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MIGUEL ÁNGEL CENTENO

SANGRE
YDEUDA
Ciudades, Estado y construcción de nación en América Latina

Traducido p o r Carlos A lberto Patino Villa

UNIVERSIPAD NACIONAL DE COLOMBIA


SEDE BOGOTÁ
INSTITUTO D E ESTÚDIOS U RBANOS - IEU

Bogotá, D.C., abril de 2014


Grandes guerras en América Latina

Ecuador

j José de San Martin,


j • »» SimónBolívar.
(U Independenda de México
1820-1821.
E E . UU. vs. México 1846 -1867
Revoludón 1910- 1920.

Argentina (La Plata), Brasil, Uruguay


" 1825 - 1852.

{ I Guerras dei Pacífico, Chile vs. Bolivia/Perú


1836 - 1839, 1879 - 1883.
8BBS Triple Aüanza,
Argentina/Brasil/Uruguay vs. Paraguay 1864-1870.

H KB Guerra del Chaco, Bolivia vs. Paraguay


1932-Í935.
0-<|>-6 m Colombia vs. Peru 1932-1933
s Ecuador vs. Perd 1941,1881,1995.

300 0 300 300 900 I 200 1500 H I Malvinas/Argentina vs. Gran Bretafia
1982.
Kitómetros

Fuente: Miguel Angel Centeno


Contenldo

Lista de figuras 12

Lista de cuadros 13

Prólogo 15

Agradecimientos 19

Capítulo 1
El rompecabezas latinoam ericano 23

Capítulo 2
Haciendo la guerra 69

Capítulo 3
Creación dei Estado 155

Capítulo 4
Construyendo nación 243

Capítulo 5
Formando ciudadanos 311

Capítulo 6
Guerras y Estados-nación en Latinoaméríca 371

Bibliografia 397
Capítulo 1

El rompecabezas latinoamericano

I I liintasm a dei L eviatán acecha las im ágenes co n tem p o râ­


neas de América L atin a1. Se dice que u n Estado g ran d e, poco
maleable y to d o podero so d eterm in a el fu tu ro de los ciu d ad a­
nos y estipula el ru m b o de sus vidas. En el p arad ig m a neoli-
beral, desde hace tiem po, se h a insistido en que la excesiva
d ependência dei Estado ha a tra p ad o a L atinoam éríca en el
i aos político y económ ico y que la m ejo r solución a los innu-
mei ables problem as dei co n tin en te seria la elim inación de este
peso m u erto institucional. D u ran te las últim as dos décadas, el
lema de la política d o m in an te h a sido “conseguir que el Esta­
do salga”. U na vez libre de la m irad a om nisciente y dei p o d e r
inonopólico dei Leviatán, com o dice la sabiduría actual, las
sociedades latinoam ericanas y sus m ercados se co n v ertirán en
dem ocracias pró sp eras y pacíficas.

11'ero d ó n d e está este L eviatán?, id ó n d e está la in stitu ció n


( apaz de fru stra r y o p rim ir a tantos?, ies posible que el Esta­
do latinoam ericano sea capaz de d o m in ar la vida de sus ciu-

Kn el libro me centro en once casos: México y las diez repúblicas por debajo
del istmo. Con excepción de algunos comentários comparativos ocasionales,
lie liecho caso omiso de Centroamérica y el Caribe. Las razones fueron mo-
livadas en parte por la realidad geográfica y en parte por las limitaciones
de cualquier empresa académica. Las conversaciones con los colegas me han
convencido de que Centroamérica representa salvedades importantes a mis
argumentos. Sentia, sin embargo, que esta region estaba geopolíticamente
separada y su inclusion no solo lnibiese hecho muy abrumador el trabajo del
presente libro, sino que también hubiese complicado innecesariamente una
narración que ya de por si contiene giros y vueltas importantes.
dadanos? A pesar de u n a discusión extensa sobre “la m atriz
E stado-céntrica”2, de m a n era so rp ren d en te , todavia sabemos
m uy poco acerca de la capacidad dei Estado en L atinoam éríca
p ara hacer algo3. Y lo q u e sí sabem os a p u n ta en la dirección
opuesta de las creencias neoliberales conocidas.

iA qué se su p o n e que se debe p arecer esta cria tu ra institucio­


nal? Se h an escrito m uchísim as páginas b uscando la definición
de dicho concepto p a ra re q u e rir u n a discusión am plia de sus
diversas in terp retacio n es y epistem ologías4. En el p resen te li­
bro, el Estado se define com o el núcleo institucional p e rm a ­
nente de la a u to rid ad política sobre la que rep o san y d ep en -
den los regím enes. Es p e rm a n e n te en la m ed id a en que su
co n to rn o y sus capacidades generales se m an tien en constantes
a pesar d e los câmbios de gobierno. Se p u e d e institucionalizar
en la m ed id a en que se asum a el g rad o de au to n o m ia p ara
cualquier sector social. Su a u to rid ad es am p liam en te acepta-
da en la sociedad p o r encim a dei debate respecto a políticas
específicas. Si bien la n atu raleza de su com posición p u e d e ser
problem ática, sí posee la coherencia suficiente p a ra ser co n ­
siderado u n actor en el d esarrollo de u n a sociedad. Es decir,
incluso si no podem os h ab lar sobre lo que el Estado “q u ie re ” o
“piensa”, podem os identificar las acciones y las funciones aso-
ciadas a él. En el nivel más básico, las funciones de u n Estado
incluyen el sum inistro y la adm inistración de bienes públicos
y el control de la violência in te rn a y ex tern a.

iC óm o h a actuado el Estado latinoam ericano, de acu erd o con


n u estra definición? E n general, los resultados h an sido m enos

2 Cavarozzi, “Beyond Transitions to Democracy”.


3 Una excepción prometedora es el trabajo reciente de Peter Evans al vincu­
lar las características de las burocracias estatales a los resultados económicos.
Evans y Rauch, Bureaucracy and Growth. Ver también D. Smith, Solinger y
Topik, States and Sovereignty in the Global Economy.
4 Para una discusión general, ver Barkey y Parikh, Comparative Perspectives on the
State y la literatura allí citada. Ver también el ensayo introductorio de Michael
Mann, “'th e Autonomous Power o f the State”, en States, War, and Capitalism.
Para trabajos más recientes en campos particulares, ver más adelante.
i|in rjcm pliiies. Los Estados lalinoaiiu ricanos han fracasado
m u i rcguiaridad p ara d eterm in ai' su au to n o m ia institucional;
mi escala y alcance siguen siendo u n a p arte dei debate político
di,ii io, y su legitim idad está a m en u d o en tela de juicio. Tam-
I>i(ii encontram os co n stan tem en te que el Estado latinoam eri-
i.ino no ha lenido la capacidad institucional req u erid a p ara
llevai a <abo incluso u n conjunto lim itado de tareas5.

\ pesar de algunas excepciones significativas, p o r ejem plo,


I iliile y Costa Rica, au to res de diversos inform es describen
una incapacidad genérica p ara p ro p o rcio n a r los servicios
sociales básicos asociados a u n Estado m o dern o . Si se habla
de salud, educación, vivienda, o tran sp o rte e infraestructura de
las <om iinicaciones, los Estados latinoam ericanos se h an des-
eiiipenado bastante mal, incluso ten ien d o en cu en ta las lim ita-
i iones de los recu rso s bajo las cuales fu n cio n a n la m ay o ría
i li dic lios países6. La distribución de bienes y servicios a través

A pesar de la iinportancia de este concepto para la sociologia política, sigue


siendo eu gran medida poco estudiado. Mi uso dei término se centra en la
i apaeidad de las autoridades políticas para hacer cumplir sus deseos e imple-
meular políticas. Tal vez la manifestación más extrema de la autoridad estatal
es la descrita por James Scott en Seeing Like a State. Para una discusión general,
ver Migdal, Strung Societies and Weak States-, Evans, Rueschemeyer y Skocpol,
Hanging the State Hack In-, Migdal, Kohli y Shue, State Power and Social Forces-, y
( nillagliy, The State-Society Struggle. Para Latinoamérica, ver Geddes, Politician’s
Dilemma, esp. 15 -19; Canak, The Peripheral State Debate; Huber Stephens y Ste­
phens, Democratic Socialism in Jamaica; Huber, Assessments o f State Strength; Fish-
low, The Latin American State; Faletto, The Specificity o f the Latin American State;
Sikkink, l.as capacidades y la autonomia del Estado en Brasil y la Argentina; y Ber-
enszlein, Rebuilding State Capacity in Contemporary Latin America. Para informes
liisióriros del Estado latinoamericano, ver Oszlak, The Historical Formation o f the
Slate; Whitehead, State Organization in Latin America Since 1930; Coronil, The
Magical Slate.
Iin luso aquellos con una gran cantidad de riqueza no han logrado generar algo
in,is que una pátina dramatúrgica de la autoridad y los servicios institucional­
izai li is. Ver ( ioronil, Magical Stale. Latinoamérica ha supuesto un mejor desem-
peiio que Africa. Sin embargo, seria cuestión de forzar la definición de Estado
p.n.i incluir a muchos de los países de Africa. En Latinoamérica tenemos la
siluai idn más paradójica, a través de la cual los Estados no son endebles y duran
muchos ados, rindiendo al menos el mínimo necesario para existir, pero fracas-
aii al dcsarrollar una capacidad administrativa y política importante.
de clases, razas, géneros y regiones cslá lan dislorsionada en
g ran p arte dei co n tin en te com o p ara co n trad ecir cualquier
noción de un colectivo político y social. Por ejem plo, m ien-
tras cjue los ricos p u e d e n o b ten er Ia m ejor calidad en aten-
ción m édica en instituciones privadas, los hospitales públicos
de L atinoam érica son conocidos solo p o r los están d ares de
sus co n trap artes globales. U n abism o divide las condiciones de
vida d e aquellos que hab itan en las ciudades y los que viven
en el cam po. La g ran m ayoría de la población ru ra l no tiene
acceso al ag u a potable o al saneam iento7. Los Estados h an sido
en g ran p a rte incapaces de lidiar con la consiguiente inm i-
gración u rb a n a masiva de los últim os cincuenta anos, p ro d u -
ciendo pesadillas en la salud pública en casi todas las gran d es
m etrópolis de L atinoam érica. U n reco rrid o casual p o r cual­
q u ier favela, b arrio, colonia p o p u la r o villa-m iseria h o rro riza
a los visitantes y provoca m ecanism os de rechazo psicológico y
de ingeniería. Incluso la educación, que fue an u n ciad a com o
u n a historia de éxito relativo p o r varias décadas, h a dejado a
más de u n cuarto de la población analfabeta en m uchos países
de Latinoam érica. En tiem pos más recientes, hem os visto que
incluso la in fraestru ctu ra educativa básica h a com enzado a de-
teriorarse, con el Estado igu alm en te incapaz de p reserv ar la
calidad de las principales universidades nacionales.

A ctualm ente las grandes ciudades cuentan con carreteras y sis­


tem as de tran sp o rte público im presionantes, p ero todos están
sobreutilizados y atestados de gente. Viajar fuera de los cen­
tros urbanos p u ed e ser difícil y peligroso. Además, el teléfono
convencional sigue siendo u n lujo en casi todas las sociedades
de Latinoam érica, debido a u n a in fraestru ctu ra de com unica-
ciones irreg u lar fuera de los centros principales8. Paradójica-
m ente, la región fue u n o de los prim eros líderes en el auge dei

Naciones Unidas, Division de Estadística.


Uruguay cuenta con el mayor nivel de penetración de la telefonia, con 209
líneas por cada 1.000 personas, mientras que Perú sólo tiene 60 por cada
1.000 (Universidad de Texas, Lanic, Trends in Latin American Networking).
li lelono celular, pero no por la solisticación tecnológica, sino
ili Indo a la lálla de tclcconnm icaciones públicas adecuadas9. Es
(In ir, más que el m ercado para tales juguetes electrónicos fuera
obslac ulizado por un Estado dom inante, el vacío de servicios
g n ir r ó oportunidades.
St se Niipone cpie el Estado debe p ro p o rcio n a r la base fu n ­
dam ental que p erm ita la integración física de la sociedad, el
í slado lalinoam ericano se ha q u ed ad o corto. T am bién ha fa­
t ia d o e u crear u na noción de ciudadanía, que es crucial p ara
la integrat ion de la c o m u n id ad 10. U na función im p o rtan te de
i iialquicr Estado m o d ern o ha sido la “cooperación obligato-
na" t|iie req u iere de los individuos, p u esto que reconoce su
i m dadanía c o m ú n 11. Lo an terio r incluye forjar u n a ig u aldad
,01 ial básica y u na id en tid ad colectiva. Con la posible excep-
i u m de los países dei C ono Sur, n in g u n a sociedad en Latinoa-
inei ii a se ha in tegrad o al p u n to de que todos los sectores de la
población reconozcan in trin secam en te sus vínculos com unes a
11aves de la nación.

(diii/á en un área el Estado latinoam ericano parece h ab er


eject ido una au to rid ad considerable. G ran p arte dei im agina-
i in dei ab ru m a d o r Leviatán viene de las funciones económ icas
que el Estado ha asum ido. En p rim e r lugar, hay que senalar
que la influencia económ ica real dei Estado ha sido a veces
ex ag erad a y su labor en los países m ás avanzados h a sido m i­
nim izada. No obstante, el Estado liberal del siglo X IX desem -
pefió un papel significativo en el d esarrollo de la econom ia de
exportat ion. D espués de 1930, el Estado estuvo involucrado
en lot lo, desde el com ercio hasta la política industrial. N o se
puetie negar que México —a finales de los anos trein ta— y
lú asil —a linales de los sesenta— tu v iero n m uchos de los ras­

1 li (onsecuencia, el continente está muy atrasado en el uso de Internet (Uni-


vrixidad ill' Texas, Lanic, Trends in Latin American Networking).
Pinheiro, Democracies without Citizenship; Vilas, Inequality and the Dismantling of
t iiliunship in Latin America.
11 Mann, A utonomous Power o f the Slate ,2 3 .
gos asociados con los llam ados Estados dcsarrollistas. Incluso
en aquellos d o n d e la in tervención dei Estado ha sido m uy cri­
ticada y su capacidad ha sido mayor, la habilidad dei Estado
latinoam ericano p ara im p o n e r su v o lu n tad a u n a población
se h a visto gravem ente lim itad a12. El Estado p ro p o rcio n a em-
pleo p a ra algunos y protección p a ra otros, p e ro p o r lo g en eral
falia al obligar a la gente que su p u estam en te rige a cam biar
su co m p o rtam ien to 13. L a n ó m in a pública estaba p lag ad a de
co rru p ció n e ineficiência, m ientras que la industria, p ro teg id a
y nacionalizada, p ro d u cía bienes de m ala calidad. La facultad
dei Estado p a ra ser generoso creció, p e ro no su capacidad de
exigencia. El Estado resu ltan te fue g ra n d e p e ro ineficaz.

O bservem os la form a en que el Estado latinoam ericano ha


cum plido con sus responsabilidades fiduciárias, tales com o la
em isión y gestión de u n a m o n ed a nacional y el m anejo p r u ­
d en te de las cuentas nacionales. U na vez más, el resu ltad o ha
sido u n d esastre casi absoluto. La inflación h a llegado a estar
tan relacio n ad a con el co n tin en te que p u e d e ser co n sid era­
da u n a en ferm ed ad de A m érica Latina. D u ran te los últim os
trein ta anos, países com o Bolivia p resen ciaro n u n a inflación
tan s o rp re n d e n te (11,749% solo en 1985) com o p a ra q u e la
idea de u n a m o n ed a careciera de sentido. U n m illón de pesos

12 Evans, Predatory, Developmental, and Other Apparatuses; P Smith, The Rise and
Fall of the Developmental State, 51-73. El ejemplo más claro de fracaso puede ser,
precisamente, en aquellos casos en los que se trató de crear una variante del
desarrollismo autoritario en Asia oriental. En un libro anterior describi la cua-
sileninista revolución tecnocrática de Carlos Salmas. Nótese, incluso, que este
proyecto no pudo evitar un brote de la guerra de guerrillas, no pudo proteger
a las instituciones básicas de las incursiones de la mafia de la droga, no pudo
contar con una fuerza policiaca y desde luego no pudo proteger su moneda.
18 Algunos han visto el surgimiento de la economia informal en las últimas déca­
das como un indicio de opresión de un aparato estatal económico poderoso.
No obstante, dno es un enorm e sector económico libre de impuestos y regu-
laciones un indicio de la incapacidad dei Estado para imponer sus normas?
El porcentaje de trabajadores no cubiertos por la seguridad social o planes de
salud pública no refleja un movimiento amplio para escapar de las garras dei
Estado, sino más bien la incapacidad dei Estado para mantener a la población
en su dominio.
.iigm iiiios en 1979 literalm ente no hubiese ten id o n in g ú n va­
li u en 1997. Aun países com o Chile, q u e fuero n excepciones
i liisii as para este tipo de problem as, h a n alcanzado u n a infla-
iiiiii anual de dos dígitos casi p e rp e tu a 14. D u ran te la últim a
d ei ada, varios países han considerado e n tre g a r su p o d e r p ara
cm ilir una m oneda, ya sea estableciendo u n a ig u aldad con el
dólar de Kstados U nidos, o convirtiéndolo en la m o n ed a de
i ui so legal15.

No es coincidência que los p resu p u esto s hayan estado cons­


tantem ente desequilibrados. El G obierno latinoam ericano
que sea capaz de ser autosuficiente econom icam ente es, de
Iii i lio, poco lrecuente. Lo mism o p u e d e decirse de m uchos
G obicrnos en todo el m u n d o d u ra n te los últim os cincuenta
anos, pero la fragilidad fiscal dei Estado latinoam ericano ha
ai In ext rem a. Por lo general, dichos Estados tuvieron que bus-
i ai li>iidos fuera de sus propias econom ias, am en azan d o con
i lio su autonom ia nacional. Por o tra p arte, la am ortización de
estos prestam os ha creado u n a carga más, ya que a m en u d o
obliga al país a dejar de lado consideraciones de o rd e n in tern o
eu una búsqueda frenética de m onedas convertibles. P uede
m i solo una ligera exageración p a ra describir las operaciones

lisi.ilcs de algunos Estados com o m eras transferencias de la


i iqiicza nacional a los prestam istas internacionales.

El Iracaso de los Estados p a ra cu b rir sus gastos es tam bién u n


indicio de su capacidad lim itada p a ra grav ar con im puestos
,i m i población. A pesar de su rep u tació n voraz, los Estados
laliiioam ericanos historicam ente h a n gravado u n p o rcen taje
iiiui bo m en o r de su riqueza nacional que en otros países más
i ii os. M ientras q ue las com paraciones de los sistemas fiscales
um dilíciles debido a diferentes defm iciones, m edidas y ju -

1 llalos dei Comité de Estúdios de Latinoamérica, Universidad de Califórnia,


I os Angeles, SALA, cuadro 3322.
I I problema casi universal de la fuga de capitales es otro indicio de la capaci­
dad relativamente débil dei Estado latinoamericano para controlar las fun-
i limes económicas básicas.
sangre y acucia

risdicción fiscal, las tendencias generales son reveladoras. En


p rom edio , los im puestos a las econom ias ladnoam ericanas es-
tán en ap ro x im ad am en te u n tercio dei nivel de aquellos en
el G 716. Así, con esta m edida, el Estado latinoam ericano está
lejos de ser u n Leviatán voraz. Seria m ás preciso llam arlo u n
en an o fiscal.

Los fracasos políticos h an sido aú n más evidentes. Se ha cen­


trad o m ucha atención en el autoritarism o, p ero poca en la
obediencia real de las ord en es. La capacidad dei Estado p a ra
m a n ten er el m onopolio p o r m edio de la violência o la territo-
rialidad h a sido siem pre sospechosa17. C on u n p a r de excepcio­
nes, se p o d ría decir que pocas capitales nacionales h an gober-
n ado las zonas ru rales desde el siglo X IX o incluso a principios
dei siglo XX. A ún hoy en dia Perú, E cuador y Bolivia carecen
de la capacidad p a ra co n tro lar la Sierra; México co ntinúa lu-
chando co n tra los rebeldes en al m enos dos provincias; Brasil
no p u e d e hacer cum p lir las políticas federales en las regiones,
y Colom bia se está d esin teg ran d o ráp id am en te.

En lo que respecta al m an ten im ien to dei o rd e n civil o social,


los ciudadanos que viven en cualquier ciu d ad im p o rtan te de
L atinoam érica cada vez m ás son víctimas de la delincuencia
y están re c u n ie n d o a alg ú n tipo de protección p riv ad a18.
Para los ricos, estos servicios p u e d e n ser p ro p o rcio n ad o s p o r
el auge d e la in d u stria d e la seguridad; p a ra los pobres, este
hecho p u e d e im plicar convertirse en m iem bro reacio de u n a
pandilla o p articip ar en chantajes; p a ra aquellos de clase m e­
dia, la seg u rid ad p u e d e no ser más que la posesión de u n arm a

16 El promedio para Latinoamérica es de 13,3% dei producto interno bruto


(PIB) (la media es de 12,8%). Para el G7 (Grupo de los Siete [los países indus­
trializados]) es de 36,8% (misma media) (Comité, SALA, cuadros 3119, 3120
para 1993-1996; OECD, Estadísticas de Ingresos, 64).
17 Whitehead, Stale Organization.
18 Londono y Guerrero, Violência en América Latina; Eclac, Public Insecurity on
the Rise; Colburn, Crime in Latin America; Universidad de Texas, Austin, De­
partamento de Sociologia, Rising Violence and the Criminal Justice Response in
Latin America.
im r o m p c L c iu c K iiH l n n i i u i i m c n u u i u

(i|iic cada vez están más disponibles), o sim plem ente evitar
i it.liquid exposición innecesaria en el âm bito público. En al-
guu.is ciudades, d o n d e ni siquiera la seg u rid ad de las figuras
piiliiii .is más poderosas está garantizada, la vida cotidiana h a
iidquii ido im carácter casi d ep red ad o r. En n in g u n a p arte, de
iiuevo (ou la posible excepción de Chile, se p u ed e confiar en
i I I slado para p ro p o rcio n a r u n a g aran tia de protección.

I ii.i vez que se com ete un crim en, es igualm ente difícil p a ra el
i iikI.kI.iiio eom ún refugiarse en el sistem a de justicia. A unque
los a< adém icos h an p restad o poca atención a este aspecto im-
poi lanle de la vida latinoam ericana, el sistem a legal en dichos
p.uses está p o r los suelos19. Los prisioneros, excepto los más
privilegiados, a m e n u d o d esap arecen en el laberinto de u n
llp.iialo adm inistrativo que no es capaz de realizar u n segui-
iiuciilo de su p arad e ro , ni m ucho m enos garan tizar u n juicio
lapido. I.as víctimas de delitos rara m e n te se m olestan en d e ­
nn in tat las agresiones. D ep en d ien d o dei país, las disputas de
im g o i ios req u ieren d e u n tercero q u e no sea el Estado p ara

niiri veiiir y m an ejar los conflictos, con el fin de p ro p o n e r y


lim ei <uinplir las resoluciones. En las disputas p o r la pro p ie-
«lail la capacidad dei Estado p a ra servir com o árb itro n eu tral
( s sum am ente cuestionable. La legitim idad dei sistem a ju d i-
i ial nlicial y el nivel de confianza en su facultad p a ra buscar
las verdades jurídicas y la justicia objetiva son bastante bajos.

es, dqué pasa con la concepción p o p u la r dei Estado la-


I i iIi i i k

Iiiiiiiiiiici ii ano com o u n tiran o sanguinário? Ciertos Estados


laiuioam ei icanos han p articipado en el asesinato en masa: la
ui,ü.m /a de El Salvador, la cam p an a antim aya de G uatem ala y
l,i "guerra sucia” d e A rgentina son algunos ejem plos. A pesar
dc que eslos sucesos fu ero n brutales y trajero n sufrim iento y

( .iiillci 11io O’Donnell ha sido el protagonista de algunas de las recientes


pi coi npai iones por la debilidad dei sistema judicial. Ver, por ejemplo, The
/inliiiary and the Rule o f Law y The Slate, Democratization, and Some Conceptual
I'lnhlrms. Ver también Mahon, Reforms in the Administration o f Justice in Latin
hurried.
la m u e rte de miles de personas, incluso el p eo r de los casos
de L atinoam érica palidece en com paración con lo que sucede
en la rnayor p arte dei resto dei m u n d o 20. En los capítulos si-
guientes d em u estro que, en su contexto, la violência política
en L atinoam érica ha sido relativam ente silenciada. El Estado
no h a sido activam ente responsable de m uchos crím enes, rela­
tivam ente hablando. De hecho, h a sido la ausência dei Estado
en g ran p arte la responsable p o r las m u ertes e n tre la m ayoría
de la población21.

M uchas de ellas, p ro d u cid as p o r la violência política, son el r e ­


sultado de la incapacidad dei Estado p a ra im p o n er su autori-
dad de m anera definitiva y perm anente. Los puntos conflictivos
de u n a violência in sp irad a en la política en la L atinoam érica
co n tem p o rân ea, p o r ejem plo Colom bia, son consecuencia no
d e u n esfuerzo “leviatanesco” p o r im p o n er nuevos o rd en es
sociales o p o r deshacerse de d eterm in ad as com unidades, sino
de la persistência de aquellos rivales que reclam an u n a auto-
rid ad legítim a. En otros casos, M éxico y Colom bia, siendo de
nuevo los más p ro m in en tes, d em u estran la incapacidad —o
falta de volu n tad — dei Estado central p a ra im p o n er u n Es­
tado de d erech o sobre u n negocio internacional. El au m en to
de la delincuencia en casi todas las capitales de L atinoam érica
en los últim os veinte anos se ha p ro d u cid o no p o r las acciones
sancionadas de m a n era oficial, sino debido a policias sinver-

20 Comparemos los datos sobre Latinoamérica, por ejemplo, con los resultados
detallados de Rummel, Death by Government.
21 Si queremos incluir a las víctimas de la inacción dei Estado, el número de
muertes prematuras causadas por la ausência de servicios básicos tiene que estar
por lo menos parcialmente establecido a puertas de la autoridad política. Con­
sideremos el caso de Brasil, apreciado como la sociedad industrial más desigual
en el mundo. Mientras que los ricos e influyentes de São Paulo evitan los embo-
tellamientos al desplazarse en helicóptero, los más pobres tienen una esperanza
de vida que puede ser décadas más cortas que los pocos afortunados. Dada la
existencia de una gran riqueza, al menos potencialmente disponible para el
Estado, su fracaso en apropiarse de ella y redistribuiria para evitar que algunos
sufran puede ser juzgado como un delito y como el orden real de la violência.
piii it/.is v i I im inalcs que sc siciilcn con la libcrlad para ale
II ni I /ai a I ma sociedad cad a vez más desesperada.

1,11111*I<■11 cs fundam ental cellar un vistazo a las motivacione


di n a . dc la violência política que ocurre en Latinoam érica
I in lioloi ausios globales del siglo pasado ban estado asociado
inn n ex loi mas de cxclusiém política diferentes: el prim er tipi
\ I I mas romi'm define la identidad a través del territorio
III ia presencia sublim e en una regiém particular de la religiói
■ 111 la I del nacionalismo; una segunda forma relacionada de
Inn la idenlidad por medio de la etnia, a veces asociada a
ii 11 Homo, ( omo en la forma anterior; otras veces con seccio
in . solo de uno o más Estados formales; un tercer factor di
iiiuiivai um es la ideologia, a m enudo com binada, im plícita i
• pin iiam eiiie, con alguna tie las afirm aciones de identidat
di <i I n.is anleriorm ente. Todas estas identidades reivindicai
I I d o ei ho a im poner “el sacrifício final” en sus poblaciones
I o qnc distingue a Latinoam érica es que la violência politic;
laiam e iile se asocia con la intensidad emocional relacionad
mui lux dos prim eros tipos, e incluso el tercero no ha traidi
Miiixigo el lipo de movilización masiva vista en Europa. 1)'
ello no signilica negar los momentos de extrem a vio
Ii in 1.1 poliiiea, pero si hacer hincapié en que estos han sido in
I pileiiom cno. No tenemos evidencia de la violência intens,
M'.iimain a legitimada por las rubricas políticas clásicas22.

I'm ii 11i I n <>, tenemos que discutir los casos de violência exter
i i ,I Este es quizá el aspecto más desconcertante de la situaciói
di I alinoam éi ica, porque han existido muy pocas guerras in
h I i i .ii uinales i|ue im pliquen los Estados de esta region en má
di dosi ienios anos de independencia. Es decir, desde princi

Mm/.I 1.1 fxic|)( irtn más interesante de Latinoamérica se pueda encontrar en I


gun I,i I I ia. No obstante su claro carácter autoritário, el régimen cubano num
lia cslailo involucrado en el asesinato masivo de los otros países comunistas. M;
.oln. mi luso las guerras en América Central en las décadas de 1970 y 1980,
I ii dc quo liie io n extremadamente sangricnlns, palidecen al latlo de la m;
-..ii o ingani/ada dc las Ini lias equivalentes on otras paries del mundo.
pios dei siglo XIX el su b continente ha estado relativam ente
libre de conflictos internacionales. Incluso si incluyéram os las
g u erras civiles, L atinoam érica ha d isfru tad o de u n a paz r e ­
lativa. F uera de los casos de Paraguay, México y Colom bia,
n in g ú n país h a sufrido u n g ran n ú m e ro de m u ertes d u ra n te
la g u e rra convencional23.

En el m u n d o , A m érica L atina se destaca p o r la ausência ge­


n eral de u n a m asacre organizada. El sudeste y sur de Asia, el
M edio O rien te y sobre to d o E uro p a h an tenido experiencias
históricas m ucho más sangrientas. A unque Estados U nidos ha
sido, p o r lo general, pacífico d e n tro de sus fronteras, ha p a r ­
ticipado en algunas d e las contiendas m ás sangrientas fu era
de ellas. Escandinavia, tras su reciente historia bélica, ha sido
pacífica d u ra n te casi trescientos anos y tam bién ha sido ex cep ­
cional en u n a g ran v ariedad de form as que hacen difícil u n a
com paración con L atinoam érica. África h a estado relativa­
m en te libre de conflictos internacionales, au n q u e la m ayoría
de sus países h an d isfru tad o apenas trein ta anos de in d ep en -
dencia, en contraste con los casi dos siglos de L atinoam érica24.

En n in g u n a p arte está m ás clara la paz g en eral dei co n tin en te


q ue en u n m apa. Al ex am in ar la cartografia latinoam erica-
na de 1840 verem os que las fronteras generales y las confi-
guraciones de los países se parecen so rp re n d e n te m e n te a las
actuales. Si bien las p rim eras u n id ad es tales com o la G ran
C olom bia, la R epública de C entro am érica y la C onfederación
P eruano-B oliviana d esap areciero n , n in g ú n Estado con reco-

23 Las guerras centroamericanas de las décadas de 1970 y 1980 representan otra


excepción, pero no estoy seguro de dónde encajaría la guerra de guerrillas
en los modelos clásicos analizados en la literatura sobre Estado y guerra. Los
recientes acontecimientos en la frontera peruano-ecuatoriana y las tensiones
entre Venezuela y Colombia no auguran un cambio en la configuración de
la paz, dadas las cantidades relativamente pequenas de violência y tiempo
requerido. (Ver capítulo 2 para obtener más detalles sobre el núm ero de
guerras).
24 En el caso africano, ver Jackson y Rosberg, Why Africa’s Weak States Persist;
Herbst, States and Power in Africa.
um 1111ici 111>político lia desaparecido com o (oiiseciiencia de la
i <>11•111is i ;i. En easi doseientos aiîos de liisloria eon una política
iiiilrp rn ilien ie, L atinoam érica aún podría p e rd e r u n a Polo-
iii.i, un Borgona, u n a Sajonia o u n reino de las dos Sicilias. De
In i In), los Estados con tem p o rân eo s y los limites se asem ejan
M11n liisiino a aquellos de la adm inistración colonial espanola
• Il I siglo X V III.

I I i studio académico de Latinoam érica refleja la falta de expe-


iii ui i.i sol ire la guerra. Independientem ente de si se m ide p o r
In . legislros bibliográficos, la atención dedicada en las reunio-
in i ilisi iplinares o el espacio asignado en obras tales como la
I ui a lo/iediu de Cambridge o la Historia de Cambridge, la g u erra ha
iih ie< ido poca atención25. El Estado latinoam ericano, por lo tan­
in. parece haber actuado de u n a m anera muy diferente a la de
li o oli os Estados. En otras palabras, no podem os construir un
i .cio en torno al significado o a la fuerza dei Estado latinoame-
in.iiio sobre la base de su desem peno como un protector dei
h 11 il oi ni, ya que el potencial p ara dem ostrar dicha capacidad ha
h lo limitado. En todo caso, como explicaré a continuación, esta
Lilt.i de acción internacional p u ed e ser el m ejor indicador de la
li agilidad <lt-1 Estado.
I h i« simien, em pleando el lenguaje original de W eber p ara
i elei h se al Estado, no se p u ed e hablar de Estados d o m inando a
•ne. sociedades. A unque las generalidades son siem pre peligro-
siis. podem os clasifîcar a la m ayoria de los Estados latinoam e-
iii anos, am i basta bien en trad o el siglo XX, como despóticos,
antique si h em bargo son a la vez Estados con u n a infraestructu-
i a (Icini. Son “despóticos” en la capacidad de las élites estatales
)i,11 a llevar a cabo las decisiones sin u n a negociación de rutina
inii la sociedad civil. Son débiles en la capacidad institucional
i li I Estado o en su capacidad p ara p o n er en práctica las deci-

I ici importante excepciôn reciente es l/ip cz Alvcz, State Formation and Democ-
inry il! Latin America, 1810-1900.
siones21’. A pesar de su reputación en térm inos de autocracia
y represión, el Estado latinoam ericano ha sido m ucho m enos
capaz de im ponerse a sus sociedades que sus hom ólogos eu-
ropeos. En realidad, al Estado latinoam ericano no se le p u ed e
llam ar u n Leviatán o el equivalente dei m ito op reso r neoliberal,
o incluso el aplastante centralizador de las leyendas negras dei
culturalism o ibérico. Lo que caracteriza al Estado latinoam eri­
cano no es su concentración de poder, sino la dilución de este27.

Al igual que con cualquier generalization en m últiples casos,


podem os situar las capacidades de los diversos Estados latinoa-
m ericanos en u n espectro. Si excluimos a C entroam érica y el
Caribe, encontram os tres tipos28. En u n extrem o dei espectro
hallam os los países d o n d e el Estado com o institution ha logra­
do establecer algunas norm as adm inistrativas y hay u n a capaci­
d ad institucional relativa. El p u n to final más evidente de nues-
tro espectro es Chile, seguido p o r U ru g u ay y A rgentina. En el
otro extrem o están los países en los que la viabilidad dei Estado
sigue siendo cuestionada; Bolivia y Peril son ejem plos de falias
en la adm inistration y la institutionalization, m ientras que Co­
lom bia rep resen ta el colapso de la autoridad. En el m edio están
los dos países más grandes de Latinoam érica: México y Brasil29.
D entro de cada g ru p o de países debem os ten er en cuenta la
variación regional, con la au to rid ad dei Estado concentrada en

26 Mann, The Sources o f Social Power, vol. 2 (New York: Cambridge University
Press).
27 Gurr, Jaggers y Moore, en “Transformation o f the Western State”, anotan
que “la falta generalizada de la mayoría de las sociedades latinoamericanas
para establecer un sistema coherente y politicamente institucionalizado
de cualquier tipo democrático o autocrático [...] cuando las autocracias
coherentes se establecieron en Latinoamérica, sus instituciones por lo general
eran demasiado débiles para sobrevivir a la élite fundadora” (94).
28 Estoy tomando prestada gran parte de esta clasificación de Whitehead, “State
Organization”, pero sigue la opinion estándar dei estúdio.
29 Tomando prestado el lenguaje de Charles Ragin, podemos hablar que el
primer grupo tiene una participación confusa en el conjunto de Estados de
< 0,5; aquellos en el medio pueden tener una participación dei 0,5; y aquellos
con los Estados más desarrollados pueden tener una participación alrededor
dei 0,75 (Ragin, Fuzzy-Set Social Science).
loi iio ;i determ inadas /.onas geográficas y a m en u d o práctica-
m cnle dcsapareciendo en las fronteras m enos accesibles30. La
laica analítica en el presente libro es explicar tanto el m odelo
genérico de L atinoam érica como sus variaciones.

IW lo tanto, A m érica L atina rep resen ta u n enigm a em pírico


doble. Por u n lado, algunos de los Estados se h an desarrolla-
do solo en form a m ínim a, y p o r o tro, tenem os u n a excepción
igualm ente interesan te en cuanto al co m p o rtam ien to in tern a-
( Hmal estándar, ya que dichos países h a n evitado en su m ayoría
una g u e rra a g ran escala. U na reg ió n que ha logrado escapar
de la g u e rra y de la form ación de u n Estado fu erte d u ra n te los
lill imos cien anos exige u n análisis y p ro m ete lecciones im por-
lant.es para el desarrollo de la vida política co ntem porânea.
El enigm a latinoam ericano tam bién ofrece u n a o p o rtu n id a d
perfecta p a ra ex p lo ra r la relación e n tre el conflicto m ilitar y el
desarrollo político p o sterio r en la form ación dei Estado.

^Córno surgen los Estados?

A A m o explicar la relativa falta d e d esarrollo dei Estado lati-


noam ericano? iC óm o te n e r en cu en ta la variación que existe
eu el continente? iC u ál es la relación en tre la existencia de
este Estado lim itado y el nivel y las form as de violência política
registrados en la región? D espués de revisar algunas respues-
las teóricas posibles p a ra el d esarrollo p articu lar dei Estado
latinoam ericano, a p u n to a u n énfasis relativam ente reciente
en lo que podríam os llam ar u n a versión belicista o cen trad a
en la g u e rra dei surgim iento de los Estados nacionales31.

I hirante el últim o siglo, las ciências sociales h an p ro ducido múl-


liples teorias acerca dei desarrollo dei Estado. Si bien no es el
lugar para u n a revisión exhaustiva, sí será de utilidad u n resu-
men de las teorias principales y su aplicación en Latinoam érica.

11,1 De liecho, a m enudo es difícil distinguir entre “Estado” y las autoridades no


oficiales. Ver Nugent, “State and Shadow State in Northern Peru”.
11 Tonio prestado el término belicista de Gorski, Birth o f the Leviathan.
En Estados U nidos la versión más p o p u la r d d Estado lo ve
com o u n escenario en el que los distintos m iem bros de u n a
co m u n id ad p u e d e n ex p resar sus p referencias y utilizar las r e ­
gias acordadas con a n terio rid a d p a ra llegar a u n a decisión co­
lectiva. Esta decisión, incluso si no satisface a todos, rep resen ta
u n a distribución óptim a d e las inclinaciones públicas. No es
coincidência que el Estado en este m odelo sea u n a especie de
m ercado p ara la política. Al igual que u n m ercado, el Estado
no tiene preferencias o inclinaciones; no es más que u n reci­
piente vacío que u n a población p u e d e utilizar com o m ejor le
parezca.

Desde este p u n to de vista, la característica más im p o rtan te de


u n a sociedad es su capacidad p ara participar en la serie de de-
liberaciones que definen el Estado y obedecer las directivas re ­
sultantes. Siguiendo la analogia dei m ercado, esto se expresa
com o u n a form a de capital social, en la que u n Estado refleje
las com petências colectivas y atributos plasm ados en su ciuda-
danía32. El Estado surge de la experiencia acum ulada de la a u ­
tonom ia de la población a m edida que crece y req u iere m ayor
coordinación. C uando se aplica a Latinoam érica, esta perspec­
tiva general origina dos debates m uy diferentes. En el prim ero,
el Estado latinoam ericano se percibe com o abrum ador, cen tra­
lizado y coercitivo, rasgos vistos como aspecto enraizado en la
cultura ibérica traída p o r los espanoles33. U na visión m uy dife­
ren te y m enos desarrollada tom a p restada de m an era im plícita
el concepto de “sociedades fuertes/Estados débiles” de M igdal
y analiza la m an era en que los com prom isos políticos con los
grupos sociales inhabilitan al Estado34.

32 Putnam, Leonardi y Nanetti, Making Democracy Work.


33 Veliz, The Centralist Tradition o f Latin America; Morse, The Heritage o f Latin Amer­
ica; Wiarda, Politics and Social Change in Latin America.
34 Los culpables pueden ser o bien las elites al crear protectores represivos de
privilegios o bien los grupos populistas al crear laberintos de clientelismo. Ver,
por ejemplo, Malloy, Authoritarianism and Corporatism in Latin America; Collier y
Collier, Shaping the Political Arena.
M icntras que d análisis dcl Eslado com o u n a especie de m e r­
cado colectivo ha gozado de un auge intelectual en los últim os
i icm pos, es el grad o de au to n o m ia que u n Estado posee lo que
más lia dividido a los científicos sociales co n tem p o rân eo s35. Es
decir, áhasta qué p u n to el Estado sigue siendo in d e p en d ien te
de la sociedad que está tratan d o de in te g ra r y controlar? Des­
de u na perspectiva w eberiana clásica, el Estado sirve com o u n
olicial de policia im parcial y u n v en d ed o r h o n esto 36. W eber
sostuvo que la función dei Estado es crear las condiciones en
que las diversas relaciones en tre los m iem bros de u n a socie­
d ad p u e d a n desarrollarse. En concreto, el Estado crea las b a­
ses institucionales que exigen u n a econom ia de m ercado y u n
oi den ju ríd ico burocratizado, a través de la dom inación o la
im posición de su co n tro l p o r m edio de la violência. Las p ers­
pectivas y las preferencias de la población son, en este sentido,
irrelevantes. El Estado existe p o r encim a y m ás allá dei alcance
de sus ciudadanos, tiene que serio o no seria capaz de cum plir
con sus funciones. Los m arxistas p o d ría n estar de acu erd o con
que el Estado cum ple estas tareas necesarias, p ero discrepan
dei concepto de que lo hace con n eu tralid ad ; u n a sociedad
capitalista solo p u e d e p ro d u cir u n Estado capitalista. Ya sea
por la d eterm inació n estru ctu ral o el control instru m en tal, el
Estado atiende los intereses a largo plazo de la clase d o m in an ­
te. C ualesquiera que sean sus argum entos, tan to W eber com o
M arx ad o p tan u n a perspectiva hobbesiana o de conflicto. El
Estado es necesario p a ra cu lm in ar u n a serie de luchas sociales,
económ icas y políticas37.

™ Para una discusión sobre Latinoamérica, ver Stepan, The State and Society;
Hamilton, The Limits o f State Autonomy, y Waisman, Reversal o f Development in
Argentina.
111 La literatura de derechos de propiedad es un enfoque conexo; ver North y
1'homas, Rise o f the Western World and North, Institutions, Institutional Change, and
Economic Performance.
17 Para una discusión general, ver Whitehead, State Organization; Oszlak, The His­
torical Formation o f the State. Para una aplicación explícita y rara de las teorias
de Weber, ver Uricoecbea, The Patrimonial Foundations o f the Brazilian Bureau­
cratic State.
Las o p in io n es discutidas aq u i enfatizan las condiciones in ­
tern as p a ra el su rg im ien to de los Estados y d e te rm in a n su
au to n o m ia cara a cara con los actores nacionales. U n co n ­
ju n to m uy d ifere n te d e perspectivas académ icas d estaca la
existencia de Estados d e n tro d e u n e n to rn o global m ás am ­
plio. La teo ria m ás fam osa asociada con L atin o am érica es
la d ep en d e n cia, cuyas diversas en carn acio n es co m p a rte n al-
gunos supuestos co m u n es acerca dei E stado en sociedades
excoloniales. L a teo ria de la d ep e n d e n c ia sostiene q u e estas
no p u e d e n esp e ra r d e sa rro lla r Estados que cu m p lan con to ­
das las tareas re q u e rid a s p a ra g o b e rn a r y d irig ir u n país. Lo
a n te rio r se d eb e a la im p o rtân cia de e n te n d e r las relaciones
económ icas e x terio res de dichos países, el escaso d e s a rro ­
llo de las élites nacionales, la a b ru m a d o ra influencia de las
potências m u n d iales y la posición m arg in al de estos Estados
d e n tro de u n a econom ia global. T am bién sostiene q u e los
Estados poscoloniales n u n c a serán escenarios im parciales, ya
que fu e ro n co n stru id o s d esd e lejos y siem p re d eb en m ira r a
los actores ex tern o s p a ra su ap ro b ació n y apoyo. En este m o ­
delo, sus econom ias no re q u ie re n el tipo d e in teg ració n que
el E stado de W eber tien e com o objetivo o frecer ni tam poco
sus élites b rin d a n su co n sen tim ien to p a ra la dom in ació n p o ­
lítica, ya q u e sus aliados ex tern o s son m u ch o más p o d ero so s
y fiables. El resu ltad o es u n E stado d e p e n d ie n te q u e n u n ca
cum ple su p ro p io d estin o 38.

D u ran te las últim as décadas se h an aplicado num erosas varia-


ciones a clichas perspectivas p a ra L atinoam érica. Los autores
h an in ten tad o d o cu m en tar cóm o el Estado ha aten d id o los in-
tereses de u n a fracción p articu lar de la élite nacional, la form a
en la que h a defen d id o los intereses de las m ultinacionales y
cóm o h a suprim ido u n m ovim iento político tras otro. Los aca­
dém icos h an dedicado m ucha energia p a ra d e te rm in a r quién,
cóm o y p a ra quién se utiliza el p o d e r dei Estado. Sin em bargo,

38 La fuente estandar es Cardoso y Faletto, Dependency and Development in Latin


America. Ver tambien Gereffi y Fonda, Regional Paths o f Development.
apenas se ha exam inado rl desarrollo particular de la insl.it.u-
ción dei poder político.

En g ran m edida, los estudiosos de L atinoam érica h an asum i-


do que el Estado estaba abi p ara ser utilizado, que la h erra-
m ienta estaba disponible p a ra la m anipulación. Las revolucio­
nes h an sido u n tem a m ucho más p o p u la r que la construcción
de los Estados co n tra los que estaban dirigidas. C onsiderem os
el n ú m ero de volúm enes sobre las revoluciones m exicanas
y cubanas y luego reflexionem os acerca de la relativa esca-
sez de libros sobre la R epública de C uba y el porfiriato. Con
im estra fascinación sobre cóm o las p ared es se vinieron abajo,
no hem os puesto m ucha atención a la construcción de ediíi-
cios, aceptando la existencia de Estados latinoam ericanos sin
p re g u n ta r cuán poderosos e ra n realm ente. Al igual que el
mago de Oz, dichos Estados p arecían todopoderosos y llenos
de grandilocuencia y hurno. Pero hem os dejado de buscar al
hom bre detrás de la cortina.

Así, el estúdio sobre L atinoam érica refleja u n a ten d en cia ge­


neral sobre la sociologia política; los sociólogos y afines han
estado m ucho m ás interesados en el colapso de los Estados
que en su d esarro llo 39. Lo so rp re n d e n te es que incluso en el
análisis dei colapso de los Estados aceptam os su existencia
previa. Por ejem plo, considerem os las tres condiciones de la
sociologia política p a ra la revolución: la presión fiscal, los con­
flictos de la élite y las revueltas p o p u lares40. Solo la p rim era, la
presión fiscal, exam in a la capacidad dei Estado p a ra resistir a
la oposición y la rebelión. Pero a u n así, la investigación se cen­
tra en cóm o el ap ara to dei Estado que ya está constituido llegó
a ser tan débil. U n a tradición relacionada con la sociologia

:l!l Examinemos una lista de lectura de los estudiantes de posgrado y tengamos


en cuenta el equilibrio entre los temas. Algo de esto puede atribuirse a la rel­
ativa influencia intelectual de Marx sobre Weber en la academia. Este últimc
ba sido redactado para explicar el colapso dei Estado, uno de los pocos temas
que no abordó de manera exhaustiva.
Collins, Macrohistory.
histórica ha seguido a B arrin g to n M oore y trató de explicar
las form as de gobierno y las alianzas sociales en las que el Es­
tado funciona. Sin em bargo, u n a vez más, se d a p o r sen tad a la
capacidad adm inistrativa dei Estado41.

Dicho p arad ig m a sim plem ente no funciona p a ra L atin o am é­


rica. El Estado m inim alista no es u n p ro d u cto dei neolibera-
lismo o de la crisis de la d euda. Los Estados latinoam ericanos
n u n ca h an d esarro llad o la fortaleza institucional d e sus h o ­
m ólogos de E u ro p a occidental, incluso en algunos casos, de
Asia oriental. El p o d e r dei Estado latinoam ericano siem pre ha
sido superficial y co ntrovertido. La p re g u n ta perspicaz y más
in teresan te es p o r qué.

U n a fu en te de orientación teórica es la reactivation de los


relatos m acrohistóricos de los últim os cu are n ta anos. D esde
McNeill en The Rise o f the West, hasta Poggi, M oore, G iddens,
M ann, van C reveld, Finer, Skocpol y Tilly, los escritores h an
ofrecido u n a vision d e los últim os quinientos anos — y a veces
m ayor— desde la cima v e rd ad e ra42. Com o narracio n es his­
tóricas, sus obras son piezas maravillosas de e ru d itio n , p ero
dejan pocos indicios d e u n p atró n que p u e d a ser aplicado a la
situ atio n de L atinoam érica. El n ú m e ro de variables y p atro -
nes, así com o la com plejidad del proceso, hacen que sea casi
im posible co m p arar su trabajo con u n caso fu era de E u ro p a 43.

41 Moore, Social Origins o f Dictatorship and Democracy; Rueschemeyer, Huber Ste­


phens y Stephens, Capitalist Development and Democracy. Una excepción nota­
ble que vincula estrechamente la capacidad de la revolución y el Estado es
Skocpol, States and Social Revolutions.
42 McNeill, The Rise o f the West; Poggi, The Development o f the Modem State; Moore,
Social Origins o f Dictatorship and Democracy; Giddens, The Nation-State and Vio­
lence; Mann, Sources o f Social Power, vols. 1 y 2; Skocpol, States and Social Rev­
olutions; Tilly, Coercion, Capital, and European States; Van Creveld, The Rise and
Decline o f the State; Finer, The History o f Government from the Earliest Times.
43 Más problemático aún: cuando los estudiantes y los lectores visualizan pa-
trones más genéricos, tienden a olvidar que estos “metarrelatos” todavia se
basan en un conjunto limitado de casos. Ver Centeno y López-Alves, The
Other Mirror.
Sin em bargo, p arle <le e.sie "icg reso a la historia” g en eró <
perspectiva internai ioiialisia, q u i/á más útil, sobre el su
m iento dei Estado. Kn lugar de liacer énfasis en el papel
d esem p en an sus instilui iones en el d esarrollo de u n a so
dad, dicha visión se cen tra en las bases de las funciones p
ticas: la defensa en co n tra de la violência. D esde esta m in
los Estados son m ecanism os p a ra d efen d e r los territo rio í
am enazas ex tern as44. C om o senala G eoffrey Best “la socie<
hum ana politicam ente organizada se convierte en u n Esta
y los Estados se distin g u en de otros Estados, p a ra dejarlo
ro, p o r su habilidad p ara lu ch ar o p a ra p ro teg erse el uno
o tro ”45. Visto de esta m an era, los Estados se ubican p o r e
ma de todos los com batientes de g u erras y su desarrollo ti
que ser e n ten d id o d e n tro dei contexto más am plio de los c
llictos y la com petência geopolítica. Es decir que la g u e rra
lerm ina en p a rte todos los aspectos de los Estados, desde
estructuras d e au to rid ad , capacidad adm inistrativa y legit
dad, hasta sus niveles de inclusión. C ada u n o de esos aspe
contribuye, al m ism o tiem po, a d eterm in a r cóm o luchan.

La perspectiva belicista rep resen ta u n a guia potencialm i


rica p ara analizar el Estado ladnoam ericano. En p rim er lu
más que la m ayoría de teorias de la form ación de un Est;
proporciona u n m odelo histórico sencillo que se p u ed e exti
y aplicar a diferentes lugares. La aparición de la g u erra es
lenóm eno relativam ente identificable en la historia, que es
sible fechar y desde el cual se logran m edir los efectos insi
cionales. La teoria belicista tam bién hace hincapié en u n a s
de aspectos diferenciados sobre la form ación dei Estado,
pueden ser al m enos evaluados y com parados adecuadam e
En segundo lugar, m ientras gran p arte dei énfasis recienti
recaído sobre el desarrollo institucional dei Estado, p o r ej
pio, el crecim iento de las burocracias, la discusión relacion
con el efecto de la g u erra se en cu en tra en la literatu ra si

" Para los trabajos pertinentes, ver la discusion en el capitulo 3.


lr’ G. Best, introducciön a M. S. Anderson, War and Society in Europe, 8.
nacionalism o y dem ocracia; el análisis de las consecuencias de
la g u e rra abarca u n a am plia gam a de instituciones políticas y
aspectos im portantes dei Estado-nación. En tercer lugar, el es­
túdio sobre la g u erra nos perm ite analizar de form a explícita la
contribución dei en to rn o internacional al desarrollo dei Estado.

Por consiguiente, bajo esta teoria es factible e x p lo ra r los dos


enigm as que antes identifiqué com o únicos en L atinoam érica.
A través de ellos, p o dem os p re g u n ta rn o s p o r qué la violência
se da solo en ciertas form as de organización d e n tro dei conti­
n ente y es m uy ra ra com o evento geopolítico, y podem os a n a ­
lizar los m om entos de violência y d e te rm in a r las consecuencias
p a ra los Estados p ertin en tes a fin de evaluar los posibles costos
de la paz. A su vez, L atinoam érica p u e d e p ro p o rcio n a r nue-
vos conocim ientos em píricos p a ra observar la dinâm ica en tre
la g u e rra y la construcción dei Estado. La relativa ausência de
g u erras y la fragilidad de las form aciones estatales servirían,
adem ás, com o u n a hipótesis útil a la exp erien cia eu ro p ea, en
la que rep o san la m ayoría de nuestros supuestos teóricos.

Este libro es u n a historia com parativa d e las experiencias y las


consecuencias de la g u e rra en L atinoam érica. Se trata d e u n
enigm a histórico inusual: iP o r qué los p erro s de la g u e rra ra ra
vez la d ra ro n en L atinoam érica? N o es que los latinoam erica-
nos no hayan tratad o de m atarse los unos a los otros (si lo h an
hecho), p ero en g en eral no h an organizado sus sociedades con
tal objetivo en m ente. Dichos países h an existido con niveles
relativam ente bajos de m ilitarización46. Para e n te n d e r m ejor
la im portân cia de este aspecto, es necesario ver las explicacio-
nes sobre la violência tan to a nivel m icro com o a nivel m acro47.

46 “La sociedad civil organizándose para la producción de violência [y] la


movilización de recursos, materiales y humanos para uso potencial en la
guerra” (G. Best, The Militarization o f European Society, 1870-1914, 13). La
excepción importante aqui es Paraguay bajo López, que servirá como una
comparación intracontinental.
47 El énfasis sobre el aspecto organizacional de la violência fue sugerido en un
seminário maravilloso conducido por Kai Erikson en la primavera dei 2000,
en la Universidad de Princeton.
Kl p rim ero explora los rasgos psicosociales y las condiciones
(|iie ayudan a co m p rc n d e r la barbarie observada en la g u e­
rra. Form ula u na p re g u n ta sencilla, pero p ro fu n d a: dCómo se
p u ed en tra ta r los seres h u m anos de esta m anera? En el nivel
m acro, u n a p re g u n ta m uy d iferen te asum e la b arbarie, p ero
va más allá p a ra analizar las diversas form as de organización
en que se p roduce. L atinoam érica no parece ser m uy distinta
de E uropa desde la perspectiva m icro; sin em bargo, las razo-
ues p o r las cuales las p ersonas m atan y la m an era en que se
organizan son com pletam ente opuestas y e x tre m ad am en te re ­
veladoras. Dicha diferencia en to rn o al d esarrollo es u n p u n to
central de este texto.

Un análisis sobre la “paz p ro lo n g ad a” en L atinoam érica a r r o ­


ja varias contribuciones valiosas a la literatura. Al estu d iar el
caso dei p e rro que no ladró podem os e n te n d e r m ejo r las con­
diciones q ue co n d u jero n a la g u erra. Por ejem plo, el p resen te
libro pone en d u d a el supuesto im plícito de que a m en u d o
la violência política se organiza a lo largo de las líneas terri-
toriales. La violência política en L atinoam érica ha ocu rrid o ,
en g ran p arte , en el in terio r de las sociedades antes que en tre
Estados. Aqui en el in ten to explicar el p o rq u ê y ex am in ar las
consecuencias de esa contradicción.

Las form as de violência que se ven en el co n tin en te ilustran


u n a de las principales diferencias e n tre los nuevos Estados
poscoloniales y aquellos establecidos antes dei siglo XIX: p o r
ejem plo, la presencia de potências ex tran jeras influyó en los
resultados y ayudó a aseg u rar (dim poner?) la paz. Dichos poli­
cias externos p u e d e n h ab er p rev en id o m ucho d erram am ien -
to de sangre, p e ro tam bién p u d ie ro n h ab er blo q u ead o a las
regiones de los equilibrios políticos no aptos p a ra el desarrollo
institucional posterior. H ay más que u n g ran o de darw inism o
social en la historia cen trad a en la g u e rra sobre el desarrollo
dei Estado. Entonces, dqué sucede con u n ecosistem a geopolí-
lico d o n d e la adaptación no necesariam ente condujo al éxito
diferencial? A la luz de presiones crecientes p ara la interven-
ción internacional sobre las luchas nacionales, las respuestas a
estas p reg u n tas tien en u n a im p o rtân cia co n tem p o rân ea clara.
Los tipos de violência que se observan e n L atinoam érica son
relevantes en u n m u n d o d o n d e “el g ran teatro de la g u e rra ”
visto tradicionalm ente en E u ro p a ya no es tan im p o rtan te,
d o n d e los Estados no son los únicos actores m ilitares y d o n d e
los resultados no siem pre son decisivos.

Asimismo, este libro contribuye al estúdio de la historia polí­


tica, que sigue estando u n poco descuidada con respecto a la
Latinoam érica dei siglo X IX y, especificam ente, en cu an to al
desarrollo de las instituciones estatales48. dPor qué la autori-
d ad central estableció el control sobre los m edios de violên­
cia en E uropa, p ero fracasó en g en eral en L atinoam érica? El
análisis tam bién arro ja resultados acerca de la dinâm ica de los
conflictos in tern o s tras la in d ep en d en cia. A través dei prism a
de la g u erra, igualm ente podem os m ejo rar n u estra com pren-
sión no solo dei Estado latinoam ericano, sino tam bién dei n a ­
cionalism o y la dem ocracia en el continente. El enigm a sigue
siendo sobre cóm o los países latinoam ericanos h an logrado
evitar la instauración dei o rd en , sistem as de p ro d u cció n efi-
caces y eficientes, y u n a distribución equitativa. Tan m agnífica
m u estra de fracaso institucional m erece m ayor atención, aun-
que el p ap el de la g u e rra que se en c u e n tra en el in terio r de
las sociedades y los Estados tam bién h a sido poco estudiado.

F inalm ente, este texto es u n desafio a u n a larga trad ició n en


la sociologia histórica que ha privilegiado a u n p eq u en o n ú ­
m ero de casos y, a m en u d o , h a generalizado u n fenóm eno eu-
ro p eo en u n hecho social universal49. Por ejem plo, M ichael
M ann p u ed e afirm ar que la relación e n tre las revoluciones y

48 Dos adiciones importantes y recientes (desde perspectivas radicalmente


diferentes) son López-Alves, State Formation and Democracy in Latin America y
Adelman, Republic o f Capital.
49 Para otro maravilloso debate de la universalidad europea sobre la formación
del Estado, ver Barkey, Bandits and Bureaucrats. Para una discusión más amplia
sobre este tema, ver Centeno y López-Alves, T he Other Mirror.
la presión geopolílii .1 c s "( 01110 im a relación constante igut
la (]ue encontram os cn la inai 1(»sociologia”50. Sin em bargo,
cha correlación 110 existe en Latinoam érica. Las revolucioi
“burguesas” de ingleses y franceses h an sido tratad as co
m odelos teóricos, m ientras q u e las co n trap artes m exicana
bolivarianas no lo son. El ascenso de Prusia y su burocra
m erecen atención, p ero no la solidificación dei Estado chile
Iodos podem os fechar a W aterloo, p ero pocos p u ed en hac
lo p ara la batalla igualm ente decisiva de Ayacucho. Al p
g u n ta r p o r qué L atinoam érica es diferente, espero motiv;
otros a p reg u n ta rse si E u ro p a es la v erd ad e ra excepcióir’1
p resente libro es u n reto p a ra las expectativas y u n incem
a m irar más allá de “los sospechosos habituales” de los p;
digm as históricos.

La inclusión de más casos p u ed e reco rrer u n largo cam ino p


esclarecer la acalorada lucha reciente en tre varios profesion
de sociologia histórica52. Espero ofrecer u n desafio a las “]
tensiones implícitas de los universales esenciales e invariant
que según Charles Tilly se h an vuelto dem asiado predom ir
tes en este cam po53. Al intro d u cir u n conjunto de casos, en g
parte nuevos, a u n debate de larga data, mi objetivo es dei
trar que la contingência, la contextualidad y la relacionali
desem penan un papel dem asiado im portante en la evolm
histórica para p erm itir leyes generales que lo abarquen toc
más cuando estas se basan en m uestras defectuosas. El libr
gue lo que Tilly denom ina el enfoque de la variación con “g
des com paraciones”54 y, p o r lo tanto, favorece la viabilidac
bre los universales.

1,0 Mann, Sources o f Social Power, vol. 2, 225.


51 En términos dei desarrollo dei Estado, la “idiosincrasia” de la experienc
ropea ya ha sido senalada por Finer en T he History o f Government, 5.
52 Para una crítica concisa y útil (con sugerencias para una resolución), ver
ern, “Bayesian Thinking About Macrosociology”.
M Tilly, “To Explain Political Processes”, 1597.
M Tilly, Big Structures, Large Processes, Huge Comparisons.
En p rim e r lugar, he tratad o de diferenciar la región que 11a-
m am os L atinoam érica de otras p artes dei m u n d o . N o estoy de
acu erd o con aquellos que arg u m e n tan en contra de tra ta r el
contin en te com o u n a u n id a d . C iertam en te, desde el p u n to de
vista de la geopolítica, tiene m ucho sentido; p ero estos países
h a n com p artid o los resultados críticos, así com o herencias y
estru ctu ras sociales. Estos p u n to s en com ún nos p e rm itirá n
estu d iar la reg ió n com o u n a hipótesis posible a las teorias de
desarrollo dei Estado, derivadas d e la ex p erien cia eu ro p ea. En
segun d o lugar, d e n tro de la reg ió n he tratad o de en c o n tra r la
variación de u n p a tró n general. De esta m an era, tam bién es­
toy to m an d o prestados dos enfoques diferentes definidos p o r
Tilly. A veces reclam aré u n cierto nivel de universalidad de
la reg ió n , m ientras que en otros h a ré hincapié en las caracte­
rísticas más particu lares de los países p ertin en tes y te rm in aré
e n los detalles históricos. Mi doble p ropósito es g e n e ra r u n a
m ejor explicación sobre la realid ad de L atinoam érica y pro-
d u cir u n a m ejor com p ren sió n sobre las raíces de la exitosa
a u to rid ad estatal. Lo considero el objetivo final de la tradición
w eberiana en la sociologia: utilizar datos individuales p ara
consid erar y analizar la especificidad de cada caso, m ien tras se
em plean h erram ien tas teóricas p a ra explicar dicha diferencia.

No p re te n d o que el p resen te libro d esem p en e n in g u n a p arte


explícita en el debate en curso sobre el “historicismo frente a la
teoria dei centrism o” o “la inducción versus frente a la deduc-
ción”55. Siem pre m e he considerado algo así com o u n ingênuo
epistem ológico y fran cam en te m e he p re g u n ta d o acerca de
la utilid ad que tien en los sociólogos q u e se in v o lu cran en es­
túdio s que quizá le co m p etan m ás a los filósofos. Estoy de
a cu e rd o con Jack G oldstone en q u e g ra n p a rte dei d eb ate se
red u ce a si u n o desea hacer hincapié e n las condiciones ini-
ciales en com paración con las leyes generales56. N o e n cu e n tro
u n a razó n de p o r q u é no podam os h acer am bas cosas. Los

55 Ver “Symposium on Historical Sociology and Rational Choice Theory”.


56 Goldstone, “Initial Conditions, General Laws, Path D ependence”, 832.
cuentos bien coutados d r b n ía n a tra e r a un público con
buena historia, al liciupo <|iic Ics deja u n a m oraleja g en er

No hay d u d a de que podem os hablar de u n a conexión pr<


bilística e n tre la g u e rra y el d esarrollo dei Estado. Mi objt
central aqui es ex p lo ra r y refin ar esta relación y analizar c<
las diferentes condiciones existentes en L atinoam érica alt<
esta relación causal. El proceso de investigar y escribir el
sente volum en m e h a en sen ad o el valor de u n a interac
constante y a m e n u d o dialéctica e n tre la teoria y la hist<
No podem os confiar ún icam en te en la n arració n de las
lorias sencillas. Sin el m odelo belicista seria difícil entendi
caos de los casos que he estudiado. Sin em bargo, sin ese c:
no em pírico seria im posible ir más allá de m eras p ro p o s
lies teóricas. H e llegado a e n te n d e r la historia de la guer
los Estados-nación en L atinoam érica, p en san d o en ella o
una serie de causalidades en espiral57. Podem os identifica
patrones de las causas que llevan de u n m om ento A haci;
m om ento B, y estos a m e n u d o se rep iten . El m odelo, sin
bargo, d e p e n d e en g ran m ed id a de lo que había antes y d
condiciones en el m o m en to en que quisim os exam inarlo.

El cam ino desde n u estro p u n to de p a rtid a en el siglo X'


hasta princípios dei XX no es ni u n a línea recta ni u n a di
bución al azar de los acontecim ientos. Las acciones y estru
ras p ertin en tes están casualm ente relacionadas e n tre sí e
que parece ser u n a form a circular. Podem os utilizar la cr<
logía de la historia p a ra d e se n re d a r estos nudos, p e ro tarn
hay que acep tar la circularidad y la interacción in h eren te;
cualquier n arrativ a histórica los o rd en es causales a men
se invierten e in teractú an en circuitos de retroalim entac
El rastreo de esos circuitos y el descubrim iento de las lí

r’7 Deliberadamente evito el uso dei término dependencia de la trayectoria a


no participar en ese debate particular. Para un resumen excelente dei
mento, ver Mahoney, “Palli Dependence in Historical Sociology”.
generales de sus curvas d eb erían ser las principales tareas de
la erudició n m acrohistórica58.

Sin más, dichos esfuerzos nos van a p e rm itir d a r descanso a


las batallas doctrin arias inútiles acerca de la im p o rtân cia re la ­
tiva de los Estados fren te a las sociedades en la d eterm in ació n
dei desarro llo político. C om o do cu m en to , es la interacción
em pírica de los Estados — com o instituciones y ag en tes— y de
las sociedades — com o en to rn o s y estru ctu ras— lo que ayuda
a p ro d u c ir el m odelo latin o am erican o 59. Al igual q u e en el
caso dei Im p ério o tom ano, p o r ejem plo, no p o dem os h ab lar
de u n Estado victorioso o d o m in an te o d e la sociedad civil,
p e ro sí se p u e d e describir la creación histórica de u n a serie de
com prom isos q u e a y u d aro n a defin ir la condición c o n tem p o ­
râ n e a dei co n tin en te80.

En general, la lección que cabe e x tra e r dei p resen te libro es


que m ientras la g u e rra p u d o h ab er d esem p en ad o u n papel
im p o rtan te en el desarrollo de algunos Estados eu ro p eo s, su
p o d e r explicativo dism inuye al cru zar el Atlântico. Las co n d i­
ciones particulares que defin iero n el proceso de creación dei
Estado en el co n tin en te im p id iero n el tipo y las consecuen­
cias de la g u e rra de form ación de Estados. Los estudiosos de
las regiones periféricas en E u ro p a d o n d e la violência p ro d u jo
resultados sim ilares a aquellas en co n trad as en L atin o am éri­
ca, p o r ejem plo los Balcanes e Iberia, p u e d e n te n e r algo que
a p re n d e r de estos casos. Espero que los analistas de los proce-
sos m acrohistóricos se lleven la lección p o d ría decirse m ás im ­
p o rta n te que h a alen tad o n u estro exceso de confianza y que
perm itió la form ulación de m odelos proposicionales que oscu-

58 Michael Mann senala: “El problema parece ser que para las funciones
centralizadas que se convertirán en explotación, es necesario que los recursos
para la organización solo aparezcan con el surgimiento de sociedades estatales
civilizadas y estratificadas —que es un proceso circular— ” (“Autonomous
Power o f the State”, 21).
59 Para una discusión más amplia sobre el enfoque de un “Estado en la sociedad”,
ver Migdal, Kohli y Shue, State Power and Social Forces.
60 Barkey, Bandits and Bureaucrats, 231-32.
recen las realidades históricas más com plejas. Espero que l<
analistas de los prorcsos inai rohistóricos se lleven la leccif
—sin d u d a más im p o rtan te— de que n u estro exceso de co
lianza en u n co n junto lim itado de casos h a alen tad o y permii
do la form ulación de m odelos proposicionales que oscurect
las realidades históricas más com plejas.

Guerra limitada y Estados limitados

iC uál era la relación en tre la g u e rra y la form ación dei Estai


en L atinoam érica? L atinoam érica ha luchado, en g ran mec
da, lo que llam o u n a g u e rra lim itada. Para e n te n d e r lo qi
quiero decir con esto, considerem os en p rim er lu g ar u n a d
linición de la g u e rra total con tem p o rân ea. Se p u e d e afirm
que este tipo de conflicto ha com enzado con la Revoluck
Militar dei siglo X V II, que ha logrado nuevos niveles de dc
trucción y consecuencias sociales con la Revolución france
y las g u erras N apoleónicas, que se h a convertido en sus co
irapartes m odern as, com enzando con la g u e rra de Crim ea
Ia G u e rra Civil de Estados U nidos, y que culm inó en las d
g uerras m undiales61. Las g u erras totales se caracterizan p<
(a) el au m en to de la letalidad en el cam po de batalla; (b)
expansión de la zona de m u e rte p a ra incluir no solo a cient
de kilom etros dei fren te de batalla, sino tam bién a objetiv
civiles; (c) la asociación con u n a form a de m oral o cruzai
ideológica que contribuye a la satanización dei enem igo; (
la participación de u n a p arte significativa de la población,
sea en com bate directo o en función de apoyo; y (e) la milii
rización de la sociedad, d o n d e las instituciones sociales est.
cada vez más orien tad as hacia el éxito m ilitar y ju zg ad as p
su contribución a la g u erra.

El progreso no fue lineal. La guerra de los Treinta Anos se asemejaba a


conflicto dei siglo XX, mucho más que las luchas dinásticas dei siglo XV
A su vez, los orígenes de la Primera Guerra Mundial se pueden eneonl
precisamente en el tipo de juegos diplomáticos que existieron en una ép
anterior.
Por lo tanto, dichos esfuerzos req u ie ren que los Estados sean
capaces de: (a) re u n ir y co n ce n trar gran d es cantidades de p er-
sonal y m aterial en u n tiem po corto; (b) am p liar sus esfuerzos
en cientos, si no miles de kilom etros; (c) establecer algún tipo
de m ensaje ideológico co h eren te; (d) convencer a u n n ú m e ro
significativo de la población p ara que acepte la a u to rid ad m i­
litar directa sobre sus vidas; y (e) tran sfo rm a r sus sociedades
p a ra re sp o n d e r a estos retos.

Por el con trario , las g u erras lim itadas: (a) en g en eral son con-
llictos de corta d u ració n con m om entos aislados de ferocidad;
(b) se lim itan a pocas y p eq u en as zonas geográficas; (c) se de-
sarrollan e n tre los Estados que co m p arten perfiles ideológicos
o culturales y se orig in an en los en fren tam ien to s económ icos o
fronterizos; (d) son libradas b ien sea p o r ejércitos m ercenários
profesionales o p o r aquellos constituidos p o r u n p eq u en o
n ú m e ro de conscriptos de las clases bajas, y (e) p u e d e n ser
prácticam ente ignoradas p o r los civiles com unes. N o req u ie­
ren sacrifícios personales o fiscales dram áticos o de u n Estado
fuerte p a ra im ponerlas. Lo más im p o rtan te es que no req u ie­
ren de la movilización política o m ilitar de la sociedad, excepto,
y no siem pre, en los p rim ero s m om entos de euforia. D ebido a
estas necesidades lim itadas, dichos conflictos d ejan m uy poco
de la heren cia histórica asociada a las g u erras totales. Las ca-
lles no están llenas de veteranos, el Estado no es u n Leviatán
posbélico y la riqueza económ ica es apenas tocada p o r las a u ­
toridades fiscales. La vida sigue igual que antes. C om o dejaré
claro en las siguientes páginas, el p a tró n de la g u e rra lim itada
ha definido en g ran m ed id a la ex p erien cia latinoam ericana.

Las g u erras no son sim plem ente el p ro d u cto de los Estados,


sino que tam bién p u e d e n co n trib u ir al d esarrollo de las d i­
ferentes estru ctu ras de au to rid ad . Mi objetivo en el p resen te
libro no solo es e n te n d e r la natu raleza de la g u e rra en el con­
tinente, sino tam bién c o m p re n d e r las consecuencias de este
p a tró n particu lar de la violência. Me gustaría hacer hincapié
que con esto no qu iero d ecir que el estúdio de la g u e rra en sí
mismo tenga Iodas las rcspuestas al enigm a dei Estado latinoa-
m ericano. La g u e rra sim plem ente ofrece u n prism a a través
dei cual se p u e d e n analizar m ejor las diversas experiencias.
Por ejem plo, el éxito eu ro p eo en la dom inación dei m u n d o
después dei siglo XV p u d o h ab er ten id o m ucho que ver con
una m ayor p ro p en sio n a la g u e rra y a los acontecim ientos p o ­
líticos y económ icos resu ltan tes62. La u n id a d nacional de más
de u n país se ha basado en la negación de la id en tid ad de o tro
y se ha forjado en la batalla con ese enem igo. Se dice que la
g u e rra es el p a d re m o d e rn o dei Estado-nación. H asta cierto
p unto, el concepto de u n Estado es im posible sin la g u erra;
por o tra p arte, u n ejército masivo d e reclutas, cada u n o capaz
y esp eran d o e m p u n a r las arm as, lleva más que u n a afinidad
histórica y estru ctu ral p asajera p a ra la dem ocracia électoral.

cCuáles h an sido las consecuencias de la paz p ara L atin o am éri­


ca? iH a b ría p ro d u cid o el d erram am ien to de sangre antes y de
m anera más decisiva u n Estado más fuerte, más cohesionado
y más equitativo? dH abría creado u n a inestabilidad previa u n
continente con m enos Estados? dH abrían sobrevivido a largos
conflictos las divisiones de clases que im p reg n an estas socieda­
des? iH a costado la paz más que la g u erra? Estas p reg u n tas
son el tem a central de la segunda m itad dei p resen te libro.

Para e n te n d e r la posible im p o rtân cia de la g u e rra total en la


construcción dei Estado, tengam os en cu en ta algunos de sus
electos en detalle. Estos incluyen: (a) el au m en to de la capaci-
dad dei Estado p a ra e x tra e r recursos; (b) la centralización dei
po d er en las capitales n ationales y la g rad u al desaparición de
las lealtades o id en tid ad es régionales; (c) el fortalecim iento de
los vínculos em ocionales e n tre la población, tanto u n conjun-
to de instituciones dei Estado com o de la n o tio n abstracta de
una n atio n , que estas tratan de rep resen tar, y (d) u n cam bio
cualitativo en la re la tio n del individuo con estas instituciones,

Parker, The Military Revolution; Howard, The Causes o f War; Wallerstein, The
Modem World System.
que p u ed e resum irse com o la transición de sujeto a ciudada-
no. Las g u erras totales p arecen p ro d u c ir Estados m ás ricos y
poderosos, con conexiones más íntim as con la m ayoría de las
poblaciones que viven en sus territórios.

N in g u n a cle dichas características im plica u n tipo p articu lar


de régim en. D escriben u n grado de relación en tre u n conjunto
de instituciones y la población que vive bajo sus alas, no la m a­
n era como este últim o participa en su p ro p io gobierno. Tanto
el régim en totalitário como el dem ocrático parecen ser capa-
ces de movilizar a sus poblaciones y recursos de form as que
no están disponibles a los regím enes autoritários lim itados que
evitan la politización de su población63. La variación en los re ­
sultados institucionales de la g u erra lim itada es m ucho m ayor
que lo que resulta de u n a g u e rra total. Sin em bargo, podem os
p red ecir con seguridad algunos de los patrones generales. Es
probable que las g u erras limitadas: (a) d ejen alguna form a de
crisis fiscal o de d eu d a a m edida que los Estados fracasen en
la adaptación de los gastos extra; (b) apoyen el desarrollo de
u n ejército profesionalizado con poca participación p o p u lar y,
probablem ente, el resentim iento de la población civil que no
haya participado en la lucha; (c) d en lu g ar a la alienación de
los símbolos pátrios, ya que las ganancias de la g u e rra serán
lim itadas y surgirá algún elem ento de desencanto, y (d) posi-
blem ente produzcan depresiones económ icas como resultado
de u n cam bio en los recursos o rom pim ientos con el m ercado
global. La tendencia más generalizable p u ed e ser que las g u e­
rras limitadas ra ra vez dejan legados institucionales positivos y
con frecuencia tienen costos a largo plazo. En lugar de p ro d u cir
Estados basados en “la sangre y el h ie rro ”, se construyen unos
hechos de sangre y deuda. Es precisam ente este últim o m odelo
el que podem os observar en Latinoam érica64.

63 Con esto no pretendo negar la capacidad de una amplia gama de posibles for­
mas institucionales de conscripción. Por ejemplo, el Império austro-húngaro
no era nada diferente a un Estado “total”; no obstante, se las arregló para en ­
viar millones de hombres a tres frentes durante la Primera Guerra Mundial.
64 Un primer lector de la presente obra me impulso a hacer hincapié de nuevo
d Por qué el excrpciom ilism o latinoam ericano? (ver cuad
1.1). L a ten d en cia gvopolítit a lia d a la paz y el su b d esarro
dei Estado están in tim am en te relacionados y necesitan s
analizados en u n co n tex to histórico.

C uadro 1.1 C om paración de m odelos bélicos

M odelo bélico Latinoam érica


Tipos d e guerra G uerra en masa G uerra lim itada
1, li torno e x te r n o C o m p etên cia g eo p o lítica A ceptación d e fronteras colc
A usência d e garantias ex tern a s niales
Pax B ritannica y Pax A m eri­
cana
C o n d icio n es dom ésticas E lite u n id a E lite dividida
C o n cep to c o h e re n te d e nación R aza/D ivisión d e cia,ses
N ú c le o adm inistrativo C aos poscolonial
Fuerxte: M iguel A ngel Centeno

1.a autonom ia política en Latinoam érica surgió principalmei


dei colapso dei Im pério espanol más que del desarrollo inter
de nuevas fuerzas políticas. A m edida que aparecieron nacioi
latinoamericanas en el prim er tercio del siglo XIX, disfrutai
de poca autoridad centralista y, sin duda, no pudieron im|
ner u n m onopolio sobre el uso de la violência. Es importai
recordar que antes de que las guerras p u d ieran servir como
estímulo al desarrollo de E uropa occidental, los proto-Estac
debían establecer su dom inación militar. Así, cuando dichos
lados necesitaban los recursos p ara pelear el nuevo tipo de g
rras, en particular después de la Paz de Westfalia, ya contai
con la capacidad política y organizacional p ara im poner dicl
necesidades en sus sociedades. Este no fue el caso de ningún p
latinoamericano, con la posible excepción de Chile y Paragi
antes del p rim er tercio dei siglo X IX (la belicosidad de estos <
Estados sugeriria p o r lo m enos u n a correlación entre u n a ma
capacidad dei Estado y la probabilidad de guerra). Las guer

en el hecho de que no supongo una relación determinista entre las for


de guerra y las instituciones dei Estado. La guerra total no es una condi
necesaria ni suficiente para la creación de un Estado “total”, pero puede <
tribuir y surgir de diehas insiiiuciones.
que ocurrieron no b rin d aro n una opo rtu n id ad para establecer el
po d er dei Estado sobre la sociedad, precisam ente debido a que
las guerras eran “limitadas” y los nuevos Estados carecían de la
base política y organizacional p ara llevar a cabo dicha tarea.
El contexto social in te rn o en el que su rg iero n las repúblicas
latinoam ericanas fue igualm ente im p o rtan te. Com o sucedió
en g ran p arte dei m u n d o poscolonial, los Estados p reced iero n
a las naciones en L atinoam érica. Con lim itadas excepciones
posibles, encontram os poca evidencia de u n sentido d e nación
paralelo a los futuros lim ites dei Estado. Si bien existia u n sen­
tido de “am erican id ad ” v agam ente definido, p o r lo g en eral
se lim itaba a la m inúscula élite blanca. P ara la g ran m ayoría
de la población, p e rte n ecer a u n Estado recien tem en te inde-
pen d ien te no tenía u n g ran significado. M ientras al com ienzo
algunos g ru p o s subalternos co n sid eraro n el m ovim iento in-
d ep en d e n tista com o u n a posible vía de câm bios en el statu quo
económ ico y social, dichas esperanzas fu ero n destrozadas p o r
la reacción criolla en to rn o a las p rim e ra s reivindicaciones
radicales. Para 1820, “am ericano” significaba apenas la imposi-
ción de obligaciones m ilitares p a ra co m p lem en tar las pesadas
cargas fiscales existentes. Incluso se ro m p iero n dichas p rim eras
prom esas tales com o la abolición d e los tributos e im puestos
indígenas especiales.

N in g u n o de los recientes Estados in d ep en d ien tes, de nuevo


con la posible excepción d e Chile y Paraguay, p u d ie ro n defin ir
fácilm ente la nación que debían rep resen tar. Las poblaciones
latinoam ericanas no poseían u n a id e n tid ad com ún, bien sea
p o r la división p o r raza, casta o clase, o p o r u n a com binación
d e las tres. D ebido a q u e la construcción de dicha id en tid ad
estaba tan cargada de conflicto político, los Estados d u d ab an
seguir los esfuerzos d e “construcción de n ación” de las contra-
p artes de E u ro p a Occidental. La lucha p o r d efinir la nación y
los derechos y obligaciones de los ciudadanos consum ió la ma-
yor p a rte dei siglo X IX en L atinoam érica. C om o resultado, el
ru m b o de la reg ió n fue d eterm in a d o p o r las g u erras e n tre —y
a lo largo-— de u n g ran n ú m e ro de lim ites sociales que al final
definieron los Estados l.il iiioam cricanos, mas no p o r las luc h
en tre unidades cohesioiiadas y com pactadas territo rialm en
com o en E uropa.

El desarrollo deficiente de los Estados latinoam ericanos y la li


gilidad de sus respectivas naciones reflejan el aspecto clave pe
con frecuencia m enospreciado dei desarrollo de los Estados-r
<ión dei continente. Las g u erras independentistas p ro d u jen
li agm entos de im pério p ero no nuevos Estados. Existió pc
lógica política o económ ica en to rn o a las fronteras tal y cor
se institucionalizo en la década de 1820 (eran básicam ente I
limites adm inistrativos dei im pério). Los nuevos países eran
esencia m iniim perios, con todas las debilidades de dichas er
dades políticas. Oscar Oszlak cap tu ro la situación al descril
im “Estado nacional establecido en u n a sociedad que no log
reconocer com pletam ente su presencia institucional”1’5.

El elem ento final clave p a ra e n te n d e r los casos la tin o am eri


nos lo constituye el contexto intern acio n al o geopolítico en
que surgieron dichos países. La reg ió n latinoam ericana surj
com o u n a nación continua; los países estaban todos rodeac
en su nacim iento p o r Estados m uy parecidos en su histo
reciente e incluso en su estru ctu ra social. Ello contrastaba c
la situación en E u ro p a Occidental, d o n d e los Estados se p re
d iero n e n tre sí en u n a cronologia com pleja, que p ro d u jo í
mas de com petência y em ulación no existentes en Latinoan
rica. A dem ás, L atinoam érica en su totalidad surgió com o i
en tid ad geopolítica en u n m u n d o d o n d e la distribución
po d er era ex tre m ad am en te asim étrica. La capacidad de ci
quier país latinoam ericano p a ra re ta r el statu quo geopolíl
e ra lim itada. Por ejem plo, a diferencia de Italia y Alemat
dichos Estados no p o d ían siquiera asp irar a d esem p en ar
papel en la com petência im perialista. N acieron en la terc
categoria de naciones (en el m ejor de los casos), con u n a p
babilidad escasa de ascender. Si pensam os en estas nacio

* Oszlak, Historical Formaiion ofthe State, 5.


nacientes com o Estados-nación, en ten d em o s p o r qué tenían
poca o p o rtu n id a d de ex p an d irse m ás allá de sus zonas de in ­
fluencia asignadas p rev iam en te66.

A unque en capítulos posteriores debato el exceso de confian-


za en causas extern as, la paz latinoam ericana es en m uchas
form as la ex p resió n m áxim a de dep en d en cia. La ausência
de conflictos internacionales refleja en p a rte la irrelevância
de vecinos inm ediatos en cuanto al desarro llo económ ico y
político de cada país. Los Estados latinoam ericanos, p o r lo
general, cen tra ro n su atención no en sus limites inm ediatos,
sino en los centros m etropolitanos al o tro lado dei globo. Di­
chos p o d eres ex tran jero s, que tam bién le su m in istraro n u n
equilibrio hegem ónico en el balance de fortaleza al co n tin en ­
te, a su vez im pidió que p u d ie ra surgir u n gigante m ilitar en
la región. Este hecho evitó el tipo de com petência basada en
la aniquilación recíproca, responsable de g ran p arte de la
g u e rra co n tem p o rân ea. N o obstante, le arreb ato au to n o m ia
geopolítica significativa a la región.

Las debilidades dei Estado latinoam ericano restrin g iero n al


co n tin en te a g u erras lim itadas y a largos periodos de paz. Esta
situación a su vez le im pidió a los Estados alcanzar u n ím p etu
im p o rtan te p a ra el desarrollo. U na m irad a detallada a los ca­
sos latinoam ericanos nos conduce a re p e n sa r la com petência
geopolítica en tre los diferentes Estados eu ro p eo s y las form as
resultan tes de au to rid a d política que se suscitaron en dicho

66 La fascinante comparación (infortunadamente más allá dei alcance de la pre­


sente obra) es, sin duda, entre Estados Unidos y Latinoamérica, en particular
durante el siglo XIX. Langley formula un buen inicio en The Americas in the A ge o f
Revolution, 1 7 5 0 -1 8 5 0 . Estados Unidos igualmente se dividió por regiones y care-
ció de una identidad nacional común. También padeció una guerra civil, con
mayor violência que en cualquier otra región dei continente sur. Sus conflictos
internacionales durante dichos cien anos estuvieron, asimismo, relativamente
limitados. Sin embargo, en este caso, las luchas independentistas, la consolida-
ción territorial y la unidad nacional contribuyeron a la creación de autoridad
política. Muchas personas sostienen que Estados Unidos es un país creado por
la guerra.
continente. Parece que su desai lollo no fue d e n in g u n a m;
nera inevitable ni lam poco rellejó u n a tendencia política un
versai. Por el contrario, la inleracción de sociedades especíí
cas y u n a serie d e eventos particulares explica más claram enl
las diferencias observadas. Es ju stam en te en dicha interacció
en la que m e cen tro en el resto dei libro.

Diseno dei libro

En el siguiente capítulo brin d o u n a introducción histórica c


torno a la naturaleza de la g u erra en el continente. Posteric
m ente analizo p o r qué la g u erra latinoam ericana se desarrol
en la form a en que lo hizo. P ropongo u n escenario en un áml
lo histórico en el que las estructuras de clase, el p o d er organiz
( ional y las restricciones internacionales cubrieron los Estad
latinoam ericanos en u n apacible abrazo. La capacidad adm in
Irativa subdesarrollada dei Estado latinoam ericano, las divisi
iies en el interio r de las clases dom inantes y el control ejercii
| >or los poderes europeos ay u d aro n a m oldear las ocasiones
g u erra y sus desarrollos posteriores. Latinoam érica estaba 1
lativam ente en paz, puesto que no conform o instituciones pc
ticas sofisticadas capaces de m anejar la g u erra. Sin Estados
liay guerras. Más aún, d en tro dei esquem a de esta historia, |
rece que los militares como institución han identificado el er
migo nacional fundam ental com o u n enem igo interno. Dada
ausência de u n enem igo externo, las gu erras eran supérflua

En el capítulo 3 a n a lizo la contribución de la g u e rra a la cent


lización y fortalecim iento dei Estado latinoam ericano dei sij
XIX. Si bien las g u erras b rin d ab a n u n a o p o rtu n id a d p a ra u
m ayor cohesión dei Estado en algunas circunstancias (Ch
en la década de 1830), dichas o p o rtu n id ad es n u n ca se utili
ron p a ra crea r la in fraestru ctu ra institucional req u erid a er
desarrollo po sterio r cle la capacidad dei Estado. U na pregui
fundam ental es p o r qué las g u erras in d ep en d en tistas dier
com o resultado u n a an arq u ia en contraposición a u n autori
rismo m ilitar co h cren te. C reo que la resp u esta está en el ni
relativam ente lim itado de organización m ilitar y la violência
involucradas en las g u erras in dep en d en tistas. Lo a n terio r no
niega la destrucción que causaron. Sin em bargo, au n q u e las
g u erras debilitaron el o rd e n colonial, no lo m ataro n . El es-
fuerzo arm ad o fue lo suficientem ente p eq u en o com o p a ra re-
q u e rir la m ilitarización de la sociedad en todo el continente.
Sin n in g u n a d u d a, en com paración con las g u erras equiva­
lentes en la historia eu ro p ea, com o p o r ejem plo la g u e rra de
los T rein ta Anos, los conflictos in d ep en d en tistas d ejaro n u n
legado institucional m ucho más lim itado. Las g u erras posin-
depen d en tistas tam bién p ro d u je ro n resultados am bíguos.

Los casos latinoam ericanos nos obligan a p en sar de nuevo


cóm o la g u erra, de hecho, p ro d u ce o rd e n a p a rtir dei caos.
iC óm o las exigencias dei Estado p o r d in e ro y obediencia con-
d u cen a u n a m ayor au to rid a d en lu g ar de u n a g u e rra in tern a
y u n conflicto nacional? Por ejem plo, M. S. A nderson sugiere
que los esfuerzos co nducentes a en c o n tra r el d in ero necesario
p u d ie ro n estim ular el d esco n ten to que e ra politicam ente pe-
ligroso67. David K aiser ha d em o strad o q u e las exigencias de
g u e rra ay u d aro n a d ebilitar los Estados eu ro p eo s en el siglo
X VI y, efectivam ente, co n trib u y ero n a d estru ir la econom ia
espano la68. De nuevo, Paul K ennedy h a e x p an d id o esta dis-
cusión p ara incluir el posible declive de todos los im p ério s69.
N o obstante, algunos Estados en ciertas situaciones están en
capacidad de p ag ar p o r ejércitos más g ran d es y g u erras más
costosas. U n G obierno en p articu lar p u e d e y ha d em an d ad o
sacrifícios, que p u d o p o sterio rm en te canalizar de m a n era efi­
ciente. dPor qué la ex p an sió n dei p o d e r fiscal tuvo éxito en
algunos casos y en otros no?70

67 M. S. Anderson, War and Society in Europe, 20.


68 Politics and War.
69 Kennedy, The Rise and Fall o f the Great Powers.
70 U na anotación interesante aqui es la aparente reivindicación de Michael Mann
en torno a que el gobierno representativo puede tener mayor capacidad de
extraer los recursos necesarios (Sources o f Social Poioer, vol. 2).
l)n a p arte de la cxpli< a< ion p u ed e ser el m iedo a un peligi
m ayor pro v en ien te de aluera. Este hecho fue especialm en
im portante en las prim eras etapas dei caso ja p o n ê s71. A p
sar de ello, Polonia alro n tó am enazas similares, incluso m
desalentadoras. U na estru ctu ra de clase p reex isten te en ui
sociedad ayuda a d e te rm in a r el tipo de ap arato extractivo
coercitivo constru íd o p o r el Estado. Si la clave p a ra el Esta<
leudal la constituía la cooperación de la m o n arq u ia con la s
<iedad civil existente, en consecuencia, p o sterio rm en te gra
des secciones de la po d ero sa élite tam bién estaban deseos
de p ro p o rcio n a r u n a alta recaudación im positiva p o rq u e
dieron cuenta de que sus pro p io s intereses p o d ían ser satis
chos p o r m edio de u n Estado m ás fu erte72. En algunos casi
los oponentes potenciales e ra n com prados: “Luis X IV no cc
Irolaba su nobleza m an ten ién d o la sin hacer n ad a en Versall
le brin d ab a em pleo estatal”73. En otros casos, el Estado sur
nistraba u n a protección im p o rtan te a las clases d o m in an t
El capitalism o p u ed e necesitar m ilitarism o en p arte debid<
que “req u ie re u n g rad o inusual d e regulación política a lai
distancia apoyado p o r la fu erza”74. Sin em bargo, estructu
de clases sim ilares d ie ro n com o resu ltad o m ecanism os cent
listas diferentes. Lo que funciono p a ra los aristocratas no fi
cionó p a ra los hidalgos espanoles.

1,a resp u esta a u n a im posición de a u to rid ad exitosa reside


un conjunto de condiciones m edioam bientales y estructu
sociales y políticas internas. Las prim eras b rin d a n el estim e
las últim as le p erm iten a u n Estado en p articu lar respom
a dicho estím ulo. En caso de ausência de u n a am enaza ext
na, el Estado carece de u n a o p o rtu n id a d crítica — p ero n<
única— de tra n sg re d ir su sociedad. N o obstante, la g u e rra
brinda garantias. Por ejem plo, a p esar de más de dos sig

71 Ralston, Importing the European Army, Moore, Social Origins o f Dictatorship


Democracy, 437-40.
77 P. Anderson, Lineages o f the Absolutist State', Hall, States in History.
” Duffy, introduction a Duffy, The Military Revolution and the State, 4.
7,1 Mann, States, War, and Capitalism, 136.
(le g u e rra sin treg u a, E spana se m antuvo d e p en d ien te dei
ingreso ex tern o y n u n ca d esarrollo u n a in frae stru ctu ra fiscal
in tern a adecuada. No p u d o m an ten erse com o u n a potência
im p o rtan te puesto que no ad ap tó su estilo de m anejo de Es­
tado a la R evolución M ilitar75. Egipto p u e d e ser u n ejem plo
co n tem p o rân eo de cóm o la p resencia de la g u e rra d e n tro y
1'uera de sí no garantiza el d esarrollo de u n Estado coherente.

Los casos latinoam ericanos que se analizan en el capítulo 3


sugieren u n a definición m ejo r y más precisa dei aspecto de
dichas com binaciones en particular. iC uáles fu ero n los efectos
de las g u erras lim itadas dei siglo X IX en L atinoam érica so­
bre la capacidad fiscal dei Estado? En pocas palabras, fu ero n
casi inexistentes y crea ro n Estados m endigos en b an carro ta
p erp etu a. La disponibilidad de fácil financiam iento ex tern o le
perm itió al Estado el lujo de no e n tra r en conflicto con aque-
llos sectores sociales que co n tab an con los recursos necesarios.
Bien sea m ed ian te préstam os o la venta de u n b ien básico, el
Estado latinoam ericano eludió la necesidad de im p o n erse so­
bre la sociedad. C u an d o dichos préstam os no se cum plían, el
Estado d ep en d ia de im puestos (que no req u erían u n com pro-
miso adm inistrativo extenso) o sus instituciones sim plem ente
dejaban de d esem p e n ar u n p ap el im p o rtan te en la sociedad.

En este capítulo tam bién describo cóm o la relativa ausência


de g u e rra y las limitaciones de aquellas que sí o cu rrie ro n no
b rin d aro n u n a o p o rtu n id ad p ara la centralización política y
posterior centralización fiscal. Las g u erras latinoam ericanas no
d u ra ro n largo tiem po ni am enazaron lo suficiente com o p ara
perm itirles a las instituciones nacionales an u lar los intereses de
las clases. Los intereses particularistas siem pre sobrevivieron
las gu erras y n u n ca sintieron la necesidad de p erm itirle a u n
Estado fortalecerse lo suficiente p ara p ro te g e r y dem andar. En
resum en, en L atinoam érica, el equivalente d e la aristocracia
ganó la fronde. El m odelo eu ro p eo más cercano p u ed e ser Sici-

75 Porter, War and the Rise o f the State.


lia, d o n d e un obsri vad <»1 lia com entado que “siem pre que cayó
un gobierno liiei le, los nobles eran quienes llenaban el vacío
de p o d e r”76. La lección com parativa central en este caso es que
no es la g u erra en o íü e ra de sí la que b rin d a los “nervios dei
Lstado”. Por el contrario, es la g u e rra en com binación con u n
grupo d om inante existente d en tro dei ap arato dei Estado lo
que le p erm ite e x tra e r recursos de u n a sociedad recalcitrante.

En los capítulos 4 y 5 m e alejo d e la discusión dei E stado


en sí y enfatizo en el d e sa rro llo d e las n aciones y los ciuda-
d anos sobre los q u e rig e. Si b ien es o b v iam en te a rrie sg a d o
g en era liza r acerca d e la relació n e n tre c iu d a d a n ía y servicio
m ilitar, p o d em o s v er los ejércitos com o E stad o s-n ació n m o ­
d e rn o s ab aste ced o res con u n a p o b lació n e d u c a d a y re la ti­
vam ente d iscip lin ad a, lista y capaz d e tra b a ja r e n el n u ev o
o rd e n in d u strial. Sin em bargo, d ich a población actu alm en te
tam bién tiene p o r lo m enos acceso inm ediato a los m edios de
violência y le ofrece al Estado u n recurso necesario. Lo a n te rio r
form a la base p a ra u n n u ev o c o n tra to político. L a conscrip-
ción y los ejércitos m asivos ta m b ién co ad y u v a ro n a re v o lu ­
cio n ar la n a tu ra le z a d e la violência q u e fo rm ab a p a rte dei
conflicto m ilitar. Los n u evos tipos d e g u e rra s tra n s fo rm a ­
rem te m p o ra lm e n te “las ja u ría s d e lo b o s” e n organizacio-
nes o b ed ien tes y c o h e re n te s 77. Esta situ ació n n o co n d u jo a
un declive en los niveles totales d e asesinatos; no o b stan te,
la m a n e ra en q u e se lo g ró tuvo ram ificaciones im p o rta n te s
p a ra el Estado.

Las g u erras fom en tan u n a actitud d iferen te hacia el Estado,


que está basada en la id e n tid ad colectiva. El vínculo e n tre el
conflicto m ilitar y la lealtad nacional es bien conocido78. N ada
une más a u n a nación tras u n líd er vacilante, com o u n a g u e­
rra; la m an era m ás ráp id a de h acer u n a nación es hacer un

n Mack Smith, mencionado en Tilly, Coercion, Capital, and European States, 142.
77 Howard, War in European History.
7" A. Smith, “War and Ethnicity”.
ejército79. U na g u e rra total p u ed e ay u d ar a evadir el conllicto
social y o rien tar esa lucha hacia enem igos ex tern o s80. En el
siglo X IX algunos creían que era im posible crear u n a nación
sin u n a g u e rra 81.

A unque se m an tien e u n debate considerable acerca de la re-


lación e n tre “n acio n es” definidas p o r características étnicas
com unes y “Estados” definidos p o r alg ú n tipo de existencia le­
gal, podríam os discutir que d u ra n te g ran p a rte dei siglo X IX
el Estado creó el nacionalism o y no al c o n tra rio 82. U n m ecanis­
mo p a ra lograrlo fue m ed ian te el ejército y la actividad militar.
Los ejércitos y la ex p erien cia de la g u e rra ay u d a ro n a fo rjar
u n a id e n tid a d u n ificad a q u e p u d o o scu recer las divisiones
internas. La exp erien cia m ilitar au m en to el alcance de lo que
M ann d en o m in a la alfabetización discursiva: el co n ju n to de hi-
pótesis y mitos que contribuyen a la creación de u n a id en tid ad
nacional. Las g u erras quizá fu ero n la clave p a ra la creación de
“com unidades im aginadas”83. M ediante la absorción de ele­
m entos de las recién surgidas burguesia y p eq u en a burguesia,
los ejércitos tal vez fo m en taro n tam bién la cohesion de clases
d u ra n te p eríodos críticos de la te m p ra n a industrialización84.
En dichas circunstancias, los ejércitos y la g u e rra coadyuvaron
a tran sfo rm a r las sociedades form adas p o r clases en naciones
arm ad as y, de acu erd o con P alm er85, con trib u y ero n a ro m p e r
las red es y filiaciones provinciales y reem plazarlas con unas
más centradas sobre u n a co m u n id ad nacional.

iP ro p a g a ro n los ejércitos y la g u e rra la idea de u n a nación en


Latinoam érica?, isirv iero n com o “instituciones de e d u ca tio n

79 Porter, War and the Rise o f the State, 18.


80 En las palabras “apócrifas” de Cecil Rhodes: “Si quieren evitar una guerra
civil, deben volverse imperialistas”.
81 Howard, Causes o f War. Podríamos agregar que es difícil volverse imperialista
en medio de una guerra civil.
82 Hobsbawm, Nations and Nationalism Since 1780.
83 B. Anderson, Imagined Communities.
84 G. Best, “Militarization”.
85 Palmer, The Age o f Democratic Revolutions.
p o p u la r”? En d i apítulo I se auali/.an los halla/.gos ap aren
m ente am bíguos <lc los sig lo s X I X y X X . D ada la reputaci
de “nacionalism o” g en eralm en te mal concebida— de
países latinoam ericanos, encontram os poca evidencia ciei ti
de identificación masiva m anifiesta en E u ro p a o en Estac
l Inidos. Con algunas excepciones, las g u erras no b rin d aro n
m itologia sobre la que d e p e n d e g ran p arte dei nacionalisi
m oderno. L atinoam érica carece de los m onum entos a “nu
ira gloriosa rn u erte” que están o m nipresentes en el paisaje
E uropa y Estados U nidos. U na vez más, las luchas in tern ac
uales lim itadas q u e sucedieron no p u d ie ro n su p e ra r las di
siones internas.

En el capítulo 5 senalo la m a n era en que la conscripción c(


Iribuyó —o restó valor— al proceso de dem ocratización y
creación de derechos ciudadanos. tSe discutieron alg u n a >
los benefícios de la circunscripción? iE staban conscientes
elites de los posibles benefícios y costos? dHubiese servido
ejército masivo com o la protección más segura p a ra la ciu<
danía dem ocrática? cPor qué el Estado latinoam ericano ignc
a su p ro p ia población?

Los Estados latinoam ericanos n u n ca fu ero n suficientem ei


liiertes p a ra reclam ar u n a circunscripción com pleta. Q u
aún más im p o rtan te, n u n ca existió u n a necesidad observa
para el tipo d e agitación social im plícita p o r los ejércitos nu
vos. El Estado no necesitaba la población en form a d e soldac
0 incluso com o fu tu ro s trabajadores, ya que po d ia excluirl
El Estado y las élites dom in an tes en casi todos los países d t
región tam bién p referían las poblaciones pasivas. U n senti
de nación dem asiado activo o ferviente podia, de hecho, fra
sar y crear condiciones hostiles p a ra co n tin u ar la dom inaci
por p arte d e la élite.

1,os capítulos 4 y 5 co n d u cen a u n a com prensión m ejorada


la creación d e “co m unidades im aginadas” de naciones y i
vínculo e n tre dichas creaciones y los derechos dem ocrátic
M ediante datos extraídos de un censo de m o n u m en to s nac
nales y m ediante análisis de la estru c tu ra social de los ejérci­
tos, sugiero u n a m ejor definición dei vínculo e n tre e x p e rie n ­
cia m ilitar y sentim iento nacionalista. Dicho proceso p u ed e
tam bién esclarecer la u n icidad dei p a tró n e u ro p eo y senalar
los obstáculos que en fren tan los países que in ten tan em ularlo
sin la experien cia histórica co rresp o n d ien te.

El capítulo final b rin d a u n re su m e n de los hallazgos más


im p o rtan tes. D ebato la m a n e ra en que L atin o am érica com o
región se d iferen cia dei resto dei m u n d o y analizo la diferen -
ciación d e n tro dei co n tin en te. C u rio sam en te, los hallazgos
de los dos co n ju n to s de co m p aracio n es ay u d an a su confir-
m ación m u tu a.

Pasos siguientes

Todos los libros tien en lim itaciones y el au to r es cada vez más


consciente de ellos a m ed id a que se acerca a su fin. H e ob­
servado algunos de los limites geográficos de mi cubrim iento.
U n análisis de C en tro am érica p o d ría con firm ar o con trad ecir
g ran p a rte de lo consignado aqui. Solo p u ed o esp erar que es­
tudiosos de la región estén lo suficientem ente m otivados p o r
este libro com o para, sin más, contradecirm e. Me he cen tra­
do en u n p erio d o específico: au n q u e mi debate en to rn o a la
larga paz no trata tendencias ni eventos co n tem p o rân eo s, la
m ayoría d e los análisis históricos se cen tran en el siglo X IX
debido a q u e allí se co n stru y ero n las bases de los Estados u lte­
riores. A dem ás, p a ra analizar las repercusiones de la g u erra,
tuve que estu d iar el p erio d o en el que dichas repercusiones
fueron más p ertin en tes.

F inalm ente, enfoqué mi trabajo casi exclusivam ente en las


funciones bélicas dei Estado e ignoré, en g ran m edida, su p a ­
pel en la g u e rra pública. C reo que la p rim era ayuda a explicar
la segunda; no obstante, aú n req u ie re su p ro p ia investigación.
En el p re s e n te libro h ag o énfasis ex clu siv am en te e n el Es­
ta d o com o g u e rre ro y te n g o m uy poco q u e d ecir acerca dei
Estado capitalista que surge a p a rtir de la últim a p arte dei
siglo XIX o de los Estados desarrollistas que se establecieron
en la década de 1830. Si los Estados clásicos de E u ro p a noroc-
cidental fuesen hechos p o r la g u erra, se h ab rían tran sfo rm ad o
por el énfasis en la g u e rra pública en dicha década. En los
anos venideros espero finalizar u n volum en ad ju n to en el que
co m p araré la construcción y lim itaciones de la g u e rra dei Es­
tado latinoam ericano con sus equivalentes eu ro p eo s y nortea-
m ericanos. Si el Estado latinoam ericano no peleara, seria algo
más exitoso en la creación de nuevas econom ias y sociedades.
No obstante, espero que el legado de sangre y d e u d a sea y
continúe siendo difícil de evadir.
Capítulo 2

Hacíendo la guerra

Los m ilitares tien en una p o sitio n m uy visible en nuestras


im ágenes de L atinoam érica. Los m edios de com unicación y
diferentes análisis académ icos destacan los tanques y los u n i­
form es com o algo característico, y en esta dirección resu lta d i­
fícil im aginar u n a reg ió n más asociada a u n a su puesta fu erte
tradición m ilitar o u n a d o n d e el conflicto arm ad o fuese ap a­
ren te m en te tan im p o rta n te 1 C u an d o escucharon acerca de
este libro, la m ayoría de mis colegas, incluídos ex p erto s en la
región, revelaro n la hipótesis de q u e L atinoam érica ha estado
en g u e rra p e rp e tu a . En este capítulo p resen to el desarrollo
general de la violência y establezco el m arco conceptual para
el resto dei trabajo.

D esde la in d e p e n d e n c ia a com ienzos del siglo X IX , L atinoa­


m érica ha estado relativam ente libre de conflictos internaciona­
les im portantes. En el siglo XX el registro es vcrdaderam entc
e x tra o rd in á rio , en p artic u la r a la luz de la e x p e rie n c ia dt
o tra s re g io n e s d ei m u n d o . Sin e m b arg o , d u r a n te los mis
mos doscientos anos, América L atina tam bién ha ex p erim en ta
do grandes contiendas internas, desde rebeliones persistente:
p ero lim itadas, hasta revoluciones casi apocalípticas y conflic
tos sociales. La distinción e n tre estos dos tipos de conflicto e

Y, sin embargo, es excepcional el libro o guia sobre la historia militar qu


m encione el continente. Ver Cowley y Parker, The Reader’s Companion to M il
tary History, Dupuy y Dupuy, The. Encyclopedia of Military History, y Keegan, ,
History of Warfare.
clave. Ambos son violentos e in v o lu cran m ovili/ación y d es­
tru c tio n . N o o bstante, sus o rígenes y consecuencias p u e d e n
ser rad icalm en te diferen tes.

La g u e rra no son sim plem ente actos d e violência m ilitar o ban-


dolerism o (la región h a ten id o más que suficiente de los dos).
La g u e rra es u n a form a especial de violência organizada con
claros fines políticos y es d iferen te de otras form as de actos de
violência puesto que involucra “la existencia, la creación o la
elim in atio n de los E stados”2. Diria adem ás que las g u erras son
diferentes de lo que po d ríam o s d en o m in ar “disputas m ilitari­
zadas”, ya que involucran cantidades de tiernpo y de recursos
que re q u ie re n u n com prom iso organizacional considerable
en n o m b re de p o r lo m enos u n o de los actores. Es decir, las
g u erras son esfuerzos concertados q u e req u ie ren u n m ínim o
nivel de com prom iso estratégico y organizacional. U n a m a­
n e ra sim ple de m ed ir el im pacto de la g u e rra es m ed ian te el
n ú m e ro de bajas, y p a ra ello utilizaré el u m b ral de S inger y
Small d e 1.000 m u ertes p o r an o 3. Por debajo de dicho nivel,
no podem os esp erar ver el tipo de actio n del Estado, que es el
tem a de g ran p arte dei p resen te estúdio. Así, la g u e rra es “u n
conflicto arm ad o im p o rtan te e n tre las fuerzas m ilitares o rg a­
nizadas de u n id ad es políticas in d e p en d ien tes”4.

El concepto de in d e p en d en cia no req u ie re necesariam en-


te reconocim iento intern acio n al form al. La d efin itio n con la
que trabajo incluye las g u erras civiles e n cuanto son m ás que
disputas arm adas; sin em bargo, incluirias suscita algunos p r o ­
blem as. Las considero en el caso de L atinoam érica, en p a r­
te, p o rq u e estas a u m en tan la m u estra p ertin e n te a estudiar,
hacien d o más factible el estúdio sistem ático, p ero a ú n más
im p o rtan te, p o rq u e la distinción e n tre g u erras civiles e in te r­
nacionales p u e d e d a r lu g a r a problem as de aplicación anacró-

2 Howard, Causes o f War.


3 Singer y Small, Resort to Arms.
4 Levy, War and the M odem Great Power System, 51.
nica. Por ejem plo, I ralam os el <onllicto en tre el rey de Franc
y el d u q u e de liorgoiía com o u n a g u e rra internacional. I
la mism a m anera, las g u erras e n tre ciudades italianas se co
sideran e n tre Estados. Entonces, dpor qué no co n sid erar I
Inchas e n tre las diversas províncias de la te m p ran a Argentii
dei mismo m odo? F inalm ente, el tipo de g u e rra crea u n a dil
rencia insignificante sobre sus efectos, hecho que constituye
enfoque princip al dei p resen te volum en.

No existe d u d a de que los latinoam ericanos han in ten tad o ir


tarse entre sí. Existen dem asiados ejem plos de conflictos sa
grientos y brutales p ara negar este hecho. La población cre(
<le G uanajuato fue m asacrada en 1810 al tiem po que los yaqu
mayas y m apuches, p o r n o m b rar tan solo tres ejemplos, fuen
perseguidos con furia prácticam ente genocida d u ra n te el si^
XIX. La g u e rra de la Triple Alianza casi term ina la poblaci
de Paraguay, m ientras que la g u e rra dei Chaco le costó la vi
a cerca de 100.000 personas. La Revolución m exicana inclu
iimchos de los elem entos que defm en u n a g u erra m oderna:
civiles no estaban exentos de la violência, las ciudades se c(
virtieron en cam pos de batalla, los ferrocarriles llevaron ho
bres a la lucha y las alam bradas y m etralletas m ataron a mi
de personas, com batientes o no. En un contexto individual,
guerras en L atinoam érica tam bién padecieron la degradaciói
transform ación de los hum anos en bestias salvajes. dCómo 11
se p u ed en explicar las atrocidades de la Violência en Colomb

Sin em bargo, en general, L atinoam érica ha ex p erim en ta


bajos niveles de m ilitarización, organización y movilizaci
de recursos m ateriales y h u m an o s p a ra su posible uso en
g u erra. Los latinoam ericanos h an in ten tad o frecuentem ei
aniquilarse e n tre sí, p ero no h an lo g rad o organizar sus soc
dades bajo este objetivo. La reg ió n h a e x p erim en tad o lo q
podríam os d en o m in ar u n a form a violenta de paz que, a
vez, ha perm itid o , en g ran p arte, la carnicería en m asa en c
se ha convertido la g u e rra m o d e rn a d u ra n te los últim os d
cientos anos. La región tam bién ha padecido u n caos feroz
En el p resen te capítulo planteo u n a revisión de los conflictos
militares tan to internacionales com o nacionales en L atin o a­
mérica. En la p rim era p arte hago u n a com paración con otras
regiones dei m u n d o y en la seg u n d a analizo la distribución de
conflictos en el in terio r dei continente. Las dos p artes siguien-
tes incluyen discusiones de conflictos p articulares y b rin d a n
u n resu m en n arrativ o de dichas luchas. Al final se concluye
con algunas observaciones g en erales acerca de la violência
organizada en el continente.

Latinoamérica en el mundo

No existe d u d a de que los últim os dos siglos h a n vivido u n a


aceleración global inconfundible en la ferocidad de la g u e rra
(ver figuras 2.1 y 2.2). El n ú m e ro de conflictos reales p u e ­
de h ab er dism inuido y el n ú m e ro de anos d u ra n te los que el
m u n d o h a conocido la paz ha, d e hecho, au m en tad o , p ero
la b ru talid ad bélica se h a intensificado. Todos los indicadores
de la capacid ad d estru ctiv a d e la g u e rra — n ú m e ro total de
m u ertes, p o rcen tajes d e la población afectada, bajas civiles
versus bajas militares— h an au m en tad o dram áticam ente5. Ci­
fras tales com o el n ú m ero de indivíduos bajo las arm as, expre-
sados en térm inos absolutos o com o porcentajes de la pobla­
ción, tam bién h an au m en tad o . A lgunas d e dichas tendencias
se reflejan en la g u e rra d e los T rein ta Anos, desde 1914 hasta
1945. Sin em bargo, existe suficiente evidencia en cada u n a de
estas fechas p a ra contrad ecir el concepto de que es u n fen ó ­
meno aislado y el p ro d u cto de u n a p ecu liarid ad geopolítica.

En este contexto, L atinoam érica parece ser única (ver figuras


l .3 y 2.4). Los últimos dos siglos no h an vivido el nivel de gue-
ra com ún a otras regiones. Por ejemplo, las naciones de Eu-
opa y N orteam érica h an tenido cerca de cuatro veces más el
lúm ero de personal en sus fuerzas arm adas sobre u n a base p e r
:ápita y han asesinado decenas de millones más de personas y a

Keegan, History o f Warfare; Tilly, State-Incited Violence.


F igura 2.1 M u ertes e n batallas m u n d ia les
Fuente: Singer y Small.

F igura 2.2 M u ertes m u n d ia les acu m u la d a s p o r tip o d e g u erra


Fuente: Singer y Small.

un ritm o mayor. Latinoam érica, con 150 anos más de indepen-


dencia que África, h a tenido el mismo o rd en aproxim ado de
conflictos. Las cifras latinoam ericanas parecerían incluso m e­
nos belicosas excepto en el caso dei desastre dem ográfico de la
g u erra de Paraguay en 18(30. Se podría decir lo mismo acerca
de las guerras m undiales en E uropa, p ero estos conílictos reíle-
ja ro n la historia de la región y tuvieron m ucho más efecto en las
sociedades posteriores que el efecto que tuvieron las limitadas
guerras latinoam ericanas.

3.E+07 '

3.E+07 -

2.E+07 -

2.E+07 - Norteamérica y Europa

I.E+07 .

/i.E+Oíi _
Suramérica y México

O.E+OO millin liu m u ini r m iiih iii m in im i1111111111111111inTm Trrrrim i111n ih n n 11n i11n n 11nriii11in in ii11n m TrrrrrTrriii1111n iu in in 11n in n 111n mi
100 * 0 O * 0 O *0 O LO O c o O *-0 O * 0 O *-0 O c o © co O c o o c-o O co © 'O © CO © c o © 'O ©
— <oq oi c o c o ^ ’! ? c o i . o t o i O N N Q O o o o i C ! © o - < —■o q c ^ c c c o ^ ' o “o c o c o i>. o© o c ©
co co co C O O O O O C X D O C O O O O C 3 0 C C C C C C C O C O O O © © © © © ) © © © © © © © © © © © © © ©

Figura 2.3 M uertes acum uladas en batalla p o r región


Fuente: Singer y Small. Resort to Arms.

i!Í Mortalidad - porcentaje promedio de población asesinada


■ Militarization - porcentaje promedio de población en el ejército
H Intensidad - población promedio asesinada por ano (expresado por 20.000 habitantes)

y M éxico y el Caribe y Europa y África dei Norte

Figura 2.4 G uerras totales estandarizadas p o r región


Fuente: Singer y Small. A Call to Arms.
La p articularidad dei eo n lin en te es m ás evidente si hacem os
una distinción e n tre g u erras civiles y g u erras internacionales
(ver figuras 2.5 y 2.0), pues los Estados latinoam ericanos h an

Mortalidad - porcentaje promedio de población asesinada


Militarización - porcentaje promedio de población en el ejército
Intensidad - población promedio asesinada por aiio (expresado por 20.000 habitantes)

Suramérica Centroamérica Norteamérica Oriente Medio África Asia


y M éxico y el Caribe y Europa y África dei Norte

Figura 2.5 G uerras estandarizadas p o r region


Fuente: Singer y Small. A Call to Arms.

ü Mortalidad - porcentaje promedio de población asesinada


H Militarización - porcentaje promedio de población en el ejército
l i Intensidad - población promedio asesinada por afio (expresado por 20.000 habitantes)

y M éxico y el Caribe y Europa y África dei Norte

Figura 2.6 G uerras civiles estandarizadas p o r region


Fuente: Singer y Small. A Call to Arms.
luchado e n tre sí pocas veces. Lo que m ás so rp reiid e cs que la
región parece ser más pacífica con el paso dei tiem po; el siglo
XX tiene episodios de g u erra, p ero g en eralm en te con m e n o ­
res m u ertes violentas (ver figuras 2.7 a 2.9). Incluso cu an d o
m iram os los conflictos civiles, L atinoam érica parece más pací­
fica. Sin im p o rta r la m ed id a que usem os, otras regiones h an
sido el doble cie violentas.

Mortalidad - porcenlaje promedio de población asesinada


Militarization - porcentaje promedio de población en el ejército
nsidad - población promedio asesinada por ano (expresado por 20.000 habitantes)

li . m
Suramérica Centroamérica Norteamérica Oriente M edio África Asia
y M éxico y el Caribe y Europa y África dei Norte

Figura 2.7 G uerras dei siglo XIX estandarizadas p o r región


Fuente: Singer y Small. A Call to Arms.

Si observam os las g u erras individuales, nos dam os cuenta de


que están concentradas histórica y geográficam ente (ver figura
2.10 y cuadros 2.1 y 2.2). Sin lu g ar a dudas, las g u erras más
significativas sucedieron en el siglo X IX 6. Los anos de 1860 a
1880 fueron especialm ente belicosos, con casi cada país en la
región invadiendo u n vecino o defendiéndose. Los conflictos

Existió cierta preocupación en torno al “calentamiento” de la región en las déca­


das de 1970 y 1980; sin embargo, pareció retornar la estabilidad internacional.
Ver Morris y Millan, Controlling Latin American Conflicts-, y Little, “International
Conflict in Latin America”. Para una opinion discrepante, ver Mares, “Securing
Peace in the Americas”, 35-48.
M o rla lid a d p o rt riilm r |h i h i k i Iiu ti e p o b l a c iO n a s e s i n a d a

M ilila iiz a c ió n p o r t t 'i i|j \ j t ‘ p m m e d i o ti c p o b l a c i ó n e n c l c j é r c i l o


/>.()() In te n sid ad •• pob lació n p m m e d io uMcsinada p o r afto (ex p resad o p o r 2 0 .000 habitantes;
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Suramérica iente Medio
Centroamérica Norteamérica Oriente
Is TM
bJH lÍ Africa
África Asia
y México y el Caribe y Europa y África dei Norte

Figura 2.8 G uerras del siglo XX estandarizadas por region


Fuente: Singer y Small. A Call to Arms.

Figura 2.9 M uertes acum uladas p o r batalla de Suram érica y Méxic


Fuente: Singer y Small
internacionales se concentraron en tres /onas: norte y eentro de
México, la region de la cuenca del rio de La Plata com partida
p o r Brasil, Paraguay, U ruguay y A rgentina, y el litoral dei Pa­
cífico m edio d o n d e Bolivia, Perú y Chile se en cu en tran . Dichas
guerras fueron, en gran m edida, tom as de territórios p o r los
vecinos más poderosos que buscaban au m en tar su acceso a los
recursos. N inguna de las gu erras internacionales ex p erim en ­
tadas p o r L atinoam érica puso de relieve la intensidad de odios
ideológicos, nacionalistas o étnicos que constituyeron g ran p a r­
te de la historia en otros lugares dei globo.

700.000*
■ Guerra Internacionales
(100.000- * Guerra Civil

Argentina Bolivia Brasil Chile Colombia Ecuador México Paraguay Perú Uruguay Venezuela

Figura 2.10 G uerras p o r país. M uertes acum uladas p o r batalla


Fuente: Singer y Small. A Call to Arms.

C uadro 2.1 Principales guerras internacionales en Latinoam érica

G uerra Países Anos


C isplatina A rgen tina, Brasil, Ur 1825-28
A rgen tina, Brasil, Ur u gu ay y Fran-
G uerra d e L a Plata/G uerra G rande 1836-51
cia y G ran B retana
G uerra d e la C o n fed era ció n Perua­
B olivia, C hile, Perú 1 836-39
no-B oliviana
In d ep en d e n c ia d e T exas M éxico, T exas ' *r'| 1836
( Juerra d e los Pasteles M éxico, Francia 1838
•- ■ • ■ ■.
G uerra P eruano-B oliviana Perú, B olivia 1841

Continua
Continuación
G uerra M éxico-E lí. l i l t M éxico, EE. U U . 1846-48
G u erra Franco-M cxirana M éxico, Francia 1862-67
Fcuador-C olom bia Ecuador, C olom bia 1863
A rgen tina. Brasil. Paraguay, U ru ­
T riple Alianza 1864-70
guay
Invasion esp an ola Bolivia, C hile, Perú, E spana 1865-66
G uerra d e los D iez A nos C uba, Espana 1868-78
G uerra d ei Pacífico Bolivia, C hile, Perú 1879-83
C enlroam erican a G uatem ala, El Salvador 1885
I n d ep en d en cia C uba 1895-98
C entroam erican a G uatem ala, El Salvador, H on d u ras 1906
C entroam erican a N icaragua, El Salvador 1907
Prim era G uerra M undial Brasil 1917-18
G uerra d ei C haco Bolivia, Paraguay 1932-35
Leticia Perú, C olom bia 1932-33
S e g u n d a G uerra M undial Brasil 1944-45
C onfiicto fronterizo Perú, E cuador 1941
In terv en ció n d e EE. U U . R epública D om in ican a, EE. U U . 1965
Fútbol El Salvador, 1 fo n d a n ts 1969
A ngola/E tiopía Cuba 1975
C onfiicto fron terizo e n tre Perú y
1981
E cuador Ecuador, Perú
G uerra d e las M alvinas A rgentina, G ran Bretana 1982
C onfiicto fronterizo e n tre Perú y
1995
Ecuador Ecuador, Perú

Fuentes: Kaye, Cxrant y Em ond, Major Armed Conflicts; Singer y Small,


A Call to Arms; Bethell, Cambridge History o f Latin America.

C uadro 2.2 Principales guerras civiles en Latinoam érica

País/Nombre Anos
C onflictos d e la In d e p e n d e n c ia y la p o s-In d e p e n d en cia 1810-25
Brasil (C on fed eración d e l E cuador) •• 1824
A rgentina 1828-29
C hile 1829
A rgen tina (C am p ana d e i D esierto) 1833
M éxico (rebeliones esporádicas) 1827-55
Brasil (varias reb elion es region ales) 1831-40
Brasil (Farrapos) 1835-45
U ruguay (gu erra G rande) 1838-51
C olom b ia (gu erra d e los S u p rem o s) 1839-42
A rgen tina (anti-Rojas) 1838-51
E cuador 1845-60
M éxico (guerra d e Castas) 1847-55
Continua
(JmUinuación
C olom bia 1H51
C hile 1851
Perú 1853-55 ' i
C olom bia 1854
Perú 1856-58
M éxico (R eform a) 1858-01
V enezuela (gu erra Federal) 1 859-63
C olom bia 1859-02
A rgentina 1803
Ecuador 1863
A rgentina 1866-07
Perú 1866-68
V enezuela 1868-71
C hile (M apuches) 1868-81
A rgentina 1870-71
U ruguay 1870-75
A rgentina 1874
C olom bia 1876-77
A rgen tina (C onquista d e i D esierto) ; is s o
M éxico (cam panas ind ígenas) 1880-1900
C olom bia 1884-85
( Ihile 1891
Brasil (R io G rande d o Sul) 1893-94
Perú 1894-95
Ecuador 1895
Brasil (Bahia) 1896-97
C olom bia (g u erra d e los M il Dias) 1 899-1903
V enezuela 1898-1900
Separat ion d e Panam á 1903
U ruguay 1904
R evolución d e M éxico 1910-20
E cuador 1911- 12
Paraguay 1911-1912
E cuador 1922-1925
H o n d u ra s 1924
M éxico (gu erra Cristera) 1926-30
El Salvador (M atanza) 1932
Paraguay 1947
Costa Rica 1948
C olom bia (la V iolência) 1948-62
R evolución boliviana 1952
G uatem ala (anti-A rbcnz) 1954
A rgentina (anti-P erón) 1955
R evolución cuban a 1957-59
Continúa
(lontinuación
Repüljlica D om inicana 1965
<luatem ala 1966-72
( luatem ala 1978-84
R evolución nicaragüense 1978-79
11 Salvador 1979-92
Perú (S en d ero) 1982-92
N icaragua (Contras) 1982-90
C olom bia 1984-

Fuentes: Kaye, Grant y Em ond, Major Armed Conflicts; Singer y Small, A Call to Arms;
Bethell, Cambridge History o f Latin America.

Los conflictos civiles siguen el mism o p a tró n de declive en el


siglo XX. En general, se evidencia m ucha m enos periodiza-
ción. Sin em bargo, existe u n a ten d en cia en las razones y la
naturaleza de los conflictos civiles. En los p rim ero s cien anos
de in d ep en d en cia se d ie ro n g u erras in tern as definidas p o r re ­
tos a la a u to rid ad cen tral y disputas com erciales e ideológicas
en tre las facciones de la élite. El siglo XX ex p erim en to m u-
chas más revueltas “p o p u la re s” que involucran las luchas de
clase y u n a intensificación g en eral dei nivel de violência. La
concentración geográfica es de nuevo bastante pro n u n ciad a:
Colom bia, M éxico y A rgentina h an sufrido en m ayor m ed id a
p o r este tipo de conflicto, p ero n in g ú n país ha sido in m une.

Se h a in ten tad o en varias ocasiones analizar si existe u n a re-


lación form al en térm inos estadísticos e n tre los niveles de los
conflictos internacionales y civiles, p e ro no se h a en co n trad o
evidencia co n tu n d en te. Es decir, no podem os h ab lar de u n a
tendencia en u n tipo de conflicto que d eterm in e la probabili-
d ad dei otro. Sin em bargo, debato en el p resen te libro que el
grado de conflicto in tern o que continúa do m in an d o a Latinoa-
m érica es u n a causa y u n indicador de la relativa incapacidad
de dichos Estados p a ra lu ch ar e n tre sí. L a violência in tern a
fue u n reflejo de la ausência de enem igos internacionales y
de la im potência política. A dem ás, los conflictos ex tern o s no
fu ero n significativos p a ra cohesionar a las poblaciones de u n
m ism o país y su p e ra r las divisiones internas. Q uizá la rnejor
evidencia de dicha condición es la relativa im p o rtân cia de las
g u erras civiles en contraposición a las g u erras internacionales
d u ra n te el siglo XX. Asimismo, en u n a excepción significati­
va dei p a tró n eu ro p eo , observam os poca evidencia de luchas
in tern as que involucren a los vecinos7. La violência ra ra vez
cruzó las fronteras.

Latinoamérica en guerra

Sin d u d a, L atinoam érica ha sido violenta, p ero la m ayoría de


los conflictos políticos h a n o cu rrid o en el in terio r de los Esta­
dos, no e n tre ellos. En las siguientes páginas se revisan los más
im portan tes en México y S uram érica d u ra n te los dos últim os
siglos, u n a visión g en eral que sirve com o an teced en te p a ra el
análisis a seguir y desarro lla algunos de los arg u m en to s cen-
trales dei p resen te libro.

Las guerras de independencia

Las g u erras más significativas en la historia de L atin o am éri­


ca o cu rrie ro n en el surgim iento de los nuevos Estados8, p ero
es im posible clasificarlas com o internacionales o civiles, pues
contienen elem entos de los dos tipos de conflicto. Estas g u e­
rras, que form alm ente se d isp u taro n co n tra u n p o d e r ex tran -
je ro , E spana, e ra n frecu en tem en te conflictos en tre g ru p o s de
la élite o incluso, en sus m om entos más sangrientos, en tre cla-
ses sociales y castas diferentes. Es im p o rtan te aclarar que las
g u erras m ás trascendentales p a ra el co n tin en te se d isp u taro n
antes dei establecim iento de los Estados. Precisam ente, la vio-

Las excepciones obvias aqui son las intervenciones de Estados Unidos y más
recientemente las luchas de la Guerra Fria.
Para un mejor relato de las campanas militares, ver Lynch, The Spanish-Ameri-
can Revolutions, 1808-1826. Para un análisis más profundo, ver Rodriguez O.,
The Independence in Spanish America. Ver también Kinsbruner, Independence in
Spanish America. Para una comparación fascinante de las guerras independen-
tistas en Estados Unidos, Haiti y Latinoamérica, ver Langley, Americas in the
Age o f Revolution.
le n d a no se dio e n lic Kslados, sino que se o rien tab a haci:
e re a d ó n de un mievo o íd e n político.

Las g u erras in d ep en d en tistas se o rig in aro n en las co n d id o


internas de las colonias y en los sucesos en E uropa. En pa
íu ero n la culm inación de tensiones de siglos e n tre las coloi
que buscaban u n a m ayor au to n o m ia y u n im pério debil
do que recién había in ten tad o restablecer el control centr;
ta. Las divisiones sociales se asem ejaban a las instituciona
En el in terio r de la élite, los blancos nacidos en las coloi
(criollos o creoles) p ad eciero n u n a discrim inación sistema
a favor de los sujetos nacidos en E spana (peninsulares),
intentos p o r refo rm a r las políticas económ icas o las institu
nes políticas se consideraban frecu en tem en te a favor de u
u otros de las dos facciones de élite. La alianza de g ru p o s í
alternos de u n o u o tro lado d e la élite d e p en d ían de la re^
y de circunstancias particulares.

La confusión p ro d u c id a p o r las invasiones napoleónic:


E spana en 1808 p ren d ió la chispa y la o p o rtu n id a d par
in d ep en d en cia de L atinoam érica. La legitim idad dei im p
residia en la p erso n a dei rey, y con su abdicación el ya des
tado ap arato político fracasó. P ara 1810 se habían declar
las ju n ta s coloniales en C aracas y B uenos Aires y, con ex<
ción de Perú y C uba, todo el co n tin en te fue tesdgo dei si
m iento de los m ovim ientos indep en d en tistas. De esta for
las g u e rra s se p u e d e n d iv id ir e n tres fren te s p rin c ip ;
M éxico, el C ono S ur y la reg ió n n o rte de los Andes.

El m ovim iento in d e p e n d e n tista m exicano fue p a ra d ó


com enzó con la a g en d a socialm ente m ás radical de cualq
reg ió n en A m érica y culm ino con el colapso de la au to ri
cen tral desp u és de 1824. C om o tal, es em blem ático dei
tino genérico de todos los m ovim ientos in d e p e n d e n t
exitosos: n in g u n o buscaba re fo rm a r la sociedad —busca
cam biar los privilégios de la élite hacia los blancos nacido
A m érica— y todos fracasaron con la rá p id a in stitu cio n a
ción de la au lo rid a d .
La lucha in d ependentista inició en 1810 en la región del liajio9.
Allí, el sacerdote Miguel H idalgo lideró u n a débil masa arm ad a
com puesta en su m ayoria p o r indios y soldados mestizos, p ara
conseguir algunas espectaculares victorias tem pranas y triste­
m ente célebres masacres, en co n tran d o u n a d erro ta tem p ran a
ya que la disciplina dei ejército colonial desgasto a los in surgen­
tes. José M aria M orelos, sucesor de H idalgo, tuvo más éxito al
crear u n ejército viable e incluso instó al C ongreso de Chilpa-
cingo a red actar u n m odelo p ara la nueva posindependencia
m exicana. No obstante, de nuevo, fu ero n decisivos la organi-
zación y los m ayores recursos disponibles de los espanoles, p o r
lo que M orelos fue cap tu rad o y ejecutado en 1815. La rebelión
se m antuvo inactiva los siguientes cinco anos. Posteriorm ente,
cuando sobrevino la in d ep en d en cia en 1821, fueron im p o rtan ­
tes los esfuerzos reform istas dei ejército de las Tres G arantias,
de Agustín de Itu rb id e, cuyo énfasis en m an ten er los vínculos
con E spana y la Iglesia católica m arcó u n claro rom pim iento
con los movim ientos más radicales de H idalgo y Morelos.

U n hecho fundam ental p ara e n ten d er el fracaso de la p rim era


etapa de la Revolución m exicana y de los eventos posteriores
es que los ejércitos de H idalgo y M orelos no solam ente se opo-
nían al dom inio político espanol, tam bién dem ostraban su odio
a todos los legados institucionales de la Conquista. La lucha en
contra de la rebelión p ro n to se convirtió en m ucho más que
una defensa dei dom inio colonial. M uchos criollos inicialm en­
te a favor de la ind ep en d en cia decidieron luchar contra cual-
quier am enaza a su posición social. La d e rro ta de las fuerzas
clé H idalgo y M orelos p ro d u jo varios acontecim ientos decisivos.
Prim ero, m arginó a las masas indias de lo que se convertiría
en u n a creciente lucha en tre élites. Segundo, la élite de b lan­
cos llegó a tem erle a la posibilidad de violência y buscó lim itar

Para México, ver Tu tino, From Insurrection to Revolution in Mexico', Anna, The
Fall o f Royal Government in Mexico City, Hamnett, “T he Economic and Social
Dimension o f the Revolution o f Independence, 1800-1824”; Roots o f Insurgen­
cy, Archer, The Army in Bourbon Mexico-, “T he Royalist Army in New Spain”; y
“T he Army o f New Spain and the Wars o f Independence, 1790-1821”.
las oportunid ad es paia que di< ha cólera estai Iara de nuevc
una lección que se repeliria una y otra vez a lo largo del c
nente, los criollos en len d ieio ii <|ue cualquier diferencia qut
diera existir en tre los blancos necesariam ente seria secunt
a la necesidad de p reservar el o rd en social colonial.

Las g u erras in d ep en d en tistas en el Cono S ur iniciaroi


Buenos Aires en mayo de 1810 y en Santiago en septier
del mism o ano con el establecim iento de ju n ta s que recl;
ban reem plazar la a u to rid ad real de E sp an a10. A diferenci
caso m exicano, dichos eventos no g en era ro n llam ados a i
bios raclicales en las estru ctu ras sociales. Este no fue el cas
U ruguay, d o n d e Jo sé A rtigas lideró u n a fuerza ru ral rm
más popular. A unque la ju n ta de Buenos Aires no podia
rrarse a Paraguay, que estableció su au to n o m ia en 1812
la región del Alto Perú — ah o ra Bolivia— reconquistada
tropas leales d e Perú, n u n ca afro n to u n a am enaza real £
para su indep en d en cia. Por el co n trario, en u n p atró n
se repitió d u ra n te los siguientes cincuenta anos, sus p rin
les esfuerzos m ilitares se o rie n ta ro n a m a n te n e r otras pn
cias bajo su control. La revolucionaria Santiago no tuvo
suerte con la debilidad de las fuerzas reales, y fue retor
por los leales en 1814.

En las costas de la reg ió n n o rte, el p atró n fue el m ism o qi


C hile11. El entusiasm o original en Caracas afro n to la resi
cia de provincias, m iedos de sublevación social y cierta
sición real. El control sobre el área carnbió p ero , p a ra I

10 Para el Cono Sur, ver Halperín-Donghi, The Aftermath of Revolution it


America; Politics, Economics, and Society, Guerra y finanzas en los origenes; <
Ideas and Politics o f Chilean Independence', Street, Artigas and the Emancipi
Uruguay, y Williams, The Rise and Fall o f the Paraguayan Republic, 1800-1
11 La literatura en esta área es más escasa en inglês. Infortunadamente, la li
ra en lengua espanola es dominada por la hagiografla o el tedioso detal
tar. Ver Masur, Simón Bolivar, Lynch, “Bolivar and the Caudillos”; Bushn
Santander Regime in Gran Colombia', Anna, The fa ll o f the Royal Government <
Lecuna, Bolívary el. arte militar, y Irahajos generates mencionados anterior
Sim ón Bolívar estaba exiliado en Jam aica y las liier/.as leales
estaban to m an d o venganza en todas las ciudades principales.

Las lecciones de los p rim ero s cinco anos de luchas in d e p e n ­


dentistas en el co n tin en te sirven de in tro d u cció n p erfecta p a ra
los tem as que d esarro llaré más ad elan te en el p resen te libro.
P rim ero, existe u n p a tró n co n tradictorio de destrucción con-
siderable con u n a com plejidad logística lim itada. Los ejércitos
que lu ch aro n dichas g u erras no eran g ran d es (ver capítulo 5),
p ero d ejaro n u n a esteia considerable de m u e rte y destrucción.
Segundo, encontram os élites lu ch an d o en todo lugar. La pri-
rnera desavenencia se dio e n tre pen in su lares y criollos, p ero
incluso bajo dichas divisiones vemos facciones cada vez m e n o ­
res y batallas e n tre supuestos aliados. Se cam bia de b an d o , se
traicionan las fuerzas leales, se su p rim en las ideologias en u n a
cadencia vertiginosa. F inalm ente, detectam os el te rro r de raza
y de g u e rra de clase en todas las batallas y élites m otivadas
a u n irse a u n o u o tro lado, d e p en d ien d o de las condiciones
locales. El subtexto que corrió a través de las g u erras in d e ­
p en d en tistas era el m iedo a que u n a batalla política se tra n s­
fo rm ara en u n a batalla social. U nicam ente cu an d o u n g ru p o
significativo en el p o d e r sentia seguro su fu tu ro , o E spana co-
m enzaba a re p re se n ta r u n a am enaza p o tencialm ente m ayor al
statu quo social, las revoluciones p o d ían iniciar.

Jo sé d e San M artin y Sim ón B olívar lid e ra ro n el re to rn o de


la rebelió n . San M artin h ab ía sido oficial d e la a rm a d a real,
p e ro se había u n id o a la reb elió n d esp u és d e su llegada a
B uenos Aires en 1812. C onvencido de q u e la clave del éxito
de la g u e rra estaba en c a p tu ra r a la Lim a leal, ejerció p re-
sión p a ra u n a invasión a través d e C hile en oposición a la ya
fallida ru ta p o r el Alto P erú. La cam p an a d e San M artin fue
sobresaliente en m uchos aspectos. Se dio el valiente cruce
m ilitar de los A ndes y, p o sterio rm en te , la to m a de Lim a. P ara
n u estro s objetivos, el aspecto m ás im p o rta n te de la cam p an a
fue u n o q u e la hace p rácticam en te ú n ica e n tre las g u e rra s
in d e p en d en tistas. A ntes de c ru z a r los A ndes, en el in v iern o
de 1817, San Marl in i cu m o fncrzas y eq u ip o m ilitar en Mi
doza (A rgentina); alii rslablcc ió el tipo de cen tro logistic
de organización característico d e los ejércitos en el peri(
co n tem p o rân eo . Sus fuerzas no e ra n u n a m u c h e d u m b re
m iorganizada, sino u n ejército disciplinado y relativam e
hien apoyado. Así, p u d o d e r r o ta r a las tro p as leales en Ch
invadir P erú p o r m ar y to m arse a Lim a en 1821: el ap<
linanciero y ad m in istrativ o q u e d isfru tó San M artin an tt
d u ra n te su cam p an a ch ilen a significo que la conquista fi
de dicho país no fuese e m p re n d id a p o r b an d o s dividid«
sem iautónom os, sino p o r u n p o d e r cen tralizad o q u e us<
ocasión p a ra re a firm a r su au to rid a d . En capítulos postei
res m encionarem o s el legado d e d icha ex p erien cia.

La g u e rra de Bolívar fue ig ualm ente triu n fan te, au n q u e a


más com pleja. Al reg resar de su exilio en 1816 Bolívar se
nefició del resen tim ien to p o p u la r de los recién victoru
peninsulares y sus políticas draconianas. O btuvo su prim
victoria en el p eq u en o poblado costero de A ngostura, lie
que le p erm itió acceder a los sum inistros y voluntários que
gaban p o r mar. C on esta nueva victoria, Bolívar se alió co
caballería de llaneros de Jo sé A ntonio Páez y ju n to s inicia
la difícil invasion de la N ueva G ran ad a a través de la p
ta n o rte de los Andes. P osterior a las victorias de Boyac
C arabobo, Bolívar entonces regia u n a “G ran C olom bia”,
p ro n to incluiria tam bién a Ecuador. D espués de conqui
Q uito en 1822, Bolívar y su te n ien te A ntonio Jo sé de Sucr
d irigieron a Perú p ara la d e rro ta decisiva de los espanole:
Ayacucho el 9 d e diciem bre de 1824.

M uchos aspectos de las cam panas de Bolívar m erecen a


ción. P rim ero, en u n a sospecha inicial de tensiones que ca
terizarían al siglo siguiente, los esfuerzos p o r reclu tar pers<
que no p erte n ecie ra a las élites y que no fuese blanco enfi
taro n u n a serie de obstáculos y p ro d u je ro n resentim iento
tre los criollos locales y en el in terio r del ejército. N unc
resolvió la p re g u n ta de en quién se podia confiar con el a;
to de la ciud ad an ía im plícito en el servicio militar. S egundo,
los congresos y reu n io n es organizados p o r Bolívar d u ra n te la
cam pan a ten sio n aro n la am bivalência e n tre lo que se llam aría
tendencias conservadoras y liberales en to rn o a la form ación
de nuevos Estados y sus relaciones con las sociedades bajo su
dom inio. N unca se estableció ad ecu ad am en te el alcance de la
confianza de la población en cuanto a sus pro p io s asuntos, la
relación del Estado con la Iglesia ni la au to n o m ia de zonas
recién liberadas del continente. En ausência de u n a visión p o ­
lítica hegem ónica y de la capacidad p ara hacer cu m p lir las le-
yes, surgieron los inconform es en cada u n a de las regiones en
particular. No reflejaban necesariam ente el statu quo político
y social co rresp o n d ien te; d ep en d ían de sus recursos m ilitares
p a ra establecer su dom inio. En este contexto, el proyecto boli-
variano no p ro d u jo la u n id a d del Estado q u e el L ib ertad o r h a ­
bía buscado ni en tid ad es políticas co h eren tes más pequenas.

La consecuencia más im p o rtan te de las g u erras la constituye


la fracturación del p o d er político. El Im p ério hispano-am eri­
cano no solam ente se disolvió en varias naciones (proceso que
continuo hasta 1820), sino que incluso en el in terio r de las nue-
vas fronteras los G obiernos ejercieron poca au to rid ad y tenían
incluso m enos control. Se destruyó la adm inistración civil a lo
largo del continente. Su oposición a las g u erras in d e p e n d e n ­
tistas debilito a la o tra g ran institución, la Iglesia. Las g uerras
tam bién causaron u n a gran cantidad de danos a la infraestruc-
tu ra económ ica de Latinoam érica, en particular en el sector de
la m inería. A diferencia del caso europeo, d o n d e la finalización
de las gu erras napoleónicas b rin d ó u n a base política p ara cien
anos de consolidación política y crecim iento económ ico, las lu ­
chas independentistas en L atinoam érica dejaro n u n legado de
violência y destrucción que aú n persigue a la región.

Sin em bargo, au n q u e en los próxim os capítulos defen d eré la


gran im portância de las gu erras independentistas p ara explicar
los desarrollos posteriores en Latinoam érica, el caso de Brasil
nos recu erd a que es necesario asum ir el problem a con caute-
la en torno a n iu lq iiin icoi ía determ inista. Brasil escapo
bnena p arte a las disloc;« iones de la lucha militar, en tre ol
razones, p o rq u e la casa real de1Portugal se había trasladado
desde Lisboa en 180S con el lin de evitar el destino de la con
espanola. Incluso después del regreso de Joao VI a Portugal
1821, su hijo d o n Pedro perm aneció en Rio de Janeiro.

I ,a causa inm ediata de la independencia no llegó desde Br;


donde los terratenientes dom inantes se sentían bien represei
dos p o r la corona, sino de câmbios en Portugal y los intentos
país por reto rn a r al statu quo antes de la guerra. Los brasilei
fueron capaces de establecer su independencia a finales de 1<
con poca violência12 y de esta m a n era escaparon al dom i
colonial sin militarización y con continuidad política y adm ii
trativa envidiable. En g ran m edida p o r esta razón Brasil pi
m antener su integridad geográfica y no padeció el tipo de col
so económico vivido p o r otras partes en el continente. Pero co
veremos, Brasil no difirió radicalm ente del resto del confine
en muchos otros aspectos analizados en el presente volum en, |
lo que necesitarem os explorar la particular relación de Latin
mérica con la g u erra en referencia con más que el simple rei
tado de u na lucha individual, sin im portar qué tan prolongac

Guerras internacionales

Todas las principales g u erras latinoam ericanas13 se pued


caracterizar p o rq u e involucran intercâm bios territo riales n
tivados p o r u n a sim ple com petência geopolítica14. Si bien

12 En 1823 hubo un encuentro entre fuerzas brasilenas y la flota português;


Bahia, pero esto correspondió a la extension de la actividad militar.
13 Para versiones resumidas de las guerras, ver Loveman, For la patria; Halpe
Donghi, The Contemporary History o f Latin America-, Bushnell y Macaulay,
Emergence o f Latin America in the Nineteenth Century, Bethell, the Cambridge Iiis
o f Latin America, en particular el volumen 3. Para una discusión excele
sobre la geopolítica del continente durante la transición hacia la paz duradi
ver Resende-Santos, Anarchy and the Emulation o f Military Systems.
14 Ver Ireland, Boundaries, I’ossesions, and Conflicts-, Child, Geopolitics and Conflii
South America-, Clissold y Hennessey, Territorial DispiMes.
ajustes territoriales hechos al m apa colonial h an sido relati­
vam ente pequenos, la adquisición y defensa del te rrito rio ha
sido la característica histórica. Este hecho p u e d e p arecer poco
s o rp re n d e n te o incluso universal, p ero es esencial p ara reco-
nocer los tipos de g u erras internacionales que L atinoam érica
ha evitado. N in g ú n país h a peleado co n tra o tro en rep resen ta-
ción de u n a ideologia o fe religiosa. Es decir, los Estados-na-
ción de L atinoam érica, con la posible excepción de C uba
desp u és de 1959, n u n ca h an e m p re n d id o cruzadas a n o m b re
de u n principio abstracto. Sin d u d a, las invasiones y g u erras
h an sido defendidas con reclam os retóricos p o r justicia (inclu­
so en este caso no encontram os, de m a n era so rp re n d e n te , ju s-
tificaciones propias de carácter político asociadas con conflicto
internacional), p ero las b an d eras que p o rtab a n sus ejércitos
respectivos eran sus p ro p ias ban d eras. Este hecho resu lta de
especial interés a la luz del legado de las g u erras in d e p e n d e n ­
tistas, cu an d o los ejércitos de u n a reg ió n buscaban e x p o rta r
sus nociones de libertad y autonom ia. De m a n era so rp re n d e n ­
te, au n q u e con algunas excepciones descritas más adelante,
los países in d iv id u alm en te h an resp etad o la au to n o m ia e n tre
sí, incluso al m om ento de p erseg u ir u n a p ro p ie d a d del vecino.

Las g u e rra s h an sido tam b ién relativ am en te cortas y con n a ­


rrativas lineales sim ples. L a m ayoría se d ecid iero n en u n a o
dos batallas cruciales y, en casi todos los casos, siendo la in-
vasión francesa a M éxico la excepción, el país m ás fu erte que
venció al inicio de la lu ch a te rm in ó victorioso al final. Los r e ­
latos bibliográficos siem p re son im p o rtan tes. Por lo g en eral,
no hay n ecesidad de m ás de u n m ap a estratégico, las batallas
p u e d e n ser descritas en u n solo p á rra fo y todas las g u e rra s
se p u e d e n resu m ir e n u n as pocas páginas. C om o es lógico,
según están d a res co n tem p o rân eo s, las g u e rra s in v o lu craro n
relativ am en te pocos h o m b res y u n m ínim o de eq u ip o . El h e ­
cho q ue s o rp re n d e es la casi total ausência d e odio tribal (con
excepció n del co n cep to p arag u a y o d e los brasilenos y d e los
p e ru a n o s con resp ecto a los ecuatorianos). Los soldados que
lu ch ab an e n tre sí, p o r lo g en era l p o r p rim e ra y últim a vez, lo
liacían sin la form a «le odio colectivo tan e x te n d id o en ott
partes del m u n d o . Se e n co n trab an y se m atab an e n tre si o
u na actitud a p a re n te m e n te d esg an ad a. Parecia com o si I
participantes y observ ad o res h u b iesen acep tad o con a n te r
i idad la m arg in alid ad de sus acciones. M iran d o atrás sob
casi doscientos anos de violência global, p o d em o s enconti
incidentes a p a re n te m e n te sin sentido.

La batalla por La Plata

Desde 1820 hasta 1850, el rio de la Plata fue testigo de u n a


rie de luchas p o r conocer el país que co n tro laria el rio y doi
naría la econom ia reg io n al15. El conflicto tiene u n a larga his
ria que se rem o n ta a las contiendas e n tre P ortugal y Espa
El te m p ran o desarrollo de B uenos Aires y el establecimiei
del V irreinato del Rio d e la Plata en 1776 fu ero n , al mei
parcialm ente, resu ltad o de su rivalidad. En el in terio r de
territórios espanoles, B uenos Aires y M ontevideo com pet
por d o m in ar este territo rio . Rio arrib a, el fu tu ro te rrito rio
Paraguay era ya u n a tierra dividida, con la h eren cia tle
misiones jesuitas y la supervivencia dem ográfica de los inc
guaraníes. En el n o rte, los gan ad ero s en la región su r d e E
sil buscaban m ayores pastos y, com o todos los actores, acc
al rio de la Plata. La región era el lu g ar de u n a de las guet
geopolíticas clásicas y a la vez de u n a de las más sangrientas
la historia del continente.

D u ran te g ra n p a rte del inicio del siglo X IX B rasil fu<


acto r m ás fu erte , al o cu p ar el b an co o rien tal del rio, que
nom inó la P rovincia C isplatina, q u e a h o ra es U ruguay, <
c o n tro lar las políticas de dicho país d esp u és de su indep
dencia. En 1825, u n a rev u elta p o r u n g ru p o d e exilia

Ver Lopez-Alves, Between the Economy and the Polity, y “Wars and the Formati
Political Parties”; Halperin-Donghi, Historia Argentina-, Luna, Historia inleg
la Argentina, vol. 5. l)n burn inicio sobre este tema es Halperin-Donghi, Pt
Economics, and Society. I’or cl lado brasileno, ver Seckinger, The Brazilian Mm
and the South American Republics,
u ru g u ay o s d esd e A rg en tin a —los fam osos T rein ta y 1 re s
O rien tales— p ro n to co n d u jo a la in c o rp o ra tio n oficial de la
“B an d a O rie n ta l” a la R epública A rgentina. Los brasilenos
re sp o n d ie ro n b lo q u e an d o el rio. S ig u iero n dos anos d e u n a
consid erab le g u e rra te rre s tre y naval q u e acabô la cap acid ad
m ilitar y fiscal de am bos lados. En 1827 A rg en tin a p arecia te-
n e r la ventaja, p e ro el colapso del g o b iern o de R ivadavia y la
p resiô n de los britânicos, cuyos m e rc ad eres p ad ecian la inte-
rru p c iô n en el com ercio, co n d u jo a la aceptación del E stado
in d e p e n d ie n te de U ruguay. Por lo m enos en el caso d e A r­
gen tin a, la g u e rra acelero la d esin teg ració n d e la a u to rid a d
cen tral, a la vez que iniciô la d ep e n d e n c ia fin an ciera a largo
plazo con resp ecto al capital britân ico . Sin em bargo, p o d ria
decirse q u e las g u e rra s con Brasil a y u d a ro n a co n so lid ar el
dom in io centralista.

Diez anos d esp u és el conflicto se re a n u d ô y las divisiones in ­


tern as atra jero n a J u a n M anuel de Rosas, dictad o r de B uenos
Aires. Las com plicaciones resu ltan tes p ro d u je ro n , en o rd e n
a p ro x im ad o , u n a in terv en ció n francesa, rev u eltas en el li­
to ral arg en tin o , u n a to m a d e diez anos de M ontevideo, u n a
in terv en ció n britân ica, la e n tra d a de B rasil y la caída d e R o­
sas. L a g u e rra fue u n d esastre p a ra U ruguay, la sentencio a
cin cu en ta anos m ás d e caudillos y caos y se p o d ría decir que
senaló el com ienzo del p ro ceso q u e co n d u ciría a la consoli-
dación d e A rg en tin a y al fo rtalecim iento de nu ev o del E stado
brasileno. El fin de d icho conflicto selló el pacto e n tre A rg en ­
tina y Brasil, quizá u n o de los aspectos m ás im p o rtan tes de
las relaciones e n tre reg io n es en L atin o am érica. A p esar de
las con tin u as tensiones e n tre las dos posibles su p erp o tên cias
más obvias, n u n ca d is p u ta ro n u n a g u e rra e n tre sí d esp u és
de la m itad del siglo.

La guerra de la Triple Alianza

Los orígenes de esta g u e rra p u e d e n identificarse en diversas


fuentes: el legado colonial de la rivalidad im perial y las fron-
leras im precisas, la com peleiicia internacional p o r el con
cio, las luchas geopolílicas p o r el control del sistem a del
de la Plata, la p ro lo n g ad a intervención brasilena-argentin;
las políticas uruguayas, apoyo britânico a la creación de
mievo sistem a económ ico en el C ono Sur, inestabilidad in
na en A rgentina y U ru g u ay y la dem encia perso n al del li
paraguayo Francisco Solano L ópez16. Si bien A rgentina y 1:
sil eran sin d u d a los Estados m ás poderosos, P araguay ht
d esarrollado u n a capacidad m a n u fa ctu rera in d ep en d ien te
arm as pequenas y rep aració n de em barcaciones. López bu
term in ar las disputas de larga data con sus vecinos y cr
un nuevo Im p ério su ram ericano utilizando todos los reçu t
disponibles de u n Estado al m onopolizar la econom ia del p
C reia que e n com binación con sus aliados in tern o s en U
guay y A rgentina y con la posible oposición arg en tin a a der
m ar sangre en n o m b re de la m o n a rq u ia esclavista en Bra
la alianza e n tre los dos gigantes de la région no sobreviviri
una Victoria única paraguaya.

Al igual que en los p rim ero s conflictos a lo largo del rio dt


Plata, la debilidad del Estado parag u ay o fue la causa inm ed
ta de la g u erra. L a posible e n tra d a de Paraguay a la amalgai
geopolítica no fue bien recibida p o r Brasil ni A rgentina. I
de interés p a ra el Im p erio brasileno que U ru g u ay y Parage
perm anecieran flexibles y débiles con el fin de aseg u rar pt
libre sobre el rio P araguay hacia la cada vez m ás im portar
p ro v in d a d e M ato Grosso. A rgentina considero la contin
existencia de P araguay com o u n a provincia sep arad a p erte r
ciente al an te rio r V irrein ato de La Plata, u n incentivo p a ra 1
caudillos separatistas. López odiaba y tem ia a los dos vecin

Ver Williams, Rise and Fall; Box, The Origins o f the Paraguayan War; Kolins
Independence or Death; |. M. Rosa, La, guerra del Paraguay. Para un ejemplo
un tratamiento más polémico, vor Pouter, La guerra del Paraguay. Para u
discusión de los rcsiillados demográficos, ver Rebel', “T he Demograph
o f Paraguay”; Whighain y Pollhasl, "Some Strong Reservations”; “ 1
Paraguayan Rosetla Slone"
más grandes. U ru g u ay e ra básicam ente u n o bservador pasivo
en u n a g u e rra en apariencia librada co n tra ella.

En 1864 Brasil m archó a U ruguay p ara apoyar a sus partidários


del Partido Colorado. López respondió co m andando u n barco
im perial de vapor y p o steriorm ente invadiendo exitosam ente
Brasil. No obstante, luego com etió el gran e rro r de e n tra r a
A rgentina p ara “m ejo rar” su posición estratégica. Este suceso
condujo a A rgentina a la g u erra en apoyo de Brasil, a pesar
del sinsabor esperado de encontrarse aliada a sí mism a con u n
Estado esclavista. En pocos meses, Paraguay había p erd id o dos
grandes batallas y la m ayoría de su fuerza naval. Paraguay p ro n ­
to afronto u n a lucha com pletam ente defensiva como resultado
de la falta de apoyo de potenciales aliados como Bolivia y Chile.

L ópez co m prom etió a to d a la sociedad p arag u ay a a d efen d e r


la república y perm itió la continuación d e la g u e rra a p esar de
las desastrosas d e rro ta s m ilitares po sterio res en 1866. Dichas
batallas usu alm en te consistían en asaltos de, sin d u d a, solda­
dos paraguayos valerosos sobre resistentes posiciones de los
aliados, su frien d o m u ertes masivas. La resistência p arag u ay a
sacudió a los aliados, p e ro al país p ro n to se le com enzaron a
acabar los cuerpos que p o d ían ser arro jad o s co n tra los câno­
nes. En p a rte debido a la epidem ia de cólera que causó estra­
gos, en p arte debido a la capacidad de López p a ra m ovilizar a
to d a la sociedad en u n a lucha defensiva, la g u e rra que parecia
interm in ab le d u ró tres anos más y no finalizo hasta que López
fue asesinado en 1870.

L a g u e rra de la T riple Alianza es única en m uchas form as.


En su duració n , in ten sid ad de pasión, retos logísticos y conse-
cuencias no tiene igual en el co n tin en te y es lo más cerca que
podem os llegar al concepto m o d e rn o de g u e rra total. La des­
trucción causada p o r la g u e rra elim inó a P araguay del m apa
geopolítico y casi elim ina a todo el país y a su población de
la faz de la tierra. Este hecho fue el reto m ilitar p o sin d ep en -
den tista más difícil en fren tad o p o r Brasil y A rgentina, y las
consecuencias de sus cam panas fu ero n significativas. Com o
un p e rro de la guei ra ladi an d o , la g u e rra de la T riple Ali;
accionô la singularidad de la ex p erien cia del continent«
forma más clara y, si no sucede nada nuevo, nos p erm ite a
ciar m ejor la b u en a fo rtu n a del continente.

Las guerras de la C onfederacíón Peruano-Boliviana y del Pacífico

El litoral pacífico fue el o tro lu g a r de lucha m ilitar pro


g a d a 17. En vista d e sus m uy cercanos vínculos ad m in ist
vos y económ icos d u ra n te el p e rio d o colonial, la tem pi
separación d e Bolivia y P erú fue, de m uchas m an eras,
ficción política. En p a rte d eb id o a su co n ex ió n económ i
histórica y en p a rte d eb id o a la creciente fortaleza del 1
do chileno, el p resid en te boliviano, g en eral A n d rés de
ta C ruz, buscó establecer co nexiones m ás cercanas e n tr
dos m itades del an tig u o V irrein ato de Lim a. En alianza
un g ru p o d e caudillos p e ru a n o s invadió P erú en 1835
octubre d e 1836 p ro clam o la existencia de la C o n fed era
Peruano-B oliviana.

Dicha u n ió n tuvo algún apoyo popular, p ero la divisiói


Perú en dos p ro v in d as y la selección de Lim a com o la ca
indispuso a las élites en am bos países. Más im p o rtan te aú
unión am enazó la posición geopolítica de Chile y Argentii
am bos países co n sid eraro n a u n P erú fu erte com o u n de
a su existencia. La p rim e ra g u e rra fue declarad a en die
bre de 1836 y la siguiente en mayo de 1837. A p esar de <
nos fracasos tem p ran o s, el ejército chileno, en alianza co
fuerzas p eru an a s que se o p o n ían a la u n ió n , p u d o d e rro
Santa C ruz en la batalla de Yungay en en ero d e 1839, h
que llevó a la disolución de la C onfederacíón.

17 Para un análisis exhaustivo, ver Sater, Chile and, the War o f the Pacific. No
equivalente para el lado peruano, pero podemos consultar a Bonilla, Ti
o f the Pacific.', Mallon, 'I'he Defense o f Community in Peru’s Central HighL
Peasant and Nation.
La victoria de Chile sobre Perú y Bolivia en la década de 1830
estableció su reputación como la Prusia de la región y, posterior­
m ente, aíianzó la institucionalización política que se inició con
Diego Portales, asesinado al comienzo de la guerra. Si alguna
g u erra “hizo” excepcional a Chile fue esta, ya que brindó legiti-
m idad al tiem po que estableció u n a relación civil-militar estable.
Para Perú y Bolivia la d erro ta acelero el proceso de fragm enta-
ción política y económica iniciado con la independencia18.

A comienzos de 1840 varias com panías internacionales inicia-


ro n la exploración de la costa boliviana con el fin de utilizar el
guano y los depósitos de nitratos del lugar. La explotación de
la plata que inició en 1870 trajo consigo u n auge económico.
D urante esta década Chile y Bolivia resolvieron u n a serie de
controvérsias al au m en tar la influencia del p rim ero en la región
en disputa. No obstante, los desacuerdos sobre la tributación y
la nacionalización de las m inas chilenas en el desierto p eru an o
en 1875 avivaron la tensión. Después de esfuerzos diplom áticos
para resolver u n nuevo conjunto cle crisis, Chile declaro la g u e­
rra en abril de 1879. En vista cle la alianza peruano-boliviana,
Chile en tró en g u erra con sus dos vecinos del norte. La g u erra
se convirtió p ro n to en u n a lucha p o r saqueos.

N in g u n o de los países estaba p re p a ra d o p a ra la g u erra, au n -


que Chile contaba con u n a ventaja significativa en sus fuerzas
navales. El Estado chileno m antuvo su solidez institucional,
m ientras que P erú y Bolivia padecían divisiones internas. C hi­
le inició las hostilidades con la ocupación del litoral boliviano,
luego T arapacá en 1879, y Tacna, Arica y la m ayoría de la cos­
ta n o rte en 1880. P ara este m om ento el ejército chileno había
au m en tad o ostensiblem ente, con u n a fuerza de invasión de
12.000 hom bres. L a p resió n de Estados U nidos y las potências
de E u ro p a obligó a am bas p artes a negociar, p ero los chilenos

18 Perú tuvo una aventura militar exitosa en el siglo XIX. Posterior a la invasión
espanola de las islas Chincha, Perú derrotó a los espanoles en la guerra de
1864-66.
hu scar on u n a vi« lo u a total. Kii 1881 los chilenos entrar«
Lima con un ejér< ilo «|iie alcanzaba los 26.000 h om bres )
se retiraro n hasta 1884, to m an d o la provincia de Tarapac;
m anera p e rm a n e n te y las provincias de Tacna y Ariea,
m antuvieron hasta 1929. Chile tam bién se tom ó to d a la c
boliviana (Atacama).

La victoria ayudó a d e te rm in a r la fu tu ra institucionaliza«


de los m ilitares chilenos y p eru an o s, así com o a d efinir p ar
m ente las opciones de d esarrollo de los tres países. Chile £
de u n auge económ ico al igual que de euforia patriótica
precedentes, hechos que le ay u d aro n a disipar la melan«
de la década de 1870. A p esar de la corta d u ració n de la j
rra, P erú sufrió m uchas bajas y la destrucción de g ran p
de su in fraestru ctu ra costera. La g u e rra tam bién p u ed e
considerada com o el m ejor ejem plo de u n ím p etu milita
busca de u n a nueva id en tid ad nacional, puesto que la me
l ia boliviana y p e ru a n a de su d e rro ta co ntinúa desem peí
do u n pap el im p o rtan te en sus respectivos nacionalism os
d e rro ta boliviana le privó de u n a g ran p a rte de su rique
le dejó inm ersa en el altiplano, lu g ar en el que Chile no t
interés. L a g u erra, sin d u d a, ayudó a dism in u ir la influe
política de los m ilitares y a consolidar el dom inio de una
garquía civil d o m in ad a p o r intereses m ineros.

La guerra del Chaco

De m uchas m aneras, la g u e rra del Chaco fue el más trá


de todos los conflictos internacionales que involucran, c
sucedió en este caso, a dos sociedades ex tre m ad am en te a
eráticas y pobres, P araguay y Bolivia19, en las que los milit
ya d esem penab an papeles im p o rtan tes. P ara Bolivia, que
bía p e rd id o con Chile su acceso al mar, el C haco le aseg

l!) Ver Farcau, The Chaco War; Klein, Bolivia; Zook, The Conduct of the Chaco
Warren, Paraguay. I ,a guerra del Chaco quizás también es responsable d«
parte del imaginai io dc gu n ra y del ejército en Latinoamérica. Ver las A
ras de Tintin — The. Broken l<ar para una descripción (y recuento) fascin
ba acceso a través del rio Paraguay. Para Paraguay, el control
sobre el Chaco le servia p a ra aliviar el d o lo r de la catástrofe de
López. Las esperanzas in fu n d ad as de riqueza n atu ra l sirvie-
ro n únicam en te p a ra alen tar la com petência.

Los dos países h ab ían estado en u n conflicto de baja in ten -


sidad sobre la reg ió n d esd e inicios del siglo XX. D ebido a
la a u to n o m ia m ilitar, a p u ra inércia política y a ru m o re s de
p etró leo , las luchas en 1928 fu ero n seguidas p o r u n a g u e ­
rr a total en 1932. Al com ienzo los bolivianos p arecían lid e ra r
el d esarro llo del conflicto con su te m p ra n o asalto al fu erte
López, p e ro bajo el lid erazg o de Jo sé Lélix E stigarribia, Pa­
raguay, u n id o tras el esfuerzo de la g u e rra , hizo q u e su e jé r­
cito creciera más de v ein te veces su tam an o en tiem pos de
paz. D u ra n te los siguientes tres anos los ejércitos lu c h aro n
en alg u n o s de los te rre n o s m ás in h óspitos del m u n d o . Para
1935 el ejército boliviano había colapsado y P araguay había
reclam ad o el te rrito rio en disputa.

L a victoria y la d e rro ta p ro d u je ro n efectos a largo plazo. El


fracaso del ejército boliviano resin tió a to d a u n a g en eració n
de jó v e n es oficiales q u e d eb ían lid e ra r u n a serie d e e x p e ­
rim en to s seu d o rrad icales en los aííos ven id ero s. A ún más
im p o rta n te , debilito la leg itim id ad política d e la o lig arq u ia
m in e ra que h abía d irig id o el país p o r ta n to tiem po. En Pa­
rag u ay la victoria co n d u jo al final d el rég im en liberal q u e
había d o m in ad o en el siglo XX y p r é p a r é el escenario p a ra
u n a alianza civil-m ilitar p o r m edio del P artid o C olorado, que
cu lm in aria en A lfredo Stroessner. N o o bstante, a u n q u e fue
u n a de las g u e rra s m ás violentas e n la h isto ria de L a tin o a ­
m érica, el conflicto del C haco fue relativ am en te m arg in al al
co n tin en te. Al igual q u e los sucesos geopoliticos en L atin o a­
m érica, no cau saro n g ra n im pacto en el resto del m u n d o , es
m ás, los resu ltad o s de la lucha e n tre Bolivia y P arag u ay no
im p o rta ro n m u ch o a sus vecinos.
Las invasiones de Mexico

I n térm inos del im p ad o histórico global y geográfico, la gue


entre Estados U nidos y México fue, sin duda, el conflicto n
im portante librado p o r u n país latinoam ericano20. La g u e m
pudo haber evitado, en g ran m edida, d ad a la presión idec
gica y económ ica de la expansion de Estados U nidos así co
las necesidades políticas específicas en to rn o a la esclavitud
bien es innegable que México no p u d o hab er tenido un p<
liderazgo que el del general A ntonio López de Santa Anna,
difícil im aginar u n resultado distinto a la luz de las capacidai
políticas y militares tan diferentes de los dos Estados.

I ,os orígenes d e la g u e rra p u e d e n rem o n tarse a la inestafc


d ad política de M éxico p o sin d ep en d en tista, en particular, d
pués de 1827. Dicha inestabilidad y la in te rru m p id a invasi
espanola de 1829, allan aro n el cam ino p a ra el ascenso al |
d er del g eneral Santa A nna. Su in ten to de im p o n er un ma;
control centralista desde C iu d ad de México provocó u n a
vuelta en la p ro v in d a n o rte n a de Texas. A pesar de su abie
arrogancia y la te m p ra n a victoria en San A ntonio, S anta Ar
no p u d o d e rro ta r la rebelión. Posterior a su c ap tu ra p o r pa
de los rebeldes, tuvo que reco n o cer la in d ep en d en cia de
nueva R epública de Texas. La p ro v in d a su ren a de Yucai
tam bién in ten to escapar del creciente control centralista -
o b ten er u n apoyo m ilitar m ás eficaz p a ra su sistem a de esc
vitud— p o sterio rm en te en esta década, sin em bargo, no pn
aseg u rar su ind ep en d en cia.

A com ienzos de la década de 1840, Santa A nna se m anti


com o u n actor clave en la escena política m exicana cada '
más caótica, que con frecuencia confiaba en am enazas y ri

Brack, Mexico Views Manifest Destiny; Schroeder, Mr. Polk’s War; Hale, The
with the United States; y Ruiz, The Mexican War. Para una narrativa excele
ver Bazant, A Concise History o f Mexico; Cosio Villegas, A Compact Histoi
Mexico. Respecto de un excelente documental sobre la guerra producido
el Servicio Publico de Divulgai ión (PBS por sus siglas en ingles), ver el :
web http://www.pbs.org/kcni/ usinrxit an war/mainframe.html
bom bancia m ilitar p a ra declararle la g u e rra a Estados Unidos
en caso de in te n ta r an e x a r a la R epública de Texas. A pesar
de los esfuerzos eu ro p eo s p ara m ed iar en la disputa, el ím p etu
dei “destino m anifiesto” y la política esclavista dei sur im plico
que la provincia se an e x a ra en feb rero de 1845. Estados U n i­
dos evidencio que sus am biciones no estarían satisfechas con
Texas y que deseaba todo el te rrito rio n o rte dei rio G ran d e
y California. A p esar de los p rim ero s esfuerzos p o r evitar la
g u e rra (pocos m exicanos tenían delirios en to rn o a la capaci-
d a d dei ejército p a ra resistir u n a invasion), la opin io n pública
y el orgullo m ilitar llevaron al rechazo de M éxico en acep tar
la anexión.

En m ayo de 1846, tres meses después dei inicio de las hosti­


lidades, el ejército de Estados U nidos ocupó la m ayoría d e la
regio n n o rte d e México. En p arte, debido a la co n tin u a ines-
tabilidad que req u eria la participación dei ejército m exicano
en el m alestar civil en ciudad de México, Estados U nidos p u d o
pisar tierra firm e en Veracruz en m arzo de 1847. D em ostran­
do que la g u e rra necesariam ente no u n e, g ran p a rte dei es-
fuerzo dei ejército m exicano se dedicó a las luchas internas.
Los estados no apoyaban al gobierno federal que, a su vez,
no confiaba en las ciudades que deb ían p ad ecer lo p e o r de la
invasion estadounidense. C u an d o el G obierno m exicano es-
tuvo en capacidad d e crea r u n ejército p a ra com batir a los
invasores d e E stados U n id o s, fue d e rro ta d o , en g ra n p a rte ,
d eb id o a la au sên cia de apoyo logístico. L a a rtille ria estab a
envejecid a, la pólvora e ra lim itada, los soldados carecian de
en tre n am ien to y los oficiales no se p reo cu p ab an dem asiado
ni sabían acerca de estrategia. Para septiem bre de 1847 las
tro p as estad o u n id en ses su p erab an a los últim os com batientes
m exicanos en el castillo d e C hapultepec, los aclam ados “pasi-
llos d e M octezum a” d e los m arines estadounidenses.

El T ratad o de G u ad alu p e H idalgo dejó a M éxico sin la mi-


tad de su territo rio . Tam bién p u d o h a b e r con trib u íd o al sur-
gim iento del nuevo P artido Liberal que bajo la dirección de
Henito Juárez iniciaria la roiislrucción dei México conten
ráneo. Para Estados Unidos la g u e rra trajo gloria y dolor
adquisición de tantos recursos y la expansion transcontine
sum inistraron la base p a ra el fu tu ro poder, p ero el cor
sobre am plios territó rio s tam bién intensifico la com pete
en tre las opiniones del sur y dei n o rte en to rn o a la unión

Una década después M éxico tuvo que defen d erse o tra v>
La g u e rra de R eform a, que en fren to a liberates y conse
dores, dejó u n a élite dividida, u n gobierno debilitado y
desastre económ ico. Al verse en b an carro ta, el p resid en te
nito Ju á re z se reh u só a p ag ar in m ed iatam en te algunas d<
deudas y concesiones de ciudadanos europeos. El em p ert
francês N apoleón III no estaba ún icam en te in teresad o e
pago, tam bién buscaba recrea r u n im pério en las A m ér
En diciem bre de 1861 sus tropas, tem p o ralm en te acom p;
das p o r las tro p as britânicas y espanolas, iniciaron la oci
ción de V eracruz.

Los franceses fu ero n , en general, bienvenidos p o r los d e rr


dos conservadores y, especialm ente, p o r la Iglesia. A pesa
una te m p ra n a victoria m exicana en Puebla, el fam oso Ci
de Mayo de 1862, los franceses y sus aliados conservada
liabían ocupad o la ciudad de M éxico a inicios de 1863. Fue
seguidos p o r la nueva corte de M axim iliano y C arlota. El
bierno real francês, conservador, tuvo éxito en la d e s tru a
final de los liberales, y p o r dos anos la corte de H absbr
intento establecer su legitim idad. No obstante el retiro d(
tropas francesas, que com enzó en 1866, y la culm inaciór
la G u e rra Civil estad o u n id en se, le significo a M axim ilian
p érd id a de su protector, m ientras que Ju á re z obtuvo n r
apoyo. El final fue relativam ente ráp id o con el ejército lib
d e rro ta n d o fácilm ente a los entonces conservadores aislad

Para el trasfondo <lc las guerras francesas, la mejor fuente es B ark er


French Experience in Mexico, I S 2 I - I S 6 I . Ver de nuevo Bazant, Concise Hist
Mexico y Cosio Villegas, A Compact History o f Mexico.
o an g re y u e u u a

c ap tu ran d o finalm ente al e m p e ra d o r en mayo de 1867. C on


la caída de Q u eréta ro se estableció con firm eza la in d ep en -
dencia de México y la h eg em o n ia liberal.

Dos características de las g u erras internacionales libradas p o r


M éxico m erecen atención especial: la p rim era fue la ausência
de cualquier sentido de u n id ad de élite antes de la victoria
final de Ju árez. La élite política m exicana, sin im p o rtar si dis­
cutia en tre sí a m ed id a que las tropas estadounidenses con-
quistaban g ran d es territó rio s o si cooperaba con u n invasor
ex tra n jero , fue incapaz de alcanzar u n consenso g en eral en
to rn o a la form a de gobierno o de establecer, de form a segura,
su control sobre to d o el país. Este hecho g en eró el seg u n d o
aspecto clave de las gu erras: a pesar dei d erram am ien to de
sangre (la g u e rra co n tra los franceses consum ió 50.000 vidas),
los ejércitos que lu ch aro n co n tra M éxico n u n ca fu ero n com-
plejos en térm inos logísticos. Los liberales g an aro n en 1867
con rifles y con carn e de soldado, y el G obierno de M éxico
nu n ca p u d o conseguir suficiente au to rid ad ni v o luntad p ara
p re se n ta r algo p arecido a u n ejército m o d ern o .

Guerras civiles

L atinoam érica h a e x p erim en tad o u n a g ran cantidad de con-


flictos civiles e internos22. El núm ero de guerras y la com plejidad
de sus orígenes sociales e históricos hacen difícil p ro p o rcio n a r
u n a revision descriptiva. Com o com enta Lovem an, es im posi-
ble e n u m e ra r d etallad am en te todos los conflictos sociales. Lo
an te rio r es p articu larm en te cierto si deseam os co n tar tropas,
cuartelazos y pron u n ciam ien to s. Por ejem plo, Bolivia pad e-
ció trece levantam ientos m ilitares en cu atro meses en 1840;
Colom bia sufrió once rebeliones im p o rtan tes en el siglo XIX;
y M éxico 49 gobiernos en tan solo 33 anos23. El cu ad ro 2.2

22 Rumours o f Wars, escrito por Earle, se constituye en un maravilloso y nuevo


libro sobre el siglo XIX.
23 Loveman, For la Patria, 43.
e n u m era básicam enle las 111<lias más destacadas. Podem os d
linguir cinco tipos de g u erras civiles que los estudiosos de I
linoam érica deben te n er en cuenta.

Kebelíones regionales

El p rim er tipo d e conflicto dom inó el siglo X IX y, en gr


m edida, involucró las luchas co n tra el establecim iento de
au to rid ad central o las províncias q u e se rebelaban al cont
por p arte de la capital; casi todos los países p adecieron dicl
guerras. En A rgentina, la lucha en el in terio r y en tre las p
vincias, o e n tre unitários y federalistas, d u ró g ran p arte i
siglo. Los prim ero s veinticinco anos posteriores a la indepi
dencia fu ero n testigos d e in n u m erab les luchas e n tre diferi
les generates in d ep en d en tistas y, p o sterio rm en te, e n tre Ro
y caudillos autónom os. En la d écada de 1850 la C onfede
ción y B uenos Aires co n tin u aro n la disputa. Incluso despi
de la victoria d e B artolom é M itre, la a u to rid ad central no
laba com pletam ente aseg u rad a y no lo estaria sino hasta 18
U ruguay fue p o r m uchos anos casi dos países, M ontevide
la region in terio r ru ral, cada u n a luchando co n tra la o tra ]
control o autonom ia. D u ran te la d écada de 1830 solam e
dos de las dieciocho províncias dei Im p ério brasileno no se
belaron. Las sublevaciones de M aran h ao (1831-1832), Ba
(1832-1835), M inas G erais (1833), M ato Grosso (1834), P
(1835-37) y Rio G ran d e do Sul (1835-1845) fu e ro n espec
m en te graves. El reg io n alism o co n tin u o com o u n a fue
política d u ra n te b u e n a p a rte de este siglo. La version de 1
xico de la batalla e n tre federalistas y centralistas ocupó g
p arte de la p rim e ra m itad dei m ism o p erio d o y se p o d ría d
que desem pen ó algún p ap el en el siglo XX. Perú estaba c
dido e n tre n o rte y sur, costa y sierra; m ientras que el altipl
boliviano estaba aislado dei resto dei país. F inalm ente, hec
recientes en Colom bia sugieren cjue el Estado trad icio n aln
te débil de este país no ha p o d id o im p o n er el esp erad o con
centralizado incluso después de doscientos anos de in d ef
dencia. El G obierno ccnlral lia reconocido fu n d am en taln ií
la soberania de dos ejércitos guerrillero s sobre g ran d es franjas
d e su territo rio .

A unque dichos conflictos fueron, en general, b astante san-


grientos en p arte debido a que elem entos de clase y de raza
fo rm aro n p arte d e las disputas geográficas, g en eralm en te in-
volucraban ejércitos p eq u en o s y tropas irreg u lares. En m uchos
casos seria difícil distin g u ir e n tre g u erras civiles y acciones de
la policia co n tra el bandolerism o. Así, las luchas regionales son
las prototípicas g u erras latinoam ericanas: desagradables, b ru -
tales y cortas.

Batallas ideológicas

U sualm ente no diferenciables de las rebeliones regionales, las


batallas ideológicas h an persistido a lo largo dei p resente siglo.
El siglo X IX presencio disputas casi universales en tre liberales
y conservadores, con frecuencia com paradas con las divisiones
e n tre federalistas y centralistas respectivam ente. Los liberales
creían en el libre com ercio, la elim inación de los fueros espe-
ciales o derechos corporativos y de p ro p ied ad de bienes y fa-
vorecían u n a expansión de los derechos ciudadanos, al m enos
en teoria. Los conservadores eran proteccionistas, favorecían la
Iglesia y anoraban el pasado colonial com o su inspiración. M é­
xico p u ed e ser el ejem plo extrem o de dicho tipo de conflicto.
Los conservadores d o m in aro n d u ra n te u n a g ran p arte de los
prim eros treinta anos de independencia, y los liberales d u ran te
los siguientes veinte anos; no obstante, cada g ru p o debió gastar
enorm es cantidades de tiem po, energia y recursos p ara luchar
contra su oponente. E cuador y Colom bia ex p erim en taro n di­
visiones similares que continuaron en el siglo XX. En este últi­
m o caso la batalla com enzó con la g u e rra de los Suprem os en
1839, en p arte u n a lucha regional, que p e rd u ro casi cincuenta
anos de conflicto casi que continuo y culm inó con la ex trem a­
dam en te sangrienta g u e rra de los Mil Dias (1899). Dicha lucha
se institucionalizo tanto que la com petência en tre los partidos
políticos y sus adeptos se to rn ó más im p o rtan te que los puntos
originales de dispula. I .as liislorias dei conílicto alim entaror
propia ferocidad, d an d o como resultado la tristem ente céle
Violência de las décadas de 1940 y 1950. En algunos casos,
divisiones ideológicas se centraban en las relaciones con la L
sia. Este hecho fue, sin duda, u n elem ento en el caso mexic;
no resuelto sino hasta la década de 1920, al igual que en Cl
donde la lucha contra el anticlericarism o desm entia el com
lo de u n consenso portaliano perfecto. Más recientem enú
doctrina de Seguridad Nacional y “g uerras sucias” posterk
contra la “subversión com unista” se p u ed en considerar cc
lierederas de dichas divisiones.

In d u d ab lem en te lo que d en o m in o g u erras regionales e ic


lógicas reflejaban las condiciones e inequidades económ ic
sociales ocultas. Las luchas regionales en Brasil en el siglo 1
giraron, p o r lo general, m enos en to rn o al p o d e r establei
y m ucho más en to rn o al sector que lo ejercía. C on frecuer
las preocupaciones sobre la política com ercial, el proteccic
mo y el estatus de la esclavitud fu ero n más im p o rtan tes qr
Mamado a la autonom ia local. Se podría decir que la farroup
brasilena giraba más en to rn o a la clase que a la geogr;
Ambos tipos d e g u erras civiles reflejaban la incapacidad d<
gobiernos po sin d ep en d en tistas p a ra establecer la hegeirn
de u n régim en ideológico y político único. Dichas g u e rra
surgieron debido a que el Estado fuese tan im p o rtan te o
poderoso; su rg iero n p recisam ente p o r lo contrario. La m;
nalidad dei p o d e r dei Estado y la ausência de u n proyecl
élite claro p ro d u je ro n continuas luchas.

G uerras caudíllistas

Las g u erras caudillistas, el tipo d e conílicto civil m ás extern


en el siglo X IX , p erm an eció en el escenario político d u r
b u en a p arte dei siglo XX24. Estos conflictos, a diferencia d

'' Chasteen, Herons on Horseback', Lynch, Caudillos in Spanish America', Krauze


de caudillos.
dos ya descritos, no reflejaban divisiones sociales en el te rre ­
no; fu ero n el p ro d u cto de luchas simples en to rn o a botines o
privilégios g u bernam entales. Con esto no se p re te n d e afirm ar
que los caudillos fuesen co m p letam en te endógenos con sus
respectivas sociedades; no obstante, es im p o rtan te distin g u ir
e n tre los conflictos sociales liderados p o r caudillos m ilitares y
las hostilidades provocadas p o r u n poco de am bición perso-
nal. A unque p u e d e n constituir la im agen más p o p u la r de las
luchas m ilitares en L atinoam érica, se p o d ría decir que fu ero n
las m enos significativas. En vez de ser u n a causa de la ines-
tabilidad política que sim bolizaban, fu ero n los p ro d u cto s de
la incapacidad de institucionalizar la a u to rid ad política. Q ui-
zá los ejem plos prototípicos son las carreras de los generales
A gustín G am arra y R am ón Castilla, en Perú, o la dei general
S anta A nna en México.

Guerras p o r raza/etnia

Los conflictos m ás im p o rtan tes en to rn o a las diferencias


étnicas y raciales o c u rrie ro n an tes d e la In d e p e n d e n c ia ,
tiem p o d u ra n te el cual la g ra n m ayoría de población preco-
lom bin a fue asesinada o m u rió a causa de en ferm ed ad es y
ag o tam ie n to 25. Si b ien la C onquista no es dei âm bito d e este
libro, su legado o p aca los siglos en discusión. El m ism o éxito
d e la C o n quista y el h ech o de q u e o c u rrie ra siglos antes d e la
form ació n de los Estados in d e p en d en tistas co n d u je ro n a la
división d e poblaciones p o r su etn ia y a oríg en es nacionales
am biguos. Seria obvio, p e ro d em asiad o olvidado, que m u-
cho m ás q u e cu alq u ier o tro caso fu e ra d e S udáfrica y E sta­
dos U nidos, los Estados q u e su rg iero n e n el siglo X IX te n ían
u n claro co m p o n en te racial26. En g ra n m edida, los nuevos

25 Ver Mallon, Defense o f Community y Peasant and Nation', y Reed, The Caste War of
Yucatan. Para una discusión sobre raza, creación del Estado y comparaciones,
ver Marx, Making Race and Nation-, Thurner, From Two Republics; Ada Ferrer,
Insurgent Cuba.
26 Sin duda, lo que podemos denominar jerarquias “raciales” existieron en Europa.
Algunos ejemplos pueden ser la distinción normando-sajona en la Inglaterra
G obiernos fueron considerados instituciones de blancos q
inantenían el conlrol sobre la población indígena, negrz
inestiza. Com o verem os en capítulos posteriores, la historia
las g u erras latinoam ericanas no se p u ed e e n te n d e r sin ha<
referencia a esta división fu n d am en tal.

En los siglos X V III y XIX, las rebeliones en Perú y México li


ron intentos de reconquistar la región en m anos de la poblací
europea. Dichas sublevaciones coadyuvaron a u n a atmósfi
de m iedo de los blancos que ayudó a d eterm in ar cómo lib
las guerras, contra quién y cómo involucrar sus respectivas
ciedades. El genocidio de los indígenas continuo tam bién dí
que las guerras fronterizas culm inaron con la expulsión, asi
nato o subyugación de poblaciones nativas en Chile, A rgent
y México. N o seria coincidência que estos tres Estados, ju
con Brasil, que se p o d ría considerar el país con políticas r
institucionalizadas en la región, lideraron asaltos sobre pol
ciones y territórios indígenas precisam ente en m om entos
cisivos de la consolidación de u n a au to rid ad centralista. Eí
cam panas sirvieron p ara u n ir la opinión de los blancos y, <
frecuencia, b rin d aro n nuevos recursos y territórios que puc
ron ser distribuidos p a ra consolidar el consenso. Más recier
mente, la G u erra Civil en G uatem ala ha tom ado característi
de g u erra racial, puesto que el G obierno tildó a los indígenas
sim patizantes sistemáticos dei enem igo. La rebelión en Chia
y recientes insurgencias en Perú senalan que esta g u e rra co
nuará d u ran te b u en a p arte dei siglo XXI.

Revoluciones

U n tipo final de g u erra civil es aquel generado p o r la revc


ción27. Estos conflictos p u ed en com binar aspectos de los

medieval (y posteriores entre ingleses, galeses, escoceses e irlandeses) o el


particular de las reivindicaciones de casta de la nobleza polaca y magiar.
27 Para México, ver Knight, The Mexican Revolution; para Cuba, ver Tho
Cuba, or The Pursuit o f Freedom:, para Bolivia, ver Dunkerley, Rebellion i
Veins; y para Centroamérica, ver Dunkerley, Power in the Isthmus.
prim eros discutidos ju n to con un esfuerzo organizado p o r ree-
Iaborar las regias económ icas y sociales de los respectivos países.
Dichas gu erras no son esencialm ente territoriales, p o r el con­
trario, giran en to rn o a la distribución de la porción económ ica
y social. Com o lucha militar, la Revolución m exicana m erece
u n lug ar especial. Este conílicto se cataloga como u n a de las
grandes g uerras dei siglo XX: duración (10 anos), destrucción
(1 millón de m uertos o más dei 5% de la población), táctica y
logística (alambre de púas, vias férreas, artillería) y com plejidad
narrativa. Tam bién se p o d ría decir que anunciaba la próxim a
“g ran ” revolución en el m u n d o p ara los siguientes cincuenta
anos28. Sin em bargo, en la L atinoam érica contem porânea, la
Revolución cubana en los cincuenta, a pesar de su marginali-
dad militar, p u ed e ser el caso más im portante. O tros ejem plos
son Bolivia en 1952 y El Salvador y N icarag u a en los setenta.

Las gu erras revolucionarias latinoam ericanas suelen te n e r u n


origen y estructura similares. Com ienzan con la com bination
de u n prolongado descontento de los subalternos, aspiraciones
políticas de la clase m edia em ergente y, quizá aú n más im p o r­
tante, regím enes represivos debilitados. U na “luna de m iei”
tem p ran a en la que todos aquellos involucrados en la revuelta
p u e d e n estar de acu erd o con la necesidad de cambio, y no en
la form a, es seguida p o r el colapso de batallas y gobiernos re ­
formistas en tre aquellos que desean p reserv ar aspectos del statu
quo an terio r a la g u e rra y fuerzas más radicales. Estos conflictos
tienen m uchísim o en com un con las g u erras independentistas.
A pesar de la gran violência, pocas veces el o rd en social posbé-
lico se diferencia drásticam ente de su predecesor.

Explicando la paz

iC óm o se explica la p articu lar form a y distribución de la g u e ­


rra en Latinoam érica? iP o r qué L atinoam érica parece h ab er
escapado, en g ran m edida, del azote de la g u e rra internacio-

Tengamos en cuenta que dicho “honor” es asignado en 1917.


nal? iP o r qué su sisleniii de Estados gozó de tan increíble
tabilidad? íC óm o se explica el g rad o de conflicto in tern o r
cho más están d a r en com paración con otras regiones? Er
siguiente sección, se discutirán estas dudas.

Ea coexistência de paz intern acio n al y lucha in te rn a pu<


parecer contradictoria. Se p o d ría esp erar que los Estados 1
sen pacíficos o belicosos. L atinoam érica parece paradójica
cuanto a q u e las batallas políticas fu ero n com unes, p ero
un tipo especial. La hipótesis central es que estos dos fenói
nos, la paz in tern acio n al y la lucha in tern a, están causalme
ligados. En pocas palabras, los Estados latinoam ericanos
tenían la capacidad ideológica ni organizacional p ara ir
g u e rra e n tre sí29. Las sociedades no estaban encam inad;
las transform aciones culturales ni logísticas que req u eri
conflicto internacional. Por el co n trario , el conflicto dom és
reflejaba, en general, la incapacidad de los Estados nacie
para im p o n er su control sobre las sociedades co rresp o n d
te30. Ig u alm en te im p o rtan te, la definición de enem igo e
contexto latinoam ericano se h a d ad o ra ra vez en térm in o
territorialidad . El enem igo, com o lo definen los Estados
tes, ha estado en el interior, definido racialm ente, en térm
de clase y p o r luchas ideológicas fu n d am en tales31. Podría
incluso discutir u n a correlación negativa e n tre belicosid;
violência in tern a. Chile, la llam ada Prusia de L atinoam é
ha gozado de u n a relativa tran q u ilid ad in tern a. México y

29 Este es el polo opuesto a la tesis presentada por Holsti en The State, Wc


the State o f War, quien argumenta que el creciente fortalecimiento dei 1
explica el declive en la guerra a partir dei siglo XIX.
311 Aqui aplico la misma lógica empleada por Kenneth Waltz en The Th
International Politics para explicar las guerras internacionales: la ausen
autoridad por parte dei Gobierno. Wolf Grabendorff, en Interstate Confl
havior, buscó explicar el aumento de la hostilidad internacional en las d<
de 1970 y 1980 en alusión a la creciente capacidad militar y política.
31 La excepción más significativa ha sido el caso dei anticomunismo, p<
nuevo la amena/a se consideró, en gran medida, que provenía dei int<
no dei exterior.
lom bia, que h an gozado de paz intern acio n al p o r más de u n
siglo, h a n so p o rtad o u n conílicto in tern o desalm ado32.

Este p a tró n se re p ro d u jo a sí mism o historicam ente. En el âm ­


bito internacional, los Estados que h an sido tradicionalm ente
pacíficos o h an librado ú n icam ente g u erras lim itadas pue-
den, con el tiem po, en c o n tra r p rácticam en te im posible librar
g u erras totales. D ado que las necesidades organizacionales,
económ icas, sociales y tecnológicas h an au m en tad o , aquellos
Estados que no h an p articip ad o en n in g u n a de sus etapas p re ­
lim inares re q u erirían u n a transform ación incluso m ayor que
la usual p a ra p articip ar en estos conflictos. En las sociedades
d o n d e el servicio m ilitar n u n ca se h a institucionalizado, la
elim inación com p leta d e las co h o rtes d e h o m b res jó v en es es
inconcebible. En las econom ias d o n d e siem pre ha sido fru s­
tra d a la ca p a c id a d d ei E stad o p a r a h a c e r c u m p lir sus leyes
trib u ta ria s , la cap acid ad de las au to rid ad es centrales p a ra
p ag ar o p e d ir prestados bienes de g u e rra p u ed e estar fuerte-
m en te lim itada. A dem ás, al h ab er evitado las movilizaciones
ideológicas previas, los Estados que h a n evitado los holocaus-
tos p u e d e n carecer de la m em ória histórica que se necesita
p a ra la movilización. P u ed en carecer de lo que podríam os d e ­
no m in ar los “rep ertó rio s culturales” de la g u erra. Los llam ados
patrióticos p u e d e n so n ar m enos p ro fu n d o s que en otras so­
ciedades y los llam ados al sacrifício p u e d e n ser desatendidos.
C om o verem os m ás adelante, las lim itaciones de la historia
p u e d e n explicar suficientem ente la paz latinoam ericana.

Ig u alm en te , el p a tró n d e la g u e rra civil se re p ro d u jo a sí


m ism o d u ra n te g ra n p a rte dei siglo X IX . Pocas g u e rra s d o ­
m ésticas p ro d u je ro n ven ced o res inequívocos que utilizaban
el conílicto com o u n a o p o rtu n id a d p a ra d e sa rro lla r m arcos
institucionales sólidos p a ra la g o b ern ab ilid ad . Por el c o n tra ­

32 Los intentos para analizar en términos estadísticos dicha relación no fueron


concluyentes, sin embargo, dada la calidad de la información y la dificultad
para modelar dichos eventos, los resultados no se deben considerar soluciones
absolutas dei tema.
rio, el com prom iso y n g otam iento m u tu o s resolvieron
ehas de las g u e rra s civiles que d ejaro n , a su vez, las st
lias p a ra conflictos futuros. Las organizaciones m antuvie
su capacidad d e reclu tam ien to de soldados y los p a rtid a
retu v iero n suficientes recu rso s p a ra alim en tar la m áqt
m ilitar de reb elió n . U n a histo ria de luchas in tern as dejc
legado de odios p artid istas y regionales. La g en te quizí
estaba deseosa de m a tar o m o rir p o r C olom bia, p a ra util
un ejem plo obvio; p arecia estar m ás en cap acid ad y lista |
hacerlo a n o m b re de los p artid o s L iberal o C o n serv ad o r
el caso de este país, cada ola d e violência p arece h a b e r se
do la base p a ra la siguiente. Estas divisiones tam bién le
cu ltaro n a ú n m ás al E stado cen tral establecer su autorid;
legitim idad co n sen su ad a d ejan d o abierta, a su vez, la o]
tu n id a d p a ra u n p o sterio r d e rra m a m ie n to d e sangre.

En consecuencia, los Estados y naciones lib ran aquellas


tallas que h a n a p re n d id o a librar. Todos los Estados £
licos p u e d e n p arecerse, p e ro cad a Estado en g u e rra h
a su p ro p ia m an era. Las g u e rra s reflejan las idiosincr;
sociales y políticas de los Estados q u e las libran. Puesto
las g u e rra s se o rig in an a p a rtir de u n a fo rm a social de o
nización33, te n d ría sentido que la reflejaran . Las estru ct
y hábitos de la vida política ay u d an , sin d u d a , a fornu
m an era en que u n a sociedad practica la g u e rra . Exam
mos el co n traste e n tre los fu ertes ejércitos de los Estados
clad griegos y aquellos de la Persia im perial. Los prim
se caracterizab an p o r su valor in d iv id u al en tre laza d o
u na p o d e ro sa arm a estratégica co m p u esta p o r la discip
de u n a ciu d ad an ía co m p artid a y u n co n stan te e n tre n a rr
to. El seg u n d o , siendo fisicam ente im p resio n an te estabí
general, p o d rid o en el in te rio r y e ra incapaz d e soport.;
adversidad. U n m ilênio d esp u és M aquiavelo co m p aro
pesim ism o los ejércitos m ercen ário s de las ciudades-est;
italianos con aquellas v aried ad es m ás g ran d es y m ás I

33 Nye, Old Wars and hüurc Wars.


les q u e su rg iero n p a ra d isfru tar d e u n a v entaja in su p erab le
en el cam po de batalla. En la d écad a de 1790 la R evolución
francesa o rig in ó el p rim e r ejército nacio n al real de ciudada-
nos q u e tran sfo rm o política y m ilitarm en te al resto d e E u ro ­
pa. Las g u e rra s m u n d iales dei siglo XX p u e d e n co n sid erarse
p ro d u cto s y p ro d u c to re s dei b ie n estar reg u la to rio co n te m ­
p o râ n e o dei Estado. En resu m en , los ejércitos reflejan sus
sociedades y ay u d an , a su vez, a forjarias m ed ian te sus nece-
sidades y la socialización de las influencias.

En el e n to rn o geopolítico eu ro p e o y, p o r ex ten sio n , en el


estad o u n id en se, los Estados y naciones solu cio n aro n sus co n ­
flictos in tern acio n ales a través de la violência y te rm in a ro n
crea n d o instituciones q u e p e rm itie ro n la resolución pacífica
de los conflictos in tern o s. En L atin o am érica observam os el
p a tró n opuesto. dPor qué?

Causas de la guerra

Al buscar las causas de la g u e rra 34 necesitam os com enzar p o r


diferenciar en tre explicaciones de la g u erra, de las guerras, y
de u n a g u erra en particu lar35. La p rim era es, en gran m edida,
el te rre n o de los antropólogos y filósofos36. Para este libro se
p u ed e asum ir que los seres hum anos hacen la g u erra y que es­
tos conflictos son p arte in h eren te de u n sistema internacional.
Por otro lado, no se p ro p o n e tam poco u n análisis de u n a g u e rra
en particular. Lo an terio r es el te rre n o de los historiadores que
discuten circunstancias y eventos particulares que p ro d u jero n
el conflicto o, que p ara sus efectos, lo evitaron. El tem a de esta

34 Dada la cantidad de literatura sobre el tema, no puedo hacer justicia d en ­


tro dei âmbito dei presente capítulo. Ver Levy, The Causes o f War and the
Conditions o f Peace; y Rotberg y Rabb, The Origin and Prevention o f Major
Wars para revisiones.
35 Black, Why Wars Happen.
36 Algunos ejemplos recientes de la discusión incluyen a Ehrenreich, Blood Rites;
Kagan, On the Origins o f War; Keeley, War Before Civilization; O’Connell, Ride the
Second Horseman; y Bourke, An Intimate History o f Killing.
parte dei libro está en la linea m edia en tre las generalich
acerca de la naturale/.a de la violência y las especificidade
una lucha en particular. Se intenta explicar u n ap aren te
Irón histórico, no universal, ni u n fenóm eno único. Pode
iniciar distinguiendo en tre acontecim ientos a corto y a 1;
plazo. W right los d enom ina llamados inm ediatos versus ca
generales de g u erras37. Levy prefiere distinguir en tre ni\
de explicación sistémicos, sociales e individuales38. El sigui
análisis tom a elem entos prestados de ambos esquemas.

Las versiones que se cen trarían en las condiciones inm ed


de paz y que h arían énfasis en las características de legislad
o de Estados en particular incluirían u n a historia diploma
análisis de negociación y, m ás recien tem en te, diferente:
cenários d e ju e g o . Estas explicaciones serían p articu larr
te atractivas p a ra explicar cómo Latinoam érica h a escapa
muchos conflictos individuales posibles sin re c u rrir a las ar
Por ejem plo, L atinoam érica parece h ab er tenido u n núi
significativo d e disputas fronterizas debido, en gran p ar
la im precisión dei legado colonial territorial. No obstante, j
disputas se convirtieron en g uerra (5% versus 62% para Euro]
Ejemplos recientes, com o la relativam ente rá p id a resolr
dei conflicto fronterizo e n tre P erú y Ecuador, o inclus
disputas territoriales más com plejas en tre A rgentina y C
apoyarían estos ejem plos. N o obstante, estas explicacione
inadecuadas p a ra explicar el extenso p a tró n de paz int(
cional p o r m ás de u n siglo a m enos que esternos p re p a r
p ara acep tar la p e rm a n en te y excepcional habilidad clipb
lica o casi om nisciente ju e g o p o r p arte de todos los ac
pertinentes. Por o tra p arte, tendríam os que p re g u n ta rn o
qué dicha habilidad diplom ática parece d esap arecer cu
existen intentos p o r resolver los conflictos internos.

37 Wright, A Study of War.


38 Levy, Causes o f War.
30 Gochman y Mao/, Militarized Disputes; Diehl y Goertz, Territorial Chan,
Militarized Conflicts.
U n a explicación afín, p e ro que se ce n tra en las característi­
cas sistémicas, incluiria las teorias dei equilíbrio dei p o d e r o
aquellas que enfatizan en los ciclos hegem ónicos de ascenso
y decadencia40. Este enfoque ha sido utilizado p ara explicar
el inicio de la g u e rra en circunstancias particulares en L ati­
noam érica41. Q uizá el enfoque más p ro m e te d o r es u n análisis
geopolítico que arg u m e n ta que la e stru ctu ra de la alianza dei
contin en te b rin d a u n a explicación p a ra la paz d u ra d e ra 42. Por
ejem plo, L atinoam érica es u n clásico tablero geopolítico en el
que “mi vecino es mi enem igo, p ero el enem igo de mi vecino
es mi am igo”. Dichos p atro n es h an im p ed id o el d esarrollo de
rivalidades hegem ónicas y h an aseg u rad o que se haya m an-
tenido u n equilíbrio dei p o d e r au n a p esar de que los actores
hayan cam biado. Por el co n trario , los shatterbelts — redes de
países unidos en el pasado y separados en la actualidad— son
los lugares d o n d e las rivalidades internacionales se transfor-
m an en disputas locales. Excepto en el caso especial de C uba
y las g u erras in tern as de C entroam érica, el co n tin en te no ha
vivido estos tipos de conílicto p o r el p o d e r de m an era signifi­
cativa. G ran p arte de la literatu ra reciente sobre la seg u rid ad
regional se h a cen trad o en la creación de condiciones d e seg u ­
rid a d 43 e in terd ep en d en c ia m u tu a sistem ática, y es innegable
que L atinoam érica construyó u n sistem a in terco n tin en tal de
conferencias y tratad o s m ucho antes de que se convirtieran en
u n a práctica intern acio n al están d a r44.

No obstante, en general, dichos m odelos sistémicos h an lim i­


tado el valor al explicar el p ro lo n g ad o p erío d o de paz que ha
prevalecido en el co n tinente. La explicación geopolítica re-

40 Morgenthau, Politics Among Nations', Waltz, Theory o f International Politics-, Gil­


pin, Change in World Politics.
41 Burr, By Reason or Force; Abente, The War o f the Triple Alliance.
42 Child, Geopolitics and Conflict in South America', Kelly, Checkerboards and Shatter­
belts.
43 Hurrell, Security in Latin America', A n Emerging Security Community?; Varas y
Caro, Medidas de confianza mutua; Fuentes Saavedra, Chile-Argentina: E l proceso
de construir confianza; SER en el 2000.
44 Calvert, The International Politics o f Latin America, especialmente el capítulo 6.
quiere que acoplem os un siglo d e estabilidad política y mi
com o u n factor ex ógeno sin investigar los orígenes de d
estabilidad. iP o r qué el sistema ha perm anecido do m in ar
por qué ha prom ovido esta resolución pacífica de los conílic

Podríam os quizá g irar hacia u n a form a “in v ertid a” de la


plicación clásica m arxista p a ra la g u erra. En la aceptada
nión leninista, el inicio d e la g u e rra p u ed e rem o n tarse ;
m aquinaciones de las élites capitalistas o p o d eres im perial
que p erm an ecen p a ra beneficiarse de dicha lucha. La
d u ra d e ra ” req u eriría que p ro p u siéram o s que la élite o lo:
deres im perialistas p ertin en te s buscaran p rev en ir la gu
p ara m axim izar el re to rn o sobre sus inversiones. Según
p u n to de vista, se debe im p ed ir la g u e rra d ad o que es c o j
p ro d u cen te p a ra el com ercio45. U na explicación afín se
traria en los m ilitares com o u n a casta in tern acio n al que t
m inim izar el d an o a sí m ism a m ediante m asacres inúti
respetando las prerro g ativ as sociales de los diversos cut
nacionales d e oficiales.

A pesar d e lo significativas que p u e d a n ser estas preocup


nes p ara ex p lo ra r el inicio d e las g u erras p articulares, es (
im aginar cóm o dicha in terp reta ció n p o d ría ser aplicada t
anos de paz relativa. U na “conspiración de paz” contin
de cien anos re q u eriría que las élites latinoam ericanas rm
ran u n a racionalidad colectiva p a ra la que existe poca ev
cia. L a existencia de u n a alianza m ilitar continental puec
más probable, p ero dicha casta tam bién existió en la Ei
de antes de la P rim era G u e rra M undial sin u n ap o rte pe
tible a la resolución pacífica dei conílicto. Por o tra parte,
p u n to de vista no te n d ría en cu en ta las diferencias esen
en los orígenes sociales de los diversos ejércitos nacionale
em bargo, com o se e x p o n d rá más adelante, debem os í
acerca de u n a form a de conciencia racial de élite que

Polachek, Con/lict uii/l 'Ikuk.


diria los conflictos e n tre países y cen traria su atención en las
luchas sociales internas.

No podem os tam poco ig n o rar el papel de los poderes externos,


que p u ed en hab er avalado las fronteras y el statu quo, elim inan­
do, a su vez, m uchos de los estímulos inm ediatos dei conflicto.
La paz latinoam ericana p u ed e ser, de este m odo, la expresión
fundam ental de dependencia. La presencia de los poderes eu-
ropeos im pidió u n a serie de eventos militares que p u d iero n
crear u n equilibrio geopolítico m uy diferente46. No obstante,
debem os ser cautelosos al re c u rrir a explicaciones que le pue-
d an n eg ar a las sociedades latinoam ericanas cualquier control
sobre su p ropio destino. Incluso podríam os invertir el o rd en
causai y sugerir que fue la ausência de g u e rra lo que p ro d u jo
u n Estado débil que, a su vez, hizo posible la intervención. P ara­
fraseando los com entários de Perry A nderson sobre Italia, dado
que L atinoam érica no p u d o crear u n im pério desde su interior,
debió padecer u n o desde el exterior.

No cabe d u d a de q u e L atin o am érica ha estad o bajo u n a som-


b rilla n eo im p erialista d u ra n te la m ay o r p a rte de su h isto ria
in d e p e n d e n tista . D u ran te u n a g ran p a rte dei siglo X IX el con­
tin en te p erten eció a lo q u e se había d en o m in ad o el Im p ério
britânico inform al47. Es innegable que los britânicos ju g a ro n
u n papel decisivo en la resolución de los conflictos de La Plata
en la p rim era m itad dei siglo. D espués de 1850 la influencia
im perial britânica es m ucho m ás discutible. En el siglo XX Es­
tados U nidos d esem p en ó u n p ap el ab ru m ad o r. Los acuerdos
de Rio de 1948 ay u d aro n , en g ran m edida, a fo rm ar las rela­
ciones ex terio res dei continente. No obstante, es pro b ab le que
adem ás de C entro am érica y el C aribe, y al m enos en térm inos
de relaciones intraco n tin en tales, Estados U nidos h a resp etad o
la au to n o m ia de las diferentes repúblicas.

46 Andreski, Military Organization and. Society.


47 Ferns, Britain’s Informal Empire in Argentina; Winn, British Informal Empire in
Uruguay; A. Thom pson, Informal Empire?
Ks difícil e n co n trar evidencia sistem ática de intervenc
ex tra n jera o la ausência de la m ism a puesto que el signific
de estos esfuerzos variará en o rm em en te según el conte
en tre otros factores. No obstante ante la falta de regis
cxhaustivos, los docum entos sobre relaciones internacion
de Estados U nidos e In g la te rra p u e d e n su m in istrar deti
de las actitudes de las dos potências hacia los coníli
internacionales48. C om o se revela en la correspondei
relacionada con la g u e rra dei Pacífico, la g u e rra dei Cf
y el conílicto fronterizo de 1941 en tre Perú y Ecuadoi
posición constante de am bos G obiernos es: u n a preocupa«
que otros países no se involucren; ren u en cia a ser \
com o u n árb itro o m ediador, incluso cu an d o dicho p;
es solicitado p o r las p artes beligerantes; y apoyo de
neutrales latinoam ericanos a que se involucren, en partici
Brasil. La única ten d en cia claram ente intervencionista t
esfuerzo constante p o r p ro te g e r los intereses de la propie
de los nacionales inm ersos en las hostilidades. La ause
de registros de intervención explícita p o d ría sim plenr
reflejar la p ro fu n d id ad y alcance dei control hegem ó
ejercido p o r las potências im perialistas. Sin em bargo, 5
difícil explicar este p a tró n p ro lo n g ad o de relaciones pací
m ediante la referen cia a u n a h eg em o n ia que no dejó ind
de su existencia. Es decir, deberíam os asum ir que los conti
im perialistas fu ero n tan insidiosos que no d ejaro n huella.

Un intercâm bio epistolar típico sobre la g u e rra dei Pac


describió la co h eren te posición de Estados U nidos: “Pre
dem os ser considerados com o u n consejero y am igo des
resado; p e ro no p reten d em o s im p o n er nuestros deseos s
Chile y Perú o actu ar com o m ed iad o r o árb itro en sus di

18 United States Department o f State, Foreign Relations; Bourne y Watt,


mentos britânicos. No obstante, observemos los problemas tratados en Scl
Beneath the United States with the U.S. source (390). Sin embargo, su mara
libro no contradicts mi lectura tie la no interferencia estadounidense
guerras en América I.alina.
o d n g ic y ucuuct

tas”49. En cierto p u n to , el interés francês y britânico p o r dete-


n e r la lucha pareció ser d isuadido p o r Estados U nidos50. Los
esfuerzos de las naciones n eu trales p a ra involucrar a Estados
U nidos en u n a resolución pacífica dei conflicto dei Chaco fu e­
ro n sistem áticam ente rechazados51. El conflicto de 1941 e n tre
Perú y E cuador parece h ab er sido resuelto, en g ran m edida,
m ed ian te esfuerzos in te rnacionales. Más exactam ente, en el
conflicto de las M alvinas, el caso d o n d e h u b iéram os esp erad o
la m ayor influencia de Estados U nidos y dei que tenem os la
m ayor docum entación, ju sta m e n te Estados U nidos tuvo re ­
lativam ente poca influencia directa sobre la decision arg e n ­
tina52. De nuevo, lo a n te rio r no niega la p o d ero sa influencia
de Estados U nidos ni incluso la de In g la te rra sobre las políti­
cas latinoam ericanas en general. Tam poco debem os n eg ar el
efecto potencialm ente decisivo de estos dos países que sirven
com o g arantes de u n statu quo geopolítico. N o obstante, no les
podem os atrib u ir responsabilidad p o r la ausência de conflicto
exclusivam ente a estos dos países.

Incluso si pudiésem os discutir u n a influencia pacífica de los


poderes im perialistas, estos causaron directa o indirectam ente
otros conflictos. Si bien ay u d aro n a im p o n er la paz en la g u e­
rr a Cisplatina en 1828, podríam os decir que p o steriorm ente la
interferencia britânica ju n to a la de Francia prolongo la g u erra
G rande y los conflictos conexos en la década de 1840. Las dos
g uerras m exicanas más im portantes dei siglo X IX involucraron
invasiones p o r grandes potências. En el siglo XX, gran p arte
de la inestabilidad política de C entroam érica se p u ed e atrib u ir
directam ente a la intervención estadounidense. Cuba, el país
latinoam ericano que se ha movilizado p ara la g u erra d u ran te
décadas, ha considerado a su vecino del n o rte su principal ad-

49 United States Department o f State, Foreign Relations, 1882, 76.


50 B ourne y Watt, Documentos biitanicos, pt. I, ser. D, vol. 2, doc. 130.
51 Por ejemplo, United States Department o f State, Foreign Relations, 1933, 341,
376.
52 Pineiro, Historia de la guerra de Malvinas.
versario. Al final, los im périos lm en la paz, pero tam bién gei
ran una dinâm ica de conllictos externos e internos.

Incluso si no p u e d e n re sp o n d e r ad ecu ad am en te p o r la ‘j
d u ra d e ra ”, las apreciaciones de las teorias “neoim perialist;
accionadas p o r la élite, y de estabilidad sistémica, p u ed en s
vir p a ra explicar el g rad o significativo de conílicto in tern o c
observam os d u ra n te el mism o perio d o. En vez de conside
al conjunto d e Estados-nación com o actores p ertin en tes,
bemos m ejor enfocam os en los sectores sociales in tern o
dom ésticos y en los g ru p o s politicos. Si invertim os dichos c
juntos de explicaciones su p o n d riam o s entonces que fuero:
ausência d e h egem onia in tern a, la inestabilidad del p o d e r
equilibrio nacional y la falta de u n acu erd o de élite los hec
que m ejor explican el constante estado de g u e rra en cualqi
lugar del con tin en te d u ra n te este periodo. Existe suficit
evidencia p a ra estos tres hechos.

U na y o tra vez las g u erras civiles en L atinoam érica pare


surgir de la falta de u n a au to rid a d institucionalizada f
im poner u n con ju n to de reglas de gobierno sobre las é
en lucha. Sin d u d a, d u ra n te la m ayor p arte del siglo XI>
existió u n consenso en to rn o al alcance legítim o y la escal;
gobierno ni acuerdos sobre cóm o resolver las disputas. Lo
terior creó precisam ente el tipo de situ atio n prevista en
chas de las tesis del equilibrio del po d er: ante la ausenci;
una distribución clara del poder, cada p arte estaria ten ta
actu ar según sus propios intereses antes que los otros p r
sen hacer lo mism o. Dichas teorias básicam ente recaen s<
la capacidad d e u n sistema, u n actor al in terio r o u n a fu
ex tern a p a ra vigilar los acuerdos y m a n te n e r el statu quo.
relativam ente pocas excepciones, los Estados latinoam e
nos no p u d ie ro n d esem p en ar dicho p ap el d u ra n te g ran f
dei p erio d o en cuestión.

Dada la limitación de estas teorias accionadas p o r el sis


para d a r cuenta de la paz prolongada internacional, pode
entonces re c u rrir a explicaciones que se cen tran en las car
rísticas de los países específicos de la región. dPor (|iié algunas
naciones parecen estar más propensas a la g u erra cjue otras?

En su revisión sistem ática de las diversas variables de régi-


m en, situacionales y socioeconómicas, Zinnes e n cu e n tra poca
evidencia en to rn o a u n a correlación estru ctu ral consecuente.
Levy registra resultados sim ilares en su estúdio53. U n a excep-
ción p u e d e ser el supuesto vínculo causal e n tre los regím enes
dem ocráticos y el co m p o rtam ien to no bélico54. En la década
de 1990 los escritores especulaban acerca de la creación de
u n a “u n ió n pacífica” kan tian a en el co n tin en te basada en los
valores dem ocráticos liberales com partidos y en el libre co­
m ercio55. No obstante, a p esar de este hecho en Latinoam é-
rica, los países m ilitaristas, au toritários y conservadores h an
sido tan exitosos al evitar conflictos e n tre sí que dicha relación
no nos conduce ciertam en te hacia u n a explicación.

M ichael H ow ard, en tre otros, ha enfatizado en lo que d en o m i­


na “u n a predisposición cultural a la g u e rra ”56. Así, las socieda­
des, regiones y épocas en particular p u e d e n estar predispuestas
culturalm ente al conflicto en tre Estados. Al igual que en m u-
chas de las otras teorias generalizadas de la g u erra, esta visión
pu ed e fácilmente d eg en e rar en tautologia dado que las m ed i­
das de la belicosidad p u ed en ser productos de la g u erra misma.
Además, es difícil im aginar u n continente en el que la p red isp o ­
sición cultural hacia la violência política haya tenido más énfasis
que en Latinoam érica. Si bien siem pre debem os ser cautelosos
con los argum entos culturalm ente determ inistas, es innegable
que la cultura política general en L atinoam érica es pacífica. La
constante presencia y extensión de la violência in tern a no se-
nalan n in g u n a cualidad esencialista que p u d ie ra evitar que los
latinoam ericanos se aniquilen en tre sí. Los conflictos civiles en
la región h an evidenciado el mismo tipo de bru talid ad y te rro r

53 Zinnes, “Why War?”; Levy, “Causes o f War”.


54 Ray, “Does Democracy Cause Peace?”.
55 Peceny, “T he Inter-American System as a Liberal Pacific Union?”.
56 Howard, Causes o f War.
asociados con g u n ias similares en otras partes dei ínundt
lérocidad de la gu erra de la Triple Alianza y la g u e rra d e i 1
co está tam bién bien do cu m en tad a57.

U na explicación afín p o d ría confiar en la relativa cu ltu r;


m ogénea del continente. Sin las luchas e n tre las difere
culturas de élite, no habría conílicto posterior en tre las
vindicaciones políticas sobre el territorio. Sin em bargo, c
ras sim ilares no co n stru y ero n u n a Italia renacentista, o
Alem ania dei siglo X V II, p articu larm en te pacíficas. Ade
com o vimos en los Balcanes y en África oriental, instituci
políticas en d isp u ta p u e d e n fo rjar u n a h etero g en eid ad 1
a p a rtir de las poblaciones ap a re n te m e n te más uniform e:
cualquier caso, d ad a la extension de los conflictos civile
afinidad cultu ral no explicaria la divergência en los difert
tipos de violência política. En las siguientes páginas se an
una serie de factores que quizá d e n m ejor cu en ta de la e>
ción latinoam ericana.

Restríccíones físicas

Las fronteras, en general, se co nstruyen p a ra vecinos mol


y ha sido el caso de Latinoam érica58. Existe u n a clara correi:
entre com partir u n a frontera y la posibilidad de u n confli
No obstante, incluso aqui, el nivel de conílicto es m en
esperado, dados los p atro n es globales60. dQué da cuenl
la paz a la luz d e la “disponibilidad” dei conílicto? Prin
con algunas excepciones lim itadas, la m ayoría d e zon;
fro n tera se caracterizan p o r condiciones de p ro h ib itio n .

57 Para un enfoque conexo que senale el aporte de la cultura política ladnt


icana a las políticas extranjeras, ver Ebel, Taras y Cochrane, Political <
and Foreign Policy in Latin America.
58 Ver McIntyre, “T he Longest Peace”.
59 Kelly, Checkerboards and Sbatterbelts, 135-38.
60 Gochman y Maoz, “Militarized Disputes”; Diehl y Goertz, “Territorial t
and Militarized Conflicts”. Para informes de lugares donde se han evit;
guerras fronterizas, ver Martz, “National Security and Politics”; Georg
alism and Internationalism”; y Garrett, “The Beagle Channel Dispute”
Sangre y deuda

K eegan senala que las operaciones m ilitares a g ran escala se


p u e d e n d esarro llar únicam en te en ciertos am bientes físicos61.
En L atinoam érica, g ra n p a rte de la violência e n tre Estados se
h a concen trad o en el sistem a dei Rio de la Plata y en la costa
pacífica central-sur, q u e son zonas m ucho más adecuadas p a ra
la logística m ilitar que los A ndes o la A m azônia62. S egundo,
tam bién es posible que el conflicto intern acio n al no o cu rrie ra
puesto que la región era lo suficientem ente extensa p a ra p e r­
m itir la creación de suficientes zonas tapón. En general, las
fronteras no h an lin d ad o con centros significativos de pobla-
ción o áreas de g ran potencial económ ico. A dem ás, la m irad a
política y económ ica de las élites h a estado usu alm en te o rie n ­
tad a no hacia los vecinos, sino hacia las m etrópolis de Estados
U nidos y E uropa. Así, el conflicto in tern acio n al se descarto
debido a que las élites en conflicto n u n ca e n tra ro n en contacto
e n tre sí. Fue p recisam ente en dichas áreas de recursos concen­
trad o s o de riqueza potencial, p o r ejem plo, L a Plata o los de-
siertos de los A ndes, d o n d e observam os el m ayor conflicto63.
Es decir, la in c ertid u m b re en las fro n teras solo se trad u jo en
lucha cu an d o había algo p o r lo cual luchar. La atención a las
condiciones actuales de las fro n teras p u e d e tam bién ay u d ar
a explicar el giro en la posibilidad de g u e rra en tre los siglos
X IX y XX. Com o se senaló an terio rm en te, m uchas de las g u e­
rra s en el siglo X IX fu ero n p recisam ente el tipo de tom as de
tie rra que se sugiere no fu ero n im p o rtan tes p a ra el siglo XX.
Los victoriosos de las g u erras anterio res p u d ie ro n establecer
su contro l sobre áreas q u e valían la p e n a o, com o el caso de
A rgentina y Brasil, fu ero n obligados a acep tar Estados tapón.
En la m ed id a en que las g u erras dei siglo X IX aseg u raro n d i­
chas fro n teras, cobran im p o rtân cia las teorias sistémicas de la
paz en la región. Sin em bargo, esta situación p u ed e cam biar

61 Keegan, History o f Warfare.


62 La continua disputa entre Peru y Ecuador parece contradecir esta explica-
ción. Una característica constante de estos conflictos semirregulares es su rela­
tiva corta duración y su impacto logístico limitado.
68 Mi agradecimiento a Tom Rudel por sugerir este aspecto en primera instancia.
I l.ii lomIn l,i guerra

dad o que la expansión de las fronteras m arítim as y la ul


ción de nuevos recursos, p o r ejem plo, el p o d e r hidroelécti
han creado el potencial p ara el conflicto.
No obstante, u n a explicación p u ra m e n te “física” no es s
factoria d ad o que u n rasgo destacado de las relaciones di
máticas latinoam ericanas h a sido la resolución pacífica cl<
m uchas disputas fronterizas que existen. Así entonces es
p o rtan te p reg u n ta rn o s: iC óm o dam os cu en ta dei hechc
tjue dichos Estados no lu ch an incluso cu an d o tien en desac
dos en to rn o a algún asunto?

M iedos y am enazas

Existen dos condiciones que p arecen absolutam ente neces;


para que exista conflicto. P rim ero, algún segm ento signiíi
vo de la élite debe ver en la g u e rra u n a opción favorable.
más fundam en tal, la g u e rra debe ser p a rte dei re p e rto ri
las políticas de los legisladores líderes. Si la g u e rra no se
sidera ni ju z g a com o u n a solución dem asiado ex tre m a ni
b rin d a suficientes o p o rtu n id ad es de algún tipo de “reto
p ara el país, existe entonces u n a m en o r p ro babilidad de
incluso los desacuerdos o rivalidades más intensas condu
a u n conflicto arm ado. S egundo, u n a p a rte significativa <
población clebe apoyar el concepto de g u e rra o, al meno:
tar dispuesta a acep tar la decisión dei G obierno. Este h
no p re te n d e n eg ar la capacidad coercitiva de los Estados
hecho de que m uchos soldados p refieran estar en cualc
lugar m enos en el fren te de g u erra. No obstante, con el li
in c u rrir en el gasto y sacrifício propios de la g u erra, los
dos deb en p o d e r co n tar con u n a base de apoyo p o p u la r
m enos, de consentim iento.

Senalo que n in g u n a condición se h a aplicado en Latino:


rica, con algunas excepciones, d u ra n te el siglo pasado. L;
sencia de g u e rra con el paso dei liem po crea condicionei
las que los países p u ed en evitar el tipo de com portam ii
p o r ejem plo, caracterizado p o r las c arreias arm a m en t
relacionado con el conílicto. La paz p ro lo n g ad a dei siglo XX
p u e d e ser explicada p o r la ausência de mitos'54 revanchistas
o culturas antiguas que v en eran el conílicto e n tre Estados.
Com o se discutirá en el capítulo 4, la iconografia política lati-
noam erican a es so rp re n d e n te m e n te pacífica y carece d e tem as
belicosos e identificaciones colectivas asociadas con la g u e rra
en masa. C on el fin de a d e n tra m o s en este aspecto, nos ce n tra ­
rem os en las actitudes civiles y m ilitares en to rn o a la g u erra.

El hecho de enfocarse en las actitudes en to rn o a la g u e rra y a


las expresiones d e nacionalism o no significa devolverse al d e ­
term inism o cultural d escartad o an terio rm e n te. El p u n to aqui
no es discutir si dichas sociedades son “pacíficas” o si com-
p a rtie ro n dem asiadas sim ilitudes en to rn o a la g u erra. Por el
contrario , se p re te n d e h acer énfasis en que las perspectivas
p o p u lares y de élite sobre las relaciones e n tre continentes, en
g ran m edida, no incluían la g u e rra com o u n a política factible.
Lo an te rio r rep resen ta u n giro crítico dei siglo XIX, cu ando
las élites dei Estado consideraban la g u e rra com o un resu lta­
do m ucho más factible de las disputas. Sin em bargo, incluso
entonces, con ex ce p tio n de P araguay d u ra n te la g u e rra de la
Triple Alianza y, posiblem ente de M éxico d u ra n te las g u erras
civiles de la década d e 1860, n in g ú n G obierno tuvo que co n ­
fiar en el tipo de m ovilización masiva asociado con la g u e rra
contem p o rân ea.

La m e n te m ilitar

Es difícil in te n ta r defin ir y, aú n m ucho más en ten d er, la m en-


talidad de u n a in stitu tio n en p articu lar o de sus m iem bros
líderes, y m ucho m ás cu an d o se trata de los in h e re n tem en te
herm éticos ejércitos. Los eru d ito s con u n acceso privilegiado,
p o r ejem plo, Potash en A rgentina, N u n n en Chile y S tepan en
Brasil, h an logrado u n trabajo adm irable al describir dichas

64 Sobre el impacto de conflictos prévios, ver Hensel, “One T hing Leads to


Another”, 287-97.
actitudes63. Seria casi imposible replicar dichos esfuerzos
u na m uestra de once países a lo largo de un siglo. No obsta
para re sp o n d e r la p re g u n ta de p o r qué h an existido tan pc
guerras, necesitam os p o r lo m enos revisar la perspectiva |
lesionai de los ejércitos respectivos. áExistió u n a proclivi
bacia la g u e rra que fue fru strad a p o r la falta de recursos?
o tro lado, ip o d em o s hablar de u n a aversión in h e re n te al c
llicto en tre Estados que m arcó limites sobre la belicosidac
las au to rid ad es civiles?, iq u é p en sab an los m ilitares acerc;
la posibilidad de g u e rra e n tre Estados en el continente?

Para resp o n d er a esta últim a p reg u n ta, se h an revisado los <


tenidos de las publicadones militares im portantes de los p;
pertinentes. Estas publicaciones usualm ente sirven como
taform as profesionales p ara oficiales jóvenes prom etedor«
igual que com o púlpitos de intim idación p ara el personal
rado. Puesto que estas publicaciones son docum entos públ
no revelarán la vida secreta de los militares p ero sí sirven o
un indicador aproxim ado dei espíritu de la institución. A:
inform ación publicada sirve p ara resp o n d er dos p reguntas
cionales: iq u é temas discute?, iq u é enem igos le preocupan

Dado el tam an o de la m u estra potencial, m e limito a un


lisis de los títulos de los artículos. Se identifico u n nún
im portante de títulos o sum ários de diez de once países. E
caso de Brasil, se p u d ie ro n localizar 6.952 títulos corres|
dientes a u n p erio d o casi in in te rru m p id o d esde 1882 1
1996 y se analizó dicho g ru p o de form a separada. Los tíl
de los nueve países restantes totalizaron 16.139 registro
u na v aried ad de periodos que iban desde la últim a parte
siglo X IX hasta la actualidad66.

65 Potash, The Army and, Politics in Argentina, 1928-1945; The Army and, Poli
Argentina, 1945-1962; N unn, The Time o f the Generals; Yesterday’s Soldier
pan, The Military in Politics.
66 Para un uso más exhaustivo de fuentes similares y una análisis más d
do de las ideologias de los ejércitos contemporâneos, ver Nunn, The I
the Generals. Mi muesli a ineluye: Revista del Círculo Militar (Argentina), 1
Varias te n d en cia s son d ig n as de m en ció n . P rim e ro , 110 p a ­
rece q u e los m ilitares resp ectiv o s le p re s te n g ra n a ten ció n a
las g u e rra s e n tre E stados. De los m ás d e 2.500 artícu lo s en
la R evista dei C írculo M ilitar a rg e n tin a revisados, p o d em o s
c o n sid e ra r q u e solo 2 tra ta n el análisis estratég ico d e u n a
fu tu ra g u e rra e n tre E stados. De los n u ev e países e x a m in a ­
dos, C hile tuvo el n ú m e ro m ás alto, con 4 artícu lo s d e 2.790
e stu d iad o s. El p a tró n es co n sisten te y m u y sim ilar e n tre los
países y en el tiem p o . Al h a b la r e n tre sí p o r in te rm e d io de
estas p ublicaciones, los m ilitares d is fru ta n en fatizar en as­
pectos técnicos, p o r ejem p lo , balística y m a q u in a ria , e n tre
o tro s; p ro b lem as o rg an izacio n ales, p o r ejem p lo , cóm o en-
tr e n a r oficiales no co m isio n ad o s y p lan es de p e n sió n , e n tre
otros; reco n stru c cio n es históricas, p o r ejem p lo , triu n fo s de
San M artin ; y ejercicios académ icos, p o r ejem p lo , re fle x io ­
nes sob re N ap o leó n .

A com ienzos d e la p a rte final de la d é c a d a d e 1950 e inicios


d e la d e 1960, ob serv am o s la a p arició n d e d iscusiones de
tem as in te rn o s — eco n o m ia— y, esp ecialm en te, p re o c u p a -
ciones en to rn o a la “s e g u rid a d n ac io n a l” y a la am en aza
dei co m u n ism o global (ver fig u ra 2.1 la ). U n te m a q u e casi
no se tra ta es el rela c io n a d o con las d iscusiones estratég icas
explícitas acerca d e la re g ió n y las posibles batallas e n tre
países vecinos67.

Armas y Servidos dei Ejéráto (Chile), Ejérdto y Fuerza Aérea Mexicana (México),
Revista de las Fuerzas Armadas (Venezuela), Gaceta Académica de la Academia Bo­
liviana de Historia Militar (Bolivia), Revista dei Ejérdto (Colombia), Revista de las
Fuerzas Armadas Ecuatorianas (Ecuador), Revista Militar de las Fuerzas Armadas de
la N adón (Paraguay), Gaceta M ilitary Naval (Uruguay), Revista do Exército Bra­
sileiro, Revista Militar, Boletim Mensal do Estado Maior do Exército, Nação Armada,
Revista do Clube Militar (Brasil). El material disponible para Perú era limitado,
pero provino de la Revista Militar dei Perú.
67 Este hecho no contradice necesariamente el trabajo de Kelly y Child, en Geo­
politics o f the Southern Cone and Antarctica, que evidencia una gran cantidad de
pensamiento geopolítico en el continente. Este hecho puede suceder, pero
parece tomar una forma muy abstracta y no incluir el planeamiento estratégi­
co de “rango medio”.
Argentina Bolivia Chile México Uruguay Paraguay Ecuador Coloi

Figura 2.1 la C ontenido de diários militares seleccionados.


Fuente: M iguel Ángel Centeno

Un análisis brasileno más historicam ente detallado brinda


progresión interesante (ver figura 2.11b). A finales de los si
XIX y XX los diários militares hacen hincapié en asuntos p
ticos, p o r ejemplo, preocupaciones organizacionales y técn
Son relativam ente com unes los fragm entos históricos. La ge<
lítica se vuelve u n asunto generalizado a comienzos de la déc
de 1930, y seguiria siendo u n com ponente de la tradición i
lectual militar de Brasil. Aún más interesante, al comienzo c
década de 1940 el ejército brasileno y sus contrapartes contii
tales, enfatizan sus papeies internos, p o r ejemplo, el desari
económico y la defensa de la “identidad nacional”. La amei
a la seguridad nacional, u n térm ino con implicaciones inc
tantes cada vez mayores en la década de 1960, se conside
de carácter interno. Este p u n to es crítico: el enem igo estab
el interior. Podríam os decir que tal perspectiva condujo inc
a una m ayor violência y derram am iento de sangre que si lot
litares se hubiesen concentrado en su misión internacional'
vínculo entre u n enfoque en torno a la am enaza internacion;
la existencia de u n a paz ex tern a es tentador y se podrían disi
ordenes causales que fluyeran en ambas direcciones.

(’8 Así el argumenlo para el ingrrso cspanol a la OTAN en un m om ento crít


la democrali/arión (Ir <iii lio país.
Figura 2.11b. C ontenido de diários m ilitares brasilenos.
Fuente: M iguel A ngel Centeno

Con esto no se busca discutir que las consideraciones militares


estándares nunca d esem penan u n papel im p o rtan te en las dis-
cusiones internas, que cada ejército no h a p rep arad o planes de
contingência p ara diversos escenarios ni que los militares no
h an considerado con extrem o detalle las necesidades logísticas
de estas operaciones, au n q u e sí h an existido tensiones en estos
aspectos. En la década de 1970 las relaciones estaban p articu ­
larm en te tensas en tre varias fronteras. P erón pensó en la posi-
bilidad de g u erra con Brasil69, m ientras que Bolivia con H ugo
Banzer, Chile con A ugusto Pinochet y P erú con J u a n Velasco
hicieron reso n ar sus sables en tre sí. Es así que d u ran te este p e ­
ríodo la Revista M ilitar y Naval chilena publico artículos agresi-
vos sobre posibles conflictos con vecinos dei oriente y dei norte.

No obstante, es im p o rtan te an o tar que dichas situaciones ten-


d ie ro n a ser excepciones y que el conflicto e n tre Estados no
form ó p arte dei discurso70 profesional norm al. U na discusión
abierta, incluso académ ica, de esta contingência no es u n a

69 Foreign Broadcast Information Service, LAT-96-Z07.


70 González, en “The Longer Peace in South America, 1935-1995”, incluso cues-
tionaría el alcance dei interés militar en combatir entre sí.
parte aceptada dei dialogo publico. C om parém osla con el
bate m ucho más Iraiico de los ejércitos de la O rganización
T ratado A tlântico-N orte (OTAN) en to rn o a la posibilidac
un conílicto con la U nion Soviética y posibles estratégias f
e n fren tar la am enaza, o el de nuevo reco n sid erad o “sec
abierto” de la planeación de la p ró x im a g u e rra franco-ale
na después de 187071.

Diversos países ex p resan sus intereses estratégicos en esta:


vistas, p ero casi n u n ca se adm ite la posibilidad de la g u er
Por ejem plo, los diários m ilitares más im p o rtan tes de Argc
na fueron, son y p ro b ab lem en te se m a n te n d rá n con el tem
las Malvinas. T am bién despliegan artículos sobre “Los lii
continentales” o el fren te glaciar en tre su país y Chile. O
Iratan problem as similares con el canal de Beagle. Sus <
Irapartes chilenas estuvieron m enos centradas en la fron
argentina que en la posibilidad de u n a “subversión” gene
zada; no obstante, en los últim os anos se le ha p restad o m i
m ayor atención a los reclam os de protección de la A ntárti

Los p eru an o s discuten las consecuencias históricas de las j


rras co n tra E cuador y Chile. D adas las continuas tensi<
territoriales, los p eru an o s quizá tien en la tradición más d
rrollada de reco n o cer explicitam ente a sus posibles enem
y discuten las estratégias p ertin en tes. E cuador se cen tra ei
reclamos de los territó rio s am azônicos y en el m iedo a P
Los u ruguay o s ex p resan algún tem o r de ser aplastados
dos gigantes en sus fronteras. Los brasilenos form ulan ti
dos avanzados sobre la geopolítica clel continente. El ejé
brasileno, solo e n tre sus vecinos, posee u n a tradición inti
tual de discutir la posible ex p an sió n territo rial, que se ori

71 Hago dicha comparación sobre la base de mi familiaridad con dichas pi


ciones y conversaciones con historiadores militares de dichos países.
72 Sin duda, existen excepciones. Por ejemplo, Chile le ofreció a los in
instalaciones de comunicación durante la guerra de las Malvinas y Bra
manera explícita, nflrmó su compromiso con la estabilidad política en
guay y su volunlad de inlcrvenir para preservaria.
en las anim osidades coloniales de E spana y P ortugal7'. Sin em ­
bargo, estos ejércitos no se caracterizan p o r u n a proclividad
intelectual hacia la g u erra.

Pareciera que la g u erra no se considera u n a opción viable y


obvia en el análisis estratégico. De nuevo, este hecho no niega
que los militares se interesan p o r sus vecinos y buscan p ro teg er
las fronteras. W alter Little inform a sobre varias preocupaciones
militares en torno a las fronteras y las regiones fronterizas en la
década de 198074. Sin em bargo, n in g u n a de estas preocupacio­
nes, con excepción dei conflicto en tre P erú y Ecuador, finalizo
en guerra. Este p an o ram a concuerda con la im agen b rin d ad a
p o r m edio de otras fuentes militares. U na reciente publicación
de m oda dei M inistério de Defensa chileno en u m era la siguien-
te lista de “objetivos de defensa nacional”75:

• C onservar la in d e p en d en cia y soberania dei país.


• M an ten er la in teg rid ad dei te rrito rio chileno.
• C o n trib u ir a la preservación dei o rd e n institucional y dei
Estado de derecho.
• C onservar y p ro m o v er la id en tid ad histórica y cultural.
• C rear las condiciones de seg u rid ad e x te rn a necesarias p a ra
el b ien estar de la nación.

• C o n trib u ir al d esarrollo dei p o d e r nacional (ese que sopor-


ta la capacidad de la nación p ara ex p re sa r su voluntad).
• F ortalecer el com prom iso ciu d ad an o con la defensa.
• A poyar la posición internacional d e Chile.
• C oadyuvar al m an ten im ien to y fom ento de la seg u rid ad y
paz internacional de conform idad con el interés nacional.

Dos aspectos de esta lista son dignos de m ención: p rim ero , el


p ap el clave que d esem p en an los aspectos in tern o s en la defi-

73 Kelly, Checkerboards and Shatterbelts, 53-54, 84-134.


74 Little, “International Conflict in Latin America”, 598 No. 22.
75 Ministério de Defensa, Libro de La Defensa Nacional, 29.
iiición dei papel de las l uei /as A rm adas; segundo, la aus
ria de sentim ienlos belicosos. Este aspecto está aú n más cl:
en u na sección ded icad a a la g u e rra y a la crisis en la qu<
discusión se m an tien e sobre u n a base p u ra m e n te abstrai
sin indicios de d ó n d e se p u d ie ra o p u e d a orig in ar u n a fue
de p o d e r ex tern a. La sección d ed icad a al resto dei contine
liace hincapié en u n sistem a de “confianza m u tu a ” p o r m e
dei cual las naciones h an institucionalizado u n proceso d
nado p a ra dism in u ir las am enazas percibidas. Con respecl
los países vecinos, el docu m en to enfatiza en la p o stu ra dei
siva de Chile y la im p o rtân cia de los pasos recientes haci.
integración. Incluso cu an d o se refiere a las zonas de front
con u n alto p o te n cial económ ico, p e ro con u n a densic
poblacional baja, el énfasis está en el desarrollo económ ico
tencial e incluso en la integración pacífica de las poblacio
inm igrantes y no en la construcción de u n a p a re d militt
Este énfasis en la “conquista in te rn a ” de las zonas perifér
revisa las discusiones geográficas en el co n tin en te al igual i
las preocupaciones con las “fro n teras in tern as”.

De nuevo, la m en te m ilitar profesional a p are n tem e n te no


licosa es u n aspecto im p o rtan te, de hecho, vital en la expl
ción de la paz pro lo n g ad a. La g u e rra no figuraba en el m<
estratégico. N o fue u n a de las p rim eras opciones discuti«
Incluso p u d o h ab er sido difícil im aginaria com o u n result
de las políticas y dicha im posibilidad conceptual p u ed e ir i
allá al explicar la paz p ro lo n g ad a77.

7li Ministério de Defensa, Libro de la Defensa Nacional, 116.


77 La lectura de militares expertos apoya el punto de vista militar de la situa
De acuerdo con el Instituto de Estúdios Estratégicos Internacionales, “El
cipal reto que enfrentan las fuerzas de seguridad en el Caribe y Latinoam
sigue siendo los grupos guerrilleros, pero con una agenda menos ideot
y más ligada al crimen organizado y al tráfico de drogas. Las disputas i
Estados son pocas y probablemente no provoquen más que escaramuzas <
fronteras e inmigración ilegal” (Instituto Internacional de Estúdios Estr;
cos, sitio web http://www.isn.ethz.ch/iiss/mbio.htm). En una discusión sobi
guridad en América durante una conferencia coauspiciada por el comanc
en jefe dei Ejército de EL. UU., casi no se menciona el conflicto internac
Por o tra p arte, el p u n to central co n tem p o rân eo sobre las
am enazas in tern as es u n a reflexión de u n m iedo histórico que
afirm a que la am enaza real a la seg u rid ad yace en el in terio r
de sus pro p ias fro n teras. Al igual q u e h a n senalado m uchos
otros, el ejército latinoam ericano siem pre se h a considerado a
sí m ism o cualificado y necesario p a ra d efen d e r la esencia dei
E stado-nación d e cualquier am enaza, ex tra n je ra o in te rn a 78.
La natu raleza real de dicha am enaza siem pre ha sido am bigua
y flexible, p ero el p ap el dei ejército com o u n a fuerza policial
in te rn a ha sido u n a constante.

N acionalism o público

Los regím enes, dem ocráticos o au toritários, necesitan algún


elem ento de apoyo antes de involucrarse en la g u erra. Las
actitudes p o p u lares p u e d e n ser tan críticas e im p o rtan tes
com o p u e d e n ser las proclividades m ilitares p ara establecer
la probabilidad de conflicto. iE n qué m ed id a h an ap re n d id o
las poblaciones latinoam ericanas a o d iar a sus vecinos? iE n
qué m ed id a están p re p a ra d a s p a ra asesinarlos o m o rir en el
intento? iE xiste u n reservorio de belicosidad público que los
regím enes p u e d a n ap ro v ech ar p a ra lan zar acciones agresivas?

La p rim e ra fu en te posible p a ra u n análisis sistémico de dichas


actitudes serían las encuestas de o p in ió n pública. In fo rtu n a-
d am en te, existe poca inform ación acerca de cóm o los ciuda-
danos d e cada país se sienten con respecto a los otros y no
existe n in g ú n in stru m en to que use el m ism o m étodo en d iv er­
sas locaciones79. L a ausência de dicha inform ación su g eriria
que los asuntos intraco n tin en tales, am istosos o no, no cons-
tituyen u n factor significativo en la m ayoría de las políticas

a pesar del tema constante del control interno (Mainwaring, “Security and
Civil-Military Relations in the New World Disorder”).
78 Loveman y Davies, The Politics o f Antipolitics; Stepan, Military in Politics; Nunn,
Yesterday's Soldiers; Potash, Army and Politics, 1945-1962.
79 Con base en el analisis de encuestas disponibles en Roper Archive y en publica-
ciones como Polling the Nations.
dom ésticas. N inguiia pohlación latinoam ericana e n u m eró
aspecto de la política e x lra n jera cu and o se le p re g u n tó (
n o m b rara el p ro b lem a más significativo que en fren tab an
respectivos países80. T am bién p u ed e ser igualm ente u n ind
de la ausência sim ilar de p reg u n ta s en to rn o al nacionalis
o patriotism o. U na encuesta reciente le pidió a los encue
dos que n o m b ra ra n u n país que co n sid eraran com o el mc
am igo su nación. Si bien algunas respuestas com unes no í
p ren d ie ro n , sí lo hicieron las actitudes positivas hacia Esta
Unidos. La ausência casi total d e otros países latinoam erica
de la lista fue u n aspecto aú n más im p o rtan te81. Al anali
las respuestas a las p reg u n tas acerca de países latin o am er
nos en particular, observam os q u e varias de las parejas h(
les esperadas no p arecían te n e r u n a g ran carga de antipf
U na p re g u n ta sim ilar en to rn o a los niveles de confianza cc
critérios p a ra los aliados económ icos revela el m ism o patr
Los encuestados en casi todos los países m u estran sentimí
tos positivos de confianza en otros países latinoam ericano:
asuntos económ icos. In fo rtu n ad a m en te , no contam os con
conjunto paralelo de respuestas a las p reg u n ta s en tora
enem igos o desconfianza. O tro in d icad o r de la opinión
blica es el rechazo dei co n tin en te hacia la ca rre ra arm am
tista. En 1998 dos terceras p artes de las p ersonas encuesta
estuvieron en co n tra de la venta de arm as de alta tecnok
p o r p a rte de Estados U nidos a cualquier país en L atinoa
rica82. Si bien dicha evidencia no es u n in d icad o r perfecto
senala n in g ú n antagonism o p o p u la r m arcado o jingoísm o
excepciones se senalarán más adelante. La apatia m u tu a t
elem ento que caracteriza los p u n to s de vista dei co n tin en t

80 Encuesta efectuada por Wall Street Journal, resenada en Polling the Na


No. 4698.
81 Encuesta efectuada por Latinoharometer, resenada en Polling the Na
No. 205.
82 Encuesta efectuada por Wall Street Journal, resenada en Polling the Na
No. 6220.
A nte la ausência de infòrm ación de opin ió n pública sistem á­
tica, se h an utilizado los periódicos com o el reílejo de dicha
opinió n pública, au n q u e existen m uchos limites obvios p ara
tal estrategia. P rim ero, los periódicos reflejan sus p ro p ias p o ­
líticas editoriales m ucho más que el sentim iento popular. Se­
g u n d o , se p reo cu p a n a m e n u d o más p o r las opiniones de la
élite que p o r los p u n to s de vista de las masas. Tercero, son
usu alm en te voces p a ra el rég im en y p u e d e n apoyar u n a línea
patriótica más fu erte de la que p u e d e sentir de hecho la mayo-
ría. No obstante, sirven com o espejo, au n q u e im perfecto, p a ra
el ethos nacionalista de los países p ertin en te s83.

El hallazgo más significativo seleccionado a p a rtir de esta lec-


tu ra de periódicos es la ausência g en eral y casi universal de u n
sentim iento nacionalista ex p resad o en térm inos Estado-cén-
tricos. Es decir, au n q u e existen algunos ejem plos claros de
com petência e n tre países reflejados en los discursos, actitudes
públicas y festividades, no están m arcados p o r la ex p resió n
de odio nacionalista. L a única excepción que p u d e e n co n trar
fue en el caso dei conflicto e n tre Perú y E cu ad o r (ver m ás ade-
lante)84. Lo an te rio r no niega las actitudes racistas o caracte-
rizaciones poco halagadoras de otras naciones. Casi todos los
países latinoam ericanos cu en tan chistes argentinos y tien en
com entários racistas acerca de los bolivianos y paraguayos que
ab u n d a n en el C ono Sur. Sin em bargo, diria que ra ra vez to-

83 Utilicé los siguientes documentos: La Prema (Buenos Aires), 0 Estado de São


Paulo (São Paulo), La Tribuna (Asuncion), El Telégrafo (Quito), El Mercúrio
(Santiago), El Comercio (Lima), El Dia (Bogotá), Marcha (Montevideo), Excelsior
(Ciudad de México). En gran medida la selección fue determinada por la dis-
ponibilidad de archivos de periódicos. Para cada país escogí una serie de fies­
tas nacionales durante las que uno esperaria el mayor sentimiento nacionalista
público. Fueron verificadas en intervalos de cinco anos que comenzaban con
el primer artículo disponible. Aumenté dichos artículos con el cubrimiento de
momentos de crisis en la historia de los países pertinentes.
84 Podemos también incluir la propaganda racista en Paraguay durante la gue­
rra de la Triple Alianza; no obstante, este hecho parece tener poca importân­
cia contemporânea.
man la form a de "los bolivianos d eb en ser elim inados” o “m
a los chilenos anlcs (|iie te m aten a ti”, y así sucesivam ente.

El análisis revela varias tendencias. Prim ero, existe u n a m


ción constante de otros países latinoam ericanos como “repú
cas herm anas” o el uso de u n lenguaje similar, que sugiere
considerable contacto diplom ático y entre regím enes. El co
nente es considerado u n a com unidad más g rande p o r enci
dei Estado-nación. U na expresión de lo an terio r es el hei
de com partir héroes y la tradición de en treg ar a ciudades
otros países estatuas conm em orativas de u n o u o tro héroe.
subelem ento im portante es re c u rrir a repúblicas latinoam er
nas como cogarantes de los tratados y acuerdos sobre fronte
y así sucesivam ente. Existe, en general, algún resentim ie
al respecto p o r el país “p e rd e d o r”; p o r ejem plo, las quejas
Ecuador relativas al Protocolo de Rio de 1942. No obstante
m antiene u n a b u en a disposición, digna de m ención, de acej
dicha introm isión. Las celebraciones de u n id ad pancontinei
son especialm ente fuertes en dias de in d ependencia o celel
ciones de pad res fundadores que, p o r lo general, hacen hir
pié en los hechos com unes de los países establecidos p o r el
Estas celebraciones y conferencias usualm ente incluyen exc
migos; p o r ejem plo, Perú participa en las festividades boi
l ianas en Ecuador. Al igual que en el caso con los m onum ei
descritos en el capítulo 4, las celebraciones más im portantes
las guerras independentistas, no los conflictos en tre Estado:

El cubrim iento d e las festividades nacionales, incluso en


siglos X IX y XX, es relativam ente lim itado. “Estos dias se
ducen a sim ples dias festivos, a simples dias de descanso. I
debe ser lo q u e significa el 14 de ju lio p ara Francia, o el ü
mayo en Espana. T ristem ente, es solam ente u n festivo ofi
y la gente no se re ú n e p a ra celeb rad o ”85. Q uince anos <
pués, u n perio d ista brasileno senaló que en u n m om entc
que los países eu ro p eo s evocasen a sus gran d es figuras d<

0 Estado de São 1'niiln, scpticmbiv 7, 1899.


pasado “seria b u en o rec o rd a r algunos de los n u estro s”86. El
concepto de los m om entos históricos es tam bién m ucho más
problem ático. En 1887 u n periódico p o d ia hacer com paracio-
nes negativas e n tre la in d ep en d en cia brasilena y la de Estados
U nidos, con el efecto de que en Estados U nidos “la libertad
fue p lan tad a con la sangre de los p atrio tas”, m ientras que en
Brasil se estableció u n a m o n arq u ia87. Lo an terio r refleja de
form a clara el sentim iento republicano antes dei fin de la m o­
narquia. El aspecto clave aqui es que u n a fecha n o rm alm en te
sacrosanta es problem atizada. De igual m an era, la celebración
de las festividades d e T irad en tes en Brasil se abolió y se res-
tituyó d ep en d ien d o de qué tanto se aju stara al perfil político
dei régim en. Incluso cu an d o los m om entos p a ra conm em o-
ra r no están m uy lejos, la celebración parece apagada, com o
sucedió con el p ap el de la fuerza ex p ed icio n ária brasilena en
la S eg u n d a G u erra M undial. Incluso en 1945 parece que no
hubo suficiente esfuerzo p a ra glorificar dicho m om ento.

Estas celebraciones q u e efectivam ente existen no involucran,


en general, a las m asas p e ro son visibles en m om entos en los
que la élite u rb an a p u e d e d em o strar su patriotism o. T am bién
podríam o s percibir u n resen tim ien to p o p u la r p o r el serv id o
m ilitar obligatorio o la p ro p a g a n d a política: “Estam os hartos
de que nos digan lo que tenem os que hacer: la p atria, dei h e ­
roísm o, de los colores nacionales... no tiene sentido”88.

La victoria en las g u erras no siem pre se celebra. Por ejem plo,


en Brasil y A rgentina existe u n silencio im p o rtan te acerca de
la T riple Alianza. U n periódico afirm a: “[la g u erra] in te rru m -
pió u n a vez más la m arch a reg u la r dei p ro g reso nacional”89.
En n in g u n o de estos países se celebran las fechas de las g ra n ­
des batallas. Sin em bargo, Paraguay le p resta g ran atención
a la “épica nacional” y a López, en particular, después de las

86 O Estado de São Paulo, septiembre 7, 1914, 7.


87 O Estado de São Paulo, abril 21, 1887, 1-2.
88 Marcha, agosto 23, 1940, 5.
89 O Estado de São Paulo, septiembre 7, 1913, 7.
g uerras del Cliaeo. i n esc eiitonces, el P anteón de H éroe:
eonvirtió eu el silio de relebraciones dei heroísm o de Lóp
de patriotism o y de h o n o res a los sacrifícios de “los caídt
No obstante, incluso en Paraguay, los exenem igos p u ed en
lablecer buenas relaciones. U n escritor que inform o acerca
una celebración de in d ep en d en cia parag u ay a observo un c
(el que se celebraba en la em bajada brasilena en Asunció
la que asistieron m iem bros dei G obierno y de las Fuerzas
madas, al tiem po que Bolivia celebraba u n a fiesta sim ilar p
co nm em orar el fin de la g u e rra dei C haco90.

En general, la política ex tra n je ra está ausente com o aspt


político central. Es com ún leer discursos en fechas patrióti
im portantes que no hacen referencia a asuntos ex tern o s (
hacen de form a m uy general. Los posibles conflictos son,
lo general, débiles. Por ejem plo, al m enos dei lado colombi;
las diferencias fronterizas con V enezuela no se m encionan
formas p articu larm en te nacionalistas. Algunos conflictos e
tivam ente reciben atención. Por ejemplo, encontram os evider
de tensiones e n tre A rg en tin a y Chile que d atan de inicios
siglo XX. Existe u n a discusión im p o rtan te acerca de la P;
gonia, p e ro la retórica gira, en g ran m edida, en to rn o al ca
de Beagle y los hielos continentales. La p rim era década
siglo XX y la de 1970 re p re se n ta n los m om entos álgidos
dicha tension. No obstante, n in g ú n país parece involucrt
en d em onizar al otro, y las referencias giran en to rn o a Cl
y A rgentina y, ra ra vez, a los chilenos o los argentinos,
ejem plo, encontram os algún lenguaje hiperbólico: “La ces
de las islas australes a C hile te n d rá el significado de u n a c
lealtad p a ra la nación arg en tin a, d e u n a traición a su hi:
ria”91. El conflicto sobre el canal d e Beagle fue especialm e
problem ático y req u irió la in terv en ció n de El Vaticano. El
p ren sa chilen a ap arece u n a discusión frecu en te sobre la
p o rtan cia fu n d a m e n ta l dei canal de B eagle y su p ap el cl

!l" La Tribuna, mayo l(i, 1945, 2; y junio 13, 1945, 2.


111 Almirante Rojas, <le Argentina, l,a Prensa, enero 4, 1984, 3.
en la reclam ación d e la A n tártid a. T am bién en co n tram o s u n
conflicto sobre “la la g u n a dei D esierto ”. Existe un reg istro
bien d o cu m en tad o sobre la dem en cia nacional que acom pa-
nó el an u n cio de q u e las fuerzas arg en tin as hab ían o cu p ad o
las M alvinas. Este h ech o fue seguido p o r m u estras de anglo-
fobia e n u n país que hasta hacia poco se en orgullecía de “lo
ingleses que e ra n ”. Incluso no se escatim ó en m o n u m en to s
e íconos nacionales. N o obstante, a p esar de la d e rro ta y el
te rrib le costo q u e pagó A rgentina, el od io p o p u la r hacia lo
b ritânico se disipó casi in m ed iatam e n te d esp u és del fin de
las hostilidades y, en g ra n m edid a, pasó a los m ilitares, que
h ab ían inicialm ente cread o tan ab su rd a situación92.

Por ejem plo, el triân g u lo de Chile, Perú y Bolivia tuvo m o­


m entos de tension hacia m ediados de la década de 1920. El
lenguaje en este caso gira, p o r lo general, en to rn o a la injus-
ticia de la conquista chilena; Perú, m olesto p o r la p é rd id a de
Arica y de Tacna, esta últim a p o sterio rm en te recu p erad a; y
Bolivia, p o r la p é rd id a del acceso al mar. A finales de la década
de 1970 hubo u n au m ento en las hostilidades de la “G u erra
Fria” en tre Perú y Chile. En parte, fue un reflejo dei uso p o r
los m ilitares peru an o s dei aniversario de la construcción de las
Fuerzas A rm adas, de tem ores p o r p arte de los chilenos de que
Velasco usara el aniversario p ara fortalecer su régim en. Los
em bajadores fueron enviados a casa y Perú ejecutó a u n funcio­
nário no com isionado acusado de traición93. Bolivia y Perú tam ­
bién se m antuvieron tensos d u ran te dicho periodo. A lo largo
del siglo XX Bolivia ha expresado su continua frustración p o r
carecer de u n a salida al mar, situación que ha establecido com o

92 La ausência de dicho odio tomó formas sorprendentes. Mientras vivi en Bue­


nos Aires nunca senti ninguna tensión cuando la gente en la calle o en el
bus escuchaba por casualidad a mi familia hablar en inglês. En un quiosco
compré algunos soldados de juguete para mi hijo que no solamente llevaban
uniformes britânicos, sino que además incluían una bandera dei Reino Unido.
Mientras mi hijo jugaba con estos juguetes en una arenera, ningún nino hizo
comentários acerca de la obvia nacionalidad de los soldados; solamente pre-
guntaban qué incluía el juego.
93 El Mercúrio, enero 20, 1979, 1.
“el principal objetivo de la na< ión”94. En la década de 1970 In
un ascenso dei interés po p u lar y de la protesta pública, inclu
una “m archa al m a r” de varios grupos de m ujeres boliviana

En térm inos de liturgia nacionalista (ver capítulo 4), Chile


lebra d e m a n era activa la batalla de Yungay, que provoct
d e rro ta de la C onfederación Peruano-B oliviana en 1839
símbolo central aq u i es el m o n u m en to al Roto chileno, une
los m uy pocos m o n u m en to s q u e co n m em o ra la valentia de
soldados com unes y, p o r supuesto, el m artirio. Existe prec
pación generalizada en Chile acerca de la acum ulación cle
mas peru an as, en particular, con la m ayor población de P
y la capacidad de reclu tar u n ejército m ucho más g ra n d e 95,
obstante, tam bién existe conciencia sobre el costo de la g u t
y u na esperanza, a m e n u d o ex p resad a, de que no o cu rrirí
nuevo96. Tam bién existe reconocim iento m u tu o de los hér
de cada país. Por ejem plo, los m edios chilenos constantem
te elogian al h éro e p e ru a n o G rau, tal com o se observa ei
celebración g en eral dei m artirio de A rtu ro P rat en Iquic
símbolo central de la conm em oración de la g u e rra dei Pa
co. Dos aspectos nos in teresan aqui: el énfasis en el m art
y el deseo de reconocer el heroísm o de la o tra p a rte 97. í
Perú, los m ártires son G rau y Bolognesi, cuya frase “Te:
deberes sagrados y los cum pliré hasta q u em ar el últim o ca
cho” se ensena a todo nino estu d ian te en Perú.
En el conflicto e n tre P erú y E cuador vem os quizá el caso i
am plio e intensivo de participación popular. Por ejem plo
febrero de 1995 aparecían inform es en todos los perio d
continentales de “fervor belicoso” y m anifestaciones po
lares. Incluso el relativam ente lim itado conflicto de 199Í
describe com o u n a batalla apocalíptica. N o obstante, al

94 Presidente Paz Estensoro, El Comercio, agosto 7, 1963, 7.


05 El Mercúrio, enero 21, 1915, 3.
96 El Mercúrio, septiembre 20, 1929, 3.
97 “[L]as glorias de Iquique, que cubrieron por igual a peruanos y chileno
aquel entonces en luclia fratricida”, El Mercúrio, mayo 21, 1969, 2.
nos en el lado ecuatoriano, antes de 1941 podíam os en c o n tra r
expresiones de esp eran za en llegar a u n acu erd o en to rn o a
la disp u ta fro n teriza.98 En 1940 se p o d ían evidenciar u n aire
m arcial más claro y reivindicaciones de defensa dei te rrito rio
nacional, p ero aú n sin el tipo de lenguaje racial observado, en
general, en otros conflictos. Sin em bargo, la co ntinua m ención
p a rte dei hecho de que E cuador y Perú co m p arten tan ta “his­
toria y san g re”99.

Incluso cuando se convoca a la conform ación dei ejército en


respuesta a la crisis p eru an a, el énfasis está en usarlo p ara apo-
yar el desarrollo de la fro n tera y no p ara elim inar al enem igo.
El énfasis en los discursos conm em orativos no gira en to rn o a
la p ostu ra marcial, sino en torno a la necesidad de p erseguir
esfuerzos diplomáticos. Solo después de unos pocos anos poste­
riores a la g u erra el presid en te p eru an o p u d o visitar la fro n tera
y ser aplaudido p o r ciudadanos ecuatorianos100.

N o obstante, este es u n o de los pocos ejem plos en los cuales


la discusión de la g u e rra u n e “al p u eb lo ” y p ro m u ev e u n a
charla sobre u n a nación en arm as101. En la década de 1930
los ciudadanos ricos en E cuador ofrecieron joyas p a ra p ag ar
las arm as que d efen d e rían su te rrito rio 102. En ju lio de 1941 se
p re se n ta ro n m archas estudiantiles en am bas capitales de apo-
yo a la g u e rra y el p resid en te ecu ato rian o anuncio: “H ay u n
soldado, u n h éro e en cada ecu ato rian o ”103. Los aniversários
dei Protocolo de Rio, p o r lo g en eral desfavorables a E cuador
y considerados “u n a m utilación atroz dei territo rio nacional”,
se celebran con m anifestaciones p o p u lares que incluyen m a r­
chas estudiantiles en Q u ito 104. Las críticas a la ju n ta m ilitar en

98 Presidente Isidro Ayora, El Telégrafo, agosto 11, 1930, 3.


99 El Telégrafo, agosto 10, 1940, 15; agosto 11, 8-10.
io° e i Tiempo, diciembre 18, 1944.
101 El Telégrafo, enero 29, 1945, 1.
102 El Comercio, junio 8, 1938, 9.
105 El Comercio, julio 8, 1941, 3.
104 El Telégrafo, enero 30, 1945, 3; enero 29, 1950, 1.
las décadas dc I *.)(>() y l (,)70 se basaban, en general, en el
puesto costo de los gobiernos m ilitares sobre las o p o rtu n i
des de que E cu ad o r pudiese reclam ar el territo rio p erd id t
Tam bién encontram os el uso, quizá único y sobresaliente,
chovinism o peyorativo, en particular, dei lado p eru an o ,
periódicos p o p u lares en Perú (El Chivo, Ajá) se refieren a
ecuatorianos com o “m onos” y los artículos acerca de Ecua
m uestran fotografias de gorilas y otros simios106.

iQ u é nos indican estos relatos de p ren sa acerca de la gut


en Latinoam érica? En general, cu an d o se celebran las ^
rras, la liturgia es la misma: p rim ero , el enem igo tenía i
gran su p erio rid a d n u m é rica107 y el ejército nacional est
evidentem en te d esam p arad o ; segundo, las fuerzas nacion
dem ostraban valentia, h o n o r y d ig nidad, y así sucesivam t
(no obstante, el enem igo no es dem onizado y se p u ed en
c o n tra r características sim ilares en ellos). Pero debido al <
equilibrio en los recursos, las fuerzas nacionales no pu d ie
triunfar, hech o que p ro d u jo m ártires. Incluso p a ra las gue
que se ganan, se co n m em o ra a los m ártires; cu an d o surgen
plicas em ocionales son, p o r lo general, p a ra e x p resar tris
p o r la p é rd id a de dichos héroes. N o se e n cu e n tra u n a celel
ción de “la belleza de la g u e rra ” y, sobre todo, la poblaciétr
está ad o ctrin ad a en u n culto a la g u erra. Sin d u d a, no ve
n ad a parecido a la cu ltu ra racial que se observa en casi tc
las luchas eu ro p eas y n o rteam erican as a p a rtir dei siglo X

105 El Telégrafo, diciembre 17, 1965.


11,6 La otra referencia abierta de carácter racista que he visto proviene d e i ;
paraguayo sobre soldados brasilenos durante la guerra de la Triple Ali
Los periódicos y los ataques enfatizaban constantemente en soldados nt
utilizando una variedad de insultos (Williams, Rise and Fall).
107 Este hecho es particularmente evidente en comparaciones de versiones p
nas y chilenas de la guerra dei Pacífico, dado que ambos lados reclaman '
tenido embarcarioncs decrépitas, mientras que el enem igo estaba armad
modernos acora/.ados.
Definición de enemigo

En el capítulo 4 sostengo que la m ayoría de países latinoam e-


ricanos h an carecido de identificación de un enem igo ex tern o
que p ro m u ev a el d esarrollo y solidificación de u n a id en tid ad
nacional. En cuanto a las élites estatales, la m ayor am enaza a
su p o d e r no ha p ro v en id o de u n a élite en fren tad a a lo largo
de u n a fro n tera, sino de las masas que están p o r debajo. En
cierta form a, la orientación in tern a de la g u e rra en los m ilita­
res es parcialm ente u n p ro d u cto de dicha división étnica. El
enem igo de “la p a tria ” se percibía no com o la nación vecina,
sino com o aquellos en el in terio r de la población que am e-
nazaban el statu quo social y económ ico. Dicha p ercepción es
especialm ente p e rtin e n te en países con poblaciones indígenas
significativas. Es im p o rtan te rec o rd a r que la delim itación de
“g u e rra étnica” dei co n tin en te o cu rrió antes de la form ación
dei Estado. La C onquista y sus resultados d ejaro n divisiones
más p ro fu n d as e n tre los países que alg u n a vez p u d ie ro n de-
sarrollarse e n tre sí. Sin d u d a, en el caso de G uatem ala y quizá
P erú, las am enazas ideológicas y de raza y clase se considera-
b an claram ente relacionadas e n tre sí. En consecuencia, la paz
ex te rn a fue co m p rad a con divisiones y odio in tern o . Dicho de
m a n era simple, cada ejército nacional se m antuvo dem asiado
ocup ad o asesinando a sus propios cam pesinos con el fin de
m olestar a alguien más. Por o tra p arte, la ausência d e g u erras
tam bién d em o ró la in tegración nacional.

La au sência de u n discurso elab o rad o de odios in tern acio -


nales tien e su c o n tra p a rte inversa en la histo ria de las g u e ­
rra s dom ésticas o in tern as. Los ejem plos incluyen el llam ado
rosista literal a m a ta r a los unitário s, e n A rgentina; el odio
a rra ig a d o en M éxico d u ra n te las diversas g u e rra s civiles e n ­
tre liberales y co n serv ad o res, q u e culm inó con las severas
políticas de la g u e rra co n tra Francia; la tre m e n d a violência
de la R evolución m exicana; el nivel de an im o sid ad en la lu-
cha c o n tra el clericalism o en Chile; y quizá la de m ás e x ­
tre m a b ru ta lid a d , la V iolência en C olom bia. En cada caso
los públicos y c j i T ( M o s p ertin en te s a p re n d ie ro n a o d ia r
o p o n en tes y a co n sid era d o s am enazas al d estin o naci
En la L atin o am érica co n tem p o rân ea , la violência infl
sobre las víctim as de las g u e rra s sucias no se p u e d e exp
con u n a sim ple so b re rre p re se n ta c ió n de psicópatas, sinc
debe c o n sid era r u n a atm o sfera de te rr o r e ideologia r
queísta. C u an d o co m p aram o s la ex ten sió n asociada de
una de estas luchas con el nivel de discurso dirig id o
enem igos in tern acio n ales, la dirección dei odio en el c
n en te se aclara p o r com pleto.

En resum en , observam os pocos elem entos d e la base cul


lista p a ra u n cred o de g u erra, ya sea si lo analizam os c
el p u n to de vista de los m ilitares profesionales o desde 1:
blación en general. Las sociedades latinoam ericanas no
sido en tre n ad as p a ra p elear e n tre sí y a ver en cada guei
expresión fu n d am en tal de su patriotism o. A hora d iscu tir
la capacidad institucional de los Estados p ara librar g u er

Limites m ateriales

Al explicar la paz latinoam ericana, necesitam os cuestion


suposición de que todos los Estados tienen capacidad pt
g u erra. S inger y Small h an ex p lo rad o la im p o rtân cia >
“capacidad m ilitar” y en co n trad o u n a fu erte correlación <
el p o d e r político y económ ico y u n com p o rtam ien to b<
so.108 La g u e rra necesita de com petência organizacional b
y acceso a los recursos que solam ente tien en ciertos Est:
Desde este p u n to de vista, L atinoam érica ha estado er
debido a que los Estados en la reg ió n n u n ca d esarro llar
capacidad política de sostener g u erras p rolongadas. Sin
dos, no hay guerras.

El grad o de violência in tern acio n al que co n tin ú a dom in


a L atinoam érica es u n a causa y u n in d icad o r de la rei

108 Singer y Small, Re.sort Iti / Irrns.


incapacidad de dichos Estados p ara lu ch ar e n tre sí. De nue-
vo, algunos elem entos aqui reflejan la definición de enem igo
in tern o descrita an terio rm en te. No obstante, tam bién sosten-
d ría que la b ú sq u ed a de u n a am enaza in te rn a tenía que ver
con la necesidad de los m ilitares de defin ir u n a m isión que
p u d ie ra n m anejar. Ya sea que hablem os de u n a g u e rra racista
en G uatem ala o de las desapariciones en A rgentina, las d e ­
m andas organizacionales y logísticas asignadas a los ejércitos
p ertin en tes p alidecerían en com paración con lo que se hu-
biese necesitado p a ra u n a g u e rra ex tern a. Al en fren tarse con
las restricciones m ateriales y la sospecha ya d irigida sobre la
m asa de la población, los m ilitares d efin iero n u n a misión con
la que se sintieran cóm odos y, de la m ism a m anera, sintieran
que p o d ría n afrontar.

Puesto que los Estados ten ían m ucha m enos capacidad m ilitar
en el siglo XIX, icóm o explicam os la frecuencia d e la g u e rra
d u ra n te dicho período? Lo que h a cam biado es la form a de la
gu erra. El tipo de conflicto in tern acio n al en el que se involu-
craro n los Estados d u ra n te la m ayor p a rte dei siglo X IX no r e ­
q u eria u n a g ran sofisticación logística. Incluso las operaciones
lim itadas inm ersas en las “g ran d es” g u erras desde 1860 hasta
1880 g rav aro n fu ertem en te a los gobiernos co rresp o n d ien tes.
Sin em bargo, en el siglo XX las luchas internacionales lim ita­
das se habían vuelto m ucho más diíiciles de m anejar. Los costos
de “inicio” de la g u e rra h an au m en tad o considerablem ente,
m ientras que la capacidad de dichos Estados d e realizarias no
lo h a hecho. Dicha perspectiva ayuda a explicar p o r q u é Pa-
raguay y Bolivia, los dos países más pobres dei co n tinente,
libraron la g u e rra más larga dei siglo XX. En m uchas form as,
la g u e rra dei Chaco se libró com o u n a lucha dei siglo X IX y
no incluyó la costosa y com plicada m aq u in aria de la g u e rra
m o d ern a. El o tro conflicto im p o rtan te e n tre Perú y E cuador
se h a librado con eq u ip o m o d ern o . N o obstante, u n a de sus
consecuencias es que las disputas actuales h an sido e x tre m a ­
d am en te cortas, en p arte, debido a que las capacidades m ilita­
res de los beligerantes se acabaron ráp id am en te.
Pago por la guerra

1’o d ríam o s e m p e /a r con u n a m e d id a a p ro x im a d a de la ■


pacid ad dei E stado p a ra in v o lu crarse en la g u e rra , tei
d iscutido en el cap ítu lo an terio r. A p e sa r de la rep u ta ci
de los E stados la tin o am erica n o s de ser d o m in a n te s c
respecto a los sistem as económ icos, no h a n g rav ad o a í
poblaciones e n niveles cercan o s a aquellos d e E u ro p a oc
d en tal y E stados U nidos. Si co n sid eram o s q u e la capacid
p ara g ra v a r es ta m b ién re p re s e n ta tiv a de la cap acid ad
un E stado p a ra p e n e tr a r e in tp o n e r su v o lu n tad sobre la
ciedad, la p o sib ilid ad de q u e u n E stado la tin o am erica n o
capaz d e im p o n e r m ed id as d ra c o n ia n a s es b astan te limit;
(ver cap ítu lo 3). Los ejem p lo s c o n te m p o râ n e o s d e gue
e n tre E stados, com o el caso d e la g u e rra de las M alvinas ;
conflicto fro n te riz o e n tre E c u a d o r y P erú , sen alan q u e e
es a ú n el caso.

Puesto que tien en u n acceso lim itado a las rentas fiscales,


países latinoam ericanos p u e d e n gastar m ucho m enos er
creación dei tipo de ap arato m ilitar necesario p a ra la gue
contem porânea. Sin d u d a, en com paración con otras regioi
los países latinoam ericanos h an gastado cantidades basta
m enores en todo aspecto. E x p resar los p resu p u esto s en foi
de porcentajes dei p ro d u cto in tern o b ru to (PIB) o gastos
G obierno central (GGC) sirve p a ra co n tro lar las g ran d es d
rencias en recursos disponibles en población o capital. La f
pensión a asignar din ero s a los m ilitares es relativam ente 1
en Latinoam érica incluso si controláram os la disponibilidac
recursos. El abism o en tre el co n tin en te y otras regiones glc
les es más ex tre m o cu an d o se ex am in a en cantidades totaf
sobre u n a base p e r cápita. En este caso las com binacione;
econom ias más peq u en as y m enores preocupaciones milit;
p ro d u cen presu p u esto s m ilitares relativam ente minúsci
(ver figura 2.12).

El p atró n d u ra n te los últim os veinte anos m u estra u n a


tabilidad im p o rtan te en térm inos de la im portância rela
de los m ilitares109. O bservam os algunas fluctuaciones en los
p resup u esto s m ilitares com o u n p o rcen taje de los gastos dei
G obierno; no obstante, son ex tre m ad am en te sensibles a los
regím enes de las políticas que a u m en tan o dism inuyen el gas­
to público total. El cam bio m ás g ran d e parece ser el d escen­
so dei gasto m ilitar total en los últim os anos, con u n ascenso
om inoso a m ediados de la década de 1990 (ver figura 2.13). Si
bien es difícil m ed ir ex actam ente la correlación en tre la fo r­
m a dei rég im en y el gasto m ilitar (no obstante, los gobiernos
m ilitares p arecen favorecer a sus pro p io s sectores), hem os ob­
servado u n a p are n te descenso en la atención relativa pu esta
a los m ilitares después d e la ola dem ocrática de la d écada de
1980110. A rgentina p u e d e ser el caso más ex trem o , con u n 30%
de descenso en gastos d u ra n te la década, e incluso u n a reduc-
ción m ás drástica en el n ú m e ro de soldados, fijado en el 60%.
Incluso cu an d o los civiles h an sido constrenidos p o r u n “veto”
m ilitar institucional com o en Chile, el gasto parece h ab er dis-
m inuid o d u ra n te la d écada de 1990 com o u n p o rcen taje de
PIB y dei p resu p u esto g u b ern am en tal, a p esar de su au m en to
en térm inos absolutos111.

Existe alguna lógica en to rn o a la distribución geográfica de


los gastos de defensa. El Cono Sur, que ha padecido las riva­
lidades geopolíticas m ás intensas, ha gastado más d in e ro en
sus ejércitos respectivos, al m enos com o u n p orcentaje de su
ren d im ien to económ ico absoluto (ver figura 2.14)

109 Se presentó un aumento significativo en las décadas de 1960 y 1970 junto con
un creciente énfasis en armas de alta tecnologia y en la creación de industrias
de fabricación de armamento en el Cono Sur (Little, International Conflict in
Latin America, 598).
no Ver Looney y Fredericksen, The Effect o f Declining Military Influence on De­
fense Budgets in Latin America, para un análisis de la discrepância geográfica e
histórica.
111 Ministério de Defensa, Libro de la Defensa Nacional de Chile, 194-96.
B i ( Jaslro M ilitar/G asto dei G o b iern o ceiilral

■ G astro M ilitar/Producto In tern o B ruto

B I A ra ia d o s/p o r 1.000
Promedio 1985 -1995

Figura 2.12 Capacidad m ilitar com parativa


Fuente: Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo
Militares espresado en miles

Figura 2.13 Capacidad m ilitar latinoam ericana


Fuente: Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo
El índice se basa en la relación prom edio con respeclo al pro m ed io eonlinenlal
de G asto M ilitar/Producto Interno B ruto, G asto M ilitar/G asto dei G obierno Central,

Fuente:Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo

D ado el tam an o co m p arativ am en te p e q u e n o de las eco n o ­


m ias de los países analizados, la can tid ad de d in e ro disponi-
ble p a ra las Fuerzas A rm adas se h a m a n te n id o d rásticam en te
lim itado. Dichos ejércitos gastan a m e n u d o tres cu artas p a r ­
tes de su p re su p u e sto en p erso n al activo y p en sio n ad o , lim i­
ta n d o aú n m ás su cap acid ad de a d q u irir ap arato s m ilitares
sofisticados112. Publicaciones com o J a n e ’s A nnuals sum inistran
u n a descripción detallada dei arm am en to y tecnologia dispo-
nibles p ara los ejércitos latinoam ericanos, sin d u d a, incapaces
de lu c h a r p o r p erío d o s p ro lo n g ad o s en n in g ú n fre n te 113.
D icho d e m a n e ra sencilla, las g u e rra s cu estan d in e ro y los
ejércitos latin o am erican o s no h a n te n id o acceso a la masiva
infusión d e los recu rso s req u erid o s p a ra eq u ip arse, ex cep to
p a ra las luchas fro n terizas m ás lim itadas o labores policíacas
(ver cu a d ro 2.3).

112 Dietz y Schmitt, “Militarization in Latin America”.


113 Dicha situación se reconoció incluso en medio dei reciente “temor de guerra”
entre observadores de la relaciones en Latinoamérica (Dietz y Schmitt, “Mili­
tarization in Latin America”, 48).
Ciiacirn 9.9 ( ;.i|).K k Iík I m i l i l a r e n L a ti n o a m é r i c a , 1995

luer/as
1[clicópteros Aviones
arruadas ar 1ivais Tanques Destructores Submarinos
de combate de caza
(miles)
A rgentina 36 460 41 6 4 100
Bolivia 25 36 18 0 0 22
Brasil 195 394 72 5 7 85
C hile 52 200 54 4 4 67
( .olom bia 121 12 0 0 4 27
Kcuadnr 50 153 54' 0 '■ 2 37
Perú 85 410 59 1 8 67
V enezuela 34 261 20 0 2 62

Fuente: J ane’s Information Group, Jane’s Sentinel, South America (1996).

Las fuerzas d isp o n ib les p a ra u sa r d icho eq u ip o p reset


u n a situación p aralela. C om o se d iscu tirá en el capítul
L atin o am érica h a e m p lead o tra d ic io n a lm e n te u n p o rce
je m u ch o m e n o r d e su p o b lació n en sus ejércitos. Incl
C hile en la d éca d a de 1980, con sus fu erzas arm a d as
zan d o dei ap o y o to tal d ei G o b iern o , con u n ad v ersario
tó ric a m e n te significativo (Perú) y con u n a larg a tradi<
de proezas m ilitares, co n tó con u n ejército d e solanu
57.000 hom bres, dificilmente suficiente p ara m o n tar siqu
u n a d efen sa lim itad a dei te rrito rio nacional. Sin imj
ta r la sofisticación dei e q u ip o , la g u e rra re q u ie re hom l
(la especificidad d e g é n e ro es p a rtic u la rm e n te im p o rt;
p a ra L atin o am érica) que se p u e d a n m o v er d e n tro y to
u n te rrito rio . Los ejércitos la tin o am erica n o s sim plenu
no tie n e n los recu rso s h u m a n o s p a ra cu m p lir incluso
m isiones m ás básicas. Q u izá d e ig u al im p o rtâ n c ia , peque
p arte s d e la pob lació n , rela tiv a m e n te h a b lan d o , h an t
do ex p u e sta s a la c u ltu ra m arcial y, en co n secu en cia, |
d e ex istir m e n o r apoyo in h e re n te p a ra dichas aventu
En té rm in o s de p e rso n a l y e s tru e tu ra , ex iste d e nu ev o
co n ce n tració n g eo g ráfica d e los recu rso s. B rasil, sin ch
c u e n ta con las fu erzas a rm a d a s m ás g ran d es, p e ro dad
d ifere n cia en ta m an o , p a re c e h a b e r d ed icad o relativan
te poca aten ció n al crec im ien to m ilitar. A rg en tin a, Chi
P erú p a re c e n te n e r la cap a cid ad m ilitar m ás d e sa rro lla d a ,
h ech o q u e p u e d e ser ex p licad o p o r la p a rticip a ció n m ilitar
e n la h isto ria recien te o p o r las ten sio n es geopolíticas e n tre
dichos países y sus vecinos.

El hallazgo más im p o rtan te en este caso es que estas relativa­


m ente pequenas cantidades de recursos se trad u cen en capaci­
d ad m ilitar fu erte m en te co n stren id a114. Incluso p a ra los países
con los ejércitos m ás desarrollados, los n ú m ero s y can tid ad de
m aterial dificultarían u n a g u e rra p ro lo n g ad a, si no im posible.
La com posición de la estru ctu ra m ilitar sugiere que tien d e a
ser m enos que u n Estado clásico con rangos operativos fu e rte ­
m en te lim itados. Por ejem plo, sin excepción, las fuerzas nava-
les están disenadas p a ra p ro te g e r la costa115. A dem ás, con unas
pocas excepciones, n in g ú n país p o d ría costear el desgaste ca­
racterístico que u n o esp eraria de u n a batalla naval o aérea.

Sin em bargo, dicha situación p u e d e estar cam biando. Si bien


la regió n p erm an ece com o u n o de los m ercados de arm as más
pequen o s, el gastó au m en to en 1996 a 1.600 m illones de d ó ­
lares, su nivel más alto d esde 1991116. M ediante u n desarrollo
com ercial im p o rtan te, las políticas de venta de arm as en Es­
tados U nidos h an cam biado, lo que le p erm ite a las com pa-
nías estad o u n id en ses v en d er im p o rtan tes sistemas de arm as
convencionales a la región. O tros com petidores tam bién están
in g resan d o al m ercado. Por ejem plo, P erú y Colom bia h an
solicitado naves de com bate y helicópteros a B ielorrusia y Ru-
sia117. Las presiones p o r utilizar a los ejércitos en nuevas tareas
com o la lucha co n tra las drogas p u e d e n a c a rre a r el efecto no
esp erad o de crear u n a ca rre ra arm am en tista, p o r ejem plo,
e n tre u n Chile alarm ad o p o r el crecim iento de sus vecinos

114 Jane’s Information Group, Ja n e’s Sentinel, South America 1998.


115 Kelly, Checkerboards and Shatterbelts, 29.
116 Ver la discusión sobre la política de EE. UU. en The New York Times, julio 21,
1996, 3.
117 Instituto Internacional de Estúdios Estratégicos, sitio web http://www.isn.ethz.
ch/iiss/mblO.htm.
y u n Perú linaiu iado en p arte p o r el d in ero de la Ageri
N orteam ericana de Eucha co n tra las Drogas (DEA, p o r
siglas en inglês). Un au m en to significativo en la capacidacl
gística e institucional de los m ilitares sin la presencia de i
delineación clara de u n a m isión p o d ría g en era r u n a neo
d ad funcional de definir los conflictos potenciales fu era de
fronteras y re ta r a la p ro lo n g ad a paz. La g ran preo cu p ac
que h an ex p resad o los vecinos continentales acerca dei P
Colom bia es d ig n a de m ención.

Excepciones

En la C entroam érica de las últimas tres décadas hem os obsei


do u na m ilitarización de la sociedad y u n a intrusión, en gen<
violenta, dei Estado en la vida diaria. Sin em bargo, sostenc
que dichos casos rep resen tan desviaciones im portantes d<
norm a eu ro p ea Occidental. Q uizá más im p o rtan te es el pa
desem penado p o r Estados U nidos como financiador y org;
zador de últim o recurso. No se ha podido en co n trar evidei
en cuanto al alcance de las clases altas de G uatem ala y EI
vador, p o r ejem plo, en to rn o a la autofinanciación de la j.
tección de su posición, adem ás dei em pleo de bandas priva*
Además, las gu erras hicieron poco p o r unificar a sus países
como lo discutimos anteriorm ente. En vez de ocultar sus c
siones internas m ediante la dem onización de u n enem igo,
em peoraron. Finalm ente, no contribuyeron al bienestar eco
mico de los gobiernos o sus sociedades como u n todo. Al if.
que en otros casos, se p o d ría discutir si de hecho ayudaron a
tablecer la dom inación de u n a au to rid ad política centraliza
pero incluso esta posibilidad p o d ría ser debatible.

Q uizá la excepción más inteligente a la ten d en cia genei


zada es la C uba co n tem p o rân ea, que ha p o d id o actu ar
veces en u n teatro estratégico a miles de kilom etros de su 1
y desplegado cantidades significativas de perso n al y gran
cantidades de equipo sofisticado. No obstante, C uba es pi
sam ente la excepción que co m p ru eb a la regia, puesto qu<
logrado u n a movilización p e rm a n en te de la sociedad que r e ­
sulta ex tra n a a la tradición política latinoam ericana. Este pa-
tró n p u e d e b rin d a r la m ejor pista p a ra explicar la paz relativa
en el continente. Las g u erras totales req u ie ren la movilización
y esta, a su vez, req u iere algún g rad o d e integración y tam bién
de inclusión.

La C uba co n tem p o rân ea tam bién difiere de otros países lati-


noam ericanos en lo q u e respecta al d esarrollo de u n discurso
internacional conflictivo. Podríam os discutir que el conflic-
to con Estados U nidos está m uy en el in terio r dei proyecto
político de la Revolución cubana. “El estado p e rm a n en te de
g u e rra ” bajo el que vive Cuba, com o se evidencio cada vez
más en la década d e 1990, p u ed e tam bién ser decisivo p a ra la
preservación dei p o d e r dei Estado, p a ra la centralización de
su au to rid ad y p ara su capacidad de m ovilizar a la población.
N in g u n a de estas circunstancias im plica necesariam ente u n a
participación dem ocrática; sin d u d a, involucra la creación de
sociedades igualitarias no vistas aú n en el continente.

Condusiones

cQ ué lecciones ofrecen los casos latinoam ericanos? Diria que es


la ausência de odio creado socialmente consistente, ya sea en el
interio r dei ejército o com o u n elem ento de la cultura civil, y la
capacidad lim itada de los Estados, lo que explica de m ejor ma-
nera la paz prolongada. Estas sociedades no están ensenadas a
ir a la g u erra, ni tam poco son sociedades que h an realizado es-
fuerzos extrem os p ara facilitar la actividad militar. No h an sido
ensenadas a odiar ni h an recibido la capacidad p ara destruir.
Volvemos de nuevo a la im portância de distinguir en tre u n a
predisposición psicológica a la violência y la form a de organiza-
ción política que define y dirige dicha violência.

Precisam ente debido a la paz p ro lo n g ad a a com ienzos dei si-


glo XX la g u e rra no e ra más u n a p a rte dei vocabulário políti­
co de las poblaciones ni de sus respectivos gobiernos. En esta
atm osfera, el lipo <lc mililai ización y movilización jin g o
req u erid o p o r ia g u e rra total seria casi im posible118. Los
tados latinoam ericanos y sus poblaciones no parecen ha
tenido el apetito institucional o político forjado históricam e
para el tipo de locura organizacional d e la g u e rra m oder
La violência que h an e x p erim en tad o m uchos de estos pa
in tern am en te sugeriria que no es u n a característica culti
genérica que ay u d a a explicar la paz latinoam ericana, sino
m anifestaciones estrictam ente concretas de los p rep arati
culturales y fiscales p a ra la g u erra.

Las capacidades adm inistrativas y políticas lim itadas taml


restrin g en a los Estados latinoam ericanos de hacer la gue
Dados sus recursos y dotaciones personales, los países latii
m ericanos no h an p o d id o p erseg u ir las estratégias de la £
rra total. Este últim o p u n to p u e d e ser, en particular, digne
m ención, ya que sugeriria q u e los benefícios de los Estt
m odernos p u e d e n a ca rre ar incluso costos m ayores de los
se habían considerado.

Las form as específicas de conflicto m ilitar observadas


el continente p u e d e n ser p articu larm en te especiales e
m u n d o con tem p o rân eo , d o n d e las g u erras involucran c
vez más conflictos lim itados e n tre actores no p erten ecie
a Estados. Sus orígenes y resultados p u e d e n v ariar de ai
lios de n u estro concepto tradicional de g u e rra y req u er
la adopción de u n a nueva perspectiva. Más específicam t
la relación e n tre la a u to rid ad política com o se ha plasn
tradicionalm ente en los Estados y la violência organizada
de necesitar ser red efin id a puesto que el resto dei m une
acerca m ás al p atró n latinoam ericano.

118 Por ejemplo, observemos que a pesar de la temprana euforia que acomp
invasión argentina de las Malvinas (o Falklands), la población pronto se
dei asunto y arrplrt la derrota con extraordinaria facilidad.
Capítulo 3

Creación del Estado

La capacidad destructiva de la g u erra es en sí evidente, p


puede ser constructiva la m anera, o más exactam ente, el p
ceso de ir a la g u erra. Las necesidades de la g u erra crean op
(unidades de innovación y adaptación, y ayudan a construi
base institucional de los Estados m odernos, ya que requie
de u n grado de organización y eficiencia que solam ente pue<
ofrecer las nuevas estructuras políticas debido a que const
yen u n gran estím ulo p ara la construcción dei E stado1. Los
tados, de alguna m anera, son consecuencia de los esfuerzoí
los gobernantes p o r conseguir los m edios p ara la g u erra,
es intrinsecam ente u n fenóm eno de organización a p artir
cual surge la m aquinaria adm inistrativa dei Estado. De acue
con H intze, toda la organización dei Estado es principalmc
m ilitar p o r naturaleza, y la form a y tam ano dei Estado pue
ser incluso considerados originários dei potencial directivo
los limites de la tecnologia m ilitar2. Así, p o r ejem plo, el avt
de las form as burocráticas p u ed e ser en p arte resultado d<
crecientes exigencias de eficiencia adm inistrativa provoc;
por las necesidades de las cada vez m ayores fuerzas arm ad
el aum ento de los costos de ir a la g u e rra 3.

En térm inos de sociologia política está am p liam en te acepi


el concepto de que la g u e rra apoya el d esarrollo institi

Huntington, Political Order in Changing Societies.


Bean, “War and die Birl h o f the Nation State”.
M. S. Anderson, War and Society in Europe.
nal del Estado4. Lo an te rio r no es u n d escubrim iento reciente,
p ero refleja la im p o rtân cia que tiene la g u e rra p a ra W eber y
H intze5. Las g u erras ay u d an a co n stru ir la base institucional
del Estado m o d e rn o ya que req u ie ren de u n g rad o de orga-
nización y eficiencia q u e solam ente p u e d e n ofrecer las nuevas
estructu ras políticas. C harles Tilly h a resu m id o de la m ejor
m a n era posible dicho proceso con la siguiente afirm ación:
“Los Estados hacen las g u erras y las g u erras hacen Estados”.

La afirm ación an te rio r es, p o r lo m enos, u n consenso en el


âm bito académ ico de la ex p erien cia eu ro p ea. En dicho con­
tin en te las g u erras h a n servido com o u n m ecanism o causal
decisivo tras el crecim iento dei Estado, así el surgim iento dei
Estado eu ro p eo m o d e rn o p u e d e rem o n tarse a la Revolución
M ilitar de los siglos XVI y X V II6. D u ran te este p erío d o , tres
acontecim ientos organizacionales fu n d am en tales cam biaron
la natu raleza de la lucha m ilitar: uno, el co n tro l sobre los m é­
dios de violência cam biaron de co n tro l p riv ad o a público; dos,
el tam an o de los ejércitos au m en to considerablem ente; y tres,
su com posición se hom ogeneizo y se basó más en u n a form a
de id en tid ad nacional específica7.

4 Andreski, Military Organization and Society; Finer, “State and Nation Build­
ing in Europe”; Tilly, “Reflections”; Downing, The Military Revolution and
Political Change; Porter, War and the Rise o f the State; Ertman, Birth o f the
Leviathan.
5 Weber, General Economic History; Hintze, “Military Organization”.
6 Fuera de Europa, la Guerra Civil estadounidense brindó el mayor impetu
para la expansion del Estado y le permitió al norte reformar su agenda antes
de la guerra (Bensel, Yankee Leviathan). Karsten describe los vínculos entre
la racionalización de las fuerzas armadas en Estados Unidos y los esfuerzos or­
ganizados similares de otros sectores del Gobierno (“Militarización y raciona­
lización”). Bendix indica que el dominio efectivo de los primeros shogunatos
japoneses pueden originarse en la experiencia militar de la aristocracia (Kings
or People).
7 Finer, “State and Nation Building in Europe”; Porter, War and the Rise o f the
State; Roberts, Essays in Swedish History; Parker, T he Military Revolution;
Duffy, “Introduction a Duffy”, Military Revolution and the State; Ralston, Im ­
porting the European Army; Kaiser, Politics and War.
1,a g u e rra generrt la <onsolidación territo rial de u n Estado n
viable y más impositivo, p o r ello unicam ente los Estados q
podían reclu tar g ran d es ejércitos y garan tizar el control sol
sus propios territó rio s p o d ían p articip ar en el g ran ju eg o .
esta form a los Estados capaces de im p o n er dicho control ct
tralista p o d ían sobrevivir a la R evolución Militar, m ientras q
aquellos incapaces de hacerlo d esap areciero n , p o r ejem p
Polonia. El declive en el n ú m e ro de Estados eu ro p eo s despi
dei siglo XV (de 1.500 a 25 en 1900) es u n in d icad o r claro
la centralización dei p o d e r forjado p o r el conflicto militar. I
g uerras e m p u jaro n al p o d e r hacia el cen tro 8, y b rin d aro n
incentivo y el m edio que p erm itió al p o d e r central d o m ir
P eter P aret sostiene q u e “la fu e rz a m ilitar llevó a cabo la
rea esencial de d e rro ta r a los rivales particulares de la coro
prestándole a u to rid ad al creciente proceso de g o b iern o ”9.
sea en la Francia de Luis X III, en la Prusia dei siglo XV11 o
la restauració n de In g laterra, la violência se utilizo p ara i
p o n er el dom inio dei centro y los m edios p a ra dicha violer
fueron sum inistrados p o r la g u erra.

La clave p a ra la relación e n tre la g u e rra y la construcciém


Estado en E u ro p a Occidental es lo que F iner llam a “el c
extracción-coerción”10. Dicho de o tra form a, las g u erras
ben ser financiadas: en el siglo XVI el com bate se volviéi
costoso que se necesitó de la movilización de u n país entt
Los ejércitos profesionales, sin d u d a, su p eraro n a cualqt
rival, p ero necesitaban de “ab u n d an tes y continuas cantida
de d in e ro ”11. Estos câmbios u n ie ro n causalm ente el d esarn
político y militar. Por u n lado, los Estados in cu rsio n aro n d
tro de sus sociedades en form as cada vez más com plejas p
o b ten er recursos, m ientras las innovaciones organización
que o cu rrie ro n d u ra n te el tiem po de g u e rra no d esap are

8 Howard, Causes o f War.


9 Understanding War, 41.
10 Finer, “State and Nation Building in Europe”.
11 Howard, War in European History,37.
ron con la paz y d ejaro n u n residuo en la in fraestru ctu ra que
A rd an t d en o m in a “la fisiologia” dei E sta d o '“. Por o tra p arte, la
nueva form a posw estphaliana dei Estado se ad ap tó a la tarea
organizacional dei m anejo de dicha p en etració n y canaliza-
ción de los recursos así obtenidos hacia la violência “p roducti-
va” dirig id a al enem igo ex tern o . En consecuencia, las g u erras
co n stru y ero n y fu ero n u n a ex p resió n dei p o d e r político.

Los im puestos son la m ejor m edida de au to rid ad política eficaz


y desarrollo institucional dado que rep resen tan y au m en tan la
fuerza dei Estado en térm inos de la capacidad p ara ejercer el
dom inio centralizado sobre u n territo rio y su población13. Los
im puestos d eterm in an en p arte el tam ano de las instituciones
dei Estado y le d an form a a las relaciones e n tre estas últim as y la
sociedad; asimismo, ay u d an a m oldear la estructura definitiva
dei E stado14. La g u e rra se percibe, en u n sentido am plio, como
u n proceso que au m en ta la capacidad de u n Estado p ara gravar
a su población15. El com bate, sim ultáneam ente, g en era u n a ma-
yor necesidad de recursos y tem poralm ente em peora las capa­
cidades de gasto social dei Estado, adem ás b rin d a u n enfoque
en to rn o al m ejoram iento de la capacidad organizacional dei
Estado. Finalm ente, los ejércitos reclutados p ara la g u erra pue-
d en tam bién servir com o u n m edio p ara recolectar recursos.

La evidencia p ara u n vínculo positivo e n tre la g u e rra y el a u ­


m en to de los im puestos en la te m p ra n a E u ro p a m o d e rn a es
exhaustiv a16, y el m ism o p a tró n tam bién es evidente en Esta­

12 Ardant, “Financial Policy and Economic Infrastructure”.


13 Peacock y Wiseman, The Growth o f Public Expenditure in the U.K.; Organski y
Kugler, The War Ledger.
14 Tilly, “Reflections on the History o f European State-Making”; y Ardant, “Fi­
nancial Policy and Economic Infrastructure”; Schumpeter, “The Crisis o f the
Tax State”; Gallo, Taxes and State Power; Von Stein, “On Taxation”; Levi, O f
Rule and Revenue.
15 Peacock y Wiseman, The Growth of Public Expenditure; Mann, The Sources o f So­
cial Power, vols. 1 y 2; States, War, and Capitalism; Tilly, Coercion, Capital, and
European States; Rasler y Thom pson, War and Statemaking; J. Campbell, “T he
State and Fiscal Sociology”.
16 Ames y Rapp, “The Birth and Death of Taxes”; Mathias y O’Brien, “Taxation
dos U n id o s17. K m iodos eslos casos, no solam ente el ingr<
au m en ta después de la g u erra; adem ás cam bia la estructi
dei sistem a trib u tário . Por ejem plo, las g u erras condujei
al Estado britânico en el siglo X V I11 y al Estado am erica
en los siglos X IX y XX a a u m e n ta r la can tid ad de ingre
que n u n ca re to rn o a sus niveles antes de la g u e rra , y cre
la im portância relativa de los im puestos directos e interi
(ver figura 3.1). Los conflictos m ilitares p erm itiero n — y ol
garon— al Estado a d e p e n d e r m enos de los im puestos ind
duales, sim ples en térm inos adm inistrativos, p ero inelástic
y a confiar en las fuentes de ingreso dom ésticas, políticam e
más desafiantes p ero p o ten cialm en te más lucrativas. La r
yor com plejidad b urocrática re q u e rid a yace en el corazón
legado institucional de la g u erra.

Figura 3.1 Estados Unidos: câmbios en los ingresos y gastos


Fuente: M iguel Á ngel Centeno

in Britain and France”; Stone, An Imperial State at War; Brewer, T he Si


o f Power; Aftalion, “Le financement des guerres”.
17 Bensel, Yankee Leviathan; Skowronek, Building a New American State; 1
y Legier, “Government in the American Economy”; Hooks y McLauc
“T he institutional Foundation o f Warmaking”.
No obstante, iq u é tan autom ática es la relación e n tre la g u e ­
rra y la creciente fortaleza dei Estado? El reconocim iento de
u n a especificidad histórica y de las condiciones estructurales
es vital p a ra la p ro d u cció n d e m odelos v erd ad eram en te gene-
ralizables de desarrollo dei Estado. Solam ente algunas g u erras
construyeron Estados; solo algunos Estados fu ero n construidos
p o r las guerras. La experiencia eu ro p ea senala que la g u e rra
en si m ism a no conduce necesariam ente a la construcción dei
Estado. H asta el siglo X VI, varios siglos d e g u e rra previa no
habían p ro d u cid o Estados en E uropa. Por el co n trario , com o
Tilly h a enfatizado, las circunstancias particulares en co n trad as
en lugares de E u ro p a e n tre los anos 1600 y 1800 fo m en taro n
el desarrollo dei Estado guiado p o r el conflicto18.

En cierta m edida, esta transform ación m an tien e u n a caja n e ­


gra histórica. C ontam os con miles de referencias en to rn o al
surgim iento dei Estado m o d e rn o e incontables descripciones
m onográficas de las secuencias históricas específicas. N o obs­
tante, la sociologia política ha fallado, en general, en p ro d u c ir
u n m odelo co h eren te de cóm o la violência se tran sfo rm o en
o rd en . Las explicaciones sociológicas y com parativas d e la r e ­
lación e n tre g u e rra y construcción dei Estado tam poco h an
enfatizado lo suficiente en el o rd e n histórico en su análisis.
Existe u n a am b ig ü ed ad causal en el fam oso aforism o de Tilly:
dqué fue p rim ero , los Estados o las g u erras?19

Sostengo en el p resen te capítulo que las g u erras en sí mis-


mas no crean nada. Por el co n trario , sim plem ente b rin d a n
u n estím ulo potencial al crecim iento dei Estado. Las g u erras
únicam en te p u e d e n crea r Estados si están precedidas, p o r lo
m enos, de u n m ínim o de organización política. Sin cohesion
institucional las g u erras d a rá n lu g ar a caos y fracasos. Las
g u erras solam ente b rin d a n u n a o p o rtu n id a d p a ra aquellas

18 Tilly, Coercion, Capital, and European States.


19 Tallett, en War and Society in Early Modem Europe (citando el trabajo de I. A. A.
Thom pson sobre Espana), denomina a la guerra menos estimulante que una
prueba de la fortaleza dei Estado.
organizaciones políticas ca paces de capitalizarias; no puec
crear instituciones p o r arte d e m agia. La consolidación d e t
a u to rid ad central y la creación de u n m ínim o de burocra
parecen h ab er p reced id o la etap a de ejecución de la gue
por p arte del Estado en In g laterra, Francia y Prusia. La
rruptibilidad de la b urocracia espanola y la fuga de tribu
I'eudales en otros países re p resen tab an obstáculos fu n d am
tales p a ra el d esarrollo del Estado.

Este hecho es vital p a ra e n te n d e r com pletam ente la resist


cia social que p u d o haberse p resen ta d o a la p enetración
Estado. L a com binación de coercion y capital sim bolizada
el llam ado a filas de los m ilitares y los im puestos directos,
racteristicas clave de u n Estado m o d e rn o creado p o r la g
rra según Tilly20, no suceden sim plem ente p o rq u e un apai
político esté listo y desee hacerlo. La capacidad de un Est;
de e x tra e r recursos estará in tim am en te ligada con la volun
de la población d e acep tar estas responsabilidades. El recli
p o r p a rte de u n a oligarquia económ ica de d esp ren d erse di
efectivo o de u n pueblo de acercarse a la p e n u ria p u e d e }
vocar que la am pliación de los im puestos no valga la p e r
Asi, la capacidad del Estado no es u n fenóm eno absoluto, s
relacional. N o es un icam en te u n a p re g u n ta acerca de la fo
leza, sino tam bién del potencial de las sociedades pertinei
a resistir — o acoger— la introm isión.

Las g u erras solam ente crean Estados cu an d o existe p re


m ente algún tipo de u n io n e n tre u n a institución dom ir
te política o m ilitarm ente y u n a clase social que la consic
el m ejor m edio p a ra d efen d e r y re p ro d u c ir su privilegio
decir, siguiendo las ideas de P erry A nderson, debe existir
acuerdo previo en el que el Estado sea responsable de r<
lectar y d isp o n er del ex ced en te social22. Los casos euroj:

20 T illy, European Revolutions, 32.


21 Sobre los costos politicos, Markoff crea una adicion reciente maravillo
The Abolition o f Feudalism.
22 P. Anderson, lin eages ol the Absolutist State.
d em uestran que la fragm entación de la soberania (sea p o r m é­
dio de la persistência de autonom ias locales, como en Espana,
aristocracias poderosas p ero divididas, com o en Polonia; o con
control extern o directo, como en los Balcanes), previenen la
solidificación de Estados incluso cuando están rodeados de con-
flicto. En contraste, los Estados más exitosos p ara crear g u erras
establecieron u n a coalición en tre la au to rid ad central y los po-
tenciales aspirantes a la aristocracia m ediante alianzas, com o en
Inglaterra; o m ediante coerción, como en Francia y Prusia23.

Siguiendo la lógica m etodológica de lo contrafactual, el fracaso


de las g u erras latinoam ericanas p a ra g e n e ra r fuerzas sim ilares
a las de la construcción dei Estado com o en el caso de E u ro p a
después dei siglo X V II p u e d e servir p a ra m ejo rar n u estro en-
ten d im ien to de la relación e n tre conflicto y desarrollo in stitu ­
cional. Los hallazgos dei p resen te ejercicio p o d rían entonces
ser utilizados p a ra explicar la variación geográfica y tem p o ral
fu era de L atinoam érica. Estos casos no solam ente am plían la
m uestra co rresp o n d ien te; tam bién nos p erm iten d escu b rir si
las condiciones poscoloniales particulares bajo las que se de-
sarro llaro n inicialm ente estos Estados ay u d aro n a d e te rm in a r
su po sterio r evolución. De esta form a, al m enos, la e x p e rie n ­
cia latinoam ericana p u e d e ser más p ertin e n te p a ra el análisis
co n tem p o rân eo que la ex p erien cia de E u ro p a Occidental en la
te m p ra n a era m o d ern a.

En el p resen te capítulo analizo el a p o rte de la g u e rra al pro-


ceso de centralización y o torgam iento de p o d eres al Estado
latinoam ericano dei siglo XIX. Identifico los elem entos fun-
dam entales que tran sfo rm an , o fracasan al transform ar, la
an arq u ia d e la g u e rra en la im posición dei o rd e n m ed ian te
violência m onopolizada y arg u m en to de que la g u e rra en L a­
tinoam érica n u n ca p u d o ro m p e r el desastroso equilíbrio que

23 De nuevo, no intento por medio de lo anterior sugerir que dichas coaliciones o


alianzas sean suficientes o necesarias; solamente, que aumentan la probabilidad
de poder establecer una autoridad central exitosa.
existia e n tre los clileicn les poderes y los intereses social
Debemos analizar los exitosos desarrollos dei Estado no
la g u e rra en sí, sino en la p resencia de u n a élite un id a, d
puesta — o forzada— a acep tar la p érd id a de p re rro g a th
individuales p a ra u n bien com ún (aún definido p o r la élite
que lidera u n a sociedad aú n no dividida en dos p o r divisior
étnicas o raciales. E u ro p a h a sido excepcional no solamei
en la inm ensa cantidad de violência organizada que ha car;
(erizado la geopolítica continental, sino tam bién al disfrui
de las precondiciones que le p erm itiero n tran sfo rm ar este t
rram am ien to de sangre en instituciones políticas m odernas

C on lo an te rio r no p re te n d o in sin u ar que la g u e rra es el ú


co catalizador posible p a ra el desarrollo dei Estado ni que
m odelo p ru sian o es el único disponible a p a rtir de la ex|
riencia eu ro p ea. La p re g u n ta práctica de si la g u e rra ayu
al desarrollo dei Estado en L atinoam érica nos perm ite ais
teoricam ente aspectos fundam entales de la experiencia <
continente y a resaltar de m ejor m an era las diferencias cruc
les en tre el desarrollo histórico de regiones específicas. En e
ejercicio, debem os involucrarnos en generalizaciones acerca
las regiones y de los casos individuales en el in terio r de ellas. I
obstante, el p atró n general de lo que describo debe ser de in
rés incluso p ara aquellos casos individuales que no se adapt
exactam ente a las descripciones hechas más adelante.

La guerra y el Estado latinoaméricano

cCuál fue el efecto de la g u erra en la capacidad institucional I;


noam ericana? Es u n a em presa arriesgada m ed ir la fortaleza <
Estado, en particular, sin datos com parativos confiables. U
de los aspectos más críticos de u n Estado m o d ern o es su ca]
cidad p a ra crear y hacer cum plir lo que Frederic Lane y, n
tarde, Charles Tilly, d en o m in aro n “acuerdo de protección’
Desde este p u n to de vista privilegiado, el Estado es, en genet

1 Tilly, “War Making and Slate Making as Organized Crime”


poco más que el estereotípico tonto de Hollywood que previene
a otros duenos de tiendas de los posibles desastres que les es-
p e ra n en caso de fracasar en la com pra de su m arca de seguros
en particular. Para todas sus banderas, him nos y toda parafer-
nalia simbólica, el Estado le ofrece a sus ciudadanos u n acuerdo
simple: a cambio de obediencia de u n conjunto de leyes, las
instituciones dei Estado les ofrecen protección de la violência
in tern a y externa; el m onopolio w eberiano sobrelegitim a el uso
de la violência25. En la p rim era p arte a continuación, discuto la
creación de dicho m onopolio; posteriorm ente trato el asunto
de la capacidad política p a ra ex traer rentas.

Brindando protección

P ara m a n ten er su acu erd o de protección el Estado debe ser


capaz de d efen d e r las fro n teras preestablecidas y aseg u rar la
obediencia de sus leyes en el in terio r de estas fronteras. Debe
d efen d e r su d erech o d e existir y d e m a n d a r reconocim iento
in tern o de su dom inación. El âm bito in tern o involucra dos
aspectos que d eb en estar relacionados, au n q u e es im p o rtan te
m anten erlo s separados: ún icam en te los funcionários dei Esta­
do p u e d e n te n e r acceso a los m edios de violência; y las in stitu ­
ciones del Estado central, aquellas que reclam an cubrim iento
nacional, tien en p rio rid a d sobre cualquier o tro co m p etid o r
regional o local. El p rim ero tiene q u e ver con el co n tro l de
la violência anárquica; p o r ejem plo, el vandalism o, así com o
con la elim inación de d em an d an tes rivales en to rn o al te rri­
tório nacional, p o r ejem plo, los indígenas en L atinoam érica
y N o rteam érica occidental. El seg u n d o tiene que ver con el
n ú m e ro de G obiernos d e n tro dei te rrito rio que reclam an el
d erech o o d eb er p a ra acabar con la violência. Nos referirem os
al p rim ero com o el proceso de pacificación y al seg u n d o com o
el proceso cle centralización.

25 “[El Estado] es, en consecuencia, una organización obligatoria con una base te­
rritorial... el uso de la fuerza se considera legítimo solamente en cuanto que es
permitido por el Estado o prescrito por él” (M. Weber, Economy and Society, 56).
No existe una m edida precisa que podam os usar para estable«
de m anera absoluta, la íècha en que se logró la centralización <
pacificación en Latinoam érica. Para la p rim era, podem os u
la últim a fecha significativa de las revueltas regionales. Pan
segunda podem os ten er en cuenta el final efectivo del vanda
mo o la elim inación de u n a factible am enaza m ilitar indíge
En algunos casos, definir el u m b ral es relativam ente fácil.
Argentina, 1880 m arca la últim a gran rebelión regional et
interior de la clase política y tam bién la conquista final de
com unidades indígenas dei sur; Chile está efectivam ente c
tralizado desde los inicios de la década de 1830, y no obser
mos rebeliones regionales explícitas posteriores a esta fecha
pacificación se consiguió con el asalto final sobre los m apuc
a comienzos de la década de 1880. Com o lo aclara la hist<
posterior de estos dos países, ni la centralización ni la pacil
ción im plican el fin de la lucha social, e incluso política, sin
establecim iento de u n a au to rid ad central como árbitro fin;
m eta p ara u n proyecto político.

Paraguay representa u n caso atípico en cuanto a que a pesar


grado extrem o de violência ex tern a que padeció, la estruct
doméstica dei p o d er político se estableció básicamente d u rt
los prim eros anos del dom inio del doctor José Francia. En c
traste, U ruguay debió esperar casi u n siglo p ara dicho desenl
pero ha disfrutado de u n a relativa estabilidad desde entonceí
más difícil precisar otros casos. Las grandes rebeliones region
son u na parte com ún de la historia brasilena d u ran te la déc
de 1850; sin em bargo, posterior a esta fecha el aspecto geográ
de los levantam ientos se torna m enos claro. El regionalismo
es im portante (observemos el paulismo), pero de nuevo, la li
gira en torno de quién controlaria el centro y no de intentos
redefinir las fronteras nacionales. Con la victoria sobre la r<
lión de los Canudos el G obierno estableció, de m anera efec
su autoridad sobre la m ayor parte del país.

Nos q u ed an entonces algunos juicios personales p o r deb


En V enezuela ()u /m á n Blanco estableció u n control cer
lizado y los cincuenta anos de los andinos establecieron u n a
paz política. En M éxico Porfirio Díaz centralizo la a u to rid ad
y pacifico el cam po, a m e n u d o m atan d o a los que estaban allí.
La revolución y su consolidación en la década de 1920 term i-
n a ro n el proceso. N o obstante, eventos recientes senalan que
incluso la ap a re n te sólida pax priiana p u d o no h ab er sido tan
p e rm a n e n te com o m uchos hubiesen im aginado. F inalm ente,
podríam os decir que P erú, Bolivia, E cu ad o r y Colom bia no
h an lo g rad o a ú n la tarea básica de pacificación. En dos de
estos países los m ovim ientos gu errillero s m an tu v iero n al Go-
b iern o a raya p o r anos. En tres países las com unidades in d íg e­
nas, a m en u d o , se m an tien en más allá dei âm bito dei control
central y p u e d e n re p re s e n ta r u n reto a la u n id ad nacional.
En todos los casos es cuestionable la capacidad dei G obierno
p a ra garan tizar la seg u rid ad y d efen d e r su au to rid ad . Ade-
más, observam os que n in g ú n proceso de pacificación ni de
centralización h a sido linealm ente histórico y que cada u n o ha
involucrado, en general, tendencias alternas.

El cuadro 3.1 incluye dos posibles rep resen tan tes p ara la cen-
tralización/pacificación dei Estado. U na es la fecha dei p rim er
censo nacional. Estos esfuerzos req u ieren que los rep resen tan ­
tes dei G obierno tengan no solam ente au to rid ad p ara realizar
algunas veces preg u n tas difíciles, sino tam bién p ara protegerse
de la violência aleatória al tiem po que cum plen con su trabajo.
U na m edida alternativa es el desarrollo de u n a in fraestructura
de com unicaciones y tran sp o rte indicada aqui p o r el consum o
ferroviário en 1900. Si usam os cualquiera de las m edidas como
u n indicador dei desarrollo en infraestructura, observam os la
diferencia que existia en tre los países latinoam ericanos más
desarrollados y Estados U nidos. El g ran desarrollo ferroviá­
rio no com ienza en el continente sino hasta la década de 1880,
m ientras que algunos países apenas po d ían contar sus pobla-
ciones antes de la finalización dei siglo. N o coincidencialm en-
te es tam bién p o r esta época que observam os la desaparición
de las m onedas regionales o locales y el establecim iento d e u n
m onopolio sobre la m o n e d a de curso legal p o r el G obierno
Cuadro 3.1 Centralization y pacificación

1
:

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Brasil 1850a 1890 1872 15.316 Triple Alianza
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C olom bia 1800a 1950 912 ( i l 825?) 568 De los Mil Dias
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Paraguay 1820 1820 2 40

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ción, pero con im portantes limitaciones. Fuente: Goyer y Domschke, 1983.

*** Fuente: Mitchell, 1983.


central. Un indicador final de la centralización po d ría forzar la
fecha corresp o n d ien te hacia el siglo XX. U sando la m edida dei
“alcance dei G obierno” en el conjunto de datos de “Polity I I ”26
observam os que la intrusion social del G obierno es m ínim a has­
ta después de la P rim era G u erra M undial y solam ente au m en ta
d u ra n te la D epresión (ver figura 3.2).

Figura 3.2 Alcance gubernam ental


Fuente: Teo Robert Gurr. R égim en II dataset

C ualq u iera de estas líneas dei tiem po dificultan discutir el sig­


nificado causal de la g u e rra , ya que los conflictos m ás im p o r­
tantes habían o cu rrid o , p o r lo m enos, u n a década antes d e las
fechas clave. Incluso si aceptáram os u n lapso histórico p ara
d a r cu en ta de la posible influencia de las g u erras dei Pacífico y
de la T riple Alianza, su efecto inm ediato seria lim itado. L a re-
lación au n en tre las g u erras internacionales y la construcción
dei Estado es, en g ran m edida, falaz, ya que dichas g u erras

26 Gurr, “Polity II”


no d esem p en aro n un papel im p o rtan te en la centralizack
pacificación de estos países.

Sin d u d a, la g u e rra de P araguay les b rin d ó a M itre y, p t


1iorm ente, a D om ingo S arm iento, u n in stru m en to más fu
para aplastar las revueltas regionales en A rgentina27. La
cada de 1860 vio la últim a de las m ontoneras. Sin em ba
la g u e rra p u d o , de hecho, h ab er fom entado m uchas de t
revueltas regionales. D u ran te los cinco anos de conflict«
p resen taro n 85 rebeliones, 27 m otines y 43 protestas mi
res28. El ejército que regresaba de Paraguay estaba m ucho
jor equipado p a ra re p rim ir las revueltas internas. Estos
presidentes u saro n al ejército y las guarniciones locales c<
medios p ara im p o n er su a u to rid ad sobre las províncias.

Incluso podríam os a rg u m e n tar que no fue la g u e rra et


sino el desarrollo de las instituciones nacionales de las qu
ejército form aba p arte bajo el dom inio de S arm iento y de
sucesores, lo que consolido el dom inio desde B uenos Ai
Fue este hecho y no la g u e rra de la Triple Alianza lo que n
la autonom ia regional. Dichos acontecim ientos no surgie
de victorias m ilitares, sino de u n a serie de d erro ta s y con
tos políticos en el in terio r de los círculos de la élite. El ejér
dism inuyó y fue víctima de las mismos conflictos y divisk
políticas que el Estado; sin d u d a, no se im puso u n a soluc
sino hasta m ucho después.

La experiencia d e P araguay es quizá lo más cercano a


típica g u e rra “un ificad o ra”; no obstante, la lucha no s u a
en la década de 1860, cu an d o el país q u ed ó d estru íd o , :
m uchas décadas después. En 1811 los paraguayos no s
m ente habían d e rro ta d o u n ejército p ro v en ien te de But
Aires que inten tab a m a n te n e r el control de la capital sobr

27 Aunque la autoridad central de Argentina se consolido realmente en


cuando Roca derrotó la Guardia Nacional de Buenos Aires liderada por
los Tejedor.
28 P om er, La guerra dei Paraguay, 2 4 6 .
ou I ig, ii: y UCUUCI

provincia, sino aú n más im p o rtan te, q u e la am enaza p o rte n a y


la posibilidad de u n a intervención brasilena forzaron a la élite
local a unirse tras u n a ju n ta y u n p ro g ram a único. D espués
de establecer u n gobierno u n itário con todo el p o d e r ce n tra ­
lizado en A sunción, Francia p u d o d o m in ar la ju n ta rein an te
y, finalm ente, convertirse en d ictad o r en 1816. Es in teresan te
observar que Francia fue capaz de utilizar el odio de u n a élite
blanca p a ra u n ir la población in d íg en a y m estiza en apoyo a
u n Estado centralista.

Se ha dicho frecu en tem en te que la g u e rra construyó a C hi­


le, y es v erd ad que la g u e rra co n tra la C onfederación Perua-
no-Boliviana estuvo aco m p an ad a de esfuerzos p a ra crear u n a
au to rid ad centralista m ás sólida y eficaz. La p rim e ra g u e rra
p e ru a n a “b rin d ó u n a base p a ra la solidaridad y la legitim idad
así com o u n liderazgo que salvó a Chile dei d eso rd en político
y dei caudillism o”29. Pero podríam os discutir que p ara el m o­
m ento en que Chile fue a la g u e rra en la década de 1830, la
constitución p o rtalian a había establecido los m ecanism os r e ­
queridos p ara m a n te n e r el control central. A dem ás, el asesi-
n ato de Portales sirvió p a ra consolidar el apoyo a la g u e rra y
el rég im en 30. Si en 1859 M anuel M ontt p u d o h ab er declarado:
“Los p artid o s políticos h an desaparecido en C hile”3', este he-
cho tenía más relación con la interacción geográfica y de élite
que con los acontecim ientos m ilitares. La “seg u n d a” g u e rra
dei Pacífico au m en to la legitim idad dei gobierno y fom ento
el desarrollo económ ico. El g ran ejército creado p a ra d e rro ­
ta r a Perú estuvo, p o sterio rm en te, disponible p a ra la últim a
conquista de los indígenas dei sur. N o obstante, seria difícil
afirm ar que la g u e rra de 1879-1783 hizo dei Estado chileno
u n Estado más centralizado o pacífico.

29 Loveman, Chile, 141.


30 C o llie r y Sater, A History o f Chile, 1808-1994, 6 6 .
31 C o llie r y Sater, A History o f Chile, 118.
En gen eral, el desai rollo en térm in o s de in fra e stru c tu r
política en la p a rte final del siglo X IX parece más relacio
do con la ex p an sio n de la econom ia p rim a ria de e x p o rta c
que con las n ecesidades logísticas de la g u e rra (ver fig
3.3). Por ejem plo, las vias férreas de A rg en tin a no estai
disenadas p a ra b u scar acelerar la m ovilidad, sino p a ra la e
nom ía d e e x p o rta ció n agrícola. El crecim iento de la cap
d ad del E stado o la centralización o b servada al final d<
década d e 1880 coincide ex actam en te con u n a ex p an sió r
todo el co n tin en te de la ex p o rta ció n d e p ro d u cto s bási
iE n qué m e d id a el in c re m en to dei com ercio avivó la cen
lización dei E stado y en q u é m e d id a fue posible deb id o
previa estabilidacl política? L a p re g u n ta es d em asiad o o
pleja p a ra aclararia aq u i32. P ara n u estro s efectos, el asp<
fu n d am e n tal es que el crecim ien to dei Estado estaba más
lacionado con el d esarro llo de capital y com ercio q u e cor
hazanas y conflictos m ilitares33.

Incluso tal vision superficial sugiere que p recisam ente e


perio d o de su historia en que L atinoam érica e ra m ás belie
el Estado estaba aú n lu ch an d o p o r establecer su au to ra
D u ran te u n siglo ex tre m ad am en te sangriento podem os
b lar de regím enes estables en Brasil después de 1840; C
e n tre 1830 y 1891; y Venezuela, Colom bia y E cuador soli
la década d e 1840. H asta la últim a década dei siglo X IX la
lencia era endém ica, el p o d e r estaba fractu rad o y la autor:

32 Evidencia aislada indicaria que el comercio produjo al Estado. Por eje


en Bolivia, el Estado se consideraba un oficial de policia necesario que ac
para defender las inversiones y dirigir el desarrollo necesario en térmir
inffaestructura (Klein, Bolivia, 148-52; Paz, Historia económica de Bolivia,
33 Casi de manera simultânea y a lo largo de todo el continente una cantid
misiones extranjeras lideraron esfuerzos por disciplinar los ejércitos na
les y crear fuerzas más profesionales. Se podría decir que produjeron
tos más eficientes, pero menos activos internacionalmente (Nunn, Yest
Soldiers; Loveman, For la Patria). El vínculo entre estas dos tendencias et
en el mejor de los casos. Ninguna fue una expresión de Estados nacien
sultado de la guerra, sino respuestas independientes dei papel emerge
Latinoamérica dentro <lo una economia y políticas globales.
era frágil en g ran p a rte dei c o n tin e n te 1'1. A pesar de la g ran
cantidad de conflictos m ilitares, L atinoam érica se m antuvo
com o u n a fro n tera continental, u n lu g ar d o n d e nadie tenía
un m onopolio d u ra d e ro sobre la violência35.

Figura 3.3 Exportaciones latinoam ericanas


Fuente: B.R Mitchell, International Historical Statistics: the Americas.

El m odelo p ertin en te ap ara estos procesos latinoam ericanos es


rnucho más el au stro -h ú n g aro que el p rusiano36. Las gu erras
parecían solam ente resaltar la debilidad intrínseca dei régim en
y la fragilidad de cualquier sentido de nación. U nicam ente con
el com ienzo de la “paz d u ra d e ra ” observam os el desarrollo de
las form as de la capacidad dei Estado supuestam ente asociadas
con el conflicto militar. La p aradoja ap aren te es aú n más confu­
sa cuan d o reconocem os que las formas de los Estados latinoa­
m ericanos con la m ayoria de características asociadas a las insti-

34 Existieron otras excepciones. Castilla trajo un aparente orden al caótico Peru


en la década de 1850 y Santa Cruz a Bolivia en la de 1830.
35 Tomado prestado de la formulación de Lane de la frontera según mención en
Duncan Baretta y Markoff, “Civilization and Barbarism”, 590.
36 Agradecimiento a Steve Topik.
tuciones políticas "m odernas” (grandesburocracias, interac
más cercana eon mayores partes de la población) no ap ar
sino hasta las décadas de 1930 y 1940 bajo disfraces corp
tivos y populistas y que fueron influenciadas fuertem ente
el tipo de com petência geopolítica supuestam ente respon:
dei desarrollo eu ro p eo (ver figura 3.2).

Recaudacíón de impuestos

Si la capacidad p a ra “p ro te g e r” era débil y ap aren tem


no influenciada de m a n era significativa p o r la g u erra, nc
debe s o rp re n d e r que los Estados latinoam ericanos no h;
tenido éxito en la recaudación de ren tas provenientes
acuerdo d e protección.

La g u e rra efectivam ente tuvo algunos de los resultados t


rados en L atinoam érica. Los p atro n es de gasto de los Est.
sobre los que tenem os u n a m odesta inform ación se p ar
m ucho al clásico Estado belicista (ver cu ad ro 3.2)37. E ran
ses ap a re n te m e n te en treg ad o s a la g u erra. Los gastos se
cen trab an en los m ilitares y en p ag ar la d e u d a provenieni
la g u e rra 38. El descenso general en el gasto m ilitar despiu
la década d e 1870 refleja u n descenso general en la violt
e n tre Estados a p a rtir dei siglo X IX. Las excepciones al pa
tien d en a co m p ro b a r la regia. Por ejem plo, el descenso <
gasto paragu ay o después de 1840 refleja, de hecho, u n ■
bio en la contabilidad a d o p tad a p a ra disfrazar u n increm

37 He evitado el uso de métodos estadísticos formates por dos razones. Pri


dadas los caprichos en los datos, las comparaciones formales nationales
enganosas. Segundo, calificar cualquier ano como pacífico o en guerr;
un proceso extremadamente subjetivo e involucraría distinciones mâs a
âmbito dei presente libro.
38 El conflicto necesariamente no significa grandes fuerzas armadas organ
(ver capítulo 5). El siglo XIX de Colombia fue muy violento; no obstai
ejército se redujo a 800 hombres en 1854 y a 511 en 1858. De hecho, el
to fue de hecho casi nada más que una guardia de palacio hasta bien ei
el siglo XX (McGreevey, An Economic History o f Colombia, 1845-1930, 8
la década de 1830 la totalidad del ejército venezolano estaba compiles
1.000 hombres (b e lbell, l'he Cambridge History, vol. 3, 520).
en la atención p restad a p o r el Estado al d esarrollo m ilitar39.
Las bajas cifras u ru g u ay as llegan casi después de cincuenta
anos d e in d ep en d en cia form al; en estos cincuenta anos (1830-
1880), el Estado no hizo n ad a distinto a com batir los enem igos
in tern o s y externos.

C uadro 3.2 Gasto m ilitar y financiero com binado como


cuota presupuestaria

Argentina Brasil Chile Ecuador México Paraguay1? Perú Uruguay Venezuela


1820 0,81
1821
1822 0,92 0,96 0,80
1823 0,93 0,85
1824 0,85 0,81
1825 0,95 0,84
1826 0,98 0,66 0,84
1827 0,91
1828 0,90 0,92
1829 0,90 0,88 0,94 0,89
1930 0,85 0,85 0,74 0,93
1831 1,00 0,82 0,92 0,86 0,70 0,83
1832 0,74 0,62 0,57 0,91 0,87 0,79
1833 0,78 0,88 0,57 0,81 0,85 0,84
1834 0,78 0,86 0,58 0,70 0,76 0,80
1835 0,86 0,60 0,90 0,85 0,83
1836 0,85 0,56 0,80 0,41
1837 0,86 0,51 0,93 0,92 ÉMÉÜii 0,65
1838 0,87 0,48 0,94 0,73
1839 0,88 0,47 0,58 0,86 0,89 0,68
1840 0,98 0,84 0,41 0,88 0,89 0,53
1841 0,96 0,86 0,34 0,85 0,64
1842 1,00 0,83 0,83 0,85 0,72
1843 1,00 0,82 0,83 0,94 0,57
Continua

39 Thom as Whigham, comunicación privada con el autor.


C.ontinuaáón
Argem iiiit It mail ( In li' Knuulor México Paraguay* Perú Uruguay V
1844 0,98 0,81 0,73 0,93 0,43
1845 0,98 0,79 0,72 0,98
1846 0,93 0,78 0,70 0,77 0,93 0,81 0,51
1847 0,94 - 0,78 0,72 0,58
1848 0,95 0,79 0,71 0,89 0,66
1849 0,93 0,77 0,71 0,90 0,74
1850 0,95 0,78 0,70 0,40 0,75
1851 0,81 0,77 0,55 0,76
1852 0,77 0,73 0,74 0,86 0,82
1853 0,76 0,66 0,60 0,85 0,56 0,83
1854 0,74 0,60 0,62 0,73 0,85
1855 0,72 0,53 0,61 0,84 0,86
1856 0,74 0,55 0,62 0,27 0,87
1857 0,74 0,57 0,60 0,88
1858 0,70 0,44 0,40 0,84
1859 0,70 0,68 0,79
1860 0,68 0,67 0,57 0,32 0,77
1861 0,71 0,66: 0,80 0,75 0,74
1862 0,72 0,64 0,62 0,80
1863 0,72 0,67 0,69 0,73
1864 0,80 0,73 0,70 0,62 0,72
1865 0,88 0,84 0,71 0,57 0,71 0,94
1866 0,73 0,83 0,79 0,66 0,69
1867 0,72 0,87 0,77 0,58 0,85 0,60
1868 0,64 0,86 0,67 0,87 0,47
1869 0,66 6,84 0,70 0,54 0.65 0,57
1870 0,71 0,72 0,64 0,38 0,55 0,57
1871 0,63 0,69 0,57 0,55 0,57
1872 0,88 0,69 0,58 0,51 0,51 0,58
1873 0,82 0,67 0,57 0,51 0,53
1874 0,80 0,67 0,52 0,49 0,57
1875 - 0,54 0,65 0,54 0,61 0,70 0,74
1876 0,51 0,62 0,60 0,76 0,78
1877 0,61 0,52 0,67 0,63 0,57
1878 0,58 0,43 0,64 0,28 0,69 0,61
Continuación
Argentina Brasil Chile Ecuador México Paraguay* Pen! Uruguay Venezuela
1879 0,54 0,57 0,78 0,82 OS.,.
:. 0,53

1880 0,57 0,62 0,68 0,69
1881 0.19 0.02 0,76
1883 0,56 0,61 0,78
,, . : í , : MU
1883 0,58 0,74 0.45
1884 0,57 0,68 0,43 0,35 0,29
1883 0,01 0,64 0,25 0,35 0,46
1880 0,59 0,72 0,41 0,32
1887 : ' ' 0,68 0,50 " ' T M l i C T f i f t i :e l m 0,31
1888 0,44 0,47 0,32
1889 0,41 0,35 0,31
1890 0,37 0,40
* Para Paraguay las cifras corresponden a gastos militares únicamente. La aparente caída después de
1840 refleja câmbios en la contabilidad dei Gobierno que aparentemente ocultaron el continuo gasto
militar.
Fuentes: Cortés Conde, Dinero, deuda y crisis ; Burgin, T he Economic Aspects o f A rgentine Federalism,
1 8 2 0 -1 8 5 2 ; Halperin-D onghi, G uerra y fin a n za s en los origenes del Estado argentino; Mercea Buescu,
Organização e Adm inistração do M inistério da Fazenda no Império; Dirección de Contabilidad, Resum en
de la hacienda pública de Chile, 1 8 3 3 -1 9 1 4 ; Rodriguez, The Search f o r Public Policy; Aguilar, Los presu-
puestos mexicanos; Arbulú, Política económica-fin a n cie ra y la form ación del Estado; Vera Blinn Reber, cua-
dros sin publicar; República de Uruguay, A nu á rio Estadístico; Tomás Enrique Carillo Batalla, Historia
de las fin a n za s públicas en Venezuela.

E n tre los g anadores com o A rgentina y Brasil en la d écada de


1870 la g u e rra llevó a u n au m en to en el tam an o del G obierno.
Las g u erras tam bién b rin d a ro n el estím ulo económ ico esp e­
rado. Las adquisiciones m ilitares y los aranceles m ilitares algo
más altos fo m en taro n el d esarrollo in d u strial in tern o en Brasil
d u ra n te la g u e rra de la T riple Alianza40. La necesidad de abas­
tecer a las fuerzas expedicionárias chilenas en P erú d u r a n ­
te la g u e rra dei Pacífico au m en to la d em an d a de pro d u cció n
in te rn a d e p ro d u cto s básicos com o textiles y com estibles. Se
fu n d a ro n más fábricas en Chile e n tre 1880 y 1889 que antes
de la g u e rra 41. El reclu tam ien to y el au m en to de la d em an d a
tam bién dism in u y ero n el desem pleo42.

40 Bethell, Cambridge History, vol. 3, 768.


41 Loveman, Chile, 169; Zeitlin, The Civil Wars in Chile, 77-78.
42 Cariola y Sunkel, Un siglo de historia económica de Chile.
Sin em bargo, al m enos en térm inos de im puestos, los Esta
latinoam ericanos no p e n e tra ro n o ex tra jero n de sus socie
des las cantidades en los m ontos esperados. Las com para
nes de las capacidades relativas de extracción en el siglo >
eran difíciles, d ad a la falta de datos económ icos nacion;
com parables y el uso cuestionable de las cifras oficiales de
tercam bio. Chile y Brasil son los dos países de los que te
mos la inform ación más confiable, que se p u e d e trad u c
u n a m o ned a internacional. D u ran te la totalidad dei p e rf
en cuestión, el Estado latinoam ericano no p u d o e x tra e r n
quiera la m itad dei ingreso p e r cápita disponible p a ra el E
do britânico, q u e se p o d ría decir era el p o d e r m enos rapa;
E u ro p a en ese m om ento, a p esar dei hecho de que estos pa
ex p erim en tab an u n conflicto considerable43.

A dem ás, am bos países latinoam ericanos eran m ucho más


p endientes de los ingresos ad u an ero s que In g laterra o Fra
d u ran te este m ism o p erio d o . Si bien esos im puestos repref
taban ap ro x im a d a m e n te u n a te rc e ra p a rte de los ingr<
britânicos y e ra n m arginales p a ra Francia, en el caso de Bi
y Chile re p re se n ta b a n al m enos dos terceras p artes y, a
n u d o , u n m ayor ingreso (ver figura 3.4)44. C om o discuti
antes, la ten d en cia ascendente en recaudación de im pue
de los países latinoam ericanos refleja u n a relación cada
m ayor con la econom ia global, p ero no u n Estado más fue

Incluso si el Estado creciera, y este hecho no era univei


m ente cierto45, no desarrolló la capacidad fiscal asociada

43 Flora, State, Economy, and, Society in Western Europe', Mitchell, Interna


Historical Statistics-, Dirección de Contabilidad (Chile), Resumen de la hcu
pública de Chile', Buescu, História Administrativa do Brasil.
44 C ariola y S u n k el, Un siglo de historia económica de Chile.
45 Sin importar si estaba en guerra o en paz, Colombia tuvo una de los n
más bajos de gasto gubernamental per cápita en Latinoamérica ('
Pinzón, “La lenta ruptura con el pasado colonial”, 115). En 1871, Cole
obtuvo la mitad del ingreso de México y una quinta parte del ingreso de (
Durante el mismo periodo, una autoridad local consideraba que el Gob
recibia solamenle un 2% del producto nacional (Deas, “T he Fiscal Proble
el Estado en g u erra. El estím ulo de la g u e rra no p ro d u jo el
dram ático au m en to en la conrplejidad institucional de extrac-
ción asociado con el m odelo teórico. A p esar de los aum entos
en los gastos, los ingresos se q u ed aro n cortos. Al igual que
en los casos eu ropeos, la g u e rra p ro d u jo déficits inm ediatos,
p ero con u n a excepción p ro m in en te: los Estados latinoam eri-
canos no resp o n d iero n a dichos déficits con extracciones cada
vez m ayores, al m enos no en la form a de im puestos internos.
Los derechos ad u an ero s y las regalias p ro venientes de la ex-
portació n de bienes prim ário s siguieron siendo el pilar d e la
m ayoría de Estados latinoam ericanos (ver cu ad ro 3.3).

Figura 3.4 D ependencia ad u an era


Fuente: Dirección de Contabilidad, Buescu, Flora.

Nineteenth Century Colombia”, 289, 310, 326).


C u ad ro 3 .3 Im p u e sto s y regalias c o m o cu otas d e i in g reso co rrien te
Continuation

C u ad ro 3.3 Im p u esto s y regalias c o m o cu otas d e i in g r e so co rrien te


Continuation ...................
Brasil C hile C olom bia Ecuador* M éxico Paraguay Perú U ruguay V enezuela
A rgentina Bolivia

0,1 0 0,7 4 0,43 0,59 0 ,8 6 0,60


1862

1863 0,1 5 0,73 0 ,4 7 0,32 0,52 0,56

0 ,7 8 0,3 6 0 ,5 0 0,62 0,57


1864 0,81
0 ,7 6 0 ,2 3 0,21 . 0,50 0,74 0 ,7 4
1865 0,92
0 ,7 5 0 ,1 8 0 ,64 0,87 0,75
1866 1,00 0,05

0,72 0 ,2 8 0 ,4 0 0 ,62 0,53 0,70 0,80


1867 0 ,8 6 0 .0 6

0 .7 4 0.47 0,77 0,53 0,72 0,89


1868 0 ,9 5 0,04

0,74 0 ,4 5 0,73 0 ,4 8 0,47 0 ,99


1869 0,97 0,05

0,94 0 ,7 0 0 .3 4 0,73 0,53 0,75


1870

1871 1,00 0.12 0,73 0 ,4 5 0,47 0,64 0,45 0 ,9 6

0 ,5 3 0,45 0,53 0,45 0,62 0 ,7 6


1872 0 ,8 3 0,7 2

0,35 0,71 0 ,3 3 0,52 0 ,6 6 0,48 0,76 0,85


0 ,8 3
1873
0 ,7 0 0 ,5 0 0,59 0 ,6 i 0,47 0,94 0 ,7 9
1874 0 ,8 0
0 ,6 9 0,3 8 0 ,6 9 0 ,4 8 0,63 0,72 0,80
1875 0,72
0 ,7 0 0 ,4 0 0,69 0,67 0,57 0,73 0,74
1876 0 ,8 9
0 ,6 6 0 ,3 6 0,62 0,53 0 ,4 4 0 ,85 0,57
1877 0,9 6

1878 0,8 2 0,67 0 ,3 7 0,62 0,64 0,36 0,90

0 ,6 9 0 ,2 5 0 ,6 2 0 ,4 9 0 ,3 6 0,85 0 ,75
1879 0,72
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Las g u erras iuleruas y ex lern as ex p erim en tad as p o r el Im
l io brasileno 110 provocaron el tipo de intrusión fiscal observ.
en E uropa Occidental ni au n en Estados U nidos46. En gene
los im puestos sobre la riqueza y la pro d u cció n ap o rta ro n 1
nos dei 4% dei ingreso co rrien te incluso d u ra n te los anos
g u e rra 47. E n Chile los im puestos dom ésticos desem p en a
un pap el m enor. El más significativo fue u n diezm o colo
usado p ara apoyar a la Iglesia, que rep resen tab a m enos
3% de todos los ingresos en la d écada de 1860. Los prim e
gobiernos argentinos in te n ta ro n im p o n er u n im puesto al
pitai (contribución directa) con tasas dei 1 al 8%; sin em bai
no funciono ni se cum plió48. Las rentas a la p ro p ied a d nu
constituyeron m ás dei 3% d e los ingresos totales49.

Tres excepciones im p o rtan tes sirven p a ra clarificar el pati


La relativam ente baja d ep en d e n cia de M éxico en los ingrt
p o r derechos ad u an ero s refleja la co ntinua d ep en d en cia
Estado en préstam os dom ésticos y en la p ren sa. El Gobie
central era, en general, incapaz de im p o n er tributos don
ticos an terio res al porfiriato. En contraste, Bolivia m an t
el tributo in d íg en a colonial opresivo y u n a g ran p a rte de
ingresos d ep en d ia de estas fuentes a m ediados dei siglo X
Vale la p e n a m en cio n ar dos aspectos: p rim ero , no era sens
al estím ulo b rin d a d o p o r el conflicto ex tern o ; p o r el contra
reflejaba las divisiones in tern as de casta; segundo, este trih
no d ep en d ia dei d esarrollo en térm inos d e in fraestru ctu ra
G obierno central, sino en la reten ció n de privilégios soei
especiales y feudos localizados.

46 Durante la guerra de la Triple Alianza se instituyó un im puesto alas


strucciones con un 3% de sobretasa a su valor pero excluía las propiec
rurales más valiosas. Además, el intento por establecer un im puesto sot
industria y las profesiones jamás entró en vigência y las tasas se mantuvi
en niveles mínimos.
47 Buescu, Evolução económica do Brasil, 89-91; Cavalcanti, “Finances”, 326.
48 A lem an n, Breve Idsloria de la política económica argentina, 61.
40 R ock, Argentina, 1516-I9B7, 99.
La tercera excepción es la más interesante: debiclo a su ubica-
ciôn y a las am enazas casi continuas a su existencia, así com o a
las proclividades ideológicas del dictad o r Francia, P araguay no
po d ia d e p e n d e r de la financiación e x te rn a d u ra n te g ran p a rte
de su te m p ra n a historia. Es decir, a diferencia de otros países
latinoam ericanos, no po d ia co n tar con derechos ad u an ero s ni
préstam os p ara c u a d ra r cuentas; ténia que m an ten erse con
sus propios recursos50. El Estado se financiaba a si m ism o p o r
m edio de ventas a los soldados y al pueblo, así com o m ed ian te
la confiscación de pro p ied ad es. La estru ctu ra de las finanzas
paraguayas pareció cam biar in m ed iatam en te después de la
m u e rte de Francia d ad o que la im p o rtan cia de los derechos
ad u an ero s au m en tô a casi la m itad de los ingresos dei Estado.
Sin em bargo, a diferencia de la m ayoria de países latinoam e­
ricanos, P araguay m antuvo u n ex ced en te com ercial constante
d u ra n te este p erio d o 51. El Estado se m antuvo, en g ran p arte,
a cargo dei com ercio ex te rn o (p rincipalm ente de yerba m ate)
a través de su p ro p ia adm inistración o la re d de influencia
de los L ó p ez52. Las v en tas d irectas ta m b ién c o n tin u a ro n
d e se m p e n a n d o u n p apel im p o rtan te. Lo más significativo es
que P araguay d ep en d ia dei com ercio exterior, d irecta o in ­
directam en te, ú n icam en te p a ra el 40% d e su ingreso guber-
nam en tal53. P araguay tam poco d ep en d ia de la d eu d a, la o tra
g ran fu en te de financiam iento internacional; cu an d o inició la
g u e rra de la Triple Alianza, no tenía n in g u n a d e u d a e x te rn a 54.
D ado el caos en Paraguay d u ra n te dicha g u erra, no existen
registros de cóm o López la financio. Sin em bargo, p areceria
que la pagó con la movilización com pleta dei país55. Es im po-
sible aseg u rar cuánto de dicha m ovilización era patriotism o
voluntário y en qué m ed id a reflejaba el alcance dei Estado. No

50 Pastore, “Trade Contraction and Economic Decline”, 539.


51 R ivarola y B a u tis ta , Historia monetaria de Paraguay, 104.
52 W h ig h a m , The Politics o f River Trade, 6 9 -7 0 .
53 Pastore, “State-Led Industrialization”, 304.
54 R iva ro la y B a u tista , Historia monetaria de Paraguay, 119.
55 Williams, Rise and Fall, 217-21; Pastore, “State-Led Industrialization”, 306, 318.
obstante, el asiinlo pertinente es el mismo: a diferencia de ol
países latinoainericanos, Paraguay autofinanció su guerra.

Sin em bargo, incluso en dichos casos las g u erras no prodi


ron la transform ación institucional esp erad a en las relacio
civiles dei Estado o en la estru etu ra dei ap arato político,
in fraestruetu ra fiscal fue establecida in d e p en d ien tem en te
conflicto e n tre Estados y se m antuvo relativam ente consto
en tiem pos de paz y g u erra. En general, los Estados latir
m ericanos no p u d ie ro n escapar al “ciclo de gravám enes, b
carrotas y m otines” que caracterizaron a los Estados en guc
antes de la revolución de ingresos a finales dei siglo X V llr,(1
estaban “con stru id o s” p a ra la g u erra.

Sangre y deuda

iC uáles fu ero n los efectos de las g u erras dei siglo X IX latir


m ericanas sobre la capacidad política dei Estado? P roduje
sangre y d eu d a, y no m ucho más. Si la estabilidad requ
actos de fuerza, im posiciones autoritarias, ejercicios de pc
justificados en el peligro in te rn o y ex tern o , dpor qué la vio
cia latinoam ericana dei siglo X IX no p ro d u jo u n Estado c(
rente?, dqué explica el lim itado significado de la g u e rra sc
el desarrollo dei Estado en Latinoam érica? In d u d ab lem e
los siglos X V III y X IX p ad eciero n suficiente violência org
zada que se po d ia esp erar de u n a evolución concomitant«
la capacidad dei Estado. Si la relación e n tre la violência o
nizada y el d esarrollo institucional fuese autom ática, poc
mos esp erar q u e L atinoam érica siguiera el p a tró n eu ro p e

La fácil disponibilidad de financiam iento ex tern o le p e r mi


los Estados latinoam ericanos d arse el lujo de no e n tra r en <
flicto con aquellos sectores sociales que poseían los recu
necesarios. En la década de 1820, y d esde la década de I
hasta la de 1890, era relativam ente fácil o b te n er préstai

96 Kaiser, Politics and War, 35.


C ada vez más d u ra n te el siglo XIX casi iodas las econom ias la-
tinoam ericanas se in teg raro n a u n a econom ia global m ediante
la exportació n de u n m in eral o de u n p ro d u cto agrícola. En
cualquier caso, siem pre que el Estado in ten tab a e x tra e r mayo-
res recursos dom ésticos, era d e rro ta d o universalm ente. El pa-
tró n eu ro p eo incluye u n a capacidad organizacional básica que
no estaba p resen te en L atinoam érica. Las g u erras sucedieron
dem asiado p ro n to después de la in d ep en d en cia y fu ero n li­
bradas p o r países incapaces de re sp o n d e r al p a tró n descrito
p o r Tilly y otros autores.

Más adelan te discutiré el efecto de la fo rm a y tiem po d e la


g u e rra que p red o m in o en el continente. P osteriorm ente, me
cen traré m ás en las sociedades en que fu ero n libradas.

^Tipos equivocados de guerras?

Es im p o rta n te d istin g u ir p rim e ro e n tre los d iferen tes tipos


de g u e rra s y sus respectivos efectos sobre la con stru cció n dei
Estado. P or ejem plo, L atin o am érica n o h a e x p e rim e n ta d o
u n a de las form as m ás significativas de g u e rra q u e g e n e ra n
u n a a u to rid a d centralizada. En m uchos de los casos eu ro -
peos la g u e rra co n trib u y e a la form ación dei E stado no com o
u n su b p ro d u c to no in ten cio n ad o , sino com o u n resu ltad o
directo d e la co n q u ista57.

Los dos ejem plos más obvios aq u i son los casos de Italia y Ale-
m ania. Estas unificaciones básicam ente no inv o lu craro n a u n a
a u to rid ad cen tral e x p an d ien d o su control sistem áticam ente
sobre las provincias, sino a u n c o n ten d o r regional p o r su p re ­
macia que d erro ta b a a los otros reclam antes. Prusia y el Pia-
m onte fu n d am en talm en te co n quistaron A lem ania e Italia. Lo
mism o se p u e d e decir de In g laterra, Ile-de-France, Castilla

57 La conquista en el siglo XVI produjo una institución política elaborada y fomento


identidades separadas (entre ella y otras reivindicaciones imperiales y, en el interi­
or de ella, entre los blancos dominantes y los indígenas y negros dominados).
o Moscovia™. V podríainos decir lo mismo de la victoria de
norte en la G u e rra Civil de Estados U nidos.

La combinación de la herencia colonial y la experiencia milita


particular de S uram érica p ro d u jo u n a alternativa de construo
ción dei Estado m uy diferente a aquella observada en Èuropa
d o n d e los Estados fu ero n construidos de ad en tro hacia alue
ra; u n a región o provincia forjaria su dom inación sobre otraí
El Estado se construyó al mism o tiem po que se ad q uirió el te
rrito rio . En L atinoam érica, la lucha giraba en to rn o a asum i
el control sobre lo que q u ed ab a de u n Estado h ere d a d o —c
descendiente d e la corona— incluso si no ejerciese autoridat
significativa sobre g ran d es extensiones de la nación deiinid
form alm ente59. En consecuencia, las g u erras fu ero n contra
p ro d u cen tes p a ra la construcción dei Estado. E ran disputa
internas que saqueaban los territó rio s in tern o s o luchas en
tre contendores políticos de poco peso que no p ro d u cían c
estím ulo necesario p a ra la evolución organizacional e institu
cional. A diferencia d e E uropa, los m ilitares no conquistabai
el te rrito rio p a ra co n stru ir Estado, sino que debían im pone
o rd e n sobre u n conjunto fractu rad o de intereses locales, cad
u n o irrevocablem ente casado con el otro. Las g u erras teníaj
probablem ente q u e m an ten erse en el in terio r de la familit
con la división y destrucción p articu lar que las g u erras civile
tien d en a dejar tras de sí.

Las g u erras civiles en L atinoam érica se definieron a veces te


rrito rialm en te; sin em bargo, en general, involucraban a recla
m antes com petidores p o r el p o d e r central. Estos conflictos caí
n u n ca giraban en to rn o a la delim itación de fro n teras interna
o externas, sino en to rn o a la decisión de q uién contro laria c

58 Con esto no pretendo negar cómo las guerras de no conquista pudieron hab(
contribuído a la capacidad de Ia región para establecerse primera entre iguale
De nuevo, Prusia, el Piedemonte e Inglaterra se convirtieron en las poderos;
regiones que fueron, en parte, mediante la experiencia de la guerra. Es esi
proceso, más que la conquista explícita, lo que necesitamos analizar.
59 Morse, “I leritage ol I.aliu America”, 162.
u c iu g ic y UCUüíl

te rrito rio nacional ya definido. A diferencia de E u ro p a, tene-


mos pocos ejem plos —la creación de U ru g u ay y la g u e rra de
la C onfederación Peruano-B oliviana— en los que la g u e rra in ­
ternacional se com binó con el proceso d e conquista regional.
El principio de uti possidetis (derecho de posesión) consagro
los limites coloniales. Este hecho desestim ó el tipo de geopolí-
tica darw iniana que se p o d ría decir im pulso el d esarrollo dei
Estado en E uropa. N o existen equivalentes latinoam ericanos
p ara Sadowa o Sedán. El equivalente m ás cercano al m odelo
de unificación p o r m edio de la conquista seria B uenos Aires y
la lucha que d u ró m edio siglo p a ra conseguir el dom inio so­
b re la confederación; incluso aqui po d ríam o s discutir que las
p ro v in d as co n quistaron la capital y viceversa; adem ás, discu­
tir en qué m ed id a la u n ió n final fue u n p ro d u cto de la g u erra.
U rquiza no fue d e rro ta d o en Pavón y la u n ió n d e 1861-1862
fue v erd ad e ra m en te el resu ltad o de pactos de élite acordados
política, p ero , no m ilitarm ente.

Más co m ú n m en te, las g u erras surgieron de intentos de los Es­


tados p o r consolidar su au to rid ad . Por ejem plo, el co n junto
final d e conflictos e n tre liberales y conservadores en México
es parcialm ente u n p ro d u cto de los intentos dei G obierno cen­
tral p a ra financiarse m ed ian te la ap ro p iació n de la p ro p ied a d
de la Iglesia. La p rim e ra g u e rra e n tre Chile, Perú y Bolivia
fue en p arte u n a resp u esta a los esfuerzos de Santa C ruz p o r
consolidar su dom inio. El m iedo a la influencia de P araguay
sobre las regiones aú n sem iautónom as ay u d a a explicar de
alguna m a n era la u n id a d d e la Triple Alianza.

De m a n era in teresan te, d ad o el relativo bajo nivel de capaci­


d ad técnica disponible p a ra los com batientes, las g u erras lati-
noam ericanas fu ero n tam bién ex tre m ad am en te destructivas
(se p o d ría decir que m ás que la m ayoría d e las g u erras e n tre
Westfalia y Sarajevo). Las ruinosas consecuencias de la g u erra,
p o r lo general, no e ra n lim itadas ni se alejaban de los centros
poblados, sino que involucraban la destrucción de un lado.
P erd er u n a g u e rra era, a m en u d o , desastroso p ara el o rd e n
( i r.ii lon ciei listau o

político. A diferencia de Kuropa, d o n d e el dom inio dei gs


d o r prevaleceria sobre el dei p erd ed o r, el p atró n en Latir
m érica estaba m ás cerca a la creación de u n vacío. A finale;
1880 el Estado no p o d ia acceder al cam po p e ru a n o 60. El <
paraguayo es a ú n más extrem o.

El registro histórico, sin d u d a, apoya el énfasis analítico sc


el tipo de g u erra. Las dos g u erras dei Pacífico, la de la Tr
Alianza y la acaecida en tre México y Francia, de 1862 -
p arte u n conflicto in tern o que se volvió nacionalista— par<
haber d esem p en ad o u n papel, al m enos lim itado, en la p(
rior consolidación de los Estados-nación ganadores, p ero,
pequenos de lo que se esperaba. Los conflictos m ucho má
m unes de M éxico y C olom bia e n tre liberales y conservadc
las rebeliones regionalistas de Brasil y A rgentina y las gue
caudillistas d e P erú, no hicieron más que destruir. P erd er
g u e rra e ra u n desastre universal.

Volviendo a los câm bios fu ndam entales g enerados p o r la


rr a en to rn o a la construcción dei Estado en E u ro p a, en
tram os que los conflictos latinoam ericanos no abarcabat
general, las tres características fu ndam entales de las gu<
asociadas con “la Revolución M ilitar”. P rim ero, no acomp
ban, p o r lo general, u n cam bio dei co n tro l de la violência
esfera p riv ad a a la pública. En m uchos casos el caos post
significo que poderosos actores privados m an tu v ieran el
trol de hecho de sus respectivas tierras. Por o tra p arte, <
las g u erras tratab an de afirm ar el poder, estas eran perci
com o batallas privadas sobre los bienes públicos. S egund
ejércitos g en eralm en te eran p eq u en o s y la logística m uy
tada. N in g u n o de los conflictos latinoam ericanos, a exce|
de la experien cia parag u ay a en la década de 1860, ft
“g u erras totales” que req u iriero n la m ilitarización de cac
pecto de la vida social y económ ica. Tercero, la g ran mti
de las g u erras no enfatizaron ni apoyaron el desarro llo d

60 M a llo n , D eftm sr o f ( '.ontiiiiuiily, 10'.! 11.


id en tid ad nacional; p o r el co n trario , consistieron en luchas en
las que dichas cuestiones e ra n irrelevantes o se co m p ro m etia
la defm ición m isnra de dicha id en tid ad .

Riqueza artificial

Para d a r inicio al “ciclo extracción-coerción”, los Estados invo-


lucrados no p u e d e n te n e r fuentes alternativas de financiación,
al tiem po que la econom ia local debe ser capaz de m a n te n e r el
nuevo crecim iento fiscal y burocrático. L a extracción in d u cid a
p o r el conflicto solo o c u rrirá si no existen opciones disponi-
bles m ás fáciles. Incluso en ese m o m en to las sociedades im pli­
cadas p o d rían no ser capaces de p ro d u c ir suficiente superávit
p a ra h acer que el esfuerzo sea más productivo. Así, p o r ejem -
plo, la disponibilidad de plata latinoam ericana y la disposición
de los b an q u ero s p a ra arriesg ar g ran d es sum as lib eraro n a
los H absburgo espanoles de im p o n er u n m ayor control fiscal
sobre sus p ro v in d as com o u n m edio p a ra p ag arse sus guerras.
Por el co n trario , la relativa escasez de dichos apoyos ex tern o s
condu jo a la expansión dei te m p ran o Estado inglês.

Incluso no está claro q u é tan to el Estado m ás voraz p o d ría ha-


b e r ex traíd o de tales sociedades ex tre m ad am en te pobres. Las
g u erras in d ep en d en tistas d ejaro n bases m uy escasas sobre las
cuales co n stru ir u n Estado y d estru y ero n u n a g ran p arte de la
econom ia de la que p o d ría n h ab er d ep en d id o . La econom ia
m exicana ex p erim en to u n declive significativo después d e la
in d e p e n d e n c ia 61. D u ra n te los p rim e ro s c u a re n ta an o s dei
siglo Bolivia vio la d escap italizació n d e su in d u s tria m in e ra
— en 1840 había 10.000 m inas ab an d o n ad as— y la despobla-

61 El ingreso per cápita descendió de 35-40 a 25-30 pesos entre 1810 y 1820 y no
alcanzó niveles coloniales hasta el porfiriato de los últimos veinticinco anos dei
siglo (Bethell, Cambridge History: Independence, 91). Una indicación de la caída es
la cambiante posición de México con relación a la economia de EE. UU. Según
cálculos de John Coatsworth en “Obstacles to Growth in Nineteenth Century
Mexico”, 82-83, México tenia 44% del ingreso per cápita de EE. UU. en 1800,
pero solo 13% en 1910, con la mayor parte del declive económico antes de 1845.
ción de sus ciudades. Venezuela se convirtió en “u n a t.i<
yerm a” p o r u n a g u e rra que fue “cruel, destructiva y to
con ejércitos que d estru ían a m en u d o las p ro p ied ad es d<
enem igos y les p agaban a sus soldados con lo que esto;
queaban62. L a econom ia p e ru a n a q u ed ó p aralizada p o r la
cesidad de ap o y ar ejércitos leales a lo largo y ancho del a
n en te63. L a situación em p eo ró más p o r el colapso de la “ui
a d u a n e ra ” co n tinental p reserv ad a p o r el m ercantilism o e
nol64. Los bienes m ateriales no fu ero n lo único d estru íd o
las g u erras in d ep en d en tistas. La totalidad de u n sistem.
relaciones sociales, ju ríd icas y económ icas fue tam bién su 1
m a65. En su m ayoría, las g u erras trajero n m iséria, advers
y pobreza.

Esta situación n o cam bió d u ra n te la m ayor p a rte del p e r


en cuestión. L a econom ia colom biana, p o r ejem plo, e r í
q u en a y subdesarrollada, al tiem po que las difíciles cond
nes dei tran sp o rte co nstrenían el crecim iento de u n m er
de intercâm bio sujeto al pago de im puestos66. En general
p rim ir a los ricos no daba m ucho resu ltad o p o rq u e aun
g ru p o social tenía m ontos d e capital relativam ente pequ
disponibles67. A finales de la década de 1830 las exportaci
de E cuador totalizaban el equivalente a 200.000 libras e
linas68. H asta u n Estado com pletam ente rap az hab ría
ducido extracciones p e r cápita m ucho más bajas que 1;
E uropa. A quellos Estados q u e sí le im p u siero n u n im pi
directo a sus poblaciones p o d ía n e sp e ra r poco en retx
Por ejem plo, incluso con u n trib u to in d íg en a onerosc
ingresos p e r cápita del G o b iern o de Bolivia en los anos

62 Lynch, Spanish-American Revolutions, 202-18; Halperin-Donghi, After)


Revolution, 8.
63 Lynch, Spanish-American Revolutions, 162.
64 Bulmer-Thomas, The Economic History o f Latin America Since Independent
65 Bethell, Cambridge History, vol. 3, 307.
66 Bushnell, The Mailing o f Modern. Colombia, 76.
67 Deas, “Fiscal Problems”, 314.
68 Bethell, Cambridge History, v o l . 3, 511.
re n ta , d esp u és de la g u e rra co n tra Chile, e ra n un cu are n tav o
de los d e G ran B re ta n a 69.

Esta p obreza dificulto en ex trem o el uso de im puestos al con­


sum o com o u n a fo rm a de ingreso. A dem ás de relativam ente
pocos bienes de consum o, sectores am plios de la población no
ten ían altos niveles de consum o que p u d iesen llevar a cargos
de tributación factible. En todo caso, el odio hacia la alcabala
colonial le hab ría hecho p rácticam en te im posible a los n u e-
vos G obiernos in d e p en d ien tes im p o n er dicho im puesto. De
igual im portância, había m uy pocos trab ajad o res asalariados
cuyos ingresos p u d ie ra n ser m edidos y sujetos a im puestos
de u n a m a n era sistemática. H asta las oligarquias te rra ten ien -
tes, au n q u e ricas en tierras, en la m ayoría de los casos no po-
seían g ran d es m ontos de recursos extraíbles d irectam en te70.
En m uchos casos, la Iglesia si tenía u n a considerable riqueza,
pero hasta las expropiaciones exitosas, com o en México, pro-
d u je ro n resultados decepcionantes.

Entonces, dcómo p a g a ro n los Estados latinoam ericanos sus


guerras? U na ex p erien cia com ún —y no m uy distinta a la de
los casos eu ro p eo s— fue im p rim ir d in ero . D u ran te su g u e rra
con Brasil en la década de 1820 A rgentina recu rrió a emi-
siones d e d in e ro que p ro d u je ro n u n cataclismo m onetário; el
precio de u n a onza de oro en la Bolsa de B uenos Aires pasó
de 17 pesos en en ero de 1826 a 112 pesos en diciem bre de
183071. D u ran te la m ism a g u erra, el m onto de d in ero brasile-
no disponible se duplico y después el réis p erd ió la m itad de
su valor72. A un más d ram ática fue la in term in ab le im presión
de d in e ro en Brasil d u ra n te la g u e rra de la Triple Alianza.

69 Dalence, Bosquejo estadístico de Bolívia, 316.


70 Sin em bargo, es posible construir un aparato estatalconsiderable con
base en un im puesto a la tierra. Ver Bird, “Land Taxation and Econom ic
D evelop m en t”.
71 Bürgin, The Economic Aspects o f Argentine Federalism, 69.
72 Cardoso, ed., México en el siglo XIX , 105; Barman, Brazil, 140;Nogueira, Raizes
de uma Nação, 313.
En 1864 había 20 millones de m ilréis en circulación; en
liabía 151 m illones71. E ntre 1859 y 1901 el Estado u ru g
em itió 342 m illones de pesos, de los cuales 124 millones
ban pendien tes. Para d a r u n a idea del grad o de locura ■
im presión de d in ero , la a d u a n a de M ontevideo estaba p r
ciendo u n p ro m ed io de solo 10 millones de pesos p o r a
Así, la g ran m ayoría de G obiernos latinoam ericanos recu
ro n a u n a fo rm a de im puesto de inflación con el fm de p
p o r lo m enos parcialm ente sus g uerras.

Este d e rro c h e basado en u n im puesto inflacionário p


re p re se n ta r u n posible legado de g u e rra institucional
m inistrativa. Este im puesto req u irió que el G obierno ce
pudiese establecer u n m onopolio sobre la em isión de n
da. Así, la g u e rra seria u n incentivo p a ra am p liar la auto
centralizada en la form a de im puestos m ed ian te la im p r
de m onedas y billetes. Y si bien vale la p en a analizar el víi
e n tre la g u e rra y el desarrollo m o netário en E uropa, la <
riencia de A m érica L atina tam bién m erece u n m ayor an
Esta form a de tributación sirve igualm ente com o u n indi<
dei p o d e r relativo de los g ru p o s sociales. Los im puesto
inflación p o d ría n favorecer a las poblaciones ru rales sob
u rbanas y a los ex p o rta d o res sobre los im p o rtad o res. E
neral, eran ex tre m ad am en te regresivos75.

Los Estados adem ás p ed ían p restad o de las fuentes doi


cas e internacionales. En M éxico el G obierno se apoyó
vez más en los agiotistas, que p ro p o rcio n ab an fondos du
las em ergencias fiscales, algo que o cu rría casi todos lo
ya que los m inistros en co n trab an las arcas vacías al asm
cargo. A cam bio dei riesgo considerable, los prestam ist
cales recibían condiciones m uy favorables, con tasas d

73 Castro Carreira, História financiera, 743.


74 Acevedo, Notas y apuntes, 457.
75 Rock, Argentina, 1516-1987, 107; Oszlak, La formación dei Estado argenti
Halperín-Donghi, (•iierra y finanzas, 161; Aldo Ferrer, The Argentine Econ
a 500%7<’. D ado que la solicitud de préslam os era constante y
estos se refinanciaban frecu en tem en te, la d eu d a se disp aro a
102 núllones de pesos en 1840, 120 m illones en la década de
1850 y 165 m illones en 186777. El G obierno arg en tin o tam bién
solicito préstam os: en 1840 la d e u d a era de 36 millones de p e ­
sos, m ientras que el ingreso total en ese ano fue de 1.710.491
pesos78. La resp u esta a las g u erras posteriores no fue d ifere n ­
te. E n tre 1865 y 1876 A rgentina ad q u irió d eu d as p o r cerca de
19 m illones de libras79. En 1885 la cifra e ra de 26 m illones80.
Las conversiones de divisas dificultan las com paraciones, p ero
esto rep resen to p o r lo m enos cu atro veces los ingresos dei Es­
tado d u ra n te estos anos. El total de la d eu d a pública en 1888
era m ayor a los 60 m illones de libras esterlinas y el en d eu d a -
rniento p e r cápita se triplico81. La g u e rra de la Triple Alianza
tuvo resultados sim ilares en Brasil. La d e u d a n eta real a u m e n ­
to d e 4,5 millones de libras en 1863 a 9,3 m illones en 1871. La
d eu d a com o p o rcen taje de las exportaciones au m en tó de 58 a
82% d u ra n te la m ism a d écad a82. Al m o m en to en que U ru g u ay
apareció com o nación in d e p en d ien te, en 1830, el G obierno
ya había acum ulado u n a d e u d a de 2 m illones de pesos83. Este
hecho siguió au m en tan d o : en 1853, cu an d o se hizo el p rim e r
in ten to p o r organizar y ad m in istrar sistem áticam ente las fi-
nanzas públicas, se llegó a los 40 m illones de pesos. En 1854
el cálculo era de 60 m illones, y en 1858, de 106 m illones. Para

Bazant, Historia de la deuda exterior de México, 44.


Estas son sumas considerables teniendo en cuenta que el peso dei metal se
estableció oficialmente prácticamente en paridad con el dólar (López Cama-
rra, La estructura económica y social de México, 171-72; López Gallo, Economia y
política en la historia de México, 98).
Halperín-Donghi, Guerra y fvnanzas, 213.
Pomer, La guerra del Paraguay, 238.
Randall, A Comparative Economic. History o f Latin America, vol. 2 ,2 1 5 .
Oszlak, La formation del Estado argentino, 217; Dirección de Contabilidad (Chi­
le), Resumen de la hacienda pública de Chile, sección VII.
Buescu, Evolução económica do Brasil, 119, 126; Nogueira, Raizes de uma Nação,
313; Castro Carreira, Historia financiem, 429.
Reyes Abadie y Vázquez Romero, Crónica general del Uruguay, 337.
p o n er estas cilras en contexto, el cálculo p a ra el presupue:
anual de estos anos es d e 2 m illones de pesos84.

No obstante, d ep en d e r de la d eu d a y de la im presión de d int


en sí no explica p o r qué los países latinoam ericanos no imj
sieron tributos domésticos después de las guerras. Inicialmei
muchos países europeos usaban la d eu d a p ara p ag ar las gt
rras y posteriorm ente im pusieron tributos p ara cum plir con :
obligaciones. Lo que distingue a Latinoam érica es que el cáli
lo fiscal nunca se evidencio. Por o tra parte, la d eu d a pública
fomento la creación de u n m ercado financiero dom éstico es
ble, u n a contribución crítica a la g u erra en los casos de Gt
B retana y los Países Bajos. Por el contrario, el papel m oneda <
G obierno prom ovió los ciclos im productivos de especulado
ruina. Debido al riesgo in h eren te, las tasas de interés se m;
tuvieron en los niveles de usura, obstaculizando más adela
el desarrollo dom éstico y au m en tan d o la dependencia exter

La disponibilidad de recursos ex tern o s liberó al Estado


te n er que e x p lo tar la econom ia nacional. La relación en
Estado y econom ia m u n d ial ten ía tres aristas: d e u d a ex ter
venta de bienes d e consum o y aduanas.

G ran p a rte de la d e u d a discutida an terio rm e n te se adqui


con bancos ex tra n jero s85. D esde el principio, los Gobieri
p osindependen tistas tra ta ro n d e co m p lem en tar sus inadec
dos recursos dom ésticos con créditos ex tra n jero s86. Por eje

84 El porcentaje dei PIB o de los ingresos de exportación se pueden medir


jor a partir dei tamano relativo de estas deudas. Las cifras sobre el tan
de la economia nacional, incluso ya avanzadas en el siglo XX, son muy |
confiables. Los ingresos por exportaciones y las deudas con frecuencia sc
presan en diferentes monedas (por ejemplo, papel frente a oro, o en dive
monedas internacionales) y hacer una medición más precisa es prácticam
imposible. Reyes Abadie y Vázquez Romero, Crónica General dei Uruguay,
85 Rippy, British Investments in Latin America; Marichal, A Century of Debt Crist
86 Estas incluyen algunas deudas intercontinentales que, por lo general, represent
el pago de los ejércitos o material militar durante la lucha por la independent
finales de 1820 Bolivia debfa a Peru 725.000 pesos, Peru debia a Colombia 6.001
de pesos y Chile 3.000.000 de pesos (Seckinger, The Brazilian Monarchy, 51).
pio, a diferencia de Estados U nidos, los nuevos países carecían
de aliados y ay u d a ex te rn a , lo cual significaba q u e te n ían que
p a g a r en d in e ro co n tan te y so n an te todos los sum inistros
que recibían. En 1820 el G obierno de la G ran C olom bia ya
había acum ulado d eu d as con E u ro p a p o r 500.000 libras. En
1822, Chile igualm ente contrajo u n a d e u d a p o r 1 m illón de li­
bras p a ra co m p rar u n a flota de g u erra. Perú tuvo que o b ten er
préstam os p a ra p a g a r los salarios atrasados y u n a bonificación
a los vencedores de la batalla de Ayacucho, así com o algunos
préstam os otorgaclos p o r el G obierno de la G ran Colombia.
México pidió prestad o s 2,5 millones de libras en 1824, cle las
que se destinó el 65% a gastos m ilitares directos. El en d eu -
dam ien to de A rg en tin a con L o n d res em pezó en 1824. La
m ayoría de estos ingresos se d estin aro n a la creación d e u n
sistem a financiero nacional, que fue d estru id o , en gran p arte,
p o r la g u e rra e n tre A rgentina y Brasil e n tre los anos 1826 a
182887. El p rim e r p réstam o que Brasil recibió en 1824 fue u ti­
lizado p ara p ag ar los préstam os de los po rtu g u eses solicitados
a G ran B retana. L uego siguieron m ás p réstam os en 1825 y
1829. En 1830, Brasil ya había p ed id o prestados 4,8 m illones
de libras, ap ro x im ad am en te cu atro veces sus ingresos an u a-
les88. A unque L atinoam érica estuvo p o r fu era d e los m ercados
financieros internacionales p o r casi cu are n ta anos posteriores
a este auge inicial, tuvo u n a recu p eració n significativa después
de 1860. Por ejem plo, d u ra n te la g u e rra de la Triple Alianza
Brasil pidió prestados 5 millones cle libras en 1865. En 1867
el Estado necesitó o tro p réstam o de los R othschild p o r 71 m i­
llones de m ilréis89.

Si no p o d ían p e d ir préstam os en los m ercados in tern acio n a­


les, com o fue el caso de 1830 hasta 1870 ap ro x im ad am en te,
los países latinoam ericanos p o d ían v en d er el acceso a bienes
de consum o. El g u an o le p erm itió a P erú convertirse en lo

87 Marichal, A Century o f Debt Crises, 27-36.


88 Cardoso, México en el siglo XIX, 105.
89 Nogueira, Raízes de uma Nação, 378-380; Castro Carreira, História financiera, 429.
que Shane Muni lia d en o m in ad o u n “Estado ren tista”90
disponibilidad de los ingresos p o r guano retrasô el d esan
dei Estado, p erm itién d o le existir sin la más rem o ta rela
con la sociedad en la que se apoyaba y sin la necesidad de
tituir u n a adm inistración más eficiente. El gu an o permit,
elim inación de la contribución regresiva (en 1855), y tam
le perm itió al Estado evitar la m odernización de su estruc
fiscal, al tiem po que solicitaba préstam os p o r g ran d es si
de din ero . U n observador britânico co n tem p o rân eo se
que “u n gobierno sabio p u d o h ab er tratad o a esta fuent
ingresos com o algo tem p o ral y ex trao rd in ário . Los p eru
co nsideraro n este hecho corno si fu era p erm a n en te, aboli
otros impuestos, e im p ru d e n te m e n te in crem en tan d o el g;
(el énfasis es m io)91. Al igual que la bonanza de g u an o <
caso p e ru a n o , la conquista de los territo rio s de nitrato le
m itió al Estado chileno ex p an d irse sin te n e r que “pen e
en su sociedad y e n fre n ta r la desigualdad in co n tro lad a92.
1900, el n itrato y el yodo rep resen tab an el 50% de los ingi
de Chile y el 14% del P IB 93.

Los im puestos p o r concepto de ad u an as rep resen tab an


solución ideal a los problem as fiscales, d ad a la facilida
organización con la que p o d ían ser recolectados. U nos p
soldados en los principales p u erto s p o d ían proporciona
gresos considérables. A ún m ás im p o rta n te , d a d o su c;
te r in d ire c to , estos im p u esto s e ra n los q u e te n ia n la m
p ro b a b ilid a d d e p ro v o c a r p ro te sta s p o p u la re s 94. U n a ï
p o r in g reso s e ra u n rasgo característico de u n a soci
d o m in a d a p o r p ro p ie ta rio s d e tie rra s, q u e d esv iaro n lo
p u esto s fu e ra de las p ro p ie d a d e s y los c o b ra ro n al cons

90 Hunt, Growth and Guano.


91 Markham, The War Between Peru and Chile, 1879-1882, 37.
92 Loveman, Chile, 169; Sater, Chile and the War o f the Pacific, 227.
93 Mamalakis, The Growth and Structure o f the Chilean Economy, 19-21; Sate
and the War o f the Pacific, 275.
94 Marichal, A Century o f Debt Crises, 17.
d o r 95. La d ep en d en cia en el tem a de ad u an as tam bién reflejó
la distribución sectorial de las econom ias dei continente. Para
algunos países com o P erú, u n a gran p a rte dei p ro d u cto n a ­
cional se concentro en la ex p o rtació n de bienes de consum o.
Por lo tanto, el G obierno gravaba esa p arte de la econom ia
que era más visible. O tros países con u n m ercado de e x p o r­
tación m enos d esarro llad o tenían com o objetivo no solo las
im portaciones, sino tam bién las exportaciones. C on frecuen-
cia la distribución e n tre estos dos reflejó la influencia relativa
de los im p o rtad o res sobre los ex p o rtad o res. Por ejem plo, en
el caso de Brasil, los m ayores im puestos a las im portaciones se
establecieron a los bienes m anufacturados. Esta estrategia, a
su vez, hizo que esta form a de cobrar im puestos fuese m ás re-
gresiva, d e p en d ien d o de la distribución de pro d u cto s d e n tro
de la canasta no rm al d e im portación.

A rgentina es un ejem plo ex trem o de este p atró n . D esde la d é ­


cada de 1820 las diversas encarnaciones dei Estado arg en tin o
d ep e n d ie ro n de los derechos ad u an ero s p a ra la g ran m ayoría
de sus ingresos. El d ictad o r Rosas co n tinuo la política d e p e r­
m itir que los ingresos ad u an ero s reem p lazaran los costos más
altos dei consum o político o im puestos sobre la p ro p ie d a d 96.
La fragilidad de esta d ep en d en cia fue d em o strad a p o r los blo-
queos de la fuerza naval e u ro p ea en 1827, 1839 y 1846, que
p ro d u je ro n las crisis fiscales. A p esar de los enorm es câmbios
en la econom ia arg en tin a d u ra n te el últim o cu arto dei siglo,
incluido u n au m en to d e cinco veces las exportaciones desde
1862 hasta 1914, el sistem a fiscal d ep en d ió en g ran m ed id a
de los im puestos sobre las im portaciones97. Incluso p a ra los
estánd ares latinoam ericanos esta d ep en d en cia es so rp ren d en -
te, ya q u e las ad u an as a m e n u d o rep resen tan más dei 90% de
los ingresos corrientes. Los im puestos al com ercio e ra n vistos
com o la única fo rm a de m a n ten er alg u n a sem blanza de paz

95 Lynch, Spanish-American Revolutions, 150.


96 Halperín-Donghi, Guerra y finanm s, 242-243.
97 Oszlak, Laformación, 173.
e n tre las diversas lacciones políticas co n ten d o ras98, lo d o
bían que este sistem a fiscal era insuficiente, p ero era la ú
m a n era de m a n te n e r el statu quo social99. Los aranceles
particu larm en te atractivos p a ra la élite: no req u erían ui
crificio, ayudaban a financiar la expansion de la fro n tera
la que se beneficio de m a n era d esp ro p o rcio n a d a100 y exi
pocos recursos adm inistrativos.

La relación p articu lar en tre A m érica L atina y los m ere


globales tuvo im p o rtan tes repercusiones internas. En p r
lugar, vincularon con frecuencia la salud fiscal dei Estadi
la econom ia m u n d ial y el precio de u n solo p ro d u eto . 1
reconocido p atró n , la dism inución en el com ercio o en 1;
m an d a de u n bien po d ia re d u c ir a la m itad los ingreso
G obierno en u n solo ano. L a planificación e inversion a
plazo e ra n im posibles. La d ep en d en cia sobre el aparati
Estado com o u n p a tró n político tam bién fue m uy arries;
Precisam ente debido a que los nuevos G obiernos tenían t.
tensiones fiscales, no p o d ían im p o n er im puestos interne
tam poco p o d ían arriesgarse a p e rd e r el com ercio exteric
que obtenían u n a g ran p arte de su ingreso. En consecut
el uso fiscal dei com ercio contradecía la posibilidad dt
política económ ica proteccionista101.

98 Oszlak, La formation, 186.


99 Gorostegui de Torres, Historia Argentina, 120-21.
100 Oszlak, La formation, 189.
101 Esto, combinado con la inclinación ideológica hacia el laissez-faire, de'
cualquier industria nacional que existiera y empeoraría las tensiones
siderables entre los centros urbanos y el interior. Por ejemplo, la depei
en los recibos dei guano (ya sea mediante préstamos o por aduanas) p
que el Gobierno peruano siguiera una política de mercado abierto, ya
había ningún requisito fiscal para las tarifas. Este “comercio libre d
arrasada” más adelante devasto lo que quedaba de una clase nacior
duetora (Gootenberg, Between Silver and Guano, 134). En Perú, a diíère
Europa, el liberalismo económico no fue utilizado para ayudar a la vic
una burguesia industrial sobre la oligarquia rural, pero fue empleadi
capital extranjero para establecer su dominio (Yepes del Castillo, Pen
1920, 38). Las bajas tarifas aplicadas por los britânicos a Brasil has
tuvieron el esperado impacto devastador sobre la industria nacional. I
trucción similar de la clase artesana colonial y “manufacturera” se ]
Al m ism o tiem po, la disponibilidad de capital e x tra n jero im-
pidió que el G obierno desafiara a los g ru p o s de élite y fo rjara
con ellos u n a alianza nacional. De hecho, en vez de que la
g u e rra llevara a u n m ayor control centralista, la ausência de
esta soberania p u d o h ab er d ad o lu g ar a u n conflicto. L a g u e ­
rra dei Pacífico p u e d e evidenciar m ejor las consecuencias de
la orientación ex te rn a de estos Estados y la falta de dornina-
ción in tern a. Fue “en el fondo u n a lucha sin cuartel sobre las
exportaciones e n tre los celosos Chile, Bolivia y P erú ”102. “Los
tres países e ra n pobres y estaban dirigidos p o r oligarquias a
las que no les gustaba p ag ar im puestos y buscaban percibir in ­
gresos de este fertilizante [nitrato] com o u n sustituto”103. C ada
país com petia con el o tro p o r los recursos que le p erm itieran
m a n ten er su estatus “ren tista” y no desafiar al statu quo nacio­
n a l104. La g u e rra se dio p o rq u e los Estados e ra n dem asiado
débiles p a ra lu ch ar co n tra sus respectivas élites. Por ejem plo,
debido a que las élites dei altiplano e ra n dem asiado poderosas
p a ra cobrarles im puestos, el Estado boliviano vio el litoral y la
naciente in d u stria dei n itrato com o la m ejor fu en te de apoyo
fiscal105. Este hecho lo puso en conflicto con Chile. No o b stan ­
te, Bolivia no po d ia asp irar a g an ar p recisam ente p o rq u e no
tenía suficiente apoyo p o r p arte de su base de op eracio n es106.

M om ento equivocado

En lu g a r de cen trarse en la im portância dei “tipo e rra d o ” de


g u erras o recursos, tal vez seria más exacto decir que el “tipo
co rrecto ” de g u e rra llegó dem asiado p ro n to . L a conquista
espanola en el siglo X VI ya había som etido al enem igo m ás

en la mayoría de los otros países. De este m odo, Latinoamérica se retrasó en


el desarrollo de una burguesia nacional en torno a la cual un aparato estatal
m oderno podría evolucionar.
102 Gootenberg, Imagining Development, 182.
103 Kiernan, “Foreign Interests in the War o f the Pacific”, 14.
104 Bonilla, “La crisis de 1872”, 179.
105 Morner, The Andean Past, 140-43.
106 Klein, Bolivia, 144-46.
poderoso de los t riollos, los indios. Podría decirse, que s
lucha hubiese co n tin u ad o hasta bien en tra d o el siglo >
hubiese d ad o un im pulso im p o rtan te p a ra la form ación
Estado. Las fro n teras eran zonas de g u e rra co n tin u a 107,
ejem plo, en la fro n tera n o rte de M éxico la lucha contr;
indios g en eró u n consenso social sobre la necesidad de
sarrollar u n a g ran y extensa fuerza m ilitar y la consigui
necesidad de te n e r la capacidad de p ag ar p o r esto 108. El es
de N uevo L eón estableció relaciones con sus clases de coi
ciantes y te rra ten ien tes m ucho más en to rn o a las línea:
m odelo eu ro p eo de lo que vem os en el G obierno centra
final de la g u e rra arg en tin a co n tra los indios, tam bién coi
da com o “la conquista dei D esierto”, en 1879-80, quizás
u n a contribución económ ica más significativa que la gu
de la Triple Alianza, ya que liberó la fro n tera de los frecut
y costosos ataques p o r p arte de los indios, p erm itién d o lt
vez u n a g ran ex p an sio n ag ro in d u strial y el fom ento de
m ayor inm igración. La g u e rra tam bién ayudó a consolid
legitim idad dei Estado y construyó la c arrera política dei
sidente Ju lio Roca109. La conquista dei desierto fue en |
financiada p o r la venta de tierras, que estableció adem
p o d e r de la élite te rra te n ie n te 110. Esta ex p an sio n territt
ju n to con los acontecim ientos de la econom ia internaci
ay u d aro n a consolidar el control oligárquico que perm
que el Estado arg en tin o tuviera u n cierto g rad o de coheri
en las siguientes cinco décadas. En Chile, el ejército que cf
taría a sus vecinos del n o rte d u ra n te las dos g u erras crí
nació y se e n tre n ó , en g ran m edida, en la fro n tera. Da<
im p o rtan te p ap el de las “fro n tera s” en el d esarrollo dei
do e u ro p e o 111 y de Estados U nidos, así com o la experienc

107 Duncan Baretta y Markoff, “Civilization and Barbarism”.


108 Cerrutti, Economia de guerra y poder, 29-30.
109 Puigbo, Historia social y económica Argentina, 125-27; Gasio y San Rom
conquista del progreso, 115-25; Alemann, Breve historia de la política econói
gentina, 101.
110 Rock, Argentina, 1516-1987, 154; Ferns, The Argentine Republic, 1516-19
111 Robert Bartlett, The Making o f Europe.
A rgentina, Chile y México, la presencia de un enem igo étnico
fácil de definir por fuera de las fronteras de u n Estado, tam bién
p u d o d esem p en ar u n p ap el im p o rtan te en el desarrollo polí­
tico d e A m érica L atin a112.

Sin im p o rtar el tipo de g u erra, los Estados latinoam ericanos


no estaban listos estru ctu ral, política ni ideologicam ente p ara
ap ro v ech ar las o p o rtu n id ad es políticas dadas. El nacim iento
dei Estado latinoam ericano, a pesar de h ab er sido anu n ciad o
con arm as de fuego, no p ro d u jo el ap ara to político esp era­
do. La liberación de E spana p ro d u jo u n a institución m ucho
más débil, al m enos en térm inos de estru ctu ra física, y u n a
institución m ucho más depencliente de la econom ia in te rn a ­
cional. Las g u erras in d ep en d en tistas a rru in a ro n la econom ia
y e n d e u d a ro n a los países, dificultando más el surgim iento dei
equivalente estru ctu ral de u n a b u rguesia nacional. Así, Lati-
noam érica fue p riv ad a tan to dei anclaje político com o dei so­
cial en el que se p u d ie ra basar el desarrollo institucional. El
Estado latinoam ericano n u n ca fue capaz de im p o n er la uni-
d ad in tern a necesaria p a ra el proceso de extracción, incluso a
la luz de las am enazas m ilitares.

Por ex tra n o que p u e d a p arec er d ad a la endém ica o p resión en


el continente, el Estado latinoam ericano p u d o h ab er padecido
u n proceso incom pleto de dom inación in tern a. En los casos
europeo s, los rep resen tan tes de la m o n arq u ia, la oligarquia
te rra ten ien te o la reciente burguesia en d esarrollo ten ían la
disposición p ara so p o rtar p a rte de la carga con el fin de pro-
tegerse o estaban dispuestos a im p o n er dicha obligación sobre
los sectores sociales recalcitrantes. En L atinoam érica, el con­
trol del Estado siguió en lucha.

P uede que las g u erras solo p u e d a n crea r Estados d e n tro de


u n m arco ideológico d e despotism o ilu strad o 113. De ser así, la

112 Le debo mucho de este punto a las conversaciones con Michael Jimenez,
Stephen Aron y Jeremy Adelman.
118 Kaiser, Politics and War, 206.
in d e p en d em ia de Lalinoam érica estableeió un en to rn o
favorable. El p erio d o p o sterio r a la in d ep en d en cia no es
predispuesto ideologicam ente p a ra el crecim iento dei Est
en p a rte com o u n a reacción a la ex p an sio n del Estado colc
espanol d u ra n te el siglo X V III114. Este en co n tro u n a resis
cia significativa; después de la década de 1770, con frecue
la rebelión co n tra la a u to rid ad colonial se convirtió en
com ún. Por lo tanto, fue p articu larm en te difícil p ara los
biernos posteriores a la in d ep en d en cia im p o n er nuevos
puestos, ya que estos e ra n asociados con el absolutism o
acababa de ser d erro ta d o . Los im puestos viejos se abolii
antes de institu ir los n u ev o s115.

El dom inio dei p en sam ien to económ ico liberal en to d o el


tinente tam bién estaba en co n tra de la idea de u n Estadc
deroso e intru siv o 116. La aceptación de u n liberalism o cl:
sentô las bases ideológicas de los retos a seguir. Tal vez lo
im p o rtan te es que n in g u n a de las rebeliones in d e p e n d e
tas exitosas in volucrô refo rm as sociales radicales y la ma;
represento a los principales sectores económicos. Los movir
tos que exigieron cambios en la distribución de la riquez;
les com o H idalgo y M orelos en México, sin d u d a pudi
h ab er contrib u id o al sesgo m ediâtico del gobierno post
a la in d ep en d en cia, elevando el espectro de la g u e rra rac

L atinoam érica no estaba sola en su actitud hacia los imj


tos; la p en etració n del G obierno y ciertam en te Estados
dos tenian u n d esarrollo institucional m uy d iferen te a j
de te n e r restricciones ideológicas similares. Sin em bargo
tinoam érica en fren tab a obstáculos que no se en co n trab ar

114 Similar a la experiencia dei absolutismo en el occidente de Europa, e:


nerô un considerable aumento en los recursos disponibles a los Got
coloniales. Por ejemplo, los ingresos de México se cuadruplicaron dur;
siglo XVIII (Bethell, Cambridge History: Independence, 10).
115 Burkholder y Johnson, Colonial Latin America, 330.
116 Collier, Ideas and Politics o f Chilean Independence; Hale, Mexican Liberalise
Age o f Mora, 1821-1853; Burns, Poverty o f Progress; Peloso y Tenenbaum
als, Politics, and power; I ,ove y Jacobsen, Guiding the invisible Hand.
al norte. Incluso si el espíritu fiscal hubiese estado dispuesto,
hubiese sido difícil p a ra el cu erp o m an ten erle el ritm o. Los
im puestos no se cobran solos, sino que re q u ie re n u n ap arato
adm inistrativo im p o rtan te.

Los Estados en g u erra sim plem ente no tienen la capacidad a d ­


m inistrativa p ara resp o n d er con u n a extracción cada vez m a­
yor. No hubo u n a ru ta tan clara p ara seguir en el ciclo de ex-
tracción-coerción117. Por ejem plo, el retraso adm inistrativo de
la burocracia ecuatoriana fue tal que la contabilidad p o r p artid a
doble no fue im puesta con éxito, incluso después de las déca­
das de 1850 y I8 6 0 118. En 1851 y 1852 el G obierno brasileno
intento hacer u n censo obteniendo com o resultado la oposición
considerable p o r p arte de m iem bros de casi todos los sectores
sociales, ya que lo veían com o u n esfuerzo p ara crear u n a lista,
ya fuera p ara cobrar nuevos im puestos o p ara el servicio m ilitar
obligatorio. Com o resultado, la idea fue desechada119. Además,
a pesar de los evidentes benefícios de u n im puesto a la propie-
dad, la sim ple tarea de u n levantam iento catastral hubiese ido
más allá de la capacidad dei Estado brasileno120.

Más adelan te discuto las razones p o r las que el Estado era tan
incapaz de u sar las o p o rtu n id ad es p resen tad as p o r la g u erra.
No solam ente fue el n ú m e ro o el tipo de g u erras lo que dis-
tinguió a L atinoam érica, sino tam bién el contexto social en
que se lib ra ro n 121. El en ten d im ien to dei im pacto de la g u e rra

117 Lofstrom, “From Colony to Republic”.


118 Rodriguez, The Search fo r Public Policy.
119 Barman, Brazil, 2 3 6 .
120 Para una discusión interesante con el caso japonês, ver Bird, “Impuesto a la tie-
rra y el desarrollo económico”. El tema de comparación clave en este caso seria
que la Revolución Militar en Europa, que también estuvo acompanada por una
revolución burocrática, aumento la capacidad administrativa dei Estado.
121 Debe quedar claro que me refiero a cuestiones anteriores de construcción dei
Estado. Esa guerra pudo haber contribuído al nacionalismo desde abajo, o
fomentar diferentes tipos de comunidades, bastante bien aceptadas hoy dia
(Mallon, Peasant and Nation). La pregunta sigue siendo por qué no pareció
afectar la construcción de instituciones políticas autoritarias e inclusivas a nivel
de Estado-nación.
en el continen te o la lalta de él req u iere u n análisis tan to
los conflictos en sí com o de las sociedades que los com ba
ron. M ientras que, en cierta m edida, el p ro d u cto institucio
de la g u e rra e u ro p ea se d eterm in o tecnologicam ente po
m ayor gasto deriv ad o de la p o sg u e rra dei siglo X V II, esta
p o rtan te ru p tu ra tuvo más q u e ver con los contextos soei;
y económ icos en los que tu v iero n lu g ar las g u erras que <
lo que sucedió en el cam po de batalla122. En L atinoam éric
estím ulo político e institucional hizo caso om iso de los tam
res de la g u erra. Ni las estru etu ras dei Estado ni la autorii
req u iriero n hacer uso de estas o p o rtu n id ad es que no se c
solidaron. Así, inclusive si la historia p o sterio r se pareció i
a la de E u ro p a Occidental, las condiciones iniciales fu ero n r
diferentes p a ra o b te n er el m ism o resultado.

Los Estados en la sombra y las sociedades divididas

Las g u e rra s g e n e ra n o p o rtu n id a d e s p a ra el d esarro llo


titucional, p e ro la centralización re q u ie re de u n a lógica
lítica p re e x iste n te y elab o rad a. Este h ech o p u e d e venir
u n a élite p rev ia m en te u n id a q u e tien e in terés en el cr
m iento dei E stado, o b ien de u n a incip ien te clase q u e intt
e x p a n d ir el te rrito rio en el q u e p u e d e funcionar. Ya se
aristocracia n acionalista o u n a b u rg u esia en ex p an sió n , e
g ru p o s utilizan la g u e rra p a ra d e r r o ta r a sus rivales o a
actores e n com petência. L atin o am érica no poseía n in g
de estos g ru p o s d u ra n te su siglo de g u erras. H u b o mu(
divisiones y p rete n sio n es de poder. A d iferen cia de Eur<
las g u e rra s no o freciero n o p o rtu n id a d e s p a ra u n a sola fc
lia o facción de élite p a ra im p o n e r su v o lu n tad sobre ot
sino m ás b ien fu n cio n a ro n p a ra m a n te n e r a p e rp e tu id a
posibilidad de rebelión.

122 Kaiser, Politics and War; Tallett, War and Society in Early Modern E
Wallenstein, The Modern World System.
Podríam os reco rd ar la distinción e n tre u n a clase d o m in an te
y u n a clase d irig e n te 123. L atinoam érica poseía la p rim era,
p ero po d ríam o s decir que no la segunda. En general, los
países latinoam ericanos carecían de u n a única clase capaz
de im p o n er su v o lu n tad y de organizar las capacidades dei
Estado hacia la g u erra. En el m ejor d e los casos, los caudillos
m ilitares, los com erciantes u rb an o s y los g ran d es terraten ien tes
hacían alianzas tem porales y poco estables. Las g u erras
in d ep en d en tistas no p ro d u je ro n la h eg e m o n ia n ecesaria
p a ra la co n ju n ció n d e la acción m ilitar y la ex tra cció n
in te rn a . N in g u n a facción d e la clase d o m in a n te era capaz
de establecer u n a h eg em o n ia lo suficientem ente fu erte p ara
prio rizar los intereses colectivos nacionales, incluso si se define
en térm inos de clase. D ebido a la ausência de este dom inio, el
ap arato dei Estado no e ra en realid ad fiscalm ente soberano.

La clave que p erm ite e n te n d e r la im posibilidad de L atin o a­


m érica p ara “beneficiarse” de la g u e rra se en cu e n tra en las
innum erab les divisiones que caracterizan a estas sociedades,
perceptibles a u n antes de la in d ep en d en cia, cu an d o L ati­
noam érica sufrió u n in ten to de centralización de a u to rid ad
alim entado, en p arte, p o r intereses m ilitares; es decir, las r e ­
form as borbónicas. La g u e rra de los Siete Anos, que term in ó
en 1763, y la participación espanola en las cam panas co n tra
Francia, que em p ezaro n en 1793, cu estio n aro n la relación que
el Estado existente había d esarro llad o e n tre la p en ín su la Ib é­
rica y A m érica124. Las reform as iniciadas p o r Carlos III, que
im plicaban intentos de volver a centralizar la a u to rid ad y a u ­
m e n tar los ingresos, se p o d rían in te rp re ta r com o u n esfuerzo
p a ra tran sfo rm a r el poco m anejable im p ério B orbón en algo
parecido a u n Estado transatlântico. El ejército borbónico fue
creado básicam ente p a ra h acer fren te a estos desafios exter-

123 Le debo este punto a John Womack.


124 Bethell, Cambridge History: Independence; Lynch, Spanish Colonial Administration;
Bourbon Spain, 1700-1808; Fisher, Government and Society in Colonial Peru; Brad-
ing, Miners and Merchants in Bourbon Mexico; Haciendas and Ranchos. Ver tam-
bien Stein, Silver, Trade, and War.
no s125. Las reform as lu ero n considerablem ente exitosas,
sar de q ue se e n lfe n ta ro n a los opositores e incluso tuv
protestas violentas126. dP udieron estas reform as h ab er pi
cido u n Estado más parecido al m odelo europeo? Despu
R odriguez podríam os im aginar el desarrollo de dicha en
política, o más prob ab lem en te, la consolidación de tres (
tro gran d es Estados que su rg iero n a p a rtir de las g u e rr
d ep en d e n tista s127. En cualquier caso, las reform as borbc
sugieren que el p apel de la g u e rra com o u n estím ulo o i
tivo p a ra el d esarrollo institucional y la consolidación p<
fue im p o rtan te p ara el co n tin en te antes dei siglo XIX.

Esta experien cia sugiere u n indicio p a ra el p apel a futu


la g u erra: la construcción dei E stado128. Gracias a la cre<
necesidad de la fuerza arm ad a, al ejército se le concedi'
m ayor auto n o m ia institucional a través de los fueros. El
tado consistió en que los m ilitares d esem p en aro n un
más im p o rtan te en la region, p ero se m an tu v iero n lue
la sociedad y p o r encim a dei Estado, estableciendo un p
que p u d ie ra co n tin u ar en los próxim os anos. A ún m í
po rtan te, si b ien la m ayor capacidad m ilitar y adm inist
se p u d o h ab er d esarro llad o com o resp u esta a las ame
internacionales, las fuerzas arm ad as se d irigían cada ve
hacia su interior. El Estado colonial llegô a o rien tarse ne
p ro teg e r a la sociedad de u n a am enaza ex tern a, sino pa
p rim ir las am enazas in te rn a s129.

Son estas am enazas reales y percibidas las que m ejor ex


la relación p articu lar e n tre el Estado y los que hacen la g

125 Rodriguez, introducción a Rank and, Privilege, x.


126 Phelan, The People and the King; Stern, Resistance, Rebellion, and Conscio
the Andean Peasant World, Eighteenth to Twentieth Centuries.
127 Rodriguez O., Independence in Spanish America.
128 Archer, Army in Bourbon Mexico; L. G. Campbell, “The Army of Peru
Tupac Amaru Revolt”, 1; McAlister, The “Fuero Militar”in New Spain, I7<
129 En gran parte no tuvo éxito a la luz de la amenaza externa. Por ejem
britânicos lueron expulsados de Buenos Aires en 1806 por las fuerza
nizadas y dirigidas por artorcs no oficiales.
en el continente. Las reform as borbónicas p ro d u je ro n un a p a ­
rato político más eficiente; adem ás evidenciaron las divisiones
internas que ato rm en ta rían a L atinoam érica d u ra n te los si-
guientes cien anos. Las tensiones y preocupaciones m ilitares
crearo n crisis adm inistrativas y fiscales que m otivaron al Esta­
do a im p o n er su au to rid ad , p ero en el últim o cu arto dei siglo
X V III ya se veían los conflictos que infestarían los intentos de
crear estru ctu ras políticas más sólidas. La sociedad en la que
el Estado se apoyaría no se unió lo suficiente p a ra p ro p o rcio ­
n a r u n espacio adecu ad o p a ra la consolidación institucional.
El desarrollo institucional im pulsado p o r el conflicto m ilitar
se vio fru strad o p o r la fuerza de las divisiones geográficas, so-
ciales y raciales. Lo a n te rio r apareció de diferentes form as p o r
todo el co n tin en te (ver cu ad ro 3.4); no obstante, el resultado,
en general, era el mism o. La g u e rra no condujo al au m en to
dei o rd e n y la u n id a d , sino al caos y la división. En las páginas
siguientes discutiré cada u n a de estas divisiones.

C u ad ro 3 .4 D iv isio n es in tern as e n L atin oam érica

Regionalismo Racismo/ Tipo de conflicto División de élite


A rgen tina B u en o s Aires vs. C onflicto indio; gau ch os U nitários vs. Federalistas;
Províncias diferen tes caudillos

Bolivia La Paz vs. Sucre Elite m in úscu la con m asas N in g ú n g ru p o d om in an te


indias despojadas

Brasil D esen fren a d o P reocu p ación p o r la in clu ­ D ism in u ye d esp u és d e la


d u ra n te e l siglo sion posesclavista regen cia
X IX

C hile San tiago d o m in a Se torn a m ás im p ortan te D ivisiones ideológicas


pronto co n el desarrollo m in ero p o steriores al siglo X IX

C olom b ia D esen fren a d o C entrada e n division es L iberales vs. C onserva­


d u ra n te e l siglo d e clase dores
X IX

E cuador La Costa vs. La ín d io s vs. Élites blancas L iberales vs. C onserva-


Sierra dores

M éxico Provincias al M uy fu erte e n la p o sin d e- L iberales vs. C on servad o­


m argen p e n d en cia res; política caudillista

Paraguay A su n ció n d o m in a El E stado invita a la id en - N in g u n a perm an ece d e s ­


tidad ind ià p u és d e Francia

Perú Lim a vs. L a Sierra T em o r a sublevación in d ia C audillos y sig u e geográ-


vs. La Costa ficam ente
Continua
Continuacién
U ru gu ay M ontevideo vs, ( Ion flicto u rb a n o ele clases B lancos/C oloradps
Z ona rural
V enezuela L os L lanos vs. La M uy f'uerte e n la p o sin d e- C audillos
C osta p en d en cia

Fuente: M iguel A ngel Centeno

Regionalismo

A pesar de los esfuerzos de Carlos III, L adnoam érica ei


en el siglo X IX p ro b ab lem en te más dividida que nunca.
Américas en su totalidad estaban resentidas p o r la im post
de u n decreto dictado en M adrid. Las diferentes subun
des de los dom inios borbones q u erían p ro teg e r y am plia
autonom ia con respecto al p o d e r central. A su vez, los t
nos dei v irrein ato se resistieron a crear gobiernos peque
más autónom os a p a rtir de sus com ponentes individuates;
ejem plo, la capitania g en eral y las intendências. C oncederle
m ayor au to n o m ia local a u n g ru p o , com o en la creación
V irreinato dei Rio de la Plata, a m en u d o significaba la di
nución de la de los dem ás, com o Paraguay, u obligar a oil
cam biar sus lealtades adm inistrativas, com o en Charcas. P
tanto, los esfuerzos p a ra crear u n todo mayor, cualquiera
fu eran los benefícios derivados de estos, se en co n trarían
la resistência de aquellos que p u d ie ra n sentir que su cor
n en te individual sufriría. Las rebeliones autonom istas evi
ciaron las divisiones sociales m ás destacadas en el in terk
las distintas regiones.

La idea de u n a soberania frag m en tad a tuvo u n a larga his


en el continente. El rég im en colonial ya había reconocidc
diversidad regional y u n a au to n o m ia considerable, y habí;
guado u n p lan p a ra dividir el co n tin en te en tres reinos: l\
co, P erú y N ueva G ra n a d a 130. Los conflictos p o r la sobei
no fu ero n sim plem ente e n tre las províncias y la capital,

130 Jaram illo Ui ibc, “Nación y region”


tam bién d en tro de las provincias m ism as, e n tre los gobiernos
regionales y m unicipales131. En cualquier caso, el Estado colo­
nial escasam ente controlaba grandes partes dei Im pério. La
m ayor p arte dei n o rte de México estuvo más allá de su control,
al igual que la región sur dei continente. En p arte debido a los
retos geográficos y logísticos y en p arte debido a los tem ores
de E spana p o r la autonom ia transatlântica, las reform as borbó-
nicas establecieron p o r lo m enos u n Estado sem icentralizado,
pero no unitário132. Cada p arte dei Im pério estaba conectada con
el centro, pero las regiones p o r separado no estaban vincula­
das en tre sí. En consecuencia, la entidad política resultante que
debía en fren tar el desafio de la invasión napoleónica en 1808
carecia de una cohesión territorial sólida.

La corona era la fu en te real de soberania y, cu an d o el o rd e n


político estuvo bajo tensión y la corona p erd ió g ran p a rte de
su legitim idad intrínseca, los vínculos e ra n relativam ente dé-
biles p a ra m a n ten er las diferentes p artes unidas.

Las prim eras experiencias con las g u erras in d ep en d en tistas


ex acerb aro n los conflictos de soberania. En g ran m ed id a d e ­
bido a q u e am bas p artes ten ían que conseguir recursos, las
adm inistraciones rebeldes y leales tra ta ro n de centralizar el
p o d e r en las zonas q u e ten ían bajo su control. Estos esfuerzos
co n tin u aro n después de la década de 1820 p o r el m iedo al
caos de la p o sg u erra. D ado que tan to los gobiernos reales y
sus sucesores eran dem asiado débiles p a ra hacer cu m p lir sus
dem an d as constitucionales, los intentos p o r al m enos a u m e n ­
ta r form alm ente su a u to rid ad solo ex acerb aro n los tem ores
locales sin resolver el conflicto a su favor. En lu g ar de u n fe­
deralism o v erd ad e ro con garantias suficientes p ara aseg u rar
la lealtad de las provincias o u n centralism o autocrático p a ra
resolver las diferencias regionales, los esfuerzos en la centra-
lización solam ente p ro d u je ro n resentim ientos y rebelión. El

131 Annino, “Soberanías en luchá”, 250.


132 Kossok, “Revolución, F.stado y nación”, 163.
resultado fue el p eo r de los m u n d o s posibles: la am enaz
la au to rid ad central m antuvo inquietas a las provincias
poderes locales, m ientras que los limites sobre el Estado i
d iero n u n a resolución final.

Las g u erras in d ep en d en tistas evidenciaron la dispersi«


disipación de la au to rid ad política. En la N ueva G ranad
a u to rid ad dei gobierno au tó n o m o de Bogotá no se exte
m ucho m ás allá de esa ciudad, hasta ab arcar a C u n d in arr
y Santa M arta, e n tre otras, que exigían diferentes lealtad
las patrias bobas sobrevivieron a los rep etid o s intentos de
tralizar la au to rid ad . En E cu ad o r la an tig u a rivalidad t
la costa de G uayaquil y las tierras altas de Q uito pasó a
nivel, ya que esta últim a fue politicam ente d o m in ad a pc
invasores libertadores venezolanos. En Bolivia, Sucre le
litó a la élite de Charcas la pi'otección m ilitar que neces
p ara separarse de Perú y establecer su p ro p ia nación i
p en d ien te. La m ism a lógica que le perm itió a La Plata ror
con el resto dei Im p ério parecia perm itirle a cada u n a d
provincias divorciarse de B uenos Aires. C ada nueva sul
d a d p ro d u jo más reclam aciones de autonom ia. El Estad
T ucum án en fren to u n a secesión con Santiago de Estero,
Rioja se separó de C órdoba. El fracaso de B uenos Aires
d e te n e r este proceso es fu n d am en tal p ara co m p re n d e r 1
guientes cincu en ta anos. Las fuerzas de lo que se conve
en Bolivia y P araguay d e rro ta ro n los intentos po rten o í
m antenerlos en el antig u o virreinato. Estos fracasos sirvi
com o inspiración a otras regiones. Por o tra p arte, el esft
m ilitar y político ejercido p o r las diversas expediciones
difícil re u n ir los recursos necesarios p a ra m a n te n e r alinc
a otras provincias.

La discrepân cia de los recu rso s disponibles p a ra las p r


cias apoyó al regionalism o, ya q u e a m e n u d o las reg:
más ricas se asociaban con la capital re n u e n te s a firn u
contratos políticos necesarios p a ra co m p a rtir su riquez
situación arg en tin a lue el sím bolo de u n p a tró n q u e s
Dangre y u e u a a

c u e n tra en to d o el co n tin en te. Por ejem plo, los ingresos de


T u cu in án e ra n u n a m ilésim a p a rte d e lo q u e d isp o n ía B ue­
nos A ires, m ien tras q u e los de J u ju y e ra n casi inexistentes.
En 1827 la p ro v in d a d e C ó rd o b a ten ía u n in g reso d e 70.000
pesos, m ien tras q u e el de B uenos Aires e ra de 2,5 m illones133.
Si no h u b ie ra q u e rid o c o m p a rtir su g en ero sid a d , B uenos Ai­
res p u d o h a b e r co n q u istad o el resto dei país. P ero la p o b reza
no significaba in co m p etên cia m ilitar; las reg io n es m ás p o ­
bres fu e ro n capaces d e m a n te n e r a las m ás ricas en p elig ro y
n u n ca fu e ro n capaces de conquistarias.

En M éxico el p a tró n co n tin u o después de la in d ep en d en cia


c u an d o el país se disolvió en u n a “serie d e satrapías d o m in a­
das p o r caudillos”134. A lo largo dei siglo X IX , el Estado cen­
tral m exicano no p u d o elim inar las b a rre ra s e n tre los Estados
p a ra el com ercio nacional. La g u e rra d e Texas, que com enzó
en 1835 y p o d ría decirse que con tin u o hasta 1847, sin d u d a
no ayudó al d esarrollo institucional dei Estado m exicano. De
hecho, las diversas g u erras civiles b lo q u earo n los esfuerzos
p ara im p o n er la au to rid a d central, así las provincias indivi-
duales p o d ían en c o n tra r u n g en eral o u n asp iran te p a ra que
desafiara cualquier m an d ato o in ten to de cam bio de gobierno
em itido d esde C iudad d e México. Iron icam en te, la C iu d ad de
M éxico fue acusada d e in te n ta r establecer u n a nueva Teno-
chtitlan, incluso sin el control dei cam ino a V eracruz135. De
hecho, n in g u n a au to rid a d tenía la capacidad de im p o n er su
proyecto en todo el país136. P odría decirse que el regionalism o
político sobrevivió a la época de Díaz y solo fue errad icad o
después de 1910137.

133 Scobie, Argentina, 94; Bürgin, The Economic Aspects o f Argentine Federalism, 126.
134 Coatsworth, “Obstacles to Growth in Nineteenth Century México”, 95.
136 Esta no fue una situación única. En las décadas de 1820 y 1830, el camino en ­
tre Lima y Callao a menudo no era transitable a causa de los bandidos (Dobyns
y Doughty, Peru, 171).
136 Cardoso, México en el siglo XIX, 60.
137 G. Thom pson, “Federalism and Vantonalism in Mexico”.
LU M iiuii u e i u o ia u u

El proyecto in d ep en d en tista tam bién sufrió u n a contradiccii


fu n d am en tal en su n ú cleo 138. Por u n lado, la in d ep en d em
de cada région siem pre estaba su b o rd in ad a a la in d ep en d e
cia dei continente. A n in g u n a provincia se le p erm itia concc
trarse en sus intereses p uram ente protonacionales. La lucha í
para liberar a América. Sin em bargo, p o r o tro lado, la sobei
nia d e cada rég io n n u n ca se sacrifico en to rn o a u n a entid
central. N o se p erm itió la conquista. San M artin no p u d o cc
quistar a Chile p o r La Plata. Sin em bargo, Chile no contre
com pletam ente los ejércitos d e n tro de sus fronteras. Este I
cho gen eró u n a com binación desastrosa de u n a fuerza milii
supranacional con au to rid ad política regional, producienc
a su vez, u n a separación e n tre el p o d e r m ilitar y los lími
territoriales que debilitaron fatalm ente el efecto centralizai
de la g u erra.

Com o H alperín -D o n g h i ha senalado frecu en tem en te las gi


rras in d ep en d en tistas establecieron u n a conexión particul
m ente viciosa e n tre las divisiones e id entidades régionales )
fuerza militai'. Gracias a la d u ració n y al salvajisnro de la lue
in d ep en d en tista, p a ra la década de 1820 el co n tin en te ténia li
ralm en te docenas de g ru p o s arm ados lu ch an d o p o r el conti
Tal vez lo más im p o rtan te, el p o d e r m ilitar era esencialmei
autónom o, pues con pocas excepciones, los ejércitos no se <
sarro llaro n m ás allá de u n a milicia provincial, con unos po'
profesionales lid eran d o las m asas locales139. Los m ilitares
e ra n los rep resen tan tes arm ados dei Estado, p ero lu ch at
p o r u n líder individual o alg ú n vago concepto de “liberta
En p a rte debido a los requisitos técnicos relativam ente ba
y en p a rte debido a la falta d e com petência, los líderes de
fuerzas arm ad as irreg u lares facilm ente po d ían indepen
zarse de los gobiernos que los organizaban. Los ejércitos
estaban regulad o s p o r u n a a u to rid ad central, p ero a mei
do estaban bajo el control de los que p recisam ente deseat

138 Kossok, “Kevoludón, Kslado y nación”.


139 A n n in o , “Sob eranln s eu lu c h a ”, 252.
que clichos p o d eres no los tocaran. En este caso, los ejércitos
no e ra n u n a form a de establecer la au to rid ad política, p ero
e ra n la form a de m a n ten erla a raya. L a movilización m ilitar
no estuvo acom panada, ni m ucho m enos p reced id a, p o r u n a
movilización política.

Incluso los países asolados p o r las ru in o sas g u e rra s in d e-


p e n d e n tista s e n c o n tra ro n en el reg io n alism o u n o b stá c u ­
lo casi in su p e ra b le . Los p rim e ro s tre in ta anos dei Im p é rio
b rasilen o fu e ro n testigos d e los esfu erzo s an u ales p a ra tra e r
reg io n e s o g ru p o s sociales re c a lc itra n te s b ajo el c o n tro l de
Rio d e J a n e iro . M ien tras q u e el ejército sirvió com o u n
u n ific a d o r d u r a n te g ra n p a rte d e este p e rio d o , p a rtic u la r­
m e n te d u ra n te las d écad as d e 1830 y 1840, ta m b ién su frió
las divisiones reg io n ales. P or ejem p lo , los cam p am e n to s y
cu arteles m ilitares, con frecu en cia, se d iv id iero n d e acu er-
do con la p ro c e d ê n c ia g eo g ráfica d e las tr o p a s 140. El Im p é ­
rio n u n c a estableció u n a a u to rid a d c e n tra l fu erte . En su
lugar, se p u d o in te r p r e ta r com o u n E stado p a trim o n ia l q u e
o p e ró u n a re d de favores, g a ra n tiz a n d o cierla le g itim id ad y
a c tu a n d o com o policia, com o ú ltim o re c u rso , en las d is p u ­
tas d e la é lite 141.

En vez d e m itigar el regionalism o, la g u erra, a m en u d o , creó


divisiones geográficas aú n más perjudiciales p a ra la a u to rid ad
central. P ara sobrevivir en diferentes situaciones logísticas y
así o b te n er los recursos necesarios, los ejércitos, ya fu eran los
reclam antes dei p o d e r o los rep resen tan tes de la a u to rid ad
oficial, ten ían , en general, que negociar acuerdos políticos con
los p o d eres locales. Com o el reclu tam ien to estaba a m e n u d o
geográficam ente co n cen trad o , u n a g ran p a rte de los ejércitos
tam bién reflejó sus orígenes provinciales y replico sus lealta-
des a sus pueblos a través de sus je fe s142.

140 N unn, Yesterday’s Soldiers, 58-59.


141 Graham, Patronage and Politics in Nineteenth-Century Brazil.
142 Annino, “Soberanias en lucha”, 252.
Racismo

Se p o d ría a rg u m e n tar que algunos conflictos m ilitares antei


res ay u d aro n a crear u n a incipiente identidad latinoam erica
Las milicias e incluso los ejércitos form ales establecidos p o r
reform as borbónicas estaban com puestos en g ran p arte |
los colonos143. Sin d u d a, el ejército fue la p rim era instituci
v erd ad e ra m en te am ericana y fue la que ayudó a desarrol
y a consolidar u n a id en tid ad d iferen te a la de los criollos. !
em bargo, u n a resp u esta más destacada a las reform as borl
nicas, y n uevam en te lo que hechizaría a L atinoam érica ha
la época co n tem p o rân ea, fue el conflicto cada vez m ayor en
razas, clases y castas. Las revueltas de Tupac A m aru y Qu
nacieron de bases m ás antiguas y más com plejas que las rei
mas borbónicas. En el caso d e la Revolución p eru an a , se <
ben te n e r en cu en ta las frustraciones de la an tig u a aristocra
inca, el g ran peso dei trabajo forzado de la m ita, las presioi
regionalistas p a ra crea r u n a in ten d ên cia sep arad a de C uzo
la más im p o rtan te, la lucha racial. Sin em bargo, lo más r<
vante p a ra n u estro p ropósito es que el fantasm a de la gue
racial obstaculizó el p ro g reso de la rebelión y ayudó a fora
actitudes hacia la victoria del rég im en en 1783.

M ucho más que en E u ro p a e incluso que en Estados Unid


las élites latinoam ericanas vivían en constante tem o r pot
siguiente enemigo. Más que cualquier élite rival superando las ft
teras, los subalternos no blancos representaban la amenaza más sp
ficativa para el statu quo social. Dichos temores deben ser entendi
a la luz de los datos demográficos que enfrento la élite blanca dt
el principio hasta mediados de siglo. Por ejemplo, en Brasil los est
vos constituían un tercio de la poblaciónUi. La N ueva E spana
la in d e p en d en cia estaba com puesta p o r u n 20% de blam
20% d e mestizos, 40% de indios y 20% de castas145. La Nm
G ran ad a en la in d ep en d en cia estaba com puesta p o r u n 3

143 Loveman, For la Patria, 15.


144 Bushnell and Macaulay, Emergence o f Latin America, 150.
145 Torre Villar, “El origcn del Estado m exicano”, 128.
de blancos, 43% de mestizos, 17% de indios y 6,5% d e esclavos,
m ientras que V enezuela ténia 60.000 esclavos1'"’. El 90% de
Q uito e ra n in dios147.

Los conflictos raciales fu ero n especialm ente críticos p ara el im ­


pacto histórico de la g u e rra in dep en d en tista en México. Las
revueltas de H idalgo y M orelos de la p rim era p arte de la d é­
cada convencieron a u n a g ran p arte de la opinion au tónom a
criolla de que la disolución del statu quo político pro d u ciría u n a
g u erra racial en la que ten d rían que sufrir el destino de sus
equivalentes en G uanajuato o en Haiti, el v erd ad ero espectro.
La élite criolla se unió p ara apoyarlas y en 1814 se aseguró el
control real. En lugar de u n a afirm ación a la creencia liberal, la
eventual independencia de México fue u n a reacción a la rebe-
lión de Cádiz de 1820 y a la am enaza que rep resen to a intereses
e ideologias personales. La revuelta de Itu rb id e, casi sin d erra-
m am iento de sangre, que generó u n México in d ep en d ien te en
1821, fue u n a rebelión clásica de alto nivel destinada a dismi-
n u ir el cambio social a través de la reestructuración política148.

El racism o y el m iedo de los conflictos arm ados con los no


blancos tam bién obstaculizaron las p rim eras cam panas de Bo­
lívar. El gobierno real explotó con éxito estas tensiones. En
1812 u n ejército m on árq u ico aliado con los negros, indios y
m ulatos fue capaz de im p o n er su au to rid a d sobre Venezuela.
El siguiente in ten to de Bolívar incluyó u n a alianza con los par­
dos y, a ú n más im p o rtan te, con los vaqueros llaneros al m an d o
de José A ntonio Páez. A su vez, posteriores cam panas en Perú
fu ero n obstaculizadas p o r la percepción d e ejércitos in d ep en -
dentistas ya dom inados p o r los indios.

146 Jaramillo Uribe, “Nación y region”, 342-47.


147 Ocampo López, “La separación de la Gran Colombia”, 370.
148 Sin embargo, algunas veces, los miedos raciales ayudaron a la autoridad cen­
tral. La voluntad de los criollos yucatecos de obedecer a la Ciudad de México
aumento cuando se dieron cuenta de que necesitaban la ayuda de un Gobier­
no central para asentar las revoluciones indias en la década de 1840.
A lo largo dei siguientesiglo la posibilidad de indios arm ados;
mó a las éliles blaneas tanto como la posibilidad de antiguos es
vos y esclavos liberados arm ados alarm ó a los blancos dei noi
dei sur para la g u erra civil. N o fue solo p o r el acceso inm ed
a la violência proporcionado p o r las armas sino, tal vez, taml
por la idea más peligrosa e insidiosa de que la participación ei
batallas otorgaba igualdad a los indios. Los campesinos que
chaban em pezaron a creer en su propia igualdad como sold;
y exigieron ser tratados como tales149. Por lo tanto, el hech<
que los militares fueran percibidos como el peldano p ara la
vilidad social y étnica hizo que su papel como unificador naci<
fuera u n problem a. La “h erram ien ta” se vio em panada poi
mismos problem as que pretendia resolver.

Esta contradicción se com plico con la m isión central dei ejt


to en la m ayor p arte de Latinoam érica: la protección de la
vilización”, ya fu era p o r la rebelión de subalternos interm
p o r la defensa de las fro n teras de los “b árb aro s”. Sin em ba
m uchos d e estos en el ejército estaban étnica, socioeconór
y geográficam ente relacionados con el “en em igo”. El ejér
estaba com puesto p o r la m ism a am enaza de la que debía |
teger a la nación.

A m e n u d o el racism o tam bién lim itaba la au to rid ad p o te r


de los prom isorios líderes, incluso cu an d o se en fren tab an
g u erra. A ndrés de Santa C ruz trató de u n ir a Perú y Boi
y en fren tarse en g u e rra con Chile. Sin em bargo, recibió p
apoyo p o r p a rte de la élite lim ena, que lo desprecio poi
raza y origen social. Los m iem bros de la élite p e ru a n a , ji
con los futuro s presid en tes A gustín G am arra y R am ón C;
11a, lu ch aro n al lado de los chilenos en co n tra de S anta C ru
En vez de consolidar u n sentido de nación y la soberanú
Lima, la g u e rra m antuvo a los ap artad o s feudos definidos
regiones geográficas. P osteriorm ente, G am arra y Castill;

149 Mallon, Defense o f Com.muni.ty, 88.


150 Dobyns y Donghly, Peru, 158.
en fre n ta ro n a la m ism a discrim inación en co n tra de sus oríge-
nes m ixtos cu an d o asu m iero n el poder.

Las divisiones raciales disfrutaban de algunas autorizaciones


institucionales. Por ejem plo, bien en tra d o el siglo XIX existían
repúblicas indias d o n d e el G obierno nacional no tenía dom inio,
ni los desfalcos p o r las lealtades territoriales o patrias chicas a
m en u d o se asociaban con los grupos indígenas. Las críticas li-
berales de estas naciones separadas no estaban com pletam ente
fuera de lugar, ya que sugerían que n in g u n a nación podia su r­
gir siem pre y cuando existiesen estas com unidades. Este hecho
no niega las desastrosas consecuencias p ara las poblaciones in ­
dígenas cuando los liberales, a finales dei siglo, desm antelaron
estas protecciones. Sin em bargo, al mism o tiem po que servían
p ara p ro teg er segm entos de la población contra los ataques co-
merciales que, a m en u d o , los dejaban sin d erra, su existencia
hizo que la consolidación de u n a sola nación fuera m uy difícil.
La idea de dos — si no más— naciones m arcó el siglo XIX.

Si bien todas las principales naciones europeas creaban sus nacio­


nalidades m ientras desarrollaban sus territórios, no estaban tan
internam ente divididas como Latinoam érica. Si la invención de
naciones de italianos, alemanes, britânicos o franceses implico la
imposición forzosa de la cultura en u n a sola región o la creación
por compromiso de u n idioma nacional, no requirió la reparación
de abismos raciales que p o r siglos se relacionaron estrechamente
con la distribución clel p o d er político y económico. La composi-
ción misma de la “nación” estaba llena de conflictos. Bajo estas
circunstancias, las guerras no eran ocasiones p ara la un id ad ins­
titucional, sino que representaban oportunidades p ara que los
grupos decidieran no ser incluidos en el proyecto nacional. Al
fin y al cabo, los oficiales militares no estaban organizados para
proteger o form ar parte dei pueblo, sino p ara coaccionarlos151.

151 Hago hincapié en la forma militar, ya que tenemos que distinguiria de las or-
ganizaciones armadas más populares, tales como la resistência a los chilenos o
la lucha contra los franceses (Mallon, Peasant and Nation).
Divisiones de éllte

A pesar o quizás debido a su m uy privilegiada posición


élites en la m ayoría de los países latinoam ericanos h an esi
in tern am e n te divididas152. Este hecho se tran sfo rm o en i
rentes form as d u ra n te el p erío d o borbónico. U na de ellaí
la lucha e n tre el Estado y la Iglesia. Las reform as borbói
tra ta ro n de au m e n ta r el p o d e r dei Estado a costa de la Igl
En algunos lugares, y p a ra d estacar el caso de los jesuita
Paraguay, im plico la elim inación de la influencia de la
sia p o r com pleto. En otros lugares, sim plem ente signifio
cam bio en el control de los recursos. U na seg u n d a form
lucha en el in terio r de las élites agravada p o r las refoi
borbónicas fue la que o cu rrió e n tre los nacidos en Anu
(criollos) y los p eninsulares, nacidos en Espana. Estos ú lt
obtuvieron los m ayores benefícios al in ten tar descentraliz
adm inistración y los esfuerzos en com ún con el fin de aut
ta r la inm igración de Espana. A unque a m e n u d o vestida
el disfraz de la Ilustración de lib ertad y derechos, la opos
am ericana a las reform as con frecuencia ten ía que ver
con la protección de las p reb en d as y las posiciones sociale
im posición de políticas m ercantilistas que de nuevo pudi
h ab er beneficiado al Im p ério ibero-am ericano en su total
se encontro , en general, con u n a resp u esta similar.

T am bién se p resen ta ro n divisiones d e n tro de la élite cor


pecto a los benefícios de p erm a n ecer d e n tro dei sistem a ii
rial. La coro n a espanola le ofreció a algunas élites am erii
u n a serie de ventajas im p o rtan tes, protección co n tra an
zas ex tern as y seg u rid ad in tern a, siendo esta, tal vez, la
im p o rtan te. M ientras que g ran d es porciones de la pobl;
am ericana p o d ían ex asp erarse bajo el control de M adrid
com o sucedió— otros g ru p o s vieron que era p referible ;
situación en la que no fu eran capaces de m a n te n e r su co
político, social y económ ico. No es de e x tra n a r que alj;

152 Por supuesto, mi argumento en este caso, sigue la obra de Halperín-l)i


élites (y no élites) fueran leales a la corona y que la lucha indepen-
denlista lomara casi dos décadas en terminar.

Las divisiones de la élite h icieron difícil la unificación de la ca-


pacidad coercitiva de u saria constructivam ente. Por lo m enos
teoricam ente, A rgentina y Chile d eb iero n d isfru tar el m ejor
de los m u n d o s posibles en su ex p erien cia con las g u erras in-
dependen tistas. A unque am bos, p ero sobre todo A rgentina,
b rin d a ro n apoyo logístico im p o rtan te p a ra la liberación de
otras regiones, n in g u n o sufrió u n a destrucción considérable.
Sin em bargo, en am bos casos, las g u erras in d ep en d en tistas no
p ro d u je ro n el Estado consolidado que pu d im o s h ab er predi-
cho y, en u n o de estos casos dicha institución no surgió, sino
hasta cincuenta anos después. iC óm o explicam os este patro n ?

En el caso de A rgentina, la d écada de 1820 se caracterizo p o r


las divisiones de élite no solam ente a lo largo de las lineas
criollo-peninsulares, sino tam bién e n tre g ru p o s que deseaban
diferentes niveles de separación del gobierno en Espana. M e­
diante el C ongreso de T ucum án, A rgentina había padecido
“dos ju n ta s, dos triunviratos, u n a asam blea, u n directorio con
cuatro encargados del despacho y u n congreso constituyen-
te”153. En p a rte esto p u e d e explicarse p o r la ausência m ism a
de u n a am enaza creíble a B uenos Aires y tam bién refleja las
divisiones reales en la élite arg en tin a a lo largo de las líneas
instrum en tales e ideológicas. U na m ala décision al respecto
fue la d e p erm itir que los m ejores gén érales d e B uenos Aires
y u n n ú m e ro co n sid érab le de tro p as y recu rso s se d ed icaran
a d e rro ta r a las fuerzas leales en Chile y P erú. U n San M artin
en E n tre Rios o en S anta Fe le p u d o h a b e r d ad o a la u n io n
del do m in io de B uenos A ires u n a m ejo r o p o rtu n id a d . En
este caso, p o d ia p a re c e r q u e la g u e rra e x te rn a , si p o d em o s
co n tar las cam panas chilenas y p e ru a n a s, debilito al E stado
naciente. Si se hubiese necesitado que San M artin com batie-
ra u n a posible am en aza esp an o la en M ontevideo d esp u és de

153 Navarro de Garcia, “El orden tradicional”, 156.


1814, hubicsc sido capaz de im p o n e r u n o rd e n u n itário e
las otras p ro v in d a s.
La participación inicial de A rgentina en U ruguay y los temorc
de la reacción brasilena al final d e la década de 1820 g e n e n
ro n u n m ayor apoyo a u n p resid en te más fuerte. B ern ard in
Rivadavia, sin d u d a, se beneficio de algunas de las victorias e
co ntra de los brasilenos. Incluso ideó el uso dei ejército qu
había com batido a Brasil en U ru g u ay p ara la consolidació
local: “H arem os la u n id a d a paios”154. Pero su incapacidad
su falta de volu n tad p a ra ex p lo tar la paz crearo n tensiones
de hecho, llevaron a la p o sterio r disolución política.

Al otro lado dei rio, la g u e rra C isplatina fue u n desastre par


P edro I. La d e rro ta y la in d ep en d en cia u ru g u ay a percibid
com o tal debilitaron su a u to rid ad y com plicaron el equilibri
político en tre los centralistas y los federalistas. En am bos c;
sos las divisiones d e n tro de las élites gobernantes llevaron a I
p é rd id a de la o p o rtu n id a d p resen ta d a p o r los conflictos ir
ternacionales155. Sin em bargo, en general, Brasil después d
1840 p u e d e re p re se n ta r u n a excepción significativa a este p;
tró n de división de élite, ya que fue capaz de d esarro llar alg
parecido a u n a clase g o b ern an te cuyos intereses profesionalc
y políticos estaban vinculados a la preservación y âu n a la er
pansión de la a u to rid ad estatal156. En este caso, u n a guerr
p u d o h ab er co n trib u id o a la im posición de u n a directiva gi
b ern am en tal. La g u e rra de la Triple Alianza le p ro p o rcio n é):
G obierno u n a m ejor o p o rtu n id a d de la que había ten id o e

154 Rock, Argentina, 1516-1987, 102.


155 Las guerras en la region del Rio de la Plata proporcionaron recursos para qi
las autoridades centrales compraran lealtad política. Las campanas de Ros
en contra de los indios a princípios de los anos treinta le dieron más tier
con la que pudiese recompensar a sus aliados. Del mismo m odo, el éxito (
Brasil en Uruguay a raiz de la derrota de Rosas mejoró las relaciones entre
emperador y las élites de los Estados del sur.
156 Merquior, “Patterns o f State-Building”; Graham, Patronage and Politii
Carvalho, “Political Elites and State-Building”.
to rn o a desafiar el p o d e r de los d u en o s de esclavos e im poner,
p o r lo m enos, u n a liberación g rad u al d e esclavos.

Las divisiones de élite tam bién ay u d aro n a d arle form a a la


lucha in d e p en d en tista en la costa n o rte del continente. En las
p rim eras etapas de la lucha, algunos de las élites tem ían que
la caída del gobierno real en E spana b rin d a ra u n a o p o rtu -
n id a d p a ra q u e la m a y o ría d e no b lan co s a m e n a z a ra el
statu quo social; no obstante, u n segm ento m ás radical deseaba
avanzar hacia la in d e p en d en cia total. L a lucha resu ltan te de
p o d e r anuló am bas esperanzas. Los criollos se m a taro n en tre
sí bajo diferentes b an d eras. Ni siquiera el considérable éxito
m ilitar de Bolívar p u d o d e te n e r las disputas internas. En 1819
Bolívar controlaba, u n a vez más, la m ayor p a rte de lo q u e se
convertiría en Colom bia y Venezuela. Pero las g u erras habían
dejado devastadas a las regiones; diferentes gru p o s, el ejérci-
to de Páez el más im p o rtan te, se m an tu v iero n en g ran p arte
más allá del control del G obierno central y se m an tu v iero n los
antagonistas régionales. C u an d o Bolívar m ovió su ejército al
sur, su rep resen tan te, Francisco S antander, no fue capaz de
m a n ten er ag ru p ad as las diferentes partes.

El P erú p o sin d ep en d en tista siguió su frien d o las divisiones de


élite, a m e n u d o correlacionadas con las regiones. Los m iem -
bros d e la élite de Lim a estaban divididos en sus posiciones
fren te a Bolívar, San M artin y sus sucesores. A su vez, Lim a se
dividió e n tre los m ercad eres y los m ineros de las tierras altas,
quienes no se en fren tab an con los cultivadores de azúcar en la
costa157. C on la posible excepción de R am ón Castilla, n in g ú n
e m p re n d e d o r político p u d o establecer u n m onopolio sobre el
p o d er nacional. D esde 1826 hasta 1865, trein ta y cuatro hom -
bres o cu p aro n el p o d e r ejecutivo de P e rú 158. Estas divisiones
d esem p e n aro n u n p apel im p o rtan te en la eventual d e rro ta de
Perú en la g u e rra ciel Pacífico. En palabras de Florencia Ma-

157 Halperín-Donghi, Contemporary History, 99.


158 Dobyns y Doughty, Peru, 158.
lion, “ningim ;i cuntidad de símbolos o hazanas heroicas pue
de com pensar la p erd id a de u n id a d y el p ropósito naciona
de la élite p e ru a n a ”159. En Bolivia el ejército in d ep en d en tist;
p ro n to se dividió en u n a lucha e n tre aquellos que buscaban I;
u n io n con sus vecinos del su r o del occidente y aquellos qu<
queriair la in d e p en d en cia to tal160.

Adem ás, la g u e rra in d e p en d en tista de M éxico no b rin d ó 1:


o p o rtu n id a d de consolidar la a u to rid ad en u n en to rn o pos
colonial. Por u n lado, las élites se u n ie ro n lo suficiente par;
resistir u n a insurrección p o p u la r que p u d o h ab er creado in
gobierno nacional más revolucionário socialm ente. Por oln
lado, u n a vez elim inada la am enaza de g u e rra racial, ningúi
segm ento individual era lo suficientem ente fu erte p a ra im pe
n e r su voluntad sobre los dem ás. Incluso más que en Argen
tina y Chile, la in d e p en d en cia d estruyó lo que la autorida<
política había hecho, sin salir dei m arco de la dom inación po
p arte de u n gob iern o centralista. L a construcción de u n nuc
vo E stado-nación se inició sin la existencia de u n bloque d
p o d e r p red o m in an te ; en vez d e alianzas d u rad eras, Méxic
sostuvo d u ras batallas161. Las desastrosas décadas de reb elió
de Santa A na em p ezaro n en 1822, escasam ente u n ano de:
p ués de ay u d ar a Itu rb id e a llegar al poder. Tal vez lo p eo r d
la introm isión de Santa A na fue su fracaso (áo la falta de int<
rés?) en el establecim iento de u n dom inio p e rm a n e n te sobi
el Estado m exicano. S anta A na no hizo posible la estabilida
política m exicana ni con autocracia d o m in an te ni con discipl
na obediente.

L atinoam érica fue d esg arrad a p o r u n a lucha d e m edio sigl


e n tre lo que se llam aría, a p esar de las diferencias localizada
los puntos de vista liberales y conservadores sobre el pap

159 Mallon, Defense o f Community, 82.


160 Buisson, Kahle, König y Pietschmann, Problemas de la formación del Estado y
la nación en Hispanoamérica, 502.
181 San Juan Victoria y Velíi/.que/, Ramírez, “La formación dei Estado”, 67.
el E stado102. Los liberales a favor de una m ayor inclusión po-
tica e intelectual y de libertad com ercial habían d o m inado
s Inchas ind ep en d en tistas. Pero in m ed iatam en te después
e la victoria se e n fren taro n a u n dilem a: dcómo p ro te g e r los
erechos individuales y, a la vez, co n stru ir u n nuevo o rd en
alítico?163 En la oposición, los conservadores luchaban p o r
roteger lo que percibían com o la valiosa h eren cia del perio-
a colonial: protección de la p ro p ied a d , la Iglesia y algunos
ctores económ icos. Las dos corrien tes se asociaron, en dife-
ntes form as, con los federalistas en co n tra de los proyectos
ntralistas. Las divisiones tam bién se m an tu v iero n d u ran -
g ran p arte de este p erío d o sobre las ideas de ciudadanía,
beranía y relación e n tre Estado y sociedad. D u ran te g ran
irte del siglo X IX L atinoam érica estuvo a tra p a d a en tre u n
»eralismo que no garantizaba el o rd e n y u n a form a de na-
m alism o que excluiria n atu ra lm e n te a u n a g ran p a rte de la
>blación. Los p artid ário s cie las visiones opuestas “prolon-
ron la fase m ilitar de los m ovim ientos in d ep en d en tistas y
ácticam ente g aran tizaro n que el caos fuese u n legado inelu-
ble de los nuevos Estados”164. Al igual que Italia en el siglo
/, la prevalência de facciones y sus preocupaciones sin visión
ü tu ro sobre las batallas locales retra sa ro n la creación d e u n a
ión política capaz de actu ar en el escenario internacional y
e x p a n d ir su au to rid ad in te rn a 165.

n aturaleza o el resu ltad o de los conflictos no fu ero n tan


p ortantes com o el hecho de que p o r m uchos anos ningu-

También hubo casos en los que las batallas eran más abiertas entre las faccio­
nes de la élite no comprometidas con un bagaje muy ideológico, tal como fue
el caso de los blancos y colorados en el Uruguay. En este caso, las divisiones de
élite parecen haber sido al menos en parte el producto de las disputas inter-
nacionales y de conflictos posteriores. En este sentido, las guerras eran mucho
más responsables del subdesarrollo del Estado uruguayo (López-Alves, “Wars
and the Formation o f Political Parties”).
Adelman y Centeno, “Law and the Failure o f Liberalism in Latin America”;
Botana, La tradiüón republicana.
Knight, “T he State of Sovereignty and the Sovereignty of States”, 18.
Morse, “Theory o f Spanish American Government”, 79.
n a tendencia pudo d o m in ar p o r com pleto la vida política. El
cam ino “alem án” hacia la in d ep en d en cia nacional no estaba
abierto, d ad a la división étnica; sin em bargo, el Estado no
era lo suficientem ente fu erte com o p a ra im p o n er u n cam ino
“francês”166. Tam poco n in g ú n o tro cam ino po d ia allanar siste­
mas de construcción aceptables p a ra los dem ás. Sin consenso
ni hegem onia m uchos Estados latinoam ericanos no p u d ie ro n
consolidar su gobierno. U na g u e rra ayudó a resolver estas di-
ficultades y se p o d ría decir que d esem p en ó u n p ap el sim ilar
al de los conflictos en E uropa. La g u e rra cle México co n tra los
franceses, de m uchas form as la continuación de la R eform a,
destruyó la élite conservadora clásica. T am bién necesitaba la
creación de u n ejército v erd ad e ra m en te nacionalista apostado
en todo el país. Este ejército, y la elim inación de algunas divi­
siones de élite, establecieron las bases p a ra el porfiriato.

D ebido a que estas divisiones se d esp leg aro n m ilitarm ente p o r


todo el continente, los ejércitos e ra n el Estado, en todos los
sentidos, y desde luego consum ían la m ayor p arte de los r e ­
cursos167. Pero a diferencia de E u ro p a, los m ilitares no servían
a u n solo com andante. En p rim er lugar, estaban dispuestos a ser
com prados p o r q u ien ofreciera la m ejor recom pensa p o r sus
servidos. De igual im portância, debido a la falta de sofistica-
ción técnica, no se po d ia im p o n er u n m onopolio a los m edios
de violência. Los costos de e n tra d a e n el m ercad o com petitivo
político-m ilitar e ra n g e n era lm en te bajos. En to d o el co n ti­
n e n te las p ro v in d as y los caudillos locales au m e n ta ro n y m a n ­
tu v iero n las milicias q u e p ro teg ían sus intereses. Las milicias
sirvieron p a ra d e fe n d e r las p ro p ied ad es, no los g o b iern o s168.
La m ilitarización de L atinoam érica d u ra n te este p erío d o r e ­
p resen to el p eo r de los m undos posibles: los ejércitos lu charon
sin ser capaces de d o m in ar y coaccionaron sin conseguir ex-
tracción. A unque gastaban g ran d es cantidades d e d in ero , los

166 Brubaker, Citizenship and Nationhood.


167 Halperin-Donghi, Aftermath o f Revolution, 74-75.
168 Halperin-Donghi, Aftermath of Revolution, 9.
m ilitares no p ro p o rcio n ab an u n m edio p a ra m an ten erse a si
mismos. Aqui llegam os al p u n to crucial del rom pecabezas lati-
noam ericano d o n d e se p u ed e explicar no solo la relación del
Estado con la g u erra, sino tam bién la de los m ilitares con las
au torid ad es civiles. A través de u n a serie de eventos históricos,
em pezan d o con la g u e rra in d ep en d en tista, los m ilitares asu-
m ieron u n a au to n o m ia política sep arad a del Estado com o tal.
M ucho se h a escrito acerca de córno esta anim ó a los m ilitares
a erigirse com o ju e z su p rem o de la v irtu d nacional. H em os
apreciad o m enos el hecho de que este divorcio e n tre el Estado
y los m ilitares le ro b ara al p rim ero u n m edio seguro p a ra im-
p o n e r su voluntad.

La ausência de u n consenso institucional y las dificultades que


e n fre n ta ro n al establecer el o rd e n obligaron, en general, a los
legisladores más exitosos, a hacer caso om iso de los princípios
constitucionales. Es decir, el o rd e n con m ucha frecuencia se
basaba en la om isión de la ley. Esto hizo que la consolidación a
largo plazo dei sistem a político y la creación dei consenso de la
élite fu era aú n más difícil. V icente R ocafuerte ex p resó m ejor
esta contradicción cu an d o se declaro “u n v erd ad e ro am an te
de la Ilustración y d e la civilización”, y agregó: “Yo doy mi
consentim iento p a ra p asar p o r tiran o ”169.

Pero no fue la tirania com o tal la que rep resen to u n pro b lem a
p a ra el crecim iento dei Estado, sino en las form as de au to rid ad
en las cuales se basó la tirania. Aqui es im p o rtan te analizar el
pap el de los en rp ren d ed o re s políticos en L atinoam érica. D u­
ra n te g ran p arte de los p rim ero s setenta y cinco anos d e inde-
p e n d e n d a el actor político fu n d am en tal de la reg io n no e ra la
a u to rid ad institucionalizada dei Estado, sino el dom inio más
personalizado dei caudillo170. A p a rtir d e la destrucción de las
instituciones coloniales, dei surgim iento de centros de p o d e r
local y de la necesidad d e algún tipo de o rd en , los caudillos

169 Bethell, Cambridge History, vol. 3, 369.


170 Lynch, Caudillos in Spanish America.
trataro n de ap ro p iarse dei p o d e r dei Estado central, como
el caso de Páez o Santa Ana, o retarlo , com o en el clásico c
dillo regional argentino, tales como Estanislao López o Facui
Q u iro g a171. Si el “p e o r” estaba lleno de in ten sid ad apasion
y proeza política, el “in ejo r” no era capaz de d efen d e r su
toridad. Por ejem plo, el antagonista de Santa Ana, Lucas i
rnán, n u n ca sirvió a u n gobierno lo bastante fu erte com o p
im p o n er u n a república centralizada p erm an en te.

Los casos más in teresan tes son los caudillos que p u d ie ro n


b er hecho m ucho más. Páez le dio a V enezuela dos déca
de paz constru y en d o con éxito u n a alianza en tre los mi
res y las élites previas a la in d ep en d en cia y Rosas m anejé
equilíbrio e n tre los intereses de varios líderes régionales. E
habilidosos caudillos algunas veces fu ero n capaces de c<
tru ir la aparien cia de los Estados, p ero eran apenas ó rdt
institucionales y, ra ra vez o n u n ca, sobrevivieron a sus fui
dores. Q uizás el más m isterioso de los casos fue el de Rc
N o hay d u d a de que él pacifico la província de B uenos 4
o que, p o r lo m enos, era el p rim ero e n tre sus iguales e
C onfederación. Sin em bargo, u n a vez estableció su posi
no parecia in teresad o en la ex p an sio n de la région baj<
control directo. La g u e rra casi constante de Rosas, en espi
sus conflictos con G ran B retan a y Francia, ay u d aro n a con
d a r su legitim idad popular, p e ro n u n ca utilizo esto p ara h
o tra cosa diferen te a refo rzar su control sobre la provinci
B uenos Aires. Los cu aren ta anos de g u e rra civil después (
in d e p en d en cia trajero n algo m ás que u n cam bio superfit
u n a A rgentina aú n d o m in ad a p o r los caudillos.

A rgentina, ni n in g u n a de las otras naciones p ro d u cto c


ind ep en d en cia, ex p e rim e n ta ro n u n posterm idor, que hul
institucionalizado los câmbios provocados p o r la revoie
política y recread o al Estado en u n a nueva form a b u ro c n
El resultado fue u n a com binación desastrosa de la autoc

171 Lynch, ComUUos in Spanish America.


ocal con poca y débil dom inación ccnlral; un co n tin en te con
slas represivas con m uy pocos vínculos e n tre ellas.

Ikm poco lo fue la aparición del Estado L atinoam ericano acom-


lanado p o r el surgim iento de u n a clase hegem ónica dispuesta
capaz d e sob rep o n erse al dom inio social y político. Las gue-
ras independ en tistas fu ero n p ro d u cid as p o r el colapso de la
sgitim idad de la corona espanola, no p o r câmbios internos
n las sociedades coloniales. Las g u erras in te rru m p ie ro n el
iejo o rd en , p ero no establecieron u n sistem a alternativo de
om inación. C u an d o el ap ara to colonial desapareció, n in g ú n
ru p o social tenía interés en reem plazarlo con u n o igual de
je rte. Lo que los criollos q u erían era la m e n o r interferencia
osible en la generación in m ediata de benefícios. La disponi-
ilidad de din ero s internacionales les perm itió a las élites u n a
ilida, inhibien d o en consecuencia el desarrollo de la lealtad
e clases con el Estado.

n u n revés casi com pleto del m odelo europeo, la aparición del


stado m o dern o fortaleció el p o d e r político de la clase terrate-
iente. Fue u n a sublevación a la inversa. Los que poseían re-
irsos eran absolutam ente exitosos p rotegiendo su patrim onio.
al vez, la única excepción fue el período m ientras d u raro n
s guerras independentistas. Por ejem plo, cuando San M artin
nalm ente llegó a Perú en 1821, le dio u n a gran cantidad de
ropiedades espanolas a los que lucharon en su ejército. Sin
nbargo, es im p o rtan te senalar que la clase terraten ien te crio-
i se libró, en gran m edida, de estos sacrifícios, ya que fueron
'portados p o r los espanoles peninsulares y, en algunos casos,
)r la Iglesia. C uando se le pidió a la élite criolla que pagara
>r su independencia, casi siem pre se rehusó, u n p atró n que
repitió d u ra n te los siguientes cien anos, si no más. Teniendo
i cuenta que los criollos no estaban dispuestos a p ag ar incluso
>r la elim inación de los viejos dom inios, no nos debe sorpren-
:r que se m ostraran reacios a p ag ar p o r u n o nuevo.

i respuesta a las g u erras p osteriores fue similar. M ientras los


írcitos chilenos m archaban en Lima, Q uim per, m inistro de
finanzas p eru an o , sugirió u n p eq u en o im puesto sobre el capi­
tal p ara p ag ar las tro p as en el cam po de batalla. Estas m edidas
fu ero n d e rro ta d a s172. El G obierno tam bién pidió u n préstam o
in tern o de 10 m illones de soles. Esta petición g en eró 1 m illón,
en g ran p arte, pro v en ien te de las “clases p o p u lares”, ya que
los ricos no q u ería n arriesg ar su d in e ro 173. D u ran te la m ism a
guerra, la legislatura chilena en repetidas ocasiones no p u d o im­
po n er un im puesto sobre el patrim onio o sobre la re n ta 174. C uan­
do el ministro de finanzas mexicano Lorenzo Zavala trató de im­
poner u n im puesto directo p ara financiar u n a defensa contra la
posible invasión espanola de 1829, fue derro tad o y su gobierno
derrocado p o r u n golpe de Estado patrocinado p o r la élite175.
Esfuerzos similares d u ran te la llamada g u erra de los Pasteles con
Francia produjeron resultados idênticos. Justo cuando el ejército
de Estados Unidos m archaba hacia México, el Gobierno negocio
desesperadam ente con la Iglesia y los prestamistas locales para
fmanciarse176. En Brasil la C âm ara de Diputados se negó siste-
m áticam ente a d ar fondos a Pedro I p ara la lucha en U ruguay177.

Los im puestos y la evasión de estos d ejaro n m uy en claro don­


de se debería m arcar la línea e n tre los do m in an tes y los d o m i­
n a d o s178. En Brasil, el fazendeiro fue sistem áticam ente evitado
com o objeto de im puestos. Las discusiones en to rn o a los im ­
puestos a la propiedad o a la renta no tuvieron ningún resultado;
la élite te rra te n ie n te era considerada fiscalm ente intocable179.

172 Ugarte, Historia económica del Perú; United States Department o f State, Foreign
Relations, 165-68.
173 Bonilla, “War o f the Pacific”, 99. El embajador britânico indicó con sorpresa
que “Perú aparece golpeado con parálisis; el pueblo mismo parece tan
indiferente al futuro, como las clases gobernantes, que están pensando más en
sus ambiciones personales que en el bienestar de su país” (citado en Bonilla,
“T he War o f the Pacific”, 98).
174 Sater, Chile and the War o f the Pacific, 131-54.
175 Tenenbaum, The Politics o f Penury, 34-35.
176 Tenenbaum, Politics o f Penury, 79.
177 Haring, Empire in Brazil, 35 num. 17.
178 Gomes, The Roots o f State Intervention in the Brazilian Economy, 93-94.
179 Buescu, Evolução económica do Brasil, 142; Leff, Underdevelopment and Develop­
ment in Brazil.
ucre, en Bolivia, trató de im p o n er un im puesto directo sobre
i patrim onio en la década de 1820; al cabo d e u n ano, este
npu esto se abolió. La resistência fue tanto económ ica com o
acial. J u n to con la resistência de los ricos a la nueva im po-
ción, los blancos se resin tiero n p o r q u e d a r al m ism o nivel
e los indios180. Los intentos argentinos p o r am p liar la base
ibutaria fallaron debido a la exitosa oposición de poderosos
itereses sociales bien rep resen tad o s en la leg islatu ra181. La
m tribución directa fue u n a farsa, ya que el p o d e r legislativo
0 perm itiria la creación de u n sistem a in d e p en d ien te de eva-
lación182. En la década de 1830, u n a h acien d a con 19.000 ca-
szas de g anad o pag ab a u n total de 540 depreciados pesos183.

1 bien la evasión de im puestos es quizás u n a de las pocas


articularidades v erd ad e ra m en te universales, la regresivi-
ad absoluta de los casos latinoam ericanos es desfavorable en
im paración con algunos casos europeos. La resistência de
s franceses es famosa, p ero las clases britânicas y alem anas
lineradas fu ero n obligadas a p ag ar de u n a form a u o tra 184.
n L atinoam érica lo poco que se pagaba p arecia p ro v en ir de
s más pobres, siendo los im puestos de casta tal vez la p ru e-
i más evidente. Si bien existen diferencias en función de la
nasta de im portación y las tarifas específicas, la o p in ió n ge-
;ral es que los im puestos d e ad u an as tam bién e ra n extrem a-
im ente regresivos185.

n factor im p o rtan te aqui es que las élites im p o rtan tes no


ían la g u e rra com o u n a am enaza a su posición social y, p o r
tanto, no ten ían el incentivo p a ra p erm itir u n a m ayor pe-
:tración política. Es decir, a las élites im p o rtan tes no parecia

Lofstrom, Attempted Economic Reform, 282-86; Paz, Historia económica, de Bolivia, 52.
Halperín-Donghi, Guerray finanzas, 155.
Friedman, The State and Underdevelopment in Spanish America, 185.
Burgin, The Economic Aspects o f Argentine Federalism, 189.
Stone, An Imperial State at War.
Las investigaciones adicionales deben hacerse sobre la composición de las im-
portaciones durante el siglo XIX para determinar la clase de distribución de
pago a los tributos aduaneros.
im portarles cuál Estado las dirigia, siem pre y cu an d o no fuera
notablem ente m ás fu erte que su predecesor. N in g ú n Estado
era ajeno a los intereses inm ediatos de las élites186. La tra n s­
ferencia de lealtad política no im plicaba u n cam bio en la pro-
piedad. Sin d u d a, en la m ayoría de los casos, su p reocupación
parecia estar relacionada con la protección de los enem igos
internacionales, ideológicos o, más co m ú n m en te, de clase y
raza. El m an ten im ien to de este co n tro l in tern o no req u eria
de u n Estado expansivo ni costoso. De ese m odo, com o tal vez
en m uchos factores, las élites latinoam ericanas eran m ucho
más cercanas a sus co n trap artes italianas y polacas que a la
aristocracia inglesa o a la burguesia holandesa. Para estos dos
últim os, el tem or a las am enazas ex tern as, ya fu eran de los es-
panoles o los “p ap ad o s”, llevó a las élites a apoyar altos niveles
de tributación.

C uriosam ente, la p é rd id a de las g u erras p arecia h ab er creado


la base no de u n Estado más fuerte, sino al m enos u n a u n ió n
m ás estrecha e n tre los objetivos políticos y los intereses de la
élite d o m in an te187. D espués de la d e rro ta a m anos de Chile,
las élites bolivianas p arecían estar más abiertas a p ag ar p o r
u n Estado que p u d ie ra protegerias, así com o a co n stru ir la
in frae stru ctu ra necesaria p a ra la explotación de los recursos
naturales. La d e rro ta de México en 1848 y el p o sterio r T ra­
tado de G u adalup e p ro d u jo u n a división e n tre los agiotistas
con respecto a la necesidad de refo rzar el G obierno. Algunos
m iem bros de la élite com enzaban a reconocer la ventaja de
u n a econom ia nacional más in teg rad a y la necesidad de u n
G obierno que la fo m e n ta ra 188. Por p rim e ra vez el E stado fue

186 Le debo este punto a Michael Mann.


187 Las consecuencias de la guerra podrían ser desastrosas. De 1870 a 1894 Perú
pasó de tener 18 milionários, a ninguno; de 11.587 clasificados como ricos, a
1.725; de 22.148 también clasificados, a 2.000. Sin embargo, a pesar de este
inm inente desastre, la élite peruana parecia más preocupada con la resistên­
cia de los campesinos que a la invasión de los chilenos (Mallon, Defense o f
Community, cap. 2).
188 Tenenbamíi, Ptdiliat o f Penury, 83-85, 116-17.
lercibido com o algo m ás q u e un canal d e alim en tació n ma-
ivo. Los libérales que to m aro n el p o d e r en 1855 ten ían el
poyo de algunos de los ricos que h ab ían com en zad o a com -
•re n d e r los benefícios potenciales de u n E stado m ás fu erte y
luscaban la co n siderable riq u eza de la Iglesia p a ra financiar-
e. El aspecto m ás in teresan te de las refo rm as eclesiásticas es
ne en sus batallas con la Iglesia el G obierno, con el apoyo
e u n a facción de agiotistas, buscaba u n a base m ás seg u ra
a ra sus préstam os. Así, p o r p rim e ra vez, el G o b iern o tenía
liados sociales que ap o y ab an la u su rp ació n de u n a p a rte de
i sociedad civil189. De esta n ran era, p o r lo m enos, las gue-
ras co n stitu y ero n los p rim ero s pasos fu n d am e n tales hacia
n Estado.

lacia finales del siglo varias figuras clave q u e en épocas


nteriores p u d ie ro n seg u ir siendo caudillos personalistas,
n n e n z a ro n a co n stru ir las bases institucionales d e u n Es-
ido: Díaz en M éxico, G u zm án B lanco en V enezuela, o inclu-
> Roca en A rgentina. D iria q u e este fue el resu ltad o de u n
m tex to institucional d ifere n te de caudillism o. Si d u ra n te
p rim e ra p a rte dei siglo los caudillos h ab ían aseg u rad o su
ise m aterial y política p o r m ed io dei co n tro l de reg io n es en
mflicto con la a u to rid a d cen tral, hacia finales del siglo el
im ino hacia el p o d e r y la riq u ez a se basaba en la ex p an sio n
;1 dom inio del capital. Las causas de este cam bio n o se basa-
tn en la g u e rra ni en la co m p etên cia m ilitar, sino en las ne-
sidades de capital y p ro d u cciô n p a ra ex p o rta ció n . S iem pre
cuando la econonria d e h acien d a, en g en eral, d o m in ara el
n tin en te, ten ía sentido político que el E stado fu era más
“hi! que sus súbditos m ás p o d e ro so s.190 C u an d o esta situa-
>n cam bió, sucedió lo m ism o con el objetivo d e los actores
»líticos arm ad o s.

Tenenbaum, Politics o f Penury, 161-66.


Estoy tomando prestado el lenguaje de Bethell, Cambridge History, vol. 3, 663,
pero el original solo se reliere a Uruguay.
Diferencias en el margen

Sin d u d a, existen excepciones relativas en el in terio r del m o ­


delo latinoam ericano que sirven p a ra co m p ro b ar la regia. La
violência de las g u erras e n tre 1860 y 1880 claram ente gene-
ró u n Estado arg en tin o m ucho m ás poderoso. La diferencia
clave es que, a diferencia de los anos diez y veinte, A rgentina
tenía la apariencia d e u n G obierno centralista que po d ia y,
de hecho, usó la g u erra, tanto co n tra P araguay com o co n tra
los indios, p ara acabar con la oposición provincial e im p o n er
u n control uniform e sobre todo el país. A ún más im p o rtan te,
p a ra la segunda m itad del siglo X IX el Estado central había
en co n trad o a su aliado social de cuyos intereses se p o d ia b e­
neficiar: la exportació n de carne y trigo a los m ercados euro-
peos, que req u erían u n a in frae stru ctu ra m ucho más política
e institucional que la venta de carn e salada a los pro p ietario s
de esclavos en Brasil. A unque la oligarquia ru ra l arg en tin a no
estaba dispuesta a p ag ar p o r el nuevo Estado, tam poco estaba
dispuesta a aceptar los desafios a su au to rid ad . C on este lim i­
tado apoyo, M itre y sus sucesores fu ero n capaces de establecer
su dom inio.

La clave de la relativa u n id a d brasilena p arecia resid ir en la


evasión de las luchas indep en d en tistas. Ni la econom ia brasi­
lena ni su form a de gobierno fu ero n destruidas p o r anos de
g u e rra civil ni tam poco el Im p ério tuvo que m a n te n e r u n ejér­
cito ab su rd am en te g ran d e p ara establecer su au to rid ad . Los
conflictos d u ra n te el rein a d o de P ed ro I ay u d aro n a resolver
la lucha in tern a d e la élite en tre la aristocracia “nativa” y los
cortesanos portu g u eses traídos p o r el p a d re de P edro y, d e ese
m odo, consolidaron la creación de u n a clase política brasilena.
Si bien hay un debate considerable sobre la au to n o m ia de este
secto r191, no hay n in g u n a d u d a sobre la existencia de u n a clase
“im p erial” que le dio a Brasil u n a coherencia particular. Las
g u erras secesionistas en las décadas de 1830 y 1840 ay u d aro n

191 Graham, “Siatr and Socidy in Brazil”.


a consolidar este g ru p o . En la época de la g u e rra de la Triple
Alianza, Brasil poseía suficiente coherencia institucional p ara
sobrevivir, au n q u e no necesariam ente p a ra p rosperar.

A pesar de que Chile ex p erim en to considerables trastornos


políticos d u ra n te las g u erras in d ep en d en tistas, su econom ia
no se paralizó a causa d e estas; p o r el co n trario , p u d o h ab er
crecid o 192. Es más, incluso antes dei im p ério de Diego Portales
y seg u ram en te después, la élite chilena p resen tab a u n a cohe-
sión n o tab le193. Es tem a de debate en qué m ed id a lo a n terio r
fue el resultado dei p eq u en o tam an o dei país, de la concentra-
ción en u n a sola ciudad, de la o m nipresencia de densas redes
interfam iliares o, sim plem ente, de p u ra suerte. Para nuestros
propósitos, lo más im p o rtan te es que el Estado chileno p re-
cedió la g u e rra y, en consecuencia, fue capaz de e x tra e r al-
gunos benefícios de dicha situación. Sin em bargo, es de te n e r
en cuen ta que incluso la “excepción” chilena aú n encaja en el
p a tró n g en eral de L atinoam érica discutido an terio rm en te. A
pesar de que el Estado se ex p an d ió , lo hizo sin e x tra e r de la
econom ia intern a. En g en eral las g u erras ay u d aro n a cons­
tru ir a Chile, no p o r u n a com binación de h ie rro y sangre, sino
p o rq u e p erm itiero n u n a im provisación fiscal im pulsada p o r
los aranceles sobre las exportaciones de p ro d u cto s básicos194.

Paraguay quizás rep resen ta la excepción más interesante p ara


el m odelo latinoam ericano. Tras el p eríodo de inestabilidad re ­
querido después de la ind ep en d en cia en 1814, el país fue gober-
nado p o r tres dictadores: José Francia hasta 1840, seguido p o r
Carlos A ntonio López, y luego su hijo Francisco Solano López
hasta la m u erte de este en 1870. Francia creó u n Estado colec­
tivo que dom inaba todos los aspectos de la vida pública y estaba
com pletam ente controlado p o r él. El Estado poseía toda la tie-
rra y, en gran m edida, adm inistraba todo el com ercio exterior.

192 Cariola y Sunkel, Un siglo de historia económica, 25.


193 Collier, Ideas and Politics o f Chilean Independence.
194 Bethell, Cambridge History, vol. 3, 610.
D urante el gobierno del p rim er López, el Estado particip
el desarrollo económ ico, construyendo cierta infraestructi
tratando de volverse autosuficiente m ediante la producció
varios bienes industriales. López hijo estim ulo el desarrollt
litar hasta el p u n to de que este p eq u en o país tenía, sin diu
ejército más poderoso de S uram érica195.

El Estado parag u ay o inicial gozaba de u n g rad o de au to ir


poco com ún. A diferencia d e los dem ás países latinoam t
nos, existia u n agente d e n tro del Estado que lo im pulsí
im ponerse en la sociedad196. Francia sirvió com o el equiva
estru ctu ral de u n m onarca absolutista, que ayudó a asegui
co n tin u id ad de la au to n o m ia de P arag u ay 197. Los cen tu r
de Francia le p erm itiero n canalizar todos los recursos soi
hacia su ap ara to político198. Si seguim os a W hite, q uien al
que el crecim iento m ilitar fue u n a resp u esta d irecta a la
naza ex tern a, entonces p areceria que el inicio de Para
fue quizás el único ejem plo de la variante clásica europi
la que el Estado se d esarrollo a causa de la g u erra. Para
p u d o m a n te n e r esta in d ep en d en cia, en p arte p o rq u e 1<
gresos q ue p odia re u n ir cu b rían las necesidades del Esta
diferencia de sus vecinos, tuvo u n constante superávit du
el p erío d o p o sterio r a la in d ep en d en cia antes de la guer

195 Williamson, The Penguin History o f Latin America, 273.


196 Pastore, “Trade Contraction and Economic Decline”, 587.
197 White, Paraguay’s Autonomous Revolution, 101-2.
198 La única demanda consistente en el Estado paraguayo durante el i t
de Francia fue el presupuesto militar. A pesar de que elejército no ir
más de dos mil hombres, los militares absorbieron un promedio del
los gastos del Gobierno durante este período (White, Paraguay’s A ul
Revolution, 104). Gran parte de los costos se asociaron con el manten
de las industrias militares que suplieron a las fuerzas armadas. Esta
autosuficiencia también ayudó a proteger la autonomia internaciona
raguay. Aunque hay diferentes interpretaciones obvias del papel del
paraguayo (Pastore, “Trade Contraction and Economic Decline”, 591
lliams, Rise and Fall, 60-61), está claro que sirvió para proteger al E;
mejor dicho, Francia), tanto de los enemigos externos como de los i
Tengamos en cuenta que la aparente disminución de los gastos milita
pués de 1840 en el cuatlro 3.2 puede simplemente reílejar un cambi
prácticas coninbles (Thomas Whigham, comunicación privada).
la Triple Alianza. Este hecho reílejó las d em an d as lim itadas
que se le p lan tearo n y tam bién el m onopolio que el Estado
disfrutó d u ra n te casi to d a la actividad económ ica.

Ya no es posible h ab lar de P araguay com o el nrejor ejem plo


de an tid ep en d en cia y de u n exitoso d esarrollo lid erad o p o r
el E stado199. No obstante, está claro que el Estado paraguayo
fue u n a m aq u in aria institucional m uy d iferen te a la de sus
co n trap artes continentales. La ex p erien cia p arag u ay a en la
construcción de u n ap ara to estatal m ucho más p o ten te que
el de sus vecinos, incluso en ausência de la g u e rra antes de la
década de 1860, indica de nuevo que si b ien el conflicto ge­
n era u n estím ulo y u n a o p o rtu n id a d lo que im p o rta es la base
organizacional y política dei Estado y sus fuentes de apoyo.

Conclusiones: iQ u é tan to im p o rta el contexto?

Al fin y al cabo, las g u erras no co n stru y ero n a los Estados en


Latinoam érica. Lo m ejor que p o d ían h acer los Estados era
sobrevivir a las g u erras o g an ar suficiente te rrito rio de sus ve­
cinos p a ra financiar la expansion. En n in g ú n lu g ar la acción
m ilitar g en eró el tipo de p en etració n que se vio en E uropa.
Latinoam érica q u ed ó a tra p a d a en u n equilibrio inerte: nin-
guna clase era lo suficientem ente p o d ero sa com o p a ra im po-
n e r su dom inio y n in g ú n Estado era lo suficientem ente fu erte
com o p a ra in rp o n er su control. El cam ino hacia el Estado m o ­
d e rn o req u eria de u n o o dei otro.

Después de discutir el hecho de que Latinoam érica libró dife­


rentes g uerras y sufrió las b arreras sociales, raciales y geográ­
ficas que im posibilitaron el desarrollo dei Estado, entonces la
p reg u n ta es ip o r qué estas fu ero n p articu larm en te graves en el
continente? E u ro p a tam bién tuvo élites divididas, identidades
regionales, y divisiones étnicas y de clase. tP o r qué estas rep re-
sentaron u n obstáculo más intim idante en Latinoam érica?

189 Whigham, The Politics of River Trade, 83-84; Pastore, “State-Led industrializa­
tion”, 321-24.
Com o ya se scnaló, las form as de g u e rra fu ero n rad icalm en ­
te diferentes en las dos regiones. Sin em bargo, an ad iría que
las diferencias en los contextos sociales son más im p o rtan tes y
que su análisis p u e d e hacer u n a contribución más im p o rtan te
al en ten d im ien to de form ación del Estado en el continente
q ue cualquier ajuste a la teoria belicista de d esarrollo político.

En p rim er lugar, el regionalism o en L atinoam érica fue m o­


tivado p o r u n im p o rtan te aliado natu ral. La geografia física
del continente p resen tó obstáculos logísticos y adm inistrativos
solo replicados en ciertas partes de E u ro p a200. Las com unica-
ciones desde la capital eran inciertas y el apoyo m ilitar era irre ­
gular. D ebido a estos problem as, los esfuerzos p a ra im p o n er la
a u to rid ad central en g ran p arte de L atinoam érica se p u ed en
co m p arar m ejor con los esfuerzos d e los im périos más que con
los de los Estados-nación. Estados U nidos tam bién en fren lab a
desafios geográficos, p ero en este país el te rrito rio se expan-
dió m ucho más en línea con la capacidad del Estado central
p ara adm inistrar. Im aginem os a Estados U nidos ten ien d o que
lu ch ar u n a g u e rra in d e p en d en tista a lo largo de los Apalaches
o tra ta n d o de o b te n er los ingresos de Califórnia p ara p ag ar la
g u e rra de 1812. En L atinoam érica las instituciones políticas
ap ro p iad as p a ra u n a ciudad-estado recibieron im périos sobre
los cuales gobernar. N o es de ex trafiar que fallaran al hacerlo.

La ap a re n te —o ilusória— h o m o g en eid ad cultural del conti­


n en te tam bién apoyaba al regionalism o, au n q u e de u n a num e­
ra perversa. D ada la ausência de u n a distinción clara y fuerte
en todas las regiones, la atracción centrífuga n atu ral del Es-
tado-nación parecia m enos evidente. Por lo tanto, los paísef
latinoam ericanos en fren tab an obstáculos n atu rales más signi­
ficativos, au n q u e no gozaban de la atracción intrínseca de lo.'
bolsillos de la cohesión cultural.

200 Incluso se podría encontrar una correlación aproximada entre el éxito de I,


creación del Estado en esas regiones y la adecuación del terreno. Ciertamenlc
las llanuras de Eram ia lacililaron la imposición de la autoridad central en la
montanas del sureslc europeo.
.as divisiones étnicas tam bién fueron nuiclio más significati-
as en L atinoam érica, ya que no solo estuvieron acom panadas
>or visibles características raciales, sino tam bién apoyadas p o r
n sistem a legal y social que institucionalizo las m ás m ínim as
iferencias. Paris tuvo que absorber los o rad o res b retones y
rovenzales, p ero tuvo m enos éxito con los Basques. U no solo
uede im aginar la historia de E spana con u n a im p o rtan te po-
lación m orisca, incluso sin diferencias étnicas involucradas.
I na vez más, el m odelo eu ro p eo de referencia es A ustria-H un-

ría, donde las divisiones étnicas/nacionales d o m in ab an la


layoría de las ideas de destino o legado com partido. La p re ­
meia de im p o rtan tes divisiones étnicas y su reconocim iento
gal es quizás la característica q u e más diferencia la ex p erien -
a de L atinoam érica a la de E u ro p a201. U na vez más, podem os
ite n d e r rnejor los dolores de p a rto de los Estados in d ep en -
entes en L atinoam érica, im aginándolos no com o naciones,
no com o Im périos.

>r últim o, pocas élites p u d ie ro n ser tan desafiantes com o la


istocracia eu ro p e a que construyó Estados a p a rtir dei siglo
VI. dPodrían las élites argentinas o p eru an a s realm en te de-
■que fu ero n más rebeldes que sus hom ólogos franceses o
gleses? U n a diferencia im p o rtan te la constituyó la larga aso-
ición e u ro p e a dei estatus de la élite con la p ro eza militar,
te rru m p id a en L atinoam érica poco después de la Conquis-
Esta relación estableeió u n a estrecha relación e n tre la com-
tencia m arcial y la viabilidad de cualquier g ru p o de élite,
e nunca existió en L atinoam érica. El co n tro l de la violência
i u n a p a rte intrínseca de las funciones de la élite en Euro-
; nunca fue u n a opción co n sid erar la irrelevância dei Esta-
. Por el con trario, en L atinoam érica el p o d e r político era,
n e n u d o , secundário al control económ ico y esto hizo que
necesidad de co n stru ir Estado fu era m enos u rg en te. Los

La experiencia de Estados Unidos es claramente relevante aqui. La compara-


ción contrafactual podría ser una confederación independiente con la necesi­
dad de construir un Estado democrático en las secuelas de la esclavitud.
Estados em ergentes eu ro p eo s tam bién fu ero n ayudados p o r
Ia institución m onárquica, hecho que hizo m enos im p o rtan te
la necesidad de co n stru ir u n Estado. Los proto-E stados e u ro ­
peos tam bién fu ero n ayudados p o r la institucionalización de
la m onarquia, que le b rin d ó u n a participación m uy fu erte en
el desarrollo de la capacidad política p o r lo m enos a u n a fami-
lia y a sus redes políticas. Ni siquiera la m o n arq u ia brasilena
desarrollo u n a co n g ru ên cia e n tre los intereses individuales y
colectivos que p u e d e n ser tan im p o rtan tes en las prim eras eta­
pas del crecim iento político.

La violência im p reg n o la vida en L atinoam érica y E u ro p a d u ­


ra n te el desarrollo de los Estados de estas respectivas reg io ­
nes. H abía violência e n tre las élites, e n tre clases, e n tre razas y
e n tre las regiones. Sin em bargo, esto no g en eró el desarrollo
institucional que se po d ia esp erar de la ex p erien cia eu ro p ea.
Las distintas regiones d e E u ro p a com petían e n tre sí p o r la su­
prem acia y soberania, p ero lo hicieron m ientras recreab an u n
m apa político sin tra ta r de ajustarse a u n a geografia colonial.
Los gru p o s étnicos e n tra ro n en conflicto, p ero ra ra vez eran
tan difíciles de d e se n tra n a r a través de la división territorial.
Las élites podían luchar, p ero los em p re n d ed o res políticos
con legitim idad m o n árq u ica p u d ie ro n im p o n er o rd en es insti-
tucionales. Con lim itadas excepciones, L atinoam érica no tenía
el núcleo institucional p a ra que las naciones-Estado surgieran;
las g u erras no hicieron m ucho p a ra m otivar su desarrollo. En
los lugares d o n d e las condiciones locales se ap ro x im ab an más
a los casos europeo s, la g u e rra p ro p o rcio n o las bases institu-
cionales p a ra aseg u rar el desarrollo de Estados más poderosos
y estables. Sin em bargo, en general, el cam ino m ilitar al desa­
rrollo político no estaba disponible en el continente.

La com binación del débil p o d e r central y la dirección eco­


nóm ica ex te rn a es la característica definitoria de los Estados
poscoloniales. La deslegitim ación de la a u to rid ad política aso-
ciada con el p o d e r colonial, la fragilidad de las coaliciones de
élite y la lalta de cohesión nacional o incluso de id en tid ad , la
rientación hacia la m etrópoli y el distanciam iento tlel in terio r
de los vecindarios h an caracterizado, de u n a u o tra form a,
is experiencias de los países independientes de Latinoam érica,
frica y Asia. M uchos tam bién h a n sido víctimas de violência
n los benefícios dei d esarrollo organizacional visto en Euro-
a Occidental. Este p a tró n debe hacer que nos p reg u n tem o s
;erca de la conveniência de utilizar esta ex p erien cia idiosin-
ática com o el tem p ran o p a tró n m o d e rn o de E u ro p a occi-
sntal p a ra la construcción d e parad ig m as universales. Por lo
ienos, la exp erien cia de L atinoam érica nos debe crea r m ayor
iriosidad sobre las circunstancias particulares que perm itie-
m a los Estados florecer después de la R evolución M ilitar de
s siglos X VI y X V II.

im o se discutió, varias co n d icio n es especiales le p e rm ite n


las g u e rra s c re a r Estados. L a p rim e ra de estas es la p re-
m sobre el E stado p a ra re s p o n d e r a los desafios financie-
'S d e la g u e r r a m e d ia n te u n a m ay o r ex tra cció n dom éstica,
o hay ra z ó n p a ra e s p e ra r q u e los E stados e m p re n d a n el
to político y o rg an izacio n al d e p e n e tr a r en sus sociedades
los recu rso s se p u e d e n e n c o n tra r con m ay o r facilidad. En
g u n d o lugar, g ra n p a rte dei n ú cleo a d m in istrativ o deb e
tar fu n c io n a n d o p a ra q u e el E stad o p u e d a u s a r u n a base
bre la que d e sa rro lle su fu erza. El caos y la violência de
g u e rra n o p ro p o rc io n a n la in cu b ació n a p ro p ia d a p a ra
líticas su b d e sa rro lla d a s. E n te rc e r lugar, n in g ú n o rg a ­
smo político p u e d e a c u m u la r suficiente a u to rid a d com o
ra co accion ar y e x tra e r sin aliados sociales. Las am en a-
> dom ésticas a la so b eran ia d e b e n h ab erse re su e lto a n ­
dei conflicto “p ro d u c tiv o ”. U n estú d io ad icio n al p u e d e
n p ro b a r la im p o rtâ n c ia relativ a cle estos tres factores a
vés de la aplicación d e u n a v arie d a d de casos históricos
eográficos. C ie rta m e n te , estos p u e d e n a y u d a r a e x p licar
r q ué se to m ó casi u n m ilên io d e violência y g u e r r a p a ra
u lu c ir E stados en E u ro p a. El caso de P olonia y los Bal-
ies, q u e su frie ro n la g u e r r a com o E stados re la tiv a m e n te
nles, ta m b ién m erece aten ció n .
La principal lección que debem os e x tra e r de la experiencia
L atinoam ericana es que no podem os asum ir que el Estado
existe, sim plem ente p o rq u e los símbolos de la in d e p e n d e n ­
cia están ahí. Los Estados no son actores p o r sí mismos. Son
conchas, conchas potencialm ente poderosas; sin em bargo, tie-
nen u n hueco en el centro. La m áquina del Estado necesita
u n “m otivador” capaz de utilizar el estím ulo p ro p o rcio n ad o
p o r la g u e rra p a ra e x p a n d ir su alcance y su poder. Sin este
m otivador, ya sea perso n al del Estado, u n a clase do m in an te,
o incluso u n individuo carism ático, la concha política y m ilitar
del Estado no tiene dirección. Sin este sentido, las g u erras no
p resen ta n o p o rtu n id ad es de crecim iento, sino que son solo
retos de m era supervivencia. Un sistem a fiscal req u iere de los
po d eres constitucionales y de la capacidad burocrática p ara
hacerlo cum plir. Esto no va a ap are cer sin u n a alianza e n tre la
institución política y u n im p o rtan te sector social. Sin esta iden-
tificación de intereses es prácticam ente im posible que crezca
el Estado, no im p o rta el estím ulo d e la violência.
Capítulo 4

Construyendo nación

En los capítulos anterio res he analizado la baja p resencia de


g u erras internacionales en L atinoam érica y las dificultades
p a ra establecer la a u to rid ad del Estado en el continente. En
este capítulo la discusión se aleja del control form al y se acer­
ca más a la consideración de otros atributos asociados con el
d esarrollo político. L a fam osa definición de W eber sobre el
Estado enfatiza no solo el m onopolio de los m edios de vio­
lência, sino tam bién la legitim idad de estos. H istoricam ente,
la legitim idad del Estado se ha basado m enos en la creación
de los sentim ientos nacionalistas, q u e no solo u n e n a la pobla-
ción, sino que tam bién hacen del Estado el centro y la m áxim a
ex p resió n de dicha id en tid ad colectiva. Este capítulo se enfoca
en la m a n era en que las form as de la g u e rra y la a u to rid ad del
Estado ay u d aro n a crear y fu ero n , a su vez, m oldeadas p o r
form as particulares de lealtad nacio n al1.

Los acontecim ientos de la ú ltim a décad a h a n d em o strad o


q ue los inform es prévios sobre la m u e rte del nacionalism o
fu e ro n claram en te ex ag erad o s. A p esar d e las confiables
p redicciones d e m odern izació n , convergência y teorias m a r­
xistas, el nacionalism o reg resó al escenario político cen tral
con venganza. Esta ren o v ació n nacionalista h a g en e ra d o u n
ren acim ien to p aralelo en la academ ia. C o m en zan d o en la
d écada de 1980, destacados especialistas en d iferen tes disci-

Para una excelente descripción de la función decisiva que desempenó la guerra


en la creación <lc una comunidad étnica, ver A. Smith, “War and Ethnicity”.
plinas volvieron a estu d ia r el nacionalism o y la id en tid ad en
g e n e ra l2. El nuevo trabajo m arcó u n a tran sició n en la form a
com o se percibía el nacionalism o. M ientras q u e algunos g r u ­
pos todavia d efie n d en la p rim acía de u n a etn ia co m ú n , los
cread o res e idealistas de la nación g a n a ro n , e n b u e n p arte , la
discusión in telectu al3. El en fo q u e h a cam biado de cóm o los
pueblos se u n e n e n tre sí a cóm o los Estados crean naciones.
Sin em barg o , quizás en p a rte d eb id o al n ú m e ro lim itado de
casos citados, la concepción y la gestación d e naciones siguen
siendo el m istério social m ás p ro fu n d o 4.

Esta nueva literatu ra ig n o ra, en g ran m edida, u n a excepción


muy im p o rtan te al p a tró n global del nacionalism o: la expe-
riencia de los Estados latin o am erican o s5. Al igual que la li­
te ra tu ra sobre el su rg im ien to del Estado, el d eb ate sobre el
nacionalism o a m e n u d o no tien e en cu en ta la especificidad
histórica y geográfica en la q u e se basa g ran p arte de la teo ­
ria. dCómo explicar la anom alia latinoam ericana? Siguiendo
intentos recientes en to rn o a u n a conciliación de perspectivas
teóricas sobre el nacionalism o6, form ulo tres p reg u n tas: en
p rim er lugar, dcuál es el con ten id o o vocabulário iconográfico
de los mitos en los Estados nacionalistas latinoam ericanos?; se­
gu ndo, iq u é tipo de in stru m en to s o gram áticas iconográficas
se utilizan?; y p o r últim o, dqué nos dicen los m edios de com u-
nicación y los m ensajes sobre la relación e n tre este Estado y
su sociedad? Al igual que en los otros capítulos, analizo estas
preg u n tas a través del prism a d e la g u erra.

Calhoun, “Nationalism and Ethnicity”, 211-38.


A. Smith, “State-Making and Nation Building”; Gellner, Nations and National­
ism-, Hobsbawm, Nations and Nationalism-, B. Anderson, Imagined Communities;
Breuilly, Nationalism and the State.
Zelinsky, Nation into State, 230.
Incluso los estilos destacados de esta edicion (por ejemplo, Brading, The Ori­
gins o f Mexican Nationalism; Mallon, Peasant and Nation) son, en su mayoria,
leidos por latinoamericanistas.
Comaroff y Stern, “New Perspectives on Nationalism and War”.
M ediante el análisis dei p apel que d esem p en a la g u e rra en
la creación d e iconografias nacionales en L atinoam érica, dejo
en claro qué tan to d ep en d e el nacionalism o cen trad o en el
Estado y creado con base en su historia y ex p erien cia com ­
p artid a, y a su vez, de las míticas m atérias prim as con las que
se construyen las com unidades. H acer hincapié en la historia
no significa u n re to rn o al determ in ism o o a la suprem acia dei
carácter nacional. La historia es m aleable y, en p arte, la cria­
tu ra dei poder. Las tradiciones se inventan, p ero n u n ca por
com pleto. El nacionalism o, al igual que la cultura, se basa en
la situación7. Los Estados están integ rad o s en las sociedades
d e d o n d e surgen y sólo p u e d e n utilizar aquellos recursos ico­
nográficos que se e n cu e n tran a su disposición. C ada Estadc
p u e d e in te n ta r crea r sus propios mitos; sin em bargo, deb id o a
que existen diferentes historias, existirán diferentes naciona-
lismos. Los Estados p u e d e n crear su p ro p ia historia, pero n<
to talm ente a su gusto8.

Lo an terio r es más claro en L atinoam érica que en cualquiei


o tro lugar. El atractivo político de la g u e rra y su papel en e
desarrollo de la construcción d e la nación se p u ed e eviden
ciar en pocos países en el continente. Por ejem plo, gran p ar
te de la id e n tid ad p arag u ay a se basa en la suerte de ese pai;
en dos guerras. Del mism o m odo, u n a serie de luchas civile:
que te rm in aro n en revolución consolidaron la au to rid ad de
Estado en México. F inalm ente, la victoria en u n a p rem atu
ra g u e rra intern acio n al p u d o h ab er sido fu n d am en tal par;
la legitim ación dei Estado chileno. Sin em bargo, en general
las g u erras no co n stru y ero n naciones en L atinoam érica. Er
p rim e r lugar, com o fue el caso de la discusión an te rio r sobrr
la tributación, no h u b o m uchas g u erras, no estaban listos par;
la tarea y llegaron en el m om ento equivocado. A ún más im
p o rtan te, las divisiones de clase y casta que ay u d aro n a defini

Fine, “Small (irou ps and Culture Creation”.


Tomo prestado el comentário de Eley y Grigor Suny sobre Marx; introducció
a Eley y Grigor Suny, Hccoming National.
L atinoam érica hicieron que el uso de los símbolos existentes
lera u n problem a. A dem ás, m uchos de los Estados se mos-
aro n reacios a crear p an teo n es nacionales que co n trad ijeran
com posición y la orientación de la élite. L atinoam érica no
»lamente tenía las h erram ien tas y los m ateriales equivocados
ira construir el nacionalism o, sino que adem ás los responsa-
es no estaban interesados en co nstruirlo inicialm ente.

as u n debate general sobre el nacionalism o en Latinoam éri-


, procederé a discutir el p ap el de los m onum entos en la cons-
ucción de la m em ória nacional. Luego describiré el p atró n
mográfico general en Latinoam érica, seguido p o r u n a discu-
m detallada de los casos particulares. Para concluir, ofrezco
ia explicación tanto del excepcionalism o general latinoam eri-
no, com o de las diferencias en el interior del continente.

ites de c o n tin u ar es im p o rtan te aclarar qué se en tien d e p o r


icionalismo. Mi uso del té rm in o está asociado, en g ran p arte,
n la integración y construcción de u n a nación9. El nacio-
ilismo del Estado se caracteriza p o r la dom inación de u n a
stitución política individual sobre u n te rrito rio con u n a po-
ición que considera que co m p arte u n a id en tid ad esencial.
l pretensión de u n a id e n tid ad com ún existe solo com o u n a
airación colectiva y abstracta cuya ex p resió n más concreta
el Estado. Este sentido de co m u n id ad es apoyado p o r u n a
jrg ia patro cin ad a p o r el Estado cuyo co n junto de símbolos
ituales apoyan u n a form a d e religión laica en la que las per-
ías se rin d e n culto a sí m ism as10.

isten tres características que ay u d an a d iferen ciar la identi-


d nacionalista de otras q u e considero más sobresalientes en
:o n tin en te latinoam ericano, tales com o raza o clase. Prim e-
el nacionalism o se asocia con u n a institución específica y
itaria, el Estado-nación. S egundo, se le rin d e hom en aje de
m era co n tin u a y explícita m ed ian te u n canon bien definido

Knight, “Peasants into Patriots”.


Mosse, Nationalization o f the Masses, 2.
y elaborado, Icrcero, los vínculos e n tre los connacionales son,
en general, abstractos (a diferencia d e la concreción dei co­
lor de piei o de los recursos socioeconómicos) y, con frecuen-
cia, se definen p o r su ocupación co m p artid a de u n territo rio .
A tributos sim ilares sirven p a ra distin g u ir el nacionalism o dei
patriotism o11. El patriotism o no tiene necesariam ente que ver
con instituciones políticas form ales. El concepto de p atria no
im plica n in g ú n tam an o ni acu erd o g u b ern am en tal en p articu ­
lar; la p atria p u ed e ser u n valle, u n a región, u n a institución o
un país. A ún m ás im p o rtan te, el patriotism o no im plica n ece­
sariam ente obediencia a u n a v o luntad colectiva o a su r e p r e ­
sentante institucional. El patriotism o es la fe; el nacionalism o
es la iglesia.

Nacionalismo y patriotismo en Latinoamérica

L atinoam érica en el siglo XIX, y p o d ría decirse que en el siglo


XX, tuvo u na can tid ad considerable de regionalism o, racism o
y patriotism o, p e ro m uy poco nacionalism o. Dos característi­
cas cruciales ay u d aro n a d efinir la debilidad g en eral dei n a ­
cionalism o oficialista en L atinoam érica; am bos con trib u y ero n
a la debilidad genérica de la au to rid ad estatal. La p rim e ra es
la división étnica y racial que dom in a la m ayoría de las so­
ciedades en el co n tin en te y que h a lim itado el desarrollo de
leyendas panhistóricas e identificaciones étnicas. La seg u n d a
es la falta de u n a clara identificación de los “o tro s” ex tern o s
que se p u e d e n usar p a ra fortalecer u n sentido de id en tid ad
com ún. Por lo tanto, los esfuerzos de los Estados latinoam eri-
canos p a ra crear naciones o p e ra ro n bajo u n a desventaja d o ­
ble: hubo limites a la utilidad dei pasado, y el p resen te b rin d ó
pocas o p o rtu n id ad es p a ra tra m a r u n p atrim o n io glorioso.

A estos limites de la invención histórica debem os ag reg a r u n a


sensibilidad a la relación e n tre Estado y sociedad. El supuesto

Hayes, Essays on Nationalism; Huizinga, “Patriotism and Nationalism in Euro­


pean 1Iistdry".
le que todos los Estados buscan in teg rar sus poblaciones y
incularlas con las instituciones políticas es u n aspecto central
le g ran p arte de la literatu ra reciente en to rn o al nacionalis-
no. Esto h a sido ra ra vez el caso d e L atinoam érica, d o n d e las
nasas fu ero n “organizadas, reclutadas, m anipuladas, p ero no
lolitizadas ni incluidas en la nación”12. Por últim o, es im por-
m te te n e r en cu en ta que no todas las leyendas y símbolos na-
ionalistas “fu ncionan”13. A lgunas tradiciones p u e d e n fracasar
algunos nacionalism os p u e d e que n u n ca resu en en .

i u n a nación es u n a “so cied ad m a teria l y m o ra lm e n te in-


;g ra d a ”, c ara cterizad a p o r la u n id a d “m e n tal y c u ltu ra l de
lis h a b ita n te s ”, en to n ces, incluso, m uy pocos países lati-

o am erican o s d e m ed iad o s d el siglo XX calificarían 14. Las


iferen tes id e n tid a d e s d el c o n tin e n te se h a n m a n te n id o di-
ididas p o r capas q u e s e p a ra n las clases y los g ru p o s étnicos
no p a re c e n h a b e r d e sa rro lla d o las capas m ás “m o d e rn a s ”
ue d iv id en las n acio n es15. Tal com o se discu tió en el capí-
ilo 2, la au sên cia de estos sen tim ien to s a y u d a a ex p licar
o r q ué L a tin o am érica se h a lib rad o d el h o lo cau sto mili-
ir e u ro p e o e ilu m in a la relativ a d eb ilid ad del E stado la-
n o am erican o . Las bases in stitu cio n ales del E stad o -n ació n
u n ca co in cid ie ro n con los m itos de le g itim id ad c u ltu ra l de
.s sociedades. La d o m in ació n p o lítica se e x p re só te rrito -
alm en te, p e ro la so ciedad y la c u ltu ra fu e ro n in te g ra d a s
divididas e n d ife re n te s p lan o s. La clave p a ra e n te n d e r
s form as d e la le g itim id ad p o lítica q u e se d e sa rro llo en
a tin o am é rica es te n e r en c u e n ta el d esaju ste fu n d a m e n ta l

Lynch, “Los caudillos de la independencia”, 202.


Para una discusión sobre los diferentes íconos culturales “exitosos”, ver
Schudson, “How Culture Works”.
La definición es hecha por Mauss, y se cita en E. Weber, Peasants into French­
men, 484. Weber senala que Francia tampoco cumplió con estos critérios en
1870. Pero lo hizo en 1914 y, ciertamente, en 1918. Esto se explica en parte
por la experiencia de la guerra y la posterior elaboration de los mitos nacio­
nalistas asociados a ella.
Para una discusión general de esas diferencias (pero sin referencias a Latinoa­
mérica), ver Calhoun, “Nationalism and Ethnicity”, 1993.
r

e n tre el p o d e r o rg an izacio n al fo rm al, tal com o se e x p re sa


en el E stado, y las form as sociales d e a u to rid a d subyacentes
q ue in s p ira ro n u n a lealtad m ás in m ed iata.

^El nacim iento de u n a nación?

La in d e p en d en cia de L atinoam érica h a sido utilizada, en ge­


neral, com o u n ejem plo dei nuevo nacionalism o asociado con
el siglo XIX. Sin em bargo, A nderson se equivoca al afirm ar que
los m ovim ientos anticolonialistas e ra n nacionalistas, si p o r ello
hem os de e n te n d e r que cada nuevo país estaba consciente de
su p ro p ia id en tid ad p articu lar a n terio r a la in d e p e n d e n c ia 16.
Es cierto que los lim ites adm inistrativos dei Im p ério espanol
y los d esalentado res retos geográficos de la com unicación y
el tra n s p o rte h ab ían em p ezad o a c re a r algunas diferencias
in traco n tin en tales. Sim ón Bolívar reconoció la im p o rtân cia
de estas id e n tid ad e s reg io n ales m e d ian te el fracaso de sus
diferentes p ro p u estas federalistas17. Pero adem ás de u n vago
sentim iento regionalista e n tre u n a m ínim a p a rte de la élite, no
conozco evidencia alg u n a de que n in g u n a g ran p a rte d e inclu­
so la población blanca p en sara en sí m ism a com o u n a nación
sep arad a de sus vecinos criollos18. Los criollos se identificaban
a sí mism os com o am ericanos (a diferencia de los espanoles),
p ero , no com o u n a subnacionalidad específica19. Por ejem plo,
las regias p a ra ad o ctrin ar los ninos escolares en los nuevos
valores patrióticos ofrecidos p o r B elgrano en 1813 sugieren

16 B. Anderson, Imagined Communities.


17 Collier, “Nationality, Nationalism, and Supranationalism”.
18 Masur, Nationalism in Latin America; Mörner, Andean Past; Pagden, “Identity
Formation in Spanish America”; Schwartz, “T he Formation o f Colonial Iden­
tity in Brazil”; Shumway, The Invention o f Argentina; Collier, “Nationality, Na­
tionalism, and Supranationalism”. Para un punto de vista opuesto ver Vial
Correa, “La formación de las nacionalidades hispanoamericanas como causa
de la independencia”; Krebs, “Orígenes de la conciencia nacional chilena”.
19 Curiosamente, a la luz de los temas de la presente obra, podemos detectar el
sentido más coherenlc de una protoidentidad dentro de las diferentes milicias
coloniales.
u n a oposición e n tre los ex tran jero s y los am ericanos, p ero no
e n tre otros am ericanos y arg en tin o s20.

El nacionalism o in d e p en d en tista latinoam ericano fue u n pro-


d ucto de la Ilustración y buscó u n a lib ertad basada en d ere-
chos universales, teo ricam en te otorgados. Buscó el reconoci-
m iento y la defensa de estos derechos, p ero n u n ca los basó
en reivindicaciones en to rn o a u n a id e n tid ad en particular. El
m odelo fue el fervor revolucionário francês de 1789 a 1792,
no el chovinism o napoleónico. El nacionalism o bolivariano ca-
reció, p o r com pleto, de referencias a las dim ensiones étnicas
o culturales; el critério fu n d am en tal p a ra la nacionalidad era
de natu raleza política21. México y Brasil p u e d e n ser excepcio­
nes p ero , p o r lo m enos en el caso de México, el nacionalism o
se m antuvo “más criollo que m exicano”22. Los brasilenos ex-
presab an , sin d u d a, u n sentim iento de su p erio rid ad sobre la
A m érica espanola y hay indicios de que la g u e rra C isplatina
fue percibida com o u n ju e g o de civilizaciones23.

M ucho m ás que en los casos euro p eo s, la id en tid ad y la con-


ciencia nacional d eb iero n ser creadas después de que se ha-
bían trazad o las fro n teras políticas. Los Estados d eb iero n crear
los íconos y las liturgias que apoyarían la “revolución cu ltu ­
ra l” p a ra la creación de nación24. En g ran m ed id a fallaron y,
aú n más im p o rtan te, escasam ente lo in ten taro n . T eniendo en
cuenta las p rerro g ativ as que las élites dom in an tes buscaban
m a n te n e r en la época colonial, la inclusion y la integración de
las m asas era en lo últim o que pensaban. N o p o d ian , no que-
rian y no tenían n in g ú n deseo de im ag in ar u n a co m u n id ad
nacional. Por lo tanto, este hecho trae a colación la p re g u n ta
de dpor qué fracasô tam bién el proyecto unitario? Al hacer
hincapié en la ausencia de nacionalism o, tal com o se definió

20 Citado en Szuchman, “Childhood Education and Politics”, 114.


21 Collier, “Nationality, Nationalism, and Supranationalism”.
22 Brading, Origins of Mexican Nationalism.
23 Seckinger, Brazilian Monarchy, 27-33.
24 Corrigan y Sayer, The Great Arch.
an terio rm e n te, no p rete n d o ig n o rar la existencia de leali
regionales. A dem ás, el caudillism o g en erad o p o r la inde
dencia tam bién desem p en ó u n p ap el im p o rtan te en la
sión dei continente. En últim a instancia, pocas élites est
interesadas en la creación de au to rid ad es nacionales sóli<

O bstáculos en to rn o a la id entidad

Com o se discutió en el capítulo 2, u n a explicación p ara el p;


latinoam ericano es la hom ogeneidad lingüística e incluso (
ral dei continente después de la Conquista. Sin la com pet
en tre las lenguas (y los Estados que las representan), sin la
entre las diferentes culturas de élite, no había im pulso p;
conflicto posterior en tre las reivindicaciones políticas sol
territorio25. A pesar de las diferencias en tre los distintos p
se p o d ría arg u m en tar que hasta hace relativam ente poc
existia algo parecido a u n a cultura nacional en Latinoam éi

L atinoam érica tam poco ha p ro d u cid o u n e n to rn o artísi


cultural q ue consagre y apoye el dogm a nacionalista en 1
pa. H ay m uchas décadas d e evidente odio p ro p io y de
lación eu ro p ea. Es solo m ucho más tard e, en el siglo X
incluso bien en tra d o el siglo XX, que la literatu ra — el p
d o r favorito de los sentim ientos nacionalistas según Ber
A nderson— em pezó a ex p resar u n nacionalism o local o
to al co n tin en tal27. El rom anticism o latinoam ericano no
com o base p a ra el nacionalism o. Sus practicantes pasaroí

25 Ver A. Smith, “State-Making and Nation-Building”, para una discus


cómo la competência de élite engendra nacionalismo.
26 Bermudez, “Nacionalismo y cultura popular”.
27 Con raras excepciones (Hernández en Argentina), ningún autor latinc
cano ha desem penado el papel de Walter Scott, Fenimore Cooper, de
manos Grimm, o de Victor H ugo, creando tradiciones literarias que o
versiones idealizadas y populares de un pasado depurado. Martin Fier
único ejemplo claro de un Lancelot latinoamericano (Monguió, “Nati(
and Social Discontent”; Diaz Ruiz, “El nacionalismo en la literatura lati
ricana”; Wetzlall-Eggchert, “Literatura americana o literatura naciona
un punto de visla opuesto, ver Benítez-Rojo, “La novela hispanoam
dei siglo X IX ”.
ho más tiem po alabando a la belleza n atu ral que a la p u reza
tnica o a la historia de u n pais en particular. C u an d o trataro n
le exaltar dichas características, com o se ve en la o b ra de Jo sé
inrique R odó o R ubén D arío, se hizo en u n âm bito pancon-
inental. Lo que se alabó y exaltó es la h isp an id ad o en otros
asos el indigenism o. Pero no es el intrínseco carácter sagra-
0 de u n a nación en p articu lar definida p o r el te rrito rio 28.
Las expresiones más co n tem p o rân eas d e p articularism o h an
ido de u n tipo m uy d iferen te al d e sus co n trap artes eu ro p eas
osteriores a 1848: u n nacionalism o revolucionário que hace
) opuesto de glorificar al E stado”29. U na diferencia funda-
íental es q ue el nacionalism o d e los intelectuales latinoam e-
ícanos ha sido casi exclusivam ente de izquierda. El abism o
ue separa a Pablo N e ru d a de G abriele D’A nnunzio o a José
iarlos M ariátegui de M artin H eid eg g er se m ide en anos luz.
a “raza cósm ica” m exicana p u e d e ser el equivalente más cer-
ino a la m arca e u ro p ea d e nacionalism o étnico, p ero se de-
irrolló relativam ente ta rd e y en circunstancias geopolíticas
idicalm ente diferentes.

Igunos h an su gerido u n vínculo estrecho e n tre el desarrollo


el capitalism o y el surgim iento del nacionalism o30. El fracaso
1 d esarro llar u n capital nacional dinâm ico en L atinoam érica
udo h ab er obstaculizado o, p o r lo m enos no p ro p o rcio n o ,
n estím ulo necesario p ara el surgim iento d e sentim ientos na-
onalistas. H asta el ad venim iento de la industrialización p o r
istitución de im portaciones, la pro d u cció n de bienes de con-
imo estaba m uy lim itada; el corazón de las econom ias lati-
lam ericanas era la extracción de los pro d u cto s básicos p ara
m ercado global. Los consum idores de la econom ia estaban
miles de kilom etros de distancia, al igual que las fuentes más

Palacios, La unidad nacional en América Latina.


Por supuesto hay excepciones. Por ejemplo, los intentos de crear argentinidad
florecieron en vista de la inmigración después de 1880 (Vogel, “Elements o f
Nationbuilding in Argentina”).
B. Anderson, Imagined Communities; Hobsbawm, Nations and Nationalism; y
Mann, Slates, War, and Capitalism.
im portantes de capital. Por lo tanto, la com petência y la pro-
tección de los m ercados definidos p o r te rrito rio no existie-
ro n sino hasta m ucho después, en el siglo XX. L atinoam érica
tam poco desarrolló u n a burguesia nacional que apoyara u n
proceso de diferenciación cultural y separación política. Nin-
gu n a clase tenía in terés de crear u n a idiosincrasia nacionalista
o u n ap arato político capaz de d efen d e r sus intereses a nivel
internacional; u n a fuerza local de policia lo hubiese h ech o 31.

Q uiero sugerir o tro factor que nos p u e d e ay u d ar a e n te n d e r


m ejor la naturaleza dei nacionalism o cen trad o en el Estado.
Si la id e n tid ad cultu ral se basa en el recu e rd o colectivo, debe
ser de carácter narrativ o p a ra reco rd aria32. Los Estados la-
tinoam ericanos no ten ían el capital histórico necesario p ara
co n stru ir identidad es nacionales, tal com o sucedió en E uropa.
Existían dos fuentes p a ra este déficit nacionalista, am bas basa-
das en la experien cia histórica.

M ientras que E u ro p a había definido geográficam ente las e t­


nias sobre las cuales se habían revestido los nuevos p atro n es
de fronteras, en L atinoam érica dichas distinciones regionales
fu ero n destruidas, en g ran p arte, p o r la conquista. Lo que
p ro d u jo el m ovim iento in d e p en d en tista no fu ero n Estados su-
p erp u esto s a gru p o s diferentes, sin im p o rta r qué tan al azar
resu ltara el proceso, sino Estados que involucraban sociedades
cuyas diferencias étnicas in tern as e ra n m ayores que las exis­
tentes e n tre las diversas “naciones” que buscaban rep resen tar.
El abism o e n tre los blancos, negros e indios en el in terio r de
los países siem pre fue m ayor que las diferencias e n tre cual-
q u iera de estos gru p o s a través de las fronteras. Este hecho

31 Sin embargo, esto plantea la cuestión de orden causal. La falta de nacionalis­


mo puede llegar muy lejos al explicar la ausência de la burguesia desarrollis-
ta lamentada por Cardoso y Faletto. En lugar de que las naciones no surgie-
ran debido a la falta de desarrollo dei capitalismo, los mercados nacionales
no podrían solidificarse sin apoyo cultural. La nación tenía que preceder al
mercado.
32 G illis, ComnurmonUiims, 2.
:ra cierto tanto p a ra los de abajo com o p ara las respectivas
lites dom inantes. La hom ogeneidad continental de esta últim a
ra particularm ente pro fu n d a. Si pensam os que Latinoam érica
enía cuatro “naciones” al m om ento de la ind ep en d en cia (espa-
Loles, criollos, indios y africanos) los dos prim ero s estaban, en
eneral, unidos p ara oponerse a los dos últim os33. Del mismo
iodo, si bien p u d o h ab er p ro fu n d as diferencias en tre u n car-
icero italiano en Buenos Aires, un m inero aim ara en Bolivia y
n cam pesino n egro en Brasil, sus respectivos superiores com-
artían u n patrim onio e ideologia considerables. Debido a que
staban a cargo del Estado, existían pocas posibilidades p ara
ue las diferencias reales en co n traran confirm ación y apoyo
ficial.

a presencia de estos diversos g ru p o s étnicos necesariam ente


esdibujaron los limites de cu alq u ier co m u n id ad im aginada34,
as inclusiones que se hicieron fu ero n a la reg ió n geográfica
ii particular, a m iem bros del m ism o g ru p o racial, o incluso
todos los países que co m p artían u n a historia y u n a am ena-
i com ún. Sin em bargo, no rep resen tab an el nacionalism o tal
im o se en tien d e en el sentido eu ro p eo . Quizás aú n más im-
artan te es el hecho de que el nacionalism o estatal y oficial
noró, en la m ayoría de los casos, a las m asas no eu ro p eas
ista bien e n tra d o el siglo XX. E ra sim plem ente u n a élite, un
nóm eno de blancos35. C u an d o estas poblaciones buscaron
ear su p ro p ia versión de nación, fu ero n aplastados, en ge-
iral, p o r el Estado. De hecho, la construcción del Estado en
:rú im plico la destrucción d e u n nacionalism o desde abajo36.

Minguet, “El concepto de la nación, pueblo, Estado y patria”. Para una clara
explication de cómo las divisiones étnicas ayudaron a definir la identidad nacio­
nal, ver Thurner, From Two Republics to One Divided y Ada Ferrer, Insurgent Cuba.
Dodds, “Geography, Identity, and the Creation o f the Argentine State”.
Thurner, “Republicanos and la Comunidad de peruanos”.
Million, Feasant and Nation; Stern, Resistance, Rebellion, and Consciousness.
En estas circunstancias, la g u e rra hab ría p ro p o rcio n ad o u n a
solución iconográfica ideal37. Bolívar estaba m uy consciente
dei p o d e r simbólico de la g u erra. Bolívar considero p erm itirle
a Perú seguir siendo leal “a fin de p ro p o rcio n arle a Colom bia
unos ‘vecinos tem ibles’ en los que co n cen trarse”38. La g u e rra
p u d o h ab er forjado un sentido de colectividad, a la vez que
ayudó a construir u n “o tro ” siem pre am enazante en co n tra
dei cual la nación necesitaba p erm a n ecer unida. Sin am enazas
ni peligros surgiendo de las instituciones vecinas, no se p u d o
d esarro llar el sentido de la distinción inm erso en el corazón
dei nacionalism o.

C om o se discutió an terio rm e n te, los países latinoam ericanos


no tenían las experiencias m ilitares que form aban g ran p arte
de la base de la lealtad nacional en sus países, incluido Estados
U nidos. Estos m om entos de sacrifício com p artid o p u d ie ro n
h ab er p ro p o rcio n ad o u n a nueva base p a ra la identificación
colectiva, u n p u e n te e n tre los abism os raciales. L atin o am éri­
ca no tenía equivalentes simbólicos a las películas de g u e rra
de H ollyw ood en las que rep resen tan tes de diferentes g ru ­
pos étnicos, com o los afroam ericanos después de la década de
1950, se conocían y descubrían su h u m a n id ad en com ún y sus
lealtades com partidas. Los países dei co n tin en te carecían de
leyendas heróicas, g ran d es hazanas y conquistas brillantes que
son la m atéria p rim a de la m itologia nacional. La historia creó
u n a form a particu lar de cu ltu ra nacional que, a su vez, ayudó
a crea r u n a clase d e n arrativ a m uy d iferen te39.

U na reflexión im p o rtan te es cóm o se usó dicha narrativa. El


nacionalism o, dem ocrático o totalitário, im plica el estím ulo dei
Estado p a ra la pard cip ació n activa de los sujetos. P u ed e ser
n ad a m ás que form ación de canón, p e ro la población que está
in teg rad a en la liturgia req u ie re pardcipación. Por lo tan to , el

37 A. Smith, “War and Ethnicity”.


38 Collier, “Nationality, Nationalism, and Supranationalism”, 60.
39 Silvert, “Nationalism in I.atin America”.
nacionalism o im plica la movilización de las masas. Sin em b ar­
go, la historia latinoam ericana se caracteriza p o r la m argina-
lización política de segm entos significativos de la población.

Los caudillos independentistas no estaban interesados en for­


m ar el tipo de vínculo cu ltu ral o simbólico asociado al nacio­
nalism o; p o r el co n trario , ded icaro n rnucha más atención a
ex p an d ir sus redes de patronazgo40. La victoria del liberalismo
privó al nacionalism o de u n a base política en form a de religión
secular del Estado. Los liberales despreciaron dichos particula-
rismos, m ientras que los d erro tad o s conservadores se rehusa-
ban a organizar a las masas. Por ejem plo, incluso en el período
inm ediatam ente posterior a las g uerras, las élites m exicanas
se m ostraron ren u en tes a utilizar el discurso del nacionalism o
com o tradicionalm ente se en ten d ia en E uropa. Los liberales
m exicanos “pocas veces o n u n ca apelaron al concepto de g u a r­
d a r a la nación en su sentido constitucional. Ellos invitaron a sus
conciudadanos a d a r su vida al servicio de la patria, que cada
vez tenía m enos que ver con u n a historia com partida y m ucho
más con la ideologia del republicanism o liberal”41.

En el siglo XX L atinoam érica no ex p erim en to el tipo de régi-


rnen político en el que la movilización p o p u la r era p rim ordial.
Las pocas dem ocracias que h an sobrevivido lo h an hecho, en
general, aseg u ran d o el control de la élite (la integración de
u n a nación de ciudadanos h a sido ra ra vez u n a meta). Sin em ­
bargo, ciertam en te no tenem os ejem plos de organización de
m asas e ideologias asociadas con el fascismo42. L atinoam érica
ex p erim en to , sin d u d a, periodos d e au to ritarism o tan largos
com o los de A lem ania, E spana, Italia y los Balcanes, p e ro no
tenem os casos de u n Estado y u n a sociedad que establecen
vínculos a través de la ad oración de u n a id en tid ad étnica en
com ú n o p u esta a los vecinos o a algún “o tro ” universal. D ebido

40 Lynch, “Los caudillos de la independencia”.


41 Brading, “Liberal Patriotism and the Mexican Reforma”, 28.
42 Payne, A History o f Fascism. Tengamos en cuenta que incluso entre la extrema
derecha, la xenofobia fue relativamente baja. Deutsch, Las derechas.
a la estabilidad relativa de las fronteras desde la independei
el irredentism o n u n ca ha sido u n factor político im porte
Los pocos m ovim ientos de m asas que efectivam ente su:
ron, tales com o el peronism o, m ientras que tom aban pr<
dos elem entos dei fascismo, n u n ca lo g raro n el control totí
rio asociado con estos regím enes, ni tam poco se involucr:
en el o p o rtu n ism o militar, o tra característica decisiva. Ade
los m ovim ientos de masas latinoam ericanos d ep en d ían d
defm iciones dei enem igo form uladas, en general, en té rn
de clase, no en térm inos étnicos.

iC óm o se explica esta falta de interés dei Estado? La pa


pación p o p u la r asociada con el nacionalism o está íntim an
ligada a u n Estado que g en era m ayores dem an d as en si
blación som etida43; sin em bargo, los Estados latinoam erk
hicieron, de m a n era so rp ren d en te , m uy pocas. N o se nec
ban grandes segm entos de soldados, trabajadores ni, inc
consum idores. Por lo tanto, existían relativam ente pocc
centivos p a ra hom ogeneizar e integrarlos. A la p re g u n tr
p etu a de “dqué h acer con el p u eb lo ?”, las respuestas inc!
g en eralm en te la exclusión, no la movilización.

El resultado de los antecedentes históricos y la naturaleza


instituciones políticas en L atinoam érica h a sido u n a forr
patriotism o, algunas veces tenida de chauvinism o, que c
de coherencia o apoyo institucional dei nacionalism o de
do. El “hacer cree r” fom entado p o r el GobiernO — p a n
el lenguaje de E d m u n d M organ— no incluía la veneraci
u n vínculo en tre Estado y nación. De hecho, incluso ci
celebraba el nacim iento dei p rim ero, tendia a ignorar, er
m edida, la segunda. Antes de analizar los detalles de los
latinoam ericanos, analizo las h erram ientas utilizadas par
dir y com p arar el origen y alcance de estos sentimientos.

Tilly, “States and Nalionalism in Europe”


Los recuerdos están hechos de esto

U na dificultad im p o rtan te en la investigación sobre el nacio­


nalism o es concebir u n a m ed id a com ún que p erm ita u n aná-
lisis com parativo. Uos cálculos de cuáles sociedades son más
o m enos nacionalistas y cu án d o se co nvirtieron son, con fre-
cuencia, no más que juicios subjetivos. Del m ism o m odo, las
creencias nacionalistas son, en general, do m in an tes y am orfas,
dificultando, si no haciendo im posible, la definición d e los d i­
ferentes in g red ien tes históricos e ideológicos. En este capítulo
uso las m anifestaciones concretas de los sentim ientos n acio n a­
listas: m o n u m en to s y nom bres de calles. Ele com p lem en tad o
esta inform ación con el análisis de lo que podríam os d en o m i­
n a r m o n u m en to s de papel: estam pillas y m onedas. M ientras
que estos p o rtad o re s simbólicos carecen de la riqueza tex tu al
de otros posibles candidatos, com o es el caso de los d iscu r­
sos políticos y los libros de texto escolares, tien en dos venta-
jas im p o rtan tes44: en p rim e r lugar, la inform ación sobre estos
es relativam ente fácil de o b ten er p a ra n u estro s casos y p u ed e
ser clasificada y con tad a fácilm ente45; en segundo lugar, es­
tán co n stan tem en te ex puestos al público y ay u d an a defin ir la
esfera pública. Este hecho es p articu larm en te im p o rtan te en
sociedades que se caracterizan p o r bajos índices de asistencia
escolar y altos niveles de analfabetism o. N o tenem os n in g u n a
m a n e ia de establecer cóm o las estatuas, las estam pillas y las
m onedas se red u ce n a cenizas, p e ro sí podem os ra stre a r su
produ cció n com o u n a fo rm a de d efinir el nacionalism o p a tro ­
cinado p o r el Estado46.

44 Otro recurso potencial son las guias que incluyen material patriótico y dis­
cursos que se utilizan en las escuelas en dias festivos nacionales. Ver, por
ejemplo, Basurto, México y sus símbolos.
45 Como en el capítulo 2, intenté encontrar los datos de opinion pública sobre el
nacionalismo, pero no tuve éxito.
46 No pretendo iniciar un debate sobre la importância relativa del nacionalismo
desde arriba o desde abajo (ver Bonilla, “The Indian Peasantry y ‘Perú’ Du­
ring the War with Chile”; y Mallon, “Nationalist and Antistate Coalitions in the
War o f the Pacific”). Mi argumento no pretende ser una refutación del mara-
villoso trabajo hecho en una tradition muy diferente (por ejemplo, Mallon,
Peasant and Nation; y Joseph y Nugent, Everyday Forms o f State Formation). Más
bien, espero complementar la creciente literatura sobre el nacionalismo desde
Los m onum en to s y los nom bres de las calles ex p resan las
titudes y los valores de u n a nación a través de la elección
las referencias y, más sutilm ente, dei estilo estético; desp
sonalizan los idéales p o r los que se supone que la nación (
en pie. Estos m o n u m en to s hacen que el pasado no solo
soportable, sino que tam bién sea utilizable; reescriben la
toria com o u n glorioso com ienzo47. C om o se en tien d e aqui.
m onum entos son, en g ran m edida, u n a creación m o d ern a
que sirven en su m ayoria com o u n p u en te e n tre la mem<
institucional o de élite y el recu e rd o popular. Lo hacen
diante la transform ación de las figuras históricas en sím b
y mitos: “tran sfo rm an lo político en religioso”48.

Las m onedas y las estam pillas postales tam bién sirven comt
principales p o rtad o re s de simbolismo político, al p ro p o i
narle u n a o p o rtu n id a d al Estado p a ra re tra ta r las glorias c
historia nacional49. Estos m o n u m en to s de p ap el rep resei
u n a a p e rtu ra pedagógica no p ro m in en te p a ra enfatizar
héroes m erecen elogios, qué símbolos m erecen adorac
que acontecim ientos m erecen ser reco rd ad o s y qué objel
nacionales m erecen el m ayor esfuerzo y atención. D ebido
cotidianidad, “n in g ú n o tro artefacto dei G obierno simbi
la autoim agen p o p u la r de la nación”50. N adie que haya vi
en E spana desde la década de 1950 hasta la d écada de !
p u ed e olvidar que Francisco Franco fue “caudillo p o r la gi
de Dios.” N in g ú n coleccionista de m onedas ni estampilla;
cesita que le d igan q u e la co m u n id ad britânica está gober)
p o r u n a reina.

abajo con un punto de vista más enfocado en el Estado.


47 Ignatieff, “Soviet War Memorials”.
48 Mosse, Nationalization o f the Masses, 50. Considero que Mosse es el
analista en este tema. Ver también Winter, Sites o f Memory, Sites o f Mot
El análisis relacionado podría ser Verdery, T he Political Lives o f Dead 1
49 Para la moneda, ver Helleiner, “National Currencies and National Ider
50 Skagg, “Postage Stamps as Icons”, 198.
iQ u é tipo de valores en sen an estas “aulas públicas”? Elias
usan la historia p a ra d ifu n d ir la política m ed ian te la creación
de ilusiones de u n id a d y solidaridad. Com o se ha dicho acerca
d e la literatu ra patriótica, “d esarro llan u n a fórm ula n arrativ a
p a ra resolver los conflictos co n tín u o s”51. Los íconos no surgen
de u n vacío social; estos reflejan sus contextos sociales. D ebido
a que estos símbolos son construídos o im presos p o r aquellos
con au to rid ad , a m e n u d o sirven p a ra legitim ar el poder. Los
m o nu m en to s son solam ente los aspectos más visibles de todo
el sistem a de símbolos y em blem as disenados p ara g e n e ra r el
reconocim iento y aclam ación p o r el statu quo político52; son u n
indicio de lo que q u ieren h o n ra r o re c o rd a r quienes tien en
el p o d e r suficiente p a ra co n stru ir dichos m onum entos. Estos
senalan la je ra rq u ia d e la m em ória oficial. Este hecho p u ed e
ser n ad a m ás que “m entiras acerca de los crím enes”, p e ro las
m entiras que décim os u su alm en te p u e d e n d ecir más q u e la
verd ad que escondem os.

Dichos símbolos no son objetos pasivos sin su p ro p io p ap el en


la co n tin u a escritura de la historia. R ep resen tan u n a “teoria
del m u n d o ” que refleja y d a form a a la distribución social del
p o d e r53. R ecu erd an y reafirm an y, p o r consiguiente, desem -
p e n a n u n p ap el im p o rtan te en la construcción de lo que exac­
tam en te se recu erd a. Precisam ente p o rq u e las p ersonas son
conscientes de que los m o n u m en to s hacen la historia, r e p r e ­
sentan el “tex to ” más visible de esa historia, y su construcción
está m uchas veces llena de ren co r y de debate. Incluso p o d e ­
mos leer m o n u m en to s que indican la victoria de u n g ru p o o
visión sobre los d em ás54.

La presencia de u n m o n u m en to no necesariam ente le cu en ta


a la sociedad u n a constante histórica; solam ente le habla de

51 Sommer, Foundational Fictions, 12.


52 Agulhon, “Politics, Images, and Symbols in Post-Revolutionary France”.
53 Azaryahu, “T he Purge o f Bismarck and Saladin”, 351.
64 Por ejemplo, ver las cuentas de Harvey sobre la construction de Sacré-Coeur
en Paris (“Monument and Myth”).
la época en que se construyó. Sin rituales ni reco rd ato rr
significado de lo que u n a vez fue sagrado se p ie rd e y ol
El am ado g en eral de ayer es hoy el p o sad ero de las p a i
y p robablem en te m an an a sea el ícono b arato de la cre;
artística. Tam poco es el significado de símbolos sociales, <
los m o num en to s de g u e rra rígidos o estables55. Monurm
com o la V õlkerschlachtdenkm al en Leipzig p o d rían , e
ferentes m om entos, sim bolizar aspiraciones d em o crátl
au to rid ad colectiva. Los restos m onum entales dei com ur
se h an convertido en m em oriales conm em orativos de las
mas dei autoritarism o, reco rd ato rio s de los peligros poli
o anúncios de com ida ráp id a. Sin em bargo, los vestigii
mitologias pasadas fo rm an la base de las ideologias acti
au n q u e solo sea en oposición a estas.

L a m oda y la estética de la m em ó ria cam bian en el trans


dei tiem po. L a colum na favorecida en la A n tigüedad ln
testigo de varios ciclos de p o p u la rid ad , al igual que el
conjunto d e obeliscos p o p u lares a principios dei siglo
El m o n u m en to ecuestre dinástico nació en la era clásic;
revivido en el R enacim iento y alcanzó su apogeo en I
dei absolutism o. El arco dei triu n fo ro m an o hizo reap a
com o u n a adición tem p o ral a los desfiles y festivales en e
X V III y com o toque final a la victoria en el siglo X IX
seg u n d a m itad dei siglo X V III vio u n a v erd ad e ra exp!
de “m ania p o r las estatuas” en casi todas las ciudades oct
tales. Estos m o n u m en to s h a n sido sustituidos p o r otro
m oriales más “prácticos”, com o escuelas y hospitales.
los m o n u m en to s de g u erra, la tendencia ha sido re d r
grandilocuencia triunfalista de los esfuerzos anteriores
tituirlos con u n énfasis en el sacrifício y la p érd id a. As
ejem plo, los cem enterios —la práctica de m arcar las ti
de batalla es relativam ente reciente— con frecuencia h;

55 Barber, “Place, Symbol, and Utilitarian Function in War Memorials”.


56 También parece haber sido popular entre los regímenes autoritarii
siglo XX. W esilchling, 7Ymmphbogen im 19. und 20. Jahrhundert.
em plazado a los m o n u m en to s com o centros de veneración57.
Los him nos nacionales, u n a form a d e m o n u m en to musical,
tam bién se rem o n tan al surgim iento del nacionalism o com o
fuerza política en el siglo x ix 58.

El uso de m o n u m en to s de p ap el viene m ucho más ta rd e ya


que esto req u irió de u n a población alfabetizada con necesidad
de co m p ra r estam pillas, o de suficiente control p o r p a rte del
Estado, en el caso de la rnoneda, p a ra aseg u rar u n m onopolio.
D esde el principio la m o n ed a era el p o rta d o r obvio del sim ­
bolism o político. El uso de estam pillas de co rreo com o canales
de p ro p a g a n d a fue quizás el p rim ero en ser reconocido, o es
al m enos el más evidente, después de la P rim era G u erra M u n ­
dial. La A lem ania fascista, Italia y E spana las u saro n p a ra cla­
rificar el m ensaje del Estado, inculcar orgullo en los logros de
sus regím enes y avivar el a rd o r necesario p a ra lo g rar sus obje­
tivos. Las dem ocracias antagónicas p ro n to hicieron lo mismo.

Los tipos de referencia tam bién cam bian y o cu rre más radical­
m en te cu an d o la n atu raleza del rég im en es de alguna m an era
transform ada. En Haifa, Saladino le cedió el paso a T h e o d o r
H erzl; en Berlin oriental, O tto von B ism arck le cedió el paso
a Rosa L uxem burgo59. La Revolución francesa m arcó u n ab­
soluto p u n to de inflexion. N o solo la plaza de Luis XV se con-
virtió en la plaza de la Revolución, tam bién el g ru p o de los
posibles hom enajeados cambió: nom bres que h o n rab an a los
plebeyos no tenían lu g a r en las calles del m u n d o , sino hasta
después de 178960. Este p erio d o tam bién vio el surgim iento
de m o n u m en to s que h o n rab an a los héroes m ilitares; N ap o ­
leon vio esto com o u n a form a conveniente de ag rad ecer a sus
générales y fo m en tar el patriotism o popular. Por el contrario,

57 Curl, A Celebration of Death.


58 Sadie, The New Grove Dictionary of M usic and M usicians;Cerulo, Identity Designs.
59 Azaryahu, “Purge o f Bismarck and Saladin”.
60 Baldwin y Grimaud, “How New Naming SystemsEmerge", 157; Agulhon, “La
‘statuomanie’ et 1’histoire”, 147.
la T ercera R epública tendió más a h o n ra r a los artistas61,
mismo m odo, en A lem ania los poetas y científicos se sum a
al elenco habitual de reyes y generales62. Desde la Prin
G u erra M undial los m o n u m en to s a personas ilustres h an :
reem plazados p o r obras que h o n ra n representaciones sin
licas anónim as o incluso colectivos com pletos63. Sin em ba
algunos p atro n es son relativam ente constantes. En la may
de las sociedades, las referen c ias m ás im p o rta n te s girai
to rn o a p e rio d o s form ativos. Los m itos sobre el o rig en
e m p e n a n u n p a p e l central en prácticam ente todas las for
de nacionalism o64. Estos m uchas veces son vistos com o la
carnación de las E dades de O ro 65. Por ejem plo, p a ra Est;
U nidos la g u e rra de la Revolución y las décadas siguie
aparecen com o los tem as centrales de la m em ória nacior
Los estúdios exhaustivos de Zelinsky d em u estran el p
fundam ental que desem p en aro n G eorge W ashington, Am
Jackson y A braham Lincoln en la defm ición de la iconog
am ericana67. E n tre las naciones que al m enos in ten tan c
tru ir u n vínculo in q u eb ran tab le en to rn o a algún g ru p o éi
prenacional, son com unes las referencias a dichos ante]
dos. El H erM an n sd en k m al en A lem ania fue u n ejem plo
m inente, al igual que las p retensiones rom anas de u n a :
fascista. L a co n tin u a p o p u la rid ad de Ju a n a de Arco com
símbolo en Francia es o tro ejem plo.

Las referencias m ilitares son u n motivo p o p u la r adiei


Existe acu e rd o generalizado en to rn o a que la g u e rra p u t
de hecho, fom enta con frecuencia el tipo de solidaridad

61 Hargrove, “Les statues de Paris”; Milo, “Le nom de rues”.


62 Mosse, Nationalization of the Masses, 47.
63 Borg, War Memorials; Zelinsky, Nation into State.
64 Matossian, “Ideologies o f Delayed D evelopm ent”;Calhoun, “Natic
and Ethnicety”.
65 Eliade, citado en B. Schwartz, “T he Social Context o f Commemoratioi
66 B. Schwartz, “The Social Context o f Commemoration”.
67 Zelinsky, Nation into State. Washington, Franklin, Lincoln y Jefferson t.
representan mas del 15% de todas las estampillas que honran a indivit
Estados Unidos (Lehmus, Angels to Zeppelins, 157)
del nacionalism o68. La g u e rra g en era votos, tal com o lo han
evidenciado m uchos líderes políticos. Es el com bustible que le
perm ite al Estado tran sfo rm a r el patriotism o en nacionalism o.
Los prim ero s filósofos del E stado-nación —G. W. F. Elegei,
Jo h a n n Fichte, J o h a n n H e rd e r— p arecen h ab er tenido razón:
“La g u e rra era la dialéctica necesaria en la evolución de las
naciones”69. Existen pocas experiencias que p ro m u ev an u n
sentido de colectividad al igual que la g u erra: “La g u e rra créa
u n sentim entalism o existencial y u n sentim iento de com uni-
d a d ”70. El nacionalism o britânico, p o r lo g en eral citado com o
el p rim e r ejem plo de id en tid ad asociada al Estado, fue ali­
m en tad o p o r la sangre y gloria de la g u e rra 71. D espués del tra-
bajo reciente sobre el nacionalism o, seria difícil im ag in ar u n a
génesis más eficiente p a ra el resentim iento que la g u e rra 72. De
hecho, el nacionalism o solo p u ed e ser e n ten d id o d e n tro de un
contexto geopolítico. Es im posible u n nacionalism o aislado, ya
que este sentim iento se basa en reivindicaciones en to rn o al
carácter distintivo con respecto a otras naciones73.

La g u e rra creó íconos con los que se en sen a el nacionalism o.


Por ejem plo, los him nos nacionales se distinguen p o r su p ro ­
sa de ru id o de sables74. D u ran te varios periodos, en algunos
Estados estas referencias son fu ndam entales p a ra la tarea de
form ación de la id en tid ad . En Israel el p erio d o p o sterio r al
establecim iento del Estado vio u n énfasis en to rn o a nom bres
de calles de m ilitares y h éro es75. El heroísm o de las fuerzas de
Anzac en am bas g u erras m undiales y, p articu larm en te en el
desastre de Gallipoli, siguen siendo símbolos sagrados p a ra

68 Zelinsky, Nation into State; Mann, “A Political T h eory o f N ationalism and


Its E xcesses”.
69 Howard, The Lessons o f History.
70 M. Weber, From M ax Weber, 335.
71 Colley, Britons.
72 Greenfeld, Nationalism.
73 Calhoun, “Nationalism and Ethnicity”.
74 Zikntund, “National Anthems as Political Symbols”.
75 Cohen y Kliot, “Israel’s Place-Names”.
A ustralia7'1. En Estados Unidos los m o n u m en to s a las difer
tes g u erras — y en el caso de la G u e rra Civil, los m onum
tos a am bos bandos de la misrna g u e rra — son u n a p arte
p o rtan te de la iconografia geográfica77. La fascination d'
U nion Soviética con los m o n u m en to s de g u e rra y, en espe<
los conm em orativos a la “G ran G u e rra Patriótica”, tienen
m erecida fam a78. A lem ania tam bién tiene u n a rica tradició
Los m onum en to s de g u e rra fu ero n tan com unes en Frai
después d e la P rim era G u e rra M undial que se fabricaror
m asa80. Estam pillas con u n tem a de victoria fu ero n utilize
p o r todos los com batientes en la S egunda G u erra M um
U n sello egipeio de la década de 1960 hizo evidente la poi
e x tra n jera nasserista: p resen tab a u n a daga clavada en Isr;

Sin em bargo, no debem os asum ir que la g u erra se transfo


autom àticam ente en iconografia81; tampoco que es siem pre <
nida. Este patró n puede ser cierto para la Alemania Wilhelr
pero ciertam ente no es válido p ara la Inglaterra anterior
Prim era G uerra M undial. Por ejemplo, Inglaterra buscó ho
a los derrotados p o r N apoleón y en gran parte lo hizo p o r m
de m onum entos internos que no eran fácilmente accesibles
masas. Para 1850 n ingún m onum ento público honraba al di
de W ellington82. Incluso en el Israel m oderno las referencia
blicas y talmúdicas representan casi la m itad de los nombre
las calles, en com paración con m enos del 10% de nom bres d(
litares/héroes83. Por otra parte, el heroísm o p u ed e tom ar v
formas y no necesariam ente implica una acción militar84.

76 lnglis, “Ceremonies in a Capital Landscape”.


77 Savage, “T he Politics o f Memory”; Mayo, “War Memorials as Political Mei
78 Ignatieff, “Soviet War Memorials”.
79 Lurz, Kriegerdenkmäller in Deutschland; Weinland, Kriegerdenkmäler in Ber
80 Sherman, “Art, Commerce, and the Production o f Memory”.
81 Tampoco la iconografia militar es siempre la misma. La estética europe
de ser única en este sentido (O’Connell, Ride the Second Horseman).
82 Colley, “Whose Nation?”; Yarrington, The Commemoration o f the Hero.
83 Cohen y Kliot, “Israel’s Place-Names”, 245.
84 l.evingcr, “Socialist Zionist Ideology”.
En consecuencia, los m o n u m en to s de p ie d ra y p ap el p ro p o r-
cionan u n a m aravillosa o p o rtu n id a d p a ra que el científico
social estu d ie la m ism ísim a reflex iv id ad que es p a rte d e la
construcción de id en tid ad . Estos fenóm enos b rin d a n indicios
de la form a en que u n a sociedad se lee a sí m ism a y a su pa-
sado. Nos p erm iten leer a los escritores de la historia oficial
y leer el proceso m ism o de creación de mitos en su nivel más
básico. En esta instancia en particular, nos p erm iten m e d ir el
grad o en que la g u e rra y el heroísm o m ilitar ay u d aro n a d a r
form a a las id en tid ad es nacionales de Latinoam érica.

Mitos nacionales latinoamericanos

Los íconos nacionales de L atinoam érica p arecen no cu m p lir


con m uchas de las funciones asignadas a tales símbolos. En
particular, no lo g ran cristalizar la id e n tid ad nacional y cauti-
var a las personas en u n a com unión m o ral85. Para p o d e r e n ­
te n d e r p o r qué, es necesario analizar tan to su co n tenido com o
su contexto.

A p rim e ra vista, la distribución de los tem as en los m o n u m e n ­


tos y nom bres de calles en L atinoam érica p arecen seguir el
p a tró n g en eral que se e n cu e n tra en otros países: u n fu erte
énfasis en tem as m ilitares y políticos (ver cu ad ro 4.1)86.

85 Cerulo, Identity Designs.


86 Tuve la oportunidad de obtener información, tanto de los monumentos como de
las calles de las siguientes ciudades: Buenos Aires, Rio de Janeiro, Bogotá, Ciu­
dad de México, Asunciôn, Montevideo, Santiago y Caracas. Para La Paz y Quito,
solo pude localizar la información de las calles, mientras que para Lima tuve que
limitarme a los monumentos. Para las calles de Buenos Aires usé Municipalidad
de la Ciudad de Buenos Aires, Secretaria de Cultura, Barrios, calles y plazas; y Cu-
tulo, Buenos Aires (N = 2427). Para los monumentos usé Baliari, Los Monumentos;
Vigil, Los monumentos y lugares ; y Piccirilli, Diccionario argentino histórico (N = 285).
Para La Paz me apoyé en Viscarra Monje, Las calles de La Paz. Esta no es una lista
completa de las calles, sino una muestra seleccionada por Viscarra Monje (N =
167). Para los monumentos de Rio usé Amarente la Tarde, Monumentos principais-,
Diario de Noticias, Monumentos da cidade-, y Fontainha, Historia dos monumentos (N
= 205). Para las calles me apoyé en los trabajos actuales de Berger, Diccionario
histórico: Botafogo-, y Diccionario histórico: V & V I regiões. Me limité a très regiones de
la ciudad (N = 467). Para Santiago la única fuente de monumentos que pude lo­
calizar fue Ossandon Guzmán y Vicuna Ossandon, Guia de Santiago (N = 54). La
Com o verem os más adelante, dichos retrato s en conju
om iten u n a diíérenciación im p o rtan te. Sin em bargo, incl
en este nivel de generalización podem os e n co n trar diferen

information no sistemática sobre los nombres de las calles se encontrô en T1


Ojeda, Santiago de Chile. Para las calles de Bogotá usé M. Rosa, Calles de Sat
de Bogotá, y para los monumentos me basé en Cortázar, Monumentos (N =
Tuve una muestra muy pequena de las calles de Quito. Usé los listados q
encuentran en Gómez, Guia informativa de Qiâto, y comprobé con la inform
disponible en Pérez Pimentel, Diccionario biográfico del Ecuador. Esto produjt
61. Complemente esta information con los datos más anecdóticos que enc
en Jurado Noboa, Las calles de Quito. No pude localizar una lista completa <
monumentos de la ciudad de México. Mi análisis se basa en los lugares má
blemáücos que se encuentran en Ciudad de México, Departamento de Tur
Guia de la Ciudad de Mexico. Para las calles, usé a Morales Díaz (N = 1171).
los monumentos de Asunciôn, me basé en la Municipalidad de Asunciôn 19
= 50) y para las calles, Municipalidad de Asunciôn, Monumentos, parques, ja
y plazas (N = 1035). No pude encontrar una nomenclatura para las call
Lima. La information sobre los monumentos proviene de Cubillas Soriano
histórica biográfica y Barra, Monumentos escultóricos (N = 258). Los monumen
Montevideo se basan en Casaretto (N = 41). Las calles representan una mi
aleatória (N = 471) de Castellanos, Nomenclatura de Montevideo. No put
contrar una lista sistemática de calles o monumentos de Caracas. Me basé
siguiente: Misle, Corazân, pulsoy huella\ Gasparini y Posani; Valéry, La nomeru
caraquena. Para las emisiones de moneda, usé dos fuentes estândar part
el continente (Pick, Standard Catalog-, Raymond, Coins: Nineteenth Century I.
Coins: Twentieth Centmy Issues) y complementé esto con material de los paise
viduales donde fue posible. Para Argentina, también usé Banco Roberts, h
del papel moneda argentino y Nusdeo y Conno, Papel moneda national argen
para Brasil, Violo ídolo, Catálogo do papel-moeda do Brasil y Casa da Moed
anos de historia. Para Ecuador me basé en Trujillo y para México, Bátiz Vá
Historia del papel moneda. La información paraguaya y uruguaya provint)
ppa, Papel moneda. Zarauz Castelnau, Billetes del Perú, fue usado para Pert
Venezuela usé a Rosenman, Billetes de Venezuela. Para las estampillas, depe
gran medida del catálogo de Scott. Tuve en cuenta todas las estampillas qt
tacaban individuos y también las que celebraban batallas y acontecimientc
tares, así como las que celebraban aniversários especiales. Para algunos p
periodos también me he apoyé en Bushnell, “Imágenes postales”; y Reid
Stamp of Patriotism”. Debido a que estas fuentes casi todas son catálogo
distribuidores, podrían no representar una muestra completa. A través t
révision cruzada de aquellos países para los que tenía más de una fuente
muy seguro de que cubren casi todas las emisiones desde 1900 y hacen ui
trabajo incluso antes de esta fecha. Me he limitado en gran medida a las
siones de las personas presentadas en los billetes y estampillas y me he ne
la fascinante pregtmta de la naturaleza de las figuras alegóricas usadas c
cuencia, usualmente ailles de 1900, y el simbolismo gráfico empleado. Par
símbolos nationales, me lie basado en Helman y Serchio, Las naciones ama
Cuadro 4.1 Distribution de referencias

CALLES Y MONUMENTOS
(Porccntaje de referencias biográficas)

1 EMA M ÍT IC O P E R ÍO D O M ÍT IC O
Militar Político C iências/A rte P r ein d ep en d en - In d e p e n d ê n c ia N acional M odern o N
cia
M o n u m en to s en A sunción 60 4 4 ,4 17,8 10,8 13,5 4 5 ,9 2 9,7 50
C alles en A sunción 6 1 ,4 16.7 10,6 01
6,5 8,5 64 1035
M o n u m en to s en B ogotá 35 26,8 33 ,8 17,2 46,1 2 6 ,0 7 196
M o n u m en to s en B u e n o s Aires 3 7 ,9 4 1 ,9 27,4 4,8 37,1 4 2 ,7 3,2 285
C alles e n B u en o s Aires 4 2 ,9 2 7 ,3 32,2 7,6 30,3 30 26,4 2427
C alles en La Paz 4 1 ,5 35,2 3 1 ,4 2,4 10,8 21 ,6 56 ,9 167
M on u m en tos en Lima 5 5 ,9 2 6 ,8 26,3 8,9 19,6 34,6 3 6 ,9 258
C alles e n M éxico 29,5 26 ,3 52,5 15,6 9 ,9 5 0 ,9 22,8 1171
M o n u m en to s en M on tevid eo 12,1 36,4 69,7 3,7 25,9 33,3 37.0 41
C alles e n M ontevideo 3 1 ,6 29 33 15,5 33 4 0 ,9 23,1 471
Calles e n Q uito 11,5 36,1 55,7 11,5 13,1 50,8 44,3 61
M o n u m en to s è n Rio 18,2 2 9 .4 5 8 ,8 5,8 1,7 31,4 72,1 205
Calles en Rio 20,3 33,1 4 4 ,4 4,6 3,2 3 3 ,6 71,5 467
M o n u m en to s ert Santiago 3 8 ,6 3 8 ,6 29.5 10 : 30,8 V: 41 17,9; ; 54
O b servem os q u e las categorias n o son e x d u y e n te s y totalizarán m ás d e 100% Continúa

Moneda

-Argentina 2 figuras San M artin y B elgran o; en el siglo X IX más de 20 h éroes in d ep en d e n t istas.


Bolivia 8 figu ras 5 m ilitares in d ep en d en tistas y 3 p o sin d ep en d en tistas; 1 figura alegórica itidia.
Brasil 28 figuras 5 m ilitares; concen tración e n el Im p ério v en la antigua R epública.
C hile 20 figuras 2 militat es y O ’H iggin s; co n cen tración e n figuras políticas.
C olom b ia 9 figuras 9 in d ep en d en tista s.
E cuador 4 fig u ra s 1 in d ep en d en tista , 2 coloniales, 1 irtea.
M éxico 35 figuras 2 p u ra m en te m ilitares; concen tradas en la in d ep en d ên cia v la revolución.
Paraguay 7 figuras 5 m ilitares y 1 in d ep en d en tista; 1 sold ad o a legórico
Peru 9 figuras 4 m ilitares, 1 inca, antes d e 1968; rcp resen tacion es alegétriras d e libertad.
U ruguay 2 figu ras Am bas in d ep en d en tista s, g aú ch os y escenas in d ep en d en tistas.
V enezu ela 5 liguras 3 in d ep en d en tistas; p red o m in a Bolívar.

Estampillas

A rgen tina P redom ina San M artin ju n to con otros h ero es in d ep en d en tistas.
B olivia P redom ina la in d ep en d e n c ia con referencias aisladas a la guerra dei Pacífico.
Brasil C am pos d isp erso s sin una figura d om in an te.
C hile Más d e 100 diferen tes figuras sin tin ca m p o d om in an te.
C olom bia P redom ina la in d ep en d en cia .
E cuador Sucre y figuras políticas de! siglo X IX .
M éxico P red om in an los h éro es d e la in d ep en d e n c ia y la revolución.
Paraguay La gu erra dei C haco \ L ópez hasta la dccada d e 1970; p osteriorm en te las artes y e! d ecorad o.
Peru C am pos dispersos; M iguel Grau el m ás u sa d o (8 elem en tos).
Uruguay- P redom ina la figura d e A rtigás, s eg u id o p o r las d e artistas (R odó, G ardel).
V en ezu ela P red om in a B olívar co n Sucre.
im portantes e n tre el m odelo latinoam ericano y el m odelo que
se en c u e n tra en E u ro p a y A m érica del N o rte87.

En p rim er lugar, L atinoam érica tien d e a h o n ra r a artistas y


científicos m ucho más que los países eu ro p eo s88. En su análisis
de diversos indicadores culturales en Estados ETnidos y E u ro ­
pa occidental, Priscilla Clark e n cu e n tra tasas m ucho más bajas
cle artistas en estam pillas, calles y billetes89. En varias ciudades
latinoam ericanas podem os d etectar vestígios d e la fascinación
positivista con la creación d e u n a nación a través del p rogreso
ejem plificado p o r la ciência, siendo C iudad d e M éxico y Rio
de Ja n e iro los líderes más notables. Existe u n culto co n tin en ­
tal p a ra figuras tales com o Louis Pasteur, p a ra q uien hay u n a
estatua en casi todos los países. El desarrollism o es o tro tem a
im portante. T anto en las em isiones de m o n ed a com o en las de
estam pillas postales, L atinoam érica co m p arte u n a veneración
de la in d u stria y el p ro g reso p o r encim a de todas las icono­
grafias vistas en E u ro p a o N orteam érica. C ada país tiene al
m enos algún ejem plo de u n a chim enea simbólica. A ntes de
la industrialización las em isiones de m o n ed a rep resen tab an
claram ente símbolos de la ab u n d an cia agrícola. Estos íconos
tam bién se p u e d e n en c o n tra r en nom bres de calles com o la
o m n ip resen te calle P rogreso o incluso m o n u m en to s, especial­
m ente aquellos en to rn o a la nacionalización de la industria.

1,7 Las comparaciones sistemáticas son difíciles debido a las diferencias en el


muestreo, clasificación, etc. Me baso en lo siguiente como fuente de compara-
ción: Agulhon, “La ‘statuomanie’”; Levinger, “Socialist-Zionist Ideology”; B.
Schwartz, “The Social Context o f Commemoration”; Cohen y Kliot, “Israel’s
Place-Names”; Zelinsky, Nation into State; Hargrove, “Les statues de Paris”;
Ignatieff, “Soviet War Memorials”; Lehnus, Angels to Zeppelins; Milo, “Le nom
de rues”.
HH La religion conserva cierta influencia. De las 299 esquinas caraquenas, el ma­
yor número era de carácter religioso (45 solamente para los santos) o recuer-
dan algún evento pasado o la figura de la zona. Entre los países del Cono Sur,
Paraguay es el único con presencia significativa de iconografia religiosa. No
nos debe sorprender que, dada la reputation de la fuerza de la fe ecuatoriana
(Bolívar se refirió a esta como un convento), exista una gran representation
de figuras religiosas en Quito, más que en cualquier otra ciudad.
"!l Priscilla Parkhurst Clark, Literary France.
H asta se p o d ría d ecir que el desarrollism o ha d esem p en ad o
u n papel usualm ente asignado a la com petência militar.

Este énfasis en el d esarrollo se en fren ta a tres problem as cla­


ve en el corazón del espíritu nacionalista: en p rim e r lugar,
cuestiona m uy ráp id a m en te p recisam ente aquellos tem as de
distribución y desigualdad que el nacionalism o, con frecuen-
cia, p re te n d e callar. En segundo lugar, tal com o lo reveló la
Revolución cubana, el entusiasm o de au n el “nuevo h o m b re
socialista” p a ra a u m e n ta r la pro d u ctiv id ad , es más bien lim ita­
do. Las cuotas de pro d u cció n p arecen no co n ten er el mism o
im pacto em ocional de la com petência étnica90. F inalm ente, la
batalla e n tre “civilización y b arb arie”, anteced en te a la m ayor
p arte del desarrollism o latinoam ericano, era in h eren tem en -
te antipopulista. El avance del p ro g reso en L atinoam érica en
m uchos casos ha sido visto com o necesario p ara d erro tar, con­
tro la r y re e s tru c tu ra r el pueblo. Com o tal, se constituyó en
u n a frágil base sobre la cual co n stru ir la adoración de una
id e n tid ad com ún.

Las figuras políticas son m enos h o n rad as en Latinoam érica, al


m enos en com paración con Estados Unidos. C uriosam ente, L a­
tinoam érica com parte cierto fetiche con la b an d era de Estado;
U nidos, ajeno a E uropa; sin em bargo, el continente no veneri
docum entos fundadores, ni h a creado u n a liturgia de celebra-
ción de las instituciones políticas91. En n in g u n a p arte vemos n r
equivalente al m onte R ushm ore o la práctica de h o n ra r a todo;
y cada uno de los presidentes con u n a construcción o m onu
m ento en W ashington, D. C. Con m uy pocas excepciones, comi
la de Benito Ju árez y Lázaro C árdenas en México y los oligarca:
de la república en Chile, pocos políticos son honrados despué:

90 El giro reciente de Cuba en emblemas prerrevolucionarios y la dependenci


tradicional a la amenaza de Estados Unidos también dan testimonio del pode
de estos símbolos.
91 Para una discusión sobre cómo estas sirvieron a los fines de consolidar la “na
ción” estadounidense, ver Murrin, “A R oof Without Walls”.
de su m andato92. En resum en, los representantes de la autori-
dad dei Estado parecen ju g a r u n papel relativam ente peq u en o
en los mitos nacionales latinoam ericanos.

La iconografia de m o n u m en to s en L atinoam érica se caracte­


riza p o r enorm es silêncios históricos. Por ejem plo, si bien se
p u e d e decir lo m ism o d e A lem ania y Rusia, en estos casos exis-
ten dram áticos câm bios de rég im en y colapsos d e instituciones
políticas en u n a escala no vista en L atinoam érica. No obstante,
una vez más con algunas excepciones, e n tre ellas Brasil, se
h an olvidado p eríodos en tero s de la vida in d ep en d en tista.

El ejem plo más d ram ático de la am nésia histórica es la p rein -


depen d en cia. Com o se senaló an terio rm e n te, los mitos sobre
el orig en son u n tem a iconográfico com ún. En su b ú sq u ed a
de apropiación de símbolos históricos los países latin o am eri­
canos tu vieron dos opciones difíciles: la p rim era fue h o n ra r
a las civilizaciones precolom binas. En algunos lugares com o
M esoam érica y los A ndes esto hab ría sido, y h a d em o strad o
ser, m uy fácil d ad o los logros de estas civilizaciones y su legado
arquitectónico. Esta fue la base p ara las prim eras form as de
patriotism o criollo en M éxico93. Sin em bargo, dicha estraté­
gia re p resen taria u n p ro b lem a significativo: icóm o glorificar
u n pasado cuya destrucción se hizo a m anos de los antepasa-
dos de quienes d ete n ta n el p oder? U na república india hab ría
sido capaz de hacerlo y d e h ab er usado u n pasado in v entado
p ara d estru ir las diferencias interétnicas. Para los blancos la
ta re a era difícil, ya q u e a u n q u e deseasen ser co m p atrio tas
d e los indios, e ra n d escen d ien tes d e aquellos que los hab ían

92 El orgullo chileno dei excepcional siglo XIX y el vínculo entre esta y el régi­
men actual es quizá más evidente en la moneda. De la primera emisión na­
cional (1890), Chile ha honrado no solo a un conjunto de hombres, sino que
prácticamente a todo un período y un proceso de elaboration de la nación.
O ’Higgins se presenta, pero también lo hacen los estadistas que crearon al
Estado chileno después de la década de 1820: Portales, Pinto, Montt, Prieto y
Santa María. Este panteón se mantuvo estable durante la década de 1980, con
algunas adiciones sorprendentes (Balmaceda) y otros que se esperan (Prat).
93 Brading, Origins o f Mexican Nationalism.
d estru íd o 9'1. La eontradicción en tre la co m u n id ad im agi
y la histórica era dem asiado gran d e.

La o tra opción era glorificar la conquista. Esto es, en g rar


dida, lo que hizo el rég im en colonial y podem os ver vesl
de este hecho en la historiografia an tig u a de L atinoann
Dicha estrategia p resen tó u n im p o rtan te desafio. dCómo
vencer a g ran p a rte de la población p ara que h o n ra ra a í
lios que habían provocado que se convirtieran en u n a
inferior?95 E n Brasil el pro b lem a fue quizás más difícil
que en g ran p a rte de su historia segm entos significatif
su población e ra n esclavos. Por o tra p arte, Brasil carec
u n a g u e rra civil y de u n a figura com o Lincoln que legiti
el Estado p a ra la población n e g ra 96.

De las dos estratégias m encionadas, la adoración a la cor


ta ha sido universalm ente rechazada. Las prim eras emis
de estam pillas postales, en general, p resen tab an a Cole
los conquistadores locales, al igual que im ágenes de espa
e indios lu ch an d o que, a su vez, habían desaparecido,
m ayoría, a m ediados del siglo XX97. E cuador es u n o <
pocos países que todavia p résen ta a u n co n quistador
m oneda, p ero esto se com pensa con otro billete que pre
al g eneral inca R um inahui. N in g u n a de las ciudades p n
referencias significativas a la época colonial. Por lo ge
solo h ab rá u n m o n u m en to a este p erío d o usualm ente ho
do al fu n d a d o r de la ciudad o incluso a u n Colón m ás dis
M éxico re p re se n ta u n ex trem o : es im posible encontra

94 Tomo prestada esta distinción de Francisco Antonio Pinto, citado en


rrea, “I.a formación de las nacionalidades hispanoamericanas”, 130.
95 Ver Thurner, From Two Republics to One Divided. A pesar de los sueftc
guerra pueda crear (en palabras de Antonio Maceo: “ni blancos ni neg
los cubanos”), las diferencias raciales preexistentes no eran tan abisma
Ferrer, Insurgent Cuba, 7).
96 Una paradoja difícil: Pedro II liberó a los esclavos, pero fue derrocadt
después. íDebem os celebrar al emancipador, o a la república que lo rec
97 El gran faro de Colón en Santo Domingo es una exception, pero <
forma es idiosincriilico por muchas otras razones.
>la estatua a H e rn á n C ortés en C iudad de M éxico98. Chile
stá en el o tro ex trem o dei espectro: ig n o ra p o r com pleto su
atrim onio indígena. Tam bién es el país q u e rin d e hom enaje
Colón en la m ayoría de sus estam pillas. Así, en el proceso de
-eación de sus nuevas co m u n id ad es nacionales, los países la-
noam ericanos “se olvidaron” de cientos de anos de historia.

1 resultado de esta ausência g en eral de mitos sobre el origen


>que los latinoam ericanos se sienten, en palabras de Bolívar,
im o huérfan o s que se divorcian de cualquier descendencia
íltu ra l". Adenrás, los h u érfan o s p u e d e n no conocer a sus
ropios parientes; pocos latinoam ericanos necesariam ente
enten u n a conexión étnica con sus com patriotas nacionales.
; p u ed e decir lo mismo de los estadounidenses; sin em bar-
i, Estados U nidos ha lo g rad o co n stru ir u n a p ro to etn icid ad
p artir de u n a serie de instituciones históricas tales com o la
onstitución100. Uos limites de cualquier co m u n id ad política
íaginada en U atinoam érica se establecieron m ucho antes de
ear los limites territo riales d e los respectivos países.

a relativa debilidad de este sentido de id e n tid ad com ún es


íizás rnejor senalada p o r el cosm opolitism o d e la iconografia
tinoam ericana. La m ed id a en que los ciudadanos de otros
lises, incluidos los latinoam ericanos, d esem p en an u n p ap el
íp o rtan te en la iconografia pública, es quizás única en el
undo. A p esar de su rep u tació n xenofóbica, L atinoam érica,
i conjunto, es m uy generosa con sus honores. Es difícil im a­
nar que Estados U nidos o países eu ro p eo s d ed iq u en e n tre el
' y el 30% de sus m o n u m en to s y nom bres de calles a perso-
s e x tra n je ra s101. Las estam pillas son m enos excluyentes; las

Sin embargo, hay dos estatuas de Colón. El otro m onum ento público que vin­
cula a los espanoles es el caballito de Carlos III en el centro de la ciudad.
Minguet, “Mythes fondateurs chez Bolivar”.
Murrin, “A Roof Without Walls”.
Montevideo es la ciudad más cosmopolita, poco más del 60% de los nombres
de las calles corresponde a uruguayos. Bogotá parece ser el más chovinista; el
97% de los monumentos representa colombianos. En la mayoría de las ciuda-
des entre el 80 y el 85% de los monum entos y calles hace honor a nacionales.
m onedas lo son más. Esto refleja varios legados históricos: la
influencia de la Ilustración en las luchas in d ep en d en tistas, el
positivismo posterio r y el persistente pancontinentalism o. El
p u n to aqui no es la fuente, sino la im plicación: u n Estado que
a m e n u d o no se h o n ra a sí mism o ni a sus ciudadanos, sino a
sus vecinos. A ún más im p o rtan te, existen varios casos de esta­
tuas y nom bres de calles que h o n ra n a aquellos co n tra quienes
la nación luchó en u n o u o tro m om ento; tanto Buenos Aires
com o M ontevideo tien en calles con nom bres en h o n o r al m a­
riscai López.

U n a característica que co m p arte L atinoam érica con A m érica


dei N orte y E u ro p a es la ausência casi total d e m ujeres en la
iconografia oficial.

Salvo casos aislados de algunas pocas heroínas fem eninas de


las g u erras indep en d en tistas, las m ujeres no se ven ni siquiera
en los m o n u m en to s de papel. Esta situación em pieza a cam ­
biar en la década d e 1960, p ero los hom bres siguen d o m in an ­
do la iconografia, y cu an d o las m ujeres aparecen, lo hacen
en papeies tradicionales. Por ejem plo, conté trece estatuas o
m o n u m en to s a u n a m ad re genérica solo en B uenos Aires.

Finalm ente, a p esar de su rep u tació n militar, el nacionalism o


latinoanrericano se basa m enos en las reivindicaciones bélicas
y héroes m ilitares que los ejem plos eu ro p eo s o de A m érica dei
N o rte 102. El alto p o rcen taje de docum entos m ilitares refleja,

102 Teniendo en cuenta la importância de las guerras para los temas o por lo
m enos para los escenarios, la literatura estadounidense y europea desempenan
un papel sorprendentemente pequeno en Latinoamérica (Sommer,
Foundational Fictions; Merton, The New Historical Novel in Latin America). Sin
duda, encontramos excepciones. Las guerras independentistas nos han dado
varias novelas, incluidas las de Gabriel García Márquez y Alejo Carpentier.
Un género de odas a ciertos héroes, en particular a Bolivar, produjeron La
leyenda patria de Juan Zorrilla de San Martin y “La victoria de Junfn: canto
a Bolívar” de José Joaquin Olmedo; Facundo (1845) y Amalia (1854) en
particular se Uevan a cabo durante la lucha contra el caudillisino y contra
Rosas eu particular, mientras que M artin Fierro (1872) representa a los gauchos
contra los indins. Las guerras civiles y las rebeliones se destacari ou la obra cle
en g ran m edida, la im portancia central de los p ad res fu n d a ­
dores de la época de la In d e p e n d e n c ia 103. Si tenem os en cu en ­
ta otras fuentes iconográficas tales com o estam pillas, m onedas
y festivales públicos, la im p o rtan cia de los símbolos m ilitares
dism inuye aú n más. Las escenas de batalla o los héroes m ili­
tares ra ra vez ap arecen en estam pillas o m onedas, d e nuevo
con excepción de los tem as relacionados con la in d e p e n d e n ­
cia. En general, L atinoam érica no ha glorificado a u n a nación
en arm as que lucha p o r p reserv ar el dom inio político sobre u n
territorio. D espués de las g u erras in d ep en d en tistas, el conflic-
to m ilitar desaparece, en g ra n m edida, com o u n a fu en te de
legitimación del Estado. L a única excepción a este p a tro n se
m c u e n tra en los him nos nacionales. Estos co m p arten u n aire
narcial sediento de sangre que está, en g ran m edida, ausen-
e de otros géneros iconográficos. Cinco de los once him nos
m p o rtan tes p resen ta n algunas variaciones del tem a “libertad
) m u e rte”, très im plican la batalla o el conflicto en contra de
ilgùn o preso r y casi todos incluyen u n llam ado a la población
tara que se sacrifique o m arche hacia alguna vaga m eta militar.

il aspecto m ás excepcional del p ap el iconográfico de los mi-


itares es la red u cció n d rástica de referen cias a la g u e rra a
om ienzos clel siglo XX (ver cu a d ro 4.2). P or ejem plo, si bien
Lichas referencias rep resen tan cerca de la m itad de los nom -
res de calles argentinas que aú n sobreviven desde el siglo
ÍIX, estas re p re se n ta n solo el 16% de las que fu ero n nom -
radas después de 1955. Esa ten d en cia refleja en p a rte la rea-

Euclides da Cunha, Os Sertões; en la de García Márquez Cien anos de soledad, y


de Mario Vargas Llosa, La guerra del fin del mundo. La Revolución mexicana
es retratada en Los de abajo y La muerte de Artemio Cruz. Otra contribution más
contemporânea es la del paraguayo Augusto Roa Bastos en H ijo de hombre. Un
evento de tanta importancia como la guerra de la Triple Alianza convocó solo
relativamente a desconocidos como Manuel Gálvez, mientras que la guerra
del Chaco convocó a Augusto Céspedes.
La independencia también incidió sobre los programas escolares. Por ejem­
plo, en Colombia se le asigna un ano de historia escolar a los conflictos inde­
pendentistas en la escuela secundaria, Ia misma cantidad de estúdio dada en
todo el período después de 1830 (Cacua Prada, “Proceso de socialization”).
lidad histórica. Las g u erras se co n cen traro n en el siglo XIX.
Pero tam bién parece h ab er u n a dism inución en general, a ni-
vel dei continente, de referencias a la g u erra. Incluso el culto
a la in d e p en d en cia se vio afectado. Para la década de 1980,
la im portância de los festivales de in d ep en d en cia en A rgenti­
n a se red u jo considerablem ente. En 1991, la co b ertu ra de los
eventos dei 25 de m ayo m ereció solo u n a p eq u en a p arte de las
p o rtad as de los periódicos, m ientras que antes m onopolizaban
páginas enteras.

C uadro 4.2 Cambios en los temas (porcentaje de referencias bibliográficas)

G uerra
P re-1 9 2 0 1 920-30 1930-60 P os-1960
C alles e n A sunción 4 4 ,5 58,8
M o n u m en to s en B og o tá 50 35 ,6
M o n u m en to s en B u en o s Aires 3 3 ,9 11,5 4 0 ,9
C alles e n B u en o s Aires 4 6 ,9 35 19,6 15,5
M o n u m en to s en Lima 2 3 ,8 33,3 16,7
M o n u m en to s en M on tevid eo 14,3 11,1
M o n u m en to s en Rio 14,3 25
Calles e n Rio 15,6 8 ,6 18,5 11,4
M o n u m en to s en Santiago 60 38 ,5 25
P o lítica
P re-1920 19 2 0 -3 0 1930-60 P os-1960
C alles e n A su nción 2 2 ,9 11,4
M o n u m en to s en B ogotá 14,3 26 ,7
M o n u m en to s en B u en o s Aires 54 59,3 30,2
C alles en B u en o s Aires 32,1 28 ,7 23,6 23,5
M o n u m en to s en Lima 31 16,7 26,2
M o n u m en to s en M on tevid eo 2 8 ,6 4 4 ,4
M o n u m en to s e n Rio 44 ,4 42,5
C alles en Rio 2 0 ,4 39 35 3 6 ,9
M o n u m en to s e n Santiago 37,5 5 5 ,6 45,5
A rte/C ien cia
P re-1920 1 920-30 1930-60 P os-1960
C alles e n A su nción 7, k ki : ,
M o n u m en to s en B ogotá 2 1 ,4 35 ,6
M o n u m en to s en B u en o s Aires 16,2 2 9 ,6 34,9
C alles en B u en o s Aires 13,6 30,3 4 1 ,8 4 6 ,8
Continua
CoîUiiiUüciihi
M on u m en tos e n U m a 23,8 41,7 2 1 ,4
M on u m en tos en M ontevideo 71,4 66,7
M o n u m en to s en Rio 50 42,5
Cíilles en Rio 3 2 ,6 45,1 43 52,5
M on u m en tos e n Santiago 0 11 36,4

Fuente: ver referencia 86 en el presente capítulo.

S o rp ren d en tem en te, no p arece h ab er n in g u n a relación en tre


si dom inio m ilitar y u n creciente uso de íconos bélicos. A d i­
ferencia de los casos eu ro p eo s, es casi im posible establecer la
îatu raleza dei régim en, excepto en su sentido más am plio al
m alizar sus íconos públicos. Existen, p o r supuesto, algunas
ixcepciones, tales com o el culto a Evita. D ado el objetivo de
finochet de legitim ar su rég im en con alusiones históricas, es
losible que no sea u n accidente que Portales aparezca p o r pri-
n era vez en las estam pillas chilenas en 1975 y luego reaparez-
a en la m on ed a después de u n a ausencia de varias décadas. Sin
m bargo, los reg ím en es au to ritário s o dem ocráticos, civiles o
ailitares, h a n co m p artid o el m ism o co n ju n to de íconos. A ún
iás asom broso, es im posible afirm ar cu án d o el país estaba
n g u erra.

lualquiera sea la razón, los Estados latinoam ericanos h an sido


rivados dei tipo de simbolismo nacionalista cread o después
e la P rim era G u e rra M undial. C on pocas excepciones, La-
noam érica carece de m o n u m en to s al sacrifício colectivo, ya
:an estatuas de p ersonas anónim as, tal com o sucede en Esta­
is U nidos. Soldados d e la G u e rra Civil o soldados franceses
; la P rim era G u e rra M undial, o cenotáfios intencionalm en-
sin rostro. En todas mis búsquedas no en co n tré u n a sola
tatua que co n m em o rara el equivalente latinoam ericano al
inutem an. Casi todos los m o n u m en to s relacionados con la
terra h o n ra n a personas famosas. La g u e rra es u n asunto de
tes y las masas p arecen te n e r poco que v er con este hecho.
m on u m en to brasileno a la S eg u n d a G u erra M undial es u n o
los pocos ejem plos de arq u itectu ra m o n u m en tal anónim a
e refleja los recientes acontecim ientos en h o n o r a los m u er-
V.UU5U u y c i i u u IldLIUII

tos de g u erra. O tros incluyen el g ran m o n u m en to en Lima


en h o n o r a la g u e rra de 1941 con Ecuador, u n m o n u m en to
sim ilar a los m u erto s dei Pacífico, y el m o n u m en to que se le
hizo al Roto chileno en Santiago.

Este p atró n estético es sum am ente im p o rtan te p o rq u e sugiere


que el “reto rn o ” de los nacionalistas sobre incluso el relativo p e ­
queno n ú m ero de m onum entos a la g u erra, es limitado. Estos
m onum entos no sirven p ara recordarle a la nación su h o ra de
gloria o de cóm o el pueblo contribuyó a la victoria. Por el con­
trario, h o n ran a m en u d o a los hom bres a caballo dei com ún,
cuyo significado contem porâneo p u ed e ser nulo. La arquitec­
tu ra que com bina las aspiraciones nacionalistas y la m uerte está
com pletam ente ausente, al igual que los respectivos sentimien-
tos104. Este hecho tiene consecuencias: si u n solo h éro e se con­
sidera la única fuente de orgullo nacional105, icóm o es posible
construir u n espíritu nacionalista lo suficientem ente am plio
com o para incluir grandes partes de la población?

En consecuencia, la iconografia d e L atinoam érica es m uy di­


ferente a la de E u ro p a y A m érica dei N orte, en general. Se
enfoca m ucho más en las figuras culturales y científicas, p resta
m enos atención a los símbolos políticos y carece de la m ito­
logia de u n pueblo u n id o en arm as a través dei sacrifício. En
conjunto, carece dei sentido de “g ran d es cosas hechas p o r to­
dos” que está en el corazón de la conciencia nacional106. Si 11
em bargo, d e n tro de este p a tró n p o dem os d etectar diferencias
im portantes. D ada su im p o rtân cia en las iconografias dei n a­
cionalism o, m e h e cen trad o en el uso de los mitos sobre el
origen y en el heroísm o militar.

104 Por ejemplo, ninguna universidad ladnoamericana asume el papel dei mártir,
que es una característica en todas las escuelas de EE. UU. y Gran Bretana. I ,os
estudiantes de universidades latinoamericanas (sin importar la prominent ia
de su inclinación política) no esperan morir con valentia por la patria bajo las
ordenes dei Estado.
105 Esta declaración aparece en la revista oficial de las Fuerzas Armadas venezola
nas, citado en Carrera Damas, “Simón Bolívar”, 132.
106 Tomo prestada la (rase de E. Weber, Peasants into Frenchmen, 1 10.
La pregunta de los origenes

Sólo México, y Perú, en m e n o r m edida, h a n in ten tad o la es-


trategia de utilizar el pasado in dígena p a ra crear u n sentido
de n ació n 107. Tal vez el m o n u m en to más in teresan te en la ave­
n ida R eform a en C iudad de México es el d e C uauhtém oc, el
últim o g o b ern an te azteca, quien encabezó la últim a resistência
a Cortés. In a u g u ra d o en 1887, m arcó el inicio oficial d e u n a
redefinición dei nacionalism o criollo al establecer u n vínculo
e n tre las glorias dei pasado azteca y la actual nación m exicana.
En los discursos de dedicación, C u au h tém o c fue glorificado
com o u n “d efensor de la nación” fu n d a d a en 1327, cu an d o
los aztecas se asen taro n en el valle de México. C u au h tém o c
tam bién aparece en la m o n ed a m exicana, incluidas las últim as
ediciones, que lo p resen ta n p o r u n lado, y en el reverso de ella
figura u n a batalla simbólica e n tre u n espanol y u n azteca.

O tros intentos p o r consolidar este vínculo e n tre la actual n a ­


ción m exicana y el pasado azteca son evidentes en el M onu­
m ento a la Raza, ín d io s Verdes, la plaza de las Tres C ulturas,
el sitio arqueológico dei Tem plo Mayor, en proceso, el Mu-
seo A rqueológico N acional y la fu en te de N ezahualcóyotl en
C h ap u ltep ec108. D esde la d écada de 1930 M éxico h a hecho
u n am plio uso de su p atrim o n io in d íg en a en las estam pillas
postales109. Q uizá la ex p resió n más im p resio n an te dei tem a
dei m estizaje que prevalece en la cu ltu ra política m exicana es
la basílica de G u ad alu p e fu era de C iudad de México. México
es el único país d o n d e se hace u n a referen cia explícita a la

107 Un género iconográfico donde se le prestó mucha más atención a la raza y a la


creación de un nuevo pueblo es en la literatura. Obras como El criollo (1935),
María (1867), El Zarco (1888), Dona Bárbara (1929), y O Guarani (1857) desa-
fiaron las nociones aceptadas sobre la division de raza y muchas veces hicieron
llamados para la creación de una nueva nación unificada que trascendiera las
diferencias étnicas.
108 La expresión arquitectónica de esta ideologia indígena fue el pabellón m exi­
cano en la primera feria mundial de 1889. Ver Moyssen, “El nacionalismo y
la arquitectura”.
109 Reid, “Stamp o f Patriotism”, 46.
cu ltu ra precolom bina en sus símbolos nacionales: el águil
el cactus h an sitio p arte de la iconografia m exicana descl<
In d ep en d en cia. La presencia precolom bina es m ucho me
evidente en los nom bres de las calles. A pro x im ad am en te el
de las person as que h an sido h o n rad as fu ero n explícitam e
figuras in d ias110. La C onquista no h a sido u n tem a destaca
sin em bargo, Cortés, ausente de la iconografia de m onum
tos, tiene varios nom bres de calles en su honor.

Varias características dei “culto azteca” son dignas de atenci


En p rim er lugar, de acuerdo con T enenbaum , la veneraciór
los aztecas no solo tenía la intención de otorgarle al porfir
u n vínculo histórico con el cual legitimarse, sino que tam t
queria reafirm ar sim bolicam ente el dom inio de C iudad de ]
xico. Se escogió u n pasado indio m uy específico, que exclu)
la m ayoría de los grupos étnicos no europeos. Además, el ir
escogido vestia com o europeo, la túnica de C uauhtém oc n<
hubiera visto fuera de lugar en la Atenas dei siglo V a. C.
el porfiriato los indios debían d esem p en ar los mismos pap
que los habitantes de las tierras altas de W alter Scott o de las
bus germ ânicas dei K aiserreich. Esto requirió u n cam bio o
pleto en la form a en que se percibió el pasado indígena:
sociedad barbárica azteca se volvió noble, o rd en ad a, je rá rq t
productiva y civilizada en el espectáculo clásico de los pi
res de la historia”111. Esta perspectiva y el racismo inheri
no desaparecieron con el porfiriato; aú n se p odían ver er
textos de historia en la década de 1920112.

De todos los dem ás países, P erú hace el m ayor esfuerzo f


incluir a la g ran m ayoría de indígenas en su m itologia
cionalista. Esto fue así, au n q u e a diferencia cle México, I
tam bién parece h o n ra r la conquista espanola. U na estatu;
Francisco P izarro, solo d a d a a conocer en la d écada de 1!

110 Por lo tanto, Juárez no seria tenido en cuenta como indio; Cuauhtémoc
111 Widdifield, “Dispossession, Assimilation, and the Image o f the Indian”.
112 Vaughn, The Sink, Education, and Social Class in Mexico, 1880-1928.
se e n cu e n tra en el cen tro de Lima; a finales de 1961 Cuzco,
la antigua capital im perial, le dedicó u n a estatua a él; Pizarro
apareciô en u n a estam pilla solo a finales de 1943. A dem ás,
p ara Perù u n a figura india especialm ente im p o rtan te es M an­
co Cápac, y cum ple el m ism o p apel que C u au h tém o c en Mé­
xico, el g u e rre ro que d efiende a u n a nación de u n enem igo
tácito. M anco Cápac ap arece p o r p rim era vez en las estam ­
pillas en 1896, A tahualpa en 1917 y H u áscar en 1934, p ero
el n ú m ero de referencias icónicas indias a u m en ta después
del golpe m ilitar de 1968. Las em isiones de m o n ed a p e ru a ­
nas más recientes tam bién h an p resen ta d o a M anco Cápac, al
igual que a otras figuras indígenas im portantes; p o r ejem plo,
Pachacûtec, Garcilaso de la Vega y T ù p ac A m aru.

Bolivia, incluso d u ra n te la década de 1960, no hizo n ad a p ara


salvar sus enorm es abism os raciales con la creación de u n a
raza simbólica. La característica más llam ativa de la nom en cla­
tu ra de La Paz es a quien no se m enciona. T en ien d o en cu en ta
el perfil dem ográfico del pais y sus vínculos con el Im p erio
inca y las im p o rtan tes civilizaciones que lo p reced iero n , es sor-
p re n d e n te e n co n trar solo dos calles e n tre 169 (en 1965) que
m encionaban explicitam ente u n a figura india. Asimismo, en
E cuador solo en co n tré dos referencias a figuras precolom bi-
nas. C olom bia y V enezuela tam bién carecen de iconos preco-
lom binos. Quizás el caso m ás so rp ren d en te , d ad a su historia
de aislam iento y el legado de las misiones jesuitas, es la icono­
grafia pública paraguaya. Por ejem plo, no hay n in g ú n in ten to
que “gu aran ice” la m em ória nacional; adem ás, las figuras r e ­
presentadas son u n ifo rm em en te europeas; la única anom alia
es que Paraguay, único en la region, tiene u n a len g u a in dígena
en su m oneda. Solo fui capaz de identificar u n afrobrasileno
en tre las figuras rep resen tad as p o r las 205 estatuas en Rio de
Janeiro. C uriosam ente, la única estatua im p o rtan te que h o n ra
a un negro es u n regalo de México: u n a réplica casi exacta de
la estatua de C uauhtém oc. La inform ación d e nom bres de las
talles es m enos certera, p ero el contexto biográfico hace p ro ­
bable (iue el p a tro n sea idéntico. El G obierno de Brasil, o al
m enos la p arte que está re p resen tad a p o r la geografia política
de Rio, no h a gastado energia en la creación de símbolos de
este nuevo “brasileno”113.

El C ono Sur p u e d e sim bolizar u n a tercera estrategia p ara


h o n ra r los orígenes nacionales. A unque carece de la preocu-
pación p o r u n a nueva raza sim ilar a México, M ontevideo p ré ­
senta dos estatuas que simbolizan los orígenes m itológicos de
la nación: el p rim e ro es el M on u m en to al G aucho; el o tro es
la estatua a u n in m ig ran te genérico. M ediante estos sím bo­
los M ontevideo tra ta de u n ir dos focos centrales de su vida
in d ep en d ien te: la p am p a y la inm igración que se asentó en
gran p arte dei país a com ienzos dei siglo XIX. L a id en tid ad
nacional de A rgentina tam bién está estrech am en te vinculada
a la leyenda dei gaucho y la p a m p a 114. A rgentina y U ruguay
h an utilizado estam pillas de correos p a ra apoyar la leyenda
nacional del gaucho, al h o n ra r a esta figura y a símbolos tales
com o el m ate, que se asocian con él, así com o a autores, en tre
ellos José H e rn ân d ez y Florencio S ànchez115.

íC óm o explicar estas diferencias? En parte, el énfasis m exicano


y p eru an o refleja su patrim o n io arqueológico. M achu Picchu y
T eotihuacan son m ás fáciles d e glorificar que las civilizaciones
que han desaparecid o sin d ejar vestigios. Sin em bargo, debe-
mos tam bién ver u n m ito equivalente en Bolivia y Ecuador.
La respuesta, en p arte, se en c u e n tra en el m om ento histórico
de estas dos transform aciones iconográficas que celebran el
patrim onio indígena. En Perù es p articu larm en te evidente:
solo después d e 1968, con el p rim e r in ten to p o r p arte del Es­
tado p e ru a n o p o r crear u n nacionalism o popular, las figuras
precolom binas efectivam ente asu m en u n p ap el destacado en

113 Sin embargo, una reciente emisión de moneda hace alusión al origer
multiétnico de Brasil. Otros mitos sociales brasilenos apoyan la idea d<
una sociedad multirracial y ciertamente la religion brasilena tiene mucho
ejemplos de figuras africanas.
114 | usto, Pampas y lam as.
115 Reid, “Stamp o f Patriotism”.
la iconografia oficial. Del misrno m odo en México, los intentos
de Porfirio Diaz p ara restablecer la centralidad de la C iudad de
México y su uso de im ágenes patrióticas en la rebelión de 1877
requiriero n u n a integración de, al m enos, partes de la pobla-
ción. A ún más im p o rtan te, la preocupación de la Revolución
de 1910 con la creación de u n autoritarism o incluyente ayudô a
d a r form a a la elección de mitos nacionalistas. D espués de 1876
México optó p o r transform ar a los indios m uertos en símbo­
los, facilitando asi el control sobre los que aú n seguían vivos116.
A dem ás, México tuvo u n a larga tradición — reto m an d o los an ­
tecedentes dei patriotism o independentista— de reconocer los
logros de las civilizaciones precolom binas.

El uso dei gaucho en A rgentina fue u n reflejo del cam bio p o ­


lítico. C iertam en te el liberalism o ejem plificado p o r Sarm iento
no lo hab ría elegido, p e ro el p opulism o que h a caracterizado
a la política arg en tin a d esde la década d e 1930 en co n tro en la
b arb arie re p re se n ta d a p o r el gaucho u n símbolo conveniente
en su lucha co n tra la élite de B uenos A ires117.

De este m odo, la historia ayuda a d e te rm in a r los íconos na-


cionales de dos m aneras. En p rim e r lugar, la génesis de los
símbolos nacionales es, en p arte, u n a función dei pasado dis­
ponible; p o r ejem plo, com o en los restos arqueológicos. En se­
g u n d o lugar, es u n p ro d u cto de circunstancias particulares dei
Estado d u ra n te el p erio d o de su creación. Com o hem os visto,
am bos p resen ta ro n problem as p ara L atinoam érica. El prim e-
ro req u irió reconocim iento de u n “pecado orig in al” nacional
que fue dem asiado peligroso politicam ente p a ra el d esarrollo
y el statu quo social y político. El seg u n d o involucró u n in ten to
explícito p a ra resolver aquel pecado m ed ian te u n a n u ev a de-
ftnición de la nación, p e ro los vestigios de la id en tid ad de casta

116 Para una discusión sobre el intento de Porfirio Díaz por crear una nueva his­
toria nacional, ver Morales Moreno, Orígenes de la museología mexicana. Sobre
el regimen revolucionário, ver Vaughn, State, Education, and Social Class. Para
una discusión detallada de la diferencia de mexicanos nacionalistas y sus orí­
genes en el siglo XIX, ver Mallon, Peasant and Nation.
117 Shumway, Invention of Argentina.
v ~ u u » u u y c i m u u u c .icm i

lo convirtieron en u n a alternativa im popular. U n tercer e;


no h u b ie ra sido p o r m edio de la g u erra, ya que la creaciój
un tercero hubiese sido suficiente p ara disim ular o aten u a
divisiones internas. No obstante, dicho cam ino p o d ia ser
parcialm ente utilizado.

La guerra

Com o se evidenciará, las g u erras y las naciones p u e d e n t<


u n a relación sim ilar en L atinoam érica a la que tien en en
ro p a cu ando las circunstancias y los m om entos son simil;
Es decir, cu an d o las g u erras g en era n u n a o p o rtu n id a d
crear los mitos nacionales y cu an d o los Estados atinente;
n en la v o lu n tad y son capaces d e ap ro v ech ar estas oport
dades, tendem o s a ver el m ism o proceso observado en (
casos. Sin em bargo, tales circunstancias fu ero n , de he
poco com unes. Em piezo con u n a discusión de las g u erra
ternacionales, luego trato el tem a de los conflictos civiles y
especial atención a las g u erras ind ep en d en tistas.

Guerras internacionales

La g u e rra d o m in a la im aginación nacionalista p arag t


N in g ú n o tro país latinoam ericano h a e x p erim en tad o t
g u e rra ni tam poco n in g ú n o tro Estado h a cread o u n cull
alre d ed o r de su historia militar. A través del uso de sus
más g ran d es conflictos Paraguay tiene acceso a los dos a;
tos de la g u e rra más poderosos p a ra co n stru ir id en tid ad :
d e rro ta catastrófica que le sirve p a ra u n ir a la “fam ilia’
cional y u n a victoria s o rp re n d e n te que la glorifica. Más <
m itad de los m o n u m en to s im p o rtan tes en A sunción estái
dicados a rec o rd a r u n a figura o alg ú n aspecto de u n a gu
L a g u e rra de la Triple Alianza re p re se n ta p o r sí sola oche
n u m entos públicos118. La g u e rra del Chaco es conm em o
p o r otros tres m onum entos. Si bien se h o n ra n algunas fi^

"" La elevai irtn de Francisco Solano López al estatus de culto solamente e


en IÍM0 (Buslincll, "Postal Iniages”).
de la ind ep en d en cia, tales com o Francia, el p u n to central no
es la creación de la nación, sino su lucha p o r sobrevivir. Los
nom bres de las calles d e A sunción reflejan la m ism a fascina-
ción; más d e la m itad de las calles re c u e rd a n a u n a p erso n a
o u n evento asociado con la g u erra. En este caso, la Triple
Alianza no es tan significativa com o la g u e rra del Chaco, que
rep resen ta más de u n a cu arta p arte d e los n om bres de las ca­
lles. El p a tro n co n tin û a en la m o n ed a, que p résen ta el único
soldado genérico observado en la iconografia continental, así
como los líderes y héroes d e las g u erras de la Triple Alianza y
del Chaco. P araguay es u n o de los pocos países que ha utili­
zado estam pillas com o p ro p a g a n d a d u ra n te u n a g u erra. Las
estam pillas p ro clam an d o el Chaco parag u ay o ap areciero n d u ­
ran te su conflicto con Bolivia.

Más que casi cualquier otro pais de Latinoam érica después de


Paraguay, Bolivia le debe su senddo de identidad nacional a las
guerras119. Dividida entre sus vínculos administrativos colonia­
les con Buenos Aires y sus vínculos económicos y étnicos con el
sur de Perù, Bolivia como Estado-nación solo com enzó a tom ar
Forma después de la d erro ta de su confederación ante Perù y
uego de las derrotas del Pacífico y del Chaco. Más del 40% de los
lom bres de las calles hacen referencia a la guerra. Dos générales
tsociados con el Chaco son honrados en la m oneda: G ralberto
/illarroel y G erm an Busch120. En la década de 1980 se les unie-
on los héroes del siglo XIX, José Balliviân y Santa Cruz. La pér-
lida de territorio en la g u erra del Pacífico ha sido recordada en
stampillas e incluso en el escudo nacional, que cuenta con u n a
strella adicional simbolizando el litoral perdido.

’e rú tam bién está p reo cu p a d o p o r hacer dei recu e rd o de la


u e rra u n a p arte central de su iconografia nacionalista. Más
el 40% d e los sitios identificados y casi dos terceras partes

Ortega, Aspectos dei nacionalismo boliviano.


Los dos fueron honrados inicialmente durante la dictadura de Villarroel; sin
embargo, siguieron presentes en la moneda durante toda la década de 1960.
construycnao nacion

de los principales m o num entos co n m em o ran u n a figura o u n


evento asociado con la g u erra. El g ran episodio en este caso
es la g u e rra del Pacífico. M uchos d e los m o n u m en to s que
co n m em o ran figuras m ilitares nacionales hacen referencias
explícitas a esta g u e rra y a las batallas que se llevaron a cabo
alre d ed o r d e Lim a, p ero no hay referencias a la g u e rra de
guerrillas contra los chilenos en la sierra, au n q u e em isiones
especiales de estam pillas la conm em oran. Varios héroes de
esta lucha, especialm ente G rau, son h o n rad o s en la m ayoría
de las ciudades y en las em isiones de m oneda. Perú tam bién ha
hecho u n esfuerzo considerable p a ra celebrar su significativa
victoria m ilitar en el siglo X IX co n tra E spana en la década de
1860; Francisco Bolognesi es u n tem a p o p u la r en las estatuas.
T anto G rau com o Bolognesi se en c u e n tra n en tre las p erso ­
nas más h o n rad as en ediciones postales, iel p rim ero es incluso
más frecu en tem en te fotografiado que Bolívar o San M artin!
Si bien las referencias a los m ilitares p arecen d ism in u ir con
el tiem po en la m ayoría de los casos latinoam ericanos, Perú
ha m a n ten id o la pro d u cció n de tales m em órias institucionales
hasta hoy. Luchas recientes com o la g u e rra de E cu ad o r en
1941, reciben lo p ro p io . U n piloto de la Fuerza A érea m u e rto
en esta lucha es h o n ra d o en u n a em isión reciente de m o n e­
da, u n o de los pocos m ilitares co n tem p o rân eo s rep resen tad o s.
Varias estam pillas p eru an a s h an destacado el te rrito rio p e ru a ­
no d isp u tad o con E cu a d o r121.

Chile le otorga u n g ra n valor simbólico al registro m ilitar de


sus Fuerzas A rm adas. En particular, después de la g u e rra del
Pacífico el nacionalism o chileno tenía u n claro aire m arcial. La
victoria hasta creó suenos de u n a h egem onia del Pacífico e n tre
partes de la clase política122. Incluso antes de este triunfo, algu-
nos arg u m e n tan que el sentido chileno de conciencia nacional

121 Ecuador ha respondido con una secuencia en la que afirma que “Ecuador ha
sido, es y será un país ama/óniro", lo que anuncia sus grandes demandas en la
región (Nussel, Territorial and lloundary Disputes”, 131).
122 Kiernan, “Chile from Wat lo Kevoluiion".
fue form ado p o r su experiencia com o u n “país de g u e rra ”123.
Sin em bargo, la veneración militar chilena no se acerca a los n i­
veles que tien en P erú o Paraguay. Estas referencias rep resen -
tan solo u n tercio de todos los m o n u m en to s, au n q u e m ás de
la m itad de los im p o rtan tes. Este hecho es especialm ente sor-
p re n d e n te d ad o que Chile ganó todas sus g uerras. La g u e rra
dei Pacífico es, en g ran m edida, re p re se n ta d a p o r dos sitios:
el m o n u m en to al m á rtir A rtu ro P rat y la iglesia de la G ratitu d
N acional, esta últim a co n stru id a p a ra co n m em o rar el sacrifí­
cio d e los m u erto s en C hile124. Tengam os en cuenta que nin-
g uno de los dos es u n ejem plo de la arq u itectu ra triunfalista
que podem os esperar. Asi, m ientras que la id en tid ad nacional
chilena y la legitim idad del G obierno le d eb en m ucho a los
dos episodios, no h a habido n in g ú n in ten to de glorificarlos en
p iedra. Lo tam bién so rp re n d e n te es que existe poca m em oria
pública de la g u e rra co n tra los indios y de la ex p ansion de la
fro n te ra chilena, tem a d e u n o de los textos fu ndam entales de
Chile, L a A raucana.

Chile h a m an ten id o , en m ayor m ed id a que la m ayoria de los


otros países, u n a liturgia en to rn o a sus fechas de gloria militar.
La batalla de Yungay, lib rad a co n tra la C onfederación Perua-
no-Boliviana, se celebra fren te al M onu m en to al Roto chileno.
El 21 de mayo, Dia de la M arina, los periódicos p resen ta n
biografias detalladas de A rtu ro P rat y descripciones de las ba-
tallas de Iq u iq u e en la g u e rra del Pacífico. El Dia del Ejército,
el siguiente a la celeb ratio n de la in d ep en d en cia, es u n a fecha
de desfiles m ilitares y ex altatio n de la gloria m artial. Estas fes­
tividades co n tin u aro n incluso d u ra n te el gobierno de A llende
y, p o r supuesto, se volvieron aú n m ás im p o rtan tes d u ra n te los
anos d e P in o ch et125.

183 Krebs, “Orígenes de la conciencia nacional chilena”.


184 Para el sitio de Prat, ver el maravilloso detalle de la creación de este ícono
nacional en Sater, The Heroic Image in Chile.
185 Incluso en Chile dichos festivales han perdido cada vez más su brillo. Ver El
M ercú rio , n o v ie m b r e 18, 1991, 1.
A rgentina ho n ra las g u erras que están más cerca de la ii
pendencia: el conílicto con Brasil en la década de 1820
invasión inglesa e n tre 1806 y 1807. La participación de
últim a en los n om bres de las calles refleja u n a im porta
m ucho m ás allá de su real significado histórico. En parb
un re m a n en te de la n o m en clatu ra colonial. Más im p o rt
aún, sugiere la necesidad de celebrar u n a victoria sobre
enem igo poderoso, cuya id en tid ad étnica era claramente
ferente. La g u e rra de la Triple Alianza apenas se m enc
en el n o m b re de las calles o en los íconos de los m onum ei
La g u e rra de las M alvinas trajo consigo algunos câm bios <
nom enclatura, e n tre ellos la supresión de nom bres ingles

Los planes originales p ara h o n ra r al g en eral Ignacio Zara


y a otros héro es m exicanos de la g u e rra co n tra Francia
ro n ab andon ad o s d u ra n te el porfiriato y n u n ca se recon
ra ro n 126. El destacado m o n u m en to a la g u e rra co n tra Est
U nidos es el nuevo M on u m en to a los N inos H éroes de 1
en el p a rq u e de C hapultepec, co n m em o ran d o el m artiri
los cadetes que m u riero n defencliendo el castillo de Ch;
tep ec127. Sin em bargo, e n tre los nom bres de las calles, las
rencias a estas luchas son m ucho más frecuentes. La em
de m o n ed a le d a u n lu g ar m ucho más p ro m in en te a la
rr a co n tra los franceses. La del Cinco de Mayo, la fecha
victoria sobre los franceses, se celebró d u ra n te m uchos
com o u n a fiesta im p o rtan te en M éxico y fue u n a de las ]
veces que los m ilitares d esem p e n aro n u n p ap el im portan
cohorte an u al de reclutas solía desfilar en el Zócalo (plazt
trai) y ju ra b a lealtad. Sin em bargo, desde la década de
este ritual h a sido co m ú n m en te subestim ado y ah o ra p

126 Tenenbaum, “Streetwise History”, 135; Casanova, “1861-1876”, 129-


gunos de estos finalmente fueron honrados con nombres de estacioni
metro de Ciudad de México.
127 Existe un monum ento antiguo en el mismo castillo construído por I
1880-81. Otros monumentos relacionados con la lucha incluyen el qu<
contró en el Molino del Key y una placa en homenaje a los voluntaric
deses que lu< haron nniirn los esladounidenses en 1847.
d esem p e n ar un p apel secundário al sur de la fro n tera, que ha
sido tom ada p o r la población m éxico-estadounidense.

En la m ayoría de los países latinoam ericanos las g u erras pos­


teriores a la in d ep en d en cia d esem p en an u n p ap el aú n más
p equeno en su iconografia nacional. M ientras que las estatuas
m ilitares y de héroes d o m in an los m o n u m en to s im p o rta n ­
tes de M ontevideo, estas figuras re p re se n ta n m enos dei 15%
dei total de ellos. Sin em bargo, ap ro x im ad am en te u n a cu arta
p arte de las calles refleja tem as m ilitares y, n u ev am en te, d o ­
m ina la ind ep en d en cia. En Caracas p u d e en c o n tra r u n a sola
referencia geográfica a u n a lucha ex te rn a p o sterio r a la in d e ­
pendencia: la dei Bloqueo, que co nm em o ra el bloqueo d e la
A rm ada britânica, p o sterio r a u n a d isp u ta fronteriza con la
G uayana Britânica. A unque en Colom bia las figuras m ilitares
son g en eralm en te im p o rtan tes, se e n cu e n tran en u n a tercera
p arte de todos los m o n u m en to s, de nuevo se co n cen tran casi
exclusivam ente en la época de la In d ep en d en cia. Solo los sol­
dados relacionados con esa batalla m erecen honores. La o tra
referencia m ilitar que en co n tré fue la relacionada con la b ata­
lla de T arqui, en la breve g u e rra de la G ran C olom bia co n tra
Perù, en 1829. U na de las pocas referencias a u n a experiencia
heróica colectiva co m p arad a en oposición a la veneración de
u n individuo es la plaza de los M ártires, que alude a la R econ­
quista espanola en las g u erras in d ep en d en tistas.

La geografia política de Rio ignora, en g ra n m edida, las g u e­


rras in tern atio n ales y régionales que co nsum ieron u n a g ran
p arte de la atención m ilitar brasilena d u ra n te dos tercios del
siglo XIX. Sus m o n u m en to s re p re se n ta n ap ro x im ad am en te
el 15% del total a pesar de que abarcan u n tercio de los p rin ­
cipales. Su rep resen tació n en las calles es ig ualm ente baja: u n
17% lleva el n o m b re d e figuras m ilitares. Incluso e n tre estas
referencias, no siem pre se co n m em o ra la g u erra. Varios de
los m ilitares reconocidos de u n a u o tra form a p restaro n su
servicio en tiem pos de paz y fu ero n los encargados de asuntos
de ingeniería o ad m in istratio n . La m o n ed a brasilena es más
f

m ilitarista <]iu- los m onum entos y los n om bres de las ( ailes que
h o n ra n a varias figuras heroicas.

La inform ación de la m uy lim itada m uestra ecuatoi iana sugiere


que Q uito tiene la iconografia geográfica con m enor t ontenido
marcial. U n poco más del 10% de los nom bres de las ( ailes iden­
tificadas se refieren a u n a persona o lugar con vínculos milita­
res. Por ejem plo, no he podido en co n trar referencia alguna a
u n m onum ento conm em orativo de la g u erra con Peni de 1041.

Guerras civiles

A unque las circunstancias históricas p o d rían ayudar a explicar


el papel casi sin im portancia que desem penan las guerras exlei -
nas en la iconografia oficial, se habla m ucho m enos de la grau
cantidad de guerras civiles que h an exp erim en tad o casi lodos
los países. Este hecho es p articularm ente so rp ren d en te, ya que
fue a través d e esas gu erras que se forjaron la m ayoria de las
naciones latinoam ericanas. Por ejem plo, sin d u d a, podriam os
esp erar al^unos iconos en A rgentina. Pero m ientras que Biu--
nos Aires h o n ra a varios de los que lucharon contra Rosas, no
hay nada que se aproxim e a los de la G u erra Civil en Estados
Unidos. El band o p e rd e d o r es, en g ran m edida, ignorado, ya
sea federalista o rosista, m ientras que los vencedores unitários
o libérales reclam an u n a p arte im p o rtan te de la nom enclatura
u rb an a y del esp ad o dedicado a m onum entos. Rosas y Facun­
do Q uiroga deben ap arecer incluso en u n a estam pilla128. Por
lo tanto, no se ha hecho n in g ú n in tento de unificar la nación
m ediante la elevación al estatus de culto a los héroes de ambos
bandos. Del mism o m odo, Colom bia ignora, en gran m edida,
su p ro p ia historia violenta; Venezuela h o n ra a Bolivar, p ero le
dedica m ucha m enos atención a Páez. Bolivia apenas m enciona
el ano de 1952, y Brasil ignora las rebeliones del siglo XIX.

128 Bushnell, “Postal Images”. Rosas apareciô en la moneda después de la elec-


ciôn de Menem.
México es la ex cep tio n a este p atró n . Los m o num entos en
C iudad de México se co n cen tran en la avenida de la R efor­
m a, ex ten d ién d o se desde el p a rq u e de C h ap u ltep ec hasta el
centro colonial129. P resen tad a p rim ero d u ra n te el rein ad o de
M axim iliano y p o sterio rm en te co nstru id a p o r Ju á re z y des­
pués p o r Porfirio Díaz, la avenida fue la contribución m exi­
cana a la haussm anización de las capitales latinoam ericanas
d u ra n te el últim o tercio del siglo X IX 130. Su n o m b re —y el
m o n u m en to a Ju árez, en la A lam eda cercana— celebran la
victoria de los liberales d u ra n te la últim a de las g u erras civiles
a com ienzos del siglo X IX, al igual que su liderazgo en la lu-
cha co n tra los franceses en la década de 1860. Más de la m itad
de las estatuas que b o rd e a n la avenida son de h om bres que
d esem p e n aro n algún p ap el m ilitar; siete, en h o n o r de quienes
d esem p en ab an funciones políticas. Lo m ás distintivo de esta
serie es el énfasis en u n a lucha in tern a. Casi la m itad de las
estatuas re p resen tan a aquellos que se d estacaron d u ra n te el
casi m edio siglo de g u erras civiles, m ientras que las g u erras
contra Estados U nidos y Erancia reciben b astante m enos aten-
eión. La lucha p o r la R eform a tam bién acred ita u n a atención
considerable en la m o n ed a d e México.

No es de so rp ren d er que asimismo exista culto a la Revolución.


El m ayor m o n u m en to en C iudad de México está dedicado a
esta y ocu p a el sitio —y ro d ea algunos de los c o n to rn o s— del
palacio legislativo p ro p u esto p o r Porfirio Díaz. J u n to con el Zó-
calo, este es el centro habitual de las cerem onias de E stad o 131.
Dicho m o n u m en to incluye los restos del p rim e ro y el últim o
p resid en te de la g u e rra de la Revolución, M adero y C arranza.
De M adero y Álvaro O b reg ó n tam bién hay estatuas en otras
partes de la ciudad. El m o n u m en to a la nacionalización del
petróleo es u n a extension de este culto. S o rp ren d en te m en te,

811 La Reforma también sirve como punto de reunion para las ceremonias.
30 Duncan, “Political Legitim ation and M axim ilian's Second Em pire"; M arroqui, La Ciu­
dad de M éxico; Needell, "Rio de Janeiro and Buenos A ires”; Tenenbaum , “Streetwise
H istory".
" Lorey, “T he Revolutionary Festivals o f Mexico”.
la Revolución no cs tan im p o rtan te p ara la m oneda. C arran za
y M adero fu ero n hom enajeados en la década de 1970, p ero
n in g u n a o tra figu ra de este p erio d o ha m erecido esa aten-
ción. La em isión m ás reciente rep resen ta a Lázaro C árdenas
y la expropiación del petróleo. Los m urales de Diego Rivera y
Jo sé C lem ente O rozco tam bién fo rm an p arte de esta liturgia,
hacen hincapié en cóm o el pasado precolom bino, la gloria de
la in d e p en d en cia y la injusticia social del porfiriato g en era ro n
la Revolución y el co rresp o n d ie n te p ro g reso social. La historia
que se ensena en las escuelas te rm in a con el establecim iento
del régim en posrevolucionario132.

Guerras independentistas

Las g u erras in d ep en d en tistas se destacan en la historia ge-


n eralm en te pacífica de L atinoam érica. R ep resen tan u n m o ­
m en to de gloria m arcial, que p ro d u ce leyendas de heroísm o,
sacrifício y lealtad. F u ero n el p u n to m ás alto del patriotism o
criollo: el surgim iento de u n a población am ericana que d e fo r­
m a consciente desafia a u n enem igo fácilm ente identificable133.
Siguen siendo el icono central en m uchas m itologias naciona-
les y son claram ente la expresión d o m in an te de la conciencia
política sobre el continente. Por ejem plo, solam ente héroes de
la in d e p en d en cia tales com o San M artin, Sucre, Bolivar, y sus
equivalentes m exicanos, h an sido h o n rad o s con n om bres de
provincias y recibido la m ayor can tid ad de nom bres en lu g a­
res. Las b an d eras d e casi todos los países se rem o n tan a este
p erío d o y hacen referencia a este conflicto, com o se ve en el
sol d e m ayo de la b a n d e ra argentina, m ientras que los him nos
nacionales se refieren a él casi de m a n era exclusiva.

U n a vez más, existen diferencias en el in terio r de este p atro n


continental. La discusión que sigue em pieza con los casos en

132 Vaughn, Slate, Education, and Social Class; O ’Malley, The Myth o f Revolution.
133 Brading, “Liberal Patriotism”.
los que la in d ep en d en cia tiene u n papel im p o rtan te y luego se
traslada a aquellos en los q u e es relativam ente m enor.

En el cen tro de la iconografia venezolana está Sim ón Bolivar,


a quien p o r lo g en eral se h o n ra com o el P adre de la Patria o
liéroe ilustre de la in d e p en d en cia134. La plaza de Bolivar, que
contiene u n a estatua ecuestre, sigue siendo el cen tro sim bó­
lico de Caracas. La elaboración de dicho m ito central tom ô
u n tiem po relativam ente largo p a ra desarrollarse. Antes de la
independen cia, los nom bres de las calles venezolanas e ra n casi
todos religiosos o, en pocos casos, reflejaban tradiciones p o p u ­
lares locales. Estos fu ero n cam biados después de la p rim era
declaración de in d ep en d en cia en 1811 siguiendo el m odelo
revolucionário francés de h o n ra r las nuevas virtudes rep u b li­
canas: justicia, seguridad, confederación, u n io n , fertilidad y
asi sucesivam ente. La confusion política que résu lté d u ra n te
la década siguiente p ro d u jo pianos de la ciu d ad y nom bres
contradictorios. En 1821 las referencias republicanas fu ero n
finalm ente victoriosas. Este an o tam bién vio la adición de al-
gunas batallas y referencias a los m ilitares, com o la calle de los
Valientes. Si bien h u b o planes p a ra h o n ra r a Bolivar con la
plaza desde 1825, la estatua solam ente se obtuvo y se dio a co-
nocer en 1874 bajo el m an d ato de G uzm àn Blanco, q uien hizo
reconstruir g ra n p a rte de la ciudad central e in ten tô crear u n a
aueva no m en clatu ra en to rn o a Bolivar.

\d e m às de la plaza y el m o n u m en to que co n m em o ran la ba-


alla de Bolivar en C arabobo, Caracas en su co n junto carece
le m o n u m en to s135. Este m onopolio simbólico es aú n más evi-
lente en la m o n ed a nacional, llam ada bolivar d esde la década
le 1870. D espués de algunas apariciones de C olón, Bolivar

'' Para los posibles problemas asociados con este tipo de culto, que se aplican a
otros países de Latinoamérica, ver Carrera Damas, “Simón Bolívar”.
15 Una posible excepción, pero no la más importante, es el Arco de la Fede-
ración, de 1895. Este último es el único ejemplo de un arco del triunfo que
pude encontrar, a pesar de que los arcos temporales fueron una parte de las
celebraciones populares en el siglo XIX en todo el continente.
d om ina p o r com pleto a p a rtir de 1890, en ocasiones acom pa-
n ad o p o r otras figuras indep en d en tistas, com o Francisco de
M iranda, Sucre, Páez y A ndrés Bello. Bolívar es la única figu­
ra que aparece en las m onedas y es casi el único que figura en
más de u n a estam pilla, exhibiéndose en p o r lo m enos trein ta
disenos. La única p erso n a que goza de u n a fascinación pareci­
da a esta es su com panero de independencia, el héro e M iranda.
Las grandes avenidas son las únicas calles que no tien en n ú ­
m eros y sus nom bres h o n ra n el triu n v irato de ind ep en d en cia
de Bolívar, Sucre y San M artin, adem ás de O ’Higgins y George
W ashington, así com o íconos específicos de Venezuela, como
Páez. Todas estas figuras tam bién tien en estatuas o m onum eu
tos, p o r lo general, en las avenidas que llevan su nom bre. De
las referencias históricas en las esquinas caraquenas, la mayo
ría están vinculadas a la lucha in d ep en d en tista, e n tre ellas las
de Sucre, Bolivar y Ju n in .

Las p rim eras calles coloniales en Bogotá, cuyos nom bres cran
religiosos o reco rd ab an algo del folclor local, fu ero n re n o m -
bradas en 1849, m om ento en el que vemos el aum ento esperai l<>
de nom bres que tienen que ver con las virtudes republicanas.
Quizás aún más que Venezuela, C olom bia coloca a Bolívar en
el centro de su m itologia nacionalista. Solo en Bogotá lia y al
m enos très m on u m en to s principales de él, al igual que unos
cu atro bustos e inn u m erab les placas reco rd an d o m om entos
biográficos y hechos heroicos. La plaza de Bolívar m anliene
u n a fu erte im po rtân cia política. En general, el p erío d o in d e­
p en d en tista d om in a la iconografia geográfica de Bogotá al
igual que en otras pocas ciudades. Dos tercios de los p rin cip a­
les m onum entos están dedicados a este período. De estos, casi
todos tienen connotaciones m ilitares o heróicas. Las plazas y
los p u en tes de la ciudad h an conservado sus nom bres, que
obedecen a la iconografia m o n u m en tal descrita: Bolívar, San-
tander, Libertador, y así sucesivam ente. U na vez más, Bolívar
dom ina los “m o n u m en to s de p ap el”. A parece p o r p rim era vez
en la década de 1860, lo siguen W ashington y u n g ru p o de
h éroes de la in d ep en d en cia que ap arecen después práctica-
m ente en todas las em isiones: Francisco Jo sé de Caldas, A nto­
nio N arino, S antander, Cam ilo Torres, C ó rdoba y R icau rte136.
U na d e las pocas m ujeres h o n rad as en el co n tinente, Policar-
pa Salavarrieta, era g u errillera in d ep en d en tista.

El p a tró n ecu ato rian o es similar. Sucre y Bolívar d o m in an las


iconografias tanto de p ap el com o de p ied ra. En el cen tro de
Q uito se halla el M onu m en to N acional, co n stru id o p a ra con-
m e m o rar la in d ep en d en cia. Las estam pillas d an u n a im agen
diferen te, con u n a am plia v ariedad de figuras distinguidas.
H asta la década de 1950 las em isiones estaban d om inadas p o r
figuras políticas y m ilitares, p ero n in g u n a p redom inaba.

El centro iconográfico del nacionalism o argentino es, en té r­


minos générales, la g u e rra de In d ep en d en cia y José de San
M artin, en particular. La independencia generó u n reem plazo
generalizado de nom bres de calles d o n d e an terio rm en te p red o -
m inaban las im ágenes religiosas137. Esta “revolución simbólica”
incluso incluyó el cam bio de nom bre de las calles que conm e-
m oraban la victoria sobre los ingleses. En 1811 u n obelisco de
m adera, el “altar de la p atria”, se erigió en la plaza de Mayo (en
aquel entonces plaza Victoria), p ara celebrar a los héroes del 25
de mayo. En 1856 el obelisco original fue transform ado en la
base actual de m árm ol coronada p o r u n a Estatua de la Victo­
ria. En 1873 el obelisco fue acom panado p o r un M onum ento al
general Belgrano, solo su p erad o p o r San M artin al m om ento
de g en erar la m itologia nacionalista. A pesar de varios intentos
p o r crear u n m o n u m en to más grandioso a la in d ep en d en cia138,
la plaza sigue siendo el centro de veneración al nacim iento del
Estado. Su com panera es la plaza de San M artin. La en o rm e es­
tatua que se en cu en tra allí es sim plenrente la más visible de u n

136 A veces, “aparecen” otras figuras: la esposa del presidente Núnez en el siglo
XIX sirvió como modelo para la figura de la Libertad presentada en las mo-
nedas durante su mandato.
137 Cutolo, Buenos Aires.
138 Gutiérrez, “La arquitectura como documento historico”.
culto verdad cram cn te nacional en torno al g en eral139. Buei
Aires p o r sí sola posee trece estatuas o m onum entos al héi
(tam bién cuenta con u n a im p o rtan te avenida que lleva su ne
bre), m ientras que aquellas p rovindas que fueron leveme
tocadas p o r su vida hoy h o n ra n su p equena p arte de histo
Esta veneración se inició en la década de 1840 y alcanzó su
max a través de las obras de Sarm iento y M itre en la celebrac
del centenário de 1878. D isputada p o r Rosas y sus oponei
en sus intentos de tom ar la legitim idad nacional, San M artii
convirtiô en la representación de u n a nación argentina, lii
m ente dom inada p o r Buenos Aires.

La m ayoria de las otras plazas de la ciudad tam bién coin


m o ran la in d e p e n d e n c ia 140. Las figuras políticas y m ilita
héroes del p erio d o re p re se n ta n casi el 40% cie las estatuas <
se p u e d e n asociar con u n evento individual o histórico. I
de dos tercios d e las estatuas que tienen que ver con u n te
m ilitar se basan en héroes de la in d ep en d en cia. Las figt
de esa época son casi u n a cu arta p arte de los nom bres de
calles de B uenos Aires y casi la m itad contiene referencia;-
bliográficas; más de la m itad son de n atu raleza militar.

139 Levy, “T he Development and Use o f the Heroic Image o fjo sé de San VI;i
140 La plaza de la Libertad (desde 1821, con una estatua de Adolfo Ansina, licit-
litar en la Guerra Civil de 1850 y posteriormente líder politico); plaza Snip
(batalla de 1810, tenia una estatua del héroe de la independencia Viam
reemplazada por otro héroe, Manuel Dorrego); plaza del Congreso (en h
a los dos congresos independentistas de 1810 y 1816), en el centenário de
gunda fecha, 25.000 escolares se congregaron allí para cantar el himno nac
y jurar lealtad a la bandera (Llanes, Antiguas plazas, 35); plaza Dorrego (I
de la Independencia); plaza Lavalle (héroe de la Independencia); plaza I'
ra Junta (en honor a la primera independencia del Gobierno y estatuas c
héroes Saavedra y Azcuénaga); plaza Rodriguez (héroe de la Independei
además una estatua de O’Higgins); plaza Pueyrredón (héroe en las invas
inglesas y de la Independencia); plaza Belgrano y plaza Lorena (intiuid;
estatua de Mariano Moreno, uno de los principales intelectuales de la
pendencia). En otras ocasiones (plaza Garay, la única referencia importa:
periodo colonial), las personas (Carlos de Alvear, alcaide en la década de
y los sitios (plaza Roma, plaza Italia) fueron honrados, pero claramente la
pendencia es el aelo histórico más importante.
Las dos fechas conm em orativas de la in d ep en d en cia, el 25 de
mayo y el 9 de ju lio, fu ero n d u ra n te m uchos anos el centro de
las fiestas en el calendario político argentino. En estas fechas
se realizaban desfiles m ilitares, visitas a la tu m b a del Soldado
desconocido, actividades educativas p a ra los ninos y éd ito ria­
les proclam an d o los vínculos e n tre el pasado y el presen te de
la nación arg en tin a141.

Desde princípios del siglo XX San M artin y B elgrano h an d o ­


m inado la m oneda. Los suyos son los únicos retrato s que apa-
recen hasta la década de 1980, cu an d o se les u n ie ro n otros
estadistas, e n tre ellos J u a n B autista A lberdi, Sarm iento y Ri-
vadavia. L a fascinación arg en tin a con la in d e p en d en cia y, en
particular, con San M artin, es más que ad ecu ad am en te re p re ­
sentada en em isiones postales142. El g ran p ró c e r ap arece en u n
so rp re n d e n te 44% de las estam pillas postales que rep resen -
tan figuras políticas. O tras figuras de la in d ep en d en cia, com o
Brow n y B elgrano, se sum an a casi el 60% del total.

M ontevideo carece de u n espacio simbólico central a lo largo


de las lineas de la plaza de Mayo; sin em bargo, el M on u m en to
a la L ibertad p u ed e servir com o u n a aproxim ación cercan a143.
El culto a la in d ep en d en cia es apoyado p o r otros sitios en el
centro de la ciudad: la plaza de la L ibertad, con u n a estatua de
Artigas; la plaza Jo aq u in Suárez, con u n a estatua del héroe; y
el Obelisco, que co n m em o ra la C o n stitu tio n d e 1830. O tras fi­
guras im po rtan tes h o n rad as p o r su p ap el en el establecim ien-
to y defensa de la nación incluyen a G iuseppe G aribaldi, quien
luchó p o r U ru g u ay antes de sus cam panas italianas, y E ugenio
G arzón, q u ien tam bién luchó p o r la in d ep en d en cia en varias
cam panas continentales. E n tre los nom bres de las calles, la

141 Por ejemplo, La Nación, julio 9, 1951, 4.


142 Bushnell, “Postal Images”.
149 La columna ha sido el tema de muchos debates desde su presentación (Pede-
monte, Montevideo). Ha habido discusiones acerca del nombre; originalmen­
te se quiso que fuera M onumento a la Paz, en conmemoraciôn del final de una
de las muchas guerras civiles.
contienda iiidopcndcntista tiene la m ayoría de las referencias;
no obstante, las g u erras internas y las batallas posteriores con­
tra Brasil son igualm ente im portantes.

Al igual que la m o n ed a de Colombia y Venezuela, la de U ru ­


guay la dom ina u n a sola figura: Artigas. A excepción de Ju a n
A ntonio Lavalleja, otro héro e de la independencia, Artigas ha
sido el único rostro incluido en billetes o m onedas desde la clé-
cada de 1930. Tam bién es la figura p red o m in an te en estam pi­
llas postales, con al m enos diecinueve disenos. O tras figuras de
la independencia, tales com o Jo aq u in Suárez, Lavalleja y Fruc-
toso Rivera, tam bién ban aparecido en m últiples emisiones.

Com o en la m ayoría d e los casos, la iconografia u ru g u ay a se


desarrollô con el tiem po. Los h éro es y m ilitares de la in d e ­
p en d en cia se h an vuelto m enos im p o rtan tes en la arq u itectu ra
m onum ental. El cam bio más im p o rtan te se p ro d u jo después
de la in d ep en d en cia p o r el inconform ism o con la apariencia
de las calles de la ciudad, que parecian u n “g ran tem plo de
altares dedicados a los santos”. Lo an te rio r conllevó a u n cam ­
bio generalizado en los nom bres de estas, rep resen tad o s en
figuras de la in d ep en d en cia, alusiones geográficas del resto
del pais, otras repúblicas in d ep en d ien tes y “las principales vir­
tudes de u n Estado republicano: o rd en , paz, u nión, igualdad,
etc.”144. El p red o m in io de A rtigas se rem o n ta tan solo a p a rtir
de la década de 1880145.

Se p o d ría decir que el famoso Á ngel de la In d ep en d e n cia es


u n o de los íconos m ás im p o rtan tes del nacionalism o m exica­
no. Debajo de la colum na co ro n ad a p o r la V ictoria Alada re-
posan las estatuas de héroes de la ind ep en d en cia: H idalgo,
el m ás im p o rtan te, M orelos, Francisco Jav ier M ina y Nicolas

144 Silva Cazet, “En torno a la nomenclatura de M ontevideo”.


145 Sommer cita la lectura de La Leyenda patria de Zorilla de San Martin en la
dedicatória del monum ento en 1879 como el punto decisivo (Foundational Fic­
tions, 242). Ames de este hecho Artigas habia sido ampliamente visto por la
experiencia argenlina como un rebelde y un traidor.
Bravo. A parte hay u n a estatua de M orelos cerca de la calle Bu-
careli y no hay más de H idalgo. El o rigen de este m o n u m en to
se rem o n ta a los esfuerzos de Santa A na p o r crear cultos his­
tóricos, incluido el en tie rro form al de la p ie rn a que p erd ió
m ientras d efendia a V eracruz de los franceses. La inclusion
de los héroes no estuvo ex en ta de polém ica, ya que las figu­
ras surgían y luego caían en desgracia, com o Itu rb id e. H éroes
de la in d ep en d en cia, sobre todo H idalgo y M orelos, h an sido
la fu en te más p o p u la r de im ágenes en em isiones federales y
provinciales d u ra n te la d écada de 1980. Esto tam bién incluye
a la h ero ín a de la in d ep en d en cia d o n a Josefa O rtiz de D om in­
guez. H idalgo y la In d ep en d en cia, en general, son los tem as
históricos más p o p u lares de las p rim eras estam pillas, y a p a r­
tir d e la década de 1930 h an sido más variados.

El uso del aniversario de la in d ep en d en cia com o u n m edio


p a ra legitim ar el rég im en tiene u n a larga historia, incluido el
énfasis puesto en esta ta re a p o r M axim iliano en la década de
I8 6 0 146. En la noche del 15 de septiem bre el p resid en te dio el
tradicional grito de in d e p en d en cia a las m u ltitu d es co n g reg a­
das en el Zôcalo. Al dia siguiente, u n en o rm e desfile m ilitar
rnarcó la aceptación de esta institución com o símbolo de la
nación. Sin em bargo, este ritu al político no tiene la solem ni-
d ad p ro p ia d e estos asuntos y la re u n io n en el Zôcalo se ha
convertido más en u n a fiesta de masas que en u n a celebración
de la gloria nacional.

En P erú la in d ep en d en cia no ejerce la dom inación iconográfi-


ca vista en A rgentina o en los A ndes del n o rte. M ientras que la
in d e p en d en cia y sus héroes son h o n rad o s, la siguiente m itad
del siglo d esem p en a u n p ap el m ucho m ás im p o rtan te. Este
hecho tam bién es válido p a ra la m o n ed a, en la que n in g ú n
h éro e de la in d e p en d en cia es re p re se n ta d o d u ra n te todo el
siglo XIX. La m o n ed a boliviana y las estam pillas se enfocan
en el p erío d o de la In d ep en d e n cia haciendo hincapié en Bo-

146 Duncan, “Political Legitimation and Maximilian’s Second Empire”


lívar, Sucre, Pedro D om ingo M urillo y u n a de las pocas r
jeres, J u a n a d e Padilla; no obstante, este p erío d o desemp<
un papel m enos im p o rtan te en la n o m en clatu ra de las cal
En Santiago de Chile la lucha in d ep en d en tista rep resen ta i
qu in ta p a rte de los m o n u m en to s y casi la m itad de todos
sitios im portan tes. El equivalente de San M artin es O ’H igg
p ero no d om in a la iconografia ni de p ied ra ni de p ap el e
m edida de su hom ólogo argentino.

La in d ep en d en cia d esem p en a u n p apel relativam ente in


nificante en la iconografia de Rio de Ja n e iro y en la m on
y estam pillas postales de Brasil. Se le p resta cierta aten<
a la Revolución de 1889 que d erro có a la m o n arq u ia y c
la A ntigua R epública, p ero de nuevo no tiene n in g ú n t<
coherente, ni h éroe, y no se le dedica algún m o n u m en to
p o rta n te exclusivam ente. Las dos figuras que p arecen set
verenciadas tan to en p ie d ra com o en p apel son Jo sé Bonif
y T irad en tes. Brasil parece cóm odo con el legado del Impe
casi u n a cu arta p arte de los m o n u m en to s y calles h onr;
u n a p erso n a o evento asociado a él, p o r ejem plo, am bos
p erad o res han conservado sus m onum entos. M ientras qu<
referencias im périales dism inuyen con el tiem po, la prái
continúa hasta bien en tra d o el siglo XX. El Im p erio tam
rep resen ta casi dos terceras p artes de los m o num entos
im portantes, p ero es p ro b ab lem en te u n reflejo de los es
estéticos dom in an tes en los siglos X IX y XX.

Condusiones: los limites de la historia

dCómo podem os explicar el p a tró n latinoam ericano de n;


nalism o m ilitar y las diferencias en el in terio r del contine
Com o he arg u m en tad o , los m itos nacionalistas, o la fait
estos, reflejan la ex p erien cia histórica. En p rim e r lugar, i
existir algun a n arrativ a histórica disponible, u n esqueleto
bólico en to rn o al cual se p u e d a envolver la leyenda naci
lista. En seg u n d o lugar, debe existir u n a necesidad latenl
solidaridad asociada con el nacionalism o. M uchos países
noam ericanos carecían tan to de la base histórica com o ciel tipo
de política asociada con la integración nacionalista.

C om enzando con aquellos países que no h an utilizado imá-


genes m ilitares, seria prácticam ente im posible p a ra Brasil la
construcción de u n m ito nacional a p a rtir de la in d e p e n d e n ­
cia. De acu erd o con Doris Sommer, los p rim ero s hechos d e la
naciente historia brasilena hicieron difícil usar este p erío d o
com o base p a ra las novelas rom ânticas de finales del siglo XIX.
Sin em bargo, el fracaso del Estado brasileno p ara utilizar otros
posibles tem as de tratam ien to épico sigue siendo d esconcer­
tante. En los casos de P erú y Ecuador, la in d ep en d en cia fue en
p arte forzada, a m en u d o , p o r ejércitos externos m uchas veces
en poblaciones renuentes. Si bien se commémora el nacim iento
de la nación, existen limites en los que podem os m itificar u n a
liberación ex tern a. A dem ás, tan to en el caso de P erú com o de
Chile, u n a lucha p o sterio r h a su p lan tad o parcialm ente a la
in d ep en d en cia com o u n tem a central. Para Colom bia, V ene­
zuela y E cuador no hay g ran d es g u erras ex tern as que pudie-
ra n servir com o base p a ra u n a m itologia m arcial. Las g u erras
internas que p lag aro n a los tres países no p ro d u je ro n claros
ganadores que p erm itieran el triunfalism o o la veneración
nostálgica del perd ed o r.

En el o tro ex trem o , la historia parag u ay a h aría que olvidar la


g u e rra fuese casi im posible. Sin em bargo, la devastación d e la
T riple Alianza y el éxito de los paraguayos al resistir la d e rro ­
ta p o r tan to tiem po, p u d ie ro n h ab er p ro d u cid o veneración o
rechazo. A p esar de la p é rd id a masiva de te rrito rio después
de la g u e rra de la T riple Alianza, el m ariscai López no fue
ridiculizado com o u n líd er que sacrifico la nación (al estilo de
Santa Ana), sino que fue v en erad o com o m ártir. La fascina-
ción incluye u n a de las pocas estatuas a u n a d am a en to d a
L atinoam érica. C uriosam ente, fue solo d esp u és de la d e rro ta
de los libérales en la d écad a de 1930 q u e vem os el tipo de
nacionalism o belicista que surge en Paraguay. La historia era
im p o rtan te, p ero tam bién lo fue la necesidad política.
C onstruyenao nacion

Los casos de Le n i, Bolivia y Chile sugeririan que la reverei


a u n a g u e rra tiene poco que ver con el resultado. Seria
im posible d e te rm in a r quién ganó sobre la base de la evidei
de m onum entos. Los dos co n ten d o res más im p o rtan tes I
creado cultos a d eterm in ad as personas — P rat y G rau — <
siguen de cerca u n a tradición clásica. Lo a n terio r sugiere <
es la experiencia com unitária de peligro y esfuerzo com parl
lo que hace im p o rtan te el recu e rd o de la g u erra. Las derr<
son reco rd ad as p o rq u e sirven p a ra vincular a la comunii
en u n sufrim iento com partido. La supervivencia de la nac
a pesar de la h u m iliatio n de la d e rro ta — y la prom esa si<
p re im p o rtan te de venganza— funciona al igual que u n a c
bración de la victoria.

A rgentina, C olom bia y V enezuela p u e d e n reclam ar la “p ro


d a d ” de los dos g ran d es héroes de la in d ep en d en cia. Para
gentina, la in d ep en d en cia en si fue u n conflicto relativamc
lim pio que no im plico las divisiones régionales y raciales vi
en otros países. Sin em bargo, este hecho no explica p o r
no ha sido su p lan tad a p o r las g u erras posteriores. Este he
es p articu larm en te in teresan te d ad o el bajo nivel de iden
cación nacional en A rgentina antes de finales del siglo >1
Tam bién es so rp ren d en te , d ad o que estas g ran d es p artes d
población arg en tin a no llegaron sino varias décadas desp
de esos acontecim ientos. A la inversa, estas dos condicion
el caos político que vivió el país d u ra n te su p rim e r m edio s
p u e d e n ser p recisam ente las razones p o r las que necesitó
n e ra r u n culto en to rn o a figuras no controversiales. D uri
los prim eros anos de este siglo, al m om ento de las celebra
nes del centen ário de la in d ep en d en cia y cu an d o Buenos
res estaba sintiendo p len am en te los problem as de asimilai
de u n g ran n ú m e ro de inm igrantes, la idea de utilizar la ir
pendencia com o u n m edio p a ra inculcar el patriotism o er
nuevas generaciones fue discutida am p liam en te147.

147 P lotkin, “ l’o lfli< a. c*(Iut ai iiai y uai ionalism o” .


El uso de los tem as m ilitares en M éxico tal vez se acerca más
a u n m odelo eu ro p eo : los héroes que no son de la élite (los
ninos de C hapultepec), la inclusion de las g u erras civiles e in-
ternacionales, y u n a v aried ad de íconos y m edios de com u-
nicación. La clave d e la diferencia de México se en cu e n tra
precisam ente en el tipo de g u erras que se libraron. Más que
en cualquier otro país, a excepción de Paraguay, las g u erras
m exicanas no e ra n cuestiones de las élites, sino que involu-
craban u n a p a rte significativa de la población. Las g u erras
indep en d en tistas, am ericanas, reform istas, francesas y rev o lu ­
cionarias no d ep e n d ie ro n de u n a o dos batallas o de la suerte
de u n solo general. Por lo tanto, al igual que los ejem plos de
A m érica y E u ro p a después d e 1860, estas g u erras p u d ie ro n
servir com o símbolos d e u n a nación, d ad o que efectivam ente
la in v o lu craro n 148.

Sin em bargo, incluso aqui, la g u erra tiene u n papel limitado.


El mito m exicano decisivo es cómo contribuyó el mestizaje a
u n a “raza cósmica”. En la p ro g resió n a p are n tem e n te sin p ro ­
blem as de Tenoch hasta C árdenas, las g u erras co n tra los es-
tadou n id en ses y los franceses p arecen eventos secundários;
son distracciones de la historia principal. Solo dos g u erras p a ­
recen ser fu ndam entales p a ra el nacionalism o m exicano: la
conquista, la semilla del mestizaje, y la Revolución, cu an d o los
mestizos finalm ente asu m iero n el p o d e r sobre la nación. Así,
el nacionalism o m exicano encap su la la id e n tid a d y la “o tre-
d a d ” en el in te rio r de sus fro n teras. Los invasores franceses
y estadounidenses no re p resen tan el enem igo co n tra el que
la nación debe luchar. Su lu g ar es o cu p ad o sim bolicam ente
p o r los conquistadores espanoles, los conservadores del siglo
X IX y la opresión económ ica del porfiriato. Este hecho deja a
México con u n a p arad o ja política casi insuperable: el enem igo
p u e d e ser d e rro ta d o en la iconografia, p ero m an tien e el con-

148 por ej ernpi0; ver Mallon, Peasant and Nation; y G. Thom pson, “Federalism
and Vantonalism”.
trol, Espana signe siendo la élite y ni los suenos de Hidal
los de Em iliano Zapata se h an logrado.

Esta contradicción ejem plifica los limites del uso de la


rr a en la construcciôn de u n nacionalism o latinoam erii
Incluso aquellos m om entos históricos de los que se espe
que co n trib u y eran con m ayor facilidad al d esarrollo de
conciencia nacionalista, carecen de la p ro fu n d id a d si
lica necesaria. El p atrim o n io colonial latinoam ericano
limites en lo que estos símbolos po d ían lograr. Por ejei
este p atrim o n io debilitô la capacidad de los Estados boli'
y p e ru a n o p a ra utilizar la g u e rra com o u n a fuerza de i
nacionalista. R ecordar la g u e rra dem asiado p u e d e trac
recu erd o s de traiciones de la élite y el sacrifício de las p
ciones subalternas.

El icono de la in d ep en d en cia ofrece quizás el m ejor n


para e n te n d e r las lim itaciones que en fren tan los paise:
noam ericanos. En p rim e r lugar, existe la am b ig ü ed ad j:
que exactam ente los criollos luchaban. En cada caso d<
M artin aboliendo las distinciones raciales légales en Pe
Bolívar u san d o tropas de negros, hay u n a reacción con
m iedo a la sublevación racial. A pesar de que los espa
eran claram ente los enem igos de los criollos, este hecl
e ra tan evidente p ara el resto de la población149. La opof
a la causa de la in d ep en d en cia se encontraba, a m en u d
el in terio r de las fro n teras de los nuevos “países”. El rei
p e ru a n o está bien d o cu m entado: de 9.000 leales en la b
de Ayacucho, solo 500 habían nacido en E sp an a150.

T eniendo en cu en ta estas am bigüedades, era difícil nr


veces escoger qué conm em orar. Por ejem plo, la experi
de M éxico ha sido objeto de u n am plio debate. iE s 1810
cha ap ropiad a? No obstante, esta lucha fue apabullada i
lapso d e dos anos, no p o r los espanoles, sino p o r mexi

149 Silva Mii hclcna, “Slalc fói inalion in Latin America”.


150 M o r n e r , A n ilc n n 1’n sl, I Hi.
blancos tem erosos de m ás guanajuatos. iE s m ejor la e n tra d a
d e Itu rb id e a C iudad d e M éxico en 1821? Sin em bargo, él sir-
vió en los ejércitos que ay u d aro n a d e rro ta r a H idalgo y M o­
relos. Por lo tanto, m ientras que las g u erras in d ep en d en tistas
senalaron la victoria de la p atria de A m érica, la id e n tid ad de
la nación triu n fan te fue y sigue siendo poco clara.

U n a seg u n d a dificultad con el uso d e las g u e rra s in d e p e n ­


dentistas es que el en em ig o ha d esap arecid o , en g ran m e d i­
da. A p esar d e alg u n as av en tu ras en las décadas d e 1820 y
1860, E spana no significaba u n a am en aza im p o rta n te p a ra
L a tin o am érica d esp u és de la in d e p e n d e n c ia . Las g u e rra s
indepen d en tistas tam bién re p re s e n ta b a n u n a victoria in ­
equívoca p a ra q u e el E stado las u sa ra en la b ú sq u e d a d e la
creació n d e u n a id e n tid a d co m û n . E n el siglo XX el p a p e l
d e E sp an a fue to m ad o , e n g ra n m ed id a, p o r Estados U ni-
dos y h a servido ad m irab le m en te com o base p a ra la legitim i-
d a d d e las revolucionarias N icarag u a y C uba, p e ro ah í está el
p roblem a. D ado q u e el E stado latin o am erican o fue m uchas
veces aliado d irecta o in d ire c ta m e n te con Estados U nidos,
e n c e n d e r las llamas del antiyanquism o era u n a estrategia peli-
grosa. El P artido R evolucionário In stitu cio n al (PRI) fue u n o
d e los pocos q u e p u d o d o m in a r el arte. El antiam erican ism o
de los reg ím en es m ilitares co n tem p o rân eo s com o en G u a te ­
m ala m erece u n m ay o r estúdio. A dem ás, los m itos p u e d e n
ser tan p o d ero so s com o David y G oliat, es im p o rta n te q u e el
p asto r gan e de vez en cu an d o . A ntes de la R evolución cu b a­
na este h ech o e ra casi inim aginable. L a p o p u la riz a tio n de la
teo ria d e la d ep e n d e n c ia e ra u n a esp ad a de doble filo. D ada
la asim etria en el p oder, el resen tim ie n to c o n tra Estados U ni-
dos d e g e n e rô fre c u e n te m e n te en d esesp eració n en vez de
cau sar devoción n acio n al151.

151 El uso de Estados Unidos como el enemigo conveniente se vio mitigado por
el hecho de que durante la mayor parte del siglo XIX se mantuvo el m ode­
lo contra el que Ias élites latinoamericanas (y sobre todo los liberales victorio-
sos) juzgaban sus logros (Aguilar Camín, “La invención de México”).
U n tercer obstáculo p ara usar las g u erras in d ep en d em
com o base p ara un nacionalism o específico del Estado es
fu ero n libradas p o r ejércitos de varios países. Perd, Ecuad
Bolivia obtuvieron su in d ep en d en cia con ejércitos com pui
p o r soldados del Rio de la Plata, Chile y Colom bia, a m er
vistos com o forasteros p o r los nativos. Sucre ganô en Ay
cho con los soldados y oficiales de casi todas las regionc:
continente. U na p erso n a nacida en u n Estado se podia
vertir en el p resid en te de otra. Solo en aquellos casos en
las regiones tratab an de separarse de los limites coloniale!
dicionales en contram os u n sentido de diferencia. Paragu
el m ejor ejem plo, p ero tam bién podríam os incluir a U ni;

Es más, estas g u erras d ejaro n a todos los países con un


ju n to co m û n de im ágenes y referencias q u e h u b ie ra n
cultado d em o n izar p o r com pleto a u n en em igo vecitit
ex p erien cia co m p artid a de las g u erras ind ep en d en tistas
de todos los países latinoam ericanos p arte de u n a famili;
nográfica individual. Ecuador, V enezuela y Colom bia 011
prácticam ente la m ism a b an d era, derivada del p ro to tif
Bolivar d u ra n te las g u erras in d ep en d en tistas. Las de Arj.
na y U ru g u ay tienen las mism as im ágenes y colores. Tod
ciudades, excepto M ontevideo y A sunción, cuen tan coi
estatua im p o rtan te al L ib ertad o r Sim ón Bolivar. Este cul
m enzó casi con su m u erte y sigue, al m enos segùn lo m<
p o r la p ro d u c tio n de m o n u m en to s, a la fecha evidente n<
en lugares destacados en las capitales, sino en p eq u en a
dades de p ro v in cia152. Lo m ás in teresan te aqui es el fend
de te n e r once naciones separadas q u e co m p arten a un 11
héro e de tan ta im portancia. El equivalente seria solo f
poleón h u b ie ra sobrevivido a W aterloo y fu era u n eler
destacado de cada capital eu ro p ea.

152 Mientras que (osé (le San Martin también es venerado, la suya es un
más regional ronrenlrada en el Oono Sur.
Así, p a ra u n a institución política interesacla en crear un sentido
de id e n tid ad delim itado p o r te rrito rio , las g u erras in d e p e n ­
dentistas re p resen tan potencialm ente desafios ex ten u an tes.
Lo m ism o se p o d ría d ecir sobre los dos b andos d e la G u erra
Civil estadounidense; n o obstante, no se p o d ría decir lo m ism o
de los Estados, ni de las dos regiones, si hubiesen creado sen ­
tidos más fuertes de id e n tid ad p articu lar de lo que hubiesen
creado los países latinoam ericanos. A dem ás, d ad a la ráp id a
aceptación de las fro n teras basadas en las prácticas coloniales
y en u n a política de no intervención, vem os pocos ejem plos
de “defen so res” de u n país tratan d o de lib erar a otros. Chile
justifica su p ap el en la g u e rra co n tra la C onfederación Perua-
no-Boliviana en estos térm inos, p ero Brasil y A rgentina son
ren u e n te s a hacerlo, incluso con la g u e rra de la T riple Alianza.
El sentido de u n p atrim o n io com p artid o p arece h ab er ab ru -
m ado cualquier sentim iento de particu larid ad .

iQ u é nos dice entonces la ex p erien cia latinoam ericana sobre


la invención del nacionalism o en general? En p rim e r lugar,
las com u n id ad es no p ro v ien en de la n ad a; req u ie ren cierta
base en el pasado. No és u n a casualidad q u e los países con las
iconografias m arciales más d esarrolladas, Paraguay y M éxico,
fu ero n aquellos cuyas luchas in v o lu craro n a la m ayor cantidad
de población. En estos casos, las alusiones a la Triple Alianza o
la Revolución p o d rían reso n ar con u n a ex p erien cia co m p ar­
tida. Estos países co n stru y ero n m itos, p ero lo hicieron sobre
u n a exp erien cia con connotaciones reales p a ra sus pueblos.

El contexto histórico en el que los países latinoam ericanos lo-


g raro n u n Estado in d e p en d ien te parece b astante sim ilar al
que ex p e rim e n ta ro n las co n trap artes europeas: el siglo X IX
fue la p rim av era “de las naciones” en am bos continentes. No
obstante, la a p are n te sim ilitud esconde dos diferencias deci­
sivas: en p rim e r lugar, la com posición étnica de la población
latinoam ericana estaba d istrib u id a de u n a m a n era m uy dife­
re n te a la del caso eu ro p eo . En seg u n d o lugar, con pocas e x ­
cepciones, los países latinoam ericanos no se som etieron al tipo
de luchas m ilitares que han sido utilizadas p a ra la construcc
de com unidades im aginadas e n tre incluso aquellas de orii
difuso. Ambas condiciones im puestas lim itan el desarrollc
símbolos nacionalistas. La p rim e ra p o rq u e hace referenc
una colectividad, casi siem pre excluyente; la segunda, p o r
lim ita el tipo de experiencias que ro m p en dicha segregacl

A falta de u n ancestro com ún y de juicios com partidos, el


triotism o latinoam ericano se m an tu v o ap eg ad o a personas
lugares concretos y no se d esarrolló en u n culto institucior
zado de u n a id en tid ad abstracta que se en cu e n tra en el o
zón del nacionalism o. L atinoam ericanos tales com o el chil
José M aria N únez reconocieron que la ensenanza de la hi
ria fue “el m édio ideal p a ra u n ir las lealtades de u n indivi
con su nación”153. Pero, en general, de h ab er vivido u n a h:
ria diferente, h ab rían dictado lecciones diferentes.

La historia no es sim plem ente contada, sino recrea d a a


vés de su rep resen tació n . N o solo los países latinoam eric;
tienen u n a n arrativ a d iferen te a la del Estado occidenta
tán d ar; tam bién poseen m edios diferentes p a ra contarh
nacionalism o hizo d e los símbolos la esencia d e la políti«
a su vez, se p u e d e decir que su calidad estética m oldea I
algunas form as de política, o al m enos refleja sus cualid
básicas154. C on pocas excepciones, los m o n u m en to s latinoí
ricanos no re p re se n ta n las id en tid ad es nacionales. Esto
encarn an u n altar de la nación, sino que son íconos de la
cuyo dom inio sobre la im aginación p o p u la r p u ed e ser no
fuerte. M orir p o r el pueblo es u n a cosa, hacerlo p o r San I
tín es o tra 155. En general, las tradiciones históricas no fui
n ab an p a ra crear u n sentido de com u n id ad nacional.

153 Citado por Woll, “For God or Country”, 24.


164 Mosse, Nationalization o f the Masses; Berezin, “Cultural Form and R
M eaning”; C em lo, Identity Designs.
155 Carrera llamas, "Simon Bolivar”, III.
El subdesarrollo de las iconografias nacionales latinoam erica-
nas refleja las necesidades de los Estados. En general, d ad o
que hu b o pocas am enazas de g u e rra , a su vez h u b o poca ne-
cesidad de crear u n a población dispuesta a sacrificarse156. Ya
que los m ercados dom ésticos e ra n relativam ente poco im p o r­
tantes, habia poca necesidad de integración. D ebido a que no
había dem ocracia, no habia necesidad de ciudadanos. D ado
que hu b o pocas batallas, no h u bo necesidad de nacionalism o.
Sin la cohésion ideológica del nacionalism o, el Estado se desa-
rrollô con gran d es lim itaciones a su au to rid ad .

156 Mientras que los observadores anteriores culparon al nacionalismo en la gue­


rra (Hayes, Essays on Nationalism), podriamos desear invertir el orden causal
(A. Smith, “War and Ethnicity”). Ahora se puede decir que desde la batalla
de Valmy, la guerra moderna y su dependencia en el reclutamiento ha hecho
necesario el nacionalismo (Hobsbawm, Nations and. Nationalism, 83-84). Lo an­
terior se aplica no solo a los participantes, sino a toda la sociedad que evolu­
ciona por su supervivencia y se molesta por la derrota, o por el recuerdo de
los muertos.
Capítulo 5

Formando ciudadanos

D esde m ediados del siglo X IX y d u ra n te el p erío d o innu


tam ente po sterio r a la S egunda G u erra M undial, las Fu<
A rm adas eu ro p ea s y estad o u n id en ses h a n servido, p(
general, com o instituciones sociales cuyas tareas incluye
solam ente la defensa nacional, sino el forjam iento de hon
jó v e n es1 en m iem bros productivos y responsables de la c<
n id a d 2. M ediante la movilización, la ex p o sitio n a la doc
nacionalista y la cohésion alen tad a p o r el m iedo com pai
los ejércitos crearo n ciudadanos y naciones. Para los ir
duos, la transform ación p u e d e ser dram ática y positiv;
iniciación y e n tre n am ien to b rin d ad o s p o r las Fuerzas A
das p u e d e n m ejo rar la salud física del recluta y en sen ar
habilidades básicas, asi com o la disciplina y el resp eto a si
mo. Para la sociedad en su conjunto, la ex p erien cia colt
p u d o m ostrarles a individuos p rev iam en te aislados u n a \
dad de g ru p o s étnicos con los que co m p arten u n territc

La especificidad de género de dichos comentários no es accidental. O


en gran parte, discusiones del papel de la mujer en el Ejército (aunq
sido, por lo general, fundamentales, como en el caso de las soldem.
Revolución mexicana).
Es importante diferenciar entre casos y períodos. En Estados Unidos
Bretana el papel socializador de las Fuerzas Armadas provino en es
concentrados durante períodos de conflicto y se replegaron tras tern
servicio militar obligatorio. Este patrón cambió entre 1945 y 1970 <
el reclutamiento pasó a ser teoricamente universal. El comentário de
Pearson acerca de que el alma canadiense solo se podia encontrar en t
de guerra, también habia en este sentido. En los casos alemán y Iran
embargo, el papel de las làier/as Armadas era más consistente y const;
construyen cam arad ería al tiem po que los ex p o n e a los tem as
nacionalistas y a u n sentido de d eb er patriótico.

De esta form a, parece que los m ilitares cu m plen todas las fu n ­


ciones que uno esp eraria de u n a institución pública; d esarrolla
ciudadanos y fom enta com unidad. Es discutible aseg u rar que
las g u erras valen la p en a dados sus altos costos en térm inos de
destrucción h u m a n a en caso de fo m en tar dichos organism os
sociales. A su vez, la ausência de estas instituciones o el fracaso
en usar ap ro p ia d am en te las o p o rtu n id ad es b rin d ad as p o r la
g u e rra re p re se n ta ría n u n a p é rd id a potencialm ente significa­
tiva p a ra u n a sociedad3.

Com o vimos en el capítulo 2, el im pacto d e las Fuerzas A r­


m adas ha sido historicam ente m uy bajo en Latinoam érica.
P recisam ente cu an d o los ejércitos en m asa estaban supuesta-
m en te c o n stru y e n d o los E stados e u ro p e o s, fo m e n ta n d o ma-
yor p articip ació n d em o crática y a y u d an d o a c re a r u n n u ev o
nacionalism o, los ejércitos latin o am erican o s p e rm a n e c ie ro n
p eq u en o s y su p ap el social e ra e x tre m a d a m e n te lim itado. Lo
a n terio r es especialm ente notorio d ad o el carácter de la m a­
yoría de las Fuerzas A rm adas continentales. E m pero lo an te ­
rior, los m ilitares latinoam ericanos se h an considerado, p o r
lo general, los g u ard ian es del h o n o r nacional y h an acusado,
a m en u d o , a las au to rid ad es civiles de traicio n ar la confianza
nacional. L a auto im ag en y presentación de estos m ilitares re-
suena con símbolos y lenguaje patriótico. N o obstante, al tiem ­
po que sirven ap a re n te m e n te com o g u ard ian es de la v irtu d
patriótica, los m ilitares continentales h a n sido m enos exitosos
en cu m p lir u n o de los papeies clásicos asignados a estas insti-

La comúnm ente discusión acalorada en torno al fin del ejército en masa en Eu­
ropa y Estados Unidos sugeriria que esta institución fue percibida, al menos,
con ti n papel integrador importante en las sociedades modernas (McArdle
Kellerher, “Mass Armies in the 1970’s”; Van Doorn, “T he Decline in the Mass
Army in the West”; Janowitz, “T he All Volunteer Military as a ‘Sociopolitical’
Problem”; Useem y críticos, “T he Rise and Fall o f a Volunteer Army”).
tuciones: ser insli uctores de la ju v e n tu d nacional en torn
nacionalism o y el patriotism o.

iC óm o explicam os esta excepción latinoam ericana?, ieu


fueron sus im plicaciones? De acu erd o con Alfred Vagts, c
etapa del pro g reso social p ro d u ce instituciones m ilitare;
conform idad con sus necesidades e ideas4. Si los m ilitares
noam ericanos se parecen, en g eneral, m ás a sus contrapa
europeas del siglo X V III que a sus con tem p o rân eo s, iq u é
dice este hecho acerca del Estado latinoam ericano? El ané
del contraejem plo latinoam ericano p u ed e ayu d arn o s a en
d e r m ejor el p ap el d esem p en ad o p o r el reclutam iento
participación en m asa en otras regiones. A ún más im p o r
te, ap u n ta de nuevo a la im p o rtân cia de to m ar en cuent;
condiciones p articulares del inicio de las repúblicas latii
m ericanas y cóm o estas, y los sucesos posteriores, altera
el efecto causal de la g u e rra sobre la construcción del Esl
y la nación. En particular, las g u erras lim itadas en Latii
m érica y los bajos niveles d e reclutam iento p riv aro n a t
sociedades d e u n estím ulo decisivo p a ra la dem ocratizació
elaboración y legitim ización de u n a ciu d ad an ía con u n a 1
am plia. L a historia latinoam ericana, al igual que sucedió
los íconos fiscales y nacionalistas, no b rin d ó las circunstar
p a ra que se p u d ie ra d esarro llar la interacción e n tre recl
m iento y ciudadanía.

El surgimiento del reclutamiento

El reclutam iento, e n ten d id o com o la participación forzos


u n ejército, no es de n in g u n a m a n era nuevo o único e
E u ro p a Occidental m o d ern a. El hecho que distingue al pa
eu ro p eo después de m ediados del siglo X IX es el reclutam
to teoricam ente universal q u e incluye a todos los sectore;
gitim ados p o r u n a m em bresía co m ú n en un Estado-nat
Es esta com binación de aplicación burocrática y legitim iza

4 Vagts, A llistirry oj M ilüarim.


nacionalista la que define al reclutam ien to “m o d e rn o ”, y son
precisam ente estas dos características y sus consecuencias, las
que sostengo estuvieron y seguirán estando ausentes, en g ran
m edida, en Latinoam érica.

Si bien los ejércitos en m asa tien en u n a larga historia, su m o­


d e rn a estru ctu ra institucional p u ed e rem o n tarse al siglo XVI.
Así, los ejércitos com enzaron a re q u e rir u n a m ayor im posición
del Estado sobre sus sociedades. En 1544, Suecia fue el p ri­
m e r país en organizar u n ejército p e rm a n e n te sobre u n a base
de obligación m ilitar5. D espués de finales del siglo X V II, los
Estados eu ro p eo s efectivam ente esp erab an que sus súbditos
tuvieran la obligación d e servir de alguna form a vaga. El Esta­
do pru sian o pasó de insignificante a u n Estado con estatus de
p o d e r m en o r en el siglo X V III sobre la base de u n a versión
m odificada de servicio obligatorio. N o obstante, la resistência
al reclutam iento e ra p rácticam ente constante. F orm ar p arte
del ejército aú n significaba que u n o e ra m iem bro de la po-
blación p o b re ru ral, sin d in e ro ni apoyo corporativo que le
p u d ie ra q u itar el yugo del reclu tam ien to 6. Se creia am plia-
m ente que “el ejército deb e inevitablem ente estar co n fo rm a­
do p o r la escoria de la población y p o r todos aquellos q u e no
tienen uso p a ra la sociedad”7. Los generales p u d ie ro n h ab er
sido exaltados, p ero debem os m irar m ás allá p a ra e n co n trar
u n a oda al soldado com ún d e M arlborough o Frederick. Antes
que re p re se n ta r “naciones en arm as”, estas fuerzas eran m uy
p robablem en te consideradas h o rd as arm adas. U na disciplina
brutal, no u n a devoción nacionalista, m an ten ía a las tropas
literalm ente en fila.

Lo a n te rio r no p re te n d e n eg ar la creciente profesionalización


de los ejércitos ni las innovaciones adm inistrativas y tecn o ­
lógicas que m arcan los p rim ero s dos siglos de la Revolución

5 Corvisier, Armies and Societies in Europe.


0 Paret, Understanding War; Tallett, War and Society in Early Modem Europe; Co­
hen, Citizens and Soldiers.
7 Tallett, War and Society in Early Modem Europe, 85.
Militar; p re te n d e resaltar que el vínculo e n tre ejército y
ciedad estaba, en g ran m edida, basado en el p o d e r coerc
vo del p rim ero y, casi nunca, el caso de las Provincias Uni<
com o ejem plo, d ep e n d ía n de u n sentido de u n id a d nacio
en el in terio r de la segunda. La m otivación patriótica no te
n in g ú n papel en esta organización m ilitar8. De hecho, la it
de las masas arm adas no era u n a posibilidad que p u d ie ra
considerada p o r la nobleza ni la m o n arq u ia sin tem ores. 1
Estados p o d ian tem erle a su p ro p ia gente al igual que a
enem igo9. El co n tro l sobre los m edios de violência solam e
podia claudicar bajo las circunstancias más ex trem as y sc
m ente fren te a u n a alternativa p eo r que la rebelión popu
La Revolución francesa y las g u erras napoleónicas b rin d a
u n a am enaza lo suficientem ente fu erte com o p ara necesita
reequilibrio radical de las fuerzas m ilitares10.

L a Asam blea N acional francesa, al d eb atir las políticas i


dian te las que refo rm aria al ejército del régim en clásico, e
ba bastante consciente de los costos y benefícios asociados
el reclutam ien to universal, ofreciéndole el ejército al pueb
viceversa. Los conceptos d e soldado y ciu d ad an o eran co
derad o s d iam etralm en te opuestos. La revolución y su rad
lización p o sterio r a 1791 te n d ie ro n u n p u en te e n tre estas
identidades. L a levée en masse o movilización de masas
1793 fue insp irad a en p arte p o r u n a am enaza ex tern a, p
tam bién p o r la necesidad de m ovilización de la población p
la revolución 11. R epresento u n a ru p tu ra radical con el pas
p o r cuanto llam ó al “p u eb lo ” a d efen d e r su recién adquii
estatus de ciudadanos. La ru p tu ra im p o rtan te no fue téc
ni estratégica, sino más bien estaba sobre todo relacionada
la relación e n tre Estado y sociedad. El Estado dejó de se
m a n era legítim a la posesión de unos pocos y vino a re

8 Bartov, “T he Nation in Arms”.


9 Colley, Britons.
10 Vagts, A History of Militarism.
11 Paret, Understanding War; Preston, Roland y Wise, Men in Arms.
sen tar las aspiraciones de m uchos. Gom o tal, tenía el d ere-
cho y obligation de Ilam arlos a d efen d e r su p ro p ied ad . No
debem os ex ag e rar el alcance que tiene esta redefm ición p ara
reílejar u n a resp u esta p o p u la r g en u in a y en tu siasta12. Pocos
seres hum an o s desean p o n erse en peligro de m u erte, inde-
p en d ien tem en te d e la causa. N o obstante, sucedió u n cam bio
im portan te: la g u e rra dejó d e ser u n ju e g o de reyes y reinas y
se convirtió en u n asu n to del pueblo.

Las diferentes etapas de reclu tam ien to en la Francia napo-


leónica conform aron u n ejército de 1 millón de h o m b res13.
Los enem igos de Francia debían resp o n d er del mismo m odo.
El tem or de u n a invasion francesa transform o al ejército y al
Estado britânico14. Si el ejército debía crecer lo suficiente p ara
co n trarrestar la am enaza, los sistemas adm inistrativos debían
ser establecidos p ara contar, seleccionar, coaccionar, a rm a r y
tra n s p o rta r hom bres. Q uizás aú n más im p o rtan te, el tem o r
napoleónico tran sfo rm o a los hom bres ingleses, galeses, irlan ­
deses y escoceses que prestaban servicio m ilitar al brindarles un
nuevo sentido de iden tid ad com ún con sus sem ejantes soldados
(britânicos), al m ostrarles que existia u n a isla más g ran d e más
allá de las fronteras de sus condados, al otorgarles u n nuevo
estatus en el in terio r de dicha sociedad y al inculcarles u n n u e ­
vo sentido de lealtad. La g u e rra y la respuesta a esta convirtió
a “la escoria de la tierra” (térm ino usado p o r Wellington) en
britânicos en form as que habían sido inim aginables antes de
la década de 1790. El reclutam iento en m asa g eneró u n a serie
de procesos paralelos y com plem entarios que podríam os decir
definieron la relatio n en tre los britânicos y su Estado después
de 1815. Por u n a parte, el Estado com enzó a exigir más de su

12 Los campesinos franceses estaban más dispuestos que cualquiera a morir


por una bandera. El reclutamiento seguia siendo un tema de division duran­
te todo el periodo revolucionário y se convirtió en una fuente de desconten­
to antiparisino.
13 Van Doorn, “Decline in the Mass Army”, 149. No obstante, observemos que
muchos de los que sirvieron en el ejército de Napoleon no eran franceses.
M Colley, Britons.
población que solam ente obediencia pasiva. Por otra parte,
población se vio a sí misma en el Estado y le exigió más en pai
como recom pensa p o r su sacrifício final15

N o todos los enem igos de N ap o leó n sig u iero n el ejem pl


Rusia m antuv o su fo rm a de reclu tam ien to trad icio n al en
que se p o d ría d e n o m in a r cu alq u ier cosa excepto “u n ejérci
del p u eb lo ”16. Los co n serv ad o res del siglo X IX , com o p
ejem plo M ettern ich , estab an b astan te conscientes d e la po
ble influencia rev o lu cio n aria del reclu tam ien to y su g irie r
su abolición17. La restau ra ció n de F rancia buscó u n re to r
al statu quo m ilitar a n te rio r a la g u e rra . El p u n to im porta
te no es q ue todos los ejércitos se tra n sfo rm a ro n debidc
la R evolución francesa, no lo hicieron . C om o lo ev id e n
su co m p o rtam ien to en 1848, los ejércitos p o snapoleónit
p o d ía n aú n re s p o n d e r a la v o lu n tad del an tig u o rég im en
co n tra del pueblo. Lo que ap areció fue u n a posible nue
relación e n tre ejército, E stado y pueblo. In d e p e n d ie n te
la resistência oligárquica, el éxito de los ejércitos napoli
nicos, cu alq u iera q u e fuese el alcance al que le debiesen
base “p o p u la r”, ofreció u n a estrateg ia te n ta d o ra p a ra la ii
tación. En la lu ch a p o r el do m in io d e E u ro p a, u n a vez c
u n ju g a d o r hubiese d ecid id o in te rv e n ir con regias n u e \
todos los otro s le deb ían seguir.

15 Aunque se había debatido en la década de 1790, la transformación en


mania no sucedió sino hasta la humillación de 1806 a 1807. De nuevo
vestígios del Antiguo Régimen estaban conscientes del peligro. Pedirle a la
blación que peleara por su nación necesitaba la existencia de una nación,
no deseosa de retornar a los Hohenzollem (Howard, War in European Hist
Frederick William III no fue completamente derrotado en cuanto a los
vos requisitos de la guerra (Paret, Understanding War). N o obstante, postt
al desastre de Napoleón en Rusia, un fervor patriótico arrasó a Aleman
Prusia instituyó una forma limitada de reclutamiento en 1814.
16 En el otro extrem o, la oposición en Espana no provino de una autoridad
malizada, sino de una rebelión popular, la primera guerrilla. La satisfac
de ver la frustración militar de Napoleón no fue un precedente bienve
por los vestigios del Antiguo Régimen.
17 Andre,ski, Military Organization and Society, 69.
Los cincuenta anos posteriores a W aterloo vieron la réso lu ­
tio n de m uchos problem as “técnicos” que debían ser resueltos
p a ra que fu n cio n aran a p ro p ia d am en te los ejércitos en masa.
El p rim ero era el reto adm inistrativo de m over y u sar tantos
hom bres. Estos problem as fu ero n d om inados p o r el Estado
M ayor p ru sian o a com ienzos de la década de 1860, lo que p er-
mitió el tam an o potencial d e la nueva form a de fuerza arm a d a
a ser utilizada de m a n era productiva. S egundo, los desarrollos
en las arm as usadas p o r los soldados reg u lares, p o r ejem plo,
rifles y arm as de carga de recâm ara, hicieron posible el uso de
hom bres con e n tre n am ien to relativam ente m ínim o. T am bién
existia preocupación en to rn o a la disciplina de los nuevos
ejércitos. Los teóricos habian sostenido que aquellos con poco
tiem po de servicio, hecho inévitable en la p articip a tio n en
m asa, no eran de fiar en la batalla; no obstante, el d esem peno
de las tropas prusianas en 1870 les dem o stro lo contrario. Si el
a rd o r m ilitar o la estricta disciplina de u n ejército reclutado no
eran los mism os de su equivalente profesional (hecho debati-
ble), los n ú m ero s y el brio ju v en il m arcaro n la diferencia. U n
obstáculo final consistiô en q u e u n a n a tio n en arm as req u eria
de u n ap ara to adm inistrativo estatal más com plejo y exigente
que debía m an ejar y avivar a esta nueva fuerza arm ada. Los
problem as im plícitos e ra n considérables18. L a creciente buro-
cratización del Estado eu ro p eo en el siglo X IX e ra u n reflejo y
un elem ento que co n trib u ía a las crecientes d em an d as hechas
p o r el nuevo tipo de ejércitos. Los Estados ten ían pocas o p o r­
tunidades d ad o que se necesitaba u n a eficacia adm inistrativa
p ara su supervivencia.

La G u e rra Civil estad o u n id en se b rin d ó algunos indicios de lo


que venía, involucrando, com o efectivam ente lo hizo, gran d es
cantidades d e hom bres — 20% de la población p ro v en ien te del
sur, 10% del n o rte — y m uchas innovaciones tecnológicas nue-
vas en el cam po adm inistrativo y tecnológico19. N o obstante,

18 Woloch, “Napoleonic Conscription”.


111 Preston, Roland y Wise, Men in Arms, 218.
lue el so rp re n d e n te resultado de la g u e rra F ranco-Prusiana
que en fren tô a u n a fuerza profesional co n tra un ejército d<
reclutas, lo que alteró el equilíbrio a favor de los ejércitos ei
masa. D espués de 1870 los p o d eres m ilitares o aquellos que
aspiraban a dicho p ap el no p o d ían ig n o rar más los nuevo
m edios p a ra h acer la g u erra. Prusia había lid erad o el cami
no en la co n stru ctio n de u n a nación en arm as y le bl in d é ;
Francia su p ro p ia version de J e n a en Sedan. En u n a década
Francia, Italia y Rusia habían tom ado p restad o el m odelo p ru
siano. Las dos g u erras m undiales co n tin u aro n este p a tro n d<
servicio universalizado. C on algunas excepciones im p o rtan
tes, p o r ejem plo los tiem pos de paz en Estados U nidos y en t
Reino U nido, este p a tro n se m antuvo están d a r hasta la décad
de 1970, cu an d o reg resaro n los ejércitos de voluntários.

Los ejércitos latinoamericanos

Com o se indica en la figura 5.1, L atinoam érica, al m eno


desde m ediados del siglo X IX , ha ten id o m enores niveles d
participación m ilitar que los países eu ro p eo s e incluso que la
co n trap artes con tem p o rân eas. Las diferencias se hacen espt
cialm ente evidentes si observam os las décadas de g u e rra mun
dial. Por u n a p arte , son m om entos excepcionales. Por otra, e
im p o rtan te te n e r en cuenta que p a ra dos generaciones con
pletas, o quizás más, su rela tio n con el Estado y su socieda
estaba, al m enos en p arte, m old ead a p o r su exp erien cia en (
ejército. A un d u ra n te el siglo X IX los países eu ro p eo s tendia
a te n e r u n p orcen taje m ucho m ayor de su población p rest
al com bate. Las diferencias son más ex trem as cu an d o tom t
mos en cuenta que los datos latinoam ericanos son sopesad<
hacia aquellos países que efectivam ente ten ían gu erras; pai
otros países, la in fo rm atio n es m ucho más escasa20. Aún mí
im p o rtan te, tiem pos más largos de servicio en los ejércitos l<

20 La misma incertidumbre relativa al tamano de las distintas fuerzas nrmad


sugiere la lálla de alención prestada al papel de los militares en la formai i<
del Estado.
tinoam ericanos significaban que p a ra u n a co h o rte p articu lar
de ed ad el p o rcen taje que de hecho tenía conexión con la vida
m ilitar era ex tre m ad am en te bajo (ver cu ad ro 5.1).

® Latinoamérica
■ Países desarrollados (incluídos Europa, Japón y Estados Unidos)
ÜS Otros países recién industrializados

Figura 5.1 Naciones en arm as


Fuente: M iguel Á ngel Centeno

C uad ro 5.1 Naciones latinoam ericanas en arm as (porcentajes)

Argentina Bolívia Brasil Chile Colombia Ecuador México Paraguay Perú Uruguay
1850 0,8 0,2 0,2 0,0 0,3 1,5 0,3 1,4
I8 6 0 1.1 0,4 0,2 0,1 1,0 0,3 4,8 0,7 1.0
1870 0,2 0,2 0,4 0,5 0,3
1880 0,3 0,7 0 ,9 1,5
1890 0,4 0,1 0,2 0,3 0,2
19Q0 0,5 1,0 csBllISi 0,3 0,1
1910 0,3 0,2 0,3 0,2
1920 0,3 0 ,3 0 ,2 0,5 0,1 0,2 0,5 0,3 0,1 0,5
1930 0,3 0,4 0 ,2 0,3 0,1 0,2 0,3 1,1 0,2 0,4
1940 0,8 0,3 0,4 0,5 0,2 0,3 0,5 0,4 0,4
1950 0 ,6 0,2 0,4 0,4 0,5
I960 0 ,6 0,5 0,2 0,8 0,3 0,3 0,2 0,9 0,5 0,6
(9 7 0 0,6 0,4 0,4 0,9 0,2 0,4 0,2 0,6 0,6 0.7
1980 0,5 0,5 0,3 1,0 0,3 0,5 0,2 0,5 0,7 0,9
1990 0,2 0,5 0,2 0,7 0 ,4 0,5 0,2 0,4 0,6 0,8

Fuente: M iguel Ángel Centeno


PUI m.l IHUI L IU U c lU rfllU S

La ausência de un gran ejército tiene sus raices en el pe


colonial. En parte debido a la eficacia de la conquista al elir
los retos externos y las dem andas de las g u erras europeas
nolas, la presencia m ilitar en el continente era m ínim a ante
siglo XIX. La com binación de revueltas populares y am e
estratégicas duxante o después de la g u erra de los Siete
efectivam ente implico u n a m ayor atención a la defensa ft
de las colonias; no obstante, incluso en 1800 la presencia n
espanola era m ínim a. Por ejem plo, en 1771, 2.500 hombr<
fendían toda la provincia de L a Plata, que limitaba con el I
português y estaba ya atrayendo la atención de m ercad ert
tánicos. En Chile las fuerzas disponibles del virreinato anl
las guerras independentistas estaban conform adas p o r nt
de 1.300 hom bres21. Perú quizás tenía 2.000 hom bres, la
va G ranada 3.500 y México 6.00022. Estas cantidades nec<
ser com plem entadas p o r la presencia de milicias no pro
nales, incluidos grandes sectores de la élite criolla. Si inch
a estos hom bres, p a ra quienes la ex p erien cia m ilitar In
sido radicalm en te diferen te, las fuerzas arm adas dispoi
serian m ayores. Por ejem plo, en el M éxico colonial el \
José de Itu rrig a y po d ia contar con aproxim adam ente 1
hom bres23. Para todo el continente, D om inguez calcula 12
fuerzas im périales de todo tipo en 180824.

Sin d u d a, las g u erras in d ep en d en tistas g e n e ra ro n sisl


m ilitares m ucho m ás grandes. Sin em bargo, los tam ano
les de los ejércitos involucrados se m an tu v iero n peq u em
la p rim era etap a de sus cam panas en tre 1812 y 1813 B<
no contaba con más de 500 h om bres y el ejército real qi

21 Estado Mayor General del Ejército de Chile, Historia del Ejército de Chile
14. Este trabajo se denominará en adelante HEC.
22 Loveman, For la Patria, 17.
23 Archer, “Army o f New Spain”, 705. Marcello Carmagnani expone la
1810 en 24.462 (“Tenitorialidad y federalismo en la formación del
mexicano”).
24 Dominguez, " I nlei nalional Wat and ( lovernment Militarization”, I.
fren tó no co n tab a con m ás de 90025. La triu n fa n te cam p an a
p e ru a n a de Bolívar inició con 2.100 h o m b res y solam ente
creció a 4.900 en el tran scu rso de la c am p an a26. Los ejércitos
de San M artin v ariab an e n tre 4.000 y 6.000 h o m b res27. El
ejército real en P erú ten ía 20.000 h o m b res, de los q u e 7.000
e ra n espanoles28. La b atalla d e A yacucho, de la q u e se po-
d ría decir fue la b atalla in d e p e n d e n tista m ás decisiva y larga,
involucró u n total com b in ad o de am bas p arte s no m ayor a
17.000 h o m b res29. Los ejércitos e ra n lev em en te m ás g ran d es
en M éxico; no obstan te, el triu n fa n te ejército T rig aran te de
Itu rb id e , co m b in an d o casi todas las fu erzas m ilitares o rg a n i­
zadas e n el área, co n tab a con m enos d e 40.000 h o m b res en
182 130. M alcom Deas afirm a que es al fin y al cabo im posi-
ble calcular el tam an o d e los ejércitos in d e p en d en tistas, p e ro
cree q u e con el paso d e los anos los d iferen tes g ru p o s a r ­
m ados in c o rp o ra ro n , d iscip lin aro n y a d o c trin a ro n a m uchos
miles de h o m b res31.

In m ed iatam en te después de las g u erras in d ep en d en tistas, los


nuevos Estados re d u je ro n d rásticam ente sus fuerzas arm adas.
Por ejem plo, el ejército arg en tin o se red u jo a 2.500 hom bres
p a ra 1825, antes de la g u e rra C isplatina con Brasil32. En C hi­
le el n ú m e ro era de 3.500 hacia la m ism a fecha33. En 1841 el
ejército boliviano se red u jo a e n tre 1.500 y 2.000 hom bres,
de u n a población de 1,8 m illones de p erso n as34. En M éxico el

25 Tovar, Historia de las fuerzas militares de Colombia, vol. 1, 129. Este trabajo se
denominará en adelante H FAC.
26 H FA C, vol. 2, 61.
27 H E C , vol. 2, 114, 167, 262; vol. 3, 15.
28 Fisher, “La formación del Estado peruano”, 466.
29 H FA C , vol. 2, 89.
30 Tenenbaum, “The Chicken and the Egg”, 358.
31 Deas, “The Man on Foot”, 5. A pesar del tamano relativamente pequeno de
los ejércitos, las guerras fueron bastante sangrientas; solo en México, entre
250.000 y 500.000 (5% de la población) hombres pudieron haber fallecido en
ellas ("Loveman, For la Patria, 32).
32 F. Best, Historia de las guerras.
33 H E C , vol. 3, 92.
34 Klein, Bolivia, 134.
declive (ai dó vein te a nos, con u n ejército red u cid o a la m
solam ente e n tre 1835 y 184635. En algunos países los eji
tos organizados desap areciero n en b u en a p arte. La Mem
colom biana de 1843 tiene d u d as en to rn o a la capacidad
G obierno p a ra reclu tar y m an ejar u n ejército de más de
h om bres36. En V enezuela las fuerzas arm adas oficiales fluc
ban p o r debajo de 2.000 hom bres, con u n a ex p ansion oc:
nal d u ra n te las luchas caudillistas37.

Sin d u d a, estas cifras crecieron en los tiem pos de g u erra,


g u erras latinoam ericanas p u d ie ro n h ab er sido relativam
cortas y exentas de tributos en el âm bito logístico, p ero co
m ieron gran d es cantidades de hom bres. Por ejem plo, d u r
la g u e rra C isplatina Brasil p erd ió más de 8.000 h o m b res38
cho que im plico u n a movilización significativa, m ientras
los argentinos enviaron 20.000 hom bres a U ru g u ay 39. El
de las fuerzas disponibles en M éxico era m áxim o de 3C
hom bres en 1846, p ero Santa A nna ténia aproxim adam
11.000 hom bres disponibles40. La g u e rra e n tre Perù y Co
bia, d e 1828 a 1829, incluyô 8.000 p eru an o s y 4.000 colon
nos41, m ientras que Chile envió más de 5.000 hom bres a
d u ra n te su g u e rra con dicho pais e n tre 1838 y 183942. S
C ruz com an d ó u n ejército de quizás 10.000 hom bres dui
la corta C onfederación Peruano-B oliviana. La g u e rra de
cífico involucrô o tra vez miles de hom bres, en las que m,
500 p u d ie ro n p erecer en am bos lados; no obstante, observ
que afin son cifras pequenas según los estándares europe<
la época. Chile movilizó quizás 50.000 hom bres d u ran te
la g u e rra y su fuerza exped icio n ária a Perù contaba c<

35 Tenenbaum, “Chicken and the Egg”, 358.


36 Deas, “Man on Foot”, 7.
37 Ziems, El gomecismo, 58.
38 McBeth, “The Brazilian Army and Its Role in the Abdication o f Pedro
39 Rock, Argentina, 1516-1987, 102.
40 DePalo, ensayo sobre el ejército mexicano.
41 HFAC, vol. 2, 129-32.
42 HEC, vol. 3, 217, 240.
m enos 10.000 soldados43. La g u e rra de la T riple Alianza lu e el
p u n to alto de la movilización militar. El ejército brasileno a u ­
m ento a 120.000-140.000 hom bres d u ra n te la g u erra, ap ro x i­
m adam en te u n 1,5% d e la población44, m ientras que el ejérci­
to arg en tin o contaba con ap ro x im ad am en te 25.000 h om bres
en el cam po de batalla45. Las cifras p araguayas son m ucho más
difíciles de calcular, p e ro p ro b ab lem en te alcanzaron m ás de
100.000 com batientes e in v olucraron prácticam ente la m ovi­
lización de u n a población com pleta. C on p érd id as de quizás
300.000 hom bres, que rep resen tan dei 60 al 70% de la p obla­
ción, P araguay fue quizás el único pais latinoam ericano que
ex p erim en to la v e rd ad e ra ferocidad de la g u e rra m o d e rn a
total46. En el siglo XX el único conflicto im p o rtan te e n tre Es­
tados fue la g u e rra del Chaco e n tre Bolivia y Paraguay, que
involucrô 400.000 h om bres y dejó más de 90.000 m u erto s47.

Las g u erras civiles p ro d u je ro n au m en to s significativos en té r­


m inos de movilización. A u n q u e Colom bia no estuvo involu-
crad a en n in g u n a de las luchas internacionales im p o rtan tes
del siglo XIX, u n a cam p an a del G obierno en 1930 que bus-
caba o to rg ar pensiones a los veteranos de las g u erras civiles
dio com o resu ltad o 18.000 solicitudes, très décadas después
del últim o conflicto im p o rtan te48. A lo largo del siglo X IX la
historia oficial de las fuerzas arm adas e n u m e ra u n a diversi-
d ad d e ejércitos libérales y conservadores que involucraban

43 H EC, vol 5, 153; vol. 6, 344. Loveman calcula que 25.000 chilenos prestaron
servicio durante algún tiem po en Perú (Chile, 190). Zeitlin habla de cifras
aun mayores.
44 Beattie, “Transforming Enlisted Army Service in Brazil”, 89.
45 F. Best, Historia de las guerras, 251.
46 El debate en torno a las pérdidas paraguayas es interesante. Reber, en “D em o­
graphics o f Paraguay”, representa el extremo inferior, y Whigham y Pottash
en “Some Strong Reservations” y en “Paraguayan Rosetta Stone” ofrecen ci­
fras mayores que las mencionadas. Si las últimas cifras son correctas, la anti-
gua leyenda del 90% de pérdidas entre los hombres puede ser verdadera.
47 Rodriguez, introducción a Rank and Privilege, xvi. Otra excepción posible seria
la minimilitarización de Perú en la década de 1930, dado que libró batallas
pequenas con Colombia en 1933 y Ecuador en 1941.
48 Deas, “Man on Foot”, 7.
e n tre 5.000 y 10.000 hom bres. Las g u erras civiles en Col'
bia fueron, en particular, violentas. U n cálculo sobre la £
rra de los Mil Dias en u m e ra 300.000 bajas49, en u n a lu
en la que p articip aro n ejércitos de más de 75.000 h om bn
La G u e rra Civil en Chile de 1891 contô con ejércitos de
de 10.000 h o m b res51. Los p rim ero s anos de la Revolui
m exicana tuv iero n ejércitos rebeldes que totalizaban 200.
hom bres lu ch an d o co n tra 50.000 soldados federales. Más
de en esta década, el ejército revolucionário aú n se m anu
con 100.000 h o m b res52. Los ejércitos caudillistas en Argen
tam bién e ra n relativam ente g ran d es al m om ento de enfre
am enazas. Rosas dispuso de 16.000 a 20.000 hom bres baj
m ando en la década de 184053. D u ran te su cam p an a fina
co n tra de Rosas en 1851, U rquiza p u d o d isp o n er de 10.
hom bres y 30.000 caballos54. Las cam panas co n tra los in
tam bién re q u iriero n de u n esfuerzo considerable. Roca, en
gentina, iniciô su “C am p an a del D esierto” en 1879 con 6
soldados y 800 indios asistentes55.

Tam bién se necesita que tengam os en cu en ta el m ayor nú


ro de hom bres, en general, que Servian en diversas mil
civiles. En algunos países, p o r ejem plo Colom bia y Venezi
estas milicias p arecen h ab er sido ficciones institucionales.
em bargo, en A rgentina la g u ard ia nacional de la Confed
ciôn en la década de 1850 incluyô en teoria 120.000 hom l
m ientras que el ejército n u n ca fue más allá de 4.000 h o m b t
En 1863 la g u ard ia estaba conform ada p o r hasta 160
hom bres y en 1880, p o r 350.OOO57. En M éxico se p résen té

49 Bustamante, Revision histórica comparativa.


50 H FAC, vol. 2, 276.
51 H E C , vol. 7, 237; Zeitlin, C ivil Wars in Chile, 212.
52 Lieuwen, “Depoliticization o f the Mexican Revolutionary Army, 1915-1940
53 Halperin-Donghi, Guerra y finanzas, 230.
54 F. Best, Historia de las guerras.
55 F. Best, Historia de las guerras.
56 Auza, “El ejército en la época de la confederación”.
57 Reseha histórica y orgânica del ejército argentino, 8 6 .
diferencia sim ilar en tam ano, el ejército de D ia/ se calculaba
en 40.000 hom bres, p e ro la reserva de la g u ard ia nacional la
conform aban 160.00058. N o obstante, com o discutirem os más
adelante, en n in g ú n lu g ar la g u ard ia nacional d esem p en ó un
pap el m ás cercano al im aginado p o r aquellos que p ro p o n ían
u n a nación en arm as que en Chile. No solam ente, com o se
m u estra en el cu ad ro 5.2, la g u ard ia e ra m ucho más g ran d e
que el ejército, sino que tam bién incluía cerca dei 5% de la
población.

C uadro 5.2 H om bres chilenos en arm as, Ejército vs. G uardia Nacional

1830 1840 185Ó 18110 1870* 1880*


G uardia 2 5 .0 0 0 4 7 .7 3 8 62.311 4 0 .6 9 6 6 6 .0 0 0 5 3 .0 0 0
Ejército 3 .0 0 0 2.661 3 .2 1 9 2 .7 9 6 9.6 0 0 7.1 0 0

Fuente: Estado M ayor G en eral Ejército, H istoria d ei Ejército d e Chile.


* 1879y 1885.

El pacífico siglo XX vio el establecim iento de ejércitos gene-


ralm en te p equenos que estaban com puestos p o r reclutas m e­
d ian te u n sistem a de reclu tam ien to universal — de nuevo en
teoria— y u n núcleo profesional (ver m ás adelante)59. C om o se
m uestra en el cu ad ro 5.3, los ejércitos se h an m an ten id o re la ­
tivam ente pequenos. Es difícil co m p arar las cifras de reclutas
y los porcentajes de cohortes con las co n trap artes eu ro p eas y
estadounidenses, d ad a la desaparición dei llam ado a filas en
la década de 1980. U n observador calcula que globalm ente el
20% de los hom bres jó v en es en el co n tin en te serán afectados
p o r el llam ado a filas60. El critério g en eral en to rn o a estos
ejércitos, con excepción de casos especiales com o el de Cuba,

58 English, Armed Forces o f Latin America, 304.


59 Parece haber existido un “eco” relativamente corto de creciente participación
militar durante los períodos de populismo nacional (por ejemplo, Perón en
Argentina y Vargas en Brasil).
80 Maldonado Prieto, “El caso de América Latina”.
n i l l i iciiluu Liuuciucuiuo

es que la experien cia m ilitar no es generalizada y afecta a


p eq u en a p arte de la población61.

C uadro 5.3 El servicio m ilitar en 1995

Porcentaje de Cohorte Dura


Fuerzas A rmadas Reclutas
población (% estimado) (mei
A rgentina 6 7 .3 0 0 0.2 18.100 3 f
B olivia 3 3 .5 0 0 0,4 2 0 .0 0 0 14 i:
Brasil 2 9 5 .0 0 0 0,2 1 3 2 .000 4 i:
C hile 9 9 .0 0 0 0,7 3 1 .0 0 0 11 12-
C olom bia 1 4 6 .4 0 0 0 ,4 6 7 .3 0 0 9 12-
Cuba 1 0 5 .0 0 0 0 ,9 7 4 .5 0 0 28 2
E cuador 5 7 .0 0 0 0,5 3 0 .0 0 0 14 1
ES W KÈ 3 0 .5 0 0 0,5 2 0 .0 0 0 18 1
G uatem ala 4 4 .2 0 0 0 ,4 3 0 .0 0 0 17 3
H o n d u ra s 18.800 0,3 13.200 13 24
M éxico 1 7 5 .000 0,2 6 0 .0 0 0 3 1
Paraguay
sgg» 2 0 .3 0 0 0 ,4 : 12,900 13 1
Perú 1 1 5 .000 0,5 6 5 .5 0 0 14 2
V enezuela 5 7 .0 0 0 0,3 3 1 .0 0 0 7 3

Fuente: IISS, T he Military Balance, 1995-1996 (Londres 1995), 204-28.


Nota: el porcentaje se basa en un cálculo dei tamano de la cohorte
masculina de hombres entre los 18 y 19 anos en cualquier ano.

Organízación y reclutamiento

Todas las regiones que buscaban in d ep en d izarse de Es]


habían establecido u n a reivindicación constitucional en

61 Debemos observar que muchos ejércitos, en particular en el siglo XI


decieron lo que Roquie denomina “venezolanismo”, en el que la prop
de oficiales con respecto a soldados es demasiado alta; por ejemplo, en e
de 1900 había 93 oficiales por cada 100 soldados enlistados (Villanuev;
cito Peruano, 35). Había demasiados oficiales por la necesidad de formai
de una comisión de las élites provinciales o asignar puestos a los aliados,
se mantuvieron con el fin de evitar conflictos sobre las pensiones. El res
indica que incluso las bajas cifras no representaban un gran grupo unii
experiencias comunes, sino que a menudo significaban una pirâmide (
ficada que n<> liiineiilaba la cohesión. Los datos sugieren que esta situai
resolvió en el pei iodo poslerior a la Segunda Guerra Mundial.
no a la ciu d ad an ía en tiem pos de em ergencia nacional62. Por
ejem plo, en el caso de A rg en d n a se co n fo rm aro n dos batallo-
nes de milicia local en resp u esta a las am enazas indias y p o r­
tuguesas63. La invasión britânica de 1806 g en eró u n llam ado a
todos los hom bres aptos p a ra que in g resaran a la milicia64. No
es claro qué tantos soldados, milicianos o voluntários no entre-
nados conform aban la fuerza militar. Estos últim os estaban o r­
ganizados en to rn o a u n p rincipio de servicio no con tin u o que
la adm inistración colonial p lan teó sim plem ente en tiem pos de
em ergencia65. Las milicias ofrecían incentivos en com paración
con los ejércitos y hacían d em andas. “E ran básicam ente loca-
les y la posibilidad de que se co nvirtieran en algo distinto no
entusiasm aba a la tro p a ”66.

Ambos lados de las g u erras in d ep en d en tistas buscaban crear


ejércitos m ed ian te diversos medios. Las áreas bajo control
rebelde en Chile p ad eciero n intentos de reclu tar a todos los
hom bres con edades de e n tre 16 y 60 anos en 1811 y la form a-
ción de batallones ciudadanos en 181367. Los ejércitos reales
en M éxico básicam ente secuestraban a los hom bres, que eran
luego “encarcelados bajo o rd en es m ilitares p a ra evitar que de-
sertaran, y luego m a rc h aran en cuerdas, en cad en ad o s com o
crim inales cam ino a sus presidios”68. Brasil fue u n a excepción,
ya que no vivió la m ovilización en m asa que sucedió en m u-
chas partes de la A m érica espanola.

Es im p o rtan te an o tar que las fuerzas p ro in d ep en d en tistas, si


bien eficaces m ilitarm ente, no constituían “ejércitos naciona-
les”. A unque en algunos casos, su perso n al co m p artia orígenes

62 La Constitución colombiana de 1886 es relativamente típica: “[CJiudadaiios


obligados a tomar las armas cuando las necesidades públicas lo exijan, para defender la
independencia nacional y las instituciones patrias”.
63 J. Ferrer, “T he Armed Forces in Argentine Politics to 1930”.
0,1 Resena histórica y orgânica, 1.
M Ortiz F.scampilla, Guerra y gobiemo, 262.
“ Deas, “Man on Foot”, 9.
1.7 HEC, vol. 2, 42.
1.8 Archer, “Royalist Army in New Spain”, 76.
geográficos, eslaba organizado en representación de pro to e
tados69. En m uchas form as, estos ejércitos n u n ca se desarroll;
ro n más allá d e u n a form a de milicia provincial, con algunc
pocos profesionales que lideraban, p o r lo general, masas de
organizadas70. Estos ejércitos ra ra vez llevaban u n a bandei
nacional; luchaban p o r u n líd er o p o r ideas abstractas de “1
b e rta d ” o “A m érica”.
En el p erio d o p o sterio r a las g u erras in d ep en d en tistas la m:
yoría de los sistem as m ilitares d ejaro n de existir. Lo anterit
fue in d u d ab le en A rgentina después de 1828. Los esfuerzt
p a ra librarse dei ejército bolivariano dejaro n a Colom bia ca
sin ejército en la década de 184071. Incluso las g u erras tuvi
ro n u n efecto p e rm a n en te m en o r; en el p erío d o posterior, 1<
ejércitos eran , p o r lo general, m ás p eq u en o s que el statu qi
prebélico. Las capacidades organizacionales de los ejércitos
au n su estabilidad institucional estuvieron en d u d a d u ra n
el siglo XIX. U n oficial brasileno po d ia afirm ar después de
T riple Alianza: “Todos saben que n u estro ejército no exist
que n u n ca tuvo form a alguna, que n u n ca estuvo organizado
que, en consecuencia, es relativam ente p ro n to p ara reform a
lo. Lo que necesitam os p ro teg e r ah o ra, con urgência y tenat
dad, es su p rim e ra organización”72.

Parece haber existido poco entusiasm o p o r ingresar al ejé


cito en cualquier país. El ejército tenía u n a mala reputacic
universal; no ofrecía incentivos m ateriales y el patriotism o i
podia com pensar la diferencia. Por ejem plo, d u ra n te la gu
rra de Paraguay, Brasil hizo varios intentos p o r au m en tar
reclutam iento y el G obierno creó diferencias de estatus entre

69 Los ejércitos más grandes eran extremadamente heterogéneos e incluían u


gran variedad de extranjeros. En la batalla de Ayacucho se podían encont
representantes de todos los futuros Estados de Suramérica, espanoles, y ha
unos pocos veteranos franceses dei repliegue de Moscú (Fisher, “La formaci
dei Estado peruano”, 465).
70 A n n in o , “S o b e ra n ía s e n lu c h a ” , 252.
71 B u sta m a n te , R m m á n histórica comparativa, 24.
72 M cC ann, " T h e N ation al A n n s ”.
ejército reg u lar (escaso) y los Voluntários d a Pátria, pero nunca
fueron suficientes p ara satisfacer las necesidades m ínim as73.

Las facultad es y fu erza n ecesarias p a ra el rec lu ta m ie n to


e ra n , en g e n era l, d em asiad o p a ra los E stados n acien tes. El
re c lu ta m ie n to y el servicio m ilitar o b lig ato rio te n ía n cos-
tos políticos, ad m in istrativ o s y fin an ciero s. Solo el h ech o de
alistar a los soldados e n té rm in o s de tra n s p o rte , ro p a y ali-
m e n tació n re p re s e n ta b a m u ch o m ás de lo q u e la m ayoría
d e G obiern o s p o d ia m a n e ja r74. Las relacio n es con las p r o ­
víncias e ra n p a rtic u la rm e n te p ro b lem áticas en este tem a.
Por ejem p lo , el le v an tam ien to d ei ejército a rg e n tin o p a ra
la g u e rra C isp latin a en 1825 fue re tra sa d o p o r la re n u e n -
cia de las pro v ín cias a s e p a ra rse y p o r las c o n tin u as rev u el-
tas locales, q u e p a re c ía n m ás u rg e n te s p a ra las a u to rid a d e s
a tin e n te s 75. De h ech o , los esfuerzos p o r re c lu ta r h o m b res
p ro d u je ro n , a m e n u d o , reb elio n es q u e n ecesitab an fu erzas
m ás g ra n d e s p a ra q u e se estab lecieran lo calm en te. Las m ilí­
cias locales tu v iero n d ificu ltad es p a ra a u m e n ta r el n ú m e ro
d e h o m b re s y n ece sitaro n , p o r lo g en era l, u sa r las m ism as
tácticas d e p re sió n d e los G o b iern o s c e n tra le s76. El re c lu ­
ta m ien to forzoso a u m e n to m ás el od io hacia el ejército y
este h ech o obligó a los m ilitares a lid ia r co n estos esfuerzos
com o si fuese u n a c a m p a n a d e o cu pación.

El reclutam ien to forzoso co n tinuo d u ra n te el siglo XIX; no


obstante, fue más com ún m ed ian te m edios políticos no esta-
tales. Los caudillos de las províncias argentinas solían e x tra e r
los recursos h u m an o s disponibles p ara ellos en su región. Ro­
sas efectivam ente im puso u n “im puesto de san g re” sobre la
población p o rte n a 77.

75 Beattie, “Transforming Enlisted Army Service”.


74 Deas, “Man on Foot”, 15.
75 F. Best, Historia de las guerras.
70 G. T hom pson, “Los indios y el servicio militar”,217-18.
77 Salvatore, “Reclutamiento militar,disciplinamiento y proletarización en la era
de Rosas”, 30.
Una vez que se estaba en el ejército, era, p o r lo general, diík
salir. El periodo estándar de perm anência parece haber sido d
seis anos; ien Brasil era de dieciséis anos!, y, a m enudo, se an
pliaba usando distintos m edios78. Si bien aquellos ejércitos qu
existían estaban, en teoria, com puestos p o r “voluntários”, si
núm eros eran, p o r lo general, com plem entados p o r aquelk
que habían sido condenados a p restar servicio p o r cualquic
crim en o que sim plem ente habían estado en el lugar y m om ei
to equivocados. Por ejem plo, los peones que eran encontradí
fuera de sus haciendas podían ser reclutados p o r patrullas c
reclutam iento forzoso im punem ente. A bundaban las leyend;
d e individuos que habían sido literalm ente sacados a las calle
Las políticas p erm an en tes de enviar dichos “reclutas” a la froi
tera sugieren que los G obiernos sabían de la procedência c
sus soldados79. Los hom bres reclutados p o r patrullas de recli
tam iento forzoso en la región in terio r de Brasil eran encad
nados y luego llevados a las bodegas de los barcos antes cle s<
enviados a Rio80. U na fuente afirm a que en tre u n a tercera p ar
y la m itad de ellos m orían d u ra n te el reco rrid o 81. De acuerc
con el general C u n h a Mattos: “[L]a p eo r desgracia en todo
universo es ser reclutado en Brasil. Es un verd ad ero castigo; i
soldado raso es considerado u n esclavo m iserable”82. AbuncU
las historias que hablan de aldeas que quedaban vacías al esc
char que se acercaba el batallón de reclutam iento83.

78 Dadas las dificultades para el reclutamiento, no era de sorprender que


ejércitos quisieran mantener a todos aquellos que ya tenían. En 1872, c
una tercera parte de los reclutas en el ejército argentino habían cumplido c
veces su contrato d e cuatro anos (J. Ferrer, “Armed Forces”, 29).
79 Tenenbaum, “Chicken and the Egg”, 357.
80 Se encuentran referencias a hombres encadenados en casi todos los casos.
81 McBeth, “Brazilian Army”, 76.
82 Citado en McBeth, “Brazilian Army”, 76.
83 Un lamento popular rezaba así: “Agua Preta, adeus, adeus / Não sei quandc
verei / Vou recrutodo p ’ro sul / Catra la razão, contra a lei. Deixo esposa que >
ama / Deixo filinhos menores / Muitos parentes e amigos / Deixo por t<
arredores... Em Um colete de couro / Preso no terão comprido / Marcho
pé p’ra cidade / ( lomo.se for a um bandido” (tomado de De, ed., Folk-Lore I
nambuccmo (1908), 323, reproducido en Joffily, “O Quebra-Quilo”).
La deserción seguia siendo u n p ro b lem a constante. En parte,
com o resp u esta a las deplorables condiciones bajo las que vi-
vían los soldados. Los soldados brasilenos en 1905 e ra n aú n
la escoria de la sociedad y tratados com o tales. Los hom bres
e ra n alojados en malas condiciones y ra ra vez recibían pago;
el analfabetism o era generalizado; m uchos sufrían de m alaria
y parásitos, y apenas se les sum inistraba u n a dieta in adecuada;
la disciplina era rigurosa, incluso b ru tal (se perm itia el castigo
corporal en la m ayoría de los países hasta el últim o cu arto dei
siglo X IX )84. U na causa adicional de deserción la constituían
las preocupaciones de los reclutas en relación con el hecho de
que sus familias no p u d ie ra n m a n te n e r el control de la tierra
y de otros recursos en su ausência.

El m ed io siglo de declive m ilitar tuvo sus excepciones. Así,


en la d écad a de 1830 S anta C ruz p u d o resu citar al ejército
boliviano en sus esfuerzos p o r c re a r la C o n fed eració n Pe-
ru ano-B o liv ian a85. En o tro s lu gares, las fuerzas que hab ían
lo g rad o la in d e p e n d e n c ia sig u iero n siendo el n úcleo p a ra los
nuevos ejércitos, com o en el caso de E cu ad o r bajo el d o m in io
de Flores. Allí, la necesid ad de d o ta r d e p erso n al al ejérci­
to a m e n u d o im p o n ía sus pro p ó sito s y, en consecuencia, el
ejército, en g en eral, se c en trab a en acciones p eq u en a s que
p ro d u je ra n botines p a ra pag arles a los h o m b res o a sus aus-
piciado res políticos86.

D u ran te el siglo X IX en casi todo el co n tin en te la influencia e


im portân cia de las milicias pop u lares y las guardias nacionales
alcanzaron su apogeo. En el C ono S u r y en México estos g ru ­
pos se constituyeron en actores centrales d e los acontecim ien-
tos políticos. En A rgentina y M éxico rep resen tab an , en g ran
m edida, intereses locales y de las provincias, m ientras q u e en
Chile la g u ard ia nacional ayudaba a consolidar el dom inio

84 McCann, “Nation at Arms”, 217.


85 Diaz Arguedas, Fastos militares de Bolivia, 150.
86 Bustamante, Revision histórica comparativa, 45.
centralista. Algunas veces la p erten en cia a la milicia se i
p ara evitar el serv id o m ilitar “re a l”; en otras, eran los res
sables de la m ayoría de luchas. El desarrollo de estos ejéi
alternativos refleja dos de los tem as discutidos en capí
an terio res y las lim itaciones asociadas en to m o a la autoi
dei Estado. P rim ero, las milicias y g uardias nacionales ■
p o r lo general, criaturas de po d eres regionales y buscaba
form a explícita, lim itar las tendencias centralistas. Segu
su com posición era con frecuencia excluyente al dem c
que la ciudad an ía, según lo indican sus obligaciones asoci
estaba restrin g id a a la élite.

Las regulaciones con respecto a las milicias eran , las m;


las veces, el p u n to de conflicto e n tre las au to rid ad es cenl
y las p ro v in d as. Por ejem plo, en M éxico los liberales c<
bían la milicia civil com o u n balance controlado localn
con respecto a u n ejército federal. Las au to rid ad es cem
resp o n d ían dei mism o m odo. U na ley de 1827 solicitab;
los Estados m an tu v ieran u n a p ro p o rció n de 1 p o r cad;
m iem bros de la población prestos p a ra el com bate; no o t
te, en 1835 las au to rid ad es federales in ten taro n reducii
pro p o rció n a 1 p o r cada 500 h om bres con el fin de limi
tam ano de los ejércitos d e las p ro v in d as87. Las guardias
milicias tam bién p o d ían ser usadas com o u n arm a de
En la década de 1830 la g u ard ia en Perú estaba confori
p o r ciudadanos con u n estatus social y económ ico rei:
m ente alto. En 1841 la g u ard ia nacional rechazaba el in;
de vagabundos y aceptaba unicam en te aquellos que tuv
u n oficio conocido y que vivieran en la capital. En anos
teriores, la m ism a g u ard ia seria ju z g a d a responsable de
p arte de la o p resión p o sterio r a la d e rro ta co n tra Chile
precisam ente la g u ard ia la que b rin d ó la base p a ra rep rii
resistência de la clase baja nacionalista88. La g u ard ia nac
de Brasil, cread a en 1831, reem plazó a los m ilitares en \

87 Santoni, “A Kear o fth e People”, 272.


88 Villanueva, Ejército peruano.
lugares d ad o que estos últim os fu ero n trasladados a la fron-
tera. La g u ard ia estaba m ás a tono con los intereses de la élite
ya que estaba solam ente abierta a la m inoria con ingresos tales
que les p erm itieran ser aptos p ara vo tar89.

Un país te n ía e x p erien cia s d ife re n te s con los m ilitares de-


p e n d ie n d o dei p e rio d o . A ntes de la g u e r r a con Estados
U nidos, las milicias m ex ican as se p a re c ía n m ás a las fuerzas
a u tárq u icas y caóticas vistas en o tras p a rte s dei c o n tin en te .
No o b stan te, d esp u és de 1848 los liberales p u d ie ro n fo rja r
u n a fuerza de lu ch a n acio n al a p a rtir de reca u d o s locales.
Fue la m ilicia la q u e d e r r o tó a los co n serv ad o res en la d é ­
cada d e 1850 y a los fran ceses en la d e 1860. Tal fu erza
p o d e ro sa re p re s e n ta b a u n a am en aza p o ten cial p a ra los g o ­
b iern o s p o sterio re s. Díaz, q u e h ab ía d e p e n d id o d e la milicia
p a ra alcan zar el p o d er, d ecid ió ab o lir la g u a rd ia nacio n al en
1888 y re to m a r estratég ias p o te n c ia lm e n te m en o s pelig ro -
sas en to rn o al re c lu ta m ie n to 90.

El reclutam iento p a ra la g u ard ia era a m e n u d o más fácil que


p ara el ejército regular, p u es se ofrecían incentivos. En M é­
xico, d u ra n te los m ejores anos de la g u ard ia, el servicio les
exim ia d e u n im puesto especial91. En Brasil, el servicio en la
g u ard ia b rin d ab a u n escape al reclutam iento en el ejército,
u na exención que servia com o base p a ra el co n tro l social de
regiones p o r los coronéis, q u e en u m erab an a sus clientes y,
más im p o rtan te, a sus arren d atario s, p ro teg ien d o así la m ano
de obra local92. C uriosam ente, estos p o d eres locales se op o n ían
a intentos posteriores en to rn o al servicio m ilitar obligatorio
puesto que les p rivaria de este bien político fu ndam ental.

89 McBeth, “Brazilian Army”, 126.


90 G. Thom pson, “Los indios y el servicio militar”; Mallon, Peasant and, Nation.
91 G. Thom pson, “Los indios y el servicio militar”, 231.
92 Resistência parecida por parte de los terratenientes para dejar ir a sus arren­
datarios en México y Chile (G. Thom pson, en “Los indios y el servicio militar”,
227-28; Collier y Sater, History o f Chile, 138; Beattie, “Transformation Enlisted
Army Service”).
N inguno de los países suram ericanos había organizado sistt
mas de servido m ilitar obligatorio, sino hasta finales de siglc
Se p o d ría decir que A rgentina fue el p rim ero en establecer t
llam ado a filas. U n a ley de 1865 hizo obligatorio el servicio e
la g u ard ia nacional p ara todos los ciudadanos argentinos co
edades e n tre 17 y 40 anos. C om enzando en 1872, las pro v ir
cias supuestam en te debían reclu tar a los conscriptos m ediant
u n a loteria. Este sistem a se tran sfo rm o en 1895 en u n llam ad
a filas universal, p o r el cual todos los hom bres debían presta
servicio d u ra n te sesenta dias93. U na qu in ta p arte de estos hon
bres tenía que p re sta r servicio p o r u n ano com pleto94. La Le
Ricchieri de 1901 y sus enm iendas en 1905 y 1907 establecía
el servicio obligatorio p ara todos los argentinos com enzando
los 20 anos de ed ad . Este llam ado a filas elim inó al ejército v(
luntario, ah o ra lim itado a sectores especializados y a los cuei
pos adm inistrativos. Las reform as incluían la elim inación ck
p erso n ero o m ecanism o m ediante el que se po d ia co m p ra r u
reem plazo. N o obstante, solam ente la m itad de u n a cohorl
podia ser, en teoria, reclutada, ya que el resto estaba “exent
p o r razones físicas, consideraciones de d ep en d en cia, partic
pación en p ro g ram as de reserva y factores p resupuestales qr
lim itaban el n ú m e ro de hom bres p a ra e n tre n am ien to ”95. Pc
ejem plo, en 1920 ap ro x im ad am en te u n 25% de la co h o rte ei
llam ado a filas. D u ran te los siguientes veinte afios se presenl
u n g ran crecim iento en el tam an o dei ejército, con el doble c
cohortes en la d écada de 1930, y el in ten to d u ra n te el dom in
de Perón de llam ar a filas a todos los hom bres aptos96. De
pués de la caída de P erón el ejército im p lem en to u n a cohor
sistem áticam ente más pequena.

Chile estableció u n sistem a de servicio m ilitar obligatorio e


1900. Las estipulaciones e ra n parecidas a las de A rgentin

93 J. Ferrer, “Armed Forces”, 52-53.


94 Feijoó y Sabato, “Las mujeres frente al servicio militar”, 5.
95 Potash, “Argentina”, 90.
96 Rouquie, Poder military soeiedad política en la Argentina, vol. 1, 305, 307; Pota.*
Army and Politics, IV 4 5 -I9 6 2 , 83.
no obstante, parecia que las fuerzas arm ad as liabían atraído a
un g ran porcentaje de la población, ap ro x im ad am en te 9.000
hom bres, o u n a tercera p arte de la co h o rte anual en la década
de 191097. En la era de la p o sg u erra, el p o rcen taje había sido
cercano al 20%. Brasil evidencio u n esfuerzo inicial p ara u n a
ley en to rn o al llam ado a filas p o sterio r a los desastres m ilita­
res de la p rim era m itad del siglo X IX, que cu lm in aro n con la
g u erra de la Triple Alianza, que a su vez llevô a la presenta-
:iôn de u n a nueva ley de llam ado a filas en 1874 la cual, en
eoría, preven ia los abusos e ineficiencias del sistem a anterior.
\1 igual que en la m ayoria de países latinoam ericanos, los p o ­
ires, que p o r lo general habían llenado las tropas, vieron al
îuevo sistem a con m ucho escepticism o. La im ag en del ejérci-
n era tan negativa que cu alq u ier cosa que oliera a posible re-
lutam iento era odiada y m uchos de los “h o n o rab les” pobres
m scaban evitar ser asociados con el “lu m p e n ” que tradicio-
îalm ente había conform ado el ejército98. Solam ente en 1906
4 ejército y el G obierno co m en zaro n a acep tar la idea de u n a
îaciôn en arm as. La ley de llam ado a filas se m antuvo im per-
écta d ad o que la a u to rid ad se apoyô en las au to rid ad es locales
)ue necesitaban el p o d e r y la com petencia p a ra sacarla ade-
ante; no contaban con n in g u n a de las dos. Finalm ente, Brasil
uvo el p rim e r v erd ad e ro llam ado nacional a filas en 1916, en
)arte com o resp u esta a la P rim era G u erra M undial, u sando
egistros civiles y lista de votantes p a ra u n a loteria. Incluso en
:se m om ento el ejército solam ente llam ô a u n 2,5% de la co-
îorte, de los que solam ente la m itad se p resen tô p a ra el exa-
nen físico99. Paraguay parece h ab er establecido su llam ado a
ilas en 1916. C olom bia no instituyô u n llam ado a filas sino
lasta 1920 y V enezuela hasta 1936. Sin em bargo, com o vimos
discutirem os más adelante, el llam ado a filas no universalizo
1 servicio m ilitar ni lo hizo socialm ente n eu tral. En la década
le 1990 todos los países latinoam ericanos, excepto Paraguay,

H EC, vol. 8, 26.


Meznar, “T he Ranks o f the Poor”.
McCann, “Nation at Arms”, 234.
tenían algún tipo de servicio m ilitar obligatorio. Si bien varia-
ban las norm as en to rn o al registro en tre los diferentes países,
n in g u n o utilizaba la co h o rte com pleta disponible.

Es im p o rtan te reco n o cer el giro significativo en la co n d u cta y


organización m ilitar que sucede al final dei siglo XIX. C om en­
zando a finales de la d écada de 1880 en Chile, u n a serie de
m isiones eu ro p eas visitaron los p o d eres m ilitares más im p o r­
tantes en L atinoam érica con el fin de crear sistemas institu-
cionales más m o dernos. C ada país tenía sus auspiciadores con
legados posteriores en lo relacionado con perspectivas y estilo
m ilitar100. Estas m isiones fom entaban y apoyaban la profesio-
nalización d e los m ilitares en g en eral y ayudaban a reg u larizar
las form as de reclu tam ien to y el tam an o de los ejércitos, com o
lo discutim os. Para nuestros propósitos, el p u n to im p o rtan te
es que si bien las m isiones fu ero n exitosas en crear suceso-
res internacionales p a ra los ejércitos caudillistas, no crearo n
“escuelas p ara la nación”. La m ism a profesionalización, com ­
b in ad a con la ausência de tensiones y com petência geopolíti-
ca, arg u m en tab an razones en co n tra de los ejércitos masivos.
Q u ed aro n entonces organizaciones que funcionaban m ucho
m ejor y se parecían m ucho más a los tipos w eberianos ideales.
N o obstante, seguían siendo peq u en o s y afectaban las vidas de
u n a m inoria relativam ente p eq u en a de la población de cual-
q u ier país. Se ensenaba nacionalism o y patriotism o, p ero las
aulas de clase seguían, en g ran m edida, desocupadas.

)Por qué ejércitos pequenos?

En resu m en , los ejércitos de L atinoam érica eran , p o r lo g en e­


ral, bastante p eq u en o s en n ú m ero s absolutos. En térm inos dei
porcentaje de la población n u n ca absorbieron segm entos sig­
nificativos d e las cohortes atin en tes ni sirvieron com o u n rito
de iniciación institucional p ara las nuevas generaciones. Las
lim itadas excepciones a esta regia fu ero n episódicas y n u n ca

,0# Lovernmi, For la I‘atria; Nunn, Yesterday’s Soldiers y Time o f the Generals.
lu raro n lo suficiente p a ra crear u n a sola generación de hom -
ires con la m em ória de servicio institucionalizada en to rn o al
istado. A ún más im p o rtan te, en m uchas de las ocasiones en
ue los hom bres tom aban las arm as, no lo hacían bajo el aus-
icio dei Estado; su p erio d o de servicio no coincidia con u n a
ículcación en las virtudes de la nación y sus servicios no eran
scom pensados con u n com prom iso de ex p an sio n de los de-
schos ciudadanos. Si el Estado dem ocrático co n tem p o rân eo
n E u ro p a y Estados U nidos le debe tan to al reclutam iento en
íasa, no debem os so rp ren d ern o s de en c o n tra r que las insti-
tciones latinoam ericanas difieren tanto de sus co n trap artes
jro p e a s y estadounidenses en m uchos aspectos.

’o r qué e ra n tan p equenos los ejércitos? iP o r qué estos países


ipuestam ente militaristas no incluyeron m ayores segm entos
2 la población? iP o r qué, a p esar de las preocupaciones de la
ite al final dei siglo en to rn o a la creación de u n a nación en
mas, estos países no u saro n el llam ado a filas?

imero, existe la ausência de cualquier necesidad clara de


andes ejércitos. Sin d u d a, en el siglo XX seria difícil justificar
costo político, económ ico y social de grandes ejércitos. En
s casos europeos, las g uerras o u n a am enaza sem iperm anente
racterizaron la era de los ejércitos en masa. N o existia n in g ú n
ibiente de tal tipo en Latinoam érica. No obstante, los instru-
entos de g u e rra p odían crear su pro p ia necesidad al igual
ie las diferentes estratégias de movilización p u d ie ro n haber
ntribuido al inicio de la P rim era G u erra M undial. Incluso en
sencia de u n a am enaza ex tern a se hubiese p o dido h ab er d e­
tido la utilidad dei ejército com o una base de entren am ien to
cionalista y u n depósito económ ico p ara el exceso de m ano
obra. De esta form a, al m enos, la ausência de conflictos mili-
es continuos privó a los Estados latinoam ericanos dei tipo de
ím ulo de desarrollo asociado con la guerra.

ro surge de nuevo la p re g u n ta de si los Estados h u b ieran


dido usar dichas o p o rtu n id ad es. Sin d u d a, existe la difi-
tad de organizar dicho esfuerzo. Com o hem os visto en ca-
pítulos anteriores, pocos Estados latinoam ericanos ten ían la
capacidad institucional p ara m o n ito rear el p ro g reso de las co­
hortes p o r edad; a le rta r a las au to rid ad es ap ro p iad as sobre el
hecho de que miles de hom bres jóvenes, si no millones, alcan-
zaban la edad; co o rd in ar sus apariencias fren te a las ju n ta s de
reclutam iento y organism os similares; organizar su tran sp o rte
a los depósitos centrales; sum inistrar los m ateriales básicos r e ­
queridos p a ra el e n tre n am ien to y utilizarlos de m a n era racio­
nal. O tra vez observam os el acertijo causal en la utilización de
la g u e rra com o co n stru cto ra de instituciones: esta estrategia
req u ie re la existencia previa de u n a base organizacional sobre
la q ue p u ed a llevarse a cabo la construcción.

Tam poco debem os asum ir que u n pueblo arm ad o sea perci-


bido com o u n beneficio absoluto. En p arte, se p u ed e explicar
el fracaso en la creación de u n ejército más g ran d e p o r el h e ­
cho de que dicha estrategia p u d o h ab er ido en d etrim en to de
sectores económ icos im p o rtan tes. U na elim inación sistem ática
de jóvenes hom bres cam pesinos no hubiese sido, con to d a se-
g u rid ad , bienvenida p o r las élites agrícolas. D espués de 1900
la creación de déficits de m ano de o b ra u rb an a tam poco h u ­
biese sido ciel in terés de los industriales. Si consideram os que
el ejército hubiese b rin d a d o o p o rtu n id ad es p ara la organiza-
ción, la creación de red es de am istad y hasta p ara el d esarro -
11o d e u n a conciencia de clase, se en tien d e más fácilm ente la
ren u en cia de las élites.

Q uizás aú n más im p o rtan te, el hecho de que se a rm a ra n las


razas y clases po tencialm ente am enazadoras rep resen tab a u n
obstáculo politicam ente insuperable. Vale la p en a an o tar que
los Estados del siglo X IX, si bien en g ran m ed id a incapaces o
sin voluntad de crea r g ran d es ejércitos form ales en resp u esta
a am enazas extern as, no ten ían tal dificultad en organizar m i­
licias im presionantes y socialm ente excluyentes. El hecho de
que se a rm a ran aquellos que tu v ieran algo que p e rd e r en to r­
no a un cam bio de las condiciones sociales era u n a cosa; otra
era el hecho de que se a rm a ran aquellos que quizás buscaban
potencialm ente tal cam bio. El d esarrollo dem ográfico de los
ejércitos latinoam ericanos se debió más que a u n simple tem o r
de raza; no obstante, se p o d ría decir que fue el factor más im ­
p ortante. El aspecto cen tral es que u n a sociedad dividida fuer-
tem ente estaba, en g ran m edida, p riv ad a de u n m ecanism o
con u n registro co m p ro b ad o de fom ento d e cohésion social.
U n ejem plo exitoso es la absorción de A rgentina de im m igran­
tes italianos, hecho que a p u n ta a cóm o p u d o h ab er fu n cio n a­
do. A nte la ausência de u n ejército u n ido, volvemos de nuevo
a la p re g u n ta que persiguió a la construcción de la nación y
dei Estado desde la ind ep en d en cia: énación d e quién?

Ciudadanía y equidad

En E u ropa y Estados U nidos el ejército en masa tam bién sig-


nificaba la creación de u n a nación do n d e, podríam os decir, no
había existido ninguna. La articulación de dicha nación es el
aspecto más im p o rtan te de la masificación de la guerra. El re-
clutam iento fom ento u n a actitud diferente hacia el Estado, ba-
sada en identidad colectiva y ciudadanía com partida. El vínculo
en tre el conflicto m ilitar y la lealtad nacional es bien conoci-
d o 101. La conciencia histórica que ayuda a fo rm ar u n sentido de
“nosotros” necesita u n “ellos”, y la g u erra b rin d a u n a excelente
o p o rtu n id ad p ara hacer hincapié en esta dicotomia. Dicho de
m anera simple, la m an era más ráp id a de construir u n a nación
es haciendo u n ejército102. De acuerdo con Best, los ejércitos
sirvieron com o escuelas de patriotism o nacionalista103. El caso
de Prusia es quizás el más extrem o. El concepto de Prusia so­
lam ente com ienza a desarrollarse d u ran te las g u erras dei siglo
X V III104. En consecuencia, el ejército sirvió p ara adoctrinar a
la población en los valores que ah o ra asociamos com únm en-

111 A. Smith, “War and Ethnicity”.


02 Porter, War and the Rise o f the State, 18.
“s G. Best, “Militarization o f European Society”.
04 Paret, Understanding War.
te con la Alemania im perial del siglo X IX 105. En este proceso,
la contribución del ejército como institución fue fundam ental:
después de 1815 y, en particular, después de 1870, se le confió
más al ejército la tarea de adoctrinar a los reclutas p ara que
creyeran en u n a iden tid ad nacional definida desde arriba. Fue
el em budo m ediante el cual la m onarquia H ohenzolhern buscó
asegurar su base popular.

U n proceso sim ilar o cu rrió en Estados diferentes a Prusia.


R alston describe cóm o, a p esar del rig o r del ejército, el re-
c lu tam ien to ay u d ó sin d u d a a c re a r u n m ay o r sen tid o de
id e n tid a d nacio n al e n tre los fellah in eg ip cio s106. El ejército
d e se m p e n ó u n p a p e l fu n d a m e n ta l en el desarrollo dei n a ­
cionalism o ja p o n ês siguiendo la Revolución Meiji. El p atró n
francês e ra similar, p e ro aqui la identificación dei ejército con
la nación provino más d e abajo. P reo cu p ad a p o r u n a repeti-
ción napoleónica y cautelosa de las fuerzas tradicionales, la
T ercera República buscó crear u n ejército a im agen de la g en ­
te 107. La experiencia israelí ha estado más d en tro de estos p a râ ­
m etros; el ejército rep resen ta la institución en la que la m ayoría
de los jóvenes israelíes cristalizan su iden tid ad nacional108.

Los ejércitos y la ex p erien cia de la g u e rra ay u d aro n a crear


u n a id en tid ad unificada que po d ia oscurecer las divisiones in ­
ternas. Sin d u d a, la participación cada vez m ayor de la pobla-
ción hizo insostenible la continuación de u n a casta ap arte de
oficiales, la profesionalización de los m ilitares se desarrollo de

105 “En vez de actitudes de reflexion ampliamente sostenidas en 1793 o 1814 — la


lealtad a una causa, el odio a lo extranjero, patriotismo— el reclutamiento
ayudó a crear y difuminar dichas actitudes. Constituye uno de los diversos
canales mediante los que las ideas, sentimientos y energias fluyen para dar
sustancia al nuevo concepto de Estado y, con el tiempo, de nacionalismo [...
El ejército tomó un nuevo significado como una institución de educación pop­
ular; a su vez, su posición en el país se beneficio a partir dei patriotismo inten
sificado que fomento [...] El ejército vino a simbolizar la cohesion y voluntac
de una comunidad nacional” (Paret, Understading War, 49-50, 73).
106 Ralston, Importing the European Army, 96-97.
107 Bartov, “Nation in Arms”.
ui» Orr, l.iran y Meyer, “Compulsory Military Service”.
la m ano con u n a m ayor participación p o p u la r y, p o sterio r­
m ente, am bos d ie ro n senales y p u d ie ro n h ab er contribuido
a u n a dem ocracia civil m ay o r109. Los cuerpos de oficiales ale-
m anes p u d ie ro n h ab er imitaclo el p o rte y m an eras de los aris­
tocratas prusianos; no obstante, pro v en ían cada vez más de la
clase m edia, al igual que sus equivalentes britân ico s110. Para
Andreski, existe u n a conexiôn cercana e n tre el nivel de parti-
ci pación m ilitar y el g rado de igualitarism o en la sociedad en
su co n ju n to 111. Bajo ciertas condiciones, las fuerzas arm adas
p u eden ofrecer el acceso m ás igualitario p a ra los m iem bros en
desventaja de u n a sociedad. Sin d u d a, en Estados U nidos nin-
gún otro sector im p o rtan te de em pleo h a visto el g rad o de éxi-
o com o el de los afroam ericanos en el ejército 112. A su vez, el
ixito en el fren te de batalla req u eria de un consenso social sin
orecedentes en el hogar. Sin este tipo de apoyo se rechazarian
os sacrifícios p a ra los que se había acu d id o 113. Así, las g u erras
ipoyaron y d e m an d aro n u n a nueva form a de cohésion social.

^a experien cia en el ejército tam bién au m en to el alcance de


o que M ann d en o m in a alfabetism o discursivo: el co n junto de
nitos y supuestos nacionalistas que contrib u y en a la creación
le u n a id e n tid ad nacional114. E n la antig u a U nion Soviética la
ocialización en el ejército desem p en ab a u n p ap el im p o rtan te
>ara el ad octrin am ien to ideológico y nacionalista115.

19 Huntington, The Soldier and the State.


0 Sin embargo, observemos que no sucede exclusivamente en el ejército, sino
que son las presiones del desem peno bajo fuego las que provocan el desman-
telamiento del signeuralismo. Ver Markoff, Abolition of Feudalism.
' Andreski, Military Organization and Society.
Si el llamado a filas es racista o tiene un sesgo de clase, sigue siendo un punto de
desacuerdo. Ver Fligstein en “Who Served in the Military”. Para una discusión sobre
relaciones de raza en el Ejército de EE. UU., ver Moskos y Butler, All That We Can Be.
* Howard, “Total War in the Twentieth Century”, 218.
4 Mann, Sources o f Social Power, vol. 2.
s Jones y Grupp, “Political Socialization in the Soviet Military”. Debemos ano­
tar que el servicio en el ejército puede también llevar al incremento de odios
regionales. Por ejemplo, en el ejército soviético, las nacionalidades no rusas a
menudo padecían a manos de sus camaradas rusos, y en la Guerra Civil de EE.
UI), las identidades dei Estado eran apoyadas por estructuras dei regimiento.
Las g u erras |)u d iero n h ab er sido la clave p ara la creación de
“com unidades im aginadas”116. M ediante la absorción de ele­
m entos de la recién surgida burguesia y de la p eq u en a b u r ­
guesia, los ejércitos quizás fo m en taro n tam bién la cohesion de
clases d u ra n te p eríodos decisivos de la te m p ran a industriali-
zación117. La veneración de la disciplina y el o rd e n p u d ie ro n
ser valorados p o r la burguesia. Bajo estas circunstancias, los
ejércitos y la g u e rra ay u d aro n a tran sfo rm a r las sociedades de
clase en naciones arm adas. El conflicto fue dirigido hacia liie-
ra. De acuerdo con P alm er118, la g u e rra y la experiencia militar
tam bién ay u d aro n a ro m p e r las lealtades y redes provinciales
y a reem plazarlas con unas más cen trad as en u n a com m iidad
nacional. Sin d u d a, este aspecto es p ertin en te p ara 1'rancia,
d o n d e los m ilitares d esem p e n aro n u n p apel im p o rtan te en la
norm alización dei lenguaje y de los rep ertó rio s sim bólicos1|IJ.

El reclutam iento no fue en si m ism o u n a panacea nacionalista.


Por ejem plo, E spana e Italia lo in ten taro n a finales del siglo
X IX sin crear el tipo de disciplina nacionalista vista en In ancia
o Prusia. En E spana la ausência de posibles enem igos aclaró
que los m ilitares estaban allí, en g ran m edida, p ara su p rim ir
a la m ism a clase de la que pro v en ían los reclutas. En lialia
el concepto de “ex tran jerism o ” de la m o n arq u ia Savoy hi/.o
falsos llam ados a la nación italiana en arm as. De la misma ma
n era, la áspera relación en tre los cam pesinos y los nobles de
Rusia se pasó a su ejército 120. El reclutam iento p u d o tam bién
conducir a la rebelión de g ru p o s étnicos en el in terio r de im
perios m ultinacionales121. No obstante, en casi todos los países
la virtu d y la liturgia m ilitares habían p en etrad o pro fu n d a
m ente en la psiquis p o p u la r122. El mism o entusiasm o real que

116 Anderson, Imagined Communities.


117 G. Best, Militarization o f European Society; Mann, Sources o f Social Power, vol. 2.
118 Palmer, Age o f Democratic Revolutions.
119 Braudel, T he Identity o f France, 373-75; E. Weber, Peasants into Frenchman
299.
120 Kiernan, “Foreign Interests”.
121 Peled, “Force, Ideology, and Contract”.
122 Wilson, "I'iir a Sacio-Historical Approach to the Study o f Western Military Culture".
e (lio la bienvenida en 1914 reflejó en casi todos los países una
evolución extrem ad am en te exitosa, y considerando el poco
iempo, so rp ren d en tem en te rápida, en actitudes populares ha-
ia el Estado123. Si el periodo posterior a 1918 vivió u n replan-
eam iento dei patriotism o, la S egunda G u erra M undial u n a vez
nás consolido los lazos en tre sociedad y Estado.

J reclutam iento y la ciu d ad an ía eran dos caras de la mism a


íoneda. J u n to con la educación obligatoria y el d erech o a
otar, el reclutam iento fue considerado u n p ilar dei Estado
em ocrático124. Esta tradición tiene sus raíces en las ciuda-
es-estado clé G recia y en co n tro g ran resonancia en la era
o n te m p o rán ea125. Por ejem plo, Rousseau identifico la v irtu d
epublicana con el servicio m ilitar126. Engels considero al ser-
ieio m ilitar obligatorio com o u n in stru m en to de la dem ocra-
ia más im p o rtan te q u e el su frág io 127. L a “proletarización” dei
jército le b rin d ó al Estado u n a g ran capacidad p a ra la violen-
a, pero tam bién arm ó a la sociedad128.

odríam os analizar esto com o u n a fo rm a de in tercâm b io po-


tico: “Visto en térm in o s n e ta m e n te m ecânicos, el Estado

Durante la Primera Guerra Mundial la objeción de conciencia no represento


más dei 0,14% y dei 0,17% en las Fuerzas Armadas de Estados Unidos e In­
glaterra respectivamente. Para la Segunda Guerra Mundial, la tasa britânica
fue de 0,448% y Estados Unidos no experim ento más de 40.000 deserciones
en más de 10 millones de soldados. Por otra parte, en Vietnam, el Ejército es-
tadounidense sufrió una tasa de deserción de 7,34% (Mellors y McKean, “The
Politics o f Conscription in Western Europe”, 26.
Kiernan, “Foreign Interests”, 142.
Agradezco a Barry Strauss por su presentación en este tema.
Cohen, Citizens and Soldiers, 117.
Janowitz, “Military Institutions and Citizenship in Western Societies”, 186.
Tilly, en Coercion, Capital, and European States, brinda un excelente resumen de
dicho proceso: “Con una nación en armas, el poder de extracción del Estado
creció enorm em ente al igual que lo hicieron las reivindicaciones de los ciuda-
danos sobre su Estado. Aunque un llamado a defender la nación brindaba un
gran apoyo para el esfuerzo de la guerra, la dependencia en el reclutamiento
en masa, la imposición confiscatoria y la conversion de la production para
los fines de la guerra hadan vulnerable a cualquier Estado a la resistencia
popular y responsable por las demandas populares como nunca antes”. Ver
también Downing, Military Revolution, 253.
necesitaba acceso sin b a rre ra s al ciu d ad an o ; a su vez, p a ra
g an arse su v o lu n tad p a ra txabajar y p elear p o r el Estado, se
le d ebía ofrecer al ind iv íd u o p o d e r político, o d e ser im posi-
ble, nuevos incentivos psicológicos y o p o rtu n id a d e s sociales
p a ra p erm itirle alcanzar su potencial to tal”129. A cam bio dei
d erec h o a p a rtic ip a r en la g u e rra , los ciu d ad an o s e ra n r e ­
com pensados con m ayores d erech o s y más servicios p a ra su
bienestar. De ac u e rd o con B arkey y P arikh: “[C Juando los
Estados crecían d e p e n d ie n d o de las poblaciones p a ra los r e ­
cursos esenciales, se veían forzados a d e sa rro lla r relaciones
sim bióticas con estos ú ltim o s”130.

Para A rdant, la presió n p o r am p liar el sufrágio, au m e n ta r la


conciencia nacional, o to rg ar re p re se n ta tio n a las clases tra-
bajadoras y, en general, involucrar a la población en la vida
política, tom ó im p o rtân cia a p a rtir de las dem an d as fiscales
de la g ran m aq u in aria m ilitar y adm inistrativa provocada p o r
las g u erras napoleónicas131. El voto y el servicio m ilitar nacio­
nal e ra n corolários132. El hecho quizás más im p o rtan te aq u i es
la p arad o ja de la m ilitarización y la invasion sobre los d e re ­
chos individuales im plícitos p o r el servicio m ilitar obligatorio
conducentes a la dem ocracia. W illiam McNeill concluye que
el servicio m ilitar re p re se n ta “los grilletes y cadenas atados
al privilegio político”133. La liberación de la nobleza significo
la movilización dei E stado134. La disciplina m ilitar significo el
triu n fo de la dem ocracia, puesto que la co m u n id ad deseaba y
se vio forzada a aseg u rar la cooperación de las masas no aris­
tocráticas y, p o r lo tanto, a to m ar las arm as en sus m anos ju n to
con las arm as dei p o d e r político135.

129 Paret, Understanding War, 46.


130 Barkey and Parikh, “Comparative Perspectives on the State”, 528.
131 Ardant, “Financial Policy and Economic Infrastructure o f Modern States and
Nations”.
132 Preston, Roland, and Wise, Men in Anns, 159.
133 McNeill, “T he Draft in the Light o f History”, 64.
134 Bartov, “Nation in Arms”.
iss m. Weber, General Economic History, 325-26.
La clave p u e d e ser que los ejércitos b rin d aro n u n a base p a ra
a estabilidad m ediante la rep resiô n y “co n tra rre sta ro n el des-
:ontento social al re e d u c a r a la ju v e n tu d , an o tras ano, to ­
n an d o la fortaleza de las m asas y reclu tân d o la en el lado
:o n serv ad o r”136. Es claro a p a rtir de trabajos recien tes acerca
le las bases sociales d e la d em o cracia que la g u e rra tam bién
tu ed e co n trib u ir a la interacción civil y a la construcciôn de
isociaciones y otras form as d e capital social. La im agen con-
raria de u n Estado to d o p o d ero so m ovilizando recursos p ara
a g u e rra es la sociedad que resuelve todos los problem as pos-
eriores generados p o r este com prom iso”137.

A m o atestiguarân los ejem plos de Francia y Alem ania después


le 1870, la Rusia zarista y Estados U nidos posterior a la Gue-
ra Civil, la creación de u n ejército en m asa no d eterm ino la
laturaleza del régim en politico. Sin em bargo, sostendria que
in im portar el grado exacto de dem ocratización, el recluta era
n ciudadano, no u n súbdito. A unque en el siglo XX las fuerzas
rm adas estuvieron asociadas com ûnm ente con el derecho po-
tico, es im po rtan te reco rd ar que al m enos hasta 1848 los ejér-
itos, en particular aquellos con algún elem ento popular, eran
ansiderados aliados del liberalismo. El servicio m ilitar obliga-
>rio se convirtiô en u n a meclida em ancipatoria; se pensaba que
I recluta desem penaba u n papel en la nación138.

os ejércitos tam bién le b rin d a n a las naciones-estado m o d e r­


as u n a población relativam ente disciplinada y bien educada,
sta y capaz de trab ajar en el nuevo o rd e n industrial. A dam
mith valoraba “la reg u larid ad , o rd e n y p ro n ta obediencia
ara m a n d a r” a p re n d id a en el ejército y su im p o rtan cia p ara
nuevo lugar de trabajo in d u strial139. Existe bastante evidencia
el hecho de que esta disciplina se transform a en capital h u m a­
it que puede, a su vez, m ejorar significativamente el desem pe-

Kiernan, “Foreign Interests”, 141.


Howard, “Total War in the Twentieth Century”, 223.
Joenniem i, “T he Socio-Politics o f Conscription”.
Cohen, Citizens and Soldier, 119.
no económ ico de una n a tio n 140. A dicionalm ente, el ejército era
la escuela de la n atio n , básicam ente m ediante el adoctrinam ien-
to de los jôvenes en el catequism o patriótico; tam bién, debido a
q ue necesitaba reclutas instruidos capaces de leer y seguir o r­
denes. Con respecto a lo p rim ero, es im portante reco rd ar que
la gran m ayoria de reclutas seguían siendo cam pesinos y que
el ejército era u n m edio p ara ensenarles “pu n tu alid ad , b u en
com portam iento, aseo y sentido de responsabilidad”141.

El ejército tam bién se consideraba “el hospital de la n a tio n ”


que, a m enudo, b rin d ab a la p rim era ex p erien cia a los reclutas
en cuanto a la m edicina m o d ern a. C om binada con la m ejor
dieta disponible, ise decia que agregaba anos a la vida dei sol­
d ad o !142 O tro factor es el reconocido vínculo e n tre el creciente
servicio m ilitar obligatorio y la c réa tio n dei Estado de bienes-
ta r 143. Al m enos en el caso de A lem ania, las dem an d as del p ri­
m ero y las recom pensas del seg u n d o estaban explicitam ente
u nidas en la política de Estado y en el im aginario popular. La
necesidad de re u n ir n ú m ero s significativos de hom bres rela­
tivam ente ráp id o significaba que los Estados debian in v ertir
en el m ejoram iento de la salud d e la población. En In g laterra,
d u ra n te la década de 1850 existió u n a g ran preo cu p ació n en
to rn o al hecho de que u n g ran n ú m e ro de reclutas no estaban
aptos fisicam ente p a ra el servicio144; y este hecho fom ento u n a
ex p an sio n inicial en la salud pública. Más recien tem en te, algu-
nos estúdios h a n en co n trad o u n a relación significativa e n tre
la participación m ilitar y las m edidas básicas de b ie n estar145.

140 Weede, “Military Participation Ratios, Human Capital Formation, and Eco­
nomic Growth".
141 Kiernan, “Foreign Interests”, 144.
142 Kiernan, “Foreign Interests”, 145; E. Weber, Peasants into Frenchmen, 300-301.
143 Marwick, War and Social Change in the Twentieth Century, Skocpol, Protecting Sol­
diers and Mothers.
144 Howard, War in European History, 107.
145 Dixon y Moon, “Military Burden and Basic Human N eeds”; Bullock y Fire-
bauglt, “Guns and Butter?”
Sin d u d a desde 1793 los ejércitos h an servido com o escuelas
para la nación ya que se les h a en sen ad o a los soldados a obe­
decer inculcándoles u n sentido de id en tid ad y pertenencia.
Por lo general, los ejércitos h a n servido com o g aran tia de los
derechos políticos. El servicio m ilitar obligatorio rep resen ta el
sacrifício final p o r p a rte de u n ciu d ad an o potencial y el otor-
gam iento d e las arm as b rin d a u n m edio p a ra d efen d e r esos
derechos. A dem ás, los ejércitos p u e d e n servir p a ra fo m en tar
el desarrollo económ ico y social al su m in istrar servicios que
los futuros veteranos p u e d a n co n tin u ar solicitando en la vida
civil y al b rin d a r u n fu n d am e n to p a ra g e n e ra r ciudadanos más
cultos y m ás sanos. E n tren an a estos ciudadanos p recisam en­
te en los aspectos que se co n sid eran im p o rtan tes en la m ano
de obra m o d ern a. Para resum ir, los ejércitos p ro d u c e n capital
hum ano y ay u d an a consolidar u n co ntrato dem ocrático en tre
2I Estado y la gente.

ïjércitos de peones

Mi los sistem as de reclu tam ien to inform ales, ni los form ales,
fi el servicio m ilitar obligatorio, eran socialm ente neutrales
:n L atinoam érica. C om o sucediô en otras regiones del m un-
lo, los pobres y m arginados e ra n m ucho más susceptibles a
er reclutados de m an era forzosa. D esde la in d ep en d en cia, la
arga de sostener las arm as ha recaído sobre los pobres o so-
ire aquellos g ru p o s que la sociedad consideraba que estaban
riás allà de sus limites: “El grueso del reclu tam ien to se hacia
>or en ganch e [...] Mal visto p o r el ju e z de paz, sospechoso a
>s ojos del com isario o sim plem ente sin trabajo, el gaucho era
ueno p a ra el servicio”146. L a g ran m ayoria de soldados del
jército rosista habían sido trab ajad o res itin eran tes o peones
m aies. U n ju e z de paz en 1857, en A rgentina, com ento que
)s “pobres ru rale s” sufrian el servicio m ilitar m ientras que
tcluso los cam pesinos pobres, p ero con rierras, lo p o d ian evi-

Rouquie, Poder militar, 76.


ta r 147. Aún en 1870 las filas del ejército estaban conform adas
p o r los pobres y los desem pleados; los ricos evitaban ru tin a-
riam en te sus obligaciones148. C u an d o se en co n trab an los e x ­
trem os d e la je ra rq u ia social, no ten ían éxito en la creación de
u n a id en tid ad o vínculo com ún; se m an ten ía u n g ran abism o
que separaba los ran g o s del lu m p en de los senoritos de las
clases altas, que conform aban el g ru p o de oficiales. Los ejérci­
tos europeos y estadounidenses no e ra n buenos ejem plos de
reclutam iento dem ocrático; no obstante, la in eq u id ad en co n ­
tra d a en L atinoam érica m arcó u n a diferencia en la clase, no
solam ente en el g rado. A dem ás, los conflictos escogidos fuera
de L atinoam érica req u iriero n la movilización en u n a escala tal
que las élites y las masas com p artían el cam po de batalla.

Se les o rd en ó explicitam ente a los ejércitos buscar sus reclutas


en tre “los viciosos que se en cu en tren en las casas de apuestas,
tabernas e hipó d ro m o s”. O tros objetivos incluian a los desem ­
pleados, “hijos indisciplinados” y aquellos que habían sido e n ­
viados a prisiôn149. El Código Penal brasileno sentenciaba a los
crim inales a prestar el servicio m ilitar; los gobernadores, a me-
n u d o , protestaban en contra de los ejércitos llenos de crim inales
em plazados en sus provincias150. Beattie concluye que d u ran te
el siglo X IX “el ejército brasileno se constituyô en el pu en ic
institucional más g ran d e en tre el gobierno oficial brasileno y el
bajo m undo crim inal”151. D urante g ran p arte de su existencia el
ejército colom biano fue u n a form a de institución correccional
desm oralizada y, sin d u d a, no fue u n a fuerza de lu ch a152.

Sin em bargo, el ejército parece h ab er rep resen tad o , al m enus


lim itadam ente, u n a isla dem ocrática en u n rnar d e je ra rq u ias
de casta. Las fuerzas coloniales arg en tin as incluian batallones

147 Salvatore, “Reclutamiento militar”, 33, 42.


148 Potash, “Argentina”, 2.
149 Resena histórica y orgânica, 294-295.
150 McBeth, “Brazilian Army”, 72-73.
151 Beattie, “Transforming Enlisted Army Service”, 73.
152 Bustamante, Rcvisiôn histórica comparativa, 24.
egregados d e indios, negros y m ulatos, al igual que sus equi-
alentes brasilenos153. De m a n era significativa, los regim ien-
os conform ados p o r g ru p o s étnicos diferentes a los blancos
staban aú n restringidos a la infan tería y no conform aban la
aballería. La N ueva G ran ad a tam bién contaba con milicias
e indios154. Los decretos en el gobierno p o rte n o d u ra n te las
u erras in d ep en d en tistas ag reg a ro n p eq u en as cantidades de
sclavos recién liberados. De acu erd o con u n a fuente, dos
;rcios del ejército de San M artin estaban conform ados p o r
rupos étnicos no blancos155 y en la batalla de Cuyo (1816)
is fuerzas incluían 780 esclavos lib erad o s156. A un antes de la
ivasión de San M artin, los ejércitos chilenos p ro in d e p e n d e n -
stas habían reclu tad o esclavos e in dios157. Bolívar reclutó es-
avos ofreciéndoles libertad a cam bio de sus servicios158. Los
idios lu ch aro n en am bos lados, d ad o que los ejércitos reales
viban la bien g an ad a rep u tació n racista de los criollos co n tra
s rebeldes. El ejército real en Perú estaba básicam ente con-
rm ad o p o r indios, en p arte com o resu ltad o d e algún tipo de
altad tradicional popular, parcialm ente d ebido a la form a de
ita utilizada p a ra el reclu tam ien to 159.

tros cuestionan la p resencia d e g ru p o s de castas m enores


i las luchas in d ep en d en tistas. De acu erd o con Villanueva, si
tos g rupos hubiesen p articipado, las g u erras in d e p en d en -
tas hubiesen arro ja d o resultados rnucho más radicales160,
a d u d a, u n a p re g u n ta clave es com o definim os “in d íg en a”
“n eg ro ”. Díaz A rguedas afirm a que la m ayoría del ejército
e rta d o r de Perú estaba con fo rm ad o p o r cholos o mestizos y

[. Ferrer, “Armed Forces”; Frigerio, “Con sangre de negros se edificó nuestra


independencia”; Kraay, “As Terrifying as U nexpected”; Andrews, “Afro-Ar-
gentine Officers o f Buenos Aires Province”.
ITFAC, vol. 1, 189.
Frigerio, “Con sangre de negros”, 68.
F. Best, Historia de las guerras.
IIEC, vol. 2, 45; vol. 3, 27, 65; Loveman, Chile, 123.
ITFAC, vol. 1, 123.
Dobyns y Doughty, Peru, 145-51.
Villanueva, Ejército peruano, 20.
que los indios no rep resen tab an u n a p resencia significativa161.
El p u n to clave es que los no blancos rep resen tab an m ayorias
significativas en estos ejércitos. iE n qué m ed id a la p articip a­
tio n de los no blancos en las luchas in d ep en d en tistas hicieron
inviable la esclavitud incluso si las condiciones ideológicas lo
hubiesen perm itido? La su erte de la esclavitud en el Brasil no
bélico y en la “siem pre leal” isla de C uba indica, sin d u d a, que
el proceso de lucha p o r la in d e p en d en cia necesitó al m enos
reconocim iento de eq u id ad de iu re 162.

D espués de la in d ep en d en cia, los no blancos siguieron sien-


do u n a p a rte im p o rtan te de varios ejércitos sirviendo com o
ayudantes o en las tro p as regulares. Los ejércitos m exicanos a
m e n u d o d ep en d ian de los reclutas indios, y su utilización, en
general, surgió d u ra n te los tiem pos del conflicto en el in terio r
de la élite. Quizás el efecto más dram ático del ejército sobre
la raza o currió en Brasil. D ebido a problem as con el reclu ta­
m iento d u ra n te la g u e rra de la T riple Alianza, P edro II o rd e ­
no la m anum isiôn de los esclavos de p ro p ied a d del G obierno
deseosos de servir al ejército. Le pidiô a los te rra ten ien tes que
hicieran lo m ism o, y hasta les ofreciô ayudarlos con fondos
g u b ern am en tales163. Existe u n a g ran controvérsia en to rn o a
cuàntos esclavos p elearon. La cifra m e n o r es 4.000; la más
alta, 20.000. In d e p e n d ie n te del n ú m e ro , la presencia de hom -
bres negros en el fren te y la sentida necesidad del pais p o r su
sangre fue u n a victoria simbólica p a ra los abolicionistas164.

Sin d u d a , en el in te rio r del ejército se m a n ten ia el o rd e n


racial. El ejército boliviano estaba o rg an izad o p o r castas: “los
blancos e ra n los oficiales, los cholos los suboficiales y los cam -

161 Díaz Arguedas, Fastos militares de Bolivia, 116.


162 No obstante, el servicio no era una garantia de los derechos posbélicos tal y
como lo descubrieron los veteranos afrocubanos después de 1898. Ver Ada
Ferrer, Insurgent Cuba.
163 Quizá, de manera no sorprendente, este hecho condujo a la venta involuntaria
de los esclavos más débiles y enfermos.
164 Beattie, “Transforming Enlisted Army Service”, 95-96.
Desinos indios las tro p a s” 165. En P erú prevaleció el m ism o
)rd e n l6(i. En tiem pos de g u e rra d esp areciero n algunas de
îstas diferencias. Por ejem plo, la segregación p arece h ab er
lism inuido en el ejército brasilen o d u ra n te la g u e rra de la
friple A lianza167. N o o bstante, la raza a ù n d e te rm in a b a el po-
ible ran g o d e cada u n o y, a finales de 1942, el in g reso a las
icadem ias m ilitares b rasilenas estaba su p ed itad o a estrictos
imites raciales ex plícitos168.

Xistían diferencias en el trato e n tre distintos g ru p o s y las dis-


inciones se hacian en tre las razas m arginadas. Asi p o r ejem plo,
I general U rbina, de Ecuador, libéré esclavos p a ra incluirlos
n el ejército, p ero dejó intactos m uchos de los controles sobre
is cam pesinos indios169. Las diferencias régionales tam bién
ran im portantes. En México, Puebla parece h ab er tenido u n a
adición más fu erte de servicio m ilitar voluntário que otras
rovincias. Asinrismo, existían diferencias e n tre periodos; des-
ués de 1859 las restricciones a la p ro p ied a d sobre la afilia-
6n a la milicia fu ero n elim inadas en M éxico170.

dem ás encontram os la significativa excepción paraguaya.


n 1864 J u a n Bautista A lberdi observé la diferencia en tre
s paraguayos y los ejércitos q u e p ro n to los d e rro ta rian : “El
ército parag u ay o es n u m ero so en relación con la población
lesto que no es d iferen te de la gente. Todos los ciudadanos
n soldados y, puesto que no existe ciu d ad an o que no posea
tierra que cultiva, todos los soldados están d efen d ien d o sus
opios intereses”171. Si bien dicha opinion p u e d e ser u n a lec-
ra dem asiado rom ântica del control casi totalitario ejercido

Klein, Bolivia, 194.


Dobyns y Doughty, Peru, 209.
Beattie, “Transforming Enlisted Army Service”, 108.
Beattie, “Transforming Enlisted Army Service”, 509.
Bustamante, Revision histórica comparativa, 50
G. Thom pson, “Bulwarks o f Patriotic Liberalism: The National Guard,
Philharmonic Corps, and Patriotic Juntas in Mexico, 1847-1888”, Journ al of
Latin American Studies 22 (1990): 35-39.
( iitado en Vittone, Las fuerzas armadas paraguayas en sus distintas épocas, 217.
p o r López, cs cierto que la población p arag u ay a se movilizó
y luchó com o n in g u n a o tra antes o desde entonces en el con­
tinente. C uriosam ente, y en contraste con el caso de Bolivia,
sesenta anos después la élite p arag u ay a luchó en el C haco172.

El concepto de los m ilitares com o la g u a rd e ría de la nación


tuvo, sin d u d a, sus ideólogos. Q uizás este concepto fue más
fu erte en el Brasil de com ienzos del siglo XX, d o n d e Olavo
Bilac declaró el reclu tam ien to com o u n a h e rra m ie n ta esencial
p a ra la re g e n e ra tio n nacional. Los m ilitares serían “la escuela
del o rd en , la cnsciplina y la cohesion; el laboratorio de patriotis­
m o y dignidad individual. Es instruction prim aria obligatoria;
es ed u catio n cívica obligatoria; es limpieza obligatoria, higiene
obligatoria, re g e n e ra tio n m uscular y física obligatoria... Para
la escoria de la sociedad, los cuarteles son la salvation”173.

El reclutam iento universal estaba d irigido a algunas de estas


ineq uidades sociales174. En varios países, en p articu lar A rgen­
tina y Chile, e ra u n ejercicio dem ocrático y ciu d ad an o y u n
lugar de en cu e n tro p a ra los sectores divergentes de la socie­
d a d 175. En este sentido, el servicio m ilitar obligatorio funcionô
sin uniform iclad. A finales de la d écad a de 1940 los soldados
colom bianos eran aú n g ente com ún, la g ran m ayoría d e ellos
cam pesinos y, a su vez, en su m ayoría analfabetas176. Por ejem -
plo, el ejército boliviano que libró la desastrosa g u e rra del
C haco estaba conform ado p o r indios, con pocos rep resen tan -

172 Ver Farcau, Chaco War, 55-56.


173 Mencionado en McCann, “Nation at Arms”, 231.
174 [L]as cargas públicas deben pesar con igualdad: el pobre como el rico debe[n]
pagar el tributo del patriotismo que exijan de sus personas la defensa de las
instituciones, o la integridad, o la independencia, o el honor de la nación. Es
así como la libertad es un beneficio común, es así también como el espíritu
patriótico de un pueblo lo hace tan poderoso como puede serio” (Resena
histórica y orgânica, 89).
175 Según Loveman, la idea de la nación en armas pudo haber sido bastante
dominante en el continente. El ejército estaba disenado para educar a los
indígenas (léase negro, pobre, etc.) en un ciudadano que posteriormente
construiria la nación {For la Patria, 73).
176 HFAC, vol. 3, 62.
íiu d u d a, u n a am plia selección social de g ru p o s sociales. Por
íjemplo, en México, el ejército T rig aran te de 1821 era una
ú erza h etero g én ea que, al m enos m o m en tán eam en te, refleja-
>a m uchos sectores de la so ciedad184. En la g u e rra del Pacífico,
ina vez que la p rim era eu fo ria patriótica había dism inuido,
os militares fu ero n obligados a ascender más en la escala so-
ial de lo que estaban acostum brados, p id ien d o favores a los
am pesinos d u en o s de tierras, artesanos y m ineros. No obs-
ante, la clase alta p erm an eció in tacta185. En el lado p eru an o ,
n contraste, g ran d es n ú m ero s de jó v en es de las élites apa-
entem en te p ereciero n d efen d ien d o a L im a186. Sin em bargo,
n Brasil, ni la m uy ex igente victoria en la g u e rra de la Triple
Jianza req u irió la movilización de los ricos187.

lomo ya discutim os, las g uardias nacionales rep resen tab an


na excepción a este p a tró n 188. En Chile los oficiales prove-
ían de familias líderes rurales, m ientras que las tro p as es-
iban conform adas p o r sectores de clase m ed ia189. Antes de
850 la milicia m exicana p arecia ser cercana a los jo rn alero s
trabajadores p o r dias; la milicia necesitaba el relativam ente
Ito ingreso de 200 pesos al an o p ara ser adm itid o s190. Para
;r apto com o oficial no com isionado en la g u ard ia nacional
eru an a se debía ser alfabeta o te n e r u n negocio o p ro p ied ad ,
;quisitos difíciles p ara la m ayoría d e la población191. En Brasil
gente “d ece n te”, incluso p o b re, form aba p a rte de la guar-

Ortiz Escampilla, Guerray gobierno, 266-68.


Collier y Sater, History o f Chile, 137-41.
Dobyns y Doughty, Peru, 196.
Beattie, “Transforming Enlisted Army Service”, 203.
En los anos anteriores a la independencia, la milicia parecia ser la provincia
de aquellos relativamente ricos. La milicia estaba reservada, por lo general,
para los hombres ricos antes de 1810. Las milicias argentinas incluían comer­
ciantes, profesionales y empleados (Ribas, “Militarismo e intervenciones ar­
madas”). No obstante, la tropa enviada desde Espana era, por lo general, la
escoria de los reclutas. (Archer, “Army o f New Spain”, 707).
Cordero, “Chile, siglo X IX ”, 85-86.
Santoni, “Fear o f the People”, 282-83; Chávez, “Origen y ocaso del ejercito
porfiriano”.
Villanueva, Ejército peruano, 85.
r u i i i u u i u u c iu u c iu c u iu ö

dia, m ientras que el ejército estaba, o se percibía que estaba,


conform ado p o r vagabundos y crim inales192.

Por lo general, las contradicciones de clase del servicio m ili­


ta r im posibilitaban la eficacia militar. U n ag en te secreto del
p re sid e n te e stad o u n id en se Jam es Polk an o tó q u e “la clase
d esig n ad a p a ra el reclu tam ien to no se e n c u e n tra en este país;
los ricos no tien en ni el p atrio tism o ni la in c lin atio n d e servir
p a ra algo; al tra b a ja d o r d iario p o b re, excluido p o r n o rm a,
no se le p u e d e p e d ir q u e d esem p e n e el trabajo re q u e rid o
sin co m p e n sa tio n ”193. Sin d u d a , o tro p u n to d e vista sobre la
m ism a situ a tio n p u e d e rev elar no la in e q u id ad in h e re n te del
servicio, sino la o p o rtu n id a d p a ra la m ovilidad social q u e re-
presen ta b a. P recisam en te d eb id o a que el servicio m ilitar no
e ra deseable, p erm an eciô com o u n a o p o rtu n id a d p a ra aque-
llos e n el fondo d e la p irâm id e racial con la cual establecer
nuevas reivindicaciones o id en tid ad es. Este fue in d u d ab le-
m e n te el caso de los ejércitos in d e p e n d e n tista s194. Sin d u d a,
el ejército bolivariano re p re se n ta b a u n a in n o v a tio n social.
Sus oficiales, m u ch o m enos las tro p as, no e ra n ninos de la
aristocracia criolla. En el E cu ad o r del siglo X IX el ejército fa­
cilito la circu latio n de la élite ya q u e los v eteran o s se casaban
con familias de la vieja g u a rd ia 195. P ara M allon, el servicio
en las gu ard ias n atio n ale s re p re se n ta b a u n espacio político
en el q ue los cam pesinos p o d ía n a rticu la r su afiliación con la
nación y cre a r vínculos con las políticas locales y n atio n ales.
T am bién an o ta q u e q u ien es reg resab an del servicio m ilitar
co nseguian u n estatus social m ás alto 196.

192 Meznar, “Ranks o f the Poor”, 335-51.


193 Citado en Santoni, “Fear o f the People”,282-83.
194 No debemos llevar rnuy lejos el argumento de que los ejércitos independentis­
tas estaban libres de racismo. Por ejemplo, la evidencia sugiere que los oficia-
les mulatos o indígenas eran castigados más severamente que sus contrapartes
blancas (Bethell, Cambridge History, vol. 3, 377). Hasta generales prominentes
como el pardo Manuel Piar podían ser ejecutados si así lo dictaminaban las
políticas raciales (Loveman, For la Patria, 33).
195 Bustamante, Revision histórica comparativa, 47.
196 Mallon, Peasant and Nation, 313.
ixistía indudablem ente conciencia de los peligros que podia re-
>resentar un ejército popular. Bustam ante com para la aparición
lei ejército independentista, al menos como lo observo la élite
irbana, con uno com puesto p o r favelados contem porâneos, la
iparición de masas organizadas arm adas nunca traería calma a
m corazón aislado de la élite. Los no blancos y los pobres armados
:ran considerados como posibles realizadores de u n a revolución
ocial. Las hordas de llaneros, gauchos y huasos representaban
ma am enaza potencial que debía ser desarm ada lo más p ronto
•osible197. A comienzos del siglo XIX u n periódico de Rio le re-
om endaba al Gobierno “no p o n er armas en m anos de las masas
le hom bres que odien el sistema o que no tengan interés en el
rd en público”198. En México la “gente de razón” estaba espe-
ialmente preocupada ante la posibilidad de indios arm ados, en
articular, en los municipios con pequenas poblaciones de blan-
os199. Incluso cuando luchaban po r la nación se perdia la confian-
a en estos grupos. Malion ha docum entado el terro r provocado
or la lucha indígena en la década de 1880: “U na cosa era resistir
I invasor, pero otra historia com pletam ente diferente era crear
n cam pesino arm ado, movilizado y relativam ente autónom o e,
ícluso peor, respetarlo como ciudadano”200.

a eq u id ad racial y el reconocim iento del p ap el d esp ro p o r-


onado d esem p en ad o p o r los no blancos en el ejército era
articu larm en te problem ático d ad o el p ap el de los ejércitos
u ran te la m ayor p arte del siglo XIX. La protección de las
o nteras ex tern as co n tra otras naciones o Estados era im por-
mte tanto com o la protección d e la fro n tera “in te rn a ” co n tra
idios, castas urb an as, esclavos rebeldes, y así sucesivam ente.

n el siglo XX, si bien se m an ten ían las desigualdades del


íclutam iento, los oficiales se habían convertido en u n a ru ta
ira la m ovilidad social o consolidación del estatus en casi to-

Bustamante, Revision histórica comparativa, 17-21.


Citado en McBeth, “Brazilian Army”, 86.
C. Thom pson, “Los indios y el servicio militar”, 217.
Mallon, Defense oj Community, 88.
dos los países201. En A rgentina, el cu erp o de oficiales era bási-
cam ente u n a in stitu tio n de clase m edia202. El origen social de
los oficiales en la década de 1960 era, de m a n era ab ru m ad o ra,
del estrato bajo de la clase m edia. E n tre los hijos de p ad res
de clase alta no habia m ucho interés en la ca rre ra militar. U n
sector social que estaba so b rerrep resen ta d o era el del ejérci­
to: en Brasil y A rgentina, en la década de 1960, el 40% de
los reclutas de las academ ias m ilitares p rovenian de familias
de m ilitares y el 26% de los générales chilenos ten ían p ad res
m ilitares203. En M éxico los m ilitares desde la década de 1940
se h a n considerado p arte de la clase m edia, u n tipo de “b u r­
guesia un ifo rm ad a y llena de m edallas”204. Para los jôvenes de
las clases más bajas el ejército ha rep resen tad o u n em p lead o r
d e últim o recurso y u n cam ino claro p ara la m ovilidad social.
De nuevo, se estaba d esarro llan d o in d u d ab lem en te u n a casta
militar, puesto que u n tercio de los générales m exicanos con­
tem porâneos ten ían p ad res m ilitares205. En Bolivia los p ad res
de las clases m edias y bajas solían enviar a sus hijos a la aca­
dem ia m ilitar p a ra b rin d arles u n a b u e n a c a rre ra 206. En Perú
el ejército era el h o g ar de la p eq u en a b u rguesia relativam ente
m eritocrática, y era considerado la m ejor m an era p ara la m o­
vilidad social de los m uchachos de clase m edia207.

D espués de todo, la m ayoría de regím enes tenían políticas


am biguas y contradictorias con respecto a sus m ilitares. Los
libérales del siglo X IX no confiaban en el im puesto del que
d ep e n d ía n la m ayoría d e ejércitos y estaban, sin d u d a, cons-

201 Como hacen los autores en la mayoría de la literatura, me concentro aqui en


el ejército. Cuanto más pequena tiende a ser la marina, más aristocrática en
actitudes y orígenes. Las fuerzas aéreas tienden a ser la mayor fuerza.
202 Esta tendencia general fue complementada con becas para las escuelas milita­
res ofrecidas a los padres de familias pobres. Rouquie, Poder militar, 333.
203 Philip, The Military in South American Politics, 177-78.
204 Nunn, “On the Role o f the Military in Twentieth Century Latin America”, 40.
205 Camp, Generals in the Palacio, 127.
206 Corbett, The Latin American Military as a Socio-Political Force, 43.
207 McAlister, Maingot y Potash, The Military in Latin American Sociopolitical Evolu­
tion, 33; Dohyns y Doughty, Peru, 236.
entes de que las tropas subalternas servían, p o r lo general,
>mo carne d e canon. Sin em bargo, los libérales se sentian
raidos p o r el concepto de que el servicio m ilitar form aba ciu-
idanos al igual que p o r la p ro m esa de u n a posible m ovilidad
cial asociada con él.

servicio de la milicia colonial p u d o h ab er sido el factor más


erte en la generación y fom ento de u n a id e n tid ad territo rial
i p articular en el in terio r del continente. El servicio en las
ilicias y ejércitos coloniales p ré se n té a los soldados con los
iciales con quienes com partían el lugar de nacim iento y fomen-
una m ayor fam iliaridad con la geografia m ás am plia de su
cenário. A dem ás, sirvió p a ra delim itar u n a clara id en tid ad
stitucional sep arad a de la m ás genérica y co m p artid a afilia-
m en el im perio. El gobierno real ex p resó sistem âticam ente
preocupació n con la “criollizaciôn” del ejército, tem iendo
le el p ro lo n g ad o servicio en las A m éricas p u d iese “crear u n
ntido d e p a tria ”208 en los oficiales espanoles. L a experiencia
el ejército real tam bién ten d ió a confirm ar u n sentido de
rsecuciôn y resen tim ien to de los privilégios especiales otor-
dos a los peninsulares. E n m uchos casos, si b ien los criollos
nform aban la m ayoría del personal, recibían m enos pago
e sus co n trap artes nacidas en E u ro p a209. El servicio en la
licia a m e n u d o confirm aba la fe de los criollos en su capaci-
d de asum ir tareas, quizás m ejor que las au to rid ad es espa-
las. El ejem plo más ex trem o o cu rrió d u ra n te las invasiones
itânicas de B uenos Aires en 1806, d u ra n te las cuales las mi-
las locales salvaron el pellejo a p esar de la incom petência y
Dardia de algunos oficiales espanoles.

parte debido a la desconfianza en su p ro p ia población, en


rte debido a las dificultades logísticas, diversas autoridades
líticas d ep en d ían de los extranjeros y de los m ercenários p ara

Archer, “Army o f New Spain”, 707-11.


De acuerdo con Loveman, los criollos conformaban el 60% de los cuerpos de
oficiales en 1800. En Argentina, dicha cifra era del 90%. La mayoría de las
Iropas no comisionadas también habían nacido en América (For la Patria, 15).
conform ar sus instituciones militares. Las guerras in d ep en d en -
tistas indudablem ente involucraron m uchos soldados que lu-
chaban lejos de su p atria inm ediata, claram ente cierto en los
casos de E cuador y Perú. No obstante, u n ejército venezolano
liberó a Colombia con pocas conexiones con la élite provincial
neo g ran ad in a210. Pero no eran solam ente los venezolanos que
luchaban en Perú, núm eros significativos de europeos lucha-
ron, p o r u na cantidad de razones, en todo el continente. Des-
pués de la independencia, la im portância de estos extranjeros
declinó, pero no desapareció. Por ejem plo, Pedro I de Brasil no
confiaba en las tropas brasilenas. En 1823 intento transform ar
los prisioneros originários de Portugal en soldados y, p o sterio r­
m ente, reclutar m ercenários, im p o rtan d o 2.000 soldados ale-
rnanes y 300 irlandeses211. El rechazo de los argentinos a luchar
en la g u erra de la Triple Alianza condujo al G obierno a buscar
m ercenários en E uropa, de quienes al m enos unos cientos pres-
taro n sus servicios212. Este no fue el único hecho213. C uando los
voluntários ingresaban al ejército, no era, en general, p a ra con­
trib u ir con algún objetivo social colectivo, sino como u n m edio
p a ra g an ar nuevas identidades sociales.

Las g u erras e ra n p o r lo general im p o p u lares y e n tre los r e ­


clutas g en erab an m ás resen tim ien to que fervor patriótico.
Sin d u d a, este fue el caso de la g u e rra C isplatina y podríam os
decir que tam bién del lado aliado en la g u e rra de la Triple
Alianza. Las excepciones aq u i incluirían la g u e rra co n tra los
franceses en M éxico — p ero po d ríam o s decir que m enos que
en la g u e rra con Estados U nidos— y, más im p o rtan te aú n , las
dos g u erras libradas p o r Chile p o r el control de la costa del

210 McAlister, Maingot y Potash afirman que el ejército bolivariano posterior a


1816 incluía 74 generales y coroneles venezolanos, 18 colombianos y 4 ecuato-
rianos (Military in Latin American Evolution, 137; Bustamante, Revision histórica
comparativa, 20).
211 Bushnell y Macaulay, Emergence o f Latin America, 155, 163; McBeth, “Brazilian
Army”; Saldanha Lemos, Os mercenários do imperador.
212 Rouquie, Poder militar, vol. 1, 114.
213 Hanson, “Voluntários extranjeros en los ejércitos liberales mexicanos, 1854-
1867”, 224.
ientes d e q ue las tropas subalternas servían, p o r lo general,
omo carn e de canón. Sin em bargo, los liberales se sentían
traídos p o r el concepto de que el servicio m ilitar form aba ciu-
adanos al igual que p o r la p ro m esa de u n a posible m ovilidad
)cial asociada con él.

1 servicio de la milicia colonial p u d o h ab er sido el factor más


ierte en la generación y fom ento de u n a id e n tid ad territo rial
a p articu lar en el in terio r dei continente. El servicio en las
lilicias y ejércitos coloniales p resen tó a los soldados con los
liciales con quienes com partían el lugar de nacimiento y fomen-
i u n a rnayor fam iliaridad con la geografia m ás am plia de su
icenario. A dem ás, sirvió p a ra d elim itar u n a clara id en tid ad
stitucional sep arad a de la más genérica y co m p artid a afilia-
ón en el im pério. El gobierno real ex p resó sistem áticam ente
i preocupació n con la “criollización” dei ejército, tem iendo
ie el p ro lo n g ad o servicio en las Américas p u d iese “crear un
ntido de p a tria ”208 en los oficiales espanoles. La ex p erien cia
i el ejército real tam bién ten d ió a confirm ar u n sentido de
irsecución y resen tim ien to d e los privilégios especiales otor-
idos a los peninsulares. En m uchos casos, si bien los criollos
nform aban la m ayoría dei personal, recibían m enos pago
ie sus co n trap artes nacidas en E u ro p a209. El servicio en la
ilicia a m e n u d o confirm aba la fe de los criollos en su capaci-
d de asum ir tareas, quizás m ejor que las au to rid ad es espa-
•las. El ejem plo más ex trem o o cu rrió d u ra n te las invasiones
itánicas de B uenos Aires en 1806, d u ra n te las cuales las mi-
ias locales salvaron el pellejo a p esar de la incom petência y
bardía de algunos oficiales espanoles.

i parte debido a la desconfianza en su p ro p ia población, en


rte debido a las dificultades logísticas, diversas autoridades
líticas d ep en d ían de los ex tranjeros y de los m ercenários p ara

Archer, “Army o f New Spain”, 707-11.


I)e acuerdo con Loveman, los criollos conformaban el 60% de los cuerpos de
oliciales en 1800. En Argentina, dicha cifra era del 90%. La mayoría de las
tropas no comisionadas también habían nacido en América [For la Patria, 15).
i' U i í u c u i u o v -iu u ciu ciin

conform ar sus instituciones militares. Las guerras in d ep en d en -


tistas indudablem en te involucraron m uchos soldados que lu-
chaban lejos de su p atria inm ediata, claram ente cierto en los
casos de E cuador y Perú. No obstante, u n ejército venezolano
liberó a Colombia con pocas conexiones con la élite provincial
neo g ran ad in a210. Pero no eran solam ente los venezolanos que
luchaban en Perú, n ú m eros significativos de europeos lucha-
ron, p o r u n a cantidad de razones, en todo el continente. Des-
pués de la independencia, la im portância de estos extranjeros
declinó, pero no desapareció. Por ejem plo, Pedro I de Brasil no
confiaba en las tropas brasilenas. En 1823 intento transform ar
los prisioneros originários de Portugal en soldados y, posterior­
m ente, reclutar m ercenários, im p o rtan d o 2.000 soldados ale-
m anes y 300 irlandeses2". El rechazo de los argentinos a luchar
en la g u erra de la Triple Alianza condujo al G obierno a buscar
m ercenários en E uropa, de quienes al m enos unos cientos pres-
taron sus servidos212. Este no fue el único hecho213. C uando los
voluntários ingresaban al ejército, no era, en general, p ara con­
tribuir con algún objetivo social colectivo, sino como u n m edio
p ara g an ar nuevas identidades sociales.

Las g u erras eran p o r lo general im p o p u lares y e n tre los re-


clutas generaban más resen tim ien to que fervor patriótico.
Sin d u d a, este fue el caso de la g u e rra C isplatina y podríam os
decir que tam bién dei lado aliado en la g u e rra de la Triple
Alianza. Las excepciones aqui incluirían la g u e rra co n tra los
franceses en M éxico — p ero podríam os decir que m enos que
en la g u e rra con Estados U nidos— y, m ás im p o rtan te aú n , las
dos g u erras libradas p o r Chile p o r el control de la costa dei

210 McAlister, Maingot y Potash afirman que el ejército bolivariano posterior a


1816 incluía 74 generates y coroneles venezolanos, 18 colombianos y 4 ecuato-
rianos (Military in Latin American Evolution, 137; Bustamante, Revision histórica
comparativa, 20).
211 Bushnell y Macaulay, Emergence o f Latin America, 155, 163; McBeth, “Brazilian
Army”; Saldanha Lemos, Os mercenários do imperador.
212 Rouquie, Poder militar, vol. 1, 114.
213 Hanson, “Voluntários extranjeros en los ejércitos liberales mexicanos, 1854-
1867”, 224.
Pacífico. La p n m e ra g u e rra contra la C o n léderación Perua-
no-Boliviana sirvió p a ra consolidar la legitim idad dei Estado
portaliano214. D u ran te la g u e rra las m anifestaciones públicas
evidenciaron su apoyo a las políticas dei G obierno y a los m i­
litares en general. La expedición m ilitar se percibía com o u n a
expresión de la id en tid ad nacional chilena. In d u d ab lem en te,
la versión oficial es que “el pueblo chileno fue el v erd ad e ro
g an ad o r [de la guerra], El ciu d ad an o , trabajador, cam pesi­
no, m inero, pescador o artesan o com ún fue tran sfo rm ad o en
soldado y resp o n d ió al llam ado de la p a tria ”215. De acuerdo
con Lovem an, “el servicio m ilitar condujo a miles de chilenos
a u na institución nacional, los ilustro sobre el p u n to de vista
militar dei patriotism o y la historia nacional, [y] los desplegó
en regiones lejos de sus h o g ares”216. Se ha evidenciado am-
pliam ente el p ap el in te g ra d o r cle la Revolución m exicana, así
como los tren es y la estrategia u n ie ro n a los ejércitos de dife­
rentes partes dei m undo.

Los ejércitos in d u d ab lem en te in ten tab an cu m p lir con sus pa-


aeles pedagógicos. Si no sucedia n ad a diferen te, buscaban
‘g u a rd a r los símbolos, d efen d e r los colores de la b an d era , [y]
levar a cabo los rituales nacionales”217. En el Brasil de finales
lei siglo X IX los oficiales in ten tab an ad o ctrin ar a sus hom bres
;n el ritual y en las form as culturales de nacionalism o. Los
ificiales, al quejarse de que los reclutas no p o d ían can tar el
lim no nacional, p ro d u je ro n cancioneros que les b rin d ab an a
os soldados u n a p rim era exposición a la cu ltu ra patriótica218.
51 ejército argentino, incluso antes de su consolidación en la
lécada de 1860, tuvo éxito en d iluir las iden tid ad es raciales y
novinciales; p o r ejem plo, la segregación de regim ientos p o r
olor se detu v o en 1851219. Sin d u d a, en el caso arg en tin o el

' Loveman, Chile, 141.


5 HEC, vol. 3, 228.
11 Loveman, Chile, 237.
7 Deas, “Man on Foot”, 12.
" Beattie, “Transforming Enlisted Army Service”, 507.
" Salvatore, “Reclutamiento military”, 43.
ejército tuvo éxito en ay u d ar a asim ilar las olas de inm igrantes,
al sum inistrar u n a institución en la q u e la p rim era generación
p u d ie ra ser ed u cad a en los rituales dei nacionalism o arg en ti­
no y re p re se n ta r u n servicio legítim o ya que estos indivíduos
reclam aban su p leno d erech o com o ciudadanos. La asociación
dei ejército con los inm igrantes co n tinuo hasta bien en tra d o
el siglo XX. En la década de 1920 u n a tercera p arte de todos
los oficiales eran hijos de inm igrantes y, en 1946, el 50% de los
generales220. En particular, después de la im posición dei servi­
cio m ilitar obligatorio, las fuerzas arm ad as fortalecieron el n a­
cionalism o y p o p u la rizaro n el concepto de que “ser u n buen
argentino significa ser u n b u en soldado”221. Podem os decir lo
m ism o p a ra Brasil, d o n d e el servicio m ilitar h a sido u n com
p o n en te im p o rtan te de la nacionalización de com unidades de
inm igrantes en las províncias dei su r222.

C olom bia re p re se n ta el o tro ex trem o , d o n d e el sentido ini


ciai de nación surge de u n antim ilitarism o explícito223. De la
m ism a m anera, en Ecuador, la m ism a ex tra n jería dei ején ilo
in d e p en d en tista les dificulto a los m ilitares servir com o símho
lo nacional224. El p ap el de la población in d íg en a en el ejen ilo
m exicano es más am biguo. En 1848 u n observador prusiaiio
anotó que, a p esar de lo opresivas q u e e ra n las levas, paie
cían ofrecer u n o de los pocos m ecanism os p a ra integrai a los
indios al colectivo nacional225. Sin em bargo, el mism o ejet» ilo
fue más co m ú n m en te usado a finales dei siglo XIX paia drs
tru ir el últim o vestigio de au to n o m ia indigenista.

En la era de la p o sg u erra el anticom unism o realzó el papel de


lo m ilitar com o en sen an za de patriotism o. Por ejem plu, en la

220 P o ta sh , Army and Politics, 1928-1945, 22; Army and Politics, 1945-1 i, 5
221 G arcía, El servicio militar obligatorio, 86.
222 S a ld a n h a L em os, Os mercenários do imperador.
223 B u sta m a n te , Revision histórica comparativa, 33.
224 B u sta m a n te , Revision histórica comparativa', R o m e ro y C o rd e ro , El e/i'u ilo i n i n i l
anos de vida republicana, 1830-1930, 151.
225 C ita d o en (1. T h o m p s o n , “Los in d io s y el servicio m ilita r”, 212.
•cada d e 1940 las fuerzas arm ad as chilenas e m p re n d ie ro n
ia cam pana de “ch ilen id ad ” que buscaba ed u car a la pobla-
)u en los valores de la nación226. A lo largo dei continente,
i fuerzas arm adas term in aro n viéndose com o los sacerdotes
lerreros de la religión de u n a nación que en fren tab a innu-
erables am enazas ex tern as e internas. De nuevo, estas per-
pciones crearo n respuestas organizacionales m uy diversas,
im ero, no estaban asociadas con enem igos territo riales con-
etos, a m enos que incluyam os a Cuba. S egundo, en p arte
■bido a los recursos lim itados, en p a rte d ebido a la doctrina,
p arte debido a la in c ertid u m b re de respuesta, la solución
ana crisis de seg u rid ad nacional no consistia en incluir m a­
res cantidades de la población en el ap arato dei Estado me-
ante el reclutam iento, sino u sar las fuerzas arm ad as p ara
idar y co n ten er al pueblo.

diferencia de sus equivalentes europeos y estadounidense, los


írcitos latinoamericanos no parecen haber desem penado un
pel im portante en el desarrollo de Estados de bienestar para
ministrarles mejores reclutas. Lo anterior es sorprendente dado
bajo nivel, en general, dei capital hum ano que tenían que en-
■n(ar. Por ejemplo, a fmales de la década de 1940 el 60% de los
lutas brasilenos eran analfabetos y casi la mitad fue declarada
' apta para el servicio por razones de salud227. Tampoco genera-
n un sector social autónom o que exigiera recompensas p o r sus
vicios, que posteriorm ente se onvirtieron en sistemas de bienes-
; tal como se evidencio en Estados Unidos e Inglaterra.

>s m ilitares p arecen h ab er ten id o u n p apel m uy lim itado en


desarrollo de los recursos h u m an o s de los que d ep en d ían ,
nque aqui el registro es u n poco mejor. D u ran te g ran p arte
su te m p ra n a historia tratab an a sus soldados com o p u ra
rne d e canón. N o se les p ed ia rnucho en térm inos de en tre-
m iento o desem peno, ni tam poco d ab an bastante. La ú n i­

l.oveman, Chile, 129.


Beattie, “Transforming Enlisted Army Service”, 501.
ca probable excepción significativa es difícil de docum entar.
A b u n d an las alusiones a los problem as fiscales asociados con
las exigencias de los veteranos de las g u erras in d ep en d en tistas
en las historias habituales dei p erio d o inicial nacional. N o obs­
tante, tenem os m uy pocos n ú m ero s precisos, si los hay, p a ra
indicar las cantidades involucradas o la penetración dei sistema
pensionai. C uriosam ente, tam bién existen m uchas versiones
de la m an era com o los veteranos fu ero n estafados en lo que
respecta a la concesión de tierras y pagos en efectivo que les
habían p ro m etid o 228. La im presión g en eral es la de que algu-
nos, con correlaciones esperadas d e raza, clase y rango, re-
cibieron efectivam ente ventajas económ icas significativas al
particip ar en la g u erra, p ero lo hicieron no a través dei a p a ­
rato burocrático dei Estado, sino com o resultado de u n botín
político. La situación variaba según el país. Sin d u d a, m uchos
de los veteranos que se establecieron en E cuador p arecen ha-
b er usado su ex p erien cia m ilitar p a ra m ejo rar sus vidas; no
obstante, unos pocos, excepto los altos oficiales, p arecen h ab er
sido capaces de m a n te n e r algún beneficio en A rgentina.

Com o discutim os en capítulos an terio res, pocos d e los ejérci-


tos latinoam ericanos contaban con los m edios229 p a ra m ejo­
ra r de m an era significativa el perfil educativo y de salud de
sus reclutas230. La posible excepción es el caso chileno, d o n d e
cierta evidencia sugiere que el ejército, al m enos oficialm ente,
estaba creando la in fraestru ctu ra asociada con unas fuerzas

228 Loveman afirma que mientras que los generales líderes de las guerras inde­
pendentistas se beneficiaron enormem ente, los soldados regulares recibieron
poco, en algunos casos, de los benefícios prometidos —los bonos de 500 pesos
prometidos por Bolívar— (41). Halperín-Donghi, Contemporary History, 105;
Bushnell y Macaulay, Emergence o f Latin America, 103.
229 Un indicador de los limitados recursos es que el ejército mexicano contem po­
râneo le permite a los reclutas tener otros trabajos! En Bolivia, en la década de
1960, los reclutas se podían retirar a m enudo antes de cumplir con el tiempo
porque no tenían dinero para pagarles.
23° pero puesto que provienen de tal pobreza, para muchos soldados el servicio
en el ejército aún representa una mejora significativa en su situación educali-
va, de vivienda, de salud y de alimentación.
sangre y ueiui.i

m adas m o d ern as231. Los m ilitares habían tre a d o un servicio


: salud oficial p ara 1817, con hospitales asociados en 1821 e,
cluso un p ro g ram a de vacunación en 1831. Se estableeió un
;tema de escuelas p ara la g u ard ia nacional en 1843 e inicia-
n program as de alfabetización en el ejército en 1865. Con
> m utilaciones y bajas significativas en la g u e rra dei Pacífico
:garon la protección de sociedades (1880), u n sistem a form al
: pensiones (1881) y u n a reorganización dei servicio de salud
880). Puesto que el ejército se profesionalizó considerable-
ente después de 1880, com enzó a instituir cursos en higiene
isica (1887). En la d écada de 1920 los reclutas p o d ían co n tar
n clases de alfabetización, así com o con cu id ad o de salud
isico232. No obstante, incluso en Chile, debem os an o ta r las li-
itaciones. Los heridos recibían, en el m ejor de los casos, cui-
ido superficial en el cam po de batalla. El tristem en te célebre
•ago de C hile” p a ra las viudas e ra de tres m iserables pesos233.

i participación en el ejército chileno tuvo consecuencias sociales


íportantes. Al igual que en otras muchas guerras, la relativa
casez de hom bres produjo u n a dism inución tem poral dei cri-
en y, al otro extrem o de la escala social, los pocos solteros aptos,
rm ando parte de los paseos234. El servicio en el ejército d u ran te
g u erra clel Pacífico parece, en parte, responsable de u n movi-
iento desde el cam po tradicional hacia el norte. Los veteranos
; g u erra estaban renuentes a volver a sus haciendas y a sus car­
is de subalternos, y se convirtieron en el núcleo dei proletaria-
i politicamente activo en la minas de nitrato. La m igración ge-
;ral hacia centros urbanos tam bién llevó a u n a m ayor cobertura
i educación pública235. De acuerdo con Lovem an, la formación

liasado en HEC.
Cuando los reclutas chilenos llegaban a su servicio, eran “sujetos de rigurosa
desinfección, banados y afeitados e incorporados al ejército en condiciones de
absoluta higiene [...] dormían en camas simples, pero limpias, [comían] una
dieta básica pero nutritiva, [aprendían] modales de la buena mesa... y [reci­
bían | una educación general” (García, El servicio militar obligatorio, 65-66).
Colliery Sater, History o f Chile, 13 8.
Collier y Sater, History o f Chile, 141.
l.oveman, Cliile, 194-97.
educativa disponible en el ejército a comienzos del siglo XX es-
taba lo suficientem ente nivelada p ara brindarles nuevos oficios
a los soldados que salian236. Bien en trad a la segunda m itad del
siglo, el ejército aù n ténia la política de que el 10% de su cohorte
de ingreso fuese analfabeta y recibiese educación básica de los
militares. De la misma m anera, las guerras del siglo XX en Perú,
Ecuador, Bolivia y Paraguay condujeron a la tom a de las arm as y
la radicalización de los indios rurales y los trabajadores urbanos
que se sintieron traicionados p o r sus líderes blancos237.

En el siglo XX la m isión educativa de los diversos ejércitos es-


taba m arcada. Por ejem plo, en A rgentina el analfabetism o no
e ra considerado causa p a ra el no reclutam iento; no obstante,
estos hom bres gastaban u n a p a rte significativa de su tiem po
de servicio en el salón de clases238. En Colom bia, en la década
de 1960, los nuevos reclutas recibían educación básica p rim a ­
ria y algún tipo de capacitación vocacional básica239. El ejército
boliviano desem p en ab a u n p ap el im p o rtan te al en sen arle a
los reclutas espanol básico y algunas habilidades de co m p ren -
sión240. En P erú las fuerzas arm ad as “o p erab an u n sistem a
educativo im p o rtan te p a ra los reclutas, que incluía las m ejores
escuelas vocacionales en la nación”241. Para la d écada de 1920
el ejército brasileno contaba con más de cincuenta escuelas
que ensenaban a leer y escribir, con atención especial a los
reclutas inm igrantes cuyas familias no hablaban p o rtu g u ê s242.

235 Loyeman, Chile, 237.


237 Loveman, Chile, 105.
238 Resena histórica y orgânica; García, El servicio militar obligatorio, 82.
239 Ruhl, Colombia, 32.
240 García, El servicio militar obligatorio, 93.
241 El ejército peruano ha tenido una fuerte tradición de involucrarse en asuntos
de educación. En la década de 1960 un oficial dei ejército peruano podia es­
perar invertir una tercera parte de su carrera activa en la escuela (McAlister,
Maingot y Potash, “Military” en Latin American Evolution, 35; Dobyns y Dough­
ty, Peru, 236).
242 M cC ann, “ N ation al A rm s", 237.
in general, las fuerzas arm ad as no les In indaban a los Estados
atinoam ericanos o p o rtu n id ad es p ara ad o ctrin ar en m asa en
1 dogm a nacionalista. Tam poco les ofrecian el apalancam ien-
o significativo necesario p a ra e x tra e r los derech o s ciudada-
os ex p an d id o s a segm entos significativos de la población. Se
rearo n islas institucionales de privilégios relativos explícita-
ie n te separados de u n a sociedad percibida con desconfianza.
n vez d e ser la escuela de la nación, el ejército se convirtiô
n u n g u ard iâ n de conceptos abstractos de valores patrióticos
ne tenian poco que ver con la incorporación d e la m ayoría de
ndad an o s a u n a sociedad más cohesionada.

anclusiones

idem os identificar cuatro p atro n e s básicos e n tre los ejérci-


'S de los casos estudiados. Paraguay, d u ra n te la g u e rra de la
iple Alianza, rep resen ta quizás u n caso único de moviliza-
5n total sim ilar a lo que vem os en algunos casos europeos
iran te los últim os cien anos. A rgentina, d u ra n te la p rim era
itad del siglo XX es ejem plo d e u n a extension de recluta-
iento más lim itada. O rig in alm en te con el p ro p ó sito de servir
mo u n a escuela p a ra la nación — o más ex actam ente u n a
cuela nacional p a ra in m ig ran tes— su alcance era lim itado,
ro incluía segm entos de la clase m edia por, al m enos, al-
nos períodos. Chile re p re se n ta u n caso conexo en el cual
ejército no e ra sim plem ente u n reflejo dei o rd e n social, ni
npoco era p erfectam ente dem ocrático. Vale la p en a resal-
■el caso chileno debido al p apel fu n d am en tal desem pena-
p o r la g u ard ia nacional d u ra n te los p rim ero s estádios de
form ación dei Estado. Este g ru p o socialm ente excluyente
rece, sin d u d a, h ab er servido a m uchas d e las funciones de
íesión asociadas con el ejército, p ero lo hizo en el in terio r
u n am biente estratificado. F inalm ente, en la m ayoría de
casos, existe u n g ran abism o e n tre la conform ación de las
rzas arm ad as y la de las clases dom inantes. Por ejem plo, en
ú y M éxico los m ilitares, o al m enos el ejército, son u n me-
canism o de m ovilidad social pai a la clase baja trabajadora. La
m asa enlistada provino, si no dei fondo (dado que quizás no
es lo suficientem ente útil) en el m ejor de los casos dei segundo
cuartil de la población. En general el ejército no era solam ente
peq u en o , sino adem ás no representativo.

Podem os decir lo m ism o de los ejércitos eu ro p eo s y estadou-


nidense d u ra n te la m ayor p a rte de su historia, incluso cu an d o
los aristocratas y las élites sirvieron com o oficiales, a m e n u d o
sin mezclarse. N o obstante, no se p u e d e n eg ar la ex p erien -
cia de las g u erras m undiales, sin im p o rta r qué tan recientes
sean. Sin im p o rtar la segregación p o r clase y raza, los ejérci­
tos britânico, francês y estad o u n id en se hicieron, sin d u d a, u n
g ran ap o rte a la creación no solam ente de sus naciones, sino
tam bién, más igualitarias. No existe u n a experiencia equiva­
lente en L atinoam érica. Allí los ejércitos se p arecían más a sus
co n trap artes dei siglo X V III, unidos p o r obediencia forzada,
a m e n u d o utilizados p a ra el control in tern o y b rin d a n d o poco
a la coherencia nacional.

No obstante, antes que d esesp eram o s p o r la “o p o rtu n id ad


p é rd id a ” de u n a dem ocracia belicista, debem os an o tar que la
experiencia latinoam ericana y el espectro de casos contribuye,
u n a vez más, a la sana desconfianza de condiciones “necesarias
o suficientes” en cualquier fenóm eno social. En el siglo XX
el país con el registro de dem ocracia más envidiable — Costa
Rica después de 1948— fue adem ás el país que abolió el servi­
cio m ilitar obligatorio. C uba, el país con el índice más alto de
participación militar, ha sido tam bién capaz de resistir todas
las presiones recientes de dem ocratización. Los ejércitos no
garantizaban la dem ocracia ni la justicia social; tam poco su
ausência las im posibilitaba. Sin em bargo, L atinoam érica, en
general, p erd ió u n colaborador potencialm ente decisivo p ara
el desarrollo de las políticas contem porâneas.
Capítulo 6

Guerras y Estados-nación en Latinoamérica

En este libro m e ha preo cu p ad o u n doble rom pecabezas em pí­


rico: dpor qué el Estado latinoam ericano no se p u d o desarrollar
más allá de su lim itada capacidad organizacional y p o r qué la
g u e rra internacional ocurrió de m an era tan poco frecuente en
el continente? En los capítulos anteriores he p resentado los vín­
culos en tre estas dos preg u n tas y dem ostrado cómo la ausência
de au to rid ad política y de violência organizada política estuvo
atada en u n a relación circular y causal. Los orígenes de este pa-
tró n único se en cu en tran en las condiciones bajo las cuales los
países consiguieron la independencia. Sin em bargo, tam bién
debem os considerar otros factores, tales como la experiencia
m ilitar real latinoam ericana, las divisiones en el in terio r de las
sociedades y de las élites dom inantes, y la secuencia particular
de estos acontecim ientos, que, en conjunto, contribuyeron a la
construcción de u n legado colonial m ás difícil dei cual escapar.
A lo largo de la obra he indicado el p atró n general observado
en el continente, así como la discrepância en su interior. En este
capítulo final resum o los vínculos causales en tre la capacidad
dei Estado y la g u erra, y en tre el dom inio y las excepciones.
Además discuto cóm o estos hallazgos p u e d e n m ejorar n uestra
com prensión general dei surgim iento dei Estado m oderno.

Explicando la paz
Podem os iniciar quizá con el rom pecabezas em pírico más in-
teresante discutido en el p resen te volum en: la relativa escasez
;uerras en L adnoam érica, en partie ular las internaciona-
liomo m encioné al com ienzo, este hecho no im plica que la
n ia política latinoam ericana no haya sido violenta. El con-
nte no ha carecido de d erram am ien to de sangre y cruel-
en su historia; sin em bargo, h a evitado, de alguna m ane-
I ejercicio organizado de la violência que define asi a otras
ones m odernas. Es la diferencia en la organización política
te ayuda a explicar el “excepcionalism o” latinoam ericano
diferencias en el in terio r del continente.

;o hacer hincapié en u n a division en tre el nivel m icro o


onal de violência y el asociado con la g u erra, que involucra
sariam ente a la organización social. L atinoam érica no es,
luda, inm un e al prim ero. Los instintos anim ales, im pul-
reudianos, juicios racionales y la socialización cultural que
la a d ar cuenta de la violência hum ana, están tan presentes
1 continente com o en cualquier otro lugar. L atinoam érica
rién ha tenido m uchos ejem plos de violência organizada
ilmente. Estos conflictos h an sido, en general, en tre enem i-
deológicos, de clase, de casta o régionales, o com binaciones
llos. Los conflictos de clase, las revueltas de cam pesinos y
evoluciones de u n o u o tro tipo h an sido com unes. No obs-
i, la form a de violência asociada con la g u erra, es decir,
nizada y conectada con unidades políticas, ha sido m ucho
os com ú n. Lo an terio r sugiere u n a respuesta a nu estro pri-
rom pecabezas em pírico, que tiene m enos que ver con la
:iôn de L atinoam érica con la violência y más con la form a
rganización política vista en el continente.

usencia de u n a au to rid ad estatal centralista fuerte explica


>r la distribución y los tipos de violência observados, en p a r­
ar, en el continente. Puesto que el Estado se desarrollô tan
ï, basicam ente a finales del siglo XIX y posteriorm ente, de
era interm itente, los conflictos sociales, políticos, raciales,
maies y económ icos no se controlaban, a m en u d o , desde
»a. La función hobbesiana del Estado se encontraba sub-
rrollada y lo que p ro d u jo fue, a m enudo, la violência de
todos contra todos. Sim plem ente había dem asiados conflictos
sucediendo en todos los Estados latinoam ericanos como p ara
que estos países tuviesen tanta energia p ara luchar en tre ellos.

Estas luchas intern as y las divisiones sociales y económ icas


n u n ca resueltas p ro d u je ro n u n ejército que considero de su
m ayor responsabilidad la protección de u n sentido de nación,
siem pre carente de definición, con respecto a sus enem igos
internos. Ya fu eran indígenas, antagonistas de clases o los su-
puestos rep resen tan tes com unistas, im p o rtab an m enos que el
hecho de que la m irad a m ilitar estaba o rien tad a hacia ad en tro .

Para el m om ento en que los Estados habían desarrollado u n a


capacidad organizacional mayor, la inércia de la paz hizo prácti-
cam ente inim aginable ro m p er con el statu quo geopolítico. A de­
más, los fuertes intereses internacionales habían establecido su
presencia en las diferentes econom ias y no se habían necesa-
riam en te beneficiado de las dram áticas alteraciones en la dis-
tribución dei poder. Si bien existe poca evidencia de la interfe-
rencia proconsular, el Reino U nido y Estados U nidos parecían,
efectivam ente, servir como garantes finales de la paz latinoa-
m ericana. Lo anterior, com binado con u n ejército cuyo interés
profesional y proclividad ideológica no fom entaba el conflicto
internacional, le aseguró al continente su relativa paz.

Las excepciones tien d en a apoyar la regia. Por ejem plo, los


destellos de conflicto e n tre A rgentina y Brasil o c u rrie ro n en
m om entos en que la fortaleza dei Estado se en co n trab a en u n
pico después de u n a g ran caída, com o el caso de Rivadavia en
1825, o en u n pico después de u n g ran ascenso, am bos en la
década de 1860. La capacidad de P araguay p ara so p o rtar la
g u e rra de la Triple Alianza le debió m ucho a su form a única
d e autocracia centralizada. Los êxitos de Chile en sus g u erras
con sus vecinos fuero n , en p arte, u n reflejo dei d esarrollo a d ­
m inistrativo de su Estado. En el con tin en te, p o r lo general,
d o n d e había Estados fuertes, existia m ayor p ro babilidad de
g u e rra internacional. Sin d u d a, persisten m istérios u ocasio­
nes q ue van más allá de la capacidad explicativa de cualquier
lodelo general. La g u e rra del ( ilíaco es mi ejem plo perfecto,
1 el (lue se p o d ría decir que dos d e los países más pobres y
tenos desarrollados se llevaron e n tre sí al colapso de u n te-
itorio sin valor. En otros casos, las g u erras latinoam ericanas
3 necesitan explicación, d ad o que u n vecino m ás poderoso
m plem ente hizo uso de u n a o p o rtu n id a d dem asiado ven-
josa p a ra dejarla pasar. La g u e rra e n tre M éxico y Estados
nidos de 1846, e incluso la del Pacífico, e n tre 1879 y 1883,
n buenos ejem plos.

i general podem os re sp o n d e r la p re g u n ta d e p o r qué las


lerras im p o rtan tes n u n ca se d esarro llaro n a p u n ta n d o a la
■bilidad in h e re n te del Estado. L atinoam érica no contradice
cesariam ente la p rim era p a rte del fam oso d ictum de Tilly.
ás que in te n ta r im ag in ar circunstancias com plejas bajo las
ales los Estados no p u e d a n lib rar g u erras, p arece más pro-
choso p re g u n ta rse si realm en te tenem os Estados, definidos
m an era rigurosa, en el continente.

la relación e n tre la capacidad del Estado y la violência es


i fuerte, entonces el d esarrollo co n tem p o rân eo institucio-
I y político quizá tenga lados m ás oscuros de los que hem os
aginado. L a ja u la de h ie rro del Estado m o d e rn o p u e d e re-
îsentar u n a am enaza a la supervivencia h u m an a. D etrás del
iren te caos de la g u e rra yace la sofisticación organizacional
i racionalidad burocrática. Al m ism o tiem po, la dem ocracia
dica, en p arte, la masificación de la política que, a su vez,
olucra n ú m ero s más g ran d es de población en los conflic-
políticos. El Estado latinoam ericano su b d esarro llad o y la
ítica excluyente dificultan e im p id en que su rjan condicio-
internacionales de g u erra. Si bien estoy m uy al corrien-
le la destrucción y violência q u e ha caracterizado la vida
ítica en L atinoam érica, sostengo que la ausência de lucha
a nacional hace del co n tin en te u n m odelo interesan te. La
ió n principal es co n cen trarse en las bases institucionales
le p erm iten a diferencias sociales, políticas, económ icas o
urales, d eg en e rarse (io convertirse?) en algo m ucho más
violento. Las p reg u n tas que hacem os en to rn o a los conflictos
no d eb en ser p o r qué esta gente se m ata e n tre ella, sino u n a
p re g u n ta infinitam ente más útil: icóm o los convencen de ha-
cerlo y cóm o están organizados?

La ex p erien cia la tin o am erican a re p re s e n ta u n acertijo p a ra


los legisladores que b uscan re d u c ir el conflicto político en
otras p arte s dei m u n d o . Al ay u d ar a d e sa rro lla r u n a auto-
rid a d política p o d rem o s quizá re d u c ir las luchas in tern as y
c re a r la base p a ra in fra e stru c tu ra s sociales m ejores. N o obs­
ta n te, tales Estados p u e d e n tam b ién estar p ro b ab le m en te
más co m p ro m etid o s en u n a co m p etên cia e n tre sí que culm i­
ne con u n a m asacre masiva. P ara m axim izar la posibilidad
de u n a paz reg io n al p o dem os escoger el m a n te n e r u n a au-
to rid a d y capacid ad política cen tral al m ínim o, p e ro con las
respectivas injusticias y violência tratad as con m enos vacíos
de poder. U n a le ctu ra b astan te pesim ista de la com p aració n
e n tre L atin o am érica y E u ro p a Occidental es q u e p o dem os
escoger m u ertes in necesarias a través de los hechos de in-
ju sticia e in e q u id a d o p o r m ed io dei estallido d e conflictos;
el sufrim iento será inevitable. A dem ás, los diversos cam inos
seguidos p o r casos individuales in d ican q u e no se p u e d e n
h allar secuencias causales absolutas sin la aten ció n ap ro p ia-
da a los p u n to s d e inicio. D ada d icha co m p lejid ad , p o dem os
quizá c o n sid era r la conveniência d e in terferen cia política e x ­
cepto en las circunstancias más ex trem as.

Explicando el Estado

Si acep tam o s la s e g u n d a p a r te d e la ley d e Tilly, in o po


d ríam o s im a g in a r q u e m ás g u e rra p u d ie se h a b e r p ro d m i
do m ás Estado?

dCómo las g u erras construyen Estados? En los capítulos anl r


riores vimos que lo hicieron m ed ian te tres procesos n i t r i u
lacionados. Las g u erras b rin d a n el m edio y el imenli vo p.na
centralizar el poder. Dadas las am enazas externas, los I siados
buscan p ro te g e r su situación inlenia al im p o n er su control
sobre la m ayor can tid ad posible de su territo rio . Los ejércitos
conform ados p ara la g u e rra ex te rn a tam bién p u e d e n ser u ti­
lizados p a ra vencer la au to n o m ia de provincias recalcitrantes
o, de hecho, im p o n er u n o rd e n centralizado. La expansión
de este control directo p u e d e te n e r benefícios fiscales, ya que
el G obierno au m en ta la reserva de riqueza potencialm ente
extraíble. Las g u erras son u n a p arte decisiva d e los ciclos de
“extracción-coerción” con los que se usa la a u to rid ad p ara ob-
te n e r recursos que, a su vez, son utilizados p a ra consolidar o
e x p a n d ir dicha au to rid ad .

Las g u e rra s tam b ién ay u d an a c o n stru ir naciones. Lo h acen


al su m in istrar los m ateriales d ram atú rg ico s p a ra las liturgias
nacionales y o frecer cam inos y o p o rtu n id a d e s p a ra la pobla-
ción som etid a con el fin d e establecer relaciones posiblem en-
te de m ayor co o p eració n con el Estado. C on resp ecto a los
prim eros, las g u erras son crea d o re s m aravillosos de leyendas
nacionales. El h ero ísm o de la g u e rra es especialm en te ap ro -
piado p a ra la elaboración y consagración p o r p a rte de los
Estados. Las g u erras son ocasiones en que el “nosotros” p u ed e
a p a re c e r m ás u n id o y m ás h o m o g én eo fre n te a u n a am e-
naza d e “ellos”. Las g u e rra s, victoriosas o no, son tam bién
m om entos d e u n id a d nacional cu an d o el d estin o colectivo
de u n a nación, al m enos teo ricam en te, an u la los im perativos
individualistas. Festejados e n p ie d ra y en p ap el, los actos de
g u e rra le re c u e rd a n a la g en te a q u ién p e rte n e c e su lealtad.
F inalm ente, el éxito en la g u e rra , o incluso la gloriosa d e r r o ­
ta, le p u e d e n b rin d a r a los Estados u n a leg itim id ad incalcu-
lable ya q u e son d em o stracio n es públicas de la cap acid ad de
la a u to rid a d política.

M ediante la m asificación d e los ejércitos, las g u e rra s tam b ién


ayudan a d efin ir la ciu d ad an ía. Elay dos m ecanism os involu-
:rados. Al p ed irle a g ru p o s significativos de la población que
u ch en p o r la causa ab stracta de la nación-E stado, las au to ri-
lades políticas necesitan, a m e n u d o , o frecer algo a cam bio.
A u n q u e n u n ca explícita, p arece bastan te significativa la c
rrelació n causal e n tre la am plia participació n en los ejércit
y los dei'echos políticos p o p u lares. El reclu tam ien to pue<
h a b e r servido h isto ricam en te com o u n p re rre q u isito p a ra
dem ocracia; incluso, ay u d a r al d esarro llo de los “d erec h
sociales”. U n E stado q u e re q u ie ra u n n ú m e ro significa
vo d e hom bres jó v en es e n tre n a d o s y suficien tem en te apt
p a ra la m ovilización masiva, es u n Estado que quizá esté m
dispuesto a g astar recu rso s en ed u cació n y salud públic
T am bién p u e d e ser u n Estado m enos d isp u esto a to le ra r I
p rerro g ativ as aristocráticas sobre su población. Finalm em
los g ran d es ejércitos tie n d e n a servir com o escuelas de la r
ción. El proceso de co n v ertir h o m b res jó v en es en soldad
involucra e n tre n a m ie n to pro fesio n al e inculcarles el dogr
nacionalista, y hasta p u e d e lo g ra r q u e estos h o m b res jóven
a p re n d a n u n a lin g u a fran ca o vehicular.

En g e n era l, el m o d elo e s tá n d a r belicista im plica u n a c u r


d e re tro a lim e n ta c ió n que funciona relativam ente sin prob
mas (ver figura 6.1). Las am enazas ex tern as g en era n nece
dades m ilitares que incluyen recursos fiscales y d e p erso n
Los prim eros son satisfechos m e d ia n te u n a cap acid ad a
m in istrativ a ya ex isten te qu e, a su vez, crece y facilita
e x tra cció n fiscal. La recién a u m e n ta d a cap a cid ad o rg an i;
cional y los nuevos fo n d o s fo m e n ta n y ap o y an a la au to
d ad cen tralizad a. Las n ecesid ad es d e p e rso n a l conllevan
re c lu ta m ie n to y reiv in d icacio n es ciu d a d a n a s a cam bio c
o to rg a m ie n to al E stado de d ich o p o d er. M ien tras tan to ,
am en aza e x te rn a o rig in a la u n id a d de élite y u n sen tf
m ás am p lio d e id e n tid a d colectiva. Este ú ltim o , ju n to o
los hechos hero ico s dei conflicto real, ay u d a a d esarro ll
u n esp íritu n acio n alista oficial q u e, a su vez, ay u d a a com
lid ar la u n id a d de élite. A m bos co ad y u v an a la leg itim id
de la a u to rid a d cen tralizad a. L a co m b in ació n d e a u to rid
in stitu cio n alizad a, las reiv in d icacio n es c iu d a d a n a s y el r
cionalism o son c o m p o n en tes esenciales d e u n a nación-E s
do m o d e rn a .
A m enazà e x te rn a — ► N ecesidades m ilitares / ----- ► Estado - N ación

Figura 6.1 Confección clásica de la g u erra Nación-Estado


Fuente: M iguel Angel Centeno

in Latinoam érica el proceso fue, en general, m uy diferente


ver figura 6.2). La respuesta fiscal a las necesidades militares
io podia haber sido satisfecha m ediante u n a capacidad adm i-
listrativa aum entada, dado que apenas existia. Las clases de
;uerra libradas y la lim itada capacidad organizacional dei Es-
ado im pidieron u n a movilización masiva. Por el contrario, la
»rofesionalización posterior a la década de 1890 p ro d u jo fuer-
as arm adas socialm ente aisladas, pequenas y relativam ente
trivilegiadas. Las am enazas ex tern as no se tra d u je ro n auto-
náticam ente en apoyo o identificación propia, sino que lo im-
lidieron p o r m edio de las clases sociales. D ada la ausência de
ualquier sentido de nación esencial, las am enazas externas, a
len u d o , agravaban las divisiones internas. Lo an terio r p ro d u -
) elites divididas y aisladas y u n a m ayoría g eneralm ente exclui-
a sin sentido de ciudadanía. Los resultados de la g u erra en el
antinente fueron, p o r lo general, negativos, puesto que pro-
ocó norm alm en te d euda, colapso económ ico y caos político,
atando tuvo u n efecto económ ico positivo, fue, con dem asiada
ecuencia, brin d án d o le al Estado nuevas “ren tas” y no forzán-
olo a hacer más con lo que ya tenía. Los resultados políticos
ositivos, com o en u n a centralización mayor, estaban, casi siern-
re, acom panados de dom inio autoritário y, raras veces, de u n
trgim iento paralelo en la participación de la población.
Inflación

Figura 6.2 G uerras latinoam ericanas y Estado-Nación


Fuente: M iguel Á ngel Centeno

áCuáles son las condiciones generales que ay u d an a explicar


esta diferencia? P rim ero, el n ú m e ro total de g u erras es m ucho
m ás p eq u en o en el co n tin en te latinoam ericano y este hecho
p u e d e te n e r u n efecto im p o rtan te sobre el resu ltad o social y
político real de las g u erras que o cu rriero n . D ebem os re c o r­
d a r que no es la g u e rra en sí necesariam ente, sino la am enaza
de g u erra, lo q u e a m e n u d o p ro d u ce las consecuencias p o ­
sitivas en to rn o a la construcción dei Estado que discutim os
an terio rm en te. Los países latinoam ericanos no su rg iero n en
u n m u n d o geopolíticam ente com petitivo. C u an d o las g u erras
ap areciero n , lo hicieron, las más de las veces, de fo rm a cir­
cunstancial y no com o p arte de u n con ju n to d e relaciones a
largo plazo. Así, las g u erras quizá no co n stru y ero n Estados
p o rq u e estaban tan aislados en tiem po y espacio com o p ara
te n e r el efecto acum ulativo necesario.

T am bién debem o s te n e r en cu en ta los tipos de g u e rra s que


se lib raro n . Ya h e an o tad o q u e la distinción e n tre g u erras
civiles e in tern acio n ales, si b ien no m uy clara, p u e d e ser d e ­
cisiva en este aspecto. Los tipos de g u e rra s civiles observados
en L atin o am érica d ifleren e n o rm e m e n te d e sus equivalentes
e u ro p eo s o estad o u n id en se. C o n cretam e n te, no fu ero n co-
m ú n m e n t e libradas p o r en tid ad es políticas b ien organizadas
i cohesionadas te rrito ria lm e n te , sino p o r el co n tra rio , casi
iem pre desorganizadas, d isp ersas g eo g rálicam en te y m ul-
polares. A dem ás, estas g u e rra s ra ra vez se resolvieron a
t udo en favor d e u n a de las p artes. Las g u e rra s civiles fue-
on pocas veces m om entos en q u e los conflictos a largo plazo
e solucionaban y las naciones pasab an a u n a fase histórica
neva. En su lugar, no co n sig u iero n sino e x ac erb ar las divi-
iones y los odios in tern o s. Las g u e rra s in tern acio n ales tam -
ién d e ja ro n m ucho que d esear d esd e el p u n to de vista dei
esarrollo político. Estas g u e rra s d u ra ro n a m e n u d o poco e
iv o lu c ra ro n requisitos logísticos relativ am en te sim ples. Las
e d en o m in a d o “g u e rra s lim itad as”, y no deb e s o rp re n d e r
ue hayan p ro d u c id o “Estados lim itad o s”.

Cóm o explicar la interacción p articu lar e n tre el conflicto vio-


;nto y la form ación dei Estado en L atinoam érica? P rim ero, el
egionalism o parece h ab er sido más u n obstáculo p e rm a n en te
iara la form ación dei Estado y era, a m en u d o , em p eo rad o
ior la violência política. En p arte, lo an te rio r se debe a los
norm es retos geográficos en fren tad o s p o r estos países. En la
irim era m itad dei siglo X IX las repúblicas latinoam ericanas
fro n taro n vastas tierras que d em an d ab an m u ch a más capa-
idad adm inistrativa y política de la que cualquier Estado pu-
liese brindar. C ontaban con recursos lim itados p ara o b ten er
t in fraestru ctu ra obligada en térm inos tecnológicos necesaria
iara la form ación dei Estado. M ientras que Estados U nidos,
ianadá y los Estados equivalentes eu ro p eo s p o d ían “ad ap tar-
e” a sus fronteras, las repúblicas latinoam ericanas recibieron
ina g ran can tid ad d e te rrito rio dem asiado ráp id o . Este he-
ho, com binado con la aceptación de los- lim ites adm inistrati-
os clásicos espanoles, se dio en contraposición a u n proceso
más “orgânico” de clesarrollo dei Estado que pudiese h ab er
isado al conflicto p a ra resolver disputas sobre u n territo rio .
’aradójicam ente, la ausência de subidentidades regionales
nás fuertes p u d o h ab er ex acerb ad o el p ro b lem a regionalista,
is decir, u n núcleo étn icam en te d iferen te p u d o h ab er estado
nás in teresad o en p o n erle el sello a su id e n tid ad sobre las
províncias. La ap a re n te hom o g en eid ad de las nuevas nacio-
nes, al m enos en térm inos geográficos, hizo m enos ap are n te
el p roblem a dei m an ten im ien to de las id entidades regionales
y de u n a m en o r p rio rid ad política.

T am bién debem os rec o rd a r que en casi todos los casos nos


referim os a sociedades relativam ente em pobrecidas aú n más
p o r los conflictos indep en d en tistas. Q uizá con excepción de
Chile en la década de 1880 y, quizá A rgentina y Brasil en la de
1870, no observam os vencedores bélicos co n tu n d en tes sobre
sus territórios. O bservem os las condiciones en que Estados
U nidos se en co n trab a después de cada u n a de sus g u erras más
significativas. Sin d u d a, a finales de la década de 1860 la eco­
nom ia dei n o rte le sum inistraba al gobierno federal los re c u r­
sos necesarios p a ra ex p a n d ir y supervisar su au to rid ad . Dicho
de o tra form a, u n n o rte devastado econom icam ente quizá no
se h u b ie ra p odid o convertir en u n L eviatán yanqui.

Las principales fuentes de riqueza p a ra los nuevos Estados


tam bién rep resen tab an bases fiscales cuestionables. Com o
discutim os en el capítulo 3, la disponibilidad de préstam os o
ventas fáciles de bienes básicos le b rin d ab a n al Estado u n a al­
ternativa fren te a la construcción m ucho más ex ig en te de m e r­
cados in tern o s y d esarrollo de u n a in fraestru ctu ra nacional. El
establecim iento y protección de econom ias de com prador, a su
vez, necesitaban relativam ente poco dei Estado. Lo a n terio r
sugiere u n a distinción decisiva e n tre los Estados latinoam eri-
canos y los europeos: la acum ulación y control total de te rri­
tório no fue tan fu n d am en tal p a ra L atinoam érica com o sí lo
fue p a ra E uropa. L a distinción ya se hizo en el caso de África,
d o n d e la población e ra más valiosa que la tie rra m ism a1. La
situación en L atinoam érica no era tan ex trem a y, en algunos
casos, com o en la p am p a, la tie rra im p o rtab a bastante. N o obs­
tante, en el caso de los Estados latinoam ericanos dei siglo X IX
lo que más im p o rtab a e ra el control sobre el principal p u e rto

Herbst, States and Power in Africa.


y el acceso a algumas m ercancias exportables. Kl control sobre
territó rio s lejanos casi n u n ca condujo a conílictos geopolíticos.

A dicionalm ente, los nuevos Estados latinoam ericanos surgie-


ron en u n am biente ideológico equivocado. C u an d o observa­
mos los princípios básicos dei liberalism o q u e triu n faro n en el
co n tin en te en el últim o tercio de la década, no era la filosofia
ideal sobre la cual c o n stru ir u n Estado autoritário. Este hecho
fue p articu larm en te cierto en el caso de la in fo rtu n ad a rela-
ción (de nuevo, desde el p u n to de vista de la co n stru ctio n del
Estado) e n tre el liberalism o y el federalism o. Si bien el pro-
yecto conservador tenía tam bién sus obvias clebilidades, p o r
decir lo m enos, po d ia h ab er re p resen tad o u n a ideologia más
legítim a p a ra el establecim iento de u n a a u to rid ad centralista.

Las g u erras llegaron en los m om entos equivocados. Para fines


prácticos, los conílictos im p o rtan tes p rece d iero n fu n d am e n tal­
m ente al establecim iento de las naciones-Estado. Los m ayores
conílictos que in volucraron u n claro “n o so tro s” y “ellos” ocu-
rrie ro n d u ra n te la C onquista, en el siglo XVI. C on excepcio­
nes m arcadas, la fro n te ra no era u n lu g ar am en azad o r d o n d e
se necesitaba el apoyo de los Estados o la nueva nación pu d ie-
ra ex p an d irse y transform arse. Incluso en el siglo X IX se en-
co n trab an bastante lim itadas las capacidades d e cualquiera de
los Estados en g u e rra p a ra u sar la violência com o u n estím ulo
o u n m edio p a ra e x p a n d ir su control. E n el m o m en to en que
los Estados se establecieron (en la d écada de 1890), h abían
te rm in ad o los anos de g u e rra dei con tin en te. O bservem os el
desarrollo de E uropa: isi los “cien anos de p az” dei siglo X IX
hubiesen sucedido cien anos an tes,'se hu b iesen d esarro llad o
las instituciones políticas u lteriores com o lo hicieron?

El bajo nivel de com petência geopolítica y su virtual desapari-


ción después de la d écada de 1890 tam bién evitó la consolida­
tio n d e la dinâm ica d esarrollista de la g u erra. Las g u erras no
o c u rrie ro n p o rq u e los Estados no estaban listos p a ra ellas y los
países no se m an ten ían p rep arad o s p o rq u e la g u e rra n u n ca
llegó. Es este com entário el que quizá ilustra m ejor la espe-
ciíicidad histórica de los casos eu ro p eo s y la im portância
reconocer los aspectos in d eterm in ad o s de la form ación dei
tado. La evidencia ofrecida en la p resen te o b ra nos clebe h;
más conscientes de la g ran im p o rtân cia d esem p en ad a no
la sim ple p resencia de u n a u o tra característica nacional, :
p o r la interacción de ellas en secuencias específicas caus;
En otras palabras, no es solam ente lo que pasó, sino cuán<
en qué o rd en . En L atinoam érica las g u erras y los Estado:
p articip aro n e n tre sí en u n a arm o n ía productiva, sino qu
cancelaron m u tu am en te.

Si tenían q u e d esem p e n ar u n p ap el p eq u en o al d efendei


países de la violência ex te rn a y estaban bloqueados en su
posición de co n tro l sobre sus propios territó rio s, iq u é pap
d esem p en ab an estos Estados?, ícu ál era su objetivo?, i í
intereses de q u ién servían? D esde mi p u n to de vista, el p<
do in d e p en d en tista y el in m ed iatam en te p o sterio r parecei
b u en ejem plo dei concepto de J o h n M eyer de la construc
isom órfica de u n a política m u n d ial2. No cabe d u d a acerc;
m uy real sentim iento antiespanol, incluso antiim perialist;
las colonias am ericanas en 1800. Existe m ucha m e n o r evi
cia de u n a necesidad, o au n percepción, de la construcció
Estados-nación. dPodemos h ab lar de u n a clase política nai
te lista y capaz de o cu p ar estas nuevas instituciones políti
ip o d em o s h ab lar de intereses nacionales centrales que vi
en la form ación de los Estados nuevas o p o rtu n id ad es ec
micas? C on las posibles excepciones de Chile en 1830 y de
sil en la décad a de 1820, pocos g ru p o s sociales identific
su p ro p ia supervivencia con la dei Estado cen tral3. D espu
cierta función de control m ínim a, n in g ú n g ru p o necesita
q u eria u n a institución que le p u d ie ra im p o n er u n a forn
racionalidad colectiva sobre los intereses nacionales. Exc

Ver Meyer, “T he World Polity and the Authority o f the Nation-State”, 1


Meyer, Boli, Thomas, y Ramirez, “World Society and the Nation State
cias a Kieran Healy por sugerir este tema en primera instancia.
Esta es una interpretación estândar dei caso chileno. Para Brasil, ver
lho, A construção da ordem, capítulo 3.
en Brasil, n in g u n a familia m onárquica, ni liicciones aliadas, se
identificaban con el Estado p a ra hacer coincidir sus intereses
individuales con los del Estado. El Estado no se en co n trab a
d o n d e estaba la acción, excepto cuan d o las ren tas se p o d ían
derivar directam en te de ella m ed ian te préstam os o acceso a
las m ercancias.

Si no podem os re sp o n d e r de m a n era ad ecu ad a a la p re g u n ta


del Estado de quién, es m ás difícil decir qué nación estaba r e ­
presentada. iD ó n d e había u n sentido de nación cohesionada
en el continente? Nos po d ríam o s hacer la m ism a p re g u n ta en
to rn o a E u ro p a, d o n d e el Estado efectivam ente creó su p a rti­
cular ciudadanía. No obstante, en el co n tin en te eu ro p eo p o ­
dem os identificar los Estados m ás poderosos, cuyos esfuerzos
p o r e x p a n d ir su au to rid ad e im p o n er su nacionalidad condu-
je ro n a la eventual form ación de u n a nación-E stado mayor.
En L atinoam érica, en las sociedades ab u n d ab a n las divisiones
de casta y de clase, de m a n era que el proceso in d e p en d en tista
creaba fisuras im p o rtan tes. Si las fro n teras ex tern as latinoa­
m ericanas p arecían tranquilas, no así sus asuntos dom ésticos,
clebido a que las fro n teras co rresp o n d ien tes e ra n internas. Al
analizar todos los aspectos del posible d esarrollo dei Estado
g en erad o p o r la g u e rra nos encontram os con el mism o fen ó ­
m eno: el m iedo al enem igo in tern o evitó la consolidación de
la au to rid ad , la elaboración de la sobrecogedora m itologia n a ­
cionalista y la in c o rp o ra tio n de gran d es porciones d e la pobla-
ción al ap ara to militar.

De nuevo debem os re c o rd a r que los países latinoam ericanos


nacieron com o fragm entos d e u n im pério y que m an tu v iero n
la je ra rq u ia de la raza colonial. Es ju sta m e n te lo anterior, más
que las incóm odas fronteras de intervención e x tra n jera, lo que
se constituye en el vercladero im ped im en to poscolonial p ara
la form ación dei Estado-nación. La ex p erien cia latinoam eri-
cana nos co nduce a revisar las condiciones p articulares bajo
las que surgieron los Estados en E u ro p a occidental. Las grie-
tas raciales y de casta no se d ie ro n en el in terio r de la nación,
sino fuera de ella. Los im périos tran sm arin o s no solam en
d efinieron u n “n osotros” de u n a m ejor form a y trajero n
civilización al resto el m u n d o , sino que tam bién b rin d a ro n
tipo de g u erras más visibles, con luchadores locales y con o tr
reclam antes im perialistas, que alejaron la atención de los co
flictos internos. Las g u erras latinoam ericanas, en particul
los conflictos civiles, lo g raro n lo opuesto.

Sin d u d a, existen excepciones p o r establecer en to rn o a est


regias y a variaciones históricas considerables en el contineni
Sin em bargo, estas ocasiones tien d en a confirm ar la signific
ción de los factores tratados.

En térm inos dei efecto centralizador de las guerras, ya he me


cionado que aquellas libradas contras los indios en las frontei
chilenas, m exicanas y argentinas hicieron efectivam ente apc
tes im portantes. E ran gu erras clásicas de conquista con poc
de las complicaciones de otras guerras. Observem os que a di:
rencia de otros conflictos, estas gu erras fueron libradas cont
un “o tro ” indiscutido y p ro d u jero n benefícios inm ediatos pa
la élite y, aunq u e con u n m en o r alcance, p ara otras partes de
población. Los requisitos de estas gu erras fueron calibrados c
precisión de acuerdo con la capacidad dei Estado, que, a su v<
no fue ab ru m ad o p o r lo que debía p ro d u cir y p u d o fácilmer
an ex ar la nueva tierra m ediante alianzas políticas.

La victoria chilena en la g u e rra co n tra la C onfederación I


ruano-B oliviana no dio com o resu ltad o el tipo de crecim ier
adm inistrativo pronosticado en los relatos belicistas. Sin e
bargo, sí logró dos objetivos decisivos: p rim ero , ayudó a cc
solidar u n consenso de élite y, segundo, le b rin d ó al Esta
central u n m uy necesario g rad o de legitim idad. N o obstan
lo consiguió debido al desequilibrio específico e n tre el de
rrollo político chileno y el de sus enem igos, hecho obvio
cluso en esta te m p ra n a fecha. El surgim iento dei porfiri;
u n a década después de la victoria liberal sobre M aximilia
y sus aliados franceses p u ed e ser o tra excepción a la regia
diferencia d e la m ayoría de las otras g u erras civiles en L í
noam érica, esta culm inó con la destine ción de uno de los co n ­
tendores. De la m ism a m a n era que los conílictos clásicos de
form ación dei Estado, esta g u e rra le b rin d ó al Estado m exi­
cano u n m onopolio ideológico y organizacional poco com ún
en el continente. D ado q u e este conflicto e ra la continuación
de u n a lucha casi constante en la d écada de 1850, no nos debe
s o rp re n d e r en co n trar que p artes significativas de la población
lu ch aro n en u n o u o tro m om ento. Los g ru p o s de veteranos
de estos conílictos rep resen tab an u n a base im p o rtan te p a ra la
te m p ran a consolidation dei régim en porfiriano.

La excepción final es la te m p ra n a tom a dei Estado parag u ay o


p o r el do cto r Jo sé Francia antes de 1820. La exclusion, y al-
gunas veces élim in atio n , de élites rivales, le b rin d ó al Estado
paraguay o u n g rado envidiable de autonom ia. La relativa ho-
m ogeneid ad de la población y la poca com ún in tég ratio n de
los espanoles y guaraníes, fue p o sterio rm en te aseg u rad a p o r
la am enaza co m p artid a d e la d o m in atio n argentina. El éxi-
to de Francia en m a n te n e r a P araguay asegurô que n in g u n a
o tra potencia solicitante re ta ra al Estado. Sin d u d a, el éxito de
este proyecto estaba en o rm e m en te apoyado p o r la p e q u en a y
com pacta población paraguaya.

El p a tro n más claro que surge de estas excepciones es la im ­


p ortância decisiva del apoyo d e élite. En todos los cu atro casos
la élite fue sobornada, d estru id a, o habia alcanzado u n m o­
m ento poco com ún de consenso. La p ré p a ra tio n y ocasiôn de
g u e rra p u d o h ab er co n trib u íd o a consolidar el poder, p e ro las
condiciones ya estaban presentes, de form a q u e le p erm itieran
co n tin u ar a este proceso.

Es más difícil d istinguir cualquier variable in d e p en d ien te que


ayude a explicar las excepciones a n uestros hallazgos sobre
nacionalism o. Bolivia p u e d e ser el caso m ás débil en este sen ti­
do bien en tra d o el siglo XX y se p o d ria d ecir que aù n este pais
se parece m ás a u n im p ério in tern o ; m an tien e u n a je ra rq u ia
étnica clara y excluye a g ran d es porciones de la población de
la vida política. Pero es innegable que la p é rd id a del litoral
pacífico cs iiii elem ento central de la m itologia nacional b
liviana. Podem os decir lo m ism o de la p érd id a ecuatoriai
dei te rrito rio am azônico. O bservem os de nuevo que en es
últim o caso u n a p a rte significativa de la población defini
p o r la etnicidad es funcionalm ente excluyente. Así, si bien
g u e rra sum inistraba u n a base p a ra algún tipo de nacionalisr
oficial, no hay senales de que este hecho condujo al progre
m ediante la creación de sociedades más incluyentes. En a
bos países los conflictos co n tin ú an en to rn o a qué nación e
re p re se n ta d a p o r el Estado. O tra vez, la no cen tralid ad de
limites territoriales y de la inclusión de u n a población col
re n te en el in terio r de ellos p u e d e ser u n reflejo y u n a cai
de esta situación.

Chile es la excepción central al p a tró n de reclutam iento. Ú


co e n tre los países latinoam ericanos, Chile p u d o crear c
form a de servicio m ilitar que establecía u n vínculo e n tre el
tado y u n a élite definida más am pliam ente. La g u ard ia na<
nal fue incluyente en su p en etració n de las capas superic
de la sociedad y excluyente en su definición de q uién est
cualificado p a ra u n irse a ella. Todos los países latinoam
canos m an tien en u n a form a de título honorífico de fact(
alguno de iure, reservado p a ra algunos pocos. El proble
de Chile, p o r senalar la m em bresía, fue más co n ducente
construcción dei Estado que a otras form as observadas ei
continente. iC óm o podem os explicar la excepción chile
Seria más preciso decir que el consenso de élite preexiste
en Chile posibilitó la creación de la g u ard ia nacional y n
revés. Excepto en el caso de la G u e rra Civil de 1851, la <
chilena m anejó casi setenta anos de u n a relativa paz soei
pesar de las considerables diferencias en to rn o al p ap el dei
tado, en particular, en relación con la vida religiosa. N o cz
d olor el hecho de que la élite fuese relativam ente pequei
estuviese co n cen trad a geográficam ente4. Es quizá más im
tan te el hecho de que el rég im en de Portales de la décad

4 Melquior, “State-Building in Brazil and Argentina”, 265-88.


1830 p u d o im p o n er u n a solución a la división e n tre liberales
y conservadores que destrozó a otras naciones.

O tras posibles excepciones incluyen el resid u o de la g u e rra


m exicana co n tra los franceses y, p o r supuesto, la Revolución
m exicana. L a experiencia p arag u ay a en la década de 1860 es
o tra excepción. Aqui, de nuevo, las condiciones particulares
diíicultaron concluir u n a lección generalizada.

C onstruyendo los Estados-nación

cQ ué podem os a p re n d e r acerca de la n atu raleza g en eral de


la construcción de Estado y la nación a p a rtir de los casos lati-
noam ericanos? Q uizá la lección más im p o rtan te es que la fo r­
m ación de los Estados-nación es inevitable. El establecim iento
de a u to rid ad política exitosa sobre extensos territó rio s es la
excepción y no la regia. Este hecho es claram ente evidente
después de la ex p erien cia africana de los últim os cu are n ta
anos. Sin em bargo, con dem asiada frecuencia, el desarrollo
de este co n tin en te h a sido explicado de m a n era convincente
p o r las características de su historia o las sociedades tribales.
No obstante, a la luz de la c o n tu n d en te evidencia de g ran p a r ­
te del resto del m u n d o , la sociologia política h a persistido en
co n sid erar el p a tró n d e E u ro p a Occidental com o u n están d a r
histórico. Q uizá hayam os reco rrid o u n largo cam ino d esde los
dias cu an d o estos casos se consideraban tam bién norm ativos,
p ero no hem os escapado al en ceg u eced o r eu ro cen trism o em ­
pírico. El sesgo de la selección de la m u estra en la m ayoría de
investigaciones en ciências sociales nos h a p erm itid o u n iv er­
salizar lo p articu lar y co n sid erar los descubrim ientos fo rtu i­
tos com o inevitables. La p re g u n ta de la form ación del Estado
debe a p u n ta r en u n sentido más am plio que hasta ahora.

Es h o ra de que le dem os u n giro de 180 grados al análisis


de la form ación del Estado. El proceso o cu rrid o de m a n era
más exitosa en E u ro p a noroccidental, que com enzó en el siglo
XVI y culm inó en el XIX, fue la v erd ad e ra excepción5. L
Estados-nación fu ero n creados allí con características partic
lares que le deb ían g ran p arte a las condiciones históricas ii
ciales. Este hecho se aplica p rin cip alm en te a la contrib u cf
hecha p o r la g u e rra a este proceso. No necesitam os cru?
el A tlântico p a ra ver que el p a tró n no se repitió en ningi
otro lado. En la p en ín su la balcânica y en E u ro p a oriental,
general, u n a g ran p arte dei conflicto civil e internacional
p u d o crear Estados-nación sólidos e institucionalm ente <
herentes. Así, las p reg u n tas que nos hem os hecho en to r
a d eterm in ad as regiones d eb en ser cam biadas. El v erd ad t
excepcionalism o de los casos de E u ro p a Occidental y Estac
U nidos h a de ser m ucho más valorado y tom ado en cuenta
la m etodologia dei trabajo histórico com parativo. La sue
d e L atinoam érica req u iere ser norm alizada y re e n ten d id a
ausência de o tra implícita. Lo a n terio r nos perm itiria aisla
definir de m ejo r m an era las condiciones que explican m ejo
desarrollo diferencial de las estru ctu ras políticas.

La experiencia de contrafactuales “negativos” a p u n ta a t


condiciones críticas que d eb en ex istir p a ra q u e el ciclo
licista d e la co n stru cció n d e n ació n -E stad o com ience y
d e sa rro lle de m a n era exitosa: p rim ero , h ab er u n núcleo
m inistrativo/institucional suficiente antes de la g u e rra p
que sirva com o estím ulo al desarro llo adm inistrativo. Anb
falta de este núcleo, se p ro d u c irá n m ayores divisiones soei;
y disfunciones institucionales. Así, las raíces de los Estado
necesario enco n trarlo s en la len ta construcción de institu
nes que p u e d a n concentrarse bajo u n m an d o unificado,
rece im posible, excepto en las situaciones geográficas e hi
ricas más extrem as, crea r Estados d o n d e n in g u n a autori
ha existido previam ente. S egundo, al m enos p a rte de la
te d o m in an te debe ver que la ex p an sió n de la a u to rid ad
Estado es p a ra su p ro p io b ien 6. Incluso po d ríam o s decir

5 Podemos también agregar Estados Unidos y ja p ó n .


6 John 11alI sobre el éxito de los Estados clásicos europeos: “[GJrandes secc
esta m ism a facción de élite necesita percibir la ex p an sió n del
Estado com o un im perativo. En caso d e cjue los segm entos de
élite estén satisfechos con sus p o d eres provinciales o de que
sus necesidades políticas estén lim itadas a u n control básico,
n in g ú n agen te social surgirá p a ra im pulsar el d esarrollo de
la m aquinaria. F inalm ente, el núcleo institucional o de élite
del futuro Estado debe estar seguro acerca de la definición
de nación y te n e r la volu n tad d e co m p ro m eterse en las accio­
nes políticas necesarias p a ra lo g rarlo 7. El proceso es, p o r lo
general, poco atractivo, ya que involucra conquista, errad i-
cación de culturas, form as de lim pieza étnica y hasta genoci-
dio. U na nación-Estado p u e d e surgir incluso excluyendo u n a
p arte significativa de la población. Por ejem plo, no se p u ed e
n eg ar el nacionalism o blanco en Sudáfrica d u ra n te la d écada
de 1990. Lo que no p u ed e p ro p o rcio n a r u n Estado-nación
es in certid u m b re acerca de la com posición de la ciudadanía.
Los Estados latinoam ericanos p arecían estar atrap ad o s e n tre
la inclusión de la ideologia in d ep en d en tista de la Ilustración y
la exclusividad que necesitaron e im p u siero n sus estru ctu ras
sociales. O bservem os que cu an d o las líneas se p u e d e n trazar
fácilm ente, p o r ejem plo, en el caso de los m apuches en Chile,
fueron más exitosos los esfuerzos p o r d efinir incluso u n a p o ­
blación hetero g én ea.

Q uizá necesitem os re p la n te a r el concepto d e q u e las g u erras


construyen Estados. Las g u erras sirvieron m ejor com o u n
m ecanism o acelerad o r de u n proceso que tuvo sus orígenes
en o tro lugar. Los Estados no se crearo n en la g u erra, sino
que em erg iero n más fortalecidos que antes. Por ejem plo, no
podem os su p o n er que los Estados su rg irán y te n d rá n ciertas

del poderoso fueron alistadas para entregar grandes cantidades de ingresos


fiscales a la Corona puesto que se dieron cuenta [de] que les servia a sus
propios intereses” (“States and Economic Development”, 164). Ver Lachman
sobre la importância fundamental de la dinâmica Estado-élite para explicar
los resultados institucionales políticos, “Elite Conflict and State Formation”.
Sobre la importância de un “núcleo étnico”, ver A. Smith, The Ethnic Roots o f
Nations; y “State-Making and Nation-Building”, 243-52.
características. Por el co n trario , debem os re p la n tear el proble
m a en sí dei o rd e n y la a u to rid ad política, así com o el estudi
de la g u e rra o violência organizada. G ran p arte de la literati
ra sobre la g u e rra se cen tra en la simple capacidad h u m an
p ara la violência. H em os co m en tad o en varias p artes del libr
que L atinoam érica no careció de violência a nivel m icro. L
que falta y debe ser estudiado más a fondo en la literatui
general sobre la g u e rra es cóm o esta violência personalizad
e individualizada se organiza y dirige. Es cierto, sin d u d a, qu
los europeos no tien en u n m onopolio sobre el salvajismo o
violência hum an a; sin em bargo, sus experiencias p articu lan
los co n d u jero n a sobrevivir d u ra n te m uchos anos al uso c
violência política organizada y sostenida.

La experiencia latinoam ericana carece de organización. Es


hecho vincula la poca frecuencia de las g u erras con la deb
lidad dei Estado. Las sociedades latinoam ericanas, de n u ei
con excepción de Chile, p arecen carecer de la capacidad pai
la form a particu lar de organización política asociada con
Estado. Com o dijimos, existe, sin d u d a, evidencia de la cap
cidad en nivel m icro p a ra organizar instituciones e im pom
ciertas form as de com p o rtam ien to violento, de form a que
explicación p a ra el distinto p a tró n de d esarrollo no se basa c
la predisposición cultural. No creo que L atinoam érica carez<
de u n “espíritu disciplinar”; p o r el contrario, careció dei tij
de organizaciones disciplinares asociadas con la construccic
dei Estado.

Y es la singularid ad de estas organizaciones lo que necesita s


enfatizado. Puesto que hem os norm alizado y universalizai
la experiencia eu ro p e a y estad o u n id en se en n u estra inves
gación, hem os asociado la construcción dei Estado con ui
capacidad genérica p ara la organización política. N o obstam
in o es únicam en te la construcción dei Estado u n a de las mi
tiples form as que p u ed e to m ar la organización social? En v
d e p re g u n ta r ip o r qué no Estados?, refirién d o n o s a p o r q
no se dio un d eterm in a d o desarro llo político, debem os exp
i p o r q u ê u n a form a de organización política se p resen tó en
m traposición a otras. De nuevo, la clave p u e d e estar en las
titudes fren te al control territo rial. En E u ro p a existió una
u relación e n tre la organización política y la tierra, hecho
■nsiderado el activo más valioso. Esta constelación p articu lar
odujo, a m en u d o , u n a nación-Estado. Pero en u n m u n d o
i estas organizaciones y d o n d e el p o d e r no siem pre se ex-
esaba territo rialm en te, la nación-Estado p arecia ser u n a ins-
ución m ucho más difícil de construir.

>demos decir lo rnismo de las form as de cohesión y solida-


üad social q u e d o m in an u n área en particular. En general,
com enzando en el siglo X V II, las co m u n id ad es eu ro p eas
solidificaron en to rn o a líneas isoculturales, definidas en
irias form as, incluidos el lenguaje, la religión y la concentra-
>11 geográfica. Estas identidades en g ran a ro n bien con ciertos
itados o fuero n incluidas m ed ian te la conquista. El Estado
la nación e ra n relativam ente congruentes. E nfren tad o s con
jquenas m inorias, los Estados e ra n lo suficientem ente pode-
isos p a ra im p o n er el dom inio centralista o lo suficientem en-
débiles p ara p artirse en dos.

p atró n era m uy d iferen te en Latinoam érica. Allí las iden-


lades centrales no eran la cu ltu ra ni la nacionalidad, com o
definen en E u ro p a, sino la raza, la casta y, co m enzando la
irte final del siglo X IX, la clase. El asunto, de nuevo, es que
) existia u n a característica in h e re n te que evitara que los lati-
)am ericanos a d o p taran u n a id en tid ad nacional, sino la exis-
ncia de distintos procesos históricos que co n d u jero n a u n a
rarquía diferen te d e identificación propia.

i consecuencia, existen dos p reg u n ta s que debem os p la n ­


am o s en to rn o al d esarrollo d e las organizaciones e identi-
ides conducentes a u n a nación-Estado. P rim ero, ise aplica
i proceso de masa, solidificación y organización? La respues-
para L atinoam érica era sí. La seg u n d a p re g u n ta tiene que
:r con la form a que tom ó dicho proceso. En la p resen te obra
he buscado analizar p o r qué L atinoam érica tom ó u n a form a
m uy diferente a la dei están d ar e u ro p e o 8.

Todos estos requisitos m e hacen d u d a r acerca de la utilidad de


cualquier m odelo parsim onioso de d esarrollo dei Estado. Lo
an terio r no es necesariam ente u n arg u m en to en co n tra de las
cualidades de generalización dei análisis teórico, sino u n arg u ­
m ento p a ra e x p a n d ir los ejem plos que consideram os valiosos
de ser estudiados y p ertin en tes p a ra nuestras discusiones. Sin
em bargo, no creo que debam os ad o p ta r el tipo de m odelo to ­
m ado de la co rrien te de las ciências sociales sobre los estúdios
históricos com parativos. E n co n trar u n cam ino único a través
de la evidencia histórica es casi im posible. Este hecho es cierto
a u n si olvidam os el tipo de descubrim iento subjetivo y el análi­
sis de evidencia a p a rtir dei que incluso sufren los esfuerzos de
b u en a fe. D ebem os m a n te n e r y h acer hincapié en el reconoci-
m iento de la no linealidad y de la in certid u m b re histórica. Lo
an te rio r no p re te n d e d eb atir la historia “p u r a ”, sino presio-
n a r p ara u n a m ejo r mezcla de n arrativ a y m odelo. Q uizá más
im p o rtan te, debem os e n te n d e r mejor, o visualizar, la relación
e n tre estructu ras sociológicas y eventos históricos. P ara expli­
car u n acontecim iento en p articu lar no nos podem os cen trar
exclusivam ente en el suceso aislado, sino en la interacción. En
n u estro caso, podem os h ab lar de las nacientes condiciones so-

iC óm o pudo haber sido? Observemos algunos contrafactuales imaginários


posibles. Primero, una Latinoamérica en 1850 constituída solamente por cin­
co macro-Estados: Brasil, una confederación dei sur (incluida la mayor par­
te dei Cono Sur), una renacida república inca a lo largo de los Andes, una
confederación dei norte dei Caribe (incluídas partes de Brasil nororiental y
quizá algunas de las islas tomadas de las potências coloniales) y un Império
mesoamericano. O imaginemos una Latinoamérica donde las divisiones entre
conservadores y liberales cruzan las fronteras y los miembros de un partido
buscarían apoyar a los confederados en otros países. Imaginemos entonces
un continente dividido entre el norte liberal y el sur conservador, o viceversa.
Cualquiera de dichas condiciones hubiese producido Estados radicalmente
diferentes en el siglo XX. Sin embargo, íexisten condiciones imaginables para
que esto hubiera sucedido? Lo encuentro difícil de creer. Un cambio incluso
en un solo dígito en el número de variables hubiese sido insuficiente. Cientos
de anos necesitarían anularse.
ciales y políticas del co n tin en te com o la e s ln ic lu ra subyacente
y de las g u erras que o c u rrie ro n com o los eventos. A dem ás, la
relación e n tre ellas estuvo, en p arte, articulada p o r u n am ­
biente in tern acio n al (duna m etaestru ctu ra?). P ara cada u n a
de ellas —condiciones in te rn a s, form as de g u e rra s y am b ien ­
te in tern acio n al— p o d em o s id en tificar diferencias decisivas
que nos ay u d en a fo rm u la r m ejo r la p re g u n ta . Ya no es más
dpor qué L atin o am érica n o se d esarro lló de cierta m an era?,
sino dcómo explicam os las diferencias en la evolución de E u ­
ro p a y L atin o am érica?9

Podem os llam arlo causación en espiral, d ep en d en cia de tra-


yectoria, o, sim plem ente, historicism o. N o o bstante, lo a n ­
te rio r no im plica so lam en te n a rra c ió n d e historias, sino la
identificación de las condiciones estru ctu rales q u e d eterm i-
nan las probabilidades relativas de resultados sociales e insti-
tucionales en p articu lar y u n reconocim iento de la m a n era en
que estas condiciones o p e ra n bajo u n a v aried ad de limitacio-
nes relacionadas con las circunstancias iniciales y secuencias
históricas. N o necesitam os ir tan lejos com o la negación de
Clayton R obert de las “leyes p ro tecto ras” p a ra reconocer el
atractivo de lo que d en o m in a coligación o “el análisis de las co-
nexiones causales en tre eventos”10. Con suficientes secuencias
podem os c o n tin u ar la clasificación de vínculos causales y el
análisis de las probabilidades corresp o n d ien tes. N o obstante,
el p rim e r paso debe ser la recolección de explicaciones.

Para h ab lar de condiciones necesarias y suficientes al m o m en ­


to de explicar estos procesos, com o p o r ejem plo la form ación
del Estado, es involucrarse en arro g an cia positivista. N uestra
tarea no debe ser la identificación de cu alq u ier lista de pre-
rrequisitos, sino el análisis sistem ático de las condiciones de
estructuras sociales en particular y cómo estas producen diferen-

!l Quizá el mejor ejemplo de cómo se hubiese podido lograr, al menos en Lati­


noamérica, se encuentra en Hirschman, Development Projects Observed.
111 Roberts, The Logic o f Historical Explanation.
tes resultados. Dicho análisis p u ed e frustrar nuestra fascinaci
profèsional con la construcción de modelos, pero producirá u
m ejor com pren sió n de la trayectoria histórica en to rn o a
vida co n tem p o rân ea y u n a conceptualización más rica de
p atro n es observados en dicha historia.

U n en fo q u e en la h isto ria nos a le rta rá sobre la im p o rtan


decisiva dei o rd e n cronológico, y u n a lección im portant«
p a rtir dei caso latin o am erican o es la d e no h a b e r o cu rri
u n n ú m e ro significativo d e g u e rra s y, p o r lo g en eral, sm
d ie ro n en el m o m en to equivocado (antes de la consolidaci
d e los Estados). U n a persp ectiv a m ás histórica tam bién r
p e rm itiria a ce p tar la lógica circu lar in h e re n te de causaci
e n estos casos. L a relación e n tre g u e rra s y Estados no se pi
d e c o n sid era r q u e suceda en solo u n ciclo, sino en u n a se
de rotaciones en espiral, d o n d e u n a g en era la o tra. El
cio no es estático; se m ueve com o u n a espiral en u n a d ir
ción en particular. L a dirección, velocidad d e las rotacioi
y circu n ferên cia de los ciclos d e p e n d e n de las condicioi
de inicio, y el inicio dei ciclo es crucial. E n L atin o am ér
la causación circu lar e n tre la g u e rra y los Estados inició
los lugares y m o m en to s equivocados; esta situación h a hec
to d a la diferencia.

J o h a n H uizinga contrasto las perspectivas dei sociólogo y


histo riad o r co m en tan d o que la p rim e ra buscaba el resu
do de lo que se había establecido, m ientras que la segur
siem pre debía te n e r en cu en ta la posibilidad de distintos
sultados11. H e su gerido en el p resen te libro que g ran p arte
la trayectoria latinoam ericana ya estaba d eterm in a d a poi
naturaleza de su herencia. N o obstante, es m uy fácil situt
de esta m anera. T am bién he com entado sobre la im p o rtar
fu n d am en tal d e los eventos y su o rd en am ien to , no solame
p a ra la su erte en p articu lar dei Estado latinoam ericano, s
tam bién p a ra el desarrollo d e sus co n trap artes europeas.

11 Huizinga, “ l he Idea ol I listory”,


historia no es u n ju e g o de dados en el q u e las probabilidades
históricas se p u e d a n calcular, en el que los acontecim ientos
se p u ed an co n fu n d ir ráp id a m en te con eventos específicos. Al
buscar explicar el pasado y su relación con el p resen te, debe-
raos m a n te n e r con stan tem en te la vista en am bos lados.

Al fin y al cabo, m e gusta la m etáfora del cuento de hadas.


O bservem os que el m ejor de estos necesita dos elem entos se­
parados con dem asiada frecuencia en las ciências sociales: u n a
narrativa y u n a m oraleja general. L atinoam érica tiene millo-
nes de gran d es historias. Es h o ra de com enzar a valorar las
grandes lecciones que tiene p o r ofrecer.
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