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TRANSDIAGNÓSTICO DE LOS
DESÓRDENES EMOCIONALES
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En ella encontrará el catálogo completo y comentado
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TRATAMIENTO
TRANSDIAGNÓSTICO
DE LOS DESÓRDENES
EMOCIONALES
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© Ana Estévez Gutiérrez
Juan Ramos Cejudo
José Martín Salguero Noguera
© EDITORIAL SÍNTESIS, S. A.
Vallehermoso, 34. 28015 Madrid
Teléfono: 91 593 20 98
http://www.sintesis.com
ISBN: 978-84-907775-2-7
Reservados todos los derechos. Está prohibido, bajo las sanciones penales y el resarcimiento civil previstos en las
leyes, reproducir, registrar o transmitir esta publicación, íntegra o parcialmente, por cualquier sistema de
recuperación y por cualquier medio, sea mecánico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o
cualquier otro, sin la autorización previa por escrito de Editorial Síntesis, S. A.
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Índice
3. Intervención transdiagnóstica
3.1. La eficacia de los tratamientos transdiagnósticos
3.2. Una propuesta de intervención transdiagnóstica basada en el MGDE
3.2.1. Características de la intervención
3.2.2. Objetivos y fases de la intervención
3.2.3. Técnicas y estrategias de intervención
3.3. Desarrollo de la intervención transdiagnóstica basada en el MGDE
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3.3.1. Fase I. Identificación y toma de conciencia: convirtiendo los
automático en consciente
3.3.2. Fase II: Valoraciones desajustadas, estrategias ineficaces
3.3.3. Fase III: Nuevas estrategias, nuevos objetivos
Bibliografía
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¿Qué tienen en común los problemas
emocionales?
Uno de los tópicos de estudio más importantes en el ámbito de la Psicología, que sigue
siendo foco de constante investigación y de apasionado debate, es el centrado en dar
respuesta a la pregunta: ¿qué son las emociones? Actualmente, la comunidad científica
aún no ha encontrado una respuesta consensuada a esta pregunta y siguen siendo
muchos los puntos de discusión, por ejemplo: ¿son las emociones estados metales únicos
y diferenciados?, ¿tiene cada emoción una manifestación cognitiva, fisiológica y
conductual particular?, ¿hay circuitos neurológicos específicos para cada emoción?, ¿qué
parte de las emociones se hereda y qué parte se aprende?, etc. En función de la teoría
sobre las emociones en que nos centremos, las respuestas a estas cuestiones serán
diferentes.
Así, por ejemplo, la teoría de las emociones básicas plantea que existen diferentes
emociones universales (tales como la tristeza, la ira, el miedo, la alegría, la sorpresa, el
asco o el desprecio; Ekman y Cordaro, 2011), las cuales representan estados mentales
únicos cuyas causas, formas de expresarse y funciones son específicas. En este sentido,
por ejemplo, mientras que el miedo aparecería en respuesta a situaciones de peligro o
amenaza, activando la tendencia a evitar o huir de dicho peligro, la tristeza ocurriría ante
situaciones de pérdida, activando la tendencia a abandonar los esfuerzos por conseguir
aquello perdido y favoreciendo la búsqueda de nuevas metas. Desde esta perspectiva, las
emociones básicas se consideran heredadas y pueden ser activadas sin mediación
cognitiva. Son muchos los autores que han mostrado su inclinación por esta forma de
entender las emociones, encontrándose entre ellos figuras tan destacadas como Izard
(2007) o Ekman (Ekman y Cordaro, 2011).
Por otra parte, la teoría constructivista de las emociones descarta la existencia de
emociones básicas y considera que estas no son estados mentales únicos (con causas o
funciones específicas), sino que cualquier emoción emerge de un proceso constructivo
basado en diferentes ingredientes psicológicos (los cuales sí serían “básicos”). Así, uno
de los modelos que más repercusión está teniendo dentro de estas teorías, el Conceptual
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Act Model (CAM; Barret, 2005), plantea que los eventos mentales a los que
denominamos emociones son “construidos” a partir de tres ingredientes: el afecto, un
sistema conceptual para las emociones (que permite establecer categorías de emociones y
que incluiría lo que las personas “conocen” sobre ellas; p. ej., las etiquetas emocionales
que han aprendido) y el control de la atención (que determina los elementos que son
considerados o no a la hora de construir las emociones). Según el CAM, la forma en que
se combinen estos tres ingredientes dará lugar a una u otra emoción en cada momento.
Desde esta perspectiva, las emociones están fuertemente influidas por el contexto cultural
(que hará que el sistema conceptual sea diferente de unas culturas a otras) y, además, la
variabilidad emocional será la norma en nuestra vida afectiva (pues las emociones no
siempre se “construyen” del mismo modo”).
Aunque el debate y la búsqueda de evidencias a favor y contra de las hipótesis que
plantean cada una de estas propuestas teóricas sigue vivo, parece existir consenso en la
literatura con respecto a ciertas características principales de las emociones, estas son: las
emociones son estados psicológicos que incluyen respuestas fisiológicas, respuestas
cognitivas y tendencias de acción, así como una experiencia subjetiva; las emociones
cumplen una función adaptativa (Gross y Barret, 2011). Con respecto a esta última
característica, Izard (2010), en un estudio que incluyó las opiniones de más de 30
investigadores destacados en el campo de las emociones, encontró un alto consenso en lo
que respecta a sus funciones, las cuales se pueden resumir en la idea general de que las
emociones:
Cuadro 1.1. Funciones de diferentes emociones y su relación con las metas (adaptado
de Roseman, 2011)
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De estas palabras se deduce que las emociones cumplen la función de reclutar y
organizar diferentes respuestas de nuestro organismo (físicas, cognitivas, motivacionales)
para ayudarnos a responder a las demandas de nuestro día a día de una forma efectiva.
Además, son una fuente de información sobre la forma en que nos dirigimos hacia las
metas que consideramos importantes en nuestra vida (Carver y Scheirer, 2013).
Siguiendo el modelo de Roseman (Model of Emotion System; Roseman, 2011), el
cuadro 1.1 nos muestra algunas de las funciones de diferentes emociones, así como su
relación con diferentes tipos de metas.
Como se puede observar en el cuadro 1.1, las emociones aparecen asociadas al
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modo en que nuestra conducta es consistente o no con nuestras metas y objetivos,
motivando, además, nuestro comportamiento en una dirección concreta. Imaginemos,
por ejemplo, a una persona cuyo objetivo es entregar su trabajo a tiempo. Si para hacer
este trabajo tiene que colaborar con otro compañero, el cual no está rindiendo de la
forma necesaria, es probable que esta persona sienta una emoción de ira o enfado (pues
lo que ocurre es inconsistente con su objetivo, con conseguir lo que desea).
Al sentir enfado, todo un conjunto de respuestas fisiológicas, cognitivas y
conductuales aparecerán, todas ellas organizadas para motivar o dirigir su conducta en
contra de aquello que bloquea su objetivo, en este caso, quizás dándole la energía
necesaria para exponer el problema a su compañero y pedirle una solución. Pero
pensemos ahora en el compañero, si este tuviese el objetivo de no ser valorado de forma
negativa en el trabajo es posible que, al escuchar la crítica, sienta una emoción de miedo
(puesto que lo que ocurre es inconsistente con su objetivo). La emoción de miedo, y las
respuestas que la acompañan, podrían no obstante ayudarle a alejarse de lo que teme (ser
valorado negativamente), motivándole y proporcionándole energía para rendir más en el
trabajo.
Estos dos ejemplos ilustran la forma en que las emociones pueden servirnos de
ayuda en situaciones concretas de nuestra vida cotidiana. Desde esta perspectiva, el
poseer un sistema emocional complejo no supone sino un recurso imprescindible para
alcanzar nuestros objetivos y acercarnos a nuestras metas en el día a día. Pero, si esto es
así, si las emociones están diseñadas para ser un recurso útil, ¿cómo es posible que en
ocasiones nos generen tanto malestar, nos lleven a bloquear nuestra conducta, o a
impedirnos funcionar de una forma óptima?, esto es, ¿cómo es posible que se conviertan
en un problema psicológico? A lo largo de este libro trataremos de mostrar la respuesta a
esta pregunta (la cual abordaremos con más detalle en el apartado 1.4).
Antes de ello, en los siguientes apartados nos centraremos en ofrecer una breve
descripción de qué son los desórdenes emocionales, cómo se relacionan entre sí, y qué
variables han sido estudiadas a la hora de explicarlos.
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funcionamiento normal de las personas. Así, para una persona con fobia social, su
ansiedad ante situaciones sociales le puede impedir llevar una vida social o laboral
satisfactoria, mientras que para una persona con un trastorno obsesivo compulsivo, la
ansiedad que le generan sus propios pensamientos, y el hecho de realizar compulsiones
como una forma de reducir dicha ansiedad, le pueden impedir dedicar tiempo y energía a
otros aspectos importantes de su vida. De igual modo, la característica principal del
trastorno depresivo mayor (dentro de los trastornos del estado de ánimo) es la presencia
persistente de sentimientos de tristeza y la incapacidad para disfrutar de las situaciones de
la vida cotidiana. En todos estos ejemplos, emociones que usualmente nos ayudan (tales
como tristeza o la ansiedad), han dejado de ser funcionales y se han convertido en la
base de una dificultad. Es a lo que nos referiremos a lo largo de este libro como
desórdenes emocionales.
Al pensar en los problemas emocionales, vienen a nuestra mente principalmente los
problemas incluidos en el DSM dentro de los trastornos de ansiedad y los trastornos
depresivos. De hecho, en este libro nos referiremos principalmente a este tipo de
problemas al hablar de desórdenes emocionales, puesto que es en ellos en los que el
componente emocional ha sido considerado como una característica definitoria. No
obstante, en las clasificaciones psiquiátricas actuales podemos encontrar todo un
conjunto de problemas psicológicos donde las emociones (y las dificultades en su
regulación), si bien no definen el problema, sí juegan un papel principal en su aparición y
mantenimiento. Nos referimos, entre otros, a los problemas de personalidad (tales como
el trastorno de personalidad límite, que se caracteriza por dificultades en la regulación
emocional, o el trastorno por evitación, caracterizado por la ansiedad social), problemas
de alimentación (como la bulimia, donde los atracones de comida se llevan a cabo en
parte como una forma de responder a emociones intensas), trastornos somatomorfos
(como la hipocondría, caracterizada por el miedo a la enfermedad), o los trastornos
adaptativos (que pueden incluir estados intensos de ansiedad, depresión, o una mezcla de
ambos al mismo tiempo). Si examinamos todos estos problemas con cierta perspectiva,
podremos observar cómo, aun teniendo características que les diferencian y que son de
gran relevancia, todos tienen un aspecto en común: las personas están experimentando
emociones demasiado intensas, prolongadas y frecuentes, las cuales promueven
conductas que, lejos de ayudarles, les impiden funcionar de forma adecuada.
Desde esta perspectiva, las dificultades emocionales están presentes en un amplio
rango de problemas psicológicos, siendo una característica común a muchos de ellos. Sin
embargo, este ha sido un hecho que las clasificaciones psiquiátricas no han tenido en
consideración. Dichas clasificaciones, partiendo de la premisa de que todo trastorno
mental es único y se puede explicar por causas específicas (una idea traída del modelo
médico, donde cada enfermedad médica tiene en su base un fallo orgánico específico), se
han centrado más en describir qué es lo que diferencia a dichos trastornos que en
descubrir qué tienen en común. Sin embargo, este énfasis por comprender los problemas
como categorías discretas y bien delimitadas se ha encontrado una y otra vez con un
problema sin resolver: la comorbilidad.
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Son muchos los trabajos que han dado cuenta de la alta comorbilidad que existe
entre diferentes trastornos psicológicos (principalmente entre aquellos que estamos
considerando como desórdenes emocionales) (p. ej., Brown et al., 2001; Kessler et al.,
1996). Así, por ejemplo, Brown y colaboradores (2001) encontraron, en una muestra de
más de 1000 pacientes con diagnóstico clínico, que el 55% con un trastorno de ansiedad
mostraban, además, otro trastorno de ansiedad o un trastorno depresivo, y que este
porcentaje se elevada al 75% al considerar la prevalencia vida de dichos trastornos. Otras
evidencias de alta comorbilidad entre depresión y ansiedad provienen de diferentes
trabajos de intervención en los que se muestra que, aunque un tratamiento esté destinado
a reducir un determinado trastorno de ansiedad (interviniendo en las variables principales
que lo caracterizan), sus efectos positivos suelen extenderse a otros trastornos de
ansiedad e incluso reducir problemas de depresión comórdibos (Brown, Antony, y
Barlow, 1995; Tsao, Mystkowski, y Zucker, 2002). Por otra parte, son cada vez más los
trabajos que, desde una perspectiva neuropsicológica, encuentran evidencias de que las
regiones cerebrales implicadas en diferentes problemas emocionales son comunes (p. ej.,
una alta excitabilidad en la activación de la amígdala unida a una pobre inhibición cortical
de dicha activación) (para una revisión ver Wilamoska et al., 2011).
Todos estos datos han llevado a diferentes autores a preguntarse si muchos
problemas psicológicos (principalmente los trastornos de ansiedad y depresivos), más que
ser tratados como categorías separadas, pueden considerarse como una amplia categoría
que se caracteriza por la presencia de emocionalidad negativa intensa, la cual, por la
existencia de dificultades para su regulación de forma adaptativa, produce importantes
limitaciones en la vida cotidiana de las personas. Algunos modelos psicológicos se han
basado en esta idea para explicar los problemas de ansiedad y depresión. Por ejemplo, el
modelo tripartito de Clark y Watson (1991), que los entiende como una combinación de
afectividad negativa, afectividad positiva (principalmente la falta de ella) e hiperarousal.
Así, por ejemplo, mientras que los trastornos de ansiedad se caracterizan por una alta
afectividad negativa y alto hiperaurousal (principalmente el Trastorno de Pánico [TP]), la
depresión se caracteriza por una alta afectividad negativa y una baja afectividad positiva.
Desde esta perspectiva, la presencia de una alta afectividad negativa sería el nexo de
unión entre los diferentes problemas emocionales.
El hecho de considerar los desórdenes emocionales como problemas con una base
común ha suscitado de forma inmediata una pregunta de gran relevancia: ¿es posible
encontrar una explicación común a todos los desórdenes emocionales? Analizaremos con
detalle esta cuestión en el siguiente apartado.
Durante gran parte del siglo XX, los modelos teóricos dominantes en psicología trataron
de explicar los problemas psicológicos describiendo diferentes procesos generales que se
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consideraban en la base de toda psicopatología (tal es el caso de los mecanismos de
defensa en la teoría psicoanalítica, o del condicionamiento clásico y operante en la teoría
conductista). Desde esta perspectiva, el énfasis se situaba en encontrar aquellos
mecanismos psicológicos que subyacían a la mayoría de los trastornos mentales,
principalmente, los de tipo emocional. Sin embargo, esta tendencia fue siendo poco a
poco sustituida, principalmente a partir de 1980 (con la edición del DSM-III), por un
mayor interés en distinguir a los trastornos psicológicos en base a sus características,
definiéndose cada uno de ellos de una forma aislada y según categorías diagnósticas
diferenciadas. Empujados por esta perspectiva centrada en diagnósticos específicos, los
investigadores han estado preocupados durante mucho tiempo por descubrir los factores
de riesgo específicos de cada problema psicológico, bajo la hipótesis de que dichos
factores son únicos en cada trastorno mental (Nolen-Hoeksema y Watkins, 2011). En
línea con esta forma de comprender la psicopatología, las intervenciones psicológicas han
sido diseñadas con el objetivo de tratar problemas concretos, lo cual ha llevado a que, a
día de hoy, y en el caso de los problemas emocionales, dispongamos de una amplia gama
de intervenciones diferentes destinadas a cada trastorno de ansiedad o depresión. Así,
por ejemplo, centrándonos solo en la terapia cognitiva, es posible distinguir entre la
terapia para la depresión (Beck, Rush, Shaw, y Emery, 1979), para el trastorno de pánico
(Clark, 1988), para el trastorno de estrés postraumático (Clark y Ehlers, 1979), o para el
trastornos obsesivo compulsivo (Rachman, 1998), entre otras.
Hay diferentes razones que nos pueden ayudar a explicar la proliferación de esta
aproximación centrada en diagnósticos específicos (Taylor y Clark, 2009). Quizás una
de las más destacadas sea la influencia de las clasificaciones diagnósticas. Clasificaciones
como el DSM o la CIE han apostado por describir un amplio número de trastornos
psicológicos, los cuales se intentan distinguir por síntomas o signos concretos, de tal
forma que las características de un trastorno se consideran únicas a dicho trastorno y
claramente diferenciadas de cualquier otra psicopatología. Este énfasis en describir
diagnósticos específicos ha llevado a que, con cada edición del DSM, el listado de
problemas psicológicos se haya ampliado notoriamente, desde 106 en el DSM-I hasta
297 en el DSM-IV. Este hecho ha influido en que los investigadores traten de desarrollar
teorías y tratamientos específicos para cada uno de estos trastornos. Por otra parte, otra
razón a considerar es que esta aproximación ha mostrado resultados muy positivos. Así,
la aparición de micromodelos teóricos centrados en explicar problemas psicológicos
concretos (como por ejemplo, el modelo de interpretación catastrófica del trastorno de
pánico de Clark, 1986; o el modelo cognitivo de las obsesiones de Rachman, 1998; por
citar algunos) ha sido de gran utilidad para conocer mejor los factores etiológicos o
mantenedores de dichos trastornos, propiciando un importante aumento de la
investigación en este campo. Además, muchos de estos micromodelos han servido de
base para el diseño de tratamientos específicos que han demostrado ser eficaces, algo
que, sin duda, ha animado a continuar el trabajo bajo una perspectiva centrada en
diagnósticos específicos (Taylor y Clark, 2009).
Sin embargo, esta aproximación también muestra algunas desventajas que debemos
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considerar, y las cuales analizaremos a continuación.
En primer lugar, la idea de que los trastornos emocionales son entidades bien
diferenciadas entre sí está en muchas ocasiones alejada de la realidad clínica. En la
práctica clínica, es usual que los pacientes muestren diferentes problemas emocionales al
mismo tiempo, los cuales no siempre “encajan” en una categoría diagnóstica concreta,
haciéndose por tanto difícil la aplicación de modelos teóricos e intervenciones que han
sido diseñadas para problemas emocionales específicos. En este sentido, la aproximación
centrada en diagnósticos específicos no da cuenta de la alta comorbilidad entre
trastornos (a la que nos hemos referidos en el apartado anterior) (Craske, 2012), ni da
una respuesta a la hora de comprender e intervenir en aquellos trastornos emocionales
que, según el DSM, se encuentra en la categoría de “no especificados”.
En segundo lugar, la proliferación de micromodelos teóricos y la existencia de
múltiples tratamientos para un mismo trastorno emocional ha añadido cierta complejidad
a la hora de tomar decisiones en la práctica clínica (Craske, 2012). Por poner un
ejemplo, existen más de 15 manuales publicados para el tratamiento del trastorno de
pánico los cuales muestran pocas diferencias entre sí, haciéndose difícil escoger entre
ellos (Wilamowska et al., 2010). El hecho de que los profesionales de la salud mental se
encuentren ante un amplio número de protocolos de intervención, muchos de los cuales
requieren de un entrenamiento específico, y sin una guía con apoyo científico que
permita elegir entre ellos, puede influir negativamente en la diseminación de los
tratamientos psicológicos basados en la evidencia y, por tanto, en su impacto en la salud
pública (Wilamowska et al., 2010).
Otra de las desventajas de la aproximación centrada en diagnósticos específicos
hace referencia a la eficiencia de las intervenciones específicas y a su coste. Los
tratamientos grupales son más eficientes que la terapia individual, en tanto que permiten
trabajar con un mayor número de personas al mismo tiempo (Taylor y Clark, 2009).
Además, diferentes estudios han mostrado que la terapia cognitivo-conductual en grupo
es al menos tan eficaz como la terapia individual para diferentes trastornos, o que existen
pequeñas diferencias entre ambos formatos de intervención (Barth et al., 2013). Por otra
parte, el trabajo en grupo está siendo el formato elegido por diferentes iniciativas que
tratan de acercar las intervenciones psicológicas al ámbito de la salud pública, como por
ejemplo en Atención Primaria (Cano-Vindel, 2011). El hecho de contar con teorías e
intervenciones específicas a cada trastorno emocional puede limitar la formación de
grupos, pues es difícil incluir personas que muestran el mismo diagnóstico y para las
cuales dicho diagnóstico sea el problema principal (Taylor y Clark, 2009).
Por último, la idea de que es posible aislar factores de riesgo únicos para cada
trastorno, una de las hipótesis de la aproximación centrada en diagnósticos específicos,
tampoco está encontrando evidencias claras en el terreno científico. De forma contraria,
un análisis detenido de muchos de los micromodelos existentes que tratan de explicar los
trastornos emocionales nos muestra la existencia de variables predictoras o mantenedoras
(por ejemplo, creencias disfuncionales, conductas de evitación, o sesgos atencionales,
entre otros) que, aunque pueden expresarse de forma diferente en cada trastorno, están
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basadas en procesos comunes (Nolen-Hoekseman y Watkins, 2011). Así, por ejemplo,
aunque la preocupación se ha mostrado como un factor principal de la ansiedad
generalizada (TAG) y la rumiación lo ha sido en la depresión, ambas variables comparten
una tendencia al pensamiento repetitivo que podría estar mantenida por factores comunes
(como las metacreencias positivas; las cuales analizaremos en el siguiente apartado)
(Wells, 2009).
Todas estas limitaciones han llevado a diferentes autores a centrar su atención en
una forma diferente de comprender la psicopatología. Nos referimos a la perspectiva
transdiagnóstica (Kring y Sloan, 2010; Mansell et al., 2009; Nolen-Hoeksema y
Watkins, 2011; Taylor y Clark, 2009; y Barlow, Ellard, Fairholme, Farchione, Boisseau,
Allen y Ehrenreich-May, 2011). Esta perspectiva tiene como objetivo identificar los
procesos psicológicos principales que subyacen a diferentes psicopatologías, usualmente
comórbidas entre sí, como es el caso de los trastornos emocionales. Así, se hipotetiza
que diferentes variables (muchas de las cuales analizaremos en el siguiente apartado)
pueden actuar como predictoras o mantenedoras de problemas emocionales diferentes;
estas variables serían por tanto transdiagnósticas a los trastornos emocionales. Bajo esta
misma premisa, más que aplicar tratamientos específicos para diagnósticos específicos,
las intervenciones transdiagnósticas buscan modificar aquellos procesos comunes a
diferentes trastornos, haciendo disponible un mismo modelo de terapia para personas que
muestran un amplio rango de diagnósticos, y sin que sea necesario tener en cuenta la
información específica de cada uno de estos para que el tratamiento sea efectivo
(Mansell et al., 2009).
Pero, si la aproximación centrada en diagnósticos específicos ha demostrado tener
efectos positivos, tal y como argumentábamos anteriormente, ¿qué puede aportar la
perspectiva transdiagnóstica a la investigación e intervención en los problemas
emocionales? Diferentes autores han tratado de responder a esta pregunta, a continuación
resumiremos las principales respuestas:
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diferentes trastornos de ansiedad, poniendo por tanto los tratamientos
psicológicos a la disposición de un mayor número de personas.
– En línea con lo anterior, esta aproximación puede ser de gran utilidad a la hora
de diseminar el uso de intervenciones psicológicas empíricamente validadas
(Erikson, Janeck y Tallman, 2009). El hecho de que los clínicos tengan a su
disposición protocolos de intervención validados que puedan ser usados con
diferentes trastornos emocionales, permitirá ahorrar costes en la
implementación de los tratamientos. En primer lugar, porque se reduciría el
proceso evaluación y de toma de decisiones clínicas. En segundo lugar, porque
no sería necesario recibir un entrenamiento específico en la aplicación de los
diferentes tratamientos validados que existen para cada trastorno. De este
modo, la perspectiva transdiagnóstica podría facilitar el entrenamiento y
diseminación de tratamientos psicológicos validados haciéndolos más
accesibles en el ámbito de la salud pública.
– El hecho de conocer aquellos procesos cognitivos o conductuales que operan
en el mantenimiento de los problemas emocionales de los pacientes puede
ayudar al clínico en la formulación del caso, favoreciendo una aproximación
más personalizada a cada paciente. Desde esta perspectiva, el clínico trataría
de determinar cuáles son los procesos que explican todo el rango de problemas
emocionales o conductuales que cada paciente presenta, más allá de la
aplicación de modelos y tratamientos específicos para su diagnóstico principal
(Mansell et al., 2009).
– Por último, puesto que el tratamiento transdiagnóstico está focalizado en
intervenir en procesos cognitivo-conductuales que generan manifestaciones
emocionales diferentes (p. ej., ansiedad, tristeza, ira, etc.), puede ayudar a los
pacientes no solo a manejar su problema principal, sino también otros
problemas comórbidos. Desde esta perspectiva, esta aproximación puede
facilitar la prevención de recaídas y es una opción prometedora para la
prevención de problemas emocionales (McEvoy, Nathan, y Norton, 2009).
Todas estas ventajas nos hacen pensar en la perspectiva transdiagnóstica como una
aproximación más parsimoniosa para investigar e intervenir los problemas emocionales
(Mansell et al., 2009), así como una prometedora vía para hacer que los tratamientos
psicológicos empíricamente validados sean más fáciles de implementar y más accesibles
para todas aquellas personas que sufren problemas emocionales y quieren darles una
solución.
Por otra parte, aunque a lo largo de este apartado hayamos ido exponiendo las
características de la aproximación centrada en diagnósticos específicos y de la
perspectiva transdiagnóstica de forma separada, esto no implica que sean perspectivas
contrarias o incompatibles. Muy al contrario, ambas pueden ser complementarias. Así,
por ejemplo, y como señalan diferentes autores (Mansell et al., 2009), en aquellos casos
en los que sea posible identificar un diagnóstico concreto y en los que pensemos que un
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tratamiento específico basado en la evidencia puede ser igual de eficiente que el
tratamiento transdiagnóstico, quizás no sea útil adoptar esta aproximación. Sin embargo,
para aquellos pacientes que no “encajan” en un diagnóstico concreto, que presentan una
alta comorbilidad, o para los que una intervención basada en tratamientos específicos no
haya mostrado ser útil, la aproximación transdiagnóstica puede ser una opción para
considerar.
Uno de los motivos principales que está propiciado un cambio de foco hacia la
perspectiva transdiagnóstica es la creciente acumulación de evidencias científicas que
muestran que los trastornos emocionales parecen diferenciarse entre sí más por el
contenido de los procesos psicológicos que los explican que por los procesos en sí. Así,
por ejemplo, la “atención selectiva hacia la amenaza” ha sido un proceso comúnmente
asociado a diferentes trastornos de ansiedad, siendo lo que varía de un trastorno de
ansiedad a otro la amenaza concreta a la que la atención se dirige (p. ej., mientras que
una persona con fobia social dirigirá la atención hacia su propia ejecución, una persona
con fobia a las serpientes la dirigirá hacia cualquier estímulo relacionado con serpientes).
En los últimos años, es posible encontrar en la literatura científica un amplio cuerpo
de investigaciones que se han centrado en analizar cuáles son aquellas variables o
procesos explicativos comunes a los diferentes trastornos emocionales. En el presente
apartado, trataremos de revisar las principales variables cognitivas o conductuales,
aunque la lista incluye no solo variables psicológicas, sino también genéticas y biológicas
(Sanislow et al., 2010). No es nuestra intención realizar una revisión exhaustiva y
sistemática (para lo cual remitimos al lector a otros trabajos, por ejemplo, Harvey et al.,
2004; Clark y Taylor, 2009), sino revisar aquellas variables que más evidencia han
mostrado o que más utilidad pueden tener a la hora de acercar la aproximación
transdiagnóstica a la práctica clínica.
Para facilitar la exposición, y siguiendo las recomendaciones de Gross y Feldman-
Barret (2011), categorizaremos dichas variables en: variables implicadas en la generación
de emociones y variables implicadas en la regulación emocional (cuadro 1.2).
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de memoria, interpretativo. b) Supresión cognitiva y emocional.
c) Atención autofocalizada.
d) Conductas de evitación.
A) Neuroticismo/extraversión
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personas, en cierto equilibrio, una mayor sensibilidad del BAS ha sido asociada a las
personas extravertidas, las cuales serían más sensibles al refuerzo positivo, estando por
tanto más motivadas a buscar estímulos y emociones positivas, mientras que una mayor
sensibilidad del BIS se ha asociado a personas con neuroticismo, las cuales estarían más
motivadas a evitar emociones y estímulos negativos.
La investigación centrada en analizar la influencia de estos rasgos desde una
perspectiva transdiagnóstica ha encontrado evidencias de que el neuroticismo está
relacionado con una amplio rango de trastornos emocionales, tales como depresión, fobia
social, TAG, TOC y TP con Agorafobia, mostrándose como una variable de
vulnerabilidad relevante, mientras que la extraversión se asocia principalmente a la
depresión y la fobia social, que se caracterizarían por bajos niveles de este rasgo (Brown,
Chorpita, y Barlow, 1998; Mineka, Watson, y Clark, 1998). Por tanto, las personas con
un alto neuroticismo podrían tener una mayor propensión (en parte basada en sus
características biológicas) a reaccionar de forma general con una mayor frecuencia e
intensidad de emociones negativas ante las dificultades de sus vidas, sintiéndose además
más motivadas a evitar o huir de aquellas situaciones o estímulos que sean amenazantes.
B) Esquemas cognitivos
Existen diferentes formas de ver el mundo que nos rodea que son relativamente
estables en las personas y que afectan a nuestra manera de pensar y sentir. Como dice el
refrán, “las cosas son según el cristal con el que se mire”. Uno de los tipos de “cristales”
para mirar la realidad externa serían los denominados esquemas cognitivos, que están
inspirados en la noción de esquema de Barlett (1932) y en las teorías del apego (Bowlby,
1980). Según estas teorías, las relaciones durante la infancia con nuestros primeros
cuidadores nos ayudan a conformar guías para entender cómo está organizado el mundo,
qué aspectos son importantes o no en la relación con los otros, etc. Desde nuestro
nacimiento, y antes de que elaboremos el pensamiento, todos nosotros aprendemos sobre
lo que nos rodea a través de los otros cercanos. La influencia más importante se
encuentra en la familia (Young y Klosko, 1994), ya que sería el primer contexto que
influye a las personas. Su influencia es más intensa durante la primera infancia y, a
medida que crece la relación con los iguales, va disminuyendo. Por ejemplo, si nos tratan
con cuidado y cariño podríamos más fácilmente actuar con confianza hacia los demás
frente a si hemos sufrido una experiencia temprana de abandono o malos tratos. Todo
este conjunto de reglas que afectan a cómo percibimos, interpretamos, sentimos o
actuamos, son denominados esquemas. La identificación de estas estructuras será de
gran ayuda en la comprensión e intervención de los problemas emocionales ya que
cuanto más conozcamos acerca de los modos disfuncionales y dañinos de pensar, más
podremos intervenir sobre ellos.
Existen diferentes teorías que se han centrado en analizar el papel de los esquemas
en los trastorno emocionales, de ellas, quizás las dos aproximaciones que más relevancia
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han tenido sean el modelo cognitivo de Beck (Beck, 1976; Beck, Rush, Shaw y Emery,
1979) y el modelo de terapia cognitiva basada en los esquemas de Young (1994).
La teoría cognitiva de Beck sostiene que las cogniciones o pensamientos tienen un
papel fundamental en el desarrollo, mantenimiento y prevención de los trastornos
clínicos. Según esta corriente, las cogniciones influirían en las emociones y en las
conductas, y no serían los acontecimientos en sí mismos los que provocarían malestar
psicológico en las personas sino el modo en el que estas construyen las situaciones
(Beck, 1976; Ellis, 1962). Las principales variables cognitivas de este modelo se dividen
en esquemas cognitivos, procesos cognitivos y productos cognitivos (Hollon y Kriss,
1984; Kendall y Korgeski, 1979; Merluzzi, Glass y Genest, 1981).
Los esquemas cognitivos serían el nivel de cogniciones más profundo a través del
cual las personas interpretarían los sucesos mediante patrones relativamente estables.
Creencias profundas o “core beliefs” que estarían tan adheridas a la persona que, en
muchas ocasiones, sería muy difícil para esta explicarlas o detallarlas ya que se
considerarían verdades absolutas e inamovibles y se sentirían como parte de uno o una
misma. En el caso de los problemas emocionales, estas creencias se caracterizarían por
su contenido negativo, y por ser globales, rígidas y sobregeneralizadas. Así, a menudo se
expresan en términos absolutos tales como “soy una mala persona”, “soy un fracaso”,
“la gente siempre es desleal” o “el mundo es peligroso”. Estas creencias pueden
activarse cuando la persona está en un estado concreto (p. ej., durante un episodio
depresivo) o a lo largo del tiempo. Cuando la creencia se “activa”, la persona interpreta
la situación a través de las “gafas” de esa creencia, dirigiendo la forma en que se procesa
la información, por ejemplo, fijándose selectivamente en la información que confirme la
creencia y evitando la información contraria. De esta manera, las creencias se
perpetuarían.
Por tanto, los procesos cognitivos compondrían el nivel intermedio y se refieren a
cómo procesamos la información, esto es, cómo la atendemos, recordamos o
interpretamos. Desde la teoría cognitiva, los esquemas cognitivos sesgan la forma en que
las personas procesan la información, atendiendo, recordando e interpretándola de forma
congruente con el contenido de la creencia (analizaremos en más detalle los sesgos
cognitivos más adelante). El resultado de estos sesgos de procesamiento lo componen lo
productos cognitivos. Estos productos suponen el nivel más superficial e incluyen el
autodiálogo, pensamientos automáticos o autoafirmaciones, entre otros. En el caso de los
trastornos emocionales, estos pensamientos automáticos (que se mostrarían a través de
palabras o imágenes) se caracterizan por una visión negativa y distorsionada de la propia
persona, del mundo y del futuro (lo que se denomina como triada cognitiva) (Beck,
1995).
Otro modelo que ha tratado de comprender el papel de los esquemas en el desarrollo
de los problemas emocionales es el modelo de terapia cognitiva basada en los esquemas
de Young (1994). Para este autor, en función de si se han cubierto o no las necesidades
más importantes en la infancia, se pueden identificar diferentes esquemas vitales, los
cuales revisaremos a continuación.
21
La necesidad básica más temprana y una de las más fundamentales sería la de la
seguridad básica. La seguridad básica podría verse afectada si las personas cuidadoras
abandonan o abusan de los niños y niñas. Como consecuencia, durante la edad adulta, se
generarían esquemas consistentes en expectativas de que las necesidades propias de
seguridad, aceptación y respeto no van a ser cubiertas por los demás. Algunos de los
esquemas afectados por la seguridad básica serían los siguientes:
Otra de las necesidades básicas es la relación con los demás. Necesitamos de los
otros amor, atención, empatía, respeto, cariño y comprensión para poder establecer
relaciones de intimidad. Si suceden vivencias traumáticas de malos tratos durante la
infancia y no se recibe cariño o respeto por parte de los seres queridos o se tienen padres
distantes, fríos o ausentes, podrían aparecer creencias de que no se recibirá el apoyo
emocional necesario. Algunos de los esquemas que más se relacionan con estas
necesidades son los siguientes:
22
voluntaria de las necesidades de los demás a expensas de las propias.
– El esquema de subyugación implicaría renunciar a los propios derechos
debido a que uno/a se siente coaccionado por los demás. Estas personas
sacrificarían sus propias necesidades y deseos para agradar a los demás y
evitar la culpa que sienten si solo piensan en ellas mismas.
23
ayuda al niño o niña en el desarrollo de la capacidad de responsabilizarse de sus
actuaciones, en la adquisición de disciplinas y en la cooperación de una manera recíproca
con las otras personas. El esquema afectado por esta necesidad sería el de autocontrol
insuficiente:
Por último, estaría la capacidad para poner límites realistas tanto internos como
externos a la propia conducta.
A pesar de que en muchas ocasiones podría ser muy perjudicial, la mayoría de las
personas buscan y tratan de repetir entornos conocidos. Young (1999) señala que las
personas podríamos mantener los esquemas reforzándolos si seguimos viendo la realidad
con los mismos “cristales”; podríamos también evitarlos a través de estrategias
cognitivas, conductuales o emocionales, que se describirán más adelante, tales como
cambiar nuestra atención o suprimir las emociones que sentimos y, por último,
podríamos compensarlos, lo que implicaría intentos para afrontar el dolor ocasionado por
las experiencias negativas. Un ejemplo de compensación, podría ser el de un niño que ha
forjado un esquema de Fracaso y se dedica toda la vida a intentar ser el mejor para evitar
sentirse menos que los demás.
La relación entre los esquemas cognitivos y la presencia de problemas emocionales
ha sido investigada en diferentes estudios basados tanto en el modelo de Beck como en el
modelo de Young. En este sentido, la presencia de esquemas disfuncionales se ha
relacionado con mayores niveles de ansiedad y depresión (así como de otros problemas
psicológicos) tanto en población clínica como normal (Scher, Ingram y Segal, 2005;
Stopa, Thorne, Waters, y Preston, 2001; Waller,Meyer, y Ohanian, 2001; Welburn,
Coristine, Dagg, Pontefract, y Jordan, 2002). Otro resultado a destacar, y que va en línea
con las premisas del modelo de Beck, es que los esquemas disfuncionales se han
relacionado con una mayor frecuencia de pensamientos negativos automáticos (Calvete,
Estévez, Arroyabe y Ruiz, 2005), mediando dichos pensamientos automáticos la
asociación entre esquemas disfuncionales y síntomas emocionales depresivos (Estévez y
24
Calvete, 2009).
C) Sesgos cognitivos
25
caso de los trastornos de ansiedad), algo que tendrá importantes implicaciones clínicas
(tal y como veremos en la tercera parte de este libro). Una excepción, no obstante,
parece existir con respecto a la depresión. Los estudios llevados a cabo acerca del sesgo
atencional en personas con depresión no parecen haber hallado evidencias claras de la
existencia de un sesgo automático. En su lugar, los hallazgos sugieren que las personas
deprimidas, más que atender preferentemente a información de contenido negativo,
tienen dificultades para “desenganchar” su atención de dicha información, una vez ha
sido atendida (Harvey et al., 2004).
De forma similar a lo analizado sobre el sesgo atencional, en la relación entre
memoria y trastornos emocionales se han explorado principalmente dos hipótesis, por
una parte, que el estado emocional sesga la forma en que recordamos y, por otra parte,
que las personas con diferentes trastornos recuerdan de forma selectiva la información
que está asociada al contenido de su propio trastorno (p. ej., recuerdos del evento
traumático vivido en el caso del TEP, o recuerdos de fracasos previos en el caso de la
depresión).
En lo que respecta a la primera, existe importante evidencia que muestra la
existencia de un sesgo de memoria congruente con el estado de ánimo (Ellis y Moore,
1999), esto es, es más fácil recordar información cuyo contenido coincide con el estado
emocional en el que nos encontramos. Así, por ejemplo, será más fácil recordar eventos
positivos si nos encontramos en un momento de alegría que de tristeza (o viceversa).
Esto explica en cierto modo por qué las personas deprimidas tienen tendencia a recordar
más eventos tristes que alegres, o por qué nos vienen a la mente con más facilidad
situaciones vividas de peligro cuando estamos bajo un estado de ansiedad. En lo que
respecta a la segunda hipótesis, la investigación ha encontrado también evidencias de la
existencia de un sesgo de memoria hacia aquellos estímulos relacionados con las
características de diferentes trastornos emocionales (p. ej., TP, TOC, TEP, TAG o
depresión) (Harvey et al., 2004). No obstante, este sesgo ha sido mucho más robusto en
estudios que analizan memoria explícita (esto es, que requiere esfuerzo consciente para
recordar) y que lo han investigado de forma más ecológica, en situaciones de laboratorio
más similares a la “vida real”. Un ejemplo de este tipo de estudios es el llevado a cabo
por Mansell y Clark (1999), quienes pidieron a dos grupos de participantes (altos vs
bajos en ansiedad social) que recordasen una serie de palabras relacionadas con su
actuación pública, consigo mismos o palabras neutras. Antes de esta tarea, a la mitad de
los participantes se les dijo que, posteriormente, debían realizar un discurso, mientras que
a la otra mitad de los participantes no se les dijo nada. Los resultados mostraron que, en
una tarea posterior de recuerdo libre, las personas del grupo de alta ansiedad social
recordaron menos palabras relacionadas con una actuación pública positiva, pero que
este efecto se dio solo en aquellos participantes a los que se dijo que debían dar el
discurso. En este estudio, el haber recreado una situación cercana a la vida real (el hablar
en público) activó con más fuerza el sesgo de memoria en las personas con alta ansiedad
social.
Otras dos variables relacionadas con la memoria que se han mostrado asociadas a
26
los trastornos emocionales han sido la presencia de recuerdos intrusivos y el recuerdo
sobregeneralizado. En cuanto a los recuerdos intrusivos, suelen aparecer en forma de
imágenes recurrentes (unidas a emociones intensas) y han sido característicos de
trastornos emocionales como el trastorno por estrés postraumático (TEP) o el trastorno
del estado de ánimo (TEA), pero también han mostrado aparecer en otros problemas,
como la depresión u otros trastornos de ansiedad (Harvey et al., 2004). De nuevo, este
tipo de imágenes y recuerdos tienden tendencia a aparecer de forma automática y con un
contenido congruente con las preocupaciones propias de cada problema emocional.
Existen diferentes explicaciones aportadas para comprender la presencia de este tipo de
recuerdos, así, mientras algunos autores plantean que son el fruto de una mala
integración de las experiencias traumáticas vividas dentro de nuestra visión del mundo o
nuestros esquemas (Foa y Kozak, 1986), otros autores las conceptualizan como “señales
de alarma” que recuerdan a la persona la existencia de posibles situaciones amenazantes
(Ehlers et al., 2002). Por otra parte, la memoria sobregeneralizada hace referencia a la
tendencia encontrada en personas con diferentes problemas emocionales a generar
recuerdos sobre su vida que son muy generales, y a la dificultad para acceder a recuerdos
más específicos (situaciones concretas vividas en un momento particular, en un lugar
particular) (Williams y Broadbent, 1986). La investigación sobre esta variable es aún
reciente y, aunque ha mostrado estar asociada a problemas como el TEP o la depresión,
la evidencia es mixta con respecto a otros problemas emocionales, por ello, algunos
autores la han considerado como un posible factor transdiagnóstico a la espera de nuevas
evidencias en el terreno de la investigación (Harvey et al., 2004).
El últimos de los sesgos que analizaremos es el sesgo interpretativo, o de
razonamiento. El razonamiento hace referencia principalmente al tipo de pensamiento
que llevamos a cabo al sacar conclusiones a partir de la información que poseemos, al
realizar juicios (por ejemplo, sobre otras personas o sobre nosotros mismos), al atribuir
las causas de los sucesos que vivimos, o al generar expectativas sobre la posibilidad de
que un evento futuro llegue a producirse. Aunque, como exponíamos más arriba, la
literatura reciente señala que las personas llevamos a cabo toda una serie de sesgos de
razonamiento en nuestro día a día (Khaneman, 2012), la investigación sobre el sesgo
interpretativo ha mostrado cómo las personas con trastornos emocionales tienen una
mayor tendencia a generar razonamientos que están en consonancia con el contenido de
sus preocupaciones o con las características de su problema, y a hacerlo de forma
sistemática a lo largo del tiempo y las situaciones (para una revisión ver Harvey et al.,
2004). Así, por ejemplo, mientras que una persona con depresión es posible que tenga la
expectativa sesgada de que no disfrutará en una reunión social a la que debe asistir
(aunque sea una persona que usualmente disfruta de este tipo de eventos), una persona
con fobia a los aviones quizás tenga la expectativa, igualmente sesgada, de que es muy
probable que el avión en el que va a montar acabe teniendo problemas. En esta misma
línea, mientras que una persona con TP tiende a interpretar sus síntomas físicos de
forma amenazante, como una señal de que va a tener un ataque al corazón, una persona
con TOC interpretará sus obsesiones como un signo de que es “mala persona” o de que
27
es más probable que sus pensamientos acaben ocurriendo. En todos estos ejemplos, las
personas están generando interpretaciones de forma coherente con el contenido de su
problema emocional.
Los modelos cognitivos de los trastornos psicológicos han puesto gran énfasis en el
papel de las interpretaciones como variables causales o mantenedoras de estos problemas
(Beck, 1976; Clark, 1988). Por ejemplo, desde el modelo cognitivo de Beck, muchas de
las distorsiones cognitivas, como la sobregeneralización (referida a la tendencia a sacar
conclusiones generales a partir de hechos aislado) o la abstracción selectiva (referida a la
tendencia a sacar conclusiones sin evidencias que la apoyen), hacen referencia a sesgos
en el proceso interpretativo (se analizarán con más detalle las diferentes distorsiones
cognitivas en el apartado 3). Igualmente, la teoría de la desesperanzada (Abramson et al.,
2002), aunque centrada de forma específica en la depresión, ha señalado la existencia de
un estilo atribucional negativo, referido a la tendencia a explicar las situaciones negativas
o fracasos mediante causas internas (la causa es algo de la persona, no ambiental),
estables (la causa se mantiene a lo largo del tiempo) y globales (la causa afecta a otras
áreas de la vida, no solo a ese tipo de situaciones concretas), como un factor para
desarrollar depresión.
Se incluyen aquí variables que tienen su implicación una vez que las emociones han sido
generadas, influyendo en cómo estas son procesadas y reguladas. Nos centraremos en
tres clases de variables, que han sido vinculadas a los problemas emocionales en la
literatura científica: las habilidades cognitivas y emocionales, las creencias metacognitivas
y metaemocionales y las estrategias de regulación específicas. Las habilidades cognitivas
y emocionales hacen referencia a recursos necesarios para procesar las emociones y
manejar la información que estas conllevan, las creencias metacognitivas y
metaemocionales incluyen nuestras actitudes y creencias sobre cómo funciona nuestra
mente y nuestra forma de pensar y acerca de nuestras emociones y lo que somos
capaces de hacer con ellas. Estas variables, habilidades y creencias, influyen en cómo
procesamos las emociones y guían, en cierto modo, las estrategias específicas que
acabaremos utilizando.
28
ejecutiva, tales como la memoria de trabajo (WM, por sus siglas en inglés). La WM
hace referencia a un conjunto de subsistemas implicados en nuestra capacidad para
procesar y manipular temporalmente la información en nuestra mente y controlar la
atención (Baddeley, 1986). Esta capacidad nos permite realizar tareas, como manejar la
información verbal o visual, seleccionar la información importante y desechar la que no
lo es o nos distrae, almacenar y recuperar información de nuestra memoria a largo plazo,
centrar nuestra atención en un objetivo concreto o coordinar nuestros recursos cognitivos
cuando estamos llevando a cabo más de una tarea al mismo tiempo. Diferentes autores
han sugerido que las personas con problemas emocionales poseen déficits en la WM,
principalmente en la habilidad para regular y controlar el material de contenido negativo
(como por ejemplo, pensamientos negativos) (Joormann, Yoon y Zetsch, 2007).
En esta línea, la investigación centrada en examinar la relación entre déficits en la
WM y depresión ha encontrado evidencias de que las personas deprimidas presentan
dificultades en su habilidad para inhibir el procesamiento de información negativa que es
irrelevante, así como para cambiar su foco de atención de una fuente de información a
otra (para una revisión ver Joormann et al., 2007). Estos déficits facilitan la entrada y el
mantenimiento de información negativa en la WM, algo que, a su vez, puede dar lugar al
inicio de un proceso rumiativo que acabe exacerbando el estado afectivo negativo (Gotlib
y Joormann, 2010). Es de destacar a este respecto que los déficits en WM han sido
también asociados a una mayor tendencia a la rumiación (De Lissnyder, Koster y De
Raedt, 2012). Además de en el caso de la depresión, una menor capacidad de WM ha
sido encontrada en diferentes trastornos de ansiedad (Eysenck, Derakshan, Santos, y
Calvo, 2007; Falconer et al., 2008), e incluso en otros trastornos psicológicos (Johnson,
2007), y la presencia de déficits en el control inhibitorio ha sido asociada (al igual que en
el caso de la rumiación) con la presencia de pensamientos intrusivos (Anderson y Levy,
2009). Todos estos resultados señalan a los déficits en la WM como un factor de riesgo
potencial a un nivel transdiagnóstico. De gran interés son, además, distintos trabajos que
han mostrado cómo el entrenamiento en WM puede dar lugar a una mejora del manejo
de información afectiva o a una menor presencia de intrusiones (Bomyea y Amir, 2011;
Schweizer, Hampshire y Dalgleish, 2011).
Además de las habilidades cognitivas, en los últimos 20 años ha habido un creciente
interés en el campo de la psicología por estudiar cómo las personas difieren en la forma
en que manejan las emociones, y en cómo esto puede influir en su bienestar psicológico.
Las principales habilidades emocionales estudiadas han sido englobadas dentro del
concepto de Inteligencia Emocional (IE) (Salovey y Mayer, 1990). La IE puede ser
definida como un conjunto de habilidades para percibir, utilizar, comprender y regular las
emociones, tanto propias como ajenas (Mayer, Roberts y Barsade, 2008). Desde el
modelo de habilidad de la IE de Mayer y Salovey (1997), probablemente el que más
repercusión y evidencias empíricas ha encontrado hasta la fecha, estas habilidades están
implicadas en un adecuado procesamiento de la información emocional, de tal forma que,
para que nuestros estados emocionales no terminen generando problemas, es importante
poder percibirlos de forma adecuada, saber cómo afectan a nuestra forma de pensar y
29
comportarnos, comprender su significado con claridad y, finalmente, conocer un amplio
repertorio de estrategias de regulación efectivas. El poseer o no estas habilidades influirá
en la forma en que procesamos las emociones y, en última instancia, en las estrategias
específicas que pongamos en marcha. Aunque la investigación en el campo de la IE aún
es reciente y tiene por delante superar diferentes retos metodológicos (principalmente
referidos a cómo evaluar esta inteligencia), los estudios que han examinado su
implicación en la salud mental han mostrado cómo las personas con trastornos
emocionales, así como con otras psicopatologías (como por ejemplo esquizofrenia),
presentan niveles más bajos de IE (para una revisión ver Lizeretty y Rodríguez, 2011).
Además, la IE se ha relacionado con un mayor nivel de ajuste psicológico, tanto en
adultos como en adolescentes (Resurrección, Salguero y Ruíz-Aranda, 2014).
30
metacognitivas (en el siguiente capítulo se analizarán más detenidamente algunas de ellas
cuando se describan los instrumentos para su evaluación).
Como podemos observar, existen creencias que se refieren a lo útil de utilizar
estrategias como la rumiación o la preocupación, son las denominadas creencias
metacognitivas positivas (“necesito rumiar mis problemas para encontrar una respuesta a
mi depresión”; “estar preocupado/a me ayuda a evitar problemas en el futuro”). Las
creencias positivas juegan un papel importante a la hora de seleccionar dichas estrategias
y mantenerlas. Por otra parte, otras creencias se refieren a lo peligroso o negativo que
puede ser usar la rumiación o la preocupación de forma continuada, son las denominadas
creencias metacognitivas negativas (“podría llegar a enfermar de preocupación”). Según
el modelo metacognitivo de Wells (2009), estas creencias serán las encargadas de generar
nuevas respuestas emocionales negativas (mayor ansiedad o desesperación), así como de
propiciar el uso de otras estrategias de regulación también ineficaces (como la supresión
cognitiva).
31
En el ámbito de las obsesiones, muchas de las creencias analizadas hacen referencia
a la importancia de los pensamientos intrusivos, a las posibles consecuencias de los
mismos, así como a la necesidad de controlarlos. En este sentido, destaca la denominada
“fusión pensamientoacción”, referida a la creencia de que tener un determinado
pensamiento significa que es más probable que suceda (“si pienso que un amigo va a
perder el trabajo, aumenta el riesgo de que lo pierda”), o que el hecho de pensar algo es
tan “malo” como el haberlo hecho (“tener pensamientos violentos es tan inaceptable
32
como hacer algo violento”). Según el modelo cognitivo de las obsesiones (Salkovskis,
1985), la activación de estas creencias ante pensamientos intrusivos llevará a una
valoración amenazante de los mismos, la cual generará una mayor respuesta de ansiedad
y facilitará la puesta en marcha de estrategias de evitación (como por ejemplo rituales o
compulsiones).
Junto a las creencias sobre la preocupación, la rumiación o las obsesiones, otras
creencias metacognitivas examinadas hacen referencia a la confianza en determinados
procesos mentales (por ejemplo, la memoria, “no confío en mi memoria”), al nivel de
consciencia sobre los propios pensamientos (“presto mucha atención a la forma en que
mi mente funciona”), o la necesidad de controlarlos (“no poder controlar mis
pensamientos es una señal de debilidad”). Los estudios realizados en el ámbito de las
creencias metacognitivas han demostrado cómo estas se asocian a un mayor uso de
estrategias de regulación ineficaces, a mayores niveles de afectividad negativa, y al
mantenimiento de problemas emocionales. Además, esta implicación de las creencias
metacognitivas ha sido mostrada en diferentes trastornos de ansiedad, depresión, así
como en otros problemas como el consumo de sustancias o síntomas psicóticos (Brett,
Johns, Peters y McGuire, 2009; Spada, Moneta y Wells, 2007; Wells, 2009).
Del mismo modo que las personas poseemos creencias sobre nuestros procesos
cognitivos, podemos igualmente llevar a cabo un proceso reflexivo acerca de nuestros
estados emociones, algo que ha sido denominado como metaconocimiento emocional o
creencias metaemocionales (en el cuadro 1.4 se muestran algunos ejemplos de este tipo
de creencias) (Mayer y Stevens, 1994; Salguero, Extremera, y Fernández-Berrocal,
2013; Salovey, Mayer, Goldman, Turvey y Palfai, 1995). Más que a la habilidad actual
de poder gestionar las emociones (que sería característica de la IE), el metaconocimiento
emocional hace referencia a creencias estables que las personas poseen sobre sus
emociones o sobre lo que pueden hacer con ellas (Salguero et al., 2013). Diferentes
variables han sido estudiadas bajo esta perspectiva, principalmente, la atención emocional
(referida a la creencia de que es importante prestar atención a las emociones y a la
tendencia a hacerlo), la claridad emocional (o creencia de que es posible comprender lo
que se está sintiendo con claridad), y la reparación emocional (referida a la creencia de
que es posible moderar las emociones negativas y mantener las positivas). Estas variables
han sido asociadas con diferentes indicadores de ajuste psicológico (Fernández-Berrocal
y Extremera, 2008), así como con problemas emocionales, tanto en población normal
como clínica (Lizeretti y Rodríguez, 2011). En este sentido, un reciente estudio mostró
cómo la atención emocional, cuando no se acompaña de la creencia de que es posible
comprender y regular las emociones, se asocia a una mayor tendencia a la rumiación y
una mayor sintomatología depresiva (Salguero et al., 2013). Este perfil de alta atención
emocional y baja claridad y reparación ha sido también vinculado con la sintomatología
ansiosa o incluso con la experiencia y expresión de la ira (Salguero e Iruarrizaga, 2006).
33
Aunque provenientes de líneas de investigación diferentes, otros autores han puesto
de relieve la importancia de otras creencias metaemocionales que pueden influir en la
forma en que respondemos o valoramos nuestras emociones. Cabe destacar, por
ejemplo, la presencia de actitudes negativas hacia las emociones, uno de los componentes
del Modelo de Disregulación Emocional (Mennin, Turk, Heimberg y Carmin, 2004).
Según este modelo, aquellas personas que poseen peores actitudes hacia sus emociones
(por ejemplo, la creencias de que las emociones son amenazantes o peligrosas) mostrarán
reacciones negativas ante ellas, que les llevarán a adoptar estrategias ineficaces para
manejarlas (tales como una preocupación excesiva o supresión emocional). Aunque este
modelo fue inicialmente propuesto para comprender el TAG, posteriormente ha sido
sugerido como una propuesta útil en la comprensión e intervención de otros trastornos
emocionales (Mennin, 2006). Otras variables que, en esta misma línea, también se han
relacionado con la tendencia a percibir de forma negativa las experiencias emocionales
han sido la intolerancia emocional o, comprendida de forma más amplia, la evitación
experiencial (Hayes, Strosahl y Wilson, 1999), la cual ha sido propuesta como una
34
variable de vulnerabilidad general a la psicopatología (Kashdan, Barrios, Forsyth, y
Steger, 2006), o la sensibilidad a la ansiedad, definida como el miedo a la ansiedad y a las
reacciones físicas que la acompañan (y basada en la creencia de que la ansiedad puede
tener consecuencias peligrosas físicas, psicológicas y sociales) (Reiss y McNally, 1985;
Reiss, Peterson, Gursky y McNally, 1986).
En conjunto, los resultados de los trabajos analizados ponen de relieve que, además
de la habilidad real que las personas posean para manejar sus emociones, las creencias y
actitudes que tienen sobre ellas y sobre lo que son capaces de hacer bajo un estado
emocional serán de gran importancia y dirigirán, no solo la forma en que las personas
reaccionan ante sus propias emociones, sino también las estrategias concretas que
decidan utilizar para manejarlas.
35
específicas a la explicación de trastornos concretos), todas coinciden en describir este
proceso como: una cadena de pensamientos repetitivos, pasivos y relativamente
incontrolables, que se focalizan en un contenido negativo (Ehring y Watkins, 2008). Dos
de los tipos de pensamiento repetitivo más usualmente examinados en el ámbito de los
trastornos emocionales han sido la rumiación y la preocupación.
En lo que respecta a la rumiación, una de las definiciones más consensuadas la
concibe como un patrón de respuesta, a situaciones estresantes, en el que la persona
piensa de forma reiterada y perseverante en sus síntomas de malestar y en las causas y
consecuencias de estos, sin poner en marcha acciones dirigidas a alterar la causa de dicho
estrés (Nolen-Hoeksema y Morrow, 1991). Un amplio cuerpo de investigaciones ha
mostrado cómo una mayor tendencia a la rumiación predice elevados niveles de
depresión y ansiedad (para una revisión ver Nolen-Hoeksema, Wisco y Lyubomirsky,
2008), y cómo esta es una variable transdiagnóstica a estos problemas (McLaughlin y
Nolen-Hoeksema, 2012). Hay diferentes mecanismos por los cuales la rumiación se
asocia con un peor estado emocional. Por una parte, favoreciendo la aparición de sesgos
cognitivos (atribuciones, juicios, memoria, etc.) que, a su vez, aumentan la intensidad del
estado de ánimo negativo. Por otra parte, interfiriendo en la puesta en marcha de
estrategias efectivas de solución de problemas o de un comportamiento instrumental. En
este sentido, los datos muestran cómo las personas rumiativas son propensas a
bloquearse y utilizar menos estrategias activas, o cómo el hecho de rumiar reduce la
efectividad en la solución de problemas (Lyubomirsky y Tkach, 2004). Por último, existe
evidencia respecto al efecto negativo que la rumiación ejerce sobre el comportamiento
social y la obtención de apoyo social (Nolen-Hoeksema y Davis, 1999). Las personas
rumiativas muestran una mayor necesidad de hablar constantemente acerca de lo que les
ocurre, generando en ocasiones la frustración de amigos y familiares. Además, la
rumiación se ha asociado a diferentes características interpersonales, tales como la
tendencia a usar la agresión o una mayor dependencia, que pueden estar en la base de la
pérdida de apoyo social (Nolen-Hoekseman et al., 2008).
Por su parte, la preocupación ha sido definida como una cadena de pensamientos e
imágenes cargadas de afecto negativo que están orientadas hacia peligros futuros y que se
perciben como incontrolables (“¿qué pasaría si…?”) (Borkovec, Robinson, Pruzinsky y
DePree, 1983). Existe una alta comorbilidad entre la rumiación y la preocupación y
diferentes trabajos apuntan a que, como formas de pensamiento repetitivo negativo, la
única diferencia entre ellas sería su orientación temporal, estando la preocupación más
orientada al futuro, mientras que la rumiación se orientaría al pasado (Watkins, 2008). En
este sentido, aunque los investigadores han estudiado tradicionalmente la preocupación y
la rumiación como estrategias predictoras de la ansiedad y la depresión
(respectivamente), recientes investigaciones han mostrado evidencias de que ambas están
vinculadas de forma transdiagnóstica a los trastornos emocionales (McEvoy, Watson,
Watkins y Nathan, 2013).
36
2. Supresión cognitiva y emocional
37
Cuadro 1.5. Los experimentos del “oso blanco”
En 1987, Wegner y colaboradores (Wegner, Schneider, Carter y White, 1987) publicaron los resultados de
diversos experimentos que llevaron a cabo para demostrar los efectos paradójicos de la supresión cognitiva.
En estos experimentos, pedían a un grupo de participantes que, durante varios minutos, tratasen de no
pensar en un oso blanco (condición de supresión cognitiva), mientras que a otro grupo se le pedía que pensase
tranquilamente en el oso blanco (condición de control).
Después, todos los participantes eran invitados a decir en voz alta los pensamientos que venían a su cabeza.
Los resultados mostraron que los participantes que habían estado en la condición de supresión cognitiva
(esto es, que habían intentado de forma deliberada no pensar en el oso) acaban informando posteriormente tener
más pensamientos relacionados con el oso blanco, en comparación con el grupo control.
Estos resultados sirvieron para demostrar el efecto paradójico de la supresión cognitiva, así, aunque el
objetivo de la supresión es eliminar pensamientos de nuestra consciencia, el resultado es el contrario, un aumento
de la presencia de esos mismo pensamientos.
Ha habido diferentes intentos de explicar este efecto, entre ellos, el propio Wegner (1997) propone, dentro
de la teoría del proceso irónico, que la supresión requiere de dos mecanismos: 1) un esfuerzo consciente dirigido
a poner la atención en otros pensamientos o estímulos distractores, 2) un proceso automático, inconsciente, que
vigila y chequea si el proceso se está llevando a cabo satisfactoriamente. Será este segundo mecanismo el que
hace que la atención siga focalizada en los pensamientos que se desean eliminar y que, irónicamente, vuelva a
traerlos a nuestra consciencia (principalmente en aquellas situaciones en que nuestros recursos cognitivos se ven
comprometidos).
Hay diferentes mecanismos por los que la supresión (tanto cognitiva como
emocional) puede impedir una regulación emocional efectiva (Salters-Pedneault et al.,
2010). En primer lugar, el hecho de no permitir que nuestras emociones y los
componentes asociados a ellas (como los pensamientos) entren en nuestra conciencia nos
impedirá atender a las mismas y utilizar la información que conllevan. En segundo lugar,
cuando los efectos paradójicos de la supresión aparecen (p. ej., mayor intensidad
emocional, activación fisiológica, pensamientos negativos) la respuesta a manejar es más
intensa y compleja, siendo por tanto más difícil de regular. Por otra parte, el hecho de
estar intentado eliminar pensamientos o emociones, o inhibir su expresión, conlleva un
esfuerzo cognitivo importante. En este sentido, el poner en marcha la estrategia de
supresión puede agotar nuestros recursos cognitivos (p. ej., de atención y concentración)
algo que, como veíamos en el anterior apartado, compromete nuestra capacidad de
regulación emocional.
3. Atención autofocalizada
38
una estrategia de regulación emocional (Gross, 1998; Ramos-Cejudo y Schmidt, 2013).
Así, por ejemplo, es posible que tratemos de dirigir la atención a estímulos diferentes de
los que nos ocasionan temor o tristeza como una forma de distraernos de ellos y reducir,
por tanto, nuestro estado emocional (aunque sea temporalmente). Desde esta
perspectiva, más que un proceso automático, la persona utiliza su atención como una
estrategia específica para manejar sus emociones. Sin embargo, y en línea con el resto de
estrategias que estamos analizando en este apartado, las personas en ocasiones utilizamos
nuestra atención de una forma desadaptativa, más que útil.
Una de las formas de atención que más se ha asociado a la presencia de problemas
emocionales en la atención autofocalizada. Esta hace referencia a la tendencia a
focalizar de forma constante e inflexible la atención sobre uno mismo, o sobre los
síntomas, emociones o cogniciones que se experimentan. La atención autofocalizada ha
sido propuesta como un factor general asociado a la psicopatología (Ingram, 1990) y son
consistentes los resultados encontrados en la literatura que muestran su relación con una
mayor intensidad emocional negativa (para una revisión ver Mor y Winquist, 2002). En
este sentido, Wells y Matthews (1994), en su modelo del control ejecutivo de los
trastornos emocionales, sugieren que las personas con problemas emocionales llevan a
cabo un excesivo monitoreo de la información interoceptiva, utilizando la atención
focalizada hacia los propios pensamientos, emociones o síntomas físicos como una
estrategia de regulación, influida directamente por sus creencias metacognitivas (p. ej., la
creencia de que es importante controlar los pensamientos). El uso de una constante
monitorización de estímulos interoceptivos (o autochequeo) es usual en diferentes formas
de problemas emocionales, así, por ejemplo, mientras las personas con ansiedad social
suelen monitorizar sus síntomas físicos durante sus exposiciones sociales, las personas
con ansiedad por la salud suelen atender constantemente a sus síntomas de dolor o
malestar físico, o las personas con TOC suelen monitorizar sus pensamientos para estar
seguros de que no están teniendo obsesiones.
4. Conductas de evitación
Uno de los procesos más ampliamente asociado a los problemas emocionales han
sido las conductas de evitación. Tanto es así, que estas conductas están incluidas como
criterios diagnósticos en una amplio rango de trastornos (p. ej., fobias, TOC, TEP). Es
posible distinguir tres formas diferentes de evitación, las cuales revisaremos a
continuación: las conductas de evitación propiamente dichas, o de escape, las conductas
de seguridad durante la situación, y la búsqueda de señales de seguridad. Cualquiera de
estas formas de comportamiento evitativo ha mostrado estar relacionada de forma
importante con el mantenimiento de diferentes trastornos psicológicos y ser una variable
transdiganóstica a los mismos (Harvey et al., 2004). En este sentido, la evitación es una
estrategia frecuentemente usada por personas que presentan problemas emocionales,
siendo lo que varía de unas a otras el estímulo que se evita (p. ej., situaciones sociales en
39
la fobia social vs. situaciones donde es difícil el escape en la agorafobia) o el tipo de
evitación que se pone en marcha.
Dentro de las conductas de evitación propiamente dichas o de escape se encuentran
aquellas conductas en las que las personas tratan de evitar exponerse a una situación que
temen (p. ej., montar en avión o asistir a una reunión de trabajo en la que deben hablar
delante de los compañeros), escapar de ellas en algún momento (p. ej., salir rápidamente
de un centro comercial repleto de gente) o, por otra parte, evitar situaciones que creen
que no les serán agradables o de las que no disfrutarán (p. ej., actividades que requieran
concentración en personas deprimidas). En todos estos casos, las conductas de evitación
serán una estrategia problemática. En primer lugar, porque evitar o escapar no permite a
las personas desconfirmar sus expectativas negativas amenazantes, por ejemplo, si
alguien teme sufrir un ataque de pánico en centros comerciales y evita entrar en ellos, no
es posible que aprenda que no siempre que esté en un centro comercial acabará teniendo
un ataque. En segundo lugar, porque impide que se produzca la habituación a las
situaciones temidas (fruto de una exposición prolongada), además, la reducción a corto
plazo que se produce en los niveles de ansiedad tras la evitación supone un potente
reforzador negativo que, a medio o largo plazo, mantiene la propia conducta de evitación.
Por último, la evitación limita el rango de actividades y contextos (muchos de ellos
potencialmente reforzantes) a los que se expone una persona. En este sentido, la
presencia de frecuentes conductas de evitación puede acabar limitando de forma
importante el funcionamiento de las personas (p. ej., persona que evita salir de casa,
situaciones sociales, etc.).
Junto con las conductas de evitación/escape, existen otras formas más sutiles de
comportamiento evitativo, las cuales han mostrado ser de gran relevancia en los
problemas emocionales, e incluso han sido un factor clave en diferentes microteorías
sobre trastornos concretos (como por ejemplo, en la fobia social). Nos referimos a las
conductas de seguridad. Estas son conductas que se llevan a cabo durante la exposición a
las situaciones temidas y que aumentan la sensación de seguridad de las personas, pero
que finalmente no permiten una exposición completa (Wells, 1997). Un ejemplo de
conductas de seguridad puede ser el hecho de no mirar directamente a los ojos si
tenemos cierta ansiedad social, llevar un ansiolítico en el bolsillo si tememos sufrir una
crisis de ansiedad o realizar algún ritual específico que impida que nuestras obsesiones se
hagan realidad. La puesta en marcha de este tipo de comportamientos facilita el
mantenimiento de las respuestas de ansiedad por diferentes razones. Por una parte,
incrementando la creencia de que, si no se hubiese llevado a cabo la conducta de
seguridad, aquello que se teme habría sido más probable (“si no hubiera llevado las gafas
de sol no habría aguantado hablando con ella”). Por otra parte, porque el estar
preocupados por realizar estas conductas no hace sino focalizar la atención en el
problema. Estas consecuencias negativas de las conductas de seguridad nos ayudan a
entender por qué, en muchas ocasiones, las personas con problemas de ansiedad no ven
reducidos sus niveles de ansiedad después de exponerse de forma reiterada a las
situaciones que temen (Clark, 1999).
40
Por último, una tercera forma de comportamiento evitativo hace referencia a la
búsqueda de señales de seguridad. Se incluyen aquí comportamientos que aumentan el
sentido de seguridad de las personas ante situaciones, pensamientos o emociones que les
resultan desagradables. Un ejemplo de este tipo de conductas se puede observar en
personas con agorafobia que utilizan a otras como señales de seguridad (p. ej.,
usualmente familiares o amigos), estando dispuestas a exponerse a ciertas situaciones
solo si dichas personas están presentes. Otro ejemplo lo suponen aquellas conductas que
se realizan después de un periodo de preocupación, como en el caso de una paciente que
llama frecuentemente a sus hijas para asegurarse de que se encontraban bien después de
haber estado preocupándose un largo rato por de ellas. En otras ocasiones, la seguridad
se busca intentando encontrar información que desconfirme aquello que se teme, como
sería el caso de un paciente con preocupaciones por su salud que busca de forma
reiterada información sobre las enfermedades que cree padecer. En todos estos ejemplos,
y al igual que lo expuesto en las anteriores conductas de evitación, la búsqueda de
seguridad no hace sino mantener el estado emocional negativo e impedir finalmente la
puesta en marcha de estrategias efectivas de regulación.
41
en un enfoque transdiagnóstico. Con este objetivo, a continuación se exponen las
principales características del Modelo General de los Desórdenes Emocionales (MGDE;
Salguero, Ramos-Cejudo y Estévez, 2014).
El MGDE (Salguero et al., 2014) está basado en otros modelos teóricos que han tratado
de ofrecer una visión integradora de los problemas emocionales en general (p. ej., Self-
Regulatory Execution Function Model; Wells y Matthews, 1996), de los trastornos de
ansiedad (p. ej., el Modelo Cognitivo de la Ansiedad; Clark y Beck, 2012), o de otros
problemas como la agresión (p. ej., General Model of Aggression; Anderson y Bushman,
2002). La figura 1.1 muestra los componentes principales de este modelo.
Como se puede observar, el MGDE integra las variables transdiagnósticas que han
sido analizadas en el anterior apartado, quedando establecidas en diferentes estructuras y
niveles de procesamiento. Una primera distinción a resaltar en el modelo es la que se
hace entre: (a) variables implicadas en la generación de emociones (aquellas que se
muestran por encima de la línea horizontal discontinua), y (b) variables implicadas en la
regulación emocional (aquellas por debajo de la línea horizontal discontinua). Estos dos
niveles del modelo se corresponden, además, con dos formas diferentes de
procesamiento que han sido usualmente consideradas en el estudio de los problemas
emocionales: el procesamiento automático y el procesamiento estratégico (Beck y Clark,
1997). Veamos sus características de forma más detenida.
42
Figura 1.1. Modelo General de los Desórdenes Emocionales (Salguero, Ramos-Cejudo y
Estévez, 2014).
43
finalizar o de regular. Se trata del tipo de procesamiento que está en la base de aquellas
tareas que hemos practicado de forma repetida. En el caso de los problemas
emocionales, dentro de los procesos automáticos se encuadran, por ejemplo, los sesgos
cognitivos a los que hacíamos alusión en el apartado anterior (sesgo atencional, de
memoria o interpretativo). Los procesos automáticos juegan un papel importante en los
problemas emocionales pues se asocian a una respuesta emocional inmediata ante la
percepción de estímulos y situaciones relevantes. Más adelante, analizaremos cómo el
MGDE explica la interacción entre las características de la persona y de la situación para
generar la respuesta emocional y guiar el procesamiento cognitivo automático. Por su
parte, el procesamiento controlado hace referencia a un tipo de procesamiento más
estratégico, voluntario y consciente, que requiere esfuerzo y la puesta en marcha de
recursos cognitivos (por ejemplo, de concentración). Este procesamiento controlado es el
que utilizamos a la hora de pararnos a reflexionar, realizar valoraciones o tomar
decisiones.
Tomaremos un ejemplo de Khaneman (2012) para ilustrar las diferencias entre
ambos tipos de procesos. Si le pedimos a alguien que trate de realizar la siguiente
operación matemática: 3×4, es posible que rápidamente alcance la respuesta. Aquí, no
habrá necesitado poner en juego muchos recursos cognitivos, casi sin pensar en la
solución, esta parece que se presenta en nuestra mente de forma automática. Sin
embargo, trate de hallar la solución a la operación: 25×24. En este caso, sí que
necesitamos parar, reflexionar y poner en juego esfuerzos para atender y concentrarnos.
Mientras que la primera operación se ha completado utilizando un procesamiento
automático, la segunda ha requerido de un procesamiento más controlado. Veamos otro
ejemplo más centrado en el ámbito de las emociones. Imagine que ponen delante de
usted una serpiente metida dentro de una caja de cristal (la cual está cerrada con todas
las medidas de seguridad necesarias). Es posible que usted pueda estar delante de la caja,
e incluso tocarla (pues sabe que la serpiente no puede hacerle nada). Sin embargo, si en
un momento determinado la serpiente se abalanza sobre la parte donde usted tiene la
mano, es muy posible que sufra una rápida repuesta de miedo y retire la mano. Esta sería
una respuesta automática. Quizá necesite varios intentos antes de poder dejar la mano en
la caja de cristal mientras la serpiente se abalanza sobre la parte en que la tiene.
Necesitará para ello regular su respuesta de miedo, por ejemplo, diciéndose a sí mismo
que no ocurrirá nada. Si lo consigue, sin duda lo habrá hecho a través de un
procesamiento controlado.
En el ámbito de los problemas emocionales, la distinción entre procesos automáticos
y controlados es de gran utilidad y puede tener importantes implicaciones clínicas (tal y
como se mostrará en la tercera parte de este libro). En el MGDE, los procesos
automáticos se corresponden principalmente con el nivel de generación de emociones,
mientras que los procesos controlados se corresponden en mayor medida con el nivel de
regulación emocional. En cualquier caso, es importante tener en cuenta que la distinción
entre automático y controlado no es completamente dicotómica y que, de alguna forma,
muchos procesos pueden presentar una mezcla de ambos tipos de procesamiento. Así,
44
por ejemplo, aunque las estrategias de regulación emocional (p. ej., la rumiación) se
encuentran dentro del modelo en un nivel de procesamiento más controlado, pueden
acabar automatizándose si se practican de forma repetida.
Una vez presentada la distinción entre procesos automáticos y controlados,
pasaremos a describir con más detalle el MGDE. Lo haremos centrándonos en cada uno
de sus niveles principales.
Tal y como se muestra en la figura 1.1, dentro de este nivel se encuadran tres
estructuras principales: la persona, la situación y la respuesta emocional. Dentro de
“Persona” se incluyen aquellas variables transdiagnósticas disposicionales que han
mostrado una mayor implicación en la generación de las emociones, esto es, en el tipo de
emociones que se activan y en su frecuencia, intensidad o duración. Nos referimos de
forma específica a los esquemas cognitivos y a los rasgos de personalidad. Dentro de la
“Situación” se incluyen tanto situaciones externas (p. ej., hablar en público) como
estímulos internos (p. ej., notar fuertes palpitaciones). Por último, en la “Respuesta
emocional” se integran los tres niveles a través de los que se expresa cualquier respuesta
emocional, esto es, el componente fisiológico (p. ej., una alta activación fisiológica), el
componente cognitivo (referido tanto a la sensación subjetiva que acompaña a la
emoción como a los sesgos cognitivos) y el componente conductual o tendencia de
acción (p. ej., la tendencia a evitar una situación).
Según plantea el MGDE, las características de la Persona y de la Situación
interaccionan para dar lugar a una respuesta emocional determinada que, además, será
de carácter principalmente automático. Pongamos un ejemplo para ilustrar esta forma de
interacción. Imaginemos a una persona que posee una creencia muy arraigada sobre que
es probable que los demás la humillen o dañen de forma intencionada (esquema de
abuso, según la teoría de Young). Es posible que ante una situación social (en principio
agradable), como sería conocer a un nuevo compañero de trabajo, esta persona
reaccione con cierto nivel de miedo. Esto se produciría porque su esquema cognitivo está
determinando la forma en que se procesa la situación, haciendo una valoración inicial de
la misma como amenazante. En este caso, la amenaza podría referirse a la posibilidad de
que el nuevo compañero tenga intenciones hostiles. Es importante resaltar que esta
valoración inicial, la cual está guiada por los esquemas cognitivos, es de carácter
automático y se asocia a una respuesta emocional inmediata (en este ejemplo, de miedo).
Dicha respuesta de miedo se expresa a través de cierta activación fisiológica (arousal), la
aparición de sesgos cognitivos (cognición; p. ej., poner más atención a cualquier señal de
hostilidad del compañero) y la tendencia a ponerse en guardia y no decir nada que pueda
ser utilizado en su contra (tendencia de acción). Como podemos observar, una situación
que a priori podría no ser un problema (como es conocer a alguien nuevo en el trabajo),
puede llegar a convertirse en estresante en función de los esquemas cognitivos que la
45
persona posea. Desde esta perspectiva, será la interacción entre las características de la
Situación y de la Persona la que explique por qué unas situaciones son estresantes y
generadoras de una alta intensidad emocional para determinados individuos pero no para
otros.
Por otra parte, los rasgos de personalidad como el neuroticismo y la extraversión
influirán igualmente en la intensidad y tipo de emociones que las personas experimentan.
En este sentido, es esperable que una persona con altos niveles de neuroticismo y bajo
niveles de extraversión genere emociones negativas más intensas, y menos emociones
positivas, ante las situaciones que perciben como estresantes. Por otra parte, las personas
con una mayor rasgo de neuroticismo han mostrado poseer una mayor complejidad
emocional, entendida como la tendencia a vivir diferentes emociones de forma
simultánea (Hervás y Vázquez, 2011). Por tanto, el poseer un alto rasgo de neuroticismo
puede hacer vulnerables a las personas al llevarlas a vivir con más emociones negativas
las situaciones ante las que se enfrenta.
Esta interacción Situación-Persona es consistente con todo un cuerpo de
investigaciones que han mostrado cómo las características de personalidad influyen en el
tipo y frecuencia de estresores que vivimos (lo que se conoce como “estrés dependiente
de la persona”; para una revisión ver: Hammen, 2005), así como con la hipótesis de la
especificidad de contenido de Clark y Beck (1988). Según esta hipótesis, los estresores
son congruentes con la vulnerabilidad cognitiva de la persona para desencadenar un
problema emocional. De este modo, las personas caracterizadas por esquemas de
Sociotropía (p. ej., dependencia) mostrarían una respuesta emocional de mayor
intensidad ante sucesos interpersonales (como rupturas o conflictos con otras personas)
mientras que aquellas caracterizadas por esquemas de autonomía (p. ej., necesidad de
control) serían más vulnerables ante sucesos que atentan contra su capacidad de control
(como situaciones de incertidumbre).
Evidentemente, existen situaciones estresantes que poseen la capacidad de generar
un estado emocional negativo en casi todas las personas, por ejemplo, sufrir un
accidente, la pérdida de un ser querido, dificultades económicas, etc. Este tipo de
estresores “independientes de la persona” son también de gran relevancia y pueden estar
en el inicio de problemas emocionales. A este respecto, algunos autores (en
investigaciones centradas de forma más específica en la depresión) han sugerido que
mientras los estresores más agudos pueden ser de mayor relevancia para explicar los
primeros episodios depresivos, los estresores crónicos (más asociados a “estresores
dependientes de la persona”) son de mayor relevancia para explicar la recurrencia de
episodios depresivos (Monroe, Slavich, Torres, y Gotlib, 2007). En la misma línea, otros
autores han mostrado cómo las personas de alto riesgo cognitivo (aquellas que muestran
esquemas cognitivos desadaptativos) presentan el mismo número de sucesos vitales
estresantes independientes, pero prácticamente duplican el número de sucesos
dependientes vividos en los últimos meses (Alloy, Abramson, Grant, y Liu, 2009).
Los resultados de estos estudios nos sugieren que, en buena medida, las respuestas
emocionales que generamos en nuestro día a día están influidas por una interacción
46
entre las situaciones a las que nos enfrentamos y nuestras características personales
(rasgos de personalidad y esquemas cognitivos). El MGDE plantea, además, que esta
respuesta emocional (con sus componentes cognitivos, fisiológicos y motores) es de
carácter automática. El que dichas respuestas emocionales se prolonguen en el tiempo, se
intensifiquen o se reduzcan, dependerá de cómo las personas las procesan y de las
estrategias que pongan en marcha para regularlas. Esto nos lleva al segundo nivel del
MGDE.
Una vez que las emociones han sido generadas, estas influyen en nuestra forma de
sentirnos, de pensar, y en nuestra motivación. Como veíamos en el primer apartado de
este capítulo, las emociones producen un cambio global y coordinado en nosotros con la
intención de prepararnos para un tipo de acción específico. Sin embargo, aunque las
emociones nos “preparen”, que acabemos llevando a la práctica un tipo de acción u otra
dependerá, en gran medida, de cómo regulemos dichas emociones. Retomemos el
ejemplo de la persona con un esquema de abuso para ilustrar esta idea. Tal y como
planteábamos, es posible que esta persona, ante la situación de conocer a un nuevo
compañero en el trabajo, sienta una emoción de miedo. Si es así, se producirá un
aumento de su activación física, aparecerán pensamientos automáticos negativos (p. ej.,
“¿y si no es de fiar?”), su atención se dirigirá de forma automática hacia cualquier signo
de hostilidad, y se sentirá motivada a estar en guardia y a la defensiva. Sin embargo, aun
estando bajo este estado emocional (que es de carácter automático), la conducta que
finalmente ponga en marcha esta persona dependerá en gran medida de cómo haya
procesado y regulado sus emociones. Si valora su respuesta emocional y sus
pensamientos automáticos como un signo de que la situación es peligrosa (p. ej., “si me
siento así será porque no es de fiar”) y si tiene la creencia de que expresar emociones le
puede poner en una situación vulnerable, es probable que acabe utilizando estrategias
como la supresión emocional. Como hemos argumentado en el anterior aparatado, este
tipo de estrategias no hacen si no aumentar o mantener el estado emocional negativo.
Además, en este caso, es posible que la imagen social de esta persona se vea perjudicada.
Sin embargo, si la persona comprende el porqué de su reacción emocional, acepta el
hecho de sentirse así, y cree que es importante para ella tener una adecuada relación con
sus nuevos compañeros, es posible que utilice otras estrategias más efectivas para
manejar su miedo y acabe comportándose de forma más abierta en la relación. Como
vemos, el hecho de que la emoción inicial de miedo desemboque en una o otra conducta
dependerá del resultado de un proceso de regulación emocional. Además, para llevar a
cabo este proceso, será de gran importancia el poder poner en marcha recursos de
atención y concentración y de cierto esfuerzo por parte de la persona; se trata, por tanto,
de un proceso controlado. Este nivel del MGDE integra diferentes estructuras que están
47
implicadas en el proceso de regulación emocional: procesos de valoración y toma de
decisiones, habilidades y metacreencias, y estrategias específicas de regulación. Veamos a
continuación con más detalle cada una de ellas.
Como se muestra en la figura 1.1, el resultado del primer nivel del modelo, la
respuesta emocional, es sometida a un proceso de valoración y toma de decisiones. Es en
este proceso donde las personas damos significado a la situación en la que nos
encontramos y a nuestra propia respuesta emocional. Lo hacemos valorando si la
situación es relevante para nosotros (para nuestros objetivos), si nos ayuda o nos
perjudica (p. ej., poniéndonos en peligro), o si tenemos recursos para hacerle frente.
También es aquí donde damos significado a nuestros propios pensamientos o, por
ejemplo, a las sensaciones físicas que acompañan al estado emocional. Así, decidimos si
lo que estamos pensando es importante o, por el contrario, irrelevante, si nuestras
emociones son o no aceptables o si nuestros síntomas físicos son peligrosos. El resultado
de este proceso de valoración acabará además influyendo en nuestro estado emocional
(tal y como se refleja en las flechas de doble dirección en la figura 1.1). En este sentido,
si una persona valora que los pensamientos negativos que está teniendo (p. ej., “he
podido atropellar a alguien sin darme cuenta mientras conducía”), son importantes, y que
por tanto es necesario tenerlos en cuenta, el resultado de esta valoración dará lugar a una
nueva respuesta emocional, en este caso de ansiedad (pues el contenido de los
pensamientos hace referencia a una valoración de peligro). Otro resultado de este
proceso tiene que ver con las decisiones que se toman acerca de qué estrategias poner en
marcha. Siguiendo con el ejemplo, es posible que la anterior persona, fruto de la
valoración que hace de sus pensamientos y de la respuesta emocional intensificada, acabe
decidiendo pararse, dar media vuelta y rehacer el camino para asegurarse de que no ha
atropellado a nadie (lo cual supone una conducta de evitación).
Este proceso de valoración y toma de decisiones está guiado por dos estructuras
relevantes en el MGDE, las habilidades cognitivas y emocionales, y las metacreencias.
Venimos argumentando que las operaciones que se llevan a cabo para realizar
valoraciones y tomar decisiones requieren de un procesamiento controlado y, por tanto,
de recursos atencionales y de concentración. Desde esta perspectiva, las personas con
mayores habilidades cognitivas (como la WM) tendrán una mayor facilidad para llevar a
cabo el proceso. Por el contrario, si una persona posee déficits en su WM tendrá más
dificultades, principalmente cuando sus recursos atencionales se vean comprometidos
(por ejemplo, ante situaciones de carga cognitiva o de cansancio). Junto a estos recursos
cognitivos, también serán importantes nuestras habilidades emocionales. A este respecto,
el hecho de poseer un amplio conocimiento acerca de las estrategas de regulación
emocional que podemos usar, un adecuado conocimiento emocional o una buena
capacidad de percibir emociones (características estas de las personas con más IE),
puede ayudarnos en el proceso de comprender nuestras emociones y tomar decisiones
acerca de cómo manejarlas. Por tanto, el poseer unas adecuadas habilidades cognitivas y
emocionales nos permite llevar a cabo el proceso de valoración y toma de decisiones de
una forma más eficiente. Pero el resultado de este proceso no depende solo de las
48
habilidades, sino también de las creencias que poseemos sobre cómo funcionan nuestras
emociones y pensamientos: las metacreencias.
En los problemas emocionales, las valoraciones que realizamos sobre nuestras
propias emociones y pensamientos poseen un papel muy relevante. Estas valoraciones
están guiadas por las metacreencias. Imaginemos a una persona con un alto nivel de
sensibilidad a la ansiedad (la cual se refiere a la creencia de que la ansiedad puede tener
consecuencias peligrosas). Ante una respuesta emocional que incluya cierto estado de
ansiedad (por ejemplo, ante un examen importante), es posible que esta persona, guiada
por su metacreencia, termine valorando dichos síntomas de forma amenazante, lo cual, a
su vez, incrementará la respuesta inicial de ansiedad. En este caso, las propias creencias
sobre la ansiedad habrán influido en cómo se valora la propia respuesta emocional inicial.
En la misma línea, las creencias sobre cómo son o cómo funcionan nuestros
pensamientos determinarán la forma en que los valoramos. Así, por ejemplo, si una
persona posee la creencia de que tener un pensamiento negativo es tan malo como hacer
algo negativo (fusión pensamiento-acción), acabará valorando de forma amenazante
pensamientos automáticos negativos que en ocasiones vendrán acompañando a sus
respuestas emocionales (p. ej., pensar en hacer daño a alguien cuando se está enfadado).
Ambos ejemplos muestran cómo las metacreencias influyen en las valoraciones que
realizamos sobre nuestras emociones y nuestros pensamientos.
Por último, el proceso de valoración y toma de decisiones finaliza con la selección y
puesta en marcha de estrategias específicas de regulación emocional. El MGDE predice
que una valoración negativa de la situación, de la respuesta emocional o de los propios
pensamientos, así como cualquier condición que comprometa el proceso de toma de
decisiones (p. ej., déficits en recursos cognitivos o habilidades emocionales), dará como
resultado la puesta en marcha de estrategias de regulación emocional ineficaces que
pueden ser de tipo cognitivo (pensamiento repetitivo negativo, atención autofocalizada,
supresión cognitiva o emocional) o conductual (conductas de evitación). Por otra parte, si
atendemos de nuevo a la figura 1.1, podremos observar que las flechas que unen el
proceso de valoración y toma de decisiones y las estrategias de regulación son de carácter
bidireccional. Con ello, se quiere resaltar el hecho de que las personas también
realizamos valoraciones sobre las estrategias que llevamos a cabo, y que estas
valoraciones también están influidas por las metacreencias. Así, por ejemplo, y en línea
con el modelo metacognitivo (Wells, 2009), una persona puede decidir usar como
estrategia la rumiación, y mantenerla en el tiempo, si considera que rumiar es útil para
ella (creencia metacognitiva positiva). Por el contrario, después de un proceso
prolongado de rumiación, es posible que esta misma persona termine pensando que está
perdiendo el control y que es peligroso continuar así (creencia metacognitiva negativa).
En este sentido, las creencias que las personas poseen sobre sus propias estrategias de
regulación también influirán en el tipo de estrategias que son seleccionadas y mantenidas
en el tiempo.
En resumen, el MGDE plantea que mientras la interacción entre las características
de la persona y de la situación da lugar a una respuesta emocional específica será a través
49
del proceso de regulación emocional (y de las estructuras que participan en él), mediante
el cual dicha respuesta emocional de lugar a la puesta en macha de una estrategia de
regulación determinada, y al mantenimiento de la misma. Pero, cómo explica el MGDE
la forma en que se desarrollan y mantienen los desórdenes emocionales, cómo este
proceso puede acabar desembocando en un problema emocional. Analizaremos esta
cuestión a continuación.
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el círculo vicioso entre la respuesta emocional, la valoración y toma de decisiones, y las
estrategias ineficaces? Para explicarlo es importante recordar que las valoraciones que se
hagan sobre la situación y las emociones, así como las decisiones que tomemos acerca
del uso de una estrategia u otra, se llevan a cabo mediante un proceso controlado que
requiere de recursos atencionales y de concentración. En este sentido, si las estrategias
ineficaces intensifican la respuesta emocional inicial, y pueden generar más emociones
negativas, esta nueva respuesta emocional puede acabar comprometiendo el proceso de
revaloración y toma de decisiones al agotar los recursos cognitivos disponibles, haciendo
difícil la puesta en marcha de nuevas estrategias adaptativas y facilitando el uso de otras
estrategias ineficaces.
Pero hay otra consecuencia negativa de las estrategias ineficaces, el último de los
círculos viciosos (c), que hace referencia al hecho de que dichas estrategias pueden
impedir que se desconfirmen los supuestos en los que se basan muchos de los esquemas
cognitivos desadaptativos. En este sentido, si una persona con esquemas de Abuso
(siguiendo con nuestro ejemplo inicial), acaba utilizando estrategias como la supresión
emocional, no mostrándose por tanto de forma abierta en la relación con su nuevo
compañero, y no confiando en él, no será posible que desconfirme su creencia de que las
personas no son de fiar. Desde esta perspectiva, las propias estrategias ineficaces ayudan
a perpetuar los esquemas cognitivos desadaptativos, generándose así otro círculo vicioso
que puede ayudar a mantener los desórdenes emocionales.
En resumen, la puesta en marcha de estos tres círculos viciosos tiene como
consecuencia: a) la intensificación y mantenimiento del estado emocional inicial, b) la
aparición de nuevas emociones de carácter negativo, c) hacer más difícil la puesta en
marcha de estrategias de regulación eficaces y d) impedir que se desconfirmen las
creencias desadaptativas. Si, a través de estas consecuencias, la respuesta emocional llega
a ser demasiado intensa y mantenida en el tiempo, generando malestar significativo en la
persona e impidiéndole funcionar de forma normal en su vida, o llevar a cabo actividades
que son importantes para ella, será entonces cuando se desarrolle un desorden
emocional. Si, por otra parte, se hace difícil la puesta en marcha de estrategias eficaces y
si no se reduce el efecto de las creencias y metacreencias desadaptativas, es posible que
dicho desorden se mantenga de forma sostenida en el tiempo.
A lo largo de este primer capítulo, hemos tratado de aportar una respuesta a la
pregunta ¿qué tienen en común los problemas emocionales? Para ello, hemos analizado
las características principales de la perspectiva transdiagnóstica, hemos revisado aquellas
variables psicológicas que, desde esta perspectiva, nos ayudan a comprender y explicar
los desórdenes emocionales y, finalmente, hemos esbozado las líneas principales del
MGDE, un modelo teórico que surge con la intención de ofrecer una visión integradora a
los problemas emocionales. Kurt Lewin afirmó que “no hay nada más práctico que una
buena teoría”, siguiendo estas palabras, en los siguientes apartados haremos un intento
por mostrar cómo es posible utilizar el MGDE para guiar la evaluación y la intervención
en los problemas emocionales desde una perspectiva transdiagnóstica.
51
52
2
La evaluación de los desórdenes
emocionales desde una perspectiva
transdiagnóstica
53
estrategia de evitar los encuentros sociales, mientras que la otra, aunque se exponga,
utilice en sus exposiciones una estrategia de supresión emocional (revelando poca
información emocional y personal a otras personas). Igualmente, es posible que, aunque
ambas mostrasen una alta supresión emocional en situaciones sociales, el uso de esta
estrategia se deba más en una de ellas por la presencia de cierto rechazo a sus emociones
(“me da vergüenza sentir ansiedad”), mientras que en la otra se explique principalmente
por el miedo al descontrol emocional (“si expreso mis emociones se me irán de las
manos”). Por tanto, el objetivo de la evaluación será el de indagar la presencia de
variables explicativas y establecer hipótesis acerca de cómo se relacionan entre sí para
dar lugar o mantener los problemas emocionales.
Para realizar esta labor, el MGDE puede sernos de mucha ayuda. Este modelo
incluye diferentes variables psicológicas que han mostrado ser útiles a la hora de explicar
los diferentes problemas emocionales que una persona pueda presentar. Además, nos
sugiere la forma en que dichas variables se relacionan funcionalmente entre sí. Así, por
ejemplo, hipotetiza que las estrategias de regulación que una persona pone en marcha
están influidas por sus propias creencias metacognitivas o metaemocionales, o que la
respuesta emocional de una persona a una situación concreta (así como la aparición de
sesgos cognitivos) se debe, en buena medida, a sus propios esquemas cognitivos y a sus
características de personalidad (como el nivel de neuroticismo). Desde esta perspectiva,
el MGDE nos ofrece una guía a la hora de completar la evaluación psicológica y de
realizar el análisis funcional de los problemas que sufren personas con desórdenes
emocionales.
En este capítulo, nos centraremos en mostrar cómo es posible utilizar el MGDE para
realizar la evaluación desde una perspectiva transdiagnóstica. Para ello, en primer lugar,
describiremos diferentes instrumentos (principalmente escalas e inventarios
empíricamente validados) destinados a evaluar cada una de las variables del modelo;
incluiremos igualmente estrategias o preguntas que pueden ser de ayuda dentro de la
entrevista clínica. A continuación, mostraremos un caso de ejemplo en el que se utiliza el
MGDE como guía para realizar el análisis funcional. Es de resaltar en este punto que,
aunque el presente capítulo tiene un enfoque principalmente práctico (dirigido a la
práctica clínica), muchas de las medidas que vamos a revisar han sido y pueden ser
igualmente de gran utilidad en el ámbito de la investigación.
54
inventarios, aunque también se incluyen algunas medidas de rendimiento máximo (como
en el caso de la evaluación de la IE). Igualmente, junto a estos instrumentos, en algunos
casos se incluirán estrategias o preguntas clave que pueden ser utilizadas a lo largo de la
entrevista como forma de acercarnos a la evaluación de las variables del modelo.
Para facilitar la exposición, así como su comprensión, presentaremos los
instrumentos y estrategias de evaluación siguiendo la estructura del MGDE.
Comenzaremos por los instrumentos o estrategias destinados a evaluar las variables
implicadas en la generación de emociones, y finalizaremos con los instrumentos que
pueden sernos de utilidad en la evaluación de las variables implicadas en la regulación de
las emociones.
A) Situación
Hemos comentado a lo largo del primer capítulo de este libro cómo cualquier
situación tiene la capacidad de ser desencadenante de malestar emocional. Por ello, es a
la persona que acude a consulta a quien hay que preguntar qué situaciones han sido las
causantes de sus reacciones emocionales. No obstante, en algunos casos, las personas no
somos conscientes de las situaciones que nos afectan, o del modo en que lo hacen.
Además, también sabemos de la existencia de situaciones estresantes que son
“independientes” de la persona y que pueden influir de forma importante en nuestra vida.
Por ello, además de explorar a través de la entrevista cuáles son las situaciones
estresantes para cada persona, contamos con algunos cuestionarios que pueden
aportarnos mucha información en este sentido.
Algunos de ellos son el Cuestionario de Estrés Vital (LSQ; Wadsworth, Compas, y
Connor-Smith, 2005) y el Cuestionario de Estrés Social (SSQ; Connor-Smith y Compas,
2002). En el caso de adolescentes, uno de los más importantes es la Escala de
Acontecimientos Percibidos para Adolescentes (APES; Compas, Davis, Forsythe y
Wagner, 1987).
El LSQ incluye acontecimientos vitales estresantes, tales como problemas de salud,
separación de los padres o dificultades académicas. En el caso del SSQ, los ítems
comprenden una gama de acontecimientos estresantes interpersonales, como las
dificultades en las relaciones amorosas y de amistades, sucedidos recientemente (en los
últimos seis meses). No obstante, en la entrevista puede preguntarse sobre estos
55
acontecimientos de manera más general.
Además de saber las situaciones que ha vivido cada persona, es importante evaluar
en qué medida fueron estresantes o problemáticas para ella, así, es posible que, aunque
un mismo acontecimiento (por ejemplo, viajar en avión) sea percibido por dos personas
como estresante, para una de ellas suponga un nivel de estrés de 4 (en una escala de 0 a
5), mientras que para la otra solo sea de 2. Además, es necesario tener en cuenta que la
suma de “pequeños estresores” puede generar gran malestar emocional.
EN LA ENTREVISTA…
…es importante explorar cómo han sido las vivencias en los últimos años, especialmente en el año anterior.
Puesto que la persona puede no ser consciente de que muchas de las cosas que ha vivido han podido ser
estresantes para ella (por ejemplo, un cambio de vivienda o un nuevo trabajo), más que preguntar
directamente por situaciones traumáticas, la pregunta podría ser más general, por ejemplo, ¿cuéntame cómo
ha sido este último año de manera detallada? ¿Qué situaciones o cambios tanto positivos como negativos
has vivido durante esta última temporada? ¿Qué cambios ambientales importantes has vivido últimamente?
EN LA ENTREVISTA…
…algunas preguntas útiles para evaluar el nivel de extraversión versarían sobre la cantidad e intensidad de
las relaciones interpersonales. Por ejemplo, preguntas tales como si toma la iniciativa para hacer nuevas
amistades o si es una persona animada a la que le gusta salir. Igualmente, es útil analizar el tono afectivo
general que, en el caso de personas con alta extraversión, probablemente incluirá una mayor frecuencia de
emocionales positivas.
En el caso del neuroticismo, las preguntas tendrían que referirse a la labilidad o inestabilidad
emocional, es decir, preguntas sobre el malestar psicológico, ya que tendríamos que buscar si son personas
hipersensibles con dificultad para volver a la normalidad después de cualquier acontecimiento emocional.
56
Ejemplos de estas preguntas serían si ¿sufre con frecuencia altibajos emocionales o siente usualmente
soledad o culpa? ¿Piensas que siempre has sido así? ¿Crees que desde siempre sueles evitar las situaciones
difíciles? ¿Alguna vez te han dicho que eras siempre temeroso/a o que tendías a evitar?
Algunos de los cuestionarios más utilizados para evaluar estas variables son los
siguientes:
C) Esquemas cognitivos
57
extensa en el primer capítulo) serían los siguientes: desconexión y rechazo, autonomía
deteriorada, límites deteriorados, orientación a los demás y vigilancia excesiva e
inhibición.
Para medir las estructuras inadaptadas tempranas, proponemos la versión reducida
del Cuestionario de Esquemas-Versión Corta (SQ-SF, Young y Brown, 1994). Este
cuestionario evalúa los dieciocho esquemas propuestos por Young. El SQ-SF consta de
setenta y cinco ítems que deben ser contestados de acuerdo con una escala likert de 6
puntos de totalmente falso (1), a me describe perfectamente (6).
La versión en español del SQ-SF presenta buenas propiedades psicométricas, con
confirmación de su estructura factorial y con consistencia interna buena para los factores
(Calvete, Estévez, López de Arroyabe, y Ruiz, 2005). El SQ español ha mostrado buena
fiabilidad y correlación con depresión, afectividad positiva y negativa, y autoestima (Cid
y Torrubia, 2002).
Otro de los cuestionarios que se pueden mencionar en este apartado es el
cuestionario de actitudes disfuncionales de Beck (DAS; Weissman y Beck, 1978), del
que existe una versión para población española desarrollada por Jesús Sanz y Carmelo
Vázquez (1994). Esta escala está diseñada para medir esquemas cognitivos que podrían
jugar un papel causal en la depresión. Está compuesta de tres factores (logro,
dependencia y actitudes autónomas). La escala tiene una consistencia moderada.
EN LA ENTREVISTA…
…algunas preguntas y respuestas pueden sernos de ayuda a la hora de evaluar los esquemas cognitivos. Por
ejemplo, en el caso del esquema de abandono, preguntas referidas a acontecimientos de pérdida, o de
alejamiento físico o emocional, por parte de algún progenitor vividos en la infancia (durante largos periodos
de tiempo) pueden servir de ayuda. Para identificar este esquema, habría que buscar información relativa a
si alguno de sus progenitores o cuidadores principales han sido inestables e impredecibles emocionalmente y
no han estado de manera física accesibles para ellos, como, por ejemplo, ¿recuerdas si desde niño/a tus
padres estaban presentes? ¿Recuerdas tener en la infancia cierta sensación de abandono? ¿Cómo era tu
entorno familiar?
Para evaluar el esquema de abuso, las preguntas más específicas podrían estar relacionadas,
especialmente, con vivencias traumáticas vividas durante la infancia a nivel físico, emocional o sexual. Las
respuestas más asociadas con este esquema tienen que ver con entornos familiares donde se han dado
situaciones de maltrato y en los que el o la menor desconfía de su entorno. A este respecto, podemos
preguntar por situaciones vividas en las que se haya sentido en peligro.
En el caso del esquema de privación emocional, las preguntas deberían estar dirigidas a explorar si
durante la infancia sus progenitores le dedicaron atención y si la persona se sintió acompañada y entendida
por ellos. Respuestas relacionadas con progenitores con frialdad emocional que no han dado una guía o no
fueron físicamente cariñosos, nos pondría en la pista de que podría darse este esquema. En esta línea,
podemos preguntar ¿recuerdas si te dedicaron atención tus padres de pequeño/a? ¿Fueron afectuosos
contigo?
Para evaluar el esquema de dependencia, las preguntas más específicas podrían relacionarse con la
sobreprotección de las familias, igualmente, respuestas indicativas de este esquema serían aquellas en las
que muestra que, por parte de los progenitores, se ha sentido que les han tratado como personas
incompetentes. En esta dirección, podemos preguntar ¿recuerdas si tus padres han estado siempre
pendientes de ti, de que no te equivocaras?
En el esquema de autocontrol insuficiente, las preguntas tendrían que versar sobre el tipo de disciplina
58
que se ha dado por parte de sus progenitores. Las respuestas asociadas con este esquema suelen
relacionarse con la existencia de una escasa disciplina y organización familiar. Preguntas del tipo ¿había
límites o disciplina en casa cuando eras pequeño? Pueden ayudarnos a extraer dicha información.
Para evaluar los esquemas de subyugación y de autosacrificio, serían útiles preguntas relacionadas
con el tipo de libertad que dieron los padres a los hijos y si estos eran capaces de cuidarse por sí mismos,
respectivamente. En el caso de subyugación, las respuestas suelen versar sobre familias que no dejaban un
desarrollo propio a los niños y no tenían en cuenta sus necesidades, opiniones o deseos. En el caso de
autosacrificio, son más usuales familias donde los niños tuvieron que hacerse cargo del cuidado de los
adultos. En esta línea, podemos preguntar, por ejemplo, ¿estudiaste lo que querías? ¿Tuviste la sensación de
que en la infancia y adolescencia no había lugar para tus opiniones?
En el esquema de normas inalcanzables, habría que preguntarse sobre las expectativas de los padres
hacia los hijos. Aquellas personas que sienten que sus padres tienen expectativas muy altas hacia ellos y que
nunca hacen las cosas suficientemente bien estarían relacionadas con este esquema. Podemos preguntar
por ¿crees que no has satisfecho las expectativas de tus padres?
Por último, para evaluar el esquema punitivo, habría que hacer preguntas sobre el estilo educativo. En
el caso de que hubiera sido severo o crítico podría darse este esquema en la persona. Podemos preguntar
por ¿cómo te castigaban?
D) Respuesta emocional
59
En la evaluación de la ansiedad, existen diversos cuestionarios autoinformados útiles.
Por ejemplo, un inventario especialmente válido, y que ha sido desarrollado en población
española, es el Inventario de Situaciones y Respuestas de Ansiedad (ISRA; Miguel-Tobal
y Cano-Vindel, 1986). Uno de los aspectos positivos de este instrumento es que evalúa el
nivel general de ansiedad (rasgo general) y los tres sistemas de respuesta (cognitivo,
fisiológico y motor) por separado así como cuatro rasgos específicos de ansiedad o áreas
situacionales (ansiedad de evaluación, interpersonal, situaciones fóbicas, situaciones de la
vida cotidiana).
Otro instrumento autoinformado más breve que el anterior para medir la ansiedad
clínica que, además, se ha destacado por una buena discriminación con respecto de la
depresión es el Inventario de Ansiedad de Beck (BAI; Beck y Steer, 1988). Está
adaptado al castellano por Sanz, Vallar, De la Guía y Hernández (2011). Se puede aplicar
a una variedad de diferentes grupos de pacientes y a la población normal, adultos y
adolescentes (13 años o más). La escala de respuesta de 4 puntos va desde “nada en
absoluto” hasta “gravemente” y clasifica el nivel de ansiedad como “mínima”, “leve”,
“moderada” o “grave”. La puntuación es la suma de las respuestas de la persona
evaluada a cada uno de los 21 síntomas. Cada uno de ellos se puntúa en una escala de 0
a 3. La puntuación que indica la máxima ansiedad es de 63 puntos.
En el caso de la tristeza/depresión, una de las medidas de autoinforme más
ampliamente utilizadas en la práctica clínica y en la investigación es el lnventario para la
Depresión de Beck (BDI-II) en su versión revisada de 1978 (Beck, Rush, Shaw y
Emery, 1979; Beck y Steer, 1993), adaptada al castellano por Sanz, Perdigón y Vázquez,
(2003). Está compuesta por veintiún ítems y evalúa la gravedad de la sintomatología
depresiva en adultos y adolescentes con una edad mínima de 13 años. En cada uno de
los ítems, la persona tiene que elegir, entre un conjunto de cuatro alternativas ordenadas
de menor a mayor gravedad, la frase que mejor describe su estado durante las últimas
dos semanas, incluyendo el día en que completa el instrumento. En cuanto a su
corrección, cada ítem se valora de 0 a 3 puntos en función de la alternativa escogida y,
tras sumar directamente la puntuación de cada ítem, se puede obtener una puntuación
total que varía de 0 a 63.
Para finalizar este apartado, una medida muy usada para evaluar la expresión de ira
sería el Inventario de Expresión de Ira Estado-Rasgo (STAXI-2; Spielberger, 1996). La
versión española de este cuestionario fue realizada por Miguel-Tobal, Casado, Cano-
Vindel y Spielberger (2001). El inventario se compone de seis escalas: estado de ira,
rasgo de ira, expresión externa de ira, expresión interna de ira, control externo de ira,
control interno de ira. Tiene tres subescalas para la escala de estado: sentimiento,
expresión verbal y expresión física. Además, existen dos subescalas para la escala de
rasgo: temperamento de ira y reacción de ira y un índice de expresión de ira como
medida total de la expresión de la ira. El sujeto debe seleccionar la alternativa de
respuesta que mejor se ajuste a la manera en que cada cuestión presentada describa su
comportamiento. Se considera que puntuaciones entre los percentiles 25 y 75 indican
normalidad. Las puntuaciones que se encuentran por encima del percentil 75 ponen de
60
manifiesto una interferencia con un funcionamiento óptimo. Esta interpretación no debe
aplicarse a las escalas de estado, en cuyo caso se construyeron cuatro niveles de
clasificación (alto, moderado, bajo y nulo) en función del sexo y la edad.
EN LA ENTREVISTA…
No podemos olvidar que las preguntas más importantes para descubrir lo que el paciente siente son:
¿Cómo se siente con esta situación? ¿Cómo le afecta en su vida? ¿Cómo se siente a nivel físico? ¿Qué
sensaciones físicas tiene cuando se siente mal? ¿Qué piensa en estas situaciones? o ¿qué hace?, ¿cómo se
comporta? Estas preguntas nos acercan a los componentes fisiológicos, emocionales, cognitivos y
conductuales de los que se compone la respuesta emocional.
61
(3) protege de las emociones negativas (en caso de que se dé un resultado negativo), (4)
previene de resultados negativos (pensamiento mágico), y (5) refleja un rasgo de la
personalidad positivo; o la Escala de Consecuencias de Preocuparse (CWS; Davey, Tallis
y Capuzzo, 1996), que mide las creencias sobre las consecuencias, tanto positivas como
negativas, que puede acarrear el hecho de preocuparse. La escala se compone de
veintinueve ítems, donde dichas consecuencias son valoradas por cada persona (en una
escala del 1 al 5) en base al grado con que le describen cuando se preocupa. Las
consecuencias negativas se clasifican en tres factores (preocuparse perturba la actuación
eficaz, preocuparse exagera el problema, y preocuparse causa malestar emocional). Por
otro lado, las consecuencias positivas se clasifican en dos factores (preocuparse motiva, y
preocuparse ayuda al pensamiento analítico).
Por último, señalar el Cuestionario de Metapreocupaciones (MWQ; Wells, 2005)
que evalúa los pensamientos acerca de los peligros del hecho de preocuparse (es decir,
las metacogniciones de peligro). Mide la frecuencia de los siete pensamientos (en una
escala de 1 a 4), así como el grado en que se cree en él (de 0 a 100).
Otras medidas se han centrado en analizar las creencias positivas y negativas acerca
de la rumiación. Por ejemplo, la Positive Beliefs about Rumination Scale (PBRS;
Papageorgiy y Wells, 2001) que evalúa las creencias positivas sobre la rumiación, es
decir, las creencias de que la rumiación es una estrategia de afrontamiento útil. Consiste
en un cuestionario autoinformado de nueve ítems. Un ejemplo de estas creencias serían:
“necesito rumiar mis problemas para encontrar una salida a mi depresión”. Las
puntuaciones van desde 9 a 36, donde las puntuaciones más elevadas muestran una gran
convicción de creencias metacognitivas. En el caso de las creencias negativas, estos
autores diseñaron la Escala de Creencias Negativas sobre la Rumiación (NBRS;
Papageorgiou, Wells y Meina; 2008). Es un cuestionario autoinformado de trece ítems
diseñados para evaluar las creencias negativas sobre la incontrolabilidad y el daño de la
rumiación (por ejemplo, la rumiación sobre mis problemas es incontrolable). La
puntuación total varía desde 13 a 52. Estos instrumentos no están validados al español.
Por otra parte, existen igualmente medidas que tratan de analizar las creencias
metacognitivas acerca de los pensamientos obsesivos. Destacar entre ellas, el Inventario
de Creencias Obsesivas (ICO; Belloch, Cabedo, Morillo, Lucero y Carrió, 2003), que
evalúa las creencias más relacionadas con el desarrollo o mantenimiento del trastorno
obsesivo-compulsivo. El instrumento consta de cincuenta y ocho ítems agrupados en
siete factores independientes, que se identifican con las siguientes dimensiones de
creencias: fusión pensamiento-acción de tipo probabilidad, perfeccionismo e intolerancia
a la incertidumbre, sobrestimación del peligro, fusión pensamiento-acción de tipo moral,
responsabilidad excesiva e importancia de controlar el pensamiento, sobrestimación de la
importancia de los pensamientos y rigidez de ideas. El sujeto debe expresar su grado de
acuerdo con cada ítem mediante una escala Likert de 7 puntos (desde completamente en
desacuerdo (1) hasta completamente de acuerdo (7). El rango posible de puntuaciones
oscila por tanto entre 58 y 406, y cuanto más elevado es la puntuación obtenida, mayor
es el grado en que se asumen las creencias disfuncionales contempladas en el
62
instrumento.
EN LA ENTREVISTA…
…en ocasiones, las personas pueden tener una baja conciencia de sus propias creencias metacognitivas
(principalmente en aquellas personas con una menor habilidad metacognitiva). En estos casos, algunas
preguntas que pueden servirnos de ayuda son las siguientes:
“En ocasiones, preocuparnos mucho hace que nos asustemos por lo que pensamos. ¿Te preocupa
preocuparte tanto? Cuando te preocupas, ¿crees que no puedes parar de hacerlo? ¿En alguna ocasión has
pensado que de tanto preocuparte te has hecho algún tipo de daño o que podrías enfermar?” Con estas
preguntas, estaríamos evaluando las creencias negativas, pero podemos evaluar también las creencias
positivas de la preocupación mediante preguntas del tipo ¿crees que preocuparse es bueno? ¿En qué te
ayuda preocuparte?
La fusión pensamiento acción podemos medirla con preguntas del tipo ¿piensas que sobreestimas el
poder de tus pensamientos?, ¿crees que pensar algo malo puede hacer que se cumpla?, ¿a veces has
pensado que si piensas algo puede llegar a pasar?
63
No obstante, existen otras medidas que nos permiten acercarnos a la evaluación de
diferentes creencias metaemocionales. Entre ellas, cabe destacar la Escala de Dificultades
en la Regulación Emocional (DERS; Gratz y Roemer, 2004). Esta escala evalúa
diferentes aspectos de la desregulación emocional a través de treinta y seis ítems, con
una escala Likert de 5 puntos (de “casi nunca/0-10% de las veces” a “casi siempre/90-
100% de las veces”). La adaptación al castellano está realizada por Hervás y Jódar
(2008) y está compuesta por veintiocho ítems y cinco factores: descontrol emocional,
rechazo emocional, interferencia cotidiana, desatención emocional, y confusión
emocional. La escala del descontrol Emocional consiste en una sensación de
desbordamiento debido a la intensidad emocional y la sensación de persistencia de los
estados emocionales negativos. Su interferencia con la vida se muestra en la escala
Interferencia cotidiana. La escala de rechazo emocional evalúa la tendencia de la persona
a juzgar de forma negativa su propia experiencia emocional y, como consecuencia, a
reaccionar con vergüenza o con malestar ante sus propias emociones. La confusión
emocional está referida a la incapacidad del individuo para nombrar con claridad sus
emociones y, por último, la desatención emocional, se define como la incapacidad para
dedicar recursos atencionales a la información atencional.
Otra medida útil que podemos considerar en este apartado es el Trait MetaMood
Scale (TMMS; Salovey, Mayer, Goldman, Turvey y Palfai, 1995). La versión española
fue realizada por Fernández-Berrocal, Extremera, y Ramos (2004). Este instrumento está
integrado por veinticuatro ítems y compuesto por tres dimensiones: atención a los propios
sentimientos, claridad emocional y reparación de las emociones. La atención a las
emociones, que se evalúa a través de los primeros ocho ítems, es el grado en el que las
personas creen prestar atención a sus sentimientos (por ejemplo, “pienso en mi estado de
ánimo constantemente”); claridad emocional, que se evalúa a través de los siguientes
ocho ítems, se refiere a cómo creen percibir sus emociones las personas (por ejemplo,
“frecuentemente me equivoco con mis sentimientos”), y reparación emocional, que se
evalúa con los últimos ocho ítems restantes, se refiere a la creencia del sujeto en su
capacidad para interrumpir estados emocionales negativos y prolongar los positivos (por
ejemplo, “aunque a veces me siento triste, suelo tener una visión optimista”). La escala
de tipo Likert es de 5 puntos que varían desde (muy de acuerdo) 1 hasta (muy en
desacuerdo) 5.
Por último, y aunque centrada de forma específica en la ansiedad, el Inventario de
Sensibilidad a la Ansiedad (ASI; Peterson y Reiss, 1992). La versión española está
realizada por Sandín y Chorot (Sandín, Valiente y Chorot, 1999; Sandín, Chorot, Santed,
y Valiente, 2004). Está formada por dieciséis ítems, a los que se contesta según una
escala tipo Likert, pudiendo variar entre 0 (nada en absoluto) y 4 (muchísimo). Además
de una puntuación general, se pueden obtener las tres subescalas siguientes: (1) ASI-
somática (por ejemplo, “me asusto cuando siento que me desmayo o me mareo”, “me
asusto cuando mi corazón late de forma rápida” o “me asusto cuando no puedo respirar
hondo o respiro con dificultad”) (2) ASI-cognitiva (“cuando no puedo mantener mi
mente concentrada en una tarea, siento la preocupación de que podría estar volviéndome
64
loco/a” o “me asusto cuando soy incapaz de mantener mi mente concentrada en una
tarea”) y (3) ASI-social (por ejemplo, “ para mí es importante no dar la impresión de
estar nervioso/a” o “ es importante para mí mantener el control de mis emociones”).
EN LA ENTREVISTA…
…algunas preguntas pueden ayudarnos a evaluar dos aspectos diferentes relacionados con las creencias
metaemocionales. Por una parte, qué significa para la persona sentir determinados estados emocionales y,
por otra parte, qué creencias hay sobre la posibilidad de manejar dichos estados.
Así, en referencia a las primeras, puede ser útil realizar preguntas del tipo “¿qué significa para ti haber
sentido tanta ansiedad?, ¿cómo te sientes cuando ves que tu tristeza no cesa?, ¿crees que es normal que una
persona sana sienta tanta ira?”. Respuestas relacionadas con sentir vergüenza o creerse peor persona (o una
persona enferma) por el hecho de sentir determinadas emociones pueden revelar la existencia de creencias
metaemocionales disfuncionales. Con respecto a las segundas, algunas preguntas pueden ir en la línea de
“¿crees que es posible aprender a manejar la ansiedad, ¿es posible controlar las emociones?, ¿cuando te
sientes tan triste, puedes llegar a comprender por qué?”. Las respuestas a este tipo de preguntas pueden
ayudarnos a comprender hasta qué punto la persona cree poseer determinadas habilidades emocionales.
En primer lugar, dentro de los recursos cognitivos podemos destacar varias tareas.
Uno de los aspectos a evaluar es la memoria de trabajo, que como se ha mencionado, se
refiere a todos aquellos mecanismos o procesos implicados en el control, la regulación y
el mantenimiento activo de información relevante para la ejecución de tareas cognitivas
complejas (Miyake y Shah, 1999; Unsworth y Engle, 2007). Actualmente, se están
desarrollando medidas de memoria de trabajo en el campo de los videojuegos (p. ej.,
Lumosity) de fácil aplicación en el ámbito de la investigación y que pronto los veremos
en el ámbito clínico. Nuestro grupo está trabajando junto con grupos de referencia
(Gyurak, Ayduk y Gross, 2010) en el diseño y aplicación de los mismos en dicho ámbito.
En nuestra opinión, y como hemos expuesto en el capítulo primero, quizás este sea uno
de los mayores retos en evaluación de los trastornos emocionales en los próximos años.
En relación con las habilidades emocionales, una de las medidas más destacadas es
el MSCEIT realizada por Mayer, Salovey y Caruso (2000). Es un test que fue diseñado
para evaluar la inteligencia emocional entendida como una capacidad. No se trata de una
medida de autoinforme, sino de una prueba de habilidad cuyas respuestas representan
aptitudes reales para resolver problemas emocionales. Representa una medida que
proporciona puntuaciones válidas y fiables en cada una de las cuatro áreas principales de
la inteligencia emocional según el modelo de Mayer y Salovey: percepción emocional,
facilitación emocional, comprensión emocional y manejo emocional. La percepción
emocional evalúa la aptitud para identificar correctamente cómo se sienten las personas.
La facilitación emocional mide la aptitud para crear emociones y para integrar los
sentimientos en la forma de pensar. La comprensión emocional evalúa la aptitud para
comprender las causas de las emociones. Y, por último, el manejo emocional evalúa su
65
aptitud para generar estrategias eficaces dirigidas a utilizar las emociones de forma que
ayuden a la consecución de las propias metas, en lugar de verse influido por las propias
emociones de forma imprevisible. Además, proporciona una puntuación total de
inteligencia emocional, así como puntuaciones en dos áreas, experiencial y estratégica, y
en cada una de las tareas específicas que incluye el test. Existe una adaptación en español
realizada por Extremera, y Fernández-Berrocal (2002).
66
implica la construcción de una nueva situación emocional que potencialmente tenga
menor impacto emocional (por ejemplo, “cuando quiero sentir más emociones positivas,
cambio mi manera de pensar sobre la situación”). Esta escala evalúa la regulación de
emociones en general y en concreto cada factor incluye como mínimo un ítem en el que
se les pregunta a los participantes acerca de la regulación de emociones negativas y otro
ítem acerca de la regulación de emociones positivas.
Por último, el Cuestionario de Control de Pensamientos (TCQ; Wells y Davies,
1994) evalúa las estrategias empleadas para el control de pensamientos intrusivos,
desagradables o no deseados. El instrumento se compone de treinta ítems, establecidos
en una escala tipo likert de 4 puntos, habiéndose identificado cinco factores (de seis
ítems cada uno): distracción (por ejemplo: “hago algo que me entretenga”), control social
(por ejemplo, pregunto a mis amigos si ellos han tenido pensamientos similares”),
preocupación (por ejemplo, “me centro en pensamientos negativos diferentes”);
autocastigo (por ejemplo: “me castigo a mí mismo por tener esos pensamientos”) y
reevaloración ( “intento reinterpretar el pensamiento”).
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Ramos-Cejudo, 2014). En poco tiempo lo tendremos a nuestra disposición.
En cuanto a la preocupación, la escala más utilizada es la PSWQ. Este Inventario de
Preocupación de Pensilvania (PSWQ; Meyer, Miller, Metzger y Borkovec, 1990) evalúa
la tendencia general a preocuparse o preocupación-rasgo, variable que parece cumplir un
importante rol en todos los procesos emocionales y en los trastornos de ansiedad y del
estado de ánimo, pero que es especialmente relevante en el trastorno de ansiedad
generalizada, cuya principal característica diagnóstica es precisamente una preocupación
excesiva e incontrolable. Está compuesto por dieciséis ítems, que evalúan mediante
escalas de intervalo desde 1 (nada) a 5 (mucho). Este inventario puede consultarse en
Comeche, Díaz y Vallejo (1995). Existe una versión española para personas mayores
(Nuevo, Montorio y Ruiz, 2002).
También hay una versión para niños (Penn State Worry Questionnaire for Children,
PSWQC; Chorpita etl al, 1997). Es una adaptación del cuestionario anterior para
población infantil mayor de 6 años.
Otros cuestionarios en este ámbito son el Worry Domains Questionnaire, (WDQ;
Tallis, Davey y Bond, 1994; Tallis, Eysenck y Mathews, 1992). Consta de veinticinco
ítems que reflejan cinco áreas de preocupación moderadamente relacionadas entre sí:
relaciones interpersonales (por ejemplo: “me preocupa no ser atractivo” o “me preocupa
que pueda perder mis amistades”), falta de confianza en sí mismo (“me preocupa
sentirme inseguro” o “me preocupa no tener confianza en mí”), futuro sin objeto (“me
preocupa que nunca consiga mis ambiciones” o “me preocupa que no haya conseguido
mucho”), incompetencia en el trabajo (“me preocupa no mantener la carga de trabajo al
día” o “me preocupa dejar trabajo sin terminar”) y cuestiones económicas (“me
preocupa no ser capaz de afrontar los temas económicos” o “me preocupa no ser capaz
de pagar las facturas”. Se debe valorar en qué medida le preocupa según una escala de 0
(nada en absoluto) a 4 (extremadamente). La puntuación total refleja la frecuencia de
preocupación y las de las cinco áreas dan información sobre el contenido de las
preocupaciones.
Y el Worry Domains Questionnaire-Revised, (WDQ-R; van Rijsoort, Emmelkamp y
Vervaeke, 1999). Es una revisión del Cuestionario de Áreas de Preocupación en el que se
han añadido ítems sobre el área de salud. Consta de veintinueve ítems que reflejan seis
áreas de preocupación moderadamente relacionadas entre sí: relaciones interpersonales,
falta de confianza en sí mismo, futuro sin objeto, incompetencia en el trabajo, cuestiones
económicas y salud. Para cada ítem el sujeto debe valorar en qué medida le preocupa
según una escala de 0 (nada en absoluto) a 4 (extremadamente). La puntuación total
refleja la frecuencia de preocupación y las puntuaciones de las seis áreas dan información
sobre el contenido de las preocupaciones.
Recientemente, se han desarrollado algunas medidas que tratan de evaluar el
pensamiento repetitivo negativo de forma general, por ejemplo, el Repetitive Thinking
Questionnaire (RTQ; McEvoy, Mahoney y Moulds, 2010). Se trata de un cuestionario de
treinta y un ítems que evalúa el pensamiento perseverante transdiagnóstico. El
cuestionario está compuesto por dos subescalas: pensamiento negativo repetitivo y
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ausencia de pensamiento repetitivo. Los ítems se valoran en una escala de 5 puntos: (1)
No verdadero, (3) Algo verdadero, o (5) muy cierto. Existe una versión corta de diez
ítems (McEvoy et al., 2010). El inventario puede consultarse en Comeche, Díaz y
Vallejo (1995) y en Echeburúa (1993a, 1993b). Nuevo, Montorio y Ruiz (2002) han
publicado una adaptación del PSWQ en la que han invertido la redacción de los cinco
ítems redactados en negativo para facilitar su comprensión.
EN LA ENTREVISTA…
… algunas de las preguntas que pueden utilizarse para examinar la presencia de pensamiento repetitivo
negativo son las siguientes:
– Cuando hay algo que le disgusta o hace sentir mal, ¿no deja de pensar en lo sucedido una y otra vez
dando vueltas sin parar?
– ¿Le da muchas vueltas a las cosas que le suceden durante el día?
– ¿Qué porcentaje del día pasas dando vueltas a la cabeza?
– ¿Sientes que no puedes parar el de dar vueltas a la cabeza?
– ¿Sueles pensar en el porqué de las cosas que te ocurren?
Un instrumento útil para dar cuenta del empleo de estrategias de evitación cognitiva
es el Cuestionario de Evitación Cognitiva (CAQ; Gosselin et al., 2003). Este cuestionario
se compone de veinticinco ítems de tipo Likert de cinco puntos de acuerdo con el grado
en que la persona lo considera característico de sí misma. La estructura consta de cinco
subescalas (de cinco ítems cada una): la sustitución de pensamientos, la transformación
de imágenes en pensamientos verbales, la distracción, la evitación de estímulos que
disparan los pensamientos desagradables y la supresión de pensamientos.
También podríamos destacar el White Bear Suppression Inventory (WBSI; Wegner
y Zanakos, 1994). El WBSI es una medida del nivel de supresión de pensamientos.
Consiste en quince ítems con una escala tipo Likert que oscila desde 1 (absolutamente en
desacuerdo) a 5 (totalmente de acuerdo). Las puntuaciones altas indican un nivel alto de
supresión de pensamientos. La traducción española está realizada por Fernández-
Berrocal, Extremera y Ramos (2004). Algunos ejemplos de ítems serían: “tengo
pensamientos que no puedo parar” y “hay imágenes que me vienen a la mente y que no
puedo borrar”.
Para evaluar la supresión emocional, el ERQ (Gross y John, 2003), que se ha
mencionado previamente dentro del apartado de estrategias específicas de regulación,
podría ser muy útil. Como se ha visto, tiene una escala de supresión emocional que está
referida a la supresión a la forma de modular la respuesta emocional que incluye la
inhibición de la expresión de las conductas emocionales tales como: “cuando estoy
sintiendo emociones positivas, tengo cuidado de no expresarlas”.
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Una limitación a destacar de los cuestionarios es la posibilidad de que algunas formas
de evitación cognitiva no sean accesibles a la conciencia. Por ello, algunas estrategias
pueden sernos de ayuda a la hora de llevar a cabo la entrevista.
EN LA ENTREVISTA…
…habría que hacer preguntas relativas a la capacidad de evitar los pensamientos que generen malestar. Por
ejemplo, ¿eres capaz de generar pensamientos diferentes a los que te generan malestar?, ¿te cuesta
distraerte? Cuando aparecen sentimientos desagradables, ¿puedes sustituirlos?, ¿eres capaz de eliminar
pensamientos desagradables? ¿Te distraes con facilidad cuando algo te preocupa o entristece? ¿Piensas
fácilmente en otros temas diferentes de lo que te preocupa? ¿Te imaginas una situación diferente cuando
estás estresado?
3. Atención autofocalizada
EN LA ENTREVISTA…
…algunas preguntas podrían ser las siguientes:
4. Conductas de evitación
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cierto) y 7 (siempre es cierto), siendo las puntuaciones altas indicadoras de mayor grado
de evitación experiencial. Ejemplos de ítems son: “me preocupa no ser capaz de
controlar mis preocupaciones y sentimientos” y “mis recuerdos dolorosos me impiden
llevar una vida plena”.
Carlos es un hombre de 45 años, casado desde hace 17 años, con dos hijos de 9 y
12 años. Su mujer es ama de casa y se encarga del cuidado de los niños. Es comercial de
una empresa del sector metalúrgico en la que ha trabajado en los últimos 15 años.
Refiere una relación de pareja buena y señala que su mujer es muy paciente con él
71
porque, si no fuera por ella, él no habría tenido familia. Disfruta de sus hijos, pero no se
ve a sí mismo como un buen padre. Pasa mucho tiempo fuera de casa, el ámbito laboral
es lo más importante en su vida, así, a lo largo de la entrevista, realiza afirmaciones como
“no sé qué haría si no tuviera trabajo”, “agradezco tener familia, es lo que me sostiene
porque, si no, estaría todo el día trabajando”, “todo lo que hago es para ofrecérselo a mi
familia y tener una mejor calidad de vida”.
Acude a consulta porque, según refiere, se encuentra con mucho nerviosismo
constantemente, tanto que no puede dormir ni dejar de pensar. Esta situación comenzó al
ser promocionado dentro de su propia empresa y al adquirir nuevas responsabilidades y
metas laborales. Desde entonces, su nivel de malestar ha ido en aumento y, actualmente,
está interfiriendo en su vida familiar y de pareja y afectando a su rendimiento laboral. Su
mujer le ha sugerido que tiene que ir a un profesional, aunque él no cree que sea para
tanto. Señala que “es la primera vez que me he planteado venir a una consulta
psicológica”. No ha recibido por tanto ayuda psicológica, ni psiquiátrica, en el pasado por
este problema o problemas similares. Recientemente se ha realizado una revisión médica
que indica que su estado de salud físico es bueno.
B) Situación
72
y un reconocimiento, cuando se ha incorporado al nuevo puesto ha visto que la situación
es muy compleja. La crisis económica que vive el país en ese momento hace que obtener
buenos resultados no vaya a ser fácil, ni a corto ni a medio plazo. Tiene que enfrentarse
a un nuevo equipo que tiene dinámicas previas lideradas por otro compañero
anteriormente y que no está de acuerdo con los cambios que se han producido en la
empresa y con un funcionamiento diferente. También siente que si no se consiguen los
resultados esperados recibirá una evaluación negativa de sus superiores y eso será muy
negativo en su carrera. A pesar de la confianza de los directivos de la empresa, el tiempo
que tiene para implementar y conseguir resultados en un mercado tan dañado es corto.
Ha pasado su primeros 4 meses en el puesto y ve que no será posible llegar a unos
mínimos antes de que finalice el año.
Aunque esta es la situación que Carlos más directamente relaciona con su problema
actual, refiere que siempre se ha sentido más “estresado” ante situaciones que implican
una posible evaluación negativa por parte de los demás, principalmente en el terreno
profesional. Sin embargo, según dice, antes este estrés “lo superaba exigiéndome más y
trabajando duro, ahora veo que se me va de las manos”. Otras situaciones estresantes
para él tienen que ver con la familia, en la que a veces, y según afirma, “me encargo de
resolver todos los problemas de los demás, mi madre, mis hermanos, cuñados…”.
C) Persona
73
De acuerdo con esto, la evaluación de las estructuras inadaptadas tempranas
desprende que las puntuaciones más elevadas se dan en el esquema estándares
inalcanzables. Este esquema implica la creencia de que se debe lograr éxito y altos logros
en todas sus actuaciones, normalmente para evitar críticas o rechazos. Los esfuerzos por
satisfacer unas expectativas que ellos mismos se han impuesto suponen poner excesivo
énfasis en la posición, el dinero, el rendimiento, la belleza, el orden o el reconocimiento,
todo ello a expensas de la felicidad, el placer, la salud, y las relaciones satisfactorias.
Otros esquemas con elevadas puntuaciones fueron el de autosacrificio y
subyugación. El esquema de autosacrificio consiste en la satisfacción exagerada y
voluntaria de las necesidades de los demás en las situaciones cotidianas, a expensas de la
gratificación de las necesidades propias. En el caso del esquema de subyugación, implica
renunciar a los propios derechos debido a que se siente coaccionado por los demás. Estas
personas sacrifican sus propias necesidades y deseos para agradar a los demás o para
satisfacerlos, evitan así el sentir culpa con el pensamiento subyacente de que dañarán a
las otras personas si solo piensan en ellas mismas.
D) Respuesta emocional
74
porque siento que todo mi cuerpo está demasiado tenso”, principalmente, cuando ve que
no es capaz de manejar sus propio malestar o cuando no encuentra la solución a algún
problema laboral.
Carlos muestra ciertas actitudes negativas hacia las emociones que está sintiendo
actualmente, principalmente hacia su estado de ansiedad. Estas actitudes se desprenden
en afirmaciones del tipo “una persona capaz no debería sentirse así, todo el día nervioso,
se supone que soy un profesional”, “yo no soy así”, “es la primera vez en mi vida que
me siento tan desbordado, no debería sentirme de este modo”. Igualmente, se exige a sí
mismo tener un buen estado de ánimo para poder seguir rindiendo, “necesito estar bien
ya para poder hacer que este proyecto vaya hacia delante”.
Por otra parte, muestran ciertas creencias positivas sobre la utilidad del pensamiento
negativo repetitivo y sobre la necesidad de controlar sus pensamientos. Estas creencias se
desprenden en afirmaciones del tipo “me siento mal si no me preocupo lo suficiente todo
el tiempo sobre qué tengo que hacer para salir adelante en mi trabajo”, “siento que no
soy responsable si no estoy lo suficientemente preocupado”, “una persona competente
debería poder controlar su mente en todo momento”.
F) Habilidades emocionales
El comienzo en el nuevo trabajo está siendo difícil y ha chocado con las expectativas
que Carlos tenía antes de aceptarlo (pues pensaba que sería más fácil adaptarse al nuevo
equipo y que empezaría a rendir pronto). Ahora, está valorando su nueva situación
laboral como una situación amenazante, “me echarán del trabajo si no consigo llevar
adelante este proyecto”, y como una demostración de su propia valía profesional y
personal, “tengo que ser capaz de superar este reto, si no habré fracasado”. Además, ha
comenzado a dudar de sus propias posibilidades, “no consigo ver lo que estoy haciendo
bien, siento que nada lo hago bien, que no voy a poder con esto”, “si esto no sale, es por
75
mi culpa”.
Junto a esta valoración de la situación, Carlos también está haciendo una valoración
amenazante de sus propios estados emocionales, principalmente de su ansiedad. Sus
actitudes negativas hacia sus emociones, y su dificultad a la hora de comprenderlas, le
hacen verlas como algo extraño para él, y que le debilita, “yo me enfrento a las
dificultades y consigo lo que me propongo, no soy de las personas que se sienten así”.
Esto, unido a la presencia de creencias positivas sobre el pensamiento repetitivo, y a la
necesidad de controlar los pensamientos, probablemente esté llevando a Carlos a
decidirse por estrategias disfuncionales, como la rumiación y la preocupación, o por
conductas de evitación.
76
I) Otros datos relevantes
77
en la regulación emocional. Comenzaremos por las primeras.
Las variables implicadas en la generación de emociones nos ayudan a entender el
porqué de las respuestas emocionales de Carlos ante la situación en la que se encuentra.
Como hemos ido planteando a lo largo del libro, las características de la persona y de la
situación interaccionan entre sí para dar lugar a una respuesta emocional determinada.
¿Cómo ocurre esto para Carlos? Probablemente, su esquema de estándares inalcanzables
se ha activado ante una situación de reto profesional, que incluye nuevas metas,
problemas y responsabilidades. Como señalábamos anteriormente, las personas que
poseen este esquema mantienen la creencia de que se debe lograr éxito y alto rendimiento
en todas sus actuaciones (principalmente profesionales) para mostrarse como personas
“válidas” y para evitar críticas o rechazos. Si bien el exponerse a una situación de reto
profesional como en la que Carlos se encuentra podría ser en cierto modo estresante para
cualquier persona, generando emociones moderadas de nerviosismo y ansiedad, el hecho
de poseer este esquema está haciendo que dicha respuesta emocional sea para Carlos de
una mayor intensidad. Al interpretar la situación a través del esquema, Carlos está
magnificando el peligro que esta conlleva. Para él, no conseguir los objetivos significa
“haber fracaso profesionalmente”, “haber fallado a quienes han confiado en él, a su
familia”; su objetivo, por tanto, parece estar más en “no fallar, no fracasar”, que en
conseguir sacar adelante la comercialización del producto. Esto nos ayuda a explicar los
altos niveles de nerviosismo y ansiedad, así como la tendencia a sentirse triste cuando ve
que no alcanza su objetivo. Por otra parte, esta tendencia a la emocionalidad negativa se
ve influida igualmente por su rasgo de neuroticismo.
78
Figura 2.1. Análisis Funcional del caso utilizando el MGDE.
Esta respuesta emocional inicial, guiada por sus esquemas, es automática y poco
controlada. La ansiedad viene acompañada asimismo de sesgos cognitivos, por ejemplo,
un sesgo atencional hacia “todo aquello que pueda ir mal en el trabajo”, que
posiblemente ayuda a que Carlos esté detectando más errores en el trabajo y se
encuentre con una sensación de alerta constante. Igualmente, se acompaña de síntomas
físicos, como opresión en el pecho o los problemas para comer, y de una tendencia a
hacer cualquier cosa para “evitar el fracaso”, que se representa en afirmaciones como
“siempre tengo la sensación de no haber hecho lo suficiente”. Su estado deprimido, por
otra parte, se acompaña de sesgos de memoria (con recuerdos más frecuentes de lo que
79
iba bien en el trabajo anterior) y atencional (con dificultad de dejar de centrar su atención
en lo que indica que no lo está haciendo bien), así como de fatiga física (posiblemente
ayudada por la pérdida de apetito y el estar durmiendo mal), falta de energía e interés por
hacer cosas, y la tendencia a estar solo y no hacer nada (principalmente cuando está
fuera del trabajo).
Otros esquemas, como el subyugación y autosacrificio, probablemente estén
implicados en otras situaciones que Carlos percibe estresantes, como la de
responsabilizarse de los problemas de los demás, y nos ayudan a entender otros
comportamientos como el de no exigir trabajo a los miembros de su equipo actual.
Por tanto, la interacción entre los esquemas cognitivos y los rasgos de personalidad
de Carlos, por una parte, y la situación en la que se encuentra, por otra, están generando
una respuesta emocional de alta intensidad. Pero ¿cómo está regulando Carlos dicha
respuesta emocional? Aquí entran en juego las variables implicadas en la regulación
emocional.
Dentro del proceso de valoración y toma de decisiones, Carlos no solo está
valorando la situación como muy amenazante, como una prueba de su “valía”, sino que
está comenzando a dudar de sus propios recursos para poder afrontarla. Este tipo de
valoraciones no hacen si no mantener, y aumentar, las emociones de ansiedad, tristeza y
culpa (al no verse competente, válido, para hacer su trabajo). Pero Carlos no solo está
valorando como amenazante la situación, sino también su propio estado emocional. El
hecho de poseer actitudes negativas hacia las emociones (principalmente la ansiedad) y el
tener dificultades para comprenderlas, esto es, para poder etiquetarlas y entender cómo
funcionan, posiblemente esté haciendo que Carlos valore sus propias reacciones
emocionales como algo, no solo peligroso (no entiende por qué se siente así, cree que le
impiden conseguir su objetivo), si no impropio de una persona “normal, sana” y,
principalmente, “de un buen profesional”. Esta forma de valorar sus emociones está
influyendo en la aparición de nuevas emociones de vergüenza, culpa y desesperación, y,
además, facilita el que Carlos se decante por estrategias de regulación evitativas, como el
pensamiento repetitivo o las conductas de evitación.
Así, aunque Carlos ha utilizado otras estrategias que le han ayudado en el pasado (p.
ej., la búsqueda de apoyo o la planificación de tareas), el estado emocional en el que se
encuentra y la valoración que hace del mismo, influyen ahora en que utilice de forma
inflexible estrategias evitativas. En lo que respecta al pensamiento repetitivo negativo,
este se ve mantenido a su vez por la creencia de que rumiar o preocuparse es útil, ayuda
a solucionar problemas de forma responsable. En este sentido, es posible que Carlos
utilice el pensamiento repetitivo como una manera de ocuparse de su problema, de
alcanzar soluciones. Por otra parte, pone en marcha conductas de evitación (activas y
pasivas) como forma de reducir su estado emocional negativo. Así, por ejemplo, utiliza el
hacer horas extras o el revisar meticulosamente el trabajo como forma de reducir el
malestar asociado a su sensación de que no hace lo suficiente o no es posible cometer
errores. Por otra parte, utiliza evitaciones pasivas, como quedarse en casa, como forma
de no exponerse a situaciones donde anticipa que no disfrutará o lo pasará mal (p. ej., en
80
reuniones familiares).
Pero ¿cómo se mantiene el problema emocional de Carlos? Para explicarlo, haremos
referencia al efecto de los círculos viciosos. El primero de los círculos viciosos tiene que
ver con la respuesta emocional y la valoración que hace de la misma (es el “a” en la
figura 1.1). Como exponíamos más arriba, la valoración que Carlos hace de sus
emociones provoca que se encuentre peor y que surjan nuevas emociones negativas. No
tolera sentirse mal ni tener síntomas de ansiedad. Es importante señalar que su malestar
es en parte comprensible, porque es normal tener miedo y sentirse nervioso ante un
nuevo reto. Sin embargo, la evaluación que él realiza acrecienta este malestar porque no
se permite sentirse mal o el no manejar sus emociones en todo momento. Estas
valoraciones aumentan y mantienen la ansiedad, le hacen verse a sí mismo como alguien
que no “está sano”, “como un mal profesional”, incrementando la culpa y la tristeza, y
genera nuevas emociones de vergüenza y desesperación (cuando no consigue el manejo
inmediato de sus emociones).
El segundo de los círculos viciosos (“b” en la figura 1.1) se refiere a las
consecuencias que sus estrategias de regulación tienen sobre la respuesta emocional. El
pensamiento repetitivo actúa manteniendo e intensificando el ánimo negativo, además, el
pasar buena parte del tiempo con la mente ocupada por este tipo de pensamientos reduce
la capacidad de concentración de Carlos y le dificulta su rendimiento en el trabajo. Por
otra parte, el hecho de usar conductas de evitación activas no solo mantiene su ansiedad
sino que le satura de trabajo y no le permite descansar o dedicarse a otras actividades.
Esto último se ve acrecentado igualmente por sus conductas pasivas, así, el estar
constantemente trabajando y el abandonar conductas que le son agradables
probablemente esté reduciendo su nivel de afecto positivo (el cual sirve para contrarrestar
la afectividad negativa en momentos de estrés).
Por último, el tercero de los círculos viciosos (“c” en la figura 1.1) tiene que ver con
el hecho de que las estrategias de regulación evitativas no permiten que se desconfirmen
los supuestos en los que se basan los esquemas cognitivos desadaptativos. Como se ha
señalado, uno de los esquemas subyacentes de Carlos (estándares inalcanzables) se
relaciona con el excesivo énfasis en conseguir éxito y altos logros en todas sus
actuaciones (como forma de recibir la aceptación de los demás). El hecho de esforzarse
al máximo, dedicando más horas, repasando constantemente el trabajo, haciendo siempre
algo más, etc., le sirven a Carlos para evitar el peligro que teme: no lograr sus objetivos
en el trabajo, “fracasar” y sentirse rechazado o no aceptado por los demás.
Probablemente, Carlos ha puesto en marcha este tipo de estrategias en el pasado y,
aunque le han llevado a conseguir un alto nivel profesional, le han hecho estar muy
centrado en su trabajo y, principalmente, no llegar a comprobar qué ocurre realmente
cuando no alcanza sus objetivos profesionales, a comprobar si esos supuestos (“si no
consigo éxito no obtendré aprobación”) son ciertos. Algo similar ocurre con los esquemas
de subyugación y autosacrificio. En este caso, conductas como las de ocuparse de los
problemas de los demás, o no hacer algo que les desagrade, mantienen estos esquemas y
no le permiten comprobar qué ocurriría, por ejemplo, si decide exigir un poco más a los
81
miembros de su equipo.
De forma resumida, podemos pensar que, si bien la respuesta emocional inicial de
Carlos ante su actual situación era en cierta medida lógica (principalmente teniendo en
cuenta sus esquemas y sus rasgos de personalidad), el efecto de estos círculos viciosos
ha hecho que dicha respuesta emocional se intensifique, que aparezcan nuevas
emociones negativas, y que le sea más difícil poner en marcha estrategias y conductas
adaptativas (que Carlos ha usado anteriormente). Todo ello, no solo ayuda a que el
malestar emocional se mantenga, sino que limita la vida profesional y personal de Carlos.
82
3
Intervención transdiagnóstica
83
que la terapia transdiagnóstica es efectiva (con un efecto del tratamiento moderado). Así,
en 10 de los 11 trabajos incluidos en el metaanálisis, la intervención produjo reducciones
significativas en los niveles de ansiedad en el grupo de tratamiento, comparado con el
grupo control, lista de espera o, incluso, con el tratamiento habitual (que suele ser de tipo
farmacológico). Por otra parte, otro estudio incluido en la revisión mostró cómo la terapia
transdiagnóstica obtuvo la misma efectividad que una intervención centrada en
diagnósticos específicos. Estos resultados llevaron a los autores a sugerir que la terapia
transdiagnóstica es una vía prometedora, asequible y pragmática para la intervención de
los trastornos de ansiedad.
Aunque el anterior trabajo se centró solo en trastornos de ansiedad, sus resultados
van en línea con otras revisiones que han incluido problemas de ansiedad y depresión. En
este sentido, Salguero y Ramos-Cejudo (2014), en una revisión sistemática de la eficacia
de intervenciones controladas para desórdenes emocionales (15 estudios que incluían
personas con trastornos de ansiedad y/o depresión), encontraron que, de forma general,
la intervención transdiagnóstica cognitivo conductual es eficaz a la hora de reducir los
niveles de ansiedad y depresión, así como de mejorar el funcionamiento global de las
personas. Además, estos resultados parecen ser independientes del tipo de diagnóstico
que las personas presenten, o de la existencia de comorbilidad. Igualmente, son de
destacar los resultados de diferentes trabajos revisados que mostraron cómo la eficacia
de las intervenciones estaba mediada por la reducción de variables cognitivas como la
Sensibilidad a la Ansiedad, las creencias metacognitivas, o el pensamiento repetitivo, algo
que añade más evidencias al modelo transdiagnóstico.
De forma resumida, estos y otros trabajos (McEvoy, Nathan y Norton, 2009;
Norton y Phillip, 2008), sugieren que la terapia transdiagnóstica cognitivo conductual es
eficaz para el tratamiento de los desórdenes emocionales y una vía prometedora de
intervención. Pero, ¿cuáles son las características de este tipo de intervenciones?
En general, se trata de intervenciones llevadas a cabo en formato grupal, donde se
incluyen personas con diferentes diagnósticos de trastornos de ansiedad y/o depresión
(usualmente comórbidos). No obstante, diferentes estudios han mostrado también la
efectividad de la intervención cuando se ha llevado a cabo individualmente o, incluso,
cuando ha sido realizada a través de internet o por teléfono (aunque en estos casos el
tamaño del efecto es más reducido). Son intervenciones breves, que incluyen un rango
entre las 8 y las 12 sesiones cuando se realiza grupalmente (siendo algo mayor cuando es
individual) con una duración que suele oscilar entre los 90 y los 150 minutos por sesión.
Por otra parte, la mayor parte de los protocolos que han sido investigados suelen incluir
diferentes técnicas cognitivo conductuales, principalmente: psicoeducación,
reestructuración cognitiva, y exposición. Junto a ellas, muchos de los tratamientos
incluyen igualmente técnicas como la exposición más prevención de respuesta (centrada
en reducir conductas de seguridad), el entrenamiento en relajación, la meditación tipo
mindfulness y, en algunos casos, la activación conductual. Aunque es escasa la
investigación en torno a cuál de estos componentes (o qué combinación de ellos) es el
que produce un mayor efecto, en el metaanálisis de Reinholt y Krogh (2014) se encontró
84
que, comparado con los estudios que incluían relajación, aquellos que utilizaron técnicas
de exposición más prevención de respuesta obtuvieron mejores resultados, resaltándose
así la importancia de reducir las conductas de evitación activas.
Por tanto, aunque el estudio de la efectividad de las intervenciones transdiagnósticas
está aún en sus inicios, existen evidencias preliminares de que esta forma de tratamiento
es útil a la hora de intervenir en los desórdenes emocionales. Una forma de tratamiento
que pretende ser pragmática, accesible para personas con cualquier tipo de trastorno
emocional, que posibilite su aplicación en grupos heterogéneos, que puede llevarse a cabo
en persona o mediante las nuevas tecnologías y que puede ser diseminada de forma más
sencilla en el ámbito de la salud pública.
Uno de los objetivos que estamos persiguiendo en este libro es el de introducir el MGDE
como una forma de analizar y estudiar los desórdenes emocionales. Así, si bien en el
primer capítulo hemos revisado las principales características de este modelo, y en el
segundo hemos avanzado una forma de utilizarlo para realizar la evaluación psicológica y
diseñar el Análisis Funcional de cada caso, en este tercer capítulo, trataremos de
examinar su utilidad de cara a la intervención.
Aunque, tal y como hemos mostrado anteriormente, existen ya en la literatura
protocolos de intervención transdiagnósticos que han demostrado ser eficaces, ninguno
de ellos ha sido diseñado tomando como base una propuesta teórica específica.
El MGDE nos ha permitido integrar las principales variables transdiagnósticas en un
mismo modelo explicativo, establecer hipótesis acerca de las relaciones que se dan entre
ellas y tener un modelo para explicar todo el rango de problemas emocionales que una
persona pueda tener. Desde esta perspectiva, es posible diseñar una intervención que se
dirija a modificar aquellas variables cognitivas, conductuales y emocionales que, según el
MGDE, están implicadas en los desórdenes emocionales. Ese será el objetivo de los
siguientes apartados, mostrar una propuesta de intervención transdiagnóstica basada en el
MGDE. No se trata de introducir nuevas técnicas o estrategias de tratamiento, sino de
mostrar una forma de integrar aquellas técnicas que ya han mostrado ser eficaces dentro
de un proceso de intervención que está basado en el modelo y que está destinado a ser
utilizado, principalmente, en casos de comorbilidad.
Antes de comenzar a analizar algunas de las características y componentes de esta
intervención, es necesario dejar constancia de que se trata de una propuesta, por ello,
aun no disponemos de datos acerca de su efectividad; si bien es cierto que algunas de las
técnicas que se incluyen en esta propuesta forman parte de los tratamientos que más
efectivos se han mostrado en la intervención en los trastornos de ansiedad y depresión.
85
3.2.1. Características de la intervención
86
Por todo ello, nuestra propuesta de intervención se centrará, no en evitar la aparición
o reducir los síntomas de estas respuestas emocionales primarias, sino más bien en
fortalecer las vías de control ejecutivo que modulan tales respuestas una vez iniciadas
(Gyurak, Ayduk y Gross, 2009), esto es, no tanto en las emociones que presentan los
individuos, sino en lo que los propios individuos hacen con sus emociones (Gross, 2013).
Por supuesto, formará parte de la intervención el trabajar con las personas para que
puedan ser conscientes de cómo sus características de personalidad (en interacción con
las situaciones a las que se enfrentan) influyen en su respuestas emocionales, pero no se
incluirán técnicas centradas directamente en cambiar dichas características. Se espera, tal
y como predice el MGDE, que estos procesos vayan modificándose progresivamente de
forma indirecta. A este respecto, es de resaltar que existen destacadas perspectivas de
tratamiento que sí se centran de forma específica en modificar algunas de las variables
incluidas en la generación de emociones, por ejemplo, la terapia de esquemas de Young
(1994), la cual se dirige a modificar de forma directa los esquemas cognitivos, y cuya
lectura recomendamos.
C) Empirismo colaborador
87
por parte del terapeuta, se sugiere el uso de una actitud de “empirismo colaborador”.
Desde esta perspectiva, se plantea el Análisis Funcional de cada paciente como una teoría
o hipótesis que la propia intervención habrá de ir testando paso a paso. Terapeuta y
paciente trabajan juntos, en una relación de igualdad, para plantear dichas hipótesis, ir
modificando las variables que se ha teorizado que mantienen el problema, examinar los
cambios que van ocurriendo y revisando, en su caso, explicaciones alternativas. Por
tanto, el tratamiento es como un gran “experimento” que trata de comprobar si nuestra
teoría explicativa del caso es o no cierta.
D) Evaluación continúa
E) Formato de aplicación
Tal y como plantea el MGDE, los problemas emocionales se mantienen por la existencia
de valoraciones desajustadas que realizamos de las situaciones (y de nuestros recursos
para afrontarlas), de nuestros procesos cognitivos y/o de nuestras emociones, así como
de la puesta en marcha de estrategias de afrontamiento y regulación que (influidas por
88
tales valoraciones) acaban siendo desadaptativas. En esta línea, la intervención perseguirá
dos objetivos principales: a) aumentar el grado de conocimiento y de conciencia que
poseemos sobre cómo funcionan nuestros procesos cognitivos y emocionales, sobre el
tipo de valoraciones que estamos realizando, y sobre aquellas estrategias que estamos
utilizando y que mantienen nuestros problemas emocionales; b) mejorar el proceso de
valoración y toma de decisiones, modificando -en última instancia-las estrategias
disfuncionales por otras que no generen problemas y que nos permitan conseguir
nuestros objetivos.
Estos dos objetivos se intentarán alcanzar a lo largo de tres fases diferentes. Aunque
en el apartado 3.3. desarrollaremos cada una de ellas, describiendo de forma más
detallada sus objetivos y las técnicas a utilizar, a continuación se resumen los aspectos
principales de cada fase:
89
nuevas estrategias. Es de destacar en esta fase la importancia de hacer
explícitos los objetivos y metas de los pacientes, haciendo hincapié en la
importancia de incluir metas de aproximación y de utilizar estrategias de
regulación emocional que nos permitan acercarnos a ellas.
A) Psicoeducación
B) Técnicas cognitivas
90
propios procesos cognitivos y emocionales, y de las estrategias de regulación que utilizan.
Se utilizarán para ello técnicas traídas de la terapia cognitiva clásica, así como de la
terapia metacognitiva, en este caso más centradas en modificar las creencias
metacognitivas y estrategias como el pensamiento repetitivo o la atención focalizada (para
un acercamiento más detallado a la terapia metacognitiva ver Wells, 2009).
C) Experimentos conductuales
91
1. Detached Mindfulness, en este caso de trata del uso de diferentes estrategias
que permitan a la persona atender a sus procesos cognitivos y emocionales
desde una perspectiva “descentrada”, esto es, con una actitud más de
observar lo que ocurre que de implicarse con los propios pensamientos o
emocionales. Esta técnica se introducirá en la primera fase, aunque puede
continuar utilizándose a lo largo de toda la intervención.
2. Attention Training Technique (ATT), se trata de una técnica dirigida a
aumentar la habilidad de las personas para usar la atención de forma flexible y
para focalizar la atención de forma selectiva. Esta técnica puede ser de gran
utilidad cuando los recursos cognitivos de los pacientes se encuentran
comprometidos o reducidos. Para una exposición más detallada del uso de
estas técnicas, recomendamos la lectura de Wells (2009).
E) Autorregistros
92
A) Objetivos
B) Técnicas y estrategias
• Psicoeducación
El mero hecho de conocer qué nos pasa nos produce alivio (en parte, porque tener
una explicación de lo que ocurre nos da cierta sensación de control). Por este motivo,
aportar información acerca de cómo funcionan los problemas emocionales en general, y
de cómo está funcionando nuestro problema en particular, será de gran importancia. Sin
embargo, nuestra experiencia nos dice que no siempre los terapeutas prestamos atención
de la misma manera a este objetivo. En ocasiones, se hace rápido o se utilizan términos
que el paciente no entiende o, sencillamente, no se hace. Los principales autores en
terapia cognitivo-conductual recomiendan trabajar intensamente en este sentido.
En la primera fase de la intervención, por tanto, la psicoeducación adquiere un papel
relevante, siendo necesario dedicar el suficiente tiempo a socializar al paciente en el
MGDE y en su propio Análisis Funcional. Para ello, necesitamos explicar con
detenimiento a cada persona qué le está ocurriendo en la actualidad, cuáles son las
variables que influyeron en el inicio de su problema, cuáles lo mantienen hoy día, así
como la forma en que dichas variables se relacionan entre sí; todo ello, basándonos en el
MGDE, así como en las teorías más recientes y contrastadas empíricamente (algunas de
las cuales hemos revisado en el primer capítulo de este libro). Como veremos más
adelante, es posible conjugar la información que vamos dando con algunas técnicas
cognitivas o experimentos conductuales, que nos ayudarán a conseguir que las personas
comprendan y tomen conciencia de cómo funcionan las variables que influyen en su
problema.
Al final, el objetivo es ir construyendo con cada persona una explicación coherente
de su problema y garantizar que maneja dicha explicación. Para ello, puede ser útil que
él/ella aprenda a contarlo o incluso a dibujarlo. Nos ayudaremos de documentos que
podemos dar a los pacientes. Podemos realizarlos en consulta, o bien podemos darlos por
escrito. Desde aquí, recomendamos realizar los documentos en directo con cada paciente
93
(por ejemplo, podemos dibujar en hojas los diagramas), para que luego en casa entienda
bien a qué nos referíamos y procese mejor la información, de cara al recuerdo y la
generalización. Así, podemos pedir a cada persona que vaya guardando todas esas hojas,
para que pueda hacer uso de ellas a lo largo de la intervención.
Además de socializar a los pacientes en el MGDE y en su propio Análisis Funcional,
es probable que tengamos que ir aportando información acerca de algunos temas básicos
como: el concepto del estrés, el afrontamiento, la emoción y el triple sistema de
respuestas (p. ej., la relación entre pensamientos, emociones y tendencias de acción), los
modelos que explican el aprendizaje, cómo es el proceso de regulación emocional o cómo
los factores de personalidad influyen en la respuesta emocional.
Así, por ejemplo, si nos encontramos con una persona con problemas de pánico y
que trata de comprobar continuamente si su corazón late bien, sería necesario hablarle
del estrés y del efecto que tiene en nuestros sistemas de alarma, de la respuesta normal
de activación psicofisiológica ante determinados estímulos ambientales, de que las
demandas situacionales hacen que el organismo se active y que solo la mala
interpretación de estas señales normales provoca ansiedad, generando así más atención a
los síntomas y más “sugestión”, y preparándonos para detectar “mejor” el latido
cardíaco. Sería útil hablar igualmente de la ansiedad y el miedo, de las diferencias entre
ambos, y de la funcionalidad de la emoción (función evolutiva, comunicativa,
conservación de la energía, etc.) y el triple sistema de respuestas, para que identifique
más sensaciones físicas, conductas concretas y pensamientos automáticos asociados a la
respuesta de alarma.
En este caso, al aportar esta información ya estaríamos en cierto modo trabajando
en el nivel de las creencias sobre las emociones, puesto que dicha información puede
ayudar a la persona a interpretar mejor sus sensaciones corporales, así como su
comportamiento. Incluso, es probable que en la próxima sesión el paciente manifieste
encontrase mejor, simplemente porque entiende algo más y esto le ayuda a reducir su
sensación de incontrolabilidad.
También en esta fase, es relevante aportar información acerca del proceso mismo de
la intervención y de los objetivos que se van a perseguir. A este respecto, un aspecto en
el que se hará hincapié es en el hecho de que la intervención estará dirigida
principalmente a comprender y manejar la respuesta emocional “una vez que esta
ocurre”, y no a evitar que las emociones ocurran. Esta información se conjugará con el
uso de técnicas cognitivas y experimentos conductuales para ir favoreciendo una postura
de aceptación de las propias emociones.
Junto con la información que se aporta durante las sesiones, es útil que los pacientes
comiencen a leer e informarse sobre su problema. En este sentido, es posible tener
preparada alguna documentación sencilla que provenga de libros y textos adecuados, o
bien proporcionarles una bibliografía simple donde poder examinar todo lo que estamos
estudiando con un mayor detalle. A este respecto, es importante tener en cuenta el caso
de aquellas personas que buscan ayuda por problemas relacionados con preocupaciones
por la salud (por ejemplo, en casos de hipocondría o de pánico). En ocasiones, personas
94
con estos problemas buscan constantemente información sobre sus síntomas, como una
respuesta compensatoria a su ansiedad –conductas de evitación activas–, así, pueden
pasar horas en internet revisando si lo que les pasa es normal o no, algo que no hace sino
aumentar su ansiedad por un principio simple: cualquier dato que encuentren les hará
dudar, fomentará sus sesgos interpretativos, y esto hará que pasen más horas buscando y
leyendo en internet. En estos casos, es importante dosificar las lecturas que se van a
sugerir, buscando como único fin el que entiendan su problema, pero garantizando que
no usen dichas lecturas como forma de comprobación.
Por último, es importante recordar que la psicoeducación no termina “nunca”.
Asimismo, no tenemos por qué explicarlo todo al principio. La experiencia nos dice que,
en ocasiones, al principio es necesario explicar pocas cosas, porque las personas pueden
estar sufriendo tanto malestar emocional en los momentos iniciales que se quedan con
muy poca información. En este sentido, lo más apropiado es ir y venir a lo largo del
tratamiento, una y otra vez, a las explicaciones teóricas sobre el funcionamiento del
problema.
• Técnicas cognitivas
95
extraer información relevante. Normalmente, preguntas más genéricas se combinan con
preguntas más específicas de sondeo y probabilidad. Por ejemplo, ¿qué sientes en esta
situación? (pregunta general), y ¿piensas que algo malo puede ocurrir al sentirte así?
(pregunta de sondeo) (ver en detalle Wells, 1997).
Por otra parte, la reatribución verbal hace referencia a un conjunto de estrategias
destinadas a modificar el contenido de pensamientos automáticos, metacreencias y
esquemas cognitivos, basadas principalmente en la discusión y ancladas en el diálogo
socrático. Algunas de estas estrategias son las siguientes:
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gráfica las valoraciones de los pacientes, con histogramas o diagramas de
frecuencia, hace que ellos mismos vean de forma gráfica cuánto ha cambiado
su forma de pensar o cómo al pensar de forma diferente su ansiedad
disminuye drásticamente. Las figuras se memorizan bien visualmente y dicho
aprendizaje es más duradero.
– Representar el modelo del caso: tratar de representar el modelo de cada caso
a cada paciente favorece la comprensión y ayuda a la memorización del
problema.
P: (Paciente): Entiendo lo que dices sobre que las emociones nos preparan para algo, pero lo
que me ocurre a mí debe ser diferente, a mí me duele el pecho y no puedo controlarlo.
T: (Terapeuta): Bien, ¿por qué piensas que el dolor es diferente al resto de las sensaciones
fisiológicas que hemos visto?
P: Porque no lo entiendo, ¿para qué necesito el dolor?
T: Hemos visto que las emociones son adaptativas, todos las tenemos y las necesitamos para
sobrevivir, ¿es posible que ese dolor sea presión en el pecho?
P: Sí, puede ser. Noto que me ahogo y que el pecho me presiona.
T: Bien, pensemos por un momento en una cebra que corre delante de un león, ¿para qué
necesita ese dolor o presión?
P: Para nada.
T: Si estuvieras delante de un león, corriendo ¿qué es lo que más desearías?
P: Correr más rápido que él.
T: Pues parece ser que el cuerpo humano solo tiene una forma de correr más rápido, bombeando
más fuerte la sangre y oxigenando bien los tejidos. Es decir, aumentando el latido e
incrementando la tasa respiratoria, ¿todavía sigues pensando que tu “dolor” es inaceptable
e insoportable?
P: Pero, ¿para qué me sirve?
97
T: Raramente en nuestras sociedades corremos delante de leones, lo que nos suele preocupar
tiene poco que ver con las heridas o la sangre y mucho que ver con llegar a todo, con causar
buena sensación a tus superiores, con no pelearnos con nuestros compañeros o amigos… ¿te
acuerdas de cuál fue el motivo que disparó tu ansiedad?, ¿el motivo que hizo que llamaras a
un especialista?
P: Sí, que anunciaron despidos en mi empresa.
T: Perfecto, ¿aún sigues pensando que tu ansiedad no te ayuda para algo?, ¿qué es
incomprensible?
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T: Solo debemos prestarlas atención y analizarlas en términos de lo que me han supuesto a mí en
este proceso de dificultades con la comida. Si conseguimos analizarlas, y no estar en sintonía
con ellas, podremos regular bien nuestras emociones y comportamiento.
Por último, las técnicas cognitivas descritas pueden ayudarnos a resolver dudas o
cuestiones que pueden surgir al mostrar el funcionamiento de la terapia, por ejemplo, en
el siguiente diálogo la finalidad es mostrar al paciente cómo es posible modificar creencias
o cambiar pensamientos:
P: Pero eso que dices, es muy difícil cambiarlo, ¿cómo voy a cambiar mi forma de pensar?
T: Veamos un ejemplo: ¿en términos de seguridad, dónde preferirías pasar tus vacaciones, en
Amán (Jordania) o en Míchigan (EEUU)?
P: En EEUU.
T: ¿Por qué prefieres pasar tus vacaciones en Míchigan?
P: Porque en Jordania hay más riesgo de que me pase algo.
T: ¿Sabías que Míchigan es uno de los Estados más peligrosos en términos de delincuencia del
mundo?
P: No, no tenía ni idea.
T: ¿Sabías que Amán (Jordania) es una de las ciudades con menor tasa de homicidios del
mundo?
P: Pues tampoco.
T: ¿Todavía sigues prefiriendo ir a Michigan, de vacaciones?
P: ¡No, ya no!
T: Entonces ¿es tan difícil desmontar o cambiar un pensamiento?
• Experimentos conductuales
Los experimentos conductuales (EC) son utilizados en esta primera fase para
socializar al paciente en el MGDE y ofrecen una potente explicación, muy eficaz, para
demostrar los principios representados en la formulación del caso. A continuación, se
exponen algunos ejemplos de su uso para este objetivo.
Por ejemplo, cuando la atención selectiva hacia uno mismo es un componente de
mantenimiento del problema (como puede ser en la ansiedad social) los pacientes pueden
ser instruidos en focalizar la atención hacia sí mismos durante un intercambio social (con
el propio terapeuta) y observar los efectos en la intensificación de los síntomas de
ansiedad o de las dificultades en el rendimiento (Wells y Clark, 1995).
Otro ejemplo es en casos de alta sensibilidad a la ansiedad y atención focalizada en
los síntomas donde se puede pedir a la persona que focalice la atención en diferentes
partes del cuerpo de forma intencionada durante unos minutos y observar cómo, al hacer
esto, se produce una intensificación de las sensaciones que se perciben en dicha parte.
De esta forma, se puede mostrar a los pacientes el efecto “amplificador” que la atención
focalizada posee sobre los propios síntomas y sensaciones corporales.
También es posible utilizar EC para tomar conciencia del efecto negativo que poseen
99
algunas de las estrategias que utilizamos. En este sentido, una forma de mostrar el efecto
“rebote” que genera la supresión de pensamientos es utilizar el experimento del oso
blanco con los pacientes en consulta (tal y como se mostró en el capítulo 1, en el cuadro
1.5).
Como hemos leído antes, en esta primera fase los pacientes están comprendiendo el
funcionamiento de las emociones, de lo que pensamos, etc. y puede que en algunas
ocasiones no terminen de “creerse” la relación entre nuestras sensaciones físicas y
nuestra actividad cognitiva. En este momento, un sencillo EC puede sernos de ayuda: si
disponemos de un aparato de registro psicofisiológico (conductancia o tasa cardíaca) o
bien de un medidor sencillo del pulso, podemos inducir un estado de relajación en el
paciente e, inmediatamente después, tomar nota de la frecuencia del pulso o de la
conductancia. Tras unos minutos, podemos pedirle que recuerde una situación
desagradable que ocurrió en la última semana, dejarle unos minutos para que pueda
imaginarla bien, y tomar nota de la variación del pulso, conductancia o de la frecuencia
cardíaca. De esta forma, nuestro paciente tiene delante de sí mismo un ejemplo de lo
conectado que está el triple sistema de respuestas, y de la relación entre nuestras
sensaciones físicas y nuestros pensamientos o imágenes mentales.
• Autorregistros
Los autorregistros son una herramienta simple y muy útil que puede servir de gran a
ayuda a los pacientes para ganar conciencia de la forma en que las emociones aparecen
en su día a día y para discriminar entre estímulos disparadores, respuestas emocionales y
pensamientos. Es posible comenzar con autorregistros sencillos, de tres columnas donde,
en una primera columna aparezca el estímulo desencadenante, en otra, la respuesta
emocional (así como la intensidad de la respuesta) y, en una tercera, los pensamientos
asociados a las valoraciones que se realizan (ver cuadro 3.2). Se puede incluir este
modelo sencillo, o bien utilizar un modelo más completo (como se mostrará en las
siguientes fases) y rellenar por ahora tan solo esas tres columnas.
100
Puesto que es el primer momento en que se usan autorregistros, es importante dar
una adecuada explicación acerca de por qué se utilizan y dedicar tiempo a entrenar a los
pacientes en su uso. Una forma de explicarlo puede ser la que se muestra a continuación:
“Como hemos visto, la respuesta emocional es muy automática, y en ella ocurren cosas,
de las que luego no somos realmente conscientes, por su rapidez y porque la emoción (si es
muy intensa) a veces hace difícil que lo almacenemos correctamente en nuestros sistemas de
memoria. Por este motivo, vamos a empezar a trabajar con una herramienta que se llama
“autorregistro”. Un autorregistro es un papel (aunque también se puede escribir en cualquier
dispositivo, como el ordenador o el móvil) en el que apuntamos aquello que queríamos observar,
identificar y modificar, inmediatamente después de su ocurrencia. Para ello, a partir de ahora
llevaremos con nosotros nuestro autorregistro, en el que apuntaremos nuestros ejercicios, y así
podremos cambiar la conducta en el contexto natural. Nos sirve para evaluar lo que ocurre, y
también para cambiarlo, si queremos”.
T: Como hemos visto, una de las características que tenemos es que nos creemos lo que
pensamos, que lo que pasa por nuestra mente nos genera ansiedad sin percatamos de que
probablemente podamos “distanciarnos” de dichas interpretaciones y no implicarnos en
ellas. Me gustaría que intentáramos desarrollar una habilidad. La habilidad para observar
nuestros pensamientos, verlos pasar y no “engancharnos” a ellos. Voy a decir una serie de
palabras lentamente y quiero que observes qué tipo de pensamientos generan en ti. Trata de
relajarte y de hacerlo con los ojos abiertos, veamos: tres… rojo… bicicleta… cumpleaños…
océano… amigo.
P: Vale, lo tengo.
T: ¿En qué medida has conseguido escuchar y ver pasar los pensamientos de modo separado y
sin implicarte?
101
atención dividida. Los ejercicios se practican durante 15 minutos de la sesión
(aproximadamente 6 minutos por cada ejercicio). Les pedimos a los pacientes que se
fijen en diferentes sonidos concretos. Al menos tres tipos de sonidos se deben utilizar en
el entrenamiento: dentro de la misma habitación, fuera de la habitación pero no muy
lejos, y lejos de la habitación (por ejemplo, en la calle). Recordemos que este trabajo lo
vamos a hacer mientras el paciente no presente un estado emocional muy intenso. A
continuación, se describen los pasos a seguir:
T: Te voy a pedir que focalices tu mirada en un punto de esta habitación. Te pido que hagamos
el procedimiento con los ojos abiertos. Te voy a pedir que centres tu atención en diferentes
estímulos de esta habitación y de fuera de ella.
T: Para empezar, te pido que focalices la atención en mi voz. Centra tu atención en el sonido de
la misma, no prestes atención a otros sonidos. Trata de centrar toda tu atención a mi voz, a
cómo suena (pausa). Los otros sonidos no importan, solo en mi voz.
102
T: Ahora quiero que prestes atención a este sonido que voy a hacer con pequeños toques en la
mesa. Solo céntrate en el sonido del toqueteo. No importan el resto de los sonidos (pausa). Si
tu atención se descentra en otros sonidos, no importa, trata de reconducirla al sonido que
estoy haciendo (pausa). Dedica toda tu atención al sonido (pausa). Trata de filtrar el resto
de los sonidos y céntrate en este, seguro que puedes (pausa). Centra tu atención en el sonido
de la mesa (pausa). Intenta no distraerte (pausa).
T: Ahora vamos a centrar la atención en otro sonido de la habitación (p. ej., el reloj). Focaliza
toda tu atención en él (pausa). Los otros sonidos no son relevantes, trata de centrarte en ese
sonido (pausa). Solo céntrate en el sonido del reloj. No importan el resto de los sonidos
(pausa). Si tu atención se descentra en otros sonidos, no importa, trata de reconducirla al
sonido que estoy haciendo (pausa). Dedica toda tu atención al sonido (pausa). Trata de
filtrar el resto de los sonidos y céntrate en este, seguro que puedes (pausa). Centra tu
atención en el sonido del reloj (pausa). Intenta no distraerte (pausa).
Después de haber trabajado con tres sonidos cercanos al paciente, debemos trabajar
igual con tres sonidos fuera del despacho.
T: Ahora que hemos identificado diferentes sonidos y focalizado la atención en ellos de forma
aislada, te voy a pedir que cambies rápidamente tu atención entre ellos, siguiendo mis
instrucciones (pausa). Primero, centra tu atención en el sonido del toqueteo en la mesa, no
en el resto de los sonidos (pausa). Ahora, centra tu atención en el sonido de fuera del
despacho, centra tu atención en el sonido de fuera del despacho (pausa). Ahora, cambia tu
atención y focaliza tu atención en el otro sonido de fuera del despacho (p. ej., ruido en
secretaría, ruido de la calle…) (pausa). Ahora cambia tu atención y céntrate en el sonido de
la mesa (pausa). Ahora en el sonido de fuera… (y así sucesivamente con todos los sonidos
trabajados).
T: Finalmente, expande tu atención. Trata de atender a todos los sonidos por igual de forma
profunda y simultáneamente. En todos los sonidos a la vez (pausa). Trata de contar de
forma encubierta el número de sonidos que puedes escuchar (pausa). Trata de escuchar todos
los sonidos de forma simultánea (pausa).
T: Perfecto, hemos acabado. ¿Cuántos sonidos has sido consciente que escuchabas al mismo
tiempo?
T: Te voy a pedir que trabajes en casa. Como sabes, el trabajo en casa es fundamental para el
aprendizaje. Trata de hacer lo que hemos hecho hoy al menos dos veces al día. Veremos
juntos qué tal te ha ido y qué dificultades han surgido (véanse cuadros 3.14 y 3.15 de
autorregistros).
A) Objetivos
103
– Identificar el tipo de valoraciones (usualmente desajustadas) que hacemos de
las situaciones, de nuestros pensamientos o de nuestras emociones.
– Modificar las metacreencias cognitivas y emocionales que sostienen las
valoraciones desajustadas sobre nuestros pensamientos y/o emociones.
– Identificar las estrategias (cognitivas y conductuales) disfuncionales que
mantienen el problema.
– Modificar las creencias metacognitivas que sostienen las estrategias
disfuncionales.
B) Técnicas y estrategias
• Psicoeducación
104
del daño, etc.). Por ejemplo, cuando preguntamos “¿qué pensabas cuando sentiste
ansiedad?” a un paciente con ansiedad social, este puede responder: “pensaba que era
mejor no hablar mucho”. Aquí hace referencia no a una VS, sino más bien a una VR.
Otros ejemplos de VR podrían ser: “quería escapar de la situación”, “no lo aguantaba
más”, “pensaba que no iba a controlar mi ansiedad”, “que no tengo solución”, etc. Como
podemos observar, todos hacen alusión a los recursos de afrontamiento de la persona.
En esta fase de la intervención, junto a la explicación de las VS y VR,
posteriormente resaltaremos el hecho de que las personas no solo hacemos valoraciones
sobre las situaciones a las que nos enfrentamos, sino también sobre estímulos que
provienen desde nuestro “interior”, esto es, de nuestras emociones y las respuestas que
se asocian a ellas, bien sean pensamientos, respuestas físicas y/o tendencias de acción.
Así, mostraremos cómo es posible pensar sobre lo que estamos sintiendo (p. ej., cuando
creemos que no es lógico estar tristes en un momento dado), o sobre nuestro propios
pensamientos o procesos cognitivos (p. ej., cuando creemos que tener una imagen mental
concreta –por ejemplo, de contenido violento–significa que no somos buenas personas).
Se trata de introducir, como veremos al exponer las técnicas metacognitivas, el concepto
de metacognición y metaemoción.
Por último, añadiremos información acerca del efecto de las metacreencias a la hora
de sostener valoraciones desajustadas, así como de los efectos negativos de algunas de
las estrategias de regulación que se estén utilizando. Tal y como exponíamos
anteriormente, aunque en la primera fase se hayan comentado algunos de estos aspectos,
es útil retomar y resaltar aquella información que es relevante para cada fase de la
intervención.
• Técnicas cognitivas
P: Una de las cosas que más me importan es sentirme bien dentro de un grupo.
T: ¿Qué pensamientos tienes cuando quieres sentirte bien dentro de un grupo?
P: Que debo hacerlo bien (VR), o si no me rechazarán (VS).
T: ¿Qué es lo que sientes cuando estas en una situación así?
P: Que mi mente se queda en blanco y no sé qué decir en esa situación.
105
T: ¿Qué es lo peor que podría ocurrir si tu mente se queda en blanco y no sabes qué decir?
P: Que la gente piense algo malo de mí (VS).
T: ¿Qué es lo peor que podrían pensar de ti?
P: Pensarán que soy estúpido y soso (VS).
T: ¿Y qué ocurriría si pensaran eso de ti?
P: Pues, no sé, quizás me rechazarían, no querrían estar conmigo.
T: ¿Y qué sería de ti en ese caso?
P: No lo soportaría (VR).
Figura 3.2. Resultado de “la flecha hacia abajo” en un caso de ansiedad social.
106
Junto a la flecha descendente, existen otros procedimientos útiles para elicitar las VS
y VR, entre ellos: repasar episodios específicos, los propios autorregistros, cambiar el
estado de ánimo, exponerse a diferentes tareas, hacer role-plays, manipular las conductas
de seguridad o inducir síntomas (ver en detalle Wells, 1997; 2000). Veamos un ejemplo
del repaso de episodios:
T: Decías que este fin de semana te has sentido muy mal, ¿por qué?
P: Teníamos un cumpleaños familiar y tenía que encontrarme con los amigos y familia que no
me apetece ver.
T: ¿Por qué no te apetecía verlos?
P: Porque iban a ver que estoy muy mal, muy delgada y que no me río con ellos. Y así fue (VS).
T: ¿Qué ocurrió?
P: Que yo no estaba de humor, que me lo notaron en cuanto entré (VS) y que tenía que estar bien
(VR) para ocultar lo mal que lo estoy pasando, no quiero preocupar a la familia (VS) con
mis tonterías (VR).
T: ¿Y por qué ibas a “preocupar a tu familia con tus tonterías”?
P: Porque ellos ya tienen bastante con mi abuelo, que está enfermo. Y no es bueno dar malas
noticias (VS).
T: Y ¿por qué piensas que expresar tus emociones va a preocuparles?
P: Pues porque no es bueno hablar de estas cosas (VS).
T: Imagina por un instante que fuera al revés, que un familiar en ese cumpleaños expresa que se
siente mal por algo. ¿Tu pensarías que son tonterías?
P: No.
T: Entonces, ¿por qué ellos iban a pensar que lo tuyo sí son tonterías?
P: Ya.
T: ¿No crees que te sentirías bien si alguien te contara que está mal por algo?
P: Sí, claro.
T: Entonces, ¿por qué tu no puedes contar cómo te sientes? ¿No te parece que, a lo mejor,
recibirías apoyo y comprensión? Si a ti te gustaría que te contaran y no te preocuparían, sino
que te sentirías bien por ello, ¿por qué tú no ibas a generar el mismo bienestar en ellos?
¿Aún sigues pensando que es mala idea comunicar nuestras emociones?
Una vez que los pacientes poseen cierta habilidad en identificar las valoraciones que
realizan, una forma de ayudarles a hacer más accesibles y manejables aquellas
valoraciones que son desajustadas, es a través del uso de listados de etiquetas para las
107
distorsiones cognitivas. Algunas de las etiquetas que podemos utilizar para los errores
más frecuentes en las VS y VR se muestran en el cuadro 3.5. Veamos algunos ejemplos a
continuación:
Es recomendable examinar con cada paciente los errores más frecuentes y facilitarles
los listados por escrito. Igualmente, es útil utilizar como ejemplos situaciones reales que
les hayan ocurrido en las últimas semanas, algo que aumentará la identificación del
problema.
En este punto, conviene explicar a las personas que es necesario tener en cuenta, no
solo el contenido de nuestros pensamientos (tal y como se ha venido haciendo hasta
108
ahora), sino también el tipo de procesamiento que llevamos a cabo. Podemos introducir
en este sentido una explicación acerca de los tres tipos de sesgos cognitivos más
relevantes (Eysenck, 1997), atendiendo especialmente al sesgo atencional e
interpretativo. Veamos una breve explicación de cada uno de ellos (una exposición más
detallada se encuentra en el capítulo primero):
109
fase es el de identificar las valoraciones desajustadas, es posible comenzar a utilizar
algunas técnicas de reatribución verbal en directo, dentro de la sesión, que puedan servir
para ir entrenando una de las estrategias que se introducirán en la siguiente fase, la
reevaluación. A continuación se exponen algunas de ellas:
Estas técnicas deben servirnos para que las personas se hagan conscientes de cuáles
son sus valoraciones desajustadas (y de los efectos que estas tienen sobre las emociones
y las estrategias que se deciden usar) y para que comiencen, poco a poco, a cuestionarlas
y modificarlas por otras valoraciones más ajustadas (figura 3.4). En este sentido, existen
diferentes estrategias para desarrollar valoraciones alternativas:
110
Figura 3.4. Uso de la RC para general valoraciones alternativas.
T: Cuando dices que tu conducta en situaciones sociales es mala y pareces tonto ante los demás,
¿qué quieres decir con ello?
P: Que la gente va a pensar que soy estúpido.
T: ¿Qué podría ocurrir si la gente pensara esto?
P: Pues que haría el tonto, y la gente se fijaría en mí.
T: ¿Qué harías?
P: No sabría qué decir, y empezaría a decir tonterías.
T: ¿La valoración que haces entonces es que dirás cosas estúpidas y que la gente pensará que
eres tonto?
P: Sí. No quiero que la gente piense eso.
T: ¿Tienes alguna evidencia de que eso ocurriría?
P: Ya ha ocurrido antes, cuando en otras situaciones he tenido ansiedad. Me quedo en blanco y
111
no sé qué decir.
T: Es cierto que tu mente en ocasiones se queda en blanco, pero ¿qué hace que pienses que la
gente piensa eso de ti?
P: Bueno, de eso no estoy seguro.
T: ¿Cómo crees que la gente reaccionaría si supiese que eres tonto?
P: Supongo que no querrían hablar conmigo.
T: ¿Y tienes evidencia de que la gente no quiera hablar contigo?
P: No, algunas personas puede que sí, pero no en general.
T: Entonces, ¿qué evidencia tienes de que la gente piense eso de ti?
P: De momento, no tengo.
T: Entonces, pensándolo mejor, ¿por qué piensas que haces el tonto cuando hablas, si la gente
todavía quiere estar contigo?
En la misma línea, ahora se utilizarán las propias experiencias del paciente para que
se de cuenta de que la gente, en general, no suele pensar como el cree que lo hacen:
T: ¿Alguna vez has estado en grupo sin que seas tú la persona a la que evalúan?
P: Muchas veces.
T: Entonces habrás visto a muchas personas quedarse en blanco o decir tonterías ¿no?
P: Sí.
T: ¿Y qué piensas de ellos/as cuando se quedan en blanco? ¿Piensas que hacen el ridículo?
P: No, pienso que pobres, pienso en lo mal que lo estarán pasando.
T: Entonces, ¿no piensas en que hacen el ridículo? ¿Incluso te pones en su lugar y sufres por
ellos?
P: Exacto, pienso que pobrecillos/as, que lo estarán pasando mal y que me gustaría ayudarles.
T: Si tú piensas eso de los demás, cuando supuestamente están haciendo el “ridículo”, ¿por qué
piensas que los demás no van a pensar lo mismo de ti? ¿Por qué piensas que los demás no
van a pensar intuitivamente como tú lo harías?
P: Tienes razón, no sé por qué lo hago.
T: ¿Todavía sigues pensando que haces el ridículo cuando te quedes en blanco? ¿Acaso es tan
grave para los demás?
• Técnicas metacognitivas
112
conscientes de que no podemos acceder al material en ese momento, estamos haciendo
por tanto una valoración de un proceso cognitivo. Teniendo claro este principio, podemos
dar la siguiente explicación:
Quizás habrás notado que, en algunas ocasiones –es posible aquí utilizar ejemplos reales
que ya se conozcan de la vida del paciente–, te has visto enfadándote al ver que, una día más, te
has levantado nerviosa o con un ánimo bajo. En esos momentos es cómo chequear un poco tu
estado emocional y decir: otra vez estoy mal, estoy harta. Cuando pensamos así de nuestras
emociones, es posible que termines generando nuevas emociones, en este caso, que nos
enfademos. Si te das cuenta, estamos sintiéndonos enfadados por sentirnos tristes o ansiosos…
es sentirse mal por sentirse mal. Por tanto, a veces nuestras emociones vienen, no en respuesta
a la situación o a valoraciones que hacemos de ellas, sino en respuesta a cómo valoramos
nuestras propias emociones. Es lo que en psicología llamamos metaemociones.
113
Figura 3.5. Modelo A-B-M-C. Adaptado de Wells (2009).
114
preocupación).
115
tienen ciertos pensamientos y de que si se piensan ciertas cosas horribles,
estas podrán llegar a ocurrir.
4. Errores en la toma de decisiones. Las personas con obsesiones tienen
particulares déficits en la toma de decisiones, un ejemplo de ello es la puesta
en práctica de las compulsiones.
5. Intolerancia a la ansiedad. Los individuos con obsesión piensan que su
ansiedad les indica que algo está mal, que puede ocurrir algo que ellos no
quieren y, por eso, tratan de suprimirla.
6. Necesidad de control. Las personas con obsesión tienen la necesidad de
controlar casi todo, más en concreto, lo que no depende de ellos directamente
(por ejemplo, lo que piensan los demás, el futuro, su estado emocional, etc.).
116
P: Cuando toco el libro me puedo infectar por los gérmenes.
T: Si realmente te infectaras, ¿qué temerías que pudiera ocurrir después?
P: Podría ponerme fatal, muy enfermo.
T: ¿Cuál sería el peor tipo de enfermedad que podrías padecer?
P: Yo, con la mala suerte que tengo, acabaría teniendo el sida y muriendo.
T: Entonces, si seguimos la secuencia de tus pensamientos, básicamente podríamos morir de sida
por tocar un libro que otra gente ha tocado. ¿No has pensado que quizás estás
sobrestimando el riesgo implicado en tocar libros?
En general, todas las personas intentan disminuir emociones negativas, como la ira,
la tristeza y la ansiedad, e incrementar emociones positivas, como el amor y la alegría
(Gross, 2013). Sin embargo, los individuos difieren en su conceptualización de las
emociones y en las estrategias que utilizan para tratar con ellas (Leahy, 2002). Una vez
que una emoción displacentera (tristeza, miedo o ansiedad) ha sido activada, cada
individuo podría responder con una amplia variedad de pensamientos y conductas con el
único fin de reducir el malestar. Por ejemplo, algunas personas, cuando notan que se
sienten ansiosas, pueden responder con las siguientes ideas problemáticas acerca de su
ansiedad: “esta tendrá una duración más larga”, “no tengo el control sobre esta
emoción”, “me siento avergonzada o culpable por sentir la ansiedad”; por lo que no
aceptan la emoción. Es más, podrían creer que no pueden permitirse experimentar esta
emoción, que no pueden expresarla, porque otros no la comprenderían ni la validarían, o
que deberían ser enteramente racionales y no tener sentimientos mezclados.
Estos ejemplos nos muestran cómo algunas personas mantienen la idea de que sus
emociones negativas son respuestas inadecuadas y que, por tanto, deben suprimirlas o
evitar a toda costa que aparezcan, para no sufrir y autoprotegerse. Estas y otras ideas
similares suelen incluirse dentro de metacreencias generales acerca del significado de las
emociones y de lo que debemos hacer con ellas. Desde esta perspectiva, las
metacreencias sobre emociones no solo aglutinan información y actitudes sobre las
propias emociones, sino que también actúan como “guiones” que nos indican qué hacer y
cómo comportarnos ante la presencias de determinados estados emocionales (Wells,
2000) (algunas de estas creencias se mostraron en el cuadro 1.1).
En esta fase de la intervención, es importante analizar la presencia de este tipo de
metacreencias y de examinar cómo influyen en que las personas usen determinadas
estrategias de regulación. Veamos el siguiente fragmento de sesión:
117
acelerado y luego siento que me voy a poner a llorar. Pero me freno.
T: Así que notas que el llanto está por brotar, pero tratas de detenerlo, ¿y luego qué haces?
P: Mi corazón está acelerado.
T: Vale, si lloraras, ¿cómo lo sentirías? ¿Qué representaría eso para ti?
P: No lo sé, como si dejara salir algo, que algo se vaya. Pero luego me sentiría, quizás, que
pierdo el control. Parecería que perdí el control.
T: ¿Y luego qué sucedería?
P: Tú podrías menospreciarme por hacer el ridículo, por haber perdido el control de mis
sentimientos.
T: Así que si lloraras yo te menospreciaría. Eso es lo que sientes. ¿Y qué haces entonces?
P: Intento no llorar, intento frenar esos sentimientos.
T: He notado que no te gusta sentir ansiedad. Cuando notas que estás respirando rápido y tu
corazón está latiendo fuertemente, te pones mal acerca de estas sensaciones.
P: Sí, pienso que estoy perdiendo el control.
T: Vale. Así que en esos momentos piensas que estás perdiendo el control. ¿Y qué haces para
evitar perder el control?
P: Trato de sostener mi respiración y luego trato de respirar profundamente.
T: ¿Es posible que el sostener tu respiración y respirar luego profundamente haga que
hiperventiles? ¿Puede dejarte sin aire?
P: No lo sé. ¿Puede?
T: Bueno, primero volvamos a tus emociones. Dijiste que te perturba sentirte ansioso. ¿Qué más
se te cruza por tu mente acerca de estos sentimientos?
P: Bueno, creo que no debería sentirme de este modo. Soy inteligente y racional.
T: ¿Entonces piensas que deberías ser racional y lógico, y no emocional?
P: Sí, eso creo. No creo que la gente se ponga como yo.
T: Y cuando te sientes de esta manera, ¿qué otros pensamientos tienes?
P: Que no tiene sentido. Que nada malo realmente ocurre. Quiero decir, tengo una relación,
dinero, y me va bien en el trabajo. No debería ser tan “emocional”.
T: Así que estas emociones no tienen sentido para ti. ¿Y cómo te sientes al hablar acerca de
ellas?
P: No creo que me puedan entender. La gente me ve siempre en la cima. Creo que podrían pensar
que estoy realmente loco o que soy un inútil.
T: Así que tus pensamientos acerca de estos sentimientos son que te tienes que librarte de ellos
inmediatamente. Crees también que deberías ser racional y lógico, que la gente lo ve de este
modo y que tus emociones no tienen sentido, ya que en realidad nada malo sucede.
P: Sí, eso es.
T: ¿Recuerdas la última vez que alguien, cercano a ti, lo pasó mal emocionalmente hablando?
P: Sí, mi compañero Carlos.
T: ¿Qué le pasaba?
118
P: Que se había puesto nervioso ante una evaluación que le hacían en el trabajo sus jefes.
T: ¿Y qué pensaste de él?
P: Nada, que pobrecillo. Le dije que seguro que no era para tanto, que él trabaja bien.
T: ¿No te dio vergüenza ajena?
P: No, ¿por?
T: Si sentir ansiedad es de débiles, como me has comentado hace un momento, ¿por qué Carlos
no es un débil?
P: No sé.
T: Vale, ¿todavía sigues pensando que sentir ansiedad es un síntoma de debilidad?
119
Figura 3.6. Cuatro preguntas para saber si nuestra preocupación es normal o no lo es
(adaptado de Craske, Barlow y O’Leary, 1992).
120
sentido pensar que la ansiedad pueda hacerte daño, si nos sirve a todos para la
supervivencia?
• Experimentos conductuales
121
En este ejemplo, el EC sirve para desconfirmar la creencia de que las sensaciones
físicas de temblor y tambaleo son peligrosas y que se deben controlar de forma
inmediata.
A continuación, se muestra otro ejemplo de EC, en este caso destinado a cuestionar
la creencia de que las preocupaciones son incontrolables:
122
Problema: María es enfermera y presenta problemas de preocupaciones por la
salud. Estaba muy preocupada por sus dolores de piernas y frecuentemente
iba al médico a que le confirmara o no si estaba bien. En su historia
personal, encontramos que en un momento de su vida fue mal
diagnosticada de un problema neuromuscular.
Creencia a confirmar: si no controlo o sé muy bien lo que me pasa, puedo
perder la oportunidad de que alguien vea un problema más grave.
Alternativas de interpretación: prestar atención excesiva a mi cuerpo, puede
provocar que note cualquier sensación que no esperaba, si sigo centrada en
el síntoma, puede que este no disminuya sino que aumente.
Predicción: si no vigilo la pierna, mi ansiedad por padecer una enfermedad irá
en aumento y no me podré concentrar en otra cosa.
Experimento: el experimento tiene dos objetivos: en primer lugar, contrastar la
hipótesis de que los síntomas se deben a una enfermedad grave, en segundo
lugar, que cualquier parte del cuerpo puede disparar síntomas, lo cual no
significa que algo esté dañado. Elegimos una parte del cuerpo cada uno,
para focalizar la atención durante dos minutos, y después describimos las
sensaciones percibidas. Primero habla el terapeuta y describe hormigueo y
frescura al otro lado del muslo, y lo mismo describe la paciente sobre su
brazo. Repetimos el experimento con diferentes partes del cuerpo.
Resultados: María se dio cuenta de que centrando la atención en una parte del
cuerpo, este nos da la información de algo – sensaciones-, pero no
necesariamente nos dice que esté mal. Se seleccionó un “punto de control”
para trabajar en casa de cara a la siguiente cita (p. ej., las rodillas). Después
se le preguntó, y no había tenido síntomas sobre ese punto del cuerpo. La
atención dirigida a la estimulación ambiental, hizo que desaparecieran los
síntomas aversivos.
Reflexión: este EC demuestra el poder que tiene nuestra atención focalizada en
una parte del cuerpo, en contraste con una atención más general.
123
Perspectiva alternativa: nada ocurrirá si no controlo mis pensamientos.
Predicción: si no controlo mis pensamientos, algo malo ocurrirá y la ansiedad
se apoderará de mí.
Experimento: después de un largo debate acerca de “cuántas veces había
perdido el control realmente en su vida”, y tras convencerle-motivarle de
que podía experimentar, que no iba a ocurrir nada malo, nos dispusimos a
realizar este experimento. Comparar la ansiedad y el control entre, por un
lado, un día de intentar controlar lo más firmemente posible sus
pensamientos, y, por otro, un día en el que permite a los pensamientos
intrusivos aparecer. Simplemente, contar los pensamientos en ambas
condiciones, sin intentar suprimirlos o discutirlos.
Resultados: Marcos informó de que, en el día de “control de pensamientos”,
había estado más ansioso de lo normal porque trataba de mantener sus
pensamientos a raya. Por sorpresa para él, el día en que había permitido
que los “pensamientos apareciesen libremente” consiguió tener menos
ansiedad. Además, experimentó más control cuando trataba de no hacer
nada con sus pensamientos, al contrario de lo que sus emociones “le
decían”.
Reflexión: Marcos se dio cuenta de que relajarse no implicaba pérdida de
control. Que estar tranquilo no implicaba hacer cosas malas. Observó que
tratar de controlar algo incontrolable solo aumenta nuestra ansiedad, así
como la probabilidad de volver a pensar cosas absurdas. Por último, su
creencia de que no tratar de controlar algo implica hacer cosas malas se
redujo considerablemente.
En este ejemplo, se trabaja sobre la creencia de que “no dormir bien es peligroso” en
un caso de insomnio:
124
siguiente”, “si no duermo 8 horas, mi cuerpo sufre”. “Entonces, debo
contar todas las mañanas el número de horas dormidas”.
Pensamiento alternativo: se puede hacer frente bien al día siguiente, aunque no
hayamos dormido las 8 horas.
Predicciones: “me voy a sentir fatal si no duermo mis horas, no voy a rendir
nada, y eso se va a notar en mi trabajo”.
Experimento: Paloma intentó dormir una noche menos horas de lo habitual. Se
fue a la cama más tarde para dormir 6,30 horas. Con el fin de hacer el
experimento más placentero, esa noche había invitados en casa que se
fueron un poco más tarde de lo habitual.
Resultados: Paloma se dio cuenta de que dormir 6,30 horas no generaba una
falta de rendimiento al día siguiente, confirmó que tan solo se podría sentir
levemente cansada y que la privación de sueño no tenía ningún efecto en la
noche siguiente. Tratar de controlar el sueño solo hacía que ella se activara
más y que no durmiera por su ansiedad.
T: ¿Cuándo fue la última vez que tuviste esos dolores en las piernas y pensaste que era esclerosis
múltiple?
P: Esta semana, el martes.
T: ¿En qué porcentaje de probabilidad piensas que estabas en lo cierto?
P: En un 60%.
T: Vale. Vamos a hacer un ejercicio. ¿Cuántas personas crees que viven en Madrid?
P: ¿Por? 6 millones.
T: De esos 6 millones, ¿cuántas personas tuvieron el martes dolores en las piernas?
P: No sé. Supongo que muchas, 1 millón.
T: De ese millón, ¿cuántas personas fueron al médico por su dolor?
P: Unas 300.000 personas.
T: De esas 300.000, ¿a cuántas personas el médico les detecto alguna patología?
P: A unas 20.000.
T: De esas 20.000, ¿a cuántas personas el médico les derivó a la consulta del neurólogo?
P: A 500 personas.
T: Muy bien, de esas 500 personas, ¿a cuántas personas el neurólogo pensó que podían tener
una enfermedad neurodegenerativa?
P: A unas 15.
T: De esas 15, ¿a cuántas personas les hicieron pruebas específicas para la esclerosis múltiple?
P: A unas 5.
T: Muy bien, de esas 5, ¿a cuántas personas les confirmaron el diagnóstico de esclerosis
125
múltiple?
P: A una o a dos.
T: Muy bien, ¿todavía sigues pensando que el dolor de piernas del martes, era causado por
esclerosis múltiple?
Gran parte de los experimentos conductuales que podemos desarrollar en esta fase
tienen que ver con los experimentos relacionados con “el oso blanco”. Si recordamos, los
primeros estudios que trabajaron el efecto de las creencias metaemocionales en el uso de
estrategias de regulación emocional inadecuadas, se basaban en instruir a los individuos
en hacer alguna tarea que paradójicamente aumentara su malestar emocional, lejos de
reducirlo. En otras palabras, si tratamos de no pensar en un oso blanco, probablemente
aumente el número de pensamientos e imágenes de osos blancos en nuestra cabeza, de
modo que intentar no pensar o sentir algo, es una mala idea.
De la misma forma, muchos individuos presentan estrategias inadecuadas que tienen
que ver con intentar “controlar sus propias emociones”, “suprimir los estados
emocionales negativos”, “intentar no pensar en ciertas cosas”, “intentar dormirse cuanto
antes”, etc. Instrucciones que solo generan un efecto paradójico, aumentando la atención
focalizada en uno mismo, incrementando los niveles de ansiedad, y activando un sistema
que se supone, queríamos relajar.
En este sentido, es importante ser cautos con instrucciones del tipo “debemos
practicar relajación por las noches parta dormir mejor”, “te sentirás mejor al hacer esto”,
“deberías estar ya bien”, “todavía no has aprendido esto”, “esto ya lo hemos visto”,
pues, lejos de ayudar a los pacientes a manejar mejor sus emociones, pueden generarles
más malestar y percepción de falta de control. Cuando les instruimos en intentar
controlar un sistema “que va por libre” (p. ej., recordemos que el sistema nervioso
autónomo, es autónomo) como la activación psicofisiológica, los pensamientos
automáticos y las emociones primarias, solo conseguiremos que aumente ese sistema por
un principio básico de atención-emoción, luego los pacientes sentirán más ansiedad y
malestar.
En esta fase, podemos incluir diferentes EC con el objetivo de que perciban estas
consecuencias paradójicas y que tienen que ver con desmontar los intentos de control
excesivo.
• Autorregistros
Los autorregistros que vamos a utilizar en esta segunda fase nos servirán de apoyo a
las técnicas cognitivas y metacognitivas. Así, por ejemplo, de cara a facilitar la
identificación de valoraciones desajustadas y sesgos cognitivos, es posible utilizar el
autorregistro de tres columnas que se introdujo en la fase anterior, pero añadiendo una
última columna en la que se debe indicar la etiqueta de cada uno de los pensamientos
distorsionados o la presencia de sesgos cognitivos (cuadro 3.2).
También es posible utilizar autorregistros que ayuden a los pacientes a tomar
126
conciencia sobre las relaciones existentes entre las valoraciones que realizan de sus
pensamientos y emociones, las metacreencias subyacentes, y las estrategias de regulación
que terminan utilizando (cuadro 3.6). Si se desea añadir el trabajo metacognitivo a lo ya
trabajado con las VS y VR, es posible utilizar autorregistros algo más extensos pero que
permitan incluir toda la información (cuadro 3.7). En este sentido, cada terapeuta puede
considerar la adecuación de utilizar autorregistros más o menos complejos en función de
los objetivos que persiga y de las habilidades verbales y cognitivas de sus pacientes.
127
Cuadro 3.9. Modelo de autorregistro ampliado para el trabajo con técnicas cognitivas y
metacognitivas
128
Cuadro 3.10. Autorregistro para los experimentos conductuales.
129
En el trabajo con los EC, es posible ayudarnos también de algunos modelos de
autorregistro, como los que se muestran en los cuadros 3.8, 3.9 y 3.10.
A) Objetivos
B) Técnicas y estrategias
• Psicoeducación
El trabajo realizado hasta ahora habrá permitido a los pacientes darse cuenta de
cuáles son las estrategias de regulación que utilizan y que, más que ayudarles, están
manteniendo el problema. En este punto es posible, además, que muchas de estas
estrategias hayan comenzado a abandonarse y a modificarse por estrategias más útiles. A
pesar de ello, al comienzo de la tercera fase, creemos conveniente informar de la
existencia de un tipo de estrategia disfuncional que puede pasar desapercibida, pero cuyo
efecto negativo es relevante: las conductas de seguridad.
130
Dentro de las conductas de seguridad se incluye cualquier tipo de comportamiento,
observable o no (p. ej., pensar o hacer), que las personas ponen en marcha para reducir
su malestar emocional a corto plazo. Estas conductas reducen el malestar emocional de
forma inmediata –por eso, las mantienen–pero incrementan de forma multiplicadora la
ansiedad y sus síntomas. Se trata de una amplia gama de comportamientos, en gran parte
encubiertos y con baja identificación de los mismos, que se ponen en marcha ante
situaciones en las que se percibe un estímulo como potencialmente amenazante o
peligroso. Este tipo de comportamiento ha recibido el nombre de comprobaciones,
compulsiones, conductas de evitación activa, conductas de reaseguramiento, conductas
de preocupación, etc. Nosotros las englobaremos de forma general en el término de
conductas de seguridad.
El efecto negativo de las conductas de seguridad ha sido puesto de manifiesto en
muchos micromodelos teóricos sobre trastornos emocionales específicos (p. ej., en el
TAG o en la fobia social) y el incluir su identificación y reducción como objetivos
terapéuticos ha producido efectos positivos, tanto desde una perspectiva de diagnósticos
específicos como en intervenciones transdiagnósticas (Reinholt y Krogh, 2014).
Las conductas de seguridad pueden agrupar desde una simple comprobación de un
paciente con preocupaciones por su salud, hasta un chequeo médico, pasando por
preguntar al clínico por sus síntomas, o bien llevar psicofármacos o una botella de agua
en el bolso para “sentirse más seguros”. Estos comportamientos actúan como potentes
multiplicadores de la ansiedad y de la percepción de bajo control, y se mantienen en el
tiempo mediante dos principios sencillos del aprendizaje:
131
- Preguntar a su médico sobre sus síntomas.
Preocupaciones - Ir al médico “doctor´s shopping”.
- Hacerse pruebas repetidas.
- Preguntar una y otra vez.
- Tocarse y auscultarse.
- Quejarse.
- Pedir ayuda.
- Mirar en internet sobre alguna enfermedad.
Ansiedad social - Tomarse fármacos para hablar en público.
- Tomar alcohol antes de una cita.
- Preguntar a las personas si les ha gustado su actuación.
- No hacer nada que evoque su ansiedad.
- Llevar pañuelos encima para limpiarse el sudor.
Obsesión - Preguntar al psicólogo y médico.
- Llamar a su terapeuta.
- Intentar no utilizar cuchillos, no mirar a algunas personas,
etc.
- Ir siempre acompañado.
Preocupación excesiva - Contar las horas que ha dormido.
- Contar el tiempo desde que no sabe de su hijo.
- Llamar a menudo al psicólogo para controlar el
tratamiento.
- Pensar en el número de sesiones que lleva y hacer un
análisis de si va mejorando o no.
Las conductas no son en sí mismas buenas o malas, depende del uso que les demos.
Es importante dar una explicación acerca de esto a los pacientes. Por ejemplo, decidir no
ir a una fiesta puede ser una defensa de su derecho a descansar en un paciente con
ansiedad social (que tiene dificultades en defender sus derechos de forma asertiva); pero
la misma conducta también puede ser una potente evitación de una situación que teme.
Beber agua periódicamente puede ser beneficioso para la salud, pero “necesitar” beber
agua cada minuto, o bien “necesitar” tener agua por si algo malo ocurre (p. ej., me quedo
sin voz, me tiembla la garganta, se me agarrota, etc.) puede resultar problemático para
una persona con alta sensibilidad a la ansiedad. Para identificar cuándo sí y cuándo no
una conducta es una conducta de seguridad, podemos explicar a los pacientes que son
aquellas que a veces ponemos en marcha “por si acaso algo falla o me encuentro mal”.
Por tanto, es necesario instruir a los pacientes en la necesidad de identificar e ir
retirando estos comportamientos, ya que no los necesitan, y, si hay creencias aún
inadecuadas sobre su utilidad, podemos volver atrás y utilizar las técnicas expuestas en la
segunda fase para trabajarlas.
132
2. Nuevas estrategias de regulación
133
tipo de estrategias suelen usar con más frecuencia (en esta fase de la intervención es fácil
poder utilizar ejemplos que provengan de su propia experiencia). Una forma de hacerlo,
que puede resultar sencilla pero útil, es pedirles que sitúen en qué porcentaje (de un total
del 100%) están utilizando las estrategias de cada categoría. Así, por ejemplo, un
paciente podría decirnos que el 70% de las veces está tratando de distraerse
cognitivamente, el 10% de las veces se distrae conductualmente, mientras que el 15%
trata de ocuparse conductualmente y solo un 5% cognitivamente. Este ejercicio puede
ayudarles a tomar conciencia de cómo es en general su forma de manejar sus emociones.
134
elevada necesidad de control y una alta sensibilidad a la ansiedad van a tender a querer
controlarlo. Como bien sabemos, esas sensaciones solo se van a intensificar con ese tipo
de estrategias, de modo que no solo no es útil, sino contraproducente. Sin embargo, en
este mismo paciente seguro que encontramos estrategias pasivas para factores o variables
que sí dependen de él/ella, por ejemplo, expresar emociones, tomar decisiones,
exponerse, etc.
135
Figura 3.7. Efectos de las estrategias de supresión y reevaluación.
136
llevan años instauradas, y que incluso han generando un importante repertorio de
ganancias secundarias (p. ej., la queja). Por ello, será necesario en muchos momentos
volver a la fase anterior y revisar las creencias que sostienen algunas de las estrategias
que más cuesten reducir. No obstante, atender a nuevas estrategias guiadas por el
terapeuta, revisar y sacar a la luz las estrategias que sí funcionan, y contrastar estas con
los resultados negativos de experiencias pasadas con estrategias disfuncionales va a hacer
que los pacientes experimenten nuevas sensaciones y “prueben” a hacer otra cosa a la
que están notablemente acostumbrados.
137
reflexionen acerca de cuáles son más usuales en sus vidas, y tratemos de dirigir las
nuevas estrategias de regulación también hacia metas de aproximación.
• Técnicas cognitivas
En línea con lo que hemos expuesto en el apartado anterior, el trabajo con técnicas
cognitivas en esta fase estará centrado en ayudar a las personas a ir retirando las
estrategias disfuncionales y a sustituirlas por nuevas estrategias (orientadas en buena
medida a metas de aproximación). Para ello, además de con la información que vamos
suministrando en la psicoeducación, conjugaremos las técnicas cognitivas con diferentes
EC (que mostraremos en el siguiente apartado).
Podemos distinguir tres áreas de trabajo cognitivo en esta fase: revisar la valoración
del efecto de retirar las conductas disfuncionales, revisar la existencia de estrategias útiles
que ya se han comenzado a utilizar y entrenar nuevas estrategias y propiciar el uso
flexible de las mismas.
138
atribuciones internas (“dejar de suprimir mis emociones me ayudó a estar tranquila y
conectar mejor con los demás”) o atribuciones externas (“he tenido suerte porque ese día
mis compañeros estaban de buen humor”, “bueno, mis compañeros son buenas
personas, pero la mayoría no son así”). Es importante asegurar que la persona atribuye
los efectos positivos al hecho de abandonar la estrategia de supresión (atribución interna)
y no a otras causas externas. Este tipo de atribuciones externas impiden que se generalice
el resultado positivo de una situación a otras y que se generen expectativas de éxito. Por
ello, de haberlas, es necesario trabajarlas mediante técnicas cognitivas (similares a las
expuestas en la segunda fase).
Por otra parte, podemos examinar cómo la persona integra los resultados que van a
apareciendo dentro de sus creencias más generales, ya sean metacreencias o esquemas
cognitivos. En el primero de los casos, y siguiendo con el ejemplo, podemos usar
preguntas del tipo, ¿qué dice esto que ha ocurrido de la utilidad de suprimir tus
emociones? Las respuestas de la paciente a esta pregunta pueden servir para reflexionar
acerca de cómo realmente este tipo de estrategias genera más problemas que ventajas y
nos ayuda a seguir modificando las metacreencias sobre la supresión emocional. Por otra
parte, preguntas del tipo, ¿qué dice esto que ha ocurrido de la idea que todas las personas
tienen intenciones hostiles y hay que tener cuidado con ellas?, nos pueden ayudar a
desconfirmar los esquemas cognitivos que probablemente influyen en las emociones
negativas que esta persona sufre en situaciones sociales.
139
cuenta de que estaba rumiando, traté de no hacer mucho caso a los pensamientos y seguí
con lo mío”, “cualquiera se equivoca, además mi jefe estaba de mal humor ese día”. En
estas frases se dejan ver diferentes estrategias útiles que la paciente utilizó, tales como
aceptar la emoción de tristeza, descentrarse de sus pensamiento y focalizar la atención en
el trabajo, o reevaluar el por qué de la crítica (“mi jefe estaba de mal humor”). Podemos
trabajar entonces en sacar a la luz estas estrategias (aquí podemos ayudarnos de la
información que vamos aportando en la psicoeducación), comparar su efecto con otras
estrategias disfuncionales (como la rumiación), y tratar de favorecer una atribución
interna de los resultados positivos de dicha situación (es ella quien consigue ya poner en
marcha las nuevas estrategias).
140
revisar: ¿por qué uso esta estrategia?, ¿me está ayudando a conseguir lo que quiero?, ¿si
no me ayuda, qué otra estrategia puedo usar?
Finalmente, es importante tener en cuenta la distinción entre metas de aproximación
y de evitación, y favorecer que la conducta de las personas, y de las estrategias que
utiliza, esté destinada a conseguir metas que tengan valor para ellas. Por terminar con el
ejemplo de la persona con ideas de hostilidad, en este caso será útil resaltar sus metas de
aproximación (p. ej., tener mejores relaciones con los amigos del trabajo) y conectar las
nuevas estrategias (p. ej., expresión emocional) con ellas.
Los EC van a ser de gran importancia en esta fase pues se utilizarán como forma de
exponerse a las situaciones sin utilizar las estrategias que se han venido utilizando hasta
ahora. De forma específica, se utilizarán aquí los EC con dos objetivos: primero, ir
retirando estrategias disfuncionales (con especial atención a las conductas de seguridad)
y, segundo, ir utilizando nuevas estrategias de forma flexible. A continuación, se
mostrarán algunos ejemplos de cómo utilizar los EC para algunos de los objetivos.
Problema: Julio es un varón de 41 años que suele tener dolores de cabeza muy
fuertes y constantes. Piensa que no puede controlar su dolor. Cuando le
duele, centra su atención en el dolor, lo interpreta de forma amenazante
pensando que es algo grave y esto hace que aumente progresivamente el
malestar y las creencias de falta de control.
Creencias a confirmar: “tengo que tomarme fármacos para tranquilizarme”,
“este dolor es indicativo de que algo grave tengo en la cabeza”.
Pensamiento alternativo: los dolores de cabeza son tensionales, indican
activación del SNA, pero en absoluto son peligrosos. El estado del SNC es
normal como acompañan las pruebas realizadas.
Predicciones: “me voy a sentir fatal si no tomo fármacos o si no chequeo bien
el ruido antes de acostarme”, “si están ahí, es que algo malo tengo en la
cabeza”.
Experimento: el experimento consiste en comparar la frecuencia, intensidad y
duración de los episodios de cefaleas, antes y después del cambio de
pensamientos y conductas de seguridad. Se eliminaron los chequeos del
ruido antes de acostarse y la ingesta de fármacos como conducta de
seguridad. Tras unos meses, se registró el efecto del cambio de conductas.
Resultados: Julio se dio cuenta de que los dolores de cabeza disminuían si
dejaba de chequear el ruido antes de acostarse, así como si dejaba de tomar
fármacos previos a la hora de sueño.
141
Veamos un ejemplo de EC sobre los intentos de supresión emocional en un caso con
ataques de pánico y una alta sensibilidad a la ansiedad:
142
Cuadro 3.15. Modelo de autorregistro con valoraciones alternativas
143
• Autorregistros
En esta fase, podemos utilizar autorregistros sencillos que permitan a los pacientes
examinar el efecto de sus estrategias de regulación (cuadro 3.9). En ellos, como muestra
el ejemplo, se puede mantener una columna para indicar las valoraciones que se realizan
y las posible metacreencias.
Por otra parte, en el entrenamiento en reevaluación, es posible ayudarse de
autorregistros en los que, además de las etiquetas de errores y/o sesgos, se añade una
columna para incluir las valoraciones alternativas (cuadro 3.10).
También es posible continuar con el uso de los autorregistros para los EC que se
incluyeron en la segunda fase (ver los cuadros 3.8, 3.9, 3.10, 3.14 y 3.15).
144
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154
Índice
Portada 4
Página de derechos de autor 5
Índice 6
1. ¿Qué tienen en común los problemas emocionales? 8
1.1. La importancia de las emociones en la vida cotidiana 8
1.2. Cuando las emociones se convierten en un problema: los desórdenes
11
emocionales
1.3. Una explicación común a los desórdenes emocionales: la perspectiva
13
transdiagnóstica
1.4. Variables transdiagnósticas en los trastornos emocionales 18
1.4.1. Variables implicadas en la generación de emociones 19
1.4.2. Variables implicadas en la regulación emocional 28
1.5. Hacia un modelo integrador de los problemas emocionales 41
1.5.1. Modelo General de los Desórdenes Emocionales (MGDE) 42
2. La evaluación de los desórdenes emocionales desde una
53
perspectiva transdiagnóstica
2.1. La evaluación psicológica desde una perspectiva transdiagnóstica 53
2.2. Instrumentos y estrategias de evaluación 54
2.2.1. Instrumentos y estrategias para evaluar las variables implicadas en la
55
generación de emociones
2.2.2. Instrumentos y estrategias para evaluar las variables implicadas en la
61
regulación de las emociones
2.3. El análisis funcional a través del MGDE: un caso práctico 71
2.3.1. Caso clínico 71
2.3.2. El análisis funcional del caso 77
3. Intervención transdiagnóstica 83
3.1. La eficacia de los tratamientos transdiagnósticos 83
3.2. Una propuesta de intervención transdiagnóstica basada en el MGDE 85
3.2.1. Características de la intervención 86
3.2.2. Objetivos y fases de la intervención 88
3.2.3. Técnicas y estrategias de intervención 90
3.3. Desarrollo de la intervención transdiagnóstica basada en el MGDE 92
3.3.1. Fase I. Identificación y toma de conciencia: convirtiendo los automático
155
en consciente
3.3.2. Fase II: Valoraciones desajustadas, estrategias ineficaces 103
3.3.3. Fase III: Nuevas estrategias, nuevos objetivos 130
Bibliografía 145
156