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INDICE

PROLOGO

FUERTE BULNES

CHILOE, CIELOS CUBIERTOS


PROLOGO

RESTITUCIÓN DE MARÍA ASUNCIÓN REQUENA

La dramaturga chilena María Asunción Requena Aizcarbe nació en 1911 en Coronel Pringles,
Argentina. Sus padres, españoles emigrados, se radicaron posteriormente en Punta Arenas, donde ella se
nacionalizó, creció y cursó sus primeros estudios. Completó sus humanidades (actual Enseñanza Media)
en Alicante, España. A su regreso se trasladó a Santiago para estudiar la carrera de odontología en la
Universidad de Chile. Cuando se graduó, retornó a Punta Arenas, donde vivió varios años dedicada al
ejercicio de su profesión. Allá se casó y tuvo tres hijos.
En 1949 obtuvo el premio de la Municipalidad de Punta Arenas, en el área de poesía, con su libro
Poemas. En 1952, ya viviendo en Santiago, obtuvo el primer lugar del concurso de la Dirección del
Teatro Nacional por su comedia dramática Mr. Jones llega a las ocho, y al año siguiente ganó el
Premio Teatro Experimental con Fuerte Bulnes, que mereció el Premio de la Crítica y de la
Municipalidad de Santiago en el género dramático. En 1957 obtuvo la mención honrosa en el concurso
del Teatro Experimental por su obra Pan caliente y al año siguiente ganó el primer premio de teatro
en los Juegos Literarios Gabriela Mistral por su obra El camino más largo, estrenada por el
Instituto de Teatro de la Universidad de Chile (Ituch) en 1959. En 1963 le fue otorgado el Premio
Alerce de la Sociedad de Escritores de Chile por Ayayema. En 1972 estrenó Chiloé, cielos
cubiertos. En 1974 se exilió en la ciudad de Lille, Francia, donde básicamente se dedicó a su
profesión de odontóloga. Falleció en 1986, sin retornara Chile.
María Asunción Requena dejó una obra que aún hoy parece algo misteriosa, un vuelo dramatúrgico que
se inicia en las raíces folclóricas y que alcanza ciertos niveles de lo sobrenatural. Todavía su conocida
trilogía sobre el mito y la leyenda del sur de Chile, formada por Fuerte Bulnes, Ayayema y Chiloé,
cielos cubiertos, sigue apareciendo invadida por un halo mágico que brota de los personajes, de cierta
atmósfera lluviosa y de la presencia de fuerzas oscuras que movilizan la acción. A diferencia de Luis
Alberto Heiremans, quien también se basó en ciertos aspectos folclóricos chilenos estilizados, su obra
recrea ciertas creencias específicas nacionales o recrea epopeyas inscritas en nuestra historia.
Seguramente su empeño por sacar adelante la carrera de odontología, reservada en aquellos años casi
exclusivamente para el público varonil, le llevó a escribir en 1959 El camino más largo, a la que
calificó de "autobiografía", y de la cual aclaró que "algunos hechos, algunos personajes hasta podrían ser
imaginarios". Está basada en la vida de Ernestina Pérez, una chilena que en 1882 consiguió un
decreto del entonces Presidente de la República que le permitió ingresar a la Escuela de Medicina,
privativa sólo para hombres. La obra repasa la batalla de la mujer contra los prejuicios sociales de la
época, su vocación humanitaria y de servicio, por un lado, y la soledad y las consecuencias familiares que
debió enfrentar por su decisión de llevar adelante una aventura profesional sin antecedentes, por otro.
Pero en otro aspecto, María Asunción Requena fue también pionera: se trata de una de las escasas
dramaturgas chilenas de la llamada Generación Teatral de 1950. Junto con Isidora Aguirre y Gabriela
Roeckpe conformó un menguado batallón, ante la avalancha de autores masculinos que por aquellos
comenzó a estrenar en Chile. Profundamente, sin estridencias ni banderas en alto, su obra colocó a las
mujeres también como protagonistas de las gestas y episodios de la historia nacional, personajes
gravitantes de los sucesos naturales o sobrenaturales que debían vivir. Ellas son tanto movilizadoras de
acciones e iniciativas, como simplemente llevaderas de las aflicciones de su comunidad.
Esta inclinación por los personajes femeninos –sumados al tema de la realización personal en un mundo
hostil– se verifica en una obra breve, prácticamente desconocida: La chilota. Allí se cuenta la historia
de una maestrita enviada a Chiloé por el gobierno, y que es rechazada por los lugareños por su carácter
de extranjera. Sólo consigue ser aceptada cuando revela su verdadera condición de chilota y a partir de
allí organiza a la comunidad para construir la primera escuela del poblado. En ésta, como en otras
creaciones de María Asunción Requena, se entrega la doble vertiente de los aspectos personales –la
batalla individual– junto a la gesta comunitaria o el tono épico que encierran los aspectos más
característicos de la vida en regiones apartadas.

TRILOGÍA DEL SUR DE CHILE


El germen de todo ello está en Fuerte Bulnes, estrenada en 1955, donde se narran las peripecias de
un grupo de hombres y mujeres que lucha por colonizar una región de Magallanes y que debe enfrentarse
a varios obstáculos. Unos de los más importantes es la arisca naturaleza, que se convierte en una
enemiga indomable de estos fundadores del sur de Chile. Esta visión la profundizó en Ayayema,
estrenada en 1964. Su tema se centra en la perturbadora invasión que hacen los hombres blancos en la
cultura de los indígenas de la Patagonia, provocando la resistencia de un sector de ellos.
Aquí el nombre ayayema alcanza una dimensión mítica y envolvente de la visión del mundo: es el
poder de la noche, el viento destructor que sopla desde la leyenda indígena. Una mirada que hoy día
llamaríamos "ecológica" –con todas las caprichosas acepciones que el término haya alcanzado– se
despliega aquí: la lucha de ciertos lugareños contra loberos inescrupulosos que compran pieles,
depredando el medio ambiente.
En esta misma línea se ubica Chiloé, cielos cubiertos, presentada por primera vez en el teatro de la
Universidad de Chile en 1972 y reestrenada en el teatro Cariola en 1989. El nombre obedece al tic del
pronóstico del tiempo en la capital, que siempre anuncia nublados para esa isla. Pero es, también, el
vaticinio respecto de la condición de esa región sureña, una situación carente de sol o de horizontes
abiertos.
La obra resume y amplía –técnica y conceptualmente– Fuerte Bulnes y Ayayema. La acción se
desarrolla en Curaco de Vélez, en la isla Quinchao1 desde donde los jóvenes varones emigran
irremediablemente hacia Argentina en busca de un trabajo mejor. De nuevo aquí, lógicamente, los
acentos se cargan en lo femenino: mujeres que esperan con paciencia incontenida a que los maridos
regresen, si hay suerte, por unas semanas al año. Mientras tanto, los pocos que han quedado se afanan
por conseguir un desarrollo de la zona y así ofrecer buenas posibilidades a sus trabajadores para que
nadie emigre.
Junto con este retrato más o menos regional se desliza otro aspecto del mundo chilote: la joven Rosario
reniega de los pocos jóvenes que permanecen en la isla y se enamora de un fantasma, el Joven
Naufragante. Este personaje reúne en sí no sólo a los diversos mitos chilotes, como el Caleuche, sino esa
esperanza de salir de un lugar que aprisiona a sus protagonistas. Chiloé, cielos cubiertos ensambla
la realidad social y marginada del extremo sur –donde los chilenos parecen ser sólo veraniegos turistas de
paso– con la mitología del lugar: Rosario sueña con alguien a quien amar para huir de su encierro,
aunque se aferra a un fantasma que nadie más puede ver.
La extraña síntesis cultural que se produce en la zona, donde los aspectos paganos de la imaginería
popular se mezclan con los de la religión cristiana, está presente en cada uno de los acontecimientos y
personajes de la obra. Quizá su máxima expresión sea la de la Abuela Chufila, que en sí misma
encarna el sincretismo de la región: "Jesús, María, Nuestro Señor y su pesada cruz, líbranos de los
pecaos por tu corona de espinas y por toítos los clavos. (Cambia su expresión mística). Chucao,
chucao, chucao, las uñas y el rabo, llévate el mal pa' la vieja del lao. (Mística). José, María y Jesús, tan
jodío con la cruz, líbranos de los pecaos. (Cambia de expresión). Chucao, chucao, chucao, las uñas y
el rabo, allégale el mal a la puta del lao".
María Asunción Requena escapó de un costumbrismo más o menos retratista, huyó de la pura
recreación de narraciones legendarias y de aspecto folclorista. Si bien su origen fue este, supo dotar a sus
personajes y acciones de un vuelo mayor que calzó felizmente con esas ansias de eternidad y trascendencia
que se propusieron otros protagonistas de su generación, dotando de un tono fundacional –un país que
todavía se estaba haciendo– a sus historias.
La caracterización que hace el profesor Cedomil Goic para la generación literaria del mismo periodo es
aplicable a su obra: "Las limitaciones de la existencia, el carácter ominoso del mundo, no abruman
definitivamente al hombre ni aniquilan su esperanza. Tampoco le llenan de conformidad. Por el
contrario, despiertan en él oscuras aspiraciones de eternidad e infinito, de comunión universal y de
solidaridad humana, de autenticidad y pureza que arraigan, como en su fundamento, en la pasión el
alma y la sangre, que dominan la muerte y prevalecen sobre las limitaciones del mundo". Repasar parte
de la obra de María Asunción Requena otorga una mirada todavía fresca respecto del panorama
humano y social chileno, una restitución inevitable.

Juan Andrés Piña


FUERTE BULNES
(1955)
PERSONAJES

Ambrosio Sebastián
Colono Iº (Cuina) El Compadre
Colono 2º Benito
Colono 3º Juana
Fray Domingo Mujer Iº Carmela)
Capitán Williams Mujer 2º
Gobernador, Don Pedro Silva Mujer 3º
Un Colono Mujer 4º
Otro Colono Teniente González
Ignacia Gobernador Santos Mardones
Venancia Cacique Santos Centurión
Don Luis Primer Colono Rebelde
Benamina Segundo Colono Rebelde
Remigio Colona Rebelde
Onahe 14 Colonos, Artilleros E Indígenas
ACTO PRIMERO

Sitio que, en el fuerte, hace las veces de plaza pública. Hay un grupo de colonos reunidos. Murmullo de
conversaciones agitadas.

Ambrosio: Cállense, por favor. Cállense... Escúchenme.


Colono 2°: Habla de una vez, Ambrosio. Tú nos pediste que nos reuniéramos
aquí, porque tenías algo muy importante que proponernos. Pero
hasta el momento no has dicho nada.
Ambrosio: Esperaba que estuvieran todos.
Colono 2°: Con los que aquí estamos, basta. (murmullos).
Ambrosio: ¡Nno! No basta. Es algo que a todos interesa y tiene que haber
acuerdo.
Colono I°: ¡Ambrosio! El clima de estas tierras no es el de Santiago. Si no
terminas de una vez, el frío nos va a matar a todos.
Todos: Sí, sí. Que hable. ¿De qué se trata?
Ambrosio: A eso voy... Compañeros: todos nosotros, todos los que llegamos
aquí hace dos años a colonizar estas tierras de Magallanes, sabemos
muy bien en qué condiciones se nos hizo venir. Cuando nos
reclutaron para embarcarnos en la goleta Ancud, y venir a fundar la
colonia del Fuerte Bulnes, se nos dijo que nos traerían a unas
tierras llenas de riquezas. Nos ofrecieron un nuevo Chañarcillo.
Nos pedían el sacrificio de fundar una colonia, de levantarlo todo
con nuestras propias manos y, a cambio de ello, nos ofrecían una
tierra en la que íbamos a hacer fortuna. Nos decían que íbamos a
encontrar oro, carbón y muchos minerales. Y en vez de eso, ¿qué
hemos encontrado? Barro y nieve. Viento y frío... Eso es todo lo
que hemos encontrado... La colonia está viniéndose al suelo. Y las
cosas no pueden seguir así...
Colono I°: ¿Y eso es lo que querías decirnos?... Ya sabíamos que al venir a
colonizar el estrecho de Magallanes, no veníamos a un sarao.
(murmullos agitados).
Colono 3°: Silencio. Déjenlo continuar. Tal vez tenga una solución.
Colono 2º: Si la solución está en abandonar el fuerte, en abandonar el estrecho
de Magallanes y perder esta avanzada que hemos ganado para
Chile, les advierto que yo no estaré de acuerdo... Yo sé que estas
tierras son bravas; yo sé que aquí todo es difícil y que hay que
vérselas con el hambre, con el frío y hasta con la muerte. Yo sé que
muchos, antes que nosotros, han tratado de colonizar estas tierras.
En este mismo lugar en que estamos, sin ir más lejos, los españoles
fundaron hace tres siglos una colonia. ¿Han olvidado cómo se
llamó esa colonia? ¿Con qué nombre se la recuerda? Con el nombre
de Puerto del Hambre, porque todos los que la formaron dejaron
sus huesos en estos mismos terrenos. Y así como sé eso, sé muchas
otras cosas tremendas que han pasado en estas regiones... Lo sabía
mucho antes de venir aquí. Y, sin embargo, he aceptado gustoso
los sacrificios que hemos tenido que afrontar... Pero no quiero que
estos sacrificios sean inútiles.
Ambrosio: Si te mueres de hambre y de frío, como murieron los colonos
españoles, tu sacrificio será tan inútil como el de ellos.
Colono 2°: Ahora hay adelantos que no conocieron los españoles y que nos
pueden hacer triunfar donde ellos fracasaron. Hay barcos a vapor.
Los sabios han estudiado estas tierras y, sobre todo, tenemos un
gobierno propio, un gobierno nacional que nos apoyará siempre.
Ambrosio: No es mucho lo que nos apoya, a juzgar por la situación en que
estamos. (murmullos).
Colono I°: Bueno, basta ya de alegatos y dinos de una vez qué nos propones.
Ambrosio: El capitán Williams no nos veía desde que nos trajo aquí por
primera vez, desde que nos dejó instalados en este Fuerte Bulnes.
Ahora ha regresado con nuevos colonos, y nadie le ha dicho la
verdad sobre las miserias que estamos pasando. Vamos todos a
hablar con él y digámosle francamente lo que pasa.
Unos: Sí, sí. Claro. Vamos.
Otros: No. No. Jamás. Sería una cobardía. ¿Qué sacaríamos?
Ambrosio: Tenemos que decírselo, para que sepan que no estamos viviendo
en el Paraíso. Para que nos manden más víveres, más socorros.
Para que se ocupen más de nosotros. Tenemos que hacernos oír.
De lo contrario, el gobierno del general Bulnes...
Colono 2°: El gobierno del general Bulnes hace lo que puede por nosotros.
Los problemas en estos momentos son muy grandes y no es propio
ir a llorarle calamidades por lo que está sucediendo en este último
rincón del mundo. Cuando aceptamos venir, en el momento
mismo en que pusimos pie en la goleta Ancud, y aun antes, cuando
tuvimos que construirla con nuestras propias manos, sabíamos a lo
que veníamos. Sería ridículo ahora llorar miserias. Yo no iré. Anda
tú, si quieres, y que vayan contigo todos los que quieran darse por
vencidos.
Ambrosio: ¡Estúpido! No se trata de darse por vencidos. Se trata de encontrar
mejores condiciones para esta vida de perros en que nos tienen.
Colono 2°: Es inútil. No iré. Yo he venido aquí a trabajar por algo muy serio y
que llevo muy adentro y no para andar gimoteando como una
señorita. (murmullos agitados).
Colono I°: Eso no es propio de hombres como nosotros.
Ambrosio: ¿Qué? ¿Qué estás diciendo? Soy tan hombre como tú, infeliz, y
ahora mismo voy a probártelo.
Avanza para golpear al Colono Iº. Gran barullo de todos los que tratan de detener a los dos
contendores. Entra fray Domingo.

Fray Domingo: ¿Qué es esto? ¿Qué pasa aquí? ¡Silencio! ¿Por qué tanto alboroto?
¿Un motín? ¡No faltaba más! Precisamente ahora, que está de paso
entre nosotros el capitán Williams.
Ambrosio: Justamente, se trataba de eso, fray Domingo.
Fray Domingo: ¡Silencio, he dicho!... Ya sé que desde hace tiempo a ti te andan
dando vueltas en la cabeza ideas revoltosas y que quieres hacer el
redentor. Pues bien, yo te digo que el capitán Williams debe irse de
aquí sin una sospecha de lo que estamos sufriendo realmente. Si un
informe oficial como el que él podría dar, hace saber en Santiago o
en Ancud nuestra verdadera situación, prendería el desaliento entre
nuestros compatriotas, y eso acarrearía el desinterés por la
colonización del estrecho, significaría la ruina definitiva de esta
empresa que Dios nos ha deparado para ennoblecer nuestras vidas.
Ambrosio: Esas son palabras bonitas no más, padre. Usted sabe muy bien que
aquí no hemos venido a hacer de misioneros, sino a crear una
colonia a cambio de una riqueza que nos dijeron que
encontraríamos. ¿Dónde están esas riquezas?
Fray Domingo: Eres un mercader, Ambrosio. Un mercader más despreciable que
los que Cristo expulsó del templo, y merecerías que también a ti te
expulsáramos a latigazos de esta colonia...
Ambrosio: ¡Fray Domingo! ¡Esas cosas no se le pueden decir a un hombre
como yo!
Fray Domingo: Condúcete, entonces, como el hombre que realmente eres... ¿Te
acuerdas de lo que pasó en la goleta Ancud cuando veníamos a
fundar este fuerte? ¿Te acuerdas del terrible temporal que estuvo a
punto de echarnos a pique en mitad de camino? A estas horas
nosotros deberíamos estar en el fondo del mar, y el Fuerte Bulnes
en la mente de Dios y en los buenos deseos de los hombres, si no
hubiera ocurrido entonces un hecho milagroso: siete de los
nuestros, encabezados por don Bernardo Philippi, regresaron a San
Carlos de Ancud en una chalupa y luego volvieron con los auxilios
necesarios. Siete hombres, Ambrosio, sólo siete hombres en una
miserable chalupa abierta, atravesando más de 150 millas de ida y
vuelta, en medio de un mar enfurecido... Todo esto te lo digo
porque tú estabas entre esos siete hombres, y para recordarte que
esas cosas no se hacen sólo por la mezquina esperanza de
conquistar una pequeña fortuna. Esas cosas se hacen cuando hay
una fe y una misión que cumplir.
Ambrosio: Sí, padre, tiene usted razón. Pero yo no estoy renegando. Sólo
estoy aspirando a condiciones mejores.
Fray Domingo: ¿Condiciones mejores? De acuerdo. Siempre que ellas no
signifiquen la ruina de la colonia. Estamos aquí no para ganar
fortunas, sino para dar testimonio de que Chile es dueño de estas
tierras de Magallanes. De lo contrario, bien pronto habrá otros
países que querrán apoderarse de ellas. Dios y nuestra patria nos
han encomendado esta misión maravillosa, y debemos tener fe en
que sabremos cumplirla. Pensar de otra manera es pensar como un
hereje y como un cobarde. Y tú no eres ni un hereje ni un cobarde.
Lo probaste el día en que te embarcaste en aquella chalupa.
Ambrosio: Padre, yo...
Fray Domingo: No me digas nada. Sé que estás ofuscado. Sé también que
continuarás regañando, porque eres un rebelde. Pero Dios
iluminará tu espíritu con impulsos generosos, como los que tuviste
entonces... Y ahora, silencio. Ahí viene el capitán Williams con el
nuevo gobernador. El primero que se queje tendrá que vérselas
conmigo, ¿entendido?... Y, como quien canta su mal espanta,
vamos a recibirlos cantándoles el "Himno a la bandera".
Cantan todos el "Himno a la bandera", de don José Zapiola. Entra el capitán Williams, seguido del
gobernador, don Pedro Silva.

Williams: ¡Bravo! ¡Bravo! Así me gusta. Esta colonia con su espíritu siempre
en alto, tal como el día en que llegamos aquí. Nada era capaz de
echar una sombra sobre su espíritu: ni los temporales de la travesía,
ni el peligro de los indios, ni las dificultades de tener que vérselas
con extranjeros que tenían los ojos puestos en estas tierras. ¿Se
acuerda usted, fray Domingo, que al día siguiente de llegar nosotros
aquí atracó a estas costas un barco francés y que sus marinos
bajaron a tierra plantando banderas, como si esta tierra hubiera
sido la tierra de nadie?
Fray Domingo: ¿Cómo no he de acordarme, capitán? Si hasta hay unos versos que
escribió uno de los nuestros sobre aquel suceso. Todavía andan por
ahí de boca en boca.
Williams: ¡Es verdad! ¡Ahora lo recuerdo! ¿Y no está aquí el poeta para que
los recite a nuestro nuevo gobernador?
Un Colono: No está, capitán. Es un artillero que está de guardia en estos
momentos. Pero la Ignacia se los sabe de memoria.
Williams: Que los diga, entonces.
Otro colono: Ya, Ignacia. "Hácele" el gusto al señor gobernador.
Ignacia: ¡Ay, no! ¿Cómo se le ocurre?
Venancia: ¿Y qué tiene, tonta?
Ignacia: Tengo vergüenza.
Venancia: No te vayan a comer, niña por Dios.
Un Colono: Mírenla, pues. Tan rogá que la han de ver.
D. Pedro Silva: Ignacia, ¿me va usted a negar ese gusto?
Fray Domingo: ¿No ves cómo te lo están pidiendo Ignacia? Yo sé que este artillero
poeta se pondrá muy orondo si sabe que tú has declamado sus
versos...
Ignacia: Bueno, por ser para su merced, los voy a decir. Pero no vayan a
hacer mofa de mí, ¿ah?
Williams: Ya, dilos de una vez.
Ignacia: Día 21 de septiembre
como a las doce del día...
¡Pero no ve cómo se está riéndose la Venancia! ¡no los digo naa
mejor!
Un Colono: Si lo hace de pura nerviosa no más, tonta. No le hagas caso.
Ignacia: Si se vuelve para el otro lado los digo. Si no, no.
Fray Domingo: Ya Venancia, vuélvete para el otro lado.

Venancia se vuelve de espaldas e Ignacia comienza a recitar nuevamente.

Ignacia: Día 21 de septiembre


como a las doce del día
llegamos a Magallanes,
fondeamos en la bahía.
Pronto saltamos en tierra
con alegría y valor
con las armas bien cargadas
bien atacado el cañón,
haciendo una salva real
plantamos el pabellón.
Y pusimos la bandera
bien armados y valientes
todos a voces decimos
viva nuestro presidente.
Al otro día siguiente
llegó un buque de vapor
con mucha tripulación.
Barca bien armada en guerra
pronto saltaron en tierra
pusieron su pabellón.
Dijo nuestro comandante
con ligereza y valor
voy a mandarle un oficio
porque sé mi obligación.
Llévele usted al comandante
le dijo al embajador.
Él pronto le contestó
yo lo hice por ignorancia
si esta tierra está por Chile
yo llevaré el parte a Francia.
Todos formamos en alas
nuestros jefes adelante
viva el pabellón chileno
viva nuestro comandante.
Todo el piquete decía
que viva nuestra opinión
que no nos falte el valor
sigamos nuestras porfías.
A fusil y bayoneta
todos rendimos la vida.
Venga cualquiera nación
el enemigo que quiera.
Que yo a todos le doy guerra
y siempre estamos a gusto
decimos todos por junto.
Que viva nuestra bandera.
Aunque somos poquititos
las armas nos dan valor
tengo buena munición
para formar en batalla
paquetes de diez cartuchos
buenos tarros de metralla.
Tenemos un buen castillo
y una buena fortaleza
dándole fuego a la pieza
estamos bien atrincherados
se rompre el fuego graneado
al ruido de las cadenas
damos las últimas descargas
viva la nación chilena...
Todos: Bravo. Muy bien. Mírenla, etc.
Fray Domingo: Gobernador, ¿por qué no les dice algunas palabras a los colonos?
Ellos están deseosos de saber por boca suya las novedades que
usted trae.
Todos: Sí, que hable, etc.
Pedro Silva: Amigos míos, la mejor novedad que puedo contarles es que la
goleta Ancud, la misma que los trajo aquí por primera vez hace dos
años, ha venido ahora cargada de provisiones para ustedes.
Sabemos muy bien cómo es la vida aquí, y adivinamos que las cosas
son peores de lo que nosotros pensamos. Ahora mismo estoy
viendo delante de mí caras escuálidas y ropas casi raídas. Ustedes
me han recibido con cantos, con poesías y con risas. Pero detrás de
todo eso hay algo que yo presiento, y es preciso que hablemos con
franqueza. Díganme, ¿es esto demasiado duro para ustedes?
Díganmelo... Díganmelo, y lo sabrá todo Chile... ¿es demasiado
duro? (pausa. Silencio expectante). La goleta regresará mañana a
Ancud. ¿Hay alguien que quiera volver en ella?
Fray Domingo: ¿No han oído la pregunta del señor gobernador? A aquellos que se
sientan desilusionados, que se sientan cansados o... derrotados, el
capitán les ofrece la oportunidad de regresar mañana. ¿Hay alguno
que quiera hacerlo?... Tú, Ambrosio, parece que quisieras decir
algo. (Silencio).
Ambrosio: No tengo nada que decir.
Fray Domingo: No, señor gobernador. Nadie quiere regresar. En esta colonia no
hay derrotados. Nuestra fe, nuestro orgullo de chilenos han
levantado una muralla en torno a este fuerte, y todos sabemos que
el primero que huya a través de esta muralla, será para Chile la señal
de que el Fuerte Bulnes ha fracasado. Y nadie en el fuerte querrá
ser la señal de un fracaso. Nadie... ¿no es verdad, hermanos?
Todos: Sí, sí. Nadie.
Pedro Silva: Gracias, amigos.
Todos: ¡Viva el señor gobernador! ¡Viva el Fuerte Bulnes! ¡Viva la nación
chilena! ¡Viva el capitán Williams!
Williams: Gracias, gracias amigos... Esto es lo que soñó don Bernardo
O’Higgins. Antes de emprender este viaje, tuve en mis manos las
cartas que él le escribió al presidente Bulnes. En todas ellas está
patente su fe en Magallanes. No se lee en ellas otra palabra:
Magallanes, Magallanes, Magallanes. El sueño de sus últimos días
en Montalván fue venir a colonizar Magallanes en cuanto su salud
se lo permitiera. Y todo el mundo sabe que cuando murió, hace dos
años, su última palabra fue: "Magallanes"... Ese fue su último
sueño, y ustedes son la realización de ese sueño. Por eso, ¿qué
importan las penurias actuales? Siempre habrá una manera de salir
adelante. Por ahora, ahí en la bahía está anclada la goleta con
provisiones para los próximos meses. Entre tanto, el gobierno
estudiará los medios para regularizar los suministros. Lo que nunca
debe faltar es la fe. La fe y la esperanza... Y ahora vámonos a
descansar, que mañana habrá mucho que hacer para descargar de
esa goleta las provisiones. Buenas noches, amigos. ¿Y viva el Fuerte
Bulnes!
Todos: ¡Viva! (Se retiran).

Calle. Aparecen fray Domingo, el capitán Williams y don Pedro Silva.

Williams: Y ahora que estamos solos, fray Domingo, díganos a don Pedro y
a mí, cuál es la verdadera situación de la colonia.
Fray Domingo: El mismo don Pedro dijo hace un momento, capitán, que no es
difícil darse cuenta de la verdadera situación.
Williams: Sí, pero ¿hay "algo" más?
Fray Domingo: Bueno... las cosechas no prosperan. La tierra es estéril o bien el
viento arrasa con los sembrados. Hasta ahora parece que no
podremos vivir sino de lo que nos envíen desde allá. Por eso el
anuncio de ese cargamento que está en la goleta ha causado tanta
impresión... Pero yo creo que con paciencia y con fe...
Williams: Fray Domingo, no me oculte nada. Le prometo que yo no diré
allá una palabra que perjudique a la colonia. Pero necesito saberla
verdad.
Fray Domingo: Existe la sensación de que el emplazamiento de la colonia ha sido
mal elegido.
Williams: ¿Cómo?
Fray Domingo: En esto no hay una crítica para usted, capitán. Usted tiene sus
puntos de vista y los respetamos. Pero si el Fuerte Bulnes hubiera
sido emplazado un poco más hacia el Atlántico, en la Punta
Arenosa1, tendríamos tierras más feraces y hasta minas de carbón,
y eso es muy importante. Yo no sé hasta qué punto podré seguir
predicándoles el desinterés a estos hombres si ellos saben que
están luchando contra una tierra estéril, mientras a pocos
kilómetros hay minas que pueden hacerlos ricos a corto plazo.
Los bienes de este mundo son tentadores.
Williams: ¿El fuerte... en la Punta Arenosa? No, no. Imposible. Aquí hay
abundancia de agua dulce y de madera. Además, estamos
emplazados sobre un promontorio y eso es muy importante para
defenderse de los indios en casos de ataque.
Fray Domingo: Son sus puntos de vista, capitán, y ya le he dicho que se los
respetamos. Por lo demás, fue una franqueza mía hablarle de esto.
En Santiago no deben saber nada de estas divergencias. Haría
peligrar nuestra colonia. Y en lo que a mí respecta, mi tarea es
evangelizar a los indios, lo mismo puedo llevarla a cabo estando
instalado aquí o en Punta Arenosa.
Pedro Silva: A propósito de los indios, ¿no causan muchas molestias?
Fray Domingo: De hecho, no muchas, aparte del peligro que significa tenerlos
como vecinos.
Pedro Silva: Mi propósito es entablar con ellos una política de apaciguamiento.
Si no me equivoco, los tehuelches tienen como jefe al cacique
Huisel.
Fray Domingo: Sí, pero quien los representa verdaderamente frente a nosotros es
el cacique Santos Centurión.
Pedro Silva: ¿Santos Centurión?
Williams: ¿No es un mestizo o un blanco renegado que nació en
Montevideo y que después anduvo peleando junto a José Miguel
Carrera en las pampas?

1
Punta Arenosa (Sandy Point): primer nombre que recibió la actual Punta Arenas, fundada en 1848 a raíz
del traslado, precisamente, de los colonos de Fuerte Bulnes.
Fray Domingo: El mismo. Parece que se vino a estas tierras huyendo de alguna
historia turbia, y aquí se ha convertido en una especie de cacique,
representante de los indios. Con él es más fácil entenderse, por
tratarse de un blanco. Pero tiene también toda la astucia de los
indios y sabe sacar buen partido de todo. Mucho me temo que
nos esté haciendo un doble juego. Le recomiendo tener mucho
cuidado con él, don Pedro.
Pedro Silva: ¿Y qué vida lleva?
Fray Domingo: La de los tehuelches. Hizo vida marital con una india y tuvo una
hija que ahora es una hermosa muchacha. Él la llama Onahe, pero
yo la he bautizado con el nombre de Javiera Carrera. No he tenido
mucho éxito; todo el mundo sigue llamándola Onahe. Me temo
que su evangelización, con semejante padre, será un trabajo muy
largo. Además, tengo que estar alerta con ella, porque como es
muy bonita, los sentimientos que despierta en algunos de nuestros
mocetones no son, precisamente, de los más cristianos.
Pedro Silva: ¡Qué difícil tarea la suya, padre!
Fray Domingo: Muy difícil... y muy hermosa, muy hermosa. Pero no me remueva
ese tema que podríamos quedarnos aquí hablando hasta mañana,
y eso suele no ser saludable en estas latitudes. Hasta la vista, don
Pedro.
Pedro Silva: Hasta luego, padre.
Fray Domingo: ¿Viene usted conmigo, capitán?
Williams: No, padre. Antes de retirarme quiero ir a la playa para echar un
vistazo a la goleta. Me da mucha alegría mirarla y pensar que en
ella está la tranquilidad material de esta colonia para varios
meses... Hasta mañana, fray Domingo.
Fray Domingo: Hasta mañana, capitán. (Se van).
Casa de Remigio y Benamina. Entran don Luis, Remigio y Ambrosio. En escena está Benamina
terminando de adornar una torta.

Don Luis: Buenas tardes, Benamina.


Benamina: ¡Don Luis, dichosos los ojos! ¿Y a qué se debe el gusto de tenerlos
por esta casa?
Don Luis: Veníamos acompañando a su marido y aprovechamos de pasar a
saludarla.
Benamina: Muy bien pensado, pues... Tomen asiento. Y a usted, Ambrosio,
¿se le ha helado la lengua, que no saluda?
Remigio: Déjalo, mujer. Está amurrado porque le bajaron el moño en la
reunión.
Ambrosio: A mí nadie me baja el moño, ¿entiendes? Y no aguanto que...
Don Luis: Bueno, Ambrosio. Basta, basta. No sigan con las discusiones.
Hemos venido a pasar un rato agradable con la Benamina y no
nos vamos a poner a pelear aquí.
Benamina: Lo que pasa, Ambrosio, es que usted no ha podido pescarle el
paso a esto del Fuerte Bulnes. Míreme a mí: una mujer esperando
un hijo. Y aquí estoy, ¡tan feliz! Yo podría estar cómodamente
sentada en mi pueblo, esperando mi niño. Nada me faltaba. Yo
tenía mi azúcar, mi yerba, mis huevos, mis gallinitas, de un todo.
Pero un día le oí decir unas cosas tan bonitas al capitán Williams
sobre sus tierras que iban a colonizar, que poco a poco me fui
entusiasmando y terminé entusiasmando a este también.
Remigio: Y aquí estamos.
Benamina: Sí, pues; aquí estamos. Y bien felices. Y yo, bien contenta de ser la
primera chilena que va a tener familia en estas tierras, la
fundadora de la primera familia magallánica. ¿No es para estar
orgullosa, dígame usted?
Don Luis: Muy orgullosa, Benamina. Usted será el símbolo de la fertilidad de
esta tierra.
Benamina: ¿El qué?
Don Luis: Nada. No importa... Bueno... ¿y se puede saber qué está
haciendo?
Benamina: Hágase el leso, nomás... ¿no ve que estoy terminando de adornar
una torta?
Remigio: Muy bien hecho. Así tendremos con qué festejar a los invitados.
Ambrosio: No se molesten. Yo ya me voy y creo que don Luis...
Remigio: No faltaba más. La Benamina...
Benamina: Oigan, no se hagan tantos cumplidos con mi torta, que no es para
ustedes. Este engañito lo he preparado para el capitán Williams.
Remigio: ¿Qué?
Benamina: Para el capitán Williams. Por valiente y animoso y por permitir
que yo llegara a esta tierra de Magallanes a tener mi primer hijo.
Ambrosio: Yo no sé si su hijo va a estar tan agradecido del capitán Williams
como usted, Benamina... A lo mejor no le gusta nada venir a nacer
entre tanta nieve y tanto barro.
Benamina: Le gustará. Y si no, aquí estaré yo para enseñárselo, para enseñarle
a ser feliz en la tierra que lo ha visto nacer. Y usted hace muy mal,
Ambrosio, en decirme esas cosas amargas. Yo tengo mi ilusión.
Déjeme con ella... Puede que sea una tontería, pero yo me siento
una mujer feliz. Sé que este hijo será una bendición para todos.
Puede que algún día tengamos una buena ciudad con calles, con
plazas, con árboles y hasta con hospitales y escuelas. Él nos traerá
todo eso...
Don Luis: Sí, Benamina. Él nos traerá todo eso. Tranquilícese; a Ambrosio
lo que le pasa, es que anda de mal humor y no sabe contra quién
carga.
Ambrosio: Sí, Benamina. Discúlpeme. No quise ofenderla.
Benamina: Lo que le pasa a Ambrosio es que está enojado conmigo porque
no le doy torta. Pero no se les dé nada. Mañana, en cuanto bajen
las nuevas provisiones de la goleta, me voy a conseguir un poco
de harina y con unos huevos de avestruz que me ha prometido la
indiecita de Santos Centurión, les voy a hacer una torta de
chuparse los dedos... Y ahora me voy antes de que me coman
esta. Será hasta luego, pues... Hay que ver lo feliz que va a estar el
capitán Williams. (sale).
Don Luis: ¡Qué mujer tan magnífica tienes, Remigio!
Remigio: Es muy buena mujer. Ojalá no tenga dificultades con el
nacimiento del niño. ¡Está tan esperanzada!
Ambrosio: ¡Esperanzada! ¡Esperanzada! Ya estoy hasta la coronilla de oír
hablar de esperanzas, de ilusiones y de fe. El curita no sabe otra
cosa: la esperanza y la fe, la fe y la esperanza y la fe. ¡Cómo si
pudiéramos vivir de esperanza y de fe!
Don Luis: ¿Ya vas a empezar otra vez?
Ambrosio: Déjeme que me desahogue, don Luis... Yo, allá en mi pueblo,
tenía mis terrenitos y cuando echaba la semilla a los surcos, sabía
lo que era esperanza, porque de ahí iban a salir unas espigas que
daba gloria mirarlas... Pero aquí, cuando echo la semilla a la tierra,
se me figura que la estoy quemando, porque de ella no va a salir
nada, nada. ¿Y así quieren ustedes que tengo esperanza...?
¿Esperanza de qué? ¡Ciudades, casas, hospitales, escuelas! ¡Patillas!
Aquí no seremos nunca más que un caserío de tablas podridas,
con nosotros como monigotes adentro, para que los santiaguinos
puedan darse el lujo de decir que tienen posesiones junto al
estrecho de Magallanes... Y me voy, porque si no voy a decir más
de algo desagradable. Buenas noches. (Sale bruscamente).
Don Luis: ¡Ah, qué muchacho!
Remigio: Lo que yo me pregunto es por qué no se va si está tan a disgusto.
Don Luis: Por lo mismo que no te vas tú, ni me voy yo, Remigio... Porque
esta tierra pesca. Este es uno de esos rincones del mundo de
donde es muy difícil salir. Y aunque estés lejos de él, siempre hay
algo que te tiene amarrado. Ya verás que de todo esto sale algo
grande... Bueno, ya es tiempo también de que yo me vaya.
Mañana tenemos que ocuparnos temprano de revisar las trampas.
Buenas noches, Remigio.
Remigio: Buenas noches, don Luis. (Sale don Luis. Desde afuera agrega).
Don Luis: Allá parece que viene la Benamina.
Remigio: Voy a salirle al encuentro. No vaya a tropezar por el camino... (De
lejos). Buenas noches.
Don Luis: Buenas...

Desaparecen los dos. Calle. Aparecen Sebastián y don Luis, cada uno por un costado.

Don Luis: ¡Vaya! ¡Tú por aquí, Sebastián! ¿Qué hace un sargento de nuestra
guarnición a estas horas de Dios por estos andurriales?
Sebastián: Andaba tomando un poco de aire, don Luis. Estuve toda la tarde
de guardia y salí a ventearme un poco.
Don Luis: Oye, ¿y no andarás rondando a ver si te encuentras con cierta
indiecita?
Sebastián: ¿Con una indiecita?
Don Luis: Sí, no te hagas el leso. Con Onahe, la hija de Santos Centurión. Te
vi el otro día conversando con ella en el comedor de tropa. Ten
cuidado, ¿eh?
Sebastián: No, don Luis, si eran puras conversaciones no más. ¡Cómo se le
ocurre que yo...!
Don Luis: Te lo digo por si acaso. No sea cosa que te vayas a entusiasmar...
Cuidado con esa, Sebastián. Santos Centurión no te lo perdonaría
jamás. Si te gustan las indias, más vale que pienses en otra. No
queremos enredos con los indios. Además, tengo entendido que
su padre la tiene prometida al cacique Huisel.
Sebastián: Centurión no es un indio. No querrá dársela a ese caciquillo
borracho.
Don Luis: Santos Centurión vive demasiado tiempo entre ellos, y a veces
piensa como tal. Y es un cacique, no lo olvides. El más fuerte de
todos.
Sebastián: No se inquiete, don Luis. En primer lugar, no estoy esperando a
Onahe. En segundo lugar, no somos más que amigos. Y en tercer
lugar, si llega a haber algo entre nosotros, ya veremos lo que pasa.
Don Luis: Cuidado, cuidado. Más vale que te retires temprano, como yo.
Buenas noches, Sebastián.
Sebastián: Buenas noches, don Luis.
Don Luis: Parece que se va a levantar viento, ¿no?
Sebastián: No creo.
Don Luis: Yo no estaría tan seguro. De repente, llega el diablo y sopla.

Se va don Luis. Sebastián lo mira alejarse y, cuando está a punto de retirarse también, aparece Onahe.

Onahe: ¡Pst! ¡Pst!


Sebastián: ¡Onahe! Ya me habían dicho que rondabas por aquí de noche. Y
vine para saber si era cierto... ¿No sabes que está prohibido?
Onahe: ¿Qué quiere decir "prohibido"?
Sebastián: Onahe, ¿qué haces aquí?
Onahe: Escondida.
Sebastián: ¿Algún colono te perseguía? (Onahe niega con la cabeza). ¿Andas
huyendo de alguien?... ¿De algún indio? (Onahe afirma). ¿Huisel?
Onahe: Mátalo. Tengo flechas en el bosque. Huisel corre mucho, como
los zorros. No puedo matarlo.
Sebastián: ¿Estás loca? La que moriría serías tú.
Onahe: Quiero matarlo.
Sebastián: Tu padre te tiene prometida a Huisel. Si no te casas con él, te
matará.
Onahe: Quiero matarlo.
Sebastián: ¿No sería mejor que fueras su mujer?
Onahe: ¿Onahe... su mujer?
Sebastián: Sí. Tú. Fray Domingo bendeciría tu matrimonio.
Onahe: Entonces... ¿no quieres matarlo?
Sebastián: ¿Estás loca...? ¿Y por qué precisamente yo?
Onahe: Te vi en el bosque cazar huanacos.
Sebastián: Eres una imprudente. Pude haberte herido sin saber dónde te
escondías.
Onahe: Te vi botar árboles de seis hachazos.
Sebastián: ¿Así que me espías?
Onahe: Te vi montar el caballo del cacique.
Sebastián: Tu padre.
Onahe: Cacique.
Sebastián: Es tu padre. No debes llamarlo así.
Onahe: Cacique.
Sebastián: Bueno, cacique... Pero no creas que voy a ponerme a matar a
cuanto indio se te antoje... Y ahora tienes que irte. Yo te llevaré
fuera de la empalizada. ¿Cómo pudiste entrar sin que te viera el
centinela?
Onahe: Entré temprano.
Sebastián: Pero de todos modos tenías que haber dado alguna razón para
entrar.
Onahe: Dije que traía cosas para fray Domingo.
Sebastián: ¿Y se las entregaste?
Onahe: No era para fray Domingo. Era para Sebastián.
Sebastián: ¿Para mí?
Onahe: Sí. Es esto.
Sebastián: ¿Qué cosa?
Onahe: Adorno de Huisel. Quiero que sea de Sebastián.
Sebastián: ¿De Huisel? ¿Se lo robaste?
Onahe: Sí. Quiero que sea de Sebastián.
Sebastián: Pero, ¿no te ha enseñado fray Domingo que es malo robar?
Onahe: Me gustó. Era para Sebastián.
Sebastián: Es muy bonito, Onahe... Un adorno muy bonito, y... y... bueno,
no sé qué decirte... Gracias.
Onahe: ¿Lo vas a matar?
Sebastián: ¿Matar? ¿Matar a quién?
Onahe: A Huisel.
Sebastián: ¡Ah! Se me había... Pero, ¿por qué lo odias tanto?
Onahe: Huisel es un zorro. Me llevará lejos de aquí. Mátalo.
Sebastián: ¿Sabes que no me gustaría ser tu enemigo?
Onahe: Nunca enemigos. Fray Domingo... La colonia... Tú, siempre aquí.
(Apoya las manos sobre su pecho).
Sebastián: Eres muy bonita Onahe.
Onahe: ¿Qué es "bonita"?
Sebastián: Tú eres bonita.
Onahe: Yo india... Yo no bonita.
Sebastián: Eres india... Y eres bonita al mismo tiempo.
Onahe: A veces, cacique dice que Onahe india; y a veces, mala india.
Sebastián: Tú no eres mala... Tú eres bonita... Onahe...
Onahe: ¿Bonita?
Sebastián: Sí, Onahe... Onahe, yo quisiera decirte muchas cosas, decirte
que... Decirte que... ¿Cómo se dice en tu idioma eso que yo quiero
decirte?
Onahe: ¿Decirme qué? (pausa).
Sebastián: ¡Onahe!
Onahe: ¿Sebastián? (Se besan. Comienza a soplar un viento que luego se hace
huracanado). Quiero vivir contigo... Siempre.
Sebastián: Vivirás conmigo.
Onahe: Y tú, ¿cazarás por mí en el bosque?
Sebastián: Sí. Cazaré por ti en el bosque.
Onahe: ¿Buscarás el agua?
Sebastián: Buscaré el agua.
Onahe: ¿Y matarás por mí?
Sebastián: Sí... Mataré por ti... Onahe... (Vuelven a besarse. El ventarrón ha
arreciado. Se oyen campanas y voces. Tumulto). Huye, huye, por aquí.
Ven mañana, a esta hora.
Voces: Socorro. Apurarse. Todo está perdido. Todavía es tiempo de
salvarla, etc.

Aparecen hombres y mujeres corriendo por todas partes.

Sebastián: (A un artillero). ¿Qué pasa, artillero?


Artillero: (Haciendo sonar una campana de mano). La goleta ha cortado tres
amarras. Está a punto de irse al garete. El viento la está
empujando.
Sebastián: Avisa al capitán Williams y al gobernador inmediatamente. (Sale).
Artillero: A su orden, mi sargento. (Sale).

Aparecen, por costados opuestos, Ambrosio y fray Domingo.

Fray Domingo: Y tú, Ambrosio, ¿por qué no corres también a salvar la goleta?
Ambrosio: Que se pierda. Que se la lleve el viento. Así reventaremos todos
de una vez y se acabarán las esperanzas.
Fray Domingo: ¡Ambrosio! Tú no puedes hacer eso. Tú no eres un cobarde.
Aparece Benamina.

Benamina: Fray Domingo, fray Domingo, tienen que salvar la goleta. Tienen
que salvarla. Si no, mi hijito se morirá de hambre. Yo no quiero
que mi hijito se muera de hambre antes de nacer, fray Domingo.
Fray Domingo: (A Ambrosio). ¿Ves? Ese hijo no es una esperanza. Ese hijo es una
realidad. Tienes que ayudar a salvarlo.
Benamina: ¿Qué? ¿Que tú no quieres ir...? Pero, ¿qué laya de hombre eres tú?
¡Cobarde! ¡Cobarde! ¡Eres un cobarde!

Benamina se abalanza sobre él, le abofetea el rostro y cae llorando al suelo. Aparece el capitán
Williams y, por otro lado, Sebastián y un grupo de artilleros.

Williams: Calma, calma, amigos. La tempestad no se llevará nuestras


provisiones. Una tempestad no puede vencer al capitán Williams
ni doblega a los valientes colonos del Fuerte Bulnes... Necesito
voluntarios... Hay que salir en botes y traer esa goleta, aunque nos
vaya en ello la vida.
Ambrosio: Yo iré, capitán. Y tú, Sebastián, conmigo. ¿Dónde está don Luis?
Sebastián: En el embarcadero, buscando la cuerda.
Fray Domingo: Voy con ustedes.

Salen. El capitán Williams se dirige a los artilleros.

Williams: Ustedes, vengan conmigo.

Salen. Un grupo de mujeres ha rodeado a Benamina, y, arrodillándose, se han puesto a rezar.


Mujeres: Dios te salve, María, llena eres de gracia, etc.

Pasan hombres corriendo.


Uno: Si se hunde la goleta estamos perdidos.
Otro: Más valdría tirarse de cabeza al mar que quedarse aquí a morir de
hambre.
Un tercero: Ustedes, menos conversación, ¡y adelante!
Mujeres: ...Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros, etc.

Telón
ACTO SEGUNDO

Lugar público en el fuerte. Pasan colonos y artilleros. Algunos se detienen a conversar.

Colono I°: ¿Para cuándo estarán listas las nuevas bodegas, Benito?
Benito: Dicen que las quieren tener para un mes más.
Colono Iº: ¡Serán fantasiosos! ¿Y para qué querrán tener bodegas si no hay
nada que guardar en ellas? Y lo poco y nada que hay, están
comiéndoselo los ratones.
Benito: Parece que van a empezar a mandarnos remesas de provisiones
más seguido que antes. El otro día le oí decir al gobernador que
habían destinado el queche2 Magallanes para el servicio de
aprovisionamiento del Fuerte.
Colono I°: Yo ya no les creo nada. Parece que las remesas no las mandaran
sino cuando se acuerdan. Y todavía: las mandan en unos
buquecitos que al primer soplido quedan tambaleándose. ¿Qué
pasó la otra vez? Si no andamos tan listos, se va la goleta Ancud al
garete, y ahí quedamos nosotros muriéndonos de hambre.
Benito: Si no es por Ambrosio, no habría quedado ni uno de nosotros
para contar la historia. Cierto es que las órdenes eran del capitán
Williams, pero él se portó como un lobo de mar, maniobró como
Dios de bien.
Colono Iº: ¡Tan raro que se ha puesto Ambrosio! Nunca ha sido muy
impulsivo; pero cuando recién llegamos era trabajador como él

2
Queche: embarcación de origen europeo, de un solo palo y de igual forma por la popa que por la
proa. Su porte varía de 100 a 300 t.
solo. Y le ponía pasión al trabajo. Pero ahora parece que todo lo
hace por pura obligación. Parece que todo le enfada.
Benito: El otro día me dijeron que quiere hacer lo mismo que Santos
Centurión: irse con los indios y convertirse en un cacique blanco.
Colono I°: ¡Cuidado, que ahí viene!

Siguen hablando en voz baja. Entran Ambrosio y fray Domingo.

Fray Domingo: Pero eso no está bien, hijo mío. Con esa actitud te vas a
conquistar muchas enemistades. Tú ya te habrás dado cuenta de
que los colonos están comenzando a murmurar de ti.
Ambrosio: Que murmuren. Me da lo mismo.
Fray Domingo: No puede darte lo mismo. Aquí todos debemos ser como una
sola familia. Más ahora que tenemos encima esta plaga última de
ratones... Y, ahora que lo digo, voy a aprovechar estas horas de
luz para ir a matar unas cuantas ratas más.
Ambrosio: No, padre. Ya ha matado bastantes. Basta por hoy.
Fray Domingo: ¡Basta por hoy!, he aquí una frase que no debemos pronunciar
jamás.
Ambrosio: Sí, padre. Ya sé que usted es de los que dicen: "ayúdate, que Dios
te ayudará".
Fray Domingo: Ya bastante nos ayuda, Ambrosio. No nos deja un momento libre.
Sería peligroso pensar demasiado en esta nuestra soledad...
Ambrosio: ¡Muy peligroso, padre...!

Aparecen Sebastián y don Luis.

Don Luis: ¡Sebastián! ¡Sebastián! Esto no puede ser. Antes eras un


muchacho optimista, animoso, un verdadero soldado. Pero ahora
no te cuidas nada de ocultar tu decepción. Eso no puede ser.
Acuérdate que por sobre todo, eres un soldado de la República.
Sebastián: ¡Y qué importa ya todo eso! Recuerdo la tarde en que
desembarcamos aquí, después de ese viaje en el que todos
creíamos que íbamos a irnos al infierno. Fue el 21 de septiembre
de 1843. ¡Qué alegría la nuestra! Estábamos en Puerto del
Hambre. Pero ese nombre nada nos decía. No era ni siquiera un
presagio. Nos sentíamos fuertes y capaces de las más difíciles
empresas. Hundimos los clavos en las maderas y fuimos
levantando nuestras casitas, nuestras miserables casitas.
Don Luis: ¿Y ahora estás arrepentido?
Sebastián: Usted sabe, don Luis, lo que fue plantar aquella bandera en la
playa. ¡Qué ilusión! ¡Qué tremenda ilusión!... Pero usted sabe
también cómo los clavos fueron enmoheciéndose; cómo el
bosque nos rechazó y cómo el agua fue escondiéndose cada vez
más dentro de la tierra. Se apagaron los gritos alegres y la bandera
se desmadejó. La humedad, el hambre, la soledad se nos fueron
metiendo hasta en los huesos... Y de ahí ya no se van más...
Don Luis: Pero nosotros tenemos que resistir, Sebastián. Debemos sostener
nuestra soberanía pese a todo. Aún se escuchan los gritos de
nuestros soldados en Rancagua. Ellos dieron su vida por una
causa. Démosla nosotros por esta, si es preciso.
Sebastián: Si a O’Higgins no se le ocurre morirse pensando en Magallanes, a
otros les hubiera tocado la fiesta. En mala hora nacimos.
Don Luis: Da gracias al cielo de que soy yo quien te está escuchando. De
otro modo, ese arrebato podría costarte caro.
Sebastián: Sí, don Luis. Perdóneme. Ya ni sé lo que digo. Hablemos de otra
cosa, será mejor.
Don Luis: ¿De la plaga de ratas, para variar?
Siguen conversando en voz baja mientras continúa el diálogo de fray Domingo con Ambrosio.

Ambrosio: ¿Cómo sigue el hijo de Benamina?


Fray Domingo: Mal, muy mal, hijo. He dado órdenes de que si pasa algo malo, me
avisen con tres campanadas.
Ambrosio: ¿Tan grave es?
Fray Domingo: Gravísimo. Una vez me tocó atender un caso semejante, al
interior de San Carlos de Ancud. No tuvo salvación.
Ambrosio: ¡Y así me decía usted hace dos años, cuando el niño iba a nacer,
que lo de Benamina no era una esperanza, sino una realidad! ¡Ahí
tiene usted ahora esa realidad: un pobre inocente agonizando!
Fray Domingo: Los designios de Dios son insondables.
Ambrosio: Muchas veces me digo que esa vez no debí mover un dedo para
salvar la goleta. Debimos dejarla que se fuera y luego, que todos
nos pudriéramos de hambre. ¿Para qué nos sirvió? Para afrontar el
invierno más crudo que ha conocido ningún cristiano, para que
ahora nos veamos tapados de ratas. Se comen lo poco y nada que
hemos logrado cosechar y conservar, y un angelito, que ninguna
culpa ha tenido de venir a caer en este infierno, está agonizando...
¡Y todavía me pregunta usted por qué ando siempre como
enojado con los demás!... Esa es la razón, padre. Estamos hasta la
coronilla de calamidades. Pero todos dicen: "es la voluntad de
Dios", y nadie hace nada. Mientras tanto, Dios nos hace saltar a
chinchorrazos.
Fray Domingo: ¿Y qué quieres que hagamos?
Ambrosio: Que nos pongamos los pantalones de una vez por todas. Antes,
cuando teníamos a don Pedro Silva de gobernador, nos
quejábamos porque él era tirano y nos regateaba las raciones.
Pero, por lo menos, se preocupó de la colonia y logró que los
indios nos dejaran en paz, aunque fuera en apariencias. Pero este
que tenemos ahora, don Justo de la Rivera, no sirve para nada.
Vive achacoso y no sabe otra cosa que llorar calamidades, en lugar
de tomar una determinación.
Fray Domingo: ¿Pero qué determinación quieres que tome?
Ambrosio: La que todo el mundo sabe que hay que tomar y nadie se atreve a
decir: que nos mudemos a la Punta Arenosa. Allá las tierras son
fértiles y están más al abrigo... En cambio aquí... ¡maldita tierra!...
Todos los animales se murieron, y el niño de la Benamina está
agonizando porque no pudo tener su leche. Sembramos trigo, no
madura. Sembramos hortaliza... cuidamos cada plantita como si
fuera oro... Las salvamos de la última escarcha... ¿y qué pasa?
Tienen que venir las ratas y comérselo todo. Ya no hay lugar
donde no aparezca la peste... Más nos hubiera valido aquella
noche que se hubiera ido al diablo la goleta. Estaríamos ahora en
el infierno y, al menos, tendríamos los huesos bien limpios... ¡ah!
¡Pero, eso sí! Si pasa un barco extranjero, nos abrigan, nos
limpian, nos dejan relucientes como espejos. Y al estómago se le
pone doble cerrojo. No debe sospecharse el estado miserable en
que vivimos. ¡No!

Benito, que después de despedirse de Colono I° se ha quedado solo, se acerca a fray Domingo y
Ambrosio, y tercia en la conversación.

Benito: ¡Ambrosio tiene toda la razón!


Fray Domingo: Y a usted, ¿quién le ha dado velas en este entierro?
Benito: Mi estómago, padre; a cada rato me dice que tengo hambre. Y mis
espaldas, las tengo molidas de tanto matar ratas.

Se acerca Sebastián al grupo.


Fray Domingo: ¡Dios te ha mandado esta misión, y debieras estar feliz con ella, en
vez de quejarte porque no tienes el estómago lleno!
Benito: Para eso estoy en Chile: para quejarme. Y para eso tenemos
libertad: para quejarnos cuando se nos dé la gana.
Sebastián: Tienes razón. Tenemos derecho a exigir...
Don Luis: ¡Sebastián! ¡Tú eres un soldado! ¡Tú no puedes!
Ambrosio: ¡Y aunque lo sea! ¡Antes que nada es...!
Don Luis: ¡Silencio! ¿Con qué derecho hablan ustedes de Chile y de la
libertad, si no están dispuestos a sacrificarse justamente por esa
patria y esos ideales que ahora están invocando? ¿Se han olvidado
de que los ingleses, no hace mucho, tomaron posesión de las Islas
Malvinas? ¿No recuerdan que mientras nosotros llegábamos aquí
el gobierno francés acordaba la colonización del estrecho de
Magallanes? ¿No saben que muchos países, vecinos y lejanos,
tienen sus ojos puestos en estas regiones? Piensen en todo eso,
"señores"; piensen que nuestra soberanía es mucho más
importante que nuestro pellejo y que nuestros estómagos, y
después vengan a hablar de Chile y de la libertad. Y yo les
advierto que llegará un día en que no faltará quien pretenda
disputar a Chile su derecho a estas tierras. Y ese día Chile deberá
poder exhibir nuestros huesos como testimonio de algo que
legítimamente le pertenece... Buenas noches, "señores".

Don Luis se va rápidamente. Ruido de viento. Los demás se retiran cabizbajos, salvo fray Domingo,
que cae de rodillas.

Fray Domingo: Dios mío, dales la paz. Ilumina sus corazones. Dales fuerzas para
resistir, porque no saben lo que están haciendo...

Mutación. Aparecen Remigio y su compadre.


Compadre: Alléguese para acá, compadre, que debajo de este alerito vamos a
estar al abrigo del frío. Aquí, con una pitadita y con esta vihuela,
tendremos que saber capearle a la pena y al hielo.
Remigio: ¡Ay, compadre, con todo esto que pasa, a mí ya me da lo mismo
estar en cualquiera parte!
Compadre: A usted le dará lo mismo, pero no a la comadre. ¿Usted cree que a
ella no le hace peor verlo en la casa con esa facha de ánima
"espirituá" que a usted se le ha puesto?
Remigio: ¿Y qué quiere que le haga yo, compadre, por el amor de Dios? Si
veo a esa pobre Benamina... Y se me corta el resuello de verla
sufrir tanto... Si está de Dios que la criatura se muera, ¡bueno, qué
le vamos a hacer!... ¡Pero ella! ¡Ella, que era tan animosa..., ahí la
tiene usted ahora, hecha un estropajo!
Compadre: ¿Y de dónde han sacado que el niño se va a morir? ¡Psch! ¡No
faltaba más! El niño se va a mejorar, y la comadre Benamina va a
volver a ser la misma de antes, y a usted se le va a pasar ahora
mismito esa cara de pepa de zapallo con que anda... ¡Miren pue...!
¡Qué se atreva a asomarse la "pelá" por Fuerte Bulnes! ¡En cuanto
no más se asome, le echamos todos los ratones a la siga... y a ver
si se vuelve a aparecer por aquí! ¿Usted cree que es llegar y
morirse, no más?
Remigio: ¡Compadre! Eso me lo dice usted para levantarme el ánimo, pero
esto ya no tiene remedio... Y lo peor es este remordimiento que a
mí me ha entrado. Yo no debí haber permitido nunca que nos
viniéramos aquí. En Chiloé éramos tan felices con lo poco y nada
que teníamos. Pero a la Benamina se le puso venir a conocer
tierras nuevas y a tener su niño en estos descampados. Y como yo
nunca he sabido otra que darle en el gusto, agaché cabeza, y aquí
estamos jodidos.
Compadre: Eso es para que en lo futuro no sea tan como le dijera yo, y para
que aprenda que las mujeres no sirven más que para meterlo a
uno en líos. Y para que no se le olvide, póngale oreja a esta.

Canta una canción. Al terminar la canción, aparece Venancia corriendo, e interrumpe.

Venancia: ¡Remigio! ¡Remigio!


Remigio: ¡Qué pasa!
Venancia: ¡Venga, Remigio, corra, que parece que el niño se ha empeorado y
la Benamina está desvariando como loca!
Remigio: ¡No! ¡Yo no voy! No me atrevo a mirarla a la cara.
Venancia: ¡Remigio!
Remigio: ¿Pero no me entienden? ¡Yo tengo la culpa! ¡Yo tengo la culpa!
Debí haberme negado a tiempo. ¡Yo tengo la culpa!
Compadre: ¡Compadre! ¿Qué es eso? ¡Pórtese como un hombre! (lo sacude).
Remigio: Sí... No es nada... Ya voy.

Se van los tres. En la plaza salen, don Luis por un lado, llevando un garrote y con aire de cansancio, y
Ambrosio por otro lado.

Ambrosio: ¿Y de dónde viene, don Luis, con ese aire de cansado?


Don Luis: ¿De dónde quieres que venga, pue, hombre? De matar ratas. ¿No
me ves el garrote?
Ambrosio: Buen dar con el trabajito que nos ha caído encima, ¿no?
Don Luis: El otro día le oí decir al gobernador que había mandado un
despacho a Santiago dando cuenta que, hasta el momento, se
habían matado más de once mil ratas.
Ambrosio: ¡No me digas! ¿Serán tantas?
Don Luis: ¿Qué menos pueden ser? Si ya vamos para tres meses en este
jueguecito, y si vamos a ver, en estos tres meses no hemos hecho
otra cosa que matar ratas.

Se oyen dentro unos gritos de mujer.

Juana: (Adentro). ¡Ay, Cuina, por Dios, no me peguís tan fuerte!


¡Ayayaycito, por Dios! ¡Hazlo por tu mamita linda, Cuina! ¡No me
peguís! (sigue el alboroto dentro).
Ambrosio: ¿Qué pasa?
Don Luis: Debe ser ese loco de Juan Antonio Cuina, el herrero, que está
dándole otra paliza a su mujer.

Sale Juana perseguida por su marido, el Colono Iº. Algunos colonos y mujeres se han agrupado atraídos
por los gritos, y siguen la escena con curiosidad.

Juana: ¡Socorro! ¡Auxilio! ¡Favorézcanme, que este hombre me va a


matar! ¡Don Luisito lindo, dígale que no me pegue más!
Colono Iº: ¡Sinvergüenza! ¡Descarriada! ¿Creís que porque estái en el Fuerte
Bulnes vai a hacer todas las porquerías que se te antojen?
Don Luis: ¿Qué es eso, Juan Antonio? ¿Cuándo vas a aprender a respetar a
tu mujer?
Colono I°: Que respete ella primero... ¡Mírenla, pues! En cuanto le quito los
ojos de encima, se larga para el lado del cuartel a rondar. ¿Tú creís
que no me doy cuenta a lo que vai, arrastrá? ¡Pero que te pille otra
vez por allá, y te muelo a palos, igual que a las ratas!
Juana: Lo que te pasa a vos, es que andái enrabiado porque te tienen aquí
en Fuerte Bulnes, y por eso me levantái calumnia pa' desahogarte
conmigo. Si soi tan hombre, ¿por qué no levantarle la voz al
gobernador?
Colono I°: ¿Qué estái diciendo? ¡Vai a ver!

Ambrosio toma al colono por un brazo y trata de retenerlo. Don Luis trata de amparar y, luego, de
retener a Juana.

Ambrosio: ¡Ya, Cuina, déjate de leseras!


Juana: Ya, pu, pégame si soi tan valiente... ¡Miren el precioso! ¿Te habís
olvidao de que este gobernador ordenó que los casados tuvieran
ración simple, igual que los solteros?
Don Luis: ¡Sosiego, Juana!
Juana: ¡Déjeme que le cante las verdades a este prince! ¿Y por qué creís
que vos soy el colono mejor alimentado, ah? Porque yo me
consigo raciones suple con los soldados... Por eso ando rondando
por el cuartel, y por eso me llevo a sonrisitas con los soldados. Y
si no fuera así, ya nos habíamos muerto de hambre.
Colono Iº: ¡Grandísima!
Juana: ¿Y vos qué soi, entonces, c...?
Colono Iº: ¡Esto sí que no te lo aguanto!

Se zafa de Ambrosio y se abalanza sobre ella con gran alboroto de todo el mundo.

Todos: Sepárenlos. La va a matar. Llamen al gobernador. ¡Socorro!

Ambrosio logra separar al colono y de un puñetazo lo tumba en el suelo.

Colono Iº: ¿Y a vos, qué te está pasando?


Ambrosio: Eso es para que aprendas a ser persona decente.
Juana: (Interponiéndose entre Ambrosio y su marido). ¿Y a usted, quién le ha
dado derecho pa' meterse en este lío? (pasa junto a su marido para
ayudarlo a levantarse).
Ambrosio: ¡Vos te callái!
Juana: Y no me callo, pu'.
Ambrosio: ¿Pero no vis...?
Juana: Y pa' eso es mi marío. Pa' pegarme. Si Cuina me pega, es porque
es mi marío, pu'. ¡No faltaba más! ¡Venir a meterse el lindo donde
nadie lo ha llamao! ¿Y por qué no ocupái las manos en matar ratas
en vez de andar de valentón?
Don Luis: ¡Basta, Juana!
Juana: Y usté...
Don Luis: ¡Silencio, he dicho! Ustedes dos son la vergüenza de la colonia.
Todo el mundo aquí es testigo del mal ejemplo que están dando.
Juana: ¡Pero, don Luis! ¿No ve qué...?
Don Luis: ¡A callar! Que no vuelva a haber otro alboroto como este. Si
tienen hambre, se la aguantan, y si tienen conflictos, se los callan.
Aquí estamos para algo más grande, y cuando hay algo importante
que hacer, no es posible que cada cual ande convirtiéndose en un
infierno para los demás.
Juana: Es que...
Don Luis: ¡Suficiente! Y sepan de una vez que si siguen estos líos, yo mismo
voy a pedirle al gobernador que los mande a Chiloé, o que los
deporte a las islas vecinas.

El compadre entra corriendo.

Compadre: ¡Don Luis, las ratas! ¡Las ratas!


Don Luis: ¿Qué hay con las ratas?
Compadre: ¡Se están comiendo la harina! No van a dejar nada.
Todos: ¡Qué! ¡No! ¡Imposible!
Don Luis: ¡Callarse! ¡Explícate!
Compadre: Llegaron a la bodega por cientos, por miles. ¡Se están devorando
la harina!
Don Luis: ¡Todo el mundo, a buscar palos y luego a las bodegas!

Salen todos, menos don Luis y Ambrosio.

Don Luis: ¡Esto no más nos faltaba!... (Repara en Ambrosio). ¿Y a ti qué te


pasa?
Ambrosio: ¿Pero, no lo está viendo, don Luis? Si ya hasta por dentro estamos
pudriéndonos. ¡Yo no sé por qué seguimos en esto!...
Don Luis: ¡Cállate! ¡Este no es momento para botarse a filósofo! Anda a
buscar un palo, ¡y a matar ratas!
Ambrosio: Sí. Voy, voy... Pero ya ni sé para qué...

Salen los dos. Aparecen Onahe y Sebastián.

Sebastián: Onahe, no te vayas a olvidar.


Onahe: Onahe no olvida, Sebastián...
Sebastián: Detrás del blocao3. En la esquina de la ribera.
Onahe: Detrás del blocao, en la esquina de la ribera.
Sebastián: Yo silbaré tres veces.
Onahe: Sebastián silbará tres veces... (Sebastián abraza a Onahe).
Sebastián: Onahe, Onahe... ¿Cuándo dejarás de hablar de mí como si fuera
otra persona? No digas Sebastián. Di "tú".
Onahe: Tú... Sebastián...
Sebastián: Yo...
Onahe: Tú...
Sebastián: Yo... en la esquina del blocao... silbaré tres veces.
Onahe: Tú... en la esquina del blocao... silbarás tres veces.

3
Blocao: fortín de madera que se desarma y puede transformarse fácilmente para armarlo en otro lugar.
Sebastián: Y ahora, corre... Camina apegada a la sombra de la empalizada.
Que no te vea nadie.
Onahe: Te espero... ¿Vienes?
Sebastián: Sí. En seguida. Voy a buscar mis cosas y a dar una disculpa. Así
no notarán mi partida hasta mañana... No te olvides: tres silbidos.
Onahe: Tres silbidos... Te espero.

Se va Onahe. Sebastián da media vuelta para partir hacia otro lado, pero se encuentra de manos a boca
con fray Domingo, que ha salido sigilosamente.

Fray Domingo: ¿Qué significa esto, Sebastián?


Sebastián: Padre... yo... yo estaba despidiéndome de Onahe...
Fray Domingo: Ya lo he visto.
Sebastián: Ella... ella vino aquí... Vino a verme...
Fray Domingo: Ya lo sé. Hace mucho tiempo que está viniendo.
Sebastián: ¿Pero cómo ha podido saberlo usted?
Fray Domingo: Eso no te importa. Lo sé, y basta. Pero hay algo más, y vas a
decírmelo inmediatamente.
Sebastián: Bueno, padre... Nos vemos todas las noches, pero nada más...
Fray Domingo: ¿Cómo "nada más"?
Sebastián: Se lo juro, padre. Nada más. Nos vemos, conversamos. A veces,
cuando no podemos seguir la conversación, porque ella no
entiende lo que le digo, nos quedamos mudos, uno al lado del
otro. Pero nada más.
Fray Domingo: Tú sabes muy bien lo que te estoy preguntando. No me importa
lo que ha pasado. Eso me importaría en el confesionario, para
darte la absolución. Pero aquí me importa otra cosa. Me importa
lo que está pasando y lo que va a pasar.
Sebastián: ¡Padre! ¡Qué quiere que le diga!
Fray Domingo: ¡Sebastián! ¡Debajo de esta sotana llevo botas y pantalones! ¡Igual
que tú! De modo que no vas a engatusarme. Cuando vine a estas
tierras, sabía que no venía a rezar el rosario con cuatro viejas
beatas. Y no eres tú quien va a engañarme. Así es que vamos
vaciando el saco, que aquí estoy yo, para recibir la basura que hay
dentro. (Pausa).
Sebastián: Fray Domingo..., yo... yo voy a desertar.
Fray Domingo: (Tranquilo, aparentemente, como aprobando). ¿A desertar, eh?... ¿Y qué
más?
Sebastián: A desertar con... con Onahe.
Fray Domingo: (idem). ¡Con Onahe!
Sebastián: Y... y nos vamos juntos...
Fray Domingo: (idem). ¿Se van juntos, eh?... ¿Y no se les ofrecía otra cosa?
Sebastián: ¡Fray Domingo! ¡No eche esto a la broma, que es muy serio!
Fray Domingo: ¿Quieres que lo tome en serio? ¡Infeliz!
Sebastián: ¡Padre, no me haga olvidar que es usted sacerdote!
Fray Domingo: Olvídalo. Olvídalo de una vez. ¡Así completarías tu hazaña,
desdichado! Por lo menos sería un pecado mucho menor que el
que estás a punto de cometer.
Sebastián: ¿Y qué pecado tan grande es este? ¿Acaso es pecado que uno
busque su felicidad? ¿Por qué no van a la capital a decirles a esos
grandes duques el pecado que cometen al dejar que nos pudramos
en este infierno, que no es para cristianos?
Fray Domingo: ¡El infierno está en ti, Sebastián! ¡Dios te ha dado una tierra
grande y generosa, y si tú no eres capaz de dominarla, de forjarla a
tu imagen y semejanza, si no eres capaz de fecundarla y hacer de
ella un rincón para felicidad de los hombres, es porque el infierno
está en ti! La gloria es de aquellos que ayudan a levantar el mundo.
Y el infierno es de los que no piensan más que en llenarse la
panza y tener una mujer con quien hacer el amor.
Sebastián: ¿Y me va usted a decir que el paraíso puede estar aquí, en este
Fuerte Bulnes, donde el barro está ahogando a los hombres,
donde los niños se mueren de hambre, donde las ratas son dueñas
de todo, donde las mujeres se están vendiendo por un plato de
comida?
Fray Domingo: Sí. También aquí está el paraíso. Dios te ha dado este mundo. Un
mundo salvaje, arisco, titánico, todo lo que tú quieras. Pero
también te ha dado a ti fuerzas de hombre para conquistarlo. Y si
no lo conquistas, quiere decir que eres indigno de este mundo.
Sebastián: (Casi suplicante). ¡Fray Domingo... yo voy a desertar, es cierto!
¡Pero no voy a convertirme en un mequetrefe de salón! Me voy
con Onahe, a la Punta Arenosa... Allá la vida será tan dura como
aquí, estoy seguro... Pero, por lo menos, allá estaré luchando por
una felicidad segura, en una tierra que me dará frutos seguros, con
una mujer a quien yo amo, y que me ama. Nadie tiene derecho a
pedirle a uno que sacrifique una felicidad segura, por algo que
todavía está en veremos. Ni menos si ese algo está viniéndose al
suelo, como Fuerte Bulnes.
Fray Domingo: Hablas corno un miserable, Sebastián... En un platillo de la
balanza pones lo que tú tienes, y en el otro, lo que tú puedes
conseguir... ¡Tú, tú, tú, nada más que tú! ¿Y los otros? ¿No has
pensado en los otros? ¿No has pensado en que si tú te vas con
Onahe, la hija de Santos Centurión, la prometida del cacique
Huisel, Santos Centurión, el temible, el desalmado, el legendario
Santos Centurión, se dejará caer con toda su indiada sobre Fuerte
Bulnes?
Sebastián: Sí, ya lo sé.
Fray Domingo: ¿Y no has pensado que si Santos Centurión y sus indios se
desatan contra nosotros, se acaba el Fuerte Bulnes? ¿No has
pensado que si se acaba Fuerte Bulnes, se acaba el dominio de tu
patria sobre el estrecho de Magallanes? ¿No has pensado que una
vez liquidado el dominio de Chile en el estrecho, este quedará
libre para que cualquiera nación más poderosa tome posesión de
él?...
Sebastián: Sí, padre, sí... Pero, mi felicidad, ¿dónde está entonces?
Fray Domingo: Anda a preguntárselo a tus padres y a tus abuelos. Si ellos se
hubieran hecho la misma pregunta, no habrían peleado junto a
O’Higgins, junto a Carrera, junto a Manuel Rodríguez. Y tu patria
seguiría siendo todavía una miserable colonia española.
Sebastián: ¡Padre, padre, no me haga discursos! ¡Contésteme mi pregunta!
¿Dónde está mi felicidad?

Suenan tres campanadas.

Fray Domingo: ¡Dios mío!


Sebastián: ¿Qué es eso?
Fray Domingo: ¡El hijo de Benamina!
Sebastián: Pero, padre, yo quiero saber...
Fray Domingo: Calla, hijo. Ahora tengo que atender a cosas más importantes que
tus dudas...

Aparece Venancia, viene como sonámbula. Mira largamente a fray Domingo sin decir palabra. Poco a
poco, van apareciendo otros colonos. Entre ellos, Ambrosio. Comienza a nevar.

Fray Domingo: ¿Qué pasa, Venancia?


Venancia: Se quedó dormido, padre... Si uno lo mira, parece que estuviera
durmiendo el pobre angelito... Si hasta parece que estuviera
respirando... Y tiene su carita sonriente y rosadita... Parece que se
ha mejorado y que está soñando... Padre Domingo, ¿qué estará
soñando?
Una mujer: ¡Cómo estará esa pobre madre!
Venancia: ¿La Benamina?... Parece que va a perder el juicio... Hay que
ocuparse de ella... La Benamina va a perder el juicio, padre
Domingo.
Fray Domingo: (Que ha permanecido hasta ahora en actitud de oración). Vayan a
ocuparse de ella.

Desfilan hacia la casa de Benamina las mujeres, iluminándose el camino con chonchones que proyectan
una luz triste sobre el escenario.

Ambrosio: (Con voz sorda, acercándose a fray Domingo). Se los dije, ¿no? Les dije
que este era un maldito agujero... ¡cuando pienso en ese pobre
niño! ¡Cuando ya empezaba a caminar! Ahí tiene usted la
esperanza... ¡Ese niño era la imagen de la colonia, la imagen de
todos nosotros! ¿De nuevo va a venir usted a hablarme de la
esperanza...?
Fray Domingo: (Conteniéndose y haciendo esfuerzos por concentrarse en su oración). Cállate,
Ambrosio. Ahora no nos queda más que encomendarnos a Dios.

Sale Ambrosio bruscamente.

Sebastián: ¿Y usted va a decirme que esto es la felicidad, fray Domingo?

Aparece remigio, como extraviado.

Remigio: Fray Domingo... Fray Domingo... La Benamina...


Sebastián: ¿Está aquí, padre? ¿Está aquí la felicidad?
Fray Domingo: Está donde somos capaces de crearla, hijo mío.
Sebastián: Pero no aquí, fray Domingo. No aquí... Y yo quiero ser feliz.
Adiós, fray Domingo, adiós.
Sale corriendo. Fray Domingo lo sigue hasta el borde del escenario.

Fray Domingo: ¡Sebastián! ¡Sebastián! Hay algo por encima de ti...


Remigio: ¡Fray Domingo! ¡La Benamina! ¡Ayúdela, padre!
Fray Domingo: ¡Sí, hijo, ya voy! ¡Sebastián!
Remigio: Padre, la Benamina... Se va a morir también... Y yo tengo la culpa.
Yo tengo la culpa. (Cae derrumbado).
Fray Domingo: (Yendo hacia él). Sí, hijo. Todos somos culpables... Pero hay algo
encima de nosotros. Hay algo... Si no, todo esto no valdría la
pena...

Telón
ACTO TERCERO

Lugar público en el fuerte. Unas mujeres salen gritando aterrorizadas. A poco aparece Santos
Centurión. Gran barullo desde que se levanta el telón.

Mujer Iª: ¡Socorro! ¡Nos va a matar!


Mujer 2ª: ¡El demonio! ¡Ha llegado el demonio!
Mujer 3ª: ¡Llegaron los indios! ¡Señor, ten misericordia de nosotros!
Mujer 4ª: ¡Jesús nos favorezca! ¡Esto sí que es acabo de mundo!

Desaparecen todas. Queda sólo Santos Centurión en escena, que ha aparecido con un rebenque en la
mano.

Centurión: Salgan... Salgan todos de sus guaridas, que ha llegado el cacique


Santos Centurión. Y de Santos Centurión naides se ríe. Llamen al
gobernador... Que me oiga de una vez por toas, que pa' eso hey
venío, pa' que me oiga... Pa' que sepa quién es Santos Centurión.

Aparece Santos Mardones, y poco a poco, empiezan a aparecer otros colonos, expectantes.

Mardones: ¡Santos Centurión! ¡Cacique Santos Centurión!


Centurión: ¡Aquí estoy! ¡Qué tanto grito!
Mardones: Acércate para verte mejor.
Centurión: ¡De aquí no me muevo! ¡Canejo! Quiero hablar con el nuevo
gobernador. Pero parece que se esconde.
Mardones: ¡Acércate te digo!... (Santos Centurión se acerca). Yo no me escondo
de ti ni de nadie... Si hubieras ido al bosque donde yo trabajo, allí
me habrías encontrado... A veces estoy en la iglesia. Si la visitaras
más a menudo...
Centurión: No tanto palabreo, don... Tengo cosas que decirle y mostrarle, así
es que...
Mardones: Habla con respeto y dime lo que quieres.
Centurión: Quiero saber algunas cosas... Pero, antes, quiero que usted sepa
que tengo a mis indios detrás de la empalizada y a una orden
mía...
Mardones: ¡Basta de bravatas, cacique!... (Pausa). ¡Con que tú eres Santos
Centurión, eh! ¡El famoso cacique Santos Centurión!... Mucho
gusto de conocerte... Pero, por ahora, te digo que tu indiada se va
a retirar del fuerte por presentarse en plan belicoso... ¿Olvidas
quién eres y dónde estás?
Centurión: ¡Soy Santos Centurión, el cacique Santos Centurión, nacido en
Montevideo, batallador de las pampas y cacique de la Patagonia!
Mardones: ¡Y yo soy Santos Mardones! El nuevo gobernador del territorio de
Magallanes, del cual tú no eres sino un simple ciudadano.
Centurión: ¡Así será! ¡Pero yo exijo!
Mardones: ¡Tú exiges, eh! ¿No crees que estás exagerando? Debieras tener un
poco de humildad, por no decir de agradecimiento... La colonia te
ha dado mucho, según he sabido. Víveres, ropas, amistad,
excelentes trueques por tus inmundas pieles de lobos... Y sobre
todo, te hemos dado un dios para tus indios. ¿No estás satisfecho
con todo eso?
Centurión: ¡Todo eso es basura pa' mí!... Me han robado a mi hija,
gobernador; me han robado a mi hija, a Onahe, y alguien... No sé
quién... Ha matado al cacique Huisel.
Mardones: (Trepidando). ¿Y qué quieres que yo haga?
Centurión: Que ponga remedio al perjuicio... O que me dé alguna
satisfacción.
Mardones: ¿Y qué remedio quieres que ponga, si no sé quién te ha causado el
perjuicio? Supongo que será uno de los imbéciles a quienes se les
ha ocurrido desertar a la Punta Arenosa. Desde que llegué aquí,
no oigo más que lamentos, y las noticias de que los cobardes están
desertando. Hasta el curita, fray Domingo, el hombre que debiera
estar aquí para darnos la paz, ha desaparecido, sin que hasta ahora
sepamos si anda evangelizando a los indios, o si los indios han
dado cuenta de él. ¡Parece que todos en este país se hubieran
puesto de acuerdo para no dar más que preocupaciones a sus
gobernantes!
Centurión: Sí; pero yo exijo una satisfacción.
Mardones: En cuanto a darte satisfacción, te diré que no tengo nada que
hacer... ¡Anda, busca al que te robó a tu hija, al que mató a tu
Huisel, y destrípalo, si así se te antoja... Que a mí me importan
sólo los que están aquí dentro, los que permanecen fieles al
mandato de su país!
Centurión: ¿Y si yo le probara a su merced que no sólo le importan los que
están aquí dentro?... ¿Si yo le mostrara a un prisionero que mis
indios están guardando allá afuera, y que es muy capaz de amansar
la soberbia de Santos Mardones, del "mano firme" gobernador,
del orgulloso Santos Mardones?
Mardones: ¡Anda!... ¡Preséntamelo!

Pausa. Mardones y Centurión se miran desafiantes. Luego, Centurión se dirige a la empalizada.

Centurión: ¡Tráigalo!
Centurión vuelve al centro del escenario y, a poco, aparecen dos indios conduciendo a fray Domingo,
maniatado. Centurión lanza una mirada triunfante a Mardones. Pausa. Los colonos dan muestras de
terror y de ira, a la vez.

Mardones: (Ronco). ¡Así es que esta era tu carta fuerte, eh!... Pues bien,
llévatelo... ¡Haz de él lo que quieras, que se lo coman tus indios,
pero déjame en paz la colonia!
Las mujeres: ¡No, no! ¿Qué va a ser de nosotras? ¡Fray Domingo! ¡La paz de
Dios en esta colonia!... ¿Quién será la bendición de nosotras?...
Mardones: ¡Silencio!
Don Luis: ¡Gobernador! ¡Déme la orden y tumbo aquí mismo a este cacique
del diablo y sus indios, para que sepan lo que es el respeto!
Mardones: ¡Silencio, he dicho! Entiendo que esto es una declaración de
guerra entre tú y tus indios, y yo y mi colonia.
Centurión: Sí, su merced... A no ser que usted le haga abrir la boca al
frailecito y que nos diga dónde está Onahe, quién se la ha robado
y quién mató al cacique Huisel... Mis indios encontraron a este
curita a la salida del bosque, y él tiene que saber todo eso.
Mardones: ¿Y por qué no se lo preguntas tú mismo?
Centurión: Ya se lo he preguntado. Pero lo único que hizo fue rezar y decir
latinazgos... Pero ya me estoy cansando, canejo... Quiero saber
dónde se han llevado a Onahe y quién mató a mi amigo Huisel,
pa' aquí mesmo sacarle las tripas...
Mardones: Fray Domingo... Ya ha oído usted la pregunta... ¡Contéstela!
¡Contéstela! O entregará la colonia al furor de los indios. (Pausa).
Fray Domingo: (Como continuando una oración)... et in terra pax hominibus bonae
voluntatis...!
Mardones: ¡Cómo!
Centurión: ¿No ve, su merced?... ¡Puros rezos y latinazgos!... Pero mientras el
curita no largue la pepa, me lo guardo como rehén. (Las mujeres
largan el llanto). ¡Y mientras tanto, usted tendrá que darme unos
diez kilos de charqui, tocino, ropa y diez botellas de ron!
Mardones: ¡Fray Domingo! ¡Hable de una vez o lo mando a ajusticiar por
delito de lesa patria!

Las mujeres aumentan el llanto. Afuera se oyen fuertes ruidos y voces confusas. Algunos disparos.

Centurión: ¿Qué pasa? ¡Canejo!


Mardones: (A un colono). ¡Tú, anda a ver qué sucede allí fuera!

Rumores de los presentes. Centurión se acerca a la empalizada y habla hacia fuera. Disparos.

Centurión: ¡Resistan, canejo! ¡O estamos perdidos!


Mardones: ¡Pronto, muévanse... o perdemos todos hasta el pellejo!
Fray Domingo: ...qui, tollis pecata mundi, miserere nobis, suscipe deprecationem
nostram...

Santos Centurión grita algunas palabras en tehuelche. Le contestan con un griterío. Centurión se
muestra alarmado y volviéndose hacia los indios que sujetan a fray Domingo, les da una orden. Los
indios se van corriendo.

Las mujeres: Señor mío, Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, etc. El pan
nuestro de cada día dánosle hoy, etc. Madre de Dios, ruega por
nosotros, etc.
Mardones: ¡Silencio!

Aparece un artillero.

Mardones: ¿Qué pasa?


Artillero: ¡Teniente de artillería González se presenta! ¡El pelotón de relevo a
mi mando, al regresar, encontró a un grupo de indios a las puertas
de la empalizada! ¡Fueron dispersados por la fuerza de las armas,
mi coronel!
Mardones: ¿Qué me dice, Centurión? ¡Tú que peleaste en las montoneras de
don José Miguel Carrera, en las pampas, sabrás que la astucia ganó
más de una causa! ¿Cómo pudiste olvidar la guardia de relevo,
Santos Centurión?
Centurión: ¡Oiga, tocayo... no se ponga tan fanfarrón! De Santos Centurión
naides se ríe. ¡Y esto se le hará pesado, recanejo!

Sale Santos Centurión. Todos quedan como petrificados mirando hacia el punto por donde se ha ido,
hasta que Santos Mardones rompe el silencio.

Mardones: ¡Y ahora, todo el mundo a trabajar, que aquí no estamos para


divertirnos! Usted, fray Domingo, quédeseme aquí, que tengo algo
que decirle.

Todos se retiran en medio de animados y nerviosos rumores, menos Santos Mardones y fray Domingo,
que quedan en el centro de la escena.

Fray Domingo: Lamento presentarme de manera tan poco digna y el no haber


tenido el agrado de recibiros a su llegada, señor gobernador...
Abandoné la colonia por un asunto urgente y en resguardo de
nuestra seguridad... Puedo explicarlo todo, pero antes...
Mardones: De nuestra seguridad, ¿no?... ¿Llama usted seguridad a esto que
acaba de suceder, fray Domingo? ¿No vio que estuvo a punto de
producirse una catástrofe? Si no es que la providencia hace llegar a
tiempo a la guardia de relevo, no quiero pensar lo que habría
podido ocurrir.
Fray Domingo: ¡Créame, señor gobernador! ¡Estaba tratando de evitar eso mismo!
Pero no fui afortunado... Sebastián... El sargento Sebastián Ruiz se
enamoró de Onahe, la hija de Santos Centurión... Y en un
momento en que las fuerzas ya no le daban para resistir todo esto,
se fugó con ella...
Mardones: ¡Desertó, fray Domingo!
Fray Domingo: ¡Bueno, desertó con ella! Al principio creí que aquello no era más
que una tontería de muchacho, y esperé que volviera... Pero
pasaban semanas y Sebastián no volvía... Hasta que, no pudiendo
esperar más, partí en su búsqueda.
Mardones: (Irónico). ¡Muy sensato, fray Domingo! ¿Y qué pasaría si todos
nosotros partiéramos detrás de cada infeliz que se le ocurre
desertar?
Fray Domingo: ¡Es que él era un caso distinto! ¡Él era un soldado! ¡Y se fugaba con
una india, con la hija de un cacique, prometida a otro cacique!
¡Además, era un hombre enamorado y, como sacerdote, es mi
deber asistir cada vez que el corazón extravía a un hombre! ¡Yo no
podía abandonarlo!
Mardones: ¿Y puede saberse cuáles han sido los resultados de su "piadosa"
incursión, padre?
Fray Domingo: No haga ironía, gobernador, que mis resultados han sido muy
tristes, muy tristes.
Mardones: ¡Naturalmente! El pecador no quiso ser redimido y decidió seguir
su aventura, sin importarle para nada, ni la salvación de su alma, ni
su deber, ni la suerte de la colonia, ni el destino de su patria en el
estrecho de Magallanes.
Fray Domingo: Peor que eso, gobernador... Sebastián, ese ser puro, sencillo, se ha
convertido en un criminal... Para poder escapar con Onahe mató al
cacique Huisel, y ahora está hecho una fiera salvaje que se esconde
con su hembra en el bosque, dispuesto a matar a cualquiera que se
atreva a acercársele. Anoche, cuando lo dejé, antes de que me
sorprendieran los indios de Centurión a la salida del bosque, se
atrevió a sublevarse contra mí mismo. Y si no es que me escapo tan
pronto, yo habría corrido más peligro en sus manos que en las de
los indios que me atraparon más tarde.
Mardones: ¡Muy bonito! ¿Y qué me propone usted, fray Domingo?
Fray Domingo: Que vayamos en su búsqueda. Que salvemos esa alma, aunque sea
por la fuerza. Que lo enviemos a Ancud en el primer barco que
salga de aquí... Los otros que han desertado lo han hecho porque se
lo pedía su estómago. ¡Pero Sebastián lo ha hecho por un extravío
de su corazón! ¡Hay que salvarlo, gobernador! ¡Hay que salvar a
Sebastián!
Mardones: ¡Sebastián... Sebastián! ¡No he oído otro nombre desde que llegué!
¡No me hable más de ese traidor, fray Domingo!... Desde que puse
el pie en Fuerte Bulnes, estoy tratando de encontrarle una salida a
todo esto. He trabajado sin descanso... Despejo caminos, veo el
lugar ideal donde se puede trasladar la colonia. Busco la llaga, la
lepra que pudre los esfuerzos. La encuentro. Me dispongo a
curarla... ¿y qué pasa? Un artillero decide que nos ocupemos de él, y
nada más que de él, como si él fuera el protagonista de este drama
que estarnos viviendo... Mientras tanto, el famoso artillero se rapta
a una india, asesina a un cacique y levanta contra nosotros a toda la
indiada. ¡Y todo porque al señor se le ha antojado vivir su propia
novela sentimental! ¿Y usted viene a pedirme que deje todo botado
para que me ocupe de ese infeliz? ¿Usted, fray Domingo, el cura
soldado, el héroe con sotana, de quien oí hablar cuando yo estaba
allá en Chañarcillo?
Fray Domingo: No hay mayor heroísmo que la salvación de un alma, Santos
Mardones.
Mardones: No hay mayor heroísmo que la salvación de la patria, fray
Domingo.
Fray Domingo: Entonces... ¿No hay nada que esperar?
Mardones: Nada... Nada, salvo el día en que Dios y la patria sean una sola idea.
Fray Domingo: ¡Una sola esperanza, gobernador!
Mardones: Una sola esperanza... (Se miran los dos sonrientes y serenos). ¡Hasta la
vista, fray Domingo!
Fray Domingo: Hasta la vista, gobernador.

Desaparece Santos Mardones. Fray Domingo, pensativo, se aleja y luego se encuentra con don Luis y
Benito.

Don Luis: Lo que pasa, Benito, es que tú eres de la primera hornada y por eso
te asustas por cualquier cosa.
Benito: No, don Luis. Este nuevo peligro de los indios es cosa seria. Peor
que todo lo anterior.
Don Luis: ¡Fray Domingo! ¡Bienvenido, fray Domingo!
Benito: Bienvenido, padre.
Fray Domingo: Gracias, gracias.

Apretones de manos.

Don Luis: ¿Y qué le pareció el nuevo gobernador?


Fray Domingo: ¡Jesús me favorezca!... ¡Qué hombre, eh!
Don Luis: Es enérgico, decidido, valiente... Ahora sí que van a marchar bien
las cosas. Me habría gustado que usted lo hubiera visto llegar,
padre. En el embarcadero, parecía querer penetrarlo todo de una
mirada.
Benito: Y a propósito, ¿dónde andaba perdido usted, fray Domingo?
Don Luis: Sí, pues. Muy misteriosa fue su salida. Apostaría que anduvo detrás
de Sebastián.
Fray Domingo: Ya les contaré eso algún día. Por ahora, háblenme de la colonia.
¿Qué ha sido de ella durante mi ausencia?
Don Luis: Aparte de la llegada del gobernador Mardones y de la inquietud por
su ausencia, nada nuevo.
Fray Domingo: Sí, pero ¿qué se propone el nuevo gobernador?
Don Luis: No oculta sus propósitos de trasladar la colonia a la Punta Arenosa.
Pero como no está autorizado para fundar una nueva ciudad, debe
esperar una orden de no sé qué ministerio. Mientras tanto, el
desaliento está cundiendo entre los nuestros. Tenemos deserciones
todos los días.
Benito: ¡Esos ministerios! Viven enredados en papeles. ¿Por qué? No se
darán cuenta de que si nos vamos a la Punta Arenosa, allá vamos a
hacernos ricos con las minas de carbón.
Don Luis: (Despectivo). ¡Minas de carbón!
Benito: ¡Claro que hay minas de carbón!
Don Luis: ¿Y no esperas encontrar minas de oro, también? Claro que sería un
oro negro, porque debe estar medio tiznado con el carbón de
encima.
Fray Domingo: ¿Y qué le hace desesperar de encontrar oro negro, don Luis? La
divina providencia es muy generosa con los hombres, y puede que
algún día nos regale una nueva riqueza... Un oro negro, por
ejemplo.

Los tres se ríen bonachonamente.

Don Luis: ¡Este fray Domingo! ¡Siempre tan bromista!


Siguen riéndose, pero sus risas se apagan al ver aparecer a Benamina, que pasa por el lado de ellos sin
mirarlos. Ya no es la mujer animosa del primer acto. Camina semicurvada, llevando sus brazos como si
cargara un niño en ellos.

Fray Domingo: Buenas tarde, Benamina.

Ella no contesta, se detiene, lo mira hacia atrás, por encima del hombro y luego continúa su camino en
silencio, desapareciendo por el lado opuesto.

Fray Domingo: ¿Qué le pasa?


Don Luis: ¡Pobre mujer! Desde que se le murió el niño, parece que ha perdido
la razón. No habla con nadie, no saluda ni parece reconocer a nadie
tampoco.
Benito: Parece que el frío de esta tierra se le ha metido como idea fija en la
cabeza. Cree que su niño tiene frío debajo de la nieve, y donde
puede anda haciendo fogatas. Remigio la ha encontrado varias
veces haciendo fuego en los lugares más raros.

Aparece Ambrosio y se queda escuchando apartado y con aire sombrío la conversación.

Fray Domingo: ¡Dios tenga piedad de ella!


Don Luis: Y de nosotros, fray Domingo. ¿Se imagina que algún día se le
ocurra a Benamina hacer fuego donde no debe, en los polvorines,
por ejemplo, o que simplemente nos haga arder todo el caserío?
Benito: Eso sería la solución de todo. Ahí sí que no teníamos que esperar
más los papeleos de los ministerios. Se acababan de un viaje las
inquietudes por las rondas cada vez más frecuentes de los indios, y
el temor a la sublevación de los nuevos colonos. Fuerte Bulnes
ardiendo y nosotros en la Punta Arenosa... ¡Eso lo arreglaría todo!
Don Luis: Sí, pero... ¿Quién va a meterle fuego?
Fray Domingo: Recuerdo que una vez, en mi pueblo... (Se detiene pensativo. Pausa).
Don Luis: ¿Cómo lo hicieron?
Fray Domingo: ¿Qué cosa? No he dicho nada.
Benito: ¡Pero es seguro que pasó algo gordo!
Fray Domingo: No... No creas... Fue... Fue un incendio, nada más. Pero se quemó
todo.
Don Luis: ¡Fray Domingo!... ¿Qué está usted insinuando?
Fray Domingo: ¿Insinuando? ¿Yo?... Recordaba, solamente...
Don Luis: Fray Domingo...
Fray Domingo: ¿no creen que este no es un sitio muy cómodo para darle gusto a la
lengua? Vamos a tomar algo caliente.

Se encaminan hacia la salida. Ambrosio los sigue de lejos hasta medio camino, con aire de estar
embargado por una idea. Los mira desaparecer.

Fray Domingo: ¿Así es que los nuevos colonos se han puesto belicosos y los indios
amenazadores?
Don Luis: Eso no tiene nada de raro. Los indios pensarán que a lo mejor
nosotros tenemos a Onahe escondida aquí en el fuerte y usted
comprenderá que...

Desaparecen. Ambrosio se queda un segundo pensativo y luego desaparece por el lado contrario. Aparece
Benamina. Primero deambula en silencio y luego arrodillándose, acaricia la tierra y habla muy
dulcemente.

Benamina: ¡Qué fría está la cuna!... Yo te la calentaré ¡Y qué sábanas tan


grandes tiene! ¿Para qué habrán hecho una cama tan grande para
un angelito tan chico? (Ha amontonado unas semillas que traía escondidas
y ha encendido una pequeña fogata). ¡Así... así...! ¡Ahora sí que se le va a
pasar el frío a mi niño! (cantando):
Duérmete, mi niño
duérmete, mi amor,
por los capachitos
de San Juan de Dios.
No te quieres quedar dormido, ¿ah? ¿Quieres jugar? Pero a mí ya
no me dejan jugar contigo. No sé. A lo mejor ya estoy muy vieja...
Oye... ¿quieres que te cuente un secreto? Pero no se lo vayas a decir
a nadie... Fíjate que para celebrar la pascua, el nuevo gobernador
trajo unas cosas que echan chispas... Y yo me robé una... Aquí está.
¿Ves? Mira que bonito... Fíjate, así se hace. (Enciende uno de esos fuegos
artificiales que lanzan estrellitas). ¿Te gusta? ¿Te gusta? ¿Te gusta? (Se
ríe dramáticamente y poco a poco su risa se va convirtiendo en llanto, lo cual
dura tanto como la luz del fuego artificial. Aparece Ambrosio en segundo
plano). ¡Se acabó! ¡Qué pena! Mañana voy a traerte otro... Ahora
tienes que portarte bien y quedarte dormido. Y no vayas a hacerte
pipí en la cama... ¡Ay, no me tires el pelo! Malo. Eso no se hace con
la mamita... Ya, pues, duérmete de una vez, mi amor... (Cantando):
Duérmete, mi niño
que viene la vaca
a comerse el...
(La voz se le ahoga con el llanto). ¿No ves? Me haces llorar por la porfía
de no querer quedarte dormido... Mañana vamos a hacer una cosa
bien linda. Vamos a traer a todos los ratones de la colonia y los
vamos a quemar aquí... Y vas a ver qué calientita va a estar la
tierra... Calientita... Calientita... ¿No es cierto, mi hijito precioso?
¡Dios lo guarde, el juego bonito que va a tener mi niño!

Ambrosio se acerca a Benamina.

Ambrosio: Benamina.
Benamina: ¿Ah?
Ambrosio: Benamina, yo... Yo tengo un juego más bonito para su niño.
Benamina: Nosotros no queremos jugar con usted.
Ambrosio: Jugarán ustedes solos... Mire. En la casa que está al lado del blocao,
hay unos cohetes y unas estrellitas más lindas que las que usted le
prendió a su niño.
Benamina: Pero yo no puedo entrar allá.
Ambrosio: Sí. Puede. Aquí está la llave... Vaya, vaya. Verá qué contento va a
estar su niño.
Benamina: ¿Contento?
Ambrosio: Sí. Vaya... Pero que no la vea nadie...
Benamina: Sí... Sí... Va a estar muy contento...

Se va Benamina por el fondo. Ambrosio la mira desaparecer. Luego le asalta el remordimiento.

Ambrosio: ¡No!... ¡Benamina! ¡Benamina!

Sale corriendo. La escena permanece sola un instante. Luego se oyen unas detonaciones. Entran en
escena los colonos, muy agitados. Aparecen Venancia, Benito, don Luis, Ignacia y fray Domingo.

Venancia: ¿Qué pasa?


Benito: ¡Parece que fue el polvorín!
Don Luis: ¿Se te ocurre? Si fuera el polvorín ya habríamos volado todos.
Ignacia: ¡Venancia! ¡Tengo miedo! ¡Tengo miedo!

Aparece Carmela y otros colonos.

Carmela: ¡Socorro! ¡Incendio! ¡el Fuerte Bulnes se está incendiando!


¡Socorro! ¡Auxilio! ¡Yo no quiero morir lejos de mi casa! ¡Yo no
quiero morir lejos de mi casa! ¡Yo no quiero morir!
Cae en tierra, llorando. Entran nuevos grupos de colonos.

Fray Domingo: ¡Qué es eso, Carmela!...


Carmela: ¡Fray Domingo, yo no quiero morirme! (Solloza en forma histérica).

Entra el colono segundo seguido de otros colonos.

Colono 2°: ¡Está quemándose el depósito!


Todos: ¿Qué? ¡El depósito! ¡No puede ser! ¡Socorro! ¡Auxilio!
Don Luis: ¡Silencio!
Fray Domingo: Callarse.
Colono 2°: ¡El fuego ha pasado a las barracas vecinas! ¡Si llega al polvorín,
estamos perdidos!
Todos: ¡No! ¡Jesús me favorezca! ¡Dios te salve, maría...! ¡Hay que hacer
algo!, etc.

Aparece Santos Mardones.

Mardones: ¡Calma, calma! ¡No perdamos la cabeza! ¡Todos los hombres, a


llenar baldes de agua! ¡Toquen a rebato!
Un colono: ¿Y de dónde vamos a sacar agua?
Todos: Sí, sí... ¿De dónde? No hay... ¡El río está casi seco!
Mardones: Con tierra, entonces, con lo que sea. Hay que apagar el incendio.

Salen los hombres. Se oye la campana tocando a rebato.

Mardones: ¡Teniente González!


Voz dentro: ¡A su orden, mi coronel!
Mardones: ¡Ponga a sus hombres a dominar el fuego, y el pelotón de relevo
que guarde la entrada del fuerte!
Voz: ¡A su orden! ¡Artilleros, adelante!

Atraviesa el escenario un grupo de artilleros.

Mardones: ¡Esto era lo único que nos faltaba! ¿Cómo pudo ocurrir esto, don
Luis?
Don Luis: No sé, gobernador. Yo estaba conversando con Benito y fray
Domingo, cuando sentimos el estallido.
Fray Domingo: (Acercándose). Pero, ¿qué pasó, gobernador?
Mardones: ¡Yo qué sé, fray Domingo! ¡Alguien tiene que haberme robado las
llaves del depósito!
Don Luis: ¡Con tal que no se levante viento! ¡Llegaría el fuego hasta el
polvorín!
Mardones: ¡Hay que evitarlo a toda costa! ¡No importa que todo lo demás se
queme, pero el polvorín no debe estallar!

Entra Remigio.

Remigio: ¡Benamina! ¡Benamina!


Fray Domingo: ¿Qué pasa, Remigio?
Remigio: ¡Padre, la Benamina no está por ninguna parte! ¡Tengo miedo que
esté en el depósito! ¡Tiene que haber sido ella!
Fray Domingo: ¡Vamos a ver!

Salen fray Domingo, don Luis y Remigio.

Mardones: ¡Tú, reúne un grupo de colonos y corran a salvar las pieles!


¡Sáquenlas todas a campo libre!
Colono: ¡Voy! ¡Ustedes, vengan conmigo!

Entra un grupo de colonos nuevos.

Mardones: ¿Y ustedes, qué hacen aquí? ¿Creen que porque son colonos
nuevos se van a cruzar de brazos?
Una colona: ¡Esto nos pasa por creer en promesas! ¿Por qué no nos entrega de
una vez a los indios?
Otros colonos: ¡El incendio lo provocó usted mismo para tenernos más
amarrados!
Mardones: ¡Callarse!
Otro colono: ¡Usted está de acuerdo con los indios!
Mardones: ¡Callarse, digo! ¡Y sepan que al primero que se insubordine lo hago
fusilar, para enseñarle a ser hombre! ¡Aquí, hasta las mujeres van a
tener que ponerse los pantalones! ¡Retirarse!

Se va el grupo de colonos. Entra Remigio con Benamina en los brazos y, junto a él, fray Domingo.

Fray Domingo: Por aquí, Remigio, por aquí... Cuidado, no la vayas a golpear...
Llévatela para ese lado...

Se va Remigio con Benamina.

Mardones: ¿Qué pasó, fray Domingo? ¿Está...?


Fray Domingo: No. Está solamente herida. Voy a ocuparme de ella.

Se va fray Domingo. Aparece don Luis, seguido por tres colonos que transportan el cuerpo de Ambrosio.
Los siguen algunas colonas, gimiendo.

Don Luis: En el depósito encontramos a Ambrosio, gobernador.


Mardones: ¡Entonces, fue él quien...!
Don Luis: Gobernador, ya no es tiempo de decir nada sobre Ambrosio. Está
muerto.
Mardones: (Después de una lucha interior). Haga usted lo que le parezca, don Luis.
Yo voy a ocuparme de cosas más urgentes. (Se va).
Don Luis: Lévenlo a lugar seguro.

Se retiran los que llevan a Ambrosio, seguidos siempre por las mujeres. Don Luis se dirige a algunos
colonos presentes.

Don Luis: ¡Ustedes, acérquense para acá!


Colono I°: Ordene, don Luis.
Don Luis: Voy a proponerles un trato de hombres... El sacrificio de Ambrosio
no puede ser en vano... Nos preocuparemos de que el fuego no
llegue al polvorín, pero nada más, ¿entendido?
Colono 2º: ¿Y qué será del fuerte?
Don Luis: El fuerte, ya cumplió su misión... Con que, ¿de acuerdo?
Todos: De acuerdo.
Don Luis: Todos a trabajar para que así sea... Sólo hay que salvar el polvorín,
las carretas, los animales y los útiles de labranza, ¿no es así?
Todos: Sí.
Don Luis: Andando, entonces.

Se dispersan y desaparecen todos. Otros colonos cruzan afanosamente la escena, pero los detiene una
carcajada que se oye dentro. Entran nuevos colonos y, luego, Santos Centurión, riéndose
estrepitosamente. Aparece Santos Mardones.

Mardones: ¿Por qué tanta risa, Centurión?


Centurión: ¡Esto es lo que yo quería ver! ¡Mis amigos en dificultades!
Mardones: ¡Centurión! ¿A qué has vuelto?
Centurión: ¡Ya lo tengo, gobernador! ¡Ya tengo al artillero que mató a Huisel y
me robó a Onahe! ¡Es un tal Sebastián!
Mardones: ¿Y a mí qué me importa, centurión?
Centurión: ¡Algo le importará a su mercé... porque si no me da todas las pieles,
los animales y los enseres de la colonia, destripo aquí mismo a ese
miserable! ¡A la vista de todos!
Las mujeres: ¡Ay!
Mardones: Destrípalo si así se te antoja. No tengo tiempo para entrar en tratos
contigo.
Centurión: Es que si no me da ese rescate, no sólo mataré a ese artillero. La
indiada que está allí fuera entrará aquí y no dejará ni un solo colono
vivo... ¡Ahora no hay relevo que valga, Santos Mardones! ¡Y las
armas se están quemando!
Mardones: ¡Cobarde! ¡Eres un cobarde! ¡No eres digno de llevar pantalones!
Centurión: ¡Y para que veas que es cierto, la matanza va a comenzar contigo!

Saca un cuchillo y trata de lanzarse sobre Mardones. Una cortina humana se interpone entre ambos.

Todos: ¡No!... ¡Cuidado!... ¡Asesino!... ¡Auxilio!, etc.


Mardones: ¡Quietos! ¡Colonos, déjenme solo con el cacique Santos Centurión!
¿No han oído la orden? ¡Vayan a ocuparse del incendio, que tengo
que hablar con Santos Centurión!...

Se retiran todos, inquietos y a regañadientes.

Mardones: ¿Y? ¡Aquí estamos, Santos Centurión! ¡Tú y yo! ¡Los dos solos!
¿Por qué no me destripas?
Centurión: (Sin deponer el cuchillo). Si es tan hombre como se cree, peliemos
como hombre... El que gane, le dará órdenes al que pierda.
Mardones: No tengo armas, Centurión. Tampoco hay quién me defienda.
Puedes matarme si quieres. Y luego a todos los pobladores. El
incendio avanza. Tal vez no quedará nada de Fuerte Bulnes. Ni
hombres, ni casas, ni rastros... Pero no será porque el polvorín ha
estallado, ni el fuego lo ha consumido todo... Será porque el
soldado Santos Centurión ahogó en sangre este retoño de Chile...
¡Qué hazaña, soldado! La historia recordará siempre esta noche
como la noche de Santos Centurión... ¿Qué te detiene? Aquí estoy.
¡Mátame! ¡Mátame de una vez! ¡Mátame, soldado Santos Centurión!
Centurión: ¡Gobernador! ¡No quiero que me llame soldado!
Mardones: ¿Y cómo te he de llamar, entonces? Soldado fui cuando peleé en
Maipú y en Cancha Rayada. Soldado fui cuando luché contra los
ingleses en la invasión de Buenos Aires, y en las campañas del Alto
Perú. Y soldado fui cuando estuve en el ejército del general
Belgrano. Y tenía bajo mis órdenes a otro soldado, que se llamaba
Santos Centurión... ¿Cómo he de llamar a ese soldado ahora, sino
con el nombre que entonces lo unió a mí en aquellas luchas?
¿Cómo he de llamarlo?
Centurión: Entonces, usted es... Usted es... El mismo...
Mardones: Sí. Yo soy... Y aquí me tienes, esperando tu cuchillada...

Centurión arroja el cuchillo y se acerca a Mardones con la mano estirada.

Centurión: ¡Esta es mi mano, gobernador! ¡Los hombres valientes, como


usted, me cortan el resuello!
Mardones: (Sin darle la mano). Cuando hayas demostrado ser hombre de bien,
cuando tus actos sean dignos de figurar en la historia del Fuerte
Bulnes, tendré mucho gusto en estrechar tu mano.
Centurión: No soy más que un soldado a las órdenes de su merced...
Entran fray Domingo y dos colonos corriendo.

Fray Domingo: ¡Gobernador! ¡Gobernador!


Mardones: ¡Qué pasa!
Fray Domingo: ¡Se está levantando viento!
Un colono: Si no tenemos refuerzos, el fuego llegará al polvorín.
Centurión: ¡Y qué hacen esos indios ociosos que no vienen a ayudar! (Se
encamina hacia el fondo y desaparece gritando). ¡A trabajar, canejo! ¡Y
cuidado con tocar nada, porque les abro las tripas de una
cuchillada! ¿Qué se han creído? ¿Que están de visita en un país
extranjero? ¡A trabajar! ¡A trabajar!

Los dos colonos se retiran corriendo. Mardones mira con aire triunfante el punto por donde ha
desaparecido Santos Centurión, y luego abandona la escena rápidamente. Ruido de viento. Se apagan
todas las luces.
EPILOGO

Al encenderse las luces, nuevamente se ve, entre escombros, a los colonos, salvo Benamina y Remigio,
reunidos en torno a Santos Mardones, que está en una eminencia del terreno.

Mardones: ¡Colonos! ¡Artilleros! ¡Chilenos! El destino nos ha puesto a


prueba... Fuerte Bulnes, este fuerte que hemos detestado, pero al
cual también hemos amado... Sí, lo hemos amado, puesto que si así
no fuera, no habríamos resistido tanto por él... Nuestro Fuerte
Bulnes, digo, no es ahora más que un montón de escombros...
Fuerte Bulnes ha entrado en el reino de la historia, de la leyenda...
Pero nosotros estamos frente a un peligro, a un grave peligro: al
peligro de que algún día llegue a decirse que hemos sido un
fracaso... En nuestras manos y en nuestros corazones está el que
eso no llegue a decirse... ¿Estáis dispuestos a impedirlo?
Todos: Sí.
Mardones: Pues entonces, tened presente lo que os voy a decir: el esfuerzo de
los hombres siempre encuentra un lugar para rendir sus frutos...
Nos iremos a la Punta Arenosa, que desde hoy se llamará Punta
Arenas, y allí haremos madurar los frutos que aquí se nos han
marchitado... Las acciones que el hombre emprende no valen por
oropeles del éxito, sino por los caminos que ellas logran abrir.
Fuerte Bulnes ha abierto un camino: el camino de Chile en estas
latitudes... No habremos sido un buen fin, pero hemos sido un
buen eslabón. Y eso es lo importante.
Todos: ¡Viva el Fuerte Bulnes!
Mardones: Sí... ¡Perdido, olvidado y tal vez muerto para siempre! ¡Viva el
Fuerte Bulnes, porque su historia enseñará a los chilenos que este
país será feliz el día en que cada cual entregue, a la postre, más de
lo que ha recibido! Nuestra entrega será el dominio de Magallanes y
el baluarte de Punta Arenas... ¿Lo haremos, colonos? ¿Lo haremos?
Todos: Sí. Lo haremos.
Mardones: Pues bien, las carretas que nos llevarán a la nueva morada estarán
prontas dentro de un momento. Retírense todos al lugar de sus
antiguas viviendas para recoger lo que aún les queda... Cuando
suene la señal de la partida, pasen a ocupar sus lugares en los
carros. La señal será el segundo toque de la corneta.

Los colonos salen en orden y lentamente por diversos lados. Quedan don Luis y Mardones.

Mardones: ¡Don Luis!


Don Luis: ¿Señor gobernador?
Mardones: Quiero que me diga qué fue de Ambrosio.
Don Luis: Ya le dimos cristiana sepultura. Él también supo ser, a su manera,
un buen eslabón.
Mardones: ¿Y Benamina?
Don Luis: Ya está instalada en una de las carretas. La está cuidando don
Remigio... ¿Hay algo más, gobernador?
Mardones: Sí, don Luis... Quisiera preguntarle... Preguntarle... Por qué una vez
descartado el peligro de una explosión, usted y la mayoría de los
colonos se cruzaron de brazos.
Don Luis: El día en que Punta Arenas esté en pie, creo que podré darle la
respuesta, gobernador.
Mardones: ¡Ya está dada, don Luis!
Don Luis: Entonces... Con su permiso.
Se va don Luis. Santos Mardones lo mira alejarse, sonriendo. Aparece Sebastián, harapiento, cansado
y con la barba crecida.

Sebastián: Sargento Sebastián Ruiz se presenta, mi coronel.


Mardones: ¡Lo esperaba, sargento!
Sebastián: Sé que he cometido un delito muy grave, y pido que se me aplique
el castigo más severo, mi coronel.
Mardones: ¿Sabe, sargento, que su posición es muy cómoda? Usted se rapta a
una india, mata a un cacique y se declara en rebeldía. Y sólo
después de que el padre de la india ha recobrado a su hija y lo ha
devuelto a usted a nuestras manos, viene usted a pedir un castigo.
Sebastián: No entiendo lo que me dice, mi coronel. Lo único que sé, es que
sufro porque perdí a Onahe, y no quisiera sufrir por haber perdido
a mi patria. Pido un castigo.
Mardones: Pues bien, llega usted a tiempo, sargento... Es necesario que un
hombre se quede solo, guardando los escombros del Fuerte Bulnes.
Ese hombre será usted, sargento... Le dejaremos provisiones para
subsistir hasta que merezca ser relevado. Usted se quedará aquí
para dar fe con su presencia y su vida, de que esto sigue siendo un
territorio chileno.
Sebastián: A su orden, mi coronel.

Aparece fray Domingo con un bulto en las manos, es un crucifijo envuelto.

Fray Domingo: ¡Ah! ¡Al fin te encuentro, Sebastián! Quería pedirte que te vinieras
en la misma carreta que yo para...
Sebastián: Perdón, padre, pero yo no me voy con ustedes. Me quedo aquí.
Fray Domingo: ¿Cómo? Gobernador, ¿Es... es este el castigo que usted...?
Mardones: S, padre.
Fray Domingo: ¿Y no es demasiado duro?
Mardones: Tal vez. Pero él fue un desertor.
Fray Domingo: ¡Gobernador! Errare humanum est.
Mardones: Yo no sé latín, pero sé chileno, padre. Y el que la hizo, la deshizo...
Y por último, no hay por qué ponerse triste. Sebastián tendrá como
castigo el mejor destino a que podría aspirar cualquiera de
nosotros: servir de prueba de que esta tierra, es nuestra tierra.
Fray Domingo: Sí... Sí... Claro... Hasta a mí me habría gustado hacerlo. Pero ya ven:
estoy tan cansado, que apenas me alcanzan las fuerzas para
sostener este precioso bulto.
Mardones: Padre... Permítame que le ayude.
Fray Domingo: Gracias, gobernador. Pero, ya que Dios ha de viajar en carreta, al
menos que lo haga en manos de su más humilde siervo.

Suena un toque de corneta.

Mardones: Ha llegado el momento... (Pausa). Sargento Ruiz, ya sabe usted su


obligación.
Sebastián: Sí, mi coronel.

Mardones hace intento de despedirse de Sebastián con un emocionado abrazo, pero se retiene y hace un
saludo militar que es contestado por el muchacho. Santos Mardones se retira rápidamente por el fondo.
Se escucha el segundo toque de corneta. Comienzan a salir los colonos. Al pasar junto a Sebastián le
dirigen respetuosos saludos o le palmotean el hombro serena, triste y afectuosamente. Cuando todos han
salido, quedando en escena sólo Sebastián y fray Domingo, se oye dentro el "Himno a la Bandera",
cantado por los colonos. Los dos presentes se miran. Sebastián se arrodilla. Fray Domingo le da la
bendición con el crucifijo envuelto y luego se va. Sebastián se encamina hacia el fondo del escenario y, de
espalda al público, hace señales de adiós a los que van partiendo. Aparece Onahe, se sientan en el suelo,
en actitud de contemplación y espera. Al fondo, violento atardecer magallánico, mientras se oye,
alejándose, el canto de los colonos.
FIN
CHILOE, CIELOS
CUBIERTOS
(1972)
PERSONAJES

Estefanía
Brunilda
Candelaria
Rosario
Orfelina
La Oyarzo
La Abuela Chufila
El Joven Naufragante
Alvarado
Chichicho
Lauro
Pancho Tieso
Cárdenas
Don Andrade
El Viejo Catrutro
Zoilo, Anima
Coro: Parejas que bailan y cantan.
Época: Actual. Comienza el invierno.
Lugar: Curaco de Vélez, en la isla Quinchao
Archipiélago de Chiloé, sur de Chile.
PRIMERA PARTE

Entra el coro.
Curaco de Vélez, ¡ay!
qué solo estás en invierno
qué soledad los caminos
qué soledad bajo el agua
de la lluvia
de la lluvia.
Te has recogido a tejer
un choapino bajo el agua
y se olvidaron de ti.
Curaco de Vélez, ¡ay!
que soledad los caminos
en la lluvia
en la lluvia
en la lluvia.

El coro sale. Luz de lluvia sobre calle de Curaco. Bajo el alero de una casa, Brunilda, Candelaria y
Estefanía miran caer la lluvia. Visten de negro y cubren sus cabezas con un manto, también negro.
Bajo otro alero, Alvarado, Lauro y Pancho Tieso permanecen inmóviles, con la variación de cambiar a
veces de postura. Visten poncho y sombrero. Entra Orfelina con una radio a transistores. Una bufanda
de lana le da varias vueltas al cuello. Es joven aún, flaca, menuda y con el pecho hundido. Llega hasta
el alero donde están las mujeres. Saluda con una sonrisa.

Candelaria: ¿Qué dice, Orfelina, pues? ¿Aún no han abierto la Cooperativa?


Orfelina: Todavía no.
Brunilda: ¿Y recibiste carta del Segundo?
Orfelina: No he recebiio, p'.
Estefanía: Pero si no hace na que estuvo, ¿cómo le va a escribir?
Orfelina: Pa'l tiempo del reitimiento4 vino. Comió harto chancho y se las
embaló otra vez pa' la Argentina.
Candelaria: ¿Y por qué no te fuiste con él?
Orfelina: (Después de un momento). Ni me dijo.
Candelaria: Eso te pasa por no abrir la boca a tiempo. Deberías haberle
exigido.
Orfelina: Pa' qué...
Brunilda: Estaban medio comprometíos, ¿no?
Orfelina: Sí, p'... Tendrá otra. (Encuentra una salida airosa). Además, allá no me
iba a gustar.
Candelaria: Pior es que pierdas un marío, p'.
Orfelina: (Vuelve a su resignación). Sí, p'.
Estefanía: Arrímate a don Andrade, que hace tiempo que anda a las vueltas.
Orfelina: No me gusta. (Casi para ella). Además, estoy casi comprometida.
Candelaria: ¡pa' lo que sirve tener marío!
Estefanía: (Suspira). Sí, po.
Brunilda: (Bromea). Si no han de hacer plata, que se queen mejor pa'allá.
Estefanía: Algunos vuelven pa'l puro molestar. Cuando se caen de viejos,
entonces vuelven donde la mujer a exigir sus derechos. Pa' que los
cuiden.
Brunilda: Y mientras tanto se farrearon toa la plata en la Patagonia. Si es de
no creerlo.
Candelaria: Si no fuera por los tejidos que hacemos, nos moriríamos de
hambre.

4
Reitimiento. Faena típica de Chiloé, en que la grasa del cerdo carneado se derrite en calderas y se pone
a cocer en ella masas, carnes y roscas.
Orfelina: Pero al menos tienen hombre.
Candelaria: Dije hambre, no hombre.
Orfelina: Es casi lo mismo.
Candelaria: Si no te gusta don Andrade, ándate pa'l monte. Ahí te podís
encontrar con el trauco5. (Ríen). Ese brujo no es muy regodión.
Orfelina: No se burlen de una.
Brunilda: ¡Y si no nos reímos!...

Guardan silencio, sumidas en sus recuerdos.

Brunilda: Yo no debería quejarme.


Estefanía: ¿Tu marido mandó plata con alguien?
Brunilda: No, aún no es el tiempo. Cada tres años me manda, con el favor de
Dios y la Santísima Virgen.
Estefanía: (Con la mejor intención). Cumplior te salió. La cosa está en que no se
aburra.
Candelaria: Eso lo hacen el primer tiempo, no más. Después agarran de no
acordarse más. (Señala a los hombres). Y los pocos que no se van pa'
Magallanes y podrían cumplir con la mujer, aquí mismo, dicen que
se casan pa'l tiempo de las habas.
Brunilda: Ya es decir algo.
Candelaria: Pero no dicen qué año. (Ríen).
Orfelina: Si yo me casara sería pa'l tiempo de las papas nuevas. Trae suerte.
Candelaria: Procura que sean papas coraila. (Ríen).
Orfelina: No se rían de una, pues.
Candelaria: Es que tú, Orfelina, no debieras poner tantas condiciones. Yo diría
que hasta se te pasó el tiempo del Trauco. (Ríen).

5
Trauco. (chauco). Ser de la mitología chilota. Es una especie de fauno que no alcanza más de un metro
de altura, cuyas extremidades posteriores terminan en muñones sanguinolentos. A pesar de su tamaño,
tiene mucha fuerza. Es agresivo con los hombres y enamoradizo con las mujeres, quienes no se resisten
a sus embrujos.
Orfelina: Ustedes que son. (Va a salir).

Entra Cárdenas, presidente de la Cooperativa, lleva abrigo.

Cárdenas: (Saluda amable a las mujeres). ¿Y ustedes? ¿No deberían estar


tejiendo? Ya vieron cómo llegaban los turistas a la Cooperativa. Se
vendió todito. Y faltó. Hay que apurarse este invierno en tejer.
Aquí en la calle, capaz que las pesque un aire. Hay mucha frieza.
Candelaria: Estamos esperando el correo.
Estefanía: A ver si llega carta.
Brunilda: Todas las tardes tenemos la misma esperanza. (Pausa).
Candelaria: Pa'l miércoles le termino la alfombra.
Cárdenas: Eso está mejor. Hay que apurarse. Estamos lejos del continente y el
que viene hasta aquí, conviene que se lleve su choapino, su frazada.
Candelaria: En invierno es difícil que se arriesguen a pasar pa' Chiloé. El canal
de Chacao sabe ponerse malo. Y es peligroso.
Estefanía: Si hicieran el puente luego, estaríamos mejor.
Cárdenas: ¡Ah, el puente! Eso va a traer la felicidad a todos.

Entra el Catrutro, viejo chico, siempre malhumorado. Al pasar ha oído la palabra puente. Habla sin
detenerse y sale.

Viejo Catrutro: ¡Ja, el puente! Eso no más querían. No ven que son tontos en la
capital pa' preocuparse de nosotros. No nos hacen ni caminos y
van a construir un puente. ¡Eso no más querían! (Sale).
Cárdenas: Este viejo Catrutro que ni dice una buena. Esta es la gente que hace
hundirse a Chiloé.
Candelaria: ¡Y lo arregentado que está! Usted debería hablarle. No abre la boca
más que pa' decir maldades.
Estefania: Pa' mí que este ya no es gente humana.
Lastenia: Por culpa de él no va a haber puente en el Chacao.
Candelaria: Quizás qué pautos6 habrá hecho con los brujos por ahí.
Cárdenas: Ya, ya, no digan leseras. (A Orfelina). Acompáñeme a la
Cooperativa para ver los libros.
Orfelina: Pocas ganas tengo de hacer na. Bueno, vamos.
Cárdenas: Y a ustedes no se les olvide que pa' darles lana, tienen que cumplir
con las entregas.
Candelaria: En cuanto no más escampe.

Cárdenas y Orfelina inician la salida.

Candelaria: (A cárdenas). ¿Y qué hay del curanto pa’l domingo?


Cárdenas: (Se vuelve). ¡Justo! Se me había olvidado y me comprometí con el
medán7 pa' las Oyarzo.
Candelaria: ¿Medán? ¡Por Dios que está antiguo pa' sus cosas! Ya no se usa eso.
Cárdenas: ¿Cómo que no se usa? ¿De cuando acá hemos dejado de ser
buenos cristianos?
Candelaria: No hemos dejado na' de ser, pero eso ya no se usa.
Estefanía: Y yo por las Oyarzo no me molestaría. Tengo atravesá a esa gente.
Pero si quiere que hagamos una colecta de productos pa' ayuar...
Cárdenas: (Interrumpe). Ayudar es lo importante. Y no se anden en palabras
más o palabras menos. ¿Qué no se acuerdan ya lo que dice del
medán el finaíto Bórquez, que en paz descanse?
Los pobres hacían fiesta
pa' buscar su acomodo
invitaban a la gente
recibiéndoles de todo.

6
Pautos: Pactos
7
Medán: manera de proveerse de ciertos bienes o alimentos que requiere una familia, la cual cursa
invitaciones para que todos los que lleguen y aporten con comida y licores celebrándolo en una fiesta.
Brunilda: Déjeme acordarme. (Recuerda).
Era una fiesta hermosa
rodeado de vecinos
con harta carne y papas
buena chicha y rico vino.
Candelaria: (Suspira). Ay, que sabía decir bien sus cosas el finaíto Bórquez, Dios
lo tenga en su santa compañía.
Cárdenas: (Con intención. A Estefanía). Sí que lo sabía.
"Esta era gente noble
sin rencor ni picardía
y esta reunión de vecinos
se usa todavía".
No podemos fallarle a las Oyarzo. Les fue malazo.
Estefania: Si no siembran no cosechan, p'.
Cárdenas: Usté sabe que el hijo anda pa' Punta Arenas y ella se enfermó. Ni
papas ni forraje pa' los animalitos van a tener.
Estefanía: Es que son flojos, p'.
Cárdenas: Sea como sea, no podemos fallarle.
Candelaria: Bueno, si se ha de hacer que sea una buena fiesta, entonces. Y que
suene tres días.
Cárdenas: De todo habrá. Y usted, Estefanía, déjese con las Oyarzo.
Estefanía: Usted sabe lo que pasaba cuando vivía el viejo Oyarzo Uribe. Nos
robaba la pesca del corral de mar y le echaba la culpa al Cuchivilu8.
Candelaria: Yo vi, muchas veces, cómo había hociconeado ese brujo con forma
de chancho. Lo converso, porque mis ojos lo vieron.
Estefanía: No niego que una que otra vez lo haya hecho ese brujo del diablo,
pero muchas otras veces era el viejo Oyarzo.

8
Cuchivilu: en la mitología chilota, es un monstruo marino, mitad chancho, mitad culebra, que vive en
las playas fangosas. Acostumbra a hozar en los canales. Las personas que pisan las aguas donde estuvo,
se cubren de sarna.
Lastenia: (Burlona). Los brujos no son cosa de otro mundo. Son hombres que
tienen magia.
Candelaria: Es malo creer en brujos, pero hay que guardarse de ellos.
Cárdenas: Bueno, bueno. Eso pasó hace tiempo y el viejo ya está enterrao tres
metros bajo el suelo. Ahora piense en el medán y cooperemos
todos, como siempre. (Mira el cielo). Que este invierno trae mucho
agua y no va a haber necesidad de agacharse pa' beber.
Estefanía: Muchaza o pocaza, siempre tomamos el agua parao en Chiloé. Así
es que, búsquese otro palique.
Cárdenas: (Sonríe). Bueno, bueno, bueno. Cuento con ustedes pa'l medán y no
se tarden en ponerse a tejer... Hasta luego.

Sale seguido por Orfelina, siempre tejiendo.

Estefanía: Yo no soy entrometía, pero las Oyarzo siempre dan que hablar.
Candelaria: Son buena gente, Estefanía.
Estefanía: La Rosario Oyarzo anda con los ojos hueros desde un día que se
queó dormía en la playa. Dicen que vio al Caleuche9, como yo las
estoy viendo a ustedes, ahora.
Brunilda: Así dicen.
Estefanía: Y desde entonces anda así como pasmá.

Alvarado se aparta del grupo de los hombres, mira hacia el mar y sale en esa dirección. Estefanía da un
codazo a la mujer más próxima.

Estefanía: (Señala con la cabeza a Alvarado). Ahí está mi sobrino Galvarino


Alvarao, templao con la Rosario y esta como si oyera llover.
Candelaria: Yo creo que la va a pedir en casamiento.

9
Caleuche: barco fantasma utilizado por los brujos para trasladarse. Puede nave–gar rápidamente sobre
el agua o bajo ella. Se presenta como un velero iluminado y hermoso que subyuga a quien lo ve,
capturándolo.
Brunilda: Bien que haría.
Candelaria: No es mala chica la Rosario.
Estefanía: Pero está pasmá.
Brunilda: (A Estefanía). Usté aconseje a su sobrino. Y si la quiere, que la pía
luego. ¿No está por irse?
Estefania: Qué más se quisieran, también. Mi sobrino es de lo mejor que hay.
Candelaria: Sí... Tiene bonito carácter, pero pobre igual que los otros. Como
era su marío, el mío y el de esta.
Brunilda: Así es.

Ha dejado de llover, un sol pálido envuelve a las mujeres.

Candelaria: Y si va a emparentar con la Oyarzo, mejor es que vea a esa familia


con otra cara, Estefanía.
Estefanía: No tengo otra que esta que me hicieron.
Candelaria: (Comprensiva). Lo que pasa es que cuando se habla de hombres y de
mujeres y de que van a casarse, uno se pone... No sé cómo se pone,
pero se pone.
Estefania: ¿Y por qué habría de ponerse de alguna laya?
Candelaria: (Con dulzura). Donde uno se acuerda...
Estefanía: (Apuntando la emoción). ¿Y de qué?
Candelaria: (Mirando las últimas gotas de lluvia que caen). Que uno también una vez
fue pedía... y que... Que un hombre la quiso.
Estefanía: (Ganada por la emoción). Así mismo escampó cuando me casé con
Barrientos. Yo era una niña y lo quise en cuanto lo vi.
Lastenia: Yo le hice al mío unas medias de lana con guarda colorá; ¡hace
tanto frío cuando salen a pescar!
Candelaria: Yo no sabía que Bahamóndez se iba a ir y que el sur era tan lejos,
que ni las cartas llegan.
Lastenia: Ninguna lo sabíamos...
Quedan envueltas en sus recuerdos. Entra el coro. Canta.

Las mujeres se quedan


los hombres parten
quisiera el pensamiento
darles alcance.
Si no fueran tan pobres
no se alejaran
¡cuánta esperanza abierta
muere en la nada!
El corazón de lluvia
se va envolviendo
silencioso y mojado
llega el invierno.
Y en las noches tan largas
tejen leyendas
para que el tiempo pase
y no se sienta.
Galopando en el viento
la fantasía
por el mar, en su vuelo,
lleva una niña.
El agua ha detenido
su canto de ave
y una historia de amor
tiembla en el aire.
El Joven Naufragante
va en el Caleuche
su amor es como un fuego
resplandeciente.
En sus ojos, mirándose
está Rosario,
el amor se ha encendido
para alumbrarlos.

El coro calla. Han entrado Rosario, con los pies desnudos, y el Joven Naufragante, tomados de la
mano. Se miran con amor. El Joven Naufragante es hermoso y varonil. Su aspecto denota su condición
fantasmal, sin perder su dimensión humana, si así pudiera decirse. Ambos jóvenes se besan, en tierna
despedida. El Caleuche, buque fantasma, resplandece en el mar.
Rosario se aparta suavemente, alejándose. El Joven Naufragante avanza unos pasos hacia ella.

Joven Naufragante: ¡Rosario, espera!


Rosario: (Se detiene). No, se ha hecho tarde.

El Joven Naufragante extiende sus brazos. Rosario se acerca, se abrazan largamente. Rosario se
aparta.

Rosario: Adiós...
Joven Naufragante: (La retiene). ¡Qué insoportable será el tiempo sin ti! ¿Volverás?
Rosario: Te lo prometí.
Joven Naufragante: Dilo una vez más.
Rosario: Lo prometo. (Inquieta). Debes irte.
Joven Naufragante: Lo sé... (Atormentado). Pero este amor es más fuerte que todo y no
puedo alejarme... Como debiera ser, para siempre.
Rosario: (Alarmada). Para siempre, no.
Joven Naufragante: (La abraza tiernamente). Te amaré a pesar de mí, de ti, a pesar del mal
que pueda causarte.
Rosario: Mal o bien, tu amor es lo único que quiero.
Joven Naufragante: (La estrecha). Te amo... Te amo.
Rosario: (Se aparta de sus brazos que la dejan ir con esfuerzo). Adiós...
Joven Naufragante: Sí... (Mira hacia el mar, se escucha una apagada melodía de acordeón, lejana,
dulce). Mi barco espera. (Alejándose). Adiós, paloma... (Desaparece).
Rosario: Adiós, amor... (Lo mira alejarse).

Canta el coro.

Paloma, dice el aire,


vuelve a tu nido
ese amor es un sueño
de los caminos.
Vuelve paloma, vuelve,
le grita el agua,
el mar te está tejiendo
un manto de algas.
Y la paloma vuelve,
pero en sus manos
trae el amor que nadie
puede borrarlo.
El mar se ha desplayado,
se va el Caleuche
con sus velas al viento
se desvanece.

Rosario, con una última mirada al mar, se dispone a mariscar. Con un cuchillo abre la arena, buscando
pequeños moluscos que ha dejado la baja marea. Los va depositando en una canasta tejida a mano.
Entra Alvarado con una red al hombro. La observa antes de hablar, cerciorándose de que están solos.

Alvarado: ¡Buenas!
Rosario: (Se sobresalta). Buenas.
Alvarado: ¿Qué hace, solita, en la playa?
Rosario: Mariscando.
Alvarado: (Se acerca). Dejó de llover.
Rosario: Sí.
Alvarado: (Deja la red en el suelo). Un rato más tenemos reunión.
Rosario: (Haciendo esfuerzos por situarse en la realidad). ¿En la Cooperativa?
Alvarado: Esta vez en el almacén de don Andrade. Es mejor ahí.
Rosario: Claro.
Alvarado: Cárdenas le da y le da que nadie se vaya de la isla. Nos va a leer no
sé qué cosa.
Rosario: Mire, p'.
Alvarado: Y por eso siempre nos llama a reunión.
Rosario: ¡Ah!
Alvarado: Y es bueno irse.
Rosario: ¿Sí?
Alvarado: Seguro. Se gana más que aquí.
Rosario: ¡Ah!
Alvarado: (Después de una pausa). Usted siempre tan solita.
Rosario: Sí.
Alvarado: ¿No tiene miedo?
Rosario: ¿De quién?
Alvarado: Bueno... No sé... Tantas cosas.
Rosario: Cómo ha de ser.
Alvarado: Este invierno va a ser malo.
Rosario: No peor que otro.
Alvarado: Se va a oír el Camahueto10. Estoy seguro. (Ríe).
Rosario: ¡Qué cosas!
Alvarado: ¿Su hermano anda pa'l lao de la Argentina?

10
Camahueto: animal mitológico parecido al ternero, de pelaje plomizo, corto y brillante. Lleva un
cuerno en medio de la frente, al cual se atribuye el germen de la vida. Es vigoroso, ágil y de gran
belleza.
Rosario: Sí... No sé... En alguna parte de allá.
Alvarado: Es muy grande la Patagonia y agarra pa’l lao chileno y pa’l lao
argentino, también.
Rosario: Así será, p'.
Alvarado: Y hay mucho trabajo.
Rosario: Toos dicen lo mismo. Y toos siguen pobres.
Alvarado: (Después de una pausa). Si uno tiene mujer, trabaja más tranquilo y le
cunde más.
Rosario: ¡Ah!
Alvarado: Y se gana plata y después se vuelve pa'acá, y se hace una buena
casa.
Rosario: Qué bueno.
Alvarado: ¿Le gustaría?
Rosario: ¿Qué cosa?
Alvarado: Ir.
Rosario: A ónde.
Alvarado: Pa' Magallanes.
Rosario: (Por decir algo). No sé.
Alvarado: O a la Argentina. ¿O prefiere pa' Magallanes?
Rosario: Yo no prefiero na.
Alvarado: (No se da por aludido). En la estancia a uno le dan una casa. Puesto, le
llaman.
Rosario: ¿Aquí no tiene casa?
Alvarado: ¡Cómo no voy a tener, pues! Pero el pedazo de tierra es muy chico,
como les pasa a todos. Y trabajo no se encuentra... ¿Y qué le queda
a uno sino ir a buscarlo donde se lo dan? Por eso estamos como
estamos. (Pausa. Deja el tono serio). Además... Allá no hay que arar la
tierra.
Rosario: Raro.
Alvarado: Se siembran ovejas que salen solas. (Ríe de su broma. Rosario lo mira).
Alvarado: Era una broma.
Rosario: Lo sabía.
Alvarado: (Después de una pausa). Dejó de llover, pero un rato más... va a volver
a llover.
Rosario: Sí.
Alvarado: (Trata de entusiasmarla). Si uno va a la Argentina, la plata vale más.
Rosario: Eso lo vengo oyendo desde que nací y las cosas no han cambiado.
Alvarado: ¿Usted no quiere que me vaya?
Rosario: Si ha de irse, se va.
Alvarado: (Insiste). Pero si alguien no quiere que uno se vaya...
Rosario: El agua de lluvia corre aunque la atajen.
Alvarado: Cierto. (Pausa). Pero es mejor cambiar y cuando son dos, mejor.
Rosario: ¿Sí?
Alvarado: Se le hace mejor pelea al frío. ¿No ve que allá neva?
Rosario: Con una frazá bien abrigá aquí también se le hace pelea al frío.
Alvarado: No es lo mismo. Y otra cosa, allá no hay tanto olor a humo.
Rosario: Así será.
Alvarado: ¿Sabe? No me gustaría irme solo. Y si me hubiera ido, ya estaría de
vuelta.
Rosario: (Sin inflexiones). Qué bueno.
Alvarado: ¿Se alegraría si hubiera vuelto?
Rosario: Seguro.
Alvarado: (Esperanzado). ¿De veras?
Rosario: Habría vuelto a trabajar a la isla y eso creo que es bueno pa' Chiloé.
Alvarado: (Se acerca). Y si quiere tanto a Chiloé... Por qué no se casa... Pa'
que... Pa' que así... (Se arrepiente de su torpeza).
Rosario: (Molesta). Tengo que irme. Me quea harta leña que cortar.
Alvarado: La acompaño.
Rosario: Voy por otro lao.
Alvarado: Yo voy por ahí mismo.
Rosario: No... Yo no voy por ahí. Hasta luego.

Sale corriendo. Alvarado queda; contrariado, recoge la red. Mira por donde Rosario ha desaparecido. Se
vuelve y al salir se cruza con Lauro, Pancho Tieso y Chichicho.

Pancho Tieso: Por suerte llegamos a tiempo a la reunión, Lauro.


Lauro: (Lleva un hacha al hombro). Buena estuvo. (A Chichicho). No faltes,
Chichicho (Salen Pancho Tieso y Lauro).
Alvarado: (A Chichicho). ¿Terminó el balseo?
Chichicho: (Algo nervioso). El piuchén quedó a cargo de la balsa. (Oculta un
botecito que trae).
Alvarado: ¿Vamos a la reunión?
Chichicho: Es temprano.
Alvarado: (Molesto). Sí, es temprano. (Sale).

Chichicho busca con la mirada. Aparece Rosario, riendo.

Rosario: Te vi venir y me escondí detrás del bote.


Chichicho: Estaba aquí Galvarino Alvarado.
Rosario: (Sin darle importancia). Sí.
Chichicho: Debería volverse a su pueblo. Allá tiene su tierra.
Rosario: Mal no te hizo.
Chichicho: No, mal no me hizo... (Con amplia sonrisa). La estaba buscando.
Rosario: (Alegre). ¿Pa' qué?

Chichicho le entrega una pequeña barca chilota.

Chichicho: Pa' usté. Yo mismo la hice.


Rosario: (Admirada). Es muy linda.
Chichicho: ¿Le gusta?
Rosario: Mucho.
Chichicho: ¿Es de cierto?
Rosario: Pero, sí, Chichicho.
Chichicho: (Señala un detalle en la construcción). Ahí me queó un poco mal. Se me
pasó el cuchillo.
Rosario: Ni se nota.
Chichicho: Quiero tener una lancha algún día.
Rosario: Tienes la balsa.
Chichicho: No es mía, p'. Y no es lo mismo andar de allá pa' acá y de acá pa'
allá, too el día dando la misma vuelta. Quisiera ser marino con mi
lancha o embarcao. (Mira, con su secreto amor a Rosario, que mirando el
mar no ve el amor en los ojos de Chichicho). Embarcao, no... No me
gustaría estar lejos... (Su mano se alza para acariciar el pelo de rosario. La
retira y la aprieta con la otra mano).
Rosario: (Sueña). Embarcarse...
Chichicho: Cuando tenga mi lancha yo la llevo.
Rosario: (Lo mira con ternura). ¿De veras me llevarías?
Chichicho: Y le pondría un nombre bonito. El más bonito que conozco.
Rosario: ¿Cuál?
Chichicho: (Ocultando su turbación). Rosario. (Sonríe, se pone serio. Vuelve a sonreír).
Rosario: No me gusta ese nombre. (De pronto recuerda). ¡Oh, sí me gusta!
Chichicho: Entonces así se va a llamar. (Con suavidad). Rosario. (Toma el bote y
comienza a grabar el nombre con un cuchillo).

Rosario mira el mar con su alma puesta en la mirada. Va hacia Chichicho.

Rosario: Prométeme que me ayudarás, que estarás a mi lao siempre, que


serás mi bueno, mi querido Chichicho. Que pase lo que pase no me
dejarás. (Se abraza a él). Soy tan feliz y tan desdichada... A veces
siento como si me apretaran y no me dejaran respirar. Como si me
estuviera secando, al lado mismo del agua.
Chichicho: Yo siempre... Lo juro... Yo siempre... Y si alguna vez usted, no está,
pensaré que la paso en la balsa... Y le hablaré lo mismo que ahora...
(Con infinita timidez le acaricia la cabeza. Rosario se aparta hacia el mar).
Chichicho: (Sin que ella lo escuche). ¡La quiero tanto, rosario, tanto! Y nunca me
atreveré a decírselo. (Se mira los pies desnudos). No tengo nada que
ofrecerle. ¡Soy tan pobre!

Entra el coro cantando la refalosa del Chichicho. Dos parejas bailan.

Estribillo
A la balsa, a la balsa, sí,
a la balsa, a la balsa, no
a la refalosa, ay zamba
no llores zamba, no llores no,
a la refalosa, ay zamba
no llores zamba, no llores no.
En la balsa viene
Chichicho a Curaco
Vuelve pa' Dalcahue
y se espera un rato.
Cobra la pasá
pone unos tablones
pa' que los turistas
pongan sus talones.

Estribillo
A la balsa, a la balsa, sí,
a la balsa, a la balsa, no
a la refalosa, ay zamba
no llores zamba, no llores no,
a la refalosa, ay zamba
no llores zamba, no llores no.
Vuelve pa' Curaco
le echa la bencina
y si hay muchos autos
pasa por encima.
Cobra la pasá
pone los tablones
si alguno se moja
píe mil perdones.

Estribillo
A la balsa, a la balsa, sí,
a la balsa, a la balsa, no
a la refalosa, ay zamba
no llores zamba, no llores no,
a la refalosa, ay zamba
no llores zamba, no llores no.
Si pasa a una niña
llamada Rosario
su balsa es de flores
el mar, un milagro.
Si no fuera pobre
¡cuánto amor le dara!
pero sólo tiene
su risa en la cara.

Chichicho se va.
Estribillo
A la balsa, a la balsa, sí,
a la balsa, a la balsa, no
a la refalosa, ay zamba
no llores zamba, no llores no,
a la refalosa, ay zamba
no llores zamba, no llores no.

Sale el coro con los últimos pasos de la refalosa. Chichicho ha salido momentos antes. Luz sobre
almacén. Beben en el largo mesón Lauro y Pancho Tieso. Después de un momento entra Chichicho. Don
Andrade, detrás del mostrador, atiende.

Pancho Tieso: Aquí en el almacén es mejor que en la Cooperativa.


Don Andrade: Usted lo ha dicho Pancho Tieso. Mucho mejor. (Sirve los tragos).
Pancho Tieso: Póngase otra chichita, entonces.

Beben en silencio.

Don Andrade: Y así fue como les dije. Ni que me paguen me quedo a vivir en
Santiago.

Ha entrado el Chichicho.

Chichicho: Buenas. (Pausa). ¿Usté estuvo allá?


Don Andrade: ¡Mira este! Que si estuve... Me lo conozco todo. ¿Tú, qué te sirves?
Chichicho: Na. Vine a la reunión. ¿Y cómo es?
Don Andrade: ¿Qué? ¿Santiago? Grande, eso sí. Grande. Yo iba a respirar un
poco de aire a los cerros, porque en la ciudad me ahogaba. Hay
cerros, sí. Está el San Cristóbal, el Santa Lucía. También iba pa' la
Vega.
Chichicho: ¿Entonces hay Vega?
Don Andrade: Casi nada... La vida es buena, aquí. Uno respira buen aire y tiene
verde por toas partes. Allá se le pega el hollín a los pulmones.
¡Coño! Y me volví pa' Chonchi. Después me vine pa' Curaco, me
casé, enviudé y ahora tengo mi buena camioneta. Y se respira,
hombre, se respira.
Pancho Tieso: Allá en la Patagonia el aire también es bueno. Y si es por ponerse a
respirar, prefiero el de allá con los bolsillos más abultaos.
Lauro: Si me fuera, yo me haría lobero, pero pasa que no tengo la chalupa.
Pancho Tieso: Porque no tiene plata.
Lauro: Eso debe ser. (Jugando con el hacha). No llega don Cárdenas a la
reunión y toavía me queda alerce que cortar.
Pancho Tieso: Yo me voy.
Don Andrade: Espera un poco, hombre, que estará al llegar.
Pancho Tieso: Yo me voy pa' Magallanes, dije.

Entran Cárdenas y Alvarado.

Cárdenas: Buenas. ¿Les avisaron a los demás?


Lauro: El viejo Catrutro dijo que vendría.
Cárdenas: ¡Ese viejo de mal agüero! Bueno, en cuanto lleguen las mujeres
empezamos. (Prepara unos papeles).
Lauro: ¡Cuándo van a faltar esas, p'!
Pancho Tieso: (Siguiendo su pensamiento). ¡Qué sacamos! Un año se pierde el trigo.
Otros años son las papas, cuando no se mueren los chanchos.
Don Andrade: Idea fija, el hombre.
Pancho Tieso: ¿Sabe a cuánto me pagaron las papas? ¿Cada saco? Y corailas, pues.
Cárdenas: Lo sé, lo sé.
Pancho Tieso: Y ellos, ¿a cuánto lo venden? Pa' ellos el negocio, pa nosotros la
sudá, no más.
Cárdenas: Es cierto. Pero yo les traigo esperanzas.
Alvarado: Usted siempre igual. ¿Cree que de eso puede vivir un cristiano?
Cárdenas: En la reunión se los voy a contar. Lo que van a hacer por nosotros,
ahora va de cierto.
Alvarado: (Sarcástico). ¿El puente?
Cárdenas: También el puente. Lo van a construir pa' nuestra prosperidad. Y
además, van a hacer cursos pa' que aprendan (Corrige), pa' que
aprendamos todo lo que nos falta aprender.
Alvarado: Usted no se convence, todavía, de que Chile va a ser siempre pa'
los de allá. Chiloé está muy relejazo y pa' lo único que se acuerdan
es pa' venir a comprar en el verano.
Cárdenas: ¡Que todavía estén con esas!
Pancho Tieso: Vaya pa' Ancud o pa' Castro. Se desvalijan las cosas importás. ¿Y
usted cree que a nosotros nos miran?
Chichicho: A mí ni me hablan cuando los paso en la balsa de Dalcahue pa' acá.
Pancho Tieso: Lo único que les importa es pasar luego pa' Curaco a comprar
buenas frazás.
Alvarado: O pa' las elecciones.

Todos aprueban.

Cárdenas: ¡No todos son iguales! Ahora hay gente preocupada de nosotros y
nos van a ayudar. Chiloé está en Chile, ¿no?
Varios: ¿Y dónde quiere que esté? ¿A dónde va a estar?
Lauro: Chiloé está donde debe estar. Pero de Puerto Montt pa' allá es una
cosa y de Puerto Montt pa' acá es otra.
Don Andrade: No sigan con eso. (A Cárdenas). ¿Qué le sirvo?
Cárdenas: Nada.
Don Andrade: Sí, hombre. Sírvase algo antes de la reunión.
Cárdenas: Bueno. Una chichita.
Lauro: En invierno deberían venir para acá. Quizás así comprenderían.
Don Andrade: (Observa al malhumorado Alvarado). Lo noto un poco revuelto,
Alvarado, ¿qué le pasa?
Alvarado: Cosa mía.
Don Andrade: Como quiera. (Le sirve).
Lauro: La Rosario parece que tuviera otras pretensiones.
Alvarado: (Mortificado). Cosa mía.
Lauro: No es pa' enojarse. Píala y asunto concluido. Si la madre dice que
sí, ella tendrá que aceptar, no más.
Alvarado: (Enojado). Ya dije que es cosa mía.
Pancho Tieso: (Fatalista, después de un silencio). Chilote enamorao, chilote cagao.
Don Andrade: Déjese, déjese y tengamos la fiesta en paz, coño. Cada cual a su
avío.
Cárdenas: Bueno, hagamos la reunión. Comencemos con los que estamos.

Entran Candelaria, Estefanía y el viejo Catrutro.

Lauro: Quórum, como se dice.


Don Andrade: (Ofrece asiento en cajones a las mujeres). Acomódense por aquí.
Viejo Catrutro: ¿Por qué no se hizo la reunión en la Cooperativa?
Cárdenas: No tuve tiempo de ordenar bien. Y aquí es lo mismo.
Viejo Catrutro: Déjeme buscar donde sentarme, entonces.

Se acomoda sobre un barril. Cárdenas se coloca detrás del mostrador y abre su carpeta. Don Andrade
se sienta con los demás. Chichicho se acomoda en el suelo, Alvarado algo apartado.
Cárdenas: (Los mira detenidamente para dar la impresión de cierta solemnidad). Y
ahora, compañeros, a abrir bien las orejas y el entendimiento.
Pancho Tieso: A usted lengua no le falta, pero que el trabajo bueno no se ve por
ninguna parte.
Cárdenas: Escuche primero y hable después.
Lauro: Lea no más, don Cárdenas, que aquí lo escuchamos.
Don Andrade: Si no se callan de una vez cómo va a leer, coño.
Cárdenas: (Golpea sus papeles). Aquí está. Lo pueden leer todos. (Lee).
"Reaparecerá el choro zapato".
Lauro: (Alegre como unas pascuas). ¡Eso estuvo bueno!
Cárdenas: (Lee con cierta dificultad, que trata de disimular). "La más importante
inversión realizada en Chiloé, pa'l fomento, desarrollo y
recuperación de la fauna... mitícola de la zona, con una inversión..."
(al auditorio), esto es cosa de importancia, compañero... (lee), "con
una inversión de 4 millones 251 mil escudos...", ¿oyeron bien? 4
millones (lee) "251 mil escudos".
Viejo Catrutro: ¿Pa' nosotros?
Cárdenas: No se lo van a poner en su bolsillo, pero aquí van a estar pa'
nuestro progreso. Aquí lo dice (lee): "que abra promisorias
perspectivas económicas a las Cooperativas de Pescadores Castro
Ltda".
Candelaria: (Interrumpe). Ahí onde su compadre, Estefanía.
Estefanía: Ahí mismo.
Viejo Catrutro: Si no está muy transcurrido, siga leyendo, aunque yo no creo en ni
una cosa. (Increpa). No vengo naciendo ayer, p'.
Don Andrade: No necesita jurarlo. ¡Mire este!
Cárdenas: (Lee). "de Pescadores Castro Ltda. y Yaldad Ltda".
Lauro: (Al Chichicho). ¿Que ahí no vive tu tío?
Chichicho: En Quellón vive, p'.
Viejo Catrutro: ¡Qué me importa a mí ónde vive su tío!
Chichicho: (Lo remeda). Ba, ba, ba, ba, ba, ba, ba.
Don Andrade: Bueno, aquí se habla o se escucha, coño.
Pancho Tieso: Las dos cosas p'.
Cárdenas: (Muy preocupado de su lectura). Silencio, compañeros (lee): "y que abre
un futuro cierto y real a la comercialización del casi ya desaparecido
choro zapato".
Lauro: ¡Andale!
Cárdenas: (Lee). "encontrándose (acentúa) los dineros a disposición (prosigue con
gran énfasis) para la iniciación inmediata de los trabajos". Quería
referirme a la parte que dice (lee) "un futuro cierto y real". Eso es lo
que les vengo diciendo, que ahora estamos navegando con la
lancha a favor de la marea y muy pronto llegaremos a mar libre.
Viejo Catrutro: Por Achao, no se va a poder. Hay una parte muy condená.
Cárdenas: Usted también está embarcao, así que no venga a aportillar.
Viejo Catrutro: Yo hace tiempo que me varé en la playa y no pienso volver a
mojarme el traste. (Burlas).
Candelaria: ¡Jesús, ve!
Cárdenas: Usted es dueño de mojarse lo que quiera... o no también, ni una
cosa mojarse. Sigamos con la reunión. (Lee). "la Cooperativa de
Pescadores Castro Ltda. recibirá 300 mil escudos por la
construcción e instalación de balsas en el estero de Putemún".
Lauro: Putemún está pa' Castro. En Curaco no vamos a tocar nada.
Cárdenas: Va a haber trabajo pa' todos.
Viejo Catrutro: No va a alcanzar pa' todos, si es que hay trabajo.
Cárdenas: (Enérgico). ¡Ya! No voy a permitir más interrupciones. (Lee)
"...cultivándose... Un total de 6 millones de unidades de dichos
moluscos...".
Lauro: (Después de un silencio). ¡Justo! ¡Justo! ¡Catay, catay!
Cárdenas: Esto es lo que hemos estado esperando tanto tiempo. Vamos a
estar de lo mejor que podamos. (Golpea los papeles).
Viejo Catrutro: ¿Y qué año será d' eso?
Cárdenas: El año que viene será.
Viejo Catrutro: ¡Qué lástima que pueo estar muerto, pa' reírme un rato! ¿Por qué
no en dos mil años más? (golpea la mesa). ¡Agora! ¡Agora tiene que
ser!
Cárdenas: (Pierde la paciencia). Hasta usté necesitó nueve meses para salir a este
mundo a joder. ¡Cuánto más para seis millones de choros! (Risas).
Viejo Catrutro: (Se levanta airado). Uno viene aquí pa' ayuar y miren cómo lo tratan,
sin respeto ninguno. Me voy, que ya me cansé de oír leseras.

Sale acompañado por la rechifla de Lauro.

Candelaria: ¿Y que este viejo no se había muerto?


Pancho Tieso: (Ríe). Ya le falta poco, ya.
Cárdenas: Silencio, compañeros. (Lee). "Y se instalarán 120 balsas".
Chichicho: (A Cárdenas). ¿Adónde van a hacer las balsas?
Cárdenas: En Quellón.
Chichicho: Ahí está mi tío.
Lauro: (Con picardía). Gente no hay pa' tanto balseo. Ni con los turistas que
nos vienen a visitar pal verano.
Chichicho: No, p'.
Cárdenas: No es balseo pa' la gente. Es pa' los choros.
Estefanía: Eso me parece muy bien. A mí me gusta el curanto con abundancia
de choros.
Bruniuda: Y tapaíto de milcao.
Candelaria: Pa' mí lo importante es que lleve chancho.
Cárdenas: (Para la conversación con una mano). Lo importante es ver too esto
como una fuente más de trabajo pa' la isla y más plata pa' toos. Y si
encima construyen luego el puente...
Alvarado: Pa' mis nietos.
Pancho Tieso: (Burlón). ¿Que ya te casaste?
Cárdenas: Silencio. Se ofrece la palabra.

Gran silencio, Alvarado y Pancho Tieso siguen en la negativa.

Lauro: (Pide la palabra. Se pone de pie, se esfuerza por expresarse). Yo...


considerando la importancia... que está muy bien. Y que debieran
adelantar la época, porque después hay veda. (Silencio).
Cárdenas: ¿Algo más quiere decir?
Lauro: No, eso es todo. (Se sienta).
Cárdenas: Se ofrece la palabra.
Chichicho: (Pide la palabra. Se pone de pie). Yo estoy de acuerdo con el
compañero. (Vuelve a sentarse en el suelo).
Pancho Tieso: Yo no creo naa.
Alvarado: En la Patagonia toos los chilotes encuentran onde trabajar.
Cárdenas: Pero aquí están en lo suyo, Alvarado. Son reyes.
Alvarado: Reyes a pata pelá y mojaos como jotes.
Cárdenas: Ya no andamos a pata pelá. Y ahora debemos mirar el futuro y con
confianza. Pero aquí. En Chiloé. Todos juntos.
Alvarado: (Después de un momento). Le peiría que levante la reunión porque
tengo que hacer una diligencia importante.
Cárdenas: Ten confianza, Alvarado. Ahora es cierto. Me juego entero.
Alvarado: (Hosco). No es por mi gusto que me voy de aquí.
Cárdenas: Eres joven.
Alvarado: Por eso mismo. No pueo sentarme a esperar.
Cárdenas: No "debe" sentarse. Tiene que ayuar para que too salga bien.
Alvarado: ¿Y en qué voy a ayuar?
Cárdenas: Váyase a toas las islas, a toas las parroquias y dígales lo mismo que
le estoy diciendo a usté. En muchas partes estarán con el canasto
listo pa' irse. Sáqueles lo que lleven a'entro y llénelos de esperanza a
corto plazo. Eso puede hacer.
Alvarado: (Después de un silencio). Oyéndolo a usté parece que todo va a ser
cierto.
Cárdenas: Y lo va a ser. (Pausa. Se suaviza). Alvarado, si yo no tuviera esta
certeza, ¿cree que me atrevería a decirle que no se fuera?
Alvarado: Es que el trabajo que me consiguieron lo había peío hace tiempo. Y
ahora me dicen que me pueo ir y... y siempre estaremos mejor allá
que aquí.
Cárdenas: (Después de un momento). Yo quisiera ser más letrao pa' decir las cosas
de otra forma, con mayor acierto, no sé... Esto me da mucha pena.
Alvarado: Pero esa es la verdá y no tengo otra. (Silencio). Le pido su permiso
pa' retirarme. (Sale).
Pancho Tieso: (Lo sigue). Yo me tengo que ir a la Patagonia, no más. Me tengo que
ir.
Lauro: (Se acerca a Cárdenas). Yo, por lo que me pienso, le creo. Y eso que
leyó estuvo bien bueno.

Las mujeres se dirigen a la salida.

Candelaria: Tenemos que hacer.


Brunilda: Bien bueno lo que leyó. Si mi marido hubiera oído consejos... si
hubiera esperado...
Estefanía: Así son estos hombres. Cuando se les mete una idea en la cabeza,
no hay diablo que se las saque. Gracias. (Salen).
Chichicho: Yo también me voy. ¿Vamos Lauro?
Lauro: Ya, no más. Si te vas pa' Dalcahue, llévame. Pero no me cobres el
balseo. Que alguna vez se note que somos amigos, pues.
Chichicho: No pueo. La balsa no es mía. Pero, una chichita, a lo mejor.
Salen. Cárdenas los ve partir y, desalentado, guarda sus papeles.

Don Andrade: (Le sirve una copa). Se la ha ganao. No se desanime, hombre. Lo que
pasa es que son duros de cabeza.
Cárdenas: No. Si no hay hombre más listo que el chilote. Pero irse es más
fuerte que too.
Don Andrade: Y no les importa padecer, coño.
Cárdenas: Y padecen desde que salen de sus islas. La última vez se fueron a
Magallanes 600 hombres. Los metieron a todos amontonados en
las bodegas del buque. El Navarino era. ¡600 hombres! ¿Usted sabe
lo que es eso? Ni el ganado resiste esos rigores... Le juro que me
hubiera puesto a gritar de rabia. Si tan sólo uno se arrepintiera de
irse, sería como empezar de veras. En vez de mirar para el sur,
mirarían pa' su tierra.

Entra Orfelina con una bolsa de tejido en la mano.

Orfelina: Buenas, con permiso. (Se acerca a Cárdenas).


Don Andrade: (Galante). Buenas, Orfelina. ¡Muy buenas!
Orfelina: (A Cárdenas). Lo buscan, en la Cooperativa.
Cárdenas: ¿Por qué no atiende usté? Hágame ese favor.
Orfelina: Quieren sabanillas y no quean.
Cárdenas: Bueno, si no quean, no quean.
Orfelina: Mejor va usté. Es gente que ha venío otros años y también quieren
lana hilá.
Cárdenas: Sí, mejor voy yo. Vamos.
Don Andrade: Cárdenas, por qué no deja usté a la señorita Orfelina, pa' que yo le
pueda hacer una atención, ¿qué dice?
Cárdenas: (Sonríe). Está bien, está bien. (Sale).
Don Andrade: Me va usté a permitir, que, así como decimos los toreros, le brinde
a usté este toro. (Pone una botella en el mostrador).
Orfelina: Ya le he dicho que no me gusta el jerez.
Don Andrade: Pero si es jerez dorado, Orfelina. Dorado como la luz de sus ojos.
(Insinuante). Pero si el licor no le gusta, ¡vamos!, que entonces, aquí
estoy yo, mi persona, mi simpatía. (Ante la escasa reacción de ella).
¡Que la estoy piropeando, hombre!
Orfelina: ¿Ah, era a mí?
Don Andrade: ¿A quién si no? A los ojos más lindos de Curaco. A ese tipito,
aunque un tanto, un poco desmejorao, pero que me tiene chalao,
mi señor, chalao.
Orfelina: (Mortificada). Yo estoy comprometía. ¿No lo sabía?
Don Andrade: Con el aire.
Orfelina: El Segundo va a venir a casarse conmigo.
Don Andrade: Primero ya vino... Y segundo se fue.
Orfelina: Porque todavía no tiene plata. Está trabajando, p'.
Don Andrade: Para otra.
Orfelina: (Sin saber qué agregar). Y por último, a usté no le importa.
Don Andrade: (Impetuoso). ¡Cómo no me va a importar, salerosa, si me bebo los
aires por ese palmito, por esos...!
Orfelina: (Completa la frase). ¡...ojitos! Ya lo sé.
Don Andrade: Y si lo sabe... entonces... ¿qué?
Orfelina: Na.
Don Andrade: ¿Cómo, na?
Orfelina: Na.
Don Andrade: Y si no es na, ¿qué se ha quedao haciendo, entonces, en mi sola
compañía y disfrutando de mi presencia absoluta?
Orfelina: (Lo mira sin saber qué decir). Será porque tenía ganas de pararme un
rato.
Don Andrade: Pa' conversar conmigo.
Orfelina: No. Pa' pararme, no más.
Don Andrade: (Después de un momento, tratando de interesarla). ¿Ha visto, usté, cómo
he pintao el frente de mi casa?
Orfelina: No me había fijado, fíjese.
Don Andrade: (Impacientándose) . Pero usté misma me ayudó a elegir el color, coño.
Orfelina: (Impasible). Bah, no sabía que era pa' usté.
Don Andrade: Por María Santísima, Orfelina, que me está usté poniendo
banderillas.
Orfelina: (Se ríe). Con lo que salió agora, pues.
Don Andrade: Pero en cuanto nos casemos usté y yo... ya verá, Orfelina, ya verá.
(Trata de acariciarla).
Orfelina: (Se aparta molesta). Ya le dije que soy una mujer comprometía.
Don Andrade: ¿No está el hombre, en una mina que llaman Turbio?
Orfelina: Sí, p'.
Don Andrade: (La abraza). Pues, así se quedó el mocito. Turbio. Y como a mí me
gustan las cosas claras, así estamos. Yo queriéndola y usté, también.
Orfelina: (Asustada). Al pasito, al pasito, que se puede caer del caballo.
(Forcejea por soltarse). Ya, pues, sosiéguese... ¡Asuélteme! (Lo aparta y
corre hacia la puerta).
Don Andrade: ¡Olé por las chicas guapas, que no se dejan abrazar por cualquiera!
(Contrariado). Aunque ese cualquiera sea yo, coño. (Trata de
abrazarla). Y a ver si nos ponemos menos arisca, que al fin y al
cabo, tendremos que dormir juntos en la misma cama.
Orfelina: ¿Y qué contiene11 eso, agora? No esté diciendo esas cosas, pue.

Orfelina sale corriendo. Don Andrade le da una nalgada. Grito de Orfelina. Sale.

Don Andrade: (La mira irse, riendo). Anda, anda, que ya te cogeré desprevenía y me
darás el sí, Orfelina. (Repara en Alvarado que está en la calle). Oiga,

11
Qué contiene: qué significa.
usté, Alvarado ¿qué se ha quedao haciendo ahí? ¿Le pasa algo?
¡Tiene usted una cara!
Alvarado: No... No me pasa na. Estaba pensando.
Don Andrade: ¿En lo que dijo Cárdenas?
Alvarado: En parte sí y en parte no.
Don Andrade: A mí me parece sensato el hombre y lo que dice. Pues, es para el
mejor de todos. ¿No quiere usted entrar?
Alvarado: No, gracias, ya me iba pa' la lancha.
Don Andrade: Con Dios.

Se oscurece el almacén. Entra el coro a primer plano.

Hablado
En su barca chilota
pasa Alvarado
las penas que no dice
las va remando.
Pa' acercarte a la playa
voy a cantarte
cosas de este verano
para alegrarte.

Canto al tiempo que dos parejas bailan la pericona.

Los turistas en Castro


compran bandejas
donde El Gringo se comen, caramba,
su par de almejas.
Estribillo
A lo lero lero lero
a lo lero lero le
a lo le lero le lero le,
a lo le loro le lero la.
En la quinta de Niklish
comen curanto
la chicha que fermenta, caramba,
rompe los frascos.

Estribillo
Después pasan pa' Achao
miran la iglesia
dan una vuelta en bote, caramba,
y se regresan.

Estribillo

Alvarado, cabizbajo, sale lentamente.

Hablado
A Alvarado mi canto
no le ha servido
y se va con sus penas
en los bolsillos.
¡quién pudiera ser agua
pa' acompañarlo!
¡Quién tuviera trabajo
pa' conformarlo!
Sale el coro. Calle de Curaco. Al reparo del alero grande, Candelaria, Estefanía y Brunilda.

Candelaria: (A Estefanía, que quiere irse). Esperemos otro ratito. Pa' ver si viene el
correo.
Estefanía: Hoy no hemos hecho otra cosa que esperar.
Brunilda: Ya tendremos tiempo de encerrarnos too el invierno.

Entra Rosario.

Candelaria: ¿Adónde va, Rosario, tan apurá? Alléguese pa' acá y cuéntenos.
Rosario: (Se detiene muy a su pesar). ¿Y qué voy a contar?
Estefanía: Algo... de Alvarado, por ejemplo.
Rosario: Na hay que decir.
Candelaria: Catay, chica. Yo tendría pa' hablar too el día, porque no es toos los
días que se casa una.
Rosario: ¿Y quién le dijo que me voy a casar?
Candelaria: No hay más que verle los ojos al Alvarao pa' saber las intenciones
que tiene ese hombre.
Rosario: (Trata de ser amable). Será como usté dice, pero yo no he pensao en
casarme.
Estefania: Quiere guardarse el secreto pa' ella sola.
Rosario: (Mordaz). Si fuera secreto, lo sabría toda la isla.
Candelaria: No sea tan suelta'e lengua, niña, que se le puee enrear.
Orfelina: (Ha entrado y escuchado toda la conversación). Yo estoy de parte de
Rosario. ¿Por qué va a andar como un chucao, canta y canta? Si
quiere guardar sus cosas, ella es dueña.
Estefanía: Es que las Oyarzo son así.
Rosario: ¿Y qué tiene que sacarle a mi familia?
Candelaria: Si es pa' tirarte la lengua, no más, tonta. Si fueras la Orfelina
andarías bailando desnúa por Curaco.
Orfelina: ¡Por Dios, cállese, no diga deso agora!
Brunilda: Vos no te casas porque no quieres, no más. Ahí está don Andrade,
chivateando cada vez que te ve.
Estefanía: Yo no me fijaría que es viejo.
Brunilda: (Con buena intención). Yo lo encuentro muy bien pa' la Orfelina.
Orfelina: (Con ironía). Pa' las gallinas el maíz, pa' los pollos el arroz, pa' los
viejos son las viejas y pa' los mozos soy yo.

Da un respingo y sale con aire digno.

Candelaria: ¿Han visto las pretensiones?


Rosario: Si no lo quiere, ¿pa' qué se va a casar con él?
Brunilda: El cariño viene después. Debes conformarte con tu destino,
Rosario. Y Alvarado es muy buen hombre.
Estefanía: Y tiene bonito carácter.
Brunilda: Sí, no es feo. Y tú tampoco eres fea.
Candelaria: Eres bonita, niña. Así que los chiquitos van a salir de lo mejor... Ya,
pues, cuéntanos qué te dijo. Si lo vimos en la playa juntos.

Rosario, con la vista baja, guarda silencio. Teme a las bromas de las mujeres, pero no se atreve a
alejarse.

Candelaria: Mejor dinos qué hizo cuando te besó. Porque te habrá besao. En
estos tiempos andan toos apuraos. No es como los tiempos de
antes.
Brunilda: Pero cómo le va a preguntar esas cosas a la Rosario. Ella sabrá,
pues.
Candelaria: Si le pregunto es por su bien. Según eso es como le irá después.
(Explica). Algunos besan torcíos. Y eso no es naíta'e bueno. Otros,
hacen ruíos.
Brunilda: ¿Y de aónde sabe tanto del amor?
Estefanía: ¿Qué contiene eso, agora? No va a andar haciendo averiguaciones,
p'.
Candelaria: Sí, p'. (Siguiendo su relato). Hay otros que cuando besan... (Se
interrumpe), pero pa' qué seguir, esos son los menos.
Brunilda: Diga, pues, diga.
Candelaria: Esos besan como si se les escapara el alma. ¡Son los mejores! Pero
no deben quear. (Con intención). ¿O quean todavía, Rosario?

Rosario se aparta de las mujeres, alejándose.

Candelaria: (La mira). Debe ser de esos, entonces. (La llama). ¡Rosario! Niña,
venga pa'acá pa'aconsejarla.
Rosario: (Se vuelve, rabiosa). ¡Guarde sus consejos pa' otra! Yo sé bien donde
miro. (Sale).
Candelaria: ¡Dios mío, esta niña! No sabe lo que es la vida sin un hombre al
lado.
Estefanía: Ahora que podría estar acompañá pa'siempre con Alvarao.
Candelaria: Tiene que irse con él para que no sufra nunca esta soleá. Tiene que
irse con él.
Brunilda: (Después de un silencio). ¡Onde andarán nuestros hombres!
Estefanía: Pasando frío.
Candelaria: Y quizás qué humillaciones. ¡Qué no daría por tenerlo a mi lao! Lo
va a tragar la pampa, como a los otros. ¡Bahamóndez! Ese frío no
es humano y la gente no mira bien a los chilotes... ¿Por qué te
fuiste, bahamóndez?
Brunilda: Cuando se nace el trigo nada anda bien. Pero con unos ahorritos en
la costura había pa' comprar algo de harina y de aceite si faltaba.
¿Por qué te fuiste, Avendaño?
Estefanía: Esa mina del Turbio es peligrosa. ¿Cómo podrán tus pulmones
soportar el encierro? ¡Barrientos! ¿Por qué te fuiste?

Las mujeres se agrupan viéndolos alejarse en el recuerdo, sin trasuntar su dolor, dignas, casi estatuarias.
Entra el coro cantando. Con ellos, Alvarado y Rosario, que se sitúan en primer plano, cada uno en
extremos opuestos. Alvarado la mira con intensidad. Rosario, sólo el mar.

Chiloé es un palafito
que suspira por sus hombres
se fueron para otras tierras
se fueron quizás a dónde.
Alvarado está por irse
Rosario no lo ha mirado
si se va, quiere con ella
empezar nuevo trabajo.
Pero Rosario no quiere
caminar con ese dueño,
su corazón se ha plegado
como pájaro en invierno.
Y otra vez se irá en un barco
un chilote y otro más
dolidos si no regresan
dolidos porque se van.
Chiloé, verdes colinas
húmedo cielo, silencio,
en cada rincón, la lluvia
está llorando por ellos.

Candelaria, Estefanía y Brunilda inician la salida, pensativas. Las siguen el coro, Alvarado y Rosario.
Coro y personajes se entrecruzan. Desaparecen por distintos puntos.
Fin de la primera parte
Segunda parte

Cocina en casa de la Oyarzo. Esta y Candelaria tejen a telar. Fuera de escena trajina Zoilo, ánima del
marido muerto de la Oyarzo; arrastra muebles.

La Oyarzo: Ya anda trajinando otra vez. Jesús, María Santísima, Madre de


Dios.
Candelaria: ¿Quién?
La Oyarzo: (En voz baja). Mi marío. Le ha dado por penar otra vez. Yo no sé lo
que contiene.
Candelaria: Le faltará una misa.
La Oyarzo: No le falta naíta. Él es así. Trajinante y porfiado en la muerte como
fue en vida.
Candelaria: No la vaya a oír. Se puede ofender. Y ahí sí que sacaría el pan como
una flor.
La Oyarzo: En la noche es lo peor.
Candelaria: Pero ya van pa' muchos meses que murió.
La Oyarzo: Más del año. Pero ha vuelto. Yo creo que me quiere anunciar algo.
Cuando recién muerto, tres noches vino a acostarse a la cama. Pero
eso era natural, porque estaba recién muerto.
Candelaria: Sí, pues, es lo que se espera.
La Oyarzo: Es una costumbre que deberían cambiar, porque una se
empavoriza. La tercera noche me atreví a hablarle. Y le dije: Zoilo,
déjese, que usté está muerto ahora y en Santa Gloria esté. El Señor
puee castigarlo y dejarlo errante sin encontrar su fin. Le voy a rezar
un Rosario pa'que descanse en paz. Yo creo que después de eso me
desmayé del miedo que me causaban mis propias palabras.
Candelaria: ¿Y se fue?
La Oyarzo: No se fue nada. Porque cuando desperté, otra vez los huesos se me
habían helao y a una le daba como un miedo al corazón. Cuando
empezó a aclarar sentí que se iba. Ahora está muy inquieto y le ha
dado por cortar leña.

Momentos antes se ha escuchado el ruido de un serrucho cortando leña.

Candelaria: ¿Pero la corta?


La Oyarzo: ¡Qué ha de cortar! Se vuelve puro ruío, no más.
Candelaria: (Mira hacia los lados con temor). Hablemos de otra cosa, mejor.
La Oyarzo: Sí, hablemos.

Entra Zoilo y después de unas caminadas se sienta entre las dos mujeres. Mastica un pedazo de pan.

La Oyarzo: (Después de un momento). A veces siento a Zoilo como si estuviera a


mi lao, masticando.
Candelaria: Yo no siento na.
La Oyarzo: Sólo los parientes pueden oírlo. Y, a veces, algún vecino, si es su
deseo.

Zoilo mastica al oído de candelaria.

Candelaria: (Se mueve inquieta. Se frota la oreja). Me está contagiando y hasta a mí


me parece oírlo masticar. Hablemos de otra cosa.
La Oyarzo: Sí, hablemos.

Zoilo sale. Da portazos. La Oyarzo se santigua.


Candelaria: ¿Sigue?
La Oyarzo: (Escucha) Parece que se fue. Debiera haber algo que les enseñara a
portarse como finaos, ¿no? O que les prohibiera penar cuando se
les da la gana. Es pa'morirse de miedo.
Candelaria: Están pasando cosas. Al padre de Pancho Tieso lo han vuelto a oír
ladrar. No se aparta de la casa.
La Oyarzo: ¿Y eso? Se murió hace bastante tiempo.
Candelaria: (Confidencia). Yo le voy a contar que van pa'dos noches que no pego
los ojos.
La Oyarzo: ¿Y eso?
Candelaria: Se han metío los brujos otra vez. Rajuñan la puerta, dan patadas y
se comen la manteca, aunque no dejan señas, como siempre. Y uno
sabe que son ellos, porque no se siente ese sobrecogimiento que
dan las ánimas. Es miedo con rabia el que me da. Por eso sé. La
otra noche, uno se me cayó encima cuando estaba acostá. Lo
empujé más que ligero y sentí, como ahora siento mis palabras, el
golpe que se dio al caer al suelo.
La Oyarzo: Jesús, Virgen Santísima, Madre de Dios.
Candelaria: Es demasiao, ¿no le parece? Y no se lo había querío contar a
nadies.
La Oyarzo: Hágales un sahumerio. La Abuela Chufila sabe deso.
Candelaria: Cómo no va a saber si es bruja, también.
La Oyarzo: Pero no se le ha visto en na.
Candelaria: (Se atreve). Es la Chabelita Rosca. Ahose mienta12 la Abuela Chufila,
pa' disimular.
La Oyarzo: Como Abuela Chufila la hemos conocío siempre.
Candelaria: Cuando quiere se hace jovencita y entonces es la Chabelita Rosca.
Le pasó al Lauro, pues.

12
Ahose mienta: ahora se llama.
La Oyarzo: ¿Y si la descubrió, cómo es que está viva, todavía?
Candelaria: Porque el Lauro no había querío decir na, hasta ahora. Se lo voy a
contar, pero que de su boca no salga. Iba el Lauro una noche
medio achispado por un camino, bien noche, y en eso se encontró
con la Chabelita Rosca. Una niña tan preciosa dijo que era, que no
púo con la tentación. Y cuando en eso estaba, la niña se transformó
en una vieja, vieja y luego en un animal. Entonces él le gritó: yo sé
que eres la Chabelita Rosca, y ella se asustó y le rogó que no lo
contara a nadies y que le dijera que no la había reconocío, porque,
entonces, se iba a morir dentro de un año. Y se puso a llorar. Y él
la volvió a ver tan bonita y le dijo que no sabía quién era, que no la
había reconocío y por eso no más está viva la Abuela Chufila.
La Oyarzo: ¿Cómo es que le pasó, ahora, si la Abuela Chufila es tan vieja, pues?
Candelaria: Poderes que tiene, pues.
La Oyarzo: ¿Será la Viuda?
Candelaria: No sé si es la Viuda, pero puede ser, también.
La Oyarzo: Entonces, la Chufila estará por morirse, digo yo.
Candelaria: Esa no se muere ni aunque la maten.

Guardan silencio. Entra Zoilo. Camina. Mira a su mujer y le hace unos pasos de cueca zapateada. La
Oyarzo los siente.

La Oyarzo: Descansa en paz, Zoilo, por amor de Dios. No me penís tanto que
me voy a enfermar.

Zoilo da unos zapateos más. Suspira hondamente y sale. Se oyen sus pasos alejándose. La Oyarzo los
sigue hasta que desaparecen muy lejanos. Silencio.

La Oyarzo: (Da un gran suspiro de alivio). ¡Gracias a Dios, parece que se fue de
verdá!
Candelaria: Más vale así. Y a mí pueda ser que los brujos me dejen en paz esta
noche.
La Oyarzo: Si Zoilo quiere entibiarse del hielo que sufre, ahí está su cama que
compartimos tantísimos años, como ha de ser. Es mi marío, en la
vida y en la muerte.
Candelaria: (Se esponja). Se siente como un alivio. ¿Será que se fue de verdá su
finao?
La Oyarzo: Yo también me siento más livianita, fíjese.

Ríen ambas.

Candelaria: ¡Estos hombres! Vivos o muertos, siempre nos andarán penando.


El destino de las mujeres.
La Oyarzo: Así no más ha de ser.
Candelaria: Ya tenemos bastante con lo que nos pasa, pa'que vengan los finaos
también, ¿no le parece?
La Oyarzo: Poco pasa, pero pasa.
Candelaria: Es lo que digo yo... (Con intención). ¿Y... pa'ónde anda la Rosario?
La Oyarzo: Onde su tía Zunilda, fue pa'ayudarla a hilar lana.
Candelaria: No vaya a estar hilando otra cosa, pues.
La Oyarzo: ¿Qué?
Candelaria: Bueno... Un amor.
La Oyarzo: ¿Y eso, qué contiene?
Candelaria: Galvarino Alvarado, pues.
La Oyarzo: ¡Ah, sí! Me dijeron que la mira. Pero esta hija mía es tan rara que ni
se habrá fijao.
Candelaria: Y son de los Alvarado de Mechuque.
La Oyarzo: De Tenaún, me dijeron
Candelaria: Bueno, así será. Alvarao hay en toas partes. Buena gente serán.
La Oyarzo: Y es un hombre formao.
Candelaria: Con bonito carácter, porque hay algunos diablos que salen tan feos.
La Oyarzo: Creo que sería lo mejor pa'la Rosario, si la pidiera. A veces anda
como contrariá y no puedo entenderla... Sí. Creo que sería lo mejor
pa' la Rosario.
Candelaria: Entonces la Rosario tendrá que aceptar lo que su madre así ha
dispuesto. El matrimonio arregla toas esas contrariedades.
La Oyarzo: Sí, pero... Toavía no ha venío nadies.
Candelaria: Sí, p', no ha venido nadies.
La Oyarzo: ¡Imagínese que se arrepienta!
Candelaria: Con esta niña tan rogá.
La Oyarzo: ¡Jesús, Virgen Santísima, Madre de Dios! Habrá que rezar una
novena.
Candelaria: Eso va pa'largo. Un rosario es más corto. (Piensa). Y pa'ayuar más
las cosas, deberíamos hacer unos sahumerios.
La Oyarzo: Es complicar mucho, yo creo.
Candelaria: Me lo dice la experiencia. "un rezo a la Virgen y un sahumerio al
hocicón. Que nadie está libre, que haya un brujo en un rincón".
La Oyarzo: Me ha convencío. Póngase a hacer el sahumerio que yo me pongo a
rezar.

La Oyarzo sale en busca de un rosario. Vuelve, se sienta y reza con devoción. La Candelaria busca
unas yerbas y las prende. Esparce el humo por los rincones mientras repite: "un rezo a la Virgen y un
sahumerio al hocicón, que nadie está libre que haya un brujo en un rincón". Después de un momento,
golpean a la puerta. Ambas se miran. La Oyarzo mira hacia fuera con gran precaución. Se vuelve con
los ojos abiertos como platos.

La Oyarzo: ¡Jesús, Virgen Santísima, Madre de Dios!


Candelaria: ¿Qué fue?
La Oyarzo: (En voz baja y casi sin aliento). ¡Galvarino Alvarado!
Candelaria: ¡Jesús me ampare! Resultó. (Reacciona). El olor a yerbas. Hay que
sacarlo, si no quizás qué cosas puede imaginar.

Las dos mujeres tratan de aventar el humo, con manos y delantales. Vuelven a oírse golpes.

Candelaria: Yo abriré.

Abre. Entra Galvarino Alvarado.

Alvarado: (Después de un momento). Buenas.


Las mujeres: Buenas.
Alvarado: Galvarino Alvarado, pa'servir.
Candelaria: Ya lo conocíamos.
La Oyarzo: Pase. Asiéntese por aquí.

Se sientan. Silencio. Largo, largo silencio. Las mujeres se miran. Candelaria es la más impaciente.
Mueve manos, pies, suspira.

Alvarado: (Carraspea). La pasá a Tenaún ya se puso mala. Un primo mío no


pudo llegar ni a Dalcahue.
Candelaria: ¡Como toos los años!
Alvarado: Deberían cambiar los estacaos de madera que hacen la defensa, p'.
La Oyarzo: Me parece a mí también. (Se miran con Candelaria).
Alvarado: Está jodiendo las casas de los pescadores.
Candelaria: Y eso que el invierno no está bien entrao.

Silencio. Largo silencio. Alvarado busca, desesperadamente, un tema de conversación. Saluda con la
cabeza, levemente.
Alvarado: Otro problema es que... En Queilén las lanchas se están
aprovechando y cobran una barbariá por llevarlo a cualquier punto
de la isla.
La Oyarzo: Son tan abusaores.

Silencio. Vuelta al pequeño saludo y a tragar saliva.

Alvarado: La otra es que parés que van a construir caminos pa'llegar más fácil
a Quenchi desde Caucahué. Y no va a ser tan sacrificao pa'los
agricultores llevar sus productos, como ahora.

Lo quedan mirando, sin decir palabra.

Candelaria: (Se decide a tomar el toro por las astas). Usted, pues Alvarado, las tiene
toas. Si hasta parece la radio de la Orfelina. (Alabándolo). ¡Tan
noticioso!

Alvarado, sonríe apenas. Sucede otro silencio.

Candelaria: (Por lo bajo a la Oyarzo). Parés que se le terminaron las pilas.


La Oyarzo: (Temerosa que Alvarado la haya oído). ¿Se sirve alguna cosita? Me quea
un poquicho de Licor de Oro.
Alvarado: (Se pone de pie). No, gracias, no se molesten, no me sirvo nada.
Candelaria: (A la Oyarzo). Debería tener fuerte. Hay veces que hay que servir
fuerte. (A Alvarado). Tendrá que disculpar.
La Oyarzo: Desde que se fue Zoilo que no manejamos licor.
Alvarado: Estará bien, allá.
La Oyarzo: Dios lo oiga y la Santísima Virgen, por Dios.
Alvarado: Se gana buena plata. (Explica). En la Patagonia.
La Oyarzo: ¡Ah!
Candelaria: ¿Y cuándo se piensa de ir?
La Oyarzo: Deje que lo diga él. No es ningún múo. (A Alvarado). Y si no quiere
decirlo no lo dice, p'.
Alvarado: (Se decide a hablar). De eso quería hablar y de otras cosas, también,
pero está con visita.
Candelaria: (Rápida, se levanta). En ausencia del padre es mejor dos mujeres que
una pa'aconsejar. ¡Siéntese! (Lo empuja a la silla, por el hombro).
Alvarado: Ya estoy grande pa'oír consejos.
Candelaria: Nunca jamás es tarde pa'oír consejos y tener buenos propósitos,
decía mi finá mamá. Y yo creo que razón tenía.
La Oyarzo: (Temerosa de que Alvarado se moleste). Déjelo que se exprese él, pues
Candelaria.
Candelaria: (Humilde). Estaba ayuando.
Alvarado: Tampoco estoy necesitan de ayúa. (Rectifica, temeroso de ofender).
Aunque uno debe estar siempre bien agradecido de... de la gente... y
de too.

Decae nuevamente la conversación. Las mujeres se miran afligidas. Silencio opresor. Alvarado
transpira. Su cuerpo se inclina, adelantándose a las palabras que no logran salir. Finalmente, y
aferrándose a su gorra, se para y lanza de una sola vez su pregunta.

Alvarado: Yo quería preguntarle si me pueo casar con la Rosario.

Las mujeres contienen el suspiro de alivio. La Oyarzo tiene un acceso de tos.

La Oyarzo: (Calmándose). Asiéntese, por favor.


Alvarado: (Se sienta). Gracias.
La Oyarzo: (Después de tranquilizarse). ¿Dijo que quería casarse con la Rosario?
Alvarado: Eso dije.
La Oyarzo: ¿Quiere decir que la vino a peír?
Alvarado: Sí, señora, con su permiso.

La Oyarzo saca un pañuelo.

La Oyarzo: Una no se da cuenta cuando los hijos crecen. Es el destino de toa


madre entregar a sus hijos que con tanto sacrificio los crio, Jesús,
Virgen Santísima, Madre de Dios. (Suspira hondamente y se seca unas
lágrimas).

Candelaria mira a uno y otro, apretando la boca para no interrumpir.

Alvarado: (Se levanta, jubiloso). ¿Quiere decir, entonces, quiere decir que yo...
que usté y yo, quiero decir que la Rosario y yo...?
La Oyarzo: (Se repone de su emoción y toma un aire práctico, interrumpéndolo). Vamos
por parte.

Candelaria se prepara, complacida, a escuchar.

Alvarado: Mi hermano Eulogio es mariscaor. Tiene lancha propia. Y con


tanto extranjero que viene del norte y del lao de la Argentina, no
dan abasto.
Candelaria: Eso es en el verano, p'.
Alvarado: Sí, p'.
La Oyarzo: (Desconcertada). ¿Su hermano Eulogio también la va a peír?
Alvarado: ¡Noo! Le estoy presentándole la familia, pa'que la conozca.
La Oyarzo: (Complacida). Tan amable.
Alvarado: Él me dice que me vaya a trabajar con él, pero yo prefiero d'irme a
Magallanes. Siempre estaremos mejor que aquí.
Candelaria: Sí, p'. Se casan y se van y la mujer quea sola expuesta a la tentación,
que pa'eso la dejan sola y ella no tendría ninguna culpa.
Alvarado: Yo soy diferente. Y si me fuera solo, volvería toos los inviernos.
Candelaria: (Trata de ser amable). Nada de leso. Pa'l tiempo del reitimiento.
Alvarado: No soy de esos que vienen a hartarse de chancho y a mostrar su
ropa nueva, sin pensar en llevarse a sus mujeres. Si yo me voy, me
voy con la Rosario (a la Oyarzo), si usté da su consentimiento. Me
gustaría casarme con la Rosario... Pronto.
La Oyarzo: (Se angustia). Pronto...
Alvarado: Me han ofrecío un buen trabajo pa' Magallanes y los barcos no
pasan toos los días. Hay que aprovecharlos.
La Oyarzo: ¿Y la Rosario sabe que tiene qu'irse?
Alvarado: He hablado una o dos veces con ella.
La Oyarzo: ¿Y qué ha dicho?
Alvarado: No dice na.
La Oyarzo: ¿Entonces está conforme con casarse?
Alvarado: No dice na.
La Oyarzo: ¿Pero sabe que usté la quiere pa' casarse?
Alvarado: Ella no dice na, no dice na.
Candelaria: (A la Oyarzo). ¿Pa'qué pregunta tanto? Si él quiere casarse, ya está
dicho too. Usté da su consentimiento, y no hay más que hablar.
La Oyarzo: (Después de un momento lo invita a volver a sentarse). Considerando (se
esfuerza por hablar de la mejor manera) lo que usté dijo y que es su
deseo y que también es el mío, me creo que sería muy cumplío para
mí (suspira) que se case con la Rosario, Jesús, Virgen Santísima,
Madre de Dios.
Alvarado: (Se pone de pie). Gracias, en ese caso podemos fijar la fecha pa' que
nos casemos.
La Oyarzo: Me hubiera gustao que sus padres hubieran venío a peírla, también.
Alvarado Tenaún está aislado. La braveza de mar no permite el paso de
lanchas chicas. Por eso.
La Oyarzo: ¡Cómo ha de ser, entonces!
Ambas mujeres se han puesto de pie.

Alvarado: No ha dicho cuándo nos casamos.

La Oyarzo titubea, pensando en los gastos. Mira a Candelaria que interpreta la mirada.

Candelaria: Pa’l día del medán sería bueno. Y ahí cooperamos toos.
La Oyarzo: Nadies se ha casan nunca en un medán.
Candelaria: Que sea esta la primera.
Alvarado: Está bien, pero pa'cuando lo harían.
Candelaria: Es cosa de hablar con los demás. Total, pa'el almud de papas que
hay que traer. (Recuerda la boda). De veritas que hay que traer de un
too.
La Oyarzo: Cordero, principalmente y chancho.
Candelaria: Déjelo too por mi cuenta.
Alvarado: Tiene que ser luego, por el barco.
Candelaria: ¿Y qué más me tardo?
Alvarado: ¿Podría ser... pasao mañana?
La Oyarzo: No alcanzaría a llegar mi hermana de Castro. Y ella estaría tan
gustosa en venir.
Alvarado: Le avisa después. No puedo esperar.
La Oyarzo: (Después de un momento). Bueno, como ha de ser, si usté es el único
hombre que hay, por el momento en la familia, tendrá que mandar,
p'.
Alvarado: (Da la mano sacudiendo el brazo a ambas mujeres). Hasta luego... no más.
(Se pone el sombrero y sale).
La Oyarzo: ¡Jesús, Virgen Santísima, Madre de Dios! (Se abrazan).
Candelaria: Ahora hay que decirle a la Rosario que está comprometida
pa'casarse.
La Oyarzo: Quizás cómo lo va a tornar.
Candelaria: Tiene que tornarlo bien, p'. Su padre hubiera hecho lo mismo.
La Oyarzo: A lo mejor quiere a otro y no lo sabemos.
Candelaria: Es el único que la ha peío.
La Oyarzo: De veras, p'. Y eso es lo que vale.
Candelaria: Claro como la luz del día. Bueno, ahora me voy a prepararlo too.
Falta un día, no más, pa' pasao mañana.
La Oyarzo: (Disponiéndose a trabajar). Tendré que ponerme a fregar pisos, en
seguida. Y los músicos, sobre too, que no vaya a faltar acordeón,
Candelaria.
Candelaria: Habrá hasta violín. Déjeme a mí. (Antes de salir se vuelve). Tendremos
que ponernos a rezar la novena, después, en agradecimiento. Hasta
luego. (Sale).

La Oyarzo saca el rosario, se sienta y comienza a rezar.

Rosario: (Ha entrado momentos antes y escuchado la última Convversación). No me


casaré con Galvarino Alvarado.
La Oyarzo: ¿Cómo que no te quieres casar?
Rosario: Así como le digo.

Rosario guarda silencio. La Oyarzo siente como un desvanecimiento. Ella corre en su ayuda.

La Oyarzo: Tú quieres matarme, hijita. Yo a ese Alvarado lo encuentro de lo


mejor. Se ve que es alentao pa’l trabajo y tiene buena salú. Te va a
dar buenos hijos, p'.
Rosario: No quiero hijos de él.
La Oyarzo: ¿Y qué contiene eso, agora? ¡Jesús! A ti te han hecho algún mal,
Virgen Santísima, Madre de Dios.
Rosario: ¿Qué apuro le entró por casarme?
La Oyarzo: Porque quiero cerrar los ojos dejándote bien colocá y porque de un
repente se va la donosura. Por eso quiero que te cases y formes tu
casa y tengas tus hijos como Dios manda. Somos pobres, Rosario.
Rosario: (Terca). Eso no es motivo pa'obligarme.
La Oyarzo: (Con miedo). ¿Es que tienes alguna vergüenza que ocultar?
Rosario: Na que ocultar tengo.
La Oyarzo: Entonces, hijita, too está bien.
Rosario: En otras partes es uno quien decide. En todas partes... y hay gente
que está haciendo cosas. Como que vivir sirve para algo más que
casarse y vivir resignada.
La Oyarzo: Esas son cosas que dicen en la radio. Yo sé lo que le conviene a mi
hija.
Rosario: (Humilde). Mamá, usté no va a querer mi desgracia.
La Oyarzo: Dios me libre, hijita. Le estoy dando la feliciá.
Rosario: ¿Cómo va a haber feliciá si no lo quiero?
La Oyarzo: El cariño viene después. Así nos pasó a todas. (Pausa). La Brunilda
le puede hacer su vestío blanco. Y hasta va a llevar su coronita de
flores. Lo que siento es que no esté su padre pa'acompañarnos en
tanta feliciá. (Se acerca a su hija y le acaricia la cabeza). Porqué usté va a
ser bien feliz, ¿no es cierto? Dígame que sí, hijita, dígame que sí.
Rosario: (Derrotada por la compasión que siente de pronto por su madre). Sí...
La Oyarzo: (La besa con ternura). Dios la guarde, m'hijita linda. Dios la guarde.
(La Oyarzo sale de la pieza, casi corriendo, feliz y tranquila).

Rosario, como una sonámbula, camina hacia primer plano, playa.

Rosario: (Angustiada). ¡Me he comprometío pa'casarme! ¡Cómo pudo ser! La


vi tan desvalida como si me pidiera amparo, y no fui capaz de
negarme... ¡pero yo no quiero a Galvarino Alvarado! ¡No quiero
casarme con él! (busca ansiosamente en el aire. Corre de un lado al otro).
¡Ayúdame... ayúdame! Ayúdame... ¡oh, ayúdame!...

La luz fulgurante del Caleuche, aparece. Entra el joven Naufragante. Rosario corre hacia él.

Rosario: (Al Joven Naufragante). Llévame contigo, ahora.


Joven Naufragante: (La mira largamente). Ya no es posible.
Rosario: ¿Por qué?
Joven Naufragante: Alvarado.
Rosario: No lo quiero.
Joven Naufragante: Te ofrece la vida. Lo he pensado tanto, Rosario. Lo he pensado
tanto. Tú eres tierra, yo soy mar.
Rosario: (Se arrodilla, abrazándose a sus piernas). Amo el mar.
Joven Naufragante: No el que te ofrezco. El mío es un mar de tormentas.
Rosario: No tengo miedo.
Joven Naufragante: Y la niebla lo envuelve todo. Siempre.
Rosario: Me acostumbraré.
Joven Naufragante: Y no hay manzanos, como aquí.
Rosario: El mar tiene sus flores.
Joven Naufragante: Y mi barco no llega nunca a puerto. No, no debe ser. Hice mal en
acercarme a ti. (Se aparta de ella).
Rosario: (Aún en el suelo). Yo te esperaba, despierta o durmiendo. Siempre.
Joven Naufragante: (Amándola desesperadamente). Fue la primera vez que escuché una voz
de la tierra. ¡Tan dulce voz!

Rosario va hacia el Joven Naufragante. Se vuelve y la abraza tiernamente.

Joven Naufragante: (La aparta suavemente). ¡Olvídame!


Rosario: (Desesperada). No podré.
Joven Naufragante: (Disimula su sufrimiento). He visto los ojos de Alvarado y hay verdad
en ellos... Lo mío también es verdad, pero es de agua... (Con
esfuerzo). Ve con ellos, Rosario. Soy aire, soy niebla.
Rosario: Vives para mí.
Joven Naufragante: Este amor está maldito.
Rosario: (Le tapa la boca). Si es amor, ¿quién puede maldecirlo?
Joven Naufragante: (La abraza). ¡Qué difícil lo haces todo!
Rosario: No podrás convencerme. (Suplicante). ¡Llévame! Ellos me ahogan.
Joven Naufragante: Si muriera el amor en el corazón de Alvarado sería más fácil. Pero
eso no ocurrirá, como tampoco en el mío... Sonríe, amada, sonríe,
¡paloma!

Suena la melodía del Caleuche. El Joven Naufragante la escucha con desesperada impotencia.

Joven Naufragante: (Con gran esfuerzo). Debo irme. Mi barco me llama. (La mira una vez
más y se aleja).
Rosario: ¡No me dejes! (Da unos pasos hacia él).
Joven Naufragante: No, Rosario. No te muevas... No te muevas... (Desaparece).
Rosario: (Desgarrada). ¡Vuelve, vuelve!... ¡Por favor, vuelve, vuelve...!

Queda un momento como paralizada por la desesperación. De pronto, recuerda algo de la conversación y
la esperanza la invade.

Rosario: Si muriera el amor en el corazón de Alvarado, entonces sería más


fácil. Pero eso no ocurrirá... (Llena de esperanza). ¡Oh, sí!... ¡Cómo no
lo había pensado antes! ¡La Abuela Chufila me puede ayudar!

Entra el coro. Mira a Rosario. Canta.

No encontrarás alivio
para tu mal.
Se enredaron los hilos
de tu telar.
Si la Abuela Chufila
tuviera el don,
sería tan letrada
como lo es Dios.
Deja esos sueños, paloma
caminando por el mar,
hay un camino en la tierra
que te ha salido a buscar.
Amor que viene del agua
es sueño y no verdad.
Quien quiera que lo llamara
ha de ponerse a llorar.
Porque ese amor es fuego,
sal y cristal
y se rompe si el viento
fuera a tocar.
Vuelve a tu nido, vuelve,
le grita el mar,
desenreda los hilos
de tu telar.

Sale el coro. Rosario va hacia la cocina de la Abuela Chufila. Arrodillada e impaciente, escucha la
interminable charla de la Abuela Chufila, que con un trapo pasa y repasa una olla, sentada ante un
brasero.
Abuela Chufila: (Sonríe por un colmillo). Y le dije, que le dije, ustedes son unas
perdidas, eso es lo que son, que le dije. (Ríe bajito). Y esas eran
pedradas que les tiraba a los vidrios. Toítos los vidrios le rompía.
Rosario: (Conteniéndose). Abuela Chufila, deme luego las yerbas o el remedio
que dijo que me iba a hacer.
Abuela Chufila: No estés tan apurada, hijita. Los hombres pueden esperar.
Rosario: Pero yo no.
Abuela Chufila: Por eso no me gusta na la juventú de ahora. Más me gustan las
cosas de antes... Esta ollita, por ejemplo. La quiero como si fuera
mi propia hija. Me la regaló una patrona que tuve en Punta
Arenas... ¡Y era de buena! Cuando me casé, ella me amadrinó.
(Pausa). Más me hubiera valido casarme con el diablo, digo yo...
Rosario: Abuela Chufila, ¿se acuerda a lo que vino?
Abuela Chufila: Na, hijita. (Prosigue con sus recuerdos). En cuanto no más llegaba se iba
pa'onde esas mujeres. Me avisaban apenas iba entrando el barco, él
era ingeniero de las máquinas. Yo lo esperaba pa' decirle unas
cuantas cosas. Mira, mira, Alcides Antonio que le dije, qué te habís
figurao, condenao del diablo que no más llegando te ibas a ir onde
esas mujeres de mal vivir, qué te habís creído, que te irías a burlar
de mí, que le dije. Y le dije, que le dije, la próxima vez que te
vuelvas a ir onde esas que no es garrotazo el que te voy a mandar
por la cabeza. (Sonríe). Ese fue miedo que le agarró y me grito, vieja
bruja... Más brujo seráis tú, que le dije. (Pausa). Y pa'allá se fue, no
más. (Sonríe). ¡Ay, Dios mío! y esa era la que armaba yo. Más valiera
que no le tuviera en mis manos porque, por Diosito Señor... que yo
creo que lo hubiera estrangulao. (Habla fuerte). Entreguen a ese
hombre, que está casao por las dos leyes y no tiene por qué venirse
a meter onde ustedes que le sacan toa la plata, que le dije. Alcides
Antonio Martínez sal de aonde esas fiuras13 condenás y vente pa' la

13
Fiuras: figuras.
casa que es onde debes estar y entregar toa la plata y no onde esas
mujeres de mal vivir, que le dije. (Pausa). Y no lo entregaban, na.
(Ríe). Y esos eran piedrazos que les tiraba. Toítos los vidrios los
rompía. Porque la casa era con ventanas con vidrios. Y a la fuerza
me tenían que sacar. Y cada vez que llegaba el barco era lo mismo.
Yo no sé cómo no se aburría. Después se fue pa'la Argentina y no
volví a verle más.
Rosario: (Trata de abreviar el relato). Y usted se fue a Puerto Montt y después
pasó a Ancud y después trabajó en Castro y al final llegó a Curaco.
Abuela Chufila: ¡Y esta sabe más que yo, Jesús María! (Pausa). ¡Esta ollita está como
nueva! Y la estufa que tenía, ¿aonde quedaría?... y le dije, que le dije:
Alcides Antonio me tienes que comprar una estufa a leña. Y me la
compró pa 'que me queara callá, porque lo jodía toos los días. Pero
la estufa que compro era tan chica, Dover la llamaban, que cuando
ponía la olla de los picorocos no cabía ni una cosa más. ¡Hm! Fijo
que a la mujer que tiene ahora, le ha comprao estufa blanca y con
serpentina pa’l agua caliente. (Habla fuerte). Condena del diablo, que
ese marío no es na tuyo, y te lo agenciaste a la mala.
Rosario: Pero si su marío se murió hace como noventa años.
Abuela Chufila: (La mira un momento). Ya lo sé. Y toos nos tenemos que morir.
Rosario: (Le toma las manos, sacándole la olla). Abuela Chufila, por favor,
ayúeme. Deme las yerbas o el remedio que me dijo que iba a hacer.
Tengo que hacer algo, pronto, pa'que Galvarino Alvarado deje de
quererme.
Abuela Chufila: (Vuelve de sus recuerdos). ¿Deje de qué...? ¿Pa qué...? ¿`Pa qué dijiste?
Rosario: Pa' que deje de quererme.
Abuela Chufila: ¿Estás buena de la mollera, chica? ¿Y qué cosas son esas que dice,
agora p'? Tonta no soy, sorda no soy, ¿qué es lo que estuviste
diciendo agora?
Rosario: Que le haga un impedimento a Alvarado pa' que no me siga
queriendo.
Abuela Chufila: ¡Jesús María!, ¿y qué contiene eso?
Rosario: Si es muy difícil, hágalo querer a otra.
Abuela Chufila: (Toma su olla, la mira, la vuelve a dejar). En los años que tengo jamás
había escuchado semejante barbariá. (La escudriña). ¿O estás preñá
de algún otro?
Rosario: No, no, no, no, no. Sólo quiero que me dejen en paz. No quiero
casarme con Alvarado.
Abuela Chufila: Entonces quieres casarte con otro. ¿Qué te pida y a ver quién gana?
¿Cuánto ofrece ese otro?
Rosario: (Desanimada). Nada.
Abuela Chufila: Entonces, ni hay vuelta que darle. Si no ofrece na es que no tiene
na y si no tiene na, ¿de qué cosa sirve? Que se quee en su corral, no
más, cuidando bestias.
Rosario: No tiene corral ni tiene bestias.
Abuela Chufila: (Se interesa). A ver, hijita. Rosario, pues, que yo no conozco a
ninguno de la Isla que no tenga su corral, por poco que sea. ¿Es
extranjero?
Rosario: (Suave). Sí...
Abuela Chufila: ¿De qué lao de Chile es? ¿De Osorno o por ahí?
Rosario: No, no es de ahí.
Abuela Chufila: Ya sé, es pa’l lao de la Argentina, de esos que andan con unas
bombachas así tan anchas.
Rosario: No, no.
Abuela Chufila: (Impaciente). Pero de algún lao tiene que ser, chica. ¿Cómo lo
mientan?

Rosario niega con la cabeza.


Abuela Chufila: No lo estés negando, niña. Mira que hasta el viento tiene nombre.
Rosario: Por favor ayúdeme y deme sus yerbitas o lo que sea.
Abuela Chufila: Pero yo tengo que saber quién es el afortunao, p'.
Rosario: No puedo decirlo.
Abuela Chufila: Dilo, no más, con confianza, que yo soy más del otro mundo que
d'este y se me ha pegao toa la sabiduría de los santos ángeles. (Ante
el silencio de Rosario). ¿Quién es, pues?

Rosario no contesta.

Abuela Chufila: (La observa). ¡Hm! Por lo que me estoy entendiendo (le huele el pelo) y
por el olor que se te ha puesto en el pelo, que no es de manzana ni
de cholga ahumá, voy a necesitar... (Rosario la mira expectante)
raspaúra de cacho de Camahueto, canto de chucao14 y un peazo de
vestío de Pincoya15 con luna llena.
Rosario: ¡Pa'qué se burla de una, pues!
Abuela Chufila: Si estás embrujá tengo que hacerte una brujería bien complicá
pa'desembrujarte.
Rosario: Si estoy embrujá no me quiero desembrujar.
Abuela Chufila: (Se escandaliza). Jesús María, Nuestro Señor y su corona de espinas.
¿Quién te ha ponío así? (La palmea amistosa). Puedes confiar en la
Abuela Chufila, que no es la primera vez que oigo semejantes
herejías.
Rosario: (Sin poder contenerse). No quiero a nadie más que a él... Aunque me
pierda, aunque me convirtiera en pescao... Aunque...
Abuela Chufila: (Le tapa la boca y la remece). Calla, agora, calla, calla condenó. (Se
repone). Me habís asustao, chiquilla del diablo. Las cosas que se te
han metío en la mollera. ¿Lo sabe la Oyarzo?

14
Chucao: ave que habita en los bosques desde la vi a la xi región.
15
Pincoya: diosa que personifica la fertilidad de las especies marinas. Viste un maravilloso traje de hojas
de sargazo. Es hermosa, sensual y atrayente.
Rosario: ¿Cómo voy a decirle a mi mamá que yo... que yo...?
Abuela Chufila: No digas ni una cosa más. Voy a tener que hacer un buen
zahumerio pa'borrar tus palabras que habís pronunciao en esta casa
que solamente la olorosan los manzanos cuando revienta la flor.
(Pausa). ¿Y cómo se llama el joven? ¿Tiene nombre de pájaro o de
molúsculo?
Rosario: ¿Quiere o no ayuarme? No le pido que le haga un mal como hizo
con su vecina que le dejó la lengua pegá al paladar, lo único que le
pido...
Abuela Chufila: (La interrumpe). ¡Calla, calla! Yo no le hago el mal a nadie. Esas son
habladurías de la gente. Yo sólo dije: "aguja y tormento, los brujos
alaos, que se muera pa'dentro la vieja del lao". Cierto que se le pegó
la lengua al paladar y quedó fruncía. Pero no se murió na y lo único
que se le nota es cuando habla. En vez de decir milcao, dice
milquío. Pero yo no tengo na que ver con eso.
Rosario: Yo no le pido que haga cosas pa'que se muera nadie. Es sólo pa'que
Galvarino Alvarado no quiera casarse conmigo.
Abuela Chufila: (Reacciona jubilosamente ante el nombre). Pero si a ese joven lo conozco
tanto. Y es de lo mejor que hay. (Con picardía se abraza a sí misma).
¡Ay, Abuela Chufila, si tuvieras unas arruguitas menos!... (A Rosario.
Volviendo a ponerse seria). Ya verías dónde iba a parar el tal Alvarado.
Mal empiezas, hija. Lo único que vas a sacar es que cuando te cases
con él, en vez de hijos te va a dar garrotazos.
Rosario: (Desalentada va hacia la salida). Olvídese de too lo que le dije.
Abuela Chufila: Si me dijeras su nombre, quizás yo podría, a lo mejor.
Rosario: Galvarino Alvarado. Ya se lo dije.
Abuela Chufila: El otro, hijita, el otro.
Rosario: (Se vuelve antes de salir). Cuando se seque la mar, y los árboles
caminen, entonces verá escrito su nombre en una nube... sobre esta
misma casa.
Sale rápidamente.

Abuela Chufila: (Queda un momento lela, reacciona con energía). Jesús, María, Nuestro
Señor y su pesada cruz, líbranos de los pecaos por tu corona de
espinas y por toítos los clavos. (Cambia su expresión mística). Chucao,
chucao, chucao, las uñas y el rabo, llévate el mal pa' la vieja del lao.
(Mística). José, María y Jesús, tan jodío con la cruz, líbranos de los
pecaos. (Cambia de expresión). Chucao, chucao, chucao, las uñas y el
rabo, allégale el mal a la puta del lao.

Se oscurece, voces distorsionadas repiten:

Chucao, chucao, chucao, las uñas y el rabo, allégale el mal a la vieja


del lao. Chucao, chucao, chucao (Repetido).

Luces llameantes acompañan las voces agoreras.


Casa de la Oyarzo. Se celebra el casamiento. Bancos largos y sillas pegadas a la pared. Candelaria,
Brunilda, Estefania, la Abuela Chufila, Orfelina, Lauro, Pancho Tieso, Cárdenas, don Andrade,
Rosario, Alvarado. Rosario lleva un traje blanco, modesto, y una coronilla de flores en la cabeza, de la
cual cae un pequeño velo hasta los hombros. Permanece casi inmóvil, ajena a lo que sucede. Lauro está
terminando de cantar. Chichicho, triste, un poco apartado.
Lauro acompañándose con la guitarra.

Por eso sigo cantando


solterito y regodión.
¡Salú!, Alvarao y Rosario
y olviden al que cantó
que tengan feliciá
los bendice San Antonio
no me esperan a comer
pan con chicha en mi velorio.

Entra la Oyarzo con una bandeja y vasos.

Y aquí termino de hablar


ni mal ni bien del casorio.
Suegra, la invito a bailar
una cueca por los novios.

Cárdenas: (Después de aplaudir un poco con los demás). Muy bien, muy bien. A ver
esos músicos. (Mira hacia fuera). Entren. No se queden ahí. (Entran
tres músicos. Acordeón, bombo y guitarra–violín).
Abuela Chufila: (Toma la guitarra de manos de Lauro, forcejeando). Yo quiero cantarle
algo a los novios. No tengo na. No tengo na agarrotados los dedos
y puedo echarme una cantaíta como Dios manda. Una polkita.

Los invitados se miran preocupados. Alguien trata de quitarle la guitarra, sin resultados.

Candelaria: (Le habla al oído). Acuérdese que está en una fiesta de casados. Vea
bien lo que va a cantar.
Abuela Chufila: (La aparta). Asiéntese por allá, no más. (Rasguea). Está más desafiná
que calzón de sacristán.
Don Andrade: Dele, dele. Cante de una vez, Abuela Chufila. (A Cárdenas).
Estamos aviados...
Abuela Chufila: (Canta con aire santurrón).
Los novios se daban la mano
y a los ojos se miraban
el cura que no era leso...
(Carraspeos de advertencia. La Abuela Chufila comprende)
a la novia confesaba.
Las campanas de la iglesia
repicaban, repicaban
el novio que no es leso...
(Gran carraspeo de los hombres)
con el cura conversaba.
Todos: Bien... Muy bien... Suficiente.

Candelaria se apresura a quitarle la guitarra. La abuela la retiene.

Abuela Chufila: Aguántense un poquito que aún me faltan unos versitos.


Cárdenas: Yo creo que ya está bien.
Lauro: Déjenla que se desgañite, a ver si se quea múa.
Abuela Chufila: (Lo mira entrecerrando los ojos). Mira, mira, mira. Esta va a ser pa'vos y
con finura. Y pa'toa la distinguida concurrencia, que yo no soy fijá.
La Oyarzo: Que sea corta.
Don Andrade: Y la última.
Abuela Chufila: Con el mayor gusto y fina voluntá, que le dije. (A Lauro). Pa'vos.

Canta rápidamente y a voz en cuello.

La puta que parió al diablo


quizás qué puta sería
que se puso a parir
aquello que no servía.

Luego del primer estupor, Candelaria y otros invitados reaccionan y toman a la Abuela Chufila de un
brazo. Se la llevan en vilo.
Abuela Chufila: (Protestando). ¿Qué no ve que me faltan versos? Gente más
desconsiderá... (Salen con las últimas palabras).
Don Andrade: Se le fue el santo al cielo, coño.

Los músicos afinan sus instrumentos.

Cárdenas: (A la Oyarzo). En la cocina le hemos dejado unos sacos de papas y


una chigua16 de trigo pa' mientras tanto. Y la ayúa pa'los trabajos de
la tierra no le va a faltar.
La Oyarzo: Tanta molestia. Se agradece, como es debido.
Cárdenas: No me agradezca naíta que en otra ocasión le tocará a usté ayuar a
otros.
La Oyarzo: Pudiendo, ¿por qué no? (Se aparta).
Cárdenas: (A los músicos). A ver esa cueca para pasar el mal rato luego.

Los músicos comienzan a tocar una cueca. Se forman las parejas para bailar. Dos invitados cantan.

Invitados: Los novios se casaron


adiós, les digo.
Un consejo, a la novia,
prendo al vestido.
Si al subir la marea
se va en un bote
pa'que vuelva le rezas
todas las noches;
todas las noches, mi alma,
cuida tus ojos,
en ausencia'el marido
no mires a otro.

16
Chigua: cesto hecho de cuerdas o corteza de árboles, de forma oval, para uso doméstico.
Pal amor hacen falta
dos en la lancha.

Termina la cueca con alegría de todos. Cárdenas observa que los novios no han bailado.

Cárdenas: ¿Y qué cosa es esta, que los novios no han bailado ni una cosa?
Que bailen, pus. Un cielito, podría ser.
Candelaria: (Entusiasta). ¡Yo lo canto!
Cárdenas: Eso está bien.

Se preparan las parejas para el cielito, incluidos Rosario y Alvarado. Rosario, maquinal, ausente, sin
vida.

Candelaria: (Canta). Al manzano le quitaron


sus manzanas verde mar
cielito, el manzano, cielo,
lloraba su soledad.

Estribillo

Manzano, cielo, sí,


nadie se acuerda de ti,
manzano, cielo, no,
la tierra sí se acordó.
El manzano está mirando
las ramas sin su frutal
sus hojas, cielito, cielo,
con el viento partirán.

Estribillo
Manzanos, sin tus manzanas,
no llores que volverán
a tu corazón, cielito,
manzanitas de cristal.

Estribillo

Después del penúltimo estribillo, la música calla repentinamente. Las figuras quedan inmóviles en la
posición del baile. La luz se hace fotográfica. La música del baile la nave, estilizada, se oye en el
momento de aparecer una fuerte luz sobre Rosario, que la acompaña a primer plano. Aparece el Joven
Naufragante. Rosario alza con gracia sus brazos y ambos jóvenes bailan, mirándose con profundo amor.
La música, poco después, es reemplazada por la melodía del Caleuche. El Joven Naufragante arrulla
un momento en sus brazos a Rosario y se separa de ella. Los brazos y manos se estiran hasta tocar las
yemas de los dedos. El Joven Naufragante sale. Rosario vuelve a la fiesta. Se coloca junto a Alvarado.
Recomienza el cielito y el baile termina. Vuelve la luz.

Cárdenas: (Indica a los demás la pareja formada por don Andrade y Orfelina, a quien
aquel ha llevado aparte y está galanteándola). ¡Catay, vela, que me creo
que el Espíritu Santo anda suelto por estos lados!
Don Andrade: (Jacarándose). Usted lo ha dicho: ¡El Espíritu Santo y toa la Corte
Celestial! (Meloso). ¿No es así, Orfelina?
Orfelina: (Haciendo remilgos). Usted que es...
Cárdenas: Anímese, anímese, Orfelina. Que una boda detrás de otra trae
mucha suerte.

Súbitamente estalla una tormenta. El viento sopla con furia. Los truenos se suceden. Todo se llena de
ruidos. Puertas que se golpean. Lluvia. Animales mugiendo. Las mujeres se agrupan, atemorizadas.
Entra la Abuela Chufila y se acurruca en un rincón.
Abuela Chufila: Recen, recen, que se ha desencadenado un temporal de los mil
diablos.
Cárdenas: No hay por qué asustarse tanto. (A los hombres). Vamos a ver a los
animalitos y en qué podemos ayudar.

Salen. Las mujeres se arrodillan a rezar.

Alvarado: (Se acerca a Rosario). Esto va a pasar luego. No se asuste.


Rosario: (Sin expresión). No me asusto.
Alvarado: Voy con ellos y vuelvo luego... pa'que... bueno, pa'irnos.
Rosario: Por mí no importa que se demore.
Alvarado: (Se esfuerza por ser galante). ¡Cómo que no importa! Ahora estamos
casaos.
Rosario: (Apenas). Sí.
Alvarado: Y yo voy a volver luego, pa que nos vayamos a la pieza.
Rosario: (Con el alma encogida). Sí.
Alvarado: (La besa casi rabioso). Sí, po. (Sale).
Candelaria: (Rezando). Recemos por los buenos cristianos que se hallan
extraviados.
La Oyarzo: Por los navegantes perdíos en la mar.

Rosario escucha la tormenta y se oprime el corazón, que pareciera fuera a estallar. Mientras las mujeres
rezan, se va retirando hacia el interior. Sale.

Todas: Por los caminantes perdíos en la noche.


Todas: Por los botes que no hayan podío llegar a su destino
Lastenia: Por los pescadores que luchan en el mar.
Todas: Por todo ser vivo o muerto que se encuentre perdío en la tormenta.
Orfelina: Protégelos, Señor, de las tormentas y pónelos al reparo.
Todas: Protégelos, Señor, de las tormentas y pónelos al reparo.
La Oyarzo: Por siempre y para siempre, amén.
Todas: Por siempre y para siempre, amén.
Candelaria: Padre nuestro que estás en los cielos...

Todos rezan en murmullo. Entra Alvarado, empapado. Mira buscando a Rosario.

Alvarado: ¿Onde está la Rosario?

Las mujeres callan. La buscan con la mirada.

La Oyarzo: No, pues, la Rosario no está rezando con nosotras. Pa'la pieza
estará. Metía en su cama. Se empavoriza por demás cuando hay
tormenta.

Alvarado va hacia el interior. A poco sale, con rostro preocupado.

Alvarado: No está na. (A la Oyarzo, como reconviniéndola). ¿A ónde ha podío ir?


La Oyarzo: ¿A ónde quiere que vaya con la tempestá desatá?
Candelaria: Sí, po. ¿a ónde va a ir? Si hasta siento chivatear al Camahueto.
Alvarado: Déjense de cosas.
La Oyarzo: (Va hacia el interior). Debajo de alguna cama debe estar.
Estefanía: Andan toos los brujos sueltos.
Orfelina: Cállese, agora, no diga de'eso, agora.
La Oyarzo: (Vuelve asustada). No está na. (A Alvarado). ¿Miró pa’l patio?
Alvarado: ¿Y qué va a estar haciendo en el patio? (Sale).
La Oyarzo: ¡Jesús, Virgen Santísima, Madre de Dios! Si es una niña tan
temerosa de los truenos y relámpagos, ¿a ónde ha podío ir? (Llama).
¡Hijita, hijita, Rosario!
Candelaria: Estaba tan rara too el tiempo. Como si la fiesta no fuera pa'ella.
Alvarado: (Entra). No aparece. Vamos a salir toos a buscarla.
Antes de salir se vuelve y dice a las mujeres que lo miran asustadas.

Alvarado: Recen, por favor. (Sale).


La Oyarzo: Sí, sí. Recemos una salve. (Rezan de pie).

La pieza se oscurece. En primer plano, Rosario entra corriendo, defendiéndose del temporal y las
sombras que bailan a su alrededor. Gritos, aullidos, carcajadas horripilantes la rodean. El trueno
retumba, como participando de la fantasmal sinfonía. Una figura siniestra proyectada se alza frente a
ella. Es el Trauco, brujo sátiro de las islas, que intenta abrazarla. Rosario cae al suelo, vencida por el
terror.

Rosario: (Con un grito). ¡El Trauco!

Se retuerce en el suelo, gritando su espanto. Una luz fulgurante ilumina el cielo. El trauco desaparece.
Se proyecta la silueta del Caleuche. Entra el Joven Naufragante. Corre hacia ella y se inclina,
hablándole con suavidad.

Joven Naufragante: (Estrecha a Rosario). He vuelto a buscarte.


Rosario: Sólo a ti quiero.
Joven Naufragante: Ahora perteneces al mar. (La levanta). Esta fue tu isla, lo será si aún
lo quieres.
Rosario: (Vehemente). Sólo a ti quiero. (Se saca el velo de novia).

El joven Naufragante se acerca al mar y toma unas algas verdes, delgadas como cintas y coloca el nuevo
velo de desposada.

Joven Naufragante: (Se arrodilla, Rosario lo imita. Entrecruzan sus manos). Por siempre, para
siempre, Calén.
Rosario: (Se arrodilla frente a él). Calén.
Ambos se levantan y avanzan hacia el mar, tomados de la mano, mirándose a los ojos. El Caleuche, no
lejos de la playa, resplandece. La tormenta, con un último trueno, se pierde entre las islas. El fragor de
las olas se calma. Poco a poco, amanece. La escasa luz del sol ilumina el grupo que mira hacia el mar:
la Oyarzo, Candelaria, Estefanía, Brunilda, Orfelina y Alvarado, que lleva un pequeño farol.

Alvarado: (Dolorido). No está en parte alguna. Como tragá por... (No se atreve a
formular su pensamiento).
Estefanía: No puee desaparecer en el aire.
Alvarado: Hemos dao vuelta la isla.
La Oyarzo: ¡Hijita, ónde estás!
Candelaria: (Señala un tronco traído por el mar). Ese tronco ahí. Hace tiempo que
no se varaba alguno en esta playa.
Lastenia: El Caleuche sería.
Alvarado: (Molesto). El temporal lo trajo. Duró toa la noche.
La Oyarzo: Y esta hija mía al descampao.
Alvarado: (Celoso). Quízás, po.
La Oyarzo: Tiene razón pa'estar mortificao, pero no piense mal de la hija.
Alvarado: Disculpe. Es que estoy como atontao... El día de nuestro
casamiento...
Orfelina: En Changuita tiene una amiga, ¿vieron allá?
Alvarado: También estuvimos allá... Y en bote no pudo salir. ¿Y quién iba a
arriesgarse en una noche así? No habría cristiano que se salvara de
la braveza del mar.
La Oyarzo: ¿Qué esperanza nos quea?

Entra el Chichicho, empapado, con el velo de Rosario en la mano. Ve el grupo y se detiene. Luego
avanza y lo entrega a la Oyarzo.

Chichicho: Lo encontré flotando en el mar.


La Oyarzo se desploma interiormente. Lo mira largamente, comprendiendo. Lo oprime contra su
corazón y sale seguida por las demás mujeres.

Alvarado: (Con miedo a saber). ¿Y ella... la Rosario?


Chichicho: No está na. Lo recorrí too. No está na.

La Oyarzo se ha detenido a escuchar, sin volverse. Al oír la respuesta se encoge aún más. Salen.
Alvarado se dirige hacia el mar, Chichicho se arrodilla junto al tronco.

Chichicho: Si yo pudiera, llenaría el mar de flores pa'usté, Rosario. ¡La quiero


tanto! Yo sé que usté quería la vía pa'otras cosas. ¿Por qué no la
pelió? Yo la habría ayuao. (Pausa). ¡Pa'ónde se habrá ido!... Yo la
seguiré queriendo siempre, Rosario, siempre... (Se pone de pie). ¡Pero,
qué falta me va a hacer su carita sonrosá!... ¡Qué falta me va a
hacer!... (Sale).

Luz sobre calle de Curaco. Entran, cada una con un paquete, Candelaria, Estefanía y Brunilda.
Entra Pancho Tieso llevando una maleta vieja, amarrada con un cordel. Se cruza con Lauro. Este se
detiene un momento, se despiden con un apretón de manos. Pancho Tieso pasa delante de las mujeres.

Candelaria: ¿Ya se va?


Pancho Tieso: (Se detiene). Ya me voy.
Candelaria: (Le entrega un paquete). Llévele esto a Bahamóndez, si me hace ese
favor. Pa'que no pase frío. De seguro lo encontrará.
Estefanía: (Entrega un paquete). Y esto es pa’l mío, si no es molestia. Usted
conoce a Barrientos.
Pancho Tieso: (Recibe los paquetes, confuso). Sí, sí.
Brunilda: (Entrega su paquete). Esto es p'Avendaño, si es amable en
entregárselo. No sé pa'ónde andará ahora, pero si pregunta por
Avendaño de Curaco, en seguida le van a noticiar.
Pancho Tieso: (Dudoso). Pero la Patagonia es muy grande. Leguas y leguas sin
encontrar cristiano.
Candelaria: Pero uno que encuentre, basta. ¿No ve que son toos de la isla?
Tienen que conocerse, no más.
Pancho Tieso: (No muy convencido). Sí, po. (Acomoda los paquetes entre el cordel). Bueno,
yo me arreglaré. (Sonríe para demostrar su seguridad).
Candelaria: Y dígale que escriba, aunque sea a las perdidas. Que aquí estamos
esperando la carta toas las tardes, por si llega.
Estefanía: Y que si puede alguna vez, de vez en cuando... que mande unos
pesos.
Brunilda: Y que no se vaya a morir lejos de Chiloé, que esta es su tierra y aquí
lo estoy esperando.
Candelaria: Que toas los estamos esperando y que Dios los acompañe. Igual a
usté.
Pancho Tieso: (Conmovido). Bueno, me tengo qu'ir.
Lastenia: (Pasa la mano suavemente por la bufanda del hombre). Dígale que la
bufanda que le mando, si la toca así, va a sentir el calor de mi
mano.

Pancho Tieso le da la mano a las mujeres.

Pancho Tieso: Hasta luego.


Las mujeres: Buen viaje... Cuídese...

Pancho Tieso sale. Entra Alvarado. Las mujeres siguen al viajero con la mirada, sintiendo que algo de
cada una se va con los pasos que se alejan. Cárdenas entra. Al ver a Alvarado, disimula la alegría de
una causa ganada para la isla. Se une a él.
Cárdenas: Entonces, ¿nos quedamos?
Alvarado: (Simplemente). Nos queamos.

Ambos hombres quedan quietos. Entran Chichicho, Orfelina, don Andrade, el viejo Catrutro. Todos
quedan inmóviles hasta el último apagón y la última nota. Todos mirando su esperanza.

Entra el coro. Canta.

Lluvia, no mojes más


el corazón de estas islas
que es de trigo, pez, guitarra
y de lágrimas
de lágrimas.
Vuelve a tu nube mojada,
gota de piel cristalina
vuelve a ser pájaro, brisa,
música de aire en el aire.
¿Qué te pudiera ofrecer
a cambio de tu sonrisa?
Yo bailaré para ti
y tú apartarás el agua.
Toma mi canto, mi baile,
mi alma te ofrezco, lluvia,
pero recoge tus redes,
barca silenciosa
lluvia.

Ante las figuras inmóviles de los personajes, el coro comienza a bailar un baile de estilo ceremonial, con
palmas y pasos silenciosos. Van desapareciendo con los últimos compases, pasando entre los personajes.
Luego, unas campanas de iglesia distorsionadas por el viento. Alguna gaviota solitaria. Un sol de
invierno se asoma en puntillas, y una gota de agua cae... Cae... Cae... Cae... Cae... Cae... Cae...

FIN

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