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HISTORIA DE LA IGLESIA

DESDE SUS ORÍGENES HASTA NUESTROS DÍAS

PUBLICASE BAJO LA DIBECCION DE

AUGUSTIN FLICHE Y VÍCTOR MARTIN

II

DESDE FINES DEL SIGLO II


HASTA LA PAZ DE CONSTANTINO

POR

JULES LEBRETON JACQUES ZEILLER


DECANO D E LA FACULTAD D E T E O L O G Í A DI R E C T O S D E E S T U D I O S E N LA ESCUELA
D E L I N 3 T I T U T O CATÓLICO D E P A H I S D E ALTOS E S T U D I O S (SORBONA)
Y MIEMBRO DEL INSTITUTO

BUENOS AIRES
EDICIONES DESCLEE, DE BROUWER
Versión castellana de
JAIME DE LEZAUN, O. F. M. Cap.

Nihil Obsta!
S E B A S T I Á N B E G O S I , O. F. M . Cap.

Imprimatnr
J U A N E V A N G E L I S T A D E M U R U E T A , O. F. M. Cap.
Comisario Provincial

Imprimatur
M o n s e ñ o r Dr. R A M Ó N A. NÓVOA
• Provicário General del Arzobispado
Buenos Aires, 5 de marzo de 1953

ES PROPIEDAD. QUEDAN HECHOS


EL REGISTRO Y DEPÓSITO QUE
DETERMINAN LAS LEYES DE
TODOS LOS PAÍSES,

PBINTED IN ABGENTINA

Única versión autorizada del original francés:'


Hisloire de l'Eglise, II. De la fin du II* siecle
á la paix constanlinienne
TODOS LOS PEBECHOS BESERVADOS

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CAPITULO I

LA CRISIS GNOSTICA Y EL MONTAÑISMO

§ 1. — La crisis gnóstica C1)

ORIGEN DEL GNOSTICISMO AI estudiar los tiempos apostólicos tropeza-


mos ya con la gnosis, anterior según vimos,
al cristianismo ( 2 ) . Los cultos y las supersticiones de aquellas naciones de
Oriente que, por las conquistas de Alejandro se fundieron en los grandes
reinos de Seléucidas y Lágidas y que dos siglos después fueron subyugadas
por los romanos, se difundieron por todos los pueblos del Mediterráneo.
El mundo helénico entró en contacto con Persia y se dejó seducir por la
teología dualista y por sus doctrinas sobre jerarquías celestes. Estas especu-
laciones parásitas fermentaron, ya antes de la era cristiana, en Alejandría,
en Siria, en todo el oriente helénico, infiltrándose en todas las religiones,
sobre todo en las de mayor vitalidad. Fueron u n a amenaza para el judaismo
y no bien apareció la religión cristiana, quisieron hacer presa en ella: es la
lucha de Simón Mago contra San Pedro y de Bar-Jesús contra San Pablo.
Por las epístolas del apóstol hemos podido b a r r u n t a r el daño creciente de
este contagio: ataca el dogma cristiano, negando, por desprecio a la carne,
la realidad de la encarnación de Cristo; y, paralelamente, la resurrección de
los cuerpos; ataca la moral, considerando el matrimonio como una bajeza o
tolerando, por el contrario, con orgulloso desprecio, todas las demencias de
la carne. Más tarde son las epístolas de San Juan y las cartas de San Ignacio
las que denuncian la virulencia de aquella gangrena.

LA CRISIS GNOSTICA Son los síntomas de la gran crisis que estalla mediado
el siglo segundo. Los últimos sobrevivientes de la
edad apostólica tienen la impresión de que es u n a lucha totalmente nueva y
extremadamente dolorosa para ellos: "¡Dios mío, exclama San Policarpo, en
qué tiempos me habéis hecho vivir!". Ciertamente que la edad apostólica había

(*) BIBLIOGRAFÍA. — E. DE FAYE, Introduction a l'étude du gnosticisme, París, 1903;


Gnostiques et gnosticisme. Elude critique des documents du Gnosticisme chrétien aux
II' et IIIe siécles, 2' edic, París, 1925; W. BOUSSET, Hauptprobleme der Gnosis,
Gottinga, 1907; J. P. STEFFES, Das Wesen des Gnostizismus und sein Verhaltnis
zum Katholischen Dogma, Paderborn, 1922. Se encuentran los principales textos có-
modamente reunidos en el libro de W. VCELXER: Quellen der Geschichte der christli-
chen Gnosis, Tubinga, 1932; F. C. BURKITT, Church and Gnosis, Cambridge, 1932;
H. LEISEGANG, Die Gnosis, Leipzig, 1924; E. BONAIUTTI, LO gnosticismo. Storia di anti-
che lotte religiose, Roma, 1907; y Frammenti gnostici, Roma, 1923; V. SORO, La Chiesa
del Paracleto. Studi su la gnosticismo, Todi, 1922. Para todo el período estudiado en
este volumen puede leerse U. MORICCA, Storia delta letteratura latina, vol. I, Turín,
1923. Para una sucinta información léese con provecho B. STEIDLE, Patrología seu
historia antiquce litteraturm ecclesiasticce scholarum usui accommodata, Friburgo de Br.,
1937.
(2) Cf. supra, t. I, pp. 227-229.
7
8 HISTORIA DE LA IGLESIA

conocido herejes, bien lo saben ellos; pero en aquel entonces trabajaban en la


sombra, escondidos en sus guaridas ( 8 ) ; mas, apenas murieron los apóstoles, se
muestran a la luz del día y organizan sus sectas ( 4 ) . Hegesipo atribuye con
razón tanta osadía a la desaparición de los apóstoles y de los últimos sobrevi-
vientes de su generación; pero hubo otras causas que contribuyeron a dar a la
crisis gnóstica u n a virulencia desconocida hasta el momento en el seno de la
Iglesia cristiana. Es u n a secuela del desarrollo mismo de la Iglesia. El evange-
lio ha penetrado en las esferas más cultas del mundo helénico y del mundo
romano; los polemistas paganos reaccionan, y frente a ellos se alzan los apolo-
gistas. Pensadores y literatos dirigen en los dos bandos la contienda. E n este
mun.do nuevo para ella, la Iglesia encuentra al mismo tiempo defensores y
adversarios; pero encuentra asimismo discípulos perjudiciales que se enamo-
ran de su doctrina, y llegan a deformarla. Así, por ejemplo, Taciano, dis-
cípulo de Justino, apologista como su maestro y luego sectario y jefe de
secta.
El peligro es tanto mayor cuanto que en la misma Iglesia hallamos cóm-
plices: los heresiarcas recluían sus discípulos entre los inquietos y los ambi-
ciosos, a los que u n momento conquistó la verdad; pero conocieron la seduc-
ción de la gnosis y sucumbieron a ella sin resistencia.

LA REACCIÓN CRISTIANA Todos estos peligros nuevos, nacidos del rápido


crecimiento de la Iglesia y de su penetración
en el mundo de los filósofos y literatos, constituían, a partir de la mitad del
siglo segundo, u n a crisis grave y dolorosa; se la siente correr como u n esca-
lofrío a través de todas las iglesias, t a n estrechamente unidas: el peligro, al
aparecer, provoca la misma reacción en todas partes; la autoridad episco-
pal se afirma, los lazos de la catolicidad se estrechan y la Iglesia de Roma
toma la dirección de todas las Iglesias y les da u n a dirección eficaz; todos
los cristianos, agrupados en torno a sus jefes, se enlazan por medio de
ellos con los apóstoles, testigos y legados de Cristo, fundadores de las iglesias.
La teología de la tradición, elaborada por San Ireneo, queda grabada en
fórmulas enérgicas por Tertuliano; se organiza con todo rigor la disciplina
de la iniciación cristiana, imponiendo la Iglesia a los candidatos al bautismo
u n catecumenado largo y severo y encubriendo sus misterios con el velo del
arcano; y la liturgia, hasta ahora dejada a la libre improvisación según es-
quemas tradicionales, se ajusta a formularios redactados por la autoridad que
los impone a todos los fieles. Así la Iglesia se organiza en todo, formula su
oración y su credo, codifica sus leyes, pero su autoridad dócilmente obede-
cida, no ahoga la voz del Espíritu. Frente a la división y la multiplicidad
de las sectas, la Iglesia resplandece más que nunca como cuerpo de Cristo,

(3) Cf. HEGESIPO citado por EUSEBIO, Hist. Eccl., III, xxxn, 7: "Hasta entonces (fin
de la edad apostólica) la Iglesia permaneció como una virgen pura y sin mancha;
en las tinieblas y como en una guarida trabajaban los que intentaban alterar la
regla sana de la predicación saludable".. .
{*) HEGESIPO, ibíi.; cf. CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Strómata, VII, xvn, 106: "La
enseñanza de Nuestro Señor durante su vida, comienza con Augusto y termina hacia
la mitad del reinado de Tiberio; la predicación de los apóstoles, hasta el final del
ministerio de Pablo, acaba bajo Nerón; los heresiarcas, por el contrario, han comen-
zado mucho más tarde, en tiempos del rey Adriano (117-138), y han continuado hasta
la época de Antonino el Viejo (138-161); así Basílide's, aunque se jacte de haber
tenido por maestro a Glaucias, que dicen ser intérprete de Pedro. En cuanto a Marcos
perteneció a la misma época y vivía con ellos como hombre de más edad entre más
jóvenes y, después de él, Simón ha sido poco tiempo discípulo de Pedro".
CRISIS GNOSTICA Y MONTAÑISMO 9

como madre de todos los cristianos: "Porque donde está la Iglesia, allí
está el Espíritu de Dios; y donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia
y la gracia toda. El Espíritu es verdad. Los que n o pertenecen a ella, n o
reciben alimento de vida de sus pechos maternales, n i beben de la fuente
que se desborda del cuerpo de Cristo" ( 5 ) .

LAS FUENTES HISTÓRICAS U n a de las mayores dificultades con que se


tropieza en el estudio del gnosticismo pro-
viene de que los escritos de los gnósticos, sobre todo los de sus jefes, h a n des-
aparecido en gran parte. Las noticias más precisas y detalladas que poseemos
provienen de los adversarios del gnosticismo. Ahora bien, los Padres no se
propusieron informar a la posteridad, sino únicamente librar del peligro a
los fieles. Ponían de manifiesto el lado más vulnerable del gnosticismo y
atacaban con predilección a los herejes, sus coetáneos, que a u n vivían y tra-
bajaban, m á s bien que a los herejes de los tiempos pretéritos. De ahí que las
noticias de Ireneo, t a n precisas, nos informan mucho mejor sobre los valen-
tinianos del segundo siglo que sobre el mismo Valentín o sobre Basílides ( 6 ) .

CER1NTO Los gnósticos de la era apostólica, Cerinto, Satornil y Cerdón, no


h a n dejado apenas otra huella en la historia que sus nombres.
Cerinto, sin embargo, había causado notable turbación en las iglesias del Asia
Menor. E l vigor con que S a n J u a n lo combate, muestra q u e la cristología
doceta que sostenía el heresiarca, era para los cristianos de Asia u n verdadero
peligro ( 7 ) .
Estos primeros herejes podían ser perjudiciales para las comunidades cris-
tianas, pero su influjo fué insignificante. No parece que ninguno de ellos
haya escrito y, por lo demás, el gnosticismo que representan es judaizante;
o mejor, provocado por las especulaciones corrientes en el judaismo, sea aco-
modándose a ellas, sea como reacción contra las mismas.

(B) IRENEO, Adversus fuereses, III, xxiv, 1.


( 6 ) Estas consideraciones han sido expuestas con gran fuerza por E. DE FAYE
(Gnostiques et gnosticisme, 1925, pp. 3-32), pero este historiador ha cometido un grave
yerro al rehusar por completo el testimonio de los controversistas católicos y construir
toda su historia sobre los fragmentos gnósticos que poseemos; se vio obligado a acentuar
y prolongar las líneas* para delinear el diseño del edificio; ha sido condenarse, por
temor a los prejuicios, a hacer un trabajo de pura imaginación con demasiada fre-
cuencia (Cf. infra, p. 14, n. 30). Los historiadores más recientes se han curado de
esta excesiva desconfianza y los descubrimientos hechos en el curso de estos últimos
años, de textos gnósticos importantes, han confirmado el testimonio de Ireneo {Cf.
K. SCHMIDT, Pistis Sophia, 1925, p. XC; J. LEBRETON, Histoire du dogme de la Tri-
ráté, t. II, p. 103). En la breve exposición que sigue, nos atendremos a los textos de
los mismos gnósticos; pero acudiremos también a la información que nos propor-
cionan sus adversarios, sobre todo cuando podamos comprobar su exactitud.
(7) Cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. I, pp. 483, s. y 484, n. 1; K. SCHMIDT,
Gespráche Jesu mit seinen Jüngern, pp. 403-452. Schmidt concluye (p. 452): Cerinto
no ha sido un judaizante sino un gnóstico; su actividad ha tenido por campo el Asia
Menor, donde ha dejado recuerdos profundos que son atestiguados por tres testigos
independientes: Ireneo, los álogos y el autor de la Epístola Apostolorum- Véase en
el mismo sentido LAGRANGE, Saint lean, pp. LXII y ss. Cerinto distinguía entre
Jesús y Cristo: Cristo, uno de los Eones superiores, había descendido sobre Jesús,
hijo del Demiurgo, y lo había dejado luego para volver al Pleroma. HARNACK, en su
afán de hacer a los gnósticos precursores de los grandes teólogos, escribe a este pro-
pósito (Dogmengeschichte, t. I, 271, n. 2): "Así Cerinto es el padre de la doctrina
de las dos naturalezas". Esto no pasa de ser una pirueta, que no se puede tomar en
serio.
10 HISTORIA DE LA IGLESIA

A partir del reinado de Adriano la gnosis cambia de aspecto; la influencia


helénica llega a ser en ella predominante y sus representantes no son sec-
tarios iliteratos sino escritores, filósofos, exegetas, muchos de ellos no faltos
de talento ( 8 ) .
A mayor abundamiento esta gnosis tiene su foco, no en alguna provincia
lejana del Asia Menor, sino en los grandes centros intelectuales del imperio,
sobre todo en Alejandría y Roma; y los hombres que se apasionan por ella
no son únicamente espíritus supersticiosos, deslumhrados por la magia, sino
que según hará constar Orígenes "son espíritus cultos, ávidos de comprender
las enseñanzas del cristianismo" ( 9 ).

BASIL1DES De estos nuevos maestros el primero que conocemos es Basílides.


Enseñó bajo Adriano ( 1 0 ) , en Alejandría ( u ) , y escribió obras,
al parecer considerables ( 1 2 ), pero de las cuales sólo algunos fragmentos se
nos han conservado ( 1 3 ).
El problema capital en sus investigaciones y en las de los gnósticos pos-
teriores es el problema del origen del m a l ( 1 4 ).
"¿De dónde procede el m a l y cómo y por qué existe?" ( 1 5 ). Siguiendo a
Platón, trata Basílides de resolver este problema fundamental y angustioso,
por medio de una especulación metafísica.
En u n largo fragmento, reproducido por Clemente, discurre Basílides sobre
los padecimientos de los mártires, padecimientos que a veces constituían u n
escándalo para los paganos ( l e ) , e intenta defender la providencia de Dios,
afirmando que nadie padece sin haberlo merecido. Si se le objeta que muchos
mártires eran inocentes, responderá que no h a b í a n pecado, pero tenían al
menos una disposición para el pecado; si se le urge, se refugia en la me-

( 8 ) SAN JERÓNIMO, a quien no se le puede atribuir indulgencia excesiva para con


los herejes, escribirá (In Oseam, II, x): "Nadie puede urdir una herejía, si no brilla
en él la llama del talento y de los dones naturales; pero uno y otros son obra de
Dios. Así Valentín y Marción, de quienes leemos que fueron muy sabios. Así Bar-
desanes, cuyo talento admiran los mismos filósofos".
(9) Contra Celsum, III, xn: "Habiéndose manifestado la grandeza del cristianismo
no solamente como quiere Celso, a almas serviles, sino también a muchos espíritus
cultos entre los griegos, fué inevitable que surgieran herejías, no siempre a conse-
cuencia de rivalidades y celos, sino porque muchos de estos espíritus cultos sentían
gran avidez por comprender las enseñanzas del cristianismo. De ahí que, al ser inter-
pretadas diversamente unas mismas verdades, nacieran las herejías, las cuales toma-
ron su nombre de aquéllos que se aventuraron a formular interpretaciones diversas,
6egún las diversas apariencias de verdad". Un poco más adelante (ibíd., III, x m ) .
concluye Orígenes con esta frase atrevida: "Pablo ha escrito admirablemente: con-
viene que haya herejes, para que aparezcan quiénes son probados entre vosotros;
porque así como en la medicina o en la filosofía se tienen por versados aquellos que
han estudiado las diferentes escuelas... así yo miraría como el cristiano más
sabio aquél que hubiese penetrado atentamente las herejías del judaismo y del cris-
tianismo".
(10) CLEMENTE, Strómata, VII, xvn, 106.
i11) IRENEO, Adversus hcereses, I, xxiv, 1.
( 12 ) Un largo fragmento citado por CLEMENTE (Strómata, IV, xa, 81) está tomado
del libro XXIII de la Exegética, de Basílides.
( l s ) Estos fragmentos se encuentran la mayor parte en Clemente; un fragmento
importante, se lee en los Acta Archelai, LXVH (Cf. infra, pp. 12-13);
(14) EPIPANIO, Hcereses, XXIV, vi. "Esta secta malvada surgió de la investiga-
ción y explicación del origen del mal".
(18) TERTULIANO, De pratscriptione hatreticorum, vn: "Unde malum et quare".
( 16 ) Así en Lyón, después de la muerte de los mártires, decían los paganos: "¿Dónde
esté su Dios y de qué les ha servido la religión que han preferido a la vida?"
CRISIS GNOSTICA Y M O N T A Ñ I S M O 11

tempsicosis, sosteniendo que el mártir por una gracia que Dios le hace, expía
las faltas de u n a vida anterior. Cuando finalmente se le arguye con los
padecimientos de Cristo, afirma con audacia imperturbable: "Si se me acosa,
diré que todo hombre, cualquiera que sea, es siempre u n hombre, en tanto
que sólo Dios es justo. Porque, según está escrito, nadie está limpio de
m a n c h a " ( 1 7 ).
Esta especulación que ante nada se detiene, hace presentir ya el carácter
del gnosticismo: n i a la vista de la cruz de Cristo retrocede Basílides; su
filosofía es para él más querida y sagrada que su religión: Cristo padece,
luego ha pecado.
Esa explicación del dolor, como fruto del pecado personal, hace pesar
sobre toda la h u m a n i d a d u n a dura sentencia de condenación. Pero en esta
masa pecadora distingue siempre Basílides u n a élite; y a imitación suya
harán una semejante distinción todos los demás gnósticos: uno de los atrac-
tivos de su doctrina radica precisamente en la pretensión de formar casta
aparte del resto de los hombres. Solamente ellos llegan a la verdad, no por
instrucción y magisterio, sino por intuición n a t u r a l ; para Basílides esta intui-
ción n a t u r a l es la fe; para los discípulos de Valentín, la fe será la herencia
de los simples y la gnosis el privilegio de los perfectos; pero unos y otros
estarán de acuerdo en esto: en que los dones superiores provienen de u n a
diferencia de naturaleza. La fe, como objeta Clemente a Basílides, no será
ya la disposición racional de u n alma libre ( 1 8 ).

LAS EMANACIONES Los problemas de la teología moral llamaron la aten-


GNOST1CAS ción de Clemente más que los otros; pero Basílides
no se limitó a ellos. Heredero de la gnosis pagana,
traslada a la teología cristiana el sistema de las emanaciones ( 19 ) y, mientras
Valentín asimila y adapta todas estas abstracciones divinizadas, él las presenta
en progresión individual: en lo más alto un principio único que se llama Pater
agennetos, luego la Nous, el Logos, Phronesis, Sophia, Dynamis, justicia v
Paz ( 2 0 ).
Todas estas abstracciones personificadas habían invadido en aquel enton-
ces el panteón helénico y el panteón romano: se adoraba la Paz, la Concordia,
la Victoria y, sobre todo, la Fortuna. Los paganos veían en ellas no solamente
alegorías divinizadas, sino verdaderas divinidades a las cuales, como a otros
tantos dioses y diosas, ofrecían sacrificios, dedicaban altares y consagraban
ex votos ( 2 1 ). Los gnósticos, con Basílides a la cabeza, se dejan arrastrar por
esta corriente y, a ejemplo de los paganos, gustan de honrar a estas divinida-
des abstractas, cuya personalidad les parece lo bastante firme para ser objeto

(17) Este texto es resumido y comentado por E. DE FAYE, op. cit., pp. 41-44, quien
ve aquí "un gran avance sobre los cristianos eclesiásticos de su tiempo".
(18) Strómata, V, i, 3, 2; Cf. Strómata, II, ni, 10; IV, xnl, 89; Cf. LÍECHTEN-
HAHN, Die Offenbarung im Gnosticismus (Gottinga, 1901), pp. 87, 99); DE FAYE,
op. cit., p. 49.
(19) Este punto no puede ponerse en duda: la Ogdóada de Basilides es mencionada
explícitamente por CLEMENTE (Strómata, IV, xxv, 162, 1); DE FAYE mismo (op. cit.,
p. 54) lo reconoce y añade, lo que es verosímil, que esta especulación "formaba parte,
sin duda, de la instrucción más secreta reservada a los iniciados".
(20) Cf. Histoire du dogme dé la Trinité, t. II, pp. 95 y ss.
(21) Sobre el culto de las divinidades abstractas en esta época, cf. J. TOUTAIN, Les
cuites paiens dans VEmpire romain, t. I, pp. 413-437; "WISSOWA, Religión der Romer,
pp. 83, s. y sobre todo 327-338; L. DEUBNER, art. Personifikationen en Lexicón da
ROSCHER, t. III, col. 2067-2169, y también Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 3-9.
12 HISTORIA DE LA IGLESIA

de un culto y centro de una leyenda y, al mismo tiempo, lo bastante etérea


como para no herir los espíritus delicados con la apariencia de un antropo-
morfismo grosero. Los avatares de la Sophia no serán más divinos que los de
los dioses homéricos, pero aparecerán más lejanos, envueltos en una gasa de
ensueño, nunca en una epopeya ingenua y totalmente humana.
No era sólo la religión romana, abstracta y pálida, la que daba alientos a
la fértil imaginación de los gnósticos; éralo mucho más la gnosis pagana que
nació de las religiones orientales y se extendió por todo el mundo helénico.
Ya en el primer siglo de nuestra era, Plutarco, en Isis et Osiris, al tratar de
exponer la religión de Zoroastro, describía los dos grandes dioses rivales:
"Horomazes (Ormuz), nacido de la misma luz pura, y Areimanios (Ari-
mán), nacido de las tinieblas"; al primero, definido como dios bueno, seguía
una corte de seis dioses menores creados por él: el dios de la Benevolencia,
el de la Verdad, el de la Justicia, el de la Sabiduría, el de la Riqueza y el
dios de los goces honestos; tras de estas seis primeras emanaciones venían,
en rango inferior, otras veinticuatro. Ya tenemos los treinta eones del pleroma
gnóstico ( 22 ).
La religión de los egipcios podía inspirarles también ideas semejantes; la
ogdóada primitiva se encuentra en los dos sistemas rivales de Heliópolis y
de Hermópolis ( 23 ). Adoptada por Basilides, quedará en los sistemas poste-
riores como el núcleo que todos tratarán de desarrollar en sus especulaciones.

EL BIEN Y EL MAL En todas estas gnosis, las emanaciones interpuestas


entre el Dios soberano y la materia son otros tantos
intermediarios o eslabones que unen estos dos términos infinitamente dis-
tantes. El dios soberano no puede mancharse por el contacto con el mundo
material; y, sin embargo, este mundo tan impuro y deleznable no está ente-
ramente separado de la divinidad. De nuevo surge el problema angustioso:
¿de dónde procede el mal?
Platón había explicado en el Timeo la mezcla de males y bienes en el
mundo por la acción de dioses secundarios. Esta explicación mítica pre-
valeció durante mucho tiempo en el pensamiento helénico y constituye dogma
fundamental de la gnosis; pero los gnósticos, particularmente Basilides, se
dejan influir por la corriente dualista que fluía en el texto de Plutarco,
arriba citado. El antagonismo entre el bien y el mal, entre la luz y las
tinieblas, es el origen de todo; esta lucha que persiste en derredor nuestro
y dentro de nosotros, es fatal y eterna. Tal concepción que la mitología
iraniana interpretó tan estrictamente, pesará siempre sobre la gnosis; no
sólo sobre las brillantes especulaciones de Basilides, de Valentín y de sus
discípulos, sino también sobre la pobre y rígida teología de Marción, y, a
partir del siglo tercero, sobre el maniqueísmo y sobre todas las sectas que
de él se deriven. Merced a un tratado antimaniqueo se ha conservado un
largo fragmento de Basilides en que se revela este dualismo.
En su libro XIII, Basilides, buscando el origen del bien y del mal, lo
explicaba de esta manera, según una teoría que tomó de los "bárbaros":
"En el principio existían la luz y las tinieblas. Como tenían su origen
en sí mismas, no fueron engendradas por ningún otro principio. Vivían a
su modo y según sus propiedades respectivas. Pero he aquí que, cuando se
conocieron, las tinieblas desearon la luz y la persiguieron para poder par-
ticipar de ella. La luz, por el contrario, no deseaba participar de las tinie-
( 22 ) Isis y Osiris, x m . Cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. II, p. 96 y n. 2.
( 23 ) Cf. AMÉLINAU, Essai sur le gnosticismo égypcien, París, 1887, p. 294.
CRISIS GNOSTICA Y M O N T A Ñ I S M O 13

blas sino solamente verlas. Las vio como en u n espejo y u n reflejo de luz
cayó en las tinieblas. Las tinieblas se apoderaron así, no de la luz, sino de
una apariencia de luz.
"He aquí por qué no existe en este mundo el bien perfecto, y, si algo existe,
es insignificante. Sin embargo, gracias a este reflejo de la luz, las tinieblas
pudieron engendrar u n a apariencia que lleva esta mezcla de luz que habían
concebido. Y ésta es la criatura que nosotros vemos" ( 2 *).
Bajo el velo discreto del mito, Basílides presenta la solución del problema
del m a l ; es el antiguo dualismo iranio, el antagonismo fatal que opone
eternamente la Luz a las Tinieblas y es también el profundo pesimismo que
impregnará estas doctrinas: h a y algún bien aquí abajo, pero es t a n p o c o . . .
No es mas que u n reflejo de la Luz, visto u n instante y desaparecido para
siempre.
Los Simonianos decían también: los hombres n o pueden alcanzar sino
una imagen parcial de la Sabiduría, no la Sabiduría en sí misma ( 2 5 ).

EL ARCONTE Arrastrado por este dualismo, llega Basílides, como se lo


Y SUS ANGELES reprocha Clemente, a hacer del demonio u n dios ( 2 e ).
Al dios supremo opone el Arconte, jefe de los ángeles
malos y dios de los judíos ( 2 7 ). El día del bautismo de Jesús, este Arconte
quedó herido de terror al oír la voz del cielo y ver la inesperada aparición
de la paloma, y este terror fué para él, como dice el texto sagrado, "el prin-
cipio de la sabiduría" ( 2 8 ).
Por todos estos rasgos la gnosis de Basílides se emparenta con el marcio-
nismo: la misma oposición en ambos entre el dios supremo y el dios de los
judíos, la misma aparición inesperada del Mesías que aterra al Arconte, cuyos
dominios son súbitamente invadidos por el dios supremo.
Con estos datos Basílides y sus discípulos tejieron m i l fantasmagorías: de
Sophia y Dynamis nacieron los primeros ángeles, los cuales hicieron el primer
cielo; de los primeros nacieron otros que formaron el segundo, y así sucesi-
vamente hasta constituir los 365 cielos que son, según los gnósticos, la razón
de que el año tenga 365 días. Artificios literarios semejantes pueden leerse
en la gnosis pagana C29).
Sólo fragmentariamente conocemos la teoría de Basílides; pero conocemos
lo suficiente para determinar su carácter religioso. A primera vista puede
deslumhrarnos la riqueza de elementos cristianos. E n la Ogdóada se habla
de u n Verbo, u n a Sabiduría, u n Poder; en otros pasajes aparece Cristo, se
habla de su bautismo, de su muerte, de sus mártires, de la fe. Todas estas
reminiscencias cristianas rozan apenas la. sobrehaz del sistema, pero sin
llegar al fondo, que es totalmente naturalista y pagano. El Dios supremo
queda relegado a una lejanía inaccesible; entre él y el m u n d o la cadena de
intermediarios, cadena frágil, eslabonada de fantasías, sin virtud para guiar

(24) Este texto está citado en los Acta Archelai, LXXVII. Aquí hemos resumido el texto
que se puede leer íntegramente en Histoire du dogme de la Trinité, t. II, p. 97, n. 2.
( 25 ) Recognitiones, II, xii: "Pro qua (sapientia) inquit, Greeci et barbaré confli-
gentes, imaginem quidem eius aliqua ex parte videre potuerunt, ipsam vero ut est
penitus ignorarunt, quippe quse apud illum primum omnium et solum habitaret deum".
(2«) Strómata, IV, M I , 85, n. 1.
(2T) IRENED, Adversus fuereses, I, xxiv, 4.
(2S) CLEMENTE, Strómata, II, vm, 36, 1; cf. xxvni, 2, y Excerpta Theodoti, xvi.
(29) p o r ejemplo en Plutarco (De defectu oraculorum, 21-22) el mito egipcio de
los 183 mundos dispuestos en triángulo en torno a la llanura de la verdad. Cf. "Histoire
du dogme de la Trinité, t. I, p. 78.
14 HISTORIA DE LA IGLESIA

nuestra fe, sostener nuestro espíritu y dar eficacia a nuestra oración. Aquí
abajo queda el mundo material, sin más claridad que u n reflejo fugitivo de
la luz visto momentáneamente en u n espejo. Los gnósticos son los únicos que
pueden abrirse paso entre estas tinieblas cerradas; conocen el camino por u n
don n a t u r a l y por lo mismo es naturalmente fatal la ceguera de todos los
demás. El orgullo puede sentirse halagado con este privilegio; pero la religión
no encuentra aquí nada que la eleve hacia Dios, o que la incline hacia los
hombres.

VALENTÍN Prosiguió y desarrolló estas especulaciones de Basílides u n hom-


bre que fué para los gnósticos del siglo segundo el teólogo de
mayor influencia: Valentín (").
"Llegado a Roma en tiempos de Higinio, floreció en los días del papa
Pío y permaneció hasta los de Aniceto" ( 3 1 ). Estuvo, pues, próximamente
unos treinta años (136-165). Por este dato se colige cuál era, ya entonces,
la influencia decisiva de l a iglesia romana; todos los jefes de secta buscan
ante todo conquistarla o al menos atacarla, bien seguros de que su acción
irradiará de ella a todas las otras iglesias. Es indudable que durante la
segunda mitad del siglo segundo y primeros años del tercero, la más nu-
merosa y pujante de todas las sectas fué la secta valentiniana ( 3 2 ). Se debió,
sin duda, esta difusión al brillante talento del maestro, pero también a su
artero proceder. Ya Basílides distinguía, entre sus discípulos, los profanos
de los iniciados, reservando para éstos los misterios de la gnosis. Con los
valentinianos se acentúa esta distinción; la enseñanza común se cubre con
apariencia de cristianismo ortodoxo: en toda la carta de Tolomeo a Flora
no se encontrará elemento alguno de la gnosis esotérica C 33 ). Los adversa-
rios de los valentinianos, Ireneo y Tertuliano ( 34 ) denuncian la perfidia de
esta táctica: "Cuando los valentinianos, dice Ireneo, tropiezan con personas
de la verdadera Iglesia, los atraen, hablando el mismo lenguaje que nos-
otros; se lamentan de que les tratemos como excomulgados, siendo así, dicen,
que es idéntica la doctrina; luego intentan hacerles vacilar en la fe, y a
aquellos que no resisten, los hacen discípulos suyos y los toman aparte
para exponerles el misterio inenarrable del Pleroma". Tertuliano añade:
"Si les rogáis con toda sencillez que os expliquen sus misterios, responden
con el rostro alargado: «¡son m u y profundos!». Si les urgís más, enuncian

( 30 ) DE FAYE no encuentra palabras suficientes para ensalzarlo, cf. Introduction á


l'étude du gnosticisme (1903), pp. 81-85; Gnostiques et gnosticisme (1925), pp. 57-74:
Poeta y metafísico, Valentín es a la vez el moralista cristiano más profundo y el pen-
sador de más altos vuelos. "Recuerda al apóstol Pablo... con esta diferencia: que
el autor de la epístola a los Colosenses.. . permanece profundamente judio; su espe-
culación no traspasa ciertos límites y se subordina al punto de vista moral y psicoló-
gico. Sería impropio llamarle intelectualista. Por el contrario, Valentín apenas co-
mienza a especular se remonta libremente por las esferas del pensamiento. Saturado
de helenismo, o mejor de platonismo, crea maravillosos símbolos metafísicos".
Sorprende el ardor de este panegírico, que no se justifica por lo que de Valentín
conocemos.
(31) IRENEO, Adversus hcereses, III, iv, 3; TERTULIANO (Adversus Valentinianos,
iv) cuenta que "Valentín esperaba el episcopado, pues era elocuente y de gran talento;
pero se prefirió a otro, que tenía la recomendación de su martirio. Valentín, indignado,
rompió con la Iglesia ortodoxa".
(32) Lo atestiguan TERTULIANO (Adv. Valent., i) y ORÍGENES (In Ezechielem Ho-
milías, II, v).
( M ) Cf. infra, pp. 20-21.
( 34 ) IRENEO, ibid., III, xv, 2; TERTULIANO, Adv. Valent., i.
CRISIS GNOSTICA Y M O N T A Ñ I S M O 15

la fe común con fórmulas equívocas. No confían sus misterios ni a sus


mismos discípulos, antes de tenerlos incondicionalmente suyos; tienen el
secreto de persuadir, mejor que el de instruir". Añadamos que los gnósticos
no ejercieron su propaganda entre los paganos, sino que buscaron única-
mente embaucar a los católicos. No deben por tanto sorprendernos ni la
dureza de sus adversarios, n i las vacilaciones de los historiadores, cuando
tratan de reconstruir una doctrina que siempre fué escurridiza, que revistió
las formas más variadas y que sólo conocemos por algunos fragmentos de
libros gnósticos o por las refutaciones de los autores católicos.

EL PROBLEMA DEL MAL Valentín intenta, lo mismo que Basílides, re-


solver el problema del mal y busca la solución
en la hipótesis de u n germen espiritual sembrado en la materia.
Dice Valentín textualmente: "Así como en la formación (del hombre) el temor se
apoderó de los ángeles cuando le oyeron proferir cosas extraordinarias, insospechadas
antes de esta creación, por causa de aquél que puso en el hombre un germen de natu-
raleza superior, que le daba esta audacia; de la misma manera que. entre los hombres
que habitan este mundo sus obras causan miedo a los mismos hombres que las reali-
zaron, por ejemplo: las estatuas, las imágenes y todo, lo que los hombres modelan en
el nombre de Dios; porque Adán, formado en el nombre del Hombre, que existía
antes que él, imprimió el terror del Hombre, como si realmente estuviese presente en
6u carne, y (los ángeles) se espantaron y se apresuraron a destruir su obra" ( 3B ).
Aparecen aquí los elementos mitológicos que Basílides había ya explotado:
u n germen superior depositado en este mundo material; los ángeles, orgu-
llosos de su obra, se sienten desconcertados por esta naturaleza superior
cuya excelencia les aterra. Se percibe también el dualismo que domina
la gnosis: frente al Dios supremo cuya influencia es bienhechora, pero
rarísima e imprevisible, los demiurgos, ángeles, arcontes, son fuerzas se-
cundarias que dominan el mundo material y le envidian esa partecita divina
que aparece súbitamente en él. Finalmente se puede advertir en este frag-
mento el mito del Hombre, prototipo de Adán y de toda la h u m a n i d a d ;
esta leyenda de origen oriental y m u y difundida en el judaismo, se en-
cuentra también en la gnosis posterior y sobre todo en el maniqueísmo ( 3 6 ).

LA MUERTE Y LA VIDA El mundo material contiene, pues, u n a imagen


del mundo divino; pero u n a imagen imperfecta
y lejana: "Cuanto es inferior, afirma Valentín, el retrato a la persona, otro
tanto lo es el mundo del Eón viviente. ¿Cuál ha sido, pues, la causa de la
imagen? La majestad del rostro que proporcionó el modelo al pintor y le
dio renombre". En los elegidos la imagen es visible, este germen vive; la
raza privilegiada de los que son salvos debe luchar contra la muerte que
les amenaza, no de parte de Dios, sino de parte del demiurgo; pero triun-
fan de ella haciéndola morir en ellos y por ellos:
Dice Valentín en una homilía textualmente: "Desde el principio sois inmortales,
sois hijos de la vida eterna y habéis querido tener parte en la muerte, para despojarla
y para que. muera en vosotros y por vosotros. Porque desde el momento que vosotros
os despojáis del mundo, sin dejar de existir en él, sois los dueños de la creación y de la
corrupción entera" ( 3 7 ).

(85) Strómata, II, vm, 36, 2-4.


(36) Sobre esta especulación del judaismo, véase: BOUSSET-GRESSMANN, Die Religión
des Judentums, Tubinga, 1926, p. 352, s.; sobre su origen oriental, ibíd., p. 489.
(37) Strómata, IV, xin, 89-90. Este texto y el precedente son comentados por
16 HISTORIA DE LA IGLESIA

También San Pablo había predicado esta lucha entre la muerte y la


vida en el cristiano y había dejado entrever, como el término de toda
aspiración, la muerte absorbida por la vida; pero en tan parecidas expre-
siones, ¡qué profunda divergencia de ideas! Para San Pablo la vida que
debe triunfar de la muerte es la vida de Cristo, que toma posesión del cris-
tiano en el bautismo y que, poco a poco, desaloja a la muerte. Para
Valentín es u n germen superior, depositado en los elegidos en el día de su
creación, y que, por su virtud n a t u r a l da muerte a la muerte; el Apóstol
nos revela una redención, la gnosis u n a cosmología. De este dualismo, siem-
pre en guardia contra la materia, nace el docetismo cristológico profesado
por Valentín. Dice en su carta a Agatopo: "Aunque Jesús experimentó todas
las cosas, alcanzó la divinidad; comía y bebía de u n modo que le era propio;
era tal su continencia que el alimento no sufría corrupción en él; porque
no tenía principio alguno de corrupción" ( 3 8 ) .

EL PLEROMA Estas enseñanzas no constituyen, en la teología de Valentín,


más que la doctrina común explicada a todos los discí-
pulos ( 3 9 ) ; pero en u n segundo plano se ocultaba la revelación reservada
a los iniciados. E n él, como en Basilides, es objeto principal de la doctrina
esotérica el Pleroma, es decir, el m u n d o divino constituido por los Eones.
En u n largo fragmento citado por San Epifanio, comienza así la exposición
de estos misterios ( 4 0 ) :

CLEMENTE en este capítulo. Cf. PREUSCHEN, op. cit., pp. 399-400; DE FATE, Gnostique
et gnosticisme, p. 60.
( 38 ) Strámata, III, vu, 59. Es preciso reconocer que esta extraña teoría no es
reprobada por Clemente, que se contenta con añadir: "Abrazamos, pues, la continencia
por amor del Señor y por su belleza propia (de la virtud)". El mismo desarrolla
en otras ocasiones ideas parecidas: "Comía, pero no para mantener su cuerpo que era
mantenido por una fuerza santa, sino para no despertar las sospechas de quienes
con El vivían". El autor de Acta Johannis extremó aun más estas extravagancias.
(39) De la doctrina común forma parte la teoría de las pasiones. CLEMENTE (Stróm.,
II, xx, 112-114) nos da a conocer el pensamiento de Basilides, Isidoro y Valentín
sobre este punto. Para Basilides, las pasiones son fuerzas extrañas y adventicias que
se injertan en el alma y le inspiran instintos bestiales de lobo, de mono, de león,
de chivo. Según esta concepción, dice Clemente, el hombre es como un caballo de
Troya, que lleva dentro de sí un ejército de espíritus diferentes.
Isidoro corrige esta teoría; porque podría excusar todos los crímenes con sólo
alegar: "he sido forzado", y se acoge como los pitagóricos a la teoría de las dos almas.
"En cuanto a Valentín, él mismo escribe textualmente en una carta: Uno solo es
bueno, quien da la fuerza, manifestándose por medio de su Hijo; sólo por El puede
ser puro el corazón y expulsados todos los malos espíritus; porque los malos espíritus
que lo ocupan, y son muchos en número, no le permiten purificarse, sino que cada
uno persigue su objeto, manchándose con malos apetitos. El corazón me parece una
caravanera: se horada, se cava, se la llena de basuras; todos se portan sin consi-
deración ninguna, porque no es casa de nadie. Así es maltratado el corazón. Cuando
no es objeto de la divina providencia, es impuro, lo habitan los demonios; pero
cuando el Padre, quien es bueno, pone sus ojos en él, queda santificado, y resplan-
dece lleno de luz; quien posee un corazón semejante es feliz, porque ve a Dios."
Cf. PREUSCHEN, op. cit., p. 401; SCHWARTZ, ZU Clemens. Tís ó cca^ó/iaros wXoí>(7ios,.
en Hermes, t. 38 (1903), p. 96. Esta teoría ha sido más desarrollada por los valenti-
nianos. Philosophumena, VI, xxxrv. De donde, según Valentín, si el corazón está
invadido por los malos espíritus, es porque la Providencia no vela sobre él. Clemente
pregunta: "¿Por qué causa esta alma no ha sido desde su origen objeto de la Provi-
dencia? Que nos respondan a esto". Y luego demuestra que la salvación no es producto
de una necesidad natural, sino que. es una conversión del alma que obedece a Dios.
(40) SAN EPIFANIO, Hcereses, XXXI, v-vi. HARNACK (Geschichte der altchristliche
CRISIS GNOSTICA Y MONTAÑISMO 17

"Voy a hablar de misterios inefables, supracelestes, que no pueden comprender ni


las Potestades, ni las Dominaciones, ni las Fuerzas subordinadas, ni nadie (que pro-
venga) de composición, sino que solamente han sido revelados al pensamiento del
Inmutable" ( « ) .

LA TEOGONIA E s t a t e o g o n i a m i s t e r i o s a se p a r e c e a l a d e B a s í l i d e s ; p e r o
se d i f e r e n c i a d e e l l a e n dos a s p e c t o s : l a v i d a d i v i n a se p r o -
p a g a e n el P l e r o m a , n o p o r p r o c e s i o n e s i n d i v i d u a l e s , s i n o p o r p a r e j a s ; e n
s e g u n d o l u g a r , a los o c h o p r i m e r o s E o n e s , s u c e d e u n g r u p o d e d i e z y otro
d e doce. E n esta g u i s a e l P l e r o m a e s t á c o n s t i t u i d o n o sólo p o r l a O g d ó a d a ,
sino t a m b i é n p o r l a D é c a d a y l a D o d é c a d a ( 4 2 ) . Se n o s d a el n o m b r e sa-
g r a d o d e los t r e i n t a E o n e s , n o m b r e s y a f a m i l i a r e s e n l a s e s p e c u l a c i o n e s d e
l a gnosis p a g a n a a l e j a n d r i n a , s e g ú n s a b e m o s y a p o r P l u t a r c o ( 4 3 ) .
E n esta l e j a n í a b r u m o s a , c u y o m i s t e r i o p r e t e n d e p e n e t r a r V a l e n t í n , el
P l e r o m a n o es a p r e h e n d i d o s i e m p r e c o n los m i s m o s c a r a c t e r e s . E n el o r i g e n
d e todas l a s cosas otros t e x t o s n o p o n e n l a p a r e j a Byzos ( B y t h o s ) y S i g é ,
sino el P a d r e I n g é n i t o , s o l i t a r i o , q u e u n d í a q u i s o e n g e n d r a r y f o r m ó la
D y a d a p r i m i t i v a : N o u s y Alezeia ( A l e t h e i a ) ( 4 4 ) . Los diferentes textos
v a l e n t i n i a n o s q u e h a n l l e g a d o h a s t a n o s o t r o s t i e n e n este c a r á c t e r c o m ú n :
d e s c r i b e n l a p r o p a g a c i ó n d e l a v i d a e n el P l e r o m a bajo el i m p u l s o de l a
concupiscencia (irpoviuxia).
Los E o n e s , p u e s , se u n e n , se f e c u n d a n y d a n a l u z n u e v o s E o n e s , q u e ,
como los p r i m e r o s , son a n d r ó g i n o s y a r d e n e n p a s i o n e s ( 4 5 ) . F a n t a s í a s p a r e -
cidas nos d a r á l a g n o s i s m a n i q u e a , p e r o e n ésta a l m e n o s n o s e r á n E o n e s
divinos, sino d e m o n i o s , a r c o n t e s i m p u r o s , m a c h o s y h e m b r a s a l a v e z , q u e
se d e j a n s e d u c i r p o r l a V i r g e n d e l a L u z ( 4 6 ) . G n o s i s t a n a m b i c i o s a , l l e v a con-
sigo l a t a r a de o r i g e n y m e z c l a f a n t a s í a s l ú b r i c a s c o n e n s u e ñ o s m e t a f í s i c o s ( 4 7 ) .

Literatur, bis Eusebius, t. I, p. 178) ve en este texto un fragmento auténtico de Valentín.


PREUSCHEN (op. cit., p. 398) cree más bien que es obra de los discípulos de Valentín:
HOLL, en su nota sobre. Epifanio (p. 390), reconocía en este texto "una de las fuentes
más antiguas del valentinianismo". Esta teogonia ha sido traducida, y comentada por
DIBELIUS en Zeitschrift. N. T. Wissensch., t. IX (1908), pp. 329-340. Cf. Histoire du
dogme de la Trinité, t. II, pp. 105 y 110, n. 3 ; VÓLKER, Quellen, p. 60.
( 41 ) Valentín pretendía conocer estos misterios por una revelación del Logos: "Va-
lentín afirma que vio u n niño recién nacido, y al preguntarle quién era respondió
que era el Logos; continúa con un mito, argumento digno de una tragedia y em-
prende la elaboración de su herejía" (HIPÓLITO, Philos., VI, XLII, 2 ) . Cf. LIECH-
TENHAHN, Die Offenbarung im Gnosticismus, p. 24.
( 42 ) Cf. SEUDO TERTULIANO, X I I : Valentín enseña que ante todo existían Byzos y
Sigé, de los cuales nacieron Nous y Alezeia; de éstos proceden Logos y Zoé y de éstos
Anthropos y Ecclesia. Estos últimos producen doce eones y Logos y Zoé otros diez.
' Así tenemos en el Pleroma los treinta Eones, que forman la Ogdóada, la Década y
la Dodécada". Sobre este tratado del Seudo Teituliano, cf. HARNACK, Chronologie, t. II,
pp. 221-223; D'ALES, Saint Hippolyíe, pp. 73-77.
( 4 3 ) Isis et Osiris, XLVII.
( 44 ) Así en una exposición que se lee en Hipólito, VI, xxix, 5-xxx, 9. Este texto está
traducido y comentado en Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 107-109.
( 4 5 ) Es doctrina del texto valentiniano citado por Epifanio, Hcer., xxxi, 5, 7 (cf. su-
pra, p. 16, n. 40). H e aquí cómo describe el origen de la Década y de la Dodécada:
"Por voluntad de Byzos, que lo abarca todo, Anthropos y Ecclesia se unieron y produ-
jeron la Dodécada de individuos macho-hembras. . . Después Logos y Zoé también
dieron el fruto de su unión; se unieron y su unión era la voluntad y, estando unidos,
produjeron la Década de concupiscentes, también macho-hembras". Cf. Histoire du
dogme de la Trinité, t. II, p. 110, n. 3. >
( 4 e ) Cf. CUMONT, Recherches sur le Manichéisme, Bruselas, 1908, t. I, pp. 54 y ss.
( 4T ) ORÍGENES escribe (Contra Celsum, VI, x x x v ) : "Los valentinianos llaman
18 HISTORIA DE LA IGLESIA

Esta teogonia se completa con la leyenda de la caída original; el último


Eón, Sophia, cae y debe ser reparado. En el texto valentiniano citado por
Hipólito, se describe así la caída:

"El último Eón, Sophia, considerando toda esta serie de emanaciones, llegó hasta su
origen el Padre y averiguó que los otros Eones habían engendrado por parejas, mien-
tras que el Padre engendró solo. Quiso imitarle, olvidando que no era improducida
como él, pues en el no producido se encuentran reunidos todos los principios genera-
dores; pero en los seres producidos, el principio femenino emite la esencia y el princi-
pio masculino le da su forma. Sophia produjo lo que únicamente pudo: una esencia
amorfa y confusa, que es lo que Moisés significa cuando dice que: «la tierra era sin
forma y sin luz». El nacimiento de este aborto turbó todo el Pleroma; todos los Eones
suplicaron al Padre que tuviese piedad de Sophia. Entonces, por orden del Padre,
Nous y Alezeia emitieron a Cristo y al Espíritu Santo, para dar al aborto una forma
determinada y consolar a Sophia a fin de. que cesase en sus lamentaciones. Luego el
Padre solo produjo un Eón, Stauros (la Cruz) u Horos (el límite), para que fuera
frontera del Pleroma" ( 4 8 ).

Se ve por el texto citado cómo la especulación gnóstica, que se desen-


vuelve toda en u n mundo de fantasía, gusta de adornarse con la teología
cristiana y recuerdos bíblicos; pero no es más que eso: u n adorno. El relato
bíblico del Génesis sobre los orígenes de la tierra y el caos informe no
tienen nada evidentemente de común con la aventura de Sophia n i con
el nacimiento del aborto; "a fortiori" los dos Eones supernumerarios, Cristo
y el Espíritu Santo, no son producto de una profunda inspiración cristiana;
acusan, sin embargo, el recuerdo d ^ t dogma católico y el deseo de u n i r el
Evangelio con la Gnosis. Jesús aparece también, pero, como en muchos
sistemas gnósticos, es distinto de Cristo. Mientras que Cristo es u n Eón
supernumerario, producido por el Padre sin intervención de n i n g ú n otro,
Jesús es fruto común de los treinta Eones del Pleroma, se une a Sophia, todavía
oscurecida, manchada por su c*aída y la purifica de sus pasiones ( 4 9 ).

"PISTIS SOPHIA" Sobre este fondo de la caída de Sophia bordaron muchas


fantasías otros autores gnósticos. Se encuentran sobre todo
en la "Pistis Sophia" C 50 ), libro que data probablemente de fines del siglo

"Prounikos" cierta sabiduría, nacida del libertinaje de Sophia, cuyo símbolo sería la
hemorroisa; Celso, que. mezcla confusamente todo lo que dicen griegos, bárbaros y
herejes, ha escrito: Una fuerza que deriva de cierta Virgen Prounikos". En este papel
tan importante que atribuyen los valentinianos a la concupiscencia, Bousset ve un
vestigio de la religión de la "Gran Madre": "Así en el sistema de estos gnósticos,
esa Madre, tan pronto es diosa grave y austera, la madre que habita los cielos, como
la diosa licenciosa del amor, la gran cortesana (Prounikos) que, en el sistema simo-
niano, por ejemplo, reviste la forma de Helena, la prostituta, cuyo culto se celebra
con toda clase de ritos obscenos" (art. Valentinus en British Encyclopedia, p. 853).
(48) HIPÓLITO, Philos., VI, xxx, 6; xxxi, 6. Hemos abreviado el texto, demasiado
largo para traducirlo íntegramente. Sobre esta concepción gnóstica de Stauros, cf.
BOUSSET, Platons Weltseele und das Kreuz Christi, en Zeitschrift für N. T- Wissen-
schaft (1913), t. XIV, pp. 273-285, sobre todo pp. 281 y ss. Estas especulaciones guar-
dan dependencia con la teoría platónica del alma del mundo. Cf. JUSTINO, Apología,
I, LX, refiriéndose a Platón, Timeo, xxxvi. Cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. II,
pp. 108-109 y n. 1.
(49) Una de estas pasiones, el temor, constituye "esencia psíquica", y para los
gnósticos es un Demiurgo, la Hebdómada, intermediario entre la Ogdóada —a que
pertenece la Sophia y de la cual procede—• y el mundo material, del cual es De-
miurgo. Cf. HIPÓLITO, op. cit., VI, xxxn, .5-9.
C50) Este libro, escrito originariamente en griego, no se conoce más que en la
traducción copta. El texto copto ha sido editado por K. SCHMIDT, en la colección
CRISIS GNOSTICA Y M O N T A Ñ I S M O 19

tercero. Cristo resucitado cuenta a sus apóstoles su Ascensión: revestido con


una túnica de luz que llevaba escritos los nombres de los trece Eones, atra-
vesó los cielos; encontró debajo del decimotercero Eón a Pistis Sophia, que
había caído por haber aspirado a la luz suprema; herida por los celos de
sus compañeros, sobre todo de Authades, cayó precipitada en el Caos. Im-
ploró entonces la luz suprema y le impusieron trece penitencias, tantas
como Eones. Jesús repite a sus discípulos las lamentaciones de Sophia y uno
de sus discípulos reconoce en cada uno de sus cantos algún salmo o himno
de la Biblia. Es una prueba más del esfuerzo de los gnósticos por relacio-
narlo todo con la revelación cristiana; por interpretar los salmos, los himnos
y hasta las Odas de Salomón como lamentaciones de Sophia y por garan-
tizar esta exégesis con la autoridad de Jesús. En estas plegarias h a y detalles
patéticos, pero el conjunto es pesado y poco grato.

LA REVELACIÓN La teogonia, que hemos expuesto según la mente de


SEGÚN LA GNOSIS Valentín, se presenta acreditada por u n a revelación.
Vamos a comentar este último aspecto. Valentín n o
es sólo u n metafísico, se presenta también como profeta. A este propó-
sito podemos citar el salmo valentiniano que Hipólito ha recogido ( 5 1 ). El
autor de Philosophumena inserta primeramente el célebre texto de la se-
gunda carta de Platón: " E n torno del rey de todos los seres están todos
los seres; él es el fin de todos, la causa de todas las cosas hermosas. La
segunda en torno a las segundas y la tercera en torno a las terceras". Jus-
tino^ 5 2 ) y Atenágoras ( B3 ) h a n explicado este enigma, y Valentín, a su
vez, ensaya una explicación nueva: "El rey de todos es el Padre, Byzos,
Sigé (padre) de todos los Eones; las cosas segundas son los Eones que
están fuera de Horos y las cosas terceras todo el universo que está fuera
de Horos y del Pleroma." Valentín h a descrito brevemente este universo en
un salmo, procediendo de lo más bajo a lo más alto y no de lo más encum-
brado a lo menos, como Platón. Dice así:

Veo a todos los seres suspendidos en el espíritu,


los concibo a todos arrebatados por él,
la carne suspendida en el alma
y el alma arrebatada fuera del aire,
el aire suspendido del éter,
los frutos brotando del abismo,
el niño saliendo del seno materno.

"Esto se traduce así, prosigue Hipólito: la carne es para ellos la materia,


suspendida del alma del Demiurgo; el alma es arrastrada fuera del aire,
es decir, del espíritu que está fuera del Pleroma; el aire es arrebatado fuera
del éter, es decir, la Sophia exterior fuera de la Sophia que está en el interior
del Horos y de todo el Pleroma. Del Abismo germinan los frutos equiva-
lentes a todos los Eones que provienen del Padre" ( 5 4 ).

cóptica, dirigida por H. O. Lange, Copenhague, 1925; trad. alemana por Schmidt,
2» edición, Leipzig, 1925; trad. inglesa de MEAD, Londres, 1921, y de G. HORNER, 1924.
(51) HIPÓLITO, Philos., VI, xxxvn, 7.
(52) Apol-, I, vni y LX.
(53) ATENÁGORAS, Legado pro Christianis, xxm.
( M ) Sobre este salmo cf. D' ALES, Hippolyte, p. 97: "Entre las producciones que
se atribuyen a los herejes hay algunas que nadie se atreverá a creer inventadas a
20 HISTORIA DE LA IGLESIA

La interpretación de Hipólito es verosímil; pero, cualquiera que sea su


verdadero sentido, la existencia misma del salmo es interesante y está con-
firmada por Tertuliano y por el fragmento de Muratori, que h a b l a n de
salmos valentinianos ( 5 5 ) .
Sobre esta cuestión del conocimiento religioso y de su origen debemos
recoger a ú n u n dato de Clemente:
Valentín, el corifeo de los que dicen que (la revelación religiosa) es común a todos,
habla así textualmente en una homilía sobre los amigos: "Muchas de las cosas que
están escritas en los libros públicos, se encuentran escritas en la Iglesia de Dios;
porque las cosas comunes son estas palabras que nacen del corazón; la ley escrita en
el corazón; he ahí el pueblo del Amado, que es (amado) de él y que le ama".
Llama biblias públicas tanto a las Escrituras de los judíos como a las de los filósofos
y considera la verdad como patrimonio común ( S 6 ).
Así desaparece el carácter privilegiado del judaismo y del cristianismo:
la revelación es siempre la causa de la verdad religiosa; sin embargo, por
tal se entiende u n a revelación que no nos llega necesariamente a través de
Cristo y de la Iglesia, sino que ha sido otorgada, sin intermediario, a deter-
minados hombres. La h u m a n i d a d está repartida en tres grupos: pneumá-
ticos, psíquicos e hylicos ( 5 7 ) . Los últimos están condenados a la esclavitud
de la materia; los segundos pueden salvarse trabajosamente por la ascesis;
los primeros son la raza escogida; poseen u n germen divino depositado en
ellos a ocultas del Demiurgo y de sus ángeles; se salvan por la gnosis que
viene de u n a iluminación de Dios.
Esta concepción de u n a raza elegida, dominará toda la gnosis; para los
espíritus orgullosos es u n gran aliciente; para los discípulos del Evangelio
es uno de los caracteres más manifiestamente anticristianos.

TOLOMEO Entre los discípulos de Valentín h a y dos que destacan sobre los
otros: Tolomeo y Heracleón. Su estudio es interesante porque
nos permite calar en la exégesis gnóstica, que los fragmentos de los grandes
maestros no bastan a dilucidar.
La carta de Tolomeo a Flora ha sido transcrita enteramente por San
Epifanio ( 5 8 ) . Harnack la editó con gran cuidado en los Informes de la
Academia de Berlín (1902), subrayando su interés en la introducción que le
precede ( 5 9 ) . La doctrina esotérica no está expuesta en ella; apenas si apa-
rece en u n a perspectiva lejana: podrá ser revelada más tarde a Flora, si se
hace digna de esta revelación. Lo que Tolomeo expone en su carta es u n a
interpretación del Pentateuco. Distingue tres inspiraciones diferentes y en
dependencia con estas tres distintas fuentes, señala tres elementos de des-
igual valor. Ciertas leyes h a n sido dictadas directamente por Dios, por ejem-
plo el Decálogo; son sagradas e inmutables de manera que n i u n a "iota"
puede ni debe cambiarse. Otras h a n sido dictadas por Moisés, por ejemplo

capricho; por ejemplo el salmo naaseniano lleva un sello de autenticidad no menos


seguro que el ininteligible salmo valentiniano". La interpretación de Hipólito es
adoptada por LIECHTKNHAHN, op. cit., p. 108.
(B5) TERTULIANO, De Carne Christi, xvii; Muratorianum, txxxi.
(56) Stróm., VI, vi, 52, 3-4. Cf. ZAHN, Geschichte des neutestamentlichen Kanons,
Erlangen, 1892, t. II, p. 953, s.
( 57 ) Cf. DE FAYE, op. cit., pp. 67-68.
(58) Hmreses, XXXIII, m-vii.
( 59 ) Está en P. G., VII, 1282-1292, DOUPOUROQ la traduce en parte en su Irénée,
79, s.; DE FAYE le dedica algunas páginas, op. cit., pp. 103-107.

*
CRISIS GNOSTICA Y MONTAÑISMO 21

la ley del talión y, aunque generalmente buenas, son, sin embargo, imperfec-
tas y tienen mezcla de elementos malos. Finalmente h a y otras que proceden
de los ancianos del pueblo judío: son en particular, las leyes rituales que
atañen a los sacrificios, al sábado, al ayuno, los ázimos; estos preceptos
tienen sólo u n valor simbólico. Tolomeo, por esta doctrina, se emparenta
con la exégesis de la epístola de Bernabé; pero se esfuerza por justificarla
con la enseñanza de Jesucristo, tal como la conocemos por los sinópticos.
Se pregunta cuál es el Dios que ha inspirado parcialmente el Pentateuco y
se responde que no es el Dios Supremo, n i el demonio, sino el Demiurgo,
que es el medio entre los dos principios extremos y que es el dios justo, el
dios de la justicia.
En verdad, todo esto responde a la tesis marcionita.
De Tolomeo poseemos también, resumida por Ireneo, u n a interpretación
del prólogo de San Juan ( 8 0 ). Este texto tiene ya u n carácter distinto del
de la carta a Flora; en él campea la doctrina esotérica. En el Evangelio
se revela la teogonia valentiniana, que Tolomeo descubre al dar a las ex-
presiones empleadas por San J u a n el valor que pretendían los gnósticos; u n
extracto bastará para darse cuenta del método adoptado:

" . . .Lo que ha sido hecho en El —dice— es vida. He aquí indicada la sicigía (unión
de Eones), pues dice que todo ha sido hecho por El, sólo la vida en El. Esta, que está
en El, está mucho más estrechamente unida con El que todos los seres que han sido
hechos por El; está con El y ha sido fecundada por El. Y, como añade: Y la Vida era
la luz de los hombres, nombra expresamente al Hombre y con él implícitamente a la
Iglesia, dándonos a entender con el empleo de una sola palabra la unidad de la sicigía.
"De Logos y de la Vida nacen el Hombre y la Iglesia... En estas palabras Juan
enseña claramente, entre otras cosas, la segunda tetrada y al mismo tiempo deja
entrever la primera tetrada. Al hablar del Salvador y decir que todo lo que es fuera
del Pleroma ha sido hecho por El, dice, por consiguiente que El es fruto de todo el
Pleroma... Y el Logos se hizo carne y habitó entre nosotros y hemos visto su gloria,
gloria como la que un hijo único (recibe) del Padre: con plenitud de Gracia y de
Verdad- He aquí expresamente la primera tetrada: el Padre, la Gracia, el Unigé-
nito y la Verdad. Juan habla, pues, de la primera Ogdóada, madre de todos los
Eones; pues nombra al Padre, a la Verdad, a la Gracia, al Unigénito, al Logos, Vida,
Hombre, Iglesia."

De cuatro palabras, tomadas al azar, del texto de San J u a n y combinadas


artificiosamente, resulta todo el sistema valentiniano; exégesis m u y cómoda
en verdad, pero demasiado frágil.

HERACLEON La misma exégesis de Tolomeo encontramos en Heracleón.


Discípulo de Valentín como Tolomeo y hombre de la misma
generación, escribió u n comentario a los Evangelios. Clemente recoge u n
fragmento de Heracleón sobre San Lucas ( 6 1 ). Orígenes, en sus obras so-
bre San Juan, cita conflrecuencia el comentario de Heracleón para criticarlo.
Sus transcripciones, que son numerosas y bastante extensas, no nos permi-

í 60 ) Adversus tuereses, I, vm, 5. Cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 112-
113. DE FAYE, op. cit., p. 140.
(61) Stróm., IV, ix, 71-72 (sobre Le- 12, 11, s.), fragmento 50 de la edición de BROOKE.
En este fragmento, Heracleón expone cómo el cristiano debe confesar a Cristo en toda
su vida. Clemente, después de citar el texto, hace notar cómo Heracleón se expresa
ortodoxamente y tan sólo le reprocha el no reconocer el valor de una confesión que,
aunque no ha sido preparada a lo largo de la vida, se alza y se afirma ante la muerte.
Véase el comentario de DE FAYE, op. cit., pp. 78-79.
22 HISTORIA DE LA IGLESIA

ten reconstruir totalmente el libro perdido, pero nos sirven para tener u n a
idea de él y conocer su método exegético ( 6 S ) .
La carta de Tolomeo a Flora distinguía tres principios: el Dios Supremo,
el Demonio y entre ambos el Demiurgo. Heracleón hace que este mismo
esquema teológico aparezca en el Evangelio de San Juan, por ejemplo, en
el episodio de la Samaritana. El Dios Supremo, el Padre, es el Dios Espíritu
que debe ser adorado en Espíritu y en Verdad (fr. 20, s.); él Dios de los
judíos que se adora en Jerusalén, es el Demiurgo, y el que se adora sobre
el monte de Samaría es el demonio.
El Demiurgo desempeña u n gran papel en esta exégesis: Juan Bautista,
humillándose ante Jesús, es el Demiurgo y el calzado de Cristo es el
mundo (fr. 8 ) . También hemos de ver al Demiurgo en el régulo de Cafar-
n a ú m (Ion. 4, 46). No es más que u n régulo; porque su reino es efímero y
pequeño y pide al Señor que cure a su hijo, es decir al mundo material
que él creó; sus criados son los ángeles, que, como él, creen en el Salvador,
según lo que dice el texto: " y creyó él y toda su casa" (fr. 40). Es también
el Demiurgo el ejecutor de las sentencias de Cristo (Ion. 8, 50; fr. 4 8 ) ; San
Pablo lo enseña cuando dice: "que no en vano lleva espada" (Rom. 13,4) ( 6 3 ) .
El demonio está simbolizado, según hemos dicho, por el monte de Sama-
ría (fr. 2 0 ) ; a él rendían culto los hombres antes de la Ley y a u n hoy se
lo dan los gentiles; tiene pasiones, pero no tiene voluntad (fr. 4 6 ) , todo en
él es engaño (fr. 47).
Así como hay tres principios soberanos y tres cultos, h a y también tres
castas de hombres: los espirituales, los psíquicos y los materiales. Los espi-
rituales h a n sido formados por el Logos; h a y en ellos u n a semilla espiritual
y son consustanciales con Dios ( ? 4 ) ; su naturaleza es incorruptible (fr. 47).
Antes de la venida del Salvador estaban en u n estado de ignorancia sin ver-
dadero culto y El los salvó (fr. 17 y 19). La fe les es connatural (fr. 2 4 ) , son
apoyo y salvación para los psíquicos y son el "agua que salta hasta la vida
e t e r n a " (fr. 17 y 27). En el último día serán, al parecer, esposas de los
ángeles del Salvador: son las bodas figuradas en las bodas de Cana ( 6 5 ) .
Los psíquicos simbolizados por los judíos (fr. 19) adoran a los ángeles
(fr. 2 1 ) . Son m u y numerosos, en tanto que el grupo de los espirituales es
m u y reducido; están unidos a la materia, sumidos en ella; pero pueden
salvarse, aunque no entran en el Pleroma, como los espirituales (* 8 ). Su
símbolo es el número siete: entre el seis, que es el símbolo del mal, y el
ocho, que es el de la Ogdóada ( 6 T ). Pueden, si para m a l suyo lo quieren,
convertirse en hijos del demonio, en tanto que los materiales lo son por
naturaleza (fr. 4 6 ) .
Estos textos, que se podrían multiplicar ( 6 8 ) , bastan a revelarnos el mé-
(62) Los fragmentos han sido recogidos y editados por BROOKE, The Fragments
of Heracleón. Textes and Studies, I, 4 (1891). Los ha estudiado DE FAYE, op. cit.,
pp. 79-102. Cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 113-116.
(63) Fr. ig^ cf_ l a n o ta que remite a Excerpta Theodoti, L; Philos., VI, xxxiv;
Stróm., IV, xm.
(64) Fr 24; cf. n. C, p. 106. Se admite aquí la doctrina platónica refutada por
JUSTINO, Diálogo, iv.
(65) pr 12, cf. Excerpta, LXIII; IRENEO, Adv. hcer., I, vn, 1.
(66) Fr. 37, cf. Excerpta, un, Fr. 13, 11; cf. Excerpta, LVIII.
(67) Fr. 40; cf. fr. 16: En los cuarenta y seis años de la construcción del templo
(Ion. 2, 20), Heracleón ve todo un misterio. El rey Salomón es tipo del Salvador,
el número seis significa la materia; cuarenta es el símbolo de la tetrada soberana y
trascendente, de donde procede la semilla espiritual depositada en la materia.
(68) Se podrían recoger de los gnósticos refutados por IRENEO, en particular en

f.
CRISIS GNOSTTCA Y MONTAÑISMO 23

todo exegético d e los g n ó s t i c o s ; p e r o h a b e r n o s d e c o n f e s a r e n s u d e s c a r g o ,


q u e t a l e s f a n t a s í a s e r a n m u y d e l g u s t o d e l a é p o c a : a s í , p o r e j e m p l o , los
estoicos e n c o n t r a b a n t o d a s u física e n l o s p o e m a s d e H o m e r o ; su exégesis
era t a n l i b r e c o m o l a d e T o l o m e o o H e r a c l e ó n . P e r o l o s católicos j a m á s se
c r e y e r o n a u t o r i z a d o s a t r a t a r l a B i b l i a c o m o l o s estoicos a H o m e r o . O r í g e n e s
aplicó l a exégesis a l e g ó r i c a a l A n t i g u o T e s t a m e n t o y a u n a l E v a n g e l i o ; p e r o lo
h i z o d e m a n e r a m u y d i s t i n t a d e l a d e l o s g n ó s t i c o s ( e 9 ) . L a s Héxaplas pro-
c l a m a n m u y a l t o c o n q u é p i a d o s a d i l i g e n c i a se esforzó e n fijar e l t e x t o y
el s e n t i d o d e l o s l i b r o s s a g r a d o s ; e l s e n t i d o a l e g ó r i c o q u e i n t e n t a d e s c u b r i r
en ellos se a p o y a e n e l s e n t i d o l i t e r a l , l a m a y o r p a r t e d e l a s veces s i n des-
t r u i r l o ; y los m i s t e r i o s q u e esta exégesis a l e g ó r i c a d e s c u b r e s o n m i s t e r i o s
cristianos q u e l a B i b l i a r e v e l a y q u e l a t r a d i c i ó n oficial d e l a I g l e s i a p r o -
p o n e p a r a q u e se c r e a n . L o s g n ó s t i c o s , p o r e l c o n t r a r i o , u s a n d e l a m á s
absoluta l i b e r t a d e n l a e l a b o r a c i ó n d e s u s f a n t a s í a s , i n s p i r a d a s a v e c e s e n
tradiciones p a g a n a s q u e , luego, i n t e n t a n a r m o n i z a r c o n l a Biblia, a fin
de a u t o r i z a r l a s p o r m e d i o d e artificiosos c o n t a c t o s q u e s o n s o l a m e n t e m a -
labarismos mentales.

LAS ESCUELAS GNOST1CAS H a s t a ahora h e m o s h a b l a d o d e los maestros


d e l a g n o s i s ; p e r o n o s o n ellos solos, p u e s y a
desde su m i s m o o r i g e n l a secta se d i v i d i ó e n e s c u e l a s r i v a l e s , c u a n d o c a d a
u n o se t o m a b a l a l i b e r t a d d e d o g m a t i z a r p o r su c u e n t a : " L o s v a l e n t i n i a n o s ,
recalca T e r t u l i a n o , se h a n t o m a d o l a m i s m a l i b e r t a d q u e V a l e n t í n ; y l o s
marcionitas la m i s m a q u e M a r c i ó n , y h a n modificado l a fe a su t a l a n t e " ( 7 0 ) .
La herejía v a l e n t i n i a n a se e s c i n d i ó e n dos r a m a s : l a d e o c c i d e n t e , l l a m a d a
por H i p é l i t o i t á l i c a ( 7 1 ) y q u e se e x t e n d i ó n o s o l a m e n t e p o r I t a l i a , s i n o
también por el s u r d e l a G a l i a ; — a ella p e r t e n e c e n T o l o m e o y H e r a c l e ó n y
es l a q u e d e o r d i n a r i o t i e n e p r e s e n t e I r e n e o — ( 7 2 ) , y l a e s c u e l a o r i e n t a l , a
la q u e se r e d u c e n A x i ó n i k o s y B a r d e s a n e s ( 7 3 ) y q u e se d i f u n d i ó p o r e l

Adv. hcer., I, i, 3, buen número de ideas y de rasgos idénticos a los citados de


TOLOMEO y HERACLEÓN. Cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. I I , p. 116, n. 1.
( 69 ) No puede decirse, pues, con DE FAYE (op. cit, p . 79): " E l método empleado por
nuestro gnóstico es el alegórico y desde este punto de vista no h a y diferencia alguna
entre él y Orígenes".
( 70 ) De prcBScr. hcEret., XLII, 8. Cf. IRENEO, Adversus hcereses, I, xi, 1: "Veamos
ahora la inconstancia de su opinión; porque donde h a y dos o tres, y a no se ponen
de acuerdo sobre u n determinado punto, sino que se contradicen con las palabras y
con los hechos".
( 71 ) Philos., V I , xxxv, 6.
( 72 ) IRENEO, Adversus hcereses, I, x m , 1 y s. L a doctrina que Ireneo quiere exponer
es la de los partidarios de Tolomeo: I, prazf., 2; sin embargo ataca también a veces
a los seguidores del gnosticismo oriental, por ejemplo a Marcos.
( 73 ) Bardesanes nació en Edesa en 154 y murió en 222. Tenemos de él solamente
un Diálogo sobre el Destino, escrito en siríaco por su discípulo Felipe en los últimos
años del siglo segundo o primeros del tercero. Este libro (Bárdeseme l'asírologue. Le
Livre des lois du pays, editado y traducido por F . Ñ A U , París, 1899) y en Patr. Syr.,
I, 2 (1907), no contiene las tesis gnósticas que los heresiólogos atribuyen general-
mente a Bardesanes; es u n a discusión sobre el libre arbitrio; intenta probar que los
actos del hombre pueden provenir de tres principios: la naturaleza, el destino, la
voluntad. El autor exagera la influencia de los astros sobre la voluntad humana.
ÑAU concede que se engañó "sobre la influencia de los astros, origen, composición y
muerte del cuerpo humano y finalmente sobre el cuerpo de Cristo"; pero niega que
hubiese sido u n verdadero gnóstico, en el sentido que se da generalmente a esta
palabra (Patr. Syr., I I , p. 535). Cf. F. Ñ A U , Une biographie inédite de Bardesane Vas-
trologue, París, 1897; A. BAUMSTARK, Geschichte der syrischen Literatur, Bonn, 1922,
24 H I S T O R I A DE LA I G L E S I A

Egipto y Siria; en ella nos encontramos con magos como el mago Marcos,
atacado por Ireneo. Las artes de este charlatán no merecen u n estudio de-
tallado, pero nos indican a qué profesiones tan poco dignas se dejó arras-
trar esta gnosis tan orgullosa.

§ 2 . — El m a r c i o n i s m o ( 7 4 )

MARCION Marción, el adversario más temible de la Iglesia en el siglo


segundo, pertenece a la misma generación que los grandes
gnósticos Basílides y Valentín, aunque de más edad que ellos ( 7 5 ).
Su fuerza no es la de u n metafísico o la de u n profeta; en esto no se
parece nada a Valentín o a Montano; es u n hombre de acción, u n jefe que
supo crear, organizar sólidamente y relacionar estrechamente entre sí nu-
merosas iglesias y arrastró en su seguimiento a sus "compañeros de desgra-
cia" ( 7 6 ) , de los cuales muchos confesaron su fe cristiana hasta el martirio.
Mutiló la Biblia y elaboró una teología pobre e inconsistente. La nueva
secta que se lanzó al campo con energía retadora emprenderá la conquista
del m u n d o y opondrá a la Iglesia una resistencia encarnizada.

SU ORIGEN Marción nació en Sínope. En la provincia del Ponto, los cris-


tianos eran numerosos y bien organizadas las iglesias ( 7 7 ) .
Según el relato de Hipólito, el padre de Marción era obispo y excomulgó
a su hijo ( 7 8 ) , quien, enriquecido en su oficio de armador, dejó el Ponto y
vino al Asia Menor; allí debió enfrentarse con San Policarpo, que veía en
él al hijo "primogénito" de Satanás. Cuando en 154 el viejo obispo de Es-
m i r n a llegó a Roma, aprovechó su estancia en la ciudad para reducir a la
Iglesia a muchos de los discípulos de Valentín y de Marción ( 7 9 ).

pp. 12-14. G. LEVI DELLA VIDA, II Dialogo delle leggi dei paesi, Roma, 1921; L. TON-
DELLI, Mani. Rapporti con Bardesane, S. Agostino, Dante, Milán, 1932. Se ha atri-
buido muchas veces a Bardesanes el Himno del alma, pero aun está por demostrarse.
A. A. BEVAN (The Hymn of the Soul, Cambridge, 1897) tiene esta opinión por muy
probable (p. 6); pero la mayor parte de los historiadores no la han seguido. F. HAASE
(Zur Bardesanischen Gnosis, 1910) concluye (pp. 89-90) que Bardesanes fué segura-
mente hereje y que sufrió la influencia de la gnosis, sin ser propiamente gnóstico. Sus
recursos principales son la astronomía y la astrología y manifiesta una gran influencia
de la filosofía griega. Algunos términos han pasado de su obra al lenguaje teológico
siríaco. Tiene poca importancia para la historia general y para la historia de las
religiones, pero mucha importancia para la historia de la civilización.
( 74 ) Sobre Marción véase: A. VON HABNACK, Marción Das Evangelium vom frem-
dem Gott, Leipzig, 1924; Neue Studien zu Marción, Leipzig, 1923; A. D'ALES, Marción,
la reforme chrétienne au IIe siécle en Recherches de Science religieuse, t. XIII (1922),
pp. 137-168. Cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 122-131. E. BUONAIUTTI,
Marcione e il Nuovo Testamento latino, en Ricerche religiose, II (1926), pp. 336-348;
M. ZAPPALÁ, Etica ed escatologia in Marcione, ibíd., III (1927), pp. 333-355.
( 75 ) CLEMENTE, Stróm., VII, xvn, 106: "Marción perteneció a la misma época que
Basílides y Valentín; pero era ya anciano, cuando ellos eran aún jóvenes".
( 76 ) Así llamaba Marción a sus discípulos; cf- TERTUL.., Adv. Marc, IV, ix y xxxvr.
(7T) Cf. Carta de Plinio a Trajano (supra, vol. I, p. 241, s.). Recuérdese lo que dice
de las diaconisas cristianas (ibíd. p. 311).
( 78 ) Se encontraba este dato en Syntagma, de Hipólito, de donde lo tomó Epifa-
nio. La excomunión habría sido motivada por la violación de una virgen. Parece que
Tertuliano desconocía esta acusación y, por lo mismo, es poco verosímil. Quizá se
fulminó la excomunión contra él por enseñar doctrinas heterodoxas; y ésta pudo ser
la violación de que habla Hipólito. Cf. HARNACK, Marción, 23-24. ,
( 79 ) IHENEO, Adversus hmreses, III, ni, 4, citado por EUSEBIO, Hist. Eccl., IV, xiv, 6;
CRISIS GNOSTICA Y MONTAÑISMO 25

SU DEFECCIÓN Marción, efectivamente, había venido a Roma y se pre-


sentó en ella como u n cristiano fiel, según lo atestiguaba
un documento escrito que se conservaba en la iglesia de Roma ( 8 0 ) , y en
el fervor de su primer momento donó a la iglesia romana doscientos m i l
sestercios ( 8 1 ). "Vivió al parecer en la oscuridad, madurando su doctrina y
trabajando por fundamentarla sólidamente, preparando sus Antítesis y su
texto de la Escritura ( 8 2 ) .
Cuando este trabajo de elaboración estuvo acabado, Marción se presentó
a los presbíteros y les rogó que le explicasen algunas sentencias evangélicas
que le parecieron particularmente significativas: u n árbol bueno n o puede
dar más que frutos buenos (Le. 6, 4 3 ) ; no se pone el vino nuevo en odres
viejos (ibíd. 5, 3 6 ) : No le satisficieron las explicaciones propuestas y apos-
tató. La Iglesia de Roma rechazó entonces el dinero y al que lo había en-
tregado ( 8 3 ) .
Esta ruptura fué para los marcionitas el comienzo de u n a nueva era:
Cristo había aparecido en la tierra el año decimoquinto de Tiberio; ciento
quince años, seis meses y medio después Marción fundó su iglesia ( 8 4 )-
Si se supone que el año decimoquinto de Tiberio es el año 29 y se toma
como punto de partida el comienzo de este año, el cómputo marcionita
nos lleva al año 144, mediado julio.
El desarrollo de la nueva secta fué m u y rápido; hacia el 150 escribía
Justino: "Marción del Ponto, que enseña a ú n h o y , profesa la creencia de
un Dios superior al Creador; con la ayuda de los demonios propaga su
blasfemia por el m u n d o " ; y más abajo: "Son muchos los que aceptan su
doctrina y se ríen de nosotros. . . Estúpidos, como ovejas arrebatadas por el
lobo, son presa del ateísmo y de los demonios" ( 8 5 ).
Hacia el fin del siglo siguiente escribía Tertuliano: "La doctrina de
Marción h a llenado el m u n d o entero" ( 8 6 ) .

cf. ibíd., 7: "El mismo Policarpo a Marción, que acercándosele le preguntó: ¿Me
reconoces? le respondió: Reconozco al primogénito de Satanás". Este encuentro pudo
tener lugar en» Asia o en Roma. La permanencia de Marción en Asia está atesti-
guada por Papías en el prólogo: in ev- Ion., ed. WORDSWORTH-WHITE, Testamentum
Domini Nostri Jesu Christi latine, part. I, fase. IV, p. 490, s.; HARNACK, op. cit., 97.
C80) TERTULIANO, De carne Christi, n : "eo magis mortuus es, quo magis non es
christianus; qui cum fuisses, excidisti, rescindendo quod retro credidisti, sicut et
ipse confiteris in quadam epístola, et tui non negant et nostri probant". Cf. De prcescr.
hmret. xxx; Adv. More, I, xx. KATTENBUSCH, Apost. Symbol., II, p. 86, s., p. 322, s.
HABNACK, op. cit., p. 25, 20.
( 81 ) Adv. Marc, IV, iv. De prcescr. hazret., xxx.
(82) HARNACK (op. cit., p. 26) hace notar que la preparación del texto expurgado de
las Antítesis exigió reflexión y tiempo y, como el texto que sirve de base a estos
trabajos está más atestiguado en occidente que en oriente, se puede concluir con
verosimilitud que fué en Roma donde se realizó este trabajo durante los años que
precedieron a la ruptura con la Iglesia (144).
(83) TERTULIANO, Adv. Marc, IV, iv.
(84) Ibíd., I, xix: "Anno XV Tiberii Christus Jesús de ccelo manare dignatus est,
spiritus salutaris Marcionis. Salutis + qui ita voluit quoto quidem anno Antonini majo-
ris de Ponto suo exhalaverit aura canicularis, non curavi investigare. De quo tamen
constat, Antonianus hsereticus est, sub Pió impius. A Tiberio autem constat usque
ad Antoninum anni fere CXV et dimidium anni cum dimidio mensis. Tantumdem
temporis ponunt Ínter Christum et Marcionem". Cf. HARNACK, Ckronologie, t. I,
p. 297, s.; p. 306, s.; Marción, p. 18*.
( 85 ) Apol., I, xxvi y LVIII.
(86) TERTULIANO, Adv. Marc, V, xix. La fecha de la muerte de Marción nos es
desconocida; pero no puede prorrogarse más allá del 160 (HARNACK, Marción, 25).
26 H I S T O R I A DE LA I G L E S I A

OPOSICIÓN DE LOS Se comprenderá mejor u n éxito tan rápido, si se re-


DOS TESTAMENTOS cuerda la turbación que experimentaban ciertos cris-
tianos poco prudentes o m a l instruidos ante algunos
pasajes del A. Testamento y, sobre todo, ante su legislación. El autor de
la carta de Bernabé no quería ver en estas leyes sino símbolos de reali-
dades espirituales: jamás pensó Dios en exigir a los judíos u n templo de
piedra, n i la circuncisión, n i el descanso sabático ( 8 T ). La carta de Tolomeo
a Flora dará esa misma solución ( 8 8 ) ; pero, desde luego, h a y que reconocer
que a juicio de los espíritus no predispuestos esto era violentar el sentido
de la Biblia. Marción combatió esta exégesis: nada de símbolos; la letra
es todo. Pero esta letra es indigna de Dios: el Dios de los judíos, el Creador,
no es el Dios de los cristianos, n i el Padre de Cristo. Este es el dogma
fundamental del Marcionismo y en torno suyo se empeñó la lucha.
Para hacer más sensible esta oposición que creía ver entre los dos Testa-
mentos, compuso el libro de las Antítesis. Esta obra, la única que escribió
Marción ( 8 9 ), fué para sus discípulos regla soberana de fe ( 9 0 ). Se com-
ponía fundamentalmente de textos del Antiguo y Nuevo Testamento, con-
trapuestos los unos a los otros para hacer aparecer su oposición y, por con-
siguiente, la existencia de dos dioses. Los doctores católicos gustaban de
componer colecciones de textos bíblicos o "testimonios", que daban a los fieles;
para ayudarles a conocer, a propagar y a defender su fe ( 9 1 ), Marción quiso
también formar su antología, no para establecer la armonía entre la Ley y
el Evangelio, sino para poner de manifiesto su oposición ( 9 2 ).
El libro se ha perdido, pero la refutación detalladísima de Tertuliano y
de los demás polemistas nos permite seguir las huellas de Marción a través
de los dos Testamentos ( 9 3 ). Marción lee en Isaías (55, 7 ) : "Soy yo quien
envía los males". Ahora bien, Cristo nos ha dicho que u n árbol bueno no
puede dar más que frutos buenos; si, pues, el Creador es el m a l árbol que
da malos frutos, es preciso reconocer la existencia de otro Dios, árbol bueno
que dé frutos buenos ( 9 4 ).
Y, efectivamente, en todo el Antiguo Testamento aparece u n Dios que no es
el del Evangelio: al precepto de la Ley "ojo por ojo, diente por diente",

Según TERTULIANO (De prcescr. fueret., xxx) habría querido reconciliarse con la Igle-
sia; se le impuso que redujese a sus seguidores y murió sin poder hacerlo.
(87) Cf. tomo I, pp. 283-824.
(88) Cf. supra, p. 20.
(89) No hablamos aquí de su edición del Nuevo Testamento, que no es un original
suyo, sino una edición mutilada del Evangelio y de San Pablo.
(90) TERTULIANO, Adv. More, I, xix: "Separatio legis et evangelii proprium et
principale opus est Marcionis, nec poterunt negare discipuli eius, quod in summo
instrumento habent, quo denique iniciantur et indurantur in hanc haeresim. Nam
hae sunt Antitheses Marcionis, id est contrariae oppositiones, quae conantur discoridiam
evangelii cum lege committere, ut ex diversitate sententiarum utriusque instrumenti
diversitatem quoque argumententur deorum". Se ve por este texto que para los mar-
cionitas las Antítesis son un documento de autoridad soberana, "summum instru-
mentum" (cf. la expresión "utriusque instrumenti" aplicada a los dos Testamentos).
Se sirven de él para la iniciación bautismal, como se sirve la Iglesia del símbolo de
la fe. Cf. HARNACK, op. cit., p. 70.
( 91 ) La más conocida de estas colecciones es la de San Cipriano: Testimonia; pero
no es la primera.
(02) No se limitó a transcribir los textos, sino que los acompañaba de breves expli-
caciones en que exponía y defendía su pensamiento. Cf. HARNACK, op. cit., pp. 72, s.
( 93 ) HARNACK, op. cit., pp. 68-134, ha realizado con sumo cuidado este trabajo de re-
composición. De él tomamos la mayor parte de los datos arriba citados.
( 94 ) TERTULIANO, Adv. More, I, ii; cf. II, xxiv.
CRISIS G N O S T I C A Y MONTAÑISMO 27

contrapone el Evangelio: " S i alguien t e golpea e n u n a mejilla ( 9 5 ) , presén-


tale t a m b i é n l a o t r a " . E l i a s h i z o b a j a r f u e g o d e l cielo c o n t r a l o s soldados
q u e q u e r í a n a p r e s a r l e ; C r i s t o se o p o n e a q u e s u s d i s c í p u l o s o b r e n d e l a
m i s m a m a n e r a ( 9 6 ) . E l i s e o a r r o j a osos c o n t r a l o s n i ñ o s q u e se m o f a n d e
é l ; Cristo d i c e : " d e j a d q u e l o s n i ñ o s v e n g a n a m í " ( 9 7 ) . M o i s é s e l e v a s u s
b r a z o s e n e l m o n t e p a r a q u e I s r a e l p u e d a e x t e r m i n a r a s u s e n e m i g o s ; Cristo
extiende sus m a n o s e n l a cruz p a r a salvar a los pecadores ( 9 8 ) . Josué d e -
t i e n e e l sol p a r a q u e c o n t i n ú e l a m a t a n z a ; " e l S e ñ o r dice q u e e l sol n o se
p o n g a sobre v u e s t r a c ó l e r a " ( 9 9 ) .

EL DIOS DEL E n estos t r a z o s r á p i d o s y n e r v i o s o s se a d i v i n a


ANTIGUO TESTAMENTO al hombre q u e u n día, saliendo d e su oscuridad,
d e m a n d ó a l o s p r e s b í t e r o s : " E x p l i c a d m e esto: e l
árbol b u e n o n o d a m á s q u e frutos b u e n o s " , y q u e luego, aferrándose a u n
l i t e r a l i s m o e s t r e c h o , se d e d i c a a s o r p r e n d e r e n m i l f a l t a s a l D i o s d e l a j u s -
t i c i a y a s u s p r o f e t a s . Y , c o m e n z a n d o p o r e l p e c a d o o r i g i n a l : ¿ c ó m o si D i o s
es b u e n o , p r e v i s o r y p o d e r o s o , n o s u p o p r e v e n i r e l p e c a d o d e A d á n ?

"¿Cómo h a consentido que el hombre hecho a imagen y semejanza suya, más aún, de
su sustancia por la naturaleza del alma; cómo h a consentido que, engañado por el
demonio, desobedezca a su ley y se, acarree su muerte? Si es bueno, no pudo consentir
tal desgracia; si ve en el futuro, tuvo que. conocerla de antemano. Si es omnipotente,
debió evitarla; y así esta catástrofe jamás habría sobrevenido, porque los tres atribu-
tos de la majestad divina se oponen a ello. Si, efectivamente, h a sobrevenido, es por-
que este Dios no tiene n i la bondad, n i la previsión, n i el poder" ( 1 0 ° ) .

Siguiendo p o r la historia judía, Marción continúa su requisitoria. Este


dios, dice, es i n c o n s t a n t e : p r e s c r i b e e l d e s c a n s o s a b á t i c o y m a n d a l l e v a r e l
arca d u r a n t e ocho días consecutivos e n derredor d e Jericó ( 1 0 1 ) . P r o h i b e l a
idolatría y m a n d a fabricar l a serpiente d e bronce, los q u e r u b i n e s y los
serafines ( 1 0 2 ) . P r o t e s t a q u e n o n e c e s i t a sacrificios y se c o m p l a c e e n l o s
sacrificios d e A b e l y d e N o é ( 1 0 3 ) .
Escoge a S a ú l y se a r r e p i e n t e ( 1 0 4 ) , r e c h a z a a S a l o m ó n ( 1 0 5 ) ; a m e n a z a a
los n i n i v i t a s c o n c a s t i g o s q u e l u e g o n o l l e v a a efecto ( 1 0 6 ) . E s i g n o r a n t e :
p r e g u n t a a A d á n d ó n d e está y t i e n e q u e b a j a r a S o d o m a y G o m o r r a p a r a
saber q u é p a s a e n e l l a s ( 1 0 7 ) . E s c r u e l : M o i s é s d e b e c o n j u r a r l o p a r a q u e
perdone y contenga s u cólera ( l o s ) . Es parcial y despótico: endurece a
F a r a ó n , a h o g a a l o s e g i p c i o s y e x t e r m i n a a l o s c a n a n e o s . " J o s u é con-
quistó la tierra santa, i m p o n i é n d o l e u n a d o m i n a c i ó n despótica y c r u e l ;
Jesucristo prohibe toda d o m i n a c i ó n y predica l a misericordia y l a p a z " ( 1 0 9 ) .

(Ȓ) TERTULIANO, Adv. Marc, I I , x v m ; cf. IV, v i ; ADAMANTIUS, I, xv.


(96) TERTULIANO, Adv. Marc, IV, x x m .
(97) TERTULIANO, Adv. Marc; ibíd., ADAMANTIUS, I, xvi.
(98) ADAMANTIUS, I, x i .
(") ADAMANTIUS, I, x i n .
(loo) Texto citado por TERTULIANO, Adv. Marc, I I , v.
(íoi) TERTULIANO, Adv. Marc, II, xxi.
(!<>2) Ibíd., I I , XXII.
(ios) Ibíd., I I , XXII.
( 1 0 4 ) Ibíd., I I , xxni-xxrv.
(W5) Ibíd., I I , x x m .
(106) Ibíd., I I , XXIV.
(10T) Ibíd., I I , XXV
(108) Ibíd., I I , XXVI.
(109) ORÍGENES, Hom. in librum Jesu Nave, X I I , 1. Cf. HARNACK, op. cit., p. 96.
28 HISTORIA DE LA IGLESIA

Y n o es solamente la historia judía; toda la creación levanta Marción


contra su autor: es el dios de las langostas y de los escorpiones ( n o ) ; la
carne, sobre todo, está cargada de vergüenzas y miserias en el ejercicio de
sus funciones naturales, en el acto de la generación: "el matrimonio es
algo impúdico y malvado" ( m ) . Tertuliano nos presenta a estos herejes
"perorando con la mayor amargura sobre las manchas e impurezas del
nacimiento y de la infancia, y sobre la vileza de la carne" ( 1 1 2 ).
Estos recursos oratorios son fáciles y debieron impresionar a los discípu-
los de Marción. Pero, si la fogosidad bastaba para conmover los ánimos, n o
podía fundamentar u n a doctrina. Sus adversarios pudieron replicarle fácil-
mente: si tomamos a la letra las inventivas de Marción, ¿cómo podemos
ver en este Dios de Jos judíos u n dios justo? ¿Cómo leer el Evangelio, por
m u y mutilado que esté, si no se reconoce en Cristo u n a carne real? ( 1 1 3 ).

LA BIBLIA DE MARCIÓN Para dar a esta doctrina u n fundamento escri-


turístico, Marción compuso su Biblia: rechazó el
Antiguo Testamento; del Nuevo se quedó con el Evangelio de San Lucas, del
que suprime los dos primeros capítulos y todos los pasajes que no están de
acuerdo con su teología, y con diez epístolas de San Pablo, rechazando las
Epístolas pastorales y la Epístola a los Hebreos; a u n en las diez que admite,
borra todo lo que le parece que tiene sabor judaico y que debe achacarse
a los falsos apóstoles ( 1 1 4 ).
Esta Biblia no es el resultado de u n esfuerzo crítico, sino consecuencia
de u n a tesis teológica preestablecida ( 1 1 5 ). A Marción le era t a n indife-
rente la exégesis como la especulación metafísica; no fué más que u n hom-
bre de acción, que sólo vio en la Biblia u n "instrumentum" que quiso que
fuese manejable y resistente.
Así armado, emprende la institución de su dogma y de su iglesia. Ima-
gina u n dualismo que divide todo lo existente en dos esferas: el mundo
visible y el m u n d o invisible. El mundo invisible es obra del Dios supremo
que mora en el tercer cielo, conoce a su vez el universo entero, pero sólo
es conocido por el mundo invisible. El mundo visible h a sido creado por
el Demiurgo, que es su señor y se tiene por el solo señor ( 1 1 6 ) ; de aquí
estas protestas y manifestaciones del Antiguo Testamento, todo inspirado
por el Demiurgo: "Yo soy el único Dios y no h a y otro sobre m í " . Vese,
pues, claramente, que este dualismo no supone oposición entre los dos
dioses, sino solamente u n a distinción de personas y de naturalezas y divi-
sión de dominios, y en el dios inferior total ignorancia acerca del Dios
soberano.
Este dios inferior no es el dios del m a l , sino que es u n déspota que
colocó al hombre en este mundo material, lleno de miserias, y le dio con
su soplo u n alma que procede de su propia sustancia. Esta sustancia imper-

(110) TERTULIANO, Adv. More-, I, xvn; IV, xxvi.


( i " ) Ibíd., I, xxix.
("2) Ibíd., IV, xxi.
( i " ) Ibíd., III, xi; IV, xxi.
(H4) Sobre estas correcciones en el texto de San Pablo, cf. HARNACK, op. cit., pp. 41-
48; y en San Lucas; ibíd., pp. 48-57. Motivos que inspiraron estas correcciones, cf.
ibíd., pp. 60-61.
(US) Cf- HARNACK, op. cit-, p. 68.
(H6) Cf. TERTULIANO Adv. More, I, xvi: "Como no vemos el otro mundo ni a
su Dios, tienen que dividir las dos clases de seres, visibles e invisibles, entre los dos
dioses y reservar así a su Dios el mundo invisible".
CRISIS GNOSTICA Y M O N T A Ñ I S M O 29

fecta y pobre h a sido unida a la materia y h a quedado manchada con su


contacto. Sin embargo, el Demiurgo tuvo celos de esta criatura contrahecha
y le negó el conocimiento del bien y del m a l y le arrojó del paraíso te-
rrestre ( m ) .
Y continúa desde entonces la historia de esta raza caída, sometida a u n
gobierno despótico.
El pueblo judío, el más perverso de todos, fué el pueblo del Demiurgo,
que por su medio defraudó y exterminó a los pueblos rivales. Recibió u n a
ley que contiene, sin duda, preceptos justos y honestos; pero de u n a bondad
estrecha y mezquina; y así los ritos prescriptos —la circuncisión es uno de
ellos— son reflejo de la creación y, por lo mismo, tarados con los mismos
defectos: necedad, debilidad y, a veces, indecencia. Los profetas no fueron
sino enviados del Demiurgo y todos, sin exceptuar a J u a n Bautista, desco-
nocieron totalmente a Dios.

LA VENIDA DEL SALVADOR El Dios soberano, ese "Dios extranjero", ex-


traño al mundo, que nada debía a esta hu-
manidad miserable, quiso salvarla: "El año decimoquinto de Tiberio César,
en los días de Poncio Pilato, Jesús bajó del cielo a Cafarnaúm, ciudad de
Galilea, y comenzó a enseñar en la sinagoga" ( 1 1 8 ). Así rezaba el principio
del evangelio de Marción.
El Demiurgo había prometido por sus profetas la venida de u n Mesías,
de la estirpe de David, ungido con el espíritu del Demiurgo; aun no h a
venido. Pero el Dios bueno envió a su Hijo, que no se distingue de El
más que por el nombre: "Nuestro Dios, decían los marcionitas, no se
reveló desde el principio n i en la creación, sino que se manifestó a sí mismo
en Cristo Jesús" ( 1 1 9 ).
Atravesando el cielo del Demiurgo, Jesús apareció entre nosotros sin tomar
cuerpo material; ya que la materia es esencialmente mala, sino sólo u n a
apariencia de cuerpo. No podemos, pues, hablar de nacimiento, n i de in-
fancia, ni de bautismo, sino solamente de aparición súbita, inesperada, en
la sinagoga de Cafarnaúm.
Cristo predicó e hizo milagros, sin oponerse formalmente al Demiurgo y
sin denunciar la distinción de dos dioses. E n torno suyo los discípulos del
Demiurgo alababan a su Dios por los milagros de Jesús y Jesús lo aguantó;
Pedro le reconoció por el Mesías, sin duda el Mesías del Demiurgo, y Jesús
le impuso silencio para que no se propagase el engaño ( 1 2 0 ).
El "Edicto de Cristo" son las bienaventuranzas en que exalta a los men-
digos y maldice de los ricos. Dejando de lado todos los textos del Antiguo
Testamento, en que Dios promete sus bienes a los pobres ( m ) , Marción
ve en esta predicación la antítesis de la predicación del Demiurgo. Los
que ahora son proclamados bienaventurados son los parias de la Antigua
Ley, los miserables y los pecadores ( 1 2 2 ).

(117) Cf. HARNACK, op. cit., pp. 146 y ss.


(118) HARNACK, op. cit., p. 165 *.
(119) TERTULIANO, Adv. Marc, I, n, xix; cf. HARNACK, op. cit., p. 162.
(120) TERTULIANO, ibíd., IV, xvni y xxi.
(121) TERTULIANO, ibíd., IV, xiv.
(122) TERTULIANO, ibíd., IV, xi: "Hace valer como argumento la elección de un
publicano por el Señor; es, a su parecer, la elección por el adversario de la ley de
un hombre extraño a la ley y al judaismo".
30 HISTORIA DE LA IGLESIA

LA REDENCIÓN Jesús se mostró con sus milagros y con su predicación


mucho más poderoso que el Demiurgo; mas no quiso
arrancarle sus dominios a viva fuerza; redimió a los hombres con su
muerte ( 123 ) y descendió a los infiernos para librar a cuantos el Demiurgo
tenía aherrojados.
Marción afirma que Caín y sus congéneres y los sodomitas y los egipcios y demás
gentes de su ralea y todos los paganos que vivieron encenagados en los vicios fueron
salvados por el Señor. Cuando bajó a los infiernos se presentaron ante El y El los
recibió en su reino. Mas ni Abel, Enoc y Noé, ni los justos y patriarcas del tiempo
de Abrahán, _ ni los demás profetas, ni todos los que fueron gratos a Dios, fueron
salvos; porque, como por experiencia sabían que Dios les tentaba en todo momento,
pensaron que ahora también quería tentarles, y no se presentaron delante 1 2de Jesús,
no creyeron en su mensaje y por esto sus almas quedaron en los infiernos ( 4 ).

Los apóstoles de Cristo no supieron mantener la grandeza n i la pureza


del Evangelio; predicaron al Demiurgo. El Salvador suscitó a San Pablo
para reemprender su obra y proseguirla; en la asamblea de Jerusalén los
apóstoles concordaron con él, pero luego se distanciaron y Pablo fué de
nuevo el único predicador del Evangelio, cuya esencia es la salvación por
la fe: basta creer y amar para ser salvo ( 1 2 5 ).

LA IGLESIA MARCIONITASolamente las minorías son capaces de mante-


nerse en estas alturas, como advierte Marción:
"El Demiurgo está con la multitud, el Salvador sólo con los escogidos" ( 1 2 6 ).
Jesús bajó a los infiernos y salvó a todos los que allí estaban, exceptuados
los justos del Antiguo Testamento; pero sobre la tierra su sangre y la pre-
dicación del Evangelio no pueden salvar más que a u n a porción escogida y
r a r a ; de manera que, de hecho, después de la Encarnación, la condición
de los hombres sobre la tierra es más desdichada y la salvación mucho
más difícil ( 1 2 7 ).
Esta contradicción repugna a todas luces; pero la pasión que domina a
los marcionitas les hace pasar por todo. Se gozan en la contemplación de
ese dios extranjero que aparece de súbito en este m u n d o miserable, que le
desconoce y al que él nada debe; les entusiasma también la existencia tra-
bajosa de los "compañeros de desgracia" que, sostenidos únicamente por la

(123)' Esta redención era para Marción de importancia decisiva; por ella deducía
que los hombres pertenecían a otro Dios distinto del Dios soberano, y que, por tanto,
era necesaria la muerte de Jesús para rescatarlos; interpreta esa redención no sola-
mente en Gal-, 3, 13, sino también en Gal., 2, 20, en que lee "que me rescató" en
vez de "que me amó" (HARNACK, op. cit-, p. 171).
( 124 ) IRENBO, Adv. hmr., I, xxvn, 3. HARNACK escribe (op. cit., p. 169): "Hemos
de hacer aquí un alto, pues este punto es el que pareció a los Padres de la Iglesia el
colmo de la malicia blasfema de Marción, y que todavía hoy nos llena de asombro;
y, sin embargo, ésa es la doctrina de Marción". Bueno será recordar el principio evan-
gélico tan caro a Marción: todo árbol bueno producé, buenos frutos.
(125) Tertuliano arguye contra Marción (I, xxvn): los marcionitas no quieren que
el Dios bueno sea temido; entonces ¿cómo resistir a la tentación y al placer? ¿Cómo
podrá aguantarse la persecución? ¿Habremos de comprar nuestra vida con la apos-
tasía? Absit, absit, réplica Marción. Añade HARNACK (op. cit., p.175): "Este «absit,
absit» es un documento religioso de primer orden". Acerca de ia admiración de Har-
nack por Marción, cf. Recherckes de Science religieuse, t. XV (1925), pp. 36Í-362.
( 126 ) CLEMENTE, Stróm., III, x, 69. Cf. HARNACK, op. cit., p. 173.
(127) HARNACK, op. cit., p. 173, n. 1, intenta resolver esta contradicción, subrayando
que se esperaba muy próximamente el fin del mundo, y que, por lo tanto, este
estado de cosas no había de durar mucho.
CRISIS GNOSTICA Y MONTAÑISMO 31

fe y el amor, pasan por este m u n d o malvado perseguidos por los celos del
Demiurgo, siempre fieles a su dios desconocido. Como los demás gnósticos,
también éstos se consuelan del escaso número de sus adeptos: ¿acaso no son
ellos los escogidos?
Marción impuso a sus discípulos u n a ascesis rígida y los organizó en
iglesias que se multiplicaron rápidamente y durante largo tiempo ( 1 2 8 ).
Al finalizar el siglo segundo, el marcionismo lo había invadido todo; en
todas las provincias era u n a amenaza para la Iglesia. F u é combatido por
Dionisio en Corinto, por Ireneo en Lyón, por Teófilo en Antioquía, por
Filipo de Gortina en Creta, por Tertuliano en Cartago, por Hipólito y
Rodón en Roma, por Bardesanes en Edesa. E n el siglo iv escribe Epifa-
nio ( 1 2 9 ): esta herejía está extendida " a u n ahora en Roma y en Italia, en
Egipto y en Palestina, en Arabia y en Siria, en Chipre y en la Tebaida, en
la misma Persia y en otros lugares ( 1 3 0 ). Todavía en el siglo v, hacia el 445,
el armenio Eznik la combatía y no como u n a herejía del tiempo pasado,
sino como u n a realidad siempre temible ( 1 3 1 ). Sin embargo, desde el siglo
tercero el maniqueísmo absorbió, primero en occidente y luego en oriente,
a las comunidades marcionitas.

SU INCONSISTENTE Esta difusión rápida y permanente del marcionismo


TEOLOGÍA se debió al vivo impulso que le dio su fundador; pero
esta tensión sentimental no alcanzaba a disimular su
pobreza teológica; el edificio de Marción estaba t a n débilmente fundamen-
tado, que cuantos venían a ocuparlo tenían que preocuparse de renovarlo
sin cesar, incluso sobre planos nuevos. Ya en el siglo segundo comienza
el desacuerdo: algunos permanecen fieles a las doctrinas del maestro y
admiten los dos principios divinos. Es el caso de Potito y Basilicos, de que
habla Rodón, el jefe de la Didascalia romana, según Taciano ( 1 3 2 ). Por
las mismas fechas Apeles no admitía más que u n principio ( 1 3 3 ) ; otros

(128) TERTULIANO, Adv. Marc, I, xiv, xxvm. Tertuliano se lo reprocha como una
inconsecuencia: "¿Para qué imponer a una carne tan débil y tan indigna una san-
tidad tan pesada y tan gloriosa? Cf. I, xxix; IV, xi, xvn, xxix, xxxiv, xxxvni; V,
vn, vin, xv, xvni; De Prcescr., x, xxx; HIPÓLITO, Philos., vil, xxix; HARNACK, Dog-
mengeschichte, t. I, p. 303, n. 1.
(129) Hcereses, XLII, i.
(130) Cf. HARNACK, Ausbreitung, pp. 931-932; Marción, pp. 153-160.
(131) Cf. L. MARIÉS, Le De Deo d'Eznik de Kolb, París, 1924, en especial p. 59, s.
(132) Hist. Eccl., V, xin, 3-4.
(133) RODÓN, íbíd., 5-7: "El viejo Apeles . . . decía que se debía dejar a cada uno
en su creencia, sin criticar cada palabra, y afirmaba que quienes creyesen en el
crucificado se salvarían, con tal que sus obras fueran buenas; pensaba que el pro-
blema más difícil de todos, según dejamos dicho más arriba, es el problema de Dios;
sostenía, como nosotros, que no hay más que un principio. . . .Como yo le dijese: ¿de
dónde sacas tú esta tesis?, ¿por qué dices que no hay más que un principio?, me
replicó que las profecías se refutan ellas solas, que no contienen verdad alguna; que
son contradictorias, engañosas y que se oponen unas a otras. Pero, y ¿por qué no hay
más que un principio? Confesó que no lo sabía, pero que se sentía impulsado a
decirlo; que ésta era su, impresión. Como yo le conjurase a que me dijese la verdad,
me juró que hablaba sinceramente al decir que, aunque lo creía, ignoraba cómo es
que no hay más que un Dios ingénito. Yo reí y le reproché el que se presentase?
como maestro, teniendo conciencia de no poseer lo mismo que enseñaba".
HARNACK (Marción, pp. 185-187) ha admirado grandemente estas palabras de Apeles:
este marcionita se ha adelantado a Kant y a Schleiermacher; ha visto en la espe-
ranza en el crucificado, la esencia de la religión; "ha desligado esta esperanza no
sólo de la ciencia, sino hasta de la fe monoteísta"; y concluye: "Apeles es, antes
32 HISTORIA DE LA IGLESIA

distinguían tres: Syneros, mencionado por Rodón ( 1 3 4 ), Lucanus o Luciano,


de quien habla Tertuliano ( 1 3 5 ) ; Prepon, q u e conocemos por Hipólito ( 1 3 6 ) ;
Megecio, personaje real o ficticio que sostiene en el diálogo de Adamantius,
De recta fide, la distinción de tres principios; mientras que otro marcio-
nita, Marcos, no admite más que dos ( 1 3 T ). Tres principios admitía tam-
bién el marcionismo atacado por Efrén ( 138 ) y Eznik ( 1 3 9 ). Los marcionitas
que admitían tres principios, ponían junto al Dios, Padre de Cristo, y al
Dios de los judíos, u n dios malo, que es el dios de los paganos. Esta con-
cepción, cada vez más corriente entre los marcionitas ( 1 4 0 ), encierra el dua-
lismo radical que Marción intentó evitar, pero a l cual el impulso ciego
dado a la secta le arrastraba, a pesar suyo. M u y pronto se perderá de vista
la figura imprecisa del Demiurgo, del Dios de los judíos, para no consi-
derar ya más que a los dos grandes dioses rivales: el dios del bien y el
dios del mal. Esta será la gran antítesis maniquea, que h a r á olvidar todas
las de Marción; éstas fueron las precursoras de aquélla ( 1 4 1 ).

§ 3 . — El montañismo (142)

CARACTERES El montañismo es u n a herejía m u y distinta de todas


DEL MONTAÑISMO las que hasta ahora hemos estudiado: el gnosticismo
es una invasión de elementos extraños, principalmente
helénicos y orientales, en el cristianismo. El marcionismo es la repudiación
de todo el Antiguo Testamento. El montañismo no es nada de eso; no quiere
admitir sino el cristianismo, y el cristianismo integral. E n su origen no es

de Agustín, el único teólogo cristiano con el cual podemos entendernos aún hoy sin
necesidad de una acomodación trabajosa". No podemos admitir tal entusiasmo, sino
como una humorada. Pero la confesión de Apeles es reveladora: esta religión ar-
diente y confusa es justamente la religión del tiempo de los Antoninos y de los
Severos. Cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. II, p. 77, s-
( 134 ) RODÓN, ibíd., 4.
(135) £)e resurrectione, m. Cf. SEUDO TERTULIANO, vi; EPIFANIO, Hwr., XLIÍI.
13
( «) Philos., VII, xxxi.
(137) De recta ; n Deum fide, I, n.
(138) EFRÉN SIRIO, Opera omnia, Roma (1740), t. II, p. 444.
(139) Xrad. SCHMIDT, Viena, 1900, IV.
(140) E s t a distinción de tres principios existía también en otras sectas gnósticas
fuera del marcionismo, por ejemplo en Heracleón (cf- supra, p. 21).
(141) En la teología marcionita las contradicciones sobre el número de principios
son las más importantes, pero no son las únicas; en Cristología, por ejemplo: para
Marción, Cristo no tiene más que una carne aparente y Apeles sostiene, contra su
maestro, que Cristo tiene carne real, traída del cielo (Cf. TERTULIANO, De carne
Christi, vi y vin). Para Marción y la mayor parte de los marcionitas, Cristo es
la revelación del Dios bueno, y lo mismo será más tarde para los marcionitas fun-
didos con los sabelianos (por ejemplo Eustates, en SÓCRATES, Hist. Eccl., IV, xii;
SOZÓMENO, VI, xi) (Cf. HARNACK, Marción, p. 275*). Se encuentran, sin embargo,
marcionitas para los cuales Cristo es hijo del dios malo, al cual abandonó por el dios
bueno (EPIFANIO, XLII, XIV); cf. HARNACK, op. cit., p. 287*, cf. p. 207. Tales contradic-
ciones muestran que Marción no pudo asegurar la unidad de su secta.
( 142 ) Sobre el montañismo véase: P. DE LABRIOLLE, La crise montaniste; Les sources
de l'histoire du montanisme, 2 vol., París, 1913; A. FAGGIOTTO, L'eresia dei Erigí, Roma,
1924, y La diasporá catafrigia; Tertulliano e la nuova profezia, Roma, 1924; É. Buo-
NAIUTTI, II Cristianesimo nelVAfrica romana, Bari, 1928, pp. 8-14, 153 y ss.; A.
FERRUA, Di una comunitá. montañista sulV Aurelia alia fine del IV secólo, en La Civiltá
cattolica, 2 de mayo de 1936; W. M. CALDER, Philadelphia and montanism, en Bulle-
tin of the John Rylands; Library Manchester, VII (1923), pp. 309-354.
CRISIS GNOSTICA Y MONTAÑISMO 33

más que u n movimiento de fervor religioso, análogo al despertar protes-


tante; se presenta como una efusión del Espíritu, como el reino del Parác-
lito, anunciado por Jesús en San Juan. No predica n i n g u n a doctrina nueva;
sólo pretende agrupar a todos los cristianos, aislarlos del mundo y prepa-
rarlos para el reinado de Dios, cuyo advenimiento es inminente. Sin em-
bargo, estas pretensiones constituían u n nuevo evangelio; y frente a la
Iglesia que lo rechazará, los montañistas se verán obligados a erigirse a
sí mismos en Iglesia. Lo que en u n principio no fué más que u n grupo
de profetas y fanáticos degeneró m u y pronto en secta.

EL CARISMA PROFÉTICO Si se quiere comprender cómo apareció este mo-


vimiento, es preciso recordar qué representó el
carisma profético en la Iglesia ( 1 4 3 ). Sin necesidad de acudir a los Hechos
y a San Pablo, se ve en la Didaché el lugar que ocupan los profetas a
finales del siglo primero: "Coged y dad a los profetas las primicias del
lagar y de la era, de bueyes y de ovejas; porque son vuestros sumos sacer-
dotes" ( 1 4 4 ). Treinta o cuarenta años después, Hermas concede a los profetas
precedencia sobre los sacerdotes ( 1 4 5 ). A comienzos del siglo segundo hemos
encontrado el carisma profético en los grandes obispos y mártires Ignacio y
Policarpo; y se consideró también profetas a Cuadrato y a las hijas de Fi-
lipo ( 1 4 «), a Melitón de Sardes ( 1 4 7 ) y a Amnia de Filadelfia ( 1 4 8 ). No
eran casos aislados: San Justino, en su alegato contra Trifón, hace hincapié
en los carismas proféticos que existen en la Iglesia como u n a prueba de
que estos dones espirituales h a n sido transferidos de los judíos a los cris-
tianos ( 1 4 9 ). Hacia el año 180, San Ireneo habla en términos semejantes:
"Oímos decir que h a y hermanos que tienen en la Iglesia carismas pro-
féticos, y que por la virtud del Espíritu Santo h a b l a n toda clase de lenguas
y que por bien de los demás manifiestan los secretos de los hombres e
interpretan los misterios de Dios" ( 1 5 0 ). Estos dones se conceden en mayor
abundancia a los confesores de la fe; es uno de sus privilegios "el con-
versar familiarmente con el Señor" ( 1 5 1 ).
Tales comunicaciones proféticas, m u y comunes en las pasiones de los
mártires, aparecen también en la vida cotidiana de la Iglesia como dones
excepcionales, y los que gozan de ellos son seres privilegiados. Sin embargo,
los profetas cristianos forman como u n a cadena, una tradición: los mon-
tañistas quisieron prevalerse de ello ( 1 5 2 ), pero sus adversarios católicos,

( 143 ) Cf. P. DE LABMOIXE, La crise montaniste, pp. 112-123.


( 144 ) Didaché, xm; cf. xv.
(145) Pastor, Vis. ni, 1, 8. En los Mandamientos X, 12, Hermas describe al ver-
dadero profeta y da criterios para distinguirlo del falso profeta. Cf. ibíd., sobre el
falso profeta.
(«6) Hist. Eccl, III, xxxvn, 1.
( J « ) Ibíd., V, xxiv, 5.
(148) Ibíd., V, xvn, 2.
(149) Dial, LXXXII.
(ICO) Adv. harr., V, vi, 1; cf. II, xxn, 4. ". . .otros tienen presciencia de los sucesos
futuros y visiones y palabras proféticas", I, xm, 4; III, xi, 9; III, xxiv, 1; IV, xxvi, 5;
IV, xxvii, 2.
(151) Ésta expresión se encuentra en las actas de los mártires de Esmirna (n, 2),
de. los mártires de Lyón (Hist. Eccl., V, i, 56), de Santa Perpetua (iv).
(162) p DE LABMOIXE (op. cit., p. 123) ha subrayado justamente este carácter tra-
dicionalista del montañismo primitivo: "lo que admira en todo este período primero
de la secta es el espíritu tradicionalista de que estaban animados los seguidores de
los profetas y aun los mismos profetas".
34 HISTORIA D E LA IGLESIA

m u y lejos d e n e g a r ese h e c h o , h i c i e r o n d e é l a r g u m e n t o c o n t r a l o s d i s c í p u l o s
de los nuevos profetas: " S i , como lo p r e t e n d e n , después d e C u a d r a t o y d e
A m n i a de Filadelfia, las mujeres q u e rodean a M o n t a n o h a n recibido el
c a r i s m a profético p o r s u c e s i ó n , ¡que n o s m u e s t r e n a h o r a q u i é n e s , e n t r e l o s
d i s c í p u l o s d e M o n t a n o y d e s u s p r o f e t i s a s , h a n h e r e d a d o ese, d o n ! E l A p ó s t o l
piensa q u e debe p e r m a n e c e r el carisma profético e n la Iglesia hasta l a
ú l t i m a profecía, p e r o a n a d i e p u e d e n s e ñ a l a r c o m o p r o f e t a d e s d e h a c e
catorce años e n q u e M a x i m i l a m u r i ó " (153).

PELIGRO DE LOS Esta creencia e n la difusión d e l espíritu profético, n o


FALSOS PROFETAS estaba exenta d e peligros: los i l u m i n a d o s p o d í a n apa-
recer con dones q u e n o poseían; y, lo q u e era m á s gra-
ve, c h a r l a t a n e s d e s a p r e n s i v o s p o d í a n a b u s a r d e l a c r e d u l i d a d d e los c r i s t i a n o s ,
s i m u l a n d o profecías. E l p e l i g r o e r a t a n g r a v e q u e e n l a Didaché y e n e l Pastar,
d e H e r m a s , se p o n e sobre aviso a l o s fieles c o n t r a l o s falsos p r o f e t a s y se d e s -
c r i b e n las señales p o r las cuales p o d r á n reconocerlos.
E l peligro era m u c h o m a y o r e n los a m b i e n t e s a t o r m e n t a d o s p o r la expec-
t a c i ó n d e l ú l t i m o d í a . H i p ó l i t o , a c o m i e n z o s d e l siglo t e r c e r o , n o s r e f i e r e d o s
casos q u e a y u d a n a c o m p r e n d e r e l e n t u s i a s m o q u e p r o v o c a r o n l a s p r o f e c í a s
de Montano:

" U n obispo de Siria persuadió a sus fieles que saliesen al desierto, con sus hijos y
mujeres, a la espera de Cristo; anduvieron errantes por las montañas y a lo largo de
los caminos; faltó m u y poco para que el gobernador los hiciese prender como salteado-
res; su mujer, que era cristiana, pudo evitarlo. E n el Ponto, otro obispo, piadoso y hu-
milde, pero demasiado visionario, tuvo tres sueños y comenzó a profetizar; al fin dijo:
Sabed, hermanos míos, que el juicio tendrá lugar en el término de u n año; y si esto
no sucede, n o creáis en las Escrituras y obrad como os viniere en talante. E l vaticinio
no se cumplió; él quedó confundido; las vírgenes se casaron y los que habían vendido
sus campos quedaron en la mendicidad" ( 1 6 4 ) .

ORIGEN DEL MONTAÑISMO Los p r i n c i p i o s d e l M o n t a ñ i s m o l o s c o n o c e m o s


por u n tratado antimontanista dedicado a
Abercio (155) y citado bastante extensamente p o r Eusebio (1B6). Siendo
G r a t o p r o c ó n s u l d e Asia ( 1 5 7 ) , u n n e ó f i t o l l a m a d o M o n t a n o , y d e l q u e se

(153) A N Ó N I M O ANTIMONTANISTA, citado por EUSEBIO, Hist. EccL, V, x v n , 4.


( 1 5 4 ) In Danielem, I I I , XVIII-XIX. Mediado el siglo tercero, Firmiliano refiere la his-
toria reciente de u n a profetisa de Capadocia que, pretendiendo i r a Jerusalén arras-
tró toda u n a multitud tras de sí. Estos excesos eran particularmente temibles en Frigia,
en que el culto orgiástico de la Gran Madre había abierto camino al montañismo. Cf.
GRAIIXOT, Le Cuite de Cybéle, 1912, p. 404.
( 1 5 5 ) Este Abercio es el de la inscripción: LABRIOIXE, op. cit., p . 581, s.
( 1 5 6 ) Sobre este anónimo cf. LABRIOIXE, Les sources de Vhistoire du montanisme,
pp. X X , X X I X . La data de este escrito puede determinarse por esta indicación (Hist.
EccL, V, xxvi, 1 9 ) : " H e aquí que hace más de trece años que h a muerto Maximila
y ninguna guerra, n i general, ni particular, ha tenido lugar en el mundo; incluso
los cristianos, por u n a misericordia de Dios, h a n gozado de paz permanente". Estos
trece años de paz nos orientan hacia el reinado de Cómodo: la muerte de Maxi-
mila se podrá fechar en 179-180 y el anónimo en 193. Cf. LABRIOIXE, Histoire du
montanisme, p . 580, s.
(157) Ignoramos la fecha del consulado de Grato (LABRIOIXE, op. cit., p . 574"); E P I -
PANIO sitúa el origen del montañismo en el año 19 de Antonino Pió (157' (Hcer,
XLVIII, I ) ; EUSEBIO en el año 12 de Marco Aurelio (Crónica, cf. KARST, Eusebius
Werke, V (1911), p . 222; cf. LABRIOIXE, op. cit., p. 570). Esta segunda fecha es la
más probable.
CRISIS GNOSTICA Y MONTAÑISMO 35

decía ser u n gallus convertido ( 1 5 8 ), se dio a profetizar. Inauguró su acti-


vidad proselitista en Ardabau, en la frontera de Misia y Frigia, y m u y
pronto dos mujeres, Priscila y Maximila, comenzaron a profetizar como
él, hablando a los asistentes con acento impresionante: "El espíritu alababa
a algunos, que se regocijaban y se llenaban de necio orgullo, y les hacía
exaltar con la grandeza de las promesas; pero a veces reprendía también
de manera tan penetrante, que parecía digno de crédito. Pero fueron m u y
pocos entre los frigios los que se dejaron engañar" ( 1 5 9 ).

LA PROFECÍA MONTAÑISTA Ante la resistencia, los nuevos profetas se


agigantan: "El espíritu del orgullo enseña a
blasfemar de la Iglesia; porque el espíritu seudoprof ético no encuentra
en ella ni honor, n i cabida" ( 1 6 0 ). Pretendían ser los profetas prometidos
por Jesús y que el que hablaba por su boca era el mismo Dios:

Oráculo I: "Yo soy el Señor todopoderoso, que reside en el hombre."


O/II: "No soy un ángel ni un enviado. Yo soy el Señor Dios Padre que he venido."
O/IU: "Yo soy el que es el Padre, el Hijo y el Paráclito."
Maximila, oráculo XII: "He sido perseguido como UJI lobo que se quiere alejar de las
oyejas; no soy lobo, soy palabra, espíritu y poder."
O/XIH: "No me escucháis a mí, escucháis a Cristo."

Todo esto podrá entenderse según su teoría de la inspiración; pero Mon-


tano va más lejos ( 1 6 1 ): en el discurso de la Cena, Jesús había prometido
el Paráclito y he aquí que sus profecías se realizan; Montano es el Paráclito
y la nueva revelación sobrepasará a las anteriores, aun a la misma de Cristo
y de los apóstoles ( 1 6 2 ).

(158) SAN JERÓNIMO (Epist. XLI, iv) dice que era un eunuco. Sobre esta carta,
cf. Sources, pp. XCV, s. En la Dialexis, que P. DE LABRIOLLE (ibíd-, p. CVI) atribuye a
Dídimo, Montano aparece como sacerdote de Apolo. P. DE LABRIOLLE no interpreta
esta expresión al pie de la letra: "creo que el nombre de Apolo no está como deter-
minación precisa, histórica, sino como designación general de paganismo". Piensa
que Montano habría sido sacerdote de Cibeles (Histoire du montanisme, p. 20). Lo
mismo opina GRAILLOT, op. cit., p. 404. Los sacerdotes de Cibeles eran llamados 7<xXXoí,
por pertenecer a la población celta que, en el siglo n i a. C, había pasado de las orillas
del Danubio al Asia Menor.
(i»») Hisí. Eccl., V, xvi, 9.
(160) /¿¡'d.; 12: "éstos son, dicen, los que el Señor había prometido enviar a su
pueblo". Cf. Les sources, p. 73; cf. Mt. 23, 34: "He aquí que envío profetas."
(161) Oráculo V de Montano: "he aquí que el hombre es una lira y yo paso por
él como un plectro. El hombre duerme, pero yo velo- He aquí que Dios, que arroja
fuera de sí el corazón de los hombres, puede dar a los hombres un corazón nuevo".
GRAILIJOT (op. cit, p. 404): "así es como los Attis se identificaban con su dios".
(162) jjist_ Eccl, V, xiv: "Tenían el descaro de pretender que Montano era el
Paráclito y las mujeres que le acompañaban, las profetisas del Paráclito". HIPÓLITO,
Philos., VIII, xix: "Pretenden que el Espíritu Paráclito ha venido sobre ellas (Maxi-
mila y Priscila) y tienen como superior a ellas y también como profeta a cierto
Montano... declaran que no han recibido de ellos más que la ley, los profetas y
los evangelios. Reverencian a estas mujerzuelas y4 las tienen en más que los apóstoles
o que a cualquier otro carisma; hasta tal punto, que algunos llegan a decir que
hay en ellas algo más que en Cristo"; SEUDO-TERT., vil: "Todos repiten esta blasfemia:
que los apóstoles tenían el Espíritu Santo; pero no el Paráclito; y que el Paráclito
ha dicho por Montano más que Cristo en el evangelio; no sólo más, sino mejor y
más excelente". DÍDIMO, De Trinitate, III, XLI, 2: "como el apóstol ha escrito
.. .cuando llegue lo que es la perfección, entonces será evacuado lo imperfecto; dicen
que al venir Montano, trajo la perfección del Paráclito".
36 HISTORIA DE LA IGLESIA

LA PROPAGANDA Al mismo tiempo que se exaltaban en sus pretensiones,


MONTAÑISTA se iba constituyendo la secta. Sus fieles, ricos y pobres,
no dejaban de aportar su contribución. Se fundó u n a
caja que administraba cierto Teódotu y m u y pronto agentes escogidos y paga-
dos por Montano fueron enviados por todo el mundo. Se citan entre ellos:
"Alcibíades, obrero de primera hora; Themison, compañero de M a x i m i l a ;
Alejandro, el mismo sobre el cual pesaron duramente los ataques de los orto-
doxos; más tarde Milcíades, que tuvo u n empleo importante y de cuyo nombre
tomó el suyo la secta algunas veces" ( 1 8 S ). Esta propaganda se mantenía por
medio de escritos que se repartían profusamente, y de los cuales nos ha llegado
algún eco y alguna muestra: u n a colección de oráculos, salmos, la respuesta
al escrito de Milcíades ( 1 6 4 ), la carta "católica" de Themison y quizá ciertas
cartas a las iglesias de Roma y de Lyón ( 1 6 B ). Los católicos, en sus polé-
micas, les reprochaban sus pretensiones orgullosas, su venalidad y su vida
m u n d a n a ( 1 6 6 ).
Merced a este vigoroso impulso, el montañismo se extendió rápidamente:
aparece en Frigia en 172; desde 177 las iglesias de Lyón y Roma sufren
sus embates, contra los que reaccionan vivamente. En 179, al parecer, murió
Maximila y con ella las profecías; pero le bastaron siete años para invadir
el Asia: "No eran solamente las pequeñas localidades de la Frigia (Arda-
bau, Pepuza, Tymion, Comana, Otrous) las que le seguían; también ciu-
dades como Apamea, Hierápolis y Hierópolis estaban amenazadas. Y la
inquietud del peligro alcanzó hasta Siria, por el Sur; Galacia, al este, y
Lidia, al oeste; y atravesando la Propóntide, llegó a Tracia. No se amortiguó
su virulencia con los años, pues veinte después de la primera efervescencia
a u n estaba Ancira en plena crisis. Ciudades enteras, como Tiatira, se pasaban
a los novadores, y m u y pronto fué común hablar de iglesias de los profetas:
es decir, de comunidades totalmente ganadas por la profecía" ( 1 6 7 ).

RESISTENCIA DE LA Comprendieron los obispos el peligro. Podrían haber


IGLESIA EN ORIENTE sido tolerantes frente a u n ascetismo riguroso, que
se hubiera contentado con predicar los ayunos y
abstinencias, proscribir las segundas nupcias, exhortar a la castidad ( 1 6 8 ),
y a u n también con u n milenarismo como el de Justino e Ireneo, que, daba
lugar a u n a interpretación menos literal de las profecías del Apocalipsis ( l e 9 ) ;
pero no podían consentir u n mensaje que, so capa de profético, pretendía

(163) p. D E L A B M O I X E , op. CÍt; p. 27.


(164) Hay dos Milcíades empeñados en esta polémica; el uno montañista y el
otro antimontanista. Cf. P. DE LABRIOLLE, op. cit., p. 33.
(165) Sobre estos escritos, cf. DE LABRIOLLE, op. cit, p. 145, n. 2, y los otros luga-
res de su libro a que remite.
(166) Hist. Eccl., V, XVIII, 11, en él se cita a Apolonio.
(167) p. DE LABRIOLLE, op. cit., p. 146.
(168) Manifiéstase, por ejemplo, este rigorismo en la correspondencia de Pynitos,
obispo de Cnosos de Creta, con Dionisio de Corinto (Hist. Eccl., II, xxm, 7-8): Pynitos
fué exhortado por Dionisio "a no imponer a los hermanos la onerosa carga de la
castidad, y por lo demás a tener en cuenta la debilidad de la mayoría"; responde
Pynitos que "recibe admirado las palabras de Dionisio, pero le exhorta a dar final-
mente a su pueblo una alimentación más sólida por medio de escritos más perfectos,
por temor de que ese mismo pueblo, constantemente alimentado de leche, no caiga de
modo insensible en la infancia". Eusebio ingenuamente añade: "Puede verse en esta
respuesta la fe ortodoxa de Pynitos, el celo que guardaba hacia las necesidades de sus
ovejas y su comprensión de las cosas divinas". Cf. P. DE LABRIOLLE, op. cit, p. 149.
(169) Acerca de este milenarismo, cf. infra, pp. 54-55.
CRISIS GNOSTICA Y MONTAÑISMO 37

superar al Evangelio y rechazar la jerarquía. Convocáronse los sínodos, los


primeros que la historia menciona, y quedó condenada la herejía ( 1 7 0 ).
Eficaces fueron estas determinaciones: el consenso general consideró ex-
comulgados a los montañistas, y n i siquiera la persecución fué capaz de
quebrar esta severa consigna ( m ) . Merced a u n a estrecha unión, lograron los
obispos de Asia detener el contagio y alejar de la Iglesia a los secuaces de la
nueva profecía; desde fines del siglo segundo la batalla había sido ganada ( 1 7 2 ).

EN OCCIDENTE Menos importante fué el peligro en Occidente, y allí


también fué pronto conjurado. Consultados q u e fueron
en 177 los confesores de Lyón, dieron su parecer acerca del montañismo
y lo hicieron llegar a Roma. Y aunque se mostraron moderados y deseosos
de la paz de la Iglesia, quisieron sin embargo prevenir a los fieles frente a la
nueva profecía ( 1 7 3 ) ; San Ireneo, que fuera entonces portador del mensaje,
permanecerá siempre en t a l actitud ( m ) . El papa Ceferino condenó en Roma,
hacia el 200, al montañismo ( 1 7 5 ). E n Cartago, haría la secta u n a valiosa
adquisición con Tertuliano, si bien de n a t u r a l independiente: luego de
separarse de la Iglesia, verémosle alejarse de los montañistas para fundar
un reducido grupo de tertulianistas.
En el caso de los valentinianos y marcionitas ya hemos podido com-
probar semejantes secesiones. Volvemos a encontrarlas no sólo en Cartago,
sino también en el Oriente entre los corifeos de la nueva profecía: los
"secuaces de Proclo" opónense a los "secuaces de Eschino"; aquéllos caen
en los errores comunes a todos los montañistas; éstos identifican a l Hijo
con el Padre ( 1 7 8 ). M u y pronto Manes revivirá las pretensiones de Mon-
tano, diciéndose instrumento del Paráclito; pero lo que en Frigia sólo
había sido u n brote de entusiasmo convertiráse en Persia en u n a herejía
dualista que amenazará de forma harto peligrosa a la misma Iglesia.
(170) Hist. Eccl-, V, xvi, 10. Nárrase con bastante preciosismo la historia de estos
sínodos en el Lybellus synodicus de Pappus, citado por HEPELE-LECLERCQ, Histoire
des Conciles, t. I, p. 128; mas este documento del siglo ix no encierra autoridad;
cf. P. DE LABRIOLLE, op. cit., p. 30. Más importante es la carta de Serapión de An-
tioquía (190-211), de la cual Eusebio (Hist. Eccl., V, xix) transcribe algunos fragmen-
tos. Cf. P. DE LABRIOLLE, op. cit., pp. 152-155.
(171) El ANÓNIMO ANTIMONTANISTA escribe (Hist. Eccl., V, xvi, 22): "Cuando los
fieles de la Iglesia llamados al martirio por la verdadera fe se encuentran con márti-
res partidarios de la herejía de Frigia, apártanse de éstos y llegan hasta el fin sin
admitir ninguna relación con ellos, para no dar su asentimiento al espíritu de Mon-
tano y de las mujeres. Notorio es el hecho; y aun se dio en nuestros días en Apamea
sobre el Meandro, entre los que dieron su testimonio con Cayo y Alejandro de Eumenia".
(172) cf p DE LABRIOLLE, op. cit., p. 203.
(173) EUSEBIO, Hist. Eccl., V, ni, 4, no nos ha transmitido el texto de esta consulta,
mas nos dice que era "piadosa y muy ortodoxa"; acerca de este juicio cf. P. DE
LABRIOLLE, op. cit., p. 219 y ss. Las Actas de los mártires de Lyón expresan una
piedad ardiente, un gran respeto por las visiones y comunicaciones celestiales, pero
nada de esto significa montañismo. Por lo que se refiere a Alcibíades, ayunaba a pan
y agua; ¿era para él una práctica montañista? Nada lo prueba. Lo que hay de cierto
es que abandona el ayuno a instancias de Attalo que ha sido iluminado por una
visión. Cf. ibíd., pp. 220-230.
(17*) Cf. ibíd., pp. 230-242.
(175) Harto difíciles de interpretar son las indicaciones que suministra Tertuliano;
LABRIOLLE (op. cit., p. 275) concluye en punto a esto: "Conviene fechar las intrigas
de Práxeas entre el 198 y los primeros años del siglo ni, y es menester afirmar
que fueron tramadas en torno a Ceferino".
(176) SEUDO TERTULIANO, VII, y P. DE LABRIOLLE, Les sources, p. 51, e Histoire du
montanisme, p. 275, n. 2; BARDY, Didyme l'Aveugle, p. 237 y ss.
CAPITULO II

LA REACCIÓN CATÓLICA

§ 1 . — S a n I r e n e o (*)

LA LUCHA CONTRA Mediado ya el siglo segundo, toda la Iglesia sufrió


LA HEREJÍA una fermentación hervorosa: la gnosis, que hasta
entonces no había podido atrapar sino alguna oveja
descarriada, amenazaba ahora al rebaño entero. Muchas inteligencias atrevi-
das e inquietas se dejaron arrastrar a especulaciones temerarias, oponiendo y
prefiriendo tradiciones esotéricas a la enseñanza común de la Iglesia. Les
pareció demasiado tímida la moral predicada por los apóstoles y los obispos y
pretendieron sobrepasarla, para alcanzar una moral de selectos. Los discípulos
de Marción rechazaron el Antiguo Testamento, con sus profetas y su Dios,
adorando a ese Dios extraño que se reveló de súbito en u n Cristo, jamás
conocido por la Iglesia. Y para mayor complejidad, llegó de Frigia el eco
de u n a profecía que predicaba u n evangelio espiritual más divino que el
de Jesús.
Ante el peligro la Iglesia se apiña en torno a sus jefes y por su intermedio
se u n e estrechamente con los apóstoles, con Cristo, con Dios. La reacción
católica se manifestó pronta y enérgica en todos los órdenes: en la disci-
plina eclesiástica, en la teología, en la liturgia y en el culto. Luego entra-
remos en la descripción de este movimiento poderoso; pero antes hemos
de hablar de la obra personal del gran obispo, que en los días graves de
la tempestad tomó a su cargo, más que otro alguno, el combatir la herejía.

IRENEO EN LYON Lyón, año 177. La figura de Ireneo aparece en los


días terribles de la persecución. La iglesia lyonesa,
todavía poco numerosa, fué terriblemente diezmada: el obispo San Potino,

i1) BIBLIOGRAFÍA. — Obras: Adversus haereses, ed. MASSUET, París, 1710, reproducida
en P. G., VII; ed. N. W. HARVEY, Cambridge, 1857. La traducción armenia de los libros
IV y V ha sido publicada por ERWAND TER-MINASSIANTZ en los Texte und Untersuchun-
gen, t. XXXV, 2, Leipzig, 1910. Demostración de la verdad apostólica, publicada por
primera vez en traducción armenia por KARAPET TER-MEKERTTSCHIAN en los Texte
und Untersuchungen, t. XXXI, 2, Leipzig, 1907 y nuevamente en Patrología Orientalis,
XII, 5, pp. 659-731, seguida por una traducción francesa de P. BARTHOULOT (pp. 747-
802); esta traducción había aparecido primeramente en Recherches de Science reli-
gieuse, t. VI, 1916, pp. 361-432. Una traducción latina ha sido publicada por S. WEBER,
Friburgo, 1917, y una traducción inglesa por J. A. ROBINSON, Londres, 1920; la tra-
ducción holandesa es de H. U. MEYBOONI, Leyden, 1920; la italiana pertenece a U. FAL-
DATI, Roma, 1923.
Estudios principales: MASSUET, Prolegómeno, en P. G., VII, 173-382; FREPPEL, Saint
Irénée, París, 1861; A. DUFOUROQ, Saint Irénée, París, 1904; F. VERNET, art. Irénée,
en Dict. de Théologie Catholique, VII, 2 (1923), col. 2394-2533; LEBRETON, Histoire du
dogme de la Trinité, t. II, pp. 517-617; E. BONAIUTTI, Saggi sul cristianesimo primitivo,
Citta di Castello, 1923, p. 79, s.
38
LA R E A C C I Ó N CATÓLICA 39

de noventa años, murió en la prisión, víctima de los malos tratos; más de


cuarenta cristianos padecieron el martirio, y los que cayeron parecían ser
el apoyo insustituible de las comunidades galas ( 2 ).

EMBAJADA A ROMA Aquellos mártires, trabajados por la impresión de la


muerte próxima, no olvidaron los intereses de la Igle-
sia universal. Preocupados por la turbación que estaba causando la profecía
de Montano, escribieron a los hermanos de Asia y Frigia y a Eleuterio,
obispo de Roma: "Querían ser —dicen—• embajadores de paz en las igle-
sias" (Hist. Eccl. V, n i , 4 ) . Ireneo fué su representante ante el papa Eleu-
terio. Sus credenciales eran éstas:
"Hemos confiado las cartas, para que te las entregue, a nuestro hermano y compa-
ñero de padecimientos Ireneo, al cual te suplicamos que dispenses buena acogida, como
a celador del testamento de Cristo. Si creyésemos que el rango jerárquico es garantía
de justicia, te lo presentaríamos como sacerdote de la Iglesia, puesto que lo es" (Hist.
Eccl. V, iv, 2).
Embajada de paz es la misión de Ireneo y n i n g u n a otra le cuadraba
mejor; pues toda su vida fué el pacificador que mantiene o restablece la
paz entre las iglesias.

SU JUVENTUD Su formación le había preparado ya para este oficio. Hacia


el año 190, escribiendo a u n amigo de la infancia, Florino,
caído en la herejía, Ireneo apelaba así a los recuerdos de su juventud:
"Yo te he visto aún niño en el Asia inferior junto a Policarpo; brillabas en la corte
imperial y buscabas ser estimado de él. Recuerdo mucho mejor aquellos tiempos
que, sucesos recientes; porque lo que aprendí en la primera edad ha crecido con mi alma
y se ha hecho una cosa con ella. Puedo, pues, decir dónde se sentaba el bienaventurado
Policarpo para hablar, cuál era su porte, el modo de su vida, su aspecto exterior, cómo
hablaba con el pueblo, cómo refería sus relaciones con San Juan y los otros discípulos
que hablan conocido al Señor; cómo evocaba lo que había oído contar a propósito del
Señor, de sus milagros y de su doctrina, y cómo Policarpo había recibido todo esto de
los testigos oculares del Verbo de Vida y lo refería en absoluta conformidad con las
Escrituras. Todo esto, por la misericordia de Dios, lo escuché entonces con sumo cui-
dado y lo guardo en mi memoria; no en papel, sino en mi corazón. Por la gracia de
Dios continuamente lo rumio con cariño, y puedo atestiguar delante de Dios que si
aquel presbítero bienaventurado y apostólico hubiese oído cosas parecidas a éstas se
hubiera tapado los oídos, y bien estuviera de s pie, bien sentado, habría abandonado el
lugar en que tales discursos se. profirieran" ( ).

Este precioso texto nos da a conocer la juventud de Ireneo ( 4 ) y nos


revela no solamente este cuadro de su primera edad, sino sobre todo su carác-
ter moral y religioso: Ireneo será siempre, y ante todo, el testigo de la
tradición.
Esta tradición, que en Esmirna recogió de Policarpo y de los otros pres-
bíteros, Ireneo volvió a encontrarla en Roma. No nos ha contado él su
(2) Es la expresión de los confesores de Lyón (Hist. Eccl., V, i, 13).
(3) Hist. Eccl, V, xx, 5-7.
(4) Esto nos permite fijar con aproximación la fecha de su nacimiento; el martirio
de San Policarpo ha sido fijado en el 155; luego el nacimiento de San Ireneo no debe
fijarse en fecha posterior al 140. HARNACK (Chronologie, p. 333) concluye la discusión
de esta fecha en estos términos: "Ireneo nació poco antes del 142, puede ser que entre
el 135 y el 142. No se puede ir más allá del 130, fecha que es ya muy inverosímil".
ZAHN (Realencyclopadie für protest. Theologie, art. Irenaus, pp. 408-409) discute lar-
gamente esta fecha y la lleva más lejos, hacia el 115.
40 H I S T O R I A DE LA IGLESIA

estancia en esta Iglesia, pero muchos rasgos nos lo dan a entender: el re-
cuerdo que guardó de San Justino, el conocimiento que tiene de la iglesia
romana y de sus tradiciones ( 5 ). Fué en Roma con toda seguridad donde
se documentó sobre la herejía gnóstica, pues es m u y poco probable que
haya podido encontrar en Lyón datos t a n precisos y abundantes; probable-
mente en Roma también fué donde se familiarizó con la tradición pascual
que adoptó, pese a que era distinta de la de su iglesia de Esmirna ( 6 ).

SUS LIBROS Al enviarlo con una comisión a Eleuterio, los confesores lyo-
neses lo sustrajeron a la persecución y lo reservaron para u n
ministerio glorioso. En otro capítulo hablaremos del gobierno de la Iglesia
de Lyón por Ireneo y de su actividad misionera en la Galia ( 7 ) ; pero aunque
ahora no lo hagamos expresamente, siempre la misión pastoral del gran
obispo permanece inseparablemente unida a su obra teológica. Por estas
fechas Clemente enseña en Alejandría y prepara, para sus conferencias, los
Stromates, que m u y pronto publicará reunidos en u n libro. Lyón no es
Alejandría y el obispo misionero no tiene vagar y tiempo, como el gran
profesor. Escribe en el prólogo de su libro: "No busques en quienes vivimos
entre los Celtas y nos servimos con frecuencia de su lenguaje bárbaro en
el ministerio pastoral, ni el arte de la palabra, que no hemos aprendido; n i
la fuerza del estilo, n i ese arte de deleitar, que ignoramos" (Adversus hce-
reses, prsef., 3). Más adelante, al hablar de la fe de la Iglesia, se complace
en invocar el testimonio de aquellas cristiandades bárbaras, de los Iberos
y de los Celtas, del Oriente y del Egipto y de la Libia (ibíd. I, x, 2 ) ; no
tienen papel n i tinta, pero el espíritu ha grabado en su corazón el mensaje
de salvación (ibíd. III, iv, 2 ) .
La estructura de los libros de Ireneo llevará el sello del ambiente en
que se escribieron y de los trabajos urgentes que en más de u n a ocasión
interrumpieron al escritor; pero, al mismo tiempo, sentiremos el esfuerzo
del misionero que defiende enérgicamente, frente a la herejía, la fe de sus
neófitos, que él conquistó para Cristo y que ahora quieren arrebatarle.
Ireneo escribió mucho ( 8 ), pero sólo dos obras h a n llegado hasta nosotros:
Demostración y refutación de la falsa gnosis y Demostración de la predi-
cación apostólica. El primero, que se denomina generalmente con el título
de la traducción latina Adversus haereses, es el más importante; consta de
cinco libros, que n o se escribieron de u n a vez arreo y según u n plan preconce-

( 5 ) Puede añadirse a ellos la relación del martirio de San Policarpo, tal como se lee
en el manuscrito de Moscú (LIGHTPOOT, Apostolic Fathers, t. II, 2, p. 985; LELONG, S.
Ignace, p. 159), sobre su valor histórico, cf. ZAHN, op. cií., p. 409.
(6) Cf. HOLMES, A History of Christian Church in Gaul, pp. 46-47: "Ireneo ¿fué en-
viado a Lyón por San Policarpo?... Ireneo no estaba en Esmirna, sino en Roma cuando
el martirio de San Policarpo. Además no siguió a Policarpo en la costumbre pascual,
sino que siguió la regla adoptada por Aniceto y no nos dice una sola palabra que
indique su misión en Lyón como dependiente de Policarpo; no tenemos prueba alguna
segura de que las iglesias del Asia Menor la hayan intentado en la Galia... Nada
sabemos de Potino. Venía probablemente de Roma, lo mismo que Ireneo; pues el hecho
de llevar nombre griego no quiere decir que provenga del Asia Menor... El hecho
de acudir los cristianos de Lyón a Eleuterio y de que Ireneo, obispo de. Lyón, mire
la subsistencia de la tradición ortodoxa en la Iglesia, en dependencia estrecha con la
continuidad del episcopado romano, hace pensar que la misión de Lyón venía en última
instancia de Roma, si no era emanación directa suya.
(7) Cf. infra, p. 113.
( 8 ) VERNET, op. cit., cois. 2400-2410.
LA REACCIÓN CATÓLICA 41

b i d o y m e d i t a d o ( 9 ) . I r e n e o , v o l v e r e m o s a r e c o r d a r l o , n o es u n t e ó l o g o a p a -
sionado de la especulación, q u e lega a la posteridad u n a exposición y refu-
t a c i ó n d e l a g n o s i s , s i n o u n obispo q u e s i e n t e e n t o r n o s u y o l a s a l m a s t u r -
badas por u n a p r o p a g a n d a perniciosa, que quiere d e n u n c i a r y rebatir.

FINALIDAD E l p r i m e r esfuerzo d e I r e n e o se d i r i g e a d e s e n m a s c a r a r l a
g n o s i s , e x p o n i e n d o s u s s i s t e m a s a l a l u z d e l d í a . A s í se ex-
presa a l f i n a l d e l p r i m e r l i b r o :

"Para vencerlos, basta revelar sus sistemas. H e aquí por qué nos hemos esforzado en
sacar a la luz del día esta bestezuela malvada y astuta, para que la conozcan todos.
Pocos discursos serán necesarios para impugnar esta doctrina, cuando todos la conozcan.
Cuando una fiera se oculta en una selva y, protegida por ella ataca y hace estragos,
el que se dedica a aclarar la selva y dejar la fiera al descubierto facilita grandemente
la labor de los que la persiguen para cazarla.. . También nosotros, al publicar sus
secretos y sus ocultos misterios, ahorramos el trabajo de grandes discursos, para des-
truir sus m a l d a d e s . . . Refutaremos su doctrina en el próximo libro; no basta desen-
mascararlos, es preciso acorralar a la fiera, acosándola por todas partes" (I, xxxi, 4) ( 1 0 ) .

F r u c t i f i c ó el esfuerzo, y el é x i t o d e I r e n e o se p o n e d e m a n i f i e s t o e n l a s
n u m e r o s a s c i t a s d e su o b r a ; p u e s son t a n t a s l a s d e l l i b r o p r i m e r o , q u e h a n
b a s t a d o p a r a r e c o n s t r u i r l o casi í n t e g r a m e n t e c o n sólo y u x t a p o n e r l a s . H o y ,
p a r a nosotros, es el m á s i n t e r e s a n t e d e los c i n c o ; a u n q u e , m á s q u e el a l m a d e
S a n I r e n e o , se r e f l e j a n e n él l a s i n t e n c i o n e s d e s u s a d v e r s a r i o s , y e n t r e
éstos, m á s l a s d e los d i s c í p u l o s q u e l a s d e los m a e s t r o s . P r e c i s o es r e m o n -
tarse m á s a r r i b a si q u e r e m o s c o n o c e r l a s f u e n t e s d e l a gnosis. E l o b i s p o d e
L y ó n n o escribe p o r a f i c i ó n l i t e r a r i a , s i n o p o r l a s a l u d d e los fieles. H e c h a

( 9 ) Los dos primeros libros forman un conjunto apologético y precedieron a todos


los demás; el primero expone y el segundo refuta los sistemas gnósticos. El tercero
contiene las grandes tesis teológicas, sobre las que descansa todo el edificio: Escritura
y Tradición. En el cuarto, Ireneo se dedica a demostrar contra Marción la unidad del
plan divino en la historia de la revelación y de la salvación. El quinto trata de los
novísimos y, en particular, de la resurrección; demuestra que la carne no es u n prin-
cipio esencialmente malo, como pretendían los gnósticos, sino que es capaz de reden-
ción y de salvación. La fecha del libro tercero queda determinada con alguna apro-
ximación, al mencionar (III, m , 3) el pontificado de Eleuterio (175 a 189). El libro
segundo parece aludir a u n estado de persecución, que se comprende mejor en tiempos
de Marco Aurelio que en los de Cómodo; así como el libro cuarto (xxx, 1) se adapta
mejor a los tiempos de Cómodo; en que los cristianos gozaban de favor en el palacio
imperial, cuando la benevolencia de Marcia dio a los cristianos acceso al emperador.
La obra en su conjunto, podrá datarse en torno al año 180. Del texto griego ori-
ginal no poseemos más que fragmentos, conservados en citas de escritores posteriores,
sobre todo de Hipólito, Eusebio y Epifanio. Las citas del libro primero son m u y nu-
merosas y mucho más raras las de los otros libros; pero en ellas se encierran los
textos más import ntes. La traducción latina, que ha llegado hasta nosotros, es m u y
fiel y muy antigua por lo menos anterior a San Agustín, que la cita. Para algunos
críticos ha sido compuesta en el siglo iv; pero otros creen que en tiempos de San Ireneo
y en Lyón. Los libros IV y V los conocemos también en una traducción armenia, m u y
útil como instrumento de comprobación.
( 10 ) Este pasaje se completa con las explicaciones del prólogo: "Hemos juzgado nece-
sario adentrarnos en los escritos de los discípulos de Valentín, relacionarnos con algunos
de ellos y familiarizarnos con su doctrina, para poder revelaros esos misterios prodi-
giosos y profundos, que no todos pueden comprender; pues hay en el mundo pocos cere-
bros bastante capaces para ello. Esforzaos por comprenderlos, a fin de comunicarlos
a quienes viven con vosotros". Es también importante sobre este punto el prólogo del
libro cuarto, 2: "Nuestros predecesores, superiores a nosotros, no pudieron refutar
con éxito a los discípulos de Valentín; porque ignoraban su doctrina, que con gran
cuidado expusimos en el libro p r i m e r o . . . "
42 HISTORIA DE LA "IGLESIA

esta salvedad, no podemos menos de admirar el esfuerzo que supone la


exposición de este conjunto de sistemas heréticos, mucho más detallada que
otra alguna de su época.

EL PELIGRO GNÓSTICO Como ya dijimos, Ireneo debió reunir la mayor


parte de su documentación durante su estancia
en Roma; pero siente ya en torno suyo el peligro del contagio gnóstico que
amenazaba a aquellas cristiandades nuevas.
Después de describir los sortilegios del gnóstico Marco, escribe Ireneo:
"Los que hablan y obran así, han engañado ya, en nuestras mismas tierras del Ró-
dano, a muchas mujeres, que tienen la conciencia cauterizada; las unas hicieron peni-
tencia pública; otras se avergonzaron de hacerla y, encerrándose en su silencio, han
desesperado gradualmente de alcanzar la vida divina; algunas lo han dejado todo, otras
vacilan, y como dice el proverbio, no están ni dentro ni fuera. Ese. es el fruto que han
recogido de la siembra de los hijos de la gnosis" (I, xm, 7).

Siendo el contagio tan peligroso y tan próximo, no puede extrañarnos


que el obispo que lo combatía no sienta por aquellas doctrinas la misma
tolerante y desapasionada curiosidad de u n erudito del siglo xx. Con todo
el amor que tiene a su Dios y a sus fieles, con todo él detesta la herejía.
A veces su ironía es cáustica (I, iv, 4 ) , pero generalmente le domina la indig-
nación. Después de haber transcrito las fantasías de los discípulos de Marcos
sobre las letras del alfabeto y su significación misteriosa, escribe:
"Leyendo esto, amigo mío, seguramente que no podrás menos que reírte de esta
locura, que se estima sabiduría; pero en verdad es digno de llanto pensar que la san-
tidad de la verdad, que la potencia inefable, que las economías de Dios son torturadas
así y explicadas por el alfa y la beta y por los números" (I, xvi, 3).

Reprende y moteja sobre todo la inmoralidad de los herejes:


. . . "Hay muchos que se dan sin freno a los placeres de. la carne, alegando que hay
que dar a la carne lo que es de la carne y al espíritu lo que es del espíritu. Otros
corrompen en secreto a las mujeres, a quienes adoctrinan, y muchas de éstas, que han
sido engañadas y que luego se convirtieron a la Iglesia, han confesado tales faltas y
otros muchos errores. Algunos, arrojando todo pudor, hacen gala de sus vicios y se
unen a las queridas, que han arrebatado a sus propios maridos; otros, pese a las apa-
riencias de recato y vigilancia, y simulando vivir con esas mujeres como hermanos, se
traicionan a sí mismos, cuando la hermana queda encinta por arte y gracia del her-
mano" (I, vi, 3).

Para autorizar estas costumbres licenciosas, algunos gnósticos se esfuer-


zan por destruir los fundamentos de la moral. Así, los discípulos de Carpó-
crates enseñan que el m a l y el bien sólo difieren en la opinión de los hom-
bres y que es preciso experimentarlo todo en este m u n d o ; de lo contrario,
seremos condenados a tomar u n nuevo cuerpo en u n a nueva existencia
(I, xxv, 4 ) . Los cainitas, por u n sadismo incomprensible, toman por patronos
suyos a los peores criminales de la Biblia: Caín, Esaú, Coré, los sodomitas;
pero sobre todo a J u d a s . . . ¡Hasta fantasearon el evangelio de Judas! (xxxi, 2 ) .

LA FE DE LA IGLESIA A todas estas insanias opone Ireneo con persua-


siva serenidad la fe de la Iglesia:
"La Iglesia, extendida por todo el mundo hasta los confines de la tierra, ha recibido
de los apóstoles y de los discípulos la fe en un solo Dios, Padre omnipotente, que hizo
la tierra y los mares y cuanto hay en ellos; y en un solo Cristo Jesús, hijo de Dios,
LA REACCIÓN CATÓLICA 43

que se encarnó por nuestra salvación; y en un Espíritu Santo, que, por medio de los
profetas, anunció las economías y los aconteceres, el nacimiento virginal, la pasión
y la resurrección de los muertos y la ascensión corporal a los cielos del amado Cristo
Jesús, nuestro Señor y su parusía; cuando bajando de los cielos, aparecerá a la diestra
de Dios Padre, para restaurar y resucitar toda carne, a fin de que ante Cristo Jesús,
Señor nuestro, Dios Salvador y Rey, según el beneplácito del Padre invisible, se doble
toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los infiernos y toda lengua le confiese; y
haya para todos un juicio justo, en que se fulminará la sentencia de fuego eterno
contra los malos espíritus, contra los ángeles prevaricadores, contra los apóstatas y con-
tra los hombres impíos, injustos, insubordinados y blasfemos; y se dará la vida impe-
recedera, la gloria eterna a los justos, a los santos, a los que guardaron los manda-
mientos, a los que han permanecido en su amor, bien desde su infancia, bien desde su
conversión" (I, x, 1).

De cuanto nosotros conocemos, este texto es el escrito teológico más anti-


guo, en el que aparece esta forma de argumentación "canónica": se apela al
símbolo, que se transcribe seguidamente como regla de fe, para juzgar y
condenar la herejía. A lo largo de treinta o cuarenta años se multiplican
los conflictos doctrinales y pululan las herejías; la Iglesia, frente a tanta
multiplicidad de errores, afirma y proclama la unidad de su fe:
"Esta es la predicación que ha recibido la Iglesia; ésta es su fe, la que hemos
expuesto; y aunque la Iglesia esté extendida por el mundo entero, la guarda cuidadosa-
mente, como si habitase una sola casa; y cree una sola fe, como si sólo tuviese un
alma y un corazón; y en tan perfecta consonancia la predica, la transmite y la enseña,
que parece no tener más que una sola boca. Las lenguas son, sin duda, muchas y muy
distintas en el mundo; pero la fuerza de la tradición es una e idéntica. Las iglesias
fundadas entre los germanos no tienen otra fe ni otra tradición; como tampoco las
de los iberos, celtas, gentes del Oriente, de Egipto, de Libia y del centro del mundo.
Así como el sol, esta criatura de Dios, es en todo el mundo uno e idéntico; así es tam-
bién la predicación de la verdad, que brilla en todas partes e ilumina a todo hombre
que quiere llegar a conocerla. Ni el más elocuente de los jefes de la Iglesia enrique-
cerá su contenido doctrinal —nadie está sobre el Maestro— ni el más premioso de
palabra le causará mengua. A la fe una e idéntica ni la enriquece el que habla mucho
sobre ella, ni la empobrece el que puede decir muy poco" (ibíd., 2).

Así la unidad de doctrina en la fe brilla, no sólo al comparar los pueblos


tan distintos convertidos al cristianismo, sino mucho más al comparar sabios
e ignorantes. La gnosis pretendía ser religión de los selectos; el cristianismo
es la religiór* de la h u m a n i d a d entera. Aunque infinitamente distantes de
Dios, a todos los hombres, sean quienes fueren, una misma revelación les
llama a la misma fe. Ello no obsta a la existencia de la teología en esta
religión. El mismo Ireneo afirma:
"La mayor o menor inteligencia de un hombre no se manifiesta ni brilla, por forjar
la hipótesis de un dios diferente del que es el Demiurgo, creador y conservador del
universo, como si El no nos bastase; o de otro Cristo u otro Unigénito; sino en el estu-
dio de lo que se ha dicho en parábolas, para la inteligencia de. la fe; y en la exposición
de la acción y de la economía de Dios, que ha tenido por objeto la humanidad: hacer ver
cuan magnánimo se mostró Dios en la apostasía de los ángeles rebeldes y en la
desobediencia del hombre; explicar cómo un solo y mismo Dios hizo lo temporal y lo
eterno, el cielo y la tierra; por qué este Dios invisible quiso dejarse ver de los profetas
y no bajo una misma forma, sino bajo formas muy distintas; por qué la humanidad ha
recibido más de un testamento y cuáles son las características de cada uno de ellos;
comprender con gratitud por qué el Verbo de Dios se hizo carne y padeció; por qué
vino el Hijo de Dios en los tiempos novísimos, es decir: por qué el que es el principio
apareció en el fin; aclarar cuanto contienen las Escrituras acerca del fin y de las cosas
futuras; explicar por qué las naciones condenadas han sido hechas por Dios coherede-
ras, miembros del cuerpo y de la comunión de los santos; exponer cómo esta carne
mortal se revestirá de inmortalidad, lo corruptible de incorruptibilidad y cómo podrá
44 HISTORIA DE LA IGLESIA

decirse: el que no era pueblo, ha sido hecho pueblo; la que no era amada, ha llegado
a ser querida y la abandonada ha llegado a tener más hijos que la que tenia marido.
Por estos misterios y otros semejantes, escribía el Apóstol: ¡oh profundidad de la riqueza
y sabiduría de Dios, qué inescrutables son tus juicios y qué ocultos tus caminos!"
(I, x, 3).

APARICIÓN DE LA TEOLOGÍA Este párrafo que acabamos de citar es m u y


interesante, pues nos da a conocer el primer
esfuerzo de u n gran doctor por distinguir la especulación teológica de la fe.
En los pasajes que le preceden inmediatamente y que tradujimos más arriba,
Ireneo opone vigorosamente a las múltiples fantasías de la gnosis la unidad
de la fe cristiana. ¿Habrá, pues, que prohibir a los cristianos toda especu-
lación sobre su fe? Imponerles esta violencia injusta, ¿no es empujarlos hacia
la gnosis? El peligro no era quimérico; el estudio de los alejandrinos, Cle-
mente y Orígenes, bastará para demostrarlo; los fieles instruidos por estos
maestros, exigen de ellos una explicación del dogma en armonía con su
cultura, y no solamente su ambición intelectual sino su "amor por Jesús",
exige algo más que u n a catequesis elemental ( u ) .
Era necesario dar a estas almas ávidas la libertad de investigación que
reclamaban; por eso Ireneo abrió este campo inmenso de la teología, cuya
fecundidad jamás se agotará, por laboriosas investigaciones que hagan los
doctores.
Notemos también que algunos misterios le parecen más dignos de estudio;
son los que la gnosis y el marcionismo ponen en tela de juicio: la unidad
de Dios, la unidad de Cristo, la unidad de la obra creadora del cielo y de
la tierra y de la revelación divina en los dos Testamentos; son también
los grandes problemas de la salvación que llevan la turbación a tantas
almas, y la cuestión propuesta por Diognetes: "¿Por qué Cristo ha venido
tan t a r d e ? " ; y los misterios de la predestinación y de la reprobación que
el Apóstol contempla y adora en la Epístola a los romanos.
Se presiente ya que la controversia no será nunca la única preocupación
de Ireneo; la lectura de la Biblia y sobre todo de San Pablo, el apostolado
misionero a través de mil peligros y obstáculos, la contemplación amorosa
de los misterios de Dios, abrirán de continuo a su fe y a su teología hori-
zontes nuevos, más luminosos y llenos de misterios a la vez.

LA TRASCENDENCIA El segundo libro está consagrado a la refutación


DIVINA de los errores gnósticos; se h a n señalado en él, y
con motivo, muchas observaciones finas y penetran-
tes ( 1 2 ). Esta controversia, sin embargo, tiene para nosotros u n interés m u y
lejano; pero está dominada por intuiciones teológicas profundas, que a u n
hoy nos dan luz. En el u m b r a l mismo del libro h a y esta afirmación de la
unidad de Dios:

"Conviene comenzar por la tesis principal y capital que tiene por objeto el Dios
Creador, que hizo el cielo y la tierra y cuanto se encierra en ellos. Este Dios que los
blasfemos miran como fruto de una degeneración; es preciso demostrar que no hay
nada sobr.e El, ni cerca de El; que no ha creado bajo una influencia extraña, sino

C11) ORÍGENES, In Joann., v, 8. Volveremos sobre este texto en el capítulo dedicado


a Orígenes.
(12) Este juicio es de uno de los historiadores que mejor han conocido la gnosis,
LIPSIUS, en su artículo del Dictionary of Christian Biography, col. 268, a.
LA REACCIÓN CATÓLICA 45

espontánea y libremente; porque El es el solo Dios, el solo Señor, el solo Creador,


soló Padre, único que contiene todas las cosas y da el ser a todas" (II, i, 1).
Esta afirmación de la unidad divina, tan vigorosamente expresada y
presente siempre en el pensamiento, da su pleno valor a los textos que
proclaman la divinidad del Hijo de Dios:
"El Padre es Señor, el Hijo es Señor. El Padre es Dios y el Hijo es Dios; porque
el que ha nacido de Dios es Dios. Así, pues, por la misma esencia y naturaleza de su
ser se demuestra que no hay más que un solo Dios; aunque según la economía de la
redención haya un Padre y un Hijo" ( 1 3 ).
Si se supone, como pretende Marción, la existencia de otro principio, el más
poderoso de los dos será el verdadero Dios (II, i, 2 ) ; además, se verá llevado
a la serie infinita, imaginando siempre otro Pleroma, otro Dios (jbíd. 4 ) ;
pues fuerza es admitir o u n Dios, creador de todo lo.que existe, o una multi-
tud infinita de dioses (ibíd. 5 ) .
No ha creado Dios ni por indigencia, ni por error, sino por designio de
una voluntad gratuita, y no mediante u n agente intermediario, sino por su
Verbo:
"El Dios soberano de nadie necesita; todo lo creó y lo hizo mediante su Verbo; no
tuvo necesidad del concurso de los ángeles, ni de una potencia inferior a El y des-
conocedora del Padre... El mismo, en sí mismo, en esa naturaleza superior a toda
expresión y a todo pensamiento, predestinó e hizo todo, como fué su voluntad... y
cuanto ha hecho, lo ha hecho en virtud de su Verbo incansable. Es propio de la sobre-
eminencia de Dios no tener necesidad de instrumentos distintos de sí mismo para
producir las criaturas; su propio Verbo basta para toda creación, como lo dice Juan,
discípulo del Señor: Todo ha sido hecho por El y sin El nada ha sido hecho" (II,
II, 4 - 5 ) .

Su acción es su pensamiento. "Apenas Dios concibió en su espíritu, lo que


concibió, se hizo" (II, n i , 2 ) . Creó libremente y de la nada ( 1 4 ).
Este Dios omnipotente, independiente en absoluto y trascendente con rela-
ción a toda criatura no es sin embargo el Dios desconocido que imaginaron
los gnósticos, pues su obra creadora nos lo revela:
"¿Cómo los ángeles o el Demiurgo podrían ignorar al Dios supremo, estando bajo
su dominio, siendo criaturas suyas y estando contenidos por El? Indudablemente podía
ser invisible, por su trascendencia; pero no podía ser desconocido, merced a su provi-
dencia. Podían estar, como (los gnósticos) dicen, inmensamente distantes de El; pero,
si su imperio llega hasta ellos, no pueden desconocer a su Señor, no pueden ignorar
que el que los ha creado es el Señor de todas las cosas. Su naturaleza es invisible; pero
es poderosa y hace sentir vivamente en toda alma su trascendencia omnipotente y
soberana. Ciertamente que nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y al Hijo, sino el
Padre y aquellos a quienes el Hijo lo ha revelado; pero hay una verdad que conocen
todos los seres, pues la razón de que están dotadas las almas les conduce a ella: que
hay un Dios, Señor de todas las cosas" ( 1 5 ).
Este conocimiento natural de Dios, concedido a todos los hombres, es m u y
imperfecto; pero h a y otro conocimiento infinitamente más precioso, cuya
fuente es el amor que nos tiene Dios y la revelación es su instrumento:

(13) Demostración de la predicación apostólica, XLVII. Cf. Histoire du dogme de


la Trinité, t. II, p. 545.
(14) "Dios sacó de la nada cuanto existe y dio la existencia como quiso" (II, x, 2).
"Libremente y con su poder lo ha hecho, dispuesto y acabado todo y la substancia de
todas las cosas es su voluntad" (xxx, 9).
(15) II, vi, 1 y también: II, xxvn, 2; III, xxv, 1; IV, vi, 6. Cf. Histoire du dogme de
la Trinité, t. II, p. 528, s.
46 HISTORIA DE LA IGLESIA

"Si se considera su grandeza y gloria admirables, nadie, puede ver a Dios sin morir;
porque el Padre es incomprensible; mas en virtud de su amor, de su condescendencia
y de su omnipotencia ha concedido a los que ama este gran don de la visión de Dios,
como lo anunciaron los profetas. Porque lo que es imposible a los hombres, posible
es a Dios. El hombre por sí mismo no puede ver a Dios; pero Dios, porque así lo quiere,
puede ser visto por quien El quiere, cuándo quiere y cómo quiere; pues Dios lo puede
todo. Se hace ver proféticamente por el ministerio del Espíritu Santo; adoptivamente
por la encarnación del Hijo y paternalmente en el reino de los cielos" ( l e ) .
De este modo queda superado aquel obstáculo contra el que se estrellaron
el helenismo y la gnosis. Ávido de contemplar a Dios, el platonismo se em-
peñó vanamente por llegar a u n éxtasis superior a sus fuerzas; mientras
la gnosis privaba a la masa de los hombres de todo acceso a Dios, reserván-
dolo a los escogidos, que llevaban hasta ahí el privilegio de su naturaleza.
Todos estos sueños orgullosos quedan disipados: ninguna filosofía h u m a n a
puede por su propio esfuerzo llegar a la visión de Dios y n i n g ú n privilegio
de naturaleza puede pretenderlo. Sólo Dios, por medio de su Hijo, puede
convidar e introducir a los hombres al secreto de la gloria.
Estas verdades son fuente de nuestra esperanza y al mismo tiempo de nues-
tra humildad:
"Es mejor y más útil ser simple e ignorante y estar cerca de Dios por la caridad,
que brillar como muy sabio e ingenioso y blasfemar de su Señor. He aquí por qué
escribía San Pablo: la ciencia infla, mas la caridad edifica. Ciertamente que no incluía
en esta afirmación la ciencia de Dios •—sería ir contra sí mismo—, sino que sabía
muy bien que muchos se enorgullecen con pretexto de ciencia y pierden el amor de
Dios... Es mejor no saber nada, ignorar la causa de lo que existe y creer en Dios y
perseverar en su amor, que ser un sabio hinchado y decaer de ese. amor que da la vida.
Más vale abandonar toda investigación científica, para conocer a Jesucristo, Hijo de
Dios, crucificado por nosotros, que ser arrastrado a la impiedad por el estudio de cues-
tiones sutiles y minuciosas" (II, xxvi, 1).
Este texto completa y esclarece los anteriormente citados y nos hace com-
prender mejor el pensamiento de Ireneo sobre esta cuestión tan grave y deli-
cada de las relaciones de la investigación científica con la fe.
Su prudencia ponderada y grave, le pone en guardia contra toda pusilani-
midad y desconfianza excesiva; cuidando de recordar que hay u n a ciencia
de Dios y que San Pablo es en ella modelo. Sin embargo, ve en torno suyo
tantas pretensiones temerarias, que su esfuerzo se dirige más a refrenar el
orgullo que a fomentar la investigación. No tardarán los maestros alejan-
drinos, Clemente y Orígenes, presionados por preocupaciones m u y distintas,
en volver a plantear y resolver el problema, pero de otra manera. Sus nobles
ambiciones no estarán siempre exentas de temeridad; pero su esfuerzo no será
estéril, pues la Iglesia sabrá contenerlo y regularlo ( 1 7 ).
Por lo demás, la humildad que Ireneo exige al cristiano no es la inacti-
vidad sino, al contrario, el estudio perseverante bajo la dirección de Dios, su
Maestro; de manera que no solamente aquí abajo, sino también en la vida
futura, "Dios siempre deba enseñar y el hombre siempre deba aprender
de Dios" (II, XXVIII, 3 ) .

(16) IV, xx, 5. Cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. II, p. 534.


(17) Cf. infra, p. 195 y ss. Cotéjese con este otro texto de Ireneo, Adversus hwreses,
II, xxvin, 1: "Ya que tenemos en la regla de fe la verdad misma y un testimonio claro
acerca de Dios, no nos deslicemos de explicación en explicación hasta perder el cono-
cimiento firme y verdadero de Dios; sino dirijamos todas estas explicaciones hacia
esta norma de fe; para ejercitarnos en el estudio del misterio y de los verdaderos
designios de Dios y así progresar en el amor de Aquél, que nos hizo y hace sin cesar
todas las cosas".
LA REACCIÓN CATÓLICA 47

LAS FUENTES DE LA FE: En los dos libros que acabamos de recorrer, Ire-
EL EVANGELIO neo mantiene con los gnósticos u n a polémica
cerrada; expone primeramente sus sistemas y
luego les opone la verdadera fe cristiana, insistiendo sobre todo en el dogma
capital de la existencia de Dios y en el conocimiento n a t u r a l o sobrenatural
que podemos tener de El.
Llevado probablemente por el éxito de los dos primeros libros, el contro-
versista se dispone a estudiar más detenidamente las fuentes de la revela-
ción cristiana: es el primer ensayo de teología fundamental en la historia
de la Iglesia. Por datar de los últimos años del siglo segundo y por tratarse
de u n maestro que recoge toda la tradición de Asia, Roma y las Galias,
tiene u n interés enorme.
Lo primero que se le ofrece al cristiano es el Evangelio, y por él comienza
Ireneo su estudio:
"Mateo, viviendo entre los hebreos, escribió en su lengua, el Evangelio que publicó
cuando Pedro y Pablo predicaban en Roma y fundaban ia Iglesia. Después de su
muerte, Marcos, discípulo e intérprete de Pedro, nos ha dejado por escrito sus enseñan-
zas. Lucas, a su vez, compañero de Pablo, ha consignado en un libro la predicación de
Pablo. Después Juan, el discípulo del Señor, el que reposó sobre su seno, publicó
también el Evangelio, cuando vivía en Efeso de Asia" (III, i, 1, 844) (!8).
Las indicaciones cronológicas son de interés secundario para Ireneo; lo
capital para él es la autoridad exclusiva de los cuatro Evangelios con el tes-
timonio que nos dan del Dios único. Son, a su parecer, completamente dis-
tintos de otros, los únicos canónicos; y los hace objeto de u n estudio, que
descubre su profunda conformidad y sus diferencias. Para el Evangelio de
San Juan este testimonio tiene u n valor particular por su origen ( 1 9 ).
Después de los Evangelios, Ireneo estudia la predicación de los apóstoles,
tal como se encuentra en los Hechos. Hace notar que San Pablo no predicó
una fe distinta de la de los otros apóstoles de Jerusalén; todos ellos cono-
cieron u n solo Dios y u n solo Señor.

LA TRADICIÓN Prosiguiendo su estudio de la Escritura, el obispo de


Lyón invoca la tradición de la Iglesia; sus mismos ad-
versarios le arrastran a ello:
"Cuando se les confunde con la Escritura, se vuelven contra las mismas Escrituras,
diciendo que tienen errores, que no contienen la verdad, que están en desacuerdo entre
sí, que. no se puede encontrar la verdad si se ignora la tradición. Porque, dicen, la
verdad no ha sido transmitida por la Escritura sino de viva voz... Pero, cuando apela-
mos a la tradición que viene de los apóstoles y que los presbíteros, sucediéndose unos
a otros, conservan en las iglesias, combaten la tradición y, más sabios que los presbí-
teros, más que. los mismos apóstoles, dicen que ellos han encontrado la verdad... y
así rompen con la Escritura y con la tradición" (III, n, 1-2) ( 2 0 ).

Para convencer del error a sus escurridizos adversarios, era preciso esta-
blecer la existencia de u n a tradición, irrefragable y universalmente recono-

(18) Sobre este texto y los comentarios que ha provocado, cf. L. DE GRANDMAISON,
Jésus-Christ., t. I, pp. 221-225; LAGRANGE, Saint Luc, p. xxv-xxvn
(19) Cf. A. CAMERUNCR, Saint Irénée et le canon du Nouveau Testament, Lovaina,
1896; J. LABOURT, De la valeur du témoignage d'Irénée dans la question johannine en
Revue Biblique, t. VII (1898), pp. 59-73; F. S. GUTJAHR, Die Glaubwürdigkeit des Ire-
náischen Zeugnisses über die Abfassung des vierten Evangeliums, Graz (1904); LA-
GRANGE, ' Histoire ancienne du canon du Nouveau Testament, p. 46, s.
(20) Cf. VAN DEN EYNDE, Les normes de l'enseignement chrétien (1933), p. 159, s.
48 HISTORIA DE LA -IGLESIA

c i d a . I r e n e o e n c u e n t r a l a g a r a n t í a d e e l l a e n l a s u c e s i ó n r e g u l a r d e los obis-
pos, q u e e n s u o r i g e n se u n e n l e g í t i m a m e n t e c o n los apóstoles y , p o r m e d i o
d e los a p ó s t o l e s , c o n C r i s t o :

"La tradición de los apóstoles está patente en el mundo entero y no h a y más que
mirarla en toda la Iglesia, para quien quiere ver la verdad. Podríamos enumerar los
obispos instituidos por los apóstoles y por sus sucesores hasta nosotros; ninguno da
ellos ha enseñado nada que se parezca a estas locuras; pero, como sería demasiado
largo transcribir la sucesión de los obispos de todas las iglesias, nos fijaremos en la
más grande y más antigua, conocida de todos, fundada y establecida en Roma por los
dos apóstoles más gloriosos: Pedro y Pablo; demostraremos que la tradición que ha
recibido de los apóstoles y la fe que predica a los hombres viene hasta nosotros a través
de la sucesión de los obispos; y confundiremos de esta manera a todos aquellos que de
cualquier manera que sea, por propia complacencia, por vanagloria, por ceguedad,
por error, recogen donde no deben ( 2 1 ) .
"Pues con esta Iglesia por la autoridad de su origen, debe estar de acuerdo toda otra
iglesia, es decir, todos los fieles provenientes de cualquier parte; porque en ella ha
sido conservada por estos fieles la tradición que viene de los apóstoles" (III, n i , 1-2) ( 2 2 ) .

I r e n e o c o p i a l u e g o e l c a t á l o g o d e los obispos d e R o m a d e s d e los a p ó s t o l e s :


L i n o , A n a c l e t o , C l e m e n t e ; se d e t i e n e p a r a h a c e r r e s a l t a r l a a u t o r i d a d d e este
t e s t i g o d e l a p r e d i c a c i ó n a p o s t ó l i c a y l a f u e r z a d e su t e s t i m o n i o , q u e lo e n -
c o n t r a m o s e n s u c a r t a a los C o r i n t i o s . C o n t i n ú a : E v a r i s t o , A l e j a n d r o , S i x t o ,
T e l e s f o r o , e l glorioso m á r t i r , H i g i n i o , P í o , A n i c e t o , Sotero y , p o r f i n , E l e u t e r i o .
D e s p u é s d e l a I g l e s i a r o m a n a , I r e n e o evoca l a s i g l e s i a s d e A s i a , t a n e s t r e -
c h a m e n t e r e l a c i o n a d a s c o n los apóstoles, y c o n o c i d a s p o r él m u y d e c e r c a , y ,
f i n a l m e n t e , l a s i g l e s i a s e s t a b l e c i d a s e n t r e los b á r b a r o s : " N o t i e n e n n i p a p e l
n i t i n t a , p e r o l a s a l v a c i ó n está escrita e n s u c o r a z ó n p o r e l E s p í r i t u S a n t o
y g u a r d a n d i l i g e n t e m e n t e l a vieja t r a d i c i ó n " .

"Ante pruebas tan manifiestas no es necesario buscar fuera la verdad; resulta


fácil encontrarla en la misma I g l e s i a . . . Y si se suscita alguna discusión, ¿no habrá
de recurrirse a las iglesias más antiguas, a aquellas en que vivieron los apóstoles,
y recibir de ellas una doctrina segura y clara sobre la cuestión debatida? Y, si los
apóstoles no nos hubiesen dejado las Escrituras, ¿no hubiese sido necesario seguir el orden
de la tradición que ellos confiaron a quienes entregaron las iglesias?" ( I I I , IV, 1 ) ( 2 3 ) .

E s t e t e x t o es d i g n o d e l a m a y o r a t e n c i ó n y h a s i d o objeto d e m u c h o s
e s t u d i o s . L a i d e a c e n t r a l es el v a l o r decisivo d e l t e s t i m o n i o d e l a I g l e s i a ,
eco fiel d e l a e n s e ñ a n z a de| los a p ó s t o l e s ; l a g a r a n t í a d e f i d e l i d a d es l a s u c e -
sión e p i s c o p a l , q u e u n e a los obispos d e h o y c o n los a p ó s t o l e s . E s t e t e s t i m o n i o
e x i s t e e n t o d a s p a r t e s , e I r e n e o n o t e m e i n v o c a r el t e s t i m o n i o d e l a s i g l e s i a s
b á r b a r a s . S i n e m b a r g o , d a r á la preferencia a las iglesias m á s a n t i g u a s , a las
m á s e s t r e c h a m e n t e r e l a c i o n a d a s c o n los a p ó s t o l e s : Efeso, E s m i r n a y , m á s
q u e n i n g u n a , l a I g l e s i a r o m a n a . D e j a n d o d i s c u s i o n e s d e d e t a l l e , se p u e d e
c o n c l u i r c o n D u c h e s n e : " E s difícil e n c o n t r a r u n a p r o c l a m a c i ó n m á s p r e -
cisa: 1) d e l a u n i d a d d o c t r i n a l d e l a I g l e s i a u n i v e r s a l ; 2 ) d e l a i m p o r t a n c i a
soberana, única, de la Iglesia r o m a n a como testigo, g u a r d i a n a y órgano de

( 2 1 ) "Praeterquam oportet colligunt." En este colligunt MASSUET ve una mención de


los conventículos de los herejes. Creemos que es u n eco de las palabras del Señor: "el
que no recoge conmigo, desparrama".
(22) Cf. V A N D E N E Y N D E , op. cit., pp. 173-179.
( 2 3 ) BATIFPOL, L'Eglise musíante, pp. 249-253, y los trabajos anteriores que cita (Har-
nack, Funk, Chapman, Boehmer); ROIRON en Recherches de Science religieuse, t. V I I I
(1907), y pp. 36-51.
LA REACCIÓN CATÓLICA 49

la t r a d i c i ó n a p o s t ó l i c a ; 3 ) d e s u s u p e r i o r p r e e m i n e n c i a e n t o d a l a cris-
tiandad" (2*).
Notemos q u e a propósito d e las iglesias b á r b a r a s , varía d e forma la argu-
mentación. Ireneo h a c e valer n o solamente la sucesión apostólica, sino t a m -
b i é n los frutos d e s a n t i d a d p r o d u c i d o s p o r e l E s p í r i t u e n l a I g l e s i a . E r a y a
el a r g u m e n t o d e S a n P a b l o ( 2 5 ) . I r e n e o , a t e n t o a l a s p e c t o v i s i b l e d e l a I g l e -
sia, n o p i e r d e d e v i s t a n u n c a e l e l e m e n t o i n v i s i b l e , í n t i m o , l a v i d a d e l E s -
píritu; y a él vuelve a l final del libro:

"Hemos demostrado y a que la doctrina de la Iglesia es la misma, siempre y en todas


partes, fundada en el testimonio de los profetas, de los apóstoles y de sus discípulos...
Esta fe hemos recibido de la Iglesia, y es como u n depósito de gran valor en u n vaso
precioso; el Espíritu llena de juventud continuamente y comunica su vida joven al
vaso que lo contiene. Es el don de Dios confiado a la Iglesia; él comunica el Espíritu
a las criaturas de Dios, de manera q u e sean vivificados cuantos participan. Aquí se
encuentra la comunión de Cristo, es decir, el Espíritu Santo, prenda de incorruptíbili-
dad, fundamento de. nuestra fe, escala que nos permite subir hasta Dios. Porque dicho
está: en la Iglesia es donde Dios h a establecido apóstoles, profetas y doctores y toda
operación del Espíritu Santo. N o tienen parte los q u e n o acuden a l a Iglesia, los q u e
se privan de la vida por seguir sus perversos pensamientos y sus malas obras. Donde
está la Iglesia allí está el Espíritu de Dios, y donde está el Espíritu de Dios, allí está
la Iglesia y toda gracia; y el Espíritu es verdad. Los que no tienen parte en la Iglesia
no reciben de sus pechos maternales el alimento de vida, n i beben en la fuente pura,
que brota del cuerpo de Cristo; sino q u e cavan para sí pozos en la tierra y cisternas
rotas, en las que beben aguas cenagosas; huyen de la fe de la Iglesia q u e quisiera ser
su guía y rechazan al Espíritu que podría instruirles" (III, 24, 1 ) .

La preocupación d e la controversia n o h a c e olvidar a Ireneo l a vida í n t i m a ,


la j u v e n t u d p e r p e t u a , q u e e l E s p í r i t u S a n t o i n f u n d e a l a I g l e s i a . A l con-
t r a r i o , esta p r o f u n d a i n t u i c i ó n t e o l ó g i c a d a a l a a r g u m e n t a c i ó n s u m a y o r
fuerza.
La tradición n o consiste ú n i c a m e n t e e n l a p e r p e t u i d a d d e l testimonio, q u e ,
p o r l a sucesión r e g u l a r d e l o s obispos, se r e m o n t a , h a s t a l o s a p ó s t o l e s y h a s t a
el m i s m o C r i s t o ; l a t r a d i c i ó n es t a m b i é n esa c a d e n a v i v i e n t e , ese t e s t i m o n i o
del E s p í r i t u q u e a t e s t i g u a y a f i r m a n u e s t r a u n i ó n c o n C r i s t o , n o s o l a m e n t e
p o r l a fiel a d h e s i ó n a s u d o c t r i n a , sino t a m b i é n p o r l a c o m u n i c a c i ó n d e s u
vida.
Esta p r o f u n d a v i s i ó n b r i l l a c o n m e n o s f u e r z a e n T e r t u l i a n o ; l a t e o l o g í a
de l a t r a d i c i ó n c o n s e r v a r á e n é l s u f u e r z a j u r í d i c a y s e r á e n m a n o s d e l o s con-
troversistas u n a r m a i n v e n c i b l e f r e n t e a l a h e r e j í a ; p e r o n o l l e g a r á a l a
fuente í n t i m a d e l a m o r d e l c r i s t i a n o p a r a c o n l a I g l e s i a ( 2 8 ) .

(24) D U C H E S N E , Les Eglises séparées, p. 119, citado por BATIFFOL, op. cit., p . 252.
Notemos que los tres grupos, cuyo testimonio invoca Ireneo, representan las iglesias a las
que ha pertenecido durante las tres épocas de su vida: Asia, Roma y Galia. Es.to no
resta valor al argumento: sus recuerdos personales h a n podido guiarle, pero no h a n dic-
tado su juicio; la importancia única, dada a la Iglesia romana, n o tiene su fundamento
en sus impresiones y recuerdos; de ser así, daría mucho más valor al testimonio de
Esmirna, que es para él el de su formación cristiana y que se relaciona con los após-
toles más inmediatamente; entre aquéllos y él mismo n o h a y más que u n interme-
diario, Policarpo; y, sin embargo, Esmirna queda en segunda categoría y no ocupa
en su argumentación el lugar que atribuye a Roma.
( 25 ) / / Cor. 3, 2.
( 26 ) BATIFFOL (L'Eglise naissante, p . 239) juzga así la teología de Ireneo: "Al refutar
los errores gnósticos, delinea la teoría de la Iglesia y su función doctrinal con tal fir-
meza y plenitud, que hacen, especialmente del libro tercero, u n verdadero tratado, el
más antiguo tratado «De Ecclesia»."
50 H I S T O R I A DE LA IGLESIA

LA EDUCACIÓN PROGRESIVA Debemos examinar aún en los libros de Ireneo


DE LA HUMANIDAD este depósito confiado a la Iglesia por Jesu-
cristo y que el Espíritu Santo vivifica con-
tinuamente. No podemos seguir aquí todo el desarrollo ( 2 7 ) ; pero, al menos,
debemos hacer mención detallada de la tesis capital de la controversia anti-
marcionita. Podían refutarse fácilmente las Antítesis de Marción, demos-
trando con textos de Jesucristo o de San Pablo la conformidad de la Ley con
el Evangelio;'Ireneo lo hizo en más de u n a ocasión y Tertuliano insistirá
más aún; pero esta refutación, que bastaba para hacer callar al adversario,
no daba entera satisfacción al entendimiento cristiano. A través del Antiguo
Testamento y aun más del Antiguo al Nuevo, ¡qué progreso religioso, qué
transformación t a n notable! ¿Cómo se explica esto? ¿Por qué el Dios de los
judíos no reveló en u n principio lo que después revelaría a los cristianos, si
efectivamente es uno mismo y único Dios el de los judíos y el de los cris-
tianos?
A esta apremiante cuestión responde Ireneo en su libro cuarto al exponer
el plan divino que, lenta y progresivamente, va educando a la humanidad.
"¿Por qué Dios —se pregunta— no ha creado al hombre desde el principio
en estado de perfección?"
Los herejes hablan de la impotencia del Demiurgo, incapaz de hacer u n a
obra acabada; esto es una impiedad, pues Dios es omnipotente. Pero la cria-
tura, por el mismo hecho de serlo, es necesariamente imperfecta y debe ser
llevada a la perfección gradualmente. De la misma manera que el niño se
desarrolla y el cristiano imperfecto llega a su perfección ( 2 8 ) ; así también
la h u m a n i d a d ha debido educarse progresivamente bajo la acción divina.
E n la creación, el término que Dios propuso fué hacer al hombre a su imagen
y semejanza y toda la educación providencial del hombre se dirige hacia ese
término lejano:
"Mediante esta educación, el- hombre producido, se conforma poco a poco a la ima-
gen y semejanza de Dios no producido; el Padre se complace y ordena, el Hijo obra y
crea y el Espíritu nutre y hace crecer, y así, dulcemente, el hombre progresa y sube
hacia la perfección, es decir, se asemeja al Dios improducido; pues el que no ha sido
producido es perfecto, es Dios. Era necesario que el hombre fuese primeramente creado,
y se. desarrollase y se hiciese hombre y se multiplicase y tomase fuerzas, y llegase
a la gloria y, llegando a la gloria, viese a su Señor. A Dios es preciso ver; la vista
de Dios hace incorruptible y la incorruptibilidad acerca a Dios" (IV, xxxvni, 3).

Al resplandor de esta luz divina, toda la historia de la h u m a n i d a d brilla


ordenada y luminosa. Dios nos creó sólo por amor, pues no necesitaba de
nosotros:
"No creó a Adán por indigencia, sino para tener a quien conceder sus beneficios;
y si nos manda servirle, no es porque necesite nuestros servicios, sino porque quiere
salvarnos; servir al Salvador, es tener parte en la salvación; servir a la luz es vivir
en la luz; los que estén en la luz, no le dan mayor refulgencia, sino que son iluminados
por ella... Así, en el principio creó al hombre por amor; escogió a los patriarcas
para salvarlos; educó en el servicio de Dios a un pueblo indócil; suscitó sobre la tierra
profetas, para habituar al hombre a llevar consigo al Espíritu y a estar en comuni-
cación con Dios. No tenía necesidad de nadie; pero ofreció la gracia de estar en comu-
nión con El a aquellos que lo necesitaban. .. y de mil maneras preparó al género

( 27 ) Sobre el dogma de la Trinidad en Ireneo, cf. Histoire du dogme de la Trinité,


t. II, pp. 517-617.
(28) Es una alusión a lo que San Pablo escribía a los corintios: "Os he dado leche
y no alimento sólido; porque aun no podéis tomarlo" (IV, xxxvni, 2).
LA R E A C C I Ó N CATÓLICA 51

humano a recibir la salvación. He aquí por qué dice San Juan en el Apocalipsis: su
voz es como voz de muchas aguas. A ellas efectivamente se parece el Espíritu por
su riqueza y por la grandeza del Padre. Y en medio de estos hombres pasa el Verbo,
colmando de bienes a los que se someten a El y dando a la creación una ley digna de
ella" (IV, xiv, 1-2).

LA LEY La Ley no es la obra de u n Demiurgo ciego, ni el Dios bueno


vino a abrogarla, puesto que la Ley dispuso a los hombres a la
venida de Cristo. Lo que Jesús pide a los que quieren seguirle, es, primero,
que observen los mandamientos y, luego, que lo dejen todo y que le sigan
(IV, XII, 5). En el sermón de la Montaña no abolió la Ley, sino que la per-
feccionó, proponiendo una justicia más íntima y perfecta:
"Porque la ley, escrita para esclavos, formaba el alma exteriormente, sujetando
el cuerpo y llevando el alma como con cadenas a la observancia de los mandamientos;
para que el hombre aprendiese a servir a Dios. El Verbo libertó al alma y por medio
de ella enseñó al cuerpo a purificarse voluntariamente. Para esto era preciso libertar
al hombre de las cadenas, que se había acostumbrado a llevar y enseñarle a servir a
Dios sin cadenas; pero era preciso también que los mandamientos de libertad mantu-
viesen nuestra sujeción a nuestro rey, a fin de que nadie se volviera atrás y se hiciera
indigno de su liberador. Tenían que tener los hijos para con el Padre de familias,
tanta piedad y obediencia como los servidores-y los esclavos, pero una confianza mucho
mayor; tanto más cuanto que la actividad voluntaria es mucho más noble y gloriosa
que la sumisión servil" (IV, xm, 2) ( 2 9 ).

LA ACCIÓN DIVINA Con estas bellas palabras inspiradas en San Pablo, se


EN EL HOMBRE nos quiere hacer comprender todo el beneficio de la
nueva alianza, de la libertad de los hijos de Dios;
pero sin detrimento de la Ley. Entre una y otra no existe antítesis, sino
progreso; el progreso de u n a educación que Dios se propuso desde el prin-
cipio y en cuya prosecución jamás ha cesado: "Los dos Testamentos son,
pues, la obra de u n mismo Padre de familia, Nuestro Señor Jesucristo, que
habló a Abrahán y a Moisés y que, en la nueva alianza, nos dio la libertad e
hizo sobreabundar la gracia" (IV, ix, 1).
Desde la creación, el Padre celestial va realizando su obra no por medio
de agentes subalternos, sino "por sí mismo, es decir, por medio del Hijo y del
Espíritu Santo" ( 3 0 ), que son, en frase de Ireneo, las dos "manos" del Pa-
dre ( 3 1 ). En el día de la creación hizo Dios al hombre por medio del Verbo
y del Espíritu Santo y ya jamás lo ha abandonado; "Adán no pudo h u i r
de las manos de Dios" (V, i, 3 ) , y " a l cumplirse los tiempos, el Verbo de
Dios, uniéndose a la antigua sustancia de que Adán fué formado, produjo
un hombre viviente y perfecto, unido al Padre perfecto •—capientem Patrem
perfectum"— (ibíd.). Bien se considere la creación del hombre, bien su san-
tificación, la obra divina se realiza por la acción común de las tres personas:
(29) Cf. Demostración de la predicación apostólica, xcvi.
(30) "Fecit ea per semetipsum, hoc est per Verbum et Sapientiam suam" (II, xxx, 9).
Cf. IV, xx, 1: No nos formaron los ángeles; pues los ángeles no pueden hacer una ima-
gen de Dios; nadie lo pudo, sino es el Verbo del Señor; no un poder existente fuera del
Padre del universo; Dios no tiene necesidad de ellos, para hacer lo que determinó
hacer, como si El no tuviese sus manos. Siempre están en El el Verbo y la Sabiduría,
el Hijo y el Espíritu, por quienes y en quienes lo ha hecho todo espontánea y libre-
mente; a ellos habla, al decir: hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra".
Nótese la identificación de la Sabiduría con el Espíritu Santo; es un rasgo por el que
Ireneo se emparenta con su contemporáneo San Teófilo; cf. Histoire du dogme de la
Trinité, t. II, p. 567, s.
(31) Sobre esta expresión, cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. II, p. 579, s.
52 HISTORIA DE LA IGLESIA

"Dios es inteligente y por eso ha hecho todas las criaturas por medio del Verbo.
Dios es Espíritu y por medio del Espíritu embellece todas las c o s a s . . . El Verbo pone
la base, es decir da a los seres su sustancia y les hace la gracia de la existencia, y es
el Espíritu el que proporciona a estas diferentes fuerzas su forma y su hermosura"
(Demostración, v ) .

La encarnación del Hijo nos p r e p a r ó p a r a recibir al Espíritu de Dios:

"El Señor vino a nosotros, no según la capacidad total de su poder; sino tal como
nosotros podíamos verle; porque podía haber venido en su gloria incorruptible; mas
no estábamos preparados, como para soportar la grandeza de su gloria. Por esto, el
pan perfecto del Padre se nos dio como a niños pequeños en forma de leche: que esto
fué su presencia humana; quería que nutridos a sus pechos, con su carne, nos acos-
tumbrásemos a comer y a beber al Verbo de Dios; para que pudiésemos asimilar el
pan de inmortalidad, que es el Espíritu del Padre" (IV, xxxvin, 1).

La acción divina desciende, pues, a nosotros procedente del P a d r e , por m e -


d i o d e l H i j o e n el E s p í r i t u S a n t o ; p e r o si l a c o n s i d e r a m o s e n n o s o t r o s m i s -
mos, sentimos p r i m e r a m e n t e al Espíritu que nos revela al Hijo y nos lleva
a E l y luego al Hijo que nos lleva a l P a d r e ( 3 2 ) .
E s t e p r o c e s o n o c u l m i n a e n el m u n d o ; l a o b r a d i v i n a s i g u e s i e m p r e h a c i a
su f i n : f o r m a r a l h o m b r e a i m a g e n y s e m e j a n z a d e Dios ( 3 3 ) . D e esta t r a n s -
f o r m a c i ó n n o t e n e m o s t o d a v í a m á s q u e l a g a r a n t í a , l a s a r r a s p o r el E s p í r i t u
q u e h a b i t a e n n o s o t r o s y n o s h a c e e s p i r i t u a l e s , " a b s o r b i d o el e l e m e n t o m o r -
tal por la i n m o r t a l i d a d " y q u e nos hace g e m i r y c l a m a r al P a d r e .

"¿Si ahora por haber recibido esta prenda, estas arras, clamamos: «Abba, Pater»,
¿qué será, cuando resucitados, le veamos cara a cara? Cuando todos los miembros, acu-
diendo en muchedumbre, cantemos el himno de triunfo en honor de aquel que habrá
resucitado a los muertos dándoles la vida eterna? Porque, si ahora esta prenda y
fianza, apoderándose de él y transformándolo, le hace clamar: «Abba Pater», ¿qué
hará la gracia total del Espíritu, dada a los hombres por Dios? Nos hará semejantes a
El; nos hará perfectos según la voluntad del Padre, al hacer al hombre a imagen y
semejanza de Dios" (V, v m , 1 ) ( 3 4 ) .

(32) "Los presbíteros, discípulos de los apóstoles, describen así el camino de los que
se salvan y los grados de su ascensión: por el Espíritu ascienden al Hijo y por el Hijo
al Padre; y el Hijo entrega su obra al Padre, según lo enseña el apóstol" (V, xxxvi, 8).
Este doble aspecto de la acción divina queda esclarecido en u n hermoso texto de la
Demostración, v n : "Cuando somos regenerados en el bautismo, que se nos confiere
en el nombre de las tres personas, quedamos enriquecidos en este segundo nacimiento
por los bienes que son en Dios Padre, por medio de su Hijo, con el Espíritu Santo.
Todos los que llevan en sí el Espíritu de Dios son conducidos al Verbo, es decir al
Hijo; y el Hijo los toma y los presenta al Padre y el Padre les comunica la inco-
rruptibilidad. Así, pues, sin el Espíritu no se puede ver al Verbo de Dios; y sin el
Hijo no se puede llegar al Padre; porque el conocimiento del Padre es el Hijo y el
conocimiento del Hijo de Dios n o se obtiene más que por medio del Espíritu Santo;
pero es el Hijo el que tiene la misión de distribuir el Espíritu, según el beneplácito
del Padre, a aquellos que el Padre quiere y en la medida en que el Padre quiere."
(33) "Era preciso que apareciese primeramente la naturaleza; que luego el elemento
mortal fuese absorbido y vencido por el inmortal, el corruptible por el incorruptible
y que el hombre llegase a ser conforme a la imagen y semejanza de Dios" (IV, xxxvin,
4). "Por la efusión del Espíritu, el hombre se hace espiritual y perfecto, y así es ima-
gen y semejanza de Dios. Pero, si en u n hombre el Espíritu no está unido al alma, este
hombre es imperfecto, permanece animal y carnal; tiene la imagen de Dios en su
carne; pero no recibe la semejanza por el Espíritu" (V, vi, 1).
( 3 4 ) Sobre esta acción santificadora del Espíritu Santo, cf. A. D'ALES, La doctrine de
l'Esprit en Saint hénée, en Recherches de Science religieuse, t. 14 ( 1924), pp. 497-S38;
cf. también Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 604-614.
LA á E A C C I O N CATÓLICA 53

LA TEOLOGÍA DE Esta rápida ojeada habrá bastado para comprender el


SAN IRENEO carácter de la teología de San Ireneo. Se presenta, en
u n principio, como obra de controversia; pero sobre este
fondo elabora el gran doctor, libre de sus preocupaciones polémicas, u n
cuerpo de doctrina que propone a la consideración del lector.
A su resplandor se esfuma pronto el recuerdo de las ambiciosas construc-
ciones de Basílides y de Valentín y de las Antítesis de Marción. Esto es lo
que asegura a la obra teológica de Ireneo u n a vitalidad que desafía a los
siglos. La doctrina de la Iglesia, tal como él la expone, brilla "como u n
tesoro precioso, guardado en u n joyero de subido precio; el Espíritu le da
nueva vida y comunica su juventud al joyero que lo contiene".

LA SALVACIÓN Consideremos el último aspecto de la gran obra de Ireneo.


DE LA CARNE Hemos visto cómo el Espíritu santifica y prepara para la
visión de Dios. Pero el hombre no es solamente alma, tiene
también cuerpo; ¿habrá de considerarse el cuerpo principio malo, incapaz
de salvación? Este fué el error de los gnósticos; Ireneo los combatió con
todas veras en el libro quinto y último de su obra.
"Necias son esas gentes que desprecian la obra creadora de Dios, que niegan que la
carne pueda salvarse y no quieren ni pensar en su regeneración, porque la creen incapaz
de incorruptibilidad. Si la carne no puede salvarse, entonces el Señor no nos ha resca-
tado en su sangre, ni el cáliz de la Eucaristía es la comunión de. su sangre, ni el pan
que. partimos es la comunión de su cuerpo... Nos ha rescatado con su sangre, como
dice el apóstol. . . Y porque somos sus miembros y nos nutrimos de lo creado —El
nos ha dado todo lo que hay en la creación, El hace al sol levantarse y reparte la
lluvia, como quiere—; nos enseña que este cáliz que procede de la creación, es su san-
gre y alimenta nuestra sangre y este cuerpo, que procede de la creación, es su
cuerpo y alimenta nuestros cuerpos. Cuando el cáliz que ha sido mezclado y el pan
que ha sido preparado, reciben sobre sí la palabra de Dios y se hacen Eucaristía, Cuerpo
de Cristo, que nutre y mantiene la substancia de nuestra carne, ¿habrá alguno que
diga que la carne alimentada con el cuerpo y sangre de Cristo y que es miembro suyo,
no es capaz de la gracia de Dios que es la vida eterna?" (V, n, 2).

Por el espléndido párrafo transcrito se echa de ver cómo la teología de


la carne se fundamenta en el dogma cristiano. La creación, la encarnación,
la Eucaristía, todas estas santas verdades proclaman que la carne, la obra de
Dios, unida al Hijo de Dios, alimento y fuente de vida, no puede ser el
principio esencialmente malo que los gnósticos desprecian y condenan. Los
dogmas, así considerados, dan a la fe u n punto de apoyo inconmovible; son
dogmas irrefragables. Esta observación tiene u n valor particular en lo que
se refiere al dogma de la Eucaristía, que n i entonces n i en mucho tiempo
después ( 35 ) fué objeto de controversia, y no por indiferencia, sino por la
certidumbre que envolvía dicho dogma ( 3 6 ).
De todo esto concluye Ireneo que la carne es susceptible de salvación; de
lo contrario el Verbo de Dios no se habría hecho carne (V, xiv, 1 ) ; cierta-
mente que la carne puede ser entregada a la corrupción y condenada a la
muerte eterna, pero también puede resucitar para u n a vida incorruptible
y sempiterna.

(35) Las primeras controversias surgieron diez siglos más tarde, en tiempos de
Berengario.
(36) Ireneo alude en otros muchos pasajes de su obra al dogma eucarístico y siem-
pre con la misma energía: IV, xvn, 1; xvm, 3-4; XXXIII, 2.
54 HISTORIA D E LA I G L E S I A

EL MILENARISMO El libro termina con u n estudio de los novísimos: en


los cinco últimos capítulos la teología de Ireneo, siem-
pre mesurada y prudente, se deja embrollar, por influjo de Papías, en los
sueños milenaristas ( 3 7 ) : antes del juicio, los justos reinarán con Cristo du-
rante m i l años.
Esta creencia, m u y extendida en la escatología judía, pareció autorizada
a los ojos de los cristianos por las descripciones del Apocalipsis de San
Juan. Leían en los caps, xx xxn cómo se proclamaba el triunfo de Cristo: el
diablo será encadenado durante m i l años y encerrado en el abismo; los már-
tires resucitarán y reinarán con Cristo durante m i l años; después Satanás
saldrá de la prisión, engañará a las naciones, las lanzará contra Cristo y al
fin será vencido por Dios. Leían que la Jerusalén celeste descendería del
cielo revestida con la luz de Dios. San J u a n revestía estos símbolos, fami-
liares a sus lectores, de u n significado espiritual m u y superior a los sueños
de los judíos; pero a lo largo del siglo segundo, más de u n cristiano tropezó
en ellos y entendió literalmente los m i l años de felicidad mesiánica.
Incurrieron en este error los herejes, por ejemplo Cerinto, que le dio la
forma m á s grosera y más netamente judaica ( 3 8 ) ; también incurrió en él
Papías, presbítero estrechamente unido a la Iglesia y a la tradición ( 3 9 ) .
Justino en su Diálogo (LXXX), a u n reconociendo que otros no comparten
su opinión, afirma que muchos cristianos, "íntegramente ortodoxos", creen
como él en el reino de los m i l años. Ireneo va más lejos; por reacción contra
la exégesis alegórica, de que tanto abusaron los gnósticos, exageró la inter-
pretación literal, sosteniendo que había que atenerse a ella a riesgo de com-
prometer la fe ( 4 0 ) . Su autoridad arrastró a Tertuliano y a San Hipólito ( 4 1 ) .
Sin embargo, n i en el mismo siglo segundo admitían todos el milenarismo,
aunque fué creencia m u y generalizada ( 4 2 ) . No se encuentra en n i n g u n a

( 3 7 ) Sobre el milenarismo, cf. L. GRY, Le Millénarisme dans ses origines et son


développement, París, 1904.
38
( ) CATO, que escribía en Roma, a fines del siglo n i , decía así de esta doc-
trina: "Cerinto dice que después de la resurrección, Cristo remará sobre la tierra, la
carne .volverá a la vida en Jerusalén y se entregará al placer y a las pasiones. Ene-
migo de las Escrituras, quiere engañar a los hombres y dice que habrá mil años de
fiestas nupciales" (citado por EUSEBIO, Hist. Eccl., I I I , XXVIII, 2 ) ; su testimonio está de
acuerdo con el de DIONISIO DE ALEJANDÍA, en Hist. Eccl., V I I , xxv, 3.
( S 9 ) IRENEO, Adv. hter., V, x x x n i , 3-4: "Los presbíteros que h a n visto a Juan, dis-
cípulo del Señor, refieren que le oyeron explicar así la doctrina del Señor acerca de
los últimos tiempos: Días vendrán en que cada viña se cuaje de diez mil cepas y de
cada cepa broten diez mil brazos, y de cada brazo diez mil sarmientos y de cada
sarmiento colgarán diez mil racimos y cada racimo tendrá diez mil granos y cada
grano pisado dará veinticinco medidas de vino. Y, cuando alguno de los santos vaya
a coger u n racimo, otro racimo gritará: ¡Eh, que yo estoy mejor, cógeme a mí, ben-
dice por m í al Señor! De la misma manera el grano de trigo producirá diez mil espigas
y cada espiga llevará diez mil granos y cada grano dará diez libras de excelente
harina; y de la misma manera será la fecundidad de los otros frutos, simientes y
yerbas; y todos los animales, comiendo de este alimento que les proporcionará la
tierra, vivirán pacíficamente entre sí y estarán perfectamente sometidos a los hombres.
Este es el testimonio que Papías, discípulo de Juan, familiar de Policarpo, escribió en
el cuarto de sus cinco libros".
( 4 0 ) Adversus hcereses, V, xxxi, 1; V, xxxv, 1.
( 4 1 ) TERTULIANO, Adv. Marc, IV, xxxrx. En dos obras, que no h a n llegado hasta
nosotros, exponía estas mismas esperanzas: De spe fidelium y De Paradiso. HIPÓLITO es-
cribe en el mismo sentido en De Christo et antechristo y Capita adversus Gaium. Cf.
D'ALES, La Théologie de Saint Hippolyte, p . 198. A principios del siglo iv se encuentran
las mismas tesis en San METODIO, Banquete, I X , v.
( 4 2 ) GRY (op. cit., p . 66) piensa que "quiza" h a y rasgos de milenarismo en las plega-
LA K E A C C I O N CATÓLICA 55

tórmula de fe, y, exceptuado Justino, en n i n g ú n libro romano, ni en Cle-


mente, ni en Hermas ( 4 3 ), y, lo que es más notable, n i en la Demostración
de Ireneo. Su descripción de los últimos días (c. LXI) se inspira en una exé-
gesis alegórica del Apocalipsis y no ya en una interpretación literal, como
en el Adversus haereses ( 4 4 ).
A principios del siglo tercero, el milenarismo fué perdiendo terreno; en
Roma lo combatió Gaius, y en Alejandría, sobre todo Orígenes, y treinta
años más tarde San Dionisio. En el siglo cuarto hacen mención de él los
Capadocios, San Jerónimo y San Agustín, pero como opinión que ya nadie
sustenta ( 4 5 ).

LA DEMOSTRACIÓN Con ocasión del milenarismo hemos nombrado u n bre-


ve tratado de San Ireneo: la Demostración de la
Predicación Apostólica. Por mucho tiempo no se conoció esta obra sino por
una cita de Eusebio. Descubierta en 1904, en una traducción armenia, fué
publicada por primera vez en 1907 ( 4 6 ).
Posterior a Adversus haereses, a la que alude (c. xcix), es inferior en
importancia. En la cuestión de los novísimos la corrige, o, al menos, enseña
una doctrina más prudente y reservada. Este es el único rasgo propio, por
el que se distingue de Adversus haereses ( 4 7 ). Sin embargo, es para nos-
otros de mucho más valor; porque nos presenta al obispo de Lyón, no en su
papel de controversista y de doctor, sino en sus funciones de catequista,
exponiendo a todos y principalmente a sus fieles, la fe cristiana y sus
pruebas ( 4 8 ).

IMPORTANCIA DE LA OBRA Este rápido bosquejo nos ha permitido entre-


TEOLOGICA DE SAN IRENEO ver la riqueza excepcional de su obra; Har-
nack ha escrito m u y justamente que, si Ter-
tuliano dotó a la teología católica de gran número de fórmulas, fué Ireneo,
sobre todo, quien le dio su contenido ( 4 9 ).

rías de la Didacké, x, 5, y añade: "El autor de este librito es, por lo demás, partidario
convencido de una doble resurrección y parece tener reminiscencias del Apocalipsis"
vi, 6-8).
(43) GRY, op. cit., p. 89.
(44) Cf. LEBRETON en Revue ¿Le l'Institut catholique de París, t. XII (1907), pp. 140-
142. HARNACK (op. cit., p. 62) admite que del primer libro al segundo cambió de opi-
nión Ireneo; TIXERONT no lo admite, ni tampoco ROBINSON en sus notas a este pasaje.
(45) Cf. BARDY, art. Miüenarisme, en Dict. de Théol. cath., 1762-1763.
(46) Supra indicamos las distintas ediciones, p. 38. •
(4T) Podemos señalar también la idea de los siete cielos que parece reminiscencia
de la literatura judaica, en particular: Ascensión de Isaías, (cf. Revue de l'Institut
catholique, t. XII [1907], pp. 136-139). ROBINSON, op. cit., p. 77, cf. p. 41; el arcángel
que domina sobre la tierra es análogo al "ángel venerable" de Hermas (cf. Revue de
l'Institut catholique, t. XII, [1907], p. 139). Pero éstos son detalles secundarios que dan
la jmpresión de una tradición popular.
(48) Este tratado se parece a las apologías, en particular a la de San Justino; cf.
ROBINSON, op. cit., pp. 6-23.
(49) Dogmengeschichte, t. I, p. 556. Recordemos también este juicio de ZAHN (op.
cit, p. 410): "Ireneo. .. no se erige en filósofo, ni en maestro de una «filosofía bárbara»,
como los apologistas desde Arístides a Clemente; pero ¡cómo sobresale y les sobrepasa a
todos por la firmeza de juicio, vigor de pensamiento y claridad de expresión! Si es
verdad que un estudio diligente de los muchos elementos y documentos de la fe cris-
tiana, en los que brillaron Eusebio y San Jerónimo, no basta para hacer un teólogo, sino
que se requiere la visión sintética de conjunto, que establece las armonías entre Dios y
56 H I S T O R I A DE LA IGLESIA

Muchas veces h a y que hacer constar a lo largo de la historia de la Iglesia,


que los grandes doctores, no contentos con hacer frente y rechazar los ata-
ques de sus adversarios, hicieron brotar de la controversia una nueva fuente
de doctrina. Baste recordar los nombres de San Atanasio, de los Capadocios,
y en especial de San Agustín. Ireneo es también de su número: no se limita
a refutar a sus adversarios, que quieren derrumbar el edificio del dogma
cristiano, sino que levanta mucho más altos los muros de la gloriosa ciudad,
mientras cuida de asegurar su cohesión y solidez.
Comienza por ahondar en los fundamentos del dogma, fijando las rela-
ciones de la fe y la teología, el valor jf la condición de nuestro conocimiento
de Dios; luego estudia las fuentes de la revelación cristiana: Escritura y
Tradición; el Magisterio de la Iglesia y las grandes verdades cristianas: Tri-
nidad, Encarnación, Redención, Novísimos. Y emprende estos estudios con
u n a prudencia y una energía tales, que rara vez se verán n i en tanto grado
n i en alianza tan estrecha y continuada. Así, en la cuestión de las relaciones
entre la fe sencilla y la docta teología, Ireneo tiende ante todo a asegurar,
por una sumisión filial, la comunión con la Iglesia, de donde vienen al cris-
tiano los dones del Espíritu Santo y la unión con Cristo; en las oscuridades
de la vida actual, en el mundo, prefiere la caridad a la especulación; pero
tiene buen cuidado de fomentar el estudio teológico y de abrir u n campo
inmenso a la especulación. En la tradición cuida de fijar la sucesión epis-
copal, ligada a los apóstoles y por ellos a Cristo; pero insiste no menos en
el testimonio del Espíritu Santo, que vivifica el cuerpo de Cristo y renueva
sin cesar su juventud. En la teología de la redención centra el foco de sus
grandes luces en el fruto de la Encarnación, el Hijo de Dios, que recapitula
en sí todas las cosas ( 5 0 ), y proclama que Cristo nos redimió con su sangre.
Su teología de la Trinidad es la más firme y rica de los Padres antenice-
nos ( B 1 ). Contra Marción y los gnósticos reivindica con gran energía la
unidad de Dios; pero, al mismo tiempo, preludia la teología de los Padres
griegos sobre las personas divinas, señalando su intervención en la creación
y en la revelación. Finalmente, después de haber contemplado la acción
divina que se propaga del Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo, nos hace
ascender del Espíritu por el Hijo hasta el Padre; por esta "recapitulación" que
el papa San Dionisio, en el siglo i n , expondrá en su carta a los Alejandrinos,
tomando la doctrina y aun los mismos términos de Ireneo ( 5 2 ).
Si se busca de dónde viene a Ireneo esa; comprensión extraordinaria de las
grandes verdades y conceptos teológicos, se hallará que en su respeto y en
su amor a toda la tradición.
Nada de partidismos, n i de escuelas. Su escuela es la Iglesia, su partido
el de Cristo; venera a San Policarpo y a Papías y a los presbíteros de
Asia, pero no es menor su respeto para Justino, el apologista filósofo. En
la Biblia todo le es sagrado y familiar: la historia de los patriarcas, los libros
de los profetas, los salmos, los libros sapienciales. La doctrina de San Pablo,
de perfiles tan borrosos en la mayor parte de sus contemporáneos, tiene en

el mundo, inspirándose, en los principios de la fe cristiana, sólo Orígenes y Agustín pue-


den compararse con Ireneo. Ni Atanasio, ni Cirilo pueden entrar en parangón con estos
tres hombres, y en lo que respecta a liberar la teología de toda influencia extraña
Ireneo está sobre todos."
(50) Sobre la recapitulación en la teología de Ireneo, cf. D'ALÉS en Recherches de
Science religieuse, t. VI (1916), pp. 185-211.
( 51 ) Cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 540-615.
(B2) Cf. infra, p. 286; sobre este doble movimiento de la acción divina, que des-
ciende a nosotros y de la santificación que nos eleva hasta Dios, supra, p. 52.
LA REACCIÓN CATÓLICA 57

él un relieve m u y grande, de la misma manera que el Evangelio de San


Juan, que en los apologistas no aparecía más que en u n segundo plano.
Ese espíritu tan amplio, esta formación tan completa, que brilla en todos
los escritos de Ireneo, se explica en parte por su misma vida: es asiático y
romano y obispo en las Galias; todo cabe y se armoniza en su gran caridad
y en. su alma verdaderamente católica. Es el embajador de paz, enviado a
Roma por los confesores de Lyón; doce años más tarde es el pacificador en
la querella pascual ( 5 3 ). De esta intervención guardó la Iglesia grato re-
cuerdo: celebra en él al controversista que pulverizó a los herejes y al mi-
sionero que evangelizó las Galias; pero encomia sobre todo al pacificador,
que apaciguó los conflictos entre Roma y Asia ( 6 4 ).

§ 2 . — La legislación canónica y la j e r a r q u í a eclesiástica

PROGRESO EN LA Por el estudio de Ireneo hemos podido percatarnos del


DISCIPLINA esfuerzo teológico, realizado por la Iglesia católica en
su lucha contra la herejía. Pero esto era deficiente; se
requería estrechar más los lazos que u n í a n a los cristianos entre sí y a los
cristianos con la Iglesia, y luego, por medio de u n a selección más severa y
de una preparación más cuidadosa, asegurar, en lo posible, la perseverancia
de los que se presentaban al bautismo.
Rajo la presión de estas preocupaciones, la Iglesia de fines del siglo n y
principios del m examina con mayor diligencia y exige mucho más de los
que pretenden pertenecer a ella, y los forma en una disciplina mucho más
rigurosa. Y en el seno del cristianismo se busca una mayor uniformidad
litúrgica. Se somete la penitencia a prescripciones canónicas, nuevas en
parte; se organiza el clero de manera más perfecta, pues queda bajo la
dirección del obispo el cuerpo de sacerdotes, diáconos, subdiáconos y clérigos
inferiores; finalmente, se trabaja por determinar con mayor precisión el
canon de las Sagradas Escrituras y las reglas de la tradición.
Este supremo esfuerzo de legislación canónica es sensible sobre todo en
Roma; pero se manifiesta en toda la Iglesia, y al mismo tiempo que cada
comunidad se organiza con u n a mayor cohesión, va estrechando sus lazos
con las demás comunidades cristianas, y, sobre todo, con la Iglesia Romana,
centro de la unidad;

LA ORGANIZACIÓN Sería absurdo buscar en esta época u n a cons-


DE LAS IGLESIAS LOCALES titución nueva, u n código de derecho canó-
nico, con unas leyes orgánicamente sistema-
tizadas. En los primeros siglos del cristianismo no se hacen las reformas
según las ordenanzas de u n legislador; por lo mismo, los documentos que
nos las dan a conocer, son documentos que atestiguan tales reformas, más
bien que crearlas. Así, a principios del siglo tercero, aparece en Roma y
Cartago u n a legislación del catecumenado y u n a disciplina del arcano, que
en ninguna parte se registran durante el siglo segundo ( 5 5 ). Estudiaremos

(<"») Cf. infra, pp. 79-80.


( M ) Eusebio escribía: "Ireneo lleva su nombre en su vida; fué siempre pacificador;
aconsejó y trabajó por la paz en las iglesias, y no solamente escribió a Víctor, sino
también a otros muchos jefes de iglesias, para darles los mismos consejos sobre la
cuestión debatida" (Hist. Eccl., V, xxiv, 18).
(55) Sobre el catecumenado, sobre todo, Dom B. CAPELLE, L'Introduction du caté-
58 H I S T O R I A DE LA IGLESIA

estas dos instituciones que, por su íntima conexión, exigen u n estudio de


conjunto.

EL CATECUMENADO ¿Qué preocupaciones e influencias provocaron esta


nueva legislación? ( 5 6 ). Las especiales condiciones
de vida de la Iglesia, su rápida propagación, las persecuciones, los peligros
que por todas partes creaba el señuelo de la h e r e j í a . . .
Durante mucho tiempo la Iglesia había conquistado sus adeptos alma por
alma y los había visto acudir avalados por cristianos viejos, que conocían
personalmente a los neoconversos. Ahora ya no es así: la Iglesia es la señal
levantada en medio de las naciones; los apologistas, y, sobre todo, las per-
secuciones, la h a n dado a conocer a todos; desconocidos, cada vez más nu-
merosos, llegan a ella. ¿Se les podrá bautizar por u n a simple profesión de
fe, como en otro tiempo Felipe al eunuco de Etiopía? ¿Se les podrá confiar
los misterios cristianos? ¿No será mejor imitar la reserva de Jesús, que no
se confiaba a los que venían a El porque sabía lo que h a y en el corazóp
del hombre?
Los motivos de esta actitud se aumentaban con el peligro de apostasía,
creado por la violencia de las persecuciones. El Pastor de Hermas nos hace
ver la angustia de la Iglesia romana por los hijos que desfallecen en la
prueba; si la reparación de la caída es tan difícil y el perseverar tan duro,
¿no será mejor guardar la gracia del bautismo para aquellos que con toda
verosimilitud la conservarán sin temor de apostatar?
El peligro de la herejía es ahora quizá más temible. San Ireneo describe la
inconstancia lamentable de aquellos cristianos, que resbalan en la herejía
y luego se convierten para volver a caer. De nuevo surge la preocupación
de los jefes de las iglesias. Cristianos tan frágiles, ¿pueden ser acogidos sin
dilaciones n i garantías? ( I57 ).

ADMISIÓN DE A vista de todos estos motivos, los jefes de la Iglesia,


LOS CATECÚMENOS antes de conferir el bautismo a los neófitos, los some-
ten a una larga preparación y a múltiples pruebas.
Para comprender el alcance de estas nuevas disposiciones, es útil recordar
chuménat á Rome en Recherches de Théologie ancienne et médiévale, t. V (1933),
pp. 129-154; Dom P. DE PUNIET, art. Catéchuménat en Dictionnaire d'archéologie chré-
tienne et de liturgie.
( 56 ) Dom CAPEIXE las describe así: "La gran expansión del cristianismo en el
siglo segundo —Tertuliano se gloriará poco después de que ya no quedan desiertos
más que los templos paganos— fué una de las razones más poderosas. Afluían los
conversos y era preciso formarlos cuidadosamente; su número extraordinario invitaba
a organizar esa instrucción. Fué, además, necesario prepararlos para los dos grandes peli-
gros: paganismo y herejía, que amenazaban constantemente. Del 150 al 200, la fer-
men:ación teológica fué muy intensa y la polémica continua. El cristiano debía estar
bien apercibido. Este parece ser el motivo de que, para ingresar ahora en la Iglesia,
se exigiera el plazo extraordinario de tres años, cuando antaño habría sido todo faci-
lidades. La crisis marcionita contribuyó, sin duda, mucho. Marción organizó fuerte-
mente sus cuadros eclesiásticos y fué ésta una de las causas de su éxito. La Iglesia
se apresuró a imitarle" (p. 150).
(57) A estos motivos, que son los más importantes, pueden añadirse otros. Dom
CAPEIXE (op. cit., p. 150) escribe: "Hay una última causa, no despreciable, y quizá
decisiva: la influencia indirecta de las religiones de los misterios". Hace notar en
Orígenes el vocabulario de los misterios y se podrían descubrir huellas aun más
claras en Clemente. Indudablemente, no podemos despreciar estos rasgos e indicios; pero
no exageremos su alcance: el empleo del lenguaje de los misterios en Filón, Clemente
y Orígenes es recurso literaria mucho más que actitud religiosa.
LA REACCIÓN CATÓLICA 59

qué era la iniciación bautismal en tiempos de Justino ( 5 8 ) : se exige a los


candidatos al bautismo'la profesión de fe y la promesa de conformar su vida
con la doctrina cristiana; "luego se les enseña a orar y a pedir a Dios con
el ayuno el perdón de los pecados, mientras los demás cristianos oran y piden
por ellos" (Apol. I, LI, 2 ) . Después se administra el bautismo ( 5 9 ).
Es verdad que este texto no describe más que la preparación inmediata
al bautismo, que supone u n a instrucción previa: los candidatos, antes de
prometer su fe a la doctrina de la Iglesia, h a n debido entrar en su conoci-
miento; pero no aparece u n a enseñanza organizada en común, n i se sabe
que la legislación de la Iglesia impusiera u n a duración determinada.
Además, y esto es m u y notable, la descripción que Justino hace de la
misa bautismal y de la misa dominical (*>) no contiene la distinción, t a n
clara en los documentos posteriores, entre la misa de los catecúmenos y la
misa de los fieles; el hecho mismo de que el apologista comunique a sus
lectores paganos la liturgia de los misterios dice claramente que a u n no
existía el arcano.
En tiempos de Tertuliano ya no era así. En su tratado de la prescripción,
el polemista, argumentando contra las herejías y en particular contra los
marcionitas, les reprocha que no distinguen a los catecúmenos de los fieles,
que conceden a todos el mismo acceso a los misterios y la misma participa-
ción en la oración, y lo que se hacía particularmente extraño, "aunque vi-
niesen los paganos, arrojarían las cosas santas a los perros y las perlas, verdad
que son falsas, a los puercos" ( 6 1 ) .
Por este tiempo, el catecumenado estaba bien organizado; precedía u n a
etapa de penitencia, durante la cual "los novicioli se ejercitaban en el re-
nunciamiento" y "como cachorrillos que comienzan a entrever u n poco de
luz" eran instruidos progresivamente en los misterios divinos ( 6 2 ) .
Los libros en que Tertuliano nos da estas noticias pertenecen a los tiempos
de su vida sacerdotal y son anteriores a su defección; datan todos de los
primeros tiempos del siglo tercero (200-206).
Poco después, hacia el 217, suele fecharse la Tradición apostólica de San
Hipólito ( e 3 ) . Dom Capelle, como antes Dom Connolly, se h a n esforzado
por llegar al texto de la Tradición a través de los documentos que de ella

( 5 8 ) Los textos los citamos supra, t. I, p. 298.


( B9 ) Dom CAPELLE (op. cit., p. 132) dice con mucha exactitud: "Este, tiempo de ora-
ción y de ayuno no tiene por objeto una iniciación progresiva; es una imploración
ritual y no m u y larga por lo mismo. La verdadera preparación había tenido lugar
antes. Justino no habla de enseñanza común a los catecúmenos; y es que, indudable-
mente, no existía oficialmente organizada. La forma y duración de la iniciación de-
pendía de los sujetos y de las circunstancias. La Iglesia, sin embargo, quería ciertas
garantías antes de proceder al bautismo. La apología menciona la promesa, que
debían prestar los candidatos. ¿En qué forma? Lo ignoramos".
(«0) Véase t I, p. 298.
( 6 1 ) De praescriptione, XLI, 2 ; cf. D'ALES, Théologie de Tertullien, pp. 317-321.
( 82 ) De pamitentia, vi, 1. Cf. De Baptismo, i y x x ; De Corona, n y m .
( e 3 ) Sobre este libro cf. infra, p. 94. Los trabajos de SCHWARTZ y D o m CONNOLLY
han restituido este tratado a Hipólito, no sin dejar planteadas muchas cuestiones críticas
e históricas. Fué compuesto este libro por Hipólito durante su cisma; pero Dom CA-
PELLE (op. cit-, p. 133) hace notar que Hipólito "era conservador y una de sus principa-
les acusaciones contra el papa legítimo fué precisamente el haber innovado. Se puede,
pues, pensar que no alteró notablemente el ritual bautismal, al adoptarlo". Digamos,
sin embargo, que Hipólito nos parece un legislador demasiado exigente y es posible
que haya impuesto a los miembros de su pequeña Iglesia normas más rigurosas que
las que estaban en vigor en la Iglesia romana.
60 HISTORIA DE LA IGLESIA

derivan: las versiones árabe, copta y etíope, los cánones de Hipólito, la ver-
sión latina, el Testamento de Nuestro Señor.
Sin entrar en los detalles de esta legislación canónica, hemos de señalar
ante todo que sólo son admitidos al catecumenado los candidatos en libertad
para disponer de sí mismos y que llevan una vida digna; los esclavos no
son recibidos, sino con autorización de su señor, y los esposos sólo cuando
viven en armonía; los escultores y pintores deben abandonar su oficio, y lo
propio deben hacer los empleados en los juegos del circo, los cazadores, los
pescadores, guerreros, cocheros, sacerdotes de los ídolos, astrólogos, magos,
magistrados, prefectos, adivinos, intérpretes de sueños, los que fabrican filtros
y amuletos ( 6 4 ), y finalmente, en lo posible, los maestros de escuela. Todo esto
nos muestra hasta qué punto el paganismo había invadido la vida pública,
y las precauciones que la Iglesia debía tomar, para preservar a sus hijos.
La duración del catecumenado se fija con precisión: "Los catecúmenos
dedicarán tres años a aprender la doctrina; pero si el catecúmeno es dócil
y de buena conducta, no se le impondrá u n tiempo determinado, sino que
se decidirá según su comportamiento" ( 6 B ).
Además el catecúmeno debe ser presentado solemnemente a la asamblea
de los fieles, en la cual se le interrogará por los motivos que le hacen desear
la fe, y después de recibir el testimonio de los que le presentan sobre su
aptitud para recibir la doctrina, se le preguntará por su vida y profesión ( M ) .
Antes del bautismo tendrá lugar u n nuevo examen, que versará sobre la
conducta del neófito durante el catecumenado:
"Cuando los catecúmenos han sido escogidos y están prontos para el bautismo, se
examinará su vida: si han vivido en el temor de Dios antes del bautismo, si han hon-
rado a las viudas, visitado a los enfermos, hecho bien a todos; si quienes los presentan
dan buen testimonio de ellos. Si se han portado dignamente, escucharán el Evangelio
desde el momento en que han sido elegidos y cada dia se les impondrá las manos y se
les instruirá. Al acercarse el día del bautismo, el obispo les hará prestar jura-
mento ( 6 7 ), para saber si son puros. Si alguno es hallado impuro, se le deja solo,
aparte; porque, no ha recibido con fe la doctrina y no es apto para recibir el bautismo...
Se advertirá a los bautizandos que el quinto día de la semana deberán lavarse y ser
exorcizados; si hay entre ellos alguna mujer en el período de las reglas, se le aplazará
la fecha del bautismo. Los bautizandos ayunarán el viernes; y el sábado los reunirá
el obispo a todos y los exhortará a orar de rodillas; y una vez que les haya impuesto
las manos, exorcizará a todo espíritu impuro, para que huya y no vuelva más.
"Terminado el exorcismo insuflará sobre ellos y les hará una lectura y una exhor-
tación" (68).

( 64 ) Cf. Cánones de HIPÓLITO, n. 62-78.


(*5) Se lee en los Cánones, 91: "Catechumenus, qui dignus est lumine, non impe-
diat eum tempus; doctor autem ecclesiae ille est, qui hanc questionem dijudicat." Sin
embargo esta duración de tres años se encuentra en las Constituciones apostólicas, VIII,
xxn, 16, en el concilio de Elvira, canon 42 (dos o tres años), en el Testamento de Nues-
tro Señor, ed. RAHMANI, p. 117; cf. art. Catéchuménat, col. 2583-4. Se. admite unánime-
mente que la buena conducta puede abreviar el tiempo de la prueba y la mala conducta
prolongarlo. ORÍGENES (Hom. 9 in Jesum Nave, IX) exhorta a sus oyentes a que abre-
vien con su conducta el tiempo de su noviciado.
( 66 ) Cf. Cánones, 60-62: "lili qui ecclesiam frequentant eo consilio, ut Ínter chris-
tianos recipiantur, examinentur omni cum perseverantia, et quam ob causam cultum
6uum respuant, ne forte intrent illudendi causa. Quodsi vero aliquis in fide vera adve-
nerit, recipiatur cum gaudio interrogeturque de opificio, instruaturque per diaconum,
discatque in ecclesia renuntiare satanás et pompas eius toti. Hoc autem observetur
omni tempore, quo instruitur, antequam cetero populo adnumeretur". Sobre esta pre-
sentación del candidato, cf. art. Catéchuménat, col. 2581.
67
( 68 ) Versión copta: "el obispo les exorciza".
( ) Cf. Cánones, 102-111. Este texto no difiere del que hemos seguido más que en
LA R E A C C I Ó N CATÓLICA 61

Tales normas nos revelan u n catecumenado con dos clases de catecú-


menos: audientes y competentes (o illuminati); a u n no se habla de la tra-
ditio symboli ( 8 9 ). El catecumenado que nos descubren estos documentos
está ya regido por una legislación canónica bastante detallada, y por ella
se distingue netamente de la preparación para el bautismo de que nos habla
Justino.

LAS FORMULAS LITÚRGICAS Siguiendo la lectura de los documentos ca-


nónicos, dependientes de la Tradición apostó-
lica de Hipólito, será interesante comparar la liturgia del bautismo y de la
eucaristía con la liturgia primitiva.
En San Clemente, en San Policarpo y en San Justino, las oraciones litúr-
gicas deben ajustarse a u n esquema tradicional, libremente desarrollado.
Así escribe Justino al hablar de la misa dominical: "El que preside hace
subir al cielo las plegarias y las acciones de gracias, eucaristías, cuanto le
es posible y el pueblo responde: amén".
Los documentos que comentamos ahora tienen ya otro carácter: Se pres-
criben fórmulas, a que deben atenerse los ministros de la Iglesia, para la
consagración de los obispos y la ordenación de los sacerdotes, diáconos, con-
fesores, lectores, subdiáconos, viudas, vírgenes; de la misma manera que
para la administración del bautismo y de la eucaristía ( 70 ) y para diversas
bendiciones, como las del aceite, queso, aceitunas.
Digna es de atención esta nota final: "En toda bendición dígase: A ti la
gloria, Padre e Hijo con el Espíritu Santo, en la santa Iglesia, ahora y
siempre y por todos los siglos de los siglos. A m é n " ( 7 1 ).
A pesar de su empeño por imponer una forma determinada a su liturgia,
Hipólito no puede desoír la tradición anterior: en una mención incidental,
concede al celebrante el derecho a orar más o menos largamente, según su
inspiración ocasional ( 7 2 ).

algunos detalles: canon 103: "tune confiteatur episcopo —huic enim soli de ipso est
impositum onus— ut episcopus eum approbet, dignumque habeat qui fruatur mys-
teriis" (en lugar del juramento o del exorcismo). 110: "Postquam autem finivit adju-
rationes eorum, in facies eorum sufflet signetque peetora et frontes, aures et ora eorum.
Ipsi autem tota illa nocte vigilias agant, sacris sermonibus et orationibus oceupati".
(69) Dom DE PUNIET, op. cit., col. 2584: "No hay ninguna alusión formal al sím-
bolo de los apóstoles y menos aún al acto litúrgico de la «traditio symboli»... Los
Cánones de Hipólito y la Constitutio egipcia ignoran totalmente la «traditio symboli».
En todo caso, los egipcios no la conocieron nunca y veremos más adelante que no se
hallan huellas de tal ceremonial en los rituales coptos y abisinios. Lo mismo se debe
decir de la costumbre romana de la «redditio symboli»: En las Constituciones, efecti-
vamente, las fórmulas del símbolo tienen el detalle de la «confesio fidei» del bau-
tismo, que diferia de la «redditio symboli»."
(™) Cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 162 y 210.
(T1) Sobre esta doxología cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. II, p. 622, s. Esta
mención de la Iglesia en la doxologia es característica de San Hipólito (Adversus hrnre-
úm Noeti, xvm); ocurre frecuentemente, en su liturgia; la frase imperativa, que copia-
mos antes nos da a conocer lo que había de nuevo y de artificial en esa liturgia; es
caso aislado en la historia litúrgica y desapareció con la iglesia de Hipólito.
(72) Este texto es bastante confuso; falta en los Cánones, 47; se lee bajo formas
distintas en el copto y en el etíope. Figura a continuación del ritual de la ordenación
sacerdotal de un confesor; pero como dice CONNOLLY (op. cit., pp. 64, s.), se refiere a la
liturgia eucaristica. He aquí el texto copto: "El obispo hará la eucaristía, como ante-
riormente se dijo. No es absolutamente necesario que recite las palabras que indicamos,
como si las recitara de memoria en su eucaristía a Dios; sino que cada uno orará,
según se le alcance. Si puede orar bien, y formular largas plegarias, perfectamente;
62 HISTORIA DE LA IGLESIA

Si no tuviésemos más que los documentos que provienen de la Tradición


apostólica podríamos interpretar esta legislación canónica como obra par-
ticular del jefe de u n a iglesia cismática en Roma; pero nos es fuerza reco-
nocerle una mayor importancia, así por la tendencia conservadora que se
afirma continuamente en la obra de Hipólito, particularmente en el prólogo,
como por la historia de los textos litúrgicos. Lietzmann ha demostrado que
todas las liturgias que poseemos se pueden reducir a dos tipos fundamen-
tales: la liturgia de Hipólito y la de Serapión ( 7 3 ). Siendo esto así, no po-
demos considerar dichas liturgias como dos creaciones aisladas sin conexión
con el pasado n i con el futuro, sino como enraizadas en u n a tradición firme
y como el punto de partida de una nueva evolución. Todo esto hace suponer
que esta liturgia, reglamentada, fruto de u n a larga costumbre, se impuso
en adelante en toda la Iglesia.

EL SÍMBOLO BAUTISMAL LO que acabamos de asentar acerca de la liturgia


eucarística, se confirma con la historia de la
liturgia bautismal y, en particular, del símbolo. No vamos a hacer u n a his-
toria detallada, que por lo demás está "ya hecha" ( 7 4 ) , sino solamente se-
ñalar las conclusiones, pues no carecen de interés para nosotros. El símbolo
bautismal es una fórmula litúrgica y es la historia de la liturgia la que
mejor nos puede ayudar a conocer su origen y desarrollo.
El origen del símbolo bautismal, como el de la liturgia eucarística, es u n
precepto de Jesucristo: es el mandato dado a sus apóstoles: "Id y enseñad a
todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo". De este precepto nació la fórmula del bautismo y de él la
regla de fe ( 7 S ).
En u n principio este símbolo trinitario es m u y breve; es u n a fórmula
litúrgica, la profesión de fe de los neófitos, calcada en la fórmula bautismal;
su primera explicitación es breve, pero luego, a medida que surgen las here-
jías, va desarrollándose con mayor amplitud. Bajo la presión herética, la
Iglesia se apresura a dar forma definida a la regla de fe, incorporando al anti-
guo símbolo las fórmulas cristológicas ya consagradas por el uso litúrgico.
E n los dos primeros siglos, el símbolo conserva a ú n la plasticidad primi-
tiva; puede tomar formas diversas para oponerse a las herejías, y aun en
u n mismo teólogo, por ejemplo en Ireneo, podemos encontrarnos con redac-
ciones distintas ( 7 6 ). Esencialmente está constituido el símbolo por u n a
profesión en l a s t r e s divinas personas, a la cual siguen siempre los misterios
de Cristo; pero esta cristología va unida en Adversus haereses al tercer ar-
tículo y en la Demostración al segundo ( 7 7 ) ; y no se trata solamente de u n a

pero, si sólo recita una oración breve, no importa, con tal que sea ortodoxa". Cf. CON-
NOLLY, op. cit., p. 66: "Todo este pasaje es demasiado genérico y vago, para que deba
interpretarse como referido a la ordenación de una determinada clase de confesores;
sino que debe entenderse como párrafo independiente y con significación retrospec-
tiva". .. Cf. por el contrario, CABROL, art. Hippolyte en Dict. d'arch. chrét. et de liu,
col. 2413.
(73 ) Messe und Herrenmahl, p. 174, s.
(74) Cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 141-173; Les origines du Symbole
baptismal, en Recherches de Science religieuse, t. XX (1930), pp. 97-124, y los libros y
artículos que se indican en estos trabajos.
( 73 ) Este origen está claramente indicado por TERTULIANO, De Prwscriptione, xni
y xx.
(76) Basta comparar Adv. hoer., I, x, 2 y Demostración, vi, para comprobar esta
diferencia; cf. Recherches, art. cit. pp. 103 y 105.
(7T) También se encuentra la mención del Espíritu Santo o la de la resurrección
LA REACCIÓN CATÓLICA 63

disposición diversa de los materiales, sino también de u n a distinta selección


de los mismos. Se toman elementos de u n a tradición teológica anterior, pero
generalmente diversos ( 7 8 ).
Cuando de Ireneo pasamos a Tertuliano o a Hipólito, advertimos que el
formulario litúrgico está ya más definido; de las dos obras podemos extraer
un mismo símbolo, el romano ( T 9 ). Esta fijación definitiva de las fórmulas se
debe en parte, probablemente, a la reacción contra las herejías trinitarias y
cristológicas que, a finales del siglo segundo, conmovieron toda la Iglesia
y sobre todo la Iglesia romana C 80 ); a ello contribuyeron probablemente las
circunstancias favorables de que ya hemos hablado: el uso litúrgico se su-
jetó entonces a una forma invariable, sancionada por la autoridad eclesiás-
tica, y el símbolo siguió esta misma ley.
Esta codificación de la liturgia se desarrolla dentro de las iglesias par-
ticulares; pero, sin embargo, las fórmulas adoptadas por u n a iglesia se ex-
tienden en general a toda su zona de influencia. Roma irradia sobre Car-
tago y África, pero además de estas iglesias, unidas a la Iglesia romana por
lazos especiales, toda la Iglesia universal siente la atracción de Roma y se
somete a su autoridad. Sin embargo, el uso litúrgico goza de una grande
autonomía, y la codificación, que hemos sorprendido en Roma, se llevará
a cabo en otras partes; pero con más lentitud y según tipos distintos; sólo
en la cuestión pascual Roma impondrá la unificación, la reducción de todas
las iglesias a u n mismo uso ( 8 1 ).

EL CANON DEL La constitución del canon del Nuevo Testamento


NUEVO TESTAMENTO es cuestión mucho más importante que la codifi-
cación de la liturgia, de la cual no es enteramente
independiente, porque obedece a unas mismas necesidades; frente ai los here-
jes que florecen en enseñanzas diversas, según la fecundidad de su imagi-
nación, la Iglesia quiere asegurar la pureza de su fe y, por lo mismo, deter-
minar con precisión las fuentes de ella ( 8 2 ).
Esta preocupación aparece claramente en Ireneo; domina en el tercer
libro, en que el obispo de Lyón afirma con fuerza extraordinaria que no
hay ni puede haber más que cuatro Evangelios. Era necesaria esta reacción,
pues desde esta fecha comenzaron a pulular los apócrifos. Por este mismo
tiempo presentaron al obispo Serapión, de Antioquía, en la iglesia de Rosón,
golfo de Isso, u n evangelio de Pedro del que no tenía noticia, y, por no
parecer severo, autorizó su lectura; pero más tarde lo leyó y comprendió
que era obra de los docetas y escribió a los fieles de Rosón, revocando el
permiso concedido C 83 ). Por aquellas kalendas comenzaron también a pro-
de la carne, con las fórmulas cristológicas, en TERTULIANO, De prasscr., xm; Adv.
Prax., II; De virg. vel., i.
(78) Puede estudiarse a este respecto el texto de la Demostración, vi: es un breve
comentario del símbolo, más que una transcripción literal; pero aun este comentario
está tejido de fórmulas tradicionales, cuyo estilo y rasgo podemos encontrar en Ber-
nabé, Justino, Hipólito; cf. Recherches, art. cit, p. 103, n. 10.
(79) Cf. DOM B. CAPEIXE, Le Symbole romain au IIe siécle, en Revue Bénédictine,
t. XXXIX (1927), pp. 33-34; LIETZMANTC, Symbolstudien, XIV, en Zeitschr. f. N. T.
Wiss. (1927), pp. 75-95; Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 162-168.
(80) QJ Histoire du dogme de la Trinité, t. II, p. 161; Recherches, art. cit., pp. 115 y s.
(81) Cf. infra, p. 78.
(82) Cf. LAGKANGE, Histoire ancienne du Canon du Nouveau Testament (1933),
sobre todo pp. 58-133.
(83) EUSEBIO cita un fragmento de esta carta, Hist. Eccl., VI, xn, 3-6. Cf. LAGRANGE,
op. cit., p. 32.
64 HISTORIA DE LA IGLESIA

pagarse y multiplicarse los "Acta apostolorum" apócrifos. Tertuliano nos


cuenta cómo los Hechos de Pablo y Tecla fueron compuestos por u n pres-
bítero, al cual degradaron por este motivo ( 8 4 ) ; y si el castigo no fué más
severo se debió a que el libro no contenía nada herético y a que su autor
protestó que lo había escrito por devoción al apóstol. Otros motivos inspi-
raron a otros autores libros enteramente heterodoxos o, al menos, sospe-
chosos ( 8 5 ) .
Además de esta literatura dudosa, evangelios, hechos, apocalipsis, florece
u n a literatura francamente gnóstica: Evangelio de María Magdalena, Re-
velación de Juan, Pistis Sophia ( 8 6 ) ; y estos libros se presentan como reve-
laciones del Señor, confiadas a los iniciados por medio de almas escogidas,
de almas privilegiadas.
En t a n enorme confusión, la Iglesia tenía el deber de preservar a los cris-
tianos, discriminando netamente los libros escritos bajo la inspiración del
Espíritu Santo de los que fueran simples fantasmagorías. La Iglesia, de la
que siempre y bajo su garantía habían recibido los cristianos los libros
inspirados, se veía forzada a intervenir ahora, recordando sus enseñanzas
de u n a manera clara y enérgica, con el fin de que nadie pudiera equivo-
carse n i se dejase engañar. También en este asunto la codificación llevada
a cabo en la liturgia preparó y dispuso la fijación canónica de la lista de
los libros del Nuevo Testamento.
Conocemos el texto de Justino sobre la misa dominical: "Se leen las
memorias de los apóstoles y los escritos de los profetas según lo permite el
tiempo" ( 8 7 ) . Líneas más arriba nos dice el mismo escritor que esas memo-
rias de los apóstoles se llaman evangelios ( 8 8 ) .
La costumbre de leer públicamente los libros y documentos sagrados se
remontaba a los mismos apóstoles. San Pablo, al escribir su primera epístola
a los Tesalonicenses-, manda que se lea a todos los hermanos (5, 2 7 ) ; y la
carta escrita a los Colosenses deberá leerse primero en Colosas y luego en
Laodicea; y de la misma manera, la carta escrita a los de Laodicea en Co-
losas (Col. 4, 16) ( 8 9 ) .
Estas lecturas públicas, como el resto de la liturgia, estaban sometidas a
la autoridad y vigilancia de la Iglesia y era preciso que u n a regla canónica
diese a conocer cuáles eran los libros sagrados y cuáles no lo eran.
La misma lectura privada debía conformarse al juicio de la Iglesia; lo
hemos visto en el episodio sobre el Evangelio de Pedro y tenemos u n a con-
firmación de lo mismo en las primeras versiones del Nuevo Testamento.
A fines del siglo n , la Iglesia, que ha rebasado las fronteras del helenismo,
tiene que proporcionar a sus nuevos fieles los libros sagrados en su propia
lengua; ya en esta época tenemos las versiones latina C90) y siríaca del Nuevo

( 84 ) De Baptismo, xvn. Cf. VOUAUX, Les Actes de Paul, pp. 29-31.


( 85 ) Los Hechos apócrifos están casi todos contaminados de gnosticismo o de dooe-
tismo; pero, a veces, es difícil determinar si esas influencias afectan a todo el libro
o solamente a fragmentos interpolados en un conjunto ortodoxo. Cf. infra, cap. XI, § 1.
(86) Cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 119-122.
( 87 ) Apol., I, LXVII, 3.
( 88 ) Ibíd, LXVI, 3.
( 89 ) Hacia el 170, Dionisio de Corinto, escribiendo a Sotero, le dice que su carta
ha sido leída a los hermanos, en la reunión del domingo y que continuará leyéndose
lo mismo que la primera carta de Clemente (Hist. Eccl., IV, xxm, 11). La lectura pú-
blica de un documento es signo de veneración; pero no necesariamente de canonicidad.
Cf. LAGRANGE, op. cit., pp. 19-22.
( 90 ) Los mártires escilitanos (17 julio 180) reconocen en su interrogatorio que po-
LA R E A C C I Ó N CATÓLICA 65

Testamento ( 9 1 ) ; y en el siglo m las versiones coptas ( 9 2 ). Estas versiones


atestiguan la existencia de una colección fija de los libros sagrados ( 9 3 ). So-
bre todo por lo que respecta a los cuatro Evangelios, la concordancia estudia-
da y establecida por Taciano, hacia el año 170, supone lo que Ir éneo pro-
clamará más tarde: h a y cuatro Evangelios y solamente cuatro.
A todo esto es preciso añadir las controversias provocadas por la herejía:
Marción rechazaba todo el Antiguo Testamento, y del Nuevo sólo admitía
el Evangelio de San Lucas, mutilado a su talante y las Epístolas de San
Pablo. Este era el primer punto que había que discutir y que dominaba toda
la controversia con Marción. Por otra parte los montañistas abusaban del
Apocalipsis y del Discurso que Jesucristo pronunció después de la Cena, tal
como la trae San J u a n ; lo que hizo que en ciertos ambientes se desconfiase,
por reacción, del Apocalipsis y aun del propio Evangelio de San J u a n ( 9 4 ).
La codificación del canon no fué, pues, obra de u n solo hombre, sino que
fué la consagración por la Iglesia del juicio que siempre, desde el principio,
había emitido sobre los libros santos. Bajo la presión de los diversos factores
que hemos enumerado, esta consagración era indispensable. Para la mayor
parte de los libros no había dudas, n i dificultad n i n g u n a ; los cuatro Evange-
lios, lps Hechos y las Epístolas de San Pablo eran recibidos en toda la Iglesia,
sin controversia; pero menudearon las discusiones sobre el Apocalipsis, como
consecuencia de la reacción antimontanista y antimilenarista. La Epístola a los
Hebreos y las Epístolas católicas suscitaron muchas dudas y controversias
acerca de su origen y no fueron admitidas sino después de bastante tiempo
de discusión ( 9 5 ).
Por el contrario, en el siglo n , se acogen con gran favor libros sin autoridad
alguna: es u n ejemplo Serapión de Antioquía, admitiendo primero y recha-
zando luego el Evangelio de Pedro; y el Pastor de Hermas, que, resis-
tido muy pronto en las iglesias de Occidente, se mantiene durante mucho
tiempo en Egipto ( 9 6 ).
Estas vacilaciones locales, que duraron algunos lustros, oscurecen u n poco
la cuestión del canon, sombreando los bordes del cuadro, pero en el centro
brilla la luz viva e inmaculada.
Por lo demás, recordemos a propósito del canon de las Sagradas Escrituras
lo que hemos repetido a otros respectos, por ejemplo del símbolo bautismal:

seen: "venerandj libri legis divinae epístola? Pauli apostoli, viri justi". (ed. ROBINSON,
Texis and Studies, I, 2, 1891). Tertuliano utiliza y, a veces, discute estas traducciones
latinas. Cf. D'AIÍS, Théologie de Tertullien, pp. 232 y s.
(91) El Diatessaron de Taciano fué compuesto probablemente en griego, poco des-
pués del 170; y luego él mismo hizo la traducción siríaca. Cf. A. S. MARMARDJII, O. P.,
Diatessaron de Tatien (Beyrut, 1935), p. ix: "Estoy casi cierto ya de que Taciano
comenzó por componer su Diatessaron en griego... luego lo tradujo... Es, con toda
propiedad, una obra siríaca para los sirios."
(92) La versión sahídica puede datar de fines del siglo ni o principios del iv; LA-
GRANGE, Critique textuelle du Nouveau Testament. (París, 1935), t. II, pp. 322-324.
(93) La publicación de los papiros de Chester Beatty ha demostrado que ya en la
primera mitad del siglo tercero, los escritos del Nuevo Testamento los manejaban los
cristianos, reunidos en un Codex: The Chester Beatty Biblical Papyri, Londres, 1933,
introducción, p. 12.
(9«) Cf. KIDD, op. cit., t. I, pp. 268-272.
(95) Cf. LAGRANGE, op- cit., pp. 130-133, donde resume las conclusiones de su inves-
tigación.
(96) ORÍGENES (Comment. in Mt., xiv, 21) lo considera Escritura divina; pero reco-
noce que su sentir no es el de toda la Iglesia y no pretende imponerlo. Cf. Histoire
du dogme de la Trinité, t. II, pp. 346 y s.
66 HISTORIA DE LA IGLESIA

en Roma es donde primeramente se forja la fórmula y la ley, que luego se


extiende a las demás iglesias.
Efectivamente, en Roma, es donde por primera vez encontramos, en el u m -
bral del siglo n i ( 9 7 ), el catálogo de los libros sagrados; es el llamado "Frag-
mento Muratoriano" ( 9 8 ). ¿Es de Hipólito este texto? Muchos historiadores
lo creen y no sin motivo ( 9 9 ). Sin embargo la cuestión del autor tiene u n
valor secundario; lo verdaderamente importante es el carácter del documento.
Harnack escribe ( 1 0 °): "Este fragmento que es escrito autoritativo, destinado a
orientar a toda la cristiandad y proporcionarle u n ejemplo que debe seguir,
es con toda verosimilitud de origen romano." E n conclusión: " N o existen
en la Iglesia antigua documentos parecidos, por sus frases apodícticas y por
su juicio sin apelación sobre Hermas, si exceptuamos la excomunión de
Teódoto por Víctor, la exclusión de la unidad eclesiástica de los obispos asiá-
ticos por el mismo Víctor, la declaración dogmática de Ceferino en favor del
unitarismo ( 101 ) y el edicto perentorio de Calixto sobre la penitencia. Habrá
que d a r en adelante al obispo de Roma mucho mayor importancia en la crea-
ción o confirmación del Nuevo Testamento, que la que hasta ahora se le h a
dado." Este juicio de Harnack lleva el sello de las preocupaciones de su autor
contra los obispos de Roma, a los que acusa de monarquianismo; pero no, todo
es en él equivocado: el fragmento de Muratori es, a su manera, u n edicto
perentorio, como el edicto de Calixto, que m u y pronto examinaremos.

LA SUCESIÓN APOSTÓLICA Después de la Escritura, la tradición, segunda


fuente de la revelación. Ireneo, para determi-
n a r y establecer con firmeza las dos fuentes del dogma, discurrió y escribió
sobre ambas; porque contra las dos igualmente atentaban los gnósticos ( 1 0 2 ).
Desde el siglo n en adelante, a medida que se multiplican las controversias
doctrinales, se busca como criterio de verdad, la doctrina apostólica; y los mis-
mos gnósticos pretenden ampararse en ella. Para conseguirlo m u t i l a n la Escri-
t u r a ; la torturan con exégesis violenta; inventan escritos a los que atribuyen
origen apostólico e imaginan también u n a tradición secreta a través de la
cual la doctrina apostólica h a llegado hasta ellos.
Esta tradición se quiere autorizar a veces con el nombre de algún discípulo
real o ficticio de los apóstoles o del Señor: así Basílides, según Clemente ( 1 0 3 )
se apoyaba en Glaucías, del que decía era discípulo de San Pedro; pero según

( 9 7 ) Z A H N (Gesch. des N. T. Kanons, t. I I , p. 136) fecha el fragmento poco antes del


217; KIDD, (op. cit., p. 272) entre 175 y 200.
(98) El texto de este fragmento en Z A H N , op. cit., t. I I , 1, pp- 5-8; en LAGRANGE, op.
cit., pp. 68-70 y en muchas colecciones. Los comentarios más detallados son los de Z A H N ,
ibíd., pp. 1-143, y LAGKANGE, ibíd., pp. 70-84. U n excelente estudio es el de S. RITTER,
II Frammento Muratoriano en Rivista di archeologia cristiana, I I I (1926), pp. 215-263,
del que se sirvió H. LECLERCQ, art. Muratorianum, en Dictionnaire d'Archéologie chré-
tienne et de liturgie, t. XII, col. 543-560.
98
( ) LIGHTFOOT, Apostolic Fathers, t. I, 2, pp. 405 y ss.; ROBINSON, Expositor, t. I
(1906), pp. 481 y s.; Z A H N , Komment. zur Offenbarung Joh. (1924), p. 106; B O N -
WETSCH, Nachr. d. Ges. d. Wiss. z. Goett., 7 de junio de 1923; LAGKANGE, op. cit:,
pp. 78-84.
(100) Zeitschrift für N. T. Wissenschaft, t. X X I V (1925), pp. 1-16. E n este artículo
HARNACK rechaza la atribución del documento a Hipólito-
(101) j£l lector hará por sí mismo la critica que se impone sobre esta interpretación
de la declaración de Ceferino, que es enteramente ortodoxa y no aprueba en modo al-
guno el unitarismo.
( 102 ) IRENEO, Adv. hazr., I I I , n , 1-2, citado supra, p. 47.
(103) Stróm-, V I I , XVII.
LA « E A C C I O N CATÓLICA 67

Hipólito ( 1 0 4 ), Basílides y su hijo Isidoro pretendían que San Matías les


había comunicado los secretos que en forma de magisterio confidencial había
recibido del mismo Salvador ( 1 0 5 ).
Otras veces sin nombrar los supuestos autores de esta revelación, se con-
tentan con invocar u n a tradición secreta, que provendría del mismo Salva-
dor ( 1 0 6 ); pero a u n entonces afirman los gnósticos que el primer anillo de
esta cadena es u n apóstol ( 1 0 7 ).

LA TRADICIÓN CATÓLICA A estas tesis gnósticas se opone la doctrina de


la tradición, tal como la elaboró Ireneo ( 1 0 8 ),
de quien la recibió Tertuliano. Para convencer de error a adversarios t a n
escurridizos y sutiles como los gnósticos, se imponía la necesidad de establecer
la existencia de u n a tradición incontestable y umversalmente reconocida.
Para Ireneo es garantía de u n a tal tradición la sucesión de sus obispos, que
por su institución proceden legítimamente de los apóstoles y, por los após-
toles, de Cristo. En el año 95, San Clemente fundamentaba en la sucesión
episcopal la autoridad jerárquica católica y el mismo argumento nos garan-
tiza el origen divino, y por lo mismo, la veracidad de la doctrina de la
Iglesia:
"La tradición de los apóstoles brilla en todo el mundo y quien quiera saber la
verdad, no tiene sino mirarla en cada Iglesia. Podemos enumerar los obispos que han
sido instituidos por los apóstoles y sus sucesores hasta nosotros" (III, ni, 1).
Tertuliano dirá dirigiéndose a los herejes:
"Decidnos el origen de vuestras iglesias; mostrad la serie de vuestros obispos, que,
sin interrupción, se. enlace con un apóstol o con alguno de los hombres apostólicos,
que hasta el fin de sus días estuvieron en comunión con los apóstoles; porque así es
cómo las iglesias apostólicas presentan su historia..." ( 1 0 9 ).
Este argumento supone la existencia de catálogos episcopales, que permitan
a las distintas iglesias, o por lo menos, a las iglesias apostólicas, probar su
origen; el ejemplo más claro lo tenemos en la lista episcopal de Roma, trans-
crita por Ireneo en defensa de su tesis (III, iv, 1).

(K>4) Philos., VII, xx, 1.


(105) Se encuentran, a veces, leyendas parecidas en CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, que
en esta cuestión de la tradición no se ha precavido bien de las influencias gnósticas; por
ejemplo Hipotiposis, fr. 13 (Hist. Eccl, II, i, 4): "Después de su resurrección, el Señor
comunicó la gnosis a Santiago el Justo, a Juan y a Pedro, quienes la trasmitieron a los
demás apóstoles y los apóstoles a los setenta discípulos, de los cuales era uno Ber-
nabé." Esta tradición secreta aparece al frente de las Homilías Clementinas, en la
carta de Pedro a Santiago y en la promesa solemne que Santiago obliga a hacer a
cuantos quieren recibir de él la doctrina de Pedro.
(106) Así en el himno de los naasenos: "Yo enseñaré los secretos del camino santo,
es decir la gnosis" (Philos., V, x, 2) y la carta de Tolomeo a Flora: "Cuando sea juz-
gada digna de la tradición apostólica, que también hemos recibido por sucesión, con esta
regla de ajustar todas nuestras palabras a la doctrina del Salvador."
(107) E s t a tradición secreta y anónima la encontramos también en la teología alejan-
drina, por lo menos en Clemente. En Orígenes se observa más reserva: admite que San
Pablo recibió revelaciones secretas, que trasmitió confidencialmente a Lucas o a Timo-
teo; pero no que estas revelaciones hayan llegado por secreta trasmisión hasta él.
(108) Ha estudiado modernamente esta doctrina D. B. REYNDERS, Paradosis. Le
progrés de l'idée de tradition jusqu'á saint Irénée en Recherches de Théologie, t. V
(1933), pp. 153-191 y P. VAN DEN EYNDE, Les Normes de l'enseignement ckréíien,
pp. 159-192.
(109) De prcescriptione, xxxn.
68 HISTORIA DE LA IGLESIA

Tales catálogos tienen para nosotros, en la presente cuestión, u n doble


interés: atestiguan el cuidado que en las iglesias existía, ya antes de Ireneo,
por determinar la sucesión de sus obispos y, por su medio, hacer patente su
origen apostólico. Mas no están aún estos catálogos especificados con fechas
que determinen el tiempo que gobernaron cada uno de los obispos; años ade-
lante se pretenderá suplir esta falta por medio de conjeturas, para satisfacer
u n a legítima curiosidad histórica ( 1 1 0 ).
E n la época que ahora estudiamos, tan cerca a ú n de su primer origen, no
se sentía esa necesidad de cronología y lo único que preocupaba, y a que se
quería dar solución perentoria, era el origen apostólico demostrado por la
sucesión legítima de los obispos. Las efemérides episcopales serán más tarde
los cuadros cronológicos de la historia de la Iglesia; empero, en su origen,
no son sino genealogías que permiten vincular las sedes apostólicas a los após-
toles, que las fundaron.
Con este carácter se nos presenta la sucesión apostólica, treinta años antes
de Ireneo, y es lo que impulsa a Hegesipo a determinarla en las iglesias que
recorrió y sobre todo en Roma ( m ) ; y lo que fundamentaba el argumento
de Aniceto contra Policarpo en la cuestión pascual por aquellas mismas
kalendas ( 112 ) suscitada. Ireneo no ha tenido que crear el argumento de la
tradición; se ha limitado a reunir los datos, pero ha sabido darle una fuerza
y una claridad mucho mayores. Tertuliano lo resume vigorosamente en esta
forma:
"Toda doctrina que esté de acuerdo con estas iglesias, madres y manantiales de la
fe, es verdadera; porque contiene indudablemente lo que dichas iglesias recibieron de
los apóstoles, los apóstoles de Cristo y Cristo de Dios" ( 1 1 3 ).

Añádase que el argumento de Ireneo, más completo que el de Tertuliano,


hace brillar y pone siempre de relieve el doble aspecto de la tradición: no
solamente la perpetuidad del testimonio que por la sucesión regular de los
obispos se remonta hasta los apóstoles y por éstos a Cristo; sino también esta
cadena viva, este testimonio del Espíritu Santo, que proclama nuestra unión
con Cristo, por la fiel adhesión a su doctrina y por la comunicación de su
vida ( " « ) .
La tradición es u n a fuente de verdad y de vida accesible a todos. Para
beber en sus aguas no es necesario pasar a través de u n a iniciación secreta,
n i entretenerse en investigaciones eruditas; basta recurrir a las iglesias y con
preferencia a las más antiguas, aquellas que vivieron con los apóstoles, y sobre
todo "a la más grande y más antigua, conocida de todos, la que fundaron
y establecieron en Roma los dos apóstoles más gloriosos, Pedro y Pablo" ( 1 1 5 ).

(110) Ha demostrado muy bien este carácter de las primeras listas episcopales
E. CASPAR, Die alteste romische Bischofsliste en Schriften der Konisberger Geleherten
Gesellschaft, t. II, 4 (1926); cf. VAN DEN EYNDE, op. cit., pp. 193-195.
(Hi) Hist. EccL, IV, xxn, 2-3. Cf. VAN DEN ETNDE, op. cit., pp. 72-75.
(112) Hist., EccL, V, xxiv, 16: Policarpo, discípulo inmediato de San Juan y de los
otros apóstoles se apoya en ellos y Aniceto, en los presbíteros, sus predecesores. Cf.
ibíd-, p. 75.
(113) £)e prcescriptione, xxi, 4.
(114) Recalca sobre todo este aspecto, cuando se refiere a las iglesias establecidas
entre los bárbaros. "Estos fieles no tienen papel ni tinta; pero el espíritu ha escrito
en sus corazones la salvación y guardan con toda diligencia la tradición antigua"
(Adv. hcer-, III, iv, 2); y más explícitamente, al hablar de la fuerza vivificante de la
enseñanza de la Iglesia (ibíd-, III, xxiv, 1). Cf. supra, pp. 47-49.
( 115 ) Ibíd., III, ni, 2. En todo este desarrollo de la. idea de tradición en el seno de
la Iglesia, no sorprendemos indicios de lo que CASPAR cree ver en los orígenes de ella:
LA REACCIÓN CATÓLICA 69

LA DISCIPLINA A lo largo de la primera mitad del siglo n i , la disciplina


PENITENCIAL penitencial va tomando u n carácter que no tenía antes:
la reconciliación de los pecadores está en adelante regida
por leyes canónicas, que hasta ahora no habían sido formuladas. Esta trans-
formación presenta u n a evidente analogía con la historia de la liturgia, la
formación del canon y la elaboración del concepto de tradición: la Iglesia
se organiza, define su jurisprudencia y la ley suplanta a la costumbre ( 1 1 6 ).
Para comprender todo el alcance de esta transformación, es útil recordar el
Pastor de Hermas y su predicación de la penitencia: ante los pecadores que
no supieron conservar la gracia, la rama verde de su bautismo, Hermas pro-
testa que tal defección es indigna de u n cristiano y que el bautismo debería
ser para todos la única penitencia definitiva. En adelante será así; en cuanto
al pasado, Dios quiere perdonar todavía y el ángel de la penitencia ofrece
la salvación a los pecadores. En toda esta predicación, se reconoce el esfuerzo
de u n cristiano fervoroso por mantener en su pureza el ideal cristiano; sin
querer arrojar, sin embargo, a los pecadores en brazos de la desesperación.
No se trata en modo alguno de u n "jubileo": se anuncia u n a gracia de remi-
sión. Si se desatiende la oferta, volverá a reiterarse por u n a sola vez; mas esta
gracia excepcional nunca se brindará de nuevo. Empero esta gracia no se
funda ni aparece en la promulgación de u n edicto de indulgencia, sino en la
exhortación de u n profeta cristiano ( m ) .
Esta exhortación pudo ciertamente ejercer u n influjo santo; pero evidente-
mente no podía resolver el problema moral: para encontrar la gracia perdida
y la esperanza de salvación, es necesario volver a entrar en la "torre", es
decir en la Iglesia, y sólo la Iglesia puede conceder o rehusar la acogida. La
predicación de Hermas supone la misericordia de la Iglesia, pero no es quién
para darnos la garantía auténtica n i las condiciones de esa misericordia.
Estas condiciones nos son casi desconocidas: la predicación de Hermas y el
posterior tratado de Tertuliano sobre la penitencia, escrito cuando a u n era
católico, atestiguan la misión de la Iglesia en la reconciliación de los peca-
dores ( 118 ) y nos lo confirman algunos episodios y detalles que ocasionalmente
han llegado hasta nosotros; por ejemplo la reconciliación de Marción ( 1 1 9 ),
la exomologesis de mujeres herejes y pecadoras de que habla San Ireneo ( 1 2 °);
pero no nos consta que en esta época existiera una ley canónica, que prometa
al pecador la reconciliación con la Iglesia y la absolución en nombre de
Dios ( 1 2 1 ), previas ciertas condiciones.
una tradición de escuela, análoga a la de las sectas filosóficas, en que la doctrina se
trasmite por tradición del maestro al discípulo. Cf. Recherches de Science religieuse,
t. XXI (1931), p. 604.
(116) No es nuestro intento estudiar al detalle la actitud de la Iglesia con respecto
a los pecadores, sino sólo señalar la transformación operada. De lo contrario necesi-
taríamos largas disquisiciones, que el lector puede encontrar en otros historiadores
diligentes y ponderados: A. D'ALES, L'Edit de Calliste (1914); P. GALTIER, L'Eglise
et la rémission des peches aux premiers siécles (1932); cf. C. D. WATKINS, A History
of Penance (2 vols., Londres, 1920), t. I, pp. 109-129.
(117) TURNER supone que esta predicación de Hermas, hermano del obispo Pío, in-
tenta sostener la autoridad episcopal con el prestigio del profeta (Journal of Theol. Stud.,
t. XXI [1920], pp. 193-194). Esta hipótesis no tiene en contra un argumento decisivo;
pero es absolutamente gratuita; nada hay en el Pastor que haga entrever un acto de
autoridad del obispo, que el profeta quiera apoyar.
(118) Este hecho, cuya importancia es capital, está bien demostrado en D'ALES,
L'Edit de Calliste, pp. 52-113 (para Hermas) y pp. 137-171 (para De Pamitentia).
("») Cf. D'ALES, op, cit., pp. 120 y s.
(120) Adversus hmreses, I, vi, 3; I, xm, 5. Ibíd., p. 121.
(121) Sin pretender dilucidar una cuestión tan oscura, podemos creer, por lo que
70 H I S T O R I A DE LA IGLESIA

EL EDICTO DE CALIXTO T o d o es l u z e n c a m b i o e n el e d i c t o p e r e n t o r i o ,
que tanto indigna a Tertuliano montañista: "El
s o b e r a n o p o n t í f i c e , l l a m a d o t a m b i é n obispo d e l o s obispos, d e c r e t a : «Yo, y o
p e r d o n o los p e c a d o s d e a d u l t e r i o y f o r n i c a c i ó n a los q u e h a c e n p e n i -
tencia»" (122).
E s t e " e d i c t o p e r e n t o r i o " , así lo l l a m a T e r t u l i a n o , es o b r a d e u n obispo y
p r o b a b l e m e n t e d e l a d v e r s a r i o d e H i p ó l i t o , d e l obispo d e R o m a , C a l i x t o ( 1 2 3 ) .

TERTULIANO Los Philosophumena no fueron compuestos por Hipólito


sino d e s p u é s d e l a m u e r t e d e C a l i x t o ; el De Pudicitia, por
el c o n t r a r i o , fué escrito p o r T e r t u l i a n o m o n t a ñ i s t a , e n t r e el 217 y el 2 2 2 ; es
l a p r i m e r a r e a c c i ó n d e l fogoso p o l e m i s t a c o n t r a el " e d i c t o p e r e n t o r i o " . A n t e s ,
c u a n d o e s t a b a d e n t r o de l a I g l e s i a , p r o f e s a b a , t a m b i é n él, q u e p o d í a n p e r d o -
n a r s e estos p e c a d o s ; p e r o a h o r a se g l o r í a d e h a b e r m u d a d o d e p a r e c e r :

"Que los psíquicos se aprovechen, para seguir acusándome de inconstancia. Romper


con u n grupo nunca se tuvo por pecado. Como si no hubiese mucha mayor probabili-
dad de engañarse con la turba, cuando la verdad es sólo patrimonio de la minoría.
No hay mayor deshonra en una inconstancia provechosa, que gloria en una inconstancia
perjudicial. No me avergüenzo de haber renunciado al error, sino que estoy encan-
tado de haberlo hecho; porque ahora soy mejor y más casto. Nadie se avergüenza de
progresar" ( 1 2 4 ) .

T e r t u l i a n o a d m i t e q u e Dios p u e d e p e r d o n a r los p e c a d o s ; p e r o n i e g a q u e
este p o d e r h a y a sido t r a n s m i t i d o a l a I g l e s i a . P o r c o n s i g u i e n t e , a q u é l q u e
se h a g a c u l p a b l e d e los t r e s p e c a d o s q u e él j u z g a i r r e m i s i b l e s — f o r n i c a c i ó n ,
h o m i c i d i o , a p o s t a s í a — d e b e h a c e r p e n i t e n c i a ; p e r o d e sólo D i o s p u e d e e s p e r a r
el perdón:

sabemos de la disciplina eclesiástica y de la liturgia en esta época, que los obispos


resolvían los casos que se le presentaban, según la costumbre tradicional; pero sin
sujetarse a una legislación canónica formalmente definida.
(122) De Pudicitia, i, 6.
(123) Esta cuestión ha sido bastante discutida. D E LABRIOLLE (intr. al De Pudicitia,
xvn) alude a ella: "Desde los primeros editores de Tertuliano se. admitía, en general,
la hipótesis de que se trataba del papa Ceferino. Ciertos críticos pensaron en algún
obispo cartaginés, pero el descubrimiento de los Philosophumena renovó la discusión."
D e Rossi intentó demostrar que el autor del edicto era Calixto y le siguió Harnack y "la
mayor parte de los críticos"; pero, al cabo de diez años, la hipótesis del origen africano
del edicto ha ganado a cierto número de críticos, que lo atribuyen a Agripino: así P.
GALTIER (Le véritable Edit de Calliste), artículo publicado en 1927 en Revue d'Histoire
ecclésiastique, t. X X I I I , pp. 465-488; y de nuevo en L'Eglise et la rémission des peches
(1932), pp. 141-183; G. BARDY (L'Edit d'Agrippinus en Revue de Sciences religieuses,
t. I V (1924), pp. 1-25), y algunos otros que se pueden ver citados en GALTIER. Muchos
otros, sin embargo, continúan considerando a Calixto como autor del edicto: HARNACK,
Ecclesia Petri propinqua en Sitzungsberichte des preuss. Akad., Berlín, t. X V I I I (1927);
BATIFPOL en Recherches de Science religieuse, t. X V I I I (1928), p. 38; D'ALES, t. X I
(1920), p. 254; H . KOCH, Kallist und Tertullian, Heidelberg (1920); Cathedra Petri
(1930), p. 6; GASPAR, Geschichte des Papsttums, t. I, p. 26; KIDD, op. cit., t. I, p. 374.
La cuestión por otra parte no tiene gran importancia para el estudio del desarrollo disci-
plinar. Que el edicto haya sido promulgado en Roma por Calixto o en África por Agri-
pino, indicaría igualmente el ejercicio en forma perentoria y soberana del poder epis-
copal (cf. GALTIER, op. cit., p. 174).

( 1 2 4 ) i, 10-11 (trad. francesa: P. DE LABRIOLLE). Sobre el alcance de esta declaración,


cf. D'ALES, op. cit., pp. 178-183. La comparación del D e Pwnitentia de Tertuliano católico
con el De Pudicitia confirma estas observaciones: "En el De Pudicitia acusa de false-
dad la doctrina católica de su tiempo y nos muestra con plena evidencia que esta
doctrina, que ataca ahora, es la misma que expuso en el De Pcenitentia", p. 180.
LA R E A C C I Ó N CATÓLICA 71

"La penitencia es estéril para los psíquicos, que quieren lograr una paz humana;
por el contrario nos aprovecha a nosotros, que tenemos presente que sólo Dios perdona
los pecados y por consiguiente los pecados mortales. Porque, abandonándose el alma
en las manos de Dios y postrada en su presencia, se esforzará tanto más eficazmente
por su perdón, cuanto que de sólo Dios lo implora y no cree que una paz humana
baste para expiar su pecado; y prefiere llenarse de rubor delante de la Iglesia a entrar
de nuevo en comunicación con ella. Sentado el pecador a su puerta, instruye a los
demás con el ejemplo de su oprobio, llama en ayuda suya las lágrimas de los fieles
y alcanza con su piedad mayor riqueza, que volviéndole a la comunión. Si no cosecha
aquí abajo, es que siembra delante del Señor..." ( 1 2 5 ).

HIPÓLITO Tertuliano no nos da a conocer más que una parte de la obra


disciplinar de Calixto: el edicto en que se promete la absolu-
ción de los pecados de adulterio y fornicación a los cristianos culpables que
hubieren hecho penitencia. Hipólito es más completo en sus informes; pero
no menos apasionado ( 1 2 6 ) :
"Calixto fué el primero que pensó autorizar el placer, diciendo que perdo-
naría a todos sus pecados"; y los pecadores afluyeron a su escuela. Definió
que u n obispo, aunque haya caído en falta gravísima, no podía ser depuesto
y argumentaba con las palabras de San Pablo: "¿quién eres tú para juzgar
al siervo de otro?" ( 1 2 T ). Permitía a las mujeres contraer matrimonio con
hombres de condición inferior y aun esclavos, sin recurrir al matrimonio
legal. "Se ha visto a mujeres, que se dicen fieles, emplear toda clase de
medios, para hacer perecer, antes que vea la luz, al hijo que concibieron
de u n esclavo o de u n marido indigno de ellas; su rango y su fortuna lo
exigían. Así Calixto ha enseñado a la vez el concubinato y el infanticidio. . .
En su tiempo por primera vez, sus partidarios osaron admitir u n segundo
bautismo. ¡He ahí la gran obra del famoso Calixto!"
Es difícil discernir en este alegato qué es lo verdadero. El caso más fácil
de interpretar es el de los matrimonios desiguales; la legislación romana, y en
particular los senadoconsultos de Marco Aurelio y de Cómodo, los prohi-
bían ( 1 2 8 ). Había una grave razón para hacer caso omiso de esta prohibi-
ción: en la aristocracia romana las conversiones eran m u y raras, sobre todo
entre los hombres; las mujeres cristianas podían suplicar a la Iglesia que
sancionase matrimonios que la ley civil no reconocía, y la Iglesia estaba en
su pleno derecho al hacerlo ( 1 2 9 ) ; pero estas autorizaciones, reclamadas por
el bien común, podían tener peligrosas consecuencias: aquellas mujeres, al
sentirse madres, podían verse tentadas a abortar, para ocultar su matrimonio;
si el caso se dio y Calixto absolvió a la mujer culpable, probaría que reco-
nocía el poder de absolver el pecado de homicidio, lo mismo que los pecados
de la carne ( 1 3 0 ).

(125) n l j 3_5 (trad. francesa: P. DE LABRIOLLE). Más adelante Tertuliano reconocerá


a la Iglesia, pero a la Iglesia montañista, el poder de perdonar los pecados; y aun
añadirá que la Iglesia rehusa el ejercicio de ese poder, para no dar ánimos a los peca-
dores (xxi, 7).
(126) Philosophumena, IX, xn. Este texto ha sido comentado y traducido por D'ALES,
op. cit., pp. 217 y s.
(127) Rom. 14, 4. Admitía en el clero obispos, sacerdotes y diáconos casados dos y tres
veces; permitía, además, que un clérigo guardara su puesto aun cuando se casara.
(128) Textos citados por DUCHESNE, Origines chrétiennes, p. 297.
(129) Tj n a inscripción publicada por D E ROSSI, Bull. (1881), p. 67 y recordada
por DUCHESNE (op. cit., p. 298, n.) menciona una "clarissima" casada con un es-
clavo o liberto.
(130) Son ciertamente las faltas de la carne, donde está el hito de este alegato y
en esto el testimonio de Hipólito confirma el de Tertuliano.
72 H I S T O R I A DE LA I G L E S I A

Es más difícil determinar su conducta ( 131 ) respecto a los clérigos y obispos


bigamos ( 132 ) o pecadores: el texto que se cita de San Pablo, y que es alegado
también por Tertuliano ( 1 3 3 ), podría ser m u y mal invocado; pero podía tam-
bién ser invocado legítimamente contra agitadores o envidiosos que buscasen
querellas con su obispo ( 1 3 4 ).
La cuestión del "segundo bautismo" es todavía más oscura. No puede tra-
tarse de bautismo conferido por Calixto a herejes bautizados anteriormente
en su secta; la posición tomada treinta años más tarde por San Esteban en la
cuestión del bautismo de los herejes, argumentando con la tradición cons-
tante de la Iglesia, no nos permite suponer que Calixto hubiese adoptado en
este punto la práctica contraria. La explicación más probable de este texto
es la que interpreta este segundo bautismo, como sinónimo de la absolución
solemne concedida a los pecadores por la Iglesia, para reconciliarlos ( 1 3 5 ).

ACTITUD DE SAN CALIXTO A pesar de la desconfianza que inspira la


tan apasionada acusación de Hipólito y de la
indudable dificultad que existe, para separar la realidad histórica de sus exa-
geraciones y deformaciones, parece que podemos adivinar, a través de todas
estas calumnias, la actitud de Calixto. Su pontificado (217-222) coincide
con Heliogábalo y los primeros meses de Alejandro Severo; y durante es-
tos cinco años no tenemos noticia de ninguna persecución violenta ( 1 3 6 ) ; es
por tanto para la Iglesia tiempo de paz y de rápida propagación. En tales
condiciones se comprende que en la legislación penitencial del obispo de
Roma no se haya previsto la reconciliación de los apóstatas ( 1 8 7 ), problema
que aparecerá con agudas estridencias en los días que siguieron a la persecu-
ción de Decio. En la época que historiamos, los apóstatas son, indudable-
mente, m u y pocos; pero los pecadores son muchos y se impone la necesidad
de dar una solución a sus conciencias. Calixto, a nuestro entender, no hizo
sino sancionar, con u n a legislación canónica, medidas tomadas en la Iglesia
antes de él; pero esta sanción canónica era ya algo nuevo y de gran impor-
tancia; la indulgencia que el Pastor de Hermas ofrecía como gracia excep-
cional, queda en lo sucesivo consagrada por edictos oficiales del obispo
de Roma.
Al garantizar con su autoridad medidas tan graves, Calixto ha tenido que
buscar una justificación en la Escritura: es preciso tolerar la cizaña en el
campo del padre de familia; la Iglesia es como el arca de Noé, que lleva
en su seno animales puros e impuros ( 1 3 8 ).

(131) Se trata de obispos que, antes de su consagración, habían estado casados dos
o tres veces y que, por tanto (I Tim., 3, 2), no podían ser elevados al episcopado.
(132) Tertuliano recuerda bigamos destituidos (De Exhortatione Castitatis, VII);
pero se lamenta en otras partes de la impunidad de algunos obispos escandalosos (De
Monogamia, xn). Cf. D'ALES, op. cit., p. 224, n. 1; DUCHESNE, op. cit., p: 296:
(133) De Jejunio, xv; De Pudicitia, n.
(134) San Cipriano y otros muchos fueron perseguidos por la calumnia.
(135) Qf. D E ROSSI en Bulletino di Archeologia Cristiana (1886), p. 30; BENSON,
Cyprian, Londres (1897), p. 336; D'ALES, La Théologie de Saint Hippolyte, pp. 63-64;
L'Edit de Calliste, p. 226.
(136) pUede ser que Calixto haya perecido víctima de un motín. Cf. DUCHESNE,
Histoire ancienne de l'Eglise, t. I, p. 320, n.
(137) KIDD (op. cit., p. 375) cree que Calixto concedió el mismo perdón a todos los
pecados, incluso la idolatría; es una interpretación legítima del texto de Hipólito;
pero no hay prueba de que debamos interpretar ese texto a la letra.
(138) Hipólito menciona estas citas escriturísticas, poniéndolas en boca de Calixto.
LA R E A C C I Ó N CATÓLICA 73

Esta iniciativa enérgica y necesaria se extenderá, después de las persecu-


ciones de Decio y Valeriano, a los apóstatas arrepentidos; pero no sin pro-
vocar nuevas resistencias y nuevos cismas.

LA DIDASCALIA La Didascalia de los apóstoles ( 1 3 9 ), posterior al epis-


copado de Calixto, pero anterior, según parece, a la per-
secución de Decio, no rehusa a n i n g ú n pecador la misericordia de la Iglesia.
y la reconciliación; evoca sí con gran fuerza el ideal cristiano de que el
bautismo debería ser la única penitencia: Notum est ómnibus, quod, si quis
peccaverit iniquum aliquid post baptismum, hic in gehenna condemnatur
(c. v ) . Sin embargo manda al obispo que reconcilie a los pecadores arre-
pentidos, aun a los idólatras y homicidas ( 1 4 °), e incluso a los adúlteros ( 1 4 1 ).
El obispo es en la Iglesia juez establecido por Dios con poder de atar y
desatar: "In Ecclesia sede verbum faciens, quasi potestatem habens judicare
pro Deo eos qui peccaverunt: quoniam vobis episcopis dictum est per evan-
gelium: Quodcumque ligaveritis super terram, erit ligatum et in ccelo" ( 142 )
(ibíd.). Su autoridad viene del cielo y hay que amarle como a padre, tenerle
como a rey y honrarle como a Dios ( 1 4 3 ).
Mas de autoridad tan elevada, nacen deberes m u y graves, particularmente
respecto a los pecadores que debe buscar y salvar, "como lo ha dicho el
Señor Dios Jesucristo, nuestro buen Maestro y Salvador: «Deja las noventa
y nueve sobre los montes y va a buscar la oveja perdida»" (c. v n ) . Estas
exhortaciones aparecen sobre todo en los capítulos sexto y séptimo, en los
cuales inserta el autor los textos de los profetas y del Evangelio que enseñan
a los pastores sus deberes de misericordia ( 1 4 4 ). Estas instrucciones son m u y
interesantes, no solamente por la disciplina penitencial, sino también por el
ideal pastoral que describen: palpita aquí el amor maternal de la Iglesia por
sus hijos, lo mismo que en el Pastor de Hermas, por ejemplo ( 1 4 5 ) ; pero la
Iglesia está personificada por el obispo, padre y pastor de los cristianos ( 1 4 6 ).

(139) Didascalia Apostolorum, ed. H. CONNOLLY, Oxford, 1929.


(140) Después de citar la oración de Manases, comenta: "Audistis, filioli dilectissimi
nobis, quomodo Dominus pessime ei qui idolatra fuit et innocentes interfecit, et penituit,
remisit, id est Manasseti; prassertim cum peiore peccatum non sit aliud idolatría?-
Sed locus pamitentice concessus est" (c. vm). Cf. F. X. FUNK, Didascalia et Consititutio-
nes Apostolorum, vol. I, Paderborn, 1906, pp. 88, 90-92 y 118, de donde ha sido extracta-
da esta cita y las dos subsiguientes.
( 141 ) Recuerda la absolución de la mujer adúltera y añade: "Si autem pamitentem,
cum sis sine misericordia, non susciperis, peccavis in Dominum Deum; quoniam non
es persuassus, nec credidisti salvatori Deo Nostro, ut faceres, sicut Ule fecit in ea
muliere quce peccaverat, quam statuerunt presbyteri ante eum, et in eo ponentes
judicium exierunt... (Ibíd.).
(142) L a misma concepción de los deberes del obispo y la misma afirmación de su
poder absoluto se contiene en la fórmula de la consagración episcopal de San Hipó-
lito. Cf. infra, p. 95.
(143) llle quidem qui diademam portal rex, corporis solius regnat, super terram
solum solvens aut ligans. Episcopus autem et corporis et animal regnat, ligans et
solvens super terram caúesti potestate: magna, enim, et ccelestis et deifica data est ei
potestas. Episcopum ergo diligite ut patrem, tímete sicuti regem, honorate ut Deum
(cap. ix).
(144) Muchos de estos textos han sido citados por D'AIAS, L'Edit de Calliste, pp.
360-364.
(145) En particular en la Visión, III, ix, 1: "Escuchadme, hijos míos: yo os he edu-
cado en gran simplicidad, inocencia y santidad, por la misericordia del Señor, que
ha derramado sobre vosotros la justicia gota a gota..."
(146) Este sentimiento aparece muchas veces en los documentos de la controversia
74 HISTORIA DE LA IGLESIA

LA UNIDAD CATÓLICA E n las páginas precedentes, hemos descrito el


desarrollo de la disciplina eclesiástica, dentro de
las comunidades locales; si ahora estudiásemos las relaciones de las comuni-
dades entre sí, comprobaríamos u n desarrollo paralelo en los principales órga-
nos del gobierno de la Iglesia ( 1 4 7 ).
Debemos repetir aquí lo que escribía Batiffol, al terminar su libro L'Eglise
naissante ( 1 4 8 ): "La rapidez de la propagación del cristianismo en los tres
primeros siglos, bajo la amenaza de la persecución imperial sorprende al
historiador; pero causa mayor admiración a ú n el desarrollo interior y orgánico
de la cristiandad. Lejos de ser, como quieren los historiadores protestantes,
una serie de crisis y transformaciones que no hubiesen producido sino diferen-
cias y dislocaciones, la cristiandad se desarrolla y es catolicidad, unidad y
homogeneidad; tal es, después de dos siglos de existencia."
En toda esta obra canónica, litúrgica, administrativa, que hemos bosque-
jado brevemente, se sienten la presencia y el esfuerzo de hombres impregna-
dos de moderación, de caridad, de ansias de unión. Los obispos h a n recibido
de los apóstoles el poder de enseñar y regir; pero al mismo tiempo, también
la gracia del Espíritu Santo; tienen el poder de atar y desatar; pero tienen
también instinto y solicitud paterna para todos los cristianos y tienen entrañas
de compasión para sus faltas y son fácilmente accesibles a todos los pecadores.
Cargados con el peso de las iglesias, los obispos y sobre todo el obispo de
Roma, sienten sobre sí u n a enorme responsabilidad. Algunos como Polí-
crates y Cipriano, pueden equivocarse sobre la tradición de que son guar-
dianes; pero siempre la caridad apacigua todos estos conflictos, que parece
van a desgarrar la Iglesia. En torno suyo, las sectas, apenas nacidas, se divi-
den y desmenuzan y hasta el marcionismo, de organización jerárquica firme
y rígida, queda roto en partidos rivales, al fin del siglo n . La Iglesia católica
se desarrolla y se extiende cada vez más, de día en día; y al mismo tiempo,
estrecha los lazos de su unidad. San Ireneo, testigo de esta vida pujante,
explica así el misterio: "Así como no es posible hacer sin agua, de muchos
granos de trigo u n a masa única, u n solo p a n ; tampoco nosotros hubiéramos
podido llegar a ser u n solo cuerpo en Cristo Jesús, sin esta agua celestial (del
Espíritu Santo). La tierra seca no lleva fruto, si no es regada; nosotros, leño
seco, no hubiéramos podido dar frutos de vida sin esta lluvia de lo alto" ( 1 4 9 ).

antinovaciana; por ejemplo en este fragmento de DIONISIO DE ALEJANDRÍA (ed. FELTOE,


p. 63): "Hacemos todo lo contrario (de lo que hacía Jesucristo): El, que es bueno
sube a las montañas en busca de la oveja descarriada; la llama, cuando huye, y, en
hallándola después de muchos trabajos, ia carga sobre sus hombros; nosotros, por el
contrario, cuando la vemos llegar, la arrojamos brutalmente a puntapiés".
(147) Haremos este estudio más adelante, cap. XVI y XVII.
( 1 4 8 ) L'Eglise naissante, p. 195.
( 1 4 9 ) Adversus hcereses, III, xvn, 2.
CAPITULO III

LAS CONTROVERSIAS ROMANAS A FINES DEL SIGLO II


Y PRINCIPIOS DEL III

§ 1. — La cuestión pascual (*)

LA ENTREVISTA DEPor todas partes, a finales del siglo n , se advierte u n


POLICARPO vivo esfuerzo por la codificación y unificación de
los usos de la Iglesia. Esta tendencia se manifiesta
n o sólo en la vida individual de las distintas iglesias, sino también en las
relaciones que las u n e n entre sí y las subordinan a la Iglesia romana. No
seguiremos al detalle este progreso en la concentración de las fuerzas cris-
tianas ( 2 ) ; pero el estudio de las instituciones litúrgicas nos pone ante una
grave controversia que es preciso referir; porque hace resaltar ese orden
de dependencia, que asegura la unidad de la Iglesia católica.
Al hablar de la vida de San Policarpo ( 3 ) , hemos contado, siguiendo a San
Ireneo ( 4 ) , el viaje que el anciano obispo de Esmirna hizo a Roma, bajo el
pontificado de Aniceto, el año 154 ( B ).
Los dos obispos tenían que arreglar algunas cuestiones de menor cuantía,
que m u y pronto quedaron zanjadas; pero había una cuestión capital, en que
no pudieron llegar a ese acuerdo: la cuestión pascual. En Asia se celebraba
la Pascua el 14 de Nisán, cualquiera que fuese el día de la semana, mientras
que en Roma se celebraba al domingo siguiente al 14 de Nisán. Esta diver-
sidad de fechas entrañaba diversidad de ritos y de fiestas: la pascua era para
los asiáticos el día de la muerte del Señor; por lo mismo, a y u n a b a n aunque
cayese en domingo, rompiendo el ayuno por la tarde; terminaban la solem-
nidad con la eucaristía y el ágape ( 6 ). Los romanos, por el contrario, consa-
graban al recuerdo de la muerte y de la resurrección del Señor el viernes,
sábado y domingo; los dos primeros días eran días de duelo y de ayuno y la

(!) BIBLIOGRAFÍA.-—Los principales documentos se encuentran en EUSEBIO, Hist.


Eccl., V, XXIII-XXV. Añádanse los textos que citamos luego, en particular la Epís-
tola Apostolorum, cap. xv del texto etiópico (vm del copto); DUCHESNE, Les origi-
nes chrétiennes (litografiado), cap. XVI, pp. 237-246; La question de la Páque
au concile de Nicée, en Revue des Questions Historiques, t. XXVIII, 1880, pp. 5-42;
Histoire ancienne de l'Eglise, t. I, pp. 285-291; C. SCHMIDT, Gesprache Jesu mit seinen
Jüngern., Leipzig, 1919, Exkurs III, Die Passahfeier in der Kleinasiatischen Kirche,
pp. 577-725.
(2) Se describirá este progreso en el capítulo que trata de la unión de las iglesias
y primacia romana, a finales del siglo n y principios del ni.
(3) Cf. supra, t. I, p. 279.
(4) Citado por EUSEBIO, Hist. Eccl, V, xxiv, 16.
(B) Cf. LIGHTFOOT, Ignatius, t. I, p. 676; BARDY, en Recherches de Science religieuse,
1927, p. 496-501. No hay por qué hacer caso de la vida de Policarpo, atribuida a
Pionio, documento apócrifo ideado por algún sirio hacia mediados del siglo cuarto y
que no tiene ninguna autoridad. Cf- C. SCHMIDT, op. cit., pp. 705-725.
(6) Cf. C. SCHMIDT, op. cit, p. 699, s.

75
76 H I S T O R I A DE LA I G L E S I A

vigilia del sábado al domingo les preparaba para la fiesta de la resurrección,


que se celebraba en domingo ( 7 ) .
Esta diferencia litúrgica era tanto más desagradable cuanto que los asiáti-
cos eran muchos en Roma y en general seguían fieles a su propia tradi-
ción. Los obispos toleraban esta divergencia ( 8 ), pero deseaban vivamente
suprimirla.
Es indudable que Policarpo lo deseaba tanto y más que Aniceto; y es m u y
creíble que si, pese a sus ochenta años, se impuso este viaje a Roma, fué
para arreglar tan grave cuestión.
A pesar de la buena voluntad de los dos no pudieron ponerse de acuerdo,
"Aniceto no podía convencer a Policarpo que no siguiese aquella costumbre
que éste siempre había observado con Juan, el íntimo del Señor, y con los
demás apóstoles, con quienes había convivido. Policarpo, a su vez, no podía
traer a su observancia a Aniceto, que decía había que mantener la tradición
de los presbíteros, sus predecesores" ( 9 ) .
Los dos obispos, igualmente aferrados a sus tradiciones, no pudieron superar
este obstáculo. Pero al no lograr la uniformidad litúrgica, guardaron al menos
la paz y para dar u n signo patente y para manifestar al mismo tiempo su
veneración por Policarpo, concedió Aniceto al obispo de Esmirna el honor de
celebrar la eucaristía en la Iglesia ( 1 0 ).

LAS DOS TRADICIONES Al año siguiente moría mártir, Policarpo, y en


el 166, Aniceto dejaba, a su vez, este mundo. La
cuestión pascual no estaba resuelta; al contrario, la reunión de los dos obis-
pos puso más de relieve las tradiciones en que se apoyaban los dos usos
litúrgicos: los de Asia, se apoyaban no sólo en u n libro —el cuarto Evan-
gelio— sino en el mismo evangelista, en el discípulo amado ( n ) y en los
apóstoles que, como él, habían observado esta costumbre. Los romanos, por su
parte, enlazaban mediante la sucesión continuada de presbíteros con los fun-
dadores de su Iglesia, Pedro y Pablo ( 1 2 ). Nada debe sorprendernos que en
dos provincias distintas dos apóstoles o dos grupos de apóstoles h a y a n obser-
vado u n calendario litúrgico distinto y que así lo hayan legado a sus iglesias;
pero era casi imposible conseguir de una de estas dos iglesias que dejase la
tradición que había recibido de sus apóstoles.
(7) ¿Qué día celebraban los asiáticos la resurrección? Está muy oscuro. SCHMIDT
(op. cit., p. 705) cree, que se dejaba para el domingo siguiente a la Pascua.
(8) Es San Ireneo el que recuerda en 190 al obispo Víctor que los obispos, sus
predecesores, jamás arrojaron de la Iglesia a nadie por esta diversidad de costumbres
y enviaban la eucaristía a los cuartodecimanos (Hist. Eccl., V, xxiv, 15).
(9) Hist. Eccl, V, xxiv, 16.
( 10 ) SCHMIDT (op. cit-, p. 594) piensa que Policarpo se encontraba en Roma al
tiempo de la Pascua; aunque no cree, como ZAHN, que los dos obispos celebrasen
juntos lá fiesta: Aniceto, en este caso, habría dejado a Policarpo lo que él creía no
poder hacer; pero Policarpo habría celebrado para los asiáticos, cediéndole su iglesia
Aniceto. Es ingeniosa una tal interpretación, pero no convence, pues no parece demos-
trado que la discusión y el viaje de Policarpo hayan tenido lugar en tiempo de la
Pascua.
i11) Cf. sobre este punto las atinadas observaciones de SCHMIDT, op. cit., pp. 608 y ss.
( 12 ) H. KOCH, en su estudio sobre la Pascua en la Iglesia cristiana antigua (Zeist-
schrift für wiss. Theol., N. F., t. XX, 4, p. 301) sostiene que la Iglesia romana no cele-
braba la Pascua en tiempo de Aniceto. SCHMIDT ha refutado muy bien este error
(op. cit., p. 589, s.). Tampoco se puede sostener, fundándose en el texto de Ireneo, que
Aniceto se apoyara simplemente en la práctica de los presbíteros, sus predecesores, y
no en una tradición apostólica. El pensamiento de Ireneo está suficientemente claro en
Adversus hcereses, anterior ciertamente a la carta a Víctor.
CONTROVERSIAS R O M A N A S , SIGLOS I I Y I I I 77

Sin embargo, era necesario ceder: no se podia mantener en la Iglesia una


dualidad de usos que entrañaba no solamente diversidad de fechas, sino tam-
bién diversidad de interpretación en la fiesta pascual. Como ha dicho
Baumstark "en u n a parte faltaba el domingo de Pascua y en la otra el viernes
santo; en Asia, la Pascua era la muerte de Jesucristo y en Roma era su
resurrección" ( 1 3 ).
Independientemente de la tradición apostólica, Asia tenía en favor suyo
la fidelidad al 14 de Nisán, inmolación del cordero pascual y muerte de
Jesucristo, mientras que el uso romano se apoyaba en la liturgia de la semana,
ya familiar a los cristianos, que celebraba la muerte del Señor en viernes y
la resurrección en domingo ( 1 4 ).
U n apócrifo compuesto en Asia unos quince años después de la entrevista
de Policarpo con Aniceto, confirma lo que se decía acerca del origen y signi-
ficación del uso cuartodecimano. Jesús, hablando con sus apóstoles les pre-
dice la prisión de San Pedro, en los días de la Pascua:
"Celebraréis el aniversario de mi muerte, es decir la Pascua. Y se pondrá en prisión
a uno de vosotros por causa de mi nombre: lloraré y se lamentará, porque mientras
los otros celebran la Pascua, él estará en prisión y no podrá celebrarla con vosotros.
Y yo enviaré mi Potencia en forma de ángel y se abrirá la puerta de la prisión y
vendrá a celebrar la vigilia con vosotros... Y nosotros le dijimos: Señor, ¿no has
bebido tú el cáliz de la Pascua? ¿es necesario que también lo bebamos nosotros de
nuevo? y nos respondió: Sí, hasta que yo vuelva junto al Padre con mis llagas" ( 1 5 ).

La fiesta de Pascua, es pues, la conmemoración de la pasión de Cristo y la


Eucaristía que se celebra en ella recuerda al mismo tiempo la Cena, la muerte
cruenta del Señor y el cáliz que El bebió y que todos los mártires deben beber
a su vez ( 1 8 ).

£ 0 5 JUDAIZANTES Estos recuerdos y estas tradiciones eran auténtica-


DE LAODICEA mente cristianos; pero, so pretexto del uso cuartode-
cimano, se ve aparecer, hacia el 170, u n a tendencia
judaizante que lleva la turbación a algunas iglesias del Asia Menor y, en
particular, a la de Laodicea. Para hacer frente al peligro, Melitón escribe
sobre la Pascua "bajo Servilio Paulo, procónsul de Asia, el tiempo en que fué
mártir Sagar" ( 1 T ). Por la misma fecha, Apolinar de Hierápolis, adicto al
uso cuartodecimano como Melitón, tomó la pluma también contra los judaizan-

(13) Theologische Revue, t. XX (1921), p. 264, en una recensión de la obra de


SCHMIDT; BAUMSTARK añade (p. 265), para explicar el origen de esta doble tradición
apostólica: "En último análisis se ha intentado explicar esta diferencia por los diversos
recuerdos que Pedro y Juan tenían de los momentos de crisis que van desde la Cena
del jueves a la mañana de Pascua". Juan, testigo de la muerte de Cristo, el Cordero
pascual, hizo de ella el centro de la Pascua cristiana; Pedro insistió sobre todo en la
resurrección, de la cual era uno de los primeros testigos.
( 14 ) El uso cuartodecimano hacía necesariamente que la solemnidad de la muerte
de Jesús y el ayuno cayese muchas veces en domingo; esto ofendía a los otros cris-
tianos; cf. SAN AGUSTÍN, De Hasresibus, xxix: "non nisi quarta decima luna Pascha
celebrant, quilibet septem dierum ocurrat dies et, si dies dominicus ocurrerit, ipso die
jejunant et vigilant" (citado por SCHMIDT, op. cit-, p. 701, n. 3).
( 15 ) Epístola Apostolorum, xv.
(16) En 155, Policarpo habla así al Señor desde la hoguera: "Yo te bendigo, porque
me has juzgado digno de participar con los mártires del cáliz de tu Cristo". Cf. SCHMIDT,
op. cit., p. 702, y n. 1.
(1T) Estas líneas son extractadas por EUSEBIO del tratado de Melitón (Hist. Eccl., IV,
xxvi, 3), tratado que. constaba de dos libros y que se ha perdido.
78 HISTORIA DE LA IGLESIA

tes ( 1 8 ) . Clemente de Alejandría e Hipólito compusieron libros sobre la Pas-


cua, que no poseemos; pero que parecen también destinados a combatir
la práctica judaizante del cordero pascual. De todo esto concluye Du-
chesne que "en las iglesias de Asia, de Alejandría y a u n de Roma, se produjo
por este tiempo u n a reacción en favor de la costumbre judaica del cordero
pascual, y que tanto en la Iglesia de rito cuartodecimano como en las de
rito dominical, esta reacción fué combatida con el Evangelio de San Juan,
al cual los exegetas acomodaban el texto de los sinópticos" ( 1 9 ) .

BLASTO Esta fermentación y confusión que traían turbada a toda la Igle-


sia, hacían mucho más peligrosa la divergencia en la costum-
bre pascual, ya que por la práctica cuartodecimana podían sus partidarios
dejarse arrastrar a las prácticas judaizantes. El cisma de Blasto, en la misma
Roma, hizo todavía más sensible el peligro. Se explica así la enérgica inter-
vención del papa Víctor. Como lo hace notar Duchesne "ciertamente que u n a
cosa era la práctica cuartodecimana y otra el rito judaico del cordero; pero
no es menos cierto que aquélla daba a éste u n cabo al que a s i r s e . . . La
conducta del papa fué lógica y prudente y, prueba de ello, que le apoyó toda
la Iglesia" (2<>).

INICIATIVA DEL Al percatarse el obispo de Roma de la gravedad de la


PAPA VÍCTOR situación, promovió la reunión de sínodos provincia-
les ( 2 1 ) ; en todas partes, excepto en Asia, los obispos
"decidieron que el misterio de la resurrección del Señor de entre los muertos
no se celebrase sino en domingo, y que en este día, precisamente, terminá-
ramos el ayuno pascual" ( 2 2 ) . En el documento, dice Eusebio, figuran car-
tas de los obispos de Palestina, de los obispos reunidos en Roma, de los obispos
del Ponto, de las iglesias de la Galia, de que era obispo Ireneo, del obispo
de Osroenia, cartas particulares de Bagules, obispo de Corinto y muchas otras;
todas abundan en el mismo sentido ( 2 3 ) .

( 18 ) DUCHESNE (art. cit., p. 9)* cita este fragmento conservado en la Crónica Pas-
cual, proemio, P. G., XCII, 80: "Hay quienes por ignorancia provocan discusiones a
propósito de esto. Son excusables,» porque la ignorancia no es pecado; no conviene acu-
sarlos, sino instruirlos. Pretenden que el Señor comió el cordero el 14 con sus dis-
cípulos y que padeció el gran día de los Ázimos; explican a Mateo a su gusto. Pero
este sistema no se concilia con la Ley y pone contradicción en los Evangelios. El 14
es la verdadera Pascua del Señor, el gran sacrificio, en vez del Cordero el Hijo de
Dios..."
(19) Art. cit, p. 11.
(20) Art. cit., p. 13. Sobre, las relaciones entre el uso cuartodecimano y el judaismo,
cf. SCHMIDT, op. cit., p. 622, s. Acerca de BLASTO, véase el artículo de G. BARDY en el
Dictionnaire d'histoire et de géographie ecclésiastiques, t. IV, col. 162-163.
(21) Esta iniciativa romana la afirma expresamente Polícrates de Efeso con respecto
al sínodo de Asia: "Podría mencionar a los obispos que aquí están conmigo; me habéis
pedido que los convoque y lo he hecho" (Hist. Eccl., V, xxiv, 8). Los demás sínodos
mencionados por EUSEBIO (ibíd., xxm, 2-4) se han debido sin duda a la misma
iniciativa y fueron por las mismas fechas. Se ha supuesto que éstos fueron convocados
por el papa después de recibir la respuesta de Asia. El texto de Eusebio no
nos permite resolver esta cuestión secundaria; pero es mucho más probable que el
papa, conociendo desde el principio la actitud de Polícrates, haya tenido que apoyarse
desde un comienzo en las demás iglesias.
(22) Hist. Eccl, V, xxm, 2.
(23) Sobre estos sínodos. HEFELE-LECLERCQ, Hist. des Conciles, t. I, p. 150; BATIFPOL,
L'Eglise naissante, p. 271, s.
CONTROVERSIAS R O M A N A S , SIGLOS II Y III 79

RESISTENCIA F r e n t e a este a c u e r d o u n á n i m e d e l a s d e m á s i g l e -
DE LOS ASIÁTICOS sias c r i s t i a n a s los a s i á t i c o s m a n t u v i e r o n su p r o p i a
t r a d i c i ó n . P o l í c r a t e s , obispo d e Efeso, escribió e n su
n o m b r e a l obispo d e R o m a :

"Guardamos escrupulosamente la observancia pascual, sin añadir ni quitar nada.


"Es en Asia donde se extinguieron las grandes lumbreras que han de resucitar el
gran día de la parusía del Señor, cuando bajará de los cielos para buscar a todos los
santos: Felipe, uno de los doce apóstoles, que está enterrado en Hierápolis, así como
sus dos lujas, que han envejecido en la virginidad; una tercera que vivió en el Espí-
ritu Santo reposa en Efeso; Juan, el que descansó sobre el pecho del Señor, que fué
el sacerdote que llevó la plancha de oro, mártir y doctor, y que está enterrado en
Efeso; Policarpo, obispo de Esmirna y mártir; Traseas de Eumenia, obispo y mártir,
que está enterrado en Esmirna; debemos recordar a Sagar, obispo y mártir que está
enterrado en Laodicea, y el bienaventurado Papirio y el eunuco Melitón, que vivió
en el Espíritu Santo y reposa en Sardes, esperando que el Señor venga del cielo
en el día en que resucitará a todos los muertos. Todos ellos guardaron la fecha del
día 14, según el evangelio, sin desviarse en nada según la regla de la fe.
"Y yo, yo también, yo Polícrates, menor que todos vosotros, vivo como lo he apren-
dido de mis familiares, algunos de los cuales han sido mis maestros; ya que siete
de ellos fueron obispos y yo soy el octavo; y todos ellos guardaron el día en que el
pueblo se abstenía del pan fermentado. Yo, pues, hermanos míos, que cuento 65 años
en el Señor, que he conversado con los hermanos de todo el mundo y que he leído
las Santas Escrituras desde el principio al fin, no m e dejaré desconcertar por quienes
quieren atemorizarnos; pues mayores que yo han escrito: mejor es obedecer a Dios,
que a los hombres.
"Podría apelar a los obispos que están aquí conmigo; me habéis mandado convocarlos
y lo he hecho; si escribiese, sus nombres, la lista sería larga. Todos conocen mi ruin
condición; eso no obstante, han aprobado m i carta, pues no en vano llevo cabellos
blancos y saben además que siempre he vivido en Cristo Jesús" ( 2 4 ) .

E s t a c a r t a a n g u s t i o s a y a p a s i o n a d a r e v e l a l a g r a v e d a d d e l conflicto. E n
el a ñ o 154, e n l a v i s i t a c o n f i a d a d e P o l i c a r p o a A n i c e t o , a p e s a r d e l a v e n e r a -
c i ó n q u e el obispo d e R o m a s e n t í a p o r el obispo d e E s m i r n a , n o p u d o r e s o l v e r
el c o n f l i c t o ; e n el 190 l a i n t e r v e n c i ó n a p r e m i a n t e y a m e n a z a d o r a d e l p a p a
V í c t o r p a r e c e e s t r e l l a r s e t a m b i é n a n t e l a t e n a c i d a d d e P o l í c r a t e s y d e sus
colegas d e A s i a . Se m a n t i e n e n f i r m e s y e n R o m a m i s m o son sus d e f e n s o r e s
el g r u p o d e c r i s t i a n o s d e A s i a : B l a s t o q u i e r e r o m p e r c o n V í c t o r ; I r e n e o ,
a s i á t i c o , p e r o a t e n i é n d o s e a l u s o d e los r o m a n o s y p r e o c u p a d o p o r l a p a z
de l a I g l e s i a , e s c r i b e s u c a r t a a Blasto sobre el c i s m a ( 2 5 ) .

INTERVENCIÓN DE IRENEO P o r el m i s m o t i e m p o a p r o x i m a d a m e n t e y c o n
el m i s m o m o t i v o , e s c r i b i ó I r e n e o a l p a p a
V í c t o r y a otros v a r i o s obispos ( 2 6 ) . Bajo l a i m p r e s i ó n d e l a v e h e m e n t e c a r t a
de P o l í c r a t e s , el obispo d e R o m a q u e r í a e j e c u t a r sus a m e n a z a s y e x c o m u l g a r

( 2 4 ) Hist. Ecci, V, xxiv, 2-8.


( 25 ) Esta carta es mencionada por EUSEBIO (Hist Eccl, V, xx, 1), que la une a
la carta a Florino, así como da cuenta juntamente de la defección de Florino y de la
caída de Blasto (ibíd., V, x v ) . Es m u y verosímil que Blasto perteneciese, como
Florino, a la colonia de Asia en Roma; sin embargo, su caída no tuvo el mismo
carácter: Florino cayó en el gnosticismo e Ireneo le escribió "Sobre la monarquía, o
que Dios no es autor del m a l " ; a Blasto le escribió sobre el cisma; en efecto, el
Seudo Tertuliano (53) presenta Blasto como u n cuartodecimano judaizante. Cf. Du-
CHESNE, Origines chrétiennes, p. 244; L A PIAÑA, The Román Church at the End of the
Second Century, en Harvard Theol. Review (1925), p. 213; SCHMIDT, op. cit., pp.
620-622.
( 2 «) Hist. Eccl, V, xxiv, 11-18.
80 HISTORIA DE LA IGLESIA

como herejes a todas las cristiandades de Asia y a las iglesias circunvecinas.


Medida tan severa contra iglesias tan numerosas y venerables, que formaban
uno de los principales focos del cristianismo "no pareció bien a todos los
obispos". Muchos, cuyas cartas aun pudo leer Eusebio, escribieron amonesta-
ciones m u y enérgicas. "Ireneo, en nombre de los hermanos de la Galia, escri-
bió también; afirmaba en primer lugar que era preciso seguir la costumbre
romana y celebrar siempre en domingo el misterio de la resurrección del
Señor; pero luego exhortaba respetuosamente a Víctor a que no excomulgase
a tanta iglesia por su fidelidad a una antigua tradición"; recordaba por fin
los antecedentes que ya conocemos, la larga tolerancia observada por los
predecesores del papa Víctor, el encuentro fraternal y lleno de m u t u a defe-
rencia de Policarpo y Aniceto y urgía al papa que viviese en paz con los de
Asia; "si hay diferencia en la observancia del ayuno, decía, la fe es la
misma".

TERMINACIÓN DEL Víctor escuchó esta insinuación respetuosa y en ade-


CONFLICTO lante se honró de seguir el consejo del obispo de
Lyón y la Iglesia aun hoy debe estar reconocida a
San Ireneo por su lucha en favor de la paz ( 2 7 ).
¿En qué fecha se redujeron los asiáticos a la práctica romana? No lo sabe-
mos, pues en la historia no encontramos ya más huellas de esta controversia
surgida a finales del siglo n ( 2 8 ). Todavía habrá cuartodecimanos; pero serán
herejes, tenidos por tales en toda la Iglesia. La cuestión pascual que se debatió
en el concilio de Nicea fué ya m u y distinta; la celebración de la Pascua en
domingo era ya cosa admitida por todos; se trataba solamente de si, en el
cómputo pascual, se debía contar con los judíos, como se hacía en Antioquía,
o si se debía calcular con independencia de ellos, como se hacía en otras
partes, por ejemplo en Alejandría y en Roma. Se impuso este último método
y así la Iglesia quedó definitivamente liberada de la Sinagoga ( 2 9 ).
Este doloroso conflicto que acabamos de esbozar, nos ha mostrado, u n a vez
más, la adhesión de las iglesias a la tradición apostólica, y nos revela también
que el amor a la unidad es más fuerte, más imperioso que la fidelidad a las
costumbres tradicionales; cada vez se hace más patente que la garantía de la
unidad católica estriba en la comunión de las iglesias con la sede de Roma.

§ 2 . — Las controversias doctrinales y el cisma d e H i p ó l i t o

CARÁCTER En la segunda mitad del siglo n fueron muchos


DE LAS CONTROVERSIAS los herejes que se separaron de la Iglesia: los
DOCTRINALES A FINES gnósticos, los marcionitas, los montañistas. Estos
DEL SIGLO II ataques provocaron u n a reacción teológica y dis-
ciplinar. Al finalizar el siglo, nuevos peligros
dieron lugar a u n nuevo progreso doctrinal. Los heresiarcas que ahora ame-
nazan a la Iglesia no se separan voluntariamente de su comunión como lo

( 27 ) Con este elogio termina Eusebio el relato del conflicto (Hist. Eccl, V, xxiv,
18). La Iglesia aun hoy se hace eco de esta alabanza (oración de la fiesta de San
Ireneo).
(28) Es la conclusión del largo estudio de. SCHMIDT, op. cit., p. 725.
(29) DUCHESNE ha resuelto definitivamente esta cuestión en su artículo de la Revue
des Quest. Hist., t. XXVIII, pp. 16-42. Sobre el cómputo pascual de Hipólito, Cf. infra,
p. 92.
CONTROVERSIAS R O M A N A S , SIGLOS I I Y I I I 81

hicieron Valentín, Marción o Montano; quieren permanecer en su seno y pre-


tenden guardar su doctrina, pero interpretándola de manera que la destruyen.
Estos herejes forman dos grupos de inspiración m u y distinta ( 3 0 ) : los unos,
aferrándose al dogma cristológico, niegan la divinidad de Jesucristo, en el
que no ven más que u n hombre escogido y adoptado por Dios; se les llama
adopcionistas; los otros estudian el dogma trinitario y, para salvar la unidad
divina o, como ellos dicen, la monarquía, niegan la distinción de personas;
se les conoce con el nombre de monarquianos.

EL ADOPCION1SMO El adopcionismo ( 31 ) que rebajaba a Cristo a la cate-


goría de los dioses adoptivos imaginados por el paga-
nismo, hería de muerte a la fe cristiana. Podía encontrar apoyo no sólo en
los cristianos nuevos, cristianos a medias, sino también en los judaizantes:
Cerinto y los ebionitas de Palestina habían ya profesado este cristianismo
dimidiado ( 3 2 ) .
Aun fuera de estos ambientes heréticos el adopcionismo había sido u n peli-
gro para ciertos cristianos ignorantes e imprudentes; el lenguaje, sino el pen-
samiento de Hermas, revela ya dicho contagio ( 3 S ). Cuando, bajo el papa
Ceferino, los adopcionistas comenzaron a propagar en Roma su error (197-217)
intentaron darle origen apostólico: "Dicen que todos los antiguos y los mismos
apóstoles h a n recibido y enseñado lo mismo que ellos enseñan ahora, que
la verdad de la predicación se ha mantenido hasta el tiempo de Víctor, décimo-
tercero obispo de Roma, a partir de Pedro; pero luego, con su sucesor Ceferino,
se ha alterado" ( 3 4 ) .

(30) Esta profunda diferencia no impidió que muchas veces se apoyasen mutua-
mente: al negar los monarquianos la distinción de personas, favorecían el adopcio-
nismo. Lo veremos en la historia de Pablo de Samosata.
( 31 ) El adopcionismo lo conocemos sobre todo por HIPÓLITO, que lo combatió en
muchas de sus obras:
a) Syntagma (o resumen): contra todas las herejías; es anterior a los Philoso-
phumena, que hacen referencia a ella (I, Proem-, p. 1, 1. 20). Focio la menciona
(Bibl., códice 121); se ha perdido pero fué utilizado por el SEUDO TERTULIANO, EPIFANIO
y FILASTRIO. Sobre este libro, cf. D'ALÉS, Hippolyte, pp. 71-77; LIPSIUS, Zur Quellenkritik
des Epiphanios, Viena (1865), pp. 33-70. Sobre Teódoto y el adopcionismo, véase el
SEUDO TERTULIANO, Hcer., xxni; TERTULIANO, De Prcescript., LUÍ, EPIPANIO, Haer., LIV;
FILASTRIO, Liber de hceresibus, L. Para el examen y comparación de estas fuentes, LIP-
SIUS, pp. 235-237.
b) Philosophumena; sobre todo VII, xxxv; IX, ni, 12; X, xxm, 27. La mejor edición
de Philosophumena es la de WENDLAND, Refutatio omnium hceresium, Leipzig, 1916,
en la colección Die griechischen christlichen Schriftsteller der ersten drei Jahrhunderte,
t. XXVI.
c) Adversus hmresim Noeti, m (quizás formaba parte del Syntagma).
d) Contra Artemón (Hist. Eccl., V, XXVIII) ; sobre este libro cf. infra, nota 34.
(32) Efectivamente, con la escuela de los "gnósticos", de Cerinto y de Ebión, rela-
ciona HIPÓLITO la doctrina de Téodoto, Philos., VII, xxxv, 1. Sobre Cerinto, cf. su-
pra, p. 9.
(33 ) Cf. t. I, pp. 291-293.
( 34 ) Hist. Eccl., V, XXVIII, 3. Este texto lo toma EUSEBIO de una "obra contra la here-
jía de Artemón". La tal obra, que es muy aprovechada aquí por Eusebio, es también
citada por TEODORETO, Hwr. Fab., III, iv, 5, el cual la llama "Pequeño Laberinto".
Dicho texto, cotejado con una cita de Focio (Bibl-, códice 48), ha permitido atribuir
esa obra a Hipólito. Cf. D'ALÉS, op. cit, pp. XXXII-XXXIV y 108-109. Contra esta
identificación, BARDY (Paul de Samosate, p. 490, n. 2) ha hecho valer un texto del
concilio de Antioquía, que condenó a Pablo de Samosata y le invitó irónicamente a
enviar cartas de comunión a Artemón (Hist. Eccl., VI, xxx, 17). La objeción no pa-
rece decisiva: Artemón ha podido ser combatido por Hipólito al fin de su carrera
82 HISTORIA DE LA IGLESIA

A tales afirmaciones opone H i p ó l i t o "las d i v i n a s Escrituras" y los escrito-


res católicos, testigos d e l a t r a d i c i ó n m u y anteriores a Víctor: "Justino, M i l -
cíades, C l e m e n t e , T a c i a n o y m u c h o s otros."

"Todos estos escritores hablan de Cristo como de u n Dios. ¿Quién no conoce los libros
de Ireneo, de Melitón y de otros muchos que proclaman que Cristo es Dios y hombre?
¿Quién ignora los numerosos himnos y cánticos compuestos por hermanos fieles desde
el principio en los cuales cantan a Cristo como al Verbo de Dios y lo celebran como
a Dios? ¿Cómo se pudo admitir que el sentir de la Iglesia haya sido declarado
después de tanto tiempo y que quienes han vivido hasta Víctor hayan predicado en el
sentido que éstos pretenden? ¿Cómo no se avergüenzan de propalar semejantes men-
tiras contra Víctor? Saben perfectamente que Víctor excomulgó al corruptor Teódoto.
jefe y padre de esta apostasía negadora de Dios y que fué el primero en enseñar que
Cristo era un simple hombre" ( 3 6 )

TEODOTO T e ó d o t o , si h e m o s d e c r e e r a E p i f a n i o ( n v , 1) e r a u n c r i s t i a n o
i n s t r u i d o , q u e d u r a n t e l a p e r s e c u c i ó n h a b í a r e n e g a d o d e l a fe.
Era oriundo de Bizancio; mas, n o pudiendo soportar su deshonra, vino a Roma.
U n d í a , e n c o n t r ó a u n b i z a n t i n o q u e l e r e p r o c h ó su a p o s t a s í a ; é l r e p l i c ó : " N o
h e n e g a d o a Dios, sino a u n H o m b r e . " Forzado a explicarse, a ñ a d i ó q u e Cristo
n o e r a m á s q u e u n h o m b r e y q u e el r e n e g a r d e E l n o e s - d i g n o d e c o n d e n a c i ó n ;
p u e s q u e J e s ú s m i s m o h a d i c h o e n s u Evangelio: "Si alguien blasfemare del
Hijo del h o m b r e le será p e r d o n a d o : m a s al q u e blasfemare contra el Espíritu
S a n t o , n o se l e p e r d o n a r á . "
V í c t o r a r r o j ó a T e ó d o t o d e l a I g l e s i a ( 3 6 ) ; esta c o n d e n a c i ó n n o a r r e d r ó a
l a secta. F o r m a b a n c o m o u n a m i n o r í a d e oficiales s i n t r o p a , p e r o o r g u l l o s o s
d e s u c u l t u r a h a s t a l a e x a g e r a c i ó n ; b u s c a b a n e n l a s E s c r i t u r a s lo q u e p a r e c í a
f a v o r e c e r l e s y d e j a b a n d e l a d o l o q u e c o n d e n a b a s u e r r o r ( 3 7 ) . V a n m á s lejos
aún y " n o t e m e n corromper las divinas Escrituras y rechazar la regla de
fe" ( 3 8 ) ; y así, p a s a n d o s o b r e l a E s c r i t u r a y l a t r a d i c i ó n c r i s t i a n a , se r e f u g i a n
en sus propios razonamientos:

" N o les basta con lo que dicen las Sagradas Letras, sino que buscan trabajosamente
una forma de. razonamiento propia para sostener su impiedad. Cuando se les objeta
con u n a frase de la Santa Escritura, preguntan si se puede formar con ella u n silogismo
conjuntivo o disyuntivo. Dejando de lado las Sagradas Escrituras cultivan la geome-
tría; son tierra y hablan de la tierra y no conocen lo que viene, de lo alto. Euclides

literaria y vivir todavía 35 años más tarde. Cf. KIDD, op. cit., p. 365: "Artemas o
Artemón continuaba en Roma hacia el 235 la tradición de los dos Teódotos, y aunque
lo conocemos m u y poco, podemos considerarlo como lazo de. unión entre el adopcio-
nismo de los Teodocianos y el de Pablo de Samosata". Cf. A. D O N I N I , Ippolito di Roma.
Polemiche teologiche e controversie disciplinari nella Chiesa di Roma agli inizi del
III secólo, Roma, 1925, colección Ypaipí], t. V.
(35) Hist. Eccl, V, x x v m , 4-6.
( 3 6 ) HARNACK (Dogmengeschichte, t. I, p. 709) hace notar: "Es el primer caso, que
conozcamos al menos, en que un cristiano que se atiene a la regla de fe es sin em-
bargo tenido como hereje"; y añade en nota: "Es significativo que esto haya sucedido
en Roma". Nosotros no podemos ver en esta actitud una innovación ni una severidad
excesiva, propia de la Iglesia romana; recuérdese la actitud de San Juan, de San
Ignacio, de San Policarpo frente a la herejía.
(37) FILASTRIO: "Retienen los textos de la Sagrada Escritura en que se habla
de Cristo como de u n hombre y dejan de lado aquéllos que hablan de él como de
u n Dios." EPIFANIO ha conservado algunos fragmentos de esta exégesis; hay que
hacer notar que admiten los libros de San Juan; por lo tanto, ya en esta época se
ha impuesto el canon del Nuevo Testamento, a pesar de las negaciones esporádicas
de Cayo. Cf. HARNACK, Dogmengeschichte, t. I, p. 710, n. 1.
(38) Hist. Eccl, V, x x v m , 13.
CONTROVERSIAS ROMANAS, SIGLOS II Y III 83

geometriza entre ellos activamente, Aristóteles y Teofrasto son su admiración y algu-


nos casi adoran a Galeno. Abusan de. la ciencia de los infieles en favor de su herejía,
y alteran con criminal impiedad la fe sencilla de las Sagradas Escrituras... No temen
poner sus manos en ellas, so pretexto de corregirlas. El que lo desee puede comprobar
muy fácilmente que. no calumnio. Porque si se quiere comparar entre ellos sus ejem-
plares (de las Escrituras) se los encuentra muy distintos; los de Asclepíades no con-
cuerdan con los de. Teódoto... Algunos han tenido a menos hacer estas falsificaciones
y han rechazado sencillamente la ley y los profetas y, bajo pretexto de gracia (39)
se han precipitado hasta el fondo del abismo de una doctrina inmoral e impía" ( 4 0 ).

CARÁCTER RACIONALISTA Esta descripción del adopcionismo, es digna de


DEL ADOPCIONISMO atención, pues nos descubre en los umbrales
del siglo m u n a aguda crisis de racionalismo.
Ninguna de las herejías precedentes tuvo este carácter. Todas pretendían
una ciencia de Dios más sublime y querían autorizarse con revelaciones y
tradiciones secretas; ahora en cambio campea la ciencia helénica: Eucli-
des, Aristóteles, Teofrasto, los silogismos conjuntivos y disyuntivos ( 4 1 ). El
mismo racionalismo seco y orgulloso se encuentra en Pablo de Samosata y más'
tarde en los arríanos; es el carácter de u n cristianismo adulterado que no
ve en Cristo más que u n hombre.
Sin embargo, los discípulos del primer Teódoto; es a saber, u n otro Teódoto,
por sobrenombre el banquero, y Asclepiodoto, quisieron dar a su secta naciente,
forma de iglesia y comprometieron a u n confesor romano para que fuese obis-
po, por un sueldo de 150 denarios al mes ( 4 2 ) ; este malaventurado reprendido
en visiones no hizo caso; pero al fin, si hemos de creer a Hipólito, azotado
por ángeles se arrepintió y obtuvo con mucha dificultad su reconciliación ( 4 S ).

ARTEMON Después de los primeros partidarios del adopcionismo, Arte-


món es el representante de la secta hasta los tiempos de
Pablo de Samosata ( 4 4 ). En Occidente desapareció como secta; pero el racio-
nalismo que le dio el ser sobrevivió y a veces la hizo retoñar ( 4 5 ). En Oriente,
(39) GHAPIN suprime esta palabra "gracia", equivocadamente a nuestro parecer,
en su texto de Eusebio. Cf. HARNACK, Dogmengeschichte, t. I, p. 713.
(«) Hist. Eccl, xxvm, 13-19.
(41) Estos silogismos pertenecen a la lógica estoica: el silogismo conjuntivo (a£ícofia
avvrniiikvov) es de forma condicional; por ejemplo: "si es de día se ve con claridad".
El disyuntivo es el dilema: "o es de día o es de noche". Cf. J. VON ARNIM, Stoicorum
veterum fragmenta, II. Chrysippi fragmenta lógica, Lipsia, 1903, p. 68, s.
( t í ) Por este tiempo se encuentra en las sectas heréticas clérigos asalariados por
la comunidad; Apolonio se lo achaca a Montano: "Paga a los que enseñan su doc-
trina a fin de que la glotonería haga triunfar su palabra" (Hist. Eccl., V, xxvm, 2).
Cf. KIDD, p. 363. En tiempos de San Cipriano esta forma de salario está ya en uso
en la Iglesia católica (Epist. xxxiv, 4; xxrx, 5).
(4S) Hist. Eccl., V, xxvm, 8-13. HIPÓLITO (Philos., VII, xxxvi, 1) refiere que
Teódoto el banquero es autor de una nueva herejía: "Dice que Melquisedec es la
Potencia suprema, muy superior a Cristo, y que Cristo está hecho a su semejanza",
cf. EPIFANIO, Hmr., LV, Frag. de EUSTACIO de Antioquía, editado por Cavallera, S.
Éustathii in Lazarum homilía (1905), pp. XII-XIV: "Queriendo probar que Melquise-
dec es mayor que Cristo trae el texto de la Escritura que dice: eres sacerdote eterna-
mente, según el orden de Melquisedec. ¿Cómo, dicen, puede ser que Cristo sea más
grande que él si su sacerdocio es a imagen y según el orden de aquél? Otros dicen que
Melquisedec es el Espíritu Santo. Pero nosotros decimos que no es más grande que
Cristo ni que Juan Bautista y que en manera alguna es el Espíritu Santo". Cf. BARDY,
Melchisédech dans la tradition patristique, en Revue Biblique (1926), pp. 496-509
(1927), pp. 25-45; art. Melchisédéciens, en el Dictionnaire de Théologie catholique.
(**) Cf. supra, 81, n. 34.
(45) Recuérdese entre otros este texto de San AGUSTÍN, Confesiones, VII, xix, 25:
84 HISTORIA DE LA IGLESIA

esta supervivencia es mucho más clara, primero en Pablo de Samosata


y luego e n los arríanos. " E l arrianismo n o es otra cosa que u n compromiso
entre el adopcionismo y la teología del Verbo y este compromiso es u n a prueba
más de que desde finales del siglo n i , toda cristología que no reconociera
la preexistencia personal de Cristo era imposible en la Iglesia" ( 4 6 ) .

EL MONARQUIANISMO El monarquianismo ( 4 T ), fué para la Iglesia, a prin-


cipios del siglo m , u n peligro mucho mayor que el
adopcionismo. La doctrina de Teódoto chocaba con el sentimiento cristiano
y no podía ser popular en u n siglo de fe viva y profunda; el monarquianismo,
por el contrario, podía ser acepto a la masa del pueblo por su respeto a los dos
dogmas fundamentales: unidad de Dios y divinidad de Jesucristo.
Tertuliano ( 4 8 ) se irrita contra la pusilanimidad de los sencillos que temen
afirmar el dogma de la Trinidad y que creen que no pueden defender la
unidad divina sino apartándose de esta "economía"; Orígenes también habla
despectivamente de "la multitud de los que se consideran creyentes" y q u e
"conocen a Cristo solamente según la carne"; con más equidad hace notar
otras veces la seducción que el monarquianismo puede ejercer sobre los sen-
cillos: "No quieren que se piense que admiten dos dioses, n i quieren negar
la divinidad del Salvador; y así llegan a no admitir más que dos nombres y
u n a sola persona" ( 4 9 ) .

"Yo tenía a Cristo por un Hombre de una sabiduría eminente y por un hombre
único; sobre todo porque este Maestro, nacido milagrosamente de una virgen parecía
haber recibido de Dios una autoridad excepcional para enseñarnos con su ejemplo
a despreciar las ventajas temporales y a buscar la inmortalidad. Pero cuál fuese el
misterio de Dios hecho carne, no podía ni aun suponerlo".
( 46 ) HARNACK, Dogmengeschichte, t. I, p. 732.
(4T) Las fuentes principales son: HIPÓLITO (Adversus Nóetum hacia el 200-210;
Syntagma; Phílosophumena, después del 222) y TERTULIANO (Adversus Praxeam,
después del 213). Cf. HAGEMANN, Die Roemische Kirche und ihr Einfluss auf Disci-
plin und Dogma in der ersten drei Jahrhunderten, Friburgo, 1864, pp. 90-103, 119-123,
147-275; HARNACK, art. Monarchianismus, en Realencycl. f. protest. Theol., t. XIII,
pp. 306-336; Dogmengeschichte, t. I, pp. 697-753; D'ALES, Théologie de saint Hippolyte,
pp. 8-35; P H . KNEIB, Der Monarchianismus und die roem. Kirche im dritten Jahrh.
ex Katholik, 1905, t. II, pp. 1-15, 112-128, 182-201, 266-282.
( 48 ) Cf. TERTULIANO, Adv. Prax., III (Corpus Scriptorum Eccles. Lat., t. XLVII,
p. 230): "Todos los sencillos, por no decir torpes e ignorantes —siempre hay muchos
entre los fieles— consideran que la regla de fe nos hace pasar del politeísmo del siglo al
Dios único y verdadero; y no comprenden que. hay que creer en un Dios Único, pero
con su economía: se espantan creyendo que la economía supone número, que la trinidad
va contra la unidad; mientras que, por el contrario, la unidad haciendo brotar de sí
misma la trinidad no queda destruida sino organizada. También proclaman que nos-
otros predicamos dos y tres dioses, mientras ellos adoran un Dios único; como si no
fuese herejía el estrechar la unidad más de lo debido y no fuese la verdad mani-
festar la trinidad como es preciso. Mantenemos la monarquía, dicen; pues así se
expresan aunque hablen en latín, y lo dicen con tanta energía que cualquiera creería
que comprenden la monarquía tan bien como la vocean". En un contexto por otra
parte muy distinto, ORÍGENES se deja llevar de un juicio parecido contra los sencillos:
distinguiendo cuatro clases de personas que creen en Dios, pone en la primera cate-
goría "a los que participan del Logos, que era en el principio el Logos Dios"; pone
en segunda categoría a los "que no conocen nada, sino a Jesucristo y a Jesucristo cru-
cificado, pensando que el Logos hecho carne lo es todo, en cuanto el Logos sólo
conoce a Jesucristo según la carne; tal es la multitud de los que se consideran cre-
yentes" (In Joann., II, ni, 27-31). Sobre este texto, cf. infra, p. 318.
( 49 ) In Titum (P. G., XIV, 1304). Este texto, como los precedentes, es citado por
HARNACK, Dogmengeschichte, t. I, p. 735, n. 1 y 3.
CONTROVERSIAS R O M A N A S , SIGLOS I I Y I I I 85

En una época en que el lenguaje teológico está todavía m a l definido y en


que los términos que llegarán a ser técnicos: substancia, hipóstasis, persona,
tienen todavía el sentido impreciso que les da el lenguaje corriente, era impo-
sible evitar todo equívoco ( 5 0 ). Por la misma razón, el historiador no puede
dar hoy a los conceptos teológicos que se barajaron entonces, más valor que
el que de hecho tuvieron. Otra dificultad mayor aún proviene de las fuentes
de información y de su carácter ( 5 1 ) : no conocemos este conflicto más que a
través de Hipólito y de Tertuliano, dos controversistas apasionados: cuando
escribieron los libros a los que tenemos que acudir, Hipólito era cismático,
jefe de una pequeña iglesia de Roma; Tertuliano era ya montañista, adver-
sario violento de la iglesia de los psíquicos y del obispo de Roma. Oiremos
a estos testigos, los unióos que vertieron su pensamiento; pero no aceptare-
mos su testimonio sino después de una crítica detenida y severa; pero no
podemos concluir con ligereza por estas diatribas que el monarquianismo haya
sido la doctrina oficial de la Iglesia de Roma, durante u n a generación ( 5 2 ) .

NOETO Como el adopcionismo, la herejía monarquiana nació en Asia y de


allí fué trasplantada a Roma. Es Hipólito quien nos refiere su
origen (53). Después de decirnos que Noeto era de Esmirna ( 64 ) y que, lle-
vado de su orgullo, se creyó el Espíritu Santo, caracteriza así su doctrina:
"Cristo, dice, es el mismo Padre y el Padre es el que nació, padeció y murió; pre-
tendía ser tenido por Moisés y que su hermano era Aarón. Los bienaventurados pres-
bíteros le hicieron venir y le interrogaron delante de toda la Iglesia. En un principio
negó; pero, más tarde, ideó algunos equívocos, conquistó partidarios y trató de defen-
der abiertamente su doctrina. Los bienaventurados presbíteros lo llamaron de nuevo
y le rebatieron enteramente; mas él se defendía diciendo: ¿Acaso es pecado glorificar
a Cristo? Los presbíteros replicaron: también nosotros confesamos un solo Dios; con-
fesamos a Cristo, confesamos al Hijo que padeció, como ha padecido, que murió, como
ha muerto, que resucitó al tercer día, y está a la diestra de Dios Padre y ha de venir
a juzgar a los vivos y a los muertos. Lo decimos como lo hemos recibido. Entonces,
ya convicto,65lo arrojaron de la Iglesia; pero él se llenó de tanto orgullo, que fundó
una secta" ( ).
Nótese qué regla de fe se presenta a Noeto, con ocasión de este segundo

(*°) Bastará, para darse cuenta, leer en la traducción latina de RUFINO el texto de
ORÍGENES que acabamos de citar: " . . . u t i ne videantur dúos déos dicere, ñeque rur-
sus negare Salvatoris deitatem, unam eamdemque substantiam Patris ac Filii asse-
verant, id est, dúo quidem nomina secundum diversitatem causarum recipientes, unam
tamen upostasim subsistere, id est, unam personam duobus nominibus subjacentem".
(51) Advirtamos además que los dos testimonios no están plenamente de acuerdo
(cf. DALES, Saint Hippolyte, pp. 16-18); añadamos que Tertuliano no ataca direc-
tamente más que a Práxeas, de quien Hipólito no dice nada (cf. HARNACK, Dogmen-
geschichte, t. I, p. 734, n. 1). HAGEMANN (op. cit., pp. 234 y 256) resuelve esta dificul-
tad identificando a Práxeas con Calixto, pero esta identificación es muy violenta (cf.
DALES, op. cit., p. 19).
(52) Esta tesis ha sido sostenida por HARNACK, op. cit., t. I, p. 735.
(53) El libro Adversus Noetum, del que tomamos la cita, parece haber formado parte
de Syntagma, hoy perdido y que fué compuesto hacia el 200. Veinticinco o treinta
años más tarde en Pkilosaphumena, escrito después de la muerte de Calixto (222),
HIPÓLITO vuelve por dos veces a su polémica con el monarquianismo; más adelante
estudiaremos estos libros, que nos dan a conocer un pensamiento más maduro, pero
también un rencor, contra los obispos de Roma, Ceferino y Calixto sobre todo, que
aun no aparecía en el libro contra Noeto. Cf. D'ALES, Saint Hippolyte, pp. 22-23. Cf.
V. MACCHIORO, Vereda noetiana, Ñapóles, 1921.
( M ) Adv. Noet., I; P hilos, IX, vil. EPIFANIO le hace enseñar en Efeso (Hazr.,
LVII, 1). 1
(85) Adv. Noet., 1.
86 HISTORIA DE LA IGLESIA

comparecimiento ante los presbíteros: el símbolo bautismal, que proclama la


fe en u n solo Dios y la fe en el Hijo de Dios y en todos los misterios de su
vida ( 5 6 ) ; es la fe tradicional, que los presbíteros repiten tal como la h a n
recibido. Noeto no mantiene la discusión sobre este terreno. Los argumentos
que quiere hacer valer parecen ser, según Hipólito, los textos del Antiguo
Testamento: "Yo soy el Dios de vuestros padres; no tendréis otro Dios que y o "
(Ex. 3, 6; 20, 3). "Yo soy el primero y el último y no h a y otro fuera de m í "
(Is. 44, 6 ) ; palabras del Señor: "Yo y el Padre somos u n o " (Ion. 10, 3 0 ) ;
"quien a m í me ve, ve a mi Padre; ¿no creéis que yo estoy en el Padre y el
Padre está en m í " (ibíd. 14, 8-9). Por último, el texto de San Pablo " . . .los
patriarcas de quienes desciende el Mesías según la carne, El que es sobre todas
las cosas, Dios bendito por todos los siglos" (Rom. 9, 5 ) . De aquí la conclusión:
"El Padre es el Cristo, el Hijo, el que fué engendrado, padeció y resucitó" ( 5 7 ).
Los textos citados bastan para comprender el carácter y estilo de esta here-
jía: suprime en Dios toda distinción personal y en consecuencia desnaturaliza
el Evangelio. No solamente se opone a textos de la Escritura como los ale-
gados por Hipólito ( S 8 ), sino, sobre todo, al carácter más sobresaliente de la
religión de Jesús: su amorosa sumisión a la voluntad del Padre, su oración, su
sacrificio, toda la obra de la redención. Estas negaciones se hacían intolera-
bles a los cristianos instruidos y sagaces; los demás se podían dejar seducir
por u n a construcción teológica de apariencias sencillas en absoluto, y, sobre
todo, que se oponía de manera tan categórica al politeísmo de los paganos
y a la impiedad de los adopcionistas. Subrayemos esa oposición entre Noeto
y Teódoto: más tarde se u n i r á n ambas herejías y adoptarán los unitarios la
cristología de Teódoto y de Artemón. No fué así en u n principio. Noeto
creía defender con su teología el honor de Cristo y así, su primera respuesta
a sus jueces fué: "¿es pecado glorificar a Cristo?"

(56) La insistencia con que afirma la realidad de la pasión y de la muerte del


Hijo de. Dios, recuerda las profesiones de fe de San Ignacio: "Padeció realmente per-
secución bajo Poncio Pilato y realmente fué crucificado..." (Trall., ix).
(57) Además de estos textos escriturísticos, invocados por Noeto, parece que a través
de la refutación de Hipólito se descubren indicios de argumentación patrística; es
difícil no ver una alusión a San Ignacio y a San Ireneo en pasajes como éste: "Dicen
que es un mismo Dios el demiurgo y el Padre de todas las cosas, que quiso hacerse
visible a los antiguos justos aunque sea invisible; porque cuando no es visto es invi-
sible (cuando es visto es visible); incomprensible cuando no quiere ser comprendido;
y siguiendo el mismo razonamiento, es asequible e inasequible; inengendrado y engen-
drado: inmortal y mortal" (Philos., IX, x, 9-10; cf. X, xxvn, 1-2). Cf. IGNACIO,
Ephes., vil, 2, y Ád Pólyc, ni, 2; en estos dos textos, San Ignacio pone en contraste las
dos series de atributos que convienen a Jesucristo, según su divinidad y según su
humanidad (cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. II, p. 294). Esta teología no era
monarquiana; pero esos contrastes podían ofrecer a Noeto el apoyo aparente que ne-
cesitaba su doctrina. Lo mismo sucede con los textos de Ireneo acerca de Dios,
naturalmente invisible, que se hace visible por la gracia: " . . .Lo que no es posible a
los hombres es posible a Dios; porque el hombre por sí mismo no puede ver a Dios;
pero Dios, porque así lo quiere, es visto por los que El quiere, cuando lo quiere y
como lo quiere; pues Dios lo puede todo" (IV, xx, 5). "Lo que es incomprensible
e inasequible e invisible se hace ver y comprender por sus fieles a fin de vivificar a
los que le comprenden y le ven" (ibíd.). Cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. II,
pp. 534-5. Son muy significativas estas relaciones, pues nos descubren el influjo de
una teología asiática que Noeto falsificó indudablemente, pero que, siendo de Esmirna,
conoció y utilizó. Pero aun reconociendo estas relaciones, nos guardaremos de con-
cluir con LOOPS y KROYMANN que esta teología asiática fuese modalista. Cf. Histoire
du dogme de la Trinité, t. II, pp. 306-308. Notemos, finalmente, que estos textos
aparecen en Philosophumena, pero no todavía en Adversus Noetum.
(58) Adv. Noet., vil. Ha sido enviado por el Padre; va al Padre (816).
CONTROVERSIAS R O M A N A S , SIGLOS I I Y I I I 87

PRAXEAS Fué quien primero intentó propagar en Roma este error na-
cido en Asia; Hipólito no nos dice nada de él; Tertuliano
es quien nos lo da a conocer. Su libro escrito después del 213 nos remonta a
veinte años atrás, para contarnos las primeras tentativas del hereje. En Asia
había padecido por la fe. Después de pasar algún tiempo en la prisión y de
haber llegado a Roma, quiso hacer prevalecer su cualidad de mártir para exten-
der su doctrina y, lo que le hace más culpable a los ojos de Tertuliano, se hizo
adversario de los montañistas. Encontró al obispo de Roma en actitud favo-
rable hacia las profecías de Montano y consiguió hacerle volver de su actitud,
refiriéndole lo que conocía personalmente de los profetas y de sus iglesias
y recordándole las decisiones de sus predecesores. "Así Práxeas cumplió con
dos obras diabólicas: arrojó la profecía e implantó la herejía; ahuyentó al
Paráclito y crucificó a l Padre" ( 5 9 ).

PROGRESOS DE LA HEREJÍA De Roma, el error pasó al África («°) pero la


EN ÁFRICA simiente no fructificó, gracias a Tertuliano
todavía católico; Práxeas firmó una retracta-
ción que aun se conservaba en Roma cuando se publicó el Adversus Praxeam.
Después de algún tiempo de silencio, la herejía estalló de nuevo; en el inter-
valo, Tertuliano, según su manera de expresarse, "reconoció al Paráclito y se
separó de los psíquicos"; pero aun permanecía adherido a la doctrina de la
Trinidad y escribió para defenderla ( 6 1 ).

HIPÓLITO Y CALIXTO En Roma persistía el peligro; Hipólito nos describe


los progresos de la herejía en relatos mezclados con
requisitorias apasionadas contra los obispos Ceferino y Calixto. Noeto no vino
a Roma; pero su doctrina estaba representada por "su diácono y discípulo"
Epígono ( 6 2 ) ; "vivía en Roma y en ella propagaba su impía doctrina". A su
vez tuvo por discípulo a Cleomenes, el cual puso escuela. El obispo Ceferino,
a quien Hipólito presenta como avaro y como persona de poco talento, per-
mitió a cuantos se lo pidieron escuchar las enseñanzas de Cleomenes. Tenía
por consejero al diácono Calixto, blanco de todo el rencor de Hipólito. Pro-
tegido por el obispo y su diácono, la escuela herética consiguió muchos dis-

(59) L o s modalistas, al rechazar la distinción de personas, admitían en consecuen-


cia que el Padre había sido crucificado: de aquí el nombre de patripasianos.
(80) ¿Fué el- mismo Práxeas al África? Así piensa NOELDECHEN (Texte und Unter-
suchungen, t. V, 2, p. 162, n. 5); lo mismo KNEIB (Katholik, 1905, t. II, p. 3); Tertu-
liano no lo dice expresamente (cf. D'ALES, Tertullien, p. 68, n. 2).
(61) De la obra teológica de Tertuliano se hablará más adelante (pp. 149-156). El
relato que de Práxeas hemos hecho siguiendo a Tertuliano, nos explica el silencio
de Hipólito: la enseñanza de Práxeas en Roma es anterior a la actividald de Hipólito,
y el hereje se habia retractado para esa fecha; es un nuevo movimiento monarquiano,
unos veinte años después, el que hizo a Tertuliano evocar todos sus recuerdos. ¿Cuál
fué el obispo de Roma al que Práxeas habría engañado? HARNACK (Dogmengeschichte,
t. I, p. 742) afirma que Eleuterio, y concluye que durante cuatro pontificados consecu-
tivos (Eleuterio, Víctor, Ceferino y Calixto) el obispo de Roma ha sostenido la teolo-
gía modalista; más adelante nos ocuparemos de esta afirmación; digamos ahora que
nos parece que la persona de Eleuterio debe quedar fuera de. este conflicto. Práxeas
hizo valer ante el obispo de Roma, contra la profecía montañista, "la autoridad de sus
predecesores"; pero esto no quiere, decir que Eleuterio haya sido el primero que se vio
embarazado con la cuestión que tratamos.
í*2) ¿Habrá que tomar en su sentido técnico estas dos expresiones? No lo sabemos;
puede ser que Hipólito haya querido señalar solamente la dependencia de Epígono con
respecto a Noeto.
88 H I S T O R I A DE LA IGLESIA

cípulos, sobresaliendo entre todos por su audacia Sabelio, que más tarde fundó
la secta de su nombre. Calixto, al decir de Hipólito, hacía u n doble juego:
a los ortodoxos les hacía creer que era de su partido; y lo mismo decía a
Sabelio, a quien perdió por ese motivo; porque Sabelio, dice Hipólito, jamás
fué tan obstinado: "cuando le exhortábamos, no se mostraba obstinado; pero
apenas volvía a encontrarse con Calixto, se dejaba arrastrar a la doctrina
de Cleomenes, al oír de boca de Calixto que él también la sostenía". Ceferino
era gobernado por Calixto, que le hacía decir al pueblo: "No conozco otro
Dios que a Cristo Jesús y fuera de El n i n g ú n otro h a nacido n i podido pade-
cer"; y otras veces decía: "No es el Padre el que ha muerto, sino el Hijo."
Así no hacía sino difundir la discordia entre el pueblo.
Hipólito creía ver claramente este juego de su adversario; Calixto, irri-
tado, llegó a tratar a Hipólito y a los suyos de diteístas. A la muerte de
Ceferino, Calixto ocupó la sede de Roma (217-222); y comenzó por exco-
mulgar a Sabelio por temor a Hipólito y para darse aires de ortodoxo. Pero
como todo el mundo sabía, continúa Hipólito, cómo nos acusaba de diteísmo
y cómo por otra parte Sabelio le echaba en cara el haberle vuelto la espalda,
inventó la siguiente herejía:

"El Verbo es el Hijo y es también el Padre; es decir, no hay más que un solo espíritu
indivisible. No es el Padre una cosa y el Hijo otra, sino que los dos son una misma cosa,
el espíritu que lo llena todo, de lo más alto a lo más bajo. El espíritu, hecho carne
en la Virgen, no es distinto del Padre, sino una sola y misma cosa. De aquí las pala-
bras de la Escritura: «¿No creéis que yo estoy en el Padre y el Padre en Mí?» (Ion.
14, 11). El elemento visible, el hombre, ése es el Hijo; el Espíritu que reside en el
Hijo, ése es el Padre. No podemos hablar de dos dioses, Padre, e Hijo, sino de uno solo.
Porque el Padre que está en el Hijo, habiendo asumido la carne, la divinizó al unirla
a Sí y de tal manera la hizo una cosa consigo, que los nombres de Padre e Hijo se
aplican a un solo y mismo Dios. La persona de Dios no puede desdoblarse y por consi-
guiente el Padre ha padecido con el Hijo" ( 6 3 ).
"Como no quiere decir que el Padre ha padecido y que no hay más que una sola

( e3 ) Philos., IX, xn, 16-19; trad. D'ALES, p. 11; cf. trad. AMANN, Dict. de Théol.
cathol., col. 2507; KNEIB, art. cit., pp. 266-278. Hipólito reprocha también a Calixto
el perdón concedido a los pecadores. En el libro décimo vuelve sobre la doctrina
trinitaria de su enemigo: X, xxvn, 3-4: "Esta herejía (de Noeto) ha sido sostenida
por Calixto, cuya vida hemos referido exactamente en otro lugar, y además dio a
luz otra herejía: Dice que no hay más que un (Dios y Padre) Creador del universo; y
que este mismo Dios es Hijo en cuanto que recibe este nombre y apelativo; pero en
cuanto a la esencia (ousia) no hay más que uno (espíritu); porque, dice, Dios no es
un espíritu distinto del Verbo, ni el Verbo se distingue de Dios; no hay pues más
que una persona con distinción de nombre, pero no de esencia. El Verbo es el Dios
único que se encarnó. Lo que se ve y se palpa en la carne quiere que sea el Hijo,
y lo que habita en El, el Padre, cayendo unas veces en la doctrina de Noeto y otras
en la de Teódoto; mas nunca afirma nada fijo". Textos parecidos tenemos en TEB-
TULIANO, Adversas Praxeam, xxvn: " . . . (los monarquianos) forzados por esa distinción
de Padre e Hijo, distinción que nosotros, manteniendo no obstante la unidad, explica-
mos como la unidad del sol y del rayo de luz, de la fuente y el r í o . . . quisieran
interpretarla según su doctrina, de manera que en una misma persona puedan dis-
tinguirse el Padre y el Hijo; dicen que el Hijo es la carne, el hombre, Jesús; y el
Padre, el espíritu, Dios, Cristo. Y los que sostienen que el Padre y el Hijo son una
misma cosa, parecen más empeñados en distinguirlos y separarlos, que en unirlos.
Porque si es distinto Jesús de Cristo, el Hijo será distinto del Padre; porque el Hijo es
Jesús y el Padre es el Cristo. Parece que han tomado de Valentín esta monarquía"...
Ibíd., xxix: "Blasfemáis no sólo al decir que el Padre ha muerto, sino que ha sido
crucificado... El Padre no ha padecido con el Hijo. No queriendo blasfemar directa-
mente contra el Padre, piensan atenuar de esta manera la blasfemia —ahora se acuer-
dan que el Padre y el Hijo son dos—, diciendo que el Hijo padece y el Padre compa-
CONTROVERSIAS R O M A N A S , SIGLOS I I Y I I I 89

persona y quiere evitar la blasfemia contra el Padre, este hombre insensato se va de


un extremo a otro, inventando blasfemias, por sólo el placer de hablar contra la ver-
dad y no se avergüenza de caer unas veces en el error de Sabelio y otras en el de
Teódoto."

ACTITUD DE CEFERINO E n v i s t a d e los t e x t o s p r e c e d e n t e s , p r e c i s o s e r í a


Y DE CALIXTO d e t e r m i n a r l a a c t i t u d d o c t r i n a l d e los dos obis-
pos d e R o m a , C e f e r i n o y C a l i x t o . N o es fácil
e m p r e s a ; c o n t o d o se i m p o n e n a l g u n a s o b s e r v a c i o n e s . L a c o n d u c t a d e los dos
obispos es m u y d i s t i n t a c o n a l g u n o s d e los q u e H i p ó l i t o p r e s e n t a c o m o m o d a -
listas. S o n i n d u l g e n t e s c o n C l e o m e n e s y p e r m i t e n a los fieles f r e c u e n t a r s u
escuela y e x c o m u l g a n a S a b e l i o . P u e d e c o n c l u i r s e d e esto, q u e l a d o c t r i n a d e
ambos n o era la m i s m a : Cleomenes, del q u e Hipólito n o nos d a u n a informa-
ción p r e c i s a n i d e t a l l a d a , e r a c i e r t a m e n t e e n e m i g o s u y o ; n a d a p r u e b a q u e
h a y a s u s c r i p t o los e r r o r e s d e N o e t o y l a t o l e r a n c i a d e q u e h a sido objeto lo
h a c e m u y poco p r o b a b l e . C e f e r i n o n o p a r e c e h a b e r t e n i d o m u c h a a f i c i ó n p o r
las discusiones t e o l ó g i c a s ; si i n t e r v i n o , lo h i z o s o l a m e n t e p r e s i o n a d o p o r C a -
lixto y p o r o t r a p a r t e s u s i n t e r v e n c i o n e s s o n i r r e p r o c h a b l e s .
Sería m u c h o m á s i n t e r e s a n t e c o n o c e r l a p o s i c i ó n d o c t r i n a l d e C a l i x t o ; p e r o
la d i f i c u l t a d es d e m a s i a d o g r a n d e . E l t e s t i m o n i o d e s u e n e m i g o es m u y a p a -
sionado y n o p o d e m o s s u s c r i b i r l o a c i e g a s ; es c i e r t o p o r o t r a p a r t e , p o r ese
m i s m o t e s t i m o n i o , q u e C a l i x t o e x c o m u l g ó a S a b e l i o ; H i p ó l i t o n o s d i c e d e sí
m i s m o q u e fué t r a t a d o d e d i t e í s t a , a c u s a c i ó n q u e n o c a r e c e d e f u n d a m e n t o ;
pero n o dice q u e h u b i e s e sido c o n d e n a d o c o m o S a b e l i o , s i n o q u e p a r e c e q u e
se separó v o l u n t a r i a m e n t e . E s t a s e v e r i d a d p o r u n l a d o y a q u e l l a t o l e r a n c i a

dece. Esto sí que es necedad: porque ¿qué es compadecer sino padecer con otro? Si el
Padre es impasible, es también incompasible".
D'ALES (HippoL, pp. 16-18) hace notar a propósito de estos textos: "El Adversas
Praxeam apenas si es algo posterior a Ceferino, y, por consiguiente, Calixto no pudo
inventar durante su pontificado el patricompasianismo que es anterior a él". La des-
cripción del patricompasianismo no coincide exactamente con la de Philos., pues apa-
rece la divinidad, como tal, afectada por el sufrimiento. Si tomásemos a la letra lo
que dice Philos., Calixto habría retocado, dándoles u n sentido menos inaceptable, doc-
trinas ya condenadas como heréticas. La acusación de Tertuliano, al menos en cuanto
nosotros podemos entenderla, no afecta a Calixto. Por lo demás, ya sabemos que Ter-
tuliano, montañista, no tenía muchas simpatías por el clero de Roma, ni fué Calixto
tan bien tratado en De Pudicitia". A M A N N , por el contrario, escribe (col. 2508): "Esta
doctrina (de Calixto) es la misma que fué combatida por Tertuliano al fin de su tra-
tado contra Práxeas, y que FRANZELIN, con toda exactitud, califica de herética. Que
Calixto la haya defendido o no, es ya otra cuestión y sería demasiada parcialidad acep-
tar una acusación que proviene de un enemigo encarnizado y únicamente de él".
La divergencia que señala D ' A I Í S puede ser verdadera, pero no es bastante explícita
la exposición de Hipólito para poder afirmarlo con toda certeza. Por lo demás, las
dos doctrinas están de acuerdo: las dos se presentan como derivaciones del patripasia-
nismo de Noeto; las dos, manteniendo la unidad de personas, quieren fundar la dua-
lidad de sujetos en la encarnación; lo que se ve y se toca es el Hijo, Jesús, y lo que
habita en Él, el Padre, Dios, y como dice Tertuliano, el Cristo; las dos quieren evitar
la blasfemia contra el Padre y, por lo mismo, dicen que ha compadecido con el Hijo.
En esta doctrina, como en la de Noeto, se pueden recoger despojos de las doctrinas
anteriores: Dios, que desdoblándose llega a ser su propio Hijo, proviene sin duda del
gnosticismo, y de él también el dualismo cristológico que en el patricompasianismo
distingue entre Jesús y el Cristo. La ambigüedad del lenguaje teológico presta también
sus servicios al monarquianismo: "espíritu" puede significar persona y naturaleza
divina (cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. I I , sobre todo las páginas 305-373). Pero
estos detalles no son más que argucias dialécticas; lo que da prestigio a su doctrina es la
monarquía, y1 eso es lo que quieren salvar siempre.
90 HISTORIA D E LA IGLESIA

por otro, no se pueden comprender, si Calixto sostuvo la doctrina que se le


atribuye ( 6 4 ) .

TEOLOGÍA DE HIPÓLITO El estudio de la doctrina de Hipólito es más fá-


cil merced a los libros suyos que se nos h a n
conservado ( 6 B ). Considerada en su conjunto, es la misma de la mayor parte
de los apologistas, v. g. la misma de San Justino; pero con algunos defectos
graves ( 6 6 ) . La generación del Verbo está estrechamente unida a la creación
del m u n d o y sobre todo a la encarnación; la describe en u n desarrollo pro-
gresivo, en el que se pueden distinguir tres tiempos. E n el principio Dios
estaba solo; pero " a u n estando solo, era múltiple; porque no estaba sin sabi-
duría, sin palabra, sin poder, sin consejo" ( 6 7 ) . Esta multiplicidad no implica
todavía distinción de personas; la personalidad del Logos no ha sido cons-
tituida sino en vistas a la creación: "como jefe, consejero e instrumento de
creación, Dios engendró al Logos. Este Logos que tenía en sí, en estado invi-
sible, se hace visible al pronunciar la primera palabra. Es u n a luz que nace
de otra l u z . . . De esta manera h a y u n otro con relación a Dios" ( 6 8 ) . Sin em-
bargo, esta generación a u n está inacabada; se realiza plenamente en la encar-
nación. "No es antes de encarnarse, como en sí mismo, cuando el Logos es
Hijo perfecto; aunque es perfecto Logos y Unigénito; y del mismo modo,
la carne no puede subsistir sin el Logos, porque en el Logos tiene su subsis-
tencia. Así es, pues, como se manifestó el Hijo perfecto de Dios" ( 6 9 ) .

( 64 ) DUCHESNE (Histoire ancienne de l'Eglise, t. I, p. 315), después de exponer el


patricompasianismo según Hipólito y Tertuliano, añade con razón: "La enmienda es
muy ligera y no se comprende que. Calixto, después de condenar a Sabelio, la hubiese
abrazado. Los polemistas tienden siempre a desnaturalizar las opiniones que combaten
y a comprometer a sus adversarios en filiaciones y parentescos doctrinales poco honrosos.
Por lo demás, es muy posible que la desconfianza que inspiraba la teología del Logos,
el temor al diteísmo, la preocupación dominante de la unidad divina, unido todo a la im-
perfección del lenguaje teológico, haya hecho llegar, en el campo ortodoxo, a concepcio-
nes no muy avenidas con la ortodoxia, y sobre todo, a expresiones criticables."
Recordemos también lo que dice HARNACK, Dogmengeschichte, t. I, p. 740, n. 2:
"Hipólito no oculta que la masa de la comunidad romana estaba con los obispos (IX,
xi); pero les acusa constantemente de hipocresía, rencor, adulación; mientras que
hoy podemos comprender que los obispos sólo quisieron preservar la unidad y la paz
de sus rebaños de la rabies theologorwn. Con esto cumplieron sencillamente el
deber de. su cargo y obraron según el espíritu de sus predecesores, en cuyo tiempo se les
exigía la admisión de. la profesión de fe breve y larga, y hecho esto, se les dejaba
en libertad. Se ve. que Hipólito tiene por simples y no cultos a Ceferino y a los
demás que no quieren lanzarse por la nueva ciencia y por su concepción «econó-
mica» de Dios."
(65) Los textos más importantes son los capítulos x-xv de Adversus Noetum y los
capítulos xxxn-xxxiv del libro X de los Philos. Cf. D'ALES, op. cit., pp. 20-31;
AMANN, art. Hippolyte, en Dict. de Théol. cathol., col. 2308. D'ALES compara entre
sí estos dos documentos, op. cit., p. 23, n. 2. En los Philosopkumena, escritos unos veinte
años más tarde del Adversus Noetum, encontramos un pensamiento más maduro, sobre
todo en los capítulos citados: forman la conclusión de la obra y tienen una redacción
más cuidada; aquí la teología de Hipólito aparece más acabada y resaltan mejor los
errores y lagunas.
(86) Cf. D'ALES, op. cit., pp. 24-31.
(67) Adv. Noet., x; cf. Philos-, X, XXXII y XXXIII, 1.
(68) Adv. Noet., x-xi; cf. Philos., X, xxxm.
(69) Se encuentra la misma doctrina al final de la Epístola a Diognetes, xi, 5;
sabido es que este final (cap. xi-xn) pertenece a un autor distinto que el resto de
la carta; muchos historiadores lo atribuyen a Hipólito y creen reconocer aquí la
última página de los Philosopkumena. Cf. D'ALES, op. cit-, p. 27, n. 1.
CONTROVERSIAS ROMANAS, SIGLOS II Y III 91

Esta concepción de la generación del Verbo, desarrollándose por etapas, in-


troducía en el ser mismo de Dios u n a sucesión y u n progreso que la Iglesia
no podía admitir; tenía también que rechazar otro error de Hipólito: el hacer
de la generación del Verbo u n acto de la libre voluntad de Dios, lo mismo que
lo es la creación: "Si hubiese querido hacer de ti u n Dios, te hubiese podido
hacer; tienes el ejemplo del Logos; pero te quiso hacer hombre y te ha hecho
hombre" ( 7 0 ) . Son ciertamente errores m u y graves; pero se cometería u n a
grave injusticia haciendo a Hipólito arriano antes que Arrio; puesto que no
solamente reconoce en Cristo al "Dios que reina sobre todas las cosas" ( n ) ,
sino que traza m u y netamente el límite entre las criaturas que h a n sido hechas
de la nada y el Logos "que es esencia divina y por lo tanto Dios" ( 7 2 ) . De
este principio capital, Hipólito podía haber deducido todo el dogma cristiano;
no lo hizo. La Iglesia suscribió el principio y sacó las conclusiones.
La doctrina del Espíritu Santo es más imperfecta todavía; inútilmente la
buscaríamos en la conclusión de los Philosophumena ( 7 3 ) . E n el libro contra
74
Noeto, las fórmulas trinitarias son m u y frecuentes ( ) y nos interesan en
cuanto manifiestan u n a fe ya recibida y que se apoyan en el uso litúrgico ( 7 S ) ;
pero no nos d a n a conocer el pensamiento propio de Hipólito. Todos los pasa-
jes en que éste aparece, presentan al Espíritu Santo más como u n a fuerza que
como persona; es particularmente notable que, a pesar del paralelismo a que
los textos antes citados debían arrastrar al autor, evita el poner a las tres
personas en el mismo plano ( 7 e ) . Todos estos detalles concurren a justificar
la acusación de diteísta lanzada por Calixto contra Hipólito ( 7 7 ) .

(70) Philos., X, xxin, 7. Este error era una consecuencia de la concepción cosmo-
lógica de la Trinidad: la relación imaginada entre la generación del Verbo y la
creación, hacía correr el peligro de concebir esta generación como un acto libre y
contingente, lo propio que la creación. Los apologistas del siglo segundo (cf. Histoire
du dogme de la Trinité, t. II, p. 461) se dejaron arrastrar hacia este error y más
aun TERTULIANO (Advers. Prax., iv y x; cf. D'ALES, Hippolyte, p. 27); HIPÓLITO cayó
en él manifiestamente. Cf. Adv. Noet., xvi.
(71) Philos., X, xxxiv, 5.
(72) Philos., X, xxxni, 8.
(73) DOELLINGER explica este silencio diciendo que la creencia en el Espíritu Santo
era esotérica. HAGEMANN (op. cit., p. 269) lo ha refutado con razón. En los otros
libros de Philos. se encuentran algunas menciones muy vagas del Espíritu Santo
(D'ALES, op. cit., p. 30, n. 4).
(74) Cap. vni: "Hay que confesar a Dios Padre todopoderoso y a Cristo Jesús,
Hijo de Dios, hecho hombre, al que el Padre ha sometido todo, excepto a Sí mis-
mo y al Espíritu Santo, y (confesar) que éstos son verdaderamente tres (rpia)".
xii: "Vemos el Logos encarnado; por El nos formamos idea del Padre, creemos en
el Hijo, adoramos al Espíritu Santo." xiv: "Hay el Padre que manda, el Hijo que
obedece, el Espíritu que instruye; el Padre está sobre todo, el Hijo por todo, el
Espíritu en todo. Y no podemos concebir un sólo Dios, si no creemos verdaderamente
en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo... El Padre ha querido, el Hijo ha hecho
y el Espíritu ha revelado. Por esta trinidad (rptáSos) es glorificado el Padre." xvín,
final del libro: "El es el Dios hecho hombre por nosotros, a quien el Padre ha sometido
todo. A El la gloria y el poder con el Padre y el Espíritu Santo, en la santa Iglesia,
ahora y siempre por los siglos de los siglos. [Amén!"
(75) Sobre las doxologías trinitarias en la obra de Hipólito, cf. supVa, p. 61, n. 71.
(76) Adv. Noet., xiv: "No diré dos dioses, sino uno solo; pero dos personas y en la
economía, un tercer lugar, la gracia del Espíritu Santo. El Padre es uno y hay dos
personas porque hay también el Hijo y, en tercera jerarquía, el Espíritu Santo". Ibid.:
"Los judíos glorificaron al Padre, pero no le dieron gracias, porque no conocieron al
Hijo; los discípulos conocieron al Hijo, pero no en el Espíritu Santo y por eso le
negaron".
(7T) Sobre la cristología de Hipólito, cf. la larga nota de HARNACK, Dogmenge-
schichte, t. I, pp. 606-608.
92 HISTORIA DE LA IGLESIA
V
MARTIRIO DE HIPÓLITO Este rápido recorrido por la teología de Hipó-
la DE PONCIANO lito nos hace entrever las muchas influencias
que h a n dejado en ella su rastro. Vemos el
subordinacianismo de los apologistas, más acentuado y peligroso; puédense
reconocer por otra parte rasgos de la cristología de Ireneo ( 7 8 ) ; y el método
exegético, por sus atrevimientos, nos hace presentir ya a Orígenes ( 7 9 ) . Aña-
damos que este polemista t a n desconfiado con respecto a la filosofía griega,
h a tomado muchos elementos del helenismo. Espíritu más bien flexible,
polemista apasionado, retórico brillante pero sin profundidad, Hipólito repre-
senta por sus cualidades y por sus defectos, la ciencia ambiciosa enfrentada con
la fe común; frente a los obispos de Roma, Ceferino y Calixto, que mantenían
cerca de sí agrupados a la gran masa de fieles, él se aisla, se separa, arras-
trando en su secesión a su pequeña iglesia.
La persecución de Maximino, al deportarle a Cerdeña junto con el papa
Ponciano, en 235, le volvió a su deber, reconciliándolo con su jefe legítimo.
Ponciano renunció a su cargo; Hipólito sin duda hizo lo mismo; los dos
murieron mártires y sus cuerpos trasladados a Roma fueron recibidos con
idéntico honor por la Iglesia i80).

VIDA Y OBRAS DE HIPÓLITO Hipólito, del que tanto venimos hablando en


las páginas que preceden, fué durante siglos
u n personaje rodeado de cierto misterio. Eusebio ( 81 ) y San Jerónimo ( 8 2 )
conocen su nombre y muchas de sus obras y saben que es obispo; pero n o
pueden decir de qué Iglesia. El papa Dámaso le hace partidario de Novaciano
y el poeta Prudencio, después de repetir lo mismo, añade el suplicio del hijo
de Teseo: Hipólito m u r i ó arrastrado por caballos C 83 ).
En 1551, se exhumó, en el terreno del antiguo cementerio de la vía Tibur-
tina, u n a estatua mutilada que se reconoció como la de Hipólito. " E n
los laterales de la silla está grabado, en caracteres griegos, u n ciclo pas-
cual que comienza en el año primero de Alejandro Severo (222) y com-
prende u n período de 112 años; en uno de los pies de la silla, u n catálogo
de o b r a s . . . Este catálogo, grabado en mármol en el siglo n i , tiene u n interés
excepcional para la historia de los orígenes del cristianismo" ( 8 4 ) . La estatua
erigida en vida del mismo Hipólito por sus admiradores, nos da a conocer
las obras por él compuestas hasta la fecha de su erección, es decir, según
parece, antes del 224 ( 8 5 ) .

(78) p o r ejemplo, en De Christo et Antichristo, ni, LXI; cf. D'ALES, op. cit., p. 38;
HARNACK, loe. cit., citando a OVEHBECK, Qucest. Hippol. specimen, Jena, 1864.
(79) Hipólito estuvo en relaciones personales con Orígenes; en presencia suya, dice
San JERÓNIMO (De viris illustribus, LXI), pronunció la homilía De laude Domini Salva-
toris. Cf. infra, p. 219.
C80) Cf. D'ALES, Hippolyte, p. 7.
(81) Hist. Eccl, VI, xx.
(82) De viris illustribus, LXI.
(83) Esta incertidumbre y las varias contradicciones están expuestas por D'ALES,
Théologie de Saint Hippolyte, introducción, pp. I-XLVI. Los textos antiguos que se
refieren a Hipólito han sido reunidos por H. ACHELIS, Hippolytstudien, Leipzig, 1897,
en la colección Texte und Untersuchungen zur Geschichte der altchristlicken Literatur,
t. XVI, 4.
( 84 ) D'ALES, op. cit., p. III; cf. p. XLIII y ss.
(85) Este ciclo pascual, que se atribuía a Hipólito, avanzaba cada año cinco horas
sobre el tiempo lunar: en el año 236, la diferencia era de dos días entre la luna
llena verdadera y la que indicaba el canon de Hipólito. Es muy poco probable que
hubiese sido grabada en mármol, cuando su inexactitud era ya manifiesta y menos
CONTROVERSIAS ROMANAS, SIGLOS I I Y III 93

LOS PHILOSOPHUMENA En 1842, Mynoides M y n a s trajo del monte Athos


a París los Philosophumena y Miller los editó
en 1851 como obra de Orígenes, según rezaba el manuscrito.
En 1859 Duncker y Schneidewin hicieron u n a nueva edición, pero atri-
buyéndola a Hipólito; después de algunas vacilaciones se impuso esta atri-
bución a los historiadores y así se hizo luz sobre u n a biografía, hasta entonces
t a n oscura.
Hipólito, presbítero romano bajo Ceferino, rompió con la Iglesia al adveni-
miento de Calixto (217). Bajo Maximino (235) fué deportado a Cerdeña al
mismo tiempo que el obispo Ponciano y allí murió. Con su martirio des-
apareció de Roma su cisma; sin embargo, a l g ú n recuerdo quedó de él,
pues más tarde hicieron a Hipólito partidario del cisma de Novaciano. Su
actitud y el que sus obras estuviesen escritas en griego, desviaron de él la
tradición romana. Acerca de su vida y de la sede que ocupó, continúa la
incertidumbre ( 8 6 ) .

LA TRADICIÓN APOSTÓLICA Entre las obras de Hipólito hemos mencio-


nado la Tradición apostólica sobre los ca-
rismas; y es preciso que hablemos ahora más detenidamente de este libro,
pues no h a y n i n g u n o en la obra de Hipólito, que h a y a costado tanto trabajo
identificar y que ofrezca m a y o r interés.
La Tradición apostólica h a sido conocida por m u c h o tiempo con el título
de Ordenación de la Iglesia de Egipto ( 8T ) y ha sido preciso desembara-
zarla de todo u n conjunto de colecciones canónicas de carácter disciplinar y
litúrgico y que datan en su m a y o r parte del siglo iv ( 8 8 ) .

aún que haya sido erigida la estatua después del 235, cuando la confesión de Hipólito
hizo olvidar su cisma y reconcilió a sus partidarios con la Iglesia. Por el contrarío,
en 222, fecha de la muerte de Calixto, a u n no aparecía la inexactitud del cómputo (no
será sensible hasta el 224) y el cisma mantenía violentamente, frente a la Iglesia, al
grupo de sus fieles con su obispo.
( 86 ) Algunos de estos datos están hoy fuera de duda; la fecha de su nacimiento
es uno de los más inciertos; TIXERONT la fija hacia el 170-175; es verosimil, pero si se
admite que conoció en Roma a Ireneo (antes del 177) es preciso retrasar esa fecha.
Los escritos más importantes son: De Christo et Antichristo, hacia el 200; in Da-
melem, del 200 al 204; Adversus Noetum, entre el 200 y el 210; Traditio Apostólica,
217; Philosophumena, después del 222; Adversus hmresim Artemonis, 230; Chronica,
después del 234; cf. D'ALÉS, op. cit., pp. XLVII-XLVIII.
( 8T ) No se nos ha conservado el texto original de este libro, pero poseemos varias
versiones, de las cuales la más antigua y la más fiel es una traducción latina conser-
vada en un palimpsesto de Verona, desgraciadamente mutilado; edición de HAULER,
Didascaliae apostolorum fragmenta Veronensia latina, Leipzig, 1900. Tres versiones
orientales copta, etíope y árabe nos dan otra recensión del libro. HORNER ha publicado
una edición inglesa de estas tres versiones, The Statutes of the Apostles, Londres, 1904.
Edición con texto latino e inglés: Dom CONNOIXY, The so-called Egyptian Church Or-
der and derived Documents. Texis and Studies, VIII, 4, 1916, pp. 175-194. Traducción
latina, según la versión copta, F Ü N K , Didascalia et Constitutiones Apostolorum, II
(Paderborn, 1905), pp. 97-119; DUCHESNE ha publicado en gran parte la Tradición
Apostólica en su obra Origines du Cuite chrétien, 5* edición, 1920, pp. 545-556.
(88) Estas colecciones son: Cánones de Hipólito, traducidos del griego al copto y del
copto al árabe. Traducción latina de Dom HAPJEBERG, Munich, 1870, reproducida y
comentada por ACHELIS, Die Aeltesten Quellen des orientalischen Kirchenrechtes,
Leipzig, 1891. Traducción alemana de RIEDEL, Die Kirchenrechtsquellen des Patriar-
chats Alexandrien, 1900, pp. 193-230.
Constituciones Apostólicas. Esta colección ha sido atestiguada por primera vez por
el SEUDO IGNACIO, Ad Tralh, vil, 3 y resumida por el escritor que interpoló las cartas de
San Ignacio a finales del siglo cuarto. Los seis primeros libros son un retoque, una
94 H I S T O R I A DE LA IGLESIA

El mérito de esta identificación pertenece sobre todo a Dom Connolly C 89 ),


el cual ha demostrado que la llamada Ordenación de la Iglesia de Egipto,
es en realidad la Tradición apostólica de San Hipólito y que de ella deri-
van, independientemente unos de otros, los Cánones de Hipólito, las Constitu-
ciones apostólicas, a que sigue el Epítome, y el Testamento.
Esta tesis recibida en u n principio con algunas dudas C90) fué ganando
poco a poco partidarios y por fin llegó a ser la opinión común ( 9 1 ). Tiene en
verdad a favor suyo argumentos decisivos ( 9 2 ) ; sin embargo, deben interpre-
tarse con ciertas reservas. Las colecciones canónicas están expuestas, más que
otra clase de obras, a las refundiciones; no llevan la marca personal de u n
escritor, presentan una legislación y u n formulario que por ciertos intereses
pueden modificarse. El libro que ahora nos interesa debe ser estudiado con
tanta más atención cuanto que no tenemos el original, que está representado
por dos grupos de versiones, de los cuales el uno es incompleto, y el otro,
poco fiel ( 9 3 ).
Al citar textos de Hipólito recurriremos a la versión de Verona o Epítome,
siempre que contenga fragmentos del original. Hechas estas observaciones,
estudiaremos, en sus partes principales, esta antigua liturgia.

LA LITURGIA DE HIPÓLITO La Tradición Apostólica de Hipólito es sin


duda la colección litúrgica más antigua que
haya llegado hasta nosotros. Como antes lo hicimos notar ( 9 4 ), las plegarias
de San Clemente, de la Didaché, de San Policarpo, no nos dan fórmulas litúr-
> gicas impuestas por la autoridad de la Iglesia; son plegarias de libre inspira-

refundición de los Didascalia Aposiolorum, cf. supra, p. 73; el séptimo es en gran


parte una reproducción de la Didaché; y el octavo, el único que nos interesa ahora,
depende de la Tradición Apostólica. Edic. FUNIS, Didascalia et Constitutiones Apos-
iolorum, t. I, 1905.
El Epítome, redacción abreviada de las Constituciones Apostólicas, pero que en la
ordenación del obispo y del lector reproduce el texto original de Hipólito, edic. FUNK,
op. cit., t. II, pp. 77-84.
El Testamento de Nuestro^ Señor -Jesucristo. Texto siriaco, edición de RAHMANI,
Maguncia, 1899.
( 89 ) Lo ha demostrado en 1916 en( la obra citada (p. 107, n. 2). Le habían prece-
dido por este camino, E. VON DER GOLTZ en 1906 y E. SCHWARTZ en 1910. Los tres tra-
bajaron independientemente. El libro de GONNOLLY es el más completo y el que ejer-
ció influencia decisiva.
(90) TIXERONT, Patrologie, p. 283, se mostraba reservado, y lo mismo WATKINS, op.
cit., t. I, p. 131.
( 91 ) D'ALÉS, Recherches de Science religieuse, t. VIII (1918), pp. 132-148; WILMART,
en Revue du Clergé francais, t. XCVI, pp. 95-116; AMANN, art. Hippolyte, en Dict.
de Théol. caih., col. 2503; CABROL, Dict. de Arch., art. Hippolyte, col. 2411; DUCHESNE,
en la quinta edición de sus Origines du cuite chrétien (supra, p. 93, n. 87).
( 92 ) El ayuno pascual no comprende todavía más que uno o dos días: es la antigua
costumbre; los Cánones y las Constituciones conocen ya el ayuno de cuarenta días.
La eucaristía es todavía recibida y conservada a domicilio. Se da a los neófitos en la
primera comunión, una mezcla de agua y miel. A estos rasgos que atestiguan la anti-
güedad del documento, hay que añadir los que guardan usos romanos o expresiones
familiares a Hipólito. Cf. Dom CONNOLLY, op. cit., sobre todo pp. 55-135.
( 93 ) Así en la traducción latina de FUNK, según el copto, so lee este símbolo que el
diácono hace recitar al neófito que va a bautizar: "Credo in Deum unum Verum, Pa-
trem Omnipotentem, et in Filium ejus Unigenitum, Jesum Christum, Dominum et
Salvátorem nostrum, et in Spiritum ejus Sanctum, omnia vivificantem, trinitatem con-
substantialem, deitatem unam". . . (edic. FUNK, p. 11Q). Nadie debe esperar encontrar
en Hipólito "trinitas consubstantialis".
(9*) Cf. supra, p. 61.
CONTROVERSIAS ROMANAS, SIGLOS II Y III 95

ción, que se ajustan a los temas tradicionales; las descripciones que San Jus-
tino nos ha dejado de las misas dominical y bautismal ( 95 ) atestiguan clara-
mente la parte que se dejaba a ú n a la improvisación del oficiante. En Hipó-
lito, ya no es así: tenemos en él el uso litúrgico codificado ( 9 6 ). Es verdad
que el libro que lo contiene ha sido redactado por Hipólito, ya cismático, con
destino a su pequeña iglesia; pero Hipólito, según ya lo hemos visto, no es u n
innovador; su posición es la de campeón de la tradición; y se puede admitir
que en su conjunto el uso litúrgico codificado es el uso tradicional; habría
modificado algunos detalles o acentuado las fórmulas, según sus preferencias
personales; pero ha respetado las líneas generales ( 9 7 ).
La primera función litúrgica que describe Hipólito es la consagración del
obispo: "el obispo es elegido por todo el pueblo. Cuando ha sido nombrado
y unánimemente aprobado, se convoca u n domingo al pueblo con el presby-
terium y a todos los obispos presentes. Con el consentimiento de todos (los
obispos) le imponen las manos en silencio, asistiendo el presbyterium en pie.
Oran todos en silencio, implorando la venida del Espíritu. Uno de los obis-
pos presentes, a instancias de los circunstantes, impone las manos al obispo
que quiere consagrar, diciendo esta oración:
"Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de toda
consolación, que habitas en lo alto de los cielos y ves todo lo que hay aquí abajo, que
conoces todas las cosas antes de su nacimiento... Tú, Padre, que conoces el corazón,
da a éste tu servidor que has escogido para el episcopado, apacentar tu santo rebaño,
hacer presente ante ti la primacía del sacerdocio, sirviéndote con fidelidad de día y de
noche; que sin cesar implore la clemencia de tu rostro, que administre según 9tus
mandatos, que desate lo que esté atado, según el poder que diste a los apóstoles ( 8 );
que te agrade por la mansedumbre y la pureza del corazón, ofreciéndote olor de suavi-
dad por tu Hijo Jesucristo, por quien es la gloria, poder y honor a ti Padre, Hijo
y Espíritu Santo, ahora y por todos los siglos de los siglos" ( 9 9 ).

Luego de esta consagración, el nuevo obispo es saludado por todos, dándose


el beso de paz y después celebra el sacrificio eucarístico. Al describir la misa
pontifical, Hipólito trae la anáfora eucarística. Este venerable texto merece
ser reproducido:
"Te damos gracias, oh Dios, por tu Hijo ( 10 °) muy amado Jesucristo, que nos has
enviado en estos últimos tiempos como Salvador, redentor y ángel (mensajero) de tu
voluntad; que es tu Verbo inseparable, por quien has hecho todo y en quien te has

(9B) Cf. supra, t. I, p. 298.


(96) En un pasaje, sin embargo, aparece aún la parte dejada a la inspiración personal.
Cf. supra, p. 61, n. 72.
(9T) Dom CABROL ha hecho con mucho detalle este estudio en su artículo Hippolyte
et son ceuvre liturgique, Dict. d'Arch., t. VI, 2, cois. 2409-2419.
(98) Nótese esta mención del poder de las llaves; prueba de que, si Hipólito se opuso
a las reformas de Calixto, no puso en duda el poder de los obispos de perdonar los
pecados.
(99) En esta doxologia, Cristo interviene dos veces: como Mediador ("por quien".. .)
y como objeto de la doxologia con el Padre y el Espíritu Santo. No parece del texto
primitivo esta repetición; habrá que imputarla a los traductores, etíope o latino. Cf.
Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 623-623.
(100) Como en el texto precedente traducimos por hijo la palabra latina "puer", que
traduce el griego 7roís. Este término, que significa también siervo, viene de los
Setenta, que lo aplican al Mesías "Siervo de Yahve"; de aquí pasó a algunos textos
del Nuevo Testamento, y luego a algunos Padres antiguos: Didaché, Atenágoras, Ber-
nabé, Clemente de Alejandría; cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. I, p. 346; t. II,
pp. 180, 393, 496, 502. Cuando los escritores cristianos lo aplican a Cristo, tiene en
general el significado de "Hijo"; y ése es el que se le da en este lugar.
96 HISTORIA DE LA IGLESIA

complacido. T ú lo enviaste del cielo al seno de la Virgen, donde se encarnó y se


manifestó como Hijo tuyo, nacido del Espiritu Santo y de la Virgen; cumpliendo tu
voluntad y conquistándote u n pueblo santo, extendió las manos en la pasión para
librar del sufrimiento a los que creyeron en Ti. Y cuando se entregaba voluntariamente
a la pasión, para destruir la muerte, quebrantar las cadenas del demonio y hollar
el infierno, iluminar a los justos, fijar u n término, manifestar la resurrección, to-
mando el pan y dando gracias, dijo: «Tomad, comed, éste es m i cuerpo, que será
triturado por vosotros.» Del mismo modo el cáliz, diciendo: «Esta es 'mi sangre que
será derramada por vosotros; cuando hagáis esto, hacedlo en memoria mía.» Conme-
morando, pues, su muerte y su resurrección, te ofrecemos el pan y el cáliz, dándote
gracias; porque te has dignado permitirnos que nos presentemos delante de ti y te
sirvamos. Y te pedimos que envíes tu Santo Espíritu sobre la oblación de la santa
Iglesia; y que, reuniéndonos a todos en uno, concedas a todos los santos que comulgan,
estar líenos del Espíritu Santo, fortificados en la fe verdadera, para que te. alabemos
y te glorifiquemos por tu Hijo Jesucristo, por quien es la gloria y el honor a ti Padre e
Hijo, con el Espíritu Santo, en la santa Iglesia, ahora y por todos los siglos de los
siglos."

E n esta h e r m o s a p l e g a r i a p u e d e n r e c o n o c e r s e r a s g o s p e r s o n a l e s d e H i p ó -
l i t o ( 1 0 1 ) . E l c o n j u n t o es p r o f u n d a m e n t e t r a d i c i o n a l , es l a a c c i ó n d e g r a c i a s
« o eucaristía p r o p i a m e n t e dicha. E l beneficio m á x i m o p o r el q u e la Iglesia
d a g r a c i a s a D i o s , es e l b e n e f i c i o d e l a e n c a r n a c i ó n d e l V e r b o y d e l a r e d e n -
c i ó n q u e es s u f r u t o . E s t e r e c u e r d o d e l a p a s i ó n d e l S e ñ o r i n t r o d u c e el r e l a t o
de la Cena, e n q u e v a n las palabras de la consagración; luego en u n a a n a m -
nesis m u y breve recuerda la m u e r t e y la resurrección del Señor; por fin, la
o f r e n d a d e los d o n e s c o n s a g r a d o s y la epiclesis o i n v o c a c i ó n d e l E s p í r i t u
S a n t o : l a I g l e s i a p i d e q u e e l E s p í r i t u S a n t o , d e r r a m a d o sobre l a o b l a c i ó n ,
c o n s a g r e l a u n i d a d d e los c r i s t i a n o s y f o r t i f i q u e s u fe ( 1 0 2 ) .
Esta l i t u r g i a eucarística, t a n fuertemente enraizada e n el pasado, h a
ejercido g r a n influencia en la tradición litúrgica posterior, p a r t i c u l a r m e n t e
en Occidente ( 1 0 3 ) . Además de la consagración episcopal y de la anáfora
eucarística, debemos hacer notar a ú n la liturgia b a u t i s m a l de Hipólito. Este
t e x t o t i e n e u n i n t e r é s p a r t i c u l a r p o r q u e e n l a f ó r m u l a d e l b a u t i s m o se i n s e r t a
el s í m b o l o b a u t i s m a l ( 1 0 4 ) :

"(Que el catecúmeno descienda al agua y el sacerdote ponga la mano sobre él y le


pregunte: ¿Crees en Dios Padre todopoderoso? El bautizando responderá: creo). Te-
niendo la mano sobre la cabeza, le bautiza por primera vez.

( 1 0 1 ) Por ejemplo, en la doxología, la adición de las palabras "en la santa Iglesia",


cf. supra, p. 61. Es propia de Hipólito la idea de que en la encarnación es donde apa-
reció como Hijo. Cf. Adv. Noet-, iv, y supra, p. 90. Cristo "extendiendo las manos
en la pasión" es una evocación m u y cara a Hipólito; lo mismo que la expresión " u t
resurrectionenr manifestet": cf. Philosophumena, X, x x x n i , 17.
( 1 0 2 ) Sobre esta epiclesis, LIETZMANN, Messe und Herrenmahl, pp. 80-81. Se leerá
también con interés la discusión sobre esta epiclesis, de J. W . TTHER y Dom CONNOIAY,
en Journal of Theol. Studies, t. XXV, pp. 139-150 y 337-364; asimismo, el artículo de
Dom CASEL, en Jahrbuch für Liturgiewissenschaft, t. IV, pp. 169-178.
(103) "Podemos afirmar que todas las liturgias se pueden reducir a dos formas pri-
mitivas: la liturgia romana de Hipólito y la egipcia. Este es el resultado más impor-
tante del estudio que precede" (LIETZMANN, Messe und Herrenmahl, p. 174). El punto
de partida para el estudio de estas liturgias es, por una parte, el texto de Hipólito,
y, por la otra, la anáfora de Serapión. En este volumen no podemos hablar de esta
anáfora que pertenece al siglo iv.
(104) Aquí, como siempre, el texto de Hipólito lo tenemos atestiguado bajo dos
formas principales: la una oriental, que se encuentra en la versión árabe, etíope y
copta; la otra occidental, en la versión latina. Esta última es más antigua y autorizada
y es la que seguimos. Presenta al principio una laguna, a consecuencia de las hojas
que faltan en el palimpsesto de Verona; el texto, reconstruido conjeturalmente por
medio de las otras versiones, lo hemos puesto arriba entre paréntesis.

i
i
CONTROVERSIAS R O M A N A S , SIGLOS I I Y I I I 97

"Luego diga: ¿Crees en Cristo Jesús, Hijo de Dios, que nació por obra del Espíritu
Santo, de la Virgen María, que fué crucificado bajo Poncio Pilato, murió, fué sepul-
tado, resucitó de entre los muertos, subió a los cielos, está sentado a la diestra de
Dios Padre, y vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos? y cuando responda, creo,
sea bautizado de nuevo.
"Después diga: ¿Crees en el Espíritu Santo, en la santa Iglesia y en la resurrección
de la carne?; que el bautizando, diga: creo, y se lo bautiza por tercera vez.
"Cuando sube del agua, el sacerdote le hace la unción con el óleo consagrado, diciendo:
Yo te unjo con el óleo Santo, en nombre de Jesucristo. Después de secarse, todos se
vistan y entren en la iglesia.
"Imponga entonces las manos el sacerdote, diciendo esta oración:
"Señor Dios que te has dignado perdonar a éstos sus pecados, por el baño de la
regeneración del Espíritu Santo, derrama sobre ellos t u gracia, a fin de q u e te sirvan
según tu voluntad; porque a T i es la gloria, Padre, Hijo y Espíritu Santo en la santa
Iglesia, ahora y por los siglos. Amén.
"Luego, extendiendo con su mano el óleo consagrado sobre la cabeza, diga: Yo te
unjo con el óleo santo en el nombre del Padre, Señor todopoderoso, y de Cristo Jesús
y del Espíritu Santo. Y signándoles sobre la frente, les dé el beso de paz, diciendo:
El Señor sea contigo. Y el que h a sido signado, responda: Y con tu espíritu. Lo hace
así con cada uno de ellos.
"En adelante, oren con todo el pueblo; pero antes de recibirlo todo, n o oren con los
fieles. Después de la oración dense mutuamente el beso de paz" ( 1 0 B ).

Esta f ó r m u l a l i t ú r g i c a n o s d e s c r i b e e n t o d o s s u s d e t a l l e s e l r i t o d e l b a u -
tismo: e l b a u t i s m o es a d m i n i s t r a d o o r d i n a r i a m e n t e p o r i n m e r s i ó n ( 1 0 6 ) ; esta
i n m e r s i ó n se r e p i t e t r e s veces ( 1 0 7 ) , p r e c e d i e n d o s i e m p r e u n a p r e g u n t a y u n a
respuesta; e l neófito profesa s u fe e n c a d a u n a d e l a s t r e s p e r s o n a s d e l a
Santísima T r i n i d a d , P a d r e , H i j o y E s p í r i t u S a n t o ( 1 0 8 ) .
E l rito b a u t i s m a l t e r m i n a c o n l a u n c i ó n c o n e l óleo c o n s a g r a d o . E l m i n i s t r o
del b a u t i s m o es e l s a c e r d o t e .
A continuación, i n t e r v i e n e el obispo: i m p o n e las m a n o s a los recién b a u t i -

(105) Qf. este texto en D o m CONNOIAY, op. cit., p . 185. Sobre el símbolo bautismal,
cf. Dom CONNOLLY, On the Text of the baptismal Creed of Hippolytus, en The Journal
of Theol. Studies, t. XXV, 1924, pp. 131-139; D . B- CAPEIXE, Le Symbole romean au
II* siécle, en Revue Bénédictine, t. X X X I X , 1927, pp. 33-34; Les origines du Symbole
romain, en Recherches de Théol. ancienne, t. I I , 1930, p p . 5-20, y nuestra Histoire du
dogme de la Trinité, t I I , p p . 162-166.
(106) Citamos antes (t. I, pp. 218) el texto de la Didaché, vil, que prescribe como
regla general el bautismo por inmersión; pero autoriza el bautismo por infusión cuando
falte agua para inmergirse. E n el siglo tercero se administraba el bautismo por infu-
sión a los enfermos y Cipriano defendió su validez (Epist. LXIX, 12-16); pero el
papa Cornelio, discutiendo el caso de Novaciano, estima que los que h a n sido bau-
tizados así no pueden ser admitidos e n el clero (EUSEBIO, Hist. Eccl., V I , XLIII, 1 7 ) ;
así también el canon 12 del concilio de Neocesárea (314-315) en M A N S I , I I , 542;
HEFELE-LECLERCX}, Histoire des Conciles, t. I, p. 333. Cf. D'ALÉS, De Baptismo, p . 39.
( 107 ) En el texto de la Didaché citado arriba (n. 106), se prescribe de la misma ma-
nera para el bautismo por infusión una triple infusión. E l rito de. la triple inmersión
es mencionado frecuentemente en los documentos de los siglos tercero y cuarto. Cf.
Histoire du dogme de la Trinité, t. I I , p p . 138-144.
(108) £ n e i texto de Hipólito n o se ve otra fórmula bautismal que estas preguntas
y respuestas. Dom DE P U N I E T , después de citar otros textos parecidos, concluye (Dict.
d'Arch., art. Baptéme, col. 342): "Se nos hace difícil resistir a la impresión de que
en algunas comarcas al menos, las interrogaciones de fide que contienen la mención
expresa de las tres Divinas Personas, h a n hecho veces de fórmula bautismal. Admitiendo
la hipótesis, en lo que respecta a los documentos antiguos, sería la m á s apta para
explicar la doble particularidad señalada más arriba". A. D'ALÉS observa que esta
opinión ha sido sostenida por liturgistas autorizados, Dom DU FRISCHE (1693) y Dom
LE NOOTKY (1724). Y añade: "Illa sententia, nuper instaúrate a P . de Puniet, nostro
judicio videtur posse defendi".
98 HISTORIA DE LA IGLESIA

z a d o s , u n g i é n d o l e s c o n óleo l a c a b e z a y s i g n á n d o l e s e n l a f r e n t e . E s el s a c r a -
m e n t o de la confirmación, conferido después del b a u t i s m o (109).

(109) £j D'ALES, Recherckes de Science religieuse, t. VIII, 1918, p. 137, n. 3. Subraya


entre otros rasgos romanos de esta liturgia "la distinción en el rito bautismal de dos
unciones, la una realizada por el sacerdote cuando el neófito sale de la piscina bautis-
m a l ; la otra, reservada al obispo después de la imposición de las manos, ^a primera
es u n rito secundario del bautismo; la segunda, el sacramento de la confirmación. Esta
distinción que se buscaría en vano en los documentos del África latina, aparece en
u n documento romano del año 416, la célebre decretal del papa Inocencio I a Decencio,
obispo de Igubio (Gubio). El primer testimonio nos lo da el texto de Hipólito dos siglos
antes". Cf. V A N DEN EYNDE, Baptéme et confirmation d'aprés les constitutions aposto-
liques, VII, 44, 3 ; Recherckes de Science religieuse, t. X X V I I , 1937, pp. 196-212, en par-
ticular pp. 205-208. Cf. P. GALTIER, Imposition des mains et bénédictions au baptéme,
ibíd-, pp. 464-466. Son nuevos estudios acerca de esta cuestión. — Los Excerpta litúrgica
de Hipólito han sido editados por J. QUASTEN, Monumenta eucharistica et litúrgica
vetustissima, parte I, Bonn, 1935, en la colección Florilegium patristicum, fase. VIL
CAPITULO IV

LA IGLESIA Y EL E S T A D O ROMANO D E S D E E L ADVENIMIENTO


D E SEPTIMIO S E V E R O H A S T A EL D E DECIO ( 1 9 3 - 2 4 9 ) (*)

§ 1. — La p e r s e c u c i ó n de S e p t i m i o S e v e r o

NUEVO CARÁCTER DE LAS El nuevo período que, en las relaciones de


RELACIONES ENTRE LA la Iglesia y el Estado romano, se abre con el
IGLESIA Y EL ESTADO reinado de Septimio Severo (193), en el pon-
ROMANO DESDE tificado del papa Víctor (189-199), sucesor
EL ADVENIMIENTO DE de Eleuterio, no vio la abolición del régimen
SEPTIMIO SEVERO (193) legislativo al que estaban sometidos los cris-
tianos desde hacía más de cien años. Si la
autoridad imperial tuvo actos de verdadera tolerancia, lo que sucedió por pri-
mera vez en tiempo de Cómodo, no se modificaron los principios n i se abrogó
la ley antigua. De la noche a la mañana, la justicia romana podía ser
puesta en movimiento contra los cristianos sólo por acusaciones privadas.
Septimio Severo adopta u n a nueva actitud que muchos de sus sucesores
imitarán: la autoridad pública toma, en ocasiones que por lo demás varia-
rán, la iniciativa en la persecución. La regla de Trajano: "conquirendi non
sunt", se abandona; comienza la era de las persecuciones por edictos; y corre-
lativamente la persecución por acusaciones privadas se va haciendo cada vez
más rara; quizá hasta llega a desaparecer; como si la actividad directa del
poder contra los cristianos amortiguase la de los particulares, al dejarla sin
(!) BIBLIOGRAFÍA. — La misma bibliografía general que para los capítulos VIII
y IX del tomo primero, anotando que los Ausgewáhlte Martyrerakten de KNOPFF
han tenido una tercera edición en 1929, revisada por G. KRÜGER.
Sobre la persecución de Septimio Severo se puede consultar A. DE CEULENEER,
Essai sur la vie et le régne de Septime Sévére, en Mémoires de la Académie Royal
de Belgique, t. XLIII, Bruselas (1880); C FUCHS, Geschichte des Kaisers L. Septimius
Severus, Viena (1884); M. PLATNAUER, The Ufe and reign of the Emperor Lucius
Septimius Severus, Oxford (1918); J. HESEBROCK, Untersuchungen zur Geschichte
des Kaisers Septimius Severus, Heidelberg (1921); FLUSS, Severus, en PAULY y
WISOWA, Real-Encyclopádie, serie segunda, t. II (1922).
Sobre Severo Alejandro: artículo Aurelius, n* 221, en PAULY y WISOWA, Real-Ency-
clopádie, t. II (1896); W. THIELE, De Severo Alexandro imperatore, Berlín (1909); A.
JARDÉ, Eludes critiques sur la vie et le régne d'Alexandre Sévére, París (1925).
Sobre el ambiente intelectual del tiempo de Severo y sus relaciones con el cristia-
nismo: J. RÉVILLE, La religión á Rome sous les Sévéres, París (1886); K. BIHLMEYER,
Die syrischen Kaiser zu Rom (211-235) und das Christentum, Rottemburgo (1916).
Sobre la persecución de Maximino, HOHL, articulo Julius, n ' 526 en PAULY y
WISOWA, Real-Encyclopádie, t. X (1917).
Sobre el reinado de los Felipe, STEIN, artículo Julius, n<°s. 386-387, ibíd.
Sobre la actitud general del Estado romano se puede añadir a los trabajos ya
mencionados en el tomo primero: G. COSTA, Religione e política nell'impero romano,
Roma (1923); E. CICOOTTI, II problema religioso nel mundo antico, Milán, Genova,
Roma, Ñapóles (1933); A. PINCHERLE, Cristianesimo e Impero romano, en Rivista
storica italiana, serie IV, vol. 4 (1933), pp. 454 y s.
99
100 H I S T O R I A DE LA IGLESIA

objeto, quitándole las ocasiones de ejercitarse o, como, si por el contrario,


n o hiciese otra cosa que renovar el fuego de aquéllas en vías de extinción.

TOLERANCIA DURANTE En los comienzos de este período coexiste el ré-


EL PRIMER PERIODO gimen antiguo con las primeras manifestacio-
DEL REINADO nes de la nueva política. Así, bajo Septimio
Severo, los cristianos viven sometidos todavía,
según las circunstancias y los lugares, a las diversas vicisitudes, característi-
cas del período anterior. El emperador no parecía personalmente m a l dis-
puesto; los cristianos tienen acceso al palacio, aunque a veces sean moles-
tados; pues que u n día el joven Antonino Caracalla, heredero del imperio
y cuya nodriza había sido cristiana ( 2 ), se quejaba de que uno de sus com-
pañeros de juego había sido azotado, por creérsele cristiano ( 3 ) . Las princesas
de la familia imperial, interesadas como sirias por todo lo religioso, pudieron
sentirse atraídas por el cristianismo; con todo no podemos afirmarlo más que
d e una sobrina del emperador, Julia M a m m e a ; y a u n de ésta, en el momento
e n que su hijo Alejandro subió al trono ( 4 ) . El mismo Septimio Severo se
opuso, según dice Tertuliano, a una manifestación popular de hostilidad con-
tra los cristianos ( 5 ). Pero todo esto no impidió que la legislación antigua
fuese a veces aplicada con toda crueldad: tres libros de Tertuliano, com-
puestos entre 197 y 202, Exhortatio ad martyres, Ad nationes y Apologeticum
respiran indignación por el espectáculo de tantos cristianos y cristianas con-
denados por la fe, en el África, por gobernadores que en más de una ocasión
parecen obrar arrastrados por el odio popular.

EDICTO CONTRA EL Entre el 200 y el 202 se produjo la nueva


PROSELITISMO CRISTIANO situación. El emperador, en el momento en
que abandonaba el Oriente, adonde le había
llevado en 197 la guerra contra los partos, resolvió cortar de una vez el
proselitisifío judío y el proselitismo cristiano. ¿Cuáles fueron las causas de
esta determinación? ¿Las impresiones recibidas durante su larga permanencia
en el Oriente, en donde tomó mujer, y el sentimiento, que en esta perma-
nencia fué arraigándose en él, de que amenazaba al imperio u n grave peligro?
El biógrafo de Septimio Severo nos da a conocer el hecho en términos concisos
y expresivos; pero sin indicarnos los motivos: "Prohibió bajo pena grave ha-
cerse judío, y tomó la misma determinación con respecto a los cristianos" ( 6 ).
La verdad es que respecto a los judíos nada se innovaba; pues la circunci-
sión de los que no eran de familia judía, hacía largo tiempo que estaba
prohibida; la novedad consistía en la prohibición del bautismo cristiano ( 7 ).
(2) Lacte christiano educatus, dice Tertuliano (Apologeticum, xvi).
(*) ESPARCIANO, Caracalla, i, 6, dice: ob judaicam religionem, lo que en esta época
puede designar tanto a un judío como a un cristiano.
( 4 ) Cf. infra, p. 103.
(5) Ad Scapulam, iv, cf. AUBÉ, Histoire des persécuiions de l'Eglise, t. III: Les
chrétiens dans VEmpire romain de la fin des Antonins au milieu du IIle siécle
(180-249), 2 ' edición, p. 92 y ss.
( 6 ) Historia Augusta: Severus, xvii: JudxEos fieri sub gravi pozna vetuit; Ídem
etiam de christianis sanxit.
(7) Es muy difícil fijar la fecha exacta. La Vita Severi, loe- cit., relaciona el edicto
con la estancia de Severo en Palestina, que data en el 202, después de recibir el
consulado en Antioquía. Pero como Severo hizo un viaje a Egipto antes de volver
a Roma, a principios de junio del 202, parece, que es preciso adelantar su perma-
nencia en Palestina hasta el 201 o quizá a finales del 200; cf. G. GOYAU, Chronologie
de VEmpire romain, París, 1891, p. 249, n. 10.
DE S E P T I M I O SEVERO A DECIO 101

¿Tratábase de todo bautismo, aun de los hijos de los cristianos? La relación


con la medida contra los judíos, nos inclina a pensar más bien que se refería
a las nuevas conversiones.

APLICACIÓN DEL EDICTO Si el edicto se hubiera impuesto a rajatabla


o se hubiese tratado de intimidar a los cris-
tianos, la propagación del cristianismo se habría interrumpido. No fué así
o quizá su aplicación no duró mucho tiempo; pues no parece que el movi-
miento de conversiones chocara con graves dificultades. Los autores cristia-
nos que relatan las actas de persecución de esta época no distinguen las
persecuciones que pudieron ser consecuencia del edicto severiano de las q u e
fueron efecto de la legislación anterior.
Pero es m u y probable que fué la ejecución del decreto lo que ocasionó la
desorganización de ese centro de enseñanza religiosa, célebre entre todos, la
escuela de Alejandría ( 8 ) . Su jefe, Clemente, se vio obligado a alejarse; el
discípulo de Clemente, Orígenes, cuyo padre Leónidas acababa de padecer el
martirio, habiendo intentado animosamente reorganizarla, fué perseguido,
pero consiguió escapar de la muerte; en tanto que muchos convertidos, ins-
truidos por él, fueron ejecutados. Hubo otros muchos mártires. Entre los m á s
célebres se cuentan la virgen Potamiena, que fué abrasada con su madre e n
un baño de pez ardiente, y uno de los ministros del prefecto, Basílides, decapi-
tado en Alejandría ( 9 ) .
La persecución llegó al África, donde hizo víctimas tan ilustres como las
mártires Perpetua y Felicidad. Eran dos jóvenes de Teburba (Thuburbo M i -
nus), la una matrona y la otra esclava suya; padecieron en Cartago con otros
cuatro cristianos: los jóvenes Saturnino y Segundo, el esclavo Revocato y su ca-
tequista Saturo, el 7 de marzo del 203, bajo el gobierno interino del goberna-
dor Hilariano que sustituía al procónsul. Perpetua escribió por sí misma el r e -
lato de sus últimos días. Cuando le llegó la hora de morir, u n testigo, que n o
parece ser otro que el mismo Tertuliano, terminó la emocionante narración a
la que añadió u n prólogo, ordenando luego las diversas partes y encuadrándo-
las en una exhortación moral y religiosa ( 1 0 ). No debe por tanto sorprender-
nos que la pasión de Perpetua exhale cierto perfume de montañismo. N o
existe ningún indicio serio, dígase lo que se quiera, de las visiones que Per-
petua tuvo en la cárcel, y que ella y sus compañeros hubiesen profesado
la misma fe que el narrador de sus suplicios. Aparecen sí como "espirituales",
cristianos de vida interior m u y profunda; pero siempre, a u n en la exaltación
del martirio, tienen u n sentido de moderación, u n gusto de humanismo, u n
aire de dignidad romana, que conmueve hasta lo más íntimo. El rasgo de
pudor de Perpetua, apresurándose a cubrir las desnudeces con los girones del
vestido destrozado por la vaca furiosa que lanzaron contra ella y luego reco-
giendo el cabello sobre la frente y ajustándolo con u n broche, no puede olvi-
darse; como tampoco el gesto de gracia maternal con que tiende sus manos

(8) Cf. t. I, pp. 311 y 352.


(9) EUSEBIO, Hist. Eccl, VI, v.
(10) Texto en P. L., III, 13-58; ARMITAGE ROBINSON, Texts and Studies, I, 2, Cam-
bridge, 1891; FBANCHI DE'CAVALIEM, Rómische Quartalschrift, Suplemento, fase. 5,
Roma, 1896; KJTOPF, Ausgewáhlte Martyrerakten, 2° ed., p. 42; trad. francesa en Dom
H. LECLERCQ, Les martyrs, t. I, pp. 120-139; J. VAN BECK, Passio sanctarum Perpetúes
et Felicitatis, Nimega, 1936; P. MONCEAUX, La vraie légende dorée, París, 1928,
pp. 159-188; G. SOLA, La Passione delle ss. Perpetua e Felicita, Roma, 1921, con versión
italiana de la pasión.
102 H I S T O R I A B E LA IGLESIA

a Felicidad, para levantarla del suelo, en que yace medio destrozada. El pue-
blo se conmovió por u n momento y pidió que aquellas dos mujeres saliesen de
la arena. Pero poco después volvió a llamarlas, exigiendo que se les diese la
muerte.
Las pasiones populares estaban todavía desatadas contra los cristianos. Lle-
garon a veces los amotinados a violar los cementerios que, al grito de "Areae
non sint" —"basta de cementerios para los cristianos"— ( 1 1 ) , pretendieron
destruir.
Hubo cierta tregua durante los proconsulados de Julio Asper y de Pudente;
luego, la persecución se desencadenó más terrible, bajo Scápula (211-213);
fueron teatro de dicha persecución la Numidia, la Mauritania y la provincia
Proconsular. Tertuliano intentó disuadir a Scápula con su carta, "mezclando
las razones con los ruegos y las amenazas" ( 1 2 ) , porque, decía, si la perse-
cución continúa, "¿qué haréis de los millares de hombres y de mujeres que
acudirán a ofrecer sus brazos a tus cadenas?" De hecho, la persecució¡n,
después de u n recrudecimiento de todas las violencias, se calmó antes de
terminar su proconsulado Scápula, con el nuevo emperador.
La persecución había llegado ya a otras provincias, además del África del
Norte y del Egipto. U n cristiano de Roma, por nombre Natal, confesó la fe
sin que por ello sufriese la muerte ( 1 3 ) . Hubo mártires en Capadocia, bajo
el legado Claudio Herminiano, que se mostró extraordinariamente riguroso,
aunque, según Tertuliano, víctima de grave enfermedad, casi se convirtió ( 1 4 ) .
U n obispo, Alejandro, estuvo mucho tiempo en prisión ( 1 5 ) y quizá fué ahora
cuando padecieron el martirio algunos cristianos de Frigia ( 1 6 ) .
En cambio, el martirio de San Ireneo, obispo de Lyón después de San Potino,
que habría que colocar bajo Septimio Severo, no es en manera alguna cierto.
La mención del nombre de Ireneo en el Martirologio jeronimiano no basta
para probar semejante suposición: puesto que en él figuran otros nombres de
obispos de Lyón que ciertamente no fueron mártires. Es verdad que San Jeró-
nimo llama, de paso, a Ireneo mártir en su Comentario a Isaías, pero no dice
nada de t a l martirio en De viris ülustribus, en que resume la vida de San
Ireneo.
E n fin, el silencio de Tertuliano que tanto h a hablado de Ireneo en sus
escritos y el silencio de Eusebio en nada favorecen la tradición del martirio
del segundo obispo de Lyón.
La noticia y las circunstancias del martirio de San Andeol, protomártir de la
fe en Viviers, en presencia del mismo Septimio Severo, nos parecerían más
ciertas si estuviesen garantizadas por u n documento más autorizado que los
martirologios de Adón y de Usuardo.
Es posible también que algunos mártires honrados en la región lyonesa,
Chalons, Tournus, Autún, tales como San Alejandro, Epipodio, Marcelo, Va-
lentín, Sinforiano, hayan padecido el martirio en la persecución de Severo,
pero no podemos afirmarlo con certeza.

C11) TERTULIANO, Ad Scapulam, ni.


( 12 ) P. MONCEAUX, Histoire littéraire de l'Afrique chrétienne, París, 1901, t. I, p. 47.
( 13 ) EUSEBIO, Hist. Eccl., V, xxvm, 8. El hecho se atribuye con verosimilitud a
esta persecución; sin embargo, Eusebio no nos transmite la fecha.
( 14 ) TERTULIANO, Ad Scapulam, ni.
( 15 ) EUSEBIO, Hist. Eccl., VI, xn, 5.
( 16 ) Los martirios de Cayo y de Alejandro (EUSEBIO, Hist. Eccl-, V, xvi, 22). La
fecha no se sabe con certeza.
D E S E P T I M I O SEVERO A DECIO 103

§ 2 . — L o s sucesores de S e p t i m i o S e v e r o

CARACALLA El gobierno de Caracalla significa la vuelta a la paz. Apenas


si se pueden citar como ejemplo de rigor contra los cristianos,
el martirio dudoso de u n tal Alejandro, obispo de Toscana ( 1 7 ) ; algunos actos
de hostilidad en Osroenia que pasó ahora a provincia romana y cuyos habitan-
tes cristianos, entre ellos el célebre Bardesanes ( 18 ) pudieron ser molestados
como cristianos y como partidarios del rey desposeído ( 1 9 ). En África conti-
núan las violencias del cruel Scápula. El legado de Numidia y el procurador
de Mauritania se limitaban a usar la espada, cuando se presentaba denuncia
contra algún cristiano; pero Scápula, acogiendo todas las delaciones multipli-
caba los suplicios y el número de cristianos enviados a las fieras ( 2 0 ). Al fin,
sea o no por influjo de la carta de Tertuliano, concluyó por amainarse, las acu-
saciones se hicieron más raras y la provincia pudo respirar tranquila. Desde
ahora, hasta finales del 249, podría gozar treinta y siete años de paz, apenas
turbados u n momento bajo Maximino.

HELIOGABALO El corto remado de Heliogábalo, perfectamente indiferente


para con la vieja tradición romana, no supuso ninguna
nueva amenaza para la Iglesia. Como campeón imperial del monoteísmo
solar, bajo la forma de su dios personal, el Baal de Hémesis, no podía sen-
tirse muy animoso para defender la antigua religión de Roma. Elio Lampridio,
biógrafo suyo en la Historia Augusta, asegura que manifestó deseos de deifi-
car en el Palatino u n Heliogabalum en el que confluyeran los símbolos de to-
dos los cultos, incluso el de la christiana devotio ( 2 1 ). Pero si u n día el cristia-
nismo se hubiese dejado absorber, de grado o por fuerza, por la religión
sincretista de Heliogábalo, sirviendo así a sus planes, la persecución hubiera
recrudecido con el triunfo ( 2 2 ). En 222 el joven emperador fué asesinado
por sus soldados amotinados en su palacio.

ALEJANDRO SEVERO Le sucedió su primo Alejandro Severo que no tenía


más que catorce años de edad. Su madre, Julia M a m -
mea, se interesaba por las cosas del cristianismo; había conversado con Orí-
genes í 2 3 ), e Hipólito le dedicó una obra sobre la resurrección. El mismo
Alejandro tuvo relaciones con el cristiano Sexto Julio Africano, quien formó

(17) La Passio Sancti Alexandri (AA. SS., Septembris, t. VI, pp. 230-235) (dice, que
este obispo fué presentado a Caracalla cuando estaba embelleciendo la villa imperial
de Baccano, a veinte millas de Roma, sobre la "Vía Claudia". No conocemos de aquella
época ninguna sede episcopal en dicha región; quizás se trate de un miembro del
"concilio" romano al cual se hubiera confiado, bajo la dependencia del obispo de Roma
y en representación suya, una porción de su territorio. Por otra parte, el descubri-
miento de ruinas de una villa imperial en Baccano ha permitido identificar con Cara-
calla el Antonino nombrado en las Actas de San Alejandro y ha dado mayor verosi-
militud a su relato. Cf. G. B. DE ROSSI, Baccano (Baccanas) sulla via Cassia. Scoperta
del cimitero di san Alessandro vescovo e martire con parte del suo antico altare
en el Bulletino di archeologia, serie II, año VI, 1875, pp. 142-152.
(18) Sobre Bardesanes, cf. supra, p. 23, n. 73.
(19) EUSEBIO, Hist. Eccl., IV, xxx; cf. infra, p. 111.
(*>) TERTULIANO, Ad Scapulam.
(21 ) ni, 3.
(22
23
) Cf.. Historia Augusta, Heliogabalus, ni.
( ) EUSEBIO, Hist. Eccl, VI, xxi, 3.
104 HISTORIA DE LA IGLESIA

para él la biblioteca del Panteón ( 2 4 ) y Eusebio llega a decir, embelleciendo


las cosas quizá u n poco excesivamente, que la casa imperial estaba en su ma-
yor parte compuesta de cristianos ( 2 5 ). Continúa el movimiento sincretista
que tiende a reunir todas las formas religiosas; pero con u n sincretismo bené-
volo, que busca u n a tolerancia y comprensión m u t u a de todos los cultos;
sin asimilaciones forzadas. Alejandro agrupa familiarmente en su capilla pri-
vada, junto a las imágenes de los emperadores, las de Apolonio de Tyana,
Alejandro Magno, Orfeo, Abrahán y Jesucristo ( 2 6 ). Soñó también, asegura.
su biógrafo, con levantar u n templo a Jesucristo e introducirlo oficialmente
entre los dioses ( 2 7 ). Hizo grabar en los muros de su palacio esta máxima
evangélica, según la forma de la Didaché: "No hagas a otro lo que no quie-
ras que te sea hecho" ( 2 8 ).
Lampridio h a conservado este detalle curioso ( 2 9 ) : queriendo someter a la
elección del pueblo los nombramientos de gobernadores, invocó, en apoyo de
su iniciativa, la práctica de los judíos y de los cristianos para el nombramiento
de sus sacerdotes.
En su tiempo no hubo posibilidad de persecución; hasta parece que la
legislación anterior fué considerada tácitamente como abolida; ya que el
autor de la Vita Alexandri en la Historia Augusta pudo escribir: "Chris-
tianos esse passus est" í 3 0 ) .
Primera manifestación y de las más significativas de las fluctuaciones del
poder en este período del siglo m : unas veces ordena la persecución y otras
parece dispuesto a admitir el cristianismo, como hecho consumado.
Las disposiciones en tiempo de Alejandro Severo fueron t a n favorables que,
según su biógrafo, y n o h a y razón para dudar de su testimonio, e n u n con-
flicto de propiedad entre los taberneros popinarii y el grupo cristiano (de
donde se deduce que habían llegado a poseer colectivamente), el príncipe
admitió la reclamación de los cristianos; lo que era reconocer, al mismo
tiempo que su existencia, su derecho a reclamar ante el tribunal y su capa-
cidad de poseer ( 3 1 ).

§ 3 . — La p e r s e c u c i ó n d e M a x i m i n o

EL EDICTO DE PERSECUCIÓN T a n feliz situación terminó con la muerte de


Alejandro (marzo del 2 3 5 ) , asesinado por
sus soldados en Germania. Tuvo por sucesor al instigador de su muerte Maxi-
mino el Tracio, personaje grosero, de origen bárbaro, que se dedicó a perse-
guir a los partidarios de su predecesor y por consiguiente también a los cris-
tianos. Fueron éstos objeto de u n edicto especial, que según Eusebio, sólo
se dirigía directamente contra el clero y en particular contra los jefes de las
Iglesias ( 3 2 ) ; aunque sabemos por Orígenes que también se quemaron edificios

( 24 ) GRENFEIX y H Ü N T , Oxyrhynch. Papyr., t. III, 1903, n° 412.


(25) Hist. Eccl, VI, xxviii.
( 26 ) Historia Augusta, Severus Alexander, iv, 29.
(2T) Jbíd., rv, 43.
(2») Ibíd., iv, 51.
(2¡>) Ibíd., iv, 45.
(30) Ibíd., iv, 22.
(31) Ibíd., rv, 49.
( 32 ) Hist. Eccl., VI, xxviii; Crónica, Olymp. 254. EUSEBIO dice que el edicto hirió
TOVS TÚV kxxKtffiüv apxovras nóvovs. Puede creerse que no se trata de los obispos
solamente, sino de todo el clero superior, incluso diáconos.
DE SEPTIMIO SEVERO A DECIO 105

religiosos ( 3 3 ). Dos de sus amigos, Ambrosio, simpleí diácono, antiguo pa-


gano convertido que había pasado por el gnosticismo y Protocteto, sacerdote de
Cesárea de Palestina fueron arrestados y para ellos escribió la Exhortatio ad
martyres. ¿Orígenes se ocultó, según se afirmó después? No parece haber
pesado sobre él ninguna amenaza grave ( 3 4 ). La verdad es que él y sus ami-
gos salieron indemnes por entonces.

LA PERSECUCIÓN EN ROMA En Roma afectó la persecución a muchos al-


tos personajes de la Iglesia. El papa Pon-
ciano y el doctor Hipólito que, por razones de doctrina y de disciplina ya
expuestas ( 3 5 ), se había separado, haciéndose jefe de u n a pequeña comunidad
disidente, fueron enviados a las minas de Cerdeña ( 36 ) donde el clima, al
menos en lo que se refiere a Ponciano, y los malos tratos, les causaron m u y
pronto la muerte ( 3 7 ). El martirio los reconcilió y el mismo Hipólito mandó
a sus fieles que volviesen a la Iglesia, la cual le inscribió entre los santos ( 3 8 ) .
Ponciano, ausente de Roma, renunció y le sucedió Antero que murió antes que
él, quizá mártir también ( 3 9 ).

LA PERSECUCIÓN Los obispos de otras grandes sedes eclesiásticas, Ale-


EN ORIENTE jandría, Antioquía, Jerusalén, Cesárea de Capadocia y
Cartago, parece que consiguieron ocultarse; pues no sa-
bemos que muriese ninguno. Sin embargo, la persecución en Capadocia y
en el Ponto, traspasó los límites del edicto. El legado de Capadocia no se
contentaba con perseguir a los miembros del clero, sino que persiguió indis-
tintamente a todos los cristianos.
Unos temblores de tierra, que causaron muchos desastres, hicieron revivir
el fanatismo de los paganos en esta región. Quizá las numerosas acusaciones
contra los cristianos y en virtud de la legislación anterior, no abrogada toda-
vía, fueron las que arrastraron a la autoridad a dictar sentencias capitales
contra los cristianos, independientemente de la aplicación del edicto de Maxi-
mino ( 4 0 ).
En el imperio, en general, parece que no fueron muchas las ejecucio-
nes sangrientas. La persecución no duró mucho y fué probablemente Maxi-
mino el primero en desinteresarse de ella. M u y pronto, en 238, murió a
manos de sus soldados; y sus sucesores, Pupíeno y Balbíno, no hicieron más
que pasar por el trono y luego Gordiano (238-243) y Felipe el Árabe (243-
249) no tomaron contra los cristianos, durante su reinado, ninguna medida
hostil.

(33 ) In Matth., 28.


(3Í) PALADIO (Historia Lausiaca, 147) cuenta que Orígenes se ocultó; pero EUSEBIO,
al que podemos creer mejor informado, parece insinuar que Orígenes no fué afectado
por esta persecución (Hist. Eccl., VI, xxvin); el Discurso de uno de sus discípulos más
célebres, Gregorio de Neocesárea, pronunciado en 238, parece que lleva a la misma
conclusión; dice que siguió durante cinco años las lecciones de Orígenes, sin insinuar
que haya habido interrupción alguna en esta enseñanza.
35
(36 ) Cf. supra, p. 87 y ss.
(3T ) Catálogo Liberiano en Liber Pontificalis (edic. DUCHESNE, t. I, p. 4).
( ) "Afflictus, maceratus fustibus, defunctus est", dice un pasaje del Liber Pontifi-
calis (edic. DUCHESNE, t. I, p. 145).
(38 ) Cf. infra, pp. 353-354.
(39) Catálogo Liberiano en Liber Pontificalis (edic. DUCHESNE, t. I, p. 5).
(W) Cf. FlRMILIANO DE CESÁREA, Epist., ap. CIPRIANO, Epist., LXXV, 10.
106 H I S T O R I A DE LA IGLESIA

§ 4 . — E l e m p e r a d o r F e l i p e y la Iglesia

EL CRISTIANISMO Más de u n a vez se ha podido preguntar si el mismo


DE FELIPE emperador Felipe no fué cristiano. La manera cómo
llegó al poder, haciendo m a t a r a su predecesor, no favo-
recería la hipótesis; pero Eusebio ( 4 1 ) refiere u n a tradición, que no se atreve
a garantizar, según la cuál el obispo de Antioquía habría impuesto la peni-
tencia al emperador, antes de dejarle entrar en su Iglesia el día de Pascua;
y San Juan Crisóstomo llega a precisar que este obispo era San Bábilas ( 4 3 ) .
Pero parece que u n acontecimiento como el de u n emperador cristiano debió
tener más resonancia que la que supone u n a tradición poco garantizada.
Eusebio conoció ( 4 3 ) cartas de Orígenes al emperador y a su mujer Otacilia
Severa, cartas que al parecer debían resolver el problema; no obstante, u n a
noticia t a n vacilante nos impone u n a discreta reserva. La correspondencia con
Orígenes es indicio, por lo menos, de los sentimientos cristianos u orientados
hacia el cristianismo del emperador y de la emperatriz. Y podría ser m u y
bien que estos sentimientos cristianos hayan sido los que indujeron a tenerlo
por cristiano. Añadamos que el obispo Dionisio hace igualmente alusión al
cristianismo de Felipe ( 4 4 ) y que su nacimiento en el H a u r á n , país que con-
taba en el siglo n i con muchos cristianos, lo haría u n tanto verosímil.
Pero, si Felipe era verdaderamente u n adepto de Jesucristo, y mereció
el título que le da San Jerónimo, de primer emperador cristiano ( 4 B ), preciso
es convenir que disimuló m u y bien su adhesión al cristianismo y no trascen-
dió a su vida pública. Felipe presidió los Juegos seculares, como príncipe que
guardaba a la religión antigua de Roma el mismo respeto que los empera-
dores, sus antecesores ( 4 6 ) . E n definitiva, quizá podemos creer que no tuvo
para el cristianismo más que una simpatía parecida a la de Alejandro
Severo ( 4 7 ) .
La Iglesia, bajo su reinado, gozó de u n a tranquilidad casi perfecta; permi-
tió él mismo —pues no se podía hacer sin autorización oficial— que el obispo
de Roma, Fabián, sucesor de Antero, trajese de Cerdeña el cuerpo de su pre-
decesor San Ponciano ( 4 8 ) .

MOVIMIENTOS POPULARES U n suceso vino, sin embargo, a demostrar,


CONTRA LOS CRISTIANOS en los últimos meses de Felipe, que la hosti-
lidad contra el cristianismo trabajaba sor-
damente en ciertos ambientes de la población del imperio y que de u n mo-
mento a otro podía estallar violentamente.
En Alejandría, la mayor ciudad del imperio, junto con Roma y la de
población más heterogénea y u n a de las más dispuestas para la agitación, se

(42
«) Hist. Eccl, VI, xxxiv.
( ) De s. Babyla contra Julianum et gentiles.
C43) Hist. Eccl, xxxvi, 3.
(44 ) EUSEBIO, Hist. Eccl., VI, xxxiv.
( 45 ) De viris illustribus, LIV: qui primus de regibus romanis christianus fuit.
(46) AURELIUS VÍCTOR, De caesaribus, XXVIII; EUTROPIO, Breviarium, IX, 3; EUSE-
BIO, Crónica, Olymp. 257. Sobre esta celebración cf. G. GACÉ, Recherches sur les Jeux
séculaires, III, 3; Le millénaire de Rome sous Philippe, en Revue des Etudes latines,
t XI, 1933, p. 412 y ss.
(4T) Contra el cristianismo de Felipe, K. J. NEUMANN, Der Romische Staat und die
allgemeine Kirche bis auf Diokletian, t. I, Leipzig (1890), pp. 245-250.
(48) Liber Pontificalis, Pontianus (edic. DUCHESNE, t. I, p. 145).
DE SEPTIMIO SEVERO A DECIO 107

produjo u n movimiento anticristiano en 249, debido a las instigaciones de


" u n malvado adivino y m a l poeta", según se expresa Dionisio, obispo de Ale-
jandría, en su carta a su colega de Antioquía; carta que ha sido conservada
por Eusebio ( 4 9 ). Algunos fieles fueron apresados, azotados y apedreados; la
virgen Santa Apolonia, después de destrozársele las mandíbulas, fué que-
mada viva; Serapión, quebrantados los miembros, fué precipitado desde lo
alto de su morada; innumerables casas fueron entregadas al pillaje. El
relato de Eusebio termina diciendo que la sedición acabó en u n a guerra civil,
sin que podamos saber si es que los cristianos se defendieron contra sus ene-
migos o es que tuvo que intervenir la autoridad.
Este brusco ataque contra los cristianos, por m u y trágico que hubiese sido,
fué ahora u n caso aislado; pero manifestó con qué violencia fermentaban
aún las pasiones populares contra ellos. Indudablemente que el éxito de la
infatigable propaganda del cristianismo explica en parte estos desencadena-
mientos intermitentes, puesto que el siglo n i es u n período de gran progreso
para la Iglesia.

(*») Hist. Eccl, VI, XLI.


CAPITULO V

EXPANSIÓN DEL CRISTIANISMO DESDE FINALES DEL SIGLO H


A PRINCIPIOS DEL SIGLO IV C1)

§ 1. — Palestina, Fenicia, Arabia, Egipto


PALESTINA Y FENICIA Palestina, cuna del cristianismo, no es, sin em-
bargo, el país donde se extendió más rápidamente.
La obra de la predicación encontró, sin duda, serios obstáculos y u n a fuerte
resistencia de parte de los judíos; y los judíocristianos, encerrados en su parti-
cularismo, no podían ser m u y capaces de irradiación ( 2 ). En las grandes
ciudades helénicas o helenizadas del litoral de la Siria Meridional, Cesárea,
Tolemaida, Tiro y Berito (Beirut), el cristianismo se presenta más conquista-
dor; mientras que sus adeptos permanecen escasos en los centros que se es-
calonan más hacia el sur, de Jafa a Gaza.
La historia de las cristiandades de las primeras ciudades citadas no aparece
hasta finales del siglo n , cuando u n concilio celebrado en Palestina, como en
otras muchas provincias, con ocasión de la controversia pascual, hacia
el 190 ( 3 ) , reunió a los obispos Teófilo de Cesárea, Narciso de Aelia Capitolina
(Jerusalén), Casio de Tiro, Claro de Tolemaida y otros de los que Eusebio,
que cita estos cuatro prelados, no dice ni los nombres n i las sedes. De estas
ciudades, unas como Jerusalén y Cesárea, pertenecían a Palestina y las otras
como Tiro y Tolemaida a Celesiria; la organización eclesiástica, por ende,
no estaba calcada sobre la administrativa, más artificial. Además, desde la
(*) BIBLIOGRAFÍA. — La misma bibliografía que para los capítulos VII y XII del tomo
primero. Añádase: Z. GARCÍA VIIXADA, Historia eclesiástica de España, t. I. El cristia-
nismo durante la dominación romana, Madrid, 1929, mencionado en las notas del pri-
mero de estos capítulos.
La obra fundamental es la de Ad. HARKTACK, Die Mission und Ausbreitung des
Christentums in den ersten drei Jahrhunderten, 2 vol., 4* ed., Leipzig, 1924.
Tanto los trabajos particulares, como las fuentes relativas al período aquí tratado,
se indican en las notas del presente capítulo.
Se puede añadir en lo que respecta a la penetración en los países de fuera del
Imperio desde el siglo n a principios del iv: J. TIXERONT, Les origines de VEglise
d'Edesse, París, 1888; RUBENS DUVAL, Histoire politique, religieuse et littéraire de
VEglise d'Edesse jusqu'á la premiere croisade, París, 1892; J. LABOURT, Le christia-
nisme dans VEmpire per se sous la Dynastie sassanide, París, 1904; F. TOURNEBIZE,
Histoire politique et religieuse de VArménie, París, s. d. (1920); J. MARKWART, Die
Entstehung der armenischen Bistümer en Orientalia Christiana, t. XXVII, 2 (septiem-
bre, 1932), pp. 1 y ss.; L. DUCHESNE, Autonomies ecclésiastiques: Eglises separées, Pa-
rís, 2 4 ed., 1905; J. ZEILLER, Les Origines chrétiennes dans les provinces danubien-
nes de VEmpire romain, París, 1918 (trata en la tercera parte de la evangelización de
los godos).
Los progresos de la evangelización de los tres primeros siglos pueden verse en los
atlas de K. H E U S S I y K. M U L E R T , Atlas zur Kirchengeschichte, 2* edición, Tubinga, •
1919, y de K. PIEPER, Atlas orbis antiqui christiani (Atlas zur alten Missions - und Kir-
chengeschichte), Dusseldorf, 1931. Vide el mapa del presente volumen.
( 2 ) Cf. t. I, pp. 321-323.
( 3 ) EUSEBIO, Hist. Eccl., V, xxm-xxiv.

108
E X P A N S I Ó N DEL CRISTIANISMO, SIGLOS II A IV 109

carta sinodal de los obispos fenicios y palestinenses, esta región eclesiástica


se orientó espontáneamente hacia la gran metrópoli egipcia, Alejandría, más
que hacia Antioquía; y esta orientación persistió.

ARABIA Fué de Palestina, sin duda, de donde el cristianismo se irradió


a la otra parte del Jordán, a la lejana provincia de Arabia. Esta
difusión debió de comenzar m u y pronto —siglo n — a juzgar por los éxitos
obtenidos antes de mediar el siglo m . Orígenes la visitó a principios del im-
perio de Caracalla (214), llamado, cosa digna de notarse, por el legado impe-
rial, que lo había suplicado a la vez al prefecto de Egipto y al obispo de
Alejandría, indudablemente para informarse de las creencias cristianas. Se
puede sospechar que este hombre, que había visto el cristianismo práctico en
su país, prefirió a las luces que podían prestarle aquellos cristianos, las que
esperaba de u n hombre de la notoriedad de Orígenes ( 4 ) .
U n poco más tarde, nos consta de la existencia de u n obispo en Bostra,
Berilo ( 5 ) , teólogo, autor de libros y de cartas u n poco afectados de modalismo;
lo que fué causa de discusiones con sus colegas, en las que intervino Oríge-
nes, que Consiguió reducirle a opiniones más ortodoxas. Hubo reuniones
conciliares en esta ocasión, bajo Gordiano, entre 238-244^ esto prueba la exis-
tencia de u n episcopado bastante numeroso en las provincias de Arabia. No
es pues nada de extrañar que el emperador Felipe y su mujer Otacilia Se-
vera, que eran originarios de aquí, estuviesen instruidos en el cristianismo y
hubiesen estado relacionados con Orígenes ( 6 ) .

EGIPTO Tenemos pocas noticias sobre la evangelización de Egipto, a par-


tir de finales del siglo n. Sabemos por Eusebio que la persecu-
ción ( 7 ) de Septimio Severo hizo numerosos mártires, no sólo en Alejandría,
sino también en la Tebaida, es decir, en el Egipto meridional. Cincuenta
lugares de Egipto, comprendida la Cirenaica, h a n tenido comunidades cris-
tianas antes del concilio de Nicea y en más de cuarenta hubo sedes episco-
pales ( 8 ) . El sínodo de Alejandría, 320 ó 321, vio reunirse u n centenar de
obispos ( 9 ). Por otra parte, cuando la persecución de Decio (250), aun en las
aldeas se concedieron certificados de sacrificio, escritos en papiro ( 1 0 ) ; aunque
es verdad que no sólo se concendió a los cristianos ( n ) ; pues se puede pensar
que muchos, por la más mínima sospecha que recayese sobre ellos, no ten-
drían inconveniente en someterse a una formalidad que no les concernía evi-
dentemente. De todas maneras, lo cierto es que los documentos martirológi-
cos posteriores prueban la existencia de numerosas aldeas cristianas a princi-
pios del siglo iv ( 1 2 ). El Egipto tiene derecho a ser considerado entre los
países más cristianos del imperio, pues a lo largo de los tres primeros siglos
se adhirió una gran parte de la población; pero los pasos gloriosos de esta
evangelización no los conocemos.

(45) EUSEBIO, Hist. Eccl., VI, xix, 15.


( ) ETISEBIO, Hist. Eccl., VI, xx, 2, y xxxm.
(«) Cf. supra, p. 105.
(?) Hist. Eccl, VI, I-III.
(8) La lista con la indicación de las fuentes que nos las dan a conocer: en HARNACK,
Mission und Ausbreitung des Christentums, 1. IV, cap. 3, sec. 3*, párrafo 7.
(9) HEFELE, Histoire des Concites, t. I, pp. 363-372.
(10) Cf. infra, p. 126 y ss.
(U) Cf. ibíd.
(12) Actas de San Pedro de Alejandría. Cf. SAN ATANASIO, Apología contra árlanos,
ixxxv.
110 HISTORIA DE LA IGLESIA

CIRENAICA La Pentápolis, al oeste del Egipto, había dadu a la Iglesia


algunos de los primeros fieles; sin hablar del cireneo que
ayudó a Jesús a llevar la cruz ( 1 3 ), muchos de sus compatriotas fueron testi-
gos del milagro de Pentecostés ( 14 ) y, si algunos se contaron entre los contra-
dictores de San Esteban ( 1 5 ), otros se convirtieron ( 1 6 ), como u n tal Lucio,
del que hablan los Hechos, y que debió de tener alguna importancia en la fun-
dación de la Iglesia de Antioquía ( 1 7 ). No es sorprendente que la evange-
lización hubiese comenzado pronto y con buena acogida en este país; para
la segunda mitad del siglo n i , cada una de las cinco ciudades, Cirene, Tole-
maida, Berenice, Arsinoe y Sozusa, parece que tenían su obispo. Estos
obispados, como los de Egipto, reconocían como cabeza y jefe al obispo de
Alejandría ( 1 7 b i s ) .

§ 2 . — Siria septentrional, Asia M e n o r y r e g i o n e s circunvecinas

SIRIA SEPTENTRIONAL El cristianismo había ya penetrado en el siglo n


fuertemente en Siria del norte y en su gran me-
trópoli Antioquía y los progresos de la evangelización continuaron cierta-
mente en el siglo n i , a finales del cual esta provincia se contaba entre las que
tenían suficiente número de adeptos, para poder rivalizar con las otras reli-
giones. Una historia como la de Pablo de Samosata demuestra ( 18 ) que el
obispo de Antioquía, en la segunda mitad del siglo n i , era u n a potencia en
la ciudad. Por otra parte, las firmas del concilio de Nicea demuestran que
no había menos de 22 obispos en Celesiria, a principios del siglo iv. Entre
ellos, figuran dos corepíscopos, x<¿peKÍ<rx<yKoi, es decir, obispos rurales ( 19 )
y la epigrafía confirma la existencia de cristiandades rurales en esta re-
gión (20). Se podría preguntar si, al contrario que en Occidente, no se dejó
muchas veces conquistar, al menos relativamente, de modo más fácil que las
ciudades donde la resistencia de las antiguas religiones era extraordinaria.
A pesar de la importancia de su cristiandad, la Antioquía que conocemos a
través de los escritos de Libanio, era aún, a mediados del siglo iv, u n o
de los centros de mayor resistencia del espíritu pagano ( 2 1 ).

EDESA El cristianismo que de Siria pasó al reino de Edesa u Osroenia,


como vimos antes ( 2 2 ), había ya hecho grandes conquistas, indu-
dablemente, antes de terminar el siglo n ; puede ser que se debiesen sobre
todo a los judíocristianos, de cuya actividad sería u n recuerdo la leyenda de
Addai, discípulo de Santo Tomás. Pero al principio del siglo n i , la joven igle-

( « ) Matth. 27, 32; Marc. 13, 21; Luc. 23, 26.


( « ) Act. 2, 10.
(15) Ibíd., 6, 9.
(i«) Ibíd., 11, 20.
( " ) Ibíd., 13, 1.
(17 bis) Según las cartas de Dionisio de Alejandría (EUSEBIO, Hist- Eccl., VII, xxvi).
(i») Cf. infra, p. 300, ss.
(19) Sobre los corepíscopos vide, infra, pp. 343-344.
(20) HAHNACK, Die Mission und Ausbreitung des Christentums, 2" ed., p. 111.
(21) Cf. SAN JUAN CEISÓSTOMO, De sanctis martyribus, sermo I, y Ad populum An-
tiochenum homilía XVIII, 1, 2; cf. ZEILLER, Paganus, París-Friburgo, 1917, p. 166, y
H. GRÉGOIRE, La "conversión" de Constantin, en Revue de VUniversité de Bruxelles,
1930, p. 231 y ss.
(22)' Cf. t. I, p. 236.
EXPANSIÓN DEL, CRISTIANISMO, SIGLOS I I A IV 111

sia de Osroenia se declaró filial de la de Siria, cuando el obispo Paluto de Ede-


sa recibió la imposición de las manos de Serapión de Antioquía i23). Este acon-
tecimiento es sensiblemente contemporáneo de la conversión del propio r e y
Abgar IX, que reinó del 179 al 214 ( 2 4 ) y después del cual este Estado fué
anexionado al imperio. "La conversión del r e y tuvo mucha influencia en el
desarrollo del cristianismo en los países del Eufrates. Ya en tiempo de la
controversia pascual (190) había varios obispos en Osroenia ( 2 5 ) ; y en Edesa,
la iglesia cristiana era u n edificio notable; pues, habiéndola destruido u n a
inundación, en 201, la menciona el relato de la catástrofe t a l como se con-
serva en la crónica ( 2 e ) local" ( 2 7 ). A partir de Abgar, el cristianismo ede-
siano, del que es gloria el poeta y filósofo Bardesanes ( 2 8 ) , tomó u n grande
incremento; y desde el reino de Edesa seguramente irradió el cristianismo a
las provincias occidentales del reino parto, donde se le encuentra establecido
a partir del siglo n i ( 2 9 ) y a la Armenia, donde llegó a dominar completa-
mente, al menos a principios del siglo iv ( 3 0 ) .

ARMENIA ROMANA Pero en cuanto a la Armenia romana, su propaga-


ción se remonta a tiempos anteriores; puesto que Dio-
nisio, obispo de Alejandría (mediados del siglo n i ) dirigió a las cristiandades
armenias, presididas por el obispo Meruzanes, u n a carta sobre la penitencia,
con ocasión del cisma de Novaciano ( 3 1 ).

ASIA MENOR Esta propagación venía verosímilmente del Asia Menor,


la región del imperio donde el cristianismo había hecho
progresos más rápidos; lo vimos en Bitinia desde principios del siglo n ( 3 2 ).
A fines de este mismo siglo, se reunieron sínodos en Frigia, con motivo de la
agitación montañista ( 3 3 ) ; y Dionisio de Alejandría dice, u n siglo después,
que esta región contaba con "las iglesias más numerosas" ( 3 4 ) . E l retórico
pagano Luciano de Antioquía hace gemir al seudoprofeta Alejandro de
Abonotica (Inebole) por el gran número de ateos y de cristianos que llenan

(23) 'W. CUKETON, Ancient Syriac documents relative to the Establishment of Chris-
tianity, Londres, 1864, p. 72.
(2i) EUSEBIO, Chron., ann. Abrah., 2234-5; SEXTOS JULIUS AFRICANUS, Chron.; M. J.
ROUTH, Reliquim sacras, Oxford, 1846, II, p. 307; BARDESANES, Libro de la ley del país
(W. CURETON, Spicilegium syriacum, Londres, 1899, p. 20); LANGLOIS, Collect. des
Historiens de l'Arménie, t. I, p. 92; ORTIZ DE URBINA, Le origini del cristianesimo in
Edessa, en Gregorianum, XV (1934), pp. 82-91, pone en duda sin gran fundamento la
conversión de Abgar IX, pues le parece que el calificativo de Upbv ávSpá no lo im-
plica necesariamente.
(25) EUSEBIO, Hist. Eccl., V, xxin. La pluralidad de obispos no aparece claramente
en el texto; pero sí, al menos, la de comunidades cristianas en Osroenia.
(26) Ed. HAIXIER, Texte und Untersuchungen, t. IX, i, p. 86.
(27) DUCHESNE, Histoire ancienne de l'Eglise, t. I, p. 451.
(28) Sobre Bardesanes, cf. supra, p. 23, n. 73.
(29) Sobre el período anterior, cf. t. I, pp. 235-236.
(30) Sobre la evangelización de Armenia, cf. infra, p- 123.
(31) EUSEBIO, Hist. Eccl., VI, XLVI. Meruzanes tenía su sede en la Armenia romana
y no en el reino de Armenia; porque la carta que le dirige Dionisio es motivada por
las defecciones de los cristianos en la persecución de Decio. Cf. DUCHESNE, L'Arménie
chrétienne dans l'histoire ecclésiastique d'Eusébe, en Mélanges Nicole, Ginebra, 1909.
pp. 105-107.
(32) Cf., t. I, pp. 232 y 250.
(33) EUSEBIO, Hist. Eccl., V, xvi.
(34) Ibíd., VII, VII.
112 HISTORIA DE LA IGLESIA

el Ponto ( 3 5 ) , ya en tiempos de Marco Aurelio; y hacia el 190, los obispo»


de esta región escriben al papa Víctor a propósito de la cuestión pascual ( 3 e ) .
Por el contrario, el Ponto interior no fué metódicamente evangelizado hasta
el siglo n i . Fedimo, el primer obispo conocido de Amasia, en la región del
Ponto, llamada Galática, pertenece a la primera mitad de este siglo. Encargó
la predicación de la fe en la región de Neocesárea, situada mucho más al este
en el Ponto Polemoníaco, a u n discípulo de Orígenes, Teodoro, por otro nom-
bre Gregorio, y a su hermano Atenodoro, hijo espiritual también del gran ale-
jandrino. Gregorio, cuya predicación persuasiva y cuyos milagros le conquis-
taron los nombres de Taumaturgo y de Grande, predicó en las ciudades y en
los campos con u n éxito inmenso. Una de las ciudades de la región monta-
ñosa del Ponto, Comana, juntamente con Amasia y Neocesárea, le pidió u n
obispo y nombró pastor de esta nueva diócesis a u n tal Alejandro ( 3 T ).
La Capadocia, en la parte central del Asia Menor tiene también cristian-
dades desde el siglo n . La famosa Legio Fulminatrix en la que servía, según
parece, en tiempos de Marco Aurelio u n número bastante crecido de soldados
cristianos ( 3 8 ), había estado acantonada aquí y en virtud de la leva regio-
nal, estaba reclutada en gran parte en la región de Melitene, hacia el
extremo oriental de esta provincia. Sin embargo, la metrópoli de Cesárea,
no comienza a figurar en la historia cristiana sino hacia el 200, en que su
obispo Alejandro, formado en la escuela de Alejandría, por Panteno y Cle-
mente, fué puesto en prisiones en tiempo de Septimio Severo ( 3 9 ) .

§ 3 . — P e n í n s u l a helénica. El Ilírico

PENÍNSULA HELÉNICA NOS falta la información sobre el desarrollo del


cristianismo, durante el siglo n i , en Grecia, Ma-
cedonia y Tracia. Puesto que poseían cristiandades organizadas ya en la
época apostólica, creemos que el progreso del siglo u continuó en el siguiente.
A principios del siglo iv, no se vieron representadas en Nicea, donde la mayo-
ría asiática era aplastante, menos de u n a decena de obispados de Tracia,
Macedonia y Grecia. Los de Filipos, Deulto, Anquialo, Nicópolis de Epiro,
Tesalónica, Berea, Larisa, Atenas, Corinto, Cencres, Lacedemonia y Bizancio
también proceden sin duda, unos del siglo i y los otros del siglo n ( 4 0 ) ; los
únicos nombres nuevos que encontramos en Nicea son los de' Stobi, en Mace-
donia; Eubea y Tebas, en Grecia, y Efesto, en Lemos. Podemos pensar
que en el siglo n i se habría establecido alguna sede además de esas cuatro;
pero nada más que a esto poco que hemos dicho se reduce lo que podemos
afirmar del desarrollo eclesiástico de la península helénica desde Septimio
Severo a Diocleciano.

ILIRICO En este mismo período h a y que fechar la fundación de las pri-


meras iglesias del Ilírico danubiano y de la Dalmacia; pues no
tenemos noticia de ninguna iglesia en tiempos anteriores. Puede ser que el
(35) Pseudomanticus, XXV.
(36) EUSEBIO, Hist. Eccl., V, xxiii-
(37) La biografía de San Gregorio Taumaturgo nos es dada por EUSEBIO, Hist. Eccl.,
VI, xxx; VII, xiv. Tenemos también un panegírico de San Gregorio de Nisa, que nos
da la tradición del Ponto sobre San Gregorio Taumaturgo en el siglo siguiente. Las
mismas obras suyas nos dan datos de su vida. Cf. infra, p. 290, ss.
C33) Cf. t I, p. 257.
(39) Cf. supra, p. 102.
( 40 ) Cf. t. I, p. 233.
DLSAR R O L L O DK LA P R L D I C A C

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CIRENAICA

Comunidades cristianas existentes al fin del Siglo I.


Comunidades cristianas existentes al fin del Siglo
Comunidades cristianas existentes al fin del Siglo

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Regiones alcanzadas por el Cristianismo en el Siglo I

Regiones alcanzadas por el Cristianismo en el Siglo II

COPYRIGHT OESClEE. DE BROUWER, BUENOS AlpíS.


E X P A N S I Ó N DEL CRISTIANISMO, SIGLOS II A IV 113

cristianismo hubiese llegado a estas regiones anteriormente ( 4 1 ) ; pero el


fruto sazonado, que son las iglesias constituidas, no aparece hasta mediados
del siglo n i . Es verdad que entonces son muchas las iglesias y con u n a jerar-
quía bastante completa, para creer que nacieran la víspera.
Una de ellas, la de Pettau, en Nórica, tenía al frente, cuando estalló la per-
secución de Diocleciano, que lo hizo mártir ( 4 2 ) , u n exegeta de cierta repu-
tación, Victorino, que no parece que escribiera para convertidos apenas
salidos del catecumenado ( 4 3 ) . Venancio, obispo de Salona, metrópoli de Dal-
macia, debió de ser martirizado en u n a persecución local en tiempos de Aure-
liano ( 4 4 ). Por lo demás, los primeros testigos auténticos del cristianismo, víc-
timas de la persecución de Diocleciano (años 304 y siguientes), no nos dan
ninguna luz sobre u n pasado cristiano en la región ilírica, anterior a ellos.
Hay mártires de casi todas las provincias del Ilírico y de las profesiones más
diversas: en la Baja Mesia, los militares Julio, Hesiquio, Nicandro, Marciano,
Pasícrates y Valentión y quizá Dasio de Dorostorum ( 4 ñ ) ; en la Dacia Ripua-
ria, el exorcista Hermes; en Panonia oriental, el obispo Ireneo, el diácono
Demetrio y el jardinero ermitaño Sinerotas, u n a mujer Anastasia y vírgenes
cuyos nombres se ignora, en Sirmio; en la Panonia occidental, el obispo Qui-
rino de Siscia; en Nórica, Victorino de Pettau y Floriano de Lauriacum,
ex jefe de la cancillería del gobernador de la provincia; en Recia, la peni-
tente Afra, de Augusta Vindelicorum (Augsburgo); en Dalmacia, el obispo
Domnio, de Salona; y en la misma ciudad, el presbítero Asterio, el diácono
Septimio, el batanero Anastasio, así como Félix, Victorico, Antoniano, Pauli-
niano, Gaiano y Telio, de oficio y condición desconocidos ( 4 6 ) .

§ 4 . — Las Galias

PROGRESO DE E n la Galia, el siglo m señala u n esfuerzo impor-


LA EVANGELIZACION tante en la expansión cristiana. A las iglesias de
A FINALES DEL SIGLO II la cuenca del Ródano se van sumando otras de
las regiones más apartadas del Mediterráneo.
Después de la tormenta del 177, uno de los sacerdotes más justamente pres-
tigiosos de la comunidad lyonesa, Ireneo, oriundo, como Potino, del Asia Me-
nor y discípulo de Policarpo de Esmirna, sucedió al anciano obispo mártir.
Se sabe ( 4T ) que rigió la iglesia de Lyón hasta Septimio Severo. Mas no era
(«) Cf-, t. I t pp. 230-231.
( 42 ) SAN JERÓNIMO, De viris ülustribus, LXXIV.
(43) El comentario de Victorino sobre el Apocalipsis ha sido publicado por J. HAUS-
SLEITER en el Corpus, de Viena, t. XLIX, 1916. Otros fragmentos de Victorino en P. L.,
V, 281-316.
(44) J. ZEILLER, Les origines chrétiennes dans les provinces danubiennes de l'Empire
romean, p. 49 y ss.
(45) La pasión de Dasio de Dorostorum (publicada por F. CUMONT en Anallecta
Bollandiana, t. XVI, 1897, pp. 5 y ss.), condenado a muerte por haber rehusado hacer el
papel de rey de las Saturnales que debian terminar, se supone, con su inmolación;
parece que no se trata más que de una piadosa leyenda. Pero la existencia de un mártir,
Dasio, está fuera de duda. Cf. ZEILLER, op. cit., p. 110 y ss.
(46) Cf. J. ZEILLER, op. cit., pp. 53-128, donde se da la indicación de las diversas
pasiones. El P. DELEHAYE (Ñouvelles fouilles de Salone, en Anallecta Bollandiana,
t XLVII, 1929, p. 77 y ss.) ha demostrado que la cualidad de soldados, a veces atri-
buida a Antoniano. Gaiano, Pauliniano y Telio, proviene de una mala interpretación
del Martirologio Jeronimiano (se ha confundido, como más de una vez, "milites", sol-
dados, con "miliaria", piedras miliares).
(4T) Cf. supra, p. 102. Sobre la personalidad de Ireneo y su destacada influencia en
la historia del pensamiento cristiano, p. 38 y ss.
114 HISTORIA DE LA IGLESIA

hombre que se contentase con mantenerla tal como la encontró, cuando le


fueron confiados sus • destinos; y quizá tengamos que atribuir a u n movi-
miento de evangelización, iniciado por el propio Ireneo, la aparición de
cierto número de cristiandades nuevas, cada vez más distanciadas de Lyón;
v. gr.: Tournus, Chalons, Autún, a menos que existieran ya antes de su epis-
copado. Se ha encontrado en A u t ú n u n a inscripción, joya de la epigrafía
cristiana, llamada de Pectorio ( 48 ) que es uno de los monumentos más expre-
sivos de la fe eucarística; por lo menos, u n a de sus partes —pueden distin-
guirse dos— data del siglo n o principios del m . La cristiandad de A u t ú n
tiene, pues, u n origen m u y antiguo. Dijon, Langres, Besancon y quizá la
región del Rhin h a n sido evangelizadas en esta época. ¿No dice Ireneo que
los germanos h a n escuchado la palabra de Cristo? ( 4 9 ) No puede tratarse,
parece, sino de las provincias separadas del territorio galo primitivo y que
llevaban el nombro de Germania.
Las tres primeras ciudades citadas, Tournus, Chalons, A u t ú n tuvieron sus
mártires, y sus nombres nos son ya conocidos ( 5 0 ) : Alejandro, Epipodio, Mar-
celo, Valentín, Sinforiano ( 5 1 ), que pudieron ser contemporáneos de Ireneo.
Pero n i se excluye que esos mártires sean de época posterior n i tampoco
de la misma que los mártires de Lyón, merced a la irradiación de esta iglesia
durante el pontificado de Potino. Sin embargo, la carta de la iglesia lyonesa
no alude a otros mártires; y esto en nada favorece la segunda hipótesis, si
bien las diversas "pasiones", de época ya desgraciadamente u n poco lejana,
y con ribetes de leyenda, que relacionan algunos de estos mártires con Ire-
neo ( 5 2 ) pudiera ser que encerraran u n fondo de realidad, y, por lo menos,
es de notar que ninguna de esas "pasiones" hace de ninguno de dichos már-
tires n i obispo n i organizador de nuevas cristiandades; lo que reflejaría la
verdadera situación de las Galias, y podría ser m u y bien la misma de los
tiempos de San Ireneo, que continuaba en el siglo n i . Si había diversas comu-
nidades en la Galia, u n solo obispo estaba al frente de todas: el de Lyón;
no entran en cuenta las comunidades de la Galia Narbonense.

LYON, ÚNICO OBISPADO Esta es la tesis defendida por Duchesne y que


DE LA GALIA tiene a su favor m u y sólidos argumentos ( 5 3 ).
HASTA EL SIGLO III Hasta mediados del siglo n i no nos consta de
n i n g ú n obispado en las Galias, exceptuada la
Narbonense y litoral mediterráneo, salvo el de Lyón. Este estado de cosas sería

( 48 ) Cf. J. B. PITRA, Spicilegium Solesmense, t. I, París, 1852, p. 554 y ss.; Corpus


inscriptionum grmcarum, IV, 582. Se encontrará abundante literatura sobre esta ins-
cripción en el Dictionnaire d'Archéologie chrétienne, de CABHOL-LECLERCQ, artículo
Autun, t. I, 2, cois. 3194-3198, y en Handbuch der altchristlichen Epigraphik, de C. M.
KAUPFMANN, pp. 178-180. Cf. también Monumento eucharistica et litúrgica vetustis-
sima, parte I, seleccionados por J. QUASTEN, Bonn, 1935, en la colección Florilegium
patristicum, t. VII.
( 49 ) Adversus hatreses, I, x, 2.
(50) Cf. supra, p. 102.
(B1) La pasión de San Sinforiano lo hace, sin embargo, mártir en tiempos de Aure-
liano. Aunque, como después se verá, no hubo en este remado persecución organizada;
pudieron no obstante producirse hechos aislados de persecución, cuya tradición se
habría conservado en las Galias, donde muchos mártires son atribuidos por las pasiones
a los tiempos de Aureliano; si bien es preciso reconocer que estos documentos marti-
rológicos merecen poca fe. Cf. G. BAKDT, Les martyres bourguignons de la persácution
d'Aurélien, en Anuales de Bourgogne, VIII (1936), pp. 321-348.
(52) DUCHESNE, Fastes épiscopaux de la ancienne Gaule, t. I, pp. 45-46.
(63) Fastes épiscopaux de Fancienne Gaule, t. I, pp. 45-46.
i EXPANSIÓN DEL CRISTIANISMO, SIGLOS II A IV 115

! parecido al de Italia del Norte, donde en el curso del siglo n al m n o se ven


I otros obispados que los de M i l á n y Ravena ( 5 4 ) . E l sabio obispo Teodoro de
1 Mopsuesta, en Cilicia, escribe en u n tratado compuesto antes de su elevación
| al episcopado (392-393) ( 5S ) que en la Iglesia primitiva no había en u n
i principio más que u n obispo por provincia; m á s tarde, dos o tres o más, y
que este uso se extendió en Occidente. Es verdad que a esto h a respondido
i Harnack en su obra Mission und Ausbreitung des Christentums in den ersten
drei JahrhundeTten ( 6 6 ) que el testimonio de Teodoro de Mopsuesta queda
I demasiado alejado de los hechos para ser decisivo. Pero casi u n siglo antes,
Eusebio, enumerando en su Historia eclesicistica ( 5 7 ) las cartas escritas hacia
el 196, con motivo de la cuestión pascual, menciona u n a rüv xará rákXiav
rapoLxiMV &s Elpr¡valos beundnru , lo que parece q u e quiere decir "las diver-
sas comunidades de la Galia de que Ireneo es obispo" ( 5 8 ) . A u n se puede
objetar a la tesis de Duchesne que e n la Iglesia antigua sólo el obispo consagra
la Eucaristía y que la vida litúrgica no se concibe sin él: ¿cuál hubiese sido,
por lo tanto, la de las diversas iglesias galas que existían fuera de Lyón, si no
tenían más verdadero pastor que el obispo de dicha ciudad? ¿Será necesario
admitir la existencia de otras prácticas litúrgicas que nacieron según las cir-
cunstancias e impuestas por ellas y de las cuales n o nos h a n quedado vestigios
en los textos? U n argumento en este sentido podría ser la situación de la Igle-
sia de Egipto, e n la q u e hasta el siglo m no había más q u e u n obispo, el de
Alejandría, aunque existían muchas cristiandades ( 5 9 ) . Queda siempre como
argumento el silencio de los textos sobre sedes en la Galia con la excepción de
la Narbonense y Lyón antes del siglo m y la analogía de esta situación con la
de otras provincias, p o r ejemplo, las de la Italia septentrional. Y debemos
añadir que los catálogos episcopales de la Galia, de que venimos hablando, n o
nos permiten llegar como punto de partida de la historia de las diversas igle-
sias más allá de las proximidades del 250, en los casos más favorables ( o ü ) ,
salvo Lyón y la Narbonense, y que u n autor galorromano, como lo es Sul-
picio Severo, habla de la evangelización tardía de su país "serius trans Alpes
Dei religione suscepta" ( 6 1 ) .
Repitamos u n a vez m á s que esto n o se refiere a toda la Galia; pues en las
costas provenzales, la evangelización pudo inaugurarse al terminar la edad
apostólica y la Iglesia de Lyón estaba y a constituida indudablemente hacia
el 150; pero fuera de estas zonas privilegiadas, retrasóse u n tanto la siembra
da la palabra evangélica.

( M ) Cf. supra, t. I, p. 319.


(65) TEODORO DE MOPSUESTA, In epistulas sancti Pauli commentarius, edic. SWETE,
Londres, 1882, t. II, p. 124.
(58) Segunda edición, pp. 373-395.
(87) V, XXIII, 3.
(B8) HAKNACK (loe. cit.) quiere que nap)ucía signifique diócesis, pero éste, es
un sentido que no adquirió sino a lo largo del siglo cuarto. Cf. P. DE LABRIOLLE, Pa-
rveóla, en Archivum latinitatis medii tevi. Buüetin du Cange, 1927, pp. 196-205, y
Recherches de Science religieuse, t. XVIII, 1928, pp. 60 y ss. K. MUIAER (Kleine Beitráge
zur Altengeschichte, 18: Parochie und Diócese im Abenland, en Zeitsch. für die neutes-
tamentlich. Wissenschaft, XXXII, 1933, pp. 149-185) apoya también la interpreta-
ción de Duchesne.
(*») Cf., t. I, pp. 309-310.
(*°) DUCHESNE, Fastes épiscopaux de Vancienne Gaule, pp 3-29.
(81) Chronicon, II, xxxn.


116 HISTORIA DE LA IGLESIA

NUEVAS SEDES Quizás porque a mediados del siglo n i pareció, no sin


EPISCOPALES razón, que la evangelización de las Galias estaba u n
EN EL SIGLO III poco retrasada, se juzgó necesario u n esfuerzo misional
profundo y metódico. El obispo historiador del siglo vi,
San Gregorio de Tours, en su Historia Francorum ( 62 ) nos dice que bajo
el consulado de Decio y Grato (250) vinieron siete obispos de Roma y fun-
daron, respectivamente, Gaciano la iglesia de Tours, Trófimo la de Arles,
Pablo la de Narbona, Saturnino la de Tolosa, Dionisio la de París, Austre-
monio la de Clermont y Marcial la de Limoges. Este grupo de obispos, cuyo
número septenario resulta ya sospechoso, es ciertamente legendario. En la
misma fecha que la tradición gregoriana señala a Trófimo como obispo de
Arles, Arles tenía ya obispo por nombre Marciano, citado en una carta de
San Cipriano ( 6 3 ) , como u n partidario de Novaciano. Pero no era éste el pri-
mer obispo arlesiano: desde el siglo v la tradición da este título a San Tró-
fimo ( 6 4 ) que, sin tener el carácter apostólico que las tradiciones locales quie-
ren atribuirle ( 6 5 ) , debió de vivir antes de la segunda mitad del siglo m .
Caso parecido es el de la Iglesia de Vienne, la cual después de separarse de
Lyón, dando por supuesto que en u n principio estuvo unida a ella ( 6 6 ), tuvo
sucesivamente cuatro obispos, antes del concilio de Arles, en 314: Crescente,
Zacario, Martín, m á r t i r probablemente en la persecución de Diocleciano, y
Vero; el primero de ellos la habría regentado entre el 200 y el 250 ( 6 7 ). Por
otra parte, si la pasión de San Saturnino de Tolosa ( 88 ) confirma, al parecer, la
fecha de San Gregorio, fijando en el 250 el comienzo de la misión del
fundador de la iglesia tolosana, es más probable que esta fecha sea la de su
martirio; pues no parece verosímil que se conservara u n recuerdo tan pre-
ciso del comienzo de sus trabajos apostólicos. Así los obispados de Arles y
de Tolosa tendrían u n origen más antiguo, que el asignado por Gregorio de
Tours y sería m u y n a t u r a l admitir que la sede de Narbona, dada la impor-
tancia de esta ciudad, fuera por lo menos tan antigua como la de Tolosa. La
fundación de la diócesis de París podría fecharse, según los catálogos episco-
pales, a principios de la segunda mitad del siglo n i . Lo mismo se ha de decir
de las sedes de Reims y de Tréveris, cuyo cuarto obispo, respectivamente, asis-
tió al concilio de Arles (314) ( 6 9 ). Así se explicaría mejor u n pasaje de San
Cipriano que ha sido interpretado de manera distinta en la controversia entre
Duchesne y Harnack. Cipriano, en su carta LVIII, dice que Faustino, obispo
de Lyón, escribió hacia el 258 al papa Esteban en su nombre propio y en el
de los "ceteri episcopi nostri in eadem provincia constituti". Duchesne piensa
que se podría tratar de los obispos de la Narbonense; pero ¿cómo y por qué
Lyón era cabeza y jefe con relación a la Narbonense? Todo se explica senci-
llamente, si se admite la existencia de otras sedes episcopales en la Galia, a
partir de la mitad del siglo n i , además de las de la Narbonense y Lyón. Sin
embargo, las de Limoges y Tours no parece, utilizando los mismos medios
de cómputo cronológico, que sean anteriores al año 300 y la de Clermont

(62) I, XXVIII.
(63) Épist. LXVIII, hacia el 254.
( « ) Cf., t. I, p. 231.
(65) Cf. ibíd.
(6«) Cf. ibíd-, p. 255, s.
(67) DUCHESNE, Fastes épiscopaux de Vancienne Gaule, t. I, 2* ed., p. 204. Dijimos
antes que Crescente, discípulo de, Pablo, pudo evangelizar la Galia, sin que por esto
sea preciso ver en él al fundador de la Iglesia de Vienne.
(68) RUINART, Acta martyrum sincera, p. 110.
(69) DUCHESNE, Fastes épiscopaux de Vancienne Gaule, 2* ed., t. I, pp. 8-16.
E X P A N S I Ó N DEL CRISTIANISMO, SIGLOS II A IV 117

podría datar de los últimos años del siglo n i ; pues su cuarto obispo murió en
el 384 ó 385 ( TO ).
El grupo de siete obispos, indicado por Gregorio de Tours es, pues, u n a
invención ( 7 1 ) ; pero es u n hecho el mayor progreso de la evangelización de
la Galia en el siglo n i y es natural que Roma se haya interesado; lo cual
parece confirmarse por u n pasaje de Fortunato que dice, como Gregorio de
Tours, que Saturnino vino de Roma a Tolosa ( 7 2 ).
La evangelización cristiana alcanzó, pues, desde entonces, a muchas de las
ciudades galas más alejadas de la cuenca del Ródano, única región donde el
cristianismo había penetrado en el siglo u. París, Reims, Tréveris, tienen igle-
sias en el 250; el fundador de la sede de Rouen, primeramente obispo de
París, es anterior al 300; las sedes de Sens ( 7 S ), de Soissons y de Chalons tie-
nen parecida antigüedad ( 74 ) lo mismo que las de Bourges ( 75 ) y Bur-
deos ( 7 e ), al sur del Loira. Aunque el campo permaneció todavía refracta-
rio hasta que llegó San Martín, su apóstol, a fines del siglo iv, la cristianiza-
ción de la Galia, donde ya en el siglo n había alcanzado capas m u y hondas
en una parte de la población, según el testimonio de Ireneo ( 7 7 ), se encon-
traba m u y adelantada cuando en el 311 cesó la hostilidad del Imperio contra
la Iglesia.

§ 5 . — Bretaña y E s p a ñ a

BRETAÑA La Bretaña, Gran Bretaña de hoy, límite occidental de los domi-


nios de Roma y en donde las primeras misiones cristianas son
evidentemente posteriores a las de la Galia, fué también alcanzada por la
evangelización en esta época. Es demasiado legendario el relato de San
Beda ( 78 ) tomado del Líber Pontificalis, según el cual u n rey bretón lla-
mado Lucio, pidió misioneros al papa Eleuterio, a finales del siglo n , y se
convirtió con parte de sus subditos: ni había entonces rey en la Bretaña
romana ( T 9 ), n i u n jefe bretón independiente se hubiese llamado con el nom-

(™) DUCHESÑE, ibíd., p. 20. *


(71) Lo que en manera alguna obliga a rechazar como legendarios los nombres de
los fundadores tradicionales de las iglesias de Arles, Narbona y Tolosa, sin hablar de
las otras ciudades, como lo ha hecho G. DE MANTEYEH, Les origines chrétiennes de la
IU Narbonnaise, des Alpes Maritimes et de la Viennoise, Gap, 1924 (Extracto del
Bulletin de la Societé d'Etudes des Hautes-Alpes, 1923-1924). L. LEVILLAIN ( Saint Tro-
phime confesseur et métropolitain cT'Arles, et de la mission des sept en Gaule en Revue
SHistoire de l'Eglise de France, t. XIII, 1927, pp. 145-189) ha puesto en claro el
carácter totalmente arbitrario de esta tesis.
(7278) FORTUNATO, II, ni. Este detalle de su origen no consta en la pasión del santo.
( ) Su tercer obispo está atestiguado en el 475 (SIDONIO APOLINAR, Epist., VII, 5);
por lo tanto el origen de la Iglesia puede remontarse sin dificultad a fines del siglo
tercero.
(74) DUCHKSNE, Fastes épiscopaux de l'ancienne Gaule, t. I, pp. 8-16.
(™) Ibíd., 21-22.
C">) Ibíd.
( 7r ) Ireneo nos dice que tuvo que aprender a hablar la lengua céltica, lo que supone
un contacto prolnneado con los indígenas (Adversus hasreses, I, Prasfatio).
(™1 Hist. Eccl.,1, TV.
(n) Cf la critica de HARNACK. Der Brief der britischen Kónigs Lucius an den
Pavst Eleutheros, en Sitzungsberichte der K. Akademie der Wissenschaften zu Berlín,
1904 !, pp. 909-916. El hecho de una demanda de misioneros por un jefe indígena y la
conversión con todo su clan no tendría sin embargo rn sí nada de extraordinario. En
el siglo cuarto una reina de los Marcomanos (Bohemia actual), Fritigil, tuvo un gfsto
parecido escribiendo a San Ambrosio (San PAULINO, Vita Ambrosii, xxxvi) pidiéndole
ser instruida con sus subditos a fin de convertirse después.

*
118 H I S T O R I A DE LA IGLESIA

bre romano de Lucio. La verdad es que, poco después, Tertuliano enumera


la Bretaña entre los países que, inaccesibles a los romanos, h a n sido conquis-
tados para Cristo i80), y Orígenes, cuyo testimonio es más digno de crédito por
ser menos oratorio, habla de la Bretaña unos cincuenta años después, como
región que conoce el cristianismo ( 8 1 ). En todo caso, a finales del siglo n i
había diversas cristiandades que tuvieron sus mártires en la persecución de
Diocleciano; San Albano en Verulam y otros dos mártires en Legionum Urbs
(Caerleon) ( 8 2 ). Finalmente, el hecho de que diez años más tarde, tres
obispos, el de Londinium (Londres), Eboracum (York) y Colonia Lindien-
sium (Lincoln), asistiesen al concilio de Arles, revela u n a Iglesia bastante
organizada ya antes de terminar la era de las persecuciones.

ESPAÑA En España, la oscuridad se prolonga hasta la mitad del siglo n i .


San Ireneo ( 83 ) y Tertuliano ( 84 ) hablan ya de iglesias en esta
región; pero es necesario esperar otro medio siglo, para tener información más
precisa. La correspondencia de San Cipriano, obispo de Cartago, consultado
por la gran autoridad de que gozaba en todas partes, sobre el caso de dos
obispos españoles, Basílides de Legio (León) y de Asturica Augusta (Astorga)
y Marcial de Emérita (Mérida), apóstatas durante la persecución de Decio,
supone una organización eclesiástica ya m u y avanzada en las provincias es-
pañolas ( 8 5 ): no solamente vemos aparecer, además de los dos culpables, a
Félix de Ca?saraugusta (Zaragoza) y a u n tal Sabino cuya sede no se es-
pecifica, sino que también se hace alusión a u n numeroso episcopado que
celebraba ya sus concilios. Si se considera que tres años después, el sucesor de
Félix de Zaragoza, Fructuoso, padecía el martirio con sus diáconos en la
persecución de Valeriano; y que, medio siglo más tarde, en la de Diocleciano
corrió sangre cristiana en Calagurris (Calahorra), Hispalis (Sevilla), Corduba
(Córdoba), Complutum (Alcalá), Itálica (Antigua Sevilla), Barcinona (Bar-
celona), Gerunda (Gerona), y que en época inmediata, el primer concilio del
que tenemos información u n poco detallada, en los tiempos preconstantinia-
nos, reunía en Illiberis (Elvira) u n obispo de Galicia, dos de la Tarraconense,
tres de Lusitania, ocho de la Cartaginense, y veintiuno de la Bética, no po-
demos menos de concluir que toda España había sido ya evangelizada a lo
largo del siglo n i y aun cristianizada en buena parte. Es verdad que aquí,
como en otras regiones de Occidente, nuestros datos sólo se refieren a las
ciudades y que en éstas la importancia numérica de las comunidades escapa
a todo cálculo (*).

í 80 ) Adversus Judíeos, 7.
( 81 ) Homil. IV, 1, in Ezechielem.
(82) Mart. Hieron., 22 de junio, V, edic. D E ROSSI-DUCHESNE,- Act. SS-, Novembris,
t. II, 1, p. LXXV, edic. QUENTIN-DELEHAYE, Act. SS., Novembris, t. II, 2, p: 331; Ch.ro-
nica Minora, t. III, ed. MOMMSEN, Monum. Germ., Auctores Antiquisimi, t. VII, p. 31;
GILDAS, De excidio et conquestu Britannice, y BEDA, Hisí. Eccl., I, 7. Se ha objetado con-
tra la historicidad de estos martirios, que la persecución de Diocleciano no se extendió
a la Bretaña más que a la Galia gobernada por Constancio Cloro, que aborrecía la efu-
sión de sangre (cf. infra, pp. 397 y 398). Pero la indiscutible benevolencia de Constancio
para con los cristianos no excluye la posibilidad de algunas ejecuciones aisladas, mo-
tivadas por circunstancias particulares.
(83) Adv. hcer., I, iv, 2.
(84) Adv. Jud., vil.
(85) SAN CIPRIANO, Epist. LXVII.
(*) Cf. en el Apéndice, II, los nombres antiguos y modernos de. las comunidades cris-
tianas existentes en España al fin del siglo m, según ilustra el mapa del presente
volumen. (TV- d. E.)
EXPANSIÓN DEL CRISTIANISMO, SIGLOS II A TV 119

§ 6 . — África

EL CRISTIANISMO El martirio, que antes relatamos ( 8 e ) , de diez


SÓLIDAMENTE cristianos de Scillium ejecutados en Cartago
IMPLANTADO EN ÁFRICA en. e l 180, atestigua l a existencia d e u n a canW-
A FINALES DEL SIGLO II nidad cristiana, en u n a ciudad pequeña del
África proconsular, ya en tiempo de los últi-
mos Antoninos. El cristianismo, por lo tanto, estaba ya sólidamente implan-
tado en el África romana en la segunda mitad del siglo ir. Después de los
sucesos sangrientos de los comienzos del reino de Cómodo, parece que u n a
calma de más de veinticinco años facilitó el éxito de la predicación del
Evangelio. Cuando volvió a encenderse la lucha, hacia el 200, Tertuliano
habla "de millares de cristianos que se ofrecen a los trallazos de la persecu-
ción" ( 8 7 ). Llega hasta insinuar en el famoso pasaje sobre el número de los
cristianos que si se retiraran de las ciudades, quedarán éstas desiertas (gs)
porque la mayor parte de los habitantes de las ciudades profesan ya el cristia-
nismo. La exageración del retórico es evidente; pero n o puede ser t a l que
desfigure totalmente la realidad; lo que además n o podía hacer a n t e sus
lectores y compatriotas, que tenían la realidad ante los ojos. La extensión
de la acción represiva de los magistrados es también u n a prueba de que
había cristianos en toda el África del norte, Proconsular, Numidia y M a u r i -
tania; y pasiones de tanta garantía como la de Perpetua ( 8 9 ) nos d a n a
conocer u n a jerarquía eclesiástica completísima. Sabemos, en fin, por Tertu-
liano, que las cristiandades africanas se componían tanto de miembros de la
aristocracia, como de las clases humildes y de la población servil.

PROGRESOS EN EL SIGLO III El período de paz en África se prolongó hasta


el episcopado de San Cipriano, llevado a la
sede de Cartago la víspera de la persecución de Decio, 249, y sirvió a la Igle-
sia para realizar nuevos progresos. U n primer concilio de Cartago, reunido
probablemente algo después del 200 bajo la presidencia de Agripino, con-
gregó setenta obispos del África Proconsular y de la Numidia ( 9 0 ) . E n u n
segundo concilio, en tiempos del obispo Donato, contemporáneo del papa
Fabián (entre el 236 y el 248) hubo ya noventa obispos ( 9 1 ) ; y más o menos,
el mismo número, en el que convocó algo más tarde San Cipriano (otoño
del 256). Procedían de la provincia Proconsular, de la Numidia y de la M a u -
ritania ( 9 2 ). Es verdad que en este tiempo el número de obispos, con relación

(86) Cf. t. I, p. 258-


(«) Cf- supra, p. 100.
(88) Apologeticum, xxxvn.
(89) Cf. supra, p. 101.
(90) SAN CIPRIANO, Epist. LXXI, 4; LXXIII, 3. La fecha es controvertida. (Cf. HEFEIÍ:-
LECLEROQ, Histoire des conciles, t. I, pp. 154-155), sobre todo las notas. Dom Leclercq
preferiría una fecha anterior al 200. Sin embargo, la preocupación en las discusio-
nes del concilio acerca del bautismo de los herejes, cuestión candente en el siglo ter-
cero, y el silencio de Tertuliano en el De Jejunio, que es posterior al 213, sobre
los concilios africanos, recordando como gloria de las iglesias orientales sus síno-
dos, parece que obliga a fechar el concilio en fecha próxima al 220, como efectiva-
mente lo hace DUCHBSNB (Histoire ancienne de l'Eglise, t. I, p. 422).
(91) SAN CIPRIANO, Epist. LV, 10. Sobre el error de interpretación que ha hecho
creer que este concilio, donde fué depuesto un obispo de Lambesis, se tuvo en esta
ciudad y no en Cartago, cf. HEFELE-LECLEROQ, Histoire des Conciles, t. I, p. 162, n 2.
(92) SAN CIPRIANO, Epist. u . Cf. también HEFELE-LECLERCQ, op. cz'í., p. 165 y ss.
12U H I S T O R I A DE LA IGLESIA

a una misma población cristiana, era mucho más crecido en África que por
ejemplo en las Galias y en la Italia Superior; pero la multitud de apóstatas
en la persecución de Decio ( 98 ) y la muchedumbre de mártires diez años
después, bajo Valeriano ( 9 4 ), confirman también el notable progreso de la
Iglesia de África en el curso del siglo n i .

LA EVANGELIZACION Parece que el mensaje evangélico atravesó por este


MAS ALLÁ DE LAS tiempo las fronteras romanas al sur de las provin-
FRONTERAS ROMANAS cias africanas. Las fronteras del imperio romano,
por esta parte, estaban m u y mal definidas; más
de una tribu, nominalmente sometida a Roma, no lo estaba de hecho. Al oeste
de la Numidia, en las dos provincias de la Mauritania Cesariense (departa-
mentos de Argel y de Oran de hoy) y de la Mauritania Tingitana (Marrue-
cos) la dominación romana no se extendió nunca más que a u n a zona m u y
poco profunda, y las tribus indígenas, independientes o semiindependientes,
de moros y gétulos se extendían muchas veces hasta la costa, interponiéndose
entre las ciudades y los puestos fortificados de los romanos. Insensiblemente,
a través de ellas, se pasaba al borde exterior del desierto de Sahara. La predi-
cación cristiana debió pasar m u y pronto del África romana al África bárbara,
puesto que Tertuliano asegura que tribus de gétulos y regiones africanas de la
Mauritania conocían el Evangelio ( 9 5 ). Entre los innumerables obispados afri-
canos de que tenemos noticia, en el siglo siguiente, más de uno debió perte-
necer a localidades moras.
Pero no es fácil probar u n tal origen, ya que las fluctuaciones políticas, las
variaciones de la frontera romana, no han tenido, en cuanto nos permiten
conocer los monumentos epigráficos u otros, ninguna consecuencia desde el
punto de vista religioso. "Los moros h a n llegado al cristianismo al mismo
tiempo que las poblaciones r o m a n a s . . . Su evangelización no tiene una histo-
ria distinta de la del resto de África. No conocemos n i n g ú n apóstol de los
moros, n i iglesia, ni organización eclesiástica especial de este pueblo. El cris-
tianismo se infiltró poco a poco y los obispados se fundaron en medio de la
misma población, a una distancia más o menos grande del interior. En todo
caso, siempre fué la Iglesia de África" ( 9 6 ).

§ 7.—Italia
También en Italia el cristianismo debió progresar durante los períodos de
paz del siglo m .

ITALIA SUPERIOR Al alborear este siglo no h a y más que tres sedes estable-
cidas, o por lo menos conocidas, entre los Alpes y Si-
cilia: Roma, M i l á n y Ravena. Y aun para las dos últimas, el cómputo es
aproximativo, pues su origen se remonta aproximadamente a los últimos años
del siglo n ( 9 7 ). Este número duplícase casi en la Italia superior durante el
siglo n i . Aquilea, destinada como Milán y Ravena a ser u n día una gran

(»3) Cf. infra, p. 128.


(M) Cf. infra, p. 135.
M
( 9e ) Adv. Jud., vn: Getulorum varietates et Maurorwn multi fines.
( ) L. DUCHESNE, Autonomies écclésiastiques. Eglises séparées, 2* ed., París, 1905,
p. 286.
(") Cf. supra, t. I, pp. 318-319.
EXPANSIÓN DEL CRISTIANISMO, SIGLOS I I A IV 121

metrópoli eclesiástica, tuvo su primer obispo, que los catálogos llaman Her-
mágoras ( 9 8 ) , poco después del 250; pues el quinto obispo, Teodoro, suscribe
en el concilio de Arles, en 314. E n el concilio de Sárdica, en 343, constan
las firmas del sexto obispo de Verona y del quinto de Brescia; sus sedes,
por lo tanto, deben ser bastante anteriores al 300.

ITALIA PENINSULAR E n la Italia peninsular, el aumento de sedes episco-


pales, sin duda más numerosas que en la Italia sep-
tentrional con relación a la población cristiana, debió de ser m u y considera-
ble; pues bajo el papa Cornelio (251) se reunieron en u n sínodo de Roma
sesenta obispos ( " ) . No habrían acudido todos los convocados y.por lo mismo
se puede admitir u n mayor número para el territorio de que Roma era capital
eclesiástica; pero no poseemos medios para identificar sus sedes. Es probable
que Ostia tuviera su obispo antes de terminar la era de las persecuciones: El
Liber Pontificalis al tratar del papa Marcelo (336-337), y San Agustín ( 10 °)
hablan del privilegio del obispo de Ostia de consagrar al obispo de Roma.
Otros obispados suburbicarios, tales como Porto, Albano, T i b u r (Tívoli), tie-
nen quizás la misma antigüedad.
La creación de los diversos obispados no responde a u n nuevo esfuerzo de
evangelización en u n a región donde el cristianismo había penetrado en tiempo
de los apóstoles; sino que puede indicar u n crecimiento en la población cris-
tiana en los alrededores de Roma. Puede pensarse lo mismo, guardadas las
proporciones, del resto de Italia.
Parece cierto que Ñapóles tuvo su primer obispo, San Aspren, por lo menos,
a principios del siglo n i ; pues su octavo sucesor, Fortunato, es contemporá-
neo del concilio de Sárdica (343) y es probable que la Iglesia de Capua,
metrópoli religiosa de la Campania, no hubiese sido fundada precisamente
poco antes del 313, fecha en que la gobernaba Proterio, el primer obispo que
conocemos históricamente ( 1 0 1 ).
En cuanto al número de fieles de u n a iglesia t a n grande como la de Roma,
son preciosos los datos que nos proporciona la carta de Cornelio a Fabio de
Antioquía ( 1 0 2 ) ; según ella, esta iglesia tenía "cuarenta y seis presbíteros,
siete diáconos, siete subdiácpnos, cuarenta y dos acólitos, cincuenta y dos exor-
cistas, lectores y ostiarios, más de m i l quinientos viudas y pobres". Esto tíos
hace pensar en u n a comunidad de cuarenta m i l fieles, a mitad del siglo m .

LA EVANGELIZACIÓN E n Italia, como en general en Occidente, y salvo


DEL CAMPO, TODAVÍA excepciones, la evangelización sólo alcanza a las
POCO AVANZADA ciudades y a sus contornos. Los campos, menos
accesibles material y moralmente, porque las
viejas supersticiones tenían en ellos más hondas raíces, permanecen refracta-
rios y también son menos atendidos por la predicación: por ejemplo, en las
Galias, u n obispo apóstol del campo como San M a r t í n encontrará todo por ha-
cer, a finales del siglo iv. E n Oriente la situación es distinta. Todo induce a
creer —la proporción de las inscripciones cristianas, los escritos martirológicos,
( 98 ) Catálogos episcopales de Aquilea en D E RUBEIS, Monumento Ecclesiae Aqui-
leiensis, Estrasburgo (Argentinas), 1740, app. 6; Monumento Germaniai histórica,
Scriptores, t. XIII, p. 367-
(»») MANSI, I, 865-866.
(100) Breviculus collationis cum donatistis, m, 29.
(101) Qf. F. LANZONI, Le origine delle diócesi antiche d'Italia, 1» ed., p. 128 y ss,
p. 143 y ss.
(i«2) EUSEBIO, Hist. Eccl, VI, x u n , 7.
122 HISTORIA DE LA IGLESIA

la intensidad de las reacciones paganas y, por el contrario, en el intervalo en-


tre dichas explosiones, la participación de los cristianos en la vida de las ciu-
dades, donde ya son numerosos— que el Oriente conserva en el siglo m , como a
fines del n , su ventaja sobre Occidente; mayor o menor, según las regiones,
pero notable siempre ( 1 0 3 ), en la obra de la cristianización del mundo romano.

§ 8 . — P r o p a g a c i ó n d e l cristianismo fuera d e l i m p e r i o r o m a n o

Por el mismo imperativo geográfico, el progreso evangelizador es mucho


más notable fuera de las fronteras orientales que de las occidentales.

PERSIA A partir del siglo n i , o a finales del n , el Evangelio comenzó


a extenderse en Persia, donde hasta entonces apenas se había oído
hablar de él ( 1 0 4 ). U n Diálogo de Filipo, discípulo del edesiano Bardesa-
nes ( 1 0 5 ) supone que había penetrado la religión cristiana hacia el año 220
hasta las provincias orientales de la Persia ( 1 0 6 ) ; lo que significa que la
evangelización había comenzado a finales del siglo precedente. E l obispo
Dionisio de Alejandría, hacia el 250, hace alusión, en u n a carta, a las iglesias
de Mesopotamia ( 1 0 T ). Prisioneros cristianos fueron capturados en Siria por
el rey Sapor, después de su gran victoria sobre el emperador Valeriano (260):
internados en Mesopotamia y en Persia, debieron de ser colaboradores en la
evangelización de su lugar de destierro. Esta evangelización estaba y a enton-
ces bastante adelantada; puesto que diez años después vemos a los cristianos
persas polemizar con los maniqueos. Finalmente, en el último cuarto del
siglo n i , la capital del gran reino oriental, Seleucia-Ctesifonte, es sede episco-
pal ocupada por u n personaje perfectamente histórico, el arameo Papa bar-
'Aggai; y el proyecto que concibió, a principios del siglo iv, de federar todas
las cristiandades persas bajo la hegemonía del obispo de las ciudades reales,
prueba q u e a la sazón había varias sedes episcopales en el país. Resulta tam-
bién de las actas del concilio de Dadiso, celebrado en el siglo siguiente, que
Papa bar'Aggai había tenido predecesores en Seleucia-Ctesifonte. Cuando lle-
ga la hora de las persecuciones, cuenta ya la Iglesia de Persia con u n glorioso
pasado ( 1 0 8 ).
La amplitud de la primera persecución, dirigida por el r e y Sapor I I con-
tra los cristianos, por los días de la muerte de Constantino (a partir del 338),
acaba de convencernos que la predicación del cristianismo había ya alcanzado
en la población persa triunfos que sólo con el tiempo pueden lograrse.

GEORGIA L a Georgia también debió de ser evangelizada a fines del siglo n i ,


por los puertos del noroeste del Ponto Euxino; pues u n a de las
iglesias antiguas, representadas en el concilio de Nicea, es la de Pitionte ( 1 0 9 ),
al pie del Cáucaso.
(ios) Cf. supra, p. 108 y ss. e infra, pp. 411-412.
(10*) Cf., t. I, pp. 235-236.
( 105 ) Cf. supra, p. 23, n. 73.
(1°?) EUSEBIO, Prasparatio evangélica, VI, x, 46.
(i«7) EUSEBIO, Hist. EccL, VII, v.
(108) Sobre todo esto, cf. J. LABOURT, Le christianisme dans l'Empire perse sous
la dynastie sassanide, pp. 1-43.
(109) J J GELZER, Patrum Nicamorum nomina, Leipzig, 1898, p. LXXII. Sobre los
principios del cristianismo en Georgia y quizás entre los escitas en el siglo tercero,
cf. P. PEETEHS, Le debuts du christianisme en Géorgie d'aprés les sources hagiographi-
ques, en Anallecta Bollandiana, L (1932), pp. 5-58.
E X P A N S I Ó N DEL CRISTIANISMO, SIGLOS II A IV 123

ARMENIA La cristianización de la Armenia, verosímilmente iniciada a


principios del siglo n i , por misioneros sirios venidos de Edesa,
fué obra de San Gregorio el Iluminador, hijo del príncipe parto Anou o Anag
y cuyo nacimiento se fija en 257. La conversión de la nación armenia estaba
ya m u y adelantada antes del año 300; pero su coronación la puso el bautismo
del rey Tiridates y de la familia real, que debió de acaecer entre el 290
y el 310; y la organización de la Iglesia armenia pertenece a la historia ecle-
siástica del siglo iv ( n o ) .

INDIA Quizá el mensaje de Cristo llegó antes del 300 a esta región lejana
del Asia: según Eusebio ( m ) , el primer maestro de la escuela de
Alejandría, el siciliano Panteno, habría sido misionero de la " I n d i a " ; habría
encontrado también vestigios de u n a predicación mucho más antigua, la del
apóstol Bartolomé. Ya vimos más arriba ( 112 ) que no hay por qué edificar
sobre estas vagas "tradiciones apostólicas", insuficientemente garantizadas. La
misión de Panteno es por el contrario perfectamente admisible; pero no tene-
mos otra garantía que los datos concienzudamente recogidos por Eusebio.
En cuanto a la región misma que Panteno habría evangelizado, el nombre
de India en esta época tanto puede designar el Yemen actual, en Arabia,
o el reino de Axum sobre la costa de Abisinia, como la India propiamente
dicha. U n obispo del siglo cuarto, el arriano Teófilo, que precisamente pre-
dicó el cristianismo con poco éxito entre los homeritas o sábeos de la Arabia
meridional, era, según Filostorgio ( 1 1 3 ), "indio" de origen; y desde esta época,
había cristianos en su país natal, la isla de Dibous. ¿Se trata de Diu, de Soco-
tora (Dioscórides) o de una pequeña isla del litoral etiópico? Es difícil averi-
guar y decidir si son las costas del m a r Rojo únicamente o las costas próximas
de la India, o si es la India misma, donde la fe cristiana penetró antes del
siglo n i ( U 4 ) .

(lio) £,a vida de San Gregorio Iluminador, muy mezclada con los elementos legen-
darios, se lee en los Acta sanctorum Septembris, t. VIII, pp. 295-413. Sobre las fe-
chas de la vida de Gregorio, cf. HABNACK, Die Mission und Ausbreitung des Chris-
tentums, 2* ed, t. II, p. 171, y FR. TOURNEBIZE, Histoire politique et religieuse de
l'Arménie, p. 121 y ss. La conversión de la masa de nación armenia parece posterior
al año 300; pero anterior a la persecución de Diocleciano. SOZÓMENO (Hist. Eccl., II,
vm) no tienelaTWLV
másí que indicaciones bastante vagas. 'Ap/ievíovs 5é TTOXLV irpórepov
indonrp/ XP ' <TOil'- "Tengo noticias de que los armenios habían sido cristianizados
mucho tiempo antes." Se trata de. una anterioridad con relación al reinado de Constan-
tino; pero no dice si la cristianización había comenzado solamente o se había ya com-
pletado mucho tiempo antes de Constantino.
( m ) Hist. Eccl., V, x. SAN JERÓNIMO (Epist. LXX; De viris illustribus, xxxvi, 70)
ha amplificado las noticias de Eusebio y precisado que Panteno había sido enviado
a la India por el obispo de Alejandría, Demetrio, y que predicó a los Brahmanes;
pero esto no parece más que conjetura.
("2) Cf. t. I, pp. 211-212.
(U3) Los raros fragmentos conocidos hasta ahora (algunos acaban de ser descubier-
tos) de la Historia eclesiástica del arriano Filostorgio han sido publicados en P. G.,
t. LXV, p. 481 y más recientemente en el Corpus de Berlín por J. BIDEZ, Leipzig, 1913.
Historiador parcial, Filostorgio ha podido exagerar la obra de su correligionario Teófilo;
pero no ha inventado ciertamente.
(114) Habiendo evangelizado el obispo Frumencio en Abisinia a principios del
siglo cuarto (RUFINO, Hist. Eccl., I, ix) y habiendo sido calificado Teófilo de blemio,
nombre de un pueblo africano, por sus adversarios, parecería imponerse la hipótesis
abisinia; pero el nombre de Ató'oú, que no es más que la traducción de un término
de la lengua hindú, Dvipa, que significa isla, parece más natural que se trate de una
localidad del mar hindú más bien que del Golfo Arábigo.
124 HISTORIA DE LA IGLESIA

Los Hechos de Tomás ( n B ) que hacen a este apóstol evangelizador de la


India, son apócrifos indudablemente y no se les puede dar el menor crédito.
Pero u n texto recientemente descubierto y, en su género, de extraordinario
valor, aporta quizás u n argumento serio en favor de una eyangelización de
la India, al menos en el siglo i n . Es uno de los fragmentos de M a n i , encon-
trados en Egipto ( 116 ) en que el fundador del maniqueísmo habla así ( m ) :
"Al fin de los años del rey Arddescir salí a predicar. Sobre u n a nave llegué
al país de los indios; les prediqué la esperanza de la vida y escogí una por-
ción selecta. El año en que el rey Arddescir murió y en que su hijo Sapor I
subió al trono (él me hizo venir), volví en una nave del país de los indios
al país de los persas y del país de los persas vine al de Babilonia, Maisán y
Kuzistán..."
Parece indudable que se trata del contacto con la India, si se piensa, a lo
menos, en las estrechas relaciones entre el maniqueísmo y la religión h i n d ú ;
y parece también probable que estas declaraciones de M a n i implican una
evangelización anterior; pues se presenta en su predicación como apóstol de
Jesucristo, y debió entrar en contacto en primer lugar con los cristianos entre
los cuales seleccionó la "porción escogida"; pues tal se nos antoja el sentido
obvio de esas palabras. Las cristiandades que Cosme el Indicopleuta encontró
en el siglo vi en el Indostán, unidas a la Iglesia de Persia de la que eran
filiales ( 1 1 8 ), como quizá también las encontró en la isla Dioscórides, data-
rían, según lo dicho, de una época anterior al fin de las persecuciones en el
imperio romano.

PRIMERA EVANGELIZACION En el Oriente europeo fué también a partir


DE LOS GODOS de la mitad del siglo n i , cuando se realizó la
primera siembra evangélica entre los pueblos
fronterizos del Imperio. De los pueblos germánicos, cuyas tribus recorren y
se suceden por entonces al norte y noroeste del Bajo Danubio, es el más
importante el pueblo godo. Las incursiones de los godos en el territorio
romano van en aumento de Decio a Aureliano (250-270, aproximadamente).
Entonces, seguramente, oyeron por primera vez el nombre del cristianismo.
Comodiano, que parece que escribió por esta época, habla en su Carmen Apo-
logeticum ( 119 ) de los cristianos que después de la derrota y muerte de
Decio (251) fueron llevados cautivos por los godos, y dice que conquistaron
la simpatía de los vencedores y esta simpatía preparó sin duda su conversión.
El historiador católico Sozómeno ( 12 °) y el arriano Filostorgio ( 121 ) atribuyen
los mismos efectos a la invasión de los godos en el Asia Menor, bajo Vale-
riano. Los invasores llevaron cautivos a cristianos de Galacia y de Capadocia
y entre ellos también a clérigos que luego predicaron con mucho éxito la
religión de Cristo. San Basilio de Cesárea, en u n a de sus cartas ( 1 2 2 ), alaba por

(11B) Los Hechos apócrifos de Tomás son del siglo tercero. Cf. LIPSIUS, Die Apo-
cryphen Apostelgeschichte und Apostellegenden, Brunswick, t. I, 1883. Cf. infra
p. 256 y ss.
("«) Cf. infra, p. 272 y ss.
( UT ) Encabezando los Kephalaia publicados por C. SCHMIDT, Neue Originalquellen
des Manichdismus, Stuttgart, 1933.
( U 8 ) P. G., LXXXVIII, p. 88.
("») 810 y ss.
(»20) Hist. Eccl., II, vi.
(121) JJist. Eccl., II, v. Filostorgio designa aquí a los godos con el nombre de escitas;
pero no cabe engaño posible.
("2) Ep. CLXV.
EXPANSIÓN DEL CRISTIANISMO, SIGLOS II A IV 125

este apostolado al capadocio Eutiqués, que fué uno de tales prisioneros, con-
vertido en apóstol. El mismo célebre Ulfila, llamado apóstol de los godos, por-
que convirtió la gran masa del pueblo visigótico al cristianismo, pero al
cristianismo arriano del siglo iv, era nieto de los prisioneros capadocios
que ya en el siglo precedente habían comenzado a trabajar en la conversión
de sus raptores ( 1 2 3 ). Los resultados, es verdad, no fueron palpables hasta cien
años más tarde.

( 123 ) Sobre Ulfila y su obra, véase t. III Sobre este origen capadocio, cf. J. ZEILLEU,
Les origines chrétiennes dans les provinces danubiennes de l'Empire romain, p. 442.
CAPITULO VI

LAS GRANDES PERSECUCIONES DE LA SEGUNDA MITAD


DEL SIGLO III Y EL PERIODO DE PAZ RELIGIOSA
DEL 260 AL 302 C1)

§ 1. — La p e r s e c u c i ó n d e D e c i o

LECRUDEC1M1ENTO Tanto éxito del cristianismo no podía menos de


DE LA PERSECUCIÓN alarmar a u n poder que había visto siempre
AL MEDIAR EL SIGLO III en él u n enemigo, o por lo menos, u n peligro.
Septimio Severo intentó cortar el proselitismo
cristiano; pero la persecución terminó relativamente pronto; y la de Maxi-
mino fué u n episodio sangriento, pero breve. Gordiano I I I dejó l a Iglesia en
paz y Felipe el Árabe, o fué subdito de la Iglesia, o por lo menos, deferente
con ella. Pero con Decio, su sucesor, subía al trono u n representante de la vieja
tradición romana dispuesto a restaurarla. Por ello, casi fatalmente, tenía que
aborrecer al cristianismo.
Por vez primera la persecución es verdaderamente general y tiende abier-
tamente a la extinción de la sociedad cristiana: es u n duelo entre la Iglesia
y el Imperio.

EL EDICTO DE DECIO No conocemos el edicto de persecución en su texto,


pero su aplicación nos permite determinar bas-
tante exactamente su contenido ( 2 ) . Obligaba n o solamente a todo cristiano
(!) BIBLIOGRAFÍA. — La misma bibliografía general que para el capítulo cuarto de
este II tomo. En la nota que sigue y en la nota 44 de la pág. 133 están las fuentes
relativas a las dos grandes persecuciones de Decio y Valeriano.
En otras notas del capítulo indicamos las obras que se refieren a la materia aquí
tratada; lo mismo que al período de paz de la Iglesia y también a cierto número de
fuentes para diversos detalles.
Pueden consultarse, además: MONCEAUX, Histoire littéraire de l'Afrique ckrétierme,
t. II; Saint Cyprien et son temps, París, 1Ó02, WICXERT, art. Licinius, N* 173 (Va-
leriano), N* 84 (Galieno) en PAULY y WISOWA. Real-Encyclopadie, t. XIII, 1926, cois.
488-495 y 350-369; L. HOMO, L'Empereur Gallien et la crise de l'empire romain au
lll' siécle en Revue Historique, t. CXIII, 1913, pp. 1-22 y 255-267; De Claudio
Gothico romanorum imperatore, París, 1903 y Essai sur le régne de Vempereur Auré-
lien, París, 1904 (fascículo 89 de la Bibliothéque des Ecoles francaises d'Alheñes et
de Rome); P. DAMERAU, Kaiser Claudius II Gothicus, Leipzig, 1934; GROAG, art.
Domitius, N 9 36 (Aureliano) en PAULY y WISOWA, Real-Encyclopadie, t. V, 1903,
cois. 1347-1419.
(2) Existe abundante documentación sobre la historia de la persecución de Decio.
Nuestras fuentes son: 1) Las cartas (entre otras: Epist. vm, xxiv, xxxiv, LI, LVII)
y el tratado De lapsis de SAN CIPRIANO; 2) las cartas de DIONISIO DE ALEJANDRÍA
a Fabio de Antioquía (EUSEBIO, Hist. Eccl., VI, XLI-XLII), a Domiciano y a Dídimo
(ibíd., VII, xi, 20), a Germano (ibíd., VI, XL); 3) las pasiones de los mártires; pero
sólo la de Pionio (RUINART, Acta sincera, p. 120; KNOPF, Ausgewahlte Martyrerac-
ten, 2* ed., p. 56) y quizá también la de Carpo (Cf. infra, p. 130, n. 25) puede'h ser
utilizadas con confianza; 4) unos cuarenta papiros egipcios, contenipnrln certificados
126
PERSECUCIONES DEL SIGLO III - PAZ RELIGIOSA 127

sino también a toda persona sospechosa de cristianismo y quizá en principio


a todos los subditos del Imperio ( 3 ) , a realizar u n acto de adhesión al culto
pagano: participar en u n banquete sagrado, o hacer alguna oblación o sacri-
ficio, siquiera reducido a su mínima expresión como ofrecer unos granos
de incienso a la estatua del emperador, reconociendo la divinidad imperial,
símbolo a la sazón de la religión oficial de Roma. Así, el que era sospe-
choso de cristianismo, demostraba, por m u y fundada que fuese la sospecha,
que no había lugar a ella; y el cristiano, en virtud de la legislación de Tra-
jano, quedaba absuelto del crimen de serlo, al negar su fe. Lo que interesaba
era, no castigar el crimen, sino que el crimen no continuase y para con-
seguirlo, todos los medios, al arbitrio de los jueces, eran buenos: torturas,
prisión, tentativas de seducción; sólo se buscaba que negasen su fe. De
aquí esta frase de Orígenes: "Los jueces se disgustan si los tormentos son
sobrellevados con ánimo; pero su gozo no tiene límites si logran triunfar
de u n cristiano" ( 4 ) . Es decir, que la orden era hacer no mártires sino
apóstatas ( c ) .

LAS APOSTASIAS Fueron muchas: pues multitud de cristianos, debilitados


después de u n largo período de paz, no podían soportar
la idea del suplicio y a más de uno debió parecer que no estaba m a l librarse
del tormento con u n simple gesto que para la autoridad tenía el valor de u n a
retractación; pero que en su conciencia no era u n a abjuración formal. Según el
testimonio del mismo San Cipriano las apostasías fueron innumerables ( 6 ) : y
los apóstatas lo fueron de m u y diversas maneras.
Unos, a quienes se llama "sacrificati" ofrecieron realmente sacrificios a los
dioses; otros, "thurificati" solamente quemaron incienso ante imágenes de
los dioses y, en particular, ante la imagen del emperador; otros finalmente,
se hicieron inscribir en los registros civiles como si realmente hubiesen cum-
plido la ley o consiguieron a precio de oro certificados (libelli) dando fe de
que habían obedecido a las órdenes imperiales: fueron los "acta facientes" o
"libellatici".

MÁRTIRES EN ROMA Junto a estas defecciones hubo también intrépidos


confesores de la fe que pagaron con la vida, muchas
veces después de crueles suplicios, su fidelidad a Cristo. Uno de los primeros,
si no el primero, fué el obispo de Roma, Fabián, que fué martirizado cuatro
meses después del advenimiento de Decio, el 20 de enero de 250 ( 7 ) . Fueron
encarcelados miembros del clero romano y también muchos fieles de ambos
sexos, uno de los cuales, el africano Celerino fué libertado de las cadenas
después de algún tiempo por una inesperada clemencia del emperador ( 8 ) .
Otros murieron por las fieras como el sacerdote Moisés ( 9 ) y otros derramaron

de sacrificios concedidos por la autoridad romana a los apóstatas: su nomenclatura


y un estudio de su contenido en A. BLUDATJ, Die Aegiptischen Libelli und die Chrislen-
verfolgung des Kaisers Decius (27' Suplementheft de la Rómische Quartalschrift, 1931).
(3) En Egipto vemos a una sacerdotisa del dios Petesuchos pasar por la prueba.
Cf. BLUDAU, op. cit., p. 3, n. 3. Es verdad que esta sacerdotisa pudo inspirar sospechas.
(4) ORÍGENES, Contra Celsum, vin.
(8) Cf. SAN CIPRIANO, Epist. xxv.
(6) De lapsis, VII, ix; cf. EUSEBIO, Hist. Eccl., VI, x u .
(T) Catálogo Liberiano en el Líber Pontificalis, ed. DUCHESNE, t. I, p. 4; SAN
CIPRIANO, Epist. ni. Cf. F. GROSSI GONDI, San Fabiano, Roma, 1916.
(8) SAN CIPRIANO, Epist. xxxrv.
(9) SAN CIPRIANO, Epist. ZY; EUSEBIO, Hist. Eccl., VI, XLIII, 20.
128 HISTORIA DE LA IGLESIA

su sangre en el verano del 250, como Calocerio y Partenio, que según el mar-
tirologio jeronimiano, pertenecían a la servidumbre imperial ( 1 0 ).
Los martirologios inscriben bajo Decio la muerte en Roma de dos orientales,
Abdón y Senén ( u ) . A la persecución de Decio atribuyen también muchos
mártires italianos diversas pasiones como, por ejemplo, la de Ágata de Cata-
nia ( 1 2 ) ; pero no son de tal garantía que podamos aceptar su relato; con todo
es cierto que el cristianismo estaba ya m u y extendido en Italia, de modo
que los edictos imperiales pudieron hacer muchas víctimas fuera de Roma.

LA PERSECUCIÓN De su aplicación en las Galias no sabemos


EN LAS GALIAS Y ESPAÑA nada en concreto; pues si bien Saturnino de
Tolosa padeció bajo Decio ( 1 3 ) , sus Actas nos
lo presentan pereciendo en u n motín popular ( 1 4 ) ; mientras que San Dionisio
de París habría sido ejecutado quizá en tiempos de Valeriano ( 1 5 ).
Se ignora también qué mártires hubo en España, lo cual no significa que
no los hubiese. Si la_ Iglesia de este país puede avergonzarse de sus obispos
Basílides de Legio (León) y Asturica Augusta (Astorga), y Marcial de Eme-
rita ( M é r i d a ) , pues el primero adquirió de los magistrados u n certificado de
sacrificio y el segundo consintió en firmar una declaración de apostasía ( 1 6 ),
la indignación que su conducta levantó en toda España, es el mejor indicio
de que no todos los cristianos españoles hicieron tan triste papel.

ÁFRICA En África hubo defecciones de mayor o menor gravedad, tanto


entre los simples fieles como en el episcopado; y el gran obispo de
Cartago en aquellos tiempos, San Cipriano, se esforzaba en su inteligente
caridad por distinguir los que verdaderamente merecían el nombre de lapsi,
caídos, de los verdaderos apóstatas y los simplemente libeláticos. San Cipriano,
—que más tarde debería perder su vida en otra persecución, pero que ante el
espectáculo de pusilanimidad que ofrecía parte de su Iglesia juzgó que debía
permanecer al frente de ella y dirigirla—, también debió ocultarse para po-
der trabajar en la oscuridad. Mas no faltaron fieles que padecieron pri-
sión, en la que algunos murieron de hambre y otros fueron puestos en tor-
tura, pereciendo algunos de ellos, como Pablo, Fortunio, Baso, Mapálico y
sus compañeros ( 1 T ).

EGIPTO También en Egipto hubo muchos apóstatas y libeláticos. Los que


tenían puestos bien retribuidos eran los más propensos a sacri-
ficar ( 1 8 ) ; pero para mantener el honor de la Iglesia, no faltaron muchos
mártires: en Alejandría se levantaron las hogueras para los intrépidos confe-
sores; rodaron cabezas femeninas después de largas y crueles torturas y mu-
rieron también soldados, cuyo cristianismo se reveló a la hora del martirio
( 10 ) 19 de mayo.
( n ) Mart. Hier., 1 de agosto. Cf. RUINART, Acta sincera, p. 693. Las Actas de su
martirio no tienen valor histórico; pero puede admitirse que eran orientales y no
persas, como aquéllas dicen, pues el cementerio de Ponciano donde fueron enterrados
está en el centro de los barrios de los orientales, Cf. DUFOUROQ, Etude sur les Gesta
martyrum romains, t. I, p. 239.
(12) AA. SS. Februarii, t. I, p. 621.
( « ) Cf. supra, p. 116.
( 14 ) RUINART, Acta sincera, p. 110.
(1B ) Cf. supra, p. 116.
( 18 ) SAN CIPRIANO, Epist. Lxvn.
( 17 ) SAN CIPRIANO, Epist. vm y xxi.
(18) EUSEBIO, Hist. Eccl, VI, XLI.
i

PERSECUCIONES DEL SIGLO III - PAZ RELIGIOSA 129

de sus correligionarios ( 1 9 ). En ciudades y aldeas, la prueba del sacrificio,


impuesta a todos, junto con muchas apostasías C20) trajo también muchas sen-
tencias de muerte. Es verdad que a veces los aldeanos egipcios tenían ver-
dadero placer en sustraer los fugitivos a las pesquisas de la justicia; pues no
estaban m u y bien dispuestos para con los representantes de la autoridad de
Roma. Sucedió, por ejemplo, con el obispo de Alejandría, Dionisio, el cual,
imitando la conducta de San Cipriano, se ocultó, pero al ser descubierto, fué
libertado, a su pesar, por u n a tropa de aldeanos. Así pudo volver a su sede
y contar en sus célebres cartas ( 2 1 ) los principales sucesos de la persecución en
Egipto. Otro cristiano de nota no volvió y a nunca de su retiro, si hemos de
creer al menos a la edificante biografía compuesta por San Jerónimo: Pablo,
culto y rico habitante de la Tebaida, se refugió en los montes donde vivió
en u n a gruta, cerca de u n a fuente y encontró tal gusto en la soledad y en la
meditación que, habiendo dejado su casa cuando tenía veintitrés años, en
aquella soledad le sorprendió la muerte a los ciento trece. Fué el primer
eremita cristiano y el fundador del monaquisino ( 2 1 b i s ) .

ASIA Hubo también mártires en el Epiro ( 2 2 ) , en Grecia, en Creta, donde


quizá fué condenado el obispo de Gortina, Cirilo ( 2 3 ) y los hubo
también en otras islas helénicas; pero uno de los mártires más celebres de la
persecución de Decio pertenece a la Grecia del Asia: Pionio, sacerdote de
Esmirna, cuyo obispo Eudemón, indigno sucesor de Policarpo, había sacrifi-
cado. Es de notar que, según la pasión de Pionio, parece que en Esmirna, y
quizá también en otras partes, los judíos mostraron particular enemiga con-
tra los cristianos; no es que la pasión diga que h a y a n sido ellos los autores de
la prisión de Pionio; pero los paganos se mostraban mucho más benévolos y
hubiesen querido vencer la resistencia del mártir, para salvarlo. Pero éste,
encarcelado, requerido y casi suplicado por la multitud, por el magistrado
municipal y al fin por el mismo procónsul Julio Próculo Quintiliano, para que
sacrificase como lo había hecho su obispo, permaneció inconmovible y fué
entregado a las llamas ( 2 4 ).

(i») EUSEBIO, Hist. Eccl., VI, XLI.


(20) Cf. el estudio citado más arriba (pp. 126-127, n. 2) de BLUDAU, p. 19.
(21) Cartas citadas, a Germano y Fabio. de. Antioquía, en EUSEBIO, Hist. Eccl.,
VI, XL-XLII.
(21 bis) Cf. SAN JERÓNIMO, Vita Pauli. La historicidad de esta vida es muy con-
trovertida. No hay ningún testimonio que corrobore la existencia de Pablo de Tebas;
pero, sin embargo, el famoso Antonio no ha sido el primer solitario de Egipto; ha
habido ascetas antes de él en el desierto y él mismo se educó con uno de ellos. La
existencia de Pablo es, pues, verosímil. San Jerónimo na dicho probablemente sobre
él mucho más de lo que realmente podía saber; pero, indudablemente, no lo ha
inventado todo. Tenemos, pues, una historia novelada, pero no una pura novela.
Cf. P. DE LABRIOLLE, Vie de Paul de Thébes et vie de Hilarión, París, s. d.
( 22 ) El mártir Terino padeció en Butroto (Butrinto) bajo Decio, según el panegírico
de San Arsenio, cd. Lambros, 'K.tpKVpdixá. ávkxdoTa (Atenas, 1882, pp. 11-12, 20-22). Cf.
UGOLINI, 11 cristianesimo e l'organizazione ecclesiastica a Butrinto (Albania), en Orien-
talia Cristiana Periódica, II (1936), pp. 309-319.
( 23 ) Sus Actas (SURIO, Vitas Sanctorum, 9 de julio), que están lejos de inspirar
perfecta confianza, ponen su martirio bajo Decio; pero la colección hagiográfica griega
de las Meneas (9 de julio) lo pone bajo Dioclcciano, y, en fin, el martirologio jeroni-
miano lo hace de Egipto y no de Creta.
( 24 ) Las Actas de Pionio (cf. supra p. 126, n. 2) no son una relación inmediata a los
hechos sino que parecen ser un embellecimiento literario, no una deformación legendaria
de un original griego más sobrio. EUSEBIO las ha resumido (Hist. Eccl., IV, xv), y las
ha unido a las de San Policarpo, como si los dos mártires fuesen contemporáneos;
130 HISTORIA DE LA IGLESIA

Otras ciudades de la provincia de Asia tuvieron también sus mártires. Así,


Efeso, Lamsaco, Pérgamo, donde padeció el obispo Carpo ( 2 5 ) y lo mismo las
provincias de Bitinia, Ponto, Capadocia, Armenia romana ("Armenia M i -
n o r " ) . Esta última se honra con el nombre de Polieucto, aunque su martirio
no es ciertamente de aquellos cuyo ejemplo recomienda la Iglesia; ya que lo
provocó él voluntariamente al rasgar el edicto de persecución, fijado en
Melitene ( 2 6 ).
Muchos obispos de las grandes ciudades del Asia fueron condenados a
muerte o perecieron en los calabozos. Entre éstos podemos recordar al obispo
de Jerusalén, Alejandro, sucesor del obispo centenario Narciso, cuyo coadjutor
fué desde 212; él fué el creador, en su ciudad episcopal, de u n a célebre
biblioteca, y de acuerdo con el obispo de la metrópoli provincial, Cesárea,
fundó la Didascalia de esta ciudad, enaltecida por Orígenes después de haber
llenado de gloria la de Alejandría ( 2 7 ) . El obispo de Antioquía de Siria, San
Babilas, el mismo que habría impuesto la penitencia al emperador Felipe ( 2 S )
confesó la fe, no sabemos si con el martirio sangriento, como dice San Crisós-
tomo ( 2 9 ) , o en la tortura lenta de la prisión, según cien años antes escribió
Eusebio, verosímilmente mejor informado ( 3 0 ). Néstor, obispo de Magedo, en
Panfilia, fué primeramente interrogado con mucha cortesía por el irenarca
ante el consejo de la ciudad y luego conducido al legado que lo hizo torturar
y crucificar ( 3 1 ). Por el contrario, Acacio ( 3 2 ) que, según las Actas, de u n a
precisión histórica insuficiente, debió de ser obispo de Antioquía de Pisidia,
o corepíscopo, es decir, auxiliar para los fieles del campo, del'obispo de Antio-
quía de Siria ( 3 3 ) ; Acacio, repetimos, halló gracia en el emperador. El legado,
no pudiendo resolverse ante la serena firmeza del mártir, remitió el proceso
verbal del interrogatorio al emperador y éste le perdonó.
No es de extrañar que, deseando Decio no mártires sino apóstatas, u n doc-
tor de la autoridad de Orígenes fuese apresado en Cesárea, en donde a la sazón
daba lecciones, y encarcelado y sometido a la tortura para obligarlo a rene-
gar; pero, sometido muchas veces a los suplicios, permaneció impasible ( 3 4 ) .
error de identificación cronológica que se explica por la identidad del lugar. Aunque
las Actas no den la fecha, el mismo texto nos obliga a pensar en la persecución de
Decio y viene a confirmarlo la Crónica de Alejandría.
(25) EUSEBIO, Hist. Eccl., IV, xv, 48. AUBÉ ha publicado las Actas sin indicación
de fecha, L'Eglise et l'Etat dans la seconde moitié du III' siecle, pp. 499-506. Cf.
HARNACK, Die Ackten des Carpus, des Papylus und Agathonike, en Texte und Un-
tersuchungen zur Geschichte der altchristlichen Literatur, t. III, 3, 4, Leipzig, 1888,
p. 440 y ss, y DUCHESNE, Hist. anc. de l'Eglise, t. I, p. 266, n. 1, y 368, n. 1.
(26) Sobre el caso de Polieucto, cf. E. L E BLANT, Polyeucte et le zéle téméraire, en
Mémoires de l'Académie des Inscriptions, t. XXVIII, 1876, 2* parte, pp. 335-352.
B. AUBÉ encontró y publicó las Actas de Polieucto bajo la forma de una homilía del
siglo cuarto, Polyeucte dans l'Histoire. Etude sur le martyre de Polyeucte, d'aprés des
documents inédites, París, 1882.
(27) EUSEBIO, Hist. Eccl., VI, xxxix y XL.
( 28 ) Cf. supra, p. 106.
( 29 ) De sancto Babyla.
(3°) Hist. Eccl, VI, xxxix, 4.
(31) AA. SS. Februarii, t. III, p. 629.
( 32 ) RUINART, Acta sincera, p. 1304 y ss.
(3S) Tal es, por lo menos, la hipótesis de HARNACK (Die Mission und Ausbreitung
des Christentums, 2* ed., p. 183, n. 1).
( 34 ) EUSEBIO (Hist. Eccl., VI, xiv, 10 y xxxix, 5),, de quien tenemos estos detalles
sobre el cautiverio y los tormentos de Orígenes, dice, en el primero de estos pasajes,
que Orígenes llevaba el nombre de a5ani.VTi.os, que podría traducirse por "hombre
de acero"; sin embargo, no establece esa relación entre la resistencia intrépida en
las torturas y este nombre.
PERSECUCIONES DEL SIGLO III - PAZ RELIGIOSA 131

Salió de la cautividad hacia el fin del 251, después de la muerte de Decio;


pero no sobrevivió mucho a los suplicios.

DISMINUCIÓN Y CESE Para aquella fecha, la mayor parte de los pri-


DE LA PERSECUCIÓN sioneros estaban ya libres; la persecución se fué
suavizando desde finales del 250. En la prima-
vera siguiente pareció renacer la calma: los fugitivos regresaron a sus hogares
y los obispos pudieron ponerse abiertamente al frente de sus iglesias y vol-
vieron a comenzar las reuniones públicas. Deció murió al fin del verano y
entonces la tranquilidad fué completa; San Cipriano pudo reunir u n con-
cilio en Cartago ( 3 5 ) y la cristiandad romana, sin obispo desde el martirio
de San Fabián, pudo después de quince meses darle u n sucesor: Cornelio ( 3 6 ) .

SE RENUEVA LA No fué más que u n momento de calma. El


PERSECUCIÓN BAJO GALO sucesor de Decio, Treboniano Galo, volvió a
encender la persecución ( 3 7 ) por motivos m u y
distintos de los de su predecesor. Decio había intentado destruir el cristia-
nismo en nombre de u n a razón de Estado; Galo cedió a u n a corriente de
hostilidad popular, que surgió de súbito a consecuencia de u n a terrible peste
que comenzó a azotar el Imperio a finales del 251.
El nuevo papa Cornelio fué arrestado; pero los cristianos habían vuelto a
cobrar ánimo y los fieles se presentaron en masa ante el tribunal que debía
juzgar al obispo, para proclamar su fe. Esta impresionante manifestación de
fe ¿arredró tanto a las autoridades que llegaron a convencerse de la inutilidad
de los esfuerzos de Decio? Lo cierto es que Cornelio no fué más que desterrado
y solamente a algunas leguas de Roma, a Centumcellae (Civitavecchia).
Murió en el 253 y su sucesor Lucio fué también alejado de Roma, apenas
elegido; pero le repatriaron al año siguiente. Galo fué derribado por Emi-
liano, que no hizo sino pasar por el Imperio; pues fué suplantado a su vez
por P. Licinio Valeriano, que comenzó por mostrarse netamente favorable al
cristianismo.

FRACASO DE LA Concluyamos que la primera gran tentativa general, me-


PERSECUCION tódica, implacable según pareció al principio, para des-
truir el cristianismo, había fracasado. Largas filas de
cristianos, poco valerosos, se habían presentado ante los tribunales para sacri-
ficar y muchos habían obtenido, sin sacrificio real, u n documento de apostasía;
pero en manera alguna eran apóstatas de corazón; no pasaba su apostasía de
los labios. No sabemos cuál fué el número de los que escaparon, ocultándose
a las pesquisas de los magistrados y cuántos pasaron nada más que por sospe-
chosos . . . Lo cierto es que poco después se vio que el resultado de la persecu-
ción era casi nulo. La Iglesia se sintió m á s rejuvenecida y fortificada; los
mártires fueron lo bastante numerosos para que su ejemplo tuviese eficacia
estimulante: cuando Galo renovó la persecución, se comprobó esta nueva
fuerza. Más aún: ya en la persecución de Decio se advierte en el público
pagano la aparición de sentimientos de piedad y el horror a la sangre ver-
is5) SAN CIPRIANO, Epist. LII.
(36) Cf. DUCHESNE, Liber Pontificalis, t. I, p. CCLX.
(87) Cf. SAN CIPRIANO, Epist. LIX, 6, y DIONISIO DE ALEJANDRÍA, Epístola ai Her-
mammonem (en EUSEBIO, Hist. Eccl., VII, x), que constituyen las dos fuentes
referentes a esta reanudación de hostilidades, acerca de la cual hay muy pocos
detalles.
132 HISTORIA DE LA IGLESIA

tida ( 3 S ). Es verdad que estos sentimientos pueden mudarse con mucha faci-
lidad; pero indiscutiblemente manifiestan que la opinión pública comienza
a cambiar.

DIFICULTADES RELIGIOSAS La persecución de Decio dejaba a la Iglesia


NACIDAS DE LA u n a larga herencia de dificultades interiores.
PERSECUCIÓN. LA Los lapsi, arrepentidos a u n antes de que la
CUESTIÓN DE LOS LAPSI persecución hubiese cesado, pedían su reinte-
gración a las filas del cristianismo y en
África numerosos confesores, prevalidos de la autoridad que su heroísmo les
daba ante la Iglesia, no dudaban en darles cartas de perdón, libelli pacis,
que les dispensaban de hacer penitencia.
La autoridad no podía menos de oponerse a esta inesperada concordia de
apóstatas y mártires y a este exceso de indulgencia: San Cipriano se opuso
con tanta firmeza como mansedumbre; pero no pudo evitar u n cisma, cuyo
principal instigador fué el presbítero llamado Novato. El obispo de los disi-
dentes fué Fortunato; pero la secta tomó el nombre del diácono Felicísimo,
que había sido desde el principio uno de los propulsores del movimiento.
Como veremos después, el cisma duró m u y poco ( 3 9 ).
No podemos decir lo mismo, como veremos ( 3 9 b i s ) , del cisma que, por causas
distintas, estalló después de la persecución de Decio en Roma y en u n a gran
parte de la Iglesia. Cuando a los quince meses de la muerte de Fabián, fué
elegido Comelio, no faltaron contradictores; el partido de los rigoristas le
opuso u n sacerdote de mucho viso en el clero romano, Novaciano, escritor
distinguido y orador elocuente. Comelio prometía el perdón a los lapsi
arrepentidos y penitentes; Novaciano lo rehusaba a quienquiera que lo hu-
biese sido; extremista en el rigor, como Novato lo había sido de la indulgencia
en Cartago. Novaciano conquistó partidarios en gran parte del m u n d o ; fue-
ron muchos los que se declararon por esta Iglesia de los santos, de los puros
xadapoí, como se les llamó en Oriente, donde adquirió u n gran desarrollo.
Gran número de montañistas vinieron, con el tiempo, a engrosar sus filas
y perduró hasta el siglo vn.

§ 2 . — La p e r s e c u c i ó n d e Valeriano

VALERIANO, EN UN Los primeros años que siguieron a la perse-


PRINCIPIO, BIEN DISPUESTO cución de Galo fueron de paz completa para
PARA CON LOS CRISTIANOS la Iglesia. Si el nuevo emperador había sido
uno de los lugartenientes de Decio ( 4 0 ) , no
por ello participaba necesariamente de sus ideas; quizá, al ver el fracaso de la

(38) p o r ejemplo, el suplicio de San Carpo y sus compañeros en Pérgamo provocó


si no la protesta abierta, al menos la crítica y las murmuraciones. P. ALLAHD, Histoire
des pérsécutions pendant la prendere moiíié du lite siécle, 3* ed., París, 1905, p. 426
y ss., trae la indicación de los diversos textos de las Actas que contienen indicaciones
parecidas y las discusiones, sobre todo de orden cronológico, que han provocado. Léase
el pequeño volumen de S. COLOMBO, Atti dei martiri, I serie. Testi greci e latirá tradotti
con introduzione e note, Turín, 1928, en la colección Pagine cristiane antiche e mo-
derne, t. V, que presenta una excelente versión de las mejores Actas.
(89) Cf. infra, p. 168 y s.
(39 bis) Cf. infra, p. 168 y ss.
(40) La Historia Augusta cuenta que Decio dio a Valeriano el título de censor
con poderes que le hacían una especie de viceemperador; lo que sería un indicio de
PERSECUCIONES DEL SIGLO III - PAZ RELIGIOSA 133

tentativa contra el cristianismo, aprendió la lección. De 254 a 257 los cristia-


nos no pudieron sino alabar a tal soberano, y muchos de ellos fueron em-
pleados como funcionarios en el palacio, que se llegó a comparar con u n a
"iglesia de Dios" ( 4 1 ) . Las simpatías por los cristianos que sentía Salonina, mu-
jer de Galieno, heredero del Imperio, explican quizá en parte las disposiciones
indiscutiblemente favorables de Valeriano para con la Iglesia ( 4 2 ) .

SE RENUEVAN No tardaron en llegar los días tristes; aciagos eran


LAS HOSTILIDADES, aquéllos para el Imperio: asaltos de los bárbaros,
CAUSAS OCASIONALES francos, alemanes y otros germanos contra las
fronteras del Rhin y del Danubio; incursiones de
una audacia cada vez mayor, de los godos, en las costas del Ponto Euxino y
casi en las costas del Egeo; insurrección beréber en África, invasión de los
persas del rey Sapor, que penetró hasta Antioquía ( 4 3 ) . E n esta situación,
bastaban unos pocos fanáticos para soliviantar los ánimos del pueblo contra
aquéllos que a u n eran considerados como u n peligro público, aunque en
ciertos momentos el poder y la opinión parecían apreciar el valor de sus vir-
tudes. U n o de los consejeros del emperador, Macriano, adepto exaltado de
los cultos orientales, rivales encarnizados del cristianismo, parece haber sido
el promotor de la nueva persecución.
Quizá las grandes riquezas que se atribuían a la Iglesia, que en efecto
distribuía grandes limosnas y que poseía no escasos dominios, excitó la codi-
cia en u n período en que el Imperio pasaba por u n a grave crisis económica.
La persecución volvió a encenderse; y aunque sus procedimientos fueran
distintos de los que había puesto en juego Decio, no se mostró menos
implacable ( 4 4 ) .

PRIMER EDICTO DE Sin embargo, el ataque al cristianismo procedió por


PERSECUCIÓN etapas; quizás porque el emperador y sus consejeros
esperaron en u n principio alcanzar mejores resulta-
dos con medidas menos violentas y también porque pensaron que, dirigiendo
los primeros golpes a la cabeza, quedaría resentido todo el organismo cris-
tiano. El primer decreto, agosto del 257, no miraba inmediatamente más que
al clero superior, desde los obispos a los diáconos, obligándoles a sacrificar
a los dioses del Imperio; se prohibía la celebración del culto cristiano y la

identidad en sus puntos de vista; pero el testimonio aislado de la Historia Augusta,


cuyo mediocre valor es bien conocido, podría ser nada más que una fantasía extraña
a la realidad histórica.
( 41 ) DIONISIO DE ALEJANDRÍA, Epístola ad Hermammonem, en EUSEBIO, Hist. Eccl,
VII, x, 3.
(42) Las medallas de la emperatriz Salonina con la inscripción de Augusta in pace,
hacen pensar que se había convertido de hecho al cristianismo. La inducción es legí-
tima, pero no tal que llegue a darnos certeza del hecho; pues es muy posible que
Salonina haya profesado un sincretismo más o menos cristianizante.
(43) Es discutida la toma de Antioquía bajo Valeriano: Cf. TIIXEMONT, Histoire
des Empereurs: L'Empereur Valérien, n. x. Pero es indudable el empuje y la gra-
vedad de la invasión persa en Oriente.
(44) La información de la persecución de Valeriano nos la dan: 1) Las cartas de
San Dionisio de Alejandría a Hermammón (EUSEBIO, Hist. Eccl-, VII, x) y a Germano
(ibíd., VII, xi); 2) SAN CIPRIANO, Epist. LXXVI-LXXVII; 3) un número relativamente
elevado de pasiones que tienen un valor histórico, como las de San Cipriano, de los
santos Mariano y Santiago, de los mártires de la Masa Cándida en África, de San Fruc-
tuoso en España; 4) la vida de San Cipriano escrita por su diácono Poncio; 5) EUSEBIO,
Hist. Eccl., VII, XII.
134 H I S T O R I A DE LA IGLESIA

visita a los cementerios. El emperador no pretendía, sin embargo, impedir


a los cristianos honrar a su Dios en privado. He aquí u n a prueba bastante
clara de la influencia del sincretismo religioso en los organismos oficiales
del Imperio: el Dios de los cristianos figura entre las numerosas divinidades
que los subditos del emperador pueden adorar libremente, en privado; pero
la profesión privada de tal o cual religión debe conciliarse con la práctica
de los ritos oficiales. Si se desobedece a la prescripción del sacrificio: pena
de destierro; y en caso de infracción de las prohibiciones dichas: pena capital.
Sabemos cómo se aplicó el edicto en dos de las más célebres sedes episcopa-
les del Imperio, Alejandría y Cartago. San Dionisio y San Cipriano compa-
recieron ante los magistrados y, como rehusaron obedecer, los dos fueron
internados en los lugares que se les asignó. Casi al mismo tiempo, el legado
de Numidia condenó a otros obispos de África, a sacerdotes, a diáconos y aun
a simples fieles a trabajos forzados en las minas; lo que jurídicamente
era pena capital: evidentemente habían infringido la orden de no celebrar
asambleas.

SEGUNDO EDICTO M u y pronto los magnates del Imperio debieron pensar


que las primeras medidas de rigor habían sido inope-
rantes o, por lo menos, m u y poco eficaces. U n segundo edicto, en 258, pres-
cribió que todos los miembros del clero romano que hubiesen desobedecido
fuesen ejecutados sin dilación. Los laicos que tuviesen alguna dignidad serían
degradados y confiscados sus bienes y, si con este castigo no se enmendaban,
tendrían que sufrir la pena capital. Sus mujeres perderían también los bie-
nes y serían desterradas. Finalmente, los múltiples funcionarios de la casa
imperial, es decir, no sólo los empleados de palacio, sino también los que lo
estaban en los inmensos dominios de la corona, extendidos por todo el Impe-
rio, deberían sufrir confiscación y luego serían encadenados y condenados a
trabajos forzados en las explotaciones imperiales, en las minas o en el campo.

MÁRTIRES EN ROMA La aplicación del edicto fué inmediata y extraordi-


nariamente rigurosa. Las riquezas de la Iglesia de
Roma tentaron al fisco imperial; murieron el papa Sixto II y sus diáconos. Uno
de ellos, San Lorenzo, el que según u n a pasión, por desgracia de m u y débil
valor histórico, murió abrasado en u n a parrilla, por no haber querido entre-
gar los tesoros de la Iglesia ( 4 5 ), ha quedado en la memoria cristiana aureo-
lado con esplendores de inmarcesible gloria.

( 45 ) El documento más antiguo es un pasaje del De Officiis de San Ambrosio (I, 41),
visiblemente inspirado en una pasión ya en circulación en su tiempo, pero quizá
posterior en un siglo a los hechos. El P. H. DELEHAYE (Recherches sur le légendier
romain en Anallecta Bollandiana, t. LI, 1933, pp. 34-98) ha demostrado su carácter
legendario. El hecho que el suplicio de San Lorenzo por el fuego se encuentre
también en las inscripciones de San Dámaso (Damasi Epigrammata, edic. IHM, Leipzig,
1895, p. 37), y la difusión iconográfica del motivo de la parrilla (medallas, joyas,
mosaico del mausoleo de Gala Placidia en Ravena; cf. sobre ellos art. Gril y Laurent
(saint) en Dictionnaire d'Archéologie chrétienne, de CABROL-LECLEROQ, y ZEILLER, Sur
une mosaique du mausolée de Galla Placidia á Ravenne en Comptes-rendus de l'Aca-
démie des Inscriptions, 1934, pp. 43 y ss.) podrían inducirnos a un juicio más favorable;
pero el edicto de Valeriano parece que condenaba sólo a la muerte sin suplicios lentos.
Quizá la leyenda relativa a San Lorenzo se ha formado bajo la influencia del relato
sobre el martirio del diácono español Vicente, que fué acostado en un lecho enroje-
cido al fuego; como el mártir Attalo de Lyón había sido sentado en una silla ardiente.
Sobre estas relaciones con Vicente, Cf. Pío FRANCHI DE'CAVALIEM, San Lorenzo e ¡l
suplizio della graneóla, en Romische Quartalschrift, t. XIV, 1900, pp. 159 y ss. Obsérvese,
PERSECUCIONES DEL SIGLO III - PAZ RELIGIOSA 135

Fué entonces, sin duda, cuando al prohibirles el acceso a los cementerios


y hacerles imposibles las reuniones que en ellos se celebraban, retiraron
secretamente los cuerpos de San Pedro y San Pablo de los cementerios de la
"Via Cornelia", junto al Vaticano, y de la "Vía Ostiensis" y los depositaron
"Ad Catacumbas", donde todavía los cristianos pudieron darles u n culto dis-
creto ( 4 6 ). Algunos de ellos, q u e desafiaron la prohibición, fueron sepulta-
dos vivos en los subterráneos en que estaban orando ( 4 7 ) .

ÁFRICA La Iglesia de África se vio diezmada. Cipriano de Cartago fué


conducido ante el procónsul Galerio Máximo. Se nos h a conser-
vado el proceso verbal de su comparición ante el juez ( 4 8 ) . F u é m u y breve:
—"Los divinos emperadores m a n d a n que sacrifiques. —No lo haré jamás.
—Piensa en ti. —Haz lo que te h a n mandado. E n asunto t a n claro no h a y
por qué deliberar." El magistrado dicta la sentencia: "Ordenamos que Tascio
Cipriano muera a espada." "Deo gratias", respondió Cipriano. F u é condu-
cido a la muerte en medio de u n a multitud pagana cuyo respetuoso silencio
contrasta con los fieros gritos anticristianos de otros tiempos. Le seguía tam-
bién todo su pueblo que extendió en torno suyo lienzos para empaparlos
en su sangre. Al atardecer, se llevó su cuerpo entre himnos a u n sepulcro
particular. Pocas veces se h a visto u n a demostración mejor de lo que es el
amor de u n a cristiandad entera por su jefe, u n jefe que fué siempre u n padre.
A otros obispos anteriormente desterrados, se hizo comparecer, para entre-
garlos a la muerte. El diácono Santiago y el lector Mariano, arrestados cerca
de Cirta (Sirte) ( 4 9 ) fueron decapitados en Lambesis, donde residía el legado
de Numidia, junto con u n a multitud de simples fieles, condenados sin duda
por tener reuniones prohibidas.
Su pasión ( 5 0 ) , obra de u n compañero suyo, u n a de las mejores que h a n
sobrevivido entre tantas como h a hecho desaparecer el tiempo, dice que los
mártires eran tantos que las ejecuciones duraron varios días.
En Utica pereció u n grupo compacto de mártires, que recibieron el nombre
de Masa Cándida i61); al frente de ellos estaba el obispo Cuadrato, segiin
se desprende de u n sermón de San Agustín ( 5 2 ) . Hubo otros muchos mártires
en diversos lugares, como los clérigos Montano y Lucio y sus compañeros,
dos de ellos catecúmenos, en la provincia proconsular ( 5 3 ) .
sin embargo, que San Ambrosio compuso su libro hacia el 390, mientras que la noticia
de Dámaso (vale decir el único himno sobre San Lorenzo) es anterior al 385, y por
tanto más antiguo.
(«) Cf. supra, t. I, pp. 189-190.
(47) SAN GREGORIO DE TOURS, De gloría martyrum, I, 38.
(48) Acta proconsularia sancti Cypriani (RUINART, Acta sincera, p. 217 y ss.; KNOPP,
Ausgewáhlte Martyreracten, pp. 71 y ss.).
(49) Donde una inscripción célebre, pero en parte aun enigmática, llamada de los
"Martyres Hortenses", conserva aún su recuerdo grabado en la roca (Corpus inscrip-
tionum latinarum, VIII, 7324).
í 50 ) RUINART, Acta sincera, pp. 226 y ss. Ed. crítica de FRANCHI DE'CAVALIERI, Roma,
1900. Traducción francesa de MONCEUX, La véritable légende ¿oree, p. 202.
(51) Masa a causa de su multitud, Cándida por el blanco resplandor de su victoria
dice SAN AGUSTÍN (Sermo cccvi). Pero este nombre podría proceder de que fueron
enterrados en cal viva, como parece sugerir el relato, probablemente legendario, que
recoge el poeta PRUDENCIO, Peristephanon, xm, 76-87. Según éste, los mártires fueron
obligados a arrojarse a una fosa de cal viva.
(B2) Dom GERMAIN MORIN, La Massa Candida et le martyr Quadratus d'aprés deux
sermons inédits de Saint Augustin. Atti della Pontificia Accademia di Archeologia, ser.
III. Rendiconti, vol. III, ann. 1924-1925, Roma, 1925, pp. 289-313.
( s s ) RUINART, Acta Sincera, p. 223. Ed. crítica de FRANCHI DE'CAVALIERI, Roma, 1898.
136 HISTORIA DE LA IGLESIA

MÁRTIRES EN ESPAÑA España, entre otros muchos mártires, tiene u n o


Y EN LAS GALIAS particularmente glorioso en la persona del obispo
Fructuoso de Tarragona, quemado vivo con sus
diáconos Augurio y Eulogio ( 5 4 ) .
Las víctimas de la Galia son apenas conocidas; escasamente si podemos atri-
buir a la persecución de Valeriano, con probabilidad suficiente, el martirio
de Patroclo, decapitado en Troyes, en enero del 259 ( S 5 ) y el de Dionisio
de París, la fecha de cuyo martirio ya vimos que es a ú n incierta ( 5 6 ). E n
desquite, bandas de bárbaros alemanes que, bajo la dirección de u n t a l Cro-
co, asolaron la Auvernia, hicieron quizá perecer a algunos cristianos ( 5 7 ) , du-
rante el reinado de Valeriano, según afirmación de Gregorio de Tours.

ORIENTE No podía ser mejor la suerte del Oriente, adonde el emperador


en persona había ido a dirigir la guerra contra los persas.
En Palestina, los cristianos de los campos pudieron ocultarse; pero a u n fue-
ron numerosas las ejecuciones ( 8 8 ). De los mártires de Licia, h a n sobrevivido
los nombres de Paregorio y del asceta León ( 5 9 ) ; de Capadocia, el de Cirilo,
que era todavía u n niño C60).

FIN DE VALERIANO La catástrofe persa puso fin a la persecución:


Y FIN DE LA PERSECUCIÓN. Valeriano se dirigió en el 259 a Edesa, sitiada
EDICTO DE PACIFICACIÓN por los persas: la peste se cebó en su ejército,
DE GALIENO sobrevino la derrota y Valeriano pensó que
era prudente intentar u n tratado de p a z ; y
el rey Sapor aprovechó una entrevista para hacerlo prisionero. Macriano pudo
continuar algún tiempo con las medidas de rigor que él había inspirado; pero
Galieno, hijo y sucesor del emperador desaparecido, alimentaba sentimientos
m u y distintos q u e n o tardaron en manifestarse. Dio u n edicto, cuyo texto
no poseemos, por el que ordenaba el cese de la persecución. Después, a rue-
gos de los obispos, que lo vieron en t a n buenas disposiciones que se atrevieron
a pedirle la restitución de las iglesias y cementerios confiscados, concedió
rescriptos que confirmaban a los jefes de las iglesias en el libre ejercicio de
sus funciones ( 6 1 ) .

(B4) RUINART, op. cit., p. 220. En el Peristephanon de PRUDENCIO, VI, verdadera


corona lírica, se vuelve a narrar este martirio. Cf- SAN AGUSTÍN, Sermo CCXIII, 2 y
Sermo CCLXIII, 3.
(BE) AA. SS. Januarii, t. II, p. 342.
( 58 ) Cf. supra, pp. 116 y 128.
(5T) Historia Francorum, I, xxxii-xxxiv; ed. K. ARNDT en Monumento Germanice
Histórica, Scriptores rerum merovingicarum, t. I, Hannover, 188S, p. 49. La cuestión
controvertida de los "mártires de Croco" ha sido renovada por G. BARDY (Recherches
sur un cycle hagiographique. Les martyrs de Chrocus en Revue d'Histoire de VEglise
de France, t. XXI, 1935, p. 5 y ss.); concluye que podemos seguir a Gregorio de Tours,
bien informado de las cosas de Auvernia, su país, cuando coloca en tiempos de Valeriano
la invasión de Croco y habla de las víctimas que hizo entre los cristianos; pero
muy difícilmente podemos aceptar que haya entre sus víctimas un obispo de Mende,
San Privato. Es ciertamente muy posterior el establecimiento de una sede en Mende.
Cf. supra, pp. 114-117. (El nombre latino antiguo de Mende era Mimatum; actual-
mente es cabecera del departamento de Lozére y está situada en la margen izquierda
del Lot.)
(58) EUSEBIO, Hist. Eccl., VII, XII.
( 59 ) Acta de los santos León y Paregorio (RUINART, Acta sincera., p. 610).
( 60 ) RUINART, Acta sincera, p. 253.
(M) EUSEBIO, Hist. Eccl, VII, xm.
PERSECUCIONES DEL SIGLO III - PAZ RELIGIOSA 137

§ 3 . — P a z religiosa y p r o g r e s o d e l a Iglesia d e Galieno


a Diocleciano

TOLERANCIA DE GALIENO E l edicto y los rescriptos de Galieno consti-


tuían la primera declaración oficial de tole-
rancia respecto del cristianismo, publicada por la autoridad imperial. "Ordeno,
decía el rescripto dirigido a los obispos Pina, Dionisio y Demetrio, que se
extienda a todo el mundo el beneficio de m i generosidad; para que dejen libres
los lugares del culto; a fin de que podáis gozar lo q u e estipula m i rescripto,
sin ser inquietados por nadie" ( 6 2 ). Desde entonces comenzó a gozar la Igle-
sia de u n período de verdadera paz, que no tenía el carácter precario de
los precedentes, aunque la libertad de conciencia y de culto, como la deno-
minamos hoy día, no fué respaldada por ninguna afirmación de principio, lo
cual, en cambio, acontecería recién cincuenta años después. Esta paz duró unos
cuarenta años, turbada quizá aquí y allí por incidentes aislados difíciles de
evitar, con la amenaza algunas veces del retorno a la hostilidad imperial;
mientras que otras la actitud del poder llegaba hasta u n a clara benevolencia.

ACTOS DE HOSTILIDAD Con el edicto de tolerancia de Galieno, no


AISLADOS, BAJO GALIENO terminaron las medidas de rigor contra los
cristianos; pues Macriano se mantenía todavía
en Oriente, donde había hecho proclamar a sus hijos, emperadores. Así pade-
ció en Cesárea de Palestina, Marino, suboficial en vísperas de ser promovido
a centurión ( 6 3 ) .

BAJO CLAUDIO EL GÓTICO H a y cierto número de documentos martiriales,


de m u y mediocre valor, que nos podrían ha-
cer pensar que se vertió sangre cristiana en Italia bajo Claudio el Gótico; el
fanatismo popular que a u n aparecía a intervalos y la hostilidad del Senado
o de los magistrados, que siempre podían encontrar en las leyes anteriores
textos para justificar las ejecuciones, bastarían para explicar estos martirios
sin necesidad de acudir a u n nuevo edicto que abrogara expresamente el de
Galieno; pero los textos que refieren esos martirios son de m u y escasa
autoridad para forzarnos a sentar ninguna tesis.

AÜRELIANO MUERE ANTES E l emperador Aureliano (270-275) que in-


DE HABER FIRMADO UN tentó fusionar todos los cultos del Imperio
EDICTO DE PERSECUCIÓN en u n culto solar monoteísta, importado del
Oriente, y proclamarlo religión del Estado,
forzosamente tenía que llegar a la persecución contra los cristianos. E n u n
principio, dejó en vigor las disposiciones legislativas de Galieno y en confor-
midad con este reconocimiento legal del cristianismo recordaremos u n a deci-
sión suya, m u y significativa, de lo que habían llegado a ser en el Imperio
las relaciones entre la Iglesia y el Estado romano: el obispo de Antioquía,
Pablo de Samosata fué depuesto, como más adelante veremos ( 8 4 ), por herejía,
en u n sínodo; y de aquí surgió u n grave conflicto entre él y su sucesor, con
motivo de la posesión de la iglesia episcopal.
Se acudió al arbitraje del emperador, que residía entonces en Antioquía
y ordenó que fuese entregada al obispo reconocido por el de Roma y sus
(«2) EUSEBIO, Hist. Ecci, VII, xm.
(«3) Ibíd., xv.
(«•*) Cf. infra, p. 300, ss.
138 HISTORIA DE LA IGLESIA

colegas de Italia (272) ( 6 5 ). Los edictos de persecución no se prepararon


hasta dos años después, cuando Aureliano llevó a cabo su idea de reorgani-
zación religiosa: de grado o por fuerza, la religión cristiana debía entrar
en su sistema religioso o desaparecer. Pero antes de que los decretos fuesen
firmados, Aureliano pereció en Tracia ( 6 6 ) víctima de u n complot fraguado
por uno de sus libertos (275) ( 6 7 ).

LA PAZ BAJO LOS La paz que, por u n momento, pareció que


SUCESORES DE AURELIANO iba a ser turbada, salvóse providencialmente
Y LOS EMPERADORES y continuó durante u n cuarto de siglo bajo .
DE LA TETRARQUIA los sucesores inmediatos de Aureliano y
luego bajo Diocleciano y sus colegas de la
Tetrarquía imperial, Maximiano Hercúleo y los cesares Constancio Cloro
y Galerio. Con Diocleciano, la tolerancia llegó a ser régimen de favor, pues
se facilitó a los cristianos la armonía entre su conciencia y el desempeño
de los cargos públicos. Eusebio tiene buen cuidado de hacer notar que la
Iglesia gozó de u n a paz ( e 8 ) como nunca la había gozado. Los cristianos
pudieron llegar a ser gobernadores de provincia y a ejercer altas magistratu-
ras, pues se les concedió dispensa de sacrificar a los dioses a causa, llega a
decir Eusebio con evidente exageración, de "la gran inclinación que ellos
mismos (los príncipes) sentían hacia nuestras creencias".

SITUACIÓN FAVORABLE El porvenir se encargaría de demostrar que


DE LA IGLESIA EN esta inclinación no era t a n grande, al menos
TIEMPOS DE DIOCLECIANO en ciertos miembros del colegio imperial;
pero también es cierto que en el mismo pala-
cio se ejercían influencias m u y altas y poderosas en favor de la Iglesia. Parece
fuera de duda que la emperatriz Prisca y su hija Valeria eran, si no cristianas
bautizadas, al menos catecúmenas ( 8 B ). Quizá su conversión se debió a la
numerosa servidumbre cristiana de la corte de Nicomedia, en que a la sazón
residía Diocleciano; a no ser que ganadas ya antes por el cristianismo,
hubiesen sido ellas las que contribuyeron al reclutamiento de esa servidumbre
cristiana. Sea de ello lo que fuere, estos cristianos palatinos eran m u y bien
vistos. "¿Qué diré —escribió Eusebio ( 7 0 ) — de aquellos hermanos nuestros que
servían en el palacio y de sus señores? Estos dejaban a sus familiares abso-
luta libertad en su conducta religiosa, a u n en presencia suya; lo mismo era
respecto de sus esposas, hijos y servidumbre; casi les estaba permitido glo-
riarse de su fe y se les miraba con más favor que a los demás." Cita a Doroteo,
g r a n chambelán, a Gorgonio y Pedro ( 7 1 ), camareros del emperador, como
hombres de la intimidad imperial. Nombra entre los altos magistrados que
profesaban la fe cristiana a Filoromo, "juridicus" de Alejandría o gran juez
de Egipto ( 7 2 ) y a Adaucto, "comes rei privatae", superintendente de las pose-
siones privadas y de las finanzas imperiales ( 7 S ).

(«<*) EUSEBIO, Hist. Eccl, VII, xxx.


(««) Ibid.
( 67 ) Historia Augusta: Vita Aureliani, xxxv-xxxvi y XLI. Pudieron producirse hechos
aislados de persecución; cf. supra, p. 113, para la Iliria, y p. 114, n. 51, para la Galia.
(«8) Hist. Eccl, VIII, i, 2.
(*9) LACTANCIO, De mortibus persecutorum, xv.
(™) Hist Eccl., VIII, i.
( 71 ) Este último citado en otro pasaje (ibid., VIII, vi, 4).
(W) Ibid., VIII, ix, 7.
(*») Ibid, VIII, xi, 2.
PERSECUCIONES DEL SIGLO III - PAZ RELIGIOSA 139

Las prescripciones del concilio de Elvira (Illiberis, España) reunido hacia


el 300, del que hablaremos más adelante ( 74 ), en que se imponía una peni-
tencia, por otra parte relativamente benigna, a los culpables o sospechosos de
alguna comunicación con el paganismo en el ejercicio de sus funciones pú-
blicas, nos proporcionan una nueva prueba de la armonía que de hecho co-
menzaba a realizarse entre la Iglesia y la sociedad civil. Los cristianos de-
bían ser ya tan numerosos que cuando la situación cambió nuevamente, se
pensó en depurar el ejército, eliminándolos.
Al mismo tiempo, el movimiento de conversiones se intensificaba y era pre-
ciso construir nuevas iglesias. "¿Cómo —exclama Eusebio en su Historia ecle-
siástica ( 75 )— cómo describir este inacabable afluir de las gentes a la Iglesia,
y la multitud en las asambleas de cada ciudad y el extraordinario concurso
en la casa de oración? No podían contentarse con los edificios antiguos y en
todas las ciudades se hacen surgir vastas iglesias. No había odio que impidiese
nuestro progreso y cada día marcaba un nuevo aumento de nuestras filas."
Los cristianos pudieron creer entonces que iban a realizar por fin la conquista
pacífica del mundo romano, sin necesidad de sufrir nuevas pruebas; pero Dio-
cleciano había de causarles un grande desengaño, en los últimos años de
su reinado.

(M) CU p. 346.
(™) Hist. Eccl, VIII, i, 5-6.
CAPITULO VII

LOS ESCRITORES CRISTIANOS DEL ÁFRICA

§ 1.—Tertuliano (J)

ORÍGENES DE LA Si se e x c e p t ú a e l Octavio de Minucio Félix,


LITERATURA LATINA- c u y a f e c h a es i n c i e r t a ( 2 ) , l a l i t e r a t u r a l a t i n a
CRISTIANA cristiana comienza con las obras de Tertu-
l i a n o e n e l 197 ( 8 ) .
E f e c t i v a m e n t e , el g r i e g o c o n t i n u a b a s i e n d o e n esta é p o c a l a l e n g u a oficial

C1) BIBLIOGRAFÍA. — Ediciones: Patrología Latina, I-II. F . OEHLER, 1851-1854, ed.


min. 1854; Corpus Script. Eccl. Latín., t. XX, ed. REIFFERSCHEID y WISOWA, 1890: De
spectaculis, De idololatria, Ad Nation., De anima testim., Scorp., De oral., De baptismo,
De pudicitia, De jejunio, De anima; Ibid., t. XLVII, ed. KROYMANN, 1906: De patien-
tia, De resurrectione, Adversus Hermogenem, Adversus Valentinianos, De prcescriptione,
Adv. Praxeam, Adv. Marcionem. Cf. también el De pamitentia y el De pudicitia, ed. LA-
BRIOLLE, 1906, en la col. Textes et Documents; para el De prcescriptione, ibid., 1907, y
para el Apologeticum la edición de WALTZING, 1930, en la col. Les Relies Lettres; para
el De baptismo, ed. D'ALES, Roma, 1933, en la col. Textus et Documenta. Pueden consul-
tarse, además, los siguientes escritos de Tertuliano aparecidos en la colección Flo-
rilegium Patristicum de Bonn: De pwnitentia y De pudicitia, ed. G. RAUSCHEN,
fase. X I , 1916: De prcescriptione hoereticorum (con el Adversus haereses, lib. I I I , 3-4,
de San Ireneo), nueva ed. de J. MARTIN, fase. IV, 1930; Apologeticum, fase V I , 1933.
Añádanse, para el Apologeticum las ediciones italianas de F . RAMORINO, Roma, 1901,
en la colección V I Z Z I N I ; de S. COLOMBO, T u r í n , 1927; de G. MAZZONI, Siena, 1928.
Para el De corona militum, cf la edición de G. MARRA, Turín, 1927; para el De
cultu feminarum, ibid., Turín, 1930; para el De fuga in persecutione y el De palio,
ibid., Turín, 1933. Hacia fines del 1756, en Roma, preparóse una versión italiana de
las Obras de Tertuliano por S. BORGHINI; el De prwscriptione hoereticorum fué tra-
ducido por B. CORTASSA, Turín, 1912. I. GIORDANI tradujo también al italiano este
último opúsculo juntamente con gran parte del Apologeticum en su obra Tertuliano,
Seme di sangue o Scritti polemici, Brescia, 1935, perteneciente a la colección dirigida
por P. BARGELLINI: Polemisti adunati. Más reciente es la versión italiana, con in-
troducción, texto crítico confrontado y comentario del De palio por G. MARRA, Ña-
póles, 1937.
Estudios: MONCEAUX, Histoire littéraire de l'Afrique chrétienne, t. I, 1901; A. D'ALES,
La théologie de Tertullien, 1905; L'Edit de Calliste, 1914; P. DE LABRIOLLE, Histoire
de la littérature latine chrétienne, 1924, pp. 72-144; FREPPEL, Tertullien, 2 vols.,
1861-1862, J. TIXERONT, Tertullien Moraliste, en Mélanges de Patrologie, 1921, pp. 117-
152; U . MORICCA, Storia della letteratura latina cristiana, t. I, Turín, 1925, pp.
109-368; J. LORTZ, Tertullian ais Apologet, Bonn, 1927-1928, 2 vols. Cf., además F.
RAMORINO, Tertuliano, Milán, 1923 (en la colección II pensiero cristiano); E. BONAIU-
TTI, / / cristianesimo nelVÁfrica romana, Barí, 1928; G. CORTELLEZZI, II concetto della
donna nelle opere di Tertuliano, en el Didaskaleion, 1923; S. COLOMBO, Concetto
e forma nello stile di Tertuliano, ibid., 1926.
2
( ) Cf. supra, t. I, pp. 375, ss.
( 3 ) Las actas de los mártires escilitanos datan del año 180 (cf. supra, t. I, p. 258),
pero este precioso documento no puede considerarse como obra literaria. SAN JERÓNIMO
(De viris illustribus, L U Í ) : "El presbítero Tertuliano es el primero de los latinos
después de Víctor y de Apolonio." De Apolonio no tenemos nada que decir aquí; sus
140
ESCRITORES CRISTIANOS DEL ÁFRICA 141

de la Iglesia (*). Pero en Cartago no tuvo u n a difusión comparable a la de


Roma; las inscripciones griegas son aquí raras ( 5 ) . Las Actas de los mártires
escilitanos están en latín; y lo mismo las Actas de Perpetua; sin embargo, las
Actas de Perpetua están esmaltadas de palabras griegas ( 6 ) y el sacerdote
Saturo, al n a r r a r su visión nos presenta a Perpetua, conversando en griego
con el obispo Optato y el sacerdote Aspasio ( 7 ) . Tertuliano había redactado
en griego algunas de sus obras y las tradujo al latín para asegurar su éxito.
Lo que revelan estos datos nos lo confirma el estudio de los textos epigrá-
ficos: el griego, familiar a la gente culta y a los orientales, es casi ignorado
no solamente por la población indígena, sino también por la mayor parte
dé los colonos romanos ( 8 ) .
Este hecho nos hace ya presentir algunos caracteres de la literatura y de la
teología africanas. El helenismo apenas había penetrado en África; la con-
cepción del cristianismo tenía que tener matices que no tuvo en Roma y
menos en Alejandría. De u n a parte Clemente y Orígenes; de la otra, Tertu-
liano y Cipriano. ¡Qué contraste! Clemente era u n admirador de la filosofía
griega, don de Dios, pedagogo que orientó a los griegos hacia Cristo como
la Ley había encaminado a los judíos; Tertuliano exclama, por el contrario,
arrebatadamente: "¿Qué puede haber de común entre Atenas y Jerusalén,
entre la Academia y la Iglesia, entre los cristianos y los herejes? Nuestra
doctrina viene de Salomón, que enseñó que h a y que buscar a Dios con sim-
plicidad de corazón. Tanto peor para aquéllos que h a n inventado u n cris-
tianismo estoico, platónico o dialéctico" ( 9 ) .
El contraste es quizá mayor entre Orígenes y Cipriano; entre el teólogo
cuya ambición es siempre la contemplación de los profundos misterios de

Actas, que conoció EUSEBIO (Hist. Eccl, V, xxr), han sido halladas, en armenio, por
los mequitaristas de Viena, 1874) y en griego por los bolandistas (Anallecta Bollan-
diana, 1895, pp. 108-123). Parece que Jerónimo no los ha conocido sino por Eusebio
(BABDENHEWER, Altkirchl. Litteratw, t. II, p. 623 y ss.). De Víctor hablamos a
propósito de la cuestión pascual; la mayor parte de los documentos de esta contro-
versia fueron redactados en griego; por ejemplo, la carta de Ireneo, la del sínodo
romano mencionada por Eusebio (Hist. Eccl, V, XXIII, 3); pero parece que hubo
también algunos escritos latinos, que menciona San Jerónimo, De viris illustribus, xxxiv;
cf. MONCEAUX, op. cit., t. I, pp. 52-54. Es notable que el único obispo de esta época
que sepamos haya escrito en latín sea africano.
(4) KAUPMANN, Handbuch der áltchristlichen Epigraphik, Friburgo, 1917, p. 30:
"La difusión del griego en la Roma imperial de los siglos n y m explica que junto
a IJS textos latinos haya muchos textos griegos (en las inscripciones). Así es que
todos los obispos en la catacumba papal tienen epitafios en griego y parece que esta
lengua era entonces la lengua de la Iglesia" El epitafio del papa Cornelio, murrto en
253, está en latín, pero parece, posterior al siglo tercero; el de Cayo, muerto en 296,
está en griego.
P ) MONCEAUX, op. cit., p. 51 n. 2. Se nota una inscripción escrita en latín con ca-
racteres griegos (ibid., p. 50, n. 8); se encuentran en Roma otros ejemplos de este
empleo simultáneo de las dos lenguas o de los dos alfabetos (KAUPMANN, op. cit., p. 30).
(6) Cristo, recibiendo a Perpetua en el cielo, le. dice: "Bene, venisti tegnon". Sobre
la relación entre el texto latino y el griego de las Actas, cf. J. ABMITAGE ROBINSON,
The Passion of S. Perpetua, 1891, p. 2 y ss.
( 7 ) Cap. XIII, ibid., pp. 82-83.
(8) Y el mismo latín no se hablaba con pureza: Septimio Severo, a pesar de su
educación cuidadosa, revelaba siempre su origen —había nacido en Leptis—, por su
acento africano, y tenía que avergonzarse de sus familiares: "Habiendo venido a
visitarle su hermana, apenas si podía hablar el latín y le hacía ruborizarse; se apre-
suró entonces a llenarla de regalos y a volverla a enviar a Leptis con su hijo (ESPAB-
CIANO, Severus, xv, 7).
(*) De prwscriptione, vn, 9-11.
142 HISTORIA DE LA IGLESIA

Dios y el hombre de gobierno preocupado por la reforma de la vida. El


segundo podía repetir las palabras de Tácito: "Todos nuestros consejos,
todas nuestras acciones deben tender a conseguir u n a vida mejor" ( 1 0 ) . Entre
tanto oímos exclamar en Alejandría a Clemente: "Si en el cielo estuviesen
separados estos dos bienes inseparables de la beatitud y del conocimiento de
Dios y se me ordenase escoger, dejaría la beatitud y escogería el conocimiento
de Dios"; y en Cartago, Cipriano repite las palabras de Minucio Félix: " N o n
eloquimur magna, sed vivimus" ( n ) .
Recordemos que en África, a estas fechas, la predicación cristiana había al-
canzado casi solamente a la población latina ( 1 2 ) , superpuesta en este conti-
nente a una población indígena con la que tenía m u y poco contacto, constitu-
yendo como u n grupo superior, numeroso en Cartago; pero bastante escaso
en las otras partes. El cristianismo irradió en gran número de ciudades, al-
deas y dominios rurales, y en tiempo de Tertuliano u n concilio reunió a se-
tenta obispos ( 1 3 ) ; y en otro, presidido por San Cipriano, se congregaron
ochenta y siete.
Estas cifras nos dicen claramente que el cristianismo se había difundido
grandemente; pero no nos dicen cuál fué el número de fieles que se agrupa-
ban en torno a todos estos obispos. Cartago, cuya población total pasaba, sin
duda, del medio millón de habitantes, era la metrópoli de todas aquellas
aldeas y colonias agrícolas; su situación era comparable a la de Alejandría
en Egipto y m u y distinta de la de las ciudades de Asia que, a pesar de su
importancia t a n diversa, cada una tenía su historia, sus tradiciones y su
vida municipal ( 1 4 ) . Con las iglesias sucedía lo que con las ciudades; y así
el obispo de Cartago tenía sobre los otros obispos del África, sobre todo de la
Proconsular y de la Numidia, u n a autoridad indiscutible y única ( 1 5 ) .

TERTULIANO: Tertuliano nació de familia pagana ( 1 6 ) , entre el 150 y


¡SU FORMACIÓN el 160, probablemente en Cartago; su padre ostentaba el
INTELECTUAL cargo de "centurión proconsular". Tertuliano, cuando
gentil, había llevado u n a vida libre, de la que solía acu-
sarse siendo ya cristiano ( 1 7 ) ; frecuentó los "juegos crueles" del anfiteatro
( 1 8 ) , de lo que guardó t a n dolorosa impresión que más tarde dirá "prefiero
no hablar a renovar estos recuerdos" ( 1 9 ) .
(10) Dialogus de oratoribus, V.
(il) " N 0 e s nuestra elocuencia lo que es grande, es nuestra vida" (De bono pa-
tieníiee, m ) .
( 12 ) La predicación no llegó a las tribus bereberes sino tarde y superficialmente.
Cf. P. JAOQUIN, La mission chrétienne en Histoire genérale comparée des Missions,
publicada por DESCAMPS, 1932, p. 137 y ss.
(13) Este concilio presidido por Agripino parece contemporáneo del De Baptismo,
de Tertuliano, entre el 200 y el 206 (D'ALES, Saint Cyprien, p. 238); cf. Théologie de
Tertullien, p. 228. Cf. CIPRIANO, Epist. LXXI, 4 y LXXIII, 3; AGUSTÍN, De único
baptismo contra Petilianum, xni-xxii.
( 14 ) LECLERCQ, L'Afrique chrétienne, t. I, pp. 78-83.
( 15 ) La Mauritania aparecía como una tierra de misión y era atendida más direc-
tamente por Roma. Sobre propagación del cristianismo en África, cf. supra, pp. 119-120.
( 16 ) Apolog., xvín, 4: "También hubo un tiempo en que nosotros nos burlábamos de
estas doctrinas como vosotros. Procedemos de vuestras filas. No se nace cristiano, se
hace".
( 17 ) De resurrectione carnis, LIX: "Sé muy bien que es en la misma carne en la
que en otro tiempo cometí adulterios, en ía que ahora me esfuerzo por guardar
continencia."
( 18 ) Apolog., xv, 5.
( 19 ) De spectaculis, xix.
ESCRITORES CRISTIANOS DEL ÁFRICA 143

Como su contemporáneo y compatriota, Apuleyo, se había formado en el


arte de la palabra y ya cristiano y sacerdote se entretuvo en hacer u n alarde de
ingenio, hacia el 208 ó 209, escribiendo, el tratado De Pallio para explicar
a los papanatas por qué había cambiado la toga por el "pallium". "Este trata-
do no es más que u n juego de ingenio, una curiosidad literaria y no merecería
que nos detuviésemos a nombrarlo, si no nos descubriese la tiranía de la edu-
cación a u n en aquellas almas completamente entregadas al cristianismo" i20).
De más provecho que esta retórica le fué la ciencia del derecho, que tuvo in-
fluencia profunda en la formación intelectual de Tertuliano. Ella puso en ma-
nos del apologista armas que no sólo servían para lucimiento sino, sobre todo,
para la lucha; paganos y herejes lo habían de comprobar m u y a su pesar.
El argumento de la prescripción, tomado del lenguaje jurídico, dará a la tesis
de la tradición forma y eficacia nuevas ( 2 1 ).
De esta formación vino también a Tertuliano el afán por condensar su pen-
samiento en fórmulas; ya lo hizo notar Vicente de Lerins: " H a y en él tantas
sentencias como palabras." Y estas sentencias están tan enérgicamente forjadas,
que deslumhran con su fulgor y quedan grabadas en la memoria de manera
indeleble. ¿Cómo no evocar "la sangre de los mártires es semilla de nuevos
cristianos"? ( 2 2 ), y ¿quién no recuerda "el testimonio del alma naturalmente
cristiana"? ( 2 3 ).
Estos rasgos, tan frecuentes en Tertuliano, si bien se granjean la aten-
ción del lector, muchas veces acaban por fatigarle. U n buen conocedor de la
literatura latina ha podido escribir: "Es sin disputa el autor latino más difí-
cil; ninguno exige de sus lectores tal esfuerzo" ( 2 4 ).
Exige este esfuerzo, pero no sin premiarlo; porque m u y pronto se siente
que dentro de estas frases brillantes va encerrado, las más de las veces, u n
pensamiento vivo y elevado, que nos causa tanto más placer cuanto más nos
ha costado comprenderlo.

EL APOLOGÉTICO Tertuliano no nos ha contado su conversión; pero es


m u y verosímil que el motivo que le decidió sea el que
con más gusto hace valer después: la constancia de los mártires. Su conversión
era sin duda m u y reciente, cuando escribió Ad Nationes y el Apologético
(197). Estos dos libros, sobre todo el segundo, nos dan a conocer al apologista.
Añadamos Adversus Judasos, escrito entre el 200 y el 206 y Ad Scapulam, que
data de finales del 212.
El libro Ad Nationes es unos meses anterior al Apologético; en las dos
obras se defiende la misma tesis y no es extraño encontrar los mismos
ejemplos y los mismos argumentos; pero aderezados de manera distinta:
Ad Nationes, efectivamente, la destinaba al gran público; y el Apologé-
tico a los gobernantes de provincia: en el primero, para rechazar las acusa-
siones de los paganos contra el cristianismo, los vuelve contra la religión
pagana; en el segundo, busca ante todo demostrar la ilegalidad de las perse-
cuciones; el primero es u n grito de guerra contra el paganismo; el segundo,

(20) BOISSIER, La fin du paganisme, t. I, p. 258. Es digno de leerse el excelente


estudio que Boissier ha dedicado a este librito (ibíd, pp. 221-259).
(21) Es equivocado querer identificar a Tertuliano con un jurisconsulto que vivió
en el siglo segundo y que nos es conocido por el Digesto. Esta hipótesis defendida
por GEISELHART, en 1912 (Beitrage zur Kulturgeschichte aus Tertullian, Wurtemberg,
1912) ha sido muy bien refutada por LORTZ (op. cit., t. II, p. 223).
( 22 ) Apolog., i, 13.
(28) Ibíd., xvii, 6.
( 24 ) NORDEN, Antike Kunstprosa, t. II, p. 606.
144. HISTORIA DE LA IGLESIA

una defensa del cristianismo ( 2 5 ). Ciertamente que esta defensa toma a veces
una actitud agresiva; porque, para Tertuliano, defender es atacar; pero
lleva el debate a l terreno jurídico. Es el primero en hacerlo y por eso el
Apologético marca una fecha en literatura cristiana.
Desde las primeras palabras una serie rápida de antítesis pone en contraste
a los cristianos y los criminales de derecho común; comienza por la actitud
de los acusados:
"Los malhechores buscan ocultarse, aman la oscuridad; sorprendidos, tiemblan; acu-
sados, niegan; ni aun sometidos a torturas confiesan fácilmente ni siempre; conde-
nados, les invade, la desolación... no quieren ser autores de aquello que reconocen que
esté mal hecho. ¿Cuándo un cristiano ha hecho lo mismo? Ninguno se avergüenza,
ninguno se arrepiente, si no es de su tardanza en hacerse cristiano. Denunciado, se
gloria; acusado, no se defiende; interrogado, confiesa él mismo su fe; condenado, da
gracias" ( 2 8 ).

EL PROCEDIMIENTO En el proceso, los contrastes no son menos sorpren-


PAGANO dentes: a los criminales se les previene, para que
pe defiendan o se hagan defender por u n abogado;
se argumenta, se replica. Solamente a los cristianos se niega el derecho de
hablar; sólo una cosa se les exige: que confiesen que son cristianos. Son
pasmosas las contradicciones en la investigación de este crimen: según el res-
cripto de Trajano, no h a y que buscar a los cristianos; pero si se les acusa,
castigúeselos:
"¡Extraño dictamen, ilógico por necesidad! Como a inocentes no hay que buscarlos;
como a criminales, hay que castigarlos. Se evita encontrarlos y se usa de rigor con
ellos; se cierra los ojos y se los castiga... Si los condenas, ¿por qué no los buscas?
Si no los buscas, ¿por qué no los absuelves? Para perseguir a los bandidos hay en
cada provincia un destacamento militar designado por suerte; y contra los criminales de
lesa majestad y los enemigos públicos, todo ciudadano es soldado y la investigación
se extiende a sus cómplices y confidentes. Sólo con el cristiano no está permitida la
inquisición; pero se le puede llevar ante el juez, como si esa investigación tuviese
otra finalidad que la de llevar ante el juez. ¡Condenáis a un hombre que ha sido denun-
ciado, aunque se ha mandado que no se lo buscase!, pienso que, si merece castigo, no
es porque sea culpable; sino por el hecho de haber sido apresado" (u, 8-9).
No es esta la única anomalía en el procedimiento criminal:
"A los demás acusados, si niegan, se les aplica la tortura para obligarles a confesar;
sólo a los cristianos se la aplicáis para hacerles negar... Un hombre grita: ¡Soy cris-
tiano! El dice lo que es y tú, tú te empeñas en oír lo que no es. Vosotros, los que
presidis el tribunal para arrancar la verdad, sólo os esforzáis por oír de nosotros la
mentira. Me preguntas si soy cristiano —dice el acusado—: ¡lo soy! ¿Por qué me
das tormento con desprecio de las leyes de la justicia? Confieso y me das tortura: ¿qué
harás, si niego? Cuando los otros niegan, sabéis no darles crédito fácilmente; sólo a
nosotros, si negamos, nos creéis al momento" (n, 10-13).
Esta argumentación tan acosadora no es, sin embargo, más que u n pre-
facio; Tertuliano va a probar ahora positivamente la inocencia de los cris-
tianos. Se les acusa de crímenes clandestinos y jamás se ha podido comprobar
que haya alguna objetividad en estas calumnias infames. Si los paganos las
creen, es porque tienen conciencia de crímenes semejantes: los sacrificios
humanos ofrecidos por los cartagineses a Saturno, por ios galos a Mercurio,
por los romanos a Júpiter; los infanticidios, los abortos, los incestos, que

(25) MONCEAUX, op. cit., pp. 211-219, ha hecho con mucho detalle la comparación
entre las dos obras.
(26) i, 11-12.
ESCRITORES CRISTIANOS DEL ÁFRICA 145

tienen lugar entre los paganos, mientras que los cristianos son de costumbres
puras y h a y entre ellos quienes guardan continencia virginal; h a y ancianos
puros como niños, "senes pueri" ( n , 6-9).

ACUSACIÓN DE ATEÍSMO Descartadas estas calumnias, el apologista pasa


a las acusaciones de orden religioso (x-xxvn).
"No honráis a los dioses —nos decís— y no ofrecéis sacrificios a los empera-
dores." Esta acusación de ateísmo t a n popular y peligrosa, fué refutada mu-
chas veces; Tertuliano imprime a su defensa su sello personal, por la vehe-
mencia con que ataca el politeísmo y la idolatría, por la apelación al testi-
monio espontáneo del alma h u m a n a , "o testimonium animae naturaliter chris-
t i a n s ! " (xvn, 6 ) ; finalmente, por el cuidado que pone en explicar el dogma
cristiano, la teología del Verbo, la Encarnación (xxi). Las ideas aquí esbo-
zadas las volvió a tratar y completar en De animas testimonio y Adversus
Praxeam ( 2 7 ).

ACUSACIÓN DE A la acusación de lesa divinidad seguía otra, la más


LESA MAJESTAD peligrosa ante los magistrados romanos, la de lesa ma-
jestad (xxvin-XLV) .
La discusión de Tertuliano, vivamente interesante en este punto, nos revela
tanto sus cualidades más eminentes como sus extremismos más peligrosos.
Nos presenta la figura del cristiano, orando por el emperador: "Los ojos
alzados, las manos extendidas, porque son puras; la cabeza descubierta, por
que de nada tiene que avergonzarse; sin que se nos dicte lo que hemos de de-
cir, porque oramos con el c o r a z ó n . . . ¡Mientras oramos así, con las manos
alzadas, que nos desgarren uñas de h i e r r o ! . . . La sola actitud del cristiano
que ora, muéstralo dispuesto a todos los suplicios. Excelentísimos gobernado-
res: arrancad u n alma que ora a Dios por los emperadores. ¡El crimen
estará allí, donde el verdadero Dios y su culto!" (xxx, 4-7).
"Las Escrituras nos prescriben estas oraciones; oramos a ú n por nuestros per-
seguidores (xxxi); oramos por el Imperio ( x x x n ) ; vemos en el emperador
no u n dios, pero sí u n escogido de Dios y, como es nuestro Dios el que le ha
escogido, nos pertenece más que a n a d i e " ( x x x m ) . "Augusto, fundador del
Imperio, ni aun quería que se le llamase «señor», porque es nombre de Dios,
"íb daría al emperador el nombre de «señor», pero en su sentido vulgar («more
communi»); con tal que no se me fuerce a dárselo en el sentido en que se le
da a Dios. En lo demás, soy libre frente a él; no h a y más que u n solo Señor,
el Dios Omnipotente y Eterno, que es Señor también del emperador" ( 2 S ).
Estos textos son la expresión auténtica de la fe cristiana; lealmente some-
tidos al emperador, pero reservando la adoración a solo Dios. Tertuliano,
que comprende y defiende tan bien la actitud de la Iglesia, la traiciona en
otros pasajes con sus extremismos o sus provocaciones:
"Si quisiésemos obrar, no como vengadores secretos, sino como enemigos declarados,
¿no tendríamos la fuerza del número?. . . Somos de ayer y llenamos el mundo y todo
lo que es vuestro: las ciudades y sus barrios ( 20 ), los puestos fortificados, los munici-

( " ) Cf- infra, pp. 147 y 154.


( 28 ) Este texto es de los que mejor nos hacen comprender el peligro que creaba
para los cristianos el culto imperial y el cuidado que ponian en afirmar su lealtad
cívica, reivindicando al mismo tiempo su independencia religiosa. Cf. Histoire du dogme
de la Trinité, t. I, p. 30, n. 1.
( 29 ) Urbes et ínsulas. Waltzing traduce equivocadamente a nuestro parecer, les villes,
les iles.
146 HISTORIA DE LA IGLESIA

pios, las aldeas y los campos mismos y las tribus y las decurias y el palacio y el senado
y el foro; no os dejamos más que los templos. Podemos igualar vuestros ejércitos; los
cristianos de una sola provincia son más numerosos... Podríamos combatiros sin ar-
mas, sin revueltas, con sólo separarnos de vosotros. Porque si siendo tan gran multitud,
hubiésemos roto con vosotros, para trasladarnos a cualquier rincón de la tierra, la par-
tida de tantos ciudadanos, cualesquiera que ellos fuesen, habría cubierto de ignominia
a los dominadores del mundo; esta retirada bastaría por sí sola para castigarlos"
(xxxvn, 4-6).
U n poco más abajo, el apologista quiere demostrar que los cristianos no
podrían ser facciosos, fomentadores de bandolerías, y da esta razón: "Nada
nos es más extraño que los negocios públicos. No conocemos más que u n a
república común a todos: el m u n d o " (xxxviii, 3 ) ; y más adelante: "No
tenemos más que u n interés en este mundo: salir de él" (XLI, 5 ) .
E n el capítulo siguiente, Tertuliano se corrige: "Nos acordamos de que
debemos reconocimiento a D i o s . . . no rechazamos n i n g ú n fruto de sus obras.
Habitamos en este mundo con vosotros, con vosotros navegamos, servimos
en la milicia, trabajamos la tierra, comerciamos, cambiamos con vosotros
el fruto de nuestro arte y de nuestro trabajo. ¿Cómo podemos parecer inúti-
les a vuestros negocios, viviendo con vosotros y de vosotros? No lo com-
p r e n d o " (XLII, 2-3).
Protestaciones m u y prudentes; pero que no bastan a quitar el m a l sabor de
las declaraciones que preceden. Después de una última discusión sobre cier-
tos puntos del dogma cristiano o sus relaciones con la doctrina de los filó-
sofos ( 3 0 ) , Tertuliano termina con u n a brillante peroración:

"Vuestras más refinadas crueldades no sirven para nada; son más bien un atractivo
nuevo para nosotros. Nos multiplicamos, cuando segáis nuestras filas; ¡la sangre de los
mártires es semilla de nuevos cristianos!... Esta misma obstinación que nos repro-
cháis es una lección. ¿Quién no se siente conmovido ante, este espectáculo y no busca
la razón de todo esto? Y ¿quién que busque esa razón no se hace de los nuestros?
¿Quién que se una a nosotros no suspira por padecer, para obtener la plenitud de la
gracia de Dios, para merecer el perdón total a precio de su sangre? Porque no hay
falta que al mártir no se le perdone. He ahí por qué damos gracias en el momento de la
sentencia. He. ahí el contraste de las cosas divinas y las cosas humanas: cuando vos-
otros nos condenáis, Dios nos absuelve."

VALOR DEL APOLOGÉTICO Este es el libro más elocuente y eficaz de to-


dos los escritos por Tertuliano. Ninguna voz
se había levantado t a n poderosa y elocuente en defensa de los cristianos per-
seguidos; y éstos que, desde hacía tanto tiempo, sufrían y morían en silencio,
sintieron al oír este grito, esta voz, u n a inyección de valor, de alegría, de
juventud. Otros apologistas habían precedido a Tertuliano en Roma y en
Oriente ( 3 1 ) ; pero sus obras estaban escritas en griego y en iglesias lejanas

(30) La filosofía está desacreditada por la indignidad personal de los filósofos (XLVI,
10-18); lo mejor que contiene está tomado de la Biblia (XLVII, 1-4). El capítulo XLVIII
está consagrado a la resurrección de los muertos y al fuego eterno del infierno. Como
abogado que quiere llevar su defensa hasta el fin, añade Tertuliano: "Supongamos que
nuestra doctrina sea falsa y que no debamos ver en ella más que una opinión, pero
al menos es una doctrina necesaria; puede ser inepta, pero es útil: los que la admiten
se ven forzados a ser mejores, por el temor de un eterno suplicio, por la esperanza
de una eterna felicidad" (xux, 2). Aun en este rasgo se ve al hombre de más ins-
piración y elocuencia que juicio sereno.
(31) Se encuentran en muchos capítulos de Tertuliano los temas tradicionales de la
apologética griega del siglo segundo: la explicación evemerista de la religión helé-
nica (xn), inanidad de la idolatría (ibíd.), posterioridad de los filósofos con relación a
los profetas a los que han copiado (xix y XLVII), identificación de los dioses del
ESCRITORES C R I S T I A N O S D E L Á F R I C A 147

y, aunque rebosaban sinceridad, no tenían el vigor del Apologético. El


sello personal de Tertuliano aparece sobre todo en sus reivindicaciones vigo-
rosas, en nombre de la legalidad, en nombre de la equidad natural, en nom-
bre la virtud cristiana, a la que no se puede herir de muerte sin fecundarla.
Pero este vigor desgraciadamente llega a veces a exageraciones, sobre todo
en la tercera parte (XXVIII-XLV). Para refutar la acusación de lesa majestad,
Tertuliano toma dos posiciones difícilmente conciliables entre sí: tan pronto
habla de la sumisión de los cristianos que sirven fielmente y oran por el
emperador, como deja oír amenazas que más que el espíritu cristiano nos
descubren el carácter violento del autor: nuestra retirada será vuestra r u i n a ;
la república nos es extraña; somos ciudadanos del mundo y nuestro único in-
terés es salir de él.
Todo esto era peligroso para la seguridad de los cristianos y comprometía
la lealtad de su actitud. Presentimos en estas exageraciones el germen de la
moral montañista que quince años más tarde triunfará en Tertuliano de la
moral auténticamente cristiana ( 3 2 ). El Apologético es también u n bosquejo
de otras grandes ideas que Tertuliano desarrollará más tarde: en breves
líneas del capítulo XLVII, 10, esboza ya el argumento de la prescripción ( 3 3 ) ;
la teología del Verbo aparece en el capítulo xxi, 10-14, tal como la desarro-
llará en el Adversus Praxeam; el teatro es condenado (XXVIII, 4) lo mismo que
después en De Spectaculis; pero, sobre todo, los argumentos apologéticos
que más tarde expondrá en todo su desarrollo y a toda su luz están en esta
primera obra en forma más breve ( 3 4 ). La comparación entre esta obra y las
obras posteriores es m u y instructiva; pues nos descubre a Tertuliano, hombre
de espíritu tenaz, que desde el principio de su vida cristiana mostrará lo que
ha de ser siempre; si bien, en esta época, los extremismos de su moral los
vemos aún moderados por la prudencia de la Iglesia de la que diez años
más tarde se h a de separar.

EL TESTIMONIO DEL ALMA No podemos pensar en resumir aquí todas


las obras del brillante apologista; habremos
de contentarnos con indicar algunas de sus tesis predilectas. Comencemos por
el Testimonio del alma naturalmente cristiana. En sus páginas selectas de
Tertuliano, T u r m e l ha saludado con entusiasmo este breve libro: "La escuela
inmanentista no tiene más que u n solo patrono en la literatura eclesiástica:
Tertuliano" ( 3 5 ). Ch. Guignebert, pasando al extremo opuesto, estima "que es
una de las obras de menos valor de T e r t u l i a n o . . . no es toda ella más que u n

paganismo y de los demonios (xxn, XXIII). En este libro, como en los dos que le se-
guirán, Tertuliano se sirve de estas ideas, pero les da siempre su sello personal.
(32) CH. GUIGNEBERT ha resaltado todos estos extremismos en su obra Tertúllien,
etu.de sur ses sentiments a l'égard de l'empire et de la société civile, París, 1901. Este
crítico ve en ellos la manifestación del espíritu auténtico del cristianismo, que ya en
tiempos de Tertuliano habia sido adulterado por la Iglesia; concluye así al terminar
su libro (p. 593): "Desaparecía con él (Tertuliano) una de las columnas que sostenían
el ideal inaccesible y maravilloso de los cristianos de primera hora; y su obra es uno
de los esfuerzos más vigorosos para sostenerlo contra los hombres, contra la vida y,
en caso de necesidad, contra la Iglesia misma". Esta importante cuestión ha sido dis-
cutida con más precisión y equidad por LORTZ, op. cit., t. I, pp. 303-324.
(33) "A estos falsificadores de nuestra doctrina oponemos una objeción previa que
los deja fuera de discusión (expedite autem prazscribimus) y les decimos que la
sola regla de la verdad no es otra que la que viene de Cristo, transmitida por sus
mismos compañeros; es fácil probar que estos innovadores son muy posteriores a ellos".
(34) Sobre estas relaciones, cf. P. DE LABRIOLLE, op. cit., p. 99.
(35) Tertúllien (col. La pensée chrétienne), 1905, p. 39.
148 H I S T O R I A DE LA IGLESIA

estudio sofístico de frases hechas del lenguaje corriente" ( 3 e ) . El tratado no


justifica n i las ponderaciones del uno n i los juicios severos del otro. Es poco
original y encierra claras influencias estoicas ( 3 7 ) ; su interés principal para
nosotros se cifra en que nos revela las preferencias de Tertuliano: muchos
apologistas antes que él h a n extraído argumentos de los escritos de los filó-
sofos; su argumento es ineficaz; mucho más valor tiene el testimonio de u n
alma no cristiana y ajena a toda cultura. Que Tertuliano ha exagerado el
valor de este a r g u m e n t o . . . es innegable; pero tiene razón al invocar esos
gritos emocionados, esas voces espontáneas que en u n a hora determinada
suben del fondo del alma y revelan las aspiraciones religiosas que el mismo
Dios ha impreso en ella ( 3 8 ).

EL AD SCAPULAM En el Ad Scapulam se repiten algunos temas del


Apologético, con u n acento más imperioso. Tertu-
liano sostiene en primer lugar que la religión es asunto personal y que nadie
debe querer imponer por la fuerza u n culto, debiendo ser éste siempre total-
mente libre ( 3 9 ). Advierte al procónsul, a l que se dirige directamente, la res-
ponsabilidad en que incurre y los castigos a que se expone: Vigelio Saturnino,
que inauguró las persecuciones sangrientas, perdió la vida; Claudio Lucio Her-
miniano que, por vengarse de la conversión de su mujer, había maltratado a
los cristianos, gritaba atormentado por la enfermedad y abandonado en su pa-
lacio: "¡Que no se sepa, pues se regocijarán los cristianos!" Cecilio Cápela, a
su vez, exclamaba al tiempo de morir en Bizancio: "¡Cristianos, regocijaos!"
El mismo Scápula h a sentido ya la mano de Dios; recuérdelo. Este mismo
tema desarrollará Lactancio en la De marte persecutorum. Luego, volviendo
a insistir ahincadamente sobre u n argumento del Apologético, muestra al pro-
cónsul lo que supondría una proscripción de todos los cristianos de Cartago:

"¿Qué harás de tantos millares de personas, de tantos hombres y mujeres de toda


edad y de toda clase como se han de presentar a ti? ¿Cuántas hogueras y cuántas
espadas vas a necesitar? ¿Qué no padecerá la misma Cartago? Será preciso diezmarla.
Todos tendrán entre los condenados, amigos y compañeros. Veremos quizá hombres
y mujeres de tu clase, a los mayores personajes, a parientes y amigos de tus amigos.
Ten compasión de ti, ya que no la tengas de nosotros; ten compasión de Cartago, si
no la tienes de ti; ten compasión de tu provincia; porque desde que tu intención ha sido
conocida, está a merced de los atropellos de los soldados y de. los odios privados. Nues-
tro único Señor es Dios. Es superior a ti; nada se le puede ocultar; tú no puedes nada
contra El. Los que miras como señores tuyos, son hombres que morirán algún día.
No podrás destruir nuestra secta; sábelo bien; se la vigoriza cuando se cree haberla
quebrantado. A vista de tanto valor, muchos sienten inquietud y quieren ardiente-
mente saber de qué se trata; y apenas ven la verdad, son de los nuestros" (v).

(3«) Tertullien, p. 252, n. 6.


( 37 ) El mismo Marco Aurelio ha tomado argumentos de estas fórmulas del len-
guaje corriente: "La tierra ama la lluvia, el Venerable Éter gusta de ella también...
El mundo también quiere hacer lo que debe llegar a ser. Yo, pues, digo al mundo:
me desposo con tu amor. ¿No se dice también de una cosa que quiere llegar?" (Pen-
samientos, x, 21). Cf. v, 8, 1-3.
( 88 ) Cf. LORTZ, op. cit, t. I, pp. 233-245.
( 39 ) Ad Scapulam, LI: "Humani juris et naturalis potestatis est unicuique, quod
putaverit, colere, nec alii obest aut prodest alterius religio. Sed nec religionis est
cogeré religionem quee sponte suscipi debeat, non vi, cum et hostiae ab ani-
mo libenti expostulentur". PAMEL, en una nota a este pasaje, advierte al lector
que Tertuliano no autoriza la "licencia de las sectas y remite a Scorpiace. Efectiva-
mente, Tertuliano escribe en Scorpiace, n: "Ad officium hsereticos compelli, non illici
dignum est"; pero como se ve por el contexto, la fuerza de que se trata es la
de los argumentos, no la violencia física por vía de hecho.
ESCRITORES CRISTIANOS DEL ÁFRICA 149

. ¿Intimidó esta elocuencia a los perseguidores? No lo sabemos, pero indu-


dablemente conmovió a más de u n pagano y sobre todo dio a los cristianos
conciencia de su fuerza; y pese a la defección del apologista, la Iglesia le
guardará siempre gratitud por haberla defendido t a n valerosamente.

EL CONTROVERSISTA Tertuliano fué siempre u n luchador: sus obras apo-


logéticas nos lo h a n presentado en sus debates con
los paganos. Sus escritos teológicos son también escritos polémicos, son libros
de lucha contra los herejes: Marción, Práxeas, los valentinianos, los gnósti-
cos, en general. Este carácter de los estudios dogmáticos de Tertuliano los
distingue netamente de los libros alejandrinos, de Clemente y de Orígenes. Los
maestros de la Escuela Alejandrina sienten la preocupación de refutar el error;
pero sienten mucho más el ansia de contemplar la verdad; sus escritos no son
armas de combate, sino instrumentos de investigación. Tertuliano, por el con-
trario, afirma que no h a y nada que investigar; poseyendo la Iglesia toda la
verdad, nuestro esfuerzo debe tender a defenderla. No mantendrá siempre
principio t a n absoluto; pero jamás encontraremos en él, n i los titubeos de Orí-
genes ni tampoco las ardientes plegarias de Agustín, pidiendo a Dios que le
dé, con u n alma más pura, u n a vista más penetrante.
En esta controversia, Tertuliano se aprovecha grandemente de ideas aje-
nas: el libro Contra valentinianos depende totalmente de Ireneo; el tratado
De prwscriptione es más personal; pero tiene,- sin embargo, muchos elemen-
tos claramente tomados de otros. Con todo, en los libros de controversia,
al menos en los mejores, nunca falta lo que ya hemos admirado en las obras
apologéticas: el sello personal que imprime siempre al argumento tradicional,
dándole relieve y brillo de pensamiento original y propio. De todos estos
libros, los más importantes son: el tratado De la prescripción, los cinco libros
Contra Marción y el libro Contra Práxeas. El Contra Marción es la obra de
controversia más vigorosa, la más personal que haya compuesto Tertuliano;
pero la teología del autor aparece menos relevante que en el tratado De la
prescripción y en el Contra Práxeas. Nos referiremos, pues, con preferencia
a estos dos últimos libros ( 4 0 ) .

EL TRATADO Es este tratado ( 4 1 ) , junto con el Apologético, la


DE LA PRESCRIPCIÓN obra de Tertuliano que ha tenido éxito más brillan-
te y duradero ( 4 2 ) . La idea de la tradición es t a n
vieja como el cristianismo e Ireneo la había hecho valer contra los herejes;
Tertuliano le ha dado u n a forma jurídica. "Uniendo la teología y la juris-
prudencia, daba a la u n a todo el prestigio que la otra ejercía ya sobre los
entendimientos. Según el derecho, toda doctrina que fuese contra el credo
oficial de la Iglesia, estaba condenada por sí misma y no Jiabía por qué
admitirla a discusión" ( 4 3 ) .

(40) Sobre los libros contra Marción, cf. supra, pp. 24-32. Puede completarse este
rápido esbozo con D'ALES, Théologie de Tertullien, pp. 50-60, 162-185, 245-247; HAR-
NACK, Marción, 1924, pp. 328*-332*.
(41) Cf. la edición de LABRIOIXE; D'ALES, op. cit-, pp. 201-202; MONCEAUX, op. cit-.,
pp. 305-311.
(42) Sobre la historia del argumento de la prescripción después de Tertuliano, cf. P.
DE LABRIOIXE en Revue d'Histoire et de Littérature religieuses, X. XI; 1908, pp. 408-428
y 497-514.
(43) P. DE LABRIOIXE, op. cit., introduc, p. XXV. Como lo hace notar BATIFPOL
(L'Eglise naissante, pp. 326 y ss.), la prescripción invocada por Tertuliano no
se debe entender en el sentido restringido de "praescriptio longi temporis". Esta
150 HISTORIA DE LA IGLESIA

Lo que provocó este esfuerzo de Tertuliano fué la difusión de la herejía:


muchos cristianos cayeron en ella y no sin grave escándalo para los demás.
Tertuliano, que desde hace algún tiempo es sacerdote ( 4 4 ), siente en torno
suyo esta conmoción y quiere disiparla. Este celo sacerdotal da al libro su
carácter: no es una discusión de escuela; es el esfuerzo de u n sacerdote que
quiere conquistar las almas extraviadas y volverles la paz cristiana:
"Si un obispo, un diácono, una viuda, una virgen, un doctor, hasta un mártir se
separan de la regla de fe, ¿deberemos admitir la herejía como verdad? ¿Juzgamos de
la fe según las personas, o de. las personas según la fe? Nadie es sabio, ni fiel, ni grande,
si no es cristiano; y nadie es cristiano si no persevera hasta el fin" ( 4B ).

EL CRISTIANISMO Pero ¿de dónde nace la herejía? ¿quién le presta sus


Y LA FILOSOFÍA armas? La filosofía —responde el polemista sin vaci-
lar—. Valentín debe a Platón sus especulaciones sobre
los eones y Marción ha tomado de los estoicos su dios ocioso; de los epicúreos
h a n tomado la negación del alma y de todos los filósofos la negación de la
resurrección de la carne; y esta dialéctica que lo mismo sirve para edificar que
para destruir una misma verdad ¿de quién procede si no del "miserable Aristó-
teles"? (vu, 1-6). A través de esta requisitoria apasionada se vislumbra ya todo
el tema que más tarde volverá a ser tratado por Hipólito en sus Philosophu-
mena. Una vez más, vemos unidos a estos dos doctrinarios intransigentes;
indudablemente, que por su temperamento se explica en parte su intransi-
gencia; pero no podemos olvidar que en el medio siglo transcurrido desde las
Apologías de Justino, las intemperancias especulativas de los gnósticos y los
silogismos capciosos de los adopcionistas habían llenado el m u n d o ( 4 8 ). Ante
tanta pretensión filosófica como amenaza a la fe, Tertuliano recuerda los
avisos de San Pablo: "Velad —escribía a los colosenses—, porque nadie os
engañe con la filosofía... Es que había estado en Atenas." Y el fogoso pole-
mista exclama:
"¿Qué hay de común entre Atenas y Jerusalén? ¿entre la Academia y la Iglesia?
¿entre los herejes y los cristianos? Nuestra doctrina viene del pórtico de Salomón, que
enseñó que hay que buscar a Dios con toda simplicidad de corazón. ¡Malhaya a quienes
han dado a luz un cristianismo estoico, platónico, dialéctico! No sentimos necesidad
de curiosear después de Jesucristo, ni de investigación después del Evangelio. Creyendo
en El, no tenemos por qué creer en nada más; porque el primer artículo de nuestra
fe es que no debemos creer nada fuera de ella" (vil, 9-13).

LA REGLA DE FE Esta categórica condenación de toda investigación era


demasiado rígida para poder ser admitida íntegra-
m e n t e ; el mismo Tertuliano lo comprende así y después de muchos titubeos
y reparos, concluye: "Investiguemos, pues, entre nosotros, sobre lo que es
nuestro y solamente sobre aquello que puede discutirse, sin empañar la regla
de fe" (xn, 5). Y Tertuliano formula al momento esta regla de fe:
prescripción por posesión la vemos mencionada por primera vez en un escrito del
29 de diciembre de 199: "Es muy poco verosímil que Tertuliano haya trasladado
al lenguaje teológico un expediente de procedimiento tan nuevo y poco general en
las proximidades del 200. Tertuliano habrá tomado el término jurídico de prescrip-
ción en su sentido más antiguo, designando un argumento preliminar a la discusión,
por el cual la discusión judicial se ve ser innecesaria".
( 44 ) Este libro data de los años 200 a 206, es decir los primeros de la vida
sacerdotal de Tertuliano.
( 45 ) De prmscriptione, m, 5-6. Para esta cita y la mayor parte de las siguientes,
nos hemos servido de la traducción de P. DE LABRIOIXE.
( 46 ) Cf. supra, p. 80 y ss.
ESCRITORES CRISTIANOS D E L ÁFRICA 151

"La regla de fe. . . es aquella que consiste en creer esto:


"No hay más que un Dios, que es el creador del mundo; aquel que, por su Verbo
emitido antes de todas las cosas, ha sacado de la nada el universo; este Verbo se llamó
Hijo suyo; se apareció bajo diversas formas a los patriarcas, se hizo oír en todo tiempo
en los profetas y finalmente descendió pon el Espíritu y la virtud de Dios a la
Virgen María, se hizo carne y, nacido de ella revistió la persona de Jesucristo; predicó
una ley nueva y la nueva promesa del reino de los cielos, hizo milagros, fué crucifi-
cado, resucitó al tercer día; habiendo subido a los cielos, está sentado a la diestra del
Padre. Envió en sustitución suya la fuerza del Espíritu Santo, para conducir a los
creyentes. Vendrá en su gloria para tomar a los santos a fin de. darles el gozo de la
vida eterna y de las promesas celestiales, y para condenar a los profanos al fuego eterno,
después de la resurrección de los unos y de los otros y de la restauración de la
carne" ( « ) .

LA PRESCRIPCIÓN Después de haber transcripto esta regla de fe, Tertu-


liano añade: "Esta es la regla de fe que Cristo h a
i n s t i t u i d o . . . y que no podría levantar entre nosotros más cuestiones que la
que suscitan las herejías y fabrican los herejes" (XIII, 6 ) .
Salvada esta regla, se puede estudiar e investigar; pero a u n entonces, la
fe vale mucho más que la curiosidad: "¡Qué la curiosidad ceda a la fe!,
¡que la gloria ceda ante la s a l v a c i ó n ! . . . No saber n a d a contra la regla es
saberlo todo" (xiv, 5 ) . Si los herejes buscan siempre, es que no h a n encon-
trado nada.
Pero se dirá que argumentan con la Escritura.
Esta objeción hace surgir la cuestión capital:
"Hemos llegado a nuestro objeto principal: a este punto nos dirigíamos desde el
principio y lo dicho hasta aquí no era más que un preámbulo, para preparar lo que
vamos a decir. Vamos a luchar en el mismo terreno en que nos provocan los adver-
sarios. Ellos presentan las Escrituras... aquí, pues, sobre todo, queremos cerrarles
el paso, demostrando que no podemos admitirles a disputar sobre las Escrituras"
(xv, 1-3).
Esta táctica no es cobardía, ni timidez, es sabiduría; Cristo ha enviado a
sus apóstoles, que h a n fundado las iglesias:
"De estos hechos yo deduzco esta prescripción: Desde el momento en que Cristo
nuestro Señor ha enviado a sus apóstoles a predicar, no podemos admitir otros predi-
cadores que aquellos que Cristo ha instituido... pero, ¿cuál es la materia de su predi-
cación? . . . Aquí también establezco esta prescripción: que, para averiguarlo, es nece-
sario acudir a las mismas iglesias que esos apóstoles personalmente fundaron... En estas
condiciones es claro que toda doctrina que esté de acuerdo con la de estas iglesias,
madres y fuentes de la fe, debe ser considerada como verdadera; porque contiene
evidentemente lo que las iglesias han recibido de los apóstoles, los apóstoles de Cristo
y Cristo de Dios... Nosotros estamos en comunión con las iglesias apostólicas, porque
nuestra doctrina no difiere en nada de la suya: es el signo de la verdad" (xxi, 1-7).

La prueba es tan clara que ya el enunciado no admite réplica. En vano


responden los herejes: o que los apóstoles no lo supieron todo o que las igle-
(47) Si se quiere conocer el símbolo de Tertuliano, es preciso comparar este texto
con el De prazscriptione, xxxvi; De virginibus velaríais, i; Adversus Praxeam, n y
xxx. Cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 166-168: D'ALES, Théologie de
Tertullien, pp. 256-258; Dom CAPEIXE, Le symbole romain au seconde síécle, en Revue
Bénédictine, 1927, pp. 37-39. Ninguno de estos textos da una transcripción literal
del símbolo, como su misma comparación basta a probarlo; pero esta comparación
nos permite también separar la fórmula tradicional de sus glosas y comentarios. En
De virginibus velandis, es donde la fórmula aparece más libre de glosas. Cf. A. M.
VELLIOO, O. F. M., que ha estudiado La rivelazione e le sue fonti nel "De prcescriptione
fuBreticorum" di Tertulliano, Roma, 1935, en la colección Lateranum, n. s., a. I, n. IV.
152 HISTORIA DE LA IGLESIA

sias ni recibieron, n i transmitieron fielmente la doctrina que les fué confiada.


Aunque concediésemos todas estas inverosímiles suposiciones, a u n les sería
necesario explicar el acuerdo de las diversas iglesias en la misma fe: "Esta
identidad en tan gran número no puede proceder del error, sino de la tradi-
ción" (xxvm, 3 ) . Y, lo mismo que la unidad, la antigüedad es garantía de
verdad: "¿Cómo explicar que haya habido cristianos antes de que se haya co-
nocido a Cristo? ¿que las herejías hayan existido antes que la verdadera doc-
t r i n a ? " (xxix, 4 ) .

"¿Dónde estaba entonces Marción, el piloto del Ponto, tan celoso por el estoicismo?,
¿dónde estaba Valentín, el discípulo del platonismo?... Si algunas herejías osan remon-
tarse a la edad apostólica, para parecer legadas por los apóstoles, con el pretexto de
que ya existían en la edad apostólica, estamos en nuestro derecho al decirles: Mostrad-
nos el origen de vuestras iglesias; exhibid la serie de vuestros obispos desde el prin-
cipio, de tal manera que el primero haya tenido como predecesor y garantía un apóstol
o un hombre apostólico, que haya permanecido hasta el fin en comunión con los
apóstoles. Así es cómo las iglesias apostólicas demuestran su historia. Por ejemplo en
la iglesia de Esmirna, Policarpo fué puesto por Juan; la iglesia de Roma demuestra
que Clemente fué ordenado por Pedro. Lo mismo, en general todas las iglesias
exhiben los nombres de aquellos que, establecidos por los apóstoles en el episcopado,
poseen los retoños que ha dado la siembra apostólica" (xxx, xxxn).
E n los tiempos apostólicos hubo también herejías, más groseras que las
de hoy; y nuestros herejes, emparentados con ellos en la doctrina, h a n sido
alcanzados también por la condenación que los hirió a aquéllos. Nuestra
doctrina, por el contrario, es la que los apóstoles h a n profesado. ¿Queréis
comprobarlo? Preguntad a las iglesias apostólicas:
"¿Vivís vecino a la Acaya? Ahí tenéis a Corinto. ¿No estáis lejos de la Macedo-
nia? Tenéis a Filipos y Tesalónica. Si vais a las costas de Asia, encontraréis Efeso.
Si estáis dentro de los confines de Italia, tenéis a Roma, cuya autoridad es un apoyo
también para nosotros. ] Feliz Iglesia! Los apóstoles le han entregado toda su doctrina
con toda su sangre. Pedro ha sufrido un suplicio parecido al del Señor; Pablo ha
sido coronado con una muerte semejante a la de Juan (Bautista). El apóstol Juan fué
sumergido en aceite hirviendo; salió indemne y fué relegado a una isla. ¡Veamos
qué es lo que ha aprendido le Iglesia!, lo que enseña, lo que certifica, al mismo tiempo
que las iglesias de África" (xxxvi, 2-4).
De nuevo Tertuliano recuerda el símbolo bautismal que resume breve-
mente y añade: "Esta fe la Iglesia la manifiesta con el agua, la reviste del
Espíritu Santo, la n u t r e con la Eucaristía, exhorta al martirio por ella y no
admite a nadie contra esta doctrina."
Los herejes no tienen, pues, n i n g ú n derecho sobre nuestro patrimonio:
"No siendo cristianos, no tienen ningún derecho sobre los escritos cristianos y merece
que se les diga: ¿Quiénes sois vosotros? ¿Cuándo o de dónde venís? ¿Qué hacéis en mi
casa, si sois de los míos? ¿Tú, Marción, con qué derecho haces talas en mi monte? ¿Qué
autoridad tienes tú, Valentín, para desviar mis fuentes? Apeles, ¿quién te autoriza
a mudar mis fronteras? Mi dominio me pertenece, lo poseo desde muy antiguo; lo
poseía antes que existieseis vosotros. Tengo los documentos auténticos, procedentes de los
mismos propietarios a que el bien perteneció. Yo soy el heredero de los apóstoles"
(xxxvii, 3-4).
El libro termina con una exhortación apremiante: "Estos hombres proce-
den de los espíritus del m a l ; esta lucha, que debemos m i r a r de frente ( 4 8 ), es

( 48 ) "Cum quibus luctatio est nobis, fratres, mérito contemplanda, fidei necessa-
r i a . . . " D E LABRIOLLE traduce: "...avec qu'il nous faut lutter, mes freres, et qu'il
nous faut done étudier. lis snnt nérfwmires á la foi. . ." Es un error. OriVenes v Dio-
ESCRITORES CRISTIANOS DEL ÁFRICA 153

necesaria a la fe, para que se manifiesten los elegidos y se descubran los


reprobos" (xxxix, 1).
Estos hombres tienen indudablemente talento y agudeza de ingenio; pero
las mismas cualidades tienen los plagiadores de Virgilio y Homero. Estas
perversiones de la doctrina las inspira el demonio, lo mismo que las imita-
ciones idolátricas que de los misterios cristianos se encuentran en el culto de
Mitra o en las supersticiones de N u m a Pompilio. La disciplina de las igle-
sias heréticas es también argumento de su inanidad: n i h a y en ellas autoridad
n i se distinguen los catecúmenos de los fieles; se hacen las ordenaciones al
azar: "Hoy tienen u n obispo, m a ñ a n a otro; hoy es diácono el que m a ñ a n a
será lector, y es sacerdote el que mañana será simple lego; los laicos se encar-
gan de las funciones sacerdotales" (XLI, 8 ) . No se preocupan de convertir
a los paganos, sino de pervertir a los católicos; incapaces de edificar, destru-
yen; la fantasía, que ha creado su doctrina, la destruye sin cesar, para darle
nuevas formas; "los más de ellos n i siquiera tienen una iglesia; sin madre,
sin casa, sin fe, exilados, errantes como vagabundos y desterrados" (XLII, 4 ) .
Finalmente, en una escena de una ironía áspera y terrible, muestra Tertu-
liano en el juicio de Cristo a los herejes excusándose porque n i Jesucristo
ni los apóstoles le h a n enseñado ni advertido lo bastante; y presenta luego
al mismo Señor, confesando ante los justos confundidos, que les ha engañado.
"¡He ahí lo que pueden imaginarse —exclama Tertuliano— los que se h a n
desviado, los que n o se guardan del peligro que amenaza a la fe!" (XLIV, 12).

TRASCENDENCIA DE LA Así es este libro, que, junto con el Apolo-


OBRA DE PRAESCRIPTIONE. gético, es la obra más vigorosa y de fama
LA TRADICIÓN más duradera de Tertuliano. En él encon-
tramos las tesis más caras a Ireneo sobre la
tradición y, en particular, sobre el valor decisivo del testimonio de las iglesias
apostólicas; pero estas tesis aparecen aquí desarrolladas y defendidas con u n
brillo y u n fulgor tal que adquieren nueva fuerza. La forma jurídica del
argumento pone más de relieve la fuerza de la demostración y la ironía del
estilo hace que penetre hasta lo más hondo. Pero si prestamos más atención
a las ideas, se advierte m u y pronto que muchas veces son menos ricas, menos
matizadas, menos exactas que las de Ireneo. H a y una indudable exageración
en la condenación de la filosofía y de toda investigación ( 4 9 ) ; Ireneo expone
mejor el argumento de los catálogos episcopales apuntado por Tertuliano
en el capítulo x x x u ; como también señala mejor el papel preponderante de la
Iglesia romana (capítulo xxxvi, 3 ) . Además, en el estudio de la tradición,
no brilla con tanta claridad en Tertuliano ese aspecto íntimo, esa vida que,
comunicada por el Espíritu de Dios, fecunda a la Iglesia y rejuvenece sin ce-
sar ( 5 0 ). Esta laguna es m u y considerable: la tradición crea sí u n derecho;
pero transmite una vida también, y de estos dos elementos de la prueba,
tan poderosamente expuestos por Ireneo, Tertuliano no ha retenido más que
el primero. Pero el celo sacerdotal que impregna todo el libro hace que el
lector se sienta conquistado y que perdone estas lagunas y estas exageraciones
Se trata ciertamente de una obra de controversia escrita por u n teólogo, para
defender el dogma contra los adversarios; pero es más aún el esfuerzo de u n
sacerdote, que quiere guardar a sus ovejas del escándalo y del contagio de la
herejía.
nisio de Alejandría pensaron sí que era necesario el estudio de las herejías; pero
Tertuliano jamás lo creyó y este texto no dice nada que se le parezca.
( 49 ) Caps, vn y xrv, a pesar de la corrección incidental del cap. xn, 5.
(BO) L a acción del Espíritu Santo esté indicada incidentalmente en el cap. xxvni, 1.
154 H I S T O R I A D E LA IGLESIA

LA TEOLOGÍA El tratado Contra Práxeas ( 51 ) tiene muchos rasgos de


DE LA TRINIDAD semejanza con el De la prescripción: el mismo empeño
en combatir las herejías; el mismo vigor en el ataque,
la misma riqueza y fulgor de estilo; pero las fórmulas de la teología trinitaria
tienen aquí tan poderoso relieve y muchas veces están tan felizmente escul-
pidas que, ya en el mismo u m b r a l de la teología latina, aparecen como defi-
nitivas; de manera que el concilio de Nicea no hará más que consagrarlas.
Sin embargo, si prescindimos de fórmulas aisladas, el tratado en conjunto,
debemos reconocerlo, es m u y imperfecto e inferior al Apologético y al tratado
De la prescripción.
La primera objeción contra el libro nos la sugiere la fecha de su compo-
sición: fué compuesto por Tertuliano después del 213, cuando estaba ya enro-
lado en las filas de Montano. Se palpa desde el primer capítulo: Tertuliano re-
clama contra Práxeas no sólo por su herejía trinitaria, sino más por su oposi-
ción a la profecía de Frigia. El nos asegura que, coaccionado por Práxeas, el
obispo de Roma condenó la profecía que hasta entonces aprobara. "Así Práxeas
ha hecho en Roma dos obras diabólicas: h a arrojado la profecía y ha implan-
tado la herejía; ha puesto en fuga al Paráclito y h a crucificado al P a d r e " ( 5 2 ).
No se puede olvidar, al leerse este libro, que el autor se h a separado de la
Iglesia y ha dado fe a las profecías que ésta condena; pero los errores a que
esto le lleva n o hacen inútil el estudio de su obra. Tertuliano, montañista,
permanece fiel al dogma trinitario y su exposición y su defensa nos permite
muchas veces entrar en contacto con una tradición auténtica, enunciada con
u n lenguaje vigoroso, firme y claro.
Podemos resumir esta doctrina así: no h a y más que u n Dios y u n solo
Señor y sin embargo hay tres, Padre, Hijo y Espíritu Santo, cada uno de los
cuales es Dios y Señor. Esta unidad se concilia con esta trinidad, porque entre
los tres h a y unidad de origen y unidad de sustancia ( B 3 ): el "Hijo es de la
sustancia del P a d r e " ( 5 4 ) ; es la misma fórmula de Nicea; el Espíritu es "del
Padre por el Hijo" ( 5 5 ), fórmula consagrada por la tradición y sobre todo por
los padres griegos ( B 6 ).
Estas relaciones de origen no implican ninguna separación. Algunos, abu-
sando del texto evangélico " h e salido del Padre y h e venido al m u n d o "
(Ion. 8, 49) separan al Hijo del Padre. Se equivocan: el hijo ha salido del Pa-
dre como el rayo del sol, como el arroyo del manantial, como la planta de la
semilla ( B 7 ). Las mismas comparaciones aplicadas al Espíritu Santo, demues-
tran que participa de esta unidad.
Así llegamos a la fórmula no sin razón preferida por Tertuliano: "Afirmo

(51) Cf. ed. de KROYMANN, en el Corpus de Viena, t. XLVII, 1906, y en la colec-


ción de KRÜGEH, 1907. Estudio teológico de A. D'ALES, Tertuüien, pp. 67-103.
(52) Má s adelante (xxx) se comprueba la adhesión a la "nueva profecía".
( 53 ) Cap. II, texto traducido por D'ALES, op. cit., p. 69: "Ante todo es menester
repetir que la unidad de Dios no se pone en duda, puesto que se admite una sola
sustancia divina en tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Tres personas, no
por la condición, sino por el grado; no por la sustancia, sino por la fuerza; no por
la potencia, sino por el aspecto; una sustancia, una condición, una potencia, porque
hay un solo Dios que se comunica en la diversidad de grado, de forma y de aspecto,
bajo el nombre de Padre, de Hijo y de Espíritu Santo".
( 84 ) Cap. iv: "Filium non aliunde deduco, sed de substantia Patris".
(55) Ibíd., "Spiritum non aliunde deduco quam a Patre per Filium".
(5«) Cf. T H . DE REGNON, Eludes de Théologie positive, t. IV, 1898, p. 80-88.
(57) Cap. xxn. Estas comparaciones eran ya clásicas (cf. JUSTINO, Dial., LXI, CXXVIII;
TACIATTO, Adversus Graecos, v; HIPÓLITO, Advérsus Noetum, xi) y seguirán siéndolo;
los Padres de Nicea repitieron: "Lumen de lumine".
ESCRITORES CRISTIANOS DEL ÁFRICA 155

siempre una sola sustancia en tres (sujetos) unidos entre sí" ( 5 8 ). Y estos
Tres reciben ya en Tertuliano el nombre de "personas" que la teología h a de
consagrar ( 5 9 ).
Quisiéramos hacer alto aquí, pero desgraciadamente la teología de Ter-
tuliano contiene otras muchas tesis no tan satisfactorias. Conocemos la des-
confianza con que San Ireneo miraba las analogías con que algunos teólo-
gos pretendían explicar la generación divina ( 6 0 ). Tertuliano no guarda esta
reserva; cree poder escrutar los secretos de la vida divina "antes de la crea-
ción del m u n d o ; hasta la generación del Verbo" (v). Ya estas primeras pala-
bras nos revelan motivos de inquietud que la prosecución del capítulo nos
ha de confirmar: la generación divina aparece como desenvolviéndose pro-
gresivamente: en el hombre la razón ("ratio") es concebida como inerte en
u n principio; bajo el esfuerzo de la reflexión, se desprende de ella el Verbo
("sermo"). Dios que ha concebido el mundo por su Verbo, prefiere exterior-
mente este Verbo y crea el mundo ( 6 1 ). Sólo entonces considera Tertuliano
la generación del Verbo como perfecta y al Verbo mismo como verdadero
hijo de Dios ( 6 2 ).
Ahora ya no podrá sorprendernos leer en algún pasaje ( 6 S ): "Hubo u n
tiempo en que no existía n i el pecado n i el Hijo y por consiguiente el Señor
no era ni juez n i padre" ( M ) .
En el mismo capítulo en que encontramos esta teología peligrosa, tropeza-
mos con las fantasías peligrosas de que Tertuliano jamás pudo desprenderse.
Queriendo probar que el Verbo es u n a sustancia, afirma que es cuerpo y la
prueba que da de esto es que Dios también es cuerpo: "¿Quién negará que
Dios es u n cuerpo, aunque sea espíritu? Porque el espíritu es cuerpo

(B8) Cap. xil: "Ubique teneo unam substantiam in tribus cohasrentibus."


(59) Cap. vil. Argumentando contra los modalistas, TERTULIANO escribe: "Tú no
quieres que el Verbo tenga carácer de sustancia, para que no pueda parecer una
realidad y una persona" (ne ut res et persona qusedam videri possit), y un poco más
abajo: "Cualquiera que sea la sustancia del Verbo, le llamo persona y reivindico
para El el nombre de hijo", (quaecumque ergo substantia Sermonis fuit, illam dico
personam et illi nomen filii vindico). Cf. cap. xn: "Alium quomo'do accipere. debeas,
jam professus sum, personas, non substantia? nomine". Este término ha sido tomado del
lenguaje jurídico. Cf. D'ALES, op. cit, pp. 82 y ss.
í 60 ) Adv. HCBT., II, xin, 8 y II, xxvm, 4-6. Cf. Histoire du dogme de la Triniíé,
t. II, pp. 551-553.
( 61 ) Cap. vi: "Cuando Dios quiso crear los seres que había concebido en si mismo
por la razón y el verbo de su sabiduría, en sus sustancias y en sus formas, profirió
el Verbo, conteniendo en sí sus dos compañeras inseparables, la razón y la sabiduría,
porque todo fué hecho por medio de aquél por cuyo medio habían sido concebidas..."
vn: "Entonces el mismo Verbo recibió su forma y acabamiento, el sonido y la voz
cuando Dios dijo que se haga la luz. Es el nacimiento perfecto del Verbo, procediendo
de Dios. Es primeramente producido por el pensamiento, bajo el nombre de Sabi-
duría: el Señor me ha hecho principio de sus caminos; luego es engendrado para
la acción: cuando hizo el cielo, yo estaba junto a El; por consiguiente, el que es el
Hijo por la procesión, se hace primogénito, como engendrado antes que todos, e hijo
único por ser el único engendrado por Dios".
(*2) Cf. cap. xii. Explicando la palabra divina en el momento de la creación del
hombre, "hagamos al hombre", dice: "Es que entonces había junto a El una segunda
persona, el Verbo, y una tercera, el Espíritu en el Verbo". Y un poco más adelante:
"Cuando el Hijo aun no ha aparecido. Dios dice: «hágase la luz», y se hizo la luz, es
decir, el mismo Verbo que es la verdadera luz que ilumina a todo hombre, viniendo a
este mundo".
( 63 ) Adversus Hermogenem, in.
(64) Sobre esta concepción de la procesión y de la generación del Verbo en Ter-
tuliano, cf. D'AIÍS, op. cit., pp. 84-96.
156 HISTORIA DE LA IGLESIA

sui generis, en su especie." Esta afirmación es desconcertante y prueba que


Tertuliano, tan despreciador de la filosofía griega, sufría, conscientemente
o no, la influencia de la física estoica: para los estoicos no existen más que
cuerpos y el espíritu es por definición u n cuerpo ( 6 5 ).
Arrastrado por estas imaginaciones materialistas, Tertuliano se representa
la divinidad como poseída por el Padre en su totalidad y por el Hijo sólo
parcialmente: "El Padre es toda la sustancia; el Hijo no es más que una deri-
vación y una parte, como El mismo lo afirma: el Padre es mayor que y o " ( 6 6 ).
En esta oscuridad la teología del Espíritu Santo es más confusa y borrosa
a u n que la del Hijo ( 6 7 ).
En la conclusión con que cierra el tratado (c. xxx), Tertuliano alude al
misterio cristiano; pero también a la "nueva profecía", recordando así las
dos fuentes de que ha extraído su doctrina: la auténtica tradición cristiana,
atestiguada por la fe del bautismo y los oráculos de Montano. Toda su teolo-
gía trinitaria lleva esta doble impronta: en algunas de sus ideas podemos
reconocer la fe de la Iglesia, expresada con elocuencia vigorosa; pero en otras
muchas no podemos reconocer más que especulaciones individuales de u n
genio ya desviado de la Iglesia y que, buscando al Espíritu Santo, olvidó la
gran máxima de su maestro Ireneo: "Donde está la Iglesia, allí está el
Espíritu de Dios."

EL MORALISTA Los tratados de moral de Tertuliano son numerosos ( 6 8 )


y se los puede estudiar bajo u n doble punto de vista: o
como testimonio de las comunidades cristianas del África, o como expresión
del pensamiento y de las tendencias del apologista. El primer aspecto es m u y
interesante; pero nos llevaría a u n largo estudio que no podemos hacer
aquí ( 6 9 ) ; por lo tanto a través de sus obras buscaremos la personalidad misma
de Tertuliano, más bien que la sociedad cristiana de su tiempo.

(65) "Para los estoicos todas las causas son cuerpos aunque sean espíritus" (Doxo-
graphi, ed. DIELS, p. 310); cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. I, p. 88, n. 3.
( 66 ) Cap. ix: Estas palabras de Jesús (Ion. 14, 28) tienen un sentido muy distinto
del que les da Tertuliano: debemos alegrarnos de que Jesús vuelva a su Padre porque
el Padre es mayor que El; pero esta comparación se entiende no de la naturaleza
divina, sino de la naturaleza humana impaciente por subir cerca del Padre. Más
adelante (xxxvi) Tertuliano, comentando el pasaje, de la Anunciación, entiende, como
muchos Padres, "spiritus Dei" del Verbo; pero lo explica así: "No llamándole Dios
(sino espíritu de Dios), ha querido darnos a entender como una parte del todo, lo
que deberá recibir el nombre de Hijo", y más adelante, en este mismo capítulo, lo
representa aún como "una parte dei todo". Partiendo de esta imaginación errónea,
Tertuliano explica (xiv): "que el Padre es invisible a causa de la plenitud de su ma-
jestad y que el Hijo es visible porque su grandeza es derivada y limitada así como nos-
otros no podemos contemplar el sol en la totalidad de su sustancia que está en
los cielos, mientras que soportamos sus rayos y su claridad suavizada y parcial cuando
desciende sobre la tierra".
(67) Esta confusión es particularmente sensible en los textos en que Tertuliano expo-
ne la encarnación del Hijo de Dios (cap. xxvi y xxvu). Cf. D'ALES, op. cit, pp. 96-99,
quien concluye: "es lo cierto que la personalidad del Espíritu Santo no aparece sino
muy confusamente en el tratado Contra Práxeas". En otras obras (Adversus Mar-
cionem, rv, 8; De Baptismo, x ) t Tertuliano explica que "la porción del Espíritu Santo"
que estaba en Juan Bautista, le abandonó para concentrarse en Jesús; "ut in
massalem suam summam": es la concepción enteramente materialista de un Espíritu
que se divide y no puede concentrarse en Jesús, sino abandonando al Precursor.
( 68 ) Cf. D'ALES, Tertullien, pp. 262 y ss.; TIXERONT, Tertullien moraliste, en Mé-
langes de Patrologie, 1921, pp. 117-152.
( 89 ) Ha hecho un esbozo vivo y fiel P. DE LABWOLLE, op. cit., p. 108 y ss.
ESCRITORES CRISTIANOS DEL ÁFRICA 157

Considerada la obra en su conjunto, no se puede menos de admirar la eleva-


ción y pureza de ideales que se propone. En medio del mundo pagano tan
contaminado y de cuyas lacras él mismo no ha estado indemne, Tertuliano
siente pasar u n río de aguas vivas, que a todos los que se sumergen en él
los arrastra hacia la santidad misma de Dios. Esta experiencia, de que en
torno suyo ha visto tantas pruebas, le ha convertido, y hace de él u n
apóstol. Muchos de sus pequeños tratados de moral no son más que homilías
y se siente en ellos el celo de u n sacerdote que quiere arrastrar a los fieles
a la perfección que el Evangelio les propone. Entre otros, se puede citar con
preferencia el tratado De Patientia, escrito por Tertuliano, ya sacerdote, pero
aun no seducido por el montañismo (entre 200 y 206). Sus primeras palabras
son una humilde confesión que es grato citar:
"Lo confieso delante de Dios Señor, que es temeridad de parte mía y quizá impru-
dencia, el predicar la paciencia, virtud de la que soy radicalmente incapaz de dar ejem-
plo: no hay nada de bueno en mí y sería necesario que el que pretendiese enseñar
y predicar una virtud comenzase por ponerla en práctica y así adquiriría derecho a
predicarla por la autoridad de su ejemplo."
Para no avergonzarse de que sus hechos estén en contradicción con sus pala-
bras Tertuliano muestra el ideal de la paciencia en Dios, que soporta a los
criminales y no deja de hacerles beneficios; luego encuentra el mismo ideal,
ya más próximo a nosotros, en Jesucristo, cuya vida recuerda brevemente,
insistiendo en la pasión:
"No hablo de su crucifixión, pues a ello había venido; pero ¿no podía morir, sin
sufrir tantos ultrajes? Sin embargo, no quiso morir sino saciado de sufrimientos. Se
le escupe, se le flagela, se le hace objeto de irrisión, se le cubre de vestidos ignominio-
sos, y de una corona más ignominiosa todavía. ¡Admirable y constante igualdad de
ánimo! Quiso ocultarse bajo las apariencias de. hombre; pero en nada quiso imitar la
impaciencia de los hombres. Por este solo hecho, vosotros, fariseos, podíais haber
reconocido al Señor; porque tal paciencia es imposible que pueda tenerla un hombre.
Todos estos rasgos brillantes que a los ojos de los paganos son otras tantas objeciones
contra nuestra religión, pero que para nosotros la justifican y fortalecen, demuestran
con suficiente claridad a los que han recibido la fe, no por los discursos ni por los
mandamientos, sino por los padecimientos del Señor, que la paciencia es de la natura-
leza de Dios, que es efecto y manifestación de una cualidad que le es propia."
Este texto nos revela la fuente verdaderamente cristiana de la moral de
Tertuliano: imitación de Dios, imitación de Cristo. Es preciso reconocer, sin
embargo, que en la obra del polemista tales joyas son bastante escasas; que
convida pocas veces a su discípulo a la contemplación de este ideal tan sublime
y atractivo a la vez. Se afana por una ascesis severa y rígida; pero cuyo
mismo rigor es frágil, porque es humano. Se complace en la censura de los
vicios y de los defectos y lo hace con ingenio despiadado ( 7 0 ) ; para corregir-

( 70 ) Se puede leer el tratado De virginibus velandis, en particular el último ca-


pítulo, dirigido a las mujeres casadas: " . . . E l velo debe llegar hasta el vestido;
debe caer más que los cabellos, cuando están sueltos, y cubrir el cuello... Una de
nuestras hermanas fué reprendida en sueños por un ángel... Pero ¡qué castigo mere-
cerán aquellas que durante el canto de los salmos, incluso mientras se invoca a
Dios permanecen descubiertas! ¿Y las que para la oración se ponen sobre la cabeza
una puntilla o un pañuelo y se creen cubiertas, no nos dan ellas mismas la medida
de su cabeza? Algunas tienen esa puntilla o ese pañuelo menor que su mano; se pare-
cen al avestruz que. cree estar seguro, cuando tiene la cabeza a cubierto, teniendo des-
cubierto el resto del cuerpo. Todo debe ser comprendido, la cabeza y el cuerpo; así
veremos a las mujeres cubiertas como deben." Esta sátira es una gracia ligera; pero
hay otras crueles, como por ejemplo en el capítulo xiv, sobre las vírgenes que caen
158 HISTORIA DE LA IGLESIA

nos de ellos nos presenta u n ideal de virtud austera, más estoico que cris-
tiano y quiere arrastrarnos más que por el atractivo de u n ideal divino por la
fuerza de sus invectivas. Abruma con sus censuras cuando cree ver compro-
miso o simple tolerancia con el mundo pagano, en el que la superstición lo
h a invadido todo: vida pública y privada. Esta severidad se hizo notar desde
los primeros tiempos de su vida cristiana y, en parte, se excusa por la perse-
cución q u e sin cesar hiere o amenaza a la Iglesia: "todos los tiempos y sobre
todo los nuestros son de hierro y n o de oro, para los cristianos" ( 7 1 ) .
M u y luego se exasperó su carácter al contacto con el montañismo y llegó
a adquirir u n a acritud feroz: no solamente prohibe todos los espectáculos ( 7 2 ) ,
sino todos los oficios que están o pueden estar afectados por la idolatría: n o
se puede ser, huelga decirlo, fabricante de ídolos ( 7 3 ) ; pero n i siquiera maes-
.tro de escuela (había q u e enseñar la mitología) ( 7 4 ) ; no se puede ser soldado
(el q u e a espada hiere a espada morirá) ( 7 S ) ; no se puede ser comerciante
(la avaricia es idolatría) ( 7 6 ) . E n vano se quiere protestar contra estas prohi-
biciones que cierran todos los caminos de la vida y rechazan a todos los cris-
tianos a u n desierto; Tertuliano responde:
"Es demasiado tarde para hablar así. Antes del bautismo es cuando se debía haber
reflexionado, imitando la prudencia del arquitecto que antes de comenzar un edificio,
hace sus cuentas para ver si podrá hacer frente a los gastos. Además, debéis tener
delante las palabras y los ejemplos del Señor, pues vencen todas las excusas. Decís:
«Estaré en la miseria.» El Señor ha proclamado felices a los pobres. —«No tendré
qué comer.» El Señor nos ha dicho: No os preocupéis del alimento, y respecto del ves-
tido nos ha propuesto el ejemplo de los lirios. —«Necesito plata.» Hay que venderlo
todo y darlo a los pobres. —«Quiero pensar en mis hijos.» El que pone la mano al
arado y mira atrás, no es buen obrero. —«Estoy a servicio.» No se puede servir a dos
señores..." (De idololatria, x n ) .
Semejante argumentación manejada por u n jurista como Tertuliano es
capaz de cerrar la boca a cualquier contradictor; pero n o convence a nadie.
Con u n a argumentación, igualmente sofística, pretende demostrar q u e el
cristiano no debe h u i r de la persecución: Dios la h a querido, es sabio y bueno;
luego no se debe huir. Es omnipotente, luego n o es posible sustraerse a
ella ( 7 7 ). Cualquier cristiano hubiese podido decirle q u e Dios quiere muchas
veces la persecución para castigarnos; pero n o para condenarnos a muerte: es
la doctrina de San Pablo (II Cor. 6, 9) confirmada con su ejemplo: ¡Cuántas
veces n o huyó de la persecución en Damasco, en Tesalónica, en Efeso! Los
más grandes santos, como Cipriano y Atanasio, siguieron su ejemplo.
Pero mucho m á s peligroso q u e estas prohibiciones es el principio q u e las
dicta: Todo lo que Dios no permite expresamente, por el mismo hecho lo
prohibe ( 7 8 ) y del mismo modo, la Escritura niega todo lo que no afirma ( 7 9 ) :

y que muy luego tendrán que ocultar algo que. no es la cabeza: "Mérito itaque dum
caput non tegunt ut sollicitentur gloriee causa, ventres tegere cosuntur infirmitatis
ruina."
(71) De culta feminarum, n, 13.
( 72 ) Cf. De Spectaculis.
( 73 ) Cf. De Idololatria, cap. n i y s.
(7*) Cf. ibíd., x.
( 75 ) De Corona, xi.
( 76 ) De Idololatria, xi.
( 77 ) De fuga, vi.
( 78 ) De exhortatione castitatis, iv: Quod a Domino permissum non invenitur, id
agnoscitur interdictum. OEHLER lee así este texto; pero RIGAULT, reproducido por MIGNE,
(II, 919) lee: Quod a Domino permissum non invenitur, id ignoscitur.
( 79 ) De Monogamia, iv: "Negat Scriptura quod non -r.c*~*"
ESCRITORES CRISTIANOS D E L ÁFRICA 159

si Cristo no quiso la gloria ni la riqueza, "la rechazó, y si la rechazó la con-


denó, y si la condenó, es que no significa sino pompa del diablo" ( 8 0 ). Si-
guiendo la misma argumentación, si Dios no ha dado a las ovejas u n vellón
rojo o azul, es contra su voluntad el teñir la lana de estos colores ( 8 1 ). En
estos rasgos descubrimos influencias de la filosofía estoica y cínica ( 8 3 ) ; pero,
si Tertuliano se complace en reproducirlos, es porque en ellos encuentra satis-
fecho su placer y su afán de extremar las cosas hasta el último límite; y tra-
tando los mismos temas y haciendo las mismas afirmaciones, les da su impron-
ta de hombre apasionado.
Para Musonio todo este lujo con que los hombres se empeñan en adornar
y acicalar la naturaleza, es indecoroso; para Tertuliano es diabólico; el uno ve
una falta; el otro u n crimen, el crimen de la idolatría.

EL MONTAÑISMO Fué su temperamento exagerado y violento lo que arras-


tró a Tertuliano al montañismo ( 8 3 ). La profecía frigia,
que vio la luz en el 172 y que tan rápidamente se había extendido por ei
Oriente, aun no había tenido en Occidente más que u n eco m u y leve. La
Iglesia de Lyón, que estaba tan íntimamente relacionada con las cristiandades
de Frigia y de Asia, había intervenido en 177 para apaciguar el conflicto. En
Roma, donde los montañistas habían intentado hacer propaganda, fueron
rechazados por el obispo ( 84 ) y poco después Hipólito, en su Syntagma, cla-
sificaba el montañismo entre las treinta y dos herejías dignas de condena-
ción ( 8 5 ). Sin embargo, esta herejía de ecos tan lejanos y ya m u y sospechosa
debía seducir en Cartago al gran Tertuliano.
La sorpresa crece si recordamos qué adicto era el gran polemista a la tra-
dición y a la jerarquía, y cómo en el tratado De la prescripción había atacado
a las iglesias gnósticas y marcionitas por su anarquía; cómo, en fin, parecía
estar prevenido contra las influencias femeninas. Todo esto no podía con-
quistarle la simpatía n i la indulgencia hacia u n a secta que había sido con-
denada por los obispos de Asia y que se apoyaba en la autoridad de las pro-
fetisas.
Todos estos obstáculos eran considerables; pero no era imposible superar-
los. Tertuliano, en u n momento de pasión, era capaz de pasar por todo.

í 80 ) De Idololatria, xvni.
( 81 ) De cultu feminarum, i, 8: "Si Dios pudo hacer así los carneros y no quiso;
lo que Dios no quiso hacer no hay derecho a fabricar. Estas cosas no son naturalmente
buenas, ni proceden de Dios; proceden por lo tanto del demonio, corruptor de la natu-
raleza." Cf. TIXERONT, op. cit., pp. 148-149.
(82) WKNDLAND en su disertación Philo und die kynisch-stoische Diatribe, Berlín,
1895, ha estudiado este, tema de la condenación del lujo en nombre de la naturaleza;
hay en toda esa filosofía muchos rasgos que hacen presentir a Tertuliano; lo que el
gran polemista ha añadido es el carácter idolátrico y diabólico del lujo.
( 83 ) P. DE LABRIOLLE ha escrito el estudio más completo sobre Tertuliano montañista,
La crise montarúste, pp. 294-468. Los textos de Tertuliano sobre el montañismo son
estudiados por el mismo autor, Les sources de l'histoire du montanisme, p. LXXVTII-
LXXX, 12-50. En 1924 M. A. FAGGIOTTO, en dos folletos, L'Eresia dei Frigi y La Dias-
pora catafrigia, TertulUano e la nuova profezia, ha presentado una nueva versión de
esta historia: Tertuliano se habría opuesto a Apolonio, sin pasar al montañismo; pero
toda esta construcción es muy frágil. Cf. Recherches de Science religieuse, 1925,
pp. 373-375.
(84) Este obispo que Tertuliano no nombra (Adversus Praxeam, II) parece ser Cefe-
rino. "Las intrigas de Práxeas deben colocarse entre los años 198 y los primeros del
siglo ni y es preciso afirmar que el obispo a quien trataba de conquistar era Ceferino."
(P. DE LABMOLLE, La crise montaniste, p. 275).
(8«) Ibíd., y Sources, pp. XLVIII y s.
160 HISTORIA DE LA IGLESIA

Así sucedió ahora. Este severo moralista encontró frente a sí la autoridad


eclesiástica dispuesta a censurar su rigor; mas la nueva profecía le traía la
consagración de sus teorías con u n a autoridad que pretendía ser divina y
soberana: "La dureza de corazón h a reinado hasta Cristo, la debilidad de la
carne no reina más que hasta el Paráclito. La nueva ley ha suprimido el
divorcio, la nueva profecía las segundas nupcias" ( 8 6 ) .
El polemista encontrará también en esta autoridad del Paráclito u n a reve-
lación suprema, que acallará todas las herejías y apagará toda sed de nove-
dad ( 8 7 ). Por lo demás, no sólo le parece que el dogma cristiano no eé ata-
cado sino confirmado por la nueva profecía: "Montano, Priscila y Maximila
no predican otro Dios n i dividen a Cristo, n i alteran la regla de fe y de
esperanza" ( 8 8 ) .
Así el teólogo y el moralista se cree amparado por la máxima autoridad;
pero sobre todo, el hombre espiritual ve abrirse ante sí nuevas perspectivas ilu-
minadas por el Espíritu Santo. Tertuliano esperaba con nervosismo el fin del
mundo, la nueva Jerusalén, el reino de los mil años; y ahora oye, en nombre
del Paráclito, que los tiempos están próximos, que el Anticristo ha aparecido
ya, ( 8 9 ) , que la Jerusalén celestial, cuya aparición ha sido anunciada por el
Paráclito como el gran presagio ( 9 0 ) , h a sido vista en Judea: "Todas las ma-
ñanas, durante cuarenta días, se ha visto u n a ciudad suspendida en el cielo;
las líneas de sus muros se desvanecen cuando avanza el día; y l u e g o . . . nada.
Esta es la ciudad que ha sido ya preparada por Dios, para recibir a los santos
después de la resurrección" ( 9 1 ) . Cada vez su predicación se hace más apre-
miante, y su odio al mundo, a la carne, a la vida presente, se hace implaca-
ble: "¿Para qué queremos hijos? Si los tenemos, anhelamos que partan delante
de nosotros, a la vista de los tiempos terribles que se avecinan; y nosotros
mismos estamos impacientes por h u i r de este siglo detestable y acogernos
junto al Señor" (»2).

LA IGLESIA Esta seguridad que la profecía le da del próximo fin le


Y EL ESPÍRITU llena de u n gozo sombrío, pero a u n saborea más ansiosa-
mente el placer de la posesión del Espíritu que aquélla
le garantiza. Los católicos, a los que ha abandonado, no son para él más
que "psíquicos", es decir, cristianos de segundo orden; la verdadera Iglesia, la
suya, es el Espíritu: "La Iglesia es propia y esencialmente el mismo Espí-

(86) ¡)e Monogamia, xiv; ed. OEHLER, t. I, p. 784.


(87) "El Espíritu Santo ha disipado las ambigüedades y las palabras arbitrarias por
una explicación clara y límpida de toda la fe, por medio de la nueva profecía, que
procede del Paráclito. Si bebéis en estas fuentes, no tendréis sed de doctrina ninguna,
ni os quemará la sed de ningún problema. Bebiendo siempre de la resurrección de la
carne sentiréis una eterna frescura" (De resurrectione carnis, LXIII, ed. KROYMANN,
p. 125).
(88) De lejunio, i (ed. OEHLER, t. I, p. 851). Cf. Adv. Prax., n : "Hemos creído
siempre; pero más desde que el Paráclito, guía para toda verdad, nos ha esclarecido
con mayor luz."
(8») De fuga, xn (ed. OEHLER, t. I, p. 487).
(9°) Adversus Marcionem III, xxiv (ed. KROYMANN, p. 419).
( 91 ) lbid., cf. P. DE LABRIOLLE, op. cit., pp, 330 y s.
( 92 ) Ad Uxorem, I, v. En la Exhortación a la castidad, xn, vuelve sobre el mismo te-
ma. "El cristiano como el apóstol no debe tener más que un deseo, no la superviven-
cia en los hijos, sino dejar este mundo." Añade otras consideraciones más vulgares:
"Es preciso que las leyes obliguen a los hombres a tener hijos; pues ningún hombre de
talento los desea espontáneamente."
ESCRITORES CRISTIANOS DEL ÁFRICA 161

ritu" ( 9 3 ) ; ella y sólo ella tiene el poder de perdonar los pecados; pero
no quiere usarlo: "El mismo Paráclito ha dicho por medio de los nuevos
profetas: la Iglesia tiene el poder de perdonar los pecados; pero no lo hará,
para que no se cometan más faltas" ( 9 4 ). En esta pequeña iglesia el Espíritu,
así cree Tertuliano, se complace en derramar sus carismas. Por eso nos dice
con orgullo: "Tenemos entre nosotros u n a hermana que posee el carisma de
las revelaciones; durante las solemnidades del domingo las recibe en espíritu
durante sus éxtasis; conversa con los ángeles y muchas veces con el Señor:
contempla y oye verdades misteriosas; lee en los corazones, prescribe remedios
para las enfermedades. La lectura de las Escrituras, el cantar de los salmos, la
predicación, la oración, todo ofrece materia para sus visiones" ( 9 B ).
Arrastrado por estos espejismos, el gran polemista se apartaba cada vez más
de la Iglesia; y como los herejes que tan gallardamente había combatido, él
también fué hereje de la misma herejía que había abrazado; se separó de los
montañistas y creó el pequeño grupo de los "tertulianistas" ( 96 ) y acabó "no
teniendo Iglesia, sin madre, sin fe, exilado, errante como vagabundo y
desterrado".
Después de su muerte quedó en la Iglesia el recuerdo de u n gran hombre,
recuerdo doloroso de quien primeramente la sirvió con gallarda y arrojada
valentía y luego la atacó con verdadera crueldad. No se perdió la memoria de
sus escritos; se los leía, se los utilizaba; pero nadie osaba nombrar a su
autor. Esta especie de entredicho duró casi u n siglo; Lactancio es el primero
que nombra a Tertuliano; San Jerónimo le cita a veces y Vicente de Lerins
le dedica u n capítulo (xxiv) en su Commonitorium. Tertuliano es para él el
ejemplo de un gran talento que podía haber sido para la Iglesia una gran
fuerza y fué u n gran peligro ( 9 7 ).
El eco de las luchas montañistas se ha apagado hace ya siglos; pero la lec-
ción de Tertuliano es perfectamente actual. No podemos recordar las ambi-
ciones y los errores de Tertuliano, sin que nos venga a la memoria la doc-
trina de Ireneo:
"Donde está la Iglesia allí está el Espíritu de Dios; y donde, está el Espíritu de Dios
allí está la Iglesia y toda gracia. Así los que no participan de la Iglesia, no reciben
de sus pechos maternales el alimento de vida, no beben de la fuente pura que se
desborda del cuerpo de Cristo; sino que cavan para sí pozos en la tierra, cisternas
rotas y beben de aguas turbias. Huyen de la fe de la Iglesia que sería su guía
y rechazan al Espíritu Santo que quisiera instruirles" ( 98 ).
Este hombre, talento brillante y extraordinario y carácter generoso, tuvo
una ambición: poseer el Espíritu de Dios; pero lo buscó fuera de la Iglesia,
en una Iglesia-Espíritu que él soñó; y en estos sueños se perdió.
(993) De Pudicitia, xxi, 16.
( *) Ibíd., xxl, 7. Sobre esta cuestión de la penitenca ya recordamos antes (p. 70)
las dos posiciones contradictorias adoptadas por Tertuliano católico y por Tertuliano
montañista.
(93) De anima, ix. Cf. P. DE LABRIOLLE, Sources, p. XXI. Refiere en seguida Tertu-
liano que la vidente tuvo la visión corporal de un alma humana: "Parecía espíritu,
pero no desprovisto de consistencia y de forma; al contrario, parecía que se la podía
asir, suave, luminosa de color de aire, de forma idéntica a la del cuerpo humano."
Tertuliano se regocija de ver confirmados sus sueños materialistas por una visión.
( 96 ) SAN AGUSTÍN (De Hcereticis, LXXXVI), es quien nos los da a conocer: en su
tiempo tenían aún una basílica; pero después de una intervención del santo obispo
se reconciliaron con la Iglesia y cedieron la basílica a los católicos.
(,97) Vicente aplica el mismo juicio a Tertuliano y a Orígenes; pero entre estos dos
hombres hay una enorme distancia, como veremos en el capítulo siguiente.
(98) Adversus hmreses, III, xxiv, 1.
162 HISTORIA DE LA IGLESIA

§ 2 . — S a n Cipriano ( " )

PRESTIGIO S a n C i p r i a n o n o t u v o n i el t a l e n t o l i t e r a r i o d e T e r t u -
DE SAN CIPRIANO liano, n i la erudición teológica, n i las g r a n d e s concep-
ciones d e I r e n e o o d e O r í g e n e s ; s i n e m b a r g o , su p r e s -
t i g i o e n l a a n t i g ü e d a d es i n c o m p a r a b l e : e n Á f r i c a , su c u l t o es el m á s p o p u l a r
y d i o l u g a r , i n c l u s o , a a b u s o s q u e h u b o q u e r e p r i m i r ; su a u t o r i d a d , a p e s a r d e
sus o p i n i o n e s p a r t i c u l a r e s , i n e x a c t a s sobre ciertos p u n t o s , se i m p o n e a t o d o s ,
i n c l u s o a S a n A g u s t í n ; e n O r i e n t e , M a c a r i o el G r a n d e l e c e l e b r a c o m o
t a u m a t u r g o ( 1 < K ) ); l a c r e a c i ó n , e n A n t i o q u í a , d e l a l e y e n d a d e C i p r i a n o el
M a g o , m u e s t r a l a difusión d e l c u l t o d e S a n C i p r i a n o ( 1 0 1 ) .
Su autoridad era t a n g r a n d e en Constantinopla, en tiempos del segundo
c o n c i l i o , q u e los m a c e d o n i o s p r e s e n t a r o n con el n o m b r e d e l s a n t o el t r a t a d o
De Trinitate d e N o v a c i a n o , p a r a a c r e d i t a r sus e r r o r e s ( 1 0 2 ) . Estos t e s t i m o -
n i o s , q u e p o d r í a m o s m u l t i p l i c a r , se e x p l i c a n p o r l a g l o r i a d e su m a r t i r i o y p o r
l a a u t o r i d a d d e su s e d e ; p e r o m á s a ú n p o r el í n t i m o a s c e n d i e n t e d e esta a l m a
leal, elevada, soberana.

CONVERSIÓN Esta vida cristiana de resplandores t a n vivos y dilata-


DE SAN CIPRIANO dos fué m u y b r e v e : d u r ó a p e n a s d i e z a ñ o s . N a c i ó Ci-
p r i a n o a p r i n c i p i o s d e l siglo n i ; fué r e t ó r i c o y p r o f e s o r
d e r e t ó r i c a ( 1 0 3 ) y l e c o n v i r t i ó el s a c e r d o t e Cecilio. E l m i s m o , e n s u l i b r o a
D o n a t o , d e s c r i b e e n u n a p á g i n a l l e n a d e f r e s c u r a y d e v e r d a d sus p r i m e r a s
impresiones cristianas:
" A ciegas erraba por las tinieblas de la noche, sin rumbo en el mar agitado del
mundo; flotaba a la deriva, sin saber de mi vida, lejos de la verdad y de la luz. En-
tregado a mis hábitos de entonces, juzgaba m u y difícil lo que me exigía para mi salva-
ción la bondad divina. ¿Cómo podía un hombre renacer a una nueva vida?. . . Esto me
preguntaba muchas veces; porque me sentía preso en los mil errores de mi vida pasada.
¡No creía posible desembarazarme de ellos; tan esclavo era de los vicios contraídos!...
Tanta complacencia sentía por estos males míos, hechos ya mis compañeros y fami-
liares. Pero el agua regeneradora lavó todas las manchas de mi vida pasada y una luz

( " ) BIBLIOGRAFÍA. — Ediciones: HARTEL (Corpus Script. Eccles. Latin., I-III, 1868-
1871); Correspondance, texto fijado y traducido por BAYARD, París (1925), 2 v o l . —
Estudios: MONCEAUX, Histoire littéraire de l'Afrique chrétienne, t. II (1902); Saint
Cyprien (col. Les saints), 1914. — A. D'ALÉS, Théologie de Saint Cyprien ( 1 9 2 2 ) . —
P. DE LABRIOLLE, Histoire de la littérature latine chrétienne, pp. 176-225. — E. W . B E N -
SON, Cyprian, his Ufe, his time, his work, Londres, 1897; TIXERONT, Mélanges de
Patrologie, 1921, pp. 152-209. — BATIFFOL, L'Eglise naissante, pp. 399-484 (versión
castellana, Desclée, de Brouwer, Buenos Aires).
Fecha de las obras de San Cipriano según D'ALES, op. cit., p. X I I I :
Antes del 249: Ad Donatum; 249: Ad Quirinum Testimoniorum libri III; De ha-
bitu virginum; 251: De lapsis, De catholicw Ecclesiaz unitate; 252: De dominica ora-
tione; Ad Demetrianum; De mortalitate; 253: De opere et eleemosynis; 256: De bono
patientiaz, De zelo et livore; 257: Ad Fortunatum de exhortatione martyrii.
(loo) Apocriticus, ed. BUONDEL, 1876, t. III, xxiv, p. 109.
(íoi) DELEHAYE, Cyprien d'Antioche et Cyprien de Carthage, en Anallecta Bol-
landiana, 1921, pp. 341-322. "Pocos mártires Üegaron a una celebridad más univer-
sal" (p. 315).
(102) RUFINO, De adulteratione librorum Origenis.
(103) Esto es al menos lo que dice San Jerónimo. A. BECK, en su disertación R6-
misches Recht bei Tertullian und Cyprian, Halle, 1930, ha estudiado los conocimien-
tos jurídicos de Cipriano; no nos revelan a u n profesional como Tertuliano, pero sí
al menos a u n conocedor del derecho. Beck piensa que ha podido ocupar u n puesto
en la administración civil o municipal.
ESCRITORES C R I S T I A N O S D E L Á F R I C A 163

venida de lo alto inundó mi corazón ya purificado; el Espíritu bajado del cielo, me


mudó en un hombre nuevo por un segundo nacimiento. Al momento vi maravillado que
la certeza sucedía a la duda. Vi abrirse las puertas antes cerradas y la luz brillar
en las tinieblas; lo que antes encontraba difícil encontré ahora fácil, y posible lo que
antes creía imposible... Tú sabes qué es lo que me ha elevado y me ha traído
la muerte del crimen y la resurrección de las virtudes. Tú lo sabes, no me alabo
por esto. Alabarse a sí mismo es una odiosa jactancia. Pero no es jactancia recordar
lo que se atribuye, no a virtud del hombre, sino a beneficio de Dios; no pecar más es
el primer efecto de. la fe; los pecados pasados eran efecto del error humano. De Dios
viene toda nuestra virtud, de Dios viene nuestra vida y nuestra fuerza" ( 1 0 4 ).

Textos gratos a San Agustín, que tienen ya el acento de las Confesiones.


Pero mejor que los escritos, los hechos nos dicen lo profundo de su conver-
sión. Su vida es desde el principio una vida perfecta; ya antes de su bautismo
había hecho voto de continencia ( 105 ) y había distribuido a los pobres gran
parte de sus bienes. A este desprendimiento de la fortuna se unió otro más
raro en esta época, el desprendimiento de la literatura pagana. Novaciano
está absorbido por recuerdos virgilianos; Tertuliano, Lactancio, Agustín, Jeró-
nimo citan con gusto los autores profanos y a veces se inspiran en ellos. Ci-
priano quiere olvidarlos y no cita más que la Biblia; h a y otros libros también
que lee continuamente; pero de los que no transcribe n i n g ú n pasaje: son los
de su grande y desgraciado antecesor Tertuliano, cubiertos para él de u n
velo de luto ( 10 «).
Las revelaciones y las visiones ocupan en la obra de San Cipriano u n
lugar preeminente ( 1 0 7 ), lo que no fué bien visto por algunos de sus contem-
poráneos ( 108 ) y que aun hoy ha sorprendido a más de u n historiador. Si se
quiere juzgar con equidad, h a y que tener presente el admirable equilibrio
mental de este hombre, sus virtudes extraordinarias y también las dificultades
excepcionales que debió superar ( 1 0 9 ).

(104) Ad Donatum, m-iv. Cf. ibid., xiv-xv; MONCEAUX, op. cit-, pp. 204 y ss.
D'ALES, op. cit., pp. 21-23.
(105) Este, dato nos lo ha dejado PONCIO, diácono y biógrafo de Cipriano, Vita, n.
Sobre esta vida, cf. MONCEAUX, op. cit., pp. 190-197. Esta resolución es tanto más
notable cuanto que Cecilio, el sacerdote que lo convirtió y lo bautizó, estaba casado
y, al morir, le dejó el cuidado de su mujer y de sus hijos. Hay que decir, por otra
parte, que el caso de Cecilio es excepcional en esta época en África. "No se en-
cuentra en toda la obra de Cipriano un solo sacerdote casado; a no ser el miserable
Novato, que hizo abortar a su mujer de un puntapié en el vientre" (Epist. LII, 2).
"¿Pero este hecho es posterior a la ordenación de Novato?" (D'ALES, op. cit., p. 315).
(106) MONCEAUX, que ha puesto de relieve esta reserva de Cipriano, añade muy
justamente (op. cit., p. 208): "Afectó ignorar toda la literatura contagiada de ido-
latría . . . aun la retórica, que había sido su luz en el mundo. Pero la retórica tomó
su desquite: el pensamiento del gran obispo se liberó de ella, pero no su estilo".
(107) L o s trozos más notables han sido reunidos por D'ALES, op. cit., pp. 80-82.
HARNACK ha consagrado a esta cuestión todo un artículo: Cyprian ais Enthusiast en
Zeitsckrift für N. T. Wissenschaft, 1902, pp. 177-191. Hay algunos graves errores en
este estudio, por ejemplo: "Cipriano es, por su unión del episcopalismo y del entu-
siasmo, el primer papa, por así decirlo, y ha sido preciso mucho tiempo para que
apareciese un sucesor". Parece que confunde la infalibilidad con la inspiración.
(108) Así Florencio, a quien Cipriano respondió (Epist. LXVI, 10): "Ya sé que
algunos encuentran los sueños ridículos y las visiones absurdas; pero son precisa-
mente aquellos que más quieren pensar contra los obispos que creer a un obispo. No
podemos extrañarnos de ello, pues los hermanos de José decían también de él:
He aquí que viene nuestro soñador, matémosle; y el soñador vio más tarde reali-
zados sus sueños y sus asesinos y vendedores quedaron confundidos..."
(109) Recuérdese el ejemplo de tantos de sus contemporáneos, aun entre los más
grandes y más sabios, por ejemplo de Dionisio de. Alejandría. Cf. infra, p. 278 y ss.
164 H I S T O R I A DE LA IGLESIA

CIPRIANO, OBISPO Desde su bautismo Cipriano estuvo en primer plano


en la Iglesia de Cartago. Todo contribuía a ello: su
jerarquía social, su fortuna, su talento, su virtud sobre todo. M u y pronto fué
ordenado de sacerdote, y en los primeros meses del 249 ( n o ) , a la muerte del
obispo Donato, fué elegido obispo. Rehusó en vano; pero la voluntad casi
unánime de los sacerdotes y de los fieles de Cartago le obligó a aceptar. Sin
embargo, había algunos que se oponían; entre ellos, cinco sacerdotes a quienes
m u y pronto veremos trabajar contra Cipriano, celosa y obstinadamente.
El nuevo obispo encontró u n a Iglesia numerosa; pero adormecida por una
larga paz. El mismo ha descrito sus flaquezas en el tratado sobre los após-
tatas:
"No se pensaba en otra cosa que en aumentar el patrimonio, olvidándose de lo que
los creyentes habían hecho en tiempo de los apóstoles y deberían hacer siempre. Ardíase
en insaciable avaricia y no se trabajaba más que para acrecentar la fortuna. Sin devo-
ción en los sacerdotes, sin fe en los ministros del culto, sin misericordia en las obras,
sin disciplina en las costumbres. Los hombres se teñían la barba, las mujeres se aci-
calaban; se alteraba la obra de Dios, pintándose los ojos, tiñéndose los cabellos. Para
engañar a los corazones sencillos se empleaba el engaño y el fraude y no se retrocedía
ante la estafa para defraudar a los hermanos. Se unían a los infieles por los lazos
del matrimonio y se prostituía así a los Gentiles los miembros de Cristo. No sólo se
juraba temerariamente, sino que aun se perjuraba; se despreciaba orgullosamente a
los jefes de la Iglesia y se les injuriaba con palabras llenas de veneno y vivían sepa-
rados el uno del otro por odios irreductibles. La mayor parte de los obispos que
debían dar ejemplo, despreciaban sus divinas funciones y se hacían intendentes da
los grandes de este mundo. Dejaban su cátedra, abandonaban su pueblo para viajar
por provincias extranjeras con el fin de enriquecerse con un comercio lucrativo. Mien-
tras sus hermanos padecían hambre en la Iglesia, querían tener plata en abundancia,
se apoderaban de los bienes inmueblesmpor medio de la astucia y del fraude y aumen-
taban sus ganancias con la usura" ( ) .

En u n a descripción de este género se puede suponer la exageración propia


de los moralistas y de los oradores; pero no puede negarse todo. En vísperas
de la persecución de Decio, otros documentos se hacen eco de esta página de
San Cipriano ( 1 1 2 ) ; ciertos rasgos como los que pintan al obispo usurero, son
demasiados precisos para que no respondan a u n a realidad. ¿No tenemos u n
reflejo de esto en lo que la Iglesia de Antioquía debería sufrir quince o
veinte años más tarde con su obispo Pablo de Samosata?

LA PERSECUCIÓN El gran pontífice de Cartago contemplaba con tris-


Y LAS DEFECCIONES teza la situación de su pueblo. Dios le hizo ver u n
día el castigo que disponía contra él: le mostró en
una visión al Padre de familias teniendo a su derecha a su Hijo, que parecía
triste y descontento; a la otra parte aparecía u n personaje con una red que
se preparaba a lanzar sobre el pueblo ( 1 1 3 ). M u y pronto, efectivamente, todo
el pueblo romano sería cogido en una redada: el edicto de persecución de
Decio, al advenimiento al trono (250), alcanzaba por primera vez a todos
los subditos del Imperio y les obligaba a sacrificar ( 1 1 4 ).
En la aurora que siguió al imperio de Felipe el Árabe, que tan favorable
había sido al cristianismo, esta súbita proscripción fué para los cristianos u n
despertar horrible. En Cartago se registraron muchas apostasías:
("O) Cf. Epist. LIX, 6.
(ni) De lapsis, vi, trad. MONCEAUX, op. cit., pp. 16-17.
(ll 2 ) En particular en Orígenes: Homil. in. Jerem-, IV, m ; cf. infra, pp. 218-219.
(US) Epist. xi, 4.
("4) Cf. supra, pp. 126-132.
ESCRITORES CRISTIANOS DEL ÁFRICA 165

"Hubo quienes no esperaron a ser apresados para subir al Capitolio, ni a ser interro-
gados para apostatar. Vencidos antes del combate, atemorizados antes del asalto, mu-
chos ni siquiera se acogieron a la excusa de parecer que habían sacrificado obligados
por la violencia. Ellos mismos corrieron al Foro, se apresuraron por llegar a la muerte,
como si éstos hubiesen sido sus deseos desde mucho tiempo atrás, como si ahora hubie-
sen alcanzado una ocasión por la que largo tiempo habían suspirado. ¡Cuántos magis-
trados, visto lo avanzado de la hora, tuvieron que dejarlo para el día siguiente! ¡Cuán-
tos oyeron súplicas de que n o se difiriese su m u e r t e . . . ! Y muchos, no contentos con
dársela a sí mismos, se exhortaban mutuamente a la perdición y se ofrecían la copa
mortal. Y para que se colmase la medida viéronse niños, llevados o arrastrados por
sus padres, perder en su primera edad lo que habían recibido al venir a la vida" (De
lapsis, v m - i x ) .

Otros sin s a c r i f i c a r , c o m p r a r o n u n c e r t i f i c a d o d e sacrificio. Y lo q u e es m á s


doloroso a ú n , los confesores se d e j a b a n l l e v a r d e l e s p í r i t u d e l s i g l o :

"¡Qué castigo no mereceremos, cuando los mismos confesores, que, deberían dar
a todos ejemplos de buenas costumbres no se conducen como deben! Así, porque algunos
se dejan llevar de la jactancia orgullosa y descarada de su confesión han venido tor-
turas, en que el verdugo no termina, la condenación no llega a fin, la m u e r t e no
consuela, torturas que no llevan rápidamente a la corona; sino que atormentan hasta
que abaten; a menos que la divina bondad no provoque el arrepentimiento en medio
de las torturas, o no lleve a la gloria; no poniendo fin al suplicio, sino apresurando
la muerte" ( 1 1 5 ) .

HUIDA DE SAN CIPRIANO Cipriano, m á s a m e n a z a d o q u e n i n g ú n otro,


conociendo q u e su m u e r t e dejaría sin direc-
ción a l a I g l e s i a d e C a r t a g o , se o c u l t ó a p r i n c i p i o s d e l 2 5 0 y p e r m a n e c i ó lejos
d e su c i u d a d h a s t a l a p r i m a v e r a d e l 2 5 1 . O b r ó s i n d u d a m u y p r u d e n t e m e n t e ,
pero su s i t u a c i ó n e r a m u y d e l i c a d a f r e n t e a los confesores, a los c u a l e s t e n í a
q u e r e p r e n d e r , s i n h a b e r él p a d e c i d o . S u s é m u l o s , q u e d e s d e su e l e c c i ó n
h a b í a n i n t r i g a d o c o n t r a él, a p r o v e c h a r o n estas n u e v a s d i f i c u l t a d e s : q u i s i e -
r o n suscitar u n c o n f l i c t o , p a r a i m p e d i r q u e C i p r i a n o v o l v i e s e a C a r t a g o ; p e r o
sus m a q u i n a c i o n e s se e s t r e l l a r o n c o n t r a l a f i d e l i d a d d e l a m a y o r p a r t e d e
los cristianos: se v i e r o n a i s l a d o s , c o m o e x c o m u l g a d o s p o r sí m i s m o s ; consi-
g u i e r o n , sin e m b a r g o , r e t r a s a r l a v u e l t a d e l obispo ( 1 1 6 ) .
N o c o n t e n t o s c o n i n t r i g a r e n C a r t a g o , b u s c a r o n a p o y o e n R o m a ; el p a p a
Fabián había m u e r t o m á r t i r (20 de enero del 250) y la persecución era t a n
violenta q u e , d u r a n t e q u i n c e m e s e s , fué i m p o s i b l e l a e l e c c i ó n d e s u sucesor.
M i e n t r a s la sede e s t a b a v a c a n t e , e j e r c í a n l a a u t o r i d a d los p r e s b í t e r o s , s i e n d o
u n o de los m á s n o t a b l e s N o v a c i a n o , q u e d e b í a o p o n e r s e a C o r n e l i o e n su elec-
c i ó n y h a c e r s e c i s m á t i c o . P a r e c e q u e fué él q u i e n r e s p o n d i ó e n n o m b r e d e l a
Iglesia de R o m a a l a s d e n u n c i a s d e C a r t a g o . E s a u t o r d e u n a a l m e n o s d e
las c u a t r o c a r t a s e n v i a d a s d u r a n t e estos q u i n c e m e s e s p o r l a I g l e s i a d e R o m a
a la de C a r t a g o ( m ) .

( 113 ) Epist. xi, 1. En otras cartas también reprende San Cipriano el orgullo en los
confesores (Epist. x m , 4 ) , las relaciones imprudentes entre hombres y mujeres
(ibíd., 5), las rivalidades y las querellas (ibíd., 5), la insubordinación con respecto a los
sacerdotes y a los diáconos (xiv, 3 ) .
( 116 ) Epist. XLIII, 1: "La malignidad de algunos sacerdotes ha conseguido pri-
varme de la posibilidad de llegar a vosotros antes de la Pascua". Toda esta carta
va tapizada de quejas contra el diácono Felicísimo y los cinco sacerdotes que ya
antes ha visto en una visión como cómplices de los magistrados perseguidores.
( 117 ) Sobre esta correspondencia, cf. HAKKACK, Die Briefe des rómischen Klerus
aus der Zeit der Sedisvacanz im Jahre 250 en Theologische Abhandlungen Cari von
Weizsacker gewidmet, Friburgo, 1892, pp. 1-36; D'ALÉS, op. cit., pp. 141-146.
166 HISTORIA DE LA IGLESIA

El clero romano, prevenido por las malévolas relaciones llegadas de Car-


tago, juzgó severamente la conducta de Cipriano: el buen pastor da su vida
por sus ovejas, el mercenario las abandona; "queremos, carísimos hermanos,
que haya entre vosotros, no mercenarios sino buenos pastores" (Epist. v m , 1).
La carta no llevaba nombre ni del destinatario n i del autor de la misma y cayó
en manos de Cipriano que quedó dolorosamente afectado y preguntó a Roma
si era auténtica (Epist. i x ) ; y les dio prueba suficiente de que durante el
destierro no había perdido de vista a su rebaño: "Lo que he hecho, mis
cartas os lo dicen, estas cartas que he enviado en diversas ocasiones (son
trece) y que os he remitido. Consejos al clero, exhortaciones a los confeso-
res, admoniciones a los desterrados cuando eran necesarias, llamamientos
a todos los hermanos para obtener la misericordia de Dios; nada he dejado
de hacer de lo que mi humilde persona ha podido intentar según las reglas
de fe y del temor de Dios."
Escrita esta carta, mejor informado el clero romano, se juzgó con más justi-
cia la conducta de Cipriano; en Roma se disipó toda prevención y en Cartago,
aunque no había desaparecido toda la oposición, el obispo se esforzaba y tra-
bajaba activamente. En u n principio se hizo representar en la ciudad episco-
pal por el sacerdote Rogaciano. Comprobando que su autoridad no era sufi-
cientemente respetada, instituyó u n consejo ( 118 ) compuesto de dos obispos,
Caldonio y Herculano, y de dos sacerdotes, Rogaciano y Numídico, y por
medio de ellos administró su Iglesia. Por fin, en la primavera del 251 pudo
volver a entrar en su ciudad episcopal.

LOS LAPSI Se encontró con u n a situación m u y delicada. La cuestión más


grave era la de los apóstatas o lapsi ( 1 1 9 ). Muchos cristia-
nos habían cedido en la persecución y sin esperar al juicio del obispo sobre
su reconciliación, pretendieron imponérsela. Se apoyaban en el clero hostil
a Cipriano y sobre todo en los cinco sacerdotes que se habían opuesto a su
elección, y también en los confesores que hacían valer en su favor u n derecho
de gracia ilimitado y autoritario. En tan delicadísima situación, Cipriano
tuvo que obrar en unión estrecha con el episcopado africano y con Roma.
Su línea de conducta estaba ya netamente trazada en sus cartas del des-
tierro. Con respecto a los apóstatas, guarda u n a prudente reserva; al clero
da sabios consejos seguidos de severos avisos (Epist. x v í n ) ; a los confesores
trata con grandes elogios entreverados de llamamientos a la prudencia:
"Veo que la desvergüenza de algunos fuerza vuestra reserva y la violenta. Yo os
suplico con toda la insistencia de que soy capaz, que os acordéis del Evangelio y que
consideréis cómo ery el pasado se han portado los mártires, vuestros predecesores, cuál
ha sido su circunspección en todas las cosas; os pido que penséis con cuidado y con
prudencia vuestras peticiones; sois los amigos de Dios, juzgaréis un día con El; juzgad
pues, los actos, las obras, los méritos de cada uno; reflexionad, pues, sobre la natu-
raleza y calidad de las faltas, no sea que siendo vuestras promesas inconsideradas y
nuestra indulgencia excesiva, haya nuestra Iglesia de avergonzarse ante los mismos
paganos" (Epist. xv, 3).

Tiene cuidado de transmitir sus decisiones a los obispos de África- (Epist.


xxv-xxvi) y al clero romano, entonces sin obispo (Epist. xxvn, xxvm, xxx
xxxi, xxxvi). Al clero de Cartago dio a conocer sus diligencias en Roma y la
respuesta recibida (Epist. xxix y x x x n ) . Estos documentos deberán ser comu-

("8) Epist. s u , 1.
( 119 ) Encontraremos la misma cuestión en Alejandría, cf. infra, pp. 280-281.
ESCRITORES CRISTIANOS D E L ÁFRICA 167

tricados a todos los obispos y a todo individuo del clero de otra iglesia que los
solicite. Esta decisión madurada, con tan serias reflexiones y apoyada en tan
altas autoridades, se hizo irrevocable: "Ha sido decidido de una vez para
siempre, tanto por nosotros mismos, como por el clero y los confesores de la
ciudad, por todos los obispos, tanto los residentes en nuestra provincia como
los de la otra parte del mar, que nada se cambie en la suerte de los apóstatas
hasta que, reunidos todos y de común acuerdo, sin sacrificar n i la miseri-
cordia ni la disciplina, se tome una decisión definitiva" (Epist. XLII, 3 ) .

LA PENITENCIA A su vuelta a Cartago, Cipriano reunió en u n concilio


a los obispos de África y se tomaron decisiones que des-
pués dio a conocer y comentó en su tratado De lapsis. Los "sacrifican" debe-
rán hacer penitencia y ser reconciliados solamente en la hora de la muerte.
Los "libellatici" son admitidos a la penitencia y pueden ser reconciliados.
Finalmente los que sin llegar al acto externo, se h a n dejado vencer del pensa-
miento de la apostasía, deben acusarse ante u n sacerdote, quien les impondrá
la penitencia conveniente ( 1 2 °).
En el concilio del 252, los obispos, temiendo la renovación de la persecu-
ción que hizo presentir el edicto de Trebonio Galo y queriendo disponer
a todos los fieles de buena voluntad, concedieron el perdón a los apóstatas
que después de la caída habían hecho penitencia (Epist. LVII).
En Roma el papa Cornelio, elegido en marzo del 251 observaba la misma
conducta que Cipriano ( 1 2 1 ). Pero en Roma y en Cartago los cismáticos pro-
testaron contra las medidas adoptadas: en Roma, Novaciano rehusaba el per-
dón a todos y reunía en torno suyo a los rigoristas; en Cartago, Novato con-
cedía la reconciliación a todos los apóstatas.
Estos dos hombres, de opiniones extremas y opuestas, se unieron contra
Cipriano y Cornelio; sorprendente coalición del laxismo y del rigorismo en
evidente comunidad de resentimientos y de ambiciones.

EL CISMA DE NOVATO En Cartago cinco sacerdotes se habían opuesto a la


elección de Cipriano y persistieron en su oposi-
ción. No quiso el santo obispo arrojarlos de la Iglesia y al fin, ellos mismos
la abandonaron (Epist. XLIII, 1). A la cabeza estaba el sacerdote Novato, que
había ordenado de diácono a su satélite Felicísimo (Epist. LII, 2 ) , el agen-
te más activo del cisma. Durante el destierro de Cipriano, este intri-
gante, abusando de su oficio de diácono, llegó a declarar que cualquiera que
recibiese auxilios de Cipriano sería considerado como excomulgado; a lo que
el obispo respondió que "le sea aplicada la sentencia que él mismo h a dado:
que sepa que está separado de nuestra comunión" (Epist. XLI, 2 ) ; y como el
inquieto diácono intentase atraerse a los apóstatas con la promesa del perdón,
Cipriano les advirtió que si se pasaban al partido de Felicísimo "no podrían
volver a la Iglesia, n i entrar en comunión con los obispos y el pueblo de Jesu-
cristo" (Epist. XLIII, 7). El concilio de 251 confirmó la sentencia de excomu-
nión dada contra los cismáticos (Epist. XLIX, 14). Felicísimo se dirigió enton-
ces a Roma para encontrar u n apoyo; Cipriano protestó contra este viaje de
Felicísimo a Roma y escribió al papa Cornelio, para ponerle al corriente de

(120) j)e lapsis, XXIII-XXVIII. Algunos meses más tarde, Cipriano expone de nuevo
estas decisiones en su carta a Antoniano (Epist. LV); cf. D'ALÉS, op. cit., pp. 282-297:
( 121 ) Cartas a Cipriano (Epist. XLIV y L, en la correspondencia de Cipriano); carta
a Fabio de Antioquía (Hist. Eccl., VI, XLIII).
168 H I S T O R I A DE LA IGLESIA

todo lo sucedido (Epist. X L I X ) ( 1 2 2 ) . Al mismo tiempo hacía saber a los exco-


mulgados que no podrían forzar las puertas de la Iglesia: "Si h a y quienes
creen poder entrar en la Iglesia, no por medio de súplicas sino de amenazas;
si piensan forzar el acceso no por medio de lamentaciones y de actos de repa-
ración, sino por el terror, estén seguros de que para los tales está cerrada la
Iglesia de Dios. El campo de Cristo inaccesible, fortificado, defendido por el
mismo Dios, no cede a las amenazas. El sacerdote de Dios que guarda el
Evangelio y los preceptos de Cristo, puede ser muerto, pero no vencido"
(Epist. LIX, 17).

EL CISMA DE NOVACIANO Mientras que el cisma de Felicísimo se desen-


volvía en Cartago lentamente, estallaba en
Roma otro cisma de consecuencias mucho más graves.
Al mismo tiempo que San Cipriano volvía a su sede ( 1 2 3 ), Roma elegía
por fin su titular en la persona de Cornelio. Hacía quince meses que San
Fabián había padecido el martirio; el odio de Decio era tan violento, que
"habría preferido oír que u n emperador rival se alzaba contra él, que ver
en Roma a u n obispo de Dios" (Epist. LV, 9 ) . En estas circunstancias fué ele-
gido Cornelio: "Ocupó sin temor su sede episcopal, cuando el tirano enemigo
de los obispos de Dios arrojaba fuego y llamas" (ibíd.). El nuevo papa debía
encontrar una oposición menos violenta indudablemente, pero mucho más
dolorosa que la del poder imperial: la del cisma suscitado y sostenido por
el presbítero Novaciano.
Durante la sede vacante, Novaciano había sido el miembro más destacado
del clero romano ( 1 2 4 ). Escritor distinguido, al que debemos u n tratado sobre
la Trinidad ( 1 2 S ), antes de la elección de Cornelio juró de la manera más
solemne que no quería el episcopado. "De pronto, escribe Cornelio, apareció de
obispo en medio de nosotros tamquam ex machiru¿' ( 1 2 6 ).
Desde el primer momento, el nuevo cisma se reveló con u n a violencia terri-
ble; y luego esta súbita explosión se convirtió en inmenso incendio que
alcanzó a Italia, al África, a las Galias y al Oriente. "No habiendo por insti-
tución de Cristo más que una Iglesia dilatada en multitud de miembros por
todo el mundo, u n episcopado único representado por u n gran número' de
obispos unidos entre sí, se esfuerza a pesar de la enseñanza de Dios, a pesar
de la Iglesia católica cuyos miembros están unidos y ligados entre sí, en hacer
u n a Iglesia h u m a n a ; y envía por las ciudades nuevos apóstoles, escogidos
por é l . . . Y a pesar de que en cada ciudad h a y obispos legítimamente orde-
nados, de edad avanzada, de fe íntegra, fieles en la prueba, proscritos en la
persecución, osa crear otros, que son falsos obispos" (Epist. LV, 24).

(122) Qf también Epist. XLV, 4; LII, 2.


(123) Cipriano no pudo volver a Cartago antes de la Pascua de 251 (25 de marzo),
y Cornelio fué elegido papa a principios de marzo.
( 124 ) Es él quien había escrito a Cipriano la carta xxx en nombre del clero ro-
mano. Cf. supra, p. 165.
(125) Este tratado ha sido editado por W. YORKB FAUSSET, Novatiaris Treatise the
Trinity, Cambridge, 1909. Sobre Novaciano y su teología, cf. D'ALES, Novatien,
París, 1925.
(126) Carta de Cornelio a Fabio de Antioquía (Hist. EccL, VI, XLIII, 7). Esa carta
es de gran valor por los datos que nos da sobre la Iglesia y el clero de Roma en
esta época, cf. supra, p. 121. No se deben tomar muy a la letra las acusaciones que
Cornelio lanza contra la vida anterior y la ordenación de su rival; pues no podría
hacerse sin que algo de ello alcanzase a San Fabián, que había elevado a Novaciano
al presbiterado.
ESCRITORES CRISTIANOS DEL ÁFRICA 169

Esta carta data de los primeros meses del 252: apenas hace u n año que
ha nacido el novacianismo y ya se difunde rápidamente lo mismo que u n
siglo antes el marcionismo. Expresándonos con los mismos términos que
Cipriano, diremos que era u n a Iglesia h u m a n a frente a la Iglesia católica.
En Cartago, el concilio de primavera (251) se había reunido poco después
de Pascua, verosímilmente en abril. La carta por la que Cornelio notificaba
su elección fué recibida por Cipriano que la dio a conocer a la asamblea
(Epist. XLV, 2 ) . Al mismo tiempo, le llegó u n a carta de Novaciano a la
que rehusó dar lectura (ibíd.). Sin embargo, el concilio envió a Roma dos
obispos, Caldonio y Fortunato, para que se informaran sobre la elección
papal; y se resolvió esperar hasta su regreso, antes de dar u n juicio definitivo
sobre el litigio (Epist. XLIV, 1). Esta decisión fué la última palabra del
concilio sobre el asunto ( m ) .
Algún tiempo después llegaron los enviados de Novaciano, anunciando su
ordenación episcopal; pero a la vez que ellos llegaron dos obispos, Pompeyo
y Esteban, trayendo en favor de la elección de Cornelio "testimonios y datos
decisivos" (Epist. XLIV, 1). Los enviados de Novaciano fueron entonces defi-
nitivamente despedidos, "refutados, abrumados, convencidos de ser cismá-
ticos" (ibíd., 2 ) .
Rechazados por Cipriano, los cismáticos no abandonaron el campo: se esfor-
zaron por engañar al pueblo, "yendo de puerta en puerta, de localidad en
localidad, a fin de reclutar cómplices para su revolución" (ibíd., 3 ) .
En Roma, Novaciano sostenía una disciplina implacable contra los apósta-
tas; y sin embargo hizo alianza con Novato de Cartago, partidario del
laxismo ( 1 2 8 ). Esta extraña alianza es testimonio patente del verdadero carác-
ter del cisma: si Novaciano se alzó contra el papa Cornelio, mucho más
que por el interés de una disciplina más rigurosa fué por su enorme ambición
personal ( 1 2 9 ).
Desde principios del 252 hemos visto a Cipriano denunciar el envío, por
Novaciano, de sus "apóstoles" a numerosas ciudades y la creación de falsos
obispos, frente a los obispos legítimos.
Pero Cipriano no permaneció inactivo ante tales maquinaciones: en África
conquistó a los que aun dudaban en su adhesión al papa Cornelio ( 1 3 0 ) ; en
Roma intervino ante algunos confesores que se habían dejado ganar por el

(127) Así se desprende del incidente de Adrumeto, explicado por Cipriano a Cor-
nelio (Epist. XLVII). Los sacerdotes y diáconos de Adrumeto que gobernaban la
Iglesia en ausencia del obispo Policarpo, habían dirigido antes sus cartas al obispo
de Roma, Cornelio; pero después que San Cipriano pasó por su Iglesia, las dirigieron
no a Cornelio, sino a los sacerdotes y diáconos de Roma. Cornelio se quejó a Ci-
priano, quien le respondió que el clero de Adrumeto había obrado de acuerdo con
las decisiones del concilio que Cipriano les había dado a conocer. Cf. KOCH, Cypria-
nische Untersuchungen, p. 125 y ss.
(128) Cornelio (Epist. L) denuncia a Cipriano la presencia de Novato en Roma y sus
intrigas para con Novaciano. Cipriano en su respuesta (Epist. ni) le cuenta al detalle
las maquinaciones del sacerdote cismático: en Cartago, Novato ha ordenado contra la
voluntad del obispo al diácono Felicísimo; "y como en Roma, en razón de su importan-
cia, quiso hacer más que en Cartago, cometió crímenes mucho mayores y más graves:
aquí había hecho un diácono contra la Iglesia, allí es un obispo lo que ha hecho".
Según esta carta la división del clero romano y la elección de Novaciano se deberían
principalmente a Novato.
(129) Antes de su elección, Novaciano había hecho presentir su rigorismo (Epist.
xxx) pero sólo reservando la elección del caso de apostasía al obispo que. fuese ele-
gido. Cf. D'ALES, Novatien, p. 144, s.
(130) Larga carta a Antoniano (Epist. LV) que, adherido en un principio a Cornelio,
según las indicaciones que da Cipriano, se dejó convencer por las intrigas de Novaciano,
170 HISTORIA DE LA IGLESIA

cisma y m u y pronto tuvo el gozo de saludar la vuelta de aquéllos "a su madre,


es decir, a la Iglesia católica" ( 1 3 1 ).

EL TRATADO SOBRE LA Los cismas que desgarraron entonces la Iglesia


UNIDAD DE LA IGLESIA de Cartago y la de Roma dieron ocasión a que
Cipriano publicase u n tratado sobre La unidad
de la Iglesia ( 1 3 2 ). El libro había sido redactado durante el destierro, antes de
su vuelta a Cartago y dado luego a conocer en el concilio de la primavera
del 251 al mismo tiempo que el De lapsis. Los dos escritos fueron enviados
a Roma, poco tiempo después de la elección del papa Cornelio ( 1 3 S ).
Este librito no es u n tratado de teología, sino una exhortación apremiante
dirigida por el obispo a sus fieles, turbados por las intrigas de Novato y Feli-
císimo. Aun no había cedido la persecución; pero los cristianos debían tener
presente que el perseguidor no es el único adversario y que deben temer
más aún a los enemigos interiores que atacan solapadamente. El diablo, viendo
a los hombres abandonar la idolatría y desertar de sus templos, "ha inven-
tado herejías y cismas a fin de arruinar la fe, corromper la verdad, desgarrar
la unidad". Para resistir a este demonio que se transforma en ángel de luz,
basta recordar la fuente de la verdad. El Señor dijo a Pedro: "Yo te lo digo,
t ú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del
infierno no prevalecerán contra ella; yo te daré las llaves del reino de los
cielos, y lo que atares sobre la tierra, será atado en los cielos, lo que desatares
sobre la tierra será desatado en los cielos."
"La Iglesia está construida sobre u n o . . . ( 1 3 4 ) . Quien no está adherido a
esta unidad de la Iglesia, ¿puede creer que mantiene su adhesión a la fe?
Quien se opone y resiste a la Iglesia ¿puede afirmar que continúa en la
Iglesia?" ( 1 3 5 ).

(131) Epist. XLVII, 1. La carta XLVÍ va dirigida a los confesores cismáticos; por
respeto al obispo de Roma, Cipriano da como consigna al portador el remitirla a sus des-
tinatarios sólo en el caso de. que Cornelio lo juzgase conveniente (Epist. XLVII).
( 132 ) Sobre este libro y su teología, cf. D'ALES, op. cit., pp. 97-140; CHAPMAN,
Studies on the early Papacy, Londres, 1928, pp. 28-50; VAN DEN EYNDE, La double
édition du De Unitate de Saint Cyprien en Revue d'Histoire ecolésiastique, t. XXIX,
1933, pp. 5-24. Sobre la cuestión particularmente estudiada en este artículo, cf. LE-
BRETON; La double édition du De Unitate de Saint Cyprien en Recherches de Science
religieuse, t. XXIV, 1934, pp. 456-467.
(133) Este envío es anterior a la carta LIV, en la que Cipriano escribe a los cis-
máticos reconciliados que deben gustar más este libro. Esta sucesión de hechos nos
da a conocer la finalidad del tratado: cuando Cipriano emprendió su redacción tenía
presente no el cisma de Novaciano, que. aun no había estallado, sino el de Feli-
císimo. Cf. Recherches de Science religieuse, t. XXIV, 1934, pp. 457-458.
(134) El texto que transcribimos añade, en este lugar: "Después de la resurrec-
ción ha dado a los apóstoles parecido poder, diciéndoles: «Como el Padre me ha
enviado a mí, así os envío yo a vosotros. Recibid el Espíritu Santo; serán remitidos
los pecados a quienes vosotros se lo perdonareis, serán retenidos a quienes se los
retuviereis». Sin embargo, para señalar la unidad, ha hecho que esta unidad tenga
su fuente en uno. Ciertamente que todos los apóstoles eran lo que era Pedro, parti-
cipando del mismo honor y del mismo poder; pero la unidad existe desde el prin-
cipio, para demostrar que la Iglesia de Cristo es una. Esta Iglesia es la que el
Espíritu Santo designa en el Cantar de los Cantares, cuando hablando en el nombre
del Señor, dice: «Es mi paloma, mi perfecta; única para su madre, elegida para
el que la ha engendrado»".
% (135) Junto a este texto que hemos traducido, hay otro, atestiguado también por
antiguos testimonios y por muchos manuscritos. Después de citar a Mt. 16, 18-19,
dice este texto: "Y al mismo (a Pedro) después de su resurrección (el Señor) le
dice: «apacienta mis ovejas». Sobre él edificó la Iglesia, a él da a apacentar las ove-
ESCRITORES CRISTIANOS DEL ÁFRICA 171

Los obispos tienen el deber de salvaguardar esta unidad: "el episcopado


es uno e indiviso", en el que cada obispo tiene solidariamente su parte ( 1 3 e ).
Es u n árbol que extiende sus ramas por toda la tierra, es una luz que irradia
por todo el mundo, es u n río cuyos brazos se dilatan llevando a todas partes
su fecundidad; "pero no h a y más que u n jefe, no h a y más que u n a fuente,
no hay más que una madre; de su seno nacemos, su leche nos alimenta, su
espíritu nos da vida".
Se vive en estas fervorosas afirmaciones la adhesión de Cipriano a la u n i d a d
de la Iglesia; pero a través de estos símbolos se presienten también otras fuer-
zas que h a n de presionar sobre su espíritu. Esta posesión solidaria del
gobierno de la Iglesia por todos los obispos ¿es suficiente para salvar la uni-
dad? Cuando haya graves divergencias que dividan entre sí a los miembros
del episcopado, ¿quién podrá imponerse a todos y resolver el conflicto? Desde
la publicación del tratado sobre La unidad de la Iglesia apunta ya la con-
troversia que pronto h a de surgir entre Cartago y Roma, entre San Cipriano
y San Esteban ( 1 3 T ).

CIPRIANO Y CORNELIO En la época en que estamos, tales amenazas


eran aún lejanas; podía surgir alguna mala
inteligencia ( 13S ) entre San Cipriano y San Cornelio; pero pronto se disiparía;
pues entre los dos grandes obispos existía la más estrecha unión. La Iglesia
guarda u n recuerdo de esta concordia en sus dípticos donde nombra a Ci-
priano junto a Cornelio. Los dos dirigen la lucha contra Novaciano, lucha
que se extiende a toda la Iglesia. Treinta y cinco años antes, el cisma de
Hipólito había dividido a la Iglesia de Roma; pero no tuvo eco en el resto
de la Iglesia; Novaciano es más emprendedor: es la verdadera figura del
antipapa. Intentó incluso, aunque en vano, hacer valer su causa ante Dioni-
sio de Alejandría ( 1 3 9 ).

jas. Y aunque El concede a todos los apóstoles parecidos poderes, sin embargo esta-
blece una sola cátedra y funda con su autoridad el origen y el carácter de la unidad.
Los demás eran lo que era Pedro. Pero la primacía se ha dado a Pedro, y nos ha
hecho ver que la Iglesia es una, que la cátedra es una. Todos son pastores; pero
no hay más que un rebaño, que todos los apóstoles apacientan de unánime acuerdo.
¿El que no mantiene su adhesión a esta Iglesia, puede creer que mantiene su adhe-
sión a la fe? ¿El que abandona la cátedra de Pedro, sobre el cual está fundada la
Iglesia, puede tener esperanza de permanecer en esta Iglesia? Siendo así que el
bienaventurado Pablo nos da esta doctrina y manifiesta el misterio de la unidad,
diciendo: «Un solo cuerpo y un solo espíritu y una sola esperanza de vuestra voca-
ción, un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo y un solo Dios»". Sobre el origen
y el alcance de estos textos, cf. infra, pp. 355-357.
( 136 ) Son dignos de notarse estos textos jurídicos: Ut episcopatum unum et indi-
visum probemus. . . episcopatus unus est, cujus a singulis in solidum pars tenetur (v).
Se reconoce en esta teología un hombre al que es familiar el derecho romano.
( 137 ) En el capítulo xi, Cipriano niega la validez del bautismo conferido por los
cismáticos (texto citado, infra, pp. 174-175). Y más abajo ataca (cap. xix) a los que des-
precian la tradición de Dios para instituir una tradición humana. Lo mismo hace
en la carta XLIII, 6: "Rechazan el mandamiento de Dios y se esfuerzan por esta-
blecer su tradición". Por otra parte, durante la sede vacante, la pluma de Nova-
ciano, aun católico, escribió esta máxima que seis años más tarde será repelida por
Esteban contra Cipriano: "Nihil innovandum" (Epist. xxx, 8). Cf- D'ALES, Nova-
tien, p. 148.
(138) El incidente de Adrumeto hirió a Cornelio, y Cipriano a su vez se sintió
herido cuando en 252 los cismáticos cartagineses que fueron a Roma encontraron
acogida por un momento en Cornelio (Epist. LIX). Sobre esta carta, cf. D'ALES, Cyprien,
pp. 160-163.
(139) L a c a r t a de Novaciano no ha llegado hasta nosotros; pero EUSEBIO nos ha
172 HISTOEIA DE LA IGLESIA

Pero, al menos, consiguió conquistar a Fabio de Antioquía e introducir la


lucha en Oriente. San Cornelio se vio obligado a informar y a llamar al
orden al obispo de Antioquía, por medio de una carta llena de vehemen-
cia ( 1 4 °). Fabio murió m u y pronto y Heleno de Tarso convocó u n concilio
en Antioquía, al que fué invitado Dionisio de Alejandría para ponerlo en con-
tacto con miembros destacados del concilio, especialmente con Cesáreo d e
Capadocia y Teoctisto de Cesárea de Palestina.
Hubo en el concilio quienes "intentaron sostener el'cisma" ( 1 4 1 ) ; pero fue-
ron convencidos de su error y todo el Oriente quedó apaciguado en l a ' u n i d a d
católica. San Dionisio, el gran pacificador, tuvo el gozo de comunicar al p a p a
San Esteban que la paz estaba asegurada ( 1 4 2 ).

ESTEBAN Y CIPRIANO En Occidente, los remolinos de la gran tempestad


agitaban aún la Iglesia. San Cornelio había muerto
en el destierro (junio de 253); su sucesor Lucio apenas si duró u n año en e l
cargo; pues, vuelto a Roma, después de u n corto destierro, murió a 5 de
marzo de 254: le sucedió San Esteban que debía gobernar la Iglesia poco
m á s ' d e tres años (mayo de 254-agosto de 257).
E n sus relaciones con San Cipriano se siente desde el principio una m a l a
inteligencia, que m u y pronto llegará a ser u n grave conflicto.
El p r i m e r hecho que puso en evidencia las discrepancias de los dos pontí-
fices, nació de la defección de dos obispos españoles ( 1 4 3 ), Basílides, obispo-
de León y Astorga, y Marcial, obispo de Mérida, que aceptaron certificados
de apostasía y cometieron otros graves errores ( 1 4 4 ). En consecuencia, los dos
fueron depuestos de sus sedes; pero Basílides acudió a Roma y consiguió
engañar al papa. Su degradación, por lo demás, estaba impuesta por la deci-
sión del papa "Cornelio, nuestro colega, hombre pacífico y justo, a quien
Dios ha concedido el honor del martirio: él ha decidido que tales hombres
pueden sin duda ser admitidos a la penitencia; pero debían ser separados
del clero y de la dignidad episcopal" ( 1 4 5 ).
conservado (Hist. Ecch, VI, XLV) la respuesta de Dionisio. Es modelo de firmeza y
de dulzura: "Dionisio al hermano Novaciano, salud. Si es verdad que has sido
arrastrado, como tú dices, contra tu voluntad, lo demostrarás volviendo espontánea-
mente. Efectivamente, es preciso soportarlo todo antes de desgarrar la Iglesia de
Dios. No es menos glorioso padecer el martirio por no llegar al cisma que por no
adorar los ídolos; aquello es, a mi parecer, mucho más grande, pues en un caso
se da la vida por la propia alma, en el otro por toda la Iglesia..." Estas últimas
palabras recuerdan a Cipriano, De Unitate, xrx. Es muy probable que este tratado
enviado a Roma haya llegado también a Alejandría.
( 14 °) Así lo cuenta Eusebio, Hist. EccL, VI, XLII, 5-22. Cf. supra, p. 168, n. 126.
(141) EUSEBIO, Hist. EccL, VI, XLVI, 3, según una carta de Dionisio a Cornelio.
( 142 ) Carta citada por EUSEBIO, Hist. EccL, VII, v, 1, ed. FELTOE, p. 41. Más tarde
Dionisio expresaba de nuevo al papa su juicio sobre Novaciano: "Ha dividido la i,
Iglesia, ha arrastrado a algunos de nuestros hermanos a la impiedad y a la blasfemia;
ha introducido una doctrina blasfema sobre Dios y ha acusado a nuestro caritativo
Señor Jesucristo de falta de misericordia; pero más aún, ha rechazado el santo
bautismo, ha trastornado la fe y la confesión que le preceden y ha arrojado al
Espíritu Santo de. aquellos que lo han recibido, aunque haya alguna esperanza de
que permanece en ellos y aun también de que vuelva" (carta citada por EUSEBIO, Hist.
EccL, VII, vn, 6-8).
( 143 ) Sobre este asunto, cf. GARCÍA VIIXADA, Historia Eclesiástica de España, t. I,
pp. 183 y ss.
( 144 ) Basílides confiesa haber blasfemado de Dios; Marcial ha participado du-
rante mucho tiempo de los banquetes de un colegio pagano y ha hecho enterrar a
«us hijos entre los paganos.
(145) Todas estas quejas y razones están tomadas de la carta LXVII, dirigida por
ESCRITORES CRISTIANOS DEL ÁFRICA 173

En todo esto, Cipriano no ataca directamente a Esteban; tiene cuidado de


•excusar su error y hacer recaer la culpa sobre los que le h a n engañado. H a y ,
sin embargo, u n a oposición clara entre el criterio de Roma y el de Cartago
y los elogios dirigidos a Comelio parecen una lección indirecta para Esteban
su sucesor. La carta, suscrita por los obispos reunidos en el concilio en el otoño
de 254, es posterior en seis meses a la elección de Esteban, que había sido
proclamado el 12 de mayo. A este mismo año de 254 o a los primeros meses
del año siguiente pertenece la carta LXVIII enviada por Cipriano a Esteban.
El obispo de Lyón, Faustino, había hecho varios viajes a Cartago y los obispos
de la provincia gala escribieron a Roma varias cartas, para denunciar al
obispo de Arles, Marciano, culpable de haberse adherido al cisma de Nova-
ciano y al partido del rigorismo, y con esta ocasión Cipriano dicta al papa
la conducta que ha de seguir:

"Debéis escribir claramente a nuestros colegas de la Galia, a fin de que no con-


sientan por más tiempo a Marciano, que es terco, orgulloso, enemigo de la piedad
divina y de la salvación de nuestros hermanos, que insulte a nuestro colegio. . . Enviad
en seguida a la Provenza y a los fieles de Arles una carta en virtud de la cual quede
Marciano excomulgado y ocupe otro su lugar, a fin que el rebaño de Cristo, dis-
persado, herido, disminuido, pueda volver a reunirse" (Epist. LXVIII, 2-3).

Apoya estas exigencias en el deber de los pastores para con sus ovejas y en
las anteriores decisiones del episcopado, en particular de Cornelio y de Lucio.

"Esta ha sido la manera de pensar de todos y en todas partes. No podemos tener


parecer distinto nosotros, en quienes hay un solo Espíritu; es evidente que no tiene la
verdad del Espíritu Santo, quien siente de manera distinta de los demás. Hacednos
saber quien ha de ser nombrado para la sede de Arles en lugar de Marciano, a fin
de que sepamos a quien debemos dirigir nuestros hermanos y a quien tendremos
que escribir" (Ibíd., 5).

Esta carta nos muestra u n a vez más la independencia de Cipriano; pero


al mismo tiempo, nos da a conocer el papel que se le reconocía ya, al obispo
de Roma: si se le pide que obre, es que n i n g ú n otro puede hacerlo; ni
Faustino de Lyón, n i Cipriano, ni nadie puede suplir al obispo de Roma ( 1 4 6 ).
Nótese también la afirmación de la unanimidad de sentimientos, necesa-
riamente garantizada por la común posesión del Espíritu Santo: es una de
las ideas más caras a Cipriano.

EL BAUTISMO U n problema mucho más grave que los precedentes


DE LOS HEREJES iba a poner a prueba esta concepción de la Iglesia
y revelar dolorosamente sus quiebras. La cuestión de-
batida fué la validez del bautismo conferido por los herejes ( m ) .

Cipriano y otros treinta y seis obispos al clero y fieles de las Iglesias de León y
Astorga y de la Iglesia de Mérida.
(14S) ¿Se le pide que mande nombrar un obispo o que lo nombre él mismo? Es
dudoso; pero tenemos en esta época nombramientos episcopales hechos por el papa:
Cornelio anuncia a Cipriano (Epist. L, 13-15) que Evaristo, pasado al cisma, ha
sido depuesto y reemplazado por Zeto, y escribe con más claridad a Fabio de
Antioquía (cf. EUSEBIO, Hist. Eccl., VI, XLIII, 10), que ha elegido dos obispos en
lugar de los consagradores de Novaciano; finalmente, Novaciano, que actúa como
obispo de Roma, envía a diversas iglesias obispos de su partido (Epist. LV, 24). Cf.
D'ALÉS, op. cit., p. 181.
(147) Qf_ D'ALES, art. Baptéme des hérétiques en el Dictionnaire apologétique,
t. I, col. 390-418.
174 HISTORIA DE LA IGLESIA

Desde finales del siglo n existía esta cuestión en muchas iglesias: las here-
jías pululaban y muchas almas engañadas algún tiempo planteaban al conver-
tirse a la iglesia católica, u n caso de conciencia que era preciso resolver.
En Roma, se seguía la tradición antigua y se admitía que el bautismo confe-
rido por los herejes podía ser válido ( 1 4 8 ) ; se limitaban en este caso a recon-
ciliarlos con la imposición de las manos. En África, por el contrario, se
afirmaba que jamás u n hereje podía administrar u n bautismo válido: Tertu-
liano había defendido esta tesis en su De Baptismo (xv) y por las mismas
fechas, a principios del siglo n i , u n concilio de Cartago, presidido por Agri-
pino, abundó en las mismas ideas. Las iglesias de Frigia y de la Siria del
norte, empeñadas en la lucha contra el montañismo, habían rehusado reco-
nocer el bautismo de estos herejes ( 1 4 9 ) ; y en verdad, el bautismo montañista
era inválido por la misma forma; pues los montañistas invocaban en vez del
nombre del Espíritu Santo el del profeta o el del mismo bautizante: " E n
el nombre del Padre y del Hijo y de M o n t a n o " ( 1 B 0 ). Pera en esta época la
teología de los sacramentos está todavía sin elaborar y a u n no se ha llegado
a una distinción neta de los distintos bautismos heréticos: así, Dionisio de
Alejandría admite como válido hasta el bautismo de los herejes montañis-
tas ( 1 5 1 ) ; e inversamente, los africanos rechazan todo bautismo de los here-
jes, no porque la forma sea inválida, sino porque su ministro no era digno:
como éste no tiene el Espíritu Santo, no puede comunicarlo a nadie.
Esta manera de razonar era especiosa y peligrosa; no tiene en cuenta que
la gracia del sacramento no procede del ministro que lo confiere sino de
Cristo: El es el que bautiza, sea el ministro Pedro, sea Judas. Otro africano,
San Agustín, defenderá dicha doctrina contra los donatistas ( 1 5 2 ) y la esta-
blecerá con tanto vigor que n i n g ú n teólogo podrá ya jamás olvidarla. En la
época que historiamos, esta precisión teológica estaba m u y lejos de ser posi-
ción conquistada. El papa Esteban invoca la tradición ( 1 B 3 ); pero Cipriano
cree ver en ella u n error inveterado, que es preciso corregir: "No h a y que
dejarse vencer por la costumbre, sino vencer con la razón" (Epist. LXXI, 3 ) .
T a l es el objeto del conflicto que durante muchos años va a turbar profun*
damente la paz de la Iglesia.
Ya en 251, en su tratado sobre La unidad de la Iglesia (c. xi) Cipriano
había afirmado con gran fuerza la tesis africana. Hablando de los herejes
cismáticos de Cartago, escribía:
"No pudiendo haber otro bautismo que el bautismo único, creen bautizar; han
abandonado la fuente de la vida y prometen la gracia del agua vital y saludable.

(148) Era preciso que la fórmula empleada fuera la que la Iglesia ha recibido del
Señor. Así San Basilio acusa a San Dionisio de haber admitido la validez del bau-
tismo de los montañistas: "¿Cómo admitir el bautismo de aquellos que bautizan en
el nombre del Padre, del Hijo y de Montano o de Priscila? Los que han sido bau-
tizados con un rito que no nos ha sido enseñado, no están bautizados (Epist. II,
CLXXXVIII).
( 149 ) Epist. LXXI, 4; LXXUI, 3; LXXV (carta a Firmiliano), 7. DIONISIO, carta a
Filemón, en EUSEBIO, Hist. Eccl., VII, vn, 5.
( 150 ) BASILIO, citado en la nota 148.
( 151 ) El testimonio de San Basilio, que acabamos de citar, es un testimonio
formal. Está equivocado, pues, SAN JERÓNIMO (De Viris iUustribus, LXIX) al colocar
a Dionisio entre los adheridos "a la doctrina de Cipriano y del sínodo de Cartago".
En esta cuestión, como en otras muchas, parece que Dionisio tuvo presente el salvar
la paz, aun a precio de. la más amplia tolerancia. Cf- FELTOE, Dionysius, pp. 40-59.
(152) £)e Baptismo contra donatistas libri VII; Contra epistolam Petiliani libri III;
Contra Cresconium libri IV, y accidentalmente en otras de sus obras.
( 153 ) Cf. D'ALES, art. cit., col. 415.
ESCRITORES CRISTIANOS DEL ÁFRICA 175

Los hombres con ello no quedan lavados, sino manchados; los pecados no quedan
borrados sino aumentados. Este nacimiento no da hijos de Dios, sino del diablo. Los
que. nacen de la mentira no pueden pretender las promesas de la verdad."

Cuando San Cipriano se expresaba así, se fijaba solamente en el cisma de


Felicísimo; pero m u y pronto el cisma de Novaciano multiplicaría por todo el
mundo los bautismos de los cismáticos ( 154 ) y la Iglesia contemplará la con-
versión de muchos de ellos que, disipado el error, h a n abrazado la verdad.
En este caso, Cipriano es terminante:
"No existe más bautismo que el bautismo único" ( 1 5 5 ).
En Roma, la tradición no está de acuerdo con este criterio de Cipriano y se
atiende a la tradición; y no solamente en Roma sino también en Alejandría
y en Palestina ( 1 5 6 ). En África, la decisión promulgada por el concilio de
Cartago presidido por Agripino había sido aceptada por todo el episcopado de
la Proconsular y de la N u m i d i a ; pero la Mauritania, menos relacionada con
Cartago y más sensible a la influencia de Roma, parece que seguía el uso tra-
dicional que Roma había conservado.
Esta oposición no podía níenos de doler a Cipriano y a los suyos. U n laico,
Magno, le consultó sobre el bautismo de los Novacianos. La respuesta fué
categórica:
"Siguiendo el sentimiento que nos inspira la fe de que somos capaces, tanto como
la santidad y la verdad de las divinas Escrituras, declaramos que los herejes y cis-
máticos no tienen poder ni derecho ninguno" (Epist. LXIX, 1).

Después de haber justificado largamente este su sentir, concluye Cipriano:


"Yo doy mi parecer, pero no impido que algún jefe de la Iglesia decida lo que
a él le parece bien; dará cuenta de su conducta al Señor" (Ibíd., 17).

LOS CONCILIOS DE CARTAGO En el concilio dé Cartago (otoño del 255), en


el que tomaron parte treinta y u n obispos
de la Proconsular, Cipriano hizo u n a consulta sobre dicha cuestión a die-
ciocho obispos de N u m i d i a ; la respuesta, hecha en nombre de todos, es categó-
rica (Epist. LXX). Poco después, respondiendo a Quinto, obispo de Mauritania,
Cipriano le hace conocer la consulta precedente y acentúa su alcance; y se
asombra de que otros obispos sean de distinto parecer. Se a m p a r a n en la
costumbre; ahora bien: ésta es la razón que hay que vencer; Pedro ha cedido
ante Pablo: "El nos enseñó a no adherirnos con obstinación; sino más bien
a apropiarnos, cuando están conformes con la verdad y con la justicia, las
ideas buenas y saludables que nos pueden ser sugeridas por nuestros hermanos
y colegas" (Epist. LXXI, 3 ) .

(154) En esta cuestión, ni Cipriano ni sus contemporáneos distinguían cismáticos


de herejes.
(155) Sobre este punto abundan los textos de Cipriano. Han sido reunidos por
D'ALES, Théologie de Saint Cyprien, p. 230, n. 1.
(166) Sobre Alejandría, cf. supra, pp. 173-174; la tradición palestina está implí-
citamente atestiguada por Eusebio. En el relato que hace de la controversia bautismal
(Hist. Eccl., VII, II, n i y ss.) presenta el uso romano como universalmente aceptado:
"El primero de sus contemporáneos, Cipriano, pastor de la Iglesia de Cartago, pen-
saba que no había que recibir más que a aquellos que habían sido purificados pre-
viamente de la herejía mediante el bautismo; pero Esteban, pensando que no había
que innovar nada dentro de la tradición en vigor desde el principio, se opuso viva-
mente" (Hist. Eccl, VII, ni).
176 H I S T O R I A DE LA IGLESIA

En el concilio de primavera del 256, setenta y u n obispos de la Proconsular


y de la Numidia confirman su precedente juicio sobre la cuestión bautismal
y además decretan que los clérigos que vuelven de la herejía a la Iglesia no
pueden ser admitidos más que a la comunión laica.
Comunicaron sus decisiones al obispo de Roma, añadiendo: "No pretende-
mos hacer violencia, n i dar leyes a nadie; cada obispo tiene libertad en la
administración de su iglesia, salvo la cuenta que tendrá que dar al Señor"
(Epist. LXXII, 3 ) . Se transmitía al mismo tiempo al papa las dos cartas pre-
cedentes. Esta comunicación, en particular de la carta LXXI, le debió parecer
al papa m u y poco grata; pero Cipriano no tenía más que u n a preocupación:
hacer triunfar la verdad, cueste lo que costare, y para esto hacerse oír (-157).
Por el mismo tiempo, Cipriano respondió a la consulta de u n obispo de la
Mauritania, Jubayano. Le remitió los documentos de la controversia, cartas,
decisiones conciliares, refutando algunos argumentos que aquél le oponía.
Algunos de ellos están tomados de u n tratado De Rebaptismate escrito proba-
blemente por u n obispo de la Mauritania y que quiere hacer valer teorías
m u y aventuradas, algunas de las cuales perjudican más que favorecen la tesis
romana, que el autor pretende defender ( 1 B 8 ). Otros argumentos están toma-
dos de u n tratado anónimo, quizá de origen romano.
A través de estas discusiones, se siente el ardor de la controversia que con-
mueve a toda la Iglesia y sobre todo al África. El concilio de otoño del 256,
que se reunió el día primero de septiembre en Cartago, congregó el mayor
número de obispos hasta entonces conocido: asistieron ochenta y siete, de los
cuales cincuenta de la Proconsular y al menos treinta de la Numidia; los
obispos de la Mauritania, pocos en número, son para nosotros desconocidos. Se
nos h a n conservado las Actas de este concilio ( l s 9 ) : se abren con la alocución
del obispo de Cartago; Cipriano, después de haber hecho leer la carta de Ju-
bayano y su respuesta añade:
"No nos queda más que comunicar a todos nuestro parecer; sin pretender juzgar
a nadie, ni excomulgar a los que no participan de nuestras ideas. Porque ninguno de
nosotros está constituido en obispo de los demás; ninguno debe tiranizar a sus co-
legas, ni aterrorizarles, para arrancar su asentimiento, puesto que todos los obispos
son libres para ejercitar su poder según su criterio; y ni puede ser juzgado por otro
ni puede juzgar a otro. Pero todos debemos esperar el juicio de Nuestro Señor Je-
sucristo, ai cual únicamente pertenece, confiarnos el gobierno de la Iglesia y juzgar
nuestra conducta" ( 16 °).
Al hablar Cipriano en esta forma a sus colegas de África, quería recordar
su independencia y mostrar que no intentaba ejercer presión ninguna sobre
sus colegas; pero es imposible no ver aquí la lección que se dirige a otro
obispo, cuya autoridad, mayor que la del obispo de Cartago, se afirmaba ya
con una insistencia que inquietaba a los africanos. En la discusión, el obispo
de Roma no es nombrado más que u n a vez, e incidentalmente ( I 6 1 ) ; pero su
recuerdo está siempre presente y algunos obispos no guardaron la reserva
discreta de Cipriano ( 1 6 2 ).
(157) Cf. D'ALÉS, Théologie de Saint Cyprien, p. 190.
(1B8) Cf. D'ALÉS, ibíd.
( 159 ) Sententim Episcoporum numero LXXXVIII de hcereticis baptizaríais (ed.
HARTEL, pp. 435-461).
(leo) Qf comentario en D'ALÉS, op. cit., p. 197.
(l'6l) p o r Crescente de Cirta que menciona la carta de Cipriano a Esteban (vni).
(162) Así Terapio de Bulla (LXI): "¿El que concede y abandona a los herejes
el bautismo de la Iglesia, no es un Judas para la esposa de Cristo?" Zósimo de Tarassa
(LVI) recuerda el ejemplo de Pedro: "Practicaba la circuncisión y luego cedió ante Pa-
blo, que predicaba la verdad".
ESCRITORES CRISTIANOS D E L ÁFRICA 177

LA RESPUESTA ROMANA Apenas el papa tuvo conocimiento de estas deli-


beraciones conciliares ( 163 ) envió a Cartago u n a
carta severa y perentoria, cuyo texto no nos h a sido conservado; pero cono-
cemos u n fragmento por la carta de Cipriano al obispo Pompeyo:
"Además de otras cosas, o escritas con orgullo, o ajenas al asunto, o llenas de con-
tradicciones, todo ello escrito con torpeza y poca prudencia, añade esto: Si los herejes
vienen a nosotros de cualquier secta que sea, no se innove nada, sino que se siga
la tradición, imponiéndoles las manos para recibirlos a la penitencia; así como loi
mismos herejes de cualquier secta, a los que llegan a ellos no les bautizan según su
rito particular, sino que simplemente los admiten a su comunión."

INTERVENCIÓN DE Las palabras de Cipriano que acabamos de citar dela-


FIRMILIANO tan sobradamente su dolorosa emoción. Sin embargo,
dispuesto a luchar en defensa de lo que él creía ser
la verdad y a no ceder jamás, y, en oposición con otra decisión igualmente
irrevocable, envió a su diácono Rogaciano con todas las piezas del debate
a u n obispo oriental de extraordinaria autoridad, Firmiliano de Cesárea de
Capadocia.
En Capadocia se seguía el uso de Asia, idéntico al de África, sancionado por
los concilios de Iconio y Sínada. Añadamos que Firmiliano era discípulo de
Orígenes, devoto fiel de su teología y que quizá tenía prevenciones contra
Roma, por la severidad de ésta con su maestro. Existía además otro motivo
de queja contra Esteban: que éste despidió con una negativa a la comisión
de los obispos orientales venida a él ( 1 6 4 ). Su respuesta llevó a Cipriano la más
completa adhesión y al mismo tiempo u n juicio severísimo contra Esteban,
formulado con una violencia que Cipriano había evitado siempre ( 1 M ) .
Después de haber comparado al obispo de Roma con Judas (LXXV, 2) le
interpela así, al final de la carta:
"¡Qué querellas y qué disensiones habéis provocado en toda la Iglesia! ¡Qué gran
pecado habéis cometido al separarnos de tan gran parte del rebaño! ¡Vos os habéis
separado voluntariamente, no os engañéis; el verdadero cismático es el que se aparta
de la comunión y de la unidad de la Iglesia! Habéis pensado excomulgar a todo el
mundo y vos solo sois el que ha quedado excomulgado."

ACTITUD DE SAN CIPRIANO La excomunión de que habla aquí Firmi-


liano, ¿fué realmente lanzada por el papa?
Es cuestión discutida (lw). Parece evidente que el rescripto de Esteban a
Cartago, a juzgar por las cartas LXXIV y LXXV, contenía una amenaza for-
mal de excomunión ( 1 6 7 ). Ciertamente, San Cipriano, no se sometió; pero
puede admitirse con toda verosimilitud que San Esteban murió (agosto
del 257) antes de dictar la sentencia de excomunión. El sucesor de Esteban,
Sixto, estuvo ciertamente en comunión con Cipriano ( 188 ) y con los obispos

(163) Había recibido la carta de Cipriano mencionada por Crescente de Cirta.


Esta carta es la carta LXXII O quizá una carta posterior (BAYARD, Saint Cyprient Co-
rrespondance, II, p. 279, n. 2).
(164) Epist. LXXV, 25.
(165) Esta carta escrita en griego, nos ha sido conservada en una traducción latina
debida, sin duda, a San Cipriano (Epist. LXXV).
(166) cf. D'ALÉS, op. cit., p. 206. Aquí puede verse la bibliografía sobre la cuestión.
(167) L a misma amenaza había sido lanzada contra los obispos orientales, que
rebautizaban a los herejes. Carta de Dionisio, en EUSEBIO, Hist. Eccl., VII, v, 4.
(168) Se ve por la carta en que Cipriano da cuenta a los fieles del martirio del
papa, Epist. LXXX, 1.
178 H I S T O R I A DE LA IGLESIA

orientales (16g) y n a d a hace suponer q u e h a y a precedido u n a absolución o u n a


r e t r a c t a c i ó n . D i o n i s i o p a r e c e h a b e r d e s e m p e ñ a d o e n esta ocasión e l m i s m o
p a p e l d e p a c i f i c a d o r q u e I r e n e o h a b í a d e s e m p e ñ a d o a n t e s c o n el p a p a V í c t o r
en la cuestión pascual (17°).
R o m a d e b í a m a n t e n e r , es v e r d a d , c o n s u d i s c i p l i n a y s u d o c t r i n a l a u n á -
n i m e adhesión de las iglesias; pero debía t a m b i é n saber esperar con inagota-
b l e p a c i e n c i a . E n esta c o n t r o v e r s i a , l a c u e s t i ó n d e h e c h o es g r a v e y o b s c u r a ;
p e r o l a c u e s t i ó n d o c t r i n a l es m u c h o m á s e s p i n o s a y difícil d e r e s o l v e r . ¿ C ó m o
u n obispo t a n celoso d e l a u n i d a d d e l a I g l e s i a se a f e r r ó a u n a oposición t a n
peligrosa? N o e r a é l u n e s p í r i t u l i g e r o ; sufrió h o n d a m e n t e ; p e r o m a n t u v o
h a s t a el f i n d o c t r i n a s q u e a él l e p a r e c í a n s e g u r a s y q u e se r e v e l a r o n v a c i -
l a n t e s e n l a difícil p r u e b a . E s m u y d e l i c a d a l a i n t e r p r e t a c i ó n d e e l l a s , p e r o
como se h a h e c h o n o t a r c o n j u s t i c i a , l a s d i v e r g e n c i a s d e a p r e c i a c i ó n p r o -
v i e n e n m u c h a s veces m á s q u e d e los d a t o s d e l p r o b l e m a , d e los p r e j u i c i o s
confesionales ( 1 T 1 ) .
D e estos d a t o s , a l g u n o s , los q u e m á s se d e s t a c a n , l l e v a n a l l e c t o r h a c i a u n a
c o n c e p c i ó n e p i s c o p a l i a n a : c a d a obispo es i n d e p e n d i e n t e e n s u esfera y n o d e b e
d a r c u e n t a s i n o a D i o s . H e m o s e n c o n t r a d o esta a f i r m a c i ó n e n v a r i o s t e x t o s
c i t a d o s e n este c a p í t u l o , a los c u a l e s p o d r í a m o s a ñ a d i r otros ( 1 7 2 ) . S i n e m -
b a r g o , m u c h o s d e estos m i s m o s t e x t o s n o s r e v e l a n q u e esta i n d e p e n d e n c i a
t e n í a s u s l í m i t e s : esta a u t o r i d a d n o p u e d e ejercerse l e g í t i m a m e n t e m á s q u e
d e a c u e r d o c o n t o d o el e p i s c o p a d o : " E s t a b l e c i d o q u e e l l a z o d e l a c o n c o r d i a
subsiste y q u e persevera la fidelidad indisoluble a la u n i d a d d e la Iglesia
c a t ó l i c a , c a d a obispo r e g u l a s u s actos p o r sí m i s m o . . . c o m o a é l l e p a r e c e "

( 1 6 9 ) Carta de Dionisio, en EUSEBIO, Hist. Eccl., VII, v, 1.


( " 0 ) Cf. supra, pp. 79-80.
( l n ) La observación es de LABRIOLLE, op. cit., p. 193: "El mismo Koch, en su
introducción, distribuía los críticos anteriores a él, en tres grupos: los que pretenden
que Cipriano admitía explícitamente la primacía de jurisdicción del obispo de Roma;
los que hacen de él el representante de un episcopalismo caracterizado, excluyendo
toda especie de primacía; finalmente, los que, adoptando una posición media, piensan
que Cipriano reconoció a la Iglesia Romana, si no una primacía jurídica, por lo
menos la autoridad de un centro real de unidad para la Iglesia universal. Así Otto
Ritschl es partidario de la primera sentencia con Dom Chapman; Ehrhard y Tixe-
ront se codean con Loofs y Benson en la segunda, y tenemos la sorpresa de ver
asociados en la tercera a Harnack, Funk y Batiffol".
(172^ Así en la carta a Antoniano (Epist. LV, 2 1 ) : "A condición de que el vínculo
de la concordia subsista y se mantenga la indisoluble fidelidad a la unidad de la
Iglesia católica, cada obispo ordene por sí mismo sus actos y su administración a
su mejor entender, salvo la cuenta que de ellos debe dar a Dios " A Cornelio (Epist. LIX,
14: "Hemos determinado de común acuerdo. . . que las causas deben ser oídas allí donde
se ha cometido el delito; una porción del rebaño ha sido concedida a cada uno de
los pastores para que la conduzca y la gobierne, salvo la cuenta que debe dar de
su conducta a Dios". A Magno (Epist. LXIX, 17): "No me opongo a que el
jefe de una Iglesia decida según su parecer, salvo la cuenta que ha de dar a Dios
de su conducta". A Esteban (Epist. LXXII, 3 ) : "No pretendemos hacer violencia ni
dar leyes a nadie; cada obispo tiene libertad total en la administración de su Iglesia,
salvo la cuenta que ha de dar a Dios de su conducta". A Jubayano (Epist. LXXIII, 2 6 ) :
"Yo no quiero prescribir nada a quien sea, ni impedir que cada obispo haga lo que
quiera: tiene absoluta libertad de decisión". Alocución presidencial en el concilio de
otoño del 256 (Sent. Episc, p. 436): "Todo obispo es libre de ejercer su poder, según
su juicio, y no puede ser juzgado por nadie, ni juzgar él mismo a n a d i e . . . " Sobre estos
textos y su interpretación, cf. D'ALÉS, op. cit-, p. 164 y ss.
A estos textos h a y que añadir u n texto romano de Novaciano, escrito en nombre
del clero de Roma (Epist. xxx, 1): "Son dignos de doble alabanza los que, sabiendo
que no deben someter su conciencia más que a Dios, desean sin embargo que. su
conducta sea sometida a la aprobación de los otros hermanos."
ESCRITORES CRISTIANOS D E L ÁFRICA 179

(Epist. LV, 21). E n conformidad con esta regla, Cipriano no vacila en juzgar
y a veces en oponerse a los juicios dados por sus colegas ( 1 7 3 ).
Tixeront concluye de cuanto precede que "los actos de Cipriano no h a n
correspondido fielmente a su teoría" ( m ) . Quizá sería más exacto decir que su
teoría no es ese episcopalismo, que creemos sorprender en algunas de sus
sentencias.
La independencia de cada obispo es para él sagrada; pero con la limitación
de que se salve la unidad de la Iglesia y la m u t u a armonía. Todo obispo
que falte a esta armonía y concordia, debe ser reducido de grado o por fuerza.
Dentro de la provincia de África, el concilio, presidido por el obispo de Car-
tago, mantiene esta unidad; pero ¿quién la garantiza en la Iglesia universal?
Para Cipriano, el obispo de Roma desempeña el papel de primera figura
en orden a esta unidad; pero sus prerrogativas están encerradas dentro de
ciertos límites, que Esteban no reconoció y que el juicio definitivo de la
Iglesia tampoco h a reconocido. Aquí estaba el punto vivo del debate. Tra-
temos de hacer luz.
La sede de Roma es la sede de Pedro y los obispos de Roma son los suce-
sores de Pedro ( 1 7 5 ) ; ahora bien; Jesucristo h a querido fundar la Iglesia sobre
Pedro y es éste u n hecho evidente, que Cipriano afirmó siempre ( 1 ? 8 ) ; y si
ya en su origen quiere Jesucristo fundar su Iglesia sobre Pedro y sólo sobre
Pedro, es que quiere hacer sensible, por la unidad del fundamento, la unidad
que deberá ser siempre característica esencial de su Iglesia ( m ) .
Más tarde, Jesús confirió a todos los apóstoles los poderes que antes había
dado sólo a Pedro. ¿Habrá q u e concluir de aquí que Pedro n o tiene frente
a ellos más privilegio que el de prioridad y que su elección, anterior a la de
( 1 7 3 ) En nombre del concilio, probablemente del otoño de 251, Cipriano reprende
al obispo Terapio de Bulla por haber reconciliado al sacerdote. Víctor antes de la
expiración de la penitencia canónica (Epist. LXIV, 1 ) . E n esta misma carta dirigida
al obispo Fido, Cipriano, en nombre del concilio, le comunica u n a decisión, con
respecto al bautismo de los niños, contraria al parecer que él había emitido (ibíd., n ) .
D'ALES recuerda otros casos parecidos (op. cit., pp. 165 y ss.). Finalmente, los obispos
apóstatas son depuestos, y si quieren volver a sus sedes se oponen los otros obispos.
Así Privato de Lambesis, condenado por u n concilio de noventa obispos, censurado
por el papa Fabián y por el obispo de Cartago, Donato (Epist. LIX, 10), y lo mismo
sucede con Fortunaciano de Asura (Epist. LXV, 1 ) .
(174) Théologie anténicéenne, pp. 387-388. Tixeront añade: "Se h a hecho notar
no sin motivo que, centralizando en sus manos el gobierno d e la Iglesia d e África,
y preparando para Cartago el título de sede, primada, dio a sus declaraciones en favor
de Roma centro de la unidad católica, u n comentario q u e no fué desaprovechado y
que contribuyó a fomentar la tendencia cada vez más pronunciada del mundo cris-
tiano a agruparse en torno del sucesor de San Pedro". Estas observaciones n o son
enteramente justas. Las intervenciones de Cipriano en diócesis extrañas, no se re-
dujeron al interior de la provincia de África.
( 1 7 5 ) Ad Fortun-, x i ; Epist. LV, 8; Epist. LIX, 14; cf. D'ALES, op. cit., p . 121; F m -
MILIANO, Epist. LXXV, 17; ibíd, 2.
( 1 7 6 ) N o solamente en los primeros tiempos de su episcopado (De habitu virgi-
num, x; De bono patientice, i x ; Epist. XLIII, 5; Epist. LIX, 7; De unitate ecclesice,
iv, en las dos redacciones; Epist. LXVI, 8 ) , sino también en tiempos de la cuestión bau-
tismal (Epist. LXX, 3 ; Epist. LXXI, 3 ; Epist. LXXIII, 7 y 11). La misma afirmación se
encuentra en FIRMILIANO, Epist. LXXV, 16 y 17, y en las Sententiae episcoporum, x n
(Fortunato de Tucabori).
(177) Esta tesis está expresamente en De unitate ecclesice, iv, textos citados ante-
riormente, p. 170, n. 134 y 135, y consta e n las dos redacciones; pero sobre todo en la
africana ( A ) , como también en la Epístola LXXIII, 7: "Es a Pedro, sobre el que
ha edificado la Iglesia y en el que ha- establecida y mostrado el origen de la unidad,
a quien el Señor confió en primer lugar el privilegio de ver desatado lo que él
desatase sobre la tierra".
180 HISTORIA DE LA IGLESIA

aquéllos, no tiene en orden a la unidad de la Iglesia más que u n valor sim-


bólico? ¿O habrá que ver por el contrario en la cátedra de Pedro el funda-
mento permanente de la unidad? ( 1 7 S ). La respuesta no puede ser dudosa:
Cipriano reconoce en Pedro y en su sucesor, el obispo de Roma, no sola-
mente cierto derecho de primogenitura, fundado en la prioridad cronológica
de la vocación de Pedro, sino una verdadera primacía. Así se deduce de los
textos ( 1 7 9 ) ; pero aun más claramente de los hechos.
E n el año 251, Cipriano tiene frente a sí, primero el cisma cartaginés y
luego el cisma romano, y es de notar que el cisma romano desde que brota se
presenta a sus ojos con u n relieve de extraordinaria gravedad que jamás había
revestido para él el cisma cartaginés: es que ataca a la Iglesia católica ( 1 8 °),
a la Iglesia universal ( 1 8 1 ). Puede esto explicarse en parte por su rápida
propagación; pero ésta es una explicación insuficiente: cuando escribió la
carta XLIV, el cisma podía parecer puramente local; y sin embargo, Cipriano
lo denuncia desde entonces como u n atentado contra la Iglesia universal;
porque ataca a la Iglesia romana "ecclesiae catholicae matrix et radix" ( 1 8 2 ).
Por esta razón, la cuestión de la elección episcopal romana es tan grave y
el concilio de Cartago, guiado por San Cipriano, tomó tantas precauciones
antes de dar su adhesión a uno de los dos candidatos ( 1 8 3 ). Por el mismo
motivo se indigna tan violentamente Cipriano contra las diligencias hechas
en Roma por los cismáticos cartagineses: "Osan pasar el mar, para venir a
la sede de Pedro y a la Iglesia principal, de donde ha nacido la unidad
episcopal" ( 1 8 4 ).

(178) L a primera interpretación ha sido defendida, sobre todo por H. KOCH, Car
thedra Petri, 1930, pp. 32-154; la segunda por D'ALES, op. cit., pp. 91-140 y 389-395,
y por B. POSCHMAPÍN, Ecclesia Principalis, 1933.
(179) El texto más explícito se lee en una carta a Cornelio. Hablando de los
cismáticos cartagineses que han ido a intrigar a Roma, Cipriano escribe (Epist.
LIX, 14): " . . .Osan pasar el mar para venir a la sede de Pedro y a la Iglesia principal,
de donde ha nacido la unidad episcopal y osan llevar cartas de los cismáticos y profanos.
¿No reflexionan que son los mismos romanos, cuya fe alaba el apóstol y en los cuales no
puede tener acceso la perfidia?" BAYAHD, en su nota sobre este texto, lo interpreta
así: "En todo este pasaje, si no me engaño, Cipriano entiende que con la sede de
Pedro la Iglesia romana continúa la primera Iglesia, de la que todas las iglesias
han derivado genealógicamente (cf. Ad Fortunatum, xi) y que Cristo, por las pa-
labras dirigidas a Pedro, ha fundado sobre Pedro y sobre él solo esta elección antes
de hacerle vinculo fundamental y tipo de la unidad episcopal y de la Iglesia (cf.
Epist. LXXIII, 7; De unitate ecclesiae, iv). De aquí la importancia que se atribuye,
en orden de la unidad, a la Iglesia gobernada por el sucesor de Pedro; pero sin
sacar siempre, en particular en esta carta, las consecuencias prácticas que se derivan
de las premisas que sienta".
(180) E s ta expresión "Catholica Ecclesia" aparece por primera vez en Cipriano en
la carta XLIV, 1, que se refiere al cisma de Novaciano; desde esta fecha "no hay
una carta dirigida contra Novaciano donde no aparezca el término «catholicus»", ob-
serva KOCH, Cathedra Petri, p. 119.
( l s l ) Cf. D'ALES, op. cit., p. 159; Recherches de Science religieuse, t. XXIV,
1934, p. 459.
(182) Epist. XLVIII, 3: ". . .Para que puedan llegar a Roma, sin encontrar tro-
piezo ninguno, les hemos exhortado a que vean en ella la matriz y raíz de la Iglesia
Católica y se adhieran a ella". Se trata de saber cuál es el verdadero obispo de
Roma, Cornelio o Novaciano, y esto tiene importancia capital por el hecho de que
esta Iglesia es "Ecclesiae catholicae matrix et radix". Esta expresión es un eco de
lo que Cipriano dice de la Iglesia primitiva, fundada sobre Pedro: "Mater, origo et
radix, quae ecclesias septem postmodum. peperit, ipsa prima et una super petram
Domini voce fundata" (Ad Fortunatum, xi).
(183) Cipriano explica y justifica estas precauciones en su carta a Cornelio (XLVIII).
( 184 ) Epist. LIX, 14; cf. supra, nota 179.
ESCRITORES C R I S T I A N O S D E L Á F R I C A 181

Y expresó la misma indignación contra el obispo Basílides que intentó


engañar al papa Esteban ( 1 8 5 ).
La cuestión de los obispos españoles y de Marciano de Arles es m u y signi-
ficativa: las iglesias de León-Astorga y de Mérida, al escribir a Cartago, no
esperan de los obispos africanos más que consuelo y asistencia; y Basílides pide
al obispo de Roma una sentencia; esta sentencia, a los ojos de Cipriano, no pue-
de tener efecto; porque ha sido obtenida fraudulentamente; pero no discute el
derecho de Esteban. E n cuanto a Marciano, el mismo Cipriano requiere la
intervención del papa; no lo hace con muchos miramientos; pero esta misma
intimación, por imperiosa que sea, atestigua el derecho, cuyo ejercicio se
suplica ( 1 8 e ).
La independencia que reclama Cipriano en la cuestión del bautismo de. los
herejes ¿es una inconsecuencia o quizá u n cambio de posición, debido al ardor
de la polémica? No parece tal. Leal y reflexivo, Cipriano ha obrado como
creyó que debía obrar; no ha sido inducido a error por la pasión; h a sido
víctima de u n a concepción incompleta de la unidad de la Iglesia y de su
gobierno. Para él, la autoridad pertenece solidariamente al colegio episco-
pal ( 1 8 T ); todos los obispos participan de él y las defecciones individuales
deben ser rectificadas por los miembros que lo componen. A su cabeza está el
obispo de Roma; su cátedra es la de Pedro, es la "ecclesia principalis" fuente
y centro de la unidad católica.
Sin embargo, y aquí está la falla de la construcción teológica de Cipriano,
no se ve que Cipriano haya reconocido al obispo de Roma el poder de impo-
ner sus decisiones de manera definitiva e indiscutible, sea de orden disci-
plinario, sea de carácter doctrinal.
Cuando se equivoca, se aisla de la comunidad católica y los otros obispos
deben, por medio de advertencias y de amonestaciones, conseguir que reco-
nozca su error. No tiene él el juicio supremo y definitivo, sino el Espíritu
Santo que obra en la Iglesia y la dirige ( 1 8 8 ).
El peligro de esta concepción es evidente y la experiencia se encargó de
demostrarlo en la cuestión bautismal: para llegar a u n a solución, Cipriano
cuenta con la acción colectiva del episcopado, asistiendo e iluminando al
sucesor de Pedro. Este espíritu suyo es el que le hace repetir: " u n obispo n o
está solamente para enseñar, está también para aprender". Esperando que la
luz triunfe, se agita y lucha, sin considerar prácticamente esta idea: que h a y
un límite, en el que el propio parecer del cristiano debe abdicar ante la acción
personal de Pedro, primer pastor de la Iglesia. Las consecuencias tenían que
ser desastrosas. La dictadura del propio criterio, ejercida por u n hombre sin
ana garantía superior, llega fácilmente a la tiranía; pero dividida en una
colectividad, aunque ésta sea de obispos, engendra fatalmente la anarquía. La
Iglesia del siglo n i tuvo dolorosa experiencia de esta verdad ( 1 8 9 ). Este error
de Cipriano, cuyas consecuencias para él fueron poco gloriosas y pudieron ser

i1»5) Episí. LXVII, 5. Cf. supra, pp. 172-173.


(180) Sobre estas dos cuestiones, cf. D'ALES, op. cit-, pp. 175-184.
(187) "Episcopatus unus est, cujus a singulis in solidum pars tenetur" (De Cath.
Eccl. Unit., v). Esta tesis, capital en la eclesiologia de San Cipriano, está enunciada
en términos jurídicos que precisan su alcance. Cf. D. O. CASEL, Eine missverstandene
Stelle Cyprians en Revue Bénédictine, t. XXX, 1913, pp. 413-420; D'ALES, op. cit.,
pp. 131 y ss. ' ,
(188) Recuérdese que Cipriano escribía acerca de Marciano de Arles (Epist. LXVIII,
5): "Es evidente que no está asistido del Espiritu Santo aquel que es de sentir dis-
tinto que los demás".
(189) D'ALÉS, op. cit., pp. 131 y ss.
182 HISTORIA DE LA IGLESIA

fatales para la Iglesia, se explica en parte por su formación demasiado rápida


(de simple neófito, fué elevado inmediatamente a los más altos cargos de la
Iglesia), por la influencia de Tertuliano, y por la excesiva importancia que
concedió a veces a la inspiración privada ( 1 9 °). Si hubo falta de su parte,
esta falta, como escribió más tarde San Agustín ( 1 9 1 ), quedó gloriosamente
compensada con su martirio.

SOLUCIÓN DEL CONFLICTO Este conflicto que mantenía en lucha con


la Iglesia de Roma, no solamente a Cartago
y al África, sino también a muchas iglesias del Oriente, quedó solucionado por
la acción pacificadora de San Dionisio de Alejandría, por la paciencia del
obispo de Roma San Sixto, "el pontífice bueno y pacífico" ( 192 ) que sucedió
al papa San Esteban (agosto de 257 - agosto de 258) y sobre todo por la
persecución de Valeriano que provocó en todo el mundo cristiano ( 193 ) la
más fraternal unión.
Esta persecución cuenta entre los episodios más gloriosos el martirio del
obispo de Cartago que conocemos por las Actas proconsulares y por la relación
que nos legaron escrita los fieles de su Iglesia.

MARTIRIO El treinta de agosto de 257 Cipriano compareció ante


DE SAN CIPRIANO el procónsul Paterno, que le intimó la orden imperial
de abrazar la religión romana. Al rehusar obedecer,
fué condenado al destierro en Curubi; el procónsul le pidió los nombres de
sus sacerdotes; pero el obispo no quiso denunciarlos y partió para Curubi.
Desde su destierro sostiene la fe de los confesores condenados a las minas
(Epist. LXXVI). M u y pronto se promulgó u n nuevo decreto que Cipriano
comunicó a Suceso, dándole a conocer el martirio de San Sixto (Epist. LXXX).
El procónsul le mandó comparecer en Utica; pero Cipriano no quiso ir a
esa ciudad; porque quería morir en Cartago, en medio de su pueblo. Se
retira, pues y explica a sus fieles el motivo de su conducta en la carta LXXXI,
la última que de él tenemos. El procónsul vuelve a Cartago y Cipriano sale
de su retiro; Galerio Máximo le hace venir al Ager Sexti; se aloja en la
casa de u n oficial: ante sus puertas se agolpan los cristianos. Cipriano, siem*
pre celoso de sus deberes pastorales, ordena que se vele sobre las vírgenes.
En la m a ñ a n a del catorce de septiembre compareció ante el procónsul; des-
pués de u n interrogatorio sumarísimo, Galerio pronunció, "no sin pena", la
sentencia: "Ordenamos que Tascio Cipriano sea ejecutado a espada." Y Ci-
priano respondió: "Deo gratias." Fué conducido al Ager Sexti, rodeado de
una gran multitud de cristianos.
"Se quitó el manto, dobló las rodillas y se prosternó para orar a Dios. Luego, se
despojó de la túnica y la entregó a los diáconos, y, vestido con una túnica de lino,
esperó al verdugo, al cual mandó dar veinticinco monedas de oro. Los hermanos
arrojaron lienzos junto a él. El bienaventurado Cipriano se vendó a sí mismo los
(190) Pensaba que los obispos, permaneciendo fieles a esta inspiración, no podían
menos que vivir en la verdad y en la mutua armonía; en plena crisis bautismal,
poco después del concilio de la primavera de 236, escribía: "No quiero prescribir
nada a nadie, ni impedir que cada obispo obre como le cumpla... No queremos
tener altercados con nuestros colegas y coepíscopos... Con paciencia y dulzura,
conservamos la unión de las almas, el honor del colegio, el lazo de la fe, la con-
cordia del episcopado" (Epist. LXXIII, 26).
( 191 ) Epist. xcm, 10.
(192) Así le llama el diácono y biógrafo de Cipriano, PONCIO, Vita Cypriani, xiv.
( 193 ) Sobre esta persecución, cf- supra, pp. 132-136.
/

ESCRITORES CRISTIANOS DEL ÁFRICA 183

ojos; mas como no pudiera atarse las manos, lo hicieron el presbítero Juliano y el
subdiácono Juliano. Así padeció el bienaventurado Cipriano. Para sustraer su cuerpo
a la curiosidad de los gentiles, se le depositó no lejos de allí, y al llegar la noche,
entre cánticos y antorchas, lo trasportaron a la finca del procurador Macrobio Can-
didiano, en la vía Mapala, cerca de los piscinas, en medio de un entusiasmo triunfal."

Es efectivamente u n sacrificio triunfal la muerte de este obispo, víctima


voluntaria, asistido de sus sacerdotes y de sus diáconos, rodeado de todo su
pueblo, con la misma majestad con que en medio de ellos había ofrecido el
sacrificio de la Eucaristía tantas veces. Los mismos .paganos se sintieron domi-
nados por el prestigio del santo obispo: el procónsul se resuelve a condenarle
con harta pena suya; el verdugo parece vacilar antes de dar el golpe; es
preciso que el mártir, asistido por sus clérigos, se vende los ojos y se ate las
manos. Entre la multitud ni u n solo grito de hostilidad; solamente destácase
la admiración y la veneración de sus fieles. Asombra ver el terreno que el
cristianismo ha conquistado desde el martirio de Santa Perpetua y si se qui-
siera comparar con tiempos anteriores cotéjese esta escena con la del martirio
de San Policarpo: en Esmirna la veneración de los fieles por su obispo no
es menor; pero en torno suyo no se oye más que a la multitud que ruge.
Del 155 al 258 la Iglesia ha conquistado no sólo la atención, sino también el
respeto y la simpatía del pueblo. Podrán todavía intentar vencerla con nue-
vos ataques; pero el triunfo está ya logrado.
CAPITULO VIII

LA OPOSICIÓN PAGANA

§ 1. — E l sincretismo (*)

LOS EMPERADORES Hacia el fin del siglo n y la primera mitad


SIRIOS Y EL CRISTIANISMO del n i , se ve invadido el paganismo por una
corriente poderosa de simpatía hacia el
Oriente. La actitud del gobierno romano y sobre todo del mundo helénico con
respecto al cristianismo está relacionada en la influencia de esta evolución.
En tiempo de Nerón y de Domiciano las persecuciones estallan como violen-
tos accesos de cólera; la opinión pagana apoya la severidad imperial y no
tiene más que odio y desprecio para la nueva secta. Bajo los Antoninos,
sobre todo hasta la muerte de Marco Aurelio, el poder se obstina en su polí-
tica de represión; el m u n d o de las letras comienza a interesarse y los escrito-
res Luciano, Frontón, Celso toman parte en la guerra contra la Iglesia.
A partir del reino de Cómodo (180-192) y sobre todo bajo los Severos
(193-235) esta oposición cesa a veces; pero más aún cambia de carácter: los
sirios h a n invadido el imperio detrás de Julia Domna, emperatriz con Sep-
timio Severo. Con ellos triunfa su dios, el dios solar Elgabal; durante su
imperio todos los otros cultos están llamados a desaparecer ( 2 ) ; el cristianismo
encuentra en estos príncipes una simpática curiosidad ( 3 ) .

LA VIDA Uno de los libros, en que se refleja mejor el


DE APOLONIO DE TYANA sincretismo de los tiempos de los Severos es la
Vida de Apolonio de Tyana ( 4 ) escrito por Fi-
lóstrato a petición de Julia Domna, mujer de Septimio Severo. Apolonio, que
vivió en el siglo i de nuestra era, había dejado fama de filósofo pitagórico y
de. mago ( 6 ). Esta reputación, bastante confusa, se transforma a lo largo del

(!) BIBLIOGRAFÍA. — TOUTAIN, Les cuites paiens dans Vempire romain, t. II, 1911,
pp. 227-257.
(2) El origen de este sincretismo se encuentra en las religiones orientales; su di-
fusión se debió en gran parte a los funcionarios imperiales y a los oficiales depen-
dientes de ellos. Sobre todo a finales del siglo segundo y en la primera mitad del
siglo tercero es cuando se difundió este sincretismo: "Las inscripciones fechadas se
escalonan principalmente por los reinos de Marco Aurelio, de Cómodo, de Septimio
Severo, de Gordiano y durante la primera mitad del siglo tercero" (op. cit., p. 256).
Cf. J. RÉVILLE, La religión á Rome sous les Sévéres", 1886.
(3) Cf. supra, pp. 99-104.
(4) Ed. WESTERMANN, París, 1849, en la colección de las Obras de Filóstrato y
Calístrato, pp. 1-194. En la versión francesa (CHASSANG, París, 1862) el traductor
ha intercalado una útil introducción pero no se le puede seguir en su equivocada
cronología: hace nacer a Filóstrato "bajo el reinado de Nerón", aunque añade, lo
que es exacto, que éste escribió la Vida de Apolonio a pedido de "la emperatriz
Julia Domna, mujer de Septimio Severo" (p. II. n. 1).
(B) LUCIANO le satiriza (Alejandro, v); APULEYO le menciona, según parece, entre
184
LA OPOSICIÓN PAGANA 185

siglo n i y el mago es celebrado como taumaturgo y luego venerado como u n


semidiós: Caracalla, Alejandro Severo y Aureliano le dieron culto ( 6 ) . E n el
libro de Filóstrato, escrito a principios del siglo, no es todavía u n semidiós, n o
es más que u n hombre: u n a sombra pálida que apenas se distingue de
la nube brillante que más le vela que le ilumina. Es el pitagórico ideal, ves-
tido de lino, que no bebe más que agua y no se n u t r e más que de frutos
de la tierra ( 7 ) ; rehusa los sacrificios sangrientos y adora al sol, ofreciéndole
sacrificios de incienso ( 8 ) ; predice el porvenir ( 9 ) , arroja los demonios y hace
milagros (1<y).
Al mismo tiempo es u n gran viajero, ávido de conocer la sabiduría de
todos los pueblos: va a Babilonia, a la India, a Etiopía. Toda esta novela d e
aventuras tiene muchas analogías con ciertos Hechos apócrifos de los após-
toles, especialmente con los de Tomás ( n ) . Todos estos narradores sufren
la fascinación del oriente lleno de misterios. También Plotino intentó pene-
trar en él ( 1 2 ) ; mientras M a n i funda por entonces sus primeras iglesias ( 1 3 ) .
Los Brahmanes, cuya sabiduría alaba Apolonio, son también alabados p o r
Clemente de Alejandría ( 1 4 ) el cual llega a decirnos que su maestro Panteno
estuvo entre ellos ( 1 5 ) . Este gusto por lo maravilloso y lo lejano atormenta*
más que nunca, la imaginación popular. No es extraño que Filóstrato y su
héroe encandilasen a sus lectores. El contenido religioso de la obra era suma-
mente pobre y palidísimo. Jerocles intentó más tarde hacer de Apolonio u n
rival de Jesucristo ( l e ) . Fué ésta u n a apuesta que los paganos no pudieron
sostener mucho tiempo: el pitagórico y el novelista volvieron m u y pronto a
su oscuro rango y hoy ya no nos interesan más que como testigos de los
ensueños de u n a época lejana.

CARACTERES DEL Entre las religiones orientales y las gnosis que enton-
SINCRETISMO ees se disputaban el m u n d o romano, el sincretismo se
presentaba como u n a conciliación y u n a protección:
acogía a todos los dioses en su templo y hacía de todos los dioses u n a misma

los magos (Apología, xc); este texto es, sin embargo, poco seguro. La edición VA-
LETTE (París, 1924) en lugar de Apollonius trae Apollobex.
( 6 ) Caracalla le consagró un "Heroon" (DIÓN CASIO, LXXVII, 18); Alejandro le
dio un lugar en su lararium: cf. supra, p. 104. Se apareció en sueños a Aureliano y le
mandó perdonar a Tyana; el emperador, que había visto su estatua en los templos,
le obedeció (VOPISCO, Aurelianus, xxrv, 3).
C) Vida, I, xxxn, 2.
(8) Ibíd., I, xxxi, 2.
( 9 ) Ibíd., IV, xx y xxiv; VI, xxvn.
( 10 ) Va en un instante de Esmirna a Efeso y allí triunfa de un demonio que
sembraba la peste (IV, x). Vuelve a la vida a una joven que se creía muerta y el
padre, reconocido, le da la dote de la joven (IV, XLV).
(") Cf. infra, p. 257.
(12) Cf. infra, p. 188.
(13) Cf. infra, p. 273.
< (") Stróm., I, xv, 68, 1; 70, 1; 71, 5; 72, 5; III, v m , 60, 2.
(I5) Cf. infra, p. 197.
(i*) Esta tentativa de Jerocles nos es conocida por la refutación de Eusebio. No-
temos que, según el mismo Eusebio (Contra Hieroclem, 1), es Jerocles el primero
que osó oponer Apolonio a Jesús; Filóstrato había sido más reservado: "Tuvo la
habilidad de no hacer ninguna alusión directa al cristianismo... y sugerir las con-
clusiones que él tenía cuidado de no formular" (P. DE LABMOLLE, La réaction paienne,
p. 188). Hizo una refutación de Jerocles, MACARIO DE MAGNESIA, Apocriticus, ed. BIX>N-
DEL, pp. 52-66. A partir de esta fecha el nombre de Apolonio se hizo odioso a los
cristianos y lo fué durante mucho tiempo.
186 H I S T O R I A DE LA IGLESIA

divinidad ( 1 7 ). Sólo el cristianismo no podía fundirse en esta mezcla anó-


nima; pues su Dios era el único Dios ( 1 8 ).
Este sincretismo podía ser una nueva amenaza para el cristianismo, u n
nuevo motivo de persecución; pero sobre todo, podía ser u n a tentación y u n
peligro en la vida ordinaria del cristianismo.
En el mundo helénico, durante tanto tiempo despectivo 'para la nueva
religión, se comienza a sentir de parte de los intelectuales aproximaciones
que podían ser una grave tentación para los cristianos.

NUMENIO De esos intelectuales, el que mejor conocemos es Numenio ( 1 9 ).


Vivió en el siglo n y se proclamó partidario de 'Platón y de
Pitágoras; pero afirmaba al mismo tiempo que "era preciso oír a las naciones
más nobles y citar sus iniciaciones, sus dogmas, sus instituciones, que están
enteramente de acuerdo con Platón; así, por ejemplo, los brahmanes, los
judíos, los magos y los egipcios" ( 2 0 ). Y decía también: "¿Qué es Platón sino
u n Moisés que habla en griego?" ( 2 1 ). Reconocía que Moisés era hombre de
gran influencia ante Dios con su oración; pero creía también que los sacer-
dotes egipcios, Janné y Jambré, habían conjurado con su ciencia mágica las
plagas infligidas por Moisés ( 2 2 ). Interpretaba alegóricamente a los profetas
judíos y u n rasgo'de la vida de Jesucristo, sin nombrarle a El, y estas alego-
rías no disgustaban a Orígenes que las citó contra Celso ( 2 3 ).
Este filósofo, tan acogedor para los judíos y aun para los cristianos, era
implacable contra los escépticos y los filósofos de la Nueva Academia, Arce-

( 17 ) Hipólito ha conservado este himno cantado a Attis por sus adoradores: "¡Bien-
aventurado hijo de Cronos o de Zeus, o de la gran Rhea; salud Attis, nombre cruel
para el corazón de Rhea! ¡A ti es a quien llaman los Asirios el deseadísimo Adonis!;
todo el Egipto, Osiris; la sabiduria griega, Creciente celeste de la Luna; Samotracia,
el venerable Adán; los hemonios, Coribanto; los frigios, unas veces Papas, otras
Cadáver, o Dios o el Estéril, Cabrero, Espiga verde segada, Tocador de flauta que
produjo la almendra fecunda!" (Philos., V, ix, 8).
Ireneo refiere lo siguiente: "(Simón) enseñó que él era el que había aparecido
entre los judíos como Hijo, y había descendido a Samaría como Padre y que había
venido a otros pueblos como Espíritu Santo. Decía ser la Potencia más alta, es
decir, el Padre, que está sobre todas las cosas, y que consiente en ser llamado con
cualquier nombre que le den los hombres" (Adversus hmreses, I, xxm, 1). La diosa
siria se identifica de parecida manera con todos los dioses, lo mismo que Isis (APU-
LEYO, Metamorfosis, xi, 1 y vm, 25); cf., además, Histoire du dogme de la Trinité,
t. II, pp. 16 y s.
( 18 ) Cuando, en la persecución de Valeriano, 257, compareció Dionisio de Ale-
jandría ante el prefecto de Egipto, Emiliano, requerido para que adorase a los
dioses, y respondió que adoraba al Dios único, Creador de todos los seres, Emiliano
le replicó: "¿Quién te impide adorarlo, si es Dios, junto con los dioses que lo son
por naturaleza? Por tanto, te ordenamos adorar a los dioses y a los dioses que todos
reconocen." Dionisio respondió: "No podemos adorar a ningún otro" (Hist. Eccl.,
VII, xi, 8-9). Cf. FELTOE, Dionisyus, p. 31.
( 19 ) No poseemos de él más que fragmentos, citados la mayor parte por EUSEBIO en
Preparación Evangélica; algunos los conocemos por STOBEO y PROCLO, In Timosum.
CLEMENTE le menciona (Stróm., I, xxn, 150), así como ORÍGENES (Contra Celsum,
I, xv; IV, LI). Los fragmentos han sido reunidos por MUIXACH, Fragmenta philo-
sophorum Grcecorum, t. III, pp. 152-174, París, Didot, 1879; el editor ha añadido
algunas notas, pp. 183-184.
( 20 ) Citado por EUSEBIO, Prep. Evang., IX, vil; Frag. p. 165.
(21) Ibíd., XI, x; CLEMENTE, Stróm., I, xxn, 150, 4; Frag,, p. 166.
(22) Ibíd., IX, vm; Frag., p. 165.
(23) Contra Celsum, I, xv; IV, LI.
LA OPOSICIÓN PAGANA 187

silao ( 2 4 ), Caméades ( 25 ) y demás. Construyó una filosofía religiosa, en


que la divinidad era inmaterial ( 2 6 ). Reconocía u n primer dios simple; el
segundo y el tercero son u n o ; el primero es el padre, el'segundo el demiurgo;
se puede comparar el primero al agricultor y el segundo al obrero que planta;
el primero' derrama la semilla de toda alma, el segundo dispone y distribuye
estas semillas; el segundo procede del primero como u n a antorcha que se
enciende en otra ( 2 7 ). Es difícil formarse con estos datos de Eusebio una
idea fija y precisa; pero al menos se ve sin esfuerzo la influencia cristiana
y gnóstica: la comparación de la antorcha era familiar a los apologistas ( 28 )
y la identificación del segundo dios con el demiurgo pertenece a Basílides y 'a
Marción ( 2 9 ). Pero, sobre todo, con la tesis de la identidad de doctrina entre
Moisés y Platón daba pie a los apologistas para sus afirmaciones sobre los
plagios de los griegos. Esta concesión debía provocar de parte de los mante-
nedores rígidos del helenismo una vigorosa reacción.

§ 2 . — El n e o p l a t o n i s m o ( 3 0 )

PLOTINO El centro de'esta reacción fué la escuela neoplatónica, fundada


a principios del siglo n i por Ammonio Saccas. Esta escuela debía
recibir de Plotino el impulso y la doctrina y suscitar después a Porfirio, el
enemigo 'más encarnizado del cristianismo.
El antagonismo que más tarde existió ( 31 ) entre ambas doctrinas y sus parti-
darios no apareció durante los primeros años del neoplatonismo: Orígenes
siguió los cursos de Ammonio Saccas; Porfirio le reprochará el haber deser-
tado del helenismo, para vivir según la ley de los cristianos, aunque conti-
nuaba pensando como griego ( 3 2 ). Más tarde volveremos sobre este texto de
Porfirio y señalaremos sus errores e injusticias; pero nos interesa como
recuerdo del tiempo en que Ammonio y Orígenes trajabaron de común acuerdo
y porque nos da a conocer qué adversario tan temible era para el neopla-
tonismo, el maestro de Alejandría ( 3 3 ). Orígenes había dejado ya Alejandría

( 24 ) EUSEBIO, Prep. Evang., XIV, vi,- Frag., pp. 155-158.


( 26 ) Ibíd., XIV, VIII,- Frag., pp. 161-163. Eusebio reconocía, sin embargo, en él
"un salteador y un engañador más hábil que Arcesilao".
(26) ¡bíd., XI, x,- Frag., pp. 166-167.
(2?) Ibíd., XI, XVIII; Frag., pp. 167-170.
(2*) Cf. supra, t. I, p. 368.
(29) Cf. supra, pp. 13 y 26.
(30) BIBLIOGRAFÍA. — C. SCHMIDT, Plotins Stellung zum Gnosticismus und kirchlichen
Christentum, Leipzig, 1901 (Texte und Untersuchungen, XX, 4). BIDEZ, Vie de Por-
phyre, Gand, 1913. La obra capital para la época que historiamos, es el tratado de
Plotino "contra los que dicen que el demiurgo del mundo es perverso y que el
mundo es malo" (Enn., II, ix); la obra que Porfirio había compuesto en 15 libros
contra los cristianos, se ha perdido; se conocen algunos de sus argumentos por la
refutación de Macario de Magnesia, ed. BLONDEL, París, 1876. Cf. P. DE LABRIOLLE, La
réaction páienne, París, 1934, pp. 223-296.
(31) Esta oposición no excluye los contactos ni las mutuas prestaciones intelec-
tuales. Becuérdese. en occidente a Mario Victorino; en oriente al Seudo Dionisio;
y a los neoplatónicos que, tanto o más que. los cristianos, se han servido de las
doctrinas de sus adversarios. Estas prestaciones se encuentran visiblemente, por ejem-
plo, en Proclo, en su angelología y en su teología de la oración.
(32) Hist. Eccl, VI, xix, 7. Cf. infra, p. 220.
(33) N 0 e r a e l único cristiano entre los oyentes de Ammonio Saccas; había sido
precedido por Heraclas (Hist. Eccl., VI, xix, 13). Cf. infra, p. 220, n. 14.
188 H I S T O R I A DE LA IGLESIA

cuando llegó Plotino, hacia el 233 ( 3 4 ) ; aquí frecuentó Plotino 'diversos maes-
tros y ninguno lo satisfizo hasta que u n amigo lo llevó a Ammonio: " H e aquí
el hombre que yo ' buscaba" —exclamó)— y siguió sus cursos durante
once años.
En el 244, a la muerte de Ammonio, queriendo conocer la filosofía de
los persas y de los hindúes, siguió al emperador Gordiano que dirigía enton-
ces una expedición contra los 'persas; pero esta expedición terminó en u n
desastre y Plotino se acogió primero a Antioquía y luego a Roma, donde fijó
su residencia. Tenía entonces cuarenta años. Era el primer año de Felipe
el Árabe (244-249) y Plotino se percató de que la Iglesia cristiana, que había
comenzado a conocer en Alejandría, gozaba del favor del emperador. Su
obispo era tan poderoso que Decio, después del martirio de San Fabián (250),
declaró que le disgustaría menos u n pretendiente al imperio que u n obispo
de los cristianos ( 3 5 ). Ya sabemos con qué terrible persecución intentó el
nuevo emperador aplastar a esta Iglesia para él tan temible ( 3 8 ).
Por entonces Plotino que no era ciertamente amigo de persecuciones san-
grientas ( 37 ) abría en Roma su escuela; pero era u n ferviente partidario
del helenismo; y en la gran lucha que se libraba en torno suyo, creyó que
tenía u n a misión que cumplir y se sintió con fuerzas para ella. Su filosofía
no se reducía a la pura especulación: el entusiasmo religioso con que se'había
entregado á Ammonio Saccas, fué creciendo a lo largo de sus estudios y de
sus meditaciones y se consideraba lo mismo que los iniciados de los miste-
rios, depositario de u n secreto. Durante largo tiempo rehusó dar a conocer
las doctrinas de su maestro; pero cuando otros discípulos de Ammonio rom-
pieron el secreto, al que todos se habían obligado, Plotino se creyó desligado
de su promesa ( 3 8 ) y unos años más tarde inició su vida como escritor.
Sus primeros escritos, de forma literaria descuidada, no fueron más que
discusiones de escuela, dirigidas a sus confidentes ( 3 9 ). Todo su esfuerzo
tendía hacia la ciudad ideal, u n a Platonópolis, que esperaba Plotino fun^
dar en la Campania con la ayuda del emperador Galieno y de su mujer
Salonina ( 4 0 ).

EL TRATADO Sin embargo, Plotino sentía que a u n en torno


CONTRA LOS GNÓSTICOS suyo su autoridad era combatida. Algunos le
oponían a Numenio, al que decían había pla-
giado ( 4 1 ) ; otros eran cristianos "sectarios procedentes de la filosofía antigua":
"Engañaban a muchos porque se engañaban a sí mismos, creyendo que Pla-
tón no había penetrado hasta el fondo de la esencia inteligible. Plotino los

( 34 ) Plotino habia nacido en Licópolis (Assiut) hacia el 205 y tenia 28 años cuando
vino a estudiar a Alejandría (cf. su vida por PORFIRIO, II-III).
(336
<¡) Cf. supra, p. 168.
( ) Cf. supra, pp. 126 y ss.
(3T) SCHMIDT (op. cit., p. 12) piensa que el edicto de tolerancia de Galieno y su
carta a los obispos de Egipto se debió a la influencia de Plotino; pero esta suposi-
ción parece enteramente gratuita.
( 38 ) Vita Plotini, ni.
(39) "El décimo año de Galieno (264), cuando yo le conocí, llevaba escritos
veintiún tratados; yo tuve estos tratados, que sólo eran confiados a un pequeño
número de personas. No era entonces fácil lograr que se confiasen y nos diesen
conocimiento de esas cosas y se seleccionaba cuidadosamente a aquellos que habían
de recibirlas" (Vita, iv).
(4«) Vita, v.
I*1) AMELIO les contestó en un tratado sobre La diferencia entre los dogmas de
Numenio y Plotino (Vita, xvn).
LA OPOSICIÓN PAGANA 189

refutó en sus lecciones y escribió contra ellos u n tratado, que he intitulado


Contra los gnósticos. Nos dejó que nosotros examinásemos a los demás ( 1 2 ).
Este tratado de Plotino es documento capital para la historia religiosa del
siglo n i . Ningún otro escrito nos revela más profundamente el antagonismo
entre el cristianismo y el helenismo. Es verdad que el cristianismo que Plo-
tino ataca, está saturado de la mitología gnóstica que ,1a Iglesia reprobó siem-
pre; pero, lo que la filosofía neoplatónica rechaza con más energía no son ]a:¡
imaginaciones y los ritos mágicos de los gnósticos, sino su concepción del
mundo, del hombre y de la salvación; que en sus rasgos esenciales es la con-
cepción cristiana ( 4 3 ).
Los adversarios, en que pensaba Plotino, se habían adherido al gnosticismo,
antes de llegar a él, y él no pudo liberarles de esa doctrina; y esto le aflige
y le indigna; "pero es a mis discípulos y no a ellos a quienes se dirigen
mis discursos" (x, 8 ) . Estos hombres se sirven de los libros antiguos y sobre
todo de Platón, sin comprenderlo:

"Llegados después de los antiguos, han tomado muchas cosas de ellos; pero no
han fabricado más que impropiedades indignas al intentar contradecirles. Admiten en
el inteligible, generaciones y corrupciones de toda clase; blasfeman del universo sen-
sible; consideran castigo de una falta la unión del cuerpo y del alma; critican al que
gobierna el universo; identifican al demiurgo con el alma y le atribuyen las mismas
pasiones que. a las almas particulares" (vi, 55).

Sus elucubraciones son palabras vacías de sentido: "son invenciones de quie-


nes desconocen la vieja cultura helénica" (vi, 6 ) .
Dejando de lado los rasgos propiamente gnósticos ( 44 ) señalemos ante todo
la concepción del mundo, de su unidad, de su origen. "Este m u n d o n i ha
tenido principio n i tendrá fin" (vn, 1 ) ; "preguntar por qué el m u n d o ha
sido hecho, es preguntar por qué hay u n alma y por qué el demiurgo produce.
Es por lo mismo admitir u n principio en lo que ha existido siempre; es
también creer que h a llegado a ser la causa de su obra después de h a b e r
sufrido él mismo modificaciones" ( v m , 1). El mundo sensible no debe ser
despreciado; pues es imagen tan perfecta, como posible y única del m u n d o
inteligible ( 4 B ).

(42) Vita, xvi: Estos sectarios que eran los gnósticos, contaban con muchos escri-
tos, sobre todo apocalipsis; PORFIRIO replicó al apocalipsis de Zoroastro. Cf. infra,
p. 192 n. 49.
( 43 ) E. BRÉHIER lo hace notar en su edición de las Enéadas, II, p. 108: "Lo que
Plotino critica sobre todo en ellos (los gnósticos) es el carácter fundamentalmente
antihelénico de su doctrina y, podría decirse, su carácter cristiano" Insiste, como
conclusión (pp. 109-110), sobre el alcance de esta polémica: "Este tratado tiene una
profunda significación que trasciende por su interés a la época en que fué escrito.
Es una de las protestas más hermosas y más valientes del racionalismo helénico
contra el individualismo religioso que. invadía en esta época el mundo grecorroma-
n o . . . " No podemos suscribir este elogio, pero sí debemos reconocer en este tratado
de Plotino la reacción del helenismo contra el cristianismo.
(*4) Las emanaciones no son como ellos las imaginan, sino necesariamente "eter-
nas (ni); la concepción de la caída del alma es insostenible (iv, x), lo mismo que
su magia (xiv) y su concepción de la iluminación en las tinieblas (xn).
(45) "No hay que concluir que este mundo es malo, porque hay en él cosas
malas; es querer darle un valor excesivo; es creer que este mundo es idéntico al
mundo inteligible, siendo así que no es más que una imagen. ¿Pero qué imagen
podría ser más bella que él? ¿Podría otro fuego distinto del nuestro ser imagen
del fuego inteligible de manera más perfecta? ¿Hay una esfera más perfecta y de
movimiento más regular, exceptuando el mismo mundo inteligible? ¿Hay, después
del sol inteligible, un sol superior al sol visible?" (iv, 22). Cf., vm, 16; xvi, 1; xvn, 1.
190 HISTORIA DE LA IGLESIA

E n este m u n d o s e n s i b l e lo m á s h e r m o s o y d i v i n o son los a s t r o s ; n e g a r l a


i n t e l i g e n c i a d e l sol es a b s u r d o m a n i f i e s t o (v, 1-15): " ¿ P o r q u é a t r i b u i r n o s
una sabiduría superior a la suya? ¿Cómo admitirlo a no estar loco?" ( v m ,
3 8 ) ; " l a s a l m a s d e los astros t i e n e n m u c h a m á s i n t e l i g e n c i a y b o n d a d , y e s t á n
e n c o n t a c t o con los i n t e l i g i b l e s m u c h o m á s q u e l a s n u e s t r a s " ( x v i , 9 ) . " A h í
t e n é i s a estos h o m b r e s q u e n o se d e s d e ñ a n d e l l a m a r h e r m a n o s a los h o m b r e s
viles y n o q u i e r e n d a r ese n o m b r e a l sol, a los a s t r o s , a l a l m a d e l m u n d o "
( x v n i , 17; cf. x x x v n ) .
D e s d e el p u n t o d e v i s t a m o r a l , este m u n d o es b u e n o ; t i e n e sus t a r a s i n d u -
d a b l e m e n t e ; p e r o el sabio s a b e m u y b i e n c ó m o h a d e c o n d u c i r s e :

" U n hombre es asesino; otro, por debilidad, es vencido por el placer. ¿Qué hay de
sorprendente en estas faltas que no proceden de la inteligencia, sino de almas débiles
e infantiles? Si hay lucha hay vencedores. ¿Cómo n o proclamar que esto es u n bien?
¿Os ha hecho alguno mal? ¿Qué hay de. terrible en ello para la parte inmortal de
vuestra alma? Os a s e s i n a n . . . he ahí precisamente lo que queríais. Por otra parte,
si os quejáis tanto de este mundo, nadie os fuerza a que continuéis viviendo en él."
(ix, 11-17).

A estas c o n s i d e r a c i o n e s c o m u n e s a l e s t o i c i s m o , P l o t i n o a ñ a d e o t r a s s o b r e
l a s e x i s t e n c i a s a n t e r i o r e s : " L o s h o m b r e s p a g a r á n f á c i l m e n t e a los dioses sus
d e u d a s . . . p o r q u e d a n a todos, e n l a s u c e s i ó n a l t e r n a d a d e sus v i d a s , el
d e s t i n o q u e les c o n v i e n e y q u e es l a c o n s e c u e n c i a d e l a s v i d a s a n t e r i o r e s "
(ibíd., 2 2 - 2 5 ) .
L a m u l t i p l i c i d a d d e dioses c o n t r i b u y e a l a b e l l e z a d e l u n i v e r s o :

"Después del alma bienaventurada, es preciso cantar a los dioses inteligibles y, por
encima de todos ellos, al gran rey de los inteligibles, que proclama su grandeza por
la misma pluralidad de los dioses. No restringiendo la divinidad a uno solo, haciéndola
ver así multiplicada, es como Dios nos la manifiesta efectivamente; esto es conocer
la potencia de Dios, que, permaneciendo lo que es, puede producir multitud de dioses,
que existen por él y vienen de él" (ibíd., 32-39).

H a b i e n d o t a n t o s seres, ¿ c ó m o p u e d e s o ñ a r el h o m b r e e n m a n t e n e r rela-
ciones p r i v i l e g i a d a s c o n D i o s ? D e b e c o n t e n t a r s e con su p u e s t o :

"Este mundo sensible existe también por obra de Dios y tiende hacia El lo mismo
que todos los dioses, cada uno de los cuales da a conocer al hombre por la revelación
y la profecía sus afinidades con él. Que no sean el mismo Dios supremo, es natural;
pero si queréis despreciarlos, si queréis envaneceros de no ser inferiores, os diré que
se es mejor cuanto se es más benévolo con todos los seres como con los hombres. Ade-
más es preciso estimarnos con mesura y no torpemente, considerándonos más elevados
que lo que nuestra naturaleza nos permite; hemos de pensar que hay lugar para
otros más, cerca de Dios; no debemos ponernos a nosotros solos junto a El; no sea que
soñando volar en torno suyo, nos privemos de llegar a ser dioses, en cuanto lo puede
ser el alma humana. Esto es posible en la medida en que sea guiada por la inteli-
gencia; superar la inteligencia es, en verdad, decaer . . . G r a n d e es la presunción de
los hombres; aunque antes fuesen humildes, desde que oyeron decir: «Tú, tú eres
hijo de Dios, los demás que admiras tanto no son hijos de Dios, ni siquiera los
astros que se honran por tradición; tú eres, sin necesidad de nada más, superior al
mismo cielo»; luego los otros aplauden (Ibíd, 39-60).

Se c r e e n objeto d e u n a p r o v i d e n c i a e s p e c i a l y o l v i d a n q u e la p r o v i d e n c i a
es u n i v e r s a l y a l c a n z a a t o d o s los seres:

"Si Dios ejerce su providencia en favor vuestro, por qué va a olvidar al mundo
en el que vosotros vivís? . . .Los hombres, diréis, no tienen necesidad de que Dios mire
por el mundo. Sí, pero el mundo la t i e n e . . . " (Ibíd., 64-70).
LA O P O S I C I Ó N P A G A N A 191

¿Es piedad negar que la providencia llega a este mundo y a todas sus
cosas? ¿Es estar de acuerdo consigo mismo? Porque si pretenden que la
providencia se ejerce únicamente en favor suyo, ¿ha sido esto cuando es-
taban allí arriba o ahora que están aquí? En el primer caso ¿cómo han
descendido?; en el segundo, ¿cómo permanecen aquí? ¿Cómo Dios mismo
no está aquí abajo?; si no está ¿cómo sabe que ellos lo están? ¿Cómo sabe
que en su interior no le h a n olvidado, que no se h a n hecho malvados?
(xvi, 14-22).
Aunque la providencia sea como vosotros queréis, en todo caso, el mundo
posee algo que procede de Dios; y no ha sido abandonado n i lo será jamás.
La providencia vela por el bien total más que por sus partes y el alma del
todo participa de ella más que los demás; la prueba es su existencia y una
existencia llena de sabiduría. ¿Quién de estos insensatos que se creen sobre
toda sabiduría, tiene la bella y sabia regularidad del universo? Sólo estable-
cer la comparación es ridículo y fuera de lugar, y sería impío; a no ser por-
que lo hacemos forzados por la discusión (ibíd. 27-36).
La última acusación que lanza contra los cristianos y no la menos grave
es que carecen de ciencia moral:
"No tienen doctrina alguna de la virtud; han dejado este problema completamente
de lado; no nos dicen ni qué es, ni cuántas virtudes hay. Ignoran las numerosas y
bellas consideraciones de los antiguos; no nos dicen cómo se adquiere la virtud, cómo
se la posee, cómo se sana y se purifica el alma. Es inútil decir: mirad a Dios, si no
se nos dice cómo hay que. mirarle; efectivamente, podría demostrarse qué contradicción
hay entre mirar a Dios y no abstenerse de ningún placer y no reprimir la cólera.
¿Qué impide el que invoquemos a Dios continuamente y estemos dominados por las
pasiones, sin intentar librarnos de ellas? Los progresos en la virtud interior del alma
acompañados de prudencia, son los que nos hacen ver a Dios. Sin verdadera virtud
Dios no es más que vana palabra" (xv, 28-40).

La oposición de las dos filosofías queda así resumida por Plotino:


"La filosofía que nosotros buscamos nos da con los otros bienes la simplicidad de
costumbres y la pureza de pensamiento; quiere gravedad y no arrogancia; la con-
fianza que nos da en nosotros mismos es racional, llena de seguridad; pero también
de prudencia y de una extraordinaria circunspección. La doctrina de los adversarios
está en completa oposición con la nuestra. Es mejor no hablar ya de ellos" (xiv,
38-45).

Este tratado que puede datar del año 264 ( 46 ) no es el único en que apa-
recen tales preocupaciones polémicas ( 4 7 ) ; pero sólo en éste le absorben total-
mente; lo cual da a esta obra u n interés excepcional. No h a y documento de
su época en que se nos manifieste tan claramente la oposición entre el hele-
nismo y el cristianismo. Todo este pasado está tan lejos, que no comprende-
mos, al leer únicamente a los autores cristianos, la oposición que encontraban
no sólo entre los políticos y la masa del pueblo, sino aun entre los espíritus
más reflexivos y selectos. Esta religión del mundo, de los astros, del sol, que
u n siglo más tarde intentará Juliano renovar, se derrumbará por su propio
peso, porque habrá perdido actualidad; pero en el año 260, a ú n tenía vida
pujante: la tradición enseña, los filósofos reconocen y los paganos piadosos
adoran este mundo poblado de dioses. Juzgarse objeto de una providencia
particular de parte de Dios, creerse su hijo, más querido de El que los astros

C4!6) Cf. SCHMIDT, op. cit., p. 31.


( 47 ) Podemos recordar los siguientes pasajes: Enn., II, i, 4, 14-43; III, vil, 13,
49-53; III, ii, 8, 20-41; III, n , 9, 10-19. Cf. SCHMIDT, op. cit., pp. 68-81. Sobre la
tesis que los gnósticos son atacados como cristianos, cf-, p. 82 y ss.
192 H I S T O R I A DE LA I G L E S I A

y que el sol, es para Plotino u n absurdo tal que prefiere no discutirlo ( 4 8 ) .


Además, estos hombres vulgares, salidos del pueblo, que jamás h a n estudiado
la ética, creen que con la oración y el amor de Dios les basta para ser virtuosos.
Para cuando Plotino se indignaba así, hacía más de veinte años que Orí-
genes había respondido a Celso. Esta respuesta no la conoció Plotino; él
no sabe del cristianismo más que por la gnosis; y Juliano, u n siglo más tarde,
lo verá deformado por el arrianismo (49).

PORFIRIO Plotino se limitó a revelar la oposición fundamental entre la


gnosis cristiana y el pensamiento helénico; Porfirio fué el que
emprendió la lucha y la llevó adelante con encarnizamiento ( 5 0 ) .
¿Nació Porfirio en el seno del cristianismo? Aunque lo afirma el histo-
riador Sócrates, parece m u y dudoso ( 5 1 ) . Pero es indudable que, nacido o edu-
cado por lo menos en Tiro ( 5 2 ) , se encontró en su juventud con Orígenes ( 5 3 )
y conoció el cristianismo, m u y floreciente entonces en la costa fenicia. Su
enorme curiosidad le llevaba a estudiar todas las religiones orientales que
florecían en torno suyo ( 5 4 ) ; y al parecer también el cristianismo despertó su
interés, y lo estudió algún tiempo con simpatía ( B 5 ).
Pero todo esto se desvaneció m u y pronto: a finales del 249, Felipe el Árabe
era asesinado por Decio; al favor imperial sucedía la persecución; los campos
quedaron divididos: Porfirio tomó partido decididamente por el emperador
y sus dioses. Era a ú n joven cuando escribió su Tratado sobre los oráculos
en el que Geffcken reconoce "la más repugnante superstición" (° 6 ). No se
contentó con escribir; nos dice que arrojó u n demonio llamado por las gentes
del país Causatha ( 5 7 ) .
Encontrándose en Roma, en el año 263, a los treinta años, se asoció a Plo-

( 48 ) Para responder a Plotino basta recordar aquella sentencia de San Juan de


la Cruz: "Un sólo pensamiento del hombre vale más que todo el mundo; por con-
siguiente, sólo Dios es digno de él".
(49) Plotino no se contentó con escribir contra los gnósticos; sino que animó a
sus discípulos al mismo trabajo: "Nos dejó, dice Porfirio, que nosotros examináse-
mos a los demás. Amelio escribió hasta cuarenta libros contra el de Zostriano. Por
mi parte hice numerosas críticas al libro de Zoroastro y demostré que era un
apócrifo reciente, fabricado por los fundadores de la secta para hacer creer que los
dogmas que defendían eran los del antiguo Zoroastro" (Vita, xvi).
(80) Cf. J. BIDEZ, Vie de Porphyre, Gand, 1913; DE LABRIOLLE, La réaction páienne,
pp. 231-296.
( 51 ) SÓCRATES, Historia Eclesiástica, III, xxm, 37. Cf. BIDEZ, op. cit., p. 7; DE
LABRIOLLE, op. cit., p. 231.
( 52 ) En 232-233.
( 53 ) El mismo lo afirma en un texto citado por EUSEBIO, Hist. Eccl., VI, xix, 5.
(54) "Debía hablar el idioma de su país y quizás se vanagloriaba de comprender
el hebreo. Era versado en los misterios de Caldea, de. la Persia y del Egipto. Describe
e interpreta una especie de jeroglífico y maneja los libros sagrados y la literatura
profana de los judíos y de los fenicios. La India atrajo también su curiosidad y a ella
se dirigió para demostrar la inautenticidad de ciertos escritos gnósticos publicados con
el nombre de Zoroastro" (BIDEZ, op. cit., pp. 9-10).
(55) BIDEZ escribe, no sin alguna exageración, op, cit. p. 13: "Su naturaleza dulce
y delicada no podía menos de ser atraída por la nobleza y la infinita suavidad de
las palabras de Jesús; comprendió su belleza como comprendió la grandeza de la
Biblia. Durante mucho tiempo guardó una sincera veneración hacia la persona de
Jesucristo".
(56) Ausgang des Heidentums, p. 59, citado por P. DE LABRIOLLE, op. cit., p. 233.
Se puede comprobar este juicio recorriendo el capitulo que consagra Bidez a este
tratado y los fragmentos que cita (op. cit., pp. 17-28).
(5T) BIDEZ, op. cit., p. 15.
LA OPOSICIÓN PAGANA 193

tino; este hecho fué para su vida y su pensamiento de una influencia decisiva.
Recuérdese el atractivo que había ejercido sobre Justino la filosofía platónica:
"La inteligencia de las cosas incorpóreas me cautivaba de manera extraordi-
n a r i a ; la contemplación de las ideas daba alas a m i pensamiento; en poco
tiempo me creí ya sabio; fui lo bastante necio para creer que llegaría inme-
diatamente a ver a Dios; porque éste era el fin de la filosofía de Platón
(Dial., I I , 6 ) .
Tales aspiraciones religiosas eran más vivas a ú n en la escuela de Plotino.
Porfirio nos dice:
"Gracias a esta iluminación, demoníaca que nos lleva a veces hasta el primer Dios,
hasta el más allá, siguiendo la vía prescripta por Platón en el Banquete, él vio a
Dios, que no tiene forma ni esencia; porque está más allá de toda inteligencia y de
lo inteligible. Este Dios al que yo, por mi parte, no he. llegado a estar unido con
él sino una sola vez en mi vida, cuando tenía sesenta y ocho años. Plotino tuvo la
visión del hito, del objeto, de una manera inmediata. El fin, el término, significaba
para él la unión íntima con Dios, que está sobre todas las cosas. Mientras yo viví
con él, cuatro veces llegó a este fin, gracias a un acto inefable... A veces, dice el
oráculo, los dioses enderezarán tu caminar desviado, para hacerte, ver el rayo de
su luz" (58).

Esta tensión ardiente agotó los nervios de Porfirio. Pensó suicidarse; Plo-
tino que vivía con él, se dio cuenta: " m e dijo que m i deseo de suicidio no
era en manera alguna racional, sino que provenía de u n a enfermiza melan-
colía y me invitó a viajar" (ibíd., xi). Era el año 15 del reinado de Galieno,
268 (ibíd., v i ) . Porfirio se retiró a Sicilia, al Lilibeo y no vio más a Plotino
que siguió enviándole la continuación de la Enéadas (ibíd., vi). En el 270
moría Plotino; el retórico Longino que había sido antes maestro de Porfirio
dejó Atenas, a la que los godos acababan de asolar, y se acogió a Palmira,
junto a la reina Zenobia; allí llamó a Porfirio y le pidió que llevase libros
(ibíd., xix). Porfirio permaneció en Sicilia y fué mejor para él; pues el 272",
Aureliano, vencedor de la reina Zenobia, hacía ejecutar a sus consejeros y
entre ellos a Longino.
En Sicilia, Porfirio se fué curando poco a poco de su neurastenia; des-
cansó vulgarizando la filosofía; sobre todo la Lógica de Aristóteles ( 5 9 ) ; pero
m u y pronto volvió a la polémica anticristiana, a que Plotino le había arras-
trado: Aureliano, a su regreso de Oriente, soñaba con implantar en Roma
el culto del dios Sol y hacerlo religión única de todo el imperio. En el
año 274 levantó en el Quirinal u n templo magnífico al "Sol invencible". Por
aquel entonces compuso Porfirio sus quince libros contra los cristianos ( 6 0 ).

EL LIBRO En los siglos iv y v, los emperadores cristianos


CONTRA LOS CRISTIANOS prohibieron diversas veces este libro, que por fin
pereció; pero no sin haber apasionado durante
mucho tiempo a la opinión. Fué refutado por Metodio de Olimpo, por Euse-
bio, por Apolinar de Laodicea y por Macario de Magnesia. Esta última obra
es la única que nos ha llegado y a u n incompleta ( e l ) . Por la refutación de
(58) vita Plotini, xxm.
( 59 ) "Chrysaorio, un senador a quien en otro tiempo había dado lecciones en Roma,
intentó leer las Categorías de Aristóteles y no entendió nada. En este atolladero escri-
bió a Porfirio"; éste compuso la Isagoge. Este tratadito es el que ha dado su reputa-
ción a Porfirio. (Cf. BIDEZ, op. cit., pp. 60 y s.)
( 60 ) RIDEZ, op. cit., p. 67; P. DE LABBIOLLE, op. cit-, p. 242:
( 61 ) Macarii Magnetis qum supersunt ex inédito códice, ed. RIXXNDEL, París, 1876.
La obra comprendía cinco libros; el manuscrito publicado por Blondel comienza en
194 HISTORIA DE LA IGLESIA

Macario de Magnesia es como mejor podemos apreciar la argumentación de


Porfirio (« 2 ).
Dicha argumentación es totalmente distinta de la de Plotino: no consiste
en u n a tesis filosófica sino en u n a controversia filológica o histórica. Se
siente en ella la influencia de Longino mucho más que la de Plotino. El
relato de la Pasión le indigna a Porfirio lo mismo que a Celso ( 6 3 ) ; como
los fariseos exige prodigios de efecto ( e 4 ) . Insiste sobre todo en las variantes
de los relatos evangélicos ( 6 5 ) . Muchas de estas objeciones no son más que
sutilezas; pero a veces señala dificultades reales ( 6 6 ) .
Esta controversia se parece a la que los marcionitas sostenían por aquellos
días contra el Antiguo Testamento. Puede ser fastidiosa, pero no es decisiva
y n o aclara la cuestión tratada.
Porfirio, espíritu agudo, pero no espíritu poderoso, h a dejado recuerdo
de controversista hábil y encarnizado; pero su influencia, a diferencia de la
de Plotino, fué puramente negativa ( 6 7 ) . Después de él, la escuela neopla-
tónica siguió sus especulaciones, sus esfuerzos místicos y su teurgia. Con
Jámblico y sobre todo con Proclo, sufrió en más de u n punto la influencia
cristiana y a su vez influyó en el cristianismo, como se ve en la obra del
Seudo-Dionisio. E l intento de Aureliano de agrupar todas las fuerzas del
helenismo en torno al culto del "Sol Invictus" será renovado u n siglo m á s
tarde por Juliano.

el capítulo 7 del libro II, y se termina bruscamente interrumpiendo una palabra


en el capítulo 30 y último del libro IV.
í 62 ) Los fragmentos de Porfirio han sido reunidos por HARNACK, Porfirius Gegen
die Christen, 15 Bücher, Zeugnisse, Fragmente und Referate, en Abhandlungen, de la
Academia de Berlín, 1916. A ellos deben añadirse otros cinco fragmentos transcritos por
FEUARDENT, en su edición de IRENEO, III, ni, 4 (P. G., V, 1025; LIGHTPOOT, Apostolic
Fathers, t II, 3, pp. 421-422; FUNK-DIEKAMP, PP. Apostolici, t. II [1913], 377-401).
( 63 ) Cf. MACAR. MAGN., op. cit., III, i, p. 52.
( 64 ) Ibíd., III, xvm, p. 98.
(«5) Ibíd., II, xn, p. 20.
( 66 ) Cf. P. DE LABRIOLLE, op. cit., pp. 252-270.
( 67 ) Acerca de la carta a Marcela, cf. A. BREMOND en Recherches de Science reli-
gieuse, t. XXIII, 1933, pp. 106-112.
CAPITULO I X

LA ESCUELA DE ALEJANDRÍA ANTES DE ORÍGENES O

§ 1. — Sus orígenes

ALEJANDRÍA Alejandría era, en los primeros siglos de nuestra era, u n a


de las ciudades más grandes del imperio, rival de Antioquía
y de Roma. De fundación reciente y por lo mismo sin tradición, era el centro
del comercio helénico en el Mediterráneo y puerta de Egipto, de aquel Egipto
misterioso, cuyas tradiciones seculares t a n altamente habían interesado a los
griegos. La dulzura de su clima atraía u n a colonia de elegantes; los tubercu-
losos buscaban aquí su salud; pero sobre todo, la vida de placer que en ella
se llevaba, era el mayor atractivo para los más de los visitantes ( 2 ) .
En la frontera de dos civilizaciones, Alejandría unía la elegancia helénica
al misterio egipcio. A u n hoy nos sorprende encontrar esta mezcla de arte
griego y de 'arte egipcio que no vemos en n i n g u n a otra parte ( 3 ) .
En esta villa cosmopolita en que la vida era sumamente agradable, apare-
cían confundidos todos los cultos en u n amable sincretismo y el viajero no
veía en ella más que abandono y tolerancia ( 4 ) .
Bajo 'estas apariencias de tolerancia, se incubaban pasiones violentas. E n
el año 216, siendo joven Orígenes, estalló u n a sublevación; Caracalla reunió
al pueblo en el gimnasio, hizo enrolar en el ejército a los hombres hábiles
y luego los 'hizo matar; alojó soldados en las casas de los ciudadanos con
la consigna de matar a sus huéspedes: consigna que aquéllos cumplían ( B ).
En el año 249, siendo emperador Felipe el Árabe, t a n benévolo para los
cristianos, todo el populacho se amotinó contra ellos, con tal violencia, que
corrió sangre cristiana y se asaltaron las casas y se quemaron los muebles
de los perseguidos ( 6 ) . Estas violentas excitaciones de los alejandrinos, de
( J ) BIBLIOGRAFÍA. — CH. BIGG, The Christian Platonists of Alexandria, Oxford, 1886;
W. BOUSSET, Jüdisch-Christlicher Schulbetrieb in Alexandria und Rom, Gottinga, 1915.
R. CADIOU, La jeunesse d'Origéne. Histoire de l'Ecole d'Alexandrie au debut du 111'
siecle, París, 1936.
(2) CELSO, De re medica, III, 22; PLINIO, Episí. V, 19; LECLERCQ, art. Alexandrie
en Dictionnaire d'Archéologie chrétienne, col. 1101.
(3) Especialmente en la catacumba de Kóm-el Chugafa, donde se ve a Anubis,
dios egipcio de cabeza de chacal, sobre un sepulcro rodeado de guirnaldas griegas.
Si se remonta el valle del Nilo, no se encuentra ni aun en los monumentos de la
época de los Tolomeos y de la época romana estos datos de la influencia helénica.
(4) Cf. la carta del emperador Adriano a Serviano (Hist. Aug, Saturnino, vni, 11);
la autenticidad de esta carta es discutida, pero parece probable. El emperador des-
cribe con despectiva ironía la versatilidad de los alejandrinos: "El patriarca de los
judíos, cuando vino a Alejandría, se vio obligado a adorar a Cristo y a Serapis;
y los que se dicen obispos de Cristo son al mismo tiempo adoradores de. Serapis."
(5) Hist. Augúst., Esparciano, vi.
(6) Estos hechos son referidos detalladamente por el obispo San Dionisio en una
carta a Fabio de Antioquía (EUSEBIO, Hist. Eccl., VI, XLI, 1-9). En el siglo cuarto
fueron muertos por el pueblo el obispo arriano Jorge y la filósofa Hipatia; bajo
Teodosio ése fué también el destino de los prisioneros del Serapeum.
195
196 H I S T O R I A DE LA IGLESIA

que el siglo iv nos dará muchos ejemplos, nos demuestran que la vida fácil
y alegre que es la imagen con que se nos presenta Alejandría, mantenía
adormecidas pero no domadas, pasiones salvajes, cuyo despertar era terrible.
"Nido de las musas", llamaron a Alejandría en tiempos de los Tolomeos; sí,
pero muchas veces era jaula de fieras.

ORIGEN DE LA La escuela de Alejandría no nos es bien cono-


ESCUELA DE ALEJANDRÍA cida hasta Clemente. San Jerónimo hace re-
montar su origen hasta el mismo San Mar-
cos ( 7 ) . No podemos insistir en este dato, demasiado inseguro; pero tampoco
podemos olvidar que Alejandría era renombrada por sus escuelas. Los paganos
t e n í a n el Museum, fundado por Tolomeo, el Serapeum, el Sebastion; los
judíos, m u y numerosos, tenían también sus escuelas; es m u y n a t u r a l que
también los cristianos hubiesen querido tener su centro de instrucción reli-
giosa.
En Roma, como vimos, existió la escuela de San Justino ( 8 ) ; al filósofo
m á r t i r sucedió Taciano y luego Rodón; pero esta escuela romana parece
h a b e r tenido carácter puramente privado y u n desarrollo m u y modesto. La
escuela de Alejandría mantuvo relaciones mucho más estrechas con el epis-
copado y a partir del siglo n i por lo menos, ejerció grandísima influencia.
Sus jefes fueron sucesivamente: Panteno, Clemente, Orígenes, Heraclas, Ale-
jandro, Dionisio, Pierio, Teognosto, Pedro, Macario y luego en el siglo iv
Dídimo el ciego y Rodón, que se trasladó en el 405 a Sidia, en Panfilia.
Esta sucesión de maestros atestigua u n a escuela no ocasional o accidental,
sino permanente; pero no la debemos imaginar como nuestras modernas
universidades, n i siquiera como la escuela del M u s e u m de Alejandría. La
escuela cristiana no gozaba de grandes dotaciones; pues fué necesario que u n
amigo acaudalado, Ambrosio, proporcionase a Orígenes los amanuenses que
necesitaba. De sus discípulos, aun de los ricos, no aceptaba nada Orígenes.
No disponía de u n local propio para escuela, sino que cada maestro tenía
que enseñar en su propio domicilio.
El maestro era en general el único profesor; a veces u n auxiliar compartía
el trabajo de la enseñanza, como lo hizo Heraclas con Orígenes los últimos
años de su magisterio en Alejandría. Esta enseñanza, por otra parte, no era
exclusivamente religiosa; ni una mera instrucción apologética, como la de
Justino en Roma; sino que tenía carácter enciclopédico; y así, partiendo de
las ciencias profanas, a través de la filosofía moral y religiosa, se eleva hasta
la teología cristiana, expuesta en forma de comentario de los Libros Santos.
La concepción enciclopédica de la ciencia era tradición en Alejandría, en
su M u s e u m y también en las escuelas judías. Tenía el inconveniente de exigir
del maestro u n a erudición universal que en muchas cosas no podía menos
de ser u n baño superficial; pero garantizaba la uniformidad y continuidad
de la formación intelectual, al tener u n solo maestro y u n único fin en la ense-
ñanza: llegar por medio de los conocimientos humanos y divinos al conoci-
miento de Dios.
Cuando el maestro era Orígenes y podía entregarse enteramente a aquella
obra, su gran capacidad de trabajo, su extraordinaria facilidad de asimila-
ción y sobre todo su inteligencia luminosa y ardiente forzosamente debían
dejar profunda huella en los alumnos.

( 7 ) De viris illustribus, xxxvi. A propósito de Panteno, habla "de una costumbre


antiquísima", según la cual ha habido "doctores en Alejandría desde los tiempos
del evangelista Marcos".
(8) Cf. supra, t. I, pp. 352 y ss.
ESCUELA DE ALEJANDRÍA A N T E S D E ORÍGENES 197

PANTENO E l p r i m e r maestro q u e conocemos de l a escuela de Alejandría


es Panteno. E n s u s Strómata r e c u e r d a C l e m e n t e los "personajes
b i e n a v e n t u r a d o s y dignos d e m e m o r i a a los q u e h a tenido la dicha d e o í r " :
Los p r i m e r o s , d e s c r i t o s v a g a m e n t e , n o p u e d e n s e r i d e n t i f i c a d o s . " P e r o e l
ú l t i m o , q u e c o n o c í p o r u n a c a s u a l i d a d , es e l p r i m e r o e n m é r i t o s . Y o a c a b é p o r
e n c o n t r a r l e e n E g i p t o , e n d o n d e v i v í a e s c o n d i d o . E r a e n v e r d a d u n a abeja
s i c i l i a n a q u e , d e s p u é s d e h a b e r l i b a d o l a s flores d e l o s p r a d o s d e l o s p r o f e t a s
y d e los apóstoles, depositaba e n las a l m a s d e sus oyentes u n incorruptible
tesoro d e gnosis. A d e m á s , estos h o m b r e s c o n s e r v a b a n l a v e r d a d e r a t r a d i c i ó n ,
que viene d i r e c t a m e n t e d e los santos apóstoles P e d r o , Santiago, J u a n y Pablo,
c o m o u n hijo r e c i b e l a h e r e n c i a d e s u p a d r e " ( 9 ) .
La escuela de Alejandría n o debía t e n e r p o r a q u e l entonces g r a n r e n o m b r e ,
p u e s t o q u e C l e m e n t e e n c o n t r ó c o m o p o r c a s u a l i d a d a P a n t e n o , este g r a n
m a e s t r o q u e se o c u l t a b a e n E g i p t o y a l q u e é l se d e b í a u n i r d e l a m a n e r a
más firme (10).

n
§ 2 . — Clemente de Alejandría ( )

VIDA DE CLEMENTE C l e m e n t e es u n o d e l o s e s c r i t o r e s c r i s t i a n o s q u e ejer-


DE ALEJANDRÍA cen atracción a distancia, y q u e m á s desconciertan
de cerca: espíritu amplio, a l m a ardiente, seduce p o r
su s i m p a t í a a c o g e d o r a , p o r s u s i n c e r i d a d , p o r s u e n t u s i a s m o h a c i a l a c o n t e m -

(•) Stróm. I, x i , 1-3; citado parcialmente por EUSEBIO, Hist. Eccl., V, x i , 3-5.
A estos recuerdos, añade Eusebio (V, x, 2) algunas tradiciones que refiere con cierta
reserva: "Se cuenta que mostró tal ardor y u n amor t a n animoso por la palabra
divina, que se distinguió como predicador del evangelio de Cristo entre las naciones
de Oriente y que llegó hasta la I n d i a . . . " SAN JERÓNIMO reproduce a Eusebio, resu-
miéndolo, y añade que enseñó en tiempo de Severo y de Caracalla (De viris Mus-
tribus, xxxvi), lo que ciertamente es u n anacronismo.
( 1 0 ) Quisiéramos poder caracterizar la doctrina de Panteno, y así Bousset h a
creído poder reconocerla en algunos pasajes de Clemente. Hace y a tiempo que se
ha hecho observar q u e el Strómata octavo es u n cuaderno de notas que Clemente
había reunido con el propósito de utilizarlas en otra ocasión; los Excerpta y Écloga}
tienen el mismo carácter: no son obras redactadas, sino fragmentos, fichas, reunidos
por Clemente, sea en el curso de sus lecturas, sea, si hemos de creer a Bousset,
oyendo las lecciones de Panteno. E n los Strómata, I-VII, Bousset reconoce también
otros pasajes que no son de aquel contexto, sino que son fragmentos de enseñanzas
o de libros anteriores. Cf. BOUSSET, Jüdisch-Christlicher Schulbetrieb in Alexandria
und Rom, Gottinga, 1915, pp. 155-271. Estas investigaciones, llevadas a cabo con
grande interés, tienen valor de hipótesis ingeniosas; pero no es posible levantar
sobre t a n débiles fundamentos u n edificio histórico. Cf. J O H . M U N C K , Untersuchun-
gen über Klemens von Alexandria, Stuttgart, 1933, pp. 151-185. El autor concluye
así su juicio sobre las hipótesis de Bousset: "Sobre Panteno no podemos emitir más
que hipótesis; si algo podemos decir, es q u e lo q u e fué Clemente lo había sido y a
Panteno" (p. 184). Cf. CASEY, The Excerpta ex Theodoto, pp. 5-16; también infra,
p. 200, n. 31.
( u ) Ediciones: Patrología Griega, que reproduce la edición de Oxford de 1705,
vol. VIII y IX; O. STAEHLIN, 3 vols., en el Corpus de la Academia de Berlin> Leipzig,
1905-1909. Es el texto que citaremos nosotros. HORT-MAYOR en Miscellanies Book, V I I ,
Londres, 1902; R. P . CASEY, The Excerpta ex Theodoto of Clement of Alexandria,
I, Londres, 1934.
Estudios: FREPPEL, Clément d'Álexandrie, París, 1865; E. DE FAYE, Clement d'Ale-
xandrie, 2» ed., París, 1906; R. B. TOIXINTON, Clement of Alexandria y A Study in
Christian Liberalism, Londres, 1914, 2 vols.; J. PATRICK, Clement of Alexandria,
Londres, 1914; BOUSSET y M U N C K , obras citadas, p , 227, n. 2; BARDY, Clément d'Ale-
•xandrie (colección Les moralistes chrétiens), París, 1926; O. STAEHLm, Des Ciernen»
198 H I S T O R I A DE LA IGLESIA

plación de Dios y del Verbo; pero, si tiene el encanto de las intuiciones, tiene
también sus defectos: toma siempre la cuestión sintéticamente, o mejor: en
todo su conjunto; mas luego es incapaz de analizarla y se deja llevar
de sus impulsos espontáneos y de sus reminiscencias. Si añadimos a esto que
su obra más importante, los Strómata, es una obra inacabada y que quiso
deliberadamente desconcertar a su lector, se comprenderá fácilmente que
su lectura ofrece dificultades extraordinarias a cualquiera que quiera estu-
diarla. Uno de los críticos que más h a n admirado los Strómata, los juzga así.
"Es quizá el escrito más importante de toda la literatura cristiana de los
siglos I I y n i ; pero tampoco le h a y más difícil" ( 1 2 ).
No tenemos datos ciertos de la vida de Clemente sino durante veinte o vein-
ticinco años. Había nacido hacia el 150, probablemente en Atenas ( 13 ) y en el
paganismo ( 1 4 ). No nos ha contado su conversión pero podemos suponer, no
sin verosimilitud, que fué resultado de una larga búsqueda de Dios; como la
que nos describe Justino. Sus libros atestiguan, efectivamente, u n ardiente
deseo de saber religioso; su alma va buscando por el m u n d o ese saber, a
quienquiera que pueda dárselo, hasta que por fin encuentra a Panteno que
se lo da cumplido.
Estos años de búsqueda ansiosa h a n dejado huella profunda en el alma de
Clemente. Lo que se advierte sobre todo es el celo por la tradición y princi-
palmente por la tradición oral ( 1 5 ) ; por este rasgo y por las continuas alu-

cón Alexandreia ausgewáhlte Schriften aus dem griechischen übersetzt, Munich, 1934;
2 vols.; introducción, I, pp. 9-68; A. BELTRAMI, Clemente Alessandrino nelVOttavio
di Minucio Felice, en la Rivista di filología e d'istruzione classica, t. XLVII, 1919,
pp. 366-380; t. XLVIII, 1920, pp. 239-252.
( 12 ) E. DE FAYE, op- cit., p. 45; cf. TILLEMONT, Saint Clément d'Alexandrie, art.
V, p. 194: "Blondel ha hecho un gran catálogo con los puntos en que se ha equi-
vocado . . . y dice que su entendimiento, su juicio crítico, fué inferior a su memoria,
a su amplitud de espiritu y a su erudición. Otros dicen que es más fuerte en Ja
moral que en el dogma; que abusa de la alegoría, que escribe casi siempre sin orden
y sin lógica. Es verdad que en sus Strómata hay muchos razonamientos falsos y
muchas cosas que no agradan, o por su fondo o por el modo de exponerlas..."
Pero al fin del artículo siguiente, Tillemont hace notar que "Dios nos juzga más
por el corazón que por la mente". Muchos santos le han tributado grandes alaban-
zas: Alejandro de Jerusalén (Hist. Eccl. de EUSEBIO, VI, xi), San Jerónimo (De viris
illustribus, xxxvm), Cirilo de Alejandría (In Júlianum, VI, P. G., LXXVI, 813),
Máximo el Confesor (Disputatio cum Pyrrho, en P. G., XCI, 317).
(13) Sobre el lugar de su nacimiento había ya dos tradiciones en tiempos de San
Epifanio (Hmr., XXXII, vi): Atenas y Alejandría; pero la segunda suposición, la
de Alejandría, se formó sin duda por la larga estancia de Clemente en esta ciudad;
la primera está más de acuerdo con los Strómata, I, xi.
( 14 ) Pmdagogus, I, i, 1; II, vm, 62; EUSEBIO, Prasp. Evang., II, n, 64.
( 15 ) Éclogas, xxvii: "Los presbíteros no escribían; no querían que el cuidado de
enseñar la tradición estuviese dificultado por el cuidado de escribir, y no querían
perder, escribiendo, el tiempo que necesitaban para preparar lo que debían decir.
Quizás pensaban también que el trabajo de enseñar y el de escribir eran de natu-
raleza muy distinta y dejaban el segundo para aquellos que estuviesen hechos para
él". Después hace notar el peligro y la necesidad de escribir: "El depósito trans-
mitido por los presbíteros, escrito, se sirve del ministerio del amanuense para hacer
llegar la tradición y salvar a aquellos que la reciban. Así como la piedra de imán
no atrae más que el hierro, aunque se le aproxime otra materia, en virtud de la
semejanza de su naturaleza, así los libros, aunque lleguen a muchos, no arrastran,
sin embargo, sino a aquellos que son capaces de comprenderlos... |Lejos del gnós-
tico la envidia! Así se pregunta qué es peor, ofrecer a un indigno o rehusar a un
digno, y llevado de su amor prefiere correr el riesgo de comunicar (la gnosis) no
solamente a todos los que pueden recibirla convenientemente, sino también a veces
a quien, siendo indigno, la pide insistentemente y no por esta demanda —pues no
ESCUELA DE ALEJANDRÍA ANTES DE ORÍGENES 199

siones a la enseñanza de los presbíteros ( 1 6 ) se asemeja a Ireneo; se percibe


la misma veneración en estos dos grandes cristianos por la tradición de los
presbíteros, hecho tanto más significativo, cuanto que se trata de dos espí-
ritus totalmente distintos. Lo que Ireneo admira sobre todo en ella, es su
carácter de sol único que ilumina a todos los hombres, de bien común a todos;
Clemente la considera como el depósito sagrado que no se debe transmitir
sino a los que son dignos de él y preferentemente por medio de la enseñanza
oral; porque la palabra escrita está expuesta a ser profanada.
Para las almas bien preparadas, la comunicación de la gnosis será u n a
revelación que les hará pasar del sueño a la conciencia clara ( 1 T ), de las
sombras a la luz. Clemente h a sentido más de u n a vez esta iluminación y toda
su ambición fué pasar la vida en u n continuo estremecimiento, exaltación y
alabanza de Dios; esta ambición h a podido a veces estar mezclada con falsas
ilusiones; pero sin embargo levanta el alma del doctor de Alejandría hacia el
más alto ideal.
Clemente comenzó sin duda por ayudar a Panteno y luego le sucedió. Pa-
rece que su enseñanza duró, a lo más, unos quince años: inaugurada hacia el
año 190, fué interrumpida por el edicto de persecución de Severo, en 202 ( 1 8 ) .
Hacia el 211 le vemos junto al obispo Alejandro en Capadocia; éste había sido
discípulo suyo y le guardó siempre la más fervorosa adhesión. Escribiendo, a
la Iglesia de Antioquía, hace que Clemente lleve su carta, al que presenta así:
"Os envío este escrito, mis queridos señores y hermanos, por medio de Cle-
mente, sacerdote santo, hombre virtuoso y digno de estimación, como vosotros
mismos lo sabréis y comprobaréis. Su presencia aquí, por la providencia vigi-
lante del Señor,, ha dado incremento y fuerza a la Iglesia" ( 1 9 ) .
Como se ve por este testimonio, Clemente en su destierro no h a permane-
cido inactivo; como buen sacerdote ha continuado su ministerio sacerdotal.
Pero Capadocia no era Alejandría y aquí Clemente no encontró su Didascáleo.
Estas nuevas condiciones de vida, vida menos activa, menos cargada de respon-
sabilidades, explican quizá el carácter de los dos últimos Strómata, com-
puestos entonces: las .aspiraciones místicas se sienten m á s apremiantes, m á s
ardientes; pero muchas veces confusas, llevando al alma hacia u n a beatitud
que los simples fieles n o pueden comprender.
Por lo demás, este último período de su vida fué breve; hacia el 215 ó 216
Alejandro h a llegado a obispo de Jerusalén y, escribiendo a Orígenes, le,habla
de Clemente como de hombre que h a muerto ya C 20 ). i

conoce la vanidad—, sino por la perseverancia de aquel que la pide así; pues en
esta petición insistente se ejercita en la fe". Este tema es de nuevo tratado por
Clemente en sus Strómata, I, i-x; VII, x, 55, 6. Cf. sobre estos capítulos xxvn-xxxvii
de los Excerpta, BOUSSET, op. cit., p. 188.
(16) Los textos de Clemente sobre los presbíteros han sido reunidos por HARNACK,
Geschichte der Literatur, t. I, p. 192; cf. DE FAYE, op. cit., p. 24, n.- 1.-
(17 ) Eclogce, xxxv.
(18) El edicto prohibía toda conversión al cristianismo (cf., p. 100); naturalmente,
una escuela como la de Clemente era alcanzada por el edicto de manera especial.
( 19 ) Citado por EUSEBIO, Hist. Eccl., VI, xi, 6.
(20) EUSEBIO, Hist. Eccl-, VI, xiv, 8-9. Citado más abajo, p. 217. Clemente ha
recibido durante algún tiempo culto local. Cf. TILLEMONT, op. cit-, p. 195: "Dijimos
que su fiesta la han señalado muchos martirologios el 4 de diciembre, y aunque su
nombre no se lee en el romano de Baronio, esto no ha impedido que se hayan
sacado diversos pasajes de sus escritos para ponerlos en el propio de la Iglesia de
París, dándole también el nombre de santo. Y asegúrase que si bien en Roma se
mostró en un primer momento cierta sorpresa, cedióse pronto a la autoridad de
Usuardo y pareció extraño que Baronio no lo hubiera hecho figurar en el suyo,
200 HISTORIA DE LA IGLESIA

SUS OBRAS La obra capital de Clemente es la trilogía formada por el Pro-


tréptico, el Pedagogo, los Strómata. Antes de analizar estos
tres libros, debemos mencionar brevemente otros, entre los cuales se encuen-
tra u n a homilía Sobre la salvación de los ricos ( 2 1 ). Este corto tratado es m u y
interesante, pues nos da a conocer no tanto al educador y al filósofo, que
aparece en las obras principales de Clemente, como al sacerdote celoso por la
salvación de los fieles. El fragmento más popular de esta corta composición
es,el relato con que concluye: la historia de San J u a n y del joven ladrón ( 2 2 ).
Del mismo corte que esta homilía es u n fragmento de u n a exhortación a la
paciencia, dirigida a los nuevos bautizados ( 2 3 ), fragmento que nos h a sido
conservado ( 2 4 ).
Otra obra de Clemente son las Hipotiposis o Bosquejos comentarios alegó-
ricos sobre pasajes del Antiguo y del Nuevo Testamento; de ella no nos quedan
más que fragmentos debidos la mayor parte a citas de Eusebio ( 2 B ); y en una
versión latina u n fragmento más considerable sobre las epístolas católicas ( 2 6 ).
Focio h a emitido u n juicio muy severo sobre esta obra. La encuentra blasfema
y no cree que sea obra auténtica de Clemente ( 2 T ). Conocemos tan poco estos
íibros que no podemos examinar y valorar el juicio de Focio ( 2 8 ).
E n ellos h a y una buena parte de inspiración original; pero los manuscritos
de Clemente .contienen también colecciones o, si se quiere, apuntes de obras
de procedencia m u y diversa, reunidos con vistas a u n a elaboración ulterior.
Así, por ejemplo, el libro publicado como VIII Strómata ( 29 ) y sobre todo
los Excerpta ex Theodoto y Écloga; profeticaz ( 3 0 ). Estos apuntes tienen gran-
dísimo interés porque nos dan a conocer algunos predecesores de Cle-
m e n t e ( 3 1 ) . Entre las doctrinas que se encuentran en estos textos h a y algunas

habida cuenta que el de Usuardo fué por largo tiempo el martirologio ordinario de
la Iglesia, y aun continuaba siéndolo en distintos sitios." La cuestión ha sido defini-
tivamente resuelta por la carta de Benedicto xiv, al rey de Portugal, fechada en el
primero de julio de 1748; confirma la exclusión dictada por Clemente VIII a reque-
rimiento de Baronio, fundándose en tres razones: no se puede probar la heroicidad de
sus virtudes; no consta su culto público; la doctrina es, si no errónea, sospechosa en
muchos puntos: "Quisquís, citra partium studia, maturo judicio secum expendat quse
a nobis hucusque prolata sunt, prorecto fateri cogitur Clementis Alexandrini doctrinam
saltem suspectam esse de erroribus"
( 21 ) Es citada ordinariamente con la traducción latina de su titulo "Quis dives
salvetur", ed. STAEHLIN, t. IÍI, pp. 159-191; P. G., IX, pp. 603-652. Su fecha es
dudosa. Cf. la edición de P. M. BARNARD, Texis and Studies, V, 2.
í 22 ) Reproducido por Eusebio, Hist. Eccl., III, xxm, 5. Cf. BARDY, op. cit.,
pp. 137-140.
í 23 ) BARNARD, op. cit., pp. 47 y ss.; ed. STAEHLIN, t. III, pp. 221-223. BARDY, op.
cit., pp. 236-240.
(2*) En un manustcrito del Escorial.
(25) Ed. STAEHLIN, t. III, pp. 195-202.
(36) Este fragmento lleva el título de Adumbrationes Clementis Alexandrini in
Epístolas canónicas, ed. STAEHLIN, t. III, pp. 203-215; ZAHN, Forschungen zur Ges-
chichte des N. T- Kanons, t. III, pp.. 134 y ss.
(2?) Codex 109-111 (P. G., CIII, 384-5).
( 28 ) ZAHN (op. cit., pp. 138-147) se dedica a probar que no ha sido interpolada.
Mencionaremos nada más los otros fragmentos sobre la Pascua (ed. STAEHLIN, t. III,
p. 216), sobre el canon eclesiástico (ibíd., p. 218), sobre la Providencia (ibíd., p. 219)
y fragmentos de cartas (ibíd., p. 223).
C29) Ed. STAEHLIN, t. III, pp. 80-102; P. G., IX, 557-602. Cf. supra, p. 197, n. 10:
(SO) Ed. STAEHLIN, t. III, pp. 103-133; 135-155; P- G., IX, 681-697; 697-728. CASEY,
The Excerpta ex Theodoto, Londres, 1934.
( s l ) P. COLLOMP ha estudiado estas colecciones en Revue de Philologie, t. XXXVII
1913, pp. 19-46; ha investigado sobre los orígenes y ha llegado a señalar una fuente
judía cuya influencia se nota también en algunos pasajes de las Homilías ciernen-
ESCUELA DE A L E J A N D R Í A A N T E S DE ORÍGENES 201

que siempre fueron rechazadas por Clemente, por ejemplo, el representar a


Dios bajo forma material ( 3 2 ) ; y otras que, sin ser explícitamente condenadas
por él, son extrañas a su pensamiento, como, por ejemplo, la concepción pita-
górica que considera todo el mundo regido por el dualismo de los principios
opuestos masculinos y femeninos ( 3 3 ) ; pero también h a y temas de los que
gusta Clemente y que desarrollará con placer particular, como la jerarquía
espiritual de los seres ( 3 4 ). Todo este conjunto híbrido, donde junto a ele-
vadas aspiraciones místicas vemos torpes imaginaciones materialistas, nos da
una idea del ambiente en que se formó y vivió Clemente.

LA TRILOGÍA En la trilogía formada por el Protréptico, el Pedagogo y los


Strómata, Clemente se propone formar gradualmente a sus
discípulos: "El guía celeste, el Logos, se llama Protréptico, el que convierte,
cuando invita a los hombres a la s a l v a c i ó n . . . Pero en su papel^. de médico
y de p r e c e p t o r . . . recibirá el nombre de P e d a g o g o . . . el alma enferma tiene
necesidad del pedagogo que la ha de curar de sus pasiones y luego del doc-
tor que la ha de hacer apta para c o n o c e r . . . la revelación del Logos. Así, el
Logos, queriendo llevar a cabo, paso a paso, nuestra , salvación, sigue u n
método excelente: primero convierte, después disciplina, y finalmente ins-
truye" ( 3 5).
Este programa señala m u y bien la preocupación,de Clemente: la educación
progresiva de las almas; por medio de sus libros, no pretende satisfacer la
curiosidad, sirio propagar y perpetuar la,educación del Didascáleo: en primer
lugar, arrancar a los paganos de la idolatría; luego, formarlos en la moral
cristiana y por fin, instruirles en el dogma cristiano. De este largo plan así
esbozado, las dos primeras partes h a n sido realizadas en el Protréptico y el
Pedagogo y la tercera, parcialmente al menos en los Strómata" ( 3 6 ).

EL PROTRÉPTICO De toda la Trilogía, el Protréptico es el más fácil de ana-


lizar: es u n a calurosa exhortación a escuchar al Verbo de
Dios, único Maestro.
Una antigua leyenda cuenta que Eunomio de Locres cantaba u n día en
Delfos ante el pueblo reunido; se rompió una cuerda de su cítara; una cigarra
se lanzó sobre el instrumento y su canto reemplazó a la cuerda rota. Vosotros
creéis estas fábulas y no creéis la verdad que anunciamos; hacemos descender
del cielo la Sabiduría que nos da su mano soberana, la inteligencia, para
nuestra salvación. Esta es la armonía extendida por todo el mundo, que hace
tinas. Esta investigación ha servido a las ulteriores de BOUSSET, las conclusiones de
este último, op. cit., van mucho más lejos que las de Collomp; pero son más inseguras.
CASEY, op. cit., pp. 5-16 descarta las hipótesis de Bousset y atribuye al mismo Clemente
todo lo que no es de Teódoto.
(32) Excerpta, x-xvi; cf. COLLOMP, op. cit., p. 21.
(33) Excerpta, x-xxvii; cf. COLLOMP, op. cit., pp. 27-29.
( 34 ) Excerpta, x-xu, xxvn, Éclogas, LI-LVII, cf. COLLOMP, op. cit., pp. 22, s.;
BOUSSET, op. cit., pp. 161 y 190-192.
( 35 ) Pcedagogus, I, 1.
(36) A este último punto ha respondido A. DE FAYE (op. cit-, cap. 4, "El maestro";
cap. 6: "El verdadero carácter de los Strómata"; apéndice II: "Del plan de los Stró-
mata". Los Strómata no serian para él más que una obra preparatoria, destinada a recha-
zar las objeciones que oponían a la filosofía gentes poco cultas; luego debería seguirles
otro libro, el Didascáleo, que no fué escrito. Parece que en esta discusión De Faye
da demasiada lógica al pensamiento de Clemente. No podemos decir que los Strómata
sean la obra acabada que soñó Clemente, pero son su esbozo. Cf. PHAT, Projets litté-
raires de Clément d'Alexandrie, en Recherches de Science réligieuse, t. XV (1925),
pp. 234-257, sobre todo pp. 238-241. Es muy difícil determinar las fechas de estas
202 HISTORIA DE LA IGLESIA

resonar al hombre por medio del Espíritu Santo; el mismo Logos es el ins-
trumento perfecto de Dios. Este canto salvador resonaba en el mundo desde
el principio, pero recientemente se ha hecho oír, tomando u n nombre nuevo:
Cristo, Dios y hombre. Lo que preexistía se ha manifestado; el Demiurgo ha
aparecido como Didascalo y vivificará como Dios.
Tras de esta brillante introducción, Clemente hace la crítica del politeísmo,
de sus misterios, de los sacrificios, de los ídolos (caps, I I - V I I ) ; sin embargo,
reconoce que en los filósofos, sobre todo en Platón, h a y alguna verdad: viene
de fuente divina, y también ha sido tomada de los judíos; asimismo los poetas
han recibido algunas iluminaciones del Logos divino.
La exhortación vuelve a brotar con ardor apremiante:
"Si el sol no existiese, por todas partes se extendería la noche a despecho de. los
demás astros; si no conociésemos al Logos, si no nos iluminase, no seríamos de más
precio que los pollos, cebados en la oscuridad y destinados a la parrilla. Recibamos
la luz para recibir a Dios; recibamos la luz y seremos discípulos del Señor. Ha hecho
esta promesa al Padre: publicaré entre mis hermanos tu nombre y lo celebraré en
la asamblea pública. ¡Sí, celebra a tu Padre, oh Verbo, y hazme conocer a Dios!
Tus revelaciones me salvarán, tus cantos me instruirán; pues hasta ahora he errado,
buscando a Dios. Señor, pues que Tú me iluminas, que gracias a Ti encuentre a
Dios y reciba al Padre y sea heredero contigo, ya que no te has avergonzado de tu
hermano" ( 3 7 ).

Este rápido bosquejo nos descubre el atractivo de Clemente: piedad emocio-


nada y tierna, al mismo tiempe que entusiasmo impulsivo. Su gran preocu-
pación es la formación moral. Como Justino, Clemente ve en Jesús nuestro
único maestro: Justino le pedía ante todo la revelación, Clemente la conversión
total. La espera de El y sólo de E l ; por esto, para Clemente es la misma evi-
dencia que el cristianismo trasciende a toda filosofía y a toda otra reli-
gión ( 3 8 ) . Este cristianismo profundo y sincero es lo que a u n hoy nos inte-
resa en el Protréptico; la hiedra, el tirso, no son más que hojarasca; pero estas
exhortaciones serán siempre vibrantes y conmovedoras como el primer día en
que se escribieron.

EL PEDAGOGO El Protréptico es el más sobrio y el mejor compuesto de los


libros de Clemente; los demás están cargados de doctrina,
llenos de digresiones, de manera que no podemos seguir su exposición al
detalle, sino que daremos a grandes rasgos la marcha general del pensamiento
y luego analizaremos las principales concepciones que forman la trama de
estos libros.
El Pedagogo ( 3 9 ) tiene por objeto la reforma moral del cristiano; está divi-
dido en tres libros: los dos últimos nos dan a conocer la doctrina del Pedagogo
y el primero nos revela su persona.

obras. HARNACK (Chronologie, apéndice, pp. 541 y ss.) corrigiendo su texto, pp. 9-11
cree que el Protréptico ha sido escrito entre el 180 y el 190; los Strámata I-IV y el
Pedagogo entre el 190 y el 202. Los Strámata V-VII serían posteriores a su
salida de Alejandría, en 202. BOUSSET (Schulbetrieb, p. 218, n.) piensa de la misma
manera. TOLLINTON (op. cit., t. II, pp. 329-331) cree, por el contrario, que toda la
Trilogía ha sido compuesta en Alejandría; Hipotiposis sería obra posterior. Sin pre-
tender resolver cuestión tan oscura, adoptamos, a título de hipótesis, la cronología
de Harnack.
( 37 ) Protréptico, xi, 113, 3-5. Cf. DE FAYE, op. cit., p. 67.
( 38 ) Cf. DE FAYE, op. cit., p. 69.
(3B) Ed. STAEHLIN, t. I, pp. 87-340; P. G., VIII, 247-648. Sobre la moral expuesta
en este libro, cf. BARDY, op. cit., pp. 26 y ss. Cf. la versión italiana del Pedagogo por
A. BOATTI, Turín, 1912 y también la de A. MAZZI, Verona, 1917.
ESCUELA DE ALEJANDRÍA ANTES DE ORÍGENES 203

"Nuestro pedagogo es imagen de Dios, su Padre; es hijo de Dios, sin pecado, sin
tacha; su alma es impasible; Dios inmaculado bajo forma humana, ministro de la
voluntad del Padre, Verbo de Dios, que está en el Padre, que procede de la diestra
del Padre, Dios bajo forma humana; es para nosotros la imagen inmaculada que
con todas nuestras fuerzas tenemos que esforzarnos por copiar en nuestra alma; está
totalmente libre de todas las pasiones humanas; sólo El juzga, porque sólo El está sin
pecado; pero nosotros debemos esforzarnos cuanto nos sea posible por no pecar" (4°).

Así en el mismo u m b r a l de la moral cristiana aparece el Verbo encarnado


y el antiguo precepto, "imitad a Dios", toma u n nuevo valor. Este Dios está
próximo a nosotros por su humanidad y al mismo tiempo es la imagen inmacu-
lada del Padre, el Modelo ideal que todos tratamos de copiar. Estas grandes
ideas se repiten bajo mil formas diversas en el curso del primer libro y de
paso Clemente refuta las diversas herejías que amenazan la fe cristiana. No se
detiene en la controversia; pero pone a plena luz las verdades: los gnósticos
imaginan castas en ,el cristianismo, oponen los psíquicos a los neumáticos
y esto es u n error pernicioso:

"Desde que somos regenerados por el bautismo, recibimos el don perfecto al que
aspiramos; porque hemos sido iluminados, es decir, hemos recibido el conocimiento
de Dios y no puede ser imperfecto el que ha conocido lo perfecto... Bautizados, somos
iluminados; iluminados, somos hijos de Dios; hijos de Dios, recibimos un don per-
fecto; y, al recibir un don perfecto, tenemos la inmortalidad... Nosotros, los bauti-
zados, redimidos del pecado, cuya oscuridad obstaculizaba al Espíritu Santo, tenemos
libres los ojos del espíritu, transparentes, luminosos, y con ellos vemos a Dios,
habiéndose difundido el Espíritu Santo sobre todos nosotros desde lo alto del cielo.
Penetrados por este rayo de luz eterna, podemos ver la luz eterna; porque lo semejante
ama lo semejante; lo que es santo es amado de la fuente de toda santidad, que es
esencialmente luz. Vosotros, que erais tinieblas y ahora sois luz en el Señor... Todos
vosotros, que habéis sido bautizados en Cristo, habéis revestido a Cristo y ya no hay
judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer, sino que todos sois uno en Cristo
Jesús. No puede decirse que los unos son gnósticos y los otros psíquicos en el mismo
Verbo, sino que todos, despojados de los deseos carnales, sois iguales y pneumáticos
en el Señor" ( 4 1 ).

Hemos abreviado, a pesar nuestro, esta cita, esta, página brillante cuyo con-
tenido es de valor fundamental. Clemente no se hace ilusiones sobre la per-
fección del cristiano; reconoce que ,1a fe no es más que el punto de partida
y que el término será la posesión eterna de las promesas; pero la fe nos da la
prenda segura de estas promesas: "El que cree en el Hijo tiene la vida
eterna" ( « ) .
No h a y que soñar en otros privilegios; nada h a y sobre la adopción divina
y la vida eterna, y estos dones supremos están garantizados a todos los cris-
tianos por el hecho de su bautismo.
Esta vocación única de todos los cristianos procede del único Dios y estos
dones se nos dan a todos por la única Iglesia:
"¡Oh misterio admirable! No hay más que un Padre del Universo, no hay más
que un Logos del Universo y el Espíritu Santo es también único en todas partes. No
hay más que una madre virgen, que llamamos Iglesia... Esta madre sola no ha
tenido leche; porque no es mujer, sino que es virgen y madre; pura como una
virgen, amorosa como una madre; llama a sus hijos y los nutre de una leche santa,
el Logos hecho niño" ( 4 3 ).

(*>) Paedag., I, n, 4, 1-2.


(«) Ibíd., I, vi, 25, 1; 26, 1; 28, 1-2; 31, 1-2.
(«) Ibíd., 28, 5-29, 1.
( 43 ) Ibíd., I, vi, 42, 1. Cf. BATIFFOL, L'Eglise naissante, p. 314.
204 H I S T O R I A DE LA IGLESIA

Este hermoso texto es eco de una doctrina que hemos oído muchas veces
a lo largo del siglo n : la maternidad de la Iglesia, que el viejo Hermas vene-
raba ya con ternura emocionante ( 4 4 ). También Ireneo había dicho que el
Verbo por su encarnación se había hecho leche para los niños ( 4 3 ). Todos estos
símbolos se fundan en una misma corriente mística que arrastra a las almas
hacia la Iglesia; y por lo que respecta a Clemente, no es la Iglesia soñada por
los gnósticos en las brumas lejanas del Pleroma, sino la Iglesia visible, única
que lleva en su seno a todos los cristianos y los nutre del Verbo único ( 4 6 ).
Esta alta teología desarrollada a lo largo del primer libro, domina todo el
Pedagogo y es ella la que da a la ética de Clemente su carácter cristiano.
Si se examinan al detalle los preceptos morales, muchas veces vemos que
Clemente se sirve de Musonio, de Cicerón, de Galieno, y sobre todo de Fi-
lón ( 4 7 ). Esta dependencia no tiene nada de sorprendente y en esta misma
época, podríamos notar otros muchos ejemplos, sobre todo en los tratados de
moral. Pero más interés que la investigación de sus fuentes, tiene para nos-
otros el estudio de las tendencias morales, que se advierten en medio de los
preceptos y prohibiciones que se acumulan en estos libros ( 4 8 ).
Por las mismas fechas Tertuliano se dedicaba también en Cartago a escribir
sobre doctrina moral; pero qué distancia tan grande entre los dos: Tertuliano
arrebata por la fuerza del estilo; pero sus ataques no van contra los defectos
y ridiculeces de los libros, sino contra ciertas formas de vida; y sus condena-
ciones son tan ásperas que corre peligro de herir en vez de sanar. El sacer-
dote de Alejandría no tiene ese vivo fuego del sacerdote de Cartago, n i sus acen-
tos trágicos; denuncia con fina ironía los absurdos de la vida m u n d a n a ( 4 9 ) ;
tiene u n sentido m u y justo de lo que es digno de los cristianos y es conve-
( 44 ) Cf. t. I, p. 290.
(45) "£l 5 e\ pan perfecto del Padre, nos es dado a nosotros niños pequeños bajo la
forma de leche: es su presencia humana; quería que nutridos por su carne y habi-
tuados por este alimento a comer y a beber al Verbo de Dios, pudiésemos asimilar
el pan de inmortalidad que es el Espíritu del Padre" (Adv. Haer., IV, xxxvin, 1).
( 46 ) La insistencia con que Clemente afirma esta unidad de Dios y de la Iglesia es
una reacción contra el marcionismo, y no es el único lugar de este libro en que se
nota esta preocupación por la controversia: "Nuestro Pedagogo es el Dios santo,
Jesús, el V*rbo que instruye a toda la humanidad, el Dios amigo de los hombres".
El es el que hizo salir a su pueblo de Egipto, quien lo formó lentamente en el
desierto; El es quien se apareció a Abrahán, a Jacob, a Moisés (I, vn, 55, 2-58, 3).
Esta controversia es más clara y directa en los capítulos vm-xii, donde Clemente
prueba contra aquéllos que lo niegan que el mismo único Dios es justo y bueno.
Puede unirse a esto la defensa de la Ley: Stróm. I, xxvn, 171. Cf. BARDY, op. cit.,
p. 128.
( 47 ) La dependencia de Musonio ha sido sobre todo estudiada por WENDLAND,
Qucestiones Musoniance, Berlín, 1886; más tarde Wendland mismo se ha corregido:
Beitráge zur Geschichte der griechischen Philosophie, Berlín, 1895, p. 68 y ss.; Theo-
logische Literaturzeitung, 1898, p. 653: Clemente no habría copiado a Musonio
directamente, sino de las notas tomadas por un alumno de las conferencias de Mu-
sonio. Cf. DIELS, Doxographi Grceci, pp. 129-132; BARDENHEWER, Geschichte der alt-
kirchlichen Literatur, t. II, p. 39. La fuente más veces utilizada es Filón; las relacio-
nes entre uno y otro han sido indicadas por STAEHLIN en las notas a su edición.
(48) El lector que, sin tener tiempo para seguir al detalle todas las sinuosidades
del texto, desee conocer su dirección y su acento propio, no puede desear mejor
guía que BARDY (op. cit., en particular en la segunda parte, La vie chrétienne, pp.
142-245).
(49) Puede leerse, por ejemplo lo que se dice del adorno y compostura, en Peed., II,
VIII, 65-68 y xn, 118. Cf. BARDY, op. cit., pp. 156-159. Nótese aquí mismo la mode-
ración del moralista: permite a las mujeres adornarse para agradar a sus maridos,
pero deberán "reducirlos suavemente a una vida más sencilla, acostumbrándolos
poco a poco a una mayor moderación" (Ibíd., III, xi, 57; Cf. BARDY, op. cit., p. 160).
ESCUELA DE ALEJANDRÍA ANTES DE ORÍGENES 205

n i e n t e p a r a ellos ( 5 0 ) y p r o y e c t a s o b r e t o d a l a v i d a c r i s t i a n a ese m a g n í f i c o
i d e a l h u m a n o , q u e U o s m e j o r e s e n t r e los p a g a n o s h a n a l a b a d o y q u e C l e m e n t e
h a p i n t a d o c o n s u s m i s m a s p a l a b r a s , i l u m i n á n d o l o t o d o c o n el m o d e l o i d e a l
Cristo Jesús.
Estos r a s g o s s e ñ a l a d o s c o n t a n t a i n s i s t e n c i a e n el l i b r o p r i m e r o , r e a p a r e c e n
a l f i n d e l a lobra, n a c i d o s d e a r d i e n t e i n s p i r a c i ó n :

"¡Nutrámonos de esta bienaventurada pedagogía! Completemos en nosotros l a


belleza de la Iglesia ( 5 1 ) ; y como niños corramos a esta buena madre. Llegados a
ser oyentes del Verbo, glorifiquemos la bienaventurada dispensación por la que el
hombre es educado; santificado como hijo de Dios, la instrucción que recibe sobre
la tierra le hace ciudadano de los cielos; aquí encuentra al Padre que aprendió a
conocer en la tierra, y toda esta formación, esta enseñanza esta educación, es el Verbo
quien la d a . . . Completemos este elogio del Verbo orando a El. ¡Sé propicio a tus
hijos, Pedagogo, Padre, Auriga de Israel, Padre e Hijo que sois una sola cosa, Señor!
Concédenos que, siguiendo tus mandamientos, lleguemos a hacer una acabada copia de
la imagen; que sintamos, cuanto nos sea posible, que Dios es bueno y no sólo juez severo;
concédenos vivir en tu paz, ser transportados a tu ciudad, atravesar sin naufragio el
océano del pecado, llevados por la dulce brisa del Espíritu Santo, la Sabiduría ine-
fable y que cantemos día y noche, hasta llegar al día eterno, u n cántico de acción
de gracias al único Padre e. Hijo, Hijo y Padre, al Hijo Pedagogo y Maestro, con
el Espíritu Santo. Todo al Único, en quien todo y por quien todo es uno, por quien
es la eternidad de que somos todos miembros, a quien es la gloria y los siglos.
Amén. (52).

LOS STROMATA Las obras que acabamos de reseñar n o nos enseñan m á s


q u e l a p r e p a r a c i ó n m o r a l d e l c r i s t i a n o : el Protréptico
c o n v i d a a e l l a , el Pedagogo l a e j e r c i t a ; p e r o t o d a esta e d u c a c i ó n está e n c a m i -
n a d a a u n f i n m á s a l t o , e l c o n o c i m i e n t o t e o l ó g i c o . A esta c i m a q u i e r e n l l e v a r
l o s Strómata al cristiano.
Los siete l i b r o s d e los Strómata ( 5 3 ) son l a o b r a m á s e x t e n s a d e C l e m e n t e y
t a m b i é n l a q u e m á s se r e s i s t e a l a n á l i s i s . E l t í t u l o d e Strómata o Tapices era
bastante corriente entonces (54). El mismo Clemente nos da la explicación
d e este t í t u l o : u n l i b r o d e este g é n e r o es c o m o u n c a m p o l l e n o d e t o d a c l a s e
d e p l a n t a s ; u n h o m b r e d i l i g e n t e , e n c o n t r a r á e n él l o q u e b u s c a ; p e r o e s ' n e c e -
s a r i o q u e l o b u s q u e ( 5 5 ) , y e n l a s p á g i n a s q u e s i g u e n d e m u e s t r a el a u t o r
l a r g a m e n t e l a u t i l i d a d d e los s í m b o l o s , q u e d a n a c o n o c e r l a v e r d a d sólo
a a q u e l l o s q u e m e r e c e n c o n o c e r l a ( 5<3 ). N o p u e d e s o r p r e n d e r n o s , d e s p u é s d e
estas a c l a r a c i o n e s , q u e l a m a r c h a g e n e r a l d e l l i b r o sea a v e c e s d e s c o n c e r t a n t e

(50) Véase por ejemplo los consejos dados a las mujeres: Cf. BARDY, op. cit.,
pp. 204-220. Citemos nada más uno o dos rasgos: "La hermosura es la flor natural
de la salud, que trabaja en el interior del cuerpo y hace aparecer el estado del
organismo desarrollado y floreciente. H e aquí por qué las actividades más bellas y
sanas, ejercitando el cuerpo, le dan la belleza sana y durable" (Peed., III, xi, 64,
3-65, 1). "El trabajo da a las mujeres la verdadera belleza: ejercita su cuerpo y lo
embellece naturalmente, no con ese adorno que exige el trabajo de los otros, adorno
sin encanto, propio para esclavas y cortesanas, sino con estos otros adornos que
la mujer honesta teje para sí con el trabajo de sus manos" (ibíd., 67, 1).
( 6 1 ) H e aquí en su texto griego esta frase de tan difícil traducción: TÓ KOÍKOV Trjs
«WíXijo-ías irXripÓKr&ntv irpóauírov.
( 5 2 ) Peed., III, X I I , 99, 1; 101, 1-2. Cf. BARDY, op. cit., pp. 241-243; Histoire du
dogme de la Trinité, t. I I , pp. 237-238.
( 5 3 ) Ya hemos dicho que el V I I I Strómata tiene distinto carácter (supra, p. 200).
( 5 4 ) Cf. AUUO-GÍSLIO, Noches Áticas, pref, § 11; DE FAYE, op. cit., pp. 96-98.
( 5 5) Stróm. IV, n , 4-8.
(56) Stróm. V, vm-ix, 19-66.
206 HISTORIA DE LA IGLESIA

y e l estilo oscuro. N o p o d e m o s s e g u i r a q u í todos los r e p l i e g u e s d e s u p e n s a -


m i e n t o s i n u o s o ; n o s c e ñ i r e m o s m á s b i e n a e x p o n e r los p r i n c i p a l e s p r o b l e m a s
q u e Clemente discute y las soluciones q u e propone. Estas discusiones nos inte-
r e s a n t a n t o m á s c u a n t o q u e n o sólo n o s d a n a c o n o c e r a l m a e s t r o d e l D i d a s -
cáleo, s i n o t a m b i é n a los c r i s t i a n o s q u e v i v e n e n t o r n o s u y o y q u e se s i e n t e n
arrastrados en opuestas direcciones por corrientes de ideas contrarias ( 5 7 ) .
A f i n a l e s ' d e l siglo s e g u n d o y p r i n c i p i o s d e l t e r c e r o , se o b s e r v a e n t o d a l a
Iglesia, en las Galias ( 5 8 ) , e n C a r t a g o ( 5 9 ) , e n Roma ( 6 0 ) , cierto desacuerdo
e n t r e l a fe p o p u l a r y l a t e o l o g í a s a b i a .
C i e r t a m e n t e q u e este d e s a c u e r d o n o l l e g a a l a c o n t r a d i c c i ó n : d e n t r o d e l a
I g l e s i a , sabios y s i m p l e s c o n f i e s a n l a m i s m a f e ; p e r o e l p u e b l o s e n c i l l o , a
q u i e n l a s h e r e j í a s g n ó s t i c a s h a n l l e n a d o d e p r e v e n c i o n e s , se i n q u i e t a c o n l a s
e s p e c u l a c i o n e s d e los sabios y éstos se i r r i t a n c o n esta d e s c o n f i a n z a d e l o s
fieles.
E s t e d e s a c u e r d o es m á s p a l p a b l e e n A l e j a n d r í a . C l e m e n t e se q u e j a a v e c e s
de la oposición q u e siente e n t o r n o suyo ( 6 1 ) .
Y a d e s d e el p r i n c i p i o d e s u s Strómata se n o t a esta p r e o c u p a c i ó n :

"¿Se debe n o escribir o h a y personas a las que se debe reservar este derecho? En
el primer caso, ¿para qué sirven las letras? En el segundo, ¿a quiénes se ha de
conceder el derecho de escribir? ¿a personas prudentes o a quienes no lo s o n ? ' . . Por
ejemplo, ¿habrá que permitir a Teopompo, a Timeo, autor de fábulas impuras; a
Epicuro, iniciador del ateísmo; a Hipponax, a Arquíloco que escriban sus vergon-
zosas obras, y prohibir al mismo tiempo al que proclama la verdad, que legue a la
posteridad los escritos que han de hacer bien?" (Stróm. I, i, 1-2).

Y e n este m i s m o Strómata, vuelve a insistir:

"No ignoro lo que discuten algunos ignorantes que se espantan de cualquier peque-
nez, a saber: que h a y que limitarse a las cosas esenciales, a las que tienen relación
con la fe y que se debe despreciar aquellas que vienen de fuera y que son superfluas."
(Ibíd., I, i, 18, 2 ) .

Y añade:
"Algunos que se creen dotados del espiritu, piensan que no h a y que tocar la
filosofía, ni la dialéctica, ni aplicarse al estudio del universo; reclaman la fe pura
y simple. Sin trabajar en la viña, quieren coger inmediatamente los racimos"
(Ibíd., I, ix, 43, 1 ) . . IJSjj

( 5 7 ) Estas oposiciones las hemos estudiado con más detalle en nuestros arts. de la
Revue d'Histoire Ecclésiastique, t. X I X , 1923, pp. 481-505, y t. XX, 1924, pp. 5-37,
sobre Le désaccord de la foi populaire et de la théologie savante dans l'Eglise chrétienne
du III siécle. Cf. infra, pp. 313 y ss.
( 5 8 ) El pensamiento de Ireneo es, como siempre en este, gran maestro, de una
gran prudencia; pero sus preferencias son claras y su desconfianza indudable. Cf.
supra, pp. 43-44, e infra, pp. 314-315.
(59) TERTULIANO, De Prazscriptione, V I I , 9-13; Adv. Prax-, I I I ; cf. infra, p. 314.
( e o ) Hipólito y Novaciano representan, entre otras tendencias, la oposición de los
teólogos, orgullosos de su ciencia, a los obispos de Roma, a los que juzgan dema-
siado sencillos o no sabios. La posición de Hipólito ha sido m u y bien caracterizada
por HARNACK, Dogmengeschichte, t. I, p. 741. "Hipólito tiene por gente sencilla a
Ceferino y a los otros, porque no quieren lanzarse en brazos de la nueva ciencia y
de su concepción «económica» de Dios". En cuanto a Novaciano, bastará recordar la
ironía de Cornelio contra "este dogmatizador, este protector de la ciencia eclesiás-
tica" (carta a Fabio, en ETJSEBIO, Hist. Eccl., VI, XLIII, 8) y las invectivas de Ci-
priano: "Que exalte, que alabe con orgullo su filosofía y su elocuencia" (carta a
Antoniano, Epist. LV, 24; cf- carta a Cornelio, Epist. LX, m ) .
(6 1 ) Cf. DE FAYE, op. cit., pp. 137 y ss:
ESCUELA DE ALEJANDRÍA ANTES DE ORÍGENES 207

Estos textos y otros muchos que podrían añadirse a ellos demuestran que la
situación en Alejandría estaba a más alta tensión que en Occidente: las
pretensiones y las suspicacias entre los simples fieles son más vivas y pro-
vocan entre los teólogos mayor irritación. E. de Faye explica esta descon-
fianza de los fieles, porque el peligro de los gnósticos se sentía en Alejandría
mucho más vivamente ( 6 2 ) ; explicación acertada, pero incompleta. En el seno
mismo de la Iglesia de Alejandría, h a y "gnósticos", es decir, cristianos que,
sin renegar de los dogmas tradicionales, n i de la obediencia debida a la Igle-
sia, aspiran a u n conocimiento más profundo y más sabio de los dogmas que
profesan. Es éste u n carácter propio del cristianismo alejandrino y es lo que
hizo que el problema en esta iglesia fuese más agudo y terrible.
Para resolverlo, Clemente en sus Strómata discutirá estos dos grandes pro-
blemas: las relaciones entre el helenismo y el cristianismo y las relaciones
entre la gnosis y la fe.

HELENISMO De los dos problemas, no es éste el más grave; pero


Y CRISTIANISMO es el que se destaca más abiertamente: el helenismo,
considerado sobre todo en su filosofía, ¿puede conci-
llarse con el cristianismo? ¿Cómo deben considerarlo los cristianos, como
u n peligro o u n auxiliar? A esta cuestión daba entonces Tertuliano la más
severa y tajante solución ( 6 3 ) , e Hipólito aportaba a la discusión de este pro-
blema más erudición que el africano; pero no más simpatía hacia el hele-
nismo y su filosofía, que eran, a sus ojos, fuentes de herejías. Clemente da
una solución totalmente opuesta. Es cristiano con toda su alma y con todas sus
fuerzas; pero esto no obsta para que guarde hacia la filosofía helénica una
ferviente gratitud, que se notaba ya en algunos apologistas, en particular en
Justino, aunque en ninguno de ellos con esa erudición opulenta que florece
en los libros de Clemente, sobre todo en los Strómata ( 6 4 ).
Esta fidelidad a la filosofía griega es tanto más de notar, cuanto que ya no
estamos en los tiempos de Justino. Durante los treinta o cuarenta años que
separan al maestro de Alejandría del maestro de Roma, la crisis gnóstica ha
conmovido al mundo cristiano, y los cristianos, por instinto, se h a n hecho
mucho más desconfiados respecto a toda influencia extraña. Pero esto no
arredra a Clemente, sino al contrario, y su reacción no se formula en u n a sim-
ple respuesta, sino en una tesis atrevida y bien meditada: la filosofía helénica
es u n don de Dios, sea que se considere su acción pasada sobre los paganos,
sea que se considere su acción presente sobre los cristianos. Son los dos aspec-
tos de una misma tesis ( 6 5 ). Clemente los distingue a veces; pero otras los
completa el uno con el otro; y en los Strómata es donde su pensamiento se
revela con más claridad, más matizado, al afirmar con fuerza la independen-
cia y la trascendencia de la verdad cristiana y reivindicar, al mismo tiempo,
para la filosofía helénica u n papel secundario y de carácter preparatorio, pero
benéfico. Permítasenos trascribir u n pasaje u n tanto largo; pero en el que
aparece, en u n juego de luz y de sombras, todo el pensamiento de Clemente
con sus atrevimientos y sus reservas:

(62) D E FAYE, op. cit., p. 140.


(«3) Cf. supra, p. 150.
( 64 ) Para hacerse alguna idea, basta recorrer las notas y los índices de la edición
de STAEHLIN.
( 65 ) Sobre estos dos aspectos puede verse DE FAYE, op. cit., cap. V (pp. 174-191)
y VI (pp. 192-200).
208 HISTORIA DE LA IGLESIA

"Cuando muchos hombres arrastran un barco, no puede decirse que son muchas
causas, sino una sola, compuesta de muchas fuerzas... Así es el oficio de la filosofía
en la adquisición de la verdad. En la investigación de la verdad no es la filosofía
la que la aprehende, pero concurre y coopera con las otras causas... Hay una sola
verdad, pero son muchas las cosas que concurren a buscarla; y merced al Hijo
sel la puede hallar. Bien consideradas las cosas, la virtud no es más que una potencia;
pero se le llama según los objetos prudencia, templanza, fortaleza o justicia. De la
misma manera la verdad es única y tenemos la verdad geométrica en la geometría,
en la música la verdad musical, en la filosofía la verdad filosófica, que es la verdad
helénica. No hay más que una verdad principal, que está fuera de nuestro alcance,
y es el Verbo de Dios quien nos la enseña... Y aunque la filosofía concurre remota-
mente al descubrimiento de la verdad, tendiendo por diversas percepciones a aquella
que toca inmediatamente a la verdad, es decir, al conocimiento humano, no ayuda
sino a aquel que por su razón se esfuerza en llegar a la gnosis. La verdad helé-
nica difiere de la nuestra, aunque lleve el mismo nombre, por la extensión del
conocimiento, la eficacia de la demostración, la fuerza divina y por otras muchas
cualidades semejantes a éstas. Nosotros, nosotros somos discípulos de Dios, formados
por el Hijo de Dios, con Escrituras verdaderamente sagradas; de este modo las almas
son sacudidas de manera muy distinta y por una doctrina muy diferente. Y si las
sutilezas de nuestros adversarios nos obligan a hacer distinciones, diremos que la
filosofía concurre a la aprehensión verdadera, por ser investigación de la verdad y
educación preparatoria del gnóstico. No calificaremos esta cooperación como causa,
ni le atribuiremos una eficacia indispensable y necesaria, pues casi todos nosotros, sin
formación enciclopédica y alguno incluso sin letras, hemos sido ilustrados por la
filosofía divina y bárbara; por medio de una fuerza hemos recibido de Dios la palabra
de fe y hemos sido instruidos por una palabra eficaz en sí misma... Y, sin embargo, y;>
la filosofía justificaba por sí misma a los griegos: no daba ciertamente la justicia inte-
gral, pues no puede más que cooperar; es como el primero y segundo grado para el que
quiere subir al grado superior; como la gramática, al que. quiere hacer la filosofía.
El hombre que se vea privado de ella, no perderá por esto el logos integral ni la
posesión de la verdad. La vista concurre a la percepción de la verdad, como el oído
y la voz; pero sola la inteligencia la aprehende por su propia naturaleza, y de estas
causas secundarias unas tienen más virtud, otras menos. La claridad de espíritu sirve
para la trasmisión de la verdad; la dialéctica sirve para no caer en los lazos de la
herejía. La disciplina de nuestro Salvador es perfecta y suficiente, como fuerza y
sabiduría que. es de Dios; la filosofía helénica, uniéndose a ella, no da a la verdad
más poder; pero hace impotentes los ataques sofísticos dirigidos contra ella" (Stróm.,
I, xx, 97; 1-100, 1).

Esta larga disquisición expone mejor que cualquier otro texto el pensa-
miento de Clemente. La cuestión le llega vivamente al corazón: ante adver-
sarios apasionados que pretenden que "la filosofía es tina invención malvada
del Maligno para emponzoñar la vida h u m a n a " ( 6 6 ), también él se apasiona
y a veces su palabra va más lejos que su pensamiento: la filosofía sería u n
tercer Testamento, comparable a la Ley, dada a los hombres para enseñarles
la justicia ( 6 T ); más aún, sería u n principio de justificación. Separadas de su
contexto ( 6 8 ) estas afirmaciones, sorprenden como paradojas audaces y el
mismo Clemente h a sentido la exageración y h a tenido cuidado de ate-
nuarla ( 6 9 ) .

(6«) Stróm. I, i, 18, 2. Cf. también Stróm. VI, vni, 66, I. Cf. Stróm. VI, xvn, 159, 1;
Stróm. I, xvn, 81, 4.
(<") Stróm. VI, v, 42, 1; VI, vm, 67, 1. Cf. Stróm. VI, xni, 106, 3.
( 68 ) Sentimos que sea así como los presenta FAYE (op. cit., pp. 176-177).
(69) p U ede verse en el texto que hemos citado arriba: Después de haber dicho:
"La filosofía justificaba por sí misma a los Griegos", añade: "Ciertamente que no
les daba la justicia integral, no puede más que cooperar"... Dice también: "La
filosofía ha sido dada a los griegos como un Testamento que les pertenece en pro-
piedad" (Stróm. VI, vm, 67, 1); pero añade al momento: "Es como una grada
inferior por donde se llega a la filosofía según Cristo".
ESCUELA DE A L E J A N D R Í A A N T E S DE ORÍGENES 209

MISIÓN DE LA Con sólo leer el pasaje arriba transcrito, puede el lector


FILOSOFÍA darse cuenta de las reservas que Clemente pone a una
tesis que, sin ellas, sería una temeridad aventurada. La
filosofía concurre al descubrimiento de la verdad, como una preparación
lejana, que no puede bastar a asegurárnosla y que n i siquiera es una prepa-
ración indispensable: prueba de ello es que la mayor parte de los cristianos
h a n llegado a la fe, sin haber conocido la filosofía helénica y algunos siendo
totalmente iletrados. Si se compara con la helénica la verdad cristiana, esta
última es totalmente trascendente "por la extensión del conocimiento, por la
eficacia de la demostración y por una fuerza divina" ( 7 0 ).
Salvaguardadas fuertemente estas verdades fundamentales, Clemente reco-
nocía a la filosofía griega grandes privilegios; el primero y principal que ella
es "la filosofía" ( 7 1 ), de manera que supone la no existencia de otra filosofía
humana. Ciertamente que habla a veces de la "filosofía según Cristo"; pero,
lo dice él mismo expresamente, se trata en este caso de u n a "disciplina total-
mente distinta", por la cual "somos discípulos de Cristo formados por el Hijo
de Dios, en Escrituras verdaderamente sagradas". Admite también que todos
los hombres, aun sin el beneficio de la revelación cristiana, pueden llegar al
conocimiento de Dios ( 7 2 ). Además, anteriormente a la revelación cristiana,
los filósofos griegos llegaron a sistematizar u n conjunto de verdades religio-
sas y morales y añade: "Llamo filosofía griega, no a la estoica, n i a la de
Platón, n i a la de Epicuro, n i al aristotelismo; sino a todo lo que en cada
escuela ha sido bien dicho; a toda ciencia piadosa que enseña la justicia; a
todo este conjunto ecléctico llamo yo filosofía" ( 7 3 ). Este eclecticismo estaba
entonces m u y en boga; pero lo propio de Clemente, es la justificación que
de él hace: "No puedo reconocer doctrinas divinas en las deformaciones de los
razonamientos humanos".
El principio que está a la base de todas estas tesis, es, que todo lo bueno vie-
ne de Dios ( 74 ) y por consiguiente también la filosofía; pero Clemente añade
al momento: "Dios no la da como objeto principal, sino como u n objeto secun-
dario; es u n a semilla que el Logos esparce por toda la tierra y que, según
los terrenos, puede llevar buenos y malos frutos, así como la lluvia produce
efectos m u y distintos, según caiga «sobre campos fértiles, o sobre estiércol, o
sobre las casas» ( 7 6 ). La misma idea aparece bajo distinta forma en su
VI Strómata; de nuevo Clemente distingue los objetos esenciales de la Provi-
dencia divina de los que no son más que accesorios: de los primeros la bendi-
ción se extiende a todos los demás, como de la cabeza a los cabellos y a los
vestidos; como el óleo chorrea sobre la barba de Aarón y sobre la franja de sus
vestidos: Aarón es el Gran Sacerdote, el Logos; el vestido es la filosofía ( 7 6 ).

(T0) Sobre esta trascendencia de la revelación cristiana, cf. J. LEBRETON, La théorie


de la connaissance religieuse chez Clément d'Alexandrie en Recherches de Science
religieuse, t. XVIII, 1928, p. 461 y ss.
(71) "Én la filosofía está la verdad filosófica que es la verdad helénica".
( 72 ) Cf. art. cit, p. 462, y Stróm. V, xm, 87, 2: "Se encuentra siempre en todos
los hombres de sentido recto la manifestación natural del Dios omnipotente y único
y la mayor parte reciben de la Providencia divina un beneficio eterno, al menos los
que no han rechazado la verdad..."
(73) Stróm. I, vil, 37, 6.
(7*) Stróm. I, v, 28, 2.
(75) Stróm- I, vil, 37, 1: ...deódev rjxéic íís á.vdpó¡irovs ov xara Trporjyoí/xevov...
Aquí también DE FAYE, al reproducir el texto de Clemente, ha omitido la sal-
vedad que lo atenúa (op. cit., p. 178, n. 2).
(76) Stróm. VI, XVII, 153, 1-4. Clemente toma de nuevo la palabra principal del
texto precedente: r¡ irpbvoia. &vco6ev ex rüiv irporjyovuévüiv... eis irávTas Sir/xt , y la
210 H I S T O R I A DE LA IGLESIA

Se siente a la vez la dirección, el impulso del pensamiento de Clemente


y las salvedades que tiene que imponerse: hacer de la filosofía invención del
demonio es injuriar no sólo a la filosofía, sino a Dios, fuente única de todo
bien. Pero es preciso tener presente también que este bien, a los ojos de
Dios, es u n bien accesorio; así como su concurso es mera preparación y ayuda.
Es el desbordamiento de u n a Bondad inmensa, que se extiende por todo el
mundo y del que todos los hombres pueden usar y abusar.
Si se compara esta concepción con la que Justino esbozaba en su segunda
apología ( 7 7 ) se advierte u n gran progreso; los dos conciben estas verdades
derramadas en la humanidad como semillas del Verbo; vienen de la misma
fuente que la revelación cristiana, pero le son m u y inferiores. Justino las
presenta como fragmentos de la verdad total que h a aparecido en Jesucristo;
pero Clemente, insistiendo mucho más sobre esta comparación, nos la hace
entender mucho mejor: dejando la imagen espacial de fragmentos del todo,
hace ver e n la revelación cristiana el fin principal intentado por Dios, 7rpo~
riyoviievov, y todo lo demás lo "presenta como preparación, que encamina al
hombre hacia esta verdad capital y le ayuda a mejor comprenderla: ésta es la
misión de la filosofía en la h u m a n i d a d ( 7 8 ) .
Así como para toda la h u m a n i d a d la filosofía h a sido u n a preparación
con respecto al cristianismo, lo es también para los cristianos. Para explicarlo,
Clemente toma de Filón la interpretación alegórica de la historia de Sara
y A g a r ( 7 9 ) : Abrahán está unido a la Sabiduría, simbolizada por Sara y a
la ciencia enciclopédica, representada por Agar; Sara es en u n principio esté-
ril y es preciso que Agar dé hijos a Abrahán. Continúa Clemente siguiendo
a Filón: "el oficio q u e desempeñan las ciencias enciclopédicas respecto de la
filosofía es el mismo que desempeña la filosofía respecto a la adquisición de
la Sabiduría" ( 8 0 ). Otras veces compara la filosofía a u n muro que protege
el recinto de la verdad, y la preserva de ser hollada por los pies de los sofis-
tas ( 8 1 ). Y dejando los símbolos, expone así su pensamiento:

"Decimos, dejándonos de figuras, que la filosofía preside la investigación de la


verdad y de la naturaleza de los seres —ésta es la verdad a cuyo propósito ha dicho
Jesucristo: «Yo soy la verdad»—. Decimos, además, que nos dispone al descanso en
Cristo; ejercita el espíritu; despierta la inteligencia y le da penetración, para poder
proseguir buscando la verdad, gracias a la verdadera filosofía, y, cuando se ha llegado

subraya con estas palabras: "La filosofía no forma parte del pueblo, le es exterior
como el vestido (lo es al cuerpo)".
( 77 ) Cf. supra, t. I, pp. 356-358.
( 78 ) En esta concepción, las verdades que la filosofía enseña y trasmite le vienen
de un don de Dios. Clemente gusta de presentar este don como una semilla del
Logos (Protrep., VII, 74, 7). Otros, a quienes no nombra, atribuyen la filosofía a la
inspiración de las potencias inferiores (Stróm. I, xvi, 80, 5; cf. ibíd., I, xvn, 81, 4 ) .
Esta tesis, que aquí es rechazada, es aceptada más tarde bajo otra forma: la filosofía
viene del Logos, pero Ea sido dada a los griegos por los ángeles inferiores (Stróm-
VII, II, 6, 4), cf. art. cit., pp. 466-467.
Junto a esta concepción encuéntrase otra que era familiar a los apologistas ante-
riores, pero que sorprende encontrar en Clemente: estas verdades originaríanse en
la Biblia, de donde las habrían tomado los filósofos; BOUSSET (op. cit., pp. 205-218)
reconoce, en esta tesis de los plagios hechos a los judíos, huellas de una fuente ante-
rior. Acerca de esta concepción en los apologistas, cf. supra, t. I, pp. 357-358.
( 79 ) Stróm. I, v, 30, 3-32, 3. Cf. FILÓN, De congressu eruditionis gratia, LXXVII y ss.
(8°) Ibíd., 30, 1. Cf. FILÓN, ibíd., LXXIX.
( 81 ) Stróm. I, xx, 100, 1. La misma comparación en Stróm. VI, x, 80, 4. También
aquí Clemente sigue a Filón, De agricultura, xiv y ss., que había tomado esta ima-
gen de Platón (De República, VII, pp. 534 y ss.).
ESCUELA DE ALEJANDRÍA ANTES DE ORÍGENES 211

a encontrarla, o más bien cuando han sido recibidos por la misma Verdad, la poseen
los místicos" ( 8 2 ) .

A d e m á s d e esta m i s i ó n p r o p e d é u t i c a , l a filosofía d e s a r r o l l a y esclarece l a


fe: " D e c i m o s q u e es p o s i b l e ser c r e y e n t e , a u n s i e n d o a n a l f a b e t o ; p e r o r e c o n o -
c e m o s q u e es i m p o s i b l e s i n l a c i e n c i a c o m p r e n d e r t o d o el c o n t e n i d o d e
l a f e " (83).
E l estudio que estamos haciendo nos revela en Clemente u n a viva simpatía
p o r l a filosofía h e l é n i c a . E n ella se f o r m ó y s i e m p r e l e q u e d a r á r e c o n o c i d o ;
p e r o t o d o s u p a s a d o h e l é n i c o está y a m u y lejos d e él ( 8 4 ) p o r q u e h a sido con-
quistado por u n a fuerza n u e v a , q u e le h a elevado m u y arriba. U n estudio
r á p i d o d e los Strómata nos lo h a r á ver.

EL VERBO REVELADOR E l p r i m e r r a s g o q u e d i s t i n g u e t o t a l m e n t e a Cle-


m e n t e d e P l o t i n o , es l a m i s i ó n q u e el t e ó l o g o
cristiano asigna al Verbo de Dios. Por m e d i o del Verbo nos viene toda reve-
l a c i ó n : ésta es l a tesis r e p e t i d a s i n c e s a r p o r C l e m e n t e , e n el Protréptico, en
el Pedagogo, p e r o s o b r e t o d o , e n los Strómata (8S). Clemente acaba de demos-

( 8 2 ) Stróm. I, v, 32, 4, cf. Stróm. VI, x, 83, 2: "Aunque la verdad que se mani-
fiesta en la filosofía helénica sea nada más que parcial, la verdad real obra como
el sol que hace brillar los colores, el blanco y el negro, y los da a conocer; así
también ella confunde los razonamientos aparentes de los sofistas". Ver otros textos
parecidos en DE FAYE, op. cit., pp. 194-196.
( 8 3 ) Stróm. I, vi, 35, 2. La razón que da en este lugar es que sin la ciencia no
se puede distinguir lo que se debe admitir y lo que se debe rechazar: la filosofía,
pues, obra aquí también más que como instrumento para descubrir la verdad, como
instrumento para discernirla. La misma cuestión se discute a lo largo de todo el
capítulo primero de Stróm. V. E n este capítulo, consagrado a la fe, Clemente atri-
buye a la ciencia un papel importante en el desenvolvimiento y desarrollo de la
fe: "La fe común es como el f u n d a m e n t o . . . la fe superior se eleva sobre él, se
perfecciona en el fiel y se completa con la (fe) que viene de la ciencia y del
cumplimiento de los preceptos de la razón; así en los apóstoles, cuya fe tenía poder
para trasladar los montes y transplantar los árboles" (V, I I , 5-6). "Decimos que
la fe no debe ser perezosa ni (permanecer) aislada, sino que debe unirse al estudio
y p r o g r e s a r . . . La intuición del alma debe tender a descubrir; y debe al mismo
tiempo vencer los obstáculos, el espíritu de oposición, la envidia, las sutilezas"
(Ibíd., 11, 1-4). Pero más importante aún que el esfuerzo intelectual, es el amor
de Dios: "Dios es amor y es conocido de aquellos que lo aman; Dios es fiel, la doctrina
lo da a conocer a los fieles. Es preciso parecemos a El por el amor, a fin de
conocer lo semejante por lo semejante; escuchando la palabra de la verdad, sincera,
puramente como obedecen los niños" (Ibíd., 13, 1-2). A este propósito es digno de
leerse P. CALEMOT, Les idees de Clément d'Alexandrie sur l'utüisation des Sciences
et de la Littérature profane; Clément d'Alexandrie et l'utüisation de la Philosophie
grecque en Recherches de Science Religieuse, t. X X I , 1931, pp. 38-66 y 541-569. E.
BONAIUTTI, Clemente Alessandrino e la cultura classica, en la Rivista storico critica
delle scienze teologiche, t. I, pp. 391-412.
( 8 4 ) Si se quiere apreciar esta afirmación, puede leerse: J. MEIFORT, Der Pla-
tonismus bei Clemens Alexandrinus, Tubinga, 1928. El autor demuestra cómo la
metafísica platónica se transforma en Clemente en una especulación religiosa.
Esto que es verdad en cuanto a la filosofía, lo es más en cuanto a los misterios.
El empleo del vocabulario de los misterios es tradición alejandrina que aparece ya
manifiestamente en Filón; cf. BRÉHIER, Philon d'Alexandrie, pp. 242-246, y L. CER-
PAUX, Influence des mystéres sur le judáisme alexandrine avant Philon (Lovaina,
1924, pp. 73-80. También en Clemente los misterios juegan un gran papel, pero
en la expresión más que en el pensamiento. Cf. MAYOR, op. cit., pp. L-LX, Clément
and the Mysteries.
( 8 5 ) Cf. especialmente Stróm. VI, v n , 57.
212 HISTORIA DE VA IGLESIA

trar que la ciencia de Dios debe ser enseñada; mas ¿por quién? Los hombres
no la conocen y los mismos ángeles no pueden revelarnos a Dios.
"Siendo único el Ser improducido, el Dios Omnipotente, y siendo único su Uni-
génito, .. . que es el que todos los profetas llaman Sabiduría, El es el Maestro de
todos los seres producidos, el Consejero de Dios, que todo lo ha dispuesto por su Pro-
videncia. El, que desde el principio, desde la primera creación del mundo, ha instruido
de muchos modos y bajo diversas formas, El complementará esa instrucción. He aquí
por qué ha dicho con toda ju;ticia: «No llaméis a nadie vuestro Maestro sobre la
tierra.» Ve cuáles sean los asideros de la verdadera filosofía" ( 8 6 ).
Este Maestro está en el corazón de los hombres como u n a semilla de ver-
dad, simbolizado por el grano de mostaza, por la semilla del sembrador, por
el fermento ( 8 T ); h a dado a los hombres las intuiciones parciales de la filo-
sofía ( 8 8 ) y es el autor de los dos Testamentos ( 8 9 ) .
Hay en esta doctrina u n eco de la tradición anterior: San Justino había
ya contrapuesto el Logos total, revelado en Jesucristo, al Logos parcial, cuyas
semillas se h a n derramado entre la humanidad, no sólo en el pueblo esco-
gido, sino también en el helenismo. San Ireneo, por otra parte, había atri-
buido toda l a revelación a l a acción del Verbo de Dios. H a y que reconocer,
sin embargo, que es a Justino, a quien se evoca aquí, más que a Ireneo; a
Justino, cuyas concepciones y cuya filosofía se nos figura m á s amplia, m á s
mística y más fogosa.
Por otra parte, el lugar relevante que en la teología de Ireneo ocupa la
Encarnación, desaparece aquí: el Hijo de Dios es el Maestro único, en cuanto
es el Logos, m á s bien que en cuanto se h a encarnado. A u n hoy, Cristo obra
en nosotros mucho m á s por su acción íntima que por la transmisión de su
doctrina, tal como nos lo enseña el Evangelio y nos lo propone la Iglesia ( 9 0 ) .

LA IGLESIA Es m u y difícil definir el oficio que desempeña la Iglesia ( 9 1 ) .


Clemente ama a la Iglesia como a u n a madre y esta vene-
ración brilla en el Pedagogo ( 9 2 ) en el que el texto citado más arriba no es
único ( 9 3 ) .
U n oficio de este género, maternal y saludable, no conviene más que a u n a
Iglesia viva y real; esta Iglesia no se pierde, como la de los gnósticos, en
sueños e imaginaciones, entre los Eones del Pleroma; vive y obra aquí abajo.
Eso no obsta a que con harta frecuencia se describa la Iglesia terrenal como
a u n a figura o imagen de la Iglesia celestial, "la Iglesia de lo Alto", hacia
la cual se dirige en los Strómata, la mayor parte de las veces, el pensamiento
de Clemente ( 9 4 ). Con estos principios se armonizan maravillosamente aque-
(86) Stróm. VI, vil, 58, 1-2.
(87) Paedag., I, xi, 96, 2; Stróm. I, vn, 37, 2; Stróm. IV, vi, 31, 5; Stróm. V,
i xii, 80, 8.
(88) Cf. supra, p. 210, n. 78.
(8») Stróm. II, vi, 29, 2.
( 90 ) Sobre todo lo dicho aquí, cf. el artículo citado de Recherches de Science reli-
gieuse, t. XVIII, 1928, pp. 465-469.
( 91 ) Cf. BATIPFOL, L'Eglise naissante, pp. 305-316; Recherches de Science reli-
gieuse, art. cit., pp. 470-478.
(92 ) Cf. supra, pp. 203-204.
(93) Cf. Pcedag., I, v, 21, 1: "Como una madre consuela a sus pequeños, así
os consolaré yo. La madre guía a sus hijos pequeños y nosotros buscamos a nuestra
madre la Iglesia". Ibíd., I, vi, 27, 2: "Así como la voluntad de Dios es una acción
y se llama mundo, así su intención es la salvación de los hombres y se llama la
Iglesia".
(94) Stróm. IV, VIII, 66, 1; IV, xxvi, 172, 2; IV, xiv, 108, 1; VII, II, 29; 3; VII;
vi, 32, 4; VII, xi, 68, 5. Textos reunidos en el artículo citado, pp. 470-471.
ESCUELA DE A L E J A N D R Í A A N T E S DE ORÍGENES 213

Has aspiraciones constantes de su alma hacia el mundo del cielo, "la santa
montaña de Dios, la Iglesia de lo Alto, donde están reunidos los filósofos de
Dios, los israelitas, los puros de corazón, en los que no h a y dolo" ( 9 5 ) . Mas,
pese a la impaciencia de aquella alma contemplativa, siempre en tensión
hacia el cielo, no faltan, al menos en el VII Strómata, textos m u y precisos
sobre la Iglesia visible, más antigua que todas las herejías, la única depositaría
de la auténtica tradición de los apóstoles:
"Es evidente que estas herejías segundogénitas y las que son aún más recientes,
son novedades y alteraciones con relación a la Iglesia primogénita y verdadera. Des-
pués de lo dicho, es manifiesto que no existe más que una Iglesia verdadera, la que
es verdaderamente antigua y en la que están inscritos los verdaderos justos. Siendo
Dios único, siendo el Señor único, lo que es soberanamente venerable será alabado
también de ser único imitando en esto su principio que es único. A lo que es uno
por naturaleza pertenece la Iglesia, que es única y que los herejes intentan dividir
en multitud de herejías. Decimos, pues, que es única en hipóstasis, en idea, en
principio, en excelencia, la Iglesia antigua y católica, en la unidad de fe única se-
gún los dos Testamentos que le pertenecen, o mejor, según el único Testamento que,
en diferentes tiempos, por la voluntad del Dios único y del Señor único, ha reunido a
todos los elegidos, a los que Dios ha predestinado, habiéndolos conocido, antes de la
creación del mundo, como predestinados a ser justos. La excelencia de la Iglesia,
como el principio de su constitución, está en la unidad; la Iglesia está sobre todas
las cosas y no reconoce igual ni semejante" ( 9 6 ).

Nótese en este texto la insistencia con que se afirma la unidad: unidad de


Dios, unidad de Señor, unidad de fe, unidad de Testamentos, o más bien de
Testamento, unidad de la Iglesia. Estas enérgicas afirmaciones las encontra-
mos ya en Ir éneo y en Tertuliano; y volveremos a encontrarlas en Orígenes:
es la reacción católica contra el dualismo de los gnósticos y sobre todo de Mar-
ción. En Clemente, como en todos sus contemporáneos, los ataques de la
herejía provocan una fidelidad más ardiente a la Iglesia, una afirmación
más categórica de su trascendencia única.
Todo esto nos revela una vez más, que Clemente es hombre católico, entre-
gado con todo su corazón a la Iglesia; o mejor, que es u n sacerdote celoso
de sus responsabilidades, que tiene cuidado de velar y de guiar a su rebaño.
Este rasgo esencial, que hemos observado desde el principio en sus obras y que
el obispo Alejandro atestigua, como vimos, ya al fin de la vida de Clemente,
no debe ser perdido de vista nunca; pero tampoco debe hacernos desconocer
las diferencias que distinguen el catolicismo de Clemente del de Ireneo ( 9 7 ).
El doctor alejandrino está empeñado en la lucha contra las herejías como
Ireneo o Tertuliano. En las Galias y en África el argumento decisivo es el
símbolo bautismal y Clemente no recurre a él ( 9 8 ) ; lo que nos hace pensar
que la enseñanza oficial catequética de la verdad revelada no tenía para
éste la importancia que para sus contemporáneos Ireneo o Tertuliano. Por el
contrario, descubrimos en él una tradición misteriosa a la que concede valor
extraordinario; lo que, recordado más de u n a vez en sus libros, está expuesto
sobre todo en el V Strómata ( 9 9 ) .

(»») Stróm. VI, xiv, 108, 1.


(»«) Stróm. VII, XVII, 107, 2-6. Cf. BATIFTOL, op. cit., p. 313.
(97 ) Cf. art. cit., pp. 471-488.
(98) Cf. KATTENBUSCH, Das Apostolische Symbol, Leipzig, 1894-1900, t. II, pp.
102-134. Todo lo más puede reconocerse un recuerdo de la fe bautismal en Stróm.
VII, xv, 90, 1; cf. art. cit., pp. 471-472.
( 99 ) Stróm. V, x-xi, 60-77, Cf. art. cit. pp. 472-478; D. VAN DEN EYNDE, Les
Normes de VEnseignement chrétien, París, 1933, pp. 220-226. Con ocasión de las
controversias que tuvo con Bossuet sobre los estados de oración, Fenelón recurrió a
214 HISTORIA DE LA IGLESIA

Se la puede resumir así: hay u n orden de verdades superiores que no son


accesibles a todos los cristianos, sino solamente a u n grupo de privilegiados;
es "la riqueza de la gloria del misterio que está entre los gentiles". No todos
los creyentes llegan a él, "sólo a u n pequeño número se revelan estas cosas
que están en el misterio" (loe. cit. 64, 6 ) . Estas verdades misteriosas no son
enseñadas explícitamente como las verdades del catolicismo, sino bajo el velo
de símbolos y solamente los perfectos podrán llegar a ellas. Según esos prin-
cipios Clemente interpreta a San Pablo (I Cor. 2, 6 ) : "Anunciamos la sabidu-
ría entre los perfectos, no la sabiduría de este m u n d o y de los príncipes de
este mundo que serán destruidos; anunciamos la sabiduría de Dios en el mis-
terio, la sabiduría oculta" ( 1<)0 ). H a y pues aquí u n arcano; pero este arcano
no oculta los misterios o las ceremonias del culto cristiano, que la Iglesia toda
los conoce y practica, sino realidades superiores, a que sólo la gnosis puede
llegar.
También aquí se trata de una tradición, pero de u n a tradición secreta: "El
Señor, después de su resurrección, ha entregado la gnosis a Santiago el Justo,
a Juan y a Pedro; éstos la transmitieron a los demás apóstoles y éstos a los
setenta de los que fué uno Bernabé" ( 1 0 1 ). "Esta gnosis, que proviene de los
apóstoles y ha sido transmitida oralmente, ha llegado por este medio a u n
reducido número de hombres" ( 1 0 2 ). Así, pues, en el seno mismo de la Iglesia,
se distinguen dos clases de hombres ( 1 0 3 ): unos que poseen la verdad por la
fe, otros que la poseen con más perfección por la contemplación, o para hablar
el lenguaje" de Clemente, por la gnosis:
"La fe es, pues, por decirlo así, una gnosis reducida de las cosas más indispensables;
y la gnosis una demostración firme y sólida de las verdades aprehendidas por la fe.
Procede de la doctrina del Señor, está edificada sobre la fe, conduce a una posesión
inamisible, y científica; y me parece que hay un primer cambio saludable: es la con-
versión de la gentilidad a la fe; y un segundo, la conversión de la fe a la gnosis.
Y la gnosis, consumándose por el amor, aproxima el cognoscente a lo conocido, como
un amigo a otro amigo. Y quizá el que ha llegado a ser tal, llegue a hacerse ya aquí
abajo igual a los ángeles. Así, según este supremo progreso en la carne, transformán-
dose, como conviene, cada vez más, se avanza en el redil paterno hacia la morada
verdadera del Señor, pasando por la semana santa; para hacerse, por así decirlo, luz
fija; permaneciendo eternamente, absolutamente inmutable" ( 1 0 4 ).

la autoridad de Clemente de Alejandría y sobre todo a su tesis de! la tradición secreta.


Compuso sobre este tema un librito titulado Le Gnostique de saint Clément d'Ale-
xandrie; Bossuet le refutó en La Tradition des nouveaux mystiques y en Les Etats
d'oraison. El opúsculo de Fenelón, que quedaba inédito, ha sido publicado por P.
DUDON, Le Gnostique de saint Clément d'Alexandrie, París, 193Q; el cap. xvi (pp.
243-249) está consagrado a esta tesis: "la gnosis está fundada sobre una tradición
secreta". Fenelón se retractó de. esta tesis, duramente atacada por Bossuet (ibíd.,
pp. 143-145).
(100) Encuentra la misma idea en Platón, Epist. II, p. 312, d; 314, be: "Debo
escribirte en enigmas, para que, si esta carta es sorprendida o en el mar o en la
^ tierra, el que la lea no pueda entenderla"; en Isaías, 45, 3: "Yo te, daré tesoros
ocultos, oscuros, invisibles, para que sepan que Yo soy el Señor Dios"; en el salmo
18, 3: "El día recita al día la palabra, que está escrita públicamente, y la noche
anuncia a la noche la gnosis que está oculta místicamente".
(íoi) Hipotiposis, en EUSEBIO, Hist. Eccl., II, i.
(W2) Stróm. VI, vn, 61, 3. Cf. Stróm. I, r, 11, 3; Stróm. I, xn, 55-56; Stróm. VI,
xv, 131; Adumbrat. in Joann., I, 1.
(103) Estas dos clases de hombres no están determinados por cualidades naturales
que predestinan a unos a la fe y a otros a la gnosis: esta tesis herética ha sido
refutada por Clemente en el Pedagogo (supra, p. 203) y en Stróm. VI, ix, 78, 4, y
XI, 95, 5; cf. art. cit., pp. 478-479.
(104) Stróm. VII, x, 57, 3-5. Hemos reproducido aquí la parte más interesante del
ESCUELA DE ALEJANDRÍA ANTES DE ORÍGENES 215

¡Qué perspectivas abiertas hacia la vida futura! Esta distinción profunda


que, aquí abajo, separa a l gnóstico del simple fiel, queda consagrada por la
muerte. E n el otro mundo h a y dos moradas, dos rediles: el u n o reservado
a los gnósticos y el otro abierto a los simples fieles, que, aunque salvados,
sufrirán por la inferioridad de su suerte y será su mayor pena "no poder estar
con aquéllos que h a n sido glorificados por su justicia". Y Clemente n o duda
en aplicarles el texto de la Sabiduría: "Verán el fin del s a b i o . . . y dirán: He
aquí aquél de quien en otro tiempo nos reímos y pusimos en ridículo; insen-
satos de nosotros, creímos que su vida era u n a locura y su fin sin gloria nin-
guna; ¿cómo, pues, h a sido puesto entre los hijos de Dios y su suerte es la
suerte de los santos"? ( 1 0 5 ).
He aquí el peligro de estas altas ambiciones espirituales: el gnóstico sueña
en el otro mundo, con u n a beatitud particular, que le sea desquite de los
desprecios que h a sufrido aquí abajo de parte de los simples fieles. No h a y
por qué decir que estas ideas n o h a n sido recogidas por l a Iglesia, n i podemos
sorprendernos de que Roma no haya reconocido en Clemente a u n o de sus
doctores. No diremos como Fenelón: "¿Qué teólogo católico osará rechazar la
autoridad de San Clemente?" ( 1 0 6 ).
Pero esto n o puede hacernos olvidar lo que debemos a l maestro del Didas-
cáleo: llevado por u n deseo apasionado de conocer a Dios, ha consagrado
toda su vida a buscar este bien supremo y h a conquistado n o solamente a sus
discípulos inmediatos de Alejandría y de todo el Oriente, sino a u n a los que
hoy leen sus obras.

texto, que puede verse citado y comentado más largamente en el art. cit., 480-482.
Cf. BARDY, op. cit., pp. 270-275 y las notas de HORT en su edición de Strómata VII.
(105) E s te severo texto se comprendería si se tratase de una expiación pasajera de
un purgatorio; pero Clemente habla de una pena que durará eternamente: "Cuando
hayan terminado los castigos exigidos por la expiación de las faltas y por la purifi-
cación personal, quedará siempre a los que han sido juzgados dignos del segundo
redil, la mayor pena: la de no poder estar con los que han sido glorificados por su
justicia". Todo este texto, del que no hemos citado más que algunas palabras, es muy
importante: Stróm. VI, xiv, 108-114. Cf. art. cit., pp. 482-483 e infra, p. 317.
( 1 0 6 ) Le Gnostique, p. 247.
CAPITULO X

ORÍGENES O

IMPORTANCIA DE LA E n toda la a n t i g ü e d a d cristiana, al m e n o s en la


OBRA DE ORÍGENES Iglesia de Oriente, n o h a y escritor cuyo poder de
a t r a c c i ó n h a y a sido m á s p o d e r o s o , y l a g l o r i a
m á s d i s c u t i d a y el e s t u d i o m á s difícil. C e l e b r a d o e n v i d a p o r s a n t o s c o m o
Alejandro de J e r u s a l é n y Gregorio el T a u m a t u r g o , c o n d e n a d o por su obispo
y a r r o j a d o d e s u i g l e s i a ; d e s p u é s d e su m u e r t e e n c o n t r ó d e f e n s o r e s e n t u s i a s t a s
e n t r e los m á s g r a n d e s s a n t o s y los d o c t o r e s m á s i l u s t r e s y s u m e m o r i a fué
c o n d e n a d a p o r el c o n c i l i o d e C o n s t a n t i n o p l a d e 5 5 3 , c o n f i r m a d o e n su d e c i s i ó n
p o r el p a p a V i g i l i o . H o y , d e s u i n m e n s a o b r a n o q u e d a n m á s q u e r u i n a s y l a
m a y o r p a r t e de lo q u e poseemos nos h a llegado en traducciones, de cuya
f i d e l i d a d n o t e n e m o s g a r a n t í a . A p e s a r d e todos estos o b s t á c u l o s , n o es i m p o -
s i b l e d e s c r i b i r e n g r a n d e s l í n e a s l a v i d a , el c a r á c t e r y el p e n s a m i e n t o d e l
i l u s t r e doctor.
E s t e e s t u d i o es d e u n a i m p o r t a n c i a s o b e r a n a p a r a l a h i s t o r i a d e l siglo m
y t a m b i é n d e l iv. L a i n f l u e n c i a p e r s o n a l d e O r í g e n e s n o se c i r c u n s c r i b i ó
a A l e j a n d r í a , s i n o q u e a l c a n z ó a t o d o el O r i e n t e : l a s e n t e n c i a d e l obispo D e -
metrio, q u e arrojó del Didascáleo y de Egipto a a q u e l m a e s t r o ilustre, le
h i z o a c o g e r s e a l a s i g l e s i a s d e P a l e s t i n a , d o n d e h a c í a l a r g o t i e m p o q u e se

(*•) BIBLIOGRAFÍA. — Ediciones: Patrología griega, que reproduce la edición de


DELARUE ( t XI-XVI) y añade (t. X V I I ) los Origeniana, de H U E T ; Griechische
Christliche Schriftsteller, 11 volúmenes, 1933.
Estudios: H U E T , Origeniana (P. G., X V I I ) . — TILLEMONT, Mémóires pour servir
á l'histoire ecclésiastique, t. I I I , pp. 495-595, ed. de Venecia, 1732. — REDEPENNING,
Orígenes, Eine Darstellung seines Lebens und seiner Lehre, Bonn, 1841-1846, 2 vols.
— FREPPEL, Origéne, París, 1888, 2 vol. — J. D E N I S , La philosophie d'Origéne, París,
1884. — F. PRAT, Origéne, le théologien et l'exégéte (col. "La pensée chrétienne"),
París, 1907. — A. HARNACK, Der kirchengeschichtliche Ertrag der exegetischen Ar-
beiten des Orígenes en Texte und Untersuchungen, t. X L I I , 3-4, Leipzig, 1918-1919. •—
E. DE FAYE, Origéne, sa vie, son ceuvre, sa pensée, París, 1923-1930, 3 vols. Cf. D'ALES,
en Recherches de Science religieuse, t. X X , 1930, pp. 224-268 — W . VOELKER, Das
Volkommenheitsideal des Orígenes, Tubinga, 1931. — H. KOCH, Pronoia und Paideusis.
Studien über Orígenes und sein Verhaltnis zum Platonismus, Berlín, 1932. — R.
CADIOU, Introduction au systéme d'Origéne, París, 1932. — lbíd., La jeunesse d'Origéne.
e
Hisíoire de l'Ecole d'Alexandrie au debut du Ill siécle, París, 1936. — G. BARDY,
art. Origéne en el Dict. de Théol. cathol., t. XI, col. 1489-1565 y Aux origines de l'Ecole
d'Alexandrie, en Recherches de Science religieuse, t. XXVII, 1937, pp. 65-90. — T. SPA-
CIL, La dottrina del purgatorio in Clemente Alessandrino ed in Origéne, en el Bessarion,
1919, pp. 131-145; — A. VACCARI, Pretesa scoperta di un frammento origeniano, en Bí-
blica, 1920, I, pp. 269 y ss. — G. Rossi, La dottrina della creazione in Origéne, en La
scuola cattolica, 1921, pp. 339 y ss., 427 y ss.; y Saggio sulla metafísica di Origéne, Mi-
lán, 1929. — G. MASSART, La funzione pénale dello Stato nella concezione di Origéne, en
la Rivista internazionale di filosofía e diritto, t. XI, 1931, pp. 1-17. — S. MARTINELLI,
Origéne nel mito di Atiis, en Mondo classico, 1931, pp. 54-59. — G. MASSART, Societá e
Stato nel Cristianesimo primitivo: La concezione di Origéne, Arezzo, 1932. — L. ALLEVI,
Ellenismo e Cristianesimo, Milán, 1934 (pp. 189 y ss.: "La piü antica universitá
cattolica: II Didascaleion d'Alessandria").

216
ORÍGENES 217

le veneraba y que en adelante serían su dominio. De aquí su influencia irra-


dió a Siria, Asia, Capadocia, Acaya. Ya en la acogida que encontró en Occi-
dente la condenación de Orígenes, rechazada en Oriente, se presienten las
divergencias doctrinales que en el siglo iv van a distanciar y muchas veces
a oponer entre sí a las provincias orientales y occidentales.
La profunda influencia de Orígenes no puede maravillar a quienquiera
que estudie su doctrina. Por primera vez se construye teología, no para refutar
a los adversarios, sino para instruir a los cristianos: tiene la ambición de pene-
trar íntimamente las verdades reveladas, de coordinarlas en u n sistema doc-
trinal, en que el espíritu abarque todo lo que cree y todo lo que sabe. Para
dar base a este esfuerzo teológico t a n atrevido, tan rico y tan fecundo, pero
t a n aventurado en algunas tesis, Orígenes realizó a lo largo de su vida u n
inmenso trabajo exegético: edición del texto hebreo de la Biblia, y de sus
versiones griegas, comentarios científicos, homilías populares. Esta carrera
fecunda se corona con la obra apologética más acabada de la Iglesia anteni-
cena. Y no se reduce a esto todo el trabajo de aquel genio infatigable: pri-
mero en Alejandría, y luego en Cesárea es jefe y casi siempre único maestro
de las escuelas que dirige; simultanea sus enseñanzas con el ministerio de la
predicación, que durante los últimos años fué predicación diaria. Cuando
se le estudia de cerca, se comprende m u y pronto que esta actividad, que
cautivó la admiración de sus contemporáneos, brotaba de u n alma apasiona-
damente enamorada de Dios: siendo niño en tiempos de Severo, hubiese que-
rido ser mártir como su padre; bajo Maximino, treinta años más tarde, con
su vibrante Exhortación al Martirio, sostuvo el ánimo de sus amigos en la
prisión o en la tortura; finalmente, con Decio, padeció gallardamente por
Jesucristo, muriendo poco después de su gloriosa confesión.
No es de extrañar por consiguiente que estudiemos con cierta amplitud una
vida tan llena y u n pensamiento t a n fecundo.

§ 1 . — E l catequista d e Alejandría

Poco después de la muerte de Clemente de Alejandría, escribía Alejandro


de Jerusalén a Orígenes: " . . . conocemos a los bienaventurados Padres que nos
h a n precedido en el camino y con los cuales estaremos pronto: Panteno
bienaventurado y maestro en verdad, así como el venerable Clemente, que
fué nuestro maestro y nos ayudó, y algún otro quizá. Por ellos te he cono-
cido a ti, excelente en todo, mi señor y h e r m a n o " ( 2 ) . Esta carta es para
nosotros de gran valor: pues nos dice cómo en el 215 se presentaba Orígenes
a los ojos de Alejandro de Jerusalén: es el maestro, el amigo, sucesor de ante-
pasados venerables, Panteno y Clemente, pero mayor aún que ellos. Este
testimonio autorizado nos da a conocer lo que el mismo Orígenes no nos dice:
n i Panteno n i el mismo Clemente aparecen en su obra apenas y, sin embargo,
es el continuador de su obra y de su enseñanza.

ORIGEN Y FORMACIÓN Por su origen y su formación, Orígenes es m u y dis-


tinto de su maestro: Clemente era sin duda ate-
niense; Orígenes es el primer Padre egipcio que conocemos ( 3 ) ; Clemente
(2) Hist. Eccl, VI, xiv, 8-9.
(3) Su mismo nombre Orígenes (hijo de Horus) pertenece a la mitología griega:
El sobrenombre de Adamancio, se ha creído a veces que. se dio a Orígenes por el
vigor de su espíritu; pero parece que era nombre propio (EUSBBIO, Hist. Eccl., VI,
xiv, 10).
218 H I S T O R I A DE LA IGLESIA

h a b í a n a c i d o y se h a b í a e d u c a d o e n e l p a g a n i s m o ; O r í g e n e s es c r i s t i a n o d e s d e
s u c u n a , y su p a d r e L e ó n i d a s t u v o s u m o c u i d a d o e n e d u c a r l o e n el conoci-
m i e n t o de l a s S a g r a d a s E s c r i t u r a s , p o r l a s q u e el n i ñ o d e m o s t r ó u n a afición
precoz (4).
E n l a p e r s e c u c i ó n d e S e v e r o , L e ó n i d a s f u é a r r e s t a d o y O r í g e n e s se s i n t i ó
m o v i d o d e t a l deseo d e m a r t i r i o q u e s u m a d r e n o p u d o r e t e n e r l e , s i n o o c u l -
t a n d o sus vestidos. N o p u d i e n d o u n i r s e a su p a d r e , l e e x h o r t ó a m a n t e n e r s e
f i r m e : " C u i d a d , le e s c r i b í a , d e n o m u d a r d e p r o p ó s i t o p o r n o s o t r o s " ( 5 ) .

EL CATEQUISTA L e ó n i d a s fué d e c a p i t a d o , sus b i e n e s f u e r o n confiscados


y Orígenes, q u e tenía entonces diecisiete años, quedó con
s u m a d r e y seis h e r m a n o s , m e n o r e s q u e él ( 6 ) . P a r a a s e g u r a r su s u b s i s t e n c i a ,
se d e d i c ó a e n s e ñ a r . L a p e r s e c u c i ó n h a b í a d e s t r u i d o l a e s c u e l a c a t e q u í s t i c a y
él l a r e n o v ó , p r i m e r o p o r s u i n i c i a t i v a p r i v a d a y l u e g o p o r o r d e n d e l obispo
Demetrio. E l joven maestro encargado de r e e m p l a z a r a Clemente, tenía
d i e c i o c h o a ñ o s : el p u e s t o e r a d e g r a n d i g n i d a d , p e r o t a m b i é n d e m u c h o p e l i -
gro; la persecución d e s e n c a d e n a d a p o r Severo (202) h a c í a estragos, a m e n a -
z a n d o s o b r e t o d o a los p r o s é l i t o s y a sus m a e s t r o s . U n p a g a n o c o n v e r t i d o
p o r O r í g e n e s , P l u t a r c o , m u r i ó m á r t i r , c o n f o r t a d o h a s t a el ú l t i m o m o m e n t o p o r
s u m a e s t r o , y l e s i g u i e r o n otros c a t e c ú m e n o s y neófitos ( 7 ) . O r í g e n e s " a s i s t í a
a los m á r t i r e s n o s o l a m e n t e e n l a p r i s i ó n y e n el i n t e r r o g a t o r i o , s i n o h a s t a q u e
se d i c t a b a l a s e n t e n c i a s u p r e m a y e r a n l l e v a d o s a l a m u e r t e . . . A l a c e r c a r s e
a n i m o s a m e n t e y s a l u d a r a los m á r t i r e s c o n el beso, s u c e d i ó a v e c e s q u e l a
m u l t i t u d se e n f u r e c i ó y poco f a l t ó p a r a q u e se p r e c i p i t a s e sobre é l ; f e l i z m e n t e
e n c o n t r ó s i e m p r e l a m a n o d e D i o s j u n t o a sí y c o n s u a y u d a se l i b r ó m i -
lagrosamente" (8).
E s t a época h e r o i c a h a d e j a d o e n l a m e m o r i a d e O r í g e n e s r e c u e r d o s i m b o r r a -
b l e s ; l a e v o c a r á h a c i a el f i n d e l l a r g o p e r í o d o d e p a z q u e p r e c e d i ó a l a p e r s e -
cución de Decio:

"Entonces se era fiel en verdad, cuando el martirio amenazaba desde el nacimiento


en la Iglesia, cuando nos reuníamos en las asambleas, llegados de los cementerios
a los que habíamos acompañado los cuerpos de los mártires; cuando toda la Iglesia
se mantenía inquebrantable; cuando los catecúmenos eran instruidos a la vista de los
martirios y de los cristianos que confesaban la verdad hasta el fin; y los catecúme-
nos, superadas estas pruebas, se adherían sin temor al Dios vivo. Entonces sí que

( 4 ) "Leónidas delante de él aparentemente, le reprendía, exhortándole a no bus-


car nada que fuese superior a sus años ni que estuviese más allá del sentido inme-
diato. Pero en ausencia suya se regocijaba extraordinariamente y daba las más pro-
fundas gracias a Dios, fuente de todo bien, que. le había juzgado digno de ser padre
de tal hijo. Se dice que se acercaba a él, cuando estaba dormido, le descubría el
pecho y, como si estuviese consagrado por el Espíritu divino, le besaba con respeto,
juzgándose feliz con aquella dicha paterna" (Hist. EccL, VI, n , 9-11). Estos detalles y
otros muchos nos han sido trasmitidos por Eusebio, que ha puesto en el relato toda
su veneración: "Tratándose de Orígenes, hasta los pañales de su cuna son dignos de
memoria" (ibíd., VI, n , 2 ) .
.(«) Hist. EccL, VI, I I , 5-6.
( 6 ) Lo recogió una cristiana rica, que daba hospitalidad también a un hereje
antioqueno llamado Pablo. "Pero Orígenes, que forzosamente tenía que relacionarse
con él, dio desde entonces pruebas claras de su celo por la ortodoxia: mientras que
muchísimos, no sólo de los herejes sino también de los nuestros, se reunian junto a
Pablo, porque daba impresión de ser sabio, jamás Orígenes consintió en asociarse con
él en la oración." (Ibíd., VI, n , 14).
( 7 ) EUSEBIO nombra a Sereno, Heráclides, Herón, otro Sereno y las mujeres Herais
y Potamiena, cuyo martirio fué extraordinariamente glorioso: Hist. EccL, VI, iv y v.
(8) Hist. EccL, VI, m , 4.
ORÍGENES 219

teníamos conciencia de haber visto prodigios admirables y sorprendentes. Entonces


los fieles eran ciertamente pocos, pero fieles en verdad, y caminaban por la vía
áspera y estrecha que lleva a la vida" ( 9 ).
En esta escuela de preparación para el martirio, la vida era pobre y austera;
el maestro predica con el ejemplo por necesidad y más aún por ascetismo:
encargado por el obispo de toda la enseñanza catequística, abandonó la ense-
ñanza de las letras profanas y vendió los manuscritos que poseía, por una
pensión de cuatro óbolos diarios. Vivía solamente de esto, llevando la vida
más austera, ayunando, velando, no durmiendo sino sobre la tierra desnuda,
no teniendo más que u n sólo vestido y careciendo a ú n de las sandalias: así
es como arrastraba a sus discípulos a la perfección cristiana y al martirio.
E n este ardor por la vida perfecta, Orígenes cometió la imprudencia de
t o m a r a la letra la palabra del Evangelio: " H a y eunucos que se han hecho
tales por el reino de los cielos": era aún joven; predicaba la fe cristiana no
sólo a los hombres sino también a las mujeres y quiso así cortar toda sospecha
y cumplir al mismo tiempo lo que creía ser consejo del Señor. Mantuvo
secreto, en cuanto le fué posible; pero comunicó su resolución a Demetrio,
que, entonces, nos dice Eusebio, admiró su ánimo; pero más tarde se sirvió de
ello para acusarle ( 1 0 ).

VIAJE A ROMA Doce años después de comenzada su enseñanza en Ale-


jandría, vino Orígenes a Roma, bajo el pontificado de Cefe-
rino y en su presencia pronunció Hipólito u n discurso en honor del Salva-
dor i11). De este primer contacto nacieron verosímilmente relaciones amis-
tosas entre Hipólito y Orígenes ( 1 2 ). Su estancia en Roma fué m u y breve
y el maestro del Didascáleo volvió rápidamente a Alejandría.

ESTUDIOS BÍBLICOS El período que sigue (218-230) es fecundo y brillante


Y FILOSÓFICOS sobremanera: Orígenes estaba en todo el vigor de su
genio, gozaba de la confianza de Demetrio ( 13 ) y veía
e n su derredor una afluencia de oyentes cada vez más numerosos. Estos dis-
( 9 ) Hom. in Jerem., IV, ni.
( 10 ) Este acto, condenado por la ley civil (JUSTINO, Apoh, I, xxix, cf. la nota de
OTTO) era ya entonces desaprobado por la Iglesia y fué más tarde formalmente con-
denado (canon I del concilio de Nicea; cf. la nota de HEFELE-LECLERCQ, Histoire des
Conciles, t. I, pp. 529-532). El propio Orígenes debía escribir más tarde, explicando
este texto de Mateo: "Si hay pasajes no sólo del Antiguo Testamento, sino también
del Nuevo, a los que conviene aplicar: «la letra mata, el espíritu es lo que vivifica»
es preciso reconocer que se aplica sobre todo a este texto" (In Mt., xv, 1).
( n ) SAN JERÓNIMO, De viris illustribus, LXI, enumerando las obras de Hipólito:
"scripsit.. . de laude Domini Salvatoris, in qua praesente Origene, se loqui in Ecclesia
significat". DOELLINGER ha partido de aquí para sostener la tesis de que Orígenes se
adhirió al cisma de Hipólito (Hyppolitus und Kallistus, pp. 255 y s.). La tesis, pro-
puesta en esta forma, no tiene probabilidad alguna. Cf. HAGEMANN, Die Rómische
Kirche, pp. 279 y s.
( 12 ) De aquí sin duda la mala inteligencia entre el maestro del Didascáleo y los
obispos de Roma, sucesores de Ceferino: cuando el asunto de Orígenes fué llevado
a Roma por Demetrio, Orígenes no escribió, que sepamos, a Ponciano; pero escribió
a Fabián, apenas llegó al pontificado. La muerte de Hipólito y la de Ponciano había
ya borrado los recuerdos de las disensiones anteriores. Puede explicarse también en
la misma hipótesis que el obispo de Roma, al recibir la sentencia de Demetrio, haya
reunido el sínodo romano, para consultarlo sobre la causa de Orígenes. Esta convoca-
ción estaba suficientemente motivada por las discusiones doctrinales; pero se com-
prende mejor si la persona de Origenes interesaba a la Iglesia de Roma.
( " ) Hist. Eccl., VI, xiv, 11.
220 H I S T O R I A DE LA IGLESIA

cípulos, muchos de los cuales procedían de las filosofías helénicas y de las


sectas gnósticas, pedían a Orígenes la interpretación de las Escrituras y la
ciencia de Dios. Para poder satisfacer a toda esta avidez de saber, el maestro
sintió la necesidad de u n estudio más profundo de la Biblia y de la ciencia
divina: aprendió el hebreo, buscó para compararlas entre sí las versiones
griegas de los Libros Santos y, al mismo tiempo, comenzó el estudio de la filo-
sofía griega; en u n a carta que nos ha sido conservada por Eusebio, se explica
así: "Cuando me consagré a la palabra, se propagó el renombre de nuestro
valor y vinieron a mí herejes y personas formadas en los estudios griegos y
sobre todo filósofos; y así me pareció bien examinar a fondo las doctrinas de
los herejes y lo que los filósofos hacen profesión de decir sobre la verdad" ( 1 4 ).
Esta carta escrita para responder a los que censuraban la formación helénica
del maestro, es u n a apología; pero nótese la distancia que separa esta apología
de las que Clemente oponía a las mismas acusaciones: Orígenes no habla de
u n tercer Testamento; la filosofía no es la escuela en que se ha formado Oríge-
nes; la ha estudiado, lo mismo que las doctrinas de los herejes, para conocer
las ideas de que venían imbuidos los nuevos discípulos.
Pero como Orígenes nada hacía a medias, este estudio de los filósofos lo
hizo también a fondo; u n juez competente y que no tenía n i n g u n a simpatíp
por él, Porfirio, ha escrito:
"En su conducta vivió como cristiano y contra las leyes; pero en las creencias res-
pecto de la divinidad era griego y llevó el arte de los griegos a las1 fábulas extranjeras.
Leía continuamerfte a Platón, las obras de Numenio, de Cronio, de Apolófanes, de
Longino, de Moderato, de Nicómaco; y los autores doctos en las doctrinas pitagóricas,
le eran familiares y se servía también de los libros de Queremón el estoico y de Cor-
nuto. De ellos aprendió el método alegórico de los misterios griegos y lo adaptó
después a las Escrituras de los judíos" ( 1 5 ).

DESARROLLO Orígenes no podía hacer frente por sí solo a u n trabajo


DEL DIDASCALEO que cada día era más absorbente y acudió a Heraclas
confiándole la formación de los que comenzaban y reser-
vándose para sí la instrucción de los más avanzados ( 1 6 ). Este desdoblamiento
de los cursos del Didascáleo tuvo lugar hacia el 215. El joven maestro, cuya
( 14 ) Hisí. Eccl., VI, xix, 12. Y añade: "Lo hice a imitación de. Panteno, que fué
útil a muchos antes de nosotros, y que había alcanzado en los griegos una preparación
profunda, y de Heraclas, ahora sentado entre los sacerdotes de Alejandría. Encontré
a éste con el maestro de las ciencias filosóficas, imponiéndose en ellas hacía ya cinco
años, cuando yo llegué a escuchar las mismas doctrinas. Durante este tiempo, des-
pués, de dejar el vestido común, que antes usaba, tomó el palio de los filósofos y aun
ahora lo conserva, no cesando de. ocuparse, cuanto puede, en los libros de los
griegos." Este texto es precioso por lo que nos da a conocer de Panteno y sobre todo
de Heraclas. Vemos a este último tomar el palio o manto de los filósofos, como lo
había hecho Justino y lo hizo también Tertuliano y consagrar todo el tiempo a la
filosofía.
( 15 ) Citado por EUSEBIO, Hist. Eccl., VI, xix, 5-9. Eusebio nota el error de Porfirio
que acusa a Orígenes de haber nacido en el paganismo y haberlo luego abandonado;
mientras que Ammonio habría pasado del cristianismo al helenismo. No vamos a dis-
cutir aquí la oscurísima cuestión de Ammonio; en cuanto a Orígenes, el error de
Porfirio es claro; nacido en el 232, apenas si vio a Orígenes y conoció muy mal sus
años de enseñanza en Alejandría; por lo tanto, mucho menos su infancia; no es pues
de extrañar su error. Pero debemos admitir lo que dice, de la cultura helénica de
Orígenes. Puede, leerse a este propósito la tesis de Mme. A. MIURA-STANGE, Celsus
und Orígenes, Giessen, 1926; quiere demostrar que los dos adversarios tienen la misma
filosofía religiosa, y aunque la tesis es exagerada, la comparación que establece no
es infructuosa. Cf. Recherches de Science religieuse, t. XVII, 1927, pp. 345-347.
(16) Hist. Eccl., VI, xv. Sobre Heraclas, cf. supra, nota 14.
ORÍGENES 221

colaboración buscó Orígenes, hacía cinco años que seguia los cursos de u n
filósofo. Era, pues, u n profesor de filosofía el nuevo asociado a la escuela ale-
jandrina y algún día este profesor sería el sustituto de Orígenes al frente del
Didascáleo (230), para ser luego obispo en el 231 como sucesor de Demetrio.
Merced a su colaboración pudo Orígenes redoblar su actividad. Uno de
sus discípulos, Ambrosio, arrancado por él a la herejía valentiniana, quiso
poner toda su fortuna a servicio del maestro: "más de siete taquígrafos escri-
bían al dictado, relevándose unos a otros a horas fijas. No era menor el
número de copistas y de jóvenes calígrafas. Ambrosio proveía largamente
a la subsistencia de todos" ( 1 7 ).
El fin intentado por los dos amigos lo conocemos definidamente por el
informe de Orígenes a Ambrosio:
"Hoy, so pretexto de gnosis, se dirigen los herejes contra la Iglesia santa de Cristo;
acumulan los volúmenes de sus comentarios, en los que pretenden interpretar los
textos evangélicos y apostólicos; si nosotros nos callamos y no les oponemos el dogma
verdadero y sano, conquistarán a las almas, que hambrientas y carentes de alimento
saludable, se arrojan sobre estos alimentos prohibidos, impuros y abominables...
Tú mismo, porque no encontrabas maestros capaces de enseñarte una doctrina más
alta y tu amor a Jesucristo no podía contentarse con una fe no razonada y vulgar,
te entregaste a esas doctrinas, que luego, con buen acuerdo, has condenado y recha-
zado" (18).
Este texto nos revela el resorte m á s íntimo del pensamiento de Orígenes:
en la ciudad de Alejandría, en que griegos, judíos, gnósticos y católicos están
ávidos de ciencia religiosa, de la que todos creen poseer el secreto, no es
posible contentarse con "una fe no razonada y vulgar"; n i la nobleza y digni-
dad del cristiano, n i "sú amor por Jesús" pueden consentirlo; y ¿a quién
pedirán esta alta ciencia religiosa sino al maestro del Didascáleo? Clemente
había presentido la necesidad ineludible de esta obra; pero apenas si pudo
esbozarla. Orígenes consagrará su vida a esta realización.

LAS HÉXAPLAS El trabajo que debe realizar Orígenes es ante todo u n a


Y EL TRATADO obra exegética: en la Sagrada Escritura está la reve-
DE LOS PRINCIPIOS lación de Dios. Orígenes, se entrega a l estudio del
hebreo y al mismo tiempo comienza la edición de las
Héxaplas ( 1 9 ). Pero esto no era más que u n a preparación: primero fijar el
texto, después interpretarlo: éste fué el trabajo principal de su vida. Los
comentarios más antiguos que poseemos, h a n sido realizados en Alejandría:
Comentarios a los Salmos, al Génesis, y sobre todo, su obra capital, el Comen-
( « ) Hist. Eccl, VI, XXIII, 2.
(i 8 ) In Joann., V, 8. Este pasaje nos ha sido conservado en la Philocalia.
(18) Además de la versión de los Setenta, otras tres versiones griegas estaban
entonces en uso. Aquila, Símaco y Teodoción; de lo que resultaba no pequeño em-
barazo para los cristianos en sus discusiones con los judíos. Orígenes emprendió una
transcripción de la Biblia en seis columnas: el texto hebreo en caracteres hebreos,
al mismo texto en caracteres griegos, Aquila, Símaco, Setenta, Teodoción. El tra-
bajo comenzado en Alejandría fué terminado en Cesárea: cuando escribió a Julio
Africano (cap. V), en 240, estaba en medio de su labor y cuando escribió el comen-
tario a San Mateo (In Mt., XV, 14) lo había ya terminado. Esta edición supone
algún conocimiento del hebreo; pero sin duda un conocimiento elemental y que sus
amigos pudieron completar. Cf. In Gen., XII, 4: "aut aiunt qui Hebraea nomina inter-
pretantur"; ln Num-, "aiunt qui Hebraicas litteras legunt". Importantes contribuciones
a la historia y al texto de las Héxaplas son las del cardenal G. MEBCATTI, Un palinsesto
ambrosiano dei Salmi esapli, en Atti della R. Accademia delle scienze di Torino, 1896;
Note di letteratura bíblica e cristiana antica, Roma, 1901, en la colección Studi e testi,
vol. V.
¡¿22 HISTORIA D E LA IGLESIA

tario sobre San Juan ( 2 0 ) ; y p o r si esto n o f u e r a excesivo, t a m b i é n e n A l e j a n -


d r í a (poco d e s p u é s d e l 2 2 0 ) c o m p u s o e l Tratado de los principios.
E r a n m u c h o s los filósofos q u e e n t o n c e s e s c r i b í a n c a t á l o g o s , e n q u e , b a j o
t í t u l o s diversos, e s t u d i a b a n y o r d e n a b a n p r i n c i p a l e s tesis filosóficas q u e se
afirmaban en derredor suyo, y Orígenes quiso h a c e r u n a obra e n el m i s m o
p l a n , p e r o t o m a n d o c o m o objeto l a t e o l o g í a c r i s t i a n a y d i s t i n g u i e n d o a n t e
todo, los d o g m a s t r a n s m i t i d o s p o r l a p r e d i c a c i ó n a p o s t ó l i c a y l a s c u e s t i o n e s
libremente disputadas.
E s t e estado d e l a c u e s t i ó n es d e g r a n i n t e r é s p o r los p r i n c i p i o s e n q u e se
inspira (21) y por las conclusiones q u e formula ( 2 2 ) .
Si se c o m p a r a este c a t á l o g o c o n los Placita d e los filósofos d e s u t i e m p o ,
p o d r á a p r e c i a r s e e l tesoro d e c e r t e z a r e l i g i o s a q u e l a fe c r i s t i a n a h a t r a í d o
desde e n t o n c e s a l m u n d o .

( 2 0 ) El comentario sobre Ps. 2, 5, es citado en el Tratado de los principios, I I , iv, 4;


como también el comentario In Gen-, I, 1; ibíd. II, n i , 6. Cf. CADIOU, Introduction
au Systéme d'Origéne, p. 13. La cronología de los libros de Orígenes ha sido cuida-
dosamente determinada por HARNACK, Chronologie, t. I I , pp. 37-53 y por BARDENHE-
WER, Geschichte der altkirchl. Litteratur, t. I I , pp. 82-146. Del comentario sobre San
Juan los cinco primeros libros h a n sido escritos en Alejandría, pero después del
Tratado de los principios, que es citado en dicho comentario. Cf. CADIOU, op. cit.,
pp. 11-13.
( 2 1 ) Lo que busca Orígenes es la fe común en la Iglesia. Cf. KATTENBUSCH, op. cit.,
t. I I , p. 137: "Difícilmente se puede uno sustraer a este pensamiento: q u e Orígenes
buscó con reflexión independiente y libre qué era lo que tenían por verdad ya
definida los cristianos sometidos a la Iglesia. Como punto de partida toma los dos
Testamentos y busca solamente qué es lo que en ellos se encuentra ciertamente según
el juicio inmediato de todos los cristianos de la Iglesia. En este estudio pone particular
atención sobre los resultados de las querellas doctrinales, sobre todo de la refutación
de Marción y la gnosis."
(22) Doctrinas ciertas o dudosas son, respectivamente, las que las controversias han
dejado ya "claras y desembarazadas", o h a n quedado a ú n en la oscuridad.
a) Sobre Dios: contra Marción y los gnósticos ha quedado definitivamente esta-
blecida la identidad del Dios de los dos Testamentos. La espiritualidad de Dios no
ha quedado aún definida; es indudable para Orígenes lo mismo que para Clemente;
pero no fué lo mismo para antecesores de Clemente (cf. supra, p. 201) y habrá antro-
pomorfistas en Egipto hasta el siglo v.
b) Jesucristo ha nacido antes que toda criatura; ha sido ministro del Padre en la
creación y es verdadero hombre.
c) El Espíritu Santo, está unido al Padre y al Hijo en cuanto al honor y a la
dignidad. N o se ve claramente si ha sido engendrado o no. Es el que ha inspirado
a todos los autores sagrados.
d) El alma: lo que está fuera de duda es su responsabilidad personal, su libertad;
las recompensas o sanciones que le esperan. La astrologia está condenada. La cues-
tión metafísica del origen del alma aun no está definitivamente zanjada.
e) Los ángeles y los demonios: " H a y ángeles y potencias buenas que sirven a Dios
en beneficio de los hombres; pero no está claramente determinado cuándo fueron
creados, ni cuál es su estado." "A propósito del demonio y de sus ángeles y de las
potencias enemigas, la doctrina de la Iglesia nos enseña su existencia; pero sin expre-
sar netamente cuál es su naturaleza ni su manera de ser. Sin embargo, la mayor parte
son de parecer que el demonio fué en u n tiempo ángel y que arrastró en su defección
a muchos ángeles, que ahora son llamados sus ángeles."
f) El mundo ha sido creado, ha tenido principio y tendrá fin. ¿Qué hubo antes,
qué habrá después?, la predicación eclesiástica no lo dice claramente.
g) ¿Los astros están animados? Es dudoso.
h) "Toda la Iglesia está de acuerdo en que la L e y es espiritual; pero el sentido
espiritual de la Ley es conocido solamente de aquellos a los que el Espíritu se digna
conceder la sabiduría y la ciencia."
El texto aquí resumido se lee en el prefacio del primer libro, III-X («d. KOETSCHAU,
pp. 9-16) y ha sido traducido por el P . PRAT, op. cit, pp. 11-17:
ORÍGENES 223

A este p r e f a c i o s i g u e n c u a t r o l i b r o s e n los q u e se d i s c u t e n las p r i n c i p a l e s


c u e s t i o n e s así p l a n t e a d a s . E l c o n j u n t o c o n s t i t u y e , n o t a n t o u n a s u m a m e t ó d i c a
c o m o u n a serie d e d i s e r t a c i o n e s o d e n o t a s a p r o p ó s i t o d e diversos t e m a s . Se
s i e n t e e n estos l i b r o s el esfuerzo d e u n i n v e s t i g a d o r q u e es de p e n s a m i e n t o
a u d a z , p e r o i n d e c i s o y q u e t i e n e c o n c i e n c i a d e serlo. A l a s f l u c t u a c i o n e s q u e
n a c e n d e l m é t o d o y d e s u e s t a d o d e á n i m o h a y q u e a ñ a d i r p a r a el l e c t o r
m o d e r n o las d u d a s q u e b r o t a n de la i n s e g u r i d a d del texto: la m a y o r parte
nos h a llegado en la traducción de Rufino, m u y atacada por San Jerónimo.
Si se c o m p a r a el t e x t o c o n s e r v a d o e n l a Philocalia c o n el d e l a t r a d u c c i ó n ,
se c o m p r u e b a q u e m á s d e l a m i t a d d e l t e x t o h a d e s a p a r e c i d o e n l a t r a d u c c i ó n ;
y si es v e r d a d q u e los d e m á s c a p í t u l o s e s t á n m á s f i e l m e n t e t r a d u c i d o s , n o
o b s t a n t e n o se p u e d e e m p l e a r esta t r a d u c c i ó n , s i n c o n f r o n t a r l a , e n los p u n t o s
e n q u e el p e n s a m i e n t o d e O r í g e n e s es c o n t r o v e r t i d o ( 2 3 ) .
E n m e d i o d e t o d a s estas i n c e r t i d u m b r e s , se d e s t a c a s i e m p r e e n el h o r i z o n t e
d e l l i b r o el t e m a c a p i t a l , q u e a t o r m e n t ó a los g n ó s t i c o s y c u y a s o l u c i ó n p e r -
s i g u e O r í g e n e s con t o d a s sus f u e r z a s : ¿ d e d ó n d e p r o c e d e el m a l ? T o d a l a
g n o s i s se i n c l i n a a l a s o l u c i ó n d u a l i s t a : B a s í l i d e s y V a l e n t í n se d e j a n a r r a s -
t r a r p o r e l l a ; M a r c i ó n l a p r e p a r a c o n s u d i s t i n c i ó n d e los dioses, q u e M a n i
c o n s a g r a r á d e f i n i t i v a m e n t e ( 2 4 ) . O r í g e n e s s i e n t e v i v a m e n t e este p e l i g r o y
d i r i g e todos sus esfuerzos a c o n j u r a r l o . D e s d e el p r e f a c i o se d e f i e n d e l a l i b e r t a d
d e t o d a a l m a r a c i o n a l c o m o u n a d e l a s tesis c a p i t a l e s , g a r a n t i z a d a s p o r l a
d o c t r i n a d e l a I g l e s i a ( 2 5 ) ; v u e l v e s o b r e ello d i v e r s a s veces e n e l c u e r p o d e l a
o b r a y a e l l a h a c o n s a g r a d o p a r t e n o t a b l e d e los l i b r o s I I y I I I ( 2 6 ) . E s t a
insistencia estaba justificada; y en m á s de u n p u n t o Orígenes corrigió prove-
c h o s a m e n t e n o sólo l a s tesis g n ó s t i c a s o a s t r o l ó g i c a s ( 2 7 ) , s i n o t a m b i é n l a s
e s p e c u l a c i o n e s d e su m a e s t r o C l e m e n t e ( 2 8 ) .

( 2 3 ) Sobre el valor de esta traducción de Rufino consúltese el diligente estudio de


BARDY, Recherches sur Thistoire du texte et des versions latines du "De Principiis"
d'Origéne, París, 1923.
24
( ) Mani es veinte o treinta años más joven que Orígenes, comenzó a predicar
diez años antes de la muerte de éste y murió veinte más tarde.
(25) Pref., v. Esta insistencia es tanto más de notar cuanto que ningún simbolo
bautismal menciona esta doctrina; es uno de los puntos en que mejor se ve el criterio
que. ha guiado a Orígenes en la composición de este catálogo.
( 2 6 ) II, ix, 2; III, i; este largo capítulo nos ha sido conservado en su texto origi-
nal; Philocalia, cap. xxi.
( 2 7 ) Ya en los catálogos del prefacio, pp. 12-13: "No estamos sometidos a la nece-
sidad ni somos arrastrados, contra nuestra voluntad, a hacer el bien o el mal. Si
somos libres, pueden quizá unos poderes inclinarnos al pecado, y otros ayudarnos a
salvarnos; pero nosotros no estamos necesitados a obrar ni el bien n i el mal; m u y al
contrario de lo que pretenden los que dicen que el curso y el movimiento de los astros
son la causa de las acciones humanas." Contra la astrología, cf. In Matthmum, x m , 6;
I Contra Celsum, V, xxi; V, xi. La tesis que tienen en consideración estos textos es la
de los astrólogos que hacen depender el destino humano de las conjunciones astrológi-
cas; pero Orígenes conocía también la opinión de. los que atribuían a los astros un
alma inmutablemente fija en el bien, por ejemplo Bardesanes, Líber legum regionum
(ed. Ñ A U , Patrología Syriaca, p. 545): "Observad el sol, la luna, el firmamento y las
demás criaturas que son mayores que nosotros en algo: n o han recibido libertad y
están fijas de tal manera que cumplen los mandamientos sin jamás poderse apartar
de ellos." Como lo hace notar justamente Cadiou (op. cit., p. 33), por reaccionar
contra estas tesis, es por lo que Orígenes "se detuvo en la psicología de las estre-
llas". E n el libro l 9 de De Principiis (I, vn, 2) se pregunta si es posible admitir
una inmutabilidad de esta naturaleza en las criaturas, "sea en el sol o en las estrellas,
como han pensado algunos de los nuestros, sea en los santos ángeles, como lo quieren
otros, sea en fin, en las almas, como dicen los herejes".
( 2 8 ) CLEMENTE había admitido esta inmutabilidad en los ángeles protoctistas, Adum-
brationes in I Joan, n , I: "Has namque primitivas virtutes ac primo creatae, immo-
224 HISTORIA DE LA IGLESIA

EL PROBLEMA Sin embargo, esta reacción llevó a Orígenes de-


DEL DESTINO HUMANO masiado lejos y le arrastró a errores de que su
maestro Clemente había sabido preservarse. El
primero de ellos es el de la preexistencia de las almas. Desde Platón hubo
muchos pensadores que se dejaron ganar por esta idea, pues parecía la solu-
ción de u n problema angustioso: ¿Cómo explicar la desigualdad nativa de
las almas, sin poner en tela de juicio la justa Providencia de Dios? Platón
había respondido con el mito de Er, el Armenio, concluyendo: no es Dios el
responsable; pues es el alma, antes de nacer, la que ha escogido su suerte.
Basílides renovó la hipótesis ( 2 9 ) ; Clemente la rechazó sabiamente ( 3 0 ) ; pero
Orígenes volvió a ella y la sostuvo siempre. Rechaza, es verdad, la metempsíco-
sis pitagórica, según la cual las almas pasarían por cuerpos de animales ( 3 1 ),
y la del mismo Platón, que lleva las almas de u n cuerpo h u m a n o a otro ( 3 2 ) ;
pero admite que todos los espíritus son eternos, creados por Dios, iguales entre
sí (33) y q u e e i mundo sensible no es para ellos más que u n lugar de
purificación ( 3 4 ).
Si este punto de partida del destino humano es falso, tampoco la perspec-
tiva del porvenir defendida por Orígenes concuerda con la que la Iglesia pro-
pone: para salvar la libertad de las criaturas racionales, Orígenes se cree obli-
gado a suponerlas capaces siempre de restauración; el mundo sensible creado
por Dios para purificar las almas caídas, dejará de existir cuando todas las
almas h a y a n vuelto a su pureza original ( 3 5 ). Así, bajo la acción de la Pro-
videncia divina, el m u n d o tiende al triunfo del Bien; pero, después de este
mundo, vendrán otros, frutos de nuevas defecciones, debidas, como la pri-
mera, a la fragilidad de las criaturas libres ( 3 6 ). Siguiendo la lógica del sis-

biles, existentes secundum substantiam, cum subjectis angelis et archangelis, cum


quibus vocantur aequivoce, diversas operationes efficiunt." Concebía esta inmutabilidad
como el término más alto a que podía llegar el alma en su ascensión: Stróm., VII, LVII,
5. Cf. supra, p. 214. Ciertamente tenían razón en presentar la beatitud como inamisible;
pero, en vez de ver en la unión con Dios por la visión la causa de esta estabilidad
del alma, imaginaba una nueva disposición, como una nueva naturaleza que. hacía
al elegido "igual a los ángeles", "luz fija que subsiste eternamente en una inmutabi-
lidad absoluta y completa".
(29) Cf. supra, p. 11.
(30) Ecoglw Profetica?, xvn, 1: "No existíamos antes de que Dios nos haya hecho.
Porque habría que saber dónde estábamos si se admite nuestra preexistencia y cómo
y por qué hemos bajado aquí" Cf. CADIOTJ, op cit., p. 37.
( 31 ) Contra Celsum, IV, x u x ; VIII, xxx.
( 32 ) Contra Celsum, IV, xvn.
(33) rj g Principiis, II, ix, 6: "Como Dios es la causa de todos los seres creados y no
hay en El ni variedad ni mutación ni falta de poder, ha creado todas las criaturas ra-
cionales iguales y semejantes; pues no tenía ninguna razón para hacerlas desiguales
y distintas. Pero, como las criaturas racionales están dotadas de libre arbitrio, esta
libre voluntad ha llevado a cada una de ellas, sea a progresar imitando a Dios, sea
a decaer por negligencia."
(34) Según Orígenes ninguna naturaleza puede vivir sino está unida a un cuerpo,
excepto el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, quienes son los únicos absolutamente in-
corpóreos; pero la materia es diversa, según que deba ser unida a unos u otros espí-
ritus: "Cuando está destinada a los espíritus inferiores, se solidifica y se espesa a
punto de formar las diversas especies de este, mundo visible; pero cuando está puesta
al servicio de las inteligencias superiores y bienaventuradas, brilla con el fulgor de los
cuerpos celestes y sirve de vestido a los ángeles de Dios y a los hijos de la resurrección
(ibld., II, n, 2; cf. I, v, 3).
(35) Ibíd., III, vi, 6.
(36) E s te pasaje suprimido por Rufino ha sido citado por Jerónimo, Epist. ai Avi-
tum, x, transcripto por KOETSCHAU, nota sobre el De Principiis, III, vi, 3, p. 284.
ORÍGENES 225

t e m a se l l e g a b a a l a c o n c l u s i ó n d e l a s a l v a c i ó n d e l d e m o n i o ; y se a c u s ó
d e ello a O r í g e n e s , q u e p r o t e s t ó " q u e n i u n loco p o d r í a s o s t e n e r tesis
semejante" (3T).

LA JERARQUÍA T o d a esta c o n c e p c i ó n a t r e v i d a d e l m u n d o y
DE LAS PERSONAS DIVINAS del destino h u m a n o debía provocar corrientes
contrarias de entusiasmo y de temor en la
I g l e s i a c r i s t i a n a d e A l e j a n d r í a . P e r o a u n h a b í a o t r a s e s p e c u l a c i o n e s e n el
Tratado de los principios y m á s a ú n e n el Comentario sobre San Juan, q u e
d e b í a n i n f u n d i r n o m e n o s t e m o r , p u e s sus a t r e v i m i e n t o s n o e r a n m e n o r e s :
t e n í a n p o r objeto el m u n d o celeste y s o b r e t o d o el m u n d o d i v i n o .
L a t r a s c e n d e n c i a s o b r e t o d o s los seres d e l P a d r e , d e l H i j o , d e l E s p í r i t u
S a n t o , v e r d a d c a p i t a l a f i r m a d a s i e m p r e p o r O r í g e n e s , l a e n c o n t r a m o s y a en
el Tratado de los principios (38).
D e b e m o s r e c o n o c e r t a m b i é n e n este t r a t a d o u n a c o n c e p c i ó n j e r á r q u i c a d e
las personas divinas q u e p o n e en peligro su i g u a l d a d y su consustancia-
lidad (39). Esta concepción, a pesar de todas las correcciones de Rufino, apa-

(37) Fragmento de una carta a sus amigos, citada por R U F I N O , De adulteralione li-
brorum Origenis.
( 3 8 ) La inmaterialidad absoluta no la admite en ninguna criatura; sólo en el Padre,
en el Hijo y en el Espíritu Santo: II, n , 2 (cf. supra, p. 224, n. 3 4 ) ; IV, m , 15. Estos
textos, es verdad, se encuentran en la traducción de Rufino; pero no se los puede poner
en duda, porque la tesis es familiar a Orígenes. Al contrario, sería imprudente apo-
yarse en I, m , 7; cf. la nota de KOETSCHAU, p. 60. Sólo, también, la Trinidad es
inmutable en el bien: I, v, 3 ; cf. I, n , 13; I, vi, 2; In Num. hom., XI, 8 (trad. de
R U F I N O ) . En Contra Celsum, VI, XLIV, se encuentra una idea análoga, pero que se
refiere a Dios y no precisamente a las tres personas de la Trinidad: "es imposible
que el bien accidental y producido sea semejante al Bien que lo es por esencia". Los
textos griegos relativos al Hijo y al Espíritu Santo tienden a separar estas dos personas
del Padre, que solo es bueno: In Ps., CXXI; Princ, I, n , 12, fragmento citado por
Justiniano; cf. JERÓNIMO, Ai. Avitum epist., n ; In Mt., XV, 10; cf. sobre este texto
también H U E T , Origeniana, I I , n , qu. 2, 15.
( 3 9 ) En el Tratado de los principios, esta jerarquía se manifiesta sobre todo en la
acción de las personas divinas: "Dios Padre conteniéndolo todo, llega a todos los seres,
comunicando a cada ser lo que El posee en propiedad; por una acción inferior al
Padre, el Hijo no llega más que a los seres racionales, porque es el segundo después del
Padre; por una acción menor aún, el Espíritu Santo no obra más que sobre los santos.
De tal guisa, según esta opinión la potencia del Padre es mayor que la del Hijo y del
Espíritu Santo; la del Hijo es superior a la del Espíritu Santo; superando la potencia
del Espíritu Santo a la de todos los otros seres santos" (I, i n , 3 ) . Cf. In Isaiam, ir.
(Pamph.il., apol., 5 ) ; Contra Celsum, V I I I , xv: "Los que decimos que el mundo
sensible pertenece a quien todo lo ha hecho, afirmamos claramente que el Hijo no es
más poderoso que el Padre, sino que es inferior. Decimos esto por obedecer al que dijo:
el Padre que me ha enviado es mayor que yo."
Llevado por esta concepción jerárquica, Orígenes concibe al Hijo y al Espíritu Santo
como intermediarios entre el Padre y las criaturas: In Joann, X I I I , xxv, pp. 151-153:
" . . . P a r a nosotros, que creemos al Salvador que ha dicho: el Padre, que m e ha
enviado, es mayor que yo, y que, por esta razón, no sobrellevó que el calificativo de
«bueno» le fuese aplicado en su sentido pleno, verdadero y perfecto, sino que lo refirió
al Padre, dándole gracias y censurando al que quería glorificar al Hijo excesivamente,
decimos que sobre todas las cosas producidas se elevan sin comparación y sobremanera
el Salvador y el Espíritu Santo; pero el Padre se eleva sobre ellos, tanto y más que
ellos sobre las criaturas aun las más elevadas." Cf. H U E T , II, n , 2-7. MARAN, en su
nota (ibíd.) supone que los copistas han dejado una negación; pero aunque se conceda
esto, queda la afirmación de los intervalos que separan al Padre del Hijo y al Hijo
de las criaturas. Esta concepción se encuentra en In Matthmum, XV, 10; pero aquí
la distancia es menor del Padre al Hijo que del Hijo a las criaturas.
De la misma concepción derivan las etapas en el conocimiento religioso: después
226 H I S T O R I A DE LA I G L E S I A

rece clara en el Tratado de los principios y se nota más a ú n en el Comentario


sobre San Juan, hasta llegar a dominar toda la obra teológica de Orígenes e
imponerse a su criterio como regla del culto cristiano.
Estas especulaciones teológicas, t a n audaces y, en muchos detalles, t a n im-
prudentes, resonarán durante más de u n siglo en todo el Oriente, llevando
a muchos doctores u n impulso fecundo y a otros profunda desorientación. Sin
embargo, en u n principio, n o aparecían a ú n estas controversias doctrinales
y así sólo vagamente, se presienten los peligros de las hipótesis origenistas;
se admira sinceramente la capacidad de trabajo del erudito y del exegeta, y
aún más la sinceridad de su fervor cristiano que acaba por conquistar la
confianza del que lo lee.

VIAJE A ARABIA La reputación de Orígenes irradiaba ya en la Iglesia


Y A PALESTINA entera. Bajo el pontificado de Ceferino, había ido a
Roma ( 4 0 ) y poco después de volver a Alejandría era
41
llamado a Arabia ( ). " U n soldado vino como portador de u n a carta para
Demetrio, obispo de Alejandría y para el prefecto de Egipto; el gobernador
de Arabia les rogaba que le enviasen lo más pronto posible a Orígenes, con
quien quería hablar sobre su doctrina" ( 4 2 ) . Apenas hacía doce años que se
había dado el edicto de Severo, y se sentía ya que u n a curiosidad simpática
atraía hacia el cristianismo a los altos funcionarios del Imperio romano.
Orígenes cumplió gustosamente su misión y volvió prontamente a Alejandría.
A su regreso encontró la ciudad aterrorizada y diezmada por Caracalla, quien,
en 215, como represión por u n a revuelta, la entregó al pillaje, arrojó a todos los
extranjeros, cerró las escuelas, y prohibió los espectáculos ( 4 3 ) . Ambrosio,
originario de Antioquía, debió salir entonces y fijó su residencia, según
parece, en Palestina. Orígenes, alcanzado seguramente por las medidas toma-
das contra los filósofos y los maestros de escuela, le acompañó. Era a l a
sazón obispo de Jerusalén Alejandro, discípulo y amigo de Clemente y admi-
rador sincero y reverente de Orígenes. Ya hemos dicho con qué benevolencia,
más a ú n con qué admiración acogió a Orígenes ( 4 4 ) . Teoctisto de Cesárea no le

de conocer al Padre en su imagen, es decir en su Hijo, se le conocerá en sí mismo:


In Joann., XX, vil, 47; XXXII, xxix, 359; XIX, vi, 34-39; XIII, m, 18-19: "Esta
fuente viva, que nace en el que bebe del agua que da Jesús, brota hasta la vida eterna;
y quizás más allá de la vida eterna, hasta el Padre que está más alia de la vida eterna;
porque Cristo es la vida, pero el que es mayor que Cristo, es mayor que la vida."
Y encuentra también en el culto esta concepción jerárquica. De Principiis, I, ni, 4:
"El hebreo decía que los dos serafines de seis alas de que habla Isaías, que claman
el uno al otro y dicen: «santo, santo, es- el Señor de los ejércitos», son el Hijo
único de Dios y el Espíritu Santo. Nosotros pensamos que en el cántico de Habacuc:
«Tú serás conocido en medio de los dos animales», se trata de Cristo y del Espíritu San-
to." In Isaiam, hom. i, 2: "¿Quiénes son estos dos serafines? Mi Señor Jesús y el
Espíritu Santo." Cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. II, p. 633; La foi populaire
et la théologie savante en Revue d'histoire ecclésiastique, t. XX, 1924, pp. 19-33. Esta
concepción origenista del culto cristiano tendrá su repercusión en la liturgia. Cf. ibid.,
pp. 27-23.
Mencionemos por fin otra concepción subordinacionista, de forma más técnica, pero
cuya significación es muy semejante: el Padre es la unidad absoluta; el Hijo es múl-
tiple, al menos virtualmente: In Joann., I, xx, 119; II, II, 18; II, xvín, 126; VI, vi, 38;
I, xix, 112, Contra Celsum, V, xxii; V, xxiv; V, xxxix; VI, LXIV. Cf. infra, p. 246,
n. 138.
( 40 ) Cf. supra, p. 219.
( 41 ) Poco antes del 21S.
( « ) Hist. Eccl., VI, xix, 15.
( 43 ) DIÓN CASIO, Historia romana, LXXII, 23.
( 44 ) Cf. supra, p. 217.
ORÍGENES 227

era menos adicto; y a petición de los obispos, Orígenes explicó la Sagrada Es-
critura en la iglesia en presencia de todo el pueblo. Como no era sacerdote,
Demetrio se quejó a sus colegas de Palestina y recibió una respuesta dema-
siado viva: Alejandro y Teoctisto le recordaban que en otras ocasiones también
habían sido algunos seglares invitados por los obispos a predicar la homilía.
Demetrio llamó a Orígenes a su puesto del Didascáleo; volvió, en efecto, y
reanudó su trabajo. Este incidente hacía ya prever el conflicto de quince años
más tarde.
A principios del imperio de Alejandro Severo (222-235) la madre del em-
perador, Mammea, hizo venir a Orígenes a Antioquía para consultarle sobre
muchas cuestiones, "interesándose por la gloria del Señor y la doctrina
divina". Orígenes pasó algún tiempo junto a ella, le expuso la doctrina cris-
tiana y luego "se apresuró a volver a sus ocupaciones acostumbradas" ( 4 6 ).

ORDENACIÓN DE ORÍGENES Hacia el 230, Orígenes fué llamado a Grecia


y, a su paso por Cesárea, fué ordenado de
sacerdote por "los obispos del país" ( 4 e ). Este paso fué mucho más grave que el
primero y provocó en Demetrio una indignación que nada n i nadie podría
calmar. Orígenes se dio cuenta de ello, apenas llegó a "Alejandría. Eusebio
imputa esta irritación a celos ( 4 7 ) ; pero no es más que una apreciación par-
cial: Orígenes pertenecía por su origen y por su oficio a la iglesia de Ale-
jandría y Demetrio estaba en su derecho, para quejarse de que hubiese sido
promovido al sacerdocio sin su consentimiento; además podía acusársele de
irregularidad por su mutilación y achacársele lo temerario de sus doctrinas.
Esta última acusación era la más grave y por lo mismo, contra ella sobre todo
protestó el maestro del Didascáleo: algunas doctrinas, extraordinariamente
escandalosas, por ejemplo, sobre la salvación del demonio, fueron rechazadas
enérgicamente como calumnias ( 4 8 ) ; otras temeridades las reconoció, pero
quiso explicarlas como hipótesis ( 4 9 ), como ensayos que deberían haber que-
dado inéditos y que Ambrosio había publicado imprudentemente.

LA CONDENACIÓN Cuando Orígenes se disculpaba de esta manera ante


el clero de Egipto y ante el papa Fabián, se había
refugiado en Palestina, huyendo de la tempestad, que le amenazaba; pues
u n concilio reunido en Alejandría decretó que Orígenes quedaba desterrado
de la ciudad y que no podía enseñar, n i residir en ella, sin ser por ello des-
(45) Hist. Eccl., VI, xxi, 3-4. Esta simpatía de Mammea por el cristianismo, ates-
tiguada por este hecho y desarrollada en sus conversaciones con Orígenes, ayuda a com-
prender la actitud del emperador Alejandro, entonces muy joven y dominado por su
madre. Cf. infra, p. 229, n. 59 y 60.
(4«) Hist. Eccl. VI, XXIII, 4.
(4T) Hist. Eccl. VI, VIII, 4-5. San Jerónimo habla varias veces de esta ruptura y de
modo diverso, según sus disposiciones respecto de Orígenes: en 384, en una carta a
Paula, habla como EUSEBIO (Epist., xxxm, 4) y lo mismo en 392, en De viris illustri-
bus, LIV. A partir del año 400, aparece, otro aspecto de la cuestión: las acusaciones
doctrinales formuladas contra Orígenes; en su Apología adversus libros Rufini, II, xvni,
cita un fragmento de la carta en que Orígenes se queja al clero de Egipto de haber
sido falsamente acusado de doctrinas blasfemas y condenado por ello; cf. RUFINO,
De adulteratione librorum Origenis. Por el mismo tiempo (400), Jerónimo, escribiendo
a Pammaquio: "El mismo Orígenes, escribiendo a Fabián, obispo de Roma, se aflige
de haber escrito tales cosas y hace recaer la responsabilidad sobre Ambrosio, que ha
publicado lo que debía haber quedado inédito."
(48) En su carta al clero de Egipto, citada por San Jerónimo y por Rufino, supra,
p. 225, n. 37.
(49) En su carta al papa Fabián (ibíd).
228 HISTORIA DE LA IGLESIA

pojado del presbiterado. Pero, Demetrio, asistido de algunos obispos de Egipto,


declaró a Orígenes depuesto del sacerdocio (50).
El obispo de Alejandría comunicó esta sentencia a todo el episcopado; el
obispo de Roma, Ponciano, reunió u n sínodo para suscribir la sentencia y la
mayor parte de los obispos hicieron lo mismo; pero los obispos de Palestina,
Arabia, Fenicia, Acaya y Capadocia no dieron su adhesión ( B 1 ).
Así, en este conflicto doloroso, se dibuja ya el desacuerdo entre las grandes
iglesias de Oriente y de Occidente: en Roma y en todo el m u n d o occidental,
en que el helenismo había en otro tiempo impuesto u n barniz de cultura,
que ahora apenas brillaba, la teología de Orígenes no penetrará jamás; en
Oriente, por el contrario, ejercerá siempre poderoso atractivo; pero sobre todo,
en el siglo n i , pues en el iv el arrianismo, al intentar escudarse en el orige-
nismo, lo hizo sospechoso a muchos católicos ( 5 2 ).
E n esta distinta actitud de Oriente y Occidente es de notar la posición de
l a Iglesia de Alejandría: se adhiere a Roma y al Occidente; lo que hace ya
presentir su postura, cuando estalle en su seno la herejía arriana. Poco tiempo
«después de la condenación de Orígenes, murió Demetrio ( 5 3 ) y le sucedió
Heraclas, que había estado asociado a Orígenes como auxiliar y, después de
la condenación, le había sucedido al frente del Didascáleo. Parece que enton-
ces Orígenes intentó volver a Alejandría y renovar sus clases; pero Heraclas
m a n t u v o la sentencia de Demetrio ( 5 4 ) .
En el 247 moría a su vez Heraclas y era reemplazado por San Dionisio, que
n o hizo nada por que volviera a Alejandría el que sin duda había sido su
maestro ( 5 5 ) ; pero, al menos, en la persecución de Decio, después de su con-
fesión, Orígenes recibió del obispo de Alejandría u n a carta de amistad ( B 6 ).
Estos hechos nos d a n mejor a entender los verdaderos motivos que tuvo
Demetrio para dictar su sentencia contra Orígenes: si sus dos sucesores, anti-
guos alumnos de éste, no reintegraron al maestro en su escuela de Alejandría,
es que su alejamiento no se debía sólo a envidia personal de Demetrio, sino
a verdadero interés de la Iglesia.

§ 2 . — El maestro d e Cesárea

La condenación dictada por los hombres que más estrechamente unidos


habían estado con él: Demetrio que treinta años antes lo había puesto a l
frente del Didascáleo, y Heraclas, que había sido su discípulo y colaborador;

(5U) Así es como los hechos han sido contados por Focio, Cod. CXVIII (P. G., CIII,
397) según Panfilo.
( 31 ) SAN JERÓNIMO, Epist., xxxm, 4. Jerónimo no menciona la Capadocia; pero la
actitud de. Firmiliano da a conocer suficientemente su adhesión fiel a Orígenes.
(52) Pero no todos, sin embargo, pues el piadoso cuidado con que San Basilio y
San Gregorio compusieron la Philocalia dice muy alto de la veneración que tenían por
el maestro. San Basilio, no obstante, pone reparos a la teología origenista del Espíritu
Santo. (Sobre el Espíritu Santo, LXXIII.)
(83) Quizá en el año 230 (Cf. PREUSCHEN, a r t Orígenes en Protest. Real-Encyclop.,
t. XIV, p. 475) o lo más tarde en 232.
(54) Estos hechos están atestiguados por documentos de época un poco lejana a los
sucesos, pero no puede despreciarse el hecho que estén de acuerdo: Focio, Interrogat.,
ix; GENADIO, De viris illustribus, xxxrv; TEÓFILO, citado por Justiniano, Epist. ad Men-
nam (HARDOUIN, III, 263; cf. Mystagogia s. Petri Alex., en ROUTH, Reliquim Sacra?, t.
IV, p. 81). Cf. HARNACK art. Heraclas en Protest. Real-Encyclop., t: VII, p. 693; HAGE-
MANN, op. cit., pp. 283-285; BARDENHEWER, op. cit., t. II, p. 80.
( 55 ) FELTOE, Dionysius, p. XXV.
(s«) Hist Eccl, VI, XLVI, 2. Cf. infra, p. 255.
ORÍGENES 229

el destierro, que le alejaba de la Iglesia en que su padre había padecido el


martirio, en la que él mismo había enseñado durante treinta años y las acu-
saciones terribles lanzadas contra él y propagadas por todo el mundo, fueron
u n golpe terrible para Orígenes. Sin embargo, habla poco en sus obras de
esto y, cuando lo hace, lo hace con mucha mesura. El texto más explícito
está en el prefacio al tomo VI sobre San Juan:
"A pesar de la tempestad que contra nosotros se ha levantado en Alejandría, había-
mos acabado el quinto tomo; porque Jesús mandó a los vientos y al mar. Habíamos
comenzado ya el sexto, cuando fuimos arrancado a la tierra de Egipto, salvado por
la mano del Dios liberador, que en otro tiempo había libertado a su pueblo. Desde
entonces, el enemigo ha redoblado la violencia, publicando nuevas cartas, enemigas
del Evangelio, y desencadenado contra nosotros los vientos malos de Egipto.
"Por esto la razón nos aconsejaba que estuviésemos apercibidos para la lucha y que
conserváramos lejos de toda turbación la parte más elevada de nuestro ser, para que
la; tranquilidad concedida a nuestro espíritu nos permitiese entregarnos a nuestros tra-
bajos anteriores y proseguir el estudio sobre la Escritura. Al volver a esta tarea,
teníamos el temor de que tristes cavilaciones llevasen la tempestad a nuestra alma;
además, el no tener a nuestros taquígrafos ordinarios, nos impedía dictar el comen-
tario. Pero, ahora que los muchos dardos inflamados lanzados contra nosotros han
sido detenidos por Dios, y que nuestra alma, acostumbrada a las contradicciones por
virtud de. la palabra divina, ha aprendido a soportar con más serenidad todas las
asechanzas, ahora que, por así decirlo, tenemos el cielo sereno, no queremos tardar
más en dictar la continuación y rogamos a Dios nuestro maestro y Señor, que se
haga oír en el santuario de nuestra alma, para que pueda acabar este comentario
emprendido del Evangelio de Juan. Que Dios escuche nuestra oración, para que poda-
mos componer todo el cuerpo de este discurso y que ningún accidente venga a inte-
rrumpir o a quebrar la cadena de la Escritura" ( 5 7 ).

Este texto emocionante traduce perfectamente el gran dolor de Orígenes


y su esfuerzo por dominarlo y continuar su trabajo ( 5 8 ) sin perder la paz.
En Palestina se encontraba en país amigo, protegido por obispos que lo admi-
raban, Teoctisto de Cesárea y Alejandro de Jerusalén. Desde Palestina irra-
diaría su prestigio por todo el Oriente.

PERSECUCIÓN DE El imperio estaba entonces e n manos de Alejandro Se-


MAXIM1NQ vero. El joven emperador mostraba hacia los cristia-
nos, no sólo la más amplia tolerancia, sino u n a sim-
patía y hasta u n a veneración supersticiosa ( 5 9 ) ; su casa, si hemos de creer
a Eusebio ( 6 0 ) , estaba "constituida en su mayor parte por fieles".

( 57 ) In Joan., VI, i, 8-11. Orígenes añade que vuelve a comenzar el prefacio del
tomo VI; porque no ha podido traer de Alejandría la redacción comenzada; tan preci-
pitada fué' su salida.
(58) pUede recordarse también el texto de la carta de Orígenes a sus amigos, citada
por San Jerónimo, Adv. Rufinum n, 18: "¿Será necesario recordar los discursos de los
profetas, amenazando y reprendiendo a los pastores y a los ancianos, a los sacerdotes
y a los príncipes del pueblo? Vosotros mismos podéis encontrarlos sin ayuda nuestra
en las Santas Escrituras y podréis convenceros de que nuestro tiempo es quizá de
aquellos a los que se aplican estas palabras: No pongáis vuestra confianza en vuestros
amigos ni vuestra esperanza en vuestros jefes (Mich. 7, 5) y este otro oráculo que
tiene su cumplimiento en nuestros días: los guías de mi pueblo no me han conocido,,
hijos insensatos que no tienen la sabiduría; son hábiles para hacer el mal y no saben
hacer el bien (Jerem. 4, 22). Hombres semejantes merecen compasión más que odio
y debemos rogar por ellos más que maldecirles; pues no hemos sido creados para mal-
decir, sino para bendecir".
(5») DIÓN CASIO, Hist. Rom., LXXV, 13; LXXVIII, 12. LAMPRIDIO, Alex. Sev., xxli,
XXVIII, XXIX, X U I I - X L I V , XLIX.
60
C ) Hist. Eccl., VI, xxvin, 1.
230 HISTOHIA DE LA IGLESIA

Pero esta simpatía, que comenzaba a nacer en el imperio hacia los cris-
tianos, quedó de súbito cortada: el 18 de febrero del 235 eran asesinados Ale-
jandro Severo y su madre y, por odio a su predecesor, Maximino se hizo
perseguidor de los cristianos y puso en la persecución toda la salvaje bruta-
lidad de su carácter. E l amigo íntimo de Orígenes, Ambrosio y el sacerdote
de Cesárea, Protocteto confesaron animosamente la fe y Orígenes les dedicó
su libro Sobre el martirio: en esta exhortación vibrante y llena de emoción,
se vuelve a sentir el entusiasmo con que treinta años antes el hijo de Leónidas
había animado a su padre al martirio ( 6 1 ) .

SAN GREGORIO Orígenes no fué víctima de la persecución ( 6 2 ) y a lo largo


TAUMATURGO de los tres años que duró (235-238) prosiguió su ense-
ñanza en Cesárea. E n este tiempo contó entre sus discí-
pulos al que había de ser u n o de los m á s grandes apóstoles de Oriente, San
Gregorio Taumaturgo.
Teodoro que mudó más tarde su nombre por el de Gregorio, había nacido en
el Ponto, de familia distinguida, pero pagana. A los catorce años, después de
haber perdido a su padre, conoció el cristianismo y se enamoró de él. Quería
ser abogado y partió con su hermano Atenodoro para Berito, a fin de estudiar
allí el derecho. Con ellos fué su hermana a Cesárea, en donde debía reunirse
a su marido, nombrado asesor del gobernador de Siria-Palestina. E n Cesárea
oyen hablar de Orígenes y de su enseñanza y abandonan sus proyectos de
estudios jurídicos para hacerse discípulos suyos. Después de cinco años,
pasados en esta escuela, los dos hermanos volvieron al Ponto, donde ambos
a u n jóvenes, fueron nombrados obispos. Antes de partir hacia su país, Gregorio
dedicó a su maestro u n discurso de adiós y de agradecimiento.

LA ENSEÑANZA En este elogio, vibrante de admiración reconocida, nos


DE ORÍGENES cuenta cómo, conquistado por Orígenes, fué formado por
VISTA POR UN él ( 6 3 ). Este testimonio nos da a conocer, mejor que
DISCÍPULO todas las descripciones de Eusebio el método pedagógico
de Orígenes y su incomparable ascendiente. El maestro
no era solamente profesor, sino que era ante todo educador y transformaba
el alma que se entregaba a él:

"Cuando vio que sus esfuerzos no quedaban sin correspondencia, se dio a cavar, a
remover, a regar, a dar vuelta todo; puso en acción todo su arte y todos sus cuidados
para cultivarnos: las espinas, los cardos, las malas hierbas, que crecían en nuestra
alma como en un bosque virgen, las cortaba y arrancaba con sus reprensiones y
sus órdenes. Nos corregía al modo de Sócrates, nos domaba con su palabra, si nos
veía como potros salvajes, rebeldes al freno, trotando fuera del camino y corriendo
de aquí para allá, hasta que por su persuasión y con su fuerza, domándonos como
con bridas, puestas a nuestra boca, nos sometía de nuevo a la rectitud. En un prin-

(61) Fragmentos de este libro han sido traducidos por BARDY, Origéne, pp. 296-307.
( e2 ) PALADIO (Hist. Lausiaca, CXLVII) refiere que desde el 235 al 237 ó 238 Orígenes
vivió en Cesárea de Capadocia, oculto en la casa de un cristiano llamado Juliano; pero
este relato es desmentido por San Gregorio: su discurso fué pronunciado en el año 238;
acaba de seguir durante cinco años los cursos de Orígenes en Cesárea y no dice nada
de una interrupción, ni de una ausencia. Este decisivo testimonio está confirmado por
lo que nos dice Eusebio (Hist. Eccl., VI, XXVIII) : Que la persecución hirió a los amigo^
de Orígenes y que éste les dedicó su libro sobre el martirio; que habla de la persecu-
ción en el tomo XXII de su comentario a San Juan y en diversas cartas. Si la
persecución hubiera alcanzado también a Orígenes, no hubiese dejado de decirlo Eusebio.
( 63 ) P. G-, X, 1049-1104, ed. KOETSCHAU, Friburgo, 1894.
ORÍGENES 231

cipio esto no dejaba de herirnos; ni la costumbre ni el ejercicio nos había habituado


a seguir la razón; mas poco a poco nos fué formando con sus discursos y purificán-
donos" (vn, 96).
Al mismo tiempo que esta educación moral, se llevaba a cabo la educación
enciclopédica; todas las ciencias iban comprendidas en esta formación: dia-
léctica, crítica, aritmética, geometría, astronomía (II-VIII). La filosofía venía
a coronar estos estudios preparativos; los discípulos de Orígenes debían leer
todos los filósofos, excepto los ateos:
"Se guardaba bien de entregarnos al estudio de un solo sistema; pasaba revista a
todos, queriendo que no dejásemos de conocer parte alguna de la ciencia griega. El
iba siempre delante y nosotros caminábamos en su seguimiento. Cuando tropezába-
mos con algún pensamiento intrincado, o el sofisma se ocultaba bajo formas pérfidas,
nos advertía como hombre ejercitado en estas dificultades por una larga experiencia
y por un hábito constante en el estudio de lo filosófico; como el que desde lo alto
de un lugar seguro tiende la mano y eleva hacia sí a los que ve ya próximos a
sumergirse en las aguas, así hacía nuestro maestro: recogía todo lo que cada filósofo
ha enseñado de útil y verdadero, para fijarse principalmente en las cosas que pueden
contribuir a desarrollar la piedad entre los hombres. No quería que nos aficionásemos
a ningún filósofo, por muy sabio que le hubiesen juzgado los hombres, sino sólo a
Dios y a sus profetas" (xiv-xv).

Por donde todo el estudio enciclopédico y filosófico no era más que u n a


preparación para el estudio de la Sagrada Escritura, que constituye para
Orígenes la ciencia por excelencia, la teología. Aquí es donde el maestro se
revela en todo su ser, no sólo en la riqueza de su erudición, sino también en
la profundidad de su intuición religiosa:
"El mismo interpretaba los profetas y declaraba los lugares oscuros y enigmáticos,
que son muchos en las Santas Escrituras... Esclarecía todos los enigmas, porque
sabía escuchar a Dios y comprenderlo; no había enigmas oscuros para él, nada que
no entendiese; entre todos los hombres de hoy, los que yo he conocido o de los que
he oído hablar, no hay uno que sepa, como él, contemplar la pureza de los oráculos
divinos y recibirlos, como luz en su alma, y revelarlos a los demás. Es que el Jefe
universal, el que se hace oír de los profetas amados de Dios e inspira toda profecía,
todo discurso místico y divino, le honraba como un amigo y le había constituido
maestro; daba por medio de éi la inteligencia de lo que por otros había hecho oír
en enigmas, y todo lo que el Maestro soberanamente digno de ser creído había orde-
nado y revelado con .su autoridad real, era explicado por Orígenes, que con el favor
divino desentrañaba los misterios, a fin de que, si alguno fuese duro de alma e incré-
dulo o ávido todavía de aprender, pudiese aprender de él y se sintiese forzado a
comprender, a creer y seguir a Dios. Y si él enseña todo esto, es, creo, por la comu-
nicación del Espíritu Divino; porque los que profetizan y los que entienden las
profecías, necesitan el mismo espíritu y ninguno puede entender un profeta, si el
mismo Espíritu que profetiza no le da a entender lo profetizado. Esto es lo que se
lee en los libros santos: sólo el que ha cerrado puede abrir y ningún otro; es la
palabra divina la que abre, manifestando los enigmas cerrados. Este don magnífico
lo ha recibido de Dios; tiene del cielo este destino admirable de ser entre los hombres
intérprete de las palabras de Dios, de comprender lo que Dios ha dicho, cómo Dios
lo ha dicho y exponerlo a los hombres, como los hombres pueden entenderlo. Así,
nada había para nosotros inefable, oculto ni inaccesible; podíamos entender toda
palabra, fuese bárbara o griega, misteriosa o patente, divina o humana; podíamos
con toda libertad recorrerlo todo, escrutarlo y saciarnos y gozar de todos los bienes
del alma; y aunque se tratara de un antiguo documento acerca de la verdad, o como
quiera que se denominase, extraíamos abundantemente, siempre con plena libertad, ad-
mirables y magníficas perspectivas. En una palabra, era para nosotros esto un paraíso,
imagen del gran paraíso de Dios, en el que no teníamos que trabajar la tierra de aquí
abajo y nutrir nuestros cuerpos; sólo debíamos desarrollar las riquezas de nuestra
alma, como hermosas plantas plantadas por nosotros mismos o plantadas en nosotros
por la Causa dé todas las cosas, con gozo y abundancia" (xv, 174-183).
232 H I S T O R I A DE LA IGLESIA

Este discurso hacía tanto honor al discípulo como al maestro; aunque no


podemos menos de reconocer alguna exageración, tanto en la estima de la
filosofía helénica, como en las alabanzas prodigadas a Orígenes, maestro
único, único intérprete de las Escrituras. Orígenes mismo sentía estas exage-
raciones. En una carta a Gregorio, escrita poco después de volver éste a su
patria ( 6 4 ), hay detalles que parecen una discreta corrección de este dis-
curso ( 6 5 ): sobre los peligros que se pueden encontrar en los bienes de Egipto,
sobre la necesidad de la oración para comprender las Escrituras, y al fin de
la carta insiste Orígenes en esta exhortación:

"Tú, hijo mío, aplícate a leer las Santas Escrituras; aplícate, te digo; porque tene-
mos necesidad de mucha atención, para no decir ni pensar nada, inconsiderado. Atento
a la lectura de las Escrituras Divinas, con fe, con intención de agradar a Dios; si
las puertas están cerradas, llama, que el portero te abrirá; el portero del que Jesús
dijo: el portero abrirá la puerta. Atento a la lectura divina, busca con rectitud de
corazón y fe firme en Dios, el espíritu de las Santas Escrituras, oculto a muchos.
Pero no te contentes con llamar a la puerta y buscar; lo más necesario, para com-
prender las cosas divinas, es la oración. El Salvador, exhortándonos, no se contentó
con decirnos: llamad y se os abrirá, buscad y encontraréis; dice también: pedid y
se os dará. Por mi cariño paternal hacía ti, no temo hablarte en estos términos. Si he
hecho bien o no, Dios y su Cristo lo saben y el que tiene parte en el espíritu de Dios
y en el espiritu de Cristo. Tú podías tener parte también, una parte mucho mayor,
y no decir solamente: tenemos parte con Cristo, sino también tenemos parte con Dios."

Dejando de lado estas últimas palabras que, escritas por la pluma de Orí-
genes, no pueden menos de ser sospechosas, tenemos que admirar la piedad
y la sabiduría de esta respuesta. Corrige con discreción paterna lo que había
de inconsiderado en el entusiasmo del joven. Estos documentos, comparados el
uno con el otro se esclarecen y nos dan a conocer una pedagogía de excep-
cional eficacia C6*).
Pero hagamos notar que, ante todo, el valor del sistema depende entera-
mente aquí del valor del hombre. Como Sócrates, al que Gregorio recuerda
en su discurso, como Plotmo, que m u y pronto enseñará en Roma, Orígenes
transforma a sus discípulos más por su ascendiente personal que por su eru-
dición; no es el conferencista, que de vez en cuando se presenta delante de
sus oyentes; es el preceptor, el pedagogo que vive con sus discípulos.

LOS OBISPOS DE ORIENTE A este testimonio del joven discípulo, lleno de


Y ORÍGENES veneración, se u n e n otros de los obispos más
respetables de Oriente: entre todos sobresale
Firmiliano, obispo de Cesárea de Capadocia, obispo de gran autoridad, al que
m u y pronto acudirá San Cipriano ( 8 7 ) ; y al que más tarde se recurrirá tam-
bién contra el indigno obispo de Antioquía, Pablo de Samosata. Firmiliano,
obispo de tanto prestigio se hizo también discípulo de Orígenes: "Le llamó pri-
meramente junto a sí, para bien de las iglesias y luego fué junto a él a Judea

(64) Esta carta es posterior al discurso (238) y anterior a la elevación de Gregorio


al episcopado (243).
(65) Cf. KOETSCHAU, Introduction a la edición del discurso, pp. XV-XVII.
( 66 ) Se han podido escribir por un buen juez estas afirmaciones: "No podemos encon-
trar en toda la antigüedad cristiana un cuadro semejante. Aun dejando aparte el entu-
siasmo parcial del discípulo, la síntesis que nos ofrece de ese sistema de educación cristia-
na, que de hecho fué aplicado, nos presenta un modelo que no podemos superar. En él
están unidos el ideal de la formación cristiana y el ideal de la filosofía cristiana».
(WESTCOTT, art. Orígenes en Dict. of Christian Siography, t. IV, p. 102*).
(«*) Cf. supra, p. 177.
ORÍGENES 233

y pasó con él algún tiempo, para perfeccionarse en las cosas divinas" ( 6 8 ).


En cuanto a los jefes del episcopado palestinense, Alejandro de Jerusalén
y Teoctisto de Cesárea, que le había ordenado sacerdote, fueron hasta el
fin sus fieles protectores: "Acudían a él como a maestro único y le
confiaban la explicación de las Santas Escrituras y toda la enseñanza ecle-
siástica" ( 6 9 ).
Así, mientras de Alejandría le arrojaban y el Occidente se hacía eco de esta
condenación, Orígenes era en Oriente recibido con admiración entusiasta.
Por u n a parte era objeto de u n a severidad que él creía injustificada y por
otra lo era de u n a admiración que tampoco creía merecer. E n u n a homilía
sobre San Lucas, en que habla del culto excesivo que los marcionitas daban
a San Pablo, identificando al apóstol con el Espíritu de verdad, añade:
"Nosotros también padecemos por este exceso: muchos que nos aman más de lo
que nos merecemos, prodigan alabanzas, que no podemos ratificar, a nuestros dis-
cursos y a nuestra doctrina; otros calumnian nuestros libros y suponen en nosotros
sentimientos que no tenemos conciencia de haber tenido jamás. Los que nos aman
demasiado y los que nos odian, unos y otros faltan a la regla de la verdad" ( 1 0 ).

§ 3 . — El p r e d i c a d o r y e l moralista

LAS HOMILÍAS E n medio de este entusiasmo y de estas acusaciones, el


sacerdote de Cesárea proseguía su obra: no sólo se con-
sagró a la educación y la enseñanza de que acabamos de hablar, y a la com-
posición de libros, de que volveremos a tratar, sino también a la predicación,
que cada vez era más frecuente. Hacía la explicación de las Escrituras al
pueblo, por lo menos dos veces por semana, miércoles y viernes ( 7 1 ) ; pero m u y
pronto tuvo que hacerla diariamente y a u n varias veces al día; muchas de
ellas comentando el texto de las lecciones del día ( 7 2 ) ; otras, el texto impuesto
por los obispos, que presidían la reunión ( 7 3 ) o el q u e indicaban los
oyentes ( 7 4 ).
Predicación t a n asidua y prolongada es prueba indudable del celo del pre-
dicador; pero también de la fiel docilidad de los cristianos. Sin embargo,
el orador se queja muchas veces de los ausentes y también de los presentes:
muchos no vienen a la Iglesia más que los días de fiesta; otros escuchan
la lectura de la Sagrada Escritura y se salen sin esperar al sermón. Los que
se quedan, están a veces distraídos y siguen en la iglesia la conversación que
traían de fuera; vuelven la espalda a la lectura de la Escritura y al sermón:
"¿Cómo podré —dice— poner perlas en los oídos sordos y que se dis-
traen?" ( 7 5 ). Debe reprender a sus oyentes; pero lo hace a pesar suyo y sua-
vemente: "Os pareceré quizá severo; ¿pero puedo yo cubrir de estuco u n
muro que se derrumba?" ( 7 6 ).

(68) Hist. Eccl, VI, xxvn.


(«») Ibíd.
( 70 ) In Luc. hom. xxv.
(71) SÓCRATES, Hist. Eccl, V, 22.
(72) In Num. hom. xv, 1; In Jesu Nave hom. xx; In I Sam. hom. n.
( 73 ) In Ezech. hom. XIII, 1.
( 74 ) In Num. hom. xv, 1.
( 75 j In Gen. hom. x, 1; In Exod. hom. xn, 2; hom. xn, 3. Según dice DELARUE
estos textos de Orígenes han sido citados por JONÁS DE OKLEANS, De institutione laicali,
cap. xm. Cf. HARNACK, Der kirchengeschichtliche Ertrag des exegetischen Arbeiten
des Orígenes, Leipzig, 1918-1919, t. I, p. 68 y s.
(76) In Gen. hom. x, 1.
234 HISTORIA DE LA IGLESIA

E s t a s s e v e r i d a d e s n o p e r d o n a n a n a d i e : n i a los obispos, n i a l o s s a c e r d o t e s ,
n i a l m i s m o p r e d i c a d o r . E n u n a h o m i l í a s o b r e el G é n e s i s , h a b l a n d o d e los
sacerdotes d e l F a r a ó n , c o m e n t a O r í g e n e s :

"¿Queréis saber la diferencia entre los sacerdotes de Faraón y los sacerdotes de


Dios? El Faraón da tierras ai sus sacerdotes; el Señor dice a los suyos: Yo soy vuestra
parte. Prestad atención los que leéis, vosotros sacerdotes del S e ñ o r . . . escuchad lo
que Cristo, nuestro Señor, manda a sus sacerdotes: El que no renuncia a todo lo que
posee, no puede ser m i discípulo. Tiemblo, al escribirlo; pues antes que a nadie
es a m í a quien acuso, es a mí a quien condeno. Cristo no quiere por discípulo suyo
al que posee algo y no renuncia a todo lo que posee. ¿Qué hacemos? ¿Cómo podemos
leer esto, cómo podemos exponerlo al pueblo, nosotros que no sólo no renunciamos
a lo que poseemos, sino que además queremos adquirir lo que no poseíamos antes
de venir a Cristo? ¿Podemos disimular lo que está escrito, porque nuestra conciencia
nos acusa? No quiero hacerme dos veces culpable. Confieso, sí, confieso delante de
todo el pueblo que m e escucha, que esto está escrito; aunque tengo conciencia de
no haberlo cumplido. Hoy, al menos, animémonos, apresurémonos a cumplirlo; apre-
surémonos a pasar de. sacerdotes de Faraón, que tienen posesiones terrenas, a sa-
cerdotes del Señor, q u e no tienen parte aquí abajo, pero cuya parte es el Señor" ( 7 7 ) .

EL IDEAL RELIGIOSO E s t e t e x t o , q u e es u n o e n t r e m u c h o s , n o s r e v e l a e l
c a r á c t e r d e l a s h o m i l í a s d e O r í g e n e s : son d e e l e v a d o
i n t e r é s p a r a l a h i s t o r i a d e l a exégesis ( 7 8 ) , p a r a l a h i s t o r i a d e l a I g l e s i a d e l
siglo n i ( 7 9 ) ; pero nos descubren sobre todo la emocionante sinceridad (80) y
l a s a s p i r a c i o n e s r e l i g i o s a s d e l s a c e r d o t e d e C e s á r e a . Si r e l a c i o n a m o s esta o b r a
o r a t o r i a , q u e es m u y c o n s i d e r a b l e , c o n s u s i s t e m a p e d a g ó g i c o y c o n l a s o b r a s
teológicas d e Orígenes, podemos l l e g a r a lo m á s í n t i m o d e su p e n s a m i e n t o ,
a s u s a l t a s a s p i r a c i o n e s r e l i g i o s a s , q u e f u e r o n e l r e s o r t e d e t o d a su v i d a ; a s p i -
r a c i o n e s q u e se r e f l e j a n e n u n a m e t a f í s i c a q u e c o n t i e n e c i e r t a s tesis e r r ó n e a s ,
d e l a s q u e los m e j o r e s d i s c í p u l o s d e O r í g e n e s s u p i e r o n d e s p r e n d e r s e . E n
r á p i d a e x p o s i c i ó n n o s e s f o r z a r e m o s p o r e x p o n e r l a s c o m o el m i s m o m a e s t r o
las concibió, las vivió y las predicó ( 8 1 ) .
D i o s , e l solo b u e n o , h a c r e a d o a t o d o s los seres e s p i r i t u a l e s , b u e n o s y p u r o s
y a h o r a b a s t a e c h a r u n a m i r a d a a este m u n d o p a r a v e r q u e está l l e n o d e
i m p u r e z a s . T o d a s estas m a n c h a s e i m p u r e z a s v i e n e n d e u n a c a í d a o r i g i n a l :
las a l m a s q u e viven e n la m a t e r i a deben purificarse de las faltas cometidas
e n su v i d a a n t e r i o r . L a f a l t a i n i c i a l consistió e n u n o l v i d o d e D i o s ; e l a l m a
c r e a d a p o r E l , p a r a c o n t e m p l a r l e , h a d e j a d o a p a g a r s e e l i m p u l s o d e esta con-
t e m p l a c i ó n p r i m e r a y se h a d i v i d i d o , d i s t r a í d o , c o m p l a c i é n d o s e e n sí m i s m a
y dejándose seducir por las criaturas ( 8 2 ) .

( 7 7 ) In Gen. hom. xvi, 5. Cf. HARNACK, op. cit., p. 70, quien compara este texto
con otro de u n presbítero citado por IRENEO, Adv. fuer., IV, xxx. 1.
( 7 8 ) Sobre la exégesis de Orígenes, cf. PRAT, op. cit., pp. 111-167, 174-187; W E S T -
OOTT, art. Orígenes en el Dict. of Christ. Biogr., t. IV, cois. 104-127; BARDY art. Origéne
en Dict. de Théol. cathol., cois. 1.495-1.501 y 1.505-1.509.
( 7 9 ) Cf. HARNACK, Der Kirchengeschichtliche Ertrag der exegetischen Arbeiten des
Orígenes.
(SO) En los últimos años de su vida Orígenes se siente bastante seguro de sí mismo,
para permitir a los estenógrafos que copien sus homilías, sin que él mismo las hubiese
escrito antes.
( 8 1 ) Cf. W . VOELKER, Das Vollkommenheitsideál des Orígenes, Tubinga, 1931.
( 8 2 ) Esta concepción de la caída, familiar a los neoplatónicos y sobre todo a Plotino,
se encuentra también en Clemente y en Orígenes; cf. CADIOU, Introduction, pp. 22 y
48-59. "El gnóstico sabe que de los ángeles, algunos resbalaron hasta la tierra, no
habiendo aun reducido al solo hábito virtuoso su tendencia natural de dividirse entre
dos objetos" (CLEMENTE, Stróm. VII, XLVI, 6 ) . "Todos los que participan del que es
—y son los santos— se puede decir verdaderamente que son; pero los que han recha-
ORÍGENES 235

El trabajo de toda nuestra vida aquí abajo consiste en desprenderse de esta


multiplicidad de cosas y recogerse para unirse a Dios ( 8 3 ).

LA ASCESIS Este esfuerzo requiere una ascesis rigurosa y Orígenes no


lo disimula. La vida es u n combate, en que luchan los
soldados de Dios y los de Satán ( 8 4 ) ; no h a y neutralidad posible: "Todo hom-
bre, dotado de razón, o es hijo de Dios o es hijo del diablo; porque o peca
o no peca; no hay término medio. Si peca es del demonio; si no peca, es de
Dios" ( 8 5 ). En esta lucha inevitable y constante es preciso orar y así, por
m u y débiles que seamos, podemos vencer miríadas de enemigos, visibles e
invisibles, empeñados en nuestra perdición; y, caídos en pecado, podemos
levantarnos con la penitencia ( 8 e ) . Los bienes que debemos alcanzar están
sobre nuestras fuerzas; la perfección que se nos exige está fuera de nuestro
alcance; mas todo nos lo dará la oración ( 8 7 ).
A la oración h a y que añadir el esfuerzo ascético: hemos hablado ya de la
vida pobre y mortificada que desde su juventud se impuso Orígenes; esa
misma vida quiere él que imiten sus lectores y sus oyentes. Los profetas
son en todo esto sus maestros: la vida que ellos escogieron es "difícil de
imitar, fuerte, libre, invencible ante los peligros y la muerte". Así, Moisés,
Jeremías, Isaías, "que superó toda ascesis, viviendo durante tres años des-
n u d o y descalzo", Daniel y sus compañeros, que querían vivir sólo con agua
y legumbres: ante estos ejemplos la fuerza de voluntad de Diógenes, Antíste-
nes, Crates no es más que u n juego ( 8 8 ).
Modelos eran también los apóstoles, sobre todo San Pablo que reducía la
carne a servidumbre y encontraba fuerza en su debilidad ( 8 9 ). Los cristianos
piden a veces que Dios les dé parte con los profetas y apóstoles y es necesario
que comprendan lo que significa esta oración: "Concédenos padecer lo que
padecieron los profetas, concédenos ser odiados como lo h a n sido los profetas,

zado la participación de Aquel que es, por el mismo hecho de haberse privado de
ello, se han hecho no ser" (ln Joann., II, xm, 98).
( 83 ) Cf. In Joann., XX, xxxix, 374: "Mientras el hombre guarda la palabra de Cristo,
no verá la muerte; pero, si se fatiga en este ejercicio de guardar la palabra, si no la
guarda, no mira por sí mismo y verá la muerte no en otro sino en sí mismo... Así
•como se llenan de oscuridad los ojos, mirando las tinieblas, así también la muerte, mi-
rada por el que no guarda la palabra, le da la muerte, le priva de la vista y se verá
obligado a implorar al que abre los ojos de los ciegos." Comentando a Mt. 15, 19
«scribe (ln Mt. comm., xi, 15): "la fuente, el principio de todo pecado, son los malos
pensamientos; si ellos no ios aconsejan, no hay ni muertes ni adulterios, ni nada se-
mejante; debemos poner cuidado en guardar el corazón; porque, cuando el Señor
venga, en el día del juicio, iluminará todo lo que se oculta en las tinieblas y
manifestará los pensamientos de los corazones".
( 84 ) ln Ps. xxxvi hom. n, 8.
(85) ln Joann., XX, xm, 107.
( 86 ) De oratione, XIII, ni; BARDY, op. cit., pp. 66-67.
( 87 ) Ibíd., introd., pp. 17 y s. Cf. In Joann., X, xxvm, 173: "Para ver y comprender
todo esto, se necesita ese sentido de la verdad que se da a los que pueden decir: nosotros
tenemos el sentido de Cristo, para ver los dones que Dios nos ha hecho. Esto está fuera
de nuestro alcance.; porque nuestra inteligencia no es suficientemente limpia y nues-
tros ojos no son tales que puedan ser los ojos de la hermosa esposa de Cristo, de los
que dice, el esposo: tus ojos son como palomas... En este estado no podemos vacilar
en tomar en nuestras manos estas palabras, que son palabras de vida eterna, para inten-
tar alcanzar la virtud que de ellas se vierte para el que las toma con fe." Cf. CADIOU,
op. cit., p. 86.
( 88 ) Contra Celsum, VII, vn.
C89) ln Mt. comm., sermón 94.
236 HISTORIA DE LA IGLESIA

danos p r e d i c a r u n a doctrina q u e n o s h a g a sufrir, d a n o s l a s m i s m a s p r u e b a s


q u e a los apóstoles. P o r q u e d e c i r : d a m e l a s u e r t e d e l o s p r o f e t a s s i n q u e r e r
s u f r i r l o q u e ellos p a d e c i e r o n , es u n a i n j u s t a p r e t e n s i ó n " ( 9 0 ) .
E s t e esfuerzo ascético es e n O r í g e n e s m u c h o m á s n o t o r i o q u e e n C l e -
m e n t e y se p r e s i e n t e y a e l a s c e t i s m o y l a d o c t r i n a e s p i r i t u a l d e l o s P a d r e s
d e l desierto ( 9 1 ) . T a n t o e n éstos c o m o e n O r í g e n e s l a ascesis n o t i e n e m á s
finalidad q u e librar al a l m a , p a r a q u e p u e d a unirse a Dios. Es lo q u e busca
el c r i s t i a n o g u a r d a n d o v i r g i n i d a d ( 9 2 ) , h u y e n d o d e l m u n d o ( 9 S ) ; p r i v á n d o s e
e n c u a n t o l e es p o s i b l e , d e l o s b i e n e s d e f o r t u n a ( 9 4 ) ; d e s p r e c i a n d o l a g l o -
r i a ( 9 B ) ; d e s p r e n d i é n d o s e i n c l u s o d e l a s c i e n c i a s p r o f a n a s y d e l a filosofía,
bienes d e Egipto, e n los q u e el verdadero israelita n o debe p o n e r s u con-
f i a n z a ( 9 6 ) . C i e r t o q u e p u e d e s a c a r s e p a r t i d o d e l o s escritos g r i e g o s ; p e r o
" n o h a y e n ellos s a b i d u r í a q u e n o esté m a n c h a d a " ; es p r e c i s o p u r i f i c a r l o t o d o ,
p a r a p o d e r s e r v i r s e d e e l l o ( 9 7 ) ; h a y q u e g u a r d a r e l a l m a c o n celosa f i d e l i d a d ,
sólo p a r a C r i s t o .
E s t a celosa f i d e l i d a d está a r r a i g a d a e n l o m á s h o n d o d e O r í g e n e s : h a c e

C90) In Jerem. hom. xvi, 14. L a mortificación y la ascesis son temas favoritos d e
Orígenes; muchos textos h a n sido reunidos por BOHNEMANN, In investigando monacha-
tus origine quibus de causis ratio habenda sit Origenis, 1885, p p . 38 y s., y 78 y s.
(9i) Cf. B O R N E M A N N , op. cit. y VOEUKER, op. cit., p . 61. Orígenes sin embargo h a vi-
vido en el mundo y h a predicado a cristianos que han vivido en este mundo; su ascesis
tiende al mismo fin que la de los solitarios; pero no tiene su inflexible exigencia.
( 9 2 ) Los vírgenes y los mártires son las primicias de la Iglesia; después de. ellos,
y e n segundo rango, los q u e después del matrimonio h a n vivido en continencia: In
Numer. hom. x i , 3.
(93j F u é limpio aun viviendo en el mundo: In Levit. hom. x i , 1. Cf. VOELKER,.
op. cit., p . 56.
( 9 4 ) A u n en esto es Orígenes más apremiante q u e Clemente (cf. supra, p. 204).
Como ya dijimos (cf. supra, p . 234), imponía esta pobreza sobre todo a los sacerdotes;
pero debe ser practicada por todos los cristianos que aspiran a la perfección: In Levit.
hom. xv, 2.
( 9 5 ) Jesús nos enseña a huir de todas las dignidades humanas: El huyó cuando lo
quisieron hacer rey: In Joann., XXXVIII, x x m , pp. 209-210.
( 9 6 ) Hemos hecho notar esta idea, a propósito de la carta d e Orígenes a Gregorio;
pero se repite, con palabras parecidas en muchas homilías. Orígenes concede que d e
las ciencias humanas se puede sacar algún provecho y a veces se puede servir de ellas
para convertir a los hombres; así como los patriarcas tenían hijos de las concubinas
(In Gen. hom. x i , 2 ) ; es obra verdaderamente divina adherirse a estas doctrinas, sin
apartarse jamás de la regla de la verdad, repitiendo sin cesar: " h a y sesenta reinas,
ochenta concubinas, innumerables jóvenes; pero ella es m i única, m i paloma, m i per-
fecta" (In Num. hom. xx, 3 ) . M á s característica a u n es la interpretación d e Abi-
melec, a quien Dios no permitió tocar a Sara. " E l nombre de Abimelec significa: el
rey m i padre. M e parece, pues, que Abimelec representa aquí los sabios del mundo:
dándose al estudio de la filosofía, n o h a n llegado a la norma total, perfecta de la pie-
dad; sin embargo, han reconocido que Dios es el padre y el r e y de todos. Y en cuanto
a la ética, se ven que h a n hecho algún esfuerzo por llegar a la pureza del corazón
y que h a n buscado con todas sus fuerzas la inspiración de la virtud divina; pero Dios
no h a permitido q u e la toquen: esta gracia no se debía conceder a los gentiles p o r
Abrahán, que por grande que fuese no era más que u n servidor, sino por medio de
Cristo" (In, Gen. hom. vi, 2 ) . La historia de Abimelec había sido comentada por
F I L Ó N , De plantatione, CLXIX y por C L E M E N T E , Peedag-, I, v, 2 1 , 3 : pero en distinto
sentido. Los textos de Orígenes sobre esta materia h a n sido reunidos por HARNACK,
op. cit., t. I, pp. 39-47 y t. I I , pp. 89-99, y subraya con razón la severidad de Orígenes
que contrasta con la indulgencia de Clemente.
C97) Saca esta doctrina de u n texto del Deuteronomio (21, 10-13) sobre el trato
de las mujeres cautivas: "Muchas veces he salido al combate con mis enemigos y h e
traído como botín una hermosa mujer. Quiero indicar con esto lo que nuestros enemi-
gos h a n dicho de bueno y razonable. Es preciso purificarla y desembarazarla de esta
ORÍGENES 237

ver los errores de los filósofos y se esfuerza en preservar a sus discípulos de


ellos; pero su temor más angustioso es que se dejen seducir de cualquier
maestro que les haga olvidar a Cristo, o, al menos, les arrebate la fidelidad
exclusiva que le deben. Su ideal es San Pablo y quiere poder decir como él:
"¿Quién nos separará de la caridad de Cristo?"; y añade: "Puedo decir con
toda confianza: n i el amor a las letras profanas, n i los sofismas de los filóso-
fos, n i las mentiras de los astrólogos sobre el curso pretendido de los astros;
n i la adivinación, llena de engaños, de los demonios; n i ciencia alguna para
descubrir lo oculto en el futuro por malos artificios, podrá separarnos de la
caridad de Dios que está en Cristo Jesús, nuestro Señor" ( 9 8 ) .

LA UNION CON DIOS Esta unión con Dios, preferida a todo lo demás, es
el término a donde tiende sin cesar la esperanza y el
deseo del cristiano. E l camino para llegar a El, es largo, lleno de pruebas y de
dificultades.
Orígenes representa este itinerario bajo el símbolo del paso por el desierto
de los hijos de Israel ( " ) . Es preciso entrar e n el desierto, dejar Egipto, dejar
todo lo que se tiene sobre la tierra: sólo los que no quieren poseer otra cosa que
a Dios, tendrán ánimo para hacerlo; y esto no se puede sino sostenido por
Cristo "que es nuestra fuerza", guiado por Moisés y Aarón, la fe y las obras
del culto y de todas las virtudes. Moisés mismo no sabía a dónde iba; pero
"el Señor era su guía"; es la columna de fuego y la nube, es el Hijo y el
Espíritu Santo. Cada u n a de las etapas de este viaje a través del desierto es la
figura de las etapas místicas de nuestro progreso espiritual. Los hebreos cele-
braron la Pascua en Egipto y a la m a ñ a n a siguiente partieron: las fiestas
de aquí abajo no son más que sombras de fiesta; sólo en el desierto será
perfecta la Pascua. Se sale de u n mundo lleno de oscuridad y agitación
—ésta es la significación de Rameses— y se llega a Sucot, y y a el alma
es peregrina en este mundo. Después de atravesar el M a r Rojo, llegamos a
las "aguas amargas". Es u n a prueba dura pasar el m a r , viendo las olas
alborotadas y oyendo su estruendo; pero si se sigue a Moisés, la Ley de Dios,
podemos atravesarlo a pie enjuto. E n cuanto a las "aguas amargas" (amar-
gura) no h a y que temerlas: "Si te lanzas por el camino de la virtud no
rehusarás el sufrimiento." U n poco más adelante se llega a Sin, cuyo nombre
significa zarza y tentación; la zarza es la visión de Dios, pero las visiones
no vienen sin tentación:

"El ángel de la iniquidad se transfigura en ángel de luz; se requiere, pues, una


vigilante atención, para discernir las diferentes visiones; así hizo Josué: viendo una
visión y sabiendo que podía ser una tentación, dice al que se le aparecía: ¿Eres
amigo o enemigo? Asi, el alma que progresa, cuando comienza a discernir las visiones,
muestra que es verdaderamente espiritual, si sabe discernirlas siempre. Por esto, entre
todos los dones espirituales se cuenta el discernimiento de espíritus" (xi).

De Sin se llega a Rafaca:

"Rafaca significa salud. Hay muchas enfermedades en el alma: la avaricia es


una enfermedad detestable; lo son el orgullo y la cólera y la jactancia y el temor,
la inconstancia y la pusilanimidad y las demás. Señor Jesús, ¿cuándo me curarás de

ciencia pagana. .. En nuestros enemigos no hay mujer pura; porque no hay sabiduría
en, ellos que no tenga alguna impureza." In Levit. hom. vn, 6.
( 98 ) In Judices hom. ni, 3. Cf. ibíd., V, v.
(") In. Num. hom. xxvii; cf. VOELKER, op. cit., pp. 62-75.
238 HISTORIA DE LA IGLESIA

todas mis enfermedades? ¿Cuándo podré decir: alma mía, bendice al Señor que curai
todas las enfermedades? ¿Cuándo podré establecerme en Rafaca, que es salud?"
Vienen a continuación los trabajos, porque para soportarlos nos h a dado-
el Señor la salud. Luego se recibe en el Sinaí la Ley de Dios, "cuando el
alma se ha hecho capaz de recibir los secretos divinos y las visiones celestes".
Con esto llega la muerte de las concupiscencias, se alcanza el pórtico de la
perfección y de la beatitud.
"Nota bien, peregrino, la ley de tus progresos: cuando hayas sepultado las con-
cupiscencias de la carne, llegarás a los atrios inmensos, a la beatitud. De aquí se-
pasa a Retma y Farén; Retma significa visión consumada; Farán, alimentos visibles.
Es preciso que el alma crezca, que no sea importunada por la carne, que tenga
visiones consumadas, que alcance la ciencia perfecta de las cosas, es decir las causas
de la Encarnación del Verbo de Dios, que comprenda más plenamente, más profun-
damente las razones y las dispensaciones" (xn).
Finalmente, después de otras etapas, el alma llega a su término.
"Cuando el alma ha recorrido estas virtudes, y ha llegado a la cumbre de la per-
fección, deja este mundo, se aleja, como está escrito de Henoch: no se le encontraba^
porque Dios le había arrebatado. Un hombre tal parece que aun vive en el mundo
y en la carne, y, sin embargo, no se le encuentra. ¿Dónde no se le encuentra? En
ninguna acción mundana, en ningún asunto carnal, en ningún entretenimiento de va-
nidad. Porque Dios le ha elevado de todo esto y le ha colocado en la región de las
virtudes. La última etapa está al oeste, sobre la tierra de Moab, frente al Jordán;
porque todo este camino no tiene otro fin que conducirnos al río de Dios, a las
corrientes de la sabiduría y bañarnos en las ondas de la ciencia divina, para que,
purificados por todas las pruebas, podamos entrar en la tierra prometida" (xn).
Después de terminar esta larga exposición, Orígenes teme que no le
hayan seguido todos los oyentes. Para hacer comprender todas las etapas que
hay que superar, las compara a las clases que recorre u n escolar; primero
el abecedario, luego el silabario, después el onomasticario y por fin las mate-
máticas. Este detalle, como otros de las homilías de Orígenes, nos demuestra
que muchos cristianos no seguían sino con gran dificultad su exégesis simbó-
lica. No nos sorprende; pero lo que más nos interesa no es la exégesis sino
la elevada doctrina espiritual que encierra. Es en verdad extraordinario que
el sacerdote de Cesárea haya podido exponerla a la reunión de todos los
cristianos y los haya podido llevar en seguimiento suyo a cimas tan elevadas.
Hemos expuesto esta concepción de la vida espiritual y de sus etapas, según
la homilía xxvn sobre los Números; porque es donde mejor se ve el con-
junto y los detalles; pero esta doctrina se repite sin cesar en la obra de
Orígenes ( 1 0 °).
Algunos historiadores le echan en cara ese sistema espiritual: para San
Pablo, dicen, lo que aparece en la vida moral del cristiano es ante todo el
romper con el pasado, hecho que se realiza de una vez por el nuevo naci-
miento; en cambio, para Orígenes, supone u n desarrollo progresivo, u n a ascen-
sión lenta por la cual se van subiendo sucesivamente los grados de la vida
perfecta ( 1 0 1 ). Pretender que existe semejante antítesis no deja de ser algo
forzado ( 1 0 2 ) ; si alguna existe, obedece, no a diversidad de doctrina, sino a
la diversidad de auditorio para quien escriben uno y otro: los que reciben
(loo) Pueden verse otros ejemplos en nuestro art. L.e degrés de la connaissance reli-
gieuse d'aprés Origéne en Recherches de Science religieuse, t. XII, 1922, pp. 265-296.
(toi) Así VOELKER op. cit., p. 43.
( 102 ) San Pablo también señala las distintas etapas de la vida cristiana; por ejem-
plo, / Cor., 3, 1-2; Gal., 4, 19; y por otra parte Orígenes presenta como la primera
etapa de la vida espiritual el romper con el pecado. Cf. supra, p. 235.
ORÍGENES 239

las Epístolas de San Pablo acaban de salir del paganismo; aun sienten el dolo-
roso recuerdo de las tinieblas en que h a n vivido largo tiempo y el encanto
de la luz que de pronto los ha iluminado; los oyentes de Orígenes son la
mayor parte ha ya largo tiempo cristianos, hijos de la luz y deben vivir como
tales, sin que las tinieblas tengan en ellos parte alguna, totalmente transparen-
tes, resplandecientes con la luz de Cristo.
Mucho más instructivo y profundo es contraponer la doctrina de Orí-
genes a las especulaciones de los gnósticos; pues por este contraste se com-
prende mejor su verdadera índole. Uno de los dogmas fundamentales de la
gnosis es la distinción radical que existe entre las diferentes clases de hom-
bres: hílicos, psíquicos, pneumáticos ( 1 0 3 ) ; por la misma naturaleza se perte-
nece a una de estas tres clases y es en vano intentar evadirse de ella. En
Orígenes, los grados del conocimiento religioso están sin duda m u y distantes
los unos de los otros; pero no los separa n i n g ú n abismo y todo su esfuerzo
tiende a arrastrar a los cristianos hasta la más alta unión con Dios, que es
el ideal que todos los hijos de Dios pueden y deben aspirar ( 1 0 4 ).

LOS MISTERIOS CRISTIANOS Supuesta esta distinción radical de las dos


concepciones religiosas, h a y que reconocer en
la doctrina de Orígenes algunos detalles que no están tomados de la tradición
católica y que la teología no retendrá como conquista suya. Clemente creía
en una tradición esotérica, que procede de los apóstoles y que por medio de
una cadena de confidentes llega hasta nosotros ( 1 0 5 ). Orígenes es en esto más
moderado que su maestro y rechaza positivamente la pretensión de los gnós-
ticos de una tradición secreta ( 1 0 6 ) ; sin embargo, cree que los misterios y
sobre todo los que la Escritura encierra en símbolos, son revelados por Dios
a almas escogidas, por medio de visiones y luego ellas pueden comunicarlos
a almas dignas de recibirlos:
"Ciertamente, los misterios han sido conocidos y captados enteramente por quien
fué arrebatado al tercer cielo, en donde vio las cosas celestes, vio la verdadera Jeru-
salén, la ciudad de Dios, y vio también el monte Sión, dondequiera que se encuentre;
vio Hebrón y todas estas ciudades que la Escritura nos muestra distribuidas por suerte;
y no sólo vio todo esto, sino que comprendió en espíritu las razones de todo, pues
confiesa que ha oído palabras y tradiciones. Pero ¿qué palabras? Palabras inefables
que no es lícito decir a hombre alguno. Ya veis que Pablo ha conocido todo esto en

(toa) Cf. supra, pp. 20 y 22.


(104) Puede comprobarse esta oposición leyendo en el Comentario sobre San Juan
los textos de Heracleón y la crítica que hace Orígenes. Cf. A. E. BROOKE, The Frag-
ments of Heracleón en Texts and Studies, t. I, 4, 1891.
(1*5) Cf. supra, p. 214.
(106) Comenta el texto I Cor. iv, 6-8: "Veamos lo que significa, «ut in nobis discatis,
ne supra quam scriptum est»: si alguno de virtud imperfecta, antes de cumplir lo que
está escrito, quiere subir a lo que no está escrito, no comprenderá ni siquiera lo que
está escrito. Porque como en una escala no se. puede subir sino partiendo de las gradas
inferiores, subiendo según sus fuerzas, así también en las ciencias divinas. Lo que no
han comprendido algunos herejes que. predican tradiciones y dicen: que esas (tradicio-
nes) están sobre lo que está escrito; porque nuestro Señor las habría transmitido en se-
creto a sus apóstoles y éstos a tal o cual y así por esta mitología abusan de los cora-
zones de los sencillos." Este fragmento publicado por CLAUDIO JENKINS (Journal of
Theol. Studies, t. IX, 1908, p. 357) ha sido citado por VAN DEN EYNDE (op. cit.,
pp. 232-233). Se puede comparar con In Joann., XIII, vi-vn, 27-39: la Escritura no
es más que una introducción a los misterios de Dios; hay muchas cosas que no con-
tiene la Escritura y también muchas que ni la voz ni la lengua del hombre pueden
expresar. Muy pocos las conocen; pero Juan las ha oído como truenos, que no es posi-
ble repetir y Pablo también, pero como palabras inefables.
240 HISTORIA DE LA IGLESIA

espíritu, pero que no le es permitido decirlo a los hombres. ¿A qué hombres? ¿A


aquéllos a los que decía en son de reproche: ¿No sois hombres? ¿No camináis según
el hombre? Pero quizá todo aquello lo comunicaba a los que no andaban según el
hombre; lo decía a Timoteo, a Lucas, a los demás discípulos que conocía eran capaces
de recibir secretos inefables. Y hay una alusión misteriosa a esto en aquella reco-
mendación que hace a Timoteo: Recuerda las palabras que has oído de mí y anun-
cíalas a hombres fieles, que sean capaces de enseñarlas a otros. Así, pues, los que
creemos que hay cosas divinas y misteriosas, hagámonos con nuestras obras y con
nuestros méritos, dignos de estos secretos, capaces de. entenderlos, para que, cuando
los hayamos comprendido dignamente, podamos oírlos en la herencia celestial" ( 1 0 7 ) .

Este texto p o n e a p l e n a l u z u n aspecto interesante del origenismo: las


i n f l u e n c i a s g n ó s t i c a s y n e o p l a t ó n i c a s . D e s t a c a , sobre t o d o , l a i d e a d e u n a
d o c t r i n a " m i s t e r i o s a " t r a n s m i t i d a p o r los apóstoles a a l g u n o s c o n f i d e n t e s , d i g -
n o s d e e l l a , p o r e j e m p l o a L u c a s o a T i m o t e o , los c u a l e s a su v e z confia-
r o n esos secretos a a l g u n o s h o m b r e s f i e l e s ; O r í g e n e s se d e t i e n e a q u í y n o t r a t a
d e a c r e d i t a r sus e s p e c u l a c i o n e s p e r s o n a l e s con la a u t o r i d a d a p o s t ó l i c a , d e r i v a -
d a p o r el c a n a l s e c r e t o d e u n a t r a d i c i ó n m i s t e r i o s a ( 1 0 8 ) . A s í n o i n c u r r i ó e n
el e r r o r m á s p e r n i c i o s o ; p e r o si n o h a c e uso d e t a l t r a d i c i ó n s e c r e t a , a d m i t e
su e x i s t e n c i a , p o r l o m e n o s e n los A p ó s t o l e s y e n l a g e n e r a c i ó n s i g u i e n t e .

EL SIMBOLISMO E s t e e r r o r d e r i v a de u n a c o n c e p c i ó n d e m a s i a d o m a t e -
DE LA ESCRITURA r i a l del simbolismo de la Escritura: h a y en el cielo
r e a l i d a d e s e s p i r i t u a l e s d e q u e son s í m b o l o s l a s cosas
d e a c á a b a j o ; h a y u n a J e r u s a l é n , u n m o n t e S i ó n " c u a l q u i e r a q u e sea el
l u g a r e n q u e se e n c u e n t r e " , y H e b r ó n y t o d a s l a s c i u d a d e s b í b l i c a s c u y a
h i s t o r i a s e r í a i n s i g n i f i c a n t e , si n o f u e s e n espejo d e los m i s t e r i o s d e l cielo ( a 0 9 ) .
P a r a e n t e n d e r esto, es n e c e s a r i o r e c o r d a r q u e , s e g ú n O r í g e n e s , sólo D i o s es
e n t e r a m e n t e i n m a t e r i a l y p o r l o m i s m o el m u n d o e s p i r i t u a l es c o n c e b i d o con
sus c i u d a d e s y sus g u e r r a s , q u e el h o m b r e c a r n a l n o p u e d e p e r c i b i r ; p e r o
D i o s p u e d e c o n c e d e r n o s s u i n t u i c i ó n . E n esto l a exégesis d e O r í g e n e s sufría
l a i n f l u e n c i a n e o p l a t ó n i c a ( 1 1 0 ) . S u p o n e q u e estos secretos p u e d e n ser t r a n s -
m i t i d o s p o r a q u é l l o s , q u e los h a n r e c i b i d o , a h o m b r e s d i g n o s d e esas confi-
d e n c i a s : e r r o r e v i d e n t e y p e l i g r o s o ; se desconoce el c a r á c t e r v e r d a d e r a m e n t e
s o b r e h u m a n o y t r a s c e n d e n t e d e l a s r e v e l a c i o n e s d i v i n a s ( m ) y se c r e a p o r
l a c o m u n i c a c i ó n d e t a l e s secretos u n a casta p r i v i l e g i a d a d e c o n f i d e n t e s , q u e
el c r i s t i a n i s m o j a m á s h a r e c o n o c i d o .

( 1 0 T ) In Josué hom. x x m , 4; cf. Recherches de Science religieuse, t. X I I , pp. 287-


288. Cf. De princ., II xi, 5-7: lo que sabremos en el cielo; BARDY, op. cit., pp. 225-258.
(«») Cf. V A N DEN EYNDE, op. cit., p. 232.
(109) Entre los oyentes de Orígenes, muchos se impacientaban porque se detenían en
la historia de las guerras de Josué contra Hai y otras ciudades insignificantes y para
interesarles debió explicarles que estas ciudades y estas guerras son símbolo de reali-
dades espirituales: In Josué hom. v m , 2; hom. xv, 1.
(lio) Así como para Máximo de Tiro, Aquiles vive en una isla misteriosa del Ponto
(Conferencia XV, v n ) , así también Atenea, apareciéndose a Elio Arístides, le asegura
que la Odisea n o es una fábula sino una realidad presente; pues Ulises vive lo mismo
que Telémaco (Discurso Sagrado I I ) .
( í i l ) Nótese que el texto de San Pablo está mal interpretado: "Palabras inefables
que a ningún hombre es permitido expresar (decir)" se convierte en Orígenes en
" . . . que. no está permitido decirlas a ningún hombre"; se las puede confiar a aquellos
que por su virtud, no son hombres, a Timoteo, a Lucas. En el Comentario sobre San
Juan, X I I I , v, 28, Orígenes escribe: "Podían decirse estas palabras a los ángeles, pero
no a los hombres"; pero aquí no se trata solamente de una prohibición sino de una
imposibilidad: estos misterios son tales que "ni la voz, ni la lengua de los hombres
pueden enunciarlos, al menos en sus formas habituales de expresión" (ibíd. 27).
ORÍGENES 241

LOS VERDADEROS O r í g e n e s se d e j a r á a r r a s t r a r a veces a esta c o n c e p c i ó n


ADORADORES d e u n c r i s t i a n i s m o e s p i r i t u a l , s u p e r i o r a l d e los s i m -
p l e s fieles, n o sólo p o r l a s a n t i d a d d e v i d a , s i n o t a m -
bién por el p r i v i l e g i o d e r e v e l a c i o n e s r e s e r v a d a s ; éstas son l a s q u e l e d a n l a
intuición d e los m i s t e r i o s d i v i n o s , q u e l a m u l t i t u d d e los c r i s t i a n o s i g n o r a .
Viviendo e n m e d i o d e l o s h o m b r e s c a r n a l e s , los e s p i r i t u a l e s d e b e r á n c o n d e s -
cender a veces:

"Puede suceder que el verdadero adorador, el que adora en espíritu y en verdad,


se preste a acciones simbólicas, para libertar dulcemente a los que están sujetos a
símbolos y hacerlos pasar de los símbolos a la verdad: así parece haber obrado Pablo
con Timoteo y quizá también en Cencres y en Jerusalén, según se escribe en los
Hechos de los Apóstoles" ( 1 1 2 ) .

Se p a l p a e n los t e x t o s p r e c i t a d o s u n o d e los p e l i g r o s d e estas a m b i c i o n e s :


los perfectos, los v e r d a d e r o s a d o r a d o r e s se c o n s i d e r a n a i s l a d o s e n m e d i o d e
este m u n d o d e los s i m p l e s , d e los " j u d í o s " , d e los c a r n a l e s ; n o s i n o r g u l l o ,
se a p l i c a n l a frase y l a t á c t i c a d e S a n P a b l o : "se h a c e n j u d í o s con los j u d í o s
a fin dé g a n a r a los j u d í o s " , " s e p r e s t a n a a c c i o n e s s i m b ó l i c a s , p a r a l i b e r t a r a
los q u e e s t á n sujetos a s í m b o l o s " : el f i n es n o b l e , p e r o l a t á c t i c a es p e l i g r o s a :
p u e d e t e m e r s e d e u n a p a r t e u n a especie d e f a r i s e í s m o y d e o t r a u n a c o n d e s -
c e n d e n c i a , q u e c o r r e p e l i g r o d e n o ser s i n c e r a ( 1 1 3 ) .

LA FE DE LOS SIMPLES Y si, s e g ú n esta c o n c e p c i ó n , l a s u e r t e d e los esco-


g i d o s , d e l a élite es p e l i g r o s a , ¿ q u é d i r e m o s d e los
simples fieles? E n su p o l é m i c a c o n Celso, O r í g e n e s r e s p o n d e a los a t a q u e s d e
su a d v e r s a r i o : q u e l a fe d e los s i m p l e s fieles, s i n ser a b s o l u t a m e n t e l a m e j o r ,
es l a m e j o r p o s i b l e , v i s t a l a d e b i l i d a d d e a q u é l l o s a los q u e se d e b e p r o p o n e r ;

( 1 1 2 ) In Joann., X I I I , x v m , 109-111. L a misma idea está más ampliamente desarro-


llada en el primer libro del Comentario (I, v n , 39-43): "Así como la Ley contenía la
sombra de los bienes futuros, que debía manifestar la Ley anunciada en verdad, así
también el Evangelio, que creen entender las gentes del vulgo, es ¡sombra de los
misterios de Cristo. Pero el Evangelio eterno, de que habla Juan, y que debe llamarse
propiamente Evangelio espiritual, presenta claramente, a los que comprenden todo lo
que se refiere al Hijo de Dios, los misterios que descubren sus discursos y las realida-
des de que sus acciones eran símbolo. . . Pedro y Pablo, que desde u n principio eran
manifiestamente judíos y circuncisos, reciben luego de Jesús la gracia de ser de aquéllos
en secreto; eran ostensiblemente judíos para la salvación de la mayoría; y lo confesaban
no sólo con sus palabras sino también con sus actos. Es necesario decir otro tan-
to de su cristianismo. Así como Pablo n o puede socorrer a los judíos según la
carne, si, cuando la razón lo pide, no circuncida a Timoteo y si, siendo cosa racional,
no se corta los cabellos y no hace la ofrenda, si en una palabra, no se hace judío
con los judíos para salvar a los judíos; de la misma manera no puede hacerse que el que
se debe a la salud de muchos pueda atender eficazmente por el cristianismo secreto a los
que aun están en lo elemental del cristianismo manifiesto, los torne mejores y les haga
llegar a lo que es más perfecto y elevado. El cristianismo debe ser, pues, espiritual
y corporal; y cuando se debe anunciar el cristianismo corporal, y decir que no se
sabe, nada, entre los carnales, sino a Jesucristo y a Jesucristo crucificado, debe hacerse
esto; pero cuando se los halla ya perfeccionados por el Espiritu y llevando en sí el
fruto y expresión de la sabiduría celestial, se les debe, comunicar el conocimiento que
lleva desde la encarnación hasta aquel que estaba junto a Dios."
(113) E s superfluo notar que el ejemplo de San Pablo n o autoriza esta actitud: en
ciertas circunstancias se presta a los ritos judíos; pero siempre proclama que la cir-
cuncisión no es nada y que Jesucristo nos ha librado de la servidumbre de la Ley. Su
conducta y su doctrina están en contradicción con la interpretación de Orígenes: judío
en lo exterior y cristiano en secreto.
242 HISTORIA DE LA IGLESIA

q u i z á a l g u n o s e s p í r i t u s escogidos n o q u e d a r á n satisfechos, p e r o p u e d e n su-


perarla y elevarse m á s arriba, sin salir por ello del cristianismo ( 1 1 4 ) .
L a d o c t r i n a p r o p u e s t a a los s i m p l e s fieles es v e r d a d e r a ; los castigos c o n
q u e a m e n a z a m o s a los p e c a d o r e s " n o son f i c c i o n e s " , son " v e r d a d e r a s p e n a s "
y e n esto se d i s t i n g u e , esta d o c t r i n a e l e m e n t a l , d e los m i t o s q u e , e n l a s r e l i -
giones p a g a n a s , son p r o p u e s t o s a los i n i c i a d o s ( 1 1 5 ) ; p e r o " e s t a s v e r d a d e s q u e
p a r e c e n c l a r a s a l a m u l t i t u d , n o lo son a los e s p í r i t u s s e l e c t o s " ( 1 1 8 ) .

INFLUENCIA DEL P o r todos los r a s g o s q u e h e m o s e x p u e s t o d e s u d o c -


HELENISMO t r i n a , se v e el e s p í r i t u d e O r í g e n e s , a m p l i a m e n t e
abierto a su t i e m p o , m a n i f e s t a n d o sea p o r s i m p a t í a ,
sea p o r oposición, l a i n f l u e n c i a d e todas las concepciones religiosas q u e v i v í a n
en torno suyo ( m ) .

( 1 1 4 ) Respondiendo a los ataques de Celso contra los castigos y promesas que el


cristianismo propone, Orígenes escribe: "Si alguno se imagina ver en todo esto, no
tanto la maldad como la superstición de la multitud de los que creen en nuestra
doctrina, a la que. acusan de hacer supersticiosos, le diremos lo que u n legislador a
quien le preguntaban si había dado a sus ciudadanos las mejores leyes: No las mejores,
en absoluto, dice, sino las mejores posibles. Así el Padre de la doctrina de los cristianos
podría decir: H e instituido unas leyes y unas doctrinas, las mejores posibles, para la
enmienda de las costumbres del gran número; amenazándoles con castigos que no son
ficciones, sino castigos que se imponen a los pecadores, penas verdaderas y necesarias
para corregir a los pecadores, aunque no comprendan enteramente la voluntad de aquel
que los castiga y la acción de las p e n a s . . . Por lo demás no es en general a los
pecadores a los que se dirige la predicación cristiana. No somos pues insolentes con
la divinidad; pues decimos cosas verdaderas y que parecen claras a la multitud; aun-
que no lo sean para estos espíritus selectos, que se ejercitan en filosofar sobre nuestra
doctrina" (Contra Celsum III, LXXIX). Cf. ibíd. I, ix, xii-xm.
(115) Esta comparación entre la iniciación pagana y la iniciación cristiana es de
Orígenes. Contra Celsum I, x n ; citamos el texto más abajo, p. 318.
(116) En las homilías sobre Jeremías, queriendo Orígenes explicar cómo Dios puede,
por medio de los profetas, proferir amenazas que. no ha de cumplir, interpreta así
al profeta, Jer. 20, 7: " T ú m e has engañado Yahvé, y o he sido engañado": ¿Cómo el
profeta puede hablar así? No sé si podré expresarme con bastante, prudencia; porque,
si por la gracia de Dios y de su Verbo, veo aquí alguna verdad, necesito para decirla
gran prudencia. El profeta, después de su decepción exclama: «Tú me has en-
gañado, Señor, yo he sido engañado.» Parece que los elementos, la preparación han
sido para él u n engaño; y que no hubiese podido recibir esta enseñanza elemental, ser
preparado a la piedad, si no hubiese sido primeramente engañado hasta que, al fin,
llegase a tener conciencia de. este engaño." Orígenes habla luego de cómo en la educa-
ción de los niños, les engañamos con espantajos, ficciones que entonces son necesarias;
pero de. cuya inanidad se da luego cuenta él mismo cuando ya es mayor; y prosigue:
"Ante Dios todos somos niños y tenemos necesidad de ser educados como niños y así
Dios por su misericordia nos engaña; aunque ante la realidad tengamos conciencia
de haber sido engañados y es que quiere que, cuando no seamos ya niños, no seamos
instruidos por ficciones, sino por realidades. U n a es la manera de portarse con u n
niño al que se engaña y otra m u y distinta con el que ya se ha desarrollado y ha
salido de la infancia" (In Jerem. hom. xix, 15). Después de u n largo desarrollo, Orí-
genes termina así su homilía: "Como un niño, teme las amenazas, para no sufrir
lo que es peor que las amenazas, los castigos eternos, el fuego inextinguible, y quizá
algún castigo más terrible aun, preparado para los que han vivido larga vida contra
la recta razón." Por esta exhortación final se ve qué es lo que entiende Orígenes
por esos espantajos de que habla: n o son las penas eternas, sino los castigos de aquí
abajo. Sobre esta cuestión de la fe. de los simples y la veracidad que le reconocía
Orígenes; cf. Recherches ¿Le Science religieuse, t. XII, pp. 266 y s.
( 11T ) Las relaciones de Orígenes con Plotino las conocemos sobre todo por lo que
refiere Porfirio en su Vita Plotini, n i y xrv: "Herenio, Orígenes y Plotino se pu-
sieron de acuerdo para mantener secretos los dogmas de.Ammonio, que el maestro les
ORÍGENES 243

Ya hemos señalado el juicio de Porfirio sobre Orígenes ( 1 1 8 ): " E n su con-


ducta h a vivido como cristiano; pero en lo que concierne a la divinidad, era
griego y llevaba el arte de los griegos a las fábulas extranjeras."
Este juicio de u n adversario encarnizado no debe ser recibido más que a be-
neficio de inventario; el estudio que acabamos de hacer de la doctrina religiosa
de Orígenes nos permite apreciar este juicio y fijar su alcance. Es innegable
que Orígenes ha querido ante todo ser cristiano y formar cristianos; es igual-
mente cierto que ha pretendido dar al cristianismo una interpretación más pro-
funda que la que corría entre los simples fieles. Y para este esfuerzo se h a ser-
vido, cuando lo creyó posible, de las concepciones religiosas y sobre todo de los
métodos teológicos que encontraba en el helenismo de su tiempo.
Así, cuando h a descrito la esfera de acción de las tres personas divi-
nas ( 1 1 9 ), se inspira, según parece, en el principio familiar a los neoplató-
nicos: la acción de las causas supremas es más genérica y sirve de soporte
a la acción, más particular, de las causas secundarias ( 1 2 0 ). Del helenismo
ha tomado también la creencia en la preexistencia de las almas ( 121 ) y la
concepción de los cuerpos esféricos respecto a los seres celestes ( 122 ) y la de los
cuerpos luminosos que atribuye a las almas de los muertos ( 1 2 3 ).
En cuanto a la magia, Orígenes la combatió constantemente; pero la consi-
• deró siempre como ciencia temible, conocida solamente de m u y pocos
hombres ( 1 2 4 ).

había explicado con toda claridad en sus lecciones. Plotino mantuvo su promesa; se
relacionó con algunas personas que venian en busca suya; pero conservó como en un
arcano secreto los dogmas que había recibido de Ammonio. Herenio fué el primero en
romper el compromiso y lo siguió Orígenes. No escribió más que el Tratado sobre los
demonios y bajo Galieno su libro Que sólo el rey es poeta. BRÉHIER (op. cit., p. 4, n.
1) atribuye estos dos tratados perdidos a Orígenes y efectivamente es el sentido natural
del texto; pero si el segundo fué compuesto en tiempos de. Galieno, no puede ser obra de
Orígenes, muerto a los 69 años, en el 254 ó 255. y por consiguiente antes del
advenimiento de Galieno (260).
Cf. xiv: "Un día Orígenes vino a oír sus lecciones; él se avergonzó y se quiso le-
vantar; pero rogándole Orígenes que hablase, dijo que no tenía deseos de hacerlo,
cuando estaba seguro de dirigirse a quienes sabían lo que se iba a decir; continuó un
poco la discusión y se levantó." Indiquemos que Plotino había nacido en el año 203
y vino a Roma bajo Felipe el Árabe, a los cuarenta años, después de la muerte de
Gordiano y de haber pasado por Antioquía. El encuentro de que habla Porfirio pudo
tener lugar aquí; pues no sabemos que Orígenes viniese a Roma después del, 243. La
vida de Plotino fué escrita por Porfirio en 298, 28 años después de la muerte de aquél;
Porfirio tenía entonces por lo menos 68 años, había vivido cinco con Plotino, a partir del
263, cuando ya había muerto Orígenes, y por lo tanto Porfirio no pudo ser testigo de
lo que refiere. Bastante comúnmente, se supone que el Orígenes del que aquí se habla
es un filósofo pagano y no el maestro del Didascáleo; pero esta solución da lugar tam-
bién a muchas dificultades.
(«») Cf. supra, p. 220.
(119) De principiis, I, ni, 3; cf. supra, p. 225, n. 39.
(120) PROCIJO, Element. Theol, 71-72, ed. DODDS, Oxford, 1933, p. 68; cf. n., p: 238.
(121) Cf. supra, p. 224.
(122) De oratione, xxxi, 3. Sobre esta concepción de los cuerpos esféricos en el
helenismo cf. la nota de la ed. KOETSCHAU, p. 397; sobre su lugar en el origenismo,
cf. HUET, Origeniana, II, n, 9.
(123) Contra Celsum, II, LX. Cf. HIPÓLITO, Philos., I, xix, 10. Sobre el cuerpo estelar
de las almas, cf. De Principiis, II, n.
(124) Contra Celsum, I, xxiv. Admite que por su magia, Apolonio de Tyana ha
conquistado a muchos sabios, lo que prueba que estos encantamientos son eficaces, no
sólo con los sencillos, sino también con los filósofos: cf. ibíd., II, XLI. Sobre toda esta
cuestión, cf. BAKDY, Origine et la Magie en Recherches de Science religieuse, t. XVIII,.
1928, pp. 126-142.
244 HISTORIA DE LA IGLESIA

EL ALEGORISMO Todos estos rasgos son testimonio del contacto del pensa-
miento de Orígenes con el helenismo de su tiempo; pero
más notable que estas coincidencias, que no alcanzan más que a puntos
secundarios de la doctrina religiosa, es la adopción por Orígenes de ciertos
hábitos de espíritu, de ciertas formas de especulación que vienen del neopla-
tonismo y que h a n dejado su impronta en su construcción teológica. Bueno
será destacar la relación establecida entre el mundo sensible y el m u n d o
inteligible, en que el primero es el símbolo y el segundo la realidad signifi-
cada por ese símbolo. La exégesis de Orígenes está dominada por esta con-
cepción, como lo había estado la de Filón:
"Si hay relaciones secretas entre lo invisible y lo visible, la tierra y el cielo, la
carne y el alma, el espíritu y el cuerpo, y si el mundo nace de su unión, existe también
en la Escritura un elemento visible y un elemento invisible. Tiene un cuerpo, la letra
que aparece a todos los que leen; un alma, el sentido que aquella encierra; un espíritu,
las cosas celestes, que simboliza y representa ( 1 2 5 ).

Esta distinción del sentido literal y del sentido espiritual es tradicional


en la Iglesia y Orígenes tiene razón al hacer constar en el Tratado de los
principios la firmeza de esta tradición ( m ) ; pero lo personal suyo es la inter-
pretación que propone de estos dos sentidos ( m ) y sus relaciones:
Son correlativos como lo sensible y lo inteligible, como lo visible y lo invi-
sible, como el cuerpo y el espíritu, y esta relación está fundada en u n paren-
tesco (<rvyykveia) n a t u r a l que une entre sí estos dos mundos. El Antiguo
Testamento es la figura del Nuevo; pero también es símbolo de realidades
eternas; así Jerusalén, el monte Sión, Hebrón y las demás ciudades bíbli-
cas ( 1 2 8 ) ; así también toda la historia de Cristo:
"Lo que está escrito de los hechos y de la historia de Jesús no debe considerarse
como si no hubiese otra verdad que la de la letra y del hecho histórico; aquellos que
estudian la Escritura con más inteligencia ven en cada uno de estos hechos un
símbolo" (129).

Resumiendo: así como la Ley no era más que una preparación, el Evangelio
es símbolo del Evangelio eterno ( 1 3 0 ) ; pero estos símbolos no son percepti-
bles más que por los cristianos espirituales ( 1 3 1 ). Los hombres ordinarios
creen comprender el Evangelio y no penetran a lo más hondo.

(125) J n Lev. hom. v, 1: el texto griego de este pasaje ha sido conservado en la


Pkilocalia, cap. xxx. Orígenes distingue en el hombre tres principios: cuerpo, alma
y espíritu, y por consiguiente tres sentidos en la Escritura: cf. De Princ. III, IV, 1;
ibíd. IV, iv, II; In Lev. hom. v, 5. A la base de esta teoría está la comparación de la
Escritura a un ser vivo, lo mismo que en Filón (De vita contemplativa, LXXVIII), que no
distinguía más que dos elementos: alma y cuerpo; no veía en la Escritura más que
dos sentidos, de los que uno es alma y el otro cuerpo.
(126) "Otro punto de la doctrina eclesiástica es que el Espíritu Santo, autor de las
Escrituras, además del sentido de la sobrehaz, le da otro sentido que escapa a la mayor
parte. Los relatos sagrados son símbolos y figuras de los misterios divinos. Toda la
Iglesia está de acuerdo en decir que la ley es espiritual, pero el sentido espiritual es
conocido solamente de aquellos a los que el Espíritu Santo se digna conceder la sa-
biduría y la ciencia" (De princ, I, pref-, 8).
(127) L a distinción de tres sentidos se reduce la mayor parte de las veces en Orígenes
a dos solamente.
(!28) Cf. supra, p. 240.
(129) Contra Celsum, II, LXIX.
(130) j n Joann., I, vn, 39; citado más arriba, p. 241, n. 112.
(131) gi hombre, espiritual posee una "sensibilidad divina", es decir sentidos espiri-
tuales, vista, oído, etc., que hacen percibir las realidades suprasensibles: Contra Cel-
ORÍGENES 245

E s t a i n t e r p r e t a c i ó n d e l s e n t i d o e s p i r i t u a l n o es l a ú n i c a q u e p r e s e n t a O r í -
g e n e s ( 1 3 2 ) . S u l u c h a c o n t r a el l i t e r a l i s m o d e los m a r c i o n i t a s y m á s a ú n
c o n t r a el l i t e r a l i s m o d e los j u d í o s ( 1 3 3 ) s u b l e v ó su i m p a c i e n c i a c o n t r a el
l i t e r a l i s m o servil, i m p a c i e n c i a q u e e s t a b a m u y j u s t i f i c a d a y su r e a c c i ó n fué
h a s t a c i e r t o p u n t o beneficiosa ( 1 3 4 ) ; p e r o h a y q u e r e c o n o c e r s i n e m b a r g o
que h a provocado con su exageración la reacción literalista de la escuela
de A n t i o q u í a ( 1 3 5 ) .
E l h e l e n i s m o es e n g r a n p a r t e r e s p o n s a b l e d e esas e x a g e r a c i o n e s y n o sin
r a z ó n escribió P o r f i r i o : " E n Q u e r e m ó n y e n C o r n u t o h a a p r e n d i d o O r í g e n e s
el m é t o d o a l e g ó r i c o d e los m i s t e r i o s g r i e g o s q u e l u e g o a d a p t ó a l a s E s c r i t u r a s
d e los j u d í o s " ( 1 3 « ) .

LA JERARQUÍA DIVINA T a m b i é n a influencias helénicas h a y que atri-


b u i r el e s q u e m a m e t a f í s i c o d e l a j e r a r q u í a d e los
seres e s p i r i t u a l e s y a u n d e los seres d i v i n o s , q u e t a n t o d e f o r m a l a t e o l o g í a
de O r í g e n e s ( 1 3 7 ) .
Las t r e s p e r s o n a s d e l a T r i n i d a d son c o n c e b i d a s c o m o u n a j e r a r q u í a d e
seres; el P a d r e está e n l a c u m b r e , y el H i j o y el E s p í r i t u S a n t o h a c e n d e
i n t e r m e d i a r i o s e n t r e E l y l a s c r i a t u r a s . E s t a c o n c e p c i ó n es, s o b r e t o d o , r e l i -
giosa, i n s p i r a d a p o r l a i d e a d e c ó m o se r e a l i z a l a a s c e n s i ó n p r o g r e s i v a d e l
a l m a y r e v i s t e u n n u e v o v i g o r lógico, u n i é n d o s e a l a i d e a d e l a t r a s c e n -

sum, I, XLVIII; cf. GREGORIO, en su Discurso, 177: "Dios daba por medio de él la inteli-
gencia de lo que hacía oír por medio de otros en enigmas"; 178: "si enseña todo esto
yo creo que es por la comunicación del Espíritu Divino; porque aquellos que profetizan
y aquellos que entienden las profecías necesitan el mismo poder, y nadie puede entender
a un profeta, si el mismo Espíritu que ha profetizado no le concede la inteligencia de es-
tos discursos." Esta teoría de la inspiración del exegeta es una exageración de Gregorio;
pues Orígenes es más moderado; cf. ZOEIXIG op. cit., p. 95, citando Epist. ad Greg., n i ;
In Mt., xv, 27. Se comprende sin embargo esta exageración: estas realidades espiri-
tuales, de que las realidades sensibles son símbolos, no son enseñadas ni por la tradi-
ción oficial, ni por una tradición secreta; deben, pues, ser alcanzadas por una intuición
que sea don de Dios.
(132) Si descendemos del principio general a las aplicaciones, se comprueba que los
misterios que Orígenes sorprende en el trasfondo literal de las Escrituras no son especu-
laciones filosóficas, sino las verdades religiosas que Dios ha revelado a los cristianos.
( 133 ) Sobre la crítica de las exégesis judías por Orígenes, cf. HARNACK, Des Kirchen-
geschichtliche Ertrag, t. I, pp. 22-30; sobre las marcionitas, ibíd., pp. 30-39; cf. t. II,
pp. 10-34. Es digno de particular mención u n texto de Apeles citado por Orígenes,
In Gen. hom. n , 2, sobre la construcción del arca de Noé; el arca, dice, no podía con-
tener más que dos pares de animales impuros y siete de las especies puras: cuatro ele-
fantes; para ellos solos no sería posible encontrar lugar en el arca; "Apeles concluye:
esto no es más que una fábula mentirosa, no es una Escritura divina". Orígenes
responde en primer lugar que es preciso elevar al cubo todas las dimensiones del arca,
según la tradición hebrea; pero añade al momento el sentido espiritual: Noé es Cristo;
el arca, la Iglesia.
( 134 ) Cf. SAN AGUSTÍN, Conf. VI, iv, 6: "Gustaba de oír a Ambrosio que decía a
veces al pueblo: la letra mata, el espíritu vivifica, y en todos los textos en que le
parecía que el sentido de la letra era pernicioso, descorría el velo místico y abría el
sentido espiritual." A veces también se encuentra en San Jerónimo esta negación del
sentido histórico, que justamente se reprocha a Orígenes: Epist. ad Nepot., LII, 2.
(1*5) Esta reacción, a su vez, tuvo sus excesos: con San Juan Crisóstomo ha dado
frutos excelentes; pero no podemos olvidar a Teodoro de Mopsuesta y su descendencia
nestoriana. Newman ha podido decir, quizá con alguna exageración, que el alego-
rismo alejandrino era la tradición católica, el literalismo antioqueno la fuente, de las
herejías. (Development of Christian Doctrine, Londres, 1894, pp. 285-343.)
(136) Texto citado supra, p. 220. Sobre el alegorismo helénico, cf. supra, p. 244.
i 1 " ) Cf. supra, p. 225.
246 HISTORIA DE LA IGLESIA

dencia. Esta idea tiene e n Orígenes u n a forma m a t e m á t i c a , parecida a la q u e


t i e n e e n P l o t i n o ( 1 3 8 ) . N o es p r e c i s o p a r a e x p l i c a r esta s e m e j a n z a a t r i b u i r l a
a l a influencia d e A m m o n i o Saccas ( 1 3 9 ) , sino m á s bien, e n p a r t e , a l a
i n f l u e n c i a d e F i l ó n y sobre t o d o a l i n t e r c a m b i o d e i d e a s , q u e r e i n a b a e n t r e
los m á s d e los espíritus d e s u t i e m p o .

§ 4 . — El apologista

EL CONTRA CELSO " O r í g e n e s h a v i v i d o e n c r i s t i a n o , p e r o h a p e n s a d o e n


griego." E s l a palabra de Porfirio, p a r c i a l m e n t e justi-
ficada p o r lo q u e a c a b a m o s d e n o t a r e n sus relaciones con el h e l e n i s m o ; pero,
sin e m b a r g o , l a actividad literaria y religiosa d e Orígenes la desmiente: h a
s u f r i d o p r o f u n d a m e n t e l a i n f l u e n c i a d e l h e l e n i s m o y h a sido i n t r a n s i g e n t e
c o n l a s e s p e c u l a c i o n e s r e l i g i o s a s d e l o s g r i e g o s . Estos d o s r a s g o s q u e p a r e c e n
contradictorios, y q u e están p r o f u n d a m e n t e enraizados e n él, aparecen, sobre
t o d o , e n s u o b r a a p o l o g é t i c a , t a l c o m o se d e s p l i e g a e n l o s o c h o l i b r o s c o n t r a
Celso. E s c r i t o s e n los ú l t i m o s a ñ o s d e s u c a r r e r a , e n e l 2 4 8 , estos l i b r o s l a
i l u m i n a n toda (140).
E l Discurso verdadero d e Celso h a b í a sido escrito h a c í a s e t e n t a a ñ o s y n o
e r a c o n o c i d o d e O r í g e n e s . H a b í a c a u s a d o poca i m p r e s i ó n e n t r e l o s c r i s t i a n o s
d e E g i p t o y P a l e s t i n a y h u b i e s e q u e d a d o o l v i d a d o , si A m b r o s i o , h a b i é n d o l o
l e í d o p o r c a s u a l i d a d , n o h u b i e s e visto e n é l u n p a n f l e t o p e l i g r o s o , c u y o s a t a -
q u e s p o d í a n llevar l a turbación a m u c h a s almas. E n v i ó el libro a Orígenes,
r o g á n d o l e i n s i s t e n t e m e n t e q u e l o r e f u t a s e . E l viejo m a e s t r o n o p o d í a r e h u s a r
n a d a a s u a m i g o y puso m a n o s a l a obra, a u n q u e a disgusto: el silencio q u e
Jesús oponía a sus calumniadores, ¿no era la única respuesta q u e merecía
este l i b e l o ? A d e m á s , l a s p r o p i a s o b r a s d e C r i s t o l e d e f i e n d e n s o b r a d a m e n t e
lo m i s m o q u e l a s d e s u s d i s c í p u l o s :

"Afirmo que la apología que. tú m e pides no hará sino debilitar esa otra apología
de la acción, ese poder de Jesús patente a todo hombre que n o es insensible. Sin
embargo, para n o rehusar tu petición, intentaré responder lo mejor que pueda a cada
uno de los ataques de Celso; aunque yo creo que ningún fiel puede ser arrastrado
por sus palabras" ( 1 4 1 ) .

(138) " E l Padre es la unidad absoluta; el Hijo es múltiple, al menos virtualmente:


Dios es, pues, absolutamente simple; pero nuestro Salvador a causa de la multiplicidad
de todos los seres, habiéndole Dios hecho propiciación y principio de toda la creación
se hace múltiple, y en cierto modo todas las cosas, en cuanto que toda la creación,
capaz de liberación, tiende hacia El. Se hace luz de los hombres, cuando los hombres,
entenebrecidos por el mal, tienen necesidad de la luz, que brilla en las tinieblas y
que las tinieblas no h a n podido apagar. No hubiese sido luz de los hombres, si los
hombres no hubiesen estado en las tinieblas" (In Joann., I, xx, 119). H U E T citado en
nota (P. G., XIV, 57) defiende a Orígenes contra Pettau; es cierto que la redención
y y a la creación introducen en el Hijo relaciones que son debidas a su libre volun-
tad: In Joann., fr., I, p. 485, 5; y I, xix, 118. Pero anteriormente a la creación o inde-
pendientemente de ella, Orígenes distingue en el Verbo u n a pluralidad que no reconoce
e n el P a d r e . R E D E P E N N I N G , op- cit., t. I I , p . 297; DIONISIO, op. cit., p . 102 y los textos ci-
tados supra, pp. 225-226. Se encuentra una concepción semejante en CLEMENTE, Stróm.
IV, xxv, 156 y ya en FILÓN, De somniis, I, LXII; "el Logos es el lugar de las ideas".
(139) Como lo ha hecho ZELLER (Philos. der Griechen, t. V, p . 459, n. 3 ) .
(140) Sobre la polémica de Celso y Orígenes puede leerse: G. BARDY, Le Contra
Celsum d'Origéne en la Revue pratique d'Apologétique, t. X X V I I I , 1919, pp. 751-761;
t. X X I X , pp. 39-54 y 92-98; A N N A M I U R A STANGE, Celsus und Orígenes, Giessen, 1926;
P. DE LABRIOLLE, La Reaction páienne, pp. 111-169.
(141) Contra Celsum, pref., 3.
ORÍGENES 247

Orígenes expone todos los argumentos de Celso; la mayor parte de las


veces con los mismos términos con que h a n sido escritos, y luego los refu-
ta ( 1 4 2 ). Este método imponía al apologista el plan sinuoso de su adversario y su
marcha lenta; pero tenía la ventaja de hacer conocer lealmente el ataque
al mismo tiempo que la defensa ( 1 4 3 ).

EL ATAQUE DE CELSO No podemos seguir aquí su argumentación en todas


sus sinuosidades; pero es interesante ver cómo se
presentaban entonces las tesis cristianas y paganas, expuestas por dos pole-
mistas vigorosos.
Celso es tratado por Orígenes como epicúreo; pero algunos críticos pre-
fieren ver en él u n filósofo platónico y parece más exacto considerarlo como
u n ecléctico, espíritu distinguido, m u y versado en la filosofía y en la
literatura de su época; pero sin entregarse a ninguna escuela particular.
Además, es u n hombre de Estado más que hombre de letras, funcionario
celoso del Imperio romano y empeñado en que se observen sus leyes y sus
tradiciones.
Si se compara a Celso con los que le precedieron en los ataques al cristia-
nismo, preciso es reconocerle una gran superioridad sobre ellos; los adver-
sarios a los que se dirigen Minucio Félix y Tertuliano creen aún en los
infanticidios y en los incestos de los cristianos. Celso no es tan ingenuo:
para atacar a sus adversarios, desprecia estos vagos rumores y busca acusa-
ciones más precisas y mejor probadas. Pretende haber leído no sólo los dos
Testamentos de la Escritura, sino también los libros de los cristianos. Ha
estudiado asimismo las sectas gnósticas y se sirve con refinada perfidia del
conocimiento que tiene de ellas, para atribuir a la Iglesia todas las locuras
y torpezas de aquellos sectarios. Hace alarde de su conocimiento del cristia-
nismo y afirma, no sin fanfarronería, que del cristianismo lo sabe todo: Tcávra
7¿p oída (I, x n ) . Orígenes ha puesto de relieve esta pretensión vanidosa:

"Si hubiese leído los profetas, cuyos libros se le habrían antojado enigmáticos y oscu-
ros, como lo son en realidad; si hubiese recorrido las parábolas evangélicas, la ley, la
historia de los judíos y los escritos de los apóstoles, y si, leyéndolos sin prevención,
hubiese querido penetrar su sentido, no diría con tanta firmeza: yo sé todo. Nosotros
mismos, que hemos estudiado de cerca todo esto, no osaríamos decir: lo sé todo; porque
amamos la verdad."

Celso, seguro de sí mismo, critica en primer lugar el Antiguo Testamento, y


repite las acusaciones corrientes contra los judíos; pueblo de vagabundos, arro-
jados de Egipto y engañados por Moisés (III, v; IV, xxxi); Moisés mismo
es un plagiario que debe a los egipcios todo lo que h a y en él de bueno (I,
xxi). Los Libros Santos, el Génesis sobre todo, son u n tejido de leyendas gro-
seras, indignas de ser tenidas por divinas y de servir a la educación religiosa de
un pueblo. Ciertamente que judíos y cristianos resuelven con la alegoría lo

(142) £ n u n principio había concebido un plan más vasto: la discusión detallada


debía ser seguida de una demostración de conjunto; pero por falta de tiempo renunció
a este plan (Cf. ibíd., 6).
(143) La exposición de los argumentos de Celso ha sido hecha con la suficiente
fidelidad para que se haya podido reconstruir fragmento por fragmento el Discurso
Verdadero: Scriptores Grceci qui Christianam impugnarunt religionem, I. KéXiroii O.\T¡-
6i¡s XÓTOS. El editor K. J. NEUMANN escribe: "la unión de los fragmentos y la
reconstrucción del libro de Celso demuestran que de esta obra apenas si se ha perdido
la décima parte, y las tres cuartas partes de lo que poseemos se encuentra en su texto
original" (Real-Encycl. für protest. TheoL, t. III, p. 773).
248 H I S T O R I A DE LA IGLESIA

q u e los viejos r e l a t o s t i e n e n de c h o c a n t e ; p e r o esto n o es m á s q u e u n a r t i f i c i o


p a r a d i s i m u l a r las dificultades (IV, XLIX).
Jesús es el objeto p r i n c i p a l d e l a s c a l u m n i a s y d e los a t a q u e s d e C e l s o ; r e n o -
v a n d o l a s m á s viles i m p o s t u r a s d e los j u d í o s , Celso p r e s e n t a a J e s ú s c o m o
nacido del comercio adulterino entre M a r í a y u n soldado, l l a m a d o P a n t e r
( I , x x x n ) : E x p u l s a d o d e P a l e s t i n a con su m a d r e , d e b i ó r e f u g i a r s e e n E g i p t o ,
p a r a g a n a r s e la v i d a y a l l í a p r e n d i ó l a s a r t e s m á g i c a s , d e q u e m á s t a r d e
se sirvió p a r a e n g a ñ a r a l a s g e n t e s . S u e x t e r i o r e r a v u l g a r , su s a b i d u r í a u n
plagio, pues la debía a P l a t ó n ; su á n i m o , m u y inferior al de Heraclas o
Epicteto.

"¿Cómo podremos tener por Dios a este hombre que no cumplió nada de lo que había
prometido? Cuando lo tenemos convicto, juzgado y condenado al suplicio, se oculta, h u y e
y se deja apresar vergonzosamente; fué entregado por los que se llamaban sus discípulos.
Si era Dios, no le estaba bien huir ni ser atado con cuerdas, y mucho menos aún, ser
abandonado y entregado por los mismos que vivían con él, que le llamaban su Maestro
y lo miraban como su Salvador, como el hijo de Dios Altísimo, como u n á n g e l . . . Si
las cosas sucedieron como quería, si fué herido por obedecer a su Padre, es claro que
nada de esto pudo serle duro ni penoso, ya que era Dios y lo quería. ¿Por qué, pues,
se lamenta, por qué gime? ¿Por qué busca evitar la muerte que teme, diciendo: Padre,
si es posible, aleja de mí este cáliz?" ( 1 4 4 ) .

S u r e s u r r e c c i ó n es u n a f á b u l a , d e b i d a a l a i m a g i n a c i ó n d e u n a m u j e r y d e
unos fanáticos:

"¿Pensáis que las leyendas (de Orfeo y de Hércules) son mitos y que la catástrofe
de vuestro drama es ingeniosa y verosímil con el clamor de la cruz cuando expiró y
el temblor de tierra y las tinieblas? ¿Y aquel que en vida no pudo defenderse, pudo
resucitar después de su muerte y mostrar las cicatrices de su suplicio y sus manos heri-
das? ¿Quién ha podido creer todo esto? U n a mujer fanática de las vuestras y quizá
algún mago de la misma banda, que lo ha soñado o que por su propio deseo fué aluci-
nado, como a tantos sucede; o más bien, que ha querido deslumhrar a otros con este
prodigio y acreditar con esta mentira nuevas trapacerías" ( 1 4 B ) .
Los c r i s t i a n o s son t r a t a d o s c o n el m i s m o d e s p r e c i o b r u t a l : son c h a r l a t a n e s ,
i n c a p a c e s , c o m o los m a g o s y los a d i v i n o s , d e p e d i r o d e d a r r a z ó n d e s u fe.
R e p i t e n : n o i n v e s t i g u e s , c r e e ; t u fe t e s a l v a r á . Y t a m b i é n : l a s a b i d u r í a es u n
m a l ; l a l o c u r a es u n b i e n ( 1 4 6 ) . H u y e n d e los h o m b r e s i n t e l i g e n t e s y b u s c a n
a los i g n o r a n t e s , a los esclavos, a los n i ñ o s :

"Se les ve entrar en las casas particulares: son cardadores de lana, zapateros, bata-
neros; todo lo que hay de. más ignorante y grosero. En presencia de los señores de la
casa, ya de edad y prudentes, no dicen una palabra; pero, apenas se encuentran a
solas con alguna mujer o algún niño, tan ignorantes como ellos, les cuentan cosas
admirables: no hay que escuchar al padre ni al maestro, sino creerles a ellos; que sus
padres son necios y estúpidos, incapaces de hacer ni comprender nada hermoso; porque
están absorbidos por bagatelas. Sólo ellos saben cómo se debe vivir, y si los niños les
escuchan será una bendición para ellos y para su casa. Y si, mientras están hablando,
ven al pedagogo o al padre, los más tímidos se ocultan; los más desvergonzados acon-
sejan a los niños que sacudan el yugo, murmurando que no quieren ni pueden decir
nada de bueno en presencia del padre o de los preceptores, gentes corrompidas, cuya
brutalidad temen; que los abandonen, que vengan con las mujeres y sus compañeros
de juego al gineceo o al taller del zapatero o del batanero, que allí aprenderán la
última palabra de la perfección. Y se les da crédito ( 1 4 7 ) . En los otros misterios se

(144) Contra Celsum, I I , ix y xxm-xxiv.


(1ÍS1 Contra Celsum, II, LV.
(146) Contra Celsum, I, ix.
(147) Contra Celsum, III, LV.
ORÍGENES 249

proclama: Que sólo se acerquen los que tienen las manos puras y la voz de la justicia,
o también: que sólo se acerquen los que están sin pecado, que no tengan en el alma
conciencia de ninguna falta, que hayan sido de vida buena y justa. Esto es lo que procla-
man los que prometen la purificación de las faltas. Pero éstos, escuchad, éstos ¿a quiénes
llaman? Al que sea pecador, al que esté sin inteligencia, al que sea débil de espíritu,
en una palabra a cualquiera que sea miserable, a éste acogerá el reino de Dios.
Cuando decís: cualquiera que sea pecador, ¿qué entendéis por ello sino el injusto, el
ladrón, el envenenador, el violador de tumbas y de t e m p l o s ? . . . Es la proclama de un
jefe de ladrones, reclutando su banda" ( 1 4 8 ) .

D e s p u é s d e estos a t a q u e s a p a s i o n a d o s , e n q u e Celso h a h e r i d o a los cris-


t i a n o s b r u t a l m e n t e y e n los p u n t o s m á s s e n s i b l e s , se s i e n t e f l a q u e a r s u e n t e -
reza y a p a g a r s e su voz y p i d e su c o n c u r s o a a q u e l l o s m i s m o s a los q u e h a
odiado y despreciado t a n e n é r g i c a m e n t e :

"Sostened al emperador con todas vuestras fuerzas; colaborad con él por la defensa
del derecho; luchad, combatid por él si las circunstancias lo exigen; asistidle en el
mando del ejército; aplicaos al gobierno del Estado, si es necesario para defender las
leyes y la piedad" ( 1 4 9 ) .

Así, l a p o l é m i c a d e Celso, a l t i v a y t a j a n t e , a b o c a a u n a s c o n c l u s i o n e s
tímidas: el adversario e n c a r n i z a d o t e r m i n a l l a m á n d o l o s e n a y u d a d e l Estado.
E n c a m b i o O r í g e n e s , c u y a p o l é m i c a es r e p o s a d a y p r u d e n t e , d e f i e n d e su r e l i -
gión c o n u n a i n t r a n s i g e n c i a i r r e d u c t i b l e . Celso s a c a sus a r g u m e n t o s d e l a
c u l t u r a h u m a n a , d e los filósofos y d e los p o e t a s , d e los c u a l e s se h a c e eco
y c u y a a u t o r i d a d l e p a r e c e q u e t i e n e q u e a b r u m a r a sus i g n o r a n t e s a d v e r -
sarios; p e r o su r e l i g i ó n c a r e c e d e c o n s i s t e n c i a y n o se m a n t i e n e m á s q u e p o r
c o m p r o m i s o ; é l m i s m o e s t á p e r s u a d i d o d e esto. O r í g e n e s n o v e e n el c r i s -
t i a n i s m o m á s q u e u n a c i e n c i a e x e g é t i c a i m p e r f e c t a y u n a filosofía q u e
comienza a elaborarse; pero ve como p l e n a g a r a n t í a la certeza y la fecun-
didad de u n a verdad divina (15°).

LA RESPUESTA D e t o d a s l a s a c u s a c i o n e s d e Celso l a m á s sensible p a r a


DE ORÍGENES O r í g e n e s e r a su c r í t i c a d e los s e n c i l l o s . Responde con
g r a n d e e n e r g í a q u e esta fe s i m p l e , s e n c i l l a e n sí m i s m a ,
es u n c o n o c i m i e n t o g a r a n t i z a d o p o r l a p a l a b r a d e D i o s y q u e l a vida cristiana
es p r u e b a d e s u f e c u n d i d a d :

"Que se pregunte a la multitud de los creyentes a los que la fe ha purificado de los


vicios en que vivían antes, cuál de los dos sistemas es preferible: corregir sus costumbres,
creyendo sin vacilar en la recompensa que espera a la virtud y en el castigo que ame-
naza a los culpables, o despreciar la fe sencilla y diferir la reforma de las costumbres
hasta que se haya llegado al término de u n estudio racional. Es evidente que la m a y o r
parte, con m u y pocas excepciones, no llegarían a esta rectitud de vida que garantiza
la fe simple, sino que continuarían en su mala vida. Y esta no es una de las menores
pruebas del origen divino de una doctrina tan indispensable a los hombres como e&
la del Salvador" ( « 1 ) .

( 148 ) Contra Celsum, I I I , LIX-LXI.


( 1 4 9 ) Contra Celsum, VIII, LXXIII-LXXV.
(150) QJ MITJHA-STANGE, op. cit., pp. 162-166. HARNÁCK. (Mission und Ausbreitung
p. 520.) ha insistido mucho sobre esta conclusión de Celso; pero ha exagerado su trascen-
dencia escribiendo: "el discurso verdadero de Celso es en último análisis u n escrito
político y una proposición de paz apenas velada." Si tal hubiese sido la intención
de Celso, no hubiese insultado tan groseramente a los que quería reconciliar con el
Imperio.
( 161 ) Contra Celsum, I, ix. Cf. BABDY, en Revue pratique d'apologétique, t. X X I X ,
1919, p. 40.
250 HISTORIA DE LA IGLESIA

Pero Orígenes no se contenta con esta respuesta y demuestra que el cristia-


nismo tiene también para la élite conocimientos más profundos y extraordi-
narios que la fe de los sencillos: "También, según nuestra doctrina, vale
mucho más adherirse a los dogmas con la razón y la sabiduría que con fe
simple; si el Verbo ha querido en algunos la fe simple, es por no dejar sin
auxilio a los hombres" ( 1 B 2 ). La fe sencilla es u n conocimiento saludable;
pero es u n conocimiento elemental, es leche para los niños; la misericordia
de Dios la propone a aquellos que no pueden elevarse más arriba, para "cono-
cer a Dios en la sabiduría de Dios" ( 1 5 3 ).
En estas respuestas se palpan las exigencias intelectuales de Orígenes: la
fe de los sencillos no es suficiente para él; lo que la multitud cree y "le pa-
rece claro, no lo es para los espíritus selectos que se ejercitan en filosofar
sobre nuestra doctrina". Pero, si no quiere contentarse con este conocimiento
elemental, reconoce su utilidad y, lo que es esencial, su verdad ( 1 B 4 ).

LA PROFECÍA En estas discusiones preliminares Orígenes ha expuesto su


pensamiento sin disimulos n i ocultaciones y en la argumen-
tación de los ocho libros hay la misma sinceridad y una mayor libertad de ex-
presión: el apologista propone sus pruebas con toda su fuerza. "El cristianismo
tiene una demostración que le es propia y que es más divina que la dialéctica
de los griegos. Es la demostración divina, que el apóstol ha llamado manifes-
tación del Espíritu y del Poder" (I, n ) . Estas dos pruebas, según Orígenes, la
profecía y el milagro, son los dos argumentos principales del cristianismo.
La profecía es el argumento principal de los cristianos y Orígenes reprocha
vivamente a Celso el haberlo eludido sin discutirlo. Le recuerda cómo ha
sido predicha la concepción virginal de Cristo, así como su nacimiento en
Belén, su pasión, su doble advenimiento, su resurrección, las conversiones
que debía obrar. Celso pretende que esto se podría aplicar a otros mil: que
ensaye, pues, a ver si puede citar alguno ( 1 5 5 ).
Sin embargo, por explícitas que hayan sido las profecías, por elevada que
haya sido la esperanza de los judíos, la realidad ha sobrepasado toda espe-
ranza. Celso ha intentado en vano confundir a Jesús en la multitud de los
pretendidos Mesías. ¿Cuál de ellos se ha presentado jamás como Hijo de
Dios y qué judío ha encontrado Celso que haya esperado nunca en u n Mesías
tan divino? ( 1 5 6 ).

CRISTO Y EL EVANGELIO Jesucristo ha mantenido estas pretensiones con


su vida y su pasión. En este punto central de
su argumentación, Orígenes debe zanjar una cuestión preliminar planteada
(162) Contra Celsum, I, ira,
(153) j\f0 c s p u e s (Je extrañar que Orígenes defienda en otro lugar del Contra Celsum
esta fe de los sencillos, no como absolutamente la mejor, sino la mejor posible, habida
cuenta de la debilidad de aquellos a los que debe ser propuesta. Texto citado, supra,
p. 242, n. 114.
( 154 ) En esto difieren los gnósticos de los verdaderos cristianos: "Los que están
fuera de la Iglesia no enseñan lo mismo en el comienzo y al fin de su adoctrinamiento:
primeramente los apartan de la idolatría y los conducen al Demiurgo; luego varían,
y rechazan el Antiguo Testamento, contradiciendo la enseñanza elemental. Por el con-
trario, en los maestros que pertenecen a la Iglesia, el fin está plenamente conforme
con los principios puestos" (In Proverb., n, 16). En el texto citado arriba, p. 242, n. 114,
nótese la insistencia con que se afirma este carácter esencial de la doctrina cristiana:
los castigos con que se amenaza "no son mentiras"; las penas son "verdaderas"; la
doctrina elemental dada por Dios no contiene sino "verdades".
( 155 ) Contra Celsum, II, xxvm; II, vni; III, Ll; I, xxxiv; I, Lt, etc.
( 1 5 6 ) Contra Celsum, I, xox, LVII.
ORÍGENES 251

por Celso: ¿Qué fe merecen los Evangelios? Orígenes responde, como más
tarde debía responder Pascal: "Todos los tormentos padecidos por los após-
toles son la mejor prueba de la sinceridad de su convicción" ( 1 5 7 ). Y ata-
cando a Celso de más cerca: "Piensas que Herodoto y Píndaro no h a n podido
mentir y ¿tratas de mitos y de fábulas estos hechos por los cuales los hom-
bres, que nos los h a n contado, se h a n visto reducidos a u n a vida miserable
y a una muerte violenta?" ( 1 5 8 ). Recurre luego a otro argumento no menos
eficaz: la sinceridad de los evangelistas aparece en lo que nos dicen de sí
mismos, de sus debilidades, del abandono de los apóstoles, de la negación
de Pedro (II, x v ) ; brilla más aún en el retrato que hacen de Jesús. Celso
se escandaliza de la oración de Cristo en la agonía: "Padre mío, si es posible,
que pase de m í este cáliz"; pero debe reconocer al menos en este detalle una
prueba evidente de sinceridad. Se ríe de las burlas de los soldados, del manto
de púrpura, de la corona de espinas y de la caña: "Celso, ¿dónde has recogido
todos estos detalles sino en el Evangelio? T ú piensas que todo esto es digno
de risa, y los que lo escribieron previeron sin duda que tú y tus congéneres
os burlaríais; pero (sabían también) que otros encontrarían aquí fuerza para
despreciar vuestras risas" ( 1 5 9 ).
En cuanto al escándalo que Celso afecta ante Jesús, Orígenes recuerda
cómo las promesas de Cristo se h a n cumplido y sus beneficios se h a n exten-
dido por todo el mundo, el Evangelio ha sido predicado en todas partes y los
mártires h a n padecido por El en todos los lugares. Y concluye:

"No sé qué signos mayores y más claros puede exigir Celso; salvo que, desconociendo
la encarnación del Verbo Jesús, no quiera consentir en El nada de humano y no per-
mita que pueda dar a los hombres un noble ejemplo de paciencia. Con sus padecimien-
tos, Jesús no ha hecho vacilar en nosotros la fe en El, sino que, por el contrario, la ha
confirmado, al menos en aquellos que tienen corazón y saben aprender de El que la
•ida verdadera y feliz no se encuentra aquí abajo, sino que pertenece, como El lo dijo,
al mundo futuro" ( 1 6 0 ).

LA RESURRECCIÓN Entre todos los hechos de la vida de Jesús el de mayor


DE JESÚS importancia apologética es su resurrección y por eso
sobre él se acumulan las objeciones de Celso y los
argumentos de Orígenes. El pagano, siempre en busca de paralelismos,
recuerda las aventuras de Orfeo, Protesilao, Hércules y Teseo. Orígenes, sin
discutir todos estos mitos, prueba que aquellos héroes podían ocultarse a la
vista de los hombres y aparecer luego; Jesús, por el contrario, ha sido cruci-
ficado públicamente y ha muerto a los ojos de todos; si luego apareció vivo,
su resurrección es innegable. Los apóstoles, testigos de esta vida de Jesús
resucitado, la h a n atestiguado hasta la muerte: "¿Cómo, si ellos forjaron la
historia de la resurrección, la h a n predicado luego con tanta energía que no
sólo arrastraron a otros a despreciar la muerte; sino que la despreciaron ellos
mismos?" ( 1 6 1 ).

(«") Contra Celsum, II, x.


(168) Contra Celsum, III, xxvn. Más abajo se indigna de que se tomen en serio todos
los relatos de Plutarco y se rehuse dar fe a hombres entregados a Dios hasta la
muerte. (V, LVII).
(159) Contra Celsum II, xxv, xxvi, xxxiv; III, xxxix.
(16°) Contra Celsum, II, XLII. Conviene leer también el pasaje VII, LIV, en que a las
frases célebres de los héroes helenos, como Anaxarco o Epicteto, Orígenes contrapone
el silencio de Cristo en su pasión.
Í161) Contra Celsum, II, LXI; I, xxxi.
252 HISTORIA DE LA IGLESIA

Celso intenta explicar las apariciones como sueños o alucinaciones: "¿Cómo


explicar así la aparición a Tomás o a los discípulos de Emaús? Pero objeta:
¿por qué Cristo resucitado no se apareció a todos? Porque no todos eran
dignos de verlo n i capaces de sostener su vista ( 1 6 2 ).
Las profecías y los milagros son también prueba de la resurrección; pero
la principal deriva de los frutos de salvación que ha dado. Para Celso, Cristo
resucitado no es más que u n fantasma: "Pero ¿cómo u n fantasma que pasa
y engaña, puede, cuando ya ha pasado, hacer tales obras, convertir tantas
almas y persuadirlas a que hagan todo por agradar a Dios que las ha de
juzgar? ¿Cómo u n fantasma puede arrojar los demonios y obrar grandes mila-
gros, no fijándose en u n lugar particular, sino dilatándose por todo el mundo,
llegando por su divinidad a todos aquellos que encuentra dispuestos a u n a
vida honesta?" ( 1 6 3 ).
He aquí uno de los rasgos de la apologética de Orígenes: para hacer com-
prender los hechos divinos no los aisla, sino que los presenta en el conjunto
concreto que les da luz y apoyo; no separa la resurrección de Cristo, n i de la
vida antecedente de Cristo, ni de la transformación de los apóstoles, que l e
siguieron, n i de l a conversión de los paganos que h a sido su fruto ( 1 6 4 ) .

LA CONVERSIÓN Esta prueba de la conversión del mundo es la prueba


DEL MUNDO por excelencia y Orígenes vuelve a ella continuamente.
Se pretende que Jesús no es el enviado de Dios: ¿Cómo,
pues, ha convertido el mundo, cómo ha producido en él u n cambio t a n salu-
dable y profundo? Supongamos que alguien, para manifestar la eficacia de
su acción, nos presenta u n centenar de hombres a los que ha ganado para
una mejor vida; ¿quién osará decir que ha obrado todo esto sin el auxilio de
Dios? Mirad ahora la obra de Cristo, considerad de dónde ha sacado sus dis-
cípulos y qué ha logrado en ellos y os persuadiréis de que ha emprendido
y realizado u n a obra más que humana. Celso ridiculiza en Jesús su nacimiento
humilde, su condición de obrero; mas todo esto ¿no es u n a prueba más del
auxilio divino? Platón cuenta cómo u n serifio dijo u n día a Temístocles que
debía la gloria, no a su mérito personal, sino a su patria. Es verdad, replicó
Temístocles, que si yo fuese de Serifo sería desconocido; pero también
es verdad que tú, si fueses de Atenas, no serías Temístocles. "Pues bien, con-
tinúa Orígenes, sigamos el paralelismo, nuestro Jesús no era siquiera de Seri-
fo, es decir de la isla más pequeña e insignificante; sino que era más
h u m i l d e que las gentes de Serifo y sin embargo pudo conmover al mundo,
no sólo más que Temístocles, el ateniense, sino más que Pitágoras, más que
Platón, más que todos los sabios y reyes y generales de la tierra" ( 1 8 5 ).
Celso ataca la elección de los discípulos; pero, ¿no es prueba de su poder
el haberlos transformado de pecadores en santos? Entre los griegos, apenas
si podemos considerar que la filosofía haya logrado apartar de los vicios
sino a Fedón y a Polemón; la acción de Jesús, por el contrario, ha alcanzado

( 162 ) Contra Celsum, II, LXI, LXII, LXVII.


( 163 ) Contra Celsum, VII, xxxv.
(164) El m i s m o método emplea en su argumentación a favor de la concepción vir-
ginal: "¿Cómo puede ser verosímil que el que ha hecho tanto por todo el género
humano, que ha llevado, en cuanto estaba en él, a todos, griegos y bárbaros, a temer
el juicio divino, a abstenerse de los vicios, a querer agradar en todo al Dios del uni-
verso, no haya tenido un nacimiento milagroso, sino por el contrario el más culpable
y deshonroso?" (Contra Celsum, I, xxxn). Celso repitiendo una calumnia judía, afir-
maba que Jesús había nacido de unión adúltera.
(165) Contra Celsum, I, XXVI-XXIX.
ORÍGENES 253

a innumerables discípulos que pueden exclamar: "No ha mucho éramos


insensatos, incrédulos, errantes, entregados a mil pasiones y a mil placeres,
viviendo en la malicia y en la envidia, odiándonos unos a otros. Pero, cuando
apareció la bondad y la humanidad de nuestro Dios Salvador, nos ha hecho
lo que somos por el baño de la regeneración, por la renovación del Espíritu
Santo que se ha difundido abundantemente en nosotros" ( 1 6 8 ).
En estos pasajes, y se podrían citar otros muchos ( 1 6 7 ), la argumentación
de Orígenes se apoya siempre en la expansión de la doctrina cristiana y en la
conversión de las almas: estos dos aspectos no están separados el uno del
otro, sino que constituyen u n hecho único y manifiestan la acción de Dios
en el mundo.

LOS CRISTIANOS Esta acción ha quedado aún más patente por las perse-
Y EL ESTADO cuciones que el cristianismo ha tenido que afrontar en
todo tiempo. Las persecuciones, que antaño padecieron
Sócrates y Pitágoras, fueron violentas, pero m u y breves y, una vez vencida
la crisis, sus escuelas filosóficas pudieron desenvolverse sin trabas. Los cris-
tianos, en cambio, h a n sido perseguidos por el senado romano, por los empe-
radores, por el pueblo, por los mismos familiares de los fieles: sólo por la asis-
tencia divina pudo el cristianismo superar tantos obstáculos y vencer a todo
el mundo conjurado contra él ( 1 6 s ).
La oposición de los cristianos frente al Estado se justifica sin dificultad.
Se nos fuerza a que nos mantengamos fieles a los cultos tradicionales y nacio-
nales; pero ¿acaso se prohibe a los filósofos que se liberten de las supersti-
ciones en que h a n sido educados? ¿Por qué, pues, impedirnos que despre-
ciemos a los dioses del paganismo, y rindamos todos nuestros homenajes al
Creador del universo? Además ¿no es cierto que las leyes humanas merecen
menos respeto que la ley natural, que es la ley misma de Dios? ¿O acaso
en la religión no es lo más sagrado la ley de Dios? ( 1 6 9 ).

(166) Contra Celsum, I, LXIV; III, LXVÍI, LXVIII; VI, II; II, Lxxlx. Orígenes compara
también la acción fecunda de Cristo y la de los héroes de la mitología que Celso le opone:
"Que me diga qué han hecho de grande Asclepios, Dioniso y Hércules; qué hombres
han convertido o a quiénes han hecho cambiar de vida o de doctrina", y en otro lugar:
"Si Apolo Pítico fuese Dios, debía utilizar sus oráculos para la conversión, la salud,
la enmienda moral de los hombres." (III, x m ; VII, vi).
(167) p o r ejemplo III, xxvn, donde Orígenes invita a su adversario a comparar las
ciudades paganas con las iglesias cristianas en ellas establecidas: "Si las iglesias de
Cristo, se comparasen con las asambleas de las ciudades en que viven, brillarían como
antorchas en el mundo. ¿Quién no admitirá, por ejemplo, que los menos buenos en la
Iglesia son muchas veces mejores que muchos de los que se sientan en las asambleas
civiles? Así la Iglesia de Dios que está en Atenas es ejemplo de mansedumbre y de
constancia y se esfuerza por agradar al Dios supremo; mientras que la asamblea de
Atenas es tumultuosa y no puede en manera alguna compararse con la Iglesia." Des-
pués de haber comparado de la misma manera las iglesias de Corinto y de Alejandría
a sus respectivas ciudades, añade: "si se comparase el senado de la Iglesia de Dios con el
senado de cada ciudad, se comprobaría que algunos de los miembros de la Iglesia son
dignos de ser senadores de la ciudad de Dios, si existiese una ciudad de Dios en el
universo; mientras que los senadores civiles no merecen en manera alguna el lugar
que ocupan entre sus conciudadanos, por sus costumbres. Comparad de la misma manera
el jefe de cada iglesia con los jefes de las ciudades y comprobaréis que aquellos mis-
mos, que son los últimos entre los senadores y los jefes de la Iglesia de Dios, y que
por comparación con los demás, son negligentes, estarán sin embargo sobre todos los
magistrados civiles, si se comparan las virtudes de unos y de otros."
(168) Contra Celsum, I, ni.
(169) Contra Celsum, V, xxxv-xxxvn.
254 HISTORIA DE LA IGLESIA

Se acusa a los cristianos de no servir al Estado: Oran por él como el apóstol


les manda y si no se exige el servicio militar a los sacerdotes de los ídolos, ¿por
qué se exige a ellos? H u y e n las magistraturas; pero en el seno mismo de la
Iglesia renuncian, en cuanto está de su parte, a los cargos que se les quie-
ren imponer ( 1 7 0 ).
Si el Imperio se convierte al cristianismo, Dios velará por él. Los cristianos
se esfuerzan por hacer el bien a todos, a los de dentro, haciéndolos mejores
y a los que están fuera, atrayéndolos a la doctrina y a las obras de piedad;
en u n a palabra, se esfuerzan en que llegue a lo más hondo de los hombres
el Verbo de Dios, la ley divina y en unirlos al Dios supremo por su Hijo y su
Verbo ( m ) .
Éstas perspectivas, con que se cierra el libro de Orígenes, nos recuerdan
la oposición de las dos ciudades: la conquista cristiana no está acabada
y el paganismo que reina aún en el Imperio, m u y pronto va a perseguir
cruelmente a la Iglesia y Orígenes será u n a de sus víctimas; sin embargo, no
eran vanas las esperanzas del apologista: setenta años más tarde Roma sería
conquistada.

ÚLTIMOS AÑOS Y MUERTE La intensa actividad desplegada por Orígenes


en Cesárea no le absorbía por completo; su
correspondencia era considerable. Eusebio, que formó u n a colección de sus
cartas, poseía más de u n centenar: cita en particular las cartas dirigidas al
emperador Felipe y a su mujer Severa; "a Fabián, obispo de Roma y a otros
numerosos jefes de iglesias, referentes a su ortodoxia" ( 1 7 ¿ ).
Hacia el 240, visitó de nuevo la ciudad de Atenas, en la que Orígenes
permaneció por algún tiempo ( 1 7 3 ) ; a su regreso se retiró a Nicomedia junto
a su fiel amigo Ambrosio ( 1 7 4 ). Hacia el 244 fué llamado a Bostra, a cuyo
obispo Berilo consiguió liberar del monarquianismo ( 1 7 B ). Poco después inter-
vino también en Arabia, donde algunos pretendían que el alma moría con
el cuerpo y que resucitaba también con él: se convocó u n importante conci-
lio, al que acudió Orígenes, quien tuvo la dicha de reducir a la verdad a
los que habían sido engañados ( 1 7 6 ).
Estas múltiples intervenciones atestiguan el prestigio de Orígenes, que
domina en el Oriente sin oposición y sin rival ( 1 7 7 ). Mas he aquí que de

("O) Contra Celsum, VIII, LXXIH.


( « i ) Contra Celsum, VIII, LIX y s.
(172) Hist, Eccl., IV, xxxvi, 3-4. Fabián fué obispo del 236 al 250. Ya dijimos antes
por qué Orígenes dio estos pasos en Roma, cuando según parece no los había dado
en tiempo de Ponciano. Sobre esta colección de cartas de Orígenes, cf. HARNACK, Die
Briefsammlung des Apostéis Paulus und die anderen vorkonstantinischen christlichen
Briefsammlungen, cap. iv, pp. 41-52. Die Sammlung der Briefe des Orígenes. Una
de las cartas más interesantes de esta correspondencia es la carta de Julio Africano
sobre la historia de Susana (ibíd., pp. 45-47). Sobre Julio Africano cf. PUECH,
op. cit., pp. 465-477.
(178) fíist. Eccl., VI, xxxn, 2: "Estando entonces en Atenas concluyó sus comentarios
sobre Ezequiel y comenzó los del Cantar de los cantares, llegando al quinto libro;
vuelto a Cesárea los llevó a cabo, es decir hasta el libro décimo."
( 174 ) Carta a Julio Africano, xv.
(176) Hist. Eccl., VI, xxxin, 1-3; JERÓNIMO, De viris illustribus, LXX.
(176) Hist. Eccl., VI, xxxvii. Ya notamos un error parecido en Taciano (cf. supra,
t. I, p. 370).
(177) Añadamos a los viajes mencionados la visita a los lugares santos: Orígenes
aprovechó su larga estancia en Palestina, para seguir "las huellas de Jesús, de sus após-
toles y de. sus profetas" (In Joann., VI, XL, 204).
ORÍGENES 255

pronto estalla la persecución de Decio. El viejo amigo de Orígenes, Alejan-


dro de Jerusalén, murió en la cárcel ( 1 7 8 ) ; y el propio Orígenes fué también
apresado y sometido al tormento: "El demonio pareció querer ensañarse en
él: . . . cadenas y torturas, suplicios prolongados en todo el cuerpo, suplicios
por el hierro, suplicios en el fondo de la prisión; durante muchos días tuvo
los pies en el cepo hasta el cuarto agujero y fué amenazado con el fuego" ( 1 7 9 ).
En medio de tales torturas, soportadas heroicamente, tuvo el viejo maestro
u n gran consuelo: recibió u n a carta afectuosa del obispo de Alejandría, Dio-
nisio. Al morir Heraclas (247), le había sucedido Dionisio, quien, como su pre-
decesor, no parece haber hecho nada porque su maestro volviera a Alejandría.
Parece, fuera de duda, que la doctrina de Orígenes fué la causa principal
de esta tenaz desconfianza a u n entre sus antiguos discípulos.
Pero en la hora de la persecución, Dionisio escribió a Orígenes, confesor
de la fe, u n a carta "sobre el martirio" ( 1 8 0 ) ; y escribió también a propósito
del obispo de Jerusalén: " e n cuanto a Alejandro, ese hombre admirable, que
estaba en prisión, h a muerto santamente" ( 1 8 1 ). Se comprende que Eusebio
haya reproducido este testimonio sobre el obispo de Jerusalén; pues sella la
reconciliación con Alejandría. Poco después moría Orígenes, probablemente
a consecuencias de las torturas ( 1 8 2 ). Dieciséis años antes, Hipólito y Pon-
ciano se habían reconciliado en el martirio; Cipriano, a su vez, caía también
mártir siete años más tarde. San Agustín escribió a este propósito: "si en esta
viña fecunda había algo que podar, el Padre celestial la purificó con su
muerte". Orígenes no tuvo como estos santos la fortuna de morir en el mar-
tirio; pero como ellos bebió el cáliz del Señor, este cáliz de salvación por el
que t a n ardientemente había suspirado ( 1 8 3 ).

("») Hist. Eccl, VI, xxxix, 3.


("9) Hist. Eccl, VI, xxxix, 5.
(iso) Hist. Eccl., VI, XLVI, 2.
(181) Ibíd., XI, XLVI, 4.
(182) Eusebio no dice más que una palabra sobre esta muerte: "Decio reinó dos
años y cuando fué degollado con sus hijos, le sucedió Galo. Orígenes, habiendo cum-
plido sus sesenta y nueve años, murió." La muerte de Decio fué en el estío de 251.
(183) Exhortación al martirio, xxix-xxx.
CAPITULO XI

LOS APÓCRIFOS Y EL MANIQUEISMO

§ 1 . — L a literatura apócrifa (*)

ESCRITURAS APÓCRIFAS Hacia el fin del siglo segundo y en los primeros


años del tercero, se ve pulular por todo el
Oriente, pero sobre todo en Asia, Siria y Egipto, Evangelios, Hechos de los
apóstoles, Epístolas y Apocalipsis. La Iglesia no los reconoció como libros ins-
pirados; en algunos lugares los toleró; pero en general, los tuvo como sospe-
chosos y a u n los condenó ( 2 ) .
Tal reserva y severidad eran indispensables para mantener en todo su rigor
el Canon del Nuevo Testamento y también para preservar a los fieles de
los errores, no sólo históricos, sino incluso doctrinales, que salpicaban los libros
apócrifos. Más tarde, en la Edad Media, el peligro pareció conjurado; los
libros canónicos estaban en posesión imbatible de su autoridad exclusiva y no
había por qué temer de los apócrifos. En cuanto al peligro de herejía, se eli-
minó al depurarlos de sus resabios gnósticos, y convertirlos en u n a inofensiva
tradición primitiva. La literatura y el arte pudieron entonces beber sin escrú-
pulo en esta abundosa fuente que se creía ya purificada.
El interés que en u n principio despertaron estos libros se disipó más tarde
cuando, mejor comprendidos, se advirtió que las "leyendas" que encierran no
son, la mayor parte de las veces, más que partos de la imaginación; pero
si no se puede buscar en ellos la historia auténtica de los apóstoles y menos
aún la de Jesucristo, podemos rastrear el pensamiento religioso de los cristia-
nos que los escribieron.

C1) BIBLIOGRAFÍA. — TISCHENDORF, Evangelio Apocrypha, 2* ed., 1876. — LIPSIUS


BONNET, Acta Apostolorum apocrypha, Leipzig, 1891-1903, 3 vols. — E. PREUSCHEN,
Antilegomena, Giessen, 1905. — BOUSQUET y AMANN, Les apocryphes du Nouveau Tes-
tament; aparecidos en tres volúmenes: Le protévangile de Jacques, por AMANN, 1910;
Les Actes de Paul por VOUAUX, 1913; Les Actes de Pierre por VOUAUX, 1922. — H. HEN-
NECKE, Neutestamentliche Apokryphen, 2" ed., Tubinga, 1923; Handbuch zu den
neutestamentlichen Apockryphen, 1914, 2 vols.; el primer volumen contiene la traduc-
ción alemana de los textos con introducciones, y el segundo las notas.
M. R. JAMES, The Apocryphal New Testament. Oxford, 1924. — E. AMANN, art.
Apocryphes du Nouveau Testament, en el suplemento al Dictionnaire de la Bible,
col. 460-533; cf. BARDY art. Apocryphes en Dictionnaire de Spiritualité, t. II, pp. 752-765.
SCARABELLI, / Vangeli apocrifi, Bolonia, 1867.—-I. GUIDI, Gli atti degli Apostoli
apocrifi nei testi copti, arabi, etiopici, en Giornale della Societá asiática italiana, 1888.
Las ediciones y estudios sobre los diferentes libros los indicaremos más abajo.
(2) Hacia el fin del siglo iv los priscilianitas pretendieron dar a los apócrifos una
autoridad a la que no tienen derecho alguno: cf. PRISCILIANO, Líber de fide et de apo-
criphys, ed. SCHEPPS en el Corpus de Viena, t. XVIII, pp. 44-61. La Iglesia protestó
contra esto: cf. INOCENCIO I, Carta a Exuperio de Tolosa (Epist., vi, 7, en P. L., XX,
501-502). Decretum Gelasianum de libris recipiendis et non recipiendis en 496 (P. L.,
LIX); cf. ZAHN, Geschichte des neutestamentlichen Kanons, t. II, 1, pp. 244-246; 259-267.
256
LOS APÓCRIFOS Y E L M A N I Q U E I S M O 257

Por el año 200, Tertuliano en su tratado Sobre el Bautismo ( 3 ) menciona


los Hechos de Pablo, y dice: "En Asia el sacerdote que forjó esta obra como
si pretendiese completar la autoridad de San Pablo con la suya propia, fué
degradado, después que hubo declarado que lo había compuesto por amor
a San Pablo." Nos descubre este hecho la severidad de la Iglesia, cuando
se trataba de defender la piedad de los fieles contra las invenciones de Hechos
apócrifos y la excusa que invocaban sus autores: habían escrito por amor a los
apóstoles. Las Escrituras canónicas, a su parecer, habían hablado poco de los
apóstoles, de su predicación y, sobre todo, de su martirio; los apócrifos darían
a los fieles los relatos circunstanciados y detallados de que estaban ávidos.
Se tendrían los Hechos de Juan, de Pablo, de Pedro, de Andrés, de Tomás, de
Felipe. La misma piadosa curiosidad quería oír hablar de la infancia de
Jesús; quería conocer mejor a María, a José, a toda la familia del Señor y
todo esto lo venían a dar el Protoevangelio de Santiago, los Evangelios de la
infancia, el Evangelio del nacimiento de María, el Evangelio de José, el car-
pintero. Otros apócrifos contienen relatos de la pasión, de la bajada a los
infiernos, de la resurrección de Jesús y habrá Apocalipsis de Pedro, de Pablo,
de Tomás, una Carta colectiva de los apóstoles, cartas apócrifas de San Pablo.

LITERATURA POPULAR No vamos a describir aquí toda esta literatura,


sino solamente vamos a recordar los libros que
pueden datar del siglo n y del principio del n i ( 4 ) ; que por lo demás, son los
más interesantes. Vistos en conjunto ofrecen muchos rasgos comunes, el más
espontáneo de los cuales está en que no traducen la especulación teológica
sino la piedad popular. Son contemporáneos de los Strómata y del Tratado
de los principios; pero entre uno y otro grupo de obras hay tanta distancia
como de la Suma a la Leyenda de oro. Después de haber recorrido, las obras
de Clemente y las de Orígenes, es u n placer considerar estas fantasías piadosas
e ingenuas, que tanto complacían al pueblo cristiano.

LA VIRGINIDAD Entre las concepciones religiosas preferidas de los apó-


crifos está el amor a la virginidad. Es el tema principal
del Protoevangelio de Santiago ( 5 ) y una de las doctrinas más constantemente

(3) De Baptismo, xvn.


(4) Son el Evangelio de Pedro, ed. VAGANAY, 1930 (parece haber sido escrito en
Siria entre el 120 y el 130); el Protoevangelio de Santiago, ed. AMANN, 1910; ed.
MICHEL, 1911 (entre el 150-180); las dos primeras partes, infancia de María y naci-
miento de Jesús, proceden de la primera mitad del siglo n (cf. AMANN, art. Apocryphes,
col. 483; el libro tal como lo conocemos hoy, apenas si se remonta más allí del siglo v).
Los Hechos de Juan (en Asia, poco después del 150); los Hechos de Pablo (entre 160
y 170, quizá en Antioquía de Pisidia); los Hechos de Pedro (hacia el 200, probable-
mente en Asia); los Hechos de Tomás (en país de lengua siríaca, a principios del
siglo n i ) ; los Hechos de Andrés (principios del siglo m, patria desconocida); el
Apocalipsis de Pedro (en Egipto, antes del 180, quizá hacia el fin del reino de
Adriano); La carta de los apóstoles, editada por GUEBRIEB en Patrología Orientalis, IX,
1913, con el título: Le Testament en Galilée de Notre-Seigneur Jésus-Christ; por
SCHMIDT, Leipzig, 1919: Gesprache Jesu mit seinen Jüngern nach der Auferstehung
(antes del 180; cf. SCHMIDT, op. cit., p. 399; escrito en Asia: ibid., p. 370).
(5) No solamente el autor defiende la virginidad de María en su concepción, en
su alumbramiento y en su vida toda; sino que pone el mismo cuidado en su pureza
legal: Ana consagró a María al Señor antes de su nacimiento (iv, 1) y la preservó
de todo contacto impuro: "Apenas tuvo seis meses, su madre la puso en tierra para
ver si podía tenerse; y, habiendo dado siete pasos, volvió hacia el regazo de su madre,
que la levantó diciendo: Vive el Señor Dios mío, que no debes ir por esta tierra, hasta
258 HISTORIA DE LA IGLESIA

predicada en los Hechos apócrifos. La historia de Pablo y Tecla enamoró a


muchas generaciones cristianas: ciertamente, y lo haremos notar más adelante,
hay alguna exageración en la predicación de la continencia; pero, a pesar de
todo aun nos conmueve el alto ideal propuesto por el apóstol y más aún la
irresistible impresión que produjo en Tecla: es la conquista cristiana, arran-
cando u n alma de su ambiente pagano y entregándola a Cristo. El autor de
los Hechos nos describe a Pablo en Iconio en casa de Onesíforo; la alegría es
inmensa: se ora de rodillas, se parte el pan y se habla de la continencia y de
la resurrección. Pablo habla:
"Bienaventurados los que son de corazón puro, porque ellos verán a Dios.
"Bienaventurados los que conservan su carne casta, porque ellos serán templo de Dios.
"Bienaventurados los que son continentes, porque con ellos hablará Dios.
"Bienaventurados los que han renunciado a este mundo, porque serán agradables
a Dios.
"Bienaventurados los que tienen mujeres como si no las tuvieran, porque tendrán
a Dios como herencia.
"Bienaventurados los que temen a Dios, porque serán ángeles de Dios" ( 6 ).
Prosigue el discurso de Pablo: desde la ventana de una casa vecina escucha
cierta joven, virgen, desposada con Thamyris:
"Noche y día escuchaba la palabra de Dios, anunciada por Pablo, sobre la castidad,
la fe en Cristo y la oración; nd se apartaba de la ventana, y llena de gozo se sentía
atraída a la fe. Y como veía a muchas mujeres y vírgenes que entraban junto; a Pablo,
también ella quería ser digna de estar frente a frente con Pablo y oír la palabra de
Cristo; porque aun no había visto el rostro de Pablo; solamente había oído su pa-
labra" (7).

Esta predicación ardiente y la atracción que ejercía ¿no sobrepasan los


límites de la ortodoxia? No nos atreveríamos a afirmarlo con respecto de los
Hechos de Pablo ( 8 ) y quizá tampoco de los de Pedro ( 9 ) ; en tanto que la
condenación del matrimonio es patente en los de Juan, Tomás y Andrés. En
u n fragmento de los Hechos de Juan, el apóstol es invitado a una boda y
explica a los esposos que el acto conyugal es u n crimen y, después de u n a
diatriba apasionada ( 1 0 ), concluye:

que te conduzca al templo del Señor. Hizo un santuario en su alcoba y no le dejaba


tocar lo que. era impuro o manchado y llamó a las hijas de los hebreos que eran sin
mancha, para que la entretuviesen" (vi, 1) Cf. AMANN, op. cit., pp. 22-40:
(6) Hechos de Pablo, v, p. 154. Este ideal es evidentemente más estrecho que el
de las bienaventuranzas evangélicas; cf. LEBRETÓN, La vie et l'enseignement de Jésus-
Christ, t. I, p. 195, n. 1. Sin embargo sería injusto hacer del autor un sectario:
exalta la virginidad; pero sin condenar el matrimonio, como lo hacían los gnósticos
encratitas. Cf. la nota de VOUAUX sobre este texto, p. 154.
(7) Ibíd., vn, p. 158.
(8) Cf. VOUAUX, Les actes de Paul, pp. 79-80; es necesario notar sin embargo lo
que dice de la predicación de Pablo, cap. sai: "Separa a los jóvenes de las mujeres,
a las vírgenes de los hombres, diciéndoles: no puede haber para vosotros resurrección
sino siendo castos y si lejos de manchar vuestra carne, la conserváis pura."
(9) Aquí sin embargo el autor va más lejos: "Muchas mujeres, conquistadas por la
predicación sobre la castidad, se separaban de sus maridos, y hubo hombres también
que se mantenían alejados del lecho de sus propias mujeres; porque querían honrar a
Dios en la santidad y en la castidad", (cap. xxxiv; cf. xxxin). VOUAUX nota
(op. cit., p. 81,.introducción): "Los Hechos de Pedro parecen atacar el matrimonio.
Sin embargo, debemos recordar que no hay aquí más que un ideal ascético, que no
parece corresponder a una realidad histórica y expresa simplemente la idea que el
autor tenía de una época, altamente venerada por él."
(W>) Este fragmento conservado en un manuscrito de Wurtzburgo en latín, ha sido
LOS APÓCRIFOS Y EL, MANIQUEISMO 259

"Ahora, después que habéis oído estas cosas, hijos míos, unios en un matrimonio
inseparable, verdadero y santo en esperanza del único Esposo incomparable, verda-
dero, que viene del cielo, Cristo esposo eterno" ( n ) .
En el texto griego de los Hechos se lee que Drusiana rehusa el acto con-
yugal a su marido Andrónico, a pesar de sus amenazas de muerte: "prefiere
morir a cumplir con esta abominación" ( 1 2 ).
En los Hechos de Tomás, el día de las nupcias de la hija del rey, se apa-
rece Cristo a los jóvenes esposos con los rasgos del hermano gemelo de Tomás
y les dice: "Sabed que si renunciáis a esta unión manchada, os haréis tem-
plos de Dios santos y puros, libres de toda clase de penas y de sufrimientos,
sin preocuparos por los afanes de la vida y el cuidado de los niños, cuyo
fin es la m u e r t e . . . " ( 1 3 ).

EL ENCRATISMO En todos estos textos lo que aparece no es solamente


el amor de la castidad, sino también el horror al matri-
monio que se considera como u n a lacra vergonzosa. Para conquistar más
eficazmente a los jóvenes, los héroes de los Hechos no se limitan, como San
Pablo, a predicar el amor del Señor y la felicidad de pertenecerle sin divi-
dirse; sino que hacen valer consideraciones de u n egoísmo vulgar sobre los
cuidados del matrimonio y de los hijos. Esos rasgos revelan el ideal, no de
la pureza predicada por la Iglesia, sino del encratismo gnóstico; y, en efecto,
los libros donde los encontramos, Hechos de Juan y Hechos de Tomás, revelan
una manifiesta influencia gnóstica ( 1 4 ).
La piedad, como la moral, aparece en los Hechos unas veces pura y otras
manchada: su llama siempre ardiente es en los de Pablo y de Pedro la mayor
parte de las veces cristiana; en los de J u a n y Tomás la oscurece muchas veces
el h u m o de la gnosis.

CRISTO El centro de la religión, el objeto habitual de la oración, es Cristo;


y éste es uno de los rasgos característicos de la piedad popular de
aquella época. La oración oficial de la Iglesia se dirige en general a Dios
Padre; pero Cristo es centro de la mayor parte de las súplicas de los cristia-
nos en la vida cotidiana y sobre todo en el combate ( 1 5 ) ; y por esto no puede

editado por Dom D. DE BRUYNE en la Revue Bénédictine, t XXV, 1908, p. 156. Trans-
cribimos algunas líneas que nos dan a conocer el acento del discurso: "Filioli, dum
adhuc caro vestra munda est et intactum corpus habetis nec pereuntes nec sordidati
ab inimicissimo et impudentissimo sanctimonii satana; scitote ergo plenius mysterium
conjunctionis: experimentum est serpentis, doctrinee ignorantia seminis injuria, mortis
charisma, extinctionis munus,... insultatio inimici, impedimentum quod a Domino
separat initium inobaudienciae vitae finís et mors."
( n ) Sobre este texto cf. JAMES, op. cit., p. 266. En el artículo de Dom DE BRUYNE,
hay otros fragmentos de la misma proveniencia y carácter.
(!2) Cap. LXIII. Puede leerse en el cap. LXVIII el discurso de Juan a Andrónico: para
consolarle de la muerte de su mujer, le expone todas las preocupaciones que provienen
de la mujer y de los hijos; estas consideraciones vulgares recuerdan la moral cínica
más que la doctrina de San Pablo.
( 13 ) Cap. XII. La misma doctrina se encuentra también en los discursos de Tomás
a Mygdonia (cap. LXXXVIII) : "tu unión manchada con tu marida no te servirá de
nada, si eres privada de la unión verdadera"; así también en las palabras de Andrés
a Maximila para confirmarla en el disgusto de una "vida vergonzosa y manchada"
(Hechos de Andrés, v).
( 14 ) Sobre esta tendencia encratista, cf. BARDY, art. cit., col. 756-758.
( 15 ) Cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 174-247. ORÍGENES en su tratado
De oratione condena las oraciones de los simples: "En su excesiva simplicidad pecan
260 HISTORIA DE LA IGLESIA

s o r p r e n d e r n o s la o r i e n t a c i ó n d e l a o r a c i ó n e n estos Hechos de los apóstoles,


q u e tienen ante todo carácter de actas martiriales.
M u c h a s d e sus o r a c i o n e s e m o c i o n a n y c o n m u e v e n ; e n los Hechos de Pablo
y Tecla, l a s a n t a , v o l v i e n d o a I c o n i o , e n t r a e n l a casa d e O n e s í f o r o , d o n d e
a n t e s h a b í a oído l a p r e d i c a c i ó n d e l a p ó s t o l ; l l o r a y e x c l a m a :

"Dios mío, Dios de esta casa donde la luz ha brillado para mí, Cristo Jesús, Hijo
de Dios, mi sostén en la prisión, mi apoyo ante los gobernadores, mi alivio en el
fuego y entre las fieras, T ú eres verdadero Dios, a Ti sea toda la gloria en la eter-
nidad. A m é n " ( w ) .

S a n P e d r o clavado en la cruz, da gracias a Cristo e n u n a l a r g a p l e g a r i a


q u e t e r m i n a c o n u n a e x h o r t a c i ó n a los fieles:

"Eres para mí como un padre, eres para mí como una madre, eres amigo, her-
mano, servidor, proveedor; lo eres todo y todo está en T i ; T ú eres el Ser y no h a y
otra cosa que sea fuera de Ti. Vosotros también, hermanos, refugiaos junto a El y,
sabiendo que sólo en El existís, obtendréis lo que os promete; lo que ni el ojo ha
visto, ni el oído ha oído, lo que jamás ha penetrado en el corazón del hombre. T e
pedimos lo que has prometido darnos, oh Jesús inmaculado; te alabamos, te damos
gracias; reconocemos, glorificándote, nosotros, hombres débiles, que T ú eres el solo
Dios y que no hay otro, al que deba ser la gloria, ahora y en todos los siglos de
los siglos. A m é n " ( 1 7 ) .

E l m i s m o a c e n t o v i b r a e n l a s p l e g a r i a s e u c a r í s t i c a s . A s í , e n los Hechos de
• Tomás:

"Oh, Jesús, que nos has hecho la merced de hacernos participantes de la eucaristía
de tu santo cuerpo y de tu sangre, he aquí que nos atrevemos a acercarnos a tu
eucaristía e invocar tu santo nombre. Ven y únete a nosotros" ( 1 8 ) .

E s t a p l e g a r i a e u c a r í s t i c a i n v i t a a r e p r o d u c i r l a q u e se l e e e n los Hechos
de Juan:

por necedad, falta de consideración y de atención: oran al Hijo, sea con el Padre,
sea sin el P a d r e . " Pero el mismo Orígenes desmintió con su práctica religiosa el rigor
de su teoría: en sus homilías, hablando a los simples y sencillos, y orando con ellos,
ora como ellos. Cf. ibíd. pp. 239-242; Revue d'histoire ecclésiastique, t. XX, 1924,
pp. 19-27, infra, p. 370.
( 1 6 ) Hechos de Pablo y Tecla, XLII.
( 1 7 ) Martirio, xxxix. Sobre el carácter de esta oración, cf. la nota de VOUAUX,
p. 454, e Histoire du dogme de la Trinité, t. II, p. 236. No se debe concluir de esta
oración que el autor confunde el Padre y el Hijo, no más que en esta exclamación
de Anchares en los Hechos de Pablo: "No h a y otro que Jesucristo, Hijo del Bendito,
a quien sea la gloria siempre" (ed. JAMES, p. 271).
( 1 8 ) Hechos de Tomás, XLIX. En el capítulo inmediato se prosigue el relato de esta
eucaristía, insertando una larga plegaria al Espíritu Santo, cuyo origen es evidente-
mente gnóstico: "Ven, oh compasión perfecta; ven, oh comunión de varón; ven, T ú
que conoces los misterios de aquel que es escogido; ven, T ú que participas en todos
los combates del noble atleta; ven, oh reposo que revelas las grandezas de la grandeza
total; ven, T ú que manifiestas las cosas ocultas y das a conocer las cosas inefables;
paloma sagrada que engendra los dos mellizos; ven, oh madre oculta; ven, oh T ú que
te manifiestas en tus acciones, que das el gozo y el reposo a los que se unen a T i ; ven
y únete a nosotros en esta eucaristía, que hacemos en tu nombre y en este ágape que
hemos congregado a tu llamamiento." Una simple lectura hace ver la diferencia que
h a y entre los dos capítulos XLIX y L. E S preciso reconocer, sin embargo, que todo
el libro de Tomás es sospechoso. Cf- G. BOHNKAMM, Mythos und Legende in den apo-
kryphen Thomas-Akten, Gottinga, 1933 y Recherches de Science religieuse, t. X X I I I ,
1933, pp. 368-369.
LOS APÓCRIFOS Y EL, M A N I Q U E I S M O 261

"Oh, Jesús, T ú que has trenzado esta corona a tus cabellos, T ú que has adornado
con todas las flores la flor imperecedera de tu rostro; T ú , que has pronunciado estos
discursos; T ú , único, que tienes cuidado de tus siervos, el solo médico que. curas
con amor; T ú , sólo benéfico y humilde, el solo compasivo y bueno, el solo salvador
y justo; T ú , que siempre ves todo, estás en todo, presente en todas partes, lo con-
tienes todo, lo llenas todo, Cristo Jesús, Dios, Señor; T ú , que por tus dones y tu
misericordia, proteges a los que esperan en T i ; que conoces perfectamente las astu-
cias de nuestro perpetuo enemigo y todos los asaltos que intenta contra nosotros;
T ú , Señor único, ven en auxilio de tus siervos. Sí, Señor."

Y después de h a b e r pedido p a n , el apóstol J u a n da gracias:

"¿Qué alabanza, qué ofrenda, qué eucaristía invocaremos, al partir el pan sino
sólo a Ti, Señor Jesús? Glorificamos tu nombre, pronunciado por el Padre; glorifi-
camos tu nombre, pronunciado por el H i j o . . . Glorificamos tu resurrección, que
nos has dado a conocer. Glorificamos en Ti la vida. Glorificamos en Ti la semilla, el
verbo, la gracia, la fe, la sal, la piedra preciosa, el tesoro, el arado, la red, la gran-
deza, la diadema, al que por nosotros se ha llamado Hijo del Hombre, al que nos
ha dado la verdad, el reposo, el conocimiento, la fuerza, el mandamiento, la con-
fianza, la esperanza, el amor, la libertad, el refugio en T i . Porque T ú sólo, oh Señor,
eres la raíz de la inmortalidad y la fuente de la incorruptibilidad y el fundamento
de los siglos. T e hemos invocado con todos estos nombres para que, invocándote con
todos ellos, conozcamos tu grandeza, desconocida de nosotros hasta el presente; pero
visible solamente a los puros y representada en el hombre único que es en T i " ( 1 9 ) .

E s t a s p l e g a r i a s s o n c o n m o v e d o r a s ; p e r o , a u n e m o c i o n a d o s p o r el f e r v o r n o s
s e n t i m o s a veces d e s c o n c e r t a d o s p o r a c e n t o s q u e n o s o n e v a n g é l i c o s ; a l g u n o s
f r a g m e n t o s t i e n e n u n c a r á c t e r n e t a m e n t e g n ó s t i c o i20). A las oraciones q u e
h e m o s c i t a d o es p r e c i s o a ñ a d i r l a s i n v o c a c i o n e s a l a c r u z , m i s t e r i o q u e es
e x t r a o r d i n a r i a m e n t e c a r o a los a u t o r e s d e los Hechos. A veces, l a e m o c i ó n
r e l i g i o s a es s e n c i l l a y p u r a , c o m o e n esta o r a c i ó n d e S a n A n d r é s :

"Salve, cruz que has sido consagrada por el cuerpo de. Cristo. . . cruz largo tiempo
deseada, profundamente amada, buscada sin cesar, y al fin dispuesta para m i alma,
que te desea, recíbeme y vuélveme a mi Maestro, para que por ti me reciba el que
por ti m e ha redimido" ( 2 1 ) .

M u c h a s veces se e m b r o l l a n e n u n a r e t ó r i c a p r e s u n t u o s a ; y a s í , S a n P e d r o
c r u c i f i c a d o , c o n l a c a b e z a h a c i a a b a j o , h a c e v e r e n este s u p l i c i o l a c l a v e d e l
m i s t e r i o d e l a n a t u r a l e z a ( 2 2 ) . O t r a s , n o s v e m o s e n p l e n a g n o s i s : E n los

( 1 9 ) Hechos de Juan, c v m y cix; cf. BARDY, art. cit., col. 760. ,


( 2 0 ) Lo hemos hecho notar en los Hechos de Tomás, supra, p. 260, n. 18 y lo hare-
mos constar en los de Juan, XCIV-XCVI, cf. infra, p. 263.
( 2 1 ) Passio AndrecE, X- La fecha de este texto es incierta; cf. H E N N E C K E , Apokry-
phen, pp. 249-251.
( 2 2 ) "Conoced el misterio de toda la naturaleza y cuál ha sido el principio de todo.
Porque el primer hombre, de la raza del cual soy imagen, precipitado cabeza abajo,
mostró una naturaleza distinta de la que había tenido en otro tiempo; porque aquélla
murió, y quedó sin movimiento. Así volcado, el que había arrojado a tierra su primer
estado, organizó todo el orden del mundo a la imagen de su vocación e hizo ver
a la derecha lo que estaba a la izquierda y viceversa; cambió todos los signos de la
naturaleza, hasta el punto de mirar como hermoso lo que no lo era y como bueno lo que
era malo. . . H e aquí el pensamiento que yo pongo delante de vuestros ojos; la manera
como m e veis suspendido es la imagen del primer hombre. Vosotros, pues, amigos
míos, que oís ahora esto y vosotros que estáis en ocasión de entenderlo, debéis dejar
este error primitivo y levantaros. Conviene unirse a la cruz de Cristo, que es la
palabra extendida, única y sola de la que el Espíritu ha dicho: «¿Qué es, pues, Cristo,
sino la palabra, el eco de Dios?» Esta palabra es la parte derecha de la cruz en la que
estoy crucificado; el eco es la parte transversal, la naturaleza del hombre; el clavo
262 HISTORIA DE LA IGLESIA

Hechos de Juan, se d i c e q u e e n e l m o m e n t o d e l a c r u c i f i x i ó n , c u a n d o l a s
t i n i e b l a s c u b r i e r o n l a t i e r r a , J u a n h u y ó a l m o n t e d e los Olivos:
" M i Señor se me apareció en medio de la gruta, la iluminó toda y me dijo: Juan,
la multitud que está allí abajo, en Jerusalén, m e h a crucificado y herido con lanzas
y clavos y dado a beber vinagre y hiél; pero yo te hablo, escucha m i p a l a b r a . . .
y m e mostró una cruz luminosa que estaba e r g u i d a . . . y vi en lo alto de la cruz al
mismo Señor. No tenía forma, era sólo una voz, voz como esta que estamos habi-
tuados a oír; pero voz dulce y hermosa, voz de Dios."

Esta aparición l u m i n o s a y sin forma visible, expone el misterio de la cruz:


" . . .La cruz no es esa cruz de madera que verás en bajando de aquí; yo no soy
el que está clavado, yo a quien no ves ahora, pues oyes solamente la voz. Se m e ha
creído lo que no soy; yo n o soy lo que era para los demás, para la multitud; dirán
de mí cosas bajas y de mí indignas. El lugar de reposo no puede ser visto ni des-
crito y mucho menos puedo ser visto yo, su Señor. . . En tanto que no te des todo
a mí, yo no soy lo que soy; pero si m e escuchas, escuchándome, quedo lo que soy
y seré lo que era; poseyéndote como soy en mí mismo, porque eres para mí. La
multitud no te preocupe; desprecia a los que están lejos del misterio; sabe que y o
estoy todo con el Padre y el Padre conmigo" ( 2 3 ) .

EL DOCETISMO Y a se v e a d ó n d e a b o c a este m i s t i c i s m o e x t r a v i a d o y l l e n o
d e p a s i ó n : lejos d e l c r i s t i a n i s m o a u t é n t i c o , e n u n p e q u e ñ o
m u n d o d e i n i c i a d o s , q u e se cree d e p o s i t a r i o d e los m i s t e r i o s d i v i n o s y d e s p r e -
cia a l a m u l t i t u d . E l d e s p r e c i o d e l a c a r n e q u e se a f i r m a e n e l d e s p r e c i o d e l
m a t r i m o n i o , pervierte l a cristología, reduciendo la c a r n e d e Cristo a u n a
a p a r i e n c i a . E s t e d o c e t i s m o q u e se p a t e n t i z a e n l a i n t e r p r e t a c i ó n d e l a p a s i ó n ,
se m a n i f i e s t a t a m b i é n d e p a r e c i d a m a n e r a e n los c a p í t u l o s p r e c e d e n t e s ; J u a n ,
e v o c a n d o e l r e c u e r d o d e s u v i d a , n o s p r e s e n t a a J e s ú s bajo l a s m á s v a r i a d a s
f o r m a s : c u a n d o l l a m a j u n t o a l l a g o a los hijos d e l Z e b e d e o , se m u e s t r a a S a n t i a -
g o e n f o r m a d e n i ñ o y a J u a n c o m o u n h e r m o s o j o v e n ; e n o t r a s ocasiones, se
p r e s e n t a p e q u e ñ o y feo, y l u e g o d e t a l m a g n i t u d q u e s u c a b e z a t o c a e l cielo.

" A veces, queriendo asirle, tropezaba con u n cuerpo material y sólido, y otro
día, al tocarle, sentía u n a substancia inmaterial, incorporal y como inexistente.
Cuando era invitado por algún fariseo, nosotros íbamos con El; nuestros huéspedes
daban u n p a n a cada uno y también El lo tomaba; lo bendecía y lo partía; un
trocito nos saciaba y nuestros panes quedaban intactos con grande estupefacción de
los que nos habían invitado. A veces, yendo con El, quería ver la huella de sus
pasos en la tierra, porque le veía levantarse del suelo, y nunca pude ver huellas" ( 2 4 ) .
E n e l c o n c i l i o d e C o s t a n t i n o p l a d e 754, se l e y e r o n f r a g m e n t o s d e estos c a p í -
t u l o s q u e p r o v o c a r o n u n a n u e v a c o n d e n a c i ó n d e los Hechos de Juan ( 2 S ) . N o

que une el tramo recto al transversal, será la conversión y el arrepentimiento del


hombre" (Martirio, x x x v m , pp. 442-450).
Este extenso discurso, dei que. no hemos citado sino parte, es soberanamente inve-
rosímil en el momento en que se lo pone. Nótese el simbolismo de la cruz y el de
los elementos de la derecha e izquierda. Estas especulaciones se encuentran la mayor
parte de las veces en la frontera de la gnosis y del cristianismo auténtico. Compá-
rese para el simbolismo de la cruz; JUSTINO, Apol., I, LX; Hechos de Juan, x c v m ;
de Andrés, xx; para las fuerzas de la derecha y de la izquierda Hechos de Juan,
x c v m ; de Felipe, CXL; de Tomás, xcil; cf. BORNKAMM, op. cit., p. 66; Homil. Cle-
ment., II, 16; vil, 3 ; xx, 3.
( 2 3 ) Hechos de Juan, xcvm-c.
( 2 4 ) Hechos de Juan, LXXXVIII-XCIV. Estos capítulos y los siguientes hasta el
cv h a n sido publicados por primera vez por JAMES en 1897, según un manuscrito de
Viena (Apocrypha anécdota, I I , Textes and Studies, V, 1).
( 2 5) Cf. JAMES, op. cit., p. XII.
LOS APÓCRIFOS Y E L M A N I Q U E I S M O 263

es d e e x t r a ñ a r esta c o n d e n a c i ó n ; p u e s , c o m o l o a d v i e r t e e l p r i m e r e d i t o r
d e este t e x t o : " T o d o este d i s c u r s o es l a m e j o r e x p o s i c i ó n p o p u l a r q u e p o s e e m o s
de l a c r i s t o l o g í a d o c e t i s t a " C 2 6 ).

INFLUENCIAS GNOSTICAS
E n los m i s m o s c a p í t u l o s d e los Hechos de Juan
leemos u n h i m n o gnóstico q u e los herejes pris-
cilianistas recitaban a ú n e n tiempo d e S a n Agustín ( 2 7 ) :
"Antes de ser preso p o r los impíos judíos, (Jesús) nos reunió a todos y nos dijo:
Antes de que sea entregado a esos hombres, cantemos al Padre; luego vayamos a
lo que debe venir. Nos hizo formar u n círculo en torno de El, cogidos de las manos.
Y nos dijo: Responded amén. Y comenzó el himno:
Gloria a ti, Padre.
Y los q u e formábamos el círculo, respondimos: Amén.
Gloria a ti, Verbo. Gloria a ti, Gracia. Amén.
Gloria a ti, Espíritu Santo. Gloria a t u Gloria. Amén.
T e alabamos, oh, Padre. T e damos gracias, L u z en que no h a y tinieblas. Amén.
Mientras te damos gracias, digo:
Quiero ser salvo y quiero salvar. Amén.
Quiero ser liberado y quiero librar. Amén.
Quiero ser herido y quiero herir. Amén.
Quiero ser engendrado y quiero engendrar. Amén.
Quiero comer y quiero ser comido. Amén.
Quiero oír y quiero ser oído. Amén.
Quiero ser comprendido, siendo la misma inteligencia. Amén.
Quiero ser lavado y quiero lavar. Amén.
La gracia danza. Quiero tocar la flauta. Entrad todos en la danza. Amén.
Quiero lamentarme. Llorad todos. Amén.
La ogdóada canta con nosotros. Amén.
El número doce danza en lo alto. Amén.
El todo toma parte en la danza ( ? ) . Amén.
El que no danza, ignora lo que viene. A m é n . . . "

Este h i m n o extraño h a provocado m u c h o s comentarios y nosotros n o vamos


a i n t e n t a r r e s o l v e r a q u í todos l o s i n t e r r o g a n t e s q u e p r e s e n t a ; b á s t a n o s s e ñ a l a r
su c a r á c t e r . L o s h i m n o s c o n e s t r i b i l l o , a c o m p a ñ a d o s d e u n a d a n z a s a g r a d a ,
n o s o n e j e m p l o s r a r o s e n l a l i t e r a t u r a h e l e n í s t i c a y g n ó s t i c a ( 2 8 ) . E s difícil
s a b e r si e l q u e a c a b a m o s d e c i t a r h a sido t o m a d o d e u n a f u e n t e a n t e r i o r
o c o m p u e s t o s e g ú n esos m o d e l o s p o r e l a u t o r d e l o s Hechos; p e r o éste n o es
el p r o b l e m a c a p i t a l ; e n c a m b i o es d e m a y o r i n t e r é s c o m p r o b a r q u e e n esta
época c o m p o s i c i o n e s p a r e c i d a s p o d í a n e m b a u c a r a q u i e n e s se c r e í a n c r i s t i a n o s
y e j e r c e r u n p o d e r o s o a t r a c t i v o , a u n t r e s siglos m á s t a r d e , e n l o s c í r c u l o s h e -
réticos.

NOVELAS RELIGIOSAS L o q u e h a s t a a h o r a h e m o s c i t a d o d e los Hechos


apócrifos n o s r e v e l a a l g u n a s t e n d e n c i a s d e l a p i e -
d a d p o p u l a r ; y a este t í t u l o l o h e m o s c o n s i d e r a d o a q u í ; p e r o p a r a ello
hemos debido aislarlo de los relatos e n q u e va incluido. E s preciso recono-
c e r q u e , e n s u c o n j u n t o , t o d o s estos r e l a t o s s o n d e s c o n c e r t a n t e s p a r a u n l e c t o r
cristiano.
(26) xhe Apocryphal N. T., p . 250. Añadamos que en los otros libros apócrifos si
este docetismo está expuesto con menos detalle, está implícito muchas veces en los
relatos o en los discursos: Hechos de Pedro, x x i ; de Tomás, XLVIII, CLIII; de Juan,
LXXXII, etc. Cf. H E N N E C K E , Apokryphen, p. 173 y W . BAUER, Das Leben Jesu im
Zeitalter der neutestamentlichen Apokryphen, Tubinga, 1909, pp. 40-45.
( 2 7 ) SAN AGUSTÍN, Epist. ccxxxvni, ad Ceretiwn.
(28) H E N N E C K E , Apocryphen, p . 172.
264 HISTORIA DE LA IGLESIA

Son obras de i m a g i n a c i ó n en estrecha semejanza con las novelas religiosas


d e s u época. N o s e n c o n t r a m o s e n v u e l t o s e n r e l a t o s d e a v e n t u r a s e n q u e la
h i s t o r i a y l a g e o g r a f í a son t r a t a d a s c o n t o d a l i b e r t a d ; y lo q u e es m á s d e
l a m e n t a r , los a u t o r e s d e los Hechos, c o m o los n o v e l i s t a s d e su época, h a n
u t i l i z a d o episodios c r e a d o s p o r a u t o r e s a n t i g u o s y c u y o c a r á c t e r m o r a l o
r e l i g i o s o es a veces m u y e r r ó n e o . Así, el a u t o r d e los Hechos de Juan, t a n
c u i d a d o s o e n p r e d i c a r l a c a s t i d a d , se h a a p r o p i a d o l a h i s t o r i a d e l a m a t r o n a
d e Efeso y h a c r e í d o p o d e r c o r r e g i r l o , c a s t i g a n d o a los c u l p a b l e s ; p e r o n o h a
l o g r a d o p r i v a r l e d e su c a r á c t e r g r o s e r a m e n t e i n m o r a l ( 2 9 ) . M u c h a s veces
n o q u e d a d i s i m u l a d o el c a r á c t e r p a g a n o o g n ó s t i c o p r i m i t i v o d e ciertos ele-
m e n t o s l i t e r a r i o s , c o m o p o r e j e m p l o : el m i t o d e l a l m a q u e se lee e n
los Hechos de Tomás ( 3 0 ) .

LOS APÓCRIFOS Los Apócrifos Clementinos son casi c o n t e m p o r á n e o s de


CLEMENTíNOS (31) los Hechos apócrifos q u e a c a b a m o s d e e s t u d i a r y en
m u c h o s aspectos d e su f o r m a l i t e r a r i a ; h a y e n t r e u n o s
y otros e s t r e c h a s e m e j a n z a ; se p r e s e n t a n a s i m i s m o , c o m o n o v e l a s d e a v e n t u r a s

( 2 9 ) Hechos de Juan, LXIII-LXXXVI: es la historia de Drusiana y de Calimaco.


Cf. H E N N E C K E , Handbuch, p. 520. Petronio nos da el relato de la matrona de Efeso, en
su forma pagana y grosera, Satyricon, cxi y s.
(30) Hechos c v n i - c x m . Este mito se lee en el texto siríaco editado y traducido
por A A. BEVAN, The Hymn of the Soul en Texis and Studies, t. V, 3, Cambridge,
1897 y G. HOFPMANN en Zeitschrift f. N. T. W., t. IV, 1903, pp. 273-294; en el texto
griego Acta Thomee, c v m - c x n i . U n hijo de rey, recibe aún niño, un vestido tejido
de oro y cubierto de pedrería y es despojado luego de él, y enviado de Oriente a
Egipto para conquistar una perla que guarda un dragón. En Egipto se deja engañar
y come de los manjares de los egipcios. M u y pronto se olvida de su país y de su misión
y se somete como los demás al rey del país. Pero su padre lo sabe y le escribe una
carta donde le recuerda quién es y qué vestido glorioso llevaba. Leyendo la
carta, el desterrado vuelve a tener conciencia de sí mismo, triunfa del dragón, recoge
la perla y vuelve a su padre; allí se se le presenta su vestido real y se reconoce a sí
mismo, al verlo.
Este canto es anterior a la composición de los Hechos y es atribuido por muchos
a Bardesanes. V. BURCH lo atribuye a Cerdón (Journal of íheol. Stud., t. XIX, 1918,
pp. 145-161; BORNKAMM (op. cit., pp. 111-117) ve en este "himno del Redentor" un
viejo himno gnóstico judío sobre la salvación de. Israel rescatado de Egipto; el viejo
mito iraniano del redentor rescatado habría sido retocado más tarde para adaptarlo
a Mani.
( 3 1 ) EDICIONES: Las Recogniciones se leen en Migne, P. G, en la traducción latina
de R U F I N O , I, 1157-1455; las Homilías en el texto griego, ibíd., II, 25-468. P. DE LA-
CARDE ha editado en 1861 las Recogniciones en tradución siríaca; en 1865 las Homi-
lías en texto griego. Cartas a las vírgenes, texto siríaco y traducción latina, P. G.,
I, pp. 349-452.
ESTUDIOS: H. W A I T Z , Die Pseudoklementinen en Texte und Untersuchungen,
t- XXV, 4, Leipzig, 1904; C. SCHMIDT, Studien zu den Pseudo-Clementinen, en ibíd.
t. XLVI, 1, Leipzig, 1929; O. CULLMANN, Le probléme littéraire et historique du
román pseudo-Clementin, París, 1930.
No podemos renovar aquí la discusión del problema literario, m u y discutido y muy
oscuro. Según W A I T Z las Recogniciones y las Homilías son recomposiciones, inde-
pendientes la una de la otra, de un escrito que. les sirve de punto de partida. Este
escrito compuesto en Roma por u n católico, bajo Alejandro Severo, entre 220 y 230, de-
pende a su vez de dos fuentes principales: las Predicaciones de Pedro y los Hechos de
Pedro; el primero de los cuales habría sido redactado en Palestina, probablemente en
Cesárea, en u n ambiente judeo-cristiano, entre 135 y 138 y el segundo en Antioquía,
entre 150 y 230. Según SCHMIDT, los Hechos de Pedro utilizados en los libros clementi-
nos, son los Hechos compuestos hacia el 200 en Asia Menor y que podemos leer en su
mayor parte en el texto manuscrito de Vercelli (VOUAUX, Actes de Pierre, pp. 230, s ) .
LOS APÓCRIFOS Y EL MANIQUEISMO 265

y de viajes y utilizan fuentes anteriores, judías o paganas. Entre estas fuen-


tes aparece en primer lugar la novela de reconocimientos o recogniciones
que en las Homilías ocupa u n lugar considerable y en las Recogniciones el
principal ( 3 2 ) ; se puede advertir también una apología judía, que el redactor
ha insertado en la narración ( 3 3 ). Clemente de Roma aparece como uno de los
héroes y como el narrador de los episodios; y de aquí el nombre de Apócrifos
Clementinos.

EL CELIBATO Si la forma literaria es m u y semejante entre los dos


Y EL MATRIMONIO grupos de apócrifos que hemos visto en este capítulo,
las tendencias morales y religiosas son profundamente
divergentes: en los Hechos, la virginidad se predicaba en todo momento, no
sólo como u n ideal de perfección, sino a veces también como u n deber estricto;
en los Apócrifos Clementinos, por el contrario, el celibato es mirado como
sospechoso. Estos libros a n i m a n al matrimonio no sólo a los jóvenes sino
también a los ya avanzados en edad, por temor de que la concupiscencia in-
troduzca en la Iglesia la fornicación y el adulterio.
Por amor a la castidad, es necesario que no sólo los presbíteros, sino tam-
bién todos los cristianos se apresuren a contraer matrimonio ( 3 4 ).
Esta actitud respecto del celibato no viene de una legítima tradición cris-
tiana; la conocemos ya en los ebionitas, tal como los describe Epifanio ( 35 )
y en la Didascalia de los apóstoles compuesta en TransJordania durante la
primera mitad del siglo n i ( 3 6 ).
Esta actitud desfavorable con respecto al celibato no es a la sazón univer-
sal en la Iglesia de Oriente, sino al contrario. Los escritos de Orígenes y su

El escrito fundamental no ha sido compuesto en Roma sino en Siria-Palestina y pro-


bablemente en TransJordania, por el mismo tiempo que la Didascalia, con la cual tiene
estrecho parentesco (hacia el 220-230). En cuanto a las fuentes de la obra fundamental,
SCHMIDT distingue, además de los Hechos de Pedro y de las Predicaciones, que datarían
de los años vecinos al 200, una apología judía anterior al 135, una novela de recogni-
ciones o reconocimientos, del 200. Según SCHMIDT el autor de las Recogniciones ha
conocido y utilizado las Homilías. CULLMAN ha seguido en grandes líneas la hipó-
tesis de SCHMIDT y no parecen justificadas todas las enmiendas que propone.
Sobre este problema literario léanse los artículos de CERFAUX en Recherch.es de Science
religieuse, t. XV, 1925, pp. 489-511; t. XVI, 1926, pp. 5-20; t. XVIII, 1928, pp. 143-
163; de CADIOU, ibíd., t. XX, 1930, pp. 506-528; de SCHWARTZ en Zeitschr. f. N. T. W.,
t. XXXI, 1932, pp. 151-199.
( 32 ) Matidia, casada con Fausto y madre de tres hijos, Faustino, Faustiniano y Cle-
mente abandona Roma y se dirige a Atenas con sus dos hijos mayores. Desaparecen
los tres viajeros y Fausto que va en su busca desaparece también. Clemente queda
solo y recorre todo el mundo buscando la verdad; encuentra a Pedro y se une a él
y luego va sucesivamente encontrando a su madre, sus hermanos y su padre.
(33) Sobre esta apología cf. SCHMIDT, op. cit., pp. 296-298; CUIXMANN, op. cit.,
pp. 116 y s. En las Homilías, IV-VI, Clemente discute con Apión en Tiro; en las
Recogniciones, vm-x, la discusión tiene lugar en Laodicea y no figura Apión sino
Fausto, Clemente, Niceto, Aquila, bajo la presidencia de. Pedro. Los temas tratados
son los mismos: el politeísmo, la astrología y la providencia.
( 34 ) Homilía ni, 68. El mismo Pedro vivió con su mujer: Homilía xm, 1.
(35) Hcer., XXX, xvni, 2-3: "Constriñen a los jóvenes a contraer matrimonio aún sin
estar en edad... y no solamente les obligan a este primer matrimonio, sino que si
alguno quiere romper su primera unión y contraer un segundo matrimonio se
lo permiten y, no solamente un segundo matrimonio, sino un tercero y hasta un
séptimo."
( 36 ) Cap. XXIII: "Tened cuidado de encontrar mujeres para vuestros hijos y de
casarlos, cuando tengan edad, no sea que en el ardor de la juventud cometan la
266 HISTORIA DE LA IGLESIA

práctica personal son testimonio de la estima en que era tenida la virginidad


y son testimonio más explícito a u n las Cartas a las vírgenes atribuidas a
San Clemente ( 3 7 ).
Los escritos que estudiamos aquí, Apócrifos Clementinos y Didascalia, nos
dan a conocer, aún dentro de las profundas divergencias entre ellos, las ten-
dencias particulares de algunas comunidades cristianas de la TransJordania en
la primera mitad del siglo n i .
El contacto que hemos hecho notar entre los dos grupos de escritos no se
revela sólo en la doctrina sobre la continencia y el matrimonio, sino también
en el cuidado por la pureza legal, las prescripciones sobre los alimentos, el
concepto de la Ley y de la profecía ( 3 8 ) . Los problemas que se agitan son los
mismos; pero las soluciones son a veces diversas y a u n opuestas.
Así, Pedro, enseñando a la multitud pagana el cristianismo, habla tam-
bién de la pureza ritual: el hombre debe abstenerse de toda relación con
su mujer cuando está en el período menstrual ( 3 9 ) ; los esposos deben tomar
u n baño cuando h a n tenido relaciones sexuales ( 4 0 ) . El mismo Pedro, se
baña continuamente y también sus discípulos ( 4 1 ) .

fornicación con los paganos y seáis responsables delante de Dios en el día del juicio."
Como lo hace notar el editor Connolly (p. XLIV): "No se habla en la Didas-
calia sobre el orden de las vírgenes ni siquiera sobre la virginidad. Por el contrario,
los padres son reconvenidos a que casen a sus hijos para ponerlos en guardia con-
tra los peligros de la incontinencia: cap. xvn y xxn." Sin embargo, a diferencia
de los ebionitas, de que habla Epifanio, el autor no recomienda un segundo matrimonio
y condena el tercero, cap. xiv, pp. 130-131, cf. p. XLIII. Deberá elegirse para obispo
al que haya sido buen padre y buen esposo: "Si est castus, si uxorem castam aut
fidelem habuit aut habet, si filios caste educavit et erudiens produxit..."
( 37 ) Estas dos cartas parecen haber sido escritas en griego; se. conservan en una
versión siríaca y parcialmente en una versión copta. Generalmente se pone su fecha
en el siglo m. El autor parece egipcio y los destinatarios son los ascetas de Siria y
Palestina; la vida de los anacoretas no está todavía organizada; pero se presiente ya esa
organización. Cf. F. MARTÍNEZ, L'Ascétisme chrétien pendant les trois premiers siécles
de l'Eglise, París, 1913, pp. 171-194.
(38) Estas relaciones que aquí no podemos más que señalar brevemente, han sido
expuestas con todo detalle por C. SCHMIDT, op. cit., pp. 252-292.
( 38 ) Homilía xi, 28, 30. Cf. Recogniciones, vi, 10, 11: "Primo ut observet unus-
quisque ne menstruatae mulieri misceatur, hoc enim execrabile duxit lex Dei." La
Didascalia conocía estos escrúpulos; los expone en su capítulo xxvi y en general los
rechaza; sin embargo en la traducción latina, p. 255, 4, se lee: "Cum naturalia profluunt
uxoribus vestris, nolite convenire Mis, sed sustinete. e a s . . . " (lo subrayado no tiene
equivalente en el siríaco). Un poco más arriba, el autor (pp. 244-245) denuncia estos
temores supersticiosos y censura a las mujeres que creen que en estos días no tienen
el Espíritu Santo; y también (pp. 242-243) a las que. durante estos mismos días se
abstienen de toda relación, no reciben la Eucaristía y no oran.
(40) Véanse los mismos textos en las Homilías y en las Recogniciones. La Didascalia
censura tales escrúpulos: "Hcec igitur super omnes cogítate qui seminum cursus et
adproximationes mulierum observant; nam qiue tales sunt óbservationes omnes stultcB
et nocivas sunt. Si enim cursus seminis quis passus et adproximans mulieri baptizetur,
et stratum suum lavet; et erit Mi fatigatio, numquam deficiens a baptismo et a lava-
tione rerum et a stratu suo; et nihil aliud poterit agere." Así mismo (p. 255): un
hombre no queda manchado por las relaciones con su mujer; pero si no es con la
propia toda el agua del mundo no bastaría para lavar esa mancha. Este texto es seme-
jante a la sentencia de Teano, pitagórico, citada por CLEMENTE, Stróm., IV, xix, 121, 3.
Preguntándole cuánto tiempo debería esperar una mujer para presentarse en el tem-
plo, después de las relaciones sexuales, respondió: "si es con su marido,, puede ir
inmediatamente después, pero si es con otro, nunca". El texto de la Didascalia ha
sido repetido por el autor de las Constituciones apostólicas, VI, xxix, 4.
(41) Recogn., VI, 11: El principio es así sentado por Pedro: "Bonum est et puritati
conveniens etiam corpus aqua diluere". En la Homilía xi, 28 se lee también:
LOS APÓCRIFOS Y EL MANIQUEISMO 267

En las Hornillas y en las Recogniciones, Pedro es estrictamente vege-


tariano: "No vivo más que de pan y aceitunas, rara vez tomo legumbres;
. . . porque mi espíritu que ve en lo alto todos los bienes eternos, no mira a
los de aquí abajo" ( 4 2 ).
Considera que es "contra natura el comer animales" y dice que los primeros
que introdujeron en el mundo este uso fueron los gigantes, nacidos de los
ángeles caídos ( 4 3 ). Tomar u n a refección se dice en las Homilías "tomar
sal" ( 44 ) y la Eucaristía misma se celebra con pan y sal ( 4 5 ). La Didascália
conocía ya hombres que predicaban esta abstinencia; pero los consideraba
herejes y condenados por los decretos apostólicos C 46 ).

LA LEY El concepto de la Ley y de la profecía es fundamental, mucho más


que las tesis morales que acabamos de exponer. Debemos estudiar
ese concepto primeramente en los Apócrifos Clementinos y después en la
Didascália. Los dos grupos de escritos no tienen la misma inspiración, pero
es útil estudiarlos relacionándolos ( 4 7 ).
La Ley ha sido dada oralmente por Moisés a los setenta y no se escribió
sino después de su muerte; además, quedó salpicada de elementos extraños,
erróneos o peligrosos ( 4 8 ). Dios ha permitido esta contaminación, para que la
Ley no pueda bastarse a sí misma y nadie la pueda entender correctamente
si no es u n "cambista avisado" ( 4 9 ).
Es pues una presunción peligrosa pretender interpretar la Ley con sólo

"Purificad vuestra alma de todos los males por la inteligencia celeste y lavad vuestro
cuerpo en el baño."
C42) Homilía xir, 6; Recogn., va, 6.
( 43 ) Homilía vin, 15.
( 44 ) Homilía iv, 6; vi, 26; xi, 34; xin, 8, 11; xiv, 1, 8; xv, 11; xix, 25; xx, 16.
( 45 ) Homilía xiv, 1; Contestaíio, iv; cf. Carta de Clemente, ix.
( 46 ) Didascália, xxm: "Alii iterum ex ipsis ñeque carnem sumere docebant, dicen-
tes ea quae animam habent non deberé manducari", xxvi, pp. 241-243, "Obsérvate igi-
tur vos ab omni haeretico, qui legem non utuntur ñeque profetas, et Deo omnipotenti
non credentes inimicantur, et abstinent se a cibis et prohibent nubere, et resurgere in
carne nolunt, tamquam nolentes manducare et bibere, sed demones volunt resurgere
spiritales in fantasmis."
(4T) Sobre el concepto de la ley en los Apócrifos Clementinos, cf- WAITZ, op. cit.,
pp. 116 y s.; SCHMIDT, op. cit., pp. 266 y s.
(48) Homilía ni, 47: "La Ley de Dios fué oralmente comunicada por Moisés
a setenta hombres sabios, encargados de transmitirla, para que fuese la regla viva de los
que vendrían después de ellos. Después de la Asunción de Moisés la,escribió alguien,
no Moisés... Así escrita después de Moisés, 500 años más tarde o quizás más, fué
colocada en el templo que fué edificado y permaneció en él otros 500 años; luego
fué destruida por el fuego bajo Nabucodonosor. Asi, escrita después de Moisés y des-
truida varias veces, es prueba de la presciencia de Moisés, que previendo su destruc-
ción, no la escribió; y los que la escribieron y por ignorancia no previeron su destruc-
ción, han demostrado no ser profetas."
( 49 ) Recogniciones, i, 21: "Quce tamen manifesté quidem dicta, non tamen manifesté
scripta sunt, in tantum ut cum leguntur, intelligi sine expositore non possint propter
peccatum quod coadolevit hominibus." Homilía n, 38, "Las Escrituras tienen mezcla
de muchas mentiras, lo que se explica así: el profeta Moisés había dado a los setenta
hombres escogidos por él la ley y las soluciones, para que fuesen guías del pueblo.
Poco después, la ley escrita ha recibido adiciones engañosas contra el Dios único, que
ha hecho el cielo y la tierra y todo lo que en ellos hay; por causa del Maligno que ha
tenido la audacia de hacerlo por un justo juicio. Y esto no ha sucedido sin razón y
juicio, para que se pueda distinguir a los que escuchan con gusto lo que se ha escrito
contra Dios y a los que por amor a El, no sólo no creen estas blasfemias, sino que ni
siquiera quieren oírlas."
268 HISTORIA DE LA IGLESIA

leerla C 50 ); se requiere la interpretación tradicional, que ha conservado la


tradición oral de los judíos ( s l ) .
La tesis desarrollada en estos libros recuerda en más de u n a ocasión la
que en su carta a Flora, desarrollaba el gnóstico Tolomeo. También éste dis-
tinguía en la Ley fuentes distintas de m u y distinta autoridad: Dios, Moisés,
los antiguos. La primera fuente no es enteramente pura: en lo que ha pres-
crito Dios h a y cosas buenas sin mezcla de m a l ; son aquellas de las que el
Salvador ha dicho: "No he venido a destruir, sino a cumplir"; pero hay tam-
bién preceptos, en los que el bien se mezcla con el mal que el Salvador ha
abolido; hay, en fin, preceptos puramente simbólicos. El Dios que ha inspirado
esta legislación imperfecta es el Demiurgo ( S 2 ). Por consiguiente, nadie está
obligado a observarla.
Frente a esta concepción mitológica, Ireneo había dado de la Ley una
Interpretación verdadera y profunda: es una educación que ha tenido u n
carácter severo; pero que ha sido provechosa ( M ) .
La Didascalia da también una interpretación amplia del problema ( B 4 ):
en el principio, Dios impuso a su pueblo una ley buena y santa; pero, al
caer en la idolatría, recibió de Dios el pueblo judío u n a segunda ley Deute-
rosis, dura e intolerable. El Señor Jesús consagró la primera y abolió la
segunda.

"La segunda Ley ha sido impuesta a causa del becerro de oro y de la idolatría.
Pero, por el bautismo, habéis sido rescatados de la idolatría y librados de la segunda
ley, impuesta a causa de los ídolos. En el Evangelio, el Señor ha renovado, cumplido y
confirmado la Ley; pero la segunda Ley la ha abolido. Para esto ha venido, para con-
firmar la Ley y abolir la Segunda Ley; perfeccionar el poder de la libertad, y mani-
festar la resurrección de los muertos. . . No hizo uso de aspersiones, abluciones, ni
otros ritos; ni ofreció sacrificios ni holocaustos, ni nada de lo que la segunda ley pres-
cribió que se ofreciese. De este modo significó la abolición de la segunda Ley; os ha
librado de ella, os ha llamado a la libertad, y ha dicho: venid a mí todos los que
sufrís y estáis cargados gravosamente y yo os daré descanso" ( 6 5 ).
El que ahora se sujeta a estas prácticas rituales, prescritas por la segunda
ley, se trata a sí mismo como idólatra y se entrega a "cadenas de ciego". Los
verdaderos cristianos son libres y se aplican la palabra de David: Dirumpa-
mus vincula ipsorum et proiciamus a nobis iugum ipsorum ( 5 6 ).
Si se pregunta qué partes del Pentateuco son las que pertenecen a la Ley,
la respuesta es difícil. "El mismo autor habría tenido m u c h a dificultasl para
darla. Porciones considerables del Éxodo, del Levítico, de los Números, del
Deuteronomio deben ser lógicamente excluidas de la Ley. Pero la Ley y la
Deuterosis están íntimamente entretejidas en todos los libros" ( 5 7 ).

(60) Homilía XVIII, 20: "Es preciso que el .que quiera salvarse, sea, como el Señor
lo ha dicho, juez que discierna los libros escritos. Porque ha dicho: sed buenos cambis-
tas. Porque la moneda mala está mezclada con la buena." Cf. ibíd. m, 50.
(51) Homilía m, 51: "Remitiéndonos a los escribas y doctores, para la inteligencia
de la Escritura, (Jesús) nos ha dado a entender que aquéllos sabían en verdad lo
que es realmente la Ley."
( 52 ) Cf. HABNACK, Der Brief des Ptolomáeus an die Flora, pp. 16-18.
(¡53) Adv. Htereses IV, XXIV-XXIX; cf. CONNOIXY, op. cit., pp. LXIII y s.; Epifanio se
ha inspirado en Ireneo para la refutación de Tolomeo (Haer., XXXIII, xi). HARNACK
escribe (art. cit., p. 18, 1): "Si la Iglesia hubiese recibido y desarrollado esta concep-
ción no se hubiese quedado más atrás que Tolomeo."
(B4) Sobre todo en el último capítulo, xxvi. Cf. CONNOIXY, op. cit., pp. LVII-LXIX.
(BS) Cap. xxvi.
(86) Ibíd.
(") CONNOIXY, op. cit., p. LXVIII.
LOS APÓCRIFOS Y E L M A N I Q U E I S M O 269

Para distinguir estas dos fuentes es necesaria una intuición m u y certera


y éste es u n don absolutamente necesario al obispo:
"Ante todo, es preciso que el obispo sepa discernir la Ley y la segunda Ley; que
pueda distinguir lo que la Ley prescribe a los fieles, de las trabas impuestas a los
infieles; no sea que alguno de los cristianos tome por Ley esas trabas (esas cadenas)
y se cargue con pesos insoportables y se haga hijo de perdición" (58").
Esta posición, como se ve, es m u y distinta de la de las Homilías; el empeño
del autor de éstas es hacer cumplir las leyes rituales exactamente, y la preocu-
pación de la Didascalia es disuadir de ese cumplimiento. Las respuestas se
contradicen; pero el problema es el mismo: los cristianos que leen estos libros
sienten la cuestión de los ritos judaicos no como u n problema histórico, sino
como angustioso caso de conciencia ( 5 9 ).

MISIÓN DE JESÚS Si se busca en los escritos clementinos cuál es


SEGÚN LOS CLEMENTINOS el papel de la Ley con relación al Evangelio,
se percibe que el autor no ha comprendido
la transformación religiosa realizada por la venida de Cristo: si los hombres
hubiesen querido conformarse con las luces de la razón, no hubiesen tenido
necesidad de Moisés ni de Jesús; y no por creer en su palabra y llamarle
Señor, se salvan los hombres:
"Jesús se ha ocultado a los judíos, que toman a Moisés por maestro; y a aquellos
que creen en Jesús, Moisés se ha ocultado. Como en los dos la doctrina es la misma,
Dios acoge al que cree a uno o a otro. . . Los judíos no serán, pues, condenados por
ignorar a Jesús, pues que Dios se lo oculta, con tal que cumplan lo que Moisés les
manda, y no aborrezcan lo que desconocen; y los creyentes venidos de la gentilidad
no son condenados por ignorar a Moisés, pues que Dios se lo oculta, con tal que cum-
plan lo que Jesús les manda y no odien lo que desconocen" ( 6 0 ).

Aquí se ve hasta dónde puede llegar la veneración del escritor, por la


Ley: no hace distinción entre Moisés y Jesús; importa poco ser discípulo
de uno o de otro; con tal que se practique lo que uno de ellos enseña y no
se desprecie al otro maestro que se desconoce. Esa es, sin embargo, una posi-
ción extrema: en el conjunto del libro, la predicación del cristianismo y sobre
todo, del bautismo, demuestra que el autor quiere llevar a sus lectores a
Cristo.
Hay otro rasgo digno de notarse y es la estima predominante y casi exclu-
siva de la moral práctica. De aquí esta afirmación desconcertante: si los hom-
bres hubiesen seguido la luz de la razón, no hubiesen tenido necesidad de
Moisés n i de Jesús. En las predicaciones clementinas, efectivamente, todo el
interés se concentra en el esfuerzo práctico de la voluntad y esto es de carác-
ter judío. Las discusiones doctrinales tienen en general u n carácter nega-
tivo: refutan el politeísmo, la idolatría, el fatalismo astrológico; sobre la
doctrina cristiana, dan m u y poca luz.

(88) Cap. iv.


(59) En el siglo siguiente se encuentra la misma preocupación en APRAATES, Homi-
lía, xv, de la distinción de los alimentos. La solución que da es la de la Didascalia:
"hay dos categorías de preceptos: aquellos de los que Ezequiel ha dicho: yo les he
dado preceptos; el que los cumpliere vivirá" (xx, 11), y otros: "Les he dado precep-
tos, que no son buenos, mandamientos en los cuales no vivirán" (xx, 25, 26). Para
Ilibraros de éstos, dijo el Señor: "Venid a mí, todos los que sufrís..." (APKAATES, Pa-
trología Syriaca, I, pp. 753-758).
(6°) Homilía VIII, 5-7.

í
270 H I S T O R I A DE LA I G L E S I A

EL VERDADERO PROFETA La sola tesis importante que propone el autor


es la teoría del Verdadero Profeta ( 6 1 ).
Resume así la predicación de Pedro en Sidón: "Preciso es adorar al único
Dios, creer en el único Profeta de la verdad; ser bautizado para la remisión
de los pecados." Además, h a y que observar rigurosamente las leyes rituales
(Hom. vn, 8).
Como se ve, la fe se reduce a estos dos artículos: creer en Dios y en su Pro-
feta. ¿Quién es este Profeta? Para nosotros, cristianos, es Jesús; para los judíos,
ya lo hemos dicho, es Moisés. Remontemos más en la historia: desde que
existe la raza h u m a n a , ha existido su verdadero profeta: Adán.
La historia de la caída de Adán es una perversión de la Escritura y debe
ser rechazada ( 6 2 ). Adán es "verdadero profeta y lo sabía todo"; legó esta
ciencia a sus hijos, enseñándoles cómo debían servir a Dios en todo, esta-
bleciendo así, para "los hombres u n a ley eterna" (m).
Así es como h a y que entender esta doctrina de la ley n a t u r a l que leíamos
más arriba. Esa es la ley n a t u r a l que hubiese podido bastar a todos y a todo;
pero como la desconocieron los hombres, fueron enviados Moisés y Jesús para
promulgarla de nuevo. La doctrina es la misma y no h a y progreso ninguno
de una a otra etapa.
Toda esta construcción ha sido provocada como la teología de Ireneo por
la herejía marcionita; pero es inmensa la distancia que separa ambas doctri-
nas: las dos defienden contra Marción la santidad y el origen divino del
Antiguo Testamento; pero, mientras Apócrifos Clementinos n o ven en las su-
cesivas revelaciones más que repeticiones del mismo mensaje, Ireneo des-
cubre las etapas de u n a revelación progresiva, que eleva poco a poco el alma

(61) Cf. CERFAUX, Le vrai Prophéte des Clémentines en Recherch.es de Science reli-
gieuse, t. XVIII, 1928, pp. 143-163. Dejo de lado otra teoría a la que el autor da aún
más importancia: la de las parejas o apareamientos (cf. SCHMIDT, op. cit., pp. 25-31;
ibíd., pp. 152-155). Dios ha separado y opuesto entre sí todos los seres: "el cielo y la
tierra, el día y la noche, la luz y el fuego, el sol y la luna, la vida y la muerte". De
estos términos el que precede es el menos bueno y el mejor el que. sigue: "El mundo,
la eternidad; el mundo presente es efímero, el mundo futuro, eterno. Primero es la
ignorancia, luego el conocimiento. Así han sido distribuidos los cabezas de la profecía.
Puesto que el mundo presente es femenino, como una madre que engendra las almas;
el mundo futuro es masculino y recibe a sus hijos como un padre: he aquí por qué
los profetas de este, mundo siendo hijos de los hombres, tienen conocimiento del mundo
futuro. Si los hombres piadosos hubiesen conocido este misterio, jamás se hubiesen
extraviado, y ahora reconocerían que Simón, que perturba a todos los hombres, es
un artífice del error y de la mentira" (Homilía n, 15). Simón efectivamente, ha venido
antes que Pedro; luego Pedro es bueno y Simón malo. Así como Juan Bautista no es
más que uno de los hijos de las mujeres; pero Jesús, venido después de él, es el Hijo
del Hombre. Cf. ibíd., n, 15-18; n, 33; ni, 16, 22-28; Recogn., ni, 61.
(62) Homilía ni, 17 (P. G., II, 121): "Creo que son inexcusables los que piensan
cosas indignas del padre de todos; aunque hayan sido arrastrados a ello por una corrup-
ción en la Escritura; porque cualquiera que hace injuria a la imagen, a la imagen de
un Rey eterno, peca contra el mismo R e y . . . " (xxi, 125). El autor recuerda que
Adán ha dado nombre a todos los animales: "¿Qué necesidad tenía de comer un fruto
para conocer el bien y el mal, si había recibido la prohibición de comerlo? Han per-
dido el juicio los que creen esto y piensan que una bestia irracional ha sido más
poderosa que el Dios que. todo lo hizo." Compárese este texto con la teoría de TA-
CIANO sobre el castigo de Adán (cf. IRENEO, Adversas hcereses, I, xxvin, 1. EUSEBIO,
Hist. Eccl., IV, xxvin, 2-3) y con la respuesta que Ireneo oponía a este error (Adv. haer.
III, xxm, 8). El autor, como hemos visto, no sólo afirma la salvación de Adán sino
su inocencia perpetua; lo que no puede admitirse sino en la hipótesis, por él sostenida,
de una corrupción en la Escritura.
( 63 ) Homilía VIII, 10.
LOS APÓCRIFOS Y EL MANIQUEISMO 271

hacia Dios; siendo la etapa suprema la Encarnación del Verbo y la ve-


nida del Espiritu Santo. Los libros clementinos desconocen estos dos mis-
terios y eso es una falta irremediable; pues no queda de Jesús más que
u n enviado de Dios, que repite a los hombres lo mismo que habían dicho
Adán y Moisés. Se desconoce su filiación divina y se ignora su acción re-
dentora ( 6 4 ).
En este estudio, hemos fijado nuestra atención en la doctrina religiosa de
las Homilías y de las Recogniciones, que nos dan a conocer el espíritu de
u n a comunidad judíocristiana en la primera mitad del siglo m ; pero hemos
atendido sólo al conjunto de los libros. Ahora debemos notar, siquiera de
paso, algunos fragmentos conservados en estos libros, que parecen más anti-
guos que ellos y que revelan una gnosis judía mucho más virulenta. Sobre
todo, el compromiso solemne que aparece al frente de todo el libro. San Pedro
escribe a Santiago:
"Te pido y te suplico que no comuniques a nadie estos libros de mis predicaciones,
ni a hombre de nuestra raza ni a extranjero, antes de haberlo probado; pero si, des-
pués del examen, le reconoces como digno, puedes comunicárselos como Moisés trans-
mitió su doctrina a los setenta, que le sucedieron en su cátedra."
Conforme a este deseo, Santiago obliga a prestar la siguiente promesa a
aquellos a quienes confía sus libros:
"Tomo por testigo al cielo, a la tierra, al agua, que contienen todo lo que existe,
y además de estos elementos, al aire que penetra todo y sin el cual no puedo respirar,
que estaré siempre sometido al que me da estos libros de las predicaciones y que estos
libros, que él me da, no los comunicaré a nadie, de ninguna manera; ni los transcri-
biré, ni los comunicaré por escrito, ni los entregaré para que los copien, ni lo haré yo
ni por medio de otro, ni por ningún otro método, artificio o medio; no los conservaré
sin cuidado, exponiéndolos (delante de alguno) o haciendo algún signo o comunicándo-
los de cualquier manera que sea. No lo haré sino cuando encuentre alguno que sea digno,
según yo mismo lo he sido juzgado, o según una prueba aún más exigente, y en todo
caso, de seis años por lo menos. Los entregaré a este hombre piadoso y bueno...
y no lo haré sino con el consentimiento de mi obispo" (6íD.

EL SECRETO GNÓSTICO Se reconoce en este texto más que en n i n g ú n otro


el secreto de la tradición gnóstica. E n el resto
del libro, la gnosis queda parcialmente borrada bajo las adiciones posteriores;
pero palpita siempre el tenaz judíocristianismo. Esta persistencia nos da a
conocer mejor las reacciones de la Iglesia cristiana en esta época, sobre todo
en Orígenes.
Se presiente ya lo que podrá llegar a ser más tarde esta-fe en Dios y en su
profeta: para que aparezca el mahometismo bastará el prestigio de u n jefe
que se presente a sí mismo como profeta y transforme esta religión endeble,
que parece extinguirse, en u n a secta conquistadora.

( 64 ) En Homilía xi, 20 se encuentra una breve mención del Maestro en la cruz


y de su oración: "Padre, perdónales sus pecados; porque no saben lo que hacen." El
autor ve en esto un ejemplo que los discípulos deben imitar; pero nada más.
(«5) P. G.} II, 28-29.
-¿72 HISTORIA DE LA IGLESIA

§ 2. — El maniqueísmo ( " )
COMO HEMOS LLEGADO Hasta los primeros años del siglo xx la historia
AL CONOCIMIENTO del maniqueísmo primitivo permanecía en la
DE LA HISTORIA mayor oscuridad ( 6 7 ) : los escritos de M a n i y de
DEL MANIQUEÍSMO sus discípulos fueron muchos y m u y difundidos;
pero fueron proscritos y destruidos en todas par-
tes, por los católicos, por los mahometanos, por los budistas, por los funcio-
narios chinos ( 6 8 ) . A finales del siglo último, se descubrieron en el Turques-
tán chino, donde en otro tiempo el maniqueísmo había sido m u y poderoso,
numerosos fragmentos, que se habían salvado de la general destrucción.
Los rusos comenzaron las investigaciones, que fueron proseguidas por diver-
sas misiones alemanas, inglesas, francesas y chinas ( 6 9 ) . El fruto de estos
estudios fué m u y halagüeño y todos los trabajos publicados hasta estos últi-
mos años dependen de los descubrimientos de F. K. W . Müller, de Von Le Coq,
de Stein, de Pelliot. Estos documentos eran ciertamente preciosos; pero de
fecha tardía y de interpretación difícil ( 7 0 ).
E n el año 1930, los fellahs descubrieron, cerca de Medinet Mádi, en el
Fayum, u n a caja que contenía libros, escritos en papiro; estos libros contie-
nen, en traducción copta, los escritos del mismo M a n i o de sus primeros
discípulos ( 7 1 ) .
Los papiros del F a y u m parecen haber sido escritos entre el 350 y el 400,
es decir, cien años después de la muerte de M a n i (272) y nos d a n a conocer
el maniqueísmo en su período primitivo, al que no podíamos llegar con los
fragmentos de Turfan. Apenas si se h a comenzado a descifrar y editar los

( 66 ) BIBLIOGRAFÍA. — Los estudios más notables sobre el maniqueísmo dependen en


gran parte de los documentos descubiertos en el Turquestán chino a principios del
siglo xx. Citaremos sobre todo: F. CUMONT, Recherches sur le Manichéisme, fase. 1
y 2, Bruselas, 1908-1912. — P. ALPAWC, Les Ecritures manichéennes, 2 vols., París,
1918. — F. C. BURKITT, The Religión of the Manichees, Cambridge, 1925. — G. BABDY,
art. Manichéisme en Dict. de Théol., col. 1942-1895. Los descubrimientos mucho más
recientes y mucho más importantes, de que hablamos en el texto, arrojan sobre el mani-
queísmo nueva luz; en espera de la publicación de estos textos se puede consultar un
inventario sintético en C. SCHMIDT, Neue Originalquellen des Manichaismus aus Ae-
gypten, Stuttgart, 1933. — M. GUIDI, La lotta tra VIslam e il manicheismo; Un libro
di lbn al-Muqaffac... confútalo da Al-Qasim, Roma, 1927; cf. G. LEVI DELLA VIDA,
en Oriente moderno, 1927.
( 67 ) Hace dos siglos que BEAUSOBRE escribía en su obra Histoire critique de Manichée
et du Manichéisme, Amsterdam, 1734, 2 vols. en 4', t. I, p. 217: "Es muy difícil,
por no decir imposible, dar hoy una idea justa y acabada del sistema filosófico y teoló-
gico de Maniqueo. Para conocer el sentir de los herejes se requiere verlo en sus con-
fesiones de fe, en los libros en que ellos lo exponen serenamente y con precisión. Ahora
bien, no tenemos ningún libro de Maniqueo, ni de sus discípulos inmediatos; pues
apenas si se nos conservan algunos fragmentos en los escritos de los autores que los
han refutado quienes, según el método de los controversistas, toman ordinariamente
lo que les parece menos racional y más susceptible de mal sentido."
( 68 ) Cf. ALFARIC, Les Ecritures manichéennes, t. I, pp. 92-110.
(«9) Cf. ALFARIC, op. cit., t. I, pp. 129-138.
( 70 ) BURKITT escribía: "Estos fragmentos consisten casi en su totalidad en hojas
muy pequeñas y casi ininteligibles; están escritos en lengua sogdiana, una especie de
persa intermedio entre el viejo persa de las inscripciones y la lengua hablada hoy;
y otras veces en dialecto turco arcaico" (op. cit., p. 15). La dificultad de la lengua es
tal que los sabios que los han editado, han debido advertir que su traducción era en
"muchos puntos hipotética y provisional".
( 71 ) Los libros de, Mani .fueron en su mayor parte escritos en siríaco; un libro,
que se encuentra en estos papiros, el Shapurakan, fué escrito en persa.
LOS APÓCRIFOS Y E L M A N I Q U E I S M O 273

textos ( 72 ) y habrá que esperar muchos años antes de conocer exactamente


el contenido ( 7 3 ).

MANÍ Ahora, sin embargo, podemos ya recoger algunos datos ciertos que
fijan en grandes líneas la historia de Mani, de su predicación y de
su doctrina.
En los últimos años del rey Ardescir (224-241), M a n i fué por mar, según
nos dice, a la India. "Prediqué, añade, la esperanza de la vida, y seleccioné
un buen grupo." El año del advenimiento de Sapor (241), Mani, llamado
por él, volvió de la India al país de los persas, y del país de los persas a
Babilonia, Maisán y Kuzistán. Me presenté, dice, ante el rey Sapor, y me
recibió con mucha distinción. M e autorizó a viajar en su reino y a predicar
la palabra de vida. Pasé muchos años con él, acompañándole en Persia, en
el país de los Partos y hasta Adiabene en las fronteras del Imperio ro-
m a n o " C*).
Este texto nos da a conocer la estancia y la actividad de M a n i en la India,
al principio de su carrera. Los historiadores se preguntaban si M a n i habría
estado personalmente en contacto con el budismo y la mayor parte resolvían
la cuestión negativamente ( 7 5 ). M a n i mismo nos ha dado la solución, que es,
ciertamente, la que no se esperaba. Este dato tan interesante, no es caso
único; el Oriente, la India sobre todo, ejercía u n a especie de fascinación:
en 242, en el momento en que M a n i , llamado por Sapor, comienza bajo su
protección la predicación en Persia, Plotino abandona Alejandría y se une al
ejército que Gordiano conduce contra Sapor: espera con esta expedición pe-
netrar en Persia y quizá llegar hasta la India, y así "entrar en conocimiento
directo de la filosofía de los persas y de los hindúes" ( 7 6 ). Sabemos cómo esta
expedición terminó en u n desastre y cómo Plotino logró escapar no sin grandes
dificultades. Por aquel tiempo se compusieron en siríaco, y no lejos de la
patria de Mani, los Hechos de Tomás, que envuelven la predicación de Tomás
en la India en el esplendor de leyendas y de sueños gnósticos. Mas oriental
que Plotino y que el autor de los Hechos, Mani, nacido en Persia, partió a la
conquista de la India; de vuelta a su patria, vivió en ella; siguió a Sapor en
sus expediciones y llegó hasta Adiabene, en las fronteras del Imperio romano;
pero no parece que las haya nunca franqueado.

SUS PROPÓSITOS La intención de M a n i fué fundar u n a nueva religión, en


que vinieran a fundirse todas las demás:

( 72 ) Un primer fascículo apareció en 1934: Manichdisme Handschriften der Samm-


lung A. Chester Beatty. I. Manichaisme Homilien, Stuttgart, Kohlhammer.
( 73 ) El lector puede ver una descripción provisional de estos libros en la obra de
SCHMIDT citada antes, o en nuestro artículo Mani et son ceuvre d'aprés les papyrus
récemment découverts en Eludes, 20 de octubre de 1933, pp. 129-143.
(74) Este texto se lee al principio de los Kephalaia, citado por SCHMIDT, op. cit.
( 75 ) Los fragmentos descubiertos en el Turquestán chino manifiestan influencia
budista; pero esto podría explicarse por el hecho de que el "Turquestán es región
budista en parte y tiene por vecinas regiones enteramente budistas". BURKITT, que
da esta explicación (op. cit., p. 98) añade: "En la doctrina original de Mani, no veo
ninguna huella que nos garantice el budismo como uno de los elementos constitutivos.
Buda es mencionado por él con respeto; lo mismo que Platón y Hermes Trismegisto;
pero creo que conocía muy poco de estos pensadores, fuera de sus gloriosos nombres."
ALFARIC (op. cit., t. II, pp. 211-219) admite que Mani sufrió la influencia de Buda;
pero cree que no conoció el budismo por contacto personal, en la India, sino a través
de la gnosis.
( 76 ) PORFIRIO, Vita Plotini, ni.
274 HISTORIA DE LA IGLESIA

"Los escritos, la sabiduría, los apocalipsis, las parábolas, los salmos de todas las
religiones anteriores, reunidos de todas partes, han confluido en mi religión, en la sabi-
duría que yo he revelado. Como uniéndose los torrentes forman un gran río, así los
libros antiguos se han unido a mis escritos y han formado una gran sabiduría, a la
que no puede compararse nada de lo que ha sido predicado en todas las generaciones
anteriores. Jamás se han escrito ni se han revelado libros como los que yo he
escrito" ( 7 7 ) .

Es el espejuelo d e l s i n c r e t i s m o q u e e n esta época s e d u c í a a t a n t o s e s p í r i t u s


y c u y o t r i u n f o h a b í a visto R o m a pocos a ñ o s a n t e s d e l a p r e d i c a c i ó n d e M a n i ,
bajo A l e j a n d r o S e v e r o ( 2 2 2 - 2 3 5 ) . E s t e s i n c r e t i s m o , q u e h a b í a i n v a d i d o el
I m p e r i o , p r o v e n í a d e S i r i a , d e d o n d e lo h a b í a n i m p o r t a d o los Severos. E n
s e m e j a n t e a m b i e n t e , n o p u e d e n s o r p r e n d e r n o s t a n t o los s u e ñ o s l o c a m e n t e
ambiciosos d e M a n i . R e c o n o c í a t r e s a n t e p a s a d o s p r e c u r s o r e s s u y o s : J e s ú s ,
Z o r o a s t r o y B u d a ; son sus t r e s h e r m a n o s , i n t é r p r e t e s d e u n a m i s m a s a b i d u -
ría ( 7 8 ) . Los t r e s h a n p r e d i c a d o ; p e r o n o h a n e s c r i t o ; y e n esto t a m b i é n ,
a s e g u r a M a n i , es s u p e r i o r s u r e l i g i ó n a l a d e a q u é l l o s :

"Todos los apóstoles, mis hermanos, que han venido antes que yo, no han escrito
su sabiduría, como la he escrito yo; n i la han representado en cuadros, como la he
pintado yo. M i religión desde su origen supera a todas las religiones anteriores" ( 7 9 ) .

F i n a l m e n t e el m a n i q u e í s m o se e x t e n d e r á p o r t o d a s p a r t e s y será m a y o r q u e
toda otra religión:

"Uno ha establecido su religión en Occidente y no ha conquistado el Oriente; otro


ha establecido su religión en Oriente y no ha ganado el Occidente; asi sucede que
sus nombres son desconocidos en las otras ciudades. La esperanza que yo predico con-
quistará el Occidente y conquistará el Oriente y será predicada en todas las lenguas y
en todas las ciudades. M i religión es por lo mismo superior a todas las religiones
precedentes; porque todas las religiones anteriores han sido establecidas en determi-
nados' lugares y ciudades. M i religión llegará a todas las ciudades y su mensaje
alcanzará a todos los países" C 80 ).

IRRADIACIÓN DEL Se s i e n t e e n esta s e g u r i d a d t r i u n f a n t e el i m p u l s o d a d o


MANIQUEÍSMO d e s d e el p r i n c i p i o a l m a n i q u e í s m o y l a i n m e n s a i r r a -
d i a c i ó n d e l a secta e n O r i e n t e h a s t a l a C h i n a , y e n
O c c i d e n t e h a s t a el Á f r i c a , d e b r i l l o b a s t a n t e p a r a d e s l u m h r a r a l j o v e n A g u s -
tín y de firmeza suficiente p a r a a m e n a z a r a ú n al cristianismo en tiempos
de San Luis. A h í están t a m b i é n las a r m a s preferidas e n su conquista: escribir
y p i n t a r . L a voz se e x t i n g u e , el l i b r o q u e d a ; y h a y q u e c o n q u i s t a r el a l m a
n o sólo con el t e x t o q u e c o n t i e n e el l i b r o s i n o t a m b i é n c o n l a b e l l e z a d e los
c a r a c t e r e s y l a r i q u e z a a r t í s t i c a d e sus i l u m i n a c i o n e s . T o d o s los m a n u s c r i t o s
m a n i q u e o s se d i s t i n g u e n e n esto, t a n t o los p a p i r o s d e l F a y u m c o m o los l i b r o s
del Gobi (81).

MANI Y EL CRISTIANISMO E s d i g n o d e e s t u d i o el l u g a r c o n c e d i d o p o r
M a n i a J e s ú s : a p r i m e r a v i s t a , n o es J e s ú s
s u p e r i o r a Z o r o a s t r o y a B u d a ; t o d o s son " l o s h e r m a n o s " d e M a n i y h a n p r e d i -

( 7T ) Kephalaia, CLIV. Cf. SCHMIDT, op. cit-, p. 16.


( 7 8 ) Kephalaia, introducción.
( 79 ) Kephalaia, CLIV; SCHMIDT, op. cit., p. 17; cf. introducción citada, pp. 18-19.
C80) Ibíd., pp. 19-20.
( 81 ) Los papiros no tienen iluminaciones, pero su caligrafía es admirable (cf.
SCHMIDT, op. cit., p. 18). Sobre las iluminaciones de los manuscritos del Gobi, cf.
BURKITT, op. cit., pp. 5-6
LOS APÓCRIFOS Y EL MANIQUEISMO 275

cado la misma sabiduría. Sin embargo, el orden mismo en que los presenta
indica su distinto rango: Jesús, Zoroastro, Buda. Y esta primera indicación
la vienen a confirmar otras más significativas: en uno de los libros h a y toda
una colección de himnos a Jesús; en las Epístolas se da M a n i a sí mismo
el título de: "Mani, apóstol de Jesucristo" y justifica este mismo título en sua
conversaciones con sus discípulos:
"Después que la Iglesia de la carne ha sido elevada a las alturas, quedó inaugurado
mi apostolado, sobre el cual me habéis preguntado. Después de aquello, ha sido enviado
el Paráclito, el Espíritu de verdad, que ha venido a vosotros en esta última generación
según lo que había dicho Jesús: Cuando yo me vaya, os enviaré al Paráclito, y cuando
el Paráclito haya venido instruirá al mundo y os hablará de la justicia" ( 8 2 ).

Refiere a continuación que durante el reinado de Ardescir "el Paráclito


viviente descendió del cielo sobre él y conversó con él y le reveló los misterios
ocultos", y, después de haber enumerado todos estos misterios, concluye:
"Así me ha sido revelado por el Paráclito todo lo que ha sucedido y todo lo que
sucederá; todo lo que el ojo ve, todo lo que el oído oye, todo lo que el entendimiento
comprende. Por él he aprendido a conocerlo todo, lo he visto todo. Me he hecho con
él un solo cuerpo y un solo espíritu."

Todo esto recuerda las pretensiones de Montano. Unos setenta años antes
que Mani, el profeta de Frigia se había apoyado en las promesas de Jesús
a sus discípulos; los montañistas, escribe Eusebio, "osaban apoyarse en Mon-
tano como si fuese el Paráclito" ( 8 3 ). M a n i no era ciertamente u n extático,
sino "una mente clara y de reflexión fría" ( 8 4 ). En el mismo capítulo en que
refiere las revelaciones que ha recibido del "Paráclito viviente", no se siente
u n soplo de vida, no es más que una enumeración, u n índice de materias.
Pero si no tenemos en M a n i el estremecimiento extático de Montano y de sus
profetisas, tenemos la misma afirmación de su identidad con el Paráclito:
"me he hecho (con él) u n solo cuerpo y u n solo espíritu".
Por el hecho de estas pretensiones, Mani, como Montano, se une estrecha-
mente al cristianismo: la revelación que trae ha sido prometida por Jesús; el
Paráclito que habla por él y se identifica con él, es el Espíritu enviado por
Jesús. Así queda zanjada la cuestión tantas veces discutida: el maniqueísmo no
es como se ha pretendido durante mucho tiempo una religión nacida del paga-
nismo; sino que es una herejía, una gnosis parásita, que se nutre del tronco
del cristianismo. En su libro que más de una vez hemos citado ya, F. Bur-
kitt ha tenido el mérito de formular claramente esta tesis reaccionando contra
las tendencias que prevalecían entonces. Los papiros del F a y u m h a n apor-
tado la confirmación definitiva.

EL GNOSTICISMO DE MANI Pero al mismo tiempo que M a n i tiene la


ambición de superar al cristianismo y absor-
berlo, quiere enriquecerlo también de todo lo que encuentre de religión
viviente y popular. Así englobó la religión de Zoroastro que vivía en torno
suyo en el mundo iraniano, y la religión de Buda, que vio floreciente en la
India. Soñando en conquistar para su doctrina al m u n d o entero, se esfuerza
por captar todas las fuerzas religiosas y sin duda esta facilidad de adaptación
le facilitó las primeras fundaciones. Pero semejante ventaja le costó dema-

(82) Citado por SCHMIDT op. cit. p. 25.


(83) Hist. Eccl., V, xiv; cf. supra, p. 35.
( 84 ) SCHMIDT, op. cit., p. 16.
276 HISTORIA DE LA IGLESIA

siado cara: el maniqueísmo se cargó de toda u n a mitología, cuyo peso y


vergüenza debió sobrellevar ( 8 5 ) .
En esto, el maniqueísmo se parece a los sistemas gnósticos que le habían
precedido: su cosmogonía mitológica recuerda la de Basílides y Valentín.
No parece que M a n i haya sido de imaginación t a n fecunda como para crear
estos símbolos; los ha recogido en la religión iraniana y los h a tomado tam-
bién de sus predecesores, que se habían inspirado en las cosmogonías de
Egipto.
Pero, de todos los gnósticos, al que M a n i ha seguido más de cerca es a
Marción. Esta es opinión antigua que los nuevos textos encontrados han
venido a confirmar. El duodécimo capítulo de Kephálaia, intitulado "La pará-
bola del árbol", comienza así:
"Te pedimos Señor, que nos reveles, que nos enseñes lo que significan los dos árbo-
les, de que Jesús ha hablado a sus discípulos: el buen árbol da buenos frutos; el mal
árbol da malos frutos. No hay árbol bueno que dé malos frutos, ni árbol malo
que dé buenos frutos."

He ahí el texto evangélico, punto de partida de la polémica de Marción ( 8 6 ) .


M a n i sustituye el dualismo tímido de Marción por la oposición radical de
los dos principios contrarios, el dios bueno y el dios malo: a este extremo se
sentía arrastrando el marcionismo en virtud de la lógica, a pesar de Mar-
ción ( 8 7 ) . M a n i no vacila y, asimilándose la mitología iraniana, propone
como tema de sus especulaciones y regla de su ascesis la lucha eterna del
principio del bien con el principio del mal.
Pero M a n i tiene a ú n mayor semejanza con Marción por la organización
de su iglesia y su propaganda, que por su teología. Ninguno de los dos tenía
veta de metafísico; pero los dos eran conquistadores y organizadores. Los dos,
infatigables fundadores de iglesias, ansiosos de crearlas en todo el m u n d o ;
Marción, en todo el m u n d o romano; Mani, más ambicioso, en toda la tierra;
pero uniéndolas estrechamente entre sí. E n esto M a n i realizó u n a obra más
perfecta; pues tomó en sus manos el gobierno de todas las iglesias y escogió
para que le ayudasen u n grupo de discípulos que recuerda el colegio apos-
tólico y de entre todos ellos se designó u n sucesor, Sisinios; para que quedase
después de él asegurada la continuidad y la unidad de su secta. E n el año 272,
M a n i era crucificado por el r e y Bahram; Sisinios tomó las riendas del
gobierno y fué muerto también; el maniqueísmo les sobrevivió.

(85) Bastará recordar como ejemplo el mito de "la seducción de los arcontes",
estudiado por M. CUMONT, Recherches sur le Manichéisme, t. I, Bruselas, 1908,
pp. 54-68. Nos limitaremos a transcribir la conclusión del estudio (p. 66): "Mani se
ha apropiado un viejo mito de un naturalismo sin pudor, que era enseñado por los
magos del imperio sasánida; pero ha querido hacer de él, por una interpretación
atrevida, un episodio de la lucha de los dos principios eternos. La «sustancia vital» es
para él la luz tenida en cautiverio por el principe de las tinieblas. Este capítulo de
la cosmogonía maniquea pudo aparecer así a los orientales, como la revelación de
una verdad hace mucho tiempo presentida. Pero bajo el velo del símbolo, la obscenidad
de la leyenda primitiva queda aún transparente y su grosería tenía forzosamente que
chocar con la conciencia y con el gusto de los latinos. Lo mismo sucedió con otras
muchas fábulas del maniqueísmo." Un poco más arriba (p. 53) F. Cumont recuerda
que "fueron sobre todo las fábulas interminables sobre el cielo, las estrellas, la luna",
esos innumerables cuentos sobre la fabricación del mundo, "llenos de una locura sacri-
lega" los que apartaron a Agustín de la secta. Cf. AGUSTÍN, Conf. V, vn, 1; V, ni, 6;
Contra Faustum, xx, 9.
( 86 ) Cf. TERTULIANO, Adv. Marc, i, 2; HARNACK, Marción, p. 85.
(87) Cf. supra, p. 32.
LOS APÓCRIFOS Y E L M A N I Q U E I S M O 277

ÉXITO DEL MANIQUEISMO Gracias a esta fuerte organización, el mani-


queísmo no quedó fraccionado en multitud de
sectas rivales, como las herejías de Valentín o de Marción. Lanzado por el
mundo con u n impulso vigoroso, absorbió al marcionismo, primero en Occi-
dente y luego en Oriente, acentuando su dualismo y manteniendo el ideal
de vida austera. Con su distinción de oyentes y elegidos, llegó a u n ascetismo
más exigente; pero sin chocar, entre tanto, con las simpatías de la multitud.
Su metafísica es pobrísima y más de una vez se opone a la razón y al sentido
moral; pero sus pretensiones ambiciosas y su fuerte organización le dieron,
frente a la multitud, u n enorme y tenaz poder de atracción. Esta gnosis, la
última de todas, fué la más avasalladora y duradera; perseguida en todas par-
tes, caminará durante diez siglos a través del viejo mundo, y aun en el siglo
XIII amenazará al cristianismo en Italia y en Francia.
CAPITULO XII

LA IGLESIA D E ALEJANDRÍA D E S P U É S D E ORÍGENES 0 )

§ 1 . — S a n D i o n i s i o de Alejandría ( J )

HERACLAS, OBISPO U n año apenas después de la condenación de Oríge-


DE ALEJANDRÍA nes, Heraclas sucedió a Demetrio ( 2 ) , ocupando du-
rante dieciséis años (231-247) la sede de Alejandría.
Había sido, primeramente alumno, luego auxiliar, y finalmente sucesor de
Orígenes. Llegado a obispo, mantuvo las disposiciones de su predecesor contra
aquél ( 3 ) ; seguramente porque juzgaba oportuno su extrañamiento.
Si no estaba totalmente de acuerdo con las acusaciones de Demetrio, veía
por lo menos en el antiguo maestro del Didascáleo una personalidad dema-
siado vivamente discutida, para que se le pudiese admitir en Alejandría sin
comprometer la paz de la Iglesia.

SAN DIONISIO. Nada más sabemos del episcopado de Heraclas. Su sucesor,


SU FORMACIÓN San Dionisio (247-264), fué uno de los grandes obispos
de esta época. En el 231, había reemplazado a Heraclas
al frente de la escuela y en el 247 le sucedió en la sede de Alejandría.
Como su contemporáneo San Cipriano, parece haber sido profesor de retó-
rica: algunos indicios de esta formación primera los hay en su estilo, elegante
y puro para su época, en las reminiscencias de autores clásicos, Homero,
Hesíodo, Tucídides, Aristóteles, Democrito (*) y en la complacencia con que
acude a estos recuerdos, testimonio de u n cristianismo menos severo que el de
Cipriano. Es u n rasgo m u y notable de esta amplitud de espíritu lo que él
mismo nos cuenta:

( J ) BIBLIOGRAFÍA. — C H . LETT FELTOE, The Letíers and other romains of Dionysius


of Alexandria, Cambridge, 1904. — J. BUREL, Denys d'Alexandrie, sa vie, son temps,
ses ceuvres. París, 1 9 1 0 . — L a s obras de Dionisio no nos han sido conservadas más que
fragmentariamente; pero estos fragmentos son considerables; los tenemos sobre todo
en EUSEBIO, en Hisi. Eccl., lib. VI y V I I y en la Preparación evangélica, VII y XIV.
La historia de su controversia con Dionisio de Roma nos es conocida por el libro de
SAN ATANASIO, De sententia Dionysii, y por SAN BASILIO, Epist. XLI. A estos datos
se puede añadir algunos fragmentos exegéticos, espigados en las Cadenas. Todo ha
sido recogido con mucha diligencia e interpretado por FELTOE, op. cit. — G. MÉRCATE
Note di letteraíura bíblica e cristiana antica: Due supposte lettere di Dionigi Alessan-
drino, Roma, 1901, en la col. Studi e testi, vol. 5: estas cartas conservadas en un
manuscrito vaticano, llevan el nombre de Dionisio, pero realmente pertenecen a Isidoro
Pelusiota.
( 2 > Cf. supra, p. 228.
( 3 ) Orígenes (cf. supra, ibíd.) intentó aprovecharse de la elección de Heraclas
para entrar a Alejandría; no fué posible; más tarde la leyenda embrolló la historia y atri-
buyó a Heraclas el papel de Demetrio; cf. DUCHESNE, Histoire ancienne de l'Eglise,
t. I, p. 475, n. 1.
(4) Cf. FELTOE, op. cit., p. X X I V .
I G L E S I A DE A L E J A N D R Í A D E S P U É S DE O R Í G E N E S 279

"Yo también he vivido en las doctrinas y en las tradiciones de los herejes y durante
algún tiempo tuve manchada el alma con sus impuras invenciones; pero al menos
saqué esta ventaja: confundirlas en mí mismo y mirarlas con el mayor disgusto. U n
hermano, sacerdote, m e apartó de ellas; temía él que no hubiese salido del lodazal de
maldad, y que m i alma estuviera manchada.
"Sentí que decía verdad; pero sobrevino una visión de. Dios, que me fortificó y oí en
mí u n a voz, que m e intimó esta orden expresa: toma todo lo que caiga en tus manos;
pues eres capaz de rectificar y examinarlo todo y para ti éste ha sido el principio
y la causa de tu fe. Yo recibí esta visión como confirmación de aquella palabra
apostólica, dicha a los más fuertes: sed cambistas avisados" ( 5 ) .

E s l a p r á c t i c a d e l l i b r e e x a m e n d e los l i b r o s h e r é t i c o s , t a l c o m o l a e n c o n -
t r a m o s e n O r í g e n e s ; esa p r á c t i c a q u e l e h a l l e v a d o a l a fe, q u e d ó r e f r e n -
d a d a p o r u n a visión. P o r otra p a r t e , la advertencia d e l sacerdote indica q u e
l a I g l e s i a t e n í a c o n c i e n c i a d e l p e l i g r o d e estas l e c t u r a s y e l m i s m o D i o n i s i o lo
confiesa. Sólo " l o s m á s f u e r t e s " p o d r á n h a c e r u s o d e esta l i b e r t a d .

SU ENSEÑANZA D i o n i s i o t e n í a t r e i n t a a ñ o s y e r a p r o b a b l e m e n t e y a sacer-
d o t e c u a n d o , e n 2 3 1 , s u s t i t u y ó a H e r a c l a s e n l a escuela.
P a r e c e q u e d u r a n t e estos dieciséis a ñ o s d e e n s e ñ a n z a e s c r i b i ó s u l i b r o Sobre la
naturaleza, d o n d e se r e f u t a e l a t o m i s m o d e E p i c u r o ( 8 ) ; y q u i z á t a m b i é n s u
c o m e n t a r i o sobre e l E c l e s i a s t é s ( 7 ) .

SU EPISCOPADO A estos a ñ o s d e a p a c i b l e e s t u d i o s u c e d i e r o n los a ñ o s d e l


episcopado, años angustiosos. Felipe el Á r a b e era empe-
r a d o r desde el 2 4 4 y l a Iglesia h a b í a e n c o n t r a d o e n él, p o r lo menos, u n
a m i g o ; pero, e n el ú l t i m o a ñ o d e s u i m p e r i o (fin d e l 248) estalló e n Alejandría
u n a r e v u e l t a c o n t r a los c r i s t i a n o s . D i o n i s i o , q u e e r a obispo d e s d e h a c í a u n a ñ o ,
c u e n t a los t e r r i b l e s sucesos a F a b i o d e A n t i o q u í a y a s u i g l e s i a ; d e s c r i b e e l
martirio de Metras, Quinta, Apolonia, Serapión y la insurrección de toda la
ciudad: " N o había calle, n i vía, n i senda, p o r la q u e pudiésemos transitar, n i
d e d í a n i d e n o c h e ; c o n t i n u a m e n t e y p o r t o d a s p a r t e s se c l a m a b a : si a l g u n o
r e h u s a p r o f e r i r l a s b l a s f e m i a s , q u e sea l l e v a d o a l a h o g u e r a . " L o s c r i s t i a n o s
h u í a n y p e r d í a n sus bienes; pero n o h u b o apóstatas: o solamente u n o
quizás ( 8 ) .
La revolución q u e derribó a Felipe fué ocasión d e u n a corta t r e g u a ; pero
m u y luego, e n octubre d e l 249, era proclamado el edicto de Decio, q u e n o
s i g n i f i c a b a u n acceso d e p a s i ó n p o p u l a r , s i n o e l esfuerzo d e t o d o e l I m p e r i o
r o m a n o p a r a a p l a s t a r a l a I g l e s i a . E n A l e j a n d r í a h u b o m u c h a s defecciones,
sobre t o d o e n t r e los c r i s t i a n o s " d e m á s v i s o " ( 9 ) ; p e r o h u b o t a m b i é n m u c h o s
mártires. E n sus cartas a Fabio d e A n t i o q u í a y a Domicio y D í d i m o ( 1 0 ) ,
D i o n i s i o c u e n t a estos c o m b a t e s y d e s c r i b e a l m i s m o t i e m p o e l e s t a d o d e su
iglesia perseguida:

"En la ciudad los sacerdotes están ocultos y visitan secretamente a los hermanos.
Así Máximo, Dióscoro, Demetrio, Lucio; los que son más conocidos, Faustino y
Aquila andan errantes por Egipto; los diáconos que h a n sobrevivido al azote de la

( 5 ) Carta a Filemón, EUSEBIO, Hist Eccl., V I I , v u , (cf. FELTOE, op. cit., p. 5 2 ) .


( 6 ) FELTOE, op. cit., pp. 127-164; cf. BUREL, op. cit., pp. 16-21.
(?) FELTOE, op. cit., pp. 208-228.
( 8 ) Hist. Eccl., V I , XLI, XLII, XLIV. Cf. FELTOE, op. cit., p p . 3-21.
( 9 ) Hist. Eccl, V I , XLI, 11-13. Cf. supra, p p . 128-129.
( 1 0 ) Ibíd., V I I , xl, 20-25; la persecución descrita aquí es la de Decio y no la de
Valeriano; cf. FELTOE, op. cit., p. 66.
280 HISTORIA DE LA IGLESIA

peste (U), son Fausto, Eusebio y Queremón. A este Eusebio ha fortificado Dios y ha
preparado para dedicarse con ánimo esforzado al servicio de. los confesores prisioneros
y para cumplir, no sin peligro, la misión de amortajar los cuerpos de los perfectos
y bienaventurados mártires ( 1 2 ). Porque hasta ahora el gobernador, cuando son lle-
vados a él, o los condena a muerte, o los hace desgarrar en el tormento o los obliga
a languidecer en la prisión y en las cadenas, prohibiendo toda visita y velando estre-
chamente para que nadie llegue hasta ellos. Dios, sin embargo, merced al ánimo y a
la constancia de los hermanos, procura algún alivio a los perseguidos" ( 1 3 ).

PERSECUCIÓN DE DECIO E n este encarnizamiento de los magistrados y en


este prolongar la prisión durante mucho tiempo
se distingue la persecución de Decio, tal como se había practicado en Roma
y en Cartago. A pesar de las muchas apostasías, la resistencia en aquella
antigua iglesia parece haber sido mucho más firme que en Cartago; la
organización de la comunidad, bajo la dirección de los sacerdotes y diáco-
nos, fué semejante, y semejante también la suerte del obispo. Tenemos a este
propósito detalles preciosos en las cartas de Dionisio, sobre todo en la carta
al obispo Germano, que había atacado su conducta ( 1 4 ). Durante tres días
el obispo de Alejandría estuvo en su casa mientras se le buscaba por todas
partes; " a l cuarto día, Dios m e ordenó partir, y, abriéndome camino de
manera milagrosa, partimos juntos, yo, mis servidores ( 1 5 ) y muchos her-
manos". Por la tarde fué apresado y conducido a Taposiris; algunas per-
sonas q u e estaban celebrando u n a boda, al saberlo, acudieron y pusieron en
fuga a los soldados; Dionisio fué libertado, a pesar suyo. Permaneció oculto
en la Libia con otros dos hermanos ( l e ) y de aquí escribió a Domicio y Dí-
dimo. Las noticias que da de su iglesia y su clero muestran que, como
Cipriano, él también continúa dirigiendo su Iglesia desde su destierro ( 1 7 ).
E n el estío del 251, Decio era muerto en la Dobrudja, donde estaba com-
batiendo contra los godos; Galo, que prosiguió la persecución contra la
Iglesia, pereció a su vez en mayo del 253 y Emiliano, su sucesor, tres meses
más tarde, en agosto. El advenimiento de Valeriano y de su hijo Galieno
pareció a los cristianos la aurora de la liberación: Dionisio recuerda estas
esperanzas que u n a nueva persecución vendría a desmentir cruelmente ( 1 8 ).
Pero, al menos, la Iglesia gozó de cuatro años de paz (253-257) y el obispo

(H) La epidemia de que aquí se habla es probablemente la que asoló el África


bajo Galo y Volusiano, en el año 252; cf. FELTOE, op. cit., p. 68, n. 1. Rufino en vez
de uóo"í¡) lee vr¡(Tü) y traduce "in Ínsula".
( 12 ) Como lo trae EUSEBIO (ibíd., 26), este Eusebio llegó (en 269) a obispo de Laodi-
cea de Siria; Máximo, será sucesor de Dionisio. La historia de la persecución de Decio
en Alejandría y en Egipto ha quedado ilustrada por los numerosos "libelli" encon-
trados en papiros. Puede verse una colección en WESSELY, en la Patrología Oriental,
IV, 112, s.; XVIII, 354, s. P. FRANCHI DE'CAVALIERI, Un nuovo libello origínale di
libellatici della persecuzione deciana, en Miscellanea di storia e cultura ecclesiastica,
t. III, 1904, pp. 3-15. Cf. supra, p. 126, n. 2.
(18) Hist. EccL, VII, xi, 24-25.
I1*} Hist. EccL, VII, xi, 2-19; FELTOE, op. cit., pp. 21-36. La primera parte de esta
carta se refiere a la persecución de Decio y la segunda a la de Valeriano.
( l s ) El sentido de la palabra iralSes es controvertido: algunos ven aquí los discí-
pulos de Dionisio, que sería aún en esta fecha jefe del Didascáleo; FELTOE (op. cit.,
p. XIV) supone que Dionisio era viudo y que habla de sus hijos; otros, en fin, traducen
como lo hemos hecho nosotros.
(i«) Hist. EccL, VII, xi, 23.
(17) El recuerdo de los destierros de San Dionisio quedó vivo en su Iglesia. SAN
PEDRO DE ALEJANDRÍA lo recuerda en un fragmento de su Mystagogia, citado por
ROUTH, Reliquia? Sacres, t. IV, p. 81; cf. FELTOE, op- cit., p. XVII, n. 2.
(18) En su carta a Hermammón (Hist. EccL, VII, x; FELTOE, op. cit., pp. 70 y s.).
IGLESIA DE A L E J A N D R Í A D E S P U É S DE ORÍGENES 281

d e A l e j a n d r í a los a p r o v e c h ó p a r a r e s o l v e r los conflictos q u e h a b í a c r e a d o l a


p e r s e c u c i ó n : e n l o s d o s g r a v e s p r o b l e m a s , e l d e los a p ó s t a t a s y e l d e l b a u -
t i s m o d e los h e r e j e s observó l a m i s m a c o n d u c t a q u e e l obispo d e R o m a , p o r -
t á n d o s e c o n a q u e l l a m o d e r a c i ó n q u e o b s e r v a b a e n t o d a s l a s cosas.

LA RECONCILIACIÓN L a s c a í d a s h a b í a n sido n u m e r o s a s y , a p e n a s se r e s -
DE LOS APOSTATAS t a b l e c i ó l a p a z , i n t e r v i n i e r o n los confesores e n f a v o r
de los apóstatas; pero su intervención fué m u c h o
m á s d i s c r e t a q u e l a d e los confesores d e C a r t a g o y n o p r o v o c ó oposición n i n -
g u n a d e p a r t e d e l obispo ( 1 9 ) . E l m i s m o D i o n i s i o se h i z o su a b o g a d o , d e l
modo m á s moderado y persuasivo, e n u n a carta a Fabio de Antioquía, el
c u a l , s e g ú n E u s e b i o ( 2 0 ) , " s e i n c l i n a b a u n poco h a c i a e l c i s m a " ( d e
Novaciano):

"Estos divinos mártires q u e estaban entre, nosotros, y que ahora son asesores de
Cristo y tienen parte en su reino y juzgan con E l y con El pronuncian la sentencia,
han tomado bajo su protección a algunos de nuestros hermanos caídos, culpables de
haber sacrificado. H a n visto su conversión y su penitencia y h a n creído que debían
ser admitidos por Aquel que n o quiere la muerte del pecador sino que se convierta:
los h a n recibido, los h a n reunido y h a n participado con ellos en sus oraciones y en su
pan. Hermanos, ¿qué nos aconsejáis a este propósito?, ¿qué debemos hacer? ¿Debe-
mos estar de acuerdo con ellos? ¿Respetaremos su juicio y la gracia que h a n concedido?
¿Nos conduciremos con bondad con los que. h a n obtenido misericordia o bien tendremos
por injusta la decisión tomada por los mártires y nos presentaremos como censores de
su juicio? ¿Deberemos afligirnos por su bondad y trastornar el orden q u e ellos h a n
establecido?" ( 2 1 ) .

P a r a c a u s a r m a y o r i m p r e s i ó n , D i o n i s i o r e f i e r e l a h i s t o r i a d e l viejo S e r a p i ó n ,
e n q u e Dios m i s m o h a b í a i n t e r v e n i d o p a r a r e c o n c i l i a r a l a p ó s t a t a e n l a
hora de la muerte (22).

DIONISIO Y NOVACIANO E s fácil a d i v i n a r d e s p u é s d e l o d i c h o , l a a c t i -


t u d de Dionisio respecto d e Novaciano. E l
m i s m o lo explica a ú n m á s c l a r a m e n t e e n otra carta: " ( S i escuchamos a Nova-
ciano) h a r e m o s lo contrario de lo q u e hacía Cristo: era bondadoso, i b a a l a

"Su prosperidad duró tanto cuanto fué benévolo y afecto para con los hombres de Dios;
porque ninguno de los emperadores sus predecesores mostró a este respecto tanta be-
nevolencia y favor; a u n aquellos que decían abiertamente ser cristianos n o los
acogían con tanto favor como él en el principio de su reinado. Toda su casa estaba llena
de hombres piadosos; era u n a iglesia de Dios."
( 1 9 ) Cf. D'ALES, L'Edit de Calliste, pp. 345-349; FELTOE, op. cit-, pp. 59-64.
(2«) Hist. EccL, V I , x o v , 1.
i> (21) Hist. EccL, V I , XLII, 5; FELTOE, op. cit. p. 18.
( 2 2 ) Hist. EccL, V I , XLIV, 2-6; FELTOE, op. cit., pp: 19-21: Como Dionisio lo refiere
aquí, había ordenado: " q u e los moribundos, si lo suplicaban, y, sobre todo, si ya lo
1
habían solicitado antes, fuesen absueltos, para que muriesen en la esperanza". Pero
J faltaba disponer qué se había de hacer en caso de curación de esos moribundos: en
' u n fragmento publicado por PITRA (FELTOE, op. cit., pp. 59-62), y que parece perte-
necer a la carta a Conón, mencionada por EUSEBIO (Hist. EccL, V I , XLVI, 2 ) , Dionisio
resuelve la cuestión en el sentido de la indulgencia: la absolución divina es definitiva
y sería "absurdo cargarle de nuevo con sus pecados"; "si alguno, sin embargo, des-
pués de su curación, parece tener necesidad de convertirse más enteramente, le acon-
sejamos que se humille voluntariamente, que se mortifique, que se contenga; si obe-
dece, le será de gran provecho; si desobedece y resiste, será motivo suficiente para u n a
nueva excomunión". Solución parecida es la de CIPRIANO, Ad Antonianum Episl.
LV, 13; cf. D'ALES, L'Edit de Calliste, p. 330 y n. 3.
282 H I S T O R I A DE LA IGLESIA

montaña a buscar la oveja perdida y, si huía, la llamaba y al encontrarla,


traíala penosamente sobre sus hombros. ¿Y nosotros la veremos venir y la
rechazaremos duramente a puntapiés?" i23).
En Antioquía el rigorismo encontró alguna simpatía en Fabio y ya hemos
visto cómo Dionisio, escribiéndole en forma de consulta, intenta persuadirle
que tome una actitud más piadosa. Luego llamado por Heleno de Tarso y sus
colegas tuvo ocasión de intervenir en el concilio ( 24 ) y poco más tarde tenía
la dicha de escribir al papa Esteban: "Sabed que todas las regiones de Oriente
y de las regiones más lejanas, que antes estaban divididas, están ahora unidas
y todos sus jefes sienten unánimemente y se regocijan grandemente con la
paz restablecida contra toda esperanza" ( 2 5 ).

LA CUESTIÓN BAUTISMAL El cisma de Novaciano dio lugar a que sur-


giese la cuestión bautismal. La historia de
San Cipriano nos dio a conocer la íntima relación que une las dos contro-
versias ( 2 6 ).
También en este conflicto Dionisio se manifiesta como el hombre celoso de
la unidad y de la paz de la Iglesia. La tradición de su Iglesia estaba de
acuerdo con la de Roma más que con la de Cartago y Capadocia; pero quiere
llevar al papa Esteban a una actitud de mayor tolerancia ( 2 7 ). Cuando San
Sixto sucedió a San Esteban, San Dionisio volvió a hablar sobre el conflicto,
que había puesto en peligro la unidad de la Iglesia; ya que después de su carta
a Esteban ha tomado informaciones más precisas: ha sabido "que existían
sobre este punto decisiones tomadas en grandes reuniones de obispos; en
las cuales se había decidido que los herejes que se convirtiesen, después de
pasar previamente por el catecumenado, fuesen luego bautizados y lavados
de nuevo de la mancha de la antigua levadura i m p u r a " ; sin embargo, Este-
ban había amenazado con la excomunión "a Heleno y Firmiliano, así como
a todos los de Cilicia y Capadocia y de Galacia y de los países circun-
vecinos" ( 2 8 ).
Cuando Dionisio escribía así al papa Sixto, se había ya disipado la amenaza.
E n todo este conflicto, el obispo de Alejandría se había esforzado con todos
los medios a su alcance por conjurar la ruptura que amenazaba, disuadiendo

(23) Fragmento citado por MAI según un manuscrito del Vaticano (FELTOE, op. cit-,
p. 62).
( 24 ) Carta a Cornelio, Hist. Eccl., VI, XLVI, 3.
( 25 ) Hist. Eccl., VII, v, 1. No se trata como piensa EUSEBIO de la persecución, que
ha cesado ya, sino de la paz restablecida (cf. FELTOE, op. cit., p. 41). Recordamos
antes la intervención de Dionisio acerca del mismo Novaciano (supra, pp. 171-172,
n. 139 y 142), su fracaso y el juicio que dio sobre toda esta cuestión en la carta a Dio-
nisio, entonces sacerdote y muy pronto obispo de Roma.
(26) Cf. supra, p. 173, ss.
(27) Cf. FELTOE, op, cit., pp. 40-59; D'ALÉS, art. Baptéme des hérétiques, en Dict.
apol., t. I, col. 408. SAN JERÓNIMO escribe equivocadamente (De viris illustribus,
LXIX) : "Hic in Cypriani et Africanas synodi dogma consentiens hasreticis rebaptizan-
dis plurimas ad diversos misit epístolas." De la carta de Dionisio a Esteban, escrita
en 254, EUSEBIO (Hist. Eccl., VII, v, 1-2) no ha citado más que un fragmento sobre la
paz recobrada por las iglesias de Oriente (cf. supra, p 281); otro fragmento ha sido
conservado en siríaco y publicado por PITRA, luego por FELTOE, op. cit., pp. 45-47.
(28) Hist. Eccl., VII, v, 3-6; FELTOE, op. cit., pp. 49-50: Como advierte justamente
FELTOE, esta frase demuestra que Esteban ha amenazado con la excomunión a estas
iglesias, no que las haya excomulgado efectivamente. Sobre los concilios orientales,
cf. la carta de Firmiliano a Cipriano, Epist. LXXV, 7 y 19, y la carta de Dionisio a
Filemón, en Hist. Eccl-, VII, vn, 5.
IGLESIA DE ALEJANDRÍA DESPUÉS DE ORÍGENES 283

e n c u a n t o p u d o a l obispo de R o m a d e t o m a r m e d i d a s e x t r e m a s . P e r o si fué
m u y t o l e r a n t e p a r a l a t r a d i c i ó n c o n t r a r i a , él s i g u i ó s i e m p r e l a t r a d i c i ó n
r o m a n a y a u n q u i z á fué m á s a m p l i o su j u i c i o s o b r e el b a u t i s m o c o n f e r i d o
p o r los h e r e j e s ( 2 9 ) . S i e m p r e y e n t o d o b r i l l ó l a g r a n c o n d e s c e n d e n c i a d e
D i o n i s i o y su e s p í r i t u d e c o n c i l i a c i ó n y d e p a z .

LA PERSECUCIÓN DE Las ú l t i m a s cartas q u e h e m o s citado están escritas


VALERIANO e n el d e s t i e r r o : el f a v o r i m p e r i a l n o h a b í a d u r a d o
más q u e t r e s o c u a t r o a ñ o s . E l m a g o M a c r i a n o con-
s i g u i ó a c a b a r con t o d a s l a s b u e n a s d i s p o s i c i o n e s d e V a l e r i a n o : e n 2 5 7 , u n
p r i m e r e d i c t o c a s t i g ó c o n el d e s t i e r r o a los jefes d e l a s i g l e s i a s . E l p r o p i o
D i o n i s i o nos h a r e f e r i d o su c o m p a r i c i ó n a n t e el p r e f e c t o d e E g i p t o , E m i l i a n o ,
t r a n s c r i b i e n d o el t e x t o m i s m o d e l i n t e r r o g a t o r i o s e g ú n los d o c u m e n t o s oficia-
les ( 3 0 ) . E l m a g i s t r a d o es u n p o l í t i c o q u e n o e n t i e n d e el p o r q u é d e l a obsti-
n a c i ó n d e los c r i s t i a n o s y n o p r o h i b e su c u l t o ; p e r o p r e t e n d e i m p o n e r l e s , a l
m i s m o t i e m p o , el c u l t o d e los dioses d e l e m p e r a d o r :

"Os he enterado de viva voz de la bondad que nuestros señores usan con vosotros:
os hacen gracia, si queréis convertiros a lo que es conforme a naturaleza y adorar
a los dioses salvadores del Imperio y abandonar todo lo que es contrario a la natura-
leza. ¿Qué decis a esto? Espero de vosotros que no seáis ingratos para con la bene-
volencia de nuestros príncipes; ya que ellos os exhortan a lo que es mejor." Dionisio
respondió: "No adoran todos a todos los dioses, sino que cada uno adora a los que
considera como tales. Adoramos al Dios único, que ha creado todos los seres y que
ha puesto el Imperio en manos de los piadosísimos Augustos Valeriano y Galieno;
a El veneramos, y adoramos y rogamos sin cesar por el reino de aquéllos, para que
lo mantenga firme." Emiliano, que ejerce cargo de gobernador, dice: "¿Quién os
impide adorarlo, si es Dios, con los dioses que lo son por naturaleza? Pues os ordenamos
adorar a los dioses que todos conocen." Dionisio responde: " N o adoramos a otro dios."
Emiliano, que desempeña el cargo de gobernador, dice: "Veo que sois ingratos e insen-
sibles a la clemencia de nuestros Augustos; por esto no podréis permanecer en esta
ciudad; sino que seréis enviados a las regiones de la Libia, al lugar llamado Cefro:
pues este lugar he escogido por orden de nuestros Augustos. Os estará prohibido a ti
y a todos los demás reunir asambleas y entrar en lo que se llaman cementerios. Si
alguno se alejare del lugar que he señalado o se le sorprendiere en una asamblea, se
pondrá en peligro y no tardará el castigo conveniente. Retiraos, pues, a donde os he
ordenado" ( 3 1 ) .

L l e g a d o s a Cefro, los m á r t i r e s f u e r o n r e c i b i d o s c o n p i e d r a s p o r l a p o b l a -
c i ó n p a g a n a ; p e r o m u y p r o n t o l o g r a r o n a l g u n a s c o n v e r s i o n e s . E n t o n c e s el
g o b e r n a d o r los i n t e r n ó m á s e n l a L i b i a " a s i g n a n d o a c a d a u n o u n a p o b l a -
c i ó n d e l p a í s . A m í , p r o s i g u e D i o n i s i o , m e d e s i g n ó u n l u g a r e n el c a m i n o ,
c o m o p a r a p o d e r a r r e s t a r m e el p r i m e r o . H a b í a d i s p u e s t o , e f e c t i v a m e n t e , t o d o
d e m a n e r a q u e si q u i s i e s e p r e n d e r n o s , n o s t u v i e s e a todos a m a n o " .
N o p a s a r o n l a s cosas a d e l a n t e y p o r r a z o n e s q u e i g n o r a m o s , el e d i c t o
de 258, q u e hizo m á r t i r a Cipriano, n o alcanzó a Dionisio. A finales del 259
o e n los p r i m e r o s m e s e s d e l 2 6 0 , S a p o r h i z o p r i s i o n e r o a V a l e r i a n o ; y su hijo
G a l i e n o , q u e l e s u c e d i ó , q u i z á p o r i n f l u j o d e su m u j e r S a l o n i n a , p u b l i c ó u n
edicto de tolerancia ( 3 2 ) .

( 2 9 ) Si hemos de creer a SAN BASILIO, Epist. n , 188, Dionisio habría admitido, incluso,
la validez del bautismo montañista. Cf. supra, p. 174, n. 148.
(30) xju obispo llamado Germano había acusado a Dionisio de haberse sustraído
a la persecución; a su defensa debemos los detalles que traemos arriba.
(31) Hist. Eccl, VII, xi, 7-11; FELTOE, op. cit., pp. 31-32.
( 3 2 ) Este edicto garantizaba a los cristianos no sólo su seguridad personal, sino
también la propiedad y uso de los lugares sagrados. Cf. supra, p. 137.
284 HISTORIA DE LA IGLESIA

Era el fin de la persecución; pero no era el fin de las pruebas. Dionisio, al


volver a Alejandría, encontró la ciudad dividida en dos campos: unos esta-
ban a favor de Galieno y otros a favor de Macriano y sus hijos: "Sería más
fácil a cualquiera no sólo ir más allá de las fronteras de la provincia, sino aun
desde Oriente a Occidente, que llegar a Alejandría partiendo de la misma
Alejandría. El vasto desierto, sin camino alguno, que Israel recorrió durante
dos generaciones es menos profundo y más fácil de atravesar que la calle
central de la ciudad." Al puerto lleno de sangre, lo llama M a r Rojo. "Se
asombran y preguntan de dónde vienen las pestes, las enfermedades, los azo-
tes de cada clase; por qué la inmensa ciudad no alberga, contando desde los
niños que no saben hablar hasta los ancianos que h a n llegado a la más avan-
zada edad, tantos habitantes como hombres vigorosos vivían antes en ella" ( 3 3 ).
Efectivamente, la peste había asolado a la ciudad y Dionisio nos describe sus
terribles estragos, y la caridad del clero y de los fieles, en contraste con el
terror y el egoísmo de los paganos ( 3 4 ).

EL MILENAR1SMO Durante su deportación en la Libia, Dionisio vióse obli-'


gado a combatir el milenarismo y llegó a discutir la
autenticidad del Apocalipsis ( 3 S ). Nepote, obispo egipcio ( 3 e ) , había defen-
dido el milenarismo en su obra Refutación de los alegoristas y Dionisio le
replicó en el libro sobre Las promesas. Alaba a Nepote por su fe, y por su amor
a la Escritura, por sus salmos; pero protesta que él ante todo prefiere la ver-
dad. Los dos obispos se reunieron en Arsinoe y la discusión duró tres días,
llevada con sabiduría, caridad y paz y terminó con la adhesión de Coración,
jefe de los milenaristas, a la doctrina de Dionisio.
Los fragmentos que se nos han conservado de la obra de Dionisio nos per-
miten fijar, en algunos puntos importantes, la posición defendida por él.
Refuta la interpretación de San Ireneo ( 37 ) y estudia la cuestión capital que
es la que se refiere al Apocalipsis. Discute su autenticidad en su segundo
libro: "Algunos, anteriores a nosotros, h a n rechazado totalmente este libro y
lo h a n refutado capítulo por capítulo, declarándolo ininteligible, incoherente
y portador de u n nombre engañoso ( 3 8 ). Yo no m e atreveré a rechazar este
libro que está en favor entre tantos hermanos; pero creo que su pensamiento
supera mi inteligencia y que hay en cada pasaje u n sentido escondido y admi-
rable" ( 3 9 ). A u n admitiendo la autoridad del libro sagrado, Dionisio no
quiere ver en él una obra del apóstol San Juan. Comparando el Apocalipsis
con el Evangelio, trata de demostrar que no pueden ser obras del mismo autor;

(33) Hist. EccL, VII, xxi, 3-9.


(84) Hist. Eccl., VII, xxn.
(85) Hist. Eccl, VII, xxiv-xxv.
(36) Probablemente de Arsinoe, donde se tuvo la discusión. Cf. Hist. Eccl., VII,
xxiv, 6.
( 37 ) SAN JERÓNIMO, Prcef. irt libr. XVIII in Is.- Cf. GRY, Le millénarisme,
p. 101, n. 1.
(38) GRY (op. cit., p. 101, n. 1), anota: "Dionisio piensa seguramente en el pres-
bítero Cayo; pero habla de varios, y varios anteriores a él; quizá en Alejandría bajo
la influencia de Orígenes y ciertamente por influencia de la filosofía griega se había
llegado a disentimientos tan radicales." Después de escrito este libro aparecieron los
Escolios de Orígenes sobre el Apocalipsis publicados por DIOBOUNIOTIS y HARNACK.
(1911). Estos Escolios, de ser auténticos, demuestran la adhesión de Orígenes a la
canonicidad del Apocalipsis. Es, pues, probable que en este punto la posición de
Orígenes fuese la de Dionisio: reconocía! la autoridad del libro, pero rechazaba la
interpretación milenarista.
( 39 ) EDIC. FELTOE, pp. 114-116.
IGLESIA DE A L E J A N D R Í A DESPUÉS DE ORÍGENES 285

pues revelan dos escritores de carácter, ideas, expresión, estilo y sintaxis dife-
rentes. Estos datos no son decisivos y admiten u n a explicación distinta de la
que propone Dionisio ( 4 0 ) ; pero h a y que reconocer al menos que el antiguo
maestro del Didascáleo nos ha dejado en esta obra u n estudio critico digno
de atención ( 4 1 ) .

LA CONTROVERSIA Cuando su vida llegaba al ocaso, Dionisio debió inter-


TRINITARIA ( 42 ) venir en u n a controversia mucho más grave y en la
que no estuvo t a n afortunado. La Pentápolis de Libia,
cuyas iglesias estaban unidas a la de Alejandría, había sido por entonces inva-
dida y su fe estaba amenazada por la herejía sabeliana ( 4 3 ) . Dionisio, alejado
en el destierro, no pudo seguir los progresos de la propaganda herética y, al
darse cuenta, en 257, del peligro que amenazaba, escribió a Roma, al obispo
Sixto:
"Con motivo de la doctrina que ahora se enseña en Tolemaida de la Pentápolis,
doctrina impía que es una blasfemia contra el Dios Omnipotente, Padre de Nuestro
Señor Jesucristo; y es incredulidad respecto del Hijo Único, primicia de la creación,
Verbo Encarnado; y desconocimiento del Espíritu Santo, han llegado a mí de. los dos
partidos, documentos y hermanos que han hablado conmigo. He redactado, como me
ha sido posible, algunas cartas, con la ayuda de Dios y les he dado forma de ex-
posición metódica. Te envío copia de ellas" ( 4 4 ).
Estos primeros esfuerzos chocaron con la resistencia de los herejes. Dioni-
sio insistió ( 4 5 ) y envió nuevas cartas que fueron leídas y discutidas no sólo
en la Pentápolis sino también en Alejandría y muchos de los que las leyeron
juzgaron que, en su empeño por defender la distinción de personas, Dioni-
sio había perdido de vista la unidad de sustancia y denunciaron al obispo
a Roma.
La carta atacada estaba dirigida a Eufranor y Ammonio, y los alejandrinos
que la denunciaron a Roma, señalaban en ella errores de mucha trascendencia:
Dionisio, según ellos, separaba el Hijo del Padre, negaba su eternidad y
su consustancialidad con el Padre y lo presentaba como criatura y no como
Hijo n a t u r a l de Dios ( 4 6 ) .
(40) Ha estudiado muy bien la cuestión el P. ALLO, Apocalypse, pp. cxcm y cxcv-
CCXXII.
( 41 ) Cf. FELTOE, op. cit-, p. 108 y WESTCOTT, Hist. of N. T. Canon, p. 362, n: 3,
citado ibíd.
(*2) Cf. FELTOE, op. cit-, pp. 165-198; SAN ATANASIO, De sententia Dionysii; De syno-
dis, XLUI; SAN BASILIO, De Spiritu Sancto, xxix, LXXII, Epist., i, 9. Los historiadores
contemporáneos de la teología han expuesto todos, o, al menos, recordado esta contro-
versia; pueden verse: TIXERONT, Théologie anténicéenne, pp. 408-413; HARNACK, Dog-
mengeschichte, I, pp. 767-773; BETHUNE-BAKER, Early History of Christian Doctrine,
pp. 113-118; HAGEMANN, Rómische Kirche, pp. 411-453.
( 43 ) Sabelio había nacido en Pentápolis; según refiere SAN ATANASIO (de sent. Dion.,
v) su herejía se había difundido tanto en tiempos de San Dionisio que en algunas
iglesias no se atrevían a predicar al Hijo de Dios.
( 44 ) Hist. Eccl., VII, vi; FELTOE, op. cit., pp. 51-52.
(4B) ATANASIO explica así la sucesión de los hechos: "Dionisio escribió a los fautores
de la herejía para aconsejarles que la abandonasen; pero como ellos no atendieron,
sino que se mostraron más provocativos en su impiedad, quiso replicarles con la carta
en cuestión" (De sententia Dionysii, v). EUSEBIO (Hist. Eccl., VII, xxvi, 1) nombra
como destinatarios de las cartas a Ammonio, obispo de Berenice, Telesforo, Eufranor
y Euporo: cuatro obispos. Añadiendo Basílides, citado ibíd. VII, xxvi, 3, concluímos
que cada una de las ciudades de la Pentápolis tenía su obispo (cf. DUCHESNE, Hist.
anc. de VEglise, t. I, p. 483).
( 46 ) Estas acusaciones son expuestas por SAN ATANASIO (De sent. Dionys., iv-xvm),
286 H I S T O R I A DE LA IGLESIA

EL SÍNODO DE ROMA Y LA E n R o m a el a s u n t o fué j u z g a d o d e g r a v e d a d


CARTA DEL PAPA suficiente como p a r a exigir la r e u n i ó n de u n
c o n c i l i o ; los obispos q u e e n él t o m a r o n p a r t e
"se i n d i g n a r o n y el obispo d e R o m a e x p u s o l a o p i n i ó n d e todos, e s c r i b i e n d o
a su h o m ó n i m o D i o n i s i o d e A l e j a n d r í a " ( 4 T ) . P a r a r e d u c i r sin e x t o r s i o n e s
a l obispo, escribió dos c a r t a s : u n a , q u e se h a p e r d i d o , d i r i g i d a p e r s o n a l m e n t e
al obispo, i n v i t á n d o l e a e x p l i c a r s e ; la o t r a , d i r i g i d a a l a i g l e s i a d e A l e j a n d r í a ,
sin n o m b r a r a D i o n i s i o , c o n d e n a b a su d o c t r i n a .
E s t e d o c u m e n t o es el m á s i m p o r t a n t e q u e n o s h a l l e g a d o d e l a época a n t e -
n i c e n a , sobre l a d o c t r i n a d e l a S a n t í s i m a T r i n i d a d ( 4 8 ) . S e g ú n el a n á l i s i s q u e
S a n A t a n a s i o h a d e j a d o d e l a c a r t a d e l p a p a ( 4 9 ) , este f r a g m e n t o i b a p r e c e -
d i d o d e u n a p r i m e r a p a r t e e n q u e D i o n i s i o d e R o m a c o n d e n a b a el s a b e l i a -
nismo. Luego prosigue:
"Ahora debo dirigirme a los que dividen, separan, suprimen el dogma más vene-
rable de la Iglesia de Dios, la monarquía, en tres potencias o hipóstasis separadas y en
tres divinidades. H e sabido que, entre aquellos que son vuestros catequistas y maes-
tros de la doctrina divina, hay quienes introducen esta opinión, que es por decirlo
así, diametralmente opuesta a la de Sabelio. I n blasfemia de éste es decir que el
Hijo es el Padre y recíprocamente; aquéllos predican tres dioses, dividiendo la santa
unidad en tres hipóstasis distintas entre sí, enteramente separadas. El Verbo Divino
debe ser unido al Dios del universo y el Espíritu Santo debe tener en Dios su mansión
y su habitación. La Santa Trinidad debe recapitularse y reducirse, a uno solo como
a su suma, es decir, al Todopoderoso Dios del universo; porque partir y dividir la
monarquía en tres principios es la doctrina del insensato Marción, doctrina diabólica
y n o la de los que son verdaderos discípulos de Cristo y se complacen en las enseñanzas
del Salvador.
"Estos conocen m u y bien la Trinidad predicada por la Escritura divina, pero (saben
que) ni el Antiguo ni el Nuevo Testamento predican tres dioses. Es necesario amo-
nestar de parecida manera a los que enseñan que el Hijo es criatura, que el Señor ha
sido producido, como si fuese una de las cosas producidas, siendo así que los oráculos
divinos le atribuyen la generación que. le es propia y que le compete y no una
creación o una producción. Es, pues, una blasfemia y no cualquiera, sino blasfemia
desmesurada, decir que el Señor es en alguna manera obra producida y que si es
Hijo, hubo u n tiempo en 4 u e no existía. Ahora bien: El existía siempre; porque está
en el Padre como El mismo lo ha dicho y por que el Hijo es Logos y Sabiduría
y Potencia —pues las divinas Escrituras, como sabéis, dicen que Cristo es todo esto—
y todo esto son las potencias de Dios. Si el Hijo ha sido producido y hubo u n tiempo
en que no existía, hubo u n momento en que Dios estaba sin éstas (potencias): lo cual es
el colmo de lo absurdo. Mas ¿para qué discutir todo esto más largamente con vosotros,
hombres movidos por el Espíritu de Dios, que veis claramente a qué absurdos es arras-
trado el que dice que el Hijo es algo producido? Creo que no han reflexionado los
que enseñan esta doctrina; por esto se han equivocado por entero al interpretar la pala-
bra divina y profética: «El Señor me ha creado, principio de sus caminos.» Sabéis
que la palabra «me ha creado» tiene más de u n sentido y aquí hay que entender
«me ha creado» en el sentido de «me ha nombrado, ordenado» con relación a las obras

cf. FELTOE, op. cit., pp. 166-167. Nótese en particular este texto que los arríanos
habían de aprovechar "(el Hijo de Dios) es una criatura y ha sido hecho; no es
por naturaleza propiamente (hijo de Dios), sino que por su esencia es extraño al
Padre. Es la misma relación que existe entre el viñador y la viña, el constructor y el
barco; pues siendo criatura no existía antes de ser hecho" (ATANASIO ibíd-, iv). Ata-
nasio reconoce que es exacta la cita; pero la aplica al Verbo Encarnado; mas esta
explicación no ha sido confirmada por los textos de Dionisio. A los acusadores, no
les reprocha su mala fe sino su precipitación: "obraron con buena fe; pero no pre-
guntaron a Dionisio para saber de él el sentido de la carta" (ibíd., XIII).
(47) ATANASIO, De synodis, XLIII y XLV.
( 4 8 ) Este fragmento ha sido insertado por SAN ATANASIO en su De decretis Niccence
Synodi, xxvi. FELTOE, op. cit., pp. 177-182.
( 4S ) De sententia Dionysii, XIII.
IGLESIA DE A L E J A N D R Í A D E S P U É S DE O R Í G E N E S 287

producidas por El y producidas también por medio de su Hijo. No hay, pues, que
interpretar «me ha creado» en el sentido de «me ha hecho»; pues hay diferencia entre
crear y hacer: «¿No es también tu Padre, el que te poseyó, el que te creó, el que
te hizo?», dice Moisés en el Deuteronomio en su gran cántico. Podría decírselas: oh
hombres temerarios, es una criatura, el unigénito de la creación, el que ha sido engen-
drado del seno (de Dios) antes de la aurora, el que ha dicho como Sabiduría: «Me ha
engendrado antes que los montes.» Muchas veces se encontraré en los divinos oráculos
que del Hijo se dice que ha sido engendrado, pero no producido; y estos textos
convencen claramente de error a los que a propósito de la generación del Señor, osan
decir que esta divina e inefable generación es una producción.
"No se debe dividir en tres divinidades la admirable y divina unidad, ni abajar
(con la idea) de producción la dignidad y la grandeza excelente del Señor, sino creer
en Dios Padre Omnipotente y en Jesucristo su Hijo y en el Espíritu Santo y (creer)
que el Verbo es uno con Dios con el Dios del universo. Porque El dice: «Mi Padre
y Yo somos una sola cosa»; y «Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí». Así se
mantiene la Trinidad Divina, al mismo tiempo que la santa predicación de la
monarquía."

Es patente la importancia de este documento: tenemos en él la autoridad


de magisterio de la Iglesia ejercida soberanamente por el obispo de Roma:
la doctrina juzgada y sancionada, es la de uno de los obispos más venerados
de toda la Iglesia; la sede de Alejandría y el prestigio personal de San Dio-
nisio daban a la carta censurada una enorme autoridad y sin embargo es
juzgada y condenada y nadie piensa en apelar contra este juicio.
En la condenación, Roma no sólo alude a Dionisio, sino también a varios
"de aquéllos que con vosotros (en Alejandría) son catequistas y maestros de
la doctrina divina". El papa se refiere claramente a la escuela catequística
y a su tradición origenista. Sin duda que esta escuela era discutida en la
misma Alejandría, y la denuncia llevada a Roma es prueba de ello; Dionisio
tiene cuidado de señalar que no todos los catequistas sostienen las tesis en
cuestión; pero el obispo no es el único responsable de esta doctrina y esto
explica el modo de proceder de Roma, convocando u n concilio y escribiendo
luego esa carta pública de carácter tan enérgico.
Estas indicaciones históricas son de gran valor y la definición doctrinal
del texto aun lo es más. Lo que se afirma, ante todo, es la unidad divina.
Desde los tiempos de Víctor, Ceferino y Calixto, la defensa de este dogma
ha sido la gran preocupación de los obispos de Roma y el papa Dionisio es
heredero de su fe. Para salvaguardar esta unidad recurre a la doctrina de
Ireneo sobre "la recapitulación" ( 5 0 ): "El Verbo divino debe estar unido al
Dios de todas las cosas; el Espíritu Santo debe volver y vivir en Dios; en fin,
es absolutamente necesario que la divina Trinidad sea recapitulada, recom-
pilada en uno solo, como en u n hecho, o sea en el Dios de todas las cosas,
en el Omnipotente". En este movimiento de la vida divina que brota del
Padre y vuelve a El, vemos las relaciones que u n e n a las tres divinas personas
y que más tarde se explicará por la circuminsesión ( 6 1 ).
La teología del Verbo estaba particularmente afectada por la controversia:
el obispo de Roma se limita a defender su generación y su eternidad y des-
arrolla sobre todo el argumento tomado de las relaciones del Hijo con el
Padre; el Hijo es la perfección del Padre, luego es eterno como El. Este
argumento será en el siglo siguiente una de las armas preferidas de los defen-
sores de Nicea contra la herejía arriana ( 5 2 ).
Nótese que la argumentación del obispo de Roma no tiene en cuenta las

(5°) Cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. II, p. 589.


( 51 ) Cf. T H . DE RÉGNON, Eludes de théologie positive, t. I, p. 405.
(52) Cf. ibíd., t. III, pp. 497 y s.
288 HISTORIA DE LA IGLESIA

sutiles distinciones de los alejandrinos sobre los dos estados del Verbo ( 5 3 ).
No es que el papa Dionisio ignorase estas especulaciones; era de una cultura
sobresaliente, como lo testimonió Dionisio de Alejandría en la carta que diri-
gió a su homónimo antes de ser elevado a la sede de Roma ( 5 4 ) ; pero en este
documento no es el erudito n i el teólogo el que habla, sino el papa; y la
misión del papa no es exponer sus especulaciones personales, sino defender
el dogma de que es depositario.
La carta de Dionisio de Alejandría, a pesar de sus imprudencias y equivo-
caciones, estaba m u y lejos seguramente de la herejía de Arrio; pero la carta
de Dionisio de Roma tiene ya el acento del concilio de Nicea, el mismo cuidado
por la unidad divina, la misma decisión soberana y categórica en la defini-
ción de la fe. Esta barrera infranqueable, contra la que se estrellará el arria-
nismo sesenta años más tarde, se opone ya desde ahora al avance de u n a
teología demasiado arriesgada.

REFUTACIÓN Y APOLOGÍA Dionisio de Alejandría escribió, para defen-


derse y explicar su pensamiento, una obra en
cuatro libros: Refutación y apología ( 6 5 ). No tenemos de ella más que
fragmentos ( 5 6 ).
Sin llegar a suplir la falta del libro perdido, estos fragmentos bastan para
darnos en sus rasgos esenciales el pensamiento del obispo de Alejandría. El
procedimiento de San Atanasio, explicando los pasajes censurados como apli-
cados al Verbo encarnado, no se fundamenta en San Dionisio ( 5 7 ) ; sino que
deben entenderse tales pasajes como atribuidos por él a la naturaleza divina
del Verbo, aunque con las explicaciones dadas por el santo. Estas explica-
ciones son satisfactorias en lo que respecta a la eternidad del Verbo; pues
no solamente la afirma ( 58 ) sino que la prueba con la relación necesaria del
Padre respecto a sus diversas perfecciones ( 5 9 ). Es el mismo argumento invo-
cado por el papa y será el de los de Nicea; por lo demás, está dentro de la
teología de Orígenes. Sobre la cuestión de la generación del Hijo, las expli-
caciones son en general poco satisfactorias ( 6 0 ). El mismo Dionisio reconoce
que sus comparaciones son impropias ( 6 1 ). Sus nuevas afirmaciones son cate-
góricas: para él, como para los demás antenicenos, el Verbo ha salido verda-
deramente del Padre; para explicarlo apela a la comparación de la luz
(ni, x n ) , de la fuente (iv, v ) , de la generación h u m a n a (iv, vn, v m ) ,
del verbo humano ( x m ) . La cuestión de la consustancialidad queda oscura:
Dionisio especifica que no ha empleado el término <f consustancial", porque
no lo ha encontrado en la Escritura (iv). No se le puede acusar por esto;

(53) E s ta observación es de FELTOE (op. cit., p. 169, n. 1). La ha hecho de manera


mucho más dura HARNACK, Dogmengeschichte, t. I, p. 772. Cf. Rev. Hist. eccl., t. XX,
1924, p. 9, n. 1.
(54) Hist. Eccl., VII, VIII; cf. SAN BASILIO, Epist., n, 70.
(55) Del fragmento cuarto se puede concluir que Dionisio no tenía ante los ojos
la carta censurada y es probable por lo tanto que no estaba ya él en Alejandría
sino que se encontraba en el destierro. El pontificado de Dionisio de Roma va del 22 de
julio del 259 al 26 de. diciembre de 268; el edicto de tolerancia de Galieno es de finales
del 260, luego la controversia debe colocarse en los últimos meses del 259 ó en el 260.
(56) FELTOE, op. cit., pp. 182-198.
(57) Cf. HAGEMANN, op. cit., pp. 427-428; FELTOE, op. cit., p. 194, n. 11.
(58) Fragm. m.
(ff9) Fragm. m, vn, vm.
(60) Fragm. vm y ix.
( 61 ) Comparación de la planta y del cultivador, del barco y del constructor:
Fragm. iv.
IGLESIA DE A L E J A N D R Í A DESPUÉS DE ORÍGENES 289

pues nadie lo imponía entonces y ni el mismo papa se sirvió de él; pero el


obispo de Alejandría parece que no comprende bien lo que implica la con-
sustancialidad y la confunde con la homogeneidad ( 6 2 ) ; con lo cuaj., a pesar
de todas sus protestas, evidentemente sinceras, queda abierta la puerta no al
arrianismo, pero sí al triteísmo.
Se nota en Dionisio, como en otros autores anteriores a Nicea ( 6 3 ), una
peligrosa tendencia a asemejar las relaciones que constituyen la Trinidad con
las operaciones exteriores de Dios: para explicar la generación del Verbo,
estudia el problema cosmológico, sin percatarse de que así compromete la
eternidad del Verbo y la necesidad de su generación ( 6 4 ) ; Dios podía no
crear el mundo; pero no podía dejar de engendrar a su Hijo ( e s ) .
Pese a las oscuridades que aun velan el pensamiento de Dionisio de Ale-
jandría en algunos puntos, es evidente que la carta de Roma y la respuesta
dada por el santo las disipan en gran parte. Tiene razón San Atanasio al
hacer notar que los dos documentos se oponen igualmente al arrianismo: la
carta romana lo condena, la carta alejandrina lo desaprueba ( 6 6 ). Reconozca-
mos que la actitud del obispo de Alejandría, que motivó las acusaciones de sus
diocesanos y las amonestaciones de Roma, procedió, como más tarde sentenció
San Basilio, "no de perversión de espíritu", sino de su gran deseo de oponerse
a Sabelio:

"Lo podemos comparar a un arboricultor que, queriendo enderezar un árbol tor-


cido, hace un esfuerzo exagerado en el sentido contrario y dobla la r a m a . . . Es lo
que vemos que sucedió a este hombre: se opuso con todas sus fuerzas a la impiedad
del Libio y no se dio cuenta de que el exceso de celo le arrastró al error contrario.
Le bastaba demostrar que el Padre y el Hijo no son personalmente idénticos y así
hubiese evitado la blasfemia; mas para triunfar clara y rotundamente, no sólo estable-
ció la distinción de hipóstasis, sino la diferencia de la esencia y la sujeción de la
potencia y la diversidad de la gloria. Así mudó un mal por otro y no llegó a la
recta doctrina" ( e 7 ).
En esta controversia, que fué sin duda m u y dolorosa para el santo obispo,
no podemos menos de admirar la sinceridad de su fe y la animosa humildad
de sus esfuerzos; pero al mismo tiempo sentimos las vacilaciones de su teolo-
gía. Orígenes está desterrado de Alejandría; pero su influencia, que algunos

(62) En el fragmento cuarto defiende así su pensamiento: "He puesto el ejemplo de


la generación humana, que evidentemente produce un término de la misma natura-
leza, diciendo que no hay ninguna diferencia entre los padres y los hijos, si no en que
ellos no son los hijos; de otra manera no podría haber padres e hijos". Esta com-
paración sugiere que las tres personas pertenecen a la misma especie, pero no
llega a la consustancialidad. El dogma cristiano, tal como Dionisio de Roma lo defendía,
implica, no la unidad específica realizada en tres sustancias, como la que se realiza
entre el padre y los hijos, sino la unidad numérica en una sola naturaleza. Cf. FELTOE,
op. cit-, p. 172.
( 63 ) Cf. supra, t. I, p. 364, n. 76.
( 64 ) Cf. EUSEBIO, Preep- evang., VII, xix (FELTOE, op. cit., pp. 182-185).
( 65 ) Esta tendencia de la teología alejandrina la ha hecho notar muy bien HAGEMANN
(op. cit., p. 441): después de describir el doble movimiento de la vida divina, flujo y
reflujo, tal como los concibe Dionisio de Roma, prosigue: "La teología alejandrina
no consideraba apenas más que un aspecto de estas relaciones: la fuerza del Padre que
produce, la corriente de actividad que procede de El. Uniendo íntimamente la cosmo-
logía con las procesiones divinas, no podía considerar la unidad divina sin referirla
al mundo, y esta consideración sólo tenía cabida después del fin de este período del
universo". Es verdad que Dionisio acepta la doctrina del papa sobre la recapitula-
ción, pero es un asentimiento que no brota espontáneo de su pensamiento.
(6S) De sententia Dionysii, xm.
(«?) Epist., i, 9.
290 HISTORIA DE LA IGLESIA

rechazaban, se imponía a ú n a otros muchos y Dionisio no podía librarse


de ella. Ciertamente que él y los suyos estaban m u y lejos del arrianismo; pero
su doctrina no tenía la firmeza de la doctrina romana. No comprendían bien
la consustancialidad sobre la cual sesenta años más tarde surgirá la discusión
y entonces se comprobará el peligro de estas vacilaciones y oscuridades: la
Iglesia sorteará estos peligros con la luminosa rectitud de las definiciones de
Nicea, eco fiel de la carta dogmática de Dionisio de Roma.

MUERTE DE E n el 264 Dionisio era llamado a Antioquía,


DIONISIO DE ALEJANDRÍA para tomar parte en el concilio que debía juz-
gar a Pablo de Samosata. Se excusó alegando
su edad ya m u y avanzada y su poca salud ( 6 8 ). Poco después moría. F u é
reemplazado en la sede de Alejandría por el presbítero Máximo, que se había
señalado por su confesión durante la persecución de Decio ( 6 9 ).

§ 2 . — S a n Gregorio T a u m a t u r g o ( 7 0 )

VIDA DE SAN GREGORIO Vimos ya a Gregorio en Cesárea de Palestina,


TAUMATURGO junto a Orígenes. Se llamaba entonces Teodoro
y pertenecía a u n a de las familias más nobles
del Ponto. Vino con su hermano Atenodoro a Berito, para estudiar el dere-
cho; de allí pasaron ambos hermanos a Cesárea, en que su cuñado hacía de
asesor del gobernador. Aquí encontraron a Orígenes, a quien quizá los había
recomendado Firmiliano, y se quedaron cinco años junto a él (233-238). Poco
después de volver a su país, Gregorio era consagrado obispo por Faidimo,
obispo de Amasia y enviado a Neocesárea ( T 1 ); y su hermano Atenodoro reci-
bía también el episcopado y trabajaba a su lado en la conversión de este
país, hasta entonces casi enteramente pagano. Era hacia el año 243; y los
-dos hermanos estaban en los treinta de su edad.
No conocemos los detalles de su vida, sino sólo a grandes rasgos. Lo que
nos interesa sobre todo es señalar la actividad de San Gregorio, actividad
inmensa. La conocemos sobre todo por los testimonios de San Gregorio de Nisa
y de San Basilio ( 7 2 ) . Como escribe Duchesne ( 7 3 ) "el panegírico que del
santo hizo San Gregorio de Nisa y algunos detalles que nos proporciona
San Basilio, representan tradiciones recogidas en el Ponto u n siglo después de
la muerte de aquél, sea por los mismos autores, sea por la abuela de éstos,
Macrina, que había vivido en el Ponto poco tiempo después de la muerte de
San Gregorio y quizá lo había conocido". A l terminar su panegírico, Gre-
gorio de Nisa escribe: "Cualquiera que lea este discurso, se admirará de la
conversión en masa de todo este pueblo, que pasó de la locura de los gentiles

(68) Hist. Eccl., VII, xxvn, 2.


(«») Hist. Eccl, VII, xi, 25.
(my BIBLIOGRAFÍA. — EDICIONES: P. G., t. X, 963-1232; Discurso de Acción de gracias,
ed. KOETSCHAU, Friburgo, 1894; Qute syriace et armenice supersunt fragmenta, en
PITRA, Analecta sacra, t. IV, pp. 81-169; trad., pp. 345-412.
ESTUDIOS: RYSSEL, Gregorius Wunderthater, Leipzig, 1880; BARDENHEWER, Geschich-
te der áltkirchlichen Literatur, t. I, pp. 272-289; PUECH, Histoire de la Littérature
grecque chrétienne, t. II, pp. 490-509.
(T1) Hoy Niksar, no lejos de Tokat.
( « ) GREGORIO DE NISA, Vita Gregorii, P. G., t. XLVI, 893-957; BASILIO, De Spiritu
Sancto, xxix, 74; Epistolce, xxvm, 1, 2; cciv, 4; ccvn, 4; ccx, 3, 5.
(78) Histoire ancienne de l'Eglise, t. í, p. 444, n. 1.
IGLESIA DE A L E J A N D R Í A DESPUÉS DE ORÍGENES 291 '

al conocimiento de la verdad; que nadie se resista a creer y considere cómo


se realizó este paso del error a la verdad"; y Basilio: "¿Qué lugar daremos a
Gregorio el Magno y a sus palabras? ¿No habrá que colocar entre los santos
y los apóstoles a este hombre que fué llevado por el mismo Espíritu que
aquéllos, que durante su vida caminó por las huellas de los santos y que en
toda su carrera fué modelo de conducta e v a n g é l i c a ? . . . Había recibido tal
gracia de persuasión para obligar a los gentiles a que abrazaran la fe, que,
habiendo encontrado a su llegada solamente diecisiete cristianos, adoctrinó
y convirtió a Dios a todo el pueblo de las ciudades y del campo." Después
de recordar sus milagros, añade: "Aun hoy en este país se le tiene en gran
veneración y su memoria permanece fresca y viva en estas iglesias; el tiempo
no ha podido apagarla. Nada se h a querido añadir, n i u n a palabra, n i u n a
práctica, n i u n rito místico a los que él dejó a la Iglesia. Por esto las cere-
monias en uso en este país parecen incompletas; porque los que le h a n suce-
dido en el gobierno de la Iglesia no h a n consentido que se añada nada nuevo
a lo que él dejó estatuido" ( 7 4 ) .

SUS MÉTODOS Los frutos de esta obra de evangelización aparecen en los


DE APOSTOLADO testimonios citados de San Basilio y de su h e r m a n o ; pero
nos interesaría también conocer el método de su apos-
tolado, además de los milagros del gran taumaturgo. Ahora Bien: apenas
se nos han conservado algunos datos que ciertamente son dignos de memoria:
Gregorio de Nisa, insiste sobre todo en las fiestas instituidas en honor de los
mártires, después de la persecución de Decio:
"He aquí un rasgo de la gran sabiduría de este hombre: debía formar en masa para
una nueva vida a toda una generación. Como cochero que sabe conducir la naturaleza,
les sujetó firmemente con el freno de la fe y del conocimiento de Dios; pero al mismo
tiempo, les permitió tener, bajo el gobierno de la fe, un poco de alegría y libertad.
Advirtió que este pueblo infantil e inculto quedaba apegado al culto idolátrico por los
placeres del sentido; y, queriendo asegurar ante todo lo esencial, apartarlos de las
vanas supersticiones y llevarlos a Dios, les permitió celebrar la .memoria de los már-
tires con gozo y alegría. Sabía que con el tiempo su vida llegaría a ser espontánea-
mente más grave y más arreglada; pues la misma fe les llevaría a ello; y efectiva-
mente, esto es lo que sucedió con la mayor parte: su gozo se trocó y, dejando los
placeres del cuerpo, pasaron a los del espíritu" ( 7B ).

Este gran esfuerzo apostólico fué realizado por San Gregorio en medio de
las mayores calamidades. Apenas llevaba siete u ocho años de episcopado,
cuando estalló la persecución de Decio y, como Cipriano y Dionisio de Alejan-
dría, tuvo la prudencia de ocultarse: era el sostén indispensable de su iglesia;
pero sus fieles casi todos neófitos, fueron heridos por la persecución; al año
de estallar ésta, Decio pereció en la Dobrudja (primavera del 251); su
ejército fué vencido y dispersado y las flotas de los bárbaros, godos y horados
se lanzaron sobre el Imperio. El Ponto fué invadido y devastado y, cuando los
bárbaros hubieron pasado, tuvo Gregorio que dedicarse a reanimar las cristian-
dades casi extinguidas. De todas partes surgían casos de conciencia que era
preciso resolver y éste fué el objeto de la carta canónica, dirigida por Gregorio
a u n obispo que no nombra ( 7 8 ).

( 74 ) De Spiritu Sancto, xxix, 74.


(75) Discurso sobre la vida de San Gregorio. Cf. THOMASSIN, Traite des jetes de
ÍEglise, 1683, pp. 503-504; DELEHATE, Les légendes hagiographiqu.es, p. 202.
(76) Esta carta es considerada en la Iglesia griega como de valor canónico; ha
sido editada por ROUTH, Reliquia: Sacrce, t. III, pp. 253-283 y P. G., X, 1020-1048
con los escolios de los canonistas Balsamen y Zonaras.
292 HISTORIA DE LA IGLESIA

CARTA CANÓNICA Conforta a los cristianos conturbados. por creer h a n


comido de los idolotitos; consuela a las vírgenes que
h a n sido violadas y reprende enérgicamente a las que pecaron voluntariamente
antes de la invasión. Algunos h a n osado retener a su servicio por la fuerza
a gente cautivada por los bárbaros: "enviad a esos hombres a su país; para
que el rayo no caiga sobre los criminales". Otros, olvidando que eran pón-
ticos y cristianos, se h a n hecho aliados de los bárbaros; les h a n enseñado
el camino y les han indicado las casas que podían saquear; se les debe exco-
mulgar hasta que en una asamblea se sepa qué decretan a este propósito
los santos y sobre todo el Espíritu Santo. Los ladrones convictos por la
justicia deben ser excomulgados; pero si se denuncian a sí mismos, deben
ser admitidos a penitencia. En el último canon prohibe que los que h a n
obrado bien pidan por ello una gratificación por n i n g ú n título que sea, " n i
por dar una noticia, ni por haber guardado alguna cosa, n i por haberla
encontrado".

EL SÍMBOLO Esta carta nos descubre cómo San Gregorio lleva a cabo la
educación de sus neófitos y se esfuerza por hacer de ellos cris-
tianos y pónticos; pero aun es documento de más valor su símbolo. Nos ha sido
conservado por San Gregorio de Nisa, quien refiere así su origen: acababa
Gregorio de ser consagrado; era joven y se encontraba lleno de temor ante
la gran responsabilidad y tarea que se le presentaba; pero sobre todo, le
preocupaba el peligro de las herejías. En esta situación se le apareció la
M a d r e del Señor con el evangelista J u a n ; mandóle Nuestra Señora que expu-
siese a Gregorio la fe; el apóstol lo hizo gustosamente y esta "mystagogia"
divina es el símbolo de Gregorio ( 7 T ):
"Un solo Dios, Padre del Logos viviente, de la Sabiduría subsistente, de la Potencia
del Modelo eterno, que ha engendrado perfectamente un (Hijo) perfecto, Padre del
Hijo Unigénito.
. "Un solo Señor, único del único, Dios de Dios, impronta e imagen de la divinidad,
Logos activo, Sabiduría que mantiene el universo y Potencia que ha realizado la crea-
ción universal, Hijo verdadero del Padre verdadero, invisible del invisible e incorrup-
tible del incorruptible, inmortal del inmortal, eternal del eternal.
"Y un solo Espíritu Santo, que tiene de Dios la existencia y que. ha aparecido por el
Hijo, imagen del Hijo, perfecto del perfecto, vida principio de los vivientes, santidad
que confiere -la santificación, en que se manifiesta Dios Padre, que está sobre y en
todo, y Dios Hijo, que está en todas partes.
"Trinidad perfecta, en que no hay división ni distinción en la gloria, en la eter-
nidad ni en el imperio. No hay en la Trinidad nada creado, ni servil ni introducido
de fuera, como si hubiese algo que no hubiese existido en el principio y luego hubiese
llegado (a la existencia). Porque ni el Padre estuvo jamás sin el Hijo, ni el Hijo
sin el Espíritu Santo; sino que la misma Trinidad existe siempre sin transformación
ni mudanza" ( 7 8 ).
(77) SAN GREGORIO DE NISA, op. cit., col. 912. Esta aparición de la Santísima Vir-
gen es la primera de que habla la historia. No puede sorprendernos nada esta visión
si recordamos lo que sus contemporáneos San Cipriano y San Dionisio cuentan de
sus propias visiones; ni tampoco la veneración que en ella aparece a la Santísima
Virgen y San Juan, tratándose de un discípulo de Orígenes; ORÍGENES, In Joann.,
I, rv, 23: "Nos atrevemos a decir que si los Evangelios son la primicia de las Escrituras,
el Evangelio de Juan es la primicia de los Evangelios y nadie puede alcanzar su
sentido si no reposa sobre el pecho de Jesús y no recibe, de Jesús a María, hecha así
también madre suya."
(78) Sobre este símbolo, cf. L. FROIDEVAUX, Le symbole de saint Grégoire le
Thaumaturge, en Recherches de Science religieuse, t. XIX, 1929, pp. 193-247. La
autenticidad de este símbolo ha sido demostrada por CASPARI (Alte und neue Quellen,
pp. 25-64). KATTENBUSCH (Das Apostolische Symbol, t. I, p. 339) suscribe por entero
IGLESIA DE A L E J A N D R Í A DESPUÉS DE ORÍGENES 293

Kste símbolo, cuya autenticidad está bien garantizada ( 7 9 ) es m u y digno de


consideración, tanto por su forma, que es exclusivamente trinitaria ( 8 0 ) , como
por su forma más filosófica que bíblica ( 8 1 ) ; pero a u n más por su contenido
doctrinal. Ante todo, se afirma la unidad divina. No es solamente, como
en la mayor parte de los símbolos de esta época, formular esta unidad contra
Marción: " u n solo D i o s . . . u n solo S e ñ o r . . . u n solo Espíritu"; sino que,
además de estas tres cláusulas consagradas a cada u n a de las tres personas,
añade u n último artículo que tiene por objeto afirmar que en la Trinidad no
hay transformación ni mudanza, nada creado n i adventicio, nada que llegue
a la existencia, no habiendo existido antes; "ni el Padre ha existido sin
el Hijo, ni el Hijo sin el Espíritu Santo".
En la carta doctrinal del papa San Dionisio, m u y poco posterior a este
símbolo, advertimos en el pensamiento, u n movimiento parecido: después del
estudio teológico de las tres personas, la "recapitulación" reduciendo al Padre,
como a su fuente, toda la vida divina: lo que los griegos llamaron la pericho-
resis, y los latinos la circuminsesión. En San Gregorio no se advierte este movi-
miento de flujo y reflujo, sino que a la contemplación sucesiva de las tres
personas, sigue la adoración de la Trinidad en su unidad eterna e inmutable.
En la carta a Filagrio sobre la unidad divina ( 8 2 ) y en la carta a Teopompo
sobre la impasibilidad de Dios ( 8 3 ) podríamos hacer parecidas observaciones.
Esta afirmación categórica de la unidad de las tres personas constituye, en
la historia del dogma anteniceno, u n documento capital: cualquiera que lo
considere atentamente, no podrá ya presentar la teología oriental n i siquiera
la de la escuela de Orígenes, como invadida por el subordinacianismo y la de
Occidente y la de Roma como única doctrina ortodoxa de la unidad divina.
Si después de considerar esta teología, pasamos a estudiar la persona del
teólogo, la admiración sube de punto; pues además de u n extraordinario

esta conclusión, como también HAHN y HARNACK (Bibliothek der Symbole, p. 254, n.).
Cf. LOOFS, Leitfaden, pp. 221-222, comparando esta teología con la de Dionisio ve en
Gregorio la derecha y en Dionisio la izquierda de la escuela de Orígenes.
(79) Cf. la nota precedente. A los argumentos internos que han sido largamente
expuestos por Caspari y que son muy fuertes, añádase lo que dice San Basilio, antes
citado, de la adhesión de la iglesia de Neocesárea a todo lo que había estatuido San
Gregorio. Esta fidelidad, que daba color arcaico a la liturgia de esa iglesia, es garantía
de la autenticidad e integridad del documento citado por Gregorio de Nisa.
(80) Nótese sobre todo la ausencia de toda cristología. Se comprende mejor esta
redacción si se admite que la fórmula del símbolo bautismal era primitivamente
trinitaria y que la fórmula cristológica fué adición posterior. Cf. supra, t. I, p.
303, n. 147.
( 81 ) Este rasgo es característico de San Gregorio; vuelve a encontrárselo en el
tratado sobre la consustancialidad y sobre la impasibilidad divina. Cf. LOOFS, Leitfaden,
p. 223, n. 5. HARNACK, Dogmengeschichte, t. I, pp. 781-794.
( 82 ) Esta carta ha sido editada en siríaco por RYSSEL, op. cit., pp. 65-70; en siríaco
y en traducción latina por PITRA, Analecta, t. IV, pp. 100-103 y 360-363; el texto
griego se encuentra en la Patrología Griega entre las obras de San Gregorio de Nisa,
XLVI, 1101-1108. La atribución de esta carta al Taumaturgo ha sido aceptada por
RYSSEL, loe. laúd., por BONWETSCH, Prot. R. Encyclopádie, t. VII, p. 157; por HAR-
NACK, Chronol., t. II, p. 100 y por LOOFS, Leitfaden, p. 224.
(83) Editada en siríaco por RYSSEL, op. cit., pp. 71-99; en siríaco y en latín por
PITRA, op. cit., pp. 103-120, 363-376; su autenticidad es reconocida por los mismos autores
y en los mismos lugares citados en la nota precedente.
Junto a estas obras teológicas, deberíamos citar el pequeño tratado Discurso a Ta-
ciano sobre el alma, pero es apócrifo. Parece haber sido redactado entre los siglos v
y vn y probablemente hay en él un fragmento de San Gregorio. Hemos estudiado
este tratado y sus fuentes en el Bulletin de Littérature ecclésiastique, marzo de 1906,
pp. 73-83.
294 HISTORIA DE LA IGLESIA

misionero y fundador de u n a Iglesia, como la del Ponto, en que de u n pueblo


pagano supo hacer en poco tiempo u n a cristiandad lo bastante fuerte en la fe
como para poder desafiar la persecución de Decio y . l a invasión de los godos,
y además de ser taumaturgo no inferior a San Martín, fué teólogo como otro
San Hilario. Y todo esto, su ciencia teológica y su apostolado, radican en la
escuela de Orígenes, en que el joven estudiante de derecho fué ganado para
Cristo.
Gregorio y su hermano Atenodoro tomaron parte en el primer concilio de
Antioquía, reunido contra Pablo de Samosata ( 8 4 ) ; pero no aparecen en el
segundo ( 8 5 ). Suidas afirma que Gregorio murió durante el imperio de Aure-
liano ( 8 6 ).

§ 3 . — D i s c í p u l o s y adversarios d e O r í g e n e s

£ 0 5 OBISPOS DE LAODICEA Los dos grandes obispos que acabamos de es-


tudiar, Dionisio de Alejandría y Gregorio
Taumaturgo, son las mayores glorias de la teología alejandrina de esta época;
pero junto a ellos y en segundo! plano h a y toda u n a pléyade de literatos y
sabios, discípulos de Orígenes también. Sus obras h a n perecido; pero sus
nombres nos h a n sido piadosamente conservados por Eusebio.
Uno de ellos fué Eusebio de Laodicea, que habiendo sido enviado de Ale-
jandría a Antioquía con ocasión del concilio reunido contra Pablo de Samo-
sata, a su vuelta fué detenido en Laodicea por "las gentes de este país que
tomaban con sumo interés las cosas de Dios" y le hicieron su obispo ( 8 T ).
Murió poco después y su sucesor fué otro alejandrino, Anatolio: " E n conoci-
mientos, educación helénica y filosofía.) está en primer rango entre los más
ilustres de nuestros contemporáneos; la aritmética, la geometría, la astrono-
mía, la dialéctica, la física, la retórica, alcanzaron en él las más altas cum-
bres. Por eso sus compatriotas lo juzgaron digno de establecer en Alejandría
la enseñanza de la doctrina de Aristóteles" ( 8 8 ). E l obispo de Cesárea de
Palestina,. Teotecno, le había escogido como sucesor suyo y le había consagrado
obispo; como Eusebio fué a Antioquía y a su regreso los fieles de Laodicea le
eligieron como sucesor de Eusebio, que acababa de morir. Le sucedió Esteban,
hombre de talento brillante; pero de carácter débil: "Sus discursos, su filo-
sofía y su erudición helénica le granjearon admiración; pero su fe divina no
rayó a la misma altura, a juzgar por su conducta durante la persecución,
que fué de hombre disimulado, tímido y cobarde más que de verdadero fi-
lósofo" ( 8 9 ). La iglesia de Laodicea, añade Eusebio, fué levantada luego por
Teódoto, hábil médico de los cuerpos y de las almas y además " m u y experto
en las ciencias divinas" (9°).
Conocemos también los cuatro obispos que se sucedieron en Laodicea durante
los últimos años del siglo n i y los primeros del i v ; los cuatro, de distinguido
talento y erudición, pero no de idéntico valor moral. Vemos en este ejemplo
de Laodicea el cuidado de los fieles, al menos en Siria y Palestina, de poner
al frente de sus iglesias hombres instruidos, capaces de honrar al cristia-

(84) Hist. Eccl, VII, XXVIII, 1.


(8B) Cf. BARDY, Paul de Samosate, p. 299.
I86) Lexicón s. v. Gregorios. Cf. RYSSEL, op. cit., pp. 17-19.
(f) Hist. Eccl, VII, xxxn, 5.
(88) Hist. Eccl., VII, xxxn, 6.
(89) Ibíd., 22.
(90) lUd., 23.
IGLESIA DE A L E J A N D R Í A DESPUÉS DE ORÍGENES 295

nismo en medio de esta población enamorada del bien decir. Para ello
tienen necesidad de acudir a extraños a su iglesia; lo que es signo de que no
abundaban entre ellos hombres de tal cultura y de ahí el empeño de las
diferentes iglesias por retenerlos, como más tarde sucederá con los ricos patri-
cios, Paulino de Ñola o Piniano, por ejemplo. Es que todavía, en esta época,
descontados Cipriano y Tertuliano, Clemente y Orígenes, la Iglesia no tie-
ne defensores de talento y pasa todavía a los ojos de los letrados como reli-
gión de espíritus vulgares ( 9 1 ) . E n las iglesias de Oriente había sin duda
teólogos de nota, más brillantes y de mayor influencia que los obispos de
Laodicea; pero estos espíritus selectos son excepción y la multitud que los
rodea es inculta ( 9 2 ) .
i
LOS TEÓLOGOS DE Debemos ahora mencionar a los teólogos de Ale-
ALEJANDRIA A FINES jandría, que, a finales del siglo n i , defendieron
DEL SIGLO III o atacaron las tesis de Orígenes. La corresponden-
cia de los dos Dionisios, a propósito de la polé-
mica en torno a la Trinidad, nos ha permitido advertir la existencia de dos
corrientes en Alejandría: la tradición origenista, representada por Dionisio
y los catequistas a los cuales se dirige el obispo de Roma, y la de aquellos
que, oponiéndose a ella, temen esa tradición y la denuncian al papa. E n los
treinta o cuarenta años que siguen continúan las mismas dos tendencias ( 9 S ) .

TEOGNOSTO Y PIERIO La tradición origenista brilla en dos sacerdotes que


fueron catequistas en Alejandría: Teognosto, cuya
actividad aparece sobre todo desde la muerte de San Dionisio hasta el 280,
bajo el obispo Máximo; y Pierio, que parece haber enseñado durante los
treinta años siguientes, del 280 al 310.
Teognosto ( 9 4 ) escribió siete libros intitulados Hipotiposis; de los que Focio
ha dado u n análisis bastante detallado ( 9 5 ) . Se nos h a n conservado algunos
fragmentos que delatan u n a doctrina francamente origenista; de ahí que
haya provocado la reacción de Pedro de Alejandría ( 9 6 ) . Añadamos, sin

( 91 ) LACTANCIO, Divines institutiones, V, i, 18-21 (ed. BRANDT, pp. 401-402) BÁTIF-


POL, La paix constantinienne, p. 144.
( 92 ) Es una prueba el suceso de Pablo de Samosata: en la iglesia de Antioquía
y aun entre los padres del concilio, no había nadie lo bastante hábil "para vencer
a este hombre disimulado y engañador", hasta que se hizo intervenir al presbítero
Malquión. Cf. infra, p. 302.
C93) Cf. L. B. RADFORD, Three Teachers of Alexandria, Tkeognostus, Pierius and
Peter, Cambridge, 1908.
(9*) Los fragmentos de Teognosto han sido editados .por ROUTH, Reliquia} Sacras,
t. III, pp. 405-422; un nuevo fragmento ha sido publicado y comentado por DIEKAMP,
Theologische Quartalschrift, t. LXXXIV, 1902, pp. 481-494. Estos diferentes fragmentos
y la noticia de Focio han sido publicados de nuevo por HARNACK en Texte und
Untersuchungen, t. XXIV (Neue Folge, IX), III, pp. 73-92.
(«>)' Bibl, cod. CVI (P. G., CIII, 373-376).
(*•)• Según Focio, Teognosto enseñaba en su segundo libro que el Hijo es criatura
y que su acción alcanza sólo a los seres racionales; y sostenía las demás doctrinas
de Orígenes sobre el Hijo. La primera de estas afirmaciones no se concilia con un
fragmento citado por ATANASIO (De decretis Nic. synodi, xxv): "La sustancia del
Hijo no viene de fuera, no ha salido de la nada; es nacida de la sustancia del Padre,
como de la luz el rayo, del agua el vapor; porque ni el rayo ni el vapor son el agua
ni el sol; pero no les son extraños. Así (la sustancia del Hijo) no es el Padre mismo,
pero no es algo extraño a El y es una derivación de la sustancia del Padre, sin
sufrir por otra parte esta sustancia división alguna; porque así como el sol no queda

\
296 HISTORIA DE LA IGLESIA

embargo, que el resumen de Focio parece demasiado severo, si se compara


con cualquiera de los fragmentos. Harnack reconoce esta oposición, pero
da la preferencia a Focio ( 9 7 ).
Diekamp supone que Teognosto h a corregido su doctrina subordinacianista
después de la carta de Dionisio de Roma ( 9 8 ) ; pero los fragmentos son m u y
pequeños y de fecha m u y incierta, para poder apoyar en ellos esta hipótesis
de manera sólida ( " ) . Pierio es citado por Eusebio con grandes elogios: " E r a
altamente estimado por su vida ascética y por sus conocimientos filosóficos
y causaban maravilla sus estudios y su explicación de las cosas divinas, así
como la exposición que de ellas hacía a la reunión de los fieles" ( 1 0 °). San
Jerónimo y Focio precisan u n poco estas alabanzas: "Pierio fué llamado nuevo
Orígenes", dice San Jerónimo. Focio recuerda q u e enseñaba la preexisten-
cia de las almas y que su doctrina sobre el Padre y el Hijo era piadosa, aun-
que distinguía dos naturalezas; pero que su doctrina sobre el Espíritu Santo
era peligrosa y de u n neto subordinacianismo ( 1 0 1 ).
Pierio predicó mucho y se poseían de él numerosas homilías, en particular
una sobre la Madre de Dios y otra sobre el mártir Panfilo ( 1 0 2 ). Panfilo
había sido discípulo de Pierio y podemos creer que de él había recibido su
doctrina origenista ( 1 0 3 ).

SAN PEDRO DE ALEJANDRÍA Estos teólogos son elocuente testimonio de la


supervivencia en Alejandría de la doctrina
de Orígenes, que, sin embargo, n o mandaba sin oposición. San Pedro, obispo
de Alejandría ( 1 0 4 ), que coronó su vida con el martirio ( 1 0 5 ), la atacó vigoro-

disminuído por sus rayos, así la sustancia del Padre no sufre mutación ninguna por
tener al Hijo como imagen suya." HAKNACK (loe. cit., p. 86) insiste en que Teognosto
no habla del Hijo, sino de la sustancia del Hijo que distingue de la del Padre; confiesa
que el texto no es muy claro y concluye que la afirmación de Focio tiene más valor
que todo este fragmento. El fragmento citado por DIEKAMP es más interesante:
propone un estudio de los nombres del Hijo: sólo el nombre de Hijo le es propio;
Logos y Sophia son nombres que le han sido dados por las Escrituras. En cuanto
Logos, el Hijo es imagen del Padre; "teniendo la semejanza del Padre, la tiene según
la sustancia y según el nombre; he aqui por qué no hay más que un Logos y una
Sophia".
(»T) Op. cit., p. 86.
( 98 ) Art. cit., pp. 493-494; cf. las objeciones de HAKNACK, op. cit-, pp. 79-82.
(99) DIEKAMP (op. cit., p. 489) ve también en el fragmento que ha editado una
crítica de Luciano de Antioquía; cf. HAKNACK, op. cit., p. 91. Esta hipótesis es inge-
niosa; pero exige demostración.
(i«0) Hist. Eccl, VIL xxxn, 27.
(íoij De viris illustribits, LXXVII.
í 102 ) Bibl., cod. CXVIII.
(103) FILIPO DE SIDIA; cf. DE BOOR, en Texte und Untersuchungen, t. V, 2, p. 171.
Los fragmentos de Pierio se encuentran en ROUTH, Reliquias Sacrce, t. III, pp. 423-435
y en el estudio que acabamos de citar de BOOR (Texte, V, 2, pp. 165-184). Indicaciones
más sumarias en Patrología Griega, X, 241-246.
(104) Debemos siquiera un breve recuerdo a Hieracas. Lo conocemos sólo por San
Epifanio (Hatr., LXVII). Según lo que San Epifanio nos dice, Hieracas era hacia el
alio 300, jefe de un grupo de ascetas de ambos sexos, que vivían en Leontópolis, en el
Delta. Escribió en copto y en griego diversas obras cuyos títulos ignoramos. Defendía
muchas de las tesis origenistas, en particular sobre la resurrección; condenaba el matri-
monio; su doctrina de la Trinidad, en su conjunto, era más exacta que la de Orígenes,
pero veía en Melquisedec una aparición del Espíritu Santo. Sobre, este error y sus
defensores cf. BARDY, art. Melchisédéciens, en el Dict. de Théol. cath., t; X, i, col.
513-516. | ' '
(105) Del estío del 300 a noviembre del 311.
IGLESIA DE A L E J A N D R Í A DESPUÉS DE ORÍGENES . 297

sámente. Eusebio tributa alabanzas a su vida ejemplar y a su martirio ( 1 0 6 ) ;


pero no dice nada de su teología, cuya tendencia antiorigenista no podía ser de
su agrado. Este silencio ha privado a San Jerónimo y a nosotros también, de
nuestra habitual fuente de información. Algunos títulos, algunas líneas es
todo lo que nos queda de la obra doctrinal de Pedro de Alejandría ( 1 0 7 ) ; pero
tales vestigios bastan, a pesar de todo, para conocer su orientación teológica.
En su tratado contra los monofisitas, Leoncio de Bizancio cita dos textos del
libro de Pedro contra la preexistencia de las almas: esta doctrina, dice el santo
obispo, "viene de la filosofía helénica y es extraña a todos los que quieren
vivir piadosamente en Cristo". En las Actas del concilio de Efeso del año 431,
hay tres citas tomadas del libro de Pedro de Alejandría sobre la Divinidad,
rechazando el subordinacianismo; en otra parte, abandona la interpretación
alegórica del Génesis ( 1 0 8 ).
Estos fragmentos son de gran valor para nosotros; pues esclarecen algo la
historia doctrinal de Alejandría en este período oscuro que va de la muerte
de Dionisio al episcopado de Alejandro y nos dan a conocer en San Pedro u n
precursor de los grandes obispos alejandrinos del siglo iv, San Alejandro y San
Atanasio. De San Pedro sabemos más como pastor que como teólogo.

LA CUESTIÓN PENITENCIAL Al terminar la primera fase de la persecu-


ción de Diocleciano se presentó la cuestión
penitencial lo mismo que cincuenta años antes cuando la persecución de Decio.
Las decisiones y las direcciones dadas por San Pedro están inspiradas en el
mismo espíritu que las de San Dionisio, San Cipriano y San Cornelio; las
conocemos por los cánones penitenciales conservados en las colecciones canó-
nicas (1<>9). Es interesante indicar las principales disposiciones siguiendo el
orden de los cánones:

1) "Los que después de haber sido denunciados, puestos en prisión y sometidos


a crueles torturas y al fin perdieron el ánimo, son dignos de indulgencia porque no
han cedido sino por debilidad de la carne. Llevan los estigmas de Jesús y ha ya
tres años que hacen penitencia; se les impondrá una penitencia de cuarenta días a con-
tar del día en que nos han anunciado su vuelta. Durante este tiempo ayunarán, vela-
rán y orarán.
"2) Los que no han sufrido torturas pero han sido vencidos por los padecimientos
y la infección de la prisión, añadirán un año de penitencia al tiempo ya cumplido.
Es verdad que han sido débiles y ciegos, pero se entregaron al sufrimiento por el
nombre; han sido aliviados en la cárcel por la caridad de los hermanos; volverán
el céntuplo por todo esto, si se esfuerzan por librarse de la cautividad del demonio.
"3) Los que sin padecer ni tormento ni prisión, apostataron por propio impulso,
deberán hacer todavía cuatro años de penitencia.

(106) Hist- Eccl., VII, XXXII, 31: "Después de Teonas que la sirvió durante diecinueve
años, ocupó Pedro la sede episcopal de Alejandría; antes de la persecución dirigió esta
iglesia durante tres años. Pasó el resto de su vida en la ascesis más severa practicada
en común, proveyendo, sin ocultarse, a la necesidad general de las iglesias y así en
el año noveno de la persecución fué decapitado, recibiendo el honor de la corona del
martirio."
(107) ROUTH, Reliquias Sacres, t. IV, pp. 19-82; P. G., XVIII, 449-522; PITRA,
Analecta Sacra, t. IV, pp. 187-195, 425-430. ,
(108) Textos citados por Procopio: cf. ROUTH, op. cit-, pp. 50 y 78. Hay también
(ibid., p. 48) un fragmento citado por Leoncio de Bizancio sobre las dos naturalezas
en Cristo.
(109) p, DE LAGAKDE, Reliquias juris ecclesice antiquissimce, Leipzig, 1856, pp. 63-73
(texto griego) y 99-117 (texto siríaco). Estos cánones parece que formafcan parte de
la carta pascual de 306.
298 ' HISTORIA DE LA IGLESIA

"4) Los que se han libertado por fraude, procurándose falsos certificados o enviando
en su lugar amigos paganos, harán seis meses de penitencia.
"6) Los que han enviado en su lugar a sus esclavos cristianos harán cuatro años
y los esclavos culpables un año.
"8) Los que han expiado una apostasía anterior en la prisión o en la tortura, no
tienen necesidad de otra penitencia; recíbanles con gozo.
"9) Los que se han ofrecido a la persecución, han obrado imprudentemente y con-
trariamente al ejemplo del Señor y de los apóstoles; sin embargo, si han resistido,
admítaseles a la comunión y manténgaseles en las funciones clericales, si algunas
desempeñaban. Por el contrario, los clérigos que en estas circunstancias, hubiesen
desfallecido, no pueden ser reintegrados al clero ni aun después de una nueva confesión.
"10) Se aprueba, sin embargo, la conducta de los que se han declarado cristianos
durante los interrogatorios de otros cristianos, sobre todo, si lo han hecho para levantar
su ánimo.
"11) Es bueno orar por aquellos que ante la violencia de los tormentos han
claudicado.
"12) No se debe acusar a los que se han rescatado con dinero.
"13) Ni a los que han huido como lo hizo San Pablo en Efeso, San Pedro en la
prisión de Jerusalén y el niño Jesús en Belén.
"14) Los que han tenido la boca abierta con bozales o con hierros (para hacerles
beber el vino de las libaciones o hacerles comer las viandas ofrecidas a los ídolos)
o tienen las manos quemadas por el incienso de1 1los sacrificios, deben ser mirados como
confesores de Cristo y honrados como tales" ( 0 ).

Esta legislación prudente y firme se inspira en los principios que la Iglesia


ha profesado desde el principio: censura las provocaciones voluntarias; auto-
riza la fuga en la persecución; excusa las violencias que los cuerpos h a n
sufrido sin consentimiento de la voluntad. Condena todas las defecciones,
imponiendo penas más o menos fuertes según la gravedad de aquéllas. En
todas estas sanciones se revela la misma prudencia paternal que cincuenta
años antes inspiró a los grandes obispos de Roma, de Cartago y de Ale-
jandría ( m ) .

EL CISMA MELECIANO También en esta ocasión, la legislación peniten-


cial fué ocasión de u n cisma. El obispo de Licó-
polis, Melecio, aprovechó durante la persecución la prisión de cuatro obispos,
para invadir sus iglesias a pesar de ellos y de San Pedro, a quien la perse-
cución no dejaba obrar, si es que no estaba ya en la prisión. Los obispos
enviaron a Melecio u n a protesta vehemente:
"Nuestros padres establecieron y determinaron que ningún obispo pueda celebrar
ordenaciones en iglesia ajena... Pero vos, sin atender a sus decisiones, sin pensar
en el futuro, ni en la ley tradicional de nuestros bienaventurados padres, abogados de
Cristo, ni en el honor de nuestro gran obispo y padre Pedro, de quien todos nosotros
dependemos, según la esperanza que tenemos en Cristo Señor; insensible ante, la
cárcel, las pruebas, las mil afrentas 1 1que padecemos todos los días, y ante la angustia
común, intentáis trastórnalo todo" ( 2 ).

Melecio no se inmutó por esta carta, sino que fué a Alejandría y sustituyó
los representantes del obispo Pedro por hechuras suyas. San Pedro respondió
a estas usurpaciones, prohibiendo a sus fieles la comunión con Melecio.

("0) P. G., XVIII, 468-508.


( l n ) La reconciliación de los apóstatas no se deja, como era costumbre entonces,
para la hora de la muerte; ya que la paz de la Iglesia aun no está restablecida. La
misma consideración llevó en el 253 a San Cipriano a suavizar el rigor primero. Cf.
supra, p. 167.
("2) f>. G., X, 1565-1568. Versión francesa de D'ALÉS, Le Dogme de Nicée, 1926,
pp. 205-207.
IGLESIA DE A L E J A N D R Í A DESPUÉS DE ORÍGENES 299

Los cuatro obispos murieron mártires; la persecución amainó u n tanto


y el obispo de Alejandría reasumió el gobierno de su iglesia y legisló sobre
los apóstatas de la manera que hemos visto.
Inmediatamente, Melecio se alzó contra él y se hizo campeón del rigorismo,
como Novaciano lo había sido en Roma. El cisma desgarró la iglesia de
Alejandría. Al renovarse la persecución, muchos cristianos fueron deportados
a las minas de Feno y entre ellos Melecio con cierto número de partidarios.
Aquí reanudó su propaganda y hasta en este presidio y destierro se enfrentaron
partidarios de Pedro y de Melecio. En la primavera del 311 el edicto de
Galeno volvió la libertad a los cautivos y Melecio regresó a Egipto; pero m u y
pronto Maximino debía reanimar la persecución y el 25 de noviembre moría
San Pedro decapitado.
Esta muerte gloriosa no fué el fin de la lucha, sino que los melecianos
fundaron su iglesia, la iglesia de los mártires, como la llamaban ellos, frente
a la iglesia de Pedro, que gobernaba Alejandro después del corto episcopado
de Aquilas. El concilio de Nicea intentó en vano solucionar el conflicto y en
las filas de Melecio, Arrio, meleciano también, encontró en Egipto sus más
ardientes partidarios. Atanasio tuvo dolorosa experiencia de ello, sobre todo,
en el concilio de Tiro, de 335 ( 1 1 3 ).
No podemos reseñar aquí esta historia que pertenece al siglo iv; pero es
importante señalar los orígenes de u n cisma que, independientemente de las
controversias doctrinales, sembró en el clero de Alejandría ( 114 ) y en el de
todo el Egipto el germen de la discordia, que desarrolló e hizo fructificar el
arrianismo. Arrio fué partidario de Melecio y en el cisma meleciano nació
y creció el arrianismo ( 1 1 B ).

(H3) Qf. D'ALES, op. cit., pp. 203-242, "le schisme mélétien tTEgypte". Los papiros
publicados en 1924 por M. H. IDMS BELL han añadido a los documentos de este episo-
dio histórico dos de subido valor, que se encuentran traducidos en el libro citado, pp.
232 y 234. I
(114) Es el clero el que primeramente fué ganado por el cisma de Melecio. En los
principios de este movimiento, cuenta Epifanio que Pedro de Alejandría, incitado por
Melecio, en una reunión del clero, extendió su palio para separar los dos campos:
"los que son míos que se pongan a este lado, los que son de Melecio a este otro".
Epifanio añade que fueron muchos los del clero que pasaron al lado de Melecio.
(115) Más adelante hablaremos de los cismas que en el curso de esta misma perse-
cución se produjeron en Roma y en África.
CAPITULO XIII

LA IGLESIA DE ANTIOQUIA A FINES DEL SIGLO IDI

§ 1. — P a b l o d e Samosata (*)

PABLO DE SAMOSATA, La muerte de Valeriano (260) señaló para el Im-


OBISPO DE ANTIOQUIA perio romano el principio de toda una serie de
desastres: Antioquía, Tarso, Cesárea de Capado-
cia fueron tomadas, saqueadas y abrasadas. El príncipe de Palmira, Sep-
timio Odenato II tomó el título de rey y obró como lugarteniente de Galieno
contra Sapor y contra Macriano que había llevado al Imperio a sus hijos
Quieto y Macriano. En 262 triunfó de los dos enemigos, venciendo a Sapor
ante Ctesifón y conquistando la ciudad de Emesis, donde fué muerto Quieto;
mientras que Macriano y su segundo hijo perecían en Iliria.
Al amparo de estos sucesos ocupó Pablo de Samosata la sede de Antioquía:
en 260 moría Demetriano, llevado cautivo por los persas y le sucedió Pablo,
quien se apoyaba en la dinastía de Palmira, representándola en Antioquía
como ducenario o cobrador de finanzas. Nacido en la pobreza, se había pro-
curado una fortuna considerable y humillaba a toda la ciudad con su lujo
insolente ( 2 ) .

PRIMER CONCILIO (264) Pablo coronó todos estos escándalos, enseñando


doctrinas heréticas. En el 264 se convocó u n con-
cilio cuyos miembros más sobresalientes eran: Firmiliano, obispo de Cesárea
de Capadocia; Gregorio y Atenodoro su hermano, pastores de la iglesia del
Ponto; Heleno, obispo de Tarso; Nicomas, obispo de Iconio; Himeneo de
Jerusalén; Teotecno de Cesárea de Palestina; Máximo de Bostra ( 3 ) . Dionisio
de Alejandría, invitado, se excusó, alegando su estado de salud y su mucha
edad (murió, efectivamente, poco después); pero dio a conocer claramente
su parecer por carta ( 4 ).
Ante los obispos del concilio, Pablo disimuló, prometió enmendarse; y no
se concluyó nada. Para reducir a una profesión ortodoxa, inequívoca, a este
hombre sutil y escurridizo, seis obispos redactaron una fórmula de fe y pidie-
ron al acusado que la suscribiese. Este documento es de extraordinario inte-
rés por la doctrina que contiene y por el vigor de las reivindicaciones cuyo
alcance subraya:

i}) BIBLIOGRAFÍA. — G. BABDY, Paul ¿le Samosate, étude historique, nueva edición,
Lovaina, 1929; F. LOOFS, Paúlus von Samosata, Leipzig, 1924.
( 2 ) Hist. Eccl, VII, xxvn, 1.
(3) Hist. Eccl, VII, XXVIII, 1.
(4) EUSEBIO nota (Hist. Eccl., VII, xxvn, 2): "Dionisio... expone por carta su pare-
cer sobre la cuestión"; pero los padres del concilio dicen más explícitamente: "Escribió
una carta a Antioquía, pero no hizo al heresiarca el honor de dirigírsela a él, sino
que la dirigió a toda la Iglesia" (Hist. Eccl, VII, xxx, 3).
300
IGLESIA DE ANTIOQUIA A F I N E S DEL S. III 301

"Si alguien rehusa creer y confesar que el Hijo de Dios es Dios, creemos que está
fuera de la regla eclesiástica y todas las iglesias católicas están de acuerdo con
nosotros."
Los obispos exponen largamente la preexistencia del Hijo, su divinidad,
su misión en la creación del mundo, sus apariciones en el Antiguo Testa-
mento e insisten sobre su Encarnación:
"(Confesamos) que el Hijo, que está junto al Padre, es Dios y Señor de todas las
cosas creadas y que ha sido enviado del cielo por el Padre y que, encarnándose,
se ha hecho hombre. Así, el cuerpo nacido de la Virgen, que ha recibido toda la
plenitud de la divinidad, ha sido unido, sin padecer mutación el Verbo, de manera
inmutable, a la divinidad y ha sido deificado; por esta razón también, Jesucristo ha
sido anunciado como Dios y hombre en la Ley y en los profetas y es objeto de toda
la fe de la Iglesia, que vive bajo el cielo: Dios, que se despojó a sí mismo de su igualdad
con el Padre; hombre de la raza de David, según la carne."

Esta larga profesión de fe acababa con una intimación perentoria: "Entre


otras muchas hemos notado estas creencias y queremos saber si piensas lo
mismos que nosotros, si lo enseñas y si quieres suscribir o no lo que hemos
redactado" ( 5 ) .

VIDA ESCANDALOSA El obispo de Antioquía se olvidó m u y pronto de


DE PABLO todo: el concilio se había disuelto, sus acusadores
estaban lejos y volvió a su vida fastuosa y licen-
ciosa. El concilio que lo condenó, la describe así:
"Organiza en las reuniones de la Iglesia toda una pompa teatral, buscando su glo-
ria, impresionando la imaginación e hiriendo el espíritu de los sencillos... Los que
no lo alaban, los que no agitan sus pañuelos como en el teatro, los que no le aclaman,
los que no se levantan, como hacen los suyos, hombres y mujerzuelas que le escuchan
de manera indigna, los que le oyen, como se debe en la casa de Dios con respeto
y modestia, son objeto de sus reprensiones y reproches. A los intérpretes de la pala-
bra que dejaron este mundo, los trata de manera indigna, con modos groseros, mientras
que se alaba a sí mismo con énfasis, no como obispo, sino como sofista y charlatán.
En cuanto a los himnos en honor de Jesucristo, los ha retirado de la Iglesia con
pretexto de que son muy modernos y escritos por autores demasiado modernos; pero
en su honor y en plena Iglesia, el gran día de la Pascua, ha hecho que las mujeres
canten lo que sería horrible repetir. . . No quiere confesar con nosotros que el Hijo
de Dios haya venido del cielo. . .; pero aquellos que cantan en su honor y hacen su
elogio en el pueblo, dicen que su impío maestro6 es un ángel bajado del cielo y él
no lo prohibe, sino que asiente a sus discursos" ( ).

Este cuadro trazado en la misma Antioquía por los jueces del obispo
indigno, nos lo presenta a plena luz. No h a y entre todos los herejes del
siglo ninguno que haya renegado de la fe y ultrajado a la Iglesia con tan
poco pudor y dignidad. Sin embargo, llevados al último grado, vemos en él
ciertos rasgos que ya se anunciaban en otras partes: San Cipriano, en su
libro De lapsis denunciaba quince años antes a ciertos obispos que con "olvido
y desprecio de sus funciones, se hacen intendentes de los grandes propietarios";
no era sino u n pálido esbozo de lo que ahora vemos en el obispo de Antioquía.
Pero, sobre todo, recordemos lo que ya Hipólito reprochaba a los adopcionistas

( 5 ) Véase el texto de este documento en LOOPS, Paulus von Samosata, pp. 324-330
y en BABDY, Paul de Samosate, pp. 13-19. La autenticidad, largo tiempo discutida, ha
quedado perfectamente demostrada por estos dos historiadores Compárase con BARDY,
Recherches de Science religieuse, t. VI, 1916, pp. 17-33.
(«) Hist. Eccl, VII, xxx, 9-11.
302 HISTORIA DE LA IGLESIA

romanos Artemón y sus discípulos: para estos hombres la adoración de Cristo


es u n a innovación y h a y que recordarles "los numerosos cánticos e himnos
compuestos por los hermanos fieles de los primeros tiempos, e n que cantan
a Cristo como al Verbo de Dios y lo celebran como a Dios" ( T ). Pablo de
Samosata'decreta que "todos los cantos en honor de Nuestro Señor Jesucristo
son demasiado modernos y escritos por autores m u y modernos" y al mismo
tiempo anima a sus partidarios a que lo celebren a él y a que entonen himnos
en su honor, abriendo así el camino a Arrio, que compondrá también poemas,
exaltando su persona y su doctrina ( 8 ) .

SEGUNDO CONCILIO (268) Tales abusos no podían tolerarse por mucho


tiempo: la intimación de los seis obispos de-
muestra su inquietud y su deseo de terminar con ellos. E l obispo Firmiliano
de Cesárea de Capadocia, que había sido el miembro más influyente del con-
cilio anterior, se sentía burlado por el hereje; por fin se convocó u n nuevo
concilio. Firmiliano se puso en camino para Antioquía, pero no pudo llegar,
pues murió e n Tarso ( 9 ) . E l concilio reunió gran número de obispos, para d a r
el juicio definitivo sobre el conflicto ( 1 0 ).

CONDENACIÓN DE No fueron pequeñas las dificultades para decla-


PABLO DE SAMOSATA r a r convicto y condenar a l hereje; la gloria del
éxito h a y que atribuirla, sobre todo, al presbítero
Malquión, cuyos esfuerzos en este sentido fueron notables:

"Hombre de talento, que. era en Antioquía jefe de una escuela filosófica, en que se
enseñaba la doctrina de los griegos; a causa de la pureza de su fe fué honrado con el
sacerdocio en su país. Argumentó contra Pablo y sólo él fué capaz de sorprender a
este hombre disimulado y mentiroso" ( n ) .

El proceso verbal de la discusión, que Eusebio pudo leer, sería para nos-
otros del m á s subido interés; pero no conocemos de él más que fragmen-

ta) Hist. Eccl, V, 28, 3. Cf. supra, p. 81:


( 8 ) Recuérdese también lo que Dionisio cuenta de. Nepote, obispo de Arsinoe, y de
sus rapsodias (cf. supra, p. 284); no vemos en él ningún abuso sacrilego sino un testi-
monio de la gran importancia dada entonces a los cantos en la iglesia.
(®) Hist. Eccl-, VII, xxx, 4. La carta sinodal del concilio dice: "Firmiliano vino dos
veces y condenó las innovaciones introducidas por Pablo: lo sabemos y damos testi-
monio de ello los que estamos aquí presentes y otros muchos lo saben como nosotros.
Pablo prometió enmendarse; Firmiliano le creyó y esperó que sin perjuicio de la
doctrina, tendría el conflicto la solución debida y temporizó, engañado por este, hom-
bre, que renegó de su Dios y de su Señor y que no guardó su fe. Firmiliano había
tomado el camino de Antioquía y había llegado hasta Tarso; conocía por experiencia
la maldad de este impío; sin embargo, reunidos, le llamamos y esperamos su venida,
cuando encontró el fin de sus días." De. este texto han concluido muchos historiadores
que el concilio definitivo fué el tercero; pero esta conclusión no parece que se
imponga: de que Firmiliano haya venido dos veces a Antioquía no se concluye que
haya asistido a dos concilios distintos y, por otra parte, es muy poco verosímil que los
Padres se hayan dejado burlar dos veces. Cf. BAKDY, Paul de Samosate, pp. 293-294.
(10) San Atanasio habla de setenta obispos, al menos (De synodis, XLIII), San
Hilario de ochenta (De synodis, LXXXVI), citados por BARDY, op. cit., p. 298.
C11) Cf. Hist. Eccl., VII, xxix, 2. Sobre el modo de proceder en estas discusiones
véase lo que Eusebio dice de las discusiones de Orígenes en Bostra contra el obispo
Berilo, cuyo texto tuvo en sus manos (Hist. Eccl., VI, xxxm, 3). Dionisio describe
con más detalle su discusión con Nepote (Hist. Eccl., VII, xxiv, 8): esta discusión duró
"tres días seguidos, desde la aurora hasta la caída del sol".
r^
IGLESIA DE ANTIOQUIA A FINES DEL S. III 303

tos ( 1 2 ) ; al menos quisiéramos poseer completa la carta sinodal. Dirigida por


los padres del concilio al obispo de Roma, Dionisio, y al obispo de Alejandría,
Máximo, esta carta "definía con claridad la perversa heterodoxia de Pablo,
las refutaciones y las cuestiones que los dos obispos le propusieron y refería
toda la vida y conducta de este hombre" ( 1 3 ) .
De este documento Eusebio h a transcrito la censura de la* costumbres del
obispo condenado; pero no su doctrina y es m u y difícil suplir I s t a omisión ( 1 4 ) .
El documento terminaba con esta excomunión:

"Después de haber excomulgado a este adversario pertinaz, nos hemos visto obli-
gados a establecer en su lugar otro obispo para la Iglesia católica; con ello hemos obe-
decido, estamos seguros de ello, a la Providencia de Dios. Es Domno, hijo del bien-
aventurado Demetriano, que antes de Pablo gobernó excelentemente a esta Iglesia.
Está adornado de todas las cualidades que convienen a un obispo y os lo comunicamos
para que le escribáis y recibáis sus cartas de comunión; que el otro escriba a Arte-
món y que los partidarios de Artemón tengan comunión con él" ( 1 5 ).

Parece que fué en el otoño de 268, cuando se reunió este concilio.


Había muerto el r e y de Palmira Odenato (267); su viuda Zenobia tomó las
riendas del poder como tutora de sus hijos ( l e ) , y extendió sus dominios por
una parte hasta Alejandría y por otra hasta Calcedonia. Sin embargo, a fina-
les del 271, Egipto era reconquistado por Probo, futuro emperador y en 272,
después de haber derrotado tres veces a las tropas de Zenobia, Aureliano
conquistaba Palmira, perdonando la vida a la reina y a sus hijos, pero dando
muerte a sus consejeros, entre ellos a Longino.

(12) Esos fragmentos han sido recogidos por BARDY, op. cit., pp. 34-79.
(13) Hist. Eccl., VII, xxx, 1.
( w ) La doctrina de Pablo ha sido expuesta por BARDY en su libro, III, pp. 427-520,
y más brevemente en su articulo Paul de Samosate, Dict. de Théol. cath., col. 49-51.
Es difícil presentar esta teología con precisión y sería imprudente pretenderlo; pero
al menos podremos señalar ciertos rasgos: en primer lugar el monarquianismo: Pablo
no reconocía tres personas en Dios, sino "que daba el nombre de Padre al Dios creador
de todo, el de Hijo a un puro hombre y el de Espíritu a la gracia que ha reposado
sobre los apóstoles"(LEONCIO, De sectis, ni, 3). Jesús es más grande que los profeta»
y que Moisés: "La Sabiduría no ha habitado de parecida manera en ningún otro; ha
estado en los profetas y más en Moisés y en otros, pero más en Cristo como en un t
templo." Esta habitación de la Sabiduría no es una Encarnación; Jesucristo no es el
Verbo, el Verbo es mayor que Cristo; María no ha engendrado al Verbo, ha recibido
al Verbo, ha engendrado a un hombre igual a nosotros; aunque mejor que nosotros
bajo todos los aspectos, pues que ha nacido del Espíritu Santo y de las promesas y
de las Escrituras y la gracia estaba sobre El. Todo esto nos recuerda el adopcionismo:
Cristo es un hombre como los demás, pero más santo.
Debemos notar un último aspecto, interesante para la historia de la doctrina cris-
tiana: los padres del concilio de Antioquía reprueban el empleo de la palabra "homo-
ousios" (consustancial) porque. Pablo se servía de ella para borrar toda la distin-
ción personal del Padre y del Hijo, para reducir el Hijo "a no ser Hijo de Dios sino
una palabra o voz". Cf. el testimonio de SAN EPIFANIO (Hcer., LXVI, i: LXXI, n) y
sobre todo de BASILIO DE ANCIRA (ap. EPIFANIO, Hmr., LXXIII, i y xnxxii) seguido por
SAN HILARIO (De synodis, LXXXI). Se ve aquí claramente las vacilaciones de la termino-
logía y las oscuridades que ha creado: diez años antes se acusa a Dionisio de Ale-
jandría de no haber empleado el término "homoousios" y en Antioquía se le rechaza,
a causa del abuso que de él hacía Pablo de Samosata. Cincuenta años más tarde
se debía imponer en Nicea. Cf. P. GALTIER, L'Homoousios de Paul de Samosate, en
Recherches de Science religieuse, t. XIII, 1922, pp. 30-45.
(15) Hist. Eccl, VII, xxx, 17.
(1«) Primero de Valbalates, luego, después de la muerte de éste (271), de sus
otros dos hijos.
304 HISTORIA DE LA IGLESIA

EXPULSIÓN DE PABLO Al desaparecer el poder de Zenobia, perdió su


apoyo Pablo de Samosata. Desafiando la decisión
conciliar, se mantuvo en la casa episcopal y los católicos no pudieron desalo-
jarle de ella, teniendo que recurrir a Aureliano. El emperador "ordenó que
la casa fuese concedida a quienes la hubiesen adjudicado los obispos de Italia
y de la ciudad de Roma. Así, por última vergüenza, fué arrojado por el brazo
secular" ( " ) .
A partir de esta fecha, Pablo de Samosata desaparece de la historia; había
tenido sus partidarios, pero éstos eran sin duda, en general, hombres tímidos,
impresionados por su audacia y que no osaban levantar su frente delante
de él ( 1 8 ). A su caída desapareció su partido; sin embargo, en 325, el concilio
de Nicea debió dar normas sobre la reconciliación de los partidarios de Pablo,
que h a n vuelto o quieren volver a la Iglesia católica ( 1 9 )., La doctrina del
heresiarca dejó huellas más profundas que su persona, dándonos u n a nueva
forma de la doctrina de Artemón. Más tarde se acusó a los nestorianos de
renovar sus errores; pero estas relaciones indican más que u n a filiación real
la semejanza de todas estas herejías: en Artemón y en Pablo de Samosata
nacen del racionalismo y se enderezan a la negación de la divinidad de Cristo.

g 2 . — S a n L u c i a n o d e A n t i o q u í a y s u escuela C20)

EL PROBLEMA DE La persona, la doctrina y la influencia de San


LUCIANO DE ANTIOQUÍA Luciano suscitan multitud de problemas de difí-
cil solución.
Uno de los historiadores que h a n estudiado esta cuestión con más cuidado,
escribía como conclusión de sus primeros trabajos: "No podemos llegar a es-
clarecer la enigmática figura de Luciano de Antioquía. Rehabilitado y con-
denado, el sabio exegeta sigue siendo para nosotros u n misterio" ( 2 1 ). Veinte
años h a n transcurrido después de este juicio y el enigma ha provocado muchas
discusiones e investigaciones y, aunque ciertamente este trabajo no ha sido
en vano, el misterio no se ha disipado.

LA TEOLOGÍA DE LUCIANO Durante la gran persecución, después del


edicto de Maximino, el sacerdote Luciano
fué apresado en Antioquía y llevado a Nicomedia, siendo martirizado el 7 de
( 17 ) Hist. EccL, VII, xxx, 19. BARDY (op. cit., p; 363) interpreta con mucha exactitud
esta sentencia. "Recurriendo a Aureliano, los católicos de Antioquía dan una prueba
patente de su lealtad; apartan su causa de la de Zenobia. Pero Roma es aquí mirada
como la capital del cristianismo, no como la capital del Imperio. Si el emperador
decide que la propiedad pertenece, a los que tienen comunión con Roma, es que no puede
ignorar el lugar único de la Iglesia de Rozna entre los cristianos."
( 18 ) Hist. EccL, VIII, xxx, 10: en la carta sinodal los Padres del concilio hablan
de los obispos vecinos y de los sacerdotes que le adulan en sus homilias.
(19) Canon 19. Cf. BARDT, op. cit., pp. 390 y s.
(2*) BIBLIOGRAFÍA. — BARDY, Le symbole de Lucien d'Antioche, en Recherches de
Science religieuse, t. III, 1912, pp. 139-155, 232-244; Saint Lucien d'Antioche et son
école, ibíd., t. XXII, 1932, pp. 437-462; Le Discours apologétique de saint Lucien
d'Antioche en Revue d'Hist. eccl., t. XXII, 1926, pp. 487-512; art. Saint Lucien d'An-
tioche en Dict. de Théol. cath. t. IX, i, col. 1024-1031; Recherches sur Saint Lucien
d'Antioche et son école, París, 1936. Además de estos trabajos de BARDY se consul-
tará con provecho las historias del dogma y los historiadores del arrianismo: TIXE-
RONT, Histoire des Dogmes, t. II, pp. 20-22 y 27; HARNACK, Dogmengeschichte, t. II,
pp. 187-190; D'ALÍS, Le Dogme de Nicée, pp. 52-56; K. MÜLLER, Kirchengeschichte,
t. I, pp. 375-378; KIRSCH, Kirchengeschichte, t. I, p. 326.
(21) BARDY, art. cit., en Recherches de Science religieuse, t. III, 1912, p. 244.
IGLESIA DE ANTIOQUÍA A F I N E S DEL S. III 305

enero de 312 ( 2 2 ). La emperatriz Helena y toda la familia imperial le tributó


u n culto de predilección y el obispo de la ciudad imperial, Nicomedia, pro-
clamó a Luciano su maestro. No era el único: los protagonistas de la herejía
arriana y el mismo Arrio son antiguos alumnos de Luciano, alumnos que,
cuando la herejía estalló, ocupaban muchas de las principales sedes de
Oriente. Filostorgio cita entre ellos a Eusebio de Nicomedia, M a r j l ' d e Calce-
donia, Teonio de Nicea, Leoncio, que llegó a ser obispo de Antioquía,
Antonio de Tarso y muchos otros ( 2 3 ) .
Todo este grupo de "colucianistas", como el mismo Arrio los llama ( 2 4 ) ,
formaban una camarilla estrechamente unida, la cual sostuvo ardientemente
la causa de Arrio. Frente a ellos, San Alejandro de Alejandría, que conduce
el ataque contra el árrianismo, censura a Luciano como maestro de Arrio y
sucesor de Pablo de Samósata. Escribe en su carta dirigida a los obispos de
Egipto, de Libia, de Pentápolis, de Siria, de Licia, de Panfilia, de Asia, de
Capadocia, de Tebaida y de otras regiones vecinas ( 2 S ):
"Vosotros estáis instruidos por Dios; vosotros no ignoráis que esta doctrina, que
se alza contra la fe de la Iglesia, es la doctrina de Ebión y de Artemas (Artemón), es
la teología perversa de Pablo de Samósata que en Antioquía ha sido arrojado de la Igle-
sia por una sentencia conciliar de los obispos venidos de todas partes; su sucesor Luciano
estuvo excomulgado largo tiempo bajo tres obispos; de la impiedad de estos herejes,
estos hombres, nacidos de la nada, han sorbido hasta las heces. . . Arrio, Aquilas y
toda la banda de sus compañeros de maldad."

Parece imposible rehusar u n testimonio tan próximo a los hechos y tan


solemne ( 2 6 ) ; pero no podemos concluir que la teología de Luciano se identi-
fique con la de Pablo de Samósata ( 2 T ), sino solamente que Luciano, como
Pablo, no reconocía la divinidad del Hijo de Dios, abriendo así el camino a
Arrio ( 2 8 ).

( 22 ) Cf. E. SCHWARTZ, Zur Geschichte des Aihanasius, en Nachrichten der K. Aka-


demie der Wissenschaften zu Góítingen, 1904, p. 529, n. 4.
(23) Hist. Eccl, II, xiv.
( 24 ) Cf. TEODORETO, Hist. Eccl, I, v, 4.
(25) TEODORETO, Hist. Eccl-, I, iv; Teodoroto transcribe el ejemplar enviado a Ale-
jandro de Bizancio.
( 26 ) Seguramente las dificultades son grandes; sin embargo no creemos poder des-
cartar este testimonio, como lo hace BARDY (Recherches sur saint Luden, pp. 50-59).
Sólo diez años separan esta carta de la muerte de San Luciano; el obispo de Alejan-
dría, enviándola a todos los obispos de Oriente, no podía hablar de esta excomunión
prolongada de. Luciano, el maestro de tantos obispos, sin levantar las mayores pro-
testas, si la acusación no fuese verdadera.
(2T) El árrianismo no deriva del monarquianismo, como la herejía de Pablo de
Samósata, sino del subordinacionismo; el obispo de Alejandría no pretende afirmar
lo contrario, sino encerrar en una misma condenación a todos los que niegan la divi-
nidad del Hijo de Dios, Ebión, Artemón, Pablo, Luciano y Arrio.
( 28 ) Es sorprendente, que de la escuela de Luciano, excomulgado durante el ponti-
ficado de tres obispos de< Antioquía, hayan salido tantos obispos. Podremos decir, para
hacer menos inverosímil este hecho, que si Luciano ha estado excomulgado bajo los
tres obispos, Domno, Timeo y Cirilo, terminó esta excomunión a más tardar cuando
el obispo Cirilo fué condenado en 303 a las minas y reemplazado por Tyrano. Esto
nos lleva a veinte años antes de la carta de Alejandro y, en el intervalo, el martirio
borró las sospechas sobre Luciano y el prestigio de su doctrina pudo recomendar a sus
discípulos a los ojos de los cristianos para que los eligiesen; recordemos lo que más
arriba dijimos (p. 294) de los obispos de Laodicea. Añadamos que los colucianistas
formaban un partido estrechamente unido y sin duda se ayudaron los unos a los otros
para subir a las principales sedes de Oriente.

I
306 HISTORIA DE LA IGLESIA

LOS ORÍGENES ANTIOQUE- Este estudio es necesario no sólo para entender


NOS DEL ARRIAN1SMO la enigmática personalidad de Luciano de Antio-
quía, sino sobre todo, para dar con las raíces del
arrianismo: herejía antioquena más que alejandrina, apareció en Alejandría,
pero profesada por u n alumno de la escuela de Antioquía. A lo largo del
siglo iv, no pudo penetrar en Egipto n i en Alejandría, mientras que se iba pro-
pagando profundamente por los territorios sometidos a la influencia de An-
tioquía ( 2 9 ). Por su exégesis literalista, por su argumentación capciosa y
racionalista, el arrianismo no puede emparentarse con el idealismo de Orí-
genes, sino más bien con los trabajos escriturísticos de Luciano ( 30 ) y con la
dialéctica de Pablo de Samosata.
Debemos reconocer, sin embargo, que el subordinacionismo de Orígenes
proporcionó algunos elementos a la teología de Arrio, de manera que en todo
el Oriente, donde la influencia de Orígenes había penetrado tan profunda-
mente, las negaciones de Arrio y de Eusebio de,Nicomedia encontraron con
frecuencia, si no simpatías, al menos dudas y vacilaciones, que nacían de las
especulaciones atrevidas sobre la jerarquía de las personas divinas de Oríge-
nes, de Dionisio de Alejandría y de algunos otros de sus sucesores. Se pre-
siente ya la violencia y los peligros del conflicto: para que triunfe la teología
trinitaria de Dionisio de Roma, se necesitará toda la inquebrantable cons-
tancia de San Atanasio, sostenida por la autoridad de la sede de Roma.

(29^ Qf. BAKDY, Saint Luden d'Antioche et son école en Recherches de Science reli-
gieuse, t. XXII, 1932, p. 445: "Los obispos de Palestina están en gran número de
acuerdo con los lucianistas, mientras que la mayor parte de los de Egipto y Pentá-
polis se agrupan en derredor del obispo de. Alejandría."
(30) Cf. BARDY, Saint Luden d'Antioche et son école en Recherches de Science reli-
gieuse, t. XXII, 1932, p. 454: "Su doctrina (de Luciano) en cuanto podemos conocerla
por los que se formaron con él, era esencialmente escriturística;... como antes Orígenes
era un biblista; pero prestando atención marcadísima al texto mismo de las Escrituras,
dejó de lado las fantasías del alegorismo. Llevaba a sus discípulos a una exégesis posi-
tiva, sin duda menos brillante que la interpretación espiritual."
CAPITULO XIV

LAS CORRIENTES DOCTRINALES D E L SIGLO III


Y SU INFLUJO E N LA IGLESIA ( ' )

§ 1 . — - D i s c u s i o n e s doctrinales

LA FE CRISTIANA Hemos descrito en los capítulos que preceden, la histo-


EN EL SIGLO III ria de la Iglesia a través del siglo n i , su expansión
progresiva y el desarrollo de su doctrina: después de
la persecución de Severo, hemos podido seguir en Roma y en África, en Ale-
jandría y en Palestina el poderoso vuelo de la fe cristiana. Desde el 250
al 260, Decio y Valeriano hacen grandes esfuerzos para contener el avance
del cristianismo; mueren los perseguidores y la Iglesia vuelve a su obra de
conquista, invade el mundo romano, penetrando unas tras otras todas las pro-
vincias del Imperio y todas las clases de la sociedad.
Esta conquista de las multitudes señala el triunfo de la fe cristiana, pero
es al mismo tiempo para ella u n gran peligro. El fermento cristiano ¿será
lo bastante poderoso para hacer fermentar toda la masa o perderá su fuerza
en ella? ¿Serán los jefes de la Iglesia la "sal de la tierra", o se desvirtuarán
y no serán buenos sino para ser hollados? El problema se presenta vivamente
en este siglo, poniendo a prueba la virtud del Evangelio. Los hechos que
hemos expuesto bastan para demostrar que la Iglesia ha superado la prueba;
pero es útil agrupar aquí los distintos datos que se completan y dan luz
mutuamente.
A fines del primer período de paz (220-250), en vísperas de la persecución
de Decio, la Iglesia está orgullosa de sus conquistas, pero sus mismos triunfos
le inquietan: Orígenes, en su apología contra Celso, insiste^ sobre la mila-
grosa propagación del cristianismo y ve en ella una prueba de su fuerza
divina; pero por las mismas fechas, hablando a los cristianos, recuerda el
tiempo de las persecuciones y echa de menos aquel fervor ( 2 ) . San Cipriano
reconoce las mismas debilidades en los cristianos de Cartago, y las describe
con severa precisión ( 8 ).

APOSTATAS Y Cuando la segur de la persecución amenazó a esta masa,


ARREPENTIDOS sólo en parte convertida, las defecciones fueron m u y nu-
merosas (*): Cipriano en Cartago y Dionisio en Alejandría
nos han descrito esta multitud de apóstatas:
"Unos se acercaban pálidos y temblorosos, no como hombres que van a sacrificar,
sino como hombres que van a ser sacrificados e inmolados ellos mismos a los ídolos;
el numeroso pueblo que los rodeaba, los hería con sus risas y sus burlas y era evidente

C1) BIBLIOGRAFÍA. — La misma bibliografía que en los capítulos II, IX, X, XIII.
(2) Cf. supra, pp. 218-219.
(3) Cf. supra, p. 164.
(4) Cf. supra, pp. 164-165.

307
1

308 HISTORIA DE LA IGLESIA

que les faltaba valor, tanto para morir como para sacrificar. Otros, sin embargo,
corrían a los altares con gran resolución y protestaban con audacia que jamás habían
sido cristianos... los demás o seguían el mal ejemplo de unos y otros o huían" ( 5 ).
¿Diremos que estos apóstatas jamás habían sido cristianos? Sería este u n
juicio demasiado severo y que desmentiría el resto de su vida: pasada la
persecución, vuelven a la Iglesia y reclaman o imploran su perdón; se les
impone una penitencia, que pesará sobre ellos tanto como su vida y la mayor
parte se someten. Su fe no es tan fuerte como para poder superar las torturas
y aceptar la muerte; pero es al menos lo suficientemente sincera, para hacer-
les intolerable la vida pagana y aceptar el permanecer toda la vida a las
puertas de la Iglesia en humilde y severa penitencia.
Este apostatar y arrepentirse nos dan a conocer en muchos cristianos una
fe débil, pero sin embargo sincera. Esto, que se hizo patente a la luz de la
persecución, pesaba oscuramente sobre la Iglesia en los largos períodos de paz.
Novaciano que en los días de Decio protesta "que no quiere ser sacerdote
porque está enamorado de otra filosofía" ( 6 ) , después de la persecución se
hará consagrar irregularmente por tres obispos y levantará su cátedra frente
a la de Cornelio.

LAS CORRIENTES Estas debilidades de la fe, las apostasías, los cismas, las
RELIGIOSAS herejías que provocan, se explican ciertamente por la
herencia pagana de hombres imperfectamente converti-
dos; pero también por el influjo de corrientes religiosas, que amenazan enton-
ces la fe de los cristianos, les debilitan y a veces los arrastran. Quisiéramos
considerar aquí u n poco más detenidamente esas corrientes y su acción en el
mundo cristiano del siglo n i .

FRAGILIDAD DEL Si consideramos el cuadro en que se desarrolla la vida


IMPERIO ROMANO de la Iglesia, aparece u n primer peligro que amenaza
su unidad. En la edad apostólica el mundo romano,
regido por una autoridad poderosa, comenzaba a gustar, después de largas
conmociones políticas, el beneficio de la paz y agradecía al Imperio este
bienestar, que hacía menos vivo el sentimiento por la libertad perdida. En
esta época la autoridad romana se ha desacreditado por los abusos. El Impe-
rio, en manos de extranjeros y muchas veces de aventureros indignos, es
incapaz de asegurar la unidad de tantas naciones sometidas, que ante esta
manifiesta debilidad, vuelven a tener conciencia de su fuerza. Recuérdese
la aventura de Palmira, que si'bien no duró más de diez años, reveló a todo
el Oriente la fragilidad del Imperio romano.

DIVISIONES También la Iglesia es víctima de disensiones: la querella


EN LA IGLESIA origenista enfrenta a Alejandría, Roma y Occidente con
la entente de las provincias orientales; se anuncian ya
los conflictos que brotarán de la crisis arriana. En las provincias occidentales
aparecen también tendencias nacionalistas, que amenazaban a la unidad del
Imperio y al mismo tiempo a la unidad de la Iglesia: en Arnobio y en Como-
diano ( 7 ) aparece esa rivalidad frente a Roma, que no conocieron los pri-
meros africanos y que m u y pronto dará al cisma donatista fuerza apasionada.

(E) Dionisio, ap. EUSEBIO, Hist. Eccl., VI, x u , 11-12.


(6) Carta de Cornelio a Fabio de Antioquía, en Hist. Eccl., VI, XLIU, 16.
C) Cf. infra, p. 330.
DOCTRINAS DEL S. III, SU I N F L U J O EN LA IGLESIA 309

También en el siglo m aparecen las literaturas copta y siríaca en la Iglesia,


instrumento de propaganda ciertamente; pero también de emancipación: el
helenismo pierde su hegemonía literaria, así como el romanismo su hegemonía
política.
Para contener esta divergencia de fuerzas, la autoridad central debía
preocuparse de estrechar los lazos de unión; la acción de Fabián, Dionisio
de Roma y Cornelio, dirigida en este sentido, fué m u y eficaz ( 8 ).

PELIGROS DE CISMA Aparecen en esta época en la Iglesia amenazas de


cismas mucho más temibles que los del siglo i,
cuando los cristianos no eran más que " u n pequeño rebaño"; entonces, per-
seguidos y rechazados por la sociedad romana y muchas veces martirizados,
se estrechaban los unos contra los otros. En aquel tiempo estallaron ya algu-
nas disensiones; por ejemplo en Corinto entre los partidarios de Pablo, los de
Cefas, los de Apolo y los de Cristo, y cuarenta años más tarde, espíritus inquie-
tos turbaban de nuevo la iglesia de Corinto y rehusaban ,1a obediencia a los
presbíteros. Pero estas disensiones locales no eran más que cortos accesos de v
fiebre que una carta de San Pablo o de San Clemente bastaban para disipar.
Entonces la Iglesia no poseía riquezas, ni tenía poder; a nadie podía tentar
la ambición n i la concupiscencia y estaba tan estrechamente unida la comu-
nidad cristiana, que el que quería promover u n cisma en ella, era expulsado.
En el siglo n i , el prestigio de la Iglesia era tan grande, que Decio veía
en el obispo de Roma u n adversario más temible para él que u n pretendiente
al Imperio; y cristianos ambiciosos podían aspirar a hacerse u n partido entre
el pueblo cristiano. Cualquier elección discutida o una cuestión disciplinar
bastaba para que se organizase una pequeña iglesia separada, como la de
Hipólito o la de Novaciano en Roma; la de Felicísimo y de Novato en Car-
tago, la de Melecio en Egipto.

UNIDAD DEL EPISCOPADO El episcopado entero oponíase a estos ataques


bajo la dirección de sus jefes, Cipriano de
Cartago, Dionisio de Alejandría y sobre todo los obispos de Roma, Fabián,
Cornelio y Dionisio. Bajo la amenaza del peligro, la fraternidad cristiana
se estrecha y los obispos más celosos de la independencia de su acción apelan
a la intervención de una autoridad soberana, cuya indispensable interven-
ción requieren: San Cipriano escribe a San Esteban: "Debéis escribir explí-
citamente a nuestros colegas en el episcopado de la Galia, a fin de que no
permitan por más tiempo a Marciano, orgulloso y terco, insultar a nuestro
colega" ( 9 ). Así estas dolorosas experiencias dan a todos los miembros de
la Iglesia una conciencia más viva de la unidad de su gobierno y de la
autoridad de su jefe supremo.

CUESTIONES DOCTRINALES Estos cismas se complican muchas veces con


discusiones doctrinales que hacen el peligro
mucho más grave. Al terminar la era apostólica, el cristianismo debió defen-
derse de las herejías gnósticas; pero entonces y durante todo el siglo n, los
que reniegan de la fe del bautismo abandonan abiertamente la Iglesia y fun-
dan sus sectas. En cambio, al finalizar este siglo, ya no es así: los monarquía- t
nistas, los adopcionistas no se separan de la Iglesia, como lo hacían Marción

(8) Cf. infra, pp. 349-364.


(9) Epist. unan, 2.
310 HISTORIA DE LA IGLESIA

y Valentín, sino que pretenden permanecer en su seno y crear en ella escue-


las, las herejías. El ejemplo más patente de estas pretensiones es el de Pablo
de Samosata: mutilando a su gusto el dogma, se empeña en permanecer en
la Iglesia y más aún como obispo de Antioquía, siendo así que ha largo tiempo
que no era cristiano. U n primer concilio no pudo destruirlo; su dialéctica
sutil escapaba a sus jueces y desafió así durante cuatro años todas las conde-
naciones. A u n después de convicto de herejía, fué preciso recurrir al empe-
rador Aureliano, para expulsarle de la Iglesia.
Es u n precedente de las astucias de los arríanos, de las intervenciones mu-
chas veces estériles de los sínodos y de los recursos al emperador, remedio que
será peor que el mal.

INFLUENCIA DE En esta nueva actitud de los herejes debemos ver la


LA FILOSOFÍA influencia de las filosofías religiosas de la época y sobre
todo de las corrientes idealistas que tienden a disolver
las creencias. Las ideas platónicas, que para Platón no solamente estaban
determinadas ellas mismas, sino que eran el principio de toda determinación,
son en este tiempo descritas así por Apuleyo: "Estas formas que Platón llama
ideas, son inacabadas, informes, no definidas por ninguna determinación, por
ninguna cualidad precisa" ( 1 0 ). Bajo la influencia de estas concepciones, el
infinito no puede concebirse sino como el indeterminado y en esta bruma se
diluyen todas las formas netas, precisas, en que el pensamiento griego se
complacía. Se comprende que en muchos de los que se separan de la Iglesia,
la fe cristiana se disuelva en una atmósfera de ensueño: recordemos el curio-
sísimo texto en que, a finales del siglo n , Rodón, el maestro católico de la
escuela de Roma, habla de su encuentro con el marcionita Apeles:

"Apeles me dijo que no hay que pretender un examen riguroso (del dogma), sino
que cada uno debe atenerse a su fe; creía que los que esperasen en el Crucificado
se salvarían, con tal que fuesen encontrados en buenas obras. Afirmó que para él
la cuestión más oscura era la de Dios."
Marción admitía dos principios, otros marcionitas tres; Apeles sólo recono-
cía u n o ; ¿por qué? preguntó Rodón y Apeles le respondió:
"Confieso que no sé cómo hay más que un principio; pero me siento obligado
a afirmarlo" í 1 1 ).
En esta filosofía no se espera llegar a la verdad por la razón, sino que se
confía esta misión al instinto. Se complacen en este sentimiento, que reco-
nocen incomunicable y que no puede imponerse a nadie; por lo mismo no
se puede hacer de la ortodoxia condición para la salvación.
Esta actitud espiritual es común a todo el mundo pagano en aquella época.
Ha mucho tiempo que los hombres cultos reconocen la falsedad de las creen-
cias vulgares y se complacen en ver en ellas símbolos de los cuales su exégesis
alegórica extrae toda u n a filosofía de la naturaleza ( 1 2 ) ; filosofía que puede
revestir en cada pensador formas distintas; pues ninguno pretende con ella

( 10 ) De Platone, i, 5. Cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. II, p. 76.


I11) Ap. EUSEBIO, Hist. Eccl., V, xm, 5-7.
(12) Existe esta exégesis alegórica en las filosofías estoicas, por ejemplo en Zenón
y en Crisipo: Stoicorum Veterum fragmenta, ed. 1. VON ARNIM (Leipzig, 1903-1905)
I (Zenonis) fr. 152-177; II (Crysyppi) fr. 1061-1100. El documento más interesante
es el de CORNUTO, TheologitB grcecee compendium (ed. LANG, Leipzig, 1881). Cor-
nuto murió hacia el 68 d. C. y es por lo tanto un contemporáneo de San Pablo. Esta
exégesis ha sido estudiada muchas veces, por ejemplo por DECH^RME, La Critique des
DOCTRINAS DEL S. III, SU INFLUJO EN LA IGLESIA 311

aprehender la verdad sino, a lo más, contemplar algunos de sus reflejos. Los


convertidos, formados en esta escuela, no olvidan sus lecciones y, cuando se
alejan de la Iglesia y de la autoridad, especulan con la fe cristiana lo mismo
que en otro tiempo hacían con las mitologías y la filosofía helénica. Así los
marcionitas según su gusto religioso encontrarán dos o tres principios o uno
solo; los gnósticos valentinianos se complacerán en dar libre curso a la fanta-
sía y gozarán viendo germinar los eones de la ogdóada, de la década, de la
dodécada. Los que antes se entusiasmaban con Isis y Osiris de Plutarco y las
Metamorfosis de Apuleyo encontrarán en los sueños gnósticos u n a embria-
guez menos brutal, en la que a u n gozarán de algunos reflejos del cristia-
nismo. Renuncian a la seguridad de la fe cristiana, pero esa seguridad les
parece muchas veces u n a esclavitud. La posesión de la verdad es para las
almas profundas u n tesoro inestimable, mas, para los espíritus ligeros que
cada día sueñan con nuevas investigaciones y cuya frivola curiosidad no
puede ser cautivada n i por la palabra de Dios, es u n a pesada carga. E n la
persecución, la perspectiva del martirio despertaba las almas de estos sueños
y de esta embriaguez y las hacía aparecer ante la muerte con la sublime
gravedad de la fe cristiana; pero, pasado el peligro, la vida pagana sonreía de
nuevo a sus enemigos de la víspera, ofreciéndoles su sincretismo acogedor,
era demasiado seria la tentación para no ver en el cristianismo más que u n a
doctrina religiosa como las demás, más alta ciertamente y más p u r a ; pero
maleable también y capaz de plegarse y de'renunciar a esa intransigencia que
los paganos no podían tolerar n i comprender.

LA FE Frente a esta frivolidad, la Iglesia recuerda su símbolo de fe:


"No tenemos necesidad de curiosidad después de Jesucristo n i de
investigación después del Evangelio. U n a vez que creemos en él, no tene-
mos necesidad de creer nada más. Porque el primer artículo de nuestra fe es
que no h a y nada m á s que debamos creer" ( 1 3 ). Estas declaraciones perento-
rias eran sostenidas por toda u n a teología sobre la Iglesia y su autoridad
doctrinal: la Escritura, la tradición, todas las fuentes del dogma cristiano
pertenecen a la Iglesia; ella asegura su integridad e interpreta su sentido.
La doctrina que da "es u n depósito precioso encerrado en u n vaso de gran
precio; el Espíritu la rejuvenece continuamente y comunica su juventud al
vaso que contiene la f e . . . porque donde está el Espíritu, allí está la Iglesia
de Dios y donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda la gra-
cia y el Espíritu es la verdad" ( 1 4 ). Estas tesis de Ireneo admiran por su
profundidad y su luz; pero a u n se percibe mejor su fuerza imperiosa al con-
traponerla a los sofismas disolventes de los gnósticos.

EL RACIONALISMO Esta fe no es solamente obediencia a la autoridad de


la Iglesia y a la revelación de Dios sino que es tam-
bién amor a esta misma verdad religiosa, por la cual están dispuestos a morir
los cristianos. H e aquí u n nuevo conflicto entre la Iglesia y el mundo al que
quiere conquistar. E n los círculos helénicos y romanos, t a n orgullosos de su
cultura, encontramos n o sólo u n sincretismo complaciente y u n idealismo

traditions religieuses chez les Grecs, París, 1904, pp. 270-355; más brevemente en
nuestra Histoire du dogme de la Trinité t. I, pp. 33-43. Ya vimos cómo Porfirio acu-
saba a Orígenes de haber tomado de los griegos su método alegórico para aplicarlo
a las Escrituras de los judíos, (ap EUSEBIO, Hist. Eccl., VI, xix, 8. Citado supra, p. 220):
(1S) TERTULIANO, De prazscriptione, va, 12-13.
(14) IRENEO, Adv. Hmr. III, xxiv, 1. Texto citado supra, p. 49.
312 HISTORIA DE LA IGLESIA

frivolo, que se complace en idear teorías, sino también u n racionalismo


extremo para el cual el dogma cristiano no puede ser más que u n a quimera.
Este racionalismo es el que a finales del siglo m inspira la polémica de
Porfirio ( 15 ) y es el que a lo largo de todo el siglo se esfuerza por seducir
a los cristianos y derribar el edificio del dogma cristiano.
Es racionalista la actitud de los adopcionistas que atacó Hipólito: no quie-
ren admitir más que lo que se puede demostrar por "silogismo conjuntivo o
disyuntivo; dejando de lado las Santas Escrituras, se aplican a la geometría",
se hacen discípulos de Euclides, Aristóteles, Teofrasto y Galieno; mutilan las
Escrituras, con pretexto de corregirlas, o, por no tomarse la molestia de falsi-
ficarlas, rechazan sencillamente la Ley y los profetas ( 1 6 ).

PRIMEROS ENSAYOS Los marcionitas abrieron el camino: no es que Mar-


DE CRITICA BÍBLICA ción fuera racionalista; pero su cristianismo orgu-
lloso y apasionado tenía la pretensión de superar las
exigencias de la fe de la Iglesia católica; pero al rechazar el Antiguo Testa-
mento, se veía obligado a hacer su crítica y ' esto le llevó a él y a u n más
a sus discípulos, al racionalismo ( 1 7 ).
El método que todos estos herejes emplean contra el Antiguo Testamento
es el que Porfirio empleaba contra el Evangelio: sin cuidarse del sentido reli-
gioso de los hechos, los presentan como cuentos inverosímiles o por lo menos,
como incidentes vulgares que hacen objeto de sus ironías. La Biblia despojada
de su prestigio divino y h e c h a 1 objeto de sarcasmos, queda reducida a una
colección de mitos y leyendas.
Al influjo de estas afirmaciones racionalistas se deben, sobre todo en Oriente
y entre los separados de la Iglesia católica, esas tímidas tentativas para dis-
cernir en el Pentateuco lo que es divino y lo que no lo es. Así Tolomeo,
discípulo de Valentín, en su Carta a Flora, distingue en la Ley tres fuentes
distintas: Dios, Moisés y los ancianos; y el redactor de las Homilías clementi-
nas afirmaba que Moisés no había escrito nada y que la Ley, redactada des-
pués de su muerte por los ancianos, había recibido adiciones peligrosas ( 1 8 ).
Se ha querido ver en estas imaginaciones los primeros ensayos de crítica bí-
blica, pero es u n honor que los herejes no merecen; pues sus hipótesis no han
sido provocadas por investigaciones científicas, sino que son expedientes in-
ventados para salvar algo del Antiguo Testamento y rechazar lo demás.
Si se llegó a estas conjeturas que ni la tradición judía ni la tradición cris-
tiana autorizaban es porque sentían la gravedad del peligro y las comunida-
des cristianas, 'separadas de la Iglesia católica ( 1 9 ), hacían lo imposible por
salvarlo. Hacia el año doscientos diez, Tertuliano escribía: "Hoy en todos
los países del mundo tenemos más adeptos que los marcionitas" C 20 ); y esta
preponderancia numérica representaba p a r a ' él como el término de u n pro-
greso; parece, pues, que a finales del siglo n la situación era menos favora-
ble y que al menos en ciertas regiones los herejes que rechazan el Antiguo

(") Cf. supra, pp. 193-194.


(16) Citado por EUSEBIO, Hist. Eccl., V, xxvm, 13-19. Cf. supra, pp. 82-83.-
(17) Sobre esta critica racionalista de los marcionitas es interesante el estudio de
A. MARMOSTEIN, The Background of the Haggadah en Hebrew Union College Annual,
Cincinnati, 1929, pp. 141-204 y sobre todo pp. 150-183: La polémique anti-marcio-
nite. Estudiamos más arriba la reacción de Orígenes contra esta tendencia (pp, 244-245).
(18) Sobre todo esto cf. supra, p. 267.
(19) En los medios católicos no aparecen estas críticas radicales; sin embargo la
distinción de Ley y Deuterosis de la Didascalia parece obedecer a las mismas preocu-
paciones; cf. supra, p. 268.
(20) Aiversus Marcionem, V, xx. Cf. HARNACK, Marcion, p. 206.
DOCTRINAS DEL S. III, SU INFLUJO EN LA IGLESIA 313

Testamento tenían por lo menos tantos adeptos como la Iglesia católica. Esta
temible expansión del marcionismo explica también los múltiples y perseve-
rantes esfuerzos de los polemistas católicos, entre los que debemos contar a sus
mayores teólogos; pues la obra de Ireneo está orientada'contra Marción y lo
mismo podemos decir de Orígenes.

LA RESISTENCIA CATÓLICA Estos esfuerzos no fueron estériles: a Ireneo


debe la Iglesia la concepción de la educación
progresiva de la humanidad, preparada paulatinamente, desde Adán, a través
de los profetas y de los 'patriarcas, para la Encarnación del Hijo de Dios, la
efusión del Espíritu Santo y finalmente para la visión de Dios, herencia
de los elegidos. Orígenes, a su vez, supo ver en los profetas, testigos privile-
giados de Dios, que llegan "después de haber sido preparados mediante figu-
ras, hasta la contemplación de la verdad" ( 2 1 ) . El método de la exégesis
alegórica que esta reacción ha provocado en Alejandría h a podido incurrir
en ciertos extremismos, pero se le deben beneficios inestimables, por haber
apartado a las mentes del literalismo racionalista de los judíos y sobre todo
de los marcionitas ( 2 2 ).

§ 2 . — E l d e s a c u e r d o e n t r e la f e p o p u l a r
y la t e o l o g í a d e l o s sabios ( 2 3 )

En todos estos conflictos es patente la reacción victoriosa de la Iglesia frente


a los ataques y frente a la invasión de la vida y del pensamiento paganos.
Debemos insistir ahora sobre u n peligro que parece menos grave, pero que
existió en el siglo m : es el desacuerdo, que ya hemos hecho notar varias
veces, entre la fe popular y la teología de los sabios. No está de más estu-
diarlo nuevamente para establecer su origen e importancia.

LAS EXIGENCIAS El problema que nos preocupa aquí es de todos los


DE LA ÉLITE tiempos; más peligroso en el siglo n i por la rápida
expansión de la Iglesia en el mundo pagano. 'Los nue-
vos adeptos están habituados, en las religiones paganas, a las iniciaciones pro-
gresivas que aislan a los elegidos d e ' l a multitud. E n el paganismo grecorro-
mano los viejos mitos son interpretados por los filósofos como símbolos alegó-
ricos de sus doctrinas; y las religiones de los'misterios conducen a los inicia-
dos, en etapas sucesivas, hasta la epopcia (contemplación). La gnosis en sus
múltiples formas, está construida según el mismo plan: a los elementos de la
religión común añade las revelaciones secretas que introducen a algunos
privilegiados en las profundidades que el vulgo ignorará siempre.

( 21 ) In Joann., VI, m, 15. Cf. ZOELLIG, Die Inspirationslehre des Orígenes,


pp. 44-48. Como sucede, con excesiva frecuencia en Orígenes esta admiración por los
profetas llega a deformarse por exceso y así los presenta como ángeles encar-
nados: In Mt., xn, 30; cf. HUET en su nota sobre este pasaje y en sus Origemana,
II II 5 24.
'( 22 ) Cf. supra, p. 245.
(2S) Hemos estudiado este desacuerdo con más detalle en la Revue d'Histoire ecclé-
siastique, t. XIX y XX, 1923 y 1924, pp. 481-505 y 5-37. Algunas de las ideas de
este capítulo están tomadas de estos artículos, otras de un artículo publicado éa
Recherches de Science religieuse, t. XII, 1922, pp. 265-296, sobre Les degrés de la
connaissance religieuse d'aprés Origine.
314 HISTORIA DE LA IGLESIA

Los nuevos convertidos han conocido estos sueños, han renegado de las ilu-
siones de su paganismo y de su gnosis; pero por instinto muchos piden a la
Iglesia lo que hasta ahora habían buscado: u n conocimiento religioso digno
de su ciencia. ¿Es una pretensión orgullosa o una ambición legítima? He
ahí el grave problema que Orígenes plantea en el prefacio de su quinto volu-
men: dirigiéndose a su amigo Ambrosio, en otro tiempo caído en el gnosti-
cismo, le recuerda la seducción que antaño había ejercido sobre él; no era
solamente ambición intelectual; era sobre todo "el amor de Jesús, que no
podía contentarse con una fe no razonada y vulgar" ( 2 4 ).

DESCONFIANZA DE LOS Pero si algunos espíritus selectos sienten estas


SENCILLOS RESPECTO exigencias y reclaman del teólogo tales esfuer-
DE LA CIENCIA zos, los espíritus sencillos los temen muchas
veces y no ven más que charlatanería en esta
ciencia y temeridad en aquellas investigaciones ( 2 5 ). No podemos ser de-
masiado severos con esta timidez, si se recuerda que cada día, en torno
suyo, la gnosis levanta nuevas construcciones que se desploman con rui-
doso fracaso. Por el temor a estas ruinas, en las que tantas almas pere-
cen, muchos repiten sin cesar "que no hay que interesarse por la filosofía
n i la dialéctica, ni aplicarse al estudio del universo; piden la fe pura de los
simples" ( 2 6 ).

ACTITUD DE SAN IRENEO Tertuliano ha traducido estas condenaciones


en u n lenguaje sonoro e imperioso; pero su
extremismo le ha llevado demasiado lejos ( 2 T ). San Ireneo era mucho más
prudente: a los teólogos impacientes por la ciencia, les recordaba la unidad
inviolable de la fe cristiana, para abrir luego u n campo inmenso de estudio,
todas las riquezas insondables de la ciencia y de la sabiduría de Dios, que
San Pablo no dejaba de contemplar y a las cuales orientaba a sus discípu-
los ( 2 8 ). Estos problemas no serán jamás para él objeto de especulación ambi-
ciosa como lo era en los gnósticos, sino que son misterios religiosos que Dios
amorosamente revela al hombre y que no pueden ser percibidos sino cuando
se llega hasta Dios por la caridad ( 2 9 ). Así considerando las relaciones de la
teología cristiana con la caridad, Ireneo exclama:

"Es mejor no saber nada e ignorar la causa de todo lo que existe, a condición
de creer en Dios y perseverar en su amor, que llenarse de ciencia y decaer de este
amor que da la vida; dejar toda otra investigación científica, para no conocer más que
a Jesucristo, Hijo de Dios, crucificado por nosotros, es mejor que ser arrastrado a la
impiedad en busca de sutilezas y de cuestiones" ( 8 0 ).

(2i) In Joann., V, 8; cf. supra, p. 221.


(25) Orígenes, como Clemente, se queja a veces de ello; por ejemplo, en esta homilía
sobre los Salmos: "Entre otros defectos los ignorantes tienen el detestable de consi-
derar a los que se. dedican al ministerio de la palabra y de la enseñanza como a
personas vanas e inútiles; estiman más su propia ignorancia que. el estudio y labor de
los maestros y, mudando el valor de las palabras, llaman a estos ejercicios charlata-
nería, mientras que su inculta ignorancia significa para ellos sencillez" (In Psalm.
xxxvi hom. v, 1).
( 26 ) CLEMENTE, Strómata I, ix, 43, 1.
( 27 ) De prmscriptione, vn y xn; cf. supra, p- 150.
( 28 ) Adversas hoereses, I, x, 2-3; cf. siipra, p. 43.
( 29 ) Sobre esta teoría del conocimiento religioso en San Ireneo, cf. Histoire du
dogme de la Trinité, t. II, pp. 534-539.
(80) Adversus hcereses, II, xxvi, 1. Cf. supra, p. 46.
DOCTRINAS DEL S. III, SU I N F L U J O E N LA IGLESIA 315

Todo cristiano que plantee la cuestión como Ireneo la resolverá como él,
poniendo en primer lugar a estos cristianos que no conocen más que a Jesu-
cristo y a Jesucristo crucificado. Pero los teólogos de Alejandría plantean
la cuestión a otra luz m u y distinta y la resuelven por lo mismo de distinta
manera.

ACTITUD DE CLEMENTE En Alejandría se nota el contraste más que en


DE ALEJANDRÍA Occidente: las altas especulaciones de los teólo-
gos aparecen a los ojos de los sencillos como
empresas temerarias; y los teólogos por su parte m i r a n la fe de aquéllos
como insuficiente para cualquiera que pretenda la perfección cristiana.
Para comprenderlo bien es preciso recordar la distancia que separa la gno-
sis alejandrina, aun en católicos como Clemente y Orígenes, de la especula-
ción teológica de Tertuliano, Hipólito o Novaciano. La gnosis no es una
ciencia puramente h u m a n a , nacida del esfuerzo teológico, sino que es u n
conocimiento teológico más elevado, u n a intuición que inicia en misterios
ocultos a la multitud; transforma su vida moral y religiosa, les saca de la
condición servil común a todos los hombres para hacerlos amigos de Dios, igua-
les o superiores a los ángeles. Tales pretensiones herían a los simples fieles:
podían efectivamente ser inferiores en ciencia a sus maestros; pero no podían
consentir que fuesen tenidos por cristianos de segundo orden, relegados durante
toda su vida y quizá también en la eternidad a estar lejos de Cristo y de Dios.
Por otra parte "los gnósticos", que ven puesto en duda su privilegio, se indig-
n a n de que se les quiera arrebatar no solamente el prestigio de la ciencia
h u m a n a , sino también la intimidad de las revelaciones secretas, reserva-
das a ellos.
Ya en autores anteriores a Clemente se dejan traslucir estas tesis y la
oposición que originan entre creyentes y gnósticos:
"Yo sé que los misterios de la gnosis provocan burlas en la mayor parte, sobre todo
cuando no están encubiertos por una prudente tropología; mas para otros es una luz
que brilla de repente en medio de un banquete, en un salón oscuro: primeramente
les ofende, luego se habitúan, se adaptan, se ejercitan en el razonamiento y acaban
por estremecerse, exultar de gozo (¿y alabar?) ( 31 ) al Señor" ( 3 2 ).

Estos textos, mutilados y reunidos u n poco al azar en los fragmentos de


Clemente, no nos dan a conocer con certeza la posición de los autores ante-
riores; pero nos la hacen entrever; y al mismo tiempo, insertados en las
obras de Clemente, nos descubren el interés que para él tenían ( 3 3 ).
Sin embargo, el maestro del Didascáleo no se entregaba sin tino y sin control

( s l ) Es una laguna.
( 32 ) Eclog., 35. Estos fragmentos han sido estudiados por GOLUOMP, Une source
de Clément d'Alexandrie et des homélies pseudo-clémentines, en la Revue de Phüologie,
t. XXXVII, 1913, pp. 19-46 y con más detalles por BOUSSET, Jüdisch-christlicher Schul-
betrieb in Alexandria und Rom", pp. 155-271. Los Excerpta ex Theodoto han sido
editados con gran cuidado por R. P. CASEY, Londres, 1934. La comparación que se
hace aquí de. la revelación con una iluminación súbita está inspirada en los mis-
terios y la1 encontramos por esta época en otros autores, APULEYO, De Deo Socratis:
"Es en el seno de las más profundas tinieblas un deslumbramiento espontáneo de
una viva luz." Cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 79 y 30. En los frag-
mentos próximos al citado hay otros rasgos de esta gnosis, sobre todo en Eclogce, 27;
cf. Excerpta, 27. Estos textos han sido citados en la Revue d'Histoire ecclésiastique,
art. cit, pp. 493-495.
(S3) Sobre la doctrina valentiniana y la teología de Clemente en estos fragmentos;
cf. R. P. CASEY, The excerpta ex Theodoto, sobre todo pp. 5-38.
316 HISTORIA DE LA IGLESIA

a estas aspiraciones gnósticas cuyo peligro reconocía. En los cinco primeros


libros de sus Stramata y en el Pedagogo esta prudencia es patente: se exalta
la gnosis como una perfección a la que todo fiel puede y debe aspirar; la fe
la contiene en germen y se puede decir que el cristiano es perfecto desde
el bautismo ( 3 4 ). Pero, cuando Clemente es arrojado por la persecución de
Severo lejos de su escuela y de Alejandría, se deja llevar por sus aspiraciones
hacia una vida sin pasiones, en una perpetua contemplación, elevado sobre
la humanidad y entonces aparece en él y, a veces no sin cierta exageración
y amargura, la oposición entre el fiel y el gnóstico: el uno no toma de la
religión más que la letra, el otro él espíritu; el primero se queda con los
símbolos, el segundo llega hasta las realidades ( 3 B ). Afirma en ocasiones
que la fuente d e ' este conocimiento privilegiado es una tradición secreta con-
fiada por Cristo a los apóstoles y por éstos a algunos privilegiados ( 3 6 ).
Los iniciados, los gnósticos, tenían conciencia de poseer verdades religiosas
a las que el vulgo no puede llegar; pero son condescendientes con él y por
utilidad suya se realizan acciones simbólicas. Es la lección que, según Cle-
mente, se desprende de Pablo, haciéndose todo para todos y circuncidando
a Timoteo ( 3 7 ) ; y Orígenes repite la misma teoría con los mismos ejemplos.
A este cristiano privilegiado, que una nueva conversión hará pasar de la
fe a la gnosis ( 3 8 ), atribuye Clemente todas las perfecciones que los estoicos
ponían en su sabio: posee la ciencia y la virtud perfectas; lo sabe todo, lo
abarca todo, lo comprende todo; cada una de sus acciones es la misma rec-
titud; no tiene pasiones; transfigurado en Dios, ora a El sin cesar y su vida
es una fiesta perpetua. Es apóstol y sacerdote y constituye no solamente la
élite, sino la verdadera jerarquía de la Iglesia C39).
La vida eterna consagrará esta perfección trascendente y aislada: en el cielo,
como en la tierra, el gnóstico y el fiel están separados; no son del mismo reba-
ño ni habitan la misma morada; aquí abajo es perfecta la acción del gnóstico
y toda acción del fiel es intermedia ( 40 ) y en el otro mundo, "el hecho de ser
simplemente salvado es una de las fases intermedias; ser salvado como es
preciso es lo perfecto" y sólo el gnóstico llega a ello. Para el simple fiel la
conciencia que tendrá de su beatitud inferior será una pena eterna y ' l a más
dolorosa de todas ( 4 1 ).
Nótese, en fin, la ausencia total del sufrimiento en esta mística de Cle-
mente; falta la purificación por la prueba; rasgo por el cual se relaciona una
vez más con el platonismo y sobre todo con la mística de'Plotino. La oración
florece en la vida del gnóstico; pero apenas si aparece en la preparación. La
elevación parece' realizarse por el esfuerzo dialéctico y ascético ( 4 2 ). Cierta-

(34) Pedagogo, I, xxv y xxvi; cf. supra, p. 203.


(85) Stróm. VI, xv, 131-132.
C36) Stróm. VI, vn, 61, 1; Hipotiposis, en Hist. EccL, II, 1. Cf. supra, p. 214;
( " ) Stróm. VI, xv, 124; VII, ix, 53.
(38) Sobre esta segunda conversión, cf. supra, p. 214.
(3») Stróm. VI, vni, 65-68, 70-79; VII, x, 55-59.
i4®) Esta distinción está inspirada en la clasificación estoica de los valores morales:
la acción del justo es perfectamente recta; la del malo es mala y entre los dos la
acción del hombre vulgar que cumple con su deber es llamada "intermedia": CICEBÓN,
Acad. post, I, xxxvn; de finibus, III, LVIII; IV, LVI; cf. J. VON ARNIM, Stoicorum frag-
menta, t. I, p. 55; t. III, p. 134 y s.
(41) Stróm., VI, xiv, 108-114; cf. supra, p. 215. Esta teoría de moradas celestes
separadas las unas de las otras por un abismo se encuentra en los pasajes de CLEMENTE,
Stróm. IV, XV-XVIII, 97-114; VII, x, 55-59.
(42) Este esfuerzo es descrito así en un pasaje en que las etapas de la ascensión
mística son comparadas a las iniciaciones de los misterios: "No sin razón los misterios
DOCTRINAS DEL S. III, SU I N F L U J O EN LA IGLESIA 317

mente, estos caracteres no son los únicos: el papel de Cristo, revelador y


maestro, es fundamental y esto solo nos basta para definir su mística como
cristiana y no como simplemente helénica. Pero este cristianismo está fuer-
temente impregnado de u n helenismo orgulloso, m u y poco evangélico, que
queda m u y lejos de aquello de San Pablo: "¿Dónde está el sabio?, ¿dónde
el escriba?, ¿dónde el disputador de este siglo?" ( 4 3 ) ; y también lejos de Cris-
to: Jesús alababa al Padre porque había ocultado sus secretos a los sabios y a
los inteligentes y los había revelado a los pequeños ( 44 ) y para Clemente es a
los sabios y a los inteligentes a quienes los ha confiado Cristo ( 4 5 ).

ORÍGENES En Orígenes encontramos las mismas aspiraciones que en Cle-


mente y el mismo deseo apasionado de contemplación y de
ciencia ( 46 ) y el mismo sufrimiento ante las insuficiencias y las miras estre-
chas de una fe ignorante; pero estas aspiraciones aparecen en él más fre-
nadas. Clemente permaneció filósofo a u n después de hacerse cristiano y
sacerdote; Orígenes, cristiano de nacimiento, hijo de u n mártir, consagró
toda su vida al estudio de la Escritura y es ante todo exegeta y hombre de la
Iglesia a quien la predicación, siempre asidua y en sus últimos años coti-
diana, le mantuvo en contacto con el pueblo cristiano. Estas influencias
constantes y profundas no le permitieron aislarse en su torre dé marfil y en
ella soñar una vida apacible, lejos de las flaquezas humanas, libre de ellas,
lejos del mundo y de sus miserias. Pero, por otra parte, sus especulaciones
atrevidas y a veces temerarias atacan más directamente al dogma cristiano;
porque el dogma está siempre presente a su pensamiento. Ya lo expusimos
antes y no queremos repetirnos; pero sí debemos recordar cómo concibió
las relaciones entre la teología y la fe popular.
La simple fe tiene por objeto central a Cristo crucificado, conocimiento
ciertamente saludable, pero elemental; es leche de niños que la misericordia
de Dios ha preparado a falta de algo mejor para los que a u n son demasiado
débiles, a fin de que puedan elevarse más arriba "hasta llegar al conoci-
miento de Dios en la sabiduría de Dios" ( 4 T ). Así no puede sorprendernos
ver a Orígenes defender en u n pasaje del Contra Celso esta fe de los sencillos,
en los griegos comienzan por el agua lustral como entre los bárbaros por el baño;
luego vienen los pequeños misterios que tienen el carácter de un amaestramiento para
lo que debe, seguirse después; en los grandes misterios que tienen por objeto el uni-
verso no hay que aprender ya nada nuevo, sino contemplar, comprender la natu-
raleza y las realidades. Para nosotros, la purificación con el agua lustral es la
confesión; la epopcia será el análisis por el que avanzamos hacia la inteligencia
primera partiendo del análisis de los seres que le están subordinados, abstrayendo
de los cuerpos sus cualidades naturales, suprimiendo primero la dimensión de pro-
fundidad, luego la de anchura y por fin la de longitud; el signo que queda es por
así decirlo una mónada, que ocupa cierto lugar; suprimamos este lugar y tenemos
la mónada inteligible. Si, pues, abstrayendo de los cuerpos y de las cosas dichas
incorpóreas todas las cualidades que les son inherentes nos precipitamos en la gran-
deza de Cristo y luego por la santidad adelantamos por el abismo, llegaremos en cierto
modo a la inteligencia del Omnipotente, comprendiendo no lo que es, sino lo que
no es" (Stróm. V, xi, 70, 7).
(*3) / Cor. 8, 20.
( « ) Mt. 11, 25.
( 4e
« ) Stróm. VI, xv, 115, 1.
( ) Entre muchos textos podemos recordar este comentario del salmo 26, 6:
"Mientras estoy en la tierra, debo renunciar a muchos bienes, pero hago al menos
una demanda. Puesto que es imposible gozar en abundancia de todos los bienes, que
al menos no me falte este bien, este gran bien, este bien excelente, que contemplo."
( 47 ) Existe muchas veces en Orígenes una asociación entre la catequesis elemental
y Jesucristo crucificado en el texto de San Pablo; así como también se ha habituado

/
318 HISTORIA DE LA IGLESIA

no como la absolutamente mejor, sino como la mejor posible, vista la debi-


lidad de aquéllos a quienes debe ser propuesta. Concede que algunos espí-
ritus selectos no quedarán satisfechos; pero éstos, sin salir del cristianismo,
encontrarán el modo de elevarse más arriba y sobrepasar esa fe de los
sencillos ( 4 8 ).
Reprocha severamente a Celso su pretensión de "conocer todo" lo del cristia-
nismo, cuando no ha tomado de él más que los rudimentos: es como si imagi-
nase conocer la religión de los egipcios por haber oído contar a gentes del
pueblo sus mitos, sin haber frecuentado jamás las instrucciones de u n sacer-
dote egipcio ni recibido de él la iniciación en los misterios. Orígenes añade:
"Lo que digo de los egipcios, de sus sabios y de los ignorantes, podría decirlo tam-
bién de los persas; también entre ellos hay iniciaciones que son interpretadas racio-
nalmente por sus sabios y son realizadas simbólicamente por el vulgo. Lo mismo
podríamos decir de los de la Siria y la India, de todos los que poseen mitos y libros
sagrados" ( 4 9 ).

SU POSICIÓN TEOLÓGICA Esta argumentación apologética nos da a cono-


cer la posición teológica de Orígenes, expuesta
con más detalle en su comentario sobre San Juan: sobre estos conocimientos
que el cristiano vulgar posee h a y iniciaciones privilegiadas*, a las que sola-
mente los selectos pueden aspirar:
"Como la Ley era figura de los bienes futuros que debía manifestar la verdadera
Ley, así el Evangelio que el vulgo cree comprender es figura de los misterios de
Cristo. Pero el Evangelio eterno de que habla Juan, y que debe llamarse propiamente
evangelio espiritual, revela claramente a quienes lo comprenden cuanto concierne
al Hijo de Dios y los misterios que descubren sus discursos y las realidades que
simbolizan sus acciones" í 5 0 ).
Estas distinciones aparecen claramente en el conocimiento del Verbo de
Dios: los cristianos vulgares no ven más que sus abatimientos, los espiri-
tuales contemplan su gloria divina; de aquí la distinción de dos categorías
de hombres: la primera categoría la de aquellos que "participan del Logos,
que era en el principio, que estaba junto a Dios, el Logos Dios"; la segunda
categoría, la de aquellos "que no saben más que a Jesucristo y a Jesucristo
crucificado, estimando que el Logos hecho carne es todo el Logos; conocen
solamente a Jesucristo según la carne. Así es la multitud de los creyentes" ( 5 1 ).
Y dice en otro lugar: "El Logos para aquellos que están aún en el apren-
dizaje preparatorio tiene forma de esclavo, de manera que pueden decir: lo
hemos visto y no tenía forma ni belleza; para los perfectos viene en la gloria
a ver en los corintios el tipo del cristiano del vulgo: In Joannem, I, vn, 43; I, ix, 58; I,
xviii, 107; II, III, 29; II, ni, 33; XIX, xi, 68; Contra Celsum II, LXVI; Periarchon IV,
iv, 31.
( 48 ) Contra Celsum, III, LXXIX. Supra citamos y comentamos este texto, p. 242,
n. 114.
( 49 ) Contra Celsum, I, xn. Sería error grosero y grande injusticia servirse de este
texto para acusar a Orígenes de atribuir a todas las iniciaciones el mismo valor, la
misma veracidad: la fe de los simples sólo contiene verdades (Contra Celsum, III,
LXXIX; cf. supra, p. 241), en lo que se distingue de todas esas supersticiones que aborrece;
pero al menos reconoce un rasgo común entre el cristianismo y los misterios paga-
nos: es la iniciación progresiva por la que los cristianos como los adeptos de las reli-
giones paganas deben avanzar poco a poco hasta el conocimiento íntimo de sus
misterios.
C50) In Joannem, I, vn, 43.
(51) In Joannem, II, m, 27-31. Orígenes añade otras dos categorías: la tercera cate-
goría, la de los filósofos griegos y la cuarta, la de "aquellos que han dado fe a dis-
cursos corruptores y ateos".
DOCTRINAS DEL S. III, SU I N F L U J O EN LA IGLESIA 319

de su Padre y así pueden exclamar: hemos visto su gloria, gloria como la


que u n hijo único recibe de su padre, lleno de gracia y de verdad; lo que
no puede ser comprendido por aquel que necesita para creer de la locura
de la predicación" ( 5 2 ).
Esta jerarquía de revelaciones y creencias tiene graves peligros: rebaja el
valor del misterio de la cruz y compromete la unidad del pueblo cristiano:
los perfectos, los "verdaderos adoradores", están aislados en la Iglesia en medio
de los simples, de los "judíos", de las "gentes de Jerusalén" ( 5 3 ), adaptándose,
no sin orgullo, a la táctica de San Pablo, "haciéndose judío para conquistar
a los judíos", "prestándose a acciones simbólicas para liberar a los que están
dominados por los símbolos" ( 5 4 ). El fin es excelente; la táctica, en cambio,
peligrosa: por una parte témese, y no sin razón, este desdén que se asemeja
en mucho al fariseísmo, y, por otra, esa condescendencia, que corre el riesgo
de ser falsa. Experiméntase la misma impresión al leer el siguiente texto:

"Pedro y Pablo, que desde un principio eran manifiestamente judíos y circuncisos,


reciben luego de Jesús la gracia de ser de aquéllos en secreto ( 5 5 ); eran ostensiblemente
judíos para la salvación de la mayoría; y no solamente con sus palabras, sino que
lo confesaban con sus actos. Es necesario decir otro tanto de su cristianismo. Así
como Pablo no puede socorrer a los judíos según la carne, si, cuando la razón lo
pide, no circuncida a Timoteo y si, siendo cosa racional, no se corta los cabellos
y no hace la ofrenda, si en una palabra no se hace judío para salvar a los judíos;
de la misma manera no puede hacerse que el que se debe a la ¿alud de muchos
pueda atender eficazmente por el cristianismo secreto a los que aun están en lo
elemental del cristianismo manifiesto, los torne mejores y los haga llegar a lo que es
más perfecto y elevado. El cristianismo debe ser, pues, espiritual y corporal; y
cuando hay que anunciar el cristianismo corporal, y decir que no se sabe nada, entre
los carnales, sino a Jesucristo y a Jesucristo crucificado, debe hacerse así; pero
cuando se los halla ya perfeccionados por el Espíritu y llevando en sí el fruto
y expresión de la sabiduría celestial, se les debe comunicar el conocimiento que lleva
desde la Encarnación hasta aquel que estaba junto a Dios" ( B6 ).

Aunque Pablo, por condescendencia con la debilidad de los corintios, no les


ha predicado más que u n cristianismo vulgar, esto es, a Jesucristo y Jesucristo
crucificado, ha revelado con todo misterios superiores a discípulos más dignos.
Orígenes contrapone muchas veces los efesios a los corintios; éstos son el pro-
totipo de los cristianos vulgares y aquéllos, de los espirituales ( 6 7 ) ; pero mejor
aun que los efesios h a y otros discípulos escogidos, capaces de sobrellevar el
peso de las altas revelaciones: tales son Timoteo y Lucas, a los que, según
Orígenes, Pablo comunicó aquellas palabras inefables que escuchó cuando fué
arrebatado al tercer cielo ( 6 8 ) .
( 52 ) In Mt. XII, 30.
(f>3) "Los que por sus disposiciones morales se han hecho iguales a los ángeles,
no adorarán al Padre en Jerusalén, sino mejor que los que son de Jerusalén, aunque
a causa de esto deban vivir entre ellos, hechos judíos con los judíos, a fin de ganar
a los judíos. Cuando alguno no adora ya en la montaña, ni en Jerusalén, es que ha
llegado a ser hijo y adorador del Padre en libertad" (In Joann., XIII, xvi, 98).
(54) "Puede ocurrir que el verdadero adorador, aquel que adora en espíritu y en
verdad, se preste a actos simbólicos para liberar a los que están dominados por los
símbolos y llevarlos de los símbolos a la verdad: tal es lo que parece hacer hecho
Pablo con Timoteo, y quizás también en Cencres y Jerusalén" (ibíd., xvm, 109-111).
( 55 ) Alude aquí Orígenes a Rom. 2, 29. Este texto, cuyo sentido falsea, es uno de
aquellos que utiliza con mayor frecuencia para confirmar su teoría del cristianismo
superior y secreto: In loann., I, i, 1; I, xxxv, 259; XIII, xvii, 103; fragm. 8 y 114;
Periarch., IV, ni, 6; IV, u, 5; in Jerem. hom. xa, 12; Contra Celsum, VII, xxn.
(B6) In Joann-, I, vn, 43.
( " ) Cf. supra, p. 317, n. 47.
( 58 ) In Josué hom. xxm, 4. Cf. supra, pp. 239-240 donde se cita este texto.
320 HISTORIA DE LA IGLESIA

A favor de esta hipótesis podían introducirse en la Iglesia doctrinas que


la tradición oficial ha rechazado siempre; por ejemplo, la creencia en la
reencarnación y en la transmigración de las almas, teoría que Clemente había
refutado pero que Orígenes admite como doctrina reservada a los cristianos
perfectos y que la alegoría revela en la letra de la Escritura ( 6 9 ) .
Esta concepción de la alegoría es característica de los alejandrinos; la
encontramos ya en Filón i00), se afirma luego en Clemente y llega a su pleno
desarrollo en Orígenes. Otros escritores de la escuela, por ejemplo Clemente,
Gregorio Taumaturgo y Dionisio, están en dependencia menos estrecha de la
Escritura y desarrollan con más libertad sus especulaciones metafísicas, sién-
doles menos indispensable la alegoría; pero Orígenes es y quiere ser ante
todo exegeta y en la Escritura encuentra toda la verdad, para ello necesita
esta llave mística ( 6 1 ) ; los que pretenden arrancarla de sus manos son impíos
y los censura con acento indignado, no sólo como exegeta que defiende su
método, sino sobre todo, como alma religiosa que quiere proteger lo que le
es más sagrado ( 6 2 ) .

LA CUESTIÓN Estas aspiraciones hacia u n a religión más pura y ele-


DE LA ORACIÓN vada, reservadas a la selección, contraponen las especu-
laciones de los teólogos a la fe de los simples, el simbo-
lismo alegórico a la exégesis literal y la misma oración queda afectada por
las consecuencias de esta contraposición.

(39) In Joann., XX, vn, 50-53; XIX, xm-xrv, 79-88; In Ephes., i, 17 (ed. J. A. GREGG,
Journal of theological Studies, t. III, p. 399); vi, 13 (ibíd., p. 572; cf. in Luc-
hom. xxm).
(60) E. BRÉHIER (Les idees philosophiques et religieuses de Philon d'Alexandrie,
pp. 39-41), ha demostrado cómo los alejandrinos, primero los neopitagóricos y luego
Filón, han transformado la naturaleza de la alegoría; haciendo de ella no un método
auxiliar sino un instrumento indispensable en la investigación de la verdad; así se
concibe que la verdad religosa deba estar escondida en símbolos que se revelan a algunos
privilegiados, sea por la iniciación en los misterios sea por la alegoría. "La comparación
de la iniciación en la alegoría con la iniciación en los misterios, sin ser frecuente se
encuentra en Filón, así como en el cuadro de Cebes. Su concepción misma de la verdad,
oculta en la alegoría, tiene relación con los misterios. La verdad no debe ser comu-
nicada más que a un pequeño número y con precaución, pues los oídos de los profanos
no pueden soportarla. No debe, pues el sabio descubrir la verdad a todos, sino que
habrá de mentir por humanidad y por piedad. Los que no quieren amitir el método
alegórico son necios e impíos. BRÉHIER remite a los siguientes textos: De Cherubin
XLVIII; De sacr. Abel et Cain, LXXI; Quast. in Gen., IV, XLVII, CXIIÍ, 341; CLXVÍÍI, 347;
De mut, nom., ix, u n , ixn.
Todos estos rasgos, excepto el de la mentira, se encuentran en Orígenes: también
él considera la alegoría como iniciación en verdades religiosas más elevadas y mira
a los adversarios del método alegórico no sólo como exegetas cortos de talento que
comprenden mal la Escritura, sino como impíos que mutilan la religión cristiana.
( 61 ) Cf. GREGORIO EL TAUMATURGO, Discurso de acción de gracias, xv, 176-178; Carta
de Orígenes a Gregorio, iv; Escolio xx sobre el Apocalipsis, ed. HARNACK, p. 29.
(«2) p o r ejemplo, en la primera homilía sobre el Levítico, i: después de haber obje-
tado a los literalistas, que de seguir su sentencia será necesario sacrificar, inmolar
becerros y corderos, prosigue "Es tiempo de servirnos contra estos ancianos impíos
impíos presbyteros de las palabras de santa Susana...: el peligro me rodea de todas
partes; si os escucho y sigo la letra de la Ley, esto será mi muerte; si os resisto, no
escaparé de vuestras manos. Es mejor caer sin pecado en vuestras manos que pecar
delante de Dios. Me expondré, pues, si es necesario a vuestros ataques solamente
con el fin de que la Iglesia volviendo hacia Cristo Señor reconozca la verdad de la
palabra de Dios encubierta por el velo de la letra." La fidelidad a la interpretación
alegórica es para él un deber religioso de importancia soberana, cuestión de vida
o muerte.
DOCTRINAS DEL S. III, SU INFLUJO EN LA IGLESIA 321

Jesucristo con su ejemplo y sus preceptos, h a enseñado a sus apóstoles a


orar al Padre celestial y ha prescrito también que oremos en nombre suyo.
La Iglesia h a permanecido fiel a esta institución divina: la plegaria litúr-
gica se dirige habitualmente al Padre por el Hijo; rindiendo homenaje al
Padre celestial, fuente y principio de todo bien y al Hijo, nuestro Salvador
y nuestro Mediador; pero ofrece al Padre y al Hijo la misma oración, la
misma adoración, el mismo culto, sea que nombre las dos personas en una
fórmula común, sea que se dirija al Hijo en los mismos términos que emplea
para dirigirse al Padre. Estas plegarias e himnos aparecen desde el principio
de la Iglesia y h a n permanecido siempre en uso: raros en la liturgia oficial,
son frecuentes en la oración de los cristianos, en la predicación y sobre todo
en las actas martiriales, comenzando en el mismo martirio de San Esteban,
pocos días después de la muerte de Jesús í* 8 ).
Orígenes conocía esta costumbre y la censura en su tratado Sobre la oración:
" E n su excesiva simplicidad, algunos pecan por necios, por faltos de consi-
deración y de atención: oran al Hijo sea con el Padre, sea sin el P a d r e " ( 6 4 ).
El argumento que quiere ihacer valer p a r a condenar esta práctica es "que
para orar bien no debemos orar a aquel que ora". Este argumento es de
enorme alcance: en los libros Contra Celso lo invoca para condenar el culto
de los astros ( 65 ) y aquí para rechazar el que se dirijan las oraciones a
Jesucristo; y en ambos casos la preocupación es la misma: reservar al Dios
supremo el culto supremo. Orígenes ve la objeción del texto "que todos los
ángeles de Dios le adoren" y concede que se trata aquí de Cristo; pero sos-
tiene sin embargo que esta adoración se debe entender no en sentido propio
sino en sentido metafórico; ¡así como la adoración de la Iglesia y de Jeru-
salén en el texto de Isaías que cita después ( 6 6 ). Todo el esfuerzo se centra en
la demostración en que el Hijo de Dios rinde culto a su Padre y que por lo
tanto nuestra adoración no debe dirigirse a El, sino al Padre por medio del
Hijo ( 6 7 ). El Hijo de Dios rinde culto a su Padre no sólo por su h u m a n i d a d
sino que Orígenes presenta al Verbo y al Espíritu Santo, dando en el cielo
culto de adoración a Dios Padre; los dos, Verbo y Espíritu, están figurados
en los dos animales de Habacuc y en los dos serafines de Isaías, que cantan:
"Santo, santo, santo es el Señor de los ejércitos" ( 8 8 ). Filón había visto en
estos dos ángeles las dos potencias supremas ( 69 ) y Orígenes aplica la inter-
pretación al Hijo y al Espíritu, en lo cual u n a vez más sufre la influencia
del judaismo alejandrino y admira la concepción de los cultos intermedios
( 7 0 ). A su vez esta teología subordinaciana de Orígenes influye en algunos

( 6S ) Cf. Histoire du dogme de la Trinité, t. II, pp. 174-247.


(64) Tratado de la oración, xv-xvi. Cf. Revue d'histoire ecclésiastique, t. XX,
1924, pp. 19-24; G. BAKDY, La vie spirituelle ¿"aprés les Peres des trois premiers siécles,
París, 1935, pp. 254-255.
(«S) Contra Celsum, V, xi, Cf. ibíd., p. 23.
(68) Tratado de la Oración, xv, 3.
( 87 ) En este mismo sentido dice en el Contra Celsum: "Creemos que el sol y la
luna y los otros astros oran a Dios Soberano por su Hijo y en consecuencia pensamos
que no hay que orar a ellos, puesto que ellos oran."
(68) Periarchon, I, ni, 4; In Isaiam hom. i, 2.
(«9) De vita Mosis, m, 8.
(7<)) Antes de Orígenes se encuentra esta adoración dada al Padre por el Señor
y por el "ángel del Espíritu" en la Ascensión de Isaías, ix; este capítulo ha sido
escrito por mano cristiana hacia el 150 y en él se reconoce la influencia de una
gnosis judaizante; cf. la nota del cardenal TISSEBANT en su edición a la Ascensión
de Isaías, pp. 13 y 190.
322 HISTORIA DE LA IGLESIA

textos litúrgicos orientales del siglo iv, sobre todo en las Constituciones apos-
tólicas ( 7 1 ).
Pero esta influencia no tendrá fuerza suficiente para apartar a los cris-
tianos de la irresistible corriente de adoración y de plegaria q u e lleva a los
cristianos a Jesucristo, y el mismo Orígenes profundamente cristiano se sentirá
arrastrado por ella y, en sus homilías, en contacto con el pueblo, al orar con
el pueblo ora como él; y si la especulación teológica lo traiciona y le aparta
de ella muchas veces, h a y u n a fuerza más profunda ( 7 2 ) que le lleva a ese
sentimiento cristiano, como se descubre en este comentario al precepto de la
caridad:

"Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus
fuerzas. Alguno dirá: quiero amar a Cristo, enséñame cómo he de amarle. Porque
si le amo con todo el corazón, con toda mi alma, con toda mis fuerzas, voy contra el
precepto que me manda amar de este modo sólo a Dios. Pero si le amo menos
que al Padre Omnipotente, temo ser en alguna manera impío hacia el Primogénito
de toda la creación. Enséñame, muéstrame cómo he de evitar este doble escollo,
cómo debo amar a Cristo. — ¿Quieres saber en qué amor debes amar a Cristo? Te
responderé en una palabra: Amarás al Señor tu Dios en Cristo. ¿Crees poder amar
con distinto amor a Dios y a Cristo? Ama al mismo tiempo a Cristo Señor. Ama al
Padre en el Hijo y al Hijo en el Padre con todo tu corazón, con toda tu alma, con
todas tus fuerzas. Si alguno quiere insistir y decirme: prueba con la Escritura lo
que dices, que oiga al apóstol Pablo, que sabía cómo se debía amar. Cierto estoy,
dice, de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni potestades, ni cosas presentes ni futu-
ras, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá separarme del amor de Dios,
que está en Cristo Jesús, a quien es la gloria y el imperio por los siglos de los siglos.
Amén" ( " ) .

Estas vacilaciones de Orígenes, el desacuerdo entre sus especulaciones y su


práctica religiosa, nos descubren esta doble corriente de la Iglesia de su
tiempo y nos da a conocer el beneficio que es para el teólogo y para el pueblo
u n a estrecha colaboración: el simple fiel tiene necesidad del teólogo para com-
prender mejor su fe y para defenderse de las calumnias y de las burlas de
los adversarios; además, las creencias populares deben pasar por el tamiz del
teólogo, pues a veces necesitan ser corregidas y purificadas; pero por su parte,
el simple fiel pone a prueba las especulaciones del teólogo: si en la expli-
cación de u n dogma fundamental como el de^la Trinidad, el teólogo no puede

( 71 ) Cf. Revue d'Histoire ecclésiastique, art. cit., pp. 26-33; Histoire du dogme de
la Trinité, t. II, pp. 631-634, sobre los vestigios de la tendencia subordinaciana en las
oraciones y en el culto.
(72) Esta oposición entre la teoría y la práctica en Orígenes ha sido puesta de
relieve en! más de una ocasión, por ejemplo por HUET, Origeniana (P. G., XVII, 795)
y por LOOPS, Leitfaden zur Dogmengeschichte, p. 195.
( 73 ) In. Luc. hom. xxv. En el Contra Celsum se discute largamente la cuestión de
si se. ha de dar culto sólo a Dios o también al Hijo de Dios; es efectivamente uno de los
puntos capitales de la controversia: para Celso parece una especie de politeísmo asociar
a Jesús al culto supremo; rebajar la grandeza divina por una apoteosis parecida a las
que prodigaba el paganismo. A esta acusación son múltiples las respuestas de Orí-
genes: afirma la preexistencia del Hijo para demostrar que no se trata de una
apoteosis sino de la adoración de una persona divina eterna; demuestra que toda la
grandeza del Hijo viene del Padre y así es como se la venera; finalmente, y éste es
el punto vulnerable, acentúa la subordinación del Hijo con respecto al Padre: desde
el punto de vista del culto, lo describe como el Gran Sacerdote, que presenta a Dios
nuestras oraciones. ¿Deriva esta función de la Encaranción , parece que. no, sino que
en Orígenes lo mismo que en Filón pertenece al Logos como tal. Los textos principales
del Contra Celso relativos a esta cuestión son: V, rv, xrv; VII, LVH; VIII, i, xn, xm,
xrv, xv, xvi, xvn, xxvi, LXVII, LXIX.
DOCTRINAS DEL S. I I I , S U I N F L U J O E N LA IGLESIA 323

exponer su pensamiento sin que los fieles, como dice Tertuliano, queden
"espantados", es m a l signo para él y en vano se empeñará en desvirtuar este
testimonio, alegando que esta masa de creyentes lo es de "torpes e ignorantes",
imprudentes et idiotas ( T 4 ). San Paulino de Ñola dirá más tarde m u y justa-
mente: "Debemos tener como regla la palabra del pueblo fiel; porque en
todo fiel reconocemos la acción del Espíritu Santo" ( 7 5 ).

AUTORIDAD DE LA IGLESIA Sobre los teólogos y los fieles está la autori-


dad de la Iglesia que juzga en estos proble-
mas de manera soberana: vemos su intervención en forma decisiva, en el
concilio de Antioquía, condenando a Pablo de Samosata y mejor a ú n en la
carta'dogmática del papa San Dionisio. Pero en el siglo n i estas intervenciones
son raras y muchos de estos litigios se resuelven por medio de coloquios ( 7 6 ) ;
y otros, simplemente por la exposición de la fe cristiana. E n todos los casos
brilla siempre la eficacia de aquella colaboración fraternal de todos los cris-
tianos, que, movidos por el mismo Espíritu, nutridos por las mismas tradi-
ciones, concurren todos a conservar y a preservar su depósito.
Los grandes teólogos, cuyas doctrinas y acción hemos expuesto sin ocultar
sus errores, no h a n sido pensadores aislados sino jefes del pensamiento y del
pueblo cristiano: lo podemos afirmar de Clemente de Alejandría, director
del Didascáleo, sacerdote y servidor aotivo de la Iglesia, a u n en el destierro;
pero sobre todo, de Orígenes, de San Dionisio, de Gregorio el Taumaturgo.
Este último es u n modelo admirable a la vez de estudio y de acción misionera;
no hay, entre los discípulos de Orígenes, uno que se haya consagrado de ma-
nera tan entera y con tanto éxito a propagar la fe, n i que haya conservado
tan puro el depósito revelado.
Al margen de la Iglesia, rechazados por ella, pero obstinados en permane-
cer en ella, los teólogos herejes prosiguen sus aventuradas especulaciones
por su cuenta y riesgo, o m u t i l a n el dogma con negaciones racionalistas; pero
el pueblo fiel no se dejó arrastrar por estas temeridades. Si más tarde sintió
la seducción del arrianismo es porque este error se presentó en u n principio
con la máscara del lenguaje tradicional. "El arrianismo del siglo iv, dice New-
man, no fué una herejía popular. En todas las provincias de la cristiandad,
el pueblo se levantó contra él. Fué u n a epidemia de las escuelas y de los
teólogos y apenas si desbordó estos sectores" ( 7 7 ) .

( 74 ) En su Adversus Praxeam, m, TERTULIANO se queja de este escándalo de los


fieles ante su teología trinitaria; no debemos de aquí concluir que la masa de los fie-
les había sido conquistada por el monarquianismo, sino que sospechaba de. esta "eco-
nomía" que se les predicaba, y hay que reconocer que tenían razón para alarmarse.
(™) Epist. xin, 25.
( 76 ) Así como Orígenes consiguió convertir de su monarquianismo al obispo de
Bostra, Berilo, y reducir a la verdad a los que en Arabia negaban la inmortalidad del
alma (cf. supra. p. 254); de la misma manera Dionisio deshizo las ilusiones de los mile-
naristas de Arsinoe (cf. supra, p. 284).
O'7) Tracts theological and ecclesiastical, pp. 143-144. NEWMAN ha vuelto a desarro-
llar esta tesis en The Arians of the fourth Century, apéndice n* 5, pp. 445-468. SAN
HILARIO señalaba ya este carácter del arrianismo del siglo iv, herejía de un partido
de teólogos que disimulan sus errores con fórmulas ambiguas: "La disimulación
de estos impíos es tal que el pueblo de Cristo puede vivir bajo los obispos del Anti-
cristo; creen que la fe está conforme con las palabras que la revisten. Oyen decir que
Cristo es Dios y creen que. lo que dicen está de acuerdo con la verdad; oyen hablar del
Hijo de Dios y en esta generación creen asegurada la verdad de su divinidad; y que
es nacido antes de tiempo y creen que esto significa que es eterno. Los oídos del
pueblo son más santos que el corazón de los obispos." (Contra Auxencio, vi).
324 HISTORIA DE LA IGLESIA

DESACUERDO Si esta herejía pudo propagarse en las escue-


ENTRE LAS ESCUELAS las, es porque las escuelas se habían aislado
Y EL PUEBLO CRISTIANO demasiado del pueblo cristiano; de ahí la
gran crisis del siglo rv. Para explicar la
génesis del arrianismo, se evoca con frecuencia la teología subordinaciana de
muchos escritores de los tres primeros siglos: puede hacerse esto, pero a con-
dición de que se señale la oposición profunda que separa este subordinacio-
nismo de las teorías de Arrio: los antenicenos, en general, profesan que el
Hijo de Dios no es una criatura, sino que ha salido de la esencia misma del
Padre, lo que está en contradicción con el principio fundamental del arria-
nismo. Si, en vez de considerar las doctrinas de estos teólogos, se estudia
su posición en la Iglesia y sobre todo su relación con los fieles, se advierte
primero en Alejandría y luego en Antioquía una situación anormal y peli-
grosa. Los colucianistas estrechamente agrupados entre sí, reclaman por
maestro suyo a Luciano de Antioquía, sacerdote sabio, pero extraviado, que
antes de culminar su vida con el martirio, vivió durante treinta años (275-
302) fuera de la Iglesia, bajo los tres episcopados de Domno, Timeo y Cirilo.
Por Filostorgio conocemos a sus condiscípulos: Eusebio de Nicomedia, Maris
de Calcedonia, Teonio de Nicomedia, Leoncio de Antioquía, Antonio de Tar-
so, Asterio de Capadocia. Ciertamente que estos hombres no se parecen a
los amigos de Orígenes, Alejandro de Jerusalén, Gregorio Taumaturgo, etc.,
más que el mismo Arrio a su ilustre maestro; pero no puede negarse la
analogía que presentan estos dos grupos de hombres aislados por su ciencia,
por sus tradiciones de escuela, por las sospechas que suscitan.
Sin embargo hay una diferencia fundamental entre los dos grupos: Oríge^
nes y sus discípulos fueron, a pesar de todo, hombres de la Iglesia y a veces,
como Dionisio y Gregorio, apóstoles admirables; los colucianistas no fueron
más que hombres de partido y en esto se parecen a Artemón o a Pablo que
turbaron la Iglesia en el siglo ni. No ven en el cristianismo más que una
especulación religiosa, en la que, como maestros pretenden seguir con toda
libertad, no quieren trabas ni limitaciones, ni de parte de la tradición que
desconocen, ni de la Escritura a la que corrigen, ni de la autoridad que
desprecian. El pueblo cristiano se levantó contra ellos, para defender la divi-
nidad de Jesucristo; que si la doctrina de Clemente, de Orígenes y aun de
Dionisio podían suscitar recelos y acusaciones, la de Pablo y Arrio sublevaron
al pueblo fiel, que a pesar de la astucia y de las habilidades del heresiarca
y de las intrigas de la corte, guiado por sus jefes, supo llegar al triunfo.
CAPITULO XV

LA LITERATURA CRISTIANA BAJO DIOCLECIANO

§ 1. — Los africanos (*)

LOS ESCRITORES LATINOS Los primeros años del siglo iv interesan sobre
todo por el hermoso espectáculo de la gran
persecución, que podó el árbol de la Iglesia, la purificó y la preparó para
la paz constantiniana. Los escritores, que durante esta lucha sangrienta
más nos interesan, son los autores de actas martiriales; pero, sin embargo,
debemos también conceder alguna atención a los escritores latinos que nos
descubren algunos aspectos de la vida cristiana.

ARNOBIO El primer representante de la literatura cristiana de África en


esta época es u n pagano, m a l instruido aún en la fe, a la que
quiere convertirse y quiere defender. Arnobio de Sicca, en Numidia ( 2 ) ,
era profesor de retórica m u y conocido en la ciudad y, como otros retóricos,
había a veces atacado en sus conferencias la religión cristiana. U n sueño le
decidió a hacerse cristiano y acudió al obispo de Sicca, quien acogió con
desconfianza a este neófito sexagenario, en el que hasta entonces no había
visto más que u n enemigo de la religión cristiana. Acababa de estallar la
persecución ( 3 ) y no bastaba u n capricho cualquiera, para poder admitir a
nadie al bautismo, y pidió al nuevo candidato uria prueba de su sinceridad
y firmeza. Arnobio compuso entonces una apología en siete libros contra los
paganos.
No podemos esperar de él u n conocimiento exacto de la religión, pues no ha
podido alcanzarlo. Efectivamente, su instrucción es deficiente: como antiguo
retórico maneja la literatura pagana, que le es familiar, pero de los libros
cristianos, apenas si conoce las apologías de Tertuliano, Minucio Félix, Ci-
priano, y quizás de Clemente el Protréptico. Al Nuevo Testamento lo cita
poco, y a veces, alterando su sentido ( 4 ) ; deja de lado el Antiguo: "Que no se
nos objete con las fábulas de los j u d í o s . . . No tienen nada que ver con

(*) BIBLIOGRAFÍA. — Las indicaciones bibliográficas se darán a propósito de cada


uno de los escritores.
(2) EDICIONES: REIFFERSCHEID en el Corpus de Viena, t. IV, 1875; P. L., V, 718-1288.
ESTUDIOS: MONCEAUX, Histoire Littéraire de l'Afrique chrétienne, t. III, pp. 241-286;
P. DE LABRIOLLE, Histoire de la Littéraiure latine chrétienne, pp. 252-267.
(3) La fecha de la obra de Arnobio generalmente se fija entre 303 y 305. Mon-
ceaux dice que los dos primeros libros datan del 297 aproximadamente. S. COLOMBO,
Arnobio afro e i suoi sette libri "Adversus nationes", en Didaskaleion, t. IX, ni, 1930,
p. 1-24; E. BUONAIUTI, // Cristianesimo nell'África romana, Bari, 1928, pp. 278-284.
(4) D E LABRIOLLE, op. cit., p. 256: "Con una sola palabra que pronunciase aparecía
a pueblos distintos hablando sus diferentes lenguas como si la hubiese pronunciado en
la lengua de cada uno" (I, XLVI). Hay aquí recuerdo bastante confuso del milagro de
Pentecostés, que Arnobio trae en una enumeración de los milagros de Jesucristo.
325
326 HISTORIA DE LA IGLESIA

nosotros." Después de esta categórica reprobación, el improvisado apologista


se corrige y arrepiente: "Sin embargo, si, como se cree, estos escritos nos perte-
necen, buscad intérpretes más profundos que y o " ( 5 ) .
Mal instruido en la Biblia, Arnobio n o lo está más en el dogma cristiano:
"Nosotros cristianos, dice, no somos otra cosa que adoradores del Rey y
Príncipe soberano y discípulos de Cristo; no encontraréis nada más en nues-
tra religión" ( s ) . Desarrolla elocuentemente la teología n a t u r a l ; pero n o sabe
ir más allí; Dios es "la causa primera, y lugar de todas las cosas, fundamento
de todo lo que existe, n o tiene n i cualidad n i cuantidad, n i lugar, n i movi-
miento, n i forma, y las lenguas de los mortales no pueden decir n i expresar
nada de E l ; para comprenderlo, es necesario guardar silencio" ( T ).
Esta teología negativa y esta fe en u n "summus deus" es u n lugar común;
lo que verdaderamente puede sorprender e inquietar es ver u n a multitud de
"dioses inferiores" bajo el Dios supremo y nacidos de E l o creados por E l ( 8 ) .
Arnobio invita a sus adversarios pacanos a que no se detengan en su adoración
v culto en estos dioses inferiores, sino que se eleven hasta el Dios supremo ( 9 ) .
Les recuerda el Timeo de Platón, en el que pueden ver "que los dioses y el
mundo no son inmortales por naturaleza, sino que son conservados en la
existencia por el dios rey y príncipe" ( 1 0 ). Los paganos podían oír con gusto
esta doctrina; pero no tanto que se sintiesen impulsados a abandonar el sin-
cretismo, en que se complacían en esta época los más cultos.
También inspirándose en Platón, Arnobio protesta que las almas no son
obra del Dios supremo, sino de u n dios inferior; aunque m u y alto en digni-
dad, y la prueba es que pueden caer. El apologista presenta todo esto como
doctrina de Jesucristo ( u ) y con la misma autoridad enseña que el alma no
es inmortal, sino que puede según sus obras ser destruida por el fuego del
infierno o salvarse por la misericordia de Dios ( 1 2 ).
En Minucio Félix vimos el silencio de u n apologista que sabe presentar del
cristianismo sólo lo que sus lectores paganos pueden leer sin sentirse descon-
certados ( 1 3 ) ; pero en Arnobio, no es ya esa reserva solamente, sino algo
mucho más grave; es el error de u n escritor que, queriendo defender u n a
fe que ignora, explica erróneamente sus dogmas. Se comprende que la
Iglesia no haya reconocido en su Apología u n a exposición auténtica de sus
creencias y la haya relegado con las Actas apócrifas, entre los libros que
no recibe ( 1 4 ).
No fué idéntico el rigor de la Iglesia hacia el mismo Arnobio, sino que
acogió a este escritor animoso, que se hizo su testigo en plena persecución,
con riesgo de ser su mártir.

(B) Adversus Nationes, III, xn. Cf. DE LABRIOLLE, op. cit., pp. 256-257.
(6) Ibíd. I, xxvii.
(7) Ibíd. I, xxxi.
(8) Ibíd. II, xxxv-xxxvi. Cf. BATIFFOL, La Paix costantinienne, pp. 196 y s.
(») Ibíd. II, m .
(10) Ibíd. II, xxxvi.
(U) Ibíd. I, xxxvi-xxxvii.
(12) "Sunt enim medicB qualitates, sicut Christo auctore compertum est, et inferiré
quas possint, deum si ignoraverint, vitee et ab exilio liberan, si ad eius se misericordias
atque indulgentias adplicarint" (Ibíd. II, xiv). Recordemos que Taciano enseñó una
doctrina parecida (cf. t. I, p. 372, n. 115) y que Orígenes debió refutarla en un coloquio
con los cristianos de Arabia (cf. supra, p. 254).
(1S) Cf. supra, t. I. pp. 376 y s.
(14) GELASIO, De libris recipiendis (P. L., LIX, 163).
LITERATURA CRISTIANA BAJO DIOCLECIANO 327

LACTANCIO Lactancio ( 1 5 ) había sido alumno de Arnobio y, dejando el


África, fué a Nicomedia, donde, sin duda después de unas
oposiciones, fué nombrado por el emperador profesor de retórica latina. E n
este Oriente, que se alejaba cada vez más del mundo occidental, u n profesor
de literatura latina forzosamente debía tener tiempo libre y descanso, que
Lactancio aprovechó para escribir ( 1 6 ).
Tenía cuarenta años cuando llegó a Nicomedia hacia el 290. Nacido en
el paganismo, era a ú n pagano en esta época; pero ya n o lo era cuando
estalló la persecución en 303. E n febrero de 303 fué testigo de la quema
de la iglesia de Nicomedia. Todavía era profesor; pero dos años más tarde,
después de la abdicación de Diocleciano (mayo de 305), Galerio, que quedó
único dueño del Oriente, cerró las escuelas: "se condenó la elocuencia; fue-
ron suprimidos los abogados, y los jurisconsultos desterrados o mandados
matar; las letras se consideraron como oficio de malhechores y los letrados
tratados como enemigos, maldecidos y aplastados" ( 1 7 ) . Lactancio, que hasta
entonces había podido vivir en Nicomedia, sin sufrir la persecución, ahora se
vio reducido a la miseria.
Durante estos años terribles perdemos sus huellas y le encontramos de
nuevo en Nicomedia después del edicto de Galerio (10 de abril de 311). Cons-
tantino, que había vivido muchos años como rehén junto a Diocleciano y
Galerio, y había conocido al retórico cristiano, se acordó de él y lo llamó a la
Galia juntó a su hijo Crispo. Lactancio había llegado ya "a u n a extrema
senectud" ( 1 8 ) y terminó en la corte de Constantino u n a vida t a n llena de
pruebas y trabajos.
En el curso de esta larga existencia Lactancio escribió mucho, sea antes,
sea después de su conversión: compuso u n poema en exámetros sobre su viaje
de África a Bitinia; luego, como lo hacía por entonces también San Metodio,
u n Banquete. Reunió en varios libros u n a colección de sus cartas, que años
más tarde encontró m u y pesada el papa San Dámaso; San Jerónimo menciona
también libros a Asclepíades, a Probo y u n tratado de Gramática. Poseemos
además u n tratadito Sobre la Creación, escrito entre 303 y 305 y las Institu-
ciones divinas en siete libros, compuestas entre el 304 y el 313, que retocó
y resumió en u n a relación abreviada, en su Epítome; u n opúsculo Sobre la
cólera de Dios, que San Jerónimo encontraba admirable y finalmente Sobre la
muerte de los perseguidores, cuando ya volvió la paz a la Iglesia.
Esta última obra es la más personal de todas ( 1 9 ) ; pues las demás se resien-
(15) Ediciones: BRANDT y LAUBMANN en el Corpus de Viena, vols. XIX y XXVII;
P. L., VT y VII. — ESTUDIOS: PICHÓN, Lactance, París, 1901; MONCEAUX, op. cit.,
pp. 287-359; P. DE LABRIOIAE, op. cit., pp. 268-295. G. MOLIGNONI, Lattanzio apologeta,
en Didaskaleion, t. V. ni, 1927, OD. 117-154: L. ROSETTI, II "De opificio Dei", di La-
ttanzio e le sue fonti, ibíd., t. VI, ni, 1928, pp. 115-200; S. COLOMBO, Lattanzio ed
Agostino, ibíd, t. X, ii-m, 1931, pp. 1-22; B. BIANCO, II carme "De Ave Phcenice" di
Lattanzio Firmiano, Chieri, 1931.
(16) SAN JERÓNIMO, De viris illustribus, LXXX: enseñó retórica en Nicomedia y
como en esta ciudad griega tenia pocos discípulos se dedicó a escribir".
(1T) De morte persecutorum, xxn, 5.
( 18 ) SAN JERÓNIMO, De viris illustribus, uxxx.
( 19 ) Lá autenticidad de este libro ha sido discutida muchas veces; pero después del
libro de Pichón es generalmente admitida. Cf. PICHÓN, op. cit., pp. 377-383; MONCEAUX,
op. cit., pp. 340-344; DE LABRIOLLE, op. cit., pp. 288-293; MORICCA, Storia della Lite-
ratura Latina Cristiana, t. I, 1925, pp. 652-657. S. ANFUSO, Lattanzio autore del "De
mortibus persecutorum", en Didaskaleion, t. III, ni, 1925, pp. 31-88; ediciones italianas
de I. B. PESENTI, Turín, 1922 (con los fragmentos del De motibus animi) en Corpus
scriptorum latinorum Paravianum, t. XL; de F. SCIVITTARO, Roma, 1928; G. MAZZONI,
Diena, 1930; de U. MORICCA, Milán, 1933.
328 HISTORIA DE LA IGLESIA

ten a veces de u n a corrección u n poco fría, en que la voz del profesor de retó-
rica ahoga la voz vibrante del hombre. Lactancio ha sufrido mucho durante
diez años y su amigo Donato, a quien va dirigido el libro, h a sentido a ú n más
profunda la garra de la persecución. Tres gobernadores se h a n ensañado
contra él: Flaccino, Jerocles y Prisciliano: nueve veces ha sido puesto en el
tormento y ha vencido siempre: "¡Qué espectáculo a los ojos de D i o s ! . . . es
el verdadero triunfo: reinar sobre los reyes" (xvi, 4-7). Desde las primeras
palabras el libro es u n canto de victoria:
"Todos nuestros enemigos van en derrota; la Iglesia, ha poco oprimida, se levanta
y por la misericordia del Señor, el templo de Dios, que los impíos habían destruido,
se alza rodeado de mayor gloria" (i, 2).

Después de u n a breve introducción, en que recuerda a grandes rasgos la


historia de la Iglesia con los castigos que h a n padecido sus perseguidores,
llega Lactancio a Diocleciano y refiere paso a paso la terrible historia que
h a vivido. Se siente al retórico en este cuadro; pero lo anima u n a pasión
sincera, que hace revivir escenas de u n a viveza punzante: las largas vacila-
ciones del viejo Diocleciano, que Galerio va venciendo lentamente, llevándole
primero a que tome medidas de policía, a que destruya las iglesias y por fin
a la cólera y al furor de la persecución sangrienta (caps, xi-xrv). Dos años
más tarde nuevos esfuerzos para forzar a Diocleciano a la abdicación: el
anciano se lamenta y llora, pero al fin cede a la fuerza bruta: "Sea, dice, si
lo queréis." Galerio quiere imponerle la elección de dos Césares: Severo y
Maximino Daia, y Diocleciano, en u n principio, se subleva: "¿Queréis que
confíe el gobierno del Estado a personas indignas como éstas? —Yo respondo
de ellos. — M u y bien, es vuestro deber, ya que os habéis alzado con el poder
soberano; por m i parte demasiado he trabajado y he velado ya por la seguridad
del Estado; si algo malo sucediere, no seré el responsable." Después Lac-
tancio describe la escena inolvidable en que, ante el estupor del ejército,
Daia es improvisado César: "Quitándolo de sus tropas y de sus selvas, le entre-
gan el Oriente para que lo pise y lo destroce" (caps, xvm-xix). E n la
memoria de todos están estos relatos y a u n hoy no se puede referir esta histo-
ria trágica, sin que acuda a la pluma la descripción de Lactancio.
Como Eusebio, con el que tiene muchos rasgos comunes, Lactancio cita
con gusto los documentos oficiales y estas citas son en el relato de u n efecto
maravilloso: así, después de referir la agonía de Galerio, cargada de dolor y
vergüenza, copia el edicto en que el perseguidor agonizante protesta de su
clemencia y suplica a los cristianos que oren a su Dios por él (cap. xxxrv).
Al fin su espíritu cristiano exclama, vibrando de emoción y de orgullo:
"¿Dónde están ahora esos sobrenombres magníficos y soberbios de Júpiter y de
Hércules, que Diocleciano y Maximiano han usado insolentemente y han legado a sus
herederos? El Señor los ha borrado de la tierra. Celebremos ei triunfo de Dios,
cantemos la victoria del Señor; alabémosla día y noche en nuestras plegarias; porque
esta paz, que después de diez años ha dado a su pueblo, el Señor la confirma como paz
eterna" (cap. LII).

COMODIANO Junto a estos retóricos y en fuerte contraste con ellos, África


nos presenta u n plebeyo que en dos poemas populares exalta
su fe. La persona de Comodiano ( M ) nos es totalmente desconocida y se
ha discutido mucho sobre el país y la época en que ha vivido; sus dos libri-

(20) BIBLIOGRAFÍA. — Edición de las Instrucciones en P. L., V; del Carmen Apo-


logeticum, en PITRA, Spicilegium Solesmense, t. I, pp. 21-49. Ediciones de los dos
LITERATURA CRISTIANA BAJO DIOCLECIANO 329

tos son acaso la única fuente de información y nos invitan a creer que su
autor es u n africano y de la época que ahora historiamos ( 2 1 ) .
Como Arnobio y como Lactancio, Comodiano era pagano de nacimiento ( 2 2 )
y como ellos también, se hizo apologista del cristianismo, pero con método
m u y distinto del de aquéllos. Poco formado en cultura clásica, no siente la
menor afición por ella: ¿para qué leer a Virgilio, a Cicerón y a Terencio?
Lo que se precisa es u n a regla de vida ( 2 3 ) ; y eso es efectivamente lo que
quiere dar a sus lectores. Lo ha querido realizar en dos libros: el primero, las
Instrucciones, es u n a colección de veinticuatro composiciones ( 2 4 ) y el segundo
el Carmen Apologeticum es u n poema de 1060 exámetros. E n los dos libros
reina el mayor descuido en la morfología y en la sintaxis, y la métrica brilla
por su ausencia ( 2 5 ) .
A través de todas estas incorrecciones, el autor prosigue su poema, como
u n obrero que arrastra su carretilla sobre u n suelo m u y accidentado. Los
hombres de letras le miran con compasión como a u n pobre hombre y tuercen
el gesto ante "su estilo pobrísimo y esos versos suyos que no lo son" ( 2 e ) .
Los teólogos tienen contra él acusaciones a ú n más graves: como lo advierte
Genadio: este improvisado apologista ignora casi totalmente la doctrina cris-
tiana. El Dios que celebra y nombra en general, es el Dios Soberano (Sum-
mus), que muchos paganos veneraban entonces ( 2 7 ) y aunque u n a lectura
rápida del Antiguo Testamento y de los evangelios ha enriquecido y purifi-
cado este concepto del Ser Supremo, no ha llegado a darle la firmeza y
plenitud de la revelación cristiana.
Sobre todo, cuando quiere exponer los misterios de la Trñiidad o de la
Encarnación, sus fórmulas sugieren u n a teología monarquiana o modalista,
más bien que la doctrina de u n Dios en tres personas y del Hijo de Dios
Encarnado ( 2 8 ) . Tertuliano se quejaba de los sencillos que no quieren oír
poemas por DOMBAHT en el Corpus de Viena, t. XV. ESTUDIOS: MONCEAUX, op. cit.,
t. III, pp. 451-489; P. DE LABMOLLE, op. cit., pp. 234-251. L. GASPERETTI, Qucestiones
commodiarue, en Didaskaleion, t. IV, n, 1926, pp. 1-48; E. BUONAIUTI, II Cristianesimo
nelVÁfrica romana, Barí, 1928, pp. 269, s.
( 21 ) MONCEAUX (op. cit., p. 458) dice que son "ciertamente después del 260 y
antes del 313; con toda probabilidad entre 305 y 313; y ciertamente, si el autor ha
imitado a Lactancio, de 311-312". P. DE LABHIOULE (op. cit-, p. 249) "entre el 250 y el
edicto de Milán (313)".
( 22 ) Instit. I, i, 5.
(2S) Carmen, vv. 577 y s.
( 24 ) Estos documentos son acrósticos o abecedarios; parece que el objeto de esta
forma de composiciones es ayudar a la memoria.
( 25 ) Sobre su lenguaje y su métrica, cf. MONCEAUX, op. cit., pp. 481-489. Pueden
compararse a estos versos de Comodiano las inscripciones métricas, bastante nume-
rosas en África, que quisieran ser exámetros clásicos; cf. MONCEAUX, op. cit.,
pp. 430-449.
(28) GENADÍO dice así expresamente: "scripsit mediocri sermone quasi versu" (Ve
viris illustribus, xv) y añade: "como apenas si había abierto los libros cristianos,
pudo refutar los errores de nuestros enemigos mejor que exponer nuestra doctrina".
(3T) Cf. BATIFPOL, Summus Deus en La Paix constantinienne, pp. 188-201. Batiffol
hace notar los pasajes en que se descubre el influjo de este culto en Arnobio y en
Lactancio y hay que añadir también en Comodiano, para quien el título de Summus
es el nombre propio de Dios: por ejemplo Carmen, w . 26-27.
"Cui Summus divitias, honores addidit altos.
Nec enim vitupero dividas datas a Summo". ,
cf. Ibíd., w . 55, 432, 444, 535, 540, 737, 917, 924, 960.
% 2
( 8) Carmen, vv. 275 y s.
"Hic Pater in Filio venit, Deus unus ubique.
Nec Pater est dictus, nisi factus Filius esset.. .
vv. 358 y s.
330 HISTOBIA DE LA IGLESIA

hablar más que de monarquía divina y se espantan de la Trinidad ( M ) . Como-


diano es en esto u n o de ellos.
Lo es más a ú n en su total adhesión al milenarismo, concebido de la manera
más grosera y baja, según, la expresión de Genadio ( 3 0 ). E n las Instrucciones
esa escatología es recordada brevemente nada m á s ; pero en el Carmen llena
más de doscientos versos: el poeta se complace en esos cuadros de angustias,,
de muerte, de gozo y de triunfo ( 8 1 ) .
Es u n conjunto formado por su interpretación del Apocalipsis, los sueños de
Papías y las imprecaciones de los libros sibilinos y de otra fuente secreta,
a la que no da otro nombre que éste ( 3 2 ) .
Es verosímil que estos diez años de sufrimiento por los que h a pasado la
Iglesia y el triunfo magnífico, que siguió luego, h a y a n dado a la escatología
cristiana u n a forma muchas veces exaltada, que contrasta con la interpreta-
ción simbolista que San Dionisio de Alejandría hizo triunfar hacia el año 260.
El milenarismo aparece en los tres africanos que acabamos de estudiar y lo
encontraremos m á s moderado en Metodio. Debemos notar además en estos
autores africanos, al menos en Arnobio y Comodiano ( 3 3 ) , u n a aversión hacia
Roma, que n o conocieron los autores anteriores; es el regionalismo celoso,
que m u y pronto pondrá en peligro la unidad del Imperio y creará a la Iglesia
u n serio peligro.

§ 2 . — S a n Metodio d e O l i m p o ( 3 4 )

OBRAS DE SAN METODIO San Metodio es u n o de los escritores de esta


época cuya herencia literaria nos h a sido mejor
conservada y, al mismo tiempo, u n o de los más desconocidos en lo que atañe
a su persona. Mientras que de los últimos alejandrinos apenas si podemos

Idcirco nec voluit se manifestare quid esset,


Sed Filium dixit se missum fuisse a Patre.
Sic ipse tradiderat semet ipsum dici prophetis,
• Ut Deus in terris Altissimi Filius esset".
Estos textos parecen decir que Dios, haciéndose hombre, se manifestó como hijo
de Dios.
(2») Cf. supra, pp. 322-323.
(30) Instrucciones, XLIV, 9: "et generant ipsi per annos mille nubentes". Cf.
LACTANCIO, Instit, VII, xxvi: ". . .non morientur; sed per eosdem mille annos inlinitam
multitudinem generabunt".
C31) Instrucciones, XLI-XLV; Carmen, v. .783, fin.
t 3 2 ) Hablando de la vuelta de Nerón: "De quo pauca tomen suggero, quce legi
secreta."
( 33 ) Cf. MONCEAUX, op. cit., t. III, pp. 242-243 y 461.
( 34 ) EDICIONES Y TRADUCCIONES: Methodius, herausgegeben, por G. N. BONWETSCH,
Leipzig, 1917; el mismo editor habia publicado en 1891 una traducción alemana de la
versión eslava de los libros de Metodio — P. G-, XVIII, 27-408. — De Autexusio de
Metodio de Olimpo, versión eslava y texto griego editados y traducidos en francés por
A. VAILLANT, París, 1930 (Patrología Orientalis, XXII, 5), Le Banquet des dix vierges,
traducción francesa por J. FARGES. París, 1932; Du libre arbitre, traducción precedida
de una introducción por J. FARGES, París, 1929. ESTUDIOS: J. FARGES, Les idees morales
et religieuses de Méthode d'Olympe, París, 1929; A. PUECH, Histoire de la Littérature
grecque chrétienne, t. II, pp. 511-540; E. AMANN, art. Méthode d'Olympe en el Dic-
tionnaire de théologie catholique, t. X, col. 1606-1614; G. BARDY, La vie spirituélle
d'aprés les Peres des trois premiers siécles. París, 1935, pp. 301-316. Cf. también las
publicaciones de A. BIAMONTI, Studi patristici, Metodio ¿"Olimpo, Roma, 1925; Metodio
d'Olimpo, Lanciano, 1924; L'etica di Metodio ¿'Olimpo, en Rivista trimestrále di studi
filosofici e religiosi, X. III, 1922, pp. 272-298; L'escatologia ¿i Metodio d'Olimpo, ibíd-,
LITERATURA CRISTIANA B A J Ó DIOCLECIANO 331

citar más que algunos fragmentos de las obras teológicas, tenemos de San
Metodio libros enteros o en su original griego o en l a versión eslava; pero
el autor no nos dice n a d a de sí mismo en estas obras y sus contemporáneos
y los autores posteriores, apenas si h a b l a n de él. Eusebio vivamente resen-
tido de su oposición a Orígenes, se h a vengado de él con su silencio.

SU ACTIVIDAD LITERARIA Metodio, obispo de Olimpo en Licia ( 3 5 ) , rea-


lizó u n a brillante carrera literaria a finales
del siglo m y principios del siglo iv. Conocedor de la cultura 'helénica, g r a n
lector de los filósofos y sobre todo de Platón, poseía t a m b i é n u n a grande eru-
dición en la literatura cristiana, apologistas, Ireneo, alejandrinos y en especial
sobre Orígenes ( 3 6 ) , al que parece que en sus primeros escritos había tri-
butado grandes elogios ( 3 7 ) . Más tarde, cuando atacó la doctrina orige-
nista de la creación, a u n expresa admiración por su autor; pero poco
a poco la controversia se fué haciendo más d u r a ; en el tratado Sobre el libre
arbitrio la forma es a ú n cortés y moderada; en el libro Sobre la resurrección
el juicio es severo y provocó replicas violentas que hicieron sufrir mucho
a Metodio ( 3 S ).
Esta actividad literaria respondía, parece, a u n a enseñanza oral que reunía
en torno suyo cierto n ú m e r o de discípulos; a ellos se dirige Metodio en el
prólogo de su tratado Sobre el libre arbitrio:

"Creo gozar ya de los bienes divinos, cuando expongo estas cuestiones, sobre todo
teniendo ante m í este parterre florecido, la asamblea que formáis vosotros, vosotros
que todos juntos escucháis y cantáis conmigo los misterios divinos. Con vosotros
hablo sin temor; porque m e escucháis con oídos libres de toda envidia. . . Hermoso
auditorio, augusto banquete, irico alimento espiritual! Hago votos de vivir siempre
en tan hermosa compañía" ( 3 9 ) .

t. IV, 1923, pp. 182-202; E. BUONAIUTI, II tramonto del millenarismo nella chiesa
d'Oriente, en Saggi sul Cristianesimo primitivo, Cittá di Castello, 1923, pp. 212-219;
P. UBALDI, S. Metodio d'Olimpo. II convito delle dieci vergini, Turín, 1926; S. G.
MEBCATI, Emendazione a Metodio d'Oimpo, en Didaskaleion, t. V, I I , 1927, pp. 25-29.
( 8 5 ) Se ha discutido mucho sobre la sede episcopal de Metodio; se la ha buscado
en Olimpo, Side, Para, Tiro, Mira y por último Filipos. E n favor de esta última
ciudad DIKKAMP quiere!, hacer valer los datos de la versión eslava, que parecen apoyar
otros indicios (Theol. Quartalschrift. t. CIX, 1928, pp. 285-3081 y se ha adherido
a su opinión M . LEBON en Revue d'Histoire ecclésiastique, t. XXV, 1929, pp. 357-358.
Sus conclusiones h a n sido refutadas por VAILLANT, op. cit-, p. 636, n. 1: "el reciente
artículo de Diekamp no prueba nada; no es más que u n error que se remonta a Juan
de Antioquía, es decir al siglo v n " . Cf. BONWETSCH, op. cit., p. X X X V I I . La estancia
de Metodio de Licia cerca de Olimpo está atestiguada por él mismo (De resurrec-
tione, I I , 23).
(M) Para encontrar sus puntos de. contacto con la literatura anterior sirve m u y bien
el índice de BONWETSCH, op. cit., pp. 532-538.
( 3 7 ) SAN JERÓNIMO, respondiendo a Rufino, escribía: "Eusebio de Cesárea, en el
libro V I de su Apología de Orígenes hace a Metodio, obispo y mártir, los mismos
reproches que t ú m e diriges a m í por las alabanzas que he dado a Orígenes; dice:
¿Cómo Metodio osa ahora escribir contra Orígenes, habiendo hablado en tales tér-
minos de las doctrinas de Orígenes?" Esta Apología data del año 308.
( 8 8 ) Se explica así en su tratadito Sobre la distinción de los alimentos. " | C ó m o m e
ha hecho sufrir Satanás cuando terminé el tratado sobre la Virginidad; cómo ha
acumulado sobre m í las pruebas, aun antes que haya podido terminar el- tratado sobre
la resurrección? H a levantado contra mí montañas infranqueables, padecimientos y
ataques tales, que llegué a desesperar de la vida" (ed. BONWETSCH, p. 427). Este
desarrollo progresivo de la polémica origenista en Metodio ha sido m u y bien tratado
por VAILLANT, op. cit., p. 652.
( 8 9 > Ed. VAILLANT, p. 730.
332 HISTORIA DE LA IGLESIA

EL TRATADO Esta introducción encuadra el diálogo que así se en-


DEL LIBRE ARBITRIO tiende mejor: no es el proceso verbal de u n a discu-
sión real, como la q u e Dionisio sostuvo e n Arsinoe
contra Nepote, u Orígenes en Bostra contra Berilo; n i u n a redacción novelada
de u n a discusión real como parece ser el diálogo de Justino con Trifón, sino
una pura ficción literaria, en la que introduce como personajes a los que
sostienen doctrinas contrarias, destinada a ser leída a u n público al que inte-
resaban estas discusiones.
En este diálogo, que lleva actualmente el título de Tratado sobre el libre
arbitrio, pero que en la versión eslava lleva el título m á s exacto de Acerca
de Dios, de la materia y del libre arbitrio, Metodio se propone resolver el
problema del origen del m a l : n o viene de u n a materia increada, n o es eterno
como Dios; sino q u e nace del abuso del libre arbitrio. Hacía siglo y medio
que en todas partes se debatía esta cuestión; los adversarios que introduce
Metodio no son los gnósticos, sino los platónicos y en la discusión que entabla
contra ellos se encuentra más de u n a vez con Orígenes, suscribiendo su defensa
del libre arbitrio en la explicación sobre la caída del demonio, pero recha-
zando su concepción de u n a sucesión eterna de mundos ( 4 0 ) .

EL BANQUETE Es también u n ejercicio literario, que, como su


DE LAS DIEZ VÍRGENES título indica, está inspirado en Platón. Es u n a
hermosa audacia de parte de Metodio intentar
recomponer el Banquete y m á s a ú n transformar el elogio del amor en
elogio de la virginidad. E n la forma literaria h a y que confesar que la imi-
tación no ha llegado al modelo; el escritor prosigue su tema sobre la vir-
ginidad sin llegar a d a r vida y carácter a las vírgenes que va introduciendo
en escena. El cristiano vale aquí más que el escritor; tiene ante sus ojos
ese ideal altísimo y de tiempo en tiempo, sobre todo en los discursos de Tecla
y en el himno final, se eleva hacia él, arrastrando al auditorio emocionado
hacia su cumbre.
El nombre de Tecla nos lleva a los Hechos de Pablo y no es este el único
rasgo por el que el Banquete nos recuerda los Hechos apócrifos de los
apóstoles: se siente, siempre en vibración emocionada, esa devoción a Cristo,
que los autores de los Hechos h a n vivido con tanto fervor y que Orígenes
por el contrario se esforzaba en contener ( 4 1 ) ; pero sobre todo, el elogio
entusiasta de la virginidad nos lleva al mismo clima religioso de los Hechos
de Pablo, de Pedro, de J u a n y de Tomás. H a y que decir sin embargo que el
obispo de Olimpo evita siempre esa tesis extrema hacia la que los autores
de los Hechos h a n resbalado tantas veces; no h a y huella alguna de encra-
tismo: se exalta la virginidad como la vida más hermosa y en m á s estrecha
unión con Cristo; pero n o se considera el matrimonio como u n a mancha, u n a
falta. H a y que alabar y preferir la castidad; pero no mirar m a l la genera-
ción de los hijos; y, recordando las palabras del apóstol, prosigue Metodio:
"El que casa a su hija, hace bien: y el que no la da en matrimonio, hace mejor.
Proponiendo lo que es mejor y más dulce, el Verbo no prohibe lo demás, sino
que quiere d a r a cada u n o lo que le es propio y ú t i l " ( 4 2 ).

(*°) Esta refutación está explícitamente en el De creatis citado por Focio (ed.
BONWETSCH, pp. 494 y s.) e insinuada en el Libre Arbitrio (ed. VAIIXANT, p. 831).
Cf. Introducción, ibid., p. 650.
( « ) Cf. supra, pp. 260-261 y 319.
(42) Trad. FABGES, p. 35. Todo este discurso de Teófilo está consagrado al mismo
tema; el autor describe la generación de los hijos de manera tan precisa que el
traductor en más de una ocasión ha sustituido el texto por algunas lineas de puntos.
LITERATURA CRISTIANA BAJO DIOCLECIANO 333

EL TRATADO El Tratado de la Resurrección es posterior a l


DE LA RESURRECCIÓN Banquete; la discusión de las tesis origenistas, que
en otros libros se toca incidentalmente, está aquí
siempre en primer plano. Metodio expone con toda lealtad la tesis de su
adversario: el cuerpo h u m a n o puede compararse a u n río, n o permariece dos
días el mismo; lo que garantiza su identidad es la permanencia de la "forma
característica"; en la resurrección el alma se revestirá de nuevo de ella sin
que el substractum precedente sea de hecho el mismo ( 4 3 ) .
Esta interpretación no satisfacía a Metodio que exigía algo más, para asegu-
rar la identidad del cuerpo de los resucitados: así como en la transfiguración,
el cuerpo de Cristo, tal como era entonces, apareció luminoso, así nuestros
cuerpos serán transfigurados, pero serán los mismos ( 4 4 ) .
La hipótesis origenista de la preexistencia de las almas es combatida con
mayor energía y severidad: decir que las almas bajan de los cielos a la tierra,
es inventar u n a fábula digna de la tragedia ( 4 5 ) ; no es verdad que el cuerpo
sea prisión del alma, sino que es instrumento de que el alma se puede servir
para pecar o para hacer el bien ( 4 6 ) .

LA TEOLOGÍA DE METODIO Es patente la preocupación de Metodio en


todas estas discusiones contra el origenismo
cuyo poder de seducción conoce y del que quiere preservar a sus discípulos.
Su teología personal tiene a veces ciertas oscuridades y confusionismos ( 4 T ) ;
pero en su conjunto es fiel a la tradición.
Metodio estima grandemente el parecer de los hombres de la Iglesia, q u e
fueron antes que él y este respeto h a sido su mejor salvaguardia.
En u n a obra compuesta en vida de Metodio y en su escuela, se cita u n
largo texto de Metodio, no sólo con el nombre de su autor, sino como "dogma
de la Iglesia universal" ( 4 8 ) ; expresión que nos indica la preocupación del
( 43 ) Esta explicación de Orígenes, tomada de su comentario a los salmos (P. G..
XII, 1093) ha sido transcrita por Metodio en el De Resurrectione, i, 20-24; la parte
esencial del texto ha sido transcrita por PRAT, Origine, pp. 92-94. Como lo notan
P. PRAT y J. FARGES (Les Idees morales, p. 195) esta explicación, que rechaza Meto-
dio, no sería condenada por los teólogos de. hoy.
(444 ) De resurrectione, ni, 14.
( <S) Ibíd., i, 55.
( 46 ) Ibíd., i, 54, s. Cf. 3. FARGES, op. cit., p. 97, s.
( 47 ) Sobre todo en el Banquete, discurso m,; por ejemplo, sobre la conveniencia
de la Encamación: "Era convenientísimo que el primero de los Arcángeles, el más
antiguo de los Eones, debiendo venir a vivir con los hombres, estableciese su inorada
en el más antiguo y primero de los hombres, Adán". FARGES (p. 43) afirma: 'a pesar
de la incorrección dogmática de. ciertas expresiones, no se puede dudar del sentido de
la doctrina de. Metodio: está en perfecto acuerdo con la fe definida en Nicea." COM-
BEFIS lo juzgó más severamente: "Id purus arianismus est" (P. G., XVIII, 65, n. 42).
No creemos que sea exacto tachar de arrianismo a Metodio; pues enseña la genera-'
ción eterna del Hijo de • Dios (Banquete, vm, 9); pero hay que conceder al menos
que no supo defenderse del subordinacionismo: cf. Banquete, vm, 7; x, 6; Adv. Porph.,
fragm. 2. Su Cristología está también expresada a veces de manera imprecisa e in-
correcta, sobre todo en Banquete, ni, 3-7; Combefis le tacha de nestorianismo (loe
cit.); pero, si se considera en conjunto la doctrina de Metodio, no se puede ir tan
lejos; aunque sí que hay que conceder que en cuestiones imperfectamente definidas
todavía, su pensamiento carece de precisión.
( 48 ) ADAMANTUJS, De recta in Deum fide, iv, 11 (ed. VAN DE SANDE BAKHUYZEN,
p. 168). Este tratado, escrito durante la persecución (i, 21, trad. de RUFINO, p. 41)
es posterior a los tratados de Metodio, que utiliza. Debe datar de los primeros años
del siglo iv y parece haber sido compuesto en la escuela de Metodio. Cf. VAILLANT,
op. cit., pp. 651-653.
334 HISTORIA DE LA IGLESIA

obispo de Olimpo de sentir con la Iglesia, de ser hombre de la Iglesia. Eira


la misma ambición de Orígenes ( 4 9 ) ; pero Metodio la siente con más clarivi-
dencia, con mayores exigencias, con mayor eficacia protectora.
Considerando en su conjunto la doctrina de Metodio, h a y muchos rasgos
que muestran una primera formación origenista, de la que nunca pudo des-
prenderse por entero: en la exégesis la interpretación alegórica de la Escri-
tura; la legislación judía debe entenderse como símbolo de las realidades
cristianas ( 5 0 ) ; en- la teología, la importancia capital del dogma de la liber-
tad para la refutación del fatalismo astrológico; y por fin, la concepción subor-
dinacionista que ve en el Hijo y en el Espíritu Santo las "potencias dorypho-
ras" de Dios ( 5 1 ) y en general de la filosofía idealista q u e es l a atmósfera
en que Metodio vive y piensa.
Pero a medida que se avanza en la lectura de sus obras, se ve al teólogo
ponerse en guardia con u n a vigilancia que se acentúa sucesivamente en las
diversas obras, contra los peligros del idealismo; impone silencio a las sirenas,
para no oír más que el coro de los profetas ( 5 2 ) : rechaza la preexistencia
de las almas, interpreta en el sentido estricto la resurrección de los cuerpos
y repudia toda la escatología origenista ( 5 3 ) .
Esta formación primera y esta reacción marcan u n a huella profunda en la
teología de Metodio: audaz muchas veces, tímida otras, es en conjunto equi-
librada y prudente; pero u n poco falta de firmeza. Parece haber ejercido
alguna influencia: la obra Sobre la fe ortodoxa, que hemos mencionado arriba,
es testimonio de ello ( 5 4 ) , pero no parece haber irradiado m u y lejos su influen-
cia. Todo conspiraba a impedirlo: los años sangrientos de Diocleciano y de
Galerio eran poco propicios a especulaciones teológicas y el fracaso de la per-
secución hablaba en voz más alta que Metodio. Era el último acto de esta
tragedia que había durado tres siglos; con los edictos de pacificación se abría
u n a nueva era y el concilio de Nicea se reunía quince años después de la
muerte de Metodio. La teología que hemos estudiado es totalmente anteni-
cena. Dionisio de Roma y Gregorio habían abierto el camino a los Padres
de Nicea y fueron sus precursores; de Metodio no podemos decir otro tanto,
pues en la doctrina de la Trinidad no acierta a desprenderse de los confusio-
nismos, que Dionisio reprendía en los catequistas de Alejandría; además no
fueron los problemas teológicos los que más conquistaron su interés y recla-

( 49 ) VAILLANT (op. cit., p. 651) recuerda las declaraciones de Orígenes en su


tratado de los Principios. Hay que notar además que durante los ochenta años que
separan las dos obras, la doctrina de la Iglesia se ha ido definiendo de manera más
precisa.
(50) Sobre todo en los dos trataditos De la distinción de los alimentos y De la
lepra. Notemos sin embargo que la posición de. Metodio) no es tan extremista como la
de Bernabé: admite el sentido literal de las prescripciones; ve en las prescripciones
rituales una significación simbólica, pero sin negar el sentido literal.
( 51 ) Banquete, x, 6. Esta fórmula viene de Filón; cf. Histoire du dogme de la
Trinité, t. II, p. 422 y n. 2.
( 52 ) Del libre arbitrio, prefacio.
(53) Esta reacción llega hasta aproximar a Metodio a los milenaristas: no es su
milenarismo como el de San Ireneo; pero espera también un milenio de paz y felici-
dad depués de la resurrección: cf. Banquete, ix, 1 y xi, 5. Cf. FAKGES, Idees morales,
pp. 212 y s.
(54) Esta obra que lleva el nombre de Adamantius y que se intitula Diálogo sobre
la fe ortodoxa, es una refutación de. las herejías de Marción y Valentín. Su principal
interés es darnos a conocer mejor estas dos herejías. EDICIONES: VAN DE SANDE
BAKHTJYZEN en el Corpus de Berlín; P. G., XI, 1711-11884. ESTUDIO: PUECH, op. cit.,
t. II, pp. 536-540.
LITERATURA CRISTIANA BAJO DIOCLECIANO 335
marón su esfuerzo, sino problemas morales y místicos sobre el libre arbitrio,
la responsabilidad humana y más aún sobre la virginidad y la unión con
Cristo, celestial Esposo de las almas.
Y por estos problemas, es por lo que aun hoy nos interesa Metodio. Los
problemas especulativos que discutía no interesan en su mayor parte más
que a los historiadores del siglo m ; pero todo cristiano puede leer con emo-
ción el elogio de la virginidad y, pensando en esta vida que el martirio ha
coronado, repetir el estribillo del cántico de Tecla: "Me he conservado pura
pafca ti y llevando mi lámpara encendida, vengo a tu encuentro, oh, Esposo."
CAPITULO XVI

LA ORGANIZACIÓN ECLESIÁSTICA C )

Si durante este siglo la Iglesia ha extendido tanto sus conquistas, al mismo


tiempo que sus relaciones con el Estado sufrían alternativas tan opuestas, su
estructura orgánica ha permanecido en los elementos esenciales idéntica a
la del siglo anterior.
Ya mediado el siglo n , la Iglesia está constituida tal como lo estará siempre.
Los elementos esenciales de la organización eclesiástica, que al menos en
germen existían desde el principio, se muestran desde entonces definida y
definitivamente. En el período inmediatamente posterior ya no podemos
comprobar más que variaciones secundarias, aunque no vacías de interés, como
expresión del desarrollo de la Iglesia.

§ 1. — Clérigos y l e g o s

FORMACIÓN DE LOS Desde el principio estuvo bien establecida la distin-


CLERIGOS ción entre los que tenían la dirección de sus herma-
nos en la fe y los simples fieles, los clérigos y los
legos. Los primeros, encargados de instruir y de formar a los demás en la
vida cristiana, debían recibir u n a formación que los capacitase para ello. La
subdivisión progresiva de las órdenes y la costumbre y la norma, m u y luego
introducida, de no elevar a una orden superior a nadie hasta haberlo pro-
bado en la orden inferior, facilitaban esta formación y las escuelas catequís-
ticas contribuyeron sin duda también a ello, aunque en u n principio tuvieron
u n a misión más elemental. Poco a poco "la enseñanza metódica del arte de
gobernar las almas reemplazó a la efusión extraordinaria de dones espirituales
o carismas, que tanto habían contribuido en la edad apostólica a la instruc-
ción y dirección de la Iglesia naciente" (I Cor. 12, 28, s.)( 2 ).

SUS OBLIGACIONES El clérigo, investido de tan alta misión, debe consa-


grarse totalmente a ella y de aquí el principio de que
el ministro del altar debe vivir del altar (I Cor. 9, 13). Los fieles satisfacen

(!) BIBLIOGRAFÍA. — La misma bibliografía que en el capítulo XI del tomo primero.


Añádase además de las obras indicadas en las notas del presente capítulo: F. X. FUNK,
Zolibat und Priestertum im christlichen Altertum, en Kirchengeschichte Abhandlungen
und Untersuchungen, t. I, Paderborn, 1927, pp. 151 y s.; E. VACANDARD, Les origi-
nes du célibat ecclésiastique, en Eludes de critique et d'histoire religieuse, t. eI, París,
1913, p. 69 y s.; CH. DE SMEDT, L'organisation des Eglises chrétiennes au IIl siécle,
en Revue des questions historiques t. L, 18912, p. 397 y s.; L. DUCHESNE, Notes sur la
topographie de Rome au moyen age, II. Les titres presbytéraux et les diaconies, en
Mélanges Sarchéologie et d'histoire, publicados por la escuela francesa de Roma, t. VII,
1887, p. 218 y s.; J. P. KIRSCH, Die Romische Titelkirchen, en Studien zur Geschichte |
unda Kultur des Altertums, IX, 1-2, Paderborn, 1918. j
( ) FUNK-HEMMER, Histoire de l'Eglise, t. I, p. 87. ;
336 |
LA ORGANIZACIÓN ECLESIÁSTICA 337

la obligación que tienen a este respecto con la aportación de ofrendas (obla-


ciones) al servicio divino. La Didaché (cap. x n i ) y la Didascalia de los após-
toles (caps, v m y xvín) invitan a los cristianos a que se acuerden de la
Iglesia en el empleo de sus bienes. La constitución de la propiedad eclesiás-
tica, de que luego hablaremos ( 3 ) , les proporcionó m u y pronto recursos fijos;
pero sin embargo, ni las rentas eclesiásticas, n i las contribuciones de los
fieles bastaban siempre y en todas partes al sustento del clero. Más de uno
vivía de su fortuna particular o, al ejemplo de San Pablo que hacía tiendas
(Act. 18, 3 y 20, 34) buscaba su subsistencia en el trabajo m a n u a l o en el
negocio. No es de extrañar que en esta situación se hubiesen cometido abu-
sos: San Cipriano ( 4 ) denuncia y se escandaliza de las operaciones comer-
ciales de ciertos obispos, y las riquezas de Pablo de Samosata provocaron pare-
cidas protestas. A finales del siglo n i , el concilio de Elvira (canon 19)
prohibe a los obispos, a los sacerdotes y a los diáconos ir a mercados lejanos
para hacer negocio.
Los miembros de la Iglesia deben tener u n ideal más elevado y d a r ejem-
plo de desinterés y desprendimiento. Debiendo santificar a los demás, son lla-
mados por lo mismo a u n a vida más santa y así desde los primeros tiempos
se les obligó a cumplir con ciertas condiciones morales que les distinguían
de la masa de los cristianos. Las Epístolas a Timoteo y Tito habían pres-
crito que "el obispo fuese marido de una sola mujer" ( 5 ) , es decir, que no
hubiese estado casado sino una vez. Los neófitos, los cristianos que habían
tenido que hacer penitencia pública, los que habían recibido el bautismo en
el rito de los enfermos ( 6 ) , los que se hubiesen mutilado voluntariamente
estaban excluidos, en principio, de las órdenes sagradas. Pero el celibato no fué
impuesto a los clérigos en los primeros siglos y los hombres casados, que
recibían las órdenes sagradas, no contraían la obligación de la continencia.
Sin embargo prevaleció desde el principio la norma de que los obispos, los
sacerdotes y los diáconos no pudiesen casarse después de la ordenación, a
menos de volver a la categoría de simples fieles. La noción de la superioridad
de la continencia sobre el matrimonio y de la conveniencia de la primera para
los ministros de Dios estaba implicada en esa regla y tendía a asociar las ideas
de celibato y sacerdocio. Como muchos cristianos vivían en continencia volun-
tariamente como estado más agradable a Dios, era natural que se eligiese entre
ellos los miembros del clero y así, extendiéndose la costumbre, tendía a
hacerse ley. Pero el celibato, como ley, n o fué impuesto hasta el siglo n i o
principios del siglo iv y sólo en u n país: el concilio de Ilíberis (Elvira),
expresión de la disciplina de la Iglesia de España hacia el año 300 ( 7 ) , hizo
(canon 33) que la continencia fuese obligatoria para los obispos, sacerdotes
y diáconos. Pero esta legislación será, aún mucho tiempo después excepción
en la Iglesia universal, pues veinte años más tarde, el concilio de Nicea rehu-
saba generalizarla a toda la Iglesia ( 8 ) .

ASCETAS Y VÍRGENES La corriente que llevaba a muchos cristianos hacia


el ascetismo no era menos fuerte, y algunos de los
que hacían profesión de vivir en celibato y de ejercitarse en diversos géneros

(3) Cf. infra, p. 365, ss.


(*) De lapsis, iv.
(5) Timoth. 3, 21-23; Tit. 1, 5-9.
(6) EUSBBIO, Hist. Eccl., VI, XJLIII. Concilio de Neocesárea, canon 12.
(7) Sobre esta fecha, cf. infra, p. 346.
(8) Cf. t. III.
I
338 H I S T O R I A DE LA I G L E S I A

de renunciamiento, obtuvieron m u y pronto una posición especial en la Igle-


sia, cuando no fueron elevados a la dignidad de clérigos. Fueron designados
con el nombre de ascetas, á<rxr¡Taí, en latín "continentes". La vida que lleva-
ban, sin dejar aún sus familias, preludia la de los monjes que fueron a partir
del siglo iv una institución en la Iglesia y de la que Pablo de Tebas, del
cual ya hemos hablado ( 9 ) , es considerado fundador. Había "continentes",
hombres y mujeres; y las vírgenes, "virgines consecratse" o "virgines cano-
nicae", según la expresión aplicada a u n grupo de mártires de Sirmio cuando
la persecución de Diocleciano ( 1 0 ), no eran objeto de menor consideración
que los hombres "continentes".
Entre ellas hubo algún tiempo cierta categoría de personas menos reco-
mendables, las llamadas "virgenes subintroductae", oweítraTcrot, las "hermanas
agapetas" o "amigas" que concertaban con u n cristiano, con el que convivían,
cierto matrimonio espiritual, que de hecho terminaba muchas veces en el
concubinato. Desde el siglo n , por razón de los abusos, la Iglesia comenzó
a condenar práctica tan paradójica. El concilio de Antioquía, hacia el 268,
formuló acusaciones por estos motivos contra Pablo de Samosata y el con-
cilio de Elvira, en el cañón 27, no autorizaba a los eclesiásticos a tener en
su casa más que a sus hermanas o a sus hijas, y a condición de que fuesen
vírgenes consagradas a Dios ( u ) .

LOS CONFESORES Los confesores cristianos, valientes que padecieron por


la fe en la persecución sin llegar a morir, fueron tam-
bién, como es natural, m u y honrados, y hubo después de las grandes crisis
del siglo n i , como ya vimos ( 1 2 ), cierto peligro de que se constituyesen en
autoridad en la Iglesia; pues, sobre todo en África, se arrogaron el derecho
de absolver a los lapsi, dándoles certificado de reintegración en la comu-
nidad cristiana, manera m u y expeditiva para los cristianos caídos y arrepen-
tidos de huir la prueba de una penitencia expiadora más o menos larga. Los
méritos- de los mejores serían reparación de las faltas de los menos buenos.
Podríamos considerar esta idea como una aplicación u n poco extraña de la
"comunión de los santos", si las pretensiones orgullosas y la actitud de rebeldía
de ciertos confesores no hubiese viciado profundamente esta significación.
De hecho, era en otro aspecto como u n a renovación de la tendencia de los
montañistas a oponer "los espirituales" a los obispos, los carismas individua-
les a la jerarquía. La reacción episcopal fué vigorosa; pero necesitaron mucha
prudencia los jefes de las Iglesias, y a veces les fué difícil quedar dueños
de la situación. Son ilustrativos a este respecto los cismas de Novato y de
Novaciano que tuvieron lugar en Cartago y Roma respectivamente por la
firme actitud adoptada por el papa Cornelio y San Cipriano en la cuestión
de los lapsi ( 1 3 ). El canon 25 del concilio de Ilíberis (Elvira), en España,
que prohibe a los fieles valerse del título de confesor en las cartas de reco-
mendación de una Iglesia a otra, nos indica que aun a fines del siglo n i los
obispos se veían obligados a cortar el abuso que se hacía de ese título.

(») Cf. supra, p. 129.


(">) Cf. infra, p. 400.
( n ) A este propósito cf. H. ACHELIS, Virgines subintroductee, Leipzig, 1902 y P. DE
LABRIOLLE, Le mariage spirituel dans Vantiquité chrétienne, en Revue historique,
t. CXXXVII, 19212, p . 204, s .
(12) Cf. supra, p. 164, ss.
(13) Cf. supra, p. 166, ss.
LA ORGANIZACIÓN ECLESIÁSTICA 339

§ 2 . — Los diversos ó r d e n e s eclesiásticos

EL OBISPO ENCARNACIÓN Los obispos, a pesar de la crisis que en u n mo-


DE LA IGLESIA mentó pareció amenazar su autoridad, no sólo
quedan como los únicos jefes de la Iglesia,
sino que además aparecen como su encarnación. El obispo es la Iglesia:
"Ecclesia in episcopo", h a escrito San Cipriano ( 1 4 ) , que en su diócesis de
Cartago tropezó con los graves problemas que le planteó la connivencia de
los lapsí y los confesores, y que es, sin embargo, el que nos da la idea más
viva de lo que era entonces u n jefe de la Iglesia, con su acción, con sus
escritos y sobre todo con su tratado De catholicoe Ecclesice unitate; el obispo
es el centro de cada iglesia, el resorte y apoyo de esa " u n a n i m i t a s " y "con-
sensio" que da el vivir como con una sola alma a la reunión de los fieles
que componen la iglesia; eso es el obispo elegido por el pueblo y que recibe
de Dios su carácter sagrado. Este carácter se le comunica por medio de la
consagración, que efectúa u n obispo ya en funciones. El uso no tardó en
establecer que el obispo consagrante fuese asistido por otros dos obispos y
también que la elección fuese confirmada por todos los de la provincia, presi-
didos, cuando esta institución llegó a ser oficial, por el metropolitano ( 1 5 ) .
Una vez en posesión de esta doble investidura, divina y h u m a n a , el obispo,
sucesor de los apóstoles, que tiene la misión de mantener la unidad, goza de
las más amplias prerrogativas; es el pastor del rebaño de los fieles que le
deben obediencia, pero que exigen de él en retorno su amor, su celo, la entre-
ga total de su vida y el ejemplo de su virtud.

LOS SACERDOTES. El obispo lo es a ú n todo en la Iglesia del si-


IMPORTANCIA CRECIENTE glo m ; pero comienza ya a desenvolverse y
DE SU MINISTERIO crecer en importancia la misión de los sacer-
dotes subordinados suyos. El crecimiento de
la población cristiana en las grandes ciudades exige la creación de numerosos
centros eclesiásticos, que luego se llamarán parroquias ( 1 6 ), al frente de las
cuales se puso, como es natural, a sacerdotes. Por otra parte las grandes
persecuciones del siglo n i privaron a muchas iglesias de sus obispos, sea que
se viesen obligados a ocultarse, sea que hubiesen padecido el martirio, y como
no siempre era posible proveer a la necesidad de la Iglesia con u n nuevo
nombramiento, los miembros del presbiterio comenzaron a tomar u n a parte
mucho más activa en el gobierno de la Iglesia. A medida que las circunstan-
cias fueron imponiendo la modificación de la práctica que hasta entonces
se observaba, los sacerdotes, que antes no participaban en la celebración de
los misterios eucarísticos sino junto con el obispo, añadieron a sus antiguas
funciones de instrucción a los fieles y preparación de los catecúmenos al
bautismo y de los penitentes a la reconciliación, esta nueva de la celebra-
ción de los misterios ( 1 7 ).
La división de una misma iglesia en secciones confiadas a sacerdotes, o más
exactamente, la multiplicación de lugares de reunión, a cuyo frente están

( 14 ) Epist. XXXIII, 1.
(15) Cf. infra, p. 346, ss.
(16) Sobre la evolución de la palabra "paroecia", cf. supra, p. 115 e infra, p. 342.
C17) Cf. CH. DE SMEDT, L'organisation des églises chrétiennes au IIIe ñecle, en
Revue des Questions historiques, t. L, 18912, p. 397, s.
340 HISTORIA DE LA IGLESIA

ellos, se remontaría en Roma, donde estos centros de vida religiosa recibie-


ron el nombre de "tituli", al siglo n , si hubiésemos de creer al Liber pontifi-
calis que hace su autor al papa Evaristo ( 1 8 ) . No habría hecho más que con-
fiar estas iglesias auxiliares a los veinticinco sacerdotes romanos creados por
Cleto o Anacleto ( 1 9 ) , segundo sucesor de Pedro. Todo esto tiene carácter
legendario, sobre todo si se recuerda que la institución de los títulos presbi-
terales es atribuida por el Liber a otros dos pontífices, Urbano i20), contem-
poráneo de Alejandro Severo y cien años más tarde a Marcelo ( 2 1 ) , después
de la persecución de Diocleciano. Es posible que este último papa haya sido
el que estableció o restableció los tituli, los que, en la segunda hipótesis, data-
rían al menos del siglo m , sin que nos sea posible determinar su fundación
con exactitud. Mediado el siglo n i , los sacerdotes de Roma eran más de
veinticinco, pues u n a carta del papa Cornelio (en 251-253) habla de cuarenta
y seis ( 2 2 ). En Egipto había a principios del siglo iv, después de la depo-
sición de Arrio, diecisiete sacerdotes en la misma Alejandría y diecinueve en
Mareótide, distrito que dependía inmediatamente de Alejandría ( 2 3 ) . Debemos
suponer cifras proporcionales en las demás grandes ciudades.

LOS DIÁCONOS Los diáconos continúan, en este período, desempeñando el


mismo importante papel que señalamos en el período an-
terior ( 2 4 ) . Investidos de u n doble ministerio de caridad y de liturgia, con-
curren al servicio divino, velan por la disciplina externa y se encargan bajo
la dirección del obispo de la administración temporal de los bienes de la
comunidad y sobre todo de la distribución de las ofrendas de los fieles a los
pobres.
En muchas iglesias, Roma entre ellas, eran en número de siete en memoria
de los "siete diáconos" de Jerusalén ( 2 5 ) . Así e n Roma la población cristiana
de la ciudad está distribuida en siete regiones y a su frente u n diácono, para
la administración eclesiástica. Esta división, hecha quizá según la división
civil de Roma en catorce divisiones administrativas agrupadas de dos en dos,
es independiente de la división en tituli presbiterales. El catálogo liberiano
da al papa Fabián, elegido en 236, el honor de haber fundado estas siete
"diaconías" ( 2 «).
En algunas iglesias, y sobre todo en Roma, el primer diácono —archidiá-
cono o arcediano como se diría después— era todo u n personaje: de hecho
era el primero en la comunidad cristiana después del obispo, al que sucedía
casi siempre. Fué u n a innovación que, después de la muerte del papa Fabián,
en la persecución de Decio (en 250), habiendo quizá perecido todos los diá-
conos, y habiéndose hecho cargo del gobierno de la Iglesia los presbíteros,
fuera promovido al episcopado en 251 el sacerdote Cornelio ( 2 7 ) .

( 18 ) Liber pontificalis, ed. DUCHESNE, t. I, p. 126.


( 19 ) Liber pontificalis, ibíd., p. 122.
í 20 ) Ibíd., p. 143, en que se lee: "Hic fecit ministerio sacrata omnia argentes cons-
tituit et patenas argénteas XXV posuit".
(2*) Ibíd., p. 164.
( 22 ) EUSEBIO, Hist. Eccl., VII, XLIII, 11.
C23) Carta del obispo San Alejandro de. Alejandría (P. G., XVIII, 577-581).
( 24 ) Cf. t. I, pp. 310-311.
(2K) Concilio de Neocesárea, canon 15.
(26) Cf. Liber pontificalis, ed. DUCHESNE, t. I, p. 149. L. DUCHESNE, Les régions de
Romé au mayen age, en Mélanges íarchéólogie et d'histoire, t. X, 1890, pp. 126-149,
(27) Cf. infra, p. 354. "Véase también p. 360, el caso del papa Dionisio.
LA O R G A N I Z A C I Ó N E C L E S I Á S T I C A 341

ORDENES INFERIORES Según el Liber, Fabián habría instituido siete sub-


diáconos. Sea exacto o no este dato, pues las aser-
ciones del Liber Pontificalis deben ser sometidas a crítica, es, ya adelantado
el siglo m , cuando aparecen las diversas órdenes inferiores. Sólo de una
sabemos ciertamente que es más antigua, la de los lectores, ávayvwcrai,
encargados de leer en público las Sagradas Escrituras y ya mencionados
por Tertuliano hacia el 200 ( 2 8 ). Parece que son mencionados por una ins-
cripción anterior, así se cree, del cementerio romano de santa Inés ( 29 ) y
aun antes, quizás por Justino ( 3 0 ). Pero, a medida que las comunidades reli-
giosas se desarrollan, hay que proveerlas de los organismos necesarios para
su desenvolvimiento y como, al menos en muchas iglesias, se vacilaba en
aumentar el número de diáconos instituidos por los apóstoles, fué preciso
instituir otros clérigos inferiores en los que los diáconos pudiesen descargar las
funciones menos importantes: así se crearon los subdiáconos, VTTOSL&HOVOI,
auxiliares inmediatos de los diáconos, a los que estaban explícitamente subor-
dinados ( 3 1 ) ; los acólitos, que no existen en la Iglesia griega, y que en la
Iglesia de Occidente parece que tuvieron la misión de ayudar a los subdiáco-
nos, quienes, si no se quiso aumentar su número, siete, vinieron a ser poco
numerosos para los cargos que les habían sido confiados; los exorcistas,
é£opxKJT<u, a quienes estaba confiado el oficio de liberar a los poseídos del
demonio; los porteros, "ostiarii", m/Ktapol, que guardaban las puertas de la
iglesia. Todas estas funciones y órdenes existen en Roma en el año 251 según
una carta de Cornelio a Fabio de Antioquía, recogida en la historia de Euse-
bio ( 3 2 ) ; pero el desarrollo, que ya entonces presenta este cuerpo de auxi-
liares del clero superior, hace pensar que su institución no era reciente. U n
documento del año 303 ( 33 ) nombra otro último orden, el de los sepultureros,
"fossores", xoiriaraí, de los cuales pasado el siglo iv ya no se encuentra huella
como partes de la jerarquía. En las grandes ciudades la instrucción de
los catecúmenos fué confiada a los catequistas, xarrixtrai, o "doctores
audientium".

§ 3 . — D i v i s i ó n territorial de las iglesias. Los o r í g e n e s


d e la organización p a r r o q u i a l

Esta difusión creciente de la religión cristiana hizo que se constituyesen


nuevas comunidades cristianas cerca de las grandes ciudades, en ciudades
pequeñas y también, —al menos en Oriente, en regiones como el Asia Menor
en que la cristianización estaba m u y avanzada—, en poblaciones rurales, en
las aldeas. Estas comunidades, para mantener su fervor religioso, necesita-
ban su clero y parece que fueron muchas las soluciones a este problema que
planteaba la extensión del Evangelio más allá de los límites en que necesa-
riamente se había encerrado la primera predicación.

(28) De praescriptione, xix


(28) D E ROSSI, Bullettino di archeologia cristiana, t. IX, 1871, p. 31.
(30) Apología, I, LXVII
(31) 'Yvqpera leía-* Siax'vcw (Constituciones apostólicas, vm, 28).
(32) Hist. EccL, VI, XLIII.
í 33 ) Gesta purgationis Cmciliani (P. L., VIII, 731). Dos leyes del emperador
Constancio (Cod. Theod., XIII, 1, 1 y XVI, 2, 15) colocan a los "copiatae" expresa-
mente entre los miembros del clero.
342 HISTORIA DE LA IGLESIA

UNIDAD TERRITORIAL DE Según la concepción y la práctica primitiva,


LA IGLESIA. IGLESIA en la cual no puede haber iglesia sin obispo,
PRINCIPAL Y CENTROS único depositario de la plenitud del sacer-
SECUNDARIOS docio y único dispensador de la vida litúr-
gica total, u n a comunidad cristiana encuen-
tra espontáneamente sus límites territoriales. De todos los puntos del terri-
torio los fieles deben acudir, sin que tengan que realizar u n verdadero
viaje, a la iglesia principal, en que se celebran las grandes ceremonias del
culto, presididas por el obispo. En el interior de este territorio, cuando la
necesidad lo exigió, se crearon las circunscripciones secundarias a cuyo
frente estaban los sacerdotes; pero las asambleas que estos dirigían, en los
primeros tiempos de esta institución, tenían u n carácter más catequético
que propiamente cultual y así sucede que a veces es u n simple diácono el
que desempeña este oficio. Las circunstancias obligaron a la evolución
e hicieron de los diversos sacerdotes sustitutos menos incompletos del obispo
en el territorio eclesiástico confiado a su cuidado y convirtieron cada uno
de esos territorios en otras tantas parroquias.
El primer régimen se aplicó a los arrabales de las grandes ciudades, de
los que los fieles podían acudir fácilmente a la iglesia central y a los que
el obispo podía visitar con relativa facilidad. Así el distrito de Mareótide,
en Egipto, que contaba con numerosos sacerdotes, era, a finales del siglo n i ,
una dependencia eclesiástica de Alejandría cuyo obispo lo gobernaba direc-
tamente ( 3 4 ).
Los sacerdotes, encargados de velar por aquellas partes de la diócesis epis-
copal fuera de la aglomeración urbana que formaba el centro, podían ejercer
su ministerio de dos maneras distintas, o residiendo en ellas, o como visi-
tadores.

SACERDOTES VISITADORES Llevaban el nombre de xípioSeweú, en latín


O PERIODEUTAS "circumeuntes". Una carta de San Fileas
obispo de Thmuis en el bajo Egipto, escrita
hacia el 307 ( 35 ) y el canon 57 de los llamados cánones de Laodicea, cuya
fecha no podemos precisar ( 3 6 ) , nos dan a conocer su existencia. Se infiere
del primero de estos textos que San Fileas pensaba que el ministerio de estos
sacerdotes era suficiente para las necesidades de los cristianos que vivían apar-
tados de la residencia episcopal y no creía necesario nombrar para ellos
sacerdotes con residencia fija.

SACERDOTES CON Hubo situaciones en las que cristiandades


RESIDENCIA FIJA. ORÍGENES que se encontraban a distancias considerables
DE LA ORGANIZACIÓN de la sede episcopal no tenían obispo propio:
PARROQUIAL así parece haber sucedido hasta mediados del
siglo n i en la Italia superior y en las Ga-
lias ( 3 7 ), donde por ejemplo los cristianos de A u t ú n y Chalon-sur-Saóne de-
pendieron en u n principio del obispo de Lyón. Podemos creer que en estos
casos m u y pronto fué necesario concederles sacerdotes con residencias en cada

(3*) Cf. supra, p. 340.


(85) P. G., X, 1566.
i96) Sobre los cánones de Laodicea, cf. el t. III. El canon 57 se refiere a una
situación que no puede ser posterior al siglo iv.
(87) Cf. supra, p. 115 s. y p. 121.
LA ORGANIZACIÓN ECLESIÁSTICA 343

una y de aquí esas irapoixíai, parroquias de la Galia de que habla Eusebio ( 3 8 ).


Pero nada prueba que esta organización del régimen parroquial no haya co-
menzado antes del siglo iv aun en las parroquias mucho más próximas al
centro episcopal; por ejemplo es difícil decir si los sacerdotes de Mareótide
eran periodeutas o curas rurales ( 3 9 ).
Tampoco podemos precisar en qué momento histórico o en qué circunstan-
cias se realizó la transformación de estos "servidores del obispo", encargados
sobre todo de la instrucción catequística, de la preparación a los sacramentos
y de la predicación, en ministros de la liturgia que celebrasen el santo sacri-
ficio en las iglesias de las ciudades pequeñas y en las aldeas, como lo hacía
el obispo en su catedral. Hemos dicho ya que las persecuciones del siglo m
debieron contribuir a esto, al privar a las iglesias de sus obispos por tiempo a
veces bastante largo; pero ya antes es difícil creer que los sacerdotes encarga-
dos de cristiandades tan alejadas de la residencia episcopal, como Autún,
por ejemplo, lo estaba de Lyón, no hayan celebrado los misterios sagrados.
En u n caso como éste la conservación de este régimen, de poner sacerdotes
al frente de las cristiandades m u y distantes de la sede episcopal, no se explica,
siendo comunidades establecidas en ciudades, sino por el pequeño número de
sus fieles. Apenas comenzó a crecer su número, era n a t u r a l y casi obliga-
torio que se les concediese obispo y así se fué llegando a la organización que
parece haberse establecido en la Galia a partir del siglo iv: u n obispo por
ciudad; sin que sin embargo haya u n a correspondencia rigurosa entre la
geografía eclesiástica y la geografía administrativa.

MULTIPLICACIÓN DE LOS Además de la institución de los periodeutas y


OBISPOS EN OTROS PAÍSES de los sacerdotes de residencia y cargo fijo,
se dio otra solución al problema de los
centros urbanos de reducida importancia o por su número de habitantes o por
lo reducido de su comunidad: multiplicar los obispos. Así se hizo en la Italia
peninsular y sobre todo en África, donde si no en el siglo n i , al menos en
el iv, había u n número casi increíble de sedes episcopales: los concilios reuni-
dos con motivo del cisma donatista, consecutivo de la persecución de Dio-
cleciano ( 4 0 ), nos dan a conocer la existencia de varios centenares de obis-
pos en u n territorio mucho menos extenso que el de la Galia. Los había
en ciudades m u y pequeñas y hasta en simples aldeas. Por los poderes pro-
pios que ejercitaban en su pequeña circunscripción eran iguales a los obispos
de las mayores ciudades.

LOS COREPISCOPOS En otras partes, como en diversas provincias de Asia,


los obispos de las localidades secundarias eran mira-
dos como obispos de segunda categoría y esta humildad relativa de su situa-
ción la expresaba el nombre especial que se les daba: "corepíscopos" u
obispos del campo", x¿>pas kirícrxoiroi, íiríaxoiroí kv rals xú/utus (aldeas) tf Tais
XÚpais (comarca), como les llaman los textos conciliares ( 41 ) y que son evi-

(38) Cf. supra, p. 115.


(39) Cf. la discusión en CH. DE SMEDT, L'organisation des églises chrétiennes au
Ule siécle, en Revue des Questions historiques, t. L, 18912, p. 410, s.
(40) Cf. infra, p. 403 y t. III.
(41) Concilio de Antioquía de 341, canon 10. Sobre el corepiscopado cf. Dom PARI-
SOT, Les chorévéques, en Revue de L'Orient chrétien, X. VI, 1901, p. 157, s.; P. M. J U -
ME, Les chorévéques en Orient, en Echas d'Orient, t. VII, 1904, p. 263, s.; H. BER-
344 HISTORIA DE LA IGLESIA

dentemente los mismos tirícxoiroi TÚV áypúv de que habla Eusebio ( 4 2 ). E]


más antiguo éiríaxoiros x¿3¡ir¡s citado es u n tal Zótico, obispo de la aldea de
Comana, en Frigia, cuyo nombre trae Eusebio, al hablar de los principios del
montañismo (segunda mitad del siglo n ) ( 4 3 ) .
Salvo la diferencia de nombre eran obispos lo mismo que los otros y los
de las aldeas de Asia Menor y de Siria estaban más o menos en la misma
situación que los obispos de las aldeas africanas o los obispos encargados de
las pequeñas ciudades inmediatas a.Roma, a los que por esta razón se les
llamó obispos suburbicarios ( 4 4 ). Sin embargo es probable que desde el prin-
cipio los corepíscopos estuviesen subordinados al obispo de la ciudad centro
del territorio.
Poco a poco se llegó a pensar que estos corepíscopos eran demasiado nume-
rosos para que pudiesen ofrecer garantías suficientes de su valer, poniendo
en peligro el prestigio religioso del episcopado. Sus poderes fueron reducidos
y limitados progresivamente por u n a serie de concilios del siglo iv, que aca-
baron por privarles de su carácter episcopal, en espera de que al fin fuese
suprimida esta institución ( 4 5 ) .

LOS DOS TIPOS PRINCIPALES Así quedaron dos tipos de organización ecle-
DE ORGANIZACIÓN siástica según la tradición de las diversas
iglesias: en unas regiones como África e Ita-
lia peninsular existió siempre la superabundancia y multiplicación de episco-
pados; había sedes episcopales aun en ciudades m u y pequeñas, pero no en
simples aldeas. E n otras regiones, España, Italia superior, Galia, Bretaña e Ilí-
rico los obispados fueron menos, pero bajo la autoridad de los obispos que te-
n í a n mayor jurisdicción territorial y bajo su autoridad se multiplicaron las
parroquias, confiadas a sacerdotes. En muchos países se llegó a tener, en
general, u n obispado por ciudad civil: así fué en la Galia, no sin algunas
excepciones, a partir del siglo iv; pero no hubo nunca correspondencia rigu-
rosa. En el siglo n i conocemos u n caso en el que u n obispo gobernaba dos
iglesias distintas: Legio (León) y Asturica (Astorga) ( 4 6 ) . La provincia de

GEBM, Etude historique sur les chorévéques, París, 1905 y sobre todo F. GIIXMANN,
Das Instituí der Chorbischófe im Orient. Historisch-kanonistische Studie, en Verbf-
fentlichungen aus dem Kirchenhistorischen Seminar, 2* serie, fase. I, Munich, 1903.
( 42 ) Hist. eccl, VII, xxx.
( « ) Hist. Eccl, V, xvi, 17.
( 44 ) El título de corepíscopo no ha sido dado sino por excepción en Occidente
en la antigüedad cristiana. Un "Chorepiscopus Eugraphus" figura en una inscripción
de Salona, Corpus inscriptionum latinarum, III, 9547 y el concilio de Riez en la
Galia, en 439, redujo a la condición de corepíscopo a cierto Armentario, que había
sido ordenado contra los cánones obispo de Embrun; pero este título sólo le da
preqedencia sobre los demás sacerdotes. Cf. J. ZEII.T.KR, Le chorévéque Eugraphus.
Note sur le chorépiscopat en Occident au Ve siecle, en Revue d'histoire ecclésiastique,
t. VII, 1906, p. 27, s. Conocemos, sin embargo, con ocasión del conflicto que dividió
hacia el año 400 las sedes episcopales del Mediodía de Francia, localidades muy peque-
ñas de la región de Marsella, Gargonio y Citarizo que tenían obispos dependientes del
de la ciudad vecina. Eran corepíscopos a los que sólo faltaba el nombre de tales.
Véase sobre estos conflictos t. III. El corepiscopado reapareció en la época carolingia;
pero los corepíscopos carolingios eran más bien corepíscopos o coadjutores del obispo
diocesano. Sobre el corepiscopado occidental cf. TH. GOTTUOB, Der abendlandische Cho-
repiskopat, en Kanonistische Studien und Texte, publicado por A. KÓNIGEK, t. I,
Bonn, 1928.
(4«) Cf. t. III.
(4«) Cf. supra, pp. 118 y 128.
LA ORGANIZACIÓN ECLESIÁSTICA 345

Escitia que se dividía en varias ciudades no tuvo nunca otro obispado que el
de la capital provincial Tomi y en la provincia llamada de Europa, en Tracia,
no había a principios del siglo v, sino cuatro obispos, cada uno de los cuales
gobernaba los cristianos de dos ciudades ( 4 7 ).

§ 4 . — Relaciones d e las iglesias entre sí.


Fraternidad y j e r a r q u í a

LAS IGLESIAS MADRES Si era n a t u r a l que los obispos de las localidades


pequeñas, creados por el obispo del centro urbano
principal, quedasen respecto de él en cierta relación de subordinación, pode-
mos pensar que, de una manera general, sucedió lo mismo entre toda iglesia
madre y la iglesia filial, aun establecida en u n a gran ciudad. En realidad
no se trataba más que de una preeminencia moral; a veces, sin embargo, el
obispo de esa iglesia madre figuraba como jefe del episcopado de la región;
por ejemplo, el obispo de Cartago para las iglesias de África. Pero no siem-
pre fué así y en general podemos decir que en todo el siglo n i prevalece la
idea de fraternidad en las iglesias y no la de jerarquía entre ellas. Esta
fraternidad encuentra aún en este siglo u n a afirmación en las "litteras for-
matae", que las circunstancias motivaban y por las que las iglesias daban
testimonio de estar en comunión unas con otras.

NECESIDAD DE UNA Era necesario que estas relaciones entre las igle-
CONEXION ORGÁNICA sias obedeciesen a una norma orgánica y de hecho,
durante los cuatro primeros siglos, vemos intentos
y ensayos más o menos reflexivos o espontáneos, hablando h u m a n a m e n t e , para
llegar a una forma concreta de manifestar la unidad fundamental de las
iglesias y realizarla orgánicamente.

LOS CONCILIOS U n o de los modos de unificación, o, más exactamente,


u n a de las maneras más espontáneas de manifestar la
unidad invisible preexistente es la reunión de los diversos representantes de
las iglesias para deliberar, cambiar impresiones y puntos de vista y tomar
decisiones en común, cuando era necesario. Los primeros concilios o sínodos de
que hace mención la historia son de la segunda mitad del siglo n y fueron
motivados por la herejía montañista. "Los fieles de Asia, escribe Apolinar
de Hierápolis, citado por Eusebio ( 4 8 ) , se reunieron en diversos lugares del
país, examinaron los propósitos de los novadores, demostraron su carácter
profano y, después de condenar la herejía, los arrojaron de la Iglesia y los
apartaron de la comunión". Eusebio continúa su historia y nos presenta
a los obispos reunidos en Tracia, para excomulgar a los montañistas ( 4 9 ).
Era en tiempo de Marco Aurelio.
Quince o veinte años más tarde, la cuestión pascual motivó nuevas reunio-
nes de obispos. Eusebio nos dice ( 5 0 ) que en su tiempo todavía se conser-
vaba la carta sinodal de los obispos de Palestina, reunidos bajo la presidencia
de Teófilo de Cesárea y Narciso de Jerusalén ( 5 1 ), de los obispos de Roma

( 47 ) Cf. la lista episcopal del concilio de Efeso.


( « ) Hüt. Eccl., V, xvi, 10.
(4») Hist. Eccl, V, xix, 3-4.
(«>) Ibíd. V, XXIII, 2.
(61) Cf. supra, p. 108.
346 HISTORIA DE LA IGLESIA

reunidos bajo la presidencia del papa Víctor, de los obispos del Ponto presi-
didos por Palma, de las cristiandades de la Galia, —bien es verdad que no
había otro obispo que Ireneo, si exceptuamos los de la Galia narbonense—,
de los obispos de Osroenia, del episcopado griego y del de Asia, que continuó
algún tiempo defendiendo su costumbre sobre la celebración de Pascua ( 5 2 ).
En el siglo n i vemos también reunidos a los obispos en diversos concilios,
para resolver los problemas suscitados por las persecuciones y la aparición
de las herejías: los obispos de Italia se reúnen bajo la presidencia del obispo
de Roma y en África donde los obispos se reúnen en torno al de Cartago,
quizá ya anteriormente a la época que historiamos ( 5 3 ). Hacia el año tres-
cientos se tiene en España el concilio de Elvira: esta fecha aproximada resulta
del hecho de que varios de sus miembros asistieron al concilio de Arles
en 314 y de que Osio de Córdoba, que murió centenario en 357, asistió tam-
bién a él ( 5 4 ).
Los cánones disciplinares de Elvira, los más antiguos que poseemos, no
especifican que estén hechos en orden a las necesidades particulares de la
Iglesia española, sino que parecen enunciar reglas aplicables en general a
todos los cristianos; a u n q u e de hecho el concilio sólo h a legislado para España.
Hasta el siglo iv no hubo concilio ecuménico, con asistencia de represen-
tantes de toda la Iglesia; efectivamente, sería m u y difícil concebir u n a reunión
de esta índole antes de la paz de la Iglesia: el primer concilio ecuménico
será el de Nicea bajo el emperador Constantino. En algunas partes de la
Iglesia estos concilios provinciales o regionales tendían a ser u n a institución
regular y permanente; así por la correspondencia entre San Cipriano y San
Firmiliano de Cesárea, con ocasión de la cuestión bautismal, vemos que en
Asia Menor y en África los obispos de u n a misma provincia tienen en el
siglo n i la costumbre de reunirse en concilio anualmente y aun dos veces
al año.
Recordemos que cuando se plantearon cuestiones que interesaban a toda la
Iglesia, en algunas ocasiones, se reunieron simultáneamente los sínodos pro-
vinciales y así se pudo patentizar el mutuo acuerdo o llegar a él. Por ejem-
plo, los sínodos reunidos por la controversia pascual hicieron constar el senti-
miento u n á n i m e de las iglesias, exceptuadas las de Asia; es verdad que la
dificultad de reducir a estos últimos a la práctica que había prevalecido en
general no se venció por medio de los concilios. Los sínodos provinciales
eran m u y útiles para guiar a la Iglesia; pero tenían necesidad de ser contro-
lados y sancionados por u n a autoridad superior cuando por sí mismos no bas-
taban para asegurar la unidad.

COMIENZA En diversas regiones los intentos de organi-


LA JERARQUIZACION: zación, en u n principio espontáneos, llegaron
PRIMACÍAS DE HECHO Y a cierta realización de la unidad eclesiástica
FUTUROS METROPOLITANOS en territorios más o menos extensos, pero
siempre limitados. Las iglesias que debían
su fundación a otra iglesia reconocieron cierta superioridad en ella y, como
las iglesias madres eran muchas veces la de la ciudad más importante de

(52) Cf. supra, p. 75.


C53) Cf. supra, pp. 119-120 y p. 167, s. e infra, p. 358, s:
(54) Nada arguye que los cánones de Elvira hayan sido dictados inmediatamente
después de una persecución, contra lo que a veces se ha' afirmado. Cf. L. DUCHESNE,
Le concite d'Elvire et les flamines chrétiens, en Mélanges Renier, París, 1887 (Biblio-
theque de l'Ecole pratique des Hautes-Etudes, Section dps Sciences historiques et phi-
LA ORGANIZACIÓN ECLESIÁSTICA 347

cada provincia, que por ese mismo hecho había sido objeto de los primeros
esfuerzos en la evangelización, coincidieron las iglesias madres con las metró-
polis provinciales. Así se preparó la institución de las metrópolis eclesiásticas,
que no aparecen como verdadera institución oficial hasta el siglo iv, comen-
zando en Oriente.
El obispo de la capital de provincia, eirapxia, fué el metropolitano, que tuvo
la preeminencia sobre los colegas de las demás ciudades, con derecho a con-
firmar su elección y, a veces, con la prerrogativa de conferirles la consagra-
ción episcopal. En algunos países se ve por los procesos verbales de los
concilios que esta supremacía no fué ejercida por el obispo de la metrópoli
provincial, sino por el decano de los obispos de la provincia, decano o por
la edad o por los años de episcopado; se le daba el nombre de primado:
esta fué la costumbre en África del Norte, excepto en la provincia Proconsu-
lar, en que el obispo primado fué siempre el de Cartago; en Bitinia al menos
durante algún tiempo y quizá en España ( 5 5 ).
Se formaron también agrupaciones eclesiásticas más extensas, debidas sin
duda a las circunstancias de la evangelización y a las condiciones administra-
tivas y geográficas por las que estaban relacionadas: así las diferentes pro-
vincias de África septentrional se agrupaban en torno al obispo primado de
la Proconsular, el de Cartago, al que vemos siempre en el siglo n i presidir
los sínodos regionales, integrados por los obispos de la Proconsular, la Numi-
dia y la Mauritania ( 5 8 ).
Todo el Egipto y la Cirenaica que comprendían varias provincias civiles,
dependían del obispo de Alejandría y la Italia peninsular del de Roma.

lalogiques, fase. 73), pp. 159-174. Existe mucha literatura sobre el concilio de Elvira;
puede verse para los trabajos anteriores al año 1907 HEFELE-LECLEROQ, Histoire des
Conciles, t. I, p. 212, n. 4. La historia del P. GARCÍA VIIXADA, Historia Eclesiástica de
España, II: "El cristianismo durante la dominación romana", no añade nada nuevo.
(55) Podemos pensar que son estos primados-decanos — decanos por la edad o
episcopado, a no ser que sea por la antigüedad de la sede — de quienes se trata en
el canon 58 del concilio de Elvira, que prescribe la verificación de las letras de comu-
nión de los representantes de una iglesia, durante un viaje, y quiere que, ante todo, se
haga en la primera sede episcopal "máxime in eo loco in quo prima cathedra coristítuta
est episcopatus". Esta "prima cathedra episcopatus" parece corresponder a la "prima
sedes", sede del decano del episcopado de la provincia del África, P. BATIFFOL, La
prima cathedra episcopatus du concite d'Elvire en Journal of theological Studies,
t. XXIII, 1922, p. 263, s., y t. XXVI, 1925, p. 45, s., ha querido demostrar que la
"prima cathedra episcopatus" designa la sede de Roma según idéntica expresión que
se encuentra en le poeta español Prudencio quien dice, Peristephanon, II, 459, hablando
del apóstol Pedro: "cathedram possidens primam". Pero esta interpretación parece
rebasar las perspectivas eclesiásticas del concilio de Elvira, en el que por ninguna
parte aparece la preocupación por una autoridad central o por una sede episcopal
primada de la Iglesia universal. ¿Por qué, además, si trata de Roma se emplea esta
perífrasis que parece poder designar otros muchos lugares? Cf. contra el parecer de
Batiffol, A. JÜLLICHER, Die Synode von Elvira ais Zeuge für den romischen Primat, en
Zeitschrift für Kirchengeschichte, t. XLII, 1923, p. 44, s., y L. VON SYBEL, Die Synode
von Elvira, ibid. p. 243, s. que incluso ve oposición a Roma en el canon 36 del concilio
contra las imágenes, oposición que, por otra parte, no excluiría para Batiffol el reco-
nocimiento de una primacía de Roma, como primacía de fundación.
( 56 ) San Cipriano se niega a admitir ninguna jerarquía entre los obispos; su dis-
curso de apertura en el concilio de Cartago de 256 es terminante a este respecto
(Sententiee episcoporum numero LXXXVII de hcereticis baptizandis, ed. HARTEL en el
Corpus de Viena, III, 1-2: Cypx. op. 1-2, p. 435).
Pero una cosa son las declaraciones teóricas, aunque sinceras, y otra la práctica
casi impuesta por la fuerza de las cosas. De hecho el obispo da Cartago obra siempre
como cabeza del episcopado africano.
348 HISTORIA DE LA IGLESIA

Antioquía parece haber tenido en todo el Oriente, además del Asia Menor,
una situación preponderante, pues en 325 el concilio de Nicea reconoció ( 57 )
esa preponderancia como había reconocido la del obispo de Alejandría, refi-
riéndose a las prerrogativas tradicionales de Roma ( 5 8 ). Estos obispados supe-
riores a los metropolitanos de provincia serán llamados más tarde patriarcados
los mayores, y exarcados o primacías los menores.
En otras partes no se ve en el siglo n i esta tendencia a la jerarquización
de los obispados. E n la Galia céltica la sede de Lyón parece no haber conser-
vado todo el relieve que le correspondía por su situación inicial en la evan-
gelización; aunque veamos hacia el 250 al obispo de Lyón hacer de represen-
tante de los obispos de su provincia ( B 9 ). En la Narbonense no parece que
en la misma época hubiese ninguna sede que tuviese preeminencia sobre
las demás.
Cuando en pleno siglo m es depuesto u n obispo de Arles, los obispos de la
Galia se muestran dispuestos a dejar que el obispo de Roma intervenga direc-
tamente, para nombrar sustituto, lo que es indicio claro de que no había
una autoridad episcopal superior en el país ( 6 0 ).
Resumiendo: antes de la paz de la Iglesia, la organización provincial carece
de consistencia, está en estado naciente; llegada la paz, u n a evolución n a t u r a l
la llevará a su pleno desarrollo.

( 58
") Canon 6.
( ) 'EíretSij xai TÚ iv 'PíójUfl tinaxóitoi TOÍITO oróvijffés ianv.
(69) Cf. infra, pp. 358-359.
(60) Cf. infra, p. 359.
CAPITULO XVII

LA SEDE ROMANA O

Por encima, de esta organización provincial no existe, pues aun no se ha


Convocado ningún concilio universal, "más que u n sentimiento vivísimo de
la unidad cristiana y la autoridad especial de la Iglesia de Roma" ( 2 ) , que es
expresión de esa unidad.
Autoridad más sentida que definida en u n principio; pero que ya en los
dos primeros siglos se dio a conocer y fué reconocida por testigos ilustres del
pensamiento y del sentimiento cristiano. La historia de la Iglesia de Roma
desde finales del siglo n hasta el siglo iv nos va mostrando el desarrollo pro-
gresivo de esa autoridad.

§ 1 . — E l p a p a d o de V í c t o r a Calixto

EL PAPA VÍCTOR Desde el pontificado del sucesor de Eleuterio, el papa


Víctor (189-199), la acción de la sede romana toma
u n relieve que, salvo la intervención de Clemente en Corinto ( 3 ) , nunca hasta
entonces había aparecido tan patente. El pontificado de Víctor es de los más
característicos.
Ahora el griego deja de ser la única lengua oficial de la Iglesia romana,
que lo va a reemplazar gradualmente por el latín; Víctor, quizá africano de
origen ( 4 ) , lo escribe ( 5 ) y esto revela ya el progreso del elemento latino
,en la cristiandad de Roma, hasta entonces griega u oriental más que latina.
La influencia creciente del espíritu latino se nota también en el progreso de

C1) BIBLIOGRAFÍA. — La misma que para el capítulo XI del tomo I, en lo que se


refiere al papado, más las notas del presente capítulo.
(2) DUCHESNE, Histoire ancienne de l'Eglise, t. I, p. 536.
( 3 ) Un artículo publicado después de la aparición del primer tomo de esta historia
de la Iglesia por el R. P. VAN CAUWELAERT, L'intervention de l'Eglise de Rome á
Corinthe vers Van 96, en Revue ¿"Histoire ecclésiastique, t. XXXI, 1935, p. 267, s.
ha puesto de nuevo en crisis el alcance eclesiástico y significación de la carta cle-
mentina. El autor explica la intervención de Roma en Corinto por las relaciones espe-
cialísimas que. existían entre las dos ciudades, por el hecho del establecimiento de
una colonia romana en Corinto; pero no ha demostrado que de estas relaciones haya
resultado una intimidad particular entre, las dos iglesias. Son esencialmente relacio-
nes entre latinos como dice expresamente VAN CAUWELAERT,- ahora bien, la primera
comunidad romana era casi totalmente helénica; el griego fué hasta el año 200 la
lengua oficial y la / Clementis es un documento griego. Una carta latina hubiese
sido más favorable, a la tesis sostenida por Cauwelaert. Cf. J. ZEIIXER, A propos de
l'intervention de l'Eglise de Rome\ á Corinthe en Revue d'Histoire ecclésiastique, ibíd-,
p. 762, s. El P. Van Cauwelaert sin embargo ha mantenido su tesis (Réponse aux
remarques de M. J. Zeiller, en Revue d'Histoire ecclésiastique, ibíd., p. 765, s.).
(4) Según el Líber Pontificalis.
(8) SAN JERÓNIMO, De viris illustribus, LIII, hace de Víctor el primero de los escri-
tores latinos cristianos.
349
350 HISTORIA DE LA IGLESIA

su organización, de que son testimonios los sínodos romanos, convocados con


ocasión del asunto de Teódoto y de la Pascua ( 6 ) y se nota en sus relaciones
con otras iglesias, muchas de las cuales reunieron concilios a requerimiento
del obispo de Roma. Este pontificado hace época y podemos decir que Víctor
es, mejor que ninguno de sus predecesores, el obispo de Roma obrando
como papa.
La manera vigorosa, y en cierto modo violenta, con que quiso reducir a los
orientales en la celebración de la Pascua al uso romano, que era el de la
mayor parte de las iglesias, provocó resistencias ( 7 ) ; pero tradujo m u y bien
la conciencia que el obispo de Roma tenía de su derecho —derecho que le
parecía como dimanado espontáneamente de u n deber— de dar a toda la
Iglesia directivas generales, tanto en materia de disciplina como en materia
de fe. Roma, desde esta época, da testimonio de una conciencia de su misión
que cumple con una rectitud y firmeza sorprendentes.
H a y que confesar que la actitud de Víctor levantó protestas enérgicas; pero,
como se ha podido observar, eran en nombre de la caridad o de la fraterni-
dad, sentimientos siempre vivos en la Iglesia de los primeros tiempos; no
que negasen u n derecho que muchas de esas protestas no tenían en cuenta, o
porque miraban la cuestión desde otro punto de vista o porque no era ese dere-
cho lo que se discutía.

CEFERINO Y CALIXTO. LOS El sucesor de Víctor, Ceferino (199-217) y el


CONFLICTOS TEOLÓGICOS sucesor de éste, Calixto (217-22), que antes
había sido según parece su diácono princi-
pal, fueron combatidos por el primer miem-
bro del clero romano que escribió obras teológicas y filosofó sobre el dogma,
el sacerdote San Hipólito ( 8 ). Pero fueron precisamente sus especulaciones
particulares las que le enfrentaron con los dos papas que, guardianes de la docr
trina pura, rehusaron interpretarla según las concepciones de u n a escuela
particular. Según ya hemos expresado ( 9 ) , en los conflictos teológicos que
comenzaron a suscitarse en esta época por las discusiones trinitarias entre
los monarquianos que acentuaban la unidad divina y los campeones de
la doctrina del Logos —que cargaban el acento sobre la distinción de perso-
nas, pero con tendencia generalmente subordinaciana—, Ceferino y Calixto,
desconfiando con razón de las dos tendencias, no quisieron pronunciarse en
favor de la doctrina del Logos, tal como era formulada entonces. Hipólito
pensó que, portándose así, los dos obispos romanos no habían defendido como
debían la fe, promovió el cisma y la emprendió con sus adversarios en u n
libro que tituló Philosophumena ( 1 0 ), título que no corresponde al conte-
nido del libro.
Es interesante el hecho de que, después de la muerte de Ceferino, Calixto
haya triunfado sobre Hipólito, al enfrentarse como rivales para la sucesión
de aquél en el pontificado. Hipólito convirtióse de hecho en antipapa. Hi-
pólito tenía sobre su adversario el ascendiente que le daban su erudición, sus
dotes de escritor y quizás también sus relaciones personales; pero la Iglesia
prefirió u n liberto, mucho menos culto, pero que era confesor, hombre de
gran firmeza y administrador competente.

(6) Cf. supra, pp. 78, 82, s.


(7) Cf. supra, p. 79, s.
(8) Cf. A. D'ALES, La théologie de saint Hippolyte, París, 1906, y supra, p. 69, n. 116.
(8) Cf. supra, p. 84, s.
(i«) Cf. supra, p. 87, s.
LA SEDE R O M A N A 351

Si hemos de creer a Hipólito, quien a la verdad no le tenía mucha sim-


patía, Calixto tenía ciertos antecedentes que le debían haber restado votos.
Antiguo esclavo, se había dedicado al negocio por cuenta de su amo y no le
fué bien; en situación difícil con sus acreedores, quiso desquitarse con sus
propios deudores, entre los que había algunos judíos, quienes le denunciaron
como cristiano, y por esta acusación fué, enviado a las minas de Cerdeña.
Vuelto en tiempo de Cómodo, vivía retirado en Ancio, cuando el papa Ceferino
que, a pesar de todo, reconocía sin duda sus buenas dotes lo sacó de su retiro
para hacerlo archidiácono. Al frente de la administración temporal de la
Iglesia, trasladó el cementerio oficial de la comunidad de Roma de la Via
Salaria, donde los Acilios Glabriones habían puesto sus posesiones a disposi-
ción de los hermanos ( x l ) y donde está la más tarde llamada catacumba de
Priscila, a la Via Apia, a las criptas de Lucina ( 1 2 ). Este cementerio h a
sido llamado de Calixto en memoria de los trabajos de agrandamiento realiza-
dos por su iniciativa, aunque él no está enterrado, como lo están sus sucesores,
en ese cementerio; fué el "cementerio" por antonomasia; porque llegó a ser el
cementerio por excelencia de la comunidad de Roma.
Calixto, papa, no podía menos de suscitar u n a fuerte oposición de parte
de Hipólito y de sus partidarios; oposición que llegó hasta el cisma; u n
cisma que desapareció cuando la persecución de Maximino Tracio unió en
comunión de padecimientos a los dos partidos, siendo desterrados a Cerdeña,
Ponciano, sucesor de Calixto, e Hipólito. Los dos confesores se reconciliaron
e Hipólito fué honrado como mártir; su recuerdo vivió mucho tiempo en la
Iglesia de Roma, donde se conserva u n a estatua que sus admiradores le levan-
taron, viviendo aún el gran doctor ( 1 3 ). Esta reconciliación con que terminó
el cisma puede ser considerada como u n a retractación de quien no solamente
se había separado del obispo legítimo, sino que además le había acusado
de no haber guardado la fe. Su vuelta a la unidad parece una retracta-
ción de su acusación; ¿quería ésta decir que para Hipólito el papa en materia
doctrinal puede errar? Lo que sabemos de San Hipólito no responde de u n a
manera definida a este problema que se plantea en sus propios términos en
u n estadio del pensamiento cristiano m u y posterior al que conoció Hipólito.
Este reprochó a Calixto y Ceferino más su silencio que determinadas doctrinas
erróneas; su actitud pasiva ante doctrinas que él juzgaba perniciosas y su
reserva respecto a otras que a sus ojos eran buenas y aun laudables ( 1 4 ).

EL CONFLICTO DISCIPLINAR Hipólito, al que quizá se adhería Tertuliano,


tuvo también otro motivo para atacar a Ca-
lixto. Este suavizó el antiguo rigor de la disciplina penitencial ( 15 ) y la
opinión rigorista lo acusó por boca de Hipólito por lo que creyeron era una
debilidad indignante. Tertuliano, con el estilo áspero en él habitual y su
fuerte ironía, se unió a los que atacaban el pretendido laxismo romano; aunque
el "episcopus episcoporum" y el "summus pontifex", al que en esta ocasión
dirige lancetazos envenenados ( 1 6 ), no parece ser Calixto, sino el obispo de
Cartago, Agripino, culpable a sus ojos de haber introducido en Cartago la
misma práctica disciplinar. Pero a pesar de los violentos ataques de estos

(«) Cf. t. I, p. 337.


(12) Cf. ibíd.
( 13 ) Puede verse en el museo de Letrán; la cabeza de la estatua es moderna.
(14) Cf. supra, p. 87, ss.
(15) Cf. supra, p. 69, ss. y D'ALES, L'Edit de Calliste, igualmente citado.
(") Cf. supra, p. 70.
352 HISTORIA BE HA IGLESIA

opositores, el pensamiento y el proceder indulgente de Roma, que en manera


alguna era relajación, se impuso en todas partes. Pudo Tertuliano en la fase
montañista de su vida, en que llamaba Iglesia verdadera, no a la Iglesia
jerárquica, sino a la Iglesia de los espirituales, negar que la jerarquía tuviese
el poder de atar y desatar; era la tesis de u n hombre que ya no pertenecía
a la Iglesia católica.
Sin embargo se ha querido ver en esta obra de Tertuliano, el punto de
partida de la reivindicación de la primacía por el obispo de Roma. Esta
es la paradójica tesis sostenida recientemente por Erich Caspar en Geschichte
des Papsttums ( 1 T ), haciendo nacer de las polémicas que siguieron al edicto
de Calixto, la creencia de la misma Roma en su autoridad superior. Tertu-
liano al atacar en De Pudicitia el edicto, dice en el capítulo xxi, que el obispo
se ha arrogado el poder de desatar, creyendo que le alcanzan a él las pala-
bras dichas a Pedro. Tertuliano rebate esa opinión de la asimilación entre
Pedro y el obispo, y como montañista que es, no quiere reconocer el poder
de atar y desatar a la Iglesia representada por el episcopado, sino como propia
de la Iglesia de los espirituales. Pero según Caspar, al poner Tertuliano en
boca de Calixto ese argumento fundado en las palabras dichas a Pedro, dio pie
para que Roma, donde aun no existía esa idea, llegase a la concepción de su
primacía fundándose en que los obispos romanos son sucesores de Pedro.
¡Hipótesis arbitraria en cuanto cabe! No h a y en el pasaje citado de De
Pudicitia nada que nos indique que Tertuliano haya puesto en boca de Ca-
lixto, si es que se trata de él ( 1 S ), u n razonamiento ficticio y no u n argumento
comprobado, por el que el obispo defendía como dicho a sí el Tu es Petrus y
confiado a él el poder de desatar confiado a Pedro ( 1 9 ).
A priori es inverosímil, por no decir otra cosa y sin aducir otros argumen-

t a ) Cf. t. I, p. 316.
( 18 ) Uno de los textos más discutidos a propósito del famoso edicto penitencial es
un pasaje del De Pudicitia, xxi, 9 en que Tertuliano, dirigiéndose al obispo, dice:
"Si, quia dixerit Petro Dominus: «Super hanc petram...» vel: «Qusecumque alliga-
veris»... idcirco praesumis ET AD TE derivase solvendi et alligandi potestatem, ID
EST, AD OMNEM ECCLESIAM PETM PROPINQUAM. . .". Al P. GALTIER (Le véñtáble
édit de Calliste, en Revue d'histoire ecclésiastique, t. XXIII, 1927, p. 465, s.).
le parece que esta fíase excluye la identificación del autor del edicto con un sucesor
de San Pedro; pues parece tratarse de una iglesia que se relaciona con la de Pedro,
como todas (OMNEM ECCLESIAM) las que conservan la fe apostólica. Pero HARNACK
(Ecclesia Petri propinqua: Zur Geschichte der Anfange des Primáis des romischen
Bischofs en Sitzungsberichte der preussichen Akademié der Wissenschaften. Philos.-his-
tor. Klasse, t. XVIII, 1927, p. 139, s.) ha propuesto esta ingeniosa corrección: "ad roma-
nam ecclesiam Petri propinquam". Se trataría de la iglesia de Roma, "próxima a Pe-
dro", porque está fundada junto a su tumba y tendríamos aquí un argumento más,
muy interesante por cierto, de la tradición relativa al sepulcro de San Pedro. Pero
esta interpretación de Petri propinqua, como lo hace notar el P. Galtier en otro
artículo (Ecclesia Petri propinqua. A propos de Tertullien et de Calliste, en Revue
d'histoire ecclésiastique, t. XXIV, 1928, p. 40, s.), no está muy de acuerdo con el
pensamiento de Tertuliano por el mismo hecho de ser de índole material. Entender el
texto de una proximidad o parentesco espiritual de todas las iglesias que han con-
servado la fe de Pedro parece más exacta y evita esa corrección del texto, recurso al
que no hay que acudir sino cuando verdaderamente se imponga.
(19) Es interesante notar que la tesis de Caspar ha sido objeto de una crítica inme-
diata y1 resuelta de parte de uno de los más decididos adversarios del primado romano,
Hugo Koch, especialista, si es lícito hablar así, en San Cipriano, y que interpreta
todos los textos discutibles de éste en el sentido del episcopalismo más opuesto a toda
idea de supremacía de la sede de Roma. En su Cathedra Petri (Giesseñ, 1930) Koch
rechaza expresamente la tesis de Caspar y concluye que el De Pudicitia no tiene, nada
que ver con los orígenes del "primatus" romano.
LA SEDE ROMANA 333

tos, que Roma, en la que t a n intensamente se vivía del recuerdo del apóstol
haya tenido que aprender de África que el Tu es Petrus le da u n a autoridad
única derivada de Pedro.

PRESTIGIO DE LA SEDE Los ataques apasionados que sufrieron de parte


DE ROMA de hombres como Tertuliano e Hipólito los obis-
pos de Roma, a los que acusaron de falta de
energía en la defensa de la fe y de la moral, a u n en decisiones t a n confor-
mes con el espíritu del Evangelio como la del Calixto reconociendo como
válido ante la Iglesia el matrimonio de damas de rango senatorial con liber-
tos i20), son u n homenaje involuntario, rendido a la autoridad de que
estaban investidos y de la cual se les reprochaba que no hacían el debido
uso. En la misma época tenemos otro testimonio del prestigio de la sede
de Roma. San Ceferino era quizá intelectualmente u n hombre de poco
relieve y Orígenes, sin embargo, vino a visitarle ( 2 1 ) , cediendo como tantos
otros a la atracción del centro de la vida eclesiástica de todo el m u n d o
cristiano.
Visitó también, como es natural, a Hipólito, del que escuchó u n a homilía.
Todavía no se había producido el cisma ( 2 2 ) que separó a Hipólito del obispo
de Roma durante el pontificado de Calixto y duró algún tiempo después.
Calixto murió en tiempos de Alejandro Severo, en 222, en época de paz para
la Iglesia. Se le ha colocado sin embargo entre los papas mártires ( 2 3 ) .
"¿Pereció en algún tumulto contra los cristianos, sin proceso regular nin-
guno? Su recuerdo está localizado en Roma, desde la primera mitad del si-
glo iv, en dos lugares: en el «Transtevere», en que el papa Julio levantó u n a
basílica (Sancta Maria i n Transtevere) «juxta Callistum» y en la via Aurelia
donde está su sepulcro. Es extraño que se le haya sepultado t a n lejos del
cementerio administrado por él y que llevó su nombre, y que recibió los restos
mortales de todos los papas del siglo n i . El tumulto popular que explicaría
su muerte, explicaría también, si se admite la tradición que pone el hecho en
el Transtevere, que hubiese sido enterrado en la via Aurelia; pues era el ce-
menterio más próximo al lugar en que había sido martirizado" ( 2 4 ) .

§ 2 . — E l p a p a d o d e Calixto a S i x t o II

EL PAPA URBANO El sucesor de Calixto fué Urbano, cuyo pontificado


duró del 222 al 230 ( 2 5 ) . Si se ha de creer al Líber
Pontificalis se habría señalado por la institución de veinticinco tituli pres-
biterales en Roma; pero esta noticia no está confirmada por ninguna otra
fuente, de modo que se impone al menos la duda sobre u n dato que no está
mejor garantizado.

EL PAPA PONCIANO Ponciano, que sucedió a Urbano en el pontificado,


fué víctima de la persecución de Maximino lo mismo
que el antipapa Hipólito; el destierro los reconcilió. Condenados los dos a las

( 20 ) HIPÓLITO, Philosophumena, IX, 11.


(21) EUSEBIO, Hist. Eccl, VI, xiv, 10.
(22) Cf. supra, pp. 350-351.
23
(24 ) Figura el día 14 de octubre en la lista filocaliana de las Depositiones martyrum.
( ) DUCHESNB, Histoire ancienne de l'Eglise, t. I, p. 320, nota.
( 25 ) EUSEBIO, Hist. Eccl., VI, xxm.
354 HISTORIA DE LA IGLESIA

minas de Cerdeña, murieron después de hecha la paz, exhortando Hipólito


en sus últimos momentos a sus partidarios a que volviesen a la unión con los
demás fieles. Sus cuerpos, llevados a Roma, fueron sepultados el mismo día,
Ponciano en el cementerio de Calixto, en la cripta de los papas, e Hipólito
en la via Tiburtina.
A Ponciano sucedió Antero, que fué elegido, viviendo a ú n su predecesor,
quien lejos de Roma, debió renunciar a sus funciones (235) ( 2 6 ). Antero fué
también m u y pronto perseguido y condenado a muerte, antes que el mismo
Ponciano hubiese perecido víctima de los rigores de su condena ( 2 T ).

EL PAPA FABIÁN Su sucesor Fabián, del que se cuenta que u n a paloma, al


posarse sobre su cabeza, lo presentó como candidato a
los sufragios del pueblo cristiano ( 2 8 ) , permaneció en el cargo hasta la perse-
cución de Decio, que le trajo la corona del martirio en 250 ( 2 9 ). Su pontifi-
cado es de los que cuentan en la historia de la Iglesia. Ya no quedaba huella
del cisma de Hipólito y Fabián pudo trabajar pacíficamente en el desarrollo
orgánico de la cristiandad de Roma. Según el Catálogo Liberiano, a él se debe
la institución de las siete diaconías para la administración eclesiástica de la
ciudad ( 3 0 ) , así como la institución de los siete subdiáconos destinados a ayu-
dar a los diáconos en u n ministerio abrumador para el que el número de
diáconos no era suficiente ( 3 1 ) .
Dos hechos ocurridos en su pontificado nos d a n nuevos testimonios de la
autoridad preeminente de la sede romana en toda la Iglesia: el obispo de
Lambesis, en África, fué condenado por u n concilio africano por haber pro-
fesado doctrinas contrarias a la fe y no fué solamente el obispo de Cartago
el q u e en esta ocasión escribió u n a severa carta contra las doctrinas del
obispo hereje, sino que también lo hizo el papa Fabián ( 3 2 ). Tenemos ade-
más el testimonio de la actitud de Orígenes: acusado de herejía y condenado
por su obispo, Demetrio de Alejandría, más por su ordenación irregular que
por su heterodoxia, el sínodo de Roma reunido por Ponciano se adhirió a
la condenación. Orígenes dirigió más tarde a Fabián u n a memoria de orden
doctrinal, para justificarse ( 3 3 ) .

EL PAPA CORNELIO. La elección del sucesor de Fabián, realizada


DIFICULTADES EN ROMA por la iglesia de Roma después de catorce me-
ses de sede vacante a causa de la persecución
de .Decio, fué ocasión de u n cisma. El sacerdote Cornelio tuvo la mayoría de
los sufragios; pero u n a minoría eligió a Novaciano, otro sacerdote del clero
romano, que sobresalía extraordinariamente por su talento y su ciencia teo-
lógica, lo que le había llevado a ser u n tanto ambicioso ( 3 4 ). Tenía en su
favor u n partido poco numeroso, pero decidido y así de u n a rivalidad personal

( 26 ) Según la Crónica de Hipólito.


( 27 ) Cf. Líber Pontificalis, ed. DUCHESNE, t. I, p. CI.
( 2828) EUSEBIO, Hist. Eccl, VI, xxix.
C ) Cf. supra, p. 127.
(3«) Cf. supra, pp. 340-341.
( 31 ) Líber Pontificalis, ed. DUCHESNE, t. I, p. 149, que especifica que tuvieron en
particular la misión de redactar con los "notarii", notarios eclesiásticos, las actas
auténticas de los martirios.
( 32 ) SAN CIPRIANO, Epist. LXIX, 10.
(33) EUSEBIO, Hist. Eccl., VI, xxxvi, 4; SAN JERÓNIMO, Epist, LXXXIV.
( 34 ) Sobre Novaciano cf. A. D'ALES, Novatien. Elude sur la théologie romaine au mi-
lieu du III' siécle, París, 1925, y supra, p. 168, ss.
LA SEDE R O M A N A 355

surgió u n nuevo cisma que pronto se transformó en u n verdadero conflicto


doctrinal. Novaciano ( 3 5 ) rehusaba conceder a los lapsi el perdón y Cornelio
consentía en ello, si se sometían a la penitencia; esta posición arrastró a
Novaciano al rigorismo de que antes hablamos, rigorismo que fué ganando
terreno en toda la Iglesia, pretendiendo formar u n a Iglesia de puros, xaOapoí.
Cornelio tuvo que sostener u n a lucha durísima, en la que fué apoyado enér-
gicamente por San Cipriano, que se enfrentaba con u n conflicto parecido,
pero debido a los partidarios de la indulgencia excesiva ( 3 6 ) . Este mutuo
apoyo hizo que pudiesen vencer; aunque el cisma de Novaciano n o pudo ser
eliminado por entonces. Sus relaciones, sólo alguna vez ligeramente empa-
ñadas, son célebres en la historia y la Iglesia lo recuerda, al unirlos en u n a
fiesta común ( 3 7 ) .
A pesar de la oposición que encontró, o mejor con ocasión de esa oposición,
Cornelio pudo comprobar la enorme potencia moral del jefe de la Iglesia
de Roma. E n otoño del 251 reunió u n sínodo en el que se congregaron n o
menos de sesenta obispos, sin hablar de los sacerdotes y diáconos, y en él
fueron condenados Novaciano y sus seguidores ( 3 8 ) . La comunidad de Roma
contaba entonces con cuarenta y seis sacerdotes y cuarenta clérigos de los
demás órdenes. No tardó la tormenta en abatirse sobre ella; Galo ( 3 9 ) , renovó
la persecución por algunos meses y Cornelio debió emprender el camino del
destierro, donde murió.

EL PAPADO El pontificado de Cornelio hace época en la histo-


Y LAS CONCEPCIONES ria de la sede r o m a n a ; y los mismos ataques
ECLESIÁSTICAS DE que sufrió pusieron de relieve el prestigio de su
SAN CIPRIANO sede. U n o de los testimonios más significativos de
su época es el de San Cipriano en su De Unitate
Ecclesiae, obra que compuso para defender la unidad eclesiástica amenazada
por los cismas í 4 0 ) : h a y en ella u n testimonio de homenaje a la iglesia
romana, que no sorprende en el amigo y aliado de Cornelio; pero que es de
interés extraordinario en u n obispo, cuya concepción ecleslológica es más
episcopalista que "romana" y que, en consecuencia, se encontró en antagonis-
mo abierto con el segundo sucesor de Cornelio, Esteban, a propósito del bau-
tismo de los herejes.
El De Unitate Ecclesiae no tiene por fin demostrar que la unidad de la
Iglesia está garantizada por la supremacía de la sede romana. Cipriano
intenta defender la unidad de cada u n a de las iglesias, cuyo conjunto forma
la Iglesia universal y esa unidad está encarnada en u n a autoridad visible,
la del obispo.
No es objeto de la obra de San Cipriano el problema de la unidad entre
las diversas iglesias y de u n a autoridad que la garantice; su exégesis del
Tu es Petrus excluye toda duda a este propósito: para él, al fundar Jesucristo
su Iglesia sobre Pedro, ha querido por esta unidad numérica simbolizar, hacer
sensible la unidad moral que debe reinar en ella. El Tu es Petrus, dice
también en u n a carta, debe entenderse de todo el episcopado ( 4 1 ) ; los demás

(35) Cf. supra, p. 169.


(3«) Cf. supra, p. 167, s.
(8T) El 16 de septiembre.
í 38 ) SAN CIPRIANO, Epist. xxx; EUSEBIO, Hist. Eccl., VI, XLIII.
(«») Cf. supra, p. 131.
C*°) Sobre la obra de SAN CIPRIANO, cf. A. D'ALES, La théologie de saint Cyprien,
París, 1922, y supra, p. 162, ss.
( 41 ) Epist. xxvn.
356 HISTORIA DE LA IGLESIA

apóstoles son iguales a Pedro, "pari consortio prasditi et honoris et potesta-


tis". Pero en este mismo tratado De Unitate Ecclesiae se lee u n texto categó-
rico en favor del "primatus" romano; bien es verdad que no lo traen todos los
manuscritos ( 4 2 ) : "Primatus Petro datur" y más aún: "Qui cathedram Petri
—estas dos palabras designan y no puede menos de designar la sede de Roma—
super quam fundata Ecclesia est, deserit, i n Ecclesia se esse confidit?: "el
que se separa de la cátedra de Pedro, sobre la que está fundada la Iglesia,
¿puede creerse en la Iglesia?"
¿No h a y u n a antinomia entre estas palabras y el resto del libro? Se ha dado
a este problema u n a explicación demasiado simple: el pasaje sería u n a inter-
polación, debida a manos entregadas a Roma. Así Hugo Koch, u n o de los
adversarios más decididos de la legitimidad histórica del primado romano y
de- los defensores más convencidos de la tesis de u n episcopalismo intransi-
gente en San Cipriano, ha precisado en su última obra Cathedra Petri ( 4 3 )
q u e esta interpolación sería del siglo v, por la época del concilio de Calce-
donia ( 4 4 ) en que preocupaciones del mismo género añadieron al sexto canon
d e Nicea ( 45 ) u n a frase que no estaba en el original: "Ecclesia romana sem-
per habuit primatum."
Aunque esta tesis de la interpolación, que es la de autores protestantes
poco favorables al papado, como Koch ( 4 6 ) , Benson ( 4 7 ) y Loofs ( 4 8 ) , haya
sido aceptada por críticos católicos como Ehrhard ( 4 9 ) y Tixeront ( 5 0 ) , hoy
se admite en general la solución menos simplista de u n a doble redacción del
mismo San Cipriano, defendida por u n católico como Dom Chapman ( 5 1 ) , así
como por Otto Ritschl ( B 2 ); los dos hacen valer el argumento de que en la lec-
ción discutida el estilo es el de San Cipriano. Pero ¿por qué esta corrección
en u n a segunda redacción? Se h a n dado dos explicaciones igualmente
plausibles: la redacción "romana", que es anterior, fué suavizada en su expre-
sión romanista hasta hacer desaparecer la idea del "primado" cuando estuvo
en situación difícil con San Esteban ( 5 3 ) ; otros, por el contrario, dicen que
San Cipriano redactó primeramente el De Unitate, solamente para combatir
el cisma africano y acentuó el texto primitivo en el sentido romanista, cuando
envió su libro a Roma, teniendo en cuenta el cisma romano ( 5 4 ) .

( 42 ) Sobre la doble recensión del De Unitate, cf. supra, p. 170, n. 132.


(*&) Beiheft 11 de Zeitschrift für die neutestamentlicke Wissensckaft, Giessen, 1930.
( « ) Cf. t. IV.
( « ) Cf. t. III.
(46) Cyprian und der romische Primat, en Texte und Untersuchungen zur Ge-
schichte der AltchristUchen Literatur, t. XXXV *, Leipzig, 1910. Cf. del mismo autor
Cathedra Petri citada supra, n. 43 y p. 352, n. 19.
(4T) Cyprian, his Ufe, his time, his work, Londres, 1897, p. 180, s.
(4«) Dogmengeschichte, Halle a. S., 1906, p. 209.
( 49 ) Die altchristliche Literatur und ihre Erforschung von 1884 bis 1900, Friburgo
de Brisgovia, 1900, p. 476.
(50) Histoire des dogmes, 11» ed., París, 1930, p. 381, s.
(51) lies interpolations dans le traite de saint Cyprien sur l'unité de l'Eglise, en
Revue Bénédictine, t. XIX, 1902, pp. 246, s., 357, s. y t. XX, 1903, p. 26, s.
(52) Cyprian von Carthago und die Verfassung der Kirche, Gotinga, 1885, p. 92, s.
(53) Es la solución del P. D. VAN DEN EYNDE, La double édition du De Unitate de
saint Cyprien, en Revue d'kistoire ecclésiastique, t. XXIX, 1933, p. 1, s. quien hace
ver que las citas escriturísticas de San Cipriano de sentido eclesiológico tienen carác-
ter distinto en la fase de las dificultades con Roma, lo que no deja de ser sorprendente.
Cita en su apoyo numerosos textos.
(54) Tesis del P. J. LEBRETON, La double édition du De Unitate de saint Cyprien,
en Recherches de Science religieuse, t. XXIV, 1934, p. 456, s. quien cree que así se
explica mejor que San Cipriano hubiese corregido el texto de su libro, ya que para el 1 "
LA SEDE R O M A N A 357

Además el De Unitate Ecclesice no es el único escrito de San Cipriano en


que su episcopalismo se inclina ante la supremacía de la sede romana. En
su numerosa correspondencia las cartas dirigidas a Roma, o que t r a t a n de
asuntos romanos, tienen u n carácter que las distingue de las demás y más
que ninguna se destaca la Epístola LIX, en que se lee la frase ya citada ( 5 6 )
y que se ha hecho célebre, sobre la Iglesia romana: la llama "Ecclesia prin-
cipalis", de la que nace la unidad del sacerdocio. Hugo Koch ha querido dar
a esta frase una interpretación conforme a sus ideas ( 5 6 ) ; dice que "Ecclesia
principalis" equivale a "Ecclesia principis" y la expresión "Ad Petri cathe-
dram atque ad Ecclesiam principalem, unde unitas sacerdotalis exorta est" la
lee, como si dijese "ad Ecclesiam principis, a quo principe unitas sacerdotalis
exorta est". Exégesis poco menos que desesperada, que no podría justificarse,
sino en la imposibilidad de conciliar la eclesiología de San Cipriano con la
profesión de fe romana; pero esta incompatibilidad podría m u y bien no ser
más que u n sueño, y de ciertos espíritus.
Episcopalista indudable, preocupado ante todo de la unidad interior de
cada iglesia; unidad que sus pastores deben defender contra la herejía, el
cisma y las disensiones, San Cipriano ha insistido sobre la misión del obispo,
pero en ciertas circunstancias llegó a decir que entre las iglesias había u n a
que era la primera y como el símbolo de la unidad de todas; porque, subiendo
por la serie de los obispos, se llega no sólo a u n apóstol conocido y determi-
nado, sino a aquel apóstol en cuya persona había, primeramente, reposado la
unidad. Si esta iglesia tiene u n a posición especial ¿no existirá de parte de las
iglesias que constituyen la Iglesia universal una obligación, que Cipriano
no ha negado si no la ha afirmado, de conformarse con ella en materia
de fe, "convenire" según la frase de San Ireneo? ( 57 ) Lo que no obsta para
que San Cipriano haya negado siempre el derecho a u n poder soberano sobre
todas las Iglesias, por no haberle parecido derecho solidario de la obligación
dicha. Es la conclusión de historiadores como Harnack ( 5 8 ), F u n k ( 59 ) y Batif-
fol C60) que, rehusando seguir la tesis episcopalista, de Koch, Benson y
Loofs, Tixeront y Ehrhard, hacen quizá a Cipriano menos romanista que
Dom Chapman y Ritschl, pero convienen en que h a reconocido a la Iglesia
de Roma, no u n primado de jurisdicción, pero sí la autoridad de u n centro
real y vivo de unidad, entendiendo esencialmente unidad de fe, para la Igle-
sia universal ( 6 0 b i s ) .

tenia un motivo positivo y una finalidad determinada; de manera que nadie podía tomar
pie de ello para ninguna objeción. ¿Por el contrario, una "retractación" en el curso de
una controversia ardiente no hubiese sido notada, discutida y censurada por el partido
contrario? Sin embargo nuevas investigaciones debidas a O. PEKLER han venido a refir-
mar la tesis de la autenticidad de la redacción "romana": Zu Datierung der beiden
Fasungen des Vierten Kapitels De Unitate Ecclesiae (Romische Quartalschrift, XLIV,
1936, pp. 1-44).
(55) Cf. supra, p. 180, n. 179.
(56) Cathedra Petri, p. 91, s.
(ST) Cf. t. I, p. 315.
(58) Dogmengeschichte, t. I, 4» ed., Leipzig, 1909, 12* ed., 1909, p. 417, s.
C89) Theologische Revue, t. VIII, 1909, p. 422.
(60) L'Eglise naissante et le catholicisme, París, 1909, 12* ed., 1927, p. 399, s. (Ver-
sión castellana, Buenos Aires, 1950.)
. (60 bis) Hay un reflejo de esos puntos de vista en el reciente trabajo sobre la eclesio-
logía de San Cipriano de B. POSCHMAN, Ecclesia principalis. Ein Kritiker Beitrag zur
Frage des Primats bei Cyprian, Breslau, 1933. Según él, ia Iglesia original (Urkirche) y
Pedro están estrechamente unidos en el pensamiento de Cipriano; Roma, continúa, es
esta iglesia original y es por ello la "Ecclesia principalis", lo que no le concede más
que una dignidad especial, que la autoriza a intervenir más que las otras, para salva-
358 HISTORIA DE LA IGLESIA

ROMA Y CARTAGO Este concepto de Cipriano no impidió divergencias,


a veces graves, en ql terreno de la práctica y de la
disciplina. En vida del mismo Cornelio, hubo entre Cipriano y Roma algunos
roces de que ya hablamos: el incidente de Adrumeto por el cual Cornelio
pudo sospechar que la Iglesia de África dudaba de su legitimidad ( 6 1 ), e in-
versamente las sospechas que pudo originar en Cipriano el examen por Cor-
nelio de los recursos de los cismáticos africanos presentados contra él ( 8 1 b i s ) .

EL CONFLICTO ESPAÑOL A Cornelio sucedió Lucio, cuyo pontificado fué


m u y corto y la mayor parte de él en el des-
tierro. Después ^de su muerte la Iglesia de Roma eligió como obispo al sacer-
dote Esteban (254-257) ( 6 2 ).
En el pontificado de Esteban se produjo otro choque mucho más grave
entre Roma y Cartago. Dos obispos españoles, de los que ya hemos hablado,
Basílides de Legio (León) y Asturica (Astorga) y Marcial de Emérita (Ma-
r i d a ) , se procuraron durante la persecución certificados de sacrificio y sus
diocesanos, que no querían tener sino obispos dignos de su cargo pidieron su
deposición, conforme a las decisiones del concilio de África, confirmado de
mutuo acuerdo por Cornelio y Cipriano, que, aunque partidarios de que se
tomasen medidas generales de misericordia respecto de los lapsi, habían
determinado se privase del ejercicio del sacerdocio a los clérigos apóstatas. El
episcopado español dio razón a los fieles y los dos obispos libeláticos fueron
depuestos y reemplazados por Sabino y Félix. Los condenados apelaron a
Roma, lo que parece probar que esta apelación era mirada como cosa normal.
¿Quiso el papa Esteban, que como Víctor parece ser carácter autoritario,
demostrar que el concilio de África no era ley universal? ¿Consiguieron
los dos obispos demostrar que no eran culpables? Es lo cierto que el papa
los declaró restituidos en sus sedes. Los españoles no dieron su brazo a tor-
cer e hicieron intervenir en el asunto, en 254, al concilio de África ( 63 ) y a San
Cipriano, que hacía entonces de director de conciencia de u n a parte notable
de la Iglesia. El concilio confirmó la deposición: actitud lógica de su parte,
ya que tenía por definitivamente válida una sentencia pronunciada por el
episcopado de España; pero ilógica en la misma medida en que se hubiese
creído en el derecho de confirmarla.

EL PAPADO Quizá Esteban, habiéndose informado de nuevo,


Y SAN CIPRIANO EN LOS se persuadió de la indignidad de los dos obis-
ASUNTOS DE GALIA pos depuestos; pues no solamente no sabemos
que pusiese su autoridad al servicio de su causa,
que tiene todas las apariencias de no tener defensa posible, sino que en los
nuevos conflictos que se produjeron poco después no se ve ninguna altera-
ción seria de las relaciones entre él y San Cipriano como consecuencia del
conflicto español. Efectivamente, poco después Cipriano invitó a Roma, de
manera inesperada luego de lo sucedido con los obispos españoles, a que

guardar la unidad de la Iglesia. La idea de una jurisdicción efectiva de Roma sobre


la Iglesia, indiscutiblemente extraña a Cipriano, es fruto de una evolución posterior,
evolución que parecerá legitima al que crea que Cristo ha dado realmente el primado
a Pedro. Cf. también supra, p. 177, ss.
(«i) Cf. supra, p. 169, n. 127.
(61 bis) Cf. supra, p. 171, n. 138.
(82) EUSEBIO, Hist. Eccl., VII, n.
( e3 ) SAN CIPRIANO, Epist. LXXVII.
LA SEDE R O M A N A 359

interviniese en la Galia; lo que implica el reconocimiento de una autoridad


preeminente, en Roma.
El obispo de Arles, Marciano, partidario del rigorismo de Novaciano, no
se sometió a las decisiones tomadas de mutuo acuerdo por Roma y Cartago,
en 251, sobre la reconciliación de los lapsi, decisiones que en general habían
aceptado las iglesias. El obispo de Lyón, en nombre de los obispos compro-
vincianos, "caeteris episcopis nostris in eadem provincia constitutis" ( 6 4 ), lo
denunció como cismático a Roma y Cartago ( 6 5 ). San Cipriano, inmediata-
mente, escribió él mismo al papa Esteban, para rogarle que hiciese deponer
a Marciano por medio del episcopado galo y que se nombrase u n sucesor ( 6 6 ).
Era reconocer que pertenecía al obispo de Roma declarar al obispo de
Arles indigno de desempeñar en adelante las funciones episcopales; al fin
de la carta, h a y u n a frase de Cipriano, pidiendo a Esteban que le dé a
conocer el nuevo obispo, para que los africanos sepan con quien deben estar en
comunión; lo que parece indicar que no hay otro obispo legítimo que el que
está en comunión con Roma, la "Ecclesia principalis" de la carta LIX.

EL LITIGIO BAUTISMAL Sin embargo, quizá menos de u n año después de


estos sucesos, surgieron nuevas dificultades mu-
cho más graves que las anteriores y que pusieron al papa Esteban en situa-
ción m u y difícil no sólo con Cartago y el episcopado de África, sino también
con muchas de las iglesias más importantes del Asia. La cuestión bautismal
fué expuesta antes con el necesario detalle ( 6 7 ). Es la lucha entre dos usos has-
ta entonces vigentes en la Iglesia según las diversas regiones; la mayor parte
de las iglesias y entre ellas Roma, no practicaban la rebautización de los
herejes convertidos, sino que conferían solamente la imposición de las manos
y la crismación. Practicaban la rebautización Asia Menor, Siria y África;
pero no Palestina y Egipto, que tenían la misma orientación que Roma en
los primeros siglos cristianos. Sin embargo en la misma África habia quie-
nes no se atenían a la costumbre general en esa provincia o más bien grupo
de provincias ( 6 8 ), lo que determinó una solemne y nueva afirmación de la
disciplina) africana por vía conciliar. Ciprano la notificó a Roma en una
carta que era una censura implícita contra la disciplina romana. No es de
extrañar que sus delegados hubiesen encontrado mala acogida y que la res-
puesta de Esteban haya sido grave y enérgica: no sólo no aceptaba la lec-
ción que se le quería dar; sino que con parecida energía a la del papa Víc-
tor, cuando tres cuartos de siglo antes decidió imponer a toda la Iglesia el
uso de la de Roma en lo referente a la fecha de Pascua, Esteban determinó
que el uso romano era el único y legítimo que todas las iglesias debían
conformarse a él, bajo pena de excomunión para las que no quisiesen so-

C84) Cf. supra, p. 116, en que se ha invocado este texto en apoyo de la tesis según
la cual, a partir del siglo ni, habia otros obispos además del de Lyón y los de la
Narbonense.
(65) SAN CIPRIANO, Epist. LXXVIII.
(66) No se deduce del texto que el papa deba proveer por sí mismo a este nombra-
miento; sin embargo en esta época hay ya obispos nombrados por el papa; pero parece
que estas elecciones se restringieron a los obispos que formaban lo que los textos
llaman "su concilio"; es decir, los obispos de su inmediata jurisdicción italiana, la
Italia peninsular; a no ser que fuesen los obispos de un territorio más reducido, que
correspondería más o menos a la jurisdicción civil del prefecto de Roma. Cf. supra,
p. 173, n. 146.
(<") Cf. supra., p. 173, s.
(*8) Aírica proconsular, Numidia y Mauritania.
360 HISTORIA DE LA IGLESIA

meterse. Dos grupos de provincias: Asia y Siria, siguiendo a Firmiliano de


Cesárea, y África siguiendo a Cipriano de Cartago opusieron u n a resistencia
pasiva, pero clara y firme.
La tesis de Esteban era: se debe seguir —evidentemente cuando se trata
de u n orden de cosas t a n importante como la disciplina sacramental— la
misma práctica en toda la Iglesia y esa práctica debe ser la de Roma. Cipriano
concebía el problema de otro modo: la unidad de fe es compatible con la
diversidad de usos.
Los africanos no negaban la obligación de estar de acuerdo en lo concer-
niente a la fe con la "Ecclesia principalis"; pero no se creían obligados a
someterse en u n orden en que las diversas iglesias podían, a sus ojos, tener
sus prácticas peculiares. Creían además que no rompían con Roma; si Roma
les negaba su comunión, ellos no querían separarse de ella y continuarían
escribiendo y recibiendo a sus mensajeros si quería Roma enviarlos. Situación
paradójica, cuyas consecuencias no sabemos cuáles hubiesen sido, si hubiese
durado mucho tiempo; pero la muerte de Esteban en agosto del 257 resol-
vió la situación.

SIXTO II El advenimiento de u n sucesor de espíritu más conciliador,


Sixto II, hizo que la discusión se apagase tanto más pronto,
cuanto que la medida de Esteban, como antes la de Víctor, no había sido
tomada sin pesar de los mismos defensores del uso romano. "Dionisio de
Alejandría, Ireneo de este nuevo Víctor" ( 6 9 ) había manifestado que la exco-
munión de los asiáticos y africanos era u n a medida demasiado rigurosa, des-
proporcionada con la causa que la motivaba. Sixto I I pudo encontrar en estas
palabras de San Dionisio u n consejo, para que procediese con moderación. Se
renovaron las relaciones entre el papa y San Cipriano ( 7 0 ) y Firmiliano; y
poco después, el papa Dionisio, sucesor de Sixto, enviaba con palabras de
paz el socorro de la caridad romana a la iglesia de Capadocia, desolada por
la invasión persa (259) ( 7 1 ).

§ 3 . — E l p a p a d o e n la s e g u n d a m i t a d d e l siglo III

El pontificado de Sixto I I fué m u y breve: el seis de agosto de 258 era


sorprendido en el cementerio de Pretextato, mientras celebraba los sagrados
misterios, contra lo que prescribían los edictos de Valeriano; e inmediata-
mente decapitado. Sólo llevaba en el pontificado once meses y seis días ( 7 2 ).
El nuevo obispo no fué elegido, como hacía largo tiempo que era tradición en
Roma, entre los diáconos, quizá porque todos habían perecido, sino que fué
elevado a la dignidad episcopal u n sacerdote, Dionisio, como había sucedido
en la elección de Cornelio, al terminar la persecución de Decio.

EL PAPA DIONISIO Su pontificado es también de los que hacen fecha en


la historia de la Iglesia de Roma y nos proporciona
u n testimonio más de la autoridad rectora que esta Iglesia tenía conciencia
de poseer y que las demás iglesias le reconocían en materia de fe. Es una inter-

(*») L. DUCHESNE, Histoire ancienne de VEglise, t. I, p. 429.


(70) PONCIO, Vita Cypriani, xiv.
(71) SAN BASILIO, Epist. LXX.
( 72 ) Liber pontificalis, ed. DUCHESNE, t. I, pp. 7, 68 y 155; y SAN CIPRIANO,
Epist. LXXX.
LA SEDE R O M A N A 361

vención de Roma en la vida interna de otra comunidad cristiana; interven-


ción que por el modo y el resultado obtenido recuerda la de Clemente en
Corinto, pero motivada esta vez por u n a razón de orden doctrinal. Interven-
ción tanto más significativa, cuanto que se trata de la Iglesia de Alejandría,
la primera en dignidad en Oriente, según la tradición de que se hace eco
el canon sexto de Nicea ( 7 3 ).

LOS DOS DIONISIOS El obispo de Alejandría, Dionisio, para combatir los


errores de los sabelianos o modalistas, para quienes la
distinción de las personas en la Trinidad no era más que una distinción
verbal, hizo en una carta u n a exposición en sentido contrario, es decir, ajus-
tándose al pensamiento origenista sobre el Verbo, acentuó la distinción d e
personas, hasta parecer que llegaba a sostener el triteísmo. Subordinaba neta-
mente el Hijo al Padre. La carta sublevó los ánimos de muchos y los que se
sintieron contrariados por esa exposición doctrinal acudieron espontánea-
mente a Roma, como a la autoridad doctrinal más alta y segura, para denun-
ciar sus errores. El papa no vaciló en intervenir e hizo examinar el asunto
por su concilio, es decir, por los obispos de su inmediata jurisdicción: los de
Italia peninsular o al menos los de la región suburbicaria. Luego escribió en
nombre propio y en nombre del concilio u n a carta, en la que condenaba a
la vez el modalismo y, sin nombrar a Dionisio, a todos aquellos que admitían
tres hipóstasis separadas y hacían del Verbo u n a criatura. El obispo egipcia
respondió para justificarse; pero sin protesta, n i contra la doctrina de Roma,
ni contra el derecho que ésta se atribuía de intervenir en cuestión doctri-
nal ( 7 4 ).
En esta ocasión el obispo de Roma habló como juez supremo en materia de
fe, dando u n a sentencia doctrinal válida para toda la Iglesia y su lección fué
aceptada, sin discusión de competencia, por el titular de la sede episcopal
de mayor prestigio entonces en todo el Oriente.
La carta de Dionisio dio además a Roma, al condenar a la vez los errores
sabelianos y los excesos opuestos, la ocasión de hacer ver más claramente
aún que en tiempos de Calixto, que no se solidarizaba con interpretacio-
nes de escuela, cuyo carácter necesariamente fragmentario y unilateral
reprobaba, sino que se atenía a la doctrina común, sin sacrificar ninguno de
los elementos de la tradición sobre la unidad divina y la Trinidad de perso-
nas, y sin entregarse a especulaciones sobre ese contenido de la tradición.

EL PAPA FÉLIX Dionisio de Roma murió el 26 de diciembre de 268 ( 7 5 )


y le sucedió Félix, que gobernó la Iglesia de Roma hasta
el 275. Continuando la obra de Dionisio, se creyó que había1 escrito u n a carta
a Máximo, obispo de Alejandría, sobre la divinidad y la perfecta h u m a n i d a d
de Cristo, carta que en gran parte se insertó más tarde en las actas del con-
cilio de Efeso (431) ( 7 6 ) ; pero está comprobado que esta pretendida carta
es u n escrito de origen apolinarista ( T T ).

C 8 ) Cf. supra, p. 347 y t. III.


(**) Cf. supra, p. 285.
(75) EUSEBIO, Hist. Eccl., VII, xxx; Líber pontificalis, ed. DUCHESNE, t. I, p. 261.
Sobre esta fecha que parece más cierta que la de 269, que algunos mencionan, cf.
AUBÉ, Hist. des persécutions, t. IV, p. 460 y AIXARD, Hist. des persécutions, t.- III,.
pp. 207 y 210-211.
(™) Cf. t. IV.
(T7) Cf. BARDENHEWER, Geschichte der altchristlichen Literatur, t. II, 2" ed., p. 645.
Sobre el apolinarismo cf. t. III.
362 HISTORIA DE LA IGLESIA

Pero la importancia de la sede romana en toda la Iglesia fué proclamada


por el mismo poder imperial en circunstancias m u y significativas: el obispo
de Antioquía, Pablo de Samosata, depuesto por u n concilio reunido en su
ciudad episcopal en 268 por su doctrina antitrinitaria y adopcionista, se
obstinó en mantenerse al frente de su diócesis y rehusó entregar los edificios
destinados al culto al nuevo obispo Demetriano. El emperador Aureliano,
que se encontraba en Antioquía de paso a comienzos de 272, reclamado
para que resolviese el conflicto desde el punto de vista del derecho de pro-
piedad, declaró que el verdadero obispo y poseedor de la casa episcopal era
aquél que era reconocido como tal por los obispos de Roma y de Italia ( 7 8 ).
La situación de Roma como capital del Imperio explica en parte esta decisión,
pero responde también a u n orden eclesiástico no menos real: el emperador no
podía ignorar lo que el obispo de Roma era para toda la Iglesia.

EUTIQUIANO Y CAYO De los dos inmediatos sucesores de Félix, Eutiquiano


y Cayo, apenas si sabemos más que sus nombres. Sus
episcopados, en u n tiempo de paz y de tranquilidad, se desarrollan en medio
de u n a iglesia feliz que parece no tener historia. A u n las fechas de sus epis-
copados respectivos son de lo más incierto: el Líber Pontificalis asigna al de
Eutiquiano u n a duración de ocho años y once meses y al de Cayo trece años;
mientras que según Eusebio, Eutiquiano no habría gobernado la Iglesia más
que diez meses y Cayo quince años ( 7 9 ) . Fuerza es confesar nuestra ignoran-
cia sobre la cronología de estos dos pontificados. Hemos de rechazar como
leyenda el pretendido parentesco de Cayo con Diocleciano, parentesco en
el que había hecho creer la Pasión de santa Susana; los Acta SusanrUB care-
cen de todo valor histórico C 80 ).

EL PAPA MARCELINO El sucesor de Cayo, Marcelino, elegido en 296, si


se admite la cronología del Líber pontificalis, o en
291, según Eusebio, vio volver los días de sangre, en la última persecución
ordenada por Diocleciano, a consecuencia de la cual se originó en la Iglesia
romana u n a crisis seria, pero puramente local, de la cual hablaremos más
tarde ( 8 1 ) .

§ 4 . — La autoridad p r e e m i n e n t e d e la s e d e r o m a n a

CARACTERES DE LA Con el pontificado de Marcelino termina u n a histo-


AUTORIDAD ROMANA ria de siglo y medio, durante la cual el obispo de
Roma, sucesor de San Pedro y rector de la Iglesia
de la capital del imperio, es por ese mismo hecho el primer y principal repre-
sentante de la Iglesia cristiana ante el poder imperial, hostil o tolerante o,
a veces también, benévolo. La persecución, al desencadenarse, descarga sobre

( 78 ) EUSEBIO, Hist. Eccl., VII, xxx. Cf. G. BARDY, Paul de Samosate-. Etude historiqw
(Spicilegium sacrum lovaniense, fase. 4). París y Lovaina, 1923, p. 284, s. Nueva edi-
ción (el mismo número en la colección, 1929), p. 338, s.
( 78 ) Cf. EUSEBIO, Hist. Eccl., VII, XXXII, 1, y Líber pontificalis, ed. DUCHESNE, t. I,
pp. CCLXI y 159-161.
(80) Cf. L. DUCHESNE, Les légendes de Z'Alta Semita et le tombeau de saint Cyria-
que sur la voie d'Ostie, en Mélanges d'Archéologie et d'Histoire, publicados por la
escuela francisana de Roma, t. XXXVI, 1916, p. 27, s.; la pasión de Santa Susana se
estudia en la p. 33, s.
(81) Cf. infra, pp. 399 y 404.
LA SEDE R O M A N A 363

él los primeros golpes; pero a veces, como con Aureliano, se le rinden testi-
monios de inequívoca significación. Durante el mismo tiempo una serie
de hechos de diverso orden, pero cargados de sentido, atestiguan la autori-
dad especial, aun no bien definida, de que goza el obispo de Roma a los ojos
de toda la Iglesia.
Las visitas a Roma de hombres eminentes, los más eminentes del mundo
cristiano, Ireneo, Tertuliano, Orígenes, así como de los herejes Marción,
Teódoto y Sabelio, para quienes no es indiferente la opinión de Roma; las
numerosas cartas de la Iglesia de Roma, a las demás iglesias sobre puntos
de doctrina o disciplina, por ejemplo las de Víctor, Ponciano, Fabián, Cor-
nelio, Esteban, Sixto, Dionisio, Félix, son los más altos testimonios del pres-
tigio de Roma y de su solicitud por la Iglesia universal. Prestigio indepen-
diente, m u y digno de notarse, del valor personal de los que ocupan el cargo:
¿no se ha preferido Calixto a Hipólito y Cornelio a Novaciano? La autoridad
del obispo de Roma no nace de sus propios méritos, como fué en Cipriano
y lo será más tarde en Ambrosio y Agustín, sino de la tradición que repre-
senta. Añádanse a estos hechos otro no menos característicos, ya indicados
en otra parte ( 8 2 ) ; la influencia de Roma en la formación de la regla de fe,
encarnada en el símbolo bautismal y en el canon de las Escrituras; la con-
tinuidad de una sucesión episcopal que remonta hasta los apóstoles, y los
apóstoles Pedro y Pablo, lo que hace de la Iglesia romana, la Iglesia apos-
tólica por excelencia ( 8 3 ). De todos estos hechos podemos concluir que los
rasgos distintivos de la constitución católica de la Iglesia se encuentran en
Roma tan firmes, con tal continuidad y relieve, que es patente a la vez la
señal y la razón misma de su autoridad universal.

LA SEDE DE ROMA Esta autoridad de la Iglesia era en estos tiempos,


Y LAS IGLESIAS LOCALES como dice Mons. Duchesne, "más sentida que
definida: sentida en primer lugar por la misma
Roma, que después de San Clemente no vaciló jamás en sus deberes para
con toda la cristiandad; sentida también por los demás con tal que esta impre-
sión no estuviese contrariada por alguna preocupación ocasional" ( 8 4 ). Cuando
una tradición local de orden litúrgico o ritual como la de los asiáticos sobre
la pascua, en tiempos del papa Víctor; o la de Oriente y África a propósito del
bautismo de los herejes cuando Esteban, chocaba con la disciplina que Roma
quería imponer, se discutían la prerrogativas de la sede de Roma en su aplica-
ción. "Pero en la vida ordinaria, la gran comunidad cristiana de la metrópoli
del mundo, fundada en los mismos orígenes de la Iglesia, consagrada por la
permanencia y el martirio de los dos apóstoles Pedro y Pablo, conservaba su si-
tuación de centro del cristianismo y, si es lícito hablar así, de sede social del
Evangelio. Los fieles y los pastores miraban hacia ella. Preocupaba todo lo que
en ella ocurría y se sentía necesidad de visitarla. Los iniciadores de movimien-
tos religiosos querían pertenecer a su comunidad y ampararse en su autoridad
ecuménica, conquistando a sus jefes. Su caridad, que disponía de una fortuna
ya considerable, alcanzaba en tiempos de persecución o de calamidades públi-

(82) Cf. supra, p. 62, s.


(83) Nótese la importancia capital que Ireneo (Adversus hazreses, I, xxvn; III, ni)
atribuye a la lista episcopal de Roma como garantía de la sucesión apostólica. Poco
después el autor de un tratado Contra la herejía de Artemón en tiempos del papa
Ceferino, escribe en un pasaje que ha sido conservado por Eusebio (Hist. Eccl., V,
xxn, 3) que "la verdad de la predicación ha sido conservada hasta los tiempos de
Víctor, decimotercero obispo de Roma a partir de Pedro".
(84) DUCHESNE, Histoire ancienne de l'Eglise, t. I, pp. 536-537.
364 HISTORIA DE LA IGLESIA

cas a las provincias más lejanas, como Capadocia y Arabia. Vigilaba con
ojos dilatados las cuestiones doctrinales que se agitaban en otros países" ( 8 5 ).
Practicando como por instinto la prudencia y la sabiduría; siguiendo con paso
seguro la "via media" que le mantenía a distancia de los escollos en que
corrían peligro de estrellarse los teólogos de escuelas; guardiana de u n depó-
sito religioso que no se creía en la necesidad n i en la obligación de transcri-
birlo en el lenguaje de u n a filosofía determinada; pero dispuesta a demos-
trar, cuando era necesario, el peligro o el error de tal o cual interpretación;
"sabia pedir cuenta a Orígenes de las excentricidades de su exégesis y llamar
a la ortodoxia al poderoso primado de Egipto. Su situación excepcional era
tan patente que los mismos paganos tenían conciencia de ello. Entre dos
pretendientes a la sede de Antioquía, el emperador Aureliano distingue al
momento quien es el legítimo, el que está en comunión con el obispo de
Roma" ( 8 6 ) . .

( 85 ) Ibíd., Histoire ancienne de VEglise, t. I, p. 537.


(86) Ibíd., pp. 537-538.
CAPITULO XVIII

LA PROPIEDAD ECLESIÁSTICA Y LA SITUACIÓN JURÍDICA


DE LA IGLESIA EN EL IMPERIO ROMANO
DURANTE EL SIGLO n i (*)

El conflicto que motivó la intervención del emperador Aureliano, y la


solución dada por éste son no solamente de interés para conocer la situación
del obispo de Roma en la Iglesia universal, sino que además nos dan a co-
nocer la existencia de una propiedad eclesiástica corporativa y de relaciones,
hasta cierto punto oficiales, entre la Iglesia y el Imperio, mucho antes de que
termine la era de las persecuciones.

§ 1. — La p r o p i e d a d eclesiástica

LA POSESIÓN En los primeros tiempos de la Iglesia, los bienes


DE LOS BIENES EN LA materiales necesarios a la existencia de u n a
IGLESIA EN EL SIGLO II comunidad religiosa: las iglesias y los cemente-
rios eran de propiedad privada ( 2 ) ; pero esta
situación no ofrecía demasiadas garantías.
"Cualquier cambio en la voluntad del propietario o de sus herederos, su
apostasía, el paso a una secta herética, ponían en peligro el que la Iglesia
pudiese gozar de aquellos bienes. Tratándose de sepulcros, no podía mudarse
el gravamen funerario, el derecho a aquel sepulcro; pero u n heredero m a l
dispuesto podía llevar a u n a sepultura cristiana a herejes o paganos pertene-
cientes a la misma familia ( 3 ) . Era de desear por lo tanto otro modo de
posesión" ( 4 ).

INSTITUCIÓN DE LA En la Iglesia de Roma al menos, se llegó a la


PROPIEDAD ECLESIÁSTICA propiedad corporativa eclesiástica aun antes
de finales del siglo n . El pontificado del papa
Víctor (189-199), que por tantos conceptos ( B ) es digno de memoria, pudo
muy bien ser el que llevó a cabo esta importante transformación en la vida
social de la Iglesia; lo que se explica tanto mejor cuanto que en esta época
pudo aprovecharse de ciertas complacencias y tolerancias de la autoridad civil,
(!) BIBLIOGRAFÍA. — Los trabajos esenciales son los indicados en las notas del capi-
tulo. Añádase: J. P. WALTZING, Collegia, artículo del Dictionnaire d'archéologie chré-
tienne et de liturgie, t. III, 2* parte, col. 2107, s.
(2) Cf. supra, t. I, p. 335, s.
(3) No se podía excluir a los herejes o paganos por una fórmula como ésta: "ad
religionem pertinentes meam", empleada por un cristiano para designar aquellos
miembros de su familia que tienen derecho a su sepulcro. El crisjianismo era "religio
illicita" y no podía invocar la protección de las leyes. (Cf. D E Rossi, Bulletino di
archeologia cristiana, t. III, 1885, pp. 54, 92.)
(B4) DUCHESNE, Histoire ancienne de l'Eglise, t. I, p. 382.
( ) Cf. supra, pp. 349-350.
365
366 HISTORIA DE LA IGLESIA

después de la paz, precaria, pero verdadera, concedida a los cristianos por


Cómodo, bajo el pontificado de su inmediato predecesor Eleuterio (175-189).
Sea como fuere, cuando su sucesor el papa Ceferino (199-217) confía a su
diácono Calixto, que llegará a ser papa en su día, el cargo de administrador
del "cementerio" ( e ) , apenas puede quedar duda de que se trata de u n a pro-
piedad corporativa de la Iglesia romana, adquirida anteriormente; poco o
mucho tiempo antes.
Es cierto también que las "areae sepulturarum" de Cartago son algún tiempo
después reconocidas como de propiedad cristiana, según la indicación de
Tertuliano ( 7 ) .

SU DESARROLLO Los testimonios se multiplican después. Bajo Alejandro


EN EL SIGLO III Severo tenemos el litigio entre los taberneros, "popinarii",
y la comunidad cristiana de Roma por la posesión de u n
terreno, que antes había sido bien público y la sentencia del emperador favo-
rable a la Iglesia ( 8 ) . Después de la persecución de Valeriano ( 9 ) hemos
visto a Dionisio de Alejandría y a otros muchos colegas, convocados por los
funcionarios del fisco imperial, para que se les restituya los inmuebles reli-
giosos secuestrados. En 272, la posesión de la casa episcopal es disputada por
los católicos y los partidarios de Pablo de Samosata y es concedida por el
emperador a los primeros, y a principios del siglo iv, al finalizar la última
persecución, los edictos del emperador Galerio, y para Italia y África, de
Majencio, restituyeron a los cristianos de las diversas partes del Imperio, los
bienes corporativos confiscados en la persecución de Diocleciano ( 1 0 ). Por
último, en Milán, Constantino y Licinio trataron en sus disposiciones de la
propiedad eclesiástica ( n ) que podrá ser reivindicada por las iglesias contra
los damnificadores.

§ 2 . — O r i g e n de la p r o p i e d a d eclesiástica y c o n d i c i o n e s d e vida
d e la Iglesia e n el I m p e r i o

TEORÍA DE DE ROSSI ¿Cómo ha podido llegarse no sólo al hecho de la


SOBRE LOS COLLEGIA propiedad corporativa en la Iglesia, sino sobre todo
TENUIORUM a que haya sido reconocida por el Estado, estando
proscrito el cristianismo? De Rossi creyó encon-
trar la solución ( 12 ) en la legislación sobre las asociaciones; es u n a excep-
ción de esa legislación. Aunque el Imperio no favorecía las asociaciones, sin
embargo, al menos desde Septimio Severo, se hizo u n a excepción en favor de
los colegios funerarios, asociaciones de gente humilde "Collegia tenuiorum",
cuyos miembros se agrupaban para procurarse u n a sepultura conveniente;
y a este fin la asociación podía percibir cuotas, poseer bienes inmuebles y
tener reuniones de carácter religioso. Los cristianos tan cuidadosos siempre
respecto de los sepulcros en que deben reposar los cuerpos que esperan la
(«) Cf. supra, p. 351.
(7) Ad Scapulam, ni.
(8) Cf. supra, p. 104.
(9) Cf. supra, p. 136.
(«>) Cf. infra, p. 406, ss.
( u ) " . . . ad jus corporis eorum, id est ecclesiarum, non hominum singularium per-
tinentia" (LACTANCIO, De mortibus persecutorum, XLVIII). Cf. t. III.
( 12 ) Roma Soterranea, t. I, p. 101; t. II, p. VIII; Bulletino di archeologia cristiana,
t. II, 1864, p. 57; t. III, 1865, p. 90.
ORÍGENES DE LA PROPIEDAD ECLESIÁSTICA 367

resurrección, los cristianos en cuya vida cultual h a n tenido tanta importan-


cia los cementerios, ¿no h a b r á n utilizado esta legislación benévola respecto
de los colegios funerarios, presentando su comunidad bajo este carácter, lo
que en buena parte respondía a la realidad? De Rossi piensa que fué así y
esta solución a u n problema tan complicado ganó tantos votos que pareció
imponerse y que no se idearía ya otra mejor.

CRITICA DE LA TEORIA Aunque más de u n autor la sostiene aún hoy,


DE DE ROSSI después de críticas tan profundas como h a n sido
hechas sobre toda por Duchesne ( 1 3 ), es m u y
difícil sostener hoy la teoría de de Rossi a pesar de la autoridad de su autor.
¿Cómo admitir que los cristianos se hayan hecho pasar por miembros de
colegios funerarios, siendo así que estas instituciones paganas les inspiraban
fuerte repulsión como nos lo da a conocer Tertuliano? ( 1 4 ). En su Apologético
establece una comparación entre las dos suertes de asociación, pero para hacer
resaltar su contraste. Además para que los cristianos se pudiesen acoger a
la ley que protegía oficialmente a los colegios funerarios, era necesario que
cumpliesen con esta ley, que obligaba a los colegios funerarios a no ser más-
cara de una asociación ilícita, y precisamente las asociaciones cristianas eran
ilícitas en la doctrina y pensamiento oficial, pues desde el "institutum nero-
nianum" ( 1 5 ), la existencia del cristianismo estaba prohibida. "Hubiera sido
necesario que la policía ignorase que se trataba de la Iglesia cristiana; lo que
era extraordinariamente difícil. Los colegios funerarios eran asociaciones m u y
poco numerosas, de algunas docenas de personas y la Iglesia de una gran
ciudad como Roma, Alejandría o Cartago podía contar, a mediados del siglo n i ,
treinta o cuarenta mil fieles y hubiese sido difícil disfrazar toda esta multitud
bajo capa de colegios funerarios" ( 1 6 ).
Esta solución debe pues ser abandonada definitivamente. La situación de
las comunidades cristianas desde finales del siglo n , gozando de largos perío-
dos de paz y consiguiendo llegar a poseer bienes inmuebles para el culto y
cementerios a título de propiedad corporativa, se explica porque las comuni-
dades cristianas se aprovecharon durante los períodos de paz de una tolerancia
de hecho que a veces podríamos calificar de reconocimiento tácito.
La Iglesia, como lo hemos dicho anteriormente ( 1 7 ), no se ocultaba siste-
máticamente, sino sólo en los períodos de hostilidad extrema, en que pudo
suceder que bajase a las -catacumbas a celebrar los misterios y donde muchos
cristianos, no la comunidad sino individualmente, y a veces aun jefes de
comunidades Cristinas, se sustraían a las pesquisas de la policía.

LA IGLESIA FRENTE AL La condición de las iglesias desde Cómodo hasta


ESTADO ROMANO la paz cohstantiniana o más bien hasta el edicto
de Galerio, es como lo ha dicho u n jurista de
espíritu penetrante ( 18 ) la de las asociaciones de hecho que el poder no des-
conoce, y que tiende cada vez más a tolerar ( 1 9 ), aunque de tiempo en tiempo,
(13) Histoire ancienne de l'Eglise, t. II, pp. 384-387. Cf. también G. M. MONTI,
Le corporazioni nell'evo antico e nell'alto medio evo, Bari, 1934, pp. 247-248.
(14) Apologeticum, xxxix.
( " ) Cf. t. I, 239, ss.
(ls) DUCHESNE, op. cit., p. 385.
( " ) Cf. t. I, pp. 324-325 y 334. '
(18) R. SALEILLES, L'organisation juridique des premieres communautés chrétiennes,
en Mélanges P. F. Girard, París, 1912, t. II, p. 469, s.
(19) M. BESNIEK en un reciente estudio a este propósito (Eglises chrétiennes el
I
368 HISTORIA DE LA IGLESIA

después de intervalos de paz viniesen los intentos de represión con medidas


tanto más rigurosas y prolongadas cuanto los progresos hechos por los cristia-
nos a favor de la paz precedente causaban más inquietud al poder. Estos
intentos de represión terminaron en u n a serie de fracasos. Como ha escrito
Renán C20) "el Imperio romano había ligado su destino a la ley de los «ccetus
illiciti», «illicita collegia». Los cristianos y los bárbaros, realizando en esto
las exigencias de la conciencia h u m a n a , h a n roto la ley y el imperio que se
había solidarizado con ella, con ella ha perecido".
Así las relaciones del cristianismo y la autoridad civil tuvieron u n carácter
de lucha a cara descubierta m u y distinto del que supone esa concepción de u n a
Iglesia disimulada bajo apariencias que la hacían u n a sociedad secreta. "Ter-
tuliano, continúa Duchesne ( 2 1 ) , clamaba m u y alto que la asociación cris-
tiana es u n a asociación religiosa: «Corpus sumus de conscientia religio-
nis» ( 2 2 ) , etc. No tenía necesidad de decirlo, lo sabía todo el mundo. Para
los paganos de su tiempo la idea de cristiano era inseparable de la idea de
miembro de u n a sociedad religiosa. Las reuniones para el culto, lazo reli-
gioso que unía a todos los fieles, fué lo primero de que se dieron cuenta los
paganos y lo primero que fué calumniado. Desde entonces, tolerar a los
cristianos, era tolerar la asociación de los cristianos y perseguir a los cris-
tianos era perseguir el ser colectivo que necesariamente formaban. Este ser
colectivo, que no cesaba de crecer y cobrar fuerza, podía parecer peligroso
para la seguridad del Imperio y entonces se buscaba exterminarlo; pero podía
también parecer inofensivo y así Cómodo, los emperadores sirios, Galieno, y
a u n Valeriano, Aureliano y Diocleciano, al comienzo de su imperio, no vieron
en él n i n g ú n peligro. Podía suceder, finalmente, que se sintiesen obligados
a retroceder ante la exterminación de tanta multitud y la disolución de una
sociedad que tantos rigores no habían podido quebrantar.
"En suma, los emperadores del siglo n i h a n tenido todos respecto de la
Iglesia u n a actitud neta; o la h a n perseguido abiertamente o la h a n tolerado.
E n n i n g ú n caso la h a n ignorado. Sus lugares de reunión, sus cementerios, los
nombres y domicilios de sus jefes eran conocidos de los magistrados munici-
pales y de la administración. Apenas se dictaba u n edicto de persecución,
sabían dónde encontrar al obispo, lo arrestaban y embargaban los lugares del
culto y los bienes de la Iglesia. Al revocarse el edicto, se dirige también al
obispo para que se le restituyan los bienes confiscados. Los documentos no
nos dan ningi'm dato, ni siquiera motivos de sospecha sobre ficciones legales,
colegios funerarios o títulos misteriosos. Todo sucede entre el gobierno y la
asociación de los cristianos. El cristianismo continuaba prohibido en teoría;
ningún rescripto imperial había revocado la calificación oficial de «reli-
gio illicita», ni había declarado que las comunidades cristianas fuesen asocia-
ciones autorizadas. Las barreras legales existían siempre, pero cada vez se
hacía más difícil tomarlas en serio; la viña del Señor con su prodigiosa vege-
tación las rebasaba por todas partes."

colléges funéraires, en Mélanges Dufourcq, París, 1932, p. 9, s.) nota justamente que el
Gnomon de l'Idiologue, es decir, el reglamento judicial aplicado por el procurador
de Egipto, prueba que muchas veces no se infligía a los miembros de las asociaciones
no autorizadas más que penas irrisorias. Cf. SCHUPART en Berliner Griechischen Ur-
kunden, t. VI, 1, Berlín, 1919 y J. CARCOPINO, Le Gnomon de l'Idiologue et son impor-
tance historique, en Revue des Etudes anciennes, t. XXIV, 1922, p. 211, s.; M. Besnier
concluye también que hay que abandonar la teoría de de Rossi.
(20) Les Apotres, p. 364.
( 21 ) Histoire ancienne de l'Eglise, t. I, pp. 386-387.
( 22 ) Apologeticum, xxxix, 1.
CAPITULO XIX

LA VIDA CRISTIANA O )

La situación de la Iglesia desde Septimio Severo a Diocleciano explica los


aspectos distintos, si no opuestos que presenta la vida de los cristianos en el
imperio romano desde finales del siglo n a principios del siglo iv.

I. LOS CRISTIANOS EN EL M U N D O

§ 1. — Los cristianos y la vida cívica

LOS CRISTIANOS El cristiano en esta época es u n hombre al que las


Y LA VIDA COMÚN exigencias de una moral más elevada obligan a llevar
una vida que le distingue del resto de sus conciudada-
nos, sin relegarlo por ello fuera de la ciudad. La ley puede caer sobre él en
cualquier instante; pero sin embargo no es su vida la del criminal cuya
vida depende de que las autoridades y los ciudadanos sepan o ignoren su
verdadera personalidad. Los cristianos estaban envueltos en cierto misterio,
porque su actividad religiosa en parte quedaba relegada a la intimidad de sus
relaciones con Dios; pero esta atmósfera de misterio va disminuyendo con el
tiempo y los discípulos de Jesús son mejor conocidos en el siglo n i que en el n.

PARTICIPACIÓN Si las prescripciones de la moral cristiana conti-


EN LA VIDA CÍVICA n ú a n restringiendo la participación de los cristia-
nos en la vida cívica, o más bien, diferenciándola
en diversos puntos de la de los demás ciudadanos del Imperio, esta partici-
pación no es menos real. Y si no es general, ni ciertamente idéntica en todas

(!) BIBLIOGRAFÍA. — La misma bibliografía que en el capítulo XIII del tomo I, a la


que se debe añadir las obras citadas en las notas del presente capítulo.
Puédese consultar además sobre la cuestión del servicio militar: AD. HARNACK,
Militia Christi. Die Religión und der Soldatenstand in den ersten drei Jahrhunder-
ten, Tubinga, 1905; E. VACANDARD, La question du Service militaire chez les chrétiens
des premiers siécles, 3 e r . capítulo de Eludes de critique et d'histoire religieuse,
2* serie, París, 1910, pp. 127-168. Sobre las costumbres de los cristianos: O. DITTRICH,
Geschichte der Ethik. Die Systeme der Moral vom Altertum bis zum Gegenwart,
3 vols., Leipzig, 1926. — Sobre las catacumbas y sobre el arte cristiano primitivo:
Dom H. LECLERCQ, Catacombes, en Dictionnaire d'Archéologie chrétienne et de Liturgie,
t. II, 2' parte, París, 1910, col. 2376, s.; F. FORNARI, San Sebastiano, Roma, 1933;
E. Josi, II cimitero di Calisto, Roma, 1933; J. P. KIRSCH, Die christlifihe Epigraphik
und ihre Bedeutung für die Kirchengeschichtliche, Forschung, Friburgo, Suiza, 1898
y Sull'origine dei motivi iconografía nella pittura cimiteriale di Roma, en Rivisla di
Archeologia cristiana, t. IV, 1927, p. 259, s.; E. LE BLANT, Etude sur les sarcophages
chrétiens de la ville d? Arles, París, 1878.

369

i
370 H I S T O R I A DE LA IGLESIA

partes, los testimonios que h a n llegado hasta nosotros manifiestan su existencia


en todo el Imperio.

LOS CAÑONES DEL CONCILIO España en u n extremo del Imperio y Asia en


DE ELVIRA, RELATIVOS el otro nos presentan en el siglo n i cristia-
A LOS MAGISTRADOS nos que ejercían funciones municipales. Es
MUNICIPALES verdad que el documento que nos da a cono-
cer este hecho en España, no nos muestra
a las autoridades eclesiásticas de este país m u y optimistas a este propósito;
pero es necesario apreciar todo el valor de este documento. Se trata de los
cánones del concilio de Elvira (Illiberis) que tuvo lugar hacia el año 300 ( 2 ) .
Uno de estos cánones, el 56, estipula que los deunviros, magistrados que pre-
sidían el gobierno de las ciudades, debían abstenerse de frecuentar la iglesia
durante el año de su cargo. Había, pues, duumviros cristianos; pero el cum-
plimiento de su cargo difícilmente les permitía evitar todo contacto con el
culto pagano. De aquí la prohibición del concilio, prohibición que tiene u n
incontestable carácter de moderación y que prueba que los obispos españoles
no quisieron prohibir absolutamente a los fieles el ejercicio de las magistra-
turas, que de otra manera hubiesen debido abandonar enteramente a los pa-
ganos. No puede sorprendernos que otros cánones, 2 a 4 y 55, sean mucho más
severos con los que aceptan la dignidad de flamen, sacerdote provincial o
municipal, cargo sin duda ya secularizado, y más honorífico que verdadera-
mente religioso; pero que implicaba la presidencia de ceremonias inadmisibles
por parte de la Iglesia. El concilio condena netamente el flaminato de los
cristianos, excepto el de aquellos que se limitaban a llevar la corona, que era
la insignia, sin participar en n i n g ú n sacrificio: podían ser admitidos a la
comunión después de dos años de penitencia ( 8 ) . Así los cristianos de finales
del siglo n i estaban t a n lejos de ser indiferentes hacia los asuntos públicos,
que muchos de ellos, excediéndose, no temían aceptar cargos de tal natura-
leza, que sus jefes espirituales se veían obligados a recordarles con sanciones
graves la casi incompatibilidad de esos cargos con su fe y con las obligaciones
que de esa fe derivaban.
Además debemos recordar que, a juzgar por ciertas disposiciones de este
mismo concilio de Elvira, la iglesia de España debía ser particularmente se-
vera: los cánones de Elvira dan u n a impresión de rigorismo, quizá podríamos
decir de puritanismo, que autorizaría a concluir que desde los primeros siglos
se manifestó en España u n a fuerte corriente hacia el ascetismo y hacia la
reprobación de todo lo que fuese pactar con el espíritu del mundo. Ya vimos
que el concilio de Elvira ( 4 ) había hecho de la continencia una obligación
estricta para los ministros del altar; aparta para siempre a los idólatras de
la comunión con la Iglesia (cánones 1 a 3 ) , condena (canon 20) el préstamo
a interés, que todos los Padres ya desaprobaron bajo pena de excomunión y
proscribe (canon 36) las imágenes en las iglesias.

(2) Cf. supra, p. 346.


(3) Sobre esta cuestión del flaminato de los cristianos, cf. L. DUCHESNE, Le concile
d'Elvire et les flamines chrétiens, en Mélanges Renier, París, 1887, p. 17, s. A partir
del siglo iv, el flaminato, enteramente secularizado, a pesar de la contradicción interna
que implica tal situación, llegó a ser una dignidad que pareció normal a los cristianos
el aceptarla; cf. el artículo Flamen de C. JULLIAN, en el Dictionnaire des Antiquités
grecques et romaines de DAREMBERG y SAGLIO,- PALLU DE LESSERT, Fastes des provinces
africaines, t. II, París, 1901, p. 3S2; J. CARCOPINO, La table de patronat de Timgad,
en Revue africaine, t. LVII, 1913, p. 163, s.
(4) Cf. supra, p. 338.
LA VIDA CRISTIANA 371

LOS CRISTIANOS DE ASIA Las tendencias no eran las mismas en Asia: país
Y LA VIDA MUNICIPAL de vida fácil y en que los excesos de severidad no
habrían tenido quizá gran éxito; aunque la dis-
ciplina penitencial haya sido, quizá por reacción, m u y rigurosa ( 5 ) y aunque
los cristianos h a y a n sabido morir como en otras partes, cuando ha sido
necesario.
En Oriente la conquista cristiana había sido m u y rápida y no puede extra-
ñarnos que en las provincias en que, a finales del siglo n i , los cristianos
representaban la mayoría o u n a minoría importante de la población, fuesen
cada vez menos extraños a la vida general de las ciudades. M á s de u n a ins-
cripción asiática nos habla de cristianos miembros de la curia municipal, celo-
sos de la prosperidad y del honor de su ciudad C 6 ).
En más de u n a pasión de mártires vemos a simples fieles o miembros del
clero que gozan de u n a particular consideración de parte de sus conciuda-
danos, quienes, es verdad, en la hora de la persecución pueden tornarse en ene-
migos irreconciliables; pero que a veces también conservan su estima y sim-
patía y no escatiman esfuerzos para sustraerlos al suplicio ( 7 ) .

LOS CRISTIANOS EN LA Recordemos además los datos dados por Euse-


CORTE IMPERIAL Y EN LAS bio sobre grandes personajes cristianos de la
ALTAS MAGISTRATURAS corte y altos magistrados del Imperio, dis-
pensados en tiempo de Diocleciano, por la
benevolencia imperial, de la asistencia a las ceremonias paganas ( 8 ) . De Sep-
timio Severo a Diocleciano h a y muchos cristianos en el palacio y los nombres,
en inscripciones de diversos lugares, nos hablan de las adhesiones al cristia-
nismo obtenidas en familias, en que la participación en la vida pública no
había cesado de ser u n a tradición.

§ 2 . — L a c u e s t i ó n del servicio militar

LOS CRISTIANOS Los cristianos no rehuyen hacerse soldados; se los encuen-


EN EL EJERCITO tra numerosos en todos los ejércitos romanos, en u n a
época en que el servicio militar no era obligatorio, sino
para los hijos de los veteranos o en casos, cada vez más raros, de levas extra-
ordinarias. La "depuración", a la que procederá Galerio a principios del
siglo iv ( 9 ), es la mejor prueba de que en la época que historiamos la "obje-
ción de conciencia" no era bastante a apartar del ejército a la mayor parte
de los soldados cristianos, a pesar de u n a corriente de hostilidad contra las
armas, que Tertuliano había alentado con su intransigencia.

(K) Compárese por ejemplo ciertos cánones del concilio de Elvira (canon 5) y del
concilio de Ancira (cánones 22-23) que prescriben largos años de penitencia después
de un asesinato, aun no premeditado.
(6) Cf. W. RAMSAY, The cities and bishopries of Phrygia, en Journal of hellenic Stu-
dies, 1883, p. 424, s.; 1887, p. 16, s.; 1898, p. 722, s.; F. CABROL y H. LECLERCQ,
Monumento Ecclesice Litúrgica, París, 1902, t. I, n°s. 2787, 2790, F. CUMONT, Les irts-
criptions de l'Asie Mineure, n°s. 137, 145, 146, 162, 168, 177, 178, en Mélanges d'Ar-
chéologie et d'Histoire, publicadas por la Escuela francesa de Roma, t. XV, 1895,
p. 245, s.
C) Cf. supra, p. 129 y p. 132, n. 38.
(8) Cf. supra, p. 137, ss.
(») Cf. infra, p. 392, s.
372 H I S T O R I A DE LA IGLESIA

LA OBJECIÓN La objeción existió y su fuerza fué en aumento.


DE CONCIENCIA Tertuliano es el primer responsable de esta evo-
DE LOS INTELECTUALES lución que él llevó hacia u n rigorismo cada vez
más intransigente. Ciertas admoniciones de
Celso ( 1 0 ), exhortando a los cristianos a no abandonar el servicio del empera-
dor, aun en el ejército, nos podría hacer pensar que eran u n tanto remisos
a este propósito; pero entonces no se conoce aún ninguna declaración cris-
tiana antimilitarista. En el Apologético, aparecido en el 197, Tertuliano
cantaba como gloria del cristianismo el tener adeptos en todas partes, aun
en el ejército. Catorce años después, ya montañista, en el De Corona militis
alababa al soldado cristiano que, durante la distribución del "donativum" no
había querido llevar la corona de laurel, de rigor en esta ocasión y que pre-
firió la condenación a este gesto, que estimaba contrario a su fe. Resulta del
relato que sus camaradas cristianos no le imitaron.
Es u n caso excepcional de heroismo, fuera de tiempo, que Tertuliano ha
querido elevar a norma común. Estas palabras, aunque escritas por u n hereje
no cayeron en el vacío, tanto más cuanto el autor volvió sobre el mismo
tema unos meses después, en el tratado De Idololatría. Sientan en él el prin-
cipio de la incompatibilidad absoluta entre el servicio militar y la fe cris-
tiana: los soldados están obligados a concurrir, al menos como simples asis-
tentes, a los sacrificios y a hacer uso de la espada, lo que está condenado, dice,
por el Evangelio; no se necesitaba más para prohibir a los cristianos fieles
con todo rigor que se alistasen en el ejército. Es natural que estos razona-
mientos impresionasen a muchos. A partir de Tertuliano, plantéanse los cris-
tianos la cuestión del servicio militar, pero no todos la resuelven como él.
El razonamiento, si se acepta el punto de partida, la primera premisa, con-
cluye en favor de la tesis de Tertuliano y muchos intelectuales cristianos lo
aceptaron con algunas atenuaciones. Pero a qué ilogismos no conducía esta
lógica. Orígenes, dirigiéndose a los paganos en el Contra Celsum, escribe
que mientras los soldados se baten, los cristianos sirven al imperio con sus
virtudes y sus oraciones; pero que deben mantener sus manos limpias de san-
gre. "lo mismo que los sacerdotes de vuestros ídolos y los «neocoros» de vues-
tros dioses i}1). Lactancio, a principios del siglo siguiente, dice también que la
obligación del soldado de verter sangre hace imposible a los cristianos el
ejercicio de las armas ( 1 2 ). Estas doctrinas ganaron partidarios, y en tiempos
de Diocleciano conocemos algunos casos, en que se rehusó el servicio militar,
en vísperas de la persecución ( 1 3 ).

OPOSICIÓN ENTRE LA Pero es m u y notable que no se trata más que de


TEORÍA Y LA PRACTICA casos aislados; ya que exhortando a los que re-
sisten, los jefes les presentan, como al héroe del
De corona, el ejemplo de sus camaradas cristianos f 1 4 ). Seguramente que
los cristianos no fueron multitud en el ejército, según el número de pasiones
de mártires militares llegadas hasta nosotros —número que por otra parte
no es despreciable— ( 1 5 ) ; pero tampoco fueron excepción. Las consideraciones

(10) Según Orígenes: Contra Celsum, VIII, LXXII.


( n ) Contra Celsum, VIII, LXXIII.
( 12 ) De Institutione divina, v, 18.
(13) Cf., por ejemplo, Acta S. Maximiliani.
(i*) Ibíd.
(15) Cf. H. DELEHAYE, Les légendes grecques des saints militaires, París, 1909,
p. 1. El autor califica también su número de "relativamente considerable". Es dar
LA VIDA CRISTIANA 373

de Tertuliano y aun de Orígenes, que el magisterio eclesiástico no hizo suyas,


no debieron tener demasiada influencia. La posición de Orígenes, por m u y
gran talento que fuese, no era sostenible; pues reconocía que el Imperio ne-
cesitaba defensores, añadiendo que los cristianos no pueden sino orar por ellos.
La comparación que establece entre los cristianos y el sacerdocio pagano es
ingeniosa, pero ilusoria: aplicable al clero, es inaceptable para el conjunto
de los cristianos, a menos de admitir que habían de ser siempre minoría
en el Imperio. Si llega u n día en que en el Estado no hay más ciudadanos
que los cristianos, ¿podrán éstos rehusar el aceptar las cargas de tales?
Un ideal de perfección, tal como el de la vida monástica, jamás ha sido pre-
sentado sino como privilegio de una pequeña élite; si este ideal arrastrase a
toda la humanidad, estarían contados los días de los hombres. La antinomia
entre las ideas de Tertuliano y de Orígenes respecto del servicio militar y el
programa de una conquista de todos los hombres a la fe de Cristo, hecho
suyo por la Iglesia desde el primer día y mantenido siempre, es una verdadera
estridencia: por eso los razonamientos de juristas, como Tertuliano, y de
filósofos como Lactancio, no han llegado jamás a ser enseñanza oficial de la
Iglesia. Un documento, que puede atribuirse al siglo n i y que posiblemente
esté relacionado con Roma, conocido por el nombre de Cánones de Hipólito,
puede reflejar u n estado de espíritu análogo a aquéllos. Es verdad que el
nombre de este documento no basta para convertirlo en una pieza oficial
emanada de la Iglesia de Roma. El buen sentido popular ha resistido á estas
teorías o las ha ignorado, pues los cristianos han continuado en mayor o me-
nor número en el ejército. Otros pensadores cristianos, como Clemente de
Alejandría, maestro de Orígenes h a n afirmado expresamente la compatibilidad
del cristiano con la profesión militar, lo mismo que con otras profesiones, por
ejemplo la de marino o agricultor. "Eres aldeano, cultivas la tierra, al cul-
tivarla confiesa a Dios. Te gusta la navegación, navega, pero ora al celeste
piloto. Eras soldado, cuando te conquistó la fe cristiana, oye al jefe, cuya
contraseña es la justicia" ( l e ) .
Episodios relativos a la persecución de Decio y a la de Valeriano nos
muestran a soldados cristianos puestos en la alternativa de pronunciarse o
por su fe o contra su fe: señal de que aun había soldados. Algunos tenían
el grado de oficiales, como Marino, de quien nos habla Eusebio ( 1 7 ): denun-
ciado como cristiano por u n camarada que esperaba ocupar su puesto, pade-
ció en Cesárea de Palestina, hacia el 260. Los soldados y oficiales cristianos
habían llegado a ser tan numerosos durante el período de paz, inaugurado
con Galieno y terminado hacia el fin del reinado de Diocleciano, que la per-
secución, al renovarse a iniciativa de Galerio, cesar de Diocleciano, co-
menzó eliminando a los soldados cristianos. Más aún, parece que elgu-

quizá una idea un poco excesiva de la proporción aunque claro está que las pasiones
no nos dicen todo.
(16) Protréptico, x, 100. Se objetará quizá que, hablando al soldado, Clemente no
le dice expresamente que continúe, como a los otros dos y que el imperfecto en
vez del presente que se emplea antes, podría indicar una idea distinta; pero preci-
samente el paralelo con los otros dos parece excluir toda duda, y esta triple admo-
nición no es más que una paráfrasis de las palabras de San Pablo: "Que cada uno
permanezca en el estado en el que estaba cuando ha sido llamado" (I Cor., 7, 20).
Podría además ser un eco de un pasaje, del mismo evangelio, Le. 3, 14, relativo a la
predicación de Juan Bautista: "Los soldados le preguntaban también: ¿nosotros qué
debemos hacer? —absteneos de toda violencia y de todo fraude y contentaos con vuestro
sueldo." No hay, como se ve, una reprobación del mismo oficio.
(") Hist. EccL, VII, xv, Cf. supra, p. 137.
374 HISTORIA DE LA IGLESIA

nos se habían reenganchado; porque h a y condenaciones de veteranos


en esta persecución de Galerio ( 1 8 ). Sería, pues, exagerado decir que la
condenación del servicio militar haya sido común entre los cristianos: ha sido
durante u n siglo u n a teoría moral, pero no la doctrina de la jerarquía, n i la
práctica ordinaria de los fieles a los que podía interesar el problema. Ade-
más como las consecuencias que esta concepción intransigente entraña no
afectaban la vida social ordinaria, pues el servicio militar, con las excepciones
dichas, no era obligatorio, a u n generalizadas esas doctrinas intransigentes,
no habrían llegado a aislar a los cristianos de los demás conciudadanos del
Imperio. Habría constituido u n a excepción, causa de predisposiciones desfa-
vorables, pero no los habría hecho figurar como rebeldes en el curso ordinario
de las cosas y tampoco podría constituírsela como uno de los caracteres dis-
tintivos y, si es lícito expresarse así, secesionistas de la actitud cristiana frente
al m u n d o romano.

§ 3 . — La celebración pública del culto

LAS IGLESIAS Los cristianos no se apartaban voluntariamente de


EN EL SIGLO III la ciudad; no tenían, pues, por qué disimular y ocultarse,
mientras no se tomasen contra ellos medidas hostiles.
Así, durante los períodos de paz del siglo n i , el culto antes repartido entre
el secreto y semisecreto de las casas particulares y, excepcionalmente, de las
catacumbas, comenzó a celebrarse en edificios de la comunidad, abiertamente
públicos; iglesias semejantes a las nuestras. La existencia de tales iglesias en
el siglo n i está fuera de discusión; los textos y I09 descubrimientos arqueoló-
gicos excluyen la menor duda a este respecto.

IGLESIAS DE ROMA La Crónica de Edesa ¿no habla en el año 201 de la


Y DE ITALIA iglesia de la ciudad ( 1 9 ) , el "templo de la iglesia
de los cristianos", que fué destruida por u n a inunda-
ción? H e aquí u n edificio cristiano que remonta por lo menos a finales del
siglo I I . Investigaciones recientes h a n dado a conocer en Roma restos de la
iglesia de Clemente, quien no es en verdad su fundador, que es anterior a la
basílica del siglo iv, reemplazada a su vez en el siglo xi por la actual basílica
de San Clemente ( 2 0 ). Este edificio estaba formado por u n a serie de cons-
trucciones con u n largo espacio central, la Iglesia propiamente dicha, para las
reuniones litúrgicas; habitaciones para el clero y diversas dependencias en
varios pisos. Se h a n encontrado también bajo la Iglesia de San M a r t í n in mon-
tibus, vestigios de u n a amplia capilla anterior, llamada "Titulus Equitii o Sil-
vestri", cuya gran sala rectangular, dividida en dos partes por u n a fila de
columnas y pilastras a todo lo largo del piso bajo, destinado al clero y los
diversos servicios de la Iglesia, parece remontar hasta la época de los Seve-
ros ( 2 1 ). E n Roma también, en las iglesias de Santa Anastasia y de los
santos J u a n y Pablo, el análisis arqueológico permite afirmar la existencia

(!8) Cf. infra, p. 392.


(">) Cf. supra, p . 111.
C20) Cf. E. JUNYENT, II titolo di san Clemente in Roma, en Studi di antichita cris-
tiana, "publicati per cura del Pontificio Istituto di Archeologia cristiana", t. VI,
Roma, 1932.
C21) Cf. R. VIELLIARD, Les origines du titre de Sant-Martin-aux-Monts, ibid.
t. IV, Roma, 1932.
LA VIDA CRISTIANA 375

de vastas salas de culto que remontan al siglo n i ( 22 ) y lo mismo parece que


tenemos que decir de la de Santa Sabina ( 2 S ). Por el contrario, no podemos es-
cribir más que una interrogación acerca de la de Santa Pudenciana ( 2 4 ). En
Aquilea, bajo la basílica actual, se ven los restos de u n monumento cristiano
que se puede atribuir al siglo n i ( 2 5 ).

IGLESIAS ORIENTALES No ha muchos años que en Oriente, en Palestina,


investigaciones llevadas a cabo en uno de los lu-
gares susceptibles de ser identificados con el Emaús del Evangelio, Amwas,
han llevado al descubrimiento de una importante basílica que puede ser del
reino de Heliogábalo ( 2 6 ) . Finalmente, hallazgos extraordinariamente feli-
ces en Dura - Europo, en a frontera del Imperio, en la región del Eufra-
tes, nos han descubierto u n a capilla, que, a lo sumo, es de los años que prece-
dieron a la conquista de la ciudad por los persas (256); está toda ornada de
pinturas, que recuerdan las de las catacumbas romanas, dentro de su incon-
testable originalidad ( 2 7 ). Además de la capilla, así decorada, h a y en Dura,
u n bautisterio, también decorado con frescos, y otros locales anexos, archivo,
tesoro, y sin duda alojamiento para el sacerdote, que constituían una "domus
ecclesiae" ( 2 8 ).
Son algunos ejemplos ( 2 9 ), pero sabemos además, que San Gregorio T a u m a -

(22) E. JUNYENT, La maison romaine du titre de Sainte-Anastasie, en Rivista di


Archeologia cristiana, t. VII, 1930, p. 91 y s., que da algunas indicaciones sobre
los santos Juan y Pablo.
(23) Cf. H. MARKOU, Sur les origines du titre romain de Sainte-Sabine, en Archivum
Fratrum Prcedicatorum, t. II, 1932, p. 316, s.
(24) Las excavaciones interesantísimas recientemente realizadas en Santa Pudenciana,
de las que ha informado A. PETRIGNANI (La basílica di santa Pudenúana in Roma
secondo gli scavi recentemente eseguiti, Roma, 1934), no autorizan a hacer todavía
ninguna afirmación sobre la existencia, antes de la paz de la Iglesia, del "titulus
Pudentis" en que la leyenda ve el nombre del senador Cornelio Pudente, que habría
acogido a San Pedro en Roma. Sólo nos han permitido establecer una relación, aún
mal definida, entre la casa que ha precedido al santuario cristiano y cierto Q. Servilio
Pudente, que es quizá el cónsul del 166.
(25) Cf. La basílica di Aquileia "a cura del comitato per le ceremonie celebrative
del IX' centenario della basilica", Bolonia, 1933 y G. BRUSIN, Gli scavi di Aquileia. Un
quadriennio di attivita dell'Associazione nazionale per Aquileia, 1929,1932. Udine, 1934.
(26) H. VINCENT y M. ABEL, Emmaüs, sa basilique et son histoire, París, 1932. "La
basílica sería una de las creaciones que el antiguo Emaús, elevado a rango de ciudad
romana con el nombre de Neápolis, debe a Julio Africano, que era originario de ella"
(P. PEETERS, Bulletin des publications hagiographiques, en Analecta Bollandiana, t. LI,
1933, p. 381).
(27) Cf. infra, p. 387, s.
(28) Cf. M. J. ROSTOVTZEPF, La derniére campagne de fouilles de Doura-Europos, en
Comptes-rendus de l'Académie des Inscriptions et Belles-Lettres, 1932, p. 314, s.; The
excavations at Dura-Europos conducted by Yale University and the French Academy
of Inscriptions and Letters. Preliminary Report of Fifth Season of Work, October
1931 - March 1932, edited by M. J. ROSTOVTZEFF (el estudio sobre la capilla cristiana
en los capítulos VII y VIIIe es de C. HOPKINS), New-Haven, 1934. Vide F. CUMONT,
Fresques chrétiennes du III siécle découvertes en Syrie, en Byzantion, t. VII, 1932,
p. 511, s.; Du MESNIL DU BUISSON, Rapport sur la sixiéme campagne de fouilles a
Doura Europos (Syrie), en Comptes-rendus de l'Académie des Inscriptions et Belles-Let-
tres, 1933, p. 200, s.; G. DE JERPHANION, Bulletin d'archéologie chrétienne, en Orien-
talia christiana, t. XXVIII, 1932, p. 296; P. V. C. BAUR, The Christian Chapel at Dura
en American Journal of Archeology, t. XXXVII, 1933, p. 377, s.; M. AUBERT, Les
fouilles de Doura-Europos. Nota sobre los orígenes de la iconografía cristiana, en
Bulletin Monumental, 1934, p. 397, s.
(29) Sobre el conjunto de iglesias cristianas recientemente descubiertas, véase J. P.
376 H I S T O R I A DE LA IGLESIA

turgo levantó su iglesia episcopal en plena ciudad de Neocesárea ( 30 ) y la


Didascalia de los apóstoles ( 31 ) supone que el culto se celebra en monumentos
apropiados que son ya verdaderas iglesias. Tenemos otros dos testimonios de
gran valor, el del filósofo Porfirio ( 32 ) que clama contra los grandes edificios
neXÍvTovs ótxovs, que construían los cristianos de su tiempo (entre 270 y 280)
y de Eusebio que relata que entre la persecución de Valeriano y la de Dio-
cleciano se levantaron grandes iglesias. Los dos vienen a decirnos xjue en la
Iglesia del siglo n i , al menos durante largos espacios de tiempo, el culto cris-
tiano dejó de practicarse en secreto ( 3 3 ).

§ 4 . — T e n d e n c i a a la relajación

EL CONTAGIO DEL MUNDO La coloración de la vida cristiana en el siglo n i


no tiene siempre los mismos matices que la
del siglo II. Es la vida de hombres cuyo número va sin cesar en aumento
y que, siendo u n grupo insignificante en la era de los Antoninos, pasa pro-
gresivamente a ser minoría respetable, que a veces se impone y a veces tam-
bién llega a ser mayoría en la población de ciertas regiones, en que la con-
quista cristiana ha hecho mayores progresos. Por el mismo hecho de este
progreso tienen que intervenir más en la vida común a la que llevan el
fermento de u n ideal superior, y tienen con esa vida u n contacto mayor,
que a veces es contagio; y, si el alto ideal cristiano no se abate, el número
de cristianos cuya vida está de acuerdo con ese ideal tiende quizá a disminuir,
al mismo tiempo que crece el número total de cristianos. La tensión heroica
de los dos primeros siglos se relaja, sobre todo a favor de los períodos de
paz que separan las persecuciones, más generales que antes y momentánea-
mente más implacables, pero también más limitadas en su duración.

RELAJAMIENTO Y El espíritu mundano gana terreno entre los cristianos


ASCETISMO o al menos se infiltra u n poco a medida que el cris-
tianismo conquista el mundo. Así se explican hechos
y prácticas que hubiesen sorprendido a los fieles de los dos primeros siglos.
Cristianos de corazón y de convicción difieren su bautismo, faltos de ánimo
para cumplir con todas las obligaciones. La penitencia se hace más suave;
si la pureza de conducta es siempre obligación de los fieles, que no sabrían
sin falta grave no guardar la continencia fuera del matrimonio, la atenua-
ción hecha por el papa Calixto de la disciplina penitencial relativa a este
capítulo es u n indicio revelador de u n descenso en las costumbres, casi inevi-
table con el crecimiento del pequeño rebaño primero.
Ciertamente frente a los débiles y a los tibios estaban los rigoristas, que se
esforzaban en propagar una moral mucho más severa que la del Evangelio:
los enera titas (iyxpaTtls, continentes) alimentaban su celo en libros apócrifos,
en Evangelios no recibidos por la Iglesia o en piadosas novelas religiosas que
se presentaban como la historia de los apóstoles, libros como los pretendidos

KIRSCH, Die vorkonstantinischen christlichen Kulturgebaüde in Lichte des neuesten


Entdeckungen im Osten, en Rómische Quartalschrift, t. XLIV, 1933, p. 15, s.
(30) SAN GREGORIO DE NISA, Discours sur la vie de Saint Grégoire le Thaumaturge,
(P. 31G., XLVI, col. 923).
( ) Cf. supra, pp. 73 y 265, ss.
(32) Fr. 76. Sobre los fragmentos de PORFIRIO, cf. supra, p. 192, ss.
( 33 ) Hist. EccL, VIII, i, 5-6. Cf. supra, p. 138.
LA VIDA C R I S T I A N A 377

Hechos de los apóstoles, Pablo, Juan, Pedro, Andrés, y Tomás ( 3 4 ), que datan,
unos de la segunda mitad del siglo n y otros de principios del siglo n i , y que
predicaban todos la abstención del matrimonio así como de la carne y del
vino. Los excesos de estos encratitas ponían en peligro la verdadera ascesis;
aunque hubo encratitas también entre los mejores cristianos, como en el siglo
II, Alcibíades, uno de los mártires de Lyón, y en el siglo n i , el mártir de
Esmirna Pionio ( 35 ) a quien su pasión parece presentar como adherido al uso
encratita de la consagración eucarística con pan y agua ( 3 6 ).
Si la Iglesia se mostró siempre desfavorable a estos excesos de los encratitas,
animó siempre las prácticas ascéticas de una élite, como la continencia y la
virginidad voluntarias ( 3 7 ). Esta élite podía servir de modelo y de estímu-
lo para la masa, a la que la moral común ofrecía ya dificultades sobradas.
El mismo clero, cuando el semirrelajamiento de la época en que el heroísmo
holgaba, no se excedía en el ejemplo. Cuando, luego de la persecución de
Decio, los cristianos de las diócesis de León, Astorga y Mérida, se levantaron
contra los dos obispos, Basílides y Marcial, que habían pedido o aceptado
certificados de sacrificio ( 3 8 ), existían, al menos contra uno de ellos, acusa-
ciones valederas: habíase visto a Marcial, de Mérida, frecuentar fiestas
profanas de u n colegio funerario. San Cipriano, que debió dictaminar sobre
su causa, nos dice también que en su tiempo había demasiados obispos que
se dedicaban al negocio y que aceptaban administraciones en los dominios
de los señores, frecuentaban las ferias y eran usureros.

LA IGLESIA Y EL Es éste uno de los puntos en que los moralistas


PRÉSTAMO A INTERÉS de la antigüedad se h a n mostrado más rigurosos:
el préstamo a interés ha sido universalmente re-
probado por los Padres ( 3 9 ), sin duda porque lo había sido por la Biblia ( 4 0 ) ;
y es que en la vida de entonces no desempeñaba el papel capital que desem-
peña en la vida moderna ( 4 1 ). Además, en razón misma de los abusos, no se
le distinguía de la usura propiamente dicha ( 4 2 ). Se trata de una materia m u y

(34) Cf. supra, p. 256, ss.


(85) Cf. supra, p. 129.
(36) Al menos dice que en la mañana de su arresto había tomado "panem sanctum
et aquam". Cf. también la carta de San Cipriano (Epist. LXIII) a Cecilio, condenando
este abuso.
(3T) Cf. supra, 337-338. Cf. F. MARTÍNEZ, L'ascétisme chrétien pendant les trois pre-
miers siécles de l'Eglise, París, 1913.
(38) Cf. supra, pp. 128 y 358.
(39) p u eden verse numerosos textos con una vista general de la cuestión en
I. SEIPEL, Die Wirthschaftethichen Lehren der Kirchenvater, Viena, 1907, p. 162, s.
í 40 ) Así por ejemplo San Cipriano (Testimoniorum libri tres, III, XLVIII) reprueba
la usura citando el salmo 14: "quia pecuniam non dedit ad usuram, non movebitur
in aeternum", y Ezequiel: "homo qui erit justus. . . pecuniam suam ad usuram
non dabit".
(41) Sobre el carácter esencialmente parasitario de la usura en la antigüedad en un
régimen "en que la actividad de los capitalistas era extraña a la creación de valores",
cf. las páginas llenas de penetración de G. SALVIOLI, Le capitalisme dans le monde
antique. Etude sur VHistoire de Véconomie romaine (traducción francesa por A. BON-
NET, París, 1906), pp. 227-228 y sobre todo pp. 238-242. Diversos textos de LACTANCIO
Epitome, LXIV y Divin. Institut-, vi, 18, ó de San Hilario, Tract. in psalm., xiv, xv, entre
otros, nos demuestran que el préstamo por el que se percibe un interés, se considera
como ayuda prestada a un hombre momentáneamente en circunstancias difíciles, de
las que sería una injusticia aprovecharse.
(42) TERTULIANO (Adversus Marcionem, iv, 17) parece en un principio distinguir
la "usura" del "fcenus", préstamo a interés, con respecto al cual la "usura" es la
378 HISTORIA DE LA IGLESIA

delicada y el condenar en principio u n a práctica sin la cual no se concibe


la economía moderna, llevaría como consecuencia inevitable multitud de
defecciones. Sanciones como las del concilio de Elvira ( 4 3 ) son u n a de las
pruebas más seguras de que estas defecciones fueron entre los fieles de enton-
ces demasiado frecuentes. Las cartas de San Cipriano nos revelan que el ejem-
plo venía de m u y arriba ( 4 4 ) y el obispo de Antioquía, Pablo de Samosata, no
era el que mejor ejemplo daba en esto: es, ya entonces, el prototipo del
obispo fastuoso, que pertenece al m u n d o más que a Cristo y para quien el
oro significa mucho. Era todo u n a personalidad, no sólo por ser obispo, sino
también por lo que suponía en las finanzas públicas.

LAS RIQUEZAS El desarrollo de la propiedad eclesiástica, acrecida con


DE LAS IGLESIAS las donaciones y liberalidades de los fieles, hacía en
esta época pareciesen los jefes de las comunidades cris-
tianas verdaderas potencias y, cualquiera que fuese su ascetismo personal, en
situación económica envidiable.
En el siglo n i el obispo de Roma significaba mucho a los ojos mismos de
la autoridad romana; aunque quizá se exageraban a veces sus riquezas.
Poco después de ser condenado a muerte el papa Sixto, cuando la persecu-
ción de Valeriano ( 4 5 ) , su primer diácono Lorenzo, al menos si hemos de creer
al relato de San Ambrosio, mejor informado quizá de los motivos que de las
circunstancias del suplicio del m á r t i r ( 4 6 ) , fué conminado a que entregase
los tesoros que creían poseía la Iglesia; tesoros probablemente sobreestimados,
pero no imaginarios. Esta riqueza, a u n q u e la caridad cristiana era a la vez
su origen y destino, no dejaba de ser u n peligro de envanecimiento y de
tropiezos para aquellos que tenían el honor y la carga de esa riqueza
derivaba.

LA IGLESIA Y EL "SIGLO". Si hubo pastores que sucumbieron a la tenta-


ACOMODACIONES ción de orgullo y al espíritu de lucro, no fue-
Y CONTAMINACIONES ron más que debilidades individuales m u y hu-
manas, consecuencia casi forzosa del extraor-
dinario crecimiento de la Iglesia y del acrecentamiento de su autoridad
externa. H a y otras contaminaciones más sorprendentes del espíritu del siglo:
el mismo adversario de Pablo de Samosata, Malquión "era director de la
escuela «helénica» (es decir que estaba al frente de u n centro de enseñanza
de inspiración pagana) en Antioquía, cosa m u y sorprendente en u n cristiano.
E l matemático Anatolio, jefe de la escuela aristotélica de Alejandría, fué
elevado al episcopado a finales del siglo n i y el director de la manufactura
imperial de púrpura, en Tiro, era u n sacerdote de Antioquía" ( 4 7 ) . Ya vimos

"redundancia"; pero es evidente que al "foenus" lo juzga también incompatible con


la moral evangélica. Cf. también la expresión de CIPRIANO en la nota 44. Según los
cánones de los concilios del siglo iv, que tratan de la usura en los clérigos, parecería
que la de los simples fieles habría sido tolerada, a condición de hacerse con moderación,
o por lo menos no sancionada con penas eclesiásticas. SAN AMBROSIO dirá también
(Expositio evangélica, IX, 19) que puede haber "buenos banqueros".
( « ) Cánones 19 y 20.
(44) Dice también en el De lapsis, vi, que durante el largo periodo de paz que
precedió a la persecución de Decio se vio a muchos obispos "usuris multiplicantibus
fcenus augere".
(45) Cf. supra, p. 134.
(46) Cf. supra, p. 134, n. 45.
(47) DUCHESNE, Histoire ancienne de VEglise, t. I, p. 521.
LA VIDA CBISTIANA 379

( 4 8 ) cómo hubo cristianos que consintieron en ser nombrados flamen en sus


municipios, es decir sacerdotes paganos. Situación verdaderamente extraña y
doblemente paradójica: el gobierno, en los años que precedieron a la última
persecución, se mostraba tan complaciente que dispensaba a los cristianos, que
tenían título de sacerdotes oficiales, de las obligaciones religiosas que llevaba
anejas. "Se podía ser gran sacerdote de Roma y de Augusto, sin ofrecer sacri-
ficios a estas divinidades oficiales" ( 4 9 ), cuyo culto había terminado por per-
der todo contenido verdaderamente religioso. Esta es la razón por la que los
cristianos consentían en asumir funciones así secularizadas; si bien no dejaba
por ello de ser u n abuso y en cierta manera u n escándalo. Se comprende
que el concilio de Elvira haya condenado este abuso, aunque debemos obser-
var que sus condenaciones no fueron m u y severas.
De todos estos datos ( 50 ) debemos concluir una vez más que la Iglesia no se
escondía ni huía del Imperio y que el Imperio no estuvo siempre en pie de
guerra contra ella. Como lo hemos hecho notar muchas veces en el curso de
esta historia, existían dos tendencias entre los cristianos de este tiempo: la
de los intransigentes, a los que no se podía seguir, si se llevaban las cosas
hasta el último extremo, so pena de quedar lejos de la vida normal, y la de los
conciliadores que hicieron posibles las necesarias adaptaciones, pero en cuyo
partido hubo algunos que casi olvidaron que eran ante todo cristianos.

§ 5 . — La vida espiritual d e l o s cristianos

LA PRUEBA Estas acomodaciones, a veces abusivas, no pudieron producirse


sino a favor de los largos períodos de paz, interrumpidos por
persecuciones súbitas y terribles, que caracterizan las relaciones de la Igle-
sia y el Imperio en el siglo n i . Estos períodos de calma influyeron mucho
en el relajamiento de la tensión cristiana, como m u y claramente se demos-
tró, al menos en una o dos ocasiones, en que el llamamiento súbito al he-
roísmo cayó en ánimos no acostumbrados a oírlo. Entonces se produjeron nu-
merosas apostasías que son el recuerdo imborrable de la persecución de Decio
y que por u n momento pudieron llevar al emperador a la ilusión de que habría
triunfado del cristianismo en la lucha implacable, que tan sañudamente
había dirigido.
Por el contrario, las medidas, también implacables, tomadas en la persecu-
ción de Valeriano se encontraron con ánimos templados en el fuego de la
persecución anterior y se estrellaron ante una resistencia pasiva, que, al ser
diezmadas las filas de los cristianos, proclamaba al mismo tiempo el fracaso
del poder en esta nueva lucha.
Cuando Diocleciano vuelve a encender la persecución, después de cuarenta
años de paz, se multiplican de nuevo las defecciones y las habilidades de los
que no quieren n i el heroísmo n i la capitulación; pero no faltaron los héroes

( « ) Cf. supra, p. 370.


(48) DUCHESNE, Histoire ancienne de FEglise, t. I, p. 521.
( 50 ) Hay que distinguir estas acomodaciones del hecho de que hubiese cristianos
no sólo entre los que trabajaban en el teatro, donde reinaba entonces una inmora-
lidad permanente, sino también entre los gladiadores, mujeres de vida airada y proxe-
netas. Profesiones incompatibles con la moral evangélica, un cristiano no podía ni entre-
garse a ellas ni continuar, después de convertido, sino a precio de colocarse en una de
esas situaciones de que la vida nos ofrece muchos ejemplos, de pleno desacuerdo entre
la fe y la práctica; lo que no implica ninguna concesión de la ética cristiana.
380 H I S T O R I A DE LA IGLESIA

en esta persecución, que hizo más mártires que ninguna otra y que se prolongó
en algunas provincias durante diez años.

FUENTES DEL HEROÍSMO La raza de los héroes cristianos no se extinguió


CRISTIANO: LA ORACIÓN jamás, porque jamás se extinguió aún en los
períodos de paz la fuente de que nacía ese
heroísmo: la vida religiosa del cristiano. Vida alimentada por la participa-
ción en los misterios sagrados y en la oración, la oración litúrgica y colec-
tiva, ya descrita ( 5 1 ), que acompaña a los misterios, y la oración íntima, pri-
vada, que como en los tiempos anteriores ( 5 2 ), es uno de los rasgos distinti-
vos de la existencia cotidiana de los discípulos de Cristo. La oración, desde
la invocación vocal de la mañana y de la tarde, hasta la meditación a la que
se acogen las almas sedientas de vida interior, que cuenta ya con maestros
como San Cipriano, Clemente de Alejandría y Orígenes, es siempre parte
integral de la jornada cristiana.

ESPIRITUALIDAD La oración va acompañada en ciertos espíritus de


Y CIENCIA CRISTIANA u n a inquisición intelectual de orden religioso, de-
seosos de u n conocimiento superior de las cosas de
la fe: Clemente de Alejandría, Orígenes y sus sucesores en el Didascáleo,
Hipólito en Roma y otros dignos émulos suyos, tuvieron sus discípulos. Un
Luciano de Antioquía, hasta en sus errores cristológicos y u n Lactancio en
sus obras apologéticas ( B3 ) obran movidos por el mismo espíritu. Y el deseo
de todos, aunque tengan conciencia y quizá deseo de no dirigirse al común
de los fieles, es tener cada vez u n auditorio mayor, mayor número de
seguidores.

CRISTIANISMO Y CULTURA Si exceptuamos algunos cristianos equívo-


cos, conquistados por los sueños sincretis-
tas ( B 4 ), entre los cristianos como tales no existía la preocupación de la cul-
tura pagana; sin embargo, los que pertenecían a clases hereditariamente cul-
tas, no renunciaron a esa cultura, tanto menos cuanto servía para defender
la verdad cristiana: u n buen apologista debe utilizar las mismas armas que
su adversario y más de u n autor cristiano las ha manejado con tal destreza
que es prueba de que su empleo les era natural. "La cultura de u n Orígenes
en manera alguna era inferior a la de u n C e l s o . . . La correspondencia de Julio
el Africano con Orígenes. . . revela la profundidad de su crítica" ( 5 5 ). Como-
diano puso la poesía al servicio de Cristo, y Arnobio y Lactancio la filosofía,
y encontraron lectores, lo que quiere decir que en manera alguna estaban
divorciados el cristianismo y la cultura.
Pero mientras la situación de la Iglesia en medio del mundo romano fué
precaria, las preocupaciones de primer plano noi podían ser las preocupa-
ciones intelectuales, y ante las continuas persecuciones, que en nombre de la
disciplina antigua los enviaba a la muerte por millares, ¿cómo hubiesen
podido llegar a pensar los cristianos que el verdadero aspecto, el rostro de la
cultura antigua era seductor? Lo que ellos veían era u n aspecto, u n rostro
singularmente cruel.
(51) Cf. t. I, pp. 293, s., y supra, pp. 61 y 94.
(52) Cf. t. I, p. 326.
(53) Cf. supra, pp. 324 y 327, s.
(54) Cf. supra, pp. 184-185.
(55) P. DE LABMOIXE, La réaction paienne, p. 11.
LA VIDA C R I S T I A N A 381

EL GUSTO Al común de los fieles no podía interesar demasiado


POR LOS APÓCRIFOS la especulación; pero ¡qué regusto sentían con cierta
literatura! La extraordinaria floración de los apócri-
fos, evangelios imaginarios o supuestos hechos de los apóstoles ( 3 6 ), su-
pone que tenían muchos lectores. Es verdad que en gran número los apócri-
fos son producción gnóstica o heterodoxa; pero, sin embargo la difusión que
estos relatos alcanzan en la Iglesia universal y su éxito relativamente durade-
ro son datos que nos hacen pensar que no era sólo en los ambientes doctri-
nalmente sospechosos, donde se los aceptaba y leía con gusto. Algunos, como
los que conciernen a la infancia de la Virgen ¿no h a n concluido por impo-
nerse a la misma tradición? ( 5 7 ).

LOS CRISTIANOS Sin embargo los cristianos no habian bebido


DISPUESTOS AL SACRIFICIO en esta literatura religiosa sospechosa la vir-
tud de su vida, ni la fuerza para desafiar la
muerte, como tampoco en las invenciones más seductoras de la literatura
pagana ignorada o poco conocida de la mayor parte. Las fuentes de su heroísmo
no eran sino las que la Iglesia les presentaba en nombre del Cristo real; y la
actitud de tantos mártires que no invocaban más que su amor, amor recí-
proco, para ofrecer en sacrificio su vida, es prueba suficiente de ello. ¡A cuán-
tos se exigió este sacrificio en este período que historiamos! Y si el siglo n i
ha sido el tiempo de las persecuciones discontinuas que h a n sucedido a la
amenaza constante y a la ejecución esporádica e intermitente, pero frecuen-
te del siglo anterior, no podemos olvidar que las persecuciones del siglo n i
fueron generales y llevadas concienzudamente y que la de Diocleciano añadió
a la crueldad y amplitud de las de Decio y Valeriano una duración ex-
traordinaria.
Así, aunque en condiciones diferentes y con alguna discontinuidad, el pen-
samiento del martirio fué también durante el siglo m , como lo había sido
en el siglo u , uno de los pensamientos habituales del cristiano. Para dar una
imagen exacta de la vida de la Iglesia desde los Severos hasta Diocleciano,
hemos hablado de cómo pudo participar a cara descubierta en la vida general
del Imperio, sin perder su fisonomía propia; pero la oposición y el odio no
habían desaparecido: los veremos actuar de nuevo en los orígenes de la perse-
cución de Diocleciano y a la paz sucede la guerra en intervalos más o menos
largos; después de los días de calma y de vida a la luz del día, vienen los
días de crisis, en que la Iglesia diríamos que se repliega en sí misma y vuelve
a su vida oculta.

II. LOS CRISTIANOS FUERA DEL MUNDO

§ 1.—El martirio

EL PENSAMIENTO Al llegar la persecución, es cuando cada uno debía te-


DEL MARTIRIO ner ante sus ojos la perspectiva del martirio, mientras
en Roma y en otros lugares la Iglesia parecía querer
volver a las catacumbas protectoras, que por otra parte jamás había abando-
nado en tiempos de paz.
(56) Cf. supra, pp. 256-2S7.
( 57 ) La presentación de la Virgen niña, en el templo, para consagrarse a Dios,
382 HISTORIA DE LA IGLESIA

La literatura cristiana del siglo n i está saturada de la idea del martirio:


ahí están altamente expresivos a este respecto Ad martyres de Tertuliano,
Exhortación a los mártires de Orígenes, algunos comentarios de Hipólito y
algunas cartas de Cipriano ( B 8 ). Estos hombres h a n visto correr la sangre
"de sus amigos, de sus parientes, de sus fieles, perseguidos por la fe y alguno
de ellos ha escrito en espera del momento fatal en que su nombre iría a engro-
sar la lista de las víctimas" ( B 9 ). Relatos martirológicos de m u y aquilatada
garantía, en que la descripción de u n tierno amor por Cristo y de u n ardiente
deseo de padecer por El, para unirse a El por medio de estos sufrimientos, se
unen a una serenidad narrativa y a una moderación llena de dignidad, como
en la pasión africana del diácono Santiago y del lector Mariano, ejecutados
en Lambesis, Numidia, en 259 ( 8 0 ). Amor y serenidad que son testimonio,
al mismo tiempo, de u n estado de santo abandono, confiado y filial.

EL NUMERO DE LOS Sobre el número de mártires, que prefirieron


MÁRTIRES DEL ULTIMO perder su vida a negar a Cristo, no podemos
SIGLO DE PERSECUCIÓN más que volver a confesar la imposibilidad ( 6 1 )
de u n cómputo exacto y de una evaluación acer-
tada. Si la persecución de Decio hizo verosímilmente más apóstatas de u n día,
que mártires; la de Valeriano, prohibiendo toda reunión religiosa, debió ha-
cer u n número extraordinario de víctimas. Es verdad que, cuando Cipriano
murió en Cartago, todo su pueblo le acompañó al suplicio y no parece que
hubiese sido inquietado por ello ( 6 2 ) ; pero los mártires de la Masa Cán-
dida C 63 ), quizá con toda la población cristiana de Utica enviada a la muerte
con su pastor al frente. Y ¡en cuántas pasiones se lee que los espectadores de
u n suplicio por haber dejado trasparentar su simpatía por los hermanos próxi-
mos a morir, fueron asociados a su suplicio! De la sobria pasión de Santiago
y Mariano se deduce también que durante muchos días, sólo en la región
de Lambesis y Cirta, los verdugos ejercitaron su oficio, dando muerte metó-
dicamente en series sucesivas primero a simples fieles y luego a los clérigos:
Hablando de la persecución de Diocleciano, más intensa que la de Valeriano
y de mayor duración al menos en la parte oriental del imperio, es una verdad
histórica, por más que la frase sea trivial, que hizo correr ríos de sangre, a
pesar del gran número de apostasías. ( 6 4 ). El Imperio romano tenía una
población de unos cien millones de habitantes, más de la mitad en Oriente.
Ahora bien, el Oriente contaba con las minorías cristianas más fuertes y en
algunas de las provincias más pobladas, como en Asia Menor, estaban ya
pasando a ser mayoría; así, pues, ¿cuál habría sido el efecto de u n edicto que
ordenara la muerte de todos los cristianos que no abjurasen su fe? Admitir
en estas condiciones que la cifra de víctimas haya podido pasar del millón
no sería u n absurdo en sí mismo; pero, además de los apóstatas hubo muchos

no se nos refiere más que en el evangelio apócrifo, llamado Protoevangelio de San-


tiago. Es verdad que la simple presentación del niño en el templo era una de las
prescripciones legales y no hay razón para dudar de que la familia de María se haya
sometido a las observancias legales.
(5S) Estos textos están indicados en H. DELEHAYE, L'origine du cuite des Martyrs,
2* ed., Bruselas, 1933, pp. 4-5.
(¡>9) DELEHAYE, op. cit.t p. 5.
(««) Cf. supra, p. 135.
(«i) Cf. t. I, p. 332.
( 62 ) Cf. supra, p. 135.
(63) Cf. supra, p. 135.
(64) Véanse las cifras indicadas en la p. 383.
LA VIDA C R I S T I A N A 383

cristianos que consiguieron ocultarse o eludir los interrogatorios y la policía


romana —por negligencia o por venalidad— más de u n a vez cerró los ojos;
de manera que de la ley a su aplicación práctica h a y u n abismo. La faci-
lidad con que en todas partes se reconstruyeron o se encontraron inmediata-
mente reconstruidas las iglesias, al día siguiente de la persecución, implica la
supervivencia de la mayoría de sus miembros. Pero, aunque no hubiese sido
víctima de la persecución más que u n hombre de cada cien, suponiendo que
el número de cristianos se haya duplicado desde Septimio Severo a Diocle-
ciano, ¿cuántas centenas de millares de cristianos habrían perecido en las
grandes hecatombes desde el 200 hasta la paz de Constantino? La enormidad
de la cifra nos hace dudar; y sería ciertamente m u y pequeña la proporción
entre los mártires conocidos y los desconocidos "quorum nomina Deus scit":
¿Habrá que creer que las defecciones fueron muchas más que los martirios?
No se impone esta conclusión por muchas que hubiesen sido las debilidades en
tiempos de Decio y, al menos en algunas provincias, en la persecución de
Diocleciano. Aunque la pasión de Santiago y Mariano ( 6 5 ) nos dice que fueron
centenares los cristianos decapitados en Lambesis, en 259, sólo nos han sido
conservados los nombres de cinco, Santiago, Mariano, el caballero cristiano
Emiliano y dos jóvenes Tértula y Antonia. Las persecuciones del siglo m
y la de Diocleciano fueron explosiones violentas después de períodos mucho
más largos de paz; pero de esto no se desprende en manera alguna que el
número de los mártires haya sido pequeño.

ORIGEN DEL CULTO Testigos de Cristo que h a n sufrido la prueba por su


DE LOS MÁRTIRES amor y que h a n recibido ya la recompensa en la vida
del cielo, los mártires son, a los ojos de sus hermanos
de la tierra, atletas gloriosos que tienen derecho a ser honrados y cuya inter-
cesión no puede menos de ser poderosa ante Dios. De esta idea, tan espontá-
nea, nació el culto de los mártires, que ha de alcanzar tal desarrollo llegada
la paz, y que comenzó ya en el siglo n. Vemos en el año 155 a la autoridad
romana rehusar a los cristianos de E s m i m a el cuerpo de San Policarpo, bajo
pretexto de que m u y pronto reemplazaría a Cristo en los homenajes de los
fieles ( 66 ) y la iglesia de esta ciudad en la carta, en que refiere el martirio
de su venerado obispo, anuncia su resolución de celebrar su aniversario, el
"dies natalis", el día del nacimiento del santo para el cielo. Cien años más
tarde u n cortejo triunfal conduce al cementerio de Cartago el cuerpo de San
Cipriano. Pero al mismo tiempo que se veneraban así los restos de los héroes
muertos por su fe, se invocaban sus almas como los intercesores más eficaces
ante el Señor. Desde los primeros tiempos estaba m u y difundida la costum-
bre de orar a las almas de los fieles muertos en Ja paz del Señor y la epigrafía
nos da abudantes testimonios de ello ( 6 T ); ¿cómo, pues no habían de preferir
en estas oraciones a los que sus méritos excepcionales los hacían particular-
mente agradables a Dios?
Así la invocación, cada vez más, se restringe a los mártires y la epigrafía
es también prueba de esto ( 6 8 ). Los textos literarios atribuyen a los mártires
u n poder especial de intercesión: Orígenes, exhortando a su amigo Ambrosio

(*5) Cf. supra, p. 382. EUSEBIO, Hist. Eccl., VIII, ix 3, habla de decenas y de cen-
tenares de mártires al día, en Tebaida, durante años, en la última persecución.
(66) Martyrium Polycarpi, xvn, 2. Ed, FUNK. Opera Patrum Aposíolicorum,
t. I, p. 282, Tubinga, 1901; reeditado por BIHLMEYER, 1924.
(67) Numerosos textos han sido reunidos por DELEHAYE, op. cit., p. 102, s.
(68) Ibíd., p. 107.
384 HISTORIA DE LA IGLESIA

al martirio, le dice que después de su muerte podrá interceder con más


eficacia por los suyos ( 6 9 ) ; y en las actas de los mártires se repite la misma
idea: en Alejandría la mártir Potamiena, reconocida a los buenos servicios
del soldado encargado de llevarla al suplicio, Basílides, le promete inter-
ceder por él, cuando esté en presencia del Señor ( 7 0 ). "Comelio y Cipriano, los
dos en espera del martirio, se comprometen a no cesar de ayudarse con sus
oraciones, aun cuando uno de ellos sea llamado al Señor ( 71 ) y el obispo de
Cartago, exhortando a las vírgenes a la perseverancia, les suplica que no se
olviden de él ( 7 2 ) cuando estén en la gloria" ( 7 3 ).
No tiene nada de sorprendente que la invocación de los mártires haya ido
en aumento y que sobre todo se haya practicado sobre su sepulcro. Ya
vimos ( 74 ) con qué fervor se vivía el recuerdo de San Pedro y de San Pablo
en San Sebastián; ejemplo insigne que el lugar único de los dos apóstoles
en la historia de la Iglesia romana hace que sea también excepcional; pero
en todas partes el sepulcro de los mártires fué centro de atracción para la
piedad. U n culto que, discreto mientras duró la persecución, alcanzó gran
desarrollo en torno a las reliquias de los mártires ( 75 ) después que llegó la
paz; y los cementerios y, sobre todo en tiempos aun difíciles, las catacumbas,
llegaron a ser lugares espontáneos de reuniones religiosas y lugares de culto.

§ 2 . — La vida cristiana e n las catacumbas

LAS CATACUMBAS Las condiciones poco favorables en que se des-


EN LA VIDA CRISTIANA arrolló la vida de la Iglesia, a pesar de la tole-
rancia creciente que precedió al reconocimiento
legal, le obligaba a no proclamar abiertamente sus progresos en la con-
quista del mundo, sino que la iba realizando insensiblemente. Si en Roma
había, ya en esta época que historiamos, muchas iglesias en la ciudad, pare-
cían casi todas confinadas a las zonas más apartadas del centro de la ciu-
dad ( 7 6 ) ; y la "sede social" de la comunidad romana, el centro de la admi-
nistración eclesiástica, parece haber permanecido suburbano en todo el
siglo n i ( 7 7 ). De la región sita entre la vía Salaria y la vía Nomentana
(69) Exhort. ad Martyr., XXXVII.
( 70 ) EUSEBIO, Hist. Eccl., VI, v. Cf. supra, p. 101.
(71) CIPRIANO, Epist. LX, 5.
(72) De habitu virginum, iv.
( 73 ) DELEHAYE, op. cit., p. 110.
(7") Cf. t. I, p. 189, s.
( 75 ) En el momento de ser arrestado el mártir Pionio celebraba en la iglesia de
Esmirna el aniversario del mártir Policarpo.
(78) Zonas que, es preciso decirlo también, no eran las menos pobladas. Las calles
y barrios centrales, agrupados en torno al campo de Marte tenían una proporción
mucho mayor de monumentos públicos y de sitios reservados.
( 77 ) Se ha preguntado si antes de la instalación de la sede del gobierno episcopal
de Roma en Letrán había estado algún tiempo en el emplazamiento de la iglesia
actual de San Lorenzo "in Dámaso". D E ROSSI (De origine, historia, indicibus scrinii
et bibliothecas sedis apostolices, prefacio del t. I de Bibliotheca apostólica Vaticana:
Códices latini, Roma, 1886) creyó demostrar que los archivos pontificales se encon-
traban en San Lorenzo, cuando el centro de la administración se había ya trasladado
a Letrán; de donde indujo que en tiempo anterior ese mismo centro de administra-
ción había estado en San Lorenzo. Pero en definitiva no está demostrado que los
archivos hayan estado en este, lugar: cf. L. DUCHESNE, Note sur la topographie de
Rome au moyen age: II. Les titres presbitéraux et les diaconies, en Mélanges d'ar-
chéologie et d'histoire, publicados por la Escuela francesa de Roma, t. VII, 1887,
p. 217, n. 1.
LA VIDA CRISTIANA 385

había pasado a la via Apia. Pero cuando se habla de los cementerios Ostriano,
o de Priscila, o de Calixto, del que está m u y cerca el de San Sebastián, es en
las catacumbas donde oímos latir el corazón de la Iglesia.

DESARROLLO DE LAS Fué m u y grande el desarrollo e incremento


CATACUMBAS ROMANAS desde mediado el siglo n y durante todo el si-
EN EL SIGLO III glo n i . A principios de este período Calixto,
aun diácono, agrandó la criptas de Lucina sobre
la via Apia y construyó el gran cementerio que llevó su nombre, aunque en él
no fuera sepultado ( 7 8 ) y que fué por excelencia el de la comunidad romana,
que era propietaria de él por la gran liberalidad de u n a familia poderosa, qui-
zá la de los Cecilios. Se crean también la catacumba de Pretextato, el "Ccemen-
terium Majus" extensión quizá del "Ostrianum" en la via Nomentana, la ca-
tacumba de Calepodio en la via Aurelia, en la que fué enterrado Calixto. A lo
largo del siglo n i se realizan nuevos ensanchamientos a tenor del crecimiento
de la comunidad romana, que, mediado este período, debía contar aproxima-
damente unos cincuenta mil miembros. Aparecen luego los cementerios de
Panfilo, de Máximo, de Trasón, de los Giordani en la via Salaria; de San Hi-
pólito y de San Lorenzo en la via Tiburtina; el llamado "inter duas lauros" en
la via Labicana; el cementerio "ad catacumbas" ( 7 9 ) , llamado más tarde de
San Sebastián, en la via Apia y el de Ponciano en la via Portuense. La propie-
dad de estos cementerios, que en u n principio, en general, fueron de dominio
privado, pasó poco a poco a la Iglesia que poseía probablemente todos a princi-
pios del siglo iv; como se puede inducir de la disposición de los lugares, adapta-
dos a las reuniones del culto y de la erección en ellos de basílicas u n a vez que
finalizó la persecución.

CATACUMBAS Lo mismo sucedió con las catacumbas en otras


EN DIVERSAS PROVINCIAS ciudades: de Ñapóles, de Toscana, de Sicilia,
de la provincia de África, de Alejandría o del
Asia Menor, que más o menos pronto llegaron a ser propiedad de la Iglesia.
Quizá fueron también propiedad eclesiástica criptas funerarias como las de
San Víctor en Marsella o la de la ciudad de Sopiana en Panonia (hoy Pees, en
Hungría) C 80 ).

EL CULTO CRISTIANO El cambio operado en la condición jurídica de


EN LAS CATACUMBAS estos vastos dominios trajo sus consecuencias: los
jefes de las comunidades eclesiásticas, libres en
adelante para administrarlas a su antojo, organizaron, sea bajo tierra, sea a
la luz del día, pero siempre en contacto con estas ciudades subterráneas, la
vida cultual, que, según las circunstancias y sobre todo a causa de la perse-
cución, podía encontrar aquí en ciertos momentos el principal centro. Así
el papa Fabián construyó, en el cementerio de Calixto y en otros cemen-
terios romanos, diversos edificios, oratorios, salas de reunión, que en general
se agrupaban junto a la entrada principal de las catacumbas. Por otra parte
el haber sustituido la propiedad corporativa de la Iglesia a la de los antiguos

(?8) Cf. supra, p. 353.


( 79 ) Sobre el origen del nombre, cf. t. I, pp. 335-336.
(80) Cf. J. ZEILLER, Les origines chrétiennes dans les provinces danubiennes de
l'Empire romean, París, 1918, p. 191, s. y E. DYGGVE, Das Mausoleum in Pees, en
Pannonia-Konyvtár, 3, Pees, 1933.
386 HISTORIA DE LA IGLESIA

propietarios exponía en adelante este dominio eclesiástico a la hostilidad y


a los golpes del poder. No que el poder civil haya profanado sistemática-
mente las catacumbas ( 8 1 ), pues el respeto a los sepulcros se oponía a ello;
pero sí, que emperadores como Decio y Valeriano prohibieran la entrada a
los cementerios y confiscaran los edificios levantados sobre ellos. Viéronse ex-
puestos los cristianos a ser arrestados y hasta masacrados allí mismo. Así fue-
ron prendidos en el cementerio de Calixto, en tiempos de Valeriano, el papa
y los diáconos Felicísimo y Agapito. Entonces fué cuando, para protegerse
a sí mismos, para defender el misterio de sus ceremonias y para evitar las vio-
laciones de los sepulcros, que podían provocar las pesquisas de la policía,
cavaron corredores estrechos, cerraron otros, tapiaron las entradas con arena:
los arenarios, que a veces servían de escape, y rompieron las grandes escaleras,
como para cortar por u n momento toda comunicación entre ellos y u n mun-
do que les era hostil. Esta situación no podía d u r a r ; pero las huellas de estas
disposiciones son visibles a u n hoy.

§ 3 . — Las catacumbas y el arte cristiano

PINTURAS La mayor frecuentación de las catacumbas como


DE LAS CATACUMBAS lugares de refugio, de reuniones litúrgicas y del
culto naciente de los mártires, no podía menos de
aficionar a los fieles a estos lugares y no es de extrañar que los quisieran
tener mejor adornados: así la pintura se va desarrollando desde finales del
siglo I I hasta la última persecución.

EL SIMBOLISMO En general las pinturas presentan los mismos caracteres


que en la época anterior: el simbolismo, que apareció
en la segunda mitad del siglo n , persiste representando las verdades de
la fe cristiana bajo el misterio de los símbolos. El Cordero aparece conti-
nuamente en las pinturas del siglo n i ; Orfeo, teniendo a sus pies el perro
y el cabrito, mientras en u n árbol posan dos palomas, figura de Cristo que
atrae todos los corazones, en una bóveda pintada del cementerio de San
Calixto, data de la misma época; las protestas de Tertuliano contra la imagen
del Buen Pastor, símbolo de la misericordia divina, que no agradaba dema-
siado a su espíritu rigorista, bastan a darnos una idea de su difusión. La
Orante, la paloma, el pez, el áncora, la corona, que recuerda u n texto de
San Pablo ( 8 2 ), el caballo terminando su carrera, que recuerda otro ( 83 )
proclaman en el mármol de las inscripciones y en los frescos que decoran
las catacumbas las esperanzas inmortales de los cristianos. Una pintura de
las más interesantes es la que anima el vestíbulo de la catacumba superior
de San Jenaro en Ñapóles: tres jóvenes mujeres construyen una torre, recuerdo
de la alegoría del libro de Hermas ( 8 4 ), el Pastor, en que el autor refiere que
vio a doce vírgenes levantar una torre, que simboliza la Iglesia, con piedras
sacadas del agua, símbolo de los fieles regenerados por las aguas bautis-
males ( 8 5 ).
(si) Cf. t. I, pp. 189-190.
( 82 ) "Los que luchan en el estadio buscan una corona corruptible, nosotros una
corona incorruptible" (I Cor. 9, 25).
(83) "Bonum certamen certavi, cursum consummavi" (II Tim. 4, 7).
(8*) Cf. t. I, p. 290.
( 85 ) R. GARRUCCI, Storia dell'arte cristiana nei primi otto secoli della Chiesa, 6 vols.,
Prato, 1872-1880, t. II, lámina 95.
LA VIDA C R I S T I A N A 387

En las bóvedas y en los muros se suceden las figuras y los símbolos con
los temas de la enseñanza tradicional; episodios bíblicos, y más raramente
quizá, episodios evangélicos e ilustraciones de los sacramentos: así el árbol
del paraíso y la serpiente en el cementerio de Priscila; el sacrificio de
Abrahán en el de Domitila; la adoración de los Magos en la "Capella
Graeca" también en el cementerio de Priscila y en el de los santos Pedro
y Marcelino; el banquete eucarístico en el cementerio de Calixto ( 8 6 ).

TENDENCIA AL REALISMO Al mismo tiempo que se desarrolla, este arte,


característico del cristianismo primitivo y en
relación tan estrecha con la vida de las catacumbas, se abren paso nuevas
concepciones artísticas, hasta cierto punto antitéticas. En relación quizá con
otro aspecto de la vida de los cristianos, más mezclados con el mundo por el
hecho mismo de su propagación, aparece cierto realismo. "Poco a poco los
pintores se animan y en lugar de una Orante de formas imprecisas, indivi-
dualizan los rasgos y aparece el retrato tan caro a los romanos. La nariz, la
boca, el rostro, ya no son dibujados sin atender más que a la imaginación,
sino que son la fisonomía propia del difunto sepultado detrás del mármol
o el ladrillo; los vestidos o el cabello nos dicen su posición social" ( 8 7 ). Así
en el cementerio de San Sotero se ve, en medio de u n jardín delicioso donde
unos pavos bebiendo en ánforas nos hablan de que aun se mantiene la tra-
dición simbólica, dos y tres orantes que no son puros símbolos, porque llevan
cada una su propio nombre escrito sobre su cabeza ( 8 8 ). En el cementerio
de Priscila, en la figura consagrada de Orante, una virgen lleva u n velo que
recuerda con rasgo inequívoco qué había sido en vida ( 8 9 ) ; y en u n fresco
del cementerio de Domitila la mártir Petronila introduce en el cielo el
alma de una cristiana representada en forma de Orante; pero en la que
el nombre que lleva escrito, "Veneranda", nos descubre que es u n a persona
determinada i90).
Cierto número de monumentos nos instruyen sobre la veneración de que
era objeto la memoria de los mártires; pero en el siglo m no son todavía
pinturas murales. El retrato de Santa Inés, siempre en forma de Orante, pero
vestida según las jóvenes patricias, se encuentra en muchos fondos de
copas ( 9 1 ) ; h a y vasos grabados y lámparas que llevan imágenes de cristianos
condenados a las minas o entregados a las fieras del anfiteatro ( 9 2 ).

EL ARTE La tendencia que ya, aunque con cierta reserva,


CRISTIANO EN ORIENTE se muestra en las catacumbas romanas, aparece
más firme y neta en el extremo oriental del
Imperio; los pintores que h a n trabajado en la capilla de Dura-Europo han
introducido junto a Adán y Eva, Moisés, el Buen Pastor y su rebaño, otros
motivos, como Jesús andando sobre las olas o las santas mujeres en el sepul-
cro, que no parece que por esta época se pintasen en Roma. El realismo
y el deseo de verdad que distinguen estas obras contrasta quizá más con el
simbolismo del arte primitivo occidental. Los tipos tienen algo de conven-

(86) Cf. J. WILPERT, Die Malereien der Katacombem Roms, lámina XLI, 3.
(87) H. CHÉRAMY, Les catacombes romaines, París, 1932, pp. 70-71.
(88) A. PÉRATÉ, L'archéologie chrétienne, París, 1892, p. 115, fig. 72.
(89) j WILPERT, Die Malereien der Katacombem Roms, lámina LXXX.
(90) Bulletino di Archeologia cristiana, t. XII, 1875, lámina I.
(91) R. GARRUCCI, op. cit., láminas CXC y CXCI.
( 92 ) Bulletino di Archeologia cristiana, t. XIII, 1875, lámina I.
388 HISTORIA DE LA IGLESIA

cional y parece que las pinturas de Dura se inspiran en ciertas normas


convencionales, que prevalecieron después en la iconografía oriental y que
descubren, en sus orígenes, la influencia inevitable de los modelos paganos
que los primeros cristianos tenían ante los ojos y, lo que parece más extraño,
la influencia judía, al menos en los tipos y figuras del Antiguo Testamento.
A pesar de las prohibiciones de la Ley, relativas a la representación de la
figura humana, los judíos acudieron a los artistas para decorar sus hipogeos
y sus sinagogas —las necrópolis de Roma y de Cartago d a n testimonio de
ello ( 9 3 ) — y no h a sido recientemente u n o de los descubrimientos menos
sensacionales hechos en Dura, el de u n a sinagoga embellecida con pinturas
representando hechos bíblicos, sobre todo la historia de Moisés y el Éxodo ( 9 4 ).
Parece indudable q u e la decoración de la sinagoga h a tenido alguna influen-
cia en la de la capilla cristiana de Dura.

CARACTERES PROPIOS Estas influencias inevitables n o impiden que el


DE LAS ANTIGUAS arte cristiano haya tenido desde el principio
PINTURAS CRISTIANAS caracteres propios que permiten distinguirlo al
primer golpe de vista. Si h a admitido elemen-
tos paganos, que sólo h a n tenido valor decorativo, el arte cristiano es esen-
cialmente casto, puro, no admite elemento voluptuoso alguno. Arte simbó-
lico, tiene para los iniciados el valor de u n lenguaje secreto. Estrechamente
ligado a la vida religiosa de la que brota y que quiere expresar, ha logrado
ya en el siglo m , por la selección de figuras y escenas, "construir u n verda-
dero sistema de iconografía religiosa ( 9 5 ).

LOS SARCÓFAGOS La escultura tiene aquí su lugar junto a la pintura.


CRISTIANOS Los sarcófagos en las catacumbas o en los cemente-
rios a cielo descubierto están adornados de bajorrelie-
ves que, a partir del siglo n i , revelan también u n carácter específicamente
cristiano. El simbolismo n o es aquí menos señalado. El Buen Pastor, lle-
vando sobre sus hombros su oveja, es motivo repetido muchas más veces quizá
en los sarcófagos que en las bóvedas de las catacumbas; sin duda se quiere
recordar este símbolo con preferencia en u n siglo en que, junto a tantos már-
tires y confesores, había también tantos lapsi. Los sarcófagos en los que
como en el de Gayola en la Galia ( 9 6 ) , el Buen Pastor, mirando a la Orante,
parece reanimar la esperanza en las almas pecadoras eran u n a viva pro-
testa contra la intransigente dureza de u n Tertuliano o de u n Novaciano,
espíritus faltos de la más elemental compasión para las debilidades humanas.
Otra figura que se repite con frecuencia significativa en la decoración de los
sarcófagos de esta época, es la de San Pedro, que abunda mucho más que la de
San Pablo. Desde principios del siglo n i los temas iconográficos relativos al
príncipe de los apóstoles se multiplican casi tanto como los temas cristoló-

(98) Cf. O. MARUCCHI, Le catacombe romane, ed. 1902, pp. 234, 247 y R. CAGNAT
y P. GAUCKLER, Les monuments antiques de la Tunisie, París, 1898, t. I, p. 151, s.
( 94 ) Cf. F. CUMONT, La synagogue de Doura et ses peintures, en Byzantion, t. VIII,
1933, p. 373, s.; CLARK HOPKINS y Du MESNIL DU BUISSON, La synagogue de Doura
et ses peintures, en Comptes-rendus de l'Académie des Inscriptions et Belles-Lettres,
1933, p. 243, s.; Du MESNIL DU BUISSON, La synagogue de Doura-Europos et ses
peintures, en Revue Biblique, t. XLIII, 1934, p. 105, s.
(95) L. BRÉHIEB, L'art chrétien. Son développement iconographique des origines á
nos jours, 2* ed., París, 1928, p. 2.
( 96 ) E. LE BLANT, Les sarcophages chrétiens de la Gaule, París, 1886, lámina LIX.
LA VIDA CRISTIANA 389

gicos. Uno de esos temas iconográficos asocia la figura del apóstol a la fuente
milagrosa del desierto y al bautismo del centurión Cornelio. Como su Maes-
tro, Pedro lleva muchas veces sobre sus hombros u n a oveja y le rodean otros
pastores, símbolo de sus hermanos en el episcopado. Otras veces tiene las
llaves, símbolo de su poder espiritual o camina hacia el¡ martirio en que
culminó su vida en Roma. El "ciclo" iconográfico de Pedro es ante todo
u n ciclo romano. H a y otros ciclos apostólicos menos abundantemente repre-
sentados, como los de Pablo y de Tomás. Numerosas fueron también las re-
presentaciones de los sacramentos y las más frecuentes la del bautismo, por
ejemplo bajo la forma del etíope catequizado y bautizado por Felipe ( 97 ) y el
banquete eucarístico, como se ve sobre u n sarcófago isáurico ( 9 8 ).
Se encuentra, pues, con una incontestable unidad de inspiración religiosa,
la misma variedad de temas en la primitiva escultura cristiana que en la pin-
tura. Estos temas no son exclusivamente romanos, como el de San Pedro, sino
que el arte de los sarcófagos se ha desarrollado también en; otras partes. Los
sarcófagos de la Galia meridional, como el de Gayola, en, el Var, uno de los
más antiguos y los de Arles principalmente, son célebres; puede ser que los
talleres de Arles no h a y a n sido más que sucursales de los de Roma.

ORIGEN E INSPIRACIÓN Es controvertida la parte que h a y que dar a


DEL ARTE CRISTIANO Roma en la historia de este arte primitivo. Al-
gunos le dan u n papel de absoluta preponde-
rancia ( " ) ; pero parece que los descubrimientos más recientes, los de monu-
mentos cristianos, por ejemplo en regiones del Oriente, nos deben inclinar
a la conclusión de que no hemos de dar al arte cristiano u n origen único,
romano u oriental; ha sido más bien en cada lugar u n reflejo de las condi-
ciones locales. La iconografía pictórica y escultórica de las catacumbas de
Roma a lo largo del siglo n es marcadamente r o m a n a ; y no debemos ver en
ella la simple ilustración del Antiguo o del Nuevo Testamento, sino u n verda-
dero carácter simbólico, cuando trata las escenas bíblicas o evangélicas, y es
más apologética que narrativa. E n Alejandría, en Asia Menor, en Siria, donde
las producciones más antiguas se escalonan, según las regiones, de la segunda
mitad del siglo n a la primera mitad del siglo n i , se dejan sentir otras preo-
cupaciones. Los artistas sirios buscan reproducir la figura terrestre de los
personajes venerados por los fieles y es ésta la orientación realista que hemos
señalado en Dura, pero que también hemos comprobado en Roma en el
siglo n i , con u n retorno al arte del retrato ( 1 0 °).
Desde el punto de vista de la historia general del arte, el de las pin-
turas de las catacumbas y el de los bajorrelieves en los sarcófagos de los pri-
meros siglos no es más que "la floración suprema del arte helenístico". A la
tradición alejandrina se debe su decoración que tantas analogías presenta con
la de Pompeya; y de la misma tradición proviene el realismo en ese deco-
rado y el gusto a veces u n poco infantil por la simetría, que pronto llegó a
ser norma en la iconografía religiosa.

(9T) Sobre todo esto cf. J. WILPERT, / sarcofagi cristiani antichi, t. I, p. 1, s.


(98) 'W. RAMSAY, Studies in the history and art of the Eastern provinces of the
Román Empire, Londres, 1906, p. 6 y lámina I.
(99) Por ejemplo Mons. Wilpert en lo que concierne a los sarcófagos.
(100) Cf. W. ELLIGEB, Zur Entstehung und früker Entwicklung der altchristlichen
Bildkunst, en Studien über christliche Denkmaler editado por JOH. FICKER,
Neue Folge der archaologischen Studien zum christlichen Altertum und Mittelalter,
Heft 23, Leipzig, 1934.
390 HISTORIA DE LA IGLESIA

Es verdaderamente admirable que con motivos triviales y comunes hayan


podido los artistas cristianos, con el ardor de su fe y el espiritualismo
sutil de sus símbolos, crear u n arte verdaderamente nuevo por su espí-
ritu. Es m u y difícil, actualmente, determinar cuáles fueron los centros en
que se creó este arte; la comunicación entre las comunidades cristianas del
mundo romano era lo bastante frecuente para que una práctica adoptada en
una iglesia fuese adoptada rápidamente en otras.
"El carácter cosmopolita que en esta época toma el arte helenístico, del que
el arte cristiano no es más que una manifestación, no permite atribuir la
creación del arte cristiano a u n centro más que a otro. Los partidarios del
origen romano se atrincheran en la cronología: desde finales del siglo i
y principios del n , las figuras de la Orante y del Pastor aparecen en los
cementerios romanos, lo que haría suponer que estos temas son romanos en
su origen. Ciertamente la mayor parte de los monumentos orientales son
posteriores" ( 1 0 1 ). Pero estas representaciones romanas quizá son casi medio
siglo posteriores a la fecha asignada; ahora bien, en Alejandría, desde el
siglo I I , existían catacumbas adornadas con pinturas semejantes a las de Roma
y, "cuando se reflexiona en la poderosa atracción que el oriente ejercía sobre
los romanos de la época imperial, apenas si se puede comprender que se
hayan invertido las corrientes de influjo únicamente en el dominio del arte
cristiano. Son judíos o cristianos judaizantes de Siria o Alejandría los que h a n
llevado a Roma motivos del Antiguo Testamento, como los.de Daniel con los
leones, o Noé en el Arca y . . . u n símbolo como el del pez lleva sello oriental
y a u n alejandrino" ( 1 0 2 ). H a y además entre el arte cristiano y el antiguo
simbolismo egipcio semejanzas que no pueden ser debidas al azar. Como el
arte funerario faraónico, el arte cristiano ha sido en los dos primeros siglos de
su historia, u n sistema de símbolos que forma para los iniciados u n lenguaje
completo. Era, pues., el arte una enseñanza religiosa: "desde sus principios la
belleza no ha sido para los artistas cristianos más que ua medio de abrillantar
la idea" ( 1 0 3 ).
Pero, como el testimonio de la vida misma de los cristianos de los primeros
siglos, este arte, tan simple por no decir tan limitado en los medios de expre-
sión, toma u n valor nuevo y u n sentido mucho más conmovedor, si se recuerda
que sobre todo el de las catacumbas es obra de hombres, que trataban de
traducir las verdades de la fe en el lenguaje de la belleza, a la vista de la
muerte con que les amenazaba la persecución, lejos de la luz del sol, obli-
gados a refugiarse, por la incomprensión del mundo, en las catacumbas, donde
sin embargo proseguían estas obras ejecutadas con la inspiración más sincera,
con el sueño ideal de enseñar a sus hermanos y rendir u n homenaje de amor
filial a Dios.

(loi) L. BRÉHIER, op. cit., p. 52.


(i«2) Ibíd.
(W>3) Ibíd.
CAPITULO XX

LA ULTIMA PERSECUCIÓN (*)

§ 1. — Los p r e l i m i n a r e s de la ú l t i m a persecución

LA HOSTILIDAD El período de euforia y armonía entre la Iglesia y el


DE GALERIO Imperio, que comienza en el reino de Galieno y se pro-
longa hasta el de Diocleciano tuvo una vez más tér-
mino sangriento. El Imperio desde el 293 estaba gobernado por u n colegio
imperial tetrárquico: Diocleciano en el 286 se había asociado como Augusto
a Maximiano Hercúleo, creado César el año anterior y en el 292 creó
dos Césares, lugartenientes y futuros sucesores de los dos Augustos; fueron
estos dos Césares, Constancio Cloro y Galerio. Cinco años después de esta
innovación en el Imperio, comenzó a cambiar la suerte de los cristianos y las
primeras manifestaciones de esta mudanza en la actitud de las autoridades
imperiales se produjeron inmediatamente después de la gran victoria alcan-
zada sobre los persas por Galerio en 297 ( 2 ), después de u n primer revés,
y quizá tenían alguna relación con ella. El prestigio del César en Oriente,
después de este extraordinario suceso de sus armas, subió extraordinariamente
y se podía prever que lo haría valer para hacer triunfar sus tendencias y sus
proyectos personales, que no eran en manera alguna favorables a los cristia-
nos. Su madre, dice Lactancio, era una "transdanubiana" ( 3 ) y la califica
de "mulier admodum superstitiosa", adoradora celosa y quizá sacerdotisa de
las divinidades de las montañas, "deorum montium cultrix". Galerio había

(!) BIBLIOGRAFÍA. — La misma bibliografía general que en los capítulos VIII y IX


del volumen primero. La bibliografía particular está contenida para todo lo esencial
en las notas de este capítulo.
Se puede consultar además: E. STEIN, Geschichte des spátromischen Reichs, t. I
(284-476): Vom rómischen zum byzaniinischen Staate, Viena, 1928; G. COSTA, Dio-
cleziano (Profili 50), Roma, 1920; Diocleziano, en Dizionario Epigraphico di antichitá
romane, de E. RUGGIERO, Roma, 1895, s.; O. HUNZIKER, Zur Regierung und Christen-
verfolgung des Kaisers Diocletianus und seiner Nachfolger, t. II, 2' parte de Unter-
suchungen zur rómischen Kaisergeschichte, editado por Max BÜDINGEH, Leipzig, 1868;
A. J. MASÓN, The persecution of Diocletian. A historical Essay, Cambridge, 1876;
H. FLORIAN, Untersuchungen zur Diokletianischen Verfolgung, Giessen, 1928; T. DE
BACCI-VENUTI, Dalla grande persecuzione al trionfo del Cristianesimo, Milán, 1913;
G. PEDROTTI, Storia di Constanza Cloro, Girgenti, 1904; L. CATMTARELLI, Per la storia
dell'imperatore Constanzo Cloro, en Atti della Pontificia Academia Romana di Ar-
cheologia, vol. 1, part. I: Miscellanea De Rossi, part. I, Roma, 1923; R. ANDREOTTI,
Constanzo Cloro, en Didaskalion, 1930, fase. 1, p. 156, s. y fase. 2, p. 1, s.; F. GOERRES,
Die Religionspolitik des Kaisers Constantius, en Zeitschrift für wissenschaftliche Theolo-
gie, XXXI, 1888, p. 75; K. BIHLMEYER, Der Toleranzedikt des Galerius, en Tübingische
Theologische Quartalschrift, XCIV, 1912, p. 411, s.; J. MAURICE, Numismatique cons-
tantinienne, 2 vols., París, 1908 y 1911.
(2) Los mártires atribuidos a veces a los primeros años del imperio de Diocleciano
son de fecha extraordinariamente incierta.
(3) De mortibus persecutorum, ix.
391
392 HISTORIA DE LA IGLESIA

heredado de ella su fanatismo y sin duda que la mayor parte de su ejército,


en el que los contingentes más fuertes eran danubianos, participaban de ese
fanatismo. ¿Decidieron a Galerio la influencia de su madre y la presión
de u n cuerpo de oficiales, deseosos, quizá por ambición y por patriotismo
romano a la vez, de eliminar u n elemento sospechoso de tibieza en orden
a las instituciones romanas, "a presentarse a la mayoría pagana del Impe-
rio y al ejército como el campeón del culto oficial?" ( 4 ) Lo cierto es que
las nuevas medidas contra los cristianos parece que comenzaron a la vuelta
de la expedición contra los persas o poco después. M u y pronto vino la
depuración del ejército, de la que se hizo agente principal u n general, el
"Magister m i l i t u m " de Galerio, Veturio ( 5 ).

LOS CRISTIANOS Se ha dicho ( 6 ) que la ocasión de estas medi-


Y EL RITO DE LA ADORATIO das fué la introducción por parte de Diocle-
ciano, en el ceremonial de la corte, del rito
de la adoratio, tomado de la etiqueta del rey persa: los personajes de cierto
rango y los oficiales, no subalternos, admitidos a audiencia imperial antes de
tomar posesión de su mando, debían "adorar" al emperador; los cristianos
habrían rehusado y de ahí la resolución tomada contra ellos. Los hechos no
apoyan esta hipótesis ( 7 ) : la adoratio, cuya institución se atribuye aquí a
Diocleciano ( 8 ) , en griego •jrpocrxúpTjo-is, no era más que una genuflexión que
más tarde se encontró en uso en los palacios de los emperadores cristianos;
y no se puede citar n i n g ú n ejemplo auténtico de que u n oficial cristiano
haya muerto por haber rehusado someterse a la adoratio.

DEPURACIÓN DEL EJERCITO Se juzgaba a los cristianos demasiado nume-


rosos en el ejército y como en manera alguna
se los quería en él, se dictaron las disposiciones cuyo ejecutor fué Veturio.
"Puso, dice Eusebio, a los militares cristianos en la alternativa de conservar
sus honores y sus grados, obedeciendo a las órdenes imperiales, o ser expul-
sados de la milicia, si rehusaban" ( 9 ). Exclusión que suponía sobre todo
para los oficiales de alta graduación, el "gradus dejectio" y para los solda-
dos, pues pasiones dignas de fe nos hablan de simples soldados afectados por
estas medidas, la despedida ignominiosa, "ignominiosa missio", con privación
del título y de los privilegios de veterano.
El relato de Eusebio da a entender que con estas medidas fueron muchos
los cristianos despedidos del ejército. En algunos lugares, por exceso de
celo, se quiso constreñir a sacrificar a soldados prestos a renunciar a su
situación; o por circunstancias que se nos ocultan, hubo ejecuciones: las de

(4) H. GRÉGOIRE, La "conversión" de Constantin, en Revue de l'Université de


Bruxelles, t. XXXVI, 1930-1931, p. 238.
(5) EUSEBIO, Crónica. La fecha varía según los manuscritos entre el año 14 y el 17
de Diocleciano, es decir, entre el 298 y el 301.
( 6 ) E. BABUT, L'adoration des empereures et l'origine de la persécution de Dioclé-
tien, en Revue historique, t. CCXIII, 1916, p. 222, s.
(T) Cf. H. DELEHAYE, La persécution dans l'armée sous Dioclétien, en Bulletin de
l'Académie royale de Belgique, Classe de Lettres, 1921, p. 150, s.
(8) Un estudio reciente de A. ALFÓLDI (Die Ausgestaltung des monarchischen Zere-
moniellen am romischen Kaiserhofe, en Rómische Mitteilungen, t. XLIX, 1934, p. 1, s.)
ha demostrado el carácter semilegendario de los testimonios antiguos que atribuyen a
Diocleciano una revolución en el ceremonial áulico inspirado en la imitación siste-
mática de, las monarquías orientales.
(») Hist. Eccl., VIII, iv, 3.
LA ULTIMA PERSECUCIÓN 393

Pasícrates y de Valentión, de Hesiquio, de Marciano y de Nicandro, del vete-


rano Julio en Mesia están garantizadas por documentos que no ( parece se
deban rechazar ( 1 0 ). Todos estos mártires pertenecían al ejército del Danu-
bio que estaba bajo el mando de Galerio.
No es extraño que en el ejército de Galerio los cristianos h a y a n encon-
trado adversarios más decididos y numerosos que en otras partes: pero ¿habrá
que creer que la depuración se limitó al ejército de Galerio o habría sido
general? Los textos no nos resuelven este problema; pero "a priori" parece
imposible que el César haya iniciado por su cuenta u n a política de tan gra-
ves consecuencias sin que el emperador supremo la haya ratificado y por lo
mismo la haya hecho aplicable a todo el Imperio. Sólo el incontestable ascen-
diente alcanzado por Galerio después de la victoria sobre los persas, ascen-
diente que debía subir todavía más, mientras disminuía la fuerza de volun-
tad de Diocleciano, viejo y valetudinario; sólo esto podría explicar que éste
hubiese dejado aplicar u n a iniciativa así en el ejército de su César, sin ser
iniciativa suya o sin aceptarla para todo el Imperio.

LAS CAUSAS Se ha dicho ( u ) que la política de Diocleciano había


DE LA PERSECUCIÓN sido anticristiana desde el principio y que el empe-
rador se limitó a esperar ocasión propicia para des-
enmascararse. La antinomia entre el Imperio y el Cristianismo habría sido
para él algo casi evidente y sólo la necesidad de hacer frente a problemas
más urgentes, como la defensa exterior y la reorganización del Imperio, habría
dilatado la ofensiva inevitable contra el adversario espiritual más temible
como, se asegura, era el Cristianismo para el Estado romano. Ciertamente
podemos citar algunos ejemplos de insubordinación militar, motivada por la
objeción de conciencia y que por lo demás no sabemos en qué fecha precisa
ocurrió, que denuncian aquí y allá algunos cristianos en estado de espíritu
poco favorable al Imperio romano. El conscripto Maximiliano ( 12 ) y el cen-
turión Marcelo ( l s ) , muertos el uno en Tebessa y el otro en Tánger, por
haber rehusado, el primero ser incorporado y el segundo continuar en el
ejército: y quizá también el veterano Tipasio, que habría sido condenado por
Maximiano Hercúleo, por haber rehusado el servicio en u n llamamiento a
los veteranos motivado por u n a expedición contra los muritanos ( 1 4 ), no
aparecen sino como hechos aislados. Más aún, paradójica, aunque prematu-
ramente, estaban de acuerdo con el deseo de los emperadores de no tener
cristianos en el ejército.
Se notan también en ciertos autores cristianos como Comodiano, Arnobio y
Lactancio ciertas ideas apocalípticas o unidas a la visión de u n porvenir som-
brío para Roma, o al menos aptas para ofender el patriotismo romano; pero-

(10) RUINART, Acta Martyrum sincera, p. 616, s. Sobre este grupo de mártires,
cf. J. ZEILLEH, Les origines chrétiennes dans les provinces danubiennes de VEmpire
romain pp. 55-59.
( 1J ) K. STADE, Der Politiker Diokletian und die letzte grosse Christenverfolgung.
Inaugural Dissertation der Universitát Frankfurt-am-Mein, Badén, 1926.
C12) Acta Maximiliani (RUINART, Acta Sincera, p. 309).
( 13 ) Acta S. Marcelli centurionis (ed. H. DELEHATE, Les Actes de Saint Marcel le
Centurión, en Analecta Bollandiana, t. XLI, 1923, p. 257, s.).
i1*) Hay que leer con cierta precaución la pasión de Tipasio, pues lleva mezcla
de elementos legendarios. Cf. P. MONCEAUX,a Etude critique sur la Passio Tipasii, en
Revue Archéologique, 4* serie, t. IV, 1904 , p. 267, s., acepta como conteniendo un
núcleo histórico lo que resumimos en el texto. Texto de la pasión en Analecta Bollan-
diana, t. IX, 1890, p. 116, s.
394 H I S T O R I A DE LA I G L E S I A

a u n en esto, hay que recordar que la fecha de Comodiano permanece incierta


y que las diatribas de Lactancio contra el Imperio pagano h a n sido escritas
en la amargura de la persecución o en la exaltación de la aurora gloriosa
que le siguió ( 1 5 ).
No hay 1 prueba alguna de que Diocleciano, sus colegas y sus consejeros ha-
yan tenido sospechas serias de que una corriente de espíritu antirromano se
haya ido desarrollando bajo su gobierno; la descripción irénica que hace Eu-
sebio de los primeros quince años de su imperio nos dan la impresión contraria.

CRISTIANISMO Diocleciano sintió vivas inquietudes frente al mani-


Y MANIQUEISMO queísmo y lo proscribió y condenó con extraordinaria
severidad; y en su interior quizá pudo establecer cier-
tas relaciones entre el cristianismo y el maniqueísmo. Los recientes descu-
brimientos en Egipto de escritos maniqueos prueban con evidencia, aunque
todavía no se ha llevado a cabo toda la publicación ( 1 6 ), que el maniqueísmo se
presentaba como una religión, síntesis del cristianismo, religión de Occidente,
y de las religiones orientales del Irán y de la India. El edicto de Diocle-
ciano, disponiendo terribles sanciones contra el maniqueísmo es probable-
mente del 296 ( 1 7 ). Los signos pródromos de u n a nueva persecución contra
el cristianismo se dejaron, sentir poco después.
Sin embargo, no era posible confundir las dos religiones, aun atribuyendo
al cristianismo ciertas tendencias políticas subversivas que no eran sino las
de ciertos individuos. Se comprende mal una confusión de este género, te-
niendo en cuenta su larga benevolencia de hecho para los cristianos. Si
suponemos que despertó de su letargo e inconsciencia, al darse cuenta del
peligro maniqueo, la persecución cruel y general debía haber surgido inme-
diatamente, lo que no sucedió.

GALERIO, AUTOR Todo el relato de Lactancio haciendo de Galerio el


PRINCIPAL DE LA principal responsable y el verdadero iniciador de la
PERSECUCIÓN persecución, tiene todas las garantías de ser verda-
dero. Lactancio, habitante hacía largo tiempo de Ni-
comedia, preceptor del hijo primogénito de Constantino y por lo mismo fami-
liar en la casa imperial, es testigo bien informado.
No m u y delicado para con Diocleciano, ¿por qué habría de cargar toda la
responsabilidad de la persecución sobre Galerio si éste no había desempeñado
u n papel capital en ella? Las circunstancias de la abdicación de Diocleciano
que se siguió poco después deponen en favor de la misma tesis. Lactancio
nos h a dado u n relato demasiado adornaSo de detalles novelescos de esa

( 15 ) El De mortibus persecutorum canta la victoria de la Iglesia sobre los tiranos


que han intentado destruirla. Las Institutiones, tratado filosófico, han sido escritas
entre el 302 y el 308. Es incontestable que en esta obra hay pasajes muy duros
para el poder romano, declaraciones sobre la incompatibilidad del servicio militar y el
cristianismo y la afirmación de que el Imperio no permanecerá en Roma sino que
volverá a Asia. Pero esta catástrofe política se presenta como anuncio del fin del
mundo, como destrucción del orden universal de que Roma era defensora y garantía,
y en el De mortibid persecutorum el autor se hace campeón de la idea romana contra
los emperadores bárbaros.
( l c ) C. SCHMIDT, Neue Originalquellen des Manichaismus, Stuttgart, 1933. Cf.
también supra, p. 272.
( 17 ) Edicto De maleficiis et manichceis en Code Grégorien, XIV, 4. Sobre la fecha, cf.
TIIXEMONT, Histoire des empereures, t. IV, p. 35 y A. NEANDEH, Allgemeine Geschichte
der christlichen Religión und Kirche (8 vols., Hamburgo, 1825-1852), t. II, p. 195.
LA U L T I M A P E R S E C U C I Ó N 395

abdicación: Diocleciano, viejo y sin fuerzas se habría dejado arrancar por


Galerio la decisión que le privaba del poder; Galerio forzó la voluntad del
Augusto, ya dispuesto a dejar el poder, para obtener además de la abdica-
ción la revocación de su voluntad inicial de designar como uno de sus suce-
sores en calidad de César al joven Constantino, hijo de Constancio Cloro.
Diocleciano hecho perseguidor y encendiendo así la guerra religiosa en su
Imperio contra toda su política precedente, bajo la influencia preponderante
y directa de Galerio: esa es la verdad histórica, tal como la demuestran
diversos testimonios.
Sin embargo, si Galerio debe ser tenido como el autor principal de la perse-
cución, no es el único instigador: él ha declarado la guerra a la Iglesia, pero en
ciertos ambientes el espíritu de ataque, el odio, no había muerto o había rena-
cido. El filósofo Porfirio entre el 270 y el 280 había escrito en quince libros
una de las obras más virulentas contra el cristianismo, Kara xp^Tiaváiv (ls).
Su discípulo Jerocles, que fué gobernador de Bitinia, ño tenía mayores
simpatías por el cristianismo y escribió también u n panfleto en 303 ( 1 9 ): el
Amigo de la Verdad, que probablemente impresionó al mismo Diocleciano.
Otro filósofo al que, sin nombrarlo, hace alusión Lactancio ( 2 0 ), quien lo
pinta como u n verdadero Tartufo, lanzaba por la misma época contra los
cristianos otra diatriba. Estos dos escritos son posteriores a las primeras medi-
das de persecución; pero traducen u n estado de espíritu que ha contribuido
a provocarlas.

OCASIÓN En esta situación podía bastar u n a causa ocasional,


DE LA PERSECUCIÓN para determinar la renovación de una lucha con-
tra la Iglesia, que tantas veces había ya fracasado.
Si hemos de creer a Lactancio, esta causa fué u n incidente que se produjo en
Antioquía ( 21 ) en 302. En u n sacrificio ofrecido por Diocleciano, al que siguió
la consulta de las entrañas de las víctimas, no se dieron los signos esperados
y el jefe de los arúspices, Tagis, dijo que cristianos de la escolta habían turba-
do la operación haciendo el signo de la cruz. Diocleciano, presa del mayor fu-
ror, comenzó por obligar a todos los servidores de palacio a sacrificar, bajo pe-
na de azotes y luego, arrastrando por este primer acto y por sus temores super-
ticiosos a la política a que quería llevarle Galerio, envió a los jefes de las
tropas de Asia que dependían directamente de él la orden de poner a los
oficiales y soldados en la alternativa de sacrificar o ser despedidos del ejército.
Es posible que la persecución militar se haya ensañado también en el ejér-
cito de Maximiano Hercúleo; pero no podemos citar n i n g ú n ejemplo cierto
de soldados que hayan sufrido en esta persecución; pues la pretendida heca-
tombe de toda una legión de soldados que se dicen ser originarios del
Oriente, la "Legión Tebea" en el Valais, es una leyenda ( 2 2 ). Las Actas del

( 18 ) El K a r a xp<-<f™vüv Xayós se ha perdido; pero ha podido reconstruirse en parte.


Harnack ha publicado los fragmentos reconstruidos en los Abhandlungen de .la Aca-
demia de Berlín, en 1916, con el título de Porphyrus "Gegen die Christen" 15 Bücher.
Zeugnisse, Fragmente und Referata. Cf. P. DE LABMOLLE, La réaction páienne, París,
1934, p. 223, s. y supra, p. 192, s.
(19) El 4>iXaXij0€Ís, cuyo verdadero título debía ser AÓ70S 1X0X17^175, "Discurso
amigo de la verdad", lo conocieron LACTANCIO, Divina Institutiones, v, 11, 12, y EUSE-
BIO, Contra Hieroclen. Cf. P. DE LABRIOIXE, op. cit., p. 306, s.
(20) Conocido por Lactancio, Divin. Inst., v, 2. Cf. P. DE LABMOLLE, op. cit-.,
pp. 304-306.
( 21 ) De mortibus persecutorum, x.
(22) El hecho de un culto antiquísimo excluye toda duda sobre la existencia de estos
396 HISTORIA DE LA IGLESIA

martirio de San Sebastián, oficial romano, mártir, aunque no tengan dema-


siado valor histórico, no obstante nos autorizan a creer que el héroe que el
arte ha popularizado, era oficial y que fué martirizado en esta época ( 2 3 ) .

§ 2 . — La g r a n p e r s e c u c i ó n . Los edictos d e 3 0 3 y 3 0 4
y s u aplicación

SE DECIDE Las cosas quedaron así por el momento; pero la crisis


LA PERSECUCIÓN había estallado y, vuelto Diocleciano a Nicomedia,
Galerio no perdió momento para decidirle a dar la
batalla a la Iglesia. Diocleciano vacilaba todavía en verter sangre. U n con-
sejo, al que convocó a ciertos funcionarios civiles y militares, y en el q » e
Jerocles se mostró extraordinariamente decidido y fogoso, se pronunció contra
los cristianos ( 2 4 ) ; pero Diocleciano deseó a ú n consultar a los oráculos y envió
a Mileto a interrogar a Apolo Didymeo. El oráculo, naturalmente, confirmó
el voto de los políticos ( 2 5 ) . Se decidió la persecución.
Diocleciano persistía en no derramar sangre. Se preparó u n edicto sobre
los edificios, los libros sagrados y diversas categorías de cristianos, pero sin
dictar la pena de muerte para ninguno. Sin esperar la publicación del edicto,
la víspera del día en que ésta debía tener lugar (24 de febrero del 303) fué
ocupada por la policía la iglesia de Nicomedia, vecina al palacio imperial,
fué saqueada y al fin demolida; mientras que- se entregaban a las llamas los
libros litúrgicos.

EL PRIMER EDICTO (303) Al día siguiente se fijó el edicto: ordenaba q u e


se quemasen todos los edificios y libros sagrados
en todo el Imperio; se privaba de todos sus cargos, dignidades y privilegios
a todos los fieles que estuviesen en posesión de ellos y a todos los cristianos
del derecho de comparecer a juicio, para demandar justicia, n i siquiera en
acusaciones de adulterio, de robo o de injurias; finalmente, los esclavos cristia-
nos no podían alcanzar la libertad ( 2 6 ) .

mártires de Agaunum; pero su número no se conoce y se ignora si eran o no soldados.


Puede verse bibliografía sobre este discutido martirio en Histoire des Persécutions de
PAUL ALLARD, t. IV, p. 315, s. de la segunda edición y en J. P. KIRSCH, Kirchenge-
schichte, t. I, p. 238, n. 4. Cf. también H. DELEHAYE, L'origine du cuite de martyrs,
2» ed., Bruselas, 1933, p. 399.
(23) La existencia del mártir San Sebastián está fuera de duda; sus Actas parecen
formar parte de una compilación artificial, que parece no tener ninguna relación
con la historia real. Sin embargo no hay razón seria para rechazar la cualidad de
oficial que. se atribuye a Sebastián, como la época en la que se coloca su martirio.
Cf. A. DUPOURQQ, Etude sur les Gesta martyrum romains, t. I, París, 1900, p. 186, s.
( 24 ) LACTANCIO, ibíd., xi.
( 25 ) Ibíd., la Vida de Constantino de Eusebio de la que algunas partes son un tanto
sospechosas; pero que en ciertos pasajes recoge recuerdos personales del emperador,
dice: II, 50, 51, que el oráculo se quejó de que justos extendidos por toda la tierra
le impeóSan predecir el porvenir. La analogía de este detalle con el incidente de
Antioquía y la forma de la respuesta pueden hacernos desconfiar un poco; pero no nos
convencen de que hay que rechazar el relato.
(26) EUSEBIO, Hist. Eccl., VIII, n, 4. La última reproducida por Eusebio se anun-
cia así: TOVS di kv oixeTÍaís— i\ev0tpLas aTtpélaOat.
El sentido corriente de oixería es el de esclavitud doméstica. Algunos autores
(PAUL ALLARD, La persécution de Dioclétien, 2* ed., t. I, p. 160) traducen así: "los
de condición común serán reducidos a esclavitud". Esta interpretación parece arbitraria.
LA ULTIMA PERSECUCIÓN 397

U n cristiano de Nicomedia, exasperado, desgarró el edicto y fué conde-


nado a las llamas ( 2 7 ). Pero este incidente no tuvo consecuencias oficiales.
Algún tiempo después estalló oportunamente el fuego en el palacio imperial,
lo que permitió a Galerio, a quien acusa Lactancio de haber provocado el
fuego, acusar a los cristianos de incendiarios ( 2 8 ). La gente de palacio fué
sometida a tormento, excepto los servidores de Galerio, a quienes supo él
sustraer; pero no se averiguó nada. U n segundo incendio estalló quince
días después del primero y Galerio huyó aparatosamente de Nicomedia, pro-
testando que no quería ser quemado vivo ( 2 9 ).
Diocleciano, enloquecido, vio entonces enemigos e n todos los cristianos,
hasta en su mujer Prisca y en su hija Valeria y les dio a escoger entre la
muerte y la abjuración. Las dos emperatrices, que quizá no eran aún bautiza-
das, no tuvieron valor para resistir; pero los actos de heroísmo en el palacio
y en la ciudad fueron numerosos: el gran chambelán Doroteo, y el cubicula-
rio Pedro y otros perecieron en medio de suplicios atroces ( 3 0 ) ; y el obispo
Antimo y su clero fueron ejecutados lo mismo que numerosos laicos, incluso
mujeres y niños ( 3 1 ).

APLICACIÓN BENIGNA El edicto recibió su aplicación en el resto del


EN LA GALIA Y BRETAÑA Imperio y, aunque no implicaba necesaria-
mente la muerte de los refractarios, el h e -
roísmo no fué en todas partes el de Nicomedia. E n los países colocados bajo
la autoridad directa de Constancio Cloro, es decir, en la Galia y en la Bre-
taña, la persecución fué m u y benigna. Constancio Cloro, como muchos de
sus contemporáneos, se inclinaba por lo menos al monoteísmo y su primera
mujer que no era legalmente sino u n a concubina, Helena, profesaba quizá
la fe cristiana o, al menos, se orientaba ya hacia ella ( 3 2 ) ; él mismo fué por
lo menos partidario de la tolerancia. Se limitó, por conformarse con los
deseos de Diocleciano, a demoler algunas iglesias ( 3 3 ).

RIGOR EN EL RESTO E n general el rigor fué extraordinario: en las pro-


DEL IMPERIO vincias que gobernaba Maximiano Hercúleo, en
Italia, en España y en África, lo mismo que en las
que gobernaban Galerio y el mismo Diocleciano, los libros sagrados fueron
destruidos en gran número y así perecieron la biblioteca de la Iglesia
romana y los archivos pontificios ( 3 4 ). Lo propio que en Roma sucedió en
otros muchos lugares; y así se explica que nos h a y a n llegado t a n pocos escri-

( 27 ) LACTANCIO, De mort. persecut., xm.


( 28 ) Ibíd., EUSEBIO, Hist. EccL, VIII, n, 6 habla de un caso fortuito. CONSTANTINO
(Oratio ad sanctorum ccetum) atribuye el siniestro a un rayo. La historia contem-
poránea demuestra que un incendio provocado, en momento oportuno, puede ser un
medio ingenioso para triunfar de enemigos políticos.
C29) LACTATMCIO, De mort. persecut., xiv.
( 30 ) Ibíd., xv; EUSEBIO, Hist. EccL, VIII, vi.
( 31 ) LACTANCIO, ibíd.
( 32 ) Según TEODORETO, Hist. EccL, I, 18, Constantino habría crecido en una atmós-
fera cristiana gracias a su madre. Pero EUSEBIO (De vita Constantini, III, 47) bien
informado de los asuntos de la casa imperial, asegura que Helena fué ganada al cris-
tianismo por Constantino. "Cristianizante", quizá ha largo tiempo, no se habría adhe-
rido explícitamente al cristianismo, sino bastante tarde.
(33) LACTANCIO, ibíd.
(84) Qf. J. B. DE Rossi, La biblioteca della Sede apostólica, en Studi o documenti di
Storia e Diritto, 1884, p. 34, s.
398 HISTORIA DE LA IGLESIA

tos anteriores al siglo iv y sobre todo Actas auténticas de los mártires de las
diversas iglesias.
E n muchos lugares, sobre todo en África, donde la aplicación del edicto,
en u n principio, fué extraordinariamente severa, la pusilanimidad de muchos
depositarios infieles fué causa de que las autoridades se apoderasen de los
tesoros artísticos y literarios de las iglesias. Estos "traditores", al volver la
paz, por librarse de la actitud enérgica de la Iglesia frente a ellos, suscita-
ron graves problemas que llevaron al cisma donatista, cisma que emponzoñó
la Iglesia de África durante más de un siglo. Pero junto a estos verdaderos
"traditores", hubo hombres avisados como Mensurio, obispo de Cartago
que reemplazó en su biblioteca los libros sagrados por obras heréticas y de
ellas se apoderaron los agentes del poder ( 3 5 ). Hubo también mártires, como
Félix, obispo de Tibiuca, en el África Proconsular, decapitado por no que-
rer entregar las Escrituras ( 36 ) y como u n grupo de laicos de Numidia, muer-
tos por la misma causa ( 3 T ).

SEGUNDO Y TERCER Mientras en todas partes se procedía, excepto en la


EDICTO (303) Galia y en la Bretaña, a la estricta aplicación del
edicto de 303, estallaron algunos movimientos sedi-
ciosos en Siria y Melitene y Diocleciano vio en ellos, o quizás se le persuadió,
que allí andaban en turbios manejos los cristianos e inmediatamente dos
nuevos edictos generales vinieron a agravar notablemente el primero ( 3 8 ).
En el primero de ellos se ordenaba pena de cárcel para, todos los clérigos; el
segundo ofrecía la libertad a los que quisiesen sacrificar y se condenaba a la
tortura y al suplicio a los que rehusaban hacerlo. Se llenaron las cárceles y
comenzaron las ejecuciones de clérigos de todos los grados.

EL CUARTO EDICTO (304) ¿Remitió la persecución hacia el fin del


año 303? Eusebio, en su libro sobre los Már-
tires de Palestina, dice ( 39 ) que con ocasión dé sus "vicennalia" o fiestas del
vigésimo año de su reinado en el 17 de septiembre, Diocleciano concedió una
amnistía y abrió las puertas de las prisiones.
¿Pudieron los cristianos aprovechar la amnistía, permaneciendo en una
actitud que oficialmente era actitud de rebeldía? Es dudoso. Lo cierto es
que, si hubo una mejor situación de los eclesiásticos, fué m u y breve; pues
m u y poco después se desencadenó la persecución general e implacable. Dio-
cleciano se encontraba enfermo y Galerio, por lo mismo, dueño absoluto del
Oriente; en la primavera del 304 se publicó u n segundo edicto: renovaba la
tentativa desesperada de Decio, obligando a todos los cristianos sin distinción
a sacrificar ( 4 0 ).
La sangre, en oleadas, bañó todo el Imperio. U n solo grupo de provincias,
Galia y Bretaña, quedaron libres de los horrores de la persecución y lo
mismo acaeció a España, a partir del 305, cuando después de la abdicación
conjunta de Diocleciano y Maximiano, Constancio llegó a Augusto de Occi-
dente y las provincias hispánicas se encontraron bajo su autoridad inmediata.
Pero la Iglesia de este país había ya padecido en muchos de sus miembros.

( 35 ) SAN AGUSTÍN, Breviculus collationis cum donatistis, ni, 25.


( 36 ) Acta Sancti Felicis (RUINAHT, Acta Sincera, pp. 376-378).
(37) SAN AGUSTÍN, Breviculus collationis, ni, 25-27.
(88) EUSEBIO, Hist. EccL, VIII, vi, 8-10.
(3») Cap. II.
(•">) Ibid. III.
LA ULTIMA PERSECUCIÓN 399

LA PERSECUCIÓN I t a l i a y Á f r i c a p a r e c e q u e s u f r i e r o n m e n o s q u e el
EN ITALIA O r i e n t e y el I l í r i c o d e s p u é s d e la a b d i c a c i ó n . E l
n u e v o César de Occidente, Severo, q u e en u n princi-
p i o d e p e n d í a m á s d e C o n s t a n c i o , n o p a r e c e h a b e r a p o r t a d o g r a n celo a l c u m -
p l i m i e n t o d e los edictos. N o h i z o sino p a s a r p o r el t r o n o ; p u e s m u y p r o n t o
le d e r r o c ó el h i j o de M a x i m i a n o H e r c ú l e o , M a j e n c i o ( o t o ñ o d e l 3 0 6 ) . M a -
j e n c i o , q u e q u e r í a l a p a c i f i c a c i ó n de los á n i m o s e n sus d o m i n i o s , se m o s t r ó
t o l e r a n t e ( 4 1 ) ; d e m o d o q u e l a p e r s e c u c i ó n n o se e n s a ñ ó e n l a s p r o v i n c i a s
o c c i d e n t a l e s d e l I m p e r i o s i n o d u r a n t e poco m á s d e dos a ñ o s , lo q u e s i n e m -
bargo, bastó para hacer m u c h a s víctimas.
Es m u y p r o b a b l e q u e h a y a q u e a t r i b u i r a l a p e r s e c u c i ó n d e D i o c l e c i a n o
g r a n n ú m e r o d e m á r t i r e s r o m a n o s , d e los c u a l e s i g n o r a m o s l a f e c h a d e l
m a r t i r i o y a los q u e c o n o c e m o s p o r pasiones d e n o excesiva g a r a n t í a h i s t ó r i c a ,
pero que en general convienen en a t r i b u i r al ú l t i m o y supremo asalto con-
t r a el c r i s t i a n i s m o l a m u e r t e d e esos c r i s t i a n o s c u y o h e r o í s m o c e l e b r a n ( 4 2 ) :
los santos M a r c o s y M a r c e l i n o , S a n t a I n é s ( 4 3 ) , P e d r o y otros m u c h o s . E l
p a p a M a r c e l i n o m u r i ó el 2 4 d e o c t u b r e d e 3 0 4 ( 4 4 ) " a r r e b a t a d o , d i c e E u s e b i o ,
p o r l a p e r s e c u c i ó n " ( 4 5 ) . Se l e i m p u t a u n a d e b i l i d a d m o m e n t á n e a ( 4 e ) q u e
p a r e c e c o n f i r m a r su a u s e n c i a d e l c a l e n d a r i o d e l a Depositio episcoporum.
L u c í a ( 4 7 ) , la s a n t a i l u s t r e d e S i r a c u s a , y C a s i a n o , e n I m o l a , d o n d e si h e m o s
de c r e e r a l p o e t a P r u d e n c i o ( 4 8 ) h a b r í a e j e r c i d o d e m a e s t r o , f u e r o n m á r t i r e s
de la persecución de Diocleciano.

( « ) Cf. infra, p. 402, s.


( 4 2 ) Cf. Acta sanctorum, con las fechas de las fiestas.
( 4 3 ) . Contra los relatos legendarios, cuyo recuerdo vemos en una inscripción de San
Dámaso y que han popularizado a la joven virgen, velada por sus cabellos y mila-
grosamente protegida de todo atentado contra su honor, tenemos que decir que de
Santa Inés, apenas si.sabemos otra cosa que el hecho y la fecha aproximada de su
martirio, entre el cuarto edicto y la abdicación de Diocleciano, Cf. Act. SS. Januarii,
X. II, p. 350. s. P. FRANCHI DE'CAVALIERI, S. Agnese nella tradizione e nella legenda, en
Rómische Quart. f. christliche Alterthumskunde, X, Sup., Roma, 1889; F. JUBARU,
Sainte Agnés vierge et martyre de la vote Nomentane, París, 1907.
( 44 ) Líber Pontificalis, ed. DUCHESNE, t. I, p. 6.
( 4B ) Hist. Eccl., VII, x x x u , 1. DUCHESNE (Histoire ancienne de l'Eglise, t. II,
p. 93, s.) no ve en ello más que una indicación cronológica; pero parece un poco difícil
que se pueda traducir 6v r> ¿tco-y^iós xaTÚ\y]€v de otra manera que lo hemos hecho, es
decir que lo hizo morir la persecución.
( 4 6 ) Su referencia en el Líber pontificalis y en un apócrifo posterior al año 500.
Las Actas de un pretendido concilio de Sinuesa dicen que consintió en ofrecer incienso
a los dioses. Quizá no hubiese hecho más que entregar los libros sagrados; pero los
donatistas supieron explotar su caso, real o no. Cf. SAN AGUSTÍN, Contra litteras Peti-
liani, II, 202; De único baptismate, xxvii. Sobre esta oscura cuestión, además de
DUCHESNE, loe. cit., que no cree en el martirio de Marcelino y dice "que para u n per-
sonaje de esta importancia no era m u y honroso morir en tales días en su lecho", cf. E.
CASPAR, Kleine Beitrage zur alteren Pastgeschichte, en Zeitschrift für Kirchengeschichte,
t. XLVI, 1927, p. 321, s. que no excluye la posibilidad de una defección de. Marcelino,
seguida de una rehabilitación; cf. también Geschichte des Papsttums, t. I, Tubinga,
1930. p. 97, s.
( 4 7 ) Pasión legendaria en SURIO, Vitas Sanctorum (7 vols., Colonia, 1576), t. VII,
p. 247. Sobre la fiesta de Santa Lucía (13 de diciembre) que sustituyó en Siracusa a
la fiesta en^honor de Tellus o de Ceres, cf. J. CAROOPINO, Sallaste, le cuite des Cereres
et les Numides, en Revue historique, t. CLVIII, 1928 2 , p. 1, s. El testimonio más
antiguo de la fiesta de Santa Lucía se encuentra en la inscripción señalada por P.
ORSI, Insigne epígrafe del cimitero di S. Giovanni in Siracusa, en Rómische Quart.
f. christliche Altertumskunde, t. IX, 1895, pp. 299-308.
45
( ) Peristephanon, ix.
400 HISTORIA DE LA IGLESIA

MÁRTIRES DE ÁFRICA, Santa Afra, cortesana convertida, en Augusta Vin-


ESPAÑA Y RECIA delicorum (Augsburgo) en Recia ( 4 9 ) ; Inocente en
M u e v o ; Nivalis, Matrona, Salvo, en Calama (Guel-
ma) ( 5 0 ) ; Digna en Rusicade (Philippeville) ( 5 1 ) ; Crispina, matrona en
Tebessa ( 5 2 ), Numidia. Justo y Seguro en-Setif ( 5 3 ) ; Fabio, abanderado de
la guardia del emperador ( 5 4 ) en Mauritania; Máxima, Segunda y Donatila
en Teburba ( 5 5 ) , cuarenta y ocho cristianos en Abitina, y a su cabeza el
sacerdote Saturnino ( 5 6 ) ; mártires de nombres desconocidos revelados por u n a
inscripción recientemente descubierta en Amedara (Haidra) ( 5 7 ) en África
Proconsular. Vicente diácono de Zaragoza, ejecutado en Valencia, antes de la
promulgación del cuarto edicto ( 5 8 ) ; cristianos anónimos en Zaragoza ( 5 9 ),
Félix en Gerona ( 6 0 ). Cucufate en Barcelona ( 6 1 ) , Acisclo y Zoilo en Córdo-
ba ( 6 2 ), Eulalia en Mérida C63), en España: todos estos mártires no dan, si
queremos contentarnos con los nombres más célebres, sino una idea insuficien-
te del lugar que ocupan las provincias gobernadas por Maximiano Hercúleo
en el martirologio de la gran persecución. La paz volvió a estas provincias
después del 305.

MÁRTIRES EN EL ILIRICO E n las provincias del Ilírico, de Asia Menor,


de Siria, de Oriente y de Egipto, el fanatismo
de Galerio y de su sobrino Maximio Daia, animado de los mismos sentimientos
que él contra los cristianos, la persecución tuvo mucho más duración. Perecie-
ron en los estados de Galerio, por no recordar más que nombres conocidos
por actas dignas de fe, San Felipe, obispo de Heraclea en Tracia, con el sacer-
dote Severo y el diácono Hermes (22 de octubre); las tres santas mujeres de
Tesalónica, Ágape, Quionia e Irene ( 1 de a b r i l ) ; el sacerdote Montano en
Singiduno, en Mesia (26 de m a r z o ) ; el obispo Ireneo de Sirmio en Pano-
nia (6 de a b r i l ) ; el diácono Demetrio ( 6 4 ) y cinco o siete vírgenes consa-
gradas en la misma ciudad (6 de a b r i l ) ; el primero de los lectores, Polión
en Cibala, en la misma provincia; el obispo Quirino de Siscia, también en

( 49 ) RUINART, Acta Sincera, p. 50.


(50) Inscripción publicada en el Bullet. di archeol. cristiana, t. XIV, 1876,
lámina III, n* 2.
( 51 ) Inscripción de Rusicade, Corpus inscripiionum latinarum, VIII, 1913.
( 52 ) P. MONCEAUX, Les actes de sainte Crispine, martyre a Theveste, en Mélanges
Boissier, París, 1903. El martirio de Santa Crispina es también conocido por dos ser-
mones de SAN AGUSTÍN, Enarrationes in Psalm. 120 et in Psalm. 137 pronunciados en
dos aniversarios; otros dos sermones, CLXXXVI, 2 y CCCXLV, 5, y el De sancta vir-
ginitate, XLIV (XLV) contienen pasajes sobre la santa. El Martirologio Jeronimiano
pone por error su martirio en Tagura.
( 53 ) Inscripción publicada en Bull. di arch. crist-, t. XIII, 1875, p. 172.
( 54 ) Pasión en Analecta Bollandiana, t. IX, 1890, p. 123, s.
(35) Ibid., p. 110, s.
( 56 ) RUINART, Acta Sincera, p. 410.
( 57 ) Cf. L. PoiNssoTT, Bulletin archéologique du Comité des Travaux historiques,
1934, febrero, p. 11. La inscripción está dedicada: "gloriosissimis beatissimisque marty-
ribus qui persecutionem Diocletiani et Maximiani divinis legibus sunt".
( 55 ) RUINART, Acta Sincera, p. 493.
( 59 ) PRUDENCIO, Peristephanon, rv, 57-58.
(<*>) Ibid., 29-30.
( «2) Ibid., 34-35.
(« ) Ibid., 8-9.
(«3) Ibid., 8, s.
(64) Conocido solamente por el martirologio siríaco y el Jeronimiano. Pasiones
legendarias han transformado al héroe en militar, martirizado en Tesalónica.
LA ULTIMA PERSECUCIÓN 401

Panonia: es incierto el año de su muerte ( 6 5 ) (5 de j u n i o ) ; el obispo Victo-


rino de Pettau (2 de noviembre) y Floriano, u n laico, jefe de la cancillería del
gobernador, en Lauriacum, Nórica (4 de mayo) ( 6 6 ). Los mártires de Salona en
Dalmacia, el obispo Domnio, el sacerdote Asterio, el diácono Septimio, el
batanero Anastasio y otros cuya condición social se ignora; Félix, Victorico,
Gaiano, Pauliniano, Antoniano y Telio, quizá padecieron antes de la abdi-
cación de Diocleciano ( 6 7 ). El martirologio Jeronimiano contiene los nombres
de otros testigos de Cristo que atribuye a los países danubianos y que pade-
cieron probablemente en la última, que fué la verdadera " g r a n persecu-
ción" ( 6 8 ). Y ¡cuántos otros, cuyos nombres no h a n sido recogidos por la
historia, dieron su sangre también en esta persecución en estos mismos países!

LA PERSECUCIÓN EN LAS E n Cilicia perecieron entre otros muchos, u n


PROVINCIAS ORIENTALES antiguo soldado, Taraco; u n hombre del pue-
blo, Probo; otro de sangre noble, Andrónico;
los tres consagrados en hermandad por el mismo martirio ( 6 9 ) . E n Galacia
siete vírgenes y el tabernero Teódoto de Ancira ( 7 0 ). E n Cesárea de Capa-
docia, u n a viuda, Julita ( 7 1 ) . Los magistrados del Ponto, según Eusebio ( 7 2 ) ,
se señalaron por su ingenio en inventar nuevos suplicios. Numerosos cristia-
nos de esta provincia huyeron a los montes y otros atravesaron las fronteras
del Imperio, buscando refugio en Armenia o en Persia, donde fueron bien
acogidos ( 7 3 ) . Estas emigraciones forzadas fueron a veces principios de con-
versiones en países extranjeros al Imperio.
Siria y Palestina, a cuyos mártires Eusebio, testigo ocular, h a dedicado u n
libro, pagaron también su tributo: el obispo de Tiro, Tiranio y u n sacerdote
médico de Sidón, Zenobio, fueron decapitados en Antioquía, después de
haber sido expuestos en el anfiteatro ( 7 4 ). E n Gaza fué quemado Timoteo;
y Agapio y Tecla arrojados a las fieras ( 7 5 ).

(fl5) Su pasión (RUINART, Acta Sincera, p. 549; AA. SS. Junii, I, p. 380, s.) pone su
martirio en tiempo de Diocleciano y Maximiano; el Peristephanon de Prudencio
en tiempo de Galerio; la Crónica de Eusebio-Jerónimo en el año 308 que correspon-
dería a Licinio, bajo el cual renació la paz, pero quizá no inmediatamente. Estas aser-
ciones no son, no obstante, contradictorias; ya que la persecución desencadenada en 303,
puede llamarse de Diocleciano y que. Galerio presidió el colegio imperial en que
fué parte Licinio.
(66) Las pasiones de estos mártires en Acta Sanctorum, en la fecha indicada. Cf.
además supra, p. 113, n. 46.
( 67 ) El Chronicon Paschale indica para Domnio y Félix el séptimo consulado de Dio-
cleciano y el sexto de Maximiano, fecha ciertamente inexacta: pues correspondería
al 299; pero corregida en noveno y octavo consulados, respectivamente, da la fecha
muy plausible de 303. Sobre estos mártires de Salona, cf. J. ZEIIXER, Lps origines
chrétiennes dans la province romaine de Dalmatie, París, 1906. Sobre, la cualidad de
soldados atribuida a Gaiano, Pauliniano, Antoniano y Telio, que proviene probable-
mente de una confusión, cf. supra, p. 113, n. 46.
( 68 ) Sobre todos estos mártires cf. J. ZEIIXER, Lei origines chrétiennes dans les pro-
vinces danúbiennes de l'Empire romain, pp. 61-120.
( 69 ) RUINART, Acta Sincera, p. 458.
(7«) lbíd., p. 357.
( 71 ) SAN BASILIO, Homilía v, 1-2.
(72) Hist. Eccl, VIII, xn, 6.
( 73 ) EUSEBIO, De vita Constantini, II, 5, 3; SAN GREGORIO DE NACIANZO, Oratio
XLIII, 5-8.
(74) EUSEBIO, Hist. Eccl, VIII, vn.
(7B) EUSEBIO, Mártires de Palestina, LXXIII.

\
1

402 HISTORIA DE LA IGLESIA

EGIPTO En Egipto, esta "China" del mundo antiguo ( 7 6 ) , es donde parece


que la persecución revistió mayor crueldad ( 7 T ). Eusebio nos
dice que en Egipto "innumerables fieles con sus mujeres e hijos padecieron
por la fe diversos géneros de muerte" ( 7 8 ) . Hasta el punto que muchos paga-
nos movidos a compasión, ayudaron a los cristianos a sustraerse a la muerte
que les amenazaba. Tenemos el testimonio de San Atanasio que asegura ( 7 9 ) :
"He oído contar a mis padres que, cuando comenzó la persecución, hubo
paganos que ocultaron a nuestros hermanos y sacrificaron sus bienes o afron-
taron la prisión, antes que entregarlos; acogían a los nuestros que se refu-
giaban junto a ellos y se exponían por defenderlos."
Que cierto instinto de resistencia popular a las medidas de los gobernantes,
pusiese a los indígenas de Egipto poco romanizados, como a los de África del
Norte, de parte de las víctimas, es probable; pero esto no impide que frente
a la crueldad de los perseguidores comenzase a afirmarse en la población
pagana u n a actitud opuesta, sostenida no sólo por cierto espíritu de rebeldía,
sino por sentimientos de humanidad y quizás también de estima y aprecio
de aquellos hombres de cuya honradez y sobre todo de cuya caridad tenían
hartas pruebas. La política imperial ha oscilado a través de toda esta época
que historiamos entre la severidad para con u n a sociedad que juzga peli-
grosa para el Estado y la tolerancia y a u n la benevolencia hacia los miem-
bros de esa sociedad, cuyos altos méritos individuales tenía que reconocer.
También la opinión pública, tanto tiempo hostil, o al menos desconfiada y
muchas veces desdeñosa, se deja a veces arrancar u n a confesión espontánea
de las virtudes cristianas, que no siempre comprende, pero que poco a poco
van conquistando su simpatía.

§ 3 . — La p e r s e c u c i ó n d e s p u é s d e la abdicación
d e Diocleciano

REMITE LA PERSECUCIÓN ¿Tenían, al menos oscuramente, conciencia de


EN OCCIDENTE ese hecho de la simpatía del pueblo y de
las virtudes cristianas algunos de los nuevos
miembros de la tetrarquía imperial que, después de la abdicación de 305,
hicieron cesar o permitieron que cesase la persecución, sin abrogar los decre-
tos existentes? De Constancio Cloro no cabía esperar otra cosa: apenas pasó
bajo su inmediato dominio España cesaron los rigores de la persecución; sor-
prende más que Severo, hechura de Galerio, obrase de la misma manera en
África y en Italia: los cristianos respiraron en esos países, pero no se cre-
yeron demasiado seguros, pues no se eligió sucesor de Marcelino hasta el 308.
En este momento Majencio, hijo de Maximiano Hercúleo, se había apoderado
del poder y no vaciló, deseoso seguramente de conquistarse las simpatías de
todos, en adoptar u n a actitud favorable a los cristianos ( 8 0 ) . Era u n vividor,

(76) Cf. F. CUMONT, Les religions orientales dans le paganisme romain, 4* ed. París,
1929, p. 74, que esboza, sin insistir, esta comparación; cf. también G. PERROT y CH.
CHIPIEZ, Histoire de VArt dans Vantiquité, t. III, París, 1911, p. 399, la ingeniosa
comparación entre Naucratis, el puerto helénico de Egipto y Hong-Kong.
(T7) EUSEBIO, Mártires de Palestina, LXXIII.
(78) Hist. Eccl., VIII, vin. En el capítulo ix añade que en la Tebaida las ejecuciones
continuaron durante años enteros a un ritmo de diez, veinte, sesenta y aun el cente-
nar al día.
( 79 ) Historia arianorum ad monachos, LXIV.
í 80 ) Sobre la política de Majencio respecto a los cristianos cf. A. PINCHERLE, La
LA ULTIMA PERSECUCIÓN 403

bastante escéptico en materia de religión y no parece que tuviera prejuicios


contra el cristianismo. Su madre Eutropia se hizo cristiana quizá después
de la muerte de su esposo Maximiano y de la victoria de su yerno
Constantino ( 8 1 ).
La derrota final de Majencio por Constantino y el color de cruzada q u e
en la tradición posterior h a tomado la campaña de su feliz rival contra él ( 8 2 ) ,
le h a hecho aparecer como la encarnación del imperio pagano, que sucumbe
ante el imperio cristiano fundado por su vencedor. Eusebio le h a tratada
de "tirano" ( 8 3 ) ; Constantino ha revocado sus actos ( 8 4 ) y dice también q u e
su despotismo cruel le había hecho rápidamente impopular; pero n o es
menos verdadero que los cristianos no tuvieron queja contra él y el mismo
Eusebio tiene que reconocer que dio a sus funcionarios la orden de "abste-
nerse de perseguir" ( 8 B ).
Ciertamente que, cuando se sofocó la sublevación de u n usurpador, Ale-
jandro, en África, los cristianos, intencionadamente o no, fueron confundi-
dos con los rebeldes y tuvieron parte en sus suplicios. Pero también al
clero de África tuvo ocasión Majencio de demostrar su benevolencia: Mensu-
rio, obispo de Cartago, rehusó animosamente entregar a u n diácono, acusado
de haber escrito contra el príncipe u n libelo difamatorio y fué enviado a la
corte. Majencio aceptó su justificación y le permitió volver a su ciudad
episcopal, que Mensurio no volvió a ver, porque murió en el camino í 8 6 ) .
En suma, dejando de lado el episodio sangriento provocado por la usurpación
de Alejandro, puede decirse que la persecución había cesado en África con
la abdicación imperial de 305; pero no sin dejar huellas profundas y gérme-
nes de nuevos conflictos.

CONSECUENCIAS DE LA E n la primavera del 305, los obispos se atre-


PERSECUCION. EL CISMA vieron ya a reunirse, para dar sucesores a los
DONATISTA EN ÁFRICA obispos desaparecidos. U n a de estas asam-
bleas, tenida en Cirta, bajo la presidencia del
decano del episcopado de Numidia, Segundo de Tigissi, buscó pretextos para
hacer alguna inquisición sobre la conducta de los jefes de las iglesias en las
horas críticas; y muchas sospechas comenzaron a flotar en el ambiente con
m u y mal presagio. E n el mismo Cartago, Mensurio era sospechoso por h a b e r
sido demasiado hábil ( 8 7 ) , a los ojos de los confesores, que habían padecido en
la prisión y que le reprochaban no haberles asistido como era su deber. M e n -
surio había muerto y le había reemplazado el diácono Ceciliano, que p o r
su orden, había refrenado a veces el excesivo celo de los fieles respecto
de los confesores. Pronto se organizó u n a campaña, apoyada por numerosos
obispos númidas inclinados a la intransigencia, entre otros por Donato de
Casa Negra, contra el nuevo obispo, al que se acusaba de ser "traditor" y de
haber sido ordenado por u n obispo que lo era también, Félix de Aptonga.

política ecclesiastica di Massenzio, en Studi di filología classica, Nuova Serie, VII,


1929, p. 131, s.; Véase también: E. CASPAR, Geschichte des Papsttums, Tubinga, 1930,
p. 101, s., y Kleine Beitráge zur alteren Papstgeschichte, en Zeitschrift für Kirchen-
geschichte, t. XLV, 1927, p. 321, s.
( 81 ) EUSEBIO, Vita Constantini, m , 52.
(82) Cf. t. III.
(83) Hist. EccL, VIII, xiv, 3.
(84) Sobre la "rescisio actorum" de Majencio, cf. t. III, cap. I.
(85) Hist. EccL, VIH, xiy, 1.
(86) SAN OPTATO, De schismate donatistorum, i.
(8?) Cf. supra, p. 398.

*
404 H I S T O R I A DE LA I G L E S I A

Este fué el comienzo del terrible cisma donatista ( 88 ) en el que se apreció


lá poderosa fuerza centrífuga que alejaba a ciertos grupos cristianos de la
unidad católica, lo mismo que a ciertos grupos étnicos de la unidad imperial.

LOS CISMAS ROMANOS Las mismas causas determinaron en la Iglesia


romana, parecidos efectos, aunque felizmente de
menores consecuencias. Pero así como después de la persecución de Decio,
los cismas africano y romano produjéronse por motivos opuestos, Novato
era partidario en Cartago del laxismo y Novaciano del rigorismo en Ro-
ma, ahora se cambian los papeles y los disidentes de Roma fueron
después de la persecución de Djocleciano los partidarios del laxismo y los
de Cartago del rigorismo. La comunidad cristiana de Roma juzgó al fin
conveniente elegir nuevo papa y fué elegido en el 308 Marcelo ( 8 9 ). Papa
reorganizador, después del largo interregno, restableció o elevó a 25 los
tituli presbiterales de Roma. Pero inmediatamente surgió la cuestión de
los lapsi, mucho más delicada, porque su antecesor el papa Marcelino no
había sido u n modelo de heroísmo i90). Los apóstatas eran numerosos, y pre-
tendían ser reintegrados a la Iglesia, sin penitencia. Y estalló la lucha entre
éstos y los que querían mantener la disciplina; u n día corrió la sangre y el
gobierno de Majencio, haciendo al nuevo obispo responsable de todo, le
envió al destierro. Murió en el destierro y fué elegido como sucesor Eusebio,
pero su elección no fué u n á n i m e ; pues los adversarios de Marcelo daban sus
votos a Heraclio. De nuevo comenzaron las disensiones. Se siguieron cuatro
meses de agitación y de nuevo tuvo que intervenir la autoridad imperial.
Los dos rivales fueron desterrados. Eusebio, internado en Sicilia, murió m u y
pronto (310); pero no se proveyó inmediatamente la sede vacante, sino que
la cristiandad de Roma nó eligió sucesor hasta julio del 311 en la persona de
Milcíades, al volver la paz general a la Iglesia ( 9 1 ).

EL CISMA Por razones del mismo orden la Iglesia de Egipto,


MELECIANO EN EGIPTO como dijimos hablando de San Pedro de Alejan-
dría, tuvo por la misma época una fuerte crisis
interna. Como en las cristiandades que gravitaban en torno a Cartago, fué
la reacción intransigente la que hizo estallar el conflicto ( 9 2 ) ; las medidas
llenas de misericordia de Pedro hacia los lapsi provocaron la protesta del
obispo Melecio de Nicópolis, en el Alto Egipto. No contento con protestar
contra las medidas que juzgaba demasiado benignas de San Pedro, intentó
introducir la desorganización en la Iglesia de Egipto, haciendo ordenaciones

(88) Sobre estos comienzos del donatismo cf. el proceso verbal de la asamblea de
Cirta, leído en la conferencia de 411, ni, 351-355, 387-400, 408-432, 452-470; SAN
AGUSTÍN, Breviculus collationis, ni, 25-27, 31-33; Adversus Cresconium, ni, 30; Contra
Hueras Petiliani, i, 23; De único baptismate, 29-31; Ad Donatistas, xvm, Contra
Gaudentium, i, 47; Epístolas, XLIII, 3.
C89) Líber pontificalis, ed. DUCHESNE, I, p. 164.
C90) Los únicos documentos que tenemos de los sucesos romanos después de la per-
secución son los epitafios de Márcele} y su sucesor Eusebio, redactados casi medio siglo
después por San Dámaso: D E ROSSI, Inscriptiones ChristiancB Urbis Roma, II, p. 62,
63, 138. Sin ser explícitas parece que quieren decir que Marcelo pareció demasiado
riguroso a muchos cristianos de Roma, siendo así que no hizo sino mantener la nece-
saria disciplina penitencial. Cf. el trabajo de GASPAR, citado supra, p. 402, n. 80.
( 91 ) Líber Pontificalis, en las noticias correspondientes e inscripciones de San
Dámaso, citados en la nota anterior.
(92) Cf. supra, pp. 298-299.
LA ULTIMA PERSECUCIÓN 405

ilícitas en diversos centras e intentando desposeer al mismo obispo de Ale-


jandría de su autoridad, sustituyéndolo por vicarios, hechuras suyas, que le
suplían secretamente durante la persecución. Melecio, excomulgado por Pe-
dro, fué deportado a las minas; y cuando terminó la persecución, en 311, volvió
a Alejandría con sus partidarios siempre decididos y encontró que muchos dé-
sus adversarios, Pedro entre ellos, habían sido martirizados. El cisma melé-
ciano, nueva manifestación de las tendencias separatistas respecto de la Igle-
sia y del Imperio, se prolongó hasta mediado del siglo iv ( 9a ).

PERSECUCIÓN EN EL La persecución, después de haber cedido un


ORIENTE Y EN EL ¡LÍRICO momento, había comenzado de nuevo en los
Estados de Galerio (Ilírico y Asia Menor)
y había redoblado su furor en los de Maximino Daia (Siria y Egipto), Es
imposible señalar el número de víctimas. Podemos atribuir al año 306 ó 307'
(22 ó 23 de febrero), el martirio en Sirmio de un cristiano, Sereno o Siriero-
tas, que se dedicaba a cultivar un jardín, en el que llevaba vida eremítica
y que se había ocultado durante el primer tiempo de la persecución ( 94 ).
También parece que fueron martirizados en 306 los llamados cuatro santos
coronados; aunque realmente fueron cinco: escultores empleados en las
vecinas canteras de Sirmio, estaban esculpiendo estatuas destinadas a adornar
diversos monumentos, y parece que fueron condenados por haberse negado
a esculpir un Esculapio encargado por DiOcleciano, que había ya renunciado
al trono y habría venido para inspeccionar algunas obras destinadas á la
decoración del palacio de Salona, a donde quería retirarse ( 95 ).
En el Ilírico apaciguóse la persecución, al menos en el Ilírico occidental
después del 302, cuando Galerio puso a su frente a Licinio, nombrado suce-
sor de Severo í 9 6 ).

( 9 5 ) Las fuentes relativas a este cisma: 1', la epístola canónica del obispo San Pedro
con suplementos siríacos editados por P . DE LAGAKDE en Reliquia? inris écclesiasticláriti-
quissima?i Viena, 1856, retraducidos al griego por E D . SGHWAKTZ, Zur gesckichte.des
Atanasius, en Nachrichten, de Gotinga, 1905, p. 162, s.; 2 ' , documentos insertados
después de la Historia acéfala de SAN ÁTANASIO, en la colección llamada del diácono
Téodosio, conocida por ü n manuscrito de Verana ( L X ) ; publicados por BÁTÍFPÓL, Le
Synodicon d'Athanase, en Byzantinische Zeitschrift, t. X, 1901, p . 128, s. Cf. supra,
pp, 298-299.
(? 4 ) RUINART, Acta Sincera, p . 545.
,( 9 5 ) AA. SS. Novembris, t. I I I , p. 748, s., u n precioso estudio histórico y crítico,
debido al P . DELEHAYE. La pasión de los cinco escultores de Panonia los hace ser con-
denados por Diocleciano mismo. Introduce en escena u n obispo de Antioquía, Cirilo,
deportado de su sede a las canteras de Sirmio en 303 y que llevaba y a en ellas tres
años. El martirio habría tenido lugar, pues, en 306 y la presencia de Diocleciano
en Sirmio se explicaría por la razón dicha en el texto. Su abdicación no le privaba de
poder hacer aplicar la ley a los cristianos. N . V U L I C , Quelques observations sur la
Passio Sanctorum Quattuor Coronatorum, en Rivista di Archeologia cristiana, t. X I ,
1934, p. 156, s., h a hecho recientemente la crítica de los datos topográficos de la pasión.
Mons. KIRSCH (Die Passio der heilige "Vier Gekronten" in Rom, en Historisches Jahr-
buch, t. X X X V I I I , 1917, p . 72, s.) juez excesivamente severo, niega todo valor histó-
rico a la Passio Sanctorum Coronatorum. Es u n parecer aislado. Sobre este tema,
que la yuxtaposición de dos pasiones, la de los cinco escultores de Panonia y la de
los Quattuor Coronati, h a complicado extraordinariamente, cf. J. ZEILLER, Les origines
chrétiennes dans les provinces danubiennes de VEmpire romain, p . 88, s. Trae la
bibliografía hasta 1918.
( 9 6 ) Consúltese al respecto supra, pp. 400-401, la nota relativa a l martirio de San Qui-
rino de Siscia, posiblemente condenado a muerte bajo Licinio. La pasión de los Santos
Herminio y Estratónico, mártires de Singiduno (Belgrado) (cf. AA- SS. Januárii,
406 HISTORIA DE LA IGLESIA

Maximino Daia, más fanático anticristiano quizás que Galerio, habría


publicado, según Eusebio, nuevos edictos para obligar a los gobernadores a
que constriñesen a todos los cristianos a sacrificar ( 9 7 ). Hubo numerosos már-
tires en Asia Menor y en Egipto: fué decapitado por orden del prefecto, en
Alejandría, Filoromo, "iuridicus" o ápxiSixaonfa , jefe supremo de justicia
para la capital o para el resto de Egipto y con él el obispo de Thmuis, Fi-
leas ( 9 8 ). Otros muchos perecieron víctimas de los suplicios más refina-
dos ( " ) . En Gaza y en Cesárea de Palestina las ejecuciones se multiplicaron
y fué la víctima más ilustre el sabio sacerdote y doctor Panfilo, maestro y
amigo de Eusebio de Cesárea. Otros muchos cristianos fueron condenados
a las minas después de haberles arrancado u n ojo ( 1 0 °).
No h a y más que u n breve período en 308, en el que parece van a cesar
las violencias: Maximino, descontento de quedar César, mientras Galerio nom-
braba para sustituir al Augusto Severo a su amigo Licinio, manifestó su irri-
tación, atenuando las medidas de rigor contra los cristianos ( 1 0 1 ) ; pero no
duró mucho esta actitud.
Es Galerio, el que había desencadenado la persecución, quien debía hacerla
cesar, confesándose vencido por la pacífica resistencia de los cristianos y
pidiendo perdón por su actitud equivocada. Decio, ante el espectáculo de las
numerosas apostasías, pudo, a, pesar del heroísmo de otros muchos, creer que
había herido de muerte al cristianismo; Valeriano no pudo juzgar de los
resultados de sus tentativas, preocupado por los enemigos exteriores del Impe-
rio hasta que pereció contra ellos; Galerio y Diocleciano que lo contempló
desde su retiro, tuvieron el fracaso ante sus ojos y hubieron de confesarlo.

§ 4 . — F i n de la p e r s e c u c i ó n . El edicto de tolerancia
d e Galerio ( 3 1 1 )

GALERIO CORRIGE El viraje de Galerio fué tan repentino e inesperado,


SU POLÍTICA que los cristianos no sin razón vieron en él la mano
omnipotente de Dios, poniendo al emperador en cir-
cunstancias trágicas que le convencieron avque iniciase, próximo a morir,
una política que condenaba abierta y solemnemente la que había inaugurado
ocho años antes. Junto con las dificultades políticas creadas por una tetrar-
quía que había venido a ser u n a anarquía imperial, comenzó a aquejarle,
a principios del 310, una enfermedad extraña y horrible, cuyos espantosos
progresos ha descrito Lactancio en su libro terriblemente vengativo La
muerte de los perseguidores ( 1 0 2 ): abscesos incurables, hemorragias, gan-

t. I, p. 769), anota su muerte gobernando Licinio. Pero nada hay de cierto sobre
este particular.
(9T) EUSEBIO, De Mart. Palest., iv, 8. Teniendo los Césares una autoridad legisla-
tiva limitada y prescribiendo el edicto de 304 lo mismo que Eusebio dice que pres-
cribían los nuevos decretos, no se puede tratar sino de instrucciones enviadas a los
gobernadores por Maximino, después de haber tomado posesión del poder, para obli-
garles a aplicar sin piedad la ley en vigor.
(«8) Acta SS. Phileee et Philoromi (RurNABT, Acta sincera, p. 548).
(»») Ibíd. VIII, VIII y ix.
(loo) EUSEBIO, De martyr. Palest., ix, s.
( W 1 ) EUSEBIO, De mart. Palest-, ix, 1, señala esta breve calma.
(102) r)e morte persecutorum, xxxm. Cf. también EUSEBIO, Hist. Eccl., VIH,
xvi, 4 y los autores paganos AURELIO VÍCTOR, De Cazsaribus, xi, 9; Epitome, x-,
4, 5; ZÓSIMO, Historia, n, 11.
LA U L T I M A PERSECUCIÓN 407

greña, el cuerpo presa de gusanos; durante ocho meses el mal no cesó de


progresar; al fin de ellos Galerio estuvo de acuerdo con sus víctimas, si no
para ver en su enfermedad u n castigo divino, al menos para confesar que
sólo el Dios de los cristianos podía proporcionarle algún alivio. Estas angus-
tias personales, mezcla de desesperación ante el m a l incurable y de recurso
a una suprema esperanza de salud, y la conciencia del fracaso de una política
que había derramado tanta sangre dictaron el edicto, verdadera carta de
libertad de la Iglesia, que fué proclamado en abril de 311 en nombre de
Galerio, Licinio, Constantino y seguramente también, a pesar de no constar
su nombre en el texto que poseemos, de Maximino Daia ( l o s ) . Fué dado
en Sárdica, donde Galerio se encontraba entonces con Licinio, partidario
de la tolerancia y que quizá influyó mucho en que se diese el edicto ( 1 0 4 ).

EL EDICTO DE 311 Extraño edicto, que parece u n compromiso entre dos ten-
dencias antagonistas y que, decretando la tolerancia, se
abre como u n edicto de persecución, pues comienza por reprochar a los
cristianos, no sólo que h a n abandonado la religión de los antiguos, sino, lo
que es más extraño, de que no h a n sido fieles a la suya; sin duda alude a las
herejías que habían dividido la Iglesia. "Entre ( 105 ) todas las medidas, dice
este texto desconcertante, que no hemos cesado de tomar por el bien y la
Utilidad del Estado, quisimos no ha mucho volver todas las cosas a las anti-
guas leyes y a la disciplina tradicional de los romanos y en particular que
los cristianos, que habían abandonado la religión de sus padres, volviesen
a mejor acuerdo. Pero ha sido tal su mala voluntad y su locura, que no
seguían siquiera las antiguas costumbres que sus primeros fundadores insti-
tuyeron sino que h a n hecho leyes a su capricho y h a n tenido en diversos
lugares asambleas distintas. Finalmente, después que ordenamos que todos
volviesen a las costumbres de los antiguos, muchos obedecieron por temor
y muchos debieron ser castigados; pero como la mayor parte perseverase
en su obstinación y viésemos que por una parte no rendían a los dioses el
culto y el honor que le son debidos,- y por otra no adoraban tampoco al Dios
de los cristianos" —alusión evidente al abandono forzado de las asambleas
religiosas— "no escuchando sino a nuestra extrema clemencia y a nuestra dis-
posición ordinaria de tratar con dulzura a todos los hombres, hemos creído de-
ber extender a ellos también nuestra indulgencia y permitir que los cristianos
existan en adelante y vuelvan a sus asambleas, con tal que no hagan nada Gdn-
tra la disciplina. l*or otro documento informaremos a los magistrados sobré las
normas que deben seguir. En agradecimiento a nuestra indulgencia pidan a su
DioS por nuestra salud, por el Estado y por ellos mismos, a fin de que la Repú-
blica goce de perfecta prosperidad y ellos puedan vivir Con seguridad".

(103) El nombre de. Maximino Daia falta en el texto que nos ha llegado a nosotros,
porque la memoria de este emperador fué abolida después oficialmente. Así también el
nombre de Licinio, que figuraba en la primera edición de Eusebio, falta en la última;
porque después que rompió con Constantino y fué derrotado, vino la destrucción legal
de todo lo que podía conservar su memoria.
(104) JJ. GRÉGOIRE (La "conversión" de Constantin, en Revue de l'Université de Bru-
xelles, t. XXXVI, 1930-1931, p. 231, s.) hace de Licinio el verdadero autor del edicto
de Tolerancia. Su política en los años siguientes parece justificar esta hipótesis, sin
darle sin embargo más que un alto grado de probabilidad.
(ios) Texto en LACTANCIO, De mort. persecut., xxxiv; EUSEBIO, Hist. EccL, VIII,
xvii. Lactancio ha conservado el texto latino original, excepto el encabezamiento, que
nos es conocido por la traducción griega de. Eusebio en las dos formas indicadas en
la nota 103.
408 HISTORIA DE LA IGLESIA

Era la confesión de u n fracaso: el emperador confesaba que no había podido


vencer la resistencia pasiva de los cristianos; capitulaba y el licet esse
christianos era proclamado por todo el Imperio de manera definitiva. E l
restablecimiento de las asambleas añadía, para emplear términos modernos,
la libertad de culto a la libertad de conciencia. Suponía además la restitu-
ción a la Iglesia de los bienes eclesiásticos aun no enajenados; pues la auto-
rización de tener asambleas religiosas implica que se devolvía a los cristia-
nos los lugares, confiscados: los conventícula de que habla el edicto desig-
nan a la vez las asambleas y los lugares en que se tienen. Las restituciones
de Majencio en Italia, que conocemos por algunos documentos ( 1 0 6 ), no dejan
apenas duda sobre la voluntad de Galerio, o más exactamente, del Colegio
imperial del cual era cabeza. La cláusula "con tal que no hagan nada contra
la disciplina", perfectamente natural en quien encarnaba el Estado y el
anuncio de u n a carta destinada a guiar a los magistrados en la aplicación
del edicto, podían abrir la puerta a restricciones quisquillosas. El emperador
Maximino Daia, en particular, poco dispuesto a cesar en su lucha contra los
cristianos encontró en estos detalles u n arma que supo utilizar ( 1 0 T ).
De hecho el documento anunciado por los emperadores, detallando la apli-
cación del edicto, no parece que fuese publicado o por lo menos, n a h a y nin-
gún indicio positivo de que Galerio haya publicado ese rescripto destinado
a los magistrados, sin duda por haber muerto m u y pronto. Murió, efectiva-
mente, el 5 de mayo de 311.

MAXIMINO DAIA ¿La muerte de Galerio animó a Maximino


CONTINUA LAS Daia a proseguir u n a política a la que per-
HOST1L1DADES EN ORIENTE sonalmente se sentía inclinado? Lo cierto es
que el cese de la persecución no fué general
después del edicto de Galerio. Es más que probable que, aunque el nombre de
Maximino Daia no se encuentre en el texto que poseemos ( 108 ) del edicto de
tolerancia, lo hubiese firmado con sus colegas, legisladores colectivamente; pe-
ro mientras el edicto fué fijado en todas la provincias que dependían de Gale-
rio, de Licinio y de Constantino —y en el dominio italiano y africano de
Majencio, quien no quería hacer por los cristianos menos que el colegio
imperial que lo miraba como u n intruso, eran devueltos a los cristianos
todos los lugares de culto que estaban en manos del fisco (10B)-—, Maximino
Daia no hizo publicar el edicto en sus provincias. Su prefecto del pretorio,
Sabino, por orden suya dio solamente a conocer el edicto a los gobernadores
provinciales ( 1 1 0 ), encargándoles que hiciesen saber a los magistrados de
las ciudades que los emperadores desistían en su intento de reducir a los
cristianos a la religión del Estado y que no se les debía perseguir en ade-
lante por este motivo. Se abrieron las prisiones y el culto cristiano comenzó
a celebrarse, sobre todo en los cementerios y en los sepulcros de los mártires.
Pero no fué más que u n momento de luz y paz en estas provincias orientales
gobernadas por Maximino, no sólo en Siria y Egipto, sino también en Asia

(106) Cf. infra, en esta misma página.


(107) El alcance del edicto de Galerio ha sido muy bien estudiado por J. B. KNIP-
FING, The Edict of Galerius (A. D. 311) reconsidered, en Revue belge de Philólogie et
d'Histoire, 1922, p. 693.
(108) Cf. supra, p. 407, n. 103.
(i«9) Cf. t. III, cap. I.
(lio) EUSEBIO, Hist. EccL, IX, i, 3-6 ha reproducido el texto en griego y luego el
original latino.
LA ULTIMA PERSECUCIÓN 409

Menor con que Daia había enriquecido sus dominios a la muerte de Gale-
rio a despecho de Licinio. Muerto Galerio, Maximino, libre de toda traba,
no vaciló en renovar paulatinamente la guerra religiosa, que fué acompañada
de otra guerra exterior, efecto también! de la hostilidad del emperador contra
el cristianismo: parece que quiso reducir al paganismo a los armenios, ami-
gos y aliados del Imperio, que se habían hecho cristianos. Los armenios resis-
tieron con las armas y Maximino Daia tuvo que desistir ( m ) . Dentro de sus
provincias la ofensiva anticristiana tomó las formas más diversas: intentó,
por ejemplo, instituir u n a contra-iglesia pagana, en que los sacerdotes estu-
viesen jerarquizados por ciudades y provincias a la manera de la jerarquía
cristiana ( 1 1 2 ), pero con personajes, figuras de la jerarquía civil, rodeados
de mucho aparato exterior para acrecentar su prestigio e investidos de pode-
res de policía contra los cristianos ( 1 1 3 ). Difundió los pretendidos Hechos de
Piloto, injuriosos para Jesucristo ( U 4 ) y animó a las ciudades, en q u e domi-
naba el elemento pagano, a solicitar la expulsión de los cristianos y así en
número que no es fácil apreciar, pero que n o fué insignificante, se vieron
obligados a errar por los campos ( 1 1 5 ). Finalmente empleó vejaciones de todas
clases y nuevas ejecuciones vinieron a dar todo su color a la persecución.
Perecieron, entre otros, los obispos Silvano de Emesa y Pedro de Alejan-
dría ( 1 1 6 ), otros obispos egipcios, y el célebre sacerdote teólogo Luciano de
Antioquía. Cesaron las ejecuciones en el 312 en que Maximino capituló al
recibir una intimación de Constantino ( m ) ; por fin, en conflicto con Licinio,
aliado de Constantino, vencedor de Majencio, fué derrotado en 313 y desapa-
reció de la historia ( 1 1 8 ).

LA PAZ DEFINITIVA E l acuerdo de los emperadores llegó, después de


su entrevista en Milán, en 312, a la definición de
las nuevas relaciones entre la Iglesia y el Imperio, m á s favorables a la pri-
mera que en el edicto de Galerio. Esta definición h a largo tiempo que se

i111) EUSEBIO, Hist. Eccl., IX, VIII, 2, 4 es el único que da noticias acerca de esta
guerra. Parece que hay que ver en estos armenios los habitantes de las cinco satrapías
transtigritanas adquiridas para el Imperio después de la victoria de Galerio en 297;
pero que habían permanecido bajo la autoridad de jefes nacionales, cristianos, como
la dinastía reinante y) una gran parte de la población del reino de. Armenia.
( 112 ) LACTANCIO, De mortibus persecutorum, xxxvi y xxxvii; EUSEBIO, Hist. Eccl.,
VIII, xiv, 2; JULIANO, Epist. v, 16; SAN GREGORIO DE NACIANZO; Oral., rv, 111.
SOZÓMENO, Hist. Eccl-, V, xvi.
( 113 ) LACTANCIO, ibíd., xxxvii; EUSEBIO, ibíd., VIII, xiv, 9 y IX, iv, 2. Cf. H. GRÉ-
GOIRE, Notes Epigraphiques, I: La religión de Maximin Daia, en Byzantion, t. VIII,
1933, p. 49 y s.
( 114 ) EUSEBIO, Hist. Eccl., IX, v, 1- Sobre los pretendidos Hechos de Pilato, P. DE
LABRIQI.T.K, La réaction páienne, pp. 327-328.
(lie) Textos célebres como la inscripción de Aricanda (Corpus inscriptionum latina-
rum, III, 12132) nos dan a conocer lo que podía ser esta petición de ciudades inte-
resadas en agradar al príncipe, para provocar la expulsión de la población cristiana
cuyo contacto declaraban no querían sufrir por más tiempo. No se tache de inverosímil
este relato de la evacuación lejos de su morada y de toda condición normal de vida
a los proscriptos, reduciéndolos a la condición de vagabundos: la deportación en masa
de los habitantes de localidades culpables de no conformismo, abandonándolos en país
desierto, ha sido practicada por el gobierno de la Rusia soviética.
(116) EUSEBIO, Hist. Eccl., IX, vi; cf. VIII, x m .
(117) Sobre el rescripto dirigido entonces por Maximino a su prefecto Sabino, pro-
clamando sin convicción la tolerancia (EUSEBIO, Hist. Eccl., IX, x, 9), cf. t. III,
cap. I.
( 118 ) Cf. igualmente t. III, cap. I.
410 HISTORIA DE LA IGLESIA

conoce con el nombre históricamente inexacto, como se verá ( 1 1 9 ), aunque


empleado no sin causa, de Edicto de Milán. El nuevo estado de cosas marca
la última etapa de una transformación operada por la aproximación al cris-
tianismo del verdadero jefe del colegio imperial, que pronto sería único empe-
rador, Constantino. Esta "conversión" de Constantino, sobre cuya fecha,
sinceridad y realidad misma se ha discutido mucho últimamente, abre u n
nuevo período en la historia de la Iglesia y por esta razón no expondremos
en éste, sino en el volumen siguiente las circunstancias y carácter de esta
conversión; pues es el comienzo de u n a nueva época a la que va dedicado
el próximo volumen. Pero lo que cierra el período anterior, el de las per-
secuciones, a pesar de la guerra que aun hizo al cristianismo Maximino Daia,
es el edicto de Galerio. Desde este día ha sido reconocido por el Imperio
moralmente vencido en el terreno religioso, el derecho de los cristianos
a existir y a practicar su culto, derecho que ya no les fué discutido en ade-
lante, al menos abiertamente.

(»9) Cf. t. III, cap. I.


CAPITULO XXI

EL BALANCE DE LA CONQUISTA CRISTIANA


AL LLEGAR LA PAZ DE CONSTANTINO

La larga lucha que el Imperio romano había sostenido desde Nerón contra
el cristianismo terminó con la victoria de éste. No que hubiese ya con-
quistado todo el imperio; pero su incomparable dinamismo le abría las
puertas del porvenir; el porvenir era suyo. Su marcha conquistadora, inin-
terrumpida, desbordaba, por así decir, u n presente rico de promesas como
había desbordado las fronteras del Imperio, plantando sus tiendas en África
m á s allá de las provincias romanas, entre los godos de más allá del Danubio,
en Persia, en Armenia, de manera señorial y definitiva, y hasta en la India.

§ 1. — Estado de la c o n q u i s t a cristiana.
Extensión y límites

CRISTIANIZACIÓN DEL La proporción numérica de los cristianos en el


ORIENTE Imperio era m u y distinta según las regiones.
Mayoría ya (*), o próximos a serlo, al menos en
algunas ciudades de ciertas partes del Oriente, minoría imponente en otras,
los cristianos encontraban todavía aquí en algunas grandes ciudades, como
Antioquía, en que las religiones antiguas conservaban numerosos y decidi-
dos adeptos, resistencia enérgica; y el éxito, que en algunas regiones tuvo la
política de Daia, provocando la demanda de la expulsión de los cristianos
por sus conciudadanos paganos, son testimonio de la fuerza con que a u n
resistían estas ciudadelas del paganismo oriental.
Sin embargo, en general, hacia el año 300 la cristianización estaba m u y
adelantada en Oriente: más que en Egipto y en los países semíticos, como Si-
ria, en los países helénicos o helenizados como Asia Menor, Tracia, Macedonia
y las costas griegas.

MENOR DIFUSIÓN La cristianización de Occidente estaba menos avan-


DEL CRISTIANISMO zada, pero sería exageración decir que salvo las
EN OCCIDENTE costas del Mediterráneo, apenas si había comen-
zado ( 2 ) . En España datos auténticos relativos a la
persecución de Valeriano y los muchos obispados representados en el concilio
de Elvira atestiguan u n a penetración profunda del cristianismo en el inte-
rior. Si el número de los obispados de la Galia anteriores al siglo iv es m u y
limitado, existen sin embargo ya m u y lejos del litoral del Mediterráneo, en

(*) EUSEBIO (Hist. Eccl., VIII, ix) cita una pequeña ciudad de Frigia, entera-
mente cristiana con todos sus magistrados.
( 2 ) Esta es la tesis de H. GRÉGOIRE, La "conversión" de Constantin, en Revue de
l'Université de Bruxelles, t. XXXVI, 1930-1931, pp. 231, s.
411
412 H I S T O R I A DE LA IGLESIA

Burdeos, Bourges, Sens, París, Rouen, Reims, Chalons, Tréveris. En Italia,


¿Majencio habría practicado u n a política favorable a los cristianos sino hu-
biesen sido más que u n puñado de hombres? En África hemos hablado muchas
veces del número elevadísimo de obispos reunidos en los concilios bajo la
presidencia del obispo de Cartago desde finales del siglo n hasta la época de
San Cipriano y hasta el día siguiente de la última persecución, y las conse-
cuencias de ésta sobre estas provincias, turbadas luego por el donatismo,
nos demuestran el lugar que el cristianismo había alcanzado en el país. No
se puede negar, sin embargo, que faltaba mucho por hacer en Occidente, don-
de apenas si la evangelización había comenzado en el campo; mientras que
en el Oriente asiático y helénico, lo mismo que en Egipto, no eran excepción
las cristiandades aldeanas.

EVANGELIZACIÓN DEL No olvidemos que en el siglo n Plinio el Joven


CAMPO EN ORIENTE se asombraba, cargando quizá u n poco los colo-
res del cuadro, al ver el espectáculo del cristia-
nismo triunfando en simples aldeas de Bitinia. Dos siglos y medio después,
caso bastante paradójico, mientras la ciudad de Mesppotamia Kaskar perma-
necía obstinadamente pagana, así lo afirma Teodoreto ( á ) , la región circun-
dante, según Acta disputationis sancti Archelai cum Manete hmretico (*)
y la Peregrinado JEtheriae ( 5 ) estaba sembrada de monasterios y poblada
de cristianos.

LA EVANGELIZACIÓN No podemos hablar en Occidente de una evan-


DEL CAMPO APENAS gelización del campo, como en Oriente. Note-
INICIADA EN OCCIDENTE mos sin embargo que San Ireneo se queja en
una ocasión de olvidar el griego entre los cel-
tas, lo que supone que tenía que dirigirse con alguna frecuencia a los rus-
tid ( 6 ) ; pero no leemos n a d a semejante en San Cipriano y sería difícil
quizá encontrar otros testimonios de predicación del Evangelio en lengua
indígena, ibérica o púnica. Menos a ú n podremos encontrar datos ciertos
de que se recluten clérigos entre la población no romanizada, ibérica, afri-
cana, gala y del Ilírico. A pesar de todo sería probablemente exagerado conr
cluir de esto que no se puede hablar d e evangelización de los indígenas
del campo.

EL CRISTIANISMO, El cristianismo durante mucho tiempo se presentó


RELIGIÓN DE GENTE a los ojos de los romanos como religión de los humil-
HUMILDE des: "Yo no me dirijo, escribe Tertuliano, en el De
testimonio animas ( 7 ) "a los que se h a n formado en
escuelas y estudiando en b i b l i o t e c a s . . . no, te hablo a ti,-alma ingenua, igno-
rante, que nada más sabes que lo que oyes hablar en la calle o en el comercio."
Celso había ido más adelante, poniendo en boca de los cristianos con visi-
ble malevolencia estas palabras: "Si h a y por ahí algún palurdo, necio u hom-
bre que no sea nadie, que venga a nosotros con confianza." Y Orígenes,

(34) Hist. Eccl., IV, xvm.


( ) P. G., X, 1492, s. El detalle conserva su valor aunque las Actas no sean más
que una ficción.
(5) Sanctee Sylvice peregrinado, xxx, en lunera Hierosolymitana, ed. GETER, en
el Corpus de Viena, t. XXXIX, p. 35, s. (se trata de antiguos itinerarios de peregrinos).
( 6 ) Adversus hcereses, I, Praefatio.
(7) De testimonio animoe, i.
B A L A N C E DE LA C O N Q U I S T A C R I S T I A N A 413

respondiéndole, no tiene dificultad en conceder que la mayor parte de sus


adeptos los ha reunido el cristianismo de entre "los tejedores, los bataneros,
los cordeleros" ( 8 ) o como dirá más tarde San Jerónimo "de entre la multi-
tud más vil" ( 9 ).

HAY NUMEROSOS ADEPTOS No podemos sin embargo olvidar las con-


TAMBIEN EN LAS quistas hechas en las clases altas de la socie-
CLASES ALTAS dad, en la aristocracia intelectual y social,
como el Areopagita Dionisio y el procónsul
Sergio, ganados para Cristo por San Pablo, y como otros miembros de las
casas senatoriales y aun imperiales romanas ( 1 0 ). En la época que historiamos
continúa la evolución hacia el cristianismo de una parte siempre creciente de
las clases elevadas y Tertuliano habla de los "clarísimos" ( u ) cristianos. Fa-
milias provinciales de rango dieron a la Iglesia hombres como Gregorio el
Taumaturgo, obispo de Neocesárea en el Ponto, destinado en u n principio al
foro y hermano político de u n asesor del procurador de Judea, o como Ci-
priano de Cartago, miembro de una familia de decuriones y abogado de nom-
bre en su ciudad. Santa Perpetua, mártir, tenía derecho al título de matrona
y hemos visto en Asia Menor y en España numerosos cristianos miembros
de las curias de las ciudades ( 1 2 ). Parece, según el cuadro risueño que Eu-
sebio nos presenta de los últimos años del siglo n i , que esta evolución
continuaba en aumento: la misma corte, por primera vez semicristiana con
Alejandro Severo, se iba poblando de cristianos lo mismo que las magis-
traturas.

§ 2 . — R a z o n e s p r o f u n d a s de la resistencia
al cristianismo

LA INCOMPATIBILIDAD Esta marcha conquistadora del cristianismo y


DEL CRISTIANISMO su aceleración en ciertos períodos provóca-
la DE LA IDEA ROMANA ron las grandes tentativas de resistencia, que
fueron las tres últimas persecuciones generales
de Decio, Valeriano y Diocleciano. ¿Cuáles eran las razones fundamentales
de este esfuerzo después de las persecuciones anteriores, menos sistemáticas
y menos rigurosas, para detener la ola del cristianismo y aplastarlo defini-
tivamente, si fuese posible? Se reducen a la convicción de la incompatibili-
dad del cristianismo y la idea romana: los cristianos que no adoran los dio-
ses del Imperio, comenzando por su divino emperador, son acusados de falta
de civismo. Cuando se les reprocha a lo largo de los dos siglos y medio que
van de Nerón a Constantino, el "odium generis h u m a n i " en expresión de
Tácito ( 1 3 ), o se les acusa de ateísmo, sorda y callada o explícitamente, es
siempre la acusación y el grito de que no se interesan p o r los destinos de su
patria terrena. Ya vimos a la vez los motivos y la injusticia de esta acusa-
ción: ni respecto del servicio militar, n i de las funciones públicas h a habido
en la práctica u n rehusar general y premeditado de los cristianos a sus
(8) Contra Celsum, III, LV.
(9) "Ecclesia Christi non de Academia et Lyceo, sed de vili plebecula congregata
est" (JERÓNIMO, Commentarium in epistolam ad Galatas, L. III, ad cap. V, vers. 6.
(10) Cf. supra, t. I, p. 245 y t. II, pp. 105, ss:, 133, 138 y 371.
(H) Epíteto oficial de los miembros de las familias senatoriales. Cf. TERTULIANO,
Ad Scapulam, v.
(12) Cf. supra, p. 370.
(13) Cf. t. I, p. 237.
414 HISTORIA DE LA IGLESIA

obligaciones de ciudadanos. Sólo la unión estrecha de la religión y de la


vida pública en la antigua ciudad puso u n fuerte obstáculo a la manifestación
más completa de u n civismo, que las instrucciones de los apóstoles Pedro y
Pablo con sus prescripciones de obediencia, sus recomendaciones de respeto
y de buena voluntad cordial para con la autoridad, así como los sentimientos
romanos de u n hombre como Clemente, no nos permiten negar a la primera
generación cristiana. Ni las tendencias, quizá menos favorables de cierto gru-
po de esta generación, exaltados con la esperanza de la parusía; ni los sueños
milenaristas de algunos cristianos del siglo siguiente, obsesionados con la
idea de los grandes cataclismos en que sucumbiría el Imperio y su poder
secular; ni el espíritu secesionista ( 14 ) de u n Tertuliano, que por otra parte
oraba por el Imperio ( 1 5 ) ; n i los escrúpulos filosóficos de Orígenes a propósito
del empleo de la fuerza contra el enemigo; n i los gritos de cólera de u n Lac-
tancio, exasperado por las atrocidades de la persecución pueden m u d a r la rea-
lidad general, ni suprimir los hechos: la presencia de los cristianos, mientras
no se lo hicieron imposible, en el ejército, en la curia, en las magistraturas. Y
el magisterio eclesiástico, cuyo buen sentido condenaba el martirio voluntario
o provocado, jamás predicó ni aprobó estas objeciones que hubiese acabado por
a b r u m a r a la Iglesia, si los intérpretes auténticos de su pensamiento hubiesen
sido hombres como Tertuliano. La opinión que ve en el cristianismo uno de
los disolventes más activos que produjeron la muerte del Imperio es por lo
menos m u y difícil de mantener.
No queremos negar con esto el antagonismo; pero es la persecución tan-
tas veces renovada la que lo ha conservado y renovado. Cuando cesó defini-
tivamente la persecución, los cristianos del Imperio no tuvieron razón para
no sentirse romanos: al reconocerles el Estado abiertamente el derecho a la
existencia, les hizo solidarios del bien público, del que sus virtudes privadas
les disponían a ser los mejores servidores; y los conquistó así definitivamente
para la ciudad terrena, de la que hasta ahora sólo habían visto el lado difícil
y el rostro áspero. San Ambrosio será en el siglo iv el tipo de los cristianos
verdaderamente romanos; pero durante dos siglos u n a larga y cruel mala inte-
ligencia, que explican los conceptos de entonces, mantuvo de una y otra parte
la idea de la incompatibilidad de la Iglesia y del Imperio.

OPOSICIÓN REAL - Es por lo demás demasiado evidente que la


ENTRE EL CRISTIANISMO mentalidad cristiana no podía coincidir en
Y EL ESPÍRITU ANTIGUO todos los puntos con la mentalidad antigua,
aun depurada de ciertos prejuicios. Es pre-
cisamente una diferencia radical de espíritus lo que hacía que los cristianos
apareciesen como ciudadanos inquietantes a los ojos de la autoridad, de la
opinión de la sociedad culta y aun de la plebe; tan respetuosos como se
quiera, tan leales al Imperio y tan consagrados al bien común, tan obe-
dientes al emperador, como queramos imaginarlos, no se entregaban total-
mente a la patria terrena, no la ponían, no podían ponerla "sobre todas las
cosas"; miraban más allí de las fronteras y del tiempo y tenían cierto desin-
terés por este mundo que se les reprochaba como falta de interés por la
defensa del suelo romano y "a fortiori" de su extensión. Pero estos déficits
de orden temporal tenían una larga compensación como lo demuestra la his-
toria del cristianismo en los primeros siglos del Imperio.

(14) Cf. supra, p. 371, ss.


(15) Apologeticum, xxxn.
B A L A N C E DE LA C O N Q U I S T A C R I S T I A N A 415

§ 3 . — Los cristianos y el b i e n p ú b l i c o

LOS CRISTIANOS Menos preocupados que los demás por los nego-
AL SERVICIO DEL BIEN cios de este mundo, indiferentes ante la muerte,
PUBLICO POR SUS cuando no la deseaban prematuramente como
VIRTUDES PROPIAS paso a una vida nueva en que se consumara la
unión con Cristo, los cristianos h a n multiplicado
los ejemplos de las virtudes más raras y los heroísmos más nuevos: despre-
cio de las riquezas, pureza de costumbres —salvaguardia del porvenir de las
razas— ( 1 6 ), caridad sin medida, aceptación de los padecimientos y de la
muerte, antes que renegar de los altos ideales cristianos, y la fe en u n Dios
de amor. Tal suma de buena voluntad individual, a través de siglos de sacri-
ficios, de heroísmos, de ánimo sobrehumano, ¿no suponían por su mérito
intrínseco y por el valor de su ejemplo tanto y más para el bien del Estado
como el conformismo con el civismo tradicional, a u n el más activo y sincero?
Cuando los apologistas piden a los emperadores la paz para los cristianos,
cuya cooperación y entrega le ofrecen en retorno, no se trata de u n cambio
ingenuo y desproporcionado ( 1 T ).

EL CRISTIANISMO, Poco cuidadosos quizá de la protección material


ALIADO DE LA del Imperio, al que no limitaban sus aspiraciones
CIVILIZACIÓN ROMANA y sus ideales y al que algunos no creían poder
servir con las armas, pacíficos e inclinados al
pacifismo, tenían respecto del mundo allende las fronteras u n a actitud m u y
distinta de la que observaba la masa de sus conciudadanos, actitud que n o
iba contra los intereses bien entendidos del Imperio romano, al mismo
tiempo que tendía a realizar el ideal cristiano. Los historiadores h a n seña-
lado la poca curiosidad de los antiguos por lo que no estaba encerrado dentro
del cuadro familiar. "El horizonte de los pueblos de la antigüedad clásica,
escribía recientemente E. Albertini en su historia del Imperio romano ( 1 8 ), es
voluntariamente limitado; dejan deliberadamente fuera de su área de in-
fluencia y aun de su conocimiento inmensas fracciones de la humanidad.
Los romanos persisten en esta actitud después de la era cristiana, a pesar
de la extensión del Imperio y a pesar de los contactos que esta extensión
les impone con nuevos pueblos. No se esfuerzan por coordinar y completar
los conocimientos que adquieren al acaso de las circunstancias. Los empe-
radores no se proponen nada más que montar bien la guardia en las fron-
teras y reglamentar la admisión de los bárbaros, fijando el número, los
puntos y momentos de entrada. No llevan sus miras más lejos." Más amplios,
generosos y preñados de porvenir son los puntos de vista de los cristianos. La
curiosidad, y más que la curiosidad el celo, los lleva a mirar a los pueblos
de allende las fronteras desde u n principio; porque desde sus comienzos para
siempre ha vivido en la Iglesia el espíritu "misional", que ha arrastrado a sus

(16) "L a acción del cristianismo no se limita solamente a la idea de la fraternidad


humana; ha aportado otro gran beneficio y ha consistido en afirmar una moral sexual
que había faltado en gran manera en el mundo greco-latino. Sus prescripciones garan-
tizan la fecundidad de las uniones y durante unos catorce siglos, en Europa, la restric-
ción de nacimientos está en algún modo abolida" (A. LANDRY, Quelques apergus con-
cernant la dépopulation darts l'antiquité gréco-romain, pp. 20-21, en Revue historique.
CLXXVII [1936], pp. 1-33).
( « ) Cf. t. I, p. 345.
(18) Cap. XI, p. 27.
416 HISTORIA DE LA IGLESIA

hijos, repitiendo las mismas palabras de Cristo, a trabajar para convertir a


"todas las naciones". Su ignorancia geográfica, como la de todos los contempo-
ráneos suyos, les llevó a creer que ya en la primera campaña evangeliza-
dura habían llegado hasta los confines de la tierra; aunque ciertamente no
conviene dar demasiada importancia a una declaración de este género, de
San Pablo ( 1 9 ), que no es sino una cita de u n salmo ( 2 0 ) ; admitamos, sin
embargo, que habiendo llegado a España, y pensando quizá que los gastadores
del Evangelio habían realizado obra parecida en otras direcciones, exclamó
con hipérbole que la obra evangelizadora estaba casi terminada; las gene-
raciones siguientes debieron comprobar que en realidad estaba casi todo por
hacer. Los siglos n y n i vieron la evangelización del Imperio en todas sus
provincias; pero ya los sucesores de los apóstoles encontraron las fronteras del
Imperio abiertas. Persia, país bárbaro, foco de una de las civilizaciones
más antiguas del globo, fué quizá alcanzada por la evangelización en la
edad apostólica, o por lo menos, tenía ya iglesias en el siglo n i ; ya vimos
cómo otras regiones lejanas oyeron la predicación en este mismo período.
Los que hicieron oír esta predicación en lejanas regiones no eran misio-
neros venidos de Roma; pero pertenecían al Imperio y eran, quisieran o no,
representantes de la civilización romana, y sus conquistas hubiesen servido
a Roma al menos como fuerza moral, si las hubiese atendido, como comenzará
a hacerlo con Constantino o sus hijos y como lo hará Bizancio en tiempos
de Justiniano. Así el "pacifismo" cristiano, ha sido si no u n servidor, al menos
u n aliado de la civilización antigua.

EL CRISTIANISMO Los predicadores de la religión cristiana tenían


DESBORDA EL IMPERIO una misión mucho más alta, pero, sin embargo,
queremos subrayar el interés histórico de esta
afirmación: mientras que por el año 300 el Imperio se encierra en sus fron-
teras, ciertamente inmensas y por última vez agrandadas después de la vic-
toria del 297, que las llevó más allí del Tigris; el reino de Cristo rebasaba
las fronteras del imperio romano en casi todas las direcciones. Ha atravesado
quizá ya el limes imperial en Bretaña( 2 1 ) y en África del Norte; al menos
se ha establecido mas allá del Danubio en pleno país gótico; en Armenia,
desde donde m u y pronto conquistará a Georgia caucásica; en Persia y hasta
la India o ^1 menos hasta sus fronteras; en Arabia y en la costa de Abisinia.
Es casi el Imperio de Alejandro unido al de César y en algunos puntos sus
fronteras están más lejos todavía. Es necesario recordar, sin embargo, que
excepto en Armenia, y en medida m u y difícil de apreciar en Persia, no se
puede hablar aún en todos estos pueblos sino de islotes cristianizados.

§ 4 . — El cristianismo v e n c e las resistencias


y l o s obstáculos

RAPIDEZ DE LA DIFUSIÓN La gran conquista cristiana, realizada desde


DEL CRISTIANISMO Tiberio a Constantino, es a ú n parcial y. des-
igual en las diversas partes del Imperio; pero
tan' vasta como es, no ha necesitado sino u n tiempo relativamente breve.

( " ) Rom. 10, 18.


(20) Ps. 18, 5.
(21) Cf. supra, pp. 117-118.
BALANCE DE LA CONQUISTA CRISTIANA 417

Aunque nunca interrumpida, en ciertos momentos parece acelerarse o ampli-


ficarse, de manera que podemos señalar las principales etapas de este movi-
miento conquistador.
Al finalizar el siglo primero, la palabra de los apóstoles ha llegado cier-
tamente por medio de ellos o sus inmediatos discípulos a Palestina, Siria, al
Asia Menor, Tracia, Macedonia, Grecia, Italia y a las fronteras de Iliria; casi
ciertamente a España, m u y probablemente a Egipto y verosímilmente a las
costas meridionales de la Galia y a la provincia de África. El siglo n vio nue-
vos progresos: aparecen en la historia las iglesias de Lyón y de Cartago y las
grandes iglesias del norte de Italia como M i l á n y Ravena son contemporáneas,
o m u y poco posteriores a las de Cartago y Lyón; a la vez la fe cristiana
penetra en el interior de las provincias asiáticas. Pero es en el siglo n i cuando
se produce el gran avance cristiano: la mitad oriental del Imperio parece com-
pletamente evangelizada y en gran parte ya ganada para la nueva fe ( 2 2 ). E n
Occidente, las cristiandades se multiplican en Italia y en África; las conocemos
también m u y numerosas en España. La evangelización de la Galia estaba rela-
tivamente avanzada: había llegado hasta el Rhin y franqueado la Mancha.
Entre tanto aparecen numerosos centros cristianos a lo largo del Danubio y en
las regiones vecinas.
Toda esta labor se realizó en dos siglos y medio. No h a sido u n a revo-
lución instantánea, n i u n a progresión lenta, sino u n a ascensión rápida y
continua, aunque no uniforme, al fin de la cual se había virtualmente con-
sumado la revolución más grande que h a sufrido el m u n d o antiguo. Victoria
obtenida a costa de muchos sacrificios, pero cuya relativa rapidez es por lo
mismo más admirable, pues tuvo que superar numerosos obstáculos.

DIFICULTADES QUE El ideal de la ciudad antigua se confundía por así


TUVO QUE SUPERAR decirlo con ella misma; ya que los dioses que ado-
raban los griegos y romanos eran los dioses del
Estado y que en el Imperio romano la religión oficial había terminado por
resumirse en el' culto del emperador. E l cristianismo, sin ir directamente a
destruir el primer ideal de la ciudad antigua, lo sustituyó por otro nuevo
ideal que hace del hombre, ciudadano de la ciudad terrestre, u n ser que sueña
con u n a ciudad superior, que San Agustín llama la ciudad de Dios. Enseña
a distinguir a Dios del César; pero no hace distinción entre los hombres,
no es aceptador de personas y pone en el mismo plano ricos y pobres,
esclavos y libres, griegos, romanos y bárbaros; y d a a todos, como único
programa de vida, la práctica de u n a moral, cuya intransigente pureza
jamás pudo ser igualada n i soñada por ninguna de las filosofías n i de las
religiones antiguas, por elevadas que h a y a n sido. ¡Qué reeducación del
mundo antiguo era necesaria para que pudiese aceptar todo este ideal!
Ciertamente que u n a evolución religiosa, que se desarrollaba paralela-
mente a la evolución del cristianismo y muchas veces frente a él, le preparó
el camino. E l éxito de las religiones orientales en el Imperio romano del
primero al tercer siglo prueba que eran muchos los espíritus que buscaban
algo que n i el politeísmo n i la tradición grecolatina podían darles ( 2 3 ). Los
(22) r j e hecho, sin embargo, zonas extensas han escapado a la predicación cristiana,
ya que aun en el siglo vi Juan de Efeso, recorriendo el Asia Menor, encontró nume-
rosos paganos que convertir (JUAN DE EFESO o DE ASIA, Commentarii de beatis orien-
talibus et historiee ecclesiasticce fragmenta, ed. CURETON, Oxford, 1853, traducción
alemana del texto siríaco por SCHÓNEFEUJER, Die Kirchengeschichte des Johann von
Epkesus, Munich, 1862, pp. 84 y 133).
C23) Cf. t. I, Introducción, pp. 19, s.
418 HISTORIA DE LA IGLESIA

cultos de la Magna Mater de Frigia, de las divinidades egipcias, de los


Baales sirios o de Mitra h a n seducido a muchos ciudadanos y, como sucedió con
el cristianismo, h a n inquietado a las autoridades; de a h í las alternativas de
severidad, de tolerancias o de favor de que se h a n beneficiado o que h a n herido
a los cultos de Cibeles, Isis, Mitra, o a la religión neopitagórica. Así vino
la reforma de Claudio, que integró la religión frigia en los cuadros sacer-
dotales del Estado romano, y la prohibición de la pequeña iglesia neopitagó-
rica, demasiado independiente coh toda probabilidad ( 2 4 ) y luego la adop-
ción por los emperadores de los cultos solares de Siria o Persia que hacían
del emperador como u n a encarnación o imagen del dios supremo.

OPOSICIÓN ENTRE EL T a l fué e n el orden h u m a n o la ventaja q u e


CRISTIANISMO Y LAS las religiones orientales pudieron disfrutar y
RELIGIONES ORIENTALES aprovechar y que determina u n a diferencia ca-
EXTEND1DAS POR EL pital entre ellas y el cristianismo. Del siglo pri-
IMPERIO ROMANO mero al tercero se acercan las unas a las otras
en u n casi sincretismo religioso, que encuentra
su término en el monoteísmo solar, profesado por Aureliano y más tarde por
Juliano, o en el monoteísmo depurado de los adoradores del Summus
Deus ( 2 B ), como quizá lo fué Constancio Cloro. A l mismo tiempo se con-
cillan con las creencias tradicionales del helenismo y de Roma con adapta-
ciones t a n conocidas como la que presenta al Baal sirio bajo el nombre
de Saturno y encuentra en Mitra los rasgos de Apolo. E n manera alguna
prohiben a sus adeptos la participación en el culto oficial de la divinidad
imperial. E l cristianismo no puede transigir con nada de esto; pues enseña,
como el judaismo, el monoteísmo más puro y riguroso y no puede admi-
tir la adoración religiosa del emperador y los sacrificios que le son ofrecidos
como a u n verdadero dios. E l rehusar este culto estaba permitido por el
Estado romano a los judíos, autorizados a reemplazar el sacrificio por u n a
simple señal de respeto y la invocación de la divinidad del emperador por
una oración, en virtud de u n tratado entre su nación y Roma, antes de la
anexión ( 2 6 ) . Los cristianos jamás gozaron de u n privilegio parecido.
Había otras diferencias favorables a las religiones orientales, aunque quizá
pudiera parecer lo contrario: por más que estas religiones hayan llevado
al ambiente romano ideas morales superiores a las que reinaban en él —como
la religión de Mitra, que tuvo u n ideal de purificación y rectitud justamente
alabado—, la preocupación moral en ellas jamás fué la del cristianismo. Si
llevaban a sus seguidores la esperanza de la salvación y de la inmortalidad,
la ofrecían como efecto de ritos que no son sino simbólicamente purificatorios
más bien que como fruto de u n a reforma personal real y efectiva. Es decir,
que el cristianismo era mucho más exigente para sus seguidores que cual-
quiera de aquellas otras religiones.
Humanamente hablando, estas religiones contaban con todo lo que se'podía
desear para; tener en el mundo romano mayor éxito que la religión cris-
tiana; para conquistar a todo el mundo sin rehusar a nadie; se podía adorar
a Mitra, o a Serapis o al Summus Deus, que en manera alguna era el
"Dios celoso" de los judíos y de los cristianos, sin decir adiós a ninguno de los

(24) Cf. los trabajos de J. CARCOPINO, indicados, t. I, p. 19, n. 13; p. 21 n. 24 y


p. 22, n. 27.
(25) Cf. P. BATIPPOL, La paix constantinienne: Excursus B, pp. 188, s.: Summus Deus,
Le monothéisme dans le paganisme.
(2«) Cf. t. I, Introducción, p. 20.
B A L A N C E DE LA C O N Q U I S T A CRISTIANA 419

placeres humanos, sin renegar de Júpiter Capitolino, ni dejar de ser devotos


del emperador. ¿Cómo éste, los magistrados y la sociedad no habían de
recibir bien estas religiones que tendían a no ser más que u n a sola, integrán-
dose al mismo tiempo en el sistema religioso del Imperio romano?
Sin embargo, a pesar de tantas facilidades, no se pudo asegurar el triunfo
del sincretismo. El progreso de las religiones de Oriente y del monoteísmo
solar que las resumió, duró tres siglos; pero apenas les faltó la protección del
poder después de la conversión de Constantino, fué tan rápida su decadencia
que no mucho más de u n siglo después ya no eran más que u n vago recuerdo
de otros tiempos.

ACTITUD DE La paradoja aparente del desarrollo del cristia-


LOS CRISTIANOS nismo es que se ha realizado a pesar de la opo-
ANTE LAS OPOSICIONES sición del poder y de u n poder como el del
Y LA VIOLENCIA gobierno romano, apoyado por la opinión y el
odio de la multitud, fanatizada contra los cris-
tianos durante mucho tiempo. Y es paradójica también la actitud de los cris-
tianos ante esta triple hostilidad: no h a n opuesto ni la sombra de otra resis-
tencia que la resistencia pasiva. No hubo resistencia armada: jamás durante
las persecuciones el poder tuvo que enfrentarse con una sublevación cris-
tiana; ni resistencia legal: no podía soñarse en esto en el Imperio, donde
no existía n i el menor recurso jurídico para oponerse a la voluntad imperial.
La resistencia por la fuerza, cuando los cristianos eran verdaderamente nume-
rosos, cuando, según la frase de Tertuliano —mucho más verdadera cincuenta
años después que cuando él la escribió—-, los cristianos lo llenaban todo: el
pretorio, el ejército, las curias, y los había en todos los oficios que dan vida
a u n pueblo, una resistencia de esa naturaleza habría sido algo más que u n
simple recurso desesperado. Nunca se vio tal resistencia. La conducta de los
cristianos durante tres siglos, ante los rigores de la persecución tantas veces
renovada no ha sido sino poner en práctica los consejos del Evangelio, su
espíritu y su letra. Durante dos siglos y medio se h a n dejado diezmar sere-
namente en nombre de las leyes; han presentado el cuello a la espada; h a n
subido a la hoguera, h a n bajado al infierno de las minas, provocando la
extrañeza y luego la admiración de los paganos con su heroísmo indefinido,
tranquilo, desconocido hasta entonces; terminando por arrancar la conver-
sión de muchos.
No quiere esto decir que se adaptaran a este m a l como a u n destino.
Contra los perseguidores no h a n usado otra defensa que la defensa espiri-
tual, es decir no sólo la oración que se dirige a Dios, sino también la per-
suasión que se dirige a los hombres; persuasión en la que trabajan los apolo-
gistas con esfuerzo metódico y sabio que tendía a convencer a los entendi-
mientos, y todos los cristianos con esfuerzo espontáneo y cotidiano, con su
ejemplo y su caridad, camino seguro para conquistar los corazones.
No nos atreveríamos a afirmar que los primeros apologistas, que dirigie-
ron sus defensas de la religión cristiana a los mismos príncipes, hayan tenido
mucho éxito. Sus escritos pudieron disipar prejuicios y errores entre la gente
instruida e inspirar a algunos emperadores, si es que los leyeron, sentimien-
tos más favorables; y alguna vez, determinar o preparar conversiones; pero
estas exposiciones llenas de sabiduría no pudieron obtener a los cristianos,
lo que hoy llamaríamos la libertad de conciencia y la libertad de culto.
Fué el progreso incesante del cristianismo el que convenció al poder de la
ineficacia de la persecución; y la masa hostil se dejó al fin convencer por la
420 HISTORIA DE LA IGLESIA

constancia de los mártires y el espectáculo de una vida, cuya maravillosa


irradiación acabó con todos los prejuicios, ignorancias e incomprensiones.

§ 5 . — Causas de la victoria cristiana

La paradoja de una victoria, imposible al parecer humano, teniendo que


vencer dificultades enormes y poderes invencibles ha prestado a los apolo-
gistas posteriores, aun a los modernos, u n argumento de valor excepcional
en favor de la superioridad intrínseca del cristianismo.
La historia de los primeros siglos es m u y a propósito para sugerir y aun
para imponer la idea de u n plan providencial en la historia, o para hablar
en el lenguaje filosófico de hoy, de una trascendencia que se realiza en el
mundo.
Pero como esa trascendencia se concretiza y obra por medio de factores
humanos, que pueden ser sometidos a análisis y comprobación, antes de ter-
minar el estudio debemos determinar las causas morales y sociales que ex-
plican en el orden histórico el triunfo del cristianismo.

CAUSAS EXTERIORES H a y u n primer orden de causas, que podemos lla-


m a r exteriores, porque no afectan a la naturaleza
misma del cristianismo; pero que han sido condiciones en las que se h a obrado
su propagación.

LA UNIFICACIÓN DEL El estado del mundo en el comienzo de nuestra


MUNDO ANTIGUO era se caracteriza por la unificación política de
POR ROMA las riberas del Mediterráneo bajo el cetro dé
Roma, formando el centro de la civilización y ha-
biendo absorbido o destruido las civilizaciones antiguas. A pesar de la super-
vivencia de particularismos étnicos, cuya vitalidad vamos conociendo cada
día mejor, la conquista romana y la instauración del régimen imperial, en
el mismo momento en que iba a nacer la Iglesia, dio u n a incontestable unidad
política al Mediterráneo, acompañada de unidad religiosa, al menos aparente,
por la extensión a todo el Imperio del culto de Roma y de Augusto. Esta
unidad política fué causa de innegables facilidades para la difusión del Evan-
gelio y los cristianos lo h a n confesado desde la antigüedad. El poeta español
del siglo v, Prudencio, escribía: "Es Dios el que ha sometido todos los pueblos
a los romanos para preparar el camino a Cristo" ( 27 ) y ya mucho antes obser-
vaba Orígenes ( 28 ) que la unidad del Imperio había cooperado eficazmente
a la prodigiosa difusión del cristianismo. Si en lugar de u n príncipe, dice
él, hubiese habido multitud de reyes, los pueblos habrían permanecido extran-
jeros los unos respecto de los otros y el precepto "Id y enseñad a todas las
naciones" habría sido de u n cumplimiento en extremo difícil. El nacimiento
de Cristo bajo Augusto coincide con el momento en que la mayor parte de los
habitantes de la tierra estaban como formando u n solo pueblo. Doctrina de
paz, el cristianismo necesitaba de la paz para triunfar: "Así a mediados del
siglo n i Orígenes fija el tema apologético sobre la misión providencial del Im-
perio romano que en los dos siglos siguientes tomará una importancia mucho

( 27 ) Ad Symmachum, n, 582..
(28) Contra Celsum, II, xxx.
B A L A N C E DE LA CONQUISTA CRISTIANA 421

mayor, u n a orquestación más amplia" ( M ) . No podemos menos de aprobar sus


afirmaciones, enteramente justas.
En otras condiciones, en diferentes países, enemigos y extraños los unos a
los otros por su civilización, ¿la predicación de los apóstoles y de sus sucesores
hubiese seguido la misma marcha? Ya hemos dicho desde el principio de esta
historia repetidas veces que la difusión del cristianismo en el Imperio fué
mucho más rápida que en las regiones fronterizas y, sin embargo, la propa-
ganda cristiana partió de la periferia del Imperio, en Oriente. Había, a
vuelo de pájaro, menos distancia desde Judea a Babilonia que a Grecia; a
Persia que a Roma; a Arabia o Abisinia que a la Galia o a España; y las
iglesias de Grecia, Italia, España o Galia h a n sido fundadas antes que las
de Persia, Arabia o Abisinia. Las comodidades respectivas en las comunica-
ciones son seguramente razón de esta diferencia; el m a r es más acogedor
que el desierto. Pero la geografía no lo explica todo; h a y que dar su parte
a la historia: el ambiente que reinaba en una vasta extensión, con una civi-
lización uniforme gracias al Imperio romano, ofrecía al desarrollo de la
propaganda religiosa las mayores facilidades.
Quizá este ambiente grecorromano, que poseía tradiciones religiosas res-
petadas, pero no una fe religiosa verdadera, se encontraba en mejor dispo-
sición para recibir u n a nueva religión que u n pueblo como el de los persas,
que tenía creencias más elevadas, más puras, más arraigadas en las almas;
y que por lo tanto había de ofrecer a toda otra doctrina u n a resistencia mucho
más fuerte.

CAUSAS MORALES Pero en lo dicho tocamos ya las causas morales, en las


Y RELIGIOSAS que sobre todo hemos de buscar los motivos de la vic-
toria cristiana. Se pueden reducir a u n a sola: el cris-
tianismo aportaba a las aspiraciones más elevadas y profundas del hombre
una respuesta que aun no se Había dado.

SUPERIORIDAD Aspiraciones hacia u n desarrollo del ser, que la


DEL IDEAL CRISTIAN® vida niega a la mayor parte dé" los hombres, o por
lo precario de la situación material o por lo duro
de las pruebas, y que aun los más felices sólo parcialmente alcanzan; porque
siempre les queda algo que desear y lo que tienen h a de tener fin. Aspira-
ción, pues, a la vida eterna y casi divina; aspiración que el cristianismo viene
a satisfacer con sus promesas de unión con Dios en u n amor eterno, gracias
a la redención operada por Jesucristo.
Este mensaje de salvación y de inmortalidad habían pretendido aportarlo
también las religiones de los misterios de Mitra,' de la Magna Mater, de
Isis o de Baal; pero sus diferencias, que ya hemos indicado ( 3 0 ), con el cris-
tianismo son demasiado patentes.
El cumplimiento de sus promesas estaba ligado al conocimiento de sus
misterios y la práctica de sus ritos; todo partía de u n a iniciación, a la que
sin duda acompañaba una purificación, pero exterior más que interior. Por
m u y esenciales que para la religión cristiana sean sus ritos, son estrecha-
mente solidarios de la idea de caridad; es decir del amor paternal de Dios
para el hombre, del amor filial del hombre a Dios, del amor fraternal de

( 29 ) P. DE LABRIOIXE, La réaction paienne, p. 150, que remite a los textos indicados


por FUCHS, Neue philologischen Untersuchungen, editado por WERNER JAEGER, Heft
3: Augustin und der antike Friedensgedanke, Berlín, 1926, p. 162.
(SO) Cf. supra, pp. 417-419.
422 HISTORIA DE LA IGLESIA

los hombres, hijos de Dios; y junto a este amor la exigencia rigurosa de una
virtud moral, que no era sino poner en práctica en todos sus aspectos esta
caridad. Ni el mitracismo, la más elevada de las religiones orientales, que
conquistó numerosos adeptos en el mundo romano, ni el sincretismo posterior,
ni el monoteísmo más puro • de los adoradores del Summus Deus, tuvieron
jamás una frase magnífica ni una expresión sentida como la de San Pablo
sobre la caridad, la caridad que todo lo suple y sin la cual todo lo demás
es nada.
Muchos hombres vieron que había en estas doctrinas algo nuevo e insólito
y se sintieron conquistados. Así se explica ese coraje sobrehumano, esa sere-
nidad soberana, magnífica ante la muerte, que desconcertaba e irritaba
muchas veces; pero que poco a poco conquistó la admiración y la simpatia no
sólo hacia aquellos hombres que sabían hacer gala de este heroísmo, sino
también hacia la doctrina que lo inspiraba y lo exigía. La apologética del
martirio, "semen est sanguis christianorum", según la frase de Tertuliano ( s l ) ,
no tiene toda su fuerza en una excitación de la sensibilidad h u m a n a , sino
en la inteligencia de u n a larga y gran lección.
La apologética de la caridad reforzaba la del martirio: ¿cuántas almas se
conmovieron y meditaron seriamente ante el amor que los cristianos mani-
festaban, no solamente a sus hermanos, sino a todos los hombres, como
cuando apenas pasada la persecución que los había diezmado, los supervi-
vientes se entregaban generosamente al servicio de toda una ciudad con
ocasión de una epidemia o peste o después de u n temblor de tierra? ( S 2 ).
Había en fin en la sociedad pagana una élite a la que disgustaban las
fábulas y la mediocridad moral del antiguo politeísmo grecorromano y se
retraía ante la inhumana impasibilidad del estoicismo y no encontraba
satisfechas sus exigencias espirituales y su sed de lo divino ni en las reli-
giones orientales ni en la adoración del innominado Summus Deus. Esta
porción escogida encontró lo que deseaba en las doctrinas del Evangelio y en
la predicación de los apóstoles y de los primeros Padres de la Iglesia; doc-
trinas más aptas para ganar el corazón, sin violentarlo, que las del estoicismo:
hablan de u n Dios que está m u y cerca de los hombres, no como el dios
lejano del deísmo frío; y hablan de este Dios como hecho hombre: no es un
mito como el de Attis, Osiris o Mitra, dioses que aparecen mezclados en la his-
toria de la humanidad en las leyendas, pero sin que tal cosa haya tenido
realidad histórica; Jesucristo ha vivido realmente entre los hombres, antes
de morir por ellos. El cristianismo va hablando así al corazón, suave y alta-
mente, como ninguna doctrina religiosa ha podido hacerlo jamás.

EL UNIVERSALISMO DE Estaba en el corazón de todos, y más de una vez


LA RELIGIÓN CRISTIANA lo hemos indicado, este último rasgo de la supe-
rioridad del cristianismo: su carácter univer-
salista. Aquí se unen el factor moral y el factor social; el llamamiento del
cristianismo era a todos: ricos y pobres, sabios e ignorantes, pequeños y gran-
des; y todos, respondiendo a él, encontraban su felicidad.
Los cultos antiguos no habían excluido a tal o cual categoría de adoradores;
pero las religiones oficiales de Grecia y Roma eran religiones de la ciudad

( 31 ) Apologeticum, L, 13.
( 32 ) Por ejemplo en la peste que siguió a la persecución de Decio (cf. PONCIO.
Vita Cypriani, ix-x; SAN CIPRIANO, De mortalitate, xv-xvi; Ad Demetrianum, x,
xvi; EUSEBIO, Hist. Eccl-, VIL xxn, 7-9, o la que azotó a los estados de Maximino Daia
(cf. EUSEBIO, Hist. Eccl., IX, vni, 13-14).
B A L A N C E DE LA C O N Q U I S T A C R I S T I A N A 423

y los que contaban poco o los que, como los esclavos, no contaban nada, no
hacían m u y gallarda figura en los templos del culto oficial y se sentían
en ellos como extraños. Tenían que refugiarse en los cultos secundarios de
los Lares domésticos, en las divinidades de las aguas o de los bosques; pero
¿podría darse esto, sin sentirse en segunda categoría religiosa? Las religiones
orientales eran más acogedoras: podemos decir que universales, no atendían
al rango social; pero, al pactar con los cultos oficiales, viniendo en parte a
fusionarse con ellos, participaban de las preocupaciones de la religión del
Estado: ¿cómo una sociedad aristocrática cual la del Imperio romano no
había de tener influencia en ellas y cómo los humildes se iban a considerar
en la misma categoría que los aristócratas en los templos, si el pater mitríaco
podía ser al mismo tiempo pontifex de Roma?
Inútil es repetir que el cristianismo, durante mucho tiempo, apareció como
la religión de la gente humilde: a las ironías de Celso ( 33 ) hacen eco sin
reserva n i vacilación las declaraciones de Tertuliano y Orígenes, como más
tarde las de San Jerónimo; y el carácter popular de la mayoría de las ins-
cripciones cristianas en Roma, por ejemplo, no deja lugar a duda sobre la
categoría social de la mayoría de los que componían la Iglesia. Pero esto
fué siempre sin sentido alguno de exclusivismo, sin que esta religión de los
pobres y de los sencillos, en la que encontraban lo que en ninguna otra habían
encontrado, haya dejado de atraer hacia sí en número siempre creciente, en
los dos siglos y medio de su conquista del m u n d o romano, miembros de
la aristocracia intelectual, social y moral de este mismo mundo romano.
Y si quisiésemos medir, para conocer las fuerzas con que contaba el cris-
tianismo al terminar la época de las persecuciones, en qué terreno había
llegado a u n mayor avance en su conquista, entre la aristocracia o en la
masa, no sería posible responder, probablemente, a esta inquisición, sino
haciendo distinciones, que acabarían por convencernos de la pasmosa fuerza
de adaptación del cristianismo a tanta diversidad de espíritus y necesidades
espirituales, con su enorme riqueza espiritual y moral.

EL CULTO DE LOS SANTOS En las ciudades de alguna importancia, en


que la vida del espíritu no es más profunda,
pero sí está más alerta, en que los hombres se abren si no más, por lo menos
antes, a las nuevas corrientes de ideas y son así menos esclavos de sus cos-
tumbres tradicionales, el cristianismo progresó más fácilmente entre la masa,
y si ésta le fué temiblemente hostil y fanática, en ella también encontró
fervorosa adhesión.
En las pequeñas ciudades y en los campos, en que la adhesión a las viejas
tradiciones y costumbres es mayor, hubo más resistencia, o, por lo menos,
oposición de una inercia más tenaz, que quizá no fué finalmente vencida,
sino gracias a uno de los elementos de la vida religiosa que, sin desvirtuar
la intransigencia del monoteísmo cristiano, atenúa, podemos decir, su apa-
rente severidad en lo que podía tener de difícil de comprender para inteli-
gencias primitivas y habituadas a la exuberancia cultual de politeísmo. El
culto de los santos, que comenzó por el culto de los mártires, les procuró esa
satisfacción que instintivamente buscaban y les dio el cielo poblado que

(33) Cf. supra, p. 412.


( 34 ) Sobre el proceso que ha dado lugar a la significación religiosa de la palabra
"pagano" sea del sentido primitivo de aldeano, paisano, sea del sentido derivado de
personal civil por oposición a militar, por no estar el no cristiano alistado en la
militia Christi, cf. ZEILLER, Pagarais. Etude de terminologie historique, en Collec-
424 HISTORIA DE LA IGLESIA

ellos querían y la tierra consagrada por el recuerdo de presencias santas,


que ellos habían creído tener en su mitología. Los sepulcros de los mártires
y de los confesores reemplazaron a las divinidades locales, cuyo culto fué
a veces tan difícil de desarraigar entre los habitantes del campo, los
pagani ( 34 ) de quienes tomó el nombre el paganismo; y verosímilmente
lo habría sido a ú n mucho tiempo después si no hubiese podido ser sustituido
por los nuevos protectores celestes, en relación inmediata también con luga-
res determinados. Por el culto de los mártires, que tan pujante desarrollo
adquirió cuando llegó la paz de la Iglesia después de haberse desarrollado
silenciosa y espontáneamente en el seno de las comunidades cristianas durante
los siglos de persecución; y al que después se añadió el de otros santos, "el
cristianismo, religión universal, prolonga de alguna manera las religiones
locales" ( S5 ) que no hubiesen podido desaparecer con u n cambio violento.
Por una economía providencial, la repugnancia o la desconfianza que las
masas de ideas u n tanto rudimentarias habrían podido tener hacia la doctrina
cristiana fué debilitándose progresivamente, merced a los testigos de Cristo.
Eli cristianismo, que tiene sabias respuestas para las más altas aspiraciones
de las almas ávidas de encontrar u n Dios verdaderamente Dios, se acordó
también al deseo instintivo del hombre de tenerlo próximo a sí: primera-
mente y ante todo por la doctrina de Dios encarnado, hecho hombre entre los
hombres, y en segundo lugar, por esta práctica del culto de los santos que
pone una cadena de intercesores y amigos entre el hombre y Dios y parece
u n i r el cielo y la tierra, suprimiendo la distancia. A las almas de grandes
exigencias espirituales, a las almas sencillas, a todas la Iglesia acoge en su
inmensa morada y calienta en su regazo íntimo; para que todas vivan en
estrecha fraternidad. Menos de tres siglos después de su fundación, tras
muchas vicisitudes en las que se probó su poder de resistencia y su fuerza
de expansión, la morada de la Iglesia alberga ya u n número extraordinario
de fieles y el crecimiento del pueblo cristiano no parece próximo a dismi-
n u i r ; al contrario, pues la Iglesia se siente con más juventud, con más
fuerza, con más energía que nunca hasta entonces.

tanea Friburgensia, nueva serie, fascículo XVII, París y Friburgo de Suiza, 1917.
Este estudio concluye contra la opinión sostenida por ZAHN (Paganus, en Neuekirchli-
che Zeiischrift., t. X, 1899, pp. 18, s.) que el sentido religioso de paganus ha derivado
del sentido originario de paganus y no del sentido posterior de civil por oposición
a militar.
(35) A. DUPOURCQ, Comment, dans l'Empire romain, les joules, ont-elles passé des
religions locales a la religión universelle, le christianisme? en Revue d'Histoire et de
Littérature religieuses, t. IV, 1899, p. 239, s. Editado aparte con el título La christia-
nisation des joules.

*
APÉNDICE

SINCRONISMO DE LOS PAPAS Y DE LOS EMPERADORES

Emperadores Papas
Septimio Severo . . . . 193-211 Víctor 189-199
Caracalla 211-217 Ceferino 199-217
Macrino 217-218 Calixto 217-222
Heliogábalo 218-222
Alejandro Severo . . . . 222-235 Urbano 221-230
Ponciano 230-235
Maximino el Tracio . . . 235-238 Antero 235-236
Pupieno y los Gordianos . . 238-244 Fabián 236-250
Felipe el Araba . . . . 244-249
Decio 249-251 Cornelio 251-253
Galo y Volusiano . . . . 251-253
Valeriano 253-260 Lucio 253-254
Esteban 254-257
Galieno 260-268 Sixto II 257-258
Claudio el Gótico <W_o7n Dionisio 259-268
Aureliano 270-275 Félix 270-275
Tácito 275-276
Probo 276-282 Eutiquiano 275-283
Caro 282-284
Diocleciano 284-305 Cayo 283-296
(Con Maximiano H e r c ú l e o Marcelino 296-304
desde el 285)
Constancio Cloro . . . . 305-306
Galerio 305-311 Marcelo 308-309
Constantino a partir del . . 306 Eusebio 309
Maximino Daia y Licinio a
partir del 308
Milcíades a partir del . . 311

*25
APÉNDICE

II

NOMBRES MODERNOS Y ANTIGUOS DE LAS COMUNIDADES


EXISTENTES EN ESPAÑA AL FIN DEL SIGLO III 0)

Moderno Antiguo Moderno Antiguo

Aguilar . . Ipagrum Laguardia Mentesa


Alcalá de He- Lauro . . . Carteia (?)
nares . . . Complutum Lorca . . . Eliocroca
Arjona . . . Alba Urgavonum León . . . . Legio VII Gemina
Astorga . . . Asturica Augusta
Málaga . . . Malaca
Barcelona . . Barcino Marchena . . Carula
Baza . . . . Bastí Martos . . . Tucci
Mérida . . . Emérita
Cabra . . . Igabrum Montilla . . Ulia
Calahorra . . Calagurris Montoro . . Epora
Cartagena . . Carthago Nova
Cazlona. . . Castulo Ossigi . . . Aurinx (Oringis) (?)
Córdoba . . Corduba Osuna . . . Urso
Cuevas de Li-
tuergo . . Illiturgis Ronda La
Vieja . Acinipo
Ebora (?) . Ebora
Ecija . . . . Astigi Sevilla . . . Hispalis
El Castellón Barba
Evora . . . Ebura Tarragona Tarraco
Toledo . . . Toletum
Faro . . . . Ossonoba
Almería (?) Urci
Gerona . . . Gerunda
Guadix . . . Acci Vera . . . . Baria

Zaragoza . . Ccesaraugusía

(1) C¡. el mapa del presente volumen.

427
ÍNDICE

CAP. I. La crisis gnóstica y el m o n t a ñ i s m o , por JULES LEBRETON . 7


§ 1. La crisis gnóstica 7
Origen del gnosticismo, 7. — La crisis gnóstica, 7. — La reacción
cristiana, 8. — Las fuentes históricas, 9. — Cerinto, 9. — Basílides,
10. — Las emanaciones gnósticas, 11. — El bien y el m a l , 1 2 . —
El Arconte y sus ángeles, 13. — Valentín, 14. — El problema del
mal, 15. — La muerte y la vida, 1 5 . — El Pleroma, 16. — La teo-
gonia, 17. — "Pistis Sophia", 18. — La revelación según la gnosis,
19. — Tolomeo, 20. — Heracleón, 21. — Las escuelas gnósticas, 23.
§ 2. El marcionismo 24
Marción, 24. — Su origen, 24. — Su defección, 25. — Oposición de
los dos Testamentos, 26. — El Dios del Antiguo Testamento, 27. —
La Biblia de Marción, 28. — La venida del Salvador, 29. — La
redención, 30. — La Iglesia marcionita, 30. — Su inconsistente teo-
logía, 3 1 .
§ 3. El montañismo 32
Caracteres del montañismo, 32. — El carisma profético, 33. — Pe-
ligro de los falsos profetas, 34. — Origen del montañismo, 34. —
La profecía montañista, 35. — La propaganda montañista, 36. —
Resistencia de la Iglesia en Oriente, 36. — E n Occidente, 37.
CAP. I I . La r e a c c i ó n católica, por JULES LEBRETON 38
§ 1. San Ireneo 38
La lucha contra la herejía, 38. — Ireneo en Lyón, 38. — Embajada
a Roma, 39. — La juventud, 39. — Sus libros, 40. — Finalidad, 4 1 .
— El peligro gnóstico, 42. — La fe de la Iglesia, 42. — Aparición
de la teología, 44. — La trascendencia divina, 44. — Las fuentes de
la fe: el Evangelio, 47. — La tradición, 47. — La educación pro-
gresiva de la humanidad, 50. — La Ley, 51. — La acción divina en
el hombre, 51. — La teología de San Ireneo, 53. — La salvación de
la carne, 53. — El milenarismo, 54. — La Demostración, 55. — Im-
portancia de la obra teológica de San Ireneo, 55.
§ 2. La legislación canónica y la jerarquía eclesiástica . . . . 57
Progreso en la disciplina, 57. — La organización de las iglesias
locales, 57. — El catecumenado, 58. — Admisión de los catecúmenos,
58. — Las fórmulas litúrgicas, 61. — El símbolo bautismal, 6 2 . —
El Canon del Nuevo Testamento, 63. — La sucesión apostólica, 66.
— La tradición católica, 67. — La disciplina penitencial, 69. — El
edicto d * Calixto, 70.—-Tertuliano, 70. — Hipólito, 71. — Actitud
de San Calixto, 72. — La Didascalia, 73. — La unidad católica, 74.
CAP. I I I . Las controversias r o m a n a s a fines d e l siglo I I y principios
del III, por JULES LEBRETON 75
§ 1. La cuestión pascual 75
La entrevista de Policarpo, 75. — Las dos tradiciones, 76. — Los
judaizantes de Laodicea, 77. — Blasto, 78. — Iniciativa del papa Víc-
tor, 78. — Resistencia de los asiáticos, 79. — Intervención de Ireneo,
79. — Terminación del conflicto, 80.
§ 2. Las controversias doctrinales y el cisma de Hipólito . . . 80
Carácter de las controversias doctrinales a fines del siglo n , 80. —
El adopcionismo, 81. — Teódoto, 82. — Carácter racionalista del
429
430 ÍNDICE

PAG.
adopcionismo, 83. — Artemón, 83. — El monarquianismo, 84. —
Noeto, 85. — Práxeas, 87. — Progresos de la herejía en África, 87.
— Hipólito y Calixto, 87. — Actitud de Ceferino y de Calixto, 89. —
Teología de Hipólito, 90. — Martirio de Hipólito y de Ponciano,
92. — Vida y obras de Hipólito, 92. — Los Ph.ilosophu.mena, 93. —
La Tradición apostólica, 93. — La liturgia de Hipólito, 94.

CAP. IV. La Iglesia y el Estado romano desde el advenimiento de Sep-


timio Severo hasta el de Decio ( 1 9 3 - 2 4 9 ) , por JAOQUES ZEILLER 99
§ 1. La persecución de Septimio Severo 99
Nuevo carácter de las relaciones entre la Iglesia y el Estado desde
el advenimiento de Septimio Severo (193), 99. — Tolerancia du-
rante el primer período del reinado, 100. — Edicto contra el prose-
litismo cristiano, 100. — Aplicación del edicto, 101.
§ 2. Los sucesores de Septimio Severo 102
Caracalla, 102. — Heliogábalo, 103. — Alejandro Severo, 103.
§ 3. La persecución de Maximino 104
El edicto de persecución, 104. — La persecución en Roma, 1 0 5 . —
La persecución en Oriente, 105.
§ 4. El emperador Felipe y la Iglesia 105
El cristianismo de Felipe, 105. — Movimientos populares contra los
cristianos, 106.

CAP. V. Expansión d e l cristianismo desde fines del siglo II a prin-


cipios del siglo IV, por JAOQUES ZEILLER 108
§ 1. Palestina, Fenicia, Arabia, Egipto 108
Palestina y Fenicia, 1 0 8 . — Arabia, 109. — Egipto, 109.
§ 2. Siria septentrional, Asia Menor y regiones circunvecinas . . 110
Siria septentrional, 110. — Edesa, 110.—-Armenia romana, 1 1 1 . —
Asia Menor, 111.
§ 3. Península helénica. El Ilírico 112
Península helénica, 112. — Ilírico, 112.
§ 4. Las Galios 113
Progreso de la evangelización a finales del siglo n , 113. — Lyón,
único obispado de la Galia hasta el siglo m , 114. — Nuevas sedes
episcopales en el siglo n i , 116.
§ 5. Bretaña y España 117
Bretaña, 117. — España, 118.
§ 6. África. 119
El cristianismo sólidamente implantado en África a finales del
siglo I I , 119. — Progresos en el siglo m , 119. — La evangelización
más allá de las fronteras romanas, 120.
§ 7. Italia 120
Italia superior, 120. — Italia peninsular, 121.—-La evangelización
del campo, todavía poco avanzada, 121.
§ 8. Propagación del cristianismo fuera del Imperio romano . . 122
Persia, 122. — Georgia, 122. — Armenia, 123. — India, 123. — Pri-
mera evangelización de los godos, 124.

CAP. VI. Las grandes persecuciones de la segunda mitad del siglo III
y el período de paz religiosa del 2 6 0 al 3 0 2 , por JAOQUES ZEILLER 126
§ 1. La persecución de Decio 126
Recrudecimiento de la persecución al mediar el siglo n i , 126. —
El edicto de Decio, 126. — Las apostasías, 127. — Mártires en Roma,
127. — La persecución en las Galias y España, 128. — África, 128.
— Egipto, 128. — Asia, 129. — Disminución y cese de la persecu-
ción, 131. — Se renueva la persecución bajo Galo, 131. — Fracaso
de la persecución, 131. — Dificultades Religiosas nacidas de la per-
secución. La cuestión de los lapsi, 132.
% 2. La persecución de Valeriano 132
Valeriano. E n u n principio, bien dispuesto para con los cristianos,
ÍNDICE 431

( PAG.
132. — Se renuevan las hostilidades. Causas ocasionales, 133. — Pri-
mer edicto de persecución, 133. — Segundo edicto, 134. — Mártires
en Roma, 134. — África, 135.—-Mártires en España y en las Galias,
136. — Oriente, 136.—-Fin de Valeriano y fin de la persecución.
Edicto de pacificación de Galieno, 136.
§ 3. Paz religiosa y progreso de la Iglesia de Galieno a Diocleciano 137
Tolerancia de Galieno, 137. — Actos de hostilidad aislados, bajo
Galieno, 137. — Bajo Claudio el Gótico, 137. — Aureliano muere
antes de haber firmado u n edicto de persecución, 137. — La paz
bajo los sucesores de Aureliano y de los emperadores de la tetrar-
quía, 138. — Situación favorable de la Iglesia en tiempos de Dio-
cleciano, 138.

CAP. VII. Los escritores cristianos del África, por JULES LEBRETON . . 140
§ 1. Tertuliano 140
Orígenes de la literatura latina cristiana, 140. — Tertuliano: su for-
mación intelectual, 142. — El Apologético, 143. — El procedimiento
pagano, 144. — Acusación de ateísmo, 145. — Acusación de lesa
majestad, 145. — Valor del Apologético, 146. — El Testimonio del
alma, 147. — El Ad Scapulam, 148. — El controversista, 149. — El
tratado De la prescripción, 149. — El cristianismo y la filosofía,
150. — La regla de fe, 150.— La prescripción, 151. — Trascendencia
de la obra De prwscriptione. La tradición, 153. — La teología de
la Trinidad, 154. — El moralista, 156. — El montañismo, 159. — La
Iglesia y el Espíritu, 160.
§ 2. San Cipriano 162
Prestigio de San Cipriano, 162. — Conversión de San Cipriano, 162.
— Cipriano, obispo, 164. — La persecución y las defecciones, 164.—
Huida de San Cipriano, 165. — Los lapsi, 166. — La penitencia,
167. — El cisma de Novato, 167. — El cisma de Novaciano, 1 6 8 . —
El tratado sobre la Unidad de la Iglesia, 170. — Cipriano y Cor-
nelio, 171. — Esteban y Cipriano, 172. — El bautismo de los herejes,
173. — Los concilios de Cartago, 175. — La respuesta romana, 177.
— Intervención de Firmiliano, 177.-—Actitud de San Cipriano,
177. — Solución del conflicto, 182. — Martirio de San Cipriano, 182.

CAP. VIII. La oposición p a g a n a , por JULES LEBRETON 184


§ 1. El sincretismo 184
Los emperadores sirios y el cristianismo, 184. — La Vida de Apo-
lonio de Tyana, 184. — Caracteres del sincretismo, 185. — Nume-
nio, 186.
§ 2. El neoplatonismo 187
Plotino, 187. — El tratado Contra los gnósticos, 188. — Porfirio,
192. — El libro Contra los cristianos, 193.
CAP. IX. La escuela de Alejandría antes d e O r í g e n e s , por JULES LEBRETON 195
§ 1. Sus orígenes 195
Alejandría, 195. — Origen de la escuela de Alejandría, 196. — Pan-
teno, 197.
§ 2. Clemente de Alejandría . 197
Vida de Clemente de Alejandría, 197. — Sus obras, 200. — La tri-
logía, 201. — E l Protréptico, 201. — E l Pedagogo, 202. — L o s Stró-
mata, 205. •— Helenismo y cristianismo, 207. — Misión de la filo-
sofía, 209. — E l Verbo revelador, 211. — L a Iglesia, 212.

CAP. X. O r í g e n e s , por J U L E S LEBRETON 216


Importancia de la obra de Orígenes 216
§ 1. El catequista de Alejandría 217
Origen y formación, 217. — El catequista, 218. — Viaje a Roma,
219. — Estudios bíblicos y filosóficos, 219. — Desarrollo del Didas-
cáleo, 220. — Las Héxaplas y el Tratado de los principios, 2 2 1 . —
432 ÍNDICE

El problema del destino humano, 224. — La jerarquía de las per-


sonas divinas, 225. — Viaje a Arabia y a Palestina, 226. — Ordena-
ción de Orígenes, 227. — La condenación, 227.
§ 2. El maestro de Cesárea 228
Persecución de Maximino, 229. — San Gregorio Taumaturgo, 230.
— La enseñanza de Orígenes vista por un discípulo, 230. — Los
obispos de Oriente y Orígenes, 232.
§ 3. El predicador y el moralista 233
Las homilías, 233. — El ideal religioso, 234. — La ascesis, 235. — La
unión con Dios, 237. — Los misterios cristianos, 239. — El simbolis-
mo de la Escritura, 240. — Los verdaderos adoradores, 241. — La fe
de los simples, 241. — Influencia del helenismo, 242. — El alego-
rismo, 244. — La jerarquía divina, 245.
§ 4. El apologista 246
El Contra Celso, 246. — El ataque de Celso, 247. — La respuesta
de Orígenes, 249. — La profecía, 250. — Cristo y el Evangelio, 250.
— La resurrección de Jesús, 251. — La conversión del mundo, 252.
— Los cristianos y el Estado, 253. — Últimos años y muerte, 254.

CAP. X I . Los a p ó c r i f o s y el m a n i q u e í s m o , por JULES LEBRETON . 256


§ 1. La literatura apócrifa 256
Escrituras apócrifas, 256. •— Literatura popular, 257. — La virgini-
dad, 257. — E l encratismo, 259. —Cristo, 259. — E l docetismo, 262.
— Influencias gnósticas, 263. — Novelas religiosas, 263. — Los Apó-
crifos Clementinos, 264. — El celibato y el matrimonio, 265. — La
Ley, 267. — Misión de Jesús según los Clementinos, 269. — El ver-
dadero profeta, 270.-—-El secreto gnóstico, 271.
§ 2. El maniqueísmo 272
Cómo hemos llegado al conocimiento de la historia del maniqueís-
mo, 272. — Mani, 273. — Sus propósitos, 273. — Irradiación del ma-
niqueísmo, 274. — Mani y el cristianismo, 274. — El gnosticismo de
Mani, 275. — Éxito del maniqueísmo, 276.

CAP. X I I . La Iglesia d e Alejandría después d e Orígenes, por JULES LEBRETON 278


§ 1. San Dionisio de Alejandría 278
Heraclas, obispo de Alejandría, 278. — San Dionisio, su formación,
278. — Su enseñanza, 279. — Su episcopado, 279. — Persecución de
Decio, 280. — La reconciliación de los apóstatas, 281. — Dionisio y
Novaciano, 281. — L a cuestión bautismal, 282. — La persecución de
Valeriano, 283. — El milenarismo, 284. — La controversia trinita-
ria, 285. — El sínodo de Roma y la carta del papa, 286. — Refuta-
ción y apología, 288. — Muerte de Dionisio de Alejandría, 290.
§ 2. San Gregorio Taumaturgo 290
Vida de San Gregorio Taumaturgo, 290. — Sus métodos de apos-
tolado, 291. — C a r t a canónica, 292. — E l símbolo, 292.
§ 3. Discípulos y adversarios de Orígenes . . . . . . . . 294
Los obispos de Laodicea, 294. — Los teólogos de Alejandría a fines
del siglo n i , 295. — Teognosto y Pierio, 295. •—• San Pedro de Ale-
jandría, 296. — La cuestión penitencial, 297. — El cisma melecia-
no, 298.

CAP. XIII. La Iglesia de Antioquía a finales del siglo I I I , por JULES LEBRETON 300
§ 1. Pablo de Samosata 300
Pablo de Samosata, obispo de Antioquía, 300. — Primer concilio
(264), 300. — Vida escandalosa de Pablo, 301. — Segundo concilio
(268). 302. — Condenación de Pablo de Samosata, 302. — Expul-
sión de Pablo, 304.
§ 2. San Luciano de Antioquía y su escuela 304
El problema de Luciano de Antioquía, 304. — La teología de Lu-
ciano, 304. — Los orígenes antioquenos de Arrio, 306.
ÍNDICE 433

PAG.

CAP. XIV. Las corrientes doctrinales d e l siglo I I I y su influjo e n la Iglesia,


por JULES LEBRETON 307
§ 1. Discusiones doctrinales 307
La fe cristiana en el siglo n i , 307. — Apóstatas y arrepentidos, 307.
— Las corrientes religiosas, 308. — Fragilidad del Imperio romano,
308. — Divisiones en la Iglesia, 308. — Peligros de cisma, 309. —
Unidad del episcopado, 309. — Cuestiones doctrinales, 309. — In-
fluencia de la filosofía, 310. — La fe, 311. — El racionalismo, 311.
— Primeros ensayos de crítica bíblica, 312. — La resistencia cató-
lica, 313.
§ 2. El desacuerdo entre la fe popular y la teología de los sabios . 313
Las exigencias de la élite, 313. — Desconfianza de los sencillos res-
pecto de la ciencia, 314. — Actitud de San Ireneo, 314. — Actitud
de Clemente de Alejandría, 315. — Orígenes, 317. — Su posición teo-
lógica, 318. — La cuestión de la oración, 320. — Autoridad de la
Iglesia, 323. — Desacuerdo de las escuelas y del pueblo cristiano, 324.
CAP. XV. La l i t e r a t u r a cristiana bajo Diocleciano, por JULES LEBRETON . 325
§ 1. Los africanos 325
Los escritores latinos, 325. — Arnobio, 325. — Lactancio, 327. •—
Comodiano, 328.
§ 2. San Metodio de Olimpo 330
Obras de San Metodio, 330. — Su actividad literaria, 331. — El Tra-
tado sobre el libre arbitrio, 332. — El Banquete de las diez vírgenes,
332. — El Tratado de la resurrección, 333. — La teología de M e -
todio, 333.
CAP. XVI. La o r g a n i z a c i ó n eclesiástica, por JACQUES ZEILLER 336
§ 1. Clérigos y legos 336
Formación de los clérigos, 336. — Sus obligaciones, 336. — Ascetas
y vírgenes, 337. — Los confesores, 338.
§ 2. Los diversos órdenes eclesiásticos 359
El obispo, encarnación de la Iglesia, 339. — Los sacerdotes. Impor-
tancia creciente de su ministerio, 339. — Los diáconos, 340. — Or-
denes inferiores, 341.
§ 3. División territorial de las iglesias. Los orígenes de la organi-
zación parroquial 341
Unidad territorial de la Iglesia. Iglesia principal y centros secun-
darios, 342. — Sacerdotes visitadores, 342. — Sacerdotes con residen-
cia fija. Orígenes de la organización parroquial, 342. — Multipli-
cación de los obispos en otros países, 343. — Los corepíscopos, 343.
— Los dos tipos principales de organización, 344.
§ 4. Relaciones de las iglesias entre sí. Fraternidad y jerarquía . 345
Las iglesias madres, 345. — Necesidad de una conexión orgánica,
345. — Los concilios, 345. — Comienza la jerarquización: primacías
de hecho y futuros metropolitanos, 346.
CAP. XVII. La sede r o m a n a , por JAOQUES ZEILLER 349
§ 1. El papado de Víctor a Calixto 349
El papa Víctor, 349. — Ceferino y Calixto. Los conflictos teoló-
gicos, 350. — El conflicto disciplinar, 351. — Prestigio de la sede de
Roma, 353.
§ 2. El papado de Calixto a Sixto II 353
El papa Urbano, 353. — El papa Ponciano, 353. — El papa Fabián,
354. — El papa Cornelio. Dificultades en Roma, 354. — El papado
y las concepciones eclesiásticas de San Cipriano, 355. — Roma y
Cartago, 368. — El conflicto español, 358. — El papado y San Ci-
priano en los asuntos de Galia, 358. — El litigio bautismal, 359. —
Sixto I I , 360.
§ 3. El papado en la segunda mitad del siglo III 360
El papa Dionisio, 3 6 0 . — Los dos Dionisios, 361. — El papa Félix,
361. — Eutiquiano y Cayo, 362. — El papa Marcelino, 362.
434 ÍNDICE

PAG.
§ 4. La autoridad preeminente de la sede romana . . . . . 362
Caracteres de la autoridad romana, 362. — La sede de Roma y las
iglesias locales, 363. ;

CAP. XVIII. La propiedad eclesiástica y la situación jurídica d e la Iglesia


en el Imperio romano durante e l siglo III, p o r JACQUES ZEILLER 365
§ 1. La propiedad eclesiástica , . 365
La posesión de los bienes en la Iglesia en el siglo n , 365. — Insti-
tución de la propiedad eclesiástica, 365. — Su desarrollo en el siglo
n i , 366.
§ 2. Origen de la propiedad eclesiástica y condiciones de vida de la
Iglesia en el Imperio 366
Teoría de De Rossi sobre los Collegia tenuiorum, 366. — Crítica de
la teoría de D e Rossi, 367. — La Iglesia frente a l Estado romano, 367.

CAP. X I X . La vida cristiana, por JACQUES ZEILLER 369

I. Los cristianos e n el m u n d o
§ 1. Los cristianos y la vida cívica 369
Los cristianos y la vida común, 369. — Participación en la vida
cívica, 369. — Los cánones del Concilio de Elvira, relativos a los
magistrados municipales, 370. — Los cristianos de Asia y la vida
municipal, 371. — Los cristianos en la corte imperial y en las altas
magistraturas, 371.
§ 2. La cuestión del servicio militar 371
Los cristianos en el ejército, 371. — La objeción de conciencia d e
los intelectuales, 372. — Oposición entre la teoría y la práctica, 372.
§ 3. La celebración pública del culto 374
Las iglesias en el siglo m , 374. —• Iglesias de Roma y de Italia,
374. — Iglesias orientales, 375.
§ 4. Tendencia a la relajación 376
El contagio del mundo, 376. — Relajación y ascetismo, 376. — La
Iglesia y el préstamo a interés, 377. — Las riquezas de las iglesias,
378. — La Iglesia y el "siglo". Acomodaciones y contaminacio-
nes, 378.
§ 5. La vida espiritual de los cristianos 379
La prueba, 379. — Fuentes del heroísmo cristiano: la oración, 380. —
Espiritualidad y ciencia cristiana, 380. — Cristianismo y cultura,
380. — El gusto por los apócrifos, 381. — Los cristianos dispuestos
al sacrificio, 381.
II. Los cristianos fuera d e l m u n d o
§ 1. El martirio 381
El pensamiento del martirio, 381. — El número de los mártires del
último siglo de persecución, 382. — Origen del culto de los már-
tires, 383.
§ 2. La vida cristiana en las catacumbas 384
Las catacumbas en la vida cristiana, 384. — Desarrollo de las cata-
cumbas romanas en el siglo n i , 385. — Catacumbas en diversas pro-
vincias, 385. — El culto cristiano en las catacumbas, 385.
§ 3. Las catacumbas y el arte cristiano 386
, Pinturas de las catacumbas, 386. — El simbolismo, 386. — Tenden-
cia al realismo, 387. — El arte cristiano en Oriente, 387. — Carac-
teres propios de las antiguas pinturas cristianas, 388.-—Los sarcó-
fagos cristianos, 388. — Origen e inspiración del arte cristiano, 389.

CAP. XX. La última persecución, por JACQUES ZEILLER 391


§ 1. Los preliminares de la última persecución 391
La hostilidad de Galerio, 391..— Los cristianos y el rito de la
adoratio, 392. — Depuración del ejército, 392. — Las causas de la
persecución, 393. — Cristianismo y maniqueísmo, 394. — Galerio,
ÍNDICE 435

PÁG.
autor principal de la persecución, 394. — Ocasión de la persecu-
ción, 395.
§ 2. La gran persecución. Los edictos de 303 y 304 y su aplicación 396
Se decide la persecución, 396. — El primer edicto (303), 3 9 6 . —
Aplicación benigna en la Galia y Bretaña, 397. — Rigor en el resto
del Imperio, 3 9 7 . — Segundo y tercer edicto (303), 398. — El cuarto
edicto (304), 398. — La persecución en Italia, 399. — Mártires de
África, España y Recia, 400. — Mártires en el Ilírico, 400. — La
persecución en las provincias orientales, 401. — Egipto, 402.
§ 3. La persecución después de la abdicación de Diocleciano . 402
Remite la persecución en Occidente, 402. — Consecuencias de la
persecución. El cisma donatista en África, 403. — Los cismas roma-
nos, 404. — El cisma meleciano en Egipto, 404. — Persecución en
el Oriente y en el Ilírico, 405.
§ 4. Fin de la persecución. El edicto de tolerancia de Galeno (311) 406
Galerio corrige su política, 406. — El edicto de 311, 407. — Maxi-
mino Daia continúa las hostilidades en Oriente, 408. — La paz de-
finitiva, 409.
CAP. XXI. El balance de la conquista cristiana al llegar la paz de Cons-
tantino, por JACQUES ZEILLER 411
§ 1. Estado de la conquista cristiana. Extensión y límites . . .411
Cristianización del Oriente, 411. — Menor difusión del cristianismo
en Occidente, 411. — Evangelización del campo apenas iniciada en
Occidente, 412. — El cristianismo, religión de gente humilde, 412.
— H a y numerosos adeptos también en las clases altas, 413.
§ 2. Razones profundas de la resistencia al cristianismo . . . .413
La incompatibilidad del cristianismo y de la idea romana, 413. —
Oposición real entre el cristianismo y el espíritu antiguo, 414.
§ 3. Los cristianos y el bien público 415
Los cristianos al servicio del bien público por sus virtudes propias,
415. — El cristianismo, aliado de la civilización romana, 415. — El
cristianismo desborda el Imperio, 416.
§ 4. El cristianismo vence las resistencias y los obstáculos . . .416
Rapidez de la difusión del cristianismo, 4 1 6 . — Dificultades que
tuvo que superar, 417. — Oposición entre el cristianismo y las reli-
giones orientales extendidas por el Imperio romano, 418. — Actitud
de los cristianos ante las oposiciones y la violencia, 419.
§ 5. Causas de la victoria cristiana 420
Causas exteriores, 420. — La unificación del mundo antiguo por
Roma, 420.-—Causas morales y religiosas, 421. — Superioridad del
ideal cristiano, 421. — El universalismo de la religión cristiana,
422. — El culto de los santos, 423.
APÉNDICE I. Sincronismo de los papas y de los emperadores 425
APÉNDICE II. Nombres modernos y antiguos de las comunidades cristia-
nas existentes en España al fin del siglo III 427
E L 23 D E MAYO D E 1953
VIGILIA DE PENTECOSTÉS
S E ACABÓ D E IMPRIMIR ESTE TOMO SEGUNDO
D E LA HISTORIA D E LA IGLESIA
PARA LA EDITORIAL DESCLÉE, D E BROUWER
E N LOS TALLERES GRÁFICOS
D E S E B A S T I Á N D E AMORRORTU E B I J O S , S. R. L.
CALLE LUCA, 2223, B U E N O S AIRES
REPÚBLICA ARGENTINA

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