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ECONÓMICA Y SOCIAL.
3. El problema demográfico
Según Yves Lacoste, la explosión demográfica es consecuencia de la expansión económica por
los intensos y rápidos intercambios establecidos. En su afán de evitar los contagios, las potencias
desarrolladas (básicamente Norteamérica) procederán a campañas masivas de vacunación de los
países centroamericanos, lo que provocará un descenso de la mortalidad que no se corresponde ni
con el incremento del nivel de vida de la población ni con un cambio de mentalidad respecto al
número de hijos a tener: "todos los que Dios quiera", en una sociedad de profundas raíces
católicas, que además recibe mensajes como los del Papa Woytila en 1996 y 2000 alentando a
resistirse a la "tentación" de las medidas anticonceptivas. El crecimiento demográfico se basó en
la caída de la mortalidad, que en la actualidad está en valores inferiores al 10 por mil en los
países más populosos (8 por mil en Brasil y Colombia, 6 en México, 9 por mil en Argentina, e
incluso 5 por mil en Venezuela, Costa Rica y Panamá). El caso de Colombia es significativo de
este crecimiento desmesurado: si en 1900 apenas tiene 2,2 millones de habitantes, en el 2010 se
supera los 44, y con probabilidad superará los 50 millones antes de 2015. México, que sólo tenía
a principio de siglo dos tercios de la población española, en el 2010 tenía más del doble, y Brasil
que en 1900 tenía menos población que España, en el 2010 cuadruplicaba su población.
Puede decirse que faltó una Administración saneada y eficiente que, libre de presiones externas e
internas en el manejo de unos recursos escasos, buscara satisfacer las necesidades prioritarias de
sus administrados, y unos recursos humanos más cualificados, que deberían haber conseguido
esa cualificación.
Como hemos visto, las sociedades iberoamericanas son las que menores tasas de mortalidad
tienen de todo el planeta (por debajo de 10%.), debido tanto a la juventud de la población
(todavía con una natalidad desbordante) como a la implantación de la medicina preventiva. La
tasa de crecimiento global del 2,6% anual, puede doblar la población en 27 años, producto de un
escaso eco de las medidas contraceptivas. De hecho, la descendencia final por mujer, de 3,7
hijos, no es ya del tipo tradicional (de 6 a 8 hijos) pero tampoco moderno (2 hijos). Pero incluso
cuando descienda el número de nacimientos, persistirá el elevado crecimiento vegetativo, pues a
pesar de que la mortalidad infantil ha caído enormemente hasta un 57 por mil de media, todavía
va a descender hasta menos de la mitad en la próxima década. Sólo Cuba, Costa Rica, Puerto
Rico y Chile han conseguido una reducción.
Es todavía elevada sin embargo la mortalidad infantil: pocos países bajan del 40 por mil.
La resultante de este régimen demográfico es la existencia de frenos al desarrollo y el éxodo
rural. Dos quintas partes de los habitantes son menores de 15 años, lo que implica fuertes
inversiones demográficas, y una baja proporción de población activa (entre el 30-40% del total),
frente a una abultada masa escolar.
Por otro lado, el crecimiento de población implica una gran presión sobre la tierra, frente a la
dificultad de roturar nuevos terrenos, dada la desequilibrada estructura de la propiedad: todo ello
aboca a un masivo éxodo rural, que conlleva la sobrepoblación de las ciudades más grandes,
mientras las menores de 2.000 habitantes no disminuyen en población, pese a no tener
oportunidades de empleo ni nivel de servicios.
Para cambiar esta dinámica de poblamiento sería necesario crear nuevos focos urbanos o de
desarrollo, que permitieran integrar a todo el territorio nacional y acabar con los fenómenos de
polarización.
4. Contrastes económicos
Existe una constante tensión en los medios rurales y urbanos: allí donde la presión sobre la tierra
era mayor, en función de una elevada densidad agraria, las tensiones se despertaron más pronto,
como sucedió en México, que inició su madrugadora reforma agraria en 1915. En el resto de los
países no se inició hasta mediados de siglo: si bien no fracasaron absolutamente, tampoco
solucionaron los problemas de los campesinos, con lo que la emigración, con el incremento
moderado del empleo urbano entre 1940-70 (época del desarrollismo), se dispara.
Hasta cierto punto puede decirse que el conjunto de Iberoamérica fue el laboratorio de la reforma
agraria: ésta supone una respuesta de los gobiernos a las tensiones que se desarrollan entre los
hacendados y los campesinos minifundistas o las comunidades indígenas. No se produce, en
cambio, en las explotaciones de plantación frutera, pues éstas se asientan generalmente sobre
tierras nuevas, con bajas densidades demográficas. Los focos de mayores tensiones se localizan
en el altiplano mejicano.
El caso de México representa bien este sentido ambivalente de las reformas agrarias emprendidas
en el conjunto de Iberoamérica. En dicho país existía una gran concentración de la propiedad: el
1% de la población poseía un 97% del suelo en 1910. La nacionalización de la tierra se inicia con
la ley aprobada en 1915, que suponía el triunfo de las reivindicaciones de Emilio Zapata y Pablo
Villa y la masa de campesinos desheredados a la que representaban (y que serían asesinados
pocos años después).
La reforma agraria en México, si bien dependiendo de la voluntad de cada presidente, se llevó a
cabo, aunque muy despacio, bajo presidencia de Cárdenas (1934-1940), pasando el número de
adjudicatarios de 780.000 a casi 1.600.000 y la superficie distribuida de 7,7 a más de 25 millones
de hectáreas. Un ritmo más lento se produce entre 1940 y 1958 (con 12 millones de hectáreas
distribuidas), relanzándose entre 1958 y 1970, (32 millones). Con López Portillo como
presidente (1976-1982) se distribuyeron otros 15 millones, principalmente en el norte subárido
del país.
La gran propiedad no desaparece sin embargo: una claúsula añadida a la constitución de signo
progresista de 1917 permitía al gobierno adjudicar grandes lotes de propiedad privada a
particulares cuando fuera conveniente.
La célula básica de la distribución de tierras será el "ejido", terreno colectivo que la comunidad
campesina recibe del gobierno para que lo distribuya entre los miembros de la comunidad y lo
usufructen individualmente: pero las explotaciones son finalmente demasiado pequeñas para
solucionar el problema del acceso a la propiedad de los agricultores, por lo que no se logró el
pretendido equilibrio entre la ciudad y el campo, ni se frenó el fuerte proceso macrocefálico que
sufría México D.F.
Con todo y pese a su insuficiencia, México es el país donde más eficaz ha sido la reforma. En
Panamá se establece un código agrario, que limitaba las condiciones de propiedad de la tierra,
pero ha sido simplemente ignorado en todo momento. En El Salvador no se ha promulgado
ningún tipo de reforma agraria, como en algunos otros puntos de América central. Los restantes
países se han orientado hacia la colonización y promoción agraria, en vez de a una verdadera
reforma.
En el caso de Colombia, la reforma agraria apenas llegó a expropiar el 1% de los latifundios del
país (un 1% de la población poseía la tercera parte de la tierra de cultivo), aunque con la firma de
un acuerdo de paz entre la guerrilla revolucionaria y el presidente Betancur se aprobaron las
medidas necesarias para disminuir la desigualdad en el reparto. Con todo, el minifundismo aboca
en el país a la masa empobrecida de campesinos al cultivo de la cocaína, que las medidas
represivas norteamericanas no parecen poder controlar.
En Cuba se llevó a cabo una reforma agraria socialista, que tiene poco que ver las reformas
liberales de las que hemos hablado: pasando por un estadio cooperativista, se crearon en 1963 las
granjas del Estado, de entre 8.000 y 10.000 hectáreas, que son la base de la producción y
colectivización de los productos y la célula fundamental de la organización, con funciones de
producción, transformación y comercialización análogas a los antiguos sovjoses soviéticos.
En Nicaragua la permanente guerra civil sufrida durante el período de gobierno sandinista no
permitió calibrar los límites de la reforma agraria proyectada durante el período de gobierno
socialista.
Apenas ha variado la situación agrícola en Argentina, Paraguay y Uruguay, y en algunos países
de América central y Santo Domingo. Se ha producido una promoción agraria, más que una
verdadera reforma, en Venezuela, Colombia, Brasil, Ecuador y algunos de América central. Por
último, México, Colombia, Brasil y Bolivia han emprendido reformas agrarias que se han visto
interrumpidas, mientras en Cuba y Nicaragua (hasta el final del sandinismo) se procedió a una
reforma de tipo socialista.
El período de colapso entre 1929 y 1945 supuso una considerable pérdida de divisas para los
países exportadores de materias primas minerales o agrarias: en toda iberoamérica supuso una
caída de un 30% de las divisas ingresadas por exportaciones. Este factor, unido al firme
crecimiento de la población global, especialmente al de algunas ciudades, y junto a las
dificultades de abastecimiento surgidas en el mercado exterior, motivó que la burguesía nacional
invirtiera sus capitales en industrias de bienes de consumo, alimenticias, textiles u otras de baja
intensidad de capital, en sustitución del sector agrícola de exportación.
Estas industrias eran un medio más seguro de rentabilizar las inversiones que las fluctuantes
exportaciones de minerales y productos agrarios sufrían. En principio se localizaron estas
industrias en las ciudades principales, y luego en las metrópolis regionales. Por parte de los
estados existió una política de protección respecto de estas industrias frente a la competencia
extranjera. Ello atrajo a nuevos capitales exteriores, que se invirtieron en los territorios
nacionales para asegurarse el control de este mercado en expansión. Se trató especialmente de
capital norteamericano, país que tomará al respecto el relevo de los británicos, arruinados tras la
guerra mundial.
La política de los gobiernos será entonces favorable a la implantación de este nuevo sector
productivo, al que en parte se orientan las prioridades nacionales, con la concesión de créditos a
bajo interés, exenciones fiscales y otras medidas para estimular el desarrollo de estas industrias,
factor completado con la construcción de industrias básicas estatales: siderurgias en Monterrey
(México), pero sobre todo manufacturas, relegando las industrias extractivas y agropecuarias
tradicionales a un segundo plano, especialmente en México. La inversión norteamericana en
dicho país es en un 75% en manufacturas, y supone el 70% del total invertido en los años 50 y
60: construcción de automóviles, industria química, electrodomésticos, farmacia, etc.
El resto de los países está lejos de llevar a cabo esa diversificación industrial que les permita
fabricar sus propios bienes de equipo. En 1989 la producción e importaciones ofrecían los
siguientes porcentajes
Los inconvenientes del proceso de generación industrial son varios. En primer lugar, la
concentración espacial, que no ha hecho sino contribuir a la perniciosa concentración de
población en las principales ciudades del país (fundamentalmente en las capitales). Por otra parte,
la industrialización se ha gestado en el marco de una profunda dependencia tecnológica y
financiera respecto al extranjero. En tercer lugar, ha originado problemas de paro y problemas
sociales, por la bases de fondo sobre las que se ha asentado: una mano de obra abundante y
barata, que, ante el escaso nivel tecnológico general, ha constituido el principal factor de
obtención de beneficios.
De esta forma, el Gran México concentra más de la mitad de la producción y del empleo
industrial del país.
Por otra parte, muchos gobiernos acudieron al crédito internacional para costear su fomento de la
industrialización, que finalmente no ha podido servir de estímulo a la creación de un tejido
industrial compacto y equilibrado. Es frecuente la importación de las piezas más delicadas del
proceso industrial. En definitiva, el tipo de industrialización ha constituido un fiasco: de poco ha
servido el progreso y la diversificación industrial, la densificación de las infraestructuras e
incluso un cierto control de las multinacionales y la participación de las élites locales en la
propiedad y la gestión de las mismas: no ha preparado las condiciones de un despegue posterior.
La década de los 80 ha supuesto en algunos países como Brasil un gran impulso industrial (al
contrario que en el mundo desarrollado), porque el país ha continuado con su política siderúrgica
expansiva, llegando a ser uno de los principales exportadores a Japón. Sin embargo, no siempre
se trata de industrias con una productividad global aceptable. Por otro lado, la industria brasileña
continúa siendo dependiente del exterior: en los años 50, al amparo de una coyuntura política
favorable, se instalaron en el país multinacionales como Volkswagen, Ford, General Motors,
Mercedes y Toyota, acaparando en poco tiempo el sector de la automoción e impidiendo el
desarrollo de la industria nacional del automóvil. Por otra parte, tales asentamientos no tenían en
cuenta la disfuncionalidad global del reparto del espacio brasileño, asentándose sin excepción en
el área de Sao Paulo.
El capital multinacional acudió masivamente a muchos otros países de Iberoamérica y, al
orientarse hacia las industrias de manufactura en lugar de las extractivas y agroexportadoras
como hasta los años 70, absorbió buena parte del mercado nacional, no creando a su alrededor un
sólido tejido industrial por la ausencia de reinversión en dichos países (Brasil, México y
Argentina, sobre todo). Sin embargo, en una segunda fase, especialmente a partir de 1990,
algunos de estos países han sabido proceder a la creación de industrias nacionales de sustitución
de éstas multinacionales, y diversificar las ramas de producción industrial, hasta entonces
excesivamente concentradas.
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