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TEMA 16: LOS PAÍSES IBEROAMERICANOS: PROBLEMÁTICA

ECONÓMICA Y SOCIAL.

1. LAS REGIONES NATURALES DE IBEROAMÉRICA


2. EL CONTEXTO IBEROAMERICANO EN EL SIGLO XX
3. EL PROBLEMA DEMOGRÁFICO
4. CONTRASTES ECONÓMICOS
5. DESEQUILIBRIOS ENTRE EL MEDIO RURAL Y EL URBANO
.6. BIBLIOGRAFÍA
1. Las regiones naturales de Iberoamérica
El espacio Iberoamericano tiene como factor de cohesión, de aunamiento, el haber sido
sometidas históricamente a un mismo proceso de colonización por parte de España, que ha
imprimido un carácter indeleble a la forma de organizarse su sociedad. En cambio, una vez
alcanzada la independencia respecto a la metrópoli, la evolución de compacto espacio geográfico
ha sido sin embargo muy dispar, con un posterior desarrollo económica y social dispar a partir de
la crisis del año 1929 y durante el desarrollismo posterior al final de la Segunda Guerra Mundial:
encontramos casos tan dispares como la Nicaragua socialista del Partido Sandinista de Ortega
(hasta su posterior derrota electoral a manos de Violeta Chamorro) y el Panamá sometido a la
influencia y control directo de los EE.UU. (capaz de derrocar a su presidente Noriega y acusarlo
de narcotráfico y "autoextraditarlo"), regímenes dictatoriales militares de derechas como el de El
Salvador (causa de una guerrilla que se prolongó hasta 1996) y países de tradición liberal como
el México del siempre presente Partido Revolucionario Institucional. Un cambio de tendencia
política se operó en Brasil tras la elección como presidente de Lula, seguida de la proclamación
de la “República Bolivariana” de Hugo Chávez (posteriormente aquejado de cáncer), y del
acceso al poder en Bolivia de Evo Morales, en tanto que en Cuba la enfermedad de Fidel Castro
y su sustitución por su hermano Raúl y un incierto proceso de liberalización han supuesto
notables variaciones en el panorama geopolítico del subcontinente.
Un primer rasgo en común lo constituye el fenómeno de aniquilación de gran parte de las
culturas autóctonas propio de la colonización; culturas que son trasladadas y refugiadas como
grupos residuales. También tienen en común las llamativas disparidades en la propiedad agraria,
polarizada pese a las reformas agrarias puestas en marcha, y pese al socialismo hasta hace poco
vigente en Nicaragua. El subdesarrollo afecta de una manera generalizada al conjunto de
Iberoamérica, aunque hayan aparecido focos de intenso dinamismo económico, como Buenos
Aires, Sao Paulo, y, en general, todas las capitales nacionales; y, aunque, como en el caso de
Cuba y de Nicaragua, se haya seguido un modelo de desarrollo socialista, en contraste con el del
resto de Iberoamérica. Unidad en el subdesarrollo que es visible, además de en otros campos, en
la profunda distorsión entre el crecimiento económico y el demográfico, si bien algunos países
como Argentina o Cuba, han logrado reducir éste a niveles similares a los de las sociedades
desarrolladas.
Estos rasgos de homogeneidad, sin embargo, no encubren totalmente las diferencias existentes,
que nacen en primer lugar del contraste en sus medios físicos, por ejemplo entre la América
andino-mexicana y el vasto espacio de las plataformas y llanuras sudamericanas, con altitudes
que van desde los 5.000 a 6.000 m. de altura de las barreras alpinas hasta los 2.500 a 4.000 m. de
los altiplanos o los 100 o los 200 m. de las plataformas centradas de Sudamérica. Contrastes
igualmente entre dominios templados o fríos como en la Patagonia-Tierra del Fuego, frente a
regiones subtropicales y desérticas o frente a los dominios del bosque amazónico, dado que el
subcontinente se extiende desde los 32º de latitud N hasta más de 55º de latitud S.
Contrastes también en el desigual grado de ocupación y aprovechamiento del espacio. Así, frente
a la densificación humana de las tierras de América central y del Caribe, se extienden bastísimos
territorios mínimamente poblados (con menos de 1 habitante por Km.2) y explotados, como
sucede en la cuenca amazónica, que se continúa por el Sur por el Mato Grosso, el Pantanal y el
Cacho en Brasil, Paraguay y Argentina. Un relieve accidentado como el que presentan es un
factor que induce al aislamiento, a la falta de integración del área iberoamericana.
Respecto a renta per cápita e IDH en 2010, las diferencias en el subcontinente son notables: el
país con mayor IDH es Chile (0,778, y 13.087$ per cápita), seguido de Argentina (13.498$ y
0,770) y Brasil (9.570$ y 0,694); también Venezuela se encuentra en el mismo segmento de
desarrollo (10.960$ y 0,690), y algo por detrás Perú (con un notable progreso en la última
década, con 7.859$ y 0,717) –por poner un ejemplo, su nivel es similar al de Rumanía-; en el
extremo opuesto, y descontando la excepción del paupérrimo Haiti (1198$ y 0,440), se
encuentran países como Nicaragua, Paraguay, Guatemala o El Salvador.
El área iberoamericana en su conjunto acoge a 578.352.792 habitantes (en 2010), lo que supone
algo más del 9% de la población del planeta, en una extensión de 20,5 millones de Km 2, y por
tanto con una densidad de población de 28,21 habitantes por kilómetro cuadrado, muy baja.
Brasil, con 203 millones en 2010, seguida de México -113 millones- y Colombia -44- son los
países más populosos, mientras que Panamá y Uruguay no superan los 3,5 millones.
Se trata de un conjunto espacial en crisis estructural, prolongada, que tiene su génesis a partir de
la posición de colonia continuamente desempeñada: primero, en manos de la España imperial, en
un segundo momento, dependiente en el ámbito económico de Inglaterra (como el precio que han
de pagar al apoyo inglés a su independencia), y, finalmente, bajo el dominio implícito o directo
de EE.UU., país capaz de promover golpes de estado cuando sus gobernantes no son de su
agrado, de sostener a guerrillas contrarrevolucionarias como la de Nicaragua, o de prodigar
intervenciones armadas y destituciones directas de presidentes (caso de Panamá).
La independencia no supuso en realidad un cambio social fundamental, ni tampoco un proyecto
de unificación de dicho espacio sometido a dominio colonial, como soñara Simón Bolívar;
puesto que los criollos sucesores de los administradores metropolitanos siguieron manteniendo
las mismas estructuras e intereses que sus predecesores. Esta crisis se ha visto superada aún tras
la Segunda Guerra Mundial, con caracteres explosivos que llegan a nuestros días, con ingentes
deudas externas que no se han visto correspondidas con un desarrollo anhelado: se trata de otra
manifestación de la crisis total que afecta a las sociedades iberoamericanas. Durante los años 50
y 60, al amparo de un sistema poco previsor de préstamos a los Estados supuestamente en vías de
desarrollo, el espacio centroamericano y países como Brasil procedieron a un endeudamiento
que luego no se canalizó hacia inversiones que redundasen en una mejora infraestructural
productiva: "dólares para el desarrollo". Antes al contrario, los países centroamericanos
invirtieron estos préstamos en el desarrollo de los intereses de las élites de poder, en el
mantenimiento del orden público interno y externo, e incluso en empresas y construcciones
innecesarias y no rentables a plazo medio: la red de transportes creada favorecía intereses
concretos de determinados particulares vinculados a las estructuras de poder, se invirtieron
grandes sumas en armar un ejército y policía capaces de reprimir el descontento social reinante y
asegurar en otros casos las fronteras internacionales, y se desatendieron casi inversiones en los
campos educativos, en la necesaria reforma de la propiedad, y los restantes aspectos capaces de
romper la dinámica de desigualdad social existente.
La Deuda Externa es en la actualidad uno de los principales condicionantes al desarrollo en
Iberoamérica. El conjunto de loa países acumula una deuda en 2008 (último año con datos
fiables) de 882.615 millones de dólares. Brasil, México, Argentina, Chile y Venezuela son los
países más deudores:
External debt stocks, total (DOD,
current US$) 2008
Uruguay 11.048.666.000
Guatemala 15.889.157.000
Ecuador 16.851.003.000
Peru 28.554.659.000
Colombia 46.886.786.000
Venezuela 50.229.277.000
Chile 64.276.507.000
Argentina 128.285.000.000
Mexico 203.984.000.000
Brazil 255.614.000.000
Total 882.615.237.000
En algunos países como Venezuela, con su gran riqueza petrolera, se llegó a una situación que
parecía impensable: la de no poder pagar una deuda exterior que en 1988 llegaba a 35.000
millones de $, ampliados en 2008 a 50.000.
Esta situación supone una hipoteca permanente por los créditos contraídos en condiciones de
dudosa legitimidad (gobiernos dictatoriales de los años 60). Las compras realizadas en el
exterior, que facilitaron la euforia expansiva de las décadas pasadas, dejan secuelas que aparecen
ahora con todo su peso negativo.

2. El contexto iberoamericano en el siglo XX


Como un primer factor a tener en cuenta hay que señalar el extraordinario dinamismo
demográfico del área, que globalmente alcanza casi un 3% de crecimiento de población anual
en los años 60, valor que sitúa a países como Guatemala (que en algunos años ha llegado a cifras
de crecimiento de algo más del 3%) a la cabeza del mundo al respecto, y que todavía contaba con
un crecimiento global de un 2,6% en la primera mitad de los años 70 (por entonces se trata de un
crecimiento que ya era superado por África), y hasta un 2,2% en la actualidad.
Consecuencia de la macrocefalia, en 2010 el 75% de la población iberoamericana vivía en
ciudades. Es una población joven, con una tercera parte de sus habitantes con menos de 15 años
de edad, y apenas un 4,7% por encima de los 65 años. En la actualidad, el número de hijos por
mujer es 2,7, mientras que durante el período 1970-75 era extraordinariamente alto, 6,5.
Cuba tiene una tasa de crecimiento vegetativo muy baja: 0,27% en 2010, con 1,58 hijos por
mujer, y una esperanza de vida al nacer de 79 años, pese a la situación creada tras el bloqueo
económico con los medicamentos, e incluso las posteriores presiones de la Unión Europea. La
mortalidad infantil supuso en 2010 el 6 por mil (con todo, muy por debajo del 17 por mil de
México, del 18 por mil de Venezuela, del 23 por mil de Perú y 31 de Honduras, 54 por mil de
Bolivia o del 25 por mil de Ecuador)
Panamá tiene un crecimiento vegetativo en el 2010 del 1,6% anual, con 2,6 hijos por mujer.
Venezuela crece también mismo ritmo anual, contando un 86,9% de población urbana (en Perú,
la tasa de población urbana es también alta, 75%, mientras que en Ecuador se ha superado el
69%).
En el Brasil del presidente Lula la población urbana está próxima al 90%
El elevado crecimiento de población exige un crecimiento gigantesco de los gastos estructurales
(aquellos que se dedican a atender a las necesidades básicas, como educación, sanidad,
transportes): pues se que es necesario invertir un 4% del P.I.B. cuando se produce un 1% de
crecimiento, para que la calidad de vida no decrezca. Y, en el caso de crecimientos del orden del
3%, aproximadamente el 12% de su renta anual, lo que obviamente, en sistemas con un desajuste
social tan importante y unas clases privilegiadas que logran mantener bajos sistemas impositivos,
y sumidos por lo demás en el pago de ingentes deudas externas, resulta prácticamente imposible.
De esta forma, el hambre no ha sido erradicado entre las clases marginales, pese al indudable
incremento de la producción de alimentos, afectando a grupos o individuos marginales, con el
agravante de que el aumento de la producción agrícola corresponde en mayor medida a los
cultivos de exportación (fundamentalmente café, cacao, bananas, caña, soja): el hambre parece
hoy más difícil de resolver que en los años del desarrollismo. De esta forma, aunque la
producción agrícola ha sido superior al crecimiento de la población, no han desaparecido las
bolsas de pobreza, como las comunidades indígenas, las áreas urbanas de chabolismo, o los
campesinos minifundistas.
Otro de los grandes problemas estructurales del área iberoamericana es el patente desequilibrio
de su distribución espacial: sobre un basto territorio, existe una presión humana en muy
determinadas regiones y comarcas, mientras existen áreas escasamente pobladas. Sorprende el
hecho de sobre un territorio tan vasto y con débil densidad, se produzca una fuerte presión
humana en numerosas regiones y comarcas; fenómeno éste debido en buena medida a la
desequilibrada distribución espacial de la población, facilitada por un acaparamiento de nuevos
espacios agrarios. A pesar de lo cual se ha establecido un amplísimo frente pionero en todos los
márgenes de la Amazonia y de la Orinoquia, tanto por parte de Brasil como de Venezuela,
Colombia o Perú..., que se acompaña de una marcha hacia las llanuras costeras del oeste de los
Andes, con origen en las regiones andinas más densamente pobladas. Al mismo tiempo, un
contingente elevado de población campesina, que no puede, no sabe o no quiere establecerse en
los espacios de colonización, busca su destino en las áreas urbanas, engrosando las filas de un
éxodo rural casi incesante, por más que las densidades rurales permanezcan bajas.
Esta circunstancia es debida al acaparamiento de tierra por parte de los grandes latifundistas, que
dificulta la puesta en cultivo de nuevas zonas. Además, es causa de un éxodo rural incesante.
Los desequilibrios en la distribución espacial corren parejos con los existentes en la organización
social: un reducido grupo de población acapara un elevado porcentaje de la renta, con la
particularidad de que las clases más poderosas gozan, respecto de las más necesitadas, de un
poder adquisitivo superior al de sus homólogas de los países industriales. En Brasil, Colombia,
Costa Rica, Venezuela, entre otros países, el número de pobres aumentó, tanto en términos
absolutos como relativos, durante los años 80, llegando a representar en el conjunto de
Iberoamérica un 19% del total de habitantes (unos 70 millones de pobres, 50 correspondientes al
grupo de "extremadamente pobres": con menos de 275$ per cápita, según el Banco Mundial, en
2000). Según la Iglesia, en el caso de Brasil el 50% de la población es pobre, el 40% corresponde
a clase media o baja, un 9% son ricos y un 1% son muy ricos. Sin embargo, los primeros años del
siglo XXI han supuesto una merma sin precedentes de los índices de pobreza (lo que no siempre
se corresponde con una merma en las diferencias de renta en la población)
La crisis iberoamericana tienen como causa la inadecuada explotación del potencial agrario, así
como la falta de equilibrio entre los medios rurales y urbanos, además de la dependencia respecto
al exterior, de signo negativo. De esta forma, sólo se cultiva el 9% del total de la superficie
iberoamericana (en España es el 40%), dedicándose a pastos permanentes casi el 30% y a
bosques y monte aproximadamente el 45%. Sólo África y Oceanía presentan valores
comparables. Pero además se produce una estructura disfuncional en el reparto del suelo, sin que
las reformas agrarias hayan podido paliar este problema del latifundismo improductivo, que en
los años 60 y 70 provocara las invasiones de tierras por parte de los campesinos empobrecidos.
Antes al contrario, el latifundismo tiende a aumentar, por la compra de lotes de tierras de
campesinos en dificultades por parte de funcionarios, financieros, contrabandistas, etc., que las
dedican a tierras de pastoreo extensivo, de alta productividad por trabajador pero mínima por
unidad de superficie.
Existe una inadecuada explotación del potencial agrario, y una falta de equilibrio en los medios
urbanos: el crecimiento urbano se ha convertido en explosivo, delirante. En Brasil cerca del 75%
de la población vive en las ciudades, mientras que en hace menos de 40 años la situación era a la
inversa. México D.F. es el caso más flagrante: su población superó los 25 millones en el año
2010 (8,8 millones en el distrito urbano, y el resto en el área metropolitana), pese a las medidas
tendentes a penalizar los nuevos asentamientos en el maremagnun humano: cuenta con una zona
de chabolas -Netzahualcoyotl- con más de 3 millones de habitantes, la más extensa del mundo.
La actuación del Estado, y a veces de la incitativa privada, tendente a consolidar explotaciones
familiares medias, ha introducido cierta complejidad en la estructura de las explotaciones
agrarias, hasta entonces presididas por la coexistencia de latifundismo y minifundismo. El
crecimiento demográfico favorece la división de la propiedad entre los herederos, y en las
ciudades provoca una enorme presión humana por el éxodo rural inherente: viven en núcleos de
más de 2.000 habitantes el 46% de la población total iberoamericana en 1960 y el 66% en 1980,
lo que supone un caos urbanístico, con entre un 20 y un 50% de la población alojada en chabolas
o bidonvilles. Pese a elevadas inversiones en infraestructura e inversiones privadas en algunos
países como México (con una destacada industrialización), no son suficientes para ofrecer un
trabajo estable a la creciente población inmigrante, lo que supone un permanente agravamiento
del déficit de viviendas: en el conjunto de Iberoamérica, en 1982 sólo un 53% de los hogares
cuenta con agua potable.
Adquieren gran importancia los factores de producción extranjeros: Lambert y Martin señalan
cómo los capitales extranjeros, británicos en el siglo pasado y principalmente norteamericanos en
el siglo presente, sin ser muy voluminosos, han llegado a deformar las estructuras industriales,
"al responder prioritariamente a la demanda de bienes de consumo durables de los grupos
sociales privilegiados, y en algunos casos suscitando tal demanda cuando sólo era potencial".
Cada $ invertido provoca la salida de 3 a 5 $ durante los 10 años siguientes. La deuda externa
provocará aún más control de los países acreedores sobre las economías subdesarrolladas, sin que
las moratorias y recortes acordadas recientemente acaben con el problema: en cierto modo podría
decirse que los límites fijados por los estados acreedores no están muy lejos del máximo de
deuda que pueden asumir en la práctica los estados deudores.
Sólo a partir de los años 60 se toma conciencia de que la entrada de capitales no es la única vía
de desarrollo.
Tres cuartas partes de sus exportaciones lo constituyen materias primas agrarias y minerales,
aunque en 1975 representaban más de un 82%, lo que implica una progresiva expansión de
sectores de exportación no primarios.
El panorama político es en general desolador en los países que componen Iberoamérica. Los
gobiernos se muestran incapaces de lograr las reformas estructurales necesarias, por lo que
adoptan un carácter acomodaticio, que propicia una constante inestabilidad en la mayoría de los
países: existen regímenes militares en El Salvador, Panamá (pese a ser constitucional, hasta
tiempos de Noriega, y ahora en una posición de gobierno títere respecto a EE.UU.), Costa Rica
(también definido por la vía constitucional). En los años 60 todos los países se incorporaron al
desarrollismo incontrolado, parejo a la intervención continua de EE.UU. en sus políticas internas.
La existencia de una casta política cerrada y endogámica, frecuentemente aliada o dependiente de
la cúpula militar del país (exceptuando el caso específico de México), supone un freno a
cualquier aspiración popular de reforma profunda.
Uno de los problemas fundamentales de Iberoamérica es la formación de un espacio dependiente,
herencia negativa de los 300 años de colonialismo: se produce una explotación exclusivamente
de aquellos territorios que podían aportar riqueza mineras o productos agrarios rentables en su
momento y que exigieran escasas inversiones. De esta forma, las franjas costeras o enclaves
mineros recibieron mayores contingentes de población: hoy todavía en la actualidad tienen
mayor densidad, y concentraron las infraestructuras creadas.
La aniquilación del estrato indígena (con mayores caídas en el área azteca de México, por el
"desgano vital" ante el régimen semiesclavista de explotación de los recursos mineros impuesto
por los españoles, y la ruptura operada de las bases económicas y sociales, la incapacidad de
satisfacer las necesidades económicas de la población nativa, la existencia de epidemias, etc.) El
régimen de encomienda se convirtió en una gravosa institución que permite obtener excedentes
agrarios o mano de obra barata y superexplotada: ante la importación de esclavos negros y sobre
todo la emigración europea, se crea un conjunto racial heterogéneo, en el que los criollos ocupan
los lugares cimeros. En definitiva, se sientan las bases para la consolidación de una sociedad
desarticulada, dualizada, que todavía hoy perdura.
La ocupación selectiva del espacio durante la colonización iberoamericana se ve completada
entre los siglos XIX y principios del XX por la búsqueda de nuevas materias primas, como el
zinc en México, gestionados por capitales europeos y norteamericanos: sobre todo a través de la
inversión en grandes propiedades modernas, realizadas por las compañías fruteras en Costa Rica,
El Salvador y Nicaragua. En el golfo de México existe una explotación de la riqueza petrolífera
que generará un neocolonialismo.
Al prevalecer estos intereses coloniales y neocoloniales, el espacio centroamericano se ve
condicionado en cuanto a su articulación por estos factores desigualitarios: así por ejemplo, la red
de infraestructuras de transporte responde a la necesidad de comunicar las plantaciones con los
puertos principales del país, por lo que se genera una red de líneas perpendiculares a la costa para
el drenaje de producciones del interior hacia los puertos, gracia a la acción de capitales foráneos
e incluso de los gobiernos que protegen los intereses privados de las élites nacionales. También
se produce la creación de bancos para controlar el ahorro, ligados a la explotación de las
repúblicas bananeras.
En definitiva, se gesta una organización espacial desequilibrada, base de las desigualdades
económicas y sociales arrastradas hasta la actualidad: las bases descansan en la apropiación de
grandes lotes de tierras por los colonizadores o por la clase económica dominante frente a un
elevado grupo de comunidades indígenas, minifundistas, que se ven obligados a alquilar su
fuerza de trabajo a los dueños de latifundios y plantaciones.
La expansión industrial del siglo XIX y primer tercio del XX tampoco fue capaz de crear un
fuerte desarrollo económico ni de corregir esa polarización social. Se trató de una
industrialización dependiente, poco desarrollada y de carácter tradicional; aspectos que
parcialmente fueron superados durante la segunda fase, a partir principalmente de finales de la
Segunda Guerra Mundial, etapa en la que se instalaron las denominadas industrias de sustitución
de importaciones. En todo caso, las metrópolis no permitieron el desarrollo industrial de sus
colonias.
La última fase del desarrollo económico corresponde a la independencia política, que sin
embargo se ve acompañada de una dependencia económica. El movimiento independentista no
se tradujo en cambios radicales ni en lo social ni en lo económico. Los gobernantes
administraron sus países como si tratara de grandiosas haciendas, más que buscando el bien
público.

3. El problema demográfico
Según Yves Lacoste, la explosión demográfica es consecuencia de la expansión económica por
los intensos y rápidos intercambios establecidos. En su afán de evitar los contagios, las potencias
desarrolladas (básicamente Norteamérica) procederán a campañas masivas de vacunación de los
países centroamericanos, lo que provocará un descenso de la mortalidad que no se corresponde ni
con el incremento del nivel de vida de la población ni con un cambio de mentalidad respecto al
número de hijos a tener: "todos los que Dios quiera", en una sociedad de profundas raíces
católicas, que además recibe mensajes como los del Papa Woytila en 1996 y 2000 alentando a
resistirse a la "tentación" de las medidas anticonceptivas. El crecimiento demográfico se basó en
la caída de la mortalidad, que en la actualidad está en valores inferiores al 10 por mil en los
países más populosos (8 por mil en Brasil y Colombia, 6 en México, 9 por mil en Argentina, e
incluso 5 por mil en Venezuela, Costa Rica y Panamá). El caso de Colombia es significativo de
este crecimiento desmesurado: si en 1900 apenas tiene 2,2 millones de habitantes, en el 2010 se
supera los 44, y con probabilidad superará los 50 millones antes de 2015. México, que sólo tenía
a principio de siglo dos tercios de la población española, en el 2010 tenía más del doble, y Brasil
que en 1900 tenía menos población que España, en el 2010 cuadruplicaba su población.
Puede decirse que faltó una Administración saneada y eficiente que, libre de presiones externas e
internas en el manejo de unos recursos escasos, buscara satisfacer las necesidades prioritarias de
sus administrados, y unos recursos humanos más cualificados, que deberían haber conseguido
esa cualificación.
Como hemos visto, las sociedades iberoamericanas son las que menores tasas de mortalidad
tienen de todo el planeta (por debajo de 10%.), debido tanto a la juventud de la población
(todavía con una natalidad desbordante) como a la implantación de la medicina preventiva. La
tasa de crecimiento global del 2,6% anual, puede doblar la población en 27 años, producto de un
escaso eco de las medidas contraceptivas. De hecho, la descendencia final por mujer, de 3,7
hijos, no es ya del tipo tradicional (de 6 a 8 hijos) pero tampoco moderno (2 hijos). Pero incluso
cuando descienda el número de nacimientos, persistirá el elevado crecimiento vegetativo, pues a
pesar de que la mortalidad infantil ha caído enormemente hasta un 57 por mil de media, todavía
va a descender hasta menos de la mitad en la próxima década. Sólo Cuba, Costa Rica, Puerto
Rico y Chile han conseguido una reducción.
Es todavía elevada sin embargo la mortalidad infantil: pocos países bajan del 40 por mil.
La resultante de este régimen demográfico es la existencia de frenos al desarrollo y el éxodo
rural. Dos quintas partes de los habitantes son menores de 15 años, lo que implica fuertes
inversiones demográficas, y una baja proporción de población activa (entre el 30-40% del total),
frente a una abultada masa escolar.
Por otro lado, el crecimiento de población implica una gran presión sobre la tierra, frente a la
dificultad de roturar nuevos terrenos, dada la desequilibrada estructura de la propiedad: todo ello
aboca a un masivo éxodo rural, que conlleva la sobrepoblación de las ciudades más grandes,
mientras las menores de 2.000 habitantes no disminuyen en población, pese a no tener
oportunidades de empleo ni nivel de servicios.
Para cambiar esta dinámica de poblamiento sería necesario crear nuevos focos urbanos o de
desarrollo, que permitieran integrar a todo el territorio nacional y acabar con los fenómenos de
polarización.

4. Contrastes económicos
Existe una constante tensión en los medios rurales y urbanos: allí donde la presión sobre la tierra
era mayor, en función de una elevada densidad agraria, las tensiones se despertaron más pronto,
como sucedió en México, que inició su madrugadora reforma agraria en 1915. En el resto de los
países no se inició hasta mediados de siglo: si bien no fracasaron absolutamente, tampoco
solucionaron los problemas de los campesinos, con lo que la emigración, con el incremento
moderado del empleo urbano entre 1940-70 (época del desarrollismo), se dispara.
Hasta cierto punto puede decirse que el conjunto de Iberoamérica fue el laboratorio de la reforma
agraria: ésta supone una respuesta de los gobiernos a las tensiones que se desarrollan entre los
hacendados y los campesinos minifundistas o las comunidades indígenas. No se produce, en
cambio, en las explotaciones de plantación frutera, pues éstas se asientan generalmente sobre
tierras nuevas, con bajas densidades demográficas. Los focos de mayores tensiones se localizan
en el altiplano mejicano.
El caso de México representa bien este sentido ambivalente de las reformas agrarias emprendidas
en el conjunto de Iberoamérica. En dicho país existía una gran concentración de la propiedad: el
1% de la población poseía un 97% del suelo en 1910. La nacionalización de la tierra se inicia con
la ley aprobada en 1915, que suponía el triunfo de las reivindicaciones de Emilio Zapata y Pablo
Villa y la masa de campesinos desheredados a la que representaban (y que serían asesinados
pocos años después).
La reforma agraria en México, si bien dependiendo de la voluntad de cada presidente, se llevó a
cabo, aunque muy despacio, bajo presidencia de Cárdenas (1934-1940), pasando el número de
adjudicatarios de 780.000 a casi 1.600.000 y la superficie distribuida de 7,7 a más de 25 millones
de hectáreas. Un ritmo más lento se produce entre 1940 y 1958 (con 12 millones de hectáreas
distribuidas), relanzándose entre 1958 y 1970, (32 millones). Con López Portillo como
presidente (1976-1982) se distribuyeron otros 15 millones, principalmente en el norte subárido
del país.
La gran propiedad no desaparece sin embargo: una claúsula añadida a la constitución de signo
progresista de 1917 permitía al gobierno adjudicar grandes lotes de propiedad privada a
particulares cuando fuera conveniente.
La célula básica de la distribución de tierras será el "ejido", terreno colectivo que la comunidad
campesina recibe del gobierno para que lo distribuya entre los miembros de la comunidad y lo
usufructen individualmente: pero las explotaciones son finalmente demasiado pequeñas para
solucionar el problema del acceso a la propiedad de los agricultores, por lo que no se logró el
pretendido equilibrio entre la ciudad y el campo, ni se frenó el fuerte proceso macrocefálico que
sufría México D.F.
Con todo y pese a su insuficiencia, México es el país donde más eficaz ha sido la reforma. En
Panamá se establece un código agrario, que limitaba las condiciones de propiedad de la tierra,
pero ha sido simplemente ignorado en todo momento. En El Salvador no se ha promulgado
ningún tipo de reforma agraria, como en algunos otros puntos de América central. Los restantes
países se han orientado hacia la colonización y promoción agraria, en vez de a una verdadera
reforma.
En el caso de Colombia, la reforma agraria apenas llegó a expropiar el 1% de los latifundios del
país (un 1% de la población poseía la tercera parte de la tierra de cultivo), aunque con la firma de
un acuerdo de paz entre la guerrilla revolucionaria y el presidente Betancur se aprobaron las
medidas necesarias para disminuir la desigualdad en el reparto. Con todo, el minifundismo aboca
en el país a la masa empobrecida de campesinos al cultivo de la cocaína, que las medidas
represivas norteamericanas no parecen poder controlar.
En Cuba se llevó a cabo una reforma agraria socialista, que tiene poco que ver las reformas
liberales de las que hemos hablado: pasando por un estadio cooperativista, se crearon en 1963 las
granjas del Estado, de entre 8.000 y 10.000 hectáreas, que son la base de la producción y
colectivización de los productos y la célula fundamental de la organización, con funciones de
producción, transformación y comercialización análogas a los antiguos sovjoses soviéticos.
En Nicaragua la permanente guerra civil sufrida durante el período de gobierno sandinista no
permitió calibrar los límites de la reforma agraria proyectada durante el período de gobierno
socialista.
Apenas ha variado la situación agrícola en Argentina, Paraguay y Uruguay, y en algunos países
de América central y Santo Domingo. Se ha producido una promoción agraria, más que una
verdadera reforma, en Venezuela, Colombia, Brasil, Ecuador y algunos de América central. Por
último, México, Colombia, Brasil y Bolivia han emprendido reformas agrarias que se han visto
interrumpidas, mientras en Cuba y Nicaragua (hasta el final del sandinismo) se procedió a una
reforma de tipo socialista.
El período de colapso entre 1929 y 1945 supuso una considerable pérdida de divisas para los
países exportadores de materias primas minerales o agrarias: en toda iberoamérica supuso una
caída de un 30% de las divisas ingresadas por exportaciones. Este factor, unido al firme
crecimiento de la población global, especialmente al de algunas ciudades, y junto a las
dificultades de abastecimiento surgidas en el mercado exterior, motivó que la burguesía nacional
invirtiera sus capitales en industrias de bienes de consumo, alimenticias, textiles u otras de baja
intensidad de capital, en sustitución del sector agrícola de exportación.
Estas industrias eran un medio más seguro de rentabilizar las inversiones que las fluctuantes
exportaciones de minerales y productos agrarios sufrían. En principio se localizaron estas
industrias en las ciudades principales, y luego en las metrópolis regionales. Por parte de los
estados existió una política de protección respecto de estas industrias frente a la competencia
extranjera. Ello atrajo a nuevos capitales exteriores, que se invirtieron en los territorios
nacionales para asegurarse el control de este mercado en expansión. Se trató especialmente de
capital norteamericano, país que tomará al respecto el relevo de los británicos, arruinados tras la
guerra mundial.
La política de los gobiernos será entonces favorable a la implantación de este nuevo sector
productivo, al que en parte se orientan las prioridades nacionales, con la concesión de créditos a
bajo interés, exenciones fiscales y otras medidas para estimular el desarrollo de estas industrias,
factor completado con la construcción de industrias básicas estatales: siderurgias en Monterrey
(México), pero sobre todo manufacturas, relegando las industrias extractivas y agropecuarias
tradicionales a un segundo plano, especialmente en México. La inversión norteamericana en
dicho país es en un 75% en manufacturas, y supone el 70% del total invertido en los años 50 y
60: construcción de automóviles, industria química, electrodomésticos, farmacia, etc.
El resto de los países está lejos de llevar a cabo esa diversificación industrial que les permita
fabricar sus propios bienes de equipo. En 1989 la producción e importaciones ofrecían los
siguientes porcentajes
Los inconvenientes del proceso de generación industrial son varios. En primer lugar, la
concentración espacial, que no ha hecho sino contribuir a la perniciosa concentración de
población en las principales ciudades del país (fundamentalmente en las capitales). Por otra parte,
la industrialización se ha gestado en el marco de una profunda dependencia tecnológica y
financiera respecto al extranjero. En tercer lugar, ha originado problemas de paro y problemas
sociales, por la bases de fondo sobre las que se ha asentado: una mano de obra abundante y
barata, que, ante el escaso nivel tecnológico general, ha constituido el principal factor de
obtención de beneficios.
De esta forma, el Gran México concentra más de la mitad de la producción y del empleo
industrial del país.
Por otra parte, muchos gobiernos acudieron al crédito internacional para costear su fomento de la
industrialización, que finalmente no ha podido servir de estímulo a la creación de un tejido
industrial compacto y equilibrado. Es frecuente la importación de las piezas más delicadas del
proceso industrial. En definitiva, el tipo de industrialización ha constituido un fiasco: de poco ha
servido el progreso y la diversificación industrial, la densificación de las infraestructuras e
incluso un cierto control de las multinacionales y la participación de las élites locales en la
propiedad y la gestión de las mismas: no ha preparado las condiciones de un despegue posterior.
La década de los 80 ha supuesto en algunos países como Brasil un gran impulso industrial (al
contrario que en el mundo desarrollado), porque el país ha continuado con su política siderúrgica
expansiva, llegando a ser uno de los principales exportadores a Japón. Sin embargo, no siempre
se trata de industrias con una productividad global aceptable. Por otro lado, la industria brasileña
continúa siendo dependiente del exterior: en los años 50, al amparo de una coyuntura política
favorable, se instalaron en el país multinacionales como Volkswagen, Ford, General Motors,
Mercedes y Toyota, acaparando en poco tiempo el sector de la automoción e impidiendo el
desarrollo de la industria nacional del automóvil. Por otra parte, tales asentamientos no tenían en
cuenta la disfuncionalidad global del reparto del espacio brasileño, asentándose sin excepción en
el área de Sao Paulo.
El capital multinacional acudió masivamente a muchos otros países de Iberoamérica y, al
orientarse hacia las industrias de manufactura en lugar de las extractivas y agroexportadoras
como hasta los años 70, absorbió buena parte del mercado nacional, no creando a su alrededor un
sólido tejido industrial por la ausencia de reinversión en dichos países (Brasil, México y
Argentina, sobre todo). Sin embargo, en una segunda fase, especialmente a partir de 1990,
algunos de estos países han sabido proceder a la creación de industrias nacionales de sustitución
de éstas multinacionales, y diversificar las ramas de producción industrial, hasta entonces
excesivamente concentradas.

5. Desequilibrios entre el medio rural y el urbano


La importancia de la actividad agraria es mayor de la que le corresponde por volumen de
población que emplea o por su baja participación en el Producto Nacional de cada país. La
agricultura emplea en 2010 al 7,3% de la población activa en Costa Rica, el 3,8% en México, el
6,4% en Panamá, el 14% en Honduras... Y a pesar de estos valores moderados, la agricultura
supone un gran porcentaje de las exportaciones, siendo una fuente de ahorro interno, que sin
embargo no es reinvertido en el medio rural, sino en el urbano para actividades más seguras y
lucrativas.
Con todo, la producción agraria iberoamericana es incapaz de hacer frente a las necesidades
alimentarias de su habitantes, debiendo en la actualidad varios países importar trigo y maíz,
mientras en 1965 muchos de ellos eran autosuficientes.
Esta coyuntura es debida a que los gobiernos y particulares se decantan por la industrialización,
la construcción, los servicios públicos, la especulación del suelo, etc. Sólo el gobierno mexicano
ha concedido mayor atención a las inversiones agrarias, sobre todo con las presidencias de
Cárdenas, Mateos y López Portillo (del Partido Revolucionario Institucional, que abandona el
poder en 2001 tras 60 años de gobierno ininterrumpido). Además, en su política demagógica y a
plazo medio contraproducente, buena parte de los gobiernos centroamericanos han buscado
obtener precios bajos para los alimentos de primera necesidad, para tranquilizar a las masas
urbanas: esta política ha provocado una desincentivización de la inversión en producciones
agrarias. Por contra, las cada vez más escasas inversiones agrícolas se han canalizado hacia
cultivos especulativos y cultivos industriales y de exportación. A estas deficiencias se ha sumado
la competencia insalvable del cereal norteamericano, que ha buscado en Iberoamérica su campo
de expansión al amparo de una coyuntura favorable.
En el terreno agrícola puede hablarse de una pervivencia de las estructuras agrarias dualistas.
Frente a formas más intensivas de aprovechamiento, persisten amplias zonas dedicadas al
autoconsumo y policultivo.
Un ejemplo de campos con cultivos intensivos lo constituye en México el programa de regadío
del norte del país, con más de 3,5 millones de hectáreas de nueva irrigación, todavía insuficientes
por la creciente demanda de tierra. El número de campesinos sin tierra no cesa de aumentar. Pero
sobre todo es la gran explotación latifundista la que continúa imponiendo un sello definitorio
sobre el paisaje rural iberoamericano: la gran explotación continúa expandiéndose en la
actualidad, en México en forma de los nuevos latifundios ganaderos; en Iberoamérica el número
de explotaciones con más de 100 hectáreas es algo inferior al 10% del total, pero controla más de
la mitad de la superficie agraria.
No obstante, la gran propiedad, obligada a la intensificación de sus producciones bajo la presión
de las reformas, va perdiendo su carácter latifundista: muchas veces adquirir tierras es la manera
de enfrentarse a la galopante inflación de estos países (a veces por encima del 1.000% anual,
como sucede en Honduras en 1989).
La gran explotación moderna, más o menos intensiva, se ha extendido por toda Iberoamérica, y
específicamente por numerosas regiones de América Central, y las áreas subáridas de México. Se
caracteriza por el empleo de poca mano de obra, al sustituir los empleados y vigilantes por las
alambradas. De esta forma, tiene una elevada productividad por persona y bajos rendimientos por
unidad de superficie, con hasta 5 hectáreas por cabeza de ganado. Estas explotaciones
comercializan y transforman sus propias producciones, agrarias o de cultivos de exportación
como la caña de azúcar, café, cacao, algodón, bananas... El café, al amparo de las recientes
subidas de precios, se ha extendido por los piedemontes de América Central y México. El cultivo
de bananas (generalmente dependiente de empresas norteamericanas como la United Fruits) se
ha desarrollado también en gran medida, con explotaciones muy tecnificadas, con poca mano de
obra: en 1990, la producción iberoamericana ya constituye el 40% del mundo. La producción de
la caña de azúcar supone la cuarta parte de la mundial.
Sin embargo estas explotaciones no suponen un negocio rentable para el país en su conjunto,
pues, salvo para labores de recolección, emplean poca mano de obra, y tampoco aportan rentas al
Estado, por tratarse de empresas exportadores, que gozan de desgravaciones fiscales: los
beneficios salen finalmente al exterior.
Junto a esta explotación selectiva y cualificada, existe otra de subsistencias, integrada en
economías más o menos cerradas, con explotaciones de 5 a 20 hectáreas, generalmente de tipo
mixto y por tanto inespecializadas: producción de maíz, arroz, patata, alubias o mandioca, según
las distintas edafologías y condiciones climáticas.
Uno de los escasos ejemplos de explotaciones intermedias lo constituye el algodón, que continúa
su expansión en los regadíos mexicanos. Las explotaciones de 21 a 100 hectáreas emplean una
elevada cantidad de mano de obra asalariada, y se localizan en los medios templados
meridionales: suelen estar mecanizadas, producen para el mercado nacional y se diferencian por
su mayor capacidad financiera. El campo adolece de una ausencia de integración respecto a la
red urbana, de las que se encuentran separadas por abismos físicos.
El espacio iberoamericano, su organización, es hijo de la colonización: arrastra unas estructuras
disfuncionales, heredadas del pasado colonial, que han sido mantenidas y hasta potenciadas
durante la fase neocolonial. La etapa desarrollista no ha servido para superar esas lacras. América
iberoamericana, el conjunto socioespacial más avanzado del Tercer Mundo, no puede servir, por
tanto, como modelo de desarrollo a seguir. Las contradicciones que afloraban en los años
cuarenta se mantienen en la actualidad, con el agravante de que en este lapso de tiempo se han
hipotecado las economías nacionales, sin que los enormes recursos mineros y agrarios hayan
podido paliar la crisis.
Una crisis que es económica pero sobre todo social, que no podrá acabarse sin corregir las
brutales desigualdades sociales y la corrupción administrativa.
El pretendido modelo de desarrollo iberoamericano se basó, a partir de la crisis de 1929, en
potenciar los factores de producción que permitieran sustituir las importaciones. Las décadas que
siguieron a la II Guerra Mundial conocieron un gran crecimiento económico, basado en un fuerte
peso del sector público, cuyas grandes empresas acapararon importantes campos de la
producción, del comercio y de los servicios. La fuerte protección otorgada a las empresas
nacionales provocó su pérdida de competitividad y envejecimiento prematuro, al tiempo que las
instituciones públicas y las empresas se endeudaban peligrosamente para superar el atraso. Este
modelo de industrialización, que se olvidó de desarrollar el sector de los bienes de equipo,
condujo a un fuerte estancamiento económico, dada su incapacidad de exportar manufacturas,
debido a la falta de competitividad, cerrando así el círculo del endeudamiento, la escasa
productividad, la falta de recursos públicos, el deterioro de las infraestructuras, etc., que condujo
a la pérdida real del PNB durante los años 80.
Pese a la reciente mejora industrial e incremento de la producción agrícola, la situación social ha
continuado deteriorándose, tanto más cuanto las clases pobres son las indefensas frente a la
inflación galopante desatada (el 300% en Guatemala en algunos años de los 80). Lo mismo en el
campo que en la ciudad, la pobreza, la miseria y la inseguridad se han hecho moneda corriente. Y,
aunque la revolución verde ha permitido conseguir excedentes de productos primarios básicos, el
hambre no ha desaparecido, el paro afecta a un 20% de la población y otra quinta parte cuenta
con empleos de economía sumergida o inestables.
Los modelos populistas, como el fracasado en el Perú de Fujimori (antes de su derrocamiento en
medio de acusaciones de corrupción en las que se vio implicado su mano derecha Montesinos, y
su huida a Japón) o el vigente en el 2002 de Chávez en Venezuela (pese al fallido intento de
derrocamiento que tuvo que afrontar), son válidas muestras de que la solución no pasa por
recetas simplistas. Incluso un desarrollo especulativo, que no se base al tiempo en incrementar el
consumo individual de las exiguas clases medias sudamericanas, está igualmente destinado al
fracaso, como ha mostrado a lo largo del año 2002 la crisis argentina, que amenaza con
extenderse al Río de la Plata e incluso a la poderosa economía brasileña.

6. BIBLIOGRAFÍA
Ricardo Méndez y Fernando Molinero: Espacios y sociedades. Ariel, Barcelona, 1991
Lambert, D.C., y Martín, J.M.: América Latina: Economía y Sociedades. Madrid, FCE, 1976.
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2000. Madrid, Alianza, 1977.
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editores. - 1a ed. - Quito : FLACSO : Ministerio de Cultura del Ecuador, 2008.
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Edicions Bellaterra, cop. 2009
Procesos de urbanización de la pobreza y nuevas formas de exclusión social : los retos de las
políticas sociales de las ciudades latinoamericanas del siglo XXI / Alicia Ziccardi, compiladora.
- Bogotá : Siglo del Hombre : CLACSO, 2008

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