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Tema 19

TEMA 19: LA POBLACIÓN ESPAÑOLA. COMPORTAMIENTO


DEMOGRÁFICO. FENÓMENOS MIGRATORIOS

1- EVOLUCIÓN DE LA POBLACIÓN ESPAÑOLA.


2- ESTADO Y ESTRUCTURA DE LA POBLACIÓN ESPAÑOLA ACTUAL.
3- COMPOSICIÓN SOCIOPOBLACIONAL.
4- POLÍTICA DEMOGRÁFICA.
5- EL FUTURO DE LA POBLACIÓN ESPAÑOLA: PROBLEMAS Y
PERSPECTIVAS DEMOGRÁFICAS
6- LOS MOVIMIENTOS MIGRATORIOS Y SUS CONSECUENCIAS
7- BIBLIOGRAFÍA.

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1- Evolución de la población española.


El siglo XVIII puede tomarse como punto de partida para una nueva trayectoria demográfica en
España. Si tomamos como base el censo de Jerónimo de Ustáriz (1717), observamos que la población
española no ha dejado de aumentar de forma ininterrumpida hasta la actualidad. El saldo vegetativo
ha sido positivo. En épocas anteriores a esta fecha la población española, como la europea, vivió bajo
un régimen de mortalidad catastrófica: las epidemias y la falta de alimentos provocan crisis de
subsistencias que confluían e la supresión del un excedente demográfico acumulado en los años de
bonanza. Territorios como Castilla soportarán una situación más grave, al confluir otros factores
político-económicos de mayor incidencia: imperialismo militar-colonizador (provocador de una
migración y mortalidad importantes: estéril desde el punto de vista económico, como los casi dos
siglos de guerra contra el Milanesado, Nápoles o Parma), desincentivización de la actividad
productiva por la afluencia de metales preciosos sobre una economía incapaz de absorberlos, etc.
La población española aumenta a partir del siglo XVIII. Concretamente en 1717 era de
aproximadamente 7,5 millones, y en 1768 unos 9,3 millones, alcanzando a finales de siglo los 10,5
millones (año 1795). De esta forma, en el período 1717-98, primero del que existen datos sistemáticos
de censos de población, podemos decir que existe un crecimiento del 40%, con una tasa de
crecimiento interanual estimativa de un 0,42%, no muy distinta a la registrada en esas fechas en los
países de Europa occidental.
El crecimiento de la población española se mantuvo constante a lo largo del período siguiente, con
16,6 millones de habitantes en 1860, o 18,6 en 1900.
El siglo XVIII supone el punto de partida en cuanto a un cambio en el régimen demográfico
tradicional, que en los países avanzados de la Europa Occidental fue acompañado de un cambio en el
régimen económico. Sin embargo, en el caso de España no existió esa paridad incremento de
población-desarrollo económico (y más específicamente, revolución industrial): el crecimiento
iniciado a partir del siglo XVIII se debió más a la supresión de la mortalidad catastrófica, y a la
introducción de cultivos como el maíz y la patata, que salvaron de inanición (por el caso de la mayor
resistencia a climas extremos y poco pluviosos de la patata) en épocas de crisis climáticas, y
aumentaron la fertilidad (específicamente por el mayor aporte de vitamina E de la patata),
prolongaron la esperanza de vida y frenaron la emigración exterior (factor al que también contribuye
la emancipación de las colonias americanas). Una mayor productividad agraria acabó con lo que
constituía uno de los principales frenos al crecimiento de la población, como era el celibato, a su vez
incrementado por los tradicionales obstáculos sociales a la nupcias, como los pleitos dotales (muy
gravosos), o el concepto social que se tiene respecto a los segundos matrimonios (contra el que
levantará su voz Jovellanos), el elevado número de fundaciones religiosas (contra el que protesta
Cabarrús en 1792), etc.
El siglo XVIII, respecto a la mentalidad ilustrada española, es un siglo de marcado sentimiento
poblacionista, como demuestra la preocupación censal, o la creación desde 1801 del registro civil.
El siglo XIX apenas presentará variaciones respecto a los comportamientos demográficos descritos,
en tanto que en el siglo XX únicamente puede destacarse una primera y efímera liberalización de esa
política pronatalista que sucede durante la Segunda República. En cambio sí puede decirse que la
Primera Guerra Mundial tuvo una incidencia significativa, al acelerar el proceso de creación de
industria (siquiera coyunturalmente, para llenar el vacío de las potencias europeas) y por tanto
favorecer ligeramente la industrialización, y por la acentuación de la emigración exterior, sobre todo
canalizada hacia Francia.
Una vez terminada la PGM, se produjo una gran epidemia que elevó considerablemente la mortalidad
en España, coincidiendo además con años agrícolamente críticos. Algunos demógrafos consideran a la
gripe de 1918 como la última de las grandes catástrofes epidérmicas.

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En segundo lugar, la guerra civil (sobre cuyas víctimas no existe aún un consenso -¿250.000 o un
millón de muertos?-) supuso un incremento notable de la mortalidad, un descenso al 16,4 por mil de
la natalidad en 1939, y un marcado "bocado" en la pirámide de población en el estrato de las
generaciones que entonces tenían entre 18 y 40 años. Por último, la salida de unos 300.000 exiliados
tras la guerra supuso otra traba al incremento futuro de población: se trató de una migración definitiva
para buena parte de los salidos (primero canalizados hacia Francia, y luego hacia Hispanoamérica), y
temporal para un número difícilmente precisable para buena parte de los exiliados.
Pero en general se trata de coyunturas y matices a ese incremento de población señalados que no
modifican sustancialmente los comportamientos demográficos. La revolución demográfica no se
inicia en España hasta el siglo XX, y de forma más concreta hasta mediados de siglo, en que existe
una nueva coyuntura económica (inicio del desarrollismo industrial). El crecimiento de la población
española a partir de ese momento será espectacular, particularmente en los años 50, en que
decididamente se decanta España por un régimen demográfico contemporáneo, especialmente gracias
a la caída de la mortalidad por debajo de valores del 10 por mil, al tiempo que se mantiene (por la
mentalidad imperialista imperante) unas tasas de natalidad constantemente superiores al 20-22 por
mil. Incluso en la población rural los índices de natalidad se mantendrán elevados, al tratarse de
población generalmente joven y de origen rural la que forma lo principal de su composición. El
nacional-catolicismo redunda en la casi ausencia de modificaciones respecto a las prácticas
contraceptivas. Y, en segundo lugar, la escasa incorporación de la mujer al mundo del trabajo (como
seña distintiva del desarrollo de la sociedad industrial en la España de los 40 y 50) y la persistencia de
su rol de ama de casa y madre (no olvidemos el estatus que el franquismo otorga a la familia, y el
papel específico de la mujer dentro de ella), supone el mantenimiento de las altas tasas de natalidad
hasta casi el mismo momento de la sustitución del régimen: cada vez es mayor la descompensación
entre unas tasas de mortalidad plenamente correspondientes a un país desarrollado occidental, y unas
tasas de natalidad propias todavía de la fase de transición demográfica.
La población de España ha crecido desde los 38,8 millones de habitantes en 1991 a el 2000 40,2
millones de habitantes en el 2000, y 46 millones de habitantes en 2010, pese a que los
comportamientos natalicios han mostrado un decrecimiento del número de hijos por mujer, gracias
de forma casi exclusiva a los aportes de la inmigración. Hasta tal punto es así, que las previsiones
realizadas a principios del presente siglo auguraban para el periodo 2000-2015 un crecimiento
vegetativo negativo, de aproximadamente un –0,2% anual (cifrándose en 2015 una población total
de menos de 40 millones) Según la previsión del INE realizada en 2010, para el año 2018 la población
española alcanzará los 49 millones, gracias a que en 2009 se alcanzó un máximo de nacimientos, que
al año siguiente ya fue inferior.
La densidad de población en España es superior a 85 hab./km2, lo que supone una densidad de tipo
medio (muy alejada de valores como los de Bélgica u Holanda)
La edad de matrimonio en las mujeres en 2005 era de 29 años, sin duda muy tardía. No son mucho
mejores las previsiones en el medio plazo, especialmente con casi un 40% de paro juvenil como tasa
registrada en los dos primeros trimestres de 2011.
El crecimiento vegetativo reciente muestra una doble realidad: la bajada de la tasa de natalidad hasta
niveles muy exiguos, y una cierta recuperación más reciente coincidente con la aportación de los
inmigrantes. Por poner datos a esta realidad, en 1960 el crecimiento vegetativo observado fue del
0,91% (se considera medio a partir del 1%), mientras que siguió elevándose hasta 1,2 en 1976, para
descender luego bruscamente: 0,18% en 1990; y crecer en 2009 a un 1,7%, decayendo posteriormente
hasta el 0,7% en 2010. Posteriormente, y hasta 2018, se prevé una estabilización de dicha tasa.
Podemos cuantificarlo de otra forma: si durante el periodo 2002-2008 la población residente en
España creció a un ritmo anual medio de 720 mil habitantes, en los 10 próximos años se prevé de
acuerdo a las hipótesis más plausibles un crecimiento medio anual en torno a los 380 mil. No
obstante, y dado el elevado dinamismo demográfico de los últimos años, España superará los 49
millones de residentes en 2018, según el INE.

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La natalidad ha experimentado un cambio vertiginoso: si en 1960 nacieron 21 niños por cada 1.000
habitantes, en 1998 nacieron 9,3, constituyendo el mínimo histórico, seguido de un cierto repunte (11
por mil en 2007). En 1999 se alcanzó una exigua tasa de 1,19 hijos por mujer, la más baja de la
historia, remontando posteriormente (1,47 en 2009)

Las defunciones seguirán su moderado crecimiento hasta situarse en torno a los 420 mil en 2017. Las
defunciones anuales medias del periodo de proyección se incrementarán en unas 20.000 respecto a las
medias observadas en los años 2002 a 2007, a pesar de las hipótesis que se han planteado sobre
continuación de la mejora en la esperanza de vida.
La población en el censo del 2000 constaba de un 14% de jóvenes menores de 15 años, y un 17% de
ancianos. Durante el periodo 1995-2000, cada mujer tuvo 1,2 hijos de promedio.
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La esperanza de vida superó en 2009 los 81 años (de media entre ambos sexos), mientras que en
1960 era de 69 años.
Otro rasgo distintivo es que el crecimiento demográfico desde los años 60 hasta el presente no ha sido
uniforme ni equilibrado. Si nos atenemos a la variación entre 1900 y 1970, son muy pocas las
provincias que ganan un porcentaje de población superior a la media (pero lo hacen en valores muy
elevados), mientras la mayoría crecen por debajo de la media (es decir, débilmente) o pierden
población:
Crecimiento marcado: Madrid, Barcelona, Las Palmas, Tenerife, Vizcaya, Guipúzcoa, Sevilla...
Crecimiento moderado: Álava Cádiz, Valladolid, Valencia, etc.
Crecimiento negativo: Zamora, Soria, Guadalajara, Teruel...
Varias conclusiones se deducen del análisis de las densidades españolas a lo largo de los últimos
siglos, como indica J. Vilá Valentí. El primer lugar, l densidad media española, dentro del período
tradicional, ha sido siempre baja o mediana (con valores de 12 a 14 habitantes por kilómetro cuadrado
entre los siglos XIII al XVIII, siendo especialmente notable la existencia de áreas agrícolas con
densidades muy bajas, de entre 5 y 10 habitantes por kilómetro cuadrado. España, pues, ha sido un
conjunto territorial poco poblado en el conjunto de los países mediterráneos, con una densidad muy
inferior a Portugal e Italia: así, en 1985, a los 75 habitantes por kilómetro cuadrado de España le
corresponden 107 en Portugal y 186 en Italia.
Mientras en la segunda mitad del siglo XV y primera del XVI existía un área que podemos considerar
relativamente poblada en el centro del territorio español,, entre Castilla la Vieja, León, Castilla la
Nueva y Extremadura, en las dos centurias siguientes este territorio ha sufrido cierta pérdida de
población, al tiempo que la periferia, con zonas de baja densidad a finales de la Edad Media, como es
el caso de Andalucía y Cataluña, presentaban un aumento de población. Esta tendencia se acentúa a lo
largo del XIX y XX.
El segundo rasgo llamativo es la concentración de la población en municipios urbanos. En 1900, el
68% de la población (18 millones de habitantes) vive en núcleos de menos de 10.000 habitantes; en
1970, sólo el 33,5% de los 33 millones de habitantes; y en 1995 (con 39,2 millones de habitantes
-ocupando España el 22º lugar en la lista de países más poblados) vive un 75,3% en dichas
localidades. Uno de los rasgos más acusados es este acusado incremento de la población urbana, que
en 2009 alcanzó el 77% (según los criterios de población urbana de la ONU), ritmo sólo ligeramente
desacelerado por la crisis económica cuyos efectos se dejan notar desde 2008 en numerosos
comportamientos demográficos (en 1975, por poner un dato de contraste, la población urbana
ascendía al 70%, y en 1960, inicio del éxodo urbano al 57%) Por otra parte, la tendencia a la
concentración en las grandes urbes es otra seña de identidad de la evolución de los comportamientos
demográficos: en 1960 sólo un 16% de los españoles vivía en ciudades de más de un millón de
habitantes, mientras en 2010 la cifra era superior al 25%.
El crecimiento de las áreas urbanas ha sido incontrolado, porque el ritmo de modernización
demográfica se ha producido de modo diferente al del conjunto del país. La urbanización fue rápida y
temprana en algunas regiones como Cataluña, País Valenciano y Baleares, así como en las grandes
ciudades, donde la natalidad específica descendió a valores inferiores al 20 por mil. Por el contrario,
la modernización demográfica ha sido lenta y tardía en regiones como Castilla (especialmente en su
mitad norte), Extremadura o Andalucía. La mayor parte del crecimiento vegetativo se ha concentrado
en las regiones rurales, mientras que las demás presentaban saldo vegetativos ligeramente positivos.
En cambio, el crecimiento de población ha tenido un carácter explosivo en las ciudades: es decir, el
crecimiento real se ha producido de forma contraria al crecimiento vegetativo.
Entre 1900 y 1970 más de 10 millones de personas han cambiado de domicilio, y de ellos 7 lo han
hecho en el período 1950-1970. El principal cambio ha consistido en el abandono de las áreas rurales
y la masiva concentración en núcleos de polarización de la emigración: Madrid, ciudades industriales
de Cataluña, País Vasco y Comunidad Valenciana, que entre principios de siglo y 1970 han pasado de
tener un 25% de la población total a un 40%. Se ha producido un crecimiento desbordado, por la falta
de planificación adecuada en el crecimiento de las grandes ciudades. Antes de 1960 las autoridades
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españolas consideraban que esa migración era normal, necesaria, armónica con el crecimiento
industrial país, liberando al campo de sus excedentes demográficos: la opinión oficial, triunfalista,
concebía esta realidad como producto del importante desarrollo industrial alcanzado por España, o
por la superación de una economía agrarista. En cambio puede considerarse como la manifestación de
una profunda crisis estructural del campo español: si en 1940 la población agrícola es el triple de la de
los otros dos sectores, en apenas 30 años descendió a 2,5 millones de agricultores. Podemos decir que
en tan breve espacio de tiempo la sociedad española se ha convertido en una sociedad polarizada por
un pequeño grupo de empresarios agrícolas, industriales, del comercio y de los servicios, y una masa
creciente de asalariados, hecho que se manifiesta nítidamente en la estructura socioprofesional,
estructura en la cual el grupo que predomina es la clase obrera.
Se produce también un doble desplazamiento exterior de la población: hacia países extranjeros y
hacia las regiones industrializadas de nuestro país, pero con un mismo origen: la población parte de
las áreas rurales, con dos fases distintas:
- Desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX predomina la emigración transoceánica.
- A partir de 1950 y hasta la crisis de 1973, orientada hacia los países de la Europa occidental
(Alemania, Francia, Bélgica, Inglaterra...), países escasos en mano de obra tanto en el sector industrial
como de servicios. La valoración de esta migración también es dispar: se habla de entre 1 y 2 millones
de emigrantes, con una duración de la estancia exterior muy variable, pero que sin duda contribuyó a
paliar en parte la todavía alta tasa de fecundidad (pues generalmente fue una migración
exclusivamente masculina, incluso en el caso de matrimonios)
Esta emigración al extranjero, una parte importante de la cual ha regresado tras un período de estancia
más o menos prolongado, será de crucial trascendencia económica en el denominado milagro español,
por la llegada de divisas.

2- Estado y estructura de la población española actual.


Las provincias del interior, que reúnen dos terceras partes de la superficie de nuestro país, sólo
cuentan con el 40% de la población, mientras que las provincias litorales, que suman algo menos de la
tercera parte del territorio, cuentan con al menos el 60% de la población.
El núcleo de provincias con una densidad mayor a los 150 hab. por Km 2 lo constituyen Madrid,
Vizcaya, Guipúzcoa, Barcelona (todas ellas con más de 300 habitantes por Km 2), Valencia, Alicante,
Baleares, Canarias, Málaga y Pontevedra. Un segundo grupo, de densidades entre 80 y 150 hab. por
Km2 está formado por Coruña, Asturias, Cantabria, Álava, Gerona, Tarragona, Murcia, Cádiz y
Sevilla. La oleada de provincias menos densamente pobladas está formado por las provincias
interiores, además de Huesca y Lérida, siendo especialmente baja en Teruel, Soria, Huesca, Cuenca y
Guadalajara, con densidades inferiores a los 15 hab. por Km2...
Entre los focos más densamente poblados del país, pueden destacarse:
- Foco madrileño: área metropolitana de Madrid, que engloba además del núcleo central los
municipios anexionados desde 1940 (Barajas, El Pardo, Carabanchel, Vallecas, Villaverde),
Alcobendas y San Sebastián de los Reyes-Coslada, Getafe, Parla, Pinto, Alcalá y Torrejón.
- Foco barcelonés: el área metropolitana barcelonesa la componen, además de Barcelona, Hospitalet,
Santa Coloma y Badalona, en un eje que tienen 20 Km. por 40-60 de tamaño.
- Foco bilbaíno: a ambos lados del Nervión, abarcando la casi totalidad de la provincia de Vizcaya.
Además de los núcleos de la ría (Sestao, Baracaldo, Portugalete, Santurce), la mancha de gran
densidad alcanza Amorebieta, Durango, Basauri y Zalla.
- Franja litoral levantina: se trata de una superficie más extensa, y cuya densidad sigue siendo elevada
pero a base de municipios más pequeños (de menos de 100.000 habitantes), discontinuos pero
próximos entre sí: desde Sagunto hasta Cartagena, pasando por todo el área metropolitana de Valencia
e incorporando las localidades de Alcoy, Alicante, Elche, Murcia y Lorca.
- Bahía de Cádiz, en una superficie relativamente reducida, en la que se concentran Sevilla y su área
metropolitana, Jerez, Puerto Real, San Fernando, Puerto de Sta. María, Rota y Chiclana.
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- El llamado Ocho asturiano, formado por Avilés y Gijón (a ambos lados del cabo de Peñas), Oviedo
en el centro, y Mieres, La Felguera y Sama de Langreo al S.
- También un sector del NO gallego, alrededor de Ferrol-Coruña-Ares-Betanzos.
- La España insular, balear y canaria.
Como espacios especialmente despoblados, o desiertos poblacionales, pueden señalarse:
- El sistema Ibérico, al E de Burgos y abarcando toda Soria, Guadalajara, Teruel, Cuenca y Albacete.
- El islote en torno a Madrid: Ávila, Segovia, Toledo, Guadalajara y Cuenca.
- El semidesierto extremeño-manchego.
- Las zonas de alta montaña, especialmente en Pirineo oscense y leridano.
En los años 60 tiene lugar de forma decidida una decantación de lo que habría de ser la actual forma
en que se presenta la densidad de población: Soria, Cuenca y Teruel pierden más de una quinta parte
de su población en esos 10 años; Guadalajara, Badajoz, Segovia, Zamora y Cuenca pierden entre el
15-20%.
En cuanto a las causas de la actual distribución de la población, pueden distinguirse dos etapas clave
de la trayectoria histórica. Durante la etapa de dominio romano y árabe, la Península conoció un Sur
próspero y poblado frente a un Centro y Norte de escaso potencial demográfico; más tarde, en la
época imperial, una España interior rica y poblada frente a unas costas pobres en hombres salvo en el
litoral andaluz y algunos sectores del Mediterráneo. En general puede afirmarse que la distribución
por el solar español era mucho más armónica de lo que lo es en la actualidad. Madrid, Barcelona y el
País Vasco suponían todavía en 1920 sólo el 17% de la población española, mientras que en la
actualidad representa casi el 45%. Si bien es cierto que algunas de las grandes urbes actuales
(Zaragoza, Sevilla, Málaga, Barcelona) cuentan su historia por milenios, no lo es menos que abundan
los núcleos de un pasado muy glorioso, hoy demográficamente decadentes (Toledo, Astorga, Mérida).
Al ritmo que ha ido aumentando en los últimos siglos el intervencionismo del Estado y en general su
protagonismo político, social y económico, mayor ha sido el peso de la política y de las decisiones
administrativas en orden a la distribución de la población, su concentración en ciertos núcleos y su
abandono de otros lugares, menos asistidos estatalmente. El ejemplo clásico de motivación política es
Madrid. La creación de los Polos de Promoción o Desarrollo, los trazados de las autopistas, los
grandes proyectos agrarios españoles, etc.: Vitoria y Pamplona deben su engrandecimiento a las
ventajas del estatuto foral, Avilés medró en razón de la instalación de Ensidesa, Burgos (cuya
población aumentó el 50% en los años 60) y Valladolid por ser focos de desarrollo, etc.
España, como hemos indicado, ha experimentado una tardía transición demográfica. En 1900
mostraba valores de natalidad y mortalidad altos: un 35 por mil (algo más en 1905) y un 27 por mil.
En 1918, por la ya aludida oleada de gripe, la mortalidad aumentó hasta el 32 por mil, por encima de
la natalidad (inferior al 30 por mil); y la misma situación de crecimiento vegetativo negativo se
produce en 1939 (mortalidad del 19 por mil y natalidad de un 16 por mil). En general la natalidad se
mantiene por encima del 20 por mil hasta una fecha tan tardía como 1973, cayendo sin embargo en
picado hasta el 10 por mil de 1990, uno de los valores más bajos del mundo. Por contra (como en
parte hemos indicado), la mortalidad descendió mucho más tempranamente: en la década de los 40
descendió hasta el 10 por mil, situándose en dicho valor de forma estable. A medida que nos
acercamos a 1990 se ha incrementado ligeramente, merced al envejecimiento de la población, todavía
con valores bajos (8,75 por mil).
En definitiva, el proceso mediante el cual la población española ha pasado desde una situación de
altas tasas de natalidad y mortalidad a otras situaciones caracterizadas por bajas tasas de ambas ha
seguido el modelo europeo de transición demográfica, pero con un retraso cronológico considerable,
especialmente en cuanto a la reducción de la natalidad se refiere. Mientras que los países europeos
industrializados esa transición tiene lugar a principios del siglo XX, en España se ha producido
después de 1960, y a partir de 1975 el descenso ha sido el más rápido de España.
Un rasgo notorio de la población española es su envejecimiento. Si se comparan las pirámides de
población de 1950 y 1995 se aprecian notables cambios: en 1950 todavía presenta los caracteres
propios de una población joven. En cambio, en 2010 se aprecian los siguientes rasgos:
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- En la base de la pirámide hay un desequilibrio entre los sexos. Hasta los 45 años España tienen más
hombres que mujeres, debido a que nacen más niños que niñas.
- La reducción de los grupos de edad inferiores a los 20 años es consecuencia del descenso
espectacular del índice de natalidad.
- Entre los españoles de más de 65 años se puede observar una reducción importante del porcentaje de
población, debido al descenso de nacimientos y aumento de muertes durante la Guerra Civil.
- En la cima de la pirámide la tendencia de distribución por sexos se invierte y hay más mujeres que
hombres, debido a la sobremortalidad masculina, en una sociedad tradicional donde la mujer apenas
se incorpora al mundo laboral (junto a razones estrictamente biológicas).
La sex ratio no muestra comportamientos diferenciales entre varones y hembras hasta los 50 o más
años de edad, tramo en el que por cada 85 hombres hay 100 mujeres (datos de 2010), con un mínima
tendencia a la reducción de la tasa de supervivencia de los hombres respecto a las mujeres: en 1960
por cada 100 mujeres había 81 varones.
Este envejecimiento acusado de la población es relativamente reciente. En 1970 tenían menos de 15
años el 28% de los españoles, mientras que menos del 10% tenían más de 65 años. La tasa de
masculinidad (número de varones por 100 dividido por el número de mujeres) era en 1975 de 96,3 por
100, menor que en la actualidad, lo que indica un descenso en la reducción de la disimetría sexual,
debido a razones sociológicas como la incorporación de la mujer al mundo del trabajo: la mortalidad,
tradicionalmente más acusada en los hombres que en la mujeres (sobremortalidad masculina, derivada
de accidentes laborales y de circulación, stress e infartos, alcoholismo, enfermedades profesionales
como la silicosis, etc.), así como la emigración laboral selectiva, hacían a la altura de 1970 que el
número de hombres fuera inferior al de mujeres a partir de los habitantes con 30 años, mientras que en
nuestros días la diferencia se reduce.
En todo caso, la actual forma irregular de la pirámide de edades habla de una sociedad en regresión
demográfica, además de una historia demográfica excesivamente movida, y de una población con una
alta esperanza de vida. La edad media de los españoles en 2009 era de 39 años, uno más que en el
2000, mientras que en 1990 se situaba en los 34 años. Este rasgo, un notable envejecimiento de la
población, es otra de las señas de identidad de la población española, y es resultante, como resulta
obvio, de la conjunción de dos factores: el aumento de la esperanza de vida y la caída de la natalidad.
Se considera que una población es vieja si el porcentaje de mayores de 65 años es superior al 12%.
La población entre 16 y 64 años crecerá un 4,7% desde 2008 y se incrementará 1,44 millones de
personas en 2018. Por su parte, los menores de 15 años aumentarán un 13,1% (921 mil personas más).
Este incremento se produciría por la acción combinada de fecundidades crecientes y mayores
efectivos en los grupos de edades de mujeres potencialmente fecundas.
Se estima que el mayor incremento se producirá en el grupo de edad de mayores de 64 años, que
crecerá un 19,2% en la próxima década. Ello supondrá añadir 1,44 millones de personas de estas
edades a los residentes en España.
En el caso de España, en 1990 había 46 niños por cada 100 adultos, y en 2009 esa cifra era de 47,
gracias a la aportación de los inmigrantes.

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3- Composición sociopoblacional.
En cuanto a la población activa ("conjunto de personas que suministran mano de obra disponible
para la producción de bienes y servicios", según la Oficina Internacional del Trabajo de la ONU), en
España estaba constituida en 1976 por un 37% de la población total, porcentaje muy inferior al de
los países de Europa Occidental. No precisamente porque la población en edad de trabajo fuera
proporcionalmente escasa, sino por la escasa incorporación de la mujer al trabajo. En 1995 la
población activa era, paradójicamente teniendo el envejecimiento de la población, superior: cerca
del 40%. La variación de los parados experimentó notables cambios a partir de 2005: para el total
de población, los datos de porcentaje de parados fueron los siguientes:
2005 2006 2007 2008 2009 2010
9,16% 8,51% 8,26% 11,34% 18,01% 20,06%
Pero se trata de una sociedad definida por la creciente terciarización. Paralelamente, ha existido una
disminución constante durante el siglo XX de la población activa agraria: si a principios de siglo
constituía dos terceras partes de los individuos económicamente activos, en 1930 ya se había reducido
a la mitad de ellos. A partir de 1960, el descenso de la población ocupada en la agricultura ha sido
vertiginoso. En el año 1995 sólo el 9% de los trabajadores se dedicaban a las tareas propias del sector
primario, y en 2010 el 67% trabaja en el sector servicios, el 4,5% trabaja en agricultura, y 28,8% en el
sector industrial.
La conjunción de varios factores explican este trasvase ocupacional: la escasa rentabilidad de las
pequeñas explotaciones agrarias; el proceso de industrialización de los años 60 y el éxodo urbano
parejo; la fuerte modernización del campo, que provocó el aumento de la productividad en los últimos
tiempos y un excedente en la mano de obra agrícola. En la actualidad el sector primario constituye
apenas el 4% del Producto Interior Bruto, si bien se ha incrementado hasta los 2,5 billones de pesetas.
Paralelamente se ha producido un proceso de inicial crecimiento y posterior caída de la población
activa industrial. Desde 1950 a 1972 el crecimiento del producto industrial fue sorprendente, un
160%, sin precedentes en la Europa desarrollada. En 1970 la población industrial alcanzaba un valor
máximo del 37,3%, iniciándose posteriormente un descenso de los activos del sector secundario, que
en 1995 ya sólo sumaban el 30%. Los factores a los que cabe achacar el crecimiento industrial
español son tanto de orden externo como interno; la acción combinada del turismo y las inversiones
extranjeras; la liberalización y apertura al exterior de la economía; el establecimiento de polos de
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desarrollo regionales; y la financiación estatal de las empresas industriales. El posterior proceso de


contracción de la población activa tiene que ver con un mayor grado de mecanización de la actividad,
la crisis estructural de superproducción.
El incremento de la ocupación en el sector servicios fue paralelo al proceso de industrialización. La
expansión industrial suscitó la creación de empresas de servicios capaces de satisfacer sus nuevas
necesidades: el incremento de los salarios industriales, que alcanzó entre 1964 y 1972 un 287%,
permitió un impulso de los niveles de consumo y la demanda de nuevos servicios. La población
asalariada en el sector terciario pasó de 2,2 millones en 1960 a 3 millones en 1970, fecha en la que ya
constituía un 38% de la población activa, sobrepasando por primera vez a la industrial.
Más recientemente los trasvases de la población ocupada entre los diferentes sectores de la actividad
económica mantienen las tendencias descritas anteriormente. Desde 1975 el sector agrario se redujo
en más de 1,5 millones de empleos. La continua pérdida de población activa en el sector agrario se
desacelera en el período 1978-1985, como consecuencia de la crisis que atravesaron los restantes
sectores productivos, especialmente la industria y la construcción. Desde 1978 el sector secundario
muestra importantes fluctuaciones en el número de empleados, habiendo perdido 700.000 puestos de
trabajo (incluyendo la construcción).
En nuestros días el 60% de los ocupados trabajan en España en el sector terciario. Pero a pesar de este
incremento, el sector se muestra incapaz de absorber a la población activa desplazada del resto de los
sectores económicos. Motivo por el cual se produce el hecho insólito de que en nuestros días trabajan
menos personas que en 1975.
La renta per cápita también ha experimentado una evolución notable. Si en 1980 era de poco más de
300.000 ptas., en 1995 alcanzaba ya una cifra próxima a 19.272$. La renta per cápita evolucionó
posteriormente a gran velocidad: en 2007 alcanzó 28.427$ (
La distribución de la renta per cápita (cifra resultante de dividir entre el número de habitantes el valor
de los bienes y servicios producidos en ese país, una vez deducidos los pagos realizados al exterior
durante un año concreto) mostraba una gran variación regional:
- Las provincias más ricas se encuentran en la parte oriental de la península, ocupando el eje del valle
del Ebro y el del Mediterráneo: además de Madrid, Barcelona, Girona, Baleares, Álava y Navarra. Un
conjunto de provincias todavía con valores superiores a la media son Burgos, Segovia, Soria, Huesca,
Lleida, Teruel (por su baja densidad de población), Zaragoza, Castellón, La Rioja, Valencia y
Alicante.
- Las provincias que no alcanzan la media nacional se localizan al noroeste, en el interior (a excepción
de Madrid) y en el sur del país.
Ramón Perpiñá en su Corología, elaboró un modelo ya clásico de distribución geográfica de la
población española, que era eco del viejo modelo estudiado por Christaller en Baviera y su teoría de
los "lugares centrales". Perpiñá estableció un modelo geográfico de distribución a base de un
hexágono de lados un tanto desiguales, que con centro en Madrid, sitúa sus lados o ángulos en Bilbao,
San Sebastián, Barcelona; Valencia-Alicante-Murcia; Sevilla-Cádiz; Lisboa; Vigo-Coruña. En la
terminología de Perpiñá se denominan dasicoras a los extremos mencionados, o centros de atracción
de la población de su hinterland o areocoras. De este modo establece la tan distinta densidad de las
dasicoras frente a los espacios intermedios y el impulso migratorio que orienta a los habitantes de
estos últimos hacia aquéllas, lo que genera un vacío cada vez mayor en el espacio intrapeninsular en
beneficio de los sectores extremos y del centro. Si el esquema se completa prolongando por el litoral
algunos de los lados del exágono (Bilbao-San Sebastián-Oviedo; Sevilla-Cádiz-Málaga-Córdoba) y a
base de unas escalas intermedias o intercoras, hacia el N, Valladolid, hacia el NE, Zaragoza, y hacia el
S, Córdoba, el modelo constituye indudablemente un primer acercamiento a la actual distribución de
la población española. La capacidad de absorción de población y su dinamismo demográfico, aunque
distinto en cada caso, es comparativamente grande y su crecimiento tiene lugar a expensas del
correspondiente hinterland, que en el caso de Barcelona se extiende hasta Andalucía y en el de Madrid
engendra un vacío demográfico en toda la Meseta. Queda también subrayado el hecho de la
coincidencia de dicha distribución con la disposición radial de las comunicaciones españolas tanto por
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carretera como por ferrocarril. Son el centro y las terminales de esa red las que vacían la España
interior a lo largo de tres ejes: un eje NE-SO (Barcelona-Lisboa), otro N-S (San Sebastián-Cádiz), y
un tercero NO-SE (La Coruña-Alicante).
En la actualidad, el mayor índice provincial de desarrollo se registra en Barcelona, Madrid, Vizcaya,
Guipúzcoa y Valencia, mientras que 15 provincias muestran índices alarmantemente inferiores a la
media: Granada, Orense, Segovia, Ciudad Real, Badajoz, Almería, Soria, Guadalajara, Lugo,
Zamora, Albacete, Ávila, Cáceres, Cuenca y Teruel.
Para el conjunto de la población, también se han producido cambios importantes: en 1980 el 10% de
los españoles con menor renta recibían sólo el 2,41% de la renta total, mientras en la actualidad esta
participación (del tramo inferior, genéricamente considerado "pobre") esta participación aumentó al
2,85%. De la misma manera, el 10% de españoles con mayor nivel de renta reunía el 29,23% de la
renta total, disminuyendo este porcentaje al 25,71% en 2008.. La misma idea se ve refrendada si se
tienen en cuenta indicadores sociales de otra etiología, en constante aumento desde 1980, como el
número de teléfonos por 1.000 habitantes, el de médicos, o el de automóviles.

4- Política demográfica.
La historia reciente de España a sufrido varios episodios muy dispares. Hasta el final del franquismo
prevaleció esa idea imperial favorable a la familia numerosa. En 1970 el tamaño medio de la familia
era de 3,84 miembros, fluctuando entre sus máximos de Las Palmas y su mínimos de Barcelona. Del
total de los núcleos familiares, un 13% constaba de cuatro o más hijos. Según la Ley de Protección a
las Familias Numerosas de 1971, se exige que sean cuatro los hijos para que se califique a la familia
de numerosa; legalmente gozaban de apoyo preferente, según la Ley de Bases de la Seguridad Social
de 1963, en materia de empleo, educación, préstamos sociales, viviendas, transportes, adjudicación de
las explotaciones agrarias, hospitales, cooperativas y materia fiscal. La legislación vigente entonces al
respecto, según el artículo 416 del Código Penal, multaba a quien ofreciese o anunciase cualquier
medicamento o sustancia u objeto capaz de evitar la procreación, y "cualquier género de propaganda
anticonceptiva".
Que la población se vio arrastrada por esta mentalidad oficial parece evidente: en 1974 todavía cerca
del 40% de la población mayor de edad opinaba que no debía existir la posibilidad de una
planificación familia, y el 58% no pensaba que fuera necesaria la legalización de los métodos
anticonceptivos.
Sin embargo, a partir de 1975 se produce un proceso de inversión absoluta respecto a estas tendencias.
Si bien el criterio de "familia numerosa" se extenderá aún durante bastante tiempo, la legalización de
los medios anticonceptivos vino acompañada de una liberalización general de las costumbres sexuales
y un uso de las técnicas contraceptivas, que a finales de los años 70 no tenían un uso inferior al de los
países de la Europa occidental, y que desde 1983 asistirá a la despenalización en tres supuestos del
aborto (que en 1974, según un informe del Tribunal Supremo, fue practicado en 300.000 ocasiones).
La actual amenaza de desequilibrio de la población (según algunos estudios prospectivos en el 2020
por cada persona activa existirán dos parados o jubilados y algo menos de un niño: del trabajo de una
persona deberán vivir cuatro) ha hecho replantearse el tema de los incentivos a la natalidad. En
cambio, la mortalidad infantil en el 2002 cayó hasta un 5 por mil.

5- El futuro de la población española: problemas y perspectivas demográficas

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Es aventurado realizar una previsión creíble de la evolución de la población española a medio plazo.
Previsiones hasta hace poco consideradas inamovibles han comenzado a cuestionarse, es parte por la
modificación siquiera leve de la tasa de natalidad, o por factores como la recepción de inmigrantes
que, siquiera en cierta medida, matizan las tendencias que hemos descrito respecto a la pirámide de
población. Si no se produce grandes cambios a corto plazo, lo cierto es que las tasa de natalidad y
crecimiento vegetativo tenderán a disminuir ligeramente, en función de ciertos cambios estructurales,
como el envejecimiento progresivo de la población. Algunas tasas e índices demográficos complejos
muestran estas posibilidades de disminución del crecimiento población. Debe tenerse en cuenta que la
tasa bruta de reproducción (en la que se contempla cómo será sustituida cada mujer en edad de
procrear de la actual generación en la próxima, en función de los índices de fecundidad y tabla de
mortalidad por edades y sexos- es ya próxima a la unidad en el 2001. El descenso inminente en los
estratos de mujeres jóvenes, la continuación del retraso de la edad de matrimonio (especialmente
notable en los varones) y, en definitiva, una contracción de la tasa de natalidad (pese a que según
algunos sociólogos se observa un ligero repunte en el período 1998-2000), parece que no se verán
frenados del todo por la inmigración. La mortalidad va a quedar estancada en valores muy próximos
al 8 por mil, niveles de los que es difícil bajar, máxime si tenemos en cuenta el envejecimiento
aludido de la población.
Por otra parte, los comportamientos demográficos tienden a mostrar una dispar tendencia en las
distintas regiones. El “desierto” demográfico interior camina a pasos agigantados hacia un
envejecimiento de la población, mientras que algunas zonas como País Vasco se están anticipando a
la tendencia en el descenso de la natalidad (desmarcándose claramente de la media) Por tanto, los
problemas demográficos tienden a dispersarse espacialmente: la despoblación y envejecimiento de
provincias como Soria, Huesca o Teruel contrasta con una concentración de la población en zonas
de recepción de emigrantes, las que, a medio plazo, podrán en todo caso sufrir un ligerísimo repunte
de la natalidad), con lo que se acentuarán las diferencias de partida. Para el año 2020 se podrían
alcanzar tasas de dependencia casi un 50% superiores a las de mediados del siglo XX, llegándose a
poner en peligro el sistema de asistencia social en lo que a pensiones se refiere, y pese a los
acuerdos alcanzados al respecto en 2001.
La migración, al decir de los demógrafos y sociólogos, no sería suficiente para compensar el vacío
demográfico, ya que no se trata exclusivamente de una cuestión numérica: el motor económico de
un país desarrollado no consiste sólo en la cantidad de fuerza de trabajo disponible, sino depende
también de la formación cualificada de dicha población: y, en tanto no se alcance una plena
integración social, con participación plena de los hijos de los inmigrantes en el sistema educativo,
no será posible poner coto a la merma del sustrato poblacional.
Por otra parte, las mismas diferencias en cuanto a la concentración de la población se van a producir
en la evolución de la renta por habitante. Las provincias sólo industriales han perdido posiciones, a
lo largo de la segunda mitad del siglo XX, a favor de las provincias turísticas. Así, provincias como
Baleares se sumarán a Madrid, Navarra, País Vasco en cuanto a las más ricas del país, destacándose
claramente de zonas empobrecidas como Lugo, las dos provincias extremeñas, Soria o Teruel. Si en
1973 se inició una proceso de disminución entre los contrastes provinciales de la renta, luego
reforzado por la administración de los Fondos Estructurales y Fondos de Compensación
Interterritorial de la Unión Europea, el peso de los factores demográficos se muestra como un
posible factor de desequilibrio de la renta, que sin duda se va a sentir a medio plazo: el
despoblamiento de determinadas áreas peninsulares puede constituir un lastre para sus economías.
Sólo la inyección demográfica proveniente de la emigración (uno de cada tres nacidos en el primer
semestre de 2002 en España es hijo de inmigrante), así como un ligerísimo repunte de la natalidad,
pueden hacer variar este sombrío panorama; siempre que al tiempo se apliquen las correctas
políticas de compensación territorial, y que el país sea capaz de formar a los inmigrantes y sus hijos
como una fuerza productiva suficientemente cualificada.

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Las comunidades autónomas de crecimiento demográfico relativo más intenso en la próxima década
según las previsiones del INE serán Castilla–La Mancha (17,5%), Región de Murcia (16,6%), Illes
Balears (15,9%) y Comunitat Valenciana (14,4%).
De esta forma las zonas peninsulares del centro-sur, levante y las islas se configurarían como el
principal vector geográfico del crecimiento de la población resiente en España durante los 10
próximos años.
Por el contrario, de acuerdo con los parámetros considerados como más seguros la población
decrecerá en el Principado de Asturias (1,7%), País Vasco (1,3%) y Galicia (1,2%), ya que el descenso
del saldo vegetativo de estas comunidades autónomas no se vería compensado por los saldos
migratorios interiores y exteriores.
Uno de los resultados más relevantes de esta Proyección de la Población de España a Corto Plazo es
que, en la próxima década, se estima que las defunciones excederán a los nacimientos en siete
comunidades autónomas (Galicia, Castilla y León, Principado de Asturias, País Vasco, Extremadura,
Aragón y Cantabria).

7- Los movimientos migratorios y sus consecuencias


La migración exterior en España ha sido el factor clave del crecimiento en los últimos años, puesto
que ha representado entre el 84,4% y el 92,8% del crecimiento demográfico anual durante el periodo
2002 a 2007. En todo caso, hay que destacar que la inmigración exterior es el componente más volátil
e incierto en el futuro cercano. Entre las múltiples incógnitas de futuro, sociólogos y demógrafos
plantean dudas respecto al alcance de los efectos de la inmigración. Por una parte, la crisis económica
pone en tela de juicio la permanencia de inmigrantes en España (teniendo en cuenta que el modelo
económico de futuro posiblemente no se base ya en el empleo masivo de mano de obra incualificada
en el sector construcción y en el sector hostelería); por otra, como se ha podido comprobar en otros
ámbitos geográficos sujetos a fuertes procesos de recepción de inmigrantes, posiblemente la segunda
generación de inmigrantes tienda a establecer dinámicas demográficas muy similares a las del lugar
de origen, lo que sin duda provocará un descenso de la natalidad. Para algunos demógrafos, la
inmigración ha supuesto sin duda un alivio en una población con una tendencia peligrosa al
envejecimiento y estrechamiento en la base de la pirámide de población (que sin duda llegó a generar
expectativas muy sombrías respecto al futuro del sistema público de pensiones), pero en todo caso es
un episodio pasajero, que no alterará radicalmente y en el largo plazo los problemas demográficos del
país.
La inmigración en España sufrió un cambio severo entre los años 2009 a 2011, pasando de los 958,3
miles de inmigrantes registrados durante 2007 a 442,8 miles en 2010.
A partir de ese punto, y teniendo en cuenta tanto las inercias establecidas como el número de
inmigrantes recientes residentes en España, las hipótesis de la Proyección suponen que se producirá
una estabilización de las entradas exteriores netas, con lo que las llegadas a España durante la
próxima década serán inferiores a los cinco millones de inmigrantes.
El saldo migratorio para el periodo 2008-2017 se estima que será de 2,93 millones de personas. Esta
cifra será comparativamente inferior al saldo de 2,56 millones registrado tan solo entre los años 2004
y 2007.
La aportación de las mujeres inmigrantes explicaría también que la edad media a la maternidad se
estabilizará en torno a los 31 años.
Por su parte, se supone que la esperanza de vida se incrementará casi dos años en los varones y 1,5
años en las mujeres.
La evolución del número de inmigrantes muestra un ciclo ascendente iniciado fundamentalmente en
el 2000 (en ese año, la tasa de inmigración fue 3 veces superior a EEUU en porcentaje respecto a la
población, con una fase de estabilización a partir de 2009, siendo la 3ª mayor del mundo tras Chipre y
Andorra):

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En valores absolutos, España es el décimo país del mundo con más inmigrantes.
Pero los inmigrantes han contribuido a acentuar las diferencias poblacionales y económicas del
territorio español, concentrándose en Madrid y sus alrededores, el arco mediterráneo y las islas
Baleares y Canarias (especialmente dedicados al sector servicios)
Más del 36% de los inmigrantes son sudamericanos, seguidos de los europeos occidentales (21%).
Por nacionalidades, las más presentes son la marroquí, la rumana, la ecuatoriana, la británica y la
colombiana. La edad media de los inmigrantes es 32,83 años, siendo ligeramente superior el
número de varones que el de hembras.
El sector profesional que empleaba más inmigrantes era, en 2005, el de los servicios (59%), seguido
de la construcción (21%), la industria (12%) y la agricultura (8%)
Entre las consecuencias demográficas, los inmigrantes han contribuido a un crecimiento de la
población española del 10,68% en 7 años, aumentando en más un punto y medio la natalidad en
2007: casi un 15% de los nacimientos en España en 2008 correspondió a inmigrantes regularizados.
Otro efecto lógico ha sido el rejuvenecimiento de la población, dado que la mayor parte de los
inmigrantes se concentran en el grupo 25-35 años. No obstante, desde 2008 la crisis económica,
unida al alto coste de la propiedad inmobiliaria, han provocado un notable retroceso de la natalidad
entre los inmigrantes.
Una de las señas de la inversión del ciclo inmigratorio es que en el primer semestre del 2011 la
emigración superó por primera vez a la inmigración en 27.771 personas, según el INE.
Las repercusiones económicas no son menos importantes. Por ejemplo, el 45% de las altas
registradas entre 2001 y 2005 correspondieron a trabajadores no españoles, ocupando casi la mitad
de los puestos de trabajo creados durante esos años. Además, dado el bajo nivel de inmigrantes
menores de 15 años y mayores de 65, su contribución neta a la caja de la Seguridad Social ha sido
netamente positiva, muy superior porcentualmente a la de la población española (obviamente, es
una situación transitoria, que aminorará con el paso de los años y la llegada a edad de jubilación de
los inmigrantes)
Mucho más compleja es la evaluación de la repercusión económica global, dado el alto porcentaje
de inmigrantes no regularizados, de trabajos no registrados. En todo caso, la llegada de inmigrantes
ha supuesto un abaratamiento notable de los costes de mano de obra en labores escasamente
cualificadas, como construcción, servicio doméstico, peones agrícolas, etc.
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Indirectamente, el que los inmigrantes hayan ocupado plazas en labores no cualificadas ha


permitido que la población española pueda aumentar el tiempo de formación antes del acceso al
mercado, aunque también ha generado tensiones inflacionistas, presión a la baja de la remuneración
de empleos de baja cualificación… Algunos economistas han hablado de cierta distorsión en el
mercado laboral. Por otra parte, han ocupado hasta el 30% de los empleos de la construcción, por lo
que el pinchazo de la burbuja inmobiliaria generará un problema de grandes dimensiones.
Otros autores señalan como consecuencia negativa el que el modelo económico español no se ha
orientado hacia un desarrollo basado en I+D+i por disponerse durante años que han sido claves a
nivel internacional de una mano de obra muy barata. Además, el aumento de los beneficios
económicos no se han invertido en mejorar el ciclo productivo dentro de las empresas tradicionales.

7- BIBLIOGRAFÍA.
SALUSTIANO DEL CAMPO.: Análisis de la población española. Ariel, 1990.
JORDI NADAL: La población española (siglos XVI-XX). Barcelona, 1987.
ARMANDO SÁEZ: Población y actividad económica en España. Siglo XXI, 1989.
VVAA. “Transformación demográfica: Raíces y consecuencias”. Revista Papeles de Economía
Española, nº 104, 2005.
Bazo Royo, M.T. y García Sanz, B., Envejecimiento y sociedad: Una perspectiva internacional.
Madrid: Panamericana, 2005.
INE: series estadísticas y prospecciones.

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