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FACULTAD DE HUMANIDADES
LICENCIATURA EN LETRAS
SEMINARIO DE LITERATURA ESPAÑOLA: ITINERARIO DESDE EL SIGLO DE ORO HASTA LA
CONTEMPORANEIDAD
TRABAJO PRÁCTICO N° 2
ALUMNA: CAMILA BASSI
INTRODUCCIÓN
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La libertad de la mujer, asimismo, trae aparejada consigo la idea de igualdad, si
pensamos en los roles de género. Y justamente es la idea de igualdad la que predomina en
segundo episodio, el de las bodas de Camacho, con una evidente crítica a la desigualdad –esta
vez económica- de la época.
DESARROLLO
Y con esta manera de condición hace más daño en esta tierra que si por ella entrara la
pestilencia; porque su afabilidad y hermosura atraen los corazones de los que la tratan a servirla
y amarla; pero su desdén y desengaño los conduce a términos de desesperarse, y así, no saben
qué decirle, sino llamarla a voces cruel y desagradecida […] (I, 12)
De esta manera, Don Quijote termina siendo invitado por los cabreros al entierro de
Grisóstomo, secuencia que tiene lugar en el Capítulo XIII. No ha llegado todavía, cuando oye
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calificar a Marcela como “pastora homicida”, de boca de dos hombres a caballo que, curiosos, se
acercan también a las exequias de Grisóstomo.
Veinte pastores vestidos de luto se hacen presentes en el funeral, trayendo con ellos el
cuerpo del pastor muerto. Se trata de sus amigos, quienes van a enterrarlo en el lugar en el que
aquel dejó dicho – en su testamento- que lo hicieran. Dice uno de ellos –Ambrosio-:
Allí, me dijo él, que vio la vez primera a aquella enemiga mortal del linaje
humano, y allí fue también, donde la primera vez le declaró su pensamiento, tan honesto
como enamorado, y allí fue la última vez donde Marcela le acabó de desengañar y
desdeñar, de suerte, que puso fin a la tragedia de su miserable vida; y aquí, en memoria
de tantas desdichas, quiso él que le depositaran en las entrañas del eterno olvido. (I, 13)
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“[…] que si alguno por mí muriere, no muere de celoso ni desdichado, porque
quien a nadie quiere, a ninguno debe dar celos, que los desengaños no se han de tomar
en cuenta de desdenes.”
Finalmente, en un manifiesto de su libertad individual, como ser humano y
como mujer:
“Yo, como sabéis, tengo riquezas propias y no codicio las ajenas; tengo libre
condición y no gusto sujetarme; ni quiero ni aborrezco a nadie; no engaño a éste ni
solicito a aquél; ni burlo con uno ni me entretengo con el otro.”
De esta manera, haciendo uso de su palabra Marcela zanja la cuestión sobre su
propia persona, de la que tanto se había venido diciendo en el capítulo y se retira “[…]
dejando admirados, tanto de su discreción, como de su hermosura a todos los que allí
estaban.”1
Quijote aprueba este modo de decir y hacer, no sin dejar traslucir su ímpetu
caballeresco y tomar la espada cuando ve que alguno de los pastores decide seguir a
Marcela luego de que esta se aleja.
Al respecto de este personaje femenino y la secuencia entera del episodio de
Marcela y Grisóstomo, podemos decir que nos prefigura la mirada de Cervantes sobre
la mujer y, sobre la libertad en general.
La concepción de una mujer libre, que no ata su destino al matrimonio,
emancipada económicamente (aunque fuera por herencia), y lo más importante, que
toma sola su voz para defenderse, haciendo gala de un intelecto desarrollado y
cultivado en pleno siglo XVII, es una concepción –y una propuesta- de mujer que se
adelanta siglos a su época.
Recordemos cuál era la situación de la mujer en pleno siglo de Oro:
1
El lexema “discreción” aplicado a Marcela en más de una ocasión por el Quijote y el
narrador, aparece por primera vez en el diccionario de la lengua española en 1570 y
significaba, en el siglo XVII según el diccionario de Covarrubias (1611) “la cosa dicha y
hecha con buen seso”, siendo “discreto” un adjetivo proveniente del verbo discernir.
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Aunque en el siglo XVI se produjo cierto avance en la consideración social
de la mujer, el Concilio de Trento (1563) se encargó de sistematizar todo un
entramado jurídico-teológico que consagraba el matrimonio, junto con la reclusión
en el convento, como la única salida admisible para la mujer. (Sánchez Llama, 1)
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Al respecto de esta historia, las opiniones de Quijote y Sancho son divididas.
Quijote se inclina por aprobar los matrimonios concertados, en un gesto que lo aleja
de su carácter idealista, y Sancho piensa que los que se quieren deben casarse entre sí.
Uno de los estudiantes comenta que se ha visto a Basilio muy angustiado,
“pensativo y triste hablando entre sí mismo, con que da ciertas y claras señales de que
se le ha vuelto el juicio […]” (II, 19). Todo el conjunto espera con ansias, pero también
teme en qué pueda desembocar lo que sería una tragedia para Basilio: el matrimonio
de su amada con otro.
Finalmente, en el capítulo XX en El Quijote… florece una gran fiesta, que llega
al olfato de Sancho antes que a nuestra vista. A renglón siguiente, tiene lugar una
descripción pormenorizada de los exóticos, elaborados, y abundantes platos que se
ofrecen a todos los invitados, conquistando, esta vez vista, olfato y gusto, de Sancho,
cuya estima comienza a inclinarse hacia Camacho el rico por razones evidentes.
A continuación, tienen lugar danzas preparadas para la ocasión, y hacen su
presencia cuerpos de baile de lo que, según el narrador, se llamaban “danzas
habladas”. Aparecen ocho muchachas, repartidas en dos hileras llamadas Amor e
Interés. En la hilera del amor, cada una representa Poesía, Discreción, Buen linaje y
Valentía. En la del interés: Liberalidad, Dádiva, Tesoro y Posesión pacífica.
Tales seres- alegorías recitan cada un poema parlamento, y se pelean
alrededor de una representación de una doncella en las almenas de un castillo.
Bien parece que las virtudes vinculadas al amor representan a Basilio y las del
Interés a Camacho, quien parece intentar demostrar con la fiesta, sobre todo desde los
banquetes, su liberalidad y sus riquezas, incluso su poder ante el pueblo.
Y qué mejor representante del pueblo que Sancho mismo, cuyo estómago ha
sido conquistado incluso antes de probar un bocado. El compañero de quijote no
puede menos que sucumbir ante este despliegue, cambiando radicalmente de opinión:
“El rey es mi gallo: a Camacho me atengo.” y “- ¡A la barba de las habilidades de
Basilio!, que tanto vales cuanto tienes, y tanto tienes cuanto vales. Dos linajes solos
hay en el mundo, como decía una agüela mía, que son el tener y el no tener […]” (II,20)
El barroquismo –especialmente gastronómico- del que hacen gala estas fiestas
evidencia y representa una opulencia de la que pocos gozaban en la España de la
época. Hay una mirada crítica, incluso satírica, que se evidencia en estos pasajes y
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parlamentos, en los que reímos con el hambre de Sancho, pero, deteniéndonos un
poco en la lectura, advertimos la amarga ironía que se oculta.
“-Hermano, este día no es de aquellos sobre quien tiene juridición el hambre,
merced al rico Camacho [..]” (II, 20) se le dice a Sancho, y se nos dice a nosotros en
esta frase quién dispone de las riquezas y la comida, y quién puede dar o quitar a su
antojo, disponiendo también así de los estómagos ajenos.
Volviendo a los sucesos que acontecen en este episodio, hay un giro radical de
la trama en el momento en que los novios se acercan al altar y aparece por primera
vez Basilio, clamando por que se detengan, en un gesto casi teatral, vestido de negro
con llamas carmesíes y portando en su cabeza una corona de ciprés (símbolo de
duelo). Se dirige a Quiteria, diciéndole que no supo aguardar a que él enriqueciera y
que lo debiera haber esperado, entre otras razones más vinculadas al amor que se
profesaban. Como corolario del discurso, abre su bastón, que esconde un estoque y se
atraviesa el pecho, salpicando –de manera shakesperiana- la escena con sangre.
A continuación, no obstante, logra hablar en lo que creemos su agonía, y pide
a Quiteria como último deseo y por las razones expuestas, que le dé su mano antes de
irse a la tumba. Quiteria acepta, dejando claro que es su elección más genuina, hija de
su libertad:
-Ninguna fuerza bastante a torcer mi voluntad; y así como la más libre que
tengo, te doy la mano de legítima esposa, y recibo la tuya si es que me la das de tu libre
albedrío, sin que la turbe ni contraste la calamidad en que tu discurso acelerado te ha
puesto. (II, 21)
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Y así, con un artificio mejor pensado que la fiesta de apariencias que ofrece
Camacho, y sin gastar dinero como este, Basilio termina logrando su objetivo.
Quiteria, suponemos, también queda conforme. No se le otorga más voz en
este episodio, pero, a vistas del narrador, no se muestra nada disconforme ni
contrariada.
La pareja amorosa supera entonces lo que parecía un destino trágico (desde su
comienzo similar al de Píramo y Tisbe). El dinero no triunfa, no pudiendo “comprar” el
amor, aunque sí gana la astucia, doblándose asimismo la opinión del Quijote, quien,
admirado, compara el amor con la guerra, y exalta en su parlamento las estratagemas
de Basilio.
CONCLUSIÓN
En nuestro recorrido por los dos episodios propuestos de las dos partes de El
Quijote…, podemos advertir como, entre múltiples elementos posibles a analizar,
emerge la crítica social, tanto a convenciones como a estados de cosas vinculados con
la coyuntura de la España de la época.
De boca del Quijote o simplemente en la pintura que nos ofrecen los episodios
leídos, no dejan de filtrarse la mirada y la opinión que Cervantes tenía de ciertas
cuestiones. El ideal de la libertad, concepto que atraviesa la obra entera y que
podemos vincular al Humanismo imperante en la época y su clara influencia en el
autor, nos lega sujetos como Marcela, quien además es mujer, por lo cual estamos
ante un concepto mucho más avanzado de libertad, el cual incluye a ambos géneros.
No olvidemos que la mujer era considerada en la época un sujeto inferior desde todos
los aspectos, cuyo único destino era el matrimonio o el convento.
El personaje de Quiteria está construido desde otro lugar, sin voz ni voto, pero
a la vez se nos muestra esto mismo como una fotografía de la época. La mirada
cervantina se centra en este caso en una fuerte crítica a las desigualdades económicas
de la época, aparejadas con la cuestión de los matrimonios concertados, en este caso
por dinero.
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BIBLIOGRAFÍA