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Mikel Hernansanz
El tiempo de Cuaresma se parece a cuando uno quiere sacar una foto de grupo y cada
cual anda despistado hasta que, el que tiene la cámara, dice: “ ¡Eh, mirar aquí!" La
cuaresma no es otra cosa que una voz que nos llama a mirar en la dirección adecuada,
¡ mirar hacia el misterio pascual! Su riqueza es tanta que la Cuaresma tiene como que
adelantarse un poco a lo mucho que vamos a celebrar.
Dentro de lo que llamamos "Triduo Pascual", no sé por qué, me parece a mí, que al
Jueves Santo no siempre le damos la centralidad que le corres ponde. Porque el Jueves
Santo recoge, resume y nos da la clave de todo lo que ha sido la vida de Jesús y de lo
que será su muerte: "Fue por amor". Todo lo que Jesús dijo, hizo, trajo... fue por amor.
La razón última de la muerte de Jesús es esa: "Fue por amor". Un amor entregado,
implicado, conflictivo; fuerte y frágil a la vez como es el amor de Dios. "Fue por
amor" es la cantinela, el eco, que recorre el misterio de la vida y de la muerte de Jesús.
Un gesto nos da la clave de todo ello: "Una noche, estando Jesús con sus amigos, en un
momento de intimidad, tomó pan y vino y les dijo: Ésta es mi vida, me la ha dado mi
Padre y por tanto puedo disponer de ella como quie ra. Y lo que quiero hacer es...
entregarla por vosotros y por todos. Tomad y comed de esta libertad". Fue por amor,
libremente practicado. Y si hubiera alguna duda, Juan nos da otra versión de lo mismo
con el lavatorio de los pies: un maestro haciendo funciones de esclavo. "Fue por amor".
A la luz de estos gestos vemos con total claridad que en verdad toda la vida de Jesús fue
eso: entregarse por los demás, por amor. El Jueves Santo representa el mo mento más
ilusionante de esta corriente de amor que pone en marcha Jesús. Lo que Jesús pone en
marcha es esta fuerza, esta vida.
La cruz, sin embargo, no la pone Dios, aunque pase por ella y la llene así de su
presencia salvadora. La cruz la ponemos los hombres. Dios pone su amor entregado y
la disposición a asumir todas las consecuencias. La cruz es la certificación de que lo de
Jesús era de verdad y hasta el final. No era amor romántico o descomprometido. Era real y
porque era real tuvo que atravesar todo el espesor del mal, de la injusticia y del pecado.
Ojalá que al mirar al Crucificado recojamos en un mismo golpe de vista todo este
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De la revista Frontera, nº 45
movimiento pascual. Si no, puede ocurrir que nos dejemos llevar por el dolorismo de la
imagen de Jesús en la cruz o por hablar de un amor que poco o nada tiene de real.
Contemplamos a un hombre que hizo de su vida y con su muerte un constante
descentrarse por los demás, que "se descentró hasta el extremo". Y a eso nos invita a
nosotros, en escala infinitamente reducida, a descentrarnos un poco más.
EL MODO DE ADENTRARNOS:
Para ello, una vez más, el punto de partida de este retiro es la contem plación.
Ese tiempo y ese espacio en el que dejamos que lo contemplado cale en nuestra
imaginación, en nuestras ideas, en nuestros afectos y que se vaya filtrando hacia las
capas más hondas de nuestra persona. Alguien empapado así de esta presencia y de esta
acción sale a la realidad de otra manera. Hay de fondo una convicción básica por la
que creemos que esta forma de "dejarse hacer" a la larga trasforma mucho más y de una
forma más duradera que nuestros solos análisis y esfuerzos. Por eso este retiro sigue un
tono más oracional que discursivo.
Todos tenemos una historia de relación con Jesús, la que sea. Desde ella nos
acercamos hoy al Crucificado. No desde nuestras teologías ni para nues tras teologías.
Jesús para nosotros es mucho más que un personaje discutible sobre el que se plantean
todo tipo de cuestiones o sospechas (éstas, a lo más, nos previenen de cualquier intento
vano de manipularle y de encerrarle en rígidos dogmas). Jesús va siendo o es alguien muy
querido para nosotros. Es verdad que esa relación por nuestra parte es muchas veces
torpe, llena de olvidos y manipulaciones, de pecado, pero hace ya tiempo que sabemos
que lo que nos salva y lo que mantiene en pie nuestra relación con Jesús es su
fidelidad. De modo que, a pesar de esta desproporción de trato, descubrimos, agradecidos,
una honda conexión entre Jesús y yo, entre Jesús y nosotros. Fruto más de su
misericordia que de la simple reciprocidad.
Desde esta conexión personal me acerco ahora a Jesús en la cruz y, enton ces no
puedo menos de sentirme alcanzado y afectado por aquello que con templo. Me
siento personalmente involucrado en ello hasta exclamar: "¡Aquello sucedió por
mí!". Y, aunque no sé explicar cómo, si sé que yo es toy metido ahí del todo. No soy un
espectador ajeno que mira como si en realidad esto no fuera con él. Más bien mirar así
provoca en mí: perplejidad, admiración y agradecimiento. -¡¿Por qué nos has amado
tanto?!"
Por eso, cuando uno mira a Jesús en la cruz, en esa mirada está viendo al Padre de
quien todo lo recibe y a los otros, a quienes todo lo entrega. Ve el modo peculiar y
misterioso que tiene Dios de hacer las cosas. Ese Dios, que siendo amante de la vida,
va haciendo su obra en el mundo al modo silen cioso y oscuro de la semilla que tiene
que morir para dar fruto. Mirar al Crucificado nos remite a un Dios que, siendo el único
Bueno, prefiere sufrir el mal antes que provocarlo, prefiere cargar con un peso, un
dolor y un castigo siendo el único inocente. Prefiere poner amor donde no hay más que
revancha y odio. Dios afirma así, vigorosamente, que en esta forma de vivir y de morir
hay vida. Y Jesús es el aval de que todo esto es cierto.
ü Mírale en la cruz y deja que resuene: "¡Aquello fue por mí! - No lo racionalices.
Siéntete admirado y agradecido. "¡¿Por qué nos has amado tanto?!"
ü "Y no amaron tanto su vida que temieran la muerte" Ap. 12,11. Mira aquellas
situaciones personales, comunitarias, familiares, labora les... que te están
pidiendo pequeñas o grandes muertes de lo tuyo. Entra en contacto con tus
resistencias, ponlas a los pies del Crucificado y pídele su luz y su fuerza.
ü Lee ahora Jn 12, 24-26. Mira a Jesús. En él se produjo eso de que morir dio
mucho fruto. Mira la vida que arranca de él. Pídele que tus muertes vayan
precedidas y acompañadas de su vida... y de su pre sencia cercana.
Quizá en este proceso de descentramiento al que nos atrae el Crucificado éste sea el
desafío más importante con el que nos encontramos. Estamos todos un poco, o un
mucho, pendientes de nuestra supervivencia, de nuestro bi enestar, incluso de nuestra
coherencia, pero el Crucificado nos lanza entonces desde la cruz un clamor: "Miradles a
ellos".
No se puede mirar al Crucificado sin verles a ellos, a los otros crucificad os (tanto a
los de lejos como a los de cerca). Y la sensación es que estas soledades nuestras están
produciendo poderosos mecanismos de encubrimiento. Casi de forma inconsciente se nos
van infiltrando mensajes que convienen a los excluidos en invisibles, como si no
existieran y sobre todo provocan en nosotros la sensación o de que la cosa no es tan
grave o de que nada podemos hacer para cambiarla.
A nosotros nos toca por tanto hacer visible lo que estas corrientes ideol ógicas
tratan de tapar. Nos toca sacar a la luz a los crucificados. No son demagogia porque
existen, son demasiados y demasiado reales. Nos toca i ntroducirlos primero en
nuestras conversaciones, en nuestras prácticas, en nu estras economías, en nuestra
espiritualidad... Nos toca, después o a la vez, ser memoria incómoda que se resiste a que
los pobres caigan en olvido o que las causas que provocan tanta pobreza sigan siendo
"intocables". Si de nuestra mirada al Crucificado quitamos a los pobres y excluidos,
acaso no estaremos realmente mirando al Crucificado y desde luego todos saldremos
perdiendo.
A salir de esta situación de inhibición y de parálisis nos puede ayudar el ser tocados
por personas concretas inmersas en esta situación de exclusión. Ellos pueden resultar
para nosotros una auténtica ocasión de conversión que logre hacernos un poco más
humanos. Ésta es, al menos, la experiencia común de muchas personas que fueron a
países del Sur o que viven entre nosotros en contextos de marginación. No es un
tópico vacío cuando dicen que es mucho más lo que han recibido que lo que dieron. El
encuentro concreto con personas rotas, cuando uno se acerca a ellas desprovisto de
superioridad y de ideología, nos hace más vulnerables, más implicados y un poco más
misericordiosos.
Quien se mueve en contextos de marginación encuentra novedad y asom bro cada día.
Junto a situaciones de dureza apabullantes comprueba que la vida lucha tercamente por
brotar de la forma que sea. El encuentro con estas personas nos sacude de mucha de
nuestra ideología sobrante, nos hace reco nocer la libertad y la alegría de muchas
personas y no pocas veces, también, nos sitúa ante el desconcierto del exceso de mal. En
ocasiones parece que el mal se ceba y se ensaña con quienes lo único que intentan es
vivir, vivir dignamente.
En esos casos la mirada al Crucificado se hace más densa y más silenciosa.
"¡Cuídales Señor, que no se rompan del todo!" Entonces aparece, misteriosamente, la
confianza oscura de que Dios se hace cargo de todos esos crucificados, de que ni la
opresión ni el sufrimiento tiene la última palabra, aunque parezca exactamente todo lo
contrario. Esto, lejos de sumirnos en un espiritualismo evasivo, nos empuja mucho más a
"ayudara Dios" en su infatigable tarea de poner vida donde hay muerte, futuro donde no
lo hay y esperanza donde todo parece derrumbarse.
ü Lee ahora Jn 17, 9-18. “Yo te ruego por ellos...". Ese "ellos" son todos los
"crucificados". Y concluye: "... pero no te ruego solamente por ellos, sino
también por todos los que creerán en mí por medio de su palabra”.
Una imagen vale más que mil palabras. ¿Cómo mirarían los pobres la sepultura de
Jesús? Cuando uno tiene de todo, es difícil que experimente la necesidad de ser salvado.
Cuando uno está ya por fin instalado en sus cosas, es muy difícil que experimente
necesidad real y urgencia de que Jesús resu cite: "¡RESUCITA, POR FAVOR!" Sólo
saliendo de nosotros mismos, en la medida que sea, o siendo sacados por las
circunstancias, podernos experimentar la alegría de que a Jesús no se le haya tragado
definitivamente la tierra, de que los pobres tengan semejante aliado y amigo y de que de
una forma u otra también nosotros estamos llamados a participar de este encuentro.
- Colocar en un lugar central una imagen de Crucificado, que ella presi da el espacio
de la celebración. Al pie de la cruz colocar también un trozo de pan, un vaso de vino y una
vela encendida.
- Leemos Jn 12,24-26. "La fuerza frágil pero imparable del amor de Dios
decidió atravesar nuestras situaciones humanas de mal y sufrimiento, llenándolas de
su presencia, su sentido y su esperanza. Dios afirma que vivir y morir así da fruto, no
es automutilación. Ahora bien tampoco oculta que “si alguien quiere seguirme que sepa
que correrá la misma suerte de cruz”… y de resurrección.
- Oración final:
"Enséñanos, Señor, a cuidar y celebrar la vida. Lo mismo cuando ésta fluye como un
río imparable como cuando apenas aparece como un hilito de agua. Tú estás en ella en
ambos casos. Que la mirada del Crucificado pro voque en nosotros ese progresivo
proceso de descentramiento en el que perder va a resultar ganar. Que tu amor y tu
misericordia no deje nunca de asombrarnos.