Sunteți pe pagina 1din 13

Visiones Divinas.

[El trip de Allen Ginsberg en el Perú]

“I´m going to Pucallpa

to have Visions”

A. Ginsberg

Ilustración de la artista plástica Sheila Alvarado en base a una foto de Allen Ginsberg durante el
recital en el Instituto de Arte Contemporáneo de Lima (IAC), en mayo de 1960.

Ilustración de la artista plástica Sheila Alvarado en base a una foto de Allen Ginsberg durante el
recital en el Instituto de Arte Contemporáneo de Lima (IAC), en mayo de 1960.

I.

Los beatniks estaban de moda y Allen Ginsberg, el profeta de esta generación de jóvenes
desaliñados, barbudos y locos, se paseaba por el centro de Lima comprando éter en las farmacias.
Sucedía hace más de cincuenta años, durante el viaje por Sudamérica en el que el poeta recorrió
Chile, Argentina y Bolivia, para llegar a Perú en la parte trasera de un camión hacinado de
indios[1].
Ginsberg era entonces el portavoz de la conciencia del mundo: precursor de los hippies, militante
homosexual cuando no existía el Gay Power, risueño voluntario de los primeros experimentos con
LSD, droga que más tarde provocaría la explosión psicodélica de San Francisco. Su misión era
replicar la experiencia de su amigo William S. Burroughs, quien siete años antes había visitado
Colombia y Perú en busca del Ayahuasca, mítica planta que sirve de puente entre este mundo y los
dioses.

Lo primero que hizo al llegar fue tomar un tren a Cusco, ciudad que le sorprendió por su
antigüedad. Ansioso por conocer las ruinas incas partió a Machu Picchu, donde un vigilante le
ofreció sitio en su casa. Así pudo concretar una semana en la montaña. Desde ahí le escribió a su
novio, Peter, describiendo los acantilados y nevados de la cordillera de los Andes. El 6 de mayo,
tras dos días y dos noches viajando en un bus, llegó por fin a Lima invitado por el escritor
Sebastián Salazar Bondy[2], a quien había conocido en Chile.

***

Por aquellos días, un estudiante de la Católica recibía en el aeropuerto de Tingo María un azaroso
encargo[3]. Jorge Capriata tenía que entregar una botella de whisky Dimple repleta de Ayahuasca.
Su destinatario era nada menos que el poeta Allen Ginsberg, quien acababa de publicar Howl,
poema que le había costado un juicio por obscenidad, y escrito Kaddish, larga letanía de amor a su
madre, Naomi, que había muerto en un psiquiátrico pocos años atrás. Lo logró ubicar gracias a los
buenos auspicios de Juan Mejía Baca, gestor cultural de la época, cuya librería era punto de
encuentro de los intelectuales.

Fue en la cálida y diminuta sala del Instituto de Arte Contemporáneo (IAC), en la calle Ocoña,
donde se presentó Ginsberg el 12 de mayo de 1960. Carlos Eduardo Zavaleta lo recordaba
“barbudo, bajo, de voz gritona y ojos humosos”[4], mientras Capriata lo describe “con voz llana y
sin afectación” mientras recitaba The Red Wheelbarrow, de William C. Williams[5]. Acabada la
presentación, Capriata cumplió con entregar la botella, cubierta por una bolsa de papel.

El diario conservador La Prensa, a través de su suplemento dominical, comentó que Ginsberg “fue
rodeado por poetas de avanzada, snobs y otros ejemplares de la misma fauna”[6] y reproducía un
diálogo ocurrido en casa de la agregada cultural norteamericana, Marcia Koth, donde se celebró
una reunión:

– ¿Qué es lo que buscan usted y los escritores beatniks?

– Mi meta es Dios.

– ¿Por qué viste blue jean?

– Porque no tengo otra cosa que ponerme.

– ¿Piensa casarse?

– Jamás. Prefiero a los muchachos.

– Los poetas beatniks suelen tomar drogas para componer o recitar sus poemas. ¿Lo ha hecho
usted en Lima?

– Antes de recitar me dopé con bencedrina. Me han hablado de una bebida llamada Shushuhuasi
que tiene propiedades afrodisiacas. Quisiera beberla en Lima[7].

***

Después del recital, Capriata no pudo intercambiar muchas palabras con Ginsberg, así que se
citaron en el Hotel Comercio. Pero el día convenido lo encontró en cama. El gringo había
desarrollado un cuadro de hemorroides a su paso por lo Andes. La leyenda cuenta que inició el
recital del IAC comentando: “Acabo de llegar del hospital donde me he ido a quemar las
almorranas, porque soy maricón”[8].
En Dharma Lion, biografía autorizada de Ginsberg, Michael Schumacher confirma que adquirió el
mal a causa de las precarias condiciones de servicios higiénicos en las zonas altoandinas, aunque
en un poema llamado Sphincter menciona una “operación de fisura en Bolivia”[9]. De cualquier
forma, Capriata lo encontró convaleciente y Ginsberg no vaciló en contarle su primera experiencia
con el brebaje amazónico.

Había sucedido pocos días antes en esa misma habitación. Capriata refiere: “Me relató cómo, en
sus alucinaciones, aquellos adornos de Palacio de Gobierno se habían convertido en gárgolas
gigantes que se asomaban a su balcón, mientras se contemplaba a sí mismo, yaciente, y a la vez
flotando alrededor del camastro del hotel”[10].

Después de un rato decidieron bajar al bar Cordano, que quedaba a pocos metros del Hotel. Al
salir, Capriata y el gringo tuvieron una visión: un hombre melancólico, como salido de ninguna
parte, caminaba bajo la sombra de la Estación Desamparados.

Era Martín Adán[11].

–Don Rafael –lo llamó el joven Capriata.

Entonces sucedió algo extraño: por el sombrero de Martín Adán deambulaba una araña. Al
instante, Capriata le advirtió del huésped que traía y el legendario poeta peruano no tuvo mejor
idea que pisar al insecto. Suficiente para escandalizar a un budista como Ginsberg. Aún así, él lo
invitó al bar y el autor de La casa de cartón aceptó tomarse “una copita”. Pero no congeniaron.
Martín Adán, que solo conocía al beatnik por sus escándalos, no tuvo ningún reparo en
preguntarle:

–¿Por qué escribe usted porquerías?[12]

***
Más tarde, “El dominical” del diario El Comercio dio fe de este encuentro, publicando en su
sección cultural: “Gran amistad han hecho el barbudo norteamericano y Martín Adán, quienes se
conocieron de casualidad hace poco. Ahora suelen reunirse para tomar anisado y tratar de poesía,
como dos viejos conocidos”[13].

Era común encontrarse a Martín Adán deambulando por las calles del centro de Lima, donde
llevaba una vida bohemia y solitaria. Se le podía ver en la librería de Juan Mejía Baca, quien lo
ayudaba a escapar de apuros económicos publicando sus poemas. Salazar Bondy lo describe en un
artículo: “Sumido en sí, huidizo y sardónico, encasquetado en un sombrero deforme, cubierto por
un sobretodo basto, con una barba crecida”[14].

Así que hubo cierta empatía con el joven beatnik, una persona que desde su infancia había tenido
que lidiar con la locura y los manicomios. Por su parte, Ginsberg se interesó en Martín Adán, un
hombre “acosado por la indigencia y el alcoholismo”[15] cuya situación lo había llevado a vivir en
hoteles baratos y sanatorios.

Fue precisamente a él a quien le dedicaría el poema To an Old Poet in Peru, escrito en Lima y
publicado después en el volumen Reality Sandwiches, donde se logra inferir solo de manera muy
vaga la relación que tuvieron Ginsberg y el poeta peruano.

Dividido en tres partes[16], Ginsberg “expresa más interés en la patología de los garabatos
secretos que en la pulcritud de los sonetos”[17], típicos en la poesía de Martín Adán. Y advierte
sus deseos de partir a la selva como una suerte de vaticinio: “Voy a Pucallpa / a tener
visiones”[18].

Retrato del poeta Allen Ginsberg por la artista plástica Sheila Alvarado.

Retrato del poeta Allen Ginsberg por la artista plástica Sheila Alvarado.

Una fría mañana de otoño “paralizada por una huelga nacional y ensombrecida por una garúa
glaciar”[19], el periodista Alfonso La Torre encontró a Ginsberg en el Hotel Comercio,
semidesnudo, arremolinado entre las sábanas y fumando un cigarro Inca Nacional[20]. La Torre
había sido comisionado por la revista Cultura Peruana para entrevistar a Ginsberg, y lo que
encontró fue un poeta con espíritu obrero.

El resultado de aquel encuentro sería un extenso reportaje, de más de cinco páginas, en el que el
periodista narra la conversación que tiene con el poeta mientras este realiza sus actividades
cotidianas. Primero recibe al peruano en calzoncillos, luego se viste cubriendo “sus delgadas
piernas de adolescente”[21], se queja de sus pesados zapatos de minero, orina, se lava su barba
“rizada y castaña, tremola de hilaridad” y peina su escaso cabello mojado[22].

En el cuarto del hotel, Ginsberg describe los pilares de la nueva poesía americana, de la que es
estandarte el movimiento beat: un grupo de jóvenes rebeldes y barbudos que intentan “echar de
lado el academicismo, devolver la poesía al lenguaje común”, así como retornar al origen físico de
la literatura[23].

–En Grecia se recitaba la poesía en movimiento –señala el beatnik.

–Una poesía semejante debería grabarse más que escribirse –reflexiona La Torre.

–Claro que sí. Kerouac tiene una grabadora, y hemos hecho experimentos en común.

–¿Al mismo tiempo?

–Sí, poesía en cadena. You understand?… Una tarde fumamos marihuana, pusimos en marcha la
cinta, y empezamos a improvisar alternadamente… Marvelous! Most exciting experience!

–Apenas puedo creerlo.

La Torre, que más tarde describirá el recital ofrecido en el IAC como una experiencia
“electrizante”, le pregunta:

–¿Compone solo cuando ha fumado marihuana?


–No. Escribo en cualquier momento en que sienta la necesidad. La marihuana es un medio de
experimentación. Mire… En Machu Picchu no había luz, y escribí este poema a oscuras. Este otro,
durante un viaje en un camión[24].

Se trata de un pequeño cuadernillo con forro marrón, cuyas páginas están llenas de “una escritura
menuda y apretada” y dibujos “tan esquemáticos como los de un pupilo de kindergarten”[25]. Es
ahí, en esa misma libreta, donde Allen Ginsberg hará sus apuntes sobre el Ayahuasca, que más
tarde serán publicados en el libro The Yage Letters como parte de su correspondencia con William
S. Burroughs.

***

La Torre acompaña al poeta hasta el baño, atravesando un estrecho pasaje que terminó en un
amplio corredor con vista al maltrecho patio del hotel.

–¿Los poetas peruanos tienen iluminaciones? –pregunta el beatnik.

–¿Iluminaciones?

–Sí, a la manera de los santos y los místicos.

–Sabemos de algunos poetas que ven, cotidianamente, los “diablos azules” –bromea el periodista–
pero no tenemos noticia de que alguno haya alcanzado una iluminación mística o… poética.

–Un poeta sin iluminaciones es un simple prosodista, un infeliz –sentencia Ginsberg, antes de
acercarse al urinario para miccionar.

El periodista le pregunta qué es lo que hace en Lima, si acaso intenta seguir los pasos de Jack
Kerouac recorriendo “sobre el camino” todo Sudamérica.
El poeta lanza una carcajada.

–No, vine porque me invitaron a la reunión internacional convocada por la Universidad chilena de
Concepción, y también por ver si hallaba ayahuasca o marihuana.

–¿Y ha logrado fumar?

–Un poco… Siempre hay alguien que le proporciona a uno esas cosas[26].

***

Después de un insulso desayuno, té con limón y bizcochos, Ginsberg lanza la siguiente frase:
“como la sociedad no puede tocar con sus sucias manos mi alma, no hay peligro de que la
aniquile”.

–Con mi cuerpo puede hacer cualquier cosa, pero no alcanzará nunca a mi alma –agrega mientras
camina en dirección a la Plaza de Armas, bajo la fría llovizna de otoño.

El periodista, que sabe que estaba conversando con el “poeta joven más excitante de América”,
pregunta:

–¿Los delincuentes juveniles son, verdaderamente, beats?

–Yo fui delincuente juvenil. Fumaba marihuana a los 15, y eso es delincuencia. En la cárcel hice
amistad con varios ladrones.

–¿Qué edad tiene?


–33. Tengo la barba y los años de Cristo.

–¿Escribe usted poesía política? –vuelve a la carga el periodista.

–¡Por favor! No existe poesía política. La poesía surge del alma, y la política nunca alcanza allí. La
poesía no puede usarse como propaganda. Aún cuando sale de lo hondo, como en Neruda, es
siempre una especie de hipocresía, una variedad de egoísmo, que pretende imponer una regla
determinada a los demás.

–¿Existe un teatro beat?

–No existe una poesía beat, novela beat, pintura beat. Beat es una concepción poética, una actitud
ante el mundo. Pero, sí, hemos hecho teatro…[27]

Finalmente el escenario del diálogo se traslada a la Plaza San Martín, donde el poeta y el
periodista dan por concluida la charla. Debido a la huelga nacional, las calles de Lima lucen vacías y
silenciosas. “¿Podré pescar un taxi?”, se pregunta el beatnik ante la quietud de aquel día.
“Necesito llegar a la Embajada”.

Estrechan las manos. La Torre se despide, no sin antes prometer enviarle dos números de la
revista, uno para él y otro para su editor, Lawrence Ferlinghetti. Luego lo contempla irse, “llevando
sobre sus estrechos hombros la maldición y el desdén de 160 millones de honestos y prósperos
ciudadanos de traje gris”, hasta que se esfuma, como en un acto de magia, atravesando la puerta
del IAC[28].

Allen Ginsberg en el pico de su fama y juventud, sostiene ejemplares de los libros de la Generación
beat en la librería City Lights, circa 1959.

Allen Ginsberg en el pico de su fama y juventud, sostiene ejemplares de los libros de la Generación
beat en la librería City Lights, circa 1959.
III.

Se la presentó Salazar Bondy, quien consideró que podría haber afinidad entre ambos. Raquel
Jodorowsky era chilena, llevaba una década viviendo en Lima y representaba cierta sensibilidad
poética[29]. En medio de la escena cultural limeña, ella era una guapa mujer de la misma edad de
Ginsberg, portadora de la bandera del desenfado y la extroversión. Por aquella época, Jodorowsky
se ganaba la vida haciendo funciones de títeres para teatro y televisión junto a un jovencísimo
Walter Curonisy[30].

Un día, Allen preguntó si había un lugar en Lima donde pudiera comer cocina europea, a lo que
Raquel se ofreció a preparar borscht[31]. Aquel sería el detonante. Se dieron cuenta de la similitud
de sus vidas, así como de sus raíces en común. Tanto él como ella eran descendientes de
inmigrantes judíos ucranianos y, al menos en la leyenda personal de Raquel, la familia de Allen y la
suya debieron haberse conocido en el barco que los sacó de Rusia a inicios del siglo XX.

Se hicieron amigos y él empezó a visitarla. Si ella estaba dictando su taller de poesía, Allen se
sentaba a esperarla en un sillón en la casa de Raquel, en Lince, y se ponía a leer los libros que
encontraba en la biblioteca. Luego se iban a almorzar al Barrio Chino, cerca al mercado central. En
su poema Oda a Allen Ginsberg, Raquel cuenta que pisaron las basuras de la calle Capón
“cantando canciones en ruso”[32]. Después solían tomar café en algún bar del centro. En sus
devaneos por Lima, el beatnik conoció también a otro gran vate, Rafael Alberti, con quien
conversó de arte oriental[33].

Raquel era conocida por sus cautivadores ojos verdes, por publicar libros que ella misma vendía en
recitales y por ser la voz femenina que a los 23 años había “levantado la cabeza después del
primer ciclo de la Mistral”, según palabras de Rosamel del Valle[34]. Lo cierto es que Ginsberg, un
homosexual declarado, se identificaba con ella. Pero su madre, muerta y lobotomizada, yacía en
su inconsciente. ¡No había marcha atrás! En su búsqueda por encontrar a Dios, Ginsberg estaría a
punto de descubrir la dicotomía del universo. El Ayahuasca le depararía aún más sorpresas.

***
A su paso por Lima, Ginsberg alucinó con éter. Su intensión era describir la experiencia en un
poema que más tarde sería publicado en el libro Reality Sandwiches. Walter Curonisy recuerda en
su Poema a Allen Ginsberg que el beatnik lo llevó a su cuarto “a mirar el reloj / de la estación con
éter”[35], mientras Raquel, en su oda, cuenta que le dio a oler algodones “prometiéndome que
vería a Dios y no lo vi”[36].

Los poemas de Walter y Raquel coinciden a su vez con el de Allen, que en una de sus páginas
pregunta: “¿Qué puede ser posible / en un universo menor / en el que se puede ver / a Dios
oliendo el / gas en un algodón?”[37].

Al final de Aether, Ginsberg parece resignarse al paso del tiempo: “en este infierno de Nacimiento
& Muerte / me acerco a los 34––súbitamente me sentí / viejo”, al mismo tiempo que comprende
la soledad de su existencia: “sentado con Walter & Raquel en un Restaurante Chino––se besaron–
–yo solo”[38].

Curonisy afirma, desde Marruecos, que Ginsberg le pidió que lo ayudara a conocer Lima. “Con un
reflejo muy negativo lo conduje hasta el Montón [el basurero de la ciudad]”, señala[39]. Y en su
poema refiere: “vimos cómo engordaban a los cerdos / y las peleas de las bandas por un pedazo
de vidrio”[40].

Aquel era el lugar donde acudían los camiones de basura, el miserable escenario en el que los
gallinazos sin plumas de Ribeyro pugnaban por sobrevivir. Al poeta los mendigos lo confundieron
con Fidel Castro por la barba, que entonces era sinónimo de lucha guerrillera. “¡Castro!, ¡Castro!”,
le gritaban a su paso entre los desperdicios[41].

Con aquel escenario de fondo, en medio de montañas de basura y moscas, el beatnik le preguntó
a Curonisy si había leído a Rimbaud o los Cantos de Maldoror, a lo que Walter respondió que no.
Tenía solo 20 años.

***
Su cumpleaños número 34 lo sorprendió en Huánuco, herido por la tristeza. El viaje a la selva fue
lento y duró una semana, culminando la ruta Tingo María–Pucallpa tendido sobre sacos en un
camión desvencijado. A orillas del río Ucayali, Ginsberg se contactó con un hombre llamado
Ramón que había conocido a Robert Frank, fotógrafo de la película Pull my daisy[42], quien lo
condujo hasta un chamán, “un individuo de unos treinta y ocho años, de aspecto pacífico y
simple”[43], como lo describiría más tarde.

Durante su primera experiencia con Ayahuasca en la selva, Ginsberg empezó a “ver o sentir lo que
me pareció el Gran Ser, o algún sentido de Eso, que se aproximaba a mi mente con una gran
vagina húmeda”[44]. La alucinación consistía en un ojo mirando desde un agujero negro, rodeado
por peces, aves, serpientes y mariposas.

La noche siguiente, Allen repitió la experiencia con una dosis más potente. El trip fue metanoico,
sintió “todo el maldito Cosmos” enloquecer y describió su viaje de la siguiente manera: “creo que
[fue] lo más fuerte y peor que haya tenido”[45]. La cuestión de la vida y de la muerte lo asaltó de
pronto. La certeza de un fin próximo, irremediable, y el drama de no estar nunca preparado.

La sola idea de morir lo entristecía. Pensaba en Peter y en su padre. Bajo los efectos del
Ayahuasca, tuvo un encuentro cercano con la muerte. “La choza íntegra parecía rayada de
presencias espectrales todas ellas sufriendo transfiguraciones al contacto de una Cosa Única
misteriosa que era nuestro destino y que tarde o temprano habría de matarnos”[46], le escribió a
William S. Burroughs.

Tras esta experiencia, Allen llegó a la conclusión de que la única manera de confrontar la muerte
era reproduciendo vida. Tan simple como eso. Una salida que sin embargo nunca antes había
considerado. En su biografía, Schumacher señala que Ginsberg decidió “tratar de entender mejor a
las mujeres y, en definitiva, tener hijos”. Ellas eran ahora capaces de “salvarlo de la destrucción
total”[47].

De sus viajes con Ayahuasca, que repitió con frecuencia hasta el 24 de junio de 1960, Ginsberg
escribió los poemas Magic Psalm y The Reply, los más logrados en transmitir sus vuelos
metafísicos. Desde la selva, el gringo le envió a C. E. Zavaleta dos botellas con el brebaje para que
le fueran entregadas a Marcia Koth, pero solo una de ellas “llegó a manos del portero de la
embajada norteamericana”[48].

La idea de Ginsberg era consumir y estudiar la pócima en Estados Unidos. Le interesaba que Jack
Kerouac la bebiera también. Curonisy, quien sostiene que lo acompañó durante el periplo, cuenta
que a su regreso trajeron consigo más botellas con Ayahuasca que luego tomaron donde
Raquel[49].

***

En la pequeña casa de Raquel, fallecida el 27 de octubre de 2011, aún retumban los ecos que la
invadieron hace más de medio siglo. La “mariposa tallada de fierro” solía recordar a su amigo en el
mismo sillón donde el beatnik se sentaba[50]. “Ser homosexual es una soledad muy grande”, me
dijo una tarde que pasamos hablando de Ginsberg.

A sus 84 años, Raquel recordaba: “Una vez me pidió que tuviera un hijo con él”. En un principio
pensó que le estaba gastando una broma, pero el beatnik se lo volvió a proponer cuando cruzaban
la Plaza San Martín. “En serio, quiero tener un hijo contigo”, le insistió mientras la tomaba del
brazo.

–Me sorprendí tanto que ni contesté –solía contar la anciana poeta[51].

En la oda que le dedicara a Allen Ginsberg, publicada en el volumen Caramelo de sal, Jodorowsky
le recrimina: “te metiste en mi vida de días detenidos / removiendo los cerebros de mis gusanos”,
para después afirmar que un hijo suyo: “Hubiera nacido con alma”[52].

El 8 de julio de 1960, Ginsberg partió del aeropuerto de Lima de regreso a la escena beat, que
ahora le parecía “tan envolvente y loca”. Un año más tarde volvería a dejar su país, esta vez con
destino a la India. Aquel viaje le permitiría continuar con su búsqueda espiritual. En 1994, Jorge
Capriata lo encontró cambiado. Ya no era el risueño barbudo de la edad de Cristo que buscaba
“verle la cara a Dios”, sino un viejo profeta. Aún recordaba Lima, los muros coronados con espinas
y la gris palidez de nuestro cielo[53]. El 5 de abril de 1997 Ginsberg haría su viaje definitivo hacia el
infinito, esta vez sin Ayahuasca.

S-ar putea să vă placă și