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El dualismo antropológico es un concepto filosófico que parte de la premisa de

que el ser humano está compuesto de cuerpo y alma.

Es decir, esta teoría hace hincapié en que el ser humano no puede reducirse a
su corporalidad puesto que más allá de las connotaciones materiales de la
presencia corporal del ser humano hay un más allá, una entidad inmaterial que
no se percibe en sí misma pero sí se percibe a través de las acciones que
vivifican el cuerpo.

Platón consideró que el alma es el principio que vivifica el cuerpo. Otros


pensadores también llegaron a la misma conclusión, Descartes es un claro
ejemplo de ello. Desde este punto de vista, cuerpo y alma tienen dos realidades
distintas pero interactúan de un modo constante. De hecho, un malestar anímico
puede tener su reflejo en el plano corporal.

El dualismo antropológico también conecta con la esencia del misterio de la vida,


con la observación de esa dignidad que diferencia al ser humano del resto de
seres puesto que la persona gracias a su inteligencia y voluntad, muestra una
autonomía y una sabiduría notables.

El alma injusta conlleva un serio problema, ya que no fluye una correcta armonía
y las virtudes de cada parte del alma pueden verse trastornadas.

El correcto funcionamiento del alma, consiste, en una correcta jerarquía entre


sus partes, y que sea la racional, la que gobierne sobre el resto. De esta
manera, será posible extraer la virtud de cada una de las partes, en definitiva,
llegar a tener un alma justa.

La postura que toma Lain sobre no aceptar la teoría de Sócrates y Platón, al


considerar que existe un hombre compuesto de dos partes al principio, el
entiende que el hombre es solo un cuerpo.

Pero esto va cambiando al realizar el cambio de un dualismo a un monismo.

Pues Laín une de una manera magistral el conjunto de conocimientos que llama
penúltimo sobre el ser humano: antropología, filosofía, historia, física, química,
medicina, neurociencia, etología, embriología... y además abre su antropología a
lo último, a lo trascendente, a la religión. Y por otra parte, integradora en el
sentido en que intenta un tercero (el llama estructurismo, materismo), una
propuesta diferente a los dualismos.

Para Aristóteles, todo aquello que se mueve es movido a su vez por una causa,
y así sucesivamente. Por tanto, ha de existir algún tipo de motor en el inicio, algo
que no sea movido por nadie y que sea lo que desencadene el proceso. Este
primer ‘motor inmóvil’ es lo que él relaciona con algún tipo de ser divino,
responsable, además, de la unidad del mundo y del orden y las reglas que lo
rigen.

Este nuevo enfoque del conocimiento sería el primer paso hacia el método
científico tal y como lo conocemos. Es por esto que Aristóteles puede ser
considerado uno de los primeros empiristas, pese a que siempre someterá el
conocimiento sensible a la razón. La base de su sistema era encontrar una
explicación racional y cierta del mundo que nos rodea.

Aristóteles, sin embargo, ha de concebir al ser humano de acuerdo con su teoría


de la sustancia, es decir, en consonancia con la idea de que no es posible la
existencia de formas separadas.

El hombre, pues, ha de ser una sustancia compuesta de materia y forma: la


materia del hombre es el cuerpo y su forma el alma. Aristóteles acepta, como era
admitido entre los filósofos griegos, la existencia del alma como principio vital:
todos los seres vivos, por el hecho de serlo, están dotados de alma, tanto los
vegetales como los animales. Pero interpreta también que ese alma es la forma
de la sustancia, es decir, el acto del hombre, en la medida en que la forma
representa la actualización o la realización de una sustancia.

El nos explica que cuando el hombre muere se produce un cambio sustancial y,


como hemos visto en la explicación aristotélica del cambio, eso supone la
pérdida de una forma y la adquisición de otra por parte de la sustancia "hombre":
la forma que se pierde es la de "ser vivo" (lo que equivale a decir "ser animado"),
y la forma que se adquiere es la de "cadáver" (lo que equivale a decir "ser
inanimado").

Aristóteles distinguirá en su tratado "De Anima" tres tipos de alma: la vegetativa,


la sensitiva y la racional. El alma vegetativa ejerce las funciones de asimilación y
de reproducción y es el tipo de alma propio de las plantas; asume , por lo tanto,
las funciones propias del mantenimiento de la vida.

El segundo tipo de alma, superior al alma vegetativa, es el alma sensitiva, el


alma propia de los animales. No sólo está capacitada para ejercer las funciones
vegetativas o nutritivas, sino que controla la percepción sensible, el deseo y el
movimiento local, lo que permite a los animales disponer de todas las
sensaciones necesarias para garantizar su supervivencia.

El tercer tipo de alma, superior a las dos anteriores, es el alma racional. Además
de las funciones propias de las almas inferiores, la vegetativa y la sensitiva, el
alma racional está capacitada para ejercer funciones intelectivas.

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