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1.

RETIRO
ESTO ES MI CUERPO, ÉSTA ES MI SANGRE
Joaquín Aguilar

A.- CUERPO ENTREGADO / SANGRE DERRAMADA1


“Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo
partió y se lo iba dando” (Lc 24, 30).
Así de sencillo, así de cotidiano, así de humano: tomar el pan,
bendecirlo, partirlo y darlo. ¿No hemos vivido este gesto en nuestras
casas cuando nuestro padre tomaba la hogaza de pan, hacía la cruz en
ella con la punta del cuchillo, la partía
y nos la daba a todos los de la mesa?
Eso es la Eucaristía, un gesto sencillo,
cotidiano, familiar, humano. Y sin
embargo es un gesto diferente: es
sencillo pero al mismo tiempo nos
desborda, es cercano pero al mismo
tiempo es un misterio, es humano
pero al mismo tiempo es divino.
“Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió y,
dándoselo a sus discípulos, dijo: «Tomad, comed, éste es mi cuerpo» Tomó
luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: «Bebed de ella
todos, porque ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por
muchos para perdón de los pecados»” (Mt 26, 26-28).
Un gesto tan sencillo y humano se ha convertido en la máxima
expresión y presencia de lo divino. El anfitrión es el Señor y él es
también la comida; quien invita es al mismo tiempo el banquete. Porque
Cristo es eso: Dios-con-nosotros, Dios-para-nosotros, Dios-en-nosotros.

1
Algunas ideas de este retiro están tomadas de Henri J.M. Nouwen, Con el corazón
en ascuas, Sal Terrae, pp. 69-72.

Todo lo puedo en Él 1
En la Eucaristía Cristo se nos da todo entero, en abundancia, con
derroche y con absoluta generosidad. Cuerpo partido y entregado…,
Sangre derramada… Es la máxima expresión del dar, del amar: darse.
“Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos” (Jn 15, 13).
Es lo que Cristo iba a hacer al día siguiente y que ahora anticipaba2 de
forma incruenta y sacramental en la última Cena, pero también es lo que
Cristo había hecho durante toda su vida. El gesto de Jesús no sólo
anticipaba su pasión, muerte y
resurrección sino que actualizaba, hacía
presente y culminaba lo que había sido
toda su existencia terrena: “habiendo
amado a los suyos que estaban en el
mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,
1).
Y realmente, la vida de Jesús fue un
permanente partirse, entregarse y
derramarse para la salvación de todos.
 Se entregó, en primer lugar, a cumplir la voluntad del Padre. Esta fue
su actitud como Hijo ante la encarnación: “al entrar en este mundo,
dice: Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo.
Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije:
¡He aquí que vengo -pues de mí está escrito en el rollo del libro- a
hacer, oh Dios, tu voluntad!” (Hb 10, 5-7). A los doce años ya era
consciente de ello: «¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi
Padre?» (Lc 2, 49). Repetidas veces lo manifestó a lo largo de su vida
pública: “Yo no puedo hacer nada por mi cuenta... porque no busco mi
voluntad sino la voluntad del que me ha enviado (Jn 5, 30); porque he
bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que
me ha enviado” (Jn 6, 38); «Padre, si quieres, aparta de mí esta copa;
pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22, 42).
 El resto de su vida fue eso mismo: un continuo partirse, entregarse y
derramarse...

2
Catecismo de la Iglesia Católica, 1340.

2 Configurarnos con Cristo como Esclavas el Divino Corazón


 Dándose a todos hasta el punto que no les quedaba tiempo ni
para comer (Mc 6, 31), y tenía que dedicar las noches a la
oración y al diálogo con su Padre: “Por el día enseñaba en el
Templo y salía a pasar la noche en el monte llamado de los
Olivos” (Lc 21, 37); “Después de despedir a la gente, subió al
monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí” (Mt 14,
23); “Sucedió que por aquellos días se fue él al monte a orar, y
se pasó la noche en la oración de Dios” (Lc 6, 12).
 Viviendo una pobreza radical hasta el punto de no tener
donde reclinar la cabeza (Mt 8, 20).
 “Curando a todos los oprimidos por el Diablo” (Act 10, 38), y a
los enfermos, de toda clase de dolencias: “A la puesta del sol,
todos cuantos tenían enfermos de diversas dolencias se los
llevaban; y, poniendo él las
manos sobre cada uno de ellos,
los curaba” (Lc 4, 49).
 Acogiendo a los pecadores y
comiendo con ellos (Lc 15, 2; Mc
2, 15); hospedándose en sus
casas con las consiguientes
críticas de todos: “Ha ido a
hospedarse a casa de un hombre
pecador” (Lc 19, 1-9).
 Perdonando a los pecadores: Viendo Jesús la fe de ellos, dijo
al paralítico: «¡Ánimo!, hijo, tus pecados te son perdonados»
(Mt 9, 2); Y le dijo a ella: «Tus pecados quedan perdonados»
Los comensales empezaron a decirse para sí: «¿Quién es éste
que hasta perdona los pecados?» Pero él dijo a la mujer: «Tu fe
te ha salvado. Vete en paz» (Lc 7, 49-50); Jesús le dijo: «Mujer,
¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?» Ella respondió:
«Nadie, Señor» Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y
en adelante no peques más» (Jn 8, 10-11); muy especialmente
a Pedro: y el Señor se volvió y miró a Pedro, y recordó Pedro
las palabras del Señor, cuando le dijo: «Antes que cante hoy el

Todo lo puedo en Él 3
gallo, me habrás negado tres veces» Y, saliendo fuera, rompió
a llorar amargamente (Lc 22, 61-62).
 Soportando pacientemente la incredulidad y dureza de
corazón de la gente: se acercó a él un hombre que,
arrodillándose ante él, le dijo: «Señor, ten piedad de mi hijo,
porque es lunático y está mal; pues muchas veces cae en el
fuego y muchas en el agua. Se lo he presentado a tus
discípulos, pero ellos no han podido curarle» Jesús respondió:
«¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo estaré
con vosotros? ¿Hasta cuándo habré de soportaros?» (Mt 17, 14-
17), y especialmente de sus discípulos: Jesús dijo entonces a
los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?» (Jn 6, 67);
sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: «Señor, ¿quieres que
digamos que baje fuego del cielo y los consuma?» Pero
volviéndose, les reprendió (Lc 9, 54-55); Él les dijo: «¡Oh
insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron
los profetas!» (Lc 24, 25).
 Haciéndose servidor de todos: «...el Hijo del hombre no ha
venido a ser servido, sino a servir y a
dar su vida como rescate por muchos»
(Mt 20, 28).
 Amando con el mismo amor con que
le ama el Padre: Como el Padre me
amó, yo también os he amado a
vosotros (Jn 15, 9).
 Todo esto tuvo su culminación en la cruz. Allí
vivió en plenitud:
 Su fidelidad al Padre: “obedeciendo hasta la muerte y muerte
de cruz” (Flp 2, 8).
 Su amor a los hombres: “habiendo amado a los suyos que
estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1);
porque “nadie tiene mayor amor que el que da su vida por
sus amigos” (Jn 15, 13).

4 Configurarnos con Cristo como Esclavas el Divino Corazón


 Su perdón: «Padre, perdónales, porque no saben lo que
hacen» (Lc 23, 34).
 Su entrega: «Todo está cumplido» (Jn 19, 30); «Padre, en tus
manos pongo mi espíritu» (Lc 23, 46).
Este entregarse, partirse y derramarse, que Jesús vivió a lo largo de
toda su vida y culminó después en la cruz, acontece cada vez que el
sacerdote, invoca la efusión del Espíritu Santo y repite las palabras y los
gestos de Jesús en la última Cena; de tal forma que, en cada celebración
de la Eucaristía, Cristo es para ti Cuerpo partido y entregado, y Sangre
derramada, como culmen de su entregarse y derramarse por ti cada día.

Para tu oración…
 Relee tranquilamente los textos anteriores que en este momento
más resuenen en ti por dentro…
 Tomar conciencia de los momentos de tu vida, además de la
Eucaristía, en los que Cristo es para ti, Cuerpo partido y entregado,
y Sangre derramada, como lo fue a lo largo de su vida
 Concreta esos momentos y gózalos dando gracias al Señor por su
amor a ti hasta el extremo. Pídele luz para tocar, sentir y palpar su
entrega en el día a día, y así poder acogerle y vivir tú también
entregada más plenamente a Él.

B.- HACED ESTO EN MEMORIA MIA


En la última Cena, bajo las especies del pan y del vino, Jesús nos
dejó el memorial de su Pasión, Muerte y Resurrección, culmen de una
vida partida, entregada y derramada por nuestra salvación. Y les dijo a
sus discípulos: “haced esto en recuerdo mío” (Lc 22, 19). Haced esto, no
se refiere solamente al gesto litúrgico de la consagración del pan y del
vino para su conversión en Cuerpo de Cristo partido y entregado, y en
Sangre de Cristo derramada; se refiere además a toda una vida partida,

Todo lo puedo en Él 5
entregada y derramada por los demás, como lo fue la de Cristo3.
Por eso Jesús no se conformó con dejarnos en la especie del pan su
Cuerpo partido y entregado, y en la del vino su Sangre derramada. Quiso
además, en la misma Cena, partirse, entregarse y derramarse de forma
palpable y real: “sabiendo Jesús que
había llegado su hora de pasar de este
mundo al Padre, habiendo amado a
los suyos que estaban en el mundo,
los amó hasta el extremo. Durante la
cena [...] se levanta de la mesa, se
quita sus vestidos y, tomando una
toalla, se la ciñó. Luego echa agua en
un lebrillo y se puso a lavar los pies de
los discípulos y a secárselos con la
toalla con que estaba ceñido” (Jn 13,
1-5). Y, del mismo modo que después de darles a comer su Cuerpo y a
beber su Sangre les recomendó: “haced esto en recuerdo mío” (Lc 22,
19), también ahora les dijo: “vosotros también debéis lavaros los pies
unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros
hagáis como yo he hecho con vosotros” (Jn 13 ,14-15); “Que, como yo os he
amado, así os améis también vosotros los unos a los otros” (Jn 13, 34).
En la Eucaristía ofrecemos el pan y el vino. Ese pan y ese vino,
decimos, son algo más que harina amasada con agua y mosto
fermentado. En ese pan y en ese vino estamos nosotros, nuestras vidas,
nuestras personas, que, con ellos, hemos ofrecido a Dios4 para que, por

3
“La orden del Señor: «Haced esto en recuerdo mío» no puede limitarse a la
reiteración de la celebración eucarística. Significa en el fondo: vivid y morid en
memoria mía, siguiéndome a mí, lo mismo que yo viví y morí; amaos los unos a los
otros en memoria del amor que yo he manifestado por vosotros. Para que podáis
hacerlo, repetid los gestos que yo he hecho y por los que seguiré estando entre
vosotros”. Bernard Sesboüé, Jesucristo, el único Mediador. Ensayo sobre la
redención y la salvación II, Secretariado Trinitario, Salamanca, p. 276.
4
“Participando en el sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida
cristiana, (los fieles) ofrecen a Dios la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos
juntamente con ella”. Concilio Vaticano II, LG 11.

6 Configurarnos con Cristo como Esclavas el Divino Corazón


el Espíritu Santo, seamos configurados con
Cristo..., cristificados..., hechos Cristo..., y por
Él, con Él y en Él seamos también nosotros
cuerpo partido y entregado en su Cuerpo y
sangre derramada en su Sangre. Pero, al
igual que Cristo, sólo podemos ser cuerpo
partido y entregado, y sangre derramada si,
en el día a día, nos partimos, nos rompemos,
nos entregamos y nos derramamos por los
demás; si “lavamos los pies” a los demás
como Él lo hizo; si nos amamos los unos a los otros como Él nos amó.
Porque durante su vida, Cristo se partió, se entregó y se derramó por los
demás, pudo decir en la última Cena esto es mi Cuerpo que será
entregado..., esta es mi Sangre que será derramada...
Haced esto en recuerdo mío significa no sólo el mandato de celebrar
el memorial de su Pasión en la celebración eucarística, sino, desde ella y
hacia ella, vivir un permanente ser, en Cristo, “lavadores de los pies” de
los hermanos.
Como un don de Dios, en el pan y el vino, que son “nuestro” pan y
“nuestro” vino, hemos sido “consagrados”, configurados con Cristo,
convertidos en Cristo. Pero este don se convierte para nosotros en
tarea: tenemos que rompernos, partirnos, entregarnos y derramarnos
por los demás, como Cristo, en el día a día de nuestra vida, siendo
“lavadores de pies” y amando a los demás como Él nos ha amado. De
este modo, Cristo, en nosotros y a través nuestro, sigue siendo Cuerpo
que se entrega y Sangre que se derrama...
La Eucaristía no es sólo la celebración litúrgica sino también el
lavatorio de los pies y el mandamiento del amor. Por eso, nuestra
configuración con Cristo pasa por la celebración eucarística y, desde ella,
por nuestra entrega a los demás “lavándoles los pies” y amándoles
como Cristo nos amó.

Todo lo puedo en Él 7
Al invitar al Señor a entrar en nuestra casa, sentados a la mesa le
ofrecíamos nuestro pan en un intento de darnos a nosotros mismos y
hacernos intimidad, amistad, unión, comunión con él. El Señor tomaba
nuestro pan y, convirtiéndose en anfitrión, nos lo devuelve, ahora, como
su Pan, invitándonos a vivir la misma comunión e intimidad que vive con
nosotros; una comunión e intimidad tales que nos convierten en El, para
ser, en Él, con Él y como Él, Eucaristía, es decir, ofrenda agradable al
Padre, y entrega y oblación a los hermanos.

Para tu oración…
 ¿Qué incidencia tiene la Eucaristía en tu vida, en tu forma de
relacionarte y de tratar a los demás? ¿Vives una conexión entre la
celebración y la vida? ¿Sientes cada mañana la llamada del Señor a
ser cuerpo partido y entregado, y sangre derramada por los demás?
¿Sientes que cuando te partes, te entregas, te derramas, continúas
celebrando la Eucaristía, estás siendo Eucaristía?
 ¿En qué momentos eres “lavadora de los pies” de los demás? ¿Lo
haces de buena o de mala gana? ¿Tomas la iniciativa o tienen que
mandártelo? Cuando “lavas los pies” a los demás ¿lo haces en
memoria suya? ¿Sientes a Cristo en ti lavando los pies cuando tú los
“lavas”, partiéndose en tu partirte, entregándose en tu entregarte,
rompiéndose en tu romperte, derramándose en tu derramarte...?
 Desde la Eucaristía de cada día ¿sientes la necesidad de amar a
los demás como Cristo te ama? ¿Sales dispuesta y decidida a amar
porque Cristo te ha amado? ¿Qué te mueve a amar a los demás, la
necesidad que hay dentro de ti de amar y de entregarte, o la
necesidad que tienen los demás de que les ames?

8 Configurarnos con Cristo como Esclavas el Divino Corazón

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