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Es decir, esta teoría hace hincapié en que el ser humano no puede reducirse a
su corporalidad puesto que más allá de las connotaciones materiales de la
presencia corporal del ser humano hay un más allá, una entidad inmaterial que
no se percibe en sí misma pero sí se percibe a través de las acciones que
vivifican el cuerpo.
El alma injusta conlleva un serio problema, ya que no fluye una correcta armonía
y las virtudes de cada parte del alma pueden verse trastornadas.
Pues Laín une de una manera magistral el conjunto de conocimientos que llama
penúltimo sobre el ser humano: antropología, filosofía, historia, física, química,
medicina, neurociencia, etología, embriología... y además abre su antropología a
lo último, a lo trascendente, a la religión. Y por otra parte, integradora en el
sentido en que intenta un tercero (el llama estructurismo, materismo), una
propuesta diferente a los dualismos.
Para Aristóteles, todo aquello que se mueve es movido a su vez por una causa,
y así sucesivamente. Por tanto, ha de existir algún tipo de motor en el inicio, algo
que no sea movido por nadie y que sea lo que desencadene el proceso. Este
primer ‘motor inmóvil’ es lo que él relaciona con algún tipo de ser divino,
responsable, además, de la unidad del mundo y del orden y las reglas que lo
rigen.
Este nuevo enfoque del conocimiento sería el primer paso hacia el método
científico tal y como lo conocemos. Es por esto que Aristóteles puede ser
considerado uno de los primeros empiristas, pese a que siempre someterá el
conocimiento sensible a la razón. La base de su sistema era encontrar una
explicación racional y cierta del mundo que nos rodea.
El tercer tipo de alma, superior a las dos anteriores, es el alma racional. Además
de las funciones propias de las almas inferiores, la vegetativa y la sensitiva, el
alma racional está capacitada para ejercer funciones intelectivas.