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La muerte entre los pueblos

indígenas de México
Antrop. David López Cardeña
Facultad de Antropología
Universidad Veracruzana
Octubre 2009.
La celebración de la muerte
es, entre la mayoría de los
pueblos indígenas de
México, un acontecimiento
altamente significativo,
parte de las formas de
representación sincréticas
de nuestra realidad
nacional. 
En muchos casos se
relaciona más bien con el
culto a los propios
ancestros, a quienes la
muerte ha mimetizado en
seres divinos intercesores
de los hombres ante los
dioses.
Así, la fiesta de los Fieles
Difuntos y de Todos los
Santos puede interpretarse
como la apoteosis de un
ciclo de conmemoración a
los parientes difuntos.
Es un momento culminante
en donde los lazos
familiares y sociales son
venerados, un espacio de
fusión entre la familia y la
comunidad.
En estos lapsos festivos es
fácil percibir que las
fronteras entre ambas
instituciones son
meramente operativas:
la Fiesta de los
Muertos trasluce la unidad
que en el fondo siempre
han conformado.
 Son portadores del frío y
las heladas, pero también
portan un potencial
fertilizador con el cual
lograrán que la tierra
renueve su capacidad
reproductora haciendo
posible el próximo ciclo de
siembra. 
Los vientos del norte son
peligrosos, pueden traer
enfermedades para los
pobladores; por ello es
necesario respetarlos y
ofrendarlos.
 El hecho mismo de
representarlos
simbólicamente a través de
los característicos atavíos
asignados en cada cultura,
aminora su virulencia y los
torna seres capaces de
barrer y llevarse las
envidias, el mal de ojo y
otras entidades patológicas.
 

Así, los ancestros funcionan


a la manera de la lógica
homeopática. 
Sus representantes,
hombres disfrazados de
ancestros, tienen el poder
de barrer las
enfermedades, por tal
razón las madres llevan a
sus hijos ante ellos para
que les hagan una “limpia”.
La presencia de los muertos
crea un lapso temporal para
que los conflictos de las
comunidades sean
proyectados, intensificando las
relaciones entre grupos
domésticos y poblaciones. De
esta manera se exorcizan las
fuerzas desintegradoras de las
estructuras y organizaciones
sociales.
En otras comunidades
indígenas la concepción de
la muerte es diferente, 
reflejando la creatividad y
diversidad cultural de estos
pueblos.
Los cucapás del estado de
Sonora no celebran las fiestas
del 1 y 2 de noviembre. Un año
basta para que la memoria de
los difuntos esté presente en la
familia y en la comunidad.
Después de dicho lapso se
realiza un último ritual para
dejarlos descansar, tras lo cual
no se les molesta más.
Entre los kikapoos, en el
estado de Sonora, las
tumbas de los muertos son
cubiertas con zarzas
espinosas para asegurar
que las almas no puedan
salir a vagar por el pueblo.
Esta manera de relacionarse
con los difuntos nos habla de
una cosmovisión distinta a los
pueblos de origen
mesoamericano. Se evidencia
con ello que las
investigaciones de las culturas
indígenas aún tienen mucho
que aportarnos al estudio de
la muerte en México.
En otros casos, la música
juega un papel primordial
para lograr que los muertos
puedan llegar a su morada
final, como ocurre en las
culturas indígenas del sur
de Veracruz. 
Para los difuntos, la falta de
ejecución de los Sones de
Muertos traería como
consecuencia el riesgo de
quedarse en el camino sin
llegar a su meta final y,
consecuentemente, 
permanecerían vagando en
este mundo por toda la
eternidad. 
En este ejemplo se
manifiesta claramente que
la música y la danza no son
simples acompañantes de
un acto de sacralización; su
ejecución debe entenderse
como un acto ritual
altamente significativo, con
una eficiencia simbólica muy
bien definida
En algunos pueblos existe la
concepción de que si los
familiares fallecidos se “revelan”
con relativa frecuencia a los vivos
o son soñados constantemente,
es porque los difuntos no han
podido concluir el viaje a su
última morada, ya sea por una
ausencia de los rituales
pertinentes o por su inadecuada
realización. 
Una de las causas posibles,
por ejemplo, es el llanto
exagerado de los familiares
que no permite a las almas
de los recién fenecidos que
se vayan definitivamente.
El dolor profundo causado a
los seres queridos es una
traba para desprenderse
del mundo de los vivos. Por
ello no se debe llorar en
demasía. 
El ritual de “Velación y
Levantamiento de la Cruz”
en la Huasteca, es un rito
de paso de gran
importancia, pues tiene por
finalidad hacerle ver a la
“sombra” del “muertito”
que ya no pertenece al
mundo de los vivos.
Los muertos son venerados
en distintos espacios y
tiempos ceremoniales, más
allá de los primeros días de
noviembre. 
En varias regiones, durante
el Carnaval por ejemplo, los
ancestros también son
convocados a estar
presentes y a consagrar
con su presencia las
acciones rituales. 
Con este fin se colocan
altares en donde serán
recibidos y se preparan
ofrendas especiales para
agasajarlos.
Las cornetas, tambores,
conchas de tortuga, cohetes,
cuernos, campanas, son
algunos de los objetos
sonoros utilizados como
señales de las ánimas o, al
menos, indicadores de su
llegada. Ellas vienen a
disfrutar de las
carnestolendas.
Aprovechando la inversión
y laxitud de las normas
sociales deambulan por las
calles recogiendo sus
recuerdos, y bailan hasta el
agotamiento, sabedoras
que pronto vendrá el
momento del retorno a la
hondura nictomórfica.
Las bebidas embriagantes
son ofrecidas a la tierra, a
las divinidades celestes y
terrestres, a los ancestros
y, por supuesto, a los
invitados que conviven y
participan del frenesí
chocarrero. 
Así, el Carnaval es un
momento de apertura a lo
tremendo y fascinante, es
un espacio emocionalmente
ambivalente en donde se
enmarca el encuentro de
los familiares vivos y
muertos.
La música y la danza permiten
la expresión de la muerte, o tal
vez sería mejor decir que es
ella la que utiliza las
expresiones artísticas para
hacerse presente y recordarnos
que, ante su inevitable mirada,
las diferencias sociales y
culturales se diluyen
brutalmente. 
Pero para los pueblos
indígenas la muerte es más
que eso, su celebración es
un vehículo conducente a
los tiempos primigenios en
donde se creó el mundo a
partir del eterno caos
cósmico.
Los “antiguos” ahora
pertenecen a ese tiempo y
espacio sagrados, a ese
universo mítico que da
sustento a la cultura; ellos
han pasado a formar parte
del imaginario social que
permite pensar, sentir y
actuar en el mundo.
La fiesta de los muertos es
la escenificación de los
mitos guardados durante
siglos en la memoria
colectiva de las culturas
indígenas, es decir, en el
verdadero hábitat de los
“abuelos”.
Ellos no descansan, continúan
trabajando para beneficio de
sus comunidades trayendo
lluvia, bendiciendo cosechas, y
año con año, en algunos
lugares, toman prestados los
cuerpos bulliciosos de los
jóvenes disfrazados para revivir
la antigua palabra a través de
la música, a través de la danza.
SSI MUERO
LEJOS DE
TI.
QUE DIGAN
QUE ESTOY
DORMIDO
Y QUE
ME
TRAIGAN
A TI.
GRACIA
S

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