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TEMA 18.
las regiones históricas españolas, con la extraña ausencia de León. Cada Estado podría
elaborar su propia Constitución, tenía sus órganos legislativos, ejecutivos y judiciales, y
podía organizarse con libertad a condición de respetar los preceptos de la Constitución
federal. No obstante, la división de competencia era claramente favorable a la
federación, como muestra el título V de la Constitución y los límites que ésta señala a
cada poder (art. 102).
Al enjuiciar el proyecto federal es necesario tener en cuenta las condiciones
políticas excepcionales en que se desarrolló la vida de la I República. En realidad, el
mismo texto apenas sufrió una discusión parlamentaria consistente, y su mayor valor se
encuentra no tanto en la articulación de los poderes como en la idea en sí de que la
consolidación de la democracia exigía romper con la costra centralista que habían
creado los moderados.
En 1913, por real decreto, se articuló el régimen de Mancomunidades. Las
provincias limítrofes y de parecidas características podían asociarse para asumir
competencias atribuidas en principio a las Diputaciones. Tenían una finalidad
estrictamente administrativa y no política. En marzo de 1914 se constituyó la
Mancomunidad Catalana, única que llegó a aprobarse.
Recuperando la idea territorial de la I República, pero con un marco institucional
y de organización más estable, la Constitución de 1931 recogerá las reivindicaciones
autonómicas de Cataluña y en menor medida del País Vasco y Galicia, que en cierto
modo habían contribuido a minar el régimen de la Restauración. Era pues
imprescindible que la república se planteara la reforma de la estructura del Estado.
El artículo 8 de la Constitución establece que España está integrada por
municipios mancomunados en provincias y por regiones con autonomía. Aquéllos son
elegidos democráticamente, dice el artículo 9. Y el resto del título I está dedicado a las
regiones autónomas. El tema de las autonomías fue, después del religioso, el más
debatido. Y las Cortes constituyentes lo abordaron con mucha prudencia, sin duda
porque la mayoría de sus componentes, incluyendo a los partidos más democráticos y
populares, eran reticentes a las autonomías. Sin embargo el problema estuvo siempre
presente desde el día en que Maciá proclamó la república catalana en Barcelona.
Cuando la Constitución fue aprobada se había elaborado y aprobado por
referéndum masivo el Estatuto catalán, que preveía una autonomía superior a la que
permitió finalmente la Constitución. También se habían iniciado los procesos -muy
diferentes entre sí- para la aprobación de los Estatutos de Euzkadi y Galicia, que no
tendrían vigencia, y aún muy relativa, hasta iniciada la guerra civil.
La Constitución preveía la posibilidad de que varias provincias se organizaran en
región autónoma, presentando su Estatuto a las Cortes; una vez aprobado, el Estatuto se
convertía en la ley básica para la organización política y administrativa de la región. Su
aprobación última correspondía a las Cortes, y debía ser propuesto por la mayoría de los
ayuntamientos de la región o cuando menos por aquellos que representasen a dos
terceras partes de la población. Debía ser después aceptado por las dos terceras parte de
los electores; si era rechazado, no podía someterse un nuevo proyecto hasta después de
cinco años.
El artículo 13 representa una prueba más del temor de las Constituyentes hacia
cualquier tendencia federalista, prohibiendo tajantemente la federación de dos regiones
autónomas.
La distribución de competencias entre el Estado y las regiones autónomas sigue
criterios favorables a la supremacía del primero, porque se le atribuyen las materias no
reguladas expresamente por los Estatutos, por la facultad que se reserva para fijar por
ley las bases que deben seguir las disposiciones legislativas de las regiones autónomas y
por el sistema que sigue para el reparto de competencias entre el Estado y la región
"la ley regulará las condiciones en que proceda el régimen de concejo abierto",
recogiendo una práctica propia de la tradición medieval.
Respecto a la provincial, se define también como una entidad local con
personalidad jurídica propia, determinada por la agrupación de municipios y división
territorial para el cumplimiento de las actividades del Estado. Toda alteración a los
límites provinciales debe ser aprobada por las Cortes Generales mediante ley orgánica.
Se permite crear agrupaciones de municipios diferentes de la provincia. La
Administración del Estado en la provincia está representada por el gobernador civil, y
por los delegados provinciales de cada ministerio. La provincia es además la
circunscripción para la elección de diputados y senadores. La Constitución ha
consagrado la existencia de la división provincial en las tres vertientes. Por eso, a pesar
del carácter artificial de la creación de las provincias, éstas no pueden ser suprimidas ni
tampoco los órganos que las encarnan. Un conflicto en tal sentido promovido por el
Gobierno contra una ley del Parlament de Catalunya por el que se suprimirían las
Diputaciones Provinciales fue resuelto por el Tribunal Constitucional proclamando el
carácter constitucional de las provincias y diputaciones.
En España existen 50 provincias. La Constitución de 1978 no alude a su
denominación. El cambio se nombre se realiza por ley ordinaria de las Cortes Generales
(como así fue efectivo en el caso de Logroño-La Rioja, Oviedo-Asturias, Santander-
Cantabria.)
La Constitución de 1978 admite que en lugar de las diputaciones puedan existir
otras Corporaciones de carácter representativo. Los diputados provinciales son elegidos
por los concejales, si bien la Constitución de 1978 no estipula los mecanismos para su
elección, y el actual sistema beneficia a los pequeños ayuntamientos.
En las Canarias existe además de un Cabildo en cada isla, una Mancomunidad de
Cabildos, y en Baleares y Consejo General Interinsular.
8- BIBLIOGRAFÍA
Constitución de 1978. Madrid, Edicusa, 1979.
JORDI SOLÉ TURA y ELISEO AJA: Constituciones y períodos constituyentes en
España (1808-1936). Siglo XXI, Madrid, 1985.
RAIMOND CARR: España, 1808-1939. Madrid, Alianza, 1986.
R. SAINZ DE VARANDA: Colección de leyes fundamentales. Zaragoza, 1977.
MANUEL TUÑÓN DE LARA: Historia y realidad del poder. Madrid, 1975.
VV.AA.: La Constitución española de 1978. Anaya, Madrid, 1982.