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revista literaria
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Diciembre 2010
mandeb. revista literaria año 1 número 5
S e termina este 2010 que vio nacer a mandeb, y lejos de decir que éste es un proyecto
madurado, es uno en constante crecimiento.
Por eso estamos radiantes de presentar por primera vez una entrevista en mandeb, a
cargo de Milagros Leiva, y nada menos que a María Magdalena, quien además viste la
entrada de la edición. Muchas veces pensamos y repensamos cómo incluir la faceta del
periodismo artístico en la revista, y de la mano de Milagros vino la respuesta. Le
agradecemos a ella y esperamos que los lectores disfruten tanto de la revista como nosotros.
Por lo demás, poesía, narrativa y ensayos de excelente calidad, alguna carita nueva
que se suma al fogón, y los ya tradicionales amigos de la casa, siempre incondicionales
enviando sus colaboraciones, confiando en el proyecto.
bienvenidos.
RM.
DE QUIÉN ES MANDEB.
Mandeb nos presta su voz polifacética para dar identidad a esta revista; identidad
que no es otra que la Literatura Viva en sí misma con toda su diversidad. Para que cada vez
seamos más sensibles y nos dediquemos menos a refutar. Es más, para que tengamos el valor
de construir nuevas leyendas, paso a paso.
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mandeb. revista literaria año 1 número 5
EN ESTE NÚMERO:
Número Cinco. ....................................................................................................................... 2
De Quién Es Mandeb. ............................................................................................................ 2
Autocrítica V. Mario Pires ...................................................................................................... 4
Servicios. Mario Pires .............................................................................................................. 4
Enséñales un fin. Mario Pires ................................................................................................ 5
Descifrando a Verne. Diego Sandro ..................................................................................... 6
Títeres de los Extremos. Nicolás García Gallego ................................................................... 8
Sin Salida. Nicolás García Gallego ......................................................................................... 8
Entrevista: María Magdalena. ............................................................................................ 11
Me Contaron. Milagros Leiva ............................................................................................... 15
44 Simultáneas de Ajedrez. Alejandro Brito Boadas .......................................................... 17
El Gurkha. axel luchilin krustofski ........................................................................................ 21
Relajación. Cecilio Pastrami .................................................................................................. 26
Tormenta. Junnecus .............................................................................................................. 31
Historietas ............................................................................................................................. 36
Sobre la Imagen de Portada. ............................................................................................... 37
;-3
Los editores
Diciembre, 2010.
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mandeb. revista literaria año 1 número 5
AUTOCRÍTICA V Poesía
Mario Pires
SERVICIOS
Mario Pires
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mandeb. revista literaria año 1 número 5
ENSÉÑALES UN FIN
Mario Pires
Muéstrame el camino
que hoy viajo perdido
El rumbo decisivo
de a ratos lo esquivo
Pierdo el sentido
me muero en el desvío
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mandeb. revista literaria año 1 número 5
Ensayo
El investigador y escritor William Butcher es autor de un trabajo de
puntillosidad histórica y literaria bajo el título “Las verdaderas aventuras del Capitán
Hatteras”. La obra, una revisión del único manuscrito de la célebre novela de Julio
Verne, le posibilita determinar variantes al relato definitivo publicado en el siglo XIX.
Los resultados merecen comentarse.
Dos pasajes de la novela son los que sufrieron cambios al editarse. El primero
de ellos es la narración del final trágico del capitán Hatteras. En el manuscrito, Verne
narra un salto al vacío desde el cráter del volcán ubicado exactamente en el punto
donde se juntan el paralelo y el meridiano cero. En la obra que conocíamos, Hatteras
es rescatado por otro de los marineros, el capitán Altamont, quien logra asirlo del
brazo y traerlo a suelo firme, aunque con su juicio extraviado. El final mostraba a
Hatteras internado en un hospital psiquiátrico, con la mirada siempre ubicada en las
coordenadas del polo, lo cual conservaba la idea de la obstinación.
Estos dos pasajes son merecidamente puestos a la luz por Butcher. Con el
rescate del capitán la novela sufre una supresión de un segmento trágico que
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mandeb. revista literaria año 1 número 5
probablemente se venía anunciando desde el principio del relato. Pero tanto por
morir o terminar sin sentido, lo que Hatteras no puede evitar es su autodestrucción.
El capitán cae en su propio precipicio de ambición desmedida; insensata. El rasgo
deshumanizado con el que se conduce Hatteras en todo el libro le hace predecir al
lector que encontrará su final de un momento a otro.
La eliminación del capítulo del duelo anglo-americano entre Hatteras y
Altamont distorsiona el tinte político de la obra. Suaviza una rivalidad que, tal como
fue redactada, era mucho más profunda.
En este punto podemos detenernos para volver a hacer las eternas preguntas
sobre el escritor y su relato: ¿Cuál de todos es Verne? ¿Es el obstinado Hatteras? ¿El
patriótico Altamont? ¿El doctor Clawbonny de los consejos certeros?
Y agregamos, ahora que conocemos algo más de la historia verdadera:
Verne está ahí, en esas páginas. Lo repasamos cada vez que seguimos las
aventuras, los extraordinarios senderos impredecibles del viaje. Por eso no hay una
interpretación única. Verne ha logrado lo que solamente los grandes autores, se
convirtió en su obra. Como vimos interpretarse de tantas maneras distintas y válidas
al Quijote de Cervantes. Como Homero o Shakespeare.
Diego Sandro
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Las palabras se cruzaban como flechas en la escasa distancia que los separaba.
Dejaban llagas imborrables en ambos, y abrían brechas innecesarias. Un aura oscura
parecía envolverlos, y tergiversar lo que decían al punto de llevarlo a los extremos.
En aquel mundo de tinieblas y burbujas, tan suyo pero a la vez tan conocido por
muchos, una palabra significaba un golpe y, una frase una estampida.
En el rostro de ella podían observarse sentimientos dispersos y confusos,
donde cada cual perdía sus propios límites y entremezclaba su esencia con los
demás. Rabia, impotencia, incertidumbre, cansancio y resignación colmaban sus
Narrativa
pensamientos y se lucían en forma de gestos casi imperceptibles.
Él, casi como ocultándose, la miraba de a ratos mientras disparaba sus fieros
proyectiles. No podría creer que, luego de tanto, no reflejase siquiera un atisbo de
arrepentimiento, ni de calidez.
Algunas palabras les resultaban desertoras, e incluso traidoras. Contradecían
al ser emitidas, y mostraban la absurda variabilidad de su punto de vista. El clima
continuaba desviándolos hacia las esquinas, y avivaba las llamas de la batalla. El
hombre, la mujer, quienes alguna vez habían significado algo el uno para el otro, se
mordían con dientes que no les pertenecían y se clavaban las uñas, creyéndolas
garras. Aún así, las heridas se abrían en sus propios conceptos.
No fueron sólo sus corazones los que resultaron heridos, sino también sus
propias mentalidades, invalidadas por la furia y su extremismo.
SIN SALIDA
Nicolás García Gallego
Parecía como si se fuera a deshacer a cada nuevo paso. Avanzaba con cautela,
sin sobresalir entre el tumulto de gente que rondaba las calles en un típico lunes por
la mañana. No poseía una complexión débil; la sensación de inconsistencia que se
podía observar en él era algo que iba más allá de lo físico, pero que aún así se
manifestaba en ese medio. La expresión que colmaba sus facciones, sumado al paso
inseguro y su equilibrio inestable, lo hacían parecer hecho de papel.
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Y es que en la ciudad, aquel hombre era uno más del montón. Estaba allí, y sin
embargo pasaba completamente desapercibido. Parecía gustar de aquel absurdo
juego de invisibilidad, provocada por la ceguera que las preocupaciones causaban en
los demás. No podría, no resistiría la vida en un pueblo pequeño, uno de esos en los
cuales todos se conocen con todos. Era una extraña ironía, pero era allí donde las
personas abundaban que el trato se tornaba más impersonal.
Aún así, aquel pequeño y ficticio vehículo de papel tenía miedo de llegar al
final de la cuadra. Por más que no quisiera, la sorpresa tomaría lugar en la esquina y
el destino ejercería en él su jugada predeterminada.
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podía, no quería ostentar un cargo más elevado. Decidió que era un poco de las dos,
y abandonó un poco de su cordura.
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¡Muchos! Mi favorito es Sandman (de Neil Gaiman), de ahí mi afición por las
historias laaaaaaaaargas y complicadas, pero adoro Scott Pilgrim que es como todo lo
contrario. A la mitad he disfrutado mucho cosas como V de Vendetta, Hellboy, Tank
Girl, The Umbrella Academy y El Eternauta (no es joda, cuando lo descubrí me voló
la cabeza que fuera latinoamericano y de los 50). Algunas historias me llaman por la
historia (sic) y otras por el dibujo.
Aprendí a leer con Mafalda, a eso de los 5 años (edad en que religiosamente
dejé de tomar sopa) y amo las tiras como Macanudo, Calvin & Hobbes y Maitena, etc
ect ect etc etc etc etc.
1 La muestra de comic Las chicas quieren rock, realizada entre el 20 y el 27 de agosto de 2010 en Argentina.
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Pueeees, yo creo que todavía sigo en él. MM empezó en el 2008 en Bs. As. y
para marzo del 2010, me mudé de vuelta a Lima, Perú. Así que en muchos sentidos
es como volver a empezar. Lo bueno es que como de aquí no me pueden deportar,
puedo pintarrajear muros, pegar cosas en las calles y eso. La verdad con el DNI
argentino que pone INMIGRANTE en Arial cuerpo 30 en la tapa... me daba un poco
de miedito trasgedir la ley.
Los cortos, los concretos. Los que no requieren ropa linda para trabajar pero te
dejan ponértela para celebrar. No soy muy buena siguiendo jerarquías, porque,
seamos honestos: no hay muchos jefes que respetar en el mundo laboral “que da
plata”. Me gustan los trabajos en que puedes crear algo, entregarlo y hacer feliz a la
gente.
A ver... TU comic nacional (el argentino) está muy muy muy por delante de
MI comic nacional (el peruano). Con esto no quiero decir que sean mejores, en ambos
lados hay cosas buenísimas y cosas que dan pena. Pero hay un circuito comiquero en
Bs. As. que es envidiable: las convenciones, las mismas comiquerías, los espacios de
difusión. Aquí, sin dárnoslas de mártires tuvimos un X- Men al año por diez años, y
eso era todo lo que llegaba de comics, al 500% de su valor. En Bs. As. hay una cultura
del comic mucho más avanzada que acá. Aunque es desalentador al principio, hay
que tomarlo como una oportunidad (o morir en el intento).
Creo que la gente busca que caigas en el cliché. Es como que les das la
satisfacción del “te lo dije”. A mí me duele la panza cuando me indispongo, pero, la
verdad, no me dan ganas de hablar/leer de eso habiendo tanta idiotez divertida por
ahí. Ahora, por ser mujer, a veces caen oportunidades de hacer cosas en conjunto, lo
que viene muy bien, porque no es tanto la competencia, sino la falta de
oportunidades en general la que te sepulta. Diría que la ventaja es mover bien el
traste, seas lo que seas.
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¡Sí! Todos soñamos con una muestra personal, supongo, pero empezar en
grupo es más fácil y divertido. Hay más formas de difundir el trabajo y todos salen
beneficiados. Las muestras colectivas me parecen buenísimas porque como
espectador/cliente/fan te dan más por menos. ¡Y a mí me encanta la rebaja!
A todas ellas las conocía por blogs, aunque nunca antes habíamos hablado.
Ahora por la distancia, estoy empezando a conocerlas más virtualmente. Espero que
podamos hacer algo juntas de nuevo. Y por qué no, aquí en Perú, apenas descubra
cómo.
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ME CONTARON Narrativa
Milagros Leiva
Volvía de la clase. Sonaba una canción de esas que están pensadas para que la
gente baile sin escuchar o entender nada. Una música de mierda, diseñada con un fin
específico, como la que ponen para que uno escuche mientras espera que le atiendan
el teléfono. Te decía, una música de mierda, con palabras de mierda, repetida y
gastada pero que de alguna manera hace que los pies entren en acción. Un punchi-
punchi feliz que hacía que mi monólogo interior y mi ceño fruncido contra el vidrio
parecieran todavía más patéticos. Triste.
Entonces, con la cabeza apoyada para sostener todo eso que pensaba sin
querer y que nunca dejo salir cuando estás cerca, tuve otro momento de revelación.
Nada nuevo. Soy conocida por mis visiones apocalípticas. Jani siempre me dice que
cuando tiene miedo de hacer algo me pregunta qué veo en su futuro porque según
ella soy una “adivina de lo malo”. Pero ya estoy divagando...
El tema es que sí, no sé por qué, pero tengo algún tipo de disparador que me
avisa cuando una idea es muy mala, o cuando estoy en peligro o cuando algo o
alguien me va a hacer mal. ¡Es bastante práctico, eh! Lo malo es que a veces decido
ignorarlo completamente y es en esos casos en los que termino como ahora. Una
boluda.
Decía que ahora todo esto pesa y no porque quiera hacerme la metafórica
sufrida sino porque pesa en serio. Si no paro de una vez con este ventilador de
pavadas cerebral se me va a partir el cuello, o se me va a caer la cabeza... una de dos.
Jani también dice que me sale bien la “pobrecita de novela”, que soy muy
creíble en plan de triste. Pero creo que para opiniones como esas, con ella tengo
suficiente. No creo que sea una buena referencia, al menos no una que me haga
quedar como un ser humano medianamente decente.
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Las chicas del asiento de enfrente se tocaban el pelo como frenéticas, juntas, al
mismo tiempo y siguiendo un ritmo. Dejé de mirarlas porque me pusieron nerviosa.
¿Harán todo de esa manera? Me dieron una sensación de siamesas separadas al nacer
que me heló la sangre. Nunca pude hacer algo así con nadie, digo, mimetizarme,
compenetrarme o prestar atención por más de cinco minutos. Después me disperso o
me aburro. Lo mío es del tipo no doy nada y espero todo. ¡Ya van a ver, es
buenísimo! Al final, te quedas sin nada igual...
Debe ser por eso que me siento con la cabeza contra el vidrio y el ceño
fruncido durante un viaje con una música que no escucho pero sé que está.
Contra el vidrio surge Jani, otra vez, con sus palabras y sus rodeos. Sus
verdades y esos ojos...
1984, Buenos Aires (Nacida y criada) Voy y vengo y doy vueltas pero siempre
me aseguro de llevar alguna libreta para hacer anotaciones y con eso escribir lo
que sea. Tengo una fascinación con la idea de “crear algo donde había nada”.
Publico lo mío en Todo, nada... y lo que queda en el medio
(perdidaenlanada.blogspot.com). También aparecieron algunos de mis textos
en Escrituras Indie (escriturasindie.blogspot.com).
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44 Simultáneas de Ajedrez
Narrativa
José Alejandro Brito Boadas
Una mañana plomiza, que repetía mañanas idas y por venir, acompañó a su
madre al edificio cuyo emblema de rojo cruzado ya era un habitual de sus lunes y
jueves. El edificio, gris u ocre, ciertamente gastado, se erigía silente entre otras
cárceles de concreto habitadas por enfermos y frecuentadas por estudiantes que
cargaban en sus batas blancas el tedio, la inconformidad con alguna calificación, la
lástima por algún tísico, el disimulado deseo de revancha contra alguna vieja
enfermedad, la no menos íntima prefiguración de fortunas alimentadas por ricos y
pobres. Dos o tres simplemente llevaban la intención noble, sincera, tal vez
reprochable, de ser médicos. El edificio, como cualquier hombre, alguna vez pudo
vanagloriarse de su juventud: gente que alababa su rostro bello, órganos que
funcionaban síncronos e irreprochables, la arrogancia robada a la lozanía, el gris u
ocre hermoso, plateado, casi azul. Como cualquier hombre, su derrota contra el
tiempo era el precio convenido con las deidades a cambio de la vida. Como cualquier
hombre, su concreto ya no era límpido, el sol y el rocío desgarraban sus escaleras, su
virilidad resultaba dudosa, su futuro se asomaba irrefutablemente incierto, y sus
lunes y jueves allanaban espacios para Roberto, su madre, y los taconeos tristes de
otros que probablemente recibieron en la pila bautismal los mismos nombres:
Roberto, Luisa.
Cuando yo supe que mi hijo tenía “esto” (y digo “esto” porque tengo la
sensación de que llamarlo por su nombre lo refuerza), sentí que los caminos de mi
vida se cerraron. Debe constar mi catolicismo o protestantismo, pero con franqueza
admito que desde aquel día mi memoria prescindió de algunos dioses menores y de
algunas oraciones tardíamente recitadas, con fe e infructuosidad. Oraciones que
siempre me evocan los difuntos, tal vez laxos, mediodías en la casa de barro de mi
tía-abuela, venida del Este, y despedida, como todos, hacia el Sur. Era una negra
maciza, tejida con sangre africana, hija de la tierra y de los ritos. Ella me quería
mucho. Ella fue mi iniciación a la fe y a la resignación de ser pobre. Era la casita de
barro traspasada por unas gallinas libres y un gallo altanero, anunciada por una
balaustrada de cardos, consolada por un tinajero de agua absurda, coronada por el
sol, y éste, por alguna cometa formada con el chismoso papel de los diarios. Era
Roberta, y cuando murió, la acompañaron su gallo, su vestido blanco prístino, y mi
indiferencia absoluta y bochornosa de mujer enamorada. Sí, no la lloré, no fui una de
las dos personas que la sepultaron, no mencioné su nombre en ninguna plegaria, e
ignoraba todo sobre la palabra “leucocitos”. Lo supe al mes, y mi corazón enamorado
no conoció turbación. Porque en ese entonces yo vivía en la capital y había conocido
al padre de Roberto, faltaban pocos días para quedar embarazada, y era feliz, según
creía, o según me decían mis amigas. Era feliz, y era otra. La niña inocente que
celebraba los dulces de coco de la tía-abuela había crecido en las bocas y las manos
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de hombres fugaces que, como el padre de Roberto, la premiarían con una soledad
inmensa y parduzca más propia de las llanuras infinitas que de un cuerpo púber. Al
igual que en aquel momento ilusamente creía ser feliz, ahora creo que me he
redimido con mi hijo que lleva su nombre, con la Biblia abierta en los salmos que ella
prefería, con la cruz de una pobreza tan pálida como su vestido, con este escapulario
al que me aferro mientras hablo para postergar las estupidez, mi silencio y el
estallido de las lágrimas. Así me habló Luisa, aunque con palabras más cálidas y
humanas que este vergel violeta e inodoro al que yo he recurrido para postergar la
crítica, mi silencio y el estallido de la impotencia. Palabras más, palabras menos.
El reloj de la secretaria deslizaba sus agujas con los retrasos propios de este
mundo venido del Oeste. Después de todo, el tiempo de la secretaria, finalmente
sana, no poseía las mismas dimensiones que el tiempo de un grupo de enfermos
esperanzados. Y si la secretaria pensara, seguramente en su juicio dictaminaría que
mientras más esperen los enfermos, más se incrementa su esperanza y quizás su
curación. Así, con su aparente retraso, que ahora ya sabemos intencional, ella actuaba
como la primera benefactora en la cadena de tratamiento. Sin sonrisas, para no
confundir el diagnóstico que hacía de cada uno, y para evitar que la esperanza de
algún desahuciado se convierta en fe (o peor, en certidumbre). Ella los envidiaba, tal
cual Roberta envidiaba el andar despreocupado de sus gallinas, porque a ella nadie
la liberó de su mal. Siempre sola, siempre dependiendo de los favores del poderoso
sindicato. Para ello, toleró las cargas precozmente suspendidas de un ex-presidente
del sindicato, en una cama enmohecida e insignificante. Un par de médicos y jefes
habían sucumbido para siempre al chantaje del sindicato, y gracias a ese temor le
expedían a ella, la secretaria vehemente, la que llegaba tarde a propósito, permisos
para ausentarse hasta por cuatro meses (una vez, seis). Casi siempre la justificación
de su ausencia era un dolor en la espalda, alteraciones emocionales por diatribas de
pareja, un ojo hinchado, pero nunca, sépase, introspección de conciencia.
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La sala de donantes iniciaba justo donde el óxido había usurpado la última “i”
del pomposo apellido foráneo, “Castelloni”. Según el registro de ese día, acudieron
diez reclutas a donar su sangre, aunque la hepatitis clausuró la intención de dos de
ellos. Según mis ojos, Roberto correteaba en la sala, ahogando nervios de los
presentes, y manoseando con alguna violencia una máquina de plasmaféresis,
averiada. Por obsoleta, por averiada, y sobre todo por ajena, lo que el niño hiciera
con la máquina no importaba para el médico a cargo. Según los ojos de Dios, el
altruismo de los reclutas nacía de algún dinero que los familiares del viejo pálido
habían logrado reunir y distribuir. Daniel Castelloni, de contemplar aquello, habría
exclamado con su inmutable acento porteño que todos eran unos pecadores. Pero
Castelloni estaba muerto, para felicidad del estado y de su viuda.
Siempre se creyó que a Castelloni lo mataron. Líos de faldas, según dicen. Pero
la verdad es que Castelloni nunca existió. O si existió, nunca se recibió de arquitecto,
nunca visitó aquel país, nunca se involucró en la construcción del edificio. Daniel
Castelloni era el nombre de un futbolista mediocre (y luego infelizmente casado,
como se supo), que algún funcionario del Ministerio de Infraestructura y Vías extrajo
casi al azar de una revista deportiva extranjera. Se creía entonces, y se cree ahora, que
un apellido infrecuente, de corte clásico o desconocido, tiende a convalidar cualquier
palabra, obra, error o dictamen. Así pensó el gobierno, y acertaron. Una de tantas
falacias (argumentum ad populum) que mueven al mundo y le confieren sentido a la
vida. Se recuerda que durante la inauguración del edificio gris u ocre, Castelloni no
asistió y se excusó alegando proyectos urgentes en Chicago. La gente aplaudió su
gesto, y aplaudieron el edificio, no cualquiera, sino el edificio del Arquitecto o Doctor
Daniel Castelloni de Gerkel. Las placas conmemorativas, salones y mitos con su
nombre le garantizaban a Castelloni el merecido elogio y el eventual sepulcro junto a
su edificio.
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“Señor... estoy desde la madrugada en esta cola”. “Patroncita, las reglas son
las reglas, y son para todos”. Una, vieja, con la cara surcada por yagas y una
inexplicable protrusión a la derecha del cuello. El otro, robusto, joven y por ende
arrogante, funcionario público (a sus órdenes, con afecto y discreción). “Ninguno de
estos papeles, lamento decirle, certifica que su nieto está enfermo. Ninguno certifica
tampoco que usted, como dice, trabajó para el estado y merece el auxilio de estos
medicamentos. Lo siento, mi doña”. “Mi negra, si quiere puede cambiarse a aquella
otra cola, la que rodea el árbol”. “Mire, patroncita, sé que en ésta le tomó cuatro
horas ser atendida, pero en aquella hay menos gente y, me parece, están atendiendo
más rápido”. “Sí, sí, vaya arregle sus papeles y mañana se viene otra vez. Perdón,
véngase la semana próxima, porque ya esta semana no trabajamos... cosas”.
“¡Siguiente!”. “No le garantizo nada, patroncita. Usted verá”. “¡Siguiente!
¡Siguiente!”.
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EL GURKHA
axel luchilin krustofski
Narrativa
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silueta sobre el horizonte iluminado por ese resplandor naranja que tienen a veces las
nubes de tormenta. decidí con los últimos restos de consciencia que me quedaban
pasar allí la noche.
seguimos con esta rutina a lo tom y jerry durante aproximadamente dos años.
siempre con idéntico resultado. a él le caía un piano en la cabeza y yo lograba huir.
hasta que un día las cosas cambiaron otra vez. creo que podríamos decir que
terminaron de torcerse. porque un perseguidor es como un dios, cuando se le pierde
el temor todo está perdido. y he aquí, lector, el porqué de este texto, este
comunicado.
un día, no hace mucho tiempo atrás, en las afueras de casupá, fui nuevamente
interceptado por el más que inepto recuperador de libros. la situación se dio, en
principio, como ya he descrito: él apareció de improviso, ya casi por costumbre me
atemoricé, algo sucedió que lo abatió sin que yo moviese un dedo, reí a carcajadas. y
mientras yo reía, él emprendió la retirada. el gurkha se volvió y corrió hasta perderse
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de vista. eso sí que no me lo esperaba. aquella parte era mía, era lo que yo había
hecho siempre. ¿y ahora? ¿qué estaba pasando?
a poca distancia de mí encontré la respuesta: su kukri. caído entre el pasto. era
la primera vez que aquella cosa no estaba en sus manos. y se veía tan gentilmente
dócil a ser empuñada por cualquiera...
es por eso que escribo hoy, que dejaré estos papeles por debajo de la puerta
del diario primera página cuando termine. para comunicarle a tong po/hanglin y sus
demás hermanitos gurkhas que voy a por ellos. que bajo la forma de un paria
fugitivo, fuera de la ley y la sociedad, los cazaré uno por uno. y para hacerlo más
divertido él será el último.
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Relajación
Narrativa
Cecilio Pastrami
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Antes de eso había visto algo de televisión. Sin volumen. Con el equipo de
música prendido en una melodía familiar. Una melodía que recordaba amar. Una
melodía de esas perfectas, pero a la que se había vuelto insensible. Con gran dolor lo
notó (con gran notor lo doló):
Ya no la sentía en el aire, no la sentía en su piel. Sólo un murmullo (apenas un
bzbzzzzzzzzz) en sus oídos, a los que no les importaba que terminara o no. Ya no
sentía esa estúpida nostalgia cuando terminaba. Esa nostalgia porque había acabado
y su sensibilidad gritaba por volverla a oír, porque había acabado y sería demasiado
volverla a escuchar...
Antes de eso, zapping , zapping y más zapping, un par de películas que ya
había visto pero que podría volver a ver, informativos aquí y allá, videoclips aquí y
allá.
Luces.
Muchas luces y nada más. Un fulgor retumbaba sobre las paredes.
Más claro. Más oscuro. Pero nada más. ¿Antes de eso?
Antes de ver tele, había prendido el equipo de música. Antes había dudado si
escuchar ese tema que tanto le gustaba y que le recordaba a...
Decidió que sí.
Antes de eso. Había llegado a su casa. Había encendido todas las luces
posibles. Había caminado sin rumbo por los pasillos, como si estuviera buscando
algo. La sentía vacía.
Antes había manejado su auto. Luces de nuevo. Rojo. Verde. Rojo. Verde.
Algún amarillo y la noche negra bajo la inevitable lluvia.
Antes de eso había pasado el día en su oficina. “Un día de mucho trabajo
hoy”. Antes de salir de su oficina, había saludado al guardia. Antes de saludarlo
había bajado en el ascensor y mientras bajaba en el ascensor había pensado en el día
anterior a esa misma hora.
Once cuarenta y cinco.
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Antes había estado trabajando... ¿cuatro?¿cinco horas? Frente a la PC. Con los
papeles de la cuenta de Anderson y con los de la Cervecería que eran más
complicados. Mientras trabajaba había llamado Doña Antonieta.
“¿Para qué llamaba?”, preguntó. Aunque lo sabía, fingió no saberlo. Y al
parecer fingió bien porque ni siquiera llegó a preguntar lo que pensó que
preguntaría. Llamaba para hablar de Cristina. Pero Doña Antonieta también sabía
que él no podía tolerar siquiera su nombre. Dudó. ¿Si no había hablado con Cristina
últimamente? ¿Y qué le interesaba a él nada de Cristina? No, no sabía nada de
Cristina. Cruzaron dos o tres frases más (sin importancia) y cortó. Le dolió no saber
qué era de su vida. Cómo andarían sus cosas. La última vez que se habían visto no
estaban como para hablar de banalidades.
Antes había trabajado. Más y más. Charlas con un par de clientes. La reunión
con los de tesorería. Todo bien con los números por suerte. Los números sí que eran
fieles. Nunca fallaban. Antes había llegado del gimnasio.
Antes había ido al gimnasio, como todos los días. A pesar de que estaba
agotado por todo el trajín de la noche anterior. Sólo un par de ejercicios livianos. Un
poco de bicicleta. Unas abdominales. Ejercicios con poco peso. A pesar de que no
tenía ni las más mínimas fuerzas, hubiera sido tonto romper la rutina justo ese día.
Antes había llegado al gimnasio y había cruzado dos palabras con la chica del
mostrador. Nada importante. Algo sobre las cuotas.
Antes había aparcado en el parking cubierto porque parecía que iba a llover y
el coche estaba recién lavado.
Antes había salido de su casa. Había conversado con el portero, que le dijo que
seguro que más tarde llovía. Don Andrés (el portero) tenía un don para estas cosas y
siempre acertaba. Si decía que iba a llover, llovía. Daniel siempre le llevaba la contra,
aún sabiendo que llevaba las de perder, ese día no fue menos y se quedó un par de
minutos, como casi todos los días, a discutir las probabilidades de que lloviera.
Incluso apostaron, como siempre hacían, unas monedas. Monedas que Daniel
invariablemente perdía.
Antes había vuelto del cuarto de lavado y había dejado secando la ropa recién
lavada en su balcón interno.
Antes había ido a lavar algunas cosas. Como no se sentía muy bien esperó a
que el cuarto de lavado se desocupara. No tenía ánimos para entablar esas
conversaciones superficiales con algunos de sus vecinos mientras esperaba la ropa.
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Así que fue cerca del mediodía, para evitarse tanto esas charlas casuales como otras
molestias.
Antes había esperado que pasara el tiempo, leyendo el periódico sin leer,
esperando que el sol subiera más, que fuera mediodía. Al mediodía nadie iba a lavar
la ropa.
Antes había abierto la heladera sólo por costumbre, ni siquiera había mirado
adentro. La cerró sin sacar nada. Tampoco tenía hambre y más bien sentía unas
ligeras náuseas.
Antes había caminado tambaleando hacia el baño, con mal gusto en la boca y
una molestia en la espalda.
Cecilio Pastrami
Se podrían decir muchas cosas sobre Cecilio Pastrami. Huraño, antisocial, ermitaño lo
describen con cierta precisión. Aunque egoísta, ingrato, soberbio pueden aplicarse sin dudar a
su persona.
Su exclusivo círculo íntimo ( no más de diez personas, los únicos que alguna vez han
accedido a leer lo que escribe) cree que este cambio en su mentalidad se debe a que pronto
cumplirá setenta años, edad a la que se comienza a experimentar el inevitable terror, el
relámpago frío que recorre a cada persona que descubre la segadora a su espalda.
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mandeb. revista literaria año 1 número 5
Tormenta Narrativa
Junnecus
Escribo sin levantarme de mi sillón mientras Diego cruza la puerta y deja caer
su mochila en el suelo. Lo observo mientras se saca el sobretodo mojado y se sacude
el pelo frente al espejo. Es un antiguo espejo de tres hojas el que tengo en el living,
elegante y enorme, con marcos tallados y que trajo mi padre a casa cuando yo era un
niño, espero que Diego no me lo moje...
Diego ha venido hoy a casa para tocar la guitarra. El pobre Diego... La verdad
es que sin Fernanda las cosas para mi torpe amigo empeoraron al punto en que todo
su brillo se fue al carajo. Ya no es el Diego de antes. Cuando estaba con Fernanda
regalaba alegría y atención, siendo que ahora es como si la mendigara... El amor es
estúpido. Espero que al menos haya traído bizcochos. Que si bien mi amigo siempre
ha sido mediocre, debo reconocerle que tiene dos cosas a favor: lo disfraza muy bien
y además es buen músico. Diego es del tipo de los instrumentistas, aburridos pero
excelentes ejecutantes, de los que traen bizcochos, pura técnica y cero creatividad; un
buen Sancho después de todo... Diego no es ni por asomo un tipo con gracia pero sin
embargo sus lentes, su bigotito Dalí, su boina, su morral y su indumentaria toda
predisponen a los incautos en tal sentido lo cual no es un dato menor. Fernanda
nunca se hubiera fijado en un tipo como Diego sin su bigotito y su boina.
Diego está contándome ahora acerca de una discusión que tuvo con el taxista
antes de venir y yo sigo distraídamente escribiendo mis notas en este cuaderno.
Diego cree que garrapateo una especie de tormenta de ideas. Increíblemente no le
molesta que escriba y no se interesa en leer, de todas maneras dudo que se ofendiese
si llegase a hacerlo. Nunca se ofende por nada.
Leo lo que anoté arriba, en el párrafo anterior, y pienso que resulta un hábito
inevitable de la naturaleza humana encasillar a las cosas y a las personas en un
primer vistazo como hizo Fernanda. Lo importante es saber que esa primera y
equivocada opinión es la que establece las normas de relacionamiento en lo venidero.
Se trata además de una práctica que ejerce una influencia activa, constante y
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poderosa sobre nuestro comportamiento y aún sobre la visión que tenemos acerca de
nosotros mismos. Aún así, el acto de catalogar a alguien es sin dudas un proceso
cognitivo inicial común (que no quiero tildar de “prejuicio” dado el tono despectivo
que ha tomado la palabra y siendo como es ésta una actitud que deviene de la forma
natural y lógica con la que el cerebro se empeña en aprenderse el contexto porque no
sabe de otros métodos para lograrlo) porque somos bichos. Sólo quería decir eso, que
somos bichos.
Sí, ciertamente, ninguna supermodelo “top” de las pasarelas que por algún
motivo hubiese visto desfigurado su rostro repentinamente en algún accidente o, sin
ir más lejos, ningún gordinflón de toda la vida que de algún modo enflaqueciese de
golpe opinaría que el primer golpe de vista es irrelevante en la concepción del “yo”.
Pues bien: no lo es.
Ahora Diego, luego de poner los bizcochos calentitos frente a mí, a modo de
ofrenda en la mesita ratona procede a desenfundar una de mis dos guitarras. Por
supuesto: Diego ha elegido la fea, es la que siempre asume que debe agarrar y es un
hecho nunca se lo ha cuestionado desde que viene a esta casa. Lo escucho y no me
sorprende escuchar de su boca los mismos comentarios de fútbol que se repiten hoy
en la calle. Lugares comunes: “Ahora el mundo habla mal de Suárez cuando la
verdad es que en el fondo les gustaría ser igual de nobles.” Mentira, pienso yo: La
“verdad” es que naturalmente y con toda la justificación que brinda el no haber
elegido nunca nuestra salvaje naturaleza animal, queremos satisfacer el ego,
queremos sexo y queremos dinero porque nos preocupan las facturas a fin de mes,
nos preocupa la comida y nos preocupa la muerte, queremos y hacemos cosas
estúpidas porque nos dominan las hormonas, nos domina el amor, el odio, nos
dominan los nervios, nos dominan las necesidades fisiológicas, el sueño, la
estupidez, las ganas irresistibles de comprar algo, el miedo al ridículo o la necesidad
imperiosa de salir a fumar un cigarro. La vida humana transcurre en un caos
irracional y primitivo. Somos todos bichos absurdos, ignorantes y drogadictos, por lo
tanto es un hecho que en ese estado de cosas, en este caos, nadie puede pretender
seriamente la nobleza de nadie. Punto. Igual la innobleza de Suárez estuvo muy bien
y los bizcochos recalentados en el microondas son una gloria...
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entre octava y distancia... Las ondas, los sonidos, las matemáticas y la naturaleza
siempre inducen a pensar que existe una pieza en el universo que tristemente se nos
escapa. Hay alguna forma de lo perfecto allí, en lo básico de las cosas, diferente del
caos y del azar y que no acabamos de descubrir todavía. Lamentablemente el mundo
esta dominado por la superstición religiosa y la idea de fe como distinta de lo
improbable. Finalmente este mundo esta lleno de Diegos.
En definitiva mi amigo ha venido hoy para terminar ese par de canciones que
deberíamos dejar completas para el ensayo general del jueves, y aunque estamos
atrasados, me complace escribir mientras él se afana por llenar el silencio. Rasgueos
intrascendentes por parte de Diego. No me canso de observar cómo el sonido sordo
de la guitarra barata se acopla maravillosamente con el estilo mecánico que tiene
para ejecutarla. En cierto modo mi amigo es como un robot con sensibilidad musical.
Por eso me encanta tocar con él. Provoca la emoción requerida pero no distrae de las
melodías importantes, que son las mías. No se cansa de ser segunda ni de repetir la
misma base durante tres horas cuando es necesario. Y jamás se equivoca. No tengo
idea de qué es lo que en general lo motiva ni por qué somos amigos. Es en cierto
modo una incógnita para mí. Es el único tipo que conozco que no da muestras de
importarle su orgullo ni su amor propio. En realidad sus motivaciones me intrigan
poco, en algún momento me dedicaré a descifrarlas si llega el momento. Aunque
probablemente Diego es de los idiotas que sueñan despiertos todas las noches frente
al espejo con una vida mejor. Sí... A veces el mundo es un lugar horrible...
Es que el hombre que compite con una mujer por ganarse el amor de otra
debería apelar a su hombría y no a su femineidad. Eso fue lo que seguramente le falló
a mi amigo con su ex: se emputeció tristemente para reconquistar a su esposa cuando
debió haber ido precisamente hacia el otro lado. Una verdadera pena... Y una
sorpresa para todos que Fernanda fuera lesbiana después de todo. Curioso como
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“Maté a Fernanda” fue lo que dijo. Y sólo tuve que mirarlo a los ojos una vez
para saber que era cierto. “Mate a Fernanda, la acuchillé anoche después que te
fuiste” ¿Y cuál es la gracia? Diego sonríe... Ya sabe todo... Caen las fichas... Ahora me
doy cuenta que lo que en realidad llamaba mi atención era el mango de una cuchilla
sobresaliendo en la mochila de Diego por el espejo. Tres hojas... ”Mate a Fernanda”
Diego no se dio cuenta porque la mochila estuvo atrás suyo todo este tiempo. Debo
disimular y seguir escribiendo... Aquí no pasó nada... Yo veía lo que era el mango de
una cuchilla por el espejo. Algo salía de contexto. Por eso todas estas absurdas
consideraciones inconscientes con los espejos. Demasiado tarde. Diego ha venido
aquí para asesinarme. “Maté a Fernanda”, dice Diego. No puedo creer. En realidad
estoy cagado hasta el pelo... Ahora sí. Es eso... Me vino a matar... Qué gracioso...
Sigue tocando mi fea guitarra como si fuera suya, esperando paciente para
acuchillarme. No puedo moverme... Estoy temblando... Todo cae en su sitio y el
living da vueltas cuando quiero pararme. La droga hace su efecto. Los bizcochos...
Quiero gritar y no puedo. Tengo que concentrarme y seguir escribiendo para
hacerme el sota... Ni siquiera puedo articular palabra ni decir nada. Me quiere matar
y si grito ahora me mata de un salto. Nadie va a escucharme... Difícil defenderse en
estas condiciones... Debo seguir escribiendo para que no sepa que ya me di cuenta...
Debo ser natural. Debo pensar. Debo pensar. No puedo pensar claramente. Todo el
tiempo lo que vi fue el mango de una cuchilla en la mochila por el espejo. ¿Y qué? El
espejo lo compró mi papá en un remate... La palabra remate se me hace chistosa.
Todo esto es muy gracioso. Estoy realmente muy drogado... Casi me caigo. Casi me
caigo. ¿Repetí lo mismo?
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Junnecus
Casi podemos afirmar que este pobre nabo, quien les habla, se llama Juan debido a que él
mismo considera que ése fue el nombre que efectivamente le pusieron sus padres al inscribirlo en
el registro cívico de su país... Al menos todo lo induce a pensar de ese modo ya que por más que
se esfuerza no encuentra motivos para dudarlo...
Junnecus en realidad no se acuerda exactamente de haber nacido pero confía en haberlo
hecho dada su aparente capacidad de influir y afectar el entorno, lo que presupone cierta
presencia permanente en el espacio y el tiempo lo cual (sumado a la consciencia de ser el mismo
que lo acompaña desde que recuerda) hace muy plausible que ésta premisa sea cierta. Es más,
teniendo en cuenta los documentos existentes y presumiendo que son genuinos quien les habla
incluso se atrevería a afirmar que nació en Montevideo allá por el año 1980 siendo además del
signo de Aries (Eso, claro está, si damos por válidos los enunciados zodiacales que especifican las
fechas y los intervalos que se corresponden con cada signo dentro del horóscopo y que afirman
que son de Aries los nacidos a finales de Marzo sin lugar a excepciones) De todos modos asegura
que el último dato es irrelevante. Finalmente Junnecus es de la creencia que actualmente reside y
trabaja en Montevideo.
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Murphy Discreto
Matías Brun, Fiaca para internet, vive más allá de su cuerpo y por eso a veces lo
maltrata. De vez en cuando vuelve a encontrar el placer de no pretender una
superioridad inexistente que, al fin y al cabo, toma como un aparato psicológico y no se
aflige por ser algo pedante.