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¿COMO
SE ANALIZA
HOY?
FUNDACION
DEL CAMPO FREUDIANO
¿COMO
SE ANALIZA
HOY?
MANANTIAL
Impreso en la Argentina
Queda hecho el depósito gue marca la ley 11.723
ISBN 950-9515-02-7
EDICIONES MANANTIAL
PRESENTACIO N
PROBLEMAS
DELA
DIP.ECCION DE LA CURA
TRANSFERENCIA Y CONT RATRANSFERENCIA
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amor de transferencia, el deseo del psicoanalista, d final de la cura,
transferencia e interpretación.
l. EL PUNTO DE LA CONTRATRANSFERENCIA
Según parece el término es de Freud, que lo utiliza por primera
vez en 191 O (Las perspectivas futuras de la técnica psicoanalítica).
Sin embargo, hay que subrayar que Freud no lo desarrolló nunca.
Strachey lo señala en la Standard Edition (XII, p. 87), dando co-
mo explicación el hecho de que Freud no quería que los pacientes
supieran demasiado al respecto; esta explicación resulta evidente-
mente ínsuficíen te.
Nosotros más bien pensamos que Freud decide esta cuestión, en
esta etapa de su obra, con la propuesta de la regla de abstinencia.
Cuando la retoma tardíamente (Análisis terminable e interminable),
es para recordar a Jos analistas QUe se abstengan de todo .ideaL
Observemos que el término de "neutralidad benevolente"
tiene idéntica historia. Escapado en parte de la p luma de Freud,
deviene "concepto" mayor para sus discípulos.
De hecho, la contratransferencia es una noción que merecería
ser llamada parafreudiana. Su éxito es correlativo a dos factores:
- por una parte, a la insuficiencia de la teoría en lo que concier-
ne al didáctico, es decir a la formación de Jos analistas, por lo tan-
to a la "supervisión". Cuanto más obscuro e incierto se mantiene
este aspecto de la teoría, más preocupante se vuelve la cuestión del
,¡control" de,kQr:á.Qlli;_a_y-ºada_~z más el objeto del control devie-
ne la estandarización de la práctica del analista "bajo control" 2. es-
tañdafízaci6n que identifica .Práctica y técnica. Como a pesar de
todo esta técnica sigue siendo dependiente de la transferencia, las
"desviaciones" de las que el analista: dará cuenta dependerán de
sus fallas en la mantención de su neutralidad frente a esa transfe-
rencia. Esas fallas a través de los fenómenos que implican son Jos
signos de la contratransferencia;
- por otra parte, a la invasió.n cada vez mayor de Jos fenómenos
imaginarios en la práctica. Si el análisis se reduce a una relación
dual, sí el analista tiene, como ideal ser el "espejo" de su paciente,
no le queda otro remedio que el de preocuparse por lo que se refle-
ja sobre ese espejo: ¿se trata del paciente o del analista?
Se comprende por qué el verdadero auge de la "teoría" de la
contratransferencia data precisamente de la instalación de la
ego psychology y del fortalecimiento centralizado de la IPA; o sea
de la post-guerra.
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Una definición generalmente aceptada puede darse: la contra-
transferencia designa los sentímientos y asociaciones producidas
en el anaTista por su paciente.
Cuatro textos centrales son nuestra referencia: D.W. Wínnicot,
"El odio en la contratransferencia" (IJP 1949); P. Heimann "On
countertransference"(JJP, 1950, XXXI,p.25);A. Reich"On countcr-
transference" (IJP, 1951, XXXII, p. 25); M. Little "Countertrans-
ference and the patients responses to it" (IJP, 1951, XXXII, p. 32).
Retomando estos textos resulta que todos giran alrededor de
dos cuestiones.
En primer lugar, si bien la tesis común parece ser considerar
la contratransferencia como nociva a la evolución de la cura, pa-
recería que para el movimiento kleiniano (P. Heimann) esto debe
ser matizado.
Para estos autores, en efecto sería posible que la contratrans-
ferencia fuese un eco, y por ende fiel, del inconsciente del paciente.
Pero, evidentemente, la pregunta se desplaza levemente: ¿cómo
asegurarse de esta fidelidad?
A continuación se presenta una tentación: ¿debe el analista
comunicar sus sobresaltos contratransferenciales al paciente? Pode·
mos reconocer acá una filiaCión Ferenczi, Balint (Transferencia y
contratrans[erencia, 1939) y Winnicott, aJa que se une M. Little.
Tentación de la que testimonian todavía ciertos textos recientes
deliJP.
Nos hemos dedicado especialmente a un analista argentino, H.
Racker, cuya enseñ.anza, esencial según parece en su país, es reco-
nocida en muchos institutos de Norteamérica.
Retendremos esencialmente sus esfuerzos por dar a la contra-
transferencia una función dinámica en la cura: concibe la contra,..
transferencia como el lugar privilegiado del resurgimiento repetiti-
vo de situaciones infantiles del paciente. Se esfuerza incluso por
aislar bajo el término de "neurosis de contratransferencia" a la
parte "no analizada", es decir resistente del analista, en tanto que
ésta se opone a ese resurgimiento.
Abreviando, siempre la misma pregunta: ¿cómo evitar que el
analista se equivoque? A lo que se responde siempre, en forma es-
peranzada: que profundice su análisis. Para el movimiento orto-
doxo la cuestión d~ la contra transferencia compete, in fine~ a la .
formación del psicoan.ali..sia. Siempre se perfila el ideal de un
analista neutro; o, lo que no es precisamente superponffile, un ana-
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lista pura repetición. Si la contratransferencia es una respuesta
fallida. es, de todas formas, una respuesta ante verdaderas dificul-
tades que tiene al menos el mérito de seftalar.
Resulta, en efecto, que la interpretación contradice la neutrali-
dad ; ¿en qué puede fundamentarse el analista para tomar partido
por su interpretación? Detrás del analista "neutro" se perfila el
analista "objetivo": es decir la partición que debe operarse en rela-
ción al fantasma. A este respecto, la tentación de un analista total-
mente silencioso -no que enseña las cartas de1 muerto (Lacan, Es-
critos, p. 221 ), sino que se hace el muerto- es igualmente un im-
passe en tanto que su silencio acentúa, en c;.ceso, su presencia, la
que no puede permanecer mucho tiempo neutra para el analizante
por el solo efecto de la transferencia.
Dicho de otro modo, la contratransferencia aparece como el
anhelo del analista de escapar a la "máquina" de la transferencia y
a su lógica intransigente e implacable.
2. ESTRUCTURA DE LA TRANSFERENCIA
Si la posición de la IPA mantiene la tesis de la contratransferen-
cia, es porque esa designación le parece a los analistas la más ade-
cuada para tratar algunas dificultades técnicas que encuentran en
su práctica.
Solamente encontrando "mejores" respuestas a estas dificulta-
des puede el analista aceptar abandonar el apoyo que encuentra en
sus sentimientos para dirigir la cura.
La estructura de la transferencia, tal como permite despejarla
la ·enseñanza de LacaJil, puede ser abordada en cinco puntus,; el
sujeto supuesto al saber, el amor de transferencia, el deseo del psi-
coanalista, el final de la cura, transferencia e interpretación.
Estos puntos pueden ser organizados por dos eles esenciales cu-
ya convergencia permite llevar la cura a su término. Primero: el
punto de partida de la transferencia reposa y se resume en conec:-
tar al sujeto con el sab~ sostenido por el significante. Segundo: la
invención lacaniana del objeto) ofrece al analista la posibilidad de
tratar la vertiente de resistencia de la transferencia. Estos dos ejes
permiten organizar la estntctura de la transferencía_¡¡or la puesta
ei1 tensión - hasta en conflicto- de las dos vertientes d.eJ.sujelo,
la vertiente del significante y la vertiente del objeto.
Pasemos ahora los cinco puntos enumerados más arriba.
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1. EL SUJETO SUPUESTO AL SABER
Ese concepto da cuenta del despegue de la cura, es decir de la
conmoción del inconcjente por la sumisión del analizante a lu
regla fundamental, es decir la puesta en .marcha del trabajo de "su"
.ínconcieníe.
Se trata de conectar el.inconcientc.J p lant eado como saber, a un
sujeto, como lugar donde los efectos de ese saber tienen que ser
recogidos. La transferencia es, en p rimer Jug_ar, "relación 'con .el
saber") lo que Freud designaba como "lo que es reprimido''.
La r~presión freudia na, el "dev~nir inconsci~nte", se reduce a
desconectar los significantes del sujeto que tienen la función de re-
presentar. El síntoma es su ejemplo y, más banalmente, toda for-
mación del inconciente, donde, sin embargo, el sujeto "se vuelve
a hallar" más fácilm ente, gustosamente. Reencuentra . En todo
caso, vu elve a encontrar en él, más gustosamente su deseo.
El analista ofrece al analizante sost ener el efecto " de sujeto"
para esos significantes inconcientes que, por la asociación libre,
van a volver así a la palabra. Se ve así que la contratransferencia
responde exactamente a la tentación para el analista de creerse el
sujeto supuesto al ~ Lo que equivale para él a interrumpir y
endosar la significación que el analizante produce por sus asocia-
ciones y que "normalmente.., si el analista no se interpone, debe
retornarle.
Proponiendo un sujeto, como tercero, a esos significantes así
liberados por el trabajo, por la " tarea" analizante, la transferencia
abre así la vfa de la repetición. La repetición "bajo transferencia"
deviene el elemento dinámico y necesario de la irrupción del m a t e~
rial, hasta el punto que la teoría no lacaniana de la transferencia
no distingue entre transferencia y repe tición. Mientras que, si bien
la primera es la condición de la segunda, se disocia de ella por dos
razones.
La primera porque la repetición pura y simple no basta: hay
que interpretarla. Segunda razón : porque la repetición no entrega
todo el material necesario al análisis.
El automatismo al que obedece la repetición bajo transferencia
supone, en el límite, un analista puramente transparente, y reduce
la interpretación a la sola escansión, es decir al acuse de recibo por
parte del analista, de la significación que el ret orno del material
inconciente no puede Wa! de prod11cjr,
Lo que Lacan aisla con el término " formaciones del inconcien-
t e'' es uno de sus ejemplos. Su producción, es decir su paso por la
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palabra bajo la égida del sujeto supuesto al saber, es, como tal, ya
interpretación del inconciente en la medida en que el analizante
admita su significación. El inconciente, soportado y sostenido ,por
el sujeto supuesto al saber se hace intérprete del saber que lo com-
pone; en el cual éT coll.SlSiC.
A esto se debe que los efectos de significación dd ínconscknte
sean accesiblt:s fu e:ra del análisis y antes de que Freud lo inventara.
Porque el anajjsta no es el único que puede proponer al ser hablan-
te el enganche del sujeto supuesto al saber. Toda apelación al
saber implica la invocación a un sujeto, cuya irrupciÓn emeerq
necesaria, plantea al analista la cuestión de su e1iñnnací0n, como
sohici6J:Ld~ la cura misma.
Por esta razón la pura repetición automática, la pura metonimia
significante, entraña en sí la consecuencia de una cura que no se
termina. Para este fin es necesario un elemento que escape a esta
metonimia y con el que pueda actuar el analista para hacer surgir
una conclusión.
Sea como fuere, si la asociación libre puede provocar, por el au-
tomatismo de la escansión, el despuntar de la significación, el de-
seo así revelado es solamente el Wun.sch inconciente. Revela al
sujeto, eventualmente, las ilusiones de la "captura de su deseo"
-es decir lo que se da como meta- pero mantiene en la sombra su
motor, es decir lo que lo causa y que, como tal, escapa al saber
inconciente.
Esta causa escapa al saber inconciente en tanto que su trama no
es significante, sino objeto. La transferencia introduce ese objeto
en el discurso analítico, es decir, en el lazo social que se establece
entre el analista y el analizante. Esta introducción sólo es posible
bajo dos condiciones: que el analista mantenga al sujeto supuesto
al saber en posición tercera y que no encarne al Otro como lugar
del saber ; o por lo menos que no se aloje allí.
2. EL AMOR DE TRANSFERI!NCIA
Es el primer cnwentro de Preud con lo que se opone a la acción
del sujeto supuesto al saber, es decir aJ retorno automático de los
significantes reprimidos.
No retomaremos en detalle el fecundo debate que optlsiera a
Freud y Ferenczi, ni las razones de la discreción del primero frente
a los requerimientos del segundo.
Sín embargo lo que estaba en juego era despejar - aunque en
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forma embrionaria- lo que Lacan designa, en la transferencia,
bajo el término tyché, para oponerJo a automaton.
Si bien la transferencia es, en primer lugar, el llamado al incon-
ciente po~ la palabra del analizante, es prontamente el choque
de esta palabra con el analista como presencia; presencia ajena
al saber. Ese momento de transferencia, que no es de escansión, es
pues: cierre del ínconcíente.
Cierre del inconciente cuyos fenómenos son diversos: silencio,
declaración de amor, retención de material, .machacamiento - abre-
viando, lo que desvía o traba la asociación libre- y más general-
mente Jo que intercepta u obstaculiza el desarrollo y culminación
del analista.
Por esta razón, en esta rúbrica habría que incluir tanto a la reac-
ción terapéutica negativa, la adherencia al síntoma, como el recha-
zo a la castración, tope freudiano de la cura.
Este obstáculo manifiesta una cosa: que el sujeto supuesto al
saber, por haber provocado al inconcicntc y el retorno de lo repri-
mido, también ha hecho tambale¡lr la relación del sujeto con el sig-
nificante deJ goce. Este tambaleo depende de muchos factores.
Para empezar, el decto de significación al revelar las ilusiones dd
deseo, pone en peligro el marco significante del fantasma que sirve
de soporte a ese deseo. En la medida en que el fan tasma es inter-
pelado, el confort que el sujeto encuentra en él para su goce se
ve comprometido. El sujeto se ve constreñido a reformar ese mar-
co, es decir a depurar cada vez más su formulación.
Esta depuración -que afecta la wrtiente imaginaria del fantas-
ma- fuerza al saber inconciente hasta sus límites. Es decir sobre
lo que es imposible de decir. Se reconoce aquí la conexión perci-
bida por Freud entre el amor de transferencia y el Agieren y,
accesoriamente, el acting-out donde el O tro es convocado para
suplir un saber en falla, no siempre evitable por el analista.
Pero este obstáculo es también una contrapartida del efecto
"terapéutico" del análisis sobre el síntoma. El síntoma es en efec-
to un alojamiento para el goce, en la medida en que depende de una
denegación de la castración, la cual implica una renuncia a este
goce. Dada la eventualidad de que la metonimia desplace al sínto-
ma liberando su significación para el sujeto, este último puede
· rechazar la ganancia que obtiene en cuanto -a ·su deseo fálico, para
mantener un goce -como lo decía Freud- por él mismo ignorado.
Este obstáculo tiene pues dos vertientes, la primera, como aca-
bamos de ver, consiste en oponerse a la irrupción del material in-
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conciente, vert iente "negativa". Pero una segunda vertiente es, por
el contrario, hacer surgir en la transferencia un material distinto a
la repetición significante, por eso de hecho necesario a la cura.
Si este obstáculo entra justamente bajo la rúbrica del amor> es
en tanto que este último suple al deseo. El sujeto acepta saber lo
que desea, pero no por qué. Al contrario> puesto que el deseo se
sostiene en un desconocimien to de to que lo causa. Lo que el suje-
to desea es accesible por la significación de la repetición, y es
aquí donde debe ser diferenciada la transferencia del Jugar que el
analista ocupa en ella.
Lo que se repite es el sef'íuelo del deseo, lo que produce esta
repetición es lo que causa el deseo. La resist en cia al saber sobrevie-
ne cuando se plantea la pregunta so bre esta causa: el deseo de sa-
ber si el objeto que se desea es el adecuado deja lugar al rechazo de
saber porque el objeto que se desea no es nunca el ad ecuado.
Es en este punto qué el llamado al sujeto supuesto al saber (de-
seo de saber) deja lugar al amor. Por dos razones. La primera va
en el sentido de la resistencia y del cierre del inconcientc. El ana-
lista es interpelado ya no en nombre del saber y como lugar de la
verdad, sino en nombre del amor. la pregunta del sujeto deviene:
"¿soy amable?" y su palabra adquiere la forma de una demanda de
amor.
la segunda razón se desprende de la primera pero permite a la
resistencia actuar en el sentido de la cura. El amor conduce en efec-
to al sujeto a trasladar sobre el analista eso mismo que rechaza
como saber, o sea la causa de su deseo. El analista no es amado por
lo que sabe sino por ser el lugar de lo que el sujeto rechaza saber.
Es el analista como lugar del agalma.
Es desde esta posición que el analista está en condiciones de
vo lver a lanzar la cura, por el sesgo de lo que Lacan llama deseo del
psicoanalista.
4. EL FINAL DE LA CURA
La cuestión del final de la cura anuda, en efecto, por una parte
por que medio el analizan te deviene el analizado y, por otra, cómo
puede este analizado responder a las particularidades que se le pue-
den exigir a un analista. Para l..acan, lo que permite a una cura ter-
minarse es al mismo tiempo lo que define el acceso a la función del
analista.
Por esta razón Lacan puede decir que todo psicoanálisis es didác-
tico de 'entrada ; que lejos de ser un más aUá del psicoanálisis, es a
partir del psicoanálisis didáctico, por el contrario, que se determi-
na y se limita el psicoanálisis con miras terapéuticas. Digámoslo,
esta posición está a contramano no sólo de la IPA, sino también
de Frcud.
La concepción lacaniana del final de la cura, identificando ésta
al psicoanálisis didáctico, implica que sea decidible, poco o mudw,
un objetivo parcial, terapGLJtico; e incluso que, para esto último,
sean pensables estrategias que Io · tengan en cuenta. Teniendo ( ! JI
cuenta, ciertamente, que esta orientación terapéutica no t il~Ht: ~m
IV
psicoanálisis el mismo . contenido q ue en otros lados. Evoque-
mos, por ejemplo, lo que podrfa tener que ser mantenido de un
síntoma cuando permite al sujeto domesticar allí su goce. Pero,
¿después de todo , no era esto lo que Freurl .Preconizaba cuando
desaconsejaba el idealismo a sus discípulos?
En lo que concierne al didáctico, la oposición con la IPA es
más tajante. La ensefianza de Lacan implica los siguientes puntos:
- si el final de la cunt es tan marcado por un paso, por una solución
de continuidad efectiva, nada asegura destl e el comienzo que ese
punto pueda ser alcanzado; dicho de otro modo, ninguna deman-
da de cura puede ser califica da de didáctica al comienzo;
- si no hay más que un final de la cura, exigible para cualquiera
que se dijera didáctica, ésta es también accesible para cualquier
otro;
- luego, la elección de ser analista puede plantearse en la cura
misma, independientemente de cualquier otro criterio social o
universitario.
Conocemos las consecuencias institucionales de estos aspectos
de la enseñanza de Lacan: caída. en desuso de la denominación de
analista "didacta", apertura a quienquiera de la enseñanza y for-
mación del psicoanalista, multiplicación del psicoanalista "profa-
no" (es decir no médico) ... Entendemos que esta cuestión del final
del análisis, ligada asi al didáctico, ha estado siempre en el centro
mismo de los conflictos que han opuesto a Lacan a los analistas
ortodoxos.
Vayamos ahora al nudo de la cuestión. Algunas palabras sobre el
punto al que llega Freud al final de su obra, que llamaremos el to- ·
pe freudiano.
A partir de 1920, Freud se dedica a resolver una serie de fenó-
menos que martifiestan la oposición del sujeto a la salida y a la ter-
minación de la cura . Puede ser la simple negativa del sujeto a de-
jar a su analista, o su partida precipitada antes de que hayan sido
resueltos los síntomas. Muchos términos freudianos designan
estos fenómenos: negativa a curarse, adherencia al síntoma,
reacción terapéutica negativa, masoquismo... La ihtroducció n de la
segunda tópica y de la pulsión de muerte se produce en parte para
explicar estructuralm ente estos fe nómenos. En 1937, con Análisis
terminable e interminable, Freud hace de la castración, de su acep-
tación o rechazo, el punto· último donde se juega en la práctica la
salida de la cura.
Es sabido que este punto es una roca contra la que Freud reco-
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noce que el analista fracasa a veces; o a menudo. En pocas pala-
bras, para el sujeto es preferible rcchazur la castración q ue abando-
nar su síntoma. Dos elementos convergen para esta e lección. Por
una parte, el sujeto se niega a abandonar a su analista, es decir que
mantiene en pie al sujeto supuesto al saber. Por o tra, se niega a
renunciar al síntoma porque para él representa un goce; por supues-
to paradoja! porque hay que ubicarlo del lado del masoquismo.
Nos encontramos en presencia de un proceso interminable
donde el llamado de la palabra, la asociación libre, es auto-mante-
nida. La paradoja es que la castración como tope es también una
ausencia de punto de detención para la me tonim ia significante.
No retomaremos la crítica a la posición fre.udiana. Digamos que
ésta depende del soporte que Frcud cncontrabu en el Nombn;-del-
Padre como agente exclusivo de la metáfora . Frcud reconoce,
por otra parte, ünplícitamcntc este punto observando que es
principalm ente al padre al que se dirige ese rechazo de la castra-
ción. Señalemos, sin embargo, que esta exclusividad sitúa al analis-
ta como pura función del signific ante.
Es sabido que, en el álgebra lacaniana, (- ..p) basta para escribir
la castración y el efecto sobre el sujeto - efecto de significación-
de la interven ción del Nombre-del-Padre.
Encontramos nuevamente aquí el problema de la dialéct ica del
d eseo, resultando este último. ta nto para Freud como para Lacan,
eJ motor _m ismo de la cura. Sólo qu e, allí donde Freud funda la
salida subjetiva del deseo -el (- ..p)- en la autoJidacl edípica y la
función significante del padre, Lacan propone tratar esta salida a
partir de la parte no significante del sujeto, el objet o a, que, si cau-
sa el deseo, lo hace en calidad de función de goce, es decir, una
función real.
Si la castración autoriza y legaliza el deseo, es a part ir del ínter-
dicto lanzado sobre el objeto primord ial, la madre ; a partir de aHí
todo objet o se presentará al ana!izante como u n señuelo sobre e]
fondo d e u na interdicción fundan te. Desde esta perspectiva el sín-
toma sólo sería una simple " trasgresión" de esta interdicción.
Ahora bien, es claro que el goce constituido por el síntoma
depende de un más allá de esta interdicción, la cual, por el contra-
rio, resulta muy conveniente a los retrocesos d el neurótico ante los
llamados de su deseo. El obsesivo lo ilustra perfectam ente.
Digámoslo, el deseo nacido de Ja castración, deseo legalizado
por el padre, es un d eseo idealizado - lo que Lacan evoca en d
Seminario XI en referencia a Kant- con el término de deseo puro.
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Un deseo siempre listo a denunciar su objeto como ílusorio. De-
seo sin duda exaltado, puesto que está sin cesar en pos de "otra
cosa", pero deseo que permite al sujeto ignorar dónde se funda su
causa, causa nada ilusoria sino que bien real. Deseo que pem1ite
mantener en el desconocimiento el goce -de hecho- asido en otra
parte, por ejemplo en el síntoma.
Podemos comprender así una concepción del final del análisis
que tuvo éxito a partir de los años 50 en la [p A. Si el analista encar-
na ese deseo de vuelta de todo, ese sujeto "amo de su deseo", el
impasse de la castración podrá encontrar una solución mediante la
identificación. Balint fue el primero que conceptualizó ese corto-
circuito imaginario, pero esta tesis es retomada hasta en Jos t extos
recientes de la IPA.
Es a esta cuestión, digámoslo francamente: técnica, que trata
de responder el objeto a. Ya no se trata tanto de tratar Lo imagina-
rio del objeto del deseo por lo simbólico, para lo que bastaría el
(- '1' ) , sino de tratar lo real del goce donde reside lo que Lacan lla-
ma la esencia del deseo. Todavía allí, el medio es lo simbólico,
pero su manejo será necesariamente modificado, así como la con-
cepción del analista en la transferencia.
En efecto, el objetivo de la cura, y por lo tanto la salida de la
transferencia, se reduce a desposeer al analista de su función signi-
ficante para reducirlo a una función de objeto.
Esta desposesión implica que el mismo se orienta por un má.s-allá
de la ley fálica que fracasa en resolver el síntoma. Notemos que
este desvío en relación a la ley es también lo que escribe S()/..); por
ejemplo que no hay Otro de la ley. Se encuentra así excluida toda
pretensión adaptativa del analista , dependiendo esta adaptación só-
lo de la elección del sujeto.
Sin embargo, en esta pretensión, todavía en uso en la IPA, está
el esbozo del punto que abordaremos ahora y que se llama: fantas-
ma. El error de los analistas de la IPA es concebir el fantasma co-
mo bloqueo imaginario de una realidad colectiva. Ahora bien, esta
realidad, excepto lQ colectivo, no es distinta de la realidad propia
del sujeto, que es precisamente el efecto imaginario del fantasma.
Pero este último hay que concebirlo sobre todo como lo que man-
tiene la conexión del sujeto con lo real, lo que es la particularidad
misma de un sujeto. Es por el fantasma que el sujeto funda su de-
seo, más allá de su dialéctica con el Otro.
Este más allá exige las siguientes observaciones. Por una parte,
el fantasma se plantea al inicio del análisis en disyunción respecto
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,aJ saber supuesto al Otro, por lo tanto la asociación libre no apun-
\ta "naturalmen te" a él como lo hace al síntoma. Por otra, e l
fantasma no depende, como tal, del levantamiento d e la represión.
Ahora bien, son estos dos elementos los que producen el materiaJ
lignifican te. Se plantea pues la cuest jón del abordaje y de la em er-
¡encia de1 fantasma.
La regla fundamental somete al analizante al sujeto supuesto al
saber. Paradojalmente, esto lleva a inventarlo dejando de lado pre-
cisamente lo que él ya sabe, es d ecir lo que depende del fantasma.
Así, es en los momentos de fra caso d el sujeto supuesto al saber
momentos de cierre del inconsciente cuando va a surgir el fantas-'
ma para sostener al analizante. Es un modo de "travesía" del fa n-
tasma, en el sentido en que este último atraviesa el campo del
lenguaje.
Sin embargo, ese ma terial compet e solamente al fantasma, no es
más que su sub-producto imaginario. Ese material s~ modifica en
función de las etapas de la cura y, precisamcn tt:, del punto donde
el sujeto supuesto al saber se encontró en falta. l'<Jr esto, sí el fan-
tasma n o se entrega gustosamente, se entrega más por formulaciones
sucesivas que provienen de una construcción. Esta construcción
no está tomada en el inconcien te, sino, de algún modo, añadida a
él, como lo que al inicio no le compete (para decirlo de otro modo
compete al Eso como distinto del inconciente). El axiom a del fa n-
tasma, que es su modo de existencia en el campo del lenguaje, se
encuentra, al inicio, en el silen cio de las pulsiones.
Se ve pues que la transferencia, y sobre todo su despliegue
cuando toma como objetivo el final de la cura, la transferencia
consiste en una puesta en tensión del sujeto su puesto al saber por
una parte, y del objeto pequeflo a por o tra. Pudiendo el primero
fun cionar como una resistencia al advenimiento del segundo, re-
sistencia pues inversa de la comúnmente llamada "de transfe-
rencia".
A lo largo de toda la cura, desde su inicio hasta su conclusión, !le
trata de este advenimien to, a la vez progresivo y repentino, a la vez
continuo y puntual.
Este advenimien to depende, en efecto, de la revelación obtenida
p or el anaJizante de que el sujeto supuesto al saber no es lo esen-
cial de su deseo, sino que, por el contrario, el saber enmascara su
esencia. Esto introduce una dificultad práctica, puesto que la inter-
pret ación, en tanto que depende del saber inconciente, tiene como
'2 3
primer efecto asegurar al sujeto SLlpuesto al saber por la significa-
ción que produce.
Sin embargo, es a medida que esta significación es producida,
pero mantenida como irrisoria que el sujeto puede ser remitido a la
"causa de su fantasma".
Se trata pues de evitar por el ·efecto de significación producido
por la interpretat:ión el confirmar la alíenació"n que esta significa-
ción implica. Y, por otra parte, desplazar, a partir de las modulacio-
nes de Jos enunciados fantasmáticos, la "seguridad" que el sujeto
adquiere allí.
Vemos por qué Lacan p uede decir que el término " liquidación"
de la transferencia es una denegación del deseo del analista.
La transferencia no tiene, en efecto, que ser liquidada, sino que
encontrar ~u solución: su "resolución". Esta resolución puede ser
enfocada desde tres puntos:
- el saber inconciente, el que "produce" el sujeto supuest o al
saber, no tiene valor como saber (con respecto a esto todos los sig-
nificantes S2 son equivalentes), sino como verdad. El saber incon-
cien te sólo está aHí para representar al sujeto. La significación que
el sujeto encuentra allí es siempre tributaria de un sentido que la
vuelve inactual en relación a la transferencia y que remite al sujeto
a su fanta sma;
- la causa del deseo puede ser alcanzada como saber, con la con~
dición de la destitución del sujeto supuesto al saber. Hemos visto
que, este último, permite al sujeto mantener aparte a su fantasma
en tanto que éste escapa al Otro. Pero es porque el analista encarna
también al objeto del fantasma que este último es introducido en
el campo del lenguaje. La transferencia, como amor de transferen-
cia, permita al ana lista constreñir al sujeto a poner en juego a su
fantasma, en tanto que este último "interpreta" el amor que rei-
vindica;
- la transferencia, pues, no se liquida sino que se transforma en
saber sobre el objeto que causa el deseo. Desde ese saber se produ-
ce el deseo del psicoanalista (para al analizante), como lazo del su-
jeto al objeto que lo ha subvertido durante toda la cura. En cier-
ta forma, la transferencia es mantenida, con la salvedad de que nin-
gú n analista puede ya encarnar su destinatario.
Vemos pues que la teoría del final de la cura es necesaria para
concebir la transferencia porque esta última sólo es tratable por el
analista en fu nción de la solución que puede dar a la cura: es decir,
24
a la función que le da al objeto a. Si el sujeto supuesto al saber
instala al analista y analizante en la lógica del significan te, la solu-
ción de est a relación residirá solam ente en la intervención de otra
lógica, la que Lacan llama lógica del fantasma.
26
BIBLIOGRAFIA
27
( 'OMO SE PSICOANALIZA HOY: EL ACTING-OUT
Jorge Chamorro
28
-cn~ncia que cs ·nccesario especificar. Se trata de lo que ha sídl)
.enominado "Pasaje al Acto".
· f:l trabajo de esta diferencias entre el Acting-Out y el Pasaje al
Aeto darán cuenta de dos estructuras diferentes que señalan dos
ftnomenologías singulares, y nos proponen perspectivas clínicas
ltlstintas.
En pr.imer lugar en la relación alienante entre el hombre y el sig-
aificante, aparecen ambas, como alternativas del Acto, cuya es-
tJ1,1ctura simbólica deja a la acción motriz un lugar en el mejor de
los casos subordinado.
El Acting-Out, en su propuesta conducta!, sostenida, provoca-
tiva, que Daniel Lagache definió como "Parada", entra en el regis-
tro de una actuacjón teatral que busca en su público una respues-
ta. La calidad de esta respuesta, en este caso del analista, estará
complicada por la demanda aJlí en juego, que justamente es la de
que aquél que ocupa el lugar del Otro, interprete, es decir, atienda
al deseo. Esta formulación indica ya, una manera de pensar el Ac-
ting-Out. Será ésta una respuesta específica a la forma en que el
psicoanalista ocupa su lugar. En vez de sostener su acto analítico,
produce un desplazamiento que lo lleva a inscribirse en una dimen-
sión diferente.
Si localizamps, entonces, como dcsencadenante del Acting~Out
del sujeto en análisis, a una forma csp_c cífica de intervención del
analista, se hace necesario .d.ifcren~.llirla de "La Interpretación••,
que es el efecto d el lugar, que Ta estruc tura del acto analítico deja
para el psicoanalista.
Este lugar que sabemos está señalado por una función descante,
abre dos registros que son: el de la realidad y el del deseo.
¿Qué es entonces lo que queda destituido, en este tipo de inter-
vención, llámese opinión, consejo, etc., cuya respuesta posible
en.c ontraremos en el Acting-Out? Esta respuesta que tiene una fl~
nomenología diversa a otros campos de la acción, y qu e se carade-
riza por su sostenimiento, por su estructura de escena, q ut~ la d il'e-
rencia del Pasaje al Acto, que tiene en cambio, la velocidad y la
drasticidad que nos enseña ejemp]armente, el suicidio lid melancó-
lico.
Para captar entonces, lo que se destituyr, \~:; llt~ccsario puntuali-
zar aquello que hace a la estructu ra misma dd A~~to analítico. E~
tructura de discurso, en el cual el que ocupad lu¡!:ar dd agente, es
decir, el psicoanalista, muy tejos de sosle11er la dim~nsión de la rea-
29
lidad, sostiene en t odo caso, una dimensión de lo real que Lacan
llamó objeto "a", c uya preservación como causa es la que nos abre
Las puestas de acceso al deseo.
Cuando esto no ocurre , esta dimensión real del deseo será soste-
nida de diversas fo rmas, una de ellas es la qu e llamamos Acting-
Out, otra será el Pasaje al Acto.
En el Acting-Out, la acción, la acción motriz, será la que traz.a,
recorta , enmarca la escena, en el registro no d e la repetición, sino
de la reproducción.
La repetición, íntimamente ligada al registro simbólico, subordi-
na a su estructuración significante toda acción motriz, o sea insti-
tuye en el Acto un ordenamie nto donde el sujeto queda colocado
en una poskión difenmte con respecto al objeto "a" y al sign ificant~.:: .
La dim ensión de transgresión, qu e el Out subraya en e l Acting,
nos interroga sobre la regulación de la que el Acting es el Out.
Allí encontramos dos caminos para p ensar e l concepto de Ac-
ting-O ut: 1) Uno a partir del llamado " En cuadre Psicoanalítico", y
el otro 2) a partir de lo que llamamos posición del analista.
E n la primera d e las variantes, al ubicarse el encuadre en el lugar
de los principios psicoanalít icos, r ecordamos la reflexión sostenida
por Jol.'é Ulegcr, con el nomhrc c..Je Psicoaná}jsjs del Encuadr e, lleva-
do hasta cierto 1ínütc, qu e cr<J e l e ncuadre mismo.
Si abrimos entonces una brecha seguramente fértil entre em:ua-
dre y psicoanálisis, el psicoanálisis del encuadre será dentro •kl
psicoanálisis.
El encuadre dibuja con claridad, el Actjng, lo recor ta sobre un
fondo, en e l que tendrá una figura d efinida y que hará posjblc cla-
sificar Act ings, q ue revele n su transgresión al en cuadre. Se subraya
así una oposición Acting-Encuadrc.
Alrededor de] segundo punto es Lacan quien desarrolla en el
humano parlan te la dialéctica del suje to y e l Otro, que no es ajena
a la del Acto analítico, apelará no al en cuadre para pensar el Ac-
ting-Out sino al lugar del Otro.
En este sentido debemos a firm ar 'que el Acting es la respuesta a
,:-:. una posición c~p~.·dfic.<s del a nalista respecto de ese lugar.
De esta dial él:lic:l l~ nl re d sujeto y el Otro, lugar de la pala bra,
sabemos, hay 1111 rL'Slo, r.an!o ti pasaje al Acto como el Acting son
formas disting.u ibles de. tral:.tr <t L:SC objeto.
Por la vía de sentirse. " 1\wr••", e xcluido, el sujeto en eJ Pasaje al
Acto, se encuentra <.:on su objeto en una articu lación que no es la
30
~~~l t~fl(¡l~ lliil -.11111 ljllt' Sl" id cu l rlic:tt'll rllnll a :ths oh t( :l t't •IJ .-( t d •jd ll
"t'1; Ji.&hl hft<tlttf ll':u·tú u a l objl"!o rw:-.accn ;a en cl lcxlo dt•
l · n· ud , il
111 (ornin d t' Jtkn l ll.iradún que se sustituye a la pérdida del ohw
ti ~ l! il l !lut qut· v.s b nwbncolía. Esta rnos aquí l!H c ll írnill' tkll':t
IIJ.~ . Hl Adu , qUL: ocurrir<i efectivamen te en el melancó lico ~.~ ,, 1'1
tlflr ltliu.
lin una p:llahra d Pa saje al Acto es el momento suicida deluH~··
hltwt.•ltm.
llu t•sl:t iden t il'it:ación del sujeto con el objeto, que se p roduce
IJt gj Pasait· a l Acto, sigue el suje to al r ecorrido que el o bjeto rcali-
JA en la t:unstitu ción misma d el ser lturnano, pero c:o n la diferencia
qu ~ t'l sujL: to "se va" con el obj e to, o sea queda fu era. Está, pode-
f'tlll 8 d n :ir, excluido, ya no "se siente" excluido sino que lo está, se
~~ l'!llyt· l'll la acción con lodo su t:Uerpo.
Lu s~~~rcgación, ya no será un mecanismo in tersubjet iva , sino
Ultfl sa lid~• súbita hacia el mundo r~<ll.
Todo lo antedicho es una fo rma pa rticu lar de tn tt"ar la c¡¡stra-
\iiúrt.
Al sujetQ.D..O_J¡;:.falta um~ parle, sino q ue é l m ism o es la parte fal-
liUÚ \··. 1ÚÍ el suicidio melancó lico ~s pensabk com o un último
ink nto de reconexión, de reinstalar la cstmch1ra de una d ialéct ica
liha linal, para prod ucir ese resto no especularizablc.
Pero el costo aquí es alto, en esa búsqueda por producir el r esto,
~~~· termina siéndolo. El sujeto"se cae" <.k su p ropia imagen consti-
llll iva, y se dirige a lo real siguiendo la trayec toria de ese objeto
llamado "a".
Ese momento de identificación al obje to, es e l lím.ik que Frcud
traza entre el duelo y la melancolía , momento de pasaje de la pér-
d ida d e objeto a la pérdida del Yo. Momento que desde la consti-
lución de todo sujeto humano, cuyo compromiso con e l otro sabe-
lll OS ineludible, abrirá para el Pasaje a l Acto, la opción ofrecida al
melancólico entre su p ropia imagen especular y e l r esto no especu-
l;trizable que llamam os "a". Se sostil:me ele la prim~ra o "s~ cal:!" con
L"l segundo.
La perspectiva se ve entonces, a ll í donde e l Acti.ng-Out monta
u na escena, apela a una respuesta, propone digamos un encuadre
difer ente, el Pasaje al Acto, desm onta, sale de la escena hacia el
mundo.
En conclusión: En el "ACTO" es necesar io indicar su c·upacidad
de engendramie nto de lo real como r esto, y el efecto de colocar al
31
iill.ic..~ to
en su lugar, que es el de ser representando por u:n signifi-
t.:ante para otro significante.
En el "PASAJE AL ACTO" , el sujeto se hace resto, identificán-
d o s~ con el objt:!to. Mientras que en el A CTJNG-OUT, laconsistencia
escénica se orienta a la búsqueda de producir una ruptura en la to-
talidad que lo genera, representada no p or una interpretación par-
cial, sino por lo absolu to que un discurso amo representa.
Qué hacer entonces frente a estas tres variantes de la accíón hu-
mana, que como se ve parecen pertenecer a esas tres dimensiones,
en que pensamos el psicoanálisis y que son: lo real, lo imaginario y
lo simbólico.
El Acto regula el hacer, implica esta regulación. No así sus dos
alternativas donde el hacer aparece como forma no regu lada, que
busca en el Acto su límite, en ritmos que son distintos.
Con todo Jo an terior hemos realizado un deslizamiento : desde
aquello que en 19 14, Freud planteaba como una sustitución del re-
cuerdo por la acción.
El deslizamiento operado es del recuerdo al significante. La ac-
ción afrrma una relación especifica al significante, y no una resis-
tencia al recordar.
Se trata entonces, del desarrollo de l~s estrategias del sujeto con
el significante.
Es en este ·sentido, en que hay que pensar tanto el " Out" como
el " In" del Acting- No se trata ya de afuera o dentro de un con-
sultorio, adentro o fu era del encuadre, sino de una relación de ex-
terioridad al signifícant~ que llamamos real (Pasaje al Acto); o
bien de in terioridad al signo (Acting-Out), sino de una producción
del significante corno tal que es el que repre~enta al suj eto (ACTO).
En este senii:ao es necesario hacer una d"l.ferencia entre aquel
dicho: "El que lo dice no lo hace", que no distingue ni formas de
hacer, ni de decir, afrrmando, que no todo decir regula el hacer,
sino en todo caso, el Decir del Acto.
32
BIBLIOGRAFlA
~~~.
;lo~ : Sim biosis y Ambigüedad, Paidós, 1967.
33
EL ACTING-OUT EN LA CURA PSICOANALITICA
Gerardo L. L. Maeso
34
recortar y revalidar los elemen tos del contrato trente a las altera·
~iones que el devenir del proceso analítico suscita.
A la luz de estas concepciones surgía el acting-out como uno de
los principales obstáculos haciéndose necesario sostener un campo
_de invariantes para dar una adecuada dirección a la cura.
En una supervisión se consideró la dificultad que se creó con un
_paciente de profesión ingeniero que inició un psicoanálisis a raíz
de trastornos en sus relaciones familiares y laborales_ Sujeto a una
aran angustia y a una extrema escrupulosidad ligada a un anhelo
perfeccionista, creaba continuos enfrentamientos con su mujer y
JIJ.S empleados. Acordó después de varias entrevistas con todas las
·convenciones que se le presentaron bajo la forma de "contrato",
·afirmando que le placía esa forma de reglar la relación ya que sin
método le sería imposible encarar sus problemas que arrancaban
d.e su infancia. Recordó desde sus primeras sesiones los padeci-
mientos ocasionados por tres intervenciones quirúrgicas ocurridas:
la primera a los tres años para extirpar sus amígdalas y las otras a
los ocho y nueve años para reducir una hernia inguinal bilateral.
No dejaba de inculpar al padre a quien revestía con un carácter au-
toritario ya que jamás le proporcionó explicación alguna de los
actos a los que fue sometido. Transcurridos cuatro meses de análi-
sis en franca colaboración con su analista relató que había comen-
zado a sentir una intensa incomodidad al ser mirado por hombres
cuando detenía su automóvil en los semáforos. El tiempo de espe-
ra se tornaba intolerable y en ocasiones tuvo que violar la luz de
paso. Al observar la naturaleza homosexual del problema su analis-
ta enlazó su malestar al lugar pasivo ocupado en la infancia ante las
arbitrariedades paternas. Esta intervención provocó un asombro
desusual y a partir de entonces comenzó a faltar a su análisis, ce-
sando prácticamente de asociar, convirtiendo a sus sesiones en rela-
tos trivi...'lles de la vida cotidiana. Decidió finalmente adelantar sus
vacaciones y en franco desafío comentó que no pagaría las ausen-
cias que correspondiesen a su período de descanso. Su analista ex-
plicaba entonces que este desequilibrio se debía al tema que llamó
su atención y recalcaba la necesidad de mantener lo convenido ya
qut! ésto no era arbitrario y permit ía resguardar d análisis. Su pro-
puesta producía un efecto inverso al que deseaba lograr y no pudo
~vitar una amenaza velada afirmando no sin ironía que continuaría
su análisis ·si no se accidentaba. A comienzos de marzo llamó para
comunicar que por una imprudencia estrelló su coche en una zona
montañosa resu1tando con heridas de consideración. Agregaba
35
qu~ a raíz de t:!llas debía interrumpir su análisis por dos meses re-
sultándole imposible pagar la deuda contraída durante su ausencia
p or carecer de recursos. Po co tiempo después enviaba a dos de sus
amigos a consulta ya que consideraba a su analista un buen profe-
sional.
La pregunta que surgía es cómo se analizó este acting-out ya
que no podía inferirse fácilmente algún importante desaderto.
Sin embargo, podemos observar que la puntuación del analista
lejos de abrir el enigma de la sexualidad afirmó el sentido de ésta
convirtiendo la intervención en un juicio de valor que colocó al
analizantc fuera del análisis. Ya en el marco del acting-out se pro-
duce una apelación a la conciencia, a salvo del conflicto, para res-
guardar ciertas constantes a través de las cuales se reencauzaría el
tratamiento.
Este modo de proceder no sólo es resultante de la influencia de
la corriente psicoanalítica antes mencionada sino que revela la inci-
dencia de los "Trabajos sobre la Técnica Psicoanalítica", cuando
con una formación restringida se pretenden resolver los interrogan-
tes de un análisis a través de la estandarización de la práctica. Es
esta práctica la que se verá afectada po.r el acting-out, en tanto éste
se constituye en verdadero obstáculo para la consecución de la cu-
ra, .o bstáculo que Freud reconoció tempranamente en el caso Do-
ra, cuando ésta interrumpió el análisis.
Un modo distinto de conceptualización surgirá a partir de la
práctica de Lacan quien desconociendo los límites impuestos por
la ritualización de la experiencia dará origen a una enseñanza por
la cual será excomulgado de la Asociación Psicoanalítica Interna-
cional.
En las primeras é.p.ncas Lacan entiende al acting-out como equi-
valfmte de un fenómeno alucinatorio de tipo delirante l~gado a la
intervención del analista1 cuando éste SiJ:!l boliz~ prematuramente o ..
toma parte en el orden de la realidad. Agregaba Lacan que esta res-
puesta provocativa y demostrativa del analizante era consecuencia
de una in tervención hecha fuera del re~tro simbólico.
Se preparaba así el paso posterior de su concepción que amplió
la extensión de la noción de acting pensado entonces como llama-
do al otro en demanda de interpretación,. repres.entando a la trans-
ferencia salvaje. Si no hay necesidad de análisis para que haya
transferenda, será. posible extender esta noción, la de acting-out, a
Ja aventura que la homosexual femenina descripta por Freud tuvo
con su amada.
36
Sabemos que Lacan describió dos operaciones en la constitución
del sujeto, Ja alienación .Y la separación. La primera de ellas com-
porta una elección ob_ljgªda, la que permitirá la realización del su-
Jeto, su aphanisis, a condición de que aquél encuentre su sentido
·en el campo del Otro. La operación ele separación en cambio, da
lugar a la aparición del sujeto ante la cárericia en el Otro, carencia
que hace evidente la estru ctura misma del significant e y. q_l!e el su-
J~to aprehende como deseo del Otro en las fallas de su discurso.
Esta falta que lo devuelve al primer momento, el de su aphanisis,
constituye la fase de salida ele l a transferencia.
En un intento de a1rancar a la angustia su certeza el sujeto se
precipitará en ese falso acto llamado actlng-out. .Tratando de halJar
en el ser su sentido se convertirá en_puro signo d e una falta. Oe ahí
que Lacan reconozca como dominante la dimensión imaginaría y
plantee por ese camino llevar al sujeto a la identificación , no con el
analista , sino con la imagen que es reflejo de su yo ideal en el Otro.
Otra forma de liberarse del efecto aphanísico consitirá en recu-
brir la falta, alienándose en Jos discursos que Lacan recortó como
histérico, universitario o amo en los que se sostiene la proporción
sexual.
Cuando el síntoma, en el secreto d e su cifra, se convierte en una
interrogación sobre el saber que enferma, se instaura la demanda
de una cura.
El psicoanálisis p ropone un tratamiento, la elección del no pien-
so que Freud formulará como regla de libre asociación, verdadera
vía de alienación en la medida en que el suje to se ausenta situándo-
se en la posición de ser hablado.
En su seminario "El acto psicoanalítico" Lacan dirá que ést e
consistirá en soportar la transferencia la que sería pura y simple
obscenidad si no se la devuelve a su verdadero nudo en la función
de sujeto supuesto saber. Al autorizar el acto psicoanalítico el ana-
lista que sabe que no es él el sujeto supuesto saber, será alcanzado
por el des-ser que sufre dicho sujeto dando cuerpo a Jo que éste de-
viene como ser inesencial o sea objeto de "a" pequeño. Sopor tar la
transferencia implica poder sostener la dimen sión significante para
que el sujeto se pueda realizar como tal en la castración en tanto
que falta al goce de la unión sexual.
El acting-out no es pues la resolución de la inhibición ya que en
ésta se expresa la eficacia de lo simbólico.
:n
BIBLlOGRAFIA
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Zac, J ., Construcciones sobre el acting out y aspectos técnico~ úe su trotamicllto. Buenos
Aires, Revista de Psicoanálisi~. vol. XXVII, 2, 1970.
38
COMO SE PSICOANALIZA HOY: SOBRE EL ACTING-OUT
Osear Sawicke
43
INTERPRETACION *
Benjamín Domb
Marta Susana Ferreyra
Gabriel Lombardi
Cristina Marrone
Isidoro Vegh
El término vago de analizar viene
a suplir dema.~iado n menudo a la
fluctuación que retiene ante aquel
de interpretar, por la falta de su
puesta al día .
. . . el analista ahí se sustrae a con-
siderar la acción que le concierne
en la prodllcción de La verdad.
Jacques La can, 1953-1955.
Pero con la ayuda de esto que se
Llama cscrltlUa poética Uds. pue-
den tener la dimensión de lo que
podría ser la interpretación analí-
tica.
Jacqucs Lacrut, 1977.
PUNTUACIONES
Puntuaciones de una enseñanza, ex-ponen al comienzo lo que el
título anticipa: que Ja diferencia de los tiempos se subraye no exi-
me la dialéctica que las conjuga en la palabra del maestro.
También en la ocasión que nos reúne, en extremo de una histo-
ria que responde a otra: hubo analistas (es un pasado que persiste)
que hicieron "progresos"; de un precio que rescató la respuesta
que incitaron: la obra de Lacan, contrapunto reclamado por un re-
torno a Freud.
Recortado por los avatares del Yo - entendido muy parcialmen-
te, tanto como el objeto de su relación- quedó a la arqueología
curiosa de los orígenes, la~ múltiples variaciones de una eficacia
que mereció mayúscula: el [nconciente.
·* Este trabajo fue propuesto por la Comisión Organizadora del Tercer Encuentro a
Benjam{n Domb e Isidoro Vegh, quienes hicieron extensiva la invitación a los miembros
de la Escuela Freudiana de Buenos Aires que estuvieron interesados en el tema.
Firman este ~s~rito quienes participaron en su elaboración.
44
Instancia de Ja letra que el Maestro subrayó no era significante
( 1), ¿por qué igualarla al lugar que las suficiencias le reservan?
Tres tiempos, dijo Lacan, fueron de su enseñanza, acentuaciones
que sucedieron en orden inverso de la herejía: R.S.I.: E!Ja es el
.nudo, borromeo, de estru ctu ra. Sacralización de cada tiempo, en
eambio, disyunción de cuerdas que giran en redondo, recuerdan
que es ilusión de porvenir la creencia en progreso de la religión.
Herejía del nudo, la estructura que las reúne se yergue en el estilo
que conviene: irreverente, salvo a la letra que aún nos guía - Y ella
dice y repíte, hasta el cansancio, prueba que persevera, q ue si una
cuerda se corta, también se separan las otras en inútil discordia (a).
Interpretación, crítica, de otras; razón, también, de lo que sigue
responde a la demanda por " un trabajo, como ya he dicho que, en
el campo por· Freud abierto, restaura e1 surco tajante de su ventad,
y recondu c~ a la praxis original por él instituida con el nombre de
psicoanálisis al deber que en nuestro mundo le con esponde · ·Y
que mediante una crítica asidua, denuncia las desviaciones y com-
promisos que amortajan su progreso, degradando su empleo" (3).
INTERPRETACION Y SINTOMA
Del Otro, al analista llega la demanda que decide su respuesta.
En la é tica que le conviene, la pregunta primera, de su o bj l'.to hace
Jugar. Objeto del análisis, el lugar del analista no lo igual a: el In-
concien te es Ja Cosa Freudiana y el objeto a el del agen te que lo in-
cita.
Comienzo por la estructura, acerca a la cien tificidad una refle-
xión que elige su incidencia por aquella a la que apunta. Ella es en
nudo expuesta y de allí dirige.
¿Ho y como ay er? Dirección de la cura, la flecha ind ica ba una
política . Del síntoma ( 4) que en "Momento de concluir" (5) no
fu e, en fin, su supresión.
(a) "Es de lo que de lo simbÓlico se enuncia como imposible <!Ue surge. lo real" (2).
No cualquier cosa puede ser d icha, por quién asocia o interpreta.
Afirmación que otorga Jugar a lo que no puede ser dicho y de ahí a aquello q ue Jll·n···
sariamente se dice.
Relación que se in vierte: porque algo sea dicho determin3 que no es cualquiera. •p•r
ct inconsciente dice Jo necesario y delimita lo que no puede decirse.
¿Entonces? Efecto -de sentido-- en el medio, la serie situaba
que un síntoma se extingue por una interpretación justa que hace
de la verdad poesía (6).
Si el síntoma se apaga, y la supresión no es el fin, es que otro
síntoma se anuda allí donde el primero no cesaba de escribirse.
Estabilidad de la estructura, la cura no lo suprime, tal vez, por-
que él es remedio. En J oyce se lee en paradigma: al punto que lle-
ga a escribirse: el síntoma, lo simbólico, y lo im aginario (7). Reme-
dio a la falla del Otro, es de lo real, sentido en lo real.
¿No fue acaso propuesta?: por un significante nuevo, por un
efecto de sentido en lo real (8).
S 1 , significante del sin-sentido, en lo real que al sentido excluye,
allí donde fija el lugar de su retorno, por lo mismo, la estructura
anuda.
Agente de la castración, el padre real se escribe -ya que no pro-
nunciable- S 1 , en el corazón de la enunciación lacaniana: "S 1 , el
significante amo, emitiéndose hacía los medíos del goce (S 2 ), no
solamente induce, sino que determina la castración"(9). Y aún: "La
función del padre es tan esencial al discurso analítico, que se pue-
de decir que es su producto. . . El significante amo del discurso
analítico es hasta ahora, el nombre del padre ... El padre es un tér-
mino de la interpretación analítica" ( 10).
La interpretación, la poiesis de un significante nuevo, S1 , nom-
bre impronunciable del padre, -retroactivamente repetitivo, ac-
tualmente no enunciable, prospectivamente asimilable al cuerpo
del saber "urverdrangt", S2 - implica al sujeto en el momento del
goce t raumático, destituyéndolo del confort del fantasma. Es el
corte que produce el pasaje del discurso amo, discurso del incon-
ciente, a su revés, el analítico ( 11 ).
Es un significante en más para la cadena que actualiza en la sin-
cronía lo que de la cadena es defecto; revela del objeto su ausen-
cia.
En 1964 el efecto liberador de la interpretación es adjudicado al
S 1 significante que mata todos los sentidos; en 1975 su alcance es
,
situado más allá: "El efecto de sentido que sUija del decir del ana-
lista no es imaginario, no es tampoco simbólico; debe ser real" (12).
(a) "La interpretación para descifrar la diacronía de las repet iciones inconscientes debe
introducir en la sincronía de los significantes que allí se componen, algo que bruscamen-
te hag.1 posible su traducción. Lo q ue permite la función del Otro... ya que es a propósito
de él como aparece su elemento faltan te" (22). ,
(b} T'~rticipa de la cscrítma; del habla del analizan te, equivoca la ortografía. Su decir
dectdc (23). Lejos de promoverla , 1~ in tcrprctación produce un capitonado retroactivo de
la deriya signifkautc. Aunque a posccriori la copulación con el saber reduzca al S 1 al
parloteo monóto no, improbablemente divertido, que parasi túa al sujeto en el placer
dudoso de su principio.
(e) Que la intcrprctaciún es de la castración es aforismo conocido. De la escansión, que
propicie el avance en la regresión no se iguala al corte que separa: que lo cumpla consa-
grará acto su eficacia.
Impronunciable, el significante amo del discurso analÍtico justifica que una escansión
tenga efecto de in tcrpretadón. La palabra plena·-plena de sentido, S 2 en el lugar de la
verdad (24 )- es distinta al S l.
La escansión puntúa la separación entre S2 y S 1 • Lacan la llamó S(~) - léase signifi·
cau te del Otro dividido (25).
48
INTER.PRETACION Y TRANSFERENCIA
Lo imposible causa del decir, es posible anudarlo por lo neccsa~
:tiP que se dice.
f•:n el dicho que cerrándose en un doble bucle logra el corte, de-
jt cn~r su causa.
- La interpretación produce el corte que instituye al sujeto, apun-
tA 11 la causa y d esde su lugar, propiedad que .la distingue del decir
anulizante.
Interpretación en psicoanálisis, se produce en t ran sferencia,
p\Jt)sta en acto de la realidad del inconcicnte.
A partir del dicho prim ero el analizante que formula su deman-
da novedad q ue el psicoanálisis revela : por un saber no sabido qLie
aún cx-siste en su decir- inaugura la transferencia.
"Un decir se específica allí por la demanda, cuyo estatuto lógi-
ClO es del ord en de lo modal, y que la gramática lo certifica."
"Un otro decir, está a llí privilegiado: es la interpretación, la que
no es modal sino apofántica... ella es particular, por interesar al
•ujcto de los dichos particulares, los cuales son notados (asocia-
tlón libre) de los dichos modales (demanda entre otros)" (27).
Es del dec.ir que el dicho toma su sentido; decir ex-sistente al di-
cho, se constituye cuando éste concluye; e l decir del analizantc
¡il't~cipita un corte que no separa: transferencia que así se hace prc-
st•nte.
No separación del sujeto y el objeto qLte lo causa, del significan-
tt: y el saber inconcicnte, se escribe discurso histérico: la impoten-
cia será marca en el orillo de este discurso que abre al acto la reghl
fundam ental.
lndeterminando al sujeto, implica al analista en su doble vertien-
lt:: de saber supuesto y de agente, semblant de a, objeto causa del
tkseo. Desde aquí, de la repetición indl'finidamente enumerable de
In demanda, produce el decir de la interpretación.
CORTE Y SEPARACION
El analizante no termina sino al hacer del objeto a el representa-
k de la representación de su analista (28).
Por lo que del dicho cae resuelve el transfinito impar de la de-
manda con el doble giro de la interpretación; tomado como punto
49
de partida el decir ol~ida.do detrás del dícho deJ analizante, realiza
lo apofántico, p roduce el c0rte que separa y escribe:
a imposible
INTERVENCION: EN LO REAL
Que el sujeto no advenga -malestar en la culturct- , ~ el ~uperyó
hará su vuelta, que en extremo será voz en lo real: Dios deSchreber,
él sí tiene relación sexual (30). Allí, si un acto es posible, por otro
lado se accede: intervención en lo real, el nudo anudado de otro
modo, pide también otro corte.
¿Y en la neurosis?. ¿Qué es la observqción lacaniana según la
cual " una vacilación calculada de la "neutralidad" del analista,
puede valer para una histérica más que todas las interpretacio-
nes" (3 1), o la construcción freudiana en el hombre d e los lo-
bos (32) (que leemos como mito instituyente, verdad en lo real)?
Intervención en lo real, se reclama allí donde la represión o el
significa n te (equivalen) faltan ; extremo también de la represión
primaria - Urverdrangung-, el agujero de lo simbólíco es, también,
falta real del Otro que la haría tiempo inevitable de todo análisis
llevado a sus extremos: cuando el analista soporta el horror de
su acto en la caíd.a que concluye.
50
NOTAS
.. L.acan, J., Seminario D·'zm discours qui ne serait pas du semblant, clase del 12-5-71.
1
lf}
tacan, J., Seminario L'enversde la psycllanalyse, clase dellS-3-70.
Lacan, J., Lettre de dissolution, Ornicar'? 20/21, (ed. Lyse, París, 1980), pát;. 9.
Lacan, J., La direction de la cure et les princípes de son pouvoir. Écrits, (cd. du
Seuil, París, 1966), pág. 589.
Seminario R.S.l., clase del 18-2-75, publicada en Ornicar'? 4, (cd. Le Graphe,
Pa!B, 197l),pág. 105.
{1) Lacan, J., Seminario Le moment de conclure. Clases del 13-12-77 y 10-1-78.
a
Ce> Lacan, J., Seminario L'insu quí sait de /'une- bévue s'aile mourre, clase dcl194-77,
publicada en Ornicar? 17/18, (cd. Lyse, Paiis, 1979), pág. 16.
·('1) Lacan, J., Seminario Le Sinthome, clase del 11-.5-76, publicada en Ornicar? 11, {ed.
Lysc, París, 1977), pág. 8.
;.(1) Lacan, J., Seminario L'insu... , clase del l 7-5-77, publicada en Ornicar? 17/18, (ed.
Lysc, París, 1979), pág. 21.
Seminario R.S./., clase del 11-2-75, publicada en Ornicar? 4, (ed. Le Graphe,
Paris, 1975), pág. 96.
(9) Lacan, J ., Seminario L 'enverse... , c lase del 1&-2-70.
(10) lacan, J., Seminario D'un discours... , clase de116-{)-7 l.
(11) Lacan, J., Radiophonie; Scilicet 2/3, (ed. du Scuil, Paris, 1973), págs. 70-7 1.
(12) Lacan, J ., Seminario R.S.l., clase del 11 -2-75, publicada en Ornicar'? 4 (ed. LeGra-
phe, Pari~. 197 5), pág. 96.
(13) Lacan, J., L 'Etourdit; Scilicet 4, (ed. du Seui!, Paris, 1973), pág. 4849.
(14) lacan, J., lA direction de la cure... (:crits, (ed. du Seuil, l'arís, 1966), pág. 593.
(15) Lacan, J., L'Etourdit, Scilicet 4, (cd. du Scuil, París, 1973), pág. 25.
(16) Lacan, J., Scmillario Le moment.. . clase del J0-1-78.
(17) Lacan, J., Proposition du 9 octobre 1967 sur le psychanalyste de /'Eco/e; Scilicet 1,
(ed. du Seuil, París, 1968), pág. 23.
(18) lacan, J., L'Etourdit, Scilicet 4, (ed. du Swil, París, 1973), pág. 9.
(19) Lacan, J., Seminario Encare, (cd. du Seuil, Paris, 1975), pág. 21.
(20) Lacan, J., Seminario Le momento ... , clase dcll0-1-78.
(21) Lacan, J., Propositi011... ; Scilicct 1, (cd . du Scuil, Paris, 1968), pág. 25.
(22) Lacan, J., Seminario Les non dupes errent, clase de111·6-74.
(23) Lacan, J., Seminario Le moment... , clase del 20-1 2-77.
(24) Lacan, J., Seminario L'insu ... , clase del 15-3-77, publicada en Ornicar? 17/18,
(ed. Lyse, París, 1979), pág. 11.
(25) Lacan, J., Seminario L 'insu ... , clase del 10-5-77, publicada en Ornicar? 17/18,
. (ed. Lyse, Paris, 1979), pág. 19.
(26) Lacan, J., Les quarres concepts fondamentaux de la psychanalyse, (cd. du SeuiJ,
París, 1973), pág. 226.
(27) Lacan, J., L'Etourdit, Scilicet 4, (ed. du Seuil, Paris, 1973), pág. 30.
(28) Lacan, J., L'Etourdit, Scilicet 4, (ed. du Seuíl, 1973), pág. 44.
(29) Lacan, J., L'Etourdit, Scilicct 4, (ed. du Seuil, París, 1973), pág. 45.
51
(30) Lacan, J., Seminario S.R.l., clase del 11-3-75, publicada en Ornicar? 5 (ed. Le
Graphe, Paris, 1975/76), pág. 25.
(31) Lacan, J., Subversión du sujet et dialectique du désir, Ecrits, (ed. du Scuíl, Paris,
1966), pág. 824.
(32) Freud, S., Aus der Geschichte einer in[antilen Neurose, Gesammelte Weike 12 (ed.
lmago Publish:ing Co., Lond., 1940-52), pág. 29 ss.
52
"CIERTAS CONCEPCIONES DE LA CURA"
Zulema Lagrotta
53
scccionable, Se presenta la cromca de un análisis. Está escrito
-no sin cierta candidez- con un cierto tono confesional; parece
por momentos "el diario de un analista" atravesa(n)do en y por
situaciones cruciales en las que tan tas veces tiene que ver como
gestor, a veces cercano al reconocimien t o de ello, pero sin recursos
para "inter venir" respecto de sí mismo, estéril casi siempre en la
posibilidad de auto-referir el cucstionamiento. Y aunque sus res-
puestas no se orienten sino hacia lo p re-concebido - del saber y la
verdad- sin embargo én el trayecto se deja rozar por la pregunta:
"¿y y o f.]ué tengo q ue ver con esto?", pero la respuesta está allí
"pret a porter", inherente al reino de la contratransferencia, por
ejemplo, rectora indiscutible del éxito de un análisis.
En la introducción e] autor enuncia cumplir en su trabajo con
dos objetivos: "1) realizar una crónica de un tratamiento psico-
analítico y 2) subrayar los planos transfer encialcs-contratransferen-
cialcs que hacen del análisis una psicología bip er~ona l " ... "De este
modo procuro ensayar una técnica d e com unicació n p sicoanal i~
tica que logre incluir dentro del campo visual y afectivo d el lec-
tor al par analista-paciente (generalmente el primero es u n ser
eclipsado en los r elatos) ... "
Esto es parcialmente, fe noménicamente cierto, pues cuando Jos
analista s hablan (sea lo que fuere) desde la contratran sferencia,
aunque no lo sepan, no hacen más que hablar de sí mismos; hablan
de su deseo, claro, para el que pueda leer psicoan alíticamente des-
de otro lugar. Es lo que inten taré recortar aquí, fundamentalmente
la "presencia personal del analista", diría, en exceso, pero especial-
mente por el uso particular que se hace de ella, se la instrumenta,
en tanto eje que rige el montaje privilegiado y alternante d e tres
de los cuatro discursos -de la Universidad; de la Histérica; del
Amo-,
Inaugura su relato con una contradicción conceptual, diría,
mo rtal para el Psicoanálisis: si el Psicoanálisis es una "psicología
bípersonal" (por la instrumentación de la contratransferencia)
pues no hay análisis. Nos anuncia lo que será en esencia ese trata-
miento: una relación dual, sostenida en el plano puramente una-
ginario ; dos que entablan un "diálogo", una r elación interpersonal
y simétrica, efectivamente sostenida en el campo de la. mirada,
en la que la brújula de lo afectivo dirige el Norte de toda interven-
ción. Lo que desea suscitar en el lector es lo mismo que se in stitu-
ye como principio d e la acción analítica: el afecto , las sensacion es,
intuiciones... un impulso ...
54
Es la crónica de cuatro años de tratamiento. Al cabo de los cua-
les el paciente aún no usa el diván, pues dejó de hacerlo a poco de
Iniciar porque "se sentía mal" .. . "Está de perfil (respecto de mí).
El mira la ventana, yo a él. En el curso del diálogo con sólo girar la
cabeza me mira de frente" ... El analis ta dice: "gran número de es-
fuerzos m íos para acostarlo'' .. .'.finalmente lo acepté así... al co-
mienzo del tratamiento Pedro tuvo un analista que no comprendía
las razones por las cuales él no podía acostarse, su comprensión es-
taba interferida por el mandato de su superyo analítico que le
exigía la forma acostada" ... Comprender en oposición a des-cifrar
el Inc; se trata en efecto, de la comprensión surgida de la preva-
lencia imaginaria del circuito de los afectos. Ligado a ello, la inter-
vención de un superyo benévolo que inter-cede al mandato de ese
superyo analítico, que según parece es el que gobierna el quehacer
del analista, sü byugado por el plano imaginario de un cierto Ideal
del yo, del analista y su comunidad, que se instaura para ser con-
sagrado en el espejismo de un modelo para ser imitado. Tal ''Su-
per-yo analítico" manda desde la oculta voz del "amo"; este analis-
ta cree correrse de tal Jugar al privilegiar su "ser comprensivo",
un "ser" libre de destitución, claro, siendo este "compren der"
otro recurso del aino, que sin abandonar ese lugar en la estructura
del discurso, persevera así, colocado . en el lugar del agente, unas
veces en S 1 , otras en el $del discurso de la histérica. Y b.icn, se
" comprende" desde lo afectivo y se sostiene así la superioridad del
"amo". Toda o tra incidencia es rechazada, tildada de frío raciona-
lismo intelect ual... ¿No se acusa a Lacan de promoverlo, como
dimensión prop ia del análisis? Del Sujeto Supuesto Saber... al S.S.
Sentir; él sabe (por) lo que siente, de allí comprende, y de al1í
"algo sale" de la lectura de su propia interioridad, subjetivamente ...
una fonna "altruista"de dirigir al paciente.
Ei paciente en cuestión ... " ... llegó a mí preocu pado por padecer
una perversión sexual. Nunca había tenido relaciones con muje-
res, eran para él "un cacho de carne", sentía asco por ellas" ... Era
atraído por hombres. Especialmente "linyeras" . Los buscaba com-
pulsivamente, solicitándoles que se dejaran masturbar o chupar
(fellatio). Cuando lo hacía él eyaculaba. Después se iba velozmente.
" .. .'? Mientras más sucio más excitante. Si estaba borracho y/o
vomitado mejor. .. si era lisiado también" ...
El paciente pedía ser "curado" de su homosexualidad ... " ... un
trabajo que yo haría en otra longitud de onda, que eventualmente
55
tornaría el éx.ito terapéutico por añadidura... ". El analista se plan-
tea interrogantes: ¿el análisis cura a un homosexual?" ..." si acep-
to tratarlo, implícitamente, no me estaré identificando con su fan-
tasía terapéutica? " ... " ¿tengo que curarlo?" ... "ya sé que elfuror
curandis finaJmen te es furor a secas" ... " ... será cierto que podré
considerar el éxito terapéutico como un epifenórneno afortunado,
aunque en el fondo psicoanalitico '?'' ... "¿será lícito comenzar un
tratamiento "queriendo que se cure"? ... ¿podré? ... No sé. Vamos
a ver" ...
Declara que el "conflicto" vivido durante las en trevistas iniciales
era "el componente de una reacción contratransferencial que poco
a poco pude elaborar como absolutamente simétrica a las fanta-
sías de P. consultándome ... "
Pues bien, esta "simetría" se desliza todo a lo largo del relato,
quiere creer que sus procederes son reacciones contratransferencia-
les a Jo "proyectado" por el paciente. Sin embargo desde que inau-
gura su relación con él se lo aprecia comprometido cien por cien
con su persona. Sus interrogantes anticipan tal compromiso, y es
porque lo sabe que se pregunta, y bien ... "se larga" desde lo que
sabe ilícito, pero su. deseo es más fuerte, renegación mediante, se
dice (lo sé, aún así... ) "vamos a ver". Y "vamos a ver" que sumo-
vida inicial lo halla instaurado en el lugar de $, pero sin que ello Jo
excluya de ser quien reine, sobre el (seudo)-amo que representa
su paciente -lo que puede ser reversible-. En definitiva reconoce
su (in)-debido deseo de curarlo, lo achaca a la reacción contra-
transferencia!, y es posible, pero en tanto privilegia su instaura-
ción, lejos de detenerse a analizarla, termina consagrando st' propio
deseo -al que no renuncia- como motor esencial de la dirección
de la cura. Por un lado parece cuestionar la contratransfcrencia,
pero no halla a través de ella misma más que una respuesta, que no
será otra que a la demanda. Lo que ocurre es que la línea teórica
que lo sostiene no ha hecho más que incluir en ella las pretensiones
del analizante, imaginarizando el análisis; por e1lo sus preguntas ya
tienen respuestas. El obstáculo se supera por rencgación.
Pedro pertencía a la clase alta del Noroeste argentino; descendía
de personajes ilustres. Su familia vivía de la explotación de propie-
dades h~redadas. P. no había trabajado hasta comenzado el análisis.
Según su analista su perversión le impidió proseguir dignamente su
prosapia. Sin embargo no abandonaba su condición de aristócrata
omnipotente.
La madre, adicta a los barbitúricos, se suicida cuando P. tenía
56
ló años. "Vida matrimonial tormentosa y malavenida" ... "una fan-
~usfa delirante infantil compartida por P. y su madre en la que "es
).In príncipe, a caballo blanco y con una túnica brillante". "Por un
ludo el narcisismo, el principismo, la omnipotencia, por el otro, el
Jnotivo de consulta ... " y sigue: "al entender la dramaticidad de
Jstu contradicción tuve ganas de ser su analista ..." La contradicción
gue el analista aprecia, no es más que surgida de su imaginario ...
~ro ¿qué es esto de "tuve ganas de ser su analista?" y bien, él
.•quiso", un "querer" volitjvo, elidida una vez más será. la vertiente
jcJ Deseo - el de un dominio del que no es dueiio-·-. "Quiso, sin
~bcr por qué". Pero puede adivinarse 1a in tendón: ¿este sujeto
jUfre por sus rupturas, su duplicidad, su esquizia? pues habrá que
tut~ra r, unir, juntar lo separado; ideal de globalidades totalizantes.
Umr: pasado con presente; fantasía~realidad; externo-interno; "ver-
pones anteriores con experiencias actuales" ... Juntar lo que ncce-
lftriamentc posee carácter estructural de rupturas. Esto es lo que
r.lebe hacer "el analista"; dirigir la tunbición terapéuticn hacia e l
rortalecimiento de la lógica del proceso secundario, hacja }a "cohe-
rentización" del discurso, en el reino del sentido. Recusa <k la
lógica propia dellnc - ni ruptura ni contradicción··-.
Discriminar y unir; la indiscriminación, nos dicen, es propia tlc
!llsquemas arcaicos de pensamiento, poco propicios a la constitu-
ción del yo maduro y fortalecido. Contrapartida que con-lleva la
exclusión de la dimensión de la castración, como así la de la subor-
dinación al orden significante. HalJazgo del efecto gcstáltíco del
cierre, de la "buena forma".
A propósito. El analista refiere de-l estilo discursivo del paciente:
"modalidad supcrordenadora, relato mimeografiado de lo real,
~mm defensas contra algo indiscriminado, confuso, sincrético dcli-
runte que si no hubiese estado modelado bajo la pauta obsesiva
llUbiera impedido el discurso coher en te. Hubieron momentos de
claudicación de esta última barrera que dieron lugar a crisis de an-
~ustia , precedidas de p erplejidad, fantasías agresivas hacia si mis-
mo o hacia mí, casi límites con el actíng-in-session" ...
En estos momentos el analista tuvo "miedo" que el pacicnt<::
·':;altara por la ventana" -y entonces recuerda - a Winnicott que
dcda que "cuando analizaba una de sus metas era sobrevivir"··· .
Es interesante esta alusión clara a1 "pasaje al acto'', ligado a la
illgustia; intento desesperado -en gran medida favorecido efecto
Jc este análisis- de salir de la alienación extrema. La prescntifica-
57
c1on encarnada por el analista, del deseo del Otro, por el que el
paciente se hallaba "poseído", explica seguramente el intento de
caída, en la identificación al objeto "a", que este analista se encarga
permanentemente de restaurar en el "marco". Su paciente no
"sobrevivirá" sino accediendo a lo simbólico, sin embargo su res-
puesta ante este intento de "separación", es la de "poner las cosas
en su lugar;': " ... En esos momentos límites he encontrado que
podía reemplazar y actuar su yo obsesivo, ordenado, rígido,
intentando en mí discurso ofrecer una pauta, controladora, des-
cribiendo en detalle los últimos quince minutos de la sesión ...
intentando hacer coherente y entendible sus crisis de angustia
y sus (nuestras) vivencias aniquilantcs... ". Su propia vivencia
aniquilante puede estar ligada a la amenaza del surgimiento del
S (JY..), inherente a la re--caída del "a", por el cual él ya no podrá
"sobrevivir" en e1 reinado del Gran Otro; defiende a su paciente de
la rajadura por la cual también él resultará borrado y barrido de
ese, su lugar "amo".
Al poco tiempo de empezar el análisis comenzó a trabajar. .. "creó
una empresa propia, dirigida y trabajada por él en persona, llegando
a ganar mucho dinero (mucho más que yo)" ... " ... una verdadera
desparalización que creó el asombro de su familia y amigos (y de
su analista)" ... "Solamente lo pude entender como expresión de
su vocación analítica" ... Esta "vocación"(?!) (será equivalente a
analizabilidad?) fue medida por el analista "por el mantenimiento
y cumplimiento puntilloso del encuadre'" ... Por el tipo de paciente
él no lo esperaba y "mi sorpresa medía una evolución transferen-
ci.al positiva, apta para el comienzo de la tarea analítica" ... "el agra-
do, naturalmente, era mutuo" ...
Pasados cuatro años el analista concluye que los "logros" (en-
cuadre incluído) " ... eran un ..regalo" que le hizo al analista ... para
que tuviera confianza en él, crey-era en él" ... y dice: "quise creer" -
"y durante mucho tiempo fue lo único a lo que pude aferrarme
para no claudicar" ... "los logros aseguraban la continuidad del
análisis" ... Quiere decir que " ...con el vínculo asegurado podía
surgir la enfermedad... "
La escucha del discurso del analizante se ve eclipsada por la
observación de indicadores empíricos de la conducta: - la observan-
cia del encuadre- Por otro lado si "no lo esperaba" es porque el
"a priori" del "saber" ocupó el lugar de la neutralidad, y la espera
58
jt'l "a posteriori", en fin no es fácil evitar hacer pronósticos... Que
fllt' obsesivo cump limien to del encuadre fuera manifestación
.il.; "transferencia positiva" es harto cuestionable, pero más grave
'Atin que esta inferencia surgiera de su propia experi'encia subjeti-
~ -su sorpresa-. ¿Por qué cargar al pac;iente con la responsabili-
lf¡¡d? ... además lo denuncja con inocencia, "el agrado era mutuo" ...
,¡lominio de la contra transferencia, los afectos mandan, la p alabra no
;,¡u ~·n ta sino para vchiculizarlos. Aquí el concepto de transferencia
.. .irnta sobre el fundamento de la "alianza con la parte sana del
65
II
ACTO Y DISCURSO
"SETTING", ENCUADRE, DISCURSO
69
ortodoxamente, vale decir por adhesión unánjme a las reglas est a-
blecidas de la I.P.A. De ahí en más los camin os se separan. Ese mis-
mo año en su discurso de Roma, Lacan se referirá a las profundas
divergencias teóricas que fundamen tan sus modificaciones a la
técnica, enfrentándo lo al resto de la comunidad ana lítica. Estas di-
vergencias confluyen en un punto: "el aban dono del fundamento
de la palab ra" por parte de los psicoanalistas. Y es a este fun damen-
to de la palabra al que Lacan rem ite cuando cuestio na la rutina de
la técnica t radicional. Si bien la sesión de t iempo libre - sesió n
cuyo término habrá de dictar la trama del discurso- ha sido y es
uno de los aspectos más discutidos de estas modificacion es, es el
dispositivo analítico en su conjunt o, en su inmutabilidad el que es
puesto en cuest ión. La responsabilidad del analista no es para La-
can la de sujetarse a un ritual sino la d e servir a un discurso. Por
lo tanto el dispositivo analítico tendrá que "someterse a las fi na-
lidades útiles de la técnica" 2 • Y esta exigencia no d ejará de produ-
Cir efec tos en el p sü.:oanális.is tradicional.
A partir de 1954 3 distin t<~ S corrientes en el seno de la I.P.A.
abordan la cuestión y formula n concepciones diferentes e incluso
incompatibles. Pero, salvo casos excepcionales4 tienen un rasgo en
común: por un camino u otro defienden Ja permanencia de un dis-
positivo analítico inmutable. Una revisión de los textos descubre
que la mayor par te de los plantees son objetados d esde el int erior
de su propia teorizació n. Contradicciones notorias, a veces exp ues-
tas por sus propios autores desembocan en callejones sin salida.
Incluso hay analist as q uc reconocen que la adhesión al dispositivo
inmutable los puede con ducir a eliminar operaciones impor tan tes
para el curso del análisis, pero sin embargo adhieren al mismo 5 •
¿Por qué? Intent aremos aquí dar una respuesta partiendo d el su-
pursto de que las razon es se encuentran en los impasses de la t eo-
ría que orientan la dirección de la cura de est os analistas.
Uno de los rasgos que más inciden en la transformación d el dis-
positivo freudiano en un dispositivo invariable e inmutable es la
manipulación r ígida del tiempo. Es t ambién u no de los puntos más
discutibles y disc utidos, no solamente d esde una perspectiva Jaca-
niana, también por sus propios defensores. Una variedad de argu-
mentos intentan sosten er esta posició n: desde el " time is money" 6 ,
....... pasando por el insólito " pattern orgáruco" de 45' a 60 ' al que se
·~ ceñiría la productividad del inconsciente?, hasta su contrafigura,
70
~' l'¡tllnn. también de 45' a 60' pero que ahora regiría la ~;upati·
\l~U d!' ,·scuchar del analista 8 . Los horarios rígidos serv.irían paro
~díJJII ·" a 1 paciente a su realidad cotidiana9 o para permitir un ade·
tiUJt~lo proceso de simbolización del analísta 10 . Además impl~dirfnn
~ii dr:;vi;u.:iones contratransferenciales 11 , etc., etc. Esta pro1ifcrn-
lfl"u , k razones es por sí misma reveladora de la debilidad de sus
mlll!!<'IIIOS.
· ~ l11 1l'oría de las relaciones objetales, con mayor coherencia t~6·
tilm. tntcn ta establecer cierta congruencia entre su teoría del incons-
~1ent·· y el dispositivo. A partir de las ideas de Winnicott, analista:-;
1)t1r ;ul hieren tanto a una línea klciniana como winnicotiana 1 2 ,
!ll.Ht:,ltkran que el dispositivo constituye el lugar de reinstalación
gt' ¡., relación objeta! primaria y como tal debe ser especialmente
' \ wdado", cuidado que se expresa cspecialmene en la duración,
ftt~,·tll'ncia y continuidad de las sesiones. Desde esta perspectiva el
f\lwlamento d e la invariabilidad del setting reside t'n la necesidad '
~e q tte el analista ofrezca un objeto estable. Se homologa este
l!hwlo estable, el de los cuidados maternales, y la función del
~ltillista. Se trataría pues de preservar la relación con dicho objeto
nn ofreciendo a] paciente un punto de apoyo real a sus fantasías y
pt• •porcinnando Jas condiciones para una experiencia rectificadora.
J\~;iHtismo el témlino de la sesión de una punt ualidad absoluta y . ~ ;
l'"·vista, permitiría al paciente rescatarse de este mundo fantasmü-
tku.
Sin em bargo, más de u n analista inscripto en dicha línea teórica,
~· 11tsidera. que este setting y el holding que el mismo implica tiene
o?lcctos paradojales en el análisis. Uno de ellos 13 discute la compli-
(ada s.ituación a la que se llega y la describe así: " ... los elementos
lantásticos incluyen el deseo mágico de ser protegido de los
l'''ligros dd mundo y la ilusión de que la persona del analista en
cierta í'oma se interpone entre estos peligros y ampara al pacien-
te". Es la ilusión de que el paciente . no est<1 "realmente en el
mundo".
Como veremos , los estragos de esta presencia del analista entro-
nizado en el lugar de un Otro omnipotente, no son escamoteados.
El amlllsis se transforma en una isla maravillosa, un seguro contra
lodo riesgo. Pero tales "gratificaciones" afirma este autor, no
serían la consecuencia de una actividad especial del analista, sino una
"parte intrí nseca de la técnica clásica". Y con esto cierra la cuestión.
En otro trabajo de raigambre klciniana 14 leemos que"... la esta-
bilidad y la constancia del marco favorecen la ilusión de una ausen-
71
da de analista real y de una presencia omnipotente e idealizada
poseída por el paciente... El analista establece el marco pero una
vez que éste ha sido establecido el paciente se apodera del mismo y
lo hace suyo ... vemos así como el marco, que representa la intro-
m[sión más concreta del analista con "sus r eglas del juego" puede
posibilitar la vivencia de una intensa omnipotencia y control".
Verdadero callejón sin salida el que aquí se plantea y del que no se
puede salir con los elementos conceptuales que provee la teoría
de las relaciones objctales.
Esta dirección de la cura, centrada en la dimensión imaginaria,
sumerge a la r elación analítica en la r elación dual. El analista tra·
taría de rescata rse de ésta, apelando a las coordenadas d e la situa·
t:ión analítica, que posibilitarían una "cierta purificación subjetiva"
al servicio del borramiento del analista como 'a' t s . Pero esta ten·
tativa de instular por medio del marco una ley , más allá del capri-
cho de un Otro no barrado, o incluso implantar un real que ponga
freno a lo imaginario, fracasan, porque el anal ista y su marco que-
dan capturados en la trampa narcisística.
E n 1966, J . Bleger publica "Psicoanálisis del encuadre psicoana·
lítico" 16 • Es en este texto que las contradicciones que plantea el
dispositivo t radicional alcanzan su punto culminante. Su enfoque ,
a difere ncia del h abitual, no se ocupa de las cucsti<.lnes que plantea
la ru ptura o alteración del encuadre. Su propuesta es "examinar
aquellos análisis en que el encuadre no es un problema y justa-
mente para mostrar que es un problema".
Resumiremos los puntos de su argumentación.
1) E l encuadre cuando se mantiene como invariable parece inexis-
tente (esto es: no entra en cuenta).
2) El significado del encuadre cuando se mantiene (y parece inexis-
tente) es el problema de la simbiosís 17 .
3) La simbiosis es muda y solo se manifiesta cuando se rompe o
amenaza romperse.
4) El encuad re se constituye en un "mundo fantasma", el de la
organización más primitiva e indiferencia da (el de la sim bio~
sis). Este, existe deposit ado en el encuadre. "aunque éste no se
haya roto o precisamente por eso".
S) Pero es cuando se rompe cuando ést e se pone en evidencia.
6) E n los casos en que se cumple con el encuadre el problema radi-
ca en que el encuadre mismo es el depositario d e la simbiosis y
no está en el proceso analítico.
72
1) P u 1 lo tanto , el encuadre c onstituy~ la más pcrfcc.:t:t compu l·
,a¡fllla la repet ición, la más completa, la menos conocida y ht más
luatl vertida. Esto vale para todo tipo.de paciente.
1111 ,,, ruptura del encuad re por parte del analista gene ra una si-
lu;wión catastrófica. Se p rod uce una grieta por la que se int ro-
dlhT la realidad que conmociona al p aciente.
76
NOTAS
1 Carta de Freud a Ferenczi 4-1-1928 citada por Jones, E. en Vida y obra de Sigmund
l•im d. Ed. Nova. Buenos Aires, 1962.
J .1. Lacan: Función y campo de la paÜJbra y dellenguaie en psicoanálisis. Lectura es-
trru·tuTalista de F'reud. Siglo Veintiuno, Méjico, 1971.
~ Hn 1954 P. Grcenacre saJe ni paso " a los q ue dicen que nuestra organización impone
ú1u obediencia reverente de las reglas y los rituales del análisis a sus devotos" . Allí trata
d ó ( Onsolidar la post ura uaclicional intentando fundamen tar teóricamente las, hasta ese
IIIU"!lento , reglas empúicas. Cf. Tlze role of transference. Journal of American Psycho-
~ IMI!tic Association. Vol. Il ; 6 71-684, 1954 .
~
F. Alexander cuestiona la rigidez y la rutina del dispositivo y opone a e:;to el "princi·
t•i" de flexibilidad" que supone la posibilidad de realizar maniobras "heterodoxas"
4111· ayudarían al progreso del análisis. Cf. Terapéutica Psicoanalítico. Ed. l'aidós, Bs.As.
I 'J~ 6 . S. Nacht. objeta la aplicación de las mísmas reglas indiscriminadamente a todos los
l!!ll'ientes. CF. Pre:;cntación en el Panel " Variations in Classical Psycllo-Analy tlall Techni·
¡¡w·" en el20° Congreso de la I.P.A. Publicado en el Imernarional Journal of Psychoaruzly-
IIN. Vol. 235, 1958.
.i
Langs. Tanto J. Bleger como R. Langs, quien se inspira en el primctO subrayan la
;111urcada productividad" de los pacientes luego de desviaciones técnicas, pero, é~tas dc-
t!<'u evitarse. 11te theropeutic re/ationship and devialions in teclmique en Classics in
f .m:hoanalitic Technique. Aronson, New York, 198 1, p. 475.
¡¡ l . Laplanchc: La rituation psychanalitique en ' 'Psychanalyse a I'Univcrsité, vol. VI,
14,603, 1981.
·¡
. CF. P. Greenacre: op. cit.
A Según P. Castoriadis-Aulagnicr la sesJOn d ebe ser lo más larga posible, 45' - 60',
~~ 11.msión determinada por la capacidad de c s~.:ucha del anatista. Citado por Jcnn-Luc
jJo•met en Sur l'illstitution psychanalitique et la durée de la séance e n Nouvc llc R~vue d e
l'svchanalysc, 20,249, 19 79.
11
P. Greenacre, o p. cit.
Cf. A. Creen: . El analista, la simboüzaciór~ y la ausencia en el encuadre analítico,
111
l<> J. Blegcr (1966) introduce el término encuadre al que define como una parte de la
77
llltuuclón analítica que a diferencia del proceso "que es lo que estudiamos, analizamos e
interpretamos", supone un "no proceso", es decir las constantes dentro:> de cuyo marco
!lC da el proceso. Abarca el conjunto de factores espacio temporales, el contrato, hoxarios,
interrupciones y el rol del analista. Psicoatuílisis dell:.1tcu.adre Psicoana/itico en Simbiosis
y Ambigüedad. Bs.As. Paidós, 1967.
7
l J . Bleger define la simbiosis como la forma de vínculo que asienta sobre la identifica-
ción proyectiva. La simbiosis permitiría inicialmente el desarrollo de su Yo, pero su
inmovilización mantiene el No-Yo, es decir la organiZación más primitiva e indíferenciada,
la parte psicótíca de la personalidad. a. op. cit.
18
D. Rabinovich: Comunicación personal.
J. Lacan: Los cuatro Conceptos fundamentales del Psicoa~rálisis. Barcelona, Barra],
19
1977.78/9.
20
R. Langs: o p. dt.
21
J. Lacan: Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis en Lectura
Estructuralista de Freud. Siglo Veintiuno, Méjico, 1971. p. 73.
22
J.A. MiUcr indica que el término despertar es un hilo que se puede seguir tanto en los
textos frcudianos como en la obra de Lacan. " ...despertar es uno de los nombres de lo
real en tanto que lo imposible" Cf. Reveil Ornícar?, 20-21, 49, París, 1980.
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PSlCOANALISIS DEL ENCUADRE PSICOANALITICO
l . LA PREGUNTA DE BLEGER
Un analizante de Bleger, que él llama A.A., estaba todo el tiem-
po que sí que no con la compra de un departamento. De pronto,
se entera accidentalmente que su analista, ni corto ni perezoso, ya
81
había invertido en uno en construcción. El resultado para el aná-
lisis (luego de la ansiedad, las actuaciones, los sentimient o de odio,
envidia, frustración, los ataques verbales, alejamientos y desespe-
ranzas, fantasías de suicidio, hipocondrías) fue que saliera a luz
"Jo más fijo y estable de su personalidad". Aquello que era el "fon-
do" de su experiencia infantil, aquello que "era así, y que debía
ser como siempre lo fue, y no conceb ía que pudiese ser de otra
manera,. Salió a luz que "en su casa sus padres nunca realizaron
nada, absolutamente nada, sin informarle y consult.a rle".
Bleger valora enormemente haber podido analizar ese materia l,
pero no tanto por el material en sí (que le parece pariente de esos
fe nómenos conocidos y que aparecen, según su term inología, por
"choque y frustración con la realidad del encuadre"), sino por
"lo que es más importante aún", por lo que realmen te quiere plan-
tear, por lo que es su pregunta, la pregunta que merece su nombre :
Entonces, sí no hubiese sido por el accidente, ¿cuánto, cuánto
de todo eso, "cuanto de ello no aparece y posiblemente nunca
resulta analizable"?
"No sé dar respuesta a la pregunta", se contesta.
Hay, sin duda, ahí, una negación, porque la respuesta estaba.
Pero no pudo ni comenzar a formularla, porque le hubiera supues-
to tener que reconocer que una ruptura azarosa del encuadre había
sid o la causa real del trabajo analítico tan valorado. Ahora ya es
inútil apresurarse a aclarar, como él lo hace, que todo fue posible
porque el analista no rompió el encuadre. Pesará üdetalle de que
tampoco lo rompió el paciente.
Según creo, es fácil demostrar que esa pregunta que a Bleger se
le impuso por la verdad de su práctica es la misma que luego redu-
plica teóricamente en el título y argument ación de su trabajo.
Pues del encuadre analítico ya no van a interesarte exclusivamente
las elucubraciones sobre la necesidad de su mantenimient o (aun-
que aproveche para declararse partidario del mismo en cuanta
ocasión se le presen ta); tampoco van a interesarte ya, exclusiva-
mente, los 'ataq ues' y rupturas del encuadre propias del analizan te
(se mostrará incluso más benévolo al respecto, advirtiendo a sus
colegas que no siempre son 'ataques' las transgresiones del pacien-
te); lo que se hará el centro de su interés es tratar de averiguar qué
diablos es el encuadre cuando no es un problema.
Querrá saber.
Querrá saber "qué es lo que involucra el mantenimiento ideal-
82
nwnl e. norm;ld del encuadre", y cuál es su significado psicoanalí-
t¡~·t) cuando r.ladie se o cu pa de él porqu e se c umple a la perfección.
Q w ·rrá fund atr un Jugar teóri co para e l psicoanálisis del encuadre
tliikoanalíticG) en razón de una implicación clínica profunda que
lo Ir a marcad·o. Tal vez algo muy decisivo no puede ser analizado
minr tras el emcuadre subyace c al1adamente, normalm ent e, sin r up-
WfHS.
llleger no~ dirá todo e l tiempo y_ ue ahf hay un problema, que
11 sólo prcte:nde plantearlo, que no t iene respuesta ... !y que d e
tndos modos: siempre hay que mantener el encuadre!. Pero Ja
l,ilws tión lo lleva a art icu lar una serie tan fecunda de contr adic-
.:O io nes que se: justifica, para nosotros, el intento d e exacerbarlas
~011 má~ a p artir de algunas ensefianzas decisivas de Jacques
l,ul":lll .8
u. !Á
l:n mi opinió n, cualquier discusión sobre el en cuadre psicoana-
l!t rt:p conduce inevitablem ente a la c uestión de cuál es su funda-
lllt'll to, por q_ué las reglas son esas y no otras, por q ué hay q u e
IJl :,utenerlas d e modo inflexible. Conduce a eso inevitablemente
lliirque no hay dónde ni cómo situar un postulad o por el que esas
; n.·.Jas o blengan su gara ntía.
IJna mam:ra de ejemplificar esto es la siguiente:
Lo q ue la doctrina argentina 'ortodoxa' sobre el encuadre no
IIC' II ú para nada de original (está en esto a la par de cualqtúer otra),
~!¡ l: l consirlerarlo un conjunto .de estipulaciones, r eglas o normas
t;flll: organizan el dispositivo analítico siempre y e n todos Jos casos
tl'spccto tic aspectos bien concretos o fenoménicos. Esto hace que
qlt:mpre Yen t odos los casos se transmita qué es el e ncuadre sobre
lu hase de un listado incompleto de reglas y al modo de una
rmuneración. "Dentro del encuadre psicoanalítico - dice Bleger-
luduimos el r ol del an alista e l conj unto de factores espacio (am-
hH·n te) temporales y p ar te 'de la técnica (en la cual se incluye el
,..;tablecimicnto y mantenimiento de horarios, honorarios, interrup-
' in u es regladas, e tcétera)" .
1 ~ 1 etcétera es lo esen cial, p ues es de estructura.
Pueden sis tematizarse las reglas todo lo q ue se quiera 9 y seguirá
··l t' ildO lo esencial el etcétera, porq ue no hay un criterio que pon-
r.a límite a lo q ue puede entrar bajo la legislación del encuadr e. ln-
,,.,Jta r legislarlo T odo es imposible, lo que se verifica en e l h echo
83
de que intentarlo se paga con el ridículo. Hay que decir que algu-
nos psicoanalistas 'ortodoxos' conocieron acá eso de la mano de
Meltzer. Si el traje y la corbata del analista deben permanecer
síempre inalterables, entonces, ¿por qué no regular también la can-
tidad de veces que tiene que respirar por sesión?
A esta altura de la argumentación, siempre el temor de Jos ana-
listas 'ortodoxos' es que a raíz qe esa objeción se concluya que,
entonces, pueden alterarse o hasta eliminarse todas las reglas del
encuadre. ¡ Hasta qué punto se supone que el encuadre es una ley
universal! Pero el caso es que no hay por qué recurrir a Popper y
que tampoco es posible legislar que no haya legislación ni funda-
mentar una anarquía Total. También un proyecto así es imposi-
ble e igualmente cae en el rid ículo. Aún cuando un analista se de-
dicara a alterar todo el tiempo el encuadre, su volun tad de hacerlo
in traduciría una constante extraordinaria. Algunos analistas, apa-
rentemente menos 'ortodoxos', conocieron acá eso de la mano de
Cooper.
Bleger elevó la inconsistencia que comentamos a título de su
ensayo. .Evidentemente, Psicoanáliru del encuadre psicoanalítico
constituye una audacia , una audacia motivada por Ja pregunta que
antes destacamos, y que paga un precio: ¿cuál es el encuadre para
psicoanalizar el encuadre?, ¿cuál es el encuadre para psicoanalizar
el encuadre en el que se psicoanaliza el encuadre?. Etcétera.
Como siempre, hay que cortar de tajo esa cuestión, y en la
sintesis final de su trabajo Bleger subraya finnemente: "El encua-
dre sólo puede ser analizado dentro del encuadre". (El subrayado
es de él). Pero, en esa frase, y sin necesidad de citar a Russell, ya el
término 'encuadre' no es usado en el mismo nivel lógico la primera
y la segunda vez. La primera vez, 'encuadre' quiere decir 'el encua-
d re del padente', ,noción que ha tenido que ser inventada en el ca-
mino para eliminar la paradoja. La segunda vez, se trata del encua-
dre en sentido clásico, el del analista, sustraído una vez más del
análisis y pese a la promesa que anunciaba el título del artículo.
"El encuadre sólo puede ser analizado dentro del encuadre - dice
Blegcr, prosiguiendo- o, en otros ténninos, la dependencia y la
organización psíquica más primitiva del paciente sólo pueden ser
analizadas dentro del encuadre del analista, que no debe ser ni
ambiguo, ni cambiante, ni alterado".
Ahora bien, ¿en qué lugar del camino se ha producido la inven-
ción de esa noción 'encuadre del paciente' ?
No en cualquiera. En un recodo donde acechaba Ja verdad. Al
84
5intetizar el caso de A.A., que ya hemos resumido, y aún bajo el
Impacto de esa ruptura acciden ta l de l encuadre q ue permi tió
tan profundo análisis, nos dice Bleger: "Sintetizando se podría
d~.:cir que el en cuadre constituye la más perfecta compulsión de
repetición". Ningún analista ' ortod oxo' pued e tolerar las conse-
cuencias de una afirmación como esa, y Blegcr, su autor, t am poco.
b e manera que continúa su síntesis asf: " ... en realidad hay dos en-
cuadres (es de él el subrayado): uno, el que propone y mantiene e l
psicoanalista, aceptado conscien temente por el paciente, y otro ... el
t¡ue en él proyecta el paciente. Y es te último es una compulsión
d e repetición perfecta, ya que es la más completa, la menos cono-
cida y la más inadvertida".
Admit o que me gustaría se generalizase lo que deduzco de este
ej emplo : creo que toda vez que una noción psicoanalítica origina-
riamente forjada para dar cue.nta d e la posición del analizante (ej.
1
lransferen cia'), o para dar cuent a de la posición del analista
(l~j. 'encuadre'), se desdobla en una versión correlativa ('contra-
transferencia' o •encuadre de l paciente' respectivamente) es porque
hubo encuentro con ese p unto de inconsistencia que comentamos:
JI.. en la escritura de Lacan, o n o hay Otro del Otro. Esos desdobla-
miQ.ntos concep tuales son un verdad ero mecanismo de prod ucción
d ~ "aportes teóricos post-freudianos, de muy buena aceptación en
su difusión institucional, y que no cumplen otra función q ue la de
n~.:gar esa falta de garantía del Otro. Para los analistas, el resultado
de esa negación es t ener que cortar en dos todo el tiempo el agua
en la que se bañan con el paciente, dando lugar a una duplicación
e~tpecular de nociones que llega a ser, si no extraña, por Jo menos
Inquietante.
Bleger r ubrica su invención con la siguiente nota : "Wender des-
cribió en su trabajo que hay dos pacientes y dos analistas, a lo que
uttrego ahora que hay también dos encuadres". A uno, en verdad,
le bastaría con que hubiera un análisis, pero no agrego ironía a la
~~ ucstión, porque es realmente difícil admitir que no hay Otro del
Otro aunque fuese en alguna de sus consecuencias.
Pero el caso es que toda práctica, in cluída la psicoanal.ftica, su-
pone ~ materna de Lacan leible también, según su enseñanza,
cou'lo 'deseo del Otro' , y en la ocasión, como 'deseo del analista'.
fWql,le no hay Otro del Otro es ~ue en análisis la cuestión del
icJ\~seo del analista' adviene insoslayable y por eso esa letra ¡;..
t!$albe algo intrínseco a todo debate sobre el encuadre psicoana-
lilico.
85
Cualquier discusión sobre el encuadre es una discusión sobre el
'deseo del analista'. Sostener tal discusión a nivel de cuáles son las
reglas del encuadre, fundamentos, inflexibilidad del mantenimien-
to, etcétera, oculta la cuestión. la cuestión del 'deseo del analista'
emerge si y sólo si la discusión misma sobre el encuadre se declara
inconsistente.
Tan es así, nos parece, y se lo quiera o no, que intentaré ordenar
los problemas suscitados por el encuadre como respuestas posibles
a esa /1..
m. s2
En mi opinión, un analista 'ortodoxo' enfrentado al argumento
de la inconsistencia de las reglas del encuadre, lo aceptará tan sólo
en el sentido de que se le hará la causa de la presentación de un
saber con el que tratará de refutarlo al par que dar fundamento a
su práctica.
Digo que así es inicialmente. O sea que quiero decir que inicial-
mente no tomará la actitud de declarar que él fija las reglas del
encuadre y las mantiene o no según se le de la real gana, porque él
es el que da las órdenes. Una actitud así, explícita, no me parece la
'ortodoxa' .
Inicialmente, por el contrario, se tratará de mostrar que una
gran acumulación de saber, que se nutre además con numerosísi-
mos aportes de otras ramas del saber que no son el psicoanálisis,
da fundamento a ciertas reglas básicas del encuadre y a la necesi-
dad de su mantenimiento.
Bleger muestra acá sus recursos, que ordena incluso con más exi-
gencias que las propias del argumento del caldero.
En primer lugar, nos dice, el encuadre se distingue del proceso
analítico como las constantes se distinguen de las variables en la
metodología del experimento científico, cuestión que sólo cita
"para que se comprenda que un proceso sólo puede ser investiga-
do cuando se mantienen las mis.rnas constantes (encuadre )". Por
lo demás, Bleger generaliza este enfoque a partir de las más mo-
dernas consideraciones acerca de cómo una teoría, una lógica, un
lenguaje, dependen siempre de un otro niv~l 'meta': metateoría,
meta lógica, metalenguaje. "Así, el encuadre, siendo constante,
resulta decisivo para los fenómenos del proceso de la conducta.
En otros términos, el encuadre es una metaconducta, y de él
dependen los fenómenos que vamos a reconocer como conductas".
86
Todo lo cual co nstituye un argumento formidable, demasiado
fuerte para no ser frágil, según veremos, pero que en principio
cJke que l.as reglas del encuadre son como las reglas del método
~ientífico, y que por tanto La Ciencia las fundamenta.
En segundo lugar, "una relación que se prolonga durante años
con el mantenimiento de un conjunto de normas y actitudes no es
otra cosa que la definición misma de una institución. El encuadre
~!>entonces una institución... ". Argumento no tan formidable, pe-
to más práctico, y que en princip.io nos dice que las reglas del
encuadre son equivalentes a las de la familia, la escuela, el grupo
de estudio, la Asociación Psicoanalítica, la Iglesia, el Ejérci to, el
nstado ... y que, por lo tanto, lo mismo que fundam enta La Socie-
dad las fundamenta.
En tercer lugar, como "cada institución es una parte de la pcr-
ionalidad del individuo", y no una parte cualquiera sino la que co-
ncsponde a "Jos límites del esquema corporal y eJ núcleo funda-
mental de la identidad", entonces resulta que en principio el man-
tenimiento de las reglas del encuadre equivale al mantenimiento
de la Salud Mental.
Observemos que toda esa fundamentación puede apelar como
aaber a la metodología, más clásica o más moderna, a la psicolo~
¡t!a institucional, social, de la conducta, a !a teoría de la comunica-
ción y, en general, podríamos decir que a cualquier cosa menos al
psicoanálisis. Señ.alemos también, se verá en seguida por qué, que
a~:á se trata exclusivamente del encuadre en tanto las reglas que el
onalista debe mantener inalteradas.
¿Cómo funciona ese saber, S2 en la escritura de Lacan, que
viene a intentar colmar ese defecto de todo encuadre, esa presencia
\Jc ~?
En realidad, esas tres grandes zonas del saber mencionadas, La
Ciencia, La Sociedad, la ~alud Mental, son, en sus lugares de elabo-
tlldón, perfectamente inconsistentes. Mínimos ejemplos: la dístin-
dón 'constante-variable', y por poco que se extraiga de ahí la cues-
tión 'metalenguaje-lenguaje', como Jo hace el .mismo Bleger, ¿a
qué conduce sino al debate contemporáneo sobre la misma incon-
Mistencia?; de un saber sobre La Sociedad, ¿no predominó acaso en
lu década del sesenta deducir de él la necesid G~.d de alterar, transfor-
mar, cambiar cada una de las instituciones?• 0 ; en cuanto a la Salud
Mental, ¿qué identidad la define si es que la identídad la define y
ella es algo definible?
Pero todo eso es secundario, y no tiene sentido profundizar
87
esos mtmmos ejemplos, porque el analista no se ocupa propia·
mente ni de metodología de las ciencias, ni de política, ni está
forzado a pontificar sobre la salud mental. En el fondo, su práctica
no es la de experimentar, ni la de gobernar o educar, ni la de esta-
blecer criterios de salud.
Se advierte, entonces, que hay una razón profunda por la que el
saber empleado para fundamentar el encuadre no sea psicoanalí-
tico y que provenga de zonas lejanas. Así- es como al saber se le
quita todo riesgo, se lo hace valer por su prestigio y se lo usa con-
gelado, más allá de toda renovación posible que pueda asumir el
analísta (está fuera de su jurisdicción), y a los sólos fínes de dar
las órdenes necesarias para poner en marcha el dispositivo ana-
lítico. Por eso en esto es de rigor ortodoxo la mayor heterodoxia,
y se puede ser amplísimo de criterio en la confrontación de
saberes, pues la rigidez estará solamente en el uso a que se destina-
rán todos, cualesquiera que sean: dar algunas órdenes.
Queda un resto, sin embargo, queese empleodel saber no cubre.
. El que correspo nde a las inconsistencias del encuadre provenientes
del propio campo clínico y que derivan de los cuestionamientos,
conscientes o no, efectuados por los pacientes. Es exactam ente en
relación a este punto, y corno lo muestra a la perfección Bleger,
que se apela ahora a un saber que me parece merece estricta-
mente el nombre de 'psicopatología'. Es un saber cuyas nociones,
curiosamente, casi nunca son fre udianas, pero que sin duda son
reconocidas por la 'ortodoxia' como pertenecientes al campo
del psicoanálisis, en la medid a en que siempre estuvo dispuesta a
enriquecer su 'psicopatología psicoanalítica' con toda suerte de
aportes provenientes de la psiqUiatría y la psicología.
Nos encontramos ahora, entonces, no sólo con que el encuadre
es "compulsión de repetición~', sino también "no-Yo", "meta- y o",
"Yo sincrético", "fusión Yo-cuerpo-mundo", "parte psicótica de
la personalidad", "simbiosis", "primitiva relación simbiótica".
Para resumir: "siempre es la parte más regresiva, psicó tica, del pa-
ciente (para todo tipo de paciente)".
Como se ve, la cosa cae ahora por entero del lado del analizan·
te, de tm modo, digamos, más severo que benigno. Es sutil que no
se considere que el encuadre pueda dar lugar en el paciente al
síntoma, a una psicopatología... de la vida cotidiana. Es que en
este caso, la verdad del síntoma no dej ar ía de repercutir en los
supuestos fundamentos de las reglas del encuadre. Mientras que
88
sí lo alojamos en lo psicótico... ¡Y aún así por la idea que la
'ortodoxia' se hace de la psicosis!.
Pero nada fuerza a llegar a sutilezas. Hasta aquí queda estable-
ddo:
1) Que las reglas del encuadre, en tanto mantenidas por eJ ana-
lista, encuentran fundamento en La Ciencia, La Sociedad y la Salud
Mental.
2) Que todo problema que susciten en el paciente, por cumplir-
las o no cumplirlas, se explica porque sacaron a luz su parte
psicótica.
Daré un sólo ejemplo que prueba, a mi juicio, que ese es el
trasfondo de la cuestión, al par que muestra que por sóüdo quepa-
' ,:zca ese trasfondo, no es más que defe nsa contra~ en la ocasión,
rl 'deseo del analista'.
Ocurre que la fuerza de sus argumen tos lleva a Bleger a retomar
l11s ideas de Greenacre sobre la 'alianza terapéutica'. Como se
~ube, esta alianza está pensada como teniendo lugar respecto de la
parte más sana del paciente, y como Bleger no duda en cuanto a
ijtHl el encuadre pone en juego algún tipo de alianza, se encuentra
t't lll una contradicción. Es que la alianza a que se refiere Greenacre
l"tHTesponde al proceso anal ítico, nos dirá para salir del paso, pero
n11 al encuadre. "En este último la alianza es con la parte psicó-
Ht:a (o simbiótica) de la personalidad del paciente (¿con Ja corres-
~H,n diente del analista? No lo sé todavía)".
Hay algo un poco sórdido en esa última pregunta y su respuesta
~uspendida, con su aire .de hacer una concesión que ya sabemos
fpsultará inoperante. Bleger, ahí, se detiene, pero sabemos que
ik continuar temínarfa descubriendo que no sólo hay dos pacien-
l~s . dos analistas y dos encuadres, sino también dos partes psicó-
ljl':tS. Una parte psicótica terapéutica,· la del analista , y otra enfer-
ma, la del paciente.
S2 , materna de Lacan leibJe, por ejemplo, corno saber, escribe
(11~-:o intrínseco a todo debate sobre el encuadre psicoanalftico.
8Huar ese saber como fundamento del. dar las órdenes que el en-
t¡uadre supone, me parece la respuesta típica de La doctrina argen-
ttua 'ortodoxa', y sus avatares pueden seguirse en el tex to de
ltll)ger. Pero en éste, por causa de su pregunta, podremos seguir
tnAs allá las cuestiones que suscita el deseo del analista, para lo
~ual pasaremos a estudiar la actitud que subyace a ésta que hemos
~u mentado.
Mientras tanto, ¿no es sencilla la idea de Lacan según la cual el
89
saber no podría nunca ocupar, en el discurso analítico, el lugar de
dar las. órdenes?. ¿No es atendible su idea de que en ese discurso
el saber debe ocupar el lugar de la verdad?. Que ocupe ese lugar,
¿no es acaso tomarlo por el sesgo de su inconsistencia y por lo que
todo el tiempo alude como necesidad de recomenzar?
IV. St
En mí opinión, luego de agotadas las elucubraciones de saber
sobre la necesidad de mantener o no inalteradas las reglas del encua-
dre, y dado que in evitablemente se llega a un hueco por el cual la
cuestión no resulta definitivamente decidible, entonces, justo ahí,
el analista 'ortodoxo' se presentará siempre y en todos los casos
bajo el gesto sin sentido de su decisión indiscutible.
No cuesta mucho darse cuenta, leyendo a Bleger y a los otros
autores de la doctrina argentina 'ortodoxa', que mantener el en-
cuadre sin cambios, en el fondo, está fuera de discusión. Es una
toma de posición, donde no se trata de saber sino de decidirse.
Por eso, quien presente a un analista 'ortodoxo' el argumento de
la inconsistencia del encuadre estará en el buen lugar para observar
que por detrás de una gran amplitud de criterios (en el saber nada
es absoluto, todo es un aporte~ siempre hay acumulación ¡y
progreso!), algo queda agazapado, muy rígido, y por lo que se
está dispuesto a la p elea.
Cuando eso agazapado salta, salta como un:
"Haga Ud. lo que le parezca y apártese con los suyos, que yo
haré lo que me parezca y me quedaré con los míos".
Así, de pronto, se revela la verdad del Amo subyacente a tanto
empleo del saber. No es, desde ya, nada vinculado a una persona-
lidad autoritaria. Se trata de un lugar de estructura, escrito por La-
can como Sl, · lei.ble, por ejemplo, como significante Amo, e
intrínseco también a todo debate sobre el encuadre psicoana-
lítico.
Una pequeña nota escrita por Bleger en su artículo es indicativa
del fun cionamiento propio de ese significante. Viene de considerar
que toda variación del encuadre pone en crisis algo crucial, y está
afectado por la idea de que el análisis de esa crisis puede ser necesa-
rio y fecundo. Llega hasta pensar que la reactivación sin temática
cercana al fin del tratamiento debe tenér esa misma causa. Enton-
ces nos reenvía a esta nota: "Debe ser este hecho lo que ha llevado
a algunos autores (Christoffel) a la ruptura del encuadre como téc-
90
f\i l:a (con el abandono del diván y e ntrevistas cara a cara), criterio
que no comparto".
Eso es todo y ya no hay más discusión. Simplemente t ocamos el
Jllm to de lo que se comparte o n o. Que Christoffel se aparte junto
eon los que comparten su crite rio. Bleger permanecerá con los
•u y os, los qu~ comparten la inflexibilidad en el man tenimiento de
lns reglas. .
El término 'compartir' nos da ahí la clave del funcionamien to
de S1 que me interesa señalar, y admito me gustaría se
Clirundiesen sus implicancias.
Según la enseñanza de Lacan, S 1 puede leerse también como ese
'rasgo único' en el que Freud vio el lugar de precipitación de las
'ldt!ntificaciones q ue hacen a la forma ción de los grupos y sus insti-
tuciones. Se trata de un significante q ue introduce una partición,
pues se yergue fijando el ámbito d e su dominio sieqtpre sobre la
base de·una exclusión o segregación a donde van a parar 'los otros'.
Aquellos que participan de la mism a operación de 'partición' son
]os que 'comparten'. Comparten el pacto de cerrar los ojos a todo
t>ucstionamicnto de ese pacto mism o, y sí esto hace a la estructura
y fundamento de g.rupos e instituc iones, debe ser algo cuidadosa-
mente distinguid o de lo siguiente, a saber, que nada obliga a que
,'ll'an · las reglas o estipulaciones del encumire las que se eleven a
condición de 'rasgo unario '.
Sin embargo, esa es la verdad q u e subyace a la doctrina argen-
tina 'ortodoxa' sobre el encuadre. Que el encuadre no es en la es-
tru ctura má s que el rasgo, S 1 , sobre el que se sostienen las identifi-
cuciones grupales e institucionales y el ancla para hacer dogma del
IIUJluesto saber con el que se aparen ta conducir la práctica.
Desde este punto de vista, me parece sencilla la idea de Lacan
11c:~ún la cual la LP.A. podía llamarse S.AM.C.D.A. , Sociedad de
Ay uda Mutua Contra e l Discurso Analítico. Acá la ironía es secun-
rluria y no tengo complacencias con las risas de .los supuestos
lnt:anianos. Se trata de una idea que deriva de precisiones teóricas,
Hay que pensar cómo una sociedad puede llegar a ese funciona-
lii ÍI.mto.
Mi idea es que toda agrupación que haga del en cuadre el preci-
pitado de sus iden tificacio nes es una sociedad de ayuda mutua
nmtra el discurso analítico. Y toda agrupación lacartiana que haga
tk estipulaciones del encuadre (como la sesión corta o de tiempo
v:triable, por ejemplo) el rasgo de su constitución, también es una
suciedad de ayuda mutua contra el discurso analítico.
91
¿Por qué 'contra'?
Porque en el discurso analítico S1 no puede estar del lado del
analista, ni explícita ni implícitamente, y así se desprende de la
enseñanza de Lacan.
Se verá en esta cuestión la curiosidad e interés del analista
'ortodoxo' por las supuestas nuevas reglas del encuadre de los laca-
nianos, así como el entusiasmo de estos últimos por dividirse en
'ultras' y 'moderados'. Por poco que a esas supuestas nuevas re-
glas se les dé consistencia, todos encontrarán con qué reforzar su
ser, compartiéndolas o no. A la larga, seguramente, se preferirá
cambiar a renunciar a ser, pero Ja conclusión que insiste según mi
punto de vista, es que JI., en la ocasión, el deseo del analista, es
cosa que supone abandonar toda consideración sobre las reglas del
encuadre.
V. $
En mi opinión, las consideraciones sobre las reglas del encuadre
deben sustituirse por un renovado debate teórico-clínico sobre la
represión originaria. ·
No se me podrá negar que tal opinión señala que aspiro a dar un
lugar metapsicológico más que honorable a todas esas menudencias
de los horarios, honorarios, interrupciones de fin de semana y
decoraciones de consultorio. Pero no se me escapa que un planteo
así debe sorprender en relación a la doctrina argentina •ortodoxa',
porque allí, directamente, no se emplea la noción de represión
originaria en ninguna dimensión ni teórica ni clínica. Sin embargo,
trataré de mostrar que es BJeger y el color local que extrajo de su
tema lo que impone tal planteo como conclusión.
Recordemos que su pregunta lo lleva a interesarse por saber
qué es el encuadre desde el punto de vista psicoanalítico cuando
nada lo trae a la atención, cuando no sufre rupturas, cuando fun-
ciona de un modo 'ideal'. Esa p regunta extraordinaria (que merece
su nombre) va a determinar que su saber sobre el encuadre co-
mience a dejar entrever una lógica llena de curiosidades. Hemos
visto que ese saber ·proviene de muchas partes, aunque no del
psicoanálisis, y que lo caracteriza una gran diversidad. Sin embar-
go, algo insiste en toclo aquello a lo que Bleger echa mano para
responderse su pregunta. Por un lado, 'encuadre' es un término que
no puede definir sino por oposición a otro, por ejemplo, 'proceso'.
Es un 'no-proceso'. A partir de ahí, les hace repetir esa lógi_ca, ex-
92
Plil1ll w nen te, a todas las nociones que emplea: no hay 'variables'
ihW l 'e~ r oposición a las'constantc::s'; no hay diversidad de 'compor-
tfJ,fJ\trol os y actitudes' sino sobre el trasfondo de la invariancia
'ímtll.u don al'; no hay 'cond ucta' que no suponga una 'metacon-
du~ t u '; n o hay 'figura' sin 'fond o' y hablamos de ' no. Yo' o de •rne-
t~PY ~~· por oposición al 'Yo'. Por otra parte, Bleger, no digam?s
t~Ue !H~ da cuenta, pero sf que experimenta que en esa relación d1a·
l!fílkn alg o se le pierde y q ue uno de Jos términos de }a oposi ción
g ltt edipsa y lo eclipsa. Es que se pueden estudiar las 'variab les' •
per·o ~~~~ tonces se pierde todo control sobre las 'constantes' . Podrían
luétw l!Studiarse las 'constantes', pero entonces es porq ue se }lan
vut ll o ' variables' y forzosamente quedarán ocultas o tras 'constan-
t•¡• 1.a a lternancia ' fondo-figura' de una Gestalt es muy citada por
L1lé~c r, p ero no sólo porque le ilustra que no hay una sin la otra,
!Úft(l po rque si se tiene una se pierde la otra, y no hay m odo de
Jtlff1 1':u· simultáneamente las dos. Aq uí se ve por q ué hom ologar
''n,·uadre-proceso' a 'constante-variable' resulta una garan tía de-
mtuiudo fuerte (el análisis no es un experimento) para no ser
fr~ il (la garantía misma se vuelve in asible). Por últim o, Bleger
t'll Nt·usib le al hecho por e l cual ese elemento inasible es, sin embar- ,
gu, ,k la mayor importancia porq ue, nos dirá, es lo "implícitO '
i1r ro de lo cual depende lo explícito". Es q ue no se tr ata rnerarnen-
lr- 1k una lógica de o posiciones descriptiva, sino que plantea proble-
lll il'i l·ausales que Jo tienen propiamente embarazado.
T ales son los nudos esenciales que le interesarán del en cuadre,
y pretender est!ldiarlos y analizarlos lo obligará a te ner q ue argu-
l'll~ n l a r en torno a posibles objeciones tales como que ese p sico aná-
lir~h s~a imposible, o más radicalmente aún, que tra t ánd ose de algo
{¡~n inasible, no exista.
l·:l que no se perciba el encuadre no q uiere decir que n o exist a,
tcndr:i q u e aclarar. "Lo que no percibimos tambié n existe". "El
t'lll "tladre se mantiene y tiende a ser mantenido ... como invaria ble,
y liiÍl~ntras existe com o tal, parece inexistente o no e ntra e n cue nta,
htn lt> com o las instituciones o las relaciones de la s q u e sólo se
to w a con ciencia justamente cuando ellas faltan , se o b struyen °
4h' F•II de existir. (No sé quién ha dicho del amor y d el niñ O que só-
J(l :a ~ sabe que existen cuando lloran.) ¿Pero cuál e s el significado
del encuadre cuando se mantiene (cuando "no llo:ra"?. "Es lo que
hi ta ahién ocune con el esquema corporal, cuyo estudio com e nzó
¡u ... Lt patología, que fue la que mostró en primer lugar su e xi sten-
93
cia". Una vez más insistirá en este último argumento, ya que le
ilustra de algún modo esa lógica retroactiva que se le impone, y
que no puede formular como tal.
Es notable, pero característico de la doctrina argentina 'ortodoxa',
el no poder relacionar en modo alguno esas cuestiones con las
ideas de Freud sobre la represión originaria, sus tiempos, la fija-
ción, la segunda escena, su efecto nachtréiglich. El problema es que
entonces habrá que concluir, como lo hace Bleger, que el psico-
análisis de ese encuadre ausente pero presente, que sólo des-
pués de la ruptura 'habrá sido', es el psicoanálisis de algo más
allá de toda represión. Será el psicoanálisis de algo que no está
reprimido sino 'clivado', y que "nunca formó parte de la memoria".
Así, en razón de que sólo se considera como represión la repre-
sión secundaria, ese psicoanálisis del encuadre entrará en una ba-
bel terminológica y en un malentendido tal que desespera uno de
poder sostener a lo que allí se está llegando y conducirlo al lugar
de donde nunca se debería haber salido: el nudo mismo de la ver-
dad frcudiana.
Llamemos a esa verdad 'inconsciente'y digamos, siguiendo a
Lacan, que es ese un concepto f01jado en la búsqueda de saber qué
es lo que opera en la constitución del sujeto. Según Lacan, lo que
opera es una cadena significante reducible a un binarismo.escribible
como S1 /S 2 • De esos términos, ninguno vale sino por oposición
a otro; determinan ambos una temporalidad causal retroactiva, y
su efecto es $, letra acá leíble como 'sujeto del inconsciente'.
Esa letra también escribe algo intrínseco a todo debate sobre el
encuadre analítico, como Bleger, a su manera, con recursos inade-
cuados, logró mostrar si no demostrar.
VI. a
En mi opinión, el error de la doctrina argentina 'ortodoxa' sobre
el encuadre no es haber presentido la necesidad de que el análisis
sostenga algo no ambiguo, ni cambiante, ni alterado.
El error, seguramente inevitable, consistió en querer situarlo en
torno a un conjunto impreciso y ridículo de reglas cuyo destino
será perderse como gota en el océano de las prácticas sociales y sus
historias11 .
Para Lacan, también la posición del analista depende de que
pueda sostenerse y soportarse de modo inflexible un algo ni ambi-
guo, ni cambiante, ni alterado. Pero ha demostrado que ese algo no
94
ttudda situarse respecto de ninguna estipulación o regla, porque
11\1\:, generalmente aún, no podría situárselo respecto de ninguna
~f1111hinatoria significante, incJuida su lógica, su binarismo, su cau-
8fllldad retroactiva, su efecto suje to.
A cambio, ha mostrado que ese aJgo es ubicable en la estructura
t}un t" un obje to , un objeto absoluto, un o bjeto real, un objeto
~1111sa del deseo, un objeto que ha escrito con la letra a, escribiendo,
UUllhién así, algo intrínseco a todo debate sobre el encuadre
tlllahlico .
l11tentaré precisar esto ú ltim o tomando tan sólo dos cuestiones
'&11 las que se entrevé e l esta tuto de ~se obje to, y a las que llega
Uk•.~er persegu ido por su pregunta. (La limitación alude a que en
t~t h • ya la confusión d e lenguas no podría reducirse e n pocas pá-
!Jtuus ).
t.a prim era cuestión se refiere al objeto en las fantasías.
Aunque parezca extraordinario, Blcgcr, sin saberlo, trató de
w rtn}ptualizar con la noción de cn¡;uadrc la estrudura tlel fan tas-
.tfHI Veremos que de eso se hab la, realmente, de lo mismo que La-
Pi t !Ja escrito como$ o a.
<kurre que al pensar qué es e l encuadre de ese modo tan parti-
~!ltn r q ue, lo hemos mostrado, equivale a preguntarse por qué es
1\1 ~-,ddo bajo la re presión originaria, Oleger piem;a t:n una r elación
\,lt' nhjeto. Sólo que, obviamente, para él una r elación de obj eto es
ls que puede te ner a lguien, e l Yo, t:on algo de algún modo percibi-
bk, ci objeto. Entonces, esa relación subyacen te y "m uda" d el en-
.-uud re se le compfica hasta el punto de que habría q ue definirla
~UttJo la que no tiene un no- Yo con un no-objeto. En ningún caso
tu dice estrictamente así, pero son esas las exigencias que d erivan
d~' la noción con la que trata de e laborar lo caído bajo la represión
óflJJ.inaria: la simbiosis.
S q~ún mi parecer, no es esa noción que tenga estructura (como
put ~:jemp lo Ja de su emp leo estricto en biología), s.ino que sirve
a J.llcger más bien para nOmbrar un Jugar de disolución de la or-
Mtl ll iZación previamente pensada como relación de objeto. Por eso,
ii~u11:ndo a Winnicott, aludirá con ese término a lo más regr esivo,
hhll:;,:riminado, indiferenciado, desorganizado y psicótico de la
fh'~ f:;l) nalidad, según el m odelo "fusión madre-hijo".
Al1ora bien, comienza a producirse una dificultad cuando se
tl:'laciona ese nive l sírnbiótico con e l en cuadre, porq ue éste ú llímu
Vk111: a representar un elemento de orden y organización por cK~;t~
Y!!
1encia. A partir de lo cual, resulta-la articulación misma entre
esos dos aspectos tan opuestos los que problematiza a Blegcr. Ya
no se trata simplemente de lo simbiótico como desorganización,
sino de considerar que en todo paciente ese lugar desorganizado
está como enganchado, fijado, inmovilizado en su organización,
del modo más repetitivo y constante. Es lo que Jo conduce a ha-
blar de compulsión de repetición y a decir que al intentar analizar
esa relación "nos encontramos con las resistencias más tenaces".
Como no puede definir esa relación, su noción de encuadre
empieza a oscilar de una punta a la otra del fantasma.
A veces, llama •encuadre' al elemento inmovilizador de lo sim-
biótico, mientras que otra veces 'encuadre' es lo simbiótico e indi-
ferenciado propiamente dicho.
La oscilación deriva de una dificultad de fondo y que es la difi-
cultad para situar la posición del analista. Cuando Blegcr piensa en
el encuadre del analista, piensa en el elemento inmovilizador de
los aspectos simbióticos, pilar fundamental para la construc-
ción de todo el edificio mental. Cuando piensa en el paciente,
piensa que el encuadre es en realidad lo propiamente indiferencia-
do que viene a depositarse en el encuadre analítico. Como, por
otro lado, no puede dejar de reconocer que en el paciente no todo
es simbiótico, tiene que aceptar que éste ya posee un elemento
inmovilizador o de encuadre en el primer sentido. Entonces, ya
estamos conque hay un "encuadre del paciente" que viene a
homologarse al analítico. Pero las dificultades continuan, porque
esa homologación podría dar lugar a una "adicción analítica", o al
menos a una connivencia por Ja cual ese aspecto tan resistencia) y
repetitivo del paciente jamás podría analizarse por haberse hecho
el equivalente del normal e 'ideal'cumpJimiento del encuadre. Para
modificar o activar ese aspecto, entonces, se requeriría un retorno
de algo "indiferenciado", "simbiótico", es decir, una sorpresiva
ruptura del encuadre analítico. Pero, acá, fin del juego, porque
topamos con una alternativa que no se comparte. Sólo queda decir
que en esto hay un problema, y esperar un "accidente" afortunado,
como el del caso de A.A.
Es una cuestión difícil salir de todo ese ~nredo.
La vía de Lacan, me parece, consiste en abandonar toda esa
idea de Jo indiferenciado e indiscriminado, reemplazándola por la
de un objeto no común, pero preciso y localizable en la estruc-
tura: a. Luego, se trata de probar que es por su relación con
ese objeto, y no con una regla, que el sujeto queda fijado en su
96
fantasma: $ O a. Por último, deducir que no es por cumplir o no
l'\lmplir con reglas · que el analistél puede aspirar a movilizar esa
rr.ladón, sino por presentificar ese objeto mjsmo. Obje to no
illlthiguo, ni cambiante, ni alterado, y más allá de toda imagen de
*1 que el analista sostenga con las reglas del encuadre.
La segunda cuestión se refiere al objeto como causa.
Aunque parezca extraordinario, también sin saberlo, es a toda
Una concepción sobre lo real como causa a lo que es conducido
Ull:ger discutiendo el encuadre, así como a escribir sobre esto
Hlt•.unos enunciados que me parecen luminosos.
Digamos, con más precisión, que no lo conduce el encuadre sj-
1\1.> sus 'ntpturas', a las que llama "brechas" o "grietas" por las que
.. hace irrupción la realidad". ¡ H ermosa expresión para mi gusto!.
hnbellecida por el desprecio d e los que hu bieran exigido que
di.jera 'real' y no 'realidad', según el uso imbécil que hacen de la
~i'acia poco merecida por la que accedieron a la enseñanza de
.lacques Lacan.
Seguiré como más interesante la indicadón de que una discu-
¡¡t(•n sobre las 'rupturas' del encuadre conduce a desdoblar el esta-
tuto de la realidad, y así le ocurre a Bleger.
Lo hace con los elementos de que dispone, con los que provic-
nm de la teoría de la percepción y de la noció.n de "ultracosas"
1k Henri Wallon (único, por lo demás, de qujcn no da referencias
liihliográficas).
Está por un lado, nos dirá, todo "lo que existe para la percep-
dún del sujeto". T odo ese universo de cosas que hacen a la reali-
da·J "organizada", y que son las que entraron en el juego frus-
lración-gra tíficaci6n. Con esta última tcrmin ología se enturbia,
~in duda, la mención a la lógica presencia-ausencia propia del signi-
ficante, pero no tanto como para velar que la "organización'' de
,•se mundo proviene para el sujeto de saber que cada uno de sus
nl>jetos "puede faltarle". Hay que empujar un poco este tema
para probar, como lo hace Lacan, segú n me parece, que es la pre·
o.;nvación de esa dimensión de falta lo que define uno de los esta-
tillOs de la realidad.
Pero por otro lado, dice Bleger, está "lo que siempre está". La
" ultracosa", lo que no sabemos qué es porque "no hay percepció n
de lo que siempre está", pero que existe. Aquello de lo que esta-
1\Jns separados, clivados, que "no se percibe sino cuando falta".
Hlcger le pone muchos nombres, que ya hemos mencionado,
pno llamarlo "lo que siempre está", hace que valga la pena empu-
97
jarlo un poco para llegar a una primera concepción de lo real en
La can.
Lo esen cial, para mí, es que también le puso el nombre de 'en-
cuadre', dándonos una muestra de que el tema es insoslayable en
toda discusión sobre la posición del analista.
Qué hacer con ese real en la cura deja a Bleger, claro está, otra
vez, oscilante. " La ruptura del encuadre por parte del analista
- insistirá- supone siempr e, en grado variable, una situación catas-
trófica". Pero el ejemplo con el que apoya su principió es el de
A.A., donde no sabemos si las consecuencias podrán, desde no sa-
bemos qué criterio, evaluarse como catastróficas o no, pero sí
sabemos que Bleger tiene la convicción de que eso hay que anali-
zarlo.
Es que José Bleger, analista 'ort odoxo', da testimonio en su tex-
to Psicoanálisis del encuadre psicoanalítico de hacerse responsable
de lo real a condición de no haber sido él el causante de su inup-
ción. Vale la pena rendir homenaje a esta ética, aunque no esté a la
altura de la exigida por Lacan para el psicoanálisis. Pero es un
tiempo necesario para acceder, en Buenos Aires, a soportar Jo que
pueda ser estar en la irrupción de lo real como causa.
VII. PONENCIA
No un encuadre u otro, sino el discurso analítico:
a $
98
NOTAS
1
Zac, J. "Relación semana-fin de semana", en Revista de Psicoanálisis , XXV, 1, 1968.
l Uaranger, M. y W. " La situación analítica como campo dinámico", en Revista Uru-
lf411YII de Psicoanálisis, IV, 1, 1961·62.
1
Bleger, J. "Psicoanálisis del encuadre psicoanalítico", en Revista de Psicoanálisis,
XXI V, 2, 1967.
" Uberman D. lA comwlicación en terapéutica psicoanalítica, Eudeba, Buenos Aires,
,.~l.
~ Rodrigué, E. y G. T. de. El contexto del proceso analítico, Paidós, Buenas Aires,
l!JM.
f1 Derivado de haber habido psicoanálisis en Buenos Aires, en condiciones menos esta-
hll'• •rue las londinenses, posiblemente.
1
Todos los entrecomillados pertenecen a su texto antes citado.
11
No haré precisiones en las citas. Las alusiones más constantes me parece remiten a
'l'vakión del inconsciente' en Escritos IJ, Siglo XXI, México, 1975, y al seminario (mi-
~ll'l>l(rafl.ado) 'L'Envcrs de la Psychanalyse'. Un párrafo copia casi textualmente el de una
lardlm del seminario sobre 'L' Angoisse', (también mimeografiado). El punto VI es una
¡wáfmsis de un tema central del seminario dictado por Jacques-Al.ain Miller sobre 'Dos
4illll'IISÍOnes clínicas: síntoma y fantasma', en Duenos Aires, Julio de 1983.
11
Así lo intenta J. Zac (op. cit.). Uegn a cla.~ificar las reglas en cinco categorías: cons-
il!ll t•·~ teóricas, funcio nales, temporales, espaciales y de la persona rca.l del analista. Cada
\lllla se subdivide a su vez en cuatro y más itemR. Pero todo ese cuadro es presentado co-
"'" 1111a "somera descripción de los hechos".
1
" ¡Menos las reglas del encuadte ! - gritaron juntos los analistas 'ortodoxos', al par
ljll" sl~ distanciaban por Las razo nes políticas de la época.
11
Quede como testimonio que la doctrina argen tina 'ortodoxa' sobre el encuadre se
t~~lluha retroactivamente en las vísperas del sacudimiento más violento que iba a sufrir la
iut.k <lad argentina en cualquiera de sus aspectos. Circunstancia ésta última suficientemen-
lB !nígica como para elevar a la categoría de chiste cada una de esas "constantes", y su·
flt.l.-utemente cómica como para recordarles a los psicoanalistas 'ortodoxos' y 'no orto-
il u Kus' que había un encuadre del que dependían sus encuadres.
99
STANDARDS NO STANDARDS
100
tul", el analista no. El primero no deja d e saber lo que tiene que
hacer, puesto que la asociación libre es la exigencia, podem os de--
cir, standard, que define su tarea. Nada semejan te e xiste del lado
del analista.
Ciertamente, Freud d efine su función con un término, interpre-
tación, por el que se prescribe una fina lidad, el d esciframien to, el
cual se opone a las dos fina lidades mayores del dominio, gober-
nar y educar. Esto nada dice, sin embargo, sobre cómo efectuar
t~sla función-interpretación. De hecho, la cuestión sobre lo que
dl:be reglar la intervención del analista se plantea d e inmediato p a-
ru los psicoanalistas, qu edando bien claro que si a la asociación se
In llama libre, la interpre tación no lo es. Tiene en la transferencia
Mus condicio nes, pese a dejar a discreción del analista los m omen-
to s, el núrnero, Jos términos y el campo de su s intervenciones,
on donde la asociación, en cambio, no deja al an alízante elección
uinguna y lo determina. El ¿cómo hacer? queda a cargo del analis-
ta , pues no hay r egla fund amental qu e se lo d iga.
Hay pues, incripto en el procedimiento freudiano, una h iancia
cutre el saber y el analista en cuanto a las finalidades y efectivi7.a-
ción de su intervención. Esta hiancia pr~para en el núcleo del
dispositivo ·analítico el lugar d e la impostura virtual. La enseilanza
tk Lacan no cesó de rodearla y de reformularla y, desde los co-
mienzos, los analistas t estimoniaron qu e la sufrían. En este pun to,
lu historia lo muestra, ubicaron primero el modelo - solución indi-
vidual- y luego e~ standard - solución institucional-. Es decir,
t¡ue a falta de un saber cuándo o cómo-hacer, se esforzaron por
hat:er-como; como Freu d al principio, según lo t estimonian sus pri-
rucros discípulos; después, como las reglas instituidas lo prescri-
twn para cada uno, luego de haberlo prescripto para su didacta.
lacan barre ese como-los-otros, y su pretensión de suplir la garan-
1f¡t que falta, con un: simples hábitos. Se une en esto a Freud, quien
no evocaba jamás su téc nica sin cuidarse de alertar contra la imi-
ludón, precisando que no hacía de ella una regla. ¿Se trata de la
l)llcrta abierta a una práctica sin r eglas? Pregunta mal planteada
que la enseñanza de Lacan nos permite corregir, la verdadera es
enher qué las justifica. La pregunta no es standard s o no standards,
liino validados o no.
Lacan responde a Jas preguntas planteadas por la práctica ana-
til ica a partir de los fundamentos mismos de la experiencia en rela-
¡.:jón a las Cüales los hábitos y presiones de grupo carecen de peso,
au nque no d e efectos. Así en su práctica modifica, en efecto, el
101
tiempo de las sesiones, pero en función de un punto de doctrina
esencial. Tam bién mantiene, por ejemplo, la regla de acostar al pa-
ciente. ¿Por qué? Freud la justifica vagamente como favorable a
la asociación. Lacan la funda, desde el principio de su enseñ.anza,
en su distin ción del otro imaginario, el semejan te, del Otro de la
palabra al que el rechazo del cara a cara deja c.l campo libre. Así
como agrei:,ra a las reglas establecidas la de las entrevistas prelímina-
res, y modifica aquellas otras, previas, que organizan los controles.
Aban<:}onada, mantenida, promo vida o modificada, en la enseñanza
de Lacan una regla se j uzga por sus fundam entos y en función de
las finaJidades de la experiencia.
Desde entonces, toda reglamentación heterogénea a la experien-
cia se revela como Jo que es: Irrisión de su lega lid ad. Los sta ndards
deben medirse en re lación a lo que funda al psicoanálisis mismo.
EL MODELO BERLlNES
EL MODELO AMERICANO
En J 949, en el congreso de la reconciliación, en Züiich, el equi-
librio de fuerzas se ha modificado. América se ha vuelto el foco oc
la actividad analítica, Ja lengua inglesa la del psicoanálisis y la ego--
psychology es en lo sucesivo la corriente dominante. La American .
Psychoanalytic Association instala su liderazgo sobre el mod elo
-rechazado en 1938- de la Comisión Internacional. Los standards
permanecen iguales. Son aquellos a los que Lacan apunta explici-
ta y especialmente en Variantes de la cura-tipo. Se trata del mode-
lo berlin és rigidizado por los criterios de adaptación de la ego-
psychology, que consuman la colusión del psicoanálisis con la psi-
quiatría y la higiene mental. Testimonio de esto es un trabajo en-
cargado en 195 1, llamado de revisión de las prácticas existentes en
los institu tos, y que concluyó con la promulgación, en 1956, de
los standards mínimos para la formación psicoanalítíca de los mé-
dicos.
El plan de formación no satisfizo a nadie. Es lo que revela, en
1960, el Comité de ensefianza, luego del estudio de los programas
de una veintena de institutos. Se lamenta del número creciente de
104
~; n n didatos inanalizables e inaptos, de los méto dos de selección in e-
fh; aces (fonnularios d e candidaturas, tests psicológicos, entrevistas
•k grupo), etc.
Pero, a los efectos producidos por el enfoque evaluativo y selec-
ti vo, la Instit ución no sabe responder sino redoblando su s propios
~~ it erios. De este modo, y siempre para o btener más objetividad, se
f!J ~talarán hacia 1964 comités de selección encargados de super-
'tsar y concluir los informes redactados por los analistas de las en-
ltl;Vistas realizadas a un candidato. Se llega en tonces a un ftmóme-
fl •> tan aberrante como éste: el rechazo , a veces de hasta el 90% de
~ ·s candjdatos presentados con opinión favorable del analista. A
\.'1 iterios perfeccionados, ¡el candidato fa Ita! A la luz de t:sto. no
;m rece que los institutos hay an avan zado mucho desde en tonces.
Ese rápido vistazo hist órico sugiere algu nas observacio nes.
Vem os en prim er lugar que la preocupación por definir stan-
fl¡trds que permitan reglar la práctica a nalítica fue. muy pront o una
preo cupación de la comunidad internac ional. Los problemas de la
f., rmación de analistas y las cuestiones concern icn tes :.JI t ielll po en
p·ücoanálisis estuvieron dl~ en tntda en el corazón de Jos d ebates.
~orprende notar que cuarenta afios más t ard e conti tu ycn los mis-
lll<>s o bstáculos puesto que es respecto de ellos que Lacan pudo
~t p arece r como un insumiso del psicoanálisis. En todo caso, es p a-
k nte q ue el esfu erz.o d e la Asociación Internacional para con trolar
t11 práctica analítica tomó como palanca la standarización de los
procedimientos de formación. El objetivo es claro y lógico: para
rq~lar al psicoanálisis, reglar al analista. La instit ución se planteó
~csde el comienzo como el agente d e esta regulación y como el
&ujeto supuesto saber las normas.
¿Cómo no observar, en la instaura ció n de esas normas, el peso
~·: razones externas y la falt a de fundamento intrínseco?
Desde el vamos las razones provenien t es del campo del psi-
V'.análisis en extensión fuero n primordiales. Así estaban prepara-
d• ,s, en 1920, para cambiar los hábit os d e tiempo y pard disponer
in 1a form ación rápida para llegar a más gent e y más rápido. lgual-
lu •:nte es el realismo, incluso el oportunismo, el que en el co n-
Ir xto político d e la d écada de pre-guerra arregla las condicio-
fi•· s de emigración posible para los analistas y sostiene el proyecto
~¡- internacionalizar la formación. En cuan to al diálogo América/
105
= e bien claro que está ?,autaclo por la relación de fuerza
clono!. De ahf la observacton de Lacan en 1953: "El mante-
ttimJento de las normas cae más y más en el orbe de los intereses
del grupo> como se manifiesta en los Estados Unidos do nde ese gru-
po representa m1 poder . Entonces se trata menos de un standard
que de u n standing". (Variantes de la cura tipo, en Escritos.
Siglo XXI>p. 95).
Esos fenómenos surgen, sin duda, de la inevitable inserción del
psicoaná]isis en el mundo. Sin embargo> su contingencia histórica,
junto a la falta de criterios analíticos, acentúa por con traste la no-
table estabilidad del modelo propues to, así como la exigencia in-
condicional a él ligada. Como si el Jegalismo más contingente e
inerte concentrase en sí la prenda misma d e la experiencia. Sor-
prende ver cómo las críticas hechas en nombre del psicoanálisis
-y por las p ersonalidades más eminentes en el interior m ismo de la
IPA (cf. Glover, citado al respecto por Lacan)- no afectó los pro-
cedimientos instituidos. Es de sospechar que una forma de entrada
tan definitiva y tan rebeld e a la evolución debe depender de un
modelo que ya estaba ahí y que está sostenid o por poderosas razo-
nes de estructura: precisamente el que Freud reconoció en la Igle-
sia y el ejército, y que hace lazo de otro modo que el psicoanálisis
(cf. Situación del psicoanálisis y formación del psicoanalista en
1956, en Escritos JI, p. 198). Discurso del Amo, dirá Lacan.
ENTREVISTAS PRELIMINARES
EL ALGORITMO DE LA TRANSFERENCIA
No hay en trada posible en el análisis sin entrevistas preliminares,
decía Lacan en 1971, en . una serie de conferencias intituladas le
Savoir du psychanalyste. Históricamen te, esta práctica es una inno-
vación. Ciertamente, al comienzo de un análisis, a todo analista
siempre se le ha planteado la cuestión de aceptar o no la demanda
hecha> y esta aceptación siempre tuvo también sus implicaciones
diagnósticas ; es lo que Lacan formulaba con un "¿a quién acos-
tamos?". Pero · de las ent revistas preliminares se espera otra cosa.
Las entrevistas preliminares constituyen la modalidad técnica
que responde a: "en el comienzo del psicoanálísis está la transfe-
rencia" (Proposition du 9 octobre 1967 sur le psychanalyste de
rt:cole, en Scilicet, No l , París, Seuil, 1968, p. 18). Es preciso par·
106
tir d e ahí: un psicoanálisis es el trabajo d e la transfcn:mcift, y en la&
entrevistas preliminares lo que está en juego es poner a trabajar la
transferencia.
En tre la queja, que pide alivio, y la entrada en análisis, que su.
pone el trabajo analizante, no hay con tinuidad. A los analizantoa,
decía La can, "se trata d e hacerlos entrar por la puerta, qu e el anáU·
sis sea un umbral, que haya para e11os una verdadera demanda. Es·
ta demanda: ¿qué es de lo qu e q uieren desembarazarse? Un sín·
toma. [... ] Yo trato de que esta demanda los fuerce a hacer un es·
fuerzo... Es preciso en efecto que algo empuje". (Con[érence Ya· a
le University, en Scilicet, No 6/7, 1975, p . 32). Ahora bien, sólo el
sujeto supuesto al saber, como pivote de la transferencia, permite
situar aquello que hace del síntomél una "demanda verdadera".
En efecto , el síntoma se vuelve analizable solamente a condición
de incluirse en la transferencia.
Partamos del algoritmo de la transferencia:
_____s_-_-_- - --+ sq
( s sl , s2 , ........ s")
donde el S, "significante de la transferencia" , escribe la manifesta-
ción sintomática del sujeto que el paeiente presenta al analista y
cuya demanda sostiene. Notemos que le lleva esta man ife stación a
un analista cualquiera (Sq ), es decir reducido a su dcrinh.:ión de
intérprete, de descifrador. La direcció n misma hacía el descifra-
dor, m arcada por la flecha, implica una doble postuladón: t.JUcda
supuesto , por un lado, el carácter cifrado del síntoma (descifra-
miento supone ciframiento) y, por el otro, la represt!lllutividad del
síntoma. Es un h echo de experiencia que el sfnloma no conduce al
análisis sino cuando cuestiona> cuando el analizanto capta ese
incomprensible cuerpo extra ño como propio y portador de un sen-
tido obscuro qu e lo representa como sujeto desconocido para sí
mismo. En este sentido, el síntom a es cucstionumícnto del suje-
to, o más bien, representante del sujeto harrado y no "agotado por
su cogito" (Subversión del sujeto y dialéctica del deseo, en Escri-
tos ! , p. 331). De este modo, por la transferencia, el síntoma es
puesto en forma de pregunta, pregunta del sujeto, en el doble
sentido del partitivo.
Sin embargo~ la transferencia así planteada es muy a menudo, a
decir verdad, previa al análisis. Está ahí desde que el síntoma es
107
.-
. .._,lftlldo como analizable. Casi podría hablarse de transferen-
l i;.Oón el psicoanálisis. Sería preciso evidentemente reservar aquí
Un lugar a los casos particulares, y sobre todo a la excepción,
Pi'cud, como inventor del psicoanálisis.
El momento de la demanda de análisis es aquel donde un
particular, analista cualquiera, se substituye al psicoanálisis en
general. A partir de ahí queda aún por producir la fijación de la
transferencia y ponerla a trabajar.
Es preciso, en efect o, que ese analista venga a. sostener para el
analizante la función de sujeto supuesto al saber, ocurre, se sabe, que
el analizante se haya equivocado de dirección y que la fu nción esté
para él ya fijada en otra parte. A nivel fe noménico, a menudo es el
amor de transferencia quien testimonia esa fijación, pero el fenó-
m eno de estructura es otro: es una transferencia del lado del ana~
lista - en el sentido de desplazamiento- del saber que se supone
puede responder a la pregunta. Efecto de histerizacíón inducido,
señala Lacan por el dispositivo analítico. La transferencia fijada al
analista es una transferencia primariamente demandante: demanda
al Otro que responda. El análisis supone aún que de esa transferen-
cia demandante, se haga una transferencia productora por el sesgo
de la llamada asociación libre. El analizante está en el análisis en el
lugar de aquel que trabaja -esfuerzo, dice Lacan- para que se ela-
bore el saber que responda a la pregunta del sujeto; mientras que
la operación del analista consiste en causar ese trabajo. Lo q ue es-
cribe el algoritmo del discurso del Analista: ..E...--+_!_ (Radiofo nía y
s2 sl
Televisión, Anagrama, pág. 77).
Son estas condiciones del análisis - transferencia analítica (o sea
pregunta del sujeto), fija ción de la transferencia y trabajo de la
transferencia- las que dan a las entrevistas preliminares sus obj eti-
vos para cada caso. Nada que ver con la medición de una capacidad.
Lo que es preciso subrayar, en efecto, es la incidencia del analis-
ta en aquello que se trata de obtener. El acto analítico está en jue-
go desde esas entrevistas, se ubica ah f en el lugar de la causa y su
efecto es el empuje-al-trabajo de la transferencia . .No podemos
desconocer, desde el comienzo, la acción del analista en cuanto a
este impulso q ue evocaba Lacan. La justa inserción del paciente
en lu transferencia no es del orden de la aptitud. Depende, por
cierto, <le la posición del sujeto en su relación con el Otro, pero no
está menos determinada por la respuesta dei partenaire analista.
108
Al respecto, Freud está del lado de Lacan, contra la ego-psycho-
logy.
LOS CONTROLES
Los controles existen desde que hay analistas. Parecen incluso
haber precedido la creación del término, si nos atenemos a los pri-
meros psicoanal istas que rodearon a Freud.
Se trata de una práctica que La can nunca cuestionó y cuya ne-
cesidad subrayó incluso. Lo que discute su ensefianza, por el con-
trario, es la función institu cional del control, tal como fu e codifi-
11 1
~Q¡t pgr \¡¡lilA. Al ..:a111biar los modos de habilitación, Lacan cam-
bt6 Untbl~ll cl l11ga r y la función del control.
at.C.ONTkOL Y LA lNSTJTUClON
tK(' cam bio tknc como pivote su: "El analista no se autoriza
lino t.h• sí mismo".
"hl úni~,;o princip io d l.:! rto a plantear, dice Lacan, y tanto más
~:uun to qu e ha sido desconocido, es q ue el psicoanálisis se constitu-
Y"' l'lHIW uid<lctico por el querer del sujeto , el cual debe estar ad-
vertido de que el amHisis cuestion ará ese querer, en la medida
mis111 a d e la aproximación del d ese o que encubre". (Note adjointe
al / ktt' de fondatio n, en Annuaire de l'ECF, p . 74). Al poner este
principio en la base de la fundación ele su Escuela, en 1964, Lacan
pone t!n el centro ctel problema de la formación del ana lista la
cuestión misma de su deseo. Su prolo ngació n e n un querer - que
p ued e ser el de vo lver se analista--- no d epende sino de una sola for-
mación ; la que Lacan ~,; sc ribe así: "El psicoanálisis, didáctico" (D e
nuestros antecedentes, en L::scritos 1, p. 10) ; acá la coma, en inciso,
borra la dicoto mía habitualm e nte recibida entre psicoanálisis perso-
nal Y psicoanálisis didáct ico. Es decir que la institución no es, no
debe ser, no podría seL el agente que instituye al psicoanalista.
Lo qne no quiere d ecir que la institución se desentie nda d e ga-
rantizar la form ación. Solame nte desplaza su punto de aplicación.
Una vez que Laca n reconoció y pla nteó que en su acto el analista,
si es analista, no se autoriza de ningún Otro, extrajo las consecuen-
cias: le queda a la institución garantizar el a nalista "que haya he-
cho su s pruebas" . Garantía pues, p ero retroactiva, y no caución
anticipada , como es el caso de los candidatos cuando son seleccio-
nados a la entrada del psicoanálisis o del control.
Al no ser la condición obligada de u na habilitación, el control se
une al campo del psicoanálisis en int ención del que la formación
del analista depende. Se encuentra, a partir d e entonces, profunda-
mente modificado. Para hacerlo valer, planteemos a propósito del
control cuatro simples preguntas, tanto a las prácticas standards co-
mo a la Escuela que Lacan creó en 1964 y volvió a lanzar para una
contra experien cia en 1981: ¿para qué, para q uién, cuándo y có-
mo?
Un vistazo a los documentos contemporáneos de la IP A, espe-
cialme nte a un informe presen tado en 1981 al IX precongreso so-
hn· el didáctico por Anne-Marie Sandler, a propósito de la Selec-
11 2
ción y función del análista didáctico en Europa, p rueba , de ser
necesario, las constancias del fenóm eno y pese algunas ligeras va-
riantes en el tiempo y de un instituto a otro. Los institutos euro-
peos, por ejemplo, piden dos o tres controles, mientras que los
norteamericanos piden cuatro. No obstant e, en todas partes Jos
contro les son obligatorios, en t odas partes están som etidos a auto-
rización, y también en toda s partes el control, garantizado por el
com ité didáctico del instituto, es un didacta.
Las respuestas, por consiguiente, son simp les. ¿Para qué el con-
trol?. Para la habilitación (se agrega a veces, pero subsidiariamente,
una finalidad de garantía para el paciente). ¿Quién va al control?.
Un candidat o al reconocimiento analítico. ¿Cucindo?. Cuando está
autorizado a recibir sus primeros pacientes. ¿Cómo ? Con un con-
trol reconocido por y según las normas (duración, frecuencia, nú-
mero de casos) propios de su institut o. De modo que el control es
a la vez ojo de la institución y baby-sitter de un analista bajo vigi-
lancia.
LA RESPONSABILIDAD DE LA ESClJF.LA
El trastocamícnto operado por Lacan es completo y sus linea-
mien tos se encuentran en el Acte de fond.ation de la Escuela y en
su Note adjo inte.
En primer lugar, el control no es ob ligat orio. La institución no
lo impone, así corno tampoco establece lista de controles ni lista
de didact as. Es decir q ue el sujeto pide u n co ntrol según su parecer,
y al analista de su elección. Por el contrario, la obligación - pues
por cierto hay una obligación- es para la Escuela. Obligación
de responder a la d eman da de éontrol "desde el comienzo y en
todos los casos", dice Lacan (Acte de Fondation., p. 72), lo que
quiere d ecir sin condiciones previas de antigüedad en la carrera
analizante y sin exclusion es. La razón de esto es que el contro l, si
no está impuesto, " se impone" (Note adjointe , p. 75). Se impone,
porque es un hecho que "el psicoanálisis tiene efectos sobre toda
p rác tica del sujeto comprometido con él". Corresponde, entonces,
a una Escuela, el d eber de asegurar "un contro l ca lificado" (y no
califkante) a todo sujeto cuya práctica suponga transferencia, ya
sea institucio nal o privada. y en cualquier fase que esté de su cur-
so .
Una demanda de control, enton ces, si es verdadera, no se recha-
za. Pero su p ráctica se adapta a la posición d el sujet o sin standards
preestablecidos. Porque hay u na necesidad de contro l la responsa-
113
bilidad de 1a Escuela no es rechazar las demandas sino aceptarlas.
Una única liinitnci6n debe señalarse evidentemente, la responsabili
dad de la Escuela es correlativa de la seriedad del compromiso del
sujeto en ln experiencia, y, sobre este punto, la opinión eventual
del analista puede ser det erminante.
¿Por qué el control?. Porque el control es un dispositivo com-
plementario de la cura, donde tratar analíticamente los efectos de
la experien cia analítica; abierto a cualquiera que lo demande,
cuando lo demanda, por el hecho de estar sujeto a las influencias
de sus efectos. ¿Qué relación queda entonces entre el control fun-
dado en una necesidad interna de la práctica analítica y la garantía
institucional? Una relación de hecho, sólo eventual. Cuanto se tra-
ta de discernir que un analista "ha hecho sus pruebas", el control
puede sin duda dar fe en ese sentido, pero de manera no obligada,
y sólo entre otros testimonios.
116
NO.SIN-EL-TI T::MPO
TIEMPO REVERSIVO
Segundo asunto: ese t iempo interno al sujeto Lucan In 8ltu6
como u n tiempo det erminado por la est ructura. Dió úivcrl$tt8 fór-
mulas de esa estructuración a lo largo del tiempo, y lwhdn. indu-
117
doblem ente, diferencias a señalar entre la t emporalidad de la pala~
bra intersubjetiva situada en 'Función y campo de la palabra y del
ltmguaje y la temporalidad que en Posición del inconsciente se re-
fiere a la alienación significante del suj eto.
Retengamos tan sólo la tesis fundame ntal: el tiempo del sujeto
hablante es la " retroacción del significante en su eficacia" (Posi-
ción del inconsciente, en Escritos II, Siglo XXI , p. 375) que regla sus
fenóm enos. Es ella la que causa ese "tiempo reversivo" (ibid., 375)
que da cuenta tanto de Jos fenómenos de apres-coup como de la
sobredeterrninación, y que suspende al sujeto entre esa anticipación
y esa retroacción, cuya fórmula gramatical nos brinda el futuro
anterior (él habrá sido y que encuentra su definición y su grafo en
el punto de almohadillado).
Ahora bien, ese tiempo entraña un momento privilegiado, el de
la escansión que, cual una puntuación, ratifica o también desplaza,
suspende el almohadillado del efecto de significación. La escansión
precipita el momento de concluir y decide el sentido. Es pues
homogénea a la interpretación e incumbe al analista, en tanto de él
se espera una respuesta. Es en Funció n y campo de la palabra y del
lenguaje donde Lacan explicitó más esta relación entre la inciden-
cia del analista en el tiempo del suje to y la duración de las sesio ~
nés: "Es una puntuación afortunada la que da sentido al discurso
del sujeto. Por eso la suspensión de Ja sesión de la que la técnica
actual hace un alto puramente cronométrico, y como tal indiferen-
te a la trama del discurso, desempeña en él un papel de escansión
que tiene todo el valor de una intervención para precipitar los mo-
mentos concluyentes. Y esto implica liberar a ese término de su
marco rutinario para someterlo a todas las fmalidades útiles de la
técnica." (ibíd).
Sin duda, ulteriormente, Lacan modificará la idea de que el suje-
to pueda encontrar su consistencia en una palabra plena: pero en
la medida en que la experiencia de la cura pone en juego en todos
los casos la dialéctica del sujeto hablan te que se historiza retroac-
livam ente, el tiempo, lejos de form ar parte de lo que los analistas
llaman el "encuadre'\ forma parte del proceso mism o, y la inci-
dlmciu del analista en ese proceso es siempre correlativa de un
efecto de u~mpo, que sólo puede juzgarse en función de la dialéc-
th;a en la que interviene. Esto excluye, tanto para la sesión como
para la cura, la ~.: uración standard, definida a priori.
118
EL T RABAJO DEL INCONSCIENTE
Es necesario empero un paso más para fundar la sesión llamada
"corta" de Ja cual, sin embargo, Lacan nu nca hizo una norma. Se la
objeta, en general, en nombre del tiempo que necesitaria el incons-
ciente. No se trata d e igualarlos, si se tom a en cuenta lo siguiente:
el inconsciente no tiene horarios y, trabajador ideal, trabaja perfec-
tam ente bien sín respiro. La sesión debe situarse por ende como un
tiemp o de registro, t iempo de "recepción clel producto de ese tra-
bajo" . La elaboración es remitida fuera d e la sesión. Su in terrup-
ción adquiere sentido y valor como "sanción" del producto anali-
zante y es experimentada asimismo como tal.
Un comentario en este punto: esta respuesta del analista sin la
cual, digámoslo, sin la cual la palabra del sujeto no es, ¿por qué ha-
cerla coincidir con la finalización de la sesión? ¿Por qué una res-
puesta actuada en lugar de una respuesta solamen te vocalizada?
Subrayemos que respecto a este punto Lacan señaló también que
el tiemp o depende también de Jo real. Ya lo formula en Función y
campo de la palabra ydellenguaje, texto donde. sin embargo, t!l
tiempo parece estar mas reabsorbido por el regis tro simbólico dd
sujeto. La funci.ó n del tiempo está allí, j unto con la"abstcnción.,
del anaJista, situado como conjunción " de lo simbólico y Jo real"
(ibid. 126-1 27), esta conj unción da fe de que la t ransft~n:ncia.
como Freud lo señaló, no es simple repetición del pasado, sino q u ~
incluye lo que La can llama entonces "un factor de rea lida d". si-
tuado, de entrada, del lado del analista.
LA P ULSACION
LA f'UNCION DE LA PRiSA
A partir de este p un to, las elaboraciones d e Lacan se d esarrolla-
rán cada vez más en el sentido de indicar que es el obj eto, que
vuelve siempre al mi smo lugar en la transferen cia y en el fantasma,
a la vez. condensador de goce y causa d e deseo, el que brinda I<J
t.:lavc de esa espera . El tiempo lógico no tiene. desde en ton ces, más
"en-si" que ese objeto (Radiofonía y televisión, Anagrama, p. 4 6)
qu t.: preside el encu entro faJiido d e la repetició n y "tetiza la función
dr la prisa" (Seminario XX, A un, Pa idós, p. 63). Ahora bien, en to-
dus los casos la tem p oralidad de sus emergencias es la d el insta nte,
i ns ra n h' casi de frac tura en la duració n del enca denamien to de los
si ¡ •, nil'i r anl ~s. Se con cibe asi que la ú ltima f orma producida por La-
L'all l'll lo qtlt~ se refiere al analista en el Jugar de objeto se acomode
; ¡ lllla Sl"Sión puntual cas i reducida al instante donde encu en tro y
Sl~pa ra ci(ln sl' c o nju~an .
¡, PreniJJii'.arcn lns l~ ntonct.:s la sesión cor ta? Debe señalarse q ue
120
Lacan nunca lo hizo, aunque la misma es coherente con su l'Hrsl'·
ñanza. De manera general, Lacan nunca formuló preceptos tél:ni-
cos para uso d el analista. No retrocedió empero ante algunos imp~,.
rativos, habiendo además retomado a menudo el propuesto por
Freud. Pero, si se siguen las fórmulas . en su enseñanza, desde, por
ejemplo, su: "hay que tomar el deseo a la letra" (Dirección de la
cura, Escritos ! , p. 251) se verá que las mismas se refieren siempn.~ a
los únicos "derechos de un fin primero" (Del Trieb de Freud y de'/
deseo del Psicoanalista, Escritos j!, p. 389).
La técnica no se enscfta allí donde el acto im pone la falla del su-
jeto supuesto al saber y supone la ética.
Traducciór~ : J. C. INDAR.'J'
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123
PODEROSO CABALLERO...
Dudy Bleger
Graciela Brodsky
Juan Luis Delmont Mauri
Gerardo Requiz
124
que lo llevan a instalar un extraordinario sistema de seguritlad en
la "planta de tratamiento", ala que se rehusa a entrar: insatisfac-
ción porque en esa fábrica, que pertenece a la familia de su m ujer,
sus ideas no son t omadas en cuenta para las grandes decisiones; y,
finalmente, la preocupación por su "inapetencia" sexual, q m: re-
produce la queja materna hacia el padre.
El paciente responde a la escansión del analista tomándose 1111
tiempo "para ordenar sus horarios", y regresa ... un año despu(~s.
con una demanda de análisis claramente formulada, que instala al
sujeto supuesto saber. "Vuelvo - dice- porque me di c uenta qlll'
uno solo no puede entender lo que le pasa".
En el t ranscurso de ese año se separó de su mujer, renunció a
su trabajo, y ac tu almen te, a un cuando se ha convertido ólll
éxito en un invisib le cobrador de deudas, vacila entre mantcrwr In
seguridad de esta posición, por lo dcm;ís muy bien remunerada, (1
exponerse con la ejecución de un proyecto propio que lo ohliga.rh!
a figurar.
A partir de esta duda, en la que surge la importancia pat! iL'ullu
de la fantasía de invisibilidad, se resignifica el material antcrltlf;
y se puede comenzar a pensar en Jos objetos que el anali:-~ta pm~;.~ ~n
juego cuando, no aceptando que se hiciera reprcscnlar por r-1~1in~
ro, le demandó su presencia.
El {irme mantenimiento del encuadre por parte del wmlíslu, liill t:i!!l~r fl
las maniobras del paciente tendientes a alterarlo (lúllur 11 ltlll IHilli/fiit;l1
pedir horas extras o cambios de horario, no acosicmw ~~~~ ,,¡ tli11dn, oto. ,.)1
es de capital importancia para lograr el éxito li!I'!IJ'I'tlfh·tJ,
Preguntémonos por qué no se le act.:l'l ú 1'1 dlné i;o 111 pl'lllltW pa~
ciente, siendo que efectivamente hahra ro lifl'¡¡{dü una dc:udu cou
su ana".ista; po:· qué al segundo le l'twro n hruscn mr.nte lluplicados
lo s honorarios ; por qué se corrió d ries~n tk atender a un obst:-
sivo por nada. En resumidas cucnlas: i.l~ll t¡ué se autoriza una clf-
nica que se reconoce inspirada l:n la obra de Lacan, par& dar al
llamado setting valor de escansiún?
El punto desde el que Jlos int<.~n~sa plan tear esta reflexión es el
de la responsabilidad del analista, que en determinado momento
opta por estas jugadas, y no lo hace en función de un saber que
127
lo I)OtJtliUríll comprender para luego concluír, sino que se arriesga
en un u~to cuyo sentido se decidirá retroactivamente, mostrándo-
1~, en el mejor <.le los casos, haber sabido.
Si para el paciente, la dimensión del acto es aquello que todo el
dispositivo analítico ha buscado siempre evitar, ¿qué decir del
analista que juega con el encuadre?
.Lu cr ítica parece fáciL Se puede recurrir a Freud, y recordar
cómo opone repetición en acto a elaboración. Pero por qué no
ser entonces verdaderamente freudianos, y considerar que en
"Inhibición, Síntom a y Angustia" , Freud nombra lo que hace
tope a la Durcharbetten: la pulsión.
De esta pulsión, Lacan nos enseña el movimiento: una deriva
que contornea al objeto a.
El acto analítico , entonces, debe pensarse desde .una clínica
orientada por el objeto. En los casos mencionados el. analista
intervino sobre el objeto de la demanda - el dinero con el que los
tres eliminaban la barra en el Otro- poniendo así en juego el ob-
jeto causa: cuando la barra cae sobre el lugar del Otro, toma el
fant asma su funció n.
Así, si en el análisis el sujeto resulta subvertido, es porque el
objeto es activo. Ahora bien, para el analista, la dificultad radica
en que poner a dicho objeto en juego implica prestarse para sopor-
tarlo, y esta posición nunca está del lado del confort ni de la ho-
meostasis del dispositivo.
La clínica analítica, en tanto se rige por el objeto, entrafía una
dimensión ética, qu e apunta más allá del principio del placer y
que, aunque imposible, aspira a lo reaL
1 2~
111
FENOMENOS Y ESTRUCTURA
EN LA CURA
LA DEPRESION
131
Por eatu la d istinció n q·ue hacen los psiquiatras franceses entre
lm1 trutoi'iius dd hu mor y los que no lo son los lleva a distinguir
~tiii~ ()IJ 'lt~ d epn~s íón en Jos que predomil1a "la lentificación mo-
furu" junto con trastornos del dormir, pérdida de anim ación, fati-
s.a~ disminución del apetito. Estamos lejos de Esquirol y de esa
"poHlón triste" que es la melancolía.
elite alejamiento de la clínica d e las psicosis se ve reforzado por
lu corri~nte "psicológica". En t orno a Janct y a Georges Dum as,
se;- pla ntea el principio de u na continuidad entre lo normal y lo
palo16gico. Este principio confluye con la exigencia de un Jaspers
d~ asociar lo q ue es psíquico con lo que es comprensible.
Ahora bien , la depn:sión es considerada como la enfermedad
..comprensible" por excelencia: la afección mental más compar-
tida es la que mejor se p resta a la puesta en juego de lo " vivido"
del Erlebnis.
El éxito de la depresión puede acreditarse a tres factores: 1) lcn-
tificación motora como " miedo gen eralizado a la acción" (Janet),
este trastorno trasciende los dos órdenes de causalidad general
-somático o ps íquico- y por eso interesa la competencia del con-
junto del ambiente m édico; 2) es " comprensible" al modo de los
fenomenólogos (M.inkovsky), por ser también comúnmente
compar tida; 3) respuesta emocional de base, la depresión, por el
relevo que acondiciona, protege al individuo de un afecto mayor:
el dolor moral, subst ituído por la impo tencia para actuar ; curables
químicamente, los desórden es neurofisiológicos se mezclan con los
elementos que forjan una historia para dar forma a u na actit ud
espec ífíca: una negativa a la lucha, o sea una enfermedad esencial
al discurso del Amo.
Es además lo qu e encon tramos en la síntesis de los criterios diag-
nósticos del DSM lfl, una vez eliminadas todas las consideraciones
relativas a la etio logía, endógena o exógena , reactiva o no.
Desde el llamado lanzado por la qu ímica después d e la guerra, el
1\narranil en 1958 y después la gama de los anti-depresivos han ter-
lllin;luo por disolver la especific-idad psiquiá trica de las depresiones.
1\ 1(lulo de documentación, comunicamos uno de Jos cuadros
del DSM 11 / ( Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorder,
"J'It lnll~·tlil ion , p. 20-23 ) :
1
N.T.: état dame: estado de ánimo,literabnento estado de alma.
135
fuftclQtl~" dd l:ll c..: rpo, como recuerda Lacan en Televisión haciendo
Ftfor~nc iu a Aristó teles (p. 39). .
l) Los estados de ánimo no son fiables en el abordaje d e lo real,
o tnd!i u(l n el afecto es engañoso en la medida en q ue su causa n o se
co nfu nde con el objeto que n os afecta y, en esta medida,eJ incons-
cien te no p arece convocado.
Lucan por el contrario, ret omando so bre la cuestión del afecto
en general una tradición clásica q ue provien e del racionalismo del
siglo XVII, .implica e l pensamien to en la manifestación fenoménica
de los afectos o, como se decía en el siglo XVII , de los sentimientos.
Para decirlo con una palabra que hace Witz, el sentimiento
miente (le sentimen t men t) : el sent i-miento (le scnti-ment ); o
aún: el dominio d e lo sentimenta l no está fuera del discurso.
El t ex to que m ejor resume este punto de vista " intelectualista"
que im p lica la disyunción del inconsciente y del estado d e á nimo
es Televisión: la "viven cia depresiva)) carece de autenticidad.
Plan teando que to da tristeza es incumbencia del pensamiento, La-
can, ret omando algunas palabras del lenguaje clásico, en par ticular
de Sp inoza, d em uestra la correlación entre este a fecto y una ex i-
gencia ética: la de b ien deciL
Trata pues a la t risteza a partir del saber, puesto q ue, según
la d efin ición spin ozist a, si provien e de lo que "disminuye la po ten-
cia de actuar del cuerpo", toda afección d el alma reposa sobre
ideas inadecuadas.
Cuando Spinoza escribe que " no existe afección d el alma de la
qu e podamos formarnos algún concepto claro y net o", p resupone
la m isma exigencia é tica: poner sus ideas en el orden y la conexión
precisa para disolver la pasió n. Es decir que la "depresión", as í tra-
ducida en los términos del vocabu lario clásico, ya no parece ser ele
la incumbencia de la clínica psicoanalítica en tanto que síntoma;
s~:ría el efect o de una t raición del sujet o a sí mismo, y vemos que
l..acan no recurre a nin6runa categoría freud iana en este punto.
Ci ertament e, está hecha la conexión entre fal ta moral y cul pa-
hi lidad, pero podemos notar que la fal ta es del registro el e una ca-
n•nl'ia qu e no es "clínica", ni carencia de ser ni carencia de gozar,
sÍikl lksfa llccimiento del lenguaje: fa lta dt.! bien decir. En consc-
l ' ll\'llr ia , lod:t estruc tura puede verificar la emergencia d e l!-st:c
a fL·cto Pll l:sl o q ur su ausencia se confu nde con el extravío del sujeto
n 1 su prop ia l':ill'll l' lu ra.
1laltria q lll' ll'th:r t·n t.:llcnta algunas cosas y distinguir al menos
cs1· n·¡•.islrn "i rtl l'b:lu:llisla" que hace p revalecer al significan te, de
)3()
otros puntos de r eferencia lac~mianos donde Io q ue domina el cua-
dro clínico es el plano del objeto a y del goce, por ejemplo cuando
:se tratará de la melancolía o del suicidio.
Es d ecir qu e no faltan sólidos puntos de referen cia en Lacan pa-
ra tratar la cues tión de la depresión bajo todos sus aspectos.
Hay que distinguir:
1) los raros pero sugestivos textos donde Lacan utiliza este
término en su acepció n habitual (Telévisión, p . 39);
2) los textos donde Lacan recurre al vocabulario klciniano y da
su propia versión de la fase Jlamada d epresiva; utilizándolo enton-
ces como concep to de l psicoanálisis (cf. bibliografía);
3) las ca tegorias p ropias de L acan q ue permit en t ratar al menos
teóricamente pro blemas relativos a la d epresión en todos Jos com-
part imentos de la clínica: neu rosis, psi cosis, perversión; por ejem-
plo, la dupla lacaniana alienación/separació n o su topologia del
agujero para pon er de r elieve el agujero melancó lico más allá de las
representaciones .imaginarizadas q ue po<.J cmos hacernos; agregue-
mos, por supuesto , la doctrina del superyó ;
4) pero nos parece que el dominio más apropiado para poner en
práctica la teoría lacaniana de la de presió n es el fina l del anál isis,
es decir la depresión "bajo transferencia" según la ~xp rcsió n dr
J acqucs-Alain Miller.
Es en efecto sobre el terreno del finí.ll de aná lisis> o sea :1 ni vvl dt·
la caída del sujeto supuesto al saber y de la t r ansformat.:ic">n dl' la
posición subjet iva con respecto al obj eto, o sea a ni vt: l de la e xp~···
riencia de esa pérdida de goce que es el pase, q ue debemos ubk:1r
el efecto propia mente " m aníaco-depresivo" en La can. Esk punto
de vista justifica amp liamente la comp aració n l:o11 Mdani<.:. Kkin .
Es además en función d~ Jas últimas indi ca t:ionl~S (k Lacan a tinen-
tes al pase que pu ~den ser abordados los prob lemas de la clínit;¡¡
clásica.
PROBLEMAS CLINICOS
Trataremos sucesivamente las neurosis, las psicosis y el final del
análisis.
LAS NEUROSJS
Si abordamos los problemas de la depresión , por la orientación
freudi ana hay que distinguir varias cosas. El estado descr ipto por
esta palabra u o tra equivalente y la estructura cl ínica que lo pone
de relieve.
137
Leyendo Inhibición, síntoma y angustia de Frcud, uno se siente
impactado por el hecho de que el punto de pa rtida de la depresión
08 la inhibición, que define como un "límite funcional del yo".
Distingue dos categorías de limitaciones del yo: 1) ya sea como
medida de precaución, es d ecir com o defensas para "no entrar en
conflicto con el superyó"; 2) ya · sea por "empo brecimiento de
energía". Cita entonces las siguien tes experiencias: "cuando el yo
está sometido a una tarea psíquica de p articular dificultad , corn o
por ejemplo a un duelo, a una represión considerable de los afec-
tos, a la necesidad de contener la emergencia incesante de fantas-
mas sexuales, conoce un empobrecimiento tal de la energía d e la
que disponía, que se vé constreñido a restringir sus gastos en varios
puntos a la vez, como un especulador q ue h a inmovilizado sus ca-
pitales en sus inversiones"
Aquí la depresión es d escripta no como un síntoma, que es una
formación del inconciente (me táfora), sino como efecto " en el
yo", un yo empobrecido cuyo paradigma es el duelo.
Clásicamente es el registro de la pérdida d e objeto y no la repre-
sión lo que interesa el campo de la depresión. Es con el duelo que
Freud dará la explicación "económica" d el dolor y de la desespera-
ción, atribuyendo la pérd ida de " energía" al trabajo de duelo .
Clásicamente es el duelo, desde Freud hasta Melanie Klein, el
que suministra el paradigma d e la depresión, ya sea neurótica o p si-
cótica. Freud trata así el problema que plantea el dolor del duelo:
es el hecho d el duelo lo que su sp ende el interés en el mundo exte-
rior ; la d epresión se caract eriza por esta d esinvestisión y su cau-
~ es el duelo.
Sin embargo, como la depresión no es un afecto, en el sentido
de un desplazamiento simbólico, sü1o el resultado de un despobla-
miento simbólico, es el campo d el Otro lo que está en causa en lo
que Freud- llama u n desinvestimiento del mundo exterior. Lo que
Frcud busca explicar no es la d epresión en sí misma, que, en sum a,
no tiene más q ue c;tu sas mecánicas; es e] dolor psíquico , que es la
causa de las inh ibiciones del yo y su retracción hasta la m uerte vo-
luntaria que le pone fin. En o tros t érminos, la depresión no plan-
tea tantos problemas como la explicación rnetapsicológica del do-
lor mismo.· ¿l'or qué es tan d oloroso el trabajo de duelo? ¿Cuál es
la díforcndu de t!Structura entre la depresión normal y la depresión
melancólica, la que no depende ya de un agujero en el Otro sino d e
un agujero en el yo?
138
Es pues, para la neurosis, una desestabilización de los significan-
tes en el Otro, un agujero en el Otro lo que inaugura la serie duelo,
dolor, inhibición, depresión y no, como en M. Klein, La serie sa-
dismo, angustia paranoide, culpabilidad, depresión.
A pesar de todo, como Lacan ha insistido sobre el aspecto ético
de la tristeza por una parte, y como sus referencias a la fase manía-
co-depresiva de M. Klein son frecuen tes, sobre todo en lo que con-
cierne al final de la cura, es bueno recapitular esta filiación ponien-
do en práctica un matema de Lacan, I(A).
UN EJEMPLO CLINICO
Record emos que hasta aquí hemos situado a la depresión e n el
registro de la alienación: a saber, la posició n en la cual e l sujeto
tra ta de situarse en e l deseo del O tro y fabrica en consecuen cia la
significación de ese deseo. Lo que se llama posición depresiva t:o·
rresponde al tope de esta significación ; de allí la emergencia de la
culpabilidad, que más bie n tenemos que remitir al fallo del goce y
en consecuencia al objeto en tan to que resiste a la significació n fá-
lica.
Así es típico d e la neurosis obsesiva e l momento crucial en que
el objeto es desidealizado. Se puede anotar como i(Á) este aspec to
del fantasma obsesivo que designa la vestimen ta especial del objeto
a, a saber la idealizació n; no la vestime nta narcisista de este o bjl' lu,
que estaria en las condiciones i{a), sino la idealización de l dcscd1o
como tal, hasta e l punto en que su posición su bjetiva pu e d t~ siluur-
se en el exquisito goce d e "hacerse cagar". En particular, la pro-
moción del o bjeto ana l en la neurosis o bsesiva está velada por 1111
ideal q ue le concie rne muy especialmen te. Se p uede adulil i1 ~111\~ lu
travesía d e.l fantasma en el obsesivo esté a compaí'wda dt• li!~o' tiiiHft=
rías injuriantcs hac ia su analislu mujer, obje to dt· l' ll•!llior¡¡ti\it*llt~
hasta ese momento.
Al mismo tiempo, el suj eto entra en un a fa se dcprcolliVA, tnM(I~P
da por el duelo de una 0!1mipot encia a h1 qtll' rcmmc;iu: la OIOtftll
esencial <.le sus sueños es un desiert o. El dt:sprcnditrthmtc del 1 y
del peque ño a, puesto por Lacan a l principio t:!cl flnul a~d ~nJ\118111,
adquiere en este caso un aspecto tot:dmentt- uh~iH'Vab.Je en la tl XJ'l!··
riencia. El apartamiento progresivo <k 1 y dt~ a ílustru esto dt' sfa ll ~"
c imiento del fantasma para asegura r lt~ l'~~ulnc lón c.Jcl go~l~ pM d
principio del placer.
De manera más genera l, !-iÍ "t~ l l'u ni USIIHl haced p lacer propin al
deseo"' , toda vacilación dd fa nl a ~!llll acarrea una irrupción d l: u n
goce de un nuevo tipo t:orrdul ivo n cierta C;.' x tinción del d eseo;
allí ubicamos nosotros d punro nodal de la d epresión neurótica:
una travesía de] fa ntasma refuerza la exhortación superyoica
debido a la misma pérdida de go<..:c fálico que implica.
14 1
SEGUNDO EJEMPLO
Sigue siendo el finnl del análisis el que nos provee el mejor lugar
de :tnclaje de la depresión " bajo transferencia"; daremos o tra ilus-
tración, extraída esta vez de la histeria fem enina.
Frcud ¡¡ubraya un rasgo de la clínica que no fu e suficientemente
pueato de relieve por la escuela klein iana y que es el difícil duelo
de la ..envidia al pene" en las mujeres; es un hecho que el aná lisis
no puede· prometer nada al respecto; pero la reivindicación fálica
de algunas mujeres en análisis se salda por "graves depresiones"
(Schwerer Depression, G. W. . XVI, P, 99) que parecen sin recurso.
Se puede interpretar esta observación clínica como la manifesta-
ción de un tope que concierne a la ausencia del significante del
deseo, siendo aquí, anatómica su falta de incorporación. Si es cier-
to que no hay otro significante del deseo que el falo, el más allá
del objeto fálico conduce a un más-allá del principio del placer cu-
ya superación desemboca en un goce Otro que no necesariamente
es envidiable.
"La melancolización" de u na histérica que relata Diana Rabino-
vic h lo confirma: la carencia fálica de la niña es irreparable fuera
de la dialéctica del rechazo del objeto m~Io interno.
A propósito de esto Eric Laurent evocó la estructura del super-
yó femenino en la estructura histérica; o sea lo imposible de la reu-
nión de los goces (en plural) bajo la ley del significante fálico,
como esa joven que, durante una procesión se desvanece ante un
retrato de la madona en el lugar de ideal del yo.
146
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147
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LuisErn~ta
Ricardo Nepomiachi
14X
Afirma F reud que la represión siendo el destino para la repre-
sentación no lo es para los afec tos; sofocados, trnnsforrnudos.
invertidos, sustitu ídos, su régimen es el de los desplazamientos y
de ningún modo el de la represión; no hay, dice, afectos inconclen·
tes como hay representaciones inconcientes ya que concibe ló8
afectos como procesos de descarga.
En la circunstancia de la represión habrá que rastrear separada·
. mente el destino de la representación del de la energía pulsiónal
que adhiere a esta.
Es la posición freudiana que define al sujeto del inconcientc al·
rededor de lo que Laca11 formalizará bajo la noción de significante,
noción que indica lo que se capta en la es tructura de esa relación,
ese lazo que se especifica como analítico.
Saber lo que ocurre en un psicoanálisis, saber qué se hace cuan-
do se hace psicoanálisis, saber qué discurso es el que se sostiene
cuando se presta cuerpo a la transferencia, es saber la función y el
campo de la palabra y el lenguaje.
Ignorarlo no fue sin consecuencias, el destino de la concep tua-
lización del afecto en el campo psicoanalítico, por ejemplo, tuvo
que ver con Jo que se ignora de lo que lo específica como campo.
De una degradación general de la práctica que hace que los pre-
ceptos que enunció Freud como los que dan marco a la expt.!ricn-
cia no asegurarán su destino de concepto pues se desconoce su
fundamento.
Si la regla de la asociación libre y su correspondiente, la atención
flotante como lo que le conviene al analista en su lugar, ponen
el valor del papel fundamental del discurso y su escucha, estos
preceptos se revelaron insuficientes cuando ignorado el fundamen-
to de la habladuría a la que se invita al paciente, condujo al psi-
coanálisis por caminos de la inmediatez de lo trascendente en un
más allá de lo d.iscursivo, en la búsqueda de un término adecuado
para desempeñar el papel del sujeto protopático, servicio que se es-
peraba pod ía brindar la noción de afecto en la "situación" analítica.
El afecto, lo vivido, "la reacción afectiva del analista frent e a
las comunicaciones del paciente" adquieren entonces un papel
fundamental para comprender y desplegar el campo de la tra nsfe-
rencia ; la respuesta emocional del analista en su trabajo representa-
rá uno de los instrumentos más importantes de su labor, fuente
importante, según Paula Heiman, de "información", en particular
la que se relaciona con las " experien cias preverbales" del paciente.
149
Pearl King en el lnternational Journal of Psychoanalysis Vol. 58
del año 1978 expone con claridad esta posición, retomando
lo que autores como Arlow, Green y Limentani sostuvieron en
1977 en el Congreso d e Jerusalem.
Se encuentra en estos trabajos una asignación de papel a los
afectos en la transferencia de carácter fundamental en tanto y
en cuanto son una expresión reveladora de lo más objetivo, que se
matiza como emociór1 que embarga, sentimiento que auten tifica o
pasión que enceguece; se trata de la búsqueda de una verdadera
adecuación del sujeto con el objeto, donde germinan como señales
indicadoras que en el nivel de objetividad lo dicen todo (es fácil
comp render y existe acuerdo que el que ríe está alegre, el que llora
se encuentra triste).
El afecto se instaura de este modo como un metalenguaje más
allá de la verdad de la palabra, una verdad que autentifica la
verdad, instaura un signo, un significado preciso, unívoco, que
desconoce que el sujeto se efectúa según la operación de lo que un
significante representa para otro significante.
Definición lacaniana del sujeto como efecto, como supuesto al
significante, efecto de una técnica que es la del significante, y es
allí donde la intuición analítica debe encontrar su soporte; el dis-
positivo freudiano se ejerce sobre la relación del sujeto con el sig-
nifican te, relación que introduce la falta en que el sujeto se insti-
tuye, es la estructura del significante la que ord ena los efectos
posibles a la condición del sujeto.
Por este camino la transferencia comúnmente representada
como un afecto se especifica como efecto del sujeto supuesto
saber; la contratransferencia, esa reacción sentimental del analista
por su paciente, al Deseo del analista como pivote de la cura.
Verificar el afecto según la fórmula que dice el inconcien te
está estructurado como un lenguaje, reconsiderar el afecto según
el decir de Lacan es tener que reconocer al cuerpo afectado, pro-
fundamente afectado por la estructura del significante.
E1 afecto alcanza un cuerpo cuya peculiaridad, es la de habitar
el lenguaje que introduce esa doble dimensión, la del sentido y
lo heterogéneo al sentid o, lo no simbolizable, lo irreductible, a
todo lo que cJ discurso del analizante nos confronta como a
una inhibición, síntoma o a ese afecto por excelencia que es la
ANGUSTIA.
150
POR NUESTROS ANTECEDENTES
Por nuestros antecedentes podem os considerar a la cuestión c.lo
los afectos -tanto en su delimitación teórica como en su tratamlon·
to en el curso de un análisis- como el punto más sensible por el
cu al inciden las enseñanzas de Lacan, p ero también como el punto
de m ayor resistencia.
Los efectos de transmisión que intervienen son los ele una cn!J&o
fianza - que se lee- sobre una práctica ya desplegada históricamen·
te: nadie se autoriza de un análisis o un control sistemático con.
Lacan o alguno de sus discípulos directos, ni confronta los ecos do
su propia experiencia en los seminarios en que esa ensef'ianzo
ten ía la voz de su maestro.
Enseñanza que es entonces efectivamente co-rectora. TrataremOI
de indicar la doble vertiente de rectificación y regencia de 11
misma sobre nuestra práctica, de reconocer el resorte de su cficucj"¡
de verificar si ese doble carácter es homólogo o no de la práctica
ta] cual queda instituída por F reud.
Para ello tenemos que concebir la vuelta a Freud qu1· t ll!ic<!!ht
Lacan como debiendo producir una revuelta por Mc.la11il' Kld u
Por dos razones, la primera porque la experiencia k lt·ill ill!!!:\ ~ ~
nuestros antecedentes y Lacan germina en nues! r• • ¡n,..diu 'ª" u"
suelo kleiniano. Y porque aún hoy , quienes se t•.utHr• ¡.tll! 1~ I~Htt~
de M. Klein, tienen algo que decir con respecto ti.· ·.ri 1•1a~ t! ~¡i! ~ü ~
interesa vivamente al debate teórico clíniL:o; ¡ •!IJ ~>lp~t l jh~fltt ""
e~ tratamie_nto de niños, .en ~o~o c?ncebi r In~• ,,¡. ttlll-·qJ df MJ~
ttca analftlca . en el ámb1to mstttuc10nal y t·u 1¡, • IHit\itff~ .J
el tratamiento posible de la psicosis.
DESPLAZAMIENTOS KLEINIANOS
La aplicación del método psicoanal i 111 u ii lulf nU\N ~ i lit JJI~o·
sis fueron sin duda los desplazami •· "¡. '~ kl~initftQt tiüfldl~lt!s Y
genuaron una exploración clínka ~!li"' ~ñ "Wtfilfü itedltl exigió
- de los mejores- un esfuerzo peJIIhHt~ut~ pOf fUndfll liU prác ti ca,
por abrir preguntas sobre punt o11 •l fl l!i liM1fhi que f~8poncticran d~
los resultados obtenidos.
Precisamente es en relación 1 Qfitt~ r~~tt.liUtdos qut' Lacan interro-
ga a la clínica freudiana en I'IUil t\mai'\m~ntol'i; el psicótico habla '(
su posición está fuera del dÍi-ICUfli(), lu ~c,nesis u ~ la palabra en el ni-
ño supone el lenguaje en tanto Ph'•f.X.Ístcnl c: el analista no puede
151
exc.luirse de una ética que lo h ace responsable de los efectos d e su
decir.
En el trabajo "Sobr e los crite rios para la terminación de un psi-
coanálisis" , leído en el XVI Congreso Internacional, Zürich 1949,
M. Klein concibe al duelo como un estado que hay que considerar
más allá de los resu.ltados sa tisfactorio s que se hubieren conseguido
en el momento en qu e se "decide que un análisis puede ser llevado
a su fin al".
Preparar las condiciones, mientras el paciente "está todavía en
análisis", para "avudurlo a elaborar y disminuir el sufrimiento ine-
vitable de la separación"; "allanarle el camino para que termine el
trabajo de duelo por su propia cuenta", son indicaciones de M.
Klcin solidarias di.! su experiencia con los niños, de la caracteri-
zación qllc hac~ de las psicosis y de la conceptualización del
objeto que surge de ellas. Cuando extiende esas indicaciones al
psicoanálisis cid adulto neurótico, se observa claramente que lo
que avanzó su experiencia sufre un descuento teórico con el que
limita d lugar del psicoanalista al de un operador simbólico.
Esa función asignada al analista parece ser tributaria, justa-
mente, de los problemas que plantea la finalización de un trata-
miento en los niños; y vale preguntarse si efectivamente puede
concebirse un fin de análisis en esas condiciones, que se corres-
ponda con la indicación lacaniana del franqueamiento d el plano de
la identificación.
Por otra parte la cuestión de la " transferencia masiva,. con que
se r econoce el peso del Otro en el tratamiento de las psicosis, re-
mite al peligro de verdadera catástrofe que toda in terrupción del
mismo (vacaciones, fin de semana) acecha en su despliegue. Es
ahí que .la respuesta por la elaboración d el duelo adquiere todo su
alc3J}ce, son razones de estructura que no son equivalentes del
adulto neurótico, la especificidad d e la resolución edípica eo el
niño le exige a M. Klein, más allá de su permanente oposición a las
medidas p edagógicas, una operación simbólica, por la que asegura
un objeto que obtura la castración materna. Esa operatoria no deja
de organizar un engaño, un velamiento -por vía de la ampliación
fantasmática- que nada prueba que un niño neurótico pueda asumir
como tal y franqu earlo . Si se trata de ir más allá no debiera indicar-
se en el amUisis de un nifio;.es un límite ético, y confundir la neu-
rosis en un nüio co n la neurosis infantil de un adulto puede llevar
a grav~s consecuencias.
Es notable el papel que M. Kléin le adjudica a la angustia como
152
mediadora para proveer equivalencias de objetos ("La importlilotl
de la formación de símbolos en el desarrollo del yo" . 1930), -y
como lo que pone en marcha el mecanismo de la identificación; pi-
ro así mismo señala que su caráct er angustiante es efec to de lo
operación de equiparación. Hay aquí una dia léc tica que un la
medida que se circunscribe al despliegue imaginario n o tiene
límites; no se ve como el sujeto al identificarse puede detener su
p ermanente "irse" en los objetos. La respuesta por el lado de lu
reiteración de la experiencia de amor que aplaca la hostilidad del
objeto, presupone un cambio de signo, un cambio de cualidad dcJ
objeto que qued a reducido a la dependencia puntual de esa expe-
riencia de amor; y por lo tanto a los partcnaires que la hacen
posible.
Cuando ese lugar es ocupado por el analist a que guía su operato-
ria con esta conceptualización no puede sino reproducirse el carác-
t er ilimitado de esta experiencia. La frustración que presupone el
cumplimiento de la regla de abstinencia y el cumplimiento del
encuadre no ofrece tal límite; ya que el analista si bien representa
-como agente- a lo simbólico, al sustraer al objeto como real,
deja toda la operación de fru stración del lado de lo im aginar io.
Otra variante, que con firma este callejón sin salida, es la teori-
zación kleiniana del fin del análisis como elaboració n del du elo del
seno en tanto objeto, partiendo d e la analogía con el d estet e;
es decir toca a la angustia en el nivel de la pulsión oral donde su
punto efectivamente está en el Otro, en este caso en la madre.
Si a la angustia se le o frece consistencia por mediación de la
fantasía inconciente, no puede en el análisis implícar otr a cosa que
un alejamiento del fanta sma fundamental pero por un rep liegue
imaginario que está más de] lado de la alienación que de la separa-
ción. Y eso genera inevitablemente angustia. De ahí que el recurso
consiste en sostener un lugar que asegur e 1o) que en su interior
está el objeto con el cual el sujeto se articu la en el fa n tasma y
2° ) qu e encontrará, por vía de la elabor ación del duelo. otro lugar
en que ese objeto se halla. La condición para que esto funcione es
que el analista quede inevita blemente equiparado al punto del
ideal del yo, pues es el garante de la elaboración del duelo.
HACER LA ELABORACION DEL DUELO
E n el fin al del análisis tal como lo concibe M. Klein, si bien hay
separación del analista como lugar del pecho idealizado, no puede
haberla como lugar del ideal. La interesante cuest ión de los reanáli-
153
sis tan frecuente entre nosotros, puede pensarse, por lo menos en
parte, vinculada al carácter de la noción de duelo que guía la finali-
zación d e estos tratamientos.
La consideración de estos problemas tomó forma de prescrip-
ción: Pichon Riviere enstlñaba que todo comienzo de tratamiento,
todo pedido de aná lisis debe ser tornado en referencia a una pérdi-
da su bsidiari<l de la "enfermedad única", la depresión. Se trata en
la entrada al análisis de sostener la elaboración del duelo por u n
objeto - de amor- perdido. Así concebido parece no estar dema-
siado lejos de la sugerencia que Lacan hace en el seminario sobre la
angustia rt:spccto de la equiparación del duelo con el acting-out, y
del estatuto de éste respecto de la transferencia en el comienzo de
la operación analítica. Son también, lo prueba la experiencia de
toda cura, momentos cruciales en el transcurso mismo d el análisis.
Pero llevar la terminació n del análisis al plano de la elaboración
del duelo por el objeto narcisístico es correlativo de su recaída tera-
péutica 6 pedagógica : la cura como "proceso corrector", el análisis
como "proceso de aprendizaje".
En este punto, comprometerse en la elaboración del duelo redu-
ce los efectos de la emergencia del sujeto por una retoma imagina-
ria.
Es el modo de responder a la demanda de falo por la provisión
de figurantes del objeto "a" que sólo pueden ser sost enidos si el
analista queda equiparado al lugar del Ideal. Ese es el estatuto del
obj eto total en Melaníe Klein; objeto que es el principal testimonio
(por su promoción renovada en el curso de la cura) de la elabora-
ción de las ansiedades depresivas.
Esto está en el fondo de las derivaciones culturales y normali-
zantes con que se debate Melanie Klein en algunos de sus trabajos,
principalmente en "Amor, culpa y reparación" ( 1937), si bien la
posibilidad de reparación -aceptada en este trabajo para los prime-
ros meses de vida- más adelante aparece ligada a la integración
que posibilita la posición depresiva.
La elaboración del duelo es la ordenación simbólica de los efec-
to ~ clínicos de lo imaginario, hay entonces en M. Klein una clínica
de lo simbólico. En Lacan se perfila u na clínica de lo real.
IIAet: R 1\1 , DUELO DE LA ELABORACION
155
Lo que sigue toma la form a de un relato de la experiencia de un
anúlisis; si lo exponemos acá, es por que pensamos que puede testi-
moniar en cierta medida de aquello en lo que nos basamos para
suscribir ciertas afirmaciones de Freud y de Lacan, qu e si bien pue-
den ser tomadas como tesis, creemos que son, ante todo, constata-
ciones de la experiencia clínica. No pretendemos probar nada, sino
exponer ciertas vicisitudes en la direcció n de una cura, que dice del
ejercicio de una escucha, de una ética y de una enséftanza. Ex-posi-
ción que aspira a no ser impostura.
El inconsciente está estructurado como un lenguaje.
El estatuto del inconsciente es éti co y no óntico.
Según Freud, el estatuto ético del deseo no puede resolverse en
los términos de la antigua teoría moral. Esto implica que:
El soberano Bien no exist e; la Madre está vedada; la Cosa es im-
posible; el goce no puede pensarse fuera de las condiciones que el
lenguaje impone al sujeto.
El objeto "a" en su función de causa de deseo alentaría la posi-
bilidad de pensar los afectos como efecto remanente de la consti-
tución subjetiva. Los afectos no son sino objeto.
Se comprenderá que estas afmnaciones no pretenden demostrar
nuestras reflexiones sino situarlas.
Un sujeto, asociando sobre un sueño, y en relación a una mujer
que aparecia como siendo hermana del analista, tropieza con un
olvido: recuerda el apellido con que se designaba a esa mujer, pero
no su nom bre, en lugar del cual aparece otro, al mismo t iempo que
sabe que no es el olvidado. Un momento después, hablando de
otra cosa, recuerda el nombre olvidado: Alba. No hace falta dema-
siado esfuerzo para rec.ordar el capítulo de Olvido de nombre pro-
pio, Signorelli. Como allí. ese significante reprimido lo era en vir-
tud de la conexión con lo que no basta designar como anudamien-
to de la sexualidad y la muerte, sin especificar que ese a nudam ien~
to se desple:gaba en u n fantasma_ cuya estructura podía ahora. deve-
larse.
Alba no es para ese sujeto sólo un nombre de mujer, sino un sig-
nificante que conducía al ramo de flores que su madre llevaba ·el
d (a dt' su casamiento, camelias, que según el relato familiar eran de
un<l dnsc do nominada "alba plena". Ramo que el sujeto nunca ha-
h(u visto , puesto que en la fotografía, tomada unos días después
tic la ceremonia aq uel ramo original debió ser sustituído por otro,
no se sabe si artiridal, dado que el ramo, marchitado, no pudo
co nsc rvarst· para que ocupara en la imagen fotográfica el lugar que
156
tenía en el acontecimiento. Un original perd ido y una pregunta
por el origen; pero acaso, la causa de l deseo, ¿no es una causa per-
dida?
Blancura que al designar a la madre, se hacía extensiva a su cuer-
po, pues su vestido blanco era apenas veladura de un cuerpo más
de una vez expuesto como al descuido a la mirada de nuestro su-
:jeto , sin duda captado por el brillo con qne se fue configurado una
imagen de mujer para la que el califica tivo de intachable no estaría
fu era de lugar, si n o fu ese porque n o se trata aqu í de estatura mo-
ral, sino del defecto que simbolizado en esa sustitución de un ramo
por otro, queremos decir, de un significante por otro, viene a ates-
tiguar retroactivamentc del punto qu e en la imagen revela ht falta,
qu eremos decir de plenitud, y dice por lo tanto de la presencia allí
.del significante Nombre del padre que sustituyendo ni d ~seo de la
madre inscribe en el inconsciente un o rden de Ley, que preserva al
sujeto de la captura en esa plenitud narcisista en la que el amor se
manifi ~s ta como pulsión de muerte.
Si ese recu rso a la sustitución nos habla de la función efectiva de
la m etáfora paterna y garantiza la castración imaginaria, o tra for-
mación del inconsciente permite dar cuenta de la castración en el
plano simbólico; castración simbólica, entonces, como efecto de
una fun ción paterna que soporta ese nombre sin pretender med irse
con ella.
Pues n uestro sujeto lleva al análisis dos sueños, unos días des~
pués, relacionados entre sí por la partícularidad de exponerlos co-
mo un sueño que se repite por dos veces, lo qtw, dicho sea de paso,
nos abre el interrogante de cómo con tarlos, esto es, ¿es un sueño
que se repite, son dos, o tal ve¿ uno y uno ... ?
Pero escuchemos lo que el sujeto wenta: una imagen, una muj er
portadora de un falo se lo ofrecía para que lo tomase en su bo-
ca; algo le impedía hacerlo, lo que no impedía que se produjera
una intensa sensación erógena que culm inaba en un despertar an-
gustiado.
En el segundo sueño cierto deta lle de la imagen fálica, no capta-
do en el primero, hace surgir un significante que de manera súbita
revela para el sujeto un sen ti do q ue .lo deja, por así decir, más bo-
quiabierto que la imagen que simboliz.aba: perro, en ese sesgo pe-
culiar con que nuestra lengua, esu que también y no por un tonto
chauvinismo se suele nombrar de los argentinos, acuf'íó para desig-
nar Jo que alguien nos quisiera hacer tragar como verdad y que su e~
le provocar el rechazo más o menos indignad o de quién lo dcscu-
157
·bra a tiempo; perro, al que el sinónimo de camelo sin duda le con-
Viene si tenemos presente su cercanía a camelia. Quién no admitj-
ría la exclamación.: ¡Flor de perro, muchacho!, o incluso: A otro
perro con ese hueso! en el que resuena, por tratarse de eso, el Kern
unseres Wesen, hueso o núcleo de nuestro ser.
Momento del análisis que nos parece crucial si, como pensamos,
supone el comienzo del fin . . . del análisis, si el fin de éste es llevar
al sujeto al reconocimiento del fantasma en el que hasta ese mo-
mento se sostenía un goce pro fundamente ignorado.
Goce que encuentra su límite en ese significante con que se con-
fronta, y que al operar el corte que hace caer ese objeto que apare-
ce en función de ' 'a" postizo, confronta al sujeto a una doble im-
posibilidad: de ser para la madre objeto de goce; y de gozar de la
madre en tanto Otro sin tachar. Dicho de otro modo, creemos que
el sujeto puede hacer la experiencia de que el ser le falta tanto co-
mo al Otro.
Lo que no deja de precipitarlo en un sentimiento que si es de
alivio, es también desilusión, acompañado de cierto tono depresi-
vo, respecto de lo que no eran sino sus opiniones o su "conoci-
miento" sobre el objeto "a".
Objeto que puede reconocerse como causa de deseo, pero tam-
bién como lo que sostiene su división. No es casual que concomi-
tantemente a la interpretación de ese sueño, literalmente se esfume
una fantasía diurna que desde hacía un tiempo se le aparec i a en
fonna casi compulsiYa y cuya relación con el fantasma podía ahora
reconocerse.
Pensamos también q ue si algo del orden de la pulsión oral y de
su objeto quedaba ahí revelado, el hecho de que fuese un sueño
repetido nos da razó.n para reconocer la función que Lacan estipu-
la como inherente a la lógica del significante, en tanto el trazo de
lo idéntico representa lo no idéntico y la repetición como proc~so
de diferenciación de lo idéntico.
Por otro lado ·no deja de hacerse presente una nota de humor,
indicador efectivo que no deja de sorprender a nuestro sujeto, por-
tador habitual de un ánimo en el que la tristeza solía predominar y
en el que el dolor solía aparecer desligado de toda representación
que lo justificara, aunque se le podía suponer que no era sin obje-
to. El contexto del sueño, que tomaba la forma de una fiesta de
desp ed id~. hacía aparecer al analista respondiendo, ante la pregun-
ta por su lugar de nacimiento, como siendo de Río Negro, lo que
promovió en el analizan te la cuestión: ¿Por qué Rfo Negro?, que
158
no pudo significarse sino·después y mediante el sólo expedient e de
una coma que devolvía al sujeto la pregunta puntuada así por él
mismo: ¿por qué río, negro? Significante éste que daba en el blan-
co, y si su literalidad puede despejar una oposición fon emática ele-
'm ental, al estilo d el Fort-Da, negro es paradójicamente lo que ilu-
_mina para el sujeto una constelación súnbólica sopor tada por cierta
marca de cigarrillos que identificaban al padre y a hombres signifi-
·-cativos de su família y lo lleva al recuerdo de una bandeja de fon-
do verde en el que se veía escrito en letras de humo el número 43,
marca de cigarrillo s, pero también cifra de una esperanza.
La risa, no ajena en su producción a esa mediación del Super-yo
con que Freud la postula en su trabajo sobre El humor, y que se-
·gún él no desmient e su d escendencia de la instancia parental, en-
t endemos paternal, es también de satisfacción, y de un don que al
decir de Freud, es un don pr ecioso y raro del cu al no todos los
hombres son capaces de gozar.
El goce de la palabra no es ajeno a quien puede confiarse a su
movimiento y aceptar las condiciones que supone su ejercicio; para
decirlo con Lacan, la castración quiere decir que es preciso que el
goce sea rech azado para que pueda ser alcanzaclo en la escala inver-
tida de la Ley del deseo.
159
EL ANALISTA RESTAURANTE
(A cerca de sel/', yo y sujeto)
Roberto Harari
O. A MODO DE PRESENTACION
Los desarrollos post-freudianos "heterodoxos" aftrman recono-
cen en Heinz Kohut a uno de sus más recientes pilares fundam en-
tales. Tal aserto se basa, por un lado, en los conceptos de la meta-
psicología que diseñó según los cánones aggiornados de un género
que podríamos denominar "superación de Freud" y, por otro la-
do, en las innovaciones referentes a la práctica psicoanalítica, las
cuales son estigmatizadas -por ciertos sectores de la IPA- en tan-
to desvíos a la estandarización que dicha institución sustenta. Co-
160
mo prueba de ello , el hábil y atrapan tt! libro de Janc:-t Malcolm ¡:m·
ne en boca del personaje central e ntrevistado ·Un unull!.!ht neoyor-
kino "ortodoxo" que se escuda tras un setHió nimo ~ julcioa come
los siguie ntes: "En el intento de e xplicar lo que ocu rr(a con 1011 pa•
cien tes narcístas [K ohut] se sintió impulsado a gc ncrnU~ur y aPOJi
tuJar que lo mismo ocurre en el desarrollo de cualq uier penona, y
las conclusiones a que ha llegado . .. son, a m i juicio, muy dudOMJ,
Este au tor hace una r evisión de la teoría analítica e n puntos en
que no se justifica una revisió n e int roduce supuestos q ue no hucon
sino trastornar la te oría fundamenta l establecida", agregando luc;..
go que:" La gente que yo r espeto - sí, hombres com o (J acob) Ar•
low y (Charles) Brc nne r- n o escribe ni hab la de esa manera repug-
nan te en que lo hacen Koh u t y sus discípu los" ( !). Empero, l~ll ~1
seno de la misma IPA, mas esta vez en una d e sus filia les argentinas
y p or med io de su Revista, Juan M. Hoffmann culm ina su nota ne-
crológica sobre el nombrado e xclamando: " ¡Que bu~.:no es que ha-
ya habid o un Heinz Ko hut! " (2) . De todos mouos no se colija prc-
. surosamentc --a partir d e la contradicción Sl:!fia lada··- que e l analis-
ta de marras ·-fullecido casi al un ísono qu e· Lacan- hubiese pade-
cido algu na suerte de marginación institucional , pll l~s este vienés
radicado en Chicago p residió en 1964 la Asociacibn Psicoanalítica
Americana, abandonando dicha jerarquía al at~o siguiente para
ocupar la Vice-Presidencia d e la IPA hasta 1973. Su figura polém i-
ca, su atención no usual hac ia la problemática narcísica en general
y, e n especia l, a los aspectos no pa tológicos de la mism a, tanto
como su dedicación a un sector de analizantes que é l estimó no
clásico y - last but not least- sus re fer en cias a Lacan -Algunas
reflexiones sobre el yo y Estadio del espejo - , so n elementos sufi-
cientes para que se eleve el interrogan te: ¿Cómo se ana liza hoy , de
acuerdo a Heinz Kohut? Lo (1Ue sigue, entonces, es el p rieto inte n·
to -cxpositivo-crítico- de dar cuenta d e dichu inq uietud.
16 1
reserva de que ta l discípulo ignora la categoría de la repetición,
pues abona el principio de identidad , vale que nos sumemos a él
adentrándonos en Restoration.
Es in dudable que el nódulo del sistema finca en la noción de
self Noción polívoca en el post-freudismo, por cuant o no son su-
perponibles las acepcio nes que a su respecto forjaron - entre otros-
un Hartm ann, un Wisdom, un Winnicott, un Kohut. Para este últi-
mo, el self es un centro de iniciativa psicológica au topropulsa-
do, autosustentado, cohesivo, continuo; es como una unidad
que busca seguir su propio curso otorgando un propósito cen-
tral a la personalidad y una sensación de sentido a la vida . A di-
ferencia de otros auto res, para quienes self se torna sinó nimo de
personalidad - de paranoia en tonces, acota Lacan ... -, Kohu t esti-
m a que, de acuerdo a su concepción, el mentado selfpuede susci-
tar dos decursos: l) tomarlo como un contenido del aparato psí-
quico, o 2) apuntarlo como el inicio de una nueva psicología. Con-
forme al clásico recurso, a la clásica coartada hegelíana consistente
en autocrigirse como clímax de la historia -"De donde soy lo que
soy", reza el sugerente título de un tradicional one-woman-show
porteño ... -, la cumbre kohutiana decide adoptar congruente-
mente la segunda perspectiva El recorrido "progresivo" del psicoa-
nálisis lo estipula así: comenzó co n la etapa topográfica que, con
su divisa de hacer consciente lo inconsciente, obtenía el aumen to
del conocimiento por la vía del insight; prosiguió con la etapa es-
tructural, la cual pro pend ía al logro de un mayor dominio yoico y,
fm almente, la cima encam ada por nuestro autor. Solacémonos: en
esta nueva etapa- ¡Dios nos libre de cualq uier retorno!- se procu-
ra la expresión creat iva y alegre de un self activo, por medio de la
restauración de lo fragmentado o deficitario. Así, al analista
kohutiano cabe denominarlo, con toda propiedad, un analista res-
taurante. Claro que, frente a esto, nos interpela el significante ha-
llado: ¿radicará este m odo de analizar en la facultad de llevarse al
analista, como objeto, a la bóca? (4). Sería prematuro responder
ya, por lo cual sosten dremos la pregunta hasta casi el final de este
trabajo.
Kohut, por otro lado, fue ví ctima del proceso de aculturación
padt:citlo por mu chos analistas europeos que buscaron refugio de
la crilllinalidad nazi en los Estados Unidos; en efecto, su cuJturaJis-
mo coy un tura lista de neto cufio karenhorneyano le lleva a escribir,
por eje mplo, que las actuales cond iciones de vida de una pareja, en
cuan to a actividad es laborales o recreativas, conforman un factor
162
causal prominente respect o de los trastornos del seij', plll~st'o que fie
ha pasado de una ép oca de sobreestimulación del ni ño , a u na de
subestimulación. Est o provoca la aparición d e un 'hombre trthtico',
caract erizad o por un self qu e busca su cohesiva auto~xprc8Íóu y
fracasa en ella; como remanente d el pasado resta el 'hom bro c.:ul-
pable', del cual se ocupase Frcud, y cuyo rasgo salien te t~s \11 ~.: on
flicto. El cu lpable sufre neurosis estructurales, en camb io su L'Uitl-
plem cnto - ' trágico' - sufre trastornos narcistas de la personalidad
-autoplásticos-, o trastornos narcistas de la conducta - alophístl-
cos. Es sobre todo con referencia a Jos de personalidad q ue Kohut
cimenta uno de sus tesis ftmdamentales: hay analizantes cuyo lll il-
lestar no es el convencional, el tradicional, sino que ellos padcn~n
-d ifusame nte- de fa lta de realización personal, de hiperirritabili-
dad, de depresión, de vacío in terior, de hjpocondría, de autoacep-
t ací6n perturbada. ¿Qué implican estos malestares'? Qu e Jos sujetos
afectados soportan deficiencias primarias, las cuales pueden ser ora
compensadas, ora encubiertas. Y estas deficiencias son el producto
de una disannonía localizable en el self, de acuerdo con alguna fa-
lla en los dos polos con que se relaciona. Para precisar mejor, diga-
mos q ue la falla e n cuestió n comporta la no plena fusió n del se'f
nu clear con los objetos del self que cada polo encama, y que son la
'madre especular' y el 'padre idealizado'. Predicar de ellos que son
objetos del self indica que son experimentad os como partes de es-
te; en cambio, los o bjetos verdaderos son in dependientes de él, en
la medida en que configuren centros autón omos de inicia tiva. Los
objetos del self, entonces, son disefios intrapsíquicos de las expe-
riencias vividas con los progenitores, o con quienes cumplan tal
función. Por ejem plo la 'madre especu lar' - denominación harto
llamativa p ara q uienes seguimos las ensefíanzas de Lacan- , en tan-
to polo, se genera por la internalizaéión del comportamiento d e la
madre, fundamen talmente, en Jo atinent e a la deseable emp atía
con que trata a su hijo. En sus relat os de anaUzan les, entonces,
· Kohut torna decidida posició n. no ahorrando calificativo s para juz-
gar, con .monóto na severidad, a las madres patógenas de esos anali-
zantes adultos; véanse, si no, los siguientes: "superficial", "irnprc-
decible" , "rara", " psicótica latente", "insuficiente", "deficiente'',
et c. Dada esta etiología, ¿qué pensar de las abuelas? ¿Qué pensar
de las bisabuelas? ¿Qué ... ? Sin duda: retomo al infinito tautoló~
gico que para est e semonero predicador psicohigienist a, para este
optimist a incurable imbuid o de fe, sólo pued e finalizar en el ascen-
so a un Dios creacionista. ¡Cómo un puericultor no tend ría éxit o
163
IJl' t1 _paro!so del conductismo empirista! Y este conductista es
también idealista, aspecto que luego veremos con mayor deteni-
miento. ¡,Por qué? Porque sustenta creencialmente la innatidad de
ciertas cualidades primarias, entre las que cabe contar la compren-
sión ernpática de una madre por su hijo, la cual es una capacidad
tan básica, ·nos dice, como la visión, el tacto, el oído, el gusto y el
olfato. Pero entonces, llegó el significante y provocó el desarreglo;
en efecto, el malhadado significante resulta ser el factor diabólico
que trastornó el naturalismo eficaz de la función cmpática mater-
na, según se desprendería de lo sostenido por Kohut. Mas no nos
equivoquemos, pues el naturalismo a-significante se localiza no so-
lamente en la madre, sino tam bién en eJ recién nacido. Sí, ya que
éste espera oxígeno tanto como respuestas empáticas de un medio
empático. Como se colige, la posibilidad de esta armonía empática
sindica que Kohut suple, con esta singular teoría, a la ausencia de
relación sexual. Con todo, no ocluye predicando que falte la falta,
por cuanto nos habla de las frustraciones -no traumáticas, ópti-
mas y limitadas- qu e una madre debe poder escandir en las nece-
sidad es narcistas de su hijo. Estas fallas 'óptimas' motorizan jnclu-
siones y exclusiones colectivas de estructuras psicológicas en el self
rudimentario del niño. Por otra parte, y quizás como producto de
su lectura de Lacan, Kohut posiciona estas basculaciones escanden-
tes -ante todo maternas- en el tempo de la anticipación, dado
que arguye que el medio trata al self rudimentario - del infans-
como si fuese uno ya consolidado.
Decíamos que tanto el objeto del self 'madre especular' cuanto
su homólogo 'padre idealizado' debían - normalmente- fusionarse
con el self nuclear ; pues bien, es acerca de sus desarrollos en este
punto que un salto teórico intempestivo acaece. Dato que, a nues-
tro juicio, implica la irrupción de un orden significante que circuns-
cribirá - junto con ele mentos que luego insertaremos- el deseo de
Kohut. ¿A qué aludimos? A dos cosas: a) a que adjudica el gobier-
no del polo madre al exhibicionismo, lo cual dará origen al self
grandioso-exhibiciorusta, continente de las 'ambiciones' del sujeto
entendidas como patrones autogenerados de iniciativa; y 2) a que
el po lo padre se sustente - congruentemente- en el par antitético
respectivo, vale decir en la escoptofília, que dará pie a los 'ideales',
co nc~hidos 0omo patrones de orientación interna. De la armónica
continuidad t~ntrc las ambiciones, los ideales y \lll área tercera con-
fomatla por los talentos y las aptitudes, sqrge aquello que para
Kohut es dec isivo: lü <.~utocstima confiable, equilibrada, estable,
164
con una identidad perdurable. Habrá, entonces, ambicione~
realistas e ideales alcanzables. Bien, pero ¿y qué del deseo de
Kohut? Por ahora, pensémoslo obviamente orientado hacia la
vertiente escópica; mas previamente a dicha re-velación debemos.
ahora sí, ingresar en la exposición crítica de cómo analizo nuestro
autor.
NOTAS
1 Según lnfonna Hoffmann (op. cit., p. 700), ontre 1977 y 1981 Kohu t redactó tres
libros. Los mismos serán publicados gracias a los auspicios de la Fundación que, como
homenaje lleva su nombre.
2
Permítase al infrascripto señalar su concordancia con el juicio que Malcolm (op. cit.,
p. 156) formula tanto so bre este texto como sobre su precedente Análisis d el self (Amo-
rrortu, Bs. Aires, 1977): "pesados e ilegibles" .
3 Kohut pretende basar su concepto de la e mpatÍ'' en Freud (p. 107), Y se sirve para
ello de una cita del famoso cap. VII ('La identificacióñ') de Psicología de las masas.
Empero, esa nota al píe de Frcud sitúa en el mismo eje de pertinen cia a la empat ía,
la identificación y la imitación, vale decir que no predica sino acerca de la identifica-
ción imaginaria. Recordemos que, en ese capítulo, Lacan lee al Einziger Zug... Por otra
parte, es en El chiste y su relllción con lo fnconsden te donde caben in teligirse -abundan-
te y crit crio~tmente- los desarrollos de Freud acerl;a de la E'inftlhlung. Pero en esta obra,
se fruto de: 'el yo, o la empatía' , y no del kohutiano 'el yo en la empatía'; y como su au-
tur llnhln nllí del Otro -aunque lo escriba con minúscula- podrá en tenderse por qué usa
-·u l>llrtlr !lo e11:1 to~ulización textual (Obras Completas, Amorrortu, T. VUI, pp. 186/7-
191 -214 )- 'f)[ffen•nz' en lugar de 'Unierschied'~ la primera palabra - dice J.L. Etcheverry
en ~~~ tmdu cdbn " os utilizada en matemática y apunta más a una diferencia cuantítati·
va q ue cualit ntlvn" . Ent<lliCC~. ¡,la vía del materna ya era sugerida por Freud como recur-
~0 co ntran In~ "illcuuaatlo~"!
168
4
Entre las caracterizaciones de sus analizantes, extraigo como muestta est u• doAI
" profesor adju nto de matemáti ca, potencial mente brillante pero no de masiado exitu~ 11 ;
"artista talentosa pero improductiva". El ' pcru' adversativo, ¿marcará el choque cnttli ol
deseo del analüante y el de Kohut?
REFERENCIAS BIBLlOGRAFICAS
(1) Malcolm, J ., Psicom¡dlisis: una profesión imposible. Gedisa, Barcelona, 1983, pp.
138/9.
(2) Hoffmann, J.M.: " En memoria de Hcinz Kohu t", E-n Psicoanálisis: IV, N° 3 , APDEBA,
Bs. Aires, 1982, p . 709.
(3) Kohut, H., La restauración del sí-mismo. Paidós, Bs. Aires, 1980.
(4) La can, J., "La direcció n de la cura y los principios de su poder". En Escritos!, Siglo
XXI, México, 1976, p. 239.
(6) Harari, R., "Un Otlil tres pacticulier", Omicar?: 29,1984. (Presentado en el 11 Rncurll·
tro Internacional del Campo Freudiano, l'aris, febrero de 1982).
(6) Hoffmann , J.M., op. cit., p . 701.
· (7) Lacan, J., " Intervención sobre la transfcrenda". En 1\scrims 1, (cit.), p. 37.
(8) Lacan, J., " Situación del psicoaná iL~is y formacilm del psicoa nali~ la en 1956". l•:n /!.";.
critos JI. Siglo XXI, México, 1975,1l. 1\18 y sigs.
(9) Lacan, J., "La d irección ..." (cit.), p. 219 y ~ i¡;s.
(10) Lacan, J., Les quatre concepts fondamentaux de la psychanalyse. Le Sémina/rt•, 11-
vre XL Seuil, Paris, 1973, p. 71.
(ll) La can, J., Les quatre ... (cit.), pp. 76/77.
(12) tacan, J ., Les quatre ... (cit.), p. 96.
(1 3) tacan, J ., La re/aticm d 'objet. Seminario inédito del 6 de febrero de 195 7.
( 14) Bouvet, M., " La clínica psícoanaJÍtica. La relaciónde objeto" . En vnd os: t7 psicoaná-
lisis lroy . M~raclc , Barcelona, 1959, p. 95 y sigs.
(1 S) Frcud, S., "Lo si niestro". En Obras (.'ompleras . S. Rueda, Bs. Aires, 1955, T. XV III,
p. 168.
169
IV
Est as refl exio nes cont inúan las presentadas en Caracas en Julio
de 1980 1 . Allí proponía int errogar las dificultades de articulación
teórica que insisten en plantearse en el psicoanálisis de niños, co-
mo un síntoma, camino que me llevó a preguntarme por los
orígenes, por el nacimiento d el "niño" del psicoanálisis de niños,
q ue aún hoy sigue p resentando tantas dificultades para ser r econo-
cido en el discurso psicoanalftjco. En est e orden de reflexión la
cuestió n del posicionamiento respec to a la paternidad freudlana
-a partir del famoso antagonismo ent re Anna Freud y Melanie
Klein para hacer reconocer el p sicoamHisis de niños como here-
dero di recto y legítimo del psicoanálisis, permit ía reconocer e!
sostén fanta smático de las dificultades para articular psicoanalítica-
mente lo que "descubre" la práctica clínka con niños. ·
Me propongo ah ora, avanzar a partir de esa posición inicial, en la
que podemos reconocer la dimensión del mito edípico, hacia los
interrogantes por la estructura. El niño, y el psicoanálisis, en tanto
provienen de lo real, in-sisten.
Continuemos pues adelante. ¿Por qué el psicoanálisis de niños
es fu ndamentalmente patrim onio de las mujeres analistas? ¿Se
trata só lo de una du plicación del lugar h abitual que nuestra cu ltura
a tribu ye a las mujeres: comprensión natural, saber ancestral, re-
ceptividad maternal , y otros atributos semejantes que "se" reco-
nocen como caract erísticos de las mujeres y que conducinin a que
" naturalm ente" sean las encargadas de educar y cuida r ;¡ los f'li-
ños?
Es un hecho fácil m en te consta tabJe entre íos pskoanalistas, que
los hombres que se proponen como analistas de nifíos, producen
un cierto asombro, el asombro frente a algo que no r esponde a la
generalidad de una regla.
173
No podemos clausurar la cuestión desde el punto de vista psi-
coanalítico contentándonos con pensar que el psicoanálisis - hu-
mano al fin de cuentas- no estaria exento del orden imagina-
rio-simbólico que rige nuestra cultura. No podemos; porque la
producción del psicoanálisis de niños implica un posicionamiento
particular en relación al saber y a la verdad. En tanto producción
que no cesa de no articularse, lo que no le impide proliferar ge-
nerando grandes adhesiones o rechazos por parte de los "otros"
analistas, es necesario interrogar esta conjunción " mujeres y ni-
tíos" no sólo como una extensión al campo psicoanalítico de un
hecho cultural, lo que la sitúa como un hecho empírico, contingen-
te, imaginario, para encontrar categorías que nos permitan pensar
qué lo produce y cuáles son sus efectos en y para el campo psico-
analítico.
¿Habrá acaso alguna misteriosa regla que instituya al psicoanálisis
de niños como "cosa de mujeres''?
Una frase de Freud se hace esencial para adentrarnos en el mis-
terio: "Ha sucedido automáticamente que el análisis de nifios ha
sido terreno de analistas mujeres y sin duda que esto seguirá
siendo así". 2
Dado que la post/eridad freudiana se encargó de demostrarnos
que sin duda las mujeres analistas se confirmaron en este lugar, es
fundamental interrogar el "automáticamente" de la frase de Freud.
¿Se tratará de una invitación o de una orden?
Si pensamos que la única posición "ya dada" es la del Otro pri-
mordial, el gran Otro sin fisuras, LA mujer, La madre, tiempo [un-
dante del sujeto por-venir, no podemos conformarnos con situar
al "automáticamente" como una contingencia cultural, y en cam-
bio intentar pensarlo como un hecho de estructura.
El discurso psicoanalítico nos revela que no hay saber posible
más allá de las articulaciones puntuales que lo van produciendo,
lo que en cierto modo homologa la produccción de la teoría a la
producción inconsciente; por ende la imposibilidad anticipatoria y
totalizadora respecto al saber, surgen como efecto de la práctica
psicoanalítica. Aunque la aspiración al saber absoluto no sea un
patrimonio exclusivo del psicoanálisis de njños, aquí lo interesante
es que esta posición respecto al saber parece legitimada, de algún
modo, desde el mismo psicoanálisi·s. Si así fuera esto nos permiti-
ría pensar que el psicoanálisis, frente a la imposibilidad de lo real
que lo constituye, recupera, restaura, instituye, un lugar dife-
rente -el de la "especialización" en nifios- en el que de entrada
174
la totalid ad del saber y su consecuencia inrnl!diata. la antlcJpación,
se proponen como legítimas.
Interrogando el "automáticamente"de la frase do Preud, ae abre
una serie de posibilidades para pensar este ckstinu alienado de
"mujeres y niños"en p sicoanálisis - derechos que pa rcc~ n no poder
cederse fá cilmente- .
Mientras la conjunción mujeres "y" niños funcione como un
axioma fundan te y por ende fundamental para el psicoanálisis de
niños, es el fantasma de La madre el que allí estaría operando, fa n-
tasma cuyos efectos " ordenan" la práctica y la hacen "obediente"
al mandato. Pero esta "orden" cuya obediencia automática nos
permite recónocer el lugar del discurso del amo, Jugar por el cual el
discurso analítico transita para reenco ntrar el suyo, ofrece un giro
singular.
El "automáticamente" como dispositivo original que pone en
marcha el lugar de las mujeres como analistas de niños, instaura la
paradoja de un saber que por principio es todo (saber absoluto) y al
cual no obstante se hace necesario agregarle siempre algo-más.
Anna Freud pu ede convertirse "automáticamente" en analista de
niños por ser hija de Freud, Melanie por ser madre de un niño, el
pequeño Fritz, y entre nosotros Arminda Aberastury por ser
esposa de Enrique Pichon-Riviere. La figura fundamental de
"madre de", " esposa de", caracteriza los comienzos de la A.P.A. ,
donde las esposas de los analistas, o alguna "buena madre" descu-
bierta por algún analista incipiente todavía dedicado a la consu lta
pediátrica, eran "llamadas" para ocuparse de psicoanalizar niños.
Si los psicoanalistas piden allí que las mujeres ofrezcan al psico-
análisis su saber sobre los niños, ellas producirán , desde esa posi-
ción fálicamen te facilitada, un saber desde el que aspiran a inte-
grar el cuerpo, ya dado, del conocimiento psicoanalítico. Porque
ellas se sacrifican, trabajando como " ncgras" 3 en lo que creen la
verdad revelada: el psicoanálisis.
Allí se hacen esclavas, ya no (]e una orden, sino de su propia
producción. El saber toma el lugar del amo y ordena la práctica
efectivizando un cuarto de giro hacia el discurso universitario. Este
cuarto de giro relanza el "automáticamente" al conocim iento anti-
cipado y obligatorio de las reglas que reglamentan la práctica.
Todos aquellos que quieran "ser" de entrada psicoanalistas de ni-
ños, deberán saber ante todo estas reglas: hora de juego diagnós-
tica, consignas, criterio3 evolutivos, simbolismo del juego, etc.
Discurso que al dar la primacía al punto de partid a, nos perm ite
175
reconocer nuevamente al amo en el lugar del agente que im pone la
obediencia automática a las reglas y cierra de este modO" el camino
a quienes quieran acceder a la interrogación analítica.
Pero en tanto mujer-es, que llegan al psicoanálisis como mujeres
"de", no podemos dejar de reconocer allí, una primera posición que
sitúa al discurso histérico: ofrecen los interrogantes de un saber del
que hasta allí nada saben, el supuesto saber sobre el niño desde el
que se encuentran interrogadas. Por eso, si se las sitúa de entrada
como analistas y no como analizantes, no podrán sino ponerse a
trabajar, para saber siempre-más, a partir de la paradoja inicia l que
determina su posición. Esta posición inicial, la del saber que no
saben, pasa así en el lugar del discurso universitario a constituir-
se como un saber que sí saben. El saber ofrecido a los interrogantes,
el del discurso histérico se vuelve, a partir del "automáticamente"
que las sitúa como analistas de niños de entrada, la aspiración del
saberlo-todo que caracteriza al discurso universitario: en tanto
ellas no son "LA" madre, figura del A, sino mujeres "de" , que
aspiran a serlo pero no pueden del todo. Lo que podemos rccono-
. cer como posición inicial , la del discurso histérico, se hace insoste-
nible, porque en el lugar del analista se encuentra el "automática-
mente" que aplasta al nifio desde el cual son interrogadas. Y la po-
sición analítica, el "a" en el lugar de agente, sólo es encontrada en
los momentos en que la imposibilidad de tener respuestas para
'todo' las precipita en la angustia. Posición por cierto muy fugaz,
que produce un viraje inmediato al discurso universitario -siempre
habrá alguien que sepa más a quien pedir auxilio- , o al discurso
amo -allí la posición del analista se vuelve incuestionable- .
Estos virajes impiden a su vez que el saber en el psicoanál.isis de
.nifíos opere a la manera del oráculo, figura posible del discurso
analítico, en los t iempos en los que éste aún no estaba formali-
zado, aunque se siga consultando a estas mujeres como si fueran
pifonisas. Pero no pueden serlo, porque a partir del "automática-
mente" del punto de partida, lo que ofrecen es un saber acumulado,
producto del trabajo y el esfuerzo, en el lugar del decir a medias
del enigma. La posición analítica se cierra haciéndose inaccesible
en tanto el saber se sigue acumulando en la oscilación continua del
discurso del amo al universitario. Y así se perpetúa una posición
'militante' en la que el saber, ocupando el lugar de la verdad, evoca
el sentido de "revolución" propuesto por Lacan: el del retorno
siempre al mismo punto.
176
Situemos a partir de estas reflexiones dis tintas posibilidades
lógicas:
a) Ser mujer como condición necesaria y suficiente en psicoaná-
lisis p ara trabajar con niños. La comprensión y el saber situados en
el p unto de partida. Sólo se hará necesario agregar algunas r ecetas
técnicas. Del mismo modo que " 'el diablo sabe por diablo pero
más sabe por viejo", en esta posición las analistas sabrán por
analistas, pero más por ser muj eres. Discurso del amo :
u
a
_$_
a
177
d) Supongamos el "automáticamente" de la frase de Freud
como un hecho de estructura, produciendo efectos que el psicoaná-
lisis se atreva a interrogar, es decir, a no retroceder frente a él. Esto
nos pennitiría hacer el ejercicio de sostener el supuesto-saber-ser-
mujer en el campo del psicoanálisis de niños como una ficción, ni
necesaria, ni suficiente, pero posibilitadora de articular algunos de
Jos interrogantes propuestos por Lacan entre psicoanálisis y posi-
ción femenina.
En este caso se abriría para el psicoanálisis de niños la posibi-
lidad de abandonar el campo de las pre-posiciones en el que se
reitera incansablemente: ¿Psicoanálisis "de" "a" "con" "para"
"en" niños? Porque en cualquiera de estas pre-posiciones el niño
siempre ocupa el lugar de objeto directo, lo que inevitablemente si-
túa la posición del analista en el lugar del predicadofr. ¿Posibilidad
de salir de la alineación sujeto-objeto directo-predicado, pasando
así al registro del semblant de "a"? O dicho de otro modo, ¿trans-
fonnar el "Sujeto: su puesto: saber" .que propone el psicoanálisis de
niños, en un posible analista?
Retomando entonces la metáfora que propuse en el trabajo
leído en julio de 1980 en Caracas, donde dec ía que "Freud no
habría querido, a diferencia del rey Salomón, que el niño se con-
servase entero", poder hacer de su partición no meramente un
re-parto sino el acto de una operación simbólica. Escucha analítica
que posibilitaría entonces, a-partir del niño, la producción desde el
semblant de analista-mujer, de un 8 1 como significante del Nom-
bre-del-Padre, o dicho de otro modo: corno significante de la
castración.
¿Podremos de ese modo transformar la obediencia automática a
una orden cuyo origen y sus fundamentos se desconocen, pero
que no deja de operar para producir mujeres-analistas-de-niños, en
la aceptación de una invitación freudiana?
178
NOTAS
BIBLIOGRAFIA
179
ACERCA DE MUJERES
EN EL PSICOANALISIS POST-F R EUDIANO
Mónica Torres
Nélida Hal{on
180
el objeto mismo, convirtiéndolo a~ f t ' ll " d " Htlllldc!J, tlcf,fldo, dé~R ·
do, etc., a travé~ de intcrpietaciones CfiH' sit· mptt' lo l)(lndtfü\ in ht
mira del deseo del analízante. Entonct::> ;,dt•sco d\' qul6n' Cuttl·
q uier analista puede enredarse en est e tks;ll'h> u In l' ll8fiR"l~n y;
como agente de discurso, esta r no ya en "a" sino t' ll S 1 .
Así, la frase del epígrafe qu edaría transformada cu su ~;o ntrurto :
" Te pido que aceptes lo que te ofrezco pues e s eso''. <)llc nroptt.H
mis interp retaciones que apuntan a mí como "tu" obje to: "me"
ofrezco a tí como el saber; pues "es eso"; tu genita lidad, 111 vhln
plena o incluso un prestigio, un poder, un título , lo que t e ol'n.:zro
a cambio sj a mí te entregas. Si el analista se juega en tal demanda.
¿cómo queda co locado?, ¿qué clase de pacto instaura? Un analista
que, amparado en su función, se ofrece por fuera de ella, como
m odelo identifica torio-reslit utjvo de lo parental, más que análisis
está haciendo pedagogía pues a pesar de las fi ntas, el discurso Amo
lo sostiene. En el pool e n cuestión, las bolas del adversario desapa-
recen del tablero una por una. El "para no-t oda" (Vx. ~x) de las
fónnulas proposicionales de la sexualidad en lo q ue hace a la posi-
ción femenina del ana tista , "no-toda la verdad es" , se transforma
en (3 x. <fX), "toda la verdad es". Si el analista se ubica como no
castrado, ¿cómo podría sostener su función'! Y si no puede por de-
venir mítico, ¿qué hace allí, entonces?
En el libro ''Maternidad y Sexo" , Ma rie Langcr habla de muje-
res, estableciendo una equivalencia entre la maternidad y el ser de
la mujer. Una secuen cia que excluye cualquier posición tercera, o
- por mejor decir-·- cuarta, va desde la madre a la hiju, pa sando por
u na «buena" rela ción sin frustracion es en tre madre e hija que lle-
varía a una aceptación feliz de la sexualid ad (mcnarca, orgasmo,
maternidad, lactancia, climaterio) repitiendo con alegrfa esa prime-
ra bella relación con la madre buena. Y, por otro lad o, una mala
relación con la madr e llevaría a vivir la mena rca como peligrosa,
también a la frig idez, la esterilidad, etc. El esquema es senc illo y
subvierte la propuesta freudiana en un desarro llo d el pensamiento
femenino desde Helen Deutsch, Karen Horney y, en nuestro me-
dio, Arminda Aberastu ry y la citada Marie Langer. La ana lista
puesta en el lugar de la madre rectificaría la imago de la madre ma-
la y promovería la maternidad y el sexo.
Más sabiamente, un analizante se perd ía entre unas mujeres, di-
vidiéndolas en cuatro grupos: su mujer, la madre de sus hijos; las
amantes, las que lo aman; unas cualquieras, prostitutas por dinero
que cobran por el goce; y las prostitutas verdaderas que gozan sin
18 1
cobrar, sólo porque les gusta. So n estas últimas quienes lo cuestio-
nan verdaderamente.
¿Y la analista? En un trabajo reciente q ue escribimos con Silvia
Wainsztein, hablábamos de las damas analistas. De las mejores y
de las peores, al decir de Lacan e intentábamos articular lo real del
sexo del analista en relación a la posición femenina del mismo. Pa-
ra las damas analistas del pensamiento post-freudiano y pre-laca-
niano hay sólo unas damas: las verdaderas muj eres.
¿Y la analista? "T e pido que rechaces lo que te ofrezco porque
no es eso". Y si no es eso, ¿por qué te pido que lo rechaces? El "te
pido" histerifica la demanda del analizante qu e es de que rechaces
lo que ofrece, que no es eso. No basta con rechazar d ofrecimiento
del analizante, aún es necesario que el analista oferte la cura y con
eso demande ser rechazado.
La bella carnicera rechaza la interpretación de Freud de los sue-
f'íos, ofreciéndole la clave del deseo como insatisfecho (no es eso).
En el sueno rechaza lo que le ofrecen porque no es eso (no es el
caviar ni el salmón, es el trozo de trasero de cualquier muchacha,
es decir el objeto 'a' causa de deseo). Freud no puede rechazar en
· Dora la oferta histérica cuando intenta convencerla de que es eso,
no pudiendo sostener la posición sujeto - supuesto- saber y no
permitiendo así que las mujeres se dividan en dos. Es decir en cua-
tro, ya que se articula allí el juego de la demanda y el deseo: la
contingencia del encuentro amoroso, la inexistencia de la mujer
como toda, para permitir el deseo hacia unas cualquieras y aún el
interrogante sobre las entregadas al goce.
La maternidad no es el sexo de la mujer. Aún en la ecuación ni-
ño-falo, el falo, hace de la relación dual madre-hijo un triángulo, y
el cuarto lugar se presentifica con la caída el 'a'. Las damas analis-
tas del pensamiento post-freudiano no saben qQe el saber es insufi-
ciente y que el goce está al margen de aquel1o a lo que eventual-
mente conduce, es decir a la reproducción. Si el objeto 'a' aparece
como capaz .de dar satisfacción al goce, esto sólo es pensable en la
pulsión genital, que no existe en tanto menta la relación del Uno
con lo irreductible del Otro.
El analizante en cuestión; perdido entre tantas "unas mujeres"
no encuentra sino repetido el "no es eso". Del lado del amor, la
trampa del amor cortés; del lado del deseo, la insatisfacción. Si mi-
ra hacia el goce, no hay límite para la saciedad ; a la mujer no pue-
de cesar de no encontrarla.
Melanie Klein cita a E. Jones: " ... La mujer no sería psicológj-
182
fitmente un hombre castrado sino que habría nacido hem bra ...
Marie Langer completa esta idea con la frase final de su libro, refi-
tf{mdose al experimento de los monos de Wisconsín: " ... El moni-
jt, criado con su madre de alambre no puede elaborar el enfrenta-
DI iento con algo desconocido ... y se psicotiza. Un monito criado
fi >r una madre mona verdadera sabrá más adelante elegir su pareja
y unirse adecuadamente. Trasladado esto al terreno humano ...
Onicamente una criatura criada por una verdadera madre podrá
¡mar la vida ... y si es mujer sabrá el día de mañana transmitir su
lit lud a la generación futura".
Desde una perspectiva diametralmente opuesta, Lacan señala:
... .. la desvastación que es en la mujer, para la mayor parte, la re-
~dón a su madre, de donde ella parece esperar como mujer más
íttstanc.ia que de su padre ...".
Introducirnos con esto a Belén, entre el análisis y el análisis
{lt" control. En el análisis de control, cuando la analista presenta el
fiiSO olvida el apellido de la analizante. Este olvido es consistente
"'un el peso del nombre: Belén. ¿Nombre, apellido, lugar? Este
drslizamiento hace al nudo de su casi mítica historia.
Llamada Belén por Jesús, e hija de un carpintero-ebanista,
ingresa en la Orden de las Teresianas, seguidoras de Santa Tc-
fl·sa d e Jesús. Abandona luego la religión. Pide análisis aque-
j¡~Ja por dos síntomas: miedo a los animales y a la muerte. Por
lo demás, su vida le es por completo satisfactoria. Casada, con
una hija, ha encontrado el secreto de la libertad sexual. Un riguro-
S.u orden rotativo,·que la salva de cualquier sospecha de predilec-
dón, la lleva de la cama de su marido a la de sus amigos, ya sean
hombres o mujeres. Su hija es partícipe ocasional de los mismos.
1 ~ 1 marido· cumple también con el ritual: el de la anti-diferencia.
No hay preferencias por cuestiones de institución, ni de amores, ni
tic sexos. Una situació n de excepción detiene esta ronda: cuando
Belén decide embarazarse se asegura de que el padre biológico
sl·a su marido. Esto sucede dos veces, una de ellas durante el análi-
~is . En este lapso, toda actividad sexual se detiene.
Reivindica un feminismo a ultranza, lo cual la ubica desde el ini-
l:io en una actitud querellante respecto al análisis y a la analista.
Dice soportar sus intervenciones sólo porque es mujer. L'l sorpren-
de, sin embargo, y es esa intriga la que - según ella- la mantiene
en análisis, que la analista no hable como ella. Así, como la analis-
la - dice- "sólo hablan los hombres". No se da cuenta de que ella
183
habla como un hombre, un hombre que no se entrega en ningú n
acto y aparenta completarse en todos, de manera donjuanesca.
Su reivindicación alcanza a las mujeres de su familia, m adre y
hermanas sometidas de diferen te modo a sus hombres, cuestión
que le irrita profundamente. Admira sólo a uno de ellos: su padre,
idealista, con permanen tes inquietudes filosóficas, quien la intro-
dujo en la pasión mística. Hombre de mucha presencia y poca ins-
cripción, nos recuerda al padre de Juanito. Su madre, muy elidida
durante el análisis, es atisbada como una mujer bastante insatisfe-
cha, pero secundante del padre en todos sus actos.
Belén quiere creer que existe el objeto, que existen las rela-
ciones sexuales, que la diferencia sÓlo existe como real: Dios es su
máximo exponente. Su idealizado padre es un sustituto amoroso
de aquél: La diferencia, la falta, sólo a p~ece inciertamente articu-
lada. Renegando de la castración, la perversión, esta versión-hacia-
el padre, cobra fuerza en ella. Difusa, ideológicamente sustentada,
sólo hay el coto de un real: un padre biológico para sus hijos es re-
querido como porúendo lím ite al desenfreno. Este es el lugar - só-
lo de real- que le ot orga, en un perfecto correlato con el propio
padre idealizado. Podría decirse que .la función mediatizadora en
su historia fue sostenida por la madre. El padre sólo tejía ilusiones,
ella hace otro tanto. Quien ama, o al menos quien otorga, sostiene
la estructura familiar: primero su madre y luego su marido.
Se podría decir que esta mujer adquirió sustancia de su padre
puesto que su madre era, para ella, insustanciosa. No está claro si
la madre ama, o desea, o sólo sufre. Pero ella, al menos, de "eso"
no sufre, más bien reniega d e lo insustancioso de la condición
femenina. ¿Lo hace esto ser más mujer? Muy pm: el contrario;
entre ese " todo" que era su padre y esa "nada" que era su madre,
queda indemne: fobia a la muerte y a los anim ales. La castración
no efectivizada juega a cada instante; el horror a los animales y el
terror a los acciden tes se ejemplificá bien en un suefío que toca a
lo real no simbolizado. Su.eña: "Estado en su Jugar de trabajo, un
negro, un "cafishío" se le acerca, la mano sangrante. Ella ve que
tiene uno o más dedos cortados y va hacia el botiquín dudando
sobre si intentar curarlo o no". Las asociaciones insisten en repetir
el material del suefío. La analista, confrontada con lo que se le
aparece como una castración en lo real, vacila. ¿Qué decir cuando
"todo"parece estar dicho? Quizá, sólo una intervención hubiese
hecho acto analítico: cortar la sesión cuando ella dice "dedos
184
r~rtados". Esta vacilación nos parece crucial en el desarrollo del
u ~ális!s. La analista ha quedado momentáneamente atrapada en el
l) frecimíento. Sabe que "no es eso" pero no cómo rechazarlo.
¿Qué la lleva a Belén desde Santa Teresa de J esús a la filoso-
fía? ¿Desde allí la circulación sincronizada de los " encuentros"
st·xuales y - sobre todo- desde all í al análisis? A pesar de la renc-
g:lción, la falta bascula. El padre le indica el camino hacia Santa
Teresa, pero allí ella no encuentra el prometido goce de Dios que
pt~rmite a la Santa cantar embelesada que: " ... porque vivo en el
Seftor, que me quiso para sí: cuando el corazón le ui puso en él
l'ste letrero, 'que muero porque no muero'. Desesperanzada, ella
ubandona las Teresianas. Aún sin desilusionarse dcJ padre, prueba
nm la filosofía. Cuando termin a la carrera, la pregunta subsiste.
1ma buscará la respuesta en la imposible libertad sexual, y fina.l-
mente llegará al análisis. Si "todo" ... cuanto más posible parece,
má.s imposible es, ¿una mujer sabrá de l n o-toda de la verdad? ¿,Sa-
brá por qué ella teme a la muerte?
Se diría que la desvastacíón que para una mujer es la relación a
su madre, aún sin aparecer abiertamente es· ··en este ~aso -- aniqui-
lante. No porque no pueda casarse, ni tener hijos ---aparentemente
la ecuación h a sido cumplida-, pero lo hace a la manera de su
hombre, de su padre, del "todo". Acá, el olvido del apellido de
Belén por parte de la analista tiene que ver profundamente con
una verdad d e esta estruct ura. Porque su p adre es alguien que la
nombró como proveniente de Dios (Belén - de Jesús- h.ija del
t.:arpintero) por lo que a cada instante debe batirse con la muerte;
lo real se impone a lo simbólico, tort urándola en esa su vida que,
a no ser por eso, sería sin fisuras.
La paciente se embaraza durante el análisis y lo abandona con el
nacimiento de su hijo. ¿Habrá que pensar que fu e porque tampoco
encontró en el análisis a la verdadera mujer'! Si cJ Don Juan es un
fantasma femenino, tal vez algo de esto fascinó a la analista. Pero
si la mujer sólo p uede dar lo que ni tiene ni es, esto no hace peli-
groso que el analista ame al analizante. Del lado del analizantc, ni
envidia ni gratitud; al contrario , hacer la experiencia de la falta en
el Otro.
Pero la paciente no de-supone el saber en la analista que haría
así apariencia de 'a' y estaríamos en fin de- análisis. Antes bien, la
analizante espera que la analista tenga algo que decir, de Dios,
de la muerte, de la diferencia sexual; y tal vez la analista ha dicho
185
algo de más: ella escribe acerca de mujeres. Siempre en el riesg,,
de estar entre las mejores o las peores. Puesto que no hay que co11
fundir la posición femenina del analista con la existencia de l .:•
mujer.
El miedo a la muerte es el temor que provoca la sospecha de que
no hay Otro del Otro, es decir no hay Dios, no hay La mujer. Qu ··
todo sa lga de una sola madre, Eva, dice Lacan en "El Sinthome'' .
no convierte a la mujer en un universal; sólo hay "ponedoras"
particulares, unas madres, unas mujeres.
BIBLIOGRAFIA
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186
EL PSICOANALISIS CON LOS NIÑOS
190
n. DE LA PERVERSION MATERNA AL FANTASMA DE LA MADRE
194
está desde el principio. Eso es precisamente lo que Lacan escribió
en su Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el Psicoanalista
de la Escuela: "En el comienzo del psicoanálisis está la transferen-
cia. Lo está por la gracia de quien llamaremos en el inicio de este
texto: el psicoanalizante", para interrogarse, después de esa cons-
tatación, sobre lo que es la transferencia.
Encontramos en la consideración de A. Aberastury una reconsi-
deración de las tesis kleinianas que tom a la transferencia en su
vertiente imaginaria: en la relación analítica, el paciente proyecta-
rá y repetirá los sentimientos de amor y de odio, los fantasmas,
angustias y defensas que se produjero n en el curso de las primeras
relaciones objetales.
El dualismo de esta relación primitiva es claram ente enunciado
por M. Klein en su artículo "Los orígenes de la transferencia" (Re-
vista Francesa de Psicoanálisis, t. XVI, p. 206): "Es un rasgo esen-
cial de esta relación, la más precoz de todas las relaciones objeta-
les, que ella sea el prototipo de una relación entre dos personas, en
la cual no entra ningún o bjeto".
Planteado en estos términos, el análisis de la transferencia redu-
ce entonces la dialéctica de la cura sobre el eje especular, cuya
salida es el mito del Uno, de la unificación operada a partir de las
virtudes del amor y de los sentimientos de separación: "Cuando en
el cursÜ del desarrollo normal, la división entre objetos persecu-
torios y objetos idealizados se encuentra disminuída, y cuando el
odio · se encuentra mitigado por el amor, entonces es posible
establecer buenos objetos en el mundo interior. Esta adquisición
en el curso del tratamiento, nos lleva a la cura", afirma A. Aberas-
tury (op. cit. pág. 268) Podemos preguntarnos al precio de qué
identificación arriba el niño a ese resultado, puede ser al de identi-
ficarse al s.ígnificante supremo.
Lo que la enseñanza de Lacan viene a subvertir, es justamente la
consideración de la transferencia tomada en tanto que intersubje-
tividad. Ahí debe ubicarse la pregunta y no a nivel de las técnicas
puestas en juego en las curas psicoanaliticas con niños. Pues, para
esas curas, como para todas, el analista se encuentra en posición de
reinventar el psicoanálisis: en el acto, el analista no debe responder
a partir de una posición de saber.
La transferencia es una manifestación sintomática del incons..
ciente, y esto se llam a sujeto supuesto al saber, en sí mismo
obstáculo a la intersubjetividad ya que esto im plica "que p\l~!dtJ
19S
decir éUalquier cosa, sin que ningún sujeto lo sepa." ("La equivoca-
ción del sujeto supuesto al saber". Scilicet, Nro. 1).
Suponer un sujeto al saber es una consecuencia lógica para el
hablanteser, en toda formulación de un inconsciente cualquiera.
Pero ese sujeto, en tanto que efecto de significación, no supone
nada, es supuesto: ¿por q uién? Por el significante, dice Lacan, que
lo representa ante otro significante. Y esto resulta ser el pivote de
la transferencia. El sujeto supuesto al saber, en tanto q ue ''signif}.
cante introducido en el discurso que se instaura", dice Lacan en
la Proposición de 1967, es el elemento ternario en una "situación
convenida entre dos partenaires, que se establecen en ella como el
psicoanalizante y el psicoanalista". Lo que da cuenta p erfectamen-
te de lo que no podría haber d e intersubjet ividad en el abordaje de
la transferencia desde el punto de vista estructural.
A partir de aquí, para toda cura, la cuestión d e la transferencia
puede ser abordada desde la estructura. El análisis de la transferen-
cia implica la eliminación de ese sujeto supuesto al saber.
¿Cómo juega ésta en el análisis de niños? Esta pregunta nos pa-
r ece capital. El nifio, como todo hablante-ser, es presa del sujeto
supuesto al saber, pero teniendo en cuenta su posición de depen-
dencia frente al adulto, r esulta que para él el Otro adulto sabe. Lo
que le arranca en tanto saber es la significación, particularm ente la
concerniente al sexo y a la muerte. Significaciones que se vinculan
con la pregunta del deseo, respecto a la cual los ¿por q ué? del nifio,
dirigidos al enigma que se hace presente para ~1 en los intervalos
- en los blancos de lo que enuncia el adulto- deben ser escucha-
dos en el sentido de un Che vuoi?
Es pat1iculannente seductor para cualquiera que ocupe el lugar
del Otro en relación a un nii'lo el darle una respuesta. ¿Hará Jo mis·
mo ~:~ 1 analista? Toda la cuestión que se juega entre psicoa nálisis y
pedagogía reside en este punto. Ningún analista tiene que r espon-
der a partir de un sabtrr que pueda inducii en el analizante, por CSl'
rodeo, una identificación a cualquier ideal. Si hay respuesta del
analista, ella se articula tan solo a partir del acto analítico, "aclo
que se funda en una estructura paradójica pues en él el objeto l~ll
activo y el sujeto es subvertido". ("Equivocación dd suje to supues-
to al saber". Scilicet 1 ).
Si el analista ocupa, en el dispositivo del discurso analítico, t'l
lugar de semblante del objeto a, puede existir la posibilidad, por
encuentro , de que d saber ocupe el lugar de la verdad en la ínll'r·
196
pretación, y de este modo, en el curso de un análisis, lo no-sabido
se ordene como el marco del saber.
Pasemos a nuestro segundo punto: el tiempo de la interpreta-
ción en el psicoanálisis de niños.
A partir de consideraciones que conciernen la transferencia, des-
tinadas a descentrar la cura analítica de sus connotaciones intersub-
jetivas, podemos abordar también la cuestión de la interpretación.
Una interpretación sólo es operatoria , incluso productora de efec-
tos, si se realiza bajo transferencia. Es decir que está articulada con
un sujeto supuesto al saber, lo que no implica en modo alguno que
entrañe el enunciado de un saber por parte dd analista.
El inconsciente procede por interpretación en las formaciones
d el inconsciente que de él se deducen (sueños, lapsus, agudezas).
Podemos decir también que el "material" que el nifio llevará a su
sesión de análisis, sus dibujos, historias, juegos, etc. constituyen
ya interpretaciones que apuntan a dar un sentido a aquello que de
:lo real se presenta en el trauma.
¿Agregará el analista las suyas? Sí, en el caso en que considera
que sabe algo sobre el objdo en juego y que debe aportar la correc-
ción necesaria a la interpretación " ingenua" operada por el niño.
En estos casos nos volvemos a encontrar con lo que Lacan llam a
el carácter de "intrusión y de enchapado sobre el sujeto" (El Semi-
nario Libro I, p. 88) operado por la interpretación Kleíníana, y
que "induct} en el sujeto una paranoia dirigida" (Escri tos, p. 109).
.t:ste género de interpretación no permite alcanzar al sujeto su~
puesto al saber, al contrario. Esto implica que el análisis es condu-
cido con la suposición de la existencia y de la posibilidad de una
relación sexual, siempre evocada, siempre presente y rderida a la
persona del analista. Este posible es homólogo de una suposición
necesaria: la de La Mujer, verdadero sujeto supuesto al saber que
es el analista. Vemos como, por ese desvío , es evacuado lo que en
él hay de contingtmte tm lo concerniente a la función fálica.
Es desde esta perspectiva que podríamos señalar en ciertas curas
un viraje hacia u na posición perversa, éomo en el caso dt! Luisito
presentado por A. Aberastury en su artículo "La transferencia en
L'l análisis de nifíos,.
La interpretación, si seguimos las indicaciones formuladas por
Jacques Lacan en su enseñanza, es lo que opera en tanto que cort~.
escansión a nivel del dicho, a fi11 de aislar lo apofántico del decir.
Bntre enigma y cita, juega con el equívoco, con la lógica y c oll la
1{J7
.-.m•tlca. La interpretación, lejos de dar la respuesta de una sigui•
ficnci6n cualquiera al "Che vuo.i?, es del sentido que apunta l:lilt
tlU·sencia radical que se escribe S(~).
Operar en la supresión de la respuesta permitiría dejar siempru
vado el lugar del objeto causa del deseo y así poner distancia entr"
el I(A) en tanto que punto d e llamado de toda identificación y d
a separador.
¿Qué criterio, entonces, puede servirnos para determinar el n-
nal de la cura psicoanalítica de un niño?
Podemos adelantar que aquí la única respuesta es ética, como lo
es en cualquier otra parte, "sólo hay ética del bit:n decir". Que su
pueda localizar en la estructura, separándose del lugar que ocupabíl
en el fant asma d el Otro, a través del cual su síntoma y su sufrimi~n·
to se encuentran correlacionados con el goce en el Otro, estos so•\
los ejes estructurales que pueden orientarnos para situar el fin al~~ ~·
un análisis de niño. De todas maneras, llegado a est e punto, no d ~
jará de dejamos caer.
1 9~
el cuerpo d e que se trata -en el psicoanálisis con los niños, especia 1-
¡nente los muy pequeños- es el dd sujeto que está en análisis, y si
éste int erroga el cuerpo dd Otro, no es evidentem ente para obte-
ner allí algún objeto que lo completaría sino para encontrar en él
lo imposible de ese o bjeto, la caída d e ese objeto, la pérdida irre-
ductibk q ue lo condenará definitivamente en su relación de objeto
:a su relación a la falta de objeto de donde nacerá su d eseo. En
cuanto al objeto , su m utación d e real en significante hará nacer un
sujeto destinado a esos significantes, alienado y dividido por
ellos. El Otro , lejo s de ser el reservorio de objetos reaJes, no será
más que el lugar d e los significantes, perdiendo en él, si es quG
alguna vez la t uvo, la dimensión de una existencia propia.
La ilustración de un proceso t al nos es suministrada, por ejem-
plo, por Nadia -recordaremos que ella tiene trece meses-· durante
la sesión dd 5 de diciembre (Cf. El nacimiento del Otro). Ese dia
quiere tomar el objeto d el cuerpo del analista , es de(;ir dd Otro,
como lo muestra crispando sus manos sobre el pecho d~ ést a. Pero,
ante lo imposible d e desprender de ese objeto real, el significante
surge por primera vez, el significante portador del objeto, bajo la
forma dd "mamá-mamá" que la apacigua y le permite la ternura.
En u n corto in stante, el objeto que intentó tomar se d esvan~.: ce.
dando Jugar a lajaculación del significante: el objeto a ha ca fclo, el
significante ha hecho corte, fundando así la alteridad del Otro, por
el objeto a que cae aquí, el objeto prim ordial , el seno.
Así, la caída del objdo tiene dos consecuencias: eJ Otro cesa de
ser el p ortador real y s~ encuentra tachado (~), cesando de ser d
primer seftuel o especular de ese espejo que es el Otro, propio del
transitivismo; dd lado del sujeto, esta caída dd objdo lo marca
igualmente con u na barra-$.
Todo está p reparado para Nadia para que, ele allí en más, su
deseo de objeto se inscriba en el marco d el fant asma: $ o a.
Tal no es el caso de Ro berto, el niño dd lobo, objeto de un
libro de próxima aparición, cuyo resumen se encuentra en d
Libro 1 del Seminario d e J acques Lacan. Se trata de un psicótico
dé tres años y nueve meses y para él, la _relación con el Otro, ;1s í
como la relación con el objeto, demuestran que la caída del ohjt- 111
a en él se ha vuelto imposible. Por una part~, porque su 01 m l'~
inalcanzable, !.!S decir, no puede ser tachado, ~1 lo ha lom ad o 11 811
cargo, y la d efensa, como en S chreb~r, se las arregla t:ll tt l)it'l~ ; y
por otra parté, el objeto no puede caer porqul! sigue sit·ndu fl1ttL ~~
19~
decir no sufre la mutación en significante (indiquemos aquí que d
objeto es el biberón, qut:) él no·nombra y que jamás nombrará); la
altt!ridad del Otro no puede encontrar allí soporte, tampoco Rober-
to puede tener acceso a la mediación del fantasma en su relación
con el Otro. Pero Roberto, como todo psicótico, está en el lengu a-
je que le impone una pérdida, la del objeto que no puede tener, al
igual que Nadia; a falta de ese objeto caído como para Nadia, deb~
privarse de él realmente intentando mutilarse el pene, proponién-
do~ como objeto del Otro para que éste no sea afectado: se hace
así el objeto del goce del Otro; vía de la psicosis para resolver d
enigma del objeto, entrt! tenerlo y serlo.
Resumiendo, son las difert!ntes fases del tratamiento de Ro b~:::rto
bajo la dependencia de su relación con d Otro en la transferen cia
y las intervenciones del analista Jo que puede aclarar la evolución
clínica y topológica de la constitución de su cuerpo, es decir, aqw-
llo de lo que se trata para todo psicótico.
En un primer tiempo, Roberto designa al agujero de su cuerpo
por el significante "lobo". Se trata de un falso agujero imposibk
de inscribir en el Otro, .salvo designándolo por ese "lobo" que
puede St!r, en el límite, considerado como una metáfora delirante.
En una segunda fase, Roberto hace de ese significante el reprt-'--
sentante de su relación con el mundo exterior, amenazante y per-
secutorio, una relación exclusiva que concierne tanto a la angustia
de la ausencia del Otro, cuando ¿ste se va, como a la relación con
los contenidos de su cuerpo qu~ 'el Otro le impone para llenarlo o
que exige de él para arrojarlos.
No queda c.o mo huella de las envolturas de un cuerpo tal , más
que su delantal, que no puede soportar que le saquen sin sufrir el
mayor desamparo en el horror.
Así, poco a poco, en el tratamiento, expresa su necesidad de
volver a encontrar una envoltura para su cuerpo. El analista
responde a partir de la construcción. Esta hace metáfora de su rela-
ción al Otro y reemplaza la metáfora delirante de su "lobo" qlil:
desaparece en las tres sesiones que siguen.
Entonces, Roberto puede instaurar - por el corte del significan-
te- la superficie de su cuerpo, o más bien su cuerpo en tanto que
superficie, su piel, que toma el lugar del ddantal: durante una
sesión de bautizo, completamente desnudo, hace correr a lo lar-
go de su cuerpo una mezcla de agua y de leche, bajo la mirada
del Otro, diciendo su nombre, "Roberto", tocándose al mismo
200
tiempo su cuerpo , proponiéndose así al reconocimit:nto dd Otro.
Por o tt;"a parte, es tal reconocimiento lo que va a encontrar,
después de un trayecto bastante largo, esta vez en el espejo, ya
q ue cuando encuentra su imagen allí, puede volverse, reir, to-
mando al Otro como testigo y alcanza entonces, pero recién en-
tonces, al i(a), al yo ideal. El agujero de su cuerpo deja de ser
un falso agujero aislado. Ha nacido como sujeto y ha sa lido de la
psicosis; su palabra lo testimonia en la vida cotidiana.
En una última fase, qu~ incluso hab ía comenzado anti:!S del en-
cuentro del espejo, Roberto, q ue había escapado prácticamente
a toda infección y enfermedad, puede sufrir en su cuerpo, puede
estar enfermo, es decir expresar por síntomas somáticos d esta-
tuto significante de su cuerpo, qu e puede ser represen tado por un
significante para otro significante, abordar entonces lo que es para
él el par S 1 - S2 . Una serie de hechos lo testim onian.
Se saca un dfa, en sesión, su dela ntal, que tira como un harapo
en u.n cubo de agua, afirmando con eso que no necesita más de esa
envoltura artifi cial que los otros le ponían y que lo relacionaba a
ellos, no tanto bajo la forma de objeto a sino bajo la forma de un
superyó,resto de una pru eba que no se deja caer. Los objetos de la
sesión a los que durante mucho tiempo ha agrupado alrededor su-
yo como una muralla, o llevado con él luego de cada sesión, puede
abandonarlos y descender un día de su sesjón con las manos va-
cías, no sin haber dejado, como para memorizar, todos esos obje-
tos alrededor del bebe del material, no sin llorar un poco más tarde
para expresar con su llanto, que conocía tan poco antes, un desam-
paro normal cuando el analista deja la institución donde el vive.
Ese llanto es el signo de que otra relación al Otro ha ocupado el lu-
gar de los objetos en los cuales se perd ía. Por otra parte, es capaz
de anticipar y de reclamar su sesión cuando el analista no esta ahí,
contrarjamente a la ausencia de toda demanda anterior.
Esta nueva relación al Otro aparece claramente en tres hechos.
Después de una frustración en el curso de una sesión, es capaz
de agredir directamente el cuerpo del Otro, que ya no. es simple-
mente cuerpo exterior a destruir sino cuerpo portador de un o bje-
to, y no cualquiera, ya que aparta nd o la blusa del analista, Rober-
to le muerde la espalda. El Otro, finalmente, puede ser portador de
un o bj eto causa del deseo.
Sin embargo, del lado de su cuerpo aparecen los síntomas somá-·
ticos que no había conocido an t e~: angina, vómitos, diarrea. Vacia-
·:.o1
mitnto del cuerpo, sin duda, pero que no tiene nada que ver con el
qujero real anterior, ya que tanto su cuerp o como el del Otro se
presentifican en sus síntomas somáticos. En la espera de un signifi-
cante proveniente del Otro y articulado como tal, puede decirse
que su S1 que lo representa y en el cual se aliena un día hasta el
síncope -desaparecía en él- espera el saber del Otro, S2 , que har{l
separación y cuya ausencia todavía de la parte del Otro lo deja do-
positario-holofrase S1 -S2
El S2 , saber sobre sus síntomas som·áticos, es lo que el analista
puede asumir durante una sesión fuera de la pieza habitual porque,
Roberto, enfermo, est á en cama; la analista le va a hablar de sus
síntomas y de su se ntido en los objetos que han sido el sopork de
su castración corporal. Roberto bebe literalmente sus palabras y Sd '
prueba que sus síntomas somáticos eran Ju stamente el deseo el\
Roberto de un significante esperado ya que al día siguiente, est~
curado.
V. LA PSICOSIS DE TRANSFERENCIA
CONCLUSION
204
V
PSICOSIS
ACERCA DE LA CLINICA DE LAS PSJCOSIS
Texto redactado por Gérar d Millcr
con la colaboración de Rolaml
Broca, Qaude Duprat, Marie-Hé-
lene Krivine, Dominique Miller,
Antonio Quinet de Andrade y
Hélene Séré de Rivieres.
~ 07
Te1il central: hay en la psicosis u na fa lta esencial, la de un signi-
f1cante primo rdial. Si el neurótico cuestiona al padre en tanto sim-
b6lleo y en tan to que imaginario, en el núcleo del delirio p~'icó tico
hay una interrogación acerca de la función real del padre de !a ge-
neración. A Schreber le falta ese significante esencial: ser padre.
Dado que el significante nunca es, por definición, solitario, que
siempre está en relación con una red de otros significantes, la falta
de ese significante privilegiado cuestiona ni más ni menos que al
conjunto de la cadena significante. Retomando el término freu dia-
no de Verwerfung (que se opone al de Verdrii.ngung, al de represión)
y que se puede traducir como supresión, rechazo, o mejor aún co-
mo forclusión, Lacan define entonces !a causa estructural de la psi-
cosis como la imposibilidad de q ue el significante padre advenga a
nivel simbólico. La forc1usión d el Nombre-del-Padre, ese significan-
te fundamental cuya función de punto de almohadillado asegura la
estabilidad del pequefto mundo de todos, expone al sujeto en la
psicosis al nivel mismo de su estructura.
La clínica psicoanalítica de la psicosis excluye debido a este he-
cho una clínica del individuo biológico. Aun cuando el sujeto s~·
sostiene en lo viviente, sólo es sujeto por efecto del significante.
En la determinación d e la psicosis hay una única orga nicidad
"la que motiva la estructura del sujeto". Esta clínica excluye tam-
bién una clínica de lo imaginario. Si Freud insistió en el papel del
padre en el delirio d e Schreber fue porque siempre mantuvo la
referencia al Edipo, a la estructura; referencia que el post-freudis-
mo a menudo dejó d e lado para, por el contrario, poner en primer
plano los mecanismos del yo: splitting of the ego, identificación
proyectiva, rivalidad, hostilidad ... La enseñanza de Lacan no niega
los fenómenos imaginarios en la psicosis, pero muestra cómo son
efectos de inducción del significante sobre Jo imaginario del sujeto.
No podría enfatizarse la proyección -que Freud ya señaló era
insuficiente para dar cuen ta de la psicosis- en las fórmulas freudi<J-
nas de la paranoia. La. proyección que aparece en los tres tipos <h'
negación de la proposición " yo lo amo" , no solo cobra importan·
cia a ·partir de lo imaginario, los determin an tes son allí los probll'··
mas lógicos, formalmente implicados.
La hipótesis de Freud de que el delirio constituye una defens;¡
frente a .impulsos homosexuales se demuestra insuficiente una vez
que en la psicosis se enunció lo siguiente: " lo que fue abolido en
~1 interior retorna en el exterior". Fórmula que lacan ha resituac.Ju
usí:" lo forcluido de lo simbólico ret orna en lo real". La cuestió!l
208
homosexual detectada por Freud se vuelve no ya la causa determi-
nante de la psicosis paranoica, sino "un síntoma articulado en su
proceso".
La clínica psicoanalítica de la psicosis no se funda en el eje nar-
cisístico del sujeto, pues "ninguna formación imaginaria es especi-
fica, ninguna es determinante ni en la estructura ni en la dinámica
de un proceso". Ningún fantasma - ni siquiera el d e procreación o
cambio de sexo-, ningún mecanismo de defensa del yo, puede
caracterizar a la psicosis: la articulación simbólica sigue siendo ne-
cesaria.
Tampoco se trat a de una clínica del desarro11o, desde el punto de
vista genético. Lacan muestra que para el psicoanálisis los estadios
pregenitales se ordenan en la retroacción del Edipo. Sólo adquie-
ren significación en relación a la articulación significa nte. Si Freud
enfatizó la regresión narcisista en las psicosis no lo h.izo empero
para excluir la función paterna.
La regresión temporal (en el desarrollo) al narcisismo es retoma-
da por La can ~n tanto regresión tópica (en la estructura) al estadio
del espejo, lo que permite subrayar, por un lado, el carácter de in-
vestición de la imagen y, por otro, el desdoblamiento de esa ima-
gen. Esto es lo que determina el carácter propio de los fenóm enos
imaginarios. La regresión en el sentido de Lacan no correspond e a
un retorno hacia atrás, en el desarro11o, a algún punto de fijación
o al origen de los fenómenos psicóticos. La regresión tópica al esta-
d io del espejo aparece como consecuencia del defecto de lo simbó-
lico, de la forclusión del No mbre-del-Padre.
1
N. T.: En francés essaim (enjambre) es homófono con S 1 .
217
los significantes se vacían d el significado y el delirio aparece como
un compromiso puramente verbal. Lacan llamó a este comp rom iso
metáfor a delirante, haciendo eco así con el defe.c to de la metáfora
paterna. A la confusión del comienzo se sustituye una estabiliza-
ción en el proceso del delirio.
Si el delirio se abrió con la confrontación de Scbreber co n la
fórmula: "sería belJo ser una mujer sufriendo el acoplamiento",
se cierra con su identificación a la mujer de Dios. El delirio, diL:L!
Lacan, instaura "un orden del sujet o" para Schreber. Resuelve la
pregunta abierta para él de la procreación.
La metáfora delirante es ese S2 que le falta el esquizofrénico,
ese S2 que determina el enjambre (S 1 ) de significantes en una si¡.t·
nificación fundamental. Ser la mujer de Dios es la solución enco n·
trada en apres-coup al en igma abierto por el defecto del signifi-
cante del Nombre~dei-Padre.
De ese modo, el sintoma en la psicosis sólo se entiende como un
suplemento a la conmoción provocada por la forclusión.
Joyce nos da otro ejemplo, diferente dado gue el d esencadena-
miento no se produjo. Su arte lo preservó de él. Tal es al menos la
demostración de Lacan en su Seminario sobre el Sinthoma.
El arte es para Jo y ce el modo de goce que suple el defecto fá lico,
es para J oyce lo qu e el falo es en la neurosis, la "conjunción dt·l
cuerpo y de la palabra". Así como el sujet o par anoico se mantierw
en el lenguaje a través de su delirio, Joyce se mantiene en la pala-
bra. Le es necesario para no encontrar la forclusión del Nom bre-
d el~Padre sostener a su padre hasta hacerlo ilustre, haciendo de su
nombre un nombre reconocido. Ese nombre sólo adquiere un
valor tal por intermedio de su escritura que destina como enigma a
los universitarios durante dos o tres siglos.
Allí donde en la neurosis el padre ocupa el lugar del cuarto nu-
do, del silithoma, que sostiene a los redondeles R.S.I. , es el ego l'l
que ocupa su lugar para Joyce, el ego sobre el que tacan dice qut:
se sostiene en el "artificio de escritura para restaurar la relación
faltante". El ego adquiere este valor del sinthoma en este papel de
sostén. Permite incluir Jo imaginario que sin él se deslizaría, dejan-
do libres los dos redondeles de lo real y de lo simbólico. Al mismo
tiempo, ei ego se repara "af'iadidura mal hecha en la estructura".
Aftadidura que es quizás, se pregunta Lacan, la razón de la impor-
t~ncia del enigma en la obra joyciana.
En efecto, las epifanías que cultivan el enigma inyectan en esta
218
obra el valor propio del sin-sentido, la claridad cnceguecedora del
goce que no pudo anclarse en el fa lo.
220
qué hacer, pero ese cuerpo tiene una estructura que sólo puede
funcio nar porque es tórica, porque no ha sufrido ningún corte y
ninguna inversión."
VI
SOBRE EL FANTASMA
LA D IRECCION DE LA CURA,
REFLEXIONES SOBRE EL FANTASMA*
Jorge Kahano{{
Juan Carlos Cosentino
Alejandro A riel
Javier Aramburu
I.INTRODUCCION
La dirección de la cura no implica hacia dónde, sino desde dó n-
de se conduce un psicoanálisis. Situado esto, pensamos que el
fan tasma es uno de los lugares que permite una dift:renciación de
* Javier Ararn buru y Juan Carlos Coscntino, invitados por la Fundación del Campo
Freudiano para la realización de este trabajo, invi taron a su vez, como autores del mismo,
a Alejandro Ariel y Jorge Kahanoff.
225
las estructuras que, en tanto tales, son irreductibles unas a la s otras.
Neurosis, Perversió n, Psicosis.
Una cuestión preliminar: la no analizabilidad de las psicopa··
tías, los núcleos psicóticos de la personalidad, la parálisis del ana-
lista, frases que enuncian una exclusión que la tradición de la IPA
ha promovido, de la perversión y de la psicosis.
La enseñanza de Lacan nos propone algún camino de posib le
tratamiento para que esto no quede má s renegado; son sus vías
las que trataremos de llevar más allá de sus indicaciones.
Para la neurosis, en el síntoma, el superyó habla del fantasma.
Para la perversión, en el síntoma, habla el fantasma del superyo.
Para la psicosis, la alucinación habla en el delirio, del fantasma
imposible, como verdad histórica. La castración es alucinatoria.
Introducción necesaria para situar nuestra apuesta, serán cuatro
abordajes que de su estilo, marcan su recorrido.
2. LA COBERTURA DE LA PERPLEJIDAD
La dirección de la cura y el pro blema d el fin del análisis recor-
tan un campo de cuestiones que no deja de sorprender por su espe-
cificidad en cada una de las tres estructuras conocidas: neurosis,
psicosis, perversión.
Uno de los ejes de diferencia es el lugar desde el cual, en tanto
pregunta, se sostiene lo que operará como hilo conductor de nues-
tro recorrido:
Para la neurosis: la demanda del Otro.
Para la perversión: el goce del Otro.
Para la psicosis: la angustia del Otro.
Partiremos de un soporte común para1 luego de hacer algunas
precisiones, recuperar la especificidad de las diferencias.
Intentar la formalización de la experiencia, es, al mismo tiempo,
el único camino para situar sus condiciones de posibilidad.
Se hace ineludible, entonces, el pasaje por algún elemento de
representación que permita la visualización de las relaciones posi-
bles. entre conceptos cuya operatoria es condición de la prod uc-
ción del campo mismo.
La representación que elegimos es la gráfica del deseo, procuran-
do "no olvidar en una imagen intuitiva el análisis que la soporta",
y además intentaremos precisar ese análisis, corriendo el riesgo
de considerar, por analogía, la representación por la estructura y
de ubicar todo el movimiento como un proceso vacío que implica
principios formales estáticamente entendidos.
226
Esta gráfica que, consideramos, es la última gráfica frcudiuna,
pasaje de la primera a la segunda tópica, es un proyecto de fonná-
1ización que delimita en cada momen t o cie su progresión el cam po
abarcado.
Cada línea, soporte de relacio nes n o simétricas, no t iene una
función homogénea con las otras, mostrando la in terferencia
d~ significaciones het erogéneas de términos y de series de pro ble-
mas no men os heterogéneos. Esto permite que se fracture el ca-
rácter intuitivo del espacio d e representación geométrico, fundado
sobre el realismo ingenuo d e las propiedades rnétricas. y se abra a
su vez la pregunta por la articu lación temporal como condición
formal de la gráfica.
Tiempo lógico que, representado por los varios circuitos de re-
torno, muestra que, del acto analítico, momento puntua l de con-
cluir, sólo hay letra, de la que, tan to u na lectura sincrónica como
u na diacrón ica son posibles.
La fo rm a caprichosa del grafo es en esto de una cficacüt clara:
en principio hay elementos que no se integran en una secuencia sí~
no q ue al menos 'p ermite pensar dos líneas de secuencia diferen tes.
Si bien podemos ordenar e identificar sin ambigüedad los ele-
mentos constitutivos, la pseudoevidencia de la representación grá-
fi ca, soporte de la insu ficiencia a la q ue nos conduce su lect ura,
son atribu tos d e un d iscurso no formalizado que, sin embargo, pa-
rece ser el.in tento de compensar el riesgo de exclusión del $ en
una forma lización que ignoraría que es soportada por el lenguaje
mismo del cual se ha d esprendido.
"Aforísticas y no dogmáticas'', cada una de las fór mulas allí
escritas, a las que podemos leer como conceptos de relación, no
sostenidos en ningún referente, pro ducidos, posee una significa-
ción deter minada no por y uxtaposició n sino por com posición con
el conjunto de las rest antes, mien tras que cada operación ahí
planteada muest ra su extraneidad al grafo mismo .
Dichas fórmu las no represen tan a las propos.iciones psicoanalíti-
cas sino q ue indican que la metapsicología ha sido proyectada
dentro del análisis en forma de álgebra.
Este Algebra, escrita, ¿forma sistema?
Un sistema, que parece ser la ambición de Jos proyectos de l'or-
malización, cont endría en sí Ja génesis de su prop io scnt ido y
podría ser considerado como algo autónomo.
Integraría todo el campo accesib le a la intuición y a ~~~ v~ ;
quedaría, debido a la valorización que le da el uso. cxd u hJt.cl de
227
toda referencia a la misma. Es decir que, una vez construído, proli-
ferar ía sólo. Sería capaz de autorreflejarse totalmente y suminis-
traría tod os los procedimientos necesarios para plantear y resolver
los problemas que pudieran formu larse a su respec to : y sería en sf
su propia meta teoría.
¿Cómo relacionar esto con el hecho de que lo real sólo podría
inscribirse en una impasse de la fonnalización?
Para intentar mostrar que el conjunto de fórmulas y operaciones
no es un sistema, tomaremos el $o a como axioma, estatuto qu<.:
le da Lacan en el serrúnario sobre la lógica del fantasma, que no es
ni evidencia ni regla y cuya filiación lógica imp lica un cier to desin-
terés por la verdad del contenido, al que sólo podemos pensar co-
mo desde ahí constitu ído.
Lo que hace falta es demostrar que existe por lo menos una fór-
mula q ue no puede ser derivada del axioma, una fórmula que,
indecidible, es decir, no demostrable, sea verdadera, sin depender
de dicho axioma.
Pensamos que es el S(~} lo que no se deduce del $ o a, sino que
éste es la cobertura de la perplejidad en la que nos sume la función
(letra) de negación de Jo que no existe sino cuando es negado (A).
Retomando el hilo: a) hay una imposibilidad, velada por el
$ O a, y es que no pueden ser simultáneamente falsos A y S(~) :
esto define la estructura de la neurosis.
b) hay una necesidad, soportada por el $O a, y es que pueden ser
simultáneamente posibles A y la renegación del S(~), esto es
S(A): esto defin e la estructura de la perversión.
e) hay una contingencia, que excluye al $ O a, y es que pueden
ser simultáneamente n ecesarios A y la forclusión del S(~), esto es
H(D): esto define la estructura de la psicosis.
Pero la significación vulgar de las categorías modales no es aún
una consideración de principio: sin embargo, su inclusión es el
pu ente que nos permitirá el pasaje de la topología del grafo a la
modalización, de la elección de una ensambladura posible de con-
ceptos donde su ordenamiento intenta estar soportado en la pala-
bra "entre", a una articulación de las categorías modales, rede-
finidas psicoanalíticamente, que no implica por ello poder hablar
de regulación.
Es en esta dirección donde se observa que lo constitutivo queda
limitado desde una lectura de las categorías que no tienen cont e-
nido propio: su coherencia resulta vacía a no ser que se le dé
228
suelo firme anexándola al campo acotado de una experiencia
posible.
Sin embargo constituyen, por la forma particular de estar vin-
culadas entre sí, estructuras invariantes, irreductibles unas a otras.
Usaremos entonces como:
Imposible: lo que no cesa de no escribirse.
Contingente: lo que cesa de no escribirse.
Necesario: lo que no cesa de escribirse.
Posible: Jo que cesa de escribirse.
Planteándolo en forma de esquema para las distintas estructuras
tendremos:
1l O a: Contingente ~ O a: Necesuio
Síntoma: Necesario Síntoma: Posible O¡ : CoiJtingcntc
.u.
Creencia
~
Saber
-Ji,
Certeza
4. "SEMBLANT" DE ALUCINACION
No hay clínica sin ética, esta formulación es conducente en rela-
ción a la praxis del anülisis de pacientes psicóticos. Se trata de la
puesta en situación de la práctica analítica en las condiciones de
su transmisión mjsma. Anudamiento de lo imposible, lo que se
dice en un [)Sicoamí lisis, hiancia abierta que ninguna psicología
puede humanizar.
Se trata de lo real y sus excesos, una ética de la angustia, de la
angustia del Otro. Ningún bien constituye al sujeto como cierto
ya que él no será más que cortadura produciéndose en acto signi-
ficante. El bien es imposible y sólo se puede maldecir todo el
tiempo pues el referente nunca es bueno.
La maldición estructura en tonces una topología, la del nudo
borromeo.
Luego, serán. allí dos los anclajes para la ética, lo cual de ningún
modo supone dos éticas. Primero el malestar como dirección del
goce, el superyó hace síntoma de la voz imperativa proponi.e ndo
al sujeto en su malestar en la lengua de un modo singular. Maldito
podrá el sujeto contarse sin ser, la transmisión es del equívoco, de
la falta.
Segundo anclaje, e l objeto donde el sujeto se esconde creyendo
consistir en una identidad que será su respuesta frente al deseo del
Otro.
232
Pero cuando lo Real asedia en sus excesos, desde la angustia el
fantasma vacila, despierta, y desde el enigma el sujeto es conduci-
do el análisis.
Si el deseo del analista es el deseo de la máxima diferencia entre
el Ideal y el objeto, la ·eticídad de un discurso se implica de los
modos de la relación de estos términos.
Fonnalizar es colocar una letra allí donde había un uno, se trata
lu ego de situar una estructura para la psicosis que irreductible a la
perversión o a la neurosis tenga su lógica propia de funcionamiento.
Sólo allí podrá saber el analista qué lugar está llamado a operar
y cuáles pueden ser los efectos de un tratamiento posible de la
psicosis. Vamos a tratar por la vía de la determinación del fan-
tasma en esta estructura, de dar un paso más d'e lo que fue lo
preliminar a todo abordaje posible.
Si no hay que echar los bofes en la arena trataremos entonces, si-
guiendo una enigmática indicación de Lacan, de meternos en el
agua, lo que no nos asegura la comodidad de los peces.
$O a
Sujeto del delirio o superyó en lo real. Alucinación.
La psiquiatría ha intentado por siempre situar la materialidad
de la alucinación. "Percepción sin objeto" la llaman (vemos aquí
desplegarse otra ética) como causa eficiente, extensa o pensante
del desarrollo delirante en la psicosis. La alucinación en tanto que
real es imposible, y sólo estará producida, en tanto tal, de un
delirio. Este la produce como texto d e una voz que imperativa or-
dena, ha ordenado.
Colocarla lógicamente es situar esta frase, cortada de lo simbó-
lico; se sitúa afuera en esa proyección que paranoica, es en lo
real. Es la letra quien la designa, sólo puede escribirse.
F rase objeto, frase voz, clic de la paranoica de Freud, causa go-
zan te C.e un delirio que intentará cernirla, decirla en faBa alguna vez
todas las veces.
"Ahí es" escuchó una paciente y constmyó todo un delirio en
torno a una relación homosexual con su prima con quien estaba en
la habitación. Insensata orden se constituye en objeto en lo real,
situando uno de los términos del fantasma en la psicosis. Verdad
histórica en Freud, no simbolizado, pérdida de la realidad psíqui-
ca, núcleo del delirio.
Y por el otro lado en una juntura separada, "el delirio": ¿cuál
es su economía allí · donde sosteniendo un lugar de síntoma pro-
233
porciona, en el modo de alguna diferencia, los nombres del padre'!
Tiempo de prisa, el delirio es un apresuramiento de la estructura
como respuesta a la forclusión. Escuchar el delirio será entonces
establecer un tiempo de suspensión en la certeza.
Un significante representa a un sujeto para otro significante;
esta operación que implica la entrada en la lengua de un para-
noico, sin embargo tiene una especificidad que fenomenológica-
mente se traduce por la certeza.
El paranoico no pregunta quién es, es decir por su ser, sino que
pregunta por qué no 1e creen, si él, identificado al lugar de la
verdad, la dice.
Hay que haber estado sentado frente a un paranoico, en un
análisis, para saber lo que implica de demoledora su pregunta,
luego de una frase donde el analista es revelado en su verdad
deseante al intentar explicar lo que no se comprende.
Pero ¿por qué no decir que el paranoico es un analista gen-
nial? Uno a veces se tienta - desde la angustia- de decirlo.
En realidad no lo es pues, para él identificado al lugar de la ver-
dad que sabe, ésta es por esa condición eterna , no puede caer de
ese lugar. Es por esto que el modo de la transferencia enunciablc
en estos análisis es erotómano. El objeto ama, porque él dice la
verdad. El despecho de la negativa cuestiona su lugar en la estruc-
tura llevándolo a veces al pasaje al acto.
Situemos todo esto desde algunas proposiciones lógicas que nos
den razón de esta estructura.
El síntoma en la neurosis implica una formu lación lógica de
segundo orden, es decir una puesta en relación de lo imposible
S (Jj..) y lo necesario.
El síntoma se dice entonces: lo que no cesa de escribirse de Jo
que no cesa de no escribirse ; este S (/f..) es impronunciable pero no
su operación, nos dirá Lacan.
Para el paranoico lo imposi ble no entra en la estructura como
im pronunciable sino justamente "como voz en lo real, alucinación
[H(Ds2 )] que el delirio restituye implicándola como verdad his-
tórica en la construcción prod ucida. ·
Es decir que para el psicó tico el síntoma también articula lo im-
posible, pero no en su matriz pulsional sino en su valor de aluci-
nación. No repite, alu cina. Lo articula no ya con ·¡o necesario (fó r-
mula de la operación de lo impronunciable), sino con lo contin-
gente que cesa de no escribir la emergencia de la voz, allí, donde el
sujeto llamado a contestar desde el nombre del padre, responde al
234
deseo del Otro con la castración alucinada. Observen ustedes la
frecuencia de episodios de abortos o de partos en el desencade---
namiento psicótico en las mujeres.
El síntoma en la psicosis articula lo imposible como alucina-
ción y lo contingente como escritura. Cesa de no escribirse lo que
no cesa de no escribirse. Escuchar eJ delirio será entonces alentar la
producción de una escritura, veremos situarse fenom enológicamen-
te esto en la psicosis en tanto paranoia. Ül escritura misma es
establecer un tiempo de suspenso pues el Otro está callado.
¿No es acaso la alucinación esa voz superyoica, causa del deseo
en el delirio, que hace falta en el saber?
Esto permite algún lugar para el analista, lugar de la alucina-
ción función delirio del analista, que no es un analista delirante.
Deseo de la máxima diferencia entre la voz como verdad histórica
y el Ds 1 como verdad no eterna.
Alen tar el delirio no es cuestión de" intenciones, aún cuando
est"' indicación haya sido u n paso más en la maniobra con esos
anáJisis. Alentar el delirio es situar el lugar lógico del analista como
causa del deseo del delirio. Se suspende la anticipación delirante
del analista.
Posición ética en la clínica de la psicosis, lugar del "alucinaJista",
terrible a soportar como siendo el portador de una voz que escu-
chada desde lo real, ordene ha-ser. Resto de una operación en don-
de la verdad descompleta el saber; síntoma y nombr e del padre
coincidiendo sin distancia topológica, otorgando al fa ntasma otro
esta tuto.
El lugar de la verdad es para el psicótico el lugar de la certeza,
pues la verdad él la encarna, de allí retornarán los significantes
que nos harán reir.
Cambiar el estatuto teórico del análisis de la psicosis implica
entonces determinar la estructura, es decir sus límites y sus propo-
siciones lógicas.
Ya no será entonces una cuestión preliminar a todo tra tamiento
posible, proponemos un cambio de la pregunta que aparece en los
Escritos: nos preguntamos hoy si hay fin de análisis en el análisis
de un psicótico, es decir la pa ranoia.
Nos parece que no se puede hacer ex-istir el S ( ~) pues no se
puede pasar otra vez por donde no se ha atravesado nunca, ya f( \1(~
en-lo-que-sería un analista colocado en el lugar del síntoma , ddl-
rando sin la operación del S (~) que sostuviera esa ecuación con
lo imposible.
235
¿Es q ue acaso analizar es sólo escuchar el significante en Ja ma-
niobra de la in terpretación, desabrochadura de equívocos?
Un paranoico es un genio para ello.
No, analizar implica hacer ex-istir el S(~), es decir que se
des-sea soporte de la castración en el Otro.
Irreductible a la n eurosis, la dirección de la cura en la psicosis
nos orienta en relación al lugar del analista, semblant d e alucina-
ción y al delirio del analista.
Por Dios no teman demasiado.
238
BIBLIOGRAFIA
1
S. Frcud, 22a. conferencia , Algunas perspectivas sobre el desarrollo y 14 regretión
(S.A., 1, 337 (A.E., XVI, 313). Las remisiones corresponden a Studienausgabe (S.A.),
Francfort del Meno: S. Físcher Verlag, 1969·77, y O.C., Bs.As.: Amorrortu ediciones
(A.E., 197 8-8 1).
z S. Freud, 2la. conferencia, Desa" ollo libidinal y organ{zaciones sexuale:. (S.A.• 1,
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3 S. Freud, Análisis terminafJ/e e im ermtnable (S.A., V.c., 381-2 (A.E., XXIII, 234-4).
EL FANTASMA EN ANALISIS
240
el psicoanálisis transite por los caminos del yo autónomo y de la
adaptación. El desarrollo kleiniano toma como punto de partida
el escrito de Freud "Fantasías histéricas y su relación con la
bisexualidad"; en este trabajo la fantasía es precursora del síntoma.
La fantasía, bien íntimo de la personalidad, está soldada al goce
masturbatorio y escapa al saber del Otro. Afectada por la represión
deviene inconsciente y se constituye en premisa para la formación
del síntoma. El correlato clínico de la fantasía reprimida en la cura
del síntoma consiste en hacer consciente la primera intentando di-
solver el segundo. Recuperar la fantasía que ya está ahi en el incons-
ciente y ponerla a disposición del saber del paciente, es el objetivo
de la interpretación.
"Pegan a un niño" ( 1919) es otro tiempo de la clínica freudiana:
el de la construcción de un fantasma en el análisis, ¿Cómo abordar
la cuestión de la repetición y del goce en el fantasma?. La construc-
ción en el análisis es una fonna de aproximación a ese real. Ya en
1897 (Cartas a Fliess 61, 69 y manuscrito L) Freud nos dice que
el fantasma es una reconstrucción que incluye en su estructura las
cosas vistas y oídas pero no comprendidas por el sujeto. El fantas-
ma es, pues, siempre una construcción a-postcriori donde los restos
de las escenas primarias encuentran un soporte. "Lo que llamamos
Las cosas son residuos que se han sustraído al juicio" (Proyecto,
1895). Ese real primero, excluido del significante, es materia del
fantasma. Se procesa un pasaje del acontecimiento traumático real
al real indecible del trauma. Ese 'encuentro' con el fantasma es
considerado momento inaugural del psicoanálisis: " ... en el incon-
ciente no existe un 'signo de realidad', de modo que es imposible
distinguir la verdad frente a una ficción afectivamente cargada"
(Carta a Fliess 69). La teoría analítica recurre a la construcción del
mito y del fantasma para decir en metáfora de ese real imposible
separando así la ficción de lo ilusorio. El establecimiento del fan-
tasma del neurótico es una operación equivalente a la construcción
del mito en la teoría. Lejos de aspirar a una proliferación de mitos
al esti1o de Jung. Freud propone aquellos fundan tes del inconscien-
te: horda primitiva, Edipo, Narciso. En Totem y Tabú produce
"una hipótesis que puede parecer fantástica pero que presentn la
ventaja de reducir a una unidad insospechada series de fenómenos
hasta ahora inconexos". "Nuestro mito, como todo otro mito. se:.
esfuerza en dar una articulación simbólica más que u na ínHlg~n ·•.
"Lo irreal no es lo imaginario y precede a lo subjetivo ~ue. condt.
241
ciona, por estar en conexión directa con lo real". (Lacan, Ecrits,
pág. 847).
En su "Más allá del principio del placer" Freud marca tres tiem-
pos de la intervención psicoanalítica. El primero consiste en desci-
frar el inconsciente por la interpretación; ya en el segundo el obje-
tivo es comunicar una construcción para vencer las resistencias y
recuperar un recuerdo.
La pulsión de muerte constituye otra clínica. El dominio de
la representación no es todo ; hay algo que repite. El analista ocupa
el lugar del objeto que la pu lsión no cesa de perder. Es la clínica
del fantasma que se anuncia en ese tercer tiempo. El fantasma es
construido en el análisis. ¿Cómo pensarlo en Freud? La construc-
ción tiene la función de establecer un texto allí donde hay algo
imposible ue ser dicho. La construcción no viene a dar respuesta o
significación al deseo. Se contru ye en torno de lo faltante; un
enigma es relanzado. "No pretendemos que una construcción indi-
vidual sea más que una conjetura que espera examen, confirmación
o rechazo". La verdad toca Jo real, las palabras faltan para decir
toda la verdad. · La construcción posibilita que "un fragm ento de
verdad histórica" se diga. Hay un pasaje a la lógica del no todo,
lógica que la segunda fase de 'Pegan a un niño' explicita: " ...no ha
tenido nunca existencia real. No es jamás recordada ni ha tenido
nunca acceso a la conciencia. Es una construcción del análisis, pero
no por ello deja de constituir una necesidad". La necesidad de la
construcción se desprende de la imposibilidad que la represión
primaria instaura: algo que nunca tuvo acceso a la conciencia, a la
palabra. Por esta imposibilidad radical, la verdad es condenable a
su estructura de ficción.
Lacan parte de la necesidad lógica de establecer el fantasma fun-
damental en la cura. De esta manera se separa de la proliferación
fantasmagórica kleiniana. Los fantasmas no están ya allí en el in-
consciente a la espera d e interpretación. En la cura es producida la
frase que articula el fantasma.
Inicialmente en la elaboración de Lacan el fantasma se revela a
partir de su estructura imaginaria. Podemos destacar un trípode de
esa estructura: el carácter de .espectáculo fundado sobre la imagen
del propio cuerpo; el objeto y el yo marcados para siempre por la
alienación y la rivalidad; la inercia, la fijeza de la captura por la
imagen. El fantasma correspondería al eje a-a', yo-otro del esque-
ma L, eje que se interpone y obstaculiza la dirección del mensaje
242
proveniente del Otro. El primer tiempo de 'Pegan a un nii'io' puede
ser leído así: El padre pega al o tro nifío, rival odiado. El suj eto
asiste al espectáculo con mirada de goce. La frase es "el padre no
quiere a ese otro niño, sólo me quiere a m í".
(Es) S~ - - - . .- - - - 0'utre
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A
1 p
Jorge Forbes
APERTURA
LASESION
25 0
DISCUSION
IV) CONCLUSION
NOTAS
252
INDICE
PRESENT ACION S
S. Interpretación 44
B. Domb, M. S. Ferreyra, G. Lombardi, C. Marrone, l Vegh
V. PSICOSIS 205