías, podemos, con Lacan, reponderlc: el
fantasma fundamental es el lugar donde el sujeto consiste como
objeto del Otro.
La ganancia de placer (Lustgewinn) procurada por los compo-
nentes pulsionales parciales nos recuerda que la pulsi ón goza con
su recorrido, pues la falta de objeto es un más allá del principio
del placer, allí donde la pulsión de muerte hace Jetrn de lo real
imposible. El fantasma fundament al hace presente eJ objeto per-
dido por la pulsión, estructurando Ja neurosis por fuera de su tra-
ma, en tanto tiene función de axioma.
La fijación que vuelve a emerger en " Presentacio nes nutobio-
gráfica", vía de la determinación del fa ntasma en Freud, es ese lu-
gar. desde donde, t ambién sobrevendrá la irrupció n en el s1ntom a,
como antes el fracaso de la represión. Las Conferencias de intro-
ducción al psicoanálisis, referidas a la doctrina de las neurosis,
n o dejan dudas con el lugar de la fijación, del cual hab lan los sín-
tomas. Al referirse al ceremonial de dormir hace notar que no se
ha precipitado una fantasía única, sino toda una serie úc ellas que,
por otra parte, tienen en algún lugar su punto noda1. En " La fija-
ción al trauma..." emerge un mandato que hace ceremonial en d icha
paciente, y voces que alegan a través de su síntoma en la padente
de la acción obsesiva.
La represión fracasa en la neurosis; la neurosis es fracaso de la .
represión. Desde entonces el síntoma habla del fantasma o, más
precisamente, el superyó hace síntoma -del mandado imperat ivo-
al hablar del fantasma.
En "La fijació n al trauma... " dice que en las neurosis traumáti-
cas cuando se presentan ataques histeriformes, que admiten un
análisis, se averigua que dicha histerización d el discurso abre eJ
análisis de esa situación .. Si no "empieza" el discurso histérico
no "acaba" la situación traumática. Pero a su vez, si se histcriza
el discurso esa pasión de ignorar ·la imposibilidad del trauma,
en el impasse de la impotencia, produce el fantasma histérico:
no · hay relación sexual, aún. Sin embargo, u n exceso de t rauma
COII}O real provoca, en la tramitación por las vías habituales, cicrlo
fracaso. Quedará, entonces, ese lugar de exces.o que un suct)o
ocupa a diferencia de ese fantasma. El sueño apunta al desperta r
imposible, ahí donde el (-tp) se confunde con el objeto a, mic-ntrus
que el fantasma histérico apunta a la impotencia.
Para Freud toda neurosis se estructura en una fijación Je e~¡¡
2Jl
.índole, pero no toda fijación lleva a la neurosis, ni coincide con
ella, ni se produce a raíz de ella. Una regresión de la libido sin re-
presión, nos dice Fr,e ud, - como actualización fantasmática de la
fíjación en el discurso- nunca daría por resultado una neurosis,
sino que desembocaría en una perversión 1 . La sexualidad del per-
verso está, por regla general, notablemente centrada -domina eJ
objeto-, y una pulsión parcial tiene la primacía2 , allí donde al
goce del Otro responde con su fetiche (~o a).
Tras cancelar las resistencias yoicas, es preciso considerar
todavía el poder de la compulsión a la repetición, una suerte de
"inercia psíquica" -de "viscosidad de la libido"- , que Freud, en
" Inhibición... ", designa "resistencia del ello". Allí donde lo real
resiste, y allí donde los fenóm enos del masoquismo, la reacción
terapéutica negativa y la necesidad de castigo de los neuróticos
impiden, inequ ívocamente, sustentar la creencia de que el aconte-
cer anímico es gobernado por el afán de placer3 .

4. "SEMBLANT" DE ALUCINACION
No hay clínica sin ética, esta formulación es conducente en rela-
ción a la praxis del anülisis de pacientes psicóticos. Se trata de la
puesta en situación de la práctica analítica en las condiciones de
su transmisión mjsma. Anudamiento de lo imposible, lo que se
dice en un [)Sicoamí lisis, hiancia abierta que ninguna psicología
puede humanizar.
Se trata de lo real y sus excesos, una ética de la angustia, de la
angustia del Otro. Ningún bien constituye al sujeto como cierto
ya que él no será más que cortadura produciéndose en acto signi-
ficante. El bien es imposible y sólo se puede maldecir todo el
tiempo pues el referente nunca es bueno.
La maldición estructura en tonces una topología, la del nudo
borromeo.
Luego, serán. allí dos los anclajes para la ética, lo cual de ningún
modo supone dos éticas. Primero el malestar como dirección del
goce, el superyó hace síntoma de la voz imperativa proponi.e ndo
al sujeto en su malestar en la lengua de un modo singular. Maldito
podrá el sujeto contarse sin ser, la transmisión es del equívoco, de
la falta.
Segundo anclaje, e l objeto donde el sujeto se esconde creyendo
consistir en una identidad que será su respuesta frente al deseo del
Otro.
232
Pero cuando lo Real asedia en sus excesos, desde la angustia el
fantasma vacila, despierta, y desde el enigma el sujeto es conduci-
do el análisis.
Si el deseo del analista es el deseo de la máxima diferencia entre
el Ideal y el objeto, la ·eticídad de un discurso se implica de los
modos de la relación de estos términos.
Fonnalizar es colocar una letra allí donde había un uno, se trata
lu ego de situar una estructura para la psicosis que irreductible a la
perversión o a la neurosis tenga su lógica propia de funcionamiento.
Sólo allí podrá saber el analista qué lugar está llamado a operar
y cuáles pueden ser los efectos de un tratamiento posible de la
psicosis. Vamos a tratar por la vía de la determinación del fan-
tasma en esta estructura, de dar un paso más d'e lo que fue lo
preliminar a todo abordaje posible.
Si no hay que echar los bofes en la arena trataremos entonces, si-
guiendo una enigmática indicación de Lacan, de meternos en el
agua, lo que no nos asegura la comodidad de los peces.
$O a
Sujeto del delirio o superyó en lo real. Alucinación.
La psiquiatría ha intentado por siempre situar la materialidad
de la alucinación. "Percepción sin objeto" la llaman (vemos aquí
desplegarse otra ética) como causa eficiente, extensa o pensante
del desarrollo delirante en la psicosis. La alucinación en tanto que
real es imposible, y sólo estará producida, en tanto tal, de un
delirio. Este la produce como texto d e una voz que imperativa or-
dena, ha ordenado.
Colocarla lógicamente es situar esta frase, cortada de lo simbó-
lico; se sitúa afuera en esa proyección que paranoica, es en lo
real. Es la letra quien la designa, sólo puede escribirse.
F rase objeto, frase voz, clic de la paranoica de Freud, causa go-
zan te C.e un delirio que intentará cernirla, decirla en faBa alguna vez
todas las veces.
"Ahí es" escuchó una paciente y constmyó todo un delirio en
torno a una relación homosexual con su prima con quien estaba en
la habitación. Insensata orden se constituye en objeto en lo real,
situando uno de los términos del fantasma en la psicosis. Verdad
histórica en Freud, no simbolizado, pérdida de la realidad psíqui-
ca, núcleo del delirio.
Y por el otro lado en una juntura separada, "el delirio": ¿cuál
es su economía allí · donde sosteniendo un lugar de síntoma pro-
233
porciona, en el modo de alguna diferencia, los nombres del padre'!
Tiempo de prisa, el delirio es un apresuramiento de la estructura
como respuesta a la forclusión. Escuchar el delirio será entonces
establecer un tiempo de suspensión en la certeza.
Un significante representa a un sujeto para otro significante;
esta operación que implica la entrada en la lengua de un para-
noico, sin embargo tiene una especificidad que fenomenológica-
mente se traduce por la certeza.
El paranoico no pregunta quién es, es decir por su ser, sino que
pregunta por qué no 1e creen, si él, identificado al lugar de la
verdad, la dice.
Hay que haber estado sentado frente a un paranoico, en un
análisis, para saber lo que implica de demoledora su pregunta,
luego de una frase donde el analista es revelado en su verdad
deseante al intentar explicar lo que no se comprende.
Pero ¿por qué no decir que el paranoico es un analista gen-
nial? Uno a veces se tienta - desde la angustia- de decirlo.
En realidad no lo es pues, para él identificado al lugar de la ver-
dad que sabe, ésta es por esa condición eterna , no puede caer de
ese lugar. Es por esto que el modo de la transferencia enunciablc
en estos análisis es erotómano. El objeto ama, porque él dice la
verdad. El despecho de la negativa cuestiona su lugar en la estruc-
tura llevándolo a veces al pasaje al acto.
Situemos todo esto desde algunas proposiciones lógicas que nos
den razón de esta estructura.
El síntoma en la neurosis implica una formu lación lógica de
segundo orden, es decir una puesta en relación de lo imposible
S (Jj..) y lo necesario.
El síntoma se dice entonces: lo que no cesa de escribirse de Jo
que no cesa de no escribirse ; este S (/f..) es impronunciable pero no
su operación, nos dirá Lacan.
Para el paranoico lo imposi ble no entra en la estructura como
im pronunciable sino justamente "como voz en lo real, alucinación
[H(Ds2 )] que el delirio restituye implicándola como verdad his-
tórica en la construcción prod ucida. ·
Es decir que para el psicó tico el síntoma también articula lo im-
posible, pero no en su matriz pulsional sino en su valor de aluci-
nación. No repite, alu cina. Lo articula no ya con ·¡o necesario (fó r-
mula de la operación de lo impronunciable), sino con lo contin-
gente que cesa de no escribir la emergencia de la voz, allí, donde el
sujeto llamado a contestar desde el nombre del padre, responde al
234
deseo del Otro con la castración alucinada. Observen ustedes la
frecuencia de episodios de abortos o de partos en el desencade---
namiento psicótico en las mujeres.
El síntoma en la psicosis articula lo imposible como alucina-
ción y lo contingente como escritura. Cesa de no escribirse lo que
no cesa de no escribirse. Escuchar eJ delirio será entonces alentar la
producción de una escritura, veremos situarse fenom enológicamen-
te esto en la psicosis en tanto paranoia. Ül escritura misma es
establecer un tiempo de suspenso pues el Otro está callado.
¿No es acaso la alucinación esa voz superyoica, causa del deseo
en el delirio, que hace falta en el saber?
Esto permite algún lugar para el analista, lugar de la alucina-
ción función delirio del analista, que no es un analista delirante.
Deseo de la máxima diferencia entre la voz como verdad histórica
y el Ds 1 como verdad no eterna.
Alen tar el delirio no es cuestión de" intenciones, aún cuando
est"' indicación haya sido u n paso más en la maniobra con esos
anáJisis. Alentar el delirio es situar el lugar lógico del analista como
causa del deseo del delirio. Se suspende la anticipación delirante
del analista.
Posición ética en la clínica de la psicosis, lugar del "alucinaJista",
terrible a soportar como siendo el portador de una voz que escu-
chada desde lo real, ordene ha-ser. Resto de una operación en don-
de la verdad descompleta el saber; síntoma y nombr e del padre
coincidiendo sin distancia topológica, otorgando al fa ntasma otro
esta tuto.
El lugar de la verdad es para el psicótico el lugar de la certeza,
pues la verdad él la encarna, de allí retornarán los significantes
que nos harán reir.
Cambiar el estatuto teórico del análisis de la psicosis implica
entonces determinar la estructura, es decir sus límites y sus propo-
siciones lógicas.
Ya no será entonces una cuestión preliminar a todo tra tamiento
posible, proponemos un cambio de la pregunta que aparece en los
Escritos: nos preguntamos hoy si hay fin de análisis en el análisis
de un psicótico, es decir la pa ranoia.
Nos parece que no se puede hacer ex-istir el S ( ~) pues no se
puede pasar otra vez por donde no se ha atravesado nunca, ya f( \1(~
en-lo-que-sería un analista colocado en el lugar del síntoma , ddl-
rando sin la operación del S (~) que sostuviera esa ecuación con
lo imposible.
235
¿Es q ue acaso analizar es sólo escuchar el significante en Ja ma-
niobra de la in terpretación, desabrochadura de equívocos?
Un paranoico es un genio para ello.
No, analizar implica hacer ex-istir el S(~), es decir que se
des-sea soporte de la castración en el Otro.
Irreductible a la n eurosis, la dirección de la cura en la psicosis
nos orienta en relación al lugar del analista, semblant d e alucina-
ción y al delirio del analista.
Por Dios no teman demasiado.

5. LO PARADOJICO DEL FANTASMA


Recorriendo diversos textos del psicoanálisis post-freudiano se
nota una indudable proliferación de interpretaciones en términos
de cortas historias en las que se explicitan al pacien te las ideas la-
tentes a sus habituales conductas y síntomas. Estas historias son en
general " intenciones de las pulsiones" relacionadas a objetos y
fin es de las mismas. Estos fin es son d e posesión o de destrucción y
los objetos son objetos parciales loca1izados en el cuerpo materno
predominantemente, así como deseos de participación en la escena
de comercio sexual más o menos destructiva entre los padres - es-
cena primaria-, así como los sentimientos concomitant es a dichas
escenas: celos, envidia, rabia, etc.
En estas historias lat en tes, llamadas fantasías inconscientes, el
pacient e se representaba sus relaciones de objeto, de su propio
cuerpo y de sus próximos. La antigua y no siempre bien fundada
discusión sobre la expresividad de las fantasías de la naturalidad
de las pulsiones, hoy encuentra pocos sostenedores. Sin duda ello
se debe en buena parte a Lacan. Una de las cosas que la comunidad
analítica ha adoptado con mayor rapidez d e Ja teoría lacaniana es
que el cuerpo y las fantasías imaginarias ligadas a él son organiza-
das en relación al deseo del Otro, apoyado en "lo visto y oído" •
freudiano. Hoy la comunidad psicoanalítica de Buenos Aires
acepta de bastante buen grado pensar las "fantasías inconscientes"
a partir de dos parámetros lacanian os: el deseo de los padres ante-
cede y lidibiniza el cuerpo del niflo, e] deseo es el deseo del Otro, y
en segundo lugar , la imaginería del cuerpo despedazado y la agresi·
vidad se funda en las identificaciones especulares d el estadío del
espejo. ·
la búsqueda pues, en la historia del sujet o, de esas palabras de
los padres Que den cuenta de esas máscaras corporales que articulan
236
Jo inadecuado del deseo materno-paterno, en última instancia de
la angustia de castración en tanto ésta dep ende del complejo de
castración, mal sostenida desde el Otro.
La dirección de la cura será pues la puesta en realidad - en or-
den- de esas fantasía s-mitos, tendiente a la asunción de la castra-
ción simbólica normativizante para el sujeto. Hasta aquí, creemos,
los efectos de la penetración d el discurso lacaniano en la comuni-
dad psicoanalítica de Buenos Aires.
La remisión del suj eto al discurso parenta l y finalmente al deseo
del Otro permite un mejor despegue de las ya legendarias interpre-
taciones en términos de fantasías duales especulares imaginarias,
en t énninos de intenciones pulsionales hacia objetos prim arios
pregenitales en el aquí-ahora con el analista; sin duda se atiende
más al significan te que al significado prcconscientt.'-latente.
Pese a ello es necesario notar algunas cuestiones en torno a una
situación particular con el estatuto dado al o bjeto en análisis ; para
precisarlo aún mejor : sobre la diferencia entre objeto que fal ta y
falt a de objeto. Lo que toca al centro de la cuestión de la castra-
ción y entonces. al falo. Si el post-freudism o pud o desviarse a una
femineidad natural es precisamente porqu e partió de un ob jeto
que faltaba, a partir de lo cual sostiene u n discurso de la frustra-
ción centrando la castración en un daño im aginario a reparar, con-
solidando el narcisismo del paciente alreded or de un saber superior
sobre lo imaginario.
Esta dirección de la cura Heva a descat ectizar el complem ento
fálico que para el sujeto supone la realidad del otro-semejante en
la alineación especular, explorando las fantasías prcconscientes
imaginarias y despedazantes. Pero Jo esencial del tratamiento laca-
niano se juega en el viraje del ser del Otro, donde el deseo neuró-
tico se empantana en u na búsqueda que d ebe fallar, que no debe
cumplirse más que como impotencia y que contrariam ente, en el
perverso, sólo se sostiene en tanto que garantizado por adelantado,
haciendo de esa falta certeza d el goce. En esta perspectiva· todo
bascu la entre el ser y la nada, entre el amor y la impotencja .
. Para Lacan el fantasma no se reduce a su versión imaginaria, y
esto en la misma medida en que el Otro está castrado y es de esto
que no se quiere saber nad a. El fantasma fundamental, nos dice
Lacan, es el luga r d onde el sujeto se eterniza en su ser en taul ü
precisamente objeto d el Otro y no d el o tro. Este montaje gr:irn ati·
cal que es el fantasma, está cerrado, clausurado en él rn i:in1o; ~ n
tanto no-yo, nada sabría redoblarlo, sólo mostrarlo sin péu li~n , d~
1.31
lllt que el perverso al ponérse. del lado del objeto clausura la prc-
JUnta por el deseo del Otro asegurándose perversamente del Sa-
ber, en tanto que el neurótico al ponerse del lado del deseo intentu
garantizarse la falta en el Amor.
Es decir que en tanto el fantasma hace velo de lo real de la cas-
tración, en tanto el objeto hace "medible" por lo ímaginario
o/y por lo simbólico la falta en el Otro, manteniendo la ilusión
de la proporción sexual, ocultando la imposibilidad de la subjeti-
vación del sexo, está pues más allá de las fantasías preconscientes
latentes, pero más acá de la caída del ser del Otro.
En ese sentido la fantasía confun de la significación de la deman-
da con el objeto no especularizable lacaniano, haciendo de éste eJ
ser pivote del amor y del odio, donde la pasión por el otro lo hace
poseedor del ser del objeto; sin duda el neurótico se cuida de esto
haciendo de la impotencia garantía del deseo, de la que el perverso
ha creído librarse, protegiendo así su derecho al goce.
En el fantasma pues, resto de la repetición significante en la for-
ma original de la falta de objeto, el perverso pondrá su voluntad
de goce conÍundida con la ley misma y el neurótico las demandas;
pese a ello, en tanto lo real sólo virtualmente se borra dejará ex-
puesto al sujeto a su irrupción desde el margen: dedo cortado ,
silueta en una puerta, mirada en una ventana, voz en un vacío. Si
las demandas persisten. dando cuerpo a una Demanda no es porque
vehiculicen ninguna necesidad , nos dice Lacan, sin duda, su fun-
ción es la de sostener al yo especular como respuesta a la falta del
Otro, estabilizando lo imaginario de la realidad , saber engaf'íoso del
sujeto que al ocupar el lugar de la verdad, intenta hacer perder la
huella de la castración del Otro, para la ocasión, que no hay ver-
dad de la verdad; pero sabemos que re-negar de la castración no
hace más que colorear toda la realidad de angustiante espera de su
realización imaginaria.
Lo paradójico del fantasma es que siendo el lugar de la certeza
de saber localizar el goce, lo es en tanto e] sujeto sólo puede con-
tarse allí como objeto, como resto de su división, como anulación
subjetiva de su ser, haciendo de la gramática que lo rige su verdade-
ro Amo, como significación absoluta del Otro: ideal de la sumisión.

238
BIBLIOGRAFIA

1
S. Frcud, 22a. conferencia , Algunas perspectivas sobre el desarrollo y 14 regretión
(S.A., 1, 337 (A.E., XVI, 313). Las remisiones corresponden a Studienausgabe (S.A.),
Francfort del Meno: S. Físcher Verlag, 1969·77, y O.C., Bs.As.: Amorrortu ediciones
(A.E., 197 8-8 1).
z S. Freud, 2la. conferencia, Desa" ollo libidinal y organ{zaciones sexuale:. (S.A.• 1,
31 8 (A.E., XVI, 294).
3 S. Freud, Análisis terminafJ/e e im ermtnable (S.A., V.c., 381-2 (A.E., XXIII, 234-4).
EL FANTASMA EN ANALISIS

1) LA CONSTRUCCION DEL FANTASMA FUNDAMENTAL


EN FREUD Y LACAN

Eduardo Alfonso Vi<kl

La noción de fantasía ocupa un lugar ·central en el psicoanálisis


latinoamericano. La orientación kleiniana considera las fantasías
inconscientes parte constitutiva de las relac1ones de objeto. Racker
dice en sus "Estudios sobre técnica psicoanalítica" que el inicio
del tratam iento coincide con la transferencia d e una fan tasía
in consciente que debe ser precozmente interpretada. En la situa-
ción analítica se actualizan las fantasías propias de relaciones de
· objeto arcaicas. La transferencia es reedíción pasible de interpre-
tación, operación que la reduce a un saber comunicable sobre los
contenidos de las fantasías. Este modo de intervención asimila el
analista con el supuesto saber. El objeto, abordado desde Jo sim-
bólico, reductible al significante, puede ser exhaustivamente dicho.
Que esas fantasías en sus raíces escapen al lenguaje (el tan difun-
dido preverbal) no es u n impedimento para que la máquina inter-
pretativa se despliegue descifrando los 'contenidos' y restituyendo
la significación. Ese límit e d e la teoría recae sobre la cuestión del
final de análisis que no tiene un tratamiento homogéneo ent re los
kleinianos. Se acepta que un análisis que llega a su fin produce
modificaciones en la estructura de la fantasía (contenidos y grados
de distorsión) y en las relaciones entre instancias psíquicas: aban-
dono de la omnipotencia del yo y sus objetos, disminución de la
severidad de! superyó. La .espinosa cuestión de 1a castración es
sistemáticamente evitada. Hasta aquí los límites de la clínica klei-
niana de la fantasía inconsciente. Su mayor mérito es impedir que

240
el psicoanálisis transite por los caminos del yo autónomo y de la
adaptación. El desarrollo kleiniano toma como punto de partida
el escrito de Freud "Fantasías histéricas y su relación con la
bisexualidad"; en este trabajo la fantasía es precursora del síntoma.
La fantasía, bien íntimo de la personalidad, está soldada al goce
masturbatorio y escapa al saber del Otro. Afectada por la represión
deviene inconsciente y se constituye en premisa para la formación
del síntoma. El correlato clínico de la fantasía reprimida en la cura
del síntoma consiste en hacer consciente la primera intentando di-
solver el segundo. Recuperar la fantasía que ya está ahi en el incons-
ciente y ponerla a disposición del saber del paciente, es el objetivo
de la interpretación.
"Pegan a un niño" ( 1919) es otro tiempo de la clínica freudiana:
el de la construcción de un fantasma en el análisis, ¿Cómo abordar
la cuestión de la repetición y del goce en el fantasma?. La construc-
ción en el análisis es una fonna de aproximación a ese real. Ya en
1897 (Cartas a Fliess 61, 69 y manuscrito L) Freud nos dice que
el fantasma es una reconstrucción que incluye en su estructura las
cosas vistas y oídas pero no comprendidas por el sujeto. El fantas-
ma es, pues, siempre una construcción a-postcriori donde los restos
de las escenas primarias encuentran un soporte. "Lo que llamamos
Las cosas son residuos que se han sustraído al juicio" (Proyecto,
1895). Ese real primero, excluido del significante, es materia del
fantasma. Se procesa un pasaje del acontecimiento traumático real
al real indecible del trauma. Ese 'encuentro' con el fantasma es
considerado momento inaugural del psicoanálisis: " ... en el incon-
ciente no existe un 'signo de realidad', de modo que es imposible
distinguir la verdad frente a una ficción afectivamente cargada"
(Carta a Fliess 69). La teoría analítica recurre a la construcción del
mito y del fantasma para decir en metáfora de ese real imposible
separando así la ficción de lo ilusorio. El establecimiento del fan-
tasma del neurótico es una operación equivalente a la construcción
del mito en la teoría. Lejos de aspirar a una proliferación de mitos
al esti1o de Jung. Freud propone aquellos fundan tes del inconscien-
te: horda primitiva, Edipo, Narciso. En Totem y Tabú produce
"una hipótesis que puede parecer fantástica pero que presentn la
ventaja de reducir a una unidad insospechada series de fenómenos
hasta ahora inconexos". "Nuestro mito, como todo otro mito. se:.
esfuerza en dar una articulación simbólica más que u na ínHlg~n ·•.
"Lo irreal no es lo imaginario y precede a lo subjetivo ~ue. condt.
241
ciona, por estar en conexión directa con lo real". (Lacan, Ecrits,
pág. 847).
En su "Más allá del principio del placer" Freud marca tres tiem-
pos de la intervención psicoanalítica. El primero consiste en desci-
frar el inconsciente por la interpretación; ya en el segundo el obje-
tivo es comunicar una construcción para vencer las resistencias y
recuperar un recuerdo.
La pulsión de muerte constituye otra clínica. El dominio de
la representación no es todo ; hay algo que repite. El analista ocupa
el lugar del objeto que la pu lsión no cesa de perder. Es la clínica
del fantasma que se anuncia en ese tercer tiempo. El fantasma es
construido en el análisis. ¿Cómo pensarlo en Freud? La construc-
ción tiene la función de establecer un texto allí donde hay algo
imposible ue ser dicho. La construcción no viene a dar respuesta o
significación al deseo. Se contru ye en torno de lo faltante; un
enigma es relanzado. "No pretendemos que una construcción indi-
vidual sea más que una conjetura que espera examen, confirmación
o rechazo". La verdad toca Jo real, las palabras faltan para decir
toda la verdad. · La construcción posibilita que "un fragm ento de
verdad histórica" se diga. Hay un pasaje a la lógica del no todo,
lógica que la segunda fase de 'Pegan a un niño' explicita: " ...no ha
tenido nunca existencia real. No es jamás recordada ni ha tenido
nunca acceso a la conciencia. Es una construcción del análisis, pero
no por ello deja de constituir una necesidad". La necesidad de la
construcción se desprende de la imposibilidad que la represión
primaria instaura: algo que nunca tuvo acceso a la conciencia, a la
palabra. Por esta imposibilidad radical, la verdad es condenable a
su estructura de ficción.
Lacan parte de la necesidad lógica de establecer el fantasma fun-
damental en la cura. De esta manera se separa de la proliferación
fantasmagórica kleiniana. Los fantasmas no están ya allí en el in-
consciente a la espera d e interpretación. En la cura es producida la
frase que articula el fantasma.
Inicialmente en la elaboración de Lacan el fantasma se revela a
partir de su estructura imaginaria. Podemos destacar un trípode de
esa estructura: el carácter de .espectáculo fundado sobre la imagen
del propio cuerpo; el objeto y el yo marcados para siempre por la
alienación y la rivalidad; la inercia, la fijeza de la captura por la
imagen. El fantasma correspondería al eje a-a', yo-otro del esque-
ma L, eje que se interpone y obstaculiza la dirección del mensaje
242
proveniente del Otro. El primer tiempo de 'Pegan a un nii'io' puede
ser leído así: El padre pega al o tro nifío, rival odiado. El suj eto
asiste al espectáculo con mirada de goce. La frase es "el padre no
quiere a ese otro niño, sólo me quiere a m í".

(Es) S~ - - - . .- - - - 0'utre

"" ' : ..·~<¿

'·~
·.§:''b-t$J
~ . .
~o '0'0
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~1'

(moi) a @ utre

El esquema R permite localizar el campo de la rea lidad sustenta-


do por el fantasma. Ese campo, delimitado por lo simbólico y por
lo imaginario, funciona como mediación entre el sujeto y el Otro.
El Nombre del Padre es el significante que mantiene los registros
anudados e instaura el campo de la realidad. Interviene como. Ley
~ rs __ __ ___ _i M
t
1
: J
1
1

A
1 p

barrando el deseo de la madre y produciendo en lo imaginario toda


significación como fálica. Es lo .que Freud propone al decir que el
fantasm a es relativo al Com plejo de Edipo donde se constitu ye el
universo de la significación m arcado por la castración.
243
La metáfora paterna introduce la regulación d el goce por el Falo.
Pero no todo el goce es articulable al significante. Esa misma ope-
ración deja restos: el superyo, ley insensata, mandato de goce.
En su seminario dedicado a las formaciones del inconsciente
(1957-58) Lacan produce la escritura del fantasma$ ó a, en el mcr
mento en que despeja $y S(~. $ sujeto síntoma), intersticial, efec-
to de la articulación significante inconsciente. S(~) significante que
indica la falta que con stituye al Otro. Es por esa falta que el Otro
es supuesto deseo. De él retorna al sujeto la pregunta sobre lo in-
sondable del d eseo; ¿Che vuoi? Más aJlá de su discurso, de lo que
dice qué es lo que el Otro quiere. Preguntas que conducen al sujeto
al enigma del deseo. El fantasma es una respuesta: "El padre me
pega" " El padre me ama". Es en el fantasma que se hace cosa,
juguete de la voluntad de ese Otro déspota o tirano. Con la aboli-
ción de su autonomía muestra en el fantasma su verdadera condi-
ción: ser sujet ado al deseo del Otro. El ser.hablante es apenas falta
en ser que el significante instaura. La consistencia, ese " poco de
realidad" son aportados por eJ otro elemento del fantasma: a. En
la nota al esquema R ( 1966) Lacan especifica el estatuto real de
a y devela el borde topológico que sustenta el campo R de la reali-
dad. Ese borde es efecto del corte realizado sobre el plano proyec-
tivo que desprende una superficie unilátera de borde único: la ban-
da de Moebius. El rombo "topo-lógico'' <> representa el borde del
funcionante entre Sujeto y Otro, articulación que entre ambos ins-
taura el fanta sma y la realidad. Alienación-separación son operacio-
nes ininterrumpidas del ser hablante que construyen al sujeto a
partir del Otro y al objeto en la intersección de la falta operada en
uno y en otro. Los dos momentos se especifican heterogéneos en
su relación al significante. $, d e la Urverdriigung que afecta al
Vorstellungerepriisen tanz, totalmente representable por el signifi-
cante; a objeto de la p ulsión, no representable fuera del significan-
te. La represión primaria fija el representante en el inconscient e y
en el mismo golpe separa un real de la pulsión que no cesa de no
escribir la ausencia de relación. La exigencia freud iana de mante-
ner la diferencia entre el representante y la cantidad, indica que la
pulsión no es totalmen te representable, principio que conduce a
teorizar la pulsión de muerte, muda, sin representante, fundam ento
de toda pulsíón. El masoquismo primario es el nombre d el goce
pulsional real resto de la división fu ndante que retorna sobre ella.
La frase del fantasma constru ída en el análisis 'yo soy golpeado
244
por mi padre' opera sobre lo que "no es jamás recordado ni ha
tenido nunca acceso a la consciencia" y sitúa la dimensión maso·
quista del goce. La construcción significante hace surgir el yo en la
frase, pasando por la estructura gramatical que se ordena en el ello
en términos de pulsión. El fantasma conjuga el goce erógeno de la
pulsión con el padre obsceno y cruel que escapa a la regulación de
la ley y de la castración.
El análisis del fantasma implica un cambio radical en la posición
del analista: de Otro, tesoro del significante, a a, objeto real que la
pulsión contornea. El analista pasa a ofrecerse como semblante del
objeto, como resto a partir del cual el fantasma fundamental es
establecido en la transferencia. El analista opera con.. su deseo '
esa x de la enunciación a cuya solución el analizan te entrega su ser.
En el final del análisis, momento de pase del analizante al analista,
se puede esperar que el sujeto se reconozca siendo el objeto que
lo causa. Es ahí que el sujeto no se deja engafiar completamente
por su fantasma. El análisis interviene ~obre el saber y desaloja de
la ignorancia sobre su causa. Esa presencia del deseo es e] 'deser'
que sacude la posición subjetiva inicial.
Lacan lo escribe a ~ $ la causa haciendo trabajar la división
a , la causa sustentada por un saber en lugar de verdad.
s;
El imperativo freudiano Wo es war, sol/ ich Werden configura la
ética del deber ser del análisis. Donde eso era, debo como sujeto de
la división, del deseo, venir a ser. Donde eso era, debe el saber
advenir.

11) EL FANTASMA EN SU RELACION CON EL SINTOMA Y LA OBRA.


DE LAETICA.

Antonio Godtno Cabas

Una vez establecida la primacía del fantasma en la dirección de


la cura, es necesario relanzar la discusión, en la medida en que hay
que dar cuenta de la relación que rige la estática del fantasma por
un lado y la dinámica del síntoma por el otro. Después de totlo, In
clínica demuestra que esa relación no es ni simple. ni tn1nspanmte.
245
Y para indicar un punto de partida, postularé: el síntoma Más
exactamente el síntoma en la obsesión.
El síntoma se nos aparece en las obsesiones como articulado en
una serie infinita. Por lo tanto hace cadena. Pero la particularidad
de esta serie es la de funcionar a la manera de un obstáculo que se
interpone entre el sujeto y sus propósitosr léase: su destino. En úl-
timo análisis el sínt oma sUtje como la prueba de que hay un
obstáculo al cumplimiento del deseo. El 'hombre de las ratas' es
seguramente n uestro paradigma en todo esto, en la m ed ida en que
sus síntomas encarnan ese impasse fatal de la neurosis. Perdido en
su interminable circuito de trenes ida-y-vuelta, el sujeto se confunde
con un mapa y termina - esto es particularm ente claro- no sabien-
do qué hacer.
Siendo así, es posible anticipar la idea de que si bien el síntoma
aparece por un lado como una formació n del inconsciente - y en un
sentido como un mensajero de la verdad- , por el otro lado su esta-
tuto es ético y en este sent ido es algo que surgirá allí donde las
decisiones no son posibles. En el límite, se diría que el síntom a es
lo que se opone - de hecho- a la obra.
Al menos, ésta es la tesis freudiana en "Dost oyevsky y el parri-
cidio". • Un texto en el cual inaugura el desarrollo separando taxa-
tivamente el síntoma neurótico de la obra literaria antes de esta-
blecer sus consideraciones sobre el fantasma de la muerte del
padre. En Dostoyevsky, el sínto ma es la clara antípoda de su arte.
la pasión por el juego - por ejemplo- es algo que se le impone,
im poniéndole una indefinida postergación de su esfuerzo de escri-
tura. Freud es tan preciso sobre este punto, que al demostrar la
comunidad vigente entre el tema literario y lo que parece ser 'la
gran cuestión' del autor, estipula q ue la mismo no nos autoriza
-bajo pretexto alguno- a ordenar su literatura en el estante de la
neurosis. Su estatuto es necesariamente otro .
.Esta distinción es del orden de la ética. No solamente por el
hecho de que el drama de su vida transcurre en el seno de un
debate sobre la moral (el deber ser del alma rusa, la mora lidad y
el pecado) ya que en el fondo Freud ve en este debate la marca
de su neurosis atribuyéndole en consecuencia el valor de un sínto-
ma. La distinción es ética porque en este síntoma y a pesar de sus
vestiduras morales, Freud no ve o tra cosa que el signo de su cobar-
día. Dostoyevsky no se atreve con el deseo. En contrap artida, sus
letras se sitúan en o tro lugar ; constit uyen una prueba de su coraj e...
246
Sin duda Freud suscribe a Aristó teles cuando establece que toda
obra debe signarse ética, es decir, ser conforme a un deber ser. Y es
interesante ver que es justamente éste el estatuto que le adscribe a
la novelística de Dostoyevsky. Pero lo cierto es que no todo es pura
coincidencia. Y es precisamente Lacan quien nos alerta en cuanto
a la subversión freudiana de la ética cuando afirma que "allí donde
Aristóteles puso la razón - como bien supremo- aJif mismo, Freud
coloca el deseo". El deber ser, el sol! freudiano es ciertamente im-
perativo, pero en el sentido del deseo en tanto inconsciente.
De esta manera, la ética en cuestión es la del bien decir; a partir
de aquí, nuestro problema se transfonna puesto que ahora el acen-
to recae sobre lo q ue Oostoyevsky dice cuando escribe. Obviamen-
te, para Freud ese decir configura una poét ica. Todavía más, una
poética que él no duda en situar en las cumbres de la literatura.
Pero ento nces, ¿có mo no citar aquí la tesis que quiere que la poesía
tenga una estructura del fantasma? ¿Cómo desconocer el hecho
que la poética es un decir del fa ntasma? De hecho, basta leer: "El
poeta y el fantasma" 2 para percibir que el fundamento de lo
poético es algo que Freud denomina 'placer formal' o sea, una
articulación del goce con el deseo.
Así pues, la ética del deseo exige una obra (o aún: un acto) que
no es otra cosa que una puesta en texto del fantasma. Agregaremos
que tal razón es necesariamente imperativa pues es un principio del
psicoanálisis que el fan tasma es el lugar de la eticidad. Leamos sino
a Lacan: "Es que un fantasma es en efecto bastante desordenador
puesto que no se sabe dónde ordenarlo ... que no tiene realidad sino
de discurso y no espera nada de vuestros poderes, pero os demanda,
él, de poneros en regla con vuestros deseos' •. 3
A la luz de todo esto es posible avanzar ahora la idea que el sín·
toma es una manera 'otra' de poner en texto el fantasma. Basta
recordar que la precondición de todo síntoma es justamente la
represión del fantasma. En suma, lo que sostiene el síntom a es
- muy precisamente- un fantasma reprimido.
Una vez establecidos estos principios, es fácil observar que si la
imposibilidad que afecta al fantasma es la condición de existencia
del síntoma, entonces:
1) lo que el síntoma acalla es la demanda del fantasma de ponerse
en regla con el deseo.
2) lo que el síntoma dice es que hay un indecible.
Se entiende entonces que la distinción freudía na no sea solamen-
247
te de carácter tópico, así como el interés de Freud es separar
-en lo particular de Dostoyevsky- el carácter neurótico de su
moral y el plano ét ico de su trabajo.
Diré entonces que la clínica del fantasma encuentra en el sínto-
ma la erección de un obstáculo; más aún, que el síntoma es la
materialización de una dificultad de la puesta en regla con el deseo .
En el fondo, conviene recordar que hablar de una clínica del sínto-
ma es sinónimo de hablar de una clfnica del superyó. Un superyó
que al imponer el mandato del goce se opone a la ley del deseo.
A tal punto, que cabe afirmar que el síntom a es 'la objeción de
consciencia formulada al deseo'. En consecuencia, el síntoma d e
Dostoyevsky es el diezmo de goce que el siervo debe pagar al Otro,
antes de abocarse a su deber de escritor.
Creo entonces posible fijar un principio que dé cuenta de este
movimiento de báscula impuesto por el goce. Diré en tonces que
así con1o la neurosis es el negativo de la perversión, así mismo el
síntoma es el negativo del fantasma. Y por este motivo importa
separar de derecho aquello que en la clínica se implica de hecho.

lli) EL FANTASMA EN LA CLINICA: LA DIRECCION DE LA CURA,


ESTUDIO DE UNA SESION

Jorge Forbes

APERTURA

Hay un debate en varios textos y sem inarios psicoanalíticos


actuales: cuál es la pos~b i lidad del establecimiento de secuencias
típicas de un tratamien to.
Creemos en esa posibilidad en relación a la clínica psicoanalítica
y, para eso, nos vamos a valer del álgebra lacaniana : S 1 , S1 , $y a,
para r ealizar algunas consideraciones.
Basémonos en dos secuencias típicas, la denominada vertiente
del síntoma y la vertiente del fanta sma.
La vertiente del síntoma es la que es operada en la asociación
libre, en la articulación del S 1 ... S2 • Sabemos que un síntoma se
altera en un análisis por la movilización de las cadenas significantes
248
y por esa vertient e, que es la del significante, el análisis es in termi-
nable, pues falta el significante ítltimo que daría la significación
absoluta y final.
La vertiente del fantasma, por eJ contrar io, muestra que hay
algo que es estático en un análisis. A díferencia d e la vertiente del
síntoma, en donde el sujeto está articulado en la cadena de los
significantes, aquí, la fórmula d e Lacan (~O a) pone en presencia
dos elementos de naturaleza diferente: uno, eJ sujeto($), del orden
del significante y el a del orden del objeto .
La metáfora que J.-A. Miller utilizó en D 'un autre Lacan , al
respecto, fue la de la cabra del Sr. Séguin. Hay un rn:fstit que ata
la metonimia d el deseo. Hay un otro Lacan, además de aquel del
significant e, que establece que el fin del análisis está e n el pasaje,
en la travesía del fa ntasma.
La sesión que paso a relatar, para discu t ir estos elemcn tos, se
refiere a un mom ento, ni inicio, ni fin, de un tratamiento .

LASESION

Belkis llega, contando que poco an tes, al salir de la fábrica, se


encontró con Rómulo a quien no veía hacía dos meses. Este le
habló, que no pensara que él no la quiso encontrar. .. Belk is com en-
ta que al oír esa frase pasó a pensar en eso, sin entretanto, saber
como con tinuar la conversació n: "Sabe, yo noto que cuando
alguien dice: - No piense que... es porque está pensando, pero no
sé qué hacer con eso". De la misma fo nna que el "prcifiterolc"
que Rómulo le sugirió en el primer encuen tro , era una palabra,
que m al podr ía repetir y qu e le daba vergüenza pronunciar, tra-
tándose de un conocimíento que no reconocía como propio, que
para ella era incómodo.
Estos dos hechos, teniendo como elemento común d desarre-
glo y la vergüenza, la llevan a d ecir de inmediato: "- -T en ía más o
menos 4 años y jugaba con una chinela bajo la escalera. De repen-
te, mi madre se aproxima y me da una reprimenda. Veo claram en-
te las flores oscuras que esta mpan su "pcignoir '' q ue aquí en el
hombro tiene una cosa como eso mismo, ¡ah ! si, un acolchado.
Sentí mucha vergüenza y solamente ahora m e doy cuenta que
debería estar masturbándome. Por hablar en «peignoir", allil l 'lt la
época de mis 6 años, m i padre, que era avjador, hab ía pasad u un
14~)
mes en los Estados Unidos. Al volver, yo, mis herm anos y mi
madre, ansiosos, acompañábamos la apertura de la valija, ávidos por
Jos regalos. Estábamos todos en el cuarto de mis padres. Mi madre
pregu nta si no había nada para ella, ya qu e todos hab íamos sido
agraciados. Es cuando, del fondo de la valija, mi padre saca un lin-
do "peignoir" de esos maravillosos, americanos, llenos d e pliegues
y se lo da a mi madre. Ella, irritada, lo agarra, lo amasa y lo tira a
un rincón diciendo que eso no es para ella, es solo para Madame.
Quedé abochornada.
¿Tú sabes que tengo una gran colección de ''peignoirs"?¡Ah!
son lindos. Cada noche me pongo uno, al llegar a casa, sola. En el
último día de las m adres le regalé a m i m adre un " peignoir"
acolchado. Creí q ue ella iba a rechazarlo, pero no, y hasta lo está
usando aunque no pierde la oportunidad de decir, como el o tro
día cuando veíamos juntas la t elevisión, q ue es incómodo.
¿Eso no tiene que ver con mi padre?
Tres momentos anteriores a esa sesión:
- cuatro meses antes: Belkis fue a participar de un curso .de
Dinámica de Grupo en un Club. Se sintió, q uizás, la más inteligen-
te entre las mujeres presentes pero, esas mujeres eran más finas y
ricas que ella. ¿Qué irían a pensar de ella aquellas " Madames" ?
Belkis asistió solament e a dos aulas.
- dos meses antes: cuando conoció a Rómulo y fue con él a un
motel, hubo la prom esa que el próximo encuentro sería en la casa
de ella. Cena hecha por ella, postre por él -"protiterole"- palabra
que no sabía Jo que quería decir, ni decir. Se sintió mal e inhibida.
- dos semanas ant es: había vuelto <.le las vacaciones, contaba a
un amigo que había conocido Brasilia. Este la reprimió por no saber
cosas elementales, ta les como: que la Iglesia de Don Bosco fue un
homen aje a él, que en sueño había previsto la co nstrucción de una
ciudad del fut~ro en aquel lugar, que las calles no se cruzaban
debido a la genialidad del plan de Lucio Costa, y sobre todo, que
el plan general de la ciudad era en forma de un avión. En la cabina
los tres poderes : como piloto el Palacio del Planalto, sede del eje-
cutivo, copiloto e l Palacio del Poder J udicial y en el medio , el inge-
niero de vuelo -el Congreso Nacional- , el poder legislativo.
Belkis düo que n o Jo sab ía y ni quería saber... bastante irritada.

25 0
DISCUSION

Dos puntos me gustaría resaltar:


l. La sesión nos muestra un marco en el tratamiento. Al cabo de
una secuencia de sesiones donde la Asociación Lib re hacía su tra-
baj o, en ésta, algo diferente pasa. A partir de dos elem entos, la
dificultad de decir "profiterole" y el percibir que Jo que decía la
frase: "no piense que", sin entretanto poderconti nuarla conversa-
ción, intermediada por la vergüenza, Belkis ilumina su teatro
privado: -"tú sabes que tengo una gran colección de "peignoirs".
Ah, son lindos... " La pequeña cabra del Sr. Séguin está atada a un
marco. Hubo un flagrante cambio d e tono al decir esta frase, fue
dicha como confidencia y de algo que aparentemente no importaba
en un análisis. Un aparte. ¿Síntoma y fantasma, en la misma
sesión?
2. Los tres acontecimientos relatados co.mo previos a la sesión,
hablan de una vergüenza, d e inadecuación, de inhibición, de una
repetición.
El padre de Belkis abandonó su casa cuando ella tenía diez
afios y fue a vivir con otra mujer, hasta entonces su amante.
Belkis culpa su m adre por no haber mantenido a su padre.
Otras veces Llega a cuestionar si éste podría haberse quedado
por ella y que lástima que murió ...
Hoy, ella es amante de un hombre casado. Se asustó ante la
posibilidad de que él deje a su mujer e hijos y se case con ella .
Hoy, ella tiene una colección de "pcignoirs". Insiste en regalarle
un "peignoir" a su madre.
Belkis debe tener razón cuando pregunta: -"¿Eso no ticrw que
ver con mí padre?"
ALFlNAL

Diría con Guirnaraes Rosa:


" T odo abismo es navegab le en barquitos d e papel".

IV) CONCLUSION

El fantasma es fundamenta l, o sea, un fu ndam ento, a snlwr: 11 11


axioma.
Tanto es así que es en la diferencia del estatuto del objl·lo en
251
M. Klein y en Freud que se decide -y por ahí- se define la clínica:
del fantasma.
En ú ltimo análisis la clínica apunta a la escritura del fantasma.
Pero en rigor, y yendo hasta el límite: no es esa - por acaso- la
apuesta del psicoanálisis. Se entiende entonces el fantasma como
una exigencia de la t eoría en la obra de Freud. En ese sent ido
- y retornando a la cl ínica- la dirección de la cura tiene el sentido
de una construcción : una estructura de ficción.
Es ella quien fund a el principio de que hay secuencias típicas
posibles de establecer. Una secuencia que no desmiente, sin embar-
go, la concomitancia del síntoma y del fantasma en los hechos
clínicos.
Diremos por lo tanto que el fantasma es el lugar en que se deci-
de una ética y que es en relación a esta última que podemos esta-
blecer la función del síntoma en la cura.

NOTAS

1 S. FREUD - Dostoyevsky y el parricidio - T. 11 pág 113.6 . Ecl. Biblioteca Nueva,


Madrid, 1968.
2
S. FREUD- El poeta y el fantasma_ - T. Il. pág. 1057 - lbidem.
3 J. LACAN- Kant avec Saúe - Écrils, pág. 765. Ed. Du Se uiJ, Paris, 1966.

252
INDICE

PRESENT ACION S

l. PROBLEMAS DE LA DJRECCJON DE LA CURA 7

l. Transferencia y contratransfere ncia 9


M Silvestre, C. Dewambrechias, J.-1 Gorog, .T.-P. Klotz,
F. Koehler, P. La Sagna, H. Menard, J. Rabanel, A . Staricky
2. Cómo se psicoanaliza hoy: el acting-out 2g
J. Chamorro
3. El acting-out en la cura psicoanalítica 34
Uert1rdo L. Maeso

4. Cómo se psicoanaliza hoy: sobre el acting-oul 39


Osear Sawicke

S. Interpretación 44
B. Domb, M. S. Ferreyra, G. Lombardi, C. Marrone, l Vegh

6. "Ciertas concepciones de la cura" 53


Z. Lagrotta
11. ACTO Y DISCURSO 67
l . "Sctting", encuadre, discurso 69
D. E. de Ab,arez

2. Psicoanálisis del encuadre psicoanalítico 81


J. C. Indart

3 . Standards no standards 100


C Soler, J. Adam, 1 Attié, G. Clastres, H. Freda,
F Ka/tenbeck, J. -P. Klotz, G. Leres, R. Portillo,
A. Quínet de Andrade, C. Schreiber, F Schreiber,
E Solano, A. Staricky, H. Wachsberger
4. Poderoso caballero. . . 124
D. Bleger, G. Brodsky, J. L. Delmont, G. Réquiz
Ill. FENOMENOS Y ESTRUCTURA EN LA CURA 129
J. La depresión 131
S. Cottet, R Cevasco, Jl.f. -R Krivine,
R Leguil, D. Silvestre, M. Strauss
2. La cuestión del afecto 148
S. Basz, L. Erneta, R Nepomiachi
3. El analista restaurante (Acerca deself, yo y sujeto) 160
R Harari
IV. MUJERES Y NIÑ OS EN PSlCOANAU SIS 171.
l . Acerca d e mujeres y niños en psicoanálisis 173
S. l Fendrick
2. Acerca de mujeres en el psicoanálisis post-freudiano 180
M. Torres, N. Halfon

3. El psicoanálisis con los niños 187


E. Laurent, R Lefort, E. Solano, M. Strauss

V. PSICOSIS 205

l. Acerca de la clínica de las psicosis 207


G. Miller, R Broca, C Duprat, M.-H. Krivine, D. Miller,
A Quinet de Andrade, H Séré de R ivieres
VI. SOBRE EL FANTASMA 223

l. La dirección de la cura, reflexiones sobre el fantasma 225


J. Aramburn, J. C Cosentino, A. Ariel, J. Kahanoff
2. El fantasma en análisis 240
E. Vida/, A. Godino, J. Forbes
Impreso en agosto de 1993 en Color Efe.
Paso 192. Avellaneda. Argentina

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