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UNIVERSIDAD

CENTRAL DEL
ECUADOR

HISTORIA
GENERAL DEL
TRABAJO
LA ÉPOCA DEL ARTESANADO

ACOSTA CAROLINA
AGUIRRE ANDREA 7MO “A”
ERAZO CHRISTIAN
SANTANA ADÁN
VIDAL ANDRÉS
DR. ERNESTO FLORES
INTRODUCCIÓN
El mar Mediterráneo, verdadero "complejo de mares", más que ninguno
favorable al hombre, ha sido, evidentemente, la cuna de nuestras civilizaciones. En él
acumuló su primer acervo de experiencias el homo Faber.

Más espectacular aun la transmutación de la geografía mundial que se anuncia


en el siglo XV: mediante los grandes descubrimientos, Europa va a tomar posesión del
mundo. Una Europa que entrará en contacto con civilizaciones que crecieron al margen
de su centello. Y el centro de gravitación europeo pasa desde entonces por otro eje. El
Atlántico desbanca al Mediterráneo como vehículo del comercio mundial. Los países
mediterráneos, Italia la primera, ven debilitare su hegemonía en provecho de la Europa
nórdica y occidental, en contacto con el Océano. Y al adoptar unánimemente la
Reforma, los países nórdicos dan una gallarda muestra de su originalidad nacional,
consciente y contenta de borrar la huella demasiado latina de Roma.

Fue construyéndose paulatinamente un entretejido agrícola apropiado a la


Europa del Noroeste: imperfecto todavía, aquejado de defectos de los que no se
sobrepondrá hasta la revolución agraria” del siglo XVIII, pero suficiente, no obstante,
para posibilitar una creciente división del trabajo. La época medieval es testigo del brote
de una serie de nuevas ocupaciones: artesanos cada vez más especializados, arquitectos,
ingenieros, toda suerte de mercaderes, profesores, médicos, ge lites de leyes... Cerrado
durante los primeros siglos de la Edad Media, el abanico de los trabajos humanos se
abre más generosamente que nunca.

Por ende, el trabajo — el trabajo manual, fundamentalmente— es revestido en la


Europa cristiana con una nueva dignidad. No es, sin duda, una mera coincidencia el
hecho de que la enseñanza se extienda en esa época del artesanado: dueño y creador
genuino del objeto arrancado de la materia bruta, ¿puede negársele al artesano que sea
el más indicado para obrar a modo de eco suyo? En este sentido la civilización cristiana
del siglo XIII se nos descubre como una auténtica civilización del trabajo. Pero el brote
del capitalismo, con su aparición, plantea nuevos problemas que atormentarán a los
pensadores cristianos, llevándoles a diversas soluciones.
Libro primero “BASES DE PARTIDA”

PHILIPPE WOLFF

Nacido el 2 de septiembre de 1913 en Montmorency, hijo de


padre universitario, Philippe Wolff estudió en el Instituto de Rennes y,
tras haberse licenciado en aquella ciudad, preparó su diploma en la
Sorbona bajo la dirección de Fernando Lot. En esta universidad preparó
asimismo su agrégation. En 1936 volvió al Liceo de Rennes, pero en
calidad de profesor. Sus tesis doctorales tratan ambas de la sociedad
medieval de Toulouse : «Commerces et marchands de Toulouse, vers
1350-vers 1450» (Ed. Plon) y «Les estimes toulousaines des xiv* et xv'
siècles». Brindan un análisis de los trabajos de mercaderes y artesanos de esta ciudad
durante una época trágica, y al propio tiempo dan cuenta de sus fortunas. Ampliando
este panorama, debemos desde entonces a Philippe Wolff una “Histoire de Toulouse”,
desde los orígenes hasta nuestros días destinados al gran público y galardonada por la
Academia Francesa.

UNA OJEADA SOBRE EL MUNDO

Es importante empezar por conocer que Europa ha sido ese pilar del mundo que
domina toda la historia del trabajo. En el siglo xv, las diversas partes del mundo
desarrollaron formas de trabajo y de civilizaciones entre las que el puesto ocupado por
Europa no es relevante ya que le falta todavía el equilibrio profundo y la refinada
técnica a que ya había llegado China.

Las fuentes chinas de mayor antigüedad han sido en su mayoría corregidas o


reescritas en función de una tradición según la cual todos los principios de la sabiduría y
de la civilización fueron enseñados a los chinos desde los orígenes, por personajes
venerables, radiantes en su virtud, los tres Augustos, los cinco soberanos y sus
ministros. Así, sabemos que Chen-Nong, el tercer Augusto, tiene fama de haber
fabricado el arado y dictado las normas de la agricultura. El primer soberano, Huang-ti
— a menos que fuera uno de sus ministros— fue fundidor y a él se debe el invento de la
fabricación de las armas de guerra.
Puntos de referencia cronológicos. Más fáciles de fechar son los desarrollos
experimentados por la artesanía y el comercio desde la dinastía de los Han (202 antes -
220 después de J. C.). Desde entonces, según es sabido, la historia china puede
enfocarse superficialmente como una alternancia de fases de fragmentación y de
agrupación posterior bajo la iniciativa de diversas dinastías imperiales, los Tsin (265-
419), los Suei (589-617) y los T ’ang (620-907), y por ende los Song (960-1279).

Orígenes del trabajo agrícola. Siempre ocupó a la inmensa mayoría de las


masas humanas concentradas en los países chinos. Él es quien ha moldeado los rasgos
esenciales de la civilización china, de sus concepciones familiares y religiosas. Cuando
menos en las zonas explotadas por el hombre, el paisaje agrícola chino, tal cual lo
conocemos desde siglos atrás, da la impresión de una humanización intensa y de una
exuberante riqueza.

Roturaciones. Limitándonos a China septentrional, cuna de la «vieja China»,


sabemos que la constituyen sobre todo mesetas de loess y valles y llanuras húmedas.
Chen-Nong, el Augusto creador de la agricultura, era al propio tiempo un dios del fuego
que enseñaba a los hombres a azotar las hierbas con un látigo rojo.

...y avenamientos. No eran mucho más acogedoras las tierras bajas, pantanosas.
Valles donde los aludes de tierra de las vertientes detenían el curso de las aguas.
Llanuras inestables prietas en redes de ríos movedizos, hinchados por terribles crecidas
durante las que su cauce podía variar en varios centenares de kilómetros. Ríos
poderosos que Yu el Grande, fundador de la primera dinastía real, y ordenador de los
Pantanos sagrados y de los Montes venerables, condujo a la mar «como señores que
acuden a una convocatoria de la corte»: gracias a él, la tierra quedó salva de las aguas.

La organización colectiva del trabajo. En mesetas y llanuras, estos primeros


trabajos de preparación para el cultivo suponen, además de un trabajo empeñado y
continuo, una fuerte organización colectiva, a escala comunitaria, pueblerina primero,
de dimensiones regionales feudales luego, y por fin en todo el ámbito imperial. En
cualquier caso, lo importante es «el sentimiento, tan vivo en el campesino chino, para
quien la conquista del suelo contra la naturaleza rebelde le une íntimamente a él,
individual y colectivamente»

Los albores de la jardinería. Los primeros terruños eran como islotes entre
tanta naturaleza hostil. Había que defenderlos contra las agresiones vindicativas de una
fauna y de una flora igualmente invasoras, sí, pero también contra los ataques de hordas
bárbaras que vegetaban en las zonas todavía salvajes. Así nació esta tradición tan
específicamente china de la jardinería, practicada por muchedumbres superpuestas en
minúsculos terruños. Según la interesante fórmula de Vidal de la Blache, «sólo una
alternativa existe para tales regiones: salvajismo o exceso de población».

La colonización. Ulteriormente, se multiplicaron estos islotes, se dilataron y


llegaron a tocarse. El príncipe de Han, al ver que Ts’in tenía éxito en sus empresas,
quiso agotarlo... por lo que le envió un ingeniero especializado en aguas...éste aconsejó
traicioneramente al príncipe de T s’in que abriera un canal que trajese las aguas del río
King desde la montaña Chong al oeste y desde Hu-K’eu, bordeando los montes del
norte, hasta desembocar al este en el río Lo. El último esfuerzo colonizador que trajo a
una China ya consciente de su civilización común la unidad política, empieza con el
primer emperador, Che Huang-ti, en el siglo III.

El derroche del trabajo. Una vez terminada esta conquista agraria, las
condiciones iban a fijar las tradiciones que se formaran durante su época dinámica. El
campesino tenía que abonar el suelo, no con estiércol animal, inexistente ante una
cabaña reducida a su mínima expresión, sino vertiendo en él los fangos de ríos y
canales, los desechos del hogar, las crisálidas de los gusanos de seda y hasta sus propias
heces, cuyo olor impregnaba el aire. Aún hoy se calcula que una hectárea de trigo
requiere 600 horas de trabajo, frente a 26 para el cultivador estadounidense. Auténtico
«derroche» de trabajo que desemboca en una jardinería minuciosa, aplicada a inmensas
superficies campestres. «En ninguna parte del mundo se gastan sumas tales de trabajo
humano»

Los cultivos. La variedad de los cultivos es doblemente una exigencia del


indicado sistema y un nuevo factor de dilapidación en el trabajo humano. En la
abundante flora natural de China el campesino supo dar con una serie de plantas
bastante respetable que ha domesticado: el arroz, por ejemplo, era una de aquellas
plantas acuáticas. En China del Norte, se agrupaban en torno a las casas, generalmente
colocadas sobre una elevación, las huertas y vergeles y las tierras del cáñamo: ése era el
trabajo de las mujeres por antonomasia, horticultoras y tejedoras. Algo más abajo, en las
laderas, se escalonaban los cultivos de secano: la cebada y el trigo, la soja, las distintas
especies de mijo, el algodón... Abajo, el arroz, el más exigente en cuanto a los cuidados
del cultivo, pero también el más nutritivo, y sin el que tan abrumadoras densidades
demográficas hubiesen sido inconcebibles. En el Sur, los cultivos variaban un tanto, con
menos algodón y cubiertas las colinas de matas de té (en fecha relativamente tardía),
pero conservando la riqueza en la gama de productos.

Escasez de ganado. Todo este trabajo era humano, voluntariamente privado de


sus posibles auxiliares animales. Desde tiempo inmemorial la ganadería y cría de
animales se limitó a poca cosa: algunas aves de corral, cerdos, «perros guardianes que
en su caso podían ser comidos»

Trabajo y mentalidades. Esta organización del trabajo, y más en sus


modalidades primitivas, explica buena parte de los rasgos de la mentalidad china. La
estricta separación de los sexos, que estaba en la base de la moral familiar tradicional, se
explica sin duda mediante la división del trabajo entre tejedoras establecidas en el
pueblo y cultivadores afanándose en los campos: en un viejo mito, las dos divinidades
estelares, Tejedora y Boyero, separados por el río celeste, no se unían más que una vez
al año.

El estatuto del campesino. El estatuto jurídico y social del campesino ha


variado, por supuesto, en el curso de una historia multisecular. Una documentación para
nosotros occidentales tan delicada de interpretar porque rompe nuestras categorías
ideológicas, y nuestros mecanismos mentales, solamente nos deja una vislumbre
imperfecta de la evolución. Aun a riesgo de excesiva esquematización, nos vamos a
ceñir aquí a evocar el sistema de las tierras comunales y el desarrollo de los grandes
patrimonios rurales.

Las tierras comunales. Se procediera dentro de cada pueblo a repartos más o


menos periódicos de tierras. Estas distribuciones han acabado por adoptar la fórmula de
la adjudicación vitalicia, hasta llegar a considerar como normal la atribución al hijo de
la tierra anteriormente cultivada por el padre. Especialmente, y cuando menos en teoría,
no se les reconocía el derecho a enajenar las tierras que poseían por este procedimiento.

En primavera labran, en verano escardan, en otoño cosechan, en invierno


almacenan; van a talar para calentarse luego, sirven a las autoridades, laboran en las
prestaciones que se les exigen. En primavera no pueden librarse del viento y del polvo,
en verano no pueden librarse del calor y del sol; no pueden librarse en otoño del mal
tiempo y de la lluvia; en invierno no pueden librarse del frío y de la helada; en las cuatro
estaciones no gozan de un solo día de descanso, y eso, prescindiendo de sus cosas
privadas: acompañan a los que parten, van en busca de los que llegan, dan el pésame a
los parientes de los muertos, se preocupan por saber de los enfermos, alimentan a los
huérfanos y educan a los niños.

Especialmente angustiosa era la situación de los pueblos sobrepoblados. En la


época de los T ’ang, cada campesino recibía teóricamente al llegar a la edad adulta una
concesión vitalicia de tierras a la que venía a añadirse otra hereditaria de campos
plantados de moreras y otros árboles.

Los latifundios. También bajo los T’ang se acentuó el proceso de formación de


los latifundios. Hasta entonces los emperadores habían acostumbrado a oponerse a ellos.
En principio solamente los funcionarios tenían derecho a propiedades inmobiliarias: se
las daba el emperador o, más corrientemente, se limitaba a autorizarles la compra de
ellas. Luego estos bienes quedaban en manos de sus descendientes. Las familias
conservaban registros que recordaban los títulos de dominio. Según un autor de aquella
misma época, las familias de propietarios no representaban más del 4 o 5 por ciento de
la población, habiéndose convertido el resto en trabajadores agrícolas.

Orígenes de la artesanía. Las leyendas chinas, que atribuyen orígenes remotos


y míticos a la agricultura, hacen lo propio con la artesanía. De hecho son muchas las
razones que nos inducen a pensar que el trabajo artesano tiene una honda y remotísima
tradición en China. Pero la principal aportación antigua al fomento de la artesanía se
remonta a la unificación del país bajo los Han, con la creación de toda una red de
canales y de carreteras, inspirada por los emperadores de esta dinastía, y gracias a los
que se desarrolló notablemente el tráfico de productos artesanos. Ciertas industrias
tenían un carácter familiar. Tal era el carácter de todas las que tenían que proveer al
campesino de los objetos de primera necesidad para él. Las mujeres se convirtieron muy
pronto en tejedoras. Algunas de estas técnicas campesinas, como la cestería, han llegado
a un grado increíble de perfeccionamiento.

Salineros y mineros. Pero había otras industrias que la ubicación de la


correspondiente materia prima fijaba en los puntos exigidos por la naturaleza. Los
chinos no supieron utilizar la sal gema, pero sí supieron sacar el mejor partido posible
de la sal marina y de la que proporcionaban las aguas interiores. Es bajo el mando de los
T’ang que las ciudades, anteriormente centros estrictamente administrativos y militares,
se desarrollan con una gran expansión comercial unida a la de la artesanía urbana.

Las técnicas de la artesanía. Las técnicas de los artesanos chinos, mediante la


mejora y la transmisión de procedimientos más o menos secretos, debieron llegar a un
grado intenso de perfección. Los artesanos chinos fabricaban admirables lacas, mediante
un líquido viscoso cuyo contacto y cuyas emanaciones eran terriblemente peligrosos
durante el proceso de elaboración.

El trabajo de la seda. Aquí tenemos otro de los trabajos de los chinos que el
Islam, Bizancio, y luego Europa, admirarían primero e imitarían después. Requiere una
sucesión de operaciones de las que no hay una sola que no necesite de la más precisa
minucia: verdadera transferencia a otro ámbito de una paciencia aprendida por
generaciones de campesinos.

Ya en tiempos de los Han exportaba China sus sedas. Llegaban al mundo


romano en el siglo I antes de J. C. y empezó a fabricarse el tejido de seda en Egipto y en
Siria a base de la seda cruda que llegaba de China. Veremos cómo en el siglo vi el
Imperio bizantino logró elaborar su propia seda. No obstante, durante siglos aún, China
seguiría siendo la principal abastecedora en seda de los países mediterráneos y europeos
en general.

Pólvora y libros. A China debe atribuirse también la paternidad de múltiples


inventos que Europa desconocía todavía entonces y en cuya realización europea pesa
hasta cierto punto la influencia china. Hacia mediados del siglo xi, una obra china
proporciona una receta para la fabricación de una pólvora, a decir verdad más
incendiaria que explosiva, a base de salitre. Las investigaciones iban a brindar al poco
tiempo mezclas explosivas que los ejércitos chinos utilizarían a guisa de granadas. Los
tubos de bambú cargados de pólvora autorizaban también a lanzar proyectiles. Conviene
recordar que el cañón hubiera sido inconcebible sin una técnica depurada de la
fundición del hierro, que China dominaba por aquellas fechas.

El comercio: problema de los transportes. El desarrollo normal del comercio


llevaba siglos obstaculizado en China por los más heteróclitos motivos. El primero y el
mayor quizás fuera la inmensa extensión del país, con un relieve atormentado en ciertas
regiones y demasiadas veces inundado en otras. La construcción de carreteras y canales
fue la preocupación constante de los emperadores, desde los Han. Che-Huang-ti tenía
puesta la mente en objetivos políticos y militares y en la garantía de un abastecimiento
continuo de la población. Sin embargo, el comercio privado había de beneficiarse
ampliamente de tan inmensos trabajos, inconcebibles sin que se recurriera con gran
frecuencia a las servidumbres obligatorias a que estaban sometidos los campesinos.

El gran canal. Mucho tiempo después, a finales del siglo vi después de Cristo,
el emperador Yang mandó también abrir el Gran Canal, que une el río Amarillo al
Yang-tsé Kiang. Según un autor hostil al emperador, su origen se debe a una niebla
aparecida en el sudoeste que preludiaba un peligro para el soberano de esta región.
Todos los hombres mayores de 15 años fueron requisados para prestar servicios en su
construcción, bajo apercibimiento de terribles castigos; cada grupo de cinco familias
tenía que proporcionar además un viejo, una mujer o un niño que tendría a su cargo el
avituallamiento de los trabajadores.

Vías acuáticas y terrestres. Las vías acuáticas habían de seguir siendo las más
transitadas en China. Los chinos habían aprendido desde la época de los Han el uso de
la litera y mejorado ligeramente el sistema de enganche de los caballos, aunque estas
ventajas sufrían en cuanto al transporte terrestre de la notable merma implicada por la
escasez de la ganadería.

La moneda. Otra fuente de problemas: la moneda. Los problemas planteados


por la situación monetaria reaparecen como un leit-motiv bajo todas y cada una de las
dinastías. Más de una vez, seda y otros objetos se convierten en monedas supletorias.
Además, el transporte de los metales destinados a ser acuñados, y el de las monedas
luego, resulta a veces peligroso y molesto en tan largos trayectos en los que la seguridad
no siempre es norma. Moneda fiduciaria y sistema de cheques tenían sin embargo un
amplio porvenir y resolvían gran parte de los problemas planteados por la situación
monetaria.

La « última de las profesiones». Trababa el desarrollo del comercio, era el


desdén social hacia la «última de las profesiones», apelativo con que se calificaba la
actividad mercantil bajo los Han. El Estado chino no tardó mucho en prohibir a los
mercaderes que «encadenasen para su uso egoísta las riquezas de las montañas y de los
mares en vistas a hacer fortuna... y a subyugar al pueblo pobre». Con este fin, los Han
instituyeron el monopolio de la fabricación y de la venta del hierro y de la sal. Crearon
una empresa pública de transportes que había de encaminar los productos más
necesarios hacia las regiones menos provistas y autárquicas, igualando de este modo los
mercados e impidiendo la especulación.

Impuestos y trabas. Los impuestos que gravaban el comercio resultaban


especialmente onerosos. Al principio, los propios comerciantes habían estimulado a los
emperadores Han a que los instituyesen, ya que el impuesto venía sellado con la
tradición de ser un a modo de homenaje, que atribuía nobleza. Esperaban que de este
modo el comercio dejaría de ser considerado como profesión infamante. Los derechos
arancelarios, las exacciones en los mercados fueron creciendo, y recaían sobre todos los
productos con enfermiza minucia. Pero no se logró la deseada elevación del prestigio.
En las ciudades amuralladas, las más de las veces, tenían que permanecer en recintos
estrictamente delimitados y abandonar toda actividad profesional con la puesta del sol.

Emancipación del comercio. Pese a tanta traba, el comercio interior chino no


tenía más camino que el de ir adelante, a escala de tan inmenso país, de tan
considerables masas humanas y de las necesidades creadas allí por las condiciones
naturales y las irregularidades del clima. La era de los Han es también el primer período
de auge comercial en China. Con los T’ang, nuevo impulso y nuevos progresos: los
comerciantes fueron autorizados para la adquisición de tierras y su poder se incrementó
notablemente en China. Por fin, los Song redujeron mucho los impuestos sobre la
actividad mercantil y se alzaron la mayoría de las restricciones que padecía el comercio.
Fue ésta una era de aumento y de especialización de la producción en diversas
provincias.

Los comerciantes chinos. Desde los T'ang los comerciantes chinos iban
clasificados en categorías bien definidas. Primero, había los tso-t Venían luego los k’o-
chang, o comerciantes forasteros, que van de una plaza a otra. Después, entre
mercaderes sedentarios e itinerantes, tenemos a los ya-jen, intermediarios obligatorios.
Relacionados con sus asociaciones, están los hoteles y las tiendas, donde los k’o-chang
se aposentan y depositan sus productos. La variedad monetaria y la expansión de
billetes y cheques explican el importante papel desempeñado por los kjn-yin-p’u
(agentes de cambio, de actividad limitada a la esfera local) y los kiao-yin-p’u
(banqueros).

Relaciones con el exterior. El comercio interior acaparaba la parte fundamental


de la actividad comercial china. Lo que no empece a que China fuese trabando
relaciones con diversos países del exterior. En el siglo iv, mientras el budismo se
expandía por China, se estrecharon los lazos con la India. Luego, el mundo musulmán,
creado por la conquista árabe, había de conservar relaciones mantenidas con China: se
debían sobre todo a mercaderes musulmanes y judíos llegados por mar y que
frecuentaban China meridional, Cantón sobre todo. Traían artículos de lujo que trocaban
contra tejidos de seda. Pero también llegaban al golfo Pérsico embarcaciones chinas.

Colonias permanentes de mercaderes extranjeros. Estas relaciones llevaron a


los emperadores T'ang a elaborar una política harto más liberal que la del antiguo
Imperio romano, prolongada en Bizancio. El Estado asumía la custodia de las
mercancías depositadas en sus almacenes y garantizaba su buena conservación por un
período de seis meses. La contrapartida consistía en los altos aranceles que se cobraban
a los extranjeros, pero en ningún otro punto del orbe existía mayor libertad comercial.

Funcionarios y letrados. Bajo los Han se había fraguado un ideal de cultura


tendente a disciplinar la nobleza militar. Pero era una sabiduría que había que aprender
en los libros: los secretos los revelaban Confucio y los grandes clásicos. El examen final
certificaba que «comprendían las razones de las cosas y que sabían clasificarlas por
categorías». Todo lo cual había de permanecer ampliamente a la base misma de la
cultura china. La meta era la de sustituir en el gobierno a la nobleza hereditaria,
intrigante y peligrosa, por hombres nuevos designados según sus méritos. Se dictaron
las normas de un conjunto de exámenes sucesivos que conducían paulatinamente al
desempeño de las funciones más altas de la administración. Los primeros exámenes que
recaían sobre cuestiones predominantemente técnicas (matemáticas, derecho, historia,
caligrafía...) daban la entrada a los puestos subalternos en los gobiernos locales. Seguía
el estudio de los clásicos confucianos.

En los orígenes del mandarinado. El lector se habrá percatado del carácter


relativamente desinteresado de esta cultura exigida a los servidores del Estado. Hasta
algunos emperadores Han consideraron particularmente que las obras técnicas eran lo
más importante y lo que más merecía ser conservado, en tanto que los conocimientos
literarios no presentaban ni de lejos la misma utilidad. Tal punto de vista no iba sin
embargo a prevalecer. El sistema del mandarinado iba, durante siglos, a demostrar
palmariamente sus defectos.
Régimen de trabajo: la esclavitud. Se plantea la cuestión: ¿era esclavista
aquella civilización china? La fortuna del Estado se basa «en una explotación moderada
de todo el pueblo antes que en la desalmada de una minoría» Para todas las grandes
obras, la colonización, la construcción de murallas y carreteras, para abrir los canales...,
acude al sistema de las prestaciones forzosas, que son deber esencialísimo de los
súbditos. La extraordinaria densidad de la población china, su disciplinada resignación
ante las tareas colectivas (cuya necesidad le habían demostrado los propios orígenes de
su civilización) hicieron innecesario acudir al expediente de esclavitud.

Los gremios. Tenemos que añadir una, siquiera breve, alusión a las asociaciones
profesionales designadas con el nombre genérico de hang (es decir, línea, serie, grupo).
La existencia de estos hang tiene seguramente acreditada antigüedad, aunque no pueda
decirse a ciencia cierta cuál fue su origen: algunos gremios coreanos datan a lo más
tarde del siglo ix de nuestra Era, y sus constituciones internas proclaman a voces su
inspiración en un modelo chino.

Europa medieval, pero hay un rasgo fundamental que los separa de ellas. En
Europa, corporaciones y gremios resultarán pronto capaces de obtener y detentar
poderes, franquicias y privilegios, y hasta suya es la autoría de ciertas constituciones
urbanas. En China cada gremio es dirigido por un puñado de mercaderes importantes y
solamente mediante dádivas y alianzas logran conquistar a los funcionarios locales; pero
éstos se guardan muy bien de conceder cartas o acuerdos escritos, y en ningún caso
logran los trabajadores de la base que se les oiga.

Conclusión. Detrás de todos los aspectos apuntados del trabajo chino, .se
ocultan siempre los mismos fenómenos cardinales: la inmensidad del país, la dificultad
de integrarlo en un conjunto orgánico, y al propio tiempo la sorprendente fuerza de
cohesión de una civilización fundamentada en el derroche del trabajo humano. De
donde se deduce la tan peculiar fisonomía de esta agricultura que acumula hombres y
trabajos sobre un suelo en gran parte a ellos debido. De donde, también, las trabas que
tiene que vencer el comercio para llevar adelante su expansión. De donde, por fin, una
hipertrofia frecuente del Estado

Es probable que la agricultura china no brindase las mismas oportunidades para


que se la «revolucionase» que la de nuestros países europeos. Por otra parte, los
balbuceos capitalistas se oyeron ya en China, especialmente en la época de los Song y,
después de la conquista mogol, bajo los Ming; pero cada vez fueron silenciados por una
burocracia dueña de la tierra, del poder político y de la ortodoxia ideológica.
Constatación que hacemos, conscientes a pesar suyo, de que con ello nos limitamos a
aplazar la explicación.

MAYAS, AZTECAS E INCAS EN LA AMÉRICA PRECOLOMBINA

La conquista europea incidió desde el siglo xvi y viene a ser un corte tajante
entre un pasado brutalmente interrumpido y una dinámica nueva, que por otra parte no
borra por completo algunos pocos rasgos. La primera había rebasado su edad de oro
mucho antes de la llegada de los europeos: se trata de la de los mayas. En cambio,
aztecas mexicanos e incas peruanos estaban en pleno apogeo: los testimonios
arqueológicos vienen en este caso complementados por la estampa que nos han dejado
los conquistadores de aquellas sociedades llenas de vitalidad.

El Área maya. La ubicación de los mayas debe situarse al sudeste de México,


en Guatemala y parte de lo que hoy es Honduras. Atravesando América Central,
comprende zonas geográficas diferentes: altas montañas recortadas, volcánicas, con
valles encajonados y fértiles; mesetas ondulantes, cubiertas de selva tropical; tierras
bajas, calcáreas y áridas, en el Yucatán.

El momento en que más alta está la vida maya en su ciclo de civilización oscila
sin duda entre los siglos VII y VIII de nuestra Era. Llegan luego los influjos exteriores y
las rencillas por la hegemonía que traen lentamente la decadencia de la cultura maya.

Una civilización de la piedra pulida. Rasgo fundamental de la civilización


maya es su casi absoluto desconocimiento de los metales. Pero los mayas no llegaron
más allá de la extracción de algún oro de los ríos y la explotación de unos pocos
yacimientos de cobre: y aun esto aconteció muy tarde, cuando ya se dejaban notar
influencias exteriores. Los adornos, de metal que engalanan algunas tumbas fueron
importados. También utilizaban hachas de piedra pulida, y bastones de madera
endurecidos a la llama. Es realmente notable que hubiesen podido con tan limitado
instrumental talar las mesetas forestales, construir tan soberbios monumentos, elaborar
objetos de calidad sumamente rebuscada.

Ausencia de ganadería. Nuevo handicap de la civilización maya: no supo


dedicarse a la ganadería con sistema, ni tampoco a la cría de animales en general. Todo
lo más que llegaron a tener fue el pavo doméstico, y una explotación relativamente
racional de las colmenas abejeras. Así que su alimento era esencialmente vegetariano.
También carecían, por supuesto, de la tracción animal, tan útil en las obras. En tales
condiciones, no extraña demasiado que desconociesen la rueda.

El trabajo agrícola. La agricultura maya tiene como producto de base al maíz,


situado aquí en su zona de cultivo primitiva. También puede atribuirse a los mayas, y
con mayor seguridad, la primeriza explotación doméstica de varias plantas salvajes,
como el cacao, que se daba, sobre todo en las tierras altas, el papayo y el aguacate,
cuyos frutos son particularmente nutritivos. En la mayor parte del país maya el cultivo
debía hacerse por el procedimiento del artiga. Durante la estación seca una parte de los
bosques eran incendiados, y limpiados de raíces y troncos cortados a media altura. En
Yucatán, mucho más seco, el problema era inverso: había que regar. Lo que se lograba
mediante pozos naturales en los que se acumulaba el agua de las lluvias. Razón de más
para que fuesen esperadas con impaciencia doblada de ansiedad.

La artesanía. Parte de los objetos fabricados por los mayas no han llegado hasta
nosotros. Bien es cierto, sin embargo, que las maravillosas pinturas murales halladas en
algunos templos, como en el de Bonampak, nos dan una idea cabal de lo que eran:
tejidos de algodón con trazados variados; indumentaria y tocados de plumas, entre las
cuales las del quetzal, ave de alta montaña particularmente rebuscada; cestería, etc.

Las obras públicas. Quien hoy visita las poderosas ciudades construidas por los
antiguos mayas queda embelesado; son pocos los monumentos de aquella civilización,
que se contaban a cientos, que hayan sido restaurados y estudiados. Los mayas no se
limitaban al amontonamiento de piedras. La calzada se componía de bloques de piedra
hundidos en cemento y cubiertos de una capa de revoque hoy desaparecida. Su
conservación relativamente buena, incluso en las zonas pantanosas, comprueba el
cuidado puesto en su realización.
El comercio. No se sabe muy bien quién practicaba el comercio. La presencia
de objetos alejados de su país de origen demuestra sin embargo que existía. Se cree que
los granos de cacao hacían las veces de moneda.

Trabajo y religión. El maya podía, por supuesto, subsistir mediante su trabajo;


pero buena parte de él parece dedicado a tareas que van mucho más allá que las
preocupaciones materiales inmediatas. La religión maya, en lo más hondo de su
esencia, es una religión campesina: las preocupaciones y alegrías ligadas al trabajo
cotidiano son proyectadas al mundo divino. En ningún otro punto del universo estuvo el
maíz rodeado de tanta reverencia teñida de agradecimiento y afecto.

Trabajo intelectual y religión. Pero nadie dirá que la religión maya sea una
religión vulgar. Va unida a un notable conjunto de reflexiones en torno al paso del
tiempo y de observaciones cosmológicas. La disposición de los monumentos y la
dirección de las carreteras parecen estrechamente relacionadas con las últimas. Pero
todo ello supone también la existencia de una clase sacerdotal numerosa provista de
establecimientos de observación y de enseñanza: superestructuras impensables de no
haber producido el campesino maya bastante para alimentar a aquellos sus intercesores
ante los dioses. En eso consistía probablemente la importancia del benéfico maíz, de un
rendimiento elevado pese a condiciones de cultivo mediocres. Bien podía el campesino
maya rendirle ese culto que a tan magníficas realizaciones conducía, en el orden de la
reflexión lo mismo que en el de la arquitectura.

Los aztecas: geografía y cronología. En las altas tierras de México Central,


cerradas por ingentes macizos volcánicos, horadadas por valles y lagos, y por tanto muy
jaqueladas, el clima es templado y sano. Pero el suelo es pobre muchas veces y las
lluvias insuficientes. El Imperio azteca se presentaba entonces como una brillante
construcción política y militar en plena expansión, fundada en estructuras campesinas
mucho más antiguas.

Los trabajos agrícolas. La existencia de superficies pobres y secas, lo


rudimentario del utillaje, la ausencia casi total de la cría doméstica, empujaban a los
indios a no utilizar más que las zonas de mayor fertilidad y mejor regadas, valles y
cuencas, o laderas favorecidas, donde se agrupaban en conjuntos de densidad relativa.
Poco sabemos de las técnicas agrícolas, y en general de la vida, del maceualli, el
campesino corriente. Las artes, la literatura no tocan el tema más que de refilón.
También aquí tenemos que imaginar las tareas llevadas a cabo con un utillaje primitivo,
el bastón para cavar y la azada; pero también hay lugares en que el riego autorizaba dos
cosechas de maíz al año. Heces humanas y basuras caseras eran utilizadas para abonar
las tierras.

El «calpulli» y las tierras. La célula de base de la sociedad era el calpulli, grupo


familiar al principio, que había tomado un carácter predominantemente territorial. A su
frente estaba un anciano, y el calpulli tenía una misión común en la que todos se reunían
con motivo de las fiestas. En los países conquistados, los aztecas se habían atribuido
también tierras cultivadas por el pueblo.

Funcionarios, sacerdotes y guerreros. De esta forma surgen las pesadas


superestructuras impuestas por el Estado azteca a aquellas poblaciones campesinas que
las han de mantener a copia de trabajo y de privaciones. El soberano distribuía a sus
funcionarios trajes, telas y víveres financiados con los impuestos. También les
adjudicaba tierras trabajadas en su beneficio por plebeyos o esclavos. Los sacerdotes
interrogaban a los dioses (pero la cosmología azteca distaba mucho de igualar a la de los
mayas) y ofrendaban los sacrificios humanos que en todo momento nutrían el Sol y
evitaban que se detuviese en su trayecto bienhechor. Los guerreros eran quienes traían
las víctimas destinadas a tales sacrificios. La cohesión interior del imperio y de la vida
de su inmensa capital, era cosa confiada a los funcionarios.

Los artesanos y su trabajo. Aquí aparece con más relieve que en otros lugares
una categoría bien definida de artesanos. No cabe duda de que buena parte del trabajo
industrial se realizaba en el domicilio del campesino que contribuía de este modo a
cubrir sus necesidades. Pero la aristocracia necesitaba de objetos más lujosos y más
refinados. Y la vida de una capital de tales dimensiones también tiene sus imperativos.
Grupos especiales de artesanos que vivían en algunos barrios de la capital configuraban
en ella sus a modo de corporaciones. Lo mismo que con los mayas, encontramos aquí
técnicas muy desarrolladas en el trabajo de la piedra y la cerámica. Pero habían llegado
más allá en la utilización de los metales. Los artesanos del Imperio azteca elaboraron
joyas y adornos de oro, de plata, de cobre y hasta de bronce. Una inverosímil habilidad
compensaba la mediocridad de su utillaje.

Los comerciantes. Más notable aún es la existencia de otra categoría social, la


de los comerciantes, los pochteca. No todos los mejicanos que tomaban parte en los
mercados tan numerosos y animados podían calificarse de pochteca. Quedaban
excluidos los campesinos que vendían sus excedentes, los pescadores y pequeños
comerciantes. Este ascenso social de los mercaderes era pues en la sociedad azteca un
fenómeno en dinámica ascensional, aunque también todavía sin consolidar. El
pochtecatl tenía que guardarse de alardear de su riqueza salvo en raras oportunidades,
como la que se le brindaba cuando ofrecía un banquete a sus colegas. Si no, el soberano
encontraba algún pretexto para despojarle y distribuir sus bienes a viejos milites.

La esclavitud. Un cuadro de la sociedad azteca no puede prescindir de la


categoría inferior, de hecho bastante heterogénea, la de los tlatlacotín. Pertenecientes a
un amo, corresponden en cierta medida a nuestros esclavos, pero no sería del todo
exacto transferir aquí nuestra noción de la esclavitud. La división de las tareas, la
diversidad social, más fuertes aquí que en cualquier otra civilización de la América
precolombina, son probablemente los rasgos que mayormente llaman nuestra atención
en este Imperio azteca.

Los incas: marco de vida. Nos trasladaremos ahora a los altiplanos interandinos
de América del Sur, desde Ecuador a Bolivia, pasando por el actual Perú en su conjunto.
Zona ruda e impresionante como ninguna. De hecho, los incas habían sistematizado las
prácticas colectivas sin las que el mantenimiento de un Estado relativamente civilizado
hubiera resultado difícilmente concebible en un medio como aquél.

Plantas y animales domésticos. El cultivador andino ha sabido domesticar


cierto número de plantas, reducido pero de alto valor nutritivo. Todas estas plantas se
acomodaban a climas duros y suelos pobres. En los valles más tibios, el abanico
agrícola se abría a plantas más exigentes. También eran objeto de interés otras plantas
meseteñas, por sus variadas utilidades: la hierba salvaje daba el forraje y también el
pajizo para las techumbres. El ágave también había llegado a estas latitudes. Asimismo
había toda suerte de plantas tintoreras; el jugo del algarrobo proporcionaba una goma de
lo más útil. La cría de animales domésticos había llegado aquí a un punto de desarrollo
más elevado que en la mayoría de los demás pueblos americanos. Hacía siglos que el
hombre había domesticado la llama. Era una compañera para el campesino y la quería y
cuidaba tanto como a los miembros de su familia.

Técnicas agrícolas. Sorprende en la técnica agrícola una curiosa mezcla de


perfeccionamiento y de rasgos primitivos. Mucho antes que los incas, habían
emprendido los campesinos andinos la preparación de las laderas, a menudo abruptas,
en las que se proponían cultivar. Los campesinos andinos sabían también abonar los
campos con el estiércol de la llama y cuando no, con el guano de los pájaros y con las
cabezas de algunos pescados, en la costa. La mujer quitaba las piedras y rompía los
terrones. A falta de tracción animal, el campesino no podía pasar siquiera al arado sin
parte delantera en su forma más primitiva.

El calendario agrícola. Salvo durante los dos meses usualmente más lluviosos
del año, noviembre y diciembre, durante los que la humedad confinaba las familias en
sus chozas primitivas, donde venían a cobijarse con ellas los animales domésticos de su
propiedad, los trabajos agrícolas se sucedían sin interrupción durante todo el año. El
indio, convencido como estaba que andaba rodeado de fuerzas temibles y malhechoras,
unía a sus prácticas agrícolas otras de índole mágica. Antes de cavar el suelo, le ofrecía
libaciones de chicha. El propio soberano inca y toda su familia se entregaban plena y
absolutamente a un ceremonioso cultivo de las tierras dedicadas al Sol. En tales casos,
practicaban los trabajos campesinos con atuendos de gala. Era su modo de ejemplificar
cómo, por su trabajo, y mediando la ayuda de dioses y demonios, el hombre logra
vencer a un suelo rebelde.

Otros trabajos: la pesca. La inmensa mayoría de los indios eran agricultores.


Pero no en vano había lagos, entre los cuales el más célebre es sin duda el Titicaca, al
sur del Perú actual; lagos y un ancho océano que incitaban a la pesca, sobre todo con la
escasez de la carne en el alimento, que realzaba el valor nutritivo del pescado. A orillas
del Titicaca y del Pacífico, existían pueblos de pescadores, que utilizaban barcas
construidas a base de gavillas de caña anudadas.

La artesanía. En aquellas regiones había abundantes minerales que estaban a


flor de tierra y podían por tanto extraerse mediante técnicas muy rudimentarias: el oro y
la plata (a los que debe añadirse el platino de las zonas costeras ecuatorianas); el cobre;
y por fin el plomo. Resulta difícil determinar a ciencia cierta en qué medida estos
objetos se debían a artesanos especializados y en qué medida les dedicaban los
campesinos las horas que les dejaban libres las tareas agrícolas. De cualquier modo, las
mujeres eran parte importante en el asunto. Cuando se desplazaban, si es que el
transporte de un niño o de un poco de comida les dejaba libres las manos, no perdían la
oportunidad de hilar andando.
Un comercio débil. Aunque el Imperio inca estuviese integrado por regiones
naturales varias y aunque algunas de ellas se hubiesen especializado en productos
artesanos muy concretos, el comercio era singularmente débil. Tampoco había
mercaderes de profesión. Ni había de buscarse allí moneda: cuando el trueque
necesitaba de complemento, lo proporcionaban pequeñas hachas de cobre o conchas.

Las carreteras. La parquedad de los intercambios no se debía ciertamente a


dificultades en las comunicaciones. En las mesetas, la calzada estaba compuesta de una
mezcla muy resistente de arcilla, guijarros y hojas de maíz. Los pasos de agua se
franqueaban mediante puentes colgantes de lianas y cañas trenzadas. Llegamos en este
punto a ese socialismo que era el rasgo más llamativo del Estado inca: la propiedad no
es individual; todo hombre tiene que poner en todo momento sus fuerzas a disposición
de los trabajos colectivos; el Estado organiza la economía, la previsión y la asistencia
social.

El régimen de las tierras. Con la salvedad de unos cuantos miembros de la


aristocracia, la propiedad individual de las tierras no existía en el Imperio inca. Cada
vez que nacía un hijo, se agregaba un tupu suplementario y por una hija se incrementaba
de medio tupu. Para llevar la cuenta de estos cambios, los dirigentes procedían todos los
años a una revisión del reparto. Cada cual cultivaba su tierra y era dueño y señor de los
frutos. No podía, sin embargo, considerarse como el propietario del suelo porque si lo
dejaba dos años sin cultivar se le retiraba seguramente la atribución que se le hiciera.

Obras colectivas. Cuando crecía la población, podía acontecer que el terruño


resultase insuficiente, y entonces había que acrecentarlo mediante el desmonte y la
puesta en condiciones de nuevas terrazas. También se explotaban de este modo las
tierras de enfermos, viejos, lisiados y huérfanos de toda la comunidad. Añádase el
mantenimiento de carreteras y puentes y de los canales de riego, la participación en el
servicio de comunicaciones, la construcción de templos, palacios y fortalezas. La mita,
en cambio, era el impuesto en trabajo exigido por el Estado para las labores que debían
realizarse a su servicio. Para la ejecución de estas tareas había que mantener al día listas
de trabajadores.

El reclutamiento de la mano de obra. Así que toda la población era registrada


por los dirigentes, los hombres eran repartidos en diez categorías: los niños de cuna; los
niños que juegan (de 1 a 5 años), y que andan (de 5 a 9 años), empleados ya en tareas
accesorias; de 9 a 12 años, quienes tenían por misión espantar los pájaros en los campos
de maíz; de 12 a 18 años, que conducían las llamas o trabajaban como aprendices
manuales; desde los 18 hasta los 25 años ayudaban a sus parientes en todos los trabajos;
desde los 25 hasta los 50 años, se era adulto, estando por tanto enteramente sometido a
las condiciones de la conscripción; de los 50 hasta los 60 años el hombre, mayor ya,
prestaba todavía algunos servicios; después de los 60 años, el «viejo adormecido» podía
a lo sumo prodigar consejos. Existía una décima categoría, de los incapaces, es decir,
enfermos, tullidos. En cuanto a las mujeres, había una división análoga a la anterior. El
resto aguardaba a que una catástrofe, cataclismo, terremoto, hambre o invasión,
requiriesen una distribución excepcional a beneficio de las víctimas: de este modo
quedaba organizada la previsión social tanto como la asistencia.

La estadística de los «quipus». Toda esta organización requería cuentas al día:


estadísticas de los trabajadores disponibles, de tierras por distribuir, de los trabajos
colectivos, de los más diversos almacenes. El manejo de estos quipus implicaba, por
supuesto, un adiestramiento -especial. La administración contaba con gran número de
funcionarios, secretarios y «custodios de los quipus», especializados en general en un
tipo determinado de quipus, fueran económicos, militares.

Conclusión acerca de los incas. Este régimen tan notable era reciente cuando
los españoles emprendieron la conquista del Perú. La tradición lo atribuía a soberanos
del siglo xv, primordialmente a Pachacutec. Es probable que de no haber sido por
incidencias del exterior, hubiera evolucionado. La existencia de algunas propiedades
privadas en manos de los aristócratas podría ser el síntoma de una evolución hacia la
privatización... No se sabe. Por otra parte, este régimen respondía realmente a
tendencias profundas y remotas de los indios, las cuales se habían limitado a
sistematizar. No se ha dejado de denunciar con cierta reiteración la rigidez, la tiranía y
el despilfarro inherentes a este asocialismo de los incas».

CAPITULO II

PERSISTENCIA DE LAS CIVILIZACIONES ANTIGUAS

Las invasiones. Llegó un tiempo en que el Imperio, debilitado por dentro, ya no


estuvo en condiciones de enfrentarse con aquellos «bárbaros». En los siglos m y iv,
todavía se mostró capaz de controlar su infiltración, de instalar pueblos enteros en sus
provincias fronterizas, y de hacer que sus guerreros luchasen bajo las águilas romanas.
Pero hacía tiempo que Roma ya no era tal Roma. En el año 324 el emperador
Constantino había mudado la capitalidad imperial a Constantinopla. Y es desde
Constantinopla, amparado tras la doble protección de sus recintos amurallados y del
mar, que los sucesores de Constantino prosiguen la defensa y el gobierno del Imperio
por ellos considerado como el camino conducente a la «Ciudad de Dios» óptica que
permanecería invariable hasta el derrumbe definitivo de 1453.

La fuerza de las tradiciones. Mundo nuevo: el del Islam. Mundo tradicional: el


Imperio romano. Más allá de la diversidad de las fórmulas, se impone la perpetuidad de
las realidades. Reducido a unos jirones sueltos del mundo helenístico, el Imperio
romano se convierte en «bizantino». Pequeña minoría de conquistadores perdidos entre
tanta conquista suya, los árabes experimentan intensamente el influjo de las
civilizaciones de las que se consagran herederos. Mientras da comienzo en Occidente
una aventura que andará buscándose a sí misma hasta las grandes revoluciones
industriales, los trabajos acostumbrados siguen su ritmo habitual en casi todas las
regiones del viejo mundo mediterráneo.

BIZANCIO

Una documentación paupérrima. Sería preciso, para una descripción exacta


del trabajo en el mundo bizantino, disponer de una documentación más abundante que
en todos los demás casos vistos y por estudiar. Depositada de las tradiciones del Imperio
romano, la administración bizantina ha sido más activa y más amante de papeles y
expedientes que cualquier otra en la Edad Media. Pero de las toneladas de papiro y
pergamino ennegrecidos por la letra de sus escribas, todo cuanto nos legó la incidencia
combinada de la incuria secular y de las destrucciones, desapareció en la catástrofe
terminal del Imperio.

Quedan los textos jurídicos, pero no siempre sabemos a qué época concreta
corresponden y nunca conocemos en qué medida fueron vigentes en la práctica. Es
decir, hemos de proceder por toques livianos que dejarán, muy a nuestro pesar por
cierto, amplias superficies de nuestro cuadro sin rellenar.

Las tareas campesinas. Las menos referidas son las estampas relativas a la vida
rural. Sin embargo, una vez despojado el Imperio por la conquista árabe de su
tradicional granero de trigo, Egipto, no hubo más remedio, si es que se quería abastecer
las ciudades, y la capital principalmente, que llevar a cabo un titánico esfuerzo para
preparar las tierras y valorizarlas. Todo conspira a hacernos pensar que el incremento de
la producción agrícola se logró más por un desarrollo de la población y de las
superficies cultivadas que por la introducción de nuevas técnicas.

Lo más importante eran el cuidado, la paciencia incansable, que debían ponerse


en el cultivo de jardines y vergeles, siempre amenazados por la sequía. Lo más
importante era también el desarrollo de la cría animal: ovejas y cerdos que apacentaban
libremente; caballos numerosísimos en las fincas imperiales, afectados al servicio de
remonta de la caballería bizantina; muías, burros, cabras... Los bueyes y las vacas
escaseaban más, ya que la hierba crece demasiado corta en la mayoría de los pastos de
Asia Menor.

Los pueblos. Veamos los marcos sociales en que tenían lugar las tareas
campesinas. Eran muchos los pueblos, de casas hacinadas en general, compuestos por
pequeños propietarios libres, a los que unía una estrecha solidaridad frente al fisco que
los consideraba como responsables colectivamente del pago del impuesto asignado al
jorion vocablo que designa el pueblo.

...y los latifundios. Pero también había, ya lo anunciamos, inmensas fincas en


manos de ricos propietarios. La «Vida de Filareto el Misericordioso» nos brinda un
buen ejemplo de ello, fechado el siglo vm. En la zona del río Amnias, que desemboca
en el mar Negro algo al este de Sínope, tenía 48 fincas, organizadas cada cual alrededor
de un manantial que garantizaba su riego.

Desgracias de los campesinos. No puede negarse la posibilidad de que algunos


terratenientes poderosos recurriesen a métodos paternalistas respecto a sus campesinos.
Pero en cualquier caso, Filareto no era una figura corriente.

Artesanos urbanos. Pero, más que de los campos, sin embargo tan necesarios
para su funcionamiento vital, la civilización bizantina nos ha legado una imagen clara
de sus ciudades. En los primeros siglos de la Edad Media el principal centro de estas
industrias de lujo fue Alejandría. Pero, lentamente, Constantinopla fue arrebatándole el
puesto. Lo que no impidió que el artesano árabe recogiera lo más valedero de sus
tradiciones.
Los monopolios estatales. En la capital imperial, Constantinopla, estaban
concentradas las industrias más importantes de Bizancio. Buena parte de ellas eran
monopolio estatal. Este monopolio se explica, pues, por razones de índole político.
Otros se deben a imperativos militares. El Estado conservaba el monopolio de la
acuñación de la moneda, y el de las minas necesarias para el abastecimiento de las
fábricas de moneda, pero cuyos productos eran también vendidos a las empresas
privadas.

El « Libro del Gobernador». Conocemos bastante bien la vida de los


artesanos-tenderos de Constantinopla merced al «Libro del Gobernador». Así se
denomina un libro sin fecha que fue hallado en el siglo xix en la biblioteca de Ginebra,
y que según una serie de indicios que no hacen al caso podemos fechar a finales del
siglo ix. Está dividido en 22 capítulos, en cada uno de los cuales se enumeran las
normas que rigen un oficio o un grupo de ellos.

También utilizaban los servicios de esclavos. Algunos esclavos podían llegar a


verse encomendada la gerencia de un taller o de una tienda en representación de su
dueño: era ésta una de las pocas inversiones posibles en la industria constantinopolitana,
tan angostamente regulada, y tan ajena a toda mentalidad capitalista.

El mar y los comercios. La artesanía y el comercio de abastecimiento urbano


se diferenciaban por lo tanto bastante mal. Pasamos sin transición marcada al mundo del
tráfico. Constantinopla era una gran ciudad mediterránea; buena porción de sus
relaciones tenían lugar por vía marítima; el dominio del mar era imprescindible para el
buen funcionamiento y la seguridad del Imperio.

Los funcionarios. Tradición romana también la del mantenimiento de un Estado


activo, fuerte, y burocrático. En la propia ciudad de Constantinopla, la administración
estaba repartida en unos 60 servicios directamente sometidos a la voluntad del
emperador. El conjunto de garantías de las que se beneficiaban sus funcionarios es un
rasgo «moderno» del Estado bizantino: pudo hablarse de un auténtico estatuto del
funcionario bizantino.

Utilidad de la instrucción. El trabajo al servicio del Estado era, pues, en


Bizancio, el factor primordial del ascenso social. Así que la historia bizantina nos relata
más de un caso en que padres previsores echaron el resto para garantizar buenos
estudios a sus hijos. La existencia de un amplio público culto acarreaba la abundancia
de la producción literaria. Y no eran solamente clérigos y monjes los responsables de la
cultura, como sería norma en Occidente durante tan largo tiempo. Emperadores hubo, y
miembros de sus familias, que no desdeñaron dedicar sus ratos de ocio a la redacción de
obras de todas clases.

EL ISLAM

Islam y sociedad. Un cortesano de los Abásidas de Bagdad, Al Fadel ben


Yahya, del que un geógrafo del siglo x nos transmite los dichos, clasificaba la sociedad
en términos que nos recuerdan bastante la descripción que de Bizancio acabamos de
dar: «Primero, los gobernantes ascendidos a tal función por sus méritos personales;
luego, los visires que se distinguen por su sabiduría y su inteligencia; en tercer lugar, las
clases superiores, ensalzadas por su fortuna, y, por fin, en cuarto lugar, las clases medias
a las que pertenecen los hombres que descuellan por su cultura. Lo demás es desecho
inmundo, torrente de espuma, vil bestialidad, que únicamente quiere comer y dormir.»
Sin embargo, el Islam ocupa un lugar importante en la obra actual. Cabe preguntarse si
el medio religioso ha marcado con su impronta las diversas modalidades del trabajo.
Mahoma pertenecía a una ciudad de caravanas, donde el comercio era un magnífico
negocio, y el Corán encierra una moral mercantil; pero el Profeta tenía ante todo la
preocupación de reprimir los abusos del lujo y de la avaricia, y la prohibición que dictó
contra el préstamo con interés pudo haber redundado en perjuicio del desarrollo
económico.

El riego. A esta prosperidad del mundo islámico, a la vida lujosa de las clases
superiores, cooperaban, naturalmente, trabajadores cuantiosos y diversos. Ante todo,
deben citarse en este contexto los campesinos: rasgo común a casi todo el mundo
musulmán era la escasez de lluvia, y el concurrente desarrollo del riego, hijo de un
imperativo vital. En Mesopotamia, ya que el Eufrates corre algo más alto que el Tigris,
bastaba con abrir entre ambos toda una red de canales; de este modo, el agua pasaba
naturalmente de uno a otro río, por entre frágiles diques de caña y de tierra que los
muhendis o ingenieros tenían que vigilar continuamente. La necesidad de una
producción abundante en países secos como éstos, generalizó pues complicados
sistemas de riego que no podían mantenerse en vida más que a merced de la paz y de
una administración vigilante. En Mesopotamia, ya que el Eufrates corre algo más alto
que el Tigris, bastaba con abrir entre ambos toda una red de canales; de este modo, el
agua pasaba naturalmente de uno a otro río, por entre frágiles diques de caña y de tierra
que los muhendis o ingenieros tenían que vigilar continuamente.

Nuevos cultivos. En este conjunto económico se verificó una expansión de


cultivos que al origen sólo eran conocidos en ciertas zonas. En el siglo ix, en el curso de
una fiesta dada en el palacio del califa en Samarra, se presentó una curiosidad de todo
punto inesperada, y extraordinaria: las naranjas y limones de la India. Al siguiente siglo,
el naranjo se aclimataba al suelo de Palestina. El arroz y la caña de azúcar fueron
llevados a regiones que antes los desconocían.

Los mineros. Vistos los cultivos que proporcionaban a la industria algunas de


sus materias primas. Pero no menor era el empeño puesto en la busca de productos
minerales. En todas partes, fue ésta una época de prospección o de reapertura de las
antiguas minas romanas. España recobró la fama y la actividad que tanto renombre le
dieron en el Imperio romano: sus minas de azogue, vecinas a Toledo, recibieron
entonces el nombre de Almadén (en árabe: la mina). Las tumbas de los faraones fueron
violadas por los buscadores de tesoros, organizados corporativamente, y que trabajaban
en presencia de un delegado del califa fatímida, haciéndole entrega para su amo de la
quinta parte de lo hallado.

El problema de la madera. Una de las materias que más faltaban en el mundo


musulmán era la madera y, sin embargo, era imprescindible en los arsenales egipcios,
sirios y tunecinos.

Los Pescadores de perlas. A campesinos, mineros, leñadores, unamos otros


profesionales, cuyo recuerdo es mucho menos importante, pero que rememoran el
carácter lujoso de toda una rama de la producción. La mayoría de las búsquedas se
realizaban en agosto y septiembre, época de tan agotadora actividad que los más de
estos desgraciados morían bastante jóvenes.

Artesanos y tenderos. El mundo musulmán era un mundo esencialmente


urbano. La vida ciudadana era aconsejada con vehemencia para un buen cumplimiento
de los deberes religiosos: sólo en las ciudades había mezquitas donde el musulmán
podía tomar parte en la oración pública del viernes; y tampoco había fuera de la vida
urbana establecimientos de baños propicios a las abluciones. La fundación de una
ciudad puntuaba siempre una conquista o un cambio dinástico.
Algunas especialidades. La artesanía de aquellas ciudades producía, con un
herramental bastante rudimentario, objetos que alcanzaban con frecuencia una alta
calidad y cuya tradición ha llegado hasta nuestros días. Nos ceñiremos a unos cuantos
ejemplos. Los tapices de Armenia eran los más conocidos, debido a la finura de sus
lanas, y al esplendor de su colorido; su rival más calificado era Ispahán, en Persia;
Bukhara conquistó una fama que aún tiene hoy: todos aquellos centros tejían sus marcas
propias en el borde del tapiz, para evitar imitaciones fraudulentas.

Un sistema precario de transportes. Resulta realmente asombroso que la


profesión de transportista sea tan dura y a veces esté expuesta a tantos riesgos. En tierra,
no hay carreteras, hablando propiamente, sino pistas vacilantes. El mundo árabe ignora
el coche con ruedas (hasta tal punto que, al recibir de los indios esta figura del ajedrez la
convierte en roca). El vehículo por excelencia es el camello, del que sabemos que no es
muy exigente. En cuanto a los mares, encierran sus propios peligros. En el
Mediterráneo, no van éstos más allá de la acrisolada tradición de abstenerse de navegar
en invierno, y acostumbrarse a la lentitud de los viajes. Pero el océano índico, con sus
vientos cambiantes, sus tempestades veraniegas, sus piratas, sus frágiles embarcaciones,
más pequeñas y sin clavos, resulta terriblemente peligroso.

El comercio con zonas alejadas. Sólo aquellos productos que encerraban,


dentro de reducidas dimensiones, un gran valor, podían atravesar centenares de
kilómetros para ir a amontonarse en los bazares donde, tras luengo regateo con su
cliente, el comerciante, estrechadas las manos, según la prescripción coránica,
dispondría de la entrega del objeto. El comercio con zonas alejadas no podía ser más
que un comercio de lujo. En esta época comenzaba la competencia proviniente de
musulmanes, árabes meridionales y persas. En Siraf, principal puerto del golfo Pérsico,
los ricos comerciantes persas vivían en elevadas mansiones de madera de teca.

La banca. Pero los judíos conservaban una especie de monopolio de las


operaciones bancarias, el cual les era reconocido expresamente por el califa de Bagdad:
disponiendo de grandes masas de productos almacenados, enriquecidos por el arbitraje
entre el oro, que predominaba al oeste del mundo musulmán, y la plata, más fuerte en el
este del mismo, ellos aseguraban por sus pagos anticipados el sueldo del personal
administrativo y de las tropas, que se hacía efectivo la primera semana de cada mes.
Instauraron, para la transferencia de fondos, instrumentos de crédito: la suftajah, orden
de pago dirigida a tercero, que la ejecuta deduciendo la cantidad girada de la cuenta
abierta en su casa por el librador; el sakk (de donde nuestra palabra «cheque»),
reconocimiento de deuda que se transformó en billete a la orden. El gran historiador del
Islam, M. Massignon, ha podido formular la hipótesis de que éste es el origen de la
poderosa banca judía en países cristianos.

Funcionarios e intelectuales. La administración de un mundo tan amplio, que


los califas, al principio cuando menos, tenían la intención de controlar en serio y desde
muy cerca, necesitaba de un importante personal agrupado en los despachos o diwan
bajo la dirección del visir; sabemos que el trabajo era bastante metódico y que cada
diwan respondía de una provincia, cuyo catastro mantenía al día; o también podía ser
que tuviese sobre sí la responsabilidad de una parte de los asuntos de Estado. Pero nada
más sabemos, porque los archivos han desaparecido totalmente. Pero, cualquiera que
fuese el interés resentido por estas aplicaciones, no habían de aportar ninguna
revolución a las formas de trabajo. La ciencia era considerada como un conjunto de
conocimientos adquiridos de por vida y susceptibles a lo más de perfeccionamientos en
el detalle. Y los principios de la ciencia helenística andaban todavía demasiado alejados
de la realidad como para estar en condiciones de determinar una revolución industrial.

El problema de la instrucción. ¿Cómo se formaban y se instruían sabios y


letrados? Parece que durante largo tiempo los colegios privados llevados por los ulemas
hubiesen sido las únicas instituciones de enseñanza. Un sabio como el célebre Iben Sina
(el «Avicena» de los textos medievales) era un autodidacta con toda probabilidad. Bien
es cierto que fue un niño prodigio: a los diez años ya conocía perfectamente el Corán y
los clásicos árabes; se dedicó entonces al derecho, a la filosofía, a las ciencias
naturales... Hacia la edad de los 16 años se interesó por la medicina; dos años después
curaba a un príncipe persa que le abrió su biblioteca. Luego anduvo recorriendo el Irán
devorando cuantas bibliotecas se terciaban. Se vieron encomendadas conferencias en la
mezquita Al Azhar de El Cairo. Mucho más tarde, a comienzos del siglo xn, para
reaccionar contra el ímpetu de la ira popular y de las creencias heterodoxas que invadían
el Islam, los teólogos ortodoxos hicieron abrir unas madrasas, escuelas oficiales, con
maestros a sueldo. Pero los tiempos de la expansión islámica habían pasado y la
enseñanza no tardó mucho en sufrir de la misma dolencia que aquejaba a todo el Islam:
la esclerosis.
La esclavitud. Cuando predicaba Mahoma, Arabia practicaba el sistema de la
esclavitud. El Profeta, considerándolo sin duda como algo natural, no trató de
suprimirlo, sino únicamente de morigerarlo. En general, la situación del esclavo había
de mantenerse bastante favorable en el mundo islámico. Mediando el consentimiento
del amo podía casarse y ahorrar su pequeña fortuna. Los casos de manumisión eran algo
corrientes. La mujer esclava que tenía un hijo de su amo adquiría el estatuto de umm
walad; el amo ya no podía cederla, y a su muerte, ella recobraba la libertad, situación a
la que quedaban igualmente promovidos los hijos.

Los gremios. Otro rasgo interesante de la organización del trabajo en el mundo


musulmán es la existencia de gremios muy peculiares. Su origen es popular y hasta
clandestino. Formados quizá sobre cuerpos bizantinos preexistentes en Egipto y Siria,
agruparon los artesanos animados por una poderosa hostilidad contra la aristocracia de
los conquistadores árabes y sensibles a las tendencias ideológicas heterodoxas en
materia religiosa. Vigilados estrechamente, hasta perseguidos en cada ciudad por el
muhtasib, administrador responsable de la policía del mercado, hubo en cambio una
secta chiita, la de los qarmatas. Los califas fatímidas, que eran también chiitas, los
autorizaron en sus territorios, y hasta les concedieron privilegios. Supieron conservar
sus tendencias populares e igualitarias tanto mejor cuanto que los lacayos al servicio de
un amo solían ser muy pocos: el proceso de estratificación de las corporaciones
europeas del siglo xv sería el contrario.

Conclusión. No nos dejemos engañar. Por refulgente que fuese, este desarrollo
del trabajo en el mundo musulmán no aporta nada nuevo. Corresponde a la formación
de un amplio mercado mundial, casi demasiado amplio para las técnicas entonces
vigentes. No traduce ninguna revolución en el orden técnico, ni tampoco en las formas
del trabajo. No resistirá a las grandes invasiones que a mediados del siglo xi derruirán
este trémulo edificio: la irrupción de los turcos en el Próximo Oriente, la asolación del
Mogreb por los beduinos hilalianos llegados del Alto Egipto. Pero no podíamos pasar
sin rendirle debido homenaje, porque es justicia que se le ha negado con demasiada
frecuencia, y las más de las veces por ignorancia supina.

Capítulo III

EL TRABAJO EN LA EUROPA «BÁRBARA»

1.- EL MARCO SOCIAL


Efectos de las invasiones. Los pueblos bárbaros que, a principios del siglo v,
irrumpieron en el mundo romano, no contaban más que con sendas decenas de millares
de individuos que sin mucho tardar iban a fundirse en la masa de los indígenas. Podría
suponerse que después de realizada la primera obra destructora, su influencia mermó
considerablemente. Pero estos «bárbaros» aportaron el personal dirigente de los reinos
que se organizaron en los marcos del Imperio romano, sobrevivo sólo en teoría.
Además, la Romanía estaba, cuando la invadieron, en plena evolución, cuyo proceso fue
catalizado por la penetración de los bárbaros. Con ellos, llegaron además elementos
desconocidos, como la costumbre jurídica, las artes de los nómadas y técnicas
aprendidas en los países orientales donde aquellos bárbaros habían pasado largas
temporadas.

Nuevos centros de gravedad. El primer aspecto que nos cumple retener de


toda esta época de gestación de Europa, inaugurada por las invasiones, es la mutación
de ejes que se opera en el mundo civilizado. Las grandes civilizaciones, los grandes
Estados, fueron hasta ahora mediterráneos. La zona mediterránea, con sus relieves
singulares, su clima peculiar, su mar siempre al alcance de la mano, ha ejercido una
influencia muy honda en la organización del trabajo; son sus técnicas las que difundiera
la conquista romana en las lindes exteriores del Imperio.

Los siglos llamados medievales son los de su progresiva avaloración mediante


técnicas inventadas o llevadas a la práctica lentamente.

Decadencia urbana. Las invasiones no acarrearon una desintegración de la


sociedad característica del Bajo Imperio romano. Entre invasores e invadidos no eran
tantas las diferencias en la estructura social como para que la fijación de aquéllos
repercutiese en sentido transformador del medio circundante. Ello no obsta a que se
produjesen notables cambios.

Evolución de la propiedad. Ha podido hablarse de una «ruralización» del


mundo romano. Volvamos pues nuestras miradas hacia el campo, cuyo estudio ocupará
la mayor parte del presente capítulo. Sabemos que en el Bajo Imperio, el latifundio iba
ganando terreno mediante la absorción de los bienes de un sinfín de granjeros. No
habría que creer, con todo, que éstos habían pasado a mejor vida. Las invasiones
llevaron consigo el reparto de grandes áreas de terreno entre los guerreros vencedores;
también interrumpieron el proceso anteriormente apuntado. Se admite que éste volvió a
seguir su cauce ulteriormente.

Latifundio, sí, pero la que más se desarrolla es pese a todo la pequeña


explotación, y ello debido fundamentalmente a la desaparición de la esclavitud.

Desaparición de la esclavitud. Cuando las invasiones, hubo cuadrillas de


esclavos que aprovecharon los disturbios para alzarse; pero las guerras acarrearon la
concomitante reducción de los cautivos a la esclavitud. Únicamente más tarde, en el
transcurso del tiempo, empiezan a escasear los esclavos en los documentos a nuestro
alcance. En el siglo xi puede decirse que la esclavitud ha dejado de ser una forma de
mano de obra digna de mención en Europa. Cerraba a los esclavos la carrera sacerdotal,
estimando que no gozaban de la independencia necesaria para cumplir semejante
función. Para ser consagrado sacerdote, el esclavo tenía por tanto que exhibir patente de
manumisión. La frontera entre esclavitud y libertad, antes que borrada, quedaba así
recalcada.

Desde la sujeción servil a la conversión. Lo que explica realmente la


desaparición de la esclavitud es ante todo el agotamiento de sus fuentes: la guerra y la
trata proporcionan cada vez menos esclavos. El Cristianismo pasa a los territorios y
poblaciones que constituían reservas privilegiadas de ellos. Tal es el caso de anglos y
sajones. La propia guerra termina cada vez más del mismo modo: se convierten los
vencidos. Se ha podido dudar del valor de los bautizos masivos impuestos por
Carlomagno a los sajones: tenían cuando menos la virtud de que su nueva dignidad de
cristianos ponía a éstos al abrigo de la esclavitud. Este es y no otro el modo indirecto
con que el Cristianismo contribuyó a la extinción de la esclavitud.

Una esclavitud marginal. Puntualicemos. La esclavitud persistía, pero los


esclavos eran encaminados hacia otros derroteros mercantiles. Los eslavos paganos
asentados allende el Elba seguían siendo un vivero en el que los comerciantes en seres
humanos no tenían más que echar la red. Uno de estos traficantes, el franco Samo, llegó
a imponerse de tal manera a los prohombres con los que comerciaba, que le eligieron
rey de su pueblo, los wendos. Pero la esclavitud no estaba abolida en realidad: la
veremos reaparecer en Europa mediterránea hasta que los grandes Descubrimientos
vengan a encenderla de nuevo.

2. EL TRABAJO CAMPESINO
Los documentos. Durante más de cinco siglos, nos encontramos casi a oscuras
en cuanto a la vida y trabajos del campesino europeo, por la deficiencia documental. La
mayoría de los papeles que hasta nosotros llegaron datan de la época carolingia. Ya
provienen de los soberanos, como el «Capitular de las Posesiones (capitulare de villis)
en que el rey, Carlomagno probablemente, libra instrucciones, minuciosas y un tanto
desordenadas, para el fomento y la administración en sus realengos; ya son fruto de
conjuntos compuestos por orden de propietarios deseosos de conocer con precisión la
amplitud de sus posesiones y sus reservas en hombres y materiales, tanto como lo que
producían sus bienes.

El paisaje vegetal. Dejemos por un instante el aspecto ordenado, la imagen casi


continua de nuestras campiñas europeas, que se cuentan entre las más humanizadas del
mundo. La Europa del primer milenio después de Cristo presentaba seguramente un
aspecto asaz diferente. El aislamiento de los grupos humanos entre sí, separados por una
naturaleza hostil e inquietante, es norma, aunque en algunas zonas estas comunidades se
acercan unas a otras.

El herramental. Esta situación se explica de hecho en parte por la relativa falta


de densidad demográfica europea, pero al propio tiempo se constituye en responsable de
ello. Y es que las técnicas agrícolas son terriblemente primitivas y están muy mal
adaptadas a la mayoría de estas regiones extramediterráneas. Pero no podía abrir las
tierras pesadas, más o menos cargadas de arcilla, y a menudo tan sumamente feraces, de
las grandes llanuras del noroeste. Inmensas reservas de tierras exuberantes y nutritivas
quedaban de este modo fuera de todo aprovechamiento.

Sistemas de cultivos. Además, en aquellos países cuyos inviernos son fríos y


húmedos, la escasez de praderas segables limitaba singularmente las posibilidades de la
cría de ganado. Consecuencia: el abono de las tierras era insuficiente. Esta mediocridad
esencial parecía condenarlos a permanecer desperdigados, y sentenciar a los afortunados
supervivientes de la tremenda mortalidad infantil a una existencia precaria y breve. Los
esqueletos hallados en los cementerios merovingios lo son de seres fallecidos jóvenes,
raquíticos, a menudo muertos en la flor de la juventud.

Los productos. Los cereales eran la base esencial de la producción: trigo


candeal en las mejores tierras, centeno o mijo en las más pobres. En las zonas más
favorables, se emprende el cultivo de cereales sembrados en primavera: la avena y la
cebada. Tomadas bajo la especie de papillas y de tortas tanto como de pan, constituyen
la base alimenticia.

Importancia del bosque. Dueño indiscutible de vastísimos territorios a los que


cubría con su manto, denso y frondoso, cuando no rebajado a matorrales y bosquecillos,
el bosque no era del todo inútil para el hombre. Antes bien, desempeñaba en su
existencia un papel que nos cuesta sobremanera concebir. La cantidad de cerdos que
podían alimentarse de ellos fueron durante muchos y largos siglos la medida más
reveladora de su extensión. Los pueblos cercanos mandaban allí el ganado; los grandes
señores tenían en esos bosques inmensos rebaños, y auténticos depósitos de sementales
para la cría caballar.

Tímidos progresos. Pero no se puede llegar hasta afirmar que ningún progreso
hubo en unos cinco siglos. En zonas favorecidas como la cuenca de París, asistimos a
los primeros intentos de intercalar entre los «trigos» de invierno y el barbecho una
siembra de cereales primaverales: aquí estamos al origen de lo que había de ser luego la
rotación trienal. En los campos abandonados se instalaban españoles refugiados de
tierras musulmanas; en virtud de unas concesiones denominadas «aprisiones», recibían
parcelas para trabajarlas.

Los primeros molinos. Aparece entonces en Europa occidental por vez primera
el molino de agua. Los romanos conocían su principio físico, pero nunca supieron
utilizarlo con provecho verdadero: el régimen irregular de los manantiales
mediterráneos los hace impropios a estos aparatos. Además, los molinos propulsados
por animales o por esclavos cubrían ampliamente las necesidades.

El marco del trabajo campesino. ¿En qué marco se movía el campesino? Al


llegar aquí nos encontramos ante el cuadro clásico grabado para nosotros por los
documentos carolingios, y fundamentalmente por el políptico de Saint Germain-des-
Prés. Esta célebre abadía, que se erguía entre las praderas que tocan al Sena en las
cercanías de París, tenía un número importante de posesiones: los inventarios de 24 de
éstas han llegado hasta nosotros. La mayoría estaban ubicadas en la Ile-de-France,
limitando al oeste con Nantes y al este con Chateau-Thierry. Dan la impresión de haber
configurado territorios de una sola pieza, coincidentes en general con un pueblo.

La «reserva». Cada una de estas fincas, o fiscos, era administrada por un


intendente o administrador (villicus o major). Un rasgo esencial de su fisonomía era su
división en dos categorías de tierras: por una parte las que llamamos «reserva», a saber,
las tierras que el abad se reserva para la explotación directa, que se realiza mediante
esclavos que habitan en el edificio central de la finca, y mediante unos cuantos
asalariados, aunque va echándose mano cada vez más de los colonos a los que luego nos
referiremos.

Las cargas del masovero. Las cargas que sobre el masovero pesaban eran
singularmente uniformes en los fiscos de Saint Germain. Tiene que pagar unos cánones
que vienen a ser el alquiler de la masada: se trata fundamentalmente de pagos en
especie: cereales, lino, pollos, huevos... y también en dinero, pero mucho menos.
También había que satisfacer un canon en productos fabricados, del que trataremos más
adelante.

El administrador. El administrador desempeña, como era de esperar, un papel


importantísimo en estas explotaciones. El Capitular de villis brinda una noción
clarísima de las funciones que se le atribuyen: vigilancia del trabajo de cada cual,
constitución de almacenes de provisiones y de toda suerte de utensilios, llevar una
contabilidad rudimentaria... Sin duda más de un administrador se mostraría a su hora
incompetente ante semejantes responsabilidades, o se portaría como un tirano, odiado
de todos los masoveros.

Difusión del sistema. Los documentos carolingios nos revelan un sistema que
existía ya de antiguo. En el Alto Imperio romano, algunas posesiones mixtas de Italia y
de África del Norte preludiaban su aparición. Creemos que debe pensarse que su
difusión fue acentuándose a medida que la extinción progresiva de la esclavitud fue
planteando nuevos problemas en cuanto a la mano de obra agrícola. El porvenir iba
contra ellos. La finca grande iba a proporcionar, tras una evidente evolución por cierto,
el marco social en que se movería la actividad campesina durante siglos: yuxtaposición
de pequeñas explotaciones en torno a un área central que había de servirles de modelo.

La vida campesina. Queda por describir el ritmo esencialmente vinculado a las


estaciones de esta vida campesina. Una larga inactividad en invierno durante la que la
familia modera al máximo el gasto de la escasa despensa, y de la que sale debilitada; un
verano de trabajos agotadores, en los que una actividad febril compensa una deficiencia
técnica enorme, y un utillaje mediocre. Mientras tanto, la Iglesia luchaba por que se
respetase el descanso dominical.
Las hambres. Una vida inenarrablemente ruda y mediocre. Y de vez en cuando,
hambres, grandes hambres, debidas también a veces a reiterados accidentes
meteorológicos: véanse las crónicas y sus detalles espantosos. Hay quien vio a hombres
que enseñaban a niños una manzana o un huevo, y así los conducían a un lugar oculto
para apagar su hambre con ellos... Un bribón tuvo hasta la desfachatez de llevar carne
humana al mercado de Tournus para venderla cocida, lo mismo que la de los animales.

3. EL DESTINO DE LOS ARTESANOS

Toda la artesanía se habría concentrado en las grandes posesiones, antes de


transformarse en artesanía urbana.

Los gravámenes demaniales. Es cierto que las posesiones carolingias estaban


de tal forma constituida que regía en ellas un subyacente principio de autarquía,
destinadas a bastarse a sí mismas en la medida de lo factible. Claro que no es ésta sino
una parte de los objetos que para sí confeccionan, primordialmente durante las horas
muertas del invierno. Pero no puede tratarse sino de trabajos bastos, escasamente
especializados.

Talleres demaníales. Encontramos en los dominios medievales otras dos formas


de trabajo artesano que en ellos coinciden. En primer lugar, talleres en los que mujeres e
hijas de los colonos acuden a trabajar colectivamente.

Artesanos demaniales. En segundo lugar tenemos unos artesanos


especializados que pueden, ya estar alojados en los edificios del patio central, ya tener
una tenencia afectada a los servicios correspondientes a su profesión.

Impensable autarcía. La verdad, la indiscutible verdad es que los propietarios


tenían muy pocas ganas y menos intenciones de acudir a los mercados exteriores.
Carlomagno recomendaba que se hiciese todo porque «nuestros criados se ocupen en
sus tareas según es conveniente y no anden deambulando por los mercados».

Necesidades exteriores a las haciendas. Pero había necesidades que los


artesanos confinados en las haciendas señoriales o de las órdenes en ningún caso
hubieran podido colmar. Había que construir multitud de iglesias y dotarlas de todo
cuanto precisaban. Había que satisfacer las necesidades de lujo que sentían los grandes
laicos y hasta parte del clero: residencias suntuosas, atavíos rebuscados, joyas
deslumbrantes.
Artesanos urbanos. Por muy decrépitas que fueran, las ciudades tenían dentro
de sus recintos buena parte de artesanos. Afirmación ésta mucho más cierta en el mundo
mediterráneo donde la vida urbana había echado raíces mucho más hondas. No
olvidemos tampoco los talleres monetarios que se multiplicaron con la descomposición
del Estado: los había en todas las ciudades, en las cercanías de todos los mercados, cada
cual más o menos cumplido de personal más o menos diestro.

Vocaciones regionales. En el decurso histórico de aquellos siglos perturbados,


hay regiones, pocas, claro, que han adquirido un a modo de vocación industrial. Hay
que suponer en aquellas áreas la existencia de artesanos relativamente numerosos,
establecidos en burgos y zonas rurales, transmitiendo de padres a hijos los secretos de la
fabricación. Dicho esto sin perjuicio de nuestro desconocimiento del funcionamiento
exacto de la organización del trabajo.

Artesanos palaciegos y ambulantes. Algunos personajes, laicos o eclesiásticos


mantenían en su séquito artesanos especializados (plateros, sastres...). Estos artesanos
eran esclavos, a veces. Cabe preguntarse cómo en aquellos tiempos en que tan
primitivas eran las comunicaciones, llegaban a entablar relación la oferta y la demanda
de trabajo. Puede suponerse que los abades de los diversos monasterios debían de
mantener correspondencia tendida entre sí.

Un orfebre canonizado. Tenemos la suerte de conocer la vida, nada corriente,


de un orfebre muerto en olor de santidad, lo que en aquellos tiempos era patente de
canonización al poco tiempo. Se trata del célebre san Eloy. Nació hacia el año 590 en
Chaptelat, a unos cuantos kilómetros al norte de Limoges, de padres libres y cristianos.
Como ya se habrá percatado el lector, Eloy rebosaba piedad y humildad tanto como
habilidad profesional. Invertía parte de lo que ganaba en redimir esclavos de los que
muchos le ayudaban en su trabajo. Dagoberto le hizo obispo de Noyon y de Tournai, y
lo elevó a consejero suyo. Lejos de ser motivo de baldón, la orfebrería como profesión
podía entrañar una base de prestigio para sus representantes más diestros.

Técnicas bárbaras. Por paradójico que pueda parecer, es un hecho que estamos
mejor informados acerca de las técnicas de aquellos tiempos oscuros que de las de los
siglos siguientes. Y esto se debe a una costumbre de hondas raíces paganas que los
bárbaros conservaron durante mucho tiempo a pesar de su ya antigua cristianización, a
saber: la de sepultar a sus jefes con sus armas, sus joyas y los muebles que fueran suyos
durante la vida terrena.

Regresión técnica. Este esfuerzo ha marcado una auténtica rotura de tradiciones


en la historia de las técnicas europeas. Los herreros galorromanos conocían y
practicaban el temple; los herreros merovingios, en cambio, no conocían más que el
recocido, procedimiento de lento enfriamiento del metal, reiterado varias veces. A los
cristales potásicos normales, la cristalería bárbara sustituye cristales sódicos, sin óxido
básico, cual los fabricaran ya en el antiguo Egipto.

La orfebrería alveolada se pone de moda: consiste en hacer en una placa de


metal y mediante tabiques verticales soldados, alvéolos dentro de los que se cuelan
esmaltes de diversos colores, o que se incrustan de trozos de vidrio coloreados o de
piedras preciosas. Fíbulas, placas de cinturón o de encuadernación, cruces, empuñaduras
de espadas..., brindan otras tantas individualizaciones de este arte deslumbrante, tan
apto a maravillar espíritus sencillos, pero que aún nos impresiona y que patentiza un
trabajo tremendamente minucioso.

...y refinamientos. Son esta minucia casi enfermiza, el refinamiento indecible


del último retoque, que redimen la mediocridad de los medios y hacen posible el logro
de tan sorprendentes resultados. Hasta la época carolingia, las «espadas francas»
gozaban de gran predicamento entre escandinavos, eslavos y árabes, y Carlomagno tuvo
que prohibir repetidas veces su exportación.

El artesano-brujo. Este misterioso saber del artesano tan difícilmente alcanzado


y mantenido en secreto, le daba ante el vulgo cierto halo casi sobrehumano. El matiz
cristiano de este fenómeno nos viene por san Eloy. Las primeras espadas fabricadas por
Wieland habían sido siempre mayores de lo que se acostumbraba. El rey buscó a
Wieland de nuevo, contempló la espada y afirmó que era la más cortante y la mejor que
nunca vieran sus propios ojos.

Vuelta a las técnicas romanas. Pero, salvo quizás en la metalurgia, estos


procedimientos no perduraron. La época carolingia marca un regreso a las técnicas
romanas. Este fenómeno salta a la vista en la arquitectura, en la que los maestros tratan
de trabajar «según el estilo antiguo».
El destino de las corporaciones. Los colegios (collegia) romanos se habían
convertido en el Bajo Imperio en verdaderos instrumentos de opresión. Por ello no es de
extrañar que una vez desaparecido el Estado que los defendía, la mayoría de ellos
pasaran a mejor vida.

Las asociaciones. El apelativo francés de «guildes» proviene del vocablo bajo-


alemán geldan, que se refiere, ya a la solidaridad pecuniaria del grupo, ya a la fuerza
que de su unión se deduce, ya a los banquetes rituales que en ellos tienen lugar.

Los monederos. Nos referiremos por fin a los «colegios» de monederos; de su


primitivo estatuto de esclavos, los monederos conservaron en el orden jurídico
incapacidades que ulteriormente habían de resultar magníficos privilegios: la exención
de servicio militar y de impuestos corrientes.

Sector Terciario

Los historiadores de la edad media exageraron el autoabastecimiento que existía por


parte de los feudos y en realidad la economía basada en el intercambio sigue estando
presente en Europa Carlomagno a través de los administradores evitaba la acumulación
de personas sin fines netamente comerciales , donde el trueque era la moneda de
cambio las pequeñas ciudades tenían un grupo de comerciantes que abastecían de
productos para sus necesidades existía un comercio de grandes distancias.

Los Productos De Oriente: joyas, tejidos valiosos y de seda, especies, papiro,


perfumes, todo cuanto podía deslumbrar a los soberanos y sus cortes, a unos cuantos
propietarios adinerados y a prelados todavía interesados por los bienes de este mundo, o
preocupados por el adorno de sus templos. Clientela reducidísima, cuyos fondos iban
menoscabándose cada vez más. En el siglo VII quedan unos pocos judíos, y aún merced
a una transformación de sus actividades, dedicándose al préstamo dinerario o
sencillamente al cultivo de la tierra.

Mercaderes occidentales: Pero aun antes del siglo vil aquellos orientales de
aspecto y costumbres exóticos no monopolizaban todo el comercio con zonas lejanas.
Había unos cuantos mercaderes francos que llevaban a los países eslavos y
escandinavos las espadas tan afamadas de su país, y que de allí regresaban con esclavos
que eran encaminados por mesnadas hacia la España musulmana.
Principios venecianos.: En los deltas y lagunas del norte del Adriático, donde los
habitantes de la tierra firme asolada por las invasiones habían buscado refugio, los
pequeños centros de Grado y Torcello, posteriormente islas venecianas, empiezan a
moverse. Los pescadores se convierten en vendedores de sal, llegando luego a alargar su
radio de acción hasta el Islam y Bizancio, donde intercambiarán maderas, armas,
esclavos, por productos orientales Primeros síntomas de prosperidad: en el siglo VI, se
edifican grandes estructuras como catedrales.

Los Frisones o Vikingos: A mil kilómetros en las tierras bajas, en alargadas de las
desembocaduras del Escalda y del Elba, el pueblo germánico de los frisones se apercibe
a inaugurar un destino aún más nuevo. Lanza por mares y ríos que nunca conocieron un
tráfico serio sus quebradizas embarcaciones. En el siglo VII ya, todo el comercio
marítimo de Inglaterra se encuentra monopolizado por los frisones. A ella exportan los
primeros paños de los Países Bajos difunden los productos de la artesanía anglosajona
(objetos de bronce, abrigos, telas); seguramente fueron ellos los que trajeron al
Continente las burdas monedas inglesas, las sceattas, que se han encontrado en todas
partes por Francia. Convertidos al Cristianismo, integrados en el imperio carolingio.

Comercio terrestre: El tráfico terrestre se presenta más arduo y más arriesgado aun.
Las carreteras romanas, menos solidas de lo que se suele pensar, mal conservadas, si es
que se ponía en ellas algún cuidado lo que distaba mucho de ser la norma , no eran
sino vías de difícil tránsito, se observa que atravesaban zonas inmensas, completamente
salvajes, cubiertas de bosques, Los puentes faltaban por doquier o estaban amenazando
con derrumbarse, A lo que debía añadirse la inseguridad: los bandoleros por un lado
quienes parecía perfectamente lícito el desvalijar al extranjero sospechoso. Vida dura
era la de los mercaderes, que más bien parecían vagabundos, siempre por esos mundos
dejados de la mano de Dios sin embargo, había hombres que se metían en esas
aventuras.

Mediocridad de los trabajos intelectuales: Rendimiento débil del trabajo agrícola,


decadencia de las ciudades, derrumbamiento del Imperio romano: todo conspira a una
regresión de la cultura que, durante siglos, pone al trabajo intelectual en condiciones
nada agradables en las ciudades, como encogidas, las escuelas van enrareciéndose cada
vez más durante los siglos V y VI. Parece que desaparecieron primero los colegios
públicos. Pero ocurre que los pedagogos privados son bastante flojos. La gramática, el
razonamiento y el de expresarse son objeto de una enseñanza que hace temer por su
perecimiento, a la larga, a copia de desatenciones La situación es algo mejor en España
y sobre todo en Italia donde fueron varios los soberanos barbaros que consideraron
como un importante florón de su corona el titulo oficioso de protectores de la cultura
romana. La enseñanza romana trataba de formar magistrados, abogados,
administradores, médicos, no había autentica justicia ni administración genuina ni casi
puede hablarse de una verdadera medicina. La Ley trata, ante todo, ofreciendo al más
justo indemnizaciones calculadas, de disuadir a las víctimas o sus parientes de echar
mano de la venganza.

En cuanto a la cuestión de la culpabilidad, queda resuelta mediante el juramento


solemne y publico del acusado y de quienes juran con él, debiendo estos ser traídos por
aquel en número preceptivo. También cabe que el acusado sea sometido a las ordalías (o
juicio de Dios) Tan rudimentaria como la justicia es la administración: se reduce a unos
cuantos despachos donde trabajan clérigos, a falta de otros más instruidos.

La noción de Estado, la del bien público a los servicios que debe prestar y, por tanto,
de las obligaciones de que es aquel acreedor frente a sus súbditos, va esfumándose, Los
soberanos consideran sus territorios como bienes de familia, patrimonio que parcelan a
su antojo. El obispo Gregorio de Tours se vanagloria de haberse opuesto a la percepción
de un impuesto en su ciudad. Ningún privilegio hay más anhelado que el de la
inmunidad. El esfuerzo de Carlomagno por restablecer una administración digna de tal
nombre quedó, salvo en algunos aspectos más bien recortados, en agua de borrajas.
En cuanto al acervo intelectual de los pocos médicos que todavía existen, hay que
convenir que era de lo más reducido. Muchas de sus recetas deben su contenido a la
magia. En algunos centros antiguos conocidos por sus termas, como Salerno, en Italia,
se conserva cierta tradición médica.
Los judíos pueden enorgullecerse de contar entre los suyos con los galenos menos
deficientes. Pero la enseñanza de esta medicina queda reducida a la transmisión de unos
cuantos procedimientos empíricos.
Importancia De Los Monasterios: con esto llegamos a un fenómeno esencial: en un
mundo inculto y salvaje, los monasterios se han visto atribuir el papel de conservadores
de la cultura, auténticos oasis del trabajo intelectual. Los fundadores del monacato, sin
duda, no habían querido ni previsto semejante función. Muchos eran los que, entre ellos,
no daban sino muestras de desprecio hacia las historias vulgares constituían la textura
profana de la cultura antigua.
El trabajo tenía por función la de prevenir el ocio y la vagancia, el trabajo intelectual
estaba al servicio la lectura divina para leer, entender y meditar las Escrituras, había que
saber algo de gramática latina. Todo monasterio necesitaba, pues, su escuela interior y
su biblioteca, lo que suponía a su vez la existencia y el trabajo de los copistas.

El Ejemplo De Inglaterra: los monasterios se vieron naturalmente encomendadas


nuevas tareas. Cuando la Santa Sede encomendara a los monjes benedictinos la
conversión de la Inglaterra anglosajona, de formar un clero autóctono de la zona . Había
que sacarlo de la nada. Un griego, Teodoro de Tarso, convirtió Canterbury, de la que
había sido nombrado arzobispo, en importante centro de enseñanza. Uno de sus
compañeros, Benito Biscop, fundo en el norte de Inglaterra los monasterios de
Wearmouth y Jarrow, y acumulo en ellos manuscritos comprados o copiados en Roma y
diversos centros: textos religiosos, pero también escritos profanos.

El Renacimiento Carolingio Cuando Carlomagno quiso elevar el nivel de


instrucción de los clérigos y multiplicar a tal efecto los colegios episcopales y
monacales, tuvo que apelar a hombres llegados de Italia, España y sobre todo de
Inglaterra el del renacimiento carolingio, según se lo llamó, fue un alumno de la escuela
de York, Alucino. La tarea planteada requería la transcripción de innumerables
manuscritos para poder proveer a los colegios tuvieron que organizar talleres de
copistas junto a monasterios e iglesias. Hubo que reformar y hasta simplificar la
escritura, que se había deformado y recargado durante los siglos anteriores: aquella
minúscula Carolina, fruto de los esfuerzos caligráficos de muchos monjes, había de
permanecer a la base de nuestros modernos tipos de imprenta.

Intelectual Del Siglo IX :humanista, apasionado por el trabajo intelectual, es Loup,


que ejercía sus funciones en la localidad de Ferrieres, en el Gatinais, cerca de
Montargis, entre 840 y 862. Su correspondencia nos lo muestra lleno de respeto por la
ciencia, que merece que se la codicie por si misma le vemos intercambiando preguntas y
respuestas con los amigos ilustrados con que cuenta aquí y allá, reclamando manuscritos
para mandarlos copiar, y para compararlos con los que posee en Ferrieres y corregir
estos mediante aquellos. Pero se queja de no haber recibido una formación sólida para
nosotros en forma la idiosincrasia y la naturaleza de la época eran los obstáculos que
por aquel entonces se oponían al desarrollo del trabajo intelectual.

La reflexión sobre la sociedad: Las condiciones que acabamos de describir antes


llevaron a los pensadores a reflexionar acerca de la sociedad, el trabajo, la importancia
del dinero, Cualquier ascenso en la escala social parece pura locura. Cada cual debe
Conformarse al tipo de vida que le fuera adjudicado junto a la cuna en que naciera. Bajo
el apelativo de siervos, que son los que trabajan. Los reúne a todos a los trabajadores,
Se entiende entremezclando desprecio y conmiseración Proporcionar, Oro, alimento
y vestidos a todos, tal es la obligación de la clase servil esta Clase desafortunada no
posee nada que no sea comprado mediante un trabajo Penoso.

Un trabajo mal diferenciado, y sobre todo agrícola, imposible de disociar de la


servidumbre y de la miseria en un mismo destino sin esperanza alguna en este mundo a
la inmensa mayoría de la población sobre el dinero. Así que el trabajo no es un factor de
ascenso social, ni tampoco motivo de consideración. Cuando menos, y dejando a
clérigos y soldados fuera de la apreciación, se considera que el trabajo, comprendidas
sus formas más duras, es el único medio honrado de ganarse la vida y la única fuente del
valor.
No hay que insistir mucho acerca del poco lugar que en semejante medio económico
se deja al crédito; no existe ni puede existir más que un solo crédito de consumo el
desgraciado acorralado en la miseria toma a préstamo los pocos dineros o los escasos
víveres de que precisa, cuando no prefiere hacer entrega de su propia persona a la
voluntad de algún poderoso exigir la devolución de lo prestado es beneficiarse de la
desgracia ajena. Pero el propio dinero se les antoja estéril. Además, atendida su escasez.
Los que tienen intereses criminales el Imperio bizantino, donde las condiciones son
distintas, nada parecido ocurre, y allí todo se limita a la exigencia del respeto Una
división del trabajo todavía anquilosada, apenas esbozada. Un rendimiento del laboreo
agrícola — con mucho el más importante— catastróficamente mediocre. Una falta de
víveres que limita sin transigencias de ninguna clase el incremento de la población.
Primer Arranque Del Trabajo En La Europa Cristiana

El auge demográfico:
Este fenómeno al que a decir verdad resulta casi imposible poner una fecha precisa
de comienzo consta, entre otras, de una faceta que llama poderosamente la atención la
de la multiplicación de la especie humana. Las viejas ciudades embotadas dentro de sus
estrechos recintos, dan luz a suburbios en que se desarrolla una actividad febril, hasta
que nuevas murallas han de edificarse para proteger a aquellos hombres que vienen de
numerosas tierras, de lugares y regiones de todas clases, unos con sus bienes, y otros,
por no tenerlos pueblos que antes no existían empiezan a elevarse en torno a
monasterios y castillos, logrando algunos la dignidad bien merecida de ciudades: ahí
tenemos a las Villanueva, Neuburg, Newton, etc. Nunca hubo tantos brazos talando
bosques tan antiguos, secando pantanos, cultivando nuevas tierras. Las cifras precisas
no están en nuestro poder. Al no haber llegado a nosotros, tenemos que dejarlo todo en
conjeturas; creemos que Francia contaba a comienzos del siglo XIV con unos 20
millones de habitantes: su población sería pues dos veces la que cuatro siglos antes. En
menos tiempo Inglaterra había multiplicado el número de sus habitantes más de tres
veces: había pasado de 1.100.000 habitantes en 1086 a unos 3.700.000 hacia 1340. Los
documentos no dejan de dar cuenta, a millares, de este crecimiento urbano aunque una
medición fidedigna falte, la realidad no ofrece dudas.
Este incremento de la masa humana es al propio tiempo una formidable demanda de
alimentos, de vestidos; son casas y más casas por construir, iglesias que deben ser
ensanchadas, cuando no hay que crearlas. Es también una amplia reserva de mano de
obra para los nuevos trabajos en perspectiva. Redunda en una atmósfera de confianza en
el porvenir, un optimismo que conduce a una generosa concepción de los nuevos
recintos urbanos, y de iglesias cada vez más altas, marcándolo todo con la impronta de
la expansión. Por otra parte, ahí tenemos a grupos humanos multiplicándose y operando
un mutuo acercamiento en superficies otrora cubiertas de bosques y de eriales. Entre
estos grupos, las relaciones se estrechan, los intercambios abundan. La división del
trabajo va precisando sus dintornos.
Marcos sociales: Nos encontramos, pues, con que el trabajo es demandado,
estimulado, con lo que se le hace más fácil. ¿En qué marcos sociales va a operar? La
célula de base sigue siendo el señorío. Algunas veces no es más que la continuación de
una de aquellas grandes posesiones que dejamos descritas. Otras veces un jefe somete a
condición de vasallos suyos, beneficiando de la descomposición del poder público,
pueblos o grupos humanos que no dependían aún de sus predecesores. Muchos de estos
señoríos son establecimientos eclesiásticos: iglesias, viejas abadías benedictinas,
monasterios creados en el fondo de un bosque o en el corazón Allí, propietarios abiertos
a los tiempos recientes, y que saben atraer a los roturadores mediante la concesión de
toda suerte de ventajas, y que protegen caminos y mercados para enriquecerse ellos
mismos merced a algún pontazgo bien colocado.

Ciudades y Estados: Pero también otros marcos sociales cobran o recobran una
importancia sobresaliente. Las ciudades se ensanchan a veces o se construyen en tierras
pertenecientes a varios señoríos; poco a poco van consolidando su unidad. La mayoría
de estas urbes, ya mediante la fuerza, ya por el conducto de la negociación, obtienen
franquicias que favorecen el trabajo de sus moradores. Son muchas las que reciben el
derecho de administrarse a sí mismas y de este momento sus magistrados y concejos
serán los
Grandes legisladores industriales y mercantiles. El resurgir de los Estados es otro de
los grandes rasgos de esta época. Es muy lento. Empieza produciéndose en territorios
bastante recortados, donde las condiciones históricas lo impulsan. Ocurre unas veces en
beneficio de Estados nacionales, como es el caso de Inglaterra, o al amparo de grandes
señoríos, como acontece en Francia y en Alemania. Pero la intervención de estos
Estados en los problemas laborales es todavía por demás reducida.

Problemas de energía: Para colmar la demanda creciente de productos, y debido a


la desaparición practica del trabajo de los esclavos sigue habiendo algunos esclavos,
pero no pasan de ser una curiosidad, como aquel negro que en el siglo XII poseía el
obispo de Laon, Gaudry, que tuvo que luchar contra la ciudad alzada en comunidad, se
buscan los medios más eficaces que permiten utilizar las fuerzas naturales colocadas a
disposición del hombre.

La fuerza del agua: La fuerza del agua: ya dejamos apuntados los progresos del
molino de agua en los primeros siglos de la Edad Media. El gran período de su
expansión debe centrarse, con toda probabilidad, en los siglos XI y XII. A finales del
siglo XI lo sabemos gracias a una especie de inventario que Guillermo el Conquistador
mandó hacer de su nuevo reino Inglaterra contaba con 5.624. Se trataba de molinos con
ruedas verticales Verdad es que los patronos de las embarcaciones fluviales protestaron,
Aunque vanamente, contra la novedad que venía a entorpecer su paso también se
aprendió a sacar partido de los molinos, y no sólo para moler el grano y la casca de los
curtidores, o las semillas aceiteras. Se trataba de transformar el movimiento continuo de
la rueda en un movimiento discontinuo. Ello se logró disponiendo sobre el árbol motor
alabes gracias a los cuales se accionaba el mango de un utensilio al que su peso o un
resorte reintegraban a su postura primitiva.

La fuerza del viento: Allí donde el clima no se prestaba al empleo del molino de
agua, o para completar la acción de éste, surge el molino de viento. Parece que proviene
de los países del Islam, concretamente de las mesetas del Irán. Es seguro su paso por
España, en el siglo X en Cataluña. En el siglo XII lo encontramos por toda Francia. Los
molinos de viento que nos llegan por el conducto de testimonios del siglo xm están
montados sobre
Enormes trípodes de madera sobre los que giran colocando sus aspas en la dirección
del viento. También los marineros aprenden a utilizar mejor el viento. La vela latina, de
cuya existencia dimos cuenta refiriendo sus orígenes bizantinos, es adoptada por las
naos italianas ya en el siglo XII. El viento podía empujar navíos grandes tanto como
pequeños. Pero resultaba imposible beneficiarse plenamente de él mientras las
embarcaciones tuviesen que dirigirse mediante pesados remos colocados en la popa.

La fuerza de los animales. : Y para terminar, la fuerza de los animales no parece


que la Antigüedad hubiese conocido, ni en todo caso utilizado normalmente, la
herradura de clavos, que proporciona al caballo un mejor apoyo en el suelo. Su sistema
de enganche, ante todo, era mediocre: a las correas que oprimen el pecho del animal se
sustituye el cabestro con armazón rígida que se apoya en los hombros. Su capacidad de
tracción queda notablemente incrementada. Y en adelante resulta posible la
combinación de enganches de frente o en fila Lo dicho. Pero si recordamos la
introducción de la silla de montar, de las espuelas, del bocado de riendas, que hace del
corcel una caballería de combate, imponiendo por muchos siglos la primacía de las
tropas de a caballo, podemos afirmar que se trata de una verdadera promoción del
caballo al rango de auxiliar del hombre.
Madera, metal y piedra: Todos estos progresos interesan a la producción de fuerza
motriz. Se refieren tanto al trabajo agrícola, como al de artesanos y mercaderes. Por eso
los hemos referido desde el principio. Hemos de añadir que en esta fecha aconteció una
importante transformación en lo referente a la utilización de la materia prima por el
hombre. Hemos señalado anteriormente la amplitud de los bosques en la alta Edad
Media y los múltiples aspectos que revestía el uso de la madera: casi sería posible de
hablar de una era de la madera. Pero en algunas regiones por lo menos, la intensidad de
esta explotación, unida al desbrozo continúo, acabaron por hacer escasear esta materia.

Empiezan también a hacerse claros sus principales inconvenientes resulta que el


recurso complementario al metal o la sustitución total por él proporciona utensilios
agrícolas más eficaces; las ciudadelas de madera, los techos de iglesia de madera,
corrientes hasta el siglo XI son presa fácil de los incendios, con la consiguiente
inseguridad, y los arquitectos van a poner todo su empeño en sustituirlos por mansiones
Y bóvedas de piedra.
Capítulo primero
Trabajos Y Roturaciones De Los Campesinos

Progresos De La Técnica Agrícola: La agronomía clásica los romanos habían


elevado el conocimiento del trabajo agrícola a la dignidad de una verdadera ciencia: la
agronomía. Los tratados de Varrón, Columela, nos dan a conocer todo un acervo de
procedimientos adaptados a la zona mediterránea y muchas veces de gran perfección.
Todo lo que esta agricultura encerraba de experiencia campesina se conservó
probablemente a través de los avatares de las invasiones. Más tarde, los autores
medievales recogieron, y alguna vez completaron, las enseñanzas de los agrónomos
romanos
Agronomía y empirismo: Mientras tanto, se planteaban a los campesinos de Europa
del Noroeste otros problemas, y otras eran también las posibilidades que se les ofrecían.
El arado clásico no convenía a sus suelos profundos y pesados. Los agrónomos romanos
habían concebido las ventajas de la rotación de cultivos trienal, pero la sequía de los
veranos mediterráneos les habían impedido una aplicación sistemática de este medio.
Hubo, por tanto, que desarrollar una nueva agricultura, no sin la ayuda de tradiciones
mantenidas desde los tiempos prehistóricos, pero también a copia de tanteos, de
adquisiciones prudentes, mediante esa lentitud en la que nos resulta muy fácil de
denunciar la rutina, pero que era el reflejo de gentes que se jugaban la existencia en sus
experimentos. También en este caso, los frutos de los esfuerzos han quedado
patentizados para la posteridad en diversos tratados. Los más importantes nos llegan de
Inglaterra: ya por aquel entonces asomaba en este país, tan poco poblado, tan arcaico en
muchos aspectos, ese gusto por el progreso, que le dará el privilegio de realizar antes
que cualquier otro sus revoluciones agrícola e industrial.

Progresos del herramental: Progreso importantísimo, y determinante de toda una


secuencia de progresos consiguientes, fue el del desarrollo de la utilización del hierro en
el herramental campesino. Es probable que pudieran ponerse los primeros peldaños
mediante una encuesta paciente por los textos más antiguos. En todo caso, M. Duby ha
observado que el inventario del señorío real de Annapes (ubicado cerca de la región de
Lille), menciona muy pocos utensilios de metal a fines del siglo VIII.

El arado: Es este el instrumento de labranza que más evoluciona dejemos a uno de


sus mejores especialistas la descripción y la explicación de su sencillo desarrollo: de
unas orejas que faculten la expulsión de la tierra más allá del fondo del surco de lo que
el mismo logra, es con toda probabilidad el origen de la orejera. Nació esta idea en tierra
de miga en las que resultaba útil abrir un surco más profundo aun entonces, el trabajo
sigue haciéndose según el eje de la reja.
provisto de una sola oreja. Esta es ya una primera noción, aunque basta, de la
vertedera, la cual no se logra hasta que se obtiene una inflexión adecuada. Solo entonces
queda la tierra levantada por la reja revuelta sobre sí misma. La labrada se convierte así
en algo muy superior a lo que podía dar el arado. El surco no es ya un mero rasguño
superficial; es un verdadero remozamiento.
Trae a la superficie una parte profunda de la tierra laborable, la que las raíces de la
planta cultivada tocaron apenas, si es que llegaron a ella ofrece así nuevas posibilidades,
y estas se incrementan tanto más cuanto que la porción del suelo removida por el arado
se enriquece a menudo mediante la acumulación de sales nutritivas acarreadas por el
agua de infiltración. El instrumento asimétrico logra de este modo su equilibrio y de
rechazo el esfuerzo de la tracción es aminorado queda, sin embargo, el inconveniente de
que es más pesado, más embarazoso, y de que este instrumento sólo podía utilizarse en
regiones que disponían de animales de tiro más potentes que los que bastaban al arado
sencillo

No había de suplantar totalmente al arado primitivo, sin vertedera, el cual habría de


mantenerse, a modo de arcaísmo, en más de una región nórdica los campesinos
meridionales, donde las tierras bajas, más escasas, eran también más difíciles de ocupar,
debido a las crecidas de los ríos y a la malaria, permanecieron fieles al arado sencillo, de
mas fácil manejo, y que bastaba para suelos ligeros como eran los de sus colinas. Sin
embargo, gracias al nuevo arado, era posible toda una nueva gama de conquistas de
tierras: las tierras pesadas y densas de los valles inferiores, las tierras grasas de las
llanuras arcillosas y de las zonas pantanosas, tierras ricas en humus de los bosques los
paisas septentrionales, tan poco favorecidos hasta el presente, iban a descubrir
potencialidades agrícolas' insospechadas.

Otros utensilios: Merecen citarse otros progresos del herramental el empleo del
caballo hace posibles trabajos más rápidos, lo que tiene valor especial en paises donde
el tiempo nunca es seguro, y además porque faculta la multiplicación de las labores.
Otorga toda su eficacia a la atabladera, que los romanos no supieron utilizar, para cubrir
la siembra. La guadaña, merced a la cual la siega es más breve y menos cansada, gana
muy lentamente la mano a la hoz: esta conservaba la ventaja de cortar el tallo muy alto,
dejando luego la parte inferior para el ganado.

Los sistemas agrarios: estos progresos del herramental abren el camino a una
mejora de los sistemas agrarios. Hasta entonces los cultivos eran bastante anárquicos.
Demasiadas veces se limitaban a unas siembras temporales en quemada, sin ritmo
preciso. En las mejores tierras se practicaba el sistema de rotación bienal de los
romanos: un ano de trigos de invierno.
Tímidamente, según un criterio empírico, nada sistemático, de intercalar aquí o allá
cereales de primavera entre las dos fases de la rotación que acabamos de ver: la
mediocridad de una cosecha normal, pudo constituir un poderoso incentivo a estos
ensayos. La experiencia resultó harto beneficiosa: la humedad veraniega era provechosa
para las plantas, los riesgos, por otra parte, eran mejor repartidos y el trabajo se
distribuía más igualmente por todo el año además, a la cabeza de estos cereales
primaverales, estaba la avena, valiosísima para la alimentación caballar. Sin ella, el
ensalzamiento funcional del caballo a que antes nos referíamos no hubiera sido posible
como puede verse, todos estos progresos están íntimamente relacionados entre sí Pero
no debemos apresurarnos y hablar ya de sistema de rotación trienal regularmente
practicado. Esta sistematización no llegó hasta muy entrados los años. Pudiera ser que
los cereales de primavera fueran introducidos al origen en los grandes latifundios de los
monarcas carolingios y de las abadías del norte de la Galia en el siglo ix.

Los rendimientos: En cualquier caso, el sistema agrario enriquecido garantizaba una


productividad incrementada del suelo. La multiplicación de las manos —de los laboreos
sobre todo un uso más amplio de los Estiércoles animales, contribuían también a una
mejora de los rendimientos. Cierto es que resulta muy difícil precisar las cifras del
rendimiento. Da la impresión de que se avecinaban al dos por uno en el señorío real de
Annapes a finales del siglo viii, lo que no puede calificarse de exuberante. En los siglos
XII y XIII, el rendimiento había ascendido al cinco o seis por uno, lo que aún no era
nada merecedor de especial encomio, sobre todo teniendo en cuenta que estas cifras se
refieren a las mejores tierras.
Los Cultivos: Atendidas estas posibilidades, el número de plantas cultivadas por el
hombre en Europa se ha acrecentado muy probablemente. Los cereales seguían siendo
el cultivo predominante, y la base de la nutrición bajo la especie de formas heteróclitas
(pan, y también tortas, papillas). A las diversas especies de trigo, a la cebada, al mijo,
vienen a sumarse nuevos cereales que dan a la agricultura de la Edad Media una
fisonomía nueva e inesperada: la avena, despreciada por Virgilio y por Plinio como una
hierba vulgar, y que debía constituirse en alimento primordial para los caballos; el
centeno, cuya resistencia lo impuso primero en Europa del Norte y que ulteriormente
se difundió por Francia y por Italia. También habían de desarrollarse algunos cultivos
industriales, eco natural de diversas necesidades crecientes: tal es el caso del cáñamo,
aún mal conocido en la Antigüedad romana; las plantas tintoreras, especialmente el
glasto o pastel de tintoreros, del que se sacaba un tinte azul, y que había de afincarse en
una serie de regiones perfectamente delimitadas: Picardía y Turingia. El lúpulo fue
ganando terreno muy lentamente ya que hasta años más tarde no se acudió a él para la
elaboración de la cerveza.
La horticultura: Hay que insistir en la importancia peculiar de la horticultura. Cada
terruño campesino constaba, lindando con la mansión, de un cercado al que el
cultivador reservaba sus cuidados más reiterados y que abonaba con frecuencia. Las
parcelas cultivadas, desperdigadas en torno a los grandes recintos urbanos, y hasta en el
interior mismo de las ciudades, eran un esbozo tímido de los futuros suburbios de
huertos: horticultores, hortelanos formaban a menudo en la población urbana una
categoría tan acomodada como numerosa.
La ganadería en Inglaterra: Añadamos, sin echar al olvido la insuficiencia de su
ganadería en términos generales, que la Europa del siglo XIII tenía ya regiones
especializadas en cierto tipo de ganadería. Toda una parte de Inglaterra se había
centrado en el ganado lanar, estimulado en ello por la demanda de lana que provenía de
los Países Bajos y también, luego, de Italia los borders escoceses y del País de Gales,
pacían rebaños de ovejas con lana corta la cual, cuando se la cardaba, servía para la
fabricación de paños de textura gruesa. Se reservaba a las ovejas de lana larga cuya
lana, después de peinada, había de transformarse en paño más ligero
España tenía sus zonas ganaderas, un tanto distintas.
Fueron el resultado logico de la reconquista cristiana, cuyos progresos
fueron especialmente rapidos durante la primera mitad del siglo xm. Entre
1212 y 1235, las mesetas áridas de la Mancha y de Extremadura, durante tantos
lustros abandonadas y convertidas en tierra de nadie, semidesértica entre Estados
cristianos y Estados musulmanes, aquellas mesetas que sus tropas atravesaban en
sucesión continua para dar cumplimiento a esas algaradas de las que tornaban cargadas
de botín, cayeron en manos de los reyes de Castilla.
Los Señores: En la época carolingia, el gran propietario era al propio tiempo el jefe
de una explotación organizada de cara a la valoración y puesta en cultivo de la parte que
se reservaba, y también en vistas a la satisfacción, cuando menos parcial, de las
necesidades elementales del grupo humano establecido en derredor suyo. La evolución
ulterior ha aflojado o quebrado los lazos de unión de la época precedente. El campesino
se ha reservado cada vez más para el cultivo de sus fajas propias.
Esta opinión se basaba en la creencia, hoy definitivamente refutada,, que en aquella
época se operó una reducción general de la reserva. Antes bien, hemos visto que la
mayoría de los pequeños señores parecen haberse quedado junto a sus posesiones,
haberse ocupado de su explotación, tratando de sacar de ella, y del trabajo ajeno, nuevos
beneficios, acorde a los progresos técnicos.
Los monjes de Cluny, descontentos ante la evolución seguida por la Orden,
indignados por el brillo excesivo de su liturgia, sublevados por su insuficiencia de
ascesis, decidió obrar un retorno a la norma estricta de san Benito y considerar como
prohibido todo cuanto no estuviese explícitamente previsto. El grupo se retiró al centro
del bosque de Citeaux, no lejos de Dijon, y puso sus principios en aplicación. La
adhesión de un joven caballero, Bernardo de Fontaine (el futuro san Bernardo)
acompañado de unos treinta allegados suyos, iba a proporcionarle un nuevo impulso.
La configuración de la servidumbre: En el siglo ix los textos distinguían
perfectamente dos clases de hombres: los libres, que participaban en las instituciones
públicas del reino franco, y los esclavos, que estaban excluidos de ellas. Luego, ambos
estatutos fueron confundiéndose lentamente en un estado nuevo, que en el siglo xn
acabó por comprender seguramente a la gran mayoría de los campesinos: la
servidumbre. La atenuación de la esclavitud, la descomposición de las instituciones
públicas, y la sumisión de todos, descendientes de esclavos como descendientes de
hombres libres, al del señor, contribuyeron a esta evolución.

Esta pertenencia a un amo, pertenencia heredada, por otra parte, puesto que el hijo
queda marcado por ella desde la gravidez de su madre, es precisamente lo que
constituye la esencia de la servidumbre. Es ella la que acarrea consigo la no-libertad, y
las concomitantes incapacidades, fundamentalmente la que le hace inepto para
convertirse en clérigo sin previa emancipación, imposibilidad ésta solemnemente
afirmada en el plano teórico. Y es que las cargas que los historiadores han presentado
tradicionalmente como características de la servidumbre
 pago anual de un censo no muy alto
 que implica reconocimiento
Prohibición de matrimonio entre siervos de señores distintos, salvo en caso de pago
de una multa probabilidad sobre otros que no fueron siervos. En cuanto a la obligación
de
la gleba, solamente aparece con posterioridad, en el siglo x iii, cuando habiéndose
vuelto la tierra más escasa que los hombres, podía imponer el señor a algunos de sus
tenedores un reconocimiento de servidumbre en razón de las parcelas sobre las que
habían solicitado su afincamiento: servidumbre adquirida, real, frente a la servidumbre
de la sangre.
Servidumbre y esclavitud: En lo esencial, la servidumbre estaba todavía bastante
cerca de la esclavitud, podrá decirse: en ambos casos, y sin haber sido parte para ello,
 un hombre es propiedad de otro
 las relaciones entre señor y siervo hubieron de ir marcadas por una
dureza de la que seguramente habían carecido las relaciones entre amo y
esclavo.
Sin embargo, existen diferencias de todo punto esenciales: el siervo podía poseer
bienes legalmente y hasta ser propietario de ellos. Gozaba de independencia jurídica:
quien le lesionara debía indemnizarle al mismo tiempo que al señor. En términos
generales sus relaciones con éste se regulaban, no sobre la base de la arbitrariedad del
amo, sino en un marco referencial de señorío.

Los beneficios del trabajo campesino: No cabe duda de que los beneficios del
trabajo campesino fueron a parar en una proporción muy elevada a otras manos que las
del propio labrador. La sociedad estaba organizada en vistas a esta apropiación en
beneficio de angostas categorías sociales que en conjunto prescindían de todo trabajo
manual: los señores laicos y eclesiásticos. Sin embargo, también se beneficiaron los
campesinos de los progresos en el rendimiento y de la ampliación de las superficies
cultivadas el conjunto del mundo campesino pudo, podemos afirmarlo casi a ciencia
cierta, elevarse hasta una situación menos precaria. Salvo en las regiones atrasadas y
desprovistas de ciudades, la mayoría de los campesinos dispusieron de excedentes de
producción que eran encaminados hacia los mercados obligatorios entre estatuto
jurídico y nivel de vida. Han sido muchos los campesinos libres y pobres, muchos
también los siervos acomodados. Sin embargo, sobre todo en el siglo XII, ha sido cada
vez más sentida como una lacra de inferioridad social por su parte, los señores, cada vez
más escasos de dinero para su vida de un lujo creciente, estaban dispuestos con
frecuencia a vender la libertad. Los reyes de Francia especialmente, cedieron la libertad,
no solamente a familias, sino también a pueblos enteros. Y con esto llega el momento
de constatar las reservas acumuladas en ciertos hogares que podían dar por esta libertad
cantidades superiores a
las mil libras. La servidumbre desapareció en ciertas regiones de Francia: en casi
toda la cuenca parisina y en varias zonas del Languedoc. Lo mismo puede decirse de los
Países Bajos. En Alemania, el progreso de la libertad se debía sobre todo a las encuestas
realizadas entre los campesinos, para fijar tras ellas sus deberes para con los señores.
Capítulo II
RENACIMIENTO DE LA ARTESANÍA
LA MEJORA DE LAS TÉCNICAS ARTESANAS
Vuelta a las fórmulas antiguas ya vimos desde la época carolingia antologías de
recetas artesanas de origen helenístico o romano circulando trabajosamente por Europa
Influencias orientales: el cuero el Occidente ha sacado partido de la experiencia
adquirida por los artesanos del Islam y de Bizancio así, los artesanos de Córdoba habían
ajustado un conjunto de procedimientos que darían celebridad al cuero trabajado
español: utilizaban pieles de carnero, las curtían con zumaque y, después de haberlas
curtido en blanco, las acababan dándoles aspectos variados, cueros dorados, cueros
teñidos con quermes.
La seda: Otro ejemplo que podemos aducir es el del trabajo de la seda. Los árabes lo
implantaron en Sicilia. Cuando ésta pasó a manos de los normandos, los nuevos dueños
trajeron a la isla, además, a artesanos bizantinos. Desde Sicilia estas técnicas pasaron a
Italia continental y Lucca se convirtió en el siglo XIII en su centro más brillante.
 La cristalería. Venecia había de ser el epicentro de otro renacimiento: el
de la industria del vidrio. Los cristales fabricados en Europa occidental eran por
lo general bastante bastos, mezclados con impurezas que no perjudicaban el
aspecto de los vidrios planos utilizados para las vidrieras, pero que se adaptaban
muy mal a la fabricación de vasijas y demás objetos.
La manipulación de los minerales: Junto a estos éxitos incontrovertibles, ciertas
técnicas permanecían en la más gris mediocridad. Tal era el caso de la manipulación de
los metales. En cuanto a la producción del hierro, seguía empleándose el procedimiento
llamado catalán. El hierro se producía directamente, a base del mineral amontonado en
capas alternadas con carbón de leña, en un agujero en forma de tronco de cono,
profundo, de un metro aproximadamente, y con la parte interior tapizada de ladrillo.

El trabajo de los textiles: Pero las grandes industrias de los siglos XII y XIII son las
textiles, y sobre todo la fabricación de los paños de lana. El rasgo más característico es
en este caso el de
 la división del trabajo en una serie de operaciones complementarias y
especializadas.
 La primera serie consiste en la preparación de la materia prima en vistas
a la operación de la tejedura: hay que lavar la lana, trillarla, de modo que quede
descartada la lana demasiado gruesa, y también los residuos, en calidad de borra.
El baqueteo de la lana hace posible la separación de las vedijas demasiado
cortas, que caen debajo de la rejilla.
 Luego llega la hora en que se engrasa la lana con mantequilla, operación
llamada droussage en Flandes; cuando no se lleva a cabo esto último, se fabrica
pañería seca, en contraposición a la «untada» o grasa.
El teñido: las operaciones del teñido pueden intervenir ya en este Momento, ya antes
de la textura. Cuando se llevan a cabo en el propio hilo se habla de tejido en lana suele
ser éste de calidad inferior porque el hilo teñido se manipula con menos facilidad.
Una pequeña revolución industrial en Inglaterra :La tarea del batanero, que tenía
que enfurtir el tejido con sus pies, dejando recaer sobre él todo el peso de su cuerpo, era
especialmente penoso.
Fue, pues, un progreso apreciable el poder sustituir sus pies por dos mazos de
madera accionados por el árbol de un molino. La mención más antigua que tenemos de
una máquina de este tipo es seguramente de un documento normando de finales del
siglo XI
La mejor situación para estos molinos eran las orillas de los ríos caudalosos,
regulares y rápidos el norte y el oeste de Inglaterra respondían mejor a estas
condiciones. Hasta este momento los centros de la pañería inglesa eran las ciudades del
este: York, Be ver ley, Lincoln, Stamford, Londres. Ahora se desplaza estamos en el
siglo XIII de levante a poniente, y de las ciudades hacia el campo. Se establecían en los
pueblos pequeñas colonias de artesanos que rodeaban los malinos batanes. Mientras
tanto el número de trabajadores textiles no dejaba de disminuir en las ciudades. Todo
ello, frente a las consabidas resistencias en 1298
Marcos Y Remuneración Del Trabajo Artesano
Ciudades y campo: Lo más probable es que el principal desarrollo de la industria
aconteciera fundamentalmente en las ciudades en plena expansión. Agrupada bajo la
protección de un castillo o de un monasterio, o en el cruce de varias carreteras, o
también atraída por los privilegios reconocidos a una creación cualquiera, la población
urbana hallaba en tales condiciones una ocupación natural. Abundan relativamente los
documentos que nos muestran los problemas planteados por la organización y la
industrialización de un señorío otrora rural: los servicios y los cánones acostumbrados
ya no corresponden en la actualidad a las actividades de sus moradores, quienes todavía
se hallan a salvo de nuevas exacciones.

En 1060, el Consejo de Conan II, conde de Rennes, a solicitud de los monjes de Saint
Sauveur de Redon, fija tributaciones que desde este momento habrán de ser
percibidas en la ciudad en gestación, y que gravan la venta de tejidos, el trabajo de los
zapateros, de los fabricantes de correas, de los guarnicioneros. Este es un ejemplo entre
tantos
creamos que en realidad la justifique totalmente. Con la salvedad del caso de las
grandes metrópolis industriales (y aún en éstas podría ponerse en tela de juicio esta
aseveración) subsisten en las ciudades medievales amplios remanentes de trabajo rural.
Las menciones hechas a las profesiones y oficios no deben engañarnos: de hecho este
tejedor o aquel zapatero dividen su tiempo laboral entre el pequeño taller urbano y sus
aranzadas de tierra y de viña, conservadas o adquiridas en las afueras o en algún pueblo
de las cercanías. Y muchas veces es seguro que la gran masa de trabajadores sin
calificar, braceros y peones, se compone de jornaleros que ganan duramente su pan
cotidiano en las propiedades burguesas: casi podría hablarse de un proletariado agrícola
de las ciudades a menudo integrado por millares de hombres.
Artesanía rural: Tampoco el trabajo artesano está ausente en el campo. En más de
un señorío los objetos de primera necesidad siguen siendo fabricados in loco. Los
monasterios continúan con frecuencia siendo pequeños centros industriales.

Deseaba consolidar los servicios que le rendía un artesano, su idea natural consistía
en remunerarle según era costumbre por igual cantidad de prestaciones militares,
administrativas y agrícolas, mediante la concesión de un beneficio, feudo o tenencia, o
también prestimonio. Afianzadas en el campo, estas costumbres se conservaban en la
ciudad.
En las obras: Trabajos hay que exigen la presencia en el tajo, en la obra:
 tal acontece con carpinteros, albañiles y demás ramos de la construcción.
El que acude a ellos en busca de sus servicios, puede escoger entre
Varias soluciones:
 puede contratar de antemano un precio fijo con el artesano quien, a
cambio de una cantidad a tanto alzado, la entrega de las materias primas y de
víveres un cerdo salado, un tonel de vino, se compromete a llevar a cabo la tarea
dentro de un plazo determinado, utilizando en ella cuanta mano de obra necesita.
En el taller: El trabajo en el taller es el más corriente. El maestro artesano es el
protagonista en este nuevo decorado, rodeado por un pequeño número de criados y
aprendices: un promedio de dos o tres. Es un pequeño productor independiente que
trabaja directamente para su clientela, es decir, al mismo tiempo obrero y negociante.
Lo más corriente es que compre él mismo su materia prima y venda, exponiéndolos al
público, los objetos fabricados por él bajo la mirada del cliente. Un empresario
capitalista en el año 1285 moría en Douai un rico mercader en paños, Maese Jehan
Boinebroke. Nueve veces durante su vida había compartido, en su función de escabino,
los honores y las responsabilidades del poder municipal. Dejaba una importante fortuna,
en gran parte invertida en tierras, en propiedad inmobiliaria en general, y en títulos de
Crédito. Antes de transmitir la herencia a sus cuatro hijos, sus dos albaceas
testamentarios hubieron de pagar sus deudas y de enmendar los entuertos por él
causados. Ante ellos comparecieron una serie de agraviados de los que un notario
anotaba las declaraciones, seguidas de la decisión adoptada.
Italia: En Italia, la gran industria del paño empezaba a constituirse en el siglo XIII las
lanas llegaban de Borgoña, de Pro venza y, sobre todo, del Mogreb, y les faltaba la
finura de las lanas inglesas. Los artesanos agrupados en Florencia en una calle que en
otro tiempo había gozado de más bien mediocre reputación, y conservaba de su pasado
lacrado el nombre de Calimala, importaban paños franceses a los que hacían pasar por
un apresto suplementario antes de volverlos a encaminar hacia el Oriente Medio.
Luego, a últimos del siglo xm, los mercaderes florentinos van personalmente a
Inglaterra, donde se convierten en los hombres fuertes del mercado lanar.

LA CONSTRUCCIÓN DE LAS IGLESIAS


Motivos de las construcciones Éstos, los antiguos, eran con frecuencia hijos de
técnicas constructivas bastante elementales. Muchas de sus partes, sus coberturas sobre
todo, de
madera ellas, habían sido pasto de las llamas en invasiones e inseguridades.Cuántas
Vidas de santos obispos y abades nos los muestran atareados en levantar algún que otro
santuario derruido! Se concibe fácilmente que los esfuerzos prístinos fueran dirigidos a
resolver el problema de la cobertura de piedra: como sabemos, de ellos nació el
desarrollo experimentado por el arte románico y el gótico. Iglesias más sólidas, pues,
pero también más grandes, de mayor cabida, porque el incremento demográfico lo
requería. Y cuando se creaba algo nuevo, mejor era concebirlo con amplitud de miras.
Así se explica, y no de otro modo, el contraste, que todavía hoy nos extraña
sobremanera, entre esta iglesia monumental, prevista para una ciudad, y la aglomeración
circundante que no pasa de la fase de villorrio.
Del capataz al arquitecto: Los artesanos empleados en las obras de las iglesias eran
por definición esencial gentes errantes. Ciertas regiones privilegiadas, como Lombardía,
abastecieron en hombres de esta clase a toda Europa. A comienzos del siglo xi, san
Guillermo de Volpiano, benedictino nacido en la región de Novara, emprendió con la
ayuda de albañiles lombardos la construcción de la iglesia de la abadía de San Benigno
de Dijon. Estos hechos, y otros similares, dan perfecta cuenta de la difusión que
alcanzaron ciertos tipos y fórmulas arquitectónicos.

Procedimientos de construcción: Como no disponían ni de masas de esclavos, ni


siquiera ya de la ayuda de las muchedumbres entusiastas, los capataces medievales
tuvieron como preocupación cardinal la de economizar al máximo el esfuerzo humano.
Para reducir los transportes necesarios, utilizaban los sillares de las ruinas vecinas, o los
del edificio que era sustituido. Hacían tallar en la propia cantera las piedras nuevas, que
así estaban preparadas para ser traídas y ocupaban menos sitio. En la obra, los
andamiajes eran reducidos al mínimo: el edificio proporcionaba por su propia maqueta
Plataformas desde las que los instrumentos elevadores al uso (grúas, horcas) izaban
los materiales.

Corporaciones De Oficios Y Reglamentación


Pocos temas hay en la historia que hayan dado lugar a tan halagüeñas inexactitudes
como las corporaciones de oficios medievales. Visiones enternecedoras del pequeño
patrón repartiendo la hogaza familiar con sus criados y aprendices, una sociedad de
modestos jefes de taller realizando un ideal cristiano de vida trabajadora y a su vez
modesta en la que se cumplen los requisitos de la justicia, dando a cada cual lo que le
pertenece del bien común. Verdad es que todo absolutamente no es falso en esta
imagen. Pero unos cuantos rasgos muy localizados en el espacio y en el tiempo han sido
generalizados con manifiesto abuso, al servicio de una doctrina totalmente ajena a la
investigación histórica.
El caso de Estrasburgo: Siguiendo nuestro viaje en el tiempo y en el espacio,
vamos a trasladarnos ahora al Imperio, a Estrasburgo, la antigua Argentoratum, ciudad a
la que la expansión comercial devuelve toda su actividad como punto de llegada normal
de las mercancías que vienen por el Rhin, al tiempo que importante centro de
distribución regional. Los obispos recibieron, debido a una serie de privilegios
imperiales, el completo señorío sobre la ciudad. Pero ya empiezan a emanciparse los
burgueses. Una
primera recopilación de derecho consuetudinario local, generalmente fechada el año
1130 (aunque otros historiadores abogan por localizarla en 1180) trata de establecer un
nuevo equilibrio en las relaciones internas, entre la ciudad, el obispo y los suyos.

El ejemplo de Inglaterra: Ya a fines del siglo xi aparecen en Inglaterra asociaciones


de comerciantes, cada una de las cuales ejercía su control sobre el comercio de una
ciudad, y que dictaban las normas que habían de presidir a la elaboración de los
productos que ellas colocaban en el mercado. ¿Fueron los artesanos admitidos en el
seno de estas asociaciones desde el principio? Hayan salido luego de ellas, o se hayan
limitado a seguir su ejemplo, el hecho es que sus propias universidades aparecen desde
mediados
del siglo XII 1154-1189 se ratifica la de los tejedores de Londres y la de los
zapateros de Oxford y, mediante la entrega anual de cierta cantidad que debe ser
ingresada en el tesoro del monarca, éste concede a los miembros de estas asociaciones
el monopolio del ejercicio del oficio correspondiente, en la ciudad y en sus
dependencias. En los Países Bajos, y en parte del valle del Rhin, las agrupaciones de
artesanos parecen haber ido igualmente precedidas de las asociaciones de mercaderes,
siendo asimismo posible que fueran fruto histórico de éstas.
Gremios juramentados y gremios reglamentados: Llegamos en este punto a una
distinción esencial que se ha elaborado en el marco histórico francés, pero que en rasgos
generales sirve para toda Europa. La libertad de trabajo, en el sentido en que la
entendieron los liberales del siglo pasado, está prácticamente ausente en la artesanía
medieval. Hay que limitarse a apuntar una diferencia entre gremios juramentados» y
gremios reglamentados en el primer caso, los oficios constituyen una corporación, en
cuyo seno la admisión se condiciona a ciertos requisitos, y va acompañada de la
prestación de un juramento. El ejercicio de la profesión cualquiera que sea ella se rige
fundamentalmente por las normas que se otorga el propio gremio, y éste vela de por sí
por su aplicación.
Estatutos y reglamentaciones:
.Estos son los estatutos declarados por los olleros de estaño a petición de los
negociadores:
 Quienquiera que desee ser ollero de estaño en París, puede serlo
francamente, con tal de que haga una buena obra, y leal, y puede tener cuantos
oficiales y aprendices quiera.
 Ningún ollero de estaño puede trabajar de noche ni los días de fiesta,
salvo durante los días en que se celebre la feria urbana quienquiera que lo haga,
se estará a 5 sueldos de multa que deberá pagar al rey; porquera claridad de la
noche no es bastante para que puedan durante ella hacer trabajo alguno de su
oficio bueno y leal.
 3. Ningún ollero de estaño puede ni debe en derecho producir obra de su
profesión que no esté bien y lealmente aleada, según lo requiere la obra misma:
si obra en contrario pierde la obra y se estará a 5 sueldos de multa debidos al rey.
 4. Ningún habitante u otro, en la ciudad o fuera de ella, puede vender
obra alguna perteneciente al gremio de los olleros de estaño, en las ciudades ni
en su hotel, si la obra no es de aleación buena y leal, y caso de hacerlo, deberá
perder la obra y pagar 5 sueldos parisinos al rey en concepto de multa.
 5. Ninguno podrá ni debe vender como nuevo lo viejo, tratándose de una
obra perteneciente a los olleros de estaño; si tal hiciera, deberá 5 sueldos de
multa al rey.
 6. Los prohombres del gremio de los olleros de estaño piden que dos
prohombres del gremio sean electos para el mando del preboste de París: cuyos
dos prohombres deben jurar sobre los Santos que guardarán fiel y lealmente este
gremio de la manera arriba ordenada, y que darán a conocer las contravenciones
del gremio al preboste de París o a su mandatario.
 7. Los olleros de estaño deben aguaitar, si no han rebasado los sesenta
años.
 8. Los olleros de estaño exigen que los dos prohombres que guardan el
gremio sean inmunes de guaitar.
 9. Los olleros de estaño deben la talla y demás tributaciones debidas al
rey por los burgueses de París
Fiestas en las que no se trabaja y normas religiosas: Los olleros de estaño de París
prohibían el trabajo nocturno en la creencia que perjudicaría a la calidad del trabajo.
Esta norma se halla también en otros estatutos, en la mayoría de ellos. La luz de las
antorchas y de los candiles podía, hay que reconocerlo, no bastar para la ejecución de
una obra de precisión. La duración del día limitaba, dejando aparte las interrupciones
debidas a las comidas, la duración del trabajo: desde el amanecer hasta que las
campanas tocaban a vísperas. Variable ésta que oscilaba con las estaciones, y engorrosa
en conjunto.

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