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Las bienaventuranzas son una apuesta a favor de la felicidad.

En ellas Jesucristo
plasma las actitudes que nos pueden hacer más humanos “a su estilo”, más hijos de “su
Padre” y más “seguidores” de su Palabra.
Cada una de ellas señala algún impedimento que tenemos en nuestro seguimiento
del Señor, en nuestra aportación a la construcción del reino de Dios. Contemplarlas –más
allá de la pura reflexión- nos puede ayudar a ir creciendo en el modo de seguimiento al
que Jesucristo, el Señor, nos llama.

 Bienaventurados los pobres en el espíritu porque de


ellos es el reino de los cielos

Esta bienaventuranza es el pórtico de todas las demás. Sólo desde ser pobres en
el espíritu se puede dar el seguimiento de Jesús.
Jesús vive el sentido de provisionalidad, de inseguridad radical... y vive también la
experiencia de que la tentación pasa por las riquezas, por las seguridades...
Sólo tiene sentido ser pobre si eso genera en nosotros confianza en Dios, si nos
acerca desde nuestra pequeñez al pobre, al desvalido, al necesitado...
¿Dónde pongo yo mi seguridad?
Mt 6, 25-34 Lc 19, 1-10 Lc 14, 33

 Bienaventurados los mansos porque ellos heredarán


la tierra

Jesús vive en su vida la mansedumbre y humildad de corazón. No se defiende


durante su vida, no se defiende en el momento de su muerte...
Cuanto más inseguros estamos, cuanto menos nos fiamos de Dios, más
necesitamos defendernos...
La mansedumbre es una actitud ligada a la humildad, que parte de reconocer
nuestra pequeñez y de situarnos ante el otro sin querer ser más, sin querer imponer
nada sabiéndonos hermanos.
¿De qué me defiendo?
Mt 11, 29-30

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 Bienaventurados los que lloran porque ellos serán
consolados

El dolor es una experiencia tremendamente ambigua. A veces nos hace crecer, da


profundidad a nuestra vida, pero también puede amargar, destruir.
Jesucristo, al hacerse como uno de nosotros asume también la experiencia
humana del dolor y nos muestra como en él se puede ser feliz.
Seguir a Jesucristo es ayudar al otro en su dolor, compartir y ser solidarios con
los demás. Es luchar por acabar con el dolor de los hombres.
¿Cómo vivo mi dolor? ¿Me implico en el sufrimiento de los demás?
Mt 8, 16-17 Mt 25, 31-46 Jn 11, 33-35

 Bienaventurados los que tienen hambre y sed de


justicia porque ellos serán saciados

De alguna forma somos aquello que deseamos. Nos movemos por lo que en el fondo
de nuestro corazón ansiamos, por donde ponemos nuestro corazón. ¿Lo ponemos en la
búsqueda de la justicia?
Jesús dio de comer y dijo que no sólo de pan vive el hombre. Se implicó en actuar
ante la necesidad del otro hasta dar la vida por todos.
Sólo cuando no nos quedamos impasibles ante la necesidad, ante la injusticia…
Sólo cuando nos duele “el hambre y la sed”, estamos en el camino del seguimiento del
Señor.
¿Dónde está mi tesoro? ¿Dónde pongo el corazón?
Mt 13, 44 Lc 16. 19-31

 Bienaventurados los misericordiosos porque ellos


alcanzarán misericordia

Ser misericordioso es “tener corazón”, tener compasión de la miseria.


La misericordia de Jesús no es una misericordia desde arriba, sino una
misericordia desde la debilidad, desde la experiencia de anonadamiento que Él mismo
vivió. Desde la propia situación de necesidad, es desde donde somos capaces de
acercarnos al otro y vivir con un corazón misericordioso.
¿Qué me produce misericordia? ¿Ante quién se mueve mi corazón?
Lc 10, 29-37 Lc 15, 4-10

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 Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos
verán a Dios

Los “limpios” de corazón son los sinceros, quienes viven su vida desde la
autenticidad, desde el interior y no desde la apariencia externa.
Jesucristo nos enseña como Dios mira el interior del corazón del hombre y no lo
de fuera. Allí reside la bondad y la capacidad de mirar el mundo con los mismos ojos con
los que Dios lo mira. Sólo desde la actitud del niño, del que no tiene malicia se puede dar
el encuentro con Dios que ansiamos.
¿Me acerco a los demás desde lo que soy de verdad o desde mi apariencia?
¿Por qué juzgo a los otros?
Mt 6, 1-6 Jn 2, 24-25 Mt 6, 22-23

 Bienaventurados los que trabajan por la paz porque


ellos serán llamados hijos de Dios

La paz es un signo de la presencia de Dios y a la vez es la tarea que estamos


llamados a hacer posible en nuestra vida. Paz no es sinónimo de tranquilidad sino que es
compatible con las tribulaciones que en la vida podemos tener.
Jesucristo nos ofrece su paz como algo duradero que nos hará felices, y nos llama
a construir esa paz allá donde estemos. Seguirle es implicarnos en hacer de este mundo
un lugar donde “florezca la justicia y la paz abunde eternamente”. Sin olvidar que Él es
nuestra paz.
¿Qué paz estoy yo viviendo? ¿Cómo construyo la paz a mi alrededor? ¿Soy paz para los
demás?
Jn 14, 27 Lc 24,36 Ef 2, 14

 Bienaventurados los perseguidos por ser justos


porque de ellos es el reino de los cielos

Vivir al estilo de Jesús es “jugarse el tipo”. Denunciar todo lo que va contra los
valores del reino no es bien aceptado en nuestra sociedad. A veces ni entre los más
cercanos.
Jesús el Señor nos llama a vivir radicalmente su seguimiento sabiendo que no
seremos siempre entendidos, aceptados y que incluso seremos perseguidos.
¿Me da miedo que no me entiendan? ¿Temo que la sociedad de hoy “me persiga”?
Jn 15, 19 Jn 16, 1-3

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